Pregon 3

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Hoy martes 26 de abril de 2022 tendría que haberse presentado mi

primera novela, pero las circunstancias de la edición han hecho que esa
presentación se retrase unas semanas.

En compensación a este descuadre, y a modo de disculpa con la Feria


del Libro de Córdoba, he preparado una edición de 100 ejemplares
numerados con este pregón, un tanto heterodoxo, de las Fiestas de
Mayo que el Ayuntamiento de Córdoba me invitó a realizar.

Gracias, de nuevo, y disculpas.

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Ejemplar número:

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PREGÓN DE LAS FIESTAS DE MAYO DE 2018

Buenas tardes.

(Agradecimiento a los presentes)

Comparezco ante ustedes, como diría Rosendo, agradecido. Gracias a las


personas que me han elegido para hablar de la Fiesta de Mayo, este mes que
cada añ o nos reú ne y nos pone frente al espejo para mostrarnos al mundo.
Gracias por pensar en mí para hablar de nosotros, porque hablar de mayo
sobre todo es hablar de nosotros. Les confieso que es un reto difícil y
hermoso que he afrontado con el entusiasmo del debutante a pesar de haber
cruzado largamente la frontera de los 45.

Desconozco la razó n de haber sido yo la persona elegida para este acto.


Supongo que la respuesta es que esperan de mí un nuevo decir, otro punto de
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vista. No sé si mejor ni peor, eso lo juzgará n ustedes, pero este pregó n debe
ser otra cosa. El escritor debe huir de la retó rica gastada, de lo que otros ya
escribieron mejor, de metá foras que han perdido su capacidad de evocar.

Dicen que el primero que dijo las perlas de tus labios en vez de dientes
maravilló a la concurrencia. Y quienes nombraron por primera vez el
embrujo de la luna o el rumor del agua en la fuente invitaban a un caudal de
infinito de sensaciones. Pero ahora no. Ahora todo eso nos suena a mú sica de
fondo.

Y así, las palabras jazmín, calleja y nenúfar parecen haberse gastado con el
uso, y a fuerza de repetirse van perdiendo poco a poco su color y su perfume.
Por respeto a la botá nica, procuraré que eso no ocurra. Porque este canto a
Có rdoba, porque cantar a Mayo es cantar a Có rdoba, debe ser honesto,
impuro y hasta un tanto heterodoxo.

Por eso hablaré de las romerías, de quienes se ponen en camino cada añ o


hacia la sierra buscando quién sabe si nuestro origen nó mada y peregrino,
esa vita beata que escribiera Lucio Anneo Seneca. Hablaré del vino, de esos
taninos cercanos al opiá ceo, que elevan nuestro PH a regiones de la emoció n
y el conocimiento. Hablaré de las flores, de la pacífica batalla que cada añ o
convierte las avenidas en inmensas alfombras de pétalos. Hablaré de las
cruces, de ese mapa expandido por la ciudad, a la vez religioso, festivo y
autogestionario. Hablaré de los patios, de esa cada vez má s extrañ a fiesta que
cada añ o pone el foco en nuestras calles, y nos hace preguntarnos dó nde
acaba una casa, dó nde empieza una ciudad. Y hablaré de la feria, esta fiesta
plural y postmoderna, que es un poco la suma heterogénea de estas ganas de
vivir a la que mayo nos convoca.

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No esperen del que habla un discurso chovinista, no creo que haya nada que
nos haga diferentes a todos los seres humanos de la tierra. No tenemos un
distinto ADN. Somos, como diría el gran actor José Luis Gó mez, un pueblo
amestizado. No hay un cordobés prototipo. Cada uno es cordobés un poco a
su manera, ya sea por haber nacido o por elegir vivir aquí. Porque ser
cordobés, es mucho má s que un apunte en el DNI. Ser cordobés, como diría
Valdano, es un estado de á nimo.

Tampoco somos un pueblo elegido, bastante tenemos con levantarnos cada


día para ser lo que somos. Y sí, es verdad, a todos los aquí presentes nos
reconforta la belleza singular de esta ciudad. No hay má s que pasear
distendidamente y sin prisa por las plazas y por las calles al atardecer. Pero
somos una ciudad antigua, y sabemos que má s allá de las colinas onduladas
de la sierra habitan seres y ciudades extraordinarias.

Somos Có rdoba, pero también Andalucía, porque algo de Má laga, de Sevilla o


de Cá diz, también somos, también nos pertenece. Somos Có rdoba, pero
compartimos la patria comú n de la lengua con millones de españ oles y
americanos, con todas esas Có rdobas que se extienden desde los hielos de
Alaska hasta la llanura argentina. Somos Có rdoba, pero también somos
Nü remberg, Dublín, Santa Coloma de Gramanet, y todas las ciudades donde
los nuestros, los que se fueron, llevaron nuestro nombre. Somos Có rdoba,
pero también somos Grecia, somos Roma, somos Siria. Somos todo ese Arco
Mediterrá neo que fue el germen de la cultura y del conocimiento.

Por eso no hablaré de banderas, porque es tiempo de descolgarlas de las rejas


y de los balcones. Y dejarlos entreabiertos para que entre el aire.

Ni retó rica gastada, ni palabras mayú sculas. Ni proclamas infladas de


frentismo. En nada de eso creo, só lo en el deseo y en la memoria. En la

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emoció n personal e intransferible. En los recuerdos propios que hoy
mezclaré con mis deseos, con aquello que escuché de los otros, verdad o
mentira, o en aquello que simplemente inventé. Una mezcla de verdad y de
ficció n, así escribimos los poetas.

Mayo empieza antes de Mayo, con Los de Sierra Morena, en 1988, en el


interior de un landrover que tira de una carreta decorada de flores y
guirnaldas de papel. La cinta a todo volumen y nosotros dentro, en el coche
del padre de José, mi vecino. Qué habrá sido de esa cinta, qué habrá sido de
José, mi vecino, y de su padre José Antonio. Abría las ventanillas para que lo
escuchara todo el barrio, y todo el barrio subía a Santo Domingo. A pie, en
vespino, en bicicleta, como en esta película del oeste. Pero en lugar de caballos
purasangre, landrovers, ladanivas, y los má s pudientes, nissanpatrols; y era
John Wayne José Antonio, el padre de José, que trabajaba en la Westin. Y
también subía mi tío Luis y los primos, y Eva María Martínez y Eva María
Sá nchez, todas las chicas se llamaban Eva María en 1988, todas menos Monse.
A todos nos gustaba Monse, que estaba en la 2B4 y venía en el autocar de La
Laboral. Llevaba una carpeta de los Fine Young Cannibals y le decía al chó fer
de Autocares Priego, “¡Jefe, ponga los cuarenta!”. Marta tiene un marcapasos,
Bryan Adams y el calvito de los Communards marcaban los dos primeros
trimestres, pero después de Semana Santa Monse le daba al chó fer la cinta de
sevillanas. Y tocaba las palmas con Eva María Martínez y Eva María Sá nchez,
con todas las evamarías del mundo. Sevillanas de Siempre, los Cantores de
Híspalis, los Amigos de Gines, los Romeros de la Puebla, los del Guadalquivir.
Pero nosotros no, los tipos duros no bailan. Nosotros éramos de Metallica, de
Iron Maiden o de los Cure, y nos pasá bamos la romería dando tumbos por el
campo, tirando piedras. Yo no bailaba sevillanas, ni sabía cantar soy cordobés,
de la tierra de Julio Romero, pero en 1988 hubiera vendido mi alma jevimétal
por saberme la letra y cantar con Monse, Caminito de Santo Domingo. Para
qué sirven los Metallica, los Cure y los Iron Maiden si se trata de amor.

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Tardaríamos décadas en aprenderlo. Luego empezó a llover, como só lo llueve
en Có rdoba. Y las carretas se mojaron y huyeron los landrovers, los ladanivas
y los nissanpatrols ya sin flores, sin adornos y sin mú sica. La carroza del
cuento se volvió calabaza. Y corrimos campo a través con la JotaJaibers
empapadas por la lluvia, resbalando por las rocas, y se nos hizo de noche a la
altura de la Palomera. Ese paraje mítico que describió la britá nica Elma Griel,
lugar de encuentro furtivo donde al raso de las noches de julio y agosto
nuestros abuelos y abuelas plantaban la semilla de nosotros mismos. La que
ahora germina en este pueblo que hoy celebra su fiesta, ese lugar má gico
donde Gó ngora, el maestro de todos los poetas, escribió Las Soledades.

La lluvia en primavera. En las postales siempre hace sol y los colores son
brillantes, saturados. Pero la lluvia no existe en FITUR ni la quieren los guías
turísticos. El aguacero limpia y hace brillar los adoquines, fabrica el
murmullo con los má rmoles del Museo, hace revivir las estatuas. Y nos hace
correr sorteando los charcos, y nos pone perdidos, aunque es só lo agua,
necesaria, que invita a pasear la ciudad sin turistas. Porque la lluvia los cobija
en las tabernas.

Yo no he crecido en las tabernas, al olor de los odres. Yo, perdó name Maestro,
perdó name Maestra, yo era má s de Radio Futura en el Có digo de Barras.
Confieso que he bebido cerveza en el Swing, en el Barros y en el
Quadrophenia, y también algú n gintónic mucho antes de que nos pusiéramos
estupendos poniéndoles cardamomo. Pero no, el vino no. Porque el vino era
algo que só lo bebían los viejos, que ocurría en lugares oscuros como el
Cabezas, que tenía sillas en el techo y colgaban muñ ecas, y salían sombras
oscuras de las habitaciones. Nada que ver con esta explosió n controlada de
sabores y colores que es la Cata. Y que ya ha conseguido desterrar esa imagen
agria y vetusta de los caldos de Montilla. Entonces el vino era algo antiguo
que só lo cantaban los poetas. “Vino nuevo en odres viejos, nos decían”, que

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era tanto como una invitació n a no moverse, a no hacer nada. A dejar
simplemente que pasara la vida por nosotros. Hasta que una mañ ana todo
cambió . Hasta que un día el maestro nos enseñ ó la dimensió n verdadera del
vino. Y ese maestro se llamaba Vicente Nú ñ ez. Nos llevaron a verlo a Aguilar
una mañ ana muy fría de diciembre. Y allí está bamos, cuarenta adolescentes
en el Tuta esperando la palabra del Maestro. Nos hablaba el profesor de los
Himnos a los Á rboles, de Ocaso en Poley, relataba libro a libro sus hallazgos,
aquello que debíamos apreciar en sus poemas. Vicente lo miraba atento
esperando pacientemente su turno, pero no. El viejo no tenía el día para
versos. No leyó ningú n poema, “Llena las copas a estos niñ os”, dijo al
tabernero. Eran las diez de la mañ ana. Y bebimos, vaya si bebimos, eran los
añ os 80. “Y ponle unas sevillanas. Y que se pongan a bailar”. Bailar. Beber y
bailar, como esa canció n de Ciudad Jardín. El vino es vida: bailad, bebed y
bailad. No lo digo yo, lo manda el maestro.

También el poeta dice flor. “Collige Virgo Rosas”, así reza el aforismo latino:
aprovecha las rosas. Dice el poeta “rosas”, y dice lo fugaz, la juventud, el
instante, el tiempo que como arena se escapa entre los dedos. Luis Alberto de
Cuenca, poeta feroz, cultísimo, conservador y, sobre todo, posmoderno,
traduce ese aforismo por su lado má s salvaje. “Có rtalas a destajo,
desaforadamente, pú lete todas las rosas”. Porque la flor es el deseo de una
noche, es un hombre que mira a una mujer y lanza una flor. Y esa mujer lanza
otra flor hacia otro hombre, y ese hombre hacia otro hombre, y esa mujer a
otra mujer. Y así, después de la batalla, las risas, las copas, el baile, el brillo de
las calles en la noche. Caminar las dos abrazadas con los tacones en la mano,
besá ndose en cada portal, en cada esquina. Có rtalas a destajo,
desaforadamente. Muerde esa rosa fresca que mañ ana será mustia, cuando
ambas abandonen el hotel, agotadas y felices de deseo. Y vuelvan cada una a
sus quehaceres cotidianos, caminando por las calles aú n vacías de Saravia,
recién regada, Plaza Pineda, Barroso. Caminando hacia su puesto de auxiliar

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administrativo. Y a vestir a sus hijos para ir al colegio, feliz por estar
conforme con su vida y su deseo. Sin culpa. Porque el cuerpo tiene razones
que a la razó n enflaquece. Porque mayo no admite arrepentimiento, lá nzalas,
arrá ncalas, rosas, pú lete todas las flores.

Flores que cubrirá n las cruces de San Agustín, la Calle del Queso, pero Cruces
también de extramuros. Porque una Cruz crece en cualquier sitio, como la
yerbabuena. No necesita contexto ni pretexto, só lo el deseo y las ganas de
fiesta. Crece en San Lorenzo y la Lagunilla. Crece en el Bailío, postal para
guías turísticas. Pero también en Miralbaida, en una explanada de Fá tima, en
solares vacíos de Poniente. En el colegio de la Letro donde hasta el viernes
jugaban los niñ os al fú tbol. Cruces, juego de palabras, también en
Santacrucita. Una Cruz no se la busca, aparece al encuentro de nosotros, y la
gente bebe cerveza y vino, y bocadillos de lomo con pimientos, y la mú sica
está alta. Un pequeñ o tablao, y al fondo, como escondida, en silencio, la Cruz
mirá ndolo todo. Religiosa y pagana, como un poema de Pablo García Baena.
Signo inequívoco de un credo, levantada con el tesó n de hermandades de
larguísimo apellido y nombres comunes, nombres como tú , como yo, popular,
las hermandades. Pero también la Cruz es fiesta, es flor, es una invitació n a
dejarnos llevar por el deseo. A dejarnos llevar por los sentidos, al menos
hasta junio, hasta que el sol achicharre los pétalos de los geranios. Pero ahora
no. Es tiempo de posponer las citas con los uró logos, los psicó logos y los
traumató logos. Porque hay que subirse a todas las escalas y escanciar hasta
la ú ltima gota de agua de las regaderas, hasta la ú ltima gota de vino en las
gargantas. Ya habrá verano para estar sentado en casa viendo la tele, bajo el
sopor de los programas concurso, ya habrá tiempo para las piscinas
comunitarias. Porque ahora es el tiempo de abrir las puertas de la casa.

“Heute besuchen wir in unserem Programm einen Cordovan Patio”.


Micró fono en mano, la periodista Ulrike Jurado habla para los espectadores

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alemanes de la ZDF. Melena rubia y ojos negros trata de narrar el origen de la
fiesta de los patios. Después de visitar los mercados de Oaxaca, de recorrer
las extrañ as ciudades vietnamitas o la pulcra senectud de los fiordos
noruegos, ahora está aquí, justo aquí, en este lugar que pudo ser su casa, que
un poco todavía lo es, la casa que un día fue de su padre, Manuel Jurado.
Có mo explicar algo que es producto borroso de la memoria, de formas y
colores saturados en el proyector de sú per 8 de su padre. Vestidos de
tirantes, camiseta ferrys, bollito de Pan Recor, chocolate. Recuerda haber
corrido por aquí, manguera en mano, detrá s de niñ os morenos, los niñ os del
barrio, que ahora se han casado y tienen hijos, y viven uno en Barcelona, el
Felipe, y otro, Manuel Á ngel, Manolillo, en una parcela en el Veredó n de los
Frailes. Ulrike, la Ulri, como la llamaban de chica, se acerca a la tía Emi y le
pregunta en españ ol, con acento alemá n, “¿por qué abrís cada añ o las puertas
de los patios de las casas?”. La mujer le hace una mueca y encoje el rostro, en
el montaje, ella misma narrará la pregunta en su perfecto alemá n de Baviera.
“¡Qué cosas preguntas, niñ a!” Hay preguntas que no tienen respuesta. La han
buscado los soció logos, como Á ngel Ramírez, arquitectos como Rafael Obrero,
paisajistas como Rosa Colmenarejo. Y empresarios y economistas, y
operadores turísticos. Y hasta un voluminoso informe para la UNESCO, de
impecable retó rica, que Ulrike ha devorado buscando una respuesta. Que
tratan de explicar lo inexplicable. No existe una respuesta. No hay otra
respuesta que el silencio, que los planos sobre la fuente burbujeante, la
explosió n de color y el detalle minú sculo de un insecto que se ha posado en el
geranio. La mujer mira en silencio, sonríe, se levanta y toma otra vez su
regadera. No hay una respuesta. Tampoco la obtuvo Ulrike de su padre,
Manuel Jurado, que un añ o y otro siembra y resiembra gitanillas en su frío
jardín de Schwaig bei Nü rnberg. E invita a los vecinos a entrar en casa, a
visitar su jardín y a sentarse a charlar delante de una cerveza. Qué cosas
preguntas, niña. Quizá porque el patio es algo má s que una puerta que se abre
a los que pasan. Es convertir también tu casa en la ciudad. Esa ciudad que es

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tu casa, que es mi casa, que es nuestra casa. Quizá porque la flor es el deseo, y
el deseo, como decía Cernuda, es una pregunta cuya respuesta no existe. Qué
cosas preguntas, niña.

Sea pues el deseo el ú nico credo de la fiesta turdetana. La que a los pies del
Gran Río construyó el emblema del vive y deja vivir. Y esa culminació n del
deseo plural es la Feria, que quizá no sea la má s bella, ni se inunden de
postales con su imagen las guías de los viajeros. Pero es la mía, la nuestra, la
que hemos decidido.

Su belleza está en ese paseo de caballo y de charré, en toda la policromía de


lunares y volantes que contrasta con la sobriedad cordobesa de la falda
negra, el fajín y la camisa blanca. Belleza en el esfuerzo de casetas que
prolongan la calleja cordobesa y el patio encalado con macetas hasta el albero
terrizo del Arenal. Pero también encuentro una belleza distinta en que todo
ese mundo conviva simultá neo y pacífico con las rastas de los jipis en el Juan
XXIII, con Maluma en Aje Có rdoba o los Ban-Ban en Rincó n Cubano.

Yo he conocido la Feria así, plural y diversa. Casi sin raíces, a pesar de ser la
má s antigua de Andalucía. No hay má s que preguntar a Carlos García Merino
y Ana Verdú , lo confirman las imá genes de los añ os ochenta que atesora
nuestro archivo municipal. Videos de la antigua TVM donde parecen sonar
todavía Rumba Tres y María del Monte, pero también Loquillo y Los Toreros
Muertos, en aquel mítico Garaje Victoria cuando la feria en Vallellano se
volvía un lugar oscuro y propicio. Y había chicas vestidas de gitana agitando
sus aros de plá stico y sus peinetas al ritmo de tecnopop. Y nos creíamos tan
modernos como Á ngel Vá zquez. Modernos, punkis, flamencos de todo pelaje,
niñ as bien de polo Fred Perry. Veías a los siniestros subidos a la noria. A
rockers de bota de puntera y a chicas teddy disparando al palillo de dientes y
ganando muñ ecas chochonas que arrastraban hasta la madrugada. Yo creo

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que los he visto a todos ustedes alguna vez, mucho má s jó venes, a las cuatro
de la mañ ana. Yo no voy a hablar de ello si ustedes no cuentan nada. Está n en
esta sala mi mujer, mis padres y mi hijo. Pero no lo nieguen, ustedes estaban
allí, en la feria está bamos todos. Porque la feria es ese lugar para todas las
canciones. Y así espero que lo siga siendo.

Parejas de abuelos bailando pasodobles en la caseta de la Federació n de


Peñ as. Padres jó venes con su niñ a de seis meses, con camisa de lunares y los
ojos muy abiertos. Hamburguesas Uranga, que ya no son hamburguesas
Uranga, pero para mí la feria siempre será n Hamburguesas Uranga. Y los
baturros y su vino malo y su barquillo. Y la pesca del patito y los goles del
Có rdoba, como un clamor, en el Estadio. O la Copa de Europa del Madrid en
una pantalla gigante, por qué no, todo es posible. Para todo hay sitio en la
feria, incluso los que no. También los del no tienen un sitio en esta feria,
acodados en las terrazas del Gran Río. Vive y deja vivir, cada uno como
quiere.

Pero no para las mujeres anuncio, porque el cuerpo no es un objeto de


negocio. Y tampoco para las banderas y las consignas, ni para los cobardes
que se hacen fuertes entre la masa. Construyamos para ellos una estrecha
puerta de salida, y cerrémosla con llave para siempre. Y quedémonos
nosotros. Ni en la feria ni en la vida los queremos.

Y así el día 31 nos subiremos a las azoteas, agotados y felices. Escucharemos


el bramar de los cohetes y brillará el reflejo de todo lo que se fue, en esas
luces que suben, y luego bajan y desaparecen. Fugaz es del deseo, dice el
poeta.

Por delante nos quedará el trabajo de empaquetar los tablaos de las cruces,
de desmontar los patios y balcones, de enrollar una a una las lonas de todas

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las casetas, de decirles adió s con el pañ uelo a todos los que este mayo nos
visiten.

Pero eso vendrá después. Porque ahora debo brindar, aunque me van a
permitir hacerlo primero por los que no está n con nosotros.

Por Pablo García Baena, porque nadie como él supo él unir lo sagrado y lo
profano, la Virgen de los Dolores y las fiestas de Torremolinos; por Eduardo
García, por lo mal que bailá bamos salsa en el Rincó n Cubano, tomando un
daiquiri detrá s de otro; por Nacho Montoto, por cosas que no contaré y que
no caben en este pregó n de Mayo, porque pocos como él celebraron la vida.

Por tantos y tantos que se fueron a buscar fortuna lejos de Có rdoba y que
alzará n su cerveza y su copa de vino en las frías costas de Noruega, en
Alemania o en Barcelona; brindo por aquellos que aguardan en las salas de
espera de los hospitales, y por las abuelas que se maquillan en las
residencias, y marcan con su anillo el compá s en la silla de ruedas; por las
auxiliares de geriatría que decoran el comedor de farolillos bajo la mirada
severa de la supervisora.

Brindo por ellos. Pero brindo también por los que estamos.

Brindo por la voz tibia y profunda de Á ngeles Toledano, que no necesita el


grito para despertar nuestros corazones; que con un simple giro de garganta
nos saca del pozo del lamento y nos pone los tacones para bailar.

Por Paco Serrano, porque podría ser el guardiá n de todas las esencias de
nuestro arte, pero enseñ a a sus alumnos que el flamenco es un país que no
tiene fronteras.

Gracias a los dos por acompañ arnos en esta noche má gica.

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Quiero brindar por todos los que hoy está is ahí sentados. Pero quiero brindar
por todos los que van a ser protagonistas de este mayo festivo que hoy tengo
el privilegio de dar su apertura.

Brindo por aquellos que han recortado cada una de las flores de papel que
cada añ o engalanan las carrozas de Santo Domingo y Virgen de Linares para
ser apenas flor de un día.

Por los que a esta hora calculan la cantidad aproximada de filetes para los
bocadillos de lomo con pimientos, y mañ ana irá n con el coche a Makro con el
carnet de un amigo a por paquetes de sobres de mayonesa.

Por las floristerías que mantienen a rebosar los invernaderos de colores


saturados, amarillo, blanco, rojo, porque gracias a ellas esta ciudad parece
una boda perpetua.

Brindo por las academias que a estas horas ensayan cada uno de los pasos de
baile con la exactitud y la simetría propias de nuestra añ orada Concha Calero.

Por las peluqueras y su ritual de tirabuzó n y caracolillo, por todas las


esteticienes que perfilará n las cejas y los labios, por todos los gimnasios
donde el sudor correrá sumidero abajo para poder caber en el traje del añ o
pasado.

Por la abuela que nunca se ha detenido a contar todas las macetas de su patio,
pero sabe la exacta cantidad de agua para que no se sequen ni enguachinen.

Por el turista japonés que se extravía del grupo, que camina sin rumbo bajo el
sol de mayo y se pierde en las Siete Revueltas, y no le importa.

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Por los que tienen que pasear este mayo a su jefe de Madrid, y lo lleva a ver
los patios, y van pensando, “a ver si lo metemos en el AVE y me voy de fiesta
con mis colegas”.

Por los que no tienen jefe, por los que no tienen trabajo, por los que no está n
para fiestas pero aú n así sacan una sonrisa y una palabra amble.

Por los policías que ordenará n este fluido de emociones. Por los voluntarios
de Protecció n Civil y de la Cruz Roja, consuelo para el niñ o que llora
amargamente porque se ha perdido de la mano de su madre.

Por los taxistas y los chó feres de Aucorsa que aliviará n los pies cansados y
llenos de albero, recogerá n de madrugada nuestros pedazos y los pondrá n en
la puerta de casa.

Por todos aquellos que cada mañ ana sacan brillo a la ciudad, colocan las
cosas en su sitio y nos la entregan como si la noche anterior no hubiera
existido.

Brindo por Orquesta Sensació n por sus versiones de George Damm, de


Bambino, por sus eternos pasodobles de ó rgano Hammond, por sus
vocalistas que ponen todo el fuego cantando “defainalcandaun” o “…marinero
de luces, cargado de estrellas, cruzó la bahía”.

Por todos los padres que aú n pasan miedo en el Castillo del Terror, que
tienen pá nico a subir a la noria, brindo por los que bajan del Ratón Bacilón
con la cara desencajada de pá nico.

Por el adolescente que espera ansioso la doble marca azul de su wasap y la


respuesta de los amigos con el lugar, el día y la hora decidida por el grupo.
Porque espera encontrarse con Monse y que la noche los confunda.

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Por las amigas que este añ o sí han decidido vestirse y pintarse y ponerse muy
guapas, porque el tiempo ha pasado, sí, pero no por nosotras. Que estamos
estupendas.

Por todos los que vendrá n, a los que no preguntaremos de dó nde ni por qué,
a los que vamos a abrir de par en par la puerta de nuestra casa.

Esta casa que se llama Có rdoba.

Muchas gracias.

Pablo García Casado. Abril de 2018

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