Africanos y Afrodescendientes en La Amer

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Africanos y afrodescendientes

en la América hispánica septentrional


Espacios de convivencia, sociabilidad y conflicto
(Historia de América Hispánica Septentrional: 2)
COLECCIÓN INVESTIGACIONES

AFRICANOS
Y AFRODESCENDIENTES
EN LA AMÉRICA
HISPÁNICA SEPTENTRIONAL
ESPACIOS DE CONVIVENCIA,
SOCIABILIDAD Y CONFLICTO
TOMO II

Rafael Castañeda García


Juan Carlos Ruiz Guadalajara
(coordinadores)
338.2341097242
S487g

Serrano Hernández, Sergio Tonatiuh


La golosina del oro. La producción de metales preciosos en San Luis Potosí y su circulación
305.8960972
global en mercados orientales y occidentales durante el siglo XVII / Sergio Tonatiuh Serrano Hernández ;
A258
prólogo de Carlos Marichal Salinas. – 1ª edición. – San Luis Potosí, San Luis Potosí : El Colegio de San
Luis, A.C., 2018
Africanos y afrodescendientes en la América Hispánica Septentrional : Espacios de convivencia,
sociabilidad y conflicto, Tomo II / Coordinadores Rafael Castañeda García y Juan Carlos Ruiz
624 páginas : ilustraciones,
Guadalajara — 1ª edición.mapas
— San; 23Luis
cm.Potosí,
– (Colección Investigaciones)
San Luis Potosí : El Colegio de San Luis, A.C.,
Incluye bibliografía (páginas 563 a 576) Coedición con: El Colegio de Michoacán e Instituto de
2020.
412 páginasDr.
Investigaciones : ilustraciones
José María; 23 cm.
Luis — (Colección Investigaciones)
Mora
Incluye bibliografía a pie de página
ISBN:Coedición con Red Columnaria
978-607-8500-86-4 (COLSAN)
ISBN: 978-607-544-051-4 (COLMICH)
ISBN:ISBN OBRA: 978-607-8666-74-4
978-607-8611-17-1 (MORA)
ISBN: TOMO II: 978-607-8666-78-2
1.- Industria del oro – San Luis Potosí – Historia – Siglo XVII 2.- Minas y riquezas minerales – San Luis
Potosí1.-– Negros en–México
Historia – Historia
Siglo XVII – Virreinato,
3.- Oro – Minas y1535-1821
minería –2.-San
Esclavitud en México
Luis Potosí –
– Historia – Siglo XVII
Historia – Virreinato, 1535-1821 3.- México – Población – Historia – Virreinato, 1535-1821 I.-
4. Monedas de oro -- San Luis Potosí – Historia – Siglo XVII I. t. II. s.
Castañeda, García, Rafael, coordinador II.- Ruiz Guadalajara, Juan Carlos, coordinador III.- s.

Vestigios de un mismo mundo.


Vestigios de
Valoración un mismo de
e identificación mundo.
los elementos de
Valoraciónhistórico
patrimonio e identificación
conservadode
en los
de las
elementos de patrimonio histórico
fronteras de la Monarquía Hispánica en los
siglos XVI y XVII
conservado (D/024697/09).
en de las fronteras de
la Monarquía Hispánica en los siglos
xvi y xvii (D/024697/09).
Esta obra fue dictaminada por evaluadores externos a El Colegio de San Luis por el
método de doble ciego.

Esta obraedición:
Primera fue dictaminada
2018 por evaluadores externos a El Colegio de San Luis
por el método de doble ciego

Diseño de lalaportada:
Diseño de portada:Natalia
Natalia Rojas
Rojas Nieto
Nieto

©©Sergio
Por la coordinación: Rafael Hernández
Tonatiuh Serrano Castañeda García y Juan Carlos Ruiz Guadalajara

© Todos los textos son propiedad de sus autores


© Por el prólogo: Carlos Marichal Salinas
D.R. © El Colegio de San Luis
D.R. © de
Parque El Colegio
Macul 155de San Luis D.R. © El Colegio de Michoacán
Parque de Macul
Fracc. Colinas 155
del Parque, Martinez de Navarrete 505
San Luisdel
Colinas Potosí, S.L.P., 78294
Parque Colonia Las Fuentes
San Luis Potosí, S.L.P., 78294 Zamora, Michoacán, 59699
ISBN OBRA: 978-607-8666-74-4
ISBN: TOMO II: 978-607-8666-78-2
D.R. © Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12
San JuanyMixcoac,
Impreso Benito Juárez
hecho en México
Ciudad de México, 03730

ISBN: 978-607-8500-86-4 (COLSAN)


ISBN: 978-607-544-051-4 (COLMICH)
ISBN: 978-607-8611-17-1 (MORA)

Impreso y hecho en México


IMAGINARIOS
Y REPRESENTACIONES CULTURALES
“MUCHOS NEGROS, MULATOS Y OTROS
COLORES”. CULTURA VISUAL Y SABERES
COLONIALES EN EL SIGLO XVIII*

Jean-Paul Zuñiga
École des Hautes Études
en Sciences Sociales

En 1696, el presidente del tribunal de la Real Audiencia de Guadalaja-


ra, en la Nueva Galicia, respondía a una solicitud urgente de informa-
ción que le había sido dirigida poco tiempo antes por el monarca. Esta
solicitud concernía a un asunto juzgado alrededor de 1688, en el cual
figuraba, en calidad de testigo, un individuo descrito como “morisco
de nación”. Cuando las actas del juicio habían llegado a los funciona-
rios del Consejo de Indias en Madrid, su reacción había sido a la altura
de su sorpresa: ¿por cuáles medios y por cuáles razones un hombre de
esa condición (es decir, un cristiano de origen musulmán, en el sentido
castellano del término) había logrado transportarse hasta las Indias?
¿Cómo había podido contravenir todas las disposiciones legales de la
corona que apuntaban justamente a preservar las Indias de la herejía
que los hombres de esta suerte eran considerados como portadores? La
solicitud del monarca especificaba así que una vez que el individuo hu-
biera sido identificado y las circunstancias de su presencia en las Indias
elucidadas, se debían de emplear todos los medios para desterrarlo lo
más pronto posible. Los jueces de Guadalajara respondieron entonces,
visiblemente apenados, que se trataba de un malentendido desafortu-

* agi, Indiferente General, 1528, no. 46, f. 40r, El Pretendiente, diálogo entre un “Pe-
ruano” y un chapetón (español recién llegado a las Indias). Este capítulo se benefició de los
comentarios y críticas de Simona Cerutti, Antoine Lilti, Renaud Morieux, Natalia Muchnik,
Enric Porqueres i Gené, José Javier Ruiz Ibañez e Isabelle Surun, para quienes va todo mi
agradecimiento. El texto está acompañado de un expediente accesible en el sitio de la revista
Annales. Histoire, Sciences Sociales (annales.ehess.fr), con la rúbrica “Compléments de lecture”.
Este ensayo se publicó por primera vez en lengua francesa en Annales. Histoire, Sciences Sociales,
2013, año lxviii, n. 1, pp. 45-76. Traducción al español de Catalina Bony.

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“Muchos negros, mulatos y otros colores”

nado: el término morisco, explicaban, designaba en la Nueva Galicia


“vulgarmente y de manera impropia [y] abusiva” a los hijos nacidos “de
un español y de una mulata blanca”.1
Este error es interesante por más de una razón. No se trata sólo
de constatar la evolución semántica divergente de las hablas locales en
Guadalajara y en Madrid: constituye una especie de atajo metafórico
que permite entrever la complejidad de la arquitectura imperial hispá-
nica. Este tipo de anécdota permite captar las interacciones recíprocas
que, de un extremo al otro de la monarquía, modelaban y transforma-
ban de manera permanente las formas de la cultura administrativa, de
las prácticas agrícolas y alimenticias,2 de los imaginarios,3 así como el
contenido de los debates filosóficos en el seno de las redes de la sabidu-
ría.4 Al mismo tiempo, estas configuraciones se cristalizaban a su vez en
forma específica según cada contexto, de tal modo que los niveles local
e imperial se encontraban intrínsecamente imbricados.
Este artículo tiene la ambición de sostener los dos polos de esta di-
námica. Considero estas cuestiones a partir del ejemplo de la emergen-
cia —y rápida sobreabundancia— de un género iconográfico peculiar
de la Nueva España del siglo xviii. Se trata de las famosas pinturas de
castas —de las sangres mezcladas, diríamos en francés— que apare-
cieron en un área específica, el sur de la meseta mexicana, en el curso
del primer tercio del siglo xviii. Esta sorprendente producción icono-
gráfica tiene la particularidad de presentar una gran unidad, a pesar
de numerosas variaciones, poniendo inevitablemente en escena a un
hombre y una mujer de tipos físicos diferentes, acompañados del hijo
que han engendrado, cada cuadro provisto de leyendas o filacterias

1 agi, Guadalajara, 27, R. 1, N. 8, f. sin números.


2 Sobre el auge de las culturas americanas en España desde el principio del siglo xvii y
su impacto sobre los ciclos agrícolas y las prácticas alimenticias, véase Eiras Roel (ed.), La emi-
gración española a ultramar, 1492-1914; Anes Álvarez, Cultivos, cosechas y pastoreo en la España
moderna; Bilbao y Fernández de Pinedo, “Evolución del producto agrícola bruto en el País
Vasco peninsular, 1537-1850. Primera aproximación a través de los diezmos y de la primicia”,
pp. 313-327. Sobre su difusión, véase Andrews, “Diffusion of Mesoamerican Food Complex to
Southeastern Europe”, pp. 194-204.
3 Urquízar Herrera, “Imaginando América: objetos indígenas en las casas nobles del Re-
nacimiento andaluz”.
4 Como lo atestigua, por ejemplo, el De Historia Stirpium de Leonhardt Fuchs, desde
1542, y el Rerum Medicarum Novae Hispaniae de Francisco Hernández, redactado en 1570.

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Jean-Paul Zuñiga

que precisan las designaciones reservadas a cada uno de los fenotipos


ilustrados.5

Figura 1

Fuente: Juan Rodríguez Juárez, De mulato y mestiza, produce mulato es torna atrás, óleo sobre
lienzo, hacia 1715, Breamore House. © The Bridgeman Art Librairy.

Casta y “raza”

Desde el principio de la década de 1980,6 el interés suscitado por los


cuadros de castas no se desvanece.7 Esta producción, detallada y aun
erudita, se ha concentrado a menudo en la cuestión de los patrocina-
dores y de los públicos eventuales de estos programas iconográficos.

5 Estas designaciones formaban un léxico de imágenes que completan el término “moris-


co” ya citado.
6 Los antropólogos, sin embargo, ya habían estudiado estas series durante la primera mi-
tad del siglo xx, en particular Raphaël Blanchard en 1908, Nicolás León en 1924, Francisco de
Las Barras de Aragón en 1929 y 1930, y José Pérez de Barradas en 1948.
7 El historiador Castro Morales, “Los cuadros de castas de la Nueva España”, pp. 671-
690, fue uno de los primeros, seguido, en historia del arte, por García Sáiz, Las castas mexicanas.
Un género pictórico americano; Carrera, Imagining Identity in New Spain: Race, Lineage, and
the Colonial Body in Portraiture and Casta Paintings; Katzew, Casta Painting: Images of Race
in Eighteenth-Century Mexico; Deans-Smith, “Creating the Colonial Subject: Casta Paintings,
Collectors, and Critics in Eighteenth-Century Mexico and Spain”, pp. 169-204; Katzew y
Deans-Smith (ed.), Race and Classification: The Case of Mexican America.

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“Muchos negros, mulatos y otros colores”

La característica más importante de estas obras consiste, sin embargo,


en traducir el término “casta”, o la percepción que tenían los hombres
del siglo xviii de las diferencias fenotípicas entre los humanos, por la
noción de “raza”.8 Ahora bien, esta red analítica racial remite directa-
mente a otra cuestión, la del lugar que conviene otorgar a los mundos
coloniales en la emergencia de la noción de raza. El papel crucial del
mundo hispánico (o a veces ibérico) se impone desde el momento que
abordamos la cuestión racial y eso por medio de dos grandes temáticas
(a veces ligadas), una europea —la “raza” sería una creación del Renaci-
miento hispánico9—, la otra colonial —raza y racismo serían conceptos
gemelos inherentes a y producidos por el medio colonial hispánico mis-
mo.10 Cualquiera que sea el enfoque privilegiado, la experiencia ibérica
(y aquí hispánica) aparece, por lo tanto, como la pieza de un rompeca-
bezas más vasto que sería, según un razonamiento de tipo genealógico
aplicado a la historia, el momento fundador de la cuestión racial.11
Así formulada, la cuestión de la raza y de sus contextos de aparición
plantea unos problemas tanto metodológicos como epistemológicos.
Cualesquiera que sean sus “cunas de origen”, es forzoso constatar que la
noción de raza se impone desde finales del siglo xviii como categoría,
en particular en el campo de las ciencias naturales y políticas, en un área
geográfica que cubre ampliamente el hemisferio occidental.12

8 Katzew, Casta Painting: Images of Race in Eighteenth-Century Mexico, cap. ii; Martínez,
“The Black Blood of New Spain: Limpieza de Sangre, Racial Violence, and Gendered Power in
Early Colonial Mexico”, pp. 479-520. Magali Carrera se alza con razón contra este atajo concep-
tual, en los capítulos i y vi de su libro, donde discute las nociones de “raza”, linaje y calidad, pero
tiene dificultad para desprenderse de ellas por completo, véase Carrera, Imagining Identity in New
Spain: Race, Lineage, and the Colonial Body in Portraiture and Casta Paintings.
9 Yerushalmi, “Assimilation et antisémitisme racial”, pp. 255-292. Véase también Niren-
berg, “Race and the Middle Ages: The Case of Spain and Its Jews”, pp. 71-87. Para intentar
relacionar las formas europeas y coloniales de exclusión, véase Caro Baroja, “Antecedentes es-
pañoles de algunos problemas relativos al mestizaje”, pp. 197-210; Schwartz, “Brazilian Eth-
nogenesis: Mestiços, Mamelucos and Pardos”, pp. 7-28, así como Sweet, “The Iberian Roots of
American Racist Thought”, pp. 143-166.
10 Cañizares Esguerra, “New World, New Stars: Patriotic Astrology and the Invention of
Indian and Creole Bodies in Colonial Spanish America, 1600-1650”, pp. 33-68; Mazzolini,
“Las castas: Interracial Crossing and Social Structure, 1770-1835”, pp. 349-373.
11 Schorsch, Swimming the Christian Atlantic: Judeoconversos, Afroiberian and Amerin-
dians in the Seventeenth Century.
12 Según Nicholas Hudson, en efecto, hacia la mitad del siglo xix la palabra “raza” se
había vuelto el término más usado por la literatura etnográfica que también abusaba de él. Ahora

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Jean-Paul Zuñiga

Figura 2

Fuente: Cuadro de castas a cuadrantes, pintor anónimo, siglo xviii, Museo Nacional del Virrei-
nato, Tepotzotlán, México.

bien, si su propósito concernía en esencia a Europa, el carácter contemporáneo de las medidas


aplicadas en Texas (1845) o en California (1849) para reservar la ciudadanía sólo a los blancos y de
las políticas de inmigración norte-europea promovidas por diferentes estados hispano-americanos
(50 años antes de la White Australia Policy) atestiguan una real convergencia de puntos de vista en
ambos lados del océano. Véase Hudson, “From ‘Nation’ to ‘Race’: The Origin of Racial Classifi-
cation in Eighteenth-Century Thought”, pp. 247-264; Zuñiga, “Le voyage d’Espagne. Mobilité
géographique et construction impériale en Amérique hispanique”, pp. 177-192.

425
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

Esta extensión misma supone circulaciones y declinaciones locales


que constituyen, sin lugar a duda, una manera de plantear de otra ma-
nera la cuestión de las escalas a considerar en el trabajo histórico, como
la de la pertinencia de los conjuntos (políticos, culturales) definidos
como “terreno” por el historiador.
La noción de “casta” y sus evoluciones y avatares en contextos di-
ferentes representan en este sentido un medio excelente de declinar de
manera práctica estas preocupaciones teóricas. El análisis del contexto
de emergencia de esta noción, las áreas o los dominios donde encuentra
una aplicación práctica, el sentido mismo de esta categoría permiten
reconsiderar el papel que pudo jugar en la cristalización del concep-
to de raza que invade el campo lexical de los naturalistas y políticos,
precisamente en el momento que el término “casta” es rechazado del
vocabulario político y de la esfera pública por las jóvenes repúblicas
hispanoamericanas.

Pintar lo inaudito: las singularidades


de la Nueva España en el siglo xviii

Hacia 1711, o sea cerca de 20 años después del episodio del “morisco de
nación”, el virrey Fernando de Alencastre, duque de Linares, encargaba
a Juan Rodríguez Juárez, uno de los pintores más reconocidos de Nueva
España en su época,13 una serie de 14 cuadros de castas. Su intención
era mostrar al rey de España la diversidad de los tipos físicos que exis-
tían en la Nueva España y explicar al mismo tiempo el pintoresco léxico
al cual habían dado origen.14 Esta serie inaugura lo que será después la
forma canónica de este tipo de pintura.
Así, además de los numerosos pintores conocidos de la Nueva Espa-
ña por haberse destacado en este género (José de Ibarra, Luis Berrueco,
Juan Patricio Morlete Ruiz, Miguel Cabrera, José de Alcíbar, José Joa-
quín Magón, Andrés de Islas, Ignacio de Castro, etcétera), las pinturas

13 Rodríguez Juárez tenía entonces cerca de 40 años y era ya un pintor “hecho”. Cuatro
años más tarde recibe el prestigioso encargo del retablo de los reyes de la Catedral de México.
Véase Clara Bargellini, “Juan Rodríguez Juárez”, p. 880.
14 Castro Morales, “Los cuadros de castas de la Nueva España”. Véase también Pierce,
Ruiz Gomar y Bargellini, Painting a New World: Mexican, Art and Life, 1521-1821, p. 199.

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Jean-Paul Zuñiga

de castas conocen una plétora de copias anónimas de diferente factura,


pero enunciando todas una argumentación iconográfica y textual bas-
tante cercana. Este diálogo al interior del género, que podía llevar a una
autonomía relativa del lenguaje pictórico en relación con el contexto
social de creación invita, por lo tanto, para poder captar la emergencia
y la hechura de este tipo de representación, a interesarse en los modelos
más seguidos y, en particular, al que fue creado por el fundador del
género, como a tantos momentos fuertes de producción iconográfica y
conceptual.
Los pintores novohispanos de finales del siglo xvii y principios del
xviii pertenecían a un medio específico situado, en muchos aspectos,
en el cruce de diferentes grupos sociales. Rodríguez Juárez es la perfecta
ilustración de este fenómeno: nacido en una familia “española criolla”,
lo que presumía, provenía también de un linaje de pintores, es decir, de
un medio en el seno del cual las apelaciones fenotípicas evocadas en la
misma época por hombres como Carlos de Sigüenza podían tener cier-
to eco y encubrir, en última instancia, situaciones de conflicto social.15
En efecto, la corporación de los pintores contaba en sus rangos con un
buen número de maestros y aprendices que venían directamente del
mundo de las castas,16 aun si la mayoría de ellos se declarara, por lo
general, como “españoles”. Es importante subrayar que este término
reflejaba una calidad, conjunto compuesto de variables dentro del cual
el fenotipo era sólo un elemento más, a veces crucial por cierto, pero
lejos de ser el único criterio convincente. De hecho, fuertes elementos
de prestigio se esconden atrás de lo que podría aparecer a primera vista
como la apreciación del aspecto físico de un individuo. Por lo tanto,
declararse español era una manera de afirmar su propia honra: la acep-
tación por terceros de este estatus correspondía a su sanción social. Sin
embargo, a pesar de esta ambivalencia intrínseca, los contemporáneos
15 Carlos de Sigüenza describía, como “una muchedumbre de mulatos, negros, chinos,
mestizos, lobos y españoles de la peor condición”, a la plebe que participaba en la gran revuelta
frumentaria de 1692 en México. Carlos de Sigüenza y Góngora, “Alboroto y motín de los
indios de México”, p. 127.
16 En 1742 México contaba con cerca de 100 000 habitantes, de los cuales 36 por ciento
correspondía a “mezclas” coloniales. Véase Aguirre Beltrán, La población negra de México, 1519-
1810, p. 234; McCaa, “The Peopling of Mexico from Origins to Revolution”, pp. 241-304,
aquí p. 262; Solano (ed.), Relaciones geográficas del arzobispado de México, 1743; Bennett, Colo-
nial Blackness: A History of Afro-Mexico, p. 5.

427
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

describían de buena gana las nociones de jerarquía y de rango —nota-


blemente en el ambiente de crispación social aguda que vivía la Nueva
España al final del siglo xvii, como lo muestra con amplitud la gran
revuelta frumentaria de 169217— mediante el lenguaje de los colores.18
Jean de Monségur, viajero vasco francés que visitó México a principios
del siglo xviii, reporta así en 1708, aún antes de que se pintara el pri-
mer lienzo de castas, que sus informantes establecían una jerarquización
social de la población de México en “más de 15 razas” (14 castas, más
el grupo de los españoles) —cifra que se aproxima justamente al pedi-
do virreinal de 1715 a Rodríguez Juárez. Por lo tanto, si este encargo
parece traducir la intención del virrey de recolectar las “maravillas de
las Indias”, no es menos cierto que resulta igualmente de la interacción
entre una orden proveniente de Madrid19 y el criterio personal del vi-
rrey, alimentado con anterioridad por las explicaciones obtenidas en el
lugar por parte de los naturales, criollos o no, que lo llevaron a consi-
derar que la diversidad fenotípica de los habitantes de las Indias debe-
ría de ser guardada en el capítulo de “estas cosas notables” que había
que coleccionar. En las discusiones que precedieron la elaboración de
la primera serie, el papel del artista mismo tuvo que haber sido crucial:
Rodríguez Juárez coproduciendo intelectualmente el pedido que se le
hacía. Este diálogo complejo entre diferentes interventores explica sin
duda el hecho de que la interpretación de los cuadros de castas remita
en forma forzosa a representaciones compuestas, un palimpsesto nacido
de la fusión en imágenes y en textos de discursos diferentes.

17 Lira González y Muro, “Alzamientos descoyuntados”, pp. 465-469; Gutiérrez Lorenzo,


De la corte de Castilla al virreinato de México: el conde de Galve, 1653-1697; Cope, The Limits
of Racial Domination: Plebeian Society in Colonial Mexico City, 1660-1720; McFarlane, “Rebe-
llions in Late Colonial Spanish America: A Comparative Perspective”; Silva Prada, “Estrategias
culturales en el tumulto de 1692 en la ciudad de México: aportes para la reconstrucción de la
historia de la cultura política antigua”, pp. 5-63.
18 No sin que se manifestaran lógicas alternativas, el pintor mulato Juan Correa afirmaba
así, de diferentes maneras, la dignidad de su color. Véase Vargaslugo y Curiel, Juan Correa, su
vida y su obra. III Cuerpo de documentos; Tovar, Repertorio de artistas en México. Artes plásticas
y decorativas, tomo i, p. 286; Vargaslugo, “Los niños de color quebrado en la pintura de Juan
Correa”, pp. 133-144, aquí p. 140.
19 En diciembre de 1711, Felipe V funda la Biblioteca Real en Madrid y pide al virrey
Fernando de Alencastre (1711-1716) mandar cualquier cosa fuera de lo común o extraordinaria
por su forma o tamaño.

428
Jean-Paul Zuñiga

De la “clasificación colorida”
a la alquimia de los linajes

Además de su contenido visual, las series de las castas inauguradas por


Rodríguez Juárez en 1715 enuncian, inscrito de manera directa en el
lienzo, un léxico que por ser lacónico no es menos capital. El hecho de
que este género pictórico haya evolucionado después en el sentido de una
mayor riqueza de los elementos contextuales o narrativos, pero también
en una tendencia a una representación cada vez menos realista —aun en
estos lienzos tan bellos de Miguel Cabrera, estamos lejos del retrato—,
confiere una mayor importancia al elemento textual. La nomenclatura
que emerge de ellos, bastante extensa (entre 16 y 20 “mezclas” están
clasificadas en las diferentes series), sin embargo, es pocas veces idéntica
de un artista al otro.20
Estas variaciones no carecen de interés. Primero, podemos observar
que un movimiento de inflación lexical parece abrirse paso a lo largo
de las diferentes series que se suceden desde 1715 hasta el fin del siglo.
Así, mientras uno solo de los términos ilustrados por Rodríguez Juárez
desaparece (grifo), por lo menos 13 nuevas apelaciones aparecen más
tarde.21 Este aumento de la terminología se acompaña igualmente de
un cierto número de cambios semánticos que indican una tendencia a
volver más rígida y en forma progresiva la nomenclatura propuesta por
Rodríguez Juárez. Una diferencia conceptual importante separa así la
leyenda concebida por este último para cuadros tales como “De mulato
y mestiza produce mulato, es torna atrás”, la que es retomada por una
serie anónima artesonada diez años más tarde, “De mulato y mestiza,
Tornatras”. El giro de la frase utilizada por Rodríguez Juárez sólo tenía
sentido al interior de una escala “ascendente” que lleva desde lo más os-
curo a lo más claro, el retorno hacia “atrás” implica, por lo tanto, un re-
troceso respecto a la calidad anterior, como en una suerte de juego de la
oca cromático. La viñeta de la pintura anónima transforma, por su lado,
este proceso en un nombre, en una apelación, que corresponde supues-
20 Moreno Navarro, Los cuadros del mestizaje americano. Estudio antropológico del mestizaje;
Comas, Antropología de los pueblos iberoamericanos, pp. 126-130.
21 Cambujo y Chino (1725); Sambaygo (hacia 1730-1750), Albarazado, No te entiendo,
tente en el ayre (1740); Quarterón, Calpamulato, Ay te estas (1750); Chino-Cambujo, barsina
(1770-1780); Gíbaro (1770); Salta atrás.

429
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

tamente a un fenotipo específico. Tornatras se vuelve así otro nombre de


casta y no un accidente en un proceso general. Esta tendencia a la reifi-
cación parece haberse afirmado después en la mayoría de las series. En
fin, fuera de la aparición de nuevos términos y de estas transformacio-
nes en los sentidos, es necesario subrayar que el vocabulario presentado
por los cuadros de castas después de Rodríguez Juárez, con excepción
de las categorías más comunes, se distingue por su gran polisemia —si
no por su carácter ampliamente aproximativo—, los mismos términos
corresponden, según las series, a diferentes “mezclas”.22
Los términos, más allá de sus variaciones, presentan también un
gran interés en la medida que su análisis revela algunas de las analogías
movilizadas en los procesos de nominación que intervienen. En efecto,
mientras los adjetivos mulato, mestizo y más tarde albarazado remiten
con probabilidad a un léxico animalista,23 el calificativo torna atrás,
como se vio, corresponde a las nociones de mejoramiento o decaimien-
to de los troncos, por lo común asociadas a las hibridaciones en el mun-
do animal como en el de las prácticas agrícolas. Podemos agregar a este
término otros dos que no son utilizados por Rodríguez Juárez pero que
son atribuidos a ciertas “generaciones” en la series posteriores: salta atrás
—sinónimo de torna atrás— y tente en el ayre que, aunque utilizado
como un adjetivo que describe al niño que no ha “avanzado” ni “retro-
cedido” en relación a la calidad de sus genitores, sufre en los cuadros de
castas un proceso de reificación cercano al caso del torna atrás descrito
más arriba.24 Varios términos (albino, cambujo, chamizo, morisco, negro,
etcétera) remiten por otra parte a apreciaciones cromáticas y califican
el color de piel de los individuos.25 Los términos castizo y cuarterón, en
fin, así como la lógica global que preside a estas nomenclaturas, ponen

22 Aguirre Beltrán, La población negra de México, p. 177.


23 Mestizo y albarazado pertenecen en efecto al vocabulario canino y equino respectiva-
mente. La etimología animalista con frecuencia invocada para mulato (de mula) es, sin embar-
go, a veces cuestionada.
24 El padre Gumilla explica en 1741: “[...] hay que saber que si la mujer mestiza se casa
con un mestizo, sus hijos serán mestizos y se dice vulgarmente que son tente en el ayre, ya que
no son ni más ni menos que sus padres sino que permanecen en el mismo nivel [...]”, Gumilla,
Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en las riveras del río Orinoco, p. 74. El
énfasis es mío.
25 Albarazado es un término que designa la ropa de un caballo y, en este sentido, corres-
ponde también al léxico cromático.

430
Jean-Paul Zuñiga

en el corazón de estas representaciones la noción de linaje. Así, si la


palabra castizo remite a un “buen tronco”, a un origen conocido, claro,
incluso puro,26 el adjetivo cuarterón hace referencia directa a los cuartos
genealógicos.27
Como en el ejemplo del término morisco, cristiano de origen mu-
sulmán para unos, mestizo con piel oscura para otros, el vocabulario
de las castas mezcla así el imaginario nobiliario de la sangre con el re-
pertorio botánico de la hibridación —manifestando las nociones de
variedad, mejoramiento y decaimiento de los troncos—, con conside-
raciones teológicas y observaciones fenotípicas. Moviliza de esa manera
lógicas que recorren a la escolástica y a la cultura aristocrática de Europa
occidental, así como al medio de la trata de esclavos y a las experien-
cias contemporáneas del contacto con los mundos asiáticos y africa-
nos. En efecto, tanto la localización geográfica de la meseta mexicana
como las características lexicográficas de los cuadros de castas indican
con claridad la existencia de una relación estrecha entre el mundo de la
esclavitud y la nomenclatura fenotípica de estos cuadros. Este vínculo
es primero humano, como lo muestra la importancia demográfica pre-
coz de los esclavos de origen africano en las altas tierras mexicanas.28
Ahora bien, en el ámbito de los mercados de esclavos, y esto desde la
Edad Media europea, la individualización de las personas esclavizadas
se hacía, generalmente, no por su lugar de proveniencia, sino por su
aspecto físico y antes que nada por el color de su piel.29 Toda una serie
de términos cromáticos servía así para designar a los individuos, y figura
en forma regular en los archivos notariales de la península ibérica y de
Italia: negro, blanco, olivastro, loro (“del color del laurel”), color de mem-
brillo cocido o cocho (“del color de un membrillo cocido”) están entre los
términos más utilizados. El caso de Catalina, esclava “de color lora” de
doña Catalina de las Casas, en 1519, o el de Melchor, hombre “de color
26 Según el Diccionario de autoridades, ii, p. 225: castizo, “[...] Lo que es de origen y casta
conocida [...] castiza y Real nobleza [...]”; en literatura: “[...] estilo castizo. Se llama al que es
puro, natural y limado, sin mezcla de voces extrañas o poco significativas [...]”.
27 El término designaba supuestamente a los individuos que tenían un abuelo no europeo
entre los cuatro. Véase Alvar López, Léxico del mestizaje en Hispanoamérica.
28 Véase, sobre todo, el trabajo pionero de Aguirre Beltrán, La población negra de México,
o el más reciente de Bennett, Colonial Blackness: A History of Afro-Mexico.
29 Forbes, Black Africans and Native Americans: The Language of Race and the Evolution of
Red-Black Peoples.

431
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

de membrillo cocido”, en 1579, son sólo dos ejemplos de una práctica


habitual.30 El auge de la trata no hace más que multiplicar este vocabu-
lario del color. Desde 1627, el jesuita Alonso de Sandoval, misionero
al lado de los esclavos deportados a Cartagena de Indias, duplica los
adjetivos para describir a los hombres que evangelizaba. Tratando de
los fulos de África ecuatorial, Sandoval evoca así a “[...] los fulos negros;
amulatados, o del todo mulatos, pardos, zambos, de color bazo, loro,
castaño, o tostado, porque toda esta variedad, y mucha más de colo-
res, tiene esta nación en su seno; y aun también todas las naciones de
negros que hemos referido [...]”.31 Es en este sentido revelador que en
los registros de población, los términos más abiertamente cromáticos
sean aplicados en primer lugar a los esclavos, como el ejemplo de la lista
de los esclavos de la hacienda Santa Clara en Tampico, en el Golfo de
México, censados en 1743 gracias a su nombre de pila seguido de las
menciones mulato prieto (mulato oscuro), mulato blanco, negro atezado
(negro oscuro), mulato aindiado (con rasgos indios) o achinado (tirando
a chino) según los casos.32
La apariencia física y en particular la tez, como medio para identificar
a los individuos, se vuelve a encontrar con mayor amplitud en la docu-
mentación que atañe al control de la movilidad de las personas, por ejem-
plo de las licencias para efectuar la travesía transatlántica o de las listas
de reclutamiento de soldados.33 ¿Es posible pensar que, del mundo de la
trata, estas designaciones se habían generalizado y habían sido apropiadas

30 aps, Of. 4, 1519, leg. 1, s. f.; arv, Baylia 209, f. 81. Agradezco a Fabienne Guillen
haberme permitido citar estos documentos que provienen de sus trabajos sobre la esclavitud
medieval en la corona de Aragón. Sobre los esclavos blancos, véase ags, Registro General del
Sello (rgs), leg. 147801, 208 [1478] y leg. 148410, 64 [1484]; agi, Indiferente General, 418,
L. 1, f. 167v [1505]. Véase igualmente Vincent, “¿Qué aspecto físico tenían los moriscos?”, pp.
335-340.
31 Sandoval, De instauranda Aethiopum Salute, i, p. 12, las itálicas son mías. Véase
Franklin, “Bibliographical Essay: Alonso de Sandoval and the Jesuit Conception of the Negro”,
pp. 349-360.
32 “Relación de la jurisdicción de Pánuco y Tampico”, en Solano (ed.), Relaciones geográfi-
cas del arzobispado de México, 1743, i, p. 216. Se observa que los términos usados corresponden
sólo de muy lejos al léxico de los cuadros de castas.
33 agi, Pasajeros, L. 3, E. 3923 [1558]: “Juan Sánchez, [...] loro, de casta de negros” (aquí
“casta” tiene el sentido de “generación” o “tronco”); agi, Escribanía de Cámara, 938-A [1663],
Lista de los soldados que acompañan al gobernador de Chile Francisco de Meneses: “Antonio
Lopez, [...], buen cuerpo, moreno de rrostro [sic] nariz afilada”.

432
Jean-Paul Zuñiga

por aquellos mismos que constituían su objeto, volviéndose la manera de


describir a todos los hombres, fueran de condición servil o no?
Esta manera de decir las características de los hombres coexistía, sin
embargo, con otra de contenido genealógico. Su objetivo no era el de
describir, sino el de decir la calidad de los individuos, movilizando para
ello un vocabulario nobiliario sobre el linaje y la sangre. Roberto Bizzo-
chi, para la Italia moderna, y Arlette Jouanna, para la Francia de los siglos
xvi y xvii, han estudiado el auge de esta retórica desde finales del siglo
xiv.34 En esta lógica es el linaje, expresado por los cuartos o los grados
genealógicos, el que determina la calidad de un individuo. Se encuentra
claramente expresada la huella de esta concepción en los neologismos
americanos tales como cuarterón, por ejemplo. Es necesario subrayar que
la importancia de los cuartos estaba también antepuesta por la Iglesia:
así, el padre jesuita José Gumilla tiene razón al precisar que, desde el siglo
xvii, la Iglesia misma exigía que los sacerdotes clasificaran a sus fieles en
América siguiendo esta lógica, con el fin de determinar hasta donde po-
dían extenderse las exenciones canónicas, en particular las matrimoniales,
de las cuales gozaban los neófitos amerindios (bula Animarum Saluti de
Inocencio XII en marzo de 1690). El razonamiento genealógico servía
entonces para precisar el grupo al cual pertenecía cada individuo.35
Estas dos lógicas están presentes en la terminología de las castas y,
de hecho, el criterio genealógico se mezcla y se confunde con la apre-
ciación fenotípica de los individuos, fusión íntima cuyo mejor ejemplo

34 Bizzochi, Genealogie incredibili: scritti di storia nell’Europa moderna; Jouanna, L’idée de


race en France au XVIº siècle et au début du XVIIº. Sobre la emergencia de esta retórica de la sangre,
véase Oschema, “Maison, noblesse et légitimité. Aspects de la notion d’‘hérédité’ dans le milieu
de la cour bourguignonne (xvº siècle)”, pp. 211-244. El fenómeno de marginalización de la
parentela ampliada en beneficio de la profundidad genealógica en línea directa es abordado
también en Warren Sabean, Teuscher y Mathieu (eds.), Kinship in Europe: Approaches to Long-
Term Development (1300-1900).
35 Si en un primer tiempo los descendientes de indios hasta la cuarta generación se po-
dían beneficiar de ella, Clemente XI precisa después que sólo los indios y los mestizos estaban
concernidos por los privilegios otorgados a los neófitos y que los cuarterones ya no podían
pretender a ellos. Véase la carta de Francisco de la Puebla al rey respecto al edicto real del 3 de
junio de 1697 sobre la bula papal de Inocencio XII, en Lizana, Colección de documentos históricos
recopilados del Archivo del Arzobispado de Santiago. Volumen I. Cartas de obispos al rey, 1564-
1810, doc. 195, p. 423; Gumilla, Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en
las riveras del río Orinoco, p. 74; Gilij, Ensayo de Historia Americana. Volumen I. De la historia
geográfica y natural de la provincia del Orinoco, parte iv, libro 2, 1a parte, cap. 4.

433
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

son los cuadros de castas concebidos por Rodríguez Juárez. En otros


términos, en la práctica común, el contenido genealógico de cada ape-
lación era sólo una manera de proporcionar una explicación de los feno-
tipos constatados en diferentes individuos: por consiguiente, cada una
designaba más un aspecto físico que una genealogía propiamente dicha.
Es así que Sigüenza habla de colores cuando describe los rebeldes de
1692,36 de la misma manera que es a la vista de su tez que se señala a los
individuos en los documentos, a la manera de Francisco Castellanos, el
morisco de Guadalajara citado más arriba. En efecto, si éste es designa-
do como morisco cuando comparece como testigo, es en razón de su
color de piel ya que, aunque nacido de un español y una mujer mestiza,
su tez era muy oscura. Como lo precisa uno de los testigos interrogados
por los jueces de la audiencia de Guadalajara:

[...] él declaró conocer el dicho Francisco Castellanos […] hijo de Nicolás


Castellanos español finado […] y de Beatriz Sánchez mestiza […] y que
en este reino los hijos de español y mestiza […] son llamados tres albos y
no moriscos, ya que sólo se da este nombre a los hijos de español y mulata
blanca, pero que dado el color del dicho [Francisco Castellanos] es bien
posible que lo puedan haber tomado por un morisco [...].37

A pesar de la articulación retórica de estas explicaciones que insisten


sobre la lógica genealógica, es entonces el aspecto físico el que domi-
na y explica que Castellanos sea descrito como morisco.38 Ahora bien,
la apreciación del color, muy subjetiva, remite de manera inevitable a

36 Sigüenza y Góngora, “Alboroto y motín de los indios de México”.


37 agi, Guadalajara, 27, R. 1, N. 8, f., sin números.
38 Ahí, una vez más, el manuscrito El pretendiente muestra la misma actitud en las provin-
cias de Perú. El peruano precisa así que la apreciación fenotípica era la más común: “[...] Nume-
rosos son los que, siguiendo el ejemplo del uso común de aquella gente [las castas], sin tomar
en consideración los orígenes, llaman negro, mulato, sambo [a ciertos individuos], insultando
de esa manera el mérito correspondiendo en justicia a cada uno [...]”, agi, Indiferente General,
1528, n. 46, f. 43r. Este manuscrito anónimo truncado que se remonta a 1770 aproximada-
mente, es sin duda una versión de una obra de Gregorio de Cangas conservada en Perú y que
fue publicada en 1997. Véase Camilo y Lenci (eds.), Descripción en diálogo de la ciudad de Lima
entre un peruano práctico y un bisoño chapetón. Sobre las castas como “clasificación colorida” fun-
dada en particular sobre el color de la piel de los individuos, véase Aguirre Beltrán, La población
negra de México, pp. 163 y 168-169.

434
Jean-Paul Zuñiga

criterios individuales, cualquier clasificación es por definición relativa


en función de la posición ocupada por el que la realiza.39 Es esta subje-
tividad la que explica las diferentes asignaciones sucesivas de un mismo
individuo, según los contextos, tan comunes en los documentos de la
época. El caso de Ignacio de Avendaño, habitante de Oaxaca, persegui-
do por poligamia en 1712, recuerda en este sentido el de Castellanos:
Avendaño es descrito como castizo por su primera mujer en el momen-
to de su denuncia, como español por el sacerdote (o por él mismo) en
el momento de su segunda boda y como mestizo por los testigos que
participan en el juicio inquisitorial.40
Por lo tanto, se debe evitar la tentación de edificar una taxonomía
general, fundada sobre la serie de Rodríguez Juárez o que retome los
principales términos que tienen su origen en las diferentes series su-
cesivas, lo que terminaría por oscurecer las particularidades de estos
diferentes léxicos y sus usos.41 Porque otro elemento importante en esta
síntesis específica entre discurso genealógico y apariencia es el carácter
manifiestamente vernáculo de todas estas nomenclaturas. Éste apare-
ce señalado en la diversidad de las apelaciones usadas en las diferentes
regiones de Nueva España: si la expresión tres albos, por ejemplo, casi
ausente de las series de cuadros de castas que nos han llegado, parece
propia de Guadalajara, lo mismo es para los términos cuarterón, ay te
estas y, al origen, chino, que parecen propios del medio poblano.42 Ahora
bien, si cada región posee de esta manera sus términos propios, es que
éstos provenían de una práctica local cuyos arcanos poseían sólo los ha-
blantes nativos. Esta observación se puede extender para el conjunto de
la América española, cada territorio presentaba fuertes particularismos a
este respecto. Los ejemplos citados por el padre Gumilla para los llanos

39 Sobre estas cuestiones véase en particular Cope, The Limits of Racial Domination: Ple-
beian Society in Colonial Mexico City, 1660-1720, p. 51; Bonniol, “La couleur des hommes,
principe d’organisation sociale. Le cas antillais”, pp. 410-418.
40 ahn, Inquisición nº 1733, año 1712-1715.
41 Véase el intento de síntesis general propuesta por Mörner, Race Mixture in the History
of Latin America, p. 58, y su recuperación en Carrera, Imagining Identity in New Spain: Race,
Lineage, and the Colonial Body in Portraiture and Casta Paintings, pp. 36-37.
42 Aguirre Beltrán, La población negra de México, p. 169, observa así que la palabra cocho
estaba en uso en Michoacán, cambujo en Oaxaca, jarocho en Veracruz, loro en Chiapas, zambo
en Guerrero, todas estas expresiones designando en general un solo y mismo tipo físico, el del
mulato pardo entre negro e indio.

435
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

interiores de Tierra Firme (la actual Venezuela) en la mitad del siglo


xviii, o reportados por Francisco Berengher, provenientes quizás de un
terreno del Alto Perú y para fechas más bien tardías, parecen, en este
sentido, muy pobres frente a la profusión mesoamericana.43

Cuadro 1. Nomenclaturas de las castas


de Tierra Firme y del Alto-Perú (siglo xviii)

José Gumilla Francisco Berengher


I. De europeo e Dos cuartos 1. Padre blanco Mestizo
india sale mestiza de cada parte y madre india
olivastra
II. De europeo y Cuarta parte 2. Mestizo y mujer Cuarterón blanco
mestiza sale cuar- de india blanca (seis grados de
terona blancoy dos de
olivastro)
III. De europeo Octava parte 3. Cuarterón blan- Puchuelo o
y cuarterona sale de india co y mujer blanca Puchiuelo44 (siete
ochanova grados de blanco y
uno de olivastro)
IV. De europeo Enteramente 4. Puchiuelo Blanco completa-
y ochanova sale blanca y mujer blanca mente
puchuela
No definido Tercerón
No definido Quinterón
Padre mestizo Cholo
y madre india
Padre tercerón y Uru
madre cuarterona
Fuente: Gumilla, Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en las riveras del río
Orinoco, p. 73. Los términos utilizados para la descendencia de un padre blanco y una madre
negra eran exactamente los mismos. Leopoldo M. A. Caldani, “Congetture intorno alle cagioni
del vario colore degli Africani, e di altri popoli; e sulla prima origine du questi”, p. 448.

43 Es lo mismo en el caso de Guatemala, aunque más cercana a Nueva España. Véase


Luján Muñoz (ed.), Relaciones geográficas e históricas del siglo XVII del Reino de Guatemala; Lutz,
Santiago de Guatemala, 1541-1773: City, Caste and the Colonial Experience.
44 “termine indico significante il rimanente o la minima parte”. Para Francisco Berengher tam-
bién el léxico permanecía sin cambio para la descendencia de un padre blanco y una madre negra.

436
Jean-Paul Zuñiga

Respecto a las regiones del Río de la Plata y de Chile, el vocabulario


parroquial y notarial más común se reduce, con pocas excepciones, a
los términos español, negro, indio, mestizo, mulato, zambo o pardo.45 Es
posible que muchos otros términos hayan podido existir en el idioma
hablado, sin embargo, son muy pocas veces retomados por los docu-
mentos escritos, al contrario del ejemplo novohispano.
Esta diversidad de los usos dibuja, por lo tanto, una cartografía al
seno de la cual Nueva España parece ocupar una posición específica,
tanto por la riqueza de su léxico como por la precocidad de la apari-
ción de éste en las prácticas letradas.46 Sin embargo, se debe subrayar
que este conjunto de designaciones dialectales sólo logró imponerse en
forma gradual en la lengua escrita de Nueva España. El asunto en el cual
Castellanos figura como testigo morisco se remonta sólo a 1685 —cuan-
do la expresión es sin lugar a dudas mucho más antigua— mientras que
la naturaleza “impura” de la ocurrencia de este término en un contexto
judicial es subrayado por los adjetivos “vulgar”, “impropio” y “abusivo”,
utilizados por los magistrados para explicarlo (¿y disculparse de ello?).
Las Relaciones geográficas de 1743 muestran, por otra parte, que por
esta fecha los funcionarios encargados del empadronamiento de la po-
blación de Nueva España recurrían ya, de manera más sistemática que
sus homólogos en las Indias, a expresiones provenientes de la lengua
hablada. Si cinco términos son por lo común utilizados (español, casti-
zo, indio, mestizo, negro, mulato) y otros tres más escasamente (pardo,
lobo y sambaigo), un informador, Pedro de la Vega, teniente general de
Tochimilco (Puebla) asigna aún a 14 habitantes de su jurisdicción las
categorías salta atrás y tente en el ayre, lo que corresponde, sin duda, a
un efecto de retorno del dispositivo icónico-textual propio de los cua-
dros de castas.47 Cerca de 30 años más tarde, algunos censos oficiales se
inspiraron en gran medida en las nomenclaturas que se habían vuelto

45 Este léxico concuerda con el que ha sido retenido por buena parte de los documentos
oficiales, como lo atestigua por ejemplo la Recopilación de 1684.
46 La difusión terminológica y los préstamos lexicales mutuos entre regiones americanas
constituyen un trabajo que abordo más en detalle en el libro que estoy redactando.
47 Solano (ed.), Relaciones geográficas del arzobispado de México, 1743, ii, p. 481. Subraye-
mos que en estas Relaciones otra clasificación particularizaba a la “gente de razón”, término que
englobaba el conjunto de las castas, en oposición a los indios relegados así hasta el final de una
clasificación intelectual.

437
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

más extensas. El registro de los habitantes del arzobispado de México,


del 26 de junio de 1779, distinguía así 12 “clases, estados y calidades”
en el seno de la población.48 El uso generalizado de la terminología de
las castas en el lenguaje cotidiano había terminado por entronizar su
empleo en las actas notariales y judiciales.49
Sin embargo, queda que la profusión y la sobreabundancia lexical
de la lengua hablada contrastan fuertemente con el maniqueísmo de los
textos normativos.50 Esta exuberancia, percibida por muchos funcio-
narios como una masa inextricable, correspondía quizá a una voluntad
de afirmación individual en el seno de capas populares que no se pen-
saban como un magma indiferenciado.51 ¿Los términos utilizados por
48 agi, MP-Varios, 38, Españoles, castizos, mestizos, indios, mestindios, mulatos, negros,
moriscos, lobos, alvinos, coyotes, chinos. Padrón del arzobispado de México, 1778 [sic].
49 La emergencia de este vocabulario está lejos entonces de ser una “creación de las élites”
y es en el seno de lógicas mucho más complejas que se debe de intentar entender su génesis.
Véase S. Müller-Wille y H. J. Rheinberger (eds.), Heredity Produced: At the Crossroads of Biolo-
gy, Politics and Culture, p. 11, n. 43. En este sentido, los malentendidos a los cuales llevaba la
utilización por los cleros de este nuevo vocabulario muestran que esta nomenclatura, contrario
a lo que se afirma a veces, nunca constituyó una tabla —menos aún un sistema— utilizada
de manera coherente y sistemática por la administración imperial, y no sirvió tampoco para
establecer los derechos y deberes de cada “casta”. La expresión “sistema de las castas” es, sin
embargo, comúnmente utilizada por los antropólogos, los historiadores del arte y aún por los
historiadores que abordan esta temática, incluso si se constata la inexistencia de la mayoría de
estos términos en la práctica legal y administrativa. Véase, por ejemplo, Cañizares Esguerra,
“New World, New Stars: Patriotic Astrology and the Invention of Indian and Creole Bodies
in Colonial Spanish America, 1600-1650”; Katzew, Casta Painting: Images of Race in Eighte-
enth-Century Mexico, cap. 2 y passim; Martínez, “The Black Blood of New Spain: Limpieza
de Sangre, Racial Violence, and Gendered Power in Early Colonial Mexico”; Barbara L. Voss,
“From Casta to Californio: Social Identity and the Archaeology of Culture Contact”, pp.
461-474, o aún Mazzolini, “Las castas: Interracial Crossing and Social Structure, 1770-1835”.
Sobre los intentos de gravar a las castas, véase Ramos Gómez y Ruigómez Gómez, “Una pro-
puesta a la corona para extender la mita y el tributo a negros, mestizos y mulatos (Ecuador
1735-1748)”, pp. 99-110. Para Nueva España, véase Castañeda Delgado, “Un problema ciu-
dadano: la tributación urbana”, p. 513.
50 Los derechos eclesiásticos en este sentido sólo conocen, al interior de los grupos no
hispánicos, una dicotomía indios/no-indios, y al interior de este último conjunto, libres/no-li-
bres. El Concilio de Lima de 1613 preveía así derechos comunes a los cuarterones, mestizos y
mulatos libres más elevados que los requeridos a los negros y mulatos esclavos, más elevados a
su vez que los que correspondían a los indios libres. Véase Pino Díaz, “Historia natural y razas
en los ‘cuadros de castas’ hispano-americanos”, pp. 45-66, aquí pp. 47-48.
51 En Santiago de Chile, en 1760, Lorenzo Elguea, maestro orfebre, se niega así a ser
reclutado en el batallón de los pardos de la ciudad argumentando que este batallón estaba reser-
vado a los zambos cuando él mismo era requinteron, término poco usado por la documentación

438
Jean-Paul Zuñiga

Antonio de Ulloa para dar cuenta de las castas de Cartagena, en 1748,


de las cuales dice que son tan numerosas “que ellos mismos no pueden
diferenciarlas”,52 no expresan por cierto esta dicotomía entre la visión
de un mando elevado de la monarquía, dispuesto a ver a esta plebe como
un conjunto (“ellos”) y la diversidad interna que sólo los miembros de
este grupo serían eventualmente capaces de discernir?

El sueño de un orden

Los conceptos transmitidos por los cuadros de castas parecen en este


sentido corresponder a una suerte de respuesta a esta última observa-
ción de Ulloa: como tantos intentos de organización del “desorden” de
estas diversas prácticas locales de clasificación de los individuos, pueden
aparecer como un todo supuestamente coherente y jerarquizado. Estas
traducciones sabias de las prácticas cotidianas —que volvemos a encon-
trar sobre todo en la forma misma de los cuadros de castas con cuadre-
tes, dispuestos a la manera de gabinetes de curiosidades— atestiguan la
formación de un género específico de saberes coloniales que se cristali-
zan alrededor de la noción de casta. En el pincel de Rodríguez Juárez,
esta última aparece como una gradación, sin solución de continuidad,
entre los polos claro y oscuro, y constituye el abanico cromático huma-
no de la población novohispana. Esta “progresión” concuerda bastante
bien, por otra parte, con su representación abstracta en la forma de un
equilibrio de los fluidos, y en especial de la sangre, concebida como
vector de las calidades —y del color— de los humanos. Como en una
receta de cocina, la calidad de un individuo está así determinada por las
proporciones relativas de sus componentes, lo que explica la posibilidad
de retornos “atrás”. Con cerca de 60 años de intervalo, el del peruano
en la descripción de Lima ya citada (nota 38), utilizaba para explicar
este fenómeno la imagen de un vaso de vino tinto en el cual se agre-

local. “El maestro Lorenzo Elguea al Gobernador de Chile don Manuel de Amat y Junient”,
Santiago, 16 de enero de 1760, AN de Chile, Fondos Capitanía General, vol. 830, f. 391, en
Anales de Desclasificación, vol. 1, La derrota del área cultural, 2, 2006, pp. 783-784.
52 Sin embargo, Ulloa enumera sólo cinco términos: Juan y Santacilia y Ulloa, Relación
histórica del viage a la América meridional, lib. i, cap. iv, p. 42. Véase también Solano, Antonio
de Ulloa y la Nueva España, pp. 78, 112 y 114.

439
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

garía poco a poco agua clara: el líquido se volvería así progresivamente


transparente y límpido, ¡como si el vaso nunca hubiera contenido otra
cosa que agua!53 Esta imagen constituye un fondo común ampliamente
compartido, conocido y entendido por los habitantes de las Indias de
Castilla, cualquiera que fueran su origen o su posición social y, por otra
parte, la enunciación específica, abundante o sumaria de estas represen-
taciones en cada región y en cada ámbito social.
A pesar de este carácter común, el contenido socialmente diferencia-
do de la noción de casta exige, sin embargo, ser planteado como una parte
fundamental del análisis. Tanto Carrera como Katzew consideran que los
cuadros de castas se dirigían a un público acomodado, local o europeo.
La explicación, la más aceptada, es que tenían por objetivo restablecer el
orden, explicitando las jerarquías en una sociedad cada vez más compleja
—o caótica, según Ulloa. Si bien se puede, sin lugar a dudas, suscribir
esta interpretación tradicional, también es posible dudar de la validez
de cualquier explicación unívoca en este dominio. Como cualquier pro-
ducto cultural, la iconografía de las castas estaba sujeta a una recepción
diferenciada, como lo muestran los historiadores del arte,54 reflejando
un contenido polisémico desde su concepción. ¿Cuál punto de vista en
efecto conviene considerar en prioridad? ¿El de ricos patrocinadores, tales
como el virrey Alencastre o el obispo Francisco Antonio Lorenzana
en 1771, o el de pintores provenientes de medios más modestos, como
Rodríguez Juárez y, después de él, José de Ibarra o Miguel Cabrera?
Desde el punto de vista de las élites criollas en particular, estos cua-
dros pueden ser interpretados como una de las maneras de alimentar y
sostener, proporcionando una argumentación visual y textual, diversos
debates no necesariamente contradictorios, en los cuales estaban in-
sertas. Es el caso de la cuestión del estatus de los patriciados coloniales
que afirmaban su propia nobleza en la documentación que producían.
Desde el siglo xvi las élites novohispanas, como las de otras provincias
americanas de la monarquía hispánica, expresaban su supremacía so-
cial por medio de una terminología nobiliaria: ¿no estaban a menudo
compuestas de los encomenderos y sus descendientes, lo que los crio-
llos traducían por señores de vasallos? Esta actitud explica la frecuente

53 agi, Indiferente General, 1528, n. 46, f. 43v, El pretendiente.


54 Katzew, Casta Painting: Images of Race in Eighteenth-Century Mexico, conclusión.

440
Jean-Paul Zuñiga

referencia a la “sangre” y a la genealogía en la organización imaginaria


del cuerpo social propuesto por estas pinturas. La especificidad colonial
de esta nobleza, en Nueva España como en Perú, reside, sin embargo,
en el hecho de que tiende a confundirse con un fenotipo.55 En ausencia
de estados —la figura del pechero (plebeyo) no existe en las Indias—56
la nación y el color de la piel que le estaba ligado se habían vuelto dos
de los principales criterios para indicar un “nacimiento noble”, lo que
no deja de escandalizar a un hidalgo castellano como Ulloa durante su
paso por Perú en los años 1740. Es en efecto como una aberración —un
abuso— que él describe esta deriva americana, y su emoción es todavía
sensible cuando relata, desconcertado, cómo unos lacayos, por ser espa-
ñoles de Europa, estaban invitados por criollos de alto rango a sentarse
a su mesa al lado de sus propios amos.57 Desde este punto de vista, Perú,
Cartagena o la Nueva España eran muy cercanos.58
Ahora bien, paralelamente a cierta lectura nobiliaria, los cuadros
de castas pueden al igual ser interpretados como la afirmación radical,
apreciada por los criollos de todas categorías, de la primacía de la nación
sobre la patria, es decir, del tronco sobre la tierra. En otros términos,
los cuadros pondrían en imágenes la idea según la cual la calidad de
las personas está ligada a características transmitidas por la filiación. Si
esta afirmación es, a final de cuentas, la esencia misma del innatismo
nobiliario, el marco americano le confiere, sin embargo, una faceta par-
ticular: cada “nación” tendría un conjunto de características físicas y

55 Es interesante constatar que esta deriva parece alcanzar la lengua española: el Diccionario
de autoridades define así el término gente blanca como “gente de calidad”: “[...] personaje hono-
rable, noble, de calidad conocida […] se tiene como por una prerrogativa de la naturaléza, que
califica de bien nacidos à los que la posseen [...]”, Diccionario de la lengua castellana, i, p. 616.
56 En los términos de don Juan de Valencia, caballero de la Orden de Santiago citado
como testigo para acreditar la nobleza de un supuesto habitante de Lima en la Orden de Santia-
go en 1645: “[...] En la ciudad de Lima no hay distinción de estados entre los caballeros hidalgos
y los plebeyos pero […] se reconoce a los caballeros hidalgos de sangre notoria por la estima
general [de la cual gozan...]”, ahn, Fondo Órdenes Militares, Caballeros de Santiago, exp. 3704,
f. 4v. Las itálicas son mías.
57 Juan y Santacilia y Ulloa, Noticias secretas de América, parte ii, cap. vi, pp. 420 y
siguientes.
58 Sobre la importancia otorgada por los criollos de Nueva España a los españoles de Eu-
ropa, véase Bertrand, Grandeur et misère de l’office. Les officiers de finances de Nouvelle-Espagne,
XVIIº-XVIIIº siècles, cap. 5; para Cartagena, véase Juan y Santacilia y Ulloa, Relación histórica del
viage a la América meridional, i, pp. 40-41.

441
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

sicológicas (facciones, calidad y genio según los términos de la época)59


transmitidas de generación en generación, sin importar el lugar de na-
cimiento de los individuos. En consecuencia, lo que toda esta alquimia
de las alcurnias puesta en escena por los cuadros de castas defiende, es
que cualquiera que sea el lugar donde nacen, los descendientes de un
padre español y de una madre española son españoles.60 Este alegato
corresponde con exactitud a lo que los criollos de América no habían
dejado de repetir desde el siglo xvi ante todos los que pretendían que
la naturaleza del Nuevo Mundo los había transformado, volviéndolos
ontológicamente diferentes de sus ancestros europeos. Fray Jerónimo
de Mendieta en 1560, Juan López de Velasco en 1574, fray Bernar-
dino de Sahagún al final de los años 1570, Juan Manuel de la Puente
en 1612, por citar sólo los más conocidos, son todos defensores de esta
decadencia de los hombres españoles nacidos en las Indias. Al principio
del siglo xviii, este prejuicio se volvió tan tenaz y generalizado entre los
españoles de Europa (un “error común”, escribe) que el padre Benito
Feijoo decide dedicar el sexto discurso de su Teatro crítico universal a la
defensa de los españoles americanos.61
En Nueva España los criollos se niegan a ser considerados de otro
modo que como españoles, algunos llegando aún, como el prelado no-
vohispano Andrés de Arce y Miranda en 1746, a desear que se quite
de la lengua castellana el término “criollo”, utilizado en principio para
designar a los negros esclavos nacidos en las Indias, lo que lo volvía
por consecuencia indigno, según él, para referirse a los españoles de las
Américas. Y agregaba, subrayando que la etimología nahua de la pala-
bra gachupín dada a los españoles peninsulares quería decir “hombre
calzado o con zapatos” (por oposición a los indios): “[...] siendo así, tan
cachupines como nosotros como los de España, mientras no entremos
en alguna religión de descalzos [...].”62 Esta reivindicación de la igual-

59 Bertrand, Grandeur et misère de l’office. Les officiers de finances de Nouvelle-Espagne, XVIIº


-XVIIIº siècles, cap. iv, § 61.
60 Lo que la serie anónima de Puebla pone explícitamente en imágenes hacia 1750.
61 Feijoo, Teatro crítico universal, iv, p. 109.
62 Texto de Andrés de Arce y Miranda mandado en octubre 1746 a Juan José de Eguiara
y Eguren, autor de la Biblioteca Mexicana, diccionario de los grandes letrados de Nueva España
concebido como respuesta a los ataques contra el genio criollo, citado por Castro Morales, “Los
cuadros de castas de la Nueva España”, p. 679.

442
Jean-Paul Zuñiga

dad de dignidad entre los españoles de las dos orillas no era una particu-
laridad de la Nueva España, así encontramos, desde 1682, textos como
el del criollo peruano Juan de Meléndez, ofuscado de que en Madrid
se sorprendan de su dominio del castellano y contestando de manera
mordaz a su interlocutor: “[...] ni que sea Vuestra merced más español
que yo [...]”.63 Los cuadros de castas serían una especie de contraparte
iconográfica de estos alegatos.
Una observación atenta de la serie de Rodríguez Juárez y de las
diferentes nomenclaturas provenientes de los cuadros posteriores, jun-
to a otros testimonios textuales, permite detectar otro elemento muy
importante y que a menudo pasó inadvertido o fue interpretado de
manera unívoca.64 Se trata de la “demostración” por la imagen de que
la “mezcla de las sangres” puede ser “lavada”: el término castizo implica
esta idea de “purga” progresiva y, de hecho, en un cierto número de
series pintadas, las aportaciones continuas de cónyuges españoles termi-
nan por hacer regresar el linaje a la calidad de español. Esta afirmación
parece ser una forma de respuesta al desprecio respecto a los criollos
que muestran ciertos españoles “peninsulares”, tan imbuidos del espí-
ritu de linaje como lo son los españoles de ultramar. Mientras que en
Nueva España los criollos se quejaban de que los europeos los trataban
de champurros (“adulterados”),65 la descripción de los criollos de Perú
hecha por Ulloa iba en el mismo sentido.66 Esta suerte de redención
por las aportaciones sucesivas de cónyuges españoles es fundamental,
ya que sitúa la respuesta de los criollos a las burlas de los “peninsulares”
en el marco de una economía de la sangre de tipo nobiliario, donde el
elemento determinante de la calidad no es únicamente la proporción
de “sangre española”, sino también su nobleza, que es capaz por consi-
guiente de depurar las otras “aportaciones” eventuales.
La necesidad de defender esta idea fue aún más crucial porque era
rechazada por algunos. En efecto, desde 1746 Arce y Miranda expresaba
sus temores respecto a los cuadros que había visto de Rodríguez Juárez

63 Meléndez, Tesoros verdaderos de las Yndias en la historia de la gran provincia de san Juan
Bautista del Peru, Roma, Nicolas Angel Tinassio, 1682, i, p. 349.
64 Katzew, Casta Painting: Images of Race in Eighteenth-Century Mexico, p. 51.
65 Carta de Andrés de Arce y Miranda citada por Castro Morales, “Los cuadros de castas
de la Nueva España”, pp. 679-680.
66 Juan y Santacilia y Ulloa, Noticias secretas de América, parte ii, cap. vi, p. 421.

443
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

y Luis Berrueco, ya que “[...] ‘se debe recelar que la preocupación en que
en la Europa están de que todos somos mezclados (o como decimos cham-
purros), influyó no poco en el olvido en que tienen los trabajos y letras
de los beneméritos’[...]”.67 Sus temores no eran infundados: cerca de 30
años después, Pedro Alonso O’Crouley, marchante hispano-irlandés que
comerciaba con Jalapa, no temía afirmar el carácter indeleble de la sangre
“negra” que no podía ser purgada a lo largo de las generaciones.68 Ahora
bien, esta última cuestión, por local que sea, puesto que remite a pro-
blemáticas propias de los criollos de Nueva España cuyas genealogías se
hundían muy a menudo en el pasado amerindio o africano, se encuentra
al mismo tiempo imbricada en debates mucho más vastos.

Las nomenclaturas fenotípicas


como lenguaje interimperial

Además de sus consecuencias internas, la fuerte dependencia entre ima-


gen y texto que caracterizaba a la pintura de castas69 exige incluir este
género y su temática dentro de un campo textual y otro iconográfico
que hayan conocido un amplio desarrollo a escala intercontinental mu-
cho antes de la aparición de las primeras series de cuadros en Nueva
España. Desde el primer tercio del siglo xvi, los portugueses en la In-
dia o en Brasil utilizan comúnmente los términos mestiço, mameluco y
mulato…, nociones que explican e ilustran. El conjunto de los textos
(impresos o manuscritos) que abordan estas particularidades coloniales
constituía, a la mitad del siglo xvii, una masa considerable70 y, desde

67Citado por Castro Morales, “Los cuadros de castas de la Nueva España”. Las itálicas
son mías.
68 El mulato (tanto afroindio como afroeuropeo) no puede “nunca dejar su condición”,
ya que según Pedro Alonso O’Crouley, “el elemento español está absorbido y perdido” en la
condición del negro o del mulato. Véase Estrada de Gerlero, “Las pinturas de castas, imágenes
de una sociedad variopinta”, pp. 79-113, aquí p. 83; Bennett, Colonial Blackness: A History of
Afro-Mexico, p. 185, n. 8.
69 Véase en este sentido las observaciones de Pino Díaz, “Historia natural y razas en los
‘cuadros de castas’ hispano-americanos”, p. 55.
70 El libro de Melchisédech Thévenot —había amasado más de 290 manuscritos que
representaban lo que se podía saber del mundo en la Europa de su tiempo— es el ejemplo mis-
mo de la difusión y del interés suscitado por esta literatura: Thévenot, Relation de divers voyages

444
Jean-Paul Zuñiga

esta época, la cuestión de las “mezclas coloniales”, sobre todo en el caso


de la América española, ocupa un lugar central, a tal punto que en
1648 Thomas Gage no duda en inscribir esta preocupación en el título
mismo de su obra.71
En el siglo xviii el capítulo de la diversidad de la tez humana, a
menudo acompañada de puestas en imagen, se había vuelto un paso
obligatorio en todos los relatos y descripciones del Nuevo Mundo.
Así es como en su descripción de la Ciudad de México tal como la
descubrió en 1708, el padre Taillandier considera el color de sus habi-
tantes como uno de los elementos cruciales de su relación, agregando
que la “mezcla” de estas “naciones” había “[...] formado hombres de
color tan diferente desde lo blanco hasta lo negro, que entre cien
rostros, apenas se encuentran dos que sean del mismo color [...]”.72
Más tarde, y cualquiera que sea su origen, todas las descripciones del
mundo colonial ibérico enunciarán, a cual más mejor, esta preocupa-
ción obsesiva. En este sentido, cuando en 1763, evocando la guarnición
del fuerte de Santa Cruz en Brasil, el abad Antoine-Joseph Pernety
observa que fuera de los soldados, “[...] los otros habitantes son casi
todos negros o mulatos; que se ven de todos los matices desde lo ne-
gro hasta lo blanco [...]”, podemos preguntarnos si su afirmación no
dependía tanto de una impresión personal como de un topos vuelto
característico del género.73
Estos vastos campos textuales e iconográficos, por su naturale-
za y soporte —libros, lienzos, grabados—, conocen una circulación
muy rápida, de las Indias orientales a las Indias occidentales, ibéricas,

curieux [...]. Sobre Thévenot, su importancia en la creación de la Academia Real de las Ciencias
y la Literatura de Viajes, véase Nicholas Dew, “Reading Travels in the Culture of Curiosity:
Thévenot’s Collection of Voyages”, pp. 39-59.
71 Gage, Nouvelle Relation, contenant les voyages de Thomas Gage dans la Nouvelle-Espagne,
ses diverses aventures, et son retour par la province de Nicaragua jusques à la Havane […] Ensemble
une description exacte des terres et provinces que possedent les Espagnols en toute l’Amérique […] de
leurs mœurs et de celles des criolles, metifs, des mulatres, des indiens, et des negres […].
72 Carta del padre Taillandier al padre Willard de la Compañía de Jesús, en Pondichéry
el 20 de febrero de 1711, en Du Halde et al., Lettres édifiantes et curieuses, écrites des Missions
étrangères, par quelques missionnaires de la Compagnie de Jésus. Recueil XI, p. 119.
73 Pernety, Journal historique d’un voyage fait aux îles Malouines en 1763 & 1764, i, pp.
150-151. El giro mismo de esta frase no deja de recordar la observación del padre Taillandier…
o la de Frézier, Relation du voyage de la mer sud aux côtes du Chily et du Pérou fait pendant les
années 1712, 1713 et 1714, p. 63.

445
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

francesas o inglesas… y a sus metrópolis. De un continente al otro,


de un soporte al otro, la temática de los “híbridos” es recurrente en
todas las obras respecto a los dominios coloniales y constituye, por
consiguiente, un corpus que se debe de considerar en su conjunto, ya
que la intertextualidad no respeta las fronteras lingüísticas y políticas
de la época. Textos e imágenes producidos a lo largo de los siglos xvi y
xvii establecen así de manera firme una matriz de análisis, un campo
semántico y semiológico cuyos cuadros de castas del siglo xviii son
los herederos.
Ahora bien, este lenguaje colonial común, más allá de la voluntad
compartida de naturalizar las diferencias sociales, proporciona al mis-
mo tiempo —mediante el análisis de sus evoluciones y sus presentacio-
nes específicas— los criterios que permiten levantar una cartografía de
las regiones donde había una mayor imposición. En este sentido, si los
ejemplos de Tierra Firme y del Alto Perú muestran que el vocabulario
de las castas y la preocupación taxonómica aguda que lo caracteriza no
eran por fuerza compartidos en el mismo grado por todos los habitan-
tes de la América española, otros territorios americanos que no depen-
dían de la corona de Castilla parecen, por el contrario, desarrollar una
inquietud fenotípica muy cercana.
La “mezcla de las sangres” es así el motivo y el eje de análisis utili-
zado también en las Antillas francesas para explicar los diferentes tipos
humanos que se podían observar ahí. Ya en 1658, el padre Jean-Baptiste
du Tertre escribía su Histoire générale des Antilles, en la que abarcaba
una descripción religiosa, política y natural de las islas así como una
nomenclatura colonial sucinta de sus tipos de habitantes, indios, fran-
ceses, negros y mulatos.74 Sin embargo, el que sin lugar a dudas resulta
el más diserto sobre esta cuestión es, Médéric Moreau de Saint-Méry,
criollo de Santo Domingo, que escribió una Description de la partie
française de l’isle Saint Domingue, hacia 1780: entre estas dos fechas,
la noción de mezcla de los troncos contenida en las declaraciones del
padre Du Tertre se extendió de manera considerable y constituyó un
discurso muy elaborado sobre el físico y la pertenencia.75
74 Du Tertre, Histoire générale des Antilles habitées par les Français, ii, tratado viii, cap. 2,
par. 5, p. 511.
75 Se debe de insistir sobre el importante salto conceptual que constituye la emergencia
de la idea misma de mezcla, las entrelíneas, al hablar de la genealogía de los individuos, a me-

446
Jean-Paul Zuñiga

En su Description, Moreau de Saint-Méry expone con todo detalle


las diferentes designaciones recibidas por las diversas “combinaciones” o
“mezclas coloniales” —son sus propios términos— que tienen lugar en
la isla.76 Estas últimas habrían constituido un conjunto de 13 “matices”
—el término, por lo tanto, también se refiere al color en este caso— cada
uno de ellos con un nombre específico: blanco, negro, mulato, cuarte-
rón, mestizo, mameluco, cuarteronado, sangre-mezclada, sacatra, grifo,
morabito, indios caribes u occidentales, indios orientales. La proximidad
entre este vocabulario franco-antillano y la nomenclatura de las castas no
es fortuita y atestigua no sólo un fondo ideológico común, sino también
la existencia de intercambios y relaciones continuas entre las Antillas
y el Golfo de México, por medio del comercio y de la trata de negros
principalmente. Este diálogo mexicano-caribeño permitió quizás llegar
a creaciones comunes como lo muestran, en el ámbito del léxico, las
convergencias de las nomenclaturas de las dos áreas.77
Lo más sorprendente, sin embargo, es que uno de los problemas que
plantean tanto Moreau de Saint-Méry como los cuadros de castas con-
siste en saber si la “mezcla de las sangres” era reversible o no, en función
de las aportaciones sucesivas, a uno de los troncos de origen. Este punto,
mucho más que la preocupación de determinar con precisión el nombre
correspondiente a cada fenotipo —por cierto, imposible según la confe-
sión misma de Moreau de Saint-Méry—,78 constituye sin duda el núcleo
duro de estas representaciones. Y es sistemáticamente sobre esta cuestión
lo que lleva a otros contemporáneos a tratar el mismo tema.79

nudo percibida como evidente. Antes considerados como provenientes sobre todo de uno u
otro de sus progenitores (hipodescendencia, hiperdescendencia o patrilinealidad exclusiva), los
“mixtos” se vuelven tales sólo porque la mirada que se echa sobre estas alianzas “heterogéneas”
cambió de manera radical.
76 Estas apelaciones “coloristas” son, sin embargo, anteriores a Moreau de Saint-Méry:
Moreau de Saint-Méry, Description topographique, physique, civile, politique et historique de la
partie française de l’isle Saint-Domingue, p. 93.
77 Los términos negro, mulato, cuarterón, mestizo, grifo e indio son en efecto comunes a
Moreau de Saint-Méry y al vocabulario de la Nueva España.
78 Para Moreau de Saint-Méry, en efecto, el arbitraje se hace en definitiva con base en un
saber práctico local fundado sobre el consenso social. M. Moreau de Saint-Méry, Description to-
pographique, physique, civile, politique et historique de la partie française de l’isle Saint-Domingue,
p. 100.
79 Y a menudo en términos muy cercanos, como lo subraya Edward Long: “[...] The
Dutch, [...] add drops of pure water to a single drop of dusky liquor, until it becomes tole-

447
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

Cuando hacia 1720 —cerca de cinco años después del pedido recibi-
do por Rodríguez Juárez—, la Academia Real de Ciencias de París dirige
a su corresponsal en la Martinica, Bernard Laurenceau de Hauterive, va-
rias “preguntas de historia natural”, la que trataba de los nombres recibi-
dos por los diferentes fenotipos de los niños nacidos de padres europeos
y africanos figuraba en buen lugar. Ahora bien, de manera sintomática, la
respuesta de Laurenceau de Hauterive, criollo de la Martinica, se centra
más sobre el problema del “regreso” al tronco “blanco” o “negro” de estos
linajes que sobre las sutilezas lingüísticas que los designa. En sus propios
términos, “[...] los hijos de los mulatos y de las mulatas, que nombran
‘cascos’,80 son de un amarillo más claro que los ‘grifos’ y aparentemen-
te una nación que sería originariamente formada por ellos regresaría al
blanco [...]”.81 Sus preocupaciones son en este sentido muy cercanas a las
del padre Jean-Baptiste Labat que explica, también en 1724, que el “[...]
defecto [en el color de los cuarterones] cesará en la cuarta generación, a
condición de que los sigan uniendo siempre con blancos; ya que si los
aliaran con negros, regresarían en el mismo número de generaciones a su
primera negrura [...]”. Este proceso de “blanqueo” o “ennegrecimiento”
de los mulatos se debía, siempre según Labat, al hecho de que “[...] un
color se fortalece a medida que se une a un color de la misma especie, y
disminuye a medida que se aleja de ella [...]”.82 Desde los años 1720, por
lo tanto, la cuestión del “regreso” ocupa las representaciones eruditas de
la Nueva España en las Antillas, y los testimonios posteriores confirman
su vitalidad durante todo el siglo xviii.
Así, es también la cuestión del “regreso” a la cepa original lo que
constituye la columna vertebral de la breve jerarquización propuesta

rably pellucid. But this needs the apposition of such a multitude of drops, that, to apply the
experiment by analogy to the human race, twenty or thirty generations, perhaps, would hardly
be sufficient to discharge the stain [...]”, Long, The History of Jamaica, or General Survey of the
Ancient and Modern State of that Island, p. 261. A pesar de la diferencia de la conclusión, la
analogía entre las metáforas españolas y holandesas da cuenta de una matriz común para pen-
sar la “alquimia de los linajes”, imagen que usa la metáfora del agua, pero sobre todo la de la
experiencia en laboratorio.
80 Aquí, como en Nueva España, la terminología fenotípica parece específica para lo re-
gional, el nombre casco no aparece en el léxico presentado por Moreau de Saint-Méry.
81 Hauterive, Histoire de l’Académie royale des Sciences, pp. 17-19.
82 Labat, Nouveau voyage aux isles de l’Amérique, 2a parte, cap. vi en particular, citación
p. 35.

448
Jean-Paul Zuñiga

por el jesuita Gumilla en los años 1740 (cuadro 1), lo que en otras par-
tes, muchos años más tarde, se lucha por traducir en un lenguaje políti-
co. Edward Long explicaba así, en su History of Jamaica (1774), que si
según los españoles eran necesarias cuatro generaciones de uniones con
blancos para que el hijo de un hombre blanco y de una mujer negra re-
gresara al tronco blanco,83 en Jamaica tres generaciones eran suficientes
para que tales personas pudieran gozar de todas las prerrogativas de los
hombres blancos.84 Explícitas o no, más o menos restrictivas, estas con-
cepciones que vinculan genealogía, fenotipo y jerarquía social85 parecen
circular ampliamente del Golfo de México hasta las Antillas, donde son
objeto de una codificación muy cercana.
Todas las polémicas alrededor de la cuestión de la diversidad hu-
mana —y del sentido que se le debía otorgar— sugieren, por otra parte,
una dimensión suplementaria a estas temáticas. En efecto, la fuerza del
dispositivo creado por Rodríguez Juárez reside en el vínculo duradero
que logra establecer entre un imaginario, una taxonomía y una imagi-
nería capaces no sólo de “hacer escuela”, sino también de constituir una
argumentación susceptible de imbricarse a profundidad en diferentes
dominios del saber. En este sentido, no se puede separar el cuestiona-
miento del “regreso” al tronco “negro” o “blanco” del problema plan-
teado por la aparente contradicción que existe entre el dogma cristiano
del origen común de todo el género humano y la diversidad de los tipos
físicos de los hombres. Este punto es abordado en forma explícita por el
padre Feijoo cuando reporta en 1726 su lectura de los Nouveaux voyages
de l’Amérique septentrionale del barón de La Hontan. La cuestión del
color de los etíopes —que, según un médico portugués citado por La

83 Según los términos de El pretendiente: “[...] En esta especie de generación [la de los
descendientes de los africanos], más el descendiente se aleja de este origen, más la estima por su
color y su calidad crecen, lo que explica que el hijo de un español y de una negra sea inepto al
ejercicio de los empleos públicos [mientras] que el requinterón que proviene del mismo origen,
por razón de su alejamiento de seis grados en relación a éste, es apto a ocupar estos cargos ya
que se vuelve español común y se desvió de este [otro] origen [...]”, agi, Indiferente General,
1528, n. 46, f. 42v.
84 Long, The History of Jamaica, or General Survey of the Ancient and Modern State of that
Island, libro ii, cap. xiii, p. 261.
85 Lo que Ulloa expresa precisando que: “[...] la blancura accidental toma allá [en el Perú]
el lugar que debería corresponder a la más alta jerarquía de la calidad [...]”, Juan y Santacilia y
Ulloa, Noticias secretas de América, parte ii, cap. vi, p. 421.

449
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

Hontan, les era connatural desde sus orígenes— estaba ahí convocada
como prueba del poligenismo, lo que Feijoo rechaza por supuesto.86
Ahora bien, el “paso” (“transfiguración” según los términos del peruano
del manuscrito El pretendiente) de una apariencia física a otra a lo largo
de las generaciones, aspecto que los cuadros de castas ilustran clara-
mente, permitía superar lo que algunos querían presentar como una
diferencia fundamental e infranqueable. Si, al igual de lo que afirmaba
O’Crouley, ciertos contemporáneos de Moreau de Saint-Méry conside-
raban que la “mezcla de las sangres” producía una línea de demarcación
que se prolongaba “hasta el infinito”,87 ¿cómo explicar el paso de un
origen común de todo el género humano a la diversidad de tipos físicos
observada por los contemporáneos? La idea de un “retorno” a uno u
otro color al paso de las generaciones reducía así la cuestión del fenotipo
a un fenómeno accidental —término que encontramos de nuevo en la
pluma de Ulloa— y no esencial.
Por otra parte, el ejemplo tardío pero revelador de Leopoldo Cal-
dani muestra a su vez la manera en que la noción de casta logró im-
ponerse con el tiempo como argumento, logrando ser admisible en
otras discusiones disciplinarias.88 El anatomista y fisiólogo boloñés
Caldani recurrió así a las castas americanas para apoyar y justificar su
declaración sobre el origen del color de los hombres negros. No sólo la
argumentación de Caldani descansa sobre un razonamiento genealó-
gico, sino que el médico utiliza además la imagen —Caldani se apoya
en una ilustración en color que presenta los rostros de un indio, un
mulato, un zambo, un cuarterón, una parda, un chino y una mestiza,
cada uno con su tez “específica”— que adquiere desde este momento

86 Feijoo, Teatro crítico universal, 3er discurso, § II, 6, pp. 67-68.


87 Moreau de Saint-Méry, Description topographique, physique, civile, politique et historique
de la partie française de l’isle Saint-Domingue, p. 100.
88 En este sentido, el medio en el cual circulaban hombres como Ulloa u O’Crouley
es fundamental. Ulloa mantenía relaciones estrechas, como corresponsal o miembro, con las
academias reales de ciencias de París, Londres, Berlín y Estocolmo. Ulloa fue por otra parte el
promotor del Gabinete de Historia Natural de Madrid y el primer director del Jardín de las
Plantas de la ciudad, véase Solano, Antonio de Ulloa y la Nueva España, p. xxxv y 225. Respecto
a O’Crouley, era miembro de varias sociedades económicas y científicas (la Real Academia de la
Historia, la Society of Antiquaries of Scotland, la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del
País y la Sociedad Económica Matritense). Su gabinete de curiosidades era famoso en Cádiz.
Véase Estrada de Gerlero, “Las pinturas de castas, imágenes de una sociedad variopinta”, p. 83.

450
Jean-Paul Zuñiga

el estatuto de prueba.89 De hecho, uno de los campos donde este diá-


logo entre experiencia colonial y cuestionamientos científicos es más
patente es, sin duda, el de la reflexión sobre lo biológico y sobre la no-
ción de engendramiento en particular, campo en plena efervescencia
en el siglo xviii.90

El enigma de la generación

En la Europa del siglo xviii, la cuestión de la concepción de nue-


vos seres constituía un terreno de polémica ininterrumpida desde la
Edad Media. Los términos del debate correspondían, a menudo, a
las mismas preguntas: ¿Cuál es el fundamento determinante de la ge-
neración? ¿La sangre o la semilla paternas? ¿El recipiente materno?
Si la idea de una “doble semilla” paterna y materna en la generación
existía por lo menos desde Hipócrates, ello constituía sólo una de las
maneras de responder al enigma del engendramiento. La afirmación
de la primacía masculina propia a la ideología nobiliaria francesa, que
cuenta la nobleza por grados, es decir, por generaciones de padre a
hijo en detrimento del lado materno, ¿no es la expresión de una ma-
nera alternativa —aristotélica— de considerar lo que hace la esencia
misma de la transmisión genealógica?91 De manera paradójica, el de-
sarrollo de las técnicas de observación médica en el siglo xvii —Anto-
nie Van Leeuwenhoeck observa espermatozoides en 1677— reactiva
la disputa en el siglo xviii en la forma de la oposición entre partidarios
de la epigénesis y defensores de la preformación y, entre estos últimos,
entre ovistas y animalculistas, mostrando de esta manera que estaban
lejos de un consenso sobre este punto.92

89 Caldani, “Congetture intorno alle cagioni del vario colore degli Africani, e di altri po-
poli; e sulla prima origine du questi”, en Memorie di Matematica e Fisica della Societa Italiana
VIII, 1a parte, tabla xv.
90 Müller-Wille y Rheinberger (eds.), Heredity Produced: At the Crossroads of Biology,
Politics and Culture.
91 ¿No decía Paul Valéry que la nobleza era “una propiedad mística del licor seminal”?
Véase Descimon, “La haute noblesse parlementaire parisienne: la production d’une aristocratie
d’État aux xviº et xviiº siècles”, pp. 335-357, aquí p. 353.
92 Sobre la influencia de Nicolas Hartsoecker en este debate, véase Hartsoecker, Essay de
dioptrique, p. 230. Desarrolla ahí la idea de que todos los seres por venir estaban contenidos en

451
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

Ahora bien, los habitantes de las Indias, tanto en Nueva España


como en las Antillas francesas, tenían sobre estas cuestiones un enfoque
muy pragmático. A las dudas de ciertos sabios y filósofos sobre la perti-
nencia de otorgar un papel a los dos troncos, masculino y femenino, en
el engendramiento de un nuevo individuo, éstos apelan a su experiencia
que les mostraba la importancia fundamental de los dos troncos, paterno
y materno. ¿No podemos interpretar las declaraciones de Labat como
una respuesta a las teorías preformacionistas de Regnier de Graaf?93

[...] Que después de esto los médicos nos digan tanto como quieran que
los dos sexos no concurren igualmente a la producción del niño, y que las
mujeres son como las gallinas que naturalmente tienen huevos en el cuer-
po, y que el hombre como el gallo no hace otra cosa que despegarlos y
perfeccionar el germen. Ya que si eso fuera, una negra haría siempre hijos
negros ante cualquier color de que pudiera ser el varón, lo que es total-
mente contrario a la experiencia que tenemos, puesto que vemos que ella
hace negros con un negro y mulatos con un blanco [...]94

Para los novohispanos también la respuesta era clara: no es el me-


dio lo que determina la naturaleza de los individuos, lo que explica por
qué los españoles no se vuelven indios en las Indias, como tampoco los
negros se volvían blancos en Europa. Lo que cuenta son sus dos tron-
cos, paterno y materno, como lo explicaba gráficamente la imaginería
de las castas.
En las Indias, esta insistencia sobre la genealogía en detrimen-
to del medio tomaba además una importancia particular. En efecto,
la medicina española en los siglos xvii y xviii estaba fundada en lo
esencial sobre la doctrina hipocrática de los humores.95 Ahora bien,

la semilla de los hombres, punto de vista creacionista que pretende haber comunicado a Nicolas
Malebranche. Véase también Pinto Correia, The Ovary of Eve: Egg and Sperm Preformation.
93 Regnier de Graaf pensaba que la semilla masculina no hacía más que activar el ser
preformado en el huevo femenino. Graaf, Histoire anatomique des parties génitales de l’homme
et de la femme, qui servent à la génération, avec un traité du suc pancréatique, des clystères et de
l’usage du siphon.
94 Labat, Nouveau voyage aux isles de l’Amérique, 2a parte, cap. vi, p. 35.
95 Foster, “Relationships between Spanish and Spanish-American Folk Medicine”, pp.
201-217; López Beltrán, “Hippocratic Bodies: Temperament and Castas in Spanish America
(1570- 1820)”, pp. 253-289.

452
Jean-Paul Zuñiga

esta última, dada la importancia que otorgaba a la influencia del me-


dio sobre el equilibrio de los humores, abría la puerta a todo tipo de
elucubraciones en torno a los habitantes de las Indias cualquiera que
fuera su origen. El medio, en la forma del clima o de los cielos,96 se
invocaba de manera recurrente para explicar el aspecto y el carácter de
los individuos, y es sobre todo en este ámbito que se desarrollan en la
época moderna los diferentes intentos de explicación de la diversidad
física humana.97 Era, por ejemplo, la fuerza del sol la que servía, por lo
común, para explicar el color de los africanos y, aunque el argumento
fuera cada vez más puesto en duda,98continuó siendo invocado, según
las necesidades, durante todo el siglo xviii.99
Esta preocupación por la influencia de las constelaciones y del clima
sobre los humanos encuentra un equivalente en otros territorios donde
la dominación europea (real o por venir) planteaba interrogantes de tipo
etnológico o de “filosofía natural” similares. Según los términos de James
Axtell, el problema del medio americano refleja el miedo a decaer, co-
mún a todas las sociedades coloniales que cohabitan con autóctonos.100
Es este miedo principalmente el que provoca la exclamación de Increase
Mather desde 1679, “[...] los cristianos, en esta comarca, se volvieron
demasiado parecidos a los indios [...]”,101 y que constituye la postura
central (la pérdida de sí mismo) de los relatos de cautiverio de europeos
o criollos entre no europeos en el medio colonial.102 En 1724, el hijo de

96 Cañizares Esguerra, “New World, New Stars: Patriotic Astrology and the Invention of
Indian and Creole Bodies in Colonial Spanish America, 1600-1650”.
97 El padre Feijoo mismo insiste sobre la influencia del clima en la complexión (y sobre
todo el color) de los hombres, Feijoo, Teatro crítico universal, vii, 3er discurso, § 39.
98 François Bernier en particular se pronuncia en contra de esta idea recibida. Bernier, “Nou-
velle Division de la Terre, par les différentes Espèces ou Races d’hommes qui l’habitent”, p. 135.
99 Véase, por ejemplo, Buffon sobre el color de los españoles: Buffon, Histoire naturelle
générale et particulière, avec la description du cabinet du Roy III, p. 442; y Sève y Gottlieb,
Illustrations de Histoire naturelle générale et particulière, servant de suite à l’histoire naturelle de
l’homme, pp. 267-268.
100 Axtell, Natives and Newcomers: The Cultural Origins of North America, p. 310; para
el siglo xx véase Anderson, The Cultivation of Whiteness: Science, Health and Racial Destiny in
Australia.
101 Mather, The Necessity of Reformation, Boston, John Foster, 1679, p. 7, citado por Ax-
tell, Natives and Newcomers: The Cultural Origins of North America.
102 Véase Bauer, “Creole Identities in Colonial Space: The Narratives of Mary White
Rowlandson and Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán”, pp. 665-695. Bauer afirma aquí

453
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

Increase, Cotton Mather, explica de esta manera, por la influencia del


clima, el comportamiento singular de los colonos de Nueva Inglaterra,
quienes estarían mostrando un relajamiento en la educación de sus hi-
jos (al igual que los indios), “[...] como si el clima nos hubiera enseñado
a volvernos indios [...]”.103
Esta angustia de una transformación de los seres inducida por la
tierra americana encontraba una parte de sus argumentos en el ejemplo
del mundo vegetal. Aclimatación, especie, “degeneración”, eran tér-
minos que tanto preocupaban a los botánicos (¡y a los agricultores!)104
y que servían también para pensar la naturaleza humana. Una clara
filiación une así las primeras representaciones de castas con la historia
natural que surge en los pasos de la exploración de las tierras america-
nas. Desde Francisco Hernández hasta José de Acosta, quien coloca a
los hombres en el corazón de su Historia natural y moral de las Indias,
las maravillas de las Indias incluyen tanto al mundo vegetal como a los
hombres. En 1648, la Historia naturalis Brasiliae de Wilhelm Piso, Jean
de Laët y Georg Marggraff integra la investigación hispánica (Hernán-
dez y Acosta en particular) y da a conocer a su vez su descripción del
“mundo natural” en plantas, peces, pájaros, cuadrúpedos y serpientes,
insectos y “habitantes naturales” de las Indias. Esta “visión integral” se
expresa perfectamente en los lienzos producidos en la misma época por
Albert Eckhout, en el Pernambuco ocupado por los holandeses, algu-
nas de cuyas figuras están retomadas en los grabados de la Historia na-
turalis.105 Desde este momento, lejos de ser accidental o académica, la

con razón el carácter hemisférico de los problemas “coloniales” planteados por Rowlandson y
Pineda en sus contextos específicos.
103 Mather, Selected Letters of Cotton Mather, pp. 397-399, citado por Axtell, Natives and
Newcomers: The Cultural Origins of North America, p. 314. La carta en cuestión había sido en-
viada por Mather a un equipo de médicos ingleses interesados en la influencia del clima.
104 Si los términos no son forzosamente éstos, los agricultores se ven confrontados desde
la noche de los tiempos a la importación, aclimatación e hibridación de plantas exóticas. El len-
guaje de estas actividades es el del tronco y del parentesco, del mejoramiento o del decaimiento
(por “degeneración”). Véase al respecto Etienne, Agriculture et maison rustique, p. 187 (especie)
y Serres, Le théâtre de l’Agriculture et mesnage des champs, pp. 601-602.
105 Albert Eckhout formaba parte del grupo de pintores, dibujantes y hombres de ciencias
que acompañaron a Johan Maurits de Nassau-Siegen durante su designación como gobernador
de la colonia holandesa del noreste brasileño por la compañía holandesa de las Indias occiden-
tales en 1637. Véase Buvelot (ed.), Albert Eckhout: A Dutch Artist in Brazil; Parker Brienen,
Visions of a Savage Paradise: Albert Eckhout, Court Painter in Colonial Dutch Brazil. Para las

454
Jean-Paul Zuñiga

presencia de referencias a la naturaleza americana desde los balbuceos


del género de las castas es sencillamente lógica.106 Describir un medio
natural era bien expresada por Gottfried Wilhelm Leibniz en 1696,
cuando subrayaba: “[...] Eso no impide que todos los hombres que
habitan este globo no sean todos de una misma raza que fue alterada
por los diferentes climas, como vemos que los animales y las plantas
cambian de naturaleza y se vuelven mejores o degeneran [...]”.107 ¿No
se preguntaba Feijoo mismo por qué si el trigo o la col degeneraban
cuando se cultivaban lejos de su lugar de origen, sería diferente para
los humanos?108
Si recurrir a la botánica para entender los fenómenos de la humani-
dad estaba justificado por el hecho de que ésta hubiera permitido poner
al alcance de la mano una experimentación que era imposible realizar
sobre los humanos,109 los mundos coloniales proporcionaban una vez
más a los hombres de finales del siglo xvii y del siglo xviii un amplio te-
rreno de experimentación. Desde este punto de vista, la síntesis original
de Rodríguez Juárez constituye una suerte de relectura colonial de anti-
guas y nuevas interrogantes sobre la generación. En textos e imágenes,
Rodríguez Juárez y sus sucesores cristalizan la experiencia que los novo-
hispanos aportan al debate sobre la generación —controversia que en
gran parte tenía por objeto el lugar que les correspondía en el concierto
del género humano. Su argumentación estaba fundada sobre la existen-
cia de una “esencia” que se transmitía por medio de la filiación sin in-
tervención del medio, esencia susceptible, sin embargo, de “disolución”
(mezcla) y depuración, y expresada mediante el término “sangre”. En

representaciones de hombres y mujeres tupi y tapuya inspiradas directamente de Eckhout, véase


libro viii, cap. vi de la Historia naturalis.
106 La representación de una mujer chichimeca por A. de Arellano, considerada como el
primer ejemplo del género de las castas por Katzew principalmente, representa así una suerte
de madona india con el niño, el cual sostiene en sus manos una mazorca de maíz y un pájaro
exótico. En la segunda mitad del siglo xviii, esta tendencia se afirma y el despliegue de la exu-
berancia botánica de Nueva España se vuelve una constante del género. Véase Dante Martins
Teixeira y Elly de Vries, “Exotic Novelties from Overseas”, pp. 64-107.
107 Carta de M. Leibniz a M. Sparvenfeld [1696], en Feller, Otium hanoveranum, sive,
Miscellanea, p. 38, citado por N. Hudson, “From ‘Nation’ to ‘Race’: The Origin of Racial Clas-
sification in Eighteenth-Century Thought”, p. 254.
108 Feijoo, Teatro crítico universal, vii, § 46 y 53.
109 Müller-Wille y Rheinberger (ed.), Heredity Produced: At the Crossroads of Biology, Poli-
tics and Culture, 1500-1870, cap. 1.

455
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

este enfoque, la sangre caracteriza a cada “grupo” de manera intrínseca,


pero estos grupos son concebidos de manera tácita como tantas fases al
seno de un espectro cromático único que va de lo muy oscuro a lo muy
claro, continuum cuyas eventuales divisiones internas —y sus consecuen-
cias sobre el honor— seguían siendo un tema de debate que se resolvía,
con frecuencia, caso por caso según lógicas inherentes a cada contexto. La
intención de enunciar reglas que rigen los diferentes componentes de este
cuerpo político explica en este sentido la voluntad taxonómica “socio-físi-
ca” de los cuadros de castas que, deformando, si es preciso, la constatación
del carácter a menudo imprevisible de los fenotipos, intenta presentarlos
como el resultado de una regla de herencia sistemática. Estos ejemplos
visuales y textuales específicos alimentaron así, desde el argumento de
la experiencia, la amplia disputa sobre lo innato y lo adquirido, sobre la
dominancia del tronco o del medio que agitaba a los hombres de ciencia
de ambos lados del océano en la misma época, construyendo a partir de
este diálogo un espacio específico de conocimiento.110
Cuando Emmanuel Kant determina por primera vez la diferencia
entre las nociones de especie y de raza, en 1785, efectúa en realidad una
síntesis de muchos temas que circulaban desde hace tiempo, entre los
cuales el imaginario de las castas tenía un lugar crucial.111 Según Kant,
en efecto, cada “clase” (raza) en el seno de la especie humana sería deter-
minada por un “germen” o tronco específico e invariable. La capacidad
de procrear juntos es lo que caracteriza a los miembros de una misma
especie. Ahora bien, si la descendencia de progenitores que pertenecen a
la misma clase (raza) no reproduce forzosamente sus rasgos (dos padres
morenos pueden tener un hijo rubio), la que procede de padres de gru-
pos diferentes —de color diferente— constituye un término medio, a
imagen de los mestizos y mulatos que poseen por mitad la de cada uno
de sus dos padres. Según Kant, es esta “herencia infalible” la que carac-
terizaría y revelaría al mismo tiempo las fronteras entre las razas. La ley
kantiana de la “generación necesariamente mestizada”112 está así inspi-

110 Müller-Wille y Rheinberger (ed.), Heredity Produced: At the Crossroads of Biology, Poli-
tics and Culture, 1500-1870, p. 13.
111 Kant, “Définition du concept de race humaine”, en Idée d’une histoire universelle au
point de vue cosmopolitique.
112 Kant, “Définition du concept de race humaine”, en Idée d’une histoire universelle au
point de vue cosmopolitique, p. 94.

456
Jean-Paul Zuñiga

rada por el imaginario colonial del color —es decir, tributaria tanto de
los conceptos como de las imágenes transmitidas por éste— sin el cual
resultaría incomprensible. Ni europeo ni colonial, propiamente dicho,
sedimentando múltiples referencias y experiencias, el modelo de Kant
es, por lo tanto, una de las expresiones de este espacio de conocimiento
“atlántico”.
Desde este momento, más allá de las disputas sobre la existencia o
no de la raza antes de la raza, o de los debates sobre el origen americano
o europeo del racismo contemporáneo que agita a menudo a los histo-
riadores, la aparición en algunas décadas de un paradigma hegemóni-
co explicando la diversidad humana y derribando una buena parte de
las múltiples explicaciones que lo habían precedido, extendiéndose en
un amplio espacio a todo el hemisferio occidental en la primera mitad
del siglo xix, constituye sin duda un fenómeno mayor y fascinante. Su
rápida aparición indica que esta noción se impone en un suelo muy fa-
vorable tanto en el mundo católico como en el protestante, en Europa
occidental como en el Nuevo Mundo. Éste parece haber sido amplia-
mente preparado a partir de un epicentro mexicano-antillano, donde
las especificidades coloniales fueron expresadas por medio del vocabu-
lario comprobado de la ascendencia, la sangre y el linaje, vivo en las
sociedades de conquista. En éstas, el aspecto de los individuos permitió
expresar de una nueva manera una vieja práctica, aquella consistente
en cimentar en algo natural la diferencia social y cultural.113 El ima-
ginario colonial del color y de la “casta”, tal como aparece en el pincel
de Rodríguez Juárez en Nueva España, es sólo la presentación local y
exacerbada de una preocupación común al conjunto de estas sociedades
coloniales. Al ligar de manera íntima color de la piel y genealogía, esta
visión culta entroniza de manera duradera y en un lenguaje común,
el de la virtus y de la sangre nobiliarias, la esencialización del fenotipo
como principio organizador del mundo social. La inteligibilidad de este
dispositivo —en el sentido de que su significado podía ser captado por
actualización de un patrimonio de prácticas y de conocimientos previos

113 Respecto a la maldición de Cham, por ejemplo, utilizada respectivamente para legi-
timar el estatuto de los siervos en la Edad Media y para justificar la esclavitud moderna de los
africanos, véase Freedman, “Sainteté et sauvagerie. Deux images du paysan au Moyen Âge”,
pp. 539-560; Braude, “The Sons of Noah and the Construction of Ethnic and Geographical
Identities in the Medieval and Early Modern Periods”, pp. 103-142.

457
“Muchos negros, mulatos y otros colores”

compartidos— explica su gran capacidad de circulación y de traduc-


ción, así como su integración en nuevas construcciones intelectuales.
Por lo tanto, si la nomenclatura de las castas muestra la sólida in-
terconexión de un “espacio caribeño” que va del Golfo de México a las
Antillas, la rápida imposición a escala hemisférica de la nueva noción
de raza atestigua, en su caso, la fuerte integración de otro espacio de
conocimiento, en el cual élites eruditas que hablaban diversas lenguas y
vivían en varios continentes compartían un mismo imaginario amplia-
mente fecundado por la experiencia colonial.

458
LAS PINTURAS DE CASTAS. RESIGNIFICACIÓN
PARA LA HISTORIA SOCIAL EN NUEVA ESPAÑA

Rafael Castañeda García


iisue, unam

Cuando se escribe sobre la Ilustración mexicana se recurre a los je-


suitas desterrados, se habla de El Despertador Americano de Francisco
Maldonado y de las andanzas de Servando Teresa de Mier; se trans-
criben los peores párrafos de Fernández de Lizardi y se cae de rodillas
ante Humboldt. Todo esto está bien, pero se olvida la labor ilustrada
en el campo del arte. En el campo de la pintura fue donde menos
—donde casi nada— hizo la “Ilustración”. El arte pictórico siguió
siendo devoto, cortesano y tradicionalista y en todo el siglo xviii sólo
hay unos cuantos cuadros no religiosos.1
Francisco de la Maza

Introducción

Antes del siglo xviii, la producción visual hispánica que representaba la


negritud había sido muy escasa en comparación con el resto de Euro-
pa.2 Su aparición en los lienzos españoles se reducía a un tema religioso
o bíblico, en concreto a la imagen del rey mago Baltasar.3 En general,
los personajes negros fueron desplazados a los márgenes de la pintura,
teniendo un papel secundario, de detalle o añadido dentro del espacio
pictórico. Algunas pocas excepciones fueron las obras que realizaron los
artistas sevillanos Diego Velázquez, La mulata (1618), el Retrato de Juan
de Pareja (1650), y Bartolomé E. Murillo, los Tres niños (ca. 1670). En
ellas hay un cambio en la valoración de las personas negras, son el cen-
tro de la escena, se les representa de manera natural y el episodio religio-

1 “Una pintura de la ‘Ilustración’ mexicana”, pp. 37-38.


2 Fracchia, “La problematización del blanqueamiento visual del cuerpo africano”, p. 68.
3 Alba, “La representación del rey mago negro”, pp. 267-268.

459
Las pinturas de castas

so prácticamente queda ausente, algo insólito en la pintura hispalense


para ese entonces.4
En la literatura, en varias piezas de entremeses del Siglo de Oro, se
encuentra una gran variedad de tipos negros: corteses y ceremoniosos,
descarados, supersticiosos y sensuales, joviales y alegres, algunos de ellos
vestidos de manera ridícula. Por muy breve que fuera su intervención,
provocaban risa.5 Características no muy diferentes fueron representa-
das en el teatro de Lope de Vega, con un habla del castellano defor-
mado, su gusto y habilidad por el canto y baile, baja condición social
en relación de dependencia, sentido poco estricto de las obligaciones,
exaltación de lo erótico, y el color de la tez como punto de partida de
insultos y motes despectivos. Sin embargo, una de las innovaciones más
importantes fueron las figuras de los santos negros, aquí se observa una
especie de dignificación literaria.6 En el “Santo negro de Rosambuco de
la ciudad de Palermo”, el personaje principal es tratado como excepcio-
nal, cuanto más se le alaba, más deshumanizados quedaban el resto de
los negros, él representaba la humildad, los otros la soberbia, él tenía
el cuerpo negro pero el alma blanca.7 Fue en estas historias, donde la
literatura los mostró de manera digna y sin mofarse de ellos.
Ya en el Siglo de las Luces, los negros irán ocupando un lugar
más importante en los lienzos, aparecen casi siempre en actividades
cotidianas como el servicio doméstico. Una de estas imágenes mues-
tra una cocina valenciana representada en un paramento mural de
azulejos, en la cual se observa una criada o esclava negra sujetando
una escoba, junto a su ama que sostiene una flor en la mano izquierda
y en la derecha un abanico, ambos personajes son representados en
diferentes proporciones, la española ocupa una dimensión mayor del
espacio, signo de superioridad, frente a la mujer que se dedica a las
labores domésticas.8

4 Méndez Rodríguez, Esclavos en la pintura sevillana, pp. 158, 208-209; Fracchia, “La
mulata, de Velázquez”, p. 22.
5 Castellano, “El negro esclavo en el Entremés del Siglo de Oro”, pp. 59, 62-63.
6 Weber de Kurlat, “El tipo del negro en el teatro de Lope de Vega”, pp. 338, 342-345 y 359.
7 Fra Molinero, La imagen de los negros en el teatro, pp. 81, 90 y 97.
8 “Cocina valenciana, paramento mural con 1536 azulejos de 20 x 20 cm, datado 1780-
1790”, Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid. Citado en Martín Casares, “Productivas
y silenciadas”, pp. 67-68.

460
Rafael Castañeda García

En América, desde la primera mitad del siglo xviii surgen las pin-
turas de castas. El desafío de clasificar el mestizaje llevó a sus realiza-
dores a la exageración, a la invención de categorías que en sus propios
términos —torna atrás— degradaban la posición del individuo dentro
de su contexto local. Estos lienzos no sólo fueron objetos artísticos,
sino instrumentos del poder que buscaron catalogar a la población del
siglo xviii. Pusieron en el centro de la escena a los habitantes de origen
africano, los naturales, españoles y sus diferentes híbridos, lo hicieron
de manera natural sin ridiculizarlos ni caricaturizar sus rostros. Pero
construyeron un estereotipo de lo negro con efectos negativos de la
mezcla.9
La amplitud del mestizaje novohispano fue el resultado de la inte-
racción de estos grupos, junto con los asiáticos, de donde surgieron los
mulatos, lobos, morenos, moriscos, pardos, zambos, chinos y coyotes.
Por tanto, los nombres que buscaban clasificar a los presuntos grupos
sociorraciales que se representaron en la pintura de castas no existieron
en la legislación ni en la cotidianidad, de ahí las diferencias entre los
distintos pintores sobre lo que ellos denominaron: “tente en el aire”,
“no te entiendo”, “salta-atrás”, “torna-atrás”, “cambujo”, “barcino”, “al-
barazado”, “chamizo”, “jíbaro”, “cuarterón”, “calpamulato”, entre otros.
Pero incluso, establecer una verdadera clasificación con las “calidades”
que sí aparecen en la documentación resultaría un fracaso inevitable.
Como lo han señalado Pilar Gonzalbo y Patrick Carroll, una categoría
fácilmente identificable como la de mulato dio motivo a numerosas
interpretaciones de parte de las autoridades.10
Algunos especialistas en el tema han señalado que la mayoría de
los pintores de este tipo de cuadros eran americanos, por lo que re-
presentaron una realidad vista y experimentada por ellos mismos.11
Para Roberto Moreno de los Arcos, este género pictórico fue la opor-
tunidad para los ilustrados novohispanos de cobrar conciencia cla-
ra de lo que los distinguía del Viejo Mundo: “el carácter multirracial
de su patria y se ocuparon de clasificarlo”. Fueron en el fondo, “un

9 Catelli, “Pintores criollos, pintura de castas”, p. 165.


10 Gonzalbo, “Las trampas de las castas”, p. 103; Carroll, Población negra en el Veracruz
colonial, pp. 227-230.
11 Francisco Clapera nació en Barcelona (1746-1810), y al parecer fue el único español
que pintó una serie de castas. Katzew, La pintura de castas, pp. 23, 26 y 31.

461
Las pinturas de castas

pretexto para recobrar lo propio y distinto de su sociedad y de su


naturaleza”.12
Estas representaciones de carácter popular fueron plasmadas en di-
versos escenarios, más urbanos que rurales, situaciones armoniosas y
conflictivas, oficios de diversos estatus, y prácticas lúdicas de la época
como los juegos de naipes, la música y los paseos. La historiografía
sobre este tema ha estado marcada por las exposiciones que le precedie-
ron. En los últimos 30 años ha habido tres importantes exhibiciones
sobre este género de pintura, cada una con un valiosísimo catálogo.13
Otras publicaciones se han sumado, en ellas se han estudiado los dife-
rentes fenotipos, la indumentaria, la imagen del indígena, la comida, la
iconografía de la mujer de origen africano, y los pintores, entre otros
aspectos.14 En este camino andado también se han descartado ciertas
hipótesis, por ejemplo, se creía erróneamente que estos lienzos sirvieron
“[...] como instrumento de la administración religiosa para consultar y
verificar las castas, y así poder asentar la respectiva categoría en las actas
de bautismos, matrimonios y entierros [...]”.15
En el balance de lo publicado hay una ausencia notable: los niños.
A pesar de contar con decenas de imágenes de ellos, no han merecido
hasta ahora ninguna atención por parte de los historiadores. La infancia
es representada en diferentes circunstancias que van desde el juego hasta
la participación en actividades productivas. Los gestos y la afectividad
que se plasmaron en la iconografía de la familia entre padres e hijos es
otra temática que es necesario hacer más visible, ¿qué diferencias hay en
estas expresiones respecto a los retratos de familia de la pintura religiosa
y cortesana? Los oficios es el otro tópico olvidado, ningún género pictó-

12Moreno de los Arcos, “La Ilustración mexicana”, p. 19.


13En 1989 una exposición de pinturas de castas se exhibió en el Museo de Monterrey,
Nuevo León, México; fue trasladada posteriormente al Museo de Arte de San Antonio y ter-
minó en el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México. De esta exhibición salió el libro de
María Concepción García Sáiz, Las castas mexicanas. En 1996, la Galería de Arte de la Ameri-
can Society auspició otra exhibición en su sede en Nueva York, el catálogo, New World Orders:
Casta painting and colonial Latin America, salió el mismo año. Las pinturas de castas también
formaron parte de la exhibición Pintura y vida cotidiana en México, 1650-1950, presentada en
la Ciudad de México en 1999.
14 Ejemplo de ello, son los artículos de Deans-Smith, “Creating the Colonial Subject”, pp.
169-204; Velázquez, “Orgullo y despejo”, pp. 25-38; y Katzew, La pintura de castas, entre otros.
15 Castelló Yturbide, “Los cuadros de mestizaje y sus pintores”, pp. 191-192.

462
Rafael Castañeda García

rico había mostrado tal cantidad de actividades productivas o laborales


de distinto tipo que desempeñaron los sectores populares.
El entretenimiento no quedó fuera de las representaciones de esta
serie de cuadros. En aquella época, los juegos de albures, mismos en los
que la gente apostaba más dinero, eran considerados un vicio nocivo a
la salud, a el honor y a los caudales de las personas, además se perjudi-
caba a la familia pues los juegos de naipes eran nocturnos. En 1773, en
la Ciudad de México se llegaron a prohibir juegos de albures de naipes,
entre los que se mencionaban: “[...] banca, quince, veinte y una, y trein-
ta y una, cacho, flor u otros de naipes como quiera que se nombren,
siendo de envite o suerte, y los de biribís, oca, dados, tablas, bolillo o
semejantes de suerte y azar [...]”.16 Por si fuera poco, en pleno clímax
del juego, los involucrados en repetidas ocasiones llegaron a expresar
algunas maldiciones o blasfemias, debido a la poca suerte en alguna par-
tida. A pesar de lo que había detrás del juego de naipes, los pintores no
descartaron representar este tipo de escenas, aunque debemos decir que
se conocen muy pocos cuadros. Una vez mencionados algunos tópicos
sobre los que se podría profundizar, es necesario llamar la atención so-
bre el enfoque mediante el cual han sido estudiados dichos lienzos. La
mayoría de los textos publicados que existen hoy día sobre esta temática
pertenecen al ámbito de la historia del arte.
Demostrar que las series de castas refieren aspectos de la vida social
novohispana del siglo xviii y cuáles son sus características, es el obje-
tivo de este trabajo. Es cierto que las relaciones sociales simbolizadas y
los textos explicatorios de los cuadros ocultaron otras realidades: por
ejemplo, varias de estas relaciones fueron en muchos casos sin el con-
sentimiento de la mujer en cuestión. La mayoría refleja el modelo de
familia que consistía en padre, madre e hijos, cuando en la realidad
había muchos hogares incompletos, con la ausencia de la presencia pa-
terna, en los cuales las mujeres pardas y mulatas libres encabezaron estas
familias.17 ¿Qué elementos pueden servirnos para ir más allá de los es-
tereotipos? ¿Cómo reconstruir una parte del significado de las pinturas
de castas?

16 “Sobre las prohibiciones de los juegos de azar”, México, 14 de febrero de 1773, agn,
bandos, vol. 8, exp. 22, f. 82.
17 Castillo Palma, “Mujeres negras y afromestizas”, p. 604.

463
Las pinturas de castas

Se han encontrado colecciones de este género pictórico en otras par-


tes de Latinoamérica como Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia y Argentina.
Todo parece indicar que las series novohispanas fueron las más numero-
sas, el Museo de Historia Mexicana, en la ciudad de Monterrey, Nuevo
León, alberga la serie más completa con 133 obras. Otro conjunto de
lienzos se ha localizado en museos y colecciones particulares en Estados
Unidos, España, Francia, Austria e Inglaterra. Uno de los problemas
que surge cuando se estudian las pinturas de castas es que, debido a
la dispersión de las series, a menudo resulta difícil ofrecer una imagen
completa de lo que originalmente brindaban, otro inconveniente es que
un buen número de conjuntos son anónimos y se encuentran sin fechar;
otros están firmados y fueron obra de destacados pintores como Miguel
Cabrera, Juan Rodríguez Juárez, José de Ibarra, Francisco Clapera, Luis
Berrueco, Juan Patricio Moflete Ruiz, Andrés de Islas, José de Páez, José
Joaquín Magón y Francisco Antonio Vallejo.18
Para cerrar esta introducción, debo decir que en un contexto de-
mográfico donde se incluye a América en su totalidad, Nueva España
no fue uno de los principales receptores del tráfico de esclavos, recibió
unos 150 000,19 esto representa entre la octava y la décima parte de los
africanos que llegaron a las colonias españolas. Por el contrario, a Brasil
llegaron entre cuatro y cinco millones y tan sólo a la pequeña isla de
Jamaica 700 000. La parte de Norteamérica que se convirtió en Estados
Unidos tan sólo admitió alrededor de 500 000. Según Colin Palmer, la
población esclava negra en el México colonial no se reprodujo de ma-
nera constante sino hasta bien entrado el siglo xviii.20

La presencia de la mujer

No fueron pocos los discursos de la Iglesia contra las ropas del siglo
xviii y los problemas morales que causaba la coquetería femenina. En
su “Sermón de la lujuria”, un predicador de dicha centuria condenaba
cierta vestimenta de las mujeres:

18 Katzew, La pintura de castas, p. 3.


19 Palmer, Slaves of the White God: blacks in Mexico, pp. 28-30.
20 Palmer, “México y la diáspora africana”, pp. 29-30.

464
Rafael Castañeda García

[...] ¿Cuál es la razón porque Dios nos aflige con años desgraciados, con
hambres caninas, con carestías y esterilidades sino por las deshonestida-
des continuas de los mortales, el descoco, y desnudez de las mujeres con
estos vestidos de moda; con estos vestidos afeminados de los hombres,
con estos calzones escandalosos, incentivos de la torpeza y causa de tantos
pecados? [...]21

Difícilmente los novohispanos acaudalados se sometieron al régi-


men propuesto por los eclesiásticos; el despliegue de ostentación en el
vestir los distinguía de los otros grupos sociales y les daba prestigio. Si-
guiendo esta idea, en un sermón predicado se pronosticó a los feligreses
que en el día del juicio final: “[...] aquella mujer mundana empeñada en
ostentar sus seductores encantos, y que se creía culpable solamente de
una simple envidia de agradar, será en ese día responsable de todas las
almas que ha cautivado, los deseos que ha encendido [...]”.22
Dicho lo anterior, las representaciones pictóricas sobre la corporali-
dad femenina en los cuadros de castas siguen el modelo de recato al que
debían apegarse todos. La sensualidad de la mujer de “color quebrado”
y la vanidad de sus ropajes que refirieron diversos actores de la sociedad
como el británico Thomas Gage y el italiano Giovanni Gemelli no apa-
recen en estos lienzos, es algo normal, pues el espíritu de la Ilustración
buscaba representar en el espacio público “las buenas costumbres, la
cohesión social y la ejemplaridad”.23
Otra temática que se representa en varias pinturas de castas fue una
pelea física entre un español y una negra dentro de la cocina, el vástago
siempre aparece apartando a sus progenitores. En este espacio —donde
pocas veces entraba la señora de la casa— en ocasiones se daba la pro-
miscuidad; el “derecho” del amo sobre el cuerpo de quienes estaban a
su servicio era la causa de este tipo de adulterio, el más frecuente.24 Si
examinamos los planos arquitectónicos novohispanos, nos damos una
idea de la poca importancia que prestaban a sus cocinas los dueños de

21 “Sermón de la lujuria”, agn, Archivo Histórico de Hacienda, vol. 291, exp. 8, f. 1,


citado en Bustamante, “Los usos del sermón”, p. 111.
22 “Sermón del Juicio final”, agn, Bienes Nacionales, vol. 425, exp. 5, f. 9, citado en
Bustamante, “Los usos del sermón”, p. 114.
23 Lempérière, Entre Dios y el rey, p. 240.
24 Matthews-Grieco, “Cuerpo y sexualidad”, p. 193.

465
Las pinturas de castas

las casas. Por lo general, este lugar estaba relegado a la zona de servi-
cio, junto al cuarto de las sirvientas.25 Asunción Lavrin detalla un caso
de una relación extramarital entre la negra esclava Juana de la Cruz y
el amo mercader Francisco Ortuño en 1700, en San Juan Tzitácuaro
(Michoacán). Una noche estos amantes fueron sorprendidos durante
las relaciones sexuales por la propia mujer de Francisco, quien los en-
contró “detrás de su cocina en acto deshonesto”. Esta amistad ilícita ya
era conocida entre el círculo cercano de los protagonistas, Juana, por
ejemplo, “[...] comunicó a dos mujeres del pueblo que Ortuño no era
su amo, sino su amigo, en una exhibición de orgullo personal y social
para ella [...]”.26
Estas representaciones de riña en la cocina son testimonio de cómo
el cuerpo femenino, en particular el de las negras y mulatas, fue objeto
de discordia y disputa entre los españoles, buscaba ser apropiado y con-
trolado. Algunos colonos compraron esclavas para tener una cocinera y
una amante, en la misma persona.27 En cierto sentido, son representa-
das como mujeres “retadoras, desobedientes y atrevidas”.28
Pero esto no fue una actitud exclusiva de las castas de origen afri-
cano. Según los tribunales menores de la Ciudad de México, fueron
frecuentes los casos de riñas conyugales. En la mayoría de las parejas de
los grupos populares la violencia doméstica era ejercida por el hombre,
pero, así como había mujeres que aceptaban de manera sumisa el mal
trato de sus maridos, también hubo casos en que ellas, al ser golpeadas
por su pareja, se defendieron e hirieron a su vez a los agresores.29 Otros
ejemplos que han sido documentados para finales del periodo colonial,
muestran como las mujeres —indias o españolas—, demandaron a sus
parejas por adulterio.30
Sin embargo, el sector femenino de origen africano, más que nin-
gún otro causó un fuerte impacto entre los hombres. Emplearon la se-
ducción y maternidad para acceder a recursos o privilegios, ascender
en la escala social por medio del blanqueamiento o lograr la libertad

25 Long, La cocina mexicana, p. 38.


26 Lavrin, “Intimidades”, p. 202.
27 Castillo Palma, “Mujeres negras y afromestizas”, p. 600.
28 Velázquez, “Orgullo y despejo”, p. 37.
29 Lozano, “Momentos de desamor”, pp. 63 y 65.
30 Ochoa, “‘Por faltar a sus obligaciones’”, pp. 351-370.

466
Rafael Castañeda García

propia o de los hijos. Estas formas de negociación demuestran cómo


vivieron creativamente las mujeres en una sociedad edificada sobre las
diferencias y la subordinación.31 En otras palabras, la intimidad entre
el amo y la esclava —evidenciada en varios expedientes criminales de la
época—, también muestra cómo la subyugación física ya no se reducía
en exclusiva al abuso corporal y de poder de género y condición social
por el hombre, “[...] sino una relación en la cual el amo se revela escla-
vizado por su pasión, y la mujer esclava se adueña del círculo familiar y
subvierte el orden social y étnico [...]”. La intimidad de la vida cotidia-
na plasmada en algunas escenas de las pinturas de castas, descubre una
nueva cara de la situación que pone en entredicho las “[...] relaciones
que usualmente se han descrito como opresivas y brutales [...]”.32
Otro tipo de representaciones muestran una aproximación a la
realidad cotidiana de aquel entonces. En las escenas donde aparecen
los tinacales para la venta del pulque, las mujeres mulatas tuvieron
mayor presencia que las indias, fueron el centro de atención, peinadas
y ataviadas de manera elegante, su semblante es agradable como si no
les disgustara participar en una labor donde la mayoría de los consu-
midores eran hombres y en un ambiente de embriaguez y violencia,
además se observa casi siempre a una niña que también participa aten-
diendo a los clientes. Al respecto, fray Agustín de Vetancurt señaló a
finales del siglo xvii que muchas pulquerías fueron administradas o
atendidas por bellas mujeres, por lo regular de origen mulato, atavia-
das atractiva y provocadoramente, quienes fungieron de anzuelo para
atraer mayor clientela.33 Hacia la segunda mitad del siglo xviii, las 45
pulquerías autorizadas por las Ordenanzas para la venta de pulque en
la Ciudad de México se hallaban ubicadas en su mayoría en barrios
populares, atendidas por mujeres, en las que se vendían fritangas y
tamales. Estas vendedoras, llamadas almuerceras, solían ofrecer un
plato de almuerzo, una rebanada de pan, una tortilla, y un jarro de
pulque de medio cuartillo. Su éxito debió ser notable, pues según el
cronista Juan de Viera las almuercerías y fogones —establecimientos
similares—, abundaban a lo largo de la Acequia Real, en la Plaza Ma-
31 Camacho Segura, “Silencios elocuentes”, pp. 176-177.
32 Lavrin, “Intimidades”, pp. 202-203.
33 Fray Agustín de Vetancurt, Teatro Mexicano, p. 442, citado en Soberón, “Indias, mu-
latas, mestizas”, p. 44.

467
Las pinturas de castas

yor y en sitios adyacentes, como la plazuela del volador y el mercado


El Parián.34
Por su parte, Désirée Moreno Silva encontró en los expedientes de
la Inquisición un caso de 1786, que en apariencia podría tratarse de una
pintura de castas, pero por tener una imagen obscena fue censurada por
el Tribunal del Santo Oficio. En las declaraciones se habla de haber vis-
to en el obrador de un pintor, una pulquería y en ella la figura de “una
mujer en aptitud [sic] de hacer aguas menores”. Al parecer fue hecha
por pedido de un francés llamado Juan Sabey y la imagen se mandaría
a París. Al encargar la pintura, expresó el deseo de que la mujer fuera
pintada descubierta por completo, con las naguas alzadas, cosa que el
artista no había ejecutado. Resulta interesante advertir que, en este caso,
una pintura de castas pudo haber sido utilizada para representar en ella
temas eróticos. La acción de orinar, en sí misma, no posee un signifi-
cado erótico. Sin embargo, conforme aumentaron las pautas de pudor,
el orinar frente a otros individuos se convirtió en un acto transgresor y
obsceno. La pintura de la pulquería con una mujer haciendo aguas no
contribuía a reforzar un imaginario social ideal de buen orden y por eso
dicha pintura fue condenada a desaparecer.35
El comercio en la calle y en la plaza fue otra temática que abunda en
estas series iconográficas, desde el siglo xvi varias negras esclavizadas fue-
ron enviadas por sus amos a trabajar en las calles como vendedoras.36 No
es extraño que las libres de “color quebrado” en el siglo xviii tuvieran una
presencia importante en esta actividad económica. Señala Concepción
García que pocos productos fueron tan repetidos en este género pictó-
rico como las frutas, se observan cestos que acumulan melones, sandías,
piñas, uvas, camotes, granadas, ciruelas y un larguísimo etcétera. Por lo
general, estos puestos eran atendidos por las mujeres, a quienes ayudan
los maridos e hijos en el transporte de los productos, las indias son las más
numerosas, sin que falten las mulatas o cualquiera de las castas.37
Finalmente, el tabaco y los textiles, en particular, fueron dos secto-
res productivos que merecieron la atención de los pintores, si bien no

34 Juan de Viera, Breve y compendiosa narración de la Ciudad de México, 1777, Biblioteca


Nacional, Ms, 1828, citado en Soberón, “Indias, mulatas, mestizas”, p. 48.
35 Moreno Silva, “Erotismo y censura”, pp. 362-369.
36 Acosta Corniel, “Negras, mulatas y morenas”, p. 214.
37 García Sáiz, Las castas mexicanas, p. 45.

468
Rafael Castañeda García

plasmaron una fábrica de tabacos, tuvieron la sensibilidad de captar un


estanquillo de cigarros y puros, así como talleres caseros de telas. No es
un hecho menor, ambas actividades económicas emplearon a cientos
si no es que miles de mujeres indias y mulatas en el virreinato. Para la
segunda mitad del siglo xviii, varias de ellas se emplearon en las seis
fábricas de tabaco que hubo en la Nueva España: México, Guadalaja-
ra, Puebla, Oaxaca, Querétaro y en la villa de Orizaba. Los productos
del monopolio se vendían en tiendas autorizadas por el gobierno: los
estanquillos. Para 1775, la mitad de los 110 estanquillos que operaban
en la Ciudad de México estaba administrada por mujeres; en Guada-
lajara de los 115 estanquillos, 93 por ciento era manejado por el sector
femenino. Pero también se dio el fenómeno del trabajo a domicilio, los
trabajadores recibían el papel para prepararlo en casa, de ahí que tenga-
mos algunas pinturas de castas que muestran a una familia enrollando
cigarros y puros.38
Lo que salta a la vista en la serie de pinturas de castas novohispanas
es el aporte de las mujeres indias y de origen africano a la economía
doméstica, al participar en diferentes actividades artesanales, sin em-
bargo, hoy día sigue siendo una temática poco atendida por la historio-
grafía. Otro aspecto que destaca es su lado maternal, pues casi siempre
aparecen más próximas afectivamente con su descendencia a diferencia
del padre. También se representa su dualidad que es constitutiva de la
naturaleza humana pero sólo con el sector femenino de origen africano
fue expresado por los artistas, de tal suerte que tenemos pinturas donde
ellas se acercan al modelo femenino de recato y obediencia, y en otras
escenas son retadoras y atrevidas, más cercanas a los estereotipos que
había sobre esta población.

Talleres domésticos y vida artesanal

En el contexto cultural de la Ilustración se concebía a la felicidad


como el progreso material, objetivo sólo alcanzable mediante el traba-
jo. Precísamente sobre el ámbito laboral es que los cuadros de castas
pueden servir como una fuente para el historiador social. En ellos se

38 Deans-Smith, Burócratas, cosecheros y trabajadores, pp. 274, 276 y 292-293.

469
Las pinturas de castas

pueden apreciar los tipos de trabajadores como la cocinera, el zapate-


ro, el sastre, el barbero, el hilandero, la cigarrera, el calcetero, el traba-
jador textil y, por supuesto, los vendedores ambulantes. Todos oficios
y actividades que desempeñaron las castas de origen africano de con-
dición libre, y que están documentados en los archivos históricos.
En estos lienzos se representa a familias de las tantas que vivieron
en las ciudades novohispanas. Según el padrón de la parroquia del Sa-
grario de la Ciudad de México de 1777, apenas 7 por ciento de estos
grupos fue propietario de una casa grande o propia, mientras que entre
los españoles era 66 por ciento los que contaban con ella. Es decir,
hubo una diferencia en la calidad de la vivienda entre españoles y las
castas. De hecho, la mayoría de la población de “color quebrado” vivió
en su propio taller o tienda, en accesorias o en piezas abiertas a un za-
guán,39 otros ni siquiera tuvieron los recursos para alquilar un cuarto
en una vecindad y habitaron en jacales de varas, techados de paja en
los barrios sin urbanizar de las afueras.40 Si consideramos que el tipo de
establecimiento que predominó en la Ciudad de México fue el pequeño
taller artesanal y no la fábrica,41 los cuadros de este género iconográfico
reflejan muy bien esta realidad, varios están ambientados en espacios
domésticos. En ese ámbito se puede notar que no existía la cocina como
un cuarto separado, por tanto, fue el lugar tanto de los oficios como de
la preparación de los alimentos.42 La vida del artesanado quedó plas-
mada en estas imágenes, al retratar escenas cotidianas con información
sobre las viviendas y el instrumental utilizado para trabajar.
El trabajo le permitió a la población de origen africano de condi-
ción libre integrarse a la sociedad y romper con esa percepción de la
época que veía a los negros como revoltosos y desafiantes por natura-
leza.43 Para finales del siglo xviii había 54 gremios y cerca de 10 000
artesanos agremiados.44 A pesar de que las ordenanzas de varios de ellos
prohibían que tanto los mestizos, como indios, negros o mulatos pu-
dieran examinarse para llegar a ser maestros, en la práctica, la mano de

39 Gonzalbo, “Las trampas de las castas”, pp. 103-104.


40 Curiel y Rubial, “Los espejos de lo propio”, p. 132.
41 Pérez Toledo, “Artesanos y gremios”, p. 228.
42 Scott, “Domesticidad y comida”, p. 15; y Janet Long, La cocina mexicana, p. 39.
43 Israel, Razas, clases sociales, pp. 80-81.
44 Pérez Toledo, “Artesanos y gremios”, p. 227.

470
Rafael Castañeda García

obra de origen africano fue aprovechada y trabajaron como aprendices


y oficiales, e incluso hubo quienes por sus habilidades tan destacadas no
sólo llegaron a ocupar el máximo escaño de su respectiva corporación
artesanal, sino también instalaron sus propios talleres. Tuvieron acceso a
prácticamente todos los oficios, de ahí que resulte “[...] difícil entender
la insistencia de quienes siguen hablando de la segregación en las acti-
vidades laborales [...]”.45
Con base en lo expuesto cabe preguntarse, ¿en cuáles oficios hubo
mayor presencia de mulatos libres? Sandra Luna señala que, para finales
del siglo xviii, los hombres de “color quebrado” de la Ciudad de Méxi-
co sobresalieron en la rama textil (sastres, tejedores, hiladores, etcétera),
pero también participaron como pasamaneros, bordadores, sayaleros,
silleros, hojalateros, zapateros y pintores.46
Por su parte, sabemos que en Querétaro para la década de 1790 la
producción textil casera aumentó de forma vertiginosa. Por ejemplo, en
1793 los 181 telares en funcionamiento en los obrajes de dicha ciudad
eran superados en número por los 405 talleres caseros en los que se te-
jían telas de lana y los 193 en los que se elaboraban telas de algodón. Se-
gún un testimonio de la época, las unidades familiares eran la base para
trabajar este producto, en ellas los hombres tejían, mientras las mujeres
y los niños hilaban y hacían diversas tareas,47 de hecho, ellas realizaban
el llamado “hilado de pie”.48 No fue casual entonces que dicha actividad
apareciera repetida en varias series de este género iconográfico, pues si
atendemos a lo que señala Tutino, para 1801 había alrededor de 1 000
telares caseros en Querétaro que requerían el trabajo de un tejedor y
el de dos o tres trabajadores más, esto es, el sector de la producción de
textiles empleaba entre 3 000 y 4 000 hombres, mujeres y niños.49
Otros casos particulares merecen mención aparte, pues corresponden
a otro periodo, por ejemplo, el mulato Lorenzo de Palacios —maestro
escultor y dorador— fue uno de los principales fundadores de la cofradía
gremial de fruteros de la Ciudad de México en 1672, que sesionó en los

45 Gonzalbo, “Las trampas de las castas”, p. 109.


46 Luna García, “Trabajadores de origen africano”, pp. 100-101.
47 Tutino, Creando un nuevo mundo, pp. 448-449.
48 Curiel y Rubial, “Los espejos de lo propio”, p. 129.
49 Tutino, Creando un nuevo mundo, p. 451.

471
Las pinturas de castas

altares de la iglesia de la Santísima Trinidad.50 Sin duda la vinculación de


los oficios y las castas de origen africano tuvo relación con los múltiples
órdenes sociales y la variación regional. En Orizaba, según el padrón
de 1791, los de condición libre se emplearon mayormente en el sector
servicios (46 fueron sirvientes, dos cocheros y dos tratantes, apenas uno
alguacil, uno tabaquero y uno arriero), mientras que fueron registrados
44 afrodescendientes con oficios artesanales, de los cuales 50 por ciento
fueron zapateros y sastres, el resto se repartieron en 11 oficios.51 En sín-
tesis, una imagen sí refiere parte de la realidad, pero ésta es más amplia
y compleja de lo que se trasluce en el interior del marco de la pintura.

Conclusiones

En estas líneas me he centrado en sugerir sólo algunas temáticas que es


posible observar en las pinturas de castas. Con base en la riqueza que
contiene cada imagen he intentado ir más allá de los estereotipos, para
ello fue necesario desmontar los mecanismos de las élites, esto es, cómo
entendían las buenas maneras, la sociabilidad, el espacio cotidiano y la
privacidad en el universo de lo íntimo. El resultado en muchas ocasio-
nes está conectado con lo sucedido en diversos escenarios del territorio
novohispano. De hecho, los indicios que ofrece este género iconográfi-
co representa un reto para el historiador social, que necesita confrontar
en los repositorios documentales. La pregunta entonces, no es el grado
de fiabilidad de esta fuente visual, sino cómo mediante el estudio de
los diversos elementos que contiene cada pintura podemos reconstruir
y profundizar en diferentes aspectos, tales como la importancia de las
mujeres en la economía doméstica, la niñez y sus relaciones afectivas
con sus progenitores, así como las condiciones desiguales de vida entre
los infantes, entre otros.
Las pinturas de castas no son sólo una muestra del mestizaje y la for-
ma cómo fue clasificado, tampoco son una fuente exclusiva para los estu-
diosos de la población de origen africano, representan todo un contexto
50 Ramírez Samano, “La cofradía gremial de los fruteros”, pp. 75-77.
51 Los cuales eran: pureros, carpinteros, panaderos, herradores, herreros, silleros, curtido-
res, talabarteros, boteros, matanceros y albañiles. Valle Pavón, “Transformaciones en la pobla-
ción afroamericana”, pp. 176-177.

472
Rafael Castañeda García

cultural que abarca elementos diversos de los habitantes y la naturaleza


del Nuevo Mundo del siglo xviii. En esta producción visual, mostraron
por primera vez la riqueza de la Nueva España y el papel relevante de los
sectores populares enmarcados en una sociedad no ausente de contra-
dicciones en los comportamientos morales, pero que vivió una actividad
artesanal boyante, con una cantidad de oficios que sólo son imaginables
en su hechura gracias a estas expresiones artísticas.
La máxima expresión de visibilidad de la población de “color que-
brado” son las pinturas de castas. Si bien ocultan un pasado sobre los
sujetos esclavizados, los dignifica en una sociedad a la cual se han inte-
grado mediante el trabajo. Las diferentes escenas muestran que estuvie-
ron en todos los sectores artesanales, tal cual sucedió en aquellos años si
nos basamos en los estudios que existen sobre el artesano novohispano.
La historia de la migración forzada proveniente de diferentes regiones
de África, es también la historia de las representaciones de las castas
novohispanas.

473
RAMIFICACIONES MORENAS
DE LO POPULAR. MÚSICAS DE NEGROS
Y SUBVERSIÓN EN AMÉRICA VIRREINAL

Carmen Bernand
Profesora Emérita de la Universidad de París-Ouest
Miembro del Institut Universitaire de France

Todos me dicen el negro, Llorona,


negro pero cariñoso
yo soy como el chile verde, Llorona
picante pero sabroso.
La Llorona, canción popular

¿Es concebible un mundo sin sonidos ni armonías? Un universo callado


es un universo muerto. Y, sin embargo, muchos son los libros de his-
toria que prescinden de la música o que la mencionan al pasar como
si fuera un adorno, quizás inútil, probablemente frívolo, en todo caso
de importancia menor para el análisis social. Las razones de tal olvido
residen probablemente en la especificidad de una actividad artística que
requiere un mínimo de conocimientos técnicos para ser entendida y
que actúa sobre la emoción, sensación difícil de conceptualizar y, por
lo tanto, poco propicia a ser categorizada por las ciencias sociales. Esto
también es cierto para las artes plásticas, que ocupan un lugar más des-
tacado en los textos históricos porque la imagen se presta con mayor
facilidad a la descripción profana que la melodía. La música, en cam-
bio, es el campo (casi) exclusivo de la musicología y de su variante, la
etnomusicología. Estas disciplinas han producido un corpus de trabajos
excelentes, que brindan una información muy rica sobre los valores, la
estética, la sexualidad y las interacciones sociales. Pero aún así, el his-
toriador, por lo general, ignora ese acervo documental o lo incluye de
manera excepcional en sus problemáticas. Los estudios fundamentales
sobre la música hispanoamericana de Robert Stevenson o de Maurice
Esses raras veces son citados por los especialistas de la época colonial; el

475
Ramificaciones morenas de lo popular

Códice Saldívar, que lleva el nombre de su descubridor, el musicólogo


mexicano Gabriel Saldívar y Silva, a pesar de ser una fuente para los
historiadores de la Nueva España, no figura, por lo general, en las his-
torias coloniales. Ese desinterés de los historiadores académicos por la
música como fenómeno histórico y social está por fortuna compensado
por numerosos trabajos sobre la música nacional, como el ya clásico de
Vicente T. Mendoza sobre el corrido mexicano, o el de Horacio Salas
sobre el tango argentino. En tiempo reciente han florecido en América
Latina una serie de publicaciones que tratan de la historia de las músicas
nacionales (brasileña, argentina, chilena, caribeña, colombiana o perua-
na) de los siglos xix o xx. Para el Perú virreinal, cabe destacar los traba-
jos de Juan Carlos Estenssoro Fuchs, musicólogo, músico e historiador.1
En síntesis, los estudios sobre la música existen, pero los prejuicios
académicos obstaculizan la integración total del tema en los estudios his-
tóricos, como lo señala Lawrence W. Levine, en virtud de la suposición:

[...] that the expressive culture and the performing arts had little to con-
tribute to our knowledge of ourselves as a people and a nation and need
not to concern the scholarly historian. The result was a widespread ne-
glect of – and too often a deep ignorance about – these essential currents
of our past and the voices they revealed to us [...].2

Para este autor, que ha estudiado el jazz como forma expresiva fun-
damental de la cultura norteamericana, no sólo las músicas populares,
sino también las clásicas tienen poca visibilidad en la historiografía.
De todas las artes expresivas, la música es la más apta para la crea-
ción de formas nuevas a partir de tradiciones diversas y es en este campo
que el mestizaje cultural es más evidente hasta el día de hoy, facilitado
sin duda por el carácter abstracto de la materia sonora. Las posibilidades
de apropiación y de transformación de las melodías por el juego instru-
mental y el ritmo son infinitas. Todos los grupos sociales pueden sub-
vertir los cánones oficiales y crear algo nuevo. La novedad es un rasgo
esencial a la música popular, afectada por la temporalidad limitada de

1 Estenssoro Fuchs, Del paganismo a la santidad; Borras, Chansonniers de Lima. Le vals et


la chanson criolla.
2 Levine, “The Musical Odyssey of an american historian”, p. 5.

476
Carmen Bernand

la moda. De ahí que los nombres de géneros musicales hispanoameri-


canos sean pletóricos, lo cual no significa que todos ellos sean distintos,
sino que se presentan como tales. En un libro célebre, Eric Hobsbawm
analiza las construcciones modernas de la tradición, que obedecen a la
necesidad de inscribir artificialmente lo nuevo en una tradición histó-
rica y social que lo hace aceptable.3 En el caso de la música popular, la
situación es inversa, puesto que la pretendida discontinuidad de los gé-
neros musicales, que se pretenden novedosos y en ruptura con lo ante-
rior, oculta la filiación y la continuidad. Sobre este aspecto importante
daremos solamente algunos ejemplos en este texto.

Música, mestizajes y globalización

Este texto no pertenece al campo musicológico, que no pretendo repre-


sentar. Se trata de una síntesis que se inspira en un trabajo más amplio
dedicado a la génesis de las músicas mestizas y populares en América
Latina desde finales del siglo xv hasta la década de 1920.4 En estas líneas
y para ceñirme al tema general de este libro, me referiré al aporte cultu-
ral y relacional de los africanos y de sus descendientes, en el marco de la
sociedad virreinal mexicana. Este periodo forma parte de un conjunto
cultural y territorial más amplio que abarca tres continentes. Lo que me
interesa destacar en estas líneas no es tanto la especificidad de la cultura
africana, sino su capacidad integrativa y constructiva de “una nueva
cultura” que es a la vez “negra” (para emplear la terminología “poco
correcta” de la época) y popular, que no sólo es mexicana, sino también
iberoamericana.5

3 Hobsbawm y Terence Ranger, “Introduction: inventing traditions”, en The invention of


tradition, pp. 1-14. Hobsbawm justamente es uno de los historiadores que más se han interesa-
do por la música popular en las sociedades contemporáneas.
4 La dimensión globalizada de las prácticas musicales en las Américas, incluido el Brasil,
desde finales del siglo xv hasta 1925 —generalización de las grabaciones— ha sido estudiada
por Carmen Bernand en Genèse des musiques d’Amérique latine. Passion, déraison, subversion.
5 Para el periodo colonial no me parece adecuado utilizar una terminología moderna
compuesta, como afromexicano, afrobrasileño o afroargentino, expresiones que no aparecen
en los textos de la época y que probablemente hubieran recusado la mayoría de los mulatos y
pardos. Los documentos hablan de “negros” (o de mulatos, pardos o castas de color quebrado).
En el xvi y el xvii se habla de etíopes, o bien de hombres originarios de Guinea. El concepto

477
Ramificaciones morenas de lo popular

La música popular hispanoamericana es el producto de un triple


mestizaje: occidental (y sobre todo andaluz), indígena (con variantes
importantes) y africano. Este proceso de fusión comienza con la con-
quista, cuando la música andaluza entra en contacto con los cantos
indígenas y con los ritmos africanos. Estas tres matrices son distintas,
pero no incompatibles, como el empleo común y excesivo de la noción
de “otredad” tiende a sugerirlo. En las tres el aspecto ritual de la música
está presente, así como una percepción global que separa difícilmente
los sonidos de los gestos, la coreografía del espectáculo. La rapidez con
que los indígenas y los esclavos aprendieron la técnica musical occiden-
tal aboga en favor de la comunicabilidad cultural. Otro punto común
entre los tres grandes grupos es el desarraigo. Tal es el caso, aunque no
por las mismas razones, de los españoles y de los hombres de origen
africano, “desterrados” en un mundo nuevo. Los indígenas, que son
los únicos autóctonos, diezmados por las epidemias, sometidos y mar-
ginados en sus congregaciones, también son pueblos simbólicamente
arrancados a su tierra originaria, a sus dioses y a sus señores. Es posible
que la ruptura de los vínculos tradicionales y su imposible transmisión,
hayan estimulado el interés por la creatividad musical en la modernidad
temprana que representó el siglo xvi.6
De la Península Ibérica llegaron al Nuevo Mundo los instrumen-
tos más corrientes, como la vihuela y la guitarra, el violín, el arpa, las
trompetas y clarines, el órgano. Todos ellos fueron utilizados por los
indígenas y por los negros esclavos o libres. Los españoles introdujeron
también una escala musical más amplia que la pentatónica, típica de las
poblaciones aborígenes y africanas, un repertorio melódico y poético
oral u escrito (cancioneros, hojas sueltas, partituras), así como la ge-
neralización sistemática de la combinación de dos estructuras rítmicas
ternaria y binaria (3/4 y 6/8). En ese proceso de mestizaje, la Iglesia

de “africano” se reivindica a partir del último tercio del siglo xviii, como contrapartida de
“americano”. No obstante, lo empleo aquí cuando se trata de subrayar el carácter “africano”
de una música o de un culto.
6 Gilroy, The Black Atlantic, p. 72, habla a ese respecto de la cultura de la modernidad de
la diáspora afro-americana en Estados Unidos y el Caribe y de la importancia del blues y del jazz
en la construcción de las identidades transatlánticas. “[...] The contemporary debates over mo-
dernity and its possible eclipse [...] have largely ignored music [...]”. Sus ejemplos pertenecen
al área anglosajona y a los siglos xix y xx. Sobre la modernidad temprana Gruzinski ha escrito
numerosos trabajos centrándose en la Nueva España.

478
Carmen Bernand

desempeñó un papel fundamental, no sólo al implantar la enseñanza de


la música occidental y del arte de tañer los instrumentos hasta enton-
ces desconocidos en las Américas, sino también al difundir las nuevas
sonoridades mediante la celebración pública de fiestas y ceremonias, la
creación de cofradías, la escenificación de autos sacramentales y la crea-
ción de una estética nueva que incluyó también referencias al pasado
indígena (montezumas, matachines, desfiles de incas) y africano (bailes
congos y de “negritos”).
La homogeneidad de la lengua española tuvo también una influen-
cia determinante en la formación de esa nueva cultura americana. Las
palabras de las canciones en castellano eran comprensibles en todos los
virreinatos. Aparecen en toda Iberoamérica términos globales como
“folías”, “guineos”, “fandangos” o “calendas”, que dan a los distintos
reinos y capitanías un aire de familia. Es importante señalar otro aspec-
to de la música popular (en el sentido general que hemos mencionado),
el de la narración. Las canciones cuentan una historia, que es princi-
palmente una historia de amor. Esta narrativa tiene sus metáforas, que
varían poco desde el siglo xvi hasta el xx. Una de ellas es la del “corazón”
herido o capturado. “[...] Si los delfines mueren de amores, que no harán
los hombres, que tienen tiernos los corazones [...]”, dice una endecha de
las Canarias. Esta temática del dolor está siempre presente y funciona
como un dispositivo de identificación general. Si se hace el inventario
de las canciones que han sido compuestas a lo largo de cuatro siglos, o
que figuran como anónimas porque se desconoce el nombre del que las
inventó, se constata la permanencia de una serie de temas, que tratan de
las relaciones amorosas entre hombres y mujeres. Estas relaciones son
por necesidad desgraciadas (a nadie se le ocurre cantar la vida armoniosa
y sin tropiezos de una pareja). Estas canciones nos dicen mucho sobre las
cuestiones de género. En ellas, y contrario a la opinión común, el hom-
bre es la víctima y ese sufrimiento le hace derramar “lágrimas negras”, es
decir, llorar como una mujer, para parafrasear un célebre bolero.
Si el aporte español es indiscutible, el de los africanos —y en menor
grado los indígenas, salvo en Perú— es esencial, puesto que fueron ellos
quienes americanizaron la música española, al cambiar de forma siste-
mática los acentos, las cadencias y los ritmos, sensualizando los pasos de
baile, subvirtiendo las coreografías y las canciones. Su importancia en la
cultura latinoamericana es indiscutible. Baste recordar que los descen-

479
Ramificaciones morenas de lo popular

dientes de los esclavos han forjado los dos géneros musicales del siglo
xx, que han tenido una difusión planetaria y han marcado la moder-
nidad cultural: el jazz y la llamada música latina, expresión vaga que
incluye la rumba, el tango, el bolero, la samba, los corridos, la cumbia,
el danzón, para nombrar algunas variantes de un conjunto más amplio.
Más que las artes plásticas, el mestizaje musical es la expresión ar-
tística, sensible y creativa del mundo globalizado. Una canción del siglo
xviii, que es una refundición de coplas anónimas más antiguas, alude a
este aspecto “globalizado” de la música, aunque la letra sea relativamen-
te conocida, conviene retomarla aquí. Nos falta la melodía, aunque no
podemos excluir que exista en algún archivo musical:

En Portobelo te amé
en la Veracruz te vi,
fui a Buenos Aires muriendo
y en Lima te dije si.
Si me quisieras, charupa mía
Yo te arrullara y te chamaría
Si tú me amaras, sería solo
Quien te tocara y bailara el polo
En La Habana, mi vida, cantan así:
Cacharo faquiel, faro tu puqui,
serano chagua catulenberí.7

Los puertos mencionados en la canción ocupan una posición cen-


tral en el tráfico negrero. El estribillo de la canción está en jerigonza
“negra”, la palabra “charupa” es originaria del Perú y designa una frutilla
sabrosa y dulce de las tierras tropicales, la ortografía de “chamaría” reve-
la el acento del Río de la Plata, influido por el portugués, y los arrullos,
en el mundo hispanoamericano, son, por lo general, cantados por los
africanos de la costa del Pacífico, mientras que el polo es el nombre
de un baile andaluz que será tiempo después retomado y retrabajado
por los gitanos. El tema principal, típico de los repertorios populares,
es el amor apasionado (en general de un hombre), probablemente no

7 Cotarelo y Mori, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del
siglo XVI hasta mediados del XVIII, p. cciiic.

480
Carmen Bernand

correspondido como debiera (como el uso del condicional lo sugiere),


un sentimiento más fuerte que la distancia.
No olvidemos que el cruce del Atlántico se hace en los dos sentidos,
y que en el trayecto de vuelta, los marineros, los pasajeros y también
partituras o notas, regresan con canciones, pasos de baile y melodías
“americanizados” por las poblaciones negras y mestizas; a su vez, en la
Península Ibérica, esas novedades se adoptan y transforman, porque
la materia musical nunca es estática, por los músicos de la corte, por
los actores cómicos, los dramaturgos o los gitanos que desempeñan un
papel de “descontrucción” comparable aunque no semejante, al de los
negros americanos.

Lo popular

Motetes, himnos y misas cantadas han dejado huellas en los archivos de


las catedrales e iglesias, y en los dos últimos decenios, la moda de la mú-
sica barroca ha alentado la grabación de muchas de esas piezas. La músi-
ca popular, que también aparece en los documentos de la época, recién
empieza a ser difundida, gracias a las grabaciones de conjuntos barrocos
españoles e hispanoamericanos, principalmente los que han sido diri-
gidos por Jordi Savall. Ahora bien, ¿cómo podemos definir, aunque sea
provisionalmente, al “pueblo”, en el periodo temporal que nos sirve de
marco de referencia? En el castellano del siglo xvi, “pueblo” significa
“el lugar y la gente dél”, como bien dice Covarrubias, que introduce la
acepción “poblacho”: “la gente ruin, el vulgo”, inaugurando una serie
de definiciones inclusivas —el pueblo como nación— y exclusivas —el
pueblo constituido por la gente “baja”.8 La gente “plebeya” (“los que no
son ni hidalgos, ni caballeros, ni ciudadanos”) está representada por los
artesanos, es decir, los que ejercen oficios “mecánicos” o manuales.
En las ciudades existen otros individuos que no trabajan, más bien
son pícaros y rufianes, “chulos” en España. A éstos se les llama también
xaques o jaques en la jerga de germanía de los marginados.9 También es-
8 Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española.
9 La germanía fue retomada por los escritores de un modo semejante a lo que sucedió con
el “lunfardo” de las márgenes de Buenos Aires en el siglo xx. Esto no significa que esos idiomas
no existieron, como se ha pretendido. Entre las linguas francas cabe citar la del Mediterráneo y

481
Ramificaciones morenas de lo popular

tán los villanos, que viven en caseríos campestres, y “como tienen poco
trato con la gente de la ciudad [según la definición de Covarrubias] son
de su condición muy rústicos y desapacibles” (es decir rudos y desagra-
dables). “El pueblo” es una entidad ambigua y difusa, puesto que por
un lado es sinónimo de “nación”, en el sentido clásico y no moderno
del término (gente que comparte un origen, un modo de vida, una
lengua y unas costumbres) y, por otro, designa grupos de estatus social
bajo. Es decir, el “pueblo” es, según los casos, un grupo “horizontal” de
referencias comunes, y un grupo vertical, situado en lo más bajo de la
escala social.
El concepto de “patria” aparece en España y en sus dominios ame-
ricanos ya en el siglo xvi, con el sentido de “la tierra donde se ha naci-
do”. “[...] A cada uno su patria, porque naciendo en ella sale aparejado
a los ayres della, y asi lo cría como madre [...]”, dice un aforismo
de la época citado por Maravall.10 En América, tierra de contrastes
naturales muy fuertes, los cosmógrafos y los geógrafos de la época,
intrigados por la singularidad del cielo estrellado del trópico y del he-
misferio sur, por la inversión de las estaciones, por la flora, la fauna, y
el relieve del Nuevo Mundo, ven en ese vínculo “natural” entre el suelo
natal y el temperamento humano la razón de las diferencias entre los
españoles y los pueblos americanos. Pero estas diferencias no son pro-
pias de los indígenas, sino que se hacen extensivas a los españoles y a los
africanos nacidos en América, es decir, a los “criollos” y a los mestizos.11
El cosmógrafo español López de Velasco no se contenta con afirmar esa
relación, sino que saca las consecuencias de esa argumentación:

[...] Los españoles que pasan á aquellas partes y están en ellas mucho
tiempo, con la mutación del cielo y del temperamento de las regiones aun
no dejan de recibir alguna diferencia en la color y calidad de su personas;
pero los que nacen dellos, que [párrafo tachado en el original] llaman
criollos, y en todo son tenidos y habidos por españoles, conocidamente
salen ya diferenciados en la color y tamaño, porque todos son grandes
y la color algo baja declinando á la disposición de la tierra; de donde se

la de São Thomé, puerto negrero africano. Esta diversidad lingüística explica las construcciones
en jerga “negra” tan populares en los siglos xvi-xviii.
10 Maravall, Estado moderno y mentalidad social, i, p. 476.
11 En el Perú, Guaman Poma de Ayala confunde los dos términos.

482
Carmen Bernand

toma argumento, que en muchos años, aunque los españoles no se hubiesen


mezclado con los naturales, volverían á ser como son ellos: y no solamente en
las calidades corporales se mudan, pero en las del ánimo suelen seguir las
del cuerpo, y mudando él se alteran también, ó porque por haber pasado
á aquellas provincias tantos espíritus inquietos y perdidos, el trato y con-
versación ordinaria se ha depravado, y toca más presto á los que menos
fuerza de virtud tienen [...].12

Las diferencias intrínsecas o “naturales” entre los nacidos en Euro-


pa y los nativos de América están ya admitidas en las postrimerías del
siglo xvi, un momento histórico caracterizado por la caída demográfica
de los indígenas, que contrasta con el surgimiento espectacular de las
primeras generaciones de mestizos, que según las palabras del presi-
dente de la Audiencia de Lima, “nacen cada hora”.13 Los españoles de
la segunda generación, incapaces de entender ese Nuevo Mundo, son
llamados “chapetones” o “gachupines”, términos coetáneos y despecti-
vos. En las comedias españolas del Siglo de Oro, sobre todo en las que
pertenecen al género menor de entremeses, la figura del indiano tonto
o del gachupín engañado es un lugar común.
Por otra parte, la abstracción de la noción de “pueblo”, que designa
una colectividad ambigua e imposible de visualizar, exige un esfuerzo de
“imaginación”, en el sentido que Benedict Anderson da a esta palabra
en su conocido libro Imagined communities. En la lenta elaboración del
contenido palpable y emocional de un término tan poco concreto como
es el “pueblo”, la música desempeña un papel de primera importancia,
como vector de emociones compartidas y motor de identificaciones
múltiples. Para anticipar sobre la argumentación de este texto, la mú-
sica de cada una de las “naciones” que constituían la sociedad virreinal
(novohispana, peruana, brasileña, novogranadina, etcétera) desbordó de
los límites asignados por la sociedad a los grupos estamentales y tendió a
representar una nación más amplia, proceso que precede la emergencia
de ideas políticas nacionales de los últimos decenios del siglo xviii.

12 López de Velasco, Geografía y descripción universal de las Indias, pp. 19-20. Las cursivas
son mías.
13 Se trata de García de Castro, que refiere a la corona y en 1567, el crecimiento es-
pectacular de los mestizos peruanos. Carmen Bernand, Negros, esclavos y libres en las ciudades
hispanoamericanas, p. 21.

483
Ramificaciones morenas de lo popular

La palabra “castas”, que se generaliza en las ciudades novohispa-


nas y peruanas del siglo xviii, tiene el sentido de populacho, vulgo,
gente menesterosa y, ante todo, “mezclada”, cuyos orígenes son con-
fusos, pero hispanizada y criolla. Paradójicamente, en esa época en
que el “vulgo” es objeto de críticas reiteradas, la música “recompuesta”
y “arreglada” por los esclavos y libres, descendientes de africanos, se
acriolla y se vuelve una marca identitaria en todos los virreinatos y ciu-
dades de la América ibérica. De ahí el interés sociológico de la música
“popular”, es decir, una música profana basada en la improvisación, di-
fundida en forma oral o no, pero sujeta a transformaciones, variantes,
recomposiciones e interpretaciones.
Las improvisaciones son rítmicas y afectan la melodía y la danza.
También conciernen las palabras de las canciones. Estas “diferencias”,
como se las llamaba en los siglos xvi y xvii, son la condición misma
de la música. En el siglo xvi aparece en España lo que los músicos de
jazz norteamericanos llaman “standards”, es decir, una estructura
melódica que sirve de base a la improvisación: se trata de la “romanes-
ca”, que se confunde con la composición “Guárdame las vacas”, una
especie de best seller del siglo xvi, difundido en todo el continente y que
dio origen a las cuecas sudamericanas y a los joropos. En el contexto
español y virreinal no hay música sin espectáculo, ni espectáculo sin dan-
zas y canciones. La separación de los géneros musicales es moderna,
así como la ejecución o la escucha solitaria. Por eso debemos utilizar
el término de “música” en un sentido amplio que incluye sonidos,
melodías, palabras, movimientos corporales y espectáculo callejero,
festivo o teatral.

Villanos, jaques y mulatos: el modelo español

En España, a comienzos del siglo xvi, las canciones “villanescas”, que


fueron compuestas por autores tan célebres como Juan de la Encina,
Gil Vicente, Alonso de Mudarra o Gaspar Sáenz, son tan importantes
como los autos religiosos y, en todo caso, atraen a un público mayor,
aburrido de la solemnidad y de la duración de los oficios religiosos.
Estas composiciones profanas constituyen un repertorio que acompa-
ña en las iglesias las fiestas navideñas, y en las plazas al Corpus Christi.

484
Carmen Bernand

La separación entre la música culta (es decir religiosa) y la música


popular (villancicos, tonadas, coplas) no es tajante, ni en España ni en
Portugal en el periodo temprano que corresponde a la conquista de
América. Los villanos representados en las comedias y en las canciones
son “zagales” (pastores o vaqueros), caracterizados en el siglo xvi por un
lenguaje directo y crudo. Un ejemplo significativo de libertad de expre-
sión nos lo da el poeta Sánchez de Badajoz (inicios del xvi), por cierto,
el autor preferido del Inca Garcilaso de la Vega. Sánchez de Badajoz
compuso un villancico de navidad inconcebible en el siglo xix, que es-
taba cantado a dúo por un pastor y una serrana, tiernamente asidos de
la mano, y cuyo estribillo decía:

No me las enseñes más, que me matarás.


Estábase la monja en el monasterio,
Sus teticas blancas de so el velo negro.14

Una misma melodía podía ser cantada en dos estilos opuestos: a “lo
divino”, es decir, en versión religiosa, y “a lo humano”, en versión pro-
fana. Bastaba cambiar algunas palabras para pasar fácilmente del amor
transcendente a la sensualidad profana. Este procedimiento, muy co-
mún en esa primera época, fue desarrollado por los jesuitas de Brasil
como José de Anchieta, autor de un copioso repertorio de canciones.
Lo que no nos dicen con claridad los documentos, pero que intuimos
fácilmente es que, al compartir una misma melodía, las versiones se
superponían mentalmente y el canto divino por necesidad evocaba su
versión profana, erótica o pícara. Esta dualidad he podido comprobarla
en mi niñez, cuando en casa de mis padres, republicanos españoles,
republicanos exilados, se cantaban villancicos anticlericales con la mis-
ma melodía que los tradicionales religiosos. Sin poder entrar aquí en
mayores detalles, me parece importante insistir en este doble aspecto
de la canción, que permite incluir percepciones y conceptos opuestos.
Por otra parte, los textos que han sido conservados de estas tonadas,
coplas y villancicos, muestran una tendencia a significar, por alusión,
un contenido que hoy llamaríamos “obsceno” a partir de un lenguaje en

14 Cotarelo y Mori, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del
siglo XVI hasta mediados del XVIII, pp. cclxxvii-viii.

485
Ramificaciones morenas de lo popular

apariencia anodino. Cantar es sugerir y, por lo tanto, burlarse de la cen-


sura y de los censores.15 Este discurso paralelo sobre el sexo y la sociedad
constituye una “contracultura” que desafía a la misma Inquisición.
Otra faceta de la música popular española, que tuvo gran difusión
en América, fue el género llamado “jácara”, cuyos personajes son pros-
titutas, ladrones y rufianes, que hablan en “germanía”, una jerga nor-
malmente incomprensible propia de los pícaros. Las jácaras cantadas y
bailadas tratan obligatoriamente de cosas del hampa, triunfan en Espa-
ña y se representan en corrales. Las encontramos en América, mencio-
nadas varias veces; éstas aún no han sido estudiadas en detalle. Pero la
exaltación de la marginalidad en todas sus formas propia de las jácaras
perdura hasta hoy.16
En España los negros son personajes recurrentes de las jácaras. Mu-
chas de ellas cuentan hechos reales (fechorías célebres de la gente del
hampa, la vida azarosa de esos maleantes) y se acompañan con cas-
tañuelas y guitarras; en América, se añaden zapateados y percusiones,
como en una composición de Gaspar Sánz que presenta una gran se-
mejanza con un son llanero venezolano, llamado “El Pajarillo”, como
Jordi Savall y su conjunto lo demuestran. Una jácara representada en
España tiene la siguiente copla: “La Chaves soy, una moza / de matante
garabato / lima sorda de las bolsas / y estafa de los morlacos”.17
La palabra “morlaco”, en la jerigonza del hampa, se aplica a los
hombres crédulos e idiotas, rasgos que en el teatro menor popular es-
pañol caracterizan a los indianos, los que han ido a las Indias a hacerse
ricos. Por vías extrañas esa palabra pasa a América, en donde significa
15 Dos ejemplos, entre muchos otros, que ilustran esa dualidad. El primero es una estrofa
de zarabanda del Siglo de Oro (Devoto, “La folle sarabande”, t. 2, pp. 153-154): “Toma el licor,
niña / del cuello de mi redoma / que es mejor malvasía / que jamás se bebió en Roma / [...] /
Tómalo vida y alma / no le dejes puesto en calma / que es el fruto de mi palma / transparente
como goma”; Marinera tradicional peruana (Grabación de 1959, Lima, “Los trovadores del
valle”): “Se rompió la jarra de oro / que costó tanto dinero / aunque la suelde el platero / no
queda del mismo modo / Amores y dinero quitan el sueño” (el “oro” en el lenguaje popular
español del siglo xvii es el sexo femenino).
16 Como lo demuestran los “corridos cabrones” mexicanos y las “cumbias villeras” argen-
tinas reivindicadas por los “negros”, proletariado mestizo.
17 Cotarelo y Mori, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del
siglo XVI hasta mediados del XVIII, p. cxcii, “el matante garabato” se refiere a la vez a las formas
de la Chaves que “matan” y a un instrumento de hierro utilizado por la gente del hampa para
sus atracos.

486
Carmen Bernand

dinero de poco valor, como los patacones. Los “morlacos” resurgen a


comienzos del siglo xx en la jerga o lunfardo del Río de la Plata, en un
tango famoso de Carlos Gardel, “Mano a mano”, en la frase “los morla-
cos del otario” (el dinero estafado a un protector cándido por una mujer
de mala vida). Este ejemplo ilustra un tipo de transmisión muy particu-
lar de textos escritos por un autor, con música y danzas, que se vuelven
anónimos y resurgen en situaciones comparables. La importancia de las
jácaras en la cultura iberoamericana es visible en la presencia que tienen
los héroes “negativos” (rufianes, malandros, asesinos) en las narraciones
cantadas originarias de México, Brasil o Buenos Aires.
Pero ya en la Península Ibérica estos personajes populares como los
jaques, que son gente de ciudad y, por lo tanto, ni villanos ni aldeanos,
estaban, por lo general, acompañados en sus fechorías por negros y por
gitanas. Estos dos tipos sociales, creados por los actores y los autores
cómicos, suelen pertenecer a sexos opuestos. Los “negros” citados en
los entremeses de jaques, que son en realidad mulatos, son hombres de
pasiones violentas, que manejan con habilidad la navaja o el cuchillo;
las gitanas son ambiguas, ya que son taimadas y amorales, pero fasci-
nantes por su belleza y por la gracia de sus bailes. En América Latina el
estereotipo de la gitana sensual, zalamera y libre pasa a las mulatas, las
“criollitas de Portobelo” o las “mulatinhas” de Brasil.
Estas referencias teatrales y literarias pueden sorprender a los antro-
pólogos, acostumbrados a recoger datos etnográficos que se suponen
“libres” de contaminación moderna u occidental. Aunque no sea posi-
ble discutir aquí sobre el criterio de autenticidad, que no es exclusivo de
los antropólogos puesto que lo comparten todos los “fans” de músicas
populares modernas, es necesario insistir en la importancia del teatro
y de las representaciones en las sociedades de Antiguo Régimen.18 La
recepción de la música popular es colectiva, ya que ésta se ejecuta para
un público, en corrales y plazas, salones de baile y tabernas; las co-
plas y estribillos son cantados en las calles, tanto en España como en
América muchas actividades cotidianas se ejecutan cantando, un rasgo
que hemos olvidado hoy pero que todavía estaba vigente en la primera
mitad del siglo xx. Habitualmente se distinguen las músicas indígenas

18 Bernand, Genèse des musiques d’Amérique latine. Passion, déraison, subversion, pp. 468-
464.

487
Ramificaciones morenas de lo popular

y africanas de las occidentales por el tipo de transmisión, aquellas son


“orales” mientras que las de origen europeo están escritas. Pero la opo-
sición no es tan tajante en la realidad, ya que en América, y desde el
inicio de la conquista, estamos en presencia de tres formas de oralidad:
la inmediata, la que coexiste con la escritura, y la que se crea, a partir
de un texto escrito, oído, recordado y recompuesto. A estas tres formas
que justifican el empleo de un término forjado por los especialistas en
historia medieval, la “vocalidad”,19 habría que agregar una cuarta, que
no nos incumbe aquí, una oralidad reproducible y reinterpretada a par-
tir de grabaciones y difusiones radiofónicas.
Algunos ejemplos sirven para ilustrar estas relaciones entre escri-
tura y oralidad: “ya cerradas son las puertas de mi vida, y la llave está
perdida”, dice una canción de finales del siglo xv escrita por Juan del
Encina, imagen que encontramos casi textualmente en el fado “Chaves
da Vida”, grabado en un café de la Aljama, barrio popular de Lisboa, a
finales del siglo xx. En la España de finales del xvi, un tal Cosme Pérez,
actor que se exhibía en tablados callejeros, inventó un personaje muy
popular llamado Juan Rana, que tuvo un éxito duradero puesto que
sus proezas fueron citadas por autores de entremeses que le dieron vida
propia, de tal modo que el nombre de Rana se impuso al de su creador.
En el lunfardo de Buenos Aires de finales del xix, una “ranada” es una
picardía, y el que las comete es un “Rana”. Esa palabra aparece en las
letras de los primeros tangos que celebran al hampa y sus truhanes. En
una de las versiones del romance de Gerineldo, el héroe transgresor es
un “jardinerito amado que riega las flores”, expresión que para las gen-
tes de los siglos xv al xvii, era una alusión inequívoca al acto sexual. En
nuestra época, el cantor cusqueño Julio Benavente Díaz, gran tañedor
de charango, y descubierto gracias a un etnomusicólogo, ejecuta entre
otras piezas el yaravi “Jardinero de amores”, que hace eco a Gerineldo.
En México, donde los romances españoles derivaron en corridos, los
escritores del Siglo de Oro tuvieron una influencia grande. Un verso de
la célebre Llorona, “ayer maravilla fui, y ahora ni sombra soy”, evoca el
verso de Góngora, De la brevedad de las cosas: “[...] Aprended flores de
mí, lo que va de ayer a hoy, ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy
[...]”. Las vías de transmisión son confusas, puesto que pasan del texto

19 Paul Zumthor, La lettre et la voix. De la littérature médiévale, pp. 63-64.

488
Carmen Bernand

escrito a su repetición oral. El impacto de la canción y de las comedias


en las mentalidades fue tan poderoso como el del cine en el siglo xx y el
de las series televisivas y los juegos electrónicos hoy.

Las músicas de los esclavos y libertos africanos

Los primeros africanos que acompañan a los conquistadores están ya


acostumbrados al mundo ibérico, puesto que Sevilla y Lisboa cuentan
con una población negra significativa desde mediados del siglo xv. Una
población que forma parte de la cultura popular de las ciudades, como
lo demuestran con claridad versos, canciones y entremeses de la época.
Los primeros llegan con Colón y, sobre todo, con la armada de Nicolás
de Ovando a partir de 1502. La mayoría son esclavos, pero también hay
los que son libres: escuderos, criados, artesanos e incluso conquistado-
res. Uno de ellos, llamado Juan Garrido, ha sido inmortalizado en el
Códice Durán. Nacido en Guinea, fue llevado a Andalucía, cristianiza-
do y luego manumitido. Cuando hace su entrada en Tenochtitlan con
Cortés es ya un hombre libre que sobrevivirá a la “Noche triste”. Desde
luego no es el único.20
A este primer núcleo africano se van a agregar, a partir de la con-
quista de América, millares de individuos deportados a las Américas
por la trata de esclavos. Las oleadas sucesivas de esclavos importados de
África van a alimentar una distinción pasajera —puesto que siempre
hay gente que llega— entre los criollos, afincados e hispanizados en
las ciudades hispanoamericanas, y los bozales, cuyos hijos a su vez se
acriollarán y se diferenciarán de los nuevos contingentes. Para los mu-
latos criollos, los africanos son burdos, como lo demuestran numerosos
documentos coloniales, no sólo de Nueva España, sino de todos los
virreinatos, hasta la independencia.
Este turn over entre bozales y criollos se mantendrá hasta mediados
del siglo xix. Lo que hay que destacar aquí es que esa renovación cons-
tante de africanos, sobre todo a partir del siglo xviii, va a permitir la
reafricanización incesante de la música negra, paralelamente (y a veces
en forma conjunta) a una evolución musical morena y criolla. Muchos

20 Restall, “Black conquistadores: armed Africans in early Spanish America”.

489
Ramificaciones morenas de lo popular

esclavos y libertos tocan y cantan en las iglesias e incluso componen


villancicos, misas y melodías complejas. Otros escriben o protagonizan
entremeses, como fue el caso de un mulato, que trajo de España y en
1575, un “[...] entremés muy gracioso sobre un alcabalero o alguacil que
sacaba prenda por la alcabala [...]”.21 El virrey tomó muy mal esa crítica
al sistema fiscal y metió a todos los cómicos en la cárcel. La influencia
de los descendientes de africanos fue considerable sobre la música po-
pular española, al cambiar los ritmos de las canciones y de las danzas
importadas de Andalucía y “retocándolas” para quitarles la solemnidad
europea. Esta participación no implicó el abandono de una música más
específicamente africana, no como una mera reproducción, sino como
una síntesis original de ritmos procedentes de varias naciones desar-
ticuladas por la trata negrera, como una manera de separar la línea
vocal de la melodía, los cantos responsoriales, es decir, de llamado por
parte de un solista con su respuesta coral, y una marcada sexualización
de los gestos. Estas facetas no son contradictorias necesariamente y
muestran la ubicuidad de esta población en la esfera musical.
A finales del siglo xvi, México es la ciudad más poblada de toda
América y cuenta con una población negra de 50 000 almas, superior
a la española y apenas inferior a la de los indígenas, que son alrededor
de 80 000. Otras ciudades de la Nueva España cuentan también con
una población negra importante como Puebla de los Ángeles, Veracruz
y Zacatecas donde “[...] los indios y negros son en mayor número por-
que entre unos y otros habrá tres mil, con mestizos y mulatos [...]”.22
Como en otras ciudades del mundo hispanoamericano, las autoridades
procuran restringir las danzas a espacios delimitados para que no desbor-
den. Como es usual en otras ciudades, los negros se reúnen en cofra-
días y los jesuitas se dirigen a un auditorio de unas 2 500 personas.23
La cofradía de Nuestra Señora de los Desamparados cuenta con “unos
2 000 morenos”, y los jesuitas forman a unos “capitanes” para que re-
cojan a aquellos que se distraen los domingos con sus bailes y los lleven
a la iglesia:

21“Carta del arzobispo de Mexico don Pedro de Moya y Contreras”, pp. 176-194.
22Bernand, Negros, esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas, p. 50. En las ciuda-
des coloniales los indios tienden a ser contabilizados con los negros y los mulatos.
23 Egaña, Monumenta Mexicana, vii, 1600, p. 152.

490
Carmen Bernand

[...] Y quando no se hubiera hecho otra cossa sino evitar los bayles y
zambras que las fiestas y los domingos solían hacer con no pequeño daño
de sus almas y perjuicio de la república, armando alli sus embustes, se
tuviera por digna ocupación de la Compañía el entretenerlos estas tardes
y divertirlos [...].24

Las zambras eran danzas moriscas caracterizadas por “movimientos


lascivos” de caderas. En el siglo xvi esta denominación se extiende a los
bailes de negros, en general, caracterizados también por movimientos de
pelvis y considerados por las autoridades como licenciosos. Éste es el
punto de vista de la censura virreinal. Es posible que en un principio la
sexualización de los gestos haya estado relacionada con ritos africanos
de fecundidad. Creo, sin embargo, que la reiteración de las descripcio-
nes de estas danzas en las Américas y el Caribe, que presentan carac-
terísticas similares tanto en Brasil como en Lima, en México como en
Buenos Aires, no es un mero “fantasma” occidental y normativo de la
alteridad “negra”, sino que responde, por la crítica y voluntad represi-
va pero ineficaz, a la manifestación deliberada, lúdica y provocativa,
por parte de los que los ejecutaban, de movimientos sexualizados como
afirmación subversiva y contestataria de las clases “bajas” frente a las
élites.25 En México los negros tenían por costumbre reunirse en la Plaza
Mayor en torno a la piedra del calendario azteca, para jugar, bailar y
cantar libremente. Son tan numerosos a finales del xvi, que el cronista
Alvarado Tezozómoc, cuando tiene que explicar a sus eventuales lecto-
res cómo era el tambor azteca llamado tlalpanhuehuetl, recurre a una
comparación con el de los negros, más conocido que el antiguo por sus
contemporáneos: “[...] como un atabo [sic por ‘atabal’] de los negros
que hoy bailan en las plazas [...] y para tañerse es con dos varillas [...]”.26
De más está decir que a pesar de los bandos y de la intervención
constante de los misioneros, los bailes negros no fueron desterrados. Más
aún, tuvieron gran acogida entre el público, que se divertía y gustaba de

24 Egaña, Monumenta Mexicana, vii, 1600-1602, p. 588.


25 Quintero Rivera, autor de un libro sobre la música del Caribe en la época contempo-
ránea, dedica numerosas páginas a la erotización mulata en la repetición intensificada de los
temas y del ritmo, véase Quintero Rivera, Cuerpo y cultura. Las músicas “mulatas” y la subversión
del baile, pp. 86-89.
26 Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicana, pp. 296-297.

491
Ramificaciones morenas de lo popular

esa sensualidad alegre. Sin contar que la música era un aliciente mayor
para atraer al seno de la iglesia a los idólatras. Por otra parte, en muchos
casos los negros adaptaron a su modo el dogma cristiano en sus reu-
niones llamadas “oratorios”, porque se desarrollaban frente a un altar e
incluían músicas y bebida. En el Brasil, donde el sincretismo religioso
africano es evidente desde una época temprana, los oratorios de San Sal-
vador de Bahía, perseguidos por la Inquisición a inicios del siglo xvii,
donde se practicaban sortilegios y calundus, anuncian los cultos de pose-
sión afrobrasileños. Pero en México también hubo oratorios y sabemos
que, en 1629, en la provincia de Pánuco, el negro Lucas Olola estaba a
la cabeza de un culto que mezclaba ritos aztecas al son del teponaztli, con
bambalos africanos. La descripción de su trance místico es típica de los
cultos de posesión de origen africano.27 Los oratorios fueron prohibidos
en Nueva España en 1643. Sin embargo, en Puebla y en Cuernavaca, en
1669 y en 1684 se descubrió que varios negros que pertenecían a un
hacendado muy rico no habían abandonado esas costumbres.28
Los argumentos invocados repetidas veces para prohibir los bailes
callejeros de los negros sostenían que esas reuniones o “juntas” fomen-
taban conflictos y confabulaciones y que el ruido de los tambores era
insoportable para el vecindario. A esos dos motivos se sumaba el espec-
táculo vergonzoso del desenfado sensual de los esclavos. En Lima, en
Bahía, en Nueva York y en Filadelfia, se escuchan las mismas quejas del
vecindario y las protestas de las autoridades municipales en nombre de
la decencia. El miedo a la insurrección de una población más impor-
tante en número que la de origen español fue un sentimiento constante
durante toda la época virreinal, recrudecido en los últimos años del
siglo xviii por la revolución de los esclavos de Santo Domingo. Las reu-
niones festivas de los negros fueron consideradas como potencialmente
peligrosas. Esto no era del todo exagerado, ya que la situación podía de-
generar con facilidad como ocurrió en México en 1609 y en 1666, pero
también en Santiago de Chile y, sobre todo, en Brasil, donde el quilom-
bo de Palmares, el mayor de toda la historia de palenques cimarrones,
resistirá durante casi un siglo a los ataques de las tropas. Estos hechos

27 Stevenson, “Some portuguese sources for early Brazilian music History”, pp. 500-501;
Carmen Bernand, Negros, esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas, pp. 75-76.
28 Robert Stevenson, Music in Aztec and Inca territory, pp. 233-234.

492
Carmen Bernand

han sido tratados en forma aislada, pero merecerían ser analizados desde
la óptica de las “historias conectadas”.29
El caso de las coronaciones de reyes es en particular interesante.
Esta costumbre fue alentada y probablemente instaurada en Lisboa y en
Sevilla a finales del siglo xv. Se consideraba que la elección de un “rey”
africano era una garantía de buen orden de la colectividad. La primera
cofradía de negros de Sevilla reúne esclavos y hombres libres de Triana y
de San Bernardo. En Lisboa, la hermandad del Rosario se constituye a
finales del siglo xv para participar en las fiestas de la Iglesia y funcionar
como una sociedad de ayuda mutua. Esta asociación toma el nombre
de Congo, nombre que, por extensión, designa los tambores utilizados
en sus bailes.30 En México tenemos un ejemplo temprano de 1609,
cuando en la casa de una negra horra fue coronado el esclavo Martin,
en vísperas de navidad, ante una asamblea de negros criollos, siendo
el “rey” el único en haber sido traído cuando niño de Guinea. El “rey”
Martin, subido a una tarima y sentado en su trono, con los pies en un
cojín de terciopelo, fue aclamado. Acto seguido, el coronado repartió
entre su gente títulos nobiliarios de duques, marqueses y condes.31 El
poeta satírico Mateos Rosas de Oquendo, criado del virrey de la Nueva
España y que pasó por la capital entre 1611 y 1612 relató un episodio
similar. El hecho, que anunciaba un inminente alzamiento de esclavos,
fue delatado por un hombre de la nación angola. Se procedió a arrestar
a todo el grupo.
La “reina” era una esclava mulata y el “rey” tenía por amo al fiscal de
la Inquisición, un antiguo capitán de Flandes que lo había llevado en
campaña y, por lo tanto, le había aprendido a “formar un campo”.32 La
coronación de un rey y de una reina es un fenómeno típico en Brasil,
Panamá, Nueva Granada, Lima y Buenos Aires en la época virreinal.
En la medida que muchos de estos negros y sus reyes eran miembros de
hermandades y cofradías diversas, los tambores formaban parte de los
instrumentos que se sacaban durante las celebraciones religiosas del pa-
trono de los cofrades y también las músicas africanas. Entre los bozales
y los criollos las diferencias al respecto son importantes. Mientras éstos
29 Bernand, Genèse des musiques d’Amérique latine. Passion, déraison, subversion, p. 213.
30 Ramos Tinhorão, Os negros em Portugal. Uma presença silenciosa, pp. 383, 385.
31 Carmen Bernand y Serge Gruzinski, Histoire du Nouveau Monde, p. 263.
32 María José Rodilla, “Un Quevedo en Nueva España satiriza las castas”, pp. 40-48.

493
Ramificaciones morenas de lo popular

se esfuerzan en adoptar una conducta más conforme a la moral general,


aquellos hacen mayor ostentación de rasgos africanos.
En las salidas de las cofradías en el día del santo patrono, Corpus
Christi, navidad y la Epifanía, mulatos, pardos y negros bailaban al son
de sus percusiones, porque justamente, para las autoridades coloniales
la exhibición de la diversidad era una manera de exaltar la universalidad
imperial y cristiana, y para los cofrades era la ocasión de rivalizar entre
ellos, puesto que cada nación tenía su “toque” y su coreografía. La estética
barroca respaldó estas salidas que sólo fueron contenidas (y en parte) en
los últimos decenios del siglo xviii. Las congadas brasileñas —y quizás las
del Rio de la Plata y del Caribe— vinculadas con los reyes congos, esceni-
ficaban la ejecución de un hijo del rey congo africano, resucitado gracias
a los arrullos de las participantes. En Brasil, las cofradías que se ocupaban
de organizar esos espectáculos fueron llamadas folías.33
En un marco más ortodoxo, esclavos acriollados cantaban en los
coros de las catedrales, y sus “capillas” tenían más éxito entre el pú-
blico que las de los indígenas, probablemente, como lo sugieren los
documentos, por su ritmo alegre y por las “insensateces” que decían.34
Los negros no sólo se destacaban en los coros, sino que los de mejor
voz eran también solistas. Hubo tenores negros importantes en todos
los virreinatos y capitanías de América, baste recordar para México al
esclavo Luis Barreto, protegido por el arzobispo, que intervino para que
le pagaran conforme a su talento 12 pesos oro por mes en los inicios del
siglo xvii. Este dinero le permitió, al cabo de unos diez años, comprar
su libertad. ¿Cuántos eran? Falta una investigación cuantitativa, difícil
de llevar a cabo. Los más numerosos fueron los negros de Brasil, pero
tampoco allí se dispone de una estadística fidedigna.

La constelación de los “guineos”

La asociación de los negros africanos con la risa aparece en las postri-


merías del siglo xv con Gil Vicente. Situación paradójica la de unir a

33 Bernand, Genèse des musiques d’Amérique latine. Passion, déraison, subversion, pp. 300-
301. Las “folías de Reis” existen todavía en varios estados de la República.
34 Stevenson, “La música en la América española colonial”, p. 321.

494
Carmen Bernand

gentes privadas de libertad con la alegría y la picardía. Los hombres de


“Guinea” ocupan en estas comedias tempranas un papel original: simi-
lar al de las “gitanas”. Ambos tipos sociales aparecen en muchas jácaras,
sin confundirse necesariamente con la gente del hampa.
Guinea era el nombre genérico del África occidental, es decir, la re-
gión costeña comprendida entre Elmina hasta Benin, de cuyos puertos
miles de africanos habían sido deportados a América o a la Península
Ibérica. El otro término genérico era Congo o Kôngo, correspondiente
al reino cristiano del Manicongo. De ahí que los nombres de “guineos”
y de “congos” se hallaran asociados en la música y en las comedias de
“negros” o de “negrillos” desde los tiempos de Gil Vicente. En España,
las coplas “en tono de guineo” están consignadas desde comienzos del
siglo xvi, y el autor más popular del género “negro” fue Rodrigo de
Reinosa, precursor de Lope de Rueda, célebre también. Según Cova-
rrubias, el guineo es “[...] una cierta danza de movimientos prestos y
apresurados, pudo ser fuese traída de Guinea y que la danzasen prime-
ro los negros [...]”. El Diccionario de Autoridades (1724-1739) brin-
da más detalles pasados por alto por Covarrubias: “[...] cierto baile de
movimientos violentos y gestos ridículos, propio de los negros [...]”,
introduciendo un criterio normativo que no aparece en una época más
temprana. Y añade que el “guineo” es también el tañido del baile, que
se toca con guitarra y cuyos gestos son poco decentes. Como ya se ha
dicho, se trata a la vez de un tono (o melodía), de percusiones y de
guitarras, pero también de letras. En España los “guineos” son bailes
populares ejecutados en las fiestas del Corpus Christi.35 Estas canciones
están también citadas en el catálogo de la biblioteca musical de João IV
de Portugal; en ciertos casos aparecen con el nombre de “calendas”.36
También existen “negros” escritos por poetas del Siglo de Oro como
Luis de Góngora, que tenía gran debilidad por las “villanescas”. Estas
composiciones pasaron a América donde la densidad de la población de
origen africano les dio una actualidad mayor.
En América encontramos referencias numerosas a las canciones “ne-
gras” en los archivos de las catedrales (Bogotá, Antigua, La Plata, Sucre,

35 Maurice Esses, Dance and instrumental “diferencias” in Spain during the 17th and early
18th centuries, t. 1, pp. 662-664.
36 Stevenson, “The Afro-american musical legacy to 1800”, p. 488.

495
Ramificaciones morenas de lo popular

Cusco, México). La mayoría son anónimas, lo cual no significa que no


tengan autor; otras fueron compuestas en España y difundidas en Amé-
rica, como las de Philippe Rogier, autor de la Typographia Regia y Géry
de Ghersem, de la capilla real de Madrid y maestro de capilla en Bru-
selas, en 1611. Estas composiciones son a su vez retrabajadas por otros
compositores como el portugués Gaspar Fernández, maestro de capilla
de Antigua, y luego de Puebla en la década de 1620. Uno de sus villan-
cicos, a cinco voces, contiene un estribillo significativo para la identifi-
cación de las danzas y tonos “negros”: “sarabanda, tengue que tengue,
zumba casú cucumbé”.37 En todos los guineos que se conocen aparecen
una serie de palabras africanas ligadas a géneros musicales, como zumba
(Venezuela, Colombia, Brasil), conga, zambapalo o zamba. Señalemos
la mención de la “guaracha”, sacada a luz por el musicólogo mexicano
Gabriel Saldívar, nombre que aparece en una canción de “negros” de
Juan García, sucesor de Fernández en Puebla, hacia 1670, que demues-
tra que esa música, indisociable de Cuba y del Caribe, aparece antes en
México.38
Este ejemplo no es el único que une el guineo con la zarabanda,
danza que estaba muy de moda en el siglo xvii, no sólo en España,
sino en todos los virreinatos. En su paso por Veracruz en 1626, Tho-
mas Gage tuvo la sorpresa de oír una zarabanda —que gozaba de mala
reputación por sus cadencias “lascivas”— cantada por el prior de Santo
Domingo. La canción está dirigida a un personaje femenino, Amarilis,
y el religioso se acompaña con el tañido de una vihuela.39
El guineo de Gaspar Fernández tiene un estribillo onomatopéyico,
“tengue que tengue” que encontramos también, bajo una forma ape-
nas diferente, en otra canción y danza negra, el zarambeque, varian-
te del guineo: “zarambeque teque teque”. Este redoblamiento ha sido

37 Robles Cahero, “Un paseo por la música y el baile populares de la Nueva España”,
www.hemisphericinstitute.org
38 Stevenson, “The Afro-american musical legacy to 1800”, p. 496. Quizás el nombre sea
la referencia al calzado de los campesinos.
39 Gage, Nueva Relación que contiene los viajes de Thomas Gage en la Nueva España, p. 29.
Este guineo ha sido grabado en un cd de Jordi Savall, El Nuevo Mundo. Folías criollas, produci-
do en 2010. El guineo de Gaspar Fernández está reproducido por Stevenson, “The Afro-Ameri-
can legacy”, pp. 490-495. En Cuba la nación Congo da el nombre de Zarabanda a un espíritu
fálico relacionado con el hierro, Cabrera en Bernand, Genèse des musiques d’Amérique latine.
Passion, déraison, subversion, p. 234.

496
Carmen Bernand

considerado como típicamente africano e indicaría que los guineos y


zarambeques fueron músicas africanas retrabajadas por europeos y re-
africanizadas en América. Estas onomatopeyas sugieren también otras,
indígenas, que aparecen en los Cantares mexicanos de mediados del siglo
xvi, y que marcan las percusiones del teponaztli: “ti, to, qui, co”.40 Estos
términos sonoros, que han dado la palabra “tocotín” podrían indicar
una superposición entre el tocotín mestizado del siglo xvii y el zaram-
beque, cuyo punto común sería el uso del tambor.
Cabe preguntarse si los “guineos” fueron un conjunto de músicas de
estilo africano compuesto por europeos o si correspondieron a un estilo
africano propio caracterizado por una estructura rítmica específica. Las
fuentes no permiten por el momento aportar una respuesta precisa, pero
Robert Stevenson aboga en favor del carácter africano de estas compo-
siciones y da como argumentos el modo en fa mayor, los solos como
respuesta coral, elementos típicos africanos, a los cuales agrega la presen-
cia, en las partituras conservadas en las catedrales e iglesias, del standard
pattern de A. M. Jones, característico de las músicas africanas.41
Junto con los “guineos” y sus derivados coexisten otras danzas de
negros como “el portorrico de Puebla” que figura en la tablatura para
guitarra de Sebastián de Aguirre (1650) junto con zarabandas, portugue-
sas, gallardas, minués, una “balona de bailar”, un “corrido” y un tocotín
pentatónico “danzado en torno a un árbol”.42 Sor Juana Inés de la Cruz
también presenta negros cantores en sus “Villancicos de Nolasco”, estre-
nados en la catedral de México el 31 de enero de 1677. Después de una
jácara jocosa, un negro canta y baila un “portorrico”, agitando un güiro
(calabaza alarcada con surcos que se frotan con un palillo de madera). El
refrán, “tumba lalala, tumba la la la” se asemeja a los de los “guineos”.
El cantor cuenta en su jerga que se había acostado con su “conga” y
que Dios le perdonaría porque, al fin y al cabo, “aunque negro, gente

40 Tomlinson, The Singing of the New World, pp. 87-90.


41 Stevenson, “The Afro-american musical legacy to 1800”, pp. 496-497. El standard
pattern es una célula rítmica dominante, pero no única, analizada por el musicólogo A.M.
Jones, que se encuentra en numerosas composiciones africanas. Sobre estas cuestiones rítmicas
se puede consultar el artículo de Kauffman, “African rythm: a reassessment”, pp. 393-415. Kofi
Agawu, “The invention of African rythm”, critica la etnomusicología occidental etnocéntrica,
sin convencer totalmente.
42 Bernand, Genèse des musiques d’Amérique latine. Passion, déraison, subversion, p. 230.

497
Ramificaciones morenas de lo popular

somo”. El último personaje es un indio, que toca una guitarra desafina-


da y canta un tocotín en náhuatl con mezcla de español.43
Hemos mencionado la zarabanda en relación con los africanos. Du-
rante mucho tiempo se tuvo este baile como originario de la Nueva Es-
paña según una lectura errónea de Diego Durán. El musicólogo Daniel
Devoto ha demostrado, con argumentos convincentes, el origen espa-
ñol de la danza.44 Pero si el origen de esa música danzada (y acompaña-
da también por una canción cuyas palabras, en doble sentido, no dejan
la menor duda sobre el tono salaz) es europeo, para los escritores del
Siglo de Oro la procedencia mexicana de la zarabanda era indiscutible.
Más aún, se habla de Tampico como la cuna de la zarabanda, aunque
la documentación la menciona en el Corpus Christi de Pátzcuaro en
1569. Las referencias a su carácter sexual son múltiples y en España se
la personifica como una prostituta de Guayacán (del nombre de una
planta que crece en la zona ecuatorial y era utilizada contra las “bubas”
o enfermedades venéreas). El ritmo de la zarabanda es sesquialtero, es
decir, un ritmo binario que alterna con un ternario, y que es típico de
la música occidental. Lo cual no impide que se introduzcan síncopas y
cambios en la acentuación, y que la coreografía dé prioridad a meneos
sensuales que indican una transformación mulata de esa música, cuya
estructura es comparable a la del fandango, el son jarocho, la cueca, la
tonasa, el joropo y la marinera peruana.45
La chacona, muy parecida a la zarabanda (y personificada también
por una mujer, hija o hermana de Zarabanda), fue también considerada
como “indiana amulatada”. Según Lope de Vega, “De las Indias a Sevi-
lla ha venido por la posta”.46 Maurice Esses transcribe la letra de una de
estas chaconas, cuyo estribillo final es “bona vida vida bona”: “chiqui,
chique, morena mía, si es de noche o es de día, vámonos vida a Tam-
pico, antes que lo entienda el mico”.47 Tenemos nuevamente una men-

43 Stevenson, Music in Mexico, p. 169.


44 Devoto, “Encore sur la sarabande”, pp. 175-207.
45 Según el musicólogo Plisson, “Systèmes rythmiques, métissages et enjeux symboliques
des musiques d’Amérique Latine”, pp. 32-37.
46 Cotarelo y Mori, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas desde finales del
siglo XVI hasta mediados del XVIII, p. ccxl.
47 Esses, Dance and instrumental “diferencias” in Spain during the 17th and early 18th
centuries, t. 1, pp. 612-613.

498
Carmen Bernand

ción de Tampico, que puede aludir al lugar de ese nombre —en todo
caso evoca a la Nueva España— pero también a una acepción vulgar
de “pene” (“pico”), interpretación coherente con la dimensión sexual de
las zarabandas y de las chaconas cantadas y bailadas. Cervantes, en La
ilustre fregona, describe con largeza el carácter popular y vulgar de ese
baile, personificado por una mujer llamada Chacona:

Esta indiana amulatada


de quien la fama pregona
que ha hecho mas sacrilegios
e insultos que hizo Aroba.
Esta a quien es tributaria
La turba de las fregonas
La caterva de los pajes
Y de lacayos las tropas,
Dicen jura, y no revienta
Que a pesar de la persona
Del soberbio Zambapalo
Ella es la flor de la olla.
Y que sola la Chacona
Encierra la vida bona.48

El éxito popular de estas músicas de gestos muy desenfadados plan-


tea la cuestión de la mujer y de la expresión de la sensualidad. Según
la documentación, son las mujeres de baja condición (negras, mestizas
y mulatas) las que podían bailar estos ritmos. Mujeres que viven en las
ciudades (México, Puebla, Lima, Bogotá) y que, justamente a causa
de su baja condición, pueden circular con libertad por la calle, vender
productos en el mercado, ir a lavar al río. Los textos del siglo xvi y xvii
muestran mujeres urbanas, mestizas, mulatas y negras esclavas que no
están sujetas a las reglas de la “decencia” de las señoras, y que se ríen
de los bandos contra el porte de vestidos lujosos por las castas. Son las
mismas que en los oratorios mexicanos, peruanos o brasileños ejercen
sus artes terapéuticas a las cuales recurren las élites, como los procesos
de la Inquisición lo revelan.

48 Cotarelo y Mori, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del
siglo XVI hasta mediados del XVIII, p. ccxli.

499
Ramificaciones morenas de lo popular

Las calendas y fandangos contra las luces

Importancia de los bailes públicos a finales del xviii, esperanza y an-


siedad de las parejas, rivalidad, espacio de seducción. En estas arenas,
la gracia de los movimientos convierte a la más humilde mujer en una
reina del espectáculo. Importancia de las calendas donde se destacan
los negros. El fandango, voz que tiene varias acepciones, adoptado por
las castas y, por lo tanto, connotado como algo negativo entre las éli-
tes. En España, el fandango es una danza andaluza que causa furor.
Según el Diccionario de Autoridades, el baile había sido introducido en
la península por los indianos, es decir, los españoles de América. Pero
antes de esta fecha, los fandangueros eran los esclavos de Andalucía,
que organizaban fiestas y juergas nocturnas ya a finales del siglo xv. La
palabra “fandango” procedería de “ndonga”, palabra kikongo (dialecto
bantú) que significa “reunión”; esa es también la segunda acepción que
da el Diccionario. Como la zambra morisca, el fandango de Cádiz se
tocaba y bailaba con castañuelas y zapateados; tenía también sus coplas.
En España, la codificación coreográfica se impone en el siglo xviii. Lo
esencial es el juego de seducción entre el hombre y la mujer.
A mediados del siglo xviii el fandango se impone en la Península
Ibérica como una danza nacional que se representa principalmente en
el teatro y en las academias de baile. Incluso inspira a músicos clásicos
como Mozart, que lo introduce en Las bodas de Fígaro (1768) o An-
tonio Soler, discípulo de Domenico Scarlatti. Según la temporalidad
típica de la moda, que descarta hoy lo que ayer había ensalzado, el
fandango pierde su característica “culta” y queda relegado a Andalucía,
adoptado, transfigurado y sublimado por los gitanos, gracias al talento
de Tío Luis el de la Juliana, que se hace famoso cantando las desgra-
cias de los gitanos.49 En América, el fandango de las castas, una trans-
formación popular de las fiestas de “negros”, perdura hasta bien entrado
el siglo xix. Una de las primeras menciones aparece en el manuscrito de
Guanajuato de 1732, incluido en el Codex Saldívar. Desde luego esta
cronología sólo es válida para las partituras, puesto que mucho antes la
palabra aparece en contextos populares, como lo muestra una canción
cuya letra dice:

49 Álvarez Caballero, Historia del cante flamenco, pp. 10-22.

500
Carmen Bernand

Acitrón de un fandango
sango, sango, sabaré
sabaré de barandela
con su triqui trique tran.50

En la tablatura mexicana para vihuela de 1740, el fandango es cita-


do en compañía de las folías, zarabandas, rigodón, seguidillas, tarantela
y la valona, géneros ya conocidos con anterioridad a los cuales se agre-
gan los “cumbes”, cantos negros en lengua de Guinea y los zarambeques
para guitarra de cinco cuerdas.51 Sabemos hoy que estas piezas fueron
compuestas por el guitarrista español Santiago de Murcia. Muchas de
ellas han sido grabadas por Cristina Azuma, en un CD dedicado a ese
compositor.
El viajero francés Jean de Monségur, de paso por México, queda
impresionado por la belleza de las criollas amulatadas que frecuentan
los fandangos. Al francés le sorprende que no hay día de la semana sin
estos bailes, adonde acuden gentes del pueblo o personas de alcurnia.
En los bailes más distinguidos, las gentes de cierta consideración sólo
van cuando se las invita, y como la entrada es libre, acuden “toutes
sortes de métis, de noirs et de mulâtres”, que se quedan de pie, obser-
vando la pista, lo cual causa “una cierta confusión”. Estos bailes que
comienzan a eso de las cuatro de la tarde y se prolongan en ciertos
casos hasta medianoche son frecuentados, según Monségur, por muje-
res de color. El francés añade que los españoles de México sienten una
verdadera pasión por estas mujeres de “todas las razas” y las prefieren
a las que no están mezcladas.52 En esos fandangos o bailes, efectiva-
mente, la entrada es libre y las mujeres de castas visten trajes lujosos,
a pesar de los bandos que prohíben la exhibición de ropa lujosa a las
clases inferiores. Los fandangos son bailes profanos que se difunden
en las parroquias secularizadas y también en los lupanares.53 Se sabe
que los fandangos suponían movimientos de caderas, considerados
como lascivos, zapateados y quiebres, es decir, inmovilización breve
de las parejas que consiste en obligar a la mujer a doblar las rodillas,
50 Velázquez, Mujeres de origen africano en la capital novohispana, pp. 189-190.
51 Stevenson, Music in Mexico, p. 162.
52 Monségur, Mémoires du Mexique [1709], pp. 77-78.
53 Taylor, Magistrates of the sacred, pp. 250-260, 667.

501
Ramificaciones morenas de lo popular

como en las “quebradas” del tango argentino, en su origen “una mú-


sica de negros”.54
El juego de seducción de los fandangos se asemeja al de las “calen-
das” de los bailes públicos caribeños. Este tipo de baile se difunde en
todo el continente y sobre todo entre la población negra. En Buenos
Aires, a mediados del siglo xviii, este “baile infame” del vulgo atrae un
gran número de gente y pervierte las costumbres de la gente decente.55
En el Brasil, después de haber triunfado en los salones, el fandango pasa
a las senzalas de los esclavos.56 En España, el fandango y las seguidillas
se funden en una nueva danza, la contradanza, matriz de las músicas
latinoamericanas a partir de la habanera.
Hoy en día se conocen las calendas de Oaxaca, representadas para
navidad, cortejo de mujeres zapotecas que cargan frutos y flores. ¿Qué
relación guardan con las calendas descritas para el Caribe por Moreau de
Saint-Rémy, que asiste a estos bailes en Santo Domingo pocos años antes
del estallido revolucionario, y nota sus cadencias sensuales africanas que
otros autores habían ya mencionado antes de él, y que se bailaban para
las fiestas de navidad? Este autor nos dice que las calendas son llamadas
de varias maneras según los territorios americanos: chica (Antillas), con-
go (Cayena y norte de Brasil), fandango (en los dominios españoles), y
podemos añadir lundu en Brasil y bunde en Cartagena. El talento de la
bailarina reside en la manera de menear las caderas manteniendo el bus-
to inmóvil a pesar de la agitación de los brazos que mueven las faldas o
un pañuelo. Los gestos del hombre sugieren el acercamiento.
En 1776, la flota procedente de España hace escala en La Habana
y carga esclavos para Veracruz. Según Alejo Carpentier, esos hombres
fueron quienes introdujeron en México el chuchumbé cubano. Este
baile, como las calendas, zarambeques, paracumbés y tangos cubanos,
tiene movimientos similares tachados de “lascivos” por las autoridades.
Para éstas, todos estos bailes son semejantes, pero no puede excluirse
que tengan diferentes orígenes. Los gestos indecentes —chuchumbé
significa pene—, subyugan a la población popular de las castas, y mu-
chos de estos músicos son denunciados a la Inquisición. Curiosamente
54 Esses, Dance and instrumental “diferencias” in Spain during the 17th and early 18th
centuries, t. iii, p. 128, notas 21 y 42.
55 Torre Revello, Crónicas del Buenos Aires colonial, p. 199.
56 Freyre, Sobrados e mucambos, p. 400.

502
Carmen Bernand

tales músicas podían ser tocadas en las iglesias, según la tradición del
siglo xvi: en 1772, en Jalapa se escuchó durante la misa del gallo un
chuchumbé, aclamado por unos y criticado por las gentes más conser-
vadoras. Algunos tenían letras con contenido político sobre la defensa
de La Habana contra la invasión británica.57 Todas estas descripciones
corresponden a las primeras rumbas “bravas” como el “guaguancó”,
cuyo ritmo acelerado acompaña el “vacunao”, remedo de acto sexual
por parte del hombre.

Las monjas, el marqués


de Amarillas y el pueblo de México

Las representaciones teatrales organizadas en el convento de San Jeróni-


mo de México, con la dirección de Joaquin Barruchi y Arana, marcan la
transición entre las obras de sor Juana Inés de la Cruz, representadas en
ese mismo convento en el siglo xvii, y los gustos populares del Siglo de
las Luces. Con la ocasión de la llegada del nuevo virrey y de su esposa, los
marqueses de Amarillas, las religiosas les dedican un conjunto de núme-
ros que muestran cada uno particularidad mexicana, que los marqueses
desconocen. Esta representación es importante porque brinda una visión
abigarrada del pueblo de la ciudad. La pareja es recibida por una primera
loa. Los marqueses entran en el convento transformado en un teatro en
el cual se presentan en forma sucesiva una serie de piezas. El claustro está
transformado en “jacale” —bosque artificial con flores diversas de ori-
gen mexica— en el cual, cinco niñas vestidas como indias, con plumas
y sonajas aztecas, ofrecen a los recién llegados ramos de flores del país y
bailan un “tocotín”. Otra loa precede un entremés titulado “Lo que pasa
y no pasa en la calle y en la plaza” (es decir, México).
La trama es simple: un estudiante, para sacudir el tedio que le pro-
ducen los libros, decide darse un paseo por la Plaza Mayor y los mer-
cados. Este pretexto sirve para enumerar lo que allí se vende, con sus
nombres en náhuatl, y en presentar a los personajes típicos. No se trata
de alegorías, sino de personajes populares realistas. Detrás del escenario

57 Alberro, Les Espagnols dans le Mexique colonial, p. 95; Baudot y Méndez, “El chuchum-
bé, un son jacarandoso del México virreinal”, pp. 163 y 171.

503
Ramificaciones morenas de lo popular

se oye una tonadilla o son, “El chulito”, es decir, un rufián. Un interme-


dio alegre está animado por una niña disfrazada de negrita, que anuncia
el fandanguito que alterna con sus coplas. Esta obrita se llama “folla”
porque reúne distintos géneros musicales en un ambiente divertido.
Con sus zarabandas, sus maracumbés africanizados y sus tocotines, esta
folla es la imagen musical de la sociedad de castas.58 Dos criadas del
convento, una india y una negra, representan sus propios papeles. Se
quejan de no haber sido invitadas a la fiesta. La mujer negra, furiosa,
“encongada”, se dirige a la indígena, más sometida, y exclama que a am-
bas se las desprecia. El “pueblo” representado es el de las clases menes-
terosas. La fiesta refleja una frágil armonía que en cualquier momento
puede romperse. De hecho, las monjas envían un mensaje de prudencia
al nuevo virrey.

¿Incorporación o identificación?

“[...] Crucially, minority history always involves processes of incorpora-


tion, where once-oppositional forms of memory are gradually accom-
modated as historical knowledge [...]”. Esta afirmación es de Dipesh
Chakrabarty, uno de los historiadores más conocidos de los estudios
poscoloniales.59 El autor se refiere a la incorporación parcial de la me-
moria subalterna dentro de la historiografía occidental. Con razón de-
clara que el pasado de los subalternos resiste a la historiografía, porque
no figura en los archivos ni en la documentación académica, y que por
ello nunca llega a adquirir el mismo valor que la historia occidental.
Efectivamente las castas, y a fortiori los esclavos, no tienen historia pro-
pia, y cuando se introducen —cuando son introducidos— en el relato
temporal siempre lo hacen por vías indirectas como los procesos cri-
minales, los comentarios desfavorables y prejuiciosos de las élites, o las
prohibiciones inquisitoriales.
A la dificultad inherente al estatuto bajo de estos grupos se suma el
desinterés por las actividades lúdicas como la música, que ya he señala-
58 Luciani, Relación del festejo que a los marqueses de las Amarillas hicieron las señoras reli-
giosas de San Jerónimo, Mexico, 1756, p. 29.
59 Chakrabarty, Provincializing Europe: Postcolonial thought and historical difference, pp.
98-99.

504
Carmen Bernand

do en la introducción, sobre todo cuando ésta es subalterna respecto a


las composiciones escritas y consideradas como serias. Los argumentos
esgrimidos por Chakrabarty respecto a las culturas subalternas son en
parte exactos, aunque ya hemos visto que los archivos han conservado
composiciones populares como los “guineos” o los “tocotines”, que no
tienen siempre un autor. De todos modos, la materia sonora y las dan-
zas son efímeras en una época anterior a las grabaciones y a la fotografía,
y difícilmente podemos reconstruir esos aportes.
Las castas no tienen historia porque ni siquiera tienen un nombre
distintivo, y lo que las caracteriza es, justamente, la confusión de sus
orígenes. La palabra misma de “casta”, que en el siglo xvi era equivalente
a “linage noble y castizo”, es decir, el que es de buena línea y descen-
dencia, cambia radicalmente de significación a mediados del siglo xviii
para significar lo imposible de categorizar.60 En los cuadros de castas, las
apelaciones de “tornatrás” y “tente en el aire” para calificar ciertas mez-
clas muestran con claridad la imposibilidad de clasificar una humanidad
fuera de la norma. De ahí que, para referirse a esos mestizajes “confusos”
se utilice un vocabulario zoológino (barcino, coyote, lobo, sambo, cholo,
etcétera) o patológico, como “albarazado” (“albarazos” es una enferme-
dad de bestias, según Covarrubias, o una forma de lepra). Pero progresi-
vamente la casta tendió a designar los mestizajes en general, sin orden ni
concierto, que caracterizaban a la gente plebeya. Esa connotación nega-
tiva ya fue señalada en su momento por Covarrubias, quien aclara que
en lo que a linajes se refiere, la casta “se toma en mala parte, como tener
alguna raza de moro o judío”. Una de las características de los grupos
“bajos y viles” en la España del siglo xvi es que no pueden reivindicar sus
orígenes, porque son bajos y viles, ni pretender la fama. En ese contexto
—que no es el de los fundadores de los “subaltern studies”—, lo que se
llama historia se refiere a la genealogía del linaje nobiliario.61 Los descen-
dientes de esclavos no pueden reclamarse de ningún ancestro porque,
aún suponiendo que la memoria no haya sido borrada por la trata, eso
les retrotraería a una condición infamante y excluyente.
Sin embargo, en el ámbito del espectáculo, dimensión tan impor-
tante en las sociedades virreinales iberoamericanas, puede manifestarse

60 Alonso, Diccionario medieval español, i, pp. 643-644.


61 López Estrada, “Dos tratados de los siglos xvi y xvii sobre los mozárabes”, pp. 331-332.

505
Ramificaciones morenas de lo popular

“la otra historia” que reclaman con razón los “colonial studies”, como
la de los montezumas o, en el caso que me ocupa aquí, los de los reyes
congos, y la incorporación de elementos no africanos sirve para cons-
truir una nueva memoria. Lo que está en juego es la identificación, en
el sentido psicológico y filosófico del término. La identificación, ya lo
decía Freud, no es mero mimetismo, sino un proceso mediante el cual
un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo del otro y
transforma parcial o totalmente su personalidad con relación a su mo-
delo. La apropiación se basa en una pretendida etiología común, una
proximidad con el modelo exterior “como si fuera uno mismo”.
La problemática de Paul Gilroy, que he mencionado antes, a pe-
sar de surgir en el contexto moderno de la emergencia de los Estados
Unidos después de la Guerra de Secesión, es más útil para entender
el universo mestizado de la época virreinal. Gilroy hace del pueblo ori-
ginado en la trata de esclavos la figura emblemática de la diáspora mo-
derna, cuya existencia social se forja en el movimiento, la interconexión
y la mezcla de las referencias culturales. La metáfora del rizoma, que
evoca las redes y los intercambios entre varias localizaciones, y no la de
la raíz, según la distinción clásica de Jean Deleuze y de Félix Guattari,
sería más apta para conceptualizar el mundo afroamericano. El princi-
pio de conexión de los mundos africanos y americanos invalida, según
Gilroy, todo intento de etnicización, pero funda la contracultura de la
modernidad, que califica de “polifónica”, y que no se deja encerrar en
las categorías éticas, políticas, estéticas y territoriales de la modernidad.
Pertenecer de manera simultánea a dos mundos distintos no significa
diversidad ni alteridad, sino multiplicidad (multiplicity) de las orienta-
ciones colectivas: “[...] their special power derives from a doubleness,
their unsteady location simultaneously inside and outside the conven-
tions, assumptions and aesthetic rules [...]”.62 El universo cultural de los
negros, de los mulatos y de las castas de la época virreinal, que podemos
también llamar “polifónico”, corresponde más a ese modelo que a la
indagación de raíces africanas perdidas en la maraña del entramado “ri-
zómico” de la cultura virreinal.

62 Gilroy, The Black Atlantic, en el capítulo que dedica a la “Black music and the politics
of authenticity”, pp. 72-87, y para la cita, p. 73.

506
DE LA CONVIVENCIA AL CONFLICTO
APROVECHAR LA MÁS ÍNFIMA
OPORTUNIDAD: LAS ESTRATEGIAS
DE LOS ESCLAVOS ZACATECANOS DURANTE
LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVIII

Soizic Croguennec
Université de Guyane

Introducción

El asunto de las castas y de su trabajo en los reales de minas y las ha-


ciendas de Nueva España es un tema muy clásico en la historiografía,
trabajado de manera extensa por autores como Enrique Florescano o
Brígida von Mentz.1 Estos estudios describen de manera detallada la
condición social y económica de las plebes tanto urbanas como rura-
les, así como de los esclavos. Por medio del análisis comparado de las
leyes que definieron su lugar en la sociedad y de la realidad cotidiana,
esos trabajos se focalizan en las dinámicas de las plebes como grupo
social sometido a las presiones del orden colonial, pero también capaz
de rechazar violentamente este mismo orden. Desde este punto de
vista, los aportes de la historiografía son importantísimos, sobre todo
en el ámbito de los movimientos populares, de los factores explicati-
vos como de los mecanismos de la sublevación hasta la elaboración de
una forma de discurso político de las plebes novohispanas.2 Con la

1 Florescano et al., La clase obrera en la historia de México. De la colonia al imperio; Mentz,


Trabajo, sujeción y libertad en el centro de la Nueva España; Von Mentz, Pueblos de indios, mulatos
y mestizos 1770- 1870. Los campesinos y las transformaciones protoindustriales en el poniente de
Morelos.
2 Sobre este asunto, se puede aludir a la obra de Eric Van Young o Felipe Castro sobre las
clases bajas novohispanas y los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo xviii. (Véase
Van Young, La crisis del orden colonial: estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva Es-
paña, 1750-1821 y The other rebellion. Popular violence, ideology and the Mexican struggle for in-
dependance 1810-1821; Castro Gutiérrez, Movimientos populares en Nueva España: Michoacán
1766-1767). Más específicamente, Ladd trabajó sobre la elaboración de una conciencia social

509
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

preeminencia de la minería, la existencia de un mundo urbano com-


plejo y la influencia de la frontera, la región de Zacatecas constituye
un observatorio ideal para prolongar el análisis de las plebes urbanas.
Primero, a diferencia de los centros mineros andinos como el Po-
tosí o del centro de la Nueva España como Pachuca, los reales de mi-
nas del centro norte de la Nueva España, y la ciudad de Zacatecas en
particular, no pudieron contar con la presencia de una población in-
dígena sedentaria y numerosa, base necesaria para organizar el sistema
del repartimiento o de la mita.3 En razón de tal ausencia, los dueños
de minas al igual que la corona española tuvieron que adaptarse a esta
situación para encontrar la mano de obra suficiente y desarrollar la
economía minera en regiones lejanas y poco controladas. Estas carac-
terísticas demográficas del centro-norte contribuyeron al nacimiento
de una sociedad minera caracterizada por una mano de obra libre y
asalariada: los operarios de minas podían viajar a otro real de mina para
buscar mejores salarios y, gracias al derecho a la pepena, se beneficia-
ban de los salarios más elevados entre las plebes urbanas.4 Del mismo
modo, privilegios fueron concedidos a pueblos indígenas del centro de la
Nueva España —los tlaxcaltecos por ejemplo— para que se instalaran
en Zacatecas y los otros centros mineros del norte, trabajaran en las mi-
nas y contribuyeran literalmente a “civilizar” a los indios bravos.5 Sin
embargo, el trabajo forzado fue también una realidad del centro-norte.
De hecho, además de esta fuerza de trabajo libre y asalariada, los es-
pañoles utilizaron una mano de obra servil tanto en las minas y en las
haciendas de beneficio como en el campo, en las haciendas de ganado
mayor o menor de los alrededores de los campos mineros. Si añadi-
mos la necesidad de los esclavos por el servicio doméstico y diferentes
aspectos de la vida cotidiana, hay que decir que los esclavos negros

común en los reales mineros en su estudio de la huelga en Real del Monte en los años 1760
(Ladd, The making of a strike. Mexican silver workers struggles in Real del Monte, 1766-1775).
Véase también el estudio de Silva Prada sobre el motín de 1692 en México (Silva Prada, La
política de una rebelión. Los indígenas frente al tumulto de 1692 en la Ciudad de México).
3 Garner, “Long-term silver mining trends in Spanish America: a comparative analysis of
Peru and Mexico”, en Bakewell (ed.), An expending world, vol. 19, Mines of silver and gold in the
Americas, pp. 224-262.
4 Bakewell, Mining and society in Colonial Mexico, Zacatecas, 1546-1700; Ladd, The ma-
king of a strike. Mexican silver workers struggles in Real del Monte, 1766-1775.
5 Powell, La guerra chichimeca 1550-1600.

510
Soizic Croguennec

como los libertos jugaron un papel importante en el funcionamiento


de la sociedad colonial zacatecana en particular y del centro-norte en
general.
Además, las características de la región procuraron no sólo las con-
diciones de la explotación de los esclavos y de las castas en general
—trabajo en las minas y en las haciendas—, sino también un contexto
paradójicamente favorable —permanencia de una cultura de frontera,6
larga y profunda crisis minera7— a cierta audacia y estrategias indivi-
duales por parte de las castas y hasta de los esclavos durante la primera
mitad del siglo xviii. Esto es lo que aparece, aparte de un estudio deta-
llado de los archivos judiciales de Zacatecas, a lo largo del último siglo
del periodo colonial: en los ámbitos criminal como civil, los procesos
en los cuales las castas aparecen como actores, es decir en posición de
acusador, y no sólo en posición de acusado, son escasos y se concen-
tran en la primera mitad del siglo. De manera muy similar, los casos
que ven un éxito judicial de las castas desaparecen de la documenta-
ción después de la década de 1750.8 Tal desequilibrio en la repartición
de la documentación hizo necesaria la elaboración de un modelo de
interpretación que vinculara crisis minera y aparición de oportunida-
des individuales gracias al método del juego de escalas, siguiendo las
huellas de los trabajos de Carlo Ginzburg9 y Giovanni Levi.10 Ahí, el
juego de escalas es una repuesta al problema del carácter irregular de
la documentación a lo largo del periodo que impide un verdadero tra-
bajo cuantitativo, pero también una manera de ubicar a las sociedades
mineras zacatecanas en

[...] una serie de contextos entrelazados […]. A cada nivel de lectura,


la realidad aparece diferente, y el papel del microhistoriador consiste en
vincular aquellas realidades entre ellas dentro de un sistema de interaccio-

6 Alberro, “Zacatecas, zona frontera, según los documentos inquisitoriales, siglos xvi y
xvii”, pp. 139-174.
7 Garner, “Long-term silver mining trends in Spanish America: a comparative analysis of
Peru and Mexico”, pp. 224-262; Bakewell, Mining and society in Colonial Mexico, Zacatecas,
1546-1700.
8 Croguennec, Les sociétés minières du Centre-Nord de la Nouvelle-Espagne au XVIII e siècle.
9 Ginzburg, Le fromage et les vers. L’univers d’un meunier frioulan du XVI e siècle.
10 Levi, Le pouvoir au village. Histoire d’un exorciste dans le Piémont du XVIII e siècle.

511
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

nes múltiples. […] La manipulación deliberada de este juego de escalas


sugiere un paisaje enteramente diferente, al mismo tiempo que otra idea
de la representatividad de un caso local [...].11

Para volver al caso zacatecano, los momentos de auge o de crisis de


las sociedades mineras del centro-norte influyeron en el destino de las
castas al nivel del grupo como del individuo, pero, en un fenómeno de
interacción entre la región y su población, las iniciativas de las plebes
urbanas contribuyeron a dibujar los rasgos de una sociedad muy com-
pleja y dinámica, un verdadero mosaico social.12
El presente capítulo es la prolongación de esta reflexión sobre las
castas zacatecanas en general y propone un enfoque reducido a un gru-
po particular dentro de las plebes, es decir, los esclavos urbanos y sus
estrategias durante la primera mitad del siglo xviii. Apoyado sobre un
número limitado de casos —menos de una decena13— es un ejercicio
de microhistoria y de búsqueda de una palabra escondida en los ar-
chivos judiciales. Como escribe Jacques Poloni-Simard en su artículo
“Redes y mestizaje”, los archivos judiciales poseen una dimensión do-
ble, a la vez jurídica y antropológica.14 En otras palabras, la decena de
casos analizados en este artículo han sido elegidos por su dimensión
antropológica y narrativa, por las situaciones peculiares que aparecen a
lo largo de las declaraciones y de las respuestas, por las representaciones
que aparecen en fragmentos de discursos, por las escenas cotidianas que
permiten imaginar. Es una búsqueda de la “pequeña historia”, la de los
humildes, más que un estudio de los mecanismos jurídicos. De hecho,

11 Revel, “L’histoire au ras du sol”, préface du Le pouvoir au village. Histoire d’un exorciste
dans le Piémont du XVIII e siècle, p. xxxiii.
12 El término de “mosaico social” es inspirado por la obra de Jacques Poloni-Simard sobre
“el mosaico indígena” que analizó en la región de Cuenca (Ecuador). Véase Poloni-Simard,
La mosaïque indienne: mobilité, stratification sociale et métissage dans le corregimiento de Cuenca
(Equateur) du XVI eau XVIII e siècle.
13 Este trabajo se apoya sobre los casos siguientes, encontrados en la sección Poder Judicial
del ahez: ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 5, Exp. 19 / ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 6, Exp.
4 / ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 8, Exp. 3 / ahez, Poder judicial, Civil, Caja 18, Exp. 05
/ ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 20, Exp. 18 / ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 23, Exp. 3
/ ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 24, Exp. 20 / ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 24, Exp. 29
/ ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 28, Exp. 9 / ahez, Poder Judicial, Civil, Caja 30, Exp. 2 /
ahez, Poder judicial, Civil, Caja 35, Exp. 28.
14 Poloni-Simard, “Redes y mestizaje”, p. 126.

512
Soizic Croguennec

seguimos aquí el modelo elaborado por Arlette Farge en la Vie fragile,


obra en la cual la historiadora francesa propone considerar los archivos
judiciales como

[...] fragmentos, pedazos de frases, fragmentos de vidas recogidos en este


gran santuario de palabras muertas y por lo tanto formuladas que son
los archivos judiciales. Palabras surgiendo de tres noches sucesivas y pro-
fundas: la del tiempo y del olvido, la de los infelices, la más oscura para
nuestras inteligencias desafiadas, de la definición de la culpabilidad [...]15

De esta manera es posible reconstituir itinerarios y estrategias, estu-


diar aspiraciones y fracasos, presentar a los esclavos como actores de su
propio destino, aprovechándose de la más ínfima oportunidad.

I. Las diferentes caras


de la esclavitud en la sociedad zacatecana

Antes de aventurarse más allá en el análisis de los archivos judiciales


y lo que pueden revelar a propósito de los espacios de oportunidades
presentes en la sociedad zacatecana de la primera mitad del siglo xviii,
parece necesario presentar el contexto legal, cultural y social en el cual
los esclavos zacatecanos viven día tras día, los obstáculos que encuen-
tran, las limitaciones que los afectan, y las leyes que delimitan escasos
pero reales derechos. Tal ejercicio parece muy importante, aunque la
historiografía demostró el abismo que existe entre la representación del
mundo colonial por medio de una legislación —una visión fantasmáti-
ca— y la realidad colonial cotidiana como aparece en la documentación
judicial.16 Principalmente, es importante para entender las reacciones
de los amos criollos y peninsulares sobre la utilización de la justicia local
por las plebes en general y los esclavos.

15 Farge, La vie fragile. Violences, pouvoirs et solidarités à Paris au XVIII e siècle, p. 7.


16 Este abismo entre modelo legal y realidad social ha sido ampliamente explorado por la
historiografía del mestizaje o los debates a propósito de la naturaleza de la estratificación social
en Hispanoamérica (véase McCaa, Schwartz y Grubessich, “Race and class in colonial Latin
America. A critique”; Chance y Taylor, “Estate and class: a reply”, en Comparative Studies in
Society and History, 1979, pp. 421-433, 434-442).

513
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

En primer lugar, hay que subrayar la gran complejidad del mundo


de la esclavitud en el contexto zacatecano del siglo xviii. De hecho,
no se puede hablar de una esclavitud monolítica, homogénea, sino de
una verdadera variedad de situaciones, desde el esclavo en las minas
—sometido a condiciones de vida y de trabajo dificilísimas— hasta el
esclavo que trabaja en su propia tienda con el permiso de su amo, con
la meta de ganarse la libertad. Este esquema es el producto del aná-
lisis de la decena de casos encontrados en la documentación notarial
y judicial a lo largo de mi investigación doctoral.17 En un inicio, la
población esclava no constituyó un grupo central en la elaboración de
una problemática centrada en los temas de la integración y de la mar-
ginalización de las plebes urbanas. En consecuencia, los datos presen-
tados ahora no permiten ninguna generalización y no tienen ninguna
ambición cuantitativa: es básicamente un ejercicio de microhistoria, de
juego de escalas en el contexto regional que permite analizar los espa-
cios de oportunidades que aparecieron en la sociedad zacatecana de la
primera mitad del siglo xviii. Sin embargo, la gran diversidad de los
casos encontrados permite describir un mundo muy complejo, más allá
de la imagen de una población esclava relegada al nivel más bajo de
la escala social y jurídica, privada de su libertad y en particular asimi-
lada a meros objetos (los testamentos o los inventarios de bienes de
difuntos que cuentan a los esclavos entre los animales o los diferentes
edificios de una hacienda son un reflejo de la noción de res mancipi
de los romanos).18 Sin embargo, un análisis de tipo cualitativo per-
mite salir de esta imagen clásica y muy conocida para desvelar una
multiplicidad de matices, desde una población esclava sometida hasta
el esclavo capaz de tener una influencia, limitada es cierto, pero real
sobre su destino.19

17 Croguennec, Les sociétés minières du Centre-Nord de la Nouvelle-Espagne au XVIII e siècle.


18 De hecho, en los archivos notariales se multiplican los ejemplos de compra-venta que
subrayan la impotencia de los esclavos, su ausencia de control sobre su propio destino.
19 Tal proceso supone seguir los avances de la historiografía más reciente sobre las cues-
tiones de la esclavitud en el mundo hispánico tanto en la Edad Media como en los tiempos
modernos. El libro colectivo dirigido en 2006 por Myriam Cottias, Alessandro Stella y Bernard
Vincent es un ejemplo muy interesante de la voluntad de subrayar la gran diversidad de las
situaciones, de considerar a los esclavos como actores y no sólo como meros objetos de la trata.
Véase también Debra Blumenthal, Enemies and familiars: slavery and mastery in fifteenth-cen-
tury. José Ramón Jouve mostró el abanico de estos matices en su estudio de la sociedad limeña

514
Soizic Croguennec

a) El nivel más bajo en la escala social

¿Qué representan los esclavos en la sociedad colonial del centro-nor-


te? Desde un punto de vista puramente jurídico, la definición tanto
de su estatus como de la delimitación de los derechos de los amos o
la afirmación de los escasos derechos de los esclavos –—sobre todo
para adquirir la libertad— provienen de las Siete Partidas elaboradas
por el rey de Castilla Alfonso X en el siglo xiii.20 Según Jean-Pierre
Tardieu, las heredades del código medieval son numerosas en las prác-
ticas hispanoamericanas de los siglos xvi a xix.21 En el texto de las
Siete Partidas, el esclavo es un hombre previamente libre quien está
sometido “al señorío de otro (Partida IV/Título XXII/Ley I)”.22 La
supresión de la libertad y la negación de la individualidad caracterizan
a la esclavitud: el esclavo sometido a su amo es un objeto de transac-
ción que se puede comprar, inventariar y vender. Por ejemplo, no era
extraño vender a unos esclavos para reembolsar una deuda: es el caso
de un niño de nueve años, huérfano de una mujer esclava, vendido
por su amo Agustín Gutiérrez de Ávila en 1735 a Miguel de Moroña
y Mendoza.23 Además, los esclavos son integrados en los inventarios y
testamentos como meros objetos. Un ejemplo de inventario permi-
te ilustrar esta impresión: la lista de los esclavos aparece después del
ganado de la hacienda, y vemos que los precios eran definidos según
el sexo y la edad de los esclavos, en función del interés productivo o
reproductivo del esclavo.

en la segunda mitad del siglo xvii (Jouve, Esclavos de la ciudad letrada. Esclavitud, escritura y
colonialismo en Lima [1650-1700]).
20 Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-xviiie siècles)”,
pp. 55-70.
21 Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-xviiie siècles)”,
pp. 57-58.
22 Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-xviiie siècles)”,
p. 58.
23 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 25, Exp. 10 “Traspaso o sesión de un mulatillo
propiedad de don Agustín Gutiérrez de Ávila a favor de Miguel de Moroña y Mendoza”; ahez,
Notarías, Manuel Gutiérrez de Ávila, Libro 02, f. 13 y fs. 14-15.

515
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

Documento 1. Los esclavos


de la hacienda de sacar plata Chirriaga en 170524

Nombre Calidad Sexo Edad Precio


Catalina M 40 años 350 pesos
Vicente, hijo de Catalina H 5 años 150 pesos
Juana Mulata M 13 años 300 pesos
Antonio Mulato H Más de 50 200 pesos
años
Lorenzo Mulato H 48 años 250 pesos

La esclavitud era también una mancha indeleble que la obtención


de la libertad no podía borrar, generación tras generación. Las numero-
sas nomenclaturas que aparecieron durante el siglo xviii para clasificar a
las poblaciones mestizas conservaban en su estructura misma el recuer-
do de la mancha asociada a la esclavitud. En el ejemplo siguiente, se ve
que, si era posible para los descendientes de los indios obtener el estatus
de español después de tres generaciones, el mismo fenómeno nunca era
posible para los afrodescendientes:

1) De español con mestiza, castizo.


2) Español con castiza, Español.
3) Español con negra, mulato.
4) Español con mulata, morisco.
5) Español con morisca, albino.
6) Español con albina, negro, torna atrás.
7) Indio con mestiza, coyote.
8) Negro con india, lobo
9) Lobo con india, zambaigo.
10) Indio con zambaiga, albazarrado.
11) Indio con albazarrado, chamizo.

24ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 05, Exp. 06, “Avalúo y tasación de lo que toca a
ganado y esclavos de la hacienda de sacar plata llamada Chirriaga en los autos del capitán Pedro
Díaz de Goyanes contra el capitán Gerónimo de Alvarado, por pago de pesos de escritura de
plazo cumplido”, f. 432v.

516
Soizic Croguennec

12) Indio con chamiza, cambujo.


13) Indio con cambuja, negro, torna atrás con pelo liso.25

Claro, estas nomenclaturas no reflejan la realidad de las identidades,


e incluso pertenecen al ámbito de un fantasma intelectual y cultural.
Pero analizar tales listas permite corroborar la permanencia de la idea de
la mancha asociada a un origen esclavo en las mentes españolas, tanto
peninsulares como criollas, sobre todo cuando tenían que descalificar
la concurrencia de unos pardos libres y en pleno ascenso social. De ma-
nera reveladora, cuando un pardo compró una gracia a finales del siglo
xviii, la reacción del cabildo de Caracas es muy violenta y moviliza toda
una serie de estereotipos vinculados a la mancha de la esclavitud:

[...] La abundancia de Pardos que hay en esta Provincia, su genio orgullo-


so y altanero, el empeño que se nota en ellos por igualarse con los blancos
exige por máxima de política, que Vuestra Majestad los mantenga siempre
en cierta dependencia y subordinación a los blancos, como hasta aquí: de
otra suerte se harán insufribles por su altanería y a poco tiempo querrán
dominar a los que en su principio han sido sus Señores [...].26

Más reveladora aún es la manera con la cual los afrodescendientes


libres no pudieron acceder a la ciudadanía española al momento de la
redacción de la Constitución de Cádiz entre 1811 y 1812. De hecho,
los africanos del imperio colonial fueron asimilados a extranjeros que
tenían que mostrar su voluntad manifiesta de instalarse en los territo-
rios controlados por la corona española. Ahora bien, como lo escribe
Tamar Herzog,

[...] como esclavos, los africanos no tenían competencia legal, de tal modo
que no podían expresar su deseo de abandonar su comunidad de origen
y convertirse en españoles. Cuando obtenían la libertad, no lo hacían.

25 Rosenblat, La población indígena y el mestizaje en América, tomo 2: El mestizaje y las


castas coloniales, pp. 174-175.
26 “Informe que el ayuntamiento de Caracas hace al rey de España referente a la real cédu-
la de 10 de febrero de 1795” y “Cabildo de Caracas a la corona, 13 octubre de 1798”, en “Los
pardos en la colonia”, en Blanco y Azpurúa (eds.), Documentos para la historia de la vida pública
del Libertador, i, pp. 267-275, 339 y 344.

517
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

Independientemente de la decisión individual tomada por los africanos,


el hecho de que habían sido llevado a los territorios españoles contra su
voluntad era bien conocido. Como su inmigración era involuntaria, la
residencia [de los esclavos] en estos territorios no era una indicación su-
ficiente para demostrar su intención de juntarse con la comunidad es-
pañola. Para resumir, faltaba a los africanos y a sus descendientes tanto
la competencia legal como la voluntad de obtener la naturalización en
España y en la América española [...].27

Así pues la esclavitud, verdadera mancha imborrable, era un obs-


táculo a la integración final de los individuos, afectaba profundamente
a los esclavos y su descendencia a los ojos de la sociedad colonial y
alimentaba los discursos de los españoles con una serie de feroces este-
reotipos, en especial porque la realidad cotidiana, como se puede ver en
la documentación judicial, se alejaba del modelo colonial fantaseado.

b) Los escasos derechos de los esclavos

Sin embargo, ciertos elementos permiten matizar un poco un cuadro


muy oscuro. Primero, la liberación era una práctica común, sobre todo
gracias a la posibilidad que existía para comprar la libertad: el esclavo
“[...] incitado a ejercer un oficio del cual pagaba la mayor parte de sus
ingresos a su amo, con la posibilidad de conservar una parte [...]”.28
Asimismo, a pesar de un estatus legal y cultural inferior, el esclavo en
las colonias hispanoamericanas se beneficiaba de cierto grado de pro-
tección por parte de una jurisdicción colonial inspirada por las Siete
Partidas: “[...] Otrosi decimos que si algún home fuese tan cruel a sus
siervos que los matase de fambre o, les feriese mal o les diese tan grant
lacerio que lo non podiesen sofrir que entonces se pueden queiar los
siervos al juez (Partida IV/Título xvii/Ley VI) [...]”.29 Además, en el

27 Herzog, “Penser l’exclusion: les discours espagnols et hispano-américains sur l’Autre


(autour de 1740-1811)”, p. 188.
28 Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-xviiie siècles)”,
p. 67.
29 Citado en Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-
xviiie siècles)”, p. 59.

518
Soizic Croguennec

contexto legal del imperio español de la época moderna, Jean-Pierre


Tardieu subraya el hecho de que

[...] se sabía muy bien en Madrid que la paciencia de los esclavos no era
ilimitada. Por lo tanto, cuando tuvieron que desarrollar el cultivo de la
caña de azúcar en las costas tropicales después de la crisis azucarera de
finales del siglo xviii, trataron de limitar los excesos de los amos gracias a
una nueva reglamentación, La Real Cédula sobre Educación, Trato y Ocu-
paciones de los Esclavos en Todos sus Dominios de Indias e Islas Filipinas (31
de mayo de 1789) [...]30

Sin embargo, esta protección no era automática, y tampoco cons-


tituía un reconocimiento de la humanidad de los esclavos en ningún
modo: la intención de la corona era protegerse contra las rebeliones
y conservar una mano de obra abundante y eficaz. Pero, a pesar de la
ambigüedad de tal protección por parte de la corona, no se puede ne-
gar que, para los esclavos, existía la posibilidad de un recurso superior
contra los malos tratos y lo arbitrario de sus amos. Esta realidad abría
así una pequeña ventana de posibilidades que permitía a los esclavos
resistir más o menos eficazmente a las decisiones de los amos percibidas
como excesivas e injustas. De hecho, el esclavo de las colonias —o por
lo menos en el centro-norte del siglo xviii según la jurisprudencia—
podía constituirse en parte civil dentro de los límites definidos por la ley
(durante un proceso en 1746, el alcalde ordinario de Zacatecas precisa
que “[...] aunque por lo general se les prohíbe a los siervos el poder en-
juiciar por no tener persona se exceptan empero en las causas tocantes
a su libertad en la que contra sus amos o por sí solos o por cualquier
otra persona pariente o extraña [como no sea por procurador respecto
a que no pueden dar poder] les es permitido parecer en juicio [...]”)31 y
reunir un peculio, es decir, obtener cierta propiedad personal. Aquellos
elementos alejan el estatus de esclavo en la sociedad colonial del con-
cepto de la res mancipi de los romanos, pero como lo precisa Jean-Pierre

30 Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-xviiie siècles)”,


p. 65.
31 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 30, Exp. 02, “Solicitud de María Antonia Bertola
Calderón, mulata esclava de Ambrosio de Mier Río y Terán para que le dé un papel para buscar
amo a su gusto”, f. 3r.

519
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

Tardieu, “[...] tales disposiciones eran a menudo utilizadas en un ámbi-


to urbano, que facilitaba los contactos entre amos y esclavos [...]”.32 En
efecto, si la ley y el desprecio de la sociedad colonial contribuyeron a
dibujar los límites de un grupo servil homogéneo, aquí la diferencia de
la capacidad de acceso al recurso de la justicia civil entre el esclavo de la
ciudad y el esclavo de la plantación o de la mina, desvela una multitud
de situaciones muy complejas en la realidad cotidiana.

c) Un estatuto legal único pero situaciones muy diversas

Si la esclavitud corresponde a una realidad jurídica bien definida, hay


que decir que el fenómeno abarca una gran variedad de realidades so-
cioeconómicas. Brígida von Mentz escribe que “[...] hay que diferenciar
[las] habilidades y conocimientos de [la] condición legal [...]”.33 El es-
clavo de la plantación no puede aprovechar las mismas oportunidades
como el esclavo de la ciudad; el esclavo doméstico no padece de las
mismas condiciones de trabajo como el esclavo en un ingenio o una
mina. De hecho, en el contexto colonial, el esclavo es por lo general
más afectado en el mundo de la producción en toda su amplitud. Se-
gún Katia M. de Queirós Mattoso, “[...] en Brasil, en efecto, se trata
de una esclavitud que tiene que contribuir primero al desarrollo de una
producción agrícola, de una producción de metales o piedras preciosas,
y en los centros urbanos, de una producción artesanal y de servicios
sociales [...]”.34
Se puede aplicar esta frase al abanico de las situaciones que se en-
cuentran en el centro-norte del siglo xviii. A lo largo del análisis, varias
líneas de separación aparecieron muy claras. Una primera diferencia se
sitúa, como hemos dicho, entre los esclavos de las ciudades y los que
se encontraban en las grandes unidades de producción minera (minas
y haciendas de beneficio) o agrícolas (haciendas y ranchos). Los prime-
ros aparecieron sobre todo en el ámbito del servicio doméstico y en el
pequeño comercio: podían ayudar a su amo en la tienda de éste, como
32 Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-xviiie siècles)”,
p. 69.
33 Mentz, Trabajo, sujeción y libertad en el centro de la Nueva España, p. 16.
34 Queiros Mattoso, Être esclave au Brésil. XVIe-XIXe siècles, p. 114.

520
Soizic Croguennec

en el caso de Hilario al lado del mercader español Antonio Gaudín,35 o


trabajar de manera independiente con la autorización del amo que re-
cuperaba una parte de los ingresos del esclavo (tenemos el caso de Fran-
cisco Antonio Cumplido quien gestiona una tienda según un acuerdo
con su amo bien conocido públicamente en Zacatecas).36
Es dentro de esta categoría de esclavos que se encuentra la mayoría
de los casos de obtención de la libertad: Francisco Antonio Cumplido
es también el ejemplo, pues mientras su amo le otorga cierta autonomía
durante cuatro años para que pudiera comprar su libertad, el esfuerzo
se volvió vano porque la justicia finalmente lo restituyó a su amo,37 o
el caso de Mateo de Covarrubias que logra obtener su libertad gracias
al apoyo de su mujer libre y al papel decisivo de la justicia local.38 En
la zona de Zacatecas, el trabajo agrario se reduce a cultivos de subsis-
tencia y, sobre todo, a los ranchos de ganado mayor o menor. En tal
contexto, varios esclavos se encargaban de la vigilancia de los animales:
este tipo de tarea les daba grandes responsabilidades (si algunas vacas
desaparecían, el esclavo encargado era considerado como responsable),
pero también cierta autonomía de movimiento, de la cual los esclavos
domésticos estaban privados. Por ejemplo, el mulato Manuel tiene den-
tro de las propiedades del español Antonio Murguía una función poco
precisa: en los documentos está descrito como un vaquero encargado
de las mulas fuera de la hacienda,39 aunque es en realidad un arriero
encargado del abastecimiento de la hacienda de beneficio. Su amo le

35 ahez, Poder judicial, Criminal, Caja 03, Exp. 18, “Demanda de Antonio Gaudín mer-
cader de esta ciudad contra Cristóbal alias El Tarasco por robo que realizó en complicidad de
un esclavo suyo llamado Hilario”.
36 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, “Demanda de Francisco Antonio Cum-
plido, negro, esclavo, contra el bachiller Antonio Cumplido, médico de esta ciudad para que le
devuelva un tendejón de su propiedad y le otorgue carta de libertad”.
37 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, “Demanda de Francisco Antonio Cum-
plido, negro, esclavo, contra el bachiller Antonio Cumplido, médico de esta ciudad para que le
devuelva un tendejón de su propiedad y le otorgue carta de libertad”, f. 39.
38 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 20, “Real Provisión para que se notifique
a Joseph Beltrán Barnuevo reciba el pago de la corta de libertad de Mateo de Covarrubias su
esclavo”.
39 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 04, Exp. 30, “Demanda de Juan Briceño contra el
capitán Antonio Murguía por pago de pesos de conducción y renta de mulas en su hacienda
de minas”, fs. 24-26.

521
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

califica de “esclavo tan esencial a la minería”.40 De hecho, su función le


otorga cierto grado de protección por parte de su amo que persuade a
la justicia de dejar a su esclavo en paz durante un pleito por el pago de
una deuda. Al contrario, más difícil es el destino de los esclavos en las
minas: a los peligros naturalmente asociados a tal actividad se añaden
los malos tratos y arbitrariedad de los amos que quieren obtener la ma-
yor rentabilidad y castigar con dureza a los esclavos sospechosos de robo
de metales.41 Es lo que se puede constatar con el caso de un tal Ignacio,
esclavo en las minas del capitán Joseph Duran de la Peña:

[...] que habiendo bajado este declarante a una mina suya que está en
esta villa, nombrada el Pabellón y mandándole a Joseph de Marmolejo,
sirviente de dha mina le ayudase a atar a un mulato esclavo de este decla-
rante llamado Ignacio para castigarlo por ladrón dentro de dicha mina y
dicho mulato comenzó a resistirse y forcejar defendiéndose porque no le
amarrasen y prorrumpió con mucha colera diciendo ‘Yo reniego de Dios’
lo cual dijo tan solamente una vez. Y que el declarante cogiendo una pie-
dra le dio un golpe en la boca. Y el dicho Joseph de Marmolejo hizo lo
mismo dándole en la boca con la cual lo dejaron [...]42

El proceso en el cual aparece el esclavo Manuel permite ilustrar


otro punto importante. Al contrario de lo que pasa con la economía de
plantación de la zona del Caribe, los esclavos del centro-norte trabajan
al lado de una mano de obra libre y asalariada. En estos lugares, la mano
de obra de origen servil actúa como un complemento y no representa
la única base de la economía local. Peones serviles y libres coexisten y
comparten las mismas duras condiciones de trabajo, especialmente en
las haciendas de beneficio en las cuales se manipulaba el azogue, un me-
tal altamente tóxico. La composición de la mano de obra al servicio de
Antonio Murguía en su hacienda es muy reveladora de tal fenómeno.

40 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 04, Exp. 30, “Demanda de Juan Briceño contra el
capitán Antonio Murguía por pago de pesos de conducción y renta de mulas en su hacienda
de minas”, f. 31r.
41 Contrariamente a los operarios libres, los esclavos de las minas no se beneficiaban de las
mismas ventajas como el acceso a la pepena y, obviamente, no podían irse cuando la economía
local entraba en crisis.
42 agn, Inquisición, 706, Exp. 01, f. 3r.

522
Soizic Croguennec

El esclavo Manuel trabajaba al lado de trabajadores libres como el mo-


linero español Juan Flores,43 el macero español Antonio Flores de Esca-
milla44 o el arriador mestizo Onofre de Cervantes.45 Los esclavos podían
también formar amistades con trabajadores libres como lo muestra la
imbricación de las redes populares cuando se trata de divertirse. En
1706, dos españoles de Zacatecas, Juan Ruíz y Joseph de Olague, de-
nunciaron delante de la justicia civil las prácticas ilegales de las cuales
fueron víctimas: según los diferentes testigos, hombres libres y esclavos
participaban en los mismos juegos, se distraían juntos.46
Asimismo, es posible diferenciar con claridad los numerosos escla-
vos que eran meros objetos de transacción, privados de toda forma de
iniciativa por sus amos y los individuos que trataban de ganar su liber-
tad, lo que significaba que podían reunir un peculio y hasta pedir el
apoyo de la justicia local cuando el amo no respetaba su previa palabra.
Más que una dualidad, se trata ahí de una evolución de ciertos indivi-
duos que aprenden cómo jugar con las reglas y los códigos de la socie-
dad colonial. Este fenómeno se puede considerar como el resultado de
un proceso de aprendizaje por parte del esclavo. Muy a menudo, éste
no tenía ningún recurso. Es el caso de la “mulatilla” Andrea Paula que
se encontró prisionera del conflicto entre su ama y la del esclavo con
quien se había casado hacía poco. En este conflicto, la esclava tiene una
posición ambigua, a la vez origen del litigio a causa de una decisión
personal —su matrimonio con un esclavo de otra casa— y objeto —su
ama Petra Micaela de la Puebla Ruiz de Celis quería recuperar su bien a
pesar de los cambios causados por el matrimonio.47
43 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 04, Exp. 30, “Demanda de Juan Briceño contra el
capitán Antonio Murguia por pago de pesos de conducción y renta de mulas en su hacienda
de minas”, f. 7.
44 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 04, Exp. 30, “Demanda de Juan Briceño contra el
capitán Antonio Murguia por pago de pesos de conducción y renta de mulas en su hacienda
de minas”, f. 13v.
45 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 04, Exp. 30, “Demanda de Juan Briceño contra el
capitán Antonio Murguia por pago de pesos de conducción y renta de mulas en su hacienda
de minas”, fs. 12v-13r.
46 ahez, Poder judicial, Criminal, Caja 03, Exp. 17, “Diligencias de Juan Ruíz y Joseph
de Olague para que se les tome testimonio sobre la calidad de unos dados”, f. 1r.
47 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 29, “Demanda de Petra Micaela de la Pue-
bla Ruiz de Celis para que le sea devuelta una mulatilla de su propiedad llamada Andrea Paula
que se encuentra en casa de Juana Calero por haber contracto matrimonio con un esclavo de
la dicha Calero”.

523
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

A lo largo de los años, el esclavo podía aprender el funcionamiento


de la sociedad colonial y adquirir las herramientas materiales y cultura-
les para utilizar recursos que le permitían mejorar su situación y hasta
ganar su libertad. El caso de Tomasa Javiera Zapata puede ilustrar este
fenómeno. No sólo fue capaz de buscar otro amo que la hubiera com-
prado, sino que también buscó el apoyo de la justicia local para obte-
ner protección contra los malos tratos que sufría por parte de su ama.
Declaró así que no tenía otra solución “[...] que ocurrir al patrocinio
de Vuestra Merced para que oyendo mis limitadas razones, se sirvie-
se de dar en justicia la providencia, mandando que dicha mi ama me
permitiese […] por un papel para salir yo por medio del otro amo en
quien tuviera el consuelo de servirle a mi gusto [...]”.48 De hecho, lejos
de la imagen un poco monolítica asociada con la esclavitud, es un ver-
dadero mosaico de servidumbre el que aparece en los documentos del
centro-norte. Según Jean-Pierre Tardieu, es la aplicación en las colonias
españolas del viejo código castellano de la Siete Partidas que explica
“[...] este polimorfismo de la esclavitud y, como consecuencia, […] la
integración social del negro en las Américas españolas favoreciendo el
desarrollo de estructuras familiares y la obtención de la libertad. Ade-
más, no prohibieron el mestizaje, aunque fuera más la consecuencia de
la explotación sexual [...]”.49
A modo de conclusión de esta primera parte, se puede afirmar que
una lectura cualitativa del mundo de la servidumbre esclava permite po-
ner de relieve la gran diversidad de situaciones encontradas en los archivos
jurídicos y notariales, sobre todo durante la primera mitad del siglo xviii
(tal documentación ya no es visible en la segunda mitad del siglo como
mencioné en la introducción). Tal complejidad brinda claves esenciales
para entender los mecanismos que presentan algunos procesos encontra-
dos en la documentación. De hecho, en éstos podemos ver a esclavos que

48 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 35, Exp. 28, “Solicitud de Tomasa Javiera Zapata,
esclava fugitiva de Isabel de Barcena para que su ama le dé papel para su venta al servicio de
otro amo”, f. 4r.
49 Tardieu, “De l’évolution de l’esclavage aux Amériques espagnoles (xvie-xviiie siècles)”,
p. 69: “[...ce] polymorphisme de l’esclavage et, par voie de conséquence, […] l’intégration
sociale du Noir dans les Amériques espagnoles en favorisant le développement de structures
familiales et l’accession à la liberté. De plus, elles ne lui interdirent pas toute miscégénation,
même si elle fut plus souvent la conséquence de l’exploitation sexuelle [...]”.

524
Soizic Croguennec

no dudaban en utilizar la justicia civil e inquisitorial para afirmarse como


personas o defender sus pocos derechos.

II. La “audacia” de los esclavos:


estrategias y discursos

La existencia misma de procesos en los cuales los esclavos atacaban a


sus amos, presentes o pasados, ante la justicia local merece particular
atención. Los numerosos casos de compra-venta o de conflicto entre
amos muestran de manera muy clara la poca importancia que daban
los amos al esclavo y a sus intereses familiares o sentimentales. Por
ejemplo, cuando oponía a propietarios de minas o de haciendas por el
pago de una deuda, los esclavos eran considerados como objetos que se
podían vender para pagar o incluso hipotecar, como las herramientas o
el ganado, como lo muestra la lista de los bienes asociados a la hacien-
da de sacar plata Chirriaga en 1705.50 Ahora bien, el sencillo acto de
presentar una denuncia, de argumentar ante el juez y hasta de obtener
cualquier acción por parte de la justicia —sea positiva o negativa— su-
pone una personalidad jurídica reconocida por la administración local,
y por el amo también. La afirmación del esclavo como persona —legal
o mediante un discurso muy elaborado— es el interés de estos procesos.
En el corpus examinado se pueden distinguir tres categorías prin-
cipales de procesos en los que aparecen esclavos. La primera categoría
es la más importante en términos de números y presenta a los esclavos
como objetos de transacción o de conflicto. Por esta razón no me in-
teresa mucho.51 En contraste, las otras dos categorías son altamente
interesantes. Aludo aquí a los procesos intentados por los esclavos para
obtener o defender su libertad, y en general, a las gestiones legales más
50 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 05, Exp. 06, “Avalúo y tasación de lo que toca a
ganado y esclavos de la hacienda de sacar plata llamada Chirriaga en los autos del capitán Pedro
Díaz de Goyanes contra el capitán Gerónimo de Alvarado por pago de pesos de escritura de
plazo cumplido”, f. 432v.
51 Un muestreo de los archivos en Zacatecas reveló decenas de casos de compra-venta y de
conflictos entre amos a lo largo del siglo, en las fuentes notariales y judiciales. Como el asunto
de la esclavitud no era un tema principal en la investigación, decidí focalizar el estudio sobre los
escasos procesos de la primera mitad del siglo mostrando cierta agencia por parte de los esclavos
y no fui más allá de este muestreo.

525
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

o menos arriesgadas ante la justicia local o inquisitorial que tenían el


propósito de afirmar su existencia como ser humano frente a la sociedad
colonial o de denunciar los abusos de los amos. De hecho, el objetivo
de esta segunda parte es doble. Por un lado, se trata de analizar los me-
canismos de los procesos relacionados con la cuestión de la libertad, las
estrategias utilizadas por los esclavos, los contratos morales que existían
entre esclavos y amos. Por otro lado, se trata de extender la perspectiva
para poner de relieve la manera por la cual algunos esclavos utiliza-
ban estos procesos y otras gestiones para afirmarse como personas, para
declarar su valor como seres humanos y competentes, sin importar el
resultado de dicho proceso.

a) Los esclavos zacatecanos y la evolución de la sociedad


del centro-norte en el siglo XVIII

De manera muy semejante al resto de las plebes urbanas, se puede ob-


servar que los casos de “esclavos audaces” se concentran en la primera
mitad del siglo xviii como lo hemos mencionado en la introducción.
Durante aquellas décadas se puede observar un número muy limitado
de casos en los cuales miembros de las clases más humildes de la socie-
dad colonial demuestran su capacidad de utilizar la justicia local para
proteger sus intereses y hasta mejorar su condición cotidiana.
Este tipo de proceso que se presenta como una oposición bastante
desigual, asimétrica, una lucha de David contra Goliat, a partir del en-
frentamiento entre un individuo de las plebes urbanas y amestizadas,
de un lado, y un español, por otro lado, aparece, como se puede ver en
el cuadro, en la primera mitad del siglo. A partir de los años 1750 tales
situaciones desaparecen literalmente de la documentación judicial en el
caso de los archivos de Zacatecas, y es muy interesante notar que los dos
últimos –—quejas por injurias y golpes— no reciben real atención por
parte de la justicia local. Para explicar tal fenómeno, es posible sugerir
una forma de correlación entre esta situación y los ritmos económicos
de las minas zacatecanas.

526
Soizic Croguennec

Cuadro 1. Castas audaces y justicia local

Denunciante Demandado Juicio en primera


(calidad) (calidad) Litigio Fecha instancia
Andrea Rodrí- Joseph Carras- Custodia de 1702 Andrea recibe la cus-
guez (coyota) co (español) niños todia de los niños
Juan Bravo Felipe Pinto Deuda 1702 La justicia local
(mulato) (español) no se pronuncia y
remite el caso a la
Audiencia. Felipe
Pinto no puede irse
de la ciudad.
Juan Briceno Antonio Mur- Deuda 1703 Murguia condenado
(mestizo) guia (español) a pagar la deuda
Joseph de Santa Pedro García Propiedad de 1716 Pedro García obtie-
Ana (español) (indio) una mina ne la propiedad de
la mina
Nicolasa de Joseph López Negación de 1725 Libertad confirmada
Anda y Altami- (mulato) libertad por la justicia
rano (española)
Mateo de Joseph Beltrán Confirmación 1734 Libertad confirmada
Covarrubias (español) de libertad por la justicia
(mulato)
María Antonia Ambrosio de Cambio de 1746 Queja rechazada
Bertola Calde- Mier Río y amo como ilegal
rón (mulata) Teran (español)
Domingo Sán- Pedro Campos Robo de mulas 1746 Sobreseimiento
chez de Quija-
no (español)
Tomasa Javiera Isabel de Barce- Cambio de 1778 Tomasa recibe el
Zapata (negra) na (española) amo apoyo de la justicia
Antonio de Manuel Tatay Injurias y 1778 Torres retira su queja
Torres (negro) y Musoles golpes
(español)
Rosalio Cabre- Fermín Anto- Injurias y 1800 Queja considerada
ra (indio) nio de Aspeze- golpes como difamación
chea (español)
Fuente: ahez, Poder judicial.

527
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

Gráfica 1. Evolución de la producción


de plata en Zacatecas en el siglo xviii (en marcos)52

600 000

500 000

400 000

300 000

200 000

100 000

0
1700-1704
1705-1709
1710-1714

1740-1744
1745-1749

1765-1769
1770-1774
1775-1779
1780-1784

1790-1794
1795-1799
1800-1804

1810-1814
1715-1719
1720-1724

1750-1754
1755-1759

1805-1809
1725-1729
1730-1734
1735-1739

1700-1764

1785-1789

En otras palabras, se puede pensar que la crisis minera contribuyó


a reducir el control de las élites sobre la sociedad local al crear espacios
de oportunidades para los individuos de las plebes urbanas que se be-
neficiaron de un contexto de frontera más favorable a las iniciativas y
las audacias de las clases bajas.53 Otra hipótesis puede sugerir el impac-
to de cierto retroceso del control administrativo desde la metrópoli en
la región del centro-norte a finales del siglo xvii y durante la primera
mitad del siglo xviii. Una expresión de este retroceso sería una cierta
adaptación a las realidades locales, al contexto de una sociedad de fron-
tera, como podemos verlo con el laxismo de las autoridades locales en
relación con la prohibición de portar armas para las castas a finales del

52 Gráfica realizada con base en Langue, Mines, terres et société à Zacatecas (Mexique) de la
fin du XVII e siècle à l’indépendance, p. 58.
53 Sobre el carácter de la zona de Zacatecas como “zona frontera”, véase Alberro, “Zacate-
cas, zona frontera, según los documentos inquisitoriales, siglos xvi y xvii”, pp. 139-174.

528
Soizic Croguennec

siglo xvii.54 En el ámbito judicial, este fenómeno se expresaría en cierta


benevolencia de la justicia local hacia las plebes urbanas. De este modo
se podría explicar la decena de casos en los cuales el juicio de prime-
ra instancia es favorable al denunciante perteneciente a una casta. Al
contrario, el movimiento de “recolonización”55 y de cerradura social,
vinculado al renacimiento de las minas zacatecanas descrito por David
Brading56 de la segunda mitad del siglo xviii, creó un contexto más
favorable a las élites y su control sobre la sociedad local.
En tales circunstancias, los esclavos tratando de mejorar su condi-
ción cotidiana proclaman que buscan un “amo a su gusto”,57 asumiendo
una terminología más conveniente en la pluma del amo español: es una
expresión muy fuerte que permite subrayar no sólo la inversión de los
roles sociales, sino también un juicio de valor implícito y sin conce-
sión por parte de los esclavos sobre el amo del cual tratan de escapar.
Es quizás esta posibilidad de invertir de manera momentánea el orden
tradicional lo que explica la existencia de tales procesos intentados por
las castas, tanto esclavos como libres, contra españoles en la primera
mitad del siglo xviii. Claro, si se compara esta decena de situaciones
con el conjunto documental de los archivos judiciales del ahez, hay
que reconocer que tales ejemplos apenas representan una ínfima parte.
Sin embargo, es esta insignificancia estadística la que me resulta más
interesante si seguimos la teoría de Edoardo Grendi sobre la noción del
“excepcional normal”.58
Como Richard Marin lo escribe en la introducción de su libro
Meurtre au palais épiscopal, “[...] el famoso oxímoron subraya la capaci-
dad del singular para desvelar también lo que hace el ordinario de una
sociedad, o incluso el hecho de que las márgenes de una sociedad serían
más reveladoras que su centro [...]”.59 Además, podemos decir que la
situación descrita por Benoît Garnot en la ciudad de Lyon en Francia en
54 Véase la controversia entre la corona y la audiencia de Guadalajara a finales del siglo
xvii a propósito del asunto de las armas. agi, Audiencia de Guadalajara, 232/1692/ Libro 7.
55 Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, pp. 9-14.
56 Brading, “Mexican silver mining in the eighteenth century: the revival of Zacatecas”,
pp. 665-681.
57 Véase ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 30, Exp. 02; ahez, Poder judicial, Civil 1,
Caja 35, Exp. 28.
58 Revel, Jeux d’échelles. La micro-analyse à l’expérience, pp. 30-32.
59 Marin, Meurtre au palais épiscopal, p. 22.

529
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

el siglo xviii, a partir del registro local de las quejas, no es muy diferente
de lo observado en la sociedad zacatecana, hecho muy interesante en
la perspectiva de una historia comparativa de las plebes urbanas en las
sociedades modernas. El historiador francés muestra así “[...] una infra-
rrepresentación de las plebes en relación con la composición social de la
ciudad [...]”,60 y explica que “[...] más abajo uno está en la escala social,
más va a dudar en presentar una denuncia penal o llevar un oponente
ante de la justicia civil, […] por diversas razones, notablemente pecunia-
rias (la justicia puede costar mucho dinero) y mentales (la justicia parece
menos accesible cuando uno tiene poca educación), finalmente sociales
[...]”.61 Sin embargo, en lo individual es posible observar una verdadera
capacidad para utilizar de manera correcta la justicia local como herra-
mienta en la elaboración de una estrategia precisa y como tribuna, lugar
de expresión y afirmación personal. De hecho, los casos identificados, a
pesar de ser escasos, permiten revelar a individuos de las plebes, y más
específicamente esclavos, mostrando su agencia a lo largo de los procesos.

b) “Ganarse” la libertad y defenderla

La primera condición para que un esclavo pudiera obtener su libertad era


el establecimiento de un contrato con su amo. Las dos partes definían las
modalidades que permitirían al esclavo comprar su libertad: condiciones
de trabajo (fuera de la casa del amo, en una tienda que podía pertenecer
al amo o no), capacidad del esclavo para conservar la totalidad o sólo
una parte de sus ganancias, tiempo otorgado por el amo a su esclavo para
reunir la cantidad de dinero necesaria para comprar la libertad, etcétera.
Así, en la queja en contra de su amo, el bachiller Francisco Antonio
Cumplido, el esclavo Francisco Cumplido recuerda las condiciones es-
tablecidas previamente para obtener su libertad. Trabajaba en un ten-
dejón de menudencias que pertenecía a su amo y, según lo que afirma,
podía conservar la totalidad del fruto de su trabajo con el fin de pagar la
cantidad acordada. Además, era libre de gestionar el abastimiento de la
tienda con su propio dinero: en otras palabras, para obtener su libertad

60 Garnot, Histoire de la justice. France, XVIe-XXe siècle, p. 174.


61 Garnot, Histoire de la justice. France, XVIe-XXe siècle, p. 174.

530
Soizic Croguennec

actuaba como cualquier mercader libre.62 Si el esclavo respetaba estas


condiciones y lograba pagar a su amo, éste le daba una carta de libertad
que confirmaba el nuevo estatuto del siervo como hombre libre. Claro,
había otras posibilidades para obtener la libertad, pienso en las liberacio-
nes otorgadas en los testamentos por los amos. Sin embargo, estos casos
no me interesan tanto porque, aunque el esclavo obtenía su libertad, no
era el resultado de sus esfuerzos, de sus acciones y de su afirmación como
persona, sino de la generosidad del amo. En otras palabras, en estos casos
de obtención de la libertad, el esclavo no era sujeto, sino objeto de las
decisiones de su amo y de su voluntad de demostrar su caridad cristiana
o recompensar a un fiel sirviente: la jerarquía simbólica y social se res-
petaba. Al contrario, en el caso de los contratos establecidos entre amo
y esclavo, es posible analizar no sólo los mecanismos del contrato en sí
mismo sino también las implicaciones concretas y simbólicas de tales
acciones por parte del esclavo.
Primero, cabe insistir en el hecho de que si este tipo de contrato
o acuerdo parece muy favorable al esclavo que podía ganar su libertad
al finalizar el proceso, era sobre todo una situación ventajosa para el
amo. A menudo se beneficiaba del fruto del trabajo de su esclavo en un
primer tiempo, y después, recibía la cantidad previamente decidida que
permitía al esclavo comprar su libertad. En el aspecto económico, la
ganancia de la operación podía ser importante para el amo, y desde un
punto de vista social y humano, el beneficio para el esclavo era crucial:
lo que se jugaba era no sólo la libertad, sino también el reconocimiento
del esclavo como ser humano, como parte de la sociedad en la cual vi-
vía. Para los hombres significaba además la posibilidad de mantener a su
familia como cualquier otro jefe de familia. Luego, más que un contrato
formal, se trataba de un acuerdo considerado de manera muy diferente
por las dos partes. Si el esclavo veía —o quería ver— un contrato real
y esperaba que su amo respetara su palabra, este último lo consideraba
más un acuerdo verbal que se podía cambiar en función de la situación.
En esta ambigüedad inicial residía la raíz de numerosos conflictos que
la justicia local tenía que resolver.
De nueva cuenta, el proceso que opone Francisco Cumplido a su
amo es muy revelador de esta situación. En efecto, el conflicto entre

62 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, f. 1r.

531
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

los dos hombres reside en el hecho de que el bachiller considera que su


esclavo fracasó en su esfuerzo para conseguir su libertad. Según lo que
afirma, la experiencia empezó cuatro o cinco años antes, durante los
cuales Francisco se benefició de una verdadera autonomía. Pero no fue
capaz de reunir la cantidad de dinero necesaria. Además, el bachiller
menciona que las condiciones que permitieron la autonomía de Fran-
cisco han cambiado: el amo ahora necesita a su esclavo en su casa para
cumplir con otras tareas.63 En otras palabras, aunque da al esclavo una
auténtica oportunidad y la ocasión de afirmarse como persona, en el
proceso para obtener la libertad permanece una operación dirigida por
la voluntad del amo: cuando deja de ser una operación a su beneficio,
tiene mucha laxitud para cambiar el acuerdo y terminar la experiencia.
¿Qué pasaba cuando el esclavo conseguía reunir la cantidad de dine-
ro establecida por las dos partes? En este caso, el contrato estaba claro:
el amo tenía que otorgar la carta de libertad según el ordenamiento ju-
rídico de la monarquía española. Ahora bien, numerosos eran los amos
que negaban la validez del contrato y trataban de oponerse a la libera-
ción efectiva del esclavo, en contra de lo que indicaba la ley. Es lo que
se puede observar durante el proceso que opuso Mateo de Covarrubias
a su amo Joseph Beltrán de Barnuevo en 1734.64 El conflicto entre los
dos hombres viene del contexto de la liberación de Mateo: el esclavo,
quien pagó la cantidad de dinero exigida por su amo, se considera como
un hombre libre,65 mientras Barnuevo, sujetado a importantes deudas,
afirma que el pago no tiene ninguna validez legal sin la confirmación
del acuerdo por parte del amo.66
Dos lógicas muy diferentes se oponen ahí. El esclavo Mateo apoya
su queja con los escasos derechos que puede utilizar ante la justicia local
para obtener la confirmación de su liberación. El centro de su argu-
mento reside en el hecho de que pagó la suma exigida por su amo, lo

63 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, f. 2r.


64 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 14, “Solicitud de Mateo de Covarrubias
mulato sobre que Joseph Beltrán su amo exhiba cantidad que recibió en el remate de venta y
otorgue carta de ahorro para conseguir su libertad”; ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp.
20, “Real Provisión para que se notifique a Joseph Beltrán Barnuevo reciba el pago de la corta
de libertad de Mateo de Covarrubias su esclavo”.
65 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 14, f. 1r.
66 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 14, f. 5r.

532
Soizic Croguennec

que es suficiente para darle condición de hombre libre. Al contrario, el


amo considera que los derechos acordados por el pago de dinero no son
suficientes para otorgar la libertad a un esclavo: se necesita la palabra del
amo. En el discurso de Barnuevo, está claro que el destino final de Ma-
teo queda sujeto a la voluntad de su amo. En el primer caso, la libertad
es algo que se puede obtener gracias a los esfuerzos del esclavo, mientras
que en el segundo, es un “regalo” que el amo puede otorgar, o no. De
hecho, Barnuevo rechaza la demanda de Mateo “[...] porque no habien-
do motivo ni causa especial para obligar[le] a que recibiendo el dinero
le otorgue carta de ahorro según establecimientos de derecho [...] a que
se añade que no expresando dicho esclavo otra causa para pretender su
libertad que ser casado y no poder por no ser suelto mantener su familia
no siendo este motivo suficiente [...]”.67
Tal declaración es una manera para el amo de reafirmar la condición
de Mateo como esclavo ante la justicia local. Según Barnuevo, Mateo no
es un jefe de familia como pretende en su propia argumentación, sino
un mero esclavo. Por tanto, a pesar de las palabras del amo, Mateo se
considera como un hombre libre y, por eso, pide la ayuda de la justicia
local, acción que muestra una conciencia muy aguda de la validez de sus
derechos y cierta confianza en el juez por parte del esclavo. Finalmente,
la justicia local dio la razón al esclavo y ordenó a Beltrán que aceptara el
pago de la carta de libertad y, como consecuencia, reconociera la liber-
tad nueva de Mateo.68 Según el juzgamiento de este caso particular, la
posibilidad dada a los esclavos para que pudieran comprar su trabajo era
un derecho codificado, y en ninguna parte el amo o el esclavo podían
cambiar las reglas o las condiciones del contrato a su gusto.
Fue aquel derecho el que Mateo defendió con la ayuda de la jus-
ticia local. En efecto, como lo mencionó el alcalde ordinario en otro
proceso, sólo los litigios a propósito de la libertad de los esclavos da-
ban a éstos el derecho de solicitar la ayuda de la justicia colonial, por
lo menos en el contexto zacatecano si nos referimos al caso de María
Antonia Bertola Calderón evocado más arriba en el texto.69 Dicha jus-

67 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 14, f. 5r.


68 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 20.
69 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 30, Exp. 02, “Solicitud de María Antonia Bertola
Calderón, mulata esclava de Ambrosio de Mier Rio y Terán, para que le dé un papel para buscar
amo a su gusto”, f. 3r.

533
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

ticia, por medio de tal disposición, creó un espacio de oportunidad que


los esclavos podían utilizar durante la primera mitad del siglo xviii.70
Para los esclavos, estos procesos tenían como función esencial obtener
la libertad o verla confirmada por la justicia. Sin embargo, más allá de
esta función práctica, los procesos ofrecían a los siervos una tribuna
única que les permitía, durante un momento claramente delimitado,
negociar con el amo como si fueran hombres iguales: por lo menos es
lo que Mateo expresa cuando se presenta como “mulato, vecino de esta
ciudad”,71 en las primeras líneas de la queja presentada delante de la
justicia. La existencia de tal espacio de oportunidad podía conducir a
ciertos esclavos a tomar verdaderos riesgos para manifestar su identidad
como personas y utilizar la justicia colonial a su ventaja.
Es el caso de la mulata María Antonia Bertola Calderón. En su queja
afirma que quería casarse y buscaba un “amo a su gusto”. Para cumplir
eso, pide que su amo la libere en 1746.72 De hecho, la posibilidad de
presentar una denuncia en el contexto de un proceso de liberación era
considerada por algunos esclavos como una ocasión única de reorientar
su destino y mejorar su situación, en especial cuando querían casarse y
fundar su propio hogar. Desde este punto de vista, es interesante notar
que la mayor parte de los procesos estudiados han sido intentados por
esclavos casados, incluso jefes de familia73 o proyectando su casamien-
to:74 la formación de una familia y la responsabilidad que viene de tal

70 Además del caso de Mateo de Covarrubias, los ejemplos son bastante numerosos. Se
puede citar el caso de María Josefa Sánchez, una esclava que trata de obtener la libertad para su
esposo en 1740 (ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 33, Exp. 10), el de Agustina de los Santos
que obtiene en 1707 su libertad gracias a la intervención de un cura (ahez, Poder judicial,
Civil 1, Caja 05, Exp. 19) o el caso ya abordado de Francisco Antonio Cumplido (ahez, Poder
judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04).
71 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp. 14, f. 1r.
72 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 30, Exp. 02, “Solicitud de María Antonia Bertola
Calderón mulata esclava de Ambrosio de Mier Río y Terán para que le dé un papel para buscar
amo a su gusto”.
73 Es el caso de Mateo de Covarrubias. Utiliza su nueva posición como jefe de familia para
justificar su deseo de libertad, sobreentendiendo que un esclavo no puede ser un jefe de familia
digno, que existe una forma de incompatibilidad entre los dos estatutos. Así afirma “[...] no
poder por no ser suelto mantener su familia [...]” (ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 24, Exp.
14, f. 5r).
74 María Antonia, que desea cambiar de amo, trata de casarse también (ahez, Poder judi-
cial, Civil 1, Caja 30, Exp. 02, f. 1r).

534
Soizic Croguennec

cambio de la situación personal parece jugar un papel muy importante


en la capacidad del esclavo de escaparse de su condición de “objeto” y,
a modo de consecuencia, a desear su libertad, defender sus escasos de-
rechos. Por eso María Antonia, aunque no tiene la cantidad de dinero
necesaria para comprar su libertad, trata de utilizar este estrecho espacio
de oportunidad:

[...] María Antonia mulata esclava de don Ambrosio de Mier y Terán y ve-
cina de esta ciudad en la mejor forma que por derecho lugar haya parezco
ante Vmd y digo: que habiendo pedido al dicho mi amo papel para buscar
otro amo que me comprase por el justo precio de doscientos pesos que es
mi valor, y habérmelo dado por saber éste me casaba me quitó el papel y
me quiere compeler a que me esté en su casa y juntamente a que no me
case y de ir a ello se me previene el pasar grandísimos trabajos por lo que
le suplico se sirva de compelerlo por todo rigor a que me dé el papel para
buscar amo a mi gusto si no me quisiere comprar el que lo intentaba [...]75

En su queja, María Antonia utiliza el mismo argumento que Mateo,


al afirmar que su amo no ha respetado su palabra. Del mismo modo,
el deseo de formar una familia en un futuro próximo es un catalizador
para la acción de ambos esclavos contra su amo. Otro punto común
entre los dos casos es el hecho de que ambos pertenecen al mundo de los
esclavos urbanos y domésticos. De hecho, hay que decir que la totalidad
de los casos encontrados en la documentación son denuncias presenta-
das por esclavos pertenecientes al mundo urbano: por ejemplo, ningu-
no trabaja en una hacienda o una mina. Sirvientes en la casa del amo (es
sobre todo el caso de las mujeres: Augustina de los Santos fue comprada
por un cura con el fin de obtener su libertad en segunda intención76) o
responsables de una pequeña tienda (el amo de Francisco Cumplido le
confió un “tendejón de menudencias” en el centro de Zacatecas77), esos
esclavos vivían en contacto con la sociedad española y urbana. Por
eso, tenían más ocasiones de interiorizar por osmosis las posibilidades
legales que existían y tomar conciencia de su valor como personas.

75 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 30, Exp. 02, f. 1r.


76 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 05, Exp. 19, f. 1r.
77 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, f. 1r.

535
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

c) La afirmación del esclavo como persona:


el proceso como lugar de expresión

La posición que llegó a ocupar el esclavo Francisco Cumplido es muy


reveladora de este hecho: encargado de una tienda otorgada por su amo,
el mulato se fue integrando poco a poco al mundo de los mercaderes li-
bres, actuando como si fuera uno de ellos durante unos años de relativa
autonomía.78 El cuadro que sigue muestra las reservas que constituyó
en su tienda, prueba de las inversiones realizadas, pero también de unos
créditos que tiene como cualquier otro mercader libre.

Documento 2. “Memoria de los géneros que le envió


Francisco al señor bachiller don Antonio Cumplido”

Cantidad Producto Valor


1300 linos a peso el ciento 13 pesos
134 rojas a peso 1 peso 4 reales
2 cargas de leña 4 reales
2 cargas de zacate 7 reales
azafrán de la tierra 1 peso 4 reales
1 almud de tomates 1 real
250 naranjas a 6 2 pesos 4 reales
45 chiquibises [sic] de carbón 2 pesos 6,5 reales
3 quesos de a tostón 1 peso 4 reales
24 asados de Panocha 1 peso 6 reales
1 Lira 1 peso 4 reales
1 guitarra grande 1 peso 4 reales
7,5 real de velas que dejó en la tienda 7,5 reales
3 pesos que dice le dio a su amo y su amo
dice que no ha dádole [sic] nada

78 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, f. 2r.

536
Soizic Croguennec

Prendas
unos hierros de sastre 4 reales
1 …acha en 4 reales 4 reales
2 masos de orillos en un real 1 real
1 guaquita en un real 1 real
1 templador de arpa en dos reales 2 reales
1 cuchillito en medio real 0,5 real
31 pesos 0,5 real
1 costal de jerga viejo
Crédito
Miguel el Gachupín 2 pesos 4 reales
Juanillo el de Francisco del Hierro 1 peso 6 reales
34 pesos 4 reales
Total
129 pesos 1 real + 34 pesos 4 reales = 163 pesos 5 reales
163 pesos 5 reales - 15 pesos 6 reales = 147 pesos 7 reales
ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, fs. 5r-7v.

Las mercancías que maneja Francisco son muy diversas y bastante


modestas: se pueden encontrar alimentos de base (frutas, especias,
queso), herramientas necesarias para la vida cotidiana e instrumen-
tos de música. Pero, hay que decir que las reservas acumuladas en la
tienda de Francisco alcanzan una suma importante de unos 147 pe-
sos y siete reales.79 Además, como cualquier otro mercader, el esclavo
tiene unos créditos que representan un quinto del valor de la tienda
cuando la justicia local realiza el inventario. Desde un punto de vis-
ta puramente socioeconómico, Francisco alcanzó una posición más
cercana a las plebes urbanas bien instaladas que a la del mundo de la
marginalidad. Así, se nota sin sorpresa que la mayoría de los testigos
que llama para apoyar su queja pertenecen al mundo de los mercaderes

79 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 06, Exp. 04, f. 13r.

537
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

criollos, de los cuales es bastante cercano gracias a su actividad co-


mercial.
No todos los esclavos pueden aprovechar las mismas oportunida-
des. De hecho, los espacios de oportunidad explotados por los hombres
y mujeres citados previamente parecen reservados no sólo a los indivi-
duos más audaces, sino también a los que han podido, gracias a su po-
sición en el sistema social colonial, adquirir un conocimiento avanzado
de los rasgos de la sociedad española. A veces, las estrategias elaboradas
por los siervos conducen a una solución feliz, como en el caso de Mateo
de Covarrubias que recibió el apoyo de la justicia contra su amo. Sin
embargo, la audacia de los esclavos no encuentra necesariamente este
apoyo por varias razones. En el caso de Francisco Cumplido, la palabra
del amo español tenía más importancia que la argumentación del escla-
vo para la justicia colonial. En el caso de María Antonia, la justicia no
se deja engañar y rechaza la queja de la mulata, afirmando que, en la
realidad, la joven esclava abusa del derecho concedido a los esclavos en
el contexto de un proceso para obtener la libertad. Como María Anto-
nia sólo deseaba cambiar de amo y no obtener su libertad, no tenía el
derecho de presentar una denuncia.80
Sin embargo, a pesar del fracaso de la estrategia de María Antonia,
hay que subrayar la habilidad del discurso de la joven esclava para elabo-
rar una argumentación que es una verdadera mezcla de sumisión y de au-
dacia. En efecto, María Antonia parece muy consciente del hecho de que
la libertad nunca entró en los planes de su amo don Ambrosio. Así, de
manera muy significativa, nunca María Antonia contesta su condición
servil. En cambio, utiliza el texto de la denuncia para insistir en los ma-
los tratos y los excesos de su amo, utilizando la queja como una tribuna
para expresar su descontento.81 Más interesante aún es la manera con
la que el discurso de María Antonia establece una oposición inesperada
entre la figura del “amo malo” y la del “buen esclavo”: en la denuncia,
ella evalúa su precio en doscientos pesos, evoca a un “amo a su gusto”
que merecería sus buenos servicios más que su presente amo. En otras
palabras, María Antonia clama su individualidad y personalidad. No

80ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 30, Exp. 02, f. 3r.


81Parecida estrategia a lo que se puede observar con los esclavos acusados por la Inquisi-
ción de blasfemia a finales del siglo xvii.

538
Soizic Croguennec

niega su condición de esclava —es imposible— pero demanda un amo


al nivel de su calidad como trabajadora. En su discurso, un esclavo ya
no es un mero objeto de transacción, sino una persona capaz que mere-
ce condiciones de trabajo decentes.
De la misma manera, Juan Ventura, esclavo hipotecado por su amo,
protesta contra la evaluación de su valor comercial. Según él, el precio
es demasiado bajo por lo que pide que la justicia lo libere “[...] para que
no padezca perjuicio de que se venda por la cantidad de su avalúo [250
pesos] por ser un mulato que por su ejercicio de fundidor, fidelidad y
buen servicio debe ser apreciado en más cantidad [...]”.82 Como María
Antonia, Juan Ventura es muy consciente de su condición de mera mer-
cancía para los dos españoles que se disputan el pago de una deuda. Sin
embargo, desea que sus cualidades humanas y técnicas sean reconocidas
de la única manera posible en tal contexto, mediante una evaluación
más alta de su precio. Así, en forma insospechada, Juan Ventura, objeto
de transacción, defiende su honor, concepto propio de la cultura his-
pánica, y aún evoca el perjuicio que podría sufrir si la justicia aceptara
la hipoteca decidida. En el caso de María Antonia como en el de Juan
Ventura, las palabras y expresiones utilizadas —“justo precio”, “amo a
mi gusto”— tienen una importancia esencial en la argumentación de
los esclavos. De hecho, son verdaderas “armas” que los individuos en
una posición de inferioridad social (es decir, los esclavos, pero también
la muchedumbre de las plebes urbanas) usan con el fin de invertir la
jerarquía tradicional. Por esta razón, el resultado del proceso no es tan
importante como su propio desarrollo, y por la tribuna que ofrece para
los individuos que quieren expresar su descontento y su individualidad.
De hecho, un concepto semejante, aprovechado por los esclavos
como tribuna de su descontento y otras quejas, es evidente en ciertos
procesos de la Inquisición a finales del siglo xvii. Durante ese periodo
se repitió un tipo de proceso muy específico: el de blasfemia de los es-
clavos. En efecto, Antonia de Pasos en 169283 y el esclavo Ignacio en
169884 fueron acusados del mismo crimen, haber renegado de Dios du-

82 ahez, Poder judicial, Civil 1, Caja 18, Exp. 01, “Demanda de Diego Moreno vecino y
mercader de esta ciudad contra el capitán Nicolás de Escobedo por pago de escritura de obliga-
ción e hipoteca de un mulato esclavo”, f. 13r.
83 agn, Inquisición, 685, Exp. 15, “Proceso de fe de Antonia de Pasos”.
84 agn, Inquisición, 706, Exp. 01.

539
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

rante un castigo impuesto por la esposa del amo, en el caso de Antonia,


y por el amo mismo, en el caso de Ignacio. Según Joan Cameron, tales
blasfemias se pueden interpretar como gritos desesperados provocados
por el dolor y el rencor.85 Otra interpretación posible es subrayar la cris-
tianización imperfecta de los esclavos y, en general, de las plebes ames-
tizadas que aparece de manera muy clara en momentos de dificultades
extremas. La historiadora estadounidense propone aún otra interpreta-
ción muy interesante. En efecto, muestra que la blasfemia gritada por
los esclavos marca el principio de un proceso inquisitorial que arranca al
esclavo de las manos punitivas de su amo para ponerlo en las manos del
juez inquisidor. Desde este punto de vista, la blasfemia es una forma de
apuesta por parte del esclavo que considera que la prisión inquisitorial
es un mal menor comparado con el castigo que sufría en el momento
preciso del reniego.
Además, la investigación inquisitorial, cuya finalidad era recrear
el contexto del delito, constituye para el esclavo la ocasión para ex-
presar sus quejas contra el amo y sus malos tratos.86 De esta manera,
el esclavo se convierte en “acusado acusador”, posición muy ambigua
que le permite denunciar lo que normalmente no puede a causa de su
condición inferior. Si se acepta tal interpretación, la blasfemia ya no
es una prueba de una cristianización insuficiente sino una verdadera
estrategia transmitida entre los esclavos que deja ver un buen cono-
cimiento del funcionamiento de la Iglesia en general y de la Inquisi-
ción en particular.87 Al contrario, la blasfemia “instrumentalizada” se
puede considerar como la prueba de una verdadera interiorización de
los valores dominantes de la sociedad colonial. Se manifiesta también
en estos actos la voluntad de utilizar la justicia como tribuna o como
modo de defensa contra los abusos del amo. Sin embargo, la eficacia de
tal táctica es muy temporal y limitada: si el esclavo llega a librarse por
85 Bristol, Christians, blasphemers and witches: afro-Mexican ritual practice in the 17th cen-
tury, 2007, p. 116.
86 Bristol, Christians, blasphemers and witches: afro-Mexican ritual practice in the 17th cen-
tury, 2007, p. 147.
87 Esta impresión es confirmada por la verdadera maestría manifestada por algunas castas
libres, o no, durante el mismo periodo en la región de Zacatecas en los procesos civiles o crimi-
nales. Se puede citar el ejemplo del indio que llega a obtener una mina gracias a un denuncio a
pesar de la presión ejercida por el conde de Santa Rosa (ahez, Ayuntamiento, Minería, Varios,
Caja 1, 1716).

540
Soizic Croguennec

un tiempo de los golpes del dueño, no escapa ni al castigo de la Inqui-


sición ni al que le espera al regresar a casa de su amo. Por eso, hay que
decir que la blasfemia de los esclavos corresponde más a un reflejo pun-
tual de sobrevivencia —la meta inmediata es parar los golpes— que a
una verdadera estrategia de defensa. A pesar de este límite, la estrategia
del blasfemo deja ver un fascinante fenómeno de inversión de los roles
sociales por medio de la figura del “acusado acusador”.
Para concluir este panorama, podemos evocar el caso del proceso
intentado por doña Nicolasa de Anda y Altamirano contra un antiguo
esclavo suyo, Joseph López, en 1725.88 Contrario a los ejemplos estu-
diados antes, este proceso presenta lo que parece ser una situación muy
clásica: un amo denegando la libertad recién otorgada a su esclavo. Sin
embargo, una lectura detallada de los discursos y de los argumentos
de la denunciante revela una realidad mucho más compleja e incluso
paradójica. Ahí, la inversión de los roles sociales entre esclavo y amo
no es sólo simbólica, sino también una realidad concreta. De hecho,
el proceso no es una tribuna para el esclavo como en los casos presen-
tados antes, pero deja ver una situación bastante vergonzosa para la
denunciante criolla. En su queja, doña Nicolasa reclama una cantidad
de dinero —200 pesos— que Joseph López le debe después de la ob-
tención de su libertad. Su declaración sigue una forma muy clásica,
en la cual doña Nicolasa denuncia con énfasis la falta de honradez del
mulato —palabras como “malicioso” o “engaño” aparecen varias veces
en su discurso.89 Sin embargo, tras una argumentación cuyo objetivo
es afirmar una preeminencia social, económica y moral por parte de la
denunciante criolla, se puede percibir una realidad muy diferente. En
efecto, doña Nicolasa es una viuda que no tiene los recursos necesarios
para criar a sus niños y que sobrevive gracias a los ingresos obtenidos
con el trabajo de su esclavo.90 Cuando Joseph López obtiene su libertad,
su ama tiene la pretensión de mantener los lazos de dependencia y re-
clama el pago de una cantidad de pesos mensual. La función simbólica
de tal pago es subrayar la continuidad de una relación de dominación
entre doña Nicolasa y su esclavo, pero esta situación revela, sobre todo,

88 ahez, Poder judicial, Civil, Caja 18, Exp. 05.


89 ahez, Poder judicial, Civil, Caja 18, Exp. 05, f. 2r.
90 ahez, Poder judicial, Civil, Caja 18, Exp. 05, f. 1v.

541
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

el carácter paradójico de la relación entre la viuda criolla y el esclavo


liberto.91 En este caso, el proceso es revelador de una inversión total
de los roles sociales. En la medida en que son los ingresos de su tra-
bajo los que permiten la sobrevivencia de la familia de su ama criolla,
el esclavo mulato Joseph López ocupa de cierto modo la función de
“jefe de familia”, por lo menos si se considera el aspecto material. Tal
situación es muy vergonzosa e incómoda para doña Nicolasa que tiene
que conservar su principal fuente de ingresos —es una cuestión de
sobrevivencia— y mantener la ilusión de una relación de dominación
social y moral. Como lo escribe Richard Boyer, aunque la realidad no
refleja este discurso de dominación, doña Nicolasa tiene que reforzar
la identidad de Joseph López como esclavo, como ser dominado para
afirmar su propia identidad como dueña:

[...] Pero, mientras que el estado de subordinación de los esclavos empeo-


raba, el estado de dependencia de los amos frente a esta subordinación se
volvía más y más completo. En consecuencia, escribían la sinopsis de los
gestos y de los signos de deferencia de sus sirvientes como si su subordina-
ción fuera absoluta. Si no lo hacían, era la identidad de los “amos” la que
se derrumbaba [...]92

Excepto este caso particular, hay que reconocer que restablecer el


orden social afectado en lo simbólico e incluso concreto es un objetivo
mayor de los criollos cuando son confrontados por demandantes mesti-
zos, mulatos o esclavos, categorías sociales consideradas como inferiores
y que, en teoría, no podían salir de su papel asignado en la sociedad
colonial. Douglas Cope escribe en The Limits of Racial Domination que,
en la ausencia de un ejército suficiente para mantener el orden en las
colonias americanas, la estabilidad del sistema necesitaba el manteni-
miento de las plebes en un estado de inferioridad “natural”, “interiori-
zado”.93 Así, se puede medir la separación entre “[...] la manera en que
los dominantes legitiman su superioridad y privilegios o, dado el caso,

91 ahez, Poder judicial, Civil, Caja 18, Exp. 05, f. 1v.


92 Boyer, “Respect and identity: horizontal and vertical reference points in speech acts”,
p. 504.
93 Cope, The Limits of Racial Domination. Plebeian Society in Colonial Mexico City, 1660-
1720, p. 4.

542
Soizic Croguennec

en como justifican la persecución, el menosprecio o el maltrato [...]”94


y “la realidad del terreno”,95 la vida cotidiana.

Conclusión

A modo de conclusión se puede decir que los esclavos aparecen a me-


nudo en los archivos judiciales y notariales. En la gran mayoría de los
casos son el objeto de una queja96 o de una transacción que habla de su
condición inferior en la sociedad colonial. Sin embargo, los casos en los
cuales los esclavos presentan una denuncia contra sus amos ante la jus-
ticia local no son escasos en la primera mitad del siglo xviii. Como las
castas de la colonia, en general, los esclavos manifiestan una cierta au-
dacia, así como una real capacidad para utilizar la mecánica judicial en
su beneficio. Durante el tiempo limitado del proceso, se desarrolla un
verdadero “baile de carnaval”97 alimentado por un fenómeno de inver-
sión de los roles sociales. En otras palabras, gracias a la tribuna ofrecida
por el proceso, David ataca a Goliat con la sola fuerza de las palabras y
del discurso. Los esclavos que tratan de mejorar su situación material
buscan a un “amo a su gusto” o evalúan su “justo precio”, utilizando ex-
presiones más adecuadas a la pluma de un propietario criollo. Términos
muy fuertes, muy simbólicos, dejan ver la inversión momentánea de los
roles sociales durante el proceso, pero también el juicio de valor implíci-
to y sin concesión que los esclavos emiten sobre el amo que denuncian.
Más que un resultado aleatorio, es quizás la existencia de tal posibilidad
de cambiar simbólicamente el orden social durante unos minutos, unas
horas, unos días, lo que explica la multiplicación de las denuncias pre-
sentadas por las castas, esclavas como libres, contra los españoles.
Se puede afirmar que la primera mitad del siglo xviii constituye una
verdadera “edad de oro” para las castas y los esclavos en el centro-nor-
te de la Nueva España. Si en el ámbito del grupo es imposible negar

94 Zuñiga (ed.), Negociar la obediencia, p. 3.


95 Zuñiga (ed.), Negociar la obediencia, p. 3.
96 Parecidas quejas se aprecian sobre todo para los esclavos fugitivos (agn, Indiferente
Virreinal, Ayuntamiento 6188, Exp. 29).
97 Aludo aquí a la noción de carnaval como momento privilegiado de inversión de los
roles tradicionales (jóvenes/viejos, hombres/mujeres, etc.) en las sociedades modernas.

543
Aprovechar la más ínfima oportunidad: las estrategias de los esclavos zacatecanos

la condición inferior de los esclavos, la situación que surge cuando se


cambia la escala resulta bastante diferente y revela a unos individuos
muy activos y audaces. De este modo, el recurso a los métodos de la
microhistoria98 y a un análisis de los procesos tanto por la informa-
ción contenida como por la narración y los discursos99 que contienen
produce resultados muy interesantes. Así se deja ver un mundo muy
complejo, caracterizado no sólo por la diversidad de las situaciones en-
contradas a lo largo de los documentos, sino también por la existencia
de oportunidades reales o simbólicas que autorizan a algunos esclavos a
soñar con un mejor futuro o tan sólo con la posibilidad de expresar su
descontento. Sin embargo, como los procesos representan una tribuna
momentánea para las quejas de los esclavos, este “periodo de las opor-
tunidades” se acaba cuando el renacimiento de las minas zacatecanas
refuerza la posición de los criollos en la sociedad local. Los espacios
creados por la crisis económica se cierran bruscamente en la segunda
mitad del siglo xviii, lo que se traduce en la desaparición de los esclavos
“acusadores” en la documentación jurídica. Sólo queda el esclavo objeto
de las transacciones comerciales en los archivos notariales: las oportuni-
dades individuales desaparecen con el movimiento de cerradura social,
alimentando los rencores del grupo social sometido, que ya no tiene
otro modo de expresión que la rebelión violenta.

98 Aquí la influencia de Carlo Ginzburg y Giovanni Levi es esencial.


99 Es lo que hace Farge, La vie fragile. Violences, pouvoirs et solidarités à Paris au XVIIIe siècle.

544
CONVIVENCIA, CONFLICTOS Y SOCIALIZACIÓN.
EL CASO DE LOS ARTESANOS DE ORIGEN
AFRICANO EN LA CIUDAD DE MÉXICO
DURANTE EL SIGLO XVIII

Sandra Nancy Luna García


El Colegio de México

Los gremios de la Ciudad de México funcionaron como espacios de


intercambio y convivencia de los trabajadores de las artes y oficios.1
De acuerdo con los censos levantados en 1753 y 1790, los artesanos
representaron en el mercado laboral especializado 50 por ciento de los
habitantes de la ciudad. De los cuales españoles y criollos ocuparon el
mayor número, mientras que indígenas y grupos mestizos, entre ellos
los de origen africano, se encontraron casi en la misma proporción, 21
y 23 por ciento respectivamente.2 Son estos últimos, en particular los
grupos descendientes de africanos, los personajes centrales de esta inves-
tigación cuyo objetivo es mostrar su actuar cotidiano y conocer cómo
fue la convivencia, la socialización y los conflictos que se generaron en
el ámbito gremial.
Es decir, en qué condiciones desempeñaron su oficio, cómo se re-
lacionaron con los demás grupos sociales, cuáles fueron las formas de
socialización y la manera en la que enfrentaron los conflictos que se
dieron al interior del espacio gremial. La finalidad es conocer la inte-

1 Entre los autores que han dedicado una parte importante de sus investigaciones al mun-
do del trabajo, en particular al estudio de los artesanos y de los gremios se encuentran: Carrera
Stampa, Los gremios mexicanos, la organización gremial en la Nueva España 1581-1861; Gon-
zález Angulo, Artesanado y ciudad a finales del siglo XVIII; Castro Gutiérrez, La extinción de la
artesanía gremial; Pérez Toledo, Los Hijos del trabajo. Los artesanos de la Ciudad de México, 1780-
1853; de la misma autora Trabajadores, espacio urbano y sociabilidad en la Ciudad de México,
1790-1802, por citar algunos.
2 Pérez Toledo y Klein, “Perfil demográfico y social de la Ciudad de México en 1790. Eva-
luación de tres zonas contrastantes”, pp. 99, 103. Véase también Pérez Toledo, “Trabajadores
y pequeños comerciantes de la Ciudad de México: aproximación a los sectores populares en la
década de 1790”.

545
Convivencia, conflictos y socialización

gración y participación de este sector de la sociedad novohispana en el


mundo del trabajo, así como dar cuenta de las relaciones y reacciones
que se generaron entre los artesanos. El escenario del estudio es la Ciu-
dad de México, fue en sus calles céntricas donde se ubicaron principal-
mente los talleres gremiales, así como la residencia de los descendientes
de africanos.3 La temporalidad contemplada es el siglo xviii.

La corporación gremial

Los gremios formaron parte de la estructura administrativa de la ciu-


dad y estuvieron bajo la tutela de las autoridades del Ayuntamiento.
Su objetivo fue organizar el ejercicio de los oficios, vigilar las relaciones
entre los agremiados y controlar la esfera de la producción. Como cor-
poración fue la instancia de representación social de los artesanos, así
como el medio por el cual pudieron hacer valer sus derechos, al brin-
darles protección, estatus y personalidad jurídica.4 De forma interna, el
gremio se dividió entre aprendices, oficiales y maestros, y externa entre
diferentes tipos de actividades u oficios, ordenados según el grado de
prestigio social que dependió principalmente de la materia prima con
la que elaboraban sus productos.5 Cabe señalar que todos los oficios
implicaron calificación y estuvieron situados por encima de las tareas
que se realizaron tanto en los obrajes como en las labores del campo.
En la distribución interna, los maestros ocuparon el mayor grado
por lo que estuvieron facultados para ejercer el oficio con toda libertad.
3 En la zona sur de la ciudad también se encontraron talleres artesanales dedicados a la
producción de textiles, cuero y madera. Véase González Angulo, Artesanado y ciudad a finales
del siglo XVIII; Miño, “Estructura social y ocupacional de la población en la Ciudad de México,
1790”, p. 155; Pérez Toledo y Klein, “Perfil demográfico y social de la Ciudad de México en
1790. Evaluación de tres zonas contrastantes”.
4 Véase Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 9-10 y Pérez Toledo, Los hijos del tra-
bajo, p. 57. Para el estudio de las corporaciones véase Rojas (coord.), Cuerpo político y pluralidad
de derechos: los privilegios de las corporaciones novohispanas.
5 Entre los de mayor prestigio e importancia —que les había otorgado la costumbre más
que la práctica— se encontraron los plateros, sederos y pintores, mientras que el resto de los
gremios: sederos, silleros, calderos, sombrereros, loceros, tejedores, curtidores, tundidores, entre
otros, ocuparon los lugares medios dentro de la estructura gremial. Los últimos peldaños estu-
vieron reservados a los trabajos más pesados y considerados como sucios, como los zurradores
que curtían pieles y cueros.

546
Sandra Nancy Luna García

De acuerdo con la legislación, sólo ellos podían abrir una tienda o taller
público, así como tener un número indefinido de oficiales y aprendices
a su servicio. Sin embargo, la documentación producida por los propios
gremios constantemente hace referencia a los contraventores o bien a
artesanos que sin haber obtenido el grado de maestro confeccionaban
productos, los vendían y eran dueños de sus propios talleres —como
más adelante se mostrará.
Por otra parte, los oficiales gozaron de cierta libertad para ofrecer
su trabajo, aunque por lo regular se contrataron con su mismo maestro
hasta alcanzar la maestría. Para obtener tal grado, el oficial debía contar
con dinero suficiente para pagar el derecho a examen y la Media An-
nata, impuesto para abrir un taller.6 Este fue uno de los motivos por
el que un alto porcentaje de artesanos permaneció en este rango gran
parte de su vida. También se dieron casos en los que se les negó el grado
por su incapacidad, cuando esto sucedía el rechazado podía resignarse a
trabajar como oficial o bien dejar pasar algún tiempo y probar fortuna
con un nuevo examen.7
Un dato a destacar es que algunos oficiales lograron abrir sus pro-
pios talleres fuera de la ley, se tiene noticia de que en 1736, Antonio
Francisco Camargo, mulato, fue citado por los veedores del gremio de
sastres para ser examinado, ejercía el oficio sin haber presentado el exa-
men de maestría.8 La petición responde a que este tipo de trabajadores
causaban conflicto tanto a los agremiados por la competencia que re-
presentaron, como a las autoridades que trataron de prevenir contra la
abundancia excesiva de mano de obra y de mercancías.9
6 Los libros de la Media Annata contienen los nombres de las personas que presentaron
el examen de grado, así como el monto que debieron cubrir para obtener la maestría. Por lo
general, el pago osciló entre seis y nueve pesos. agn, Instituciones Coloniales/ Real Hacienda/
Media Anata, vol. 11. Cf. Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 37-50.
7 Por ejemplo, las ordenanzas de los carroceros establecían que: “[...] los oficiales que
deseando adelantarse y no teniendo con que costear el examen ponen tiendas se les permite las
abran y gocen de ellas por seis meses perentorios, en los que busquen el costo de sus exámenes
avisando a los veedores para que les conste y sepan desde el día que las abran y les afiance la al-
cabala que causare [...]”. Barrio Lorenzot, Ordenanzas de gremios de la Nueva España, pp. 89-92.
8 ahdf, Real Audiencia, Fiel ejecutoria, veedores gremios, vol. 3833, expediente 53, 1736.
9 Las cartas o contratos de aprendiz confirman que, para el siglo xviii, el mercado de tra-
bajo en la Ciudad de México se encontraba en franca expansión. agndf, Notarías: 17, 53, 73,
147, 393 y 525, por mencionar algunas. Véase Illades, Hacia la República del trabajo, México,
pp. 71-72.

547
Convivencia, conflictos y socialización

El último lugar de la escala gremial lo ocuparon los aprendices quie-


nes mediante un contrato quedaban sujetos al maestro. El menor debía
recibir casa, comida y sustento, a la vez tenía que apoyar y ayudar al
maestro.10 La edad de los aprendices osciló entre 12 y 18 años, aunque
se registraron casos de jóvenes de 22 años y de niños de ocho.11 En rela-
ción a su número varió de acuerdo al oficio e incluso de un taller a otro,
los registros notariales dan cuenta de uno a diez aprendices por taller.12
Esta información deja ver que el sector más joven fue, por lo menos en
el siglo xviii, una verdadera opción de oferta de mano de obra al formar
parte de los miembros potencialmente más productivos.13
La figura del veedor, aparte de la del maestro, oficial y el aprendiz,
fue de suma importancia, se encargaba de vigilar y castigar el cumpli-
miento de las ordenanzas, así como de inspeccionar el trabajo de los
gremios y sancionar en caso de incumplimiento. Su función principal
consistió en examinar a los interesados en alcanzar la maestría y otor-
gar las cartas de examen.14 Por otra parte, también existió un amplio
porcentaje de la población capitalina que trabajó fuera de la corpora-
ción gremial y al margen de las leyes. Entre esta gama de trabajadores
se encontraron oficiales que poseían talleres sin estar examinados y un
sector importante de mujeres que laboraban en sus casas. Para contro-
lar el auge de estos grupos y, sobre todo, para regular la organización
y funcionamiento del gremio, cada corporación contó con sus propias

10 Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 52-53.


11 Luna García, “Los trabajadores libres de origen africano en gremios y obrajes de la
Ciudad de México, siglo xviii”, pp. 114-116.
12 La investigación registrada en los contratos o cartas de aprendiz dio cuenta de Fernan-
do del Castillo, maestro herrero, que tuvo a su cargo diez aprendices, así como de los maestros
sastres, Manuel Pérez y Joseph Narciso Trujillo, que contaron cada uno con cuatro menores, y
de Joseph Xirón y Miguel Montes, maestros carpinteros, el primero con cinco aprendices y el
segundo con cuatro. Lo que demuestra que el número de trabajadores varió de un taller a otro.
agndf, Notaría 153, 525 y 672.
13 La edad de los aprendices de la Ciudad de México fue semejante a la de otras ciudades
como Querétaro y Zacatecas. En las tres ciudades el aprendizaje del oficio iniciaba entre los 12
y 14 años. Para el caso de Quéretaro, véase Serna, “Disolución de la esclavitud en los obrajes de
Querétaro a finales del siglo xviii”. Para Zacatecas, García González, “Artesanos, aprendices y
saberes en la Zacatecas del siglo xviii”.
14 Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 8-10; Pérez Toledo, Los Hijos del trabajo,
p. 57.

548
Sandra Nancy Luna García

ordenanzas.15 En la Ciudad de México, el Ayuntamiento junto con los


maestros del gremio fueron los encargados de elaborarlas, corregirlas y
reforzarlas.16 La mayoría de las ordenanzas se formularon y redactaron
en el siglo xvi, pero el avance del tiempo, los usos y la costumbre, así
como la heterogeneidad de la población propiciaron su modificación
al no apegarse a las necesidades sociales y económicas del momento.
Lo señalado en 1783 por el gremio de sayaleros es un claro reflejo de lo
anacrónica que resultaba la legislación gremial.

[...] De todo se convence la necesidad de que se hagan nuevas ordenanzas


de sayaleros con reglas, técnicas o facultades que conduzcan este arte a el
estado de perfección que ahora les falta, combinando también los usos,
costumbres del tiempo y gustos de los hombres… Acaso a el tiempo de
la formación de las primitivas ordenanzas de gremios así en España como
aquí pudo ser conveniente la fijación de reglas y métodos porque las artes
estaban rudas en Europa, y los trajes y costumbre tenían un tono bastante
diverso del actual…se sirva proceder inmediatamente a la ejecución de la
reforma de las ordenanzas de sayaleros y demás gremios de artesanos [...]17

Las ordenanzas gremiales reglamentaron la producción y comer-


cialización de los productos, el tipo de materiales que se debía emplear
para su elaboración, cómo y quién tenía la facultad de vender la mer-
cancía, y en ocasiones indicaron qué personas tenían vedado o no el
ingreso al gremio, así como el nivel de la estructura gremial que podían
ocupar. En el caso de los afrodescendientes, en algunas de las ordenan-
zas, como la de plateros, se restringió que alcanzaran la maestría pero no
se les prohibió el ingreso al gremio. Las revisiones y modificaciones de
las ordenanzas también abrieron caminos para que los diversos grupos

15 Las disposiciones gremiales estuvieron inspiradas en las españolas y éstas a su vez en las
europeas, pero las nuevas exigencias y circunstancias dieron a las novohispanas características
propias. Las ordenanzas que se expedían en otras provincias se disponían siguiendo a las de la
capital virreinal.
16 Las ordenanzas de gremios referentes a los oficios de la Ciudad de México fueron re-
copiladas en el siglo xviii por Francisco del Barrio Lorenzot, abogado de la Real Audiencia y
contador del Cabildo de México. Barrio Lorenzot, Ordenanzas de gremios de la Nueva España.
Véase también ahdf, Ordenanzas y otros mandamientos, vols. 2980-2987.
17 ahdf, Fiel ejecutoría, veedores/gremios, 1783, vol. 3834, exp. 109. Cf. Pérez Toledo,
Los Hijos del trabajo.

549
Convivencia, conflictos y socialización

de la sociedad novohispana, sobre todo aquellos que tuvieron impedida


o restringida su presencia pudieran ingresar y ejercer diversos oficios
como aprendices, oficiales y maestros dentro del marco jurídico que
rigió a estas corporaciones.

Los personajes: artesanos de origen africano

La Ciudad de México albergó desde el siglo xvi a población de ori-


gen africano. En un primer momento los africanos ingresaron como
conquistadores y colonizadores, posteriormente por las necesidades de
mano de obra su ingreso aumentó, pero ahora en condición de escla-
vizados. Es de señalar que con el avance del tiempo y tras conocer las
opciones o formas mediante las cuales podían adquirir su libertad, poco
a poco el grupo de estudio logró adquirir su libertad —de forma legal e
ilegal—, aunado a las relaciones sociales y sexuales que se dieron entre
los diversos grupos novohispanos y que propiciaron el incremento de la
población libre.18
Para el siglo xviii, los censos levantados específicamente en la segun-
da mitad de dicho siglo —1753, 1777 y 1790— informan que tan sólo
en la Ciudad de México los grupos de origen africano representaron de
10 a 15 por ciento del total de habitantes de la ciudad.19 El porcentaje
pudo ser mayor debido a que el mestizaje y la manipulación del origen
constituyeron uno de los principales problemas al tratar de ubicarlos y
cuantificarlos.20 Como ejemplo, el caso del pintor José de Ibarra, quien
18 Para mayores referencias en cuanto a la temática de los grupos de origen africano véase
las siguientes obras: la ya clásica de Aguirre Beltrán, La población negra en México, 1519-1810;
la colección Africanía, serie de 4 libros publicados por el Instituto Nacional de Antropología e
Historia, el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, el Institut de Recherche pour
le Développement y la Universidad Nacional Autónoma de México; Vinson III y Vaughn,
Afromexico. Por mencionar algunos.
19 Según Cook, se puede afirmar que en 1793 negros y mulatos constituían de 10 a 15
por ciento de la población, que el elemento predominantemente blanco comprendía de 20
a 35 por ciento y que el mestizo e indio era de 50 a 70 por ciento. Cook, “La población de
México en 1793”, p. 146. Borah, “Fluctuaciones de la población mexicana”.
20 Véase Aguirre Beltrán, La población negra en México, 1519-1810, pp. 273-274; García,
Las panaderías, sus dueños y trabajadores. Ciudad de México siglo XVIII, p. 21; Pescador, De bau-
tizados a fieles difuntos, p. 179; Vinson III, “Estudiando las razas desde la periferia: las castas
olvidadas del sistema colonial mexicano (lobos, moriscos, coyotes, moros y chinos)”.

550
Sandra Nancy Luna García

firmaba como español cuando se sabe que apareció registrado como


mulato en el libro de bautismos reservado para las castas.21 A la clasifi-
cación de los capitalinos hay que agregar que el registro estuvo influido
por la percepción del encuestador civil y religioso.22 Ante este panora-
ma, al ofrecer una cifra se pretende mostrar que el grupo de estudio
representó una parte importante de la sociedad capitalina. Ahora bien,
la inserción de los grupos de origen africano en los gremios y el ejercicio
de los oficios respondió a diversas cuestiones, desde los requerimientos
y necesidades de la época hasta los cambios demográficos, las migra-
ciones, el mestizaje y las políticas virreinales. Sin olvidar su habilidad,
destreza y creatividad como artesanos, características que los llevaron a
ocupar los distintos niveles y cargos del trabajo especializado.
En el ámbito gremial ingresaron, en un primer momento, como
esclavizados de los artesanos españoles.23 Los maestros les enseñaron los
oficios con la intención de aprovechar su trabajo, es claro que éste tuvo
mayores retribuciones, tanto por la actividad ejercida como por el hecho
de que se podía alquilar e hipotecar al esclavo. De esta forma, el maestro
o amo terminaba recuperando parte del dinero invertido en su compra.
A su vez, también existió la posibilidad de que el esclavizado comprara su
libertad, la cual sin duda aumentaría de precio.
Para el siglo xviii, las menciones de esclavos artesanos disminuyen
notablemente debido a que la posesión de un esclavo “era más una es-
pecie de inversión suntuaria y no productiva”.24 Entre los casos registra-
dos se encontró a Cristóbal Tadeo, de 20 años, que fue enviado con el
maestro carrocero Gregorio Ramírez para que aprendiera dicho oficio.25
Cabe aclarar que, no obstante, su condición de esclavo se firmó un con-

21 Katzew, La pintura de castas, representaciones raciales en el México del siglo XVIII, p. 202.
22 En cuanto a la manipulación del origen que pudo haber existido por parte de los
encuestadores o párrocos, Vinson III señala que “[...] en muy pocas circunstancias, clérigos o
notarios intervinieron para determinar la casta de un individuo en el altar como a menudo se
ha asumido [...]”. Vinson III, “Moriscos y lobos en la Nueva España”, p. 168.
23 La presencia temprana de esclavos en el ámbito gremial se ve reflejada en las menciones
que de ellos hacen las ordenanzas de algunos gremios, por ejemplo en las de guantes y aguje-
teros que datan de 1575 se estableció que: “[...] ningún esclavo negro o mulato sea examinado
en el dicho oficio [...]”. Barrio Lorenzot, Ordenanzas de gremios, p. 124.
24 Castro, Extinción del artesanado, p. 94.
25 Carta de aprendiz, agndf, Notaría 21, Francisco Xavier de Ariza y Valdés, 1727, vol.
165, f. 105.

551
Convivencia, conflictos y socialización

trato, sólo que esta vez entre el amo y el maestro del taller. La carta no
presentó diferencia alguna con las escrituras hechas para la población
libre, también indicó que al concluirse el tiempo del aprendizaje, Tadeo
debía recibir 30 pesos en reales o una muda de ropa. Lo que contrasta
con algunas investigaciones que han señalado que los contratos se fir-
maban únicamente para la población libre.26
La poca presencia de esclavos artesanos se explica, en parte, porque
la mayoría de los afrodescendientes conocieron las formas de obtener
su libertad e hicieron uso de ellas. A esto hay que agregar que para estos
momentos —siglo xviii— los grupos de origen africano esclavizados
eran conducidos rumbo a las plantaciones del Caribe. Aunado a que
la reproducción natural y las mezclas entre los novohispanos constitu-
yeron sectores numerosos que abastecían los diversos ámbitos del mer-
cado laboral. Lo anterior no significa que la esclavitud desapareciera,
ya que siguió estando presente, sobre todo en el trabajo doméstico. La
presencia del grupo de estudio en el trabajo especializado también res-
pondió a la preocupación de padres y tutores, en particular la figura
materna que se interesó porque sus hijos tuvieran mejores condiciones
de vida.27 Fueron ellas las que llevaron a los menores con los maestros
artesanos para que aprendieran un oficio y en el futuro tuvieran “con
que buscar su vida”. Fue el caso de José Bárbaro Ximenez, pardo, de 13
años de edad, hijo de “Juana Jacinta, parda libre, viuda de José Antonio
Ximenez” a quien se le llevó con el maestro Manuel de Amor para que
aprendiera el oficio de zapatero.28
Algunos otros descendientes de africanos se encontraron laborando
en los talleres artesanales por gusto propio y otros más obligados por las
autoridades que vieron en el trabajo una forma de mantener ocupado a
un sector de la población que estaba causando malestar entre la socie-
dad por ser vagabundos o ladrones. Con esta medida se intentó corregir
su comportamiento, mientras aprendían un oficio se encontraban bajo
la tutela y el control del maestro, así como de las propias autoridades.

26 Véase Masferrer, “Niños y niñas esclavos de origen africano”, p. 209 y Luna García,
“Trabajadores de origen africano en los gremios y obrajes de la Ciudad de México, siglo xviii”,
particularmente Capítulo 3.
27 Luna García, “Trabajadores de origen africano en los gremios y obrajes de la Ciudad
de México, siglo xviii”.
28 agndf, Notaría 672, escribano José Gerónimo Troncoso, vol. 4554, 1784, s/f.

552
Sandra Nancy Luna García

Aunado a que tales medidas respondieron en parte a las ideas utilitaris-


tas de la época, que intentaban hacer productivos a los novohispanos.
En suma, para el siglo xviii y de acuerdo a la información propor-
cionada por las fuentes consultadas, los padres, así como los tutores
e incluso los propios menores, tanto de los grupos de origen africano
como de los demás novohispanos, vieron en el aprendizaje de un oficio
una oportunidad para que sus hijos o pupilos adquirieran los conoci-
mientos necesarios que les permitirían a futuro ascender en la escala del
trabajo calificado, llegando a colocarse como maestros. Es posible que
algunos menores sólo se desempeñaran como servidores domésticos
y no recibieran la instrucción establecida en los contratos. Tampoco
se desecha la idea de que pudo existir maltrato hacia los jóvenes, pero
como señala Felipe Castro y sin quitar la proporción del hecho que de
por sí es delicado, pudo ser igual al que en ocasiones recibieron en casa.
En el caso de los afrodescendientes su presencia en las artes y oficios
se debió además a su destreza, su habilidad y al conocimiento que tu-
vieron de los oficios, sumado a que deseosos de los honores y beneficios
que el pertenecer a un gremio les confería, se presentaban de forma
voluntaria con los maestros y en algunos casos ante las autoridades para
ingresar de forma legal y ser parte de las corporaciones gremiales.

De gremio en gremio: los oficios

Los oficios en los que se destacaron sobre todo mulatos, pardos y mo-
riscos fueron básicamente los de la rama textil como sastres, tejedores y
sayaleros; menor presencia tuvieron en la rama del metal como herre-
ros, herradores, caldereros y hojalateros, así como en las actividades del
cuero como zapateros y zurradores, y en la de madera como silleros y
carpinteros. También se desempeñaron como bordadores, cereros, vele-
ros, pasamaneros, pintores y arquitectos.29 La presencia de los afrodes-
cendientes en algunos de estos oficios fue menor, lo que sugiere que,
por lo menos, para el siglo xviii se mantuvieron al margen de algunos
29 Guzmán Pérez, “Los Duran. Una familia de arquitectos mulatos de Valladolid. Siglos
xvii-xviii”; Velázquez Gutiérrez, “Juntos y revueltos: oficios, espacios y comunidades domés-
ticas de origen africano en la capital novohispana según el censo de 1753”; Luna García, “Los
trabajadores libres de origen africano en gremios y obrajes de la Ciudad de México, siglo xviii”.

553
Convivencia, conflictos y socialización

gremios o bien que se perdieron entre la denominación de mestizo,


incluso en la de español.
Como ya se mencionó, los gremios tuvieron una forma específica
de jerarquía social. De forma interna, se dividieron entre aprendices,
oficiales y maestros, y externa entre diferentes tipos de actividades u ofi-
cios. En el caso particular del grupo de estudio se sabe que ocuparon
los lugares más destacados dentro del universo gremial, como fue el
caso del pintor Juan Correa, mulato, que mediante su oficio logró con-
solidar una importante posición social y económica, además de que
desempeñó el cargo de veedor del gremio de pintores y recibió en su
taller a jóvenes de las diversas calidades.30 También se tiene noticia de
que los descendientes de africanos se ejercitaron en oficios considera-
dos como “viles” por el tipo de materia prima con la que elaboraban
sus productos, así como por lo sucio y pesado que resultaba el trabajo.
El oficio de zurrador es ejemplo de ello, consistía en curtir y lavar
pieles que después utilizarían, por lo menos, zapateros y silleros. En-
tre los afrodescendientes que desempeñaron este oficio encontramos
al maestro Juan Crisóstomo, de calidad pardo, y al oficial Andrés de
Espericueta, morisco.31
En el caso particular del maestro Crisóstomo llama la atención
que, no obstante, desempeñó un oficio considerado como vil per-
tenecía al regimiento de pardos de la Ciudad de México.32 Lo que
enfatiza la condición de que algunos descendientes de africanos, no
obstante, no pertenecieron a los gremios más importantes y ricos es-
tuvieron cobijados por diversas corporaciones como la gremial y la
militar, logrando adquirir privilegios, como el hecho de utilizar armas
y estar exentos del pago del tributo.33 En este sentido queda claro que

30 Velázquez Gutiérrez, Juan Correa, “mulato libre, maestro de pintor” y “Juntos y revuel-
tos: oficios, espacios y comunidades domesticas de origen africano en la capital novohispana
según el censo de 1753”. Por otra parte, Vargas Lugo y Curiel, Juan Correa, su vida y su obra.
Cuerpo de documentos, recopilaron una amplia documentación relacionada con Juan Correa,
como su testamento, cartas de libertad, entre otros.
31 ahdf, Artesanos-Gremios, vol. 382, exp. 10, f. 47, 74.
32 ahdf, Artesanos-Gremios, vol. 382, exp. 10, f. 47.
33 Una de las autoras que muestra la relación que existió entre los gremios y las milicias,
así como los beneficios y privilegios que conllevó pertenecer a ambas corporaciones, es Maga-
llanes Delgado, véase “Artesanos en armas. Del gremio de oficios a las milicias en Zacatecas,
1758-1820”.

554
Sandra Nancy Luna García

los descendientes de africanos practicaron y se desenvolvieron en di-


versas actividades y oficios ocupando los diferentes niveles dentro de
la estructura gremial, tanto en calificación como en especialización,
es decir, como maestros, oficiales y aprendices. Sin embargo, como se
mostrará más adelante, la presencia de este grupo no estuvo exenta de
conflictos.
Antes de entrar al análisis de las relaciones y las reacciones que se ge-
neraron entre los artesanos, se considera conveniente brindar un breve
panorama de los lugares y sitios de trabajo en donde los afrodescendien-
tes junto con los demás grupos sociales pasaron gran parte de su vida:
los talleres gremiales.

De la intimidad doméstica
a sitio de trabajo: la casa-taller

El taller gremial desempeñó un papel importante dentro de la vida co-


tidiana de los habitantes de la Ciudad de México, constituyó el espacio
en donde se enseñaban los oficios más calificados y mejor remunerados.
En él se elaboraba una amplia gama de productos que dependían del
oficio y del material que se empleara para su fabricación: seda, oro,
plata, cuero, madera, metal, etcétera.34 El taller además de ser el lugar
de trabajo de los artesanos funcionó como sitio de venta y como habi-
tación. Esta división permitía realizar el trabajo en espacios contiguos,
inmediatos o compartidos con el propio hogar.35 El área de la vivienda
incluía una o dos habitaciones y en ocasiones otro espacio a manera de
tapanco destinado para las recámaras.36 El espacio reservado exclusiva-
mente para el trabajo debía contar con puerta y ventana que diera a la

34 Las ordenanzas eran muy claras en lo que respecta a la materia prima que debía em-
plearse en la elaboración de los productos. Véase Barrio Lorenzot, Ordenanzas de gremios.
35 Los censos de la época revelan que la mayoría de los artesanos arrendaron diversos
tipos de alojamiento: casas particulares, accesorias, casas de vecindad, apartamentos, cuartos,
covachas y cocheras.
36 González Angulo, Artesanado y ciudad a finales del siglo XVIII, pp. 71, 89; Gonzalbo
Aizpuru, “Familias y viviendas en la capital del virreinato”, pp. 82, 92 y Vivir en Nueva España.
Orden y desorden en la vida cotidiana, pp. 152, 183. Véase también Birrichaga Gardida, “Distri-
bución del espacio urbano en la Ciudad de México en 1790”, pp. 326-335; Censo de población
de la Ciudad de México, 1790.

555
Convivencia, conflictos y socialización

calle, esto con la finalidad de que los veedores pudieran inspeccionar los
procesos productivos y los productos en venta, las obras.37
La diversidad en la elaboración de productos y materiales fue lo que
hizo a un gremio diferente del otro, como se señaló en párrafos anteriores
existieron jerarquías determinadas por el oficio y la materia prima. No
era lo mismo un pintor que un carpintero, el primero, además de brindar
mejores condiciones de vida, ofreció mayor estatus ante la sociedad, ello
sin demeritar el oficio de carpintero que, sin duda, cubrió las necesidades
inmediatas de los capitalinos. Lo que interesa mostrar es cómo los arte-
sanos compartieron con frecuencia tanto el trabajo como su intimidad
doméstica, dado que cada taller representó una pequeña industria de la
cual vivían el maestro, su familia y quienes en él trabajaban.38
Para dar cuenta de ello se recurrió al censo de 1790, que fue levan-
tado por órdenes del virrey Revillagigedo II. En el censo se elaboró un
“cuaderno” titulado Extracción general de todos los oficios, en el cual los
empadronadores recopilaron los oficios de sus habitantes, la calidad, el
estado marital y la edad.39 Con esta información las autoridades preten-
dían tener un conocimiento completo de la población de la capital, era
ésta “[...] el eje del comercio y del giro interior [...]” y sin duda el centro
industrial y artesanal más importante, en ella se ubicaban: “[...] gremios,
almacenes, tiendas, [y] talleres [...]”.40 El censo registró que con el maes-
tro zapatero Pedro José Piña, de calidad español, residía tanto el aprendiz
José María, denominado como lobo, junto con José Romero, mestizo de
17 años de edad. También da cuenta de José Antonio Fuentes, morisco
de 26 años que laboraba como oficial en la accesoria y zapatería del
maestro Antonio Díaz, quien contaba con 60 años de edad y era de cali-
dad castizo.41 Reflejo fiel de la convivencia de los novohispanos.

37 González Angulo, Artesanado y ciudad a finales del siglo XVIII, pp. 69-71; Pérez Toledo,
Trabajadores, espacio urbano y sociabilidad en la Ciudad de México, 1790-1867, p. 45.
38 Para el caso de los obrajes véase Reynoso Medina, Esclavitud y trabajo en los obrajes de
Coyoacán, siglo XVII.
39 El Censo se realizó siguiendo la distribución por cuarteles, manzanas y cuadras. Se
incluyó en un solo padrón a españoles, castas, indígenas e instituciones eclesiásticas y civiles.
Censo de población de la Ciudad de México, 1790, p.4.
40 Los cuarteles 16, 26, 28 y 32 contienen una lista de los oficios que se llevaron a cabo en
estos lugares. Aunque sólo presentan el total por oficio y no el nombre del artesano, a excepción
del cuartel 16. Censo de población de la Ciudad de México.
41 Censo de población de la Ciudad de México.

556
Sandra Nancy Luna García

El que los artesanos compartieran vivienda pudo responder a varias


cuestiones. En primer lugar, la presencia tanto de aprendices como de
oficiales manifiesta de forma inmediata la estructura gremial. Segundo,
se desprende el hecho de que estos jóvenes se encontraran en el taller
como meros trabajadores, es decir, sin que los unieran lazos familiares
o por el contrario que fueran hijos del maestro y dueño del taller. En el
caso de los oficiales quizá no tuvieron el dinero suficiente para presen-
tar el examen que los convirtiera en maestros o eran solteros. En caso
contrario, si tenían familia optaban por vivir fuera de la casa-taller del
maestro según fueran sus condiciones económicas. Interesante es que
el hecho de residir en sus viviendas no impidió que confeccionaran sus
propios productos, bien como parte del trabajo encomendado por el
maestro o como contraventores.
En cuanto a la ubicación de las casas-taller o accesorias se estable-
cieron principalmente en las calles céntricas de la capital, destacando las
calles de San Agustín, la Profesa, San Bernardo, Mesones, San Francisco
y la de Tacuba.42 Fue en esta última donde se concentró un número im-
portante de artesanos. Los hermanos Cegarra, por ejemplo, se alojaron
justo en la calle de Tacuba: Ignacio, Pedro y Leandro, de 22, 21 y 18
años, respectivamente, el mayor de ellos pintor y los otros dos bordado-
res, los tres eran solteros y de calidad pardos. El censo no especifica el
nivel o grado de especialización que tuvieron ni algún otro dato de estos
artesanos. Sin embargo, es interesante observar que permanecieron en
familia, vivían juntos, y que los tres tenían un oficio.
Lo que deja entrever que Ignacio, el mayor de los hermanos, como
pintor se encontró mejor posicionado en la escala gremial, puesto que
perteneció a una de las corporaciones que gozaron de mayor respetabi-
lidad social y económica debido a su importancia artística y religiosa.
Baste recordar que eran los sectores más ricos de la sociedad, incluidas
42 Las sastrerías se ubicaron en la calle de San Agustín, la Profesa, San Bernardo y Tacuba,
mientras que las carpinterías en la calle de Betlemitas y en la calle Manrique. Las herrerías esta-
ban en la calle de Mesones y detrás del hospital de San Juan de Dios, los talabarteros también
se ubicaban en la calle de San Agustín y las zapaterías en cerrada de Jesús, San Francisco y Me-
sones, donde también se situaban sombrereros. La información para la ubicación de los talleres
fue obtenida a partir de las escrituras de aprendiz. Sin embargo, para una mayor referencia
acerca de la ubicación de los talleres artesanales por rama productiva véase González Angulo,
Artesanado y ciudad a finales del siglo XVIII , específicamente el capítulo iv, y Cruz, Las artes y los
gremios en la Nueva España, pp. 16-19.

557
Convivencia, conflictos y socialización

las familias más nobles y los grupos religiosos, los consumidores de ta-
les productos: cuadros, pinturas y biombos.43 Por otra parte, Pedro y
Leandro, con el oficio de bordadores, pertenecieron a la rama textil, po-
siblemente se encontraron entre los gremios medios y altos, aunque se
desconoce tanto el material con el que trabajaron (que pudo ser desde
la seda y el algodón hasta la plata y el oro), como el producto elaborado
y el público que compró sus obras. La situación de estos personajes for-
mula nuevas preguntas, ¿a qué se debió que dos de los hermanos fueran
bordadores y el otro pintor?, ¿pertenecieron a una familia de artesanos?,
¿gozaron de beneficios económicos para cubrir las cuotas del examen?,
¿poseyeron su taller? Preguntas para las cuales no poseemos respuesta,
pero quedan pendientes para investigaciones posteriores.
En la misma calle y vecindad donde residieron los hermanos Cega-
rra se encontraron las viviendas de un escribano, un platero, un sastre y
un impresor, todos ellos españoles, claro indicador de que los artesanos
como grupo social se relacionaron entre sí y con los otros habitantes
de la capital virreinal.44 Lo que hace patente la convivencia cotidiana
que tuvo la sociedad novohispana al trabajar y vivir unos al lado de
otros. Como se revela en la Extracción general de todos los oficios, las
viviendas se agruparon por grupos de la misma categoría social, en este
caso como artesanos. Esto se reafirma con el registro que se hizo de José
Antonio Larios, mulato de 21 años de edad quien vivió con el maestro
sillero José Ignacio Puente, español de 50 años. Ambos personajes, de
calidad distinta, residieron en la misma casa-taller, lo que sugiere que
los unieron lazos de amistad dado que desempeñaron oficios distintos
o que fueron parientes, quizá padre e hijo. Resulta difícil confirmar tal
cuestión, pues no se cuenta con mayor información, pero es relevante
en cuanto a que muestra que en el mundo del trabajo, en este caso el
gremial, se formaron comunidades domésticas y redes de parentesco
que pudieron brindar apoyo a sus iguales tanto por la calidad como por
el oficio, aún más por pertenecer al mismo sector artesanal.45

43 Véase Pérez Vejo, “Privilegios, organizaciones gremiales y academias de bellas artes: el


caso de Nueva España”, pp. 189-194 y Katzew, La pintura de castas, representaciones raciales en
el México del siglo XVIII , pp. 5-37.
44 Censo de población de la Ciudad de México, 1790, pp. 519, 584.
45 Velázquez refiere que los grupos de origen africano formaron comunidades domésticas
en las cuales se establecieron redes de parentesco y solidaridad entre los afrodescendientes o bien

558
Sandra Nancy Luna García

Lo antes mencionado revela una vez más la estructura gremial y la


organización del trabajo artesanal: maestro, oficial y aprendiz, que se
siguió en los talleres, además de que refuerza la idea de que la casa-taller
fue un centro de convivencia —en algunos casos forzada— de todos
los grupos sociales. Con el maestro trabajaron aprendices y oficiales
a quienes debió proteger moral y económicamente, pues habían sido
puestos a su cuidado para que los instruyera en el arte del oficio. Cuida-
ba, por lo tanto, de su preparación técnica y artística como también de
su instrucción religiosa por medio de la cofradía del gremio; al convivir
en la misma casa y en el taller llegaron, quizá, a formar una familia.46
Como todas las familias, la convivencia no estuvo exenta de violencia.
Los estudios de caso que enseguida se presentan permiten conocer las
reacciones, los conflictos y las alianzas que se conformaron entre los
artesanos.

Entre convivencias, conflictos y alianzas

La documentación gremial y notarial revela las dinámicas sociales, así


como las relaciones y conflictos que se generaron entre los artesanos
tanto al interior del taller como en el gremio. El caso de Francisco Pon-
ce León, mulato de 13 años de edad, ejemplifica tales cuestiones. En
1731, ante el corregidor de la Ciudad de México se presentó María de
la Concepción, madre del citado, quien:

[...] expresó de cómo había el tiempo de tres años tenía puesto por apren-
diz a Francisco Ponce de León, su hijo que será de edad de trece años, del
oficio de herrero, con el maestro Matías Garcés, que lo es de dicho oficio
con fragua en la ciudad. En cuyo tiempo no le había hecho ninguna falla
y que un oficial del suso dicho se lo había apaleado sin darle ocasión nin-
guna más de que por no haberle dado un vaso de agua [...]47

con los demás grupos sociales. Velázquez, “Juntos y revueltos: oficios, espacios y comunidades
domésticas de origen africano en la capital novohispana según el censo de 1753”.
46 Cruz, Las artes y los gremios en la Nueva España, pp. 36-37.
47 agndf, Escritura de aprendiz, Notaría 21, escribano Francisco Javier Ariza y Valdés,
1731, vol. 169, f. 22.

559
Convivencia, conflictos y socialización

María decidió llevar a su hijo a casa donde lo cuidó y alimentó,


tras considerar que estaba totalmente recuperado condujo nuevamente
a Francisco con el maestro Garcés para que terminara de enseñarle el
oficio, sin embargo, éste se negó a recibir al menor aludiendo que: “[...]
No necesitaba de él, por no haberlo menester [señalando además que]
por el referido tiempo de tres años se había servido de su persona sin
haberlo ocupado en cosa ninguna del ministerio de dicho oficio [...]”.
Ante tal declaración, la madre ofendida pidió que se obligara al maestro
a recibir a su hijo, la petición fue aceptada y por mandato de las autori-
dades se ordenó que se tomara al menor otra vez como aprendiz y que se
le enseñara el oficio “por el tiempo competente de cinco años”. Lo que
indica que Francisco continuó por varios años en compañía y bajo las
órdenes de un maestro y un oficial que no lo veían con agrado, y quizá
sin aprender el oficio.48
El caso presentado manifiesta que para algunos menores —no im-
portando su calidad u origen— la etapa del aprendizaje no fue la ideal,
pues estuvo llena de sufrimientos tanto físicos como psicológicos, y que
sólo realizaron labores de servidumbre sin llegar a abrazar el oficio para
el cual fueron comprometidos. Confirma también la composición y el
funcionamiento de la estructura gremial, pues el aprendiz estaba su-
bordinado al oficial, lo que al parecer fue una característica común,
ya que en reiteradas ocasiones los de mayor grado instruían en las pri-
meras etapas del oficio a los recién ingresados, generalmente bajo la
vigilancia del maestro.49 Asimismo, se destaca el abuso que padecieron
algunos miembros de los niveles menores de la estructura gremial por
parte de sus superiores. Llama la atención que el maestro no ejerciera
su autoridad frente al abuso cometido contra el menor, sin embargo,
esto no resulta raro puesto que el oficial al estar mejor instruido redi-
tuaba mayores ganancias frente a un aprendiz que desconocía el oficio.
Por otra parte, y dada la edad del aprendiz, no se descarta que haya

48 Susana Sosenski, “Niños y jóvenes aprendices. Representaciones en la literatura mexi-


cana del siglo xix”, p. 14, señala que en comparación con el siglo xvii, para el siglo xix el
maltrato de los menores, en particular de los aprendices, hizo más ruido en la opinión púbica,
entre artesanos, escritores y políticos que hicieron llamados para frenar los abusos, e incluso la
petición llegó hasta la Junta de Fomento de Artesanos y años después al Congreso Constitu-
yente de 1856-1857.
49 Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, p. 32.

560
Sandra Nancy Luna García

tenido una actitud retadora frente al oficial que hizo que reaccionara
con golpes. Por último, el caso del aprendiz indica que ante los malos
tratos se podía acudir con las autoridades para que se resarciera el daño
ocasionado contra los menores, destacándose la actuación de las madres
que manifestaron una actitud de defensa y previsión sobre la integridad
física de sus hijos al denunciar el maltrato que sufrieron, además de que
buscaron que los maestros respetaran y cumplieran lo estipulado en el
contrato sobre la enseñanza de un oficio.50
De lo anterior se destaca que en los talleres gremiales la convivencia
entre los artesanos en algunas ocasiones fue difícil, en otras más forzada,
y que no estuvo exenta de violencia, pues se llegaron a presentar riñas
internas, incluso se generaron querellas y juicios por la defensa de sus
derechos. El caso de Tomas de Esquivel, pardo libre, así lo confirma. Es-
quivel poseyó varios telares, lo que indica que fue dueño de su propio
taller, sin embargo, no estaba examinado como maestro del oficio de
pasamaneros.51 Por lo cual los veedores del gremio lo amenazaron con
cerrarle el taller, alegaban que iba en contra de las ordenanzas del gremio
que establecían que únicamente el maestro podía abrir una tienda, poseer
herramientas y elaborar productos. Ante lo cual, Esquivel refirió que:

[...] En atención a hallarme suficiente y capaz en esta arte y que también


está mandado en autos de esta materia se me admita a examen para que
en lo adelante no se me mortifique ni veje y quede todo arreglado, se ha
de servir vuestra señoría de admitirme a examen, señalarme días para el
que estoy pronto hacerlo para que se me despache título en forma [...]52

La contestación que se le dio por parte de las autoridades gremiales


no fue la que esperaba, pues se aludió a que de acuerdo con lo estipu-
lado en las ordenanzas de pasamaneros, pardos y mulatos tenían prohi-
50 Para tener referencia de lo que sucedía en otros lugares del virreinato, en particular para
el caso de Zacatecas, véase García, “Artesanos, aprendices y saberes en la Zacatecas del siglo
xviii ”, pp. 83-98.
51 El diccionario de autoridades refiere que un passamanero era el artesano que hacía
passamanos. Los cuales eran “[...] un género de galón o trencilla de oro, plata, seda o lana que
se hace y sirve para guarnecer y adornar los vestidos y otras cosas [...]”. Diccionario de Autori-
dades, v, p. 147.
52 ahdf, Ayuntamiento de la Ciudad de México, Fondo Fiel ejecutoria, Veedores-gre-
mios, vol. 3833, exp. 59, 1752, f. 1.

561
Convivencia, conflictos y socialización

bido examinarse. A Esquivel se le brindó la posibilidad de que ejerciera


el oficio en casa de un maestro examinado. Ante tal resolución, decidió
entablar un juicio que durará cerca de dos años. Interesante resulta la
defensa que Esquivel hizo por proteger su posición, su oficio y el dere-
cho que tenía como agremiado. La cita siguiente lo muestra:

[...] Lo primero que en cuanto al punto presente que se controvierte para


legitimar yo mi persona, me basta y es suficiente el testimonio que tengo
presentado de lo determinado a mi favor pues en el consta clara y distin-
tamente el que no se me pueda y deba molestar por ello, ni por calidad,
ni por mi ejercicio, examinándome, ni por otra razón alguna, mediante
lo cual quedara sin efecto lo ejecutoriado y determinado a mi favor, si
cuando me valgo de ello se me quiere controvertir o gravar a la exhibición
de otra determinación que si fue fundamento para la mía basta solo el re-
ferirla, pero sin ella subsiste y debe atenderse por el testimonio que tengo
presentado lo que en el consta a mi favor como que compelen de todo lo
que puede en la causa [...]53

Aludiendo además que a su padre, de calidad mulato, en 1722 en


la ciudad de Puebla se le permitió presentar el examen de grado. Por
lo cual, pidió que también se le reconociera el oficio y se le permitiera
presentar el examen, indicando además que las ordenanzas de prohibi-
ción se formularon en 1560, y para el momento —1742— ya no esta-
ban en función “[...] y las que si se observan y reformaron los mismos
veedores se aprobaron a los 11 días de septiembre de 1589, en que no
se encuentra semejante prohibición [...]”. Esquivel logró que se le exa-
minara, pero entabla un nuevo juicio con los veedores, esta vez porque
no le pareció adecuada la prueba debido a que la pieza que le pidieron
confeccionar la consideró muy complicada. El problema llegó hasta la
Junta de Gremios que finalmente nombró a otros maestros para que Es-
quivel fuera evaluado. Parece ser, pues no se muestra con claridad, que
por último se le reconoció como maestro, su prueba comenzó “[...] en
la propia casa del demandante [...] dándole por principio una muestra
de un ribetito de seda [...]”.54

53 ahdf, Fiel ejecutoria, Veedores-gremios, vol. 3833, exp. 59, f. 6.


54 ahdf, Fiel ejecutoria, Veedores-gremios, vol. 3833, exp. 59.

562
Sandra Nancy Luna García

El litigio que llevó a cabo el artesano Esquivel reveló varias cues-


tiones como el hecho de que fue por tradición familiar que conoció el
oficio, y que fue su padre Francisco Esquivel la persona que lo instruyó
en el oficio de pasamanero. También que los oficiales fueron dueños de
sus propios talleres, cosa al parecer común entre los diversos gremios,
sobre todo dio cuenta de algunas de las problemáticas que se genera-
ron entre los agremiados, que fueron desde cuestiones legales hasta la
pertenencia u origen del artesano. Fue justo esta razón el argumento
principal de los veedores contra Esquivel para poder cerrar su negocio.
Revelando a la par la astucia que tuvieron algunos afrodescendientes
como Esquivel, quien recurrió a los antecedentes de su padre para que
se le reconociera el oficio, así como “[...] a la tolerancia que ha habido
en tan dilatado tiempo de más de 14 años que le han dejado ejercer el
oficio de pasamanero [...]”. Lo que deja claro que la costumbre en oca-
siones se impuso a la ley.
El caso de Esquivel también muestra que la tradición familiar po-
día continuar, él mismo se encargaría de enseñar “el arte a sus hijos”.
Lo que da cuenta de que ésta fue una de las formas por las cuales los
artesanos procuraron el bienestar de su familia al asegurarles un oficio
y las mismas posibilidades de ser examinados como maestros de gre-
mio. En este caso, al formar parte de una de las corporaciones que gozó
de importancia por la materia prima con la que confeccionaban sus
obras: oro y plata. Asimismo, se abre la posibilidad de que al igual que
su padre y abuelo, los descendientes de Esquivel tuvieran que recurrir
a pleitos, juicios o querellas para que se les respetara su oficio.
Ahora bien, los conflictos entre los artesanos se dieron incluso entre
los maestros de un mismo oficio. En el caso de los grupos de origen afri-
cano, los registros gremiales dieron cuenta de la querella que se presen-
tó entre los “maestros pardos” y los “maestros españoles”, ambos bandos
pertenecientes al gremio de los sastres. En el informe del caso se dice que
fueron los maestros pardos quienes acudieron ante el juez de gremios
para señalar que los españoles estaban interfiriendo en las elecciones del
gremio. Esto porque no les permitían votar para elegir al nuevo veedor,
aún más rechazaban que fueran ellos candidatos para tal cargo.55 Las elec-

55 Para mayor referencia al caso de los maestros pardos véase Luna García, “Trabajadores
de origen africano en los gremios de la Ciudad de México, siglo xviii”.

563
Convivencia, conflictos y socialización

ciones para el cargo se realizaban cada año, los candidatos eran los maes-
tros más respetados, de mayor edad y con mayor experiencia.56 Hay que
recordar que los veedores representaban una figura importante dentro
del gremio al ser los encargados de vigilar las ordenanzas, reglamentar el
actuar de los miembros del gremio, evitar que surgieran disgustos entre
maestros, oficiales y aprendices, así como de inspeccionar el trabajo que
se realizaba en el taller y de examinar a los interesados en alcanzar la maes-
tría.57 Esto explica la molestia de los maestros de origen africano, no sólo
se les estaba negando un derecho sino que también se les restaba poder, es
claro que el cargo brindaba privilegios dentro y fuera de la corporación.
Al ver reducidos sus derechos, los maestros decidieron acudir con
el juez de gremios para hacerlos respetar y poder así participar en las
elecciones, manifestando que:

[...] Tan dignos somos de elegir como de ser elegidos [...] igualmente ex-
perimentamos como tales maestros los mismos gravámenes que los es-
pañoles, sino el que los mismos títulos que a éstos se les dan así que son
examinados, se nos dan a nosotros sin haber en el contexto de ellos dife-
rencia alguna [...]

Por lo tanto, pidieron “[...] que lo que a unos se les confiere no se


limita ni debe limitar en nosotros [...]”, enfatizando además que, si
todos gozaban de lo mismo, el magisterio y su título, se les debe decla-
rar “[...] por capaces de poder elegir y ser elegidos [...]”58 antes de que
se celebren las elecciones. La petición se llevó a cabo el 3 de enero de
1723. Lamentablemente no se cuenta con la resolución del pleito. Sin
embargo, el conflicto entre los dos bandos de artesanos revela la po-
sición que tuvieron los descendientes de africanos en el gremio de los
sastres, al actuar como contraparte en las votaciones más importantes
de la corporación, como fue la de los veedores, denotando la fuerza que
poseyeron, quizá, para invalidar las elecciones.
El alegato destaca que los afrodescendientes se condujeron por las
instancias legales, pues actuaron dentro de su propio marco jurídico al
56 Las ordenanzas de cada gremio establecían la fecha en la que se debían celebrar las
elecciones para el cargo de veedor.
57 Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 61-63.
58 ahdf, Artesanos-gremios, vol. 381, 1753, exp. 1.

564
Sandra Nancy Luna García

presentarse con el juez de gremio, lo que demuestra el conocimiento


que tuvieron de las ordenanzas gremiales. Asimismo, refleja cómo las
elecciones fueron objeto de maquinaciones por parte de algunos arte-
sanos. A la par revela los conflictos y las preocupaciones sociales que
se generaron entre los miembros de un mismo oficio, pero de calidad
distinta, puesto que la interferencia de los “maestros españoles” se debió
más que a una cuestión de origen o calidad a problemas de competen-
cia. Lo anterior si se considera que veían amenazados sus propios inte-
reses frente a la ejecución de los oficios, la producción de los artículos y
el control de la corporación.
En contraste con el caso de los sastres se encuentra el de los veleros,
que informa que no en todos los gremios se dieron animadversiones
entre los miembros de un mismo oficio. Los artesanos veleros fueron los
encargados de fabricar las velas de sebo que se elaboraban con la grasa
de los animales, el precio de estos productos era accesible para toda la
población. Cosa muy distinta de las ceras que se producían de la miel de
las abejas, su precio fue mayor y entre sus principales consumidores se
encontraban la Iglesia y las cofradías. De elaborar las ceras se encargaba
el gremio de cereros, uno de los más antiguos, sus ordenanzas datan de
1574. Mientras que las de los veleros se formularon más de un siglo des-
pués en 1706. Otra diferencia importante entre ambos oficios (veleros
y cereros) es que los segundos restringieron con mayor fuerza el ingreso
de mestizos y afrodescendientes al señalar que “ni negros, ni mulatos, ni
mestizos” podían examinarse ni tener tienda pública. Para el siglo xviii
los estatutos se habían modificado dándole cabida a todos los grupos
sociales. Ello se ve reflejado en el gremio de los veleros, durante su fun-
dación estuvieron presentes “[...] españoles y otros de color quebrado y
hasta indios [...]”, quienes acudieron ante el Ayuntamiento en 1706
con el objetivo de formalizar el oficio y constituirse en gremio. Expre-
sando además que “[...] Les asiste la experiencia de lo necesario que
el que este oficio se gobierna y rija en orden por el gran gasto y consumo
que este género tiene tan necesario y preciso a la republica [...]”.59
La intención de formalizar el oficio en gremio fue que quienes se
dedicaban a esta actividad adquirieran personalidad jurídica y pudieran
hacer uso de los derechos que la corporación les brindaba. La petición

59 ahdf, Ordenanzas y Otros mandamientos, vol. 2982, 1706, exp. 10.

565
Convivencia, conflictos y socialización

de los veleros muestra la presencia de los diversos grupos sociales y, sobre


todo, que en el siglo xviii a los artesanos les interesó más la ocupación
y el nivel de especialización que el origen o calidad. Es decir, formaron
una “sola comunidad” en donde las diferencias étnicas se diluyeron y en
donde el trabajo u oficio tampoco determinó o calificó al individuo, ni
viceversa, la calidad definió el oficio.60 Pertenecer a un grupo de la mis-
ma categoría social les brindó identidad como trabajadores de un mismo
oficio, es decir, como “oficiales que fabrican candelas de sebo”. Agru-
parse en gremio posiblemente les trajo aceptación y respeto por parte de
los demás cuerpos gremiales.
En suma, el gremio brindó diversos espacios de sociabilidad que
posibilitaron que los descendientes de africanos alcanzaran los niveles
medios dentro de la sociedad capitalina, además de que refiere la con-
vivencia cotidiana entre los novohispanos. Convivencia que si bien dio
pie a pleitos y querellas, también creó redes solidarias entre los trabaja-
dores de las artes y los oficios.

Hermanos de religión, hermanos de oficio

Parte importante de los gremios fueron las cofradías que constituyeron


espacios de convivencia y de intercambio entre los artesanos, sólo que
éstas con fines primordialmente religiosos y de beneficencia. Las cofra-
días representaron la articulación entre la vida material y la espiritual.
Su función consistió en congregar a los miembros de una determinada
colectividad en torno a un conjunto de valores, reglas, ceremonias y re-
des sociales que brindaban sentimientos de seguridad e identidad y que
garantizaban la solidaridad, el apoyo y la vigilancia mutua entre sus
integrantes. Además, la pertenencia a estos cuerpos significó la posi-
bilidad de participar en fiestas, procesiones y ceremonias públicas que

60 Garavaglia y Grosso señalan que a finales del siglo xviii los límites étnicos y los sociales
parecen sobredeterminarse e influirse mutuamente, tan sólo en su zona de estudio, el pueblo de
Tepeaca (Puebla) “[...] toda idea de diferenciar radicalmente las ocupaciones o la residencia
partiendo de la condición étnica, es un ejercicio completamente ilusorio [...]”. Garavaglia y
Grosso, “Criollos, mestizos e indios: etnias y clases sociales en México colonial a fines del siglo
xviii”; Brading, “Grupos étnicos: clase y estructura ocupacional en Guanajuato (1792)”.

566
Sandra Nancy Luna García

constituían el núcleo de la sociabilidad y la integración comunitaria.61


Las cofradías gremiales permitieron que los artesanos conservaran sus
jerarquías y que estrecharan relaciones al incluir a maestros, oficiales y
aprendices.62 Estuvieron compuestas por artesanos de un mismo oficio,
correspondían a un gremio y estaban supeditadas a ellos, sin embargo,
cada una contó con sus propias reglas, su propia mesa directiva y sus
juntas, las cuales llevaban a cabo con el fin de promover su devoción a
un santo patrono.63
Una razón práctica por la cual los artesanos formaron parte de es-
tas corporaciones fue que en el aspecto material solucionaron en gran
medida sus necesidades sociales al funcionar como fuente de crédito.
Pertenecer a una cofradía les proporcionó ayuda económica y beneficios
de seguridad social, a la vez, como miembros de la corporación tenían
que pagar una cuota semanal para cubrir tanto las necesidades mate-
riales como espirituales: enfermedades, préstamos, dotes, manutención
de viudas, mantenimiento de su capilla, lucimiento del santo patrono,
organización de las procesiones, celebración de misas, oraciones para los
cofrades vivos y los difuntos.64
Si un cofrade quedaba impedido para trabajar por vejez, enferme-
dad, accidente o pérdida de la fortuna, la cofradía podía otorgarle una
ayuda vitalicia. El celador era el encargado de visitar al artesano y lle-
varle cierta cantidad de dinero de la caja común para que pudiera aten-
der su situación económica, esto se realizaba durante el tiempo que
durara su enfermedad. Dato interesante es que si el agremiado lograba
recuperarse quedaba obligado a restituir por completo el dinero que
había recibido.65 En caso de muerte de algún artesano, la cofradía brin-

61 Lara Mancuso, Cofradías mineras: religiosidad popular en México y Brasil, siglo XVIII, p. 17;
Roselló Soberón, “Iglesia y religiosidad en las colonias de la América española y portuguesa. Las
cofradías de San Benito de Palermo y de Nuestra Señora del Rosario: una propuesta comparativa”,
p. 337. Véase también Pastor Llaneza, “La organización corporativa de la sociedad novohispana”.
62 Pérez Toledo, Los Hijos del trabajo, p. 67.
63 Eran los propios maestros del gremio los encargados de formular sus Constituciones o
Estatutos, al ser aprobadas ante escribano se pasaban para su revalidación al arzobispo de Méxi-
co, quien las ratificaba o rechazaba. Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, p. 80.
64 Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 87-122; Bazarte Martínez, Las cofradías de
españoles en la Ciudad de México, (1526-1860), pp. 37, 116; Bazarte Martínez y García Ayluar-
do, Los costos de la salvación: las cofradías y la Ciudad de México (siglos XVI al XIX), pp. 51-66.
65 Cruz, Las artes y los gremios en la Nueva España, p. 61.

567
Convivencia, conflictos y socialización

daba la seguridad de un entierro “decente” acompañado de familiares y


de los hermanos cofrades, mostrando con ello un sentido de solidaridad
entre sus miembros. En relación a las viudas y los huérfanos, tenían
la posibilidad de seguir en el taller u obrador, en caso de que hubiera
aprendices y oficiales se les permitía continuar trabajando en el taller,
sin embargo, ante la falta de un maestro, el taller podía pasar a manos
del gremio a no ser que la viuda contrajera nupcias nuevamente.66
Sin dejar de lado estas cuestiones, lo significativo es que ser miem-
bro de un gremio o de una cofradía brindó seguridad personal y colecti-
va, además de que el trabajador gremial vio en las pensiones y subsidios
que la cofradía otorgaba, un complemento a su salario o un paliativo
cuando se perdía el trabajo. La ayuda que recibía el cofrade no era en
calidad de limosna ni como acto de caridad de sus hermanos, fue un
derecho que le correspondía. Lo anterior se encontraba estipulado en
las ordenanzas de cada gremio que indicaban los derechos, las obliga-
ciones y la cuota que debería cubrirse para disfrutar de los beneficios
ya señalados. De ahí que la cofradía tuviera aceptación en la vida de
los artesanos, pues aparte de su aspecto religioso significaba protección
y asistencia.67 Es importante mencionar que no todos los gremios for-
maron cofradías, muchos trabajadores artesanales sólo fundaron devo-
ciones a su santo patrón, esto debido a que no todos los oficios fueron
lo suficientemente lucrativos para cubrir los gastos que implicaban las
fiestas patronales. Empero, en reiteradas ocasiones, los gremios pobres
trataron de quedar lo mejor posible haciendo gastos excesivos o bien al
unirse con otros gremios para compartir gastos y así ser partícipes de las
festividades.68
Ahora bien, para formar parte de una cofradía el interesado debía
proporcionar una “retribución temporal” de dos reales, como parte de
la corporación pagar cada semana medio real y al final de cada año
66 En las ordenanzas de caldereros, se establece que “[...] las viudas de los maestros puedan
conservar las tiendas, teniendo en ellas oficiales, pero en casándose con persona que no es del
oficio, se le cierre la tienda y venda la herramienta para que no trabajen [...]”; por el contrario,
las ordenanzas de carpinteros señalan “[...] que cualquier mujer de oficial que quedara viuda y
quisiera tener tienda, la puede tener teniendo en ella oficial examinado [...]”. Barrio Lorenzot,
Ordenanzas de Gremios de la Nueva España, pp. 81-82, 153-154.
67 Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 111-112.
68 Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, pp. 95-117; Bazarte Martínez, Las cofradías de
españoles en la Ciudad de México, p. 37.

568
Sandra Nancy Luna García

cuatro reales para la cera del santo patrono, a excepción de las cofradías
más ricas que pudieron exigir cuotas más altas.69 La contribución se
registró en una boleta o “patente”, la parte delantera contenía la historia
y oración de la cofradía, el nombre del mayordomo, la fecha de ingreso
a la corporación, el nombre del nuevo integrante y los bienes a los que
se tenía derecho siempre y cuando se cumpliera con el pago semanal.
Mientras que en la parte posterior se anotó la fecha del pago del medio
real, el pago de la cera y el monto acumulado por el cofrade, si éste fa-
llecía se registraba la fecha, la causa y lo que se otorgó para su entierro
(dinero, cera, entre otros).70 Por ejemplo, en 1735 ingresó a la cofradía
de “[...] Morenos y Morenas [...] con título del Derramamiento de San-
gre de Cristo [...]”, Joaquín Medina. En la boleta que lo reconocía como
miembro de la cofradía, se menciona que:

[...] dio por su asiento dos reales y con obligación de dar medio real cada
semana, y cuatro reales para la cera de cada año, [...] la cofradía está obli-
gada a darle cuando fallezca veinte y cinco pesos en reales para su entierro
y también ataúd, paño y cera y una misa rezada en el Altar del Santo
[roto] son participantes de las misas cantadas, fiestas y sufragios [...]71

Sin embargo, en la misma boleta se advierte que “[...] debiendo


cuatro meses, que es un peso, no queda [obligada] la cofradía para dar-
le lo referido, antes si será excluido de ella [...]”. Para que no hubiera
reclamos el nuevo cofrade debía firmar la boleta además de que ésta se
sellaba con el símbolo de la cofradía.
Es importante señalar que no todas las cofradías ofrecían las mismas
ayudas. La del Señor San Homobono que fue la que más congregó
como cofrades principalmente a personas asociadas a los textiles y a
la elaboración de vestuario como fueron tejedores, sastres, jubeteros y
calceteros, oficios en los que fue constante la presencia de los grupos
de origen africano, brindaba “[...] Veinte y cinco pesos para ayuda de

69 Bazarte Martínez y García Ayluardo, Los costos de la salvación: las cofradías y la Ciudad
de México (siglos XVI al XIX), pp. 32-33, 52.
70 agn, Cofradías y Archicofradías, Caja 870, exp. 11; Carrera Stampa, Los gremios mexi-
canos, p. 82; Bazarte Martínez y García Ayluardo, Los costos de la salvación: las cofradías y la
Ciudad de México (siglos XVI al XIX), pp. 294, 321-324.
71 agn, Cofradías y Archicofradías, Caja 870, exp. 11, 1727-1728-1739.

569
Convivencia, conflictos y socialización

mortaja y entierro [...] un paño color rojo para encima de su cadá-


ver, ataúd, almohadas, candeleros, velas y un paño negro para la mesa
[...]”.72 Además los miembros de esta cofradía tuvieron derecho a 58
misas repartidas en todo el año, estipulando las indulgencias que se
ganaban al oírlas.
El dinero para poder costear los beneficios que otorgaba la cofradía
gremial, así como las misas salía de las multas que se cobraban a los ar-
tesanos por cometer alguna infracción, como no asistir a una procesión
—salvo si tenía permiso del Cabildo—, o bien del pago de nuevo ingre-
so. A estos fondos se sumaban las rentas de los inmuebles, las pensiones,
donaciones, limosnas y los derechos de exámenes. Los cobros, en la
mayoría de los casos, se encontraron estipulados en las ordenanzas y en
los estatutos de cada cofradía.73 De ahí que se considere a esta corpora-
ción como la verdadera institución de previsión social que se encargó
de los auxilios y socorros de los artesanos y no el gremio, éste sólo se
dedicó a suministrar los fondos. En suma, la cofradía gremial conjugó
tanto lo espiritual como lo económico, reforzó los lazos identitarios que
proporcionó el gremio al formar un grupo social como artesanos. De
ahí que represente para los cofrades agremiados una comunidad en la
que confluyeron las diferencias étnicas, los rangos y el oficio.

Consideraciones finales

Los grupos de origen africano estuvieron presentes en los diversos secto-


res del ámbito laboral, en el caso de los gremios representaron una parte
importante del grupo de artesanos que abasteció con su trabajo tan-
to las necesidades inmediatas de la población capitalina como aquellas
destinadas al lujo. Su inserción en el trabajo especializado les permitió
además de ejercer diversos oficios fungir como maestros de los mismos,

72 Tomado de Carrera Stampa, Los gremios mexicanos, p. 115.


73 En las ordenanzas de sastres se establece que “[...] se ordena y se manda que todas las
penas en que incurriesen o fueran condenados los transgresores de las ordenanzas, se manden
repartir y repartan por cuartas partes [...] la cuarta parte sea para la Caja y cofradía que los
dichos oficiales tuvieren en la iglesia de la Santísima Trinidad [...] se manda y se ordena que de
estas penas que así se cobraren para la dicha Cofradía se tenga libro encuadernado [...]”, Váz-
quez, Legislación del trabajo en los siglos XVI, XVII y XVIII, p. 85.

570
Sandra Nancy Luna García

es decir, encargarse del proceso de enseñanza-aprendizaje de los arte-


sanos. Por lo tanto, les brindó una forma de educación esencial, esto
es, un bagaje de conocimientos necesarios que les posibilitó colocarse
como maestros o en todo caso como trabajadores calificados, debido a
que el trabajo para un artesano equivalía más que a ganar un sustento “a
perfilar un proyecto de vida, ‘a encontrar destino’”, el cual en ocasiones
estuvo marcado por una serie de obstáculos impuestos por los miem-
bros del gremio y en otras más por la propia legislación.
Lo que queda claro son las habilidades y el conocimiento que los
descendientes de africanos tuvieron en la defensa de sus derechos, el
hecho de que recurrieran a las instancias legales así lo atestigua. Al enta-
blar peticiones y juicios se revelan los alcances que algunos descendien-
tes de africanos tuvieron para dejar claro el papel que desempeñaban en
las corporaciones gremiales. Los casos presentados también refieren las
preocupaciones sociales que se dieron entre los diversos grupos, pero
más que por la calidad o grupo social al cual se pertenecía fue por cues-
tiones de competencia, sobre todo, cuando un grupo de trabajadores
veía amenazado sus propios intereses, en cuanto a la ejecución de los
oficios y a la producción de los artículos. En este sentido, el actuar de
los descendientes de africanos en el ámbito laboral se puede ver dentro
de un contexto en el que la pertenencia a un cuerpo o corporación otor-
gaba personalidad jurídica, ya que quien no pertenecía a una o varias
corporaciones se encontraba marginado del orden social.
En suma, la convivencia, la socialización y los conflictos no estuvie-
ron fuera de la vida de los artesanos de origen africano, por el contrario,
marcaron su actuar cotidiano. Al compartir los diversos espacios de tra-
bajo, recreación y de habitación, entablaron relaciones con los demás
grupos sociales que dieron pie a la formación de nuevos grupos, no sólo
en cuanto a origen, sino en la forma de comportarse y de convivir. Así
como hubo diferencias que llegaron hasta los tribunales también se for-
maron redes solidarias entre los afrodescendientes y los demás grupos
sociales, incluso se crearon sentimientos de seguridad e identidad. En
conclusión, en el ámbito gremial se desarrollaron dinámicas sociales
en las que estuvieron presentes, por un lado, el rechazo, la agresión y
la confrontación y, por el otro, la solidaridad, el apoyo y la amistad.

571
LA CÁRCEL PÚBLICA Y LOS OBRAJES
EN LA CIUDAD DE SANTIAGO
DE QUERÉTARO EN EL SIGLO XVIII.
LA JUSTICIA MAYOR FRENTE A LAS CASTAS

Juana Patricia Pérez Munguía


Universidad Autónoma de Querétaro

El estudio de la cárcel pública de la ciudad de Santiago de Querétaro


que aquí se presenta es un fragmento de una investigación más amplia
sobre la disputa por el espacio social entre los distintos componentes
que habitaban esta ciudad: españoles, indios y mulatos, que sobresa-
lían entre las distintas castas.1 En esa investigación se han estudiado los
procesos judiciales, testimonio de los conflictos surgidos entre iguales
y desiguales, según los criterios de la época, así como la impartición de
justicia durante el siglo xviii en esta ciudad, en la que hemos detec-
tado distintas expresiones de sujeción y resistencia. Entendiendo por
sujeción la aceptación y sometimiento a las dos majestades: Dios y la
corona, pero también a las decisiones de autoridades virreinales, ya que
eran la cúpula social en la escala del honor novohispano, mismo que se
atribuía de forma indistinta a los peninsulares, aunque no siempre fue-
ran descendientes de conquistadores.
La resistencia, por otra parte, concentra las contradicciones sociales
dadas en el contacto cotidiano y hay una importante presencia de esta
voz en los documentos de orden jurídico relacionados con denuncias,
pleitos y motines principalmente. La resistencia era vista como una for-
ma de no acatar las disposiciones reales de sujeción, por lo que el reo era
acreedor a una severa sanción que iba desde la incautación de bienes,
hasta la privación de su libertad con penas de trabajo. Este concepto
llamó poderosamente la atención al estudiarlo de forma más amplia y se
encontró una interesante relación con la propuesta que James C. Scott

1 Pérez Munguía, “Negros y castas de Querétaro, 1726-1804. La disputa por el espacio


social compartido con naturales y españoles”.

573
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

expone en su libro, Los dominados y el arte de la resistencia, pues en él


analiza las contradicciones de las conductas de grupos diametralmente
opuestos. El autor trabajó la estructura de dominación del pueblo ma-
layo, pero hace un llamado a la historia para poner a prueba su modelo
en sociedades donde se desarrolló un aparato legal que institucionaliza
la apropiación de bienes y servicios de la parte subordinada y mantiene
una separación estamental; tal como sucede en las estructuras de escla-
vitud, servidumbre y subordinación del sistema de castas,2 pues es ahí
en donde la resistencia puede ser un motivo de sanción legitimada por
el sistema. Las variantes de resistencia que se presentan en los documen-
tos judiciales novohispanos muestran los lugares de convivencia entre
desiguales, es decir, entre los españoles y los otros (naturales, africanos y
castas), con una estabilidad frágil, dadas las condiciones de explotación
y dominación ejercidas, sobre todo, con aquellos que estaban reducidos
sólo a fuerza de trabajo.
Las resistencias eran, asimismo, una manifestación de inobediencia
a las leyes, a las autoridades y al grupo que estaba en el poder o que
gozaba de amplios privilegios, éstas podían manifestarse de manera co-
tidiana o esporádica, individual o colectiva.
La creación del orden novohispano muestra el resultado de la cons-
trucción de un sistema que por 300 años intentó poner en policía y
república3 a una sociedad diversa en su composición, integrada prin-
cipalmente por naturales americanos, que tras la conquista y coloniza-
ción entraron en contacto con europeos y esclavos de origen africano,
introducidos de manera masiva a partir de la segunda mitad del siglo
xvi. Éstos eran los componentes básicos de la sociedad virreinal, más
los descendientes producto del mestizaje, los cuales fueron integrados
en un sistema que se fue construyendo de manera paulatina, pero bajo
el principio de desigualdad en sus derechos y obligaciones, todos eran
parte del orden, aunque en un espacio social4 distinto, definido según

2 Scott, Los dominados y el arte de la resistencia, p. 19.


3 Términos muy empleados en el orden jurídico novohispano para definir el funciona-
miento del orden social y el orden de autoridad.
4 Bourdieu puntualiza el concepto de espacio social: “[...] Se puede así representar el
mundo social bajo la forma de un espacio (con muchas dimensiones) construido bajo la base de
principios de diferenciación o de distribución constituidas por el conjunto de las propiedades
activas dentro del universo social considerado, es decir, capaces de conferir a su detentador la

574
Juana Patricia Pérez Munguía

la calidad y condición que cada integrante tenía, por lo que la justicia


se administraba e impartía según el lugar que cada quien ocupaba en
la red de derechos y obligaciones. Así, en una sociedad dividida con
criterios estamentales, los negros y sus descendientes representaban el
componente de menor reconocimiento y sin privilegios, por lo tanto,
en el orden o la justicia se entenderá que tendrán mayor control y rigor
sobre sus acciones.
Por las características de nuestra investigación no puede quedar fue-
ra el lugar físico donde se concentraba a la población que debía purgar
una condena; eran la cárcel o cárceles los lugares donde se advierte la
desigualdad del espacio social de cada persona, era ahí donde se purga-
ban las condenas, pero era la justicia el elemento clave para detectar la
desigualdad. Siguiendo esa línea se intentará una respuesta a dos inte-
rrogantes: ¿cómo se aplicaba la desigualdad con criterios estamentales al
impartir justicia?, ¿cuáles eran los motivos para tener dos tipos de luga-
res donde purgar penas de encierro en una ciudad con las características
de Santiago de Querétaro?

I. La ciudad de Santiago de Querétaro,


sus componentes y actividades

Partiré de una breve descripción de la ciudad que tenía espacios muy


definidos entre el casco, integrado por una importante presencia fran-
ciscana y de españoles, los barrios y la abundante población de natu-
rales, vestigio de la fundación de Querétaro como pueblo de indios en
el siglo xvi; inserta tanto en los barrios de naturales como en el casco
había población de origen africano. La distribución de la población en
la ciudad se observa claramente en el padrón militar de 1791,5 en el
que se detectan predominios en distintas partes de la ciudad, que para
su estudio he dividido en el Barrio de la Cruz (origen del asentamiento

fuerza, el poder en ese universo. Los agentes y los grupos de agentes son definidos de este modo
por sus posiciones relativas en ese espacio. Cada uno de ellos está acantonado en una posición o
una clase precisa de posiciones vecinas (por ejemplo, en una región determinada del espacio) y
no se puede realmente —aun si puede hacerse en pensamiento— ocupar dos regiones opuestas
del espacio [...]”. Bourdieu, “El espacio social, génesis de las clases”, p. 1.
5 agn, Padrones, vol. 39-40, 1791.

575
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

indígena), La Ciudad (nombrado así el asentamiento español) y la Otra


Banda (formada por distintos pueblos de indios que pasaron a ser ba-
rrios con diversa población asentados en la otra banda del río Queréta-
ro), pues la división en cuarteles se dio prácticamente a finales del siglo
estudiado, por lo que no es posible insertarlo en este periodo.
En el cuadro y el plano que siguen se observan los predominios
señalados por zonas en los que se dividió la ciudad para su estudio, a
partir de la composición de la población. La zona señalada como tercera
corresponde a la Otra banda del río Querétaro, lugar que es impor-
tante pues ahí se estableció la mayor parte de los obrajes que a su vez
fungieron como cárceles, es también donde se asentó la mayor parte de
población afrodescendiente libre, que se desempeñaba en distintos ofi-
cios dentro de los obrajes. De suerte que este plano muestra una ciudad
diversa en su composición y con cierta densidad de población, lo que la
colocaba como la tercera del virreinato a finales del siglo xviii.
Querétaro no era la única ciudad que presentaba estas caracterís-
ticas —como la Ciudad de México o Guadalajara, entre otras. En la
actualidad, diversos investigadores han integrado la importancia demo-
gráfica que tenían los afrodescendientes, sólo en el Bajío había ciudades
con casos similares a los que analiza María Guevara Sanginés al estudiar
a los propietarios de esclavos con base en los registros notariales en lu-
gares con características mineras como la ciudad de Guanajuato y la
Congregación de Silao, donde encuentra 1 283 registros de propietarios
de esclavos de los cuales 475 eran mujeres, 801 eran hombres, de tres
registros no es clara la información y cuatro corresponden a la Iglesia
como corporación.6
Otro caso interesante se daba en lugares donde predominaban las
haciendas con población, sobre todo en condición de esclavos. Como
lo muestra Adriana Naveda, sólo en las haciendas de Córdoba, entre
los años de 1690 y 1759, se compraron 462 esclavos negros africanos,7
de los cuales entre 1690 y 1700 se realizaron 138 ventas. A diferencia

6 Guevara Sanginés, “Propietarios de esclavos en el Guanajuato colonial”, pp. 4-5. (http://


www.javeriana.edu.co/Facultades/C_Sociales/memoria/memoria15/maria.pdf ).
7 Naveda hizo un recuento de las ventas de esclavos en las haciendas de Córdoba y en
un cuadro distingue a los negros africanos y a los mulatos y demás castas nacidos en Nueva
España, también vendidos en esta misma región. Véase Naveda Chávez-Hita, Propietarios de
esclavos, pp. 26-31.

576
Juana Patricia Pérez Munguía

de aquella región, en algunas ciudades del centro de la Nueva España


fue la fabricación de textiles lo que atrajo el incremento de la mano de
obra de origen africano. Es el caso de la ciudad de Santiago de Queréta-
ro que hacia la segunda mitad del siglo xvii inicia un proceso demográ-
fico de diversificación y crecimiento que irá en ascenso, al grado de que
hacia la mitad del siglo xviii era una ciudad que mostraba habitantes
de todas las calidades y condiciones, como lo muestra el siguiente cua-
dro. Este tiempo coincidirá con una prosperidad económica debida al
impulso de los obrajes, aunque al finalizar el siglo xviii la prosperidad
de la ciudad tendrá un decaimiento, como lo menciona John Super,
“[...] el comercio no siguió progresando y para empeorar las cosas, las
actividades sufrían fluctuaciones [...]”.8
La diversidad social de la ciudad permitió la convivencia de los
distintos integrantes de la población. Un punto importante fueron
los obrajes, pues constituían el principal foco de concentración de
población de origen africano, que si bien se observa en toda la ciudad
predomina en la zona donde estaban los obrajes. Al observar el plano
y sus proporciones es claro que también hay problemas en las apro-
ximaciones del padrón como fuente histórica, uno de ellos se debe a
que era un padrón militar, por lo que en él se registraban los datos
de quienes eran cabeza de familia y tenían posibilidades de integrarse
al ejército, por ello en los cuadros se reflejan prácticamente los hom-
bres que serían alistados en la milicia o los exentos, aunque también
había algunas mujeres que eran cabeza de familia. Otro problema es
la contabilidad de los naturales, puesto que, aunque están señalados
en número, no hay mayor dato sobre ellos, ya que no se consideraban
como miembros potenciales para el ejército.
La presencia importante de obrajes en Querétaro inicia en el últi-
mo tercio del siglo xvii, ya con esclavos y negros libres, pero hacia la
segunda mitad del siglo xviii será la actividad económica principal de
la ciudad. Otra actividad productiva importante fue la real fábrica de ta-
baco, aunque en ella había mayor concentración de indios tributarios.
Esta separación no era fortuita, y a pesar de que naturales y mulatos
libres o esclavos convivían en los obrajes, los intentos por separarlos
aparecen de forma reiterada, pues los virreyes emitían ordenanzas para

8 Super, La vida en Querétaro, p. 149.

577
Población por calidad de cabezas de familia en la ciudad
de Santiago de Querétaro y la Otra Banda del río en 1791*

Indios Mulatos Mulatos

población por zona


Total de cabezas de
Zonas de la ciudad

familia por calidad

Porcentaje total de
Peninsulares
En unidades Españoles Mestizos Caciques tributarios libres esclavos Otras Castas

En unidades

En unidades

En unidades

En unidades

En unidades

En unidades

En unidades
% del total

% del total

% del total

% del total

% del total

% del total

% del total

% del total
Zona 1
Barrio de
la Cruz y 10 0.81 395 2.31 341 3.58 54 2.74 366 3.81 109 2.29 0 0 6 1.71 1281 2.86%
zona de
influencia
Zona 2.
La Ciudad
94 7.70 1057 6.19 410 0.43 81 4.11 280 2.91 239 5.03 21 6.36 22 6.28 2204 4.93%
y zona de
influencia
Zona 3. La
Otra Banda
del río y 8 0.71 255 1.49 199 2.09 62 3.14 314 3.27 127 2.67 12 3.63 7 2.00 984 2.20%
zona de
influencia
Total de
cabezas de
112 1707 950 197 960 475 33 35 4469 9.99%
familia por
calidad
Porcentajes
del total en
la ciudad 02.5% .1% 21.2% 04.4% 21.2% 10.6% 00.7% 00.7% 99.6%
y la Otra
Banda
* Datos tomados del padrón militar de 1791 de la ciudad de Santiago de Querétaro para integrar el censo de Revillagigedo. Se empleó el concepto
“cabeza de familia”, porque el documento registra por casa la persona que es potencialmente miembro del ejército, pero también registra las casas
donde no había un hombre entre 13 y 33 años, por lo que una viuda o mujer sola estaba al frente de la casa o era la cabeza de familia. Los naturales
no eran miembros del ejército, pero también se registraron, aunque sin datos de edad y dependientes.
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

que los naturales no fueran conducidos ni penalizados en los obrajes,


ni aceptados por su voluntad,9 pues los males que se daban al interior
no eran un buen ejemplo para su auténtica conversión al cristianismo.

Plano de Querétaro que muestra la proporción


o predominios de población por calidad en las tres zonas

Los sitios donde se concentraba el poder y la administración de jus-


ticia en toda la Nueva España eran las casas consistoriales, prácticamen-
te en el mismo punto estaba la cárcel pública. En el caso de la ciudad de
Querétaro la importante presencia de los obrajes los convertía en cen-

9 agn, México, Ordenanzas II, fs. 129-129v. Publicado por Zavala, Ordenanzas del tra-
bajo, i, pp. 181-182.

580
Juana Patricia Pérez Munguía

tros en donde se purgaban las penas de trabajo forzado en condiciones


de encierro; ahí la presencia de los capitanes españoles era importante
para su administración. La sola existencia de estos dos tipos de lugares
punitivos durante el siglo xviii sugiere una serie de interrogantes que
están relacionadas con los criterios de separación con los que la sociedad
virreinal operaba. ¿Quiénes iban realmente a la cárcel pública?, ¿quiénes
y por qué eran condenados a la pena del obraje?, ¿había un sometimien-
to real para los reos o las condiciones favorecían la resistencia?, y ¿qué
posibilidades de convivencia había entre los desiguales bajo condiciones
adversas?
En la cárcel pública la convivencia entre desiguales fue una constan-
te en el escritorio del corregidor, pero no en el interior de los calabozos,
pues pocos eran los casos en que reos de distintas calidades10 alternaban.
Los reos presos eran prácticamente los naturales y las castas, la mayor
parte de los reos peninsulares pagaron sus penas sin encierro y en efec-
tivo, tras ser fijada la fianza. El tiempo como presos para los indios y
castas se decidía mientras se realizaban los procesos para determinar su
situación, al revisar las causas vemos que no pasaba demasiado tiempo
para esto, lo que refleja una pronta impartición de justicia. No obstan-
te, eran los indios y las castas quienes pagaban su deuda con la justicia
con el encierro; Susan M. Socolow considera que “[...] el estatus legal
que se reflejaba en la legislación, detallaba las desventajas a que estaban

10 La calidad y condición de las personas fueron voces claves para entender la red de de-
rechos y obligaciones que tenían los vecinos en el complejo sistema estamental de la época
colonial. En resumen, la calidad hacía alusión al honor del seno donde se nace, que en la Nueva
España está muy relacionado, pero no es exclusivo, al color de la piel. En el Diccionario de Au-
toridades, ii, 67: “[...] calidad llama la nobleza y luftre de la fangre: y afsi el Caballero o hidalgo
antiguo fe dice que es Hombre de calidad [...]”. La condición está directamente relacionada con
el lugar que desde el momento de nacer el individuo tenía frente a la justicia, y la sociedad, en
la escala social marca la distancia entre la esclavitud y la nobleza, entre el cautiverio y la liber-
tad de las personas. En el Diccionario de Autoridades, ii, 488, dice que “[...] significa también
la naturaleza, calidad y diftintivo del nacimiento de los hombres: como todas las perfonas de
qualquier estado y condición que fean. En efta cláufula y otras femejantes con la voz Condición
fe entiende Noble o plebeyo, libre o esclavo [...]”. Ambas categorías se asentaban en las partidas
parroquiales en el momento de nacer, al contraer matrimonio y al morir. Por su condición y
calidad se podía considerar a un individuo como libre o esclavo y como honorable o lépero, de
eso dependían sus posibilidades individuales de estatus social en la vida cotidiana y la forma en
que debía aplicarse la justicia.

581
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

sujetos los indios, los negros y las castas [...]”.11 De esta afirmación se
extrae un aspecto importante, no había exclusión, era una sociedad in-
cluyente tanto en la legislación en términos de ventajas y desventajas,
tal como sería en un orden estamental.
La convivencia o cercanía entre iguales al interior de la cárcel públi-
ca se daba entre la justicia mayor, representada por el corregidor, quien
era juez en estos casos, y en su ausencia también estaban el capitán
reformado o el teniente del corregidor que podían impartir justicia. Asi-
mismo, alternaban con los guardias, que poco figuran en los documen-
tos, ya que sólo se mencionan cuando hubo resistencia a la aprehensión
por parte del reo. Los desiguales eran toda la servidumbre de la casa y
los presos, la calidad de estos últimos me interesa, ya que en la cárcel
prácticamente no hubo una relación de equidad o convivencia entre
reos de distintas calidades.
Hay dos puntos que me llevan a esta proposición, uno es la forma
o diseño de las casas consistoriales, donde estaban la casa (habitacio-
nes del corregidor y su familia) y oficinas del corregimiento, y como
parte del mismo edificio estaban las cárceles de hombres y mujeres
con sólo un patio de por medio. Esto indica, por una parte, que el
corregidor y los alcaldes podían revisar los casos de detenidos que
ingresaban como sospechosos o inculpados en muy poco tiempo. Así,
como reos de la justicia, los individuos tenían la presencia de las máxi-
mas autoridades casi todos los días.
El promedio de tiempo en que un caso llegaba a manos del corregi-
dor era de dos a cinco días después de que el sospechoso era aprehendi-
do, fue muy común encontrar en la cabeza de los procesos la fecha de
los incidentes y la fecha en que la autoridad recibe el caso. En general, se
nota que a los cinco días de que era detenido el sospechoso se procedía
a revisar el hecho y emitir la sentencia. El otro punto es que las penas
de encierro en la cárcel pública se aplicaban a aquellos que realmente se
podían controlar, los reos de mayor peligro no se mantenían en la cárcel
por más de una semana y en buena medida se les daba pena de trabajos
en puertos, en obrajes o bien 40 leguas de destierro. Entre estos casos
destaca la denuncia hecha por el alcalde Miguel Martínez Moreno, en
nombre de la real justicia, en contra de Manuel Ximénez, mestizo y ofi-

11 Socolow, Ciudades y sociedad en Latinoamérica colonial, p. 12.

582
Juana Patricia Pérez Munguía

cial de platero, por el homicidio de Diego Merino Quadros cometido


el 18 de enero de 1773. La sentencia para este reo se realizó a cinco días
de haber iniciado el proceso y fue “[...] dos años de destierro 10 leguas
en contorno, [de esta ciudad] e las costas procesales e veinte misas para
rezar por el alma del difunto [...]”.12
En general, los reos con calidad de mulatos pasaban pocos días en
los calabozos, pues el corregidor o el alcalde mayor los sentenciaban a
ser conducidos a obrajes; estos centros eran importantes receptores de
reos con calidad de mulatos para realizar las duras faenas en condición
de encierro y hacinamiento. Así, aquellos que cometían delitos graves y
tenían calidad de castas eran condenados a la pena de obraje, nombra-
dos, por lo general, como galeotes.
En el caso de los reos naturales la aprehensión se daba en la cárcel
pública, pues estaba prohibido que fueran penados como galeotes,13 no
obstante, en las sentencias sí se incluía la incautación de bienes. A pe-
sar de la prohibición, se observan tres casos en los que se dio de forma
temporal el encierro en un obraje; sin embargo, estos refuerzan a su vez
la idea de que los naturales estaban exentos de esta forma de castigo,
porque sólo se les retuvo por causas específicas y mientras eran libera-
dos o se trasladaban a la cárcel pública, casos que trataré más adelante.
Lo significativo es que no se aplicaba este tipo de pena a los naturales,
y es muy probable que sea el resultado de una discusión que se dio a
principios del siglo xvii entre el virrey y los obrajeros por los excesos
que se cometían con los naturales en los obrajes, misma que promovió
la introducción de esclavos negros en las ciudades donde había produc-
ción textil.
Ésta puede ser una de las razones por las que en Querétaro había
una importante población de mulatos. Entre éstos predominaban los
libres frente a los esclavos que se ubicaban sobre todo en el servicio
doméstico, puesto que en el trabajo del obraje era más rentable con-
tratarlos como libres bajo enganche, es decir, pagándoles por adelan-
tado y encerrarlos, para que al finalizar el tiempo que se especificaba
para el servicio tuvieran de nuevo la necesidad de contratarse, pues su
12 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, caja 22, exp. 12, 18 de enero
de 1773.
13 agn, México, Ordenanzas II, fs. 129-129v. Publicado por Zavala, Ordenanzas del tra-
bajo, i, pp. 181-182.

583
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

familia habría agotado el dinero. Esta forma daba mayores beneficios


a los obrajeros que mantenerlos como esclavos. Con la ordenanza del
conde de Monterrey del 5 de diciembre de 1602 se tomó la siguiente
resolución:

[...] En los repartimientos de indios y servicios personales, provee y man-


da que en los obrajes de paños, jergas, sayales, frazadas, seda, algodón, ni
otro ningún obrador, no trabajen ni entren indios voluntarios, ni forza-
dos, y teniendo consideración al valor que hoy tienen los dichos obrajes
cuya ruina y daño le causaría muy grande no sólo en sus dueños, sino en
la república y comercio de ellas. He acordado de mandar como el presente
mando y apercibo a todos los dueños de los dichos obrajes que, dentro
de cuatro meses primeros siguientes, después de la publicación de este
mandamiento, se prevengan y provean de servicio de esclavos negros para
el beneficio de sus obrajes [...]14

Los obrajeros contestaron con una solicitud al virrey para que no


procediera la cédula, pues aseguraban que:

[...] del bien público de este reino y el comercio de él ha mostrado y veri-


ficado que de estar los indios dentro de nuestros obrajes de su voluntad,
no apremiados ni encerrados, y que entran y salen libremente cuando
quieren, ningún otro daño reciben sino utilidad conocida, de tal manera
que por tener ellos en esto sus particulares oficios, que no saben otros,
nos piden los recibamos, y más con el buen tratamiento que se les hace y
sustento que se les da en este tiempo de carestía de maíz y otros, y todo
lo perderían; así que siendo como son personas libres, [...] es entender
que nuestros caudales no sufren comprar tantos negros, dejara de serlo
y buscara entretenimientos mayores, pues un negro vale cuatrocientos
pesos, y primero que supiesen lo que los indios saben, cada uno en su
oficio, se pasaría mucho tiempo y se seguirían muchos daños a los mis-
mos indios [...]15

14 agn, México, Ordenanzas II, fs. 129-129v. Publicado por Zavala, Ordenanzas del tra-
bajo, i, pp. 181-182.
15 agn, Ordenanzas II, 131-135, publicado por Zavala, Ordenanzas del trabajo, pp. 184-
189 y Vázquez, Doctrinas y realidades, pp. 233-242.

584
Juana Patricia Pérez Munguía

Este proceso concluyó con la orden del conde de Monterrey de que


se cumpliera la ordenanza, aunque para ello se habían extendido los pla-
zos para sustituir la mano de obra, a la letra el virrey dictó lo siguiente:

[...] Expresamente defiendo y mando que de aquí adelante en ninguna


providencia ni parte de ese distrito no puedan trabajar ni trabajen los
indios en los dichos obrajes de paños de españoles, ni en los ingenios de
azúcar, lino, lana, seda, o algodón ni en cosa semejante, aunque los es-
pañoles tengan los dichos obrajes e ingenios en compañía de los mismos
indios [...]16

Aunque el trabajo de los indios en los obrajes había sido prohibido


en repetidas disposiciones, es claro que éstas no tuvieron la debida aten-
ción por parte de obrajeros y autoridades locales, pues en 1781 el virrey
en turno expresaba que a pesar de las órdenes de sus predecesores sobre
no tener permitido en los obrajes que trabajen los indios de 1609, 1632
y 1639, se daban aún estos excesos:

[...] Me hallo informado de que los obrajes no se hallan en la franqueza


y libertad prevenida en dichas reales resoluciones y que en ellos se tratan
los sirvientes con tan excesivo rigor que toca en esclavitud, contravinien-
do a tan cristianas como piadosas reales resoluciones; y para que estas se
observen como corresponde, he resuelto se repitan en la forma y con las
prevenciones siguientes [...] Ruego y encargo a los vicarios, jueces ecle-
siásticos, párrocos y otras cualesquiera personas que gocen de fuero, que
en adelante no hagan aplicaciones de reos a obrajes, judicial, ni extrajudi-
cialmente [...] Que a los sirvientes se les de de comer competentemente
aderezándoles la comida y dándoles dos libras de pan al día [...]17

Esta disposición es importante, pues denota el conocimiento y la


preocupación de distintos virreyes por el rigor y excesos cometidos con
los trabajadores naturales en los obrajes, lo que es consecuente con la
política de protección de la corona para los pueblos sujetos a la autori-

16 agn, Ordenanzas II, 131-135, publicado por Zavala, Ordenanzas del trabajo, pp. 184-
189 y Vázquez, Doctrinas y realidades, pp. 233-242.
17 Beleña, II, pp. 298-306.

585
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

dad del rey. Pero poco se dice de los excesos cometidos contra las castas
en estos centros, donde además del encierro, se trabajaba en condicio-
nes de galeotes, maltrato, hacinamiento, tanto en el trabajo como en las
horas de descanso, pues dormían en cocheras, patios o cuartos, apren-
dices y los trabajadores que estaban sujetos a cartas de servicio por dos o
tres meses sin poder salir, y los galeotes que purgaban sus condenas, por
no hablar de los vapores y el olor que despiden las fibras en el proceso
de tinte e hilado.
No obstante, en Querétaro esta disposición se acató por lo menos
en cuanto a la pena del obraje para naturales, pues sólo se detectaron los
tres casos que comenté con anterioridad, sin embargo, había naturales
que por su voluntad ingresaban como trabajadores con carta de servicio
(por tiempo y trabajo definido) y los obrajeros los recibían a pesar de la
prohibición, veamos los tres casos.
En el primero Teresa de Jesús, india del barrio de San Antonio,
declaró ante el alcalde de primer voto y del alcalde de los naturales don
Juan Antonio Ximénez, como “interprete vocal”, que estuvo cuatro me-
ses y 18 días ausente de su casa junto con su hija, para protegerse de los
malos tratamientos que le daba su marido Juan Martín, originario del
barrio de San Juanico. Ella pretendía volver a su casa, pero solicitaba
que su marido fuera responsable y les diera buen tratamiento. El alcalde
de primer voto optó por exigir el pago de seis pesos para gastos y se re-
comendó a la mujer que fuera a su casa para hacer vida maridable, pero
antes, Juan Martín debía cumplir dos meses en el obraje para saldar la
deuda de dinero con la justicia.18
En el segundo, en realidad, la pena iba dirigida a Joseph Candela-
rio, un mulato que tenía una “deuda de pesos”, pero como no la había
cubierto ni estaba presente para responsabilizarse, fue su fiador Rafael
Gallegos, un natural, marido de doña Gertrudis de Arze y Rayo, ca-
cique principal del barrio de San Sebastián,19 quien tuvo que asumir
el encierro mientras aparecía el mulato; fue su mujer quien promovió
la denuncia de lo que consideraba encierro injusto, pues “las leyes no

18 ahpjeq, Fondo judicial, sección civil, serie Querétaro, legajo 1739-1750, 4 de agosto
de 1739.
19 El barrio de San Sebastián fue el más importante en la Otra Banda del río, pues ahí
estaba la parroquia.

586
Juana Patricia Pérez Munguía

permitían esta pena a los naturales”.20 No deja de ser interesante que la


cacique conociera los derechos de los naturales y se amparara en ellos
para realizar su demanda.
El tercero corresponde a la denuncia presentada por Petra de Jesús,
vecina de esta ciudad y viuda de Juan Manuel de Luna, quien promovió
la querella contra “el Malayote”, un mulato y otros dos, Diego y Manuel
Joseph, indios todos operarios del obraje de Manzanares,21 por matar a su
marido. Caso que expondré más adelante, en éste los culpables ya estaban
trabajando en el interior del obraje, de hecho, la viuda denunció que, al
detenerlos ahí mismo, los dejaron libres al día siguiente sin seguir la causa.
De este modo, vemos que en el primer caso se condujo el reo al
obraje, no por ser considerado propiamente un criminal, sino para sal-
dar los seis pesos de los gastos generados por el proceso. En el segundo,
en realidad no se había hecho un proceso por el que se le impusiera la
pena de obraje. Este punto es importante, pues como se señaló con
anterioridad, este tipo de condenas se reservaba para los mulatos y las
otras castas. En los obrajes de Querétaro la base trabajadora, ya fuera
como libre o encerrado, se constituía sobre todo por mulatos y demás
castas casi en su totalidad.

II. La desigualdad en las cárceles


y los obrajes, ¿motivo de la resistencia?

En el estudio realizado sobre la sociedad virreinal en general, se ven mu-


chos aspectos en los que se propiciaba la desigualdad estamental, basada
en el honor y las diferencias de calidad y condición de los componentes,
y en el caso de la justicia se siguieron criterios similares a los del trabajo,
en donde las castas tenían las condiciones más ínfimas. Se señaló antes
que, si bien los naturales eran protegidos de los excesos del trabajo en el
obraje, sí eran encerrados en la cárcel.
La separación que se llevaba a cabo en las penas para los criminales,
como en todo lo que acontecía en la vida social, beneficiaba a los espa-
20 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, caja 20, exp. 17, noviembre
de 1761.
21 ahpjeq, Fondo Judicial, sección criminal, serie Querétaro, legajo complementario, 9
de marzo de 1740, 4 fs.

587
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

ñoles. En los 96 casos criminales de españoles revisados correspondien-


tes al siglo xviii no se encontró un solo proceso en el que el reo fuera
condenado a pena de obraje o a trabajos forzados, lo que indica que los
honorables, aunque cometieran delitos muy graves como el asesinato,
no eran humillados con el trabajo manual. En cuanto al encierro, se
daba sólo durante el tiempo en que la autoridad veía el caso, por lo mis-
mo se estaría hablando de un máximo de cinco días en la cárcel, porque
a los españoles, por lo normal, se les fijaba una fianza por el agravio
cometido y quedaban libres.
La cárcel pública y los obrajes tenían diferencias importantes como
centros en los que se purgaba una condena. El encierro y el trabajo
forzado no eran los únicos males; los que permanecían en los calabo-
zos podían escuchar los lamentos de los procesados, pues sólo estaban
a siete metros de distancia del palo de tormentos donde se ahorcaba a
los condenados a la pena capital, y de la ubicación del cepo, donde los
reos eran atados para el castigo corporal; en el pasillo contiguo estaban
las bartolinas. Por otra parte, en la cárcel el reo permanecía encerrado,
pero tenía oportunidad de convivir e ir a misa, según se aprecia en
los planos de las cárceles de hombres y de mujeres, donde también
recibían sus alimentos sin necesidad de realizar trabajo forzado, como
ocurría en los obrajes.
Para los criterios de la época, los obrajes eran la cárcel perfecta, por-
que podían mantener trabajando al reo por largas y duras jornadas en
condición de galeotes, con la supervisión de capitanes (dueños o encar-
gados) que también tenían autoridad sobre los reos para aplicar castigos
corporales. Al final de su condena, el reo podía recibir una pequeña
compensación: un cambio de ropa, un sombrero y dos pesos por mes
trabajado, aunque si tenía deudas, éstas se pagaban con el salario del
reo, lo que propiciaba que al salir no contara con dinero para su manu-
tención, por lo que los que no tenían oficio de nuevo se incorporaban
al obraje, aunque no como galeotes, sino por su voluntad. Este sistema
también se aplicaba a los oficiales del obraje que se enganchaban por
meses en el trabajo; el pago por adelantado en estos casos permitía al
obrajero asegurar la mano de obra de estos oficiales, pues al término de
su carta de servicio no le quedaba otro camino que volverse a contratar.
La edad del reo fue un dato que se omitió casi en todos los procesos,
sin embargo, ésta cobra sentido si se considera que tanto al interior de

588
Juana Patricia Pérez Munguía

los obrajes, como en la cárcel los reos tenían que convivir. Según Joaquín
de Escriche, la edad en los procesos a principios del siglo xix era de:

[...] diez y medio ya cumplidos en delitos de robo, hurto y homicidio u


otro que no sea de lujuria, y la de catorce en los delitos de incontinencia
y lujuria, bajo el supuesto de que hasta los diecisiete años de edad no se
impone al delincuente la pena establecida por la ley, sino otra menor, en
razón de su inesperiencia [sic] y de no ser capaz de malicia como el mayor
de edad [...]22

Es muy probable que este criterio viniera desde el siglo xviii, pues
en los procesos estudiados donde se menciona la edad, se hace referen-
cia a ésta sólo cuando son menores de 14 años. En el caso de Miguel
Lugo,23 se trataba de un mulato sirviente del obraje de don Manuel Hur-
tado con apenas 14 años que sufrió la pena capital en noviembre de
1744, por cometer el delito de violación y estupro de una niña de siete
años, la hija de su amo, todo con el consentimiento y gritos de júbilo de
los operarios que observaban.24 Fue un proceso que sólo duró diez días,
tiempo que coincide con el que se llevó localizar al padre de la niña y
que regresara de la Ciudad de México, donde se encontraba por ventas.
De hecho, es probable que por la gravedad del caso se agregara el dato
de la edad del reo, porque apenas tenía el mínimo para que se le aplicara
pena de la vida al delito cometido, que para el caso fue definido como
lujuria e incontinencia.
En este mismo sentido, es significativo señalar que en los 161 pro-
cesos criminales de castas hay 81 reos que ya tenían oficio, de lo que se
deduce su mayoría de edad, entre los oficios que ejercían están los de
aguadores, maestros de tejer (ancho o angosto), maestros de sombrero,
mayordomos, sirvientes, esclavos, cigarreros, chichihuas, guardamon-
tes, sastres y soldados, también hubo reos que ya eran considerados va-
gos, lo que sugiere que estaban en edad de ejercer algún oficio. De este

22 Escriche, Diccionario razonado, p. 222.


23 Era mulato libre de 14 años que violó a una niña de siete, hija del capitán don Manuel
Hurtado de Mendoza. ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, caja 15, 2 de
noviembre de 1744.
24 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, caja 15, 2 de noviembre de
1744.

589
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

modo se puede concluir que en la cárcel había sólo mayores de 14 años.


En el caso de los obrajes, los presos también eran mayores de edad, pero
los aprendices que los propios padres llevaban para que tomaran oficio
iban desde los 11 años, por lo que la convivencia entre estos menores,
los oficiales y galeotes se daba sólo en los obrajes.
Los casos muy comunes por los que se llegaba en condición de reo
a un obraje eran la denuncia de una deuda contraída y no haber cum-
plido con los pagos, por lo que no tenían tendencia a la criminalidad.
Pese a esto, los obrajes no eran seguros, ni para los operarios, ni para los
obrajeros; las condiciones de hambre, excesos laborales y hacinamiento
propiciaron momentos muy difíciles en el interior y alrededor de estos
centros. Es interesante notar que en los barrios de San Sebastián, San
Roque y la Santísima Trinidad, donde había mayor concentración de
obrajes, se dieran los motines en contra de las autoridades, principal-
mente cuando a los operarios se les permitía participar en las fiestas o se
juntaban en la pulquería, y también abundaban las riñas.
El 9 de marzo, ante el capitán de infantería española don Manuel
de Pasos, alcalde ordinario de segundo voto por su majestad, se presentó
Petra de Jesús, vecina de la ciudad y viuda de Juan Manuel de Luna,
“[...] para querellarse con un hombre cuyo nombre no sabía, pero que
era conocido por el Malayote [subrayado en el documento] y otros dos
Diego y Manuel Joseph, los tres operarios del obraje que dicen de Man-
zanares [...]”.25 Esto empezó desde el 28 de febrero cuando Manuel de
Luna (ganadero y ministro de vara) y Manuel de Jesús, respectivamente
marido y hermano de la quejosa, llegaron como a las cinco horas de
la tarde a la pulquería del barrio de las Alcantarillas donde estaban los
referidos, y pretextando que los tres susodichos les “faltaban a la corte-
sía”, entendiendo por esto que las autoridades de los naturales, al igual
que las españolas, tendían a exaltar su condición honorable entre los
vecinos, y era común que les saludaran y les cedieran los lugares más
importantes, guardando todo un protocolo que hacía notar la honora-
bilidad de su calidad.
En este caso los caciques pidieron el respeto a las diferencias en el
lugar menos apropiado, lo que provocó un “notable escándalo y albo-

25 ahpjeq, Fondo Judicial, sección criminal, serie Querétaro, legajo complementario, 9


de marzo de 1740, 4 fs.

590
Juana Patricia Pérez Munguía

roto”. El resultado fue dramático, ya que los hirieron, especialmente


a Manuel Luna que falleció la noche de ese mismo día por las heridas
inflingidas con el cuchillo del “Malayote”, los puños de Diego y los
palos de Manuel Joseph. El hermano de Petra de Jesús, aunque salió
herido, no era autoridad, su estado no presentaba más que unos golpes
y tuvo oportunidad de correr por don Pedro Ximénez, alcalde de la
república de los naturales, para aprehender a los culpables a pesar de su
“resistencia tan osada” que, por hacerla, hirieron al hijo de dicho alcalde
mientras se efectuaba la aprehensión. Condujeron a los tres reos ante el
administrador del obraje, quien solicitó que se los dejaran en calidad de
depositados, ya que estaban bajo su jurisdicción, aunque no se cumplió
con la encomienda de mantenerlos guardados en el interior del obraje,
pues los soltaron y se refugiaron en distintos lugares ocasionando con
ello la falta a la justicia que demandaba la viuda de Manuel de Luna.
Ella pidió, asimismo, que fuera el propio alcalde de la ciudad quien re-
cibiera la querella, y su petición de prisión a los culpables fue aceptada,
ya que las autoridades de su república no habían procedido de manera
adecuada y los reos estaban libres.
Otros casos de violencia fueron tres homicidios cometidos en el
interior de obrajes en el mismo año, dos confirmados y otro bajo sos-
pecha, pues la víctima fue un hombre que amaneció ahogado dentro de
la pila. El caso más representativo se dio el 11 de diciembre de 177826
y fue en contra de Joseph Manuel “de tal”, mulato, tejedor, por el ho-
micidio de Joseph Ignacio Sánchez, oficial de tejedor de angosto que
murió por una herida de cuchillo inferida cuando estaba en el obraje,
por lo que el mulato fue detenido en la cárcel pública; no se especificó
el tiempo que permanecería en ella, pero se sugiere el destierro como
posible pena.
En el interior de los obrajes también se daban distintas expresiones
de resistencia, una más o menos frecuente era el robo de piezas, ya fuera
para vender o para usar, uno de estos casos fue denunciado por don
Andrés Molina López, obrajero, que del encierro del obraje condujo
al encierro de la cárcel a sus operarios Manuel Trejo, Pedro Foncada,
Joseph Fregoso, Vicenta García y Francisco Mejía, por extraer piezas de

26 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, caja 25, exp. 5, 11 de no-
viembre de 1778.

591
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

algodón entre sus piernas por las noches a través de la ventana del obraje
hacia la casilla de Joseph Lazaria.27
En los obrajes el hacinamiento de los espacios no permitía el ais-
lamiento de los galeotes en relación a los demás operarios, pues todos
convivían, aunque a los galeotes se les controlara con castigos corporales
y en algunos casos ya tenían cierta conducta delictiva, pero la mayor
parte de ellos no eran criminales en el sentido estricto, pues recordemos
que una buena parte eran deudores que por esa vía eran obligados a
pagar sus deudas.
Entre las castas hubo otro tipo de reos que dejan ver la tensión que
había entre los distintos componentes. Un caso que ilustra claramente
esta situación es el de doña Juana Mejía, viuda española que acudió
ante el alcalde mayor para denunciar a “Antonio ‘de tal’ un mulato
que le dicen el burrero”, sirviente de la cerería, por desprecio de la real
justicia, a la diferencia de calidades e intento de estupro, quien con
engaños llevó a su hija por la tarde al callejón del Gusano, y casi a
oscuras entre los arbustos le quitó a su hija las naguas, el listón de las
trenzas y el rebozo, y después le robó todo, y la dejó desnuda entre los
arbustos. La madre argumentó que le tenía prohibido a su hija hablarle
a Antonio, quien al día siguiente fue aprehendido en el baratillo de San
Antonio por los alguaciles vendiendo la ropa robada.28 Este hombre
fue considerado como delincuente peligroso y condenado a 40 leguas
de destierro. Para nosotros, este caso muestra la burla, humillación
y manipulación que hacían los mulatos sobre un estamento superior y
cuando se daba la oportunidad, conductas que coinciden con las resis-
tencias que sugiere Scott.
Otro tipo de conductas que coinciden con las resistencias de for-
ma cotidiana fueron las injurias, los empujones en las procesiones, los
dicterios (palabras ofensivas), las acciones momentáneas propias de dis-
gustos, pero que en un sistema de desigualdad se convierten en deli-
tos por la amenaza que representan para los honorables. Estas acciones
no siempre eran menores, también podían ir al extremo, pero en sus
denuncias se puede observar que no se perdonaban, pues tanto una

27 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, folio suelto, 27 de septiem-
bre de 1734.
28 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, 1733.

592
Juana Patricia Pérez Munguía

palabra mal intencionada como una herida con arma podían llevar al
agresor como reo de la justicia a la cárcel o al obraje. Una muestra fue
la denuncia de Joseph Ventura Forcada, vecino de la ciudad, contra Sal-
vador “de tal”, lobo, operario de obraje y detenido en la cárcel pública
por injurias y robo en su casa desde el 19 de enero de 1732: “[...] Y
aunque se le obligó de la paga, y pagó un tal Lucas su compadre, al salir
de la cárcel lo encontró [a Joseph Ventura] en la calle y lo injurió con
palabras y ademán de herirlo y lo siguió hasta su casa [...]”.29
Joseph Ventura lo mandó apresar pidiendo al alcalde que lo man-
tuviera en la cárcel, “[...] hasta que se de suficiente caución y fianza
de la seguridad de mi vida y que de por sí ni otro me hará mal alguno
[...]”. La sentencia después de la segunda aprehensión de Salvador
“de tal” también fue 40 leguas de destierro. La coincidencia en ambos
casos donde se aplicó el destierro fue el peligro que podían correr las
víctimas al encontrarse con sus agresores en la calle. El destierro se
impuso a los reincidentes de delitos que iban contra la tranquilidad
de las calles y para quienes hacían ventas prohibidas como el oro de
minas, carne de animales que no habían pasado por el rastro y los
aguardientes o alcoholes.
No obstante, que los reos más peligrosos eran desterrados, y que
en los obrajes los reos —léase mulatos y castas— iban por lo común
para saldar deudas, en los casos de deudores españoles no había delito
que perseguir, sólo eran demandas civiles y normalmente se incautaban
bienes o se fijaban nuevos plazos de los pagos.

III. Los reos de la cárcel


Si se observa la incidencia anual de delitos, el resultado es interesante,
porque de un total de 633 procesos judiciales que se estudiaron entre
los años 1726-1804, 421 fueron criminales, de éstos hubo un ingreso
aproximado en la cárcel de sólo cinco reos por año, de los cuales prác-
ticamente fueron 2.19 por ciento mulatos, 2.3 por ciento indios y 0.5
por ciento españoles. En el caso de los indios, de 168 procesos crimina-
les, sólo a 33 reos se les mantuvo dentro de la cárcel pública después de

29 ahpjeq, Fondo judicial, Entradas y Guerra, folio suelto, no se ve la fecha por humedad.

593
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

que se hicieron los interrogatorios. De las 97 causas criminales de espa-


ñoles en estos 78 años, los reos presos fueron siete honorables y cuatro
pobres, en cuatro casos se fijaron fianzas y se dio libertad a los reos, por
lo que sólo estuvieron formalmente presos siete de ellos por unos días.
Un caso ejemplar para ilustrar cómo procedía la justicia en los
procesos de españoles fue el del teniente coronel don Joseph Antonio
Ollarzabal, que envió una carta al teniente coronel don Esteban Gómez
de Acosta, corregidor y capitán general, donde declaró que había ma-
tado a Félix Clemente, un natural que tenía una amistad ilícita con su
esposa, asimismo, había dado tres heridas graves a su mujer.

[...] Pero sabedor de los derechos que le corresponden ha tenido a bien


constituirse por tales sus fiadores que se obligan a cumplir que no hará
daño alguno a su mujer haciendo con ella vida maridable en paz y quietud
obligado a otorgarle vigilancia y cuidado que no perjudique el caso [...]30

La petición fue aceptada sólo con la carta que se presentó, y el fiador


con sus bienes fue Antonio Salinas, un vaciero (sic) de la hacienda del
Zamorano.31
Un caso distinto fue la aprehensión de don Francisco Valderas,
español, vecino de la ciudad con título de administrador de la alhón-
diga, que fue denunciado por “infidelidad y latrocinio”32 el 26 de sep-
tiembre de 1746 por don Francisco Esteban de Orihuela, depositario
y residente de la Hacienda de Santa Bárbara del Sabino y dueño de
las haciendas de San Juanico y El Rayo. Don Francisco Esteban le ha-
bía entregado para la tienda 80 fanegas de maíz por las que firmó 25
pesos, 2.5 reales, pero despertó la sospecha de latrocinio cuando don
Francisco Esteban junto con Manuel Dávila y don Manuel González
se enteraron de que estaba pidiendo dinero para pagar los 25 pesos,
2.5 reales. Así descubrieron que había robado trigo y aperos de otras
haciendas que eran depositados en la alhóndiga, por lo que don Fran-

30 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, Caja 19, exp. 5, 19 de di-
ciembre de 1758.
31 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, Caja 19, exp. 5, 19 de di-
ciembre de 1758.
32 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, Caja 17, exp. 17, 26 de
septiembre de 1749.

594
Juana Patricia Pérez Munguía

cisco Valderas fue aprehendido en la cárcel pública y se le confiscaron


sus bienes, lamentablemente el documento no especifica ni los bienes,
ni el tiempo que pasó en la cárcel.
A diferencia de este, en la causa seguida por robo de piezas de un
obraje a Josef Ignacio Quiros y Leonardo Alphonso, ambos mulatos,
fueron sentenciados a ocho años de presidio y 200 azotes por las calles
públicas de la ciudad. Sin embargo, en el caso de Leonardo Alphonso,
por petición del reo se le aceptó una segunda súplica y se le absolvió de
toda culpa, pero se le pidió “que regresara a su patria, La Puebla”,33 y
a Josef Ignacio Quiros los ocho años de presidio se le permutaron por
el mismo tiempo de servicio a su majestad en el Morro en la Habana.
Hubo también años en que no ingresaron reos a la cárcel como 1734,
1735, 1738 y 1750, en ellos las penas se purgaban de otra forma: confis-
cación de bienes, pena de obraje, si eran ofensas se le obligaba al agresor
a pedir perdón y no reincidir, asimismo, si el reo había herido a alguien
debía pagar la curación de las heridas y dar pensión al herido hasta su ple-
na recuperación. Hubo también otros casos en los que no existía prueba
suficiente para prisión y se dejaba al sospechoso en libertad.
Las sentencias podían variar, de ahí que no todos los reos ingresa-
ran a la cárcel pública. Por ejemplo, entre 1732 y 1735 hubo 11 pro-
cesos, y en tres casos se condenó al reo a 40 leguas de destierro, estos
procesos fueron por intento de violación, injurias y heridas a un espa-
ñol. En los demás casos de estos años las sentencias se distribuyeron
de la siguiente manera: dos reos que fueron a la cárcel pública, en otro
“no resultó suficiente indicio de prisión”, dos procesos fueron civiles
y en uno más, realizada la averiguación, se dio la libertad al detenido.
A manera de conclusión diré que por la forma en que se dio la
aplicación de las sentencias a los reos, la cárcel fungía como el lugar
para detener a los sospechosos mientras se procesaban los casos, no era
el destino final de todos los procesos, prácticamente los naturales deu-
dores tuvieron mayor presencia como reos presos de la cárcel pública.
El perfil de los reos de mayor peligrosidad, desde estos criterios de jus-
ticia, coincide con su calidad de castas y las penas se dictaban según el
agravio hecho a españoles honorables, el castigo iba del destierro a la

33 ahpjeq, Fondo judicial, sección criminal, serie Querétaro, Caja 22, exp. 8, 8 de junio
de 1775.

595
La cárcel pública y los obrajes en la ciudad de Santiago de Querétaro

pena capital. La mayor parte de los deudores con calidad de castas eran
aprehendidos en los obrajes.
Los procesos judiciales estudiados arrojaron datos sobre la pobla-
ción de la cárcel y se puede observar que normalmente no fue muy
abundante, sólo hubo periodos en que el número de prisioneros creció.
Por ejemplo, en 1749 de 21 procesos, 14 reos fueron condenados a la
cárcel pública, esto ya cambiaba la densidad de población de reos, pues
con toda seguridad además de los 14 había otros purgando su condena,
veamos los años en que se registró mayor reclusión en la cárcel:

Años en que mayor número de reos


ingresaron a la cárcel pública

Año Castas Naturales Españoles Total


1737 4 0 0 4
1740 4 3 0 7
1742 2 2 0 4
1748 3 5 1 9
1749 4 7 3 14
1760 1 4 0 5
1761 5 3 0 8
Totales 23 24 4 51
Fuente: Documentos de los años 1737-1761 del Fondo judicial, sección criminal del Archivo
Histórico del Poder Judicial del Estado de Querétaro “Lic. Manuel Septién”.

Sólo en 1749 la cárcel tuvo reos de todas las calidades, sin embargo,
este cuadro confirma lo que se ha venido expresando sobre el trato a los
transgresores españoles, prácticamente estuvieron exentos de penas que
implicaran encierro.
Con estas aproximaciones también es posible ver a la cárcel como
un lugar limitado en espacio, pero efectivo en control de los reos. De
igual manera, la prisión debió ser un riguroso castigo por el tamaño y
condiciones de los espacios. Algo que sería importante considerar es
que cada vez que los presos salían del calabozo a los “lugares” (baños),
veían de frente el sitio de tormentos y las bartolinas, la cárcel era así un

596
Juana Patricia Pérez Munguía

sitio de encierro que, a diferencia de los obrajes, era más propio para la
sujeción que para la resistencia. En los obrajes el hacinamiento, el com-
portamiento diferente de cada individuo según el tipo de trabajador que
era, el rigor y el hambre propiciaron que los operarios manifestaran de
distintas maneras su inconformidad ante las condiciones en que vivían,
fueran presos o no, que iban desde un robo simulado, hasta el intento
de motín, expresión clara y de incipiente organización de resistencia.

597
“NO SE LES PIDA NI LLEVE TRIBUTO”.
TRABAJADORES MULATOS E INDÍGENAS DEL
REAL DE TLALPUJAHUA Y LA REIMPOSICIÓN
DEL TRIBUTO A FINALES DEL SIGLO XVIII*

Isabel M. Povea Moreno


Universidad Autónoma de Baja California

En este trabajo me ocuparé de la exención del tributo que gozaban los


operarios de minas y haciendas de beneficio indígenas, mulatos y castas.
Para ello analizaré el caso concreto del real de minas de Tlalpujahua a
finales del siglo xviii, momento en el que las autoridades trataron de
restaurar el cobro del tributo a todos los operarios mineros. Para éstos,
el restablecimiento del tributo era una tragedia, comparable a la en-
fermedad o el hambre y, por ello, trataron de mantener su privilegio.
También me aproximaré a la composición de la población trabajadora
de este centro minero y a la cuestión de sus relaciones interétnicas. Se
debe tener presente que, en el caso novohispano, a diferencia de lo que
ocurría en los centros mineros de Perú (donde prevalecía lo indígena) y
de Nueva Granada (donde predominaba lo negro), los reales de minas
fueron “la mayor expresión de la mezcla racial”.1

Introducción

Hoy día contamos con una destacada producción historiográfica sobre


la actividad minera novohispana que, sin duda, ha contribuido al co-
nocimiento de la historia minera mexicana. No ha sido una excepción

* Este trabajo ha sido elaborado en el marco del Programa de Becas Posdoctorales de la


unam en el Instituto de Investigaciones Históricas-unam. Agradezco a Sigfrido Vázquez Cien-
fuegos la elaboración del mapa que acompaña este trabajo a partir de Celia Islas Jiménez, El real
de Tlalpujahua. Aspectos de la minería novohispana, p. 24.
1 Miño Grijalva, “Sistemas de trabajo y transculturación en Hispanoamérica, 1640-
1814”, p. 57.

599
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

el tema del trabajo y los trabajadores mineros. Al respecto, diferentes


estudios han esbozado un panorama general,2 que en las últimas décadas
se ha visto enriquecido por investigaciones sobre ciertos distritos mineros
y determinadas problemáticas.3 Lejos de agotar el tema, estos análisis re-
gionales evidencian la necesidad de realizar nuevas investigaciones para
conocer las estrategias y los arreglos laborales desarrollados en los dis-
tintos centros mineros. Desde esta perspectiva, la exención del tributo
a los trabajadores mineros del México virreinal es un factor que debe
considerarse. Desde luego, este aspecto contribuye a caracterizar a un
grupo sociolaboral tan heterogéneo como el de los operarios de minas
y, asimismo, su análisis permite apreciar un concreto arreglo laboral para
atraer mano de obra. Hasta ahora, los historiadores de la minería no han
prestado demasiada atención a este tema. Al respecto se deben mencionar
los trabajos de Margarita Villalba y Edgar Omar Gutiérrez, quienes abor-
dan la reimposición del tributo entre las medidas tomadas por el visitador
José de Gálvez4 para el caso concreto de Guanajuato. También se alude a
este asunto en otros trabajos que abordan las medidas de dicho visitador.5
Este estudio sobre el centro minero de Tlalpujahua, uno de los más
antiguos de México, busca contribuir al conocimiento de su historia
particular6 y, al mismo tiempo, a valorar la riqueza informativa y el

2 Véase en los estudios de Moreno, “El régimen de trabajo en la minería del siglo xviii”,
pp. 242-267; “El régimen de trabajo en la minería del siglo xvi y xvii”, pp. 83-95 o “Salario,
tequio y partido en las ordenanzas para la minería mexicana del siglo xviii”, pp. 465-483; y
Velasco Ávila, “Los trabajadores en la Nueva España, 1750-1810”, pp. 239-301.
3 Sirvan como botón de muestra los siguientes trabajos: Langue, “Trabajadores y formas
de trabajo en las minas zacatecanas del siglo xviii”, pp. 463-506; Navarrete, Propietarios y tra-
bajadores en el distrito minero de Pachuca, 1750-1810; Cruz Domínguez, “Sistemas de trabajo
en las minas de Pachuca, siglos xvi-xviii”, pp. 33-67; Mentz, “Coyuntura minera y protesta
campesina en el centro de la Nueva España, siglo xviii”, pp. 23-45; Castro Gutiérrez, “La resis-
tencia indígena al repartimiento minero en Guanajuato y la introducción de la mita en Nueva
España”, pp. 225-258; Villalba Bustamante, “El trabajo en las minas de Guanajuato durante la
segunda mitad del siglo xviii”, pp. 35-83.
4 Villalba Bustamante, “El trabajo en las minas de Guanajuato durante la segunda mitad
del siglo xviii”, pp. 38-47; Gutiérrez López, Economía y política de la agrominería en México. De
la colonia a la nación independiente, pp. 94-97.
5 Castro, Movimientos populares en Nueva España. Michoacán, 1766-1767, pp. 86-88, y
Marino, “El afán de recaudar y la dificultad en reformar. El tributo indígena en la Nueva Espa-
ña tardocolonial”, pp. 61-83.
6 Herrejón, Tlalpujahua; Islas, El real de Tlalpujahua. Aspectos de la minería novohispana;
Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a mediados del
siglo xviii”.

600
Isabel M. Povea Moreno

potencial analítico de las matrículas de tributarios realizadas en centros


mineros. Esta documentación primaria se ha empleado, fundamen-
talmente, en estudios de fiscalidad; en este texto me interesa la infor-
mación social que puede extraerse de ella. De todas formas, quisiera
destacar que el presente trabajo es un primer acercamiento al tema;
para próximos trabajos sería provechoso ampliar la información sobre
niveles de producción y su evolución, así como incluir la de otros censos
(civil y/o parroquial).

Características del pueblo minero de Tlalpujahua

El pueblo de Tlalpujahua se localiza en el noreste del estado de Mi-


choacán, a 156 km de Morelia, capital del estado, y a unos 134 km de
la Ciudad de México. Actualmente es una región fronteriza entre los
estados de México y Michoacán; pero también fue un lugar de fronte-
ras antes de la llegada de los españoles, por encontrarse en el límite de
los imperios mexica y tarasco.7 Se trata, asimismo, de una zona mon-
tañosa formada por el sistema volcánico transversal, la sierra de Tlal-
pujahua y los cerros Somera, Campo del Gallo, Águilas, San Miguel y
Santa María. El propio municipio se encuentra a 2 580 msnm y, según
documentos de los siglos xvii y xviii, la región poseía un clima frío.8
Desde la época prehispánica los indígenas explotaron las vetas de
oro y plata que había en esos cerros. Es evidente que ese trabajo no fue
sistemático y no originó un asentamiento importante y permanente. La
sierra de Tlalpujahua se convirtió en centro catalizador de población
tras el descubrimiento y el aprovechamiento de su riqueza argentífera
por los españoles.9 La abundancia de yacimientos en la región atrajo a
muchas personas que se fueron asentando en las laderas de los montes
7 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a mediados
del siglo xviii”, p. 21.
8 agn, Tierras, vol. 2742, exp. 21, f. 283. Citado en Islas, El Real de Tlalpujahua, p. 28;
agn, Historia, vol. 73, exp. 16, Idea del Estado en que se halla la jurisdicción respectiva a la
Alcaldía Mayor del Real y Minas de Tlalpujahua en los años de 1788 y 1789, f. 254r.
9 Casi todas las fuentes señalan que el descubrimiento tuvo lugar en 1558, aunque algunas
lo ubican en una fecha anterior. Herrejón, Tlalpujahua, pp. 23-24; Uribe Salas, Historia de la
minería en Michoacán, vol. 2, p. 16; Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas
de Tlalpujahua a mediados del siglo xviii”, p. 23.

601
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

y originaron el asiento minero conocido como Real de Minas de San


Pedro y San Pablo de Tlalpujahua.

Mapa 1. Obispado de Michoacán: Tlalpujahua

602
Isabel M. Povea Moreno

El desarrollo de la actividad minera transformó a Tlalpujahua en


un relevante centro económico y llevó a su conformación como alcal-
día mayor en 1565.10 El apresurado crecimiento del real, en estrecha
conexión con el auge minero, marcó el perfil urbano del asentamiento:
desordenado y anárquico. De igual modo, su ubicación en un terreno
montañoso condicionó el trazado de sus calles, empinadas y estrechas.
En 1570, poco tiempo después del descubrimiento de sus minas, la
población de Tlalpujahua ascendía a 100 españoles y contaba con
30 casas.11 A esa cifra habría que añadir a los trabajadores indígenas,
mestizos, negros y mulatos, cuyo número se desconoce para esos mo-
mentos. Uribe Salas menciona, ya para 1649, más de 1 000 indios,
negros y mestizos.12 Éstos, como ocurrió en la mayoría de los centros
mineros, se fueron asentando en las proximidades de las minas y de
las haciendas de beneficio y dieron lugar a la aparición de barrios y/o
parroquias esencialmente de trabajadores mineros. Además, fueron
llegando otras personas que desempeñaron actividades no del todo
mineras, pero sí relacionadas con la industria extractiva (carpinteros,
herreros, albañiles, etcétera).13
La composición en barrios reflejaba, en cierto modo, las distintas
ocupaciones de los habitantes de Tlalpujahua; si bien es cierto que la se-
paración espacial, atendiendo a la ocupación e incluso a la etnia, no fue
tan rígida como en otros núcleos urbanos. El barrio de Puxtla, inmedia-
to a la cabecera, estaba compuesto por operarios de minas; el conocido
como Real de Arriba fue un barrio, sobre todo de mulatos trabajadores
de minas y rescatadores de metales; muy cerca de éste se hallaba un
barrio multirracial, el de los zapateros, poblado en su mayor parte por
personas de este oficio y algunos arrieros y operarios de minas o el ba-
rrio de Bartolo, compuesto principalmente de trabajadores de minas y
también de algunos zapateros, carpinteros y sastres.14
No sólo la estructura ocupacional de la población de este real esta-
ba conectada con la minería. Se debe señalar que, al igual que ocurrió

10 Uribe Salas, Historia de la minería en Michoacán, vol. 2, p. 17; Gavira, “Población y


producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a mediados del siglo xviii”, p. 23.
11 Paredes Martínez et al., Michoacán en el siglo XVI.
12 Uribe Salas, Historia de la minería en Michoacán, p. 21.
13 Paredes Martínez et al., Michoacán en el siglo XVI.
14 Mazín y Brading (eds.), El Gran Michoacán, pp. 84-85.

603
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

en otras regiones mineras,15 el asiento de Tlalpujahua generó un área


económico-territorial dependiente del mismo. La elevada demanda de
productos para las minas (madera, hierro, carbón, etcétera) y para el
consumo doméstico (maíz, frutas, pulque, etcétera) conectó el centro
minero con las actividades ganadera y agrícola de la región. Dentro de
la jurisdicción de Tlalpujahua, el pueblo de San Miguel Tlacotepec,
productor de maguey, surtía al Real de pulque, al igual que los pueblos
de Santa María y Los Remedios y, por su parte, el de San Juan Tlal-
pujahuilla proveía de maderas a esas minas.16 Estos pueblos también
suministraban mano de obra especializada. Desde el pueblo de Zirici-
quaro, a diez leguas del Real, llegaban productos alimenticios como las
hortalizas.17 De igual modo, las haciendas de Tierra Caliente propor-
cionaban frutas, verduras y otros productos.18
La historia colonial de las minas de Tlalpujahua se caracteriza por
la sucesión de periodos de auge y de crisis. Es factible que la población
del asiento minero, así como las actividades económicas de su área de
influencia, se resintiesen al desplomarse la rentabilidad de las minas y
al contrario en los periodos de bonanza. Para la segunda mitad del siglo
xviii, Gavira Márquez demuestra la conexión existente entre los máxi-
mos demográficos y de producción minera.19

Situación jurídica, categoría laboral


y condición tributaria de los operarios de minas

Hablar sobre los trabajadores u operarios de minas implica tener en


cuenta el sistema —o los sistemas— de captación de mano de obra.

15 Por ejemplo, para el caso de Potosí, la relación existente entre el crecimiento del mer-
cado interno y la minería a gran escala ha sido estudiada por Assadourian, “La producción de
la mercancía dinero en la formación del mercado interno colonial. El caso del espacio peruano,
siglo xvi”, pp. 223-292. En el caso novohispano, el tema ha sido tratado por Alvarado, “Mer-
cados mineros y tráfico mercantil a fines del siglo xviii”.
16 agn, Historia, vol. 73, exp. 16. Idea del Estado en que se halla la jurisdicción respectiva
a la Alcaldía Mayor del Real y Minas de Tlalpujahua en los años de 1788 y 1789, fs. 257v-261v.
17 agn, Historia, vol. 73, exp. 16. Idea del Estado en que se halla la jurisdicción respectiva
a la Alcaldía Mayor del Real y Minas de Tlalpujahua en los años de 1788 y 1789, fs. 257v-261v.
18 Uribe Salas, Historia de la minería en Michoacán, p. 20.
19 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a media-
dos del siglo xviii”.

604
Isabel M. Povea Moreno

Atendiendo a esto, se pueden distinguir a grandes rasgos dos categorías


de trabajadores: forzados y libres, con todas sus variantes —distintos ni-
veles de coerción, libertad mermada por determinados factores, recluta-
mientos extralegales, etcétera—. Para el caso de la minería novohispana,
Humboldt enfatizó la existencia de un mercado libre de trabajo:

[...] En el reino de Nueva-España, [escribía] á lo menos de 30 ó 40 años


á esta parte, el trabajo de las minas es un trabajo libre; no hay rastro de la
mita […] En ninguna parte goza el común del pueblo más perfectamente
del fruto de sus fatigas que en las minas de Mégico; no hay ley ninguna
que fuerce al indio á escoger este género de trabajo, ó á preferir el benefi-
cio de una mina al de otra: si el indio está descontento del dueño de una
mina, se despide de él y va á ofrecer su industria á otro que pague mejor
ó en dinero contante [...]20

Semejante apreciación ha trascendido a buena parte de la histo-


riografía.21 Aunque, también es cierto que, hay autores que sostienen
lo contrario y/o matizan la importancia del trabajo libre aludiendo al
peonaje por deudas.22 En este punto, cabría preguntarse por la situación
de los trabajadores en Tlalpujahua. Durante los tres siglos de domi-
nación hispana esa realidad no se mantuvo invariable, evidentemente
experimentó cambios. Ante la creciente necesidad de fuerza laboral, los
mineros solicitaron a las autoridades la asignación de indios de reparti-
miento (institución de trabajo obligatorio que afectaba a 4 por ciento
de la población indígena). Los primeros llegaron a Tlalpujahua en el
siglo xvi para trabajar en las minas y haciendas de beneficio.23 A medi-

20 Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva-España, pp.135-136.


21 Lo contrario ocurre con la minería colonial andina. Al respecto, la investigación histó-
rica ha destacado la institución mitaya, es decir, los trabajadores forzados que de forma rotatoria
acudían a trabajar a ciertos centros mineros. Si bien en la minería andina existió un importante
porcentaje de trabajadores libres que fue en aumento con el paso del tiempo.
22 Por ejemplo, Mentz en “Coyuntura minera y protesta campesina en el centro de Nueva
España, siglo xviii” hace referencia al descontento popular provocado por el reclutamiento de
trabajadores para los centros mineros. Por su parte, Romano fundamenta la relativa libertad
de muchos trabajadores asalariados a causa del endeudamiento o el pago en especie, Romano,
Mecanismo y elementos del sistema económico colonial americano, pp. 188-210.
23 Islas, El real de Tlalpujahua, pp. 168-169; Gavira, “Población y producción de plata en
el real de minas de Tlalpujahua a mediados del siglo xviii”, p. 26.

605
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

da que las labores de extracción se hicieron más complejas y de mayor


envergadura, la necesidad de fuerza laboral se acrecentó. Como respues-
ta, la corona efectuó, a comienzos del siglo xvii, la congregación de la
población indígena en los contornos del asiento minero.24 Según Islas
Jiménez, esta forma de trabajo coercitivo perduró en el tiempo, y de esta
forma se encuentran testimonios de su aplicación a comienzos del siglo
xviii.25 Para esta autora, los motivos que explican el mantenimiento
del repartimiento cuando en otros centros mineros había desaparecido
a finales del siglo xvii, son quizá: a) el vínculo establecido entre las
comunidades indígenas cercanas al Real y el desarrollo minero, y b) la
concentración de indígenas en pueblos estables.
Junto a los operarios indígenas, desde los primeros tiempos, se do-
cumenta el trabajo de esclavos negros. Mientras en la minería andina
se utilizó escasamente la mano de obra negra y mulata,26 en la novo-
hispana esta población constituyó una parte significativa de la mano
de obra. En este caso, los esclavos negros fueron más empleados en los
centros mineros del norte, pues como apunta Romano, los indígenas
de esos territorios no aceptaron con docilidad el establecimiento de
la organización hispana del trabajo.27 De este modo, por ejemplo, en

24 Herrejón, Tlalpujahua, 38-39; Uribe Salas, Historia de la minería en Michoacán, 20;


Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a mediados del
siglo xviii”, 23-25.
25 Islas, El Real de Tlalpujahua, p. 180.
26 Bakewell, Mineros de la Montaña Roja, p. 74, señala las observaciones realizadas por el
virrey conde de Nieva en 1563 y reiteradas por Felipe II: “[...] los españoles se negaban a traba-
jar en las minas y los esclavos negros no se acostumbraban al frío de los territorios de las minas
[...]”. Ulloa, Noticias americanas, p. 266. Afirmaba que: “[...] Por razón de la mucha frialdad de
aquellos parajes no se acomodan a ellos los negros, que luego mueren, lo que no sucede con los
indios, cuyas naturalezas son propias para tales climas, y así los resisten sin pensión [...]”. Por su
parte, el virrey del Perú, Francisco Gil de Lemos, virrey del Perú en la década de 1790, se mos-
traba seguro sobre la “[...] ineptitud de los negros, porque lo frígido de su naturaleza resiste el
ocuparse en semejantes dedicaciones por hallarse situados los reales de minas en climas rígidos
de sierra [...]”. Biblioteca del Hospital Real, Granada, Caja 2-004. Relación de gobierno que el
excelentísimo señor frey Don Francisco Gil de Lemos y Taboada, Virrey del Perú, entrega a su
sucesor el excelentísimo señor Varon de Vallenarí, Lima, 1796.
27 Romano, Mecanismo y elementos del sistema económico colonial americano, p. 181. Asi-
mismo, señala en otro trabajo que, en el caso peruano la ubicación de las minas en el territorio
del viejo imperio inca facilitó la integración de su población indígena en los sistemas de trabajo
forzoso. Y al contrario, en el caso de las minas de Antioquia y del Choco, pese a no darse las
condiciones más propicias para la adaptación del trabajo esclavo, fue ésa la opción asumida ante

606
Isabel M. Povea Moreno

Zacatecas se calcula que en el siglo xvii, los esclavos constituían la


quinta parte de la fuerza laboral minera.28 No obstante, también ejer-
cieron labores en las minas de otras regiones; fue el caso, como señalé,
de Tlalpujahua. Los españoles que llegaron a la zona en el siglo xvi
llevaban consigo esclavos negros y no dudaron en destinarlos al trabajo
en minas y haciendas de beneficio. Sin embargo, por ser mano de obra
cara, y buscando la mayor rentabilidad, los esclavos casi no fueron
destinados a las labores subterráneas por los riesgos que ello conlle-
vaba (derrumbes, condiciones ambientales insalubres, graves acciden-
tes, etcétera).29 Sobre todo trabajaron en las haciendas de beneficio,
acarreando el mineral desde los molinos al incorporadero o patio.30
También desempeñaron tareas de cierta responsabilidad, en las que
tuvieron a su cargo a algunos trabajadores indígenas.31 Miguel Agia
señala que donde trabajan juntos “[...] el peso del trabajo cae sobre los
miserables indios y los dueños gustan de ello porque quieren que se
mueran antes diez indios que un negro que les costó su dinero [...]”.32
En este ambiente, las relaciones entre indios y esclavos negros no estu-
vieron exentas de conflictos.33
En el trabajo minero también intervinieron negros y mulatos libres,
no se debe olvidar que desde comienzos del siglo xvii la legislación
obligaba a ociosos, negros y mulatos libres sin oficio a ocuparse en la
labor de minas.34 Como ocurrió en otros núcleos mineros, es factible
pensar que de manera progresiva el trabajo libre asalariado se fuese in-
crementando. Muchos indígenas, mulatos y castas ofrecieron su trabajo

la hostilidad de los indios de esas regiones. Romano, “Sentido y límites de la ‘industria’ minera
en la América española, del siglo xvi al siglo xviii”, p. 160.
28 Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial, p. 174.
29 Humboldt observaba, a comienzos del siglo xix, la temprana mortalidad de los barre-
teros y lo peligroso del trabajo de los tenateros. Véase Velasco Ávila, “Los trabajadores mineros
de Nueva España, 1750-1810”, pp. 272-273.
30 Cfr. Lara Mancuso, Cofradías Mineras, pp. 50 y 109.
31 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a media-
dos del siglo xviii”, pp. 26-27.
32 Citado en Serna, “Disolución de la esclavitud en los obrajes de Querétaro a finales del
siglo xviii”, p. 47.
33 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a mediados
del siglo xviii”. Gavira menciona que los malos tratos hacia los indios por los esclavos no fue
exclusivo ni de Tlalpujahua ni de Nueva España, en el mundo andino también tuvieron lugar.
34 Recopilación de Leyes de Indias, Ley iv, título v, Libro vii.

607
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

a cambio de un salario. Sin duda, la población laboral de Tlalpujahua


fue muy heterogénea en cuanto a su composición racial. Tratando de
marcar ámbitos diferenciados, las autoridades del Real prohibieron el
trato y comunicación de los indios con los mulatos, negros y castas para
que, según explicaban, “no los vieran, con sus malas costumbres”.35 Sin
embargo, a la vista de los hechos y testimonios, esa medida debió tener
escaso alcance.
Además de la condición jurídica, para conocer las características de
los trabajadores de las minas se debe prestar atención a su ocupación o
categoría laboral. El grado de especialización, las condiciones laborales
y el nivel salarial implicaban distinta condición social. No se debe ol-
vidar que, aunque todos fuesen trabajadores mineros y desarrollasen su
labor en la mina o hacienda de beneficio, se trataba de un grupo social
con una importante jerarquía interna de acuerdo con los aspectos indi-
cados. La tipología de los operarios atiende a las fases de producción y
a la división del trabajo existente en ellas. De esta forma, se distinguen
dos momentos: una primera fase minera o extractiva, representada por
el laboreo que se realizaba en las minas, y una segunda fase de beneficio
que tenía lugar en las propiedades donde se preparaba el mineral y se le
incorporaba el mercurio. Para los minerales de alta ley, en lugar del pro-
cedimiento de amalgamación con mercurio, se procedía a la fundición.
Un procedimiento también presente en la minería de Tlalpujahua, aun-
que en menor proporción.
La fase extractiva comprendía dos cometidos principales: extracción
y conservación. Los trabajadores que se ocupaban en las tareas de ex-
tracción eran los barreteros, barrenadores y tenateros. Los dos primeros
eran los encargados de extraer el mineral de la roca, para ello debían ser
expertos en el manejo de la barreta o, en el caso de los barrenadores,
de la pólvora. Desempeñaban, por tanto, el trabajo más cualificado del
proceso minero. Por otro lado, los tenateros se ocupaban de acarrear el
mineral desprendido por los barreteros hasta la superficie o bocami-
na mediante costales de manta o espuertas de cuero. Se trataba de un
trabajo de menor especialización, pero que requería una gran dureza
física por realizarse de forma manual, pues en Tlalpujahua los malacates

35 Islas Jiménez, El real de Tlalpujahua, p. 53.

608
Isabel M. Povea Moreno

fueron empleados, fundamentalmente, para desaguar las minas.36 La


descripción de Humboldt es muy ilustrativa:

[...] Es digno de observación, como los mestizos y los indios empleados en


llevar el mineral á hombros, y á los cuales se les dá el nombre de tenateros,
permanecen cargados durante seis horas con un peso de 225 á 350 libras,
en una temperatura muy alta, y subiendo ocho ó diez veces seguidas sin
descansar, escaleras de 1800 escalones [...]37

Dentro de la fase extractiva existieron también trabajadores relacio-


nados con las actividades de conservación. Estas tareas se encaminaban
a evitar derrumbes y habilitar las vías de tránsito en el interior de la
mina. Se trataba de trabajadores con diferentes grados de especializa-
ción: desde los menos cualificados, como los encargados de la limpie-
za de la mina y la saca de los desmontes, hasta los más especializados
responsables de las obras de fortificación y sostén de las galerías. Eran,
principalmente, albañiles, carpinteros, herreros (encargados de repa-
rar las herramientas usadas en las tareas de extracción y conservación),
arreadores (se ocupaban de los animales de los malacates) y peones.
Pudieron desempeñar sus trabajos de forma eventual o estable depen-
diendo del tamaño de las empresas mineras.
El mineral extraído se transportaba desde la bocamina hasta las ha-
ciendas de beneficio por los bajadores o arrieros, éstos se servían de
mulas, caballos y burros.38 En la fase metalúrgica, que tenía lugar en las
haciendas de beneficio, se obtenía el metal por amalgamación. Había
trabajadores encargados de distintos procesos u operaciones: a) triturar
el mineral hasta convertirlo en polvo mediante molinos y tahonas, los
quebradores; b) mezclar ese polvillo con el mercurio y otros insumos
y repasar la mezcla obtenida, los jaltemadores y los repasadores, y c)
lavado y separación de los materiales de desecho, los lavadores. Dentro
de esta fase el azoguero era uno de los trabajadores más especializados,
dirigía las operaciones de amalgamación. No se debe olvidar el rubro de
personal gerencial, encargado de supervisar y controlar el trabajo de los
36 Paredes Martínez et al., Michoacán en el siglo XVI, p. 308; Uribe Salas, Historia de la
minería en Michoacán, pp. 18-19; Islas Jiménez, El real de Tlalpujahua, p. 98.
37 Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva-España, p. 137.
38 Uribe Salas, Historia de la minería en Michoacán, p. 19.

609
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

demás, repartir los materiales y herramientas necesarios para la activi-


dad de cada uno y evitar que se produjeran hurtos de mineral.
Respecto al régimen fiscal, los indígenas y, desde finales del siglo
xvi, también los negros y mulatos libres debían pagar tributo.39 Distin-
tas leyes subrayaron el papel de tributarios de estos sectores de la socie-
dad y quedaron recogidas en la Recopilación de Leyes de Indias aprobada
en 1680.40 En teoría, esta contribución correspondía, salvo exención
expresa, a todos los indios, negros y mulatos libres entre 18 y 50 años.
En la práctica, sin embargo, muchos evadieron su condición de tribu-
tarios. De este modo, aunque la legislación fijaba que los operarios de
minas debían pagar tributo,41 la exención fue una práctica arraigada en
los reales mineros.42 A lo largo del tiempo, distintas dispensas e indul-
tos habían relevado de esta obligación a los trabajadores de las minas
y haciendas de fundición. En 1785, Ramón Luis de Liceaga, diputado
general del Tribunal de Minería, mencionaba provisiones y autos que
fijaban este privilegio:

[...] una Real Provisión en que su Alteza la Real Audiencia declara con
fecha de veinte y tres de Abril de mil setecientos ochenta y uno, debe estar
exentos de pagar tributos los barreteros, tenateros y demás operarios, que
inmediatamente trabajan en las minas, y lo mismo los molinos, repasa-
dores, y demás operarios, que inmediatamente trabajan en las haciendas
de platas, conforme a los Autos de veinte y cuatro de marzo de mil se-
tecientos y treinta y dos, y veinte y seis de noviembre de mil setecientos

39 Una real cédula de 27 de abril de 1574 ordenaba que negros y mulatos libres de ambos
sexos pagasen el tributo cada año. Ramos Gómez y Ruigómez Gómez, “Una propuesta a la
Corona para extender la mita y el tributo a negros, mestizos y mulatos (Ecuador, 1735-1748)”,
p. 100.
40 Por ejemplo, en la ley i, título v, libro vii, se volvía a insistir en la obligación de los
negros, mulatos y castas, de ambos sexos, de aportar el tributo.
41 Recopilación de Leyes de Indias, ley ix, título v, libro vi. (Referido sólo a la población in-
dígena empleada en las minas), “[...] los que asisten a las minas, por sacar mucha plata, y porque
los más ganan a cuatro, y a cinco pesos al mes, y con comodidad podrán tributar por lo menos
a dos pesos al año [...] Mandamos, que se de orden como tributen con toda moderación, de
forma, que ningunos desamparen las minas, y sean bien doctrinados, y tratados como conviene
a su salvación, y conservación [...]”.
42 Cruz Domínguez, “Sistemas de trabajo en las minas de Pachuca, siglos xvi-xviii”,
p. 45; Langue, “Trabajadores y formas de trabajo en las minas zacatecanas del siglo xviii”,
pp. 489-490.

610
Isabel M. Povea Moreno

treinta y nueve, insertos en otra Real Provisión de ocho de octubre de mil


setecientos y setenta y uno, y que los que trabajan mediatamente en ellas
como carpinteros, herreros, etcétera, deberá cobrarse menos [...]43

Las reformas borbónicas, puestas en vigor en la segunda mitad del


siglo xviii, trataron de extirpar las irregularidades e incrementar el era-
rio real. La reestructuración fiscal fue uno de los puntos fundamentales
que se abordó con el fin de lograr una mayor recaudación. Era necesario
organizar el ramo de tributos cuya situación en el siglo xviii se había
descuidado. Las tasas de tributo indígena variaban de manera conside-
rable (entre ocho reales y tres pesos); no se actualizaban los padrones de
tributarios desde hacía tiempo; algunos pueblos mantenían su exención
de pago de tributo, aunque las circunstancias por las que obtuvieron tal
privilegio ya habían desaparecido y, como se ha expuesto, los indígenas
y castas que trabajaban en las minas no pagaban tributo.44 De ese modo,
para aumentar la recaudación de ese ramo se comenzaron a realizar
matrículas periódicas, se unificaron las tasas por pagar, se incrementó la
tasa a negros y mulatos libres y se impuso el cobro a los trabajadores de
minas indígenas, mulatos y castas.
Cuando a finales del siglo xviii se les obligó a pagar el tributo a
los trabajadores del sector minero, el Tribunal de Minería aludió a las
disposiciones que los liberaban de su condición tributaria en un intento
por defender el privilegio de los trabajadores de su ramo.45 La preocu-

43 ahpm, caja 18, doc. 8 (1785-I), “Testimonio [...] [de Mariano Buenaventura de Arro-
yo, escribano] que contiene una Real Provisión en que [...] la Real Audiencia de esta Nueva
España declara con fecha de 23 de abril de 1781 estar exentos de pagar tributos los barreteros,
tenateros y demás operarios que inmediatamente trabajan en las minas y lo mismo los moli-
neros, repasadores y demás operarios que inmediatamente trabajan en las haciendas de platas”,
México, 16 de marzo de 1785, f. 1.
44 Marino, “El afán de recaudar y la dificultad en reformar. El tributo indígena en la Nue-
va España tardocolonial”, p. 68; Castro, Movimientos populares en Nueva España, p. 86, señala
para el caso de Michoacán que “[...] había pueblos que en los siglos xvi y xvii habían obtenido
exenciones por su condición de fronterizos, a pesar de que para el xviii los indios de guerra
estaban a decenas de leguas [...]”.
45 El ahpm contiene la documentación que el Tribunal de Minería generó sobre el asunto.
Véase, por ejemplo, ahpm, caja 13, doc. 6 (1783), “Dictamen del Tribunal de Minería al virrey
[Martín de Mayorga] sobre que los operarios de minas y haciendas de beneficio sigan exentos
del pago de tributo, rechazando la pretensión de Benito de Thaviel y Bárcena, apoderado del
real fisco, de querer cobrarlo”, México, 20 de marzo de 1783.

611
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

pación por la captación de mano de obra, un continuo durante la etapa


virreinal, llevó a los empresarios mineros a solicitar a las autoridades vi-
rreinales no sólo repartimientos de indios para el laboreo de sus minas,
sino también ciertos privilegios para los operarios de minas.

Los reclamos de los operarios


de minas mulatos e indígenas
y de la diputación de minería de Tlalpujahua

En la segunda mitad del siglo xviii el real de Tlalpujahua conoció varios


periodos de auge, seguidos de otros de crisis. Gavira, en su estudio so-
bre población y producción en este centro minero, señala dos etapas de
auge: la primera entre 1744-1749 y la segunda entre 1754-1759.46 Para
las décadas finales del siglo, como señala dicha autora, no se dispone de
datos concretos de producción.47 Posiblemente, al igual que ocurrió a lo
largo de la centuria, las cifras experimentaron altibajos.48 A comienzos
de la década de 1770 el número de minas sin trabajar superaba con
creces al de minas en labor.49 En 1780 Domingo Vélez de Escalante,
alcalde mayor de Tlalpujahua, describía un sombrío panorama:

[...] a mi ingreso en el empleo de alcalde mayor de este Real hallé la mayor


y más noble porción de minas de oro y plata desiertas, yermas y despobla-
das, en total ruina y decadencia a causa de hacer muchos años que algunas
casas fuertes, que las amparaban, las habían desertado, [...] y hallando
igualmente este Real escaso de gente [...]50

46 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a media-


dos del siglo xviii”, pp. 33-34.
47 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a media-
dos del siglo xviii”, p. 33.
48 En la década de 1760, Tlalpujahua ocupaba el décimo lugar de los reales más produc-
tores de plata de azogue. Hausberger, “La minería novohispana a través de los ‘libros de carga y
data’ de la Real Hacienda (1761-1767)”, p. 42.
49 agn, Minería, vol. 11. Informe relativo al número de minas en labor y abandonadas en
el Real de Tlalpujahua. México, 25 de mayo de 1774, fs. 347r-351r.
50 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Copia simple de los autos hechos a representación de
los Diputados de Minería del Real y Minas de Tlalpujahua sobre que se declaren exentos los
operarios, indios, mulatos y demás castas de aquellas minas de la paga del tributo, f. 26.

612
Isabel M. Povea Moreno

El descenso de la población de Tlalpujahua pudo estar asociado


con dos factores: 1) la contracción de la actividad minera, que obligó
a muchos vecinos, sin más ocupación que la de las labores mineras, a
marchar a otros reales de minas en busca de medios de subsistencia,51 y
2) los efectos de una epidemia de viruelas, con incidencia “[...] no solo
en los párvulos; sino mucho más en los jóvenes adultos casados, y solte-
ros, reservándose solo algunos de los mayores en edad [...]”.52
Ésta era la situación que envolvía a los habitantes de Tlalpujahua
cuando recibieron la visita de un agente fiscal (1780) para realizar la
nueva matrícula de tributarios. De inmediato, se solicitó la suspensión
de la visita y matrícula hasta que el momento fuese más propicio. No
fue extraño que los pueblos afectados por las epidemias y crisis recla-
masen una condonación de tributos.53 Ante las dificultades que pre-
sentaba realizar un recuento efectivo de la población durante el brote
epidémico, la solicitud se tuvo en cuenta y el registro de tributarios se
suspendió “hasta tiempo más oportuno”.54 Se trataba de una suspensión
momentánea, pues una vez que la epidemia cesase se debía imponer el
cobro del tributo a las cuadrillas de mulatos e indios de San Francisco
y San Lorenzo.
Estas cuadrillas eran grupos de trabajadores mineros que se habían
ido estableciendo y organizando a las afueras del real o cabecera. Reci-
bió la misma denominación el terreno donde habitaban los operarios
mineros.55 Según los datos aportados por el párroco Felipe Neri Valle-

51 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Copia simple de los autos hechos a representación de
los Diputados de Minería del Real y Minas de Tlalpujahua sobre que se declaren exentos los
operarios, indios, mulatos y demás castas de aquellas minas de la paga del tributo, fs. 26r-27r.
52 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Copia simple de los autos hechos a representación de
los Diputados de Minería del Real y Minas de Tlalpujahua sobre que se declaren exentos los
operarios, indios, mulatos y demás castas de aquellas minas de la paga del tributo, f. 2.
53 Molina del Villar, “Tributos y calamidades en el centro de la Nueva España, 1727-
1762”, pp. 23-25 y 31-49.
54 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Copia simple de los autos hechos a representación de
los Diputados de Minería del Real y Minas de Tlalpujahua sobre que se declaren exentos los
operarios, indios, mulatos y demás castas de aquellas minas de la paga del tributo, f. 4.
55 Lara, en su estudio sobre Guanajuato, define cuadrillas como el “[...] espacio físico
que generalmente estaba alrededor de la hacienda, utilizada para expandir sus instrumentos
de producción, para arrendar pequeños sitios y ubicar en ella negocios diversos, en pocas oca-
siones —en la época de estudio— para ubicar a los operarios de la hacienda [...]”. Lara Meza,
Haciendas de beneficio en Guanajuato, p. 179.

613
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

za (1765), la cuadrilla de San Lorenzo, a un lado de la congregación


del Real de Arriba, era “de indios laboríos operarios de minas”, y la
de San Francisco, no muy alejada del barrio de los Zapateros, esta-
ba formada por “vecinos de todas calidades, gente menos impetuosa,
que la operaria de minas”.56 Cada cuadrilla contaba con un capitán,57
nombrado por todos sus integrantes y encargado de cuidar “[...] de
la observancia, y cumplimiento de los divinos preceptos y la puntual
asistencia de todos los de la cuadrilla al Real servicio de Su Majestad
en las minas [...]”.58
Los miembros de estas cuadrillas no sólo compartían el espacio
laboral, sino también el espacio residencial. Indios, mulatos y mestizos
confluían en un mismo espacio físico y desempeñaban ocupaciones
relacionadas con la minería. Es importante recordar que en un am-
biente poco estable y móvil, como el de las comunidades mineras, las
diferencias raciales o de calidad tendían a erosionarse, lo que no quiere
decir que desaparecieran. Es posible pensar que, la posición social de
estos operarios estuvo más ligada a su especialización y remuneración
que al origen étnico. Como señala David Navarrete para la minería de
Pachuca, la jerarquización de los trabajadores mineros estuvo estrecha-
mente vinculada a la división de tareas y, por consiguiente, a las dife-
rentes percepciones salariales.59 Otros autores han recalcado, de igual
manera, esas diferencias dentro del grupo de trabajadores.60 Asimismo,
si se observan las memorias de salarios, en ellas se especifican las ocu-
paciones, pero no la etnia de los trabajadores. Cabría preguntarse si
existió una relación entre especialización y etnia o calidad; al respecto,
el autor citado ha comprobado en el caso del barrio de La Palma en
Real del Monte, donde dispone de datos referentes a ocupación y

56 González Sánchez, El Obispado de Michoacán en 1765, pp. 116-117.


57 agn, Historia, vol. 73, exp. 16. Idea del Estado en que se halla la jurisdicción respectiva
a la Alcaldía Mayor del Real y Minas de Tlalpujahua en los años de 1788 y 1789, f. 262r.
58 agn, Indios, vol. 61, exp. 16, nombramiento de don Pedro Sirieño de la Vega como
capitán de la cuadrilla de San Lorenzo. México, 7 de julio de 1764, fs. 14v-15r.
59 Navarrete, Propietarios y trabajadores en el distrito de minas de Pachuca, 1750-1810, pp.
93-100.
60 Sirvan de ejemplo, Chávez Orozco, Conflicto de trabajo con los mineros de Real del
Monte, año de 1766; Moreno, “Régimen de trabajo en la minería del siglo xviii”; Velasco Ávila,
“Los trabajadores mineros de Nueva España, 1750-1810”; Langue, “Trabajadores y formas de
trabajo en las minas zacatecanas del siglo xviii”.

614
Isabel M. Povea Moreno

etnia, que “[...] cada grupo racial estaba representado en las dos ocupa-
ciones más numerosas, los barreteros —el grupo de trabajadores más
calificado— y los peones [...]”.61 Evidentemente, la condición social de
los individuos estuvo determinada, de igual modo, por otras variables:
calidad étnica, familia, género, etcétera. Los españoles, peninsulares o
americanos, constituyeron la élite y fueron los dueños de las grandes
empresas mineras. Pero ello no impide que dentro del grupo de opera-
rios primen variables como la ocupacional y salarial, más que la étnica.
Pese a los estudios existentes,62 se trata de una cuestión que requiere
más investigaciones para dibujar un panorama general de la composi-
ción y estructura social de los trabajadores mineros.
El caso de Tlalpujahua no habla de una convivencia laboral y resi-
dencial de todos los grupos socioétnicos. La composición de las cuadri-
llas de trabajadores, principalmente la de San Francisco, refleja cierto
contacto interétnico entre indígenas y mulatos. El interés de los mine-
ros en mantener la exención de tributos a los trabajadores como medio
de captación de mano de obra, sugiere que el grueso de ésta debió ser
indígena y mulata. Por tratarse de trabajadores mineros, como se dijo,
los miembros de estas cuadrillas estaban exentos del pago de tributo.
Era un privilegio que gozaban desde antaño, al igual que los trabajado-
res de otros reales mineros novohispanos. Esta arraigada costumbre no
casaba con el espíritu de las reformas borbónicas y soliviantó al visitador
Gálvez, quien solicitó que a indios y castas que trabajasen en la minería
se les exigiese el tributo.63 La corona, en su empeño por aumentar el era-
rio real y poner fin a las irregularidades, mandó incluirlos en las nuevas
matrículas de tributarios.

61 Navarrete, “Composición, estructuración y movilidad social en la minería colonial del


centro de México. Real del Monte (1768)”, p. 120.
62 Brading, “Grupos étnicos”; Carmagnani, “Demografía y sociedad: la estructura social
de los centros mineros del Norte de México, 1600-1720”; Carbajal, La población en Bolaños,
1740-1848; Navarrete, “Composición, estructuración y movilidad social en la minería colonial
del centro de México. Real del Monte (1768)”.
63 ahpm, caja 20, doc. 2 (1785-III). Copias de las cartas de José de Gálvez, y de Ramón
de Posada, fiscal de Hacienda, [al virrey Bernardo de Gálvez], pidiéndole haga las diligencias
necesarias para la observancia del pago de tributos de los operarios de minas y haciendas de
beneficio establecido en la Real Orden del 15 de agosto de 1784. México, a 16 de julio de 1785.
Véase también, Marino, “El afán de recaudar y la dificultad en reformar. El tributo indígena en
la Nueva España tardocolonial”, pp. 68-69.

615
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

Los operarios indígenas y mulatos de Tlalpujahua, e incluso los em-


presarios mineros, se mostraron contrarios a los cambios y argumen-
taron disponer de una real provisión que los eximía. Así, Juan Manuel
Montiel, diputado de minería, escribía:

[...] Atento a la comparecencia de los operarios de la minería, mulatos,


indios y mestizos, a quienes se les ha intimado e hecho saber el superior
mandato de su alteza, a fin de que paguen el Real Tributo de su majestad
(Dios le guarde) y atendiendo a que son unos miserables, y haber tenido
razón por los indios de la cuadrilla de San Francisco, y haber estos impe-
trado de su alteza la Real Provisión, la que contiene el indulto y excepción
de todos los operarios [...]64

En efecto, en una provisión de Felipe V de 1739 se hacía mención


a varios autos (de 5 de marzo y 6 de julio de 1731; 24 de marzo de
1732) donde se declaraba que “[...] barreteros, tanateros, y demás
operarios, que trabajan inmediatamente en las minas, morteros, y de-
más molinos, fundiciones, incorporaderos, y demás oficinas, en que
se benefician los metales, no paguen tributo [...]”.65 Es cierto que esta
disposición sólo indultaba a los que se dedicaban a las labores mineras
de forma directa; los que desempeñaban oficios relacionados con la
minería, como eran los arrieros que transportaban leña, los herreros
y otros trabajadores mecánicos, no quedaban exentos. Tampoco estu-
vieron dispensados los indios de repartimiento o tandas; eso sí, éstos
debían contribuir en sus comunidades de origen, no en el centro mi-
nero. Asimismo, debían pagar tributo “[...] los que benefician por si, y
para si los metales que adquieren, que no son en la realidad operarios
de minas [...]”.66

[...] con el motivo de ser la gente de cuadrillas, indios y mulatos, ope-


rarios de minas y molinos de beneficiar metales, no teniendo estos otros
oficios con que mantenerse, que el de la minería se ausentaban con sus fa-

64 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Petición de los diputados de minería. Sin fecha, fs. 6r-7r.
65 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Real Provisión de 9 de diciembre de 1739, inserta en otra
de 8 de octubre de 1761, dirigida al alcalde mayor de Tlalpujahua, fs. 9r-12v.
66 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Respuesta del fiscal, Vedolla. México, 4 de julio de 139,
fs. 12v-14r.

616
Isabel M. Povea Moreno

milias a otros reales de minas corrientes, y que los que no lo hacían era por
estarse entretenidos de buscones en las mismas minas de aguas para arriba,
ocasionando grave ruina a sus caminos, pilares, cruceros y labores [...]67

Es importante tener en cuenta, como refiere este testimonio, que


los miembros de estas cuadrillas eran trabajadores mineros, expertos
en un trabajo que habían realizado durante mucho tiempo. Una ocu-
pación, que por otro lado, les ocasionaba graves problemas de salud en
estrecha relación con las condiciones laborales y la insalubridad del pro-
ceso productivo (elevada temperatura, partículas metálicas, deficiente
ventilación, etcétera). Así, por ejemplo, el alcalde mayor se refería en
estos términos a los efectos del trabajo sobre los trabajadores: “[...] por
lo regular a los cuarenta, o menos años, resultan cascados, azogados, o
con otros accidentes originados de la frialdad, y humedad de las minas,
el polvo de los morteros, y daños de azogues y magistrales [...]”.68 Efec-
tivamente, el trabajo minero estaba rodeado de frecuentes siniestros y
peligros. En sus peticiones, los propios protagonistas —los operarios
mulatos, mestizos y demás castas— hicieron referencia a las condicio-
nes laborales a las que se enfrentaban a diario:

[...] exponiendo nuestras vidas a un evidente riesgo de perderlas, como


se experimenta cada día, por estar sumergidos en las cavernas de las mi-
nas de ciento y doscientas varas de profundidad; y ser las minas de este
Real las más peligrosas y trabajosas por sus muchas aguas, los continuos
derrumbes de sus respaldos y ademes, pues estos con la continuación de
las aguas se remojan y despeñan en grave ruina nuestra, matando a unos
y lastimando a otros, dejándonos inservibles, e inválidos. [...] desde que
ponemos el pie en la escalera, estamos en un manifiesto riesgo de perder
la vida [...]69

67 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Certificación de Domingo Vélez de Escalante, alcalde
mayor de Tlalpujahua, 1o de julio de 1780, f. 26.
68 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Certificación de Domingo Vélez de Escalante, alcalde
mayor de Tlalpujahua, 1o de julio de 1780, f. 27r.
69 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Petición de los trabajadores de las minas del real de
Tlalpujahua al director general de minería, Joaquín Velasquez, Tlalpujahua, 9 de junio de 1780,
f. 69r.

617
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

En consecuencia, la concesión de ciertos privilegios a los operarios


de minas y haciendas de beneficio debe ubicarse dentro de las estrate-
gias implantadas por los empresarios mineros. La explicación de por
qué estos operarios estaban exentos de pagar tributos debe buscarse en
esta cuestión. No fue la única circunstancia especial que tuvieron, pues
los trabajadores de estas cuadrillas eran propietarios del lugar donde se
asentaban, ya que el conde del Fresno de la Fuente, un importante mi-
nero, le donó el suelo a la cuadrilla de San Francisco “[...] acaso porque
en aquellos tiempos se escaseaba esta gente para operarios [...]”,70 y los
miembros de la otra cuadrilla también eran dueños de esas tierras por
cesión del conde de Monares.71
Como se puede apreciar, el interés por atraer y mantener a una
mano de obra especializada propició una serie de ventajas para los tra-
bajadores de estas cuadrillas. La fuga de población tuvo lugar cuando
la actividad minera se redujo y no había ocupación para todos. En esos
momentos, comienzos de la década de 1780, las circunstancias parecían
cambiar. Joaquín Velásquez de León había denunciado varias minas an-
tiguas y precisaba abundante mano de obra para las labores de desagüe
y limpieza, así como para la extracción y el beneficio en los molinos
recientemente reparados.72 Ello había propiciado el regreso de algunas
familias y se esperaba el de otras muchas. En este estado de cosas, la re-
imposición del tributo se consideró una amenaza para la llegada de más
gente a la ciudad minera y, por ello, la diputación de minería solicitó
suspender, de forma definitiva, la confección de la matrícula de estas
cuadrillas de indígenas y mulatos.73
Sin embargo, superada la epidemia y a pesar de la oposición, la
matrícula se realizó. Una vez concluida, se presentó junto a un in-
forme con los motivos que dichas cuadrillas tenían para ser eximidas
del pago del tributo. Estos eran: a) nunca habían pagado tributos, y

70 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Informe de Domingo Vélez de Escalante, alcalde mayor
de Tlalpujahua, 1o de julio de 1780, f. 54v; Herrejón, Tlalpujahua, p. 51; Gavira, “Población
y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a mediados del siglo xviii”, p. 43.
71 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a media-
dos del siglo xviii”, p. 43.
72 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Escrito de los diputados de Tlalpujahua. Sin fecha, fs.
19r-22v.
73 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Petición de los diputados de minería. Sin fecha, fs. 22v-23r.

618
Isabel M. Povea Moreno

así lo corroboraban “[...] los más viejos, fidedignos y desinteresados


vecinos españoles de este Real [...]”;74 b) se trataba de mano de obra
escasa y especializada, que había que retener en el centro minero con
mecanismos como la exención fiscal; c) la dureza del trabajo y los
riesgos ocupacionales “[...] lo sufren tal vez, porque gozan del indulto
y exención de tributo [...]”,75 y d) si la matrícula se verifica muchos se
marcharan a otros reales mineros.
Una vez examinado el caso, el contador de tributos consideró que
no eran suficientes los motivos para que fuesen exonerados del pago de
esa contribución. En su argumento el contador trajo a colación el ejem-
plo de Guanajuato, donde los operarios desde el año de 1767 estaban
obligados a pagar el tributo y afirmaba, para el caso de Tlalpujahua,
que “[...] no hay fundamento para exceptuar a los tributarios de aquella
minería, no lográndolo la de Guanajuato [...]”.76 De modo que cada
semana, según el contador, debía retenerse del sueldo de cada operario
un medio real; así transcurridas las 52 semanas que componen el año,
se les habrían descontado, de forma progresiva, 26 reales para el tributo
y la limosna de la Santa Bula, devolviéndoseles el sobrante el día de
nochebuena.
Ante los temores argumentados por la diputación de minería, re-
ferentes a la pérdida de mano de obra, el fiscal alegó no existir razón
para ellos pues: “[...] si los sirvientes de las minas se ausentasen, no
lograrían por eso el exonerarse de la paga de el Real tributo, que se
les exigiría, donde quiera que fuesen [...]”.77 Y concluía que el alcalde
mayor de Tlalpujahua debía exigir el tributo a los operarios matricu-
lados.
La Audiencia, vistos todos los pareceres y argumentos, ratificó la
real provisión de 1739 y los autos de 1732 y 1739, por lo cual

74 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Informe de Domingo Vélez de Escalante, alcalde mayor
de Tlalpujahua, 1o de julio de 1780, f. 54v.
75 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Informe de Domingo Vélez de Escalante, alcalde mayor
de Tlalpujahua, 1o de julio de 1780, f. 55v.
76 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Informe del contador de tributos, México, 15 de sep-
tiembre de 1780, f. 59r.
77 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Respuesta del fiscal Merino, México, 7 de octubre de
1780, f. 61v.

619
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

[...] no deben pagar tributo los barreteros, tenateros y demás operarios,


que trabajan inmediatamente, en las minas, molinos, fundiciones, incor-
poraderos y otras oficinas, en que se benefician los metales, y que de los
restantes, que no trabajan inmediatamente sino mediatamente en ellas,
como carpinteros, herreros y otros oficiales mecánicos deberá cobrarse por
ahora, por razón de tributo cuatro reales, siendo indios; y de los mulatos,
lobos y otras castas tributarias, un peso [...]78

Por el momento lograron mantener su exención. Pero con la en-


trada en vigor de las Ordenanzas de Intendentes (1786), la política
impositiva se endureció. No se introdujeron nuevos impuestos, sino,
más bien, se trató de mejorar el sistema de recaudación, acabar con los
abusos y fraudes y reducir las exenciones fiscales.79 Así es que volvemos
a encontrarnos, en 1797, a los trabajadores de estas cuadrillas oponién-
dose a la restauración del tributo.80 Para éstos, el restablecimiento del
tributo era una tragedia, comparable a la enfermedad o al hambre. En
esta ocasión, el resultado de sus reclamos no fue el mismo, y perdieron
el privilegio disfrutado hasta entonces.81

Sobre la matrícula

A continuación se realizará una lectura de la matrícula que se realizó


en 1780, para apreciar la composición de la población trabajadora y el
papel que la calidad étnica tuvo en la elección de pareja por parte de
esos trabajadores. La información que ofrece este registro es limitada;
en esencia se trata de un listado general de los individuos que debían
tributar. Se realizaron padrones de tributarios separados según “calidad”
o etnia y se dividieron por barrios, cuadrillas, molinos, haciendas. Asi-
mismo, se consigna el nombre de pila y apellido de cada individuo, su

78 ahpm, caja 13, doc. 1 (1783). Auto definitivo, Ciudad de México, 30 de octubre de
1780, f. 63v.
79 Véase García Pérez, “El régimen tributario en las intendencias novohispanas”.
80 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a media-
dos del siglo xviii”, pp. 43-44.
81 Gavira, “Población y producción de plata en el real de minas de Tlalpujahua a media-
dos del siglo xviii”, p. 44.

620
Isabel M. Povea Moreno

estado civil y, en su caso, el nombre y “calidad” de su esposa y el número


de hijos y sus edades.
Los operarios de minas y haciendas de beneficio registrados en la
matrícula componían un número de 560 individuos. Dos apartados del
padrón de tributarios especifican la calidad étnica de los individuos: la
matrícula de indios de la cuadrilla de San Lorenzo y el padrón de mu-
latos de la cuadrilla de San Francisco, el resto de apartados sólo aclaran
que se trata de los tributarios de determinados barrios (barrio de Nues-
tra Señora del Carmen, de Nuestra Señora de Guadalupe, Real de Arri-
ba, etcétera). Dos detalles nos dan la pista sobre la calidad étnica de los
individuos registrados en esos epígrafes: a) en algunos casos se señala la
calidad de las esposas, muy probablemente porque es distinta de la del
esposo y, b) en otros casos se indica la condición étnica del tributario,
porque es diferente a la del resto de la misma lista. Atendiendo a todo
ello, la composición étnica de los trabajadores mineros por barrios y
cuadrillas quedaría de la siguiente manera:

Cuadro 1. Calidad étnica de los operarios


de minas y haciendas de beneficio matriculados, 1780

Espacio Indios Mulatos


Cuadrilla de San Lorenzo82 110 -
Cuadrilla de San Francisco 7 94
Tlalpujahua83 - 100
Barrio de Nuestra Sra. del Carmen - 11
Barrio de Nuestra Sra. de Guadalupe - 99
Real de Arriba84 1 138

Aunque la resolución final indicaba que sólo quedaban exentos


de pagar el tributo los que trabajasen “inmediatamente” en las minas,

82 Incluyendo los tributarios del molino del Pilar y del molino del Rosario, inmediatos a
dicha cuadrilla.
83 El Real, incluyendo el Barrio de Puxtla.
84 Incluye el barrio de los Zapateros.

621
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

molinos, fundiciones, etcétera, la matrícula no proporciona informa-


ción referente a las ocupaciones concretas de la población registrada.
Sólo se sabe, por el expediente que acompaña a la matrícula, que eran
operarios mineros.
Como se decía al principio, la imagen proyectada del espacio labo-
ral en los reales mineros novohispanos corresponde a la de un universo
multiétnico. La matrícula de tributarios no es una fuente que permita
apreciar por completo la interacción entre los distintos sectores socioét-
nicos. No obstante, si se presta atención a los matrimonios, es posible
aproximarse a dicha interacción; al ser conscientes de lo limitado de los
datos manejados: a) nada se sabe sobre el comportamiento de las muje-
res de las distintas adscripciones étnicas, y b) se desconoce la proporción
de españoles que fueron operarios de minas y, por tanto, el tipo de sus
enlaces matrimoniales.

Gráfica 1. Matrimonios en la cuadrilla


de San Lorenzo (indios)

622
Isabel M. Povea Moreno

Gráfica 2. Matrimonios en la cuadrilla de San Lorenzo (mulatos)

Gráfica 3. Matrimonios en los barrios: Real de Arriba,


Zapateros, Nuestra Sra. de Guadalupe, Nuestra Sra. del Carmen,
Tlalpujahua, Puxtla (mulatos)

623
“No se les pida ni lleve tributo”. Trabajadores mulatos e indígenas

Teniendo en cuenta la matrícula de los indios de la cuadrilla de


San Lorenzo85 y los mulatos de la cuadrilla de San Francisco, se obser-
va que los matrimonios interétnicos son más comunes en el grupo de
trabajadores mulatos. Quizás, dentro de ese grupo se registraron los
individuos de las castas, quienes por lo común se casaban con personas
de otras calidades étnicas. En los barrios, el patrón es similar al de la
cuadrilla de San Francisco, aunque disminuyen los enlaces con mujeres
indígenas, cuya presencia en estos barrios debió ser mucho menor que
en las cuadrillas, y aparecen algunas uniones con castizas y españolas,
adscripciones étnicas, éstas, que sin duda se ubicaban en esos espacios o
barrios. El comportamiento de los indígenas tributarios era claramente
endogámico; aspecto nada extraño, se tiene constancia de que así ocu-
rrió también en otros núcleos urbanos.86

A modo de conclusión

No es tarea fácil trazar un preciso retrato social de un grupo tan hete-


rogéneo como el de los trabajadores de minas y haciendas de beneficio
y fundición. Es cierto, se trata de un grupo social con una importante
jerarquía interna. La situación jurídica (en relación con los sistemas de
captación de mano de obra), la especialización laboral y el nivel salarial
de cada uno de ellos marcaban diferencias sociales dentro del grupo.
Asimismo, las diferentes calidades étnicas estaban de manera estrecha
relacionadas con diversos rasgos de identidad y conllevaban diferentes
privilegios y deberes. Atendiendo a esto último, los trabajadores indíge-
nas, mestizos y mulatos estaban obligados a pagar tributo, mientras los
trabajadores españoles no. Es decir, sobre el papel existían diferencias fis-
cales dentro del grupo de trabajadores mineros en función de la calidad
étnica. Sin embargo, la realidad, como hemos visto, fue distinta, pues en
los reales mineros novohispanos la exención tributaria fue una costum-
bre muy arraigada. No fue sino hasta finales del siglo xviii, en el marco
de las reformas borbónicas, cuando se trató de hacer efectiva la impo-
sición del tributo a indígenas, negros y castas empleados en las minas.

85 Incluidos los tributarios del molino del Pilar y del molino del Rosario.
86 Carbajal, La población en Bolaños, 1740-1848, pp. 121-124.

624
Isabel M. Povea Moreno

La documentación generada a raíz del intento de restaurar el tri-


buto en Tlalpujahua, principalmente la oposición de las cuadrillas a
perder su exención y el apoyo de la diputación de mineros para el man-
tenimiento de la misma, permite apreciar cómo el interés por conser-
var en el centro minero a una mano de obra especializada, conllevó la
adquisición, por parte de mulatos, indígenas y castas, de un privilegio
que en otros sectores económicos no tuvieron. Lo cual apunta a otras
estrategias de atracción y mantenimiento de mano de obra, distintas a
las coercitivas o al conocido peonaje por deudas. Es más, en muchas
ocasiones se habla del tributo como un mecanismo extraeconómico que
obligaba a la población indígena a ofrecer su trabajo en las minas para
obtener moneda con la cual pagar ese gravamen. Por el contrario, en el
caso estudiado, la dispensa del tributo es la que hace atractivo el desem-
peño en la actividad minera.
Sin duda, los datos aportados por la matrícula de tributarios, opera-
rios de minas y haciendas de beneficio, son muy restringidos, pues ha-
blan de un grupo muy concreto dentro de la sociedad de Tlalpujahua.
Sin embargo, sí se aprecian dos cuestiones interesantes: por un lado, la
importancia de la mano de obra mulata y de castas en este centro mi-
nero, y por otro, el papel jugado por la calidad étnica en la elección de
pareja por parte de los trabajadores. Predominó la endogamia, aunque
existieron diferencias entre los mulatos y los indígenas; entre los prime-
ros las uniones exogámicas fueron mayores que entre los segundos.
En suma, las líneas precedentes se han acercado a la problemática
de un real minero que no ha recibido tanta atención por parte de los in-
vestigadores como otros centros. Sería conveniente en un futuro añadir
más datos y más indicadores (espaciales, ocupacionales, poblacionales,
etc.), por medio del análisis de otros censos civiles y religiosos, para pre-
cisar la composición social de Tlalpujahua en el periodo tardocolonial.
Asimismo, sería factible estudiar el aumento de la presión fiscal en-
tre los trabajadores mineros, en relación con otros aspectos que tenían
lugar en la minería en la segunda mitad del siglo xviii, tales como la
pérdida del partido en algunos reales mineros o el incremento de la pre-
sión ejercida por importantes empresarios mineros para obtener fuerza
laboral. Este trabajo, por tanto, es sólo un punto de partida.

625
LOS PUEBLOS DE PARDOS Y MORENOS
DE LA COSTA VERACRUZANA:
DISCIPLINA, CONGREGACIÓN
Y FORTALECIMIENTO (1764-1810)

Luis Juventino García Ruiz


Universidad Veracruzana

El arreglo del gobierno de los pueblos fue una de las asignaturas más
importantes de la monarquía española en el siglo xviii. Las propuestas
emanadas de los círculos intelectuales giraban en torno a su conversión
en vasallos útiles a “Dios y al Rey” y a su igualación con los españoles
por medio del ejercicio de la agricultura, la industria, el comercio, la
fundación de escuelas y la propagación del idioma castellano.1 Para que
este objetivo se cumpliera, el gobierno de la monarquía se dio a la tarea
de uniformar a sus súbditos mediante una serie de medidas como el
repoblamiento o fundación de nuevos pueblos, la ampliación de tierras
de comunidad, y la racionalidad en el manejo de sus bienes colectivos.
Asimismo, en el ámbito provincial se llevaron a cabo esfuerzos para
conocer a los habitantes y al territorio, y saber con precisión cuál era la
forma más adecuada de disciplinarlos en torno al proyecto de gobierno
económico alentado por la corona.2
En el presente capítulo abordo las preocupaciones del gobierno es-
pañol para disciplinar a los habitantes de la tierra caliente veracruzana
(véase mapa 1), quienes se caracterizaban por su insubordinación y por

1 Villarroel, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva España en casi todos
los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar para su curación si se requiere que
sea útil al rey y al público, p. 61.
2 Para José del Campillo y Cosío, el gobierno económico se sustentaba en la buena policía,
el arreglo del comercio, el modo de emplear civilmente a los hombres, el cultivo de las tierras,
la mejora de los frutos, y en todo aquello que llevara a sacar el mayor beneficio y utilidad de
un país. Campillo y Cosío, Nuevo sistema de gobierno económico para la América: con los males y
daños que le causa el que hoy tiene, de los que participa copiosamente España; y remedios universales
para que la primera tenga considerables ventajas, y la segunda mayores intereses, pp. 3-4, 36-37,
42, 101-103, 139.

627
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

carecer de un asentamiento fijo, hecho que dificultaba la impartición


de justicia, la administración del pasto espiritual y el cobro de tributos.
Esto me lleva al segundo punto, que consiste en demostrar que la for-
mación de pueblos integrados por afrodescendientes representó una de
las estrategias empleadas por la corona para subordinar a los habitantes
de la tierra caliente, misma que se encadenó con los esfuerzos por res-
tituir la tierra a los pueblos costeros, los cuales hacia el siglo xviii ya se
encontraban habitados principalmente por afromestizos.

La insubordinación de las castas

Desde el comienzo de las reformas borbónicas en la década de 1760 sur-


gió una preocupación por extender el control del gobierno monárquico
sobre amplias zonas cercanas a las costas adyacentes a la ciudad de Vera-
cruz, cuya característica era su escaso poblamiento y su vulnerabilidad a
recibir ataques por parte de los enemigos de España. La modernización
del ejército novohispano, encabezada por Juan de Villalba en 1764,
permitió revelar las características de los habitantes de esta región, sus
costumbres y sus condiciones de vida. Para las autoridades monárquicas
se volvió un asunto de trascendencia la población compuesta por di-
versas castas, que vivía siguiendo patrones de asentamientos dispersos,
acostumbrada a llevar una vida de relajación, a desplazarse de un lugar
a otro según las oportunidades de trabajo que se les presentaban en las
haciendas y los ranchos de los alrededores, y a no estar sujeta al gobier-
no de los pueblos, ni a la autoridad de los jueces.3

3 Es de resaltar que la preocupación sobre las condiciones en que vivía la “plebe” o el “bajo
pueblo”, no sólo fue exclusiva de Veracruz. En este renglón resaltan las providencias dictadas
por José de Gálvez para contener las rebeliones de indios en la ciudad de San Luis Potosí, en
las que ordenó a los indios e indias que vistieran su propio traje para poder distinguirlos de las
demás castas; reiteró la prohibición de portar armas, montar a caballo, de celebrar reuniones sin
la concurrencia de alguna autoridad real; y dispuso el reordenamiento de los barrios mediante el
trazado de calles para que las puertas de las casas apuntaran hacia éstas a fin de evitar la supers-
tición y el desarreglo doméstico que daban lugar al libertinaje, la desnudez, la religión exterior y
la falta de pudor. Informe del visitador de este Reino, José de Gálvez, al Excelentísimo Señor Virrey
Marqués de Croix, 25 de diciembre de 1767.

628
Luis Juventino García Ruiz

Mapa 1. Pueblos y haciendas


de la tierra caliente de la intendencia de Veracruz

Ejecución de mapa: Margarita Sandoval Manzo.

Los militares que recorrieron el territorio de la gobernación de Ve-


racruz describieron a sus habitantes como personas de “color quebrado,
mulatos, chinos y muy pocos blancos”, que reunían las condiciones
necesarias para incorporarse a las milicias. Estaban acostumbrados a las
asperezas del terreno, al sofocante calor y a los insectos de la tierra ca-
liente. Vestían de una manera muy austera y vivían en chozas construi-
das de caña rajada y palma. Sus principales actividades productivas eran
la siembra de verduras, la elaboración de carbón, la caza y la vaquería en
las haciendas.4 Se trataba, por lo general, de

4 Ortiz, “Las compañías milicianas de Veracruz”, p. 10.

629
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

[...] gente vaga que deserta y transmigra con facilidad, es por su naturaleza
altanera y sin subordinación, no habiendo bastado tan sabias y reiteradas
providencias, como se han expedido por el Superior Gobierno y Real
Audiencia para reducir a esta gente a que tomen domicilio, oficio y ocu-
pación [...]5

Los residentes españoles en América estaban convencidos de que vivir


en una ciudad o pueblo era sinónimo de civilización, por lo tanto, quie-
nes decidían permanecer en el monte lo hacían fuera de los límites, sin
ley ni rey, incluso se les llegó a equiparar con los “animales en el monte”
o con “changos”,6 y en el mejor de los casos se les definía como “brutos,
sin ningún cultivo racional”.7 Estas características eran un denominador
común en muchos pueblos que, a partir de 1787, integraron la intenden-
cia de Veracruz. Dadas las condiciones naturales de un territorio que en
aquellos tiempos estaba invadido por caudalosos ríos, extensos pantanos,
grandes porciones de selva húmeda, y de serranías impenetrables, la huida
al monte podía representar para los hombres una alternativa a la vida en
policía, si es que querían sustraerse de la acción del poder político.8
Uno de los esfuerzos por integrar a la población de la costa al “buen
orden, obediencia y civilidad” fue enrolarla en la milicia o matricularla
en la marina con los fueros y privilegios correspondientes. Pronto que-
dó en evidencia que tales medidas eran insuficientes, ya que los pardos
y morenos no se arraigaban en un solo lugar, y con el amparo de fuero
militar y de marina se sintieron facultados para amedrentar a sus ve-
cinos, lanzar amenazas de muerte, y a eludir la acción punitiva de los
jueces reales y espirituales bajo el argumento de que sólo sus superiores
estaban facultados para reprimirlos.9

5 Citado por Ortiz, “Las compañías milicianas de Veracruz”, p. 11. Este informe se extrajo
del Archivo General de Simancas, Guerra, 6952, exp. 24, Juan de la Riva al virrey Martín de
Mayorga, México, 10 de diciembre de 1780.
6 Ducey, “La territorialidad indígena y las reformas borbónicas en la tierra caliente mexi-
cana: los tumultos totonacos de Papantla de 1764-1787”, pp. 17-41.
7 Villarroel, Enfermedades, p. 253.
8 Ducey, “La territorialidad indígena y las reformas borbónicas en la tierra caliente mexi-
cana: los tumultos totonacos de Papantla de 1764-1787”.
9 Archer, El ejército en el México borbónico, 1760-1810, p. 176; Vinson III, Bearing Arms
For His Majesty. The Free-Colored Militia in Colonial Mexico, p. 176; Ortiz, El teatro de la guerra.
Veracruz, 1750-1825, p. 86.

630
Luis Juventino García Ruiz

La pertenencia a la milicia y a la matrícula de marina se convirtió,


como lo advierte Ben Vinson III, en una “realidad institucionalizada” en
la vida de pardos y morenos, y en una fuente de beneficios jurisdiccio-
nales y fiscales.10 El goce de fuero y la exención del pago de tributo se
consolidaron como referentes de la identidad corporativa de los habitan-
tes de la tierra caliente de Veracruz.11 Los esfuerzos del gobierno real por
acotárselos siempre cedieron frente a una realidad en la cual ellos eran la
parte medular e imprescindible en la defensa del reino ante una eventual
agresión de la armada británica. Por esta razón, la corona y las autori-
dades resolvieron favorablemente varios de los reclamos de los pardos y
morenos (fundación de pueblos, tierras, fuero, indulto tributario).
En 1782, el encargado de la parroquia de La Antigua, Sebastián Be-
tancourt,12 informó al obispo de Puebla que dentro de su jurisdicción
se hallaba disperso un crecido número de familias que vivían interna-
das en “lo más inculto de los montes”, alejadas de las poblaciones que
integraban la doctrina, sin recibir el pasto espiritual y que huían de la
“disciplina de los pueblos” a cambio de llevar una vida relajada, y sem-
brando únicamente lo necesario para sobrevivir. Betancourt recomendó
al virrey girar órdenes al alcalde mayor de La Antigua para que reuniera
a las familias dispersas en las poblaciones más inmediatas de San Carlos,
Carretas, La Estación, e incluso en la misma Antigua, y que en ellas se
nombrara a un sujeto de más apropiadas costumbres para que vigilara
la conducta de los indios congregados.13
Tanto las autoridades temporales como espirituales estaban cons-
cientes de que no solamente el abandono de los pueblos era un efecto
de la indisciplina de las castas, también la pertenencia a los cuerpos de
milicia y a la matrícula de marina era un aliciente para que los pardos y
morenos asumieran una conducta de insubordinación frente a los alcal-

10 Vinson III, Bearing Arms For His Majesty. The Free-Colored Militia in Colonial Mexico,
p. 175.
11 Serna, “Integración e identidad, pardos y morenos en las milicias y cuerpo de lanceros
de Veracruz en el siglo xviii”, pp. 47-74.
12 El papel mediador de los curas dentro de los pueblos llegó a ser más importante que
el de los jueces temporales debido a que su contacto con los súbditos era más directo y regular
que el de los alcaldes mayores y subdelegados; además, al ser su nombramiento un beneficio, su
permanencia en una parroquia podía extenderse por muchos años. Sobre este tema véase Taylor,
Ministros de lo sagrado, pp. 587-589.
13 agn, Tierras, vol. 2951, exp. 11.

631
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

des mayores y ministros religiosos. De esta situación dejó constancia el


teniente de Misantla, Pablo Félix Cabrera. En 1779 manifestó que los
indios y los vecinos de razón vivían en medio de un “espíritu de indepen-
dencia, pronto a levantar tumultos”,14 como consecuencia de la lejanía
de la cabecera de partido (La Antigua), y que los tenientes de justicia ha-
cían caso omiso a las conductas licenciosas y a las más malas costumbres
de los habitantes, quienes estaban acostumbrados a andar por los montes
cometiendo desacatos, hurtos, asesinatos y faltas de respeto a la real jus-
ticia. Cabrera estaba convencido de que la causa de la insubordinación
de los habitantes se debía a que en su mayor parte eran mulatos y negros
sujetos a la jurisdicción del subdelegado de Matrícula, quien en realidad
hacía las funciones de alcalde mayor, y sólo a él prestaban obediencia.15
En el pueblo de Nautla, el cura y el teniente de la Acordada coin-
cidían en que el otorgamiento de privilegios a los milicianos pardos y
a los matriculados había generado un efecto contraproducente en la
disciplina interna del pueblo, pues los individuos, sobre todo de origen
africano, al momento de cometer delitos solían escudarse en sus respec-
tivos fueros y jurisdicciones para evitar ser castigados por sus oficiales
superiores, por la justicia ordinaria o por el teniente de la Acordada.
El ministro y juez eclesiástico del lugar, bachiller Bernardo del Toro,
expresaba que:

[...] Si se les manda a los cavos de lanseros aprehender a alguno, les dan
aviso para que valiéndose el rreo de la fuga no se consiga su apreso los de
la Matricula hacen lo mismo; Si el rreo es Matriculado, dice el Lansero
que a el no le corresponde por ser de otra Jurisdision, si es Lansero, dice el
Matriculado lo mismo, y de este modo no hay [re]medio [...]16

Mientras tanto, el teniente del Tribunal de la Acordada, José María


Ortega, atribuía también los constantes desmanes a la ausencia de un
“justicia permanente”. Hizo referencia al último alcalde mayor de La
Antigua, quien durante su gestión de ocho años tan sólo realizó dos vi-
sitas a Nautla, por consiguiente, lanceros y matriculados vivían en “toda

14 agn, Tierras, vol. 1048, exp. 3, f. 1v.


15 agn, Tierras, vol. 1048, exp. 3, fs. 6-7v.
16 agn, Criminal, vol. 669.

632
Luis Juventino García Ruiz

su livertad” y protegidos en unos fueros que parecían ser contrapro-


ducentes para conseguir la armonía en el pueblo. En este sentido, era
usual ver a los hombres caminar por el lugar armados con sus machetes,
embriagándose, robando, y a la menor provocación se amotinaban, de-
jando un saldo de varios heridos.17
En un informe redactado por el intendente interino de Veracruz
en 1792, Miguel del Corral, se reconoció la realidad en la que ya se
venía insistiendo desde la década de 1760: la presencia de numerosos
indios, mestizos y mulatos, a quienes era urgente reducir a pueblo para
evitar abusos, y al mismo tiempo “civilizarlos” conforme al espíritu de
las Leyes de Indias y de los preceptos cristianos. El intendente estaba
convencido de que la proclividad de los indios a dispersarse por los
montes y vivir alejados de sus repúblicas se originaba en el momento
que arrendaban tierras a los dueños de las haciendas y allí se establecían
por tiempo indefinido.18
Miguel del Corral describió algunos asentamientos que reunían
las condiciones arriba descritas, todos localizados al sur de la ciudad
de Veracruz y dentro de la jurisdicción del gobierno militar de di-
cha plaza. Uno de ellos era un paraje situado a dos leguas del pueblo
de Tlalixcoyan, conocido como El Cocuite, en donde “varias clases de
gentes” comenzaron a establecerse atraídos por el cultivo del algodón,
y llegaron a formar un nutrido vecindario. En este sitio se registra-
ban “continuados excesos de embriagueces, latrocinios, y muertes”,
sin que se lograra llevar ante la justicia a un solo criminal. Esta situa-
ción obligó a uno de los anteriores gobernadores de Veracruz, Ber-
nardo Troncoso, a nombrar a un teniente de justicia para el pueblo
de Tlalixcoyan con el objetivo de reprimir las fechorías y los abusos
que allí se cometían. Al no haber en el lugar un vecino español, enco-
mendó este empleo a un pardo de la escuadra de lanceros. A pesar de
que habían obtenido buenos resultados al disminuir la incidencia de
delitos, aún no se lograba detener el flujo de personas que llegaban a
establecerse a El Cocuite. De hecho, la última cuenta de tributarios
permitió descubrir que en el lugar vivían 104 indios originarios de
otros partidos pertenecientes a las intendencias de Veracruz y de Oa-

17 Ortiz, El teatro de la guerra. Veracruz, 1750-1825, p. 86.


18 agn, Tierras, vol. 1215, exp. 1.

633
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

xaca. El aumento de los indios avecindados en este paraje fue motivo


de conflictos territoriales en los que estuvieron involucrados indios,
pardos y la hacienda de la O Cuyucuenda.19
Un segundo caso de indisciplina que preocupaba al intendente
Miguel del Corral era la hacienda de Acazónica, la cual perteneció
a la Compañía de Jesús, y a raíz de la expulsión de la orden pasó a
manos de los indios gañanes, españoles, mestizos y mulatos libres pro-
cedentes de diferentes jurisdicciones territoriales, quienes recibieron
el privilegio de erigirse en pueblo, a pesar de que sus necesidades espi-
rituales estaban sumamente desatendidas, ya que sólo oían misa cada
uno, dos o tres meses. Esta circunstancia daba pie a que conservaran
su “rusticidad, y la natural propensión que tienen a sus usos anti-
guos”, y que por consiguiente rechazaran ser trasladados a un paraje
cercano a la ciudad de la Antigua Veracruz.20 Tal inquietud indujo al
intendente a circular una orden entre sus jueces subdelegados, fecha-
da el 20 de junio de 1792, para que no permitieran fabricar casas a
los indios en los campos sin previa autorización de la intendencia. La
orden contemplaba un conocimiento exhaustivo de las costumbres
de las personas que no vivían sujetas al gobierno de los pueblos, su
calidad étnica, sus necesidades materiales, el territorio que habitaban
y un mejor control por parte del gobierno colonial.21

Los nuevos pueblos

En el centro de la crítica y preocupación de las autoridades españolas


ante la situación en que transcurría la vida de los pardos y morenos de
la costa veracruzana se encontraba subsumida una nueva manera de en-

19 Tlalixcoyan fue uno de los pueblos donde el mestizaje hizo modificar el componente
étnico de sus habitantes. Mucho antes de que llegara a su fin el orden colonial, la población
indígena ya había sido reemplazada por mulatos. Misma situación se presentó en casi todos los
pueblos costeros de la intendencia de Veracruz como Alvarado, Medellín, Tlacotalpan y Boca
del Río, sin contar los pertenecientes a la subdelegación de Cosamaloapan, estudiados amplia-
mente por Gonzalo Aguirre Beltrán y José Velasco Toro, donde sus habitantes eran producto
de mezclas de español, indio y negro. Aguirre, Pobladores del Papaloapan; y Velasco Toro, Tierra
y conflicto social.
20 agn, Tierras, vol. 1215, exp. 1, fs. 12-17.
21 agn, Tierras, vol. 1215, exp. 1, f. 17.

634
Luis Juventino García Ruiz

tender el concepto tradicional de “policía”, que comprendía la suma


de medios conducentes para lograr el esplendor del Estado asociado
al ideal cristiano de corpus y “buen gobierno”, el cual justificaba la
necesidad que tenían los hombres de vivir bajo el amparo de repúbli-
cas que les brindaban el derecho de ser reconocidos como vecinos y
ciudadanos y de disfrutar de ciertas libertades.22 A la idea de “buen
gobierno” de una ciudad, se agregó un significado que trataba del
buen uso de sus fuerzas, la felicidad de todos los súbditos y la conser-
vación del orden.
El nuevo concepto de policía reunía una serie de objetivos que se
resumen en los siguientes puntos: 1) el desarrollo cuantitativo de la
población respecto a los recursos y posibilidades del territorio ocupado
por ella, 2) el crecimiento de la producción agrícola mediante cobro
de menos tributos, la reducción del ejército, la colonización de tierras
incultas, la comercialización de productos y el almacenamiento de éstos
para los tiempos de carestía, 3) la reorganización del espacio urbano
subordinado a las preocupaciones de la salud, 4) el cuidado para que
los hombres se dedicaran al trabajo y no vivieran en el ocio, de manera
que solamente se auxiliara a los “pobres inválidos”, y 5) la circulación
de las mercancías a partir del mantenimiento en buen estado de las
vías de comunicación.23
El concepto de “policía” que desde el siglo xvii empezó a circular en
Europa fue pensado en términos de una “urbanización del territorio”,
pues se trataba de hacer de un reino o territorio una “gran ciudad”. En
este sentido, “policiar y urbanizar significaban la misma cosa”. Disposi-
tivos de disciplina apegados a un modelo en esencia urbano comenza-
rán a propagarse en diferentes territorios en los que se buscó “hacer de
la ciudad una especie de cuasi convento y del reino una especie de cuasi
ciudad”. Por consiguiente, comercio, ciudad, reglamentación y disci-

22 Pastor, Cuerpos, pp. 12-13; Kagan, Imágenes urbanas del mundo hispánico, 1493-1780,
pp. 57-67. En el Antiguo Régimen, el concepto de república se aplicaba a cualquier espacio
político, ciudad, principado o reino que guardaba las características de un cuerpo político.
Esto quiere decir que el término era aplicable tanto a un pueblo de indios, como a una villa de
españoles, e incluso con él se asimilaba a la Monarquía Española, a pesar de su complejidad y
extensión territorial, se le identificó también como una república. Lempérière, Entre Dios y el
rey: la república. La ciudad de México de los siglos XVI al XIX, pp. 30-31.
23 Foucault, Seguridad, población, territorio, pp. 371-375.

635
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

plina se convirtieron en los elementos más característicos de la práctica


de la policía que en el Siglo de las Luces se sobrepuso a la concepción
tradicional de “buen gobierno”.24
En el caso de los dominios españoles en América, la nueva policía
llegó inserta dentro de una política conocida como gobierno económi-
co, la cual fue planteada por José del Campillo y Cosío y Bernardo
Ward. Dentro de sus objetivos fundamentales estaban: la buena policía,
el arreglo del comercio, el empleo civil de los hombres, el cultivo de
la tierra, la mejora de los frutos, y en todo lo que significaba obtener
el mayor beneficio y utilidad de un país.25 En este caso, se trataba de
transformar los reinos americanos en verdaderas colonias que generaran
riqueza para España y que a la vez fueran un mercado de consumo para
sus manufacturas.
Las autoridades novohispanas, entre ellas las que desempeñaban sus
funciones en Veracruz, consideraban que la mejor vía para disciplinar
a los habitantes era el fortalecimiento de sus pueblos. Congregados los
indios en repúblicas, y con la extensión de este privilegio a los mestizos
y los mulatos, se haría más sencilla la recaudación de tributos, la evan-
gelización, la acción del gobierno, el ejercicio de la justicia ordinaria,
así como la promoción de la agricultura y el comercio que permitiría
hacer de los vasallos unos “hombres útiles”, capaces de contribuir con el
sostenimiento de la monarquía.26
Desde antes de la instauración de la intendencia de Veracruz, los
alcaldes mayores ya trabajaban en la difícil tarea de facilitar la fundación
de nuevos pueblos, en dotar de tierra a los que carecían de ella, y en
mejorar sus condiciones materiales de existencia. Un ejemplo claro lo
representa el pueblo de San Carlos (alcaldía mayor de La Antigua), fun-
dado en 1773, con familias de indios apalachinos traídos del presidio
de Panzacola, en Florida (véase mapa 1).27 El hecho de estar localizado
24 Foucault, Seguridad, población, territorio, pp. 357-389.
25 Pietschmann, Justicia, 2000, pp. 37-42.
26 Cfr. Portillo, “La crisis imperial de la monarquía española”, pp. 23-42.
27 San Carlos se fundó con 22 familias de indios apalachinos y yameses procedentes del
presidio de Panzacola, ubicado en la Florida Occidental, quienes permanecieron fieles a la mo-
narquía española luego de perder posiciones frente al dominio británico posterior a la derrota
en la Guerra de Siete Años (1762). Para su asentamiento se eligió un sitio cercano a la desem-
bocadura del río Actopan, en un lugar llamado Chachalacas, entonces propiedad del mayorazgo
de la Higuera. Cabe mencionar que otra parte de los indios de la Florida fue trasladada hacia

636
Luis Juventino García Ruiz

sobre la línea de costa, en la barra de Chachalacas, facilitó que a él se


agregaran y se hicieran acreedores a los privilegios corporativos del pue-
blo, 161 individuos compuestos por indios prófugos, mestizos, pardos
y mulatos libres, procedentes de los pueblos de Apazapan, Xalcomulco,
Medellín, Zacapoaxtla, Papantla, Tetela, San Martín Tlacotepec, Co-
taxtla, Teziutlán, Tlaxcala, Tamiahua, Temapache, Actopan y Xalapa,
y que se caracterizaban por vivir “sin Ley, ni Religion”.28 Esta medida
permitió a la corona mantener a las castas arraigadas en un solo sitio,
tener a los hombres mejor controlados, y cobrarles de una manera más
eficiente el tributo29 (véase cuadro 1).

Cuadro 1. Familias pluriétnicas asentadas en el sitio de Carretas

Familias Calidad Lugar de origen


José Antonio Gómez, casado con María Pardo libre El arrimado tribu-
Francisca, sin hijos, con un arrimado de India ta en Xalcomulco
nombre Salvador Hernández. Indio
Juan Francisco, casado con María Polita, Indios Xalapa
sin hijos.
Joseph Antonio Blanco, casado con Ysabel Mestizos
María Martínez, mestizos, con una hija:
Francisca Xaviera, de 2 años; y un agrega-
do: su suegro Pedro Martínez, viudo.
Juan Pablo Miranda, casado con Francisca Mestizos
Josefa, con 2 hijos: María Dolores de 5
años y Francisca de pecho.
Diego Bartolo, casado con Manuela Ma- Indios Zacapoaxtla
ría, con 1 hijo: Rafael Bartolo de 3 años; Mulato Papantla
dos arrimados: Juan Castillo, y Pedro Indio
Olmedo.

La Habana y Campeche. Las almas desplazadas a consecuencia del Tratado de París (1763) que
transfirió las Floridas al dominio inglés, sumaron un aproximado de 4 000 personas. García de
León, “Indios de la Florida en la Antigua, Veracruz, 1757-1770. Un episodio de la decadencia
de España ante Inglaterra”, pp. 101-118.
28 agn, Tierras, vol. 1085, exp. 2.
29 Cruz-Carretero, “De Florida a México”, pp. 118-119.

637
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

José Pérez, casado con Francisca Hernán- Mestizo Papantla


dez, con 3 hijos: María Dolores (donce- India
lla), Nicolás José de 4 años y Sebastiana
de 1 año.
Catarina Uribe, viuda, con 4 hijos: Mestizos Papantla
Manuela Cortés (viuda sin hijos), José
Cortes (soltero), Agustín Cortes (soltero)
y Geronima (doncella).
Antonio Clemente, casado con Bernardi- Mulatos
na Burgos, sin hijos
Francisco Cárdenas, casado con María del Mulato libre Papantla
Carmen (esclava)
Miguel Pérez Medina, casado con Manue- Mestizos Teziutlán
la Antonia, ambos mestizos, sin hijos, con
un huérfano Eusevio, indio de 8 años.
José Manuel Landero, casado con María de Mestizos Teziutlán
Jesús, casado con 2 hijas, María Thomas de
4 años y Agustina Francisca de 2 años.
Don Bernardo Bautista, casado con Doña Mestizos
Sebastiana Pulido, sin hijos, con un ahija-
do Francisco Borja, mulato soltero, y un
huérfano José Mariano, mulato soltero.
Doña Michaela Arguello, viuda, con tres Mestizos
hijos: Juan Francisco, soltero; Nicolas
Pulido, soltero; y Mariano Pulido, soltero.
José Joaquín Ocares, casado con Francisca Mulato libre
Xaviera, con un hijo: Thomas Antonio de Mestizo
9 años, un arrimado: Carlos Cruz, indio Indio
viudo sin hijos, reservado de tributo.
Onofre Antonio Ramos, casado con Ma- Mulatos libres
ría Florentina, con 4 hijos: Justo Ubaldo,
soltero; Geralda Francisca, doncella; Ber-
narda de 7 años; y Mauria de 1 año.
Mario Quintana, casado con Cándida Mulatos libres
Francisca, con 2 hijos: Patricia de 3 años y
Dionicia Úrsula de pecho.
Miguel Antonio, viudo con 2 hijos: Juan Mestizos
Antonio, mudo, soltero y María de los
Santos de 6 años.

638
Luis Juventino García Ruiz

Sebastián Francisco, casado con Sebastia- Mestizos Tamiahua


na Cruz, sin hijos, oriundos del puerto de
Tamiahua.
Juan José Pérez, español, casado con Ma- Español Tlaxcala
ría Dolores Mulata, con 3 hijos: Mariana Mulata Teziutlán
Rafaela, doncella; Carlos José de 6 años, Indio
y María Josefa de 5 años; tres arrimados:
Mariano Romero y Antonio Romualdo,
ambos mestizos y solteros, oriundos de
Teziutlán y Miguel de Santiago, indio
soltero, oriundo de Tlaxcala
José Clemente, casado con FranciscaTheo- Indios Xalapa
dora, sin hijos, con un hermano Fernando Mestiza
José, indio soltero.
Thomas Ysidoro Sánchez, casado con Mulatos libres
María Desidora, con dos hijos: Perfecta Pardo libre
Antonia de 9 años y Juana Bernabela de
8 años; un arrimado: José Amador, pardo
libre, soltero.
Juan Antonio Rodríguez, casado con Mulatos
Martina Francisca, con un hijo: Phelipe
de Jesús de 4 años.
José Alexandro, casado con María Ysavel Mulatos libres
Hernández; una hija: María de la Paz de 2
años; y un hermano: Juan Ubaldo, soltero.
José Encarnacion, de 10 años, María Indios Temapache
Michaela de 4, un huérfano Juan Pehlipe, Mulato
tributario soltero, y un arrimado Christo-
val Naxera, mulato soltero
Juan Francisco, casado con María Marti- Mestizos
na, sin hijos; una huérfana Juana María, India
india doncella.
Pedro Cortés, casado con María Petrona, Mulatos
con 5 entenados: Jose Gregorio, soltero;
Yldefonso Reyes, soltero; Juan Policarpio
de 8 años; Marta Gertrudis, doncella; y
Leona Josefa de 8 años.
agn, Tierras, vol. 1085, exp. 2.

639
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

Los pardos y morenos entendieron también las ventajas que les


ofrecía la nueva idea de policía y el proyecto de establecer un gobierno
económico, y por esta razón solicitaron que se les reconociera como
pueblos con derecho de contar con gobierno capitular y tierras de co-
munidad, a semejanza de los indios. Esto sucedió con los pardos y mo-
renos que arrendaban terrenos a la hacienda de la O Coyucuenda en
Tlalixcoyan (gobernación de Veracruz). Su solicitud consistió en refun-
dar el antiguo pueblo de indios que alguna vez existió dentro de las
tierras que poseían en usufructo.30
En Tlalixcoyan la población indígena se había reducido considera-
blemente desde finales del siglo xvi; de hecho, ya no existía república
de naturales para finales del siglo xviii. En su mayor parte, el territorio
estaba habitado por españoles dedicados al comercio, y por pardos li-
bres que trabajaban de vaqueros o como pescadores, arrendaban tierras,
prestaban sus servicios como lanceros de las milicias de pardos y mo-
renos, y también estaban matriculados en la marina.31 A pesar de con-
tar con los privilegios que sus corporaciones les garantizaban (fuero y
exención tributaria), también aspiraron a que su pueblo fuera equipado
con un gobierno capitular que le permitiera tener una nueva forma de
representación ante el rey, y pudiera contar con las mismas prerrogati-
vas a las que eran acreedoras las repúblicas de indios.
En 1790, el teniente de justicia de Tlalixcoyan (y también coman-
dante de lanceros), en representación del gobernador de Veracruz, entre-
gó 600 varas de fundo legal a los pardos que habitaban en ese lugar, y les
dejó libre su derecho para que acudieran al gobierno virreinal a solicitar
30 Para conocer los casos de la fundación de pueblos de negros en San Lorenzo (jurisdic-
ción de Córdoba) y Amapa (jurisdicción de Teutila), véase Naveda, “La lucha de los negros
esclavos”, pp. 131-144; Naveda, Esclavos negros en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz,
1690-1830.
31 Las primeras peticiones de tierra de los habitantes de Tlalixcoyan se registraron a finales
de la década de 1770, a través de una junta de vecinos integrada por Nicolás Martínez, Baltasar
García, Fermín Mozuetta y Pedro Luis de Yslama. En 1779 la Real Audiencia resolvió conceder
600 varas de tierras, sin embargo, la oposición de la Obra Pía de Niñas Mercedarias de Puebla, a
la cual pertenecía la hacienda, se opuso a la resolución y ordenó al mayordomo, Cristóbal Barra-
gán, que removiera las mojoneras que delimitaban el fundo legal, sin embargo, poco pudieron
hacer, pues en 1780 fue emitida la disposición de la Real Audiencia para que se restituyeran las
tierras a los pueblos sujetos a la gobernación de Veracruz, y en 1790 se procedió a la entrega
formal de las 600 varas en el paraje de El Cocuite a los pardos y españoles avecindados en
Tlalixcoyan. Velasco Toro, Tierra y conflicto social, pp. 249-258.

640
Luis Juventino García Ruiz

su erección formal en pueblo, tal como lo había resuelto la Real Audien-


cia.32 En el momento de la dotación, se advirtió a los mulatos que en caso
de continuar invadiendo las tierras de la hacienda de la O Coyucuenda se
les castigaría con todo rigor; asimismo, se ordenó a los indios que estaban
asentados en el lugar que volvieran a sus pueblos de origen, y los que de-
cidieran seguir viviendo en territorios de la hacienda tendrían que pagar
los arrendamientos atrasados.33 No obstante, en 1792 el mayordomo de
Coyucuenda, Cristóbal Barragán, acusó a los pardos ante el intendente
de Veracruz de haber desobedecido la resolución de la Audiencia e intro-
ducirse en las rancherías de El Sauce y el Cocuite, “agavillados con los
españoles e indios que se habían recientemente avecindado”.34
Barragán se encontraba muy preocupado porque detrás de esa “in-
vasión” de tierras los pardos tenían el propósito de que se les reconociera
como una república de indios que permitiría a los arrendatarios de la
hacienda contar con su propio gobierno y reafirmar sus derechos de
propiedad sobre las 600 varas de fundo legal. La resolución de la Real
Audiencia llegó en 1795 y fue favorable para los pardos, a pesar de los
intentos de Barragán por obstruir el litigio.35
Todo parecía indicar que los pardos e indios litigantes habían con-
seguido su propósito de disfrutar las prerrogativas de una república de
indios, sin embargo, el destino deparaba otro final. El 14 de marzo
de 1796, el teniente de justicia de Tlalixcoyan, Manuel Corona, rindió
un informe al gobernador de Veracruz en el que dijo temer por su vida
debido a que los pardos y los indios estaban planeando un tumulto que
no podría ser contenido por las dos compañías de pardos y morenos de
la escuadra de Tlalixcoyan. Juntos buscaban apoderarse de las tierras
que perdieron en pleitos pasados,36 extinguir la escuadra de lanceros
para que todos se convirtieran en tributarios, y nombrar a su propio
gobernador. También informó que el cabildo de “indios” había dado
varias muestras de irreverencia, por ejemplo, que el gobernador no se
quitaba el sombrero cuando comparecía ante su persona.37 Conducta

32 agn, Tierras, vol. 1323, exp. 2, f. 10.


33 agn, Tierras, vol. 1323, exp. 2, fs. 39v-40.
34 agn, Tierras, vol. 1323, exp. 2, f. 23; agn, Tierras, vol. 1208, exp. 13.
35 agn, Tierras, vol. 1323, exp. 3, f. 25; vol. 1261, exp. 2, f. 11v.
36 agn, Tierras, vol. 163, exp. 10.
37 agn, Tierras, vol. 1261, fs. 61-71v.

641
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

que coincide con las expresiones de resistencia pasiva de los grupos po-
pulares frente al dominio de un poder hegemónico.38
Los temores de amotinamiento expresados por el teniente Manuel
Corona se habrían cumplido el 23 de febrero de 1796, de no ser por su
oportuna actuación que le permitió llevar a la cárcel a los líderes de los
pardos: Atanacio de Santiago y el cabo de lanceros Francisco de la Rosa.
Como medida de represión les prohibió celebrar juntas sin su presencia
o hacer colectas de dinero para sostener pleitos en los tribunales. En
cuanto a los que se asumieron como indios y desempeñaron funciones
de gobierno capitular, el castigo fue más severo, pues los mandó a prisión
a la ciudad de Veracruz. En la cárcel murió el gobernador Bernardo Her-
nández, suceso que dio pauta para amedrentar al escribano, José García,
y al cantor José Santiago, quienes en nombre de su república pidieron el
indulto del intendente, Antonio de Cárdenas; a cambio del perdón ofre-
cieron regresar a los lugares de donde eran originarios. Este acto marcó el
final del intento de los pardos y morenos por formar una nueva repúbli-
ca de indios en Tlalixcoyan, y representó un duro golpe a las aspiraciones
de los pardos libres de contar con un gobierno de tipo concejil.39
La malograda historia de Tlalixcoyan no fue motivo suficiente para
desalentar las aspiraciones corporativas de los lanceros de Xamapa. En
1807 solicitaron al teniente letrado de la intendencia de Veracruz, Juan
Mariano Ladrón de Guevara, que se les autorizara su separación de
Medellín, situado a más de tres leguas de distancia, para constituirse
en pueblo formal. Para conseguirlo, hicieron uso de una retórica seme-
jante a la que los indios solían utilizar cuando querían segregarse del
gobierno de sus cabeceras, la cual consistía en exponer los méritos y
servicios en beneficio del rey, así como las ventajas y potencialidades de
sus poblaciones, con el objetivo de recibir en recompensa el privilegio
de contar con un gobierno propio que le permitiría dejar de depender de
una cabecera. Esta forma de negociar beneficios fue aprendida por los
pardos y morenos, quienes la utilizaron cuando las circunstancias así
lo permitieron, tal como ocurrió en Xamapa en los primeros años del
siglo xix.
38 Scott, Los dominados y el arte de la resistencia.
39 agn, Tierras, vol. 1261, fs. 108-109v. Véase también “Apuntes estadísticos de la In-
tendencia de Veracruz, 1803-1804”, en Chávez Orozco y Florescano (comps.), Agricultura e
industria textil de Veracruz. Siglo XIX, pp. 105-147.

642
Luis Juventino García Ruiz

Los lanceros de Xamapa argumentaron que su población había


crecido hasta rebasar el número de 60 familias, todas encabezadas por
hombres útiles para el trabajo; hicieron notar la presencia de dos capillas
bien dispuestas donde se celebraba la misa, se administraba el bautismo
y se enterraba a los difuntos; resaltaron que la fábrica de estos templos
había sido posible a pesar de no contar con “un palmo de tierra” propio
porque hasta el suelo sobre el que tenían los lanceros construidas sus ca-
sas se hallaba dentro del territorio de las haciendas de Benito Guerrero,
vecino de Puebla; y de don Remigio Fernández Barrena, caballero de la
Orden de Carlos III y arrendatario del mayorazgo de Santa Fe. Los ve-
cinos de Xamapa también se quejaron de soportar los intentos de los
administradores de Remigio Fernández por imponer a los arrendatarios
de la hacienda de Santa Fe pensiones muy elevadas por tiempo bastante
limitado, y de prohibirles que criaran en sus ranchos ganado vacuno y
caballar para que así no representaran una competencia a las ventas que
realizaban las haciendas a precios encarecidos.
Los habitantes de la venta de Xamapa, con su reconocimiento como
pueblo, esperaban recibir las “tierras suficientes” que para cada pueblo
disponía la legislación indiana, expresaron que su aspiración se amol-
daba al proyecto de la corona de poblar las costas, y señalaron que su
pueblo redituaría beneficios para la ciudad de Veracruz, entre ellos ga-
rantizar el abasto de alimentos. Por este motivo, los lanceros de Xamapa
se empeñaron en señalar que reunían las condiciones necesarias para
que se les confiriera el privilegio de separarse de Medellín y erigirse
como pueblo formal. Aquí una parte de su discurso:

[...] Apenas habrá en los contornos lugar que tenga las proporciones de la
mencionada venta: su terreno es demasiado fértil, por estar inmediato al
río de Xamapa, produce con abundancia hortaliza, y todo genero de mi-
niestras y frutas, y el mas apropósito que puede apetecerse para la crianza
de ganado bacuno, y caballar: su cituacion no puede ser mas ventajosa, asi
por su inmediación a Veracruz, como por estar en el camino real que sale
de aquel a Esperilla, y Cotastla, siguiendo a los villas de Cordova, Orizava,
y otros lugares [...]40

40 agn, Tierras, vol. 1382, exp. 4, f. 3.

643
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

A cambio de recibir la gracia de erigirse en pueblo, los lanceros de


la venta de Xamapa se mostraron dispuestos a contribuir de manera
voluntaria con dos reales al mes, sumado al producto de comunidad
y al pescado recolectado en el río del mismo nombre. Con ese dinero
pretendían pagar un ministro eclesiástico para que les oficiara misa y les
administrara en forma permanente los santos sacramentos, un maestro
de primeras letras para la instrucción de los niños, y el sobrante inver-
tirlo en la compra de fincas o en la imposición de rentas para dejar de
pagar alquileres a los dueños de las haciendas. Desafortunadamente no
tengo en mis manos si la Real Audiencia accedió a la petición de los
lanceros. La última referencia de que dispongo es que el 31 de julio de
1807, el fiscal de lo civil, Zagarzurieta, dictaminó que a la intendencia
de Veracruz correspondía realizar las pesquisas necesarias para determi-
nar si procedía la solicitud de los vecinos de Xamapa.41
La fundación de pueblos con gobierno concejil fue una de las estra-
tegias empleadas por el gobierno virreinal para extender su control sobre
los habitantes de la costa veracruzana, quienes resultaban ser cada vez
más indispensables dentro de un contexto en el que la histórica rivalidad
militar entre España e Inglaterra se agudizó. Por esta razón, en la segun-
da mitad del siglo xviii se pusieron en marcha medidas de gobierno que
atendieron el reclamo de las castas para fundar pueblos y que buscaron
fortalecer en lo económico a los asentamientos humanos ya existentes,
para lograr con ello que los hombres dejaran de migrar y se establecieran
en un lugar específico donde podrían dedicarse a la agricultura y estar
disponibles para defender la costa de un posible ataque de la armada in-
glesa. Esto llevó a que los representantes del poder real también pusieran
en marcha una política encaminada a lograr que a los pueblos costeros
se les dotara o restituyera de las 600 varas de fundo legal. A pesar de que
estaban compuestos en su mayor parte por pardos y morenos, el hecho
de contar con un cabildo y de ser un engranaje indispensable para la
defensa del reino y la prosperidad de la agricultura y el comercio, les
permitió acceder al beneficio de la propiedad corporativa.
Es importante notar que la manera como los habitantes de la costa
veracruzana demandaron y obtuvieron su reconocimiento como pue-
blo marca un profundo contraste con los medios que utilizaron los

41 agn, Tierras, vol. 1382, exp. 4, fs. 5v-6 v.

644
Luis Juventino García Ruiz

esclavos negros de la villa de Córdoba para conseguir el mismo obje-


tivo. Si en las cercanías del puerto de Veracruz bastó con argumentar
méritos, servicios y piedad católica, en Córdoba se requirieron años
de lucha a mano armada, de rebeldía hacia los amos, desobediencia a
las autoridades del ayuntamiento, hostigamiento militar, huida a los
montes y negociaciones con los representantes de la monarquía para
que finalmente llegaran a un acuerdo en el que se les permitiría congre-
garse en pueblo y establecer su gobierno de tipo municipal, a cambio
de su subordinación y apoyo para reprimir nuevas revueltas de los es-
clavos de las haciendas azucareras.42

La propiedad de los pueblos

Como se ha podido apreciar, la corona española, en su política hacia


los pueblos, se decantó por hacer cumplir o restaurar la legislación
antigua que confería a cada república el disfrute de las 600 varas de tierra
o fundo legal, tal como lo preveía la real cédula de 4 de julio de 1687.43
El objetivo que la monarquía perseguía con la reconstitución o am-
pliación del fundo legal era, como lo apuntaba José del Campillo y
Cosío, transformar a los vasallos en hombres útiles para el reino. Esto
permitiría que los indios se afianzaran en sus pueblos, dejaran atrás su
estado de “rudeza, abyección y miseria”,44 se dedicaran a la agricultura
y al comercio, y mediante una racionalización en el manejo de sus bie-
nes corporativos, que incluía la individualización de las tierras de los
pueblos mediante arrendamientos o censos enfitéuticos, generaran re-

42 Carroll, Blacks in Colonial Veracruz. Race, ethnicity, and Regional Development; Naveda,
Integración de la población de origen africano: Córdoba, 1750-1840. Del trabajo esclavo en las
haciendas azucareras al trabajo libre en el cultivo del tabaco. Estrategias semejantes utilizaron
grupos de esclavos fugitivos en San Basilio (Colombia), Nirguá (Venezuela), Los Esmeraldas
(Ecuador) y Cuijla (México). Después de negociaciones con el gobierno español lograron que
se les reconocieran gobiernos de tipo municipal. Andrews, Afro-Latinoamérica, 1800-2000, p.
72; véase también Serna, “Los cimarrones en la sociedad novohispana”, pp. 83-110; Proctor III,
“Rebelión esclava y libertad en el México colonial”, pp. 111-160.
43 Solano, Cedulario de tierras. Compilación de legislación agraria colonial, 1497-1820, pp.
365-367, documento 181.
44 García Ávila, Las comunidades indígenas en Michoacán. Un largo camino hacia la priva-
tización de la tierra, 1765-1835, pp. 73-74.

645
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

cursos monetarios que se depositarían en las cajas de comunidad para


después utilizarlos en las emergencias y en los momentos en que la
corona los requiriera.45
Las condiciones sociales de algunas regiones de la Nueva España,
como la costa de Veracruz, donde la población de origen africano te-
nía predominio numérico, permitieron que las medidas de restitución
o dotación de tierras y de formación de nuevos pueblos también tu-
vieran repercusiones dentro de los asentamientos de pardos y morenos
que formalmente conservaban el reconocimiento jurídico de pueblos
de indios. En Veracruz sobresale la restitución del fundo legal de los pue-
blos de Boca del Río, Medellín, Alvarado, Tlalixcoyan y Tlacotalpan
(véase mapa 1),46 todos pertenecientes a la jurisdicción de la ciudad
de Veracruz.
El gobierno virreinal emitió un decreto fechado el 23 de octubre de
1780, que ordenaba a los tenientes del gobernador de la ciudad de Vera-
cruz que recopilaran la información necesaria para conocer la situación
de las repúblicas de naturales comprendidas dentro de su jurisdicción,
el número de habitantes, cuántos estaban ausentes, el estado de sus
bienes de comunidad, las pensiones y los servicios que se encontraban
pagando, los daños que recibían de los propietarios de haciendas colin-
dantes; que hicieran un reconocimiento de las tierras útiles que gozaban
los pueblos por los cuatro vientos a fin de “demarcar las 600 varas que
por cada uno debían tener”; que procuraran que los indios fugitivos
regresaran a sus pueblos en donde se les asignarían tierras de labor para
evitar que de nuevo se marcharan, y que siempre y cuando el pueblo
no llegara a diez tributarios, sus moradores no debían ser obligados a
prestar servicios.
El permanente estado de alerta en que se encontraban las costas de
Veracruz ante una posible guerra o invasión extranjera hizo que esta
orden fuera ejecutada con un retraso de ocho años. En 1784 el gober-
nador José Carrión reiteró su intención de llevar a cabo personalmente
estas diligencias, pero se lo impidieron los numerosos asuntos que debía
atender con motivo de la última guerra que la monarquía había librado

45 Sobre este tema consúltese Menegus, “Los bienes de comunidad de los pueblos de
indios a fines del periodo colonial”, pp. 89-126.
46 agn, Tierras, vol. 1185, exp. 2.

646
Luis Juventino García Ruiz

contra Inglaterra. Por medio de la real provisión de 1o de febrero de


1788 se volvió a comisionar a los justicias de los pueblos para que reca-
baran la información solicitada.
A manos del gobernador de Veracruz llegaron los informes de los
pueblos de Medellín, Tlalixcoyan, Alvarado, Tlacotalpan y Santa Anna
de la Boca del Río. Los informes confirmaron una realidad que era ya de
sobra conocida: desde hacía mucho tiempo la población indígena prácti-
camente había desaparecido de los pueblos costeros, y éstos se encontra-
ban habitados en su mayor parte por vecinos de razón, pardos y morenos
enlistados en las compañías de lanceros o matriculados en la marina; sus
tierras estaban usurpadas por las haciendas colindantes a quienes les pa-
gaban arrendamientos; y sus cajas de comunidad se hallaban en precario
estado si no es que sin fondos.47
Apoyado en la información reunida, el virrey expidió una superior
resolución, con fecha de 4 de febrero de 1789, en la que mandaba que
todos los indios retirados de sus pueblos se regresaran a ellos, y que les
fueran reintegradas a Medellín, Alvarado, Talixcoyan y Santa Anna de la
Boca del Río las tierras de labor, ejidos y pastos que habían perdido en
el pasado.48 No sin dificultades, en los años subsecuentes se realizaron
diligencias por parte de los comisionados del intendente de Veracruz,
Pedro Gorostiza, para poner en posesión de sus tierras a los pueblos
beneficiados.
En la restitución a Tlacotalpan se presentó la oposición del duque
de Terranova y del Marquesado del Valle, quienes sostenían litigios
por límites con el convento agustino de la ciudad de Veracruz. Los
padres se mostraron compadecidos y accedieron a entregar tierras de
labranza, por lo que en noviembre de 1789 se procedió a la restitución
previo dictamen del asesor general de la provincia, Mariano Ladrón
de Guevara, en el que afirmó lo siguiente: “[...] Las tierras de este con-
tinente son de regalía, el dominio directo de ellas toca y pertenecen a

47 agn, Tierras, vol. 1185, exp. 2, f. 7v-9; agn, Tierras, vol. 1110, exp. 4. Al despuntar el
siglo xix, el control del área del Papaloapan estaba repartido entre nueve haciendas ganaderas:
Santa María Cuezapala, también llamada La Estanzuela, Santa María O Cuyucuenda, San Juan
Zapotal, Santo Tomás de las Lomas, Santa Catalina de Uluapa, Santa Ana Chiltepec, San Agus-
tín Guerrero, Santa Catarina de los Ortizales y San Nicolás Zacapesco. Velasco Toro, Tierra y
conflicto social, p. 23.
48 agn, Tierras, vol. 1323, exp. 3.

647
Los pueblos de pardos y morenos de la costa veracruzana

la Potestad lexitima de cuia Soberanía ordena se mandan reintegrar a


los pueblos [...]”.49
En 1790 se llevó a cabo la restitución a Medellín por el teniente
de justicia don Matias de Velilla, y en presencia del gobernador de la
república, Tomás de Aquino, del prefecto del convento de Belén de
Veracruz, Remigio Fernández y con la ausencia del administrador del
mayorazgo de Santa Fe, a pesar de que se le citó al acto. En la entrega de
las 600 varas se recalcó que los naturales de Medellín dejarían de pagar
pensión al mayorazgo y en su lugar ellos cobrarían derechos de piso a
los rancheros establecidos dentro del territorio del pueblo.50 En el mis-
mo año, el teniente de justicia de Talixcoyan y comandante de lanceros,
Mariano Mesa, entregó a los pardos libres 600 varas de tierra ubicadas
dentro de la hacienda de la O Coyucuenda y les dejó a salvo sus dere-
chos para que pudieran acudir ante el Superior Gobierno para solicitar
su erección en pueblo, historia que ya se relató arriba. Finalmente, en el
puerto de Alvarado no se pudo proceder a la restitución porque las tie-
rras eran cenagosas, áridas e inútiles, pues las fértiles estaban en manos
del convento de Nuestra Señora de Belén de Veracruz.51
La fundación de nuevos pueblos mixtos y el otorgamiento o res-
titución de tierras fue una tarea sumamente compleja porque esta de-
terminación solía ser obstruida por los titulares de los mayorazgos. Al
tener vinculadas a sus casas familiares las grandes haciendas ganaderas
de la costa, los propietarios consideraban que la adjudicación de fundo
legal a una república representaba una alteración a su derecho de inalie-
nabilidad de dominio. Por esta razón, en la Real Audiencia de México
radicaba una multitud de expedientes contenciosos ligados a la tenencia
de la tierra. El de mayor importancia, sin lugar a dudas, fue el que en-
tabló la ciudad de Veracruz contra el mayorazgo del conde de Santiago
para conseguir que se le reconociera como ejido el territorio ubicado
en las inmediaciones del recinto urbano. Pleito que se resolvió en 1811
cuando el ayuntamiento compró en enfiteusis la hacienda de Santa Fe.
Por la complejidad del tema, amerita un estudio aparte.

49 agn, Tierras, vol. 1185, exp. 2, f. 9v.


50 agn, Tierras, vol. 1110, exp. 4.
51 agn, Tierras, vol. 1185, exp. 2.

648
Luis Juventino García Ruiz

Conclusión

Los pardos y morenos se beneficiaron de las ventajas que brindaba el


proyecto ilustrado de construcción de un “gobierno económico”, en
el sentido de que accedieron a privilegios que sólo estaban reservados a
los indios o que excepcionalmente se habían concedido a los negros y
mulatos después de años de revueltas antiesclavistas. La necesidad del
gobierno real de mantener bajo control a los habitantes de la tierra ca-
liente por medio de la fundación de pueblos, la aspiración de los pardos
y morenos de contar con su propio gobierno concejil, y la demanda de
tierras para sus pueblos y rancherías, contribuyeron a reforzar la pre-
ponderancia del poder real en las costas veracruzanas, cuya presencia
siempre había sido débil y poco efectiva en la tarea de sujetar a la pobla-
ción a los lineamientos de una vida en policía.
En los años que antecedieron al estallido de la guerra de indepen-
dencia, la situación de las castas de afrodescendientes se había trasfor-
mado de manera significativa debido a que se les permitió reivindicar y
acceder al goce de privilegios que estaban reservados en exclusiva a los
indios; motivo por el cual vale la pena sostener que la sociedad se hizo
menos desigual a raíz de que la fundación de pueblos de pardos y more-
nos y la entrega de tierra a éstos les permitió igualar el estatus jurídico y
las prerrogativas de las repúblicas de indios. Esto explica por qué en sus
reivindicaciones utilizaron recursos discursivos que por lo común eran
parte de la jerga retórica empleada por los indios para obtener recom-
pensas en retribución de sus méritos y servicios.

649
DEBATES E HISTORIOGRAFÍA
NUESTRO PATRIMONIO,
LA POBLACIÓN DE ORIGEN AFRICANO:
SUS REPRESENTACIONES SOCIALES

Lourdes Mondragón Barrios


ciesas Tlalpan
Sebastián Gómez Llano
Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato

Introducción

En las últimas décadas se han desarrollado diversos estudios sobre la


presencia de la población de origen africano en la Nueva España y su
influencia en la conformación social de nuestro país. La información
sobre este grupo se ha obtenido, en su mayor parte, por medio de fuen-
tes documentales; sin embargo, existe evidencia arqueológica que da
cuenta de su presencia, como son las pequeñas figurillas de barro con
rasgos negroides elaboradas entre los siglos xvi y xvii y empleadas en
ceremonias religiosas de algunos grupos indígenas de indudables remi-
niscencias prehispánicas, en específico las vinculadas con los ritos de
petición de lluvias y el culto a los aires.
En ese tenor, el presente trabajo pretende demostrar la presencia afri-
cana en el periodo virreinal mediante las figurillas de barro, manufactu-
radas en pequeña escala; así como su influencia en los grupos indígenas
asentados en el centro de México, con particular énfasis en la Sierra de
las Cruces, mediante la utilización de estas figurillas en ciertas prácti-
cas ancestrales, en particular en las ceremonias religiosas de este grupo,
mismas que son un claro ejemplo de la continuidad en las creencias
y las costumbres prehispánicas, pero con los cambios y readaptaciones
propias del contexto.
A su vez, el trabajo pretende ser un aporte en el campo del patrimo-
nio cultural nacional material, a partir de evidenciar la presencia de la
población de origen africano en México mediante las figurillas y de su

653
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

integración en las prácticas religiosas indígenas que de manera desdibu-


jada se realizaron durante el periodo virreinal.
Por lo tanto, el patrimonio cultural nacional se compone de una
serie de elementos y manifestaciones de carácter material como inma-
terial, que dan cuenta del devenir histórico de nuestro país, de su pluri-
culturalidad y su diversidad multiétnica.

Un poco de historia

Una vez que los españoles conquistaron y sometieron Tenochtitlan, por


ser un importante centro rector y de control durante la época prehispá-
nica, inició la colonización de las nuevas tierras con diversas estrategias
y mediante el establecimiento de instituciones civiles y religiosas para
que regularan la vida de los habitantes, con lo cual comenzó el desem-
barco de población del continente europeo en nuestro país.1 Entre las
pertenencias que traían consigo los españoles se encontraba la pobla-
ción de origen africano, ya que era parte de la vida cotidiana, situación
que evidentemente paso a América pero que, avanzado el siglo xvii,
tomó otros tintes debido a la disminución de la población indígena por
las constantes epidemias, esto generó una demanda de mano de obra de
origen africano,2 por ende, toda una regulación y forma de introduc-
ción así como de comercialización.3
Cabe mencionar que la presencia del negro en la Nueva España
se puede ubicar en dos ámbitos, el “rural” y el “urbano”, el primero
vinculado a un aspecto productivo-económico y el segundo, preferen-
temente, con el “suntuoso”; en ambos se tenía que contar con capital
suficiente para la compra de los individuos, en específico estoy hablan-
do del siglo xvi, ya que para el siglo xvii cambian algunos aspectos
comerciales por los nacidos en América. Existen casos excepcionales
de españoles sin capital pero que poseyeron esclavos, pues les fueron
entregados los negros como pago por los servicios prestados a la corona
española durante el proceso de conquista.
1 Velasco, “La migración ibérica y africana: características e impactos regionales”, p. 71.
2 Wolf, Europa y la gente sin historia, pp. 240-250.
3 Mondragón, Esclavos africanos en la Ciudad de México. El servicio doméstico durante el
siglo XVI.

654
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

Como han señalado diversos autores, los negros africanos y ameri-


canos realizaron diversas tareas en el campo, las minas, las plantaciones,
los obrajes, los talleres, los conventos, las panaderías, los molinos, entre
otros,4 así como en las casas. Además, fueron acompañantes para la po-
blación civil con cierto prestigio, así como de quienes detentaban algún
cargo en la estructura política de la Nueva España; sin duda alguna, en
todos estos lugares se mezclaron y compartieron un sinfín de elementos
culturales con los grupos en sus mismas condiciones, pero de diversas
filiaciones o con otros de diferente condición.

Presencia y representación

Como lo mencioné en el párrafo anterior, la presencia de la población


negra durante el virreinato en lo que hoy es nuestro país es evidente a
través de múltiples escritos, documentación de archivo y evidencia ar-
queológica, así como en algunas expresiones artísticas como la pintura y
la música. A su vez, de 1520 a 1539 se inicia el arribo a la Nueva España
de nobles o hidalgos, los que llegaban acompañados de sus sirvientes; el
costo del pasaje de Sevilla a América era considerable, por lo que estos
personajes efectivamente contaban con los recursos suficiente para cos-
tear su travesía y la de sus sirvientes “personales”.5
Para 1524 se estableció la traza de la nueva ciudad,6 que era una
retícula (como damero o tablero) con calles rectilíneas,7 sin embargo,
tuvo modificaciones a lo largo del tiempo;8 se delimitó el área central
para asentamientos exclusivos de españoles, en ese mismo tenor, en la
asignación del espacio, el origen y el linaje de los europeos fue impe-
rante para la ubicación y el tamaño del solar que se les otorgaría,9 por
lo que, para 1525, se habla de que había en la ciudad 150 inmuebles de

4 Kubler, Arquitectura mexicana del siglo XVI, p. 136.


5 Valero, Solares y conquistadores: orígenes de la propiedad en la Ciudad de México, pp.
214-216.
6 Cervantes de Salazar, México en 1554 y Túmulo Imperial, p. 32.
7 Valero, Solares y conquistadores: orígenes de la propiedad en la Ciudad de México, p. 149.
8 Toussaint, Planos de la Ciudad de México siglos XVI y XVII, p. 22.
9 Valero, Ciudad de México 1524-1534: su primera traza, p. 29; y Valero, Solares y conquis-
tadores: orígenes de la propiedad en la Ciudad de México, pp. 45, 150, 234-235.

655
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

españoles con un poco más de 3 000 negros10 y para 1545 las casas
de los españoles contaban en promedio con cerca de 20 esclavos,11 con
base en la solicitud de licencia de Jerónimo López, en la que pedía in-
gresar 50 negros y negras, ya que debido a una epidemia 17 de sus escla-
vos habían muerto, entonces se puede decir que los europeos llegaban
con alrededor de 20 sujetos. No obstante, para 1570 algunos autores
han señalado que había en la Nueva España 6 464 europeos, 2 700 000
naturales y 20 569 negros, y que la población asentada en la capital del
virreinato era de 2 794 europeos y 11 736 negros.12
En cuanto a la entrada de negros de África a España, en 1503 la
corona española instituyó en Sevilla la Casa de Contratación como
institución reguladora del comercio e introducción de la población
negra a la Península, con base en las cédulas del 20 de enero y 5 de
junio de ese mismo año; tiempo después Sevilla continuaría como el
puerto de entrada y salida a América, con las funciones antes citadas,
incluyendo el tráfico de mercancías.13 Más tarde, en 1513, surgen las
licencias y asientos para mantener aún más control y obtener ganancias
para la hacienda pública, de igual forma se generan los juros, que era
un préstamo de la corona al traficante para obtener una licencia,14 por
lo anterior, es evidente que la corona tenía una estructura institucional
y política en relación con el comercio de la población africana.
Sin embargo, para satisfacer la introducción masiva de negros afri-
canos, en el siglo xvi se fundaron los contratos, mismos que realizaba
la corona con los monopolistas o tratantes negreros; a dichos contratos
se le asignó el nombre de asientos, “un término del derecho español
que designa cada contrato hecho, con propósitos de utilidad pública y
para la administración de un servicio público, entre el gobierno español
e individuos particulares”; el primer asiento que se conoce fue con los

10 Mijares, “Construcciones virreinales que subsisten en la Ciudad de México”, p. 37.


11 Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva España, 1521-1550, p. 40.
12 Velasco, “La migración ibérica y africana: características e impactos regionales”, pp. 71,
78; Castillo, “Población negra en Chiapas”, pp. 11-12; Davidson, “El control de los esclavos
negros y su resistencia en el México colonial, 1519-1650”, p. 80; Tostado, El álbum de la mujer:
antología ilustrada de las mexicanas, p. 43; Aguirre, La población negra de México, p. 210.
13 Vila, Hispanoamérica y el comercio de esclavos, p. 24.
14 Vila, Hispanoamérica y el comercio de esclavos, p. 2; Aguirre, La población negra de Méxi-
co, p. 23; Naveda, Esclavos negros en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz, 1690-1830,
pp. 14-15.

656
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

alemanes Heinrich Ehinger y Hieronymus Seiler, que permitía la intro-


ducción a América de 4 000 negros en cuatro años.15
A su vez, las licencias eran de dos tipos, la comercial y la personal, es
evidente que la primera, como su nombre lo indica, era de escala masiva
para cubrir la demanda de mano de obra que se requería en América,
mientras que la segunda era para la introducción de un número pe-
queño de individuos, los que serían utilizados en el servicio personal.
Cabe mencionar que la actividad comercial, cantidad de introducción y
precio de los negros africanos, fue acorde con los intereses del mercado
y disminución infortunada de la población indígena.

Las fuentes

Al respecto de la evidencia documental, ésta se encuentra distribuida


en distintos archivos de carácter histórico, misma que ha servido para
generar una gran cantidad de textos que hacen referencia a la población
negra y que dan cuenta de su existencia en diversos lugares junto con
sus actividades, de igual forma, manifiestan los conflictos civiles y reli-
giosos que su presencia provocó en la Nueva España.
Con base en la temática del trabajo, me centraré en aquellos docu-
mentos que hacen alusión a la relación que guardó la población negra
con la población natural, ya que las representaciones materiales de los
negros por medio de las figurillas de barro elaboradas por los indígenas
son un claro indicio de la presencia de esta población y del papel que
jugaron, ya que sólo las imágenes cotidianas que le son representativas
a un sujeto se incorporarán a su construcción social, ejemplo de ello es
la ordenanza de 1582 de la Real Audiencia:

[...] Ninguna mestiza, mulata o negra ande vestida como india [...] so
pena de ser presa y que le den cien azotes públicamente por las calles y
pague de cuatro reales al alguacil que le prendiere [...]16

15 Naveda, Esclavos negros en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz, 1690-1830,


p. 14.
16 Castello, “La indumentaria de las castas del mestizaje”, p. 77.

657
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

A su vez, existen varios documentos de 1556, 1591 y 1592 que


solicitan que las ordenanzas de negros se verifiquen:

[...] hay muchos negros y que cada dia cometen muchos delitos, gran
soberbia y soltura, por, solicitan a la Real Audiencia intervenga con el
cumplimiento de las ordenanzas [...]17
[...] que se busquen las ordenanzas que dicen que los negros y negras
libres no vivan de por si ni tengan casa si no que sirvan a los españoles y
la traigan a este cabildo para que la ciudad la vea y ordenen en ello lo que
convenga [...]18
[...] que se junten las ordenanzas de los negros y hablan de ellos todas
y se den al señor don Diego de Velasco [...]19
[...] que se cumpla la ordenanza que hizo el virrey don Antonio de
Mendoza, sobre los negros asy en los dias de fiesta como en los de entre
semana se juntan en la plaza, calles y azequias de agua y en otras partes
asy a jugar y bailar y otros exercicios donde se consiertan de hazer hurtos
e rrobos e otros delitos y cada dia se rrecre con muertos y heridos, manda
se ejecute dicha ordenanza y cesen los daños [...]20

Las citas anteriores son clara muestra de la situación social y hechos


que se suscitaban en la capital del Virreinato.
Asimismo, encontramos las solicitudes de los regidores (1564,
1593, 1594, 1591 y 1597) para que los negros portaran armas:

[...] En este dia los dichos señores de mexico platicaron sobre la merced
que su magestad tiene hecha a esta cibdad, en la cual todos los regidores
de este ayuntamiento son jueces de la fiel executoria en las carnicerias en
el matadero y rastro, en las visitas a las tabernas y otras tiendas, por lo cual
se suplica se de licencia y facultad a esta cibdad para que cada regidor que
es o fuere de ella pueda traer consigo sus negros con armas andando con
sus amos y no de otra manera [...]21

17 ahcd.m, libro 6, p. 244.


18 ahcd.m, libro 10, pp. 122-123.
19 ahcd.m, libro 10, p. 156.
20 ahcd.m, libro 6, p. 275.
21 ahcd.m, libro 7, p. 213.

658
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

[...] Que los negros de los regidores traigan espada pero que se pida
la cedula para ello [...]22
[...] Pide que los regidores por sus actos, traigan a los negros con
espada [...]23
[...] Se trata acerca de la licencia para que los regidores traigan negros
con espada, esto lo consulta a Diego Salas de Badillo al visorey [...]24
[...] El señor procurador mayor pide al señor visorrey y audiencia que
mandaseen sobre la cedula que los rregidores trigan negros con espada
[...]25

También existen diversos documentos que señalan la prohibición


de venta de alcohol a negros, por los conflictos que se desataban:

[...] Ninguna persona de cualquier estado y condicion que no sea merca-


der, no tenga bodegon, ni taberna donde se venda vino ni negro ni negra,
ni indio, ni india, ni los trueque por otra cosa so pena de pedimento de la
mitad de sus bienes para la camara y fisco de su magestad [...]26
[...] Se informa que venden vino por arrobas y por menudeo a yn-
dios, negros y esclavos, contra las ordenanzas, ademas el vino es mesclado
malo con bueno se emborrachan y crean mas problemas, por lo que no
podran vender vino por arrobas y por menudeo sea casa o tienda y en los
alrededores de la cibdad, sino obedecen otorgaran la mitad de sus bienes
para la camara y fisco de su magestad y para el denunciante la otra parte
de los bienes [...]27
[...] Que no se venda vino a negros, mulatos, indios, que no se venda
fuera de la traza [...]28

Otro aspecto más que no se les permitió a los negros, fue el que se
reunieran, por ejemplo, en 1557:

22 ahcd.m, libro 11, p. 171.


23 ahcd.m, libro 10, p. 110.
24 ahcd.m, acta 5557, p. 805.
25 ahcd.m, libro 643A, pp. 68-69.
26 ahcd.m, libro 4, p. 134.
27 ahcd.m, libro 5, p. 275.
28 ahcd.m, libro 10, pp. 78-79.

659
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

[...] Que se cumpla la ordenanza que hiso el visorrey don Antonio de


Mendoza sobre los negros asy en los dias de fiesta como en los de entre
semana se juntan en la plaza, calles y azequias a jugar y bailar y otros exer-
cicios donde se consiertan de hazer hurto e rrobos e otros delitos y cada
dia se rrecre con muertos y heridos, mandan se ejecute dicha ordenanza y
cesen los daños [...]29

Al respecto de lo anterior, durante las excavaciones efectuadas en


1992, debido a los trabajos de construcción de la Línea 8 del metro,
en lo que fue el Hospital de San José de los Naturales, se hallaron los
restos óseos de un sujeto de rasgos negroides de aproximadamente 25
años y de 1.65 de estatura, que manifestaba cinco impactos de perdigón
(escopeta colonial), de 11 milímetros de diámetro.30
A su vez, se les prohibió que habitaran en los pueblos de indios,
1547:

[...] Que no puedan vivir negros, mulatos, moriscos y otros en los pue-
blos de indios, que ademas no los protegan los indios o caciques ya que
si desobedecen pagaran 10 pesos de oro comun y a los negros, mulatos y
moriscos se les de 100 azotes la primera ves, la segunda ves dos años de
servicio en una mina, la tersera ves que sirban 4 años y los destierren de la
Nueva España perpetuamente [...]31

Con el argumento de que algunos forzaban a los indios a efectuar


tareas pesadas, como cargar madera y combustible, por lo tanto, la pre-
sencia de los negros en algunos poblados de naturales fue un conflicto,
a tal grado de que se les permitió a los indígenas arrestarlos.32 Sin em-
bargo, más allá de la legislación, los documentos hablan de una fuerte
presencia de negros con la población natural, por ende, convivencia
entre ellos.

29 ahcd.m, libro 6, p. 275.


30 Báez y Meza, “Una muerte violenta en el virreinato (El caso del esqueleto 150 de la
línea 8 del Metro, México, D.F.)”, pp. 111-114.
31 ahcd.m, libro 5, p. 175.
32 Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), p. 147; Zavala, Asientos de la
gobernación de la Nueva España, pp. 63-66, 96-97.

660
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

En el ámbito religioso, también se encuentran algunos documentos


que hacen referencia a que los negros debían cumplir con sus activida-
des como feligreses, como consta en un registro de 1566:

[...] solicitan que los frayles no llamen al monasterio a los yndios, negros
y mulatos, pues descuidan las labores [...]33

Sin embargo, en otros escritos se presentan discrepancias como las


siguientes:

[...] que aunque se casen los esclavos negros e yndios con la boluntad de
sus amos que no por eso sean libres [...] [1538] 34
[...] ante el provincial Esteban de Portilo, se acusa a dos curas del sa-
grario, ya que con amonestasiones no quisiere casar a dos negros de Juan
Yepes [...]35
[...] que los negros no deberian casarse, pues daban mal servicio ya
casados y son como perros [...]36

Otro tema más que estuvo a cargo de la iglesia, y del que mucho
se ha escrito, es el referente a los actos contra la iglesia y castigos que
recibían los negros por estos hechos, algunos son:

[...] Juan de Valdivieso dice que el 18 de mayo fue a azotar a Luis negro la-
dino por mandato de Juan de Saavedra [...] que le dio cuatro o cinco azotes,
renego de Dios de su madre y santos, repitiendolo como 8 o 10 veses [...]
entonces Saavedra digo que lo azotaran pero bolvio a renegar [...]37
[...] Catalina de San Joan mando a azotar a Francisca, esclava, nacida
en Cabo verde por no obedecer a Diego de Rojas su sobrino [...] la desnu-
daron y asotaron renegando de Dios una ves [...]38
[...] se le asoto a Pascuala esclava negra de 20 años [...] renego de Dios
y todos los santos, ya que robo unos pesos [...]39

33 agn, Inquisición, vol. 2, exp.1020, fs. 57v-58.


34 ahcd.m, libro 4, p. 171.
35 agn, Bienes Nacionales, vol. 1212, exp. 36.
36 agn, Inquisición, vol. 29, exp.1, fs. 63-65.
37 agn, Inquisición, vol. 145, exp. 9, f. 35.
38 agn, Inquisición, vol. 147, exp. 1, f. 21.
39 agn, Inquisición, vol. 148, exp. 7, f. 40.

661
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

Lo anterior es solamente una pequeña muestra de los documentos


virreinales que hacen alusión a la presencia de la población de origen
africano en la Nueva España.

La evidencia material

En cuanto a la presencia material de la población de origen africano o


mejor dicho de los objetos asociados a dicho grupo, hemos encontrado
algunas referencias vinculadas con los trabajos de arqueología, tanto en
nuestro país como fuera de él; uno de ellos se trata de una excavación
arqueológica en Argentina, a cargo de Daniel Schávelzon, específica-
mente en la “Casa Ezcurra” en el centro histórico de Buenos Aires. En
dicho sitio se localizaron pipas, piedras adivinatorias, bastones serpen-
tiformes, cerámica de uso cotidiano, muñecos de vudú y collares, entre
otros, cuya manufactura es de tradición africana,40 lo que denota su pre-
sencia, y sobre todo a partir de sus características físicas se delimitaron
como objetos africanos.
A su vez, Martínez y Jarquín41 en el proyecto arqueológico realiza-
do en Calpulalpan, Tlaxcala, encontraron 40 restos óseos agrupados
en varios grupos y asociados a diferentes grupos sociales, siendo uno de
ellos el negro; se trata de cinco individuos de sexo femenino, cuatro
de ellos los dataron entre 20 y 25 años, mismos que fueron identi-
ficados por las características morfológicas de sus cráneos, las fosas
nasales, amplias y de perfil achatado, así como el rostro ancho. Cabe
mencionar que el trabajo de los investigadores hace alusión a que la
muerte de las negras fue de tipo ritual, debido a las características que
presentaban, exposición al calor, decapitación y descarnado, además
de la exposición en el tzompantli. La fecha posible de la realización de
dicho ritual fue entre el 11 y 30 de agosto de 1520 y correspondía al
sacrificio de cautivos en el siglo xvi.
En ese tenor, durante los trabajos de rescate arqueológico en el ce-
menterio de la Plaza Principal de Campeche, se localizaron las osamen-
40Feria y Malbrán Porto, “Arqueología histórica: una reflexión sobre contextos negros en
la Ciudad de México”, p. 65.
41 Martínez y Jarquín, “Sacrificio de negros al inicio de la conquista de México”, pp.
115-134.

662
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

tas de 24 sujetos, todos relacionados con africanos o descendientes de


éstos; lo anterior se dilucidó por las decoraciones dentales que presen-
taban los restos óseos, de igual forma, se identificó a tres de ellos como
originarios del oeste de África;42 un aspecto relevante que las autoras
Tiesler y Zabala señalan en su trabajo, es el hecho de que este grupo
de negros mantuvo un estrecho vínculo con sus amos, posiblemente
porque desarrollaron actividades de carácter doméstico; por lo que se les
permitió ser enterrados en el cementerio; también mencionan que los
africanos “originarios” de África se localizaron en las partes más alejadas
de dicho recinto, sin embargo, todos tenían una orientación sudoes-
te-noreste, conforme a la traza de la ciudad colonial de Campeche que
todavía se conserva.43 Al menos dos de los restos óseos contenían algún
tipo de ornamento, uno un collar de cuentas de formas esféricas con
recubrimiento dorado, mientras que el otro, un medallón con pequeñas
cuentas de ámbar de color negro.44
Por su parte, Cucina45 menciona, con base en estudios sobre la
dentadura, que los restos óseos de la población proveniente del África
presentaban mejor esmalte dental en comparación con los sujetos na-
cidos en la península de Yucatán, y que el esmalte se vincula a mejores
condiciones de vida y menor estrés, denotando así una característica de
los negros africanos sobre los negros nacidos en Campeche; lo anterior,
quizás se relaciona con las prácticas, actividades y formas de trabajo, así
como con dinámicas socioculturales del momento (siglo xvii), época de
mayor auge comercial de la población de origen africano.
Para la Ciudad de México, los trabajos de Charlton y Fournier46
mencionan que la evidencia arqueológica encontrada en algunos si-

42 Tiesler y Zabala Aguirre, “La presencia africana en Yucatán durante los primeros dos
siglos de la colonia: llegada, asimilación y muerte de una población negroide en la Ciudad de
Campeche”, pp. 69-73.
43 Tiesler, “Un cementerio colonial en el Parque Central de Campeche. Algunas reflexio-
nes sobre las condiciones de vida y la muerte peninsular durante los siglos xvi y xvii”, en http://
www.antropologia.uady.mx/arqueologia/manuscrito.html
44 Tiesler y Zabala Aguirre, “La presencia africana en Yucatán durante los primeros dos
siglos de la colonia: llegada, asimilación y muerte de una población negroide en la Ciudad de
Campeche”, p. 75.
45 Cucina y Rodríguez, “La etnia africana en la Colonia Temprana de Yucatán: salud y enfer-
medad en la población esquelética del cementerio de la Plaza Principal de Campeche”, pp. 98-99.
46 Charlton y Fournier, “Tlatelolco and La Traza: Divergent routes after the conquest”.

663
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

tios al interior de la traza presentan materiales cerámicos de alto valor


comercial, como es la mayólica y la porcelana china; en contraste se
ubican los sitios de la zona de Tlatelolco, en los que se registró loza
de tradición indígena, por lo que la población que habitaba en lo que
hoy es el centro histórico gozó de una mejor economía, a diferencia de
los habitantes indígenas de Tlatelolco. Además de lo anterior, como lo
han señalado diversos autores, las familias asentadas en la traza trajeron
consigo a sus esclavos africanos para las actividades de la casa o bien los
compraron, ya que tenían los medios económicos suficientes, sin olvi-
dar que la posesión de esclavos era un símbolo de estatus en la naciente
sociedad virreinal.
En ese sentido, los objetos de cultura material localizados en los
trabajos arqueológicos permiten determinar que las clases con mayor
poder adquisitivo, mismas que se encontraban asentadas en la traza,
compraban productos europeos para la preparación de alimentos, como
son mayólica, vasijas fabricadas en torno vidriadas y sin vidriar, oliveras
o botijas y recipientes de cobre y hierro; sin embargo, a partir de 1575
cambia el patrón de consumo de los europeos, dato también evidente
por el material, ya que abunda en las colecciones arqueológicas la por-
celana china del periodo Wan Li y la mayólica de producción novo-
hispana, aunque esta última en menor cantidad.47 En relación con la
porcelana china, South48 señala que “[...] mientras mayor sea el gasto
energético involucrado en la producción y transporte de un artículo,
mayor será su relación con un estatus socioeconómico alto del consu-
midor [...]”, por lo que de nuevo se puede mencionar que el grupo que
habitaba en la traza de la ciudad virreinal, Ciudad de México, adqui-
rió dichos productos para demostrar poder económico y que lo mismo
pudo suceder con la compra de esclavos de origen africano, ya que con
base en los datos comerciales, contratos de compra-venta de esclavos
del siglo xvii, éstos tenían un mayor valor comercial a diferencia de los
nacidos en la Nueva España.
Otro elemento por medio del cual se dejaba ver la bonanza eco-
nómica de los asentados en la traza fue la vestimenta; los caballeros y
las damas españoles vestían hermosos ropajes de estilo europeo, lo que

47 Charlton y Fournier, “Tlatelolco and La Traza: Divergent routes after the conquest”.
48 South, “From thermodynamics to a status artifact model: Spanish Santa Elena”.

664
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

se extendía a sus esclavos, ya que éstos también portaban magníficas


prendas; reiteramos que el atuendo era uno más de los elementos que
mostraba la posición social de los individuos.49
Al respecto de los asentamientos de la traza, Ladd50 comenta que en
las casas se tenían de 10 a 20 criados y algunos eran negros; por su parte
Zavala51 señala que en las casas se llegaban a encontrar hasta 20 escla-
vos, con base en una solicitud de Jerónimo López, de 1545, en la que
pide licencia para introducir 50 negros y negras, ya que una epidemia
había acabado con 17 de sus esclavos; en cuanto a las actividades que
éstos desarrollaban, Bayon52 refiere a que se encontraban jerarquizadas
y las tareas que estos criados efectuaban eran de mayordomos, amas de
llaves, cocineras, caballerizos, entre otras.

Indios y negros

Con base en los dos apartados anteriores, damos cuenta, de manera


somera, sobre la presencia de la población de origen africano en el vi-
rreinato, por lo que en este apartado hablaremos sobre la relación que
se gestó entre indios y negros, en particular lo relacionado al ámbito
ideológico, ya que el objetivo central del trabajo es mostrar, por medio
de la evidencia arqueológica, la presencia del negro mediante pequeñas
figurillas de barro con rasgos negroides elaboradas entre los siglos xvi
y el xviii y que fueron empleadas en ceremonias religiosas de algunos
grupos indígenas de indudables reminiscencias prehispánicas, como los
ritos de petición de lluvias y el culto a los aires. Esto es, la influencia de
los negros como imagen en los grupos indígenas asentados en el centro
de México, específicamente en la Sierra de las Cruces.
Al respecto de las creencias y las costumbres prehispánicas, no fue-
ron olvidadas o borradas por la conquista espiritual a la que fueron
sometidos los indios, por el contrario, éstas continuaron pero con cam-
bios y readaptaciones, propias del contexto, pero ¿por qué usar y hacer
representaciones de negros en ceremonias de petición de lluvias, o ante
49 Rubial, “La sociedad novohispana de la Ciudad de México”, p. 67.
50 Ladd, “La nobleza novohispana”, pp. 34-35.
51 Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva España, 1521-1550, p. 40.
52 Bayon, “El pasado en un país extranjero”, p. 139.

665
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

enfermedades cuya causa se creía que era sobrenatural y en relación con


la Santa Cruz, mismas que en la mayoría de los casos se llevaban a cabo
en cerros, grutas o cuevas?
A su vez, en 1560 la composición racial de la Ciudad de México
era de casi 2 000 mestizos y de 1 000 negros y mulatos en la Ciudad de
México,53 lo que prueba un claro proceso de mestizaje y relación entre
los pobladores de la urbe en los años 60 del siglo xvi, un intercambio y
asimilación de diversos elementos culturales en su modo de vida, esto
es, una “nueva” configuración social.
Por otra parte, en el ramo de Inquisición del Archivo General de
la Nación de la Ciudad de México, existen diversos documentos en los
que se pide recato al elaborar imágenes, cruces u otros ornamentos re-
ligiosos, así como decoro en la celebración de los ritos católicos y cons-
trucción de altares. Ejemplo de lo anterior es el Edicto de 1626, que
menciona “[...] se prohíbe poner cruces en lugares públicos e indecentes
[...]”;54 en otro de 1767 “[...] se ordena que las sagradas imágenes se
pinten, fundan, esculpan y fabriquen con decorosa propiedad, así mis-
mo que no coloquen la santa cruz en sitios y parajes inmundos [...]”,55
o bien que “[...] se prohíbe a todas las personas que hagan oratorios,
nacimientos de nuestro redentor Jesucristo, altares a la santísima virgen
y a otros santos y santas en sus casas [...]”.56

Las figurillas

Este grupo de piezas representa fielmente la realidad o en la mayoría de


las partes y rasgos concuerdan con las formas visibles de la naturaleza. Se
caracterizan por los rasgos detallados de las facciones y la representación
de implementos de la cabeza, lo que permite la identificación de castas,
como son las personificaciones de negros y/o mulatos, no obstante, el
cuerpo está elaborado de forma simple. También se puede observar la
intención de reproducir ciertas acciones y actividades, es decir, oficios
relacionados con las formas humanas representadas; en el caso de los
53 Mijares, Mestizaje alimentario, p. 37.
54 agn, Inquisición, edictos de Inquisición 43, vol. III, f. 42, 1622.
55 agn, Inquisición, edictos de Inquisición 43, vol. II, f. 13, 1767.
56 agn, Inquisición, edictos de Inquisición 43, vol. II, f. 78, s/f.

666
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

esclavos traídos de África, las actividades desempeñadas fueron diversi-


ficándose ya entrado el siglo xvi, entre las que sobresalen por su relación
con las representaciones de barro en cuestión los trabajos de panadero,
capataces, músicos, criados o cocineros, así como en labores propias del
servicio doméstico.57
Sobre la elaboración de las figurillas, están resueltas en la técnica
mixta, puesto que la manufactura de la cabeza es por molde y el resto
del cuerpo se obtuvo por modelado y con acabado por alisamiento,
otras presentan además un baño blanco (de cal) y sobre éste están deco-
radas con pintura de diversos colores. Fueron manufacturadas en barro
con desgrasantes compuestos por feldespatos y minerales no determi-
nados, textura fina, cocción a baja temperatura, además de pasta en
tonalidades en café; destacan las terminaciones de sus formas, la cuales
tienen un soporte trasero y un ejemplo de base cónica o de campana.
Su altura oscila entre los 7 y 11 cm. Las cinco figurillas son ubicadas
cronológicamente entre los siglos xvii al xviii.58
Los primeros dos ejemplos son figurillas humanas, quizás masculi-
nas, de pie con pelo corto y rizado, una con sombrero de copa y ala la
cual porta un objeto cilíndrico, y la otra, un objeto esférico. Tienen una
técnica de manufactura mixta y acabado por alisado.
El segundo par de ejemplos son figurillas humanas, también pro-
bablemente masculinas en posición erguida de pelo corto y rizado, una
con sombrero de copa y ala que porta una bandeja, la segunda es la
representación de un músico en actitud de tocar una corneta. Presentan
una técnica de manufactura mixta y acabado de superficie alisado con
baño de cal, decoradas con pintura azul, roja, naranja, verde y amarilla.

57 Mondragón, Esclavos africanos en la Ciudad de México. El servicio doméstico durante el


siglo XVI, p. 51.
58 El acercamiento cronológico fue realizado por medio de un análisis y clasificación de
tipo-variedad hecho con una colección de piezas compuesta por poco más de 2 000, debido a
que son piezas fuera de contexto y donde se reconocieron atributos esenciales tanto para la ubi-
cación temporal como para su descripción. Éstos constan de la indumentaria representada y su
identificación de vestimenta específica comparada con los modos y usanzas establecidos para la
época colonial, asimismo, en el caso del material carente de dichas representaciones se basó en
la comparación morfológica y de manufactura, así como en la técnica decorativa de las piezas
con vestimenta reconocible y, por tanto, ubicadas temporalmente, correspondientes al mismo
grupo y/o tipo dentro de la clasificación tipológica.

667
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

Figura 1

Medidas: altura 9.6, ancho 6.2, grosor 5.7 cm. Foto: Leonardo Hernández.

Figura 2

Medidas: altura 10.2, ancho 6, grosor 5 cms. Foto: Leonardo Hernández.

668
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

Figura 3

Medidas: altura 11, ancho 6.5, grosor 5 cm. Foto: Leonardo Hernández.

Figura 4

Medidas: altura 9.6, ancho 5.5, grosor 4.5 cm. Foto: Leonardo Hernández.

669
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

El último ejemplo es una figurilla femenina parada con pañoleta


que porta una bandeja con panes. Con técnica de manufactura mixta,
acabado de superficie alisado y baño de cal, así como decorada con pin-
tura verde, roja, amarilla y azul.

Figura 5

Medidas: altura 7, ancho 4.5, grosor 4.3 cm. Foto: Leonardo Hernández.

El material es parte de la colección que conforma el Museo Rafael


Coronel, ubicado en el antiguo convento de San Francisco en la ciu-
dad de Zacatecas, donde se exhibe una gran diversidad de figurillas
de barro de la época colonial, cuya composición muestra un corpus de
información muy amplio y variado.
Dicha colección presenta una gran cantidad de figurillas de barro,
como son personajes con vestimentas, entre las que se observan distin-
tos oficios entre ellos músicos, frailes, hombres y mujeres montados
a caballo y que portan escudos, así como niños o aves, además de re-
presentaciones zoomorfas, fitomorfas y muebles (como instrumentos
musicales, porta velas, vasijas miniatura y otros objetos). También, se
observan ángeles y querubines, que son las únicas imágenes cristianas
con las que cuenta la colección.
El seguimiento de la colección dejó ver que el origen de las piezas
fue producto del saqueo y compra en poblaciones del centro de Méxi-

670
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

co, principalmente en la serranía del poniente de la Ciudad de México


—Sierra de las Cruces—, y posteriormente adquiridas por el señor Ra-
fael Coronel. De tal manera que son piezas fuera de su contexto origi-
nal, por lo que su autenticidad fue determinada mediante el análisis de
la materia prima y técnica de manufactura, además de la comparación
formal y estilística con piezas localizadas en contexto. Muchos de los
hallazgos realizados provienen de recolecciones de superficie y excava-
ciones, así como de colecciones particulares de las que se desconoce,
en la mayoría de los casos, su procedencia exacta pero siempre en re-
lación al altiplano central.59 Sus hallazgos se han efectuado en diversos
contextos, pero destacan las cimas de montañas, quebradas y cuevas.
La ubicación correspondiente a estos entornos escarpados ha sido
efectuada por Paul Henning en la cumbre del cerro de La Campana y en
el cerro de Acazulco cerca de Ocoyoacac,60 y por Abelardo Carrillo y Ga-
riel61 en un recorrido en la Sierra de las Cruces, donde localizó piezas en
una gruta cercana a la cima de uno de los cerros, así como en una cueva
del paraje conocido como Dos Ríos en Huixquilucan. Otro recorrido con
el mismo resultado fue el realizado por Óscar Basante62 en Amanalco de
Becerra, Estado de México, como parte del proyecto “Registro Arqueo-
lógico del suroeste del Estado de México, etapa Valle de Bravo” durante
1992 a 1996, localizadas en las cimas de los cerros: San Bartolo, Cerro
del Ídolo, Cerro Cuate y Cerro del Caballero. Asimismo, está la ubica-
ción durante el año de 1993 dentro de la cueva de Chimalacatepec en las
inmediaciones de San Juan Tlacotenco, cerca de Tepoztlán, Morelos.63
59 Respecto a los hallazgos en excavaciones en sitios arqueológicos, que no corresponden
al entorno montañoso como Tlatelolco y Otompan, se tienen las exploraciones de González
Rul a principios de 1960 y los estudios tanto de Otis Charlton como de Patricia Fournier para
el proyecto Tlatelolco iniciado en 1991, así como las excavaciones iniciadas en el mismo año de
Otis y Thomas H. Charlton en Otompan, ubicado en Otumba, Estado de México. Asimismo,
el salvamento arqueológico llevado a cabo por Gudiño Garfias en 1997 en el Centro Histórico
de la Ciudad de México, en donde se situaba la calzada-acequia Mixcoatechialtitlan. Sobre co-
lecciones particulares están, desde la década de 1940, los estudios de Hasso von Winning para
la cuenca de México y la región de Puebla-Tlaxcala como procedencia contextual, y también
para la cuenca el estudio de Robert Barlow.
60 Henning, “Apuntes etnográficos sobre los otomíes del distrito de Lerma, Estado de
México”, pp. 57-85.
61 Carrillo, “Terracotas en la Sierra de las Cruces”, pp. 48-51.
62 Basante, Informe del análisis del material cerámico del proyecto.
63 Broda y Maldonado, “Culto en la cueva de Chimalacatepec, San Juan Tlacotenco,
Morelos”, pp. 176-211.

671
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

Por otra parte, se tienen las excavaciones efectuadas en 2000 y 2001


por Francisco Rivas64 en la estructura principal del sitio Cerro del Judío,
así como en restos de piezas entregadas por los vecinos del mismo lugar
ubicado en la Delegación Magdalena Contreras de la Ciudad de Méxi-
co. En cuanto a los estudios de colecciones se cuenta con el de Angélica
Corona65 que resguarda el Museo Nacional de Antropología, producto
tanto de excavaciones como de donaciones, son pocas las piezas de las
que se sabe su procedencia, pero están referidas a San Lorenzo Huitzi-
lapan, Azcapotzalco, Reyes la Catedral, el Cerro del Lobo en el Estado
de México y Cerro de la Campana en los límites entre los municipios
mexiquenses de Lerma y Huixquilucan, lugares pertenecientes a la Sie-
rra de Las Cruces.
La evidencia de esta clase de material ha despertado una serie de
discusiones respecto a su función y significado, que giran en torno a
correspondencias de prácticas religiosas propias de los grupos indí-
genas pero con readaptaciones, idolátricas o paganas para la percep-
ción novohispana y católica actual, y como adopción de formas por
completo católicas o con usos que no tienen que ver con la religión
y sí con el entorno organizativo virreinal, como es el ser juguetes de
adoctrinamiento.66
La afirmación de que constituyen evidencia de procesos de cambio y
readaptaciones de prácticas religiosas indígenas en torno a cultos al agua,
cerros, cuevas y todo lo relacionado con Tláloc y Tlaloques, y actuales
“aires”, se encuentra en las posturas sostenidas por Hayden,67 Charlton,68

64 Rivas, Castañeda y Romero, “Una ofrenda de figurillas coloniales en el sitio arqueoló-


gico del cerro Mazatépetl, San Bernabé Ocotepec, D.F. y figurillas coloniales de Huixquilucan,
Estado de México: análisis arqueológico y ritual”.
65 Corona, “Análisis de figurillas coloniales del altiplano central identidad social en su
manufactura”.
66 Sobre su producción con motivo de ser utilizadas como juguetes y/o para fiestas cris-
tianas de la epifanía, así como representaciones de nacimientos cristianos relacionados con los
Belenes españoles, se tienen los planteamientos de Carrillo y Gariel (1970), Nieto (1998) y
Corona (2002).
67 Hayden, “La supervivencia del uso mágico de las figurillas y miniaturas arqueológicas”,
pp. 341-349.
68 Charlton, “Las figurillas prehispánicas y coloniales de Tlatelolco”, pp. 157-175.

672
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

Fournier,69 Broda y Maldonado,70 Basante71 y Rivas;72 su espacio ritual se


encuentra en dichos contextos y su simbolismo y significación se vincula
a la agricultura, los fenómenos naturales y para la curación de enfer-
medades o para provocarlas. También se relacionan por las evidencias e
identificación con figurillas-ídolos de la época virreinal, además de que
existen testimonios denunciatorios que mencionan su localización y uso
en cuevas del Ajusco, Yautepec y Tizayuca para el siglo xviii, en los ce-
rros de Santa Fe y parajes del camino hacia Toluca, Tlalnepantla y grutas
de las serranías de la cuenca de México, así como en la misma cuenca
para los siglos xvii y xviii.73
Para el siglo xix se sabe de la presencia de esta clase de figurillas
como parte integrante en las prácticas religiosas de ciertos grupos in-
dígenas. Al respecto Felipe González hace mención de una denuncia
hecha en 1871 por el Ayuntamiento de Huixquilucan al distrito de Ler-
ma, en la que se señala la existencia de cultos “supersticiosos” realizados
en poblaciones indígenas pertenecientes a esta región, en donde adoran
a varias figuras.74
En ese mismo tenor, para principios del siglo xx en el pueblo de
Ocotepec del estado de Morelos se utilizaban muñecos de sololoy, en
las montañas de Contreras y Topilejo se enterraban muñecos a la mitad
del cuerpo y actualmente los altares están constituidos por figurillas
prehispánicas en Coatepec, Morelos. Esto permite entender que el des-
69 Fournier, “Símbolos de la conquista hispana: hacia una interpretación de significados
de artefactos cerámicos del periodo Colonial Temprano en la Cuenca de México”, pp. 125-138.
70 Broda y Maldonado, “Culto en la cueva de Chimalacatepec, San Juan Tlacotenco,
Morelos”, pp. 176-211.
71 Basante, Informe del análisis del material cerámico del proyecto.
72 Rivas, Castañeda y Romero, “Una ofrenda de figurillas coloniales en el sitio arqueoló-
gico del cerro Mazatépetl, San Bernabé Ocotepec, D.F. y figurillas coloniales de Huixquilucan,
Estado de México: análisis arqueológico y ritual”.
73 Referencias ubicadas en el documento del presbítero Cayetano Cabrera cuya fecha es de
1746 para el Ajusco (Robles, “Noticias históricas y actuales sobre lugares de culto en la zona del
Ajusco y en el Pedregal de San Ángel”, p. 164), el escrito de 1765 sobre la persecución de idóla-
tras en Yautepec, Morelos (Morayta, “La tradición de los Aires en una comunidad del norte del
estado de Morelos: Ocotepec”, p. 220). Y la mención de Gruzinski para finales del siglo xvii en
cerros de Santa Fe y parajes del camino hacia Toluca, como también las procesiones a grutas en el
rumbo de Tlalnepantla para 1681 (Gruzinski, La colonización de lo imaginario, p. 231). Además
del relato de Sigüenza y Góngora de su hallazgo para 1692 en el puente de Alvarado (Sigüenza y
Góngora, “Alboroto y motín de México del 8 de junio de 1692”, p. 118).
74 González, “La tradición prehispánica y católica en Huixquilucan”, p. 12.

673
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

uso de figuras o ídolos prehispánicos fue paulatino y se conservó a lo


largo de los años de ocupación hispánica en muchos lugares; sin em-
bargo, fue sustituido por las figurillas de barro occidentalizadas cuyo
uso fue común en todo el transcurso de la época virreinal, en particular
durante los siglos xvii y xviii. En la actualidad, Hayden75 menciona
su reutilización en San Luis Ayucan, Estado de México, como parte
de las ofrendas en cuevas y manantiales a los Tlaloques y dioses de las
lluvias.76 No obstante, la evidencia de cambios de material como el
plástico o tela, se sabe de su existencia y continuidad de uso con fines
curativos, así como su fabricación en barro hasta el día de hoy, como
en Tlayacapan, Morelos.
Cabe mencionar que las cuevas y los cerros fueron espacios sagrados
que no se extinguieron con la conquista hispánica, continuaron vivos,
ya que además de ser los contenedores de las lluvias y menesteres, eran
hogar de Tláloc, los Tlaloques y otras deidades, además de fungir como
lugares de escape ante el acoso virreinal; por lo que al parecer existía
cierta libertad para llevar a cabo dichas prácticas religiosas de origen
prehispánico y espacios donde por lo común se colocaban las figurillas,
como es el caso de la Sierra de las Cruces.
Gruzinski77 menciona que para finales del siglo xvii era una pre-
ocupación de la iglesia las “idolatrías” que se efectuaban en los cerros
de Santa Fe y los parajes del camino hacia Toluca, en los que se habían
encontrado estatuillas de barro cocido; así como ciertas procesiones en
Tlalnepantla donde las figurillas eran depositadas en una gruta. Asi-
mismo, señala documentos que refieren la coexistencia de santos con
estatuillas o juguetes de terracota, donde sobresalen músicos y anima-
les.78 A su vez, Carlos de Sigüenza y Góngora, para finales del siglo xvii,

75 Hayden, “La supervivencia del uso mágico de las figurillas y miniaturas arqueológicas”,
pp. 341-349.
76 Rivas, Castañeda y Romero, “Una ofrenda de figurillas coloniales en el sitio arqueoló-
gico del cerro Mazatépetl, San Bernabé Ocotepec, D.F. y figurillas coloniales de Huixquilucan,
Estado de México: análisis arqueológico y ritual”; Robles, “Noticias históricas y actuales sobre
lugares de culto en la zona del Ajusco y en el Pedregal de San Ángel”; Morayta, “La tradición
de los Aires en una comunidad del norte del estado de Morelos: Ocotepec”; Morayta, Good,
Paulo y Saldaña, “Presencias nahuas en Morelos”; y Hayden, “La supervivencia del uso mágico
de las figurillas y miniaturas arqueológicas”.
77 Gruzinski, La colonización de lo imaginario, p. 231.
78 Gruzinski, La guerra de las imágenes, p. 178.

674
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

señala su existencia y dice que las figurillas fueron colocadas desde hace
tiempo debajo de lo que fue el puente de Alvarado:79

[...] Mucho tiempo antes de ir abriendo la acequia nueva, que dije antes,
se sacó, debajo del puente de Alvarado, infinidad de cosillas supersticiosas.
Hallándose muchísimos cantarillos y ollitas que olían a pulque, y mayor
número de muñecos o figurillas de barro, y de españoles todas y todas
atravesadas con cuchillos y lanzas que formaron del mismo barro, o con
señales de sangre en los cuellos, como degollados [...]

Sigüenza refiere, por propia averiguación y explicaciones de los


mismos indios, a objetos con los cuales se propiciaban daños a los es-
pañoles, siendo el puente de Alvarado un lugar simbólico y donde la
memoria colectiva se relacionaba a la huida y muerte de conquistadores
en julio de 1520, conocida históricamente como la noche triste.

Las imágenes de negros

Una imagen es un elemento más del lenguaje, ya que contiene signos


que se transforman en símbolos de permanencia o cambio, de memoria
u olvido, ya que puede separarse el concepto del cuerpo del concepto
imagen, que a su vez son marcadores culturales, y por ende valores cul-
turales; al respecto Belting80 señala que “[...] una imagen es más que
un producto de la percepción. Se manifiesta como resultado de una
simbolización personal o colectiva [...]”, un acto social. En ese sentido,
se puede decir que los negros fueron hechos imágenes por medio de las
figurillas, las que evidencian la actividad del sujeto, como ya lo he men-
cionado antes, de tal forma que es posible hacer el siguiente comparati-
vo de imágenes a partir de las cuales se han podido referir las funciones
de los negros en el virreinato.

79 Sigüenza y Góngora, “Alboroto y motín de México del 8 de junio de 1692”, p. 139.


80 Belting, Antropología de la imagen, pp. 8-14.

675
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

Figura 6

Fuente: Tomado de Mondragón, 1999.

Figura 7

Fuente: Tomado de Mondragón, 1999.

Con base en lo anterior, nos podríamos cuestionar que un grupo


como los negros haya sido representado en figurillas; esto se debe a que
formaban parte de la configuración de la sociedad virreinal.

676
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

Incursión patrimonial, las figurillas de negros

La presencia y el uso de las figurillas de negros en ceremonias religiosas


de grupos indígenas se pueden enmarcar en un evento o elemento del
pasado de nuestro país, a su vez, como un recuerdo que se

[…] configura en el presente un acontecimiento pasado en el marco de


una estrategia para el futuro sea inmediato o a largo plazo […] También
es posible concebirlo como una movilización del pasado al servicio de un
proyecto personal (plan de vida) o colectivo, proyecto que conlleva las
condiciones de recuerdo del acontecimiento memorizado [...]81

Al respecto, la historia de un hecho responde a una memoria histó-


rica, pero también a una “[...] memoria colectiva ya que es producida,
vivida, oral, normativa, corta y plural […] compartida por un conjunto
de individuos [...]”,82 por lo que es constantemente repetida, transmi-
tida o construida,83 y para el presente caso se trata de una memoria
construida en el esquema de continuidad.
Según Fournier y Martínez,84 la memoria construida sirve para sus-
tentar la identidad y unidad entre determinados grupos, se trata de sig-
nificados que éstos comparten, de objetivaciones que se crean, preservan
y difunden, por ejemplo, por medio de textos, monumentos, símbolos y
rituales; con base en estos soportes tanto materiales como inmateriales,
los miembros de las comunidades rememoran significados compartidos
en los que sustentan elementos identitarios, y los mismos recuerdos son
materia de manipulación por parte de ciertas colectividades de acuerdo
con sus intereses y necesidades. De hecho, estos autores conceptualizan
a la memoria como una representación simbólica del pasado inserta en
la acción social, pues está constituida por un conjunto de prácticas y de
intervenciones que conforman identidades en las relaciones sociales.
Por lo tanto, el pasado más que un hecho en sí, tiene un valor social
ya que permite configurar la ideología, además de ser un pilar en la

81 Candau, Antropología de la memoria, pp. 31-32.


82 Candau, Antropología de la memoria, pp. 57, 61.
83 Giménez, Teoría y análisis de la cultura, I, p. 97.
84 Fournier y Martínez, “Genocidio, violencia y memoria histórica: Tlatetolco 1968”.

677
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

construcción de la identidad social, misma que con el mestizaje se vio


vulnerada pero también adecuada a los nuevos esquemas virreinales,
esto es, una “combinación” de elementos culturales, pero que fueron
aceptados como signos de presencia de la realidad en la que se estaban
desarrollando los distintos segmentos de la sociedad novohispana. El
negro era el otro, pero también los naturales fueron los otros: identidad
compartida. A su vez, algunos documentos, como lo hemos menciona-
do, señalaban que no se les vendiera vino a los negros porque causaban
alborotos con los indios, que se les prohibiera entrar a los pueblos de
indios y que tanto indios como negros cumplieran con sus obligaciones
religiosas, ello es clara prueba de los lugares en los que estaban coinci-
diendo y conviviendo, además de espacios productivos, pero para fines
ilustrativos tan sólo hago referencia a los tres primeros.
En consecuencia, memoria e identidad se relacionan estrechamen-
te, esta última concebida por Figueroa86 como el resguardo de sím-
85

bolos y prácticas, tendientes a reproducir lo que los integrantes de un


grupo conciben como su singularidad cultural. No obstante, los rasgos
distintivos de la identidad se transforman con el tiempo y el contexto
social, por lo que los procesos de persistencia de las identidades sociales
son resultado de una continua recomposición. A su vez, Giménez87
menciona que la identidad “no es más que la representación de los
agentes (individuos o grupos) de su posición (distintiva) en el espacio
social, y de su relación con otros agentes (individuos o grupos) que
ocupan la misma posición o posiciones diferenciadas en el mismo es-
pacio”. Esto a partir del “reconocimiento de caracteres, marcas y rasgos
compartidos (que funcionan también como signos o emblemas), así
como de una memoria colectiva común”.88 Con base en lo anterior,
la identidad es un elemento de la cultura y ésta “[...] es un sistema de
signos, símbolos, valores y conocimientos; es un capital complejo del
cual los hombres extraen y seleccionan ideas para organizar sus accio-
nes [...]”.89 Es posible afirmar entonces que el uso de las figurillas de

85 Candau, Antropología de la memoria, p.116.


86 Figueroa, Identidad étnica y persistencia cultural: un estudio de la sociedad y de la cultura
de los yaquis y de los mayos, pp. 298, 357, 376, 387.
87 Giménez, Teoría y análisis de la cultura, I, p. 37.
88 Giménez, Teoría y análisis de la cultura, I, p. 90.
89 Bassand, “Cultura y regiones de Europa”, pp. 129-143.

678
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

negros se debió, por una parte, a una persistencia cultural con sus res-
pectivas adecuaciones contextuales, esto es, un mestizaje, mismo que
hizo que se intercambiaran y adoptaran nuevos elementos culturales,
dando fusión a “nuevos” rasgos sociales, pero, reitero, permeados de la
subjetividad del recuerdo.
El sujeto existe únicamente al autodefinirse en cada situación a la
que se enfrenta como un conjunto de necesidades y de objetos corres-
pondientes que inventa, que construye. El imaginario, por ejemplo,
las representaciones socioculturales e incluso los arquetipos simbólicos
juegan un papel crucial en la historia, pues le dan forma a la manera
en que la sociedad establece jerarquías, distinciones y significados tanto
internos en relación con sus integrantes como externos en relación con
otros grupos; el imaginario modela lo individual y subyace a las accio-
nes de los agentes sociales, además de que es mediador en todas las
relaciones entre la cultura y la naturaleza. El imaginario social está cons-
tituido por los principios subyacentes, las leyes, valores y cosmovisiones
de una cultura dada.90 Además, refiere a las formas en que los sujetos
conciben la existencia social, cómo se integran con otros individuos en
el desarrollo de toda clase de actividades y prácticas, qué expectativas
se cubren de manera normal, las nociones e imágenes normativas que
subyacen a esas expectativas y el sentido compartido de lo legítimo,
fundamentando así un orden social moral.91
En suma, se puede considerar que el imaginario “[...] es el conjunto
de las imágenes y las relaciones de imágenes que constituyen el capital
pensante [...]”, es decir, que se trata de esquemas, arquetipos y símbolos
articulados en estructuras, donde el espacio y el tiempo tienen un papel
relevante.92 En definitiva, las sociedades viven a través de lo imaginario,
que es una necesidad de simbolizar el mundo, el espacio y el tiempo
para comprenderlos, por lo cual en todos los grupos sociales existen
mitos, historias, inscripciones simbólicas, que constituyen referencias
para organizar las relaciones entre los individuos: son evocaciones com-
partidas para la continuidad.93

90 Castoriadis, The imaginary institution of society.


91 Taylor, Modern social imaginaries.
92 Durand, Las estructuras antropológicas del imaginario, pp. 12, 21, 435.
93 Augé, Las formas del olvido, pp. 23, 30.

679
Nuestro patrimonio, la población de origen africano

Al respecto de las figurillas de negros como patrimonio, Joseph Ba-


llart y Jordi Juan i Tresserras94 mencionan que el patrimonio es lo que
heredamos a nuestros descendientes, que puede ser material o inma-
terial, y el sujeto lo hace sobresaliente a su contexto, ya que le puede
generar cierto beneficio en el ámbito familiar o social, como para la
cohesión y el control de los individuos mediante la construcción de un
discurso único o una historiografía compartida.

Conclusiones

En las últimas décadas se ha hablado de manera constante sobre la pre-


sencia de la población de origen africano en México durante el periodo
virreinal, lo que ha llevado a la generación de diversos artículos, foros,
congresos, seminarios, entre otros. De igual forma se le ha denominado
la tercera raíz, pero más allá de todo lo anterior, la realidad es que este
grupo, proveniente de África, estuvo presente en la Nueva España y
que su introducción y número estuvo estrechamente relacionado con el
grupo español. La información sobre su presencia se ha obtenido a par-
tir de la evidencia documental, sin embargo, la arqueológica también
es una fuente importante para dar cuenta de ellos. Esta última ha sido
la menos referida quizás debido a que la población de origen africano
se diluyó con el resto de la población del virreinato o porque se des-
conocen algunos aspectos de ellos. Sin embargo, la evidencia material
representada en las figurillas de barro con rasgos negroides no sólo alude
a la presencia de los negros, sino también de la imagen, esto es, cómo
eran vistos y representados, además de las funciones que desempeñaban
en la cotidianidad del tiempo virreinal, que con base en las figurillas,
eran domésticas.
Un aspecto más, aunado a lo anterior, es la presencia y uso de estas
figurillas de negros en ceremonias religiosas celebradas por indígenas, lo
que habla de la relación que existía entre ambos grupos y que el grupo
indígena, más allá de repelerlos, porque a veces contaban con una mejor
forma de vida, los integraron a su imaginario. Imágenes de su contexto,
pero también de una realidad virreinal que no puede escapar a nuestros

94 Ballart y Juan i Tresserras, Gestión del Patrimonio Cultural, p. 11.

680
Lourdes Mondragón Barrios y Sebastián Gómez Llano

ojos; mestizaje que llevó a la generación de castas cuyos nombres gene-


raron clases sociales, privilegios o sometimiento, arraigo o desarraigo,
identidad compartida. Las figurillas de barro que personifican a ne-
gros forman parte de los bienes muebles que conforman nuestro vasto
universo patrimonial, ya que son un producto cultural y remiten a un
pasado compartido, negros e indios.
En síntesis, el presente trabajo es una aportación en el campo del
patrimonio cultural nacional material, para dar cuenta de esta pobla-
ción de origen africano en México, misma que conjunta la evidencia es-
crita con la evidencia arqueológica, ya que se considera, para la temática
en cuestión, indisociable.

681
AFRODESCENDIENTES EN LA OAXACA
VIRREINAL. ESTADO DE LA CUESTIÓN
Y PROPUESTA INTERPRETATIVA

Joana Cecilia Noriega Hernández


El Colegio de México

No obstante los esfuerzos de los investigadores por dar cuenta de los


grupos africanos y sus descendientes en la Hispanoamérica virreinal,
los balances historiográficos generales, específicos o temáticos al res-
pecto muestran, todavía, la necesidad de nuevas propuestas de inter-
pretación y de explicación histórica.1 Los avances, sin duda, han sido
extraordinarios, pero tras los estudios precursores de la cuarta década
del siglo xx, así como de aquellos que les siguieron, los cuales hicieron
visible a la población afrodescendiente en México, los temas y los tra-
tamientos han tendido a repetirse o replegarse en facetas que se antojan
anquilosadas en el mejor sentido del término.
Entre estos temas se encuentran la trata, el origen de los esclavos,
su integración económica en la sociedad virreinal, su vida en las ha-
ciendas, trapiches, obrajes, ingenios y minas, sus formas de resistencia y
rebelión, sus patrones sociodemográficos y los de su prole, el mestizaje,
la demografía histórica sobre afrodescendientes y la evolución de la es-
clavitud. Si bien el tratamiento de los mismos aún posee trascendencia,
se necesitan más y distintas respuestas… y, sin duda, nuevas preguntas.
Algunos estudios e ideas originales comienzan, por fortuna, a revelar
que necesitamos ver otras caras del mismo proceso e intentar explicar-
las. Me refiero a los estudios de las formas de sociabilidad relacionadas
con los afrodescendientes, preocupación precisamente de este libro. Un
tema que, justo en relación con los esclavos urbanos, ha tratado Car-
men Bernand al asumir a la ciudad hispanoamericana como espacio de
1 Mörner, “The History of Race Relations in Latin America: Some Comments on the
State of Research”, pp. 17-44; Serna, “La esclavitud africana en la Nueva España. Un balance
historiográfico comparativo”, pp. 190-217; Hoffman y Pascal, “Negros y afromestizos en Mé-
xico: viejas y nuevas lecturas de un mundo olvidado”, pp. 103-135.

683
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

sociabilidad.2 Otros estudios notables, y que contemplo en este balance,


son los de Castillo Palma y Jean-Paul Zuñiga, los cuales se han conver-
tido, por el enfoque del que se sirven, en referencia cardinal para otros
investigadores.3
En lo que atañe a Oaxaca durante el periodo virreinal, objeto pri-
vilegiado de la reflexión historiográfica que me ocupa, considero que la
producción histórica es cuantitativamente escasa y aún presenta áreas
susceptibles de nuevos y complementarios análisis. Por ejemplo, la
mayoría de los estudios están referidos a la Costa Chica,4 el espacio
más vinculado con población proveniente de África; pero también el más
mítico y cuya referencia suele derivar en limitaciones espaciales y de
interpretación para el trabajo histórico. Gracias a la indagación reali-
zada, presento una idea de interpretación que recupera la perspectiva y
el método de la historia cultural para comprender la formación de las
identidades de los afrodescendientes, las relaciones entre grupos sociales
y la estructuración social. La propuesta resultó de la revisión cuida-
dosa y crítica de la producción historiográfica relativa a los afros y sus
descendientes, no podía ser de otra manera, pues Lucien Febvre enseñó
que “los progresos de la ciencia son frutos de la discordia”.5

De las jurisdicciones provinciales oaxaqueñas

Cuando pensamos en Oaxaca, algunas de las referencias que nos vienen


a la mente son su gran extensión territorial y diversidad étnica. Asimis-
mo, muchas veces nos remitimos a las regiones en que el espacio oaxa-
queño ha sido hoy en día dividido y con él, las distintas personas que lo
habitan. Categorías espaciales como las de Mixteca alta, Mixteca baja,
Región de los valles centrales, Costa Chica, etcétera, son herramientas
2Bernand, Negros, esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas, pp. 11-57.
3Castillo Palma, “La pérdida de la población de origen africano en la región de Puebla.
El cruce de la barrera del color por las inconsistencias de las categorías raciales. Análisis de las
genealogías y conflictos interétnicos”, pp. 299-325; Zuñiga, “‘Morena me llaman…’ Exclusión
e integración de los afroamericanos en Hispanoamérica: el ejemplo de algunas regiones del
antiguo virreinato del Perú (siglos xvii al xviii)”, pp. 105-122.
4 Véase en el siguiente apartado que el concepto Costa Chica entraña confusiones por lo
menos para el análisis referido al territorio novohispano.
5 Lucien Febvre, Combates por la Historia, p. 34.

684
Joana Cecilia Noriega Hernández

que el Estado mexicano y sus gobernadores emplean para manejar y


administrar al territorio oaxaqueño, sin duda también para entender
mejor la multiculturalidad de su población.
Esas categorías actuales nos hacen olvidar la historicidad del espacio
oaxaqueño y de su gobierno civil y eclesiástico en el tiempo. Olvidamos
que en la época virreinal, el espacio era tratado en términos jurisdiccio-
nales. Una jurisdicción era el espacio en el que se decía el derecho, el
espacio en que los gobernantes ejercían el poder en nombre del rey, es
decir, la jurisdicción en que administraban justicia. Las jurisdicciones
civiles (y las eclesiásticas) no poseían las características de nuestras divi-
siones políticas actuales, eran, más bien, cambiantes y flexibles, sin ser
por ello indeterminadas. Para evitar anacronismos y entender con ma-
yor profundidad y acierto, el análisis de los espacios virreinales debería
realizarse en términos de jurisdicción.
Las categorías utilizadas por algunos estudiosos para contextualizar
en el aspecto geográfico sus investigaciones de corte histórico, acusan
reciente factura. Por ejemplo, la clasificación etnográfico-folclórica que
divide al territorio oaxaqueño en siete regiones (los valles centrales, la
Cañada, la Costa, la Sierra, la Mixteca, el Itsmo y Papaloapan) es de
1932. En 1970 la clasificación se complejizó aún más porque la Co-
misión Promotora del Desarrollo Económico de Oaxaca (coprodeo)
subdividió la región de la Sierra en Norte y Sur; y en 2009 el gobier-
no de Ulises Ruiz elevó a decreto constitucional el reconocimiento de
las ocho regiones.6 Asunto análogo sucede con el término Costa Chica
cuya invención tuvo lugar en 1831, espacio cuya comprensión original
era la costa este de Acapulco en Guerrero.7 Sólo en la actualidad la re-
gión comprende también a la costa sur de Oaxaca, pero los investigado-
res las analizan de forma conjunta como si históricamente así hubieran
interaccionado en términos de jurisdicción o, en su defecto, las separan,
como si no hubieran mantenido algún tipo de lazo.
En el caso de la Mixteca alta oaxaqueña, el concepto no es tan recien-
te, pero esto es cierto sólo si consideramos que desde tiempos prehispá-
nicos y luego en el periodo virreinal se utilizaba el término mixtecos o
Mixteca para referirse a una porción de territorio y a unos grupos que se

6 Romero Frizzi et al., Oaxaca. Historia Breve, pp. 15-16.


7 Widmer, Los comerciantes y los otros. Costa Chica y Costa de Sotavento. 1650-1820, p. 22.

685
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

corresponden casi en su totalidad con el espacio que abarca esta región


en el presente, región que debe su nombre a su altura respecto del nivel
del mar (800 a 3 400 m).8 Según Romero Frizzi, los pobladores de los
tiempos prehispánicos habían realizado una especie de división de su
territorio que calca un poco la actual división oaxaqueña en regiones;
a la Mixteca Alta que incluía a Yanhuitlán y Nochixtlán le llamaron
Nudzavuiñuhu, que significa cosa divina y apreciada, y la misma identi-
ficación espacial hicieron con la “Mixteca baja”, la “Costa” y la “Cuesta
del Mar del Sur”.9
Tales referencias geográficas, al ser usadas sin cuidado y sin tomar en
cuenta las transformaciones vividas por el espacio a lo largo del tiempo,
con facilidad nos llevan a apreciaciones reductivas. Cabe advertir, por
ejemplo, que el término “mixteco” es más bien náhuatl, pues los mix-
tecos se llaman a sí mismos, y en su lenguaje, tay ñudzahui o “gente del
lugar de la lluvia”.10 En el periodo virreinal los españoles continuaron
llamándoles mixtecos tal y como los había llamado el grupo dominante
en Mesoamérica.
En el periodo virreinal a la región de la Mixteca alta se le llamaba las
provincias mixtecas, las cuales estaban situadas al occidente del valle de
Oaxaca (es decir, en el noroeste del actual estado oaxaqueño). Los pue-
blos mixtecos más importantes eran Yanhuitlán, Nochixtlán, Teposcolu-
la y Tlaxiaco. No sobra decir que Tilantongo, Yanhuitlán, Nochixtlán y
Teposcolula habían sido desde los tiempos prehispánicos lugares diná-
micos en diversos sentidos.11 Teposcolula, situada al noroeste de Oaxaca,
y jurisdicción en la cual caía casi totalmente lo que hoy llamamos Mix-
teca alta oaxaqueña, con los años se consolidó como la alcaldía mayor
más importante de la región. La Mixteca alta era un lugar de paso hacia
Puebla pero en ella confluían también otros caminos que se dirigían ha-
cia los cuatro puntos cardinales.
Por otra parte, Huatulco y Tehuantepec son dos lugares que for-
man parte del estado de Oaxaca y que no han merecido suficiente aten-
ción en los estudios históricos o que, con frecuencia, reciben un lugar

8Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, 1519-1821, p. 292.


9Romero Frizzi, Economía y vida de los españoles en la Mixteca alta: 1519-1720, p. 34.
10 Romero Frizzi, El Sol y la Cruz. Los pueblos indios de Oaxaca Colonial, p. 31.
11 Romero Frizzi, Economía y vida de los españoles en la Mixteca alta: 1519-1720, pp. 32
y 41-42.

686
Joana Cecilia Noriega Hernández

marginal en el análisis al ser considerados poco significantes respecto a


otras jurisdicciones. Tehuantepec, situado en el extremo sudoriental de
Oaxaca, por lo regular ha sido visto sólo como un lugar de paso hacia
Centroamérica y el reino del Perú;12 Machuca Gallegos, no obstante, ha
sabido concederle la categoría de región económica y social y lugar de
entronque entre Chiapas, Oaxaca y Coatzacoalcos.13 Tehuantepec en
el periodo virreinal fue una jurisdicción provincial cuya cabecera era el
pueblo del mismo nombre, como otros espacios fue elevada de forma
temprana (en 1529) al rango de alcaldía mayor.14
Por otro lado, Huatulco era la jurisdicción virreinal más meridio-
nal integrada por un largo litoral sobre el Pacífico, una llanura costera
y montañas con elevaciones de hasta 1 600 metros.15 Este espacio ha
recibido escasa atención quizá porque el puerto fue muy inestable de-
bido a los ataques de piratas y pronto fue sustituido en importancia
por el de Acapulco. También ha sido considerado un lugar de paso
hacia Guatemala y el Perú, y no obstante, el puerto alcanzó en algún
momento de su existencia la categoría de alcaldía mayor, mientras que
el pueblo de Huatulco se reasentó una y otra vez a pesar de los vaivenes
sufridos por su ubicación y los ataques piratas.
Oaxaca es en la actualidad un estado en el sur de la República mexi-
cana con enorme diversidad étnica, lingüística, cultural y geográfica, sus
habitantes mantienen profundas interacciones de heterogéneo tipo. Tal
diversidad tiene una explicación histórica, que sólo puede verificarse si
se analizan las intensas interacciones que las múltiples provincias juris-
diccionales virreinales mantenían entre sí, y no si se estudian meramen-
te como regiones acotadas de forma estricta; pues el funcionamiento
político novohispano trasciende con creces un análisis de tipo regional
que en ocasiones (y justo en lo relativo a Oaxaca) ofrece una visión
reductiva.

12 Commons y Coll-Hurtado, Geografía histórica de México en el siglo XVIII: Análisis del


teatro americano, p. 38.
13 Machuca Gallegos, “Los pueblos de indios de Tehuantepec y el repartimiento de mer-
cancías durante el siglo xviii”, p. 30. Esta tesis fue editada como libro en 2008 sin transforma-
ciones fundamentales: Machuca Gallegos, Haremos Tehuantepec. Una historia colonial (siglos XVI
al XVIII), 216 pp.
14 Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, 1519-1821, p. 273.
15 Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, 1519-1821, p. 126.

687
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

La jurisdicción, en este caso eclesiástica, que se corresponde mejor


con el territorio de la actual Oaxaca, es el obispado del mismo nombre.
El obispado de Oaxaca colindaba al sur con el Océano Pacífico y al
norte con el obispado de Puebla; ocupaba el actual estado de Oaxaca
excepto Huajuapan, Tonalá y la parte centro-norte donde hoy se ubica
la presa Miguel Alemán, los cuales pertenecían al obispado de Puebla.
Así que los distritos de Huaxuapan, Xiuixtlahuacan y Tzilacayoapan
eran los únicos lugares del actual estado oaxaqueño que en el siglo xviii
pertenecían a la mitra de Puebla. En cambio, abarcaba el distrito de
Abasolo (antes Ometepec) que hoy forma parte del estado de Guerre-
ro. Del actual estado de Veracruz comprendía tres cantones completos
de los Tuxtlas, Acayucan y Minatitlán, y sólo una parte del cantón de
Cosamaloapan (Chacaltianquiz, Tesechoacán, Otatitlán, Tlacoxalpan y
Cuauh-cuzpaltepec). Del actual estado de Tabasco comprendía el parti-
do de Huimanguillo (Ahualulcos).16
Asimismo, la intendencia de Antequera de Oaxaca es en el último
tercio del siglo xviii la jurisdicción civil que mejor se corresponde con
la actual Oaxaca. Esta intendencia estaba compuesta por un corregi-
miento y 16 alcaldías, casi ocupaba el territorio del actual estado ex-
cepto por una parte pequeña en el noreste que pertenecía a la alcaldía
de Cosamaloapan en la intendencia de Veracruz. A la intendencia de
Oaxaca pertenecían, por supuesto, Huatulco y Tehuantepec, Xicayán
(alcaldía de la cual eran parte los pueblos de Pinotepa de don Luis y
Pinotepa del Rey) y Xalapa del Marqués, lugares que han sido poco
mencionados en los estudios históricos.17
De tal suerte que por Oaxaca virreinal me refiero al territorio que
casi se corresponde con la Oaxaca actual y que, en el periodo que trans-
curre entre 1521 y 1821, estaba conformado por jurisdicciones civiles
y eclesiásticas (que se superponían) comprendidas dentro del obispado
de Oaxaca, las cuales a finales del siglo xviii integraron la Intenden-
cia de Oaxaca. Un estudio comprensivo sobre los afrodescendientes
en una zona de mayoría poblacional india exige observarlos en todo el
espacio y no sólo en las costas, porque estamos de acuerdo con Aguirre

16 Commons y Coll-Hurtado, Geografía histórica de México en el siglo XVIII: Análisis del


teatro americano, p. 38.
17 Commons, Las intendencias de la Nueva España, pp. 48-54 y 148-51.

688
Joana Cecilia Noriega Hernández

Beltrán (quien ya advertía de esto en 1989) en que “[...] la influencia


del negro, tanto en lo biológico como en lo cultural, no quedó limitada
a las estrechas fajas costaneras: se ejercitó sobre los centros vitales de un
amplio territorio [...]”.18
La población negra y sus descendientes interaccionaron con el me-
dio geográfico en el que les tocó vivir, y la movilidad fue muchas veces
un recurso de sobrevivencia. Tal movilidad espacial no siempre dependió
en forma exclusiva de ellos, también estuvo motivada por diversos facto-
res, entre ellos los económicos, demográficos y sociales. Por ejemplo, y
como veremos en los estudios de Widmer y Machuca, algunos pueblos
mulatos en su origen fueron pueblos de indios;19 las transformaciones
se debieron al descenso de la población india y al elevado número de
haciendas ganaderas que se asentaron en esos pueblos, yo añadiría al
proceso no sólo la inmigración forzada sino también la voluntaria.
También es Rolf Widmer quien refiere que hubo inmigración desde
la Mixteca alta hacia el sur, mientras que Peter Gerhard dice que zapote-
cas de las sierras bajaron a asentarse en las llanuras costeras;20 tales datos
reafirman mi interpretación respecto a que la Oaxaca virreinal debe ser
vista como un espacio compuesto de jurisdicciones que pueden ser ana-
lizadas como flexibles y en profunda intercomunicación no sólo interna
sino además externa. Tal interacción entre grupos sociales diversos en lo
cultural, y cuya residencia se traducía en espacialidades disímbolas, nos
conecta con la sociabilidad y nos enseña que debe superarse la visión
regional, porque ésta no da cuenta cabal de la complejidad política,
social ni mucho menos geográfica y cultural. Y no podemos entender a
los afrodescendientes sin observar la relación que guardaban con los es-
pacios en que vivieron. Algunos de ellos, los cimarrones, huían a lugares
de difícil acceso para no ser capturados. Otros, los de Tapanatepec, un
pueblo de mulatos situado en el camino hacia Guatemala, sufrieron el
18 Aguirre Beltrán, Obra antropológica. VII . Cuijla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro,
p. 9.
19 Hay varios ejemplos, pero citaré aquí un caso que llama mi atención, el de Xaltianguis
(un pueblo clasificado como mexica por Widmer) que se convierte poco a poco en rancho de
pardos. Widmer, Conquista y despertar de las costas de la mar del sur (1521-1684), p. 134.
20 Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, 1519-1821, p. 128. Widmer señala
que hubo no sólo movimiento de población sino de animales: en el siglo xvii la trashumancia
se desarrolla entre la Mixteca alta y los altos de la provincia de Jicayán. Widmer, Conquista y
despertar de las costas de la mar del sur (1521-1684), p. 134.

689
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

abuso de sus tierras por parte de los dominicos porque estaban situados
muy a la vista.

Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

La provincia virreinal de Oaxaca no se caracterizó por el predominio


de la población africana, sino por ser un establecimiento densamente
indio. A finales del siglo xviii, 90 por ciento de sus habitantes fueron
clasificados como indios, dicha población se concentraba en los valles
centrales, la Mixteca alta y en la Sierra. Por su parte, la población afri-
cana y sus descendientes ocuparon la región de la costa y algunos luga-
res relativamente aislados, su número para el mismo periodo sumaba
17 000 personas.21
Cano Vázquez señala que, en la jurisdicción de Oaxaca, la pobla-
ción negra en el periodo virreinal representó, del siglo xvi a mediados
del siglo xviii, apenas entre .5 y 1 por ciento de la población total. En
cambio, la población mulata experimentó un mayor crecimiento a lo
largo del periodo virreinal, en 1570 representaba 0.5 por ciento; en
1646, 3.1 por ciento y en 1742, 4 por ciento. A finales del siglo xviii,
la población en la jurisdicción oaxaqueña se distribuyó de la siguiente
manera: indios 88 por ciento; españoles 6.3 por ciento establecidos sobre
todo en los valles centrales; y mestizos y mulatos 5.3 por ciento, los cuales
se asentaban en la Costa y en el Istmo. En la Costa y el Istmo los indios
eran escasos en número, 7.9 y 6.8 por ciento respectivamente.22
A pesar del reducido número de la población afrodescendiente res-
pecto a la importante densidad demográfica de la provincia y al predo-
minio en la misma de los habitantes indios, la investigación histórica ha
ubicado afrodescendientes más allá de la Costa Chica y de Antequera,
por ejemplo, en la Mixteca alta. Aunque en pequeños números, los
negros, mulatos, chinos y otros grupos de ascendencia africana interac-
cionaban en la jurisdicción oaxaqueña y, de forma muy importante, en
la Mixteca alta porque ésta constituía un lugar de comunicación y de
comercio muy importante.

21 Chance y Taylor, “Estate and Class in a Colonial City: Oaxaca in 1792”, p. 457.
22 Cano Vázquez, La población negra en el Istmo de Tehuantepec, 1780-1821, p. 37.

690
Joana Cecilia Noriega Hernández

La legislación virreinal promovió una incorporación más sencilla de


la población negra a la cultura española y urbana al prohibir su intro-
ducción en los pueblos de indios. Pero debemos estudiar las excepcio-
nes a esta regla porque, por sólo citar un ejemplo, los afromestizos del
Istmo migraban a las ciudades desde los poblados cercanos, entre otras
razones, debido a que las posibilidades de trabajo en trapiches, ingenios
y haciendas eran reducidas.23 Me parece que la vida de los descendientes
africanos no se reducía sólo a los lugares con los que nos hemos habi-
tuado a corresponderlos.
El esfuerzo historiográfico para dar razón de la presencia africana
tanto en las costas, las llanuras, como en la ciudad y otros espacios de
Oaxaca, ha sido notable, y pueden distinguirse de forma clara ciertas
tendencias de análisis espacial, temático o determinados enfoques. A
saber, los estudios referidos a la zona de la hoy llamada Costa Chica:
tanto la de Guerrero como la de Oaxaca;24 los análisis sobre el Ist-
mo de Tehuantepec; los relativos a Antequera y a la Mixteca alta; los
vinculados con visiones etnográficas que estudian a los grupos afro-
mestizos actuales a partir de fuentes históricas; los que estudian la
estructura social mediante el análisis de los comportamientos sociode-
mográficos y las jerarquías sociales; y las tesis de grado y posgrado que
describen las formas y dinámicas de la integración económica y social
de los esclavos y de los afrodescendientes. Todos contribuyen a nues-
tra comprensión, pero también señalan los caminos, las ausencias,
las repeticiones, las posibilidades y asimismo los logros conseguidos.
Como es poco numerosa la producción historiográfica que existe al
respecto y tuve acceso casi total a la misma, no presentaré bloques
temáticos, sino que revisaré de forma exhaustiva cada obra tratando

23 Cano Vázquez, La población negra en el Istmo de Tehuantepec, 1780-1821, p. 21.


24 Debido a la interacción espacial y poblacional a la cual ya me he referido, incluyo en
la revisión un trabajo relativo a Igualapa, si bien debo aclarar, para no dar lugar a confusiones,
que esta provincia y toda la Costa Chica de Guerrero pertenecía al Obispado de Puebla. Com-
mons, Geohistoria de las divisiones territoriales del estado de Puebla (1519-1970), p. 20. También
traeré a colación lo que Widmer dice acerca de Acapulco, aunque esta jurisdicción, tampoco
pertenecía al obispado de Oaxaca. Para un posterior análisis histórico se exige un nuevo uso del
concepto región, y un nuevo método para acercarse a la geografía novohispana. Por ahora, me
corresponde dar cuenta del estado de la cuestión tal como lo he encontrado, aunque ya haya
manifestado mis reservas al respecto y, sobre todo, he enunciado las limitaciones implicadas por
la forma en que hasta ahora se han acercado a la geografía de la Oaxaca virreinal.

691
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

de seguir en alguna manera el orden antes propuesto, pero sin olvidar


que algunas se entrecruzan ya por el tema, ya por la región de la cual
se ocupan o incluso por el enfoque.

Razas y clases en la Oaxaca colonial25

Se trata de un estudio sobre el sistema de la estratificación social en la


Antequera virreinal y el papel que jugaban los factores racial y étnico en
el mismo. Es una historia social de un centro urbano provinciano pe-
queño durante los años de 1521 a 1812. Antequera fue escogida como
espacio de estudio por contar con un número significativo de españoles,
indios y castas, y por ser una ciudad rodeada por una densa población
rural india. Pone atención al cambio social, pues, como resultado de la
interacción entre los factores económicos y raciales, la estructura social
no se mantuvo estática durante los tres siglos bajo examen. Hay especial
interés en la red de relaciones interétnicas y el sistema afín de estrati-
ficación social (residentes, matrimonios, ocupaciones y significado del
sistema de castas). Chance utiliza el esquema de estratificación social
teorizado por Weber en el cual se distinguen e interrelacionan: clases,
estatus y jerarquías de poder. Enmarcadas en el contexto de un sistema
de capitalismo comercial en desarrollo que apareció en Nueva España
en la segunda mitad del siglo xvi, las divisiones étnicas y raciales se
evalúan junto a una jerarquía de clases económicas y respecto a aquellos
que ostentan el poder político.
Este estudio, a pesar del uso de términos discutibles como son los
de raza, clase y casta (conceptos que recupera desde las teorizaciones de
Mörner),26 es muy importante porque da cuenta de cómo cambian y
se vuelven complejos los criterios para la jerarquización social. Si bien
parte de la idea de que es la élite blanca la que impone los criterios de
clasificación social, también permite observar la participación de los

25Chance, Razas y clases en la Oaxaca colonial, 281 pp.


26Chance y Taylor, “Estate and Class in a Colonial City: Oaxaca in 1792”, p. 454. A
Mörner y Aguirre Beltrán pertenece la idea de sistema de castas entendido como una clasifi-
cación racial del siglo xviii que reflejaba la percepción de la élite colonial sobre una sociedad
racialmente mezclada, equivalente a la estructura de estados de la tardía Castilla medieval. El
concepto “sociedad de castas” tenía profundas raíces en actitudes sociales y valores.

692
Joana Cecilia Noriega Hernández

diferentes grupos sociales en la búsqueda por posicionarse de mejor


manera en el sistema de castas.
Por otra parte, me parece que el autor es muy cuidadoso con el
tratamiento de sus fuentes y que las complementa y contrasta entre sí
y con otras de diferente tipo para dar cuenta del dinamismo de la es-
tructura social. Estudia los registros de casamientos de la Parroquia del
Sagrario, los cuales contienen nombres y designaciones sociorraciales.
Mientras que el Censo de 1792 se emplea para estudiar la identidad y la
diferenciación racial y económica en el siglo xviii. El último es un censo
más completo respecto a las fuentes del siglo xvi; así que el autor suple
las deficiencias o datos no contemplados con otras referencias o incluso
haciendo cálculos a partir de los datos que posee.
Al mismo tiempo que Chance da cuenta de cómo cambia econó-
micamente la ciudad de Antequera, muestra las transformaciones de
la estructura social y la interacción en la misma de los diversos grupos
sociales y las diferentes jerarquías que definen su posición social. Al
respecto, descuellan el aumento de la población y del número y tipo de
las ocupaciones; las variaciones en los criterios que definían el estatus
social; la migración interna y la composición étnica; las transformacio-
nes que sufren las identidades; y, sobre todo, los cambios en el sistema
de castas que se evidenciaban en la forma de las designaciones sociorra-
ciales y en el surgimiento, en el siglo xviii, de nuevos términos como el
de morisco o pardo.
Es notable la presencia del ascenso social o movilidad (fenómeno
cuya existencia los historiadores reconocen) a pesar de la discriminación
y la estratificación social de la sociedad virreinal. Para Chance la movi-
lidad fue parte del sistema desde su inicio y no el efecto de su colapso.
En este sentido, sobresale un aspecto que encontraremos repetido en las
conclusiones de otros autores, me refiero al amplio rango de matrimo-
nio exogámico del grupo mulato, medio que fue empleado para escalar
en lo social.
Bajo la luz que ofrece este estudio, es importante verificar los cam-
bios en la larga duración y las contradicciones que presentan la legisla-
ción y las medidas relativas a los mestizos y las castas porque parecen ser
sólo el reflejo de la percepción y dominación simbólica de los españoles.
No se debería pensar sólo en términos de una élite (la blanca), pues,
siguiendo a Foucault, el sistema o poder se reproduce también de forma

693
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

microfísica.27 Por ejemplo, las investigaciones apuntan que había una


importante distinción identitaria entre grupos, de allí que los mestizos y
los mulatos se asumieran como grupos diferentes; pero al mismo tiem-
po ambos podían caber en la categoría oficial de mestizo o en aquella
que más se estilaba usar.
Por otra parte, es cardinal que la asignación de las clasificaciones
o etiquetas raciales sea sujeta a un análisis detenido. No coincido con
Chance cuando señala que:

[...] Para la mayoría de la gente, su primer encuentro con el sistema de


castas se presentó cuando empezaban a independizarse de sus padres —es
decir, cuando empezaban a trabajar tiempo completo o cuando decidían
casarse. El mismo sacerdote que encontró innecesario registrar la filiación
racial de la persona al nacer, raras veces se abstenía de registrarlo cuando
él o ella se casaba. Parece entonces, que sí había en el sistema un elemento
de decisión individual, que la gente intentaba explotar para su propio
beneficio [...]28

Me parece que el elemento de agencia de los sujetos en la clasi-


ficación social se ponía en juego desde el nacimiento de los niños,
momento en el que los padres intentaban el registro sociorracial más
conveniente para sus hijos. Jean-Paul Zuñiga ha sugerido que el naci-
miento de una nueva generación debió ser un momento muy angus-
tiante para las familias de origen mezclado y para los criollos de origen
no muy claro.29
Los registros de bautizo y casamiento como tales merecen mayor
observación y crítica, comparación y escrutinio ante prácticas recu-
rrentes y, asimismo, frente a modificaciones en las mismas. Chance
afirma que el sistema de castas no era claro en la mente de las personas,
de allí que se presentara gran variación en la forma con la cual se ca-
tegorizaban a sí mismas, y en cómo las clasificaban otros. Lo singular
de este asunto radica en que no debió ser tanta la incomprensión del

27 Foucault, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, p. 36.


28 Chance, Razas y clases en la Oaxaca Colonial, p. 164.
29 Zuñiga, “‘Morena me llaman…’ Exclusión e integración de los afroamericanos en
Hispanoamérica: el ejemplo de algunas regiones del antiguo virreinato del Perú (siglos xvi al
xviii)”, p. 122.

694
Joana Cecilia Noriega Hernández

sistema, pues éste siempre se utilizó para elevar el estatus social. Final-
mente, es importante subrayar que las descripciones peyorativas acerca
de los mulatos (como aquella que versaba “yo no soy mulato que paga
tributo”), así como las referidas a otros sectores, pueden ser de gran
valor para intentar la comprensión de las percepciones en torno a las
categorías sociales desde el punto de vista de los grupos que eran cla-
sificados por éstas.

The Racial Profile of a Rural Mexican Province


in The “Costa Chica”: Igualapa in 179130

Preocupado por entender cómo las relaciones sociales son estructura-


das por el sistema de castas, Vinson estudia a Igualapa a partir de un
censo de 1791. La fuente es útil para entender las elecciones ocupacio-
nales y de matrimonio de los varones, así como los hábitos residencia-
les y los patrones de inmigración. Si bien el autor no hace aclaración al
respecto, debo señalar que Igualapa en nuestros días ocupa la porción
norte de la Costa Chica de Guerrero, mientras que en el periodo vi-
rreinal era una jurisdicción que caía en el obispado de Puebla. Traigo a
colación este estudio por el enfoque que da el autor a los datos y por-
que considero que alguna conexión debieron tener todos los lugares de
la Mar del Sur.
En Igualapa las actividades económicas dominantes eran las empre-
sas agrícolas y ganaderas. Los esclavos fueron importados para trabajar
en esas grandes entidades y mediante un proceso gradual de emancipa-
ción el número de hombres de color libres se vio expandido. En 1791
vivían en Igualapa 5 407 hombres de color libres, los cuales represen-
taban 85 por ciento de la población no india. Igualapa era una de las
áreas con la más alta concentración de negros en la Nueva España. Ex-
trapolaciones a partir del censo y otras fuentes revelan que los hombres
libres y de color habían casi igualado y, en algunos casos, superado a la
población india, la cual a finales del siglo xviii alcanzaba probablemen-
te 5 000 individuos.

30 Vinson III, “The Racial Profile of a Rural Mexican Province in The ‘Costa Chica’:
Igualapa in 1791”, pp. 269-282. Véase nota 24.

695
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

Del análisis de Vinson se desprenden las siguientes afirmaciones:


los negros libres fueron empleados únicamente en 30 diferentes tipos
de ocupaciones, la mayoría de bajo estatus. De los hombres negros
libres, 93 por ciento tenían como ocupación la de granjero o cam-
pesino, así que estaban por completo excluidos del comercio. Tres
ocupaciones comprendían a la fuerza de trabajo de los negros libres:
la de los campesinos, los sirvientes y los vaqueros, y éstas reunían a 98
por ciento del total. En Igualapa, ocho de 22 artesanos eran mulatos,
lo cual es un número proporcionalmente importante. Una baja pro-
porción de negros residió en las pequeñas empresas agrícolas. De estas
últimas, las más grandes contaban con un gran porcentaje de negros
libres e incluso los mulatos eran empleados como capataces o ma-
yordomos. Los dueños de estas empresas usaron a los mulatos como
instrumentos en el gobierno de sus propiedades. Los propietarios de
haciendas concebían a los negros libres como un grupo homogéneo
en lo cultural.
La mayoría de las estancias de Igualapa estaban dedicadas a la agri-
cultura y eran muy grandes, funcionaban más como pueblos o mu-
nicipios que como simples empresas comerciales. Según el autor, la
estabilidad y el relativo aislamiento de las estancias creó un clima que
favoreció la creación de una relativamente no interrumpida herencia
cultural afromexicana. Las formas de agrupación de las comunidades y
subcomunidades en Igualapa tenían un carácter cerrado y la inmigra-
ción seguía patrones que aseguraban tal rasgo. La vasta mayoría de los
matrimonios de la gente afrodescendiente en Igualapa eran endógamos
debido a que la variedad social era menor y no había entonces mu-
chas opciones de elección. También se presentaba endogamia entre los
blancos, en particular entre los dueños de propiedades. Cabe resaltar
que no se daban matrimonios entre la gente africana y los indios, esto
debió haber sido resultado de la distancia que marcaban unos respecto
de otros y, asimismo, de la separación que existía entre los pueblos de
indios y las estancias.

696
Joana Cecilia Noriega Hernández

Familias esclavas en el ingenio de San Nicolás


de Ayotla, Teotitlán del Camino Real, Oaxaca31

En este trabajo se reconstruyen algunos elementos de la vida esclava a


partir del análisis del comportamiento sociodemográfico: familia, ma-
trimonio y endogamia. Las fuentes utilizadas son los inventarios que
derivan de los bienes de temporalidad jesuitas.
El ingenio de azúcar de San Nicolás de Ayotla se encontraba ubi-
cado en el Camino de la Real Corona en Oaxaca. La fuerza de trabajo
esclava que operaba en las unidades productivas jesuitas procedía de
actos de donación, compra, traslado o pago de condenas; pero también
había mulatos, negros y mestizos libres que trabajaban a jornal. Según
el autor, para el tercer cuarto del siglo xviii la esclavonía del ingenio
representaba para sus administradores más una carga que una fuerza
productiva; había entre los esclavos mucha insolencia, fugas, alborotos,
hurtos y embriaguez que hacían pensar en la posibilidad de su venta o
intercambio en otras unidades productivas. Además, en época de mal
temporal, 28.5 por ciento de la población esclava no era productiva y
resultaba onerosa para los administradores.
En 1768, según un inventario, el ingenio contaba con 158 esclavos
entre adolescentes, adultos y niños, a los cuales podían añadirse tres
ausentes o cedidos, seis hombres huidos, y algunos fugitivos reincor-
porados. Motta destaca que había fugados circunstanciales que volvían
al trapiche y, asimismo, refiere que no existía concertación entre los
fugados acerca del lugar de huida, sino que cada uno elegía destinos
diferentes. Tampoco había demasiada preocupación por parte de los ad-
ministradores acerca de capturar a los fugados. El autor considera que
la fuga de esclavos no constituye un fenómeno de rebelión total como
sí lo fue el cimarronaje.
Entre las conductas generadas por la cultura de la plantación, y
que llevan al autor a dilucidar que la familia esclava sí tuvo lugar en
los ingenios, destacan las siguientes: ausencia de un estricto control
de parte del ingenio sobre la reproducción de la fuerza esclava, de allí
que existan hombres esclavos casados con mujeres libres de quienes

31 Motta Sánchez, “Familias esclavas en el ingenio de San Nicolás de Ayotla, Teotitlán del
Camino Real, Oaxaca”, pp. 117-137.

697
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

resultan hijos libres; presencia de varones libres casados con mujeres


esclavas del ingenio la cual puede explicarse por un contexto de vida
favorable en el ingenio; falta de evidencia acerca de que las mujeres
casadas no hayan deseado descendencia esclava porque mujeres de di-
ferentes rangos de edad tenían hijos; y, por último, endogamia como
patrón dominante de reproducción.

La población negra en el Istmo


de Tehuantepec, 1780-182132

Cano Vázquez señala que su investigación nació como producto del


interés “[...] por conocer la problemática económica y social de la po-
blación negra traída por los colonizadores españoles a Nueva España
en algún lugar donde no existieran investigaciones al respecto [...]”. El
estudio se ocupa de dos pueblos de mulatos del Istmo de Tehuantepec
en el periodo de 1780 a 1821. A la autora le interesó destacar la impor-
tancia económica de los mulatos y la relación de éstos con otros sectores
sociales. Señala que su trabajo es relevante porque estudia de forma
particular a los afrodescendientes en su relación con la ganadería, el
beneficio del añil y como miembros de batallones milicianos; además,
porque a pesar de la escasez de las fuentes, éstas se contextualizan en los
aspectos social y legal.
La esclavitud negra tuvo concentraciones significativas en la Costa
Chica, Ciucatlán, la ciudad de Oaxaca y el Istmo de Tehuantepec. Pero,
a decir de la autora, la región de la Costa estaba inserta de manera más
completa en la economía colonial porque combinaba la producción de
la grana y la del algodón. Los españoles privilegiaron la ganadería y ocu-
paron a los esclavos negros como capataces y vaqueros de las estancias.
En 1540 se instalaron, en los llanos de Mazatlán, Huamelula y Huatul-
co, las primeras estancias de ganado vacuno y caballar (procedente de
Tehuantepec). Posteriormente, se ubicaron haciendas en las partes bajas
de San Pedro Amusgo, en Santa Catalina, en Acapulco y en Coyuca.
Por otra parte, la introducción de esclavos en el Istmo comenzó con
la llegada de los conquistadores que los traían como parte de su propie-

32 Cano Vázquez, “La población negra en el Istmo de Tehuantepec, 1780-1821”, p. 103.

698
Joana Cecilia Noriega Hernández

dad. Después, los negros fueron ocupados en la búsqueda y explotación


de yacimientos de oro en el río de Nuestra Señora de la Merced, en las
minas de Nuestra Señora de los Remedios y en el aserradero de Macuil-
tepec, lugares ubicados al sur en la Sierra Atravesada. Tras el agotamien-
to de los yacimientos, los esclavos fueron llevados a las vetas de plata
que el marqués del Valle poseía en Taxco, Zumpango y Zultepec. De
esta manera, la población negra tuvo mayor interacción con los pueblos
de indios y con otros grupos sociales. Los negros desempeñaron traba-
jos en el aserradero de Macuiltepec, dominio del conquistador Cortés,
así como actividades vinculadas con los encomenderos tales como el
cobro de impuestos. Una ocupación en la que sobresalieron de forma
notable fue la ganadería porque tenían ciertas experiencias anteriores
a su arribo a la Nueva España, así que hablaban español y estaban fa-
miliarizados con el ejercicio ganadero. Algunos negros llegaron a ser
capataces e intermediarios entre españoles e indios.
En el siglo xvii, debido a la recuperación demográfica india y al éxito
en la producción de las haciendas, la mano de obra mulata aumentó.
Durante el periodo virreinal y a principios del siglo xix entre los asen-
tamientos con población negra en Tehuantepec se encuentran Juchitán,
Zanatepec, Niltepec, Espinal y el barrio de la Soledad. En Tapanatepec,
Tehuantepec, Tequisistlán y San Mateo del Mar había población mula-
ta. En Juchitán y Espinal, los mulatos libres, además de ganaderos, eran
zapateros, carpinteros, panaderos y servidumbre. Para mediados del si-
glo xviii, según Villaseñor, la cabecera de Tehuantepec tenía 11 060
habitantes y 4.1 por ciento eran mulatos. Tequisistlán tenía 720 habi-
tantes y 5.5 por ciento eran mulatos. Según el censo de Revillagigedo
de 1793, la cabecera de Tehuantepec contaba con 21 746 habitantes de
los que 15.2 por ciento eran castas. A Huamelula correspondían 9.8 y
a Jalapa 8.9 por ciento.
Cano destaca la actividad económica efectuada por la población
afromestiza, la cual fue creando y ampliando sus espacios de interac-
ción económica y social en la medida en que el mestizaje aumentaba.
En la jurisdicción de Tehuantepec, propiedad del marquesado, vivían
descendientes de esclavos negros. Los negros y mulatos desempeñaban
el trabajo de guardias del ganado; también trabajaban en la operación
de las haciendas, sobre todo en las ganaderas. Los negros y mulatos
muchas veces eran adeptos a los amos españoles debido al tipo de re-

699
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

lación de trabajo que mantenían en las propiedades de hispanos. No


obstante, sí hay noticia de rebeliones o conflictos territoriales en los
que participan indios y negros, sobre todo cuando los últimos habían
logrado formar su propio pueblo. Los mulatos lograron una integra-
ción social y cultural en los pueblos de indios. Los pueblos de Niltepec,
Tapanatepec y La Soledad eran de mulatos con organización y nombre
indio. En el Istmo, al integrarse o formar cofradías, los mulatos se in-
trodujeron también en la dinámica económica y religiosa de los otros
grupos y pueblos de la región.
Había una relación estrecha entre los lugares más destacados de
producción ganadera en el periodo virreinal y los espacios de mayor
asentamiento poblacional de afrodescendientes. Cano considera que
hubo un espacio económico y social en el que se gestó y definió la po-
blación afromestiza, un espacio en el que convivieron con otros grupos.
Juchitán, Espinal, Jalapa, San Mateo del Mar, Guichicovi, Tequisistlán,
Ixtaltepec, Niltepec, Tapanatepec, Zanatepec, y el Barrio de la Soledad
fueron pueblos del Istmo en los cuales se desarrolló la ganadería, la pro-
ducción de añil y, en algunos casos, el comercio. Esas actividades fueron
propicias para el asentamiento de población negra y mulata.
La pertenencia a las milicias novohispanas permitió a los mulatos
libres una serie de derechos, fueros o beneficios. En diversas maneras
tuvieron acceso a nuevos empleos, aumentaron sus relaciones sociales,
obtuvieron conocimientos sobre el sistema legal novohispano y, en mu-
chos casos, el uniforme les brindó un nuevo estatus social.

Los pueblos indios de Tehuantepec


y el repartimiento de mercancías
durante el siglo xviii33

El de Machuca es un estudio sobre el repartimiento de mercancías en


la alcaldía mayor de Tehuantepec; su título indica que es predominante
el análisis de Oaxaca como un espacio de población mayoritariamente
india, si bien la autora advierte que Tehuantepec era un lugar de en-

33 Machuca Gallegos, “Los pueblos indios de Tehuantepec y el repartimiento de mercan-


cías durante el siglo xviii”, p. 193.

700
Joana Cecilia Noriega Hernández

tronque (de los caminos que llevaban a Oaxaca, Chiapas y Coatzacoal-


cos) conformado por 27 pueblos de distintas etnias, entre los cuales se
encontraban algunos con población mulata que participaba de forma
activa en el repartimiento.
Tehuantepec no era sólo un lugar de paso hacia el Soconusco y
Guatemala, más bien, una región: “[...] conforma un espacio geográ-
fico con características sociales y económicas propias [...] cuenta con
un lugar central [...] eje de la región [...] pues en él se concentran las
mercancías, la gente y la información de las zonas con las que se rela-
ciona [...]”.34 La cabecera de la provincia era la villa de Tehuantepec o
Guadalcázar que obtuvo ese título en el siglo xvii. La población negra y
mulata se concentraba en Juchitán, Santa María, Santo Domingo Peta-
pa, Ixtaltepec, Zanatepec, Niltepec y Tapanatepec. En 1793, de 21 746
habitantes, 15.25 por ciento eran castas y 10.25 por ciento españoles.
Los pueblos mulatos eran criadores de mulas.
La autora menciona el caso de pueblos de mulatos que en su origen
fueron de zoques. Asimismo, refiere el caso de Jalapa, un pueblo en el
que la población india descendió y el grupo mulato creció. Los pueblos
de mulatos quizá prevalecieron por su importancia en proveer de bas-
timentos y mulas a los viajeros que se dirigían a Guatemala. Además,
la producción de mulas no era considerable, pero circulaba al interior
de la región, pues las personas utilizaban a esos animales de carga para
trasladar sus mercancías.

Integración económica del esclavo


africano en Oaxaca colonial (1680-1700)35

Es el estudio histórico que de forma más detenida aborda el tema de


la población esclava en la Oaxaca virreinal, aunque, según mi pare-
cer, a este tópico aún no se le ha agotado ni en el aspecto espacial ni
en el temporal. Cabe subrayar que cuando la autora habla de Oaxaca
virreinal se refiere, en particular, a Antequera y un poco a la Mixteca
34 Machuca Gallegos, “Los pueblos indios de Tehuantepec y el repartimiento de mercan-
cías durante el siglo xviii”, p. 30.
35 Córdova Aguilar, “Integración económica del esclavo africano en Oaxaca colonial
(1680-1700)”.

701
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

alta. Sus fuentes son archivos judiciales (sobre todo procesos civiles),
notariales y religiosos. Se trata de un análisis de carácter descriptivo en
el que sobresale la integración económica y social de los esclavos negros
y de sus descendientes en la vida social y económica. La autora subraya
el carácter de la Mixteca alta como un espacio muy importante en lo
económico, lugar de paso entre el norte y el sur del virreinato, punto
de llegada de recuas, y de actividad económica de religiosos, alcaldes
mayores y caciques, sobre todo en aquellas dos décadas a las cuales Cór-
dova dedica su atención.
El estudio muestra que Chance, Taylor, Terraciano y Ronald Spo-
res ya habían identificado el dinamismo económico de la jurisdicción
oaxaqueña, pero es esta autora quien dedica sus esfuerzos al análisis de
la inserción de la población negra en el mismo. Así que narra cómo y
cuándo llegaron los esclavos a Oaxaca, quiénes eran sus amos, quiénes
los compraban, quiénes los vendían, dónde trabajaban, con quién se ca-
saban, y cómo es que las prácticas exogámicas favorecieron el mestizaje
y el surgimiento de población mezclada. Cristina Córdova nos anima a
observar que en la Oaxaca india también hubo población afrodescen-
diente (según sus datos, ésta constituyó hasta un cuarto de la población
total); nos dice cómo es que la misma llegó allí y se incorporó en la vida
social y económica. Pero aún faltan mayores explicaciones.
La tesis de Córdova constituye un esfuerzo valioso por identificar
los espacios (trapiches, ingenios de azúcar, haciendas de ganado), acti-
vidades (minería, comercio) y ocupaciones mediante las cuales los es-
clavos se integraron en la sociedad oaxaqueña durante las dos décadas
que hay entre los años 1680 y 1700. Su periodización está basada en la
disponibilidad de fuentes que contiene el Archivo de Notarías de Oaxa-
ca en torno a la compra y venta de esclavos; las referencias más antiguas
al respecto son de 1680.
Los archivos que utilizó la autora fueron el Archivo de Notarías, el
Archivo del Sagrario, el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de An-
tequera, El Archivo General del Poder Judicial del Estado de Oaxaca,
el Archivo General de la Nación y el Archivo General del Estado de
Oaxaca. Córdova logra una rica descripción sobre los esclavos y sus ám-
bitos de integración. Aunque los estudios de este tipo son importantes,
faltan explicaciones fundamentales que superen lo descriptivo. Todavía
los esfuerzos privilegian lo económico, estamos ante los temas más evi-

702
Joana Cecilia Noriega Hernández

dentes. No obstante, el estudio de Córdova es revelador respecto a que


nuevas fuentes como los archivos judiciales pueden darnos cuenta de
otras facetas de la vida de los africanos y de sus descendientes, así como
de la relación de éstos con otros grupos.
Entre las conclusiones del estudio se encuentra aquella que señala
que Antequera, Nexapa, La Cañada y la Mixteca fueron zonas de con-
centración de población de origen africano, aunque éstas se encontraban
limitadas a las casas, haciendas y trapiches establecidos en esos lugares.
No obstante, el contacto cultural y social entre grupos distintos fue in-
evitable, otra conclusión es la relativa a la predilección de la población
esclava por el matrimonio exogámico. Es claro que respecto a Oaxaca
aún no hay un estudio que explique los vínculos entre los descendientes
de africanos y los otros grupos sociales. La autora apunta que éste quizá
pueda llevarse a cabo estudiando las quejas de las comunidades.

¿Huellas bantúes en el noreste de Oaxaca?36

Según Motta, en la provincia de Oaxaca en el periodo virreinal también


se vivió la fiebre de fundación de ingenios y trapiches, aunque en me-
nor proporción que aquella experimentada en regiones como Cuautla
Amilpas, la villa de Córdoba o la zona de Izúcar en Puebla. En la zona
de La Cañada hubo en el periodo virreinal campos de caña, trapiches e
ingenios. Esta región era un lugar de paso hacia Oaxaca, el Soconusco
o la Ciudad de Guatemala. En 1615, aproximadamente, se fundó un
trapiche azucarero en la jurisdicción de Teotitlán del Camino Real del
obispado de Oaxaca.
El autor utiliza las evidencias indirectas, ya documentales o etnográ-
ficas, para elucidar el origen étnico de los negros bozales que trabajaron
en los trapiches de La Cañada. Se infiere que, en razón de su fecha de
fundación y tamaño, dichos trapiches tuvieron como operarios directos
a negros esclavos. Su inferencia está basada en una ordenanza del virrey
conde de Monterrey en la cual se manda que los trapicheros utilicen
negros africanos y no indios para procesar el azúcar. La ordenanza es de
principios del siglo xvii.

36 Motta Sánchez, “¿Huellas bantúes en el noreste de Oaxaca?”, pp. 357-410.

703
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

El estudio señala que las zonas de introducción de ganado mayor


en la costa del Pacífico no pueden descartarse como fuente sustancial de
demanda de obra esclava africana. También se conjetura, a partir de la
fecha de fundación de los trapiches, que los negros bozales que llegaron
a los trapiches de La Cañada provenían de zonas culturales bantúes, en
particular del Congo y Angola. En varios testimonios se precisa que el
grueso de los esclavos de la América lusitana e hispánica procedían de
las factorías de Luanda y Loango en la actual Angola.
El autor verificó la procedencia de un sector de los africanos llega-
dos a América mediante el análisis de 484 registros del ramo de matri-
monios del Archivo General de la Nación, 23 por ciento de los cuales
corresponden a gente denominada angola. La presencia bantú con-
goangoleña en La Cañada también se muestra mediante las evidencias
etnohistóricas del baile de la bamba y la presencia en ese lugar de un
(nganga) especialista en curar hechizos.
En cuanto a la vida esclava en los ingenios o trapiches, el autor se-
ñala que debe matizarse la visión respecto a que las unidades azucareras
eran fuentes unilaterales de rigurosa opresión. Según él, son las circuns-
tancias de tiempo y lugar las que determinan tal o cual conducta de los
esclavos y las reacciones de los amos y los administradores. El autor en-
trevé “[...] un panorama más favorable al entramado de la negociación,
ríspida o suavizada, en la que saberes, actitudes y personalidad de unos
y otros detentores del poder y forzados, son puestos en juego [...]”.

Los negros, los indígenas y la diáspora.


Una perspectiva etnográfica de la Costa Chica37

Bobby Vaughn realiza un estudio etnográfico de la Costa Chica para


verificar la inexistencia de una identidad negra propia entre los grupos
costeños de origen africano, y distinta de la referida al ser indígena y
mestizo promovido por el nacionalismo mexicano del siglo xx. Desea
contribuir a la formación de una conciencia trasnacional entre los afro-
mexicanos que les permita tratar de manera exitosa con sus necesidades

37 Vaughn, “Los negros, los indígenas y la diáspora. Una perspectiva etnográfica de la


Costa Chica”, pp. 75-95.

704
Joana Cecilia Noriega Hernández

cotidianas y negociar con la identidad racial y nacional mexicana. Sus


planteamientos son importantes porque en buena medida están basa-
dos en referencias históricas, de tal suerte que nos permite mirar el pa-
sado y el presente de los grupos afrodescendientes.38
El autor señala que la región de la Costa Chica ubicada en el sur
del país posee 400 kilómetros de largo, incluye partes de los estados de
Guerrero y Oaxaca, y alberga aproximadamente a 50 000 mexicanos
afrodescendientes que comparten el espacio con mestizos e indígenas.
En la actualidad, según el autor, sólo en la Costa Chica y en una peque-
ña área de Veracruz hay pueblos afromexicanos; si bien la historiografía
sobre el periodo virreinal muestra presencia de negros en Tamaulipas,
Querétaro, la Ciudad de México y otros lugares más.
Los grupos indígenas principales de la Costa Chica son los amuzgos
y los mixtecos costeros, y en cantidades poblacionales más reducidas
también habitan la zona los tlapanecas y los chatinos. Los amuzgos vi-
ven sobre todo en Guerrero y los mixtecos en Oaxaca. En sus principa-
les poblados, Pinotepa Nacional, Jamiltepec, Huazolotitlán y Jicayán, la
población de la mixteca costera es mayor que la amuzgo.
Para Vaughn el problema fundamental es la falta de etnicidad de
los mexicanos negros los cuales hablan español y visten como los mes-
tizos, pero no comparten los estereotipos étnicos indígenas, ni tampoco
se perciben como étnicamente distintos a los primeros. Así que los afro-
mexicanos de la Costa Chica no se ven como parte del discurso del in-
digenismo, y además padecen marginalidad social debido a la negritud
que los estigmatiza. El autor encuentra diferencias de percepción entre
lo que es ser un negro y ser un indígena, las cuales no se remiten sólo a
la piel. Por ejemplo, los indígenas, según la descripción de los afromexi-
canos, no tienen pelo chino, viven peores condiciones de pobreza y no
son gente de razón.
El autor interpreta que la mezcla racial en la Costa Chica acusa una
proporción más grande de mezcla entre negros y mestizos que entre

38 La integración en este balance de estudios etnográficos sobre la población negra actual


ha sido deliberada y no una falta de tino intelectual. Según mi parecer, no podemos compren-
der a cabalidad a los grupos afros y a su descendencia si no partimos de sus preocupaciones
actuales las que, sin duda, refieren problemáticas históricas, de esta manera el estudio de su
pasado se liga con su presente y puede serles significativo. Ir del presente al pasado no es un
desatino, más bien forma parte de una manera de proceder en los estudios en clave histórica.

705
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

negros e indígenas. También señala que, a lo largo de la historia, no


hubo mucha mezcla entre los negros y los indios debido a los patrones
generales de asentamiento, gracias a los cuales estos últimos se ubicaron
al pie de la sierra. En cambio, los mestizos sí se establecieron en la Costa
Chica durante la última parte de siglo xix sin hacer distinción entre
pueblos negros o indígenas. Así que el mestizaje en la Costa Chica,
según el autor, es reciente.39 Las entrevistas y la escasa evidencia docu-
mental encontrada le permiten caracterizar a los pueblos de la Costa
Chica como “casi” en su totalidad negros. En el pueblo que estudia,
cuyo nombre es Collantes, no encontró familias de linaje indígena. Su
análisis de parentesco, por otra parte, no reveló casi ningún apellido
fuera de los afromexicanos más comunes.

Problemas y retos para los estudios de identidad


en la población de origen africano
de la Costa Chica de Oaxaca en México40

El estudio de Correa es muy semejante al de Vaughn porque aborda los


problemas que representa estudiar, desde el punto de vista antropológi-
co, a la población de origen africano y su identidad actual como grupo
social en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. La dificultad estriba en
que en la actualidad no hay en el país grupos “verdaderamente” negros.
Correa señala que, al analizar a los afrodescendientes, los estudiosos
privilegian los elementos culturales en detrimento de aquellos somá-
ticorraciales. Hay problemas para definir al grupo negro y a los des-
cendientes del mismo, sobre todo porque su identidad no se puede
circunscribir en términos sencillos. En lo que respecta a la población
afromestiza mexicana, la cuestión es aún más complicada porque el
mestizaje contribuyó a la disolución de sus rasgos raciales y culturales

39 La afirmación del reciente mestizaje (siglo xix) en la Costa Chica puede parecer infun-
dada, pero debe tomarse en cuenta que es resultado de una investigación de corte etnográfico,
así que sólo puede verificarse por medio del análisis histórico. Aunque se encuentran algunas
respuestas en los trabajos de Rolf Widmer, tal verificación sólo puede resultar de un análisis
cuidadoso y profundo de los datos demográficos, estudio que por ahora se echa de menos.
40 Ethel Correa Duró, “Problemas y retos para los estudios de identidad en la población
de origen africano de la Costa Chica de Oaxaca en México”, pp. 427-440.

706
Joana Cecilia Noriega Hernández

de origen; en otros casos, en las regiones más aisladas desde el punto de


vista geográfico, se conservaron. Pero, en general, según la autora, los
grupos negros y sus descendientes carecieron de una identidad absoluta
desde su llegada a América.
Por otra parte, hay un fenómeno todavía más complejo que explica
bien la percepción e identidad que hoy tienen de sí mismos los grupos
de afrodescendientes mexicanos. Me refiero a la percepción relativa a
que los afromexicanos no son negros, pero tampoco indígenas, se trata
de una falta de identidad africana que tiene que ver con el ocultamiento
racial que llevaron a cabo sus ascendientes. Correa habla de:

[...] Un proceso de sistemático ocultamiento de la propia condición racial


con el fin de acceder a los estratos inmediatamente superiores de la pirá-
mide social, lo que llevó a Aguirre Beltrán a afirmar, por ejemplo, que ‘el
mulato no se extinguió: se ocultó; ocultación dentro del grupo euromes-
tizo o indígena, según el caso’. El resultado, de esta ocultación del propio
ser, puede advertirse en la nula identificación de los afromestizos actuales
de la Costa Chica con los esclavos provenientes de África [...]41

Tras la heteroidentificación.
El “movimiento negro” costachiquense
y la selección de marbetes étnicos42

Arturo Motta ha dedicado importante atención al estudio de los escla-


vos y afrodescendientes justo en las zonas donde su presencia fue más
notable. Sin embargo, cabe advertir que su interpretación no es, del
todo, la del historiador, sino que prevalece una mirada etnográfica o
antropológica y una urgencia por la comprensión del presente de los
grupos afrodescendientes.
En mi opinión, tal enfoque es muy relevante, sobre todo cuando se
intenta que el pasado vierta su luz sobre el presente o al revés, pero no
cuando de forma deliberada se utiliza a la Historia para construir o ayu-
41 Correa Duró, “Problemas y retos para los estudios de identidad en la población de
origen africano de la Costa Chica de Oaxaca en México”, pp. 435-436.
42 Motta Sánchez, “Tras la heteroidentificación. El ‘movimiento negro’ costachiquense y
la selección de marbetes étnicos”, pp. 115-150.

707
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

dar a la forja de las identidades contemporáneas. Motta utiliza al pasado


como mecanismo argumentativo para ayudar a un movimiento de los
habitantes de la Costa Chica (en particular los municipios de Cuajini-
cuilapa y Pinotepa Nacional) en su búsqueda por el reconocimiento
como etnia más allá de lo local. El autor demuestra que los negros y
mulatos novohispanos contribuyeron a la formación de la cultura de
la charrería; los vaqueros mulatos novohispanos fueron los forjadores
de una cultura vaquera regional; y, asimismo, destaca que el ethos que
distingue a los habitantes de la costa no es el de la violencia, como había
señalado Aguirre Beltrán.
Para lograr su objetivo, el autor realiza un análisis de los términos de
referencia que han servido en la identificación de los costeños. Asume
que la vaquería es y fue la actividad hetero y autoidentificatoria de esos
grupos, así que realiza un análisis coreológico de las danzas actuales ba-
sado en una visión etnográfica; y además averigua la génesis y sustento
de las categorías identificacionales en la región de la costa.

Los comerciantes y los otros.


Costa Chica y Costa de Sotavento. 1650-182043

En esta investigación, contrario a lo que podemos suponer, Widmer no


se ocupa de manera detenida de los afrodescendientes, si bien señala que
las costas (de Veracruz, Guerrero y Oaxaca), geografía que estudia, esta-
ban compuestas poblacionalmente por una mayoría india y una minoría
afromestiza que, no obstante, en algunos pueblos sobresalía en número.
Al autor, sin embargo, le interesa dar cuenta más bien de las relaciones
de producción establecidas entre los comerciantes (dominadores) y los
que él ha llamado los otros (que no son sino los dominados). Se trata
de un estudio desde la perspectiva del materialismo histórico dialéctico
que analiza las relaciones sociales de producción y la lucha de clases en la
Costa de Sotavento y en la Costa Chica. Me parece, no obstante, que es
más abundante el análisis referido a Veracruz, pues son menores las men-
ciones a Igualapa, Jicayán, Huatulco y otros lugares de la Costa Chica.

43 Widmer, Los comerciantes y los otros. Costa Chica y Costa de Sotavento. 1650-1820, pp.
1-402. Véase nota 24.

708
Joana Cecilia Noriega Hernández

Por otra parte, destaca que Widmer se ocupe de espacios que no


han merecido un estudio detallado en clave histórica por parte de otros
investigadores; sin embargo, para él son cardinales porque, por ejemplo,
y contrario a lo que se puede pensar, desde esa región circulaba una gran
cantidad de algodón hacia las ciudades más importantes en la Nueva
España. Inevitablemente, por ser lugar de trapiches, ingenios, estancias
y puertos, se encontraba poblado por negros, mulatos, chinos e indios,
muchos de los cuales habían llegado allí por inmigración; proceso este
último en el que el movimiento de españoles y euromestizos era insig-
nificante en términos demográficos.
El autor destaca la actividad productiva y las relaciones que la misma
genera, para él son de suma importancia los comerciantes y los vínculos
que éstos tejían con los oficiales reales y los curas clérigos y, en general,
con aquellos que contaban con poder; los derechos de propiedad; los
títulos de tierras (pues tipifica a las sociedades costeñas como rurales
y entonces su medio de producción básico es la tierra); los pequeños
productores; y, sobre todo, cómo resistían la dominación aquellos que
sólo tenían su fuerza de trabajo o que eran propietarios intrascenden-
tes. La resistencia a la dominación es un asunto que el trabajo destaca
a profundidad, por esa razón se narra cómo los afromestizos se unen al
contingente comandado por Morelos en la Costa Chica y, por medio
de esa táctica, tratan de vengar los agravios que han sufrido por parte de
los comerciantes de la región. Tales acciones de resistencia son interpre-
tadas como exitosas.
El autor señala que la población en las costas es producto de la in-
migración forzada y es de calidad social afromestiza.44 Ese grupo crece
en la segunda mitad del siglo xviii, mientras que el de los indios se es-
tanca. Así, aunque de manera indirecta, el trabajo serio de Rolf Widmer
nos permite conocer a los afrodescendientes costeños.

44 El autor señala que los términos pardo y mulato se usaban de forma indistinta. El tér-
mino chinos se refería a los indios filipinos.

709
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

Pueblo a orilla del mar.


Huatulco en el siglo xvi (1522-1616)45
Se trata de un estudio regional cuya temporalidad inicia en 1522 con la
conquista de Huatulco y concluye en 1616 con el abandono del puerto
ante la amenaza de piratas holandeses en el Océano Pacífico. No tiene
como objeto privilegiado de estudio a los afrodescendientes sino a los
indios y su relación con el puerto de Huatulco. El autor explica los cam-
bios y continuidades sociales, económicos, políticos y culturales sufri-
dos por los señoríos luego de insertarse en el orden colonial.
La explicación del libro gira en torno a que el predominio hispano
llevó a una fragmentación del señorío de Huatulco que dio lugar a la
creación de dos cabeceras (el pueblo y el puerto) del mismo nombre.
El puerto, al transformarse en alcaldía mayor, desplazó al pueblo. Res-
pecto a los afrodescendientes que vivían en Huatulco, sobresalen datos
de enorme valor. Por ejemplo, al ser diezmada la población originaria
el espacio fue poblado con personas de distintos lugares del obispado
de Oaxaca. Se refieren los abusos de los negros y los mulatos hacia los
indios, asunto que ha llegado, en mi opinión, a convertirse en un lugar
común. Se menciona, aunque sin profundidad, la prohibición de los
contactos entre negros e indios. Y se señala que los mozos de las estan-
cias eran, por lo regular, negros y mulatos, y que sobre éstos pesaban
acusaciones sobre robo de mujeres. Sobresale la mención relativa a que
los negros poseían cierta libertad de movimiento que les venía conferi-
da por ser los guías del ganado. La geografía del lugar les era propicia
para huirse. De hecho, Huatulco era un lugar en el que las autoridades
buscaban esclavos huidos y, asimismo, un espacio atractivo para refugio
de los que anhelaban ser libres. Huatulco era un lugar de comunicación
entre Acapulco y los reinos al sur del continente, vía a través de la cual
se trasladaban esclavos al Perú.

45 Vázquez Mendoza, Pueblo a orilla del mar. Huatulco en el siglo XVI (1522-1616), p. 305.

710
Joana Cecilia Noriega Hernández

Las vigías marítimas de los milicianos pardos de


la Costa Chica oaxaqueña y el “engreimiento”
de su calidad; último tercio del siglo xviii46

En este trabajo, el autor muestra que las demandas de cobro de real tri-
buto en el siglo xviii, y la negativa de los pardos a satisfacerlas, permiten
distinguir en los argumentos esgrimidos por dicho grupo una autocon-
ciencia mulata o parda singular. Esa autoconciencia refiere el orgullo
de pertenencia a la calidad social parda y mulata, y exhibe la concien-
cia que se posee respecto a los servicios de defensa marítima y militar
prestados a la corona, la cual alimenta al primero. La respuesta de los
pardos es singular porque no se trata del típico cruce de la barrera de
color, más bien, lo que está en juego es la defensa de la identidad negra.
Ambas, según el autor, fueron estrategias de resistencia/acoplamiento
de los afrosucesores en contextos sociorregionales disímbolos.
El orgullo les venía de su pertenencia a las milicias reales que, de al-
guna manera, los había “sacado de la oscuridad de lo negro”, también de
su capacidad para montar caballos; además era retroalimentado por me-
dio de los privilegios que derivaban de su participación en los batallones.

Conquista y despertar
de las costas de la mar del sur (1521-1684)47

Widmer narra una historia de explotación y dominación acerca de las


costas de la Mar del Sur (la de Oaxaca y la de Guerrero) a las cuales la
corona española con mucha dificultad consigue subyugar. Constituyen
espacios que se pueblan, trabajan y defienden de los ataques de piratas
con esclavos (cuyos amos son las autoridades virreinales), esclavos que
interaccionan con los indios. Sus poblaciones se establecen y forman
asentamientos que poco a poco se pardizan. El autor al tiempo que nos
dice cómo se conquista la Mar del Sur (en especial la fundación del

46 Motta Sánchez, “Las vigías marítimas de los milicianos pardos de la Costa Chica oaxa-
queña y el ‘engreimiento’ de su calidad; último tercio del siglo xviii”, pp. 58-79.
47 Widmer, Conquista y despertar de las costas de la mar del sur (1521-1684), pp. 59-151.
Véase nota 24.

711
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

puerto de Acapulco y, de forma menos profusa, aquella de Huatulco)


nos remite a la vida de aquellos que hacen posible tal empresa, ya como
vaqueros, o esclavos del rey, o desempeñando otras variadas actividades.
En el capítulo 3 intitulado “Gente nueva: españoles y africanos en
la Costa Chica”, Widmer da cuenta en forma reveladora de la población
negra y sus descendientes, si bien sin profundidad porque no son su
objeto de interés directo. El autor señala que los encomenderos tenían
administradores de origen africano, ése era el caso de Francisco, lugar-
teniente de Gutierre de Badajoz en el pueblo de Nexpa. Los ministros
religiosos acostumbraban tener esclavos negros y chinos en su compa-
ñía. Y los comerciantes se dirigían a los pueblos acompañados de algu-
nos negros. Los esclavos negros, los mulatos y los chinos trabajaban en
las haciendas cacaoteras. Los mulatos rondaban los pueblos cacaoteros
para casarse con mujeres indias viudas y disfrutar así de los beneficios
que solían derivar de esos casamientos. Widmer, además, vincula a los
negros con el robo de productos que venden a mercaderes. La pobla-
ción india que desciende demográficamente es sustituida por esclavos
negros. Por otra parte, se refiere un mestizaje entre la población externa
y las mujeres indias, ése es el caso de los indios filipinos que se casan con
indias de la costa.
Huatulco adquirió la categoría de alcaldía mayor a partir de 1600
aunque no alcanzó la importancia de Acapulco. Formaba parte de un
sendero que era vía de comunicación con los centros económicos del
altiplano y constituía el eje cacaotero de la Nueva España. El puerto
de Huatulco era de origen prehispánico. Desde antes de 1540 el rey
español mandó allí negros, los cuales se ocuparon de atender a los na-
víos que entraban en la bahía. De hecho, la primera población de los
puertos se compuso de esclavos negros. Pero el de Huatulco languide-
ció en proporción con la importancia que adquirió aquel de Acapulco,
suceso semejante ocurrió con el pueblo, el cual fue quemado en 1687
por piratas; el pueblo actual se estableció alrededor de 1718. En 1672
se crearon en Jicayán milicias de mulatos y españoles para defender la
costa. El batallón de mulatos quedó exento del pago de tributos.
Acapulco era un puerto de población negra y una minoría blanca, y
los indios, por efecto de las congregaciones, se asentaron a la orilla del
puerto y apartados de los afros. Las relaciones que españoles y negros
establecían eran tensas. Los primeros acusaron a los segundos de bru-

712
Joana Cecilia Noriega Hernández

jería, mientras que, a las mujeres, de usar vestimenta exuberante. Pero


la población negra, mulata y china ofrece resistencia en silencio: vive
amancebada, se alcoholiza, provoca o es parte de pleitos e intenta el
cimarronaje.
Las primeras estancias ganaderas en la Mar del Sur se establecen en
1540 y se multiplican después de 1580 en las partes bajas de Tlacolula,
Tlacamama, Pinotepa del Rey, Potutla y los llanos de Tustla y Chila. A
finales del siglo xvi, el puerto de Acapulco posee protagonismo ganade-
ro. En la zona también se presentan conflictos entre los administradores
(español o mulato libre) y los dueños de las estancias, pues luego de
haber administrado por un largo año, los segundos no entregan a los
administradores el ganado prometido como pago por su trabajo. Ade-
más, a los vaqueros se les acusa de robo de ganado, de blasfemos, de
judaizantes y de abusos contra los indios de los pueblos.
El autor señala que “‘[...] la guerra de baja intensidad’ que libraban
indios y negros, permitió, por otra parte, el surgimiento de comunida-
des afromestizas, mestizas cultural y biológicamente [...]”.48 Según esto,
los afros usan la fuerza para hacerse de mujeres o, tan sólo, de hijos; tal
proceso contribuye en la “pardización”:

[...] Algunos pueblos, Nexpa, Copala y Tonameca, se ‘pardizan’ tanto que


pierden su carácter de “indígena” hacia 1700; otros Pochutla, Huaxolotitlán
e Igualapa entre ellos, contaban con un número importante de pardos.
Mientras tanto y, por inmigración, el puerto de Acapulco, se volvieron
mayoritariamente pardos, aunque por razones legales, siguieron apare-
ciendo como “negros” en los censos [...]49

Desde 1570 se reporta la existencia de un palenque de negros en el


hinterland de Huatulco. El autor señala que la existencia del cimarrona-
je, tanto en Huatulco como en Acapulco, se debe a que hay un número
importante de esclavos locales que conocen el medio geográfico. Es re-
levante destacar que los esclavos huidos del altiplano migran y se unen
a los de la Mar del Sur en la búsqueda de la libertad. La fundación de
asentamientos fijos sucede poco a poco y casi siempre tiene lugar cer-

48 Widmer, Conquista y despertar de las costas de la mar del sur (1521-1684), p. 131.
49 Widmer, Conquista y despertar de las costas de la mar del sur (1521-1684), p. 132.

713
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

ca de algún pueblo de indios, circunstancia que generará conflictos…


también contacto y aprendizaje mutuo.

Propuesta de interpretación

Los estudios sobre la población africana y los afrodescendientes en Oa-


xaca muestran algunas líneas fundamentales de interpretación: la de la
historia social representada por Chance; la de la inserción cultural de
esos grupos en la vida económica novohispana; la del análisis sociode-
mográfico; y, por último, aquella de la identidad. Dichas interpretacio-
nes se han acercado a temas como el de la población esclava y su vida en
la ciudad y en los pueblos; la estratificación social, la movilidad social,
el mestizaje, el sistema de castas, el comportamiento demográfico, la
estructura económica, los criterios de jerarquización social; las milicias
pardas, los comportamientos ocupacionales, el estatus, los orígenes ét-
nicos de las poblaciones; la identidad social y cultural, las relaciones
sociales y sexuales entre grupos distintos; la percepción y opinión (favo-
rable o no) de unos grupos respecto a otros, la inmigración, y las iden-
tidades en el pasado o su inexistencia y la búsqueda de las mismas en
el presente. Algunas de esas temáticas han sido abordadas de forma su-
ficiente, otras, sólo han sido sugeridas o se les ha mencionado de paso.
Es claro que las conclusiones de los estudios sobre los afrodescen-
dientes en Oaxaca son todavía muy disímbolas: algunas refieren com-
portamientos exogámicos, otras, endogámicos; unas nos hablan de
mestizaje, otras lo niegan y sólo reconocen el fenómeno a finales del
siglo xviii o incluso lo ubican de forma tardía en el siglo xix; excepto la
investigación de Chance, ninguna más se ha ocupado del cambio social
en una duración que sobrepase el estudio de unas cuantas décadas. To-
das, sin embargo, nos remiten a una Oaxaca virreinal más compleja de
lo que nos es dado imaginar a pesar de la relativa y minúscula presencia
de los afrodescendientes.
Todas nos permiten repensar la medida en que se ha reconstruido
la historia de ese grupo. Y la revisión parece indicar que aún no hemos
dado completa cuenta de un proceso que salta a la luz a partir de los
estudios del pasado, pero, sobre todo, de los esfuerzos etnográficos del
presente: me refiero al mestizaje y la estructuración social, pero obser-

714
Joana Cecilia Noriega Hernández

vados y reconstruidos desde las representaciones de los grupos diversos


que componían la sociedad virreinal, no desde la élite blanca ni a par-
tir de lo que son hoy los afromestizos; al mismo tiempo, sin dejar de
considerarles. Es relevante extrañar aquí que mientras los estudiosos
más destacados de otras regiones de la Hispanoamérica moderna han
privilegiado el análisis de la agencia de los sujetos en la construcción
de sus identidades, medio para insertarse mejor en una sociedad dis-
criminatoria y basada en el honor y en diferenciaciones o estatutos de
tipo jurídico, como lo era la virreinal;50 en lo que atañe a la provincia
de Oaxaca, no tenemos todavía búsquedas en ese sentido. Al contrario,
parece dominar una tendencia antitética.
Norma Angélica Castillo Palma51 es, sin duda, la representante más
significativa de la primera tendencia: aquella que muestra a los grupos
en su búsqueda por trascender la barrera de color y asegurar un mejor
estatus u honor en la sociedad virreinal. Para el caso de Puebla, la his-
toriadora ha demostrado un intenso mestizaje en los siglos xvi y xvii
como producto de la contracción poblacional india y el auge de los
obrajes, a los que tiene por espacios en extremo favorables para la mez-
cla de gente de diversas calidades. Castillo ha concluido que el obraje
fue muy favorable a la mezcla de indios con negros y mulatos esclavos
durante los siglos antes referidos; y afirma que ese espacio también fo-
mentó uniones de mulatos con mestizas a finales del siglo xvii y en los
comienzos del siglo xviii.
Castillo Palma, además, ha explicado los caracteres que seguía la ad-
judicación de las etiquetas raciales por parte de individuos de extracción
negra. Sobresale, al respecto, el ocultamiento de la ascendencia africana
o la asimilación de los hijos al grupo de la madre o del padre según
fuera más ventajoso. También es relevante la referencia al manejo laxo
del concepto de mestizo, realidad que favorecía la ocultación del origen

50 El honor en las sociedades de la Hispanoamérica moderna, aunque relacionado con


la limpieza de la sangre, tenía que ver, en gran parte, con la fama o reputación pública que se
conocía a partir de la “pública voz y fama”. Castillo Palma, “Informaciones y probanzas de lim-
pieza de sangre. Teoría y realidad frente a la movilidad de la población novohispana producida
por el mestizaje”, p. 223.
51 Castillo Palma, “La pérdida de la población de origen africano en la región de Puebla.
El cruce de la barrera del color por las inconsistencias de las categorías raciales. Análisis de las
genealogías y conflictos interétnicos”, pp. 299-325.

715
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

africano, pero también la superación de la pertenencia al grupo tributa-


rio. En fin, la autora atribuye la pérdida de la población de origen afri-
cano en el siglo xviii a una deliberada vía exogámica y a la ocultación de
la ascendencia originaria. Por otra parte, el descenso de la población
afromestiza se explica también gracias al cruce de la línea de color.
Aunque la Oaxaca virreinal es una región distinta a Puebla y, sin
embargo, muy conectada en diversos sentidos con la misma, es funda-
mental tener en cuenta las conclusiones de Castillo Palma y su visión
sobre los grupos sociales. Es necesario trazar nuevos caminos para la
investigación de la población afrodescendiente en Oaxaca y después
realizar ejercicios en clave comparativa los cuales impliquen a las “regio-
nes” novohispanas, de tal suerte que logremos una mayor comprensión.
Jean-Paul Zuñiga, cuyos últimos estudios han sido considerados
como parte de las últimas tendencias historiográficas,52 asume una in-
terpretación muy cercana a la de Castillo Palma aunque para realidades
geográficas distintas como lo son las de Lima, Buenos Aires y Santiago
de Chile. También se ha visto interesado por el fenómeno del mesti-
zaje y la movilidad social implicada por el mismo. Ha subrayado que
la discriminación que caracterizaba a las sociedades americanas era un
principio relativamente flexible. Este autor considera que, en las regio-
nes con pocos o no evidentes rasgos africanos es necesario estudiar las
especificidades del grupo o población de ese origen en el contexto de la
América española, de la construcción de las sociedades coloniales y del
proceso de mestizaje.53
En su artículo “Morena me llaman…”, realiza un estudio que parte
de las categorías étnicas (sus usos, omisiones, aplicaciones) para enten-
der la manera en que las sociedades coloniales pluriétnicas manejaron
la coexistencia de grupos diferentes en su seno. Entiende a las catego-
rías como representaciones, las cuales deben ser confrontadas con las
prácticas para revelar los mecanismos del proceso de mestizaje. A partir
de este estudio constata que, a pesar de su uniformidad de origen, las
categorías eran elásticas y sufrieron un doble proceso de erosión, uno

52 Mazín, “La nobleza ibérica y su impacto en la América española: tendencias historio-


gráficas recientes”, pp. 63-76.
53 Zuñiga, “‘Morena me llaman…’ Exclusión e integración de los afroamericanos en
Hispanoamérica: el ejemplo de algunas regiones del antiguo virreinato del Perú (siglos xvi al
xviii)”, pp. 105-122.

716
Joana Cecilia Noriega Hernández

demográfico y el otro semántico. La flexibilidad de las designaciones


sociales revela gran fluidez y subjetividad en la asignación étnica, así
como que la posibilidad de ascenso social estaba abierta. Finalmente, el
estudio de Zuñiga también repara en las estrategias de blanqueamiento,
en la escala de valores pigmentocrática usada a la hora de elegir pareja
matrimonial, y en la “vergüenza étnica”, las cuales implicaban, de algu-
na manera, la negación de una parte de la herencia negra; pero también
eran reflejo de los valores de la época en una sociedad virreinal caracte-
rizada por la distinción social.
La segunda tendencia, que se desprende de la revisión historiográfi-
ca y a la cual considero antitética respecto de la primera, niega, en algún
sentido, el mestizaje virreinal y busca identidades para los afromestizos
de nuestros días. Tal postura me parece que despliega algunos proble-
mas y, no obstante, nos es útil para plantearle preguntas a los hechos del
pasado en relación con los afrodescendientes.
Según he revisado en apartados anteriores, los estudios etnográficos
de la negritud en el presente revelan, en alguna medida, entre muchos
aspectos más, una cara del pasado de los afrodescendientes. Los etnó-
grafos se muestran extrañados porque los grupos negros de nuestros
días no se reconocen como tales, tampoco como indígenas, más bien
se asumen distintos, morenos. Hay, según los estudiosos, un proble-
ma de identidad. Cómo no tendría que haberlo, si los africanos y sus
descendientes, debido a las características de la sociedad virreinal, bus-
caron construir identidades que les fueran socialmente más útiles. No
negaron lo negro por desprecio sentido hacia lo negro, transformaron
lo negro. Su pasado es, en parte, la construcción de lo afromestizo, y
considero que, no obstante, la atención que merece la perspectiva etno-
gráfica, los historiadores debemos dar cuenta del pasado de los grupos
negros tal como éstos lo delinearon.
A la hora de explicar el fenómeno de la falta de identidad, los an-
tropólogos y etnógrafos dan insuficiente importancia al proceso de
ocultamiento que han identificado, este, en mi opinión, es uno de los
procesos históricos que explica a los afrodescendientes de nuestros días.
Una parte fundamental de su historia es la del escamoteo, la de la supe-
ración de la barrera de color, y la del mestizaje biológico y cultural. Esta
historia explica, en alguna medida, por qué hoy los afrodescendientes
no se perciben como negros africanos, y por qué esa realidad les parece

717
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

lejana y, contradictoriamente, ajena. De esa historia nos corresponde


dar cuenta a los historiadores, es la historia de cómo los afrodescendien-
tes llegaron a ser lo que hoy son.
Los estudios sobre afrodescendientes han recorrido varias etapas
historiográficas, las cuales han hecho visibles a los grupos de ascenden-
cia africana en nuestro país, y cuyo punto de partida fueron las preo-
cupaciones de la antropología y de su impulsor, en este sentido, más
destacado: Gonzalo Aguirre Beltrán. Pero sobre la historia de la deli-
berada invisibilidad de esos grupos sólo han comenzado a dar cuenta
los historiadores… quizá sin conectar demasiado sus conclusiones con
la actualidad de los afromestizos. Me parece cardinal la reconstrucción
histórica de esa autoinvisibilidad, porque esa historia le pertenece a los
afromexicanos e incluso a los mexicanos; da cuenta de los mismos, de
sus luchas, de sus búsquedas. No es una historia sencilla ni triunfalista,
pero es suya.
Los antropólogos y etnógrafos han tratado de encontrar la especifi-
cidad cultural de los afromestizos mexicanos al estudiarlos y vincularlos
con sus culturas de origen. Tales estudios permiten ubicar la “constante
africana” o “estructura profunda” y poseen un valor incalculable, pero
no son suficientes.54 La historia de los afrodescendientes es más abar-
cadora, comprensiva y compleja porque ellos poseen nuevas culturas
con símbolos, lenguaje, religión propios, y muchos aspectos más que,
al mismo tiempo, son cercanos a aquellos de sus culturas originarias.
Es cierto que la reconstrucción histórica surge desde las interrogan-
tes del presente. Toda historia, decía Collingwood, es historia contem-
poránea. Marc Ferro, al citar a Croce, señala que “[...] la historia plantea
los problemas de su tiempo más que los de la época que es objeto de
su estudio [...]”.55 No obstante, la historia científica y crítica no puede
desempeñar una función terapéutica entre los grupos afrodescendientes
para ayudarlos a acrecentar su estima propia o fortalecer sus identida-
des; tampoco puede convertirse en militante de sus luchas, labor que,
de alguna forma, han realizado los grupos panafricanistas. Ambas son
empresas significativas, pero no les corresponden a los historiadores.

54 Correa Duró, “Problemas y retos para los estudios de identidad en la población de


origen africano de la Costa de Oaxaca en México”, pp. 439-440.
55 Ferro, Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero, pp. 11-12.

718
Joana Cecilia Noriega Hernández

Los avances del conocimiento histórico sobre los afrodescendientes,


a pesar del camino recorrido, revelan que aún falta una interpretación
más compleja pero también más global,56 mediante la cual se recuperen
todas las visiones del pasado de esos grupos, en la mayor parte, la de los
afrodescendientes acerca de sí mismos, la relativa a otros grupos cercanos
y lejanos, hablando en términos jerárquicos, a ellos, y aquella acerca de
la dominación que se ejercía sobre los mismos. Pero también debe reco-
brarse la percepción de otros grupos en torno a los afrodescendientes y
respecto a la dominación que se ejercía, en maneras distintas, sobre todos.
Como he revisado a lo largo de este balance, los análisis han traído
a cuento, fundamentalmente, las representaciones de las autoridades vi-
rreinales y de sus agentes o intermediarios; pero debe tomarse en cuenta
que el sistema de la estructuración y las jerarquías sociales era una cons-
trucción social en la que participaban en maneras diferenciadas todos
los grupos, unas veces luchando, y otras reproduciendo o tratando con
el poder. Roger Chartier nos ha enseñado que las realidades están cons-
truidas, en forma contradictoria, por los diferentes grupos que compo-
nen una sociedad. También ha sido este autor quien ha sugerido que los
grupos enfrentan de manera simbólica el ordenamiento social, y no sólo
política o económicamente.
Considero que las formas de interacción social o sociabilidades for-
males, aunque sobre todo las de tipo informal, pueden darnos cuenta
de estos cruces perceptivos y del entendimiento y vivencia que los dis-
tintos grupos, incluidos por supuesto los de origen africano, tenían del
orden social.57 Mediante las relaciones sociales, las personas trascendían
o jugaban con su lugar en el orden virreinal y aseguraban nuevas formas
de vivir, concebir y representarse el mundo. Si bien tal mundo estaba
modelado bajo los dictados de las representaciones colectivas, las rela-
ciones sociales y el contacto entre diferentes grupos, así como sus expre-
siones sociales identitarias hacían parte de las estrategias simbólicas que
se adoptaban para vivir en el mismo.

56 Ferro, Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero, p. 470.


57 En mi obra sobre el baño temascal novohispano definí a la sociabilidad como un hecho
social con significaciones y funciones socioculturales que se expresan en la interacción social
(encuentros y contactos interindividuales). Noriega Hernández, “El baño temascal novohis-
pano, de Moctezuma a Revillagigedo. Reflexiones sobre prácticas de higiene y expresiones de
sociabilidad”, p. 92.

719
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

Según he revisado aquí, las miradas y representaciones se transfor-


man en la larga duración, entonces debemos rastrear los puntos de cam-
bio. Es importante reconstruir las representaciones y prácticas que las
personas de origen africano exhibieron en el pasado para comprender
mejor a los grupos de nuestros días. Las relaciones pasado-presente,
presente-pasado, no deben ser empleadas como vía para la justifica-
ción ideológica, para el historiador, más bien, vuelvo a decir, ese par
de conceptos hace parte, simple y llanamente, de la forma que asume
la reconstrucción histórica. Considero que no se ha estudiado desde el
punto de vista histórico cuál era la percepción que los africanos y sus
descendientes tenían de sí mismos y de su mundo. No se tiene cabal
idea de cómo comprendían su mundo, a la sociedad en la que vivían y
a aquellos con quienes compartían la vida, ya con libertad, ya de forma
impuesta. Los encuentros y las separaciones culturales entre los afrodes-
cendientes y otros grupos precisan explicaciones que rastreen nuevos
principios de diferenciación cultural.
Fuera de los lugares comunes y, a veces obvios, se conocen poco
las prácticas culturales de los grupos que provenían de África y de su
descendencia en el periodo virreinal en Oaxaca, sobre todo las que se
generaban junto a otros sectores sociales análogos o diferentes. Se sabe,
a partir de lo que dicen los testimonios y papeles de la autoridad vi-
rreinal, que tuvieron diferentes respuestas ante la discriminación y la
clasificación social. Es conocido que eran considerados de forma peyo-
rativa por otros y, al mismo tiempo, cómo se expresaban ellos respecto
de los demás, pero no se tienen sus propias representaciones las cuales
implican a todas las otras expresiones identitarias. Es preciso un estudio
de tipo cultural que revele lo que ellos pensaban de sí mismos, de otros
y cómo estrechaban lazos o se enfrentaban con los demás para vivir el
mundo que compartían.58
Sumados a las fuentes ya utilizadas por los investigadores cuyo tra-
bajo examinamos en los apartados previos, así como a los papeles in-
quisitoriales y a otros testimonios de tipo involuntario, los expedientes
judiciales de tipo criminal son una fuente de enorme riqueza para inten-
tar el estudio de las representaciones colectivas e individuales; también
para explicar la sociabilidad. Son fuentes cuyo origen es la autoridad

58 Chartier, El mundo como representación, pp. 45-80.

720
Joana Cecilia Noriega Hernández

virreinal, sin embargo, para el caso de la Mixteca alta, y como resul-


tado de mi investigación más reciente, he observado que los testigos y
declarantes en los juicios no se quejan respecto a que los intérpretes, los
traductores o el escribano refieran algo que ellos no han señalado.
He tratado de seguir con cuidado tal asunto y no hay evidencias, a
pesar del molde que presenta el juicio y la relevancia del intérprete, de
que se traduzcan mal las declaraciones o se añadan asuntos. Además,
los juicios criminales no son fuentes en las cuales sea premeditada la
referencia a los negros o mulatos, chinos y otros grupos, más bien mu-
chas veces salen a colación porque son testigos o están involucrados en
algún delito, ayudan con las diligencias del juicio o participan en alguna
manera. Éste no es el caso de los documentos parroquiales relativos a
bautizos y matrimonios, y mucho menos de los censos, porque al ser
testimonios de tipo voluntario, su propósito directo es el registro de los
diferentes grupos sociales.
Estamos, entonces, ante testimonios de tipo involuntario que poseen
mayor espontaneidad, aunque precisan de igual o más profunda crí-
tica. Cuando los mulatos o negros salen a relucir en los expedientes
criminales se pueden hallar sendas descripciones acerca de sí mismos, de
otros y de sus relaciones sociales. Lo importante de ese tipo de testimo-
nios es que los involucrados se defienden ante la autoridad para evitar la
cárcel y refieren detalles que de otra manera no se conocerían; el juicio
los introduce en una situación temporal de crisis y, de esta manera, se
ubican como actores importantes en su defensa. Me parece que, gra-
cias a esas descripciones, presenciamos una parte de la cultura de los
grupos sociales, o más precisamente, de su identidad, y entonces de la
comprensión de su mundo. La Mixteca alta virreinal, por otra parte, es
un espacio en el que no sólo se encuentra gente india, sino grupos de
calidades sociales disímbolas que interaccionan no sólo en actividades
económicas, sino también para propósitos múltiples.
Un análisis de la estructuración y jerarquización social de la Oa-
xaca virreinal, desde la perspectiva de la historia cultural teorizada por
Chartier, permitirá trascender las explicaciones económico-cuantitati-
vas y comprender que las representaciones que las personas hacían de
sí mismas y de los otros, las clasificaciones sociales y la construcción
de las identidades contradictorias constituían armas en las pugnas que
se establecían entre dominantes y dominados, entre los grupos sociales

721
Afrodescendientes en la Oaxaca virreinal

en el Antiguo Régimen.59 Las respuestas ante el orden social virreinal


discriminatorio y desigual eran parte de una lucha de representaciones
que llevaban a cabo los diversos actores sociales.

59 Goldman y Terán, “Entrevista a Roger Chartier”, disponible en: http://www.cien-


ciahoy.org.ar/hoy31/RogerChartier.htm.

722
RACISMO, MESTIZAJE Y POBLACIÓN
DE ORIGEN AFRICANO EN MÉXICO:
UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA

María Elisa Velázquez


inah-Unesco

Introducción

Es común decir que en México no existe el racismo y la discriminación;


muchos historiadores y antropólogos afirman que el racismo arribó con
la conquista española, juicio que incluso ha desencadenado una polé-
mica académica entre los investigadores del tema.1 La idea generalizada
de que somos una nación mestiza, caracterizada por la diversidad “étni-
ca” y cultural, formada por españoles e indígenas como culturas homo-
géneas, ocupa la mayor parte de los discursos políticos, pero también es
una percepción arraigada entre los mexicanos.
Algunos estudios, contadas encuestas y ciertos eventos políticos han
hecho evidente las problemáticas de racismo y discriminación que exis-
ten en México, pero hacen muy pocas referencias a la situación de los
afrodescendientes, los morenos o también conocidos como negros de
nuestro país. Desde hace varios años, diversos sucesos, como las declara-
ciones de Vicente Fox en 2005 con relación a que los mexicanos hacían
en Estados Unidos los trabajos que “ni los negros querían hacer”, la
circulación de un timbre postal con la imagen de un personaje estereo-
tipado de una historieta llamada Memin Pinguin, los comentarios y los
anuncios de los medios masivos de comunicación y de la publicidad, así
como algunas circunstancias que viven cotidianamente los afrodescen-
dientes revelaron el racismo “oculto y negado” que se vive en México,
del que pocos hablan, pero muchos sufren.2

1 Véase la ponencia de Pat Carroll, “El debate académico entre el significado de raza”.
2 En una encuesta levantada por la revista Nexos en el año 2000, se preguntaba si se
consideraba que los mexicanos eran racistas. La gran mayoría respondía que no. Sin embargo,

723
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

Por ejemplo, ante el sismo de Haití y los difíciles problemas que los
haitianos padecieron en febrero de 2010, los mexicanos se sumaron a la
solidaridad que mostraron muchos países en el mundo. Sin embargo,
un diputado, también locutor en el estado de Chiapas, realizó unos
comentarios en un programa abierto en el que insultaba y se burla-
ba en forma abierta del color de piel de los haitianos. Otros muchos
ejemplos existen sobre ello: los estereotipos utilizados en las cápsulas
de entretenimiento en medios televisivos, como Televisa con motivo
del Mundial de Sudáfrica en 2010, en los que se representaba a los
sudafricanos como “caníbales”, pintados de “negros”, cuyo lenguaje se
componía de “balbuceos”; así como las expresiones racistas cotidianas,
en especial hacia deportistas de origen africano en juegos de futbol en
México; y las encuestas del Consejo Nacional para Prevenir la Discri-
minación y el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la
Ciudad de México, que revelan los importantes problemas de racismo y
discriminación que se viven en México, en particular hacia las personas
afrodescendientes.3 Todo ello ha levantado debates en México sobre la
discriminación, el racismo y la ignorancia que prevalece sobre la con-
tribución de los africanos y sus descendientes en el pasado y presente
de México.
Para comprender el fenómeno de lo que conocemos como racismo
y entender la participación de la población de origen africano en la
construcción de nuestro país, así como su posterior “olvido” o invi-
sibilidad, es decir, su exclusión del pasado y presente de la sociedad
mexicana, por lo menos desde la primera historia nacional, es necesario
reflexionar sobre el pasado. Este ensayo tiene el propósito de explorar,
desde una perspectiva histórica, la problemática del racismo y la invi-
sibilidad hacia los afrodescendientes en México. Para ello se hará un
análisis general sobre las circunstancias de discriminación o segregación
en México, explicando el papel que desempeñó el intercambio entre
distintos grupos en este proceso. Se considerará crucial el periodo virrei-
nal como una época de intensa convivencia social y cultural, así como

cuando se preguntaba si se aceptaría que uno de los hijos de los entrevistados se casara con un
“negro”, 95 por ciento decía que no.
3 Véase Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (ENADIS 2010) y Encuesta sobre
Discriminación en la Ciudad de México.

724
María Elisa Velázquez

el impacto de los nuevos paradigmas de las ideas ilustradas en el siglo


xviii y sus repercusiones en las valoraciones sobre las distintas culturas
y la aparición de “raza” como una categoría con nuevos significados que
se consolidaría en el siglo xix con la construcción del Estado-Nación.

La sociedad novohispana, el mestizaje


y el papel de las denominaciones o categorías

En 1634 Vicente Saucedo, africano libre de origen wolof, dejó en su


testamento varios bienes para su hija esclava Magdalena. En el docu-
mento afirmaba no tener herederos forzosos “ascendientes o descen-
dientes” y no haber conocido padres por “haber muchos años que salido
de su nación”.4 Es interesante hacer notar que entre los bienes del wolof
Saucedo se encontraban algunas casas en el barrio de San Antonio en la
Ciudad de México, dinero suficiente para pagar su entierro en una igle-
sia principal y haber heredado o prestado ciertas cantidades de dinero a
varios africanos, también wolof y algunos de ellos esclavos. Asimismo,
eran de su propiedad un esclavo mulato joven y, al parecer, una esclava
negra de nombre Bartola con dos hijas. Alrededor de los mismos años,
en 1631, Catalina de la Cruz, mulata libre también de la capital novo-
hispana, vendió una esclava negra de su propiedad llamada Isabel, de
tierra Angola y de 20 años de edad a Diego Torres Velázquez, por una
cantidad nada despreciable de 400 pesos de oro común.5 Asimismo,
hacia finales del siglo xvii, se sabe que el famoso pintor mulato Juan
Correa vendió a una esclava negra que tenía a su servicio.6
¿Cómo lograron los africanos obtener la libertad en épocas tan tem-
pranas en la Nueva España, pero además poseer bienes que incluían
la propiedad de esclavos? ¿Qué circunstancias económicas, sociales y
políticas existieron para posibilitar esta movilidad? El ejemplo del wolof
Vicente Saucedo, de la mulata Catalina o del pintor Juan Correa no
fueron hechos cotidianos, pero tampoco casos aislados. Entre otras co-
sas, sus experiencias revelan las posibilidades de movilidad económica

4 agn, Bienes Nacionales, vol. 783, exp. l, s/f.


5 agndf, Gabriel López Ahedo, not. 336, vol. 2225, ff. 86-87.
6 Velázquez, Juan Correa, mulato libre, maestro de pintor.

725
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

y social que muchos africanos y afrodescendientes adquirieron en la


sociedad novohispana.
Como es conocido, los primeros africanos que llegaron a México
acompañaban a los ejércitos de conquista; muchos de ellos eran “ladi-
nos”, es decir, conocían el castellano y habían sido cristianizados; varios
obtuvieron la libertad e incluso ciertos privilegios como encomiendas
o propiedades gracias a los servicios dados a la corona.7 Sin embargo, el
tráfico intenso de personas esclavizadas de África comenzó pocos años
después de la conquista, y como bien se sabe, por la demanda de mano
de obra ante la severa caída demográfica de la población indígena.
Los indígenas fueron considerados como vasallos de la corona y
los africanos ocuparon el estrato más bajo en la pirámide social como
esclavos. Sin embargo, los estudios de los últimos años revelan que mu-
chas veces, y por diversas circunstancias que analizaré a continuación,
lograron obtener mejor calidad de vida que los mismos indígenas. Esto
no quiere decir que en la Nueva España se vivieran condiciones eco-
nómicas y sociales idóneas, muy por el contrario, la desigualdad y la
injusticia social prevalecieron, sin embargo, existieron oportunidades
de movilidad y de intercambio, sin que el color de la piel fuera un estig-
ma insalvable. En este sentido, también es importante destacar que los
africanos y afrodescendientes no fueron un grupo homogéneo, es decir,
aunque existieron cofradías y ciertos grupos de solidaridad o apoyo en-
tre la población de origen africano, no existió una identificación basada
únicamente en el origen cultural o en los rasgos fenotípicos.
Como un primer punto de análisis, debo hacer notar la función
y el papel que desempeñó la situación jurídica. Por ejemplo, aunque
existieron múltiples y repetidas leyes y ordenanzas para regular la vida
social y económica de la Nueva España, la célebre frase “acátese pero
no se cumpla” fue la verdadera norma que rigió la vida cotidiana en la
época virreinal. Las primeras intenciones de ubicar y diferenciar a las
poblaciones entre repúblicas de indios y de españoles fracasaron en épo-
cas tempranas, y aunque se intentó clasificar a la población por medio
de los libros de bautizos, matrimonios y defunciones entre españoles
y “castas”, o entre indios, castas y gente de razón, el intercambio y las

7 Restall, “Conquistadores negros: africanos armados en la temprana Hispanoamérica”,


pp. 19-73.

726
María Elisa Velázquez

relaciones sociales y culturales fuera del orden “legal” determinaron las


nuevas dinámicas sociales y culturales, a las que la historiadora Pilar
Gonzalbo se ha referido como un nuevo orden familiar, singular, hete-
rogéneo distinto al europeo.8
Es cierto que las Leyes de Indias, por ejemplo, recomendaban el
matrimonio entre esclavos, pero no prohibían esta unión con otros gru-
pos, como tampoco lo hizo la Iglesia católica, lo que también dio pauta
a relaciones entre diversos grupos. Además de las instancias legales para
organizar matrimonios, deben de tomarse en cuenta las relaciones fuera
del matrimonio católico que adquirieron proporciones muy significa-
tivas en la Nueva España. Se ha calculado que más de 50 por ciento de
los hijos nacieron fuera del matrimonio, lo que ayuda a explicar una
vez más los intercambios culturales y el mestizaje.9 Varios expedientes
del periodo muestran cómo esclavos y esclavas presentaban denuncias
o quejas cuando los amos los obligaban a casarse o no cumplían con las
reglas del matrimonio que la Iglesia normaba, tales como la cohabita-
ción por lo menos una vez a la semana.
Otra causa que explica el mestizaje y la conformación de parejas
o familias de diversos grupos es el interés que representaba para los
africanos esclavos “juntarse” o tener hijos con mujeres “libres”, en su
mayoría indígenas, ya que como bien se sabe, la esclavitud se trasmi-
tía por medio del vientre materno. Por su parte las africanas muy a
menudo elegían a hombres libres, en general con mejores condiciones
económicas y sociales; tenían hijos con mestizos, criollos o españoles.
Se debe aclarar que estas pautas de convivencia fueron más frecuentes
en las ciudades, ya que en las haciendas y en los pueblos las diferencias
sociales y económicas eran más marcadas.
Un aspecto fundamental que ayuda a entender la movilidad econó-
mica y social de los africanos y sus descendientes en la época virreinal
son las condiciones económicas a las que tuvieron acceso. Las investiga-
ciones han probado que en las ciudades existieron oportunidades para
que ingresaran a los gremios y desarrollaran actividades como sastres,
herreros, talabarteros, trabajadores de la construcción, pero además
para formar parte de gremios con mayor reputación, como el de pinto-

8 Gonzalbo, Familia y orden colonial en la Nueva España.


9 Gonzalbo, Familia y orden colonial en la Nueva España, pp. 293, 297.

727
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

res, en contra de las mismas ordenanzas de estas corporaciones. Uno de


ellos, Juan Correa, fue elegido para pintar los muros de la sacristía de la
catedral de la Ciudad de México hacia finales del siglo xvii. Los escla-
vos y sus descendientes libres también se dedicaron a la arriería, oficio
de gran importancia en la época, no sólo por lo que económicamen-
te significaba el traslado de productos, sino la posibilidad de transitar
entre regiones y conocer diversas poblaciones y sectores sociales. Por
ejemplo, un camino fundamental que recorrieron arrieros mulatos fue
el que comunicaba a Veracruz con el puerto de Acapulco, llevando y
trayendo mercancías de Europa a México y a Asia. En las principales
ciudades de la Nueva España, los africanos, incluso esclavos, tuvieron
ciertas oportunidades para dedicarse al comercio o para ejercer alguna
actividad remunerativa. Entre muchos ejemplos, es interesante citar a
un pardo de nombre Mateo de Aguilar, originario del Real y Minas de
Taxco, de oficio corredor de alhajas de oro y plata, quien contaba con
una inmensa fortuna.10
Analicemos ahora el papel y los significados de las denominaciones
o categorías que se utilizaron en la época. Nación fue sinónimo de ori-
gen cultural, como lo señalan los diccionarios del periodo, o de “lugar
de nacimiento”, de los “habitadores” de una provincia.11 Así pueden
observarse en muchas fuentes documentales las referencias a los esclavos
como de “nación Congo” o “nación Angola”. Por otra parte, el térmi-
no casta estuvo vinculado de manera estrecha con la idea de mestizaje,
“las castas” fue una denominación que se utilizó con frecuencia para
hablar de las diversas descendencias en la Nueva España, sobre todo
las de mulatos, morenos o pardos, mestizos, lobos, coyotes o zambos,
dependiendo de la región. Es interesante que en el diccionario de Co-
varrubias de 1611, la palabra “casta” aluda al “linaje noble y castizo”,
“el que es de buena línea y descendencia”, es decir, que ésta no era, por
lo menos formalmente, una categoría despectiva. Más adelante, en el
Diccionario de Autoridades de 1737, el término casta significa además
“generación y linaje que viene de padres conocidos”, “hacer casta, pro-
crear y tener hijos”, lo que también recuerda la intención y los propósi-

10Velázquez, Juan Correa, mulato libre, maestro de pintor, p. 26.


11Covarrubias, Tesoro de la lengua Castellana o española, pp. 316, 823; Diccionario de
Autoridades, ii, pp. 219-220, iv, 644.

728
María Elisa Velázquez

tos de las famosas obras pictóricas conocidas como cuadros de castas o


de mestizajes elaboradas durante este periodo con la idea de catalogar y
clasificar el mundo natural y humano.
Como puede observarse, el uso de esta categoría en la Nueva Espa-
ña fue muy distinto al de otras culturas, como por ejemplo en India, en
donde hubo separación estricta y casi absoluta entre diferentes grupos
en términos jurídicos, laborales, de residencia y parentesco. Por último,
la categoría raza también fue utilizada, aunque con menos frecuencia,
desde el siglo xvi en la Nueva España, pero con un significado muy di-
ferente del que tuvo hacia mediados del siglo xviii. Hasta entonces raza
tenía connotaciones de linaje, de origen, de nación. Es significativo que
el diccionario del siglo xvii no registra esta palabra y el de la primera
mitad del siglo xviii se refiere a raza como casta o calidad del origen o
linaje. Como veremos posteriormente la categoría raza adquiere nuevas
connotaciones a partir del discurso “pseudocientífico” del siglo xviii y
del xix, cuando comenzó a usarse de manera frecuente.
Autores como Banton y Mörner han hecho énfasis en las diferen-
cias sobre el sentido de raza entre los siglos xv y xvii. Por ejemplo, se-
gún este último, antes del siglo xvi la valoración diferencial de las razas
humanas era poco notable.12 Sin embargo, varios historiadores, en su
mayoría estadounidenses, afirman que el racismo se hizo presente en la
Nueva España a partir de la conquista española. Por ejemplo, se afirma
que el racismo se expresó mediante la fórmula conocida como “limpie-
za de sangre”, que suponía demostrar ante las autoridades virreinales
y metropolitanas que la persona con aspiraciones a ocupar cargos de
“honor” no tuviera antecedentes familiares o de parentesco de judíos o
musulmanes. Esta norma tenía que ver más con asuntos religioso-po-
líticos heredados de la larga guerra de reconquista que España había
terminado hacia 1492. También el paganismo, como lo señala Mörner,
proporcionaba una excusa útil para la conquista y esclavización. Es cier-
to que muchas veces usaron el argumento de la limpieza de sangre con
los mulatos, pero también existieron formas “ilegales” para blanquear o
corregir los antecedentes.13

12 Magnus Mörner, La mezcla de razas en la historia de América Latina.


13 Eso pasó con el padre del pintor Juan Correa, que cuando presentó su solicitud para el
cargo de propiedad y el título deseado como barbero cirujano, se le hizo un reparo por “tener

729
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

El término “calidad”, que han analizado historiadores de la época


colonial, parece más atinado para entender la complejidad de la iden-
tificación y las denominaciones. Pilar Gonzalbo y Robert McCaa han
subrayado la importancia de la situación familiar, el reconocimiento
social, la categoría asignada a la profesión u ocupación y el prestigio
personal como elementos indispensables para comprender las distincio-
nes sociales. De acuerdo con esto, el término calidad era utilizado en la
época como concepto que englobaba consideraciones de raza, dinero,
ocupación y respetabilidad individual o familiar.14
En suma, estas variables ayudan a explicar los intercambios cul-
turales, la convivencia de comunidades domésticas y los procesos del
mestizaje e intercambio. La valoración de las personas, por lo menos
hasta mediados del siglo xviii, parece haberse basado más en la posición
económica y el reconocimiento social, que en una discriminación o se-
gregación abierta con relación al color de la piel. Si bien es cierto que la
esclavitud se vinculaba con una condición servil, menospreciada y aso-
ciada con la población africana, por lo menos para estos siglos, ésta no
constituyó una barrera insalvable para la convivencia, el intercambio y
ciertas oportunidades económicas. Ello explica, como ya se mencionó,
la existencia de wolofs libres (de la región de Senegambia) en la Nueva
España con capacidad de heredar bienes, mulatas dueñas de personas
esclavizadas y pardos o morenos con recursos económicos y prestigio
social desempeñando diversos oficios en gremios, como prósperos co-
merciantes, arrieros o milicianos. No puede negarse que las distinciones
de casta o raza ocuparan un lugar en la sociedad novohispana, pero
fueron mucho más complejas y fáciles de manipular que en otras socie-
dades y en tiempos posteriores.

el color de los mulatos”. Este reparo, al parecer, no tuvo consecuencias, ya que el médico siguió
trabajando en su cargo. Velázquez, Juan Correa, mulato libre, maestro de pintor, pp. 18-19.
14 Gonzalbo, Familia y orden colonial, pp. 13-14; McCaa, “Calidad, clase y matrimonio
en el México colonial: el caso de Parral, 1788-1790”.

730
María Elisa Velázquez

Las nuevas ideas del siglo xviii


y el desarrollo de un racismo “pseudocientífico”

Nuevos significados adquirieron el término raza y la construcción del


racismo a partir de mediados del siglo xviii en la Nueva España, en
gran medida, vinculados a que el comercio de esclavos africanos tomó
nuevas dimensiones y fueron necesarios argumentos más sólidos que lo
justificaran. Fue entonces cuando con una explicación “pseudiocientí-
fica”, se enfatizaron las diferencias físicas vinculadas con la cultura y se
desarrolló el discurso racista que hasta la fecha tiene vigencia, basado en
grupos “inferiores” y “superiores” por causas físicas, relacionadas con el
clima, la naturaleza, el tamaño de la cabeza, entre otros aspectos. Aun-
que los indígenas siempre representaron mayoría en la Nueva España,
para mediados del siglo xviii la presencia de diversos grupos culturales y
sociales, sobre todo de las llamadas castas en las ciudades, era un hecho.
El virrey conde de Revillagigedo hacía la siguiente descripción alrede-
dor de 1755:

[...] El mayor número de los habitantes de este reino se compone de indios


reducidos avecinados en pueblos, con reconocimiento en lo eclesiástico y
real a los curas y alcaldes mayores; de negros, mulatos, mestizos y otras
castas, dispersos en ciudades, pueblos y haciendas, y el menor número de
los que dicen españoles, nombre genérico y común a los que vienen de la
Europa y a los que nacieron y descienden de ellos en estos países, a quien
por denominación llaman criollos [...]15

Como resultado del intercambio y del mestizaje, para mediados del


siglo xviii la sociedad novohispana era muy distinta a la de España. No
sólo la distinguían de ésta las formas jurídicas y políticas, sino también
la conformación de sus habitantes, como lo señaló en 1770 Francisco
Antonio Lorenzana, arzobispo de México:

[...] Dos mundos ha puesto Dios en las manos de nuestro católico monar-
ca, y el nuevo no se parece al viejo, ni en el clima, ni en las costumbres, ni
en los naturales; tienen otro cuerpo de leyes, otro consejo para gobernar,

15 Torre Villar, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, p. 797.

731
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

mas siempre con el fin de asemejarlos: en la España vieja sólo se reconoce


una casta de hombres, en la nueva muchas y diferentes [...]16

El “desorden social”, las posibilidades jurídicas, el ascenso de diver-


sos grupos en la pirámide social y las aspiraciones de los criollos fueron
severamente criticados a partir de la sucesión al trono de los borbones y
del desarrollo de una nueva política cuyo objetivo era retomar el control
económico y social de las colonias americanas. El gobierno borbónico,
cuyas medidas tomaron mayor fuerza a partir de mediados del siglo
xviii, no sólo creó nuevas normas políticas, económicas y jurídicas para
acabar con los monopolios controlados por varios sectores sociales en la
Nueva España, tales como la Iglesia y los comerciantes, sino también se
preocupó por imponer un nuevo orden social en el que las distinciones
sociales y raciales adquirieron un nuevo sentido.
Una de las medidas más representativas para el tema que tratamos
tuvo que ver con reglas para el control de los matrimonios entre gru-
pos pertenecientes a distintos estratos sociales, sobre todo “raciales”,
mediante disposiciones legales más estrictas como la Pragmática Real
de Matrimonios de finales del siglo xviii, que cambió el orden de las
decisiones prenupciales de la Iglesia a la corona. Es interesante hacer
notar que esta nueva legislación parecía estar dirigida de manera espe-
cífica a la población de origen africano como la principal causante de la
desigualdad social. Varias costumbres y prácticas culturales relacionadas
con bailes, festejos y otras diversiones cotidianas, fueron también moti-
vo de control social por parte de las autoridades, siguiendo las normas
del gobierno borbónico. Como lo ha demostrado Juan Pedro Viqueira,
las ideas ilustradas, que en varios aspectos abrieron nuevos horizontes
en el pensamiento, la ciencia y la economía, paradójicamente fueron
utilizadas para el control de la sociedad novohispana.17
Con el propósito de reafirmar una identidad novohispana propia,
distinta a la española, y ante la necesidad de hacer valer los derechos
de los criollos, varios pensadores comenzaron a escribir obras sobre
la historia de México. En sus textos, estudiosos como el padre jesui-

16Lorenzana, Historia de Nueva España, i, s.n.


17Viqueira, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la Ciudad de Mé-
xico durante el Siglo de las Luces.

732
María Elisa Velázquez

ta Francisco Javier Clavijero, autor de la primera historia de México,


enaltecieron a las culturas prehispánicas y a la presencia indígena como
parte importante de la historia y el presente de la patria mexicana, pero
despreciaron la presencia africana, como se puede observar en la si-
guiente cita referente a las personas de origen africano: “[...] hombre
pestilente, cuya piel es negra como la tinta, la cabeza y la cara cubierta
de lana negra en lugar de pelo [...] de éstos si podría decirse con razón
que tienen la sangre dañada y desordenada la constitución [...]”.18 Años
después, José Antonio Alzate aplaudió las ideas de Clavijero e insistió en
fomentar sólo la mezcla entre españoles e indios, con lo que dijo se “[...]
vería una sola nación blanca, robusta y bien organizada [...]”.19
Los factores que determinaron esta nueva concepción sobre el papel
de la nación y la raza surgieron en gran medida de las concepciones
ilustradas y científicas de la época, así como de la necesidad de legi-
timar el auge de la trata de africanos hacia otras regiones de América,
desarrollándose una esclavitud sin precedentes en la historia. De este
modo, aunque los africanos ya no representaban un problema serio
de inestabilidad social para las autoridades coloniales en México y el
mestizaje formaba parte ya de la nueva sociedad, estas concepciones
raciales estuvieron presentes y sirvieron para justificar el nacimiento de
una “nueva patria”, que a la luz de pensadores como Clavijero y Alzate,
estaba constituida sólo por españoles e indígenas. Estas ideas se consoli-
darían a lo largo del siglo xix con el nuevo proyecto Estado-Nación que
impulsaron intelectuales y funcionarios, y por supuesto por la nueva
ideología del “mestizaje” que se convirtió en un proyecto político para
hacer legítima la idea de la homogeneización de los diversos grupos in-
dígenas que formaban parte de la “nación mexicana”, excluyendo a las
personas afrodescendientes.
En los distintos proyectos políticos del siglo xix se continuó repro-
duciendo la idea que emerge desde el siglo xviii sobre la poca presencia
de los “negros” en la historia de México y del blanqueamiento, sobre
todo en la segunda mitad del siglo xviii, de la sociedad novohispana.
Entonces, aunque las personas afrodescendientes siguen estando pre-
sentes en la sociedad mexicana, se asimilan a la noción “integradora”

18 Clavijero, Historia antigua de México, pp. 505, 511-512.


19 Moreno de los Arcos, “Las notas de Alzate a la Historia Antigua de Clavijero”, p. 368.

733
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

del mestizo, olvidando incluso sus orígenes.20 Con la conquista, la di-


versidad cultural tanto de los indígenas como de los afrodescendientes
se negó; los mayas, nahuas, zapotecos, mixtecos u otomíes se convir-
tieron en “indios”. Asimismo los wolofs, mandingos, brans, bantués
o afrodescendientes provenientes del Caribe o de la Península Ibérica
se convirtieron en “negros”, con ello se negaba su origen, su historia
y sus heterogéneas características culturales. En el siglo xix estas ideas
se fortalecieron, pero además la noción de los “negros” se convirtió en
sinónimo de “extranjeros”, para la ideología del siglo xix pocos “negros”
formaron parte de la historia de México y con ello se negó e invisibilizó
su participación en el pasado y presente.
Las ideas sobre las características de los grupos humanos, basadas
en explicaciones “pseudocientíficas”, pueden observarse en varios textos
del siglo xix. Es en particular interesante uno de 1879 que atestigua
con claridad el pensamiento que prevalecía en muchos sectores sobre
el mestizaje, la construcción de la nación y el entonces considerado
como “progreso”. En una carta de mayo de 1879 Francisco Pimentel,
destacado intelectual, miembro de varias sociedades científicas y litera-
rias de México, Europa y Estados Unidos, dio respuesta a la solicitud
del entonces ministro de Relaciones Exteriores, quien pedía su opinión
sobre la posible introducción de “negros” de Estados Unidos a México
para la colonización de tierras tórridas.21 Pimentel, en una corta carta,
argumentó porqué era contrario a la “colonización” de los negros, por
varias razones que a continuación analizaré.
Uno de sus principales argumentos se basaba en que no sólo la “raza
negra” era apta para poblar tierras áridas, pero suponiendo que así fuera,
aseguraba que los “negros” tendrían que trabajar en el sistema de escla-
vitud porque “de otro modo no trabajan los negros”.22 Para demostrar
lo anterior usó las siguientes palabras:

20 En otro artículo me he dedicado a tratar de explicar la diferencia entre mestizaje como


ideología y como proceso social y cultural, así como las características del siglo xix que justi-
ficaron el fin de las calidades y las distinciones a partir de la Independencia. Véase Velázquez,
“Africanos y afrodescendientes en México: premisas que obstaculizan entender su pasado y
presente”, pp. 11-22.
21 Pimentel, Obras completas V.
22 Pimentel, Obras completas V, p. 510.

734
María Elisa Velázquez

[...] Que la raza negra para trabajar convenientemente necesita ser impulsa-
da por la fuerza, es un hecho que paso a demostrar apoyándome en la ob-
servación de antropologistas juiciosos, y en lo que ha ocurrido en diversos
países donde se ha dado la libertad a los negros. El eminente Líneo al trazar
los rasgos característicos de las razas humanas, dijo hablando del negro:
“El africano es astuto, negligente, lento”. En el tratado de antropología,
incluso en la excelente Historia natural publicado por D. Eduardo Chao, se
leen estas palabras. “Los havitos del negro declaran la flojedad innata de su
carácter”. Sagot, en su precioso Estudio sobre el origen y la naturaleza de las
razas humanas sostiene que uno de los rasgos característicos del negro es la
falta de aliento propio para llevar adelante cualquier trabajo o empresa [...]23

Como puede observarse Pimentel ofrece razonamientos “científi-


cos” de antropólogos europeos, apoyado en naturalistas e intelectuales
como Lineo, Sagot y Chao, quienes “dan pruebas” de las características
“inferiores” y “problemáticas” de los africanos y sus descendientes. Sus-
tentado en estas ideas, Pimentel demuestra la “necesidad” de esta forma
de sometimiento para lograr que “los negros trabajen”, aunque asegura
que la esclavitud no es aconsejable y que está prohibida en México.
Sobre estos argumentos es interesante destacar que como es obvio en
épocas anteriores existieron ideas teológicas y morales que menospre-
ciaron y discriminaron a otras culturas. Sin embargo, los pensamientos
“pseudocientíficos” desarrollados a partir de por lo menos mediados del
siglo xviii y sobre todo en el xix, dan sustento a los ideólogos o políticos
mexicanos como Pimentel, quien las presume como ideas de europeos y
las considera como verdades contundentes.
Para demostrar que los “negros” no son aptos para trabajar sin some-
timiento, Pimentel da varios ejemplos de países como Santo Domingo,
las Antillas o incluso los Estados Unidos, en los que por la presencia de
“negros” libres estas sociedades no han podido progresar. Resume esta
situación con la siguiente frase de Tocqueville: “[...] verificándose lo que
previó Tocqueville en su citada obra de la Democracia de la América del
Norte, cuando dijo: ‘El más temible mal que amaga el porvenir de los
Estados Unidos nace de la presencia de los negros en su territorio’ [...]”.24

23 Pimentel, Obras completas V, p. 510.


24 Pimentel, Obras completas V, p. 510

735
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

Además de las características “inferiores” de los africanos y afrodes-


cendientes homogeneizados en esta clasificación de “negros”, Francisco
Pimentel alude en esta respuesta al ministro de Relaciones Exteriores a
la problemática del mestizaje en México, enfatizando los problemas de
los intercambios y una vez más en las “naturales” virtudes y deficiencias
de las razas:

[...] No siendo fácil dedicar al trabajo de los campos la raza negra, en


el estado de libertad, resultaría que los negros que viniesen a México se
diseminarían pronto en nuestro territorio, probablemente como vagos y
acaso como malhechores, contribuyendo, sin duda, a aumentar uno de los
males que aqueja a nuestro país, que es lo heterogéneo de la población,
mal que en todas partes se ha tenido por uno de los más graves, según la
opinión de los publicistas [...]25

Pimentel señala uno de los principales problemas que aqueja a los


gobiernos del siglo xix con relación a la diversidad cultural y al concep-
to de nación, vinculado a una homogeneidad que diluye y oculta las
características de los distintos grupos que componen a un país:

[...] Efectivamente, un agregado heterogéneo de individuos no puede ni


aun aspirar al rango de nación propiamente dicha, porque nación es una
reunión de hombres que profesan opiniones comunes, que están domina-
dos por una misma idea y que tienden a un mismo fin. En México no hay
analogía entre los blancos y los indios; pero mucho menos la habría entre
aquellos y los negros. Para probar esto no hay necesidad de ocurrir a los
Padres de la Iglesia que suponen a los negros una raza degradada, como
descendiente del maldito Cam, ni a los sucesores de Darwin que reputan
al negro como una transición del pitecántropos al hombre; bastará fijarse
en el hecho de que todo es diferente entre el blanco y el negro: el aspecto
físico, el carácter, el idioma, las costumbres, el estado de civilización [...]26

Es obvio que la diferencia, el “otro”, lo distinto, aparece como un


problema para la unión y el progreso de una manera aún más reiterati-

25 Pimentel, Obras completas V, p. 510


26 Pimentel, Obras completas V, p. 510.

736
María Elisa Velázquez

va, quizá, que en el periodo virreinal, pero es notoria además la descon-


fianza hacia los indígenas y la concepción de éstos como un problema
para el desarrollo: “[...] En México tenemos ya dos pueblos diferentes
en un mismo terreno y lo que es peor, dos pueblos hasta cierto punto
enemigos, pues los indios ven a los blancos con ceño y desconfianza.
Ahora bien, ¿los negros inmigrantes se pondrían de parte de los indios
o de los blancos? [...]”.27
En los comentarios de este intelectual, por supuesto, está presente la
negación de la presencia y participación africana en la historia de Méxi-
co, como ya se señaló, característica de este periodo. La preocupación y
los prejuicios sobre el intercambio de grupos y el mestizaje, complicado
y perjudicial para las sociedades, y finalmente la posible alianza de gru-
pos con “características inferiores” para la construcción de la nación. El
texto de Pimentel termina condenando a los “negros y los indios” como
razas con “defectos análogos” y sugiere al gobierno impulsar la inmigra-
ción de “mejores” grupos: “[...] Pues bien, ¿será la degradada raza negra
la que venga a corregir a los indios, o será mejor que nuestro Gobierno
proteja la colonización del morigerado belga, del industrioso inglés, del
emprendedor alemán? [...]”.28
Sin duda alguna, varias de estas ideas pueden reconocerse en los
discursos de los funcionarios públicos, de los medios de comunicación
y de los entornos familiares en el México actual. Los prejuicios, las ideas
construidas con base en un racismo en torno a la “superioridad” o “in-
ferioridad” de las culturas, apoyándose en explicaciones “científicas” y
tomadas como “naturales” han ocupado gran parte de las ideas del siglo
xx, y México no ha sido una excepción. Por ello, la importancia de
retomar y entender el pasado y la construcción de ideas y conceptos
construidos para justificar y legalizar la explotación y el sometimiento
de unos pueblos sobre otros.

27 Pimentel, Obras completas V, p. 511.


28 Pimentel, Obras completas V, p. 512.

737
Racismo, mestizaje y población de origen africano en México

Conclusiones

Los contenidos que se le dieron a las distinciones sociales en la Nueva


España estuvieron determinados por varios factores: posición econó-
mica, reconocimiento social, situación familiar, género, ocupación,
rasgos físicos, origen cultural y prestigio. Los términos de casta o raza
no siempre tuvieron los mismos significados y consecuencias. Si bien
es cierto que el color de la piel y los rasgos físicos tuvieron impor-
tancia en la sociedad virreinal, no fueron aspectos que impidieran
totalmente la movilidad socioeconómica de los africanos y afrodes-
cendientes. Tampoco los rasgos fenotípicos o el estigma de la escla-
vitud impidieron que hombres y mujeres de origen africano tuvieran
reconocimiento y, por ejemplo, acceso a las instituciones jurídicas en
defensa de sus derechos.
Un nuevo orden social y racial trató de imponerse a partir de me-
diados del siglo xviii, impulsado por las reformas borbónicas y el deseo
de la corona por retomar el control político y económico de sus colo-
nias. Para ello se impulsaron diversas medidas económicas y sociales, y
se intentó establecer un orden “racial” con nuevas características basa-
das en un pensamiento pseudocientífico. Tal y como lo afirma Verena
Stolcke, desde el siglo xviii las clasificaciones raciales de las sociedades
occidentales confundieron genotipo y fenotipo con el grado sociocul-
tural, y se aplicaron no sólo a los lejanos “salvajes”, sino también a los
socialmente inferiores del propio país.29
Así, se construyó un nuevo mito y un proyecto político en torno
al mestizaje en México que, si bien tenía fundamentos, porque en
efecto existió en el pasado un intenso intercambio social y cultural,
negaba la diferencia y la contribución de otros grupos, como el de
los afrodescendientes. Junto con ello, los prejuicios, la discriminación
y el racismo, oculto, callado, pero cotidiano, formaron parte de los
mitos sobre la conformación de la sociedad mexicana a lo largo del
siglo xix. Entre otras cosas, con la instauración de un nuevo racismo
pseudocientífico a partir de la Ilustración comienza una identifica-
ción que homogeniza a los “negros” en un solo grupo, sin historia,
sin pertenencia, sin patrimonio, pero con las mismas características

29 Véase Stolcke, Racismo y sexualidad en la Cuba colonial.

738
María Elisa Velázquez

“inferiores”.30 Como uno de los resultados de este proceso, hoy en día


la mayoría de los mexicanos desconocen la contribución africana en
nuestro país, consideran que los afrodescendientes de México vinie-
ron de Cuba o de Estados Unidos y piensan que los “negros” están en
“otras partes”.

30 Posiblemente el racismo que surge de manera más notable a partir del siglo xviii y de
manera importante en el xix repercute en una solidaridad en ciertas regiones, territorios y países
hacia lo “negro”. El reciente Decenio Internacional de las Personas Afrodescendientes 2015-
2024 promulgado por la onu, es una respuesta a las problemáticas de pobreza, discriminación
y racismo que sufren estas poblaciones en todo el mundo como consecuencia de los procesos
de esclavización y de racismo.

739
MÁS ALLÁ DE MÉXICO.
LA ESCLAVITUD EN EL MEDITERRÁNEO
OCCIDENTAL (SIGLOS XVI-XVIII)

Bernard Vincent1
École des Hautes Études
en Sciences Sociales

El 17 de septiembre de 1613, Manuel, “un negrillo de edad de diecio-


cho años”, fue ahorcado en la ciudad de Sevilla. Había sido condenado
a muerte por haber matado a una tabernera y haber herido a otra mu-
jer. Según el jesuita Pedro de León, capellán de la cárcel real y quien
cuenta la triste historia de este joven, Manuel era un esclavo que había
tenido más de 10 amos distintos en menos de medio año. El extraño
comportamiento del negro y sus intentos de huida incitaban a sus pro-
pietarios a desembarazarse rápidamente de él. Parece que 15 días antes
de la tragedia “un hombre honrado lo había comprado de un forastero
en 120 ducados”.2
Más allá del destino de un esclavo aquejado de locura conviene sub-
rayar que, a pesar de sus defectos, Manuel fue comprado más de diez
veces y probablemente a precios altos. En efecto, 120 ducados consti-
tuyen una cantidad elevada que representaba alrededor de un año de
salario de un jornalero. Es posible que los sucesivos vendedores hayan
intentado esconder las deficiencias del esclavo a los compradores, pero
no se puede negar que la mercancía constituida por un negro de 18
años interesaba a mucha gente.
Por sí sola la historia de Manuel viene a desmentir la convicción de
la desaparición de la esclavitud de Europa en los albores de la edad mo-
derna. Charles Verlinden, el gran especialista de la esclavitud medieval,

1 Una primera versión del presente ensayo apareció en José Antonio Martínez Torres
(dir.), Circulación de personas e intercambios comerciales en el Mediterráneo y en el Atlántico (siglos
XVI, XVII y XVIII), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008, pp. 39-64.
2 León, Grandeza y miseria en Andalucía, testimonio de una encrucijada histórica (1578-
1616), pp. 550 y ss.

741
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

desarrolló esta idea varias veces, todavía a principios de los años 1970.3
De hecho, hasta fechas bastante recientes la esclavitud en la Europa
occidental más allá del siglo xv era ignorada por los historiadores, salvo
contadas excepciones al frente de las cuales se encontraban Salvatore
Bono, autor de numerosos trabajos desde la década de 1960 sobre la es-
clavitud en los territorios italianos y Antonio Domínguez Ortiz, quien
publicó un largo artículo sintético, ya en 1952, sobre la esclavitud en
Castilla durante la edad moderna.4
Hoy, gracias a numerosas monografías, nadie duda de la existencia de
un fenómeno vigente durante una gran parte del Antiguo Régimen. El
esclavo, por tanto, no habría desaparecido del mundo europeo occidental
antes del siglo xix. Su presencia fue muy importante, sobre todo en las
zonas meridionales de las penínsulas ibérica e italiana hasta la década de
1650, hasta experimentar un retroceso progresivo y desigual según las
zonas. Es cierto que la esclavitud en el sur de Europa no llegó a alcanzar
la magnitud que tuvo en el continente americano durante el mismo pe-
riodo, pero esto no significa que debamos despreciar su volumen. En una
síntesis reciente, Salvatore Bono estima que el número global de personas
esclavizadas en la península italiana del siglo xvi al xviii debe ser cercano
a 500 000.5 Alessandro Stella, por su parte, intenta evaluar durante las
mismas centurias el número global de esclavos (incluida la chusma de
las galeras) que habrían vivido en la península ibérica. Propone un total
de 2 000 000.6 Por supuesto, una parte de los territorios evocados (las islas
Canarias, Madeira, Azores más Portugal peninsular) no pertenecen stricto
sensu al mundo Mediterráneo, pero más adelante se verá que no se puede
establecer una frontera decisiva en el estrecho de Gibraltar.
Asimismo, a las cifras barajadas habría que añadir el número de
esclavos residentes en la plaza estratégica de Malta y en los presidios
españoles y portugueses del norte de África (Ceuta, Mazagan, Melilla,
3 Verlinden, L’esclavage dans l’Europe méridionale. Tomo I: Péninsule Ibérique-France y “Le
retour de l’esclavage aux xve et xvie siècle”, pp. 65-92. Este último texto corresponde a una
ponencia de un congreso celebrado en 1972.
4 Domínguez Ortiz, “La esclavitud en Castilla durante la Edad Moderna”, ii, pp. 367-
428; reeditado en La esclavitud en Castilla en la Edad Moderna y otros estudios de marginados;
Bono, “Due Santi negri: Benedetto da San Fratello e Antonio de Noto”, Africa, xxi, (1966),
pp. 76-79.
5 Bono, Schiavi musulmani nell’Italia moderna, Galeotti, vu cumprá, domestici, Nápoles, p. 35.
6 Stella, Histoires d’esclaves dans la péninsule Ibérique, p. 79.

742
Bernard Vincent

Peñón de Vélez de la Gomera, Orán hasta 1792, Bugía hasta 1551, La


Goleta hasta 1574).7 Las estimaciones de Bono y de Stella son, es cierto,
discutibles pero el Mediterráneo occidental entendido en un sentido
extenso estuvo tanto en su ribera septentrional como en la meridional
compuesto por “sociedades con esclavos”. La expresión “sociedades con
esclavos” significa, a diferencia de otras sociedades del Antiguo Régi-
men en las que la economía estaba fundada sobre el trabajo servil —las
del Caribe o del nordeste de Brasil, por ejemplo—, que la esclavitud
fue muy visible en la Europa meridional.8 Y es que al menos un millón
y medio de personas, quizás hasta dos millones, vivieron esclavizadas
entre mediados del siglo xv y mediados del xix de Malta al cabo de San
Vicente y en las islas atlánticas españolas y portuguesas.
Las distintas procedencias de los esclavos justifican esta en principio
extraña geografía. Se desconoce el lugar de nacimiento de Manuel “el
negrillo” ejecutado en Sevilla en 1613. Lo más probable es que hubiera
venido del África subsahariana como tantas muchas otras víctimas de
la trata y cuyos principales protagonistas eran desde los años 1441 los
portugueses.9 Lisboa, y en menor medida Lagos, se habían convertido
en unos inmensos mercados que abastecían de mercancía humana a la
Península Ibérica, y a partir de la década de 1520 al mundo caribeño.10
Pero Sevilla, Cádiz y hasta Málaga podían ser también lugares de des-
embarco en el Viejo Continente. La carta mandada en marzo de 1674
por el obispo de Canarias al arzobispo de Sevilla y al obispo de Málaga
es en este sentido muy elocuente. En ella da cuenta de haber visto llegar
al puerto de Tenerife un navío cargado con un centenar de esclavos que
habían embarcado en un lugar de Senegambia. El prelado está lleno de
compasión. Indica que una veintena de personas ya había muerto antes
de la llegada a las islas. Otros tantos están enfermos. Una decena tiene de
cuatro a siete años mientras 20, 25 o quizás 30 son todavía unos niños.
Hablan distintos idiomas y si se puede comunicar con ellos se debe a la
mediación de un intérprete que los acompaña. A pesar de esta emotiva
descripción, el obispo no cuestiona la práctica de la trata y de la escla-

7 Alonso Acero, Orán-Mazalquivir, 1589-1639, una sociedad española en la frontera de


Berbería.
8 La expresión es de Berlin, Generations of captivity: a history of African-American slaves.
9 Saunders, A social History of Black Slaves and Freedman in Portugal, 1441-1551.
10 Véase los trabajos de Antonio Almeida Mendes.

743
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

vitud. Lo único que le preocupa es asegurarse la validez del bautismo


administrado a estos pobres seres humanos.11
Otros negros, pero en número mucho más reducido, llegaban a la
Península Ibérica desde los presidios del norte de África. Podían haber
nacido en el mismo Magreb o haber sido traídos desde el mundo sub-
sahariano a través de las rutas de caravanas que cruzaban el desierto del
Sahara y que, desde la Edad Media, constituían un eje importante de la
trata. Habían sido adquiridos por españoles y portugueses a raíz de tran-
sacciones con musulmanes magrebíes.
El norte de África era la segunda zona de abastecimiento de escla-
vos. Un norte de África muy amplio porque abarca toda la franja desde
Trípoli (la Libia actual) al este hasta los territorios cercanos a las islas
Canarias, que corresponden hoy a la costa de Mauritania. A todo este
espacio hay que añadirle el que representa el mar Mediterráneo, donde
operaciones bélicas de guerra clásica o de corso (protagonizadas por
las galeras de España, de Sicilia, de Malta, de San Stefano, entre otras)
podían proporcionar a los cristianos un importante botín humano. La
base de este tráfico estaba fundada en las numerosas cabalgadas o jor-
nadas efectuadas a partir de los presidios. Eran operaciones de corta
duración, uno o dos días a lo sumo, y cuyo éxito dependía de la rapidez
y del efecto consecuente de sorpresa. Los soldados de Orán, de Melilla,
del Peñón de Vélez de la Gomera, etc., se alejaban de sus plazas unas
decenas de kilómetros, a veces 70 u 80, para adentrarse en los aduares
de los “moros de guerra” (los que habían firmado acuerdos y pagaban
un tributo eran conocidos como “moros de paz”), saquearlos y volver
con animales, joyas y sobre todo cautivos.12 Estas expediciones minu-
ciosamente preparadas se completaban con otras menudas llevadas a
cabo por los mogataces, musulmanes sujetos al rey de España que vivían
en el interior de los presidios. En cierto sentido las islas de Lanzarote
y de Fuerteventura, las más cercanas a la costa africana, funcionaban
como presidios desde donde se organizaban cabalgadas y se cautivaba a
los pescadores que faenaban en aguas africanas.13

11 asv, Visitas ad limina, Canarien, 1674.


12 Suárez Montañés, Historia del Maestre último que fue de Montesa y de su hermano don
Felipe de Borja.
13 Anaya Hernández, “Las dificultades de la integración. El proceso inquisitorial contra el
morisco Gonzalo Báez”, pp. 247-258.

744
Bernard Vincent

Esclavizar no era el fin fundamental de estas empresas, principal-


mente terrestres. El cautiverio era uno de los pilares de la economía
magrebí, tanto cristiana como musulmana. Cada uno de los soldados
que había participado en una cabalgada cobraba la parte que le co-
rrespondía del valor de la presa. Este valor equivalía a la suma de las
compras de los cautivos en el mercado oranés, melillense, etc.14 Los
que adquirían la mercancía humana no pensaban en la mayoría de
los casos en guardar el cautivo en su poder. El objetivo era conseguir
en el plazo más breve posible un sólido beneficio. La mejor manera
consistía en fijar un precio de rescate con seguridad más alto que el de
compra. Si el cautivo no obtenía de inmediato la cantidad negociada
podía intentar reunirla con ayuda de su familia y de sus conocidos.
A veces volvía con este fin a su aduar mientras dejaba como rehenes
a parientes, casi siempre mujeres (esposa, hijas, esclavas, etc.). Si no
se cumplía lo pactado, los rehenes salían para España, como dicen los
documentos, para ser vendidos en un mercado de esclavos.15 De esta
manera, una parte de los cautivos del norte de África terminaba sien-
do esclava en la Península Ibérica.
Este proceso se aplicó en el interior de España a raíz de la rebelión
de los moriscos del reino de Granada. Los soldados de los ejércitos rea-
les hicieron numerosos presos desde principios de 1569 hasta el otoño
de 1570, época de la deportación de los moriscos granadinos a otras
tierras de la corona de Castilla. Estos cautivos eran a menudo resca-
tados por sus familiares, pero si estas operaciones fallaban las víctimas
pasaban bajo el mando de un dueño que los ponía a trabajar. De 25 000
a 30 000 personas fueron en menos de dos años objeto de este tipo de
transacciones.16 Si bien no se puede confundir la figura del cautivo con
la del esclavo, ambas tienen una estrecha relación, como lo demuestra la
existencia de rescates de moriscos esclavos varios años después de con-
cluida la rebelión de 1568-1570. En un censo de la villa de Pastrana,
hecho en 1585, se encuentra, por ejemplo, a Luisa de Padilla que fue
esclava de María de Padilla, vecina de Baeza. El documento precisa que

14 Malki, Razzia, butin et esclavage dans l’Oranie du XVI° siècle.


15 Vincent, “Les Noirs à Oran aux xvie et xviie siècles”, pp. 59-66.
16 Aranda Doncel, Los moriscos en tierras de Córdoba, Córdoba, pp. 123-173; Cabrillana,
“Esclavos moriscos en la Almería del siglo xvi”, pp. 53-128; Vincent, “Les esclaves d’Almeria
(1570)”, pp. 193-203.

745
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

la rescataron sus deudos “y que Luisa llegó a Pastrana seis meses antes
del censo”.17 El caso es muy significativo porque Luisa tiene alrededor
de 80 años. No se conoce el precio del rescate, pero no cabe duda que el
dueño de la esclava hizo un buen negocio al prescindir de una anciana
que poco trabajo podía efectuar.
Por su parte, los que no conseguían ser rescatados —berberiscos,
turcos o moriscos— engrosaban las filas de los esclavos. Al respecto,
los documentos emplean el término genérico de esclavo blanco. Tienen
todos en común el hecho de haber perdido la libertad, aunque con-
servan la esperanza de recobrarla algún día. Al estar esclavizados en un
sitio cercano a su lugar de origen, habiendo muy a menudo conservado
el contacto con sus familiares, afrontaban una situación que podía ser
vivida como provisional a diferencia de la del esclavo de color negro,
que estaba del todo desprovisto de estos lazos. El vocabulario que se
manejaba en la época subraya de manera elocuente la diferencia que
existía entre ambos. Por ejemplo, en aquellos censos de población del
siglo xvi que tratan de indicar la composición completa de un hogar y
de precisar la relación de cada uno de sus miembros con el cabeza de
familia, se encuentra la expresión “su negro”. El posesivo subraya bien
la dependencia absoluta del desdichado. Se constata también que para
definir a los esclavos negros se emplean las palabras bozal y ladino. El
bozal es el recién llegado, caracterizado por unas prácticas culturales
distintas a las de la sociedad en la cual está nuevamente insertado. Por
extensión, es un esclavo torpe, poco espabilado y hasta ridículo. El la-
dino, por el contrario, es el que ha aprendido el idioma español, el por-
tugués o el italiano.18 Más allá de todo ello, el ladino es el esclavo bien
integrado o listo. No hace falta decir que esta distinción nunca se aplica
a los esclavos blancos, como si éstos, al contrario que sus compañeros
negros, fueran considerados en un plan de igualdad con los sujetos de
los estados de la Europa mediterránea.

17 bzm, colección Miro, 16-411.


18 En su Tesoro de la lengua castellana o española, de 1611, Sebastián de Covarrubias pre-
cisa “[...] al morisco y al estrangero que aprendió nuestra lengua, con tanto cuidado que apenas
le diferenciamos de nosotros, también le llamamos ladino [...]”. Y define al bozal como al “[...]
negro que no sabe otra lengua que la suya, y la lengua, o lenguaje, se llama labio, y los labios,
bezos; de boca, boza, y de allí bocal [...]”. Véase Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o
española, pp. 223 y 747.

746
Bernard Vincent

A estos dos grandes grupos formados por los esclavos subsaharianos


y los magrebíes hay que añadir el de los nacidos en tierras europeas.
Según la norma romana fructum sequitur ventrem, el niño hijo de una
esclava heredaba el estatuto de su madre a pesar de la posible condición
de libre del padre. De hecho, los libros de bautismos de los archivos
parroquiales están llenos de partidas relativas a esclavos nacidos las más
de las veces de una madre esclava y de un padre desconocido libre o no
libre. Se cree que con frecuencia el padre que se esconde bajo el anoni-
mato no es esclavo, pero hay regiones del sur de Europa, como Huelva,
donde la natalidad servil es consecuencia directa de las uniones entre
esclavo y esclava.19
En Europa, el grueso de los esclavos estaba concentrado al sur de
una línea de frontera oeste-este que va de Lisboa a Bari pasando por
Madrid, Valencia y Nápoles. Los grandes mercados, Lisboa, Lagos, Se-
villa, Málaga, Cartagena, Valencia, Palma de Mallorca, Palermo, Ná-
poles y Malta estaban todos sobre la línea de frontera. A partir de estas
plazas principales se hacía una redistribución a menudo por medio de
mercados interiores secundarios cuyos agentes eran los mercaderes espe-
cializados. Cada pueblo del sur de Portugal, de España o de Italia alber-
gaba unos esclavos, pero donde el fenómeno tuvo una mayor relevancia
fue en el mundo urbano. El porcentaje de los esclavos en relación con la
población global no alcanzaba 1 por ciento en el medio rural del reino
de Nápoles o de Andalucía, pero era cercano o superior a 10 por ciento
en Lisboa, Lagos, Huelva, Palos y Moguer, Málaga o Nápoles. Ciuda-
des más alejadas de la costa como Sevilla, Córdoba, Granada o Murcia
tenían porcentajes intermedios, del orden de 3 a 7 por ciento.
En todas las islas mediterráneas como en Canarias y en el sur de
Portugal (Algarve, Estremadura, Alentejo) el nivel del porcentaje de po-
blación servil era alto (de 6 a 12 por ciento) y los esclavos pertenecían
tanto al mundo rural como al mundo urbano. Madeira, más alejada
de África que Canarias, tenía una población servil menos alta, del or-
den de 3 por ciento, y con una concentración notable en la ciudad de
Funchal.20 De momento no es fácil avanzar cifras para Azores aunque
alguno que otro trabajo reciente ha subrayado la importancia de la po-

19 Izquierdo Labrado, La esclavitud en la Baja Andalucía, i, pp. 86 y 267.


20 Vieira, Os escravos no arquipélago da Madeira, séculos XV a XVII.

747
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

blación servil.21 La debilidad de la presencia esclava al norte de la línea


Lisboa-Bari estaba compensada por el trabajo desempeñado por depen-
dientes libres provenientes de los medios más pobres del campo o de la
inmigración, por ejemplo, francesa en Cataluña y Aragón.
Una vez llegados a los grandes mercados del sur europeo, los escla-
vos negros y blancos eran dispersados después de haber sido subastados.
Se encuentra un reflejo de estas operaciones en las numerosas actas de
compraventas resguardadas en los protocolos notariales. En cada una
de ellas se especifica el nombre del esclavo, su edad, su procedencia,
su color, sus defectos eventuales, a veces algunas características físicas
(lunares, marcas, huellas de heridas etcétera), y el precio fijado precisa-
mente en función de todos los elementos indicados en el contrato. Un
esclavo negro, de 20 años, sin ningún defecto físico o moral (rebelde,
holgazán, borracho) podía costar hasta 120 o 130 ducados hacia 1600,
época de muchísima actividad del mercado servil. Tales 120 ducados
representaban alrededor de 600 días de salario, casi dos años, de un
trabajador del campo. Se trataba de una inversión importante que no
estaba al alcance de cualquiera. Un hombre berberisco, de 60 años,
tullido o manco u otro de 30 años que había intentado fugarse, valía
poco, de 20 a 25 ducados si se encontraba comprador. En términos
generales se puede decir que los precios aumentaron a lo largo del siglo
xvi para estancarse luego. No obstante, siempre estuvieron sometidos a
altibajos en función de los desajustes entre oferta y demanda. La rebe-
lión de los moriscos y la avalancha consecuente de ventas de cautivos
que se produjo en 1569-1570 hicieron bajar de manera notable los pre-
cios. Durante un periodo corto se pudo comprar un esclavo de buenas
condiciones por 30 o 40 ducados. En estas circunstancias se producía
una “democratización” de la posesión del esclavo.
En efecto, los precios de adquisición de un esclavo eran de ordi-
nario prohibitivos para amplios sectores de la sociedad. Entre los pro-
pietarios se encontraban los miembros de la nobleza del Portugal y de
la España meridionales, del reino de Nápoles, de Sicilia, los caballeros
de las órdenes militares (de San Juan de Jerusalén en Malta y de San

21 Dias Gregório, “Escravos e libertos de ilha Terceira na primeira metade do seculo xvi”,
comunicación presentada al coloquio Construçao e Dinamica das Sociedades Atlanticas, en curso
de publicación.

748
Bernard Vincent

Stefano, en Toscana) y buena parte del clero, sobre todo obispos, canó-
nigos y órdenes religiosas. Muchos mercaderes, artesanos y labradores
detentadores de riqueza aparecen también en las transacciones. No cabe
duda que los precios normalmente altos de la mercancía humana cons-
tituyeron un obstáculo a una mayor difusión de la esclavitud, pero en
tiempos de mucha oferta se aprecia cómo gente de recursos limitados
no vacilaba en gastar el dinero necesario en la compra de un hombre o
de una mujer. Toda la sociedad sin excepción se aprovechaba en mayor
o menor medida de una práctica que nadie condenaba.22
Sexo, edad, estado de salud y de ánimo constituían las grandes va-
riables del establecimiento del precio. Muy a menudo se cotizaba más
a las mujeres que a los hombres. La razón no radicaba en el menor
número de ellas ofrecidas en el mercado. Entre los moriscos cautivos
las mujeres dominaban de manera abrumadora porque sus maridos, sus
hermanos y sus hijos habían tomado las armas y se escondían en tierras
montañosas. Si en los mercados de Sevilla o de Malta en el siglo xvii
las piezas —otro término de la documentación que asemeja los esclavos
a los animales— que se compraban eran en su mayoría masculinas, en
los mercados de Málaga, Huelva, Palos y Moguer eran femeninas. La
preferencia que se da a la mujer se debe, entre otros factores, al servicio
sexual que se exige de ellas, todo lo cual explica en buena parte la alta
tasa de natalidad ilegítima que existió en estos territorios. Entre muchí-
simos ejemplos está el de Cattarina, una esclava comprada en Malta en
1588 por Gio Battista Rizzo, padre de su hijo nacido en 1590. O el de
Isabel, esclava en Monsaraz, Portugal, del labrador Afonso Pires Poma-
res, pronto padre en los mismos años de un hijo suyo.23 Los padres
desconocidos de los hijos de esclavas son fundamentalmente los dueños
o los familiares de éstos. En el precio alto de la esclava va incluido el
precio del placer del propietario, y considerarlas más dóciles que sus
compañeros (las referencias a huidas o intentos de huidas de esclavas
berberiscas son casi inexistentes y desde luego mucho menos frecuentes
que las de los esclavos).

22 El testimonio del humanista flamenco Nicolás Clénard es elocuente. Al llegar a Évora


en 1535 y ver muchos negros dice que detesta a esta raza pero termina comprando tres de ellos.
Véase Roersch, Clénard peint par lui-même, p. 34.
23 Brogini, Malte, frontière de chrétienté (1530-1670), p. 660; Fonseca, Escravos no sul de
Portugal, séculos XVI-XVII.

749
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

Al final la dispersión de los esclavos de los países europeos meri-


dionales es absoluta. El trauma de la última fase del tráfico ha sido
poco subrayado. Si la ruptura representada por el cautiverio inicial en
el mundo subsahariano o el mundo magrebí y la posterior esclavización
es brutal, el momento de la atribución definitiva a un propietario no
debe ser subvalorada. Hasta este acontecimiento, decenas o centenares
de negros, como se ha visto en el caso de los llegados a Canarias en
1674, o grupos de berberiscos llevados de Orán o de Melilla hasta Car-
tagena y Málaga, habían compartido la misma pobre suerte, la misma
incertidumbre. Los más fuertes podían consolar a los más débiles. La
almoneda, como bien ha ilustrado Miguel de Cervantes en su comedia
Los baños de Argel, significa la separación radical y el aislamiento. En
este plan los esclavos del mundo servil europeo no podían contar con la
solidaridad que unía quizás a sus compañeros de las plantaciones cari-
beñas o brasileñas o a los cautivos que vivían en los baños de las ciudades
norteafricanas.
Lo normal era la presencia de uno o dos esclavos por hogar. Sólo las
familias pudientes tenían más. A su muerte en 1507, don Juan de Guz-
mán, duque de Medina Sidonia, tenía 216 esclavos, 121 hombres y 95
mujeres. Una parte de los hombres trabajaban en la construcción, en la
azulejería y en las caballerizas, mientras muchas mujeres estaban adscri-
tas a la cocina.24 El Gran maestre de la orden de San Juan de Jerusalén
en Malta, Hughes Loubenx de Verdale, en 1595 tenía a su servicio a 230
esclavos, más de la mitad de su posesión, y el resto pertenecientes a la
orden.25 Pero son casos excepcionales. Las únicas concentraciones que
existen son las de los esclavos públicos (o del Rey), remeros en galeras,
trabajadores en minas o en arsenales (Cádiz, Cartagena, Pisa). Así, por
ejemplo, en la segunda mitad del siglo xvi el reino de Sicilia tiene por lo
general 20 galeras con 200 o 250 remeros cada una, el reino de Nápoles
de 12 a 40 según los momentos, Génova 11 o 12, la orden de San Ste-
fano seis o siete, y Venecia 24. La proporción de los esclavos que reman
al lado de los voluntarios y de los forzados es variable (casi inexistente
en Venecia) pero en términos generales cercana a 20 por ciento de las

24 Ladero Quesada, “Los esclavos de la Casa ducal de Medina Sidonia (1492-1511)”, pp.
225-232.
25 Brogini, Malte, frontière de chrétienté (1530-1670), p. 661.

750
Bernard Vincent

chusmas. El caso extremo es el de la armada maltesa, donde los 1 450


esclavos representan en 1669 las dos terceras partes de los remeros. No
es casual que los pocos intentos de motines serviles se hayan producido
en Malta, uno posiblemente en 1531, y otro comprobado en 1596.26
Los grupos de esclavos en las minas de plata de Guadalcanal, de mer-
curio de Almadén o de alumbre de Mazarrón eran también nutridos.
Obviamente tales esclavos eran solamente hombres.
Sin embargo, la figura central y más corriente de la esclavitud de la
Europa mediterránea es la del esclavo doméstico, término ciertamente
ambiguo y hasta cierto punto engañoso. Se ha visto a menudo al esclavo
doméstico como a un individuo al que se le confiaban tareas internas
del hogar y al que se le consideraba como un miembro más de la familia
de acogida. Esta interpretación se basaba en el sentimiento que la suerte
reservaba al esclavo doméstico, era más envidiable que la conocida por
el esclavo de plantación, figura no existente en la Europa occidental.
En el fondo de esta visión subyace la idea de que si la esclavitud se
mantuvo en tierras portuguesas, españolas o italianas a lo largo de la
Edad Moderna fue por ser una simple reliquia de un pasado remoto, un
testimonio arcaico de una economía que ya no era el núcleo de la eco-
nomía-mundo. Hoy todo esto es discutible, pues poco a poco descubri-
mos que por una parte la figura del esclavo doméstico también estaba
muy extendida en el mundo americano y que, por otra, formaba parte
de un complejo, y en ninguna manera arcaico, sistema de relaciones
entre las dos orillas del Mediterráneo.
El esclavo doméstico pertenece a la domus de su dueño y la domus
no se circunscribe a la casa. Precisamente la característica principal del
esclavo doméstico es, salvo excepciones, su polivalencia, haciéndole tra-
bajar en tareas muy distintas tanto dentro como fuera de la casa. En
un censo de esclavos de sexo masculino hecho en Málaga en 1581 se
preguntaba a los dueños en qué empleaban a sus dependientes, a lo que
muchos de ellos no dudaron en responder que en trabajos de casa y de
campo a la vez.27 Quizás el calendario agrícola y sus urgencias en la ven-
dimia o en la recolección de aceitunas obligaba a recurrir a la mano de
obra servil, masculina y femenina. El esclavo es un ser dúctil, obediente,

26 Brogini, Malte, frontière de chrétienté (1530-1670), pp. 663-664.


27 Vincent, “La esclavitud en Málaga en 1581”, pp. 240-270.

751
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

que está desplazado según las necesidades del momento y a quien le


están atribuidas la tareas más pesadas y peligrosas. Las excepciones a
esta característica son contadas. El trabajo que desempeñan los esclavos
de los artesanos no es muy diferente al efectuado por los aprendices y
sus compañeros, tanto si eran muy jóvenes como adultos. De la misma
manera algunos esclavos de la nobleza cumplían con trabajos específi-
cos tales como el de cuidar de los caballos de su señor o acompañar a
éste en sus desplazamientos. El esclavo negro vestido de librea era muy
vistoso y en buena medida realzaba el prestigio del noble propietario.
No obstante, su presencia quedaba limitada a los ámbitos de las cortes
de Lisboa, Valladolid (hasta 1561), Madrid y al servicio de algunas fa-
milias sobre todo en Sevilla y en Nápoles.28 Quizás los músicos negros
que vemos en los belenes napolitanos del siglo xviii constituyen una
ilustración del empleo de los esclavos en el mundo cortesano.
El tratamiento reservado a los esclavos era muy variable. Obvia-
mente los dueños tenían interés en cuidar a unas personas cuya adqui-
sición era costosa e incluso podían llegar a tener afecto hacia ellos. No
obstante, la sociedad tenía de ordinario muy poca consideración para
con los esclavos. El testimonio de Teresa de Jesús es muy ilustrativo al
respecto. Hablando de su padre decía

[...] era hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfer-
mos y aun con los criados tenga que jamás se pudo acabar con él tuviese
esclavos porque los había gran piedad. Y estando una vez en casa una —de
su hermano— la regalaba como a sus hijos; decía de que no era libre, no
lo podía sufrir de piedad [...]29

La actitud del padre de la santa va a contracorriente en la sociedad


del siglo xvi. Toda la documentación viene a confirmarlo. En los inven-
tarios de bienes post mortem aparecen en el curso de la enumeración los
esclavos, en general, mezclados con los caballos y los burros. La ausencia
casi total de los esclavos de los registros de defunciones es también muy
reveladora de la poca preocupación de la gran mayoría de los propieta-
rios por ellos. Los bautismos (de niños hijos de esclavas y de adultos que

28 Larquié, “L’esclavage dans une capitale: Madrid au xviie siècle”, pp. 177-200.
29 Teresa de Jesús, Libro de la vida, p. 29.

752
Bernard Vincent

acaban de llegar a Europa) y los matrimonios (entre esclavos y entre un


esclavo y un libre) están en principio todos consignados, pero no hay
ninguna alusión en los estudios sobre la muerte de los esclavos, porque
simplemente eran olvidados por los curas a quienes estaba confiado el
control de los libros parroquiales. No se sabe, por lo tanto, qué tipo de
sepultura recibían los esclavos.
Estos esclavos domésticos, con frecuencia aislados, dependen en
principio de manera muy estrecha de su dueño y sus familiares. Todos
los aspectos de su vida, y no sólo el trabajo, están marcados por la rela-
ción esclavo-propietario. De hecho, el esclavo era entregado en cuerpo
y alma a su dueño. Ya he subrayado la explotación sexual de la cual eran
víctimas numerosas esclavas. Pero, además, algunos esclavos, quizás 10
o 15 por ciento, llevaban marcada en el cuerpo la huella de su depen-
dencia. Se trataba sobre todo de esclavos blancos de sexo masculino cu-
yos propietarios tomaban precauciones extremas para evitar la pérdida
de su bien mediante una huida.30 Estaban marcados al hierro en la cara
para que su condición no pudiera escapar a nadie: las marcas podían
variar mucho, pero las dos más corrientes consistían en la indicación del
nombre del propietario (“soy de…”) o la más concisa formada por la S y
el diseño redondo equivalente a un clavo (“s clavo”). A los más rebeldes
se les ataba, cuando no trabajaban, con grilletes o cadenas. Es revelador
que en uno de sus grabados retratando personas vistas durante su viaje
a España, Christoph Weiditz haya presentado a un negro con una carga
de mucho peso y llevando una cadena que va de la cintura al tobillo.31
El margen de autonomía del esclavo era, por lo común, muy limi-
tado. La poca frecuencia de los matrimonios de un esclavo con otro
esclavo, o con una persona de condición libre, es consecuencia directa
de la oposición generalizada de los propietarios a las uniones que signi-
ficaban una disminución del control de movimientos. La idea de dejar
vivir a un esclavo en casa ajena no era aceptada. Se conoce, a partir
de expedientes matrimoniales examinados por el tribunal episcopal, lo
arduo de la lucha llevada a cabo por los esclavos, que a pesar de todos

30 Un esclavo salmantino fue encontrado en Málaga llevando una argolla al cuello. Su


amo, Pedro Maldonado, escribe “[...] le podades herrar en el rostro en las partes que os pareciere
[...]”. Véase López Benito, La nobleza salmantina ante la vida y la muerte (1474-1535), p. 116.
31 Weiditz, Das Trachtenbuch des Christoph Weiditz, von seinen reisen nach Spanien (1529)
und den Niederlanden (1531-1532), plancha 47.

753
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

los obstáculos querían casarse. Conseguían su objetivo gracias al apoyo


del clero para quien todos los fieles, incluso los esclavos, podían recibir
todos los sacramentos.32 Así, en los sinodales de Canarias de los siglos
xvii y xviii, los obispos recuerdan a los amos que impedir el matrimo-
nio de esclavos está penado con la excomunión. El tribunal episcopal
da siempre la razón a los candidatos al matrimonio, pero nos podemos
preguntar sobre las posibilidades reales de los esclavos para confrontar
a sus dueños. Y la muy baja fecundidad de las esclavas casadas debe ser
consecuencia de una vida marital muy limitada o nula. En Cádiz, por
ejemplo, entre 1597 y 1650, de los 2 190 esclavos recién nacidos bauti-
zados, solamente 394 son hijos de esclavos casados cuando se registran
en este periodo 704 matrimonios.33 En la Laguna (Tenerife), 23 de las
42 uniones de esclavos que se produjeron en la segunda mitad del siglo
xvi no tuvieron ninguna descendencia. En Las Palmas de Gran Cana-
ria, en el siglo xvii, mientras 1 032 madres libres tienen 1 728 hijos, 165
madres esclavas dan luz a sólo 48 hijos.34
Obviamente los propietarios de esclavos tenían que cuidar la forma-
ción religiosa de sus esclavos. Con todo, esta obligación no era siempre
cumplida. Si en la parroquia andaluza de Mojácar tres esclavos reciben
el sacramento de confirmación con ocasión de la visita pastoral de mayo
de 1574, ninguno aparece en las listas de confirmados de noviembre de
1585 y octubre de 1589. Posiblemente los recién nacidos esclavos no
han sobrevivido, pero la ausencia de todos los bautizados desde 1570 es
harto sospechosa.35 Por otra parte, en muchas partidas de bautismo el
nombre de la madre apuntado no es cristiano. No es infrecuente encon-
trar a Fátima, Meriem o Aicha sin que su situación parezca preocupar
a los propietarios o a los curas. Durante la década de 1670 los jesuitas
organizan grandes misiones por tierras murcianas y de Andalucía (Car-
tagena, Málaga, Marbella, Gibraltar, Sevilla, Jerez, etcétera), dedicando

32Martín Casares, La esclavitud en la Granada del siglo XVI, pp. 361-373; Lobo Cabrera,
López Caneda y Torres Santana, La otra población: expósitos, ilegítimos, esclavos (Las Palmas de
Gran Canaria, siglo XVIII), p. 125.
33 Porquicho Moya, Cadiz, población y sociedad, 1597-1650, p. 129.
34 Marcos Martín. De esclavos a señores, estudios de historia moderna, p. 38; Lobo Cabrera y
Díaz Hernández, “La población esclava de Las Palmas durante el siglo xvii”, Anuario de Estudios
Atlánticos, pp. 68-70.
35 APMoj, libro de bautismos I.

754
Bernard Vincent

parte del tiempo de misión a la catequesis de los musulmanes, entre los


cuales la mayoría era esclava. Los misioneros tienen que negociar con
los propietarios porque éstos no quieren que su mano de obra abando-
ne el trabajo. En 1672 consiguen la conversión de 38 musulmanes. De
esta peculiar catequesis existe un magnífico testimonio en un cuadro
encargado ya en 1673 por el arzobispo de Sevilla, Ambrosio Ignacio
Spinola y Guzmán, a Juan Valdés Leal, que representa a san Ambrosio
convirtiendo y bautizando a san Agustín.36
En general, a pesar de la estrecha dependencia de sus propietarios,
los esclavos encontraron espacios de mayor autonomía. Primero en el
ámbito del trabajo con la figura siempre más frecuente, a medida que
avanza el tiempo, del esclavo cortado o a jornal. Éste estaba día tras día
alquilado por su dueño a una tercera persona. En estas condiciones el
esclavo se alejaba del control de su propietario e iba a ganar un salario
en otra parte. La práctica era satisfactoria para todos. El empleador
encontraba mano de obra a buen precio para tareas muy penosas. Los
esclavos de las ciudades portuarias aseguraban así las operaciones de
carga y descarga de los navíos que quedaban a cierta distancia de la
tierra por falta de muelles adecuados. El propietario recibía una parte
del salario del esclavo y podía más rápidamente recuperar la inversión
que había representado la compra. El esclavo por fin tenía la posibili-
dad de constituir un peculio para rescatarse o rescatar a un pariente,
esposa o hijo.
También los esclavos encontraban espacios de relativa autonomía
en las cofradías. Poco a poco tales instituciones van siendo desveladas
y hoy sabemos que más de 30 hermandades de “pretos” existieron en
Portugal y más de 20 cofradías de negros, morenos o mulatos en Espa-
ña.37 Ya en la baja Edad Media hubo algunas de ellas en Sevilla, Valen-
cia, Barcelona o Lisboa, pero muchas fueron creadas en el siglo xvi o a

36 Vincent, “Musulmanes y conversión en España en el siglo xvii”, p. 83. En cuanto al


cuadro de Valdés Leal, pertenece a una serie de siete. El de la conversión de san Agustín está en
el Saint Luis Art Museum. Véase Álvarez Lopera, Valdés Leal, la vida de san Ambrosio.
37 Lahon, O Negro no coraçao do imperio, Una memoria a resgatar. Seculos XV-XIX; Vincent,
“Les confréries de Noirs dans la péninsule Ibérique (xvie-xviiie siècles)”, pp. 17-28; Moreno,
La antigua hermandad de los Negros de Sevilla; Camacho Martínez, La hermandad de los mulatos
de Sevilla; Lahon, “Les confréries de Noirs à Lisbonne et leurs privilèges royaux d’affranchisse-
ment. Relations avec le pouvoir (xvie-xixe siècles)”, pp. 195-215.

755
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

principios del xvii en la fase de mayor auge de la esclavitud. Reunían


a negros, esclavos y libertos. Todas tuvieron una vida difícil a pesar del
amparo de muchos obispos y, sobre todo, de las órdenes religiosas (do-
minicos, franciscanos, carmelitas, agustinos). Desde el punto de vista
económico contaron con pocos recursos y sufrieron la competencia y
el desprecio de otras cofradías y de sus miembros. Cuando existieron
cofradías mixtas como la del Rosario de Lisboa, los negros terminaron ya
en el siglo xvi excluidos y tuvieron que crear otra propia. En Cádiz la
intervención de los miembros libres y blancos en la gestión provocó en
el siglo xviii la ruina de la cofradía.38
Estas asociaciones constituían unos lugares de sociabilidad donde
al margen de las esenciales actividades espirituales los esclavos cantaban
y bailaban. En las procesiones del corpus, los bailes y los cantos fueron
muy apreciados por los espectadores. Pero además de un espacio de so-
ciabilidad, la cofradía era una institución que apoyaba a los esclavos que
querían casarse a pesar de la firme oposición de sus propietarios. Final-
mente, las hermandades portuguesas recibieron del rey el privilegio de
rescatar a miembros sin necesidad del acuerdo del dueño. Aunque nos
falten datos, es muy posible que algunas cofradías españolas también
tuvieran este privilegio.
Las cofradías fueron también el vector de promoción de los negros
como lo atestiguan las advocaciones. Las más antiguas se llamaron a me-
nudo de Nuestra Señora de los Reyes, para celebrar al rey mago negro, o
de Nuestra Señora del Rosario bajo la influencia de los dominicos. Las
primeras décadas del siglo xvii fueron un tiempo de inflexión significa-
tiva con la aparición de añadidos en los títulos de las hermandades. San
Benito de Palermo y santa Ifigenia fueron objeto de mucha devoción.39
El negro siciliano, hijo de libertos y lego franciscano, había muerto en
olor de santidad en su convento en 1589. La santa está presente en el
martirologio de finales del xvi de Cesare Baronio, miembro influyente
de la curia romana. La tradición hace de ella una etíope convertida al
cristianismo por el evangelista san Mateo. Con ellos la población negra

38Parrilla Ortiz, La esclavitud en Cádiz durante el siglo XVIII, p. 160.


39Fiume y Modica, San Benedetto il moro. Santita, agiografía e primi processi di canonizza-
zione; Morabito, “San Benedetto il moro, da Palermo, protettore degli africani di Siviglia, della
peninsola iberica e d’America latina”, pp. 223-273; Vincent, “Le culte des saints noirs dans le
monde ibérique”, pp. 121-132.

756
Bernard Vincent

salía de la discriminación. Benito de Palermo fue beatificado en 1743 y


canonizado en 1807.
Nuestras certidumbres en cuanto a la presencia de esclavos blancos
en las cofradías son parcas. Al menos en Gran Canaria, donde había
tres hermandades de libertos, “se mezclaban los negros con los moriscos
y los mulatos”.40 Y es posible que en Málaga esclavos blancos y negros
hayan sido admitidos en la misma cofradía. La cuestión de la suerte
reservada a los esclavos anteriormente musulmanes, negros como blan-
cos, requiere estudios en este aspecto. Si se sabe que los de la comarca
de Murcia y de Cartagena, que veían en san Ginés —¡que había vivido
en el siglo tercero! — un pariente de Mahoma, se reunían en la fiesta del
santo en agosto, alrededor de la ermita de San Ginés de la Jara. Otros
que no habían abandonado el islam se reunían en la cumbre de una
colina cercana a Málaga.
Las vías que conducían a la salida de la esclavitud eran múltiples.
De todas, la más corriente fue sin duda la muerte rápida. Era el destino
de la mayor parte de los esclavos del rey. Alessandro Stella ha constatado
que de los 156 esclavos embarcados entre 1650 y 1660 en la escuadra de
Génova, 46 habían muerto en pocos años y siete habían sido liberados
por inútiles.41 Se considera que era necesario renovar la chusma cada
cinco años. La suerte de los esclavos mineros era todavía peor. De un
grupo de 165 llegados a las minas de Almadén en la segunda mitad del
siglo xvii, 119 no sobrevivieron más de tres años.42 La mortalidad de
los esclavos domésticos no era naturalmente tan alta, pero la violencia
de ciertos propietarios, el trauma de los cambios de propietario, las di-
ficultades de los embarazos y de los partos, y las depresiones provocadas
por el aislamiento reforzaban el carácter penoso del trabajo cotidiano y
limitaban en última instancia la esperanza de vida.
Algunos esclavos, no muchos, no aguantaban. En las fuentes judi-
ciales está el testimonio de los que se rebelaron, a veces, hasta atentar
contra la vida de su amo. El jesuita Pedro de León cuenta la muerte del
prior de San Salvador de Arcos de la Frontera en 1583. Diego, el esclavo,
estaba “[...] midiendo un poco de trigo y su amo delante; el cual le

40 Lobo Cabrera, Los libertos en la sociedad canaria del siglo XVI, p. 110.
41 Stella, Histoires d’esclaves dans la péninsule Ibérique, p. 89.
42 Stella, Histoires d’esclaves dans la péninsule Ibérique, p. 93.

757
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

dijo: Mide bien, perro, abajándose a enmendar lo que medía mal. Y


entonces, tomó el esclavo el raedor y le dio con el en el cerebro [...]”.43
En septiembre de 1623, según el cronista Francisco Henríquez de Jon-
quera, una esclava mató en Granada al caballero Fernando de Mendoza
y Solís: “[...] le dio veneno en un vaso de vino porque no le consentía
casarse de la cual hicieron justicia [...]”.44 Otros buscaban en la huida
la resolución de sus dificultades. La empresa era arriesgada aun cuando
la otra orilla del Mediterráneo estaba cercana. Los amos no vacilaban
en pagar personas para seguir los pasos del fugado y así recuperar su
bien. Pero nada podía parar a estos desesperados. De los 80 casos cono-
cidos para Évora en el siglo xvi, buena parte fue capturada en lugares
próximos a la costa atlántica (Lisboa, Aldeia Galega, Sesimbra, Setúbal,
Lagos, Tavira) muchos otros en localidades de España (Mérida, Bada-
joz, Guadalupe, Madrid, Sevilla y hasta Segorbe) y algunos lejos en el
norte de Portugal (Porto, Barcelos).45
Otros esclavos tenían más suerte y conseguían la libertad con el
consentimiento de su amo. La emancipación se otorgaba por medio
de procedimientos registrados por los notarios: el testamento y la car-
ta de ahorría. Estos dos tipos de documentos tienen entre sí más ele-
mentos comunes de lo que parece a primera vista. El uno y el otro han
sido tradicionalmente interpretados como signos del buen tratamiento
reservado de ordinario a los dependientes, pero varios estudios recien-
tes matizan en mucho esta percepción un tanto ingenua. Primero, la
cantidad más bien elevada de actas de esta índole no debe engañar. En
Sevilla, entre 1579 y 1584 y entre 1611 y 1620 los ahorramientos no
representan más de 5 por ciento del conjunto de protocolos tocantes
a la esclavitud.46 En Jaén, entre 1569 y 1594, Juan Aranda Doncel ha
contabilizado 36 cartas de horro por 250 escrituras de compraven-
tas.47 Y si no es posible medir la proporción de testamentos de dueños

43León, Grandeza y miseria en Andalucía, testimonio de una encrucijada histórica (1578-


1616), p. 426.
44 Henríquez de Jorquera, Anales de Granada, ii, p. 656.
45 Fonseca, Escravos em Evora no século XVI, pp. 96-99.
46 El porcentaje está dado por Bernard en su tesis, Les esclaves à Séville au XVIIe siècle,
Universidad de Lyon, sin publicar.
47 Aranda Doncel, “Los esclavos en Jaén durante el último tercio del siglo xvi”, pp. 233-
251.

758
Bernard Vincent

de esclavos que no hacen ni una alusión a su bien humano, ésta es alta


al menos hasta mediados del siglo xvii. El examen de las disposiciones
precisas del testamento y de la carta de ahorría también es muy revela-
dor. Poco frecuentes son los actos decididos, sin la menor restricción,
para recompensar al esclavo por “sus buenas obras” o simplemente
por “el amor que le tiene” el amo. Pocos tienen tanta preocupación
como Úrsula Rodríguez, quien en su testamento emancipa “por cum-
plir una de las siete obras de misericordia” a Juana, mulata de 20
meses. Confía la pequeña niña a Leonor, su hermana, especificando
que Juana la servirá durante toda su vida.48 Estas fórmulas empleadas
de manera reiterada esconden los límites de una supuesta generosidad
generalizada.
Gran parte de los manumitidos pertenece al grupo de los ancianos
y, sobre todo, al de los niños.49 Dar la libertad a un esclavo de más de
50 años puede corresponder a la voluntad de no conservar una perso-
na cuyo rendimiento no es suficientemente rentable. A principios del
siglo xvii el cordobés Juan Cigler manumite a Simón. El pobre esclavo
“[...] está tuerto de un ojo y está quebrado en trabajando en el lagar del
dicho Juan Cigler de Espinoza y así mismo es enfermo del pecho que
echa sangre por la boca del trabajo que a tenido y no es de provecho
ninguno [...]”.50
Las razones de la emancipación de tantos niños (en Huelva, Palos
y Moguer más de 42 por ciento de los manumitidos en los siglos xvi y
xvii tenían menos de 10 años) son muy claras. Casi siempre se trata de
los propios hijos de los otorgantes. En 1525 un sevillano da la libertad a
una muchacha “por ser hija suya y de su esclava”.51 A veces la iniciativa
del amo beneficia también a la madre del niño. En 1506 un mercader
genovés de Sevilla da carta de horro a María, 20 años, su esclava porque
“está preñada de él”.52 En Lorca, en 1508, Juan de la Moraleja da liber-
tad a una esclava “[...] yo con aquella he tovido aceso carnalmente y lo

48 Izquierdo Labrado, La esclavitud en la Baja Andalucía, ii, p. 91.


49 Izquierdo Labrado, La esclavitud en la Baja Andalucía, ii, p. 122.
50 N’Damba Kabongo, Les esclaves à Cordoue au début du XVII° siècle (1600-1621). Prove-
nance et condition sociale, p. 267.
51 Franco Silva, La esclavitud en Sevilla y su tierra a finales de la Edad Media, p. 248.
52 Franco Silva, Regesto documental sobre la esclavitud sevillana (1453-1513).

759
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

del vientre es myo [...]”.53 Éstos dan testimonio de su remordimiento


o de su deseo de descargar su conciencia, en particular a la hora de la
muerte, pero otros no tienen ni estos escrúpulos. Así debió ser el caso
de Juan García, cuya viuda en 1506 liberó a Juan García de 25 años y a
Luis de 17 “por ser hijos de su marido”.54
El camino hacia la libertad está, en realidad, acompañado muchas
veces de serias restricciones. En Badajoz, en 1693, doña Violante Caba-
llero da carta de libertad a Manuel Simón “[...] con la calidad de que los
días de la vida de la otorgante le a de asistir y servir en la misma confor-
midad que lo a hecho hasta ahora y luego que aya fallecido la otorgante
quede libre [...]”.55 En Ayamonte, en 1593, Domingo está emancipado
por su ama, pero con la condición de servir “como esclavo cautivo a mis
herederos” durante seis años. En 1598 se da la misma “liberación con-
dicional” a favor del mulato Juan, 35 años, que deberá seguir sirviendo
a la viuda de su dueño, hasta la muerte de ella.56 Y cuando se trata de
libertad inmediata, el respeto de las últimas voluntades del testador no
es evidente. Hay indicios, por ejemplo, a través de pleitos, de conflictos
alrededor del estatuto del dependiente. Un último caso paradigmático
debe ser recordado: el de Diego Velázquez y de su esclavo Juan de Pa-
reja. Éste, nacido hacia 1610, fue adquirido por el pintor en una fecha
desconocida pero anterior a 1630. Según Palomino “[...] el amo (por el
honor del arte) nunca le permitió que se ocupase en cosa que fue pintar,
ni dibujar, sino moler colores y aparejar algún lienzo y otras cosas del
arte y de la casa, él se dio tan buena maña que, a vueltas de su amo y
quitándoselo del sueño, llegó a hacer de la Pintura cosas muy dignas de
estimación [...]”.57 Cuando los dos hombres estaban en Roma, en 1650,
Velázquez hizo el famoso retrato de Juan de Pareja y a la vez le concedió,
el 23 de noviembre, la libertad pero con la condición de que quedara a
su servicio durante cuatro años.58
53 amlor, protocolo 5, fs. 175-176. La referencia es una indicación de Rafaela Vidal
Fernández.
54 Franco Silva, Regesto documental sobre la esclavitud sevillana (1453-1513), año 1506.
55 Cortes Cortes, Esclavos en la Extremadura meridional, siglo XVI, p. 76.
56 González Díaz, La esclavitud en Ayamonte durante el Antiguo Régimen (siglos XVI, XVII y
XVIII), pp. 100-101.
57 Palomino, Museo Pictórico y Escala óptica, libro iii, p. 128.
58 Montagu, “Velázquez Marginalia: His Slave Juan de Pareja and His Illegitimate Son
Antonio”, pp. 683-685.

760
Bernard Vincent

El dinero es un componente esencial de las estructuras, de algu-


nos testamentos y de muchas cartas de horro. En 1560, un regidor de
Trigueros especifica que manumite a Luis Beltrán, 22 años, porque le
había servido mucho y bien, le había criado en su casa y que él le tenía
mucho amor.59 Pero el esclavo tiene que entregar 90 ducados. En 1552,
en Lucena, Madalena se compromete a dar a su amo, también regidor,
50 ducados: las dos terceras partes dos meses después de la fecha del
contrato y el remanente en dos plazos, 1553 y 1554.60 Un esclavo de
Ayamonte, de nueve años, perteneciendo a una mujer, está manumiti-
do en 1598, pero debe pagar 20 ducados en un plazo de cuatro años.61
En las islas Canarias en el siglo xvi, frente a 170 manumitidos incon-
dicionalmente, 128 lo son con condiciones y 265 (47.1 por ciento)
entregando cantidades más o menos importantes.62 Albert N’Damba ha
contabilizado en Córdoba, entre 1600 y 1625, 198 cartas de horro. De
éstas, 61 son gratuitas, 21 contienen condiciones de servicio posterior y
116, o sea 58 por ciento, son verdaderos rescates.63
Volvemos así a encontrar esta característica mayor de la esclavitud del
sur europeo en la Edad Moderna. El hombre es en el mundo mediterrá-
neo —incluyendo a Portugal y a las islas atlánticas españolas y portugue-
sas— una mercancía que no se acaba nunca de evaluar y de negociar. El
esclavo cortado o a jornal es claramente un candidato a la libertad. Todo
es cuestión de paciencia, de sudor y de acumulación. El modelo del res-
cate de cautivos se impone a todos, amos y esclavos. Y contamina a todas
las relaciones entre los unos y los otros sin dejar de lado a los esclavos
subsaharianos. Así, María Benítez, vecina de Moguer, liberó a su esclava
negra Isabel, porque le había servido bien después de que sirviera a su hijo
durante un año, pero “si le da 8 ducados no tendrá que servirle”.64
La multiplicación de estos tipos de transacciones según avanzaba el
tiempo constituye uno de los factores del reflujo progresivo del fenóme-

59 Izquierdo Labrado, La esclavitud en la Baja Andalucía, ii, p. 86.


60 Orsoni-Avila, Les esclaves de Lucena (1539-1700), p. 104.
61 González Díaz, La esclavitud en Ayamonte durante el Antiguo Régimen (siglos XVII, XVII
y XVIII), p. 97.
62 Manuel Lobo Cabrera, Los libertos en la sociedad canaria del siglo XVI, p. 27.
63 N’Damba Kabongo, Les esclaves à Cordoue au début du XVII° siècle (1600-1621). Prove-
nance et condition sociale, pp. 243 y ss.
64 Izquierdo Labrado, La esclavitud en la Baja Andalucía, ii, p. 97.

761
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

no de la esclavitud. Hay cada vez más emancipaciones cuando a partir


de mediados del xvii la trata directa entre costas africanas y Península
Ibérica disminuye, y las relaciones con Marruecos, Argel y Túnez tien-
den a ser menos tensas antes de formalizarse en el siglo xviii por medio
de la diplomacia. La reproducción servil en Europa es, salvo quizás en
algunas zonas como la de Huelva, insuficiente para compensar la dismi-
nución del tráfico. Se añade a este conjunto de elementos el paulatino
cambio de percepción de la esclavitud por las sociedades con esclavos.
Si no se cuestiona el hecho de esclavizar, todavía a finales del xvii como
se ha visto con la carta del obispo de Canarias a los obispos de Sevilla y
Málaga, al menos la explotación más extremada es menos corriente, sea
gracias a la toma de conciencia de una parte de los amos de que el escla-
vo no era cualquier mercancía, sea porque poco a poco unos esclavos o
libertos se atrevían a defender sus derechos.
Aparecen a finales del xvii y en el xviii pleitos cuya existencia era
impensable en el siglo xvi. En 1685 la liberta Ana Hurtado, vecina de
Alhaurín, pueblo de la vega de Málaga, reclama por vía judiciaria la li-
bertad de su hija María de la Candelaria por haber entregado el precio
del rescate. La sentencia da razón a la liberta.65 En agosto de 1694 Juan
Ventura, negro libertino, y Ana María, negra berberisca su esposa, veci-
nos del Puerto de Santa María, denuncian a don Sancho Calderón, amo
de Ana María desde 1679. Las dos partes han convenido en 1685 en
que Ana María “se cortase en cantidad de 200 pesos” pagando cada día
cinco reales. La esclava ha cumplido estrictamente pero el dueño quiere
venderla por 150 pesos. Al cabo de un largo pleito la chancillería de
Granada remite una ejecutoria favorable a la esclava en marzo de 1697.66
Un último caso es muy ilustrativo. Al momento de su muerte en
1704, una mujer de Gibraltar había decidido fijar el precio de la li-
bertad de sus esclavos, Isabel y sus dos hijos Salvador y Teresa, en una
cantidad baja y organizando el proceso del rescate. Los tres esclavos
trabajan, Isabel en unas viñas, Salvador (10 años en 1704) llevando car-
gas de agua, Teresa (7 años en 1704) en el servicio de casa. Sin ningún
beneficio. Luego Salvador, vendido dos veces en 1712 y 1713, guarda
una manada de cerdos y Teresa está vendida en 1714 a un vecino de Ca-

65 achg, cabina 322, legajo 4444, pieza 20.


66 achg, cabina 322, legajo 4444, pieza 21.

762
Bernard Vincent

sarabonela, pueblo cercano a Málaga. Es cuando Isabel presenta una de-


nuncia. Dos años más tarde la justicia declara a los tres esclavos libres.67
Que los esclavos o libertos ganen sus pleitos —no conozco ningún caso
contrario— es significativo. No hay que olvidar que el tribunal ecle-
siástico sentencia también en su favor en materia matrimonial. Si son
pocos los que no reparan en enfrentarse a sus amos, reciben los apoyos
suficientes para no desanimarse y dan un ejemplo que no puede pasar
desapercibido.
La esclavitud conoce así un retroceso espectacular en el siglo xviii.
En 1761 el marqués de Pombal prohíbe la entrada de nuevos esclavos
en Portugal.68 El servicio activo de las galeras españolas está suprimido en
1748. El reino de Nápoles y el imperio otomano firman un tratado
en abril de 1740, España firma en 1767 la paz con Marruecos y en
1786 con Argel. El ritmo de las presas baja. Es el tiempo de los can-
jes de esclavos, modalidad practicada anteriormente pero que toma otra
dimensión. En los siglos xvi y xvii eran contados y no representaban
más de 1 por ciento de las salidas de la servidumbre. Por ejemplo, en
1618, Mansur, hijo de un habitante de Beja, en Túnez, fue canjea-
do con un franciscano palermitano cuya madre era ama de Mansur.69 El
consulado de Francia en Túnez ha registrado, entre 1601 y 1700, 215
operaciones de canje a favor de 227 cristianos y 236 musulmanes.70
Al abrigo de las relaciones diplomáticas se incrementa el número de
esclavos canjeados en el xviii, sobre todo a partir de los años 1730. En
1768-1769 el intercambio realizado a raíz de la redención conducida
por los trinitarios en Argel interesa a 236 esclavos musulmanes reteni-
dos en España.71 Todavía en 1802, un acuerdo permite a 83 esclavos
del reino de Nápoles y 34 napolitanos de Tunisia recobrar la libertad.72
Si hacia 1600 el número de esclavos de la Europa del suroeste (islas
atlánticas incluidas) debía superar 150 000 y quizás alcanzaba 200 000,
hacia el año de 1800 se reducía a unos cuantos miles. Un censo de

67 achg, cabina 322, legajo 4444, pieza 18.


68 Lahon, O Negro no coraçao do imperio, Una memoria a resgatar. Seculos XV-XIX, p. 35.
69 Bono, Schiavi musulmani nell’Italia moderna, Galeotti, vu cumprá, domestici, p. 421.
70 Bono, Schiavi musulmani nell’Italia moderna, Galeotti, vu cumprá, domestici, p. 426.
71 Barrio Gozalo, Esclavos y cautivos, conflicto entre la cristiandad y el islam en el siglo XVIII,
p. 312.
72 Bono, Schiavi musulmani nell’Italia moderna, Galeotti, vu cumprá, domestici, p. 447.

763
Más allá de México. La esclavitud en el Mediterráneo occidental

1766 nos da la distribución geográfica de los esclavos del rey en España


después de la retirada de las galeras: 18 en el arsenal de la Carraca de
Cádiz, cinco en el del Ferrol, 906 en el de Cartagena, 230 en la cons-
trucción del camino de Guadarrama, 265 en el de Cataluña, 29 arraeces
(capitanes de galeras) en Lérida y Segovia.73 El total asciende a 1 453, a
los cuales hay que añadir los esclavos domésticos cuyos efectivos debían
ser notables solamente en Cádiz y Madrid. Un documento de mediados
del xvii habla de 3 000 esclavos en la ciudad andaluza. La situación no
debía ser muy distinta en los demás territorios: unos 405 esclavos tra-
bajaban en 1755 en la construcción del palacio real de Caserta, cerca de
Nápoles, y se mantenían contingentes de esclavos domésticos en Paler-
mo o Nápoles.74 Y también en el Portugal meridional, particularmente
en Lisboa donde todavía existían varias cofradías de negros a lo largo
del siglo xviii.
La esclavitud tardaba en desaparecer del todo. En la última década
del xviii y en las dos primeras del xix, había negros esclavizados en
Badajoz, Barcelona, Cádiz, Jaén, Lorca, Madrid, Málaga, Palma de Ma-
llorca y Valencia.75 En Jaén, en junio de 1818 se bautiza a un esclavo de
16 años y el cabildo de la catedral es su padrino.76 Al año siguiente, pen-
sando en fomentar la emancipación, se hizo un censo de los esclavos en
toda España. Una mujer de Lorca hace registrar un esclavo de 12 años,
pero se niega a darle la libertad. De hecho, la importancia del comercio
con América tuvo como consecuencia un ligero incremento de la escla-
vitud, por ejemplo, en Cataluña o en Cantabria. En Santander un es-
clavo que había sido comprado en Lima hace su testamento en 1788.77
Un mercader cántabro, Juan Antonio de la Cuesta, manumitió en 1800
a un esclavo de su propiedad, “natural del Congo”, que había traído
de América. Y en 1833 otro mercader, Antonio Gutiérrez de Solana,
oriundo de aquella región del norte de España, hizo lo propio con José

73 Barrio Gozalo, Esclavos y cautivos, conflicto entre la cristiandad y el islam en el siglo XVIII,
p. 146.
74 Bono, Schiavi musulmani nell’Italia moderna, Galeotti, vu cumprá, domestici, p. 358.
75 Martín Corrales, “La esclavitud en la Cataluña de fines del siglo xviii y primera mitad
del xix: los ‘amados’ sirvientes de indianos y negreros”.
76 Coronas Vida, “El cabildo de la Catedral de Jaén, padrino de bautismo de un esclavo
negro en 1818”, pp. 43-45.
77 ahcan, leg. 277.

764
Bernard Vincent

Ramón Antonino de Solana, esclavo “natural de la costa de Guinea”,


de 20 años, comprado en La Habana en 1827 y bautizado en 1831.78
Ahí se trataba de reliquias, pero estos ejemplos enseñan que en la
época de los grandes debates sobre la existencia de la esclavitud las re-
sistencias a la abolición existían también en Europa. Si en España se
decretó el 29 de marzo de 1836, hubo que confirmarla en 1868, y en
Portugal fue decidida apenas en 1869.

78 ahcan, P.N. 301 y P.N. 404. Agradezco a José Ignacio Fortea y a Juan Eloy Gelabert a
quien debo el conocimiento de estos documentos.

765
ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS CONSULTADOS
(SIGLAS Y BIBLIOGRAFÍA GENERAL)

aaccm Archivo de Actas del Cabildo Catedral de Michoacán


(Morelia, Michoacán).
acadvm Archivo Capitular de Administración Diocesana Valladolid-Morelia
(Morelia, Michoacán).
achg Archivo de la Chancillería de Granada (Granada, España).
agey Archivo General del Estado de Yucatán (Yucatán, México).
agi Archivo General de Indias (Sevilla, España).
agn Archivo General de la Nación (Ciudad de México, México).
agndf Archivo General de Notarias del Distrito Federal (Ciudad de México,
México).
agnp Archivo General de Notarías de Puebla (Puebla, México).
agpeeo Archivo General del Poder Ejecutivo del Estado de Oaxaca (Oaxaca,
México).
ags Archivo General de Simancas (Valladolid, España).
ahad Archivo Histórico del Arzobispado de Durango (Durango, México).
ahay Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Yucatán (Yucatán, México).
ahb Archivo Histórico Banamex (Ciudad de México, México).
ahcan Archivo Histórico de Cantabria (Santander, España).
ahcd.m Archivo Histórico de la Ciudad de México
(Ciudad de México, México).
ahdf Archivo Histórico del Distrito Federal (Ciudad de México,
México).
aheslp Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (San Luis Potosí,
México).
ahez Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (Zacatecas, México).
ahjp Archivo Histórico Judicial de Puebla (Puebla, México).
ahms Archivo Histórico del Municipio de Sombrerete (Zacatecas, México).
ahn Archivo Histórico Nacional de España (Madrid, España).
ahpjeo Archivo Histórico del Poder Judicial del Estado de Oaxaca (Oaxaca,
México).

767
Bibliografía general

ahpjeq Archivo Histórico del Poder Judicial del Estado de Querétaro


(Querétaro, México).
ahpm Archivo Histórico del Palacio de Minería (Ciudad de México, México).
ahpso Archivo Histórico de la Parroquia de Sombrerete (Zacatecas, México).
amlor Archivo Municipal de Lorca (Murcia, España).
ano Archivo de Notarías de Oaxaca (Oaxaca, México).
apcsp Archivo Parroquial de Cerro de San Pedro (San Luis Potosí, México).
apmoj Archivo Parroquial de Mojácar (Andalucía, España).
apnsrs Archivo Parroquial de Nuestra Señora del Rosario (Sinaloa, México).
aps Archivo de Protocolos de Sevilla (Sevilla, España).
apsj Archivo de la Parroquia del Señor San José de Puebla (Puebla, México).
apslp Archivo Parroquial de San Luis Potosí (San Luis Potosí, México).
apz Archivo Parroquial de Zacatecas (Zacatecas, México).
arsi Archivum Romanum Societatis Iesu (Ciudad del Vaticano, Italia).
arv Archivo del Reino de Valencia (Valencia, España).
asmp Archivo del Sagrario Metropolitano de Puebla (Puebla, México).
asv Archivio Segreto Vaticano (Ciudad del Vaticano, Italia).
bne Biblioteca Nacional de España (Madrid, España).
bpej Biblioteca Pública del Estado de Jalisco (Zapopan, Jalisco, México).
by Biblioteca Yucatanense (Mérida, Yucatán, México).
bzm Biblioteca Zabálburu (Madrid, España).
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xvii”, en María Elisa Velázquez (coord.), Debates históricos contem-


poráneos: africanos y afrodescendientes en México y Centroamérica,
México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos/ Insti-
tuto Nacional de Antropología e Historia, 2011, pp. 85-107.
Widmer S., Rolf, Conquista y despertar de las costas de la mar del sur
(1521-1684), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Ar-
tes, 1990.
Widmer S., Rolf, Los comerciantes y los otros. Costa Chica y Costa de
Sotavento. 1650-1820. Cuaderno de trabajo núm. 4, Proyecto afro-
descendientes afrodesc, junio de 2009. (Disponible en https://
www.yumpu.com/es/document/view/14094176/document-ird).
Wolf, Eric, Europa y la gente sin historia, México, Fondo de Cultura
Económica, 1994.
Yerushalmi, Yosef Hayim, “Assimilation et antisémitisme racial”,
en Sefardica. Essais sur l’histoire des Juifs, des marranes et des nou-
veaux-chrétiens d’origine hispano-portugaise, París, Ed. Chandeigne,
1998, pp. 255-292.
Zabala, Pilar, “La presencia africana en Yucatán. Siglos xvi y xvii”,
en Vera Tiesler y Pilar Zabala, Origen de la campechaneidad. Vida y
muerte en la ciudad de Campeche desde los siglos XVI y XVII, Gobierno
del Estado de Campeche, en prensa.
Zavala, Silvio, Asientos de la gobernación de la Nueva España, México,
Archivo General de la Nación, 1982.
Zavala, Silvio, El servicio personal de los indios en la Nueva España,
1521-1550, México, El Colegio de México/ El Colegio Nacional,
1984.
Zavala, Silvio, Ordenanzas del trabajo. Siglos XVI y XVII, México, Centro
de Estudios Históricos del Movimiento Obrero Mexicano, 1981.
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tos de una genealogía legal de la ciudadanía en sociedades esclavis-
tas”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2008, s.p.
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Zuno Rodiles, Edgar, “Las infancias en la ciudad de Valladolid de
Michoacán: población y entorno social 1751-1824”, tesis de docto-
rado en Historia de América Latina, Sevilla, Universidad Pablo de
Olavide, 2016.

861
Bibliografía general

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miento en el mundo ibérico en la Edad Moderna, Granada, Comares
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Zuñiga, Jean-Paul, “Le voyage d’Espagne. Mobilité géographique et
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de Recherches Historiques 42, 2008, pp. 177-192.
Zuñiga, Jean-Paul, “’Morena me llaman…’ Exclusión e integración de
los afroamericanos en Hispanaomérica: el ejemplo de algunas re-
giones del antiguo virreinato del Perú (siglos xvi al xviii)”, en Berta
Ares Queija y Alessandro Stella (coords.), Negros, mulatos y zambai-
gos. Derroteros africanos en los mundos ibéricos, Sevilla, Escuela de
Estudios Hispano Americanos/ Consejo Superior de Investigacio-
nes Científicas, 2000, pp. 105-122.

862
SEMBLANZA DE LOS AUTORES

Tomás Dimas Arenas Hernández. Doctor en Historia de México por


la Universidad Autónoma de Zacatecas, es profesor investigador en el
Centro de Actualización del Magisterio en Zacatecas. Sus líneas de in-
vestigación han girado en torno a diversos aspectos de la historia demo-
gráfica regional de Zacatecas y Durango en los siglos xvi al xx, tema
sobre el que realizó su tesis doctoral: La población de Sombrerete de 1677
a 1825, la cual fue publicada por El Colegio de Michoacán en coedi-
ción con la Universidad Autónoma de Zacatecas (2012). Actualmente
investiga sobre la demografía de los centros mineros de Zacatecas de
1860 a 1930.

Carmen Bernand. Doctora en Antropología por la Universidad de la


Sorbona en 1970 (3e cycle) y en 1981 (Docteur d’Etat) por la Univer-
sidad de Paris vii, según las normas imperantes en la época. Profeso-
ra Emérita de la Universidad de Nanterre, Francia, se dedicó durante
treinta años al trabajo de campo entre poblaciones indígenas de la Cor-
dillera de los Andes, interesándose principalmente en las representa-
ciones simbólicas del mal, de los infortunios y de las enfermedades. A
partir de 1988 se dedicó a la antropología histórica del mestizaje, pri-
mero en compañía de Serge Gruzinski con quien publicó De la idolatría
(1988) y los dos tomos de la Historia del Nuevo mundo traducidos al
español en 1996. Ha publicado numerosos libros y artículos en fran-
cés y en español sobre las sociedades coloniales, entre los que destacan
L’Inca platonicien: Garcilaso de la Vega, 1539-1616 (2006) y el análisis y
traducción del catecismo testeriano de la colección Bodmer, Teotl. Dieu
en images dans le Mexique colonial, 2009.

Rafael Castañeda García. Licenciado en Historia por la Universidad


Autónoma Metropolitana Iztapalapa, maestro y doctor en Historia por
El Colegio de Michoacán. Investigador del área Historia de la Educa-

863
Semblanza de los autores

ción y la Cultura del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad


y la Educación en la unam, y profesor de asignatura de la fes Acatlán
de la misma casa de estudios. Es miembro del Sistema Nacional de In-
vestigadores. Sus temas de investigación son la historia de las prácticas
religiosas de los negros en Hispanoamérica siglos xvii-xviii, la historia
de la educación y sus finanzas en el México independiente, así como la
Ilustración y la educación en Nueva España.

Maira Cristina Córdova Aguilar. Licenciada en Ciencias Humanas


por la Universidad Iberoamericana-Puebla. Maestra y doctora en His-
toria por la unam. Ha sido parte de la planta docente del curso de
especialización en estudios afroamericanos en el Programa Universita-
rio de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Entre sus publicaciones se
encuentran Pueblos y haciendas durante la colonia en el curato de Ocotlán,
Oaxaca, 2009, Independencia y esclavitud. Proceso de liberación de los es-
clavos en el ingenio de Ayotla, 2011 y el libro Población de origen africano
en Oaxaca colonial (1680- 1700), 2012.

Chantal Cramaussel. Profesora-investigadora del Colegio de Michoa-


cán. Licenciada en Antropología Social por la Escuela Nacional de An-
tropología e Historia y doctora en Historia por la École des Hautes
Études en Sciences Sociales de París. Es miembro fundadora de la Red
de Historia Demográfica con sede en México. Forma parte del Sistema
Nacional de Investigadores. Es especialista del norte de México y de
la historia de la población en esa región, sobre la cual ha escrito me-
dio centenar de artículos y capítulos de libros, entre los cuales destaca
Poblar la frontera. La provincia de Santa Bárbara durante los siglos XVI y
XVII, 2006. En los últimos años se ha dedicado a la historia de la Sierra
Tepehuana duranguense y a la demografía de la ciudad de Chihuahua
entre 1709 y 1851.

Soizic Croguennec. Doctora en Historia. Es profesora asociada de la


Université de Guyane. Ha trabajado las sociedades mineras en el centro
norte de la Nueva España durante el siglo xviii, particularmente en
la región de Zacatecas, Fresnillo y Sombrerete. Su investigación actual
versa sobre la evolución social en regiones de frontera durante el perio-

864
Semblanza de los autores

do colonial a través del ejemplo de la Luisiana española (1763-1803).


Es autora de Société minière et monde métis: le Centre-Nord de la Nouve-
lle-Espagne au XVIIIe siècle, Madrid, Casa de Velázquez, 2015.

Luis Juventino García Ruíz. Licenciado en Historia por la Univer-


sidad Veracruzana, maestro y doctor en Historia por El Colegio de
Michoacán. Es profesor-investigador del Instituto de Investigaciones
Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana y profesor de asig-
natura en la Facultad de Historia de la misma casa de estudios. Sus
últimas investigaciones giran en torno a la cultura política de indios y
afrodescendientes en México en los siglos xviii y xix. Es miembro del
Sistema Nacional de Investigadores y miembro de la Red de Estudios
del Régimen de Subdelegaciones de la América Borbónica (rersab).

Sebastián Gómez Llano. Licenciado en Arqueología y maestro en His-


toria y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Ha colaborado en diferentes proyectos arqueológicos e interdisciplina-
rios en el centro de México, Chiapas, Quintana Roo y Baja California,
además de participar en los trabajos y dictaminación de piezas arqueo-
lógicas de la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas
Arqueológicas, así como en la instrumentación y difusión de proyectos
culturales en el sector público. Su área de investigación se enfoca sobre
temas de religiosidad popular durante la Nueva España y sus procesos
de transformación en la actualidad.

Sandra Nancy Luna García. Licenciada en Historia por la Facultad


de Filosofía y Letras de la unam, maestra en Historia por el Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Actualmente se encuentra
realizando el doctorado en el Colegio de México. Es profesora de His-
toria de la fes Acatlán, unam, así como miembro del claustro de pro-
fesores de historia de dicha institución. Sus temas de investigación son
los grupos de origen africano, la historia del trabajo y los trabajadores,
así como la historia de las mujeres.

Lourdes Mondragón Barrios. Licenciada en Etnohistoria, maestra en


Historia y Etnohistoria y doctora en Antropología, con especialidad
en antropología simbólica, por la Escuela Nacional de Antropología e

865
Semblanza de los autores

Historia (enah). Docente en la enah, en la Escuela Nacional de Con-


servación, Restauración y Museografía “Manuel del Castillo Negrete” y
en la Universidad Autónoma de Baja California. Ha sido directora del
Museo del Caracol, de la Galería de Historia del inah y Coordinadora
del Museo del Centro de Investigaciones Culturales-Museo, Univer-
sidad Autónoma de Baja California. Además de diversos cargos en el
inah, la enah y actualmente en el ciesas.

Joana Cecilia Noriega. Profesora de carrera en el Colegio de Ciencias


y Humanidades. Cursó la licenciatura en Historia en la Universidad
Autónoma Metropolitana, hizo estudios de maestría en Historia en El
Colegio de México y es candidata a doctora en Historia por la misma
institución. Sus estudios históricos se han concentrado, sobre todo, en
las prácticas culturales de los mestizos y los indios en el periodo virrei-
nal. Actualmente redacta la parte final de su tesis doctoral cuyo título
es El lenguaje jurídico de la misericordia en la Mixteca Alta virreinal, en
la cual categoriza a la clemencia como un lenguaje de talante jurídico
utilizado por los reos para tratar con la justicia y obtener así penas be-
nignas.

Rodrigo Salomón Pérez Hernández. Maestro y doctor por El Colegio


de México, con la tesis titulada: La autoridad distrital en el sistema de in-
tendencias novohispano. La actuación y jurisdicción de los subdelegados en
la provincia de México, 1786-1810. Profesor de la licenciatura en etno-
historia en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y miembro
del seminario Formación Política de México, siglo xvi-xx, con sede en
el Colegio de México.

Juana Patricia Pérez Munguía. Licenciada en Historia por la Univer-


sidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Maestra en Historia por
El Colegio de Michoacán, A.C. y por El Colegio de México; doctora en
Historia por El Colegio de México. Es profesora de Tiempo Completo
en la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha participado en diversas
publicaciones, conferencias y congresos nacionales e internacionales, y
ha tenido a su cargo el desarrollo de varios proyectos de investigación
relacionados con la desigualdad, la esclavitud africana y la violencia en
el virreinato novohispano.

866
Semblanza de los autores

Isabel María Povea Moreno. Doctora en Historia de América por la


Universidad de Granada. Docente e investigadora de la misma institu-
ción entre agosto de 2011 y julio de 2012. Fue becaria del Programa de
Becas Posdoctorales de la unam en el Instituto de Investigaciones His-
tóricas desde septiembre de 2012 a agosto de 2014. Es profesora-inves-
tigadora en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad
Autónoma de Baja California. Sus líneas y temas de investigación se
desarrollan dentro de la historia social, económica y del trabajo, concre-
tamente, de la minería andina y mexicana en la época colonial.

Frank Proctor III. Profesor asociado de historia en Denison Univer-


sity, en Granville, Ohio, eeuu. Realizó el doctorado en Historia en la
Universidad de Emory, en Atlanta, Georgia, eeuu. Sus temas de inves-
tigación giran en torno a las experiencias de esclavos negros y mulatos
en Nueva España, y actualmente investiga sobre la cultura legal de la
esclavitud en el imperio hispánico entre los siglos xvii y xix. Es autor,
entre otras investigaciones, del libro “Damned Notions of LIberty”: Sla-
very, Culture, and Power in Colonial Mexico, 1640-1769, 2010.

Georgina Indira Quiñones Flores. Licenciada en Historia por la Uni-


versidad Autónoma de Campeche, maestra en historia por el Colegio
de San Luis, A.C. y doctora en Historia por la Universidad Autónoma de
Zacatecas, donde actualmente es profesora investigadora en la licenciatu-
ra en historia.

Estela Roselló Soberón. Licenciada en Historia por la Facultad de Fi-


losofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y doc-
tora en la misma disciplina por El Colegio de México. Es investigadora
de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Históricas de la
unam. Es autora, entre otras investigaciones, del libro Así en la tierra
como en el Cielo: manifestaciones cotidianas de la culpa y el perdón en la
Nueva España de los siglos XVI y XVII, 2006. Se dedica al estudio de temas
relacionados con la historia cultural, la vida cotidiana, la religiosidad
popular y el cuerpo femenino en la Nueva España.

Juan Carlos Ruiz Guadalajara. Historiador egresado de la Facultad


de Filosofía y Letras de la unam con maestría en Historia por El Co-

867
Semblanza de los autores

legio de Michoacán. Es doctor en Ciencias Sociales por el ciesas. Sus


investigaciones se dirigen al estudio de los procesos de formación de las
fronteras de la cristiandad ibérica desde la historia cultural, ambiental
y global, así como de los procesos de formación de creencias entre los
siglos xv y xviii en la América hispánica septentrional y en el Indostán.
Es responsable del proyecto Biblioteca Gandhi de educación para la paz
y la noviolencia activa entre El Colegio de San Luis, A.C. y la Gujarat
Vidyapith (Universidad fundada por Mahatma Gandhi en 1920). Es
miembro de la Red Columnaria y del Sistema Nacional de Investigado-
res. Actualmente se desempeña como profesor-investigador de El Cole-
gio de San Luis, A.C.

Pablo Miguel Sierra Silva. Profesor-investigador en la Universidad de


Rochester. Cursó la licenciatura en la Universidad de Pensilvania. En
2009 fue becario Fulbright-Hays con el fin de completar una investiga-
ción notarial sobre la diáspora africana en la ciudad de Puebla durante
el periodo colonial. Bajo la asesoría de Kevin Terraciano defendió su
tesis doctoral “Urban Slavery in Colonial Puebla de los Ángeles, 1536-
1708” en la Universidad de California-Los Ángeles (ucla) en 2013,
publicada en 2018 por Cambridge University Press. Actualmente in-
vestiga el funcionamiento de la trata trasatlántica en Nueva España,
la consolidación de los mercados esclavistas del altiplano central y el
desarrollo socioeconómico de familias afrodescendientes en la ciudad
de Puebla durante el siglo xvii.

María Elisa Velázquez Gutiérrez. Socióloga con estudios de posgrado


en Historia de México en la unam y doctora en Antropología en la
Escuela Nacional de Antropología e Historia. Profesora-investigadora
de tiempo completo en la Coordinación Nacional de Antropología del
inah en donde es responsable del Programa Nacional de Investigación
Afrodescendientes y Diversidad Cultural. Miembro del Sistema Na-
cional de Investigadores y del Comité Científico del Proyecto Inter-
nacional La Ruta del Esclavo: resistencia, libertad y patrimonio de la
unesco. Se ha dedicado a realizar investigaciones sobre poblaciones de
origen africano en México desde el punto de vista histórico y antropo-
lógico y ha publicado numerosas investigaciones sobre el tema.

868
Semblanza de los autores

Jorge Victoria Ojeda. Arqueólogo y maestro en Etnohistoria, doctor


en Antropología por la unam y doctor por la Universitat Jaume I, de
Castellón, España. Es profesor-investigador en la Unidad de Ciencias
Sociales del Centro de Investigaciones Regionales de la Universidad
Autónoma de Yucatán, donde desarrolla investigaciones referentes a la
relación entre los mayas y los africanos. Pertenece al Sistema Nacional
de Investigadores. Ha publicado numerosos artículos referentes a la cul-
tura maya, la arquitectura virreinal, arquitectura militar e historia de la
población africana en el Caribe y la región yucateca.

Javier Villa-Flores. Sociólogo por la Universidad de Guadalajara y doc-


tor en Historia por la Universidad de California, San Diego. Es profe-
sor de civilización mexicana en la Universidad de Illinois, Chicago. Es
autor del libro Dangerous speech. A social history of blasphemy in colonial
Mexico, 2006, y coordinador con Sonya Lipsett-Rivera de Emotion and
daily life in Colonial Mexico (University of New Mexico Press, 2014);
y con Carlos Aguirre, From the Ashes of History: Loss and recovery of
archives in Modern Latin America (Editorial A Contracorriente, 2014).

Bernard Vincent. Historiador del mundo ibérico de la Edad Moderna.


Doctor por la Universidad de Paris I. Doctor honoris causa por las uni-
versidades de Alicante, Almería, Granada y Complutense de Madrid.
Director emérito de estudios de la École des Hautes Études en Sciences
Sociales de París. Miembro fundador de la Red Columnaria. Trabaja so-
bre las minorías en la España moderna, principalmente los moriscos,
sobre la esclavitud y el cautiverio en el Mediterráneo occidental, sobre
las devociones a los santos negros y sobre la historiografía del siglo xx.
Entre sus múltiples libros destacan Historia de los moriscos, vida y tra-
gedia de una minoría, en colaboración con Antonio Domínguez Ortiz,
Madrid, 1978; Andalucía en la Edad Moderna, Granada, 1985; 1492,
l’année admirable, París, 1991 (traducido a varios idiomas); Le temps de
l’Espagne (XVI-XVII° siècles), en colaboración con Bartolomé Bennassar,
París 1999 (traducido al alemán y español); El río morisco, Valencia,
2006; e Historia de España, los siglos XVI y XVII. Política y sociedad (en
colaboracion con José Javier Ruiz Ibáñez), Madrid, 2007.

869
Semblanza de los autores

Jean-Paul Zuñiga. Historiador francés especializado en el estudio de


las sociedades sudamericanas en el periodo de las monarquías ibéricas.
Se ha centrado últimamente en el estudio de la circulación de personas,
saberes y representaciones en los mundos ibéricos de la Edad Moder-
na, con especial énfasis en el territorio de Chile. Responsable del nodo
“Circulación de las personas” de la Red Columnaria. Es autor, entre
otros libros, de Espagnols d’outre-mer. Émigration, métissage et reproduc-
tion sociale à Santiago-du-Chili au 17e siècle (París, 2002). Actualmente
es profesor-investigador en la École des Hautes Études en Sciences So-
ciales de París, donde ha sido también Directeur du Centre de Recher-
ches Historiques.

870
Africanos y afrodescendientes en la América Hispánica Septentrional:
Espacios de convivencia, sociabilidad y conflicto, Tomo II
Rafael Castañeda García y Juan Carlos Ruiz Guadalajara (coordinadores)
se terminó de imprimir el 20 de noviembre de 2020
en los talleres de Solar Servicios Editoriales, S.A. de C.V.
Calle 2, núm. 21, col. San Pedro de los Pinos,
alcaldía Benito Juárez, C.P. 03800, tel. 55151657.
La composición tipográfica se realizó en
Logos Editores, tel. 5516.3575,
[email protected].
La edición estuvo al cuidado
de la Unidad de Publicaciones
de El Colegio de San Luis y
Juan Carlos Ruiz Guadalajara.
El tiraje es de 200 ejemplares
en impresión bajo demanda.

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