Angela Leon Cervera - (Rozando Labios 07) Soles en Plenilunio

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Soles en Plenilunio

Un amanecer y dos auroras. Un crepúsculo y


dos corazones

Ángela León Cervera

Rozando • Labios
Derechos de autor © 2020 Ángela León Cervera

Todos los derechos reservados

ISBN: 9798586038609

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud
con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte
del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de


recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de
fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

Diseño de portada: Madeline Eva (@bymadelineva)


Ángela León Cervera
@rozando.labios
[email protected]
rozandolabios.com
A Silvana, la mujer de sonido y acento que quise escuchar en mi prosa, como lo
hice en esas madrugadas distantes.

A Mani, por la confusión de sentimientos y vulnerabilidades que se empeñaron en


forjar una historia de desencuentros y ausencias.

Al ojo magenta que seguía con avidez a un cursor que viajaba sobre mis líneas.

A Santander que despierta en mí no solo imágenes, muy especialmente texturas de


insectos puntiagudos y sabores que eran el tesoro de mi infancia.

A Made, porque se atrevió a explotar su talento, concibiendo una narrativa visual


única, ecléctica y maravillosa.

A Chikane y Himeko, las sacerdotisas que vivirán siempre en mis más tiernas
memorias.

A tod@s, porque aunque los he mencionado antes, no dejaré de evocarlos en cada


nuevo tomo culminado. Con el séptimo escalón se cierra un ciclo y el agradecimiento
obra gestos benefactores que se multiplican. Gracias... Puedo decir: #AhíEstá
"El que quiere arañar la luna, se arañará el corazón."

Federico García Lorca


I PARTE

CUARTO MENGUANTE
ORIANA Y EL SOL

—Te prometo que será nuestro secreto...


Esa fue la última frase que escuchó salir de sus labios antes de
que le comiera la boca con un beso que le fue de mucha ayuda para
arrinconarla contra el mueble del estudio, reclinarse sobre ella y
comenzar a acariciarla, como si el deseo de recorrerle la piel con la
palma de sus manos, se le hubiese incubado en las ganas desde
mucho tiempo atrás.
Con semejantes acciones, no, no era descabellado concluir que la
jovencita le había estado siguiendo los pasos al objeto de sus
ansias quién sabe por cuántos meses. La había visto por primera
vez en un evento y fue una de esas obsesiones enfermizas que se
te clavan en la mente como una espina deleitosa. Le bastó ver sus
ojos cambiantes, su cabello claro del color de la melcocha, sus
brazos estilizados y hermosamente decorados con tatuajes y su
físico, su maravilloso físico en general, para saber con absoluta
certeza que no se detendría hasta beberle esos labios que tenían no
solo la textura de un albaricoque, también tomaban de él esos
cálidos tonos sonrosados.
Al principio quiso quitársela de encima, ponerla en su sitio,
hacerse respetar con ese carácter que la había caracterizado
siempre, pero se dejó llevar. Dejó que su lengua se enredara
también en esa boca desconocida que prometía devorarle; dejó que
sus manos, tal y como lo hacían las de la otra, volaran sobre ese
cuerpo tibio, como si tuvieran las mismísimas alas de Mercurio
sujetas a sus muñecas y lo que había comenzado aquella mañana
de jueves como el primer cliente de ese día, culminó en escena
apasionada, en la que el mueble negro reclinable sirvió por primera
vez en todo ese tiempo, de cómplice de amor sobre el cual dos
mujeres, sin despojarse del todo de la ropa, se estaban haciendo el
amor de un modo precipitado, acalorado, veloz.
Ana Paula tomó con manos torpes la camiseta que cubría la mitad
del cuerpo de Oriana, se la sacó a los halones por la cabeza y al
tenerla allí, sobre ella, con el torso a medias desnudo de la mujer a
la que había inducido a convertirse en su amante aquella mañana,
le sorprendió notar que su cuerpo no estaba tan rayado como
imaginaba. Se podría decir que solo contaba con una colección justa
y selectiva de tatuajes.
Con la mujer de cabellos claros metida entre sus piernas,
encimándose de nuevo sobre ella una vez libre de la camisa, Ana
Paula pudo ver, gracias a la ayuda de uno de los numerosos
espejos que estaban allí en ese estudio, un tattoo que llamó de
inmediato su atención y no precisamente por sus dimensiones, mas
sí por su belleza. Era un sol, un sol que parecía brillar en medio de
la parte superior de su espalda, entre sus omoplatos, sin ningún otro
elemento sobre la piel que compitiera con él.
—¡Qué bello! -susurró en un resuello, con una pizca de cordura, a
pesar de que sus besos habían levantado en Oriana un deseo difícil
de contener.
—¿De qué hablas, niña? -la miró ligeramente desconcertada,
pero Ana Paula no respondió. Siguió su mirada a través de otro de
los espejos y notó en segundos que se refería al sol. Esa distracción
le sirvió para poner la cabeza en su lugar por instantes y apenas su
compañera percibió en ella un amago para retroceder, volvió a
tomarla con frenesí por la cintura, la apoyó de su cuerpo aún con
más fuerza, salió de su arrobo, retornó a su deseo de engullirle la
boca y siguieron adelante, con vehemencia, mientras entre gemidos
disimulados para no despertar la curiosidad de otros, caricias y
frotis, se desbocaron hacia un orgasmo, que le estalló a cada una
en el pubis de una forma tremenda, mientras la mujer con el astro
tatuado en su espalda, recordaba a medias un episodio de su
juventud:
—¡Se ve bacán, Oriana! -la chica de 18 años, reclinada sobre la
silla del tatuador con el torso descubierto, alzó apenas sus ojos,
esos ojos de color indeterminado que a veces mutaban del castaño
claro al verde, para ver la expresión de satisfacción de Valentina.
—¿De verdad?
—¡Claro! -Valentina sonrió a medias y cruzó su mirada vivaz de
ojos oscuros con Francisco, quien sentado sobre un taburete con
ruedas, tomaba de una de sus gavetas una aguja para sacarla de su
envoltorio y ponerla dentro de su máquina, a la cual hizo sonar un
poco oprimiendo el pedal de la tatuadora con su pie, una vez estuvo
cargada con el objeto punzante-. No te puedes quejar, Pacho...
Oriana decidió perder su virginidad contigo...
—Tranquila, niña... -bromeó con una sonrisa cínica que estaba
enmarcada por su barba prominente y ligeramente larga-. Relájate
que te prometo que te voy a tratar como a una reina... -las dos
chicas rieron. Francisco verificó que el cable de la tatuadora
estuviera lo suficientemente holgado, empujó el pedal con su pie, se
dejó rodar hasta donde estaba Oriana impulsándose con sus
piernas, verificó que el transfer que estaba en el centro de la parte
superior de su espalda estuviera bien e inclinándose un poco sobre
la piel dorada de la joven, advirtió: Aquí vamos, china... -y tras la
advertencia, el irritante sonido de la tatuadora se escuchó en todo el
estudio y aquel hombre de manos fuertes comenzó a perforar la piel
de aquella chica-. Te quedó muy bien el diseño, Ori... -susurró, muy
concentrado, mientras Valentina, de pie a sus espaldas, se
encimaba un poco sobre él para ver cuanto hacía y cómo lo hacía.
—Sí, ¿verdad? -Valentina sonrió de lado, mientras Oriana se
familiarizaba con la sensación de esa aguja que calaba su piel.
—Sí... -musitó Francisco, que parecía en trance-. Tienes diseños
muy buenos, Oriana... Lo que te falta es perder el miedo con ese
asunto de manipular la máquina y comenzar a tatuar...
—¡Eso mismo le estaba diciendo yo esta mañana, Pacho!
Oriana decidió permanecer callada. Su silencio no era
consecuencia del dolor. El tatuaje de un sol que ella misma había
dibujado y que ahora Francisco inmortalizaba en su piel, no le dolía
mayor cosa. Quizás era el sonido de la tatuadora, ese zumbido
agudo y metálico que por momentos se hacía insistente en los
tímpanos, lo que la hipnotizaba. Siempre, desde que se había
fascinado por el universo de los tatuadores, escuchar ese chirrido
insistente y veloz, era como un narcótico, que sumado a la absoluta
concentración y deleite que le producía ver a la tinta inyectarse en la
piel de otros, le llevaba la mente a un placentero lienzo en blanco,
donde los pensamientos no tenían cabida producto de esa especie
de meditación activa.
Diez años más tarde era ella, la mismísima Oriana, la que se
inclinaba sobre la piel de otros para inmortalizar uno de sus muchos
diseños. En una década y con Pacho como su gran maestro, ella,
Valentina y el experimentado tatuador, se habían decidido a abrir un
estudio pequeño que gozaba de una notable reputación, en el
bohemio barrio de Getsemaní, en Cartagena de Indias.
Sí, había superado la timidez. Transitó una década para vencer
sus limitaciones, para demostrar su enorme intuición y talento,
convirtiéndose en ese tiempo en una referencia del arte plasmado
en la piel, especialmente por la maestría con la que manejaba su
hermosa e inconfundible técnica. Era tal la visibilidad de su trabajo,
que en más de una ocasión había atendido a extranjeros que iban a
esa joya de la costa caribeña colombiana no solo a conocer y
explorar sus bellezas, también a hacer un paréntesis en su itinerario
para ponerse en manos de OriP, la reconocida tatuadora que
dominaba impecablemente no solo una inimitable técnica
acuarelada, también era toda una experta en la expresión caligráfica
y metafórica.
Conforme rayaba y limpiaba los excesos de tinta sobre la piel de
ese europeo de una nacionalidad indeterminada para ella, la mente
de Oriana se le iba a la mirada suspicaz de Ana Paula, a su sonrisa,
a la forma como se le había colado en el estudio aquella mañana y a
todo lo que había sucedido entre ambas. Suspiró. Se sintió un poco
estúpida. No podía ser que justo esa tarde lo que para ella había
sido por años una técnica infalible para huir de los pensamientos, en
este momento no le sirviera de mucho. Sabía de sobra lo que la
ataba a ese recuerdo recurrente. Entendió desde el primer momento
en que el encuentro ocurrió, dónde estaba el eslabón de esa cadena
al que se había atado ese pensamiento obsesivo. La diferencia de
edad: 28 una 20 la otra, Oriana no podía ni imaginar la cara que le
pondría Valentina cuando le confesara a su mejor amiga que esa
mañana, en la que debía tatuar a la insistente jovencita que la había
acosado por meses, la sesión había avanzado hacia otras cosas
que muy poco tenían que ver con la pasión de la tinta, más sí con
los ardores de la piel.
Sí, claro que le gustaba Ana Paula. Por supuesto que la
enloquecía, de lo contrario, habría sido mucho más sencillo
sacársela de encima cuando decidió tomarla por asalto, valiéndose
de las armas de su juvenil seducción. Oriana no era una mujer difícil
de ignorar y en sus 28 años se había cruzado en el camino con una
que otra que, movida por las mismas motivaciones de la jovencita
de 20, habían intentado, sin mucho éxito, colarse entre sus piernas y
sumergirse entre sus brazos.
Podríamos decir que Oriana era una mujer que con el paso de los
años se había convertido en una expresión justa del yin y el yang,
en la que ambas energías se manifestaban de forma equitativa y
balanceada. No, no era exageradamente femenina, como tampoco
la secuestraba con facilidad esa coquetería que caracterizaba a las
colombianas. Por otro lado, tampoco podríamos hablar de ella en
términos de tomboy. Ella estaba en el balance justo. Era resuelta,
más bien inclinada a un carácter firme, absolutamente llamativa en
su esencia, de más acción que palabra y no, no pasaba
desapercibida.
No solo se asumió lesbiana a los 14 años, tampoco le importó
demasiado poner al corriente a su familia de sus emociones. El
padre definitivamente se lo tomó peor que la madre, educada en la
sensibilidad hacia lo diverso, pues su hermana mayor era mujer
trans y ella fue testigo de lo mucho que sufrió para vivir su vida del
modo en que quería, empujada en algún momento a largarse a
Bucaramanga, escapando de los reproches y la discriminación. En
el caso de Oriana, las miradas de desprecio del padre y los gestos
de angustia de la madre al saberla lesbiana desde muy joven, se
habían quedado a unos 50 kilómetros de distancia, cuando ella
decidió al cumplir la mayoría de edad probar suerte en Cartagena,
dejando atrás Turbana.
Los desvaríos de otras mujeres y de Ana Paula eran una prueba
contundente de los encantos de Oriana que se caracterizaba, entre
muchas otras cosas, por ser selectiva al escoger a sus amantes,
aunque la minuciosa elección no la haya librado del todo de los
tropiezos. Allí estaba, asomando la cabeza a un nuevo despeñadero
auspiciado por la insistencia de una chiquilla de 20 años que supo
acorralarla mejor que cualquier otra, haciéndola ceder.
¿Qué hacía a Ana Paula diferente del resto? Sencillo: con su
chispa y su carisma le robaba de inmediato la atención a la
tatuadora. Sin embargo, y luego de dar por finalizado el tattoo que le
había hecho al europeo desconocido de esa tarde, luego de
cerciorarse de que todo estuviera bien, de colocar sobre su piel una
película de plástico, de entregarle un flyer donde se mencionaba, en
inglés, de qué forma debía cuidar su piel luego de la sesión y de
indicarle con un gesto y un movimiento de su cabeza a su cliente
que podía levantarse, Oriana tornó a sus reflexiones y se cuestionó:
¿lo que había sucedido esa mañana era indicativo de que entre ella
y la chica de 20 años estaba surgiendo una relación? “¡Una
relación!” Suspiró.
Sí, Oriana era una mujer de relaciones. Era una mujer de
involucrarse. A pesar de moverse en el mundo en el que se movía
en el cual los encuentros fugaces estaban más que garantizados,
ella los descartaba, precisamente porque sentía que un beso no era
un episodio cualquiera. Esa convergencia de labios era para ella un
vínculo que había que honrar y respetar... ¡Ni qué decir de todo lo
demás! Atractiva e interesante como era; talentosa y carismática
como era, a ese estudio de Cartagena no solo habían llegado chicas
de varios rincones de Colombia, también extranjeras que movidas
por su admiración, una vez tenían ante sí los ojos cambiantes de la
tatuadora, su rostro precioso, sus labios tan comestibles, se jugaban
una sutil o explícita carta, tentando a la suerte siempre con el sutil
rechazo como resultado. Volviendo a Ana Paula y al vínculo que
quizás las unía luego de lo acontecido en la mañana... ¿Relación?
No se sentía de ánimos como para relaciones, especialmente
porque la última la había dejado un poco maltrecha, pero la
jovencita atrevida y traviesa le gustaba tanto que... ¡Que
posiblemente era un desperdicio dejarlo pasar!
—¡Pero tiene ocho años menos que yo! -se dijo mirándose a los
ojos a través del espejo del diminuto baño con el que contaba su
estudio. No pasó por alto que su mirada, en ese preciso momento,
era más verdosa que acaramelada. El cliente ya se había retirado y
ella había aprovechado la oportunidad para ir a lavarse la cara y
debatir un poco consigo misma sus emociones.
—¿Quién? -la voz de Valentina la hizo dar un salto. No respondió.
Se cubrió los labios, esos que parecían de albaricoque, con ambas
manos y decidió no hacer ni el más mínimo ruido, a ver si con eso
se disipaba la curiosidad de la mejor amiga. Su estrategia fue más
que ingenua-. ¿Quién tiene ocho años menos que tú? -y la pregunta
vino acompañada esta vez con la cabeza de la mujer de cabello
castaño y rizado colándose a través de la puerta. Se miraron a los
ojos.
—Valentina... -dijo a un tris de perder la paciencia, con ese
geniecillo que la caracterizaba-. ¿No te enseñaron a tocar la puerta
antes de entrar, oye?
—Pero si el sueco ya se fue... -musitó alzándose de hombros-.
Supuse que estabas disponible...
—Bueno, pues sí, pero...
—¿Quién tiene ocho años menos que tú, Oriana? -empujó la
puerta con su mano hasta abrirla del todo, se cruzó de brazos y se
recostó en el marco.
—¡Nadie, nadie, Valentina! -y salió de ese recinto como un león
acorralado por un domador, que se escabulle del látigo para buscar
otra perspectiva que le permitiera ponerse a salvo del
hostigamiento.
—¿Nadie? -se sonrió de lado. Se conocían desde los 18 años, no
sería sencillo disipar su curiosidad.
—¡Una prima! -mintió, mientras caminaba hacia el mueble donde
tenía todos sus utensilios de trabajo y procedía a desechar los
diminutos recipientes de plástico donde había vertido unas cuantas
gotas de tinta antes de comenzar a tatuar, entre otras cosas.
—¿Una prima? -arrugó el ceño con desconfianza-. ¿Y cuál de
ellas? Porque todas las que conozco no llegan ni a los 15 años, así
que las cuentas no me dan... -Oriana se sonrojó y su mudez le sirvió
a Valentina para lanzar su hipótesis más contundente: No estarás
hablando de Ana Paula la intensa, ¿verdad? -ese nombre fue como
soplar sobre el cuerpo de la tatuadora y, en esa exhalación, dejarla
desnuda.
Oriana se pellizcó un poco el lóbulo izquierdo de su oreja, allí
donde tenía perforado un túnel negro diminuto, se dio la vuelta,
recostó su cuerpo apenas del mueble que tenía detrás, se cruzó de
brazos, miró a cualquier rincón de la habitación para no ver a los
ojos a Valentina y luego de un suspiro profundo, se entregó a ese
cortejo de demonios que habían estado danzando alrededor de su
cabeza desde la mañana, desde el mismo momento en el que, tras
hacerse el amor como unas dementes y recuperar la poca ropa que
lograron quitarse, Ana Paula se despidió de ella con un beso tibio y
apasionado, asegurándole que le hablaría muy, muy pronto.
Aprisionó la punta de su nariz recta y pequeña entre las palmas de
sus manos, resopló y soltó en su exhalación:
—Sí, estoy hablando de Ana Paula.
—¿Y qué pasó con ella? -seguía cruzada de brazos, esta vez con
un gesto de rareza-. Sé que tenía cita contigo para tatuarse esta
mañana, pero cuando llegué, ya tú estabas con otro cliente.
—Pasó de todo, Valentina... -y esa frase sirvió para catapultar las
cejas de la mejor amiga hacia arriba, como un par de arcos de
asombro-. Pasó de todo porque la china vino, me arrinconó, me
besó como una loca y... -volvió a emparedar su nariz entre las
palmas de las manos, mientras la amiga descruzaba sus brazos y
abría la boca como un túnel.
—¡No me digas que tú...! ¡No me digas, Oriana Padrón que tú,
aquí...! -la de ojos más verdosos que acaramelados le bajó la
mirada y se ruborizó-. ¿Esa niña es mayor de edad, al menos? -y
con semejante pregunta los demonios de Oriana no solo cobraron
vida, también la pincharon con sus tridentes infernales.
—¡No exageres, Valentina! ¡No exageres que Ana Paula no es
una niña y lo sabes de sobra! Debe tener... -suspiró, avergonzada-.
Cuando menos sus 20 años debe tener...
—¿Te volviste loca, Oriana? ¿Es que acaso te volviste loca? -
reflexionó, desconcertada-. ¿Qué tan lejos llegaron?
—Bueno... -se alzó de hombros-. Lo suficiente como para que se
nos pasara el sofocón -y al ver la expresión de escándalo de la otra,
la detuvo alargando su mano-, pero nadie se desnudó... -pensó-.
Bueno... Sí, pero... ¡la camisa nada más, la camiseta, flaca! ¡Solo
me quitó la camiseta y yo a ella!
—¡Oriana! -y esta vez la que parecía león enjaulado era ella,
especialmente porque había comenzado a dar vueltas en círculo por
todo el estudio, de allá para acá, sin posibilidad de articular una sola
palabra coherente.
—Ya sé qué me vas a decir, flaca... -hizo todo lo posible por
controlar su bochorno-. ¡Ya lo sé!
—¡No, no! ¡No lo sabes, grandísima pendeja! ¡No lo sabes! ¿Tú te
imaginas que Pacho se entere, oye? -Oriana se cubrió la cara con
ambas manos-. Es una suerte, Oriana Padrón, que la cámara de
seguridad de acá esté averiada desde hace semanas y que el
técnico se haya tomado su tiempo en venir a revisarla, porque...
—¡La cámara! -hasta sus orejas se pusieron coloradas-. ¡Joeputa,
flaca, la cámara!
—¡La cámara es de lo último que te tienes que preocupar, Oriana!
¿Qué vas a hacer ahora para sacarte a esa mocosa de encima? -se
miraron a los ojos-. ¡Ana Paula lleva meses persiguiéndote por toda
Cartagena y ahora viene y sucede esto! ¿Cómo te la vas a quitar de
encima? -Oriana se alzó de hombros.
—Bueno... Quizás no me la quiera sacar de encima luego de lo de
hoy...
—¡Ahora sí se te fundió el cerebro, Oriana! De todas las parejas
disparejas que has tenido a tus 28 años, esta es la peor... -volvieron
a mirarse a los ojos-. ¿En serio? ¿En serio? ¡Pero si esa pelada
tiene casi 10 años menos que tú!
—¡Es linda, Valentina! ¡Está bien bella, es ocurrente, es
graciosa...!
—¡Intensa, fastidiosa, atrevida...! -comenzó a gritar sin darse
cuenta-. ¿Pero qué maricada me estás diciendo, Oriana?
—¡Bueno, ya estamos, Valentina! -la frenó, elevando su voz por
encima de la de ella-. ¡Ya estamos, que me estás gritando y Pacho
se va a enterar de todo! Por ahora, confórmate con saber que sí,
que la embarré, pero...
—¿Pero qué? ¿Qué me vas a decir? -se enojó-. ¡Me vas a decir
que la embarrada te supo a gloria! ¿Eso me vas a decir?
—Sí, flaca... ¿Qué comes que adivinas, Valentina? Ahora... -y
caminó hasta la puerta-. Voy a tomarme un café mientras llega el
próximo cliente... Te vienes conmigo y te cuento los detalles de la
embarrada... ¿Qué dices? -la otra se lo pensó por instantes, hasta
que resopló, resignada.
—¡Maldito vicio el chisme! -y salió detrás de Oriana.
CALEÑA

Claudia ingresó a su oficina, colocó la cartera sobre su escritorio,


miró la hora en su reloj y resopló aliviada. Por minutos imaginó que
llegaría tarde al trabajo luego de tener uno de esos episodios con la
pequeña Marcela en los que la niña de 8 años se negaba
rotundamente a levantarse de la cama para ir al colegio.
Estaba a punto de sentarse en su silla para tomar con ese gesto
un merecido descanso de segundos luego de vencer con suerte al
estrés que le producía presentarse con retraso en su lugar de
trabajo, cuando vio, a través de los cristales de ese espacio cerrado
en el que laboraba cada día, a Cayetana, su asistente, aproximarse
seguida de una mujer que llamó de inmediato su atención.
La chica que seguía los pasos de aquella asistente menuda de
mediana estatura destacaba muy especialmente por su belleza. No
era exageradamente elegante, pero había algo en su forma de
caminar, en sus gestos, que la hacían parecer indiscutiblemente
distinguida. ¡Cuando menos muy difícil de ignorar! Su cabello era
negro, precioso y le caía cuan liso era sobre los hombros, hasta
precipitarse desde allí a su pecho o espalda. Su piel era muy blanca,
matiz que le servía de mucho para destacar un par de cosas: sus
ojos, de un color profundo enmarcados por unas pestañas largas y
preciosas, así como sus labios, que parecían, a simple vista y sin
temor a los clichés, un pétalo de rosa apoyado sobre un cúmulo de
nieve.
A medida que Claudia entendía que la visita de Cayetana a su
oficina era inminente, hizo memoria: su superior le había anunciado
que esa mañana llegaría una nueva ingeniero asignada desde
Bogotá para supervisar junto a ella los avances de los desarrollos
turísticos que estaban en marcha en las afueras de la ciudad. Se
descompuso un poco. Como si no hubiese tenido suficiente con el
berrinche de Marcela, ahora le esperaba la visita de esa
desconocida y todo lo que su repentina llegada a Cartagena
significaría. No, no le hacía mucha gracia saber que una colega
estaría a partir de ese momento compartiendo el trabajo con ella,
mucho menos le agradaba saber que la mujer en cuestión venía
desde la capital, por lo que desde ese preciso instante la tildó para
sus adentros de “cachaca estirada”.
—Hola, Claudia... -dijo Cayetana con una sonrisa asomándose a
medias a la oficina. La otra, más allá de poner la cartera sobre el
escritorio, no había tenido oportunidad de tomarse un respiro en lo
que iba de mañana.
—Hola, Cayetana... Buenos días... -pero sus ojos no se
depositaron en la asistente, su mirada se fue hacia la mujer que
estaba detrás, quien además le sonreía con un gesto tenue y la
miraba con un dejo de curiosidad.
—Recuerdas que Fabián te había comentado que hoy llegaría a la
oficina una ingeniero que enviaban desde Bogotá para supervisar
contigo las obras, ¿cierto?
—Cierto... -y sonrió lo mejor que pudo, como si la presencia de la
mujer de cabello tan negro como el ébano no le causara una
profunda incomodidad y un recelo más que acentuado. Se miró a los
ojos con la desconocida-. Y supongo que la colega es ella, ¿no?
—Supones bien... -le alargó la mano y se la estrechó con
suavidad. No pasó por alto el gesto de curiosidad que se apoderaba
del rostro de la otra al escuchar su acento-. Vengo de Bogotá, cierto,
pero soy caleña... Me llamo Bárbara Monsalve, un placer...
—¡Bárbara! -reaccionó casi con entusiasmo-. Bienvenida,
Bárbara... Yo soy Claudia Valencia y es un gusto tenerte por acá...
Cayetana reparó en una y en la otra y supuso que luego del
intercambio de nombres y el formalismo de conocerse, su presencia
allí ya no tendría el menor sentido, así que anunciando su retirada
para hacerse cargo de sus propios asuntos, se dio la media vuelta,
cerró a sus espaldas la misma puerta de la oficina que antes había
abierto, dejando dentro a las dos profesionales y se retiró.
—Así que caleña... -y sonrió a medias, disfrutando de la
tranquilidad que le producía poder sentarse e invitar a la otra, con un
gesto, a que la imitara-. Desde que me notificaron tu venida creí que
eras bogotana... -Bárbara se echó a reír con suavidad y Claudia,
maravillada en ese hermoso gesto, intuyó que después de todo sus
recelos hacia la colega desconocida eran más que infundados.
—He estado en Bogotá por algunos años, pero no, los cachacos
no han podido conmigo... -la otra rio, un poco más relajada.
—Al menos el caleño se te ha suavizado un poco...
—Eso me han dicho, especialmente mi mamá que ahora se
avergüenza de mí, pero yo que vos no me confiaría mucho... Me
sigue quedando el gusto por mi tierra, ¿oís? -ambas rieron,
especialmente por esa última palabra que Bárbara había empleado
con ese gracioso énfasis.
—Lo tengo clarísimo a partir de ahora, Bárbara... -se enderezó un
poco en la silla y apoyó los codos del escritorio-. No sé si has
hablado ya con Fabián y te ha puesto al corriente de todas las cosas
que hay que hacer por acá.
—Sí, claro... A estas alturas ya los emails se me salen por las
orejas de todos los correos corporativos que he recibido desde que
me anunciaron hace dos meses que me trasladarían a Cartagena
por un año... He tenido la oportunidad de revisar a fondo todos los
proyectos y sus características... Faltaría no más ir a las obras con
vos, conocer a los supervisores y coordinar entre las dos cómo
quieres que nos compartamos las responsabilidades...
—Me parece bien... -dijo ligeramente pensativa-. Conforme
vayamos coordinando tu incorporación podemos acordar un
recorrido por las obras antes de que finalice esta semana, ¿te
parece?
—Sí, sí, por ahora no pienses en eso, porque ni siquiera tengo
asignada una oficina, así que no vale la pena que te estreses.
—Demasiado tarde... -y encendiendo la computadora que tenía
sobre el escritorio, le quitó por primera vez los ojos de encima a su
interlocutora-. Esta mañana mi niña me armó una escena de las
suyas, negándose a ir al colegio, así que imaginarás que fue mi
primera dosis de locura para comenzar la semana.
—¿Ah, sí? -y le sonrió en un gesto hermoso con un dejo de
curiosidad. Bastó que Claudia mencionara las malcriadeces de
Marcela para que Bárbara descubriera con ayuda de sus ojos
negros y profundos una fotografía familiar en la que la mujer que le
hablaba posaba junto al resto de su familia. La chica venida desde
Bogotá se inclinó hacia adelante, alargó una de sus manos y
señalando, preguntó: ¿Puedo?
—¡Sí, claro! ¡Adelante! -en solo segundos Bárbara se hizo con la
fotografía, la acercó a ese rostro precioso que Claudia tuvo la
oportunidad de detallar un poco más, valiéndose de su distracción y
aclarándose un poco la garganta, procedió a explicar: Ese es
Armando, mi esposo, y esos son mis niños Marcela y Juan José...
—¡Están muy bellos, Claudia! -alzó la mirada y vio a los ojos a la
mujer sentada ante ella-. ¡Te felicito!
—Gracias... -puso sus ojos en el monitor mientras se percataba
de que Bárbara colocaba con delicadeza el portarretratos en el
mismo lugar del cual lo había tomado, imitando la posición que tenía
originalmente casi a la perfección-. ¿Y tú? -volvieron a mirarse a los
ojos-. ¿Estás casada, con niños...?
—No, no... -acompañó el par de monosílabos con un movimiento
de cabeza, una sonrisa de esas que parecía un prodigio y un gesto
que Claudia no supo exactamente cómo catalogar. Se podría decir
que Bárbara lo decía con un dejo de orgullo-. No estoy casada, no
tengo niños...
—¿Y pretendientes? -le arqueó la ceja con malicia-. Porque una
mujer tan simpática como tú, al menos sus pretendientes debe
tener, ¿cierto?
—Pretendientes... -y alzó la mirada con un dejo de picardía-.
¿Sabes qué? -volvió a depositar sus ojos negros en los de Claudia-.
Mejor te lo voy contando de a poco, porque puede que te confundas
con eso de los pretendientes...
—¡Ya decía yo! -y se echó a reír, escuchando cómo Bárbara la
secundaba de inmediato-. Me parecía que sí, que te llovían los
pretendientes...
—Antes de que te precipites con eso de la llovizna, deja que nos
conozcamos mejor y sí... Te prometo que te hablaré de los
pretendientes...
Claudia la miró por un par de segundos. Se quedó entusiasmada
con su gesto sonreído, carismático, hermoso y de a poco fue
emergiendo en ella no solo una genuina simpatía por la caleña,
también una curiosidad de esas que cualquiera podría tildar de
profunda.
FRENESÍ

—¡Oriana! -alzó de inmediato sus ojos que en ese momento


lucían un tono más bien acaramelado. Notó en el rostro de Valentina
un dejo de enojo-. ¡Ven para acá! -y luego de lanzar esa frase, que
sonó a una orden, se dio la media vuelta y dejó a la otra pasmada,
preguntándose en lo más profundo de su cabeza si lo que había
presenciado sucedió o no.
Sentada como estaba en el mueble reclinable que usaba para
tatuar, se incorporó un poco, se bajó de él, hizo a un lado el teléfono
inteligente con el que había estado jugando todo ese rato mientras
esperaba a que se hiciera la hora de recibir a su próximo cliente, se
lo metió en el bolsillo lateral de esa chaqueta ligera que llevaba
puesta esa tarde y salió, a paso lento, hasta el estudio en el que
tatuaba Valentina.
Divisó a la mejor amiga apoyada del marco de la ventana, con
rostro avinagrado. La chica señaló con un gesto de su mano a la
persiana, cerrada en ese momento y Oriana, cada vez más
intrigada, se aproximó, alzó con cuidado una de esas láminas de
PVC, dejó que su mirada se lanzara hacia la calle y allí, sentada en
un banco que estaba estratégicamente ubicado frente a ese edificio
de pocos pisos, vio a Ana Paula, más bien intranquila y revisando
con insistencia su teléfono.
—¡Ay, no! -susurró, tomándose la cara entre las manos.
—¡Ay, sí! -replicó la otra con cara de pocos amigos-. No sé desde
qué hora esa niña está sentada allí, esperando por ti, pero si vino
para revivir la aventura de la semana pasada...
—¡No, no! -y bajando con delicadeza la persiana, aterrada de tan
siquiera moverla, como si eso le pudiera indicar a Ana Paula que
ella ya se había percatado de su presencia y que estaba allí,
observándola, volteó a ver a Valentina-. ¡Nada de eso, flaca! Te
puedo asegurar que esta vez le dije a la niña que ni se le ocurriera
volver por el estudio...
—¿Y el tatuaje?
—¡Pues le devolví su dinero y le exigí que se lo hiciera con otro
tatuador! Incluso le recomendé a Pedro... ¿Te imaginas que se
repita lo de esa mañana?
—¡No, ni quiero imaginármelo, oye! ¡Especialmente por tu propio
bien, porque si Pacho descubre lo que estuviste haciendo...!
—¡Ya! -y en un mismo gesto amagó entre cubrirse los oídos con
ambas manos o usarlas para taparle la boca a Valentina-. No me lo
recuerdes, porque no, no pasó, Pachito no se enteró y te aseguro
que mantendré a Ana Paula a distancia para que no nos vuelva a
ganar la imprudencia... -se miraron a los ojos por varios segundos.
—¿Y eso de la distancia? ¿Es definitivo, o...?
—Hemos hablado... -y se sentó despacio en un mueble similar al
que tenía en su estudio. Se echó hacia atrás y se cubrió la cara con
ambas manos-. Hemos hablado desde que sucedió lo que sucedió
la semana pasada y...
—¿Y? ¿Le cambiarás los pañales a la pelada o...?
—¡No sé! -la miró con un gesto de inquietud-. Aún no sé qué
hacer... Ana Paula quiere que tengamos algo más serio, pero...
—¡Claro que quiere algo más serio, oye! -volvió a elevar la voz,
indignada-. ¡Pero si la china está allá afuera sentada sabrá Dios
desde qué hora, haciéndote cacería como el propio tombo!
—¡Lo sé, lo sé! Lo sé, pero estoy confundida, flaca... -al ver su
gesto, Valentina procedió a acercarse a ella sentándose a su lado-.
Esa tarde te dije que me gustaba Ana Paula, que me parecía una
niña bella y divertida... Lo sigo creyendo así, pero... Esos 8 años
menos me tienen aterrada y confundida... ¡No quiero embarcarme
en una maricada que no voy a saber cómo manejar, mucho menos a
dónde va a ir a parar!
—Esto es más simple de lo que tú crees, Oriana... -se miraron a
los ojos-. Vas allá, le dices a la mocosa que no tienes intenciones de
involucrarte con ella y listo... ¡Si te he visto, no me acuerdo!
—¡Yo no puedo hacer eso, Valentina!
—¿No? -volvió a indignarse-. ¿Y es que acaso firmaste un
contrato con ella, oye?
—¡No! Pero... -dudó-. Siento cosas por Ana Paula... ¿Crees que si
no sintiera cosas por ella habría permitido que sucediera todo lo que
sucedió? -Valentina reflexionó. Conocía bien a Oriana y estaba
segura de que no era una mujer deshonesta, mucho menos de
emociones vacías o de relaciones fatuas. Suspiró, sintiendo que de
algún modo ese episodio sexual había abierto una brecha en el
corazón de la tatuadora a través de la cual una chica con la
insistencia de la jovencita de 20 años se podía colar sin problemas.
—Oye, Oriana... Ese episodio descabellado que tuvieron tú y la
pelada no tiene por qué ir a parar a mayores si tú no lo quieres...
¡Tienes que entender de una buena vez que no todas las mujeres
con las que te involucras son como para tener algo serio! -ante sus
ojos tenía a una chica muy mortificada-. Precisamente, no saber
diferenciar esas cosas es lo que te ha hecho enredarte con las
menos indicadas, oye...
—¡Justo ahora eso es lo que no sé, flaca! -volvieron a verse por
algunos instantes-. ¿Y si después de todo sí lo quiero? ¿Y si
después de todo resulta que Ana Paula sí es la indicada? -Valentina
suspiró.
—Pues si lo quieres... -y señaló hacia la ventana-. Allí está... Anda
y habla con ella... Al menos servirá para que aclares tus
sentimientos y para que ella se largue a su casa a hacer algo más
productivo que estar allí, como una acosadora, toda la tarde.
—¡Tienes razón! -y se puso de pie, movida por un singular
entusiasmo. Volteó a ver de nuevo a Valentina-. ¿No estaré a punto
de cometer una locura, flaca?
—¡Pero si solo vas a salir con la niña, oye! ¡Tampoco la quieres
para casarte con ella! ¿O sí?
—¡No, no! -y la contuvo con un gesto gracioso de sus manos-.
Quizás tienes razón... Quizás solo deba relajarme y...
—Y dejar fluir las cosas, Oriana... -alzó los hombros-. No le
auguro un buen porvenir a ese romance, pero... ¡Quizás me
sorprendes!
—¡Sí! ¿Verdad? -y se podría decir que en sus cambiantes ojos
hasta se asomó el brillo de una esperanza. Valentina solo alzó las
manos con un gesto más que incrédulo. Vio a Oriana salir a toda
prisa de esa habitación y supo que la chica se había encaminado a
la calle para verse con su insistente enamorada. Esperó algunos
segundos, se puso de pie, volvió a asomarse a la ventana con
discreción y sí, constató lo que imaginaba: la tatuadora ya salía al
encuentro de la chica de 20 años, que se ponía de pie de un salto,
la miraba embelesada y contenía, sabrá Dios cómo, las ganas de
saltarle encima que se le notaban a kilómetros y kilómetros de
distancia.
La flaca suspiró.
—Esta sí que es una maricada, Oriana Padrón... -susurró y cerró
de nuevo la persiana.
—¡Creí que ibas a pasarte todo el día escondida ahí, en ese
estudio donde la pasamos tan bien el otro día!
—¡Baja la voz, niña! -y miró con recelo a su alrededor-. Tengo
poco tiempo Ana Paula... Nos tomamos algo aquí cerca,
conversamos y te vas a tu casa, ¿de acuerdo?
—¡Listo! Pero para que me vaya tranquila tienes que prometerme
que nos vamos a volver a ver... -comenzaron a alejarse despacio del
edificio en el cual Oriana, en compañía de Valentina y Pacho, tenía
su estudio de body art.
—Ana Paula... -y volvió a tomarse la punta de la nariz entre la
palma de sus manos delicadas, valiéndose de ese gesto que era tan
característico de ella-. ¿Qué intenciones tienes tú con todo esto,
niña?
—¡Pero mira nada más esa pregunta, Oriana! ¿Qué crees? -y se
miraron a los ojos-. ¿Qué crees si he estado persiguiéndote como
una loca desde el día en el que te vi en ese evento?
—Pues no sé qué creer, Ana Paula, porque además de lo que
sucedió el otro día, no se me ocurre qué otra cosa puedes estar
buscando tú conmigo, oye...
—¡Si está clarísimo! -y le sonrió con malicia-. ¿Sabes qué quiero
OriP? -se miraron a los ojos-. Quiero repetir todos los días lo mismo
que hicimos esa mañana en tu estudio... -la otra se sonrojó
suavemente, como si el albaricoque de sus labios le escalara a la
mejillas-. Quiero besarte donde me dé la gana, estrujarte donde
mejor me provoque, hacernos de todo cada vez que podamos...
—Ana Paula, niña... -se estaba sofocando.
—Es más -continuó, sabiendo que acorralaba a la tatuadora con
sus acaloradas palabras-. Ahora mismo me gustaría llevarte a un
rinconcito para que nos besemos como lo hicimos la semana
pasada... ¿qué me dices? -se miraron a los ojos. La proposición de
Ana Paula terminó consumándose en el estrecho baño de una
cafetería cercana, en el que Oriana tuvo la oportunidad de volver a
acorralar a la jovencita. No avanzaron demasiado en comparación
con la escena que habían protagonizado el jueves, pero
constataron, entre besos, caricias, gemidos mitigados y sonrisas
perversas y descabelladas, que la tensión sexual entre ambas era
como avanzar, de un acantilado a otro, deslizándose sobre un
delgado hilo en el que el máximo desafío es superar las embestidas
de un golpe de viento que te arroje al vacío.
No se tomaron más de quince minutos. Eran tantas y tan
profundas las ganas que se despertaban, que alcanzar un orgasmo
más que satisfactorio se le escurría entre los dedos en cuestión de
segundos. Ana Paula, tras besar con frenesí a Oriana consciente de
que por esa tarde se alejaría de su boca, salió primero del baño con
un disimulo que parecía meticulosamente ensayado. La tatuadora
procedió a hacer lo mismo varios minutos más tarde, luego de
lavarse la cara con agua fría, estrujarla un poco, alzar despacio la
mirada y encontrarse con sus ojos verdosos en el cristal de ese
espejo carcomido en las esquinas.
Allí estaba la mujer que acababa de prometerle a una chica de 20
años que sería su novia.
PÓRTICO DE LUNA

Entre las muchas cosas que le causaban curiosidad de la caleña


estaba cuán silenciosa podía llegar a ser. Es como si una sola de
sus sonrisas prodigiosas dijera más, mucho más que un discurso de
horas. No se lo habría imaginado. Claudia Valencia jamás se habría
imaginado que en la ingeniero civil enviada desde Bogotá para que
se convirtiera en su aliada profesional podía encontrar a una mujer
sosegada, risueña, de un carácter formidable y más bien callada.
Callada, mas no mezquina con la conversación. Bárbara no
hablaba demasiado de ella o de su vida, pero si le buscabas la
lengua, te topabas con una mujer agradable, simpática, envolvente,
que tenía un buen punto de vista para todo y que podía hacerte reír
con sus deliciosas ocurrencias.
Claudia conducía hacia las afueras de la ciudad y aprovechaba lo
apacible del trayecto para sacar sus ojos de la vía una vez más que
otra y llevarlos al perfil de Bárbara, la mujer desconocida sentada a
su lado. La supervisión de las obras varias veces por semana se
había convertido en la excusa perfecta para que ambas
compartieran momentos de complicidad dentro de la cabina de ese
automóvil o en cualquier otro lugarcito que les quedara de camino,
donde podían disfrutar de una bebida, una comida o una charla de
esas refrescantes.
Bárbara estaba completamente recostada de la butaca de ese
vehículo, miraba con una sonrisa tenue a través de la ventanilla,
absorta en el paisaje y Claudia, del otro lado, desmantelaba su
gesto por piezas, minuciosamente. Por un segundo se quedó
prendada en el tono tan blanco de su piel y en los relieves de la
suave línea de su mentón, que se soldaban de un modo precioso a
su cuello estilizado, del cual pendía un accesorio muy singular: era
un dije artesanal, de madera, que se sujetaba al cuerpo de esa
mujer preciosa con una trenza de cuero color café.
Claudia tenía solo dos semanas trabajando con Bárbara, pero
nunca la había visto quitarse aquel objeto que parecía ajustarse
bastante bien a su atuendo, que era definitivamente casual y de
buen gusto. Es verdad, la caleña no era elegante en demasía, pero
de alguna forma te llegaba de ella un aire ligeramente sofisticado
que muy probablemente era consecuencia de ese carácter afable.
La que conducía quiso romper el silencio, impulsada a hablar por
encima de la canción de Willie Colon y Fonseca que sonaba en ese
preciso momento en la radio. Estar lejos, decían el par de varones
en sus icónicas voces y a Claudia, sabrá Dios por qué, se le ocurrió
que tal vez el silencio de Bárbara, su gesto soñador, su mirada
ausente, estaba auspiciado por la reflexión de esos dos en aquella
melodía. Entonces devolvió sus ojos a la vía y le prestó atención a
cuanto decían.
¿Y si Bárbara tenía un pretendiente en Bogotá y ahora, lejos de
esa persona amada, se entregaba sin reparos a esa dulce
anhelanza que reflejaba a través de su mirada profunda y
maravillosa atada al paisaje y en esa sonrisa, esa sonrisa preciosa
que Claudia tuvo que volver a mirar, aunque solo fuese fugazmente?
Suspiró confundida. La mágica expresión de los labios de Bárbara la
imantaba de un modo inexplicable. Si la mujer a su lado fuese una
encantadora de serpientes, le habría bastado sonreírle a una cobra
para tomar a su merced su voluntad.
Esa sonrisa era un enigma. Era como encontrarse cara a cara con
un portal bañado de plenilunio que flota sobre las aguas del Caribe,
impávido ante el vaivén de las olas, pero ligero y sublime, como una
ensoñación momentánea. Como si esa losa fundida en claro de luna
tuviera la capacidad de transformarse, una vez traspuesta, en
espacio infinito, con baldosas de firmamento que se abren a los
pasos tímidos, escarchados en el polvo mismo de las estrellas,
avanzando sobre el suelo del cielo de las más profundas
ansiedades. Esa brisa, la misma brisa que propicia el camino que
alfombran las olas, se convierte en temblor y abrigo de la piel
expuesta a las más hondas emociones subyugadas ante un gesto,
un solo gesto de aquella a la que mientan Bárbara Monsalve.
—¿En qué piensas? -y no se dio cuenta de lo íntima que podía
ser esa pregunta hasta que la escuchó salir de su boca. Se sintió
torpe y un inesperado rubor le escaló apenas a las mejillas. Claudia
no era mujer de sutilezas, muy por el contrario la podríamos definir
como una tipa ruda, con carácter, que de tanto medirse con
hombres en un área que parecía diseñada solo para ellos, se había
olvidado por completo de las fragilidades. Una risa mínima, aún más
maravillosa que la sonrisa tenue y enigmática, envolvió a la
ingeniero que conducía, haciéndola olvidar de golpe su imprudencia
para sumirla, aún más, en las arenas movedizas de la curiosidad.
—¿De verdad quieres saberlo? -y giró despacio su rostro,
permitiéndole a Claudia ver de qué forma se movía esa delicada
musculatura de su cuello precioso para facilitarle a Bárbara ese
asunto de poner sus ojos más que negros y profundos sobre la
mirada ligeramente atónita de la mujer que la acompañaba. Su
sonrisa se acentuó y fue como verle la cara al abismo del delirio.
—Yo... -enmudeció. ¿Cómo una mujer de tan pocas palabras y de
generosos gestos la podía doblegar así? Sintió estupor y ni siquiera
supo explicarse la emoción.
—Lo diré... -continuó en un tono de voz más que acariciador.
Pues sí, si había que poner acento a la alfombra de olas que
bañaban a ese pórtico de plenilunio, la voz de Bárbara se habría
ajustado a ellas de una forma tan justa como canto de sirena-. ¡Pero
ay de vos si te ríes! ¿No? -y la advertencia fue como una invitación
que despertó precisamente eso en Claudia: risas.
—¡Listo! ¡No me reiré!
—¿Te ha pasado alguna vez...? -y volvió a girar la cabeza a la
misma posición en la que la tenía antes, se interrumpió para sonreír
con un dejo de picardía e inocencia-. ¿Te ha pasado alguna vez que
sientes añoranza de alguien, pero no sabes exactamente de quién?
-Claudia pestañeó un par de veces, perpleja.
—¿Cómo así? -esta vez Bárbara rio con más ganas y la otra la
imitó.
—Es así... Así como lo acaban de decir en esa canción... Estar
lejos me enamora... -volteó a ver a Claudia que, detenida por el
repentino tráfico, se valió de ese instante para quedarse en el
semblante de la caleña-. Es como atarse al recuerdo de algo
imposible, porque no lo tienes con claridad en los pensamientos,
pero sí que sientes la esencia de ese algo... -la miró fijamente-. O de
ese alguien, ¿entiendes? Es más un alguien que un algo, pero a la
vez se hace algo porque es emoción no resuelta... Y sí, ese no
saber dónde está, o cómo es, o quién es lo que te enamora, es
como estar perpetuamente a la espera de algo que está al llegar y
prepararse, mediante emociones y sensaciones inexplicables, para
su llegada... -rio un poco, abrigando a su interlocutora con ese
gesto-. ¿Comprendes?
—Suena a que eres una romántica empedernida...
—Quizás tengas toda la razón... -rio y la vio bajar un poco la
mirada en un gesto que resumía en su expresión emociones como
la timidez, la candidez y la nostalgia. Claudia suspiró
involuntariamente-. Quizás sí, soy una romántica de esas que no
tienen remedio, pero... Pero he tenido esa sensación de que en
alguna parte de este mundo está ese algo desde que era una
adolescente, ¿sabes? -volvieron a mirarse-. Desde que soñaba con
mis primeros amores...
—Eso me hace pensar que no me has hablado de los
pretendientes... -y retomando la atención en la vía, puso en marcha
de nuevo el vehículo.
—No... No he hablado con vos de mis pretendientes... Y no, no
vayas a pensar que ese algo que te describo tiene que ver con uno
de ellos, porque puedes estar segura de que ninguno se
corresponde con esa añoranza de la que hablo... -suspiró y volvió a
mirar por la ventana-. No me queda más que conectarme en
emoción con ese algo o ese alguien y... ¡Y enviarle todas mis
bendiciones!
Claudia la miró de nuevo por segundos, alternando sus ansias de
quedarse en su semblante con la atención que le demandaba el
camino.
—Por cierto... -continuó Bárbara volteando a ver a Claudia de
nuevo, con sonrisa incluida-. ¿Te molesta si vuelvo a poner esa
canción?
¿Quién podía decirle que no a esa mujer?
SEXO CONTINUO

Salomé terminaba de meter en su bolso los bocadillos que había


preparado para que ella y Valentina contaran con un refrigerio en el
paseo que harían ese domingo a las islas del Rosario cuando vio a
su pareja entrar a la cocina, con el teléfono en la mano y gesto de
consternación.
—¿Te molesta si OriP viene con nosotras, nena? -la otra se
sorprendió, pero no precisamente porque le desagradara la idea de
que la mejor amiga de su novia se les uniera.
—¡Por favor, flaca! ¿Cómo me preguntas eso? ¡Claro que no,
para nada! -pensó un instante-. Aunque sí me sorprende... Pensé
que al estar de novia con esa chica con la que se enredó hace poco
no le volvería a ver la cara en un buen tiempo a mi china linda.
—Eso mismo creí yo, pero ya ves... -se alzó de hombros-. Me dijo
que quería conversar conmigo, le dije que hoy no estaríamos en
casa y de inmediato me aseguró que no pasaba nada, que lo
conversábamos en otro momento, pero conociendo a Oriana como
la conozco, sí que debe estar cuando menos confundida...
—¡Listo! Que venga con nosotras al paseo de hoy... Podemos
conversar con calma y te apuesto que entre salir de la ciudad,
respirar otros aires y pasar un día diferente, seguro que se anima -
Valentina le sonrió, se aproximó a Salomé y le dio un beso tenue en
los labios.
—Gracias, mi amor, ¡eres un sol! -procedió a confirmarle a su
mejor amiga que estarían felices de contar con su compañía ese
domingo.
Con los pies hundidos en la cálida arena, las tres mujeres
compartían unas bebidas mientras contemplaban ante sus ojos las
aguas del Caribe. Hasta el momento, Oriana se había mostrado
risueña, tranquila, sin ánimos de indagar en aquello que
aparentemente deseaba comentarle a su mejor amiga. Valentina no
sabía si la razón de su disimulo era la presencia de Salomé, así que
una vez pudieron apartarse de la compañía de la otra chica para
buscar una nueva ronda de bebidas, procedió a indagar.
—¿Y eso tan importante de lo que querías hablarme, oye? Estás
como pez en el agua, feliz y ocurrente, pero esta mañana cuando
me llamaste no sonabas así... -Oriana la miró un par de segundos.
Se dio la media vuelta, recostó su espalda de la barra de ese
establecimiento en el que estaban preparando sus bebidas y tendió
su mirada, más bien verdosa, a la playa donde divisó desde allí a
Salomé, pensativa. Se tomó con ambas manos la punta de la nariz y
nomás de verla hacer ese ademán, ya la otra sabía lo que le
esperaba. Valentina se cruzó de brazos a la defensiva-. ¿Qué
sucedió con la pelada?
—Estoy confundida, Valentina... -suspiró-. No quería hablar de
esto con Salomé, porque la verdad me avergüenza que sepa que
estoy saliendo con una niña de apenas 20 años...
—¿Y qué sentido tiene estar metida en una relación que te
avergüenza?
—¡Pero no se trata solo de eso! Es verdad, por momentos me
siento estúpida al saber que estoy involucrada con una pelada de su
edad, pero... ¡Quizás las cosas no me confundirían tanto si Ana
Paula se comportara de otra manera!
—¿Cómo así? -la miró con interés.
—¡A Ana Paula lo único que le importa es el sexo! -la otra giró los
ojos con hastío-. Quedamos casi todos los días y lo que sucede una
vez que nos vemos es que terminamos haciendo el amor como un
par de dementes... Sí, es verdad, la he llevado a mi casa varias
veces y te miento si te digo que no ha estado muy, pero que muy
bien, pero... -suspiró-, pero hace unos días, en el cine...
—¿En el cine? -los ojos castaños de Valentina se desorbitaron en
un tris.
—¡En el cine! -se cubrió la cara avergonzada-. ¡En el cine pasó de
todo!
—¡Oriana! ¿Acaso volviste a los 17? ¿A qué te refieres con que
pasó de todo? ¿Qué es eso de que pasó de todo?
—Bueno... -se tomó el pecho, como si estuviera a punto de
desmayarse nomás del sofocón-. Le propuse ir al cine,
precisamente para sentir que hacíamos otra cosa más allá de...
De...
—¡Sí! ¿Y qué pasó?
—Que una vez allí escogió unas butacas arrinconadas, en la
última fila de la sala...
—Y tú, de boba, no te imaginaste que la niña lo que estaba
haciendo era planificar una buena arrinconada, ¿cierto?
—¡Cierto! -volvió a tomarse la punta de la nariz con las manos-. Al
principio me quejé, le dije que desde allí no veríamos nada, pero
Ana Paula tiene una forma de envolverme, que...
—¡Me consta! ¿Qué más?
—Pues listo, escogió las butacas que mejor le parecieron y una
vez allí, cuando bajaron las luces, enloqueció...
—¿Tenían a alguien cerca? ¿Había niños?
—¿Niños? -se horrorizó-. ¿Cómo se te ocurre si estábamos
viendo Cementerio de animales?
—¿Cementerio de animales? -lo gritó y el sujeto que ya ponía las
tres bebidas al alcance de las chicas no pudo evitar verla con gesto
de sorpresa.
—Cementerio de animales... -su voz fue un susurro.
—¿Y era a ti a la que le estaban haciendo el entierro? -¡Valentina!
-se ruborizó de inmediato, absolutamente abochornada.
—Pero... ¿Es que acaso la pelada se volvió loca? ¿Acosarte
mientras en la pantalla tienes a un gato muerto que vuelve a la vida?
—Espera, espera, oye... En primer lugar no me acosó, porque una
vez que comenzó a acariciarme y a provocarme, pues me dejé llevar
encantada de la vida...
—¡Pero si eso es lo único que has sabido hacer desde la mañana
esa en la que te arrinconó en el estudio!
—...Y en segundo lugar... -se alzó de hombros-. Lo que menos
nos importó fue la película... -suspiró-. No, evidentemente no había
niños y todo confabuló a nuestro favor: la función era tarde, la sala
estaba casi vacía, siempre estuvo todo muy oscuro... Tampoco
había personas cerca...
—Así que...
—Así que en resumidas cuentas, sí, nos dejamos llevar por la
misma locura de todas las veces anteriores y nos amamos allí, en
esa sala de cine... -se miraron a los ojos-. No me malinterpretes,
Valentina... Sería una hipócrita si te dijera que no me gustó o que no
lo disfruté... ¡Estuvo buenísimo, flaca! ¡Buenísimo! Pero me
preocupa...
—¡Pues yo también estaría preocupada si tuviera una novia que
me agarra en todos los rincones!
—Eso por un lado, pero por otro lado está la afinidad... Más allá
de la atracción sexual, a estas alturas no he podido indagar en las
genuinas afinidades que puedan haber entre Ana Paula y yo...
¡Prácticamente ni hablamos!
—Con la lengua de Ana Paula metida en la garganta, ya te quiero
escuchar hablando...
—Y hay más... -Valentina se sorprendió.
—¿Ah, es que te mete algo más que la lengua?
—¡No! Cuando te digo que hay más, me refiero a otras cosas que
me tienen confundida... Cuando intento hablar con ella por teléfono,
a través de mensajes de texto o voz, el tema sexual se impone y...
—¡Y terminan en sexting!
—¡Exacto! A eso súmale que no podemos vernos con más
frecuencia porque sus padres no saben nada de su movida y los
fines de semana comparte con su familia, con sus abuelos... -se
volvió a cubrir la cara con las manos-. En teoría ella debería ir de la
casa a la universidad...
—¿Así que las veces que coinciden se escapa, o...?
—¡Algo así! Sale antes de la universidad y me espera fuera del
estudio o le hace creer a sus padres que estará en la biblioteca por
más tiempo...
—¡No, pero es que lo sabía! ¡Sabía que esto iba a parar en
bobada, Oriana Padrón! -se miraron a los ojos unos segundos,
mientras el hielo en las bebidas se derretía-. ¿Cómo te sientes con
todo esto?
—¡Confundida! -resopló-. Ana Paula me vuelve loca, flaca, ¡loca!
¡Ana Paula es mi perdición, pero...! Pero más allá de los besos, las
caricias, de esos encuentros enardecidos en cualquier parte a
cualquier hora... Te mentiría si te dijera que sé hacia dónde va todo
esto...
—A ver... Lo que me estás queriendo decir es que el día que la
pelada se aburra de ti...
—¡El día que la pelada se aburra de mí me manda a volar y yo
voy a quedar como la propia idiota!
—¡Peor! ¡Peor que idiota, oye! -se quedaron pensativas por
algunos segundos-. ¿Has intentado hacerle ver a la niña que una
relación es mucho más que jugar al rojo por toda Cartagena?
—Lo he intentado, flaca... ¡Pero Ana Paula solo tiene la boca para
besar, de conversaciones, nada!
—Bueno... -suspiró y tomó su bebida y la de Salomé antes de que
se arruinaran. Oriana entendió que era hora de volver a reunirse con
la novia de su mejor amiga y alargó su mano para agarrar también
su vaso-. Déjala correr, OriP... No te involucres demasiado, cuida tus
sentimientos, protege tu corazón y déjala correr... ¡Ya veremos cómo
termina esta historia!
Ambas suspiraron.
MI SUEÑO

Risueño, David se valía de todos sus trucos para que su pequeña


Amalia aceptara comer aquella tarde, por suerte para el marido de
Carito, ya no tenía que preocuparse por Samuel. El niño había
llegado a esa edad en la que no era necesario forzarlo a comer, mas
sí contenerlo para que se detuviera.
La hermana mayor de Bárbara miraba, a través de la ventana de
la cocina, cómo su esposo avanzaba en su propósito de dar de
comer a Amalia, mientras ella ya se ocupaba de lavar algunos de los
trastos que habían usado para ese asado al aire libre que
planificaron esa tarde de domingo con motivo de la visita de la
hermana menor, que una vez establecida en Cartagena, podía
echarse sin problemas sus escapadas hasta Barranquilla.
—¿Has hablado con mamá? -preguntó Carito volteando a ver a
Bárbara, que la ayudaba secando las cosas y poniendo en orden
buena parte de lo que habían usado.
—Sí... Se puso celosa cuando supo que venía a compartir con
vos, con David y con los niños... -rio apenas con ese encanto tan
propio de ella-. Me dijo que desde que nos fuimos de Cali, la
habíamos olvidado...
—¡Qué sufrida la vieja! -susurró Carito con un gesto cómico.
—Estaba pensando, Carito... Ahora que estaré por un tiempo en
Cartagena deberíamos planificar un viaje e ir a pasar unos días con
los viejos, más allá de nuestra tradición de ir a visitarlos en
diciembre... ¿Qué me dices?
—Me gusta esa idea, chata... Especialmente porque a la vieja no
hay forma de sacarla de Cali... ¡Le he dicho mil veces a la necia
mañosa que venga a pasar unos días a Barranquilla y se niega y se
niega!
—Ya sabes cómo es Yolanda, Carito... No sufras... Nos resulta
mejor ir nosotras a la montaña, que pedirle a la montaña que se
mueva hasta acá...
—Sobre todo si la montaña que dices tiene complejo de mula,
¿oís? -se echaron a reír. Carito alzó la mirada de nuevo y sus ojos
se cruzaron con los de David, que con un pulgar arriba le indicaba
con eso que su propósito de hacer que Amalia comiera completo por
aquella tarde, parecía ir viento en popa. La mujer le asintió con una
sonrisa complacida, devolvió su mirada a la cocina, donde constató
que con la ayuda de Bárbara ya todo había quedado en orden.
Pensó que era el mejor momento para ponerse al corriente con la
hermana, a quien no veía desde hacía mucho tiempo-. Chata... -los
ojos más que negros de la otra se posaron en los de ella-. Nos
tomamos el café en el salón y chismeamos un poquito, ¿quieres?
—Listo... -y acompañó el agrado que le producía esa idea con una
sonrisa maravillosa de esas que a ella se le daban tan fácil. Una vez
instaladas en un espacio más silencioso y solitario, la hermana
mayor llevó la conversación justo a donde quería.
—¿Cómo te sientes en Cartagena?
—Muy bien... -lo dijo entusiasmada-. Por momentos, mejor que en
Bogotá...
—¡Claro! ¡Porque en Bogotá todo te recuerda a la mujer aquella!
—En parte... -suspiró. Por primera vez en semanas la
pesadumbre volvió a su rostro precioso-. Tuve suerte, Carito, de que
me aprobaran el traslado a Cartagena... Estar un año por acá me va
a ayudar a sacarme de la cabeza a la mujer aquella...
—¡Ya es hora de que pases la página con Tatiana, chata!
—Tamara... -sonrió, indulgente-. Su nombre era Tamara y sí... Ya
tengo mucho tiempo con este guayabo pendejo, con este
despecho...
—¡Ocho meses! ¡Te los llevo contados desde la noche esa en la
que me llamaste llorando para decirme que la imbécil esa se había
ido de tu casa luego de discutir con vos y de tratarte como a una
basura! -suspiró-. No me hace feliz que estés sola, chata, pero sí
cruzo los dedos y hasta te encomiendo en mis oraciones para que la
próxima que llegue a tu vida te merezca, cuando menos...
—Gracias, Carito...
—Gracias no, china, por favor... ¿Cómo me agradeces por amarte
como te amo, si eres mi muchachita consentida desde que naciste?
-le tomó las manos entre las suyas-. Quiero que superes de una vez
y para siempre a esa Tomasa que te dejó la vida hecha pedazos...
—Tamara... -rio ante las picardías de Carito-. Sabes de sobra que
se llama Tamara, pero no hay quien pueda con vos...
—¡Como se llame la susodicha! ¡Agradece que por lo menos le
digo Tomasa y no hija de p...!
—¡Ya, ya! ¡No te enojes que a estas alturas no vale la pena,
Carito! -tomó un sorbo de la taza que tenía entre sus delicadas
manos-. Puedes estar tranquila... En Cartagena me siento de
maravilla, el clima es divino, además, allí está el mar que me
recuerda un poco nuestros paseos a Buenaventura, a La Bocana,
¿sabes?
—Claro...
—Me llena de ilusión sentir que aunque sigo trabajando para la
misma empresa, en proyectos similares, estoy comenzando una
nueva vida... Conociendo a gente nueva, estoy más cerca de vos,
de mis sobrinos, de David...
—¡Y más lejos de la achacosa de mamá! -ambas rieron.
—Así es...
—¿Y no hay alguna por allí que...? -Bárbara se quedó pensativa.
Cauta y pensativa. Carito, curiosa, la vio postergar ese sorbo de
café más que los anteriores.
—No, por ahora, no... -suspiró-. La mujer con la que he tenido
más afinidad hasta este momento es la ingeniero con la que estoy
trabajando... Se llama Claudia Valencia, pasamos mucho tiempo
juntas por las características del trabajo que estamos haciendo y...
¡Ella está casada y tiene una familia casi idéntica a la tuya, de no
ser porque Marcela, su niña, es mayor que Juan José!
—Bueno, pero al menos una buena amiga puedes sacar de todo
esto, ¿no es verdad?
—Me parece que sí, Carito y eso me entusiasma, porque en
Bogotá me relacioné con pocas personas, honestamente...
—Teresa fue más que suficiente, ¿oís?
—¡Tamara! -volvieron a reír, esta vez con ganas.
—¡Vos tan boba, chata, que aún pierdes tu tiempo en corregirme!
-continuaron riendo.
—Volviendo a esa mujer, a Claudia Valencia... Pues ella es muy
agradable... Es un poco hosca, más bien ruda, a veces hasta parece
que no le caes bien o que la estás importunando, pero es que su
forma de ser es así...
—Si te pones a ver, Bárbara, qué importa que sea un ángel o un
ogro la vieja... ¡Si solo la quieres como amiga y en la amistad se
perdona todo!
—Es verdad lo que dices, Carito... -reflexionó-. ¿Te imaginas lo
bonito que sería enamorarte de tu mejor amiga?
—¡No empieces con tu romanticismo absurdo, Bárbara! -se
golpeó las rodillas con la palma de sus manos anunciando
indignación-. ¡No empieces con eso que me voy a preocupar! Ya no
sé si pensar si a vos te gusta la mujer casada y por eso me dices
todo eso de la mejor amiga que se vuelve tu amante o si andas,
como siempre, creyendo en pajaritos preñados... -la hermana menor
rio-. ¡Mira que desde que tienes 12 años te he estado cuidando
como perro faldero, porque al ser tan soñadora, fácil te pasan gato
por liebre! ¡Sino que lo diga Teresa, que te embaucó como quiso a
fuerza de palabras bonitas, para luego lastimarte con su ira, sus
celos y su egoísmo!
—Ya, ya, Carito.... No te pongas así... En primer lugar, no... No
me interesa Claudia Valencia como amante, solo es una compañera
simpática con la que al menos tengo tema de conversación...
¡Además me recuerda demasiado a vos! ¡Esa idea es casi
incestuosa! -se aclaró la garganta-. Y en segundo lugar... -sonrió
con un dejo de desazón-. ¿Cuánto tiempo crees que me tomará
hacerme la amiga incondicional de alguien para que de ese afecto
aflore algo más?
—Ni idea... -la miró a los ojos y le sonrió de a poco-. Pero con esa
cara angelical, con esa personalidad tan encantadora y con esa
sonrisa que le baja las bragas al más apretado, no te tomará mucho
tiempo, chata... ¿oís?
Para constatar las dulces certezas de Carito, Bárbara la miró a los
ojos de un modo amoroso y profundo, le tomó las manos entre las
suyas, las besó y moduló con sus labios rojos un “gracias” que
acabó por colmarles de dulzor el resto del café que les quedaba
dentro de las tazas que reposaban en la mesita de centro.
En solo cuatro semanas Claudia había aprendido a hacerse
amante de las sutilezas de Bárbara. No sabía por qué su andar
pausado, su gesto colmado de ternura, la forma tan maravillosa que
tenía de mover sus manos y el cuidado que le imprimía a todo lo
que hacía, la dejaba verdaderamente perpleja.
Era una suerte que esa tarde de viernes Bárbara estuviera más
bien concentrada en dejar ordenado su escritorio antes de volver a
casa, porque ese poner su atención en otra cosa le sirvió de
cómplice a la ingeniero para contemplarla por varios segundos antes
de abrir la puerta de su oficina y entrar a ella.
—Hola, ¿qué tal? -Bárbara reparó en Claudia de inmediato y le
obsequió una sonrisa.
—Hola... ¿cómo estás?
—Bien, ¿y vos? -se intercambiaron una mirada de suspicacia y
rieron-. Quiero decir: bien, ¿y tú? ¿Ves que ya me contagiaste tus
cosas?
—¡Ah, no, Claudia! ¡A mí no vengas a echarme la culpa de nada! -
continuaron riendo. Claudia notó que Bárbara ya sacaba de una de
las gavetas de su escritorio su cartera. Suspiró, cerró la puerta a sus
espaldas y procedió a indagar un poco más.
—¿Te vas a casa ya?
—Prácticamente, sí... Ya casi estoy lista para irme... ¿y vos?
—También, pero... -arrugó un poco el rostro. Estiró la mano
izquierda, tomó con ella una de las sillas que estaban ante el
escritorio de su colega y se sentó. Se miraron a los ojos-. Armando
me acaba de llamar...
—¿Ajá? -alzó la ceja con un dejo de curiosidad.
—Los niños están en casa con su abuela, porque esta noche
harán una pequeña reunión familiar... Cumple años uno de sus
primos y acordaron verse allí un rato para festejarlo y toda la cosa...
—Bien... -no entendía con exactitud de dónde salía todo aquello,
pero no fue descortés en ningún momento.
—Él me preguntó si quería asistir, porque sabe que he estado
muy cansada con eso de la supervisión de los proyectos y... ¡Y el
caso es que me da una pereza enorme ir hasta la casa de mi suegra
para esa reunión! -Bárbara frunció el ceño con un gesto fugaz.
—¿Y qué harás?
—Quería... -se aclaró un poco la garganta-. Quería preguntarte si
tenías planes para esta noche, Bárbara...
—¿Planes? -se echó a reír-. ¿Es que me vas a llevar a mí a la
casa de tu suegra?
—No, no... A la casa de mi suegra ya es definitivo que no iré… -se
peinó un poco el cabello con las manos-. Le expliqué a Armando
que estaba muy cansada y que no tenía ánimos de compartir con
ellos...
—Pero... -volvió a reír más confundida-. ¡Pero si justo ahora me
estás proponiendo salir!
—Sí, sí... -se sintió enormemente torpe-. Sí, porque no quiero ir a
la casa de la madre de Armando, pero tampoco quiero irme a la mía
tan temprano, ¿entiendes?
—Creo entender... -suspiró y se alzó de hombros-. Bueno, no
pasa nada... Vamos a tomarnos algo por aquí cerca y luego cada
quien a su casa, ¿te parece?
—¿De verdad? -su sonrisa de entusiasmo no tuvo precio-. ¿De
verdad te tomarías algo conmigo?
—¡Claro! -se echó a reír con picardía fascinando a la otra-.
Aunque si te soy sincera de lo que realmente tengo ganas es de ir a
soltar baldosas, pero...
—¿Cómo así? -preguntó entre risas, encantada con la otra.
—¡De bailar! ¡Tengo ganas de bailar! Hace mucho que no lo hago
y desde que llegué a Cartagena todo ha sido trabajo y trabajo,
pero... ¡No me hagas caso y vayamos por esa bebida o ese café!
—Pero... -puso su cabeza a trabajar a toda velocidad-. Pero si
vamos a un lugar donde puedas bailar... ¿con quién bailarías? -se le
hizo un nudo en la garganta, un vacío en el pecho y una bola en el
estómago, todo al mismo tiempo-. ¿Conmigo? -Bárbara volvió a reír,
esta vez un poco nerviosa.
—¿Y esa pregunta? -lo dijo entre risas, más bien pícara-. ¿Es que
acaso quieres bailar conmigo o qué? -Claudia se puso tan colorada
que su vergüenza fue doble al saber que la otra lo había notado.
—La verdad... -y entendiendo que había cometido una
inexplicable torpeza, procedió a enmendarla del modo más brusco
posible-. La verdad, no -Bárbara la miró por segundos, confundida-.
No puedo con la idea de ver a dos mujeres bailando juntas, ¿sabes?
Me parece un poco... -la caleña comenzó a palidecer, no se habría
imaginado que Claudia pudiese ser homofóbica-. ¡Me parece un
poco ridículo!
—Ah... -se sintió muy desencajada-. Entiendo... -Claudia
finalmente alzó su mirada, solo para constatar en el extraño gesto
que se había apoderado de Bárbara, que su error se había
multiplicado exponencialmente.
—Bárbara... -susurró, confundida y sumamente desencajada ante
la posibilidad de haber ofendido a la otra con sus brusquedades-.
Bárbara... ¿dije algo que te molestara?
—No... -se tomó la frente con la punta de los dedos, respiró hondo
y supo, en ese momento, que independientemente de las
consecuencias de su confesión, no se quedaría de brazos cruzados
ante el solapado ataque de Claudia-. Bueno, la verdad es que sí... -
se miraron a los ojos-. ¿Recuerdas esa vez en la que me
preguntaste por los pretendientes? -Claudia asintió despacio.
Estaba pálida y helada, no sabía por qué causarle ese malestar a
Bárbara la hacía sentir tan mal-. Bueno, Claudia... La razón por la
cual me desconcierta lo que acabas de decir es... Es porque en mi
caso no podemos hablar de pretendientes, sino de pretendientas,
¿oís? -la otra palideció aún más-. Y entenderás que me ofende la
forma en la que te has referido a...
—¡Lo siento! -se levantó de la silla de un solo movimiento-. ¡Lo
siento, Bárbara! ¡No quería ofenderte! ¡No quería!
—Está bien... -le sorprendió ver la vehemencia con la cual
reaccionaba la otra-. Está bien, Claudia... Disculpas aceptadas…
—Es más... -pensó rápidamente-. Para demostrarte que no tengo
ningún problema con eso y para disculparme contigo con acciones,
más que con palabras, podemos... -tartamudeó-. Podemos ir a un
club de esos... -Bárbara sacudió la cabeza cada vez más
desconcertada.
—¡Claudia, Claudia! ¡No es necesario, Claudia!
—¡Sí, sí! -le tomó la mano de un modo precipitado-. Conozco uno
aquí cerca... ¡Nunca he ido! -la otra no salía de su asombro-. ¡Nunca
he ido pero un par de personas de la compañía que... que...! ¡Tú me
entiendes! ¡Ellos sí han ido y los he escuchado decir cuán bueno es
y...! -no sabía, en ese instante y a juzgar por el rostro indescifrable
de Bárbara, si todo había escalado a mejor o si su repentina idea de
invitar a esa mujer esa noche ya se había sumergido en el fracaso-.
¿Qué me dices? ¿Qué me dices, Bárbara? Podrás bailar y... Y
sentirte a tus anchas, ¿no?
Bárbara comenzó a sonreír con indulgencia luego de haber
estado más bien confusa ante las torpezas de Claudia. Identificó en
su mirada nerviosa un genuino gesto de desesperación por
enmendar todo y supo que si rechazaba su oferta, solo contribuiría a
su malestar, así que suspiró y meneando un poco la cabeza,
accedió. Después de todo, el plan que le sugería su colega, bailara
o no con ella, era la mejor alternativa de distracción que le había
sucedido desde que llegara a Cartagena. La mujer casada sintió
alivio; alivio y una alegría que no sabía cómo interpretar.
Nerviosa, con una torpeza que trataba de controlar a toda costa y
ligeramente desencajada, Claudia atravesó la puerta de ese club
siguiendo los pasos de Bárbara, que sonrió encantada al escuchar
que una orquesta de salsa tocaba en el lugar, mientras la pista tenía
ya a algunos bailarines.
Las contradictorias emociones de Claudia se fueron disipando de
a poco al ver en el gesto de agrado de su acompañante que le había
hecho la noche de viernes llevándola a ese lugar. Recordó de súbito
a su esposo, a sus hijos, miró la hora en el reloj y se aproximó un
poco a Bárbara para decirle cerca de su oreja:
—No puedo quedarme hasta muy tarde... Debo estar en casa a
tiempo para recibir a mi marido y a mis niños, así que...
—No te preocupes... -le dijo, sonriendo complacida con un gesto
comprensivo.
—Es decir... Si deseas quedarte acá un poco más de tiempo
cuando yo tenga que marcharme, no... -seguía tartamudeando-. No
te detengas por mí...
—Claudia... -y le tomó la mano con suavidad, dejando a la otra
pasmada-. Claudia, está bien... Ya veremos cómo avanza la cosa,
¿oís? Por ahora vamos a tomarnos algo, ¿te parece?
—¡Sí! -y caminaron hasta adentrarse en el local, consiguiendo un
par de sillas vacías en una de las barras donde, minutos más tarde,
ya estaban golpeando con suavidad sus dos pintas de cerveza.
Claudia, sin mutar su sensación de incomodidad, prefirió encogerse
de hombros y beber de su vaso, sin prestarle demasiada atención a
cuanto sucedía a su alrededor. Bárbara, por el contrario, estaba
girada hacia la pista, mirando a los bailarines y a la orquesta, muy
entusiasmada. La otra la miraba de reojo, percatándose de lo bella
que era y analizando cuál podría ser su posición ahora que la
ingeniero venida desde Bogotá le había confesado, de un modo más
que incómodo, que era lesbiana.
—¿De verdad no bailas? -la fulminó con sus ojos negros y dejó a
la otra con la mente en blanco, como el cazador que de un
escopetazo levanta en vuelo a una bandada de patos.
—No... -se aclaró la garganta, incómoda-. Es decir, sí, pero... Con
una mujer...
—Ya, ya, con una mujer no, te parece ridículo, lo entendí bien
hace un rato... -volvió a mirar hacia la pista. Era evidente que todo el
esfuerzo que Claudia hacía para rehuir del baile, Bárbara lo ponía
en aquello de buscar a alguien con quién hacerlo.
—Pero... -musitó y fue un verdadero milagro que la otra la
escuchara-. Podrías bailar con alguien más, no pasa nada...
¡Imagínate! -Bárbara la volteó a ver con curiosidad.
—No entiendo... ¿No se supone que vinimos acá para compartir
un rato vos y yo?
—Sí, pero... ¡Es evidente que te pican los pies por bailar, así
que...! ¿Cómo voy a impedirte que lo hagas?
—Bueno... -le guiñó el ojo y le sonrió de ese modo precioso que
solo ella sabía expresar-. Si surge alguien con quien hacerlo lo haré,
¿oís? -rio con picardía-. ¡No te pongas celosa luego! -y acompañó
esas palabras de una carcajada que le sonó amarga a Claudia,
sumergida como estaba en incomprensibles tribulaciones.
Conversaron por un buen rato, enfocándose especialmente en
asuntos laborales. Claudia sentía un deseo enorme por indagar en
las emociones de Bárbara ahora que sabía que era lesbiana, pero
era un tema que quería diseccionar a fondo y con atención, así que
se resignó a debatir con ella sobre los proyectos que supervisaban,
poniendo como excusa que un lugar tan ruidoso no era propicio para
ahondar en temas más profundos. Pasaron los minutos, la orquesta
que las recibió había dejado de sonar y sustituyeron la música con
la actuación de un DJ, que estaba allí más para colocar canciones y
mantener los ánimos arriba, que para mostrar su talento en las
mezclas.
El encargado de la música fue seduciendo a Bárbara con varios
temas interpretados por algunas de las mejores figuras de la Fania
All Stars hasta que los primeros acordes de Amor Verdadero de
Willie Colon inundaron el lugar y la caleña supo que, acompañada o
no, con pareja de baile o no, tenía que entregarse a esa melodía.
—¡Amo esa canción! -le gritó a Claudia mientras saltaba de la silla
y, de pie un poco más allá, comenzaba a moverse a su son. La
mujer casada la miró de reojo y por un instante hasta quiso
despedirse de sus limitaciones para llevar a Bárbara a la pista y
concederle al menos una pieza, pero la dilación producto de sus
indecisiones le dieron tiempo de sobra a otra mujer para
aproximarse a la caleña con comedimiento.
Esa desconocida que estaba dispuesta a hacer lo que Claudia se
negaba, dio un par de golpecitos en el hombro de Bárbara, que se
dio la vuelta al instante y la miró a los ojos con una sonrisa de
entusiasmo que parecía anticiparse a su petición.
—¿Bailas? -le dijo, con mirada y gesto tímido y Bárbara, eufórica,
cabeceó un sí de inmediato.
Entonces Claudia, que hasta ese momento había permanecido
atrincherada entre sus hombros y de cara a la pinta de cerveza que
había degustado en lo que iba de noche, se volteó de inmediato,
sintiendo cómo una repentina amargura le iba creciendo en el
corazón.
La razón por la cual se sentía tan enfadada, tan incómoda, iba
creciendo a cada movimiento de las caderas de Bárbara, de su
cintura, caminando hacia la pista de baile de la mano de esa
desconocida. Una vez que estuvieron allí y con esos acordes
clásicos que a ambas les gustaban tanto, la chica de cabello claro
peinado con dos coletas adorables, la misma que se había atrevido
a solicitarle esa pieza a la caleña, la tomó con suavidad por la
cintura y comenzó a guiarla a su son. La rareza de coordinar en el
baile con un cuerpo nuevo solo les duró tres segundos, porque
pasado ese tiempo, ya se sentían absolutamente cómodas. Una de
esas canciones de la Fania, generosas en ritmos y en duración de
varios minutos, era la excusa perfecta para que dos personas que
aman bailar y que adoran el género, se pusieran de acuerdo y en
segundos, a pesar del desconocimiento, se atrevieran a hacer una
que otra pirueta para embellecer esa escena y aportarle picardía y
diversión al instante que compartían. Se miraron a los ojos, se
sonrieron y en el fondo hasta se sintieron afortunadas de haber
coincidido esa noche en ese club, en especial para Bárbara, que
descartaba por completo a Claudia para sacarse de encima las
ganas que tenía de “soltar baldosas”.
Fue una delicia. Una delicia absoluta. Desde el primer acorde que
compartieron juntas, hasta la duración absoluta de ese set de salsa,
en el que la caleña parecía haber encontrado entre los brazos y las
manos de esa desconocida salida de la nada, un pretexto magnífico
para expresarse con una plenitud y un gozo que bien podría
contagiar a todo el que tuviera esa noche la fortuna de verlas.
Entonces Claudia estaba de pronto y sin imaginarlo ante una
nueva visión de esas que le obnubilaba los razonamientos, sin
importar cuán profundas o superficiales fuesen sus manifestaciones.
La música, deliciosa e inconfundible, sirvió para acunar a dos
cuerpos que, aproximándose por primera vez en sus vidas gracias a
las coincidencias y al azar, estaban demostrando con una expresión
imposible de ignorar, de qué material se conforma el tejido de las
causalidades. Esa noche las manecillas del reloj habían confabulado
al coincidir en ese tramo de tiempo en el que ese par de mujeres,
que jamás soñaron con mirarse la una en los ojos de la otra,
compartían el mismo espacio, las mismas intenciones, sonrisas
similares. Era absurdo, era rematadamente absurdo, pero en su
aberrante hechizo, Claudia, que era testigo de todo cuanto ocurría,
no podía dar crédito a la forma en la que la caleña y la mujer que la
hacía girar entre sus brazos, habían acordado sin proponérselo
coincidir en una danza sincronizada y perfecta, como la de dos
hipocampos mecidos por el vaivén de las mareas. No supo por
cuánto tiempo bailaron, mucho menos supo cuántos minutos estuvo
contemplándolas sin poder apartar sus ojos de ellas mientras la
cerveza se le entibiaba. Solo entendió, a medias, entre negaciones,
que saber a Bárbara de otra, entre las manos o los brazos de otra,
era una realidad que podía producirle la más honda de las
decepciones.
La música cesó para dar la bienvenida a la segunda orquesta que
tocaría esa noche y la desconocida, gentil como ninguna, acompañó
a Bárbara hasta el mismo lugar del cual la había tomado, le estrechó
una de sus manos entre las suyas e inclinó con educación su
cabeza:
—¡Gracias!
—¡A vos por el baile! -volvieron a regalarse esas sonrisas que
parecían episodios de realismo mágico y Bárbara vio a la chica
alejarse. Se percató de nuevo de que llevaba dos coletas y vestía,
además de un jean rasgado, una camiseta blanca con un grabado
en la parte anterior, que no pudo interpretar muy bien. Volteó a ver a
Claudia y se rio entusiasmadísima-. ¡Esa niña baila divino! ¿Oís?
¡Divino!
Claudia la miró de arriba a abajo, por desgracia no la acompañó ni
un poco en su exaltación.
Cuando Oriana pudo separarse del cuerpo de esa desconocida
preciosa con la que había tenido el agrado de bailar, Valentina y
Salomé, que fueron testigos en parte de lo mismo que Claudia había
escudriñado, la recibieron con sonrisas maliciosas del otro lado del
club.
—¡Niña! -soltó la mejor amiga entre risas-. Salomé y yo decidimos
terminar antes con el set de salsa para que no te quedaras sentada
aquí y pudieras bailar con alguna de las dos, pero cuando
llegamos... ¡Milagro! ¡Ya te habías enganchado a la cintura de esa
aparición! -Oriana rio-. ¿Me puedes explicar de dónde sacaste a esa
belleza, oye?
—Tengo rato observándola... -reconoció alzándose de hombros-.
Está sentada del otro lado, acompañada de su novia que por lo
visto, no baila, porque de otra forma no puedo justificar que tengas a
una niña tan maravillosa ansiosa por comerse la pista y que no
tengas la delicadeza de llevarla hasta ella...
—Pues felicidades, china... -Salomé le guiñó el ojo-. Vaya forma
de aliviar la rabieta que pasaste cuando Ana Paula te dejó plantada
porque no podía salir de casa de sus abuelos...
—Sí, sí... -volvió a sentarse junto a sus amigas y tendió la mirada
al otro extremo, donde pudo ver, con cierta dificultad, el perfil de una
Bárbara sonreída hablándole a su acompañante. ¡No imaginaba que
allá, del otro lado, la caleña no paraba de alabarla!-. Esa niña baila
como una ninfa...
—¡Se le nota! -le aseguró Valentina, viendo también a lo lejos a la
preciosa mujer de cabello negro-. ¿Cómo se llama?
—¡Ni idea! -se alzó de hombros y bebió de su trago-. Créeme que
nos comunicamos de muchas formas, pero lo único que no usamos,
fueron los labios.
—Bueno, pero... -Valentina se encimó sobre Oriana con malicia-.
Ya tendrás ocasión de saber un poco más de ella, ¿no?
—Déjate de maricadas, flaca... Ella está con su novia y yo... -
suspiró-. Yo aunque no lo parezca, también tengo a la mía, así que
eso solo fue un baile fantástico con una niña preciosa... ¡No más!
—¡Ay, qué pena! -soltó Salomé sin miedo a quedar como
imprudente-. Mira que venir a toparte con esa fantasía de mujer y no
poder cumplirle cuando menos sus tres deseos... -se echaron a reír.
Sí, desde las suposiciones de Oriana, Claudia bien que podría
pasar por la pareja de Bárbara, una pareja que además no baila. Sí,
le debía respeto a Ana Paula por el tiempo que esa dispar relación
tuviese a bien reunirlas, pero, con las ganas insufladas por los
deleites de la convergencia, ese set de salsa no sería el último que
aprovecharía junto a la mujer de cabello y ojos negros.
Transcurrido unos minutos y aprovechando que el DJ volvía, esta
vez con una canción de Luis Enrique, Oriana se puso de pie y las
amigas la vieron de inmediato.
—¿No me digas que de nuevo vas por esa diosa? -Oriana no
respondió, solo le guiñó el ojo y recorrió todo el trayecto que había
andado antes para volver a la vera de Bárbara que parecía que la
estaba esperando con ansias.
—Hola... -dijo con un gesto de picardía precioso y la otra soltó una
carcajada espléndida, saltó de la silla, depositó su mano sobre la de
ella y se dejó llevar, más feliz que nunca.
Esta vez la pieza que sonaba comenzaba un poco más lento, así
que se aproximaron, sin transgredir una distancia prudente, cónsona
con el hecho de no conocerse. Ahí estaba el nicaragüense
asegurando en sus prosas que lo mejor es vivir el presente y ellas,
haciendo el pacto con él, se miraron a los ojos, se sonrieron y
entendieron que sí, que había que sacarle provecho a la noche que
insistió en reunirlas. El milagro de verlas bailar sucedió de nuevo,
esta vez con más coincidencias hermosas y rocambolescas que le
hacían pensar a más de uno que eso quizás era un espectáculo de
salsa de salón. Les bastaba mirarse para adivinarse. Ningún truco
falló y de haber ocurrido, lo habrían disfrutado enormemente, porque
las risas y el agrado de converger no las abandonó jamás. Bárbara
se sintió complacida... ¡Valió la pena cada día, cada hora o segundo
que tenía sin bailar si finalmente saldaría esa deuda de esa manera
y con semejante compañía! Pocas cosas sacó en limpio de esa
chica de ojos verdosos y cabellos amelcochados de la que no sabía
ni el nombre, pero hubo una, una en particular que se convirtió en el
botín de fascinación de esa noche: un gesto pícaro y maravilloso
que hacía a veces al reír, humedeciéndose los labios preciosos con
la punta de la lengua y mordiéndosela un poco, como una mujer
traviesa a la que le habría encantado comerse a besos.
Cada vez les costó más despedirse y la tercera o cuarta vez que
Oriana fue en pos de Bárbara, ya ella la esperaba de pie, como una
mujer ansiosa que se anticipa a la llegada de la persona anhelada.
Se rieron, se rieron como nunca al encontrarse casi en el centro de
la pista, adivinando que esa canción, que ahora le correspondía a
Víctor Manuelle, las reclamaba.
Ese último set fue el mejor de todos, pues tras cincelar durante
toda la noche la forma en la que sus cuerpos se comunicaban al
bailar, descubrieron que ya ese asunto era tarea hecha y se podría
decir que se habían graduado con honores como políglotas de la
sincronicidad. ¡De la sincronicidad de la simpatía, de la energía, de
miradas y sonrisas que prometían de sobra, al punto de llegar a
desear esa sugerencia que proponía aquella canción motivando al
beso! ¿Por qué no? Pero no.
Eran demasiado comedidas para semejante cosa... Trataron de
mantenerse en sus respectivas posiciones de desconocidas que
convergen por obra del destino, ya no podían evitar que al bailar, las
miradas que habían compartido en esa velada y que antes les
sirvieron para hablarse sin hablarse en la coordinación de la danza,
ahora eran el vehículo perfecto para insinuar otras cosas, como el
nacimiento de una simpatía exageradamente singular. ¿Y qué había
del beso? ¿Quizás en el próximo set? Y nunca lo supieron, pero
cada una en su cabeza ansió que hubiera otra y otra oportunidad de
bailar, para tentar a la noche, ponerle una zancadilla al destino y
llevarse de ese club una probadita, que sería como meterse a la
boca la esquinita de un bocadillo fresco y azucarado de guayaba.
Estuvieron por minutos ignorando, movidas como estaban por la
música, esos destellos que sus ojos y sus sonrisas compartidas
manifestaban cada vez con mayor frecuencia y contundencia, hasta
que la última canción de ese set calló y ambas, frente a frente,
supieron que de nuevo cada una debía volver a su lugar, son sus
respectivas compañías. Se despidieron con una inclinación de
cabeza y un gesto de simpatía y justo antes de que giraran sus
talones para caminar en sentidos opuestos, sonaron los primeros
acordes de Mi sueño de Willie Colon. Regresaba la Fania al club.
Se miraron de un modo indescriptible. Ambas reconocieron de
inmediato la canción y lo que ella podía hacer explorar no solo a sus
memorias y a sus cuerpos, también a sus emociones. Se lo dijeron
todo en esa convergencia de pupilas y aunque hasta ese momento
solo habían bailado cosas más bien movidas, que las mantuvieran a
una distancia prudencial, no les importó acercarse un poco más,
honrando el ritmo, la cadencia y la poesía de la canción.
Bárbara, un poco más baja que Oriana, se colgó con suavidad de
los hombros de esa mujer de la que no sabía ni siquiera el nombre,
mientras sintió las manos de la otra rodearla por la cintura. Se
entregaron al momento en una completud tal que cada una, por su
parte, cerró despacio sus ojos para evitar que lo que sea que
ocurriera a su alrededor, las distrajera en ese milagro de sentirse.
Oriana ratificó el aroma que despedía el cabello negro de Bárbara
cada vez que lo sacudía un poco al bailar, así como el perfume que
exhalaba su piel tan blanca, delicada y suave.
Si de percepciones de este estilo se trata, Bárbara también se
quedó con una que otra, en especial porque pudo hundir su rostro, a
medias, en el cuello de su acompañante. De las experiencias más
incomprensibles y maravillosas de su vida, de eso podía estar
completamente segura.
Se dejaron hipnotizar, como si esa sesión de arrebato de la
consciencia dependiera de numerosos péndulos que describen
parábolas cada vez. Un péndulo oscilaba con el pretexto de la
música, de los metales acariciando sus oídos, del posterior solo de
guitarra vertiginoso, en puntiagudas notas que ellas supieron
reproducir muy bien, notando que sus vientres se rozaban, como
anclados sutilmente el uno en el otro. Otro péndulo representaba el
vaivén del tacto, del calor de dos seres que comprenden, en
metáforas, que la embriaguez que describía la canción las había
tomado a ellas también por asalto, mientras un tercer cuerpo
oscilante, de los muchos que operaban sobre esa hipnosis de la
convergencia, se manifestaba a través de sus miradas, en los pocos
instantes en los que, justificándose en el desarrollo de la canción,
tuvieron a bien separarse, haciéndose imposible dejar de verse, una
y otra vez, a los ojos.
Volver a los brazos de Oriana, con la misma suavidad con la que
Bárbara lograba deslizarse fuera de ellos, era como ver a un
compás sumergirse en su nido en las profundidades de un bosque
húmedo. Tan soñadoras como eran, tan románticas como eran, no,
no querían alzar el vuelo, aunque sentían la brisa de la ensoñación
enredarse en sus pies.
Cuando se soltaron, cada una experimentó una orfandad sutil
testimoniada por la forma en la que esta vez sus dedos se quedaron
soldados por segundos, mientras se deslizaban despacio
anunciando separarse debido al compromiso que les demandaba
volver con las acompañantes oficiales que estaban con ellas en ese
club aquella noche, como si en el fondo no ansiaran ser ellas, a
partir de ese instante y hasta el amanecer, sus verdaderas citas de
este viernes inolvidable. Bárbara suspiró al dejar ir por fin a Oriana,
giró despacio sobre sus pies y al regresar de nuevo junto a Claudia,
se encontró de bruces con una sorpresa:
—¡Nos vamos! -la expresión impositiva de la otra la dejó
completamente contrariada. Notó de qué forma miraba el reloj en su
muñeca, cómo guardaba de nuevo su billetera tras pagar los tragos
de ambas y cuán rápido se ponía de pie.
—¿Nos vamos? -trató de sonreír con su habitual belleza-. Pero
vos me dijiste qu...
—¡Vamos, vamos! -la tomó de la mano y se la llevó a rastras
consigo-. Aún me da tiempo de dejarte en tu casa y llegar a la mía...
—Pero, Claudia, vos me dijiste que... -no la escuchaba. Se
suponía que habían acordado que si ella quería continuar en el lugar
para cuando llegara la hora en la que la otra debía retirarse, podía
hacerlo sin inconvenientes y ahora... ¡Ahora la sacaba del club como
quien huye de un espanto! Suspiró ligeramente decepcionada, pero
al recordar cuán accidentado había sido el día entre ambas, sintió
que lo mejor era seguirle la corriente, para no volver a colocarla en
una de esas posiciones incómodas que ya habían afrontado. Sintió
pena por la desconocida con la que había bailado toda la noche, le
causó una enorme desazón saber que no tuvo oportunidad ni
siquiera de conocer su nombre, mucho menos de tener algún medio
para contactarla en el futuro, pero imaginó que eso solo era un
espejismo que se resumía a instantes de disfrute y poniendo sus
pies sobre la tierra, entendió que era mejor amordazar a su yo
romántico, antes de que despegara en ensoñaciones injustificadas.
Oriana, por su parte, era blanco de las burlas de Valentina y
Salomé, quienes, entre comentarios graciosos, le hicieron saber que
les importaba poco de dónde hubiese salido el espejismo, siempre y
cuando tuviera más de 25 y pudiera ocupar el lugar de Ana Paula.
—¡Tráela! -le dijo Valentina sonriendo de un modo espléndido-.
¡Anda! ¡Ve a buscarla y dile que le quieres presentar a tus amigas y
tráela! ¡Me muero de ganas por saber más de ella!
—¡Flaca! ¿Te volviste loca? -sonrió a medias-. ¿Y Ana Paula?
—¡Niña! ¿Pero qué hay de malo en conocer a una nueva amiga?
¡Búscala, anda! -y movida por una grata emoción, Oriana casi corrió
en pos de esos ojos y ese cabello negro que le habían aterrizado en
la vida aquella noche.
Su decepción fue grande cuando, tras minutos de buscarla por
todo el club, no la halló.
II PARTE

LUNA NUEVA
PASIÓN DE ÁNIMO

Soplé en mis pasos cascos de cristal. No resonaban. No


tintineaban;
son mudas las ilusiones.
Aspiré la promesa en mi ofuscación y aunque te tallé en huellas
me confundo.
Me resigno a beber desde el lindero del abismo
contemplando en mi sed la avidez
por un vistazo de tus infaustos fanales. Te suspiro en pasión de
ánimo
que no muta.
Mutar.
Mutar ahora es saberte.

Estaba tan concentrada que Valentina tuvo que golpear con un


poco más de fuerza el marco de la puerta de su estudio para que
Oriana la notara. La chica alzó sus ojos, que en ese momento
estaban más bien verdosos, y con un gesto breve de su cabeza, la
saludó. Estaba sentada al fondo de esa habitación, ante una mesa
de luz que la mayoría de las veces usaba para crear sus propios
diseños o para transferir y retocar los modelos de tatuajes que traían
consigo algunos de sus clientes.
—¿Estás dibujando?
—No... -susurró y se quitó uno de los audífonos que tenía en las
orejas-. Estaba escribiendo un poema...
—¡No! -su sorpresa fue grata-. Tenías mucho tiempo sin hacerlo...
-se aproximó a ella, se puso de pie a su lado y vio que sobre la
mesa tenía una de sus acostumbradas hojas de papel reciclado y
sobre ella, esos renglones que Valentina miró muy por encima-. ¿No
me digas que Ana Paula hizo aflorar en ti a la musa? -Oriana rio con
picardía y se ruborizó.
—Te vas a reír de mí, flaca...
—¡Qué más da! ¡Si lo hago todos los días! -y para muestra ya
estaba soltando unas carcajadas-. Además, hoy no lo he hecho, ya
me toca mi dosis diaria... -alargó la mano y tomó por fin el papel en
el que figuraban los versos-. Anda, háblame de este poema que
tengo ganas de relajarme un rato...
—He estado pensando en la mujer del viernes...
—¿Y a ella le dedicaste estos versos? -la miró de soslayo.
—Sí... Es ridículo, ¿verdad?
—¿Ridículo? ¿Tú le viste el culo a esa niña? -Oriana se indignó.
—¡Ay, Valentina Izaquita! ¿Por qué siempre tienes que estar
llevando las cosas por el camino que no es?
—¡Al contrario! Lo que te quiero decir es que si yo hubiese bailado
el viernes con una vieja como esa, ¡niña! ¡Hoy mínimo le estaría
escribiendo Cien años de soledad con otros dos siglos incluidos!
—Cien años de soledad... -musitó pensativa-. ¿Y si a mí, como a
los Buendía, me toca vivir en carne propia la tribulación de la
soledad por poner mis ojos, como una idiota, en el espejismo de un
cabello negro con visos azules, una piel de luna y una sonrisa de
fantasía?
—Siempre que no tengas hijos con cola de cerdo, Aureliano
Babilonia...
—Pues ya lo dijo una vez El Gabo: "La fuerza invencible que ha
impulsado al mundo no son los amores felices sino los
contrariados."
—¡Y a ti que te encanta el romanticismo! ¿No podías poner tus
ojos en otra cosa que no fuese el culo espléndido de esa niña?
—Pues no... Fíjate que no me fijé en su trasero, pero te puedo
decir que la mirada... ¡La mirada de esa niña no me la puedo sacar
de la cabeza!
—Lástima que le dio por jugar a la Cenicienta... ¿No?
—¡Cómo no! -soltó el lapicero con el que había estado
escribiendo hasta ese momento y se pellizcó un poco el lóbulo de la
oreja-. ¡La novia se la llevó del local luego de que vio que nos dio
por bailar algo más íntimo!
—No la culpo... -volvió a poner la hoja sobre la mesa de la cual la
había tomado-. Esa última canción sí que la bailaron cachete con
cachete, oye... ¡La bailaron en una baldosa, ni más ni menos! -
caminó hasta un sofá que había allí en ese estudio, en el que los
acompañantes de los clientes podían acomodarse durante cada
sesión-. ¿Y Ana Paula? ¿La has visto? ¿O solo tienes cabeza para
la culona?
—No, no la he visto... -suspiró-. La pelada estuvo fuera de la
ciudad porque se fue a la finca de unos tíos desde el viernes y poco
hemos hablado...
—Claro, claro, porque a Ana Paula se le da bien todo, menos la
charla, ¿no?
—Algo así, sí... La ausencia de Ana me ha servido para
reflexionar...
—¿Reflexionar en la culona?
—¡Le vuelves a decir así a la niña del club y te saco los ojos, oye!
-Valentina soltó una carcajada.
—Bueno, de algún modo le tengo que llamar, porque ni el nombre
te dio... A ver... -pensó-. ¿Te parece bien que le diga la Cenicienta
Cartagenera?
—¡Al menos no le dijiste la Cenicienta Culona!
—Lo pensé, pero que conste que lo propusiste tú... -seguía riendo
con gusto.
—No, no he reflexionado sobre la niña del club... -aprovechó de
trenzarse el cabello liso y de color acaramelado en un par de
crinejas mientras le hablaba a Valentina-. La niña del club de salsa
es como una estrella fugaz...
—¿A ver...?
—Como cuando te quedas así, viendo el firmamento y de pronto
ves una y eso te causa emoción, sobresalto...
—¿Así que la Cenicienta te sobresalta?
—Un poco y me dio hasta pena que se marchara así, pero... -
suspiró-. Volviendo a mis reflexiones -miró a los ojos a su mejor
amiga-, creo que es prudente que termine con Ana Paula...
—¡Pero si no tienen más que un mes!
—Sí, lo sé, pero me tiene un poco cansada, flaca...
—Serás la primera mujer que se cansa de hacer el amor...
—¡No es eso! -volvió a indignarse-. Es que yo quiero mucho más
que solo sexo... Además... -Oriana lanzó la mirada hacia la puerta
del estudio, resopló con suavidad, apoyó las palmas de sus manos
sobre la superficie de la mesa de luz ante la cual estaba sentada y
al extender sus brazos, ese movimiento le sirvió de impulso para
ponerse de pie despacio. Fue hasta la entrada de esa habitación,
asomó su cabeza al pasillo, constató que no había ningún cliente
merodeando y la cerró. Regresó sobre sus pasos, pero esta vez
para sentarse en uno de los reposabrazos del sofá que Valentina
usaba-. Además... Ana Paula es muy fogosa, es cierto, es una niña
muy caliente, pero a la vez es muy mezquina...
—¿Qué quieres decir?
—Que como amante, como persona, es muy mezquina... Parece
que todo gira en función de lo que ella quiere, incluso el sexo...
—¡Ah, que la pelada es perezosa!
—Sumamente perezosa, sí... No me malinterpretes, ella tiene
algunas iniciativas y no están mal, pero...
—Pero es inexperta y eso le juega en contra...
—¡Exactamente! -suspiró-. Déjame que te explique... Al principio
no lo noté porque estaba abrumada por los ardores de la novedad y
claro, al entregarme con poco o ningún razonamiento a mis
instintos, pues cualquier cosa, por mínima que fuera, era suficiente
para que yo sintiera mucho deleite... Mucho placer... Con el paso de
los días me di cuenta de estas cosas que te comento y comencé a
entender que lo único que aparentemente funcionaba entre
nosotras, también estaba fallando. Yo la he ido moldeando de a
poco, pero a veces siento que muchas de las cosas que hace, las
hace por salir del paso, así que buena parte de la responsabilidad
recae sobre mí, ¿entiendes? -la otra asintió-. Tengo que encargarme
casi de todo, incluso de mí misma...
—¡Ah! -se sorprendió-. ¿A veces te has quedado insatisfecha?
—Varias veces, sí... Varias veces y me ha tocado pues... tú
sabes...
—¿Con ella allí?
—A veces con ella allí... -¿Y qué hace, qué te dice?
—Pues solo me observa y cuando acabo conmigo, tengo que ir de
nuevo por ella, porque comprenderás que verme en esos
menesteres, pues la excita...
—¡Oriana Padrón! ¡Te tocó doble turno!
—¡Y hasta triple! -bajó la mirada con un dejo de decepción-. No
sé, flaca... Creo que de nuevo la embarré...
—Siempre supimos que ese era el riesgo, ¿no?
—Sí... He tratado de involucrar a Ana Paula en mi vida, de
hacerme parte de la suya... He tratado de hablarle de mi gusto por
algunos tatuadores, de mi admiración por Posada, por Augusto
Rendón, Juan Antonio Roda o por José Antonio Suárez... He tratado
de mostrarle algunos de mis diseños, mis cuadernos de dibujo, mis
sketchs, pero todo acaba igual...
—¿Cómo así?
—Todo acaba en Ana Paula ignorándome a los veinte minutos y
buscándome para que hagamos el amor...
—¿Y no le has dedicado uno de esos poemas tuyos que bajan las
bragas, oye?
—No... ¡Ni sabe que los escribo, mucho menos ha sido la artífice
de ninguno, porque no es precisamente el amor romántico lo que
me inspira! -suspiró desolada-. Le propuse ir de paseo en bici hace
unos días y casi se cagó de risa en mi cara... Imagínate que hasta
me dijo que le estaba insinuando que era una holgazana por no
hacer ejercicio... -Valentina soltó una carcajada.
—Ni modo, OriP... -pensó unos instantes-. Yo te diría que le des
un tiempo más, quizás aún es muy pronto y la relación no ha
acabado de asentarse... Quizás están aún en esa etapa en la que
todo es sexo desenfrenado y cuando baje la temperatura...
—¡Cuando baje la temperatura lo que vas a tener es a una Ana
Paula que me va a mandar a volar para involucrarse con otra que le
vuelva a encender los carbones! ¡De eso puedes estar segura!
—¿Y cómo te sientes con esa idea?
—Resignada... -se alzó de hombros-. Ana Paula, consciente de
eso o no, ha puesto muchas trabas para que nuestra relación escale
a más y a estas alturas siento que si eso pasa, no tendré ni motivos
para echarla de menos... Justo ahora, flaca, siento que tengo a una
taza que no combina con el resto de la loza, ¿ves? -se miraron a los
ojos-. Siento que ese pocillo solo está ahí para que no se me
descomplete la vajilla, pero en el momento menos pensado voy y
me harto de tener una taza roja entre tantas piezas blancas y yo
misma la estrello contra la pared -suspiró-. Siento que Ana Paula
está ocupando el lugar que le pertenece a otra, que es como una
cuña... Si no la saco de ahí, la verdadera pieza que encaja en ese
vacío no va a llegar... ¿Entiendes?
—No, pues, si está clarísimo... -pensó varios instantes-. ¿Y quién
es la otra? ¿La que sí encaja?
—¡Y yo qué voy a saber! Justo ahora no hay ninguna en mi vida
que parezca encajar...
—¡Y tan buena que se veía la culona, oye! -se echó a reír solo de
ver cómo Oriana la fulminaba con la mirada.
—Valentina, te voy a arrancar la lengua si sigues con eso... -
suspiró mientras la otra no paraba de carcajearse-. No metas a la
niña del club en esto... Eso fue como ver pasar a un cometa... -lanzó
la mirada hacia la mesa de luz y desde allí divisó el papel sobre
ella-. Al menos le hice el homenaje con unos versos...
—Sigue, sigue con los poemas... -le guiñó el ojo-. Quizás entre un
verso y otro pasa un ángel, te escucha las peticiones y va y te
cumple el deseo... -finalmente Oriana le sonrió con candidez.
Claudia se adelantó para esperar a Bárbara en su vehículo.
Cuando la vio salir del edificio y caminar hacia ella, su mirada
prescindió de todo lo que ocurría en esa calle de Cartagena para
quedarse con el vaivén del cabello de esa mujer a cada paso que
daba al bajar las escaleras y en sus piernas, las piernas que
quedaban a medias descubiertas por la falda de ese vestido ligero
que llevaba aquella mañana.
Abrió la portezuela del auto y dejó a la otra maravillada cuando se
subió a él. Bárbara fue tan absolutamente delicada y meticulosa al
flexionar y juntar sus piernas, al manipular su falda, que Claudia
sintió una mezcla fulminante de admiración con encanto. No.
Claudia Valencia pocas veces en su vida había vestido falda. Desde
siempre se la llevó mejor con los pantalones y los prefería antes que
cualquier otra cosa. No supo por qué sintió la necesidad de hacerle
algún comentario acerca de su atuendo de aquella mañana de
lunes, pero consciente de que la ingeniero la empujaba cada vez
más por el lindero de las estupideces, prefirió callar.
—¿Estás lista?
—Sí, claro... -se pusieron en marcha hacia una nueva excursión
fuera de Cartagena. Bárbara manipulaba su smartphone y Claudia
notó que por primera vez desde que habían coincidido en la cabina
de ese vehículo, la mujer de cabello negro se colocaba unos
audífonos en las orejas y se disponía a escuchar música, antes que
hablar con ella.
—¿Y eso? -dijo y la otra volteó a verla de inmediato-. ¿Por qué
haces eso? ¿Por qué usar audífonos, si siempre hemos compartido
la música mientras vamos de viaje?
—Ah... -reflexionó y se percató de que su gesto quizás era
descortés para una mujer como Claudia, que por lo visto era
bastante susceptible a las sutilezas-. ¿Te parece bien si coloco lo
que estoy escuchando?
—Sí, claro... -le hizo un gesto con su mano derecha-. En alguna
parte encontrarás conexión bluetooth con ese aparato, supongo...
—Listo... -en solo segundos la canción se escuchó en el vehículo
y Claudia notó cómo Bárbara colocaba su smartphone sobre su
regazo, entrelazaba sus dedos, suspiraba y de nuevo tendía esa
mirada preciosa que la caracterizaba fuera de ese auto, a cualquier
punto distante del paisaje. La melodía se le hizo irritantemente
familiar a la que conducía, que se puso de mal humor en un tris.
—Es vieja esa canción, ¿cierto? -Bárbara no parecía escucharla,
hipnotizada por esa pieza, la misma que bailó por última vez con
Oriana-.
—¡Hey, caleña soñadora! -y la sacudió un poco, haciéndola volver
a la cabina de ese automóvil.
—¿Sí?
—Te decía que es vieja esa canción...
—Vieja, pero maravillosa, ¿cierto? -sonrió de ese modo adorable.
—Para ti que te gusta la salsa, por lo visto... -Bárbara no tardó en
escaparse de nuevo de la conversación de Claudia y la mujer que
conducía supo exactamente a dónde se estaban yendo sus
pensamientos esa mañana de lunes. Tamborileó el volante con la
punta de sus dedos, nerviosa, y volvió a añadir con cierta
brusquedad: ¿Siempre haces eso?
—¿Disculpa? -volteó a verla con curiosidad.
—Te preguntaba que si siempre haces eso... Es decir... -la miró a
los ojos un par de segundos, en los de Bárbara no encontró esa
cálida acogida que les caracterizaba, por un instante sintió que la
estaba importunando al impedirle, con su críptica conversación,
entregarse a posibles ensoñaciones-. Siempre que vas a un club de
esos... ¡De esos, tú sabes! Como el lugar al que fuimos el viernes...
—¿Sí...?
—¿Siempre que vas a un lugar de esos bailas así, con
cualquiera? -Bárbara la miró de arriba a abajo por dos segundos,
sonrió y apeló a su sempiterna indulgencia:
—No sé qué tiene de malo aceptarle la invitación a bailar a una
persona que está, como tú, en un club al que se va para eso...
—Pero esa persona era una completa desconocida...
—Pues sí... -rio con un dejo de picardía-. Así funciona, Claudia,
¿sabes? Muchas veces vas a ese tipo de lugares y aunque estés
acompañado, puede que termines compartiendo una que otra pieza
con alguien desconocido...
—Bárbara... -trató de sonreír-. Tú no bailaste una que otra pieza...
¡Estuviste toda la noche con esa vieja repleta de tatuajes que ni
sabes de dónde salió!
—Estuve toda la noche conversando con vos, Claudia... -sonrió lo
mejor que pudo-. Y de a ratos... -se le escaparon los pensamientos
como canarios que salen de una jaula una vez la ven abierta-. De a
ratos bailaba con esa desconocida, de la que no me dejaste ni
despedirme al sacarme de ese lugar así...
—¡Lo siento! -fingió avergonzarse, la verdad es que no lo sentía
en lo absoluto-. ¡Lo siento, Bárbara! Una vez salimos y me percaté
de la forma en la que te había llevado fuera de allí entendí que
había sido muy imprudente...
—Además habíamos acordado que yo podría permanecer en el
club si...
—¡Pero ponte en mi lugar! -la interrumpió, ignorándola y hablando
por encima de sus propias reflexiones-. ¡Ponte en mi lugar! Le hice
creer a Armando que me iría temprano a casa en lugar de ir a la
celebración de su primo... Tenía que volver justo a tiempo, porque
de lo contrario se habría armado un escándalo... ¿Lo imaginas?
—Lo imagino, sí... -estaba ligeramente desencajada con el
comportamiento atropellado de Claudia esa mañana de lunes.
—Bueno, te la debo, Bárbara... -sonrió. La canción inicial había
culminado y ahora sonaba cualquier tema aleatorio-. La próxima vez
que vayamos a ese lugar o a cualquier otro, te dejaré de tu cuenta
con tus... ¿cómo fue que dijiste el viernes? ¡Ah, sí, pretendientas! -la
otra rio, apenas-. Y ahora que hablo de las pretendientas... ¿Me
contarás o no sobre ellas?
—¿Qué quieres saber?
—¡Todo! -no estaba dispuesta a quedarse rezagada, la curiosidad
había tenido tiempo de sobra para crecer dentro de ella todo el fin
de semana.
—¿Todo? -rio, en el fondo un poco desencajada.
—Bueno... -se ruborizó, entendiendo que Bárbara tenía la
habilidad de acorralarla en las cuerdas del cuadrilátero de la
imprudencia-. Lo que quiero decir es... A ver, que puedes decirme
todo lo que tú quieras...
—Ajá... -miró por unos instantes al camino-. Me sorprende, el
viernes te sentí un poco incómoda con eso... Especialmente cuando
estábamos en el club...
—¡No, no! -le tomó la pierna con un dejo de brusquedad y a
Bárbara le sorprendió sentir el calor de su mano sobre su falda, pero
también en contacto con una pequeña porción de su piel-. No
pienses eso... Te seré muy sincera, Bárbara... Jamás me hubiese
imaginado que una mujer tan linda como tú, tan femenina como tú,
pues...
—¡Claudia, por favor! -y rio, tomándose las imprudencias de su
colega a broma antes que amargarse por sus prejuicios solapados-.
Así como hay miles de mujeres heterosexuales en el mundo,
también hay miles de mujeres lesbianas y cada una es como mejor
le acomode, ¿no?
—Claro, claro, tienes toda la razón... -rio de un modo forzado,
pero Bárbara, con esa gentileza que la llevaba a disculpar hasta los
ademanes más toscos, no notó el tono impostado de Claudia-. Vas a
tener que educarme, Bárbara...
—Listo... -se aclaró un poco la garganta y volvió a reír, esta vez
como una niña traviesa-. ¿Y por dónde quieres comenzar tus
lecciones?
—¿Cuándo supiste que eras lesbiana?
—A los 21 años lo ratifiqué, por decirlo de algún modo... Fue mi
primer amor, mi primera pareja...
—¿Y los muchachos? -la miró de soslayo, ligeramente
sorprendida-. ¿No tuviste novios antes de eso?
—No... -se alzó de hombros-. Siempre fui tímida, introspectiva, no
me interesaba demasiado relacionarme con hombres...
—¿Y esa mujer? Esa, esa que dices que fue tu primer amor...
—Una amiga de la universidad... Nos conocimos y fue fulminante,
la verdad... En pocos meses ya estábamos metidas en una
relación... -volvió a mirar por la ventanilla con gesto soñador-.
Vivimos un romance intenso y precioso, pero de algún modo ambas
sentimos miedo y lo arruinamos a nuestra manera...
—¿Y luego?
—Luego estuve un par de años sola, saliendo con una que otra
mujer, pero nada funcionaba para mí, hasta que conocí a mi ex en
Bogotá... Estuvimos juntas por cuatro años...
—Cuatro años... ¿y tú tienes...?
—30... Hace solo unos meses cumplí los 30.
—¿Y cuántos años estuviste con la primera?
—Dos años -Claudia permaneció en silencio varios segundos,
como si ese tiempo le sirviera para hacer algunas cuentas mentales.
—Y esa canción... Esa que hace unas semanas te puso
soñadora... ¿Te recuerda a alguna de ellas?
—No... -sonrió a medias, intrigada por la avidez de Claudia-. Esa
tarde te expliqué que no es una canción que me lleve a alguien o a
algo que ya haya visto o vivido, es solo... -su mirada se perdió en el
horizonte-. Solo una añoranza que no sé explicarme con exactitud...
-como un destello de luz que todo lo ilumina antes de que se
escuche el rugido del relámpago, así se le vino a la cabeza a
Bárbara la mirada de la mujer con la que había bailado el viernes en
aquel club de salsa. Claudia no le daría tregua a sus ensoñaciones:
—¿Por qué terminaste con tu última pareja? -la caleña volteó muy
despacio, compuso un gesto amargo.
—Hubo de todo un poco... Celos, egoísmo, maltrato...
—¿Te pegaba? -se sorprendió y volteó a verla de inmediato.
—¡No, no! -rio ante su ingenua percepción literal-. Hay muchos
tipos de maltrato... Digamos que en este caso fue verbal y
psicológico... -suspiró-. Ella es una mujer muy compleja...
Básicamente no se asume lesbiana y eso detona en ella episodios
de frustración muy intensos.
—¿No se asume y tuvo algo contigo?
—Sí... Es una fórmula bastante habitual... Algunas ponen como
pretexto esa frase que dice: “solo me pasa con vos” como si esa
homosexualidad selectiva les sirviera de escudo ante los juicios o la
posibilidad de que las señalen como lesbianas. Sí, al menos se dan
la licencia de amar de la forma en la que realmente lo quieren, pero
estando allí nunca nada está bien... No sé si me entiendes...
—No... -pero en el fondo de su corazón, la entendía
perfectamente.
—Es decir... La relación, por muy hermosa que sea, les produce
culpa, incomodidad, temor, dudas... Es como lanzarte a una piscina
en la que ansías zambullirte, pero una vez estás allí, nunca te
acostumbras a las aguas...
—¿Y no es más fácil intentarlo con un hombre? -rio, como si con
esa risa pudiese restarle estupidez a su llaneza-. Tú misma... ¿De
qué te sirve estar con otras mujeres si en el fondo no eres feliz?
¡Una mujer tan bella podría tener a cualquier tipo en la vida, a
cualquiera!
—Yo no quiero a cualquier tipo en la vida -su voz sonó tan seria
por primera vez desde que había comenzado a relacionarse con
Claudia que la que conducía volteó a verla de inmediato, con un
dejo además de temor-. Yo quiero a la mujer de mi vida -se miraron
fijamente-. ¿Qué hay de malo o de extraño en eso, Claudia? -la otra
no respondió, ni siquiera supo cómo.
CRONÓMETRO

Oriana metió la mano en el bolsillo del jean negro rasgado que


vestía esa tarde y sacó de ella el reloj y cronómetro antiguo que
siempre llevaba consigo. Sonrió con satisfacción al ver que era
temprano, se guardó el artefacto de nuevo, tomó su teléfono
inteligente del mismo mueble en el que solían estar sus
instrumentos de trabajo, verificó su WhatsApp para constatar que el
cliente que había cancelado su cita para tatuarse esa tarde estaba
de acuerdo con la nueva fecha y para corroborar que Ana Paula no
había aparecido en lo que iba de día.
Suspiró, se colocó en las orejas los auriculares inalámbricos que
estaban sobre el mismo mueble, los sincronizó con su dispositivo
móvil, puso a sonar un poco de música, metió el teléfono en el
bolsillo interno de esa chaqueta ligera que llevaba puesta ese día,
giró sobre sus talones, entró al baño pequeño que estaba allí en esa
habitación, cerró la puerta, descolgó de la parte posterior de ella su
mochila, su casco de ciclista, verificó que tuviera dentro de ese
bolso todo lo necesario y luego de dejar cada cosa en orden y
apagar las luces, abandonó el estudio.
Frente a la puerta de ese edificio de pocos pisos, en una
aparcadero especialmente diseñado para ello, estaba una de las
bicicletas de Oriana. Esa vez se había llevado consigo su Stolen
Agent. Se arrodilló, sacó de uno de los bolsillos de su mochila las
llaves que abrirían la cadena de seguridad que aseguraba la BMX a
esas barras de aluminio y una vez la liberó, guardó la guaya, se
incorporó y procedió a colocarse el casco. En ese preciso momento
vio a Valentina salir del edificio, con un cigarro y un encendedor
Zippo en la mano.
—¡OriP! ¡Qué suerte que no te has ido!
—¿Qué pasó? -y tras colocarse el casco sin asegurarse las
correas, metió entre sus piernas la bicicleta, al tiempo que se
colgaba de ambos hombros la mochila.
—Te iba a preguntar si tenías planes para esta noche...
—Hasta ahora, no... Voy un rato al skatepark a tontear con la bici
y de ahí, a mi casa...
—¿La fogosa perezosa...?
—La fogosa perezosa no ha aparecido y a juzgar por la hora, no
creo que lo haga por hoy... Además, desde que salí de casa esta
mañana estaba entusiasmada con la idea de ir a pasar un rato al
parque, así que...
—Te preguntaba si tenías planes porque unos amigos de Salomé
van a tocar esta noche en el restaurante donde ella trabaja, oye...
Los pelados tienen una banda que suena bastante bien y
consiguieron esa presentación... ¿Te animas? -le sonrió con
malicia-. Puedes bailar y a lo mejor te consigues con otra Cenicienta
Culona como la de la otra noche.
—Valentina, no dejarás de decirle así a esa niña hasta que te
pase las ruedas de la bicicleta por la lengua, ¿no? -se lo dijo
indignada.
—Ya, ya, Oriana, no te enojes... -se llevó el cigarrillo a los labios y
en segundos, ya lo tenía encendido y humeando. Lo atenazó con
sus dedos luego de calar, lo llevó a un costado de su cuerpo, exhaló
la bocanada y habló: ¿Qué me dices? ¿Vendrás esta noche?
—Iré... Me gusta la idea... Estaré un rato en el parque, iré a casa
a cambiarme y cuando esté lista, te escribo, ¿te parece?
—Listo...
—Nos vemos... -lanzó su mirada a la calle, corroborando el
tránsito, y en un par de pedaleadas, ya se había alejado de
Valentina y de ese edificio de Getsemaní.
No, Oriana no era una biker profesional, pero sí que le había
dedicado buena parte de su adolescencia y de su juventud a esa
disciplina. Además de dibujar, crear nuevos diseños para su
catálogo de tatuajes y eventualmente, cuando la musa la visitaba,
escribir poemas, hacer trucos con su BMX era uno de sus hobbies.
Cosas como el Nose 180 y el Full Cab se les daban de maravilla, así
como otros trucos que practicaba como una chica que se tomaba la
bicicleta como un entretenimiento muy serio.
El mismo deleite que le producía tatuar, la misma capacidad de
hacer de la mente un lienzo en blanco, se lo ofrecía también el
freestyle, así que una vez que llegó al skatepark se obnubiló en él
por al menos un par de horas, hasta que recordando el compromiso
que tenía con Valentina decidió marcharse a casa.
Por suerte vivía en El Cabrero y ese lugar a donde iba con
frecuencia a entretenerse estaba justo de camino entre el estudio de
body art que compartía con Pacho y su mejor amiga y su casa, un
departamentito de una sola habitación al que había logrado mudarse
unos cuatro años atrás.
Al llegar a Cartagena a los 18 años, una de las primeras cosas
que hizo, además de formarse como dibujante, fue compartir
departamento con Valentina y otras dos chicas más. Una vez
comenzó a cobrar algo de visibilidad como tatuadora y empezó a
ganar mucho más dinero, pudo independizarse. En aquel momento
la amiga tuvo una suerte similar, sumada al hecho de que se había
enamorado de Salomé, con quien vivía desde hacía varios años.
Pedaleaba en dirección a su casa y le prestaba especial atención
al camino, pero el vuelo de una falda en la que parecía jugar la brisa
proveniente del Caribe se le cruzó en la vía y se valió de su visión
periférica para reparar, sin demasiado ahínco, en las caderas y en
las piernas que esa prenda vaporosa cubrían. Aún superficialmente,
lo que vio le pareció fabuloso y por un instante quiso saber si el
rostro de esa mujer de cabello negro se correpondía con el
espectáculo de su silueta, así que al adelantarla con la bicicleta y en
un movimiento veloz de su cabeza, volteó para encontrarse con el
rostro precioso de una niña a la que ya conocía.
Oriana casi se va de bruces con su bicicleta y tratando de
mantener el control sobre el vehículo de dos ruedas, asimilando de
un modo más que precipitado que existía la posibilidad de que
pudiera volver a toparse con la mujer a la que le había dedicado, sin
que ella lo supiera, unos versos, detuvo la marcha varios metros
más allá, cuando lo consideró prudente debido al tráfico.
Sin bajarse del todo de la bici la empujó con sus piernas hasta la
acera, subió a la banqueta y tendió la mirada hacia atrás, con la
esperanza de ver caminar a su encuentro a ese espectáculo de
mujer, pero salvo una señora que paseaba a su perro y un par de
adolescentes que caminaban y conversaban animadísimos, no
obtuvo más señas de esas caderas y de esas piernas que casi le
cuestan una rotunda caída. Suspiró, confundida. ¿Lo había
imaginado? Se percató de que en su recorrido había dejado atrás a
una de esas callecitas ciegas de El Cabrero, así que se le ocurrió
que quizás la mujer maravillosa había desaparecido en ella. No, no
se devolvería, se sacó el cronómetro del bolsillo, lo verificó y se dio
cuenta de que se le hacía tarde para su cita con Valentina así que,
resignada, siguió su camino y pocos metros más allá ya estaba en la
fachada de su edificio.
Oriana no era la única mujer de Cartagena que podía tener
algunas alucinaciones con la falda vaporosa de Bárbara. Claudia, de
hecho, parecía muy afectada con la visión, aún y cuando miraba sin
prestar demasiada atención a Marcela sentada a la mesa de la
cocina junto a su padre, hablándole en su tierna vocecita infantil
acerca de todas las cosas que había estado haciendo en el colegio
aquel día.
La ingeniero sonreía sutilmente siguiendo lo mejor que podía la
narración de la niña, sin embargo, como en destellos de luz, la
sonrisa de Bárbara, su cabello jugando al viento mientras
supervisaban las obras aquella tarde y la forma en la cual su falda
se sacudía con sutileza, amenazando con descubrir más de sus
piernas, se le venían a la memoria de un modo casi enfermizo. Se
sintió culpable, avergonzada y en un movimiento veloz, que ni
siquiera el mismo Armando atinó a comprender, abandonó la cocina.
Se encerró en el baño, al principio con la excusa de quedarse por
unos instantes a solas, ya que ese lugar, como mujer casada con
dos hijos, era uno de los pocos recintos de privacidad que lograba
conservar en aquella casa. Se sentó sobre la tapa del retrete, se
tomó la cara con ambas manos y en solo segundos un rubor tibio,
casi hirviente, le escaló por las mejillas. Una vez allí sintió que
estaría bien si se daba un baño, así que procedió a desnudar su
cuerpo de mujer de 36 años y entró a la ducha. Apenas el agua
comenzó a correr por su cabeza y por su rostro, la imagen de
Bárbara tomó una consistencia tal en su mente que pensó que no
estaría mal si se entregaba enteramente a sus evocaciones. Allí
nadie podría verla, sentirla o juzgarla.
Recordó la forma en la que la caleña se subió al automóvil, cómo
juntó sus piernas, las flexionó, las colocó de un modo grácil.
Recordó el sesgo de la falda recorriéndole los muslos, unos dos o
tres dedos más arriba de la rodilla. Recordó muy especialmente
cómo le tomó la pierna, cuán firme la sintió, cuán suave parecía el
minúsculo espacio de su piel que pudo rozar y acto seguido, su
atención pasó de las evocaciones de Bárbara a los efectos que esto
tenía en su propio cuerpo y se descubrió a sí misma muy excitada.
Abrió los ojos, confundida, apenada, aterrada y no supo qué hacer
con ese frenesí que golpeaba contra su pubis como un ariete de
deseo.
Claudia jamás se había masturbado. Había escuchado hablar del
tema, sus amigas se lo habían aconsejado en cientos de
oportunidades y ella fingía que sí, que lo disfrutaba con relativa
frecuencia, pero sus supuestos episodios de autoerotismo solo eran
una mentira más, para no ser juzgada de mojigata ante un grupo de
mujeres, contemporáneas con ella, que tenían un perfil muy similar
al suyo.
De haberse concedido la libertad de explorarse a plenitud, muy
probablemente Claudia tendría una mejor comprensión no solo del
sexo, también de su forma de sentir y de las cosas que sobre la
cama podía demandar amorosamente de su marido, pero era una
asignatura no cursada, que además le restaba oportunidades en
asuntos como la autoaceptación y el autoconocimiento. Suspiró.
¿Cómo sacarse de encima ese golpe de calor que era el recuerdo
cada vez más vívido de Bárbara Monsalve en sus pensamientos?
Solo tenía una alternativa y cruzaba los dedos para que fuese
viable, porque se figuró que de ser así, mataría dos pájaros de un
solo tiro.
Contó cada minuto desde ese momento hasta que supo que
Marcela y Juan José estaban dormidos; profundamente dormidos.
Cruzó los dedos para que ninguna pesadilla, ningún desvelo
repentino u ocurrencia infantil tomara por asalto el descanso de los
dos pequeños y se fue a su habitación en busca de la única persona
a la que podía recurrir para remediar el incremento de su libido.
Los niños no eran los únicos en dormir. Armando también se
había quedado dormido con el control remoto del televisor sobre el
pecho y Claudia, con la excusa de apagar el aparato, no solo
depositó el mando a distancia sobre el velador una vez que la
habitación se sumió en la penumbra, también comenzó a acariciar el
pecho del marido, bajó con manos más bien firmes por su abdomen
y se deslizó por debajo del pantalón de la pijama, donde procedió a
masajear su miembro.
Armando abrió sus ojos de forma repentina y entendió, sin
mayores rodeos, que la mujer lo solicitaba aquella noche. Se
desperezó como pudo y tomando a Claudia por las nalgas, la
aproximó hasta él, la invitó a que se sentara a horcajadas sobre su
cuerpo y procedió a besarla, mientras giraban y se colaba sobre su
cuerpo, afirmándose a las piernas que ella usaba para rodearlo.
Poco tiempo le tomó despojarla de la ropa que le impidiera
penetrarla y ya estaba listo para volcarse en sus entrañas cuando
Claudia, súbitamente, lo tomó por la cabeza y comenzó a empujarla
hacia su abdomen.
Entendió que ella quizás prefería que se extendiera un poco más
en los preliminares, así que fue por sus senos, mientras la mente de
aquella mujer ya estaba lejos, muy lejos de esa habitación. Se
propuso no juzgarse, se aferró a la idea de que lo que pasara en su
cabeza le pertenecía por entero y que aquellos eran confines a los
que no llegaría nadie, así que allí, en ese universo inmaterial,
comenzó a imaginar que era Bárbara Monsalve la que estaba sobre
ella.
No tenía mucha idea de cómo podrían hacerse el amor dos
mujeres, pero no era tan estúpida como para no llegar a la
conclusión de que muy probablemente cosas como el sexo oral o la
penetración con los dedos eran clásicos de un episodio lésbico, así
que se dispuso a usar a Armando como refuerzo para sus
sensaciones. No le bastó que el marido le besara y acariciara los
senos, ella continuó insistiendo y con sus manos procedió a llevarlo
hasta donde lo quería exactamente.
Armando titubeó. El sexo oral no era uno de sus fuertes, mucho
menos lo que prefería, pero ante la petición de Claudia:
—Por favor, hazlo... -no tuvo más alternativa que complacerla,
apelando además a sus mejores estrategias. Supuso que si era
vehemente e insistente, la excitaría mucho más y ella accedería a
pasar al momento cúspide en el cual él retornaría al misionero y la
penetraría, como lo habían estado haciendo la mayoría de la veces
durante muchos, muchos años.
Estaba allí, volcado en su humedad cuando Claudia lo sorprendió
con una nueva petición:
—Penétrame... -Armando se movió con agilidad para hacer su
mejor parte y ella, al instante, aclaró: No, así no... Con los dedos... -
se miraron a los ojos. Él estaba un poco confundido-. Sígueme
besando mientras me penetras...
—Mi amor... -sonrió de medio lado-. Creo que no ent...
—¡Que me sigas haciendo el sexo oral y a la vez, méteme los
dedos!
Él volvió a mirarla con un dejo de desconcierto y suspirando,
volvió hasta donde había estado sumergido antes, para intentarlo.
Por instantes pensó en la forma en la que él alcanzaría el desahogo
de empeñarse Claudia en postergar esa exploración hasta su
orgasmo, pero la mujer, la mujer que estaba sobre aquella cama esa
noche ya estaba de nuevo muy lejos, entregada casi por entero a la
imagen de una Bárbara que, tal y como lo estaba haciendo Armando
en ese momento, la recorría dentro y fuera para su absoluto frenesí.
LA NIÑA DE LAS COLETAS

—¡Hola, cariñito azucarado! -Bárbara soltó una carcajada al


escuchar a la hermana decirle de ese modo-. ¿Cómo va Cartagena,
chatita? ¿Cómo te sientes?
—Animada, Carito... -sus palabras se filtraban a través de una de
sus sonrisas-. Hay mucho trabajo por acá, pero la verdad estoy muy
animada. La ciudad es maravillosa, tener el mar tan cerca me hace
mucho bien y aunque no he tenido la oportunidad de recorrerla
demasiado, al menos me doy mis escapaditas de vez en cuando
hasta el malecón.
—Me alegra. Eso quiere decir que ya no eres una paliducha,
como cuando estabas en Bogotá.
—Poco a poco he ido tomando algo de colorcito, así es...
—¿Y el corazoncito? ¿Sigues sufriendo por Tania?
—¡Tamara! -la carcajada de Carito fue inmediata.
—Te diré que cada día me cuesta más encontrar nombres de
mujer que empiecen por T... -ambas reían-. Me vas a tener que
disculpar una vez que empiece a repetirlos...
—El corazón está bien... -caminó hacia el monumento de la india
Catalina para sentarse en sus escalinatas y hacer una pausa en su
caminata de regreso a casa-. Por cierto, quería contarte...
—¿Qué sucedió?
—Me pasó algo muy curioso hace un par de semanas...
—¿Conociste a alguien?
—Desgraciadamente no, no la conocí, pero bailé con ella...
—¿Cómo así?
—¿Recuerdas a Claudia Valencia? La ingeniero con la que
trabajo...
—¡Sí, claro, lo recuerdo! -frunció el ceño con recelo-. ¿Bailaste
con ella?
—¡Ay, tan boba! ¿Cómo se te ocurre? ¡No! -rio de un modo
delicioso motivando a la hermana a imitarla-. Pues hace unos días
me llevó a un club acá en Cartagena... La música es fabulosa...
Salsa en vivo, clásicos de la Fania...
—¡Ay, qué rico, chata!
—¡Sí! El club también es de ambiente y... Allí conocí a esa chica
de la que te hablo, bailé toda la noche con ella...
—¿Nombre?
—Ni idea...
—¿Nídea?
—¡Ni idea! -soltó una carcajada-. ¡Que no tengo ni idea, tan boba,
Carito en serio!
—¡Ah, ya, ya entendí!
—Claudia me sacó del local de un modo más que descortés y no
me dio oportunidad de nada con la niña de la que te hablo...
—¿Te gustaba?
—Era lindísima... -sonrió con un dejo de picardía-. Poco
convencional para mis gustos, pero... ¡Me sentí demasiado bien
bailando con ella!
—¿Poco convencional?
—Sí, sí... Tenía uno de sus brazos completamente tatuado, vestía
con jeans rasgados, llevaba una camiseta blanca, ancha, tenía el
cabello castaño claro... -soltó una risita-. ¡De hecho lo llevaba
recogido con dos coletas!
—¿Con dos coletas? -rio tratando de imaginarse al personaje.
—¡Sí! Dos coletas bajas, digamos -se ruborizó-. Y la verdad es
que le quedaban preciosas... ¡Tiene mucha actitud! Es delgada,
tiene un físico muy bello, un poco más alta que yo... No recuerdo
exactamente el color de sus ojos, creo que los tenía verdes o algo
similar, pero... -y en ese pero, sentada como estaba en las
escalinatas, alzó de a poco la mirada y vio a una chica que
avanzaba en bicicleta, acortando camino por el monumento, a muy
buena velocidad. Bárbara fue quedándose boquiabierta y muda al
constatar que, salvo porque ese personaje que se materializaba
ahora ante sus ojos llevaba un gorrito beanie negro y lentes de sol,
parecía que al describirle a Carito el espejismo de aquella noche,
éste se hacía corpóreo.
—¿Tatuada, dijiste? No suena como a una mujer que podría
gustarte, chata...
Pero Bárbara no la escuchaba, trató de ponerse de pie, pero
llevaba la cartera apoyada en su regazo y en su amago de alzarse
para llamar la atención de esa chica que estaba por pasar por su
lado como un rayo, el bolso se deslizó hasta el suelo, arrojando
fuera de él muchas de sus pertenencias. ¡Se lamentó por el
desastre y el segundo que le tomó reparar a dónde habían ido a
parar sus cosas y alzar de nuevo la mirada, fue suficiente para que
la ciclista siguiera de largo, restándole todas las oportunidades de
interceptarla! La chica de Cali se giró sobre sus talones,
decepcionada, para ver a la joven delgada perderse de vista,
mientras la camiseta blanca y vaporosa que llevaba puesta, se
agitaba con la brisa rebelde que se arremolinaba dentro de ella
producto de la velocidad con la que avanzaba a fuerza de pedal.
—¿Bárbara? ¡Bárbara te estoy hablando, niña! -los gritos de
Carito volvieron a llamar su atención y la chica alzó el teléfono
cuanto antes, devolviéndolo a su oreja.
—¡Carito!
—¡Me dejaste hablando sola! ¿No me digas que te fuiste a una
nube pensando en la tatuada del club que baila salsa divino?
—¡Peor que eso! -ella también hablaba a los gritos, a pesar de
que su tono de voz solía ser suave, dulce y matizado-. ¡Creo que la
acabo de ver pasar en una bicicleta!
—¿Cómo así?
—¡Que vi pasar a una niña idéntica, Carito! ¡Vestía casi igual que
esa noche!
—¿Y qué pasó? -Bárbara la buscaba, pero ya se había perdido
por completo de vista. A juzgar por el rumbo que había tomado, la
caleña dedujo que había subido hacia la avenida de cara al mar que
recorría buena parte de los barrios del norte de Cartagena.
—¡Nada! ¡Ni me vio! ¡No me dio tiempo a nada!
—¿Y cómo sabes que puede ser ella, chata?
—¡Porque iba peinada con dos coletas! -se sentía realmente
frustrada-. ¿Qué mujer adulta suele peinarse así?
—¡Tienes razón chata! ¿Y cómo era?
—Era... -volteó de nuevo en dirección hacia el norte, con una
sonrisa irresoluta en sus labios-. ¡Era preciosa, Carito, preciosa!
Cuando Oriana se detuvo ante su edificio, se llevó la sorpresa de
que Ana Paula la esperaba en él. La jovencita le sonrió emocionada
y estuvo a punto de lanzarse sobre ella, pero la contuvo con
gentileza, explicándole que le parecía incómodo, pues estaba
bastante acalorada luego de haber pedaleado desde el estudio en
Getsemaní hasta ese lugar.
La chica le dio tregua el tiempo que fue estrictamente necesario,
porque una vez que su novia salió de la ducha vistiendo ropa limpia
y más ligera, se abalanzó sobre ella para comerle la boca del modo
en que disfrutaba hacerlo. Oriana no quiso ser tajante, pero de a
poco y con sutileza, fue cerrándole los caminos a ese beso que
sabía de sobra que las llevaría a mucho más.
—Ana, Ana... Dame un respiro, niña... -pero la jovencita ya la
estrujaba por la cintura, se hundía en su cuello y colaba sus manos
por debajo de la nueva camiseta que vestía Oriana.
—¿Cómo se te ocurre, si teníamos días sin vernos? -y a pesar de
la actitud esquiva de la tatuadora, Ana Paula consiguió como
siempre la llave maestra para burlar sus defensas, subyugarla con
su frenesí y llevarla a su terreno. Ya estaban sobre la cama,
semidesnudas, avanzando a paso firme hacia uno de sus
numerosos encuentros, cuando Oriana sintió que tenía que ser más
fuerte que toda esa marejada de frenesí. Estuvo a punto de frenarlo,
pero de un momento a otro se le ocurrió que el episodio sexual que
se estaba desarrollando podía ser un escenario en el que ambas
quizás se sentirían vulnerables y tomando aire, abandonó por
minutos su idea de hablarle a Ana Paula sinceramente acerca de
cómo se sentía en la relación, asegurándose para sus adentros que
la charla se llevaría a cabo, sin dilaciones, una vez ambas hubiesen
recuperado la cordura.
Oriana estaba sentada al borde de la cama, observando con sus
ojos en ese momento acaramelados, cómo la jovencita de 20 años
terminaba de colocarse toda la ropa de la que se deshicieron tiempo
atrás para amarse de ese modo desigual. No, la tatuadora no
alcanzó el orgasmo esa vez, como le había sucedido en situaciones
anteriores, pero se negó a satisfacerse, para no alargar por más
tiempo una conversación que necesitaba iniciar. Se aclaró un poco
la garganta, reposó sus codos sobre sus rodillas, entrelazó los
dedos de sus manos delicadas y mirando al rostro de Ana Paula,
procedió a abrir el tomo de sus inquietudes.
—Ana, necesito hablar contigo... -la chica volteó a verla de
inmediato con un dejo de nerviosismo en la mirada.
—¿Por qué me lo dices así, oye? -la vio a los ojos ligeramente
confundida-. ¿Por qué justo después de hacer el amor me dices
eso?
—Porque quise que lo conversáramos antes, pero no me diste
oportunidad de nada, niña...
—¿Y te quejas por eso? -se cruzó de brazos, indignada-. Si fuese
una mujer fría e indiferente, te apuesto a que estarías feliz en este
momento y no necesitarías hablar nada conmigo, pero como te amo
y no puedo estar lejos de ti, te quejas de mi forma de quererte, ¿es
eso?
—Ana... -se sorprendió de la habilidad de la chiquilla para ordenar
las piezas a su manera-. Ana Paula... No te miento cuando te digo
que me hace feliz la conexión que tenemos tú y yo desde el primer
día, niña, pero... ¡pero una relación bonita, duradera, requiere
mucho más que solo sexo, oye!
—¿Cómo así? -su mirada era fulminante.
—¿Puedes creer que tenemos más de un mes juntas y yo todavía
no sé si prefieres el azul o el rojo, o si te gustan más los perros que
los gatos?
—Mi color favorito es el verde y sabes de sobra que me gustan
los gatos, porque tengo dos en casa... ¡Te he enviado fotos y te he
hablado de ellos!
—Pues me gusta saber que tu color favorito es uno de los míos
también y lo del ejemplo de los gatos y los perros... -suspiró-. Era un
ejemplo, Ana... ¡Desde luego que recuerdo que tienes dos gatos
llamados Lulú y Artemio! -la chica abrió la boca como quien abre el
dique de los reproches y Oriana la frenó de inmediato con palabras:
Como también sé que los gatos no son oficialmente tuyos, fueron un
par de mininos que nacieron en la casa de tu abuela materna y que
fue tu hermana menor, Ana Karina, la que decidió llevárselos a
casa... También sé de sobra que al principio tu papá no los quería
porque odia a los animales y que a estas alturas, los dos michis
duermen en el sofá encima de él... ¡Tengo muchas fotos tuyas de
Lulú y Artemio, especialmente del macho, que es tu favorito!
—Pues sí, Artemio es mi favorito porq...
—Porque siempre te levanta en las mañanas rozándote la punta
de la nariz con su pata y porque cuando lloras va hasta donde tú
estés, se te echa en la barriga o entre las piernas y te consuela
ronroneando... -la chica la miró perpleja-. Ana Paula, recuerdo bien
las pocas cosas que me dices, las pocas cosas que me has contado
de tu vida... -sonrió con indulgencia-. Ahora hagamos el ejercicio a
la inversa, ¿quieres?
—No sé a dónde quieres llegar con esta maricada, Oriana, la
verdad...
—No, niña... -a pesar de la displicencia de la jovencita, la
tatuadora no se alteró-. No es una maricada... Dime, Ana Paula...
¿Qué animal me gusta más a mí? ¿Los perros o los gatos?
—¿De verdad quieres que te responda a esa bobada?
—Si es una bobada, no le des más largas y responde, vamos...
—¡No voy a caer en esa estupidez!
—Listo... -sacudió las manos y se puso de pie-. No respondes
porque no lo sabes... No sabes nada de mí, niña y te voy a explicar
por qué -la miró a los ojos fijamente: porque no te interesa. Porque
lo único que quieres de mí lo consigues sin esforzarte demasiado...
—¿Qué pendejada estás diciendo, Oriana Padrón?
—Posiblemente yo te gusto, quizás me quieres a tu manera, pero
lo que definitivamente te importa de mí son un par de cosas: cómo
te hago el amor y lo bien que te hace sentir que alguien te preste
atención... ¡Ser tomada en cuenta!
—¡Eso es absurdo!
—No... No lo es, especialmente si lo dice una persona que se está
llevando de esta relación la mejor parte... -suspiró-. ¿Dónde has
estado cuando he querido presentarte a mis amigas? ¿Dónde te
metes cuando quiero llevarte a un concierto, a bailar o a una
exposición que me interesa en alguno de los museos de la ciudad?
¿Dónde estás cuando te he pedido que pases la noche conmigo
para compartir juntas el desayuno del día siguiente, dar un paseo
por la playa o ir a recorrer en bici la ciudad?
—¿Cómo puedes reprocharme esas cosas, oye? -comenzó a
gritarle como una enajenada-. ¡Sabes de sobra que no puedo
arriesgarme a que me vean contigo por Cartagena!
—Claro, porque te avergüenzas de mí.
—¡No me avergüenzo de ti, es solo que no puedo permitir que nos
vean juntas!
—¿Conoces el significado de la palabra sinónimo, Ana Paula? -lo
masculló con una sonrisa cínica.
—¡Te he dicho mil veces que mi familia no sabe que estoy
contigo, que mi padre me mata si se entera, que a mi mamá le
puede dar un infarto solo de saberlo y que cada vez que vengo a
verte es porque les hago creer que debo quedarme tiempo extra en
la universidad!
—Sí, lo sé de sobra... Lo sé tan bien como el afecto que sientes
por los gatos que tienes en casa y he sido bastante tolerante con
todo eso... Pero me cansé, Ana... Me cansé de que te avergüences
de mí, de que me uses como mejor te dé la gana y de que no
quieras interesarte por las cosas que son valiosas para mí ni
siquiera un poco... Que decidas afrontar tu orientación de una forma
discreta no nos impide, en lo absoluto, tener una relación más
empática, en la que compartamos cosas juntas como pareja, más
allá de besarnos, arrinconarnos o aprovecharnos de cualquier
escondrijo para hacer el amor... ¡Cuando digo que no te interesas
por mí, no lo hago para dramatizar, manipularte o exagerar, Ana
Paula, créeme!
—¡Dame un ejemplo!
—¡Claro! Aquí mismo tengo uno... -caminó hasta el jean que tenía
doblado en una silla, el mismo que llevaba puesto esa tarde antes
de llegar a casa. Sacó del bolsillo su cronómetro antiguo-. Este reloj,
a ver...
—¡Es un vejestorio que siempre llevas en el bolsillo!
—No, niña... -y aunque se ofendió no lo demostró.
—¡Claro que sí! ¡Te he visto con esa cosa en la mano varias
veces!
—Listo... Si te interesaras por mí sabrías que este vejestorio y la
bicicleta antigua que tengo en el salón, son las dos únicas cosas
que me quedaron de mi abuelo paterno, el hombre que me enseñó a
andar en bicicleta y una de las personas que más he amado en el
mundo... Sabrías que el hombre fue ciclista, que participó en varias
ediciones de Vuelta Colombia y que se destacó mucho en lo que le
apasionaba...
—Bueno, ahora ya lo sé... -se alzó de hombros-. Si te importaba
tanto que lo supiera, lo habrías dicho y ya... ¡No sé a dónde quieres
llegar con este drama!
—Sencillo, niña... Tú y yo no somos compatibles en nada, china...
¡En nada! La diferencia de edad sería lo de menos, la verdad... Tú
quieres vivir una relación bajo tus reglas, ir y venir a tu antojo, amar
sin sufrir, sin sacrificios, sin tener que comprometerte o sacar de esa
interacción la peor de las partes... -reflexionó-. A ver... Tú quieres
ser el boxeador que se pasea por el cuadrilátero y que gana la
pelea, sin recibir ni uno solo de los golpes y... Eso está bien... -la
señaló, muy seria, Ana Paula jamás la había visto con un semblante
tan duro-. Eso está bien para ti, pero no para mí, así que... Paulita,
hermosa... Ya no quiero seguir con esto...
—¡Déjate de maricadas, Oriana, oye!
—No, mi niña linda, no te estoy tomando el pelo, ni mucho menos
me ando con maricadas... Quiero terminar con esto... Lo siento
mucho, china, pero... -la chica se le arrojó en los brazos, llorando.
—¡No, Oriana, no! ¡No me dejes, Oriana, te lo suplico, no! -la
tatuadora se quedó perpleja-. ¡No me dejes! ¡Te prometo que voy a
cambiar, te prometo que voy a hacer todo lo que quieras, todo lo que
me digas, pero no me dejes! -sollozaba-. ¡Yo nunca había tenido
una relación seria con nadie, eres mi primera novia oficial y la
verdad es que no sé cómo manejar eso!
—Ana... -estaba abrumada.
—¡Te lo suplico! -le tomó el rostro entre las manos y la miró a los
ojos-. ¡Te lo ruego!
—Está bien, niña, está bien... -la chica se precipitó en sus brazos
y ella la estrechó entre ellos con suma calidez. En el fondo no quería
lastimarla.
—Te amo, Oriana... ¡Te amo! -se acurrucó en su pecho. La mujer
de ojos acaramelados paseó su mirada atónita por esa habitación.
Quizás Valentina tenía razón, quizás el momento de que las cosas
se asentaran en aquella relación había llegado. Quiso albergar una
esperanza.
ARRITMIA

—Qué bellos zarcillos... -y el cumplido vino acompañado de los


dedos de Claudia deslizándose por el lóbulo de la oreja de Bárbara.
La ingeniero se quedó de piedra sentada ante el escritorio de esa
oficina provisional que tenían a su disposición en una de las obras
de la que estaban a cargo, no se esperaba semejante cosa.
—Gracias... -estaba más bien ensimismada verificando
numerosos informes, pero la colega sí que supo cómo traerla de
regreso a ese lugar. Bárbara no pasó por alto que Claudia llevaba
en sus orejas los sencillos y discretos aretes de plata que solía usar
siempre, así que le sorprendía que se mostrara tan entusiasta con
sus accesorios aquel día.
—Por nada... -sonrió a medias-. ¿Por qué estás tan pensativa? -
miró fijamente a sus bellísimos ojos negros-. Ayer estabas tan
conversadora y hoy casi no has pronunciado palabra... ¿Dije algo
que te hiciera enojar?
—¿Vos? -rio deleitando a la otra con su gesto-. ¡Ay, tan boba!
¡Para nada!
—¿Ah, te parezco boba? -fingió ofenderse-. Pues cuánto lo
siento...
—¡No seas manipuladora, Claudia! -la miró de arriba a abajo con
curiosidad. De un tiempo para acá, sentía en su colega una calidez
ligeramente inexplicable. La otra ya reía.
—¿Boba y manipuladora? -se cruzó de brazos y le sonrió-. ¡No
puede ser!
—¡Y no sigas, porque lo empeoras! ¿Oís? -rieron.
—Y yo que pensé que te caía bien...
—Claro que me caes bien -sonrió de medio lado-. Y ahora deja de
comportarte como Marcela, por favor... -soltó una carcajada ante la
mirada de indignación que le lanzaba la otra. Se quedaron en
silencio unos instantes. Bárbara volvió a la revisión de esos
informes, mientras Claudia rodeó el escritorio hasta sentarse en una
silla ante él.
—Tú de verdad no paras cuando se trata de trabajo, ¿no?
—No... -se alzó de hombros con una sonrisa, sin quitar sus ojos
de los documentos que tenía entre las manos.
—¿No me digas que eres una adicta al trabajo?
—No. Solo me gustan los desafíos profesionales, desempeñarme
bien, demostrar mis habilidades... -suspiró y se quedó pensativa-.
Estuve varios años junto a una mujer que me subestimó en todo
momento, especialmente tratándose de mi experiencia profesional y
de algún modo, sin imaginarlo, ella me motivó a seguir el camino de
la excelencia, en buena parte para demostrarle cuán equivocada
estaba con respecto a mí.
—Ya veo... -sonrió complacida-. Pues has hecho un trabajo
increíble, porque desde que llegaste a Cartagena, las cosas no
podrían estar mejor.
—¡Gracias! -se miraron a los ojos por algunos segundos y
Bárbara volvió a sus quehaceres mientras Claudia recordó la
verdadera razón por la cual se había aproximado a su colega esa
tarde.
—Quería hacerte una invitación... -la otra volteó a verla con
curiosidad-. Una invitación similar a la de la otra noche... -se miraron
a los ojos, la caleña estaba colmada de curiosidad. -¿Cómo así?
—Quiero llevarte a bailar... ¡Pero esta vez yo seré tu pareja! -
Bárbara no lo podía creer.
—¿Disculpa? -estaba atónita.
—Lo creas o no, aún me siento culpable por haberme comportado
como lo hice, así que quiero que vayamos a bailar y esta vez ser yo
la que te sirva de pareja... ¿Qué opinas?
—Claudia... -aún no entendía muy bien cómo tomarse esa
atención-. Claudia, no entiendo... -pensó unos instantes. Quería
escoger bien sus palabras, porque además de ser indulgente,
también era compasiva, así que no, no quería ofenderla ni a ella, ni
a nadie-. Me consta que la sola idea de hacer algo como eso puede
ponerte muy incómoda y que tienes tus opiniones al respecto, a las
que además respeto, esperando la misma consideración de vos...
Así que no entiendo por qué justo ahora, de la nada...
—¡No le des muchas vueltas, Bárbara! Solo has ido de la casa al
trabajo y del trabajo a la casa en el poco tiempo que tienes en
Cartagena... Déjame tener este gesto contigo... No soy muy buena
con eso del baile, así que... -se amargó en segundos-. No esperes
de mí una compañía tan buena como la de la otra noche...
—¡Claudia! -y todo el discurso de conmiseración de la otra
finalmente tuvo el resultado deseado: Bárbara se encimó un poco
sobre el mueble, poniendo una de sus suaves manos sobre las de
Claudia en ese escritorio-. ¡No digas eso! -aunque la evocación de
la chica que le acompañó aquella noche la turbó un poco. Recordó a
la mujer sobre la bicicleta y cuán cerca estuvo de aproximarse a
ella.
—Bueno... -sonrió, complacida de haberse salido con la suya. A
propósito de turbarse, la mano tibia de Bárbara sobre su piel había
tenido un impacto tan devastador como esa vez en la que ella,
movida por sus impulsos que estaban cada vez más
descontrolados, le tomó la pierna y hasta la rozó.
—Ya juzgaré yo si eres buena soltando baldosas o no, ¿oís? -y
lanzando una risa espléndida, volvió a sus quehaceres mientras la
otra la deconstruía solo de mirarla intensamente.
—¡Déjame ver si entendí! -Valentina hizo una pausa para
alargarse la cara como si estuviese extendiendo una bola de masa
sobre un mesón para hacer un poco de pan. Salomé permanecía
callada y Oriana cabizbaja-. Hablaste con la pelada... La mandaste a
volar por sus inconsistencias, sus malcriadeces y su egoísmo... ¡Y la
china va y te hace una escena y tú cambias de opinión! -soltó una
risotada más bien cínica-. ¡A llorar que se perdió el tete, oye!
—¡Valentina, Valentina! -se indignó un poco-. Tú misma me dijiste
que era muy pronto para que tomara esa decisión cuando te
comenté lo que iba a hacer... ¿Y ahora me criticas?
—¡Pero claro, niña! En ese momento tú no habías hablado con
Ana Paula y no sabíamos que la pelada te iba a salir con todas las
idioteces con las que te salió... -se cruzó de brazos. Salomé seguía
bebiendo de a sorbos el café que compartían en ese pintoresco
local de Getsemaní, tan propio del barrio más bohemio de
Cartagena-. ¿Dónde quedó todo el discurso del pocillo que no
combina con la loza?
—¡Pues créeme que lo tengo muy presente, Valentina! -ella
también se cruzó de brazos. Salomé alzó sus ojos despacio y reparó
en Oriana, que esa tarde llevaba el cabello suelto. Las hebras de un
color amelcochado le caían a partes iguales sobre los hombros,
hasta llegar más abajo de su busto. En la cabeza llevaba puesto un
sombrerito gambler de ala ancha, negro.
—¿Cómo así?
—Mira... -se inclinó hacia adelante en la mesa, descruzando sus
brazos-. Yo siento que una vez que llegas al extremo de terminar
una relación ya se crea una cicatriz, ¿comprendes? -suspiró-. Como
si a la fulana taza roja de mi vajilla se le hubiese quebrado el asa...
Es cierto, tuve que pegarla con cola, pero...
—¡Pero en cualquier momento te quedas con el asa en la mano y
te derramas el tinto encima! -Oriana volvió a suspirar, hastiada y
consciente de que las palabras de Valentina eran más que ciertas.
Se tomó la punta de la nariz entre sus manos, anunciando
consternación-. ¡Y cuando eso suceda, Oriana Padrón, te vas a
quemar, oye!
—Lo sé...
—¡Lo sabes, pero sigues con la fogosa perezosa! -se sacó un
cigarrillo de la cajetilla que llevaba en el bolsillo delantero de la
camisa y lo puso sobre la mesa, junto a él depositó su Zippo-. Dime,
Oriana Padrón... A ver... ¿Cuántas veces hicieron el amor luego de
que se “reconciliaran”? -la amiga bajó la mirada de inmediato-. ¡Y no
te avergüences por Salomé!
—Dos... -musitó.
—¡Dos! -lo gritó y acompañó la cifra que salió de sus labios con
un par de palmadas contundentes sobre el tablero de la mesa, que
hizo que el café que estaba dentro de las tazas se derramara un
poco. Solo el de Salomé no corrió esa suerte, porque la chica,
callada como estaba, ya se lo había terminado-. ¿Y cuántos
orgasmos tuviste tú?
—Con suerte uno, pero...
—Oriana Padrón, tú lo sabes mejor que yo... ¡Esa relación que tú
tienes con esa niña no da para más! -resopló tratando de calmarse-.
¡No entiendo esta maricada! ¡No entiendo qué embrujo puso sobre ti
esa pelada desde el primer día que se te coló en el estudio con la
excusa de hacerse un tatuaje! ¡No entiendo! Tú siempre has sido
una mujer de relaciones, a la que no le importa quedarse sola si le
toca pasar un tiempo sin pareja siempre y cuando pueda estar con
alguien especial... -se miraron a los ojos. Oriana estaba consciente
de las verdades que Valentina exponía tan acaloradamente-. Parece
que esa pelada te hubiese hecho un amarre de amor, oye...
—Pues un amarre no fue, porque no, no la amo... -suspiró, se
echó hacia atrás, se cruzó de brazos y miró hacia otro rincón de ese
café-. Si a eso vamos, creo que no he amado a ninguna de
momento...
—¿Entonces? -levantó el cigarrillo de la mesa, se lo puso en los
labios, con un movimiento ágil hizo emerger la llama de su Zippo y
encendió el pitillo que ya aspiraba.
—Entonces nada, Valentina... Entonces le voy a dar a Ana Paula
la oportunidad que me pide, sin muchas expectativas y si en algunas
semanas las cosas no cambian, terminaré con ella y esta vez será
definitivo.
—¡Que así sea! -ambas voltearon a ver a Salomé cuando la
escucharon decir aquello, como si por instantes se hubiesen
olvidado de que la novia de Valentina las acompañaba en esa
charla.
Al igual que aquel local al que Claudia había llevado a Bárbara la
primera vez, el nuevo club de ambiente que deseaba visitar se
encontraba en Getsemaní. No, no correría el riesgo de propiciar un
nuevo encuentro entre la caleña y la chica enigmática que la había
secuestrado en la pista de baile aquella noche, por lo que no
repetiría la locación ni por todo el oro del mundo. ¡Debía ser el
demonio muy puerco para que, asistiendo a otro establecimiento, la
bailarina de salsa fantasma se les repitiera esa noche! Estaba
nerviosa, muy nerviosa. Conducía su automóvil más bien callada
mientras Bárbara se valía de eso para mirar por la ventanilla las
hermosas calles y locaciones del barrio bohemio, fascinada. Se
prometió hacer un poco de tiempo entre todas sus obligaciones para
dedicarle al menos una tarde a recorrer esas callejuelas a pie y ya
se estaba figurando en su cabeza cuándo podía ser el momento
más indicado para esa excursión, cuando el corazón se le detuvo en
el pecho. En dirección contraria a la circulación de esa calle, tres
mujeres caminaban por la vereda derecha, conversando. A las otras
dos jamás las había visto, pero la más alta de las tres, la que llevaba
esa noche un sombrerito negro, vestía una camisa rosa claro, que
tenía arremangada por encima de sus codos mostrando sus brazos
tatuados (el izquierdo más que el derecho) y sobre ella unos tirantes
grises sujetos a un jean negro rasgado... ¡A esa sí que la recordaba
bastante bien! Bárbara dio un salto en su asiento, se pegó más del
cristal para ver mejor a esa mujer que esa noche llevaba el cabello
suelto y la energía de su mirada fue tan contundente, que Oriana, en
medio de una sonrisa, giró su rostro para hallarse con la expresión
incrédula de Bárbara.
Se miraron a los ojos por un par de segundos y Bárbara,
sonriéndole con una emoción inexplicable, tomó la manilla de la
portezuela del auto para bajarse de él cuando notó cómo Claudia
aceleraba e incrementaba la velocidad de forma repentina, gracias a
que el atasco del tráfico de aquella calle se había aligerado,
permitiéndoles circular mejor. Oriana se le desvaneció ante los ojos
sin más y no atinó ni a articular palabra.
Varios minutos más tarde llegaron al club prometido, pero ya la
mente de Bárbara estaba muy lejos, prendada en la mujer que
acababa de ver por azar en una calle cualquiera. Claudia se
enfrentaba a sus más profundos demonios, con la mirada esquiva,
el mentón casi hundido en el pecho y el corazón palpitándole
desbocadamente, mientras la caleña, más bien ausente y hasta
ligeramente triste, trataba de abandonar esa repentina frustración
para acostumbrarse a la idea de esa velada.
—No podemos quedarnos mucho tiempo... -le aseguró Claudia
mientras se sentaban en una mesa arrinconada-. Le inventé una
excusa rebuscadísima a Armando, así que debo estar en casa a lo
sumo a las 10.
—De acuerdo... -la miró con una sonrisa de agradecimiento-.
Aprecio que hagas este esfuerzo, tomando en cuenta que tienes
que atender a tu esposo y a tus niños... -le tomó la mano con
suavidad-. Eres una buena amiga, Claudia... -la otra palideció, con
mil emociones desarrollándose en su pecho en ese momento-. La
verdad es que una de las mejores cosas que me han pasado desde
que llegué a Cartagena fue toparme con vos... En Bogotá me sentí
tan sola y de pronto vos, al igual que mucha otra gente en la
empresa, se preocupa porque me integre y me sienta bien...
¡Gracias!
—No hay que darlas, Bárbara... -le comió los labios con los ojos-.
Te prometo que esta noche trataré de bailar lo mejor que pueda... -
intentó reír.
—Bueno, pero... ¡No sé por qué haces tanto drama con eso! -
Bárbara tendió su mirada a su alrededor. No había muchas
personas aún, porque era muy temprano, pero el ambiente se
estaba animando-. En última instancia, gente con quien bailar hay
de sobra acá...
—No -y lo dijo con una severidad tal, que dejó pasmada a la otra-.
Quiero que esta noche solo bailes conmigo... ¿Está bien?
—No entiendo... -su gesto de confusión fue único.
—Quiero demostrarte que no soy una intolerante, mucho menos
una homofóbica...
—Te lo estás tomando muy a pecho, ¿oís? -rio, sin entender la
verdadera naturaleza de las enajenaciones de Claudia-. Créeme
que si viene una niña tan bella como la de la otra noche a sacarme a
bailar, no me negaré... -le guiñó el ojo y la otra quiso perder el
control, pero fue un verdadero milagro que pudiera morderse la
lengua y domar, no sin mucha amargura, sus celos. Por su parte,
Bárbara también hizo un malabar, pero con su decepción. Sabía de
sobra para sus adentros que toparse con una mujer que se midiera
con la chica de las coletas en simpatía, carisma y actitud, no sería
nada simple. Pensó en la conversación que tuvo con Carito
semanas atrás, cuando la mujer se le volvió a manifestar en la vida,
esa vez sobre una bicicleta. Recordó con cuánto énfasis la hermana
le aseguró que era improbable que ella pudiese congeniar del todo
bien con una mujer cuyos brazos estaban colmados de tatuajes,
pero le bastó pensar en la sonrisa preciosa de Oriana aquella
noche, en su mirada luminosa para concluir que no siempre las
cosas son lo que parecen, pero... ¡Pero antes de constatar
afinidades tenía que dar con la desconocida, que para su dicha
insistía en manifestarse! Al menos tenía un consuelo: al igual que
ella vivía en Cartagena y no, no era una turista más de los miles que
visitaban ese hermoso tesoro de Colombia.
Una pinta de cerveza después, Claudia le cumplía la promesa a
Bárbara y la acompañaba hasta la pista de baile donde, de entrada,
se hicieron un lío.
—¿Quién lleva a quién? -preguntó la caleña entre risas viendo
cómo la otra se entorpecía.
—Llévame tú... -susurró Claudia muy nerviosa-. No estoy
acostumbrada a esto...
—Claudia... -la miró con indulgencia-. ¿De verdad quieres hacer
esto? Te veo muy incómoda...
—¡Vamos! -y Bárbara se acercó a ella con cierta rigidez. La
incomodidad de la mujer casada era como un campo de energía
discordante que empañaba todo lo que entraba en contacto con él.
Cuando se tomaron de las manos, la caleña notó que su
acompañante las tenía ligeramente húmedas a causa del sudor.
Comenzaron a bailar, pero fue inevitable notar que Claudia era o
estaba demasiado rígida como para que las cosas fluyeran tan
naturalmente como le había ocurrido entre los brazos de Oriana. La
echó de menos. Desde luego no lo mencionó para no herir las
susceptibilidades de nadie, pero la echó de menos como una loca.
Trató de manejar la situación lo mejor que pudo, pero a la tercera
canción ya se sentía desencajada, ridícula y agotada, así que le
propuso a Claudia volver a la mesa, detonando en ella un gesto de
alivio.
—No me siento bien... -mintió-. Debe ser cansancio o algo similar,
así que... -alzó los ojos negros y miró a Claudia-. Así que mejor
dejemos lo del baile y solo conversemos un poco... ¿quieres?
—¿Deseas irte a casa? -la idea no le pareció para nada
descabellada.
—¿Sabes que sí? -suspiró, odiaba mentir, pero se sentía tan fuera
de lugar que lo prefería. Se consoló pensando que tal vez era una
de esas mentiras blancas, porque con ella también le hacía un favor
a la mujer casada, devolviéndola a su hogar junto a su familia antes
de lo pensado-. Sí. Discúlpame por haber arruinado la velada, pero
sí... Preferiría que nos tomásemos otra y luego volver a casa.
—Listo... -puede que la velada para Bárbara no hubiese avanzado
como la otra lo esperaba, pero Claudia había logrado atesorar
suficientes estímulos como para saber que esa noche volvería a
buscar el consuelo entre los brazos de Armando. Se sentía muy
apremiante y lamentaba profundamente que la caleña no pudiera
aliviar sus humedades, por ahora.
AEROLITO

Le produjo alivio saber que ella y Carito podían tomarse su buen


tiempo a solas mientras paseaban por ese centro comercial de
Barranquilla esa tarde de sábado. Tras esa semana de trabajo,
Bárbara decidió estar fuera de Cartagena por un par de días, para
pasar más tiempo con sus sobrinos y con su hermana. Desde que la
ingeniero había llegado al encuentro de su familia, Carito había
notado en ella una sombra que empañaba ligeramente su ánimo
gentil, risueño y mágico. Era algo imperceptible para los ojos de
cualquiera que no conociera tan bien como ella a Bárbara Monsalve,
pero no. Eran muchos años de seguirle los pasos y de cuidarle las
alas a ese ángel caído del cielo, de ojos más que negros, para que
ahora se le pasaran por alto los trazos de las sutilezas.
—¿Qué te pasa, chata? -Bárbara sonrió suavecito al escuchar a
Carito hacerle esa pregunta. Muy probablemente estaba esperando
por ella desde hacía un buen rato y por eso, precisamente por eso,
estaba allí en Barranquilla.
—Estoy confundida, Carito.
—¿Cómo así, niña? ¡Si hace unas semanas estabas feliz y hasta
se te salió el corazón del pecho porque viste a la ciclista fantasma
que conociste en un club! ¡La que bailaba divino! -Bárbara compuso
una cara de arrobo única.
—¡Sí que bailaba divino esa niña! ¿Oís?
—¿Y entonces? ¿Qué te pasó?
—¿Recuerdas a Claudia Valencia?
—La mujer casada con la que trabajas, ¿cierto?
—Cierto... -se miraron a los ojos-. Tiene semanas comportándose
de un modo muy extraño...
—¿Cómo así?
—No sé cómo describirlo... Me toca, busca cualquier excusa para
tomarme la oreja, para acariciarme el cabello, para poner su mano
en mi pierna... -Carito fue frunciendo el ceño como una verdadera
fiera-. Claudia ha sido muy gentil conmigo desde el primer momento,
Carito... Graciosa, cortés, amigable... Me ha facilitado mucho las
cosas y está atenta a mí, pero...
—¡Pero se puso sobona, por lo que veo!
—¿Sobona, Carito?
—Es decir, que anda agarrándote, acariciándote...
—Sí... -se aclaró la garganta-. Así es... No lo hace siempre,
tampoco es descarada, pero definitivamente es algo que, de un
tiempo para acá, ha estado ocurriendo...
—¿Y cómo te sientes con eso?
—Es raro... -puso un gesto de ligero desagrado-. Es raro y por
momentos muy incómodo...
—¿Ella sabe que te gustan las mujeres, chata?
—Lo sabe, sí... Se lo tuve que confesar esa misma tarde que
fuimos al club donde conocí a la niña preciosa de las coletas,
porque se puso con una actitud homófoba y moralista... Así que le
hablé de mis sentimientos, para que al menos supiera a qué
atenerse conmigo...
—Hiciste bien, chatita... -reflexionó-. ¿Y desde entonces hasta
ahora la mujer anda insistente?
—Podría decir, sin temor a exagerar, que sí... Pero hay otra cosa,
Carito...
—¿Qué más?
—Esta semana volvimos a ir a un club de ambiente...
—¿Al mismo de la niña de las coletas?
—¡Ojalá! -y lo soltó con ilusión-. Por un momento creí que iba a
ser así y hasta me ilusioné con la vana esperanza de que la niña
estuviera allí esa noche, pero no... Fuimos a otro y desde que
Claudia me invitó, se mostró muy insistente con ese asunto de que
yo solo bailaría con ella...
—¿Cómo es la vaina? -la miró absolutamente perpleja.
—Ella me dijo que quería resarcirse por su actitud homófoba del
principio, pero una vez allí, en el club, todo fue muy raro, Carito...
—Ya va, espera un momento, niña... -cabeceó mirando a su
alrededor causándole curiosidad a la hermana con su repentina
insistencia-. ¡Vamos a sentarnos, chata, que esto ya me suena a
escándalo! -caminaron a paso ligero hasta un café y allí se
acomodaron, avanzando en la conversación mientras esperaban ser
atendidas-. Repíteme esa vaina más despacio... ¿Que Claudia
Valencia te dijo que solo ibas a bailar con ella?
—Sí, algo así...
—¿Y de dónde le salió a esa mujer semejante idea? -Bárbara se
alzó de hombros y le meneó la cabeza con un “no”-. ¿El matrimonio
de ella tiene problemas? ¿Te ha contado algo sobre su marido, su
vida de casada?
—No mucho. Habla más de Marcela, su niña, y de Juan José. A
Armando prácticamente no lo menciona para nada -Carito se quedó
pensativa por minutos.
—No sé por qué, chata, pero siento que esa mujer te acosa...
—¿Lo crees? -se asustó-. Yo también he sentido algo raro, pero
no me imagino a Claudia haciendo algo así... ¡Ella es tan amable!
—Bueno, Bárbara, el lobo no le hincó el diente a la Caperucita
desde el primer momento... La envolvió con ese asunto del camino
más corto y luego, cuando ya la tenía en su salsa, la devoró...
—Visto de ese modo...
—¡Mucho cuidado, Bárbara Monsalve! ¡Mucho cuidado, porque te
conozco como a nadie en el mundo y sé que tú, con ese asunto de
confiar en la gente, ser cariñosa y paciente, eres capaz de pasar por
alto un pelo en el bizcocho, niña!
—Bueno, bueno... -le dio un par de palmadas en las manos-. Me
cuidaré, aunque no creo que haya nada de qué preocuparse... -
suspiró. Por fin un camarero las tomó en cuenta y se acercó a ellas
para recibir su orden, aprovechó que volvían a quedarse solas para
seguir adelante con la conversación que se moría por compartir con
Carito-. Por cierto... Ese mismo día que Claudia me llevó al otro
club, volví a ver a la niña...
—¿A la de las coletas?
—Ajá... -le sonrió de medio lado.
—¡No puede ser! ¿Y cómo, dónde?
—Pues ahí, en la calle... Iba en el auto con Claudia y la vi pasar
por la acera, acompañada de dos mujeres más...
—¿Y ella te vio?
—¡Dos segundos, Carito! ¡Dos putos segundos no más!
—¿Y qué pasó luego?
—Que la perdí de vista como siempre... Iba vestida de lo más
lindo y llevaba un sombrerito que le quedaba genial... ¡De verdad
que esa niña no se parece a ninguna otra mujer que me gustara en
el pasado!
—¿Y te gustará de verdad? Quizás estás deslumbrada por el
baile no más...
—Por el baile y por otras cosas, porque tiene unos labios divinos y
unos ojos lindísimos... -rio con picardía de un modo formidable-. De
físico tampoco está nada, nadita mal...
—Te falta lo principal, chata... ¡Conocerla!
—Sí, pero al menos me quedan dos consuelos...
—¿Cuáles?
—Que por lo visto la niña vive en Cartagena al igual que yo y que
frecuenta también la zona por la que yo suelo estar... ¡Solo es
cuestión de cruzar los dedos y de seguir rezando! ¿No crees tú?
—Puede ser... -la miró con un dejo de recelo, sabía de sobra cuán
soñadora y romántica era-. ¡Muy especialmente reza para que sea
una buena persona y para que no entre a tu vida, si es que te va a
causar dolor! ¿Oís?

Eres aerolito en mis pupilas.


Niña del ojo. Luciérnaga de iris.
Quimera de Afrodita y
tardanza de milagro sucinto,
mezquina de segundos
que desvanece en evocación adormecida. Eres aerolito en mis
sentidos.
Acaramelas mis ensoñaciones,
conduces mi latido
por insulsa senda ofuscada
de la bujía de luz
que tú enciendes
en esta retina de anhelante desvarío.

Suspiró, se cruzó de brazos y sus ojos, cambiantes como sus


versos, estaban depositados sobre ese nuevo trozo de papel que
tenía ante esa mesa de luz. Alzó la mirada de a poco y volvió a su
recuerdo la imagen de Bárbara tras la ventanilla de ese automóvil,
mirándola con una sonrisa inefable.
Se estrujó suavemente la cara, sintiendo una emoción
inexplicable en su pecho y un par de golpes a esa puerta le bastaron
para regresar al estudio donde estaba esa tarde de sábado,
cumpliendo con su agenda de clientes. Deslizó su rostro por entre
sus manos y vio que la puerta se abría con suavidad mientras una
chica de expresión tímida se asomaba.
—Eres Inés, ¿cierto? -la jovencita cabeceó un sí y Oriana, con un
gesto de su mano, la invitó a pasar-. Ponte cómoda, Inés... Ya tengo
la pieza lista... -se puso de pie, sacó de una de las gavetas de su
mueble un par de guantes de látex negros, se cubrió las manos con
ellos y aprovechó que estaba allí para tomar el arte que la chica le
había encargado para plasmarlo en su piel y mostrárselo-. Échale
un vistazo, Inés... Si te gusta, comenzamos...
—¡Me encanta! -dijo la chica entusiasmada-. ¡Valentina ya me
había dicho que eres lo máximo! -Oriana se sonrojó y la amiga, al
escuchar esa voz que le era familiar, se asomó risueña y aportó un
poco más a esa conversación:
—¡No se lo digas, que se lo va a creer y se le va a subir la fama a
la cabeza! -rieron-. Mira que ya tenemos suficiente con que esté en
el top 3 de los mejores tatuadores de Cartagena y en el top 10 de
los mejores de Colombia... Siempre por debajo de mí, claro está... -
volvieron a reír. Valentina entró para saludar con un beso a la chica
que esperaba para tatuarse sentada en el sillón y allí, frente a frente,
ambas se pusieron al día, mientras Oriana se preparaba para hacer
lo suyo-. Hablando en serio, Inesita, como OriP no hay dos...
Estamos convencidos de que es la mejor colorista de Colombia en
materia de tatuajes y su técnica acuarelada es sorprendente... A
veces Pacho y yo hemos hecho proyectos en conjunto con ella, en
los que él y yo hacemos el trazado y ella coloriza la pieza... ¡Lo vas
a amar! -la chica no podía estar más entusiasmada y Oriana susurró
un "gracias", mientras Valentina le guiñó el ojo en un gesto de
afecto.
Cuando la tatuadora tuvo todo en orden les preguntó si les
molestaba que pusiera un poco de música y ellas hicieron una
pausa en la charla para asegurarle que esa opción estaba más que
bienvenida. Acto seguido Inés se subió al mueble especialmente
diseñado para tatuar, le indicó a Oriana dónde quería hacerse la
pieza y la chica comenzó a trabajar en su pierna mientras Valentina,
sin dejar de charlar con Inés, se trasladó hasta la mesa de luz para
sentarse detrás de ella y así ver a la cara a su interlocutora.
A pesar de estar atenta a todo lo que le refería Inés, no pasó por
alto el nuevo poema que había escrito la tatuadora y se tomó sus
segundos para leerlo al menos dos o tres veces. Sonrió con sutileza
y alzó despacio sus ojos para quedarse con el perfil de Oriana,
sumamente concentrada en lo que hacía. Esa tarde vestía una
camiseta gris, sin mangas, más bien holgada, y gracias a eso
podían apreciarse con claridad los tatuajes que tenía en ambos
brazos. Ese día la chica llevaba su cabello acaramelado recogido en
una crineja de pescado preciosa, aunque un par de mechones
rebeldes le caían apenas sobre la cara. Cualquiera podría pensar de
Oriana Padrón, con esa apariencia que la caracterizaba, que era
una mujer dura, rebelde y radical, pero la verdad es que era una
coraza áspera con relleno de algodón de azúcar. Un corazón de
león latía en su pecho y sus poemas dedicados a una desconocida
con la que sólo bailó una noche en su vida, lo demostraban.
Inés había callado, quizás producto del dolor, así que miraba con
atención la pantalla de su smartphone y Valentina aprovechó eso
para indagar:
—¿Otros versos para Cenicienta?
—Así es... -susurró, adivinando de qué le hablaba y por qué se lo
decía.
—¿Y cuál es el motivo?
—La vi...
—¿Cuándo? -se quedó perpleja. -El jueves.
—¿Cómo? -casi le salta encima por haberse guardado semejante
anécdota.
—Pasó en un auto por la calle... Fueron dos segundos nada más,
pero imposible olvidarme de esos ojos.
—¿Y no la llamaste? ¿No te acercaste? ¿No perseguiste el auto
como una demente?
—Andaba contigo y con Salomé y no, no hice nada de eso... -
limpió el exceso de tinta de la pierna de Inés, levantó su mano
izquierda con la que manipulaba la tatuadora y miró fijamente a
Valentina-. Te digo más: iba con su novia, la misma mujer del club...
Valentina arrugó los labios con desazón y Oriana alzó los
hombros, resignada.
UN POCILLO ROJO

—¡Sé por qué tienes esa sonrisa, caleña! -Bárbara alzó sus ojos y
miró a Claudia cruzada de brazos y apoyada del marco de la puerta
de su oficina.
—¿Ah, sí? A ver, adivina... ¿por qué tengo esta sonrisa?
—Porque de seguro ya leíste el correo que informa del evento
corporativo que tendremos en Barranquilla en dos semanas.
—Pues sí, ya lo leí y me hace feliz, porque aunque no me
relacioné con muchas personas en Bogotá sí que me emociona
volver a reunirme con al menos dos de mis amigas... -Claudia la
miró con detenimiento.
—¿A qué te refieres? -Bárbara la vio con curiosidad.
—No entiendo la pregunta, Claudia... ¿A qué me refiero con qué?
-rio confundida.
—Es que dices “amigas”, pero no sé si de verdad son amigas o si
estás hablando de...
—¿A qué otra cosa podría referirme al hablar de mis amigas? -le
frunció el ceño y la miró fijamente haciendo a su interlocutora
ruborizarse en segundos.
—¡Ah! -se tomó la cabeza con ambas manos fingiendo despiste,
prefería pasar por imprudente antes de que se notaran los celos casi
enfermizos que se le habían desarrollado desde que comenzó a
entender que la caleña no le era indiferente como colega, como
amiga y muy especialmente como mujer-. ¡No sé, no sé, disculpa!
¡Soy una boba, lo sé! ¡No sé en qué estaba pensando! -pero
Bárbara sintió que ese amago de torpeza era consecuencia de su
comportamiento errático. Sonrió a medias, tratando de mantenerse
tan alerta como Carito se lo había sugerido y se puso de pie,
dispuesta a encaminarse a la sala de impresión que estaba al final
del pasillo, rumbo a buscar los documentos que necesitaba en ese
momento.
—¿A dónde vas?
—A la salita de impresión. Tengo que firmar unas órdenes para
enviarlas a la obra esta misma tarde con el mensajero -salió y
Claudia se fue tras sus pasos, hablándole de cualquier banalidad.
Vio a Bárbara entrar a ese cuarto diminuto, vio cómo revisaba en
la bandeja de uno de los equipos de impresión los papeles que
estaban allí en busca de sus documentos, contempló su hermoso
perfil mientras los verificaba uno a uno, cómo los agrupaba y
alineaba, golpeándolos un par de veces contra la superficie de la
misma máquina en la que se habían impreso y cuando la caleña giró
sobre sus tobillos para salir de allí, Claudia usó uno de sus brazos
para obstaculizar la puerta e impedirle el paso a la chica.
Bárbara la miró absolutamente perpleja y dio un paso atrás,
confundida.
—Oye, Bárbara... -se lo dijo a los susurros y mirándola a los ojos-.
Quería proponerte algo... -la mujer de 30 años recorrió todo el rostro
de Claudia en segundos con sus ojos y trató de no precipitarse ante
su particular actitud.
—¿Qué será...?
—¿Te parece si al salir de acá vamos a comer? Siento que la vez
pasada no lo pasaste tan bien en el club, así que...
—Claudia... -quería rechazarla, pero no sabía exactamente cómo.
Ella seguía obstaculizando la puerta.
—¡Anda! ¡No me digas que no! Esa noche no te sentiste bien y
me causó pena que con lo mucho que te gusta bailar no disfrutaras
la velada... Podemos ir a un lugar aquí cerca en San Diego... ¿Qué
dices?
—¡Listo! -pero lo dijo más por verse fuera de allí que por el deseo
de aceptarle la invitación.
—¡Genial!
—Sí, sí, ahora... -y salió precipitada, dispuesta incluso a colarse
por debajo del brazo de Claudia si era necesario, pero ella le
permitió el paso de inmediato-. Voy a encargarme de estas órdenes,
porque las están esperando -y prácticamente corrió hasta su oficina.
Su colega la siguió con la mirada, prendada muy especialmente de
la forma como movía las caderas al andar.
Aquella noche, Bárbara habría preferido que a Claudia se le
ocurriera llevarla de nuevo a Getsemaní. Ya había visto en ese
barrio de la ciudad a la niña de las coletas un par de veces, en una
de ellas hasta bailaron por azar en un club y, reflexionando acerca
de las coincidencias, ese día que estaba en el monumento de la
india Catalina hablando con Carito, la chica parecía venir
precisamente de ese lugar en su bicicleta. ¡Si quería toparse de
nuevo con esos ojos y esos labios de albaricoque, era ahí a donde
debía acudir! No obstante, Claudia, tan hábil en tomar el control de
las cosas con su carácter dominante, dispuso algo muy distinto para
ambas esa noche.
—¿Qué quieres tomar? -y en sus manos tenía la carta de licores,
mientras Bárbara, distraída, miraba a su alrededor para
familiarizarse con ese lugar.
—Una cerveza estará bien... -musitó, ligeramente desanimada.
—¿Cerveza? ¿Seguro? -leyó la carta rápidamente-. Pero si tienen
muchos tragos muy buenos... ¿De verdad no quieres algo más
fuerte?
—No, no, gracias... -sonrió-. Conozco mis limitaciones y una
cerveza estará bastante bien... -Claudia la miró con suma atención.
Bárbara tomaba entre sus delicadas manos el teléfono móvil para
husmear un poco en sus redes sociales, mientras la mujer casada
cincelaba su perfil fantástico con la mirada.
—¿Tus limitaciones?
—Pues sí... -respondió sin alzar la vista-. No me la llevo nada bien
con la bebida y la cerveza es una de las pocas cosas que puedo
tolerar... ¡Siempre que no abuse de ella! -finalmente devolvió sus
ojos negros al gesto curioso de su interlocutora-. Cerveza, y de las
suaves, ¡por favor!
Claudia complació a la caleña al pie de la letra dispuesta a hacer
de esa velada un momento muy especial. Estaba decidida a saldar
la incomodidad y el desánimo que había atacado a esa mujer
fantástica la vez anterior o incluso esa noche, cuando la notaba más
bien distante y ausente. Recurrió a diversos temas de conversación,
a algunas de sus más agudas ocurrencias y de a poco fue haciendo
a Bárbara incorporarse al momento, intentando derribar su recelo
con sonrisas. Unos kilómetros más allá y sin que la ingeniero de
ojos y cabellos negros siquiera lo imaginara, la chica de las coletas
que recordaba con tanta insistencia estaba por volver a ese club de
salsa donde una noche coincidieron.
Valentina y Salomé, que esperaban por Oriana en el lugar de
costumbre, no podían salir de su asombro cuando vieron a la chica
llegar a su encuentro acompañada de Ana Paula.
—Bueno... -susurró la novia de Valentina con la prudencia que la
caracterizaba-. Es un avance, ¿cierto?
—Esto se acaba de poner interesante... -sonrió de medio lado-.
Finalmente le vamos a conocer la estampa a la pelada...
—Compórtate, Valentina... -y la miró con un dejo de severidad-. Te
conozco y eres cínica y de un humor pesado a veces, no incomodes
a la niña -la otra le puso mala cara pero prometió comportarse para
sus adentros-, después de todo, yo creo que a su manera y a pesar
de su inmadurez, esa china está loquita por Oriana...
—De nada le vale estar loquita por ella si no lo demuestra, no la
valora por la maravillosa persona que es o no la hace feliz...
—Pues a juzgar por la forma en la que la ve, indiferente no le es,
créeme...
Callaron gracias a la inminente cercanía de las otras dos mujeres
que, caminando por esa calle de Getsemaní tomadas de la mano,
por fin se detenían ante la pareja. Oriana las saludó y procedió a
presentarles a Ana Paula, que definitivamente parecía
entusiasmada. Había recurrido a una que otra artimaña para zafarse
de los recelos de su familia, acompañar a su novia aquella noche y
luego irse con ella a su casa.
—¡No te imaginas lo mucho que nos ha hablado OriP de ti, oye!
—Salomé y Oriana, sincronizadamente voltearon a ver a Valentina
con recelo, mientras ella le hablaba con una sonrisa a la chica de 20
años.
—¿De verdad? -se emocionó y miró a su novia con ilusión-. ¿De
verdad, Ori?
—Claro, niña... No te sorprendas... -suspiró-. Hace mucho que
quería que conocieras a mis amigas...
—He tenido mucho trabajo con la universidad -mintió, mientras se
justificaba ante Valentina y Salomé-, pero esta noche le hice un
huequito a Oriana para estar con ella...
—¡Qué bien! -le aseguró Valentina entusiasmada mientras,
cruzando su mirada con su mejor amiga, le guiñaba el ojo-. Ya vas a
ver, Ana Paula, que la vamos a pasar de lo lindo y te va a quedar el
gusto por volver... -rieron, pero al trasponer la puerta de ese club,
los acordes de esa orquesta que actuaba por primera vez en la
noche, le helaron la emoción a la jovencita.
—¿Salsa? -su cara fue un manifiesto de desilusión y desagrado
absoluto.
—¿No te gusta? -volteó a verla Oriana sorprendida-. Este es uno
de mis clubes favoritos de la ciudad...
—La verdad detesto la salsa... -susurró, aproximándose a la oreja
de su novia-. Nunca me imaginé que a alguien como tú le pudiera
gustar este tipo de música... -Oriana rio con desconcierto. Estuvo a
punto de reprocharle que de conocerla mejor lo sabría de sobra,
pero se guardó las asperezas para no arruinar la velada.
—Me gusta casi todo tipo de música, niña, y se podría decir que
tengo un género para cada ocasión. Sí, es verdad, cuando tatúo me
gusta escuchar trip hop, rock o jazz, pero desde que era una pelada
amo la salsa... ¡Crecí escuchándola y bailándola en casa!
—Pues qué decepción... -y rio, sin temor a hacerse la pesada-.
Pero te lo perdono... -Oriana soltó una carcajada seca e irónica-. Te
lo perdono porque hay muchas cosas de ti que me gustan y lo
sabes... -acompañó esa frase con un gesto que le sirvió para
reclinarse sobre todo el cuerpo de su novia, le importaba muy poco
transgredir los límites en ese lugar.
—Ten cuidado, Ana Paula... -la previno sonriéndole de lado-.
Quizás ese impulso por conocerme mejor te lleve a descubrir
muchas cosas que probablemente no te gusten de mí...
—¡No lo digas así, Oriana! -se cruzó de brazos, indignada-.
Hablas como si todo este tiempo hubiese estado de novia con una
desconocida...
—Bueno... -y hasta ahí lo dejó, porque ella sí se sentía un poco
de ese modo. La noche no trajo grandes sorpresas, salvo una o dos
escenas de celos de Ana Paula que, a pesar de no bailar y de
permanecer sentada, no estuvo muy conforme con la idea de que
Oriana buscase la compañía de otra para divertirse y se lo hizo
saber de un modo bastante brusco, abandonando el club de un
momento a otro y largándose a su casa, dejando a la otra
confundida y con una nota de voz en su celular de más de cinco
minutos que se caracterizaba por los gritos de la chiquilla, uno que
otro sollozo y la promesa de que no se lo perdonaría.
—No me lo puedo creer... -susurró Valentina a pesar del
escándalo cuando Oriana, a medio camino entre la indignación y el
desconcierto, las hizo escuchar la nota de voz de la jovencita. Todas
estaban en la pista bailando cuando ella simplemente optó por
desaparecer.
—Pero... -Salomé también estaba perpleja-. Pero, Oriana... ¿Tú
no le dijiste que bailarías con alguien más?
—¡Claro que se lo dije! -alzó la voz, enojada-. Le pregunté si
estaba de acuerdo, si no le molestaba y ella me dijo que no le
importaba...
—Pues es evidente que mintió, oye... -Salomé miró a Oriana
fijamente. Sabía que se ofendería con esa pregunta y ella misma,
conociéndola como la conocía, estaba segura de cuál sería la res-
puesta, pero prefirió descartar: ¿Y tú fuiste respetuosa? No te
extralimitaste al bailar con esas otras chicas, ¿no?
—¡Por supuesto que no! -se cruzó de brazos, más ofendida aún.
—Sé que no, sé que no, Ori... -la contuvo con un gesto de sus
manos mientras Valentina reía a carcajadas con todo aquello. -
¡Valga la pregunta, Oriana, y no te molestes con Salomé! -seguía
riendo-. Porque si Ana Paula te hubiese visto bailar con la
Cenicienta Culona, primero te arranca los ojos y te corta las manos
y luego se larga del club.
—¡Es distinto! -y por supuesto que era muy distinto. La caleña de
aquella noche estaba en la cima de sus estándares.
—Bueno, ya, ya, china, no te amargues... -Valentina se alzó de
hombros-. Siendo muy honestas, Ana Paula es una chiquilla
agradable, pero muy inmadura y explosiva... Con el paso de los días
se le irán los celos y volverá a ti o te mandará a freír monos... -se
miraron a los ojos, a Oriana no se le pasaba la sensación del mal
rato-. De todos modos, suceda una cosa u otra, a ti te tiene muy sin
cuidado, ¿no?
—No del todo, Valentina... ¡No del todo! Por un lado yo no quiero
hacerle daño a esa niña... ¡Nunca lo he querido! Yo la quiero y la
razón por la cual mis sentimientos por ella no han escalado, es muy
simple: ella siempre ha encontrado la forma de mantenerme al
margen, empecinada en vivir una relación superficial...
—Oriana... -una orquesta comenzaba de nuevo su interpretación
y Salomé tuvo que alzar la voz, consciente de que ese club era el
peor lugar para hablar de aquellos temas-. Ten en cuenta que la
forma en la que comenzó la relación de ustedes dos fue de por sí
superficial... Uno no esperaría mucho de una chica que se te mete
en tu lugar de trabajo para propiciar cosas que, al final, estaban
fuera de contexto y lo sabes...
—Tienes razón, pero por un momento creí que...
—Luego -esta vez tomaba el turno Valentina-, como si no les
hubiese bastado con lo del estudio, pasó exactamente lo mismo en
uno de los baños del café de Melquiades... ¡Con la suerte de que no
te descubrió, porque de ser así, te mata! -Oriana se ruborizó.
—Así que no sabemos con exactitud cuándo te surgió la inquietud
por llevar la relación a algo más profundo -apuntó Salomé sonriendo
con indulgencia-, cosa que no nos sorprende, porque hemos
conocido al menos a dos de tus parejas y han sido relaciones
estables y bonitas...
—¡Por un momento Salomé y yo creímos que habías cambiado el
formato! -la pareja rio mientras Oriana las observaba confundida-.
Por un momento creímos que te habías cansado de buscar
relaciones largas, para lanzarte a la aventura de tener algo menos
predecible y más sexual...
—¡Pues no! -se volvió a cruzar de brazos-. Sé que no tengo moral
para justificarme, sé que las motivaciones iniciales que me
acercaron a Ana Paula son bien fatuas, sé que por un momento me
dejé ofuscar por el sexo y la conexión física que hay entre ambas,
aunque muy pronto comprendí que es más un asunto de adrenalina
y de esa energía pasiva en ella, que pareciera esperar en todo
momento que yo obre sobre su cuerpo a voluntad mientras ella se
sume a mis deseos... ¡Me gusta tomar iniciativas, me gusta tomar el
control algunas veces, pero...! ¡Pero también me gustaría sentir
equitatividad! A pesar de que parezco más bien de las lesbianas
dominantes, me gusta sentir que mi pareja toma las riendas sobre la
cama, o en otros escenarios de la relación, para hacerme sentir
deseada y depositar en mí todo su frenesí... Sé que Ana Paula me
desea, pero... -rio con un dejo de desdén-. ¡Creo que lo que
realmente desea de mí es lo que soy capaz de hacer en su cuerpo
una vez me dejo llevar por sus iniciativas, una vez me enciendo!
—Te diré, Oriana... -Valentina depositó la pinta de cerveza sobre
la barra luego de beber de ella-. Me gustó la metáfora de la taza que
no combina con la loza... Y sí, Ana Paula es un lindo pocillo rojo que
de seguro va muy bien con otra vajilla, pero definitivamente no con
la tuya... -se alzó de hombros-. Quizás uno de estos días consigue a
una niña que esté a su justa medida en la universidad, pero...
—Sí, yo no soy la horma de su zapato... -suspiró-. Además estoy
convencida de que mientras ella esté conmigo, ocupando ese lugar
en mi vida, no abriré el espacio para que llegue la indicada... ¡Y no
solo a mi vida, también a la de ella! -miró a los ojos a sus dos
amigas, que le sonreían sutilmente-. Con respecto a lo de esta
noche... -suspiró-. Me molesta pasar por estas malcriadeces, me
molestan las escenitas... ¡Soy una mujer de casi 29 años, ya no
estoy para estar tolerando maricadas, oye! -ella también se echó un
buen trago antes de proseguir, consciente de que el 1 de diciembre
celebraría su próximo aniversario y para eso solo faltaban unos
pocos días-. Te haré caso, Valentina, y sacaré la mejor parte de este
asunto... -miró la pantalla de su teléfono antes de guardárselo en el
bolsillo-. Ya le envié un mensaje asegurándole que no sería yo la
que se disculparía por hacer algo que, en primer lugar, no tenía
nada de malo y que, en segundo lugar, le había notificado muy bien
al comienzo de la noche...
—Entonces ya está... La pelota está del lado de la cancha de la
chiquilla... Queda de su parte decidir lo que hará con ella... Oriana
se mojó los labios de nuevo en el trago, supo que le tomaría su
tiempo reponerse de la indignación por aquella noche, sin embargo,
trató de sacarle el mejor provecho a la velada. Ya llegaría el
momento de saber cómo evolucionaba su relación con Ana Paula y
qué posición tomaría cada una en esa historia.
Por lo pronto solo le quedó respirar hondo y tratar de sonreír.
Esa mañana de sábado, Claudia pasó por Bárbara muy temprano.
Se desvió hasta El Cabrero para recoger a la chica en la puerta del
edificio de pocos pisos en el cual vivía y de ahí partir rumbo a
Barranquilla para asistir a ese evento corporativo que la empresa
había organizado y en el cual reunía a su personal, proveniente de
al menos cinco ciudades de Colombia. La caleña nunca había visto
a su colega tan risueña y desde la noche en la que habían ido a ese
restaurante de San Diego, se le habían desvanecido los recelos
infundados por Carito.
—Me parece que en Barranquilla tendrás pretendientes de sobra
para bailar... -dijo velando sus celos con una sonrisa a medias.
Bárbara se echó a reír.
—Todos varones, desde luego...
—¿No bailas con hombres? -volteó a verla de inmediato. -Bailo
con el que sea, Claudia, siempre que baile bien...
—Así que bailas con todos, menos conmigo... -lo dijo con
aspereza y esta vez la que volteó para reparar en la otra, fue
Bárbara.
—No digas eso, Claudia... -pensó unos segundos, enfocándose
en encontrar las palabras indicadas en ese afán suyo de ser tan
considerada-. A ver... -susurró-. El problema no es si bailas bien o
no, el problema es que te pones muy nerviosa, rígida y no confías...
—¿Cómo así? -la miró con atención.
—Bueno, en parte el baile es un ejercicio de confianza y de
complicidad... Es dejarte llevar y permitirle al otro tener el control por
un rato... ¡Te cuesta perder el control, Claudia, ese es el problema
con vos!
—¿El problema conmigo? -rio en el fondo ofendida-. Más bien
creo que es una virtud, Bárbara... Sí, tengo manía de control, lo sé
de sobra y la única persona que conozco a la que le tengo la
suficiente confianza como para ceder con eso, eres tú... -se miraron
a los ojos, la caleña estaba sorprendida.
—Pues agradezco el voto de confianza, Claudia...
—¡Ni mi marido toma las decisiones en casa! -rio, orgullosa-. Todo
pasa por mí, absolutamente todo... Desde la comida que Amparo
sirve en el desayuno y en el almuerzo, hasta las reparaciones de los
autos... Soy yo la que tiene la última palabra, soy yo la que decide
cómo, cuándo y dónde se hacen las cosas y... ¡Armando se acoge
sin problemas! Claro, tratamos de ser comedidos ante su familia,
porque no queremos que lo vayan a tildar de sometido, ¿no?
—Entiendo... -pero la verdad no entendía nada. Todo aquel
escenario le parecía otro modelo de machismo, esta vez impuesto
por una mujer-. ¿Y Armando está feliz con eso?
—De vez en cuando se emancipa... -volvió a reír-. Yo me pongo
en su lugar y le doy sus momentos y sus espacios para que él
también tome algunas decisiones...
—Siempre y cuando coincidan con las que vos tomarías, ¿no?
—Claudia soltó una carcajada.
—¿Qué comes que adivinas, Bárbara?
—No sé... -se alzó de hombros-. La intuición que a veces me
visita... -suspiró-. No la tengo muy desarrollada, ¿oís? A veces me
dejo llevar por esa confianza ciega que tengo en las personas y
termino arrepintiéndome de mi ingenuidad...
—¡En mí puedes confiar! -y le tomó la mano de inmediato,
sorprendiéndola-. En mí puedes confiar ciegamente, Bárbara, te lo
aseguro...
—¡Gracias, Claudia! -le sonrió de un modo hermoso-. Es muy
lindo saber que en vos he encontrado no solo a una gran colega y a
una compañera de trabajo excepcional, también a una gran amiga...
Definitivamente, eres de las mejores cosas que me llevaré de
Cartagena cuando regrese a Bogotá... -a Claudia se le heló la
sonrisa.
—¿Cómo así? ¿Volverás?
—Claro... -miró hacia el paisaje-. Volveré transcurrido el año... Ya
me quedan unos siete meses en la costa y siento que no los he
aprovechado casi nada...
—Pero creí que te quedarías acá definitivo... ¡Creí que odiabas
Bogotá y que preferías estar en Cartagena, cerca de tu hermana y
de tus sobrinos!
—Amo Cartagena, es verdad, pero no veo muchas oportunidades
laborales acá, tomando en cuenta que dudo que la empresa quiera
conservar a dos profesionales, con un perfil muy similar, en la
misma zona supervisando los mismos proyectos...
—¡Si lo justificamos muy bien, podríamos lograrlo! -se miraron a
los ojos, Claudia parecía vehemente-. ¡Mira cómo han avanzado las
cosas desde que tú y yo estamos al mando! ¡Somos un equipo
excepcional, Bárbara, y no quiero que regreses a esa ciudad que
odias!
—No odio Bogotá -suspiró-. De hecho, tienes razón, haber vivido
allá por más de seis años me cambió mucho las perspectivas. Lo
que ocurre es que es una ciudad con un aire muy distinto al
costeño... Todo es un poco más pausado, más estudiado, más
correcto... No tienen esa capacidad de improvisación, ese
entusiasmo y esa frescura que caracteriza a los costeños o incluso a
la gente de mi Cali, pero no está mal tampoco. Allá aprendes cosas
importantes, como la disciplina, el buen gusto, la excelencia... ¡No
quiero decir con eso que no puedas aprender las mismas cosas en
otras partes de Colombia, pero...! ¡Ya me entiendes!
—Sí, te entiendo, pero igual... -estaba demasiado desencajada y
la alegría se le había esfumado de un plumazo. ¡Siete meses! ¡Siete
meses y Bárbara Monsalve saldría de su vida! Jamás imaginó que
tenía el tiempo contado para atreverse a explorar de un modo más
profundo las emociones que esa mujer despertaba en ella y que la
conectaban con una etapa en su adolescencia y juventud en la cual,
aunque lo ignorara y se lo negara, más de una falda se le incrustó
en la pupila y en el pensamiento. La primera vez que enloqueció por
una niña fue a los 13 años, se hizo su mejor amiga en el colegio, se
transformaron en dos seres inseparables y con la llegada de la
adultez, cada una siguió sus respectivos caminos como mujeres
comprometidas, eventualmente casadas y luego con hijos, pero de
solo recordar todas las cartas que le escribió, que jamás le entregó y
que luego quemó, se le abría un abismo de corazón tremendo.
¿Qué ocurriría ahora con la caleña? Sabiendo que no la rechazaría,
teniendo la absoluta seguridad de que la chica era lesbiana, ¿la
dejaría marcharse sin siquiera atreverse? Claudia tenía que trazarse
un plan rápido si quería precipitarse, cuando menos, en esos labios
carmesí.
—El acuerdo con la empresa fue bien claro, Claudia... Me guste o
no, estaré por acá solo por un tiempo y para apoyarte a vos, que te
has estado encargando sola de la supervisión de esos proyectos...
—Entonces tenemos que sacarle mucho provecho a tu paso por
Cartagena, Bárbara Monsalve... -se miraron a los ojos-. ¡Mucho
provecho!
Por un instante Bárbara pensó que tendría tiempo de visitar a su
hermana y a sus sobrinos al arribar a Barranquilla tan temprano,
pero Claudia tenía otros planes. Como siempre, la ingeniero se
había trazado en su cabeza una minuciosa agenda de todas las
cosas que ella y su colega podían hacer antes de hacer el check in
en el hotel donde se llevaría a cabo la reunión corporativa de la
empresa y luego sumarse al festejo, una vez caída la noche.
Esos espacios singulares y acogedores que caracterizaban al
lugar al cual Claudia la había invitado a almorzar, la dejaron
realmente boquiabierta. Le gustó todo, desde la decoración y la
escogencia del mobiliario, hasta la forma como habían aprovechado
los impredecibles ambientes de ese edificio en el cual operaba el
establecimiento. La ingeniero que acompañaba a la caleña se
disculpó para acudir al baño y Bárbara consideró que ese momento
a solas, luego de haber estado acompañada toda la mañana, era
ideal para ponerse en contacto con Carito.
—¡Chatita! ¿Dónde andas? Te esperábamos para el almuerzo...
—Pues lo siento, Carito, al parecer Claudia dispuso otra cosa... -
suspiró-. Me trajo a comer a un lugar que se llama... Se llama... -y
apartando un poco la servilleta leyó el logotipo caligráfico en el
menú-. Maila o algo así...
—¡Bueno pues! ¡Maila, cómo no! De los mejores en Barranquilla,
niña... -volvió a ponerse suspicaz-. ¿Y esa vieja solo es gentil con
vos, o te está dando la vuelta?
—¿Dándome la vuelta? -rio con ingenuidad.
—Sí, porque entre la sobadera y meterte los pies debajo de la
mesa de uno de los restaurantes más costosos de la ciudad... No sé
qué pienses vos, Bárbarita, pero a mí no me suenan bien sus
atenciones...
—Quizás solo es gentil y ya... Quizás viene poco a Barranquilla y
hoy quiso darse un gusto... -Bárbara no lo vio, pero Carito torció los
ojos con un gesto que se debatía entre la indignación y la
incredulidad ante la inocencia de su hermana menor-. Tal vez es que
desea ser espléndida luego de que le confirmé que vuelvo a Bogotá
en siete meses...
—Chata, ya vos sabes bien lo que pienso, ¿cierto?
—Cierto.
—Entonces en buen caleño te lo voy a decir, Bárbara Monsalve:
ve, mirá, no te dejés embaucar por esa vieja, no sea que por caída
del zarzo terminés enredada en una chafa, ¿oís?
—No te preocupés, Carito, que aquí no hay chanda.
—¡Quiera Dios que así sea, chata! ¡Por el bien de vos! -Bárbara
notó que Claudia se acercaba a la mesa.
—Te dejo, Carito... Te hablo luego, ¿bueno?
—¡No te preocupes, que te voy a estar monitoreando cada 30
minutos! ¡Cada 30 minutos a contar a partir de ahora! -Bárbara se
echó a reír.
Claudia llegó a la mesa en el preciso momento en el que Bárbara
bajaba de su rostro el teléfono y se miraron a los ojos.
—Ya ordené las bebidas... -le aseguró acomodándose en la silla
ante ella-. Una cerveza bien ligera para ti y una copa de vino blanco
para mí...
—Gracias, Claudia... -sonrió tenuemente-. Gracias por todas tus
atenciones.
—Una mujer como tú se las merece todas, Bárbara -la vio de un
modo que le causó desconcierto a la caleña.
—¡No, imagínate! ¡Creo que a estas alturas vos ya has hecho
suficiente!
—Tratándose de ti, para mí nunca es suficiente, Bárbara... -la dejó
de piedra cuando sintió su mano depositarse sobre la de ella-. Ya te
dije que le sacaremos provecho a esos siete meses y no, no pienso
perder ni un solo segundo...
—No sé qué decir, Claudia... -y no hablaba en sentido figurado.
—No digas nada... -se alzó de hombros-. Déjame a mí tener la
última palabra... -se echó a reír mientras la otra la miraba atónita.
—Eso sí que no, Claudia Valencia... Puede que ahora me tengas
muy confundida, pero te aseguro que una vez que recupere el
habla, te daré un buen debate, ¿oís?
—Ya te lo dije, Bárbara Monsalve... Eres la única persona ante la
cual cedería... -le sonrió de un modo fulminante y la mujer de ojos
negros sintió que estaba en medio de un sueño de esos realistas,
pero en el fondo, absurdos.
Las situaciones absurdas no cesarían por el resto de ese día.
Parecía que Claudia, lejos de Cartagena, de las presiones laborales
y familiares, en una ciudad donde podía pasar como una completa
desconocida, se hubiese entregado sin reparos a comportarse con
una atenta galantería ante Bárbara. Al principio la caleña le atribuyó
su solícita actitud a esa faceta gentil que había mostrado desde sus
primeros encuentros en la empresa para la cual trabajaban; luego
creyó que ese sábado y posiblemente con la alternativa de tomarse
un día libre, diferente, lejos de las responsabilidades que conlleva
ser madre de dos, además de una mujer casada, estaba de muy
buen humor y por lo tanto, incontenible en sus iniciativas; pero
conforme fue avanzando la tarde y con ella la llegada del evento,
Claudia escalaba en sus rarezas y debilidades.
Allí estaban las dos en esa habitación de hotel que usarían esa
noche como parte de las atenciones que la empresa había tenido
con los empleados que asistían al evento desde otros rincones del
país, sin ser lugareños.
—Tanto lujo para nada... -musitó Bárbara mirando la recamara de
brazos cruzados, mientras Claudia verificaba hasta el más mínimo
detalle-. Yo no cambiaría esta habitación por la posibilidad de pasar
la noche en casa de Carito, con sus niños y mi cuñado.
—Pero no lo harás, ¿verdad? -se podría decir que en los ojos de
Claudia había un dejo de decepción.
—¿Disculpa? -se miraron fijamente.
—Que te quedarás aquí, en el hotel, ¿no es cierto? ¿O ya
hablaste con tu hermana para irte a su casa cuando culmine el
evento?
—No lo hemos descartado... -se sonrió y la otra comenzó a
precipitarse en el más profundo desengaño-. Hoy me esperaba para
almorzar y le sorprendió un poco que decidiera cambiarle los planes
en el último minuto, pero mañana no podré huir de ella -se echó a
reír encantada. Amaba a su hermana y pasar tiempo con su familia
era una de las bendiciones que se sumaban a su estadía en la
costa-. Me aseguró que no le importaba que saliera de madrugada
del evento, que me recibiría en su casa a la hora que fuera para que
desayunásemos mañana en familia y le sacáramos el mayor
provecho al domingo, así que... -se alzó de hombros-. No, no me
hago muchas expectativas con la habitación.
Menudo contraste, porque en materia de expectativas, Claudia se
las había hecho todas. ¡Hasta las que no debería!
—Y... ¿Y si te pido que te quedes? -Bárbara frunció el ceño en un
gesto que contradecía por mucho la gentileza que la caracterizaba,
así como su semblante risueño y apacible.
—¿Cómo así? -trató de reír, pero hasta ese sonido tan bello en
ella, se oyó forzado-. ¿Para qué quieres que me quede?
—Podríamos bajar mañana a la piscina del hotel, por ejemplo...
Podríamos compartir el desayuno acá, en la habitación...
—No, no... -y esta vez su sonrisa fue sincera en lo absoluto-. La
verdad suena divino todo eso que dices, Claudia, pero conozco bien
a Carito y se enojará conmigo si le cambio los planes de nuevo...
Además, ella también quiere sacarle provecho a mi estadía en
Cartagena, porque una vez que regrese a Bogotá, vernos no será
tan simple, mucho menos podremos hacerlo tan seguido, así que...
Lo siento, mi queridísima Claudia, pero no... -la otra bajó la mirada
con profundo estupor.
Bárbara lo ignoraba, aunque una persona como Carito habría
llegado a una conclusión más que certera solo de evaluar el
comportamiento de Claudia, pero su resolución de pasar la noche
con su familia en lugar de pernoctar en ese hotel de Barranquilla, le
cerraba los caminos de un modo radical a su colega. Se mentiría a
sí misma si se negaba que en su delirio, se había imaginado todos
los escenarios posibles y las más acaloradas consecuencias de ese
coincidir entre esas cuatro paredes. Claudia tenía días recreando en
su cabeza todas las cosas que podían suceder entre ella y la caleña
una vez estuvieran allí, a mitad de la madrugada y en absoluta
intimidad, con la tranquilidad de saber que las sospechas estaban
más que descartadas, tomando en consideración las características
del evento y las condiciones de su pernocta.
Era una desgracia, una verdadera desgracia que Bárbara, en su
apego fraternal, le robara esa oportunidad. ¿Cuándo, cuándo podía
repetirse una ocasión como esa? ¿Con qué excusa Claudia
Valencia volvería a ausentarse de casa casi por todo un fin de
semana para quedarse en un hotel con otra mujer? Debía hacer
algo. Algo tenía que ocurrírsele para disuadir a Bárbara de su
empeño de ir a pasar la noche con su hermana y entre las
alternativas que comenzaban a formarse en su cabeza, estaban
todas las consideraciones posibles menos una: que la caleña no
estuviera ni remotamente interesada en compartir su intimidad y esa
noche con ella, de la forma absurdamente romántica en la que
Claudia se lo había imaginado.
Ya lo decía aquella canción: el mayor error de Claudia Valencia
fue enamorarse de Bárbara Monsalve sin contar con su afecto.
Fue un verdadero alivio estar ya en el evento y sentir que se
diversificaba la compañía para Bárbara y que las proximidades de
Claudia volvían a estar en control. Todo estaba dispuesto para el
brindis inicial que abriría aquel festejo en el cual se conmemoraban
los 25 años de la empresa para la cual trabajaban las ingenieras
cuando una de ellas depositó en la oreja de la otra un comentario
más que pertinente:
—No tienen cerveza, ya pregunté... Solo hay vino blanco, vino
tinto y cócteles que están sirviendo en la barra que está al fondo del
salón... -Bárbara volteó a ver a Claudia con sorpresa.
—Gracias por la atención, pero ya me había acostumbrado a la
idea de humedecerme los labios con el vino durante el brindis y
luego de eso, pues... ¡Agua o gaseosa!
—¿Segura? -la miró a los ojos-. Puedes beber una que otra copa,
no creo que te haga daño...
—No, no, Claudia... -le tomó el hombro con suavidad-. Créeme
que cuando te digo que el licor y yo no somos buenos amigos, no te
miento... Ni la presión social ni la excusa de divertirse me harán
beber esta noche, te lo aseguro...
—¿Y si cuido de ti? -Bárbara reparó un par de segundos en la
mirada de Claudia-. Es decir... Si no quieres beber, pues listo, no lo
hagas, pero quiero que sepas que podría cuidar de ti en caso de
que te decidas por tomar una que otra copa... -le sonrió y alzó su
mano derecha en un gesto solemne-. Te prometo que no te quitaré
los ojos de encima en toda la noche, que no permitiré que hagas
ningún bochorno y que apenas sienta que las cosas están por
salirse de control, yo misma te pondré el freno...
—Un lindo gesto, Claudia, pero... -suspiró-. Lo sé por experiencias
anteriores y es muy incómodo poner a otros a cuidar de alguien que
está pasado de tragos, así que no... No te haré semejante cosa... -
rio con picardía-. Esa labor ya le tocó a Carito en varias
oportunidades y me consta que fue una pesadilla...
—Listo, Bárbara... Haz lo que creas mejor, pero... Pero si te
decides a beber...
—Sí, sí... -y le dio un par de palmaditas en el hombro-. Sí, sé que
me cuidarás y de nuevo lo agradezco... Ahora... -y tomó un par de
copas de una bandeja que traía consigo un mesonero-. Vamos al
brindis, ¿bueno?
—Bueno... -le sonrió.
La velada avanzó con algarabía y entusiasmo. Bárbara se
mantuvo sobria y risueña a fuerza de beber agua o alguna otra
bebida azucarada. Además de tener la oportunidad de bailar en
repetidas ocasiones con algunos compañeros que conocía o no, se
sintió sumamente complacida de encontrarse con el par de
personas con las que había consolidado una linda amistad en
Bogotá y ya estaban hablando de los pormenores de su regreso y
cómo se sentía a su paso por Cartagena cuando, una de ellas, le
hizo una proposición:
—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Bárbara?
Sabemos de sobra que no bebes, pero una de vino espumante no te
hará daño... Además, has comido bien en lo que va de noche,
¿cierto?
—Pues sí, pero... -dudó-. El licor es traicionero conmigo y el
vino... ¡Mejor ni hablar!
—¡No seas aburrida, niña! ¡Una copita nada más! -y ya se la
estaba sirviendo-. Si te sientes mal, la paras y listo, ¿te parece?
La mirada de Bárbara se cruzó con la de Claudia, atenta a cuanto
ocurría y en los ojos de su colega encontró seguridad. La caleña le
hizo un gesto a la otra para recordarle su promesa y ella, con una
sonrisa espléndida, asintió con un movimiento de cabeza, dándole
con esa señal vía libre para entregarse a ese espumante que
burbujeaba en la copa. Brindaron y ese primer sorbo, fue como la
página inicial de un capítulo rocambolesco.
La bebida no solo estaba deliciosa, también contaba con un
delicado bokeh y con efectos casi imperceptibles que motivaron en
Bárbara la confianza. Por un momento la chica sintió que podía
acostumbrarse sin problemas a ese benévolo licor que estaba
siendo tan envolvente con ella esa noche. No obstante, algunas
copas después y un par de vueltas en la pista de baile, sirvieron de
mucho para que las burbujas se le subieran a la cabeza.
Por suerte para ella, allí estaba ya Claudia para contenerla. La
ingeniero, celosa como nunca con su colega, evaluó el estado de
Bárbara, que bien podía continuar en la celebración hasta que se le
bajaran los efectos de la bebida, o subir a la habitación para
recostarse un rato y reponerse. Optó por lo segundo, especialmente
porque aquel espumante estaba acelerándose en sus sentidos.
—Ven conmigo, Bárbara, ven... -y la tomó con cuidado por el
brazo y la cintura y se la llevó, de a poco, hacia el elevador, mientras
la otra trataba de articular frases que se quedaban en ideas
inconexas y reía sin parar-. Creo que tuviste mucha razón cuando
dijiste que el licor era traicionero contigo...
Pero sostener un diálogo con Bárbara en ese momento, era tarea
inútil. La chica no hacía mayor cosa que reír, de un modo cándido,
contagioso e injustificado. Claudia la estrechó entre sus brazos en la
cabina de ese ascensor, mientras miraba cuán bella era y de qué
forma sus mejillas se veían tan sonrosadas a causa de la
embriaguez.
—Eres bellísima, Bárbara Monsalve... -no podía sacar sus ojos de
sus labios rojísimos-. Eres tan bella... Lo noté desde la primera vez
que te vi poner un pie en mi oficina, niña...
Se aprovechó de la valentía que le insuflaba en las ilusiones ese
estado de Bárbara, que se debatía entre la frágil conciencia y el
absoluto desvarío, para abrirle la puerta a la mazmorra de sus
confesiones. El elevador se detuvo y con la misma paciencia con la
que había sacado a la chica de la sala de festejos, la condujo a esa
habitación que estaba dispuesta para ambas.
Sentó a Bárbara en la cama y se acomodó a su lado, muy atenta
a ella y a cualquier posible indisposición que pudiera surgir de la
borrachera. No parecía grave. Salvo el hecho de que no atinaba a
estar muy consciente de lo que ocurría, no parecía que ese
espumante ejercería en la mujer de cabello y ojos negros algún
malestar mayor, así que Claudia procedió a acariciarle el cabello con
la pasión y el deleite con la que lo había soñado desde hacía
meses. De ahí bajó por su espalda, por sus brazos y la otra, salvo
una que otra frase incompleta que parecía expresar su confusión
por las cosas que hacía su colega, más bien optaba por reír y por
recostarse sobre ella apenas, muy mareada.
Claudia aprovechó uno de esos instantes de proximidad para
lanzarse sobre su cuello, primero con un temblor casi incontrolable,
luego con mayor seguridad y firmeza. Ese juego morboso de sentir a
Bárbara recurrir a ingenuos ademanes para sacársela de encima
terminó detonando en la mujer casada una horda de demonios que
ella jamás se imaginó que albergaría en su interior y solo le bastaron
minutos para escalar hasta esos labios rojos de la caleña que se
moría por probar y precipitarse sobre su cuerpo, acorralándola
contra la cama. Todo fue confuso, muy confuso y Bárbara trataba de
poner orden en su cabeza para explicarse racionalmente qué era
todo aquello que sucedía en esa habitación oscura a merced de esa
mujer que la estaba recorriendo de un modo casi impúdico, hasta
que la mano de Claudia colándose por su falda y aproximándose a
su intimidad le sirvió de mucho para recapacitar y reencontrarse con
un mínimo destello de lucidez.
Bárbara tomó con su mano la muñeca de esa mujer para impedir
que la avanzada prosperara hacia más profundos confines y le dijo,
en un susurro suplicante:
—No, por favor, no...
Claudia se detuvo, absolutamente desencajada. Miró perpleja a
Bárbara, que aún parecía sostener un acalorado debate entre el
delirio y la claridad mental.
—Bárbara, mi amor...
—No... -musitó, casi sin fuerzas, muy mareada-. No, por favor,
no...
—Bárbara, pero... -y trató de volver sobre sus labios, como si con
un nuevo beso pudiera ayudarla a recapacitar, pero lo que se
encontró fue un rechazo, torpe, pero claro. Claudia se incorporó de
a poco, genuinamente avergonzada. Sus emociones por Bárbara
eran incontenibles y profundas, pero en lo más hondo de su
corazón, no, no quería lastimarla.
—Por favor, por favor... -y la súplica se volvió letanía, obligando a
Claudia a incorporarse y a retroceder, para su más amargo
despecho. Contempló a Bárbara y se dio cuenta de cuán revuelto
había dejado su vestido al recorrerla con caricias que ni ella misma
sabía que atesoraba en la piel de sus manos-. Llévame a la
habitación... -musitó la otra.
—Estamos en ella, mi amor... -se encimó un poco sobre su rostro.
—Entonces... -la vio fruncir el ceño, denotando esfuerzo al hilar
sus ideas-. Entonces déjame sola...
—Bárbara, no te encuentras bien, ¿cómo se te ocurre?
—Déjame sola... -y esa petición se volvió tan repetitiva como la
letanía anterior, obligando a Claudia a levantarse lentamente,
encaminarse a la puerta y salir muy despacio de la alcoba.
Estuvo de pie en el pasillo, atenta a cualquier sonido o a cualquier
cosa que necesitara Bárbara por casi 45 minutos, cuando supuso
que la caleña se había quedado dormida y decidió volver, por al
menos un rato, al festejo para luego regresar y cerciorarse de que la
chica estuviera bien.
Cuando Carito abrió la puerta de su casa cerca de las 3 de la
mañana, lo que vio ante sí fue a su hermana transfigurada por el
llanto. Palideció y la estrechó entre sus brazos con una fuerza
descomunal.
¡El lobo le había hincado el diente a la Caperucita y ella no había
podido hacer nada para evitarlo! Carolina Monsalve jamás se lo
perdonaría.
III PARTE

CUARTO CRECIENTE
LOBO FEROZ

Estrujó a Bárbara contra su pecho con un frenesí absoluto. No


podía creer que su niña, su dulce niña, a la que amaba con un
sentimiento inconmensurable, a la que había cuidado de un modo
receloso desde que la recibió entre sus brazos cuando tenía solo 8
años, ahora estuviera allí, destrozada, muerta del bochorno y de la
pena a causa de un episodio terrible que ella no se atrevía a
describir y que Carito, tan afectada como estaba, no hacía más que
ponerle extras en su imaginación.
Sabía que Claudia Valencia había estado pegada a las faldas de
su hermana desde muy temprano esa mañana. Sabía del evento al
que asistirían esa noche en un hotel de Barranquilla, sabía además,
y por eso estuvo muy atenta a las andanzas de su hermana menor,
que la colega se había mostrado injustificadamente espléndida, por
eso, cuando dejó de recibir respuesta a sus mensajes conforme
avanzaba la noche, se preocupó.
Nadie en casa sabía de la orientación de Bárbara, mucho menos
de sus amores, por eso tuvo que guardarse sus angustias para sí
misma. No podía decirle al marido cuánto le preocupaba que su
hermana menor dejara de responderle los mensajes y de qué forma
se imaginaba que tal vez Claudia Valencia tenía algo que ver con
eso. Para no caer en angustias infundadas por sus prejuicios, trató
de tranquilizarse a sí misma, aferrándose a cosas como que quizás
la caleña la estaba pasando muy bien en compañía de gente
querida, que posiblemente estaba bailando como tanto le gustaba,
que era casi seguro que estuviese metida en una de esas
conversaciones que se le daban tan fácil, pero verla de la forma en
la que la vio llegar, fue como recibir un golpe neto en el centro del
pecho que le había destrozado el corazón y que le había abierto la
caja de las culpas.
Todas las angustias y temores que estuvo domando conforme
avanzaba la noche estaban ahora fuera de control, comportándose
como si se hubiesen adueñado del circo de sus demonios,
amordazando no solo al domador, muy especialmente a los
payasos. Bárbara lloró todas las lágrimas sobre el pecho de Carito y
más, hasta que finalmente los sollozos fueron disminuyendo y la
hermana mayor se atrevió a indagar en su dolor y en su vergüenza.
—Mi amor... Mi chatita preciosa... -la apretó con más fuerza contra
sí, sentadas en ese sillón de terraza que estaba justo en la parte
techada del patio de esa casa donde vivía en Barranquilla junto a su
marido e hijos-. ¿Qué pasó mi niña lindísima? ¿Qué te pasó mi
princesita?
—¡Ay, Carito...! -volvió a sollozar y la otra la dejó desahogarse por
nuevos minutos-. Carito... Claudia...
—¿Qué te hizo esa vieja desgraciada? -de inmediato se puso
como una fiera, ya se sospechaba que el nombre de esa mujer
emergería en algún momento a propósito de sus tribulaciones.
—Claudia... -balbuceaba avergonzada-. Claudia se propasó
conmigo...
—¿Qué te hizo? ¿Qué te hizo, Bárbara, por Dios? -y hasta le
pareció ridículo caer en cuenta de que nada eximía a una mujer de
ser víctima de abuso. Daba igual ser heterosexual, bisexual,
lesbiana o trans, la violencia sexual estaba a la orden del día en
cualquiera de los escenarios, siempre y cuando tuvieras el infortunio
de toparte con una persona que, en el mejor de los casos, no
entiende las sutilezas, mucho menos del respeto por la integridad de
otros.
—Todo fue muy confuso, Carito... -ya estaba un poco más
tranquila-. Yo estaba ebria y recuerdo, recuerdo sensaciones más
bien...
—¿Qué sensaciones, mi amor? ¡Dímelo todo, anda!
—Me estaba acariciando, besándome en el cuello... Luego me
besó en la boca y recuerdo que estaba sobre mí... -sintió un
profundo desagrado que la hizo estremecer y Carito lo notó de
inmediato-. Me tocó los senos y trató de... De...
—¿De tocarte? -se angustió y sintió una desolación enorme-. ¿De
penetrarte?
—Me parece que sí...
—¿Y lo logró?
—¡No, no! Fue precisamente en ese momento en el que de
repente tomé conciencia de lo que pasaba y la frené... Ella se
detuvo de inmediato, pero...
—¡Pero ya te había morboseado por completo! -apretó los ojos
con ira y ahora la que lloraba era ella-. ¡Maldita mujer! ¡Maldita
Claudia Valencia!
—Pero fue mi culpa, Carito... -la hermana mayor compuso una
expresión de descrédito absoluta.
—¿Qué estás diciendo?
—¡Que la culpa fue mía! Yo no debí emborracharme así, yo no
debí comportarme de ese modo, yo propicié todo esto... Yo...
—¡Ni se te ocurra seguir diciendo maricadas, Bárbara Monsalve!
¿Oís? -perdió la paciencia y como solía ser habitual en ella, la furia
vino acompañada de su acento caleño, a veces adormecido por sus
años de vivir en la costa-. ¡Toda esta mierda ya me sabe a cacho,
chata! ¡Vos no tenés la culpa de haberte involucrado con una
asquerosa que se comporta como un macaco! ¡Ve, mirá, no me
vengás a decir que la culpa es de vos por la forma como te estabas
comportando, ni por el vestido que escogiste, ni porque te dio por
beber demás! ¿Oís? ¡Ninguna de esas cosas, ninguna, le da
derecho a esa vieja a gallinacear con vos de la forma en la que lo ha
estado haciendo! ¡No señor! ¡El respeto es el respeto, chata y esa
desgraciada se comportó con vos de la peor manera posible! ¿En
qué estaba pensando esa vieja hija de puta? ¡Eres su colega, su
colega! ¿Oís? Ella no tenía por qué faltarte al respeto ni que te le
hubieses puesto por delante desnuda, porque vos jamás, jamás
consentiste a ninguna de sus suciedades.
—Carito...
—¡No, no me digás que me calme, ni mucho menos que deje de
gritar, Bárbara Monsalve! Estoy furiosa, chata, furiosa... Y no, no
quiero que pensés que tenés la culpa de lo que ocurrió, porque no
fue así... -suspiró, tratando de recobrar la compostura-. Es verdad,
debería tirarte de las orejas por haberte puesto a beber, aún y
cuando sabés que desde que eras una pelada has tenido tus
desencuentros con la bebida... Eso, eso fue lo único que no debiste
hacer, pero no porque una borrachera te pusiera en peligro, sino por
tu propio bienestar... ¿Por qué carajos emborracharte te iba a poner
en peligro si se supone que estabas compartiendo con compañeros
de trabajo y con gente conocida y cercana que debería, cuando
menos respetarte, maldita sea? ¡Yo no digo que te quieran, mucho
menos que te valoren, pero al menos un mínimo de respeto!
—Bebí porque... -y se sintió aplastantemente estúpida.
—¿Por qué? ¿Por qué? -y sacándosela del pecho la miró a esos
ojos negros que estaban tan tristes-. ¿Porque te invitaron? ¿Porque
te provocaron?
—Sí, sí, las amigas de Bogotá me pidieron que las acompañara
con unas copas, pero... Pero accedí a eso porque Claudia
prometió...
—¿Prometió? -casi saltó de la silla como un oso que se va sobre
un animal que amenaza a sus oseznos-. ¿Qué mierdas prometió
esa desgraciada?
—Prometió cuidarme... -si Bárbara creía que Carito había
explotado, estaba lejos del clímax de su ira.
—¡Me como mis propias entrañas, Bárbara Monsalve! ¡Ahora sí
es verdad que me convierto en asesina, me voy a ese hotel de
mierda donde está esa vieja y me la devoro viva! ¿Oís?
—¡No digas estupideces, Carito! -se incorporó un poco y le habló
con aplomo a la hermana, contribuyendo con eso a que se le
bajaran los ánimos, así como su inconfundible acento caleño,
que luego de vivir por años con su marido en Barranquilla,
eventualmente afloraba, especialmente cuando perdía la
compostura-. Vos no tienes por qué intervenir en este asunto,
mucho menos tienes por qué tomar partido... -suspiró,
apesadumbrada-. Soy yo, yo, que a pesar de tener 30 años me
comporto como una niña ingenua e inocente... -se enderezó en la
silla, juntó sus manos, la metió entre sus rodillas y allí, ligeramente
encorvada, supo mejor que en ningún otro momento de la
madrugada que comenzaba su calvario.
—Si de culpas se trata, pues las asumimos todos, empezando por
mí... -la hermana mayor suspiró-. Al ser la menor de todos los
hermanos siempre te cuidamos mucho, Bárbara... Todos... ¡Todos!
Tobías, Erasmo, Gabriel y yo siempre te cuidamos como unos
tombos y bueno... También sumaron papá y mamá, que te mimaron
como a nadie al ser su niña más chiquita...
—Eso no justifica que yo sea tan inmadura, Carito... Se supone
que como una mujer hecha y derecha, yo también debería haber
puesto de mi parte formándome un carácter más firme.
—Tu carácter no está mal, Bárbara -le acarició el cabello con
amor-. Eres una mujer que a pesar de ser ecuánime, afable y tierna
sabe poner sus límites... ¡Has mantenido a raya a Claudia Valencia
todo este tiempo! ¡Es tan así que la única forma que encontró para
burlar tus defensas fue esa bajeza que hizo esta noche, de
aventajarse porque estabas ebria!
—Eso, pero también otras cosas... -Carito, ya mucho más
tranquila, la miró con atención.
—¿A qué te refieres?
—A que desde que Claudia salió de Cartagena, se transformó... -
suspiró-. Es verdad, allá siempre ha dicho una que otra cosa, me ha
insinuado sutilmente una que otra cosa, pero le pueden más los
nervios y la ansiedad porque no se le noten las debilidades, pero...
¡Pero en Barranquilla se salió de control!
—¡Claro! ¡Si la desgraciada sabe que aquí nadie la conoce!
Imagino que dejó a varios kilómetros al marido y a los hijos y sintió
que acá podía vivir su fantasía lésbica o bisexual con vos... Es como
decir: lo que pase en Barranquilla, se queda en Barranquilla...
—Algo por el estilo, supongo... -suspiró. Carito se quedó en
silencio por varios segundos.
—Pero... ¿esa mujer no está casada, Bárbara? ¿Esa mujer no
tiene dos hijos al igual que yo?
—Está casada, sí... Tiene dos niños, sí... -se miraron a los ojos-.
No me preguntes de dónde le surgió el antojo conmigo, no tengo ni
la menor idea... Jamás hemos hablado de su pasado, de sus
emociones, o de si ha tenido algo o no con otra mujer, así que esto
es una sorpresa para mí... ¡Una desagradable sorpresa!
—¿Y qué harás ahora mi chatita? -le acarició el cabello y la miró
con pesar.
—No quiero ni pensar en eso, Carito... -se cubrió la cara con las
manos-. No quiero ni pensar cuál es mi posición ahora, mucho
menos cómo lo voy a manejar en la empresa... Aún no he tenido
tiempo de reflexionar, he estado más bien enfrascada en todo lo que
sucedió esta madrugada y en lo terrible que me hace sentir ese
episodio... -se estremeció-. Solo de recordarlo me dan... ¡Me dan
náuseas! ¿Oís?
—¡Ya mi amor, ya! -la abrazó de nuevo y la cobijó en su pecho-.
No quiero minimizar lo que sientes, mucho menos subestimarlo,
pero vamos a quedarnos con el consuelo de que no pasó a más...
¿Sí? Es cierto, lo que sucedió estuvo muy mal y no se justifica que
haya ocurrido, pero al menos te queda el alivio de saber que la
desgraciada esa se detuvo y que la cosa no avanzó a situaciones
peores.
—No sé qué actitud va a tener el lunes, cuando volvamos a
vernos en la empresa... Ahora ha estado llamándome como una
loca. Imagino que volvió a la habitación, no me encontró en ella y
temió lo peor... No le he atendido ninguna de sus llamadas y te
imaginarás que a la última persona que quiero ver en el mundo justo
ahora es a Claudia Valencia.
—¡Yo sí que la quiero ver, chata! ¡Pero para comerme sus
hígados!
—No he reflexionado bien en lo que voy a hacer, ni mucho menos
en lo que me espera ahora que la rechacé... -Carito frunció el ceño
muy seria-. No sé si me va a hacer la vida imposible en la empresa,
si me va a desprestigiar como profesional, si me va a seguir
acosando...
—¡Haga lo que haga, tienes que ser muy fuerte Bárbara! ¡Tienes
que hacerle honor a tu nombre!
—Sí... En los pocos minutos que he tenido para reflexionar sobre
esta noche de mierda, te puedo decir que hasta se me ocurrió poner
la renuncia, venirme con vos a Barranquilla y empezar desde cero
acá...
—¡Cuando quieras, chata! ¡Esta es tu casa!
—Pero también me esforcé mucho para encontrar ese puesto en
esa empresa... Es una de las constructoras más importantes de
Colombia y todo se va a ir a la mierda por culpa de... -empezó a
sollozar de nuevo, sintiendo que estaba en un callejón sin salida.
—¡Calma, mamita, calma! Por suerte mañana estarás todo el día
con nosotros y puedes refugiarte en mí, en tus sobrinos, incluso en
el buenazo de David para que se te alivie un poco la vergüenza y el
malestar de esta noche... Ya el lunes se verá, no tiene sentido que
te tortures con eso...
—Al menos tengo un par de consuelos...
—¿De nuevo? -rio apenitas-. Últimamente siempre tienes en el
bolsillo un par de consuelos...
—Uno de ellos es que por lo que resta de año no tendremos que
supervisar las obras, por lo que no tendré que verme en la
desagradable posición de ir con ella, a solas en su auto, a ningún
rincón de Cartagena...
—¡Excelente!
—Y la primera semana de diciembre nos darán las vacaciones
colectivas, así que... Podré estar lejos de Claudia Valencia hasta
enero.
—¡Espléndido, niña! Eso ayudará a que se calmen las cosas,
especialmente para vos, porque algo me dice que esa desgraciada
se va a estar limando los colmillos hasta que surja la ocasión de
volver a tirarte el guante... -la tomó por los hombros, la alejó de sí y
se miraron a los ojos-. ¡Pero eso no va a volver a pasar, Bárbara
Monsalve! ¡Tienes que prometerme y que prometerte a vos misma
que esa mierda no va a volver a pasar! ¿Oís?
ROSARITO

Carito terminaba de cortar en trozos una fruta para Amalia cuando


se dio cuenta de que Bárbara no estaba por los alrededores de la
cocina. Supuso que de nuevo la hermana estaba abatida, porque
cada vez que la atajaba el recuerdo de esa madrugada, sus ojos se
nublaban en segundos. Alzó la mirada despacio y a través de la
ventana vio a la hermana menor, pensativa, sentada en el sillón de
dos plazas que tenía en el jardín, el mismo donde tuvieron esa
charla tan desagradable una vez que ella regresó, hecha un mar de
lágrimas, de ese hotel de Barranquilla. La mujer de 38 años suspiró
y salió a reunirse con esa niña de cabellos negros que tanto amaba.
Se sentó despacio a su lado, se secó un poco las manos en un
pañito de cocina que procedió a colgar de uno de sus hombros y le
dio un par de palmaditas en la pierna. Bárbara tenía en la mano un
vaso con los residuos de alguna bebida azucarada y veía a
cualquier punto en el jardín. Reparó en su hermana despacio y trató
de sonreírle.
—¿Cómo van las cosas, mi chatita? ¿Cómo te sientes?
—¡Ahí, voy, Caro! Tratando de pensar en otras cosas, como todo
lo que tengo que hacer esta semana para dejar en orden mis
compromisos laborales antes del viernes.
—¿Y lo otro? -Bárbara suspiró.
—Intento no recordarlo, porque no sé ni cómo me voy a comportar
con esa mujer en adelante -se quedaron calladas por varios minutos
y a Carito se le vino a la cabeza la niña de las coletas, tema que le
sacaba a Bárbara miradas radiantes de las pupilas.
—¿Y lo otro? -la hermana volteó a verla extrañada.
—Te acabo de decir que...
—No, no... -sonrió-. Lo otro... -y con las manos se recogió el
cabello, simulando par de coletas. De inmediato Bárbara lanzó una
risita mínima-. La niña de las coletas, el corazón, vos sabes...
—Ah -trató de sonreír, pero pudo más la cara de decepción-. Pues
igual, sin novedad... La vi esa vez por un par de segundos y nunca
más...
—Pero, más allá de ella... ¿nada de nada, chata?
—No, nada de nada... Ni en Bogotá, ni mucho menos en
Cartagena... Salvo esa niña con la que bailé en el club, salvo esa
noche que parecía una ilusión, un tránsito de magia, no hay nada
más.
—¿Y sexo? -Bárbara volteó a verla con un dejo de espanto y
Carito ya reía. Al menos la estaba logrando sacar de su tristeza con
su singular charla-. ¿Tampoco?
—Menos que menos -se cruzó de brazos indignada-. ¡Y no sé a
qué viene la pregunta, porque sabes de sobra que no soy así! ¿Oís?
-resopló-. Si fuese de ese tipo de mujeres lo de Claudia no me
habría afectado tanto y quizás hasta le hubiese sacado su provecho
luego de todos estos meses sin tener intimidad con nadie, aunque...
-se quedó pensativa y Carito la miró con atención, con el ceño
fruncido y una suprema desconfianza-. Algo me dice que de igual
modo no lo habría disfrutado...
—¿Por qué lo dices?
—Además de que Claudia no me atrae para nada de esa manera,
por lo poco que recuerdo de su contacto... Fue hosco, brusco y... La
verdad no funciono bien con ese tipo de roces... -suspiró, soñadora-.
En cambio esa niña, esa niña con la que bailé, parece que sus
manos estuvieran entrenadas para tocarme... -se miraron a los
ojos-. ¿Puedes creer que aún recuerdo cómo me tomaba por la
cintura? Especialmente en esos giros en los que me ponía de
espaldas a ella, me recostaba sobre su pecho y ponía una de sus
manos con suavidad en mi abdomen, cerca de mi vientre...
—¡Chata! -estaba sorprendida-. ¡Eso suena de maravilla!
—¡Fue de maravilla!
—Ahora entiendo por qué la idiota de Carmelina te sacó del club
en bombas... -reflexionó muy seria y a un tris de indignarse-. ¡Se
debe haber dado cuenta de lo que te estaba ocurriendo con la
patinetera y con esa estrategia cerró toda posibilidad entre ustedes!
—Sí, ahora estoy segurísima de que fue así -lo masculló con
desprecio-. Mira que venir a alejarme así de esa niña preciosa a la
que posiblemente estaría conociendo o con la que estaría saliendo
justo ahora.
—Cuestión de tiempo, chata. Ya la has visto varias veces, ¿no? -
Bárbara asintió pensativa, considerando qué tan prudente era
embarcarse en una ilusión donde todo dependía del azar. ¿Y si
comenzaba a frecuentar Getsemaní? Esa idea le gustó-. Solo habrá
que esperar a que se manifieste de nuevo y que cuando eso ocurra,
tú estés en la posición de poder acercarte, para que así se
conozcan de una vez. Sea como sea, me hace feliz que sientas
estas cosas por esa desconocida, porque luego de tantos meses
llorando por Teodora...
—¡Tamara! -soltó una carcajada.
—¡Vos me entiendes! -Carito la miró con satisfacción. Su charla
estaba dando resultados-. Luego de todos esos meses llorando por
Teodora, me llena de esperanza que tu corazón esté listo para amar
otra vez.
—Sí... Mi corazón está listo, pero esa niña preciosa que quizás
está por venir, no lo sabe.
—¿Y por qué no se lo haces saber?
—Imposible, Valentina -y Oriana rio con amargura, consciente de
que se había involucrado con la persona más errada que pudo
haber escogido su corazón (quizás el que había tomado la decisión
después de todo fue su cuerpo, no su alma)-. Ya te he dicho que
hablar con Ana Paula no tiene demasiado sentido y, por si eso fuese
poco, ya le envié al menos tres mensajes diculpándome por haberla
ofendido y ella no ha hecho otra cosa que ignorarme... ¡Tampoco
estoy para suplicar! ¡Mucho menos cuando siento que no hice nada
malo y no irrespeté a nadie!
—Si de irrespetar va la cosa, es una suerte que no te viera
bailando con la diosa aquella de cabello negro -la tatuadora suspiró
sobrecogida solo de recordarla y hasta bebió un sorbo de la pinta de
cerveza que tenía ante sí en la mesa de ese bar acogedor de
Getsemaní, uno que estaba bastante cerca del estudio de body art.
—Ni me la recuerdes, por favor...
—Oye, OriP... -se encimó un poco en la mesa, describiendo una
sonrisa de malicia-. ¿Cómo crees tú que serían las cosas hoy en día
si a la Cenicienta Culona no le hubiese dado por esfumarse? -se
miraron a los ojos por varios segundos.
—No creo que serían muy distintas, la verdad... -se alzó de
hombros-. Te recuerdo que ella tiene novia...
—¿Y si su novia es como Ana Paula? -Oriana rio-. Al menos
podemos deducir una cosa: la vieja es tan celosa como la pelada,
porque luego de que bailaron esa canción maravillosa, se la llevo a
rastras del club... -se alzó de hombros-. Pero no la culpo, OriP, yo
habría hecho lo mismo.
—Pues sería una suerte para mí si esa mujer es la pareja
dispareja de esa niña, la verdad... -sonrió ilusionada-. La química
entre ambas fue absoluta. Sentí que mis manos estaban hechas
para tallar ese cuerpo. Para sostenerlo entre ellas -se aprisionó la
nariz entre sus manos, ruborizada-. Ni hablar de cuando la tomaba
así, de espaldas a mí, con mi mano tan cerca de su vientre -
Valentina se quedó pensativa mientras su amiga flotaba en
recuerdos y bebió al menos un par de tragos antes de continuar:
—¿Te imaginas que se dé la oportunidad de acercarse, de
conocerse y descubran que no tienen nada en común?
—No me sorprendería, porque eso pareciera. Ella se ve muy
distinta... -sonrió de medio lado-. En todo caso, creo que la que lleva
las de perder, soy yo. Una niña de su estilo no creo que ponga sus
ojos en una vieja del mío, con tatuajes, túneles en las orejas...
—Tus túneles son delicados, OriP y tus tatuajes son puro arte. Es
verdad, no eres una nena de lacitos y bombachas, pero tampoco
eres una hombruna. Luces fuerte, audaz, atlética, interesante... -
suspiró-. Recuerda que nadie en Cartagena se saca de encima a las
viejas como tú lo haces... -rieron.
—Exagerada -volvieron a quedarse pensativas. A su manera y
desde sus perspectivas, la protagonista de sus pensamientos era
Bárbara Monsalve.
—¿Y no hay ninguna forma de acercarse a esa niña? Una pista...
¡Algo!
—Si la hubiera, hace mucho que la habría usado, flaca. -¿Y los
versos? -se miraron a los ojos.
—¿Qué con eso?
—¿No sientes que estás depositando una ilusión en eso?
¿Empecinada con eso?
—Ilusionada, sí... Especialmente desde que me sugeriste que no
dejara de rimar en su recuerdo... Empecinada, no. Yo sigo adelante
con mi vida... ¡Incluso con esa relación que sostengo con Ana
Paula, que hoy por hoy ya doy por finalizada!
—Sí, es cierto, OriP, pero últimamente te noto más sensible,
nostálgica...
—No te lo niego, Carito... ¿Y cómo no estarlo? Luego de tantos
meses de despecho, esa cama vacía se me viene encima. No
quiero sonar dramática, vos sabes que ese no es mi estilo, pero a
veces siento que se me están pasando los mejores años de mi vida
esperando por alguien que no va a llegar.
—¡Chata! ¡Hablas como si en un mes cumplieras 60 y apenas
tienes 30!
—Lo sé, pero es que la soledad es como la muerte, que no se
detiene en sutilezas como cuán viejo seas o en dónde te
encuentres. Ella siempre encuentra la manera de aplastarte,
especialmente en esas tardes vacías y eternas en las que quisieras
unos brazos tibios por frazada o unos labios húmedos para calmar
la sed.
—Sí, pero antes de que empieces a hablar como un personaje del
Gabo, recuerda que eres joven, inteligente, bella, tienes un
cuerpazo, unos ojos enormes y expresivos, te apuesto que allá
afuera hay más de una vieja que se está muriendo por tener algo
con vos...
—Es verdad -reconoció-. Con el pasar de los días siento que la
coincidencia en ese club fue una ilusión pendeja... ¿y sabes qué es
lo más absurdo de todo, Valentina? -le meneó la cabeza diciendo
que “no”-. Que por momentos siento que la extraño... -se echó a reír
y de nuevo se aprisionó la punta de la nariz entre las palmas de sus
manos-. ¿No te parece la imbecilidad más grande que me has
escuchado decir en la vida, flaca? ¿Cómo voy a echar de menos a
una niña con la que apenas bailé? Por eso recurro de nuevo a los
versos... Porque en cada renglón, siento que estoy con ella...
Entonces ahí, en versos libres, regresan a mí esas ganas de tenerla,
de conocerla, de besarla, de verme en esos ojos tan expresivos que
tiene, de que sonría y que esa risa sea por mí, sea para mí...
—¿Y tú vas a renunciar a todas esas sensaciones tan bonitas,
oye? Si no tuviera a mi Salomé, creo que sentiría envidia y hasta me
gustaría que me quisieran así...
—Es absurdo, ¿cómo puedes querer a alguien que no conoces?
¿Cómo puedes sentir esto por alguien que solo viste por horas una
noche?
—Pero esa niña te inspira cosas, mueve sentimientos en ti y eso
ya es suficiente.
—Sea como sea, al recordarla también regresa a mí esa
sensación de tristeza, de no saber dónde encontrarla, cómo
acercarme, de qué forma acceder a ella y es como un círculo vicioso
al que quisiera ponerle fin en el nombre de la sensatez, pero que
insisto en mantener abierto a fuerza de poemas, en el nombre del
amor.
—Bueno, si te hace daño o te inquieta, despídete, a fin de cuentas
no sabes dónde encontrarla, mucho menos a qué se dedica... Es
como un espectro que vaga por Cartagena... ¡Un espectro bellísimo,
eso sí, pero espectro al fin, oye! Ella ni recordará que existes.
—En eso te equivocas, flaca, porque me recuerda tanto como yo
a ella, ¿sabes? ¡Lo vi en sus ojos cuando iba en ese auto por esa
calle de Getsemaní! Pero... -suspiró y se le hizo un agujero en el
pecho-, ¿de qué me vale esa certeza si no sé cuál es la senda que
conduce a ella? Vale más tener los pies en la tierra, porque por
actuar como una irresponsable ya me quedó el episodio de Ana
Paula y no... No quiero dos tragedias iguales.
Por primera vez en toda su trayectoria laboral, Bárbara Monsalve
faltó a su trabajo. Esa mañana de lunes, muy temprano, le escribió a
su superior para notificarle de una indisposición y el sujeto,
plenamente consciente de la coherencia de la ingeniero y de su
buena disposición para el trabajo, ni siquiera dudó de la veracidad
de sus palabras, así que se despidió de ella con suma cortesía,
deseándole que lo que sea que le estuviera ocurriendo, se
solucionara.
Claudia Valencia se sintió morir. La última vez en su vida que
había visto a la mujer de ojos y cabellos negros, estaba echada
sobre la cama de un hotel en Barranquilla, completamente mareada
y fuera de sí, vistiendo un atuendo precioso que ella misma le había
revuelto a fuerza de acariciarla sin pudor. Ahora miraba pasar cada
uno de los minutos del reloj esperando ver a su colega presentarse
en la oficina, sin éxito. La preciosa estampa de la mujer que había
llegado a su vida para enfrentarla con sus peores demonios, no
figuraba por ningún lado y ella estaba enloqueciendo. Bárbara no le
atendió ninguna de las llamadas que le hizo una vez que llegó a la
habitación del hotel y la encontró vacía. Se había imaginado,
insulsamente, que la encontraría en la misma cama en la que la
había dejado, que podría cobijarla entre sus brazos y dormir con su
rostro hundido en su cabello de ébano como lo había soñado tantas
veces, pero lo que se encontró fue la amarga realidad de su
ausencia. Desde el domingo en la madrugada su colega había
apagado su teléfono y comunicarse con ella era completamente
imposible. Ahora faltaba al trabajo por primera vez en tres meses.
Todo parecía indicar que su nefasta iniciativa había ocasionado el
efecto menos deseado y sin tener la oportunidad de aproximarse a
Bárbara, de mirarse en sus ojos, de escucharla y disculparse, no
tenía más remedio que asimilarse a los pormenores de una
desgracia. Sería un lunes muy largo para Claudia Valencia.
Bárbara decidió postergar el bienestar que Carito y su familia le
proporcionaban. Se quedó en Barranquilla hasta que cayó la tarde
de ese lunes y supo que de nada valía seguir rehuyendo una
realidad a la que tenía que hacerle frente tarde o temprano: debía
regresar a Cartagena para darle la cara a su colega cuanto antes.
—Al menos acorté la tortura por un día... -le aseguró a la hermana
mientras le estrechaba las manos entre las suyas en ese terminal de
buses en el que se preparaba para subir a la próxima unidad que
salía con rumbo a la ciudad heroica.
—¿Por qué lo dices, chatita?
—Porque ya mañana es primero de diciembre y este viernes
tomamos las vacaciones en la empresa... Solo debo mantener a esa
mujer a raya hasta entonces, venir a refugiarme acá en Barranquilla
con vos y con mis niños amados y en enero, pues comenzar de
cero.
—¡Me parece fabuloso! Te voy a estar molestando, ¿oís? -le
sacudió las manos-. ¡No quiero que te deprimas! -se lo decía
especialmente porque por momentos, llovían sobre Bárbara los
recuerdos de esa madrugada de domingo, provocando en ella una
sombra densa que le velaba todo, muy especialmente la sonrisa y el
corazón.
—Haré lo que pueda... Seré fuerte hasta el viernes, lo prometo.
Se marchó. Una vez puso un pie en Cartagena se dio cuenta de
que toda la ilusión que le había provocado esa ciudad preciosa se
empañaba por un solo hecho: el desagrado de tener que ver en
algún momento a Claudia Valencia. Trató de ser fuerte. Trató de
impedir que los influjos de una sola persona le trastocaran esa vida
bonita que había asumido con tanto entusiasmo al pedir el traslado
a la costa, pero se dio cuenta de que era más sencillo decirlo que
hacerlo. Bárbara Monsalve estaba, sin quererlo o quizás
queriéndolo, en el mismo laberinto: de nuevo se encontraba en una
ciudad, ansiando huir de ella por la sombra de una mujer que le
había causado dolor.
El momento que Bárbara Monsalve más deseaba dilatar en su
vida se produjo esa mañana de martes. Para subsanar de algún
modo su falta, la caleña se presentó en su oficina muy temprano. Se
pertrechó en ella, se aseguró de trabar la puerta con cerrojo y se
dispuso a poner al día todo el trabajo que posiblemente se le había
acumulado con su repentina ausencia.
No pasaron demasiados minutos cuando un sonido brusco en la
puerta llamó su atención. Allí estaba ya Claudia Valencia mirándola
a través del cristal con un gesto de absoluta angustia. Al verla en su
oficina, intentó entrar del modo más precipitado, pero se encontró de
bruces con el cerrojo, que casi la hace golpear su frente contra la
lámina de madera. La mujer de ojos negros la escrutó por segundos,
tomó aire hondamente, se puso de pie despacio, se acercó hasta la
entrada de ese despacho y corriendo el cerrojo, le permitió el paso a
su colega, que se coló en ese lugar con la agilidad con la que lo
haría una salamandra a través del resquicio de una roca.
—¡Bárbara! ¡Bárbara! -y quiso irse sobre ella, pero era una
bendición que al estar allí, sus iniciativas románticas estuviesen
enteramente censuradas-. ¡Bárbara, mi amor! -eso último lo dijo en
un susurro y la otra no pudo aguantarse el gesto de desconcierto
que le producía escucharla llamarla de ese modo-. ¡Bárbara, me
estabas volviendo loca! ¡Desde el domingo en la madrugada he
estado enloqueciendo por ti, pensando que algo malo te podía haber
sucedido! ¡Ayer casi me trepé por las paredes al ver que no viniste a
la oficina! ¡Bárbara! -la miró a los ojos fugazmente-. ¡Necesito hablar
contigo! ¡Necesito pedirte perdón, explicártelo todo! ¡Te lo suplico!
¡Por favor, por favor, por tu vida, Bárbara no me dejes así!
—Claudia... -su tono fue casi imperceptible-. Vos y yo no tenemos
otra cosa de qué hablar, a menos claro, que sea un asunto laboral...
-tomó aire y le habló, haciendo acopio de su mayor aplomo-. Yo te
prometo que lo ocurrido en Barranquilla no va a interferir en nuestra
relación corporativa y que seguiré trabajando junto a vos con el
mismo profesionalismo y la misma entrega con la que lo he hecho
desde que llegué a Cartagena, pero, más allá de eso, no quisiera
que existiera entre nosotras ningún tipo de aproximación personal...
¿De acuerdo?
—¡No! ¡No! -y lo susurró, pero dentro de sí fue como un grito-.
Bárbara tú no puedes decirme eso, tú no puedes exigirme eso, no
puedes, porque... -la miró a los ojos desesperada-. ¡No puedes
porque te quiero, te quiero! ¡Estoy loca por ti y no puedo permitir que
todo acabe así por culpa de una torpeza! Sé que actué de un modo
precipitado, sé que no me controlé, sé que te irrespeté...
Las reminiscencias de aquella noche golpearon el ego de
Bárbara, así como su integridad y la mujer cerró sus ojos negros con
desagrado solo de pensar de nuevo en esos besos y esas caricias
que nunca consintió.
—Claudia... -trató de conservar la serenidad-. No quiero ser yo la
que tenga que recordarte que eres una mujer casada, pero no me
dejas otra alternativa: por si lo has olvidado, eres una mujer
comprometida, madre de dos hijos preciosos y...
—¿Es por eso? -la miró abismada-. ¿Es por eso que me
rechazas? ¿Tienes miedo de ser mi amante, tienes miedo de que
jamás pueda quererte del modo en que una mujer como tú lo
merece?
—¡No! -y aunque la puerta de la oficina estaba cerrada y el lugar
estaba más bien desierto, Bárbara no se podía creer que estuvieran
sosteniendo una conversación como esa justo allí, en el último lugar
del mundo donde podría desarrollarse un debate similar-. ¡No y sí!
Es eso, Claudia, pero también muchas otras cosas, como que mi
aprecio por vos era fraternal, amistoso, profesional... ¡No romántico,
mucho menos sexual!
—¡Lo sé! ¡Lo sé! -se tomó la cabeza con ambas manos,
desesperada y culpable-. Y esa noche en Barranquilla lo comprendí
y supe que había errado. Me dejé llevar por todas las pasiones que
despiertas en mí sin imaginar que muy probablemente tu afecto
hacia mi persona no había mutado, precisamente porque soy
casada, tengo a dos niños, soy heterosexual y... -trató de reír sin
éxito-. ¿Qué mujer como tú, tan bella, va a hacerse ilusiones con
una de mi perfil? Pero... -trató de tomarle las manos pero el rechazo
de Bárbara fue áspero y descomunal-. Pero yo sé que puedo
cambiar eso... ¡Yo sé que puedo hacer que tu amor siga escalando
hasta que me correspondas y me ames de la forma en la que deseo
que lo hagas!
—Claudia Valencia, no sabes lo que estás diciendo...
—¡Sí! Sí lo sé, Bárbara Monsalve y te digo algo... -se miraron a
los ojos-. No descansaré, óyelo bien: no descansaré hasta que tú
me correspondas y tengo siete meses para lograrlo...
—Claudia... -se sintió desvanecer, ¿qué clase de pesadilla le
esperaba a partir de ahora?-. Claudia, no...
—¡Sé que tuvimos un mal comienzo! ¡Un pésimo comienzo! Pero
lo enmendaré. Te prometo que lo enmendaré y no habrá forma ni
manera de que no me ames de la forma en la que lo ansío y cuando
llegue ese día, te lo juro, Bárbara, te lo juro... ¡Serás mía y no hará
falta ni una sola gota de licor! -se dio la media vuelta y salió, tan
rápido como había entrado, dejando a Bárbara en su laberinto.
La caleña tuvo que reconocer que su colega era hábil. Era mujer
que sabía mover sus piezas, así que en su consciencia de que le
había producido desagrado y de que no tenía sentido invertir
energía en el asedio, no la incomodó por todo lo que restó de ese
martes, en el que la caleña se quedó hasta muy tarde adelantando
trabajo, o huyendo de sus demonios. Daba igual la motivación que
la mantuvo en ese despacho hasta bien avanzada la noche.
Agobiada como estaba, preocupada y deprimida como estaba, con
un cúmulo de incertidumbres flotando sobre su cabeza como
consecuencia de las cosas a las que tendría que hacer frente,
Bárbara salió de su oficina y vagó por las calles de Cartagena como
si sus pies no conocieran el rumbo, ya que prefirió caminar antes
que tomar un taxi a casa con la esperanza de aliviar sus
preocupaciones. En una de esas callecitas pintorescas se topó de
frente con un bar y decidió entrar a él para refrescarse, reflexionar y
tratar de distraer su mente. Estaba allí, sentada en la barra de ese
establecimiento meneando con desánimo una bebida fría cuando vio
al bartender colocar cerca de ella un colorido cóctel que llamó su
atención.
—¿Qué es eso? -preguntó al sujeto.
—Un Rosarito.
—Sírveme uno -soltó sin titubear y en solo segundos ya lo tenía
ante ella. No quiso pensar en Carito, no quiso pensar en las
consecuencias, solo tuvo muy presente una realidad: al menos
cuando se emborrachaba, difícilmente podía pensar y eso era
precisamente lo que ansiaba: silenciar esa voz de culpa y aflicción
en su cabeza.
Oriana sopló las velas de ese pastel y acto seguido, Valentina,
Salomé, Sofía, Pacho y su esposa Mercedes, se aproximaron hasta
ella para abrazarla por su cumpleaños número 29. Estaban en uno
de sus clubes favoritos y luego de abrir la velada con una buena
cena, se disponían a probar aquel postre para dar inicio a la
celebración. Ana Paula no había aparecido tras el desencuentro en
el club de salsa y la tatuadora daba por sentado que la chica había
olvidado por completo su cumpleaños. No le dio mayor importancia.
La conocía tan poco que no era de extrañar que no recordara en
absoluto su fecha de aniversario, ni su signo zodiacal, así como
cualquier otro detalle de su vida, así que la mujer de cabellos
castaños y luminosos entendió sin afligirse que la ausencia de la
chiquilla y su silencio era señal de que tal vez el momento de salir
de su vida, de la misma forma abrupta en la que había llegado,
estaba ocurriendo ya. Nada empañaría esa noche de martes y la
música, las risas, los brindis colmados de buenos deseos y el baile,
entre amigos o con una que otra desconocida, se impusieron en una
celebración de esas que como pocas hay.
Estuvieron festejando junto a Oriana hasta que las manecillas del
reloj casi rozaban las 2 de la mañana. La primera en marcharse fue
Sofía, que tomó un taxi para volver a casa. Pacho y su esposa se
despidieron, pero antes quisieron saber de qué forma acordarían el
traslado de la chica de cabello acaramelado hasta su residencia.
—¡Fácil, me voy como me vine: en bici!
—¿En bici? -Valentina y Pacho no daban crédito a la
descabellada idea de Oriana.
—¡Te volviste loca, china! -el sujeto se cruzó de brazos, severo-.
Tú no te vas en bici por Cartagena a las 2 de la mañana, ni que te
acompañen los tombos.
—¡Pero tengo la bici allá afuera y los autos de ambos son muy
pequeños para llevarla en él!
—A ver, a ver... hagamos algo... -Valentina se sobó las sienes
despacio-. Te vas en bici, bueno, pero yo te escolto en el auto hasta
tu casa. No te vamos a dejar ir hasta El Cabrero sola de madrugada.
—Buena idea... -Pacho miró a los ojos a Valentina-. ¿Quieren que
las acompañe?
—No, flaco, no te preocupes... Desde aquí, el departamento de
Oriana está bastante cerca. En 10 minutos estaremos allá y si la
ciclista se nos pone lenta, pues le damos un empujoncito para que
avance... -se echaron a reír.
—Bueno, pero me envían un mensaje apenas estén allá para
saber que llegaron bien, ¿está bien?
—¡Listo, Pachito! -se besaron y ese gesto selló la despedida por
aquella noche de celebración.
Valentina subió a su auto con Salomé y esperaron a que Oriana
desencadenara su bicicleta del aparcadero, guardara la guaya de
seguridad y otros implementos similares, se colocara el casco, que
esta vez aseguró a su cuello, se atara un par de cintas reflexivas a
sus tobillos, se colgara la mochila de ambos hombros y subiera a su
vehículo de dos ruedas. Una vez estuvo lista, le hizo una seña a su
mejor amiga con un pulgar arriba y pedaleando comenzó a avanzar,
al tiempo que la mujer al volante ponía la primera velocidad y
comenzaba a circular a una distancia prudencial de ella, pero sin
perderle la pista ni por un solo segundo.
El trayecto fue tranquilo, en especial porque ese 1 de diciembre
las calles de Cartagena estaban más bien desiertas. En muy pocos
minutos ya estaban cruzando justo en la esquina del parque del
Cabrero y Oriana avanzaba a buena marcha, cuando de pronto una
figura sentada en el borde de la acera llamó su atención: era una
mujer. Estaba dispuesta de tal modo que su frente parecía apoyada
de sus rodillas, mientras sus brazos colgaban a ambos lados de su
cuerpo. Dudó por momentos y a pesar de que no creía demasiado
en cuentos de aparecidos, pensó que lo que veía era un espectro,
pero conforme se fue acercando, la figura de aquella misteriosa
mujer se hizo más corpórea. Así que de a poco se fue aproximando
a la acera, hasta detener su bicicleta justo frente a ella.
Valentina y Salomé, que no le quitaban los ojos de encima a
Oriana, se sorprendieron al ver que se detenía, pero su desconcierto
fue mayor al notar a esa desconocida sentada al borde del camino.
La ciclista susurró las buenas noches, pero la chica no mutó su
actitud, así que consideró conveniente sacar la pata de la bici,
estacionarla, bajarse de ella, arrodillarse ante esa persona y
sacudirla un poco.
—Hola... -insistió-. Oye, ¿estás bien?
Valentina y Salomé casi tuvieron un infarto al ver que su mejor
amiga se aproximaba a esa desconocida y la que conducía quiso
bajarse del vehículo para llevarse a rastras a Oriana lejos de esa
mujer sospechosa. Perfectamente podían embaucarla, atacarla o
lastimarla, sabrá Dios con qué absurdo ardid.
—Hola, ¿te encuentras bien? -y volvió a sacudir a la chica, hasta
que ella, haciendo acopio de su voluntad, alzó despacio la cabeza y
el gesto de Oriana fue digno de verse al notar que tenía ante sí a la
chica con la que había bailado una vez en un club de salsa de
Getsemaní. La pequeña diferencia entre aquella noche y esta, es
que justo ahora parecía bastante ebria.
—¡La Cenicienta! -gritó Valentina justo cuando detuvo el vehículo
a la par con Oriana, mientras Salomé miraba boquiabierta a su
amiga y a la mujer ante ella.
—¡Niña! -sonrió Oriana a medias con una cálida emoción, pero su
gesto se heló un poco al ver que esa niña de ojos negros y
preciosos no estaba en sus cabales, mucho menos podría
reconocerla.
—¿Qué le sucedió a la Cenicienta? -bromeó Valentina entre
risas-. ¡Parece que se tomó hasta el agua de los floreros que
estaban en la fiesta de palacio que dio el príncipe!
—¡No digas bobadas, flaca! -Oriana volvió a ver a Bárbara con
suma atención-. ¿Por qué estás así, niña? ¿Te sucedió algo? ¿Te
sientes bien?
—Es evidente que está muy ebria, Ori... -susurró Salomé
ligeramente preocupada.
—Y se hace tarde... -acotó Valentina mirando la hora en el reloj
del tablero de su auto y aprovechando de lanzar la vista a través del
espejo retrovisor, pues sabía que estaba obstaculizando parte de la
calle-. ¿Seguimos, Oriana?
—¿Seguir? -y volteó a verla con desconcierto-. Yo no pienso
dejarla aquí en ese estado...
—Bueno -Valentina resopló, conocía de sobra las iniciativas
caballerescas de su mejor amiga-. Si quieres ayudar a la Cenicienta,
creo que lo mejor será que la llevemos a tu casa hasta que al menos
recobre la conciencia y recuerde dónde vive...
—¡Listo!
Se puso de pie, decidida. De inmediato se deshizo del casco y de
la mochila, acercándoselos a Salomé para que los llevara consigo
en su regazo mientras recorrían los pocos metros que faltaban para
llegar a su residencia. Evaluó velozmente la situación para saber de
qué forma podía recoger a Bárbara del suelo. Notó que a un lado la
chica tenía una cartera, bolso que también procedió a entregar a
Salomé. Se cercioró de que no habría nada más de qué
preocuparse, abrió la puerta posterior del vehículo y valiéndose de
sus aptitudes atléticas, se agachó frente a la caleña, alineó sus pies
con los de ella, la tomó de las muñecas y con un movimiento ágil,
logró ponerla de pie sin mayor problema. La sostuvo ante sí, la
sujetó con fuerza entre sus brazos y la condujo hasta el automóvil,
donde procedió a sentarla con sutileza. Cerró la portezuela con
cuidado, volvió a subirse a la bicicleta y le dio indicaciones a
Valentina:
—Vamos, flaca... Eso sí, ve despacio, porque creo que la niña
está muy mareada.
En segundos estuvieron en el edificio de Oriana y aunque la
intención inicial de Valentina y de Salomé era dejar a su amiga sana
y salva en casa para luego seguir su camino hacia la suya, el
contratiempo de encontrarse con Bárbara en semejante estado
cambió mucho las cosas.
Decidieron acompañar a la mujer de ojos acaramelados hasta que
la chica de cabello negro estuviera en sus cabales, así que una vez
que tuvieron aparcado el auto, Oriana le pidió a sus amigas que la
ayudaran: a Salomé le encargó su mochila, su casco y la cartera de
Bárbara; a Valentina le encargó su bicicleta y ella, para sorpresa de
las otras, logró echarse a la caleña sobre la espalda, tomándola de
las piernas y llevándola a cuestas.
—¡Oriana! -Salomé no daba crédito a lo que veía-. ¡Niña! ¿No
quieres que te ayudemos?
—Déjala... -susurró Valentina que sabía de sobra que uno de los
primos de Oriana había sido scout y por curiosidad o por juego
juvenil, había tenido tiempo de sobra para instruirla en aquello de
llevar en hombros a una persona lesionada o desmayada-. No va a
dejar que le pongas un solo dedo encima a esa niña ni por todo el
oro del mundo -en el fondo la flaca no se equivocaba.
Avanzaron hasta el departamento de Oriana a paso veloz y en
breves minutos, ella pudo depositar con delicadeza a Bárbara en
uno de los sillones de la sala. Una vez supo que la chica estaba allí,
libre de peligro, se sintió considerablemente más aliviada. Haló la
mesa de centro un poco hacia aquel mueble, se sentó sobre ella y
no le quitó los ojos de encima a Bárbara que aún parecía a un tris
del desmayo. Valentina y Salomé, por su parte, se deshicieron de
las cosas que llevaban consigo y contemplaron la escena de pie, a
un extremo de la sala, sin saber exactamente qué hacer o cómo
ayudar.
—Un café bien cargado podría servir... -sugirió Salomé en un
susurro-. ¿Lo intentamos?
—¡Buena idea! -lanzó Oriana entusiasmada, pero a los pocos
segundos percibió un gesto extraño en Bárbara y se temió lo peor.
—¡Va a vomitar! -anunció Valentina con cara de desagrado-. ¡La
Cenicienta va a vomitar todos los bocadillos que le comió al príncipe
en el baile!
Oriana se levantó de donde estaba como un rayo, corrió al baño,
tomó el tarro de la basura, lo puso entre las piernas de Bárbara y se
aseguró de que la chica, tan desorientada como estaba, lo sujetara
del mejor modo posible. Acto seguido procedió a soltarse una de las
elásticas con las que tenía sujeto su cabello esa noche y con ella se
colocó detrás de la caleña y le ató su fascinante melena negra con
delicadeza en solo segundos. Al ver que las náuseas eran
inminentes, le sujetó la frente con firmeza y contuvo a la chica
mientras sacaba fuera de sí todo el licor que había ingerido esa
nefasta noche.
Valentina y Salomé se quedaron pasmadas ante la singular
escena.
—¡Ay, no sea tan boba! -soltó Valentina con desagrado-. ¡Yo no
pienso mirar! -y girando sobre sus talones se refugió en el cuello de
Salomé que ya la recibía entre sus brazos con risas. Ella también
prefirió cerrar los ojos y acurrucarse en el hombro de su novia-. Yo
creo que si te enamoras de una mujer a la que ves vomitando, eso
es amor para toda la vida, oye...
—Bueno... A juzgar por lo que está haciendo Oriana, es probable
que esas dos terminen en matrimonio...
—¡Tremenda forma de bautizar sus votos! -rieron.
—¡Amor verdadero, como la canción que bailaron esa vez en el
club!
—Esto sí que es un amor al más puro estilo del realismo mágico...
-continuaban con sus risas muy mal disimuladas.
—¡Cállense, oye! -Oriana les habló en tono alto y muy serio, sin
soltar la frente de Bárbara, ni mucho menos el tarro que le estaba
sirviendo de contención en ese momento-. ¡Si no tienen otra cosa
mejor que hacer que andar vacilando, váyanse a la cocina, oye, y
déjenme en paz! -las amigas se ruborizaron.
—Se calentó la china... -susurró Salomé.
—No te extrañes, mi amor... -y tomándola de la mano, se la fue
llevando de a poco a la cocina, como sugirió la otra-. Oriana
defiende a esa niña como una fiera, que te lo digo yo...
—Sus razones tendrá, ¿no?
—Eso me temo... -Valentina se dirigió a su mejor amiga: iremos
adelantando camino con eso del café, Ori...
—¡Gracias! -dijo, más bien enojada y con sus cinco sentidos
puestos en Bárbara.
Una vez creyó que Bárbara no vomitaría más, se deshizo de la
basura, repuso en el tarro una bolsa nueva anticipándose a un
próximo incidente y humedeciendo una pequeña toalla limpia con
agua fría, procedió no solo a limpiar un poco el rostro de la caleña,
también a refrescarla, tomando en consideración que sus mejillas
lucían muy sonrosadas.
La evaluó por algunos segundos y corrió a la cocina donde
Valentina y Salomé cuchicheaban. Enmudecieron al ver entrar a
Oriana como un bólido, servir un vaso de agua y volver a la sala. Se
sentó en el reposabrazos de ese sofá, rodeó a Bárbara por los
hombros y la ayudó a que bebiera un poco.
Cuando la chica había saciado su sed, así como el desagrado
producto del incidente, Oriana se sentó de nuevo frente a ella en la
mesa de centro, como un perro guardián que protege con máximo
ahínco algo muy preciado, y le concedió a Bárbara todo el tiempo
que considerara necesario para reponerse de a poco. Silenciosa y
comedida, Salomé se deslizó desde la cocina hasta donde se
encontraba su amiga, llevando en sus manos una taza con un café
bien cargado.
—Esto la va a ayudar, Ori... -se la pasó con delicadeza-. Trata de
que se lo tome despacio, en especial porque está caliente... Yo
estoy haciendo una sopa... -se alzó de hombros-. Valentina tenía
hambre y creo que después de todo nos vendrá bien a las cuatro... -
rieron a los susurros.
—Gracias mi flaquita linda... -le guiñó el ojo y procedió a ayudar a
Bárbara a beberse ese tinto humeante que la otra le había dejado
en las manos. Fue paulatino, pero definitivamente a cada sorbo notó
cómo la mujer de ojos negros se iba recomponiendo, hasta que una
pizca de lucidez volvió a ella-. ¡Tienes mejor cara, niña! -y en la
mirada que le echó Bárbara, Oriana supo que la caleña, a su modo
y con las limitaciones propias de la embriaguez, la había reconocido.
—No... -balbuceó, aún desorientada-. No puede ser... Vuelvo a
encontrarme con vos en estas condiciones... -susurró la caleña
luego de varios minutos, despertando en Oriana una risita mínima.
Se ruborizó y cubrió su cara con sus manos.
—¿Cómo fue que te pusiste así, niña? ¿Por qué te emborrachaste
de esa manera?
—Yo... Yo no... -suspiró con un poco de dificultad-. Estoy pasando
por una situación muy complicada... -hablaba despacio, con
palabras entrecortadas y con frases que se hilaban torpemente-. Al
principio no creí que sería para tanto... Recuerdo que cuando salí
del bar al que fui a beber, al menos podía estar de pie y decir dos o
tres cosas coherentes, pero apenas me subí al taxi y esa cosa
comenzó a avanzar, me mareé de tal manera que una vez que me
bajé, no pude dar un paso más y me quedé allí, en la acera, con la
esperanza de que se me pasara o de que alguien me ayudara...
—¿A las 2 de la madrugada? -sonrió y Bárbara la imitó.
—Bueno... Si es por eso, vos me ayudaste, ¿no?
—Buen punto, niña... -escrutó su rostro milímetro a milímetro. La
luz de la sala, a diferencia del ambiente en penumbras del club de
salsa, le sirvió de mucho para quedarse con más detalles de esa
mujer y si esa noche le había parecido bella, ahora y apartando el
desbarajuste de la borrachera, podía concluir con convicción
suprema que era preciosa. Prefirió dejarla allí, en silencio por
algunos minutos y tomando de sus manos la taza que ya estaba
vacía, volvió a la cocina.
—¡Ah! -Salomé vio a Oriana lavar el pocillo con agilidad-. Se lo
tomó todo...
—Sí. Además, ya tiene mejor semblante... Al menos se le aclaró
la mente.
—¿Qué le ocurrió a la Cenicienta? -Valentina estaba sentada en
la mesita de la cocina, sonriendo con malicia-. ¿El hada madrina le
incluyó una botella de ron en la carroza?
—¡Mira que eres pesada a veces, flaca! -Valentina rio a los
susurros, tan bromista como era-. Por lo visto tiene un asunto
personal que le afecta y se emborrachó.
—Un despecho... -susurró Salomé sin pensárselo demasiado. Ella
y Oriana se miraron a los ojos-. Tal vez tu niña preciosa terminó con
la vieja aquella que estaba con ella en el club de salsa y fue a
echarse unos tragos para olvidar.
—Si es así, bien por ti, OriP... -Valentina seguía risueña. Pasaban
de las 3 de la mañana, pero toda la situación le divertía mucho y la
mantenía más que lúcida.
—No me consta que se haya emborrachado por eso, pero sí me
parece curioso... No me explico cómo la niña estaba en un bar,
aparentemente sola, bebiendo y la novia no se dio ni por enterada.
—Eso no lo sabemos... Quizás discutieron en ese mismo bar y la
morena decidió marcharse, ebria... -Salomé suspiró, haciendo mano
de su sensatez-. En fin, estamos especulando... Ya nos enteraremos
de lo que le ocurrió a esa chica cuando se ponga mejor y nos
cuente, si es que decide hacerlo.
—Bueno... -musitó pensativa.
—La sopa está lista... ¿Comemos?
—Listo... -en pocos minutos se acomodaron en la mesa.
Con un gesto dulce, Valentina y Salomé vieron cómo Oriana
ayudaba a Bárbara a ponerse de pie y de qué forma, tomándola con
delicadeza por el brazo y la espada, la conducía de a poquito a la
mesa. La ayudó a sentarse, se acomodó junto a ella y no probó
bocado hasta que se cercioró de que la otra podía sujetar con
firmeza la cuchara para comenzar a probar de a poco la sopa, sin
inconvenientes.
—¿Te gusta? -le susurró, sin perder de vista su perfil. Bárbara
cabeceó despacio un sí y la miró a los ojos de un modo bellísimo.
—Gracias... -musitó en un tono casi imperceptible.
—No me las des a mí, niña... -le señaló con sutileza a Salomé-.
La cocinera fue ella -Bárbara giró la cabeza despacio y la inclinó con
suavidad, en señal de gratitud. Procedieron a comer en silencio.
La caleña no se había percatado de cuánta hambre tenía. Gracias
a su malestar prefirió comer despacio, mientras las tres amigas la
miraban atentas y en silencio, dando por terminada esa comida que
las había reunido en torno a esa mesa cerca de las 4 de la mañana.
Cuando metió a su boca la última cucharada de sopa, alzó sus ojos
negros con timidez. Se sentía francamente avergonzada.
—Gracias -susurró de nuevo.
—Está bien -le aseguró Valentina con una sonrisa-. Créeme que
todas nosotras estamos agradecidas de que no fueras una
aparecida, porque al verte así al borde de la vía, creímos lo peor -
rieron y Bárbara las secundó con timidez. ¡Qué bello espectáculo
ver ese gesto en la caleña!
—Lo siento...
—Dime... -Oriana estaba francamente hipnotizada y Valentina y
Salomé, traviesas y celestinas, lo sabían de sobra-. ¿Dónde vives?
¿Cómo podemos llevarte a casa?
—Vivo... -su mente se quedó en blanco por segundos-. ¿Dónde
estoy? -y por primera vez en lo que iba de madrugada miró a su
alrededor. Oriana procedió a darle las señas de la dirección en
segundos. Bárbara volvió a reír, esta vez con picardía-. Entonces
vivo aquí mismo... -señaló-. En el edificio en el que me
encontraron...
—¡Somos vecinas! -y Oriana lo dijo con júbilo. Valentina se aclaró
la garganta y Salomé le dio un codazo suave en las costillas-. ¡Te
acompaño a tu casa! ¿Bueno?
—¿A esta hora? -de nuevo Valentina se mostró severa. Bárbara y
Oriana voltearon a verla de inmediato-. Nada de eso... -suspiró-. Las
llevamos hasta allá, te traemos de vuelta para acá y luego Salomé y
yo nos vamos a descansar... ¿Bueno?
—Listo -y así lo hicieron.
Oriana prometió darse prisa mientras Valentina y Salomé la
esperaban dentro del auto y acompañó a Bárbara hasta su casa.
Una vez allí se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua y
preparar dentro de él la fórmula mágica que la novia de su mejor
amiga, experta en mixología, le había sugerido para ahorrarle una
buena resaca a Bárbara al día siguiente. Volvió a la sala y allí vio a
la caleña sentada en el sofá, con la cabeza echada hacia atrás,
sentía el cuerpo hecho leña y aún su mente parecía sumida en una
ligera bruma.
—¿Te sientes mejor? -se inclinó un poco hacia ella y la tomó por
el hombro.
—Sí, la verdad es que sí... Gracias... -se miraron a los ojos
fijamente. Bárbara no podía creer que luego de meses ansiando
toparse de nuevo con la niña de las coletas ahora que la tenía
enfrente, tras dar ese espectáculo, solo quisiera desaparecer.
Oriana se aclaró un poco la garganta y le habló en un tono
ligeramente ronco:
—No te vuelvas a emborrachar así, oye... -suspiró. La caleña la
miró con una profunda vergüenza-. Es verdad que Cartagena es una
ciudad preciosa, pero como cualquier otra en el mundo, tiene sus
peligros... Una mujer tan bella como tú, subida a un taxi en el estado
en el que te encontrabas, pudo haberse convertido en blanco fácil
de cosas muy feas, ¿sabes? Y sería una pena, una verdadera pena
que a una niña como tú le sucediera algo malo... -le sonrió a medias
con una dulzura que le estalló en las pupilas a la mujer de ojos
negros-. A mí personalmente no me gustaría que eso sucediera y a
ti... ¡A ti mucho menos! -Bárbara le bajó la mirada abochornada-. No
sé por qué te pusiste en ese estado, mucho menos por qué andabas
sola si te dio por beber así, pero... Nada ni nadie vale la pena como
para exponerse de esa manera, ¿comprendes?
—Lo comprendo bien... -suspiró-. Tienes toda la razón y solo
puedo dar gracias porque tus amigas y vos estuvieron allí para
ayudarme antes de que algo peor sucediera...
—Bueno... -le sostuvo la mirada hasta que ella, de a poco, alzó la
suya. Intercambiaron una sonrisa mínima. La tatuadora se percató
de un ligero detalle: aún no le había dicho cómo se llamaba,
tampoco conocía el nombre de ella-. Me llamo Oriana y te voy a
dejar mi número por si necesitas algo, ¿está bien?
—¡Sí! -a pesar del malestar que la bebida le dejó en cada rincón
de su cuerpo, se sintió entusiasmada-. Yo me llamo Bárbara...
—Listo, Bárbara... -se inclinó un poco. Tomó el teléfono de
Bárbara que estaba a un lado del mueble, junto con su cartera, y se
lo pasó a la chica con delicadeza-. Si lo desbloqueas te agrego mi
contacto, ¿te parece?
—¡Sí, claro! -y obedeció en segundos. Le dio el dispositivo a la
mujer de ojos verdosos que estaba de pie ante ella y la vio
manipular con agilidad el aparato, mientras ella se quedó en cada
resquicio de su hermoso rostro.
—Ya está... -volvió a pasarle el teléfono y le sonrió-. Tienes allí en
tus contactos a una Oriana Padrón, esa soy yo... Cualquier cosa que
necesites, cualquiera, solo llama o escribe, ¿está bien?
—Está bien...
—Bueno... -le extendió la mano que tenía libre, pues en la otra
sostenía la medicina. Ella se la tomó y se incorporó, halada por la
chica de cabello acaramelado-. Te voy a dejar metida en la cama...
Hay una cosa que debes tomarte justo antes de dormir para que
mañana amanezcas mejor... Una vez que estés allí y que sepa que
estás bien, dejaré todo en orden acá afuera y me marcharé a mi
casa, ¿de acuerdo?
—Gracias, Oriana... -le encantó saber su nombre y más aún,
pronunciarlo.
—Por nada, Bárbara... -la llevó de la mano a la habitación y allí
siguió al pie de la letra las indicaciones de Salomé con ese supuesto
elixir milagroso. Una vez lo bebió, Oriana acostó a la caleña, la
ayudó a deshacerse de los zapatos, la cubrió con el cobertor que
estaba sobre la cama y casi de inmediato la vio bostezar y
acomodarse para dormir. La tatuadora caminó hasta la puerta de la
habitación llevando el vaso vacío en la mano (lo dejaría en la cocina
antes de marcharse) y desde allí, se despidió con un gesto.
En una bruma provocada por el sopor y por los estragos de la
borrachera, Bárbara vio a Oriana desvanecerse como si la oscuridad
se la hubiese tragado. En una minúscula parte de su consciencia se
formuló una petición, que sonó en su cabeza como el eco de una
plegaria: “Que no haya sido un sueño, por favor... Por favor...”.
Se durmió.
#MENSAJENBOTELLA

Lo primero que hizo Bárbara Monsalve al abrir los ojos esa


mañana de miércoles fue pensar en Oriana Padrón. Al ver que aún
llevaba la ropa del día anterior, supo que su bochorno había sido
absolutamente real y que se había reencontrado en Cartagena de
Indias del modo más ridículo y vergonzoso posible con la niña que la
tenía subida por momentos en una nubecita de ilusión. ¿A cuánto
había ascendido su estupidez? Solo tenía destellos de recuerdos de
la velada anterior y entre ellos hubo uno en particular que la hizo
ruborizar como nunca, hundir la cabeza debajo de las almohadas y
sumergirse por entero en ese cobertor, dando gritos mitigados de
bochorno: Bárbara, en su injustificada borrachera había vomitado y
la niña de las coletas, la de los ojos preciosos y la sonrisa de
albaricoque, había estado allí en primera fila asistiendo en el
desbarajuste.
Vio la hora y supo que no podría ausentarse de su trabajo un día
más, así que corrió a darse una ducha y a arreglarse, mientras se
prometía hasta el cansancio que no, ¡no volvería a verle la cara a
Oriana nunca más en su vida! En el preciso momento en el que
tomaba esa radical resolución, la visitaban otros recuerdos: los ojos
preciosos de esa niña mirándola con avidez, las sonrisas de ternura
que le compartió, su brazo rodeándola por los hombros, sus manos
sosteniendo las suyas mientras bebía a sorbos una taza de café...
Cada una de esas imágenes eran un pretexto lo suficientemente
poderoso como para abandonar su determinación casi de inmediato.
¿Cómo hacer a un lado el hecho de que la tenía a una llamada o a
un mensaje de distancia?
Boxeó con las sombras de su vergüenza por un buen rato hasta
que una vez allí, ante el escritorio de su oficina y sin cabeza
suficiente para poner en orden todas las cosas que debía dejar listas
antes de que culminara la semana, miró de soslayo su dispositivo
móvil sobre el tablero de ese mueble, se mordió la uña de su dedo
pulgar derecho, rio como una verdadera carricita pícara y tomó el
aparato en un movimiento veloz.
Se echó hacia atrás en su silla, se balanceó un par de veces en
ella de un lado al otro y sonriendo como si el hecho de saber a
Oriana tentativamente en su vida le hubiese borrado la sombra del
fin de semana nefasto, buscó su contacto y procedió a enviarle un
mensaje por WhatsApp.
“Hola, buenos días, Oriana... -suspiró con la ilusión de saber su
nombre por fin-. Te escribo para agradecerte nuevamente por todas
las atenciones que tus amigas y vos tuvieron conmigo anoche. Con
la cabeza en su lugar y bastante despejada gracias a la fórmula
mágica de Salomé, soy capaz de ver que hice una de las mayores
tonterías de mi vida, así que me disculpo por todas las molestias
que les ocasioné, sin imaginarlo, con mi idiotez. Fui afortunada de
topármelas en el camino. ¡No sabes cuánto me alivia esa
coincidencia! Que tengas un lindo día. Saludos.”
Lo dejó ir, consciente de que se trataba de una misiva bastante
comedida y más que propicia para dar pie, cuando menos, a una
posible conversación. Trató de retomar sus quehaceres para no
permanecer haciéndole vigilancia a ese aparato como una
verdadera tonta y los minutos que transcurrieron para recibir una
respuesta de la niña de las coletas comenzaron a hacérsele eternos,
aunque insistiera en ignorarlos.
Oriana estaba agachada frente al edificio en el cual estaba el
estudio de tatuajes, asegurando su bicicleta al aparcadero de
aluminio, cuando sintió su teléfono vibrar en la mochila. Terminó de
asegurar aquella guaya de seguridad, se incorporó despacio, se
descolgó el bolso de uno de sus hombros, introdujo su mano en el
bolsillo en el que sabía que guardaba aquel aparato y procedió a
leer ese mensaje que le fue transfigurando el rostro en una sonrisa
única.
Bárbara había olvidado por completo aclararle que se trataba de
ella en ese mensaje, pero no era necesario acotarlo, Oriana sabía
de sobra quién era la niña que le escribía, así como los efectos que
ese texto tenía en ella al dispararle el corazón en latidos
vertiginosos. Se mordió los labios con el ánimo travieso que a veces
la caracterizaba y procedió a responder:
—¡Hola! ¿Quién es? -en esa oficina de Bocagrande Bárbara dio
un salto eufórica, lanzándose sobre el teléfono con la esperanza de
que, tal y como lo sospechaba, fuese Oriana la que respondía.
—¿Quién es? -preguntó en voz alta y frunció el ceño ligeramente
decepcionada. ¿La ciclista se había olvidado de ella? Por un
momento creyó conveniente no responder, lo menos que necesitaba
ahora, luego de haber causado tantas molestias con su borrachera,
era importunar, pero tras segundos de pensárselo mejor, tecleó: Lo
siento, olvidé decirlo, es Bárbara... La chica de la borrachera, ¿lo
recuerdas? -arrugó los labios con un dejo de recelo-. Aunque no sé
a cuántas damiselas en apuros asistes cada noche como para que
te olvidaras tan pronto del incidente...
Oriana, como era su costumbre, abría el estudio cada mañana. Al
ser de los tres socios la que vivía más cerca de Getsemaní, solía ser
la primera en llegar al barrio bohemio. Una vez que cerró la puerta a
sus espaldas corrió el cerrojo, pues aún faltaba más de media hora
para que comenzaran a atender clientes oficialmente. No obstante,
siguiendo al pie de la letra su rutina de cada día, encendió las luces
y caminó hasta su estudio. Tomó de nuevo el teléfono y al leer las
palabras de Bárbara soltó una carcajada más que traviesa.
—Tan bobita, Bárbara... ¿Cómo se te ocurre pensar que no te
recuerdo? ¡Claro que sabía que eras tú desde el primer momento en
el que escribiste! -se sentó en ese mueble sobre el cual tatuaba y en
su rostro se dibujó una sonrisa deliciosa-. Cuéntame, niña... ¿Cómo
te sientes? ¿Funcionó la medicina milagrosa de Salomé?
¿Amaneciste mejor?
—¡Ay, tan graciosa la costeñita! -y sonreía de un modo espléndido
mientras lo escribía-. Como si no tuviera suficiente con la vergüenza
de que tus amigas y vos me vieran en el peor estado de mi vida,
encima vienes a tomarme el pelo... Está bien, está bien, te advierto
que la venganza es un plato que se come frío y ya tendré tiempo de
desquitarme...
—¡Ah! ¿Así que quieres desquitarte? -suspiró sutilmente-. Pues si
estás pensando en el desquite, eso quiere decir que deberás
planificar tu venganza y para que eso ocurra, pues tendremos que
volver a vernos... Al menos, pues seguir conversando...
—Sí, sí, no te preocupes por eso, déjame a mí que trabaje en mi
venganza y vos... ¡Pues vos puedes hacer como si no supieras
nada! ¿Oís?
—¿Percibo un caleñol por ahí o son ideas mías, oye? -ambas se
echaron a reír.
—Pues sí, soy caleña, pero... Volviendo a la pregunta que me
hiciste antes de que te confesara que me vengaría por tomarme el
pelo, sí, amanecí mucho mejor gracias a vos y a los milagros del
brebaje de tu amiga... ¡Gracias!
—¡De qué, Bárbara! Me tranquiliza mucho saber que estás bien y
que no amaneciste con resaca... Le daré las gracias a Salomé de tu
parte una vez hable con ella...
—Gracias... -Oriana pensó un par de segundos y decidió indagar
con elegancia.
—¿Ya estás en tu trabajo? ¿Todo bien?
—Estoy en mi trabajo, así es... ¡Todo de maravilla! -y sus ojos
negros, clavados en la pantalla de ese dispositivo no vieron a
Claudia Valencia caminar ante su oficina, reparando en ella con
vehemencia. La ingeniero no pasó por alto la sonrisa tan fantástica
que tomaba posesión del rostro de la caleña esa mañana y la
suspicacia se instaló en ella cuanto antes. ¿Con quién chateaba tan
temprano en la mañana que era capaz de propiciar en ella ese gesto
maravilloso? ¿Carito? ¿Otro de sus hermanos? ¿Una de las
supuestas amigas de Bogotá? Se dedicó a escrutarla algunos
segundos y apegándose a su estrategia de no asediarla y actuar en
el momento indicado, siguió su camino hasta su despacho, con una
amargura que le iba escalando a pasos agigantados.
—¡Qué bueno, niña! -pensó un par de instantes antes de culminar
ese mensaje-. Demás está decirte que puedes escribir cuando
quieras, oye.
—¡Lo mismo digo, Oriana! -y cruzaba los dedos para que así lo
hiciera.
—Pero no tengo tu número...
—¿Cómo que...? ¿Ah? -envió un mensaje de confusión que
detonó en la otra una risotada. Bárbara, desde su oficina, se lo
pensó mejor y arrugando de nuevo el ceño, indignada, tecleó: ¿Así
que me tomas el pelo por segunda vez en menos de 15 minutos?
—Creo que tendrás que vengarte por partida doble, ¿no? -sonrió
con malicia.
—¡Claro! Pero lo haré en momentos distintos.
—Me parece una buena estrategia... -pensó un par de instantes y
prosiguió en otro mensaje: trata de que entre una venganza y la otra
transcurran algunos meses.
—¿Por qué? -frunció el ceño con curiosidad.
—No solo el factor sorpresa será más devastador... -sonrió con
una dulzura maravillosa-. También podré tener la seguridad de que
estarás merodeando en mi vida por más tiempo... -Bárbara se
reclinó por completo en esa silla al leer eso y suspiró de un modo
profundo, con el corazón latiendo como percusión de titanes.
—Ya que eso prefieres, pues bien, merodearé en tu vida todo el
tiempo que sea necesario.
—Bienvenida entonces, niña.
—Gracias, vos también eres muy bien recibida por acá... -y
aunque unos 3 o 4 kilómetros las separaban, las sonrisas y las
miradas de ambas, parecían provenientes de espejos de un
sentimiento.
Cada una fue a la foto de perfil de la otra. Oriana se quedó
prendada nuevamente de esos ojos negros enmarcados en
pestañas preciosas y en esa sonrisa, esa sonrisa que era
francamente como el rasgo de la luna en sus ciclos octantes.
Bárbara, por su parte, encontró una foto más impersonal. Alguien la
había tomado. En ella Oriana, con la máquina tatuadora en su mano
izquierda se inclinaba sobre el cuerpo de otra persona, plasmando
en él uno de sus maravillosos diseños. Su perfil era fantástico. La
ingeniero suspiró.
—Así que no solo tiene los brazos llenos de tatuajes, también los
hace y es zurda, por lo que veo... -alzó los ojos despacio y se quedó
pensativa. ¿Y si Carito después de todo tenía razón y su empeño
con la niña de las coletas era sólo consecuencia de una noche de
baile afortunado? Después de todo el príncipe enloqueció con la
Cenicienta solo de compartir con ella un vals, que su relación luego
de eso hubiese sido, o no, un desastre, eso Perrault no lo incluyó en
el cuento. “Felices para siempre”. No existe el felices para siempre o
al menos no para ella; no hasta ahora. Abandonó su estado
pensativo y esta vez se le ocurrió que podría husmear en el
Instagram de la tatuadora.
Llegar al perfil de OriP fue bastante sencillo, en especial porque la
cuenta certificada tenía más de 600 mil seguidores. A Bárbara la
cifra le pareció ridícula, tomando en consideración que en su red
social con suerte la seguían 1.112 almas y ni sabía cómo lo había
logrado.
Allí encontró más bien un catálogo digital de la tatuadora pero se
dio cuenta de varias cosas que llamaron poderosamente su
atención: era dibujante, trabajaba casi en exclusiva con sus propios
diseños o aceptando proyectos desafiantes y con un buen concepto,
su mirada y su sonrisa eran como ver al sol emerger durante una
aurora de cielo despejado y escribía poemas. Soñadora como era,
romántica como era, Bárbara se fue a lo largo del feed de esa red
social cazando cada uno de esos textos escritos en renglones y el
último que había subido, se quedó dándole vueltas en la cabeza:

Eres aerolito en mis pupilas.


Niña del ojo. Luciérnaga de iris.
Quimera de Afrodita y
tardanza de milagro sucinto,
mezquina de segundos
que desvanece en evocación adormecida.
Eres aerolito en mis sentidos.
Acaramelas mis ensoñaciones,
conduces mi latido
por insulsa senda ofuscada
de la bujía de luz
que tú enciendes
en esta retina de anhelante desvarío.

Leyó ese texto al menos unas cuatro veces y luego se fue al copy
de la publicación: “Dos segundos en su mirada, 13 versos en mi
cabeza. #MensajeEnBotella”. Alzó sus ojos más que negros muy
despacio y acto seguido vio la fecha de la publicación. Hizo una
cuenta muy veloz y se dio cuenta de que sí, de que la coincidencia
era casi perfecta. No quiso irse de bruces en su carroza de
romanticismo, pero Bárbara Monsalve se aseguró, casi con un 96%
de posibilidades de estar en lo cierto, que esos versos eran para
ella. ¡No podía ser de otro modo, en especial porque recordó las
palabras exactas que utilizó en Barranquilla para describirle a Carito
cómo había sido ese encuentro: “Dos putos segundos”. ¡Claro que
sí! ¡Es que eso fue exactamente lo que duró: dos putos segundos! Y
tanto Oriana como ella lo tenían bastante claro.
Fue al siguiente poema y también quiso apropiárselo, el tercero
que encontró en el feed lo descartó, ya que por su fecha de
publicación supo que ella para ese momento seguía en Bogotá,
completamente inocente de la existencia en el mundo de una Oriana
Padrón de ojos cambiantes y sonrisa preciosa. Ese segundo poema
que quiso que fuera para sí también tenía esa singular etiqueta:
#MensajeEnBotella y a punto de despegar en la alfombra mágica
del idilio, dejó que una nueva risita maravillosa, propiciada por la
chica de los tatuajes, se instalara no solo en su rostro, muy
especialmente en la sanación de su alma atribulada por los
acontecimientos más recientes.
Justo cuando la calidez de esas coincidencias rozó su alma
emergió el ego de las sombras, producto de un incidente más que
desagradable, para tomar posesión de su cabeza: ¿acaso Claudia
Valencia, ingeniero, conservadora, madre de dos niños y esposa, no
había sido capaz de ejercer contra ella el abuso que le enturbió esa
madrugada de domingo? Si una mujer gentil, aparentemente
inofensiva, que le transmitía una confianza única, podía ser capaz
de semejante bajeza, ¿qué podía esperar Bárbara Monsalve de una
mujer como Oriana Padrón? Volvió a pasear sus ojos negros por el
feed de esa cuenta de Instagram y había allí una prueba tangible del
simbolismo y la idiosincrasia de un estilo de vida: tinta, tatuadoras,
perforaciones, símbolos (muchos de ellos incomprensibles a la
mirada de la caleña), incluso videos o fotos en los que la chica de
cabello acaramelado salía haciendo trucos con su BMX o posando
con ella.
—Así que además de eso es patinetera o... Algo por el estilo... -
no, no, y acompañó las dos negaciones con una sacudida veloz de
su cabeza, parecía un salto al vacío por donde lo mirara. Se le
ocurrieron algunas otras cosas, como las drogas, los excesos, se
imaginó a Oriana detonándose los oídos con rock del pesado todos
los días, cada día, o agrietándose las venas con sabrá Dios qué
sustancias y soltando el teléfono suavemente sobre su escritorio, se
estrujó un poco el rostro, a ver si con eso se le esfumaba el
capricho.
Si Claudia Valencia, con su perfil, había sido capaz de hacer lo
que hizo, ¿qué podía esperar de Oriana Padrón? Suspiró con un
desconsuelo tremendo y luego de hacer una sencilla reflexión, se
prometió a sí misma no volver a buscar a la tatuadora. Ya le había
agradecido por sus atenciones, así que no había nada más qué
hurgar en esa vida. A propósito de eso, de lo sucedido la
madrugada de ese miércoles, Bárbara hizo un breve recuento de los
hechos. Así, por piezas o fragmentos recordó cómo había estado
junto a ella mientras vomitaba, cómo había bebido de sus manos la
taza de café, de qué forma la había vigilado mientras se tomaba la
sopa, cómo la acompañó hasta su casa, la metió en su cama, le dio
a beber una medicina, le quitó los zapatos, la arropó y le pidió, con
una sinceridad imposible de cuestionar, que no volviera a
emborracharse, mucho menos a exponerse. ¿Podía alguien de su
perfil ser tan sensata, tan dulce, tan sencillamente maravillosa?
¡Prejuicios! Y se avergonzó de sí misma, pero tomando en cuenta
que el fin de semana anterior le había dejado para la vida una
lección importante acerca de ser en exceso confiada, no juzgar con
malicia a ninguno y comportarse de un modo exageradamente
complaciente, se reconoció que sí, que muy en el fondo ansiaba
saber más de esa niña preciosa que conoció en Cartagena, pero el
camino que andaría merodeando en su vida, sería cauto. ¡Cauto y
dilatado!
Sofía, la encargada de los piercings en el estudio de body art
hablaba de una forma muy natural con un sujeto que estaba
bastante interesado en colocar uno que otro implemento de ese
estilo en su pene. La chica le explicaba el tiempo de cicatrización de
cada uno, así como los beneficios sexuales que podría obtener del
que escogiera, dependiendo del lugar donde hiciera la perforación,
mientras Oriana escuchaba a medias esa charla, tatuando el
omoplato derecho del sujeto. Valentina asomó la cabeza, infirió de
qué se trataba la plática y comenzó a bromear al respecto,
valiéndose del hecho de que conocía al chico de sobra, se había
hecho casi todos sus tatuajes en ese estudio.
—¿Así que te quieres embellecer el...? -Oriana alzó la mirada de
un modo fulminante y Valentina, al ver su gesto de desaprobación
soltó una carcajada justo a tiempo para contenerse la lengua-.
¡Perfórate, flaco, perfórate y luego me cuentas!
—Quizás solo uno en los testículos...
—No está mal... -dijo Sofía alzándose de hombros-. Es más
estético que funcional y a las chicas suele parecerles sexy...
—Salí por un tiempo con una chica que tenía uno en el pubis... En
el monte de Venus... -aseguró Oriana, que aunque no abandonaba
su labor sobre la espalda del tipo, intervenía en la charla-. Y
reconozco que me ponía nerviosa... -rieron-. Sentía que en cualquier
momento, si me frotaba contra ella o sobre ella, pues podía causarle
daño, así que... No, no le vi lo sensual a eso del piercing genital...
—Hay para todos los gustos, OriP... -le aseguró Valentina
parándose detrás de ella para ver cómo avanzaba en su trabajo y
halándole una de las crinejas con las que tenía recogido el cabello
esa mañana.
—Así es... -aseguró Sofía y volvió a reparar en el chico-. Listo,
flaco. Cuando te decidas, hacemos la cita y procedemos.
—Gracias, Sofi... -ella se despidió y se marchó.
El estudio volvió a quedarse en silencio, de no ser porque
Valentina se encimó un poco sobre el hombro de Oriana y allí
susurró:
—¿Y tu Cenicienta, príncipe?
—Muy bien... -sonrió de inmediato-. Supe de ella temprano,
estaba en su lugar de trabajo, se sentía muy bien y me agradecía a
mí y a ustedes por todas las atenciones de anoche.
—¡Qué bien! Me alegra mucho saber que luego de la escena de la
borrachera, ya no tendrás que salir a probarle la zapatilla de cristal a
todas las doncellas de Cartagena.
—Nunca fue necesario, Valentina -sonrió a medias-. A diferencia
del príncipe idiota del cuento, yo soy una princesa y le presto
atención a los detalles, como ver a los ojos a la mujer con la que
bailo.
—¡Qué buena reflexión!
—¡Absolutamente! -dijo el chico, que aunque no entendía nada de
ese discurso metafórico, no pudo permanecer indiferente ante esa
observación.
—Así que el príncipe del cuento realmente nunca estuvo
enamorado de la pobre Cenicienta, porque es imposible que crees
ese vínculo con alguien y no recuerdes cosas como su mirada o su
sonrisa...
—Quizás las luces en palacio estaban muy bajas cuando sonó
ese vals... -Valentina habló entre risas.
—No más que en el club de salsa, te lo garantizo.
—¿Eso quiere decir que estás enamorada de tu Cenicienta
Culona? -la miró con malicia.
—A un paso de estarlo, lo puedes asegurar.
—¿No te da miedo, Oriana? -la miró muy seria-. Mira que aún no
has cerrado el capítulo con Ana Paula y por irte de bruces con ella,
ya sabes lo que pasó.
—Es verdad, aún no conozco bien a Bárbara, pero al menos
tengo un par de consuelos -y, al igual que siempre lo hacía la
caleña, recurrió a ellos: que es evidente que no es una niña de 20
años...
—¡Gloria a Dios! -soltó la otra con un gesto exagerado.
—...y que parece tener una sensibilidad increíble...
—Salomé coincide contigo y recuerda que mi nena preciosa es
toda una pitonisa cuando se trata de analizar a la gente, así que por
nosotras, Ori... ¡Bárbara está más que aprobada! -se miraron y se
sonrieron.
Pasó el día muy contenta. Sentía que la materialización de
Bárbara en su vida casi un día después de su cumpleaños, era
como un obsequio que le hacía el universo y bastó divisar a la
caleña caminando frente a la ermita de El Cabrero para saber que
sus sensaciones no eran infundadas. Sonrió, eufórica, se puso de
pie en la bicicleta y comenzó a pedalear con fuerza para darle
alcance, haciendo sonar varias veces la campanilla del manubrio.
La caleña volteó al escuchar ese singular y pintoresco sonido
agudo y con un gesto de agrado vio a Oriana aproximarse
velozmente. Notó con sorpresa que la chica, de pie en ese vehículo
de dos ruedas, pasaba la pierna izquierda por encima del sillín,
dejaba su pie derecho sobre el pedal, mantenía el equilibrio y
rodaba esos pocos metros hacia ella, para luego dejarse caer con
gracia sobre el suelo y detenerse.
—¡Hola, caleña! -la ingeniero la escrutó con la mirada. Esta vez
llevaba un par de crinejas que se asomaban por debajo de su casco
de ciclista y eran tan adorables como las coletas. En general vestía
con el estilo que ella ya conocía: jeans rasgados, zapatos
deportivos... solo que esa tarde tenía puesto un suéter de
entrenamiento y tela ligera de color rojo.
—¡Hola, costeña! -le sonrió espléndida.
—¿Cómo te sientes? ¿Cómo pasaste el día?
—¡Bien! Ansiando que ya sea viernes para tomarme unas
vacaciones...
—¿Vas a tu casa, imagino?
—Así es...
—Te acompaño... -y comenzaron a caminar juntas, Oriana
empujaba su bicicleta con su mano izquierda sobre el manubrio-. Ya
te había visto antes por esta calle, ¿sabes?
—¡No me digas! -volteó a verla sorprendida.
—Sí, pero no estaba del todo segura de que fueses tú... -sonrió a
medias-. Por suerte no me equivoqué...
—¿Por suerte? -en ese instante supo que todos los miedos de su
ego acerca de si la tatuadora era o no de fiar, se le desvanecían en
una sola de las sonrisas o miradas de Oriana Padrón.
—Por suerte, así es, porque...
—¡Oriana! ¡Oriana! -y el grito de Ana Paula corriendo hacia ella
por esa calle, llevando en sus manos una bolsa de regalo rosa, las
hizo salir del conato de idilio que ya se estaba apropiando de sus
pupilas. La tatuadora no pudo escoger un mejor gesto de desagrado
dentro de todo su repertorio de expresiones, mientras Bárbara
reparaba en la chiquilla con curiosidad y, aunque hizo todo lo que
pudo por ignorarlo: recelo. En solo dos segundos la niña ya se
precipitaba sobre Oriana, se colgaba de su cuello y la cubría de
besos en sus mejillas.
Bárbara dio un paso atrás, contrariada y, sin posibilidad de
negárselo, decepcionada.
—¡Niña, niña! -pero fue inútil sacársela de encima.
—¡Feliz cumpleaños mi amor, feliz cumpleaños! -seguía
besándola y estrujándola-. ¡No creas que lo olvidé, no lo creas ni por
un segundo! ¡Solo estaba enojada contigo y quería castigarte con mi
indiferencia, pero ya no podía aguantar ni un día más sin verte!
Bárbara se cruzó de brazos y su sonrisa sutil era solo un esfuerzo
más que inútil por enmascarar lo que le producía ser testigo
presencial de esa escena.
—Calma, Ana Paula, cálmate, por favor... -y se la sacó de encima
con sutileza, lo mejor que pudo. La chica la miró fijamente, un poco
más sosegada y Oriana, con un suspiro, susurró: Bárbara, te
presento a Ana Paula... -no supo si añadir "mi novia", porque...
¿realmente lo era, luego de desaparecerse por casi tres semanas y
tratarla con la más deleznable indiferencia? Al menos, ella ya no la
consideraba de ese modo en su vida.
—¡Hola! -la chica se volteó de inmediato hacia la caleña y le
estrechó la mano con brusquedad-. Yo soy Ana Paula, la novia de
Oriana... ¿Y tú?
—¡Ella es Bárbara, mi amiga! -dijo la otra de inmediato y cruzó
una mirada veloz con la mujer de ojos negros que le sonrió un poco
al escuchar que al menos ya la catalogaba de ese modo.
—Amiga, ¿no? -Oriana se acarició la frente temiéndose un
berrinche similar al que formó aquella noche cuando la invitó al club
de salsa. Las suspicacias de Ana Paula no se contendrían, a pesar
de estar aterrizando en la vida de la tatuadora tras esfumarse por
días: Entonces si eres su amiga debes conocer a Valentina y a
Salomé, ¿cierto? -añadió la chica de 20 años sin dejar de mirar de
arriba a abajo a esa mujer preciosa proveniente de Cali.
—Las conozco, claro que sí.
—¡Qué bien! -soltó en un grito que le perforó el tímpano a las
otras dos, recuperando la confianza-. ¡Entonces un día de estos
coincidimos en un club y nos vamos a bailar!
—Seguro... -quiso morderse la lengua. Quiso morderse la lengua
tomando en consideración lo educada y lo comedida que siempre
había sido, pero la incontinencia de sus emociones la catapultaron a
expresarse sin remordimientos: Eso sí, nos pelearemos a Oriana...
¿Oís? -Ana Paula frunció el ceño con un poco de curiosidad,
mientras los ojos verdosos de la otra se posaron en Bárbara
atónitos-. Porque déjame decirte que tu novia baila fenomenal...
¡Fenomenal! -e intercambió una mirada con Oriana que llevó un
guiño incluido.
—¡Ah, no! -la llaneza de Ana Paula dejó perpleja a la ingeniero-.
¡Si es por mí te la puedes quedar para ti sola! -rio de una forma más
que descarada mientras Bárbara alzaba muy despacio una de sus
cejas. Se tomó esa frase no solo en sentido figurado, muy
especialmente le gustaron las posibles connotaciones literales.
"¡Niña! ¡Si para mí sola es que la quiero, por favor!"-. Yo no bailo -
aclaró la chica alzándose de hombros con un gesto desagradable,
como si bailar fuese una enfermedad incurable-, mucho menos esa
música horrenda que a ella tanto le gusta...
—¿Música horrend...?
—Se refiere a la salsa... -musitó Oriana y Bárbara y ella se
miraron como si en ese momento sintieran que Ana Paula era una
sacrílega de los géneros musicales del Caribe.
—Bueno... -la de ojos negros volvió a entrelazar sus brazos y
sonrió con descaro delicioso-. No te preocupes, Ana... Cuando
vayamos a ese club que dices me dejas a Oriana solo para mí y yo
me encargo, ¿oís? -rio con entusiasmo, consciente de que su risa
no solo era consecuencia de su osadía, también del genuino deseo
por hacer que sus más fervientes anhelos le sonaran a broma a la
chiquilla, pero a la tatuadora... ¡a la tatuadora no le sonaron de ese
modo para nada y hasta se sonrojó nada más de saberse a merced
de los designios de la caleña!
—Listo... -Ana Paula también reía. Volvió a reparar en Oriana y le
extendió la bolsa de regalo color rosa que traía consigo-. ¡Toma mi
amor, un regalo!
—No tenías que molestarte, niña... -lo recibió, incómoda.
—¡Ábrelo!
—¿Aquí? -la vio pasmada. Bárbara no estaba precisamente feliz
con la idea de que la chica que le gustaba tuviese novia, pero su
pequeña decepción no impidió que disfrutara de esa escena que
prometía volverse muy graciosa de un momento a otro.
—¡Sí, aquí! ¡Ábrelo!
Oriana suspiró con hastío, alargó su pie para sacar con él la pata
de la bicicleta y poder soltarla. Con ambas manos abrió ese
paquete, en el cual se encontró un suéter tejido de florecillas. Su
rostro al sacarlo despacio de la bolsa y extenderlo ante sus ojos fue
memorable y Bárbara contuvo la risa, mientras se preguntaba para
sus adentros en qué mierdas estaba pensando esa chica cuando
escogió semejante cosa para la tatuadora. No la había visto más de
cuatro o cinco veces en su vida, pero no necesitaba conocerla de
siempre para saber que ella jamás, jamás se pondría algo
semejante.
—Gracias... -susurró abochornada.
—¿Te gusta? -Ana Paula estaba eufórica-. ¡Lo escogí yo misma!
—Se nota... -musitó.
—¡Está precioso, Oriana! -la tatuadora volteó a ver a Bárbara de
inmediato con una mirada más que fulminante, mientras una risa
burlona le bailaba a la caleña en los labios-. ¡Divino, niña! ¿Oís? -
como si no hubiese tenido suficiente, añadió: ¡Y se parece tanto a
vos! ¡Es casi como si te lo hubieses quitado luego de traerlo puesto!
—¿Te parece? -Ana Paula estaba más que entusiasmada.
—¡Claro! -Bárbara volvió a ver a los ojos a Oriana, que aunque
quería matarla, no dudó en regalarle una sonrisa maliciosa a la
ingeniero. Sintió que podía enamorarse de su sentido del humor, ¡un
caramelo más para el cotillón de las cosas que le gustaban de
Bárbara Monsalve!-. Por cierto, Oriana... -era evidente que estaba
ejecutando una de sus venganzas-. Cuando te lo pongas, mándame
una selfie, ¿oís? ¡Te debes ver genial con él!
—Así lo haré, Bárbara... -lo masculló-. Cuenta con eso, ¿ah?
—¡Ahora vámonos! -Ana Paula la haló de la mano con
brusquedad mientras reparaba de nuevo en la mujer de cabello
negro-. Con tu permiso, Bárbara, mi novia y yo nos vamos a nuestra
propia celebración... -le guiñó el ojo con malicia y esa insinuación
fue algo que pudo más que la elegancia y el delicioso sentido del
humor de la caleña. Sin poder explicarse muy bien lo que sentía, se
amargó y se entristeció en solo un segundo y vio cómo Oriana,
avergonzada como nunca, se despedía mientras la jovencita se la
llevaba consigo.
—Bueno... -susurró una vez que aquella pareja dispareja se alejó
de ella-. Al parecer ya no tendré que preocuparme por si Oriana
Padrón es persona de fiar o no, porque... -suspiró con desconsuelo-.
Es evidente que alguien ya se me adelantó... -y no le quitó los ojos
de encima. Le sorprendió ver que en ese instante, como si la
tatuadora la hubiese escuchado, volteó a verla de inmediato y le
hizo una mueca cómica, asegurándole que se las pagaría. Sí, es
verdad, se sintió decepcionada al conocer cómo eran las cosas
tratándose de la niña de las coletas, pero no se inhibió y soltó una
carcajada preciosa ante la indignación de la otra.
Se quitaron los ojos de encima y Bárbara comenzó a subir los
escalones para acceder a su edificio de a poco. Antes de entrar en
él volvió a tender la mirada para quedarse en la silueta de Oriana
alejándose, mientras de la risa anterior solo le quedaba una sonrisa
sutil de resignación. La chica de cabello acaramelado volvió a girar
la cabeza, se encontró de nuevo con los ojos negros de la caleña,
se miraron por segundos, hasta que la ingeniero subió despacio su
mano, se despidió con ella y entró a su residencia. Ambas
suspiraron.
MEA CULPA

Una vez cerró la puerta de ese departamento, recibió una llamada


de Carito. La hermana mayor había estado cumpliendo al pie de la
letra con su promesa de cuidar de su querida niña, luego de que
sucediera ese hecho nefasto en Barranquilla. Bárbara atendió
sonriendo, pero con un dejo de desánimo en la voz.
—¿Qué sucedió? -quiso saber Carito de inmediato. Asumía que
ese desgano solo podía llevar la firma de Claudia Valencia-. ¿Pasó
algo con el lobo, Caperucita, que me hablas tan desanimada?
—No... -soltó la cartera en el sillón, se sacó los zapatos y se dejó
caer en el sofá, para luego acostarse boca arriba en él-. Te
sorprenderá saber que el lobo anda muy cauteloso... Desde que
hablamos ayer se ha mantenido distante, solo se acerca a mí para
lo necesario y todas nuestras charlas son estrictamente laborales.
—Claro... -reflexionó tan maliciosa como era-. Y no, no me
sorprende en lo absoluto. El lobo, como bien lo hemos bautizado,
sabe perfectamente cómo obtener a su presa y entiende que justo
ahora estás alerta... Va a dejar que bajes la guardia para lanzarse
de nuevo a tu caza, te acordarás de mí.
—Aquí la estaré esperando con una escopeta... -rieron.
—Y si estás tan tranquila con respecto a Claudia Valencia, ¿a qué
viene el desánimo?
—No estoy del todo tranquila... -suspiró-. Te confieso que cuando
recuerdo lo ocurrido, me siento fatal, como si de pronto me bajaran
las luces y todo se fuera a negro, pero, más allá de eso, justo ahora
te puedo decir que Cartagena me está dejando una ilusión y un
desengaño...
—¿Una ilusión?
—Ayer conocí a la niña de las coletas...
—¡Chatita! ¡No te lo puedo creer! -enmudeció de pronto,
anticipándose a la conclusión: ¿Y el desengaño?
—Hoy supe que la niña tiene novia...
—¿Cómo es la vaina? ¡No puede ser, chata! -volvió a callar por
solo dos segundos-. Entiendo que no te debe haber caído muy bien
la noticia, pero tampoco deberías dramatizar con eso, Bárbara.
—¿Por qué lo dices? -se estaba peinando el cabello con la punta
de sus dedos, mientras miraba el techo y pensaba en Oriana y en
sus ojos. Su sonrisa tampoco estaba nada mal como para evocarla
un millón de veces.
—Porque... ¿qué es una novia, niña? -suspiró-. Odio usar este
ejemplo, pero mujer más comprometida que Claudia Valencia no
existe y eso le supo a cacho cuando se lanzó sobre vos de la forma
en la que lo hizo... ¿Oís? -Bárbara se cubrió la cara con su mano
izquierda, ¡qué momento tan amargo!-. ¿Crees que una novia va a
impedir que la niña de las coletas vaya por vos si de verdad le
gustas?
—¡Y creo que es así! -su sonrisa fue maravillosa.
—¿Por qué?
—¡Por la forma en la que me mira! -suspiró y rio, casi al mismo
tiempo-. Cuando pone sus ojos sobre mí, aunque su apariencia no
parece tener nada que ver conmigo, me derrito, Carito... ¡Me pongo
boba!
—¿Lo dices por los tatuajes y...?
—Pues he averiguado unas cosas más sobre ella... Se llama
Oriana Padrón, es una de las mejores tatuadoras de Colombia y
trabaja en un estudio en Getsemaní y somos vecinas, vive a una o
dos cuadras de acá... ¡Por eso me la topaba en todos lados!
Getsemaní es uno de los barrios que justo están de camino entre El
Cabrero y Bocagrande...
—Ajá...
—Es dibujante, escribe unos poemas preciosos, pero...
—Pero no se parece a ninguna de las niñas estiradas, elegantes y
sofisticadas que te ponían a ver doble en Bogotá.
—Exacto... -suspiró-. Siempre me han gustado las chicas más
femeninas, más afines con mi apariencia y aunque Oriana no es del
todo masculina...
—Pues es más del tipo atlético, ¿no?
—¡Exacto! De hecho, se mueve en bicicleta por Cartagena y le
gusta también esto de las patinetas, esas cosas, vos sabes...
—¿Es inmadura? -frunció el ceño.
—Ella no, la novia sí lo parece... -reflexionó-. Me atrevería a decir
que es menor...
—Pues te diré que yo estoy muy feliz con todo esto, Bárbara...
—¿Por qué?
—No solo escucharte hablar de Oriana me llena de ánimo, porque
la voz te cambió en un segundo apenas la patinetera entró a cuento
-Bárbara se rio al escuchar de qué forma Carito se refería a la
tatuadora-, también me agrada que la niña no sea del todo afín con
vos y que tenga novia...
—¡Carito! -se indignó-. ¡No sé cómo te puede causar agrado esa
vaina, si todo eso suena a que no tengo oportunidades para nada!
—Claro, claro que las tienes, boba, lo que sucede es que siendo
las cosas como son, tendrás que recurrir a algo de lo que siempre
has carecido, chata: paciencia y cordura cuando se trata del amor...
—No entiendo... -pero en el fondo lo entendía de sobra.
—Que vas a tener que comerte esa mandarina despacito, ¿oís? Y
eso incluye darte el tiempo necesario para conocerla, saber bien
quién es ella y descubrir si de verdad le podemos dar golpe de
estado a esa noviecita o si no hay posibilidades... -Bárbara volvió a
depositar sus ojos negros en el techo de ese departamento.
A propósito de las reflexiones de Carito y una vez que se despidió
de su hermana, volvió al Instagram por esos poemas de los que se
había apropiado. Con ellos ante sus ojos, se le vino a la cabeza la
amarga idea de que tal vez siempre fueron para Ana Paula. Se
indignó. Volvió a revisar de arriba a abajo esa cuenta y Oriana tenía
muchas fotos con Valentina, con Salomé, con un sujeto barbudo y
con otras dos o tres mujeres que desconocía, pero ni una sola con
la niña que le había presentado algunos minutos antes. Tomando en
cuenta la reacción de la chica cuando se vio a la pelada encima, lo
poco que la jovencita parecía conocerla al tener el desatino de
regalarle semejante estropajo, y lo desconectada que se veía Oriana
de esa relación, le pareció que no, no era factible que dispusiera de
algunos minutos de su vida para escribirle aquellos versos, así que
Bárbara se fue de nuevo a esos renglones y susurró, como si le
hablara a la mismísima Ana Paula:
—Puede que sí, niña... Puede que seas su novia y te felicito por
eso, pero estos poemas... ¡Estos poemas son míos, como que me
llamo Bárbara Monsalve! ¿Oís?
¿Cuánto tiempo le quedaba en Cartagena? Siete o seis meses a
lo sumo. Los emplearía para merodear a fondo en la vida de Oriana
Padrón, con tatuajes o sin ellos, con bicicleta o sin ella... ¡eso lo tuvo
más que claro a partir de esa tarde!
A propósito de la tatuadora, apenas puso la bicicleta en el rincón
de su departamento donde acostumbraba colocarla, apenas soltó la
bolsa con el regalo y la dejó sobre la mesita de la sala, Ana Paula
volvió a lanzarse sobre ella, esta vez con una proposición
interesante:
—¡Vamos a ducharnos juntas, oye! -Oriana la miró pasmada-. Sé
que no te gusta que te bese o que te abrace cuando estás
acalorada, pero podemos ir ahora mismo a ducharnos juntas y de
ahí comenzar nuestra celebración por tu cumpleaños... ¿Adivina
qué? ¡Me voy a quedar esta noche contigo! Le pedí permiso a mis
padres haciéndoles creer que me quedaría en casa de una amiga
de la uni para estudiar...
—No, no, mi querida y dulce niñita... -y de nuevo recurrió a su
delicadeza para descolgarse a Ana Paula del cuello.
—¡No comiences, Oriana! -se enojó de inmediato.
—No, mi querida Ana Paula, no comiences tú... -suspiró y caminó
hacia el otro extremo de la sala, lo suficientemente lejos de sus
besos, sus caricias y sus berrinches-. Escúchame bien, niña, no
puede ser posible que te desaparezcas por tres semanas y que
aterrices hoy en mi vida como si nos hubiésemos visto ayer en la
mañana, fingiendo que nada ocurrió...
—¡Si estás enojada conmigo porque olvidé tu cumpleaños, pues
te notifico que no, no lo olvidé Oriana! Sabía de sobra que estabas
de cumpleaños ayer, es solo que... -se alzó de hombros-. ¡Es solo
que no te quise escribir para ignorarte como castigo, luego de que te
pusieras a bailar con esas viejas en ese club! -la otra se cruzó de
brazos, sonriendo con cinismo-. ¡Quería que me echaras de menos!
¡Querías que pensaras en mí, que te doliera y que te arrepintieras
de lo que me hiciste! ¡Por eso lo hice!
—Ah, es verdad... -se sentó despacio en uno de los apoyabrazos
del mueble-. Tienes toda la razón, niña linda... Olvidaba que aquí
todo se trata de ti, Ana Paula... ¡Siempre se trata de ti!
—¡No, no es eso! ¡Es que esa noche en ese club te comportaste
muy mal Oriana y deberías dar gracias al cielo porque yo estoy aquí
y decidí perdonarte!
—Ordenemos muy bien todo este asunto, Ana Paula... -abrió las
manos mientras la chica la miraba confundida-. En primer lugar,
antes de ponerle un solo dedo encima a cualquier vieja de ese club,
te pregunté si estabas de acuerdo en que yo bailara con otras, en
vista de que tú estabas que vomitabas del aburrimiento en ese local
de salsa... -suspiró-. Si me conocieras, Anita, sabrías que una de las
cosas que más amo en la vida, además de andar en bici, de tatuar,
del freestyle... es bailar... ¡Y bailar música tropical, para más señas!
—¡Ya vas a volver de nuevo con esa idiotez de si te conozco o no,
Oriana Padrón!
—En segundo lugar, tú pusiste tu acostumbrada cara de
indiferencia, te alzaste de hombros y me dijiste que yo podía hacer
lo que quisiera, que bailara con la que mejor me pareciera si eso era
lo que quería...
—¡Exacto! ¡Exacto! -la señaló con su dedo índice y en su rostro
había un gesto triunfal.
—Exacto, ¿qué? ¿De qué hablas, niña?
—¿No lo entiendes? -pero Oriana ya creía comprender todo y se
peinó las cejas con la punta de sus dedos, aprovechando de
masajear un poco su frente y de sujetar la punta de su nariz entre
las palmas de sus manos-. ¿No entiendes que lo dije, pero en el
fondo no quería que lo hicieras? ¡Quería que te quedaras conmigo,
no que te fueras a bailar con cuanta vieja se te ocurriera esa noche!
—¡No bailé con cuanta vieja se me ocurriera, Ana Paula, no seas
mentirosa! ¡Solo lo hice con dos y sí, tienes toda la razón, no me
imaginé que cuando me dijiste que podía hacer lo que quisiera,
estabas siendo irónica! Claro, tomando en consideración que
siempre predomina en ti esa faceta indiferente, en la que parece que
nada te importa en lo más mínimo...
—¡Ah! ¿Así que la culpable ahora soy yo porque parezco
indiferente? ¿Es eso?
—Ana Paula, definitivamente estás haciendo muy bien al estudiar
derecho, porque con la habilidad que tienes para manejar los
argumentos, no perderás un caso, pelada... ¡Ni un solo caso! -volvió
a reír, esta vez con la tranquilidad de saber que estaba a un paso de
verse fuera de ese noviazgo-. A ver, mi niña preciosa... -suspiró-.
Está bien, reconozco mi error por haber juzgado mal tu falsa
indiferencia... Reconozco mi error porque con mis años y con mi
experiencia debí haber imaginado que tú solo fingías al decir que te
importaba muy poco que yo me divirtiera sanamente con otras, pero
voy a decir algo a mi favor: ¡no sucedió nada! Esas viejas con las
que bailé solo se comportaron conmigo de un modo amistoso y una
de ellas hasta estaba con su pareja, al igual que yo...
—¡Me importa muy poco que hayas bailado con una monja,
Oriana Padrón! ¡Lo hiciste! ¡Lo hiciste, oye!
—¿Y no acabas de decirle a Bárbara allá abajo que la próxima
vez que vayamos a un club puede bailar conmigo?
—¡Es distinto! ¡Ella es tu amiga! Pudiste haber bailado esa noche
con Valentina o con Salomé, pero no, me faltaste al respeto bailando
con otras...
—¡Valentina y Salomé estaban juntas, divirtiéndose como siempre
lo hacen! ¡Son pareja, por Dios! Desde luego que podría bailar con
ellas, especialmente con Salomé que lo hace de maravilla, pero
ellas van a esos clubes juntas, para hacer una de las cosas que más
disfrutan como una pareja que se ama...
—¡Ah! ¿Tú y yo no nos amamos? -Ana Paula ya no dejaba de
gritar.
—No. Desde luego que no -y sonrió con llaneza.
—¿Qué me estás diciendo, Oriana Padrón?
—Una verdad tan cierta como que tú y yo estamos metidas dentro
de un departamento que queda en el octavo piso de un edificio en
Cartagena, Colombia... -se levantó, esta vez muy seria-. Tú y yo, mi
niñita preciosa, no nos amamos. Pudimos habernos querido, tener
una conexión especial, haciendo énfasis en lo físico, pero en lo
emocional, tú y yo no avanzamos a más y antes de decirte las
razones por las que creo que eso sucedió y detonar en este lugar
una verdadera guerra de titanes, te diré justo lo que deseas oír: ¡fue
por mí, Ana Paula, fue por mí! ¡Fue por mí que no hice todo lo que
tenía que hacer para que la relación prosperara o funcionara! ¡Fui yo
que no quise conocerte, fui yo que no quise dedicarte tiempo, fui yo
que no quise presentarte ante mis amigas! ¡Échame a mí la culpa de
lo que pase! -la jovencita la miraba absolutamente confundida-. Así
que si sabes lo que te conviene, preciosa, márchate ahora mismo
por esa puerta y no vuelvas a cruzarte en el camino de una imbécil
como yo... ¡Una niña tan bella como tú, una niña tan considerada
como tú, no se merece a una idiota como Oriana Padrón, no señor!
—¿Pero qué estás diciendo, bobita? -y hasta rio y se fue hacia
ella para abrazarla y recostarse por entero de su cuerpo-. ¿Cómo
puedes decir eso de ti? ¡No, no, mi amor! -le tomó el rostro entre las
manos, Oriana no se lo creía-. Es verdad, te comportaste como una
imbécil esa noche en el club, te comportaste como una imbécil por
no pedirme perdón por lo que hiciste como es debido en lugar de
enviarme esos mensajes, te comportaste como una imbécil por no
invitarme a la celebración de tu cumpleaños ayer, porque vi las fotos
en las historias de Valentina...
—¡Tú fuiste la que desapareciste luego de enviarme un mensaje
de voz en el que me insultabas! Y por si fuese poco, ¡la celebración
de mi cumpleaños fue en el mismo club de mierda que tú odias, Ana
Paula!
—¡Lo sé, lo sé, y solo por eso no me dolió tanto que no me
invitaras!
—¡No puede ser! -susurró y en ese instante supo que ya había
tenido suficiente. Se quitó a Ana Paula de encima, esta vez con
menos sutileza y caminó hasta la puerta del departamento, la abrió
de par en par y le dijo, más seria que nunca: Nena, por favor,
márchate de acá, ¿sí?
—¡Oriana!
—Nena, te lo pido... Márchate y acabemos ya con esto, por
favor...
—¡Oriana Padrón tú no me puedes dejar! -y a sus ojos ya se
asomaban las lágrimas.
—Ana Paula, lo siento mucho, pero una vez te lo dije y ahora
pienso exactamente lo mismo... Esta relación no tiene sentido y
ahora, ¡ahora eso está más claro que nunca! ¡Adiós, Ana Paula!
La jovencita ya lloraba, pero al ver que Oriana no mutaba su
determinación, tomó sus cosas, entre ellas el regalo que acababa de
hacerle, pero le bastó ver ese suéter horrendo un par de segundos
para entender que no valía la pena llevárselo consigo y sin contener
sus impulsos, se lo arrojó en los pies de una forma desdeñosa a la
mujer que la miraba con gesto inmutable. Se encaminó a la puerta
como una fiera, le dio un par de empujones y golpes en el pecho a
la tatuadora, le aseguró con gritos ensordecedores que la odiaba y
se marchó.
Oriana se sintió confundida y agobiada, pero supo que
eventualmente su ánimo se alzaría victorioso luego de haber
tomado la decisión más acertada de su vida.
ANÉCDOTA VS ANÉCDOTA

—Bárbara... -la mujer de ojos negros alzó los ojos despacio y allí
estaba Claudia Valencia de pie ante su escritorio esa mañana de
jueves. La escrutó con la mirada, muy seria-. Bárbara, estoy aquí
para invitarte a cenar...
—No sucederá, Claudia... -y volvió a poner su atención en las
cosas que hacía.
—Bárbara... -se sobó las sienes, consciente de que podía perder
la paciencia en cualquier momento y recordando que estaba en el
peor lugar para que sus emociones se salieran de control-. Bárbara,
me estás volviendo loca, ¡loca! No como bien, no duermo bien,
estoy en un estado de completa ansiedad, yo necesito, necesito que
tú y yo hablemos largo y tendido sobre lo que ocurrió.
—No hay nada de qué hablar, Claudia... -la miró de soslayo-. A
menos claro que quieras discutir conmigo algún informe o alguna
otra cosa que tenga que ver con la empresa.
—¡Me sabe a mierda la empresa, Bárbara! -suspiró y contó
mentalmente hasta 10 para sosegarse-. Durante todos estos días te
he dejado tranquila para que pongas tus ideas y tus sentimientos en
orden, para que las cosas entre nosotras se calmen y podamos
tener esa conversación que tanto ansío desde el domingo en la
madrugada cuando desapareciste en Barranquilla... -la miró a los
ojos. El gesto de su colega era inmutable-. Yo necesito que tú me
escuches, yo necesito que tú me permitas explicarte todo lo que he
estado sintiendo por ti desde que te conocí, todo lo que me está
pasando por la cabeza...¡en el corazón!
—Claudia Valencia... -bajó la mirada velozmente para cerciorarse
de que no estuviera nadie merodeando cerca de su oficina antes de
hablar-. ¿Qué puedes estar sintiendo por mí en tu corazón si apenas
me conoces, si le debes respeto a un hombre que ha sido
espléndido con vos y toda tu dedicación a tus niños?
—¡No menciones a Armando, a Marcela y a Juan José justo
ahora! ¡Te pido que no los menciones! -suspiró, agobiada-. Ellos son
un tema aparte en mi vida, ¿entiendes? -volvieron a mirarse a los
ojos-. Dime la verdad, Bárbara... ¿Es por ellos? ¿Es porque soy
heterosexual, casada?
—¿Heterosexual? -sonrió con ironía-. No me imagino qué puede
estar haciendo una mujer heterosexual metiendo sus sucias manos
por debajo de la falda de su compañera de trabajo, aprovechándose
de que ella está ebria... -Claudia cerró los ojos y se cubrió la cara
con ambas manos.
—¿Nunca lo vas a olvidar?
—¡Casi me violaste, Claudia Valencia! -volvió a mirar de manera
fugaz hacia afuera y continuó: ¡Casi me violaste, maldita sea, y no
entiendo cómo puedes pensar que algo como eso se olvida tan fácil!
—¡Yo no hice semejante cosa, Bárbara! ¡Yo solo estaba actuando
movida por el amor, por este amor descabellado que siento por ti y
que me empujó a olvidarme de todo y de todos! Bárbara... ¡Tú
llegaste a mi vida para ponerla de cabeza y ahora que veo que cada
día te alejas más y más de mí, siento que me muero!
—Pues mi sentido pésame, Claudia... -volvió a poner sus ojos en
la computadora-. Mi sentido pésame porque no existe, óyelo bien:
no existe ni la más remota posibilidad de que entre vos y yo aflore
ningún tipo de relación, mucho menos la romántica. Así que no, no
iré con vos a cenar ni a ninguna otra parte. Si eso era todo lo que
venías a decirme, te agradezco te retires, por favor... Mañana
salimos de vacaciones y debo dejar todo al día.
La mujer casada se quedó allí, inmóvil por largos segundos, dio la
media vuelta y despidiéndose con un susurro, se marchó. Se
mentiría a sí misma si se dijera que Claudia no le amargó el día.
Trató de mantenerse tranquila y llegó a casa con la dicha de saber
que la tarde siguiente estaría fuera de la empresa y lejos de
Cartagena al menos por tres semanas. Terminaba de merendar algo
ligero antes de la cena, cuando un sonido en su teléfono llamó su
atención y se dio cuenta de que tenía un mensaje de Oriana.
Bárbara soltó una carcajada que casi le hizo expulsar el café por
la nariz cuando vio que la tatuadora le enviaba una selfie con el
suéter que Ana Paula le había entregado la tarde anterior. Iba a
responder de inmediato, pero se olvidó por un instante del motivo
inicial de la foto y decidió reparar en detalles mucho más fantásticos
como ese tono verdoso que tenían los ojos de esa chica justo en
ese momento, lo bella que se veía con el cabello recogido a medias,
lo genial que era su sonrisa y otras pequeñas cosas que podía
inferir de su silueta, como esa delicada curva que describía su
hermoso busto. Suspiró y comenzó a teclear:
—¡Te queda divino! -mintió-. ¡Casi creí que lo habías olvidado!
—¿Divino? Sabía que eras bella, caleña, no mentirosa... -Bárbara
se ruborizó, como si ese color sonrosado de sus mejillas hubiese
estallado en ellas como lo harían los fuegos pirotécnicos.
—Me parece que se te ve fantástico ese suéter... Muy acorde con
tu estilo... -se mordió los labios-. Y... ¡gracias por el cumplido!
—¿Me agradeces por solo decir la verdad? Bueno, por nada
entonces...
—Por cierto... -se mordió el pulgar derecho con un dejo de
suspicacia-. Feliz cumpleaños... No sabía que esa madrugada
cuando nos encontramos estabas de celebración... Lo lamento si
arruiné algo...
—Nada que lamentar, niña... En primer lugar, cuando te encontré
ya mi cumpleaños técnicamente había pasado. En segundo lugar,
veníamos del festejo así que no, nada se arruinó... -quiso añadir que
consideraba que ese encuentro era como un obsequio que le hacía
la vida, pero prefirió mantener sus palabras en control, por los
momentos.
—¿Y qué estás haciendo justo ahora, además de modelar tu
nuevo suéter?
—Nada, estoy en casa. Llegué hace poco, me duché y te envié la
foto.
Bárbara se quedó por largos segundos con el teléfono ante sus
ojos. Quería ver a Oriana esa tarde, quería proponerle hacer
cualquier tontería, como compartir un café a propósito de que la
chica había estado de cumpleaños solo unos días atrás y valerse de
la ocasión como una nueva forma de agradecimiento por sus
atenciones, así que respiró hondo e hizo lo que pocas veces en su
vida: tomar una iniciativa con otra mujer.
—¿Y si te invito por tu cumpleaños? -Oriana, acostada como
estaba en el sofá, se sentó en el mueble casi de un salto. Bárbara
no sabía si se estaba extralimitando, pero ese sábado se iría a
Barranquilla, así que le parecía que lo mejor era aprovechar el
tiempo al máximo-. Podríamos tomarnos algo por aquí cerca y
charlar un poco, ¿qué me dices?
—Que sí, desde luego... Pero licor, no. En mi presencia no
beberás, Bárbara... -la caleña se echó a reír.
—Calma, calma... no suelo beber y en caso de que suceda, la
mayor parte del tiempo pido cervezas ligeras.
—Pues hoy solo te aceptaré un café y tú me acompañarás con
algo similar.
—Listo...
—Espérame en la parte baja de tu edificio en 10 minutos. Voy
para allá -ambas corrieron a arreglarse.
Bárbara se sentó en el escalón que estaba más cercano a la
entrada de ese edificio de pocos pisos en el cual vivía, cuando notó
que Oriana se acercaba y su corazón se precipitó, más de lo que ya
lo estaba. Se dio cuenta de que llevaba unos jeans, esta vez sin
roturas, unas zapatillas Vans azules, una camisa a cuadros
arremangada hasta los codos que hacía juego con los sneakers y
tenía el cabello completamente suelto, peinado hacia un lado. Notó
que era la primera vez que no veía a esa mujer con el cabello
recogido y que lo tenía muy liso, brillante y largo, pues le caía por
debajo de la línea del busto. Supo en ese instante que era un rasgo
más para adorar en esa mujer. Se aclaró la garganta y se puso de
pie.
Oriana también la vio con disimulo de arriba a abajo. Al igual que
ella, la caleña vestía un jean, una camisa de tela delicada de un
color similar al malva y su cabello, como siempre, estaba suelto,
haciendo alarde de ese color negro tan profundo que por momentos
mutaba en ligeros matices azulados.
—¡Qué pena! -dijo Bárbara saliendo a su encuentro y sonriendo
con malicia-. Ya no traes puesto tu suéter nuevo.
—No, niña, no... ¡Qué desgracia! ¿Cierto? -se miraron a los ojos-.
Me habría encantado estrenarlo en esta cita, pero sabía que una
vez comenzara a beberme el café, me sofocaría, porque parece
hecho como para andar por Bogotá una mañana de enero... -
Bárbara soltó una carcajada-. Precisamente por eso, se lo enviaré
de regalo a una de mis tías esta misma semana.
—¿De verdad harás eso con el obsequio de tu novia? -Oriana la
invitó a que se pusieran en marcha con un movimiento de su mano y
ella no tardó en obedecerla.
—Ana Paula ya no es mi novia... -aclaró y Bárbara casi choca
contra un poste que estaba en la vereda nada más de voltear a ver
a Oriana luego de escucharla decir eso. La ingeniero se quedó
perpleja y boquiabierta. Quiso pedirle que le concediera unos
minutos para correr y llamar a Carito a escondidas, pero supo que la
primicia de la tarde tendría que esperar.
—Espera un momento... -se miraron a los ojos, Oriana sonreía
con suavidad-. Ayer esa niña dijo que...
—Sí, yo estaba allí cuando lo dijo y la escuché tan bien como tú...
Además no mintió, porque sí, fuimos novias por tres meses o algo
más -alzó la vista al cielo y suspiró-. Es una historia un poco larga...
¿Nos la reservamos para el café?
—Listo...
—Pero a cambio de otra historia... -Bárbara volteó a verla de
inmediato, justo en el momento en el que Oriana cubría esos ojos
preciosos con unos lentes oscuros y sonreía con malicia.
—¿De otra historia? ¿Cuál?
—La razón por la cual esta caleña preciosa se emborrachó el
martes... -Bárbara palideció un poco-. ¿Trato?
—Me parece justo... -musitó.
—Solo si quieres, niña... -se dio cuenta de que se había
avergonzado-. No te sientas presionada para nada.
—Creo que luego de todo lo que hiciste por mí, lo mínimo que te
mereces es esa historia.
—Es probable, niña, pero me parece que tengo que darte un
consejo... -volvieron a verse a los ojos y Bárbara lamentó que los
tuviera velados por las gafas de sol, porque en ese momento sintió
que no se cansaría de contemplarse en las pupilas honestísimas de
esa mujer costeña-. La palabra gracias es una moneda de cambio
poderosa, Bárbara... Es hermoso que guardes ese concepto de la
gratitud, pero no quiero sentir que estarás en deuda conmigo toda la
vida por hacer lo que cualquier persona considerada y solidaria
haría... -la caleña se quedó ligeramente sorprendida ante ese
razonamiento-. Hice lo que hice movida por las razones que sean, tú
me das las gracias por ello, yo las recibo de buena fe y queda
saldada esa deuda, ¿comprendes? En adelante, las veces que
coincidamos ya no será porque sientes que cada vez que me ves
me debes la vida, sino porque deseas disfrutar de mi compañía,
tanto como yo lo hago de la tuya...
No supo ni qué responder a eso, solo se quedó en el acento de la
sonrisa plasmada en esos labios que parecían tan tersos como el
terciopelo rosáceo de un damasco.
—¿A dónde iremos? -Bárbara volvió a quedarse con la mente en
blanco y por lo visto Oriana lo notó, porque soltó una risita burlona-.
No me digas... La caleña me invitó esta noche, pero no tiene idea de
a dónde vamos...
—Debo confesarte, Oriana, que conozco muy poco de
Cartagena... -bajó la mirada, sonriendo con un dejo de vergüenza-.
Tengo solo tres meses en la ciudad, fui asignada acá desde Bogotá
...
—Claro... -musitó-. Eso explica que tu caleño esté adormecido...
—Pero si lo provocás revive, ¿oís? -ambas se echaron a reír.
—No me queda la menor duda, ¿ah?
—Así que sí, yo te invité, pero si quieres hacernos la cortesía de
escoger el sitio por ambas...
—No faltaba más... -la miró de un modo esplendoroso-. Y no solo
escogeré el sitio esta noche, me pondré a la orden desde ya para
mostrarte la ciudad cuando quieras. No puede ser que estés
viviendo en Cartagena y no la estés disfrutando, cuando este lugar
es magia, niña.
—¿Hablas en serio? -se refería a ese fantástico ofrecimiento, en
cuanto a los atributos mágicos de la ciudad heroica, solo bastaba
tener ojos para notarlo. Eso no lo ponía en duda.
—Debes aprender algo de mí en este preciso instante, Bárbara -
se miraron a los ojos justo antes de cruzar aquella calle que las
conduciría a San Diego-. Oriana Padrón siempre, siempre habla en
serio... -la tomó de la mano y se la llevó consigo hasta el local que
ya tenía pensado como el indicado para esa tarde.
Escogieron una mesita arrinconada en ese lugar pintoresco y
Oriana esperó a que Bárbara tomara asiento en la silla que mejor le
pareció para proceder a sentarse justo frente a ella.
—Aquí estamos ya... -miró a su alrededor y alzó sobre su cabeza
los lentes oscuros que cubrieron sus ojos durante el trayecto-.
Espero que te guste, ¿ah?
—¡Es divino, sí! -sus ojos negros se detuvieron en el mural que
estaba pintado a mano en esa pared de la cual el tablero de la mesa
estaba recostado, donde se reproducía en ilustraciones diversos
métodos para colar el café, luego tendió sus ojos hacia otros
rincones de ese establecimiento y se dejó llevar por su esencia más
bien ecléctica-. Es el segundo lugar con estas características que
visito en menos de una semana...
—¿A qué te refieres con eso de “estas características”?
—Que el café funciona en una edificación antigua que ha sido
acondicionada para eso, pero respetan los espacios del inmueble,
mezclando diversas recámaras, disponiéndolo todo de un modo
sorprendente, acogedor y asimétrico... ¿entiendes?
—Claro, perfectamente... -la miró por varios segundos-. ¿Eres
arquitecto?
—Ingeniero civil...
—Muy afín, ¿cierto?
—Relativamente... -volvió a reparar en Oriana-. Gracias por
escoger para ambas este lugar, ¡me encanta! ¡Y está tan cerca de
casa!
—Pues sí... -se acomodó un poco en la silla-. Suelo venir con
cierta frecuencia acompañada de Salomé y Valentina...
—Ahora... -se encimó un poco sobre la mesita y la miró a los ojos.
Oriana volvió a sonreírle con esa sutil picardía con la que solía
hacerlo, cruzándose de brazos y reclinando su espalda sobre el
mueble en el que estaba sentada-. ¿Cómo así que Ana Paula ya no
es tu novia?
—Anécdota por anécdota, ese es el trato, ¿no?
—Nunca falto a una promesa, Oriana... -lo dijo con la misma
solemnidad que había usado ella antes-. Es algo que debes saber a
partir de este instante acerca de Bárbara Monsalve.
—No lo olvidaré, caleña... -se aclaró la garganta-. Ana Paula y yo
nos conocimos a comienzos de este año en un evento que
celebraban en la ciudad sobre body art. Teníamos un stand para
promocionar los servicios del estudio, yo estaba allí, la niña se
aproximó para consultar sobre precios y técnicas y se quedó
prendada de mí... -“No la culpo en lo más mínimo”, pensó la de ojos
negros, pero sus labios tan rojos permanecieron sellados-. La
pelada comenzó a perseguirme por toda la ciudad... Se presentaba
en varios lugares de Getsemaní, merodeaba por el estudio, asistía a
otros eventos similares, hasta que un día hizo una cita conmigo para
tatuarse... -Bárbara alzó su ceja muy despacio-. Te lo diré de esta
manera: al sol de hoy, a la pelada aún no le han puesto una aguja
encima...
—¿Y el tatuaje que vos le harías?
—Se transformó en otra cosa muy diferente... -se alzó de
hombros-, la chica me sedujo allí mismo en mi estudio y yo me dejé
llevar. Sabía que no era lo correcto y en todos mis años tatuando,
nunca me había pasado, aunque insinuaciones sí que he tenido por
parte de otras clientes...
—¡Ole...! -se puso ligeramente celosa.
—Sentí que tras dar el paso con Ana Paula las cosas no podían
quedar así, sumado a la genuina atracción que me despertaba la
niña, así que decidimos tener una relación a pesar de que ella tiene
9 años menos que yo...
—Así que no me equivoqué -musitó-. Cuando la conocí me
pareció que era considerablemente más joven.
—Sí. Enfrenté mis inseguridades con eso, descarté los prejuicios
y le di la oportunidad a ese romance, pero desde las primeras
semanas todo comenzó a ser muy dispar. Ana Paula no ha tenido
ninguna otra relación seria antes, así que no sabe exactamente
cómo comprometerse y sus inquietudes son más superficiales,
digamos... -Bárbara creía entender a lo que apuntaba la tatuadora-.
No, no me gustan las relaciones fatuas... Me gustan las afinidades,
compartir tiempo bonito con la persona a la que quiero, sentir que
estoy construyendo algo, por muy efímero que eso sea...
—Si estás edificando a largo plazo no tiene por qué ser efímero,
¿oís?
—Habló la ingeniero... -Bárbara se echó a reír percatándose de
cuán técnica había sido su observación-. El caso es que sumado a
los pocos esfuerzos de Ana Paula por hacer parte de mi vida o por
permitirme a mí jugar un papel más relevante en la de ella, decidí
terminar con la relación, pero ella me pidió una segunda oportunidad
y yo se la di. Hace un par de semanas se puso muy celosa en un
club porque bailé con otras mujeres, a pesar de que le había
notificado que así lo haría y ella, irónica, accedió. La niña se largó
furiosa esa noche y desapareció de mi vida hasta ayer, cuando me
cayó por sorpresa con ese regalo maravilloso... -rieron-. Con su
habitual descaro creyó que podría simplemente retomarlo todo como
si nada y tuvimos una nueva discusión en mi casa, en la que le dejé
claro que ya no estaba dispuesta a seguir adelante con todo esto,
así que... La pelada volvió a salir de mi vida, esta vez de un modo
definitivo, espero.
—¿Cómo te sientes? -la miró con un dejo de preocupación.
—No me veas así, Bárbara. Sí, desde luego que sentía un afecto
especial por Ana Paula, pero la relación fue tan vacua, distante,
superficial, que justo ahora me comportaría como una hipócrita si te
dijera que la echo de menos o que he estado nostálgica por la
ruptura. Ella siempre fue una ausencia que eventualmente se
apersonaba. Solo eso.
—Y no podemos extrañar a una ausencia... ¿Cierto?
—No lo pudiste haber dicho mejor, caleñita... -se miraron a los
ojos y una camarera interrumpió la conexión para tomar la orden.
Una vez volvieron a quedarse a solas, Oriana fue por la otra parte
del trato: Ahora la palabra la tienes tú, niña... -notó que Bárbara se
descomponía en solo segundos y frunció el ceño con curiosidad-.
Siempre que desees hablar de eso, Bárbara... No quisiera
amargarte la velada por nada del mundo...
—Creo que estará bien hablarlo con alguien más además de mi
hermana mayor... -se enderezó un poco en la silla-. La razón por la
cual me emborraché, aún y cuando sé que la bebida me hace un
daño terrible, fue para no pensar...
—Hablaste de una situación personal que te preocupaba...
—Sí. Hace poco te dije que fui trasladada desde Bogotá a
Cartagena, ¿cierto?
—Cierto.
—La razón por la cual decidí salir de esa ciudad es porque allá
estuve cuatro años con una mujer y esa relación culminó de una
forma muy dolorosa hace unos once meses, más o menos...
—Así que pediste una transferencia a la costa para poner tierra de
por medio y olvidar.
—Exacto. Además deseaba respirar otros aires, porque no me he
sentido del todo a gusto allá. Me ha costado mucho hacer amigos y
en general me sentía bastante sola.
—Todo muy comprensible. ¿Y qué sucedió después?
—Llegué a Cartagena para trabajar en conjunto con una colega
en la supervisión de varios desarrollos turísticos en las afueras de la
ciudad. Ella es una mujer casada, con un par de niños, de un perfil
muy similar al de mi hermana mayor, de hecho, tienen casi la misma
edad.
—Bien... -entrecerró sus hermosos ojos mientras miraba a su
interlocutora con avidez.
—Hace unos días la empresa para la cual trabajamos celebraba
su aniversario número 25 y organizaron un evento corporativo en un
hotel de Barranquilla. Yo me fui a ese compromiso en compañía de
esta colega de la que te hablo y al ser de Cartagena, ella y yo
pernoctaríamos en una misma habitación de ese lugar... -Oriana se
cruzó de brazos.
—No me están gustando las conclusiones a las cuales me vas
empujando con lo que cuentas... ¿Qué sucedió?
—Una vez allí, yo me abstuve de beber, pero unas amigas de
Bogotá, las pocas que he podido hacer luego de trabajar seis años
en esa empresa, insistieron en que brindara con ellas. Ya esa
colega de la que te hablé al principio me había dicho que me
cuidaría en caso de que los tragos se me subieran a la cabeza,
como suele sucederme desde que soy una adolescente...
—Ajá... -su rostro era pétreo.
—Entre el baile y las copas me emborraché y te aseguro que no
recuerdo nada...
—No tienes que asegurármelo... Te vi sentada al borde de esa
acera casi a un segundo de perder la consciencia y hasta te llevé a
mi departamento en hombros y tú no te enteraste de nada hasta que
comenzaste a vomitar -Bárbara se sorprendió con aquellos detalles-.
Créeme que si hay alguien que puede hacerse una idea de lo mal
que te pueden sentar unos tragos, esa soy yo... Continúa.
—Solo tengo recuerdos fugaces del momento, lo cierto es que
cuando pude recobrar algo de conciencia... -se cubrió la cara con
ambas manos y Oriana palideció de la ira.
—No me lo digas...
—Pues sí... -comenzó a llorar y la otra se incorporó de inmediato
y le tomó las manos sobre la mesa-. Cuando atiné a entender lo que
pasaba esa colega de la que te hablo me tenía en la cama, estaba
sobre mí y me estaba besando y acariciando... -la otra no emitió ni
el más mínimo sonido-. Fue precisamente su mano en... -sollozó
con suavidad-. En mi entrepierna lo que...
—¡Está bien! -y apretó sus manos con más fuerza-. ¡Está bien, no
tienes que decir más!
—Pude frenarlo. Justo en ese instante pude frenarlo y ella me
soltó y me dejó sola. Una vez que tuve la suficiente lucidez para
largarme a la casa de mi hermana, lo hice y desaparecí hasta el
martes en la mañana, cuando regresé a la oficina y me volví a
encontrar con ella.
—¿Qué te dijo?
—Se disculpó, me explicó que hizo lo que hizo movida por un
impulso romántico, pero... -miró a los ojos a Oriana muy
desconsolada-. ¡Pero yo no siento ese tipo de afinidad por ella!
—Te creo.
—Así que ella me aseguró que lucharía por ganarse mi perdón y
mis sentimientos, pero... ¡Pero yo la aborrezco, Oriana, la
aborrezco! Por un momento me sentí tan feliz de conocer a alguien
que me hiciera sentir acogida, querida, y... ¡Y luego ocurre todo
esto! -continuaba llorando con suavidad-. Justo ahora me siento
más sola que cuando estaba en Bogotá, con el agravante de que
cada día tengo que verle la cara a esa vieja que en sus desvaríos
románticos me sigue asegurando que siente cosas por mí y que me
desea como mujer...
—Eso ya lo demostró con hechos -se quedó pensativa por varios
segundos-. ¿Y tu novia, Bárbara? ¿Tu novia sabe que ocurrió todo
esto? -el gesto de la caleña no tuvo precio.
—¿Disculpa?
—Tu novia... Esa mujer con la que estabas esa noche en el club
de salsa, la misma que conducía el auto en el que ibas cuando nos
vimos en Getsemaní...
—¡Esa mujer no es mi novia! -lo dijo con desprecio sorprendiendo
a Oriana-. Esa mujer es la persona de la que te hablo... -la otra se
quedó boquiabierta-. ¡Me siento timada, irrespetada y abusada! Sé
que de alguna forma yo soy la responsable por confiar en ella del
modo en que lo hice, por ser tan indulgente e ingenua,por...
—¡Hey, niña! -le habló con tanta seriedad que la hizo enmudecer
en un instante. Tomó sus manos entre las suyas con firmeza y se
dirigió a ella mirándola a los ojos: no eres culpable de nada, pero sí
responsable de todo... ¡De todo el aprendizaje que vas a obtener de
esta situación! Posiblemente debes ser más intuitiva, posiblemente
debes evaluar mejor a las personas antes de depositar por entero tu
confianza en ellas... Lo que probablemente te ocurrió con esta mujer
es que viste en ella a un reflejo de tu hermana mayor y de inmediato
te sentiste tan segura como cuando estás con...
—Carito.
—Con Carito, por eso el trauma es más intenso, por eso la
sensación de traición y tu desconcierto es mayor. Toma la
experiencia para aprender lo que debes aprender de ella y no te
tortures más achacándote la culpa de una situación de la cual no
eres enteramente responsable... El respeto por nuestra integridad es
un derecho moral de cada uno de nosotros y debería acatarse. Esa
mujer de la que me hablas jamás debió aprovecharse de ti de la
forma en la que lo hizo, mucho menos justificar sus acciones con
impulsos románticos. Más que románticos, sus impulsos fueron
sexuales, porque de albergar por ti un sentimiento puro, jamás
habría actuado sin tu consentimiento, mucho menos sin saber si
sería o no una situación recíproca, fascinante y estimulante... -
Bárbara estaba perpleja-. Así que no, no quieras tomar la entera
responsabilidad de ese incidente porque primero: eso no te
corresponde y segundo... será más difícil olvidar el trauma y
manejar las cosas que debes enfrentar de ahora en adelante con
cabeza fría y la frente en alto... -le sonrió de un modo que la caleña
no pudo explicar-. Demos gracias porque no avanzó a mayores,
demos gracias porque a pesar de su torpeza, se detuvo y ahora,
pon en práctica las enseñanzas que te dejó todo esto...
—¿Cuáles son? -estaba atónita.
—Infiero una que otra... Debes confiar más en tu intuición y no
depositar toda tu confianza en una persona, de buenas a primeras...
—¿Aunque eso te incluya a vos? -rieron. Bárbara había dejado de
llorar y eso sembró alivio en el corazón de Oriana.
—Muy especialmente si me incluye a mí, sí... -suspiró
profundamente y con las manos de Bárbara entre las suyas, retomó
la palabra luego de algunos segundos: No me ofrezcas tu amistad o
tu corazón sobre bandeja de plata, Bárbara... -se miraron
nuevamente de un modo absoluto-. Deja que sea yo la que luche
por ellos a pulso... Deja que sea yo la que vaya por ellos a donde
sea que se encuentren, aunque ese viaje se tome su tiempo, sea
azaroso y esté lleno de complicaciones... Deja que sea yo la que se
gane tu confianza, la que sea merecedora de tu afecto, de tu
lealtad... -la ingeniero no se lo podía creer-. Déjame a mí
demostrarte con acciones si soy o no la persona que quieres como
amiga o...
—¿O...? -se mostró muy nerviosa.
—O como amante... -Bárbara sintió que un boquete se abría paso
en su estómago-. Luego de haber estado metida por algunos meses
en una relación donde sentía que éramos un par de desconocidas,
yo necesito saber muy bien a quién amo y cómo deseas ser amada,
caleña... -la ingeniero se sintió desfallecer solo de escucharla-, pero
también necesito sentir que la otra persona está interesada en
descubrirme y en llegar al fondo de mis sentimientos, aunque eso le
tome un tiempo merodeando en mi vida... -rio con ternura y Bárbara
se hipnotizó en ese gesto-. Por eso te pido que me dejes mostrarme
para que sepas realmente quién soy y lo que puedo ofrecerte, sin
depositar en mí expectativas e ilusiones que luego te desencanten y
lastimen... Cuando eso ocurra, luego de que eso suceda y sepamos
realmente quién es la una y la otra; cuando nos hayamos
domesticado en amor, afinidad e incondicionalidad, entonces
decidiremos...
—¿Qué? -estaba ansiosa como nunca lo había estado una mujer
tan sosegada-. ¿Qué decidiremos?
La camarera llegó con el pedido, interrumpiéndolas. Se tomó sus
segundos para colocar las cosas sobre la mesita y una vez se retiró,
Bárbara volvió sobre su curiosidad:
—¿Qué es lo que decidiremos, Oriana Padrón?
—Te lo diré luego del café... -y le sonrió con malicia, exasperando
a la otra-. ¿Te parece?
—¡De nuevo me lo vuelves a hacer! -la otra ya reía-. ¡De nuevo
me vuelves a tomar el pelo! -se cruzó de brazos indignada y se dejó
caer sobre el respaldo de la silla-. ¡Qué chanda! ¿Oís?
—Por cierto... -y meneó la bebida con una cucharita luego de
endulzarla. Bárbara la miró con suma atención-. Otro de los
aprendizajes que infiero de lo que ocurrió...
—¿Sí?
—No debes emborracharte nunca más en tu vida... “¿Oís?” -y se
echó a reír mientras la otra la miraba a un tris de imitarla, contenida
por su indignación.
38

Risueño y orgulloso, el sujeto no paraba de ver en el espejo el


resultado de ese tatuaje que Valentina acababa de poner en su
antebrazo. El estilo de la tatuadora era definitivamente más rudo y
oscuro, en comparación con las piezas de Oriana, que se
caracterizaban por la suavidad de los trazos, la metáfora visual, el
simbolismo, lo caligráfico y lo poético. La mayor parte del público de
esta chica de Cartagena era masculino. Muchos hombres acudían a
ella con cierto recelo al principio, para luego quedar absolutamente
fascinados y seducidos con su impecable talento y regresar,
recurrentemente, a ponerse en sus manos una y otra vez.
—¿Te gustó, flaco? -pero era evidente que el sujeto estaba
eufórico. Volteó a verla a través del espejo y le cabeceó un sí. Ella
sonrió, complacida y le extendió un flyer en el que se especificaban
todos los cuidados para el tatuaje-. Crema humectante, viejo... -
susurró mientras cubría su trabajo con una película de plástico-.
Tienes la piel algo reseca y eso hace que la tinta se agriete un
poco... Coloca una buena cantidad sobre la piel y no lo masajees
demasiado, deja que se absorba despacio...
—Listo... -se dio la vuelta, tomó el papel que ella le entregaba y se
despidió con una sonrisa. Valentina siguió con su mirada al sujeto
hasta que salió y justo cuando lo vio trasponer la puerta, se dio
cuenta de que Oriana caminaba por el pasillo, bromeando
aparentemente con Sofía y con una sonrisa tan radiante como el sol
que Pacho le había tatuado en la espalda varios años atrás.
—¿Y ella? ¿Por qué tan risueña? -se quitó el guante de látex que
aún le quedaba en la mano izquierda, lo descartó en el tarro de la
basura y salió al encuentro de su amiga. En pocos pasos y estaba
allí, asomándose a su estudio. Oriana ponía algo de música y
estaba por sentarse ante su mesa de luz-. Buenos días... -los ojos
verdosos de la otra se alzaron radiantes-. ¿Se puede saber a qué se
debe tu buen ánimo?
—No sé de qué te extrañas, flaca... Yo soy una mujer muy
risueña...
—Sí, es verdad, sueles serlo, pero algo en mi olfato me dice que
la risita de hoy tiene algo especial... -se cruzó de brazos ante ella y
la otra ya reía con picardía-. Dime, ¿tiene que ver con una caleña?
—Desde luego que sí... -y comenzó a buscar sus utensilios de
dibujo para ponerse a trabajar-. De eso no te quepa ni la menor
duda...
—¿Ah, sí? ¿Así que cambiaste a la pelada por esa maravilla de
mujer?
—No cambié a ninguna por la otra, Valentina... -se aclaró la
garganta-. Sabes de sobra que el miércoles Ana Paula se me
presentó con una de sus acostumbradas estrategias y hasta me
propuso irnos juntas a la ducha...
—Lo sé, lo sé... -sonrió con malicia.
—Yo desde luego puse las cosas en su lugar y le dije que ya no
más, así que esta vez no hubo lágrimas que me detuvieran:
terminamos.
—Y Salomé y yo brindamos por eso, puedes estar segura.
—Ayer en la tarde le escribí a Bárbara y ella me invitó un café, a
propósito de mi cumpleaños.
—¡Y tú aceptaste encantadísima!
—¡En bombas, claro que sí! Fui con esa niña preciosa a tomarme
algo ahí mismo, en el cafecito ecléctico de San Diego que tanto nos
gusta y...
—¿Y...? ¡No te pongas mística, Oriana Padrón, que sabes que no
soy Salomé y no tengo paciencia para las adivinanzas!
—Y estuve conversando con ella durante horas y horas... Me
contó las razones por las cuales se emborrachó el martes y no, no
te las diré ni que me amarres al mástil de un naufragio -Valentina rio
con gusto ante esa advertencia-. Me aclaró que la vieja con la que
estaba esa noche en el club de salsa no era su novia, era solo una
compañera de trabajo con la que se la lleva relativamente mal a
propósito de algo que les ocurrió hace poco y trabaja para una
empresa constructora muy importante acá en Colombia; es
ingeniero civil.
—¿Edad? -se miraron a los ojos y se rieron-. Porque si tiene
menos de 25 está descartada.
—30 maravillosos años... El 12 de febrero cumple los 31, de
hecho.
—Así que ya sabes hasta la fecha de su cumpleaños...
—Y parte de su historia familiar, amorosa y profesional también...
—Y tú le compartiste la tuya, claro está.
—Sí.
—Bien... ¿entonces Oriana Padrón tiene a una nueva novia?
—Oriana Padrón tiene a una nueva amiga... -Valentina frunció el
ceño con un dejo de sorpresa-. Una caleña preciosa, así que a partir
de ahora me voy a tomar la tarea de descubrirla en cada mínimo
detalle con toda la calma del mundo, porque no, no volveré a
cometer la torpeza que me ocurrió con Ana Paula...
—Veremos cuánto les dura la amistad y esa supuesta calma,
especialmente por la forma en la que se comen con los ojos -Oriana
rio traviesa, Valentina prestó atención a lo que sonaba de fondo y
reconoció la voz de Martinho Da Vila en su Disritmia-. Y esa
cancioncilla que suena... ¿No es muy evocadora para una mujer que
decide ir paso a paso con ese bizcocho maravilloso que se le cruzó
en la vida?
—Evocadora y fantástica como la mujer que pone en mi cabeza
solo de escucharla, así es... -se miraron a los ojos-. Entenderás que
el hecho de que quiera ir con calma en mis acciones no tiene por
qué convertirse en un freno para mis pensamientos, ¿verdad?
—No sé qué es peor, la verdad... Si ir en cohete en tu cabeza o
avanzar en aplanadora en tus actos -Oriana volvió a reír con las
ocurrencias de su mejor amiga.
—Por lo pronto puedo decirte que hoy Bárbara sale de
vacaciones...
—¿Eso quiere decir que...?
—Eso quiere decir que la invité al club de salsa a bailar y que me
encantaría que tú y Salomé nos acompañaran.
—¡En un dos para dos, qué maravilla!
—Llámalo como quieras, ¿qué me dices?
—¡Que no me lo pierdo por nada del mundo!
Bárbara pasó el día sintiendo que cada paso que daba, lo
marcaba por encima del suelo mismo. Sus plantas no rozaban la
materia, tan ilusionada como estaba con la noche que le esperaba.
Dio gracias para sus adentros una y otra vez, porque haber
conocido a Oriana pocos días después de ser protagonista de uno
de los incidentes más desagradables de su vida, sola, en una ciudad
donde de momento solo conocía a un puñado de personas en las
cuales sentía que además no podía confiar, era, desde cualquier
perspectiva que se lo mirase, una bendición.
Contó cada minuto que marcó su reloj y aunque algunos
compañeros le sugirieron ir a un establecimiento cerca de la
empresa, allí mismo en Bocagrande, para tomar algo y celebrar la
llegada de esas semanas de vacaciones, Bárbara se escurrió
elegantemente del compromiso. Nada en el mundo impediría que
esa noche ella se consiguiera con Oriana Padrón para ir a bailar a
un club de Getsemaní; nada, ni siquiera la imagen de Claudia
Valencia ante sus ojos en la puerta de esa kitchenette en la que se
encontraba sirviéndose un poco de café en una taza para animarse
en esa tarde que transcurría eterna; con esa eternidad del que
desea que los minutos se vayan volando.
—Hola, Bárbara...
—Hola, Claudia... -no volteó a verla. Prefirió dedicarle toda su
atención a la forma en la cual un delgado chorro de café, que salía
por la boca de una cafetera de cristal, caía sobre los granitos de
azúcar que estaban al fondo de esa taza. Percibió de qué manera
esos gránulos blancos se fueron tiñendo de un color tostado.
—Disculpa que insista con esto, pero... -su voz se escuchaba
como un quejido tenue de esos que a veces arrastra el viento-, pero
te suplico que me des la oportunidad de hablar contigo... Hoy es el
último día en el que nos veremos hasta el próximo año y no puedes,
¡no puedes dejarme así por todas estas semanas! -Bárbara revolvió
con suavidad esa bebida humeante, sin sacar sus ojos de la taza de
café que sujetaba entre los dedos de su mano izquierda-. ¡No
puedes ser tan desconsiderada, Bárbara Monsalve! ¡Tú no acabas
de entender lo que yo estoy viviendo!
—¿Desconsiderada? -susurró luego de probar su café y
comprobar satisfecha que como siempre la bebida le había quedado
en su punto-. Creo que debiste pensarlo mejor antes de faltar a esa
promesa en Barranquilla... Esa en la que me asegurabas que
cuidarías de mí si se me subían los tragos a la cabeza...
—Bárbara, no quiero volverme monotemática, pero te he dicho
varias veces qu...
—Claro, como me hizo ver una persona hace solo unos días... -
alzó un poco la vista pensando en Oriana y en sus palabras-. Yo,
por despistada e ingenua confié en ti, porque te percibía como una
gran amiga, veía en ti una imagen similar a la de mi hermana mayor
y creí que a tu lado podía sentirme a salvo...
—¡Perdóname que te lo diga, Bárbara, pero yo no soy tu
hermana, maldita sea! -se exasperó, pero al menos no subió la voz
en exceso-. ¡Soy una mujer! ¡Una mujer que te quiere y que te ansía
como a una mujer! No eres mi hermanita, ni mi amiguita, ni mi
comad...
—Sí, sí ya lo tengo clarísimo... -por fin volteó a verla muy seria-.
Me lo hiciste saber del modo más torpe, ruin y despreciable que se
te cruzó por la cabecita, Claudia Valencia...
—¿Puedo acotar en mi defensa que yo también había bebido? -su
rostro era el reflejo absoluto de la desesperanza.
—¿Qué me vas a decir ahora? ¿Que vos también estabas ebria?
—Quizás no estaba ebria, pero es más que evidente que no
estaba en mis cabales, ¿no? ¡Porque estando en mi sano juicio
jamás, jamás te habría...!
—No me consta... ¿Y adivina qué? Ahora ya es demasiado tarde
para probarlo... Te pido que te hagas a un lado y me permitas salir,
por favor, debo ir a terminar un par de cosas para dar por finalizada
mi jornada...
—Solo quiero que me respondas algo... -su rostro demacrado por
la tristeza era una verdadera plegaria en la mirada inflexible de
Bárbara Monsalve-. Si no hubiese cometido esa estupidez... Si no
hubiese enloquecido esa noche de la forma en la que lo hice,
movida por todo lo que siento y por las emociones tan profundas
que despiertas en mí... -la otra se cruzó de brazos sintiendo que no
había nada en el mundo capaz de justificar lo que ella había hecho-.
¿Hoy tendría una mínima oportunidad contigo? ¿La tendría?
—Eres una mujer casada, Claudia... Con dos niños, además...
—¡No me lo recuerdes! -gritó y Bárbara sintió que ya había tenido
suficiente de aquello.
—Claudia... Si de verdad quieres enmendarlo, si de verdad queda
en vos un poco de aprecio hacia mí...
—¡Te amo, Bárbara! -esta vez controló su tono de voz al máximo-.
¡No es aprecio, es amor!
—Bien, como sea... Si aún queda algo de esa emoción en vos, no
me amargues más la tarde y déjame que me retire... -se alzó de
hombros-. Quizás en enero podamos volver a vernos a los ojos
como un par de colegas que se respetan y que coinciden bastante
bien laboralmente...
—¡Maldita sea! -masculló.
—Que tengas unas felices vacaciones, Claudia...
—¡No puedes dejarme así! -y cuando Bárbara pasó por su lado
para salir de la kitchenette supo que de no haber estado en el lugar
en el que estaban, en las condiciones en las que estaban, la habría
tomado entre sus brazos, acorralándola contra la pared. Después de
todo, el alcohol no tenía nada que ver con el desenfreno de su
locura.
En el lugar de costumbre, Valentina y Salomé esperaban esa
tarde por Oriana. Se tomaban un helado para endulzar la llegada de
la amiga y compartían, entre risas y comentarios, una probadita de
la una en el postre de la otra. Se habían conocido hace seis años
atrás, en un restaurante pequeño de Cartagena donde Salomé
trabajaba como sommelier y fue uno de esos flechazos
instantáneos. Tenían cuatro años viviendo juntas y no podían
negarse que eran afortunadas de tenerse, porque indiscutiblemente
estaban hechas la una para la otra.
—Allí vienen ya las oruguitas... -susurró la mixóloga con una
sonrisa y Valentina la miró con un gesto de rareza.
—¿Las oruguitas? -sonrió de medio lado, acostumbrada a la
poesía llana y mágica de esa mujer preciosa con la que compartía la
vida.
—Oriana y su caleña... -se llevó una cucharadita de helado a la
boca-. Y sí, oruguitas, porque van camino a su crisálida de amor y
cuando menos lo imagines, esas dos abrirán sus alitas como
mariposas.
La tatuadora se giró en ese banco que compartía con Salomé y
vio sonreída a las otras dos acercarse. Se miraban la una a la otra,
se hablaban entre risas y casi se rozaban las manos y los hombros.
—Ah, sí... -musitó-. Las amigas incondicionales, imagínate...
—No las critiques, Valentina -se aclaró un poco la garganta-. Me
parece fantástico que se lo tomen con calma, en especial porque
Oriana ya supo lo poco aconsejable que es irse de bruces hacia una
relación.
—¡No estarás insinuando que la culona es como la pelada,
porque...!
—No estoy insinuando nada. A la caleña apenas la conozco, pero
a simple vista te puedo decir que no, no creo que se parezca ni un
poquito a la pelada.
—Ya la iremos conociendo mejor, ¿no?
—Precisamente... -guardaron silencio, porque Oriana ya estaba
allí para saludarlas con una sonrisa espléndida.
Tras encontrarse con cortesía se dirigieron al club de salsa donde
tenían previsto disfrutar aquella noche, el mismo en el cual Bárbara
y Oriana tuvieron la oportunidad de coincidir un día cualquiera. Tan
asiduas como eran al lugar, se dirigieron sin pensárselo demasiado
a su mesa alta favorita, la misma que Sebastián, uno de los dueños
del local, siempre les apartaba cada vez que le anunciaban que
estarían de visita por el lugar. Se conocían de años y el sujeto, así
como otras personas del negocio, habían ido al menos una vez al
estudio de body art a tatuarse con alguna de las dos chicas, así
como con Pacho, toda una autoridad en Cartagena tratándose de
tattoos.
Se acomodaron en los taburetes. Apenas sonaba en el lugar algo
de música para hacer ambiente, era temprano y el clima solo
comenzaba a entibiarse.
—¿Nos comemos algo? -propuso Valentina echándole un vistazo
al menú.
—Qué raro -susurró Oriana sonriendo a medias-, la flaca con
hambre.
—Ya la conoces, china... -dijo Salomé entre risas. Valentina alzó
la mirada y vio a los ojos a Bárbara, que no podía ocultar su radiante
felicidad por estar allí, acompañada de ellas esa noche.
—Bárbara... La comida acá no es la gran cosa, porque a este
lugar se viene a beber y a bailar, pero podemos pedir algo para
compartir, si te animas...
—¡Listo! -dijo animadísima-. Por mí está bien...
—No se nos ocurrió ir primero a cenar a otro lugar... -reflexionó
Salomé.
—En especial porque a la caleña no le caen muy bien los tragos,
¿no? -Valentina y su novia se miraron a los ojos.
—Y con el estómago vacío, menos... -ambas voltearon a verla con
preocupación.
—¡No se preocupen! -las tranquilizó con un dejo de vergüenza,
consciente de que todas esas mujeres habían sido testigos de su
debacle-. ¡No beberé!
—Pero no exageremos, oye... -la sonsacó Valentina.
—Bárbara y yo tenemos un trato... -susurró Oriana con una
sonrisa tenue-. Al menos cuando salga conmigo, no beberá.
—¡Bueno, la caleña se nos hará abstemia, Salomé! -lanzó la otra
tatuadora entre risas.
—No te preocupes, Bárbara... -le sonrió la novia de Valentina-. Le
decimos a Fercho que te prepare uno de esos cócteles fantásticos
que él hace, con una pizca de malicia.
—¿Fercho?
—El bartender, niña... -Bárbara volteó a ver a Oriana sentada a su
lado, quien ya lo señalaba detrás de la barra, supervisando el
trabajo a otros dos chicos-. Es un buen amigo nuestro, como casi
todos los que trabajan acá. Es experto en mixología al igual que
Salomé, ella es sommelier...
—Ah...
—Valentina es tatuadora, como yo... -continuó explicando Oriana-.
Ella, Pacho y yo somos socios en ese estudio de body art en el que
trabajamos... -se aclaró la garganta y se dirigió a las amigas: Ella es
ingeniero civil, niñas...
—¡Qué bien! -soltó Salomé entusiasmada.
—Alguien serio en esta vaina, ¿no? -se echaron a reír con el
comentario de Valentina-. Ya nos hacía falta... -pensó un par de
segundos-. Cuéntanos, Bárbara... ¿Cómo fue que agarraste esa
borrachera el martes? -la otra se ruborizó en instantes.
—Bueno... -se acomodó un poco en la silla y Oriana se cruzó de
brazos muy seria, no quería que su mejor amiga importunara a la
chica a su lado-. Se me cruzó en el camino un bar muy pintoresco y
entré...
—De bares pintorescos está llena Cartagena, te lo aseguro... -
Salomé habló desde su experiencia.
—Al principio me estaba tomando cualquier cosa y vi al tipo que
atendía servir algo que se veía muy bueno, y... -se echó a reír con
picardía-. ¡La culpa es de Rosarito!
—¡Claro que sí! -soltó Oriana de inmediato reconociendo el
nombre de unos de los tragos emblemáticos de ese bar que ellas
bien conocían.
—Eso lo explica todo, niña... -Salomé la vio con asombro-.
Además de que Omitar le pone color a los tragos, tú te
emborrachaste con mezcal, ¿qué esperabas?
—¿Mezcal?
—Es un licor de agave con el que mezclan al Rosarito... -la miró
por un par de segundos-. Aunque eso explicaría por qué te pudiste
levantar de la cama al día siguiente, definitivamente el mezcal es
más gentil con eso de la resaca, no así el tequila...
—Y la ingeniero se gastó unas lucas en tragos, ¿ah? -Valentina
volvía a reír-. ¡Una borrachera con estilo, porque los tragos de ese
bar no son precisamente baratos!
—La verdad es que bastaron dos para borrarme de este mundo -
rieron.
—Así que Bárbara te saldrá barata, Oriana... -miró a la amiga con
malicia y ella ya le meneaba la cabeza con desaprobación-. Porque
la niña es de esas que dice: con menos se hace más... -volvieron a
reír.
—Sobre todo en construcción -añadió.
—¿Y cómo llegaste a casa luego de eso? -Salomé volvió a
reparar en ella, muy seria.
—Tomé un taxi... Honestamente cuando salí del bar aún podía
hilar un par de cosas en mi cabeza, pero una vez me subí a ese
auto...
—Claro, se te revolvieron los demonios.
—Literal. Cuando me bajé del auto, no pude dar un paso más y
me dejé caer en la acera. Prefería quedarme ahí, que dar tumbos
por las escaleras.
—Y entonces llegó súper OriP al rescate... -apuntó Valentina-.
OriP y sus secuaces.
—Gracias... -dijo con genuina gratitud-. A Oriana ya he tenido la
oportunidad de ratificarle mi agradecimiento varias veces, pero a
ustedes no las había visto desde esa noche...
—¡Y las que faltan, caleña! -Valentina se interrumpió con la
llegada de un camarero. Saludaron al chico con afecto, ordenaron
algo de comer, así como unas bebidas y Salomé hizo una
importante aclaratoria al respecto:
—Juanpi, dile a Fercho que le mando a decir yo que ese daiquirí
me lo prepare como para un niño de 7 años. Unas gotas de malicia
para que la china se haga la idea, pero no más de eso.
—Listo... -y se retiró.
—¿Y ahora estás de vacaciones, Bárbara? -retomó Valentina
luego de la interrupción.
—Así es...
—¿Qué planes tienes para estos días?
—Iré a Barranquilla a pasar un tiempo con mi hermana y mis
sobrinos. Luego bajaremos a Cali a celebrar las fiestas con mamá y
el resto de mi familia...
—¿No piensas quedarte en Cartagena? -ante esa pregunta de
Valentina, Bárbara volteó a ver de inmediato a Oriana que no dejaba
de observarla con una sonrisa mínima en sus labios divinos.
—Sí me gustaría, especialmente porque no he tenido tiempo de
conocerla a fondo -sus ojos negros se quedaron en los verdosos de
la tatuadora y Salomé y Valentina, celestinas como eran, notaron al
instante esa conexión.
—¡No se diga más! -saltó la flaca, alcahueta como siempre-. Por
estas fechas Cartagena se pone insoportable porque llegan
demasiados turistas, pero si aprovechamos los primeros días de
diciembre, sí que podemos hacer una que otra cosa divertida...
—¿En serio? -su entusiasmo fue absoluto.
—Claro... -corroboró Oriana-. Nosotras tendremos mucho trabajo,
porque esta época es muy movida tanto en el restaurante donde
trabaja Salomé, como en el estudio de tatuajes, pero podemos
hacer tiempo para planificar uno que otro paseo.
—Sí, sí, cuenta con eso, Bárbara -le aseguró la sommelier.
A la caleña la hizo muy feliz descubrir que tras años de sentirse
sola, de pronto podía coincidir con tres personas que no solo eran
afines en su forma de sentir, también prometían convertirse en
buenas amigas. Recordó el acuerdo que ella y Oriana tenían de
tomarse las cosas un día a la vez y volteó a verla despacio. Escrutó
su perfil precioso, así como la sonrisa que compartía con las otras
dos mujeres sentadas a la mesa, y sintió que no tenía demasiado
tiempo después de todo. En septiembre regresaría a Bogotá. La
misma idea que la alivió ante la perspectiva de lo que estaba
sucediendo con Claudia Valencia, ahora la desanimaba de cara a lo
que podía vivir al lado de Oriana Padrón. ¡Ah buena vaina con eso
de las ironías de la vida!
Reflexionaba en eso con un dejo de desánimo cuando la voz de
un sujeto hablando ante un micrófono llamó su atención. Oriana,
Valentina y Salomé lo ignoraron justo como estaban en ese
momento, compartiendo anécdotas y otros comentarios
contextualizados y asociados a su cotidianidad. La mujer de ojos
negros observó al sujeto de pie, al fondo, en una tarima en la que ya
se preparaba para abrir la noche una orquesta de música tropical. El
animador saludaba y un clamor moderado producido por las pocas
personas que ya estaban en el club sirvió para alentarlo en su
risueño discurso. No solo daba la bienvenida a los presentes,
también les aseguraba que en esa oportunidad tendrían su
acostumbrado concurso de baile y que las inscripciones ya estaban
abiertas. Señalaba además que los interesados podían apuntarse
en una cabina que estaba cerca del escenario y que el premio a la
pareja ganadora sería de 200 mil pesos en efectivo. Aseguró que
también sortearían cupones para canjearlos por tragos en la barra y
otros detalles por el estilo. Bárbara giró la cabeza, volvió a prestarle
atención a las chicas que le acompañaban y la música colmó de
nuevo el lugar, a esperas de la actuación de la primera agrupación
de la noche.
Cenaron y aunque Valentina le había advertido a Bárbara que la
comida en el lugar no era la gran cosa, a ella le pareció que la
tatuadora había exagerado.
—¿Te gustó? -susurró Oriana al notar que la ingeniero quedaba
satisfecha.
—¡Sí! -se miraron a los ojos. Esa forma que tenía de observarla la
chica que había conocido en Cartagena, esa sonrisa tenue en sus
labios preciosos, eran la contraseña perfecta para develar el código
de acceso de sus ensoñaciones-. ¡Estaba divino!
—Ya ves... -se alzó de hombros-. Es que la flaca es una
exagerada, además, Salomé la tiene muy mal acostumbrada con
eso de la buena mesa... -las otras dos rieron.
—Es verdad -reconoció la tatuadora-, pero prefiero ponerle el
panorama negro a la caleña para que luego se sorprenda, a llenarle
la cabezas de expectativas y que después no quede satisfecha...
—¿Y el trago? -indagó Salomé-. ¿Cómo vas con eso?
—De maravilla... -y ya estaba bebiendo de nuevo para
comprobarlo-. Es un juguito de frutas nomás...
—Si te sirve de consuelo, sus gotitas de ron tendrá... -rio con un
gesto adorable-. Así no te sientes tan fuera de lugar...
La orquesta culminaba su segundo set y con esa finalización, el
animador del club volvía a tomar el micrófono, no solo para
agradecer a los músicos que habían estado tocando por un poco
más de una hora, también para recordarle a los presentes acerca
del concurso de baile. Aseguró que sería el último llamado y que las
personas interesadas tenían pocos minutos para inscribirse.
Recordó someramente los premios que repartirían, las normas del
evento y dónde podían apuntarse, cuando Bárbara volteó a ver a
Oriana entusiasmada:
—¿Y si participamos? -la otra la miró por un par de segundos,
quedándose primero en sus ojos, luego en su sonrisa preciosa.
Retribuyó ese gesto con otro similar.
—¿Quieres? ¿Te animas? -Valentina y Salomé presenciaron con
una expresión tierna la forma en la que Oriana le hablaba a Bárbara
con sutileza, por no mencionar el modo que tenía de esculpirla con
sus ojos. Se figuraron que no habría nada en el mundo que ella
pudiera negarle a la caleña. Le bajaría el cielo con sus propias
manos, aunque para ello tuviera que subirse a la cúspide de un tifón
en las Antillas. Estaban muy cerca de la verdad.
—¡Sí! ¡Sí! -le tomó las manos emocionada-. Será divertido, ¿no?
—Bueno, pero... -volteó a ver a la tarima y a un lado, a las
personas apuntándose para participar-. Cada vez que hacen esos
concursos de baile acá los organizan en varias rondas... -volteó de
nuevo a ver a Bárbara-. Son cinco o seis rondas, aproximadamente,
y terminan al amanecer... ¡Con decirte que yo jamás he visto el
desenlace de uno! -Bárbara se desanimó un poco y Valentina lo
notó.
—¡Bueno, bueno, Oriana! -voltearon a ver a la tatuadora-. Mañana
es sábado, la ingeniero está de vacaciones... ¿cuál es el problema
de que salgamos de acá a las 5 o 6 de la mañana, oye?
—¿Ustedes se animarían? -Oriana les sonrió de un modo
maravilloso.
—A concursar, no... -le aclaró Salomé.
—Pero a gritar como locas por ustedes, sí... -continuó Valentina.
—¿Y no tienen compromisos mañana? -indagó Oriana.
—¡No, niña! -Salomé sacudió la mano despreocupadamente. -La
ingeniero está de vacaciones, Salomé entra al restaurante en la
tarde y yo... Pues tú sabes que mi religión no me permite trabajar
antes de las 11 de la mañana... -rieron-. La adicta al trabajo eres tú,
OriP, que a las 9 ya tienes la tatuadora encendida... ¡Con la
izquierda tatúas y con la derecha te bebes el primer café del día!
—Bueno... -Oriana volteó a ver a Bárbara que esperaba ansiosa
por su resolución-. Tenía a un cliente para mañana temprano, pero
esta tarde el sujeto canceló la cita y la agendó para otro día de la
semana, así que salvo dos personas que se tatúan luego de la 1 no
tengo mayores compromisos, así que...
—¡Genial! ¡Así que le toca a Pacho abrir el estudio este sábado,
así es!
—De acuerdo, niña... Vamos a apuntarnos en ese concurso de
baile... -se puso de pie y Bárbara, eufórica, no solo la siguió,
también la tomó de la mano y se fue con ella a formalizar su
inscripción. Valentina y Salomé las siguieron con la mirada mientras
se alejaban.
—Van a buen ritmo tus oruguitas... -susurró la tatuadora.
—¿Quieres apostar? -y se miraron con malicia.
Regresaron algunos minutos más tarde, risueñas y animadísimas.
Notaron que Bárbara llevaba en las manos un par de rectángulos de
tela blancos.
—¿Se inscribieron?
—Así es... -dijeron al mismo tiempo, mientras contemplaban las
dos piezas de tela que debían prender a sus espaldas. Ambas
llevaban estampado el número 38-. Uno de mis números favoritos...
-susurró Oriana y Bárbara volteó a verla de inmediato.
—Uno de los míos también... -se sonrieron-. Ven, date la vuelta
para colocarte esto... -y así lo hicieron. Primero Bárbara prendió con
un imperdible el número a la espalda de Oriana y luego ella hizo lo
mismo con la mujer que era, a partir de ese momento, su
compañera oficial de baile.
—Bueno... -Valentina las miraba de arriba a abajo. Ambas
estaban como unas niñitas emocionadas, como si saberse
compañeras en algo tan circunstancial como una competencia de
baile amateur, fuese a su vez una metáfora, una promesa de
cuántas cosas más podían reunirlas en la vida, si es que ellas
accedían a esa coincidencia-. Quiero que bailen tan bien como esa
noche en la que se conocieron, ¿no? -las otras dos rieron,
ruborizándose un poco-. No pienso moverme de aquí hasta que no
se baile la última ronda y espero que ustedes dos estén en ella.
—¡No te defraudaremos! -le aseguró Bárbara guiñándole el ojo y
acto seguido, el sujeto volvía a tomar el micrófono, invitando a las
numerosas parejas que participaban a aproximarse a la pista-.
¡Vamos! -tomó de la mano a Oriana entusiasmadísima y la tatuadora
les lanzó una mirada de picardía memorable a sus amigas, que
acompañaron su gesto con risas. Se alejaron a enfrentar el primer
desafío de la noche.
—Oriana está que se babea por la culona, oye...
—Cualquiera, la verdad, porque esa niña es mucho bizcocho.
—¡Cómo no! -rio con malicia-. Aunque OriP se está portando muy
tierna y comedida.
—Como la Oriana que siempre ha sido -escucharon al sujeto
desear suerte a todos los que participaban en el concurso de baile y
los primeros acordes de salsa que daban inicio a esa competencia
colmaron el lugar-. Esto no me lo pierdo por nada del mundo... -
susurró Salomé y se giró en su silla para ver mejor todo lo que
ocurriría a continuación en la pista de baile, mientras Valentina,
imitando su postura, se reclinaba con suavidad en su pecho, ahí
donde ella la recibía rodeándola con sus brazos.
—Al menos la Ori se está divirtiendo...
—¡Y lo que falta, niña!
El concurso de baile amateur comenzó y la primera ronda estaba
dedicada a algunas piezas de salsa mucho más actuales. Esa
noche cuando se conocieron, intuitivamente y a medida que
avanzaba la velada, Bárbara y Oriana descubrieron canción a
canción que tenían una forma de coincidir y de sincronizar
francamente envidiable. Ya en competencia, y a sabiendas de que el
propósito principal era divertirse, no se reservaron las piruetas, las
maromas y otras florituras que a ambas les salían muy bien, como
giros complejos e inesperados. Estuvieron allí sobre la pista con una
sonrisa atornillada a sus rostros y una que otra carcajada cómplice,
cuando luego de 15 o 20 minutos, el animador indicó que se daba
por cerrada la primera eliminatoria y le pedía al público su
participación para saber cuántas de las 40 parejas iniciales
avanzaban a la siguiente fase. Solo 20 volverían a la pista esa
noche, al menos en calidad de concursantes, y tras aplausos, gritos
y otras vocalizaciones de euforia, Oriana Padrón y Bárbara
Monsalve se contaban entre los que continuaban en la contienda.
Risueñas y comentando entre ellas con entusiasmo cómo se habían
sentido la una en los brazos de la otra, volvieron a la mesa.
—¡Felicidades! -Salomé y Valentina sonreían.
—De aquí en adelante eliminarán de a 5 cada vez... -le aclaró
Oriana a Bárbara, que se sentaba en la silla ligeramente sedienta-,
hasta que queden 5 parejas y entre ellas escogen a la ganadora.
—Que serán ustedes, claro está... -dijo Valentina muy segura, con
una sonrisa maliciosa.
—Lo dudo... -susurró Oriana-. Hay un par de chicos que deben
ser profesionales, ¿los vieron?
—Sí... -le aseguró Salomé.
—Bueno, pero estamos para divertirnos, ¿no? -Oriana volteó a
ver a Bárbara.
—Claro, claro... ¡A soltar baldosas no más! -se rieron-. Ya luego
se verá...
Una hora más tarde anunciaban la segunda ronda del concurso y
esta vez el ritmo iba de salsa romántica. Apenas escucharon los
primeros acordes de uno de los clásicos de El caballero de la salsa,
Salomé y Valentina supieron que, concursando o no, no
permanecerían sentadas. Intérpretes similares al puertorriqueño
musicalizaron ese set, en el que Oriana y Bárbara no solo estaban
enfocadas en enfatizar sus atributos al bailar y conectarse, muy
especialmente sentían que muchas de las cosas que describían las
letras de esas canciones iban de ellas y para ellas. Ese Amor
narcótico del cantautor dominicano estaba allí, casi al cierre de esa
tanda del concurso, cuando la costeña y la caleña, envueltas en
esos acordes suaves y maravillosos, se aproximaron como nunca lo
habían hecho en sus vidas y se fundieron en ese abrazo ardiente
que llevaba ritmo. Cerraron sus ojos, se entregaron a sentirse y casi
se les olvida por qué y para qué estaban allí realmente, cuando la
mujer de cabello amelcochado susurró:
—Estamos concursando... -lo hizo tan cerca del oído de Bárbara
que la estremeció y ella dio un respingo, percatándose de que
debían enfocarse en las piruetas y en otras cosas, antes que
sucumbir al romance.
—Cierto... -suspiró desconsolada. Sin embargo, antes de
deslizarse por los brazos de Oriana, apartarse de ella y dejarse
llevar por sus creativos giros, le aseguró: pero me la debes, ¿oís?
—Seguro... -y ya estaban de vuelta en la contienda tras dulces
segundos de hipnotismo. Se alzaron de nuevo entre las parejas más
vistosas y avanzaron a la tercera ronda, felices.
Cada nuevo desafío en la pista de baile estaba impregnado por un
ritmo y un grado sucesivo de complejidad, fue así como de nuevo
volvieron a coincidir en ese club, pero esta vez haciendo el máximo
alarde de sus atributos, al son de la salsa brava que caracterizó por
años a la Fania y cuando ya estaban muy cerca de pasar a formar
parte del grupo de los 5 finalistas, lo que las sorprendió fue el
boogaloo. Rieron y supieron que debían dejarlo todo en la danza si
querían cumplirle la promesa a Valentina, así que tras dar un
espectáculo como pocos, allí estaban ya tomándose un descanso, a
esperas del desenlace. Caminaron de vuelta a la mesa, agotadas,
tomadas de la mano y las amigas ya las recibían con vítores.
—¡Esos 200 mil pesos serán míos! -lanzó Valentina haciéndolas
reír.
—Ganarán los chicos de los que te hablé desde el principio... -
susurró Oriana mientras le abría paso a Bárbara para que se
sentara-. Son unos demonios bailando.
—Bueno, pero al menos nos podemos ir de acá con la frente en
alto -bromeó Salomé-. Las oruguitas están entre las cinco mejores
parejas.
Bárbara y Oriana se miraron a los ojos, se sonrieron y chocaron
los cinco.
—De algo puedes estar segura, caleña... -reparó en Valentina-.
Una noche como esta, difícilmente se repite en la vida. -¡Es verdad!
-y de inmediato se fue a los ojos de Oriana. Sintió que su lugar
estaba allí, en esa luciérnaga de pupilas que eran sus destellos.
—Así que mañana te vas a Barranquilla... -musitó la mujer de
cabello acaramelado-, pero te vas con la alegría de saber que esta
noche Cartagena te trató como a una diosa, ¿ah?
—¡Me voy pero regreso! -y las miró a todas-. Ya me prometieron
llevarme a pasear por la ciudad...
—¡Y así lo haremos, Bárbara, claro que sí!
La pareja que había decidido medirse en la pista con otras esa
noche bebió para refrescarse, comieron algo ligero, compartiéndolo
con Salomé y con Valentina, conversaron amenamente de cualquier
cosa y cerca de las 5 de la mañana el animador llamaba de vuelta a
los finalistas para la exhibición decisiva. Explicó, mientras las
personas se acercaban, que en esa ronda cada pareja tendría un
solo y que en él, gozarían de la oportunidad de lucirse.
—¡Tenaz! -dijo Bárbara entusiasmadísima, de pie ante Oriana,
quien, detrás de ella e igual de atenta a las palabras del animador,
ya se imaginaba de qué cosas podrían valerse para sorprender.
—¿Qué canción podrá ser la que nos toque? -se preguntó en voz
alta y la respuesta llegaría en solo minutos. Como era de
imaginarse, el local se había ido quedando vacío y las personas que
aún estaban allí, no tuvieron problemas en abandonar sus mesas y
colocarse de pie en torno a la pista de baile para ser testigos, en
primera fila, de ese show.
Ese último set no solo estuvo complejo en cuanto a ritmos,
variaciones e intérpretes, también trajo consigo una que otra
sorpresita. Oriana y Bárbara bailaban, enfocadas la una en la otra
como lo habían hecho deleitosamente a lo largo de aquella velada,
cuando les anunciaban que su momento decisivo había llegado y
con él, uno de los grandes clásicos de Héctor Lavoe. Ambas
soltaron una carcajada, felices, porque amaban esa canción tanto
como aquella que bailaron por primera vez en sus vidas y lo que
ocurrió a continuación fue un verdadero vacilón.
Desde luego que bailaban de maravilla juntas, pero lo que hacía
el milagro cuando ellas dos convergían con la música era su
picardía, su sentido del humor, la soltura con la que sus cuerpos
coincidían, la conexión y esa sensación de pertenencia. Una
confianza descabellada e inexplicable que les hacía corroborar que
sus manos, sus brazos, sus cuerpos, incluso sus rostros tan cerca,
no eran para nada ajenos el uno del otro.
Picardía. Una picardía que embrujó a todo el que estuviera allí
dispuesto a posar sus ojos sobre ellas se hizo con ese club de salsa
de Cartagena de Indias. Valentina y Salomé, al igual que otras
muchas personas, impactadas por aquel espectáculo, comenzaron a
gritar, a aplaudir y la tatuadora además empezó a lanzar
indicaciones:
—¡Vacílala, OriP, vacílala! -esa coquetería aplastante de Bárbara,
en sincronicidad con los adorables atrevimientos de Oriana, fue la
fórmula perfecta y allí estaban ya, listas para el veredicto.
La chica de cabello acaramelado siempre tuvo la razón y el primer
lugar se lo llevaron esos chicos que bailaban como sacados de una
exhibición, pero ellas... ¡Ellas se quedaron con un merecido
segundo lugar y algo más: el beso que depositó Bárbara en los
labios de Oriana movida por la euforia de saber que habían tomado
el puesto número 2 de esa noche! Fue breve. Loco. Improvisado.
Incluso trajo consigo la expresión de sorpresa de la tatuadora y el
rubor de las mejillas de Bárbara, que se dio cuenta al instante de la
osadía que estaba cometiendo y cubriéndose a medias el rostro,
moduló un “Perdón” que a la otra le supo a caramelo.
—Siempre es mejor pedir perdón que pedir permiso, caleña... -y
se sonrieron maravillosamente.
¿La noche había terminado? Sí. Por suerte los corazones que
sueñan no se atan a las manecillas del reloj, así que cuando
volvieron a las calles de Cartagena luego de haber pasado una
velada increíble en ese club, aún les quedaba la aurora.
Las cuatro mujeres fueron en busca de un buen desayuno, que
tomaron a orillas del mar. Hundieron sus pies en la arena, que a esa
hora de la mañana estaba más bien fría y una vez que estuvieron
satisfechas, se despidieron. Valentina y Salomé se dispusieron a
volver a casa y hasta le ofrecieron a Oriana y a Bárbara
acompañarlas hasta El Cabrero, pero la chica de ojos verdosos les
aseguró que podrían caminar a lo largo de la playa hasta allá, para
disfrutar un poco más de esa manera en la cual el sol, desde el este,
se alzaba sobre la ciudad.
Cada pareja tomó su camino y el de Oriana y Bárbara venía
mapeado en salitre. Caminaban descalzas, llevando sus zapatos en
las manos, mientras las olas aún eran tímidas. Conversaban de
cualquier cosa, ¡cualquiera! Estaban hechas para coincidir en
multiplicidad de formas. Daba lo mismo hablar de técnicas para
tatuar, que de fundamentos arquitectónicos. Daba lo mismo
reflexionar sobre banalidades, que plantearse un pensamiento
filosófico... Con lo buena conversadora que era la caleña, con su
calidez e inteligencia, las ideas y conocimientos de Oriana
encontraban en ella un nicho único y así, entre verbos risueños,
frases pausadas, risotadas o miradas pícaras, se les iba la charla
maravillosa y esa tarea de conocerse.
—¿Cómo te sentiste?
—¡Divino! -al decirlo inspiró el aire delicioso que le traían las olas
y que se enredaba en su cabello tan negro.
—¿Estás cansada? -se miraron a los ojos.
—Justo ahora estoy más ilusionada que cansada, ¿oís?
—¿Y cuál es el motivo de tu ilusión?
—Un aerolito... -Oriana sintió un agujero en el estómago al
escucharla decir eso-. Un aerolito en mis pupilas... -la otra estaba
boquiabierta. Bárbara le fue sonriendo de a poco, hasta que esa
expresión de júbilo preciosa le transfiguró el rostro en portento
iluminado de aurora. Justo cuando Oriana iba a preguntarle por esa
metáfora, que había sido plasmada por ella en un poema algunas
semanas atrás, la caleña dio un gritito gracioso y corrió hacia la
playa.
En más de una ocasión Bárbara había estado rehuyendo la
conversación, dando carreritas lejos de las olas que amenazaban
con cobrar contundencia y humedecer sus jeans. Oriana, que ya
había sido alcanzada por la humedad hasta las rodillas, decidió no
dejar pasar por alto sus reiterativas travesuras y entre risas, dijo:
—¡Ay, tan boba! ¿Y tú qué, Bárbara Monsalve? ¿Eres de sal que
no te pueden tocar las olas? ¿Ah?
—¡No! -le gritó entre risas a esperas de que el mar recogiera sus
aguas para volver a su lado-. ¡Soy de azúcar!
—¡Pues véngase para acá, mi terroncito, que aquí la estoy
esperando! -y en segundos volvió a caminar con ella, hombro con
hombro, hasta que la amenaza de una nueva ola casi la hizo correr,
pero Oriana, abrazándola por la cintura, la contuvo-. ¡No, señor,
caleña tramposa! -Bárbara lloraba de risa-. ¡Compórtate como una
mujer y deja ya de andar corriendo por toda la playa!
Esa nueva ola las cubrió hasta un poco más abajo de las rodillas y
la ingeniero supo que su propósito de no mojarse ya se había ido al
carajo. Oriana finalmente la soltó y ella, en venganza, levantó un
buen salpiconazo con su pie, rociando con agua de mar a la mujer
que la acompañaba en ese amanecer.
—¿Así es la cosa, traicionera? -Bárbara no paraba de reír y
Oriana lanzó, uno a uno, sus zapatos hacia la playa, lejos del agua,
así como la mochila en la que llevaba sus pertenencias y alguna que
otra cosa que le había entregado la caleña en el club. Segura de
que ningún objeto de valor se mojaría, procedió a inclinarse un poco
y recoger entre sus manos un puñado de mar que casi fue a parar al
rostro de la mujer de cabello negro. Bárbara la imitó, especialmente
con eso de proteger los zapatos, y entre risas y gestos traviesos se
fueron salpicando hasta que, sin darse cuenta, el mar las fue
llevando a sus dominios, envolviendo sus caderas y sus cinturas con
lengüetazos de Caribe. Entendieron, risueñas como pocas veces en
su vida, que ya no tenía importancia negarse a la humedad y
acabaron por sumergirse, con toda la ropa que llevaban encima, en
aquellas aguas, aún frías por la madrugada.
Cuando salieron de nuevo a la orilla en busca de sus respectivos
zapatos, estaban empapadas y siguieron caminando así, hasta que
caladas de sensaciones y con los ojos trasnochados de dicha,
llegaron al edificio en el que Bárbara vivía. Oriana abrió la mochila y
le entregó a la mujer de ojos negros un bolsito pequeño en el que
estaban sus pertenencias, además de sus llaves.
Se miraron a los ojos de un modo maravilloso, embadurnadas de
salitre y arena, pero muy especialmente de ilusiones.
—Te vas hoy a Barranquilla, ¿verdad?
—Sí... -musitó.
—¿Y regresas a Cartagena, o...?
—¡Regreso! El lunes estaré de vuelta.
—Bueno... -volvió a colocarse la mochila sobre los hombros y
frotó sus manos, tan llenas como estaban de arena-. ¿Te veo el
lunes?
—¡Claro que sí! -impensable que fuese de otra manera.
—Listo, caleña... -comenzó a dar pasitos hacia atrás, para
retirarse sin dejar de verla-. Cuídate mucho en Barranquilla, ¿sí?
—Claro... Y vos también, cuídate mucho por acá, ¿bueno?
—Bueno... -finalmente giró sobre sus talones y comenzó a
alejarse. Bárbara no podía creer que se marchara así por así.
—¿Seguiremos en contacto? -lo preguntó con un dejo de
angustia, como si estuviera en mitad de un sueño y temiera que
todo se desvaneciera.
—Claro, bobita... -volvieron a mirarse a los ojos-. Te llamo o te
escribo, ¿está bien?
—Sí... ¡Igual yo a vos!
—¡Ay de ti si no lo haces, caleña! -rieron-. Gracias, Bárbara… Ha
sido, sin temor a exagerar, una de las mejores noches de mi vida...
—De qué, Oriana... Para mí también ha sido fantástico, ¿oís?
—Bueno... -y sacudiendo un poco su mano, se dio la media vuelta
y continuó su camino hasta su casa, apacible, pero con una
procesión de euforia en el corazón.
Bárbara cerró la puerta de su departamento a sus espaldas y allí
comenzó a despojarse de la ropa, húmeda y llena de arena, cuando
escuchó su teléfono. Pensó que era Oriana y se lanzó sobre él, pero
la que llamaba era Carito. No se decepcionó, su sonrisa también fue
deliciosa al dirigirse a su hermana.
—¡Hola, chatita! ¿Cómo estás? Te llamo para saber si ya vienes
en camino a Barranquilla y si te esperamos para el desayuno...
—No, llegaré a Barranquilla después del mediodía. Justo ahora
estoy entrando a mi casa.
—¿Y dónde estabas tú, niña? -se preocupó, sabiendo el acecho
que representaba la sombra de Claudia Valencia-. ¿En dónde
pasaste la noche?
—En una mirada, Carito... -la otra de inmediato supo que le
hablaba de la niña de las coletas y comenzó a sonreír despacito-.
En una mirada tibia, azucarada, tostada, tan divina como dulce de
melcocha... -suspiró y junto con ella, la mujer que llamaba desde
Barranquilla.
—Dios bendiga esos sueños de papelón, mi chatita... -y ambas
sonrieron de una manera tan hermosa, que ese gesto solo encontró
eco en otro rostro: el de Oriana Padrón entrando a casa, pensando
en su caleña.
IV PARTE

LUNA LLENA
VERSOS COMO ESTRELLAS

Los ojos de Bárbara Monsalve esa tarde eran como agujeritos en


los que encuentra nido la esperanza. Carito dio gracias por todo
desde que le abrió la puerta para que entrara a casa: agradeció la
sonrisa espléndida que no encontraba la manera de deslizarse fuera
de sus labios; dio señas de gratitud ante sus risas, que fueron como
un tintinear de dicha colmando cada rincón de esa casa y a todos
sus residentes en ella; y por supuesto dio gracias por esa forma en
la que sus ojos tan oscuros buscaban el modo de provocar luz,
luego de haberse tornado sombríos tan solo una semana atrás.
Sabía que la artífice de ese encantamiento era una niña que ella no
conocía y que se recogía el cabello a veces, llevando par de coletas.
—Mírala -y para ilustrar a Carito recurrió no solo a su foto de
perfil, también a los estados de WhatsApp de Valentina, donde
difundió las fotos de la noche anterior, así como una selfie de las
cuatro desayunando frente al mar. La hermana mayor le tomó el
teléfono y detalló muy bien a Oriana Padrón.
—Pero... -Bárbara se inquietó un poco con esa conjunción. Carito
comenzó a reír, tranquilizándola-, pero si esta niña es una divina... -
Bárbara sonrió aliviada-. Sí, es verdad, tiene varios tatuajes en los
brazos y su estilo es más andrógino que el tuyo y el de las otras
niñas de las que te has enamorado, pero... ¡Pero mira nada más
esos ojos y esa sonrisa! ¡Su cara es bellísima!
—Es hermosa... -le aseguró ufana-. ¡Mi Oriana es hermosa!
—¿Tu Oriana? -soltó una risita y la miró muy seria-. ¿No se
supone que tu Oriana solo es tu amiga?
—Pequeñeces... -rieron-. Eso es momentáneo, porque sí, es mi
amiga, pero pronto será eso y más... -suspiró-. Anoche no me pude
resistir y le di un beso en los labios. Fue pequeñito, casi un
descuido, pero ya quiero volverme imprudente otra vez... ¡Y que
en esta ocasión la imprudencia me dure horas! ¿Oís?
—Cuéntame todo... -le devolvió el teléfono-. Me mata la
curiosidad desde esta mañana.
—Pues te diré que la llegada de Oriana a mi vida ha sido
milagrosa... -Carito la vio con atención y supo que no exageraba-.
No solo me ha hecho sentir maravillosamente, también llegó
acompañada de dos mujeres geniales que son Valentina y Salomé -
se las mostró-. Son pareja, tienen 6 años juntas y son preciosas...
Divertidas, inteligentes, conversadoras, buenas personas...
—Eso quiere decir que ya no estás sola... -puntualizó, feliz.
—¡Exacto! Eso quiere decir que sin buscarlo, no solo conocí a una
mujer de la que posiblemente me enamore como nunca antes me
había pasado y tenga junto a ella una relación de pareja única, sino
que además, Oriana aterrizó en mi vida acompañada de otras dos
que prometen ser amigas muy especiales... -bajó la mirada
avergonzada-. Hay algo que no te conté, para que no te enojaras ni
te preocuparas...
—¿Qué?
—El martes en la noche me sentía tan mal por lo ocurrido que
para no pensar en eso, me volví a emborrachar.
—¡Bárbara Monsalve! -ya se estaba transfigurando.
—Entré sola a un bar de Cartagena y pedí un trago. Con solo dos
me sentí morir y logré llegar a casa a salvo, pero una vez ahí casi
pierdo el sentido. Oriana me encontró sentada en la acera. Ella y
sus amigas me ayudaron en todo. Me llevaron a su casa, me dieron
algo de comer, se quedaron conmigo hasta que estuve bien y me
regresaron a mi departamento, donde me dieron una medicina para
evitar la resaca.
—¡Bacán! -estaba realmente sorprendida y agradada, aunque no
olvidaba la imprudencia de Bárbara.
—Sí... -sonrió, dichosa-. Son unas personas excepcionales. Ayer
también cuidaron de mí para que no bebiera, la verdad, Carito,
siento que me saqué la lotería.
—Me alivia muchísimo saber que conociste a estas personas,
chata. Que ya no te sentirás sola en Cartagena como una vez te
sentiste en Bogotá y que podrás recurrir a ellas para divertirte y de
alguna forma olvidar tu mal trago con Claudia Valencia, ¿cierto?
—Cierto.
—Ahora... Habíamos acordado que te tomarías las cosas con
calma con esta niña, ¿no?
—Sí y aunque no lo creas, ella también quiere ir a su ritmo -
suspiró desilusionada-. Hace unos días fuimos a tomarnos un café y
me dio a entender que le gusto, pero que se ganará mi corazón
despacio y con perseverancia...
—¡Qué bonito! -lo dijo ilusionada.
—Si es por mí, se lo entregaba ya, Carito...
—¡Bárbara Monsalve! -volvió a enojarse.
—...pero ella no quiere eso. Ella quiere ganárselo “a pulso”, así
mismo lo dijo. Ella quiere que yo la conozca primero, que no me
haga expectativas, que me enamore de la persona que ella
realmente es y bueno... -se alzó de hombros.
—¿Y cómo vas con los recelos de si está tatuada, de si anda en
bici...?
—¿Recelos? -rio con picardía-. Mi único recelo ahora es que no
me haya dado un beso esta mañana cuando nos despedimos,
porque cuando la vi ahí, ante mí, con ese cabello acaramelado y
precioso que tenía húmedo y con trazos de arena... Cuando vi toda
la ropa adherida a su cuerpo por la humedad del mar y me percaté
de los volúmenes de su figura, me pregunté: ¿cómo es posible que
no me lance encima de esta niña ahora mismo? -Carito ya reía.
—¡Chata, vos no tienes remedio! ¿Oís? -Bárbara soltó una
carcajada-. ¿Así que ya no te preocupan los tatuajes, ni que tenga
una profesión poco convencional...?
—¡Precisamente! -se lo dijo con entusiasmo-. Nunca lo habría
creído, pero me gusta porque es así... ¡Me gusta porque es diferente
a todas las viejas que conozco! ¡Me gusta porque es auténtica, sin
complicaciones, espontánea, segura de sí misma, madura,
sensible... ¡Espiritual, incluso! Una vez me preguntaste si era
inmadura por ese asunto de que a veces anda haciendo piruetas en
una bici y te diré: ¡más inmadura era Tamara, con sus aires de
bogotana estirada y sus 35 años, que la hacían sentir que era el
Dalai Lama solo por tener un poco más de edad que yo! -Carito se
echó a reír.
—Bueno, pero es que Tania era todo un personaje... -volteó los
ojos con hastío-. De alguna manera Tábata se encargó de domar
esa forma tuya de ser, fresca y juguetona... -suspiró-. Ella de a poco
te fue convirtiendo en otra mujer y no niego que para algunas cosas
te sirvió el cambio, especialmente en todo lo concerniente a lo
profesional, pero para otras... ¡Para otras no lo justifico! Verte así,
sentada a la orilla del mar tomándote un café y comiéndote un
cacho mientras amanece es una maravilla! Para mí fue como
reencontrarme con la Bárbara Monsalve que siempre fuiste... Libre,
soñadora, despreocupada, tan amante de las cosas sencillas...
—Sí... Pero no solo me tomé un café y me comí un cacho ahí,
frente al mar... También caminé por su orilla conversando con
Oriana de cualquier cosa, jugamos entre las olas, nos dimos un
baño y nos empapamos hasta el último cabello... ¡Reímos,
corrimos...! Y todo eso mientras el sol se alzaba...-se quedó
pensativa por varios segundos-. Ahora que mencionas los influjos
que tuvo Tamara sobre mí y de qué modo me cambió, pues sí... Al
principio tenía mis recelos con eso de mojarme, con eso de andar
empapada por las calles de Cartagena, pero... -le sonrió a la
hermana y Carito ya se adelantaba a su maravillosa conclusión con
un gesto similar-, pero Oriana me tomó entre sus brazos con esa
frescura suya, con esa forma impredecible que tiene de ser y yo
terminé entregándome a una emoción y al disfrute de mandar todo
al carajo para vivir a plenitud el momento, sin que me importase
llegar a casa empapada o cubierta de arena... ¡Sin que me
importase cómo lucía mi cabello o si mi ropa se arruinaría o no! -
suspiró-. Todo fue una metáfora, Carito, fue una metáfora... Fue
como ver alzarse al sol en mi vida, pero no solo porque literalmente
lo estaba haciendo, sino porque esa niña me calentó el corazón
como lo haría el Astro... ¿Comprendes? -la otra asintió, con una
sonrisa hermosa-. Yo siempre me he identificado más con la luna...
—Lo sé... -rio-. Aún recuerdo esas noches en las que te subías al
techo de la casa para ver el cielo, especialmente cuando había luna
llena. Aún recuerdo cuántas veces te riñó mamá para que te bajaras
y de qué forma Erasmo te rescató un día, en el que casi te rompes
una pierna al bajarte como un mico del tejado... -rieron.
—Pues sí, vos sabes que mi adoración por la luna es casi religión
y aunque por momentos fui feliz con Tamara, yo sentía que con ella
estaba en luna nueva... Como si el firmamento de mis emociones
estuviese vacío de un satélite que lo llenara de luz y que me
permitiera ver con claridad entre las sombras...
—¿Pero, Oriana...?
—Pero Oriana es como una superluna... ¿oís? -Carito soltó una
carcajada.
—¡No entiendo! ¿Es sol o es luna llena? Porque ya no comprendo
de qué estamos hablando...
—Es sol en mi plenilunio... ¡Eso es! Y precisamente es sol en mi
plenilunio, porque como el satélite brilla con la luz que le provee la
estrella, una sola sonrisa de Oriana me es suficiente para sentir que
toda su energía radiante en mí hace eco y me desborda,
ayudándome a ver con claridad hasta los momentos más absurdos.
—¡Bendito...! -se quedó atónita-. ¡Ha vuelto la Bárbara poética!
—¿Cómo no? -volvió a tomar su teléfono y buscó de inmediato
esos dos poemas que releía cada día-. Con una mujer así,
¡imposible no serlo! Lee esto... -y volvió a poner el dispositivo en sus
manos. Carito se sorprendió.
—¡La niña también rima!
—¡Rima conmigo, Caro! -rio de un modo delicioso-. ¡Somos un
verso octosílabo consonante y perfecto! ¡Somos una canción! -se
miraron a los ojos-. Estoy segura de que esos poemas son todos
míos y lo constaté esta mañana, cuando intencionalmente le hablé
de una de las metáforas que usa en uno de ellos...
—¿Qué te dijo?
—Se quedó sorprendida, pero estábamos jugando con el mar, así
que no ahondamos en eso...
—Felicidades, niña... -le devolvió el teléfono-. Felicidades, porque
creo que si todo sale bien, serás perpetuo claro de luna.
—Tajada de luna llena interceptada por la luz de su amor... ¡Eso
seré!
—”Un amanecer y dos auroras...” -dijo Valentina en tono burlón
mientras ponía un pie en el estudio de Oriana esa tarde de lunes. La
otra chica, la que ese día llevaba el cabello recogido con una cola
alta, giró su rostro hacia su mejor amiga y comenzó a reír, tan alegre
como estaba desde que una caleña se le había atravesado en el
camino. Sabía bien de qué hablaba. La flaca leía el primer verso de
ese nuevo poema que la otra acababa de compartir en su perfil de
Instagram:
Un amanecer y dos auroras.
Horizonte de sonrisa que acunó disco de oro. Tollo de iris que
reflejó su destello.
Astro que entibió semblantes trasnochados, onda de piélago que
libó,
en cristalina humedad,
nuestros cuerpos.
Un amanecer y dos auroras.
El albor que evoca el canto de tu risa.
—¡Bueno, pues! -Oriana volvía a prestar atención a las cosas que
guardaba en su mochila-. Esto me suena a que OriP está que se
escurre por la culona, ¿no?
—Ahora menos que nunca le digas así... -lo masculló y Valentina
soltó una carcajada-. Sabes de sobra que se llama Bárbara, así que
no te vuelvas a referir a ella de ese modo...
—Bueno, corrijo: OriP está que se escurre por la caleña, ¿no?
—Mejor, mucho mejor... -se colgó la mochila de los hombros-. Y
sí, estoy que me escurro por la caleña, en sentido literal y figurado,
figuradísimo, porque ya quisiera derramarme como miel tibia por
toda su piel, pero seré sensata esta vez y me voy a endulzar con el
almíbar de esta mandarina gajo a gajo...
—¿En serio? -la miró con un gesto de aburrimiento.
—Doblemente en serio, porque con Ana Paula hice las cosas de
una manera desconocida y me atraganté con las semillas, así que
no... -se miraron fijamente-. A Bárbara Monsalve no la quiero ver
salir de mi vida en un buen tiempo... De hecho, a Bárbara Monsalve
la quisiera en mi historia por todos los amaneceres que tenga a bien
regalarme la vida, así que me iré despacio, como un escalador que
sabe que antes de aferrarse a la siguiente roca, tiene que pisar firme
en las que la preceden. Esa caleña es para mí como trepar por el
muro de emociones que está hecho de su cuerpo, de sus miradas,
de su sonrisa, de esa forma de ser cándida pero a la vez audaz que
percibo en ella y no... ¡No daré un traspiés, porque no me lo
perdonaría!
—Salomé estaría orgullosa de ti... -rieron-. Pero como yo nunca
he sido de darle largas a las cosas, pues me aburro solo de pensar
que irás paso a paso con esa niña que, de verdad y sin ánimos de
sonar celestina, es como la encarnación de tu otra mitad. No es que
se parezcan físicamente, mucho menos que sean del todo afines en
su forma de comportarse... Es algo de energía,oye.
—Sé de qué hablas y lo he sentido. Bárbara y yo somos muy
distintas, es verdad, pero la química es instantánea. Me asusta a
veces y no estoy para correr riesgos con ella... Como no sé de qué
forma explicarme lo que siento, pues voy a ir despacito... Le daré
todas las largas que pueda, hasta que sea tan poderoso mi afán por
amarla, que no tenerla se convierta en agonía y ahí, en lecho de
muerte cubierto por el lienzo de su amor, recibiré la extremaunción
de su cuerpo, acompañada de la comunión de sus besos -Valentina
la miró perpleja ponerse en camino para salir del estudio por ese
día.
—No sé ni qué responder a eso, Oriana.
—Déjalo, no digas nada flaca... -le sonrió-. Confórmate con saber
que nos veremos mañana porque ahora, justo ahora, voy corriendo
a casa a darme una ducha y a cambiarme, porque la niña de mis
tormentos llegó hace un rato a Cartagena y me muero por estar con
ella -le sacudió la mano con picardía-. Saludos a mi Salomé, chao,
chao... -desapareció.
Pedaleaba con una sonrisa radiante por las calles de Cartagena,
atenta al camino, aunque su mente volaba muy lejos de allí. Su
mente se estaba anticipando. Iba un paso por delante de la
contemplación de la silueta maravillosa de Bárbara Monsalve. Iba
sacándole ventaja a la forma en la cual vería a su cabello precioso
moverse al son del viento que procedía del mar, pero muy
especialmente el espejismo que más la fascinaba en sus
visualizaciones, era la posibilidad de encontrarse de nuevo con esos
ojos de ensueño y una de sus sonrisas. Esa conserva azucarada
que era ver el rostro precioso de esa niña llenarse de luz con los
haces de la alegría.
Enfilaba su bicicleta hacia El Cabrero rodando a buen ritmo por el
mismo monumento de la india Catalina donde una vez Bárbara la
vio por azar, cuando identificó a la caleña a la distancia. Soltó una
carcajada eufórica y comenzó a sonar la campanilla de su bicicleta,
sonido que ya la otra tenía fijado en su memoria como el anuncio de
un milagro: del milagro que era darse la vuelta y constatar que
Oriana Padrón venía hacia ella.
Bárbara se detuvo, recibió a la otra con alfombra de honor
tapizada por su sonrisa y la contempló recorrer hacia ella los pocos
metros que le quedaban de esa forma en la que ya la había visto
hacerlo antes, de pie sobre uno de los pedales de la bici. Se detuvo
frente a la caleña y al tenerse así, sintieron que lo que le faltaba a
ese instante era el sabor de un beso, pero se contuvieron como
parte de la estrategia de Oriana por hacerse con ese amor
merecidamente y la sutil timidez de Bárbara. La caleña recordó
cómo le había asegurado a Carito que de ser por ella le entregaba el
corazón a esa niña de inmediato y en ese instante supo que no
había nada de lo que tuviera que hacer entrega. Oriana ya lo tenía
consigo. Notó que la chica se metía la mano en el bolsillo del jean,
sacaba de él un cronómetro viejo y lo detenía. Volvió a depositar su
mirada en los ojos oscuros de la ingeniero y la saludó, radiante.
—¿Qué haces por acá?
—Fui de compras... -señaló el lugar del cual provenía, así como
los paquetes que llevaba en las manos-. Iba de regreso a casa para
esperarte.
—¿Quieres que te lleve las bolsas? -se miraron a los ojos-. Las
colocamos acá en la bici y no tienes que cargar nada...
—Bueno... -se las pasó. Ella las puso en el tubo del manubrio,
constatando que la carga era bastante liviana, y comenzaron a
caminar.
—¿Cómo te fue en Barranquilla?
—Divino... -suspiró-. La paso muy bien con mi hermana y con mis
chinos preciosos... Una de las cosas que más me hace feliz de estar
en Cartagena es saber que los tengo tan cerca.
—¿Y la vieja aquella? -volvieron a mirarse-. ¿La que se propasó
contigo?
—Ya perdí la cuenta de cuántas llamadas y mensajes tengo de
ella. Le pedí que dejara de acosarme y que al menos respetara que
estábamos de vacaciones.
—¿Qué argumenta para insistir tanto?
—Que la estoy enloqueciendo con mi indiferencia. Que no puede
seguir así, sin la oportunidad de explicarme por qué hizo lo que hizo
y cómo se siente al respecto...
—Es probable que la vieja de verdad esté enamorada, caleña -se
miraron a los ojos.
—¿Vos lo crees?
—Claro -se alzó de hombros-. En primer lugar, no es difícil
ilusionarse con una niña como tú, Bárbara -le sonrió a medias y la
otra la vio arrobada-. Va más allá de esa belleza magnífica que te
caracteriza, niña... Tu forma de ser, tu coquetería, tu sonrisa, esa
ternura tan especial... -suspiró-. ¡Eres como beber agua de panela!
—¡Gracias!
—Las que te adornan... -Bárbara soltó una carcajada-. Y nunca
creí que podría ser tan literal ese piropo.
—Pero eso no le da derecho a Claudia a hacer lo que hizo.
—Se llama Claudia... -musitó. Pensó varios segundos-. No, pues
no. Eso no le da derecho a haberte irrespetado... Quizás solo se
trata de una persona torpe, reprimida, que se dejó llevar por los
sentimientos que le despiertas -la miró con un dejo de picardía-, los
cuales, por lo visto, son muy intensos. Creo que Claudia ni siquiera
considera la posibilidad de que tú no estés interesada en ella del
modo en el que esa mujer lo está en ti.
—No -fue muy enfática, no podía permitirse malos entendidos con
esa niña que esa tarde había recogido todo su cabello con una cola
alta y que la miraba honrándola con el privilegio de tener toda su
atención para sí-. No estoy para nada interesada en Claudia
Valencia. Antes la vi como amiga, como reflejo de mi hermana,
ahora solo me puedo relacionar con ella como lo haría con una
colega admirable, hacia la cual no albergo la más mínima confianza.
—Ella lo ocasionó, qué pena.
—Pero ni creas que me vas a estar hablando de esa vieja por lo
que resta de tarde, ¿oís? -Oriana soltó una carcajada-. Dime...
¿Qué cosa era esa que sacaste de tu bolsillo cuando bajaste de la
bicicleta?
—Un cronómetro -la hizo feliz saberla interesada.
—¿Mides el tiempo al ir en bici?
—A veces. También mido cuánto me toma hacer ciertos tatuajes...
-se miraron a los ojos-. El cronómetro era de mi abuelo. Es lo único
que me quedó de él, así como su bicicleta más querida.
—¿Era ciclista?
—Sí.
—¿Fue él el que te enseñó a andar en bici?
—Así es... -la curiosidad de Bárbara la llenó de agrado.
—Mi abuelo era relojero... -se quedó pensativa-. Cuando te vi
sacarte ese cronómetro antiguo del bolsillo, de inmediato pensé en
él. No me enseñó a andar en bici, pero me enseñó cómo
funcionaban las tuercas y engranajes y de niña quería inventar
cosas...
—¿Y te hiciste ingeniero civil?
—Ajá... Al menos sé cómo construir cosas... -rieron. El edificio de
Bárbara ya se divisaba.
—Iré a casa a ducharme, a cambiarme y volveré por ti, niña...
—Bueno... -se sonrieron.
—Hay un lugar al que te quiero llevar hoy, espero te guste... -si
Oriana Padrón estaba incluida en la velada, estaba garantizado que
le gustaría, pero nunca imaginó que tanto, porque una vez que
estaban en el Café del Mar, la caleña no se podía creer semejante
espectáculo.
A su paso por tierras americanas, la milicia española construyó
fortines que le permitían vigilar las costas del Caribe de los
constantes ataques de piratas, así como cerrar los caminos a los
contrabandistas. Cartagena estaba colmada de puntos de
observación de este tipo, que se caracterizaban por sus murallas,
sus almenas rudimentarias socavadas por el salitre, uno que otro
cañón que en algún momento fue detonado más como advertencia
que como defensa eficaz y esas garitas abovedadas, que se
alzaban como torrecillas cilíndricas en uno que otro vértice o tramo
del paredón. En la terraza de una edificación de este estilo
funcionaba el café a donde Oriana había llevado a Bárbara esa
tarde y no transcurrió mucho tiempo para que un atardecer matizado
en un naranja incandescente, no solo se apoderara de todo el cielo,
muy especialmente se reflejara en los lentes oscuros de la mujer
que tenía ante sí, bebiendo un sorbo de cerveza de la botella que
tenía sobre la mesa.
—¡Es hermoso!
—Imaginé que lo amarías... -se alzó de hombros-. Al rato
podemos dar un paseo por el malecón o si prefieres quedarte acá,
contemplando el cielo...
—Lo hacía de niña, ¿sabes? -se miraron a los ojos y gracias a la
poderosa luz del sol que languidecía, Bárbara pudo ver a través de
esos cristales la mirada preciosa de Oriana-. De niña me trepaba en
el techo de la casa de mis padres, especialmente en las noches en
las que había luna llena y desde allí miraba el cielo, las estrellas...
—Cuéntame más...
—Te vas a burlar de mí... -bajó la mirada con timidez.
—Te prometo que jamás haré algo como eso... Dime, anda...
—Pues, de niña pensaba en... -Oriana la miró con una sonrisa
que era como una pincelada en su rostro, creía intuir hacia dónde se
encaminaba la confesión de Bárbara-. Pensaba en el amor de mi
vida...
—¿Y qué pensabas de ella? -se aclaró la garganta ligeramente-.
Es decir... ¿en ese momento ya era una ella?
—No... Comenzaron a ser ellas un poco antes de los 21... Para
ese entonces solo era una persona indeterminada, sin que tuviera el
género muy claro, que vivía en mis pensamientos... Yo imaginaba
cosas como que ya debía haber nacido...
—¿Creías que sería mayor o menor que tú?
—Tenía mis momentos... A veces me imaginaba que esa persona
era mayor y que vendría para cuidar de mí...
—Entiendo.
—A veces me imaginaba que era menor y que sería yo la que
cuidaría de esa persona, pero definitivamente me gustaba más la
idea de que fuese mayor...
—Y que esa persona se hiciera cargo de tu corazón, ¿cierto?
—Algo así, sí -suspiró-. Luego me preguntaba cosas como ¿en
qué lugar de Colombia podría estar? ¿En qué lugar del mundo se
encontraría?
—¿Y no te provocaba ansiedad la idea de que no estuviera ni
remotamente cerca?
—No, porque tenía la convicción de que donde sea que estuviera
esa persona y donde sea que estuviese yo, nos las arreglaríamos
para coincidir.
—Fe ciega en el amor.
—¡Siempre! -rio sonrojándose un poco-. Siempre me he
caracterizado por ser así y aunque Carito se burla un poco de mí y
se preocupa por esa forma de ser mía tan soñadora, siempre he
sido una romántica empedernida.
—¿Qué más hacías en esa terraza de Cali?
—Le hacía preguntas a esa persona.
—¿Qué le preguntabas?
—Si pensaba en mí. Si también estaba en mi busca. A veces
hasta me imaginaba que veíamos la misma luna, el mismo cielo, y
esa idea me causaba un profundo estremecimiento.
—¿Te imaginabas cómo podía ser esa persona?
—No... -rio de nuevo-. Pero estaba segura de que cuando
estuviera ante mí, sería perfecta, sin importar su físico -Oriana se
quedó viéndola a los ojos por largos segundos y Bárbara comenzó a
sentirse a merced de su mirada. Casi se estremeció ligeramente
cuando su acompañante, bebiendo nuevamente de su botella e
inclinándose hacia adelante en la mesa, susurró:
—Yo supe que era lesbiana a los 14 años -Bárbara se
sorprendió-. Me enamoré de una niña que tenía aproximadamente
mi edad. La conocí en la plaza de Turbana, a donde iba la mayor
parte de las veces a rodar la bici o a jugar con mi patineta. El primer
día que besé a esa china, llegué a casa aclarándole a mis padres
cómo sentía y se armó la gorda... -Bárbara se echó a reír-. Al
principio pensaron que se me pasaría, pero no, no se me pasó y lo
que ocurrió es que mi forma de sentir y las cosas que quería hacer
no eran compatibles con mi ciudad, mucho menos con mi familia,
así que apenas cumplí la mayoría de edad me vine a Cartagena y
casi me desentendí de ellos. Sí, a veces los visito y estamos en
contacto, pero no es lo mismo...
—Entiendo -suspiró-. Mi familia no sabe nada. La única que sabe
de mi forma de sentir es Carito y eso porque me conoce demasiado
bien como para que pueda ocultarle nada. Mi vida como mujer
lesbiana ha sido muy íntima y cerrada. He sido yo con mis
soñadores y evocadores sentimientos, junto a las dos parejas con
las que he estado por más tiempo, compartiendo mis inquietudes y
temores con mi hermana. No he tenido amigas con las cuales
discutir mis anécdotas y sinsabores, mucho menos en las cuales
apoyarme.
—¿Dirías que eres de closet?
—No del todo. Es decir, tuve la entereza de aclararle a Claudia
que era lesbiana y así surgió la idea de ir a ese club de salsa de
ambiente donde tuve la dicha de bailar con vos... -se sonrieron.
—Dicha compartida y sé que lo sentiste... -suspiraron-. Así que te
sinceraste con Claudia, además de liberar en tu colega sus más
hondos demonios con esa confesión, ¿cierto?
—Eso parece... Sí.
—Para cuando tenía 14 años ya escribía poemas... -los ojos de
Bárbara brillaron de un modo espléndido, en parte auspiciados por
ese crepúsculo que las bañaba con generosidad. Oriana rio
ligeramente avergonzada-. Eran una maricada, es verdad, pero
recuerdo que algunos de mis poemas iban dedicados a una niña
inexistente... -alzó la mirada despacio y ambas se estremecieron-.
Aún y cuando estaba de novia con esa china con la que me besé
por primera vez, yo componía versos para una que estaba al llegar...
Versos muy malos, pero como renglones de una plegaria de amor,
estaban bastante bien -suspiró-. Versé y versé en nombre de esa
niña desconocida hasta no hace mucho y aún estando con Ana
Paula, le dejé bien claro a Valentina que una de las cosas que me
preocupaba de esa relación es que la chiquilla estaba ocupando el
lugar que realmente era de otra.
—¿De la desconocida de tu adolescencia?
—De la mujer que sé que está en algún lugar del mundo, siempre
al llegar sin decidirse a hacerlo -el corazón de Bárbara sonaba como
suena un guache al ritmo de cumbia-. Para darte más detalles, le
dije a mi mejor amiga que Ana Paula era como tener un pocillo rojo
dentro de una vajilla blanca, que no combina con nada, pero que al
menos me hacía sentir que no tenía incompleta la loza.
—¿Y ahora? -se encimó también, emocionada-. ¿Ahora tienes la
loza incompleta?
—Sabes que no... -y se alzó muy despacio los lentes oscuros
poniéndolos sobre su cabeza, sus ojos brillaban matizados en
verde-. Puede que me falte el pocillo, pero siento que no será por
mucho tiempo.
—¿Y el pocillo que está por venir, es el indicado?
—Me parece que sí...
—Que sea de peltre... -rieron-. De peltre, pintado a mano...
—¿Color bermellón?
—Puede ser, me gusta... De peltre, pintado a mano, como el que
usaba mi abuela todas las mañanas para colar el café. Más bien
mediano y rechoncho.
—Suena bien, suena perfecto como para escurrir en él todas las
gotas tibias de tinto por el resto de mis días.
—Leí tus poemas... -esta vez la del guache cumbiero era otra.
—¿Cómo? -tartamudeó.
—Los que publicaste en Instagram, aerolito -Oriana rio, nerviosa.
—Ya me parecía...
—¡Y sé que son míos! -se miraron a los ojos de un modo
inverosímil y fantástico-. Lo sé con la misma convicción con la cual
sabía, desde que solo era una pelada, que algún día te conocería.
—Son tuyos, es verdad... -le tomó la mano y se la acarició con
sutileza.
—Me gustaría pensar que todos tus poemas son míos desde
siempre, porque de los actuales no me cabe la menor duda...
—Entonces son tuyos desde siempre... Son tuyos desde que
escribí los primeros versos en los cuales me preguntaba por ti -una
maravilla de sonrisa aderezada de picardía tomó esos labios de
albaricoque-. Espero no decepcionarte con eso de que resulté ser
menor que tú... -rio suavecito.
—¿Y es que lo eres? -estaba sorprendida-. ¡Porque yo ni lo noto!
—Lo soy por casi nada... un año, nomás, pero de que puedo
cuidarte, puedo cuidarte... Lo haría como si hubieses puesto tus ojos
en el propio Matusalén... -se echaron a reír, felices.
Se quedaron en silencio. El palpitar de sus corazones fue tan
estremecedor, que opacar la percusión de ese sentimiento con
palabras, parecía una herejía, en especial porque ese ocaso que
viraba a malva luego de ser naranja, también merecía un homenaje.
Giraron la cabeza despacio para ver cómo el disco de luz
comenzaba a zambullirse en ese horizonte de Caribe que estaba al
alcance de su mirada desde la terraza de ese fortín.
—Un amanecer y dos auroras... -susurró Bárbara que ya se sabía
de memoria el nuevo poema.
—Un crepúsculo y dos corazones... -se tomaron las manos por
encima de la mesa y contemplaron la puesta de sol, sí, pero en sus
pupilas.
LA HEROICA

—Esto sí está raro... -Salomé alzó la vista despacio y vio a


Valentina sentada en la mesita de la cocina. La sommelier se
preparaba para hacer la cena, mientras la tatuadora, que no tenía
habilidades culinarias, la acompañaba con una buena charla.
—¿Qué pasó? -volvió a ocuparse de lo que hacía mientras notaba
a su novia con el teléfono entre las manos.
—¿Pues adivina quién me acaba de escribir?
—Tu mamá...
—No, eso no sería una rareza... -se echó a reír.
—Mercedes...
—Nada qué ver, la esposa de Pachito siempre me escribe para
saludar.
—Pues si de rarezas se trata, no tengo ni idea. ¡A ti te escribe
cada loco o loca! -rieron-. Nada más con el cuento de agendar hora
para tatuarse contigo, ya tienes una larga lista de locos.
—Ana Paula...
—¿Cómo es la vaina? -volteó a verla de inmediato.
—Y no precisamente para hacerse un tatuaje... Me comentó las
fotos en el club de salsa, así como el amanecer en la playa... -se
miraron a los ojos y Salomé puso un gesto de preocupación.
—Algo me dice que la pelada no va a dejar tranquila a mis
oruguitas.
—Al menos al gusanito que se llama Oriana, no -reflexionó-. Ya la
niña se debe estar oliendo algo extraño entre ellas dos.
—¡Pero las fotos son bien inofensivas!
—Ni tanto... -volvió a verlas en su dispositivo para evaluarlas-. Al
menos en la foto en la que estamos en la playa Oriana está como
muy pegadita a su caleña... -sonrió con ternura-. Incluso tiene su
mentón apoyado del hombro de la niña.
—No hay razones para desconfiar de eso, por favor...
—Sea como sea, la niña ya anda merodeando y no me
sorprendería que el día menos pensado se presente de nuevo ante
Oriana, con todas las intenciones de volver a enredarse en su vida.
—Ilusa tú si crees que Oriana va a abrirle las puertas a Ana
Paula... -y hasta se echó a reír con cinismo-. Tú sabes
perfectamente que Oriana no es mujer que se devuelve, además,
esa niña va directo y sin escalas hacia el corazón de la caleña.
Nada, ni la muralla más alta sobre la faz de la tierra, va a impedir
que esa mujer se apodere de los sentimientos de Bárbara, propósito
que, si me lo preguntas, ya lleva bien adelantado.
—Lo que está a la vista no necesita anteojos, mi nena preciosa... -
ambas se miraron y compartieron una sonrisa-. El amor entre ellas
dos es, como dicen por ahí: asunto de tarea hecha...
Esa mañana cuando Pacho preguntó por Oriana, le sorprendió
escuchar a Sofía asegurarle que no iría ese miércoles al estudio. La
chica, que además de la recepción, también era toda una
especialista en colocar piercings y otros implantes, le aclaraba al
tatuador que la mujer de cabellos y ojos acaramelados se había
encargado de adelantar o reprogramar la cita a algunas de las
personas que tenía para ese día, con el único propósito de
tomárselo libre.
—No te sorprendas, Pachito... -le dijo Valentina asomándose a la
puerta de su estudio al escuchar al sujeto pedir razón de su otra
socia-. Oriana anda en una nube aterciopelada por unos cabellos
negros y lo más probable es que justo ahora esté detrás de la
sombra de esa niña, recorriendo la ciudad con cara de boba
enamorada.
—¿De verdad? -y soltó una risotada. En todo el tiempo que tenían
trabajando juntos, Oriana jamás había reagendado una cita, mucho
menos había faltado al estudio-. Por un momento pensé que algo
muy grave le estaba pasando a mi Orianita preciosa...
—No, no... A tu niña consentida lo único que le está pasando es
que el amor le pegó durísimo esta vez, eso nomás...
—¿Y vale la pena la vieja de la que se enamoró? -se cruzó de
brazos muy interesado-. Porque ya sabemos que la peladita con la
que estaba saliendo...
—De la peladita te puedes olvidar, oye... Eso fue como ave de
paso... La niña que conoció hace unas semanas se le presentó en
su vida de improvisto y con pisada de acero... Bárbara, se llama. Es
ingeniero, caleña, tiene una figura de infarto, una sonrisa asesina y
unos ojos tan mortales como puñales.
—¿Y Oriana va a salir viva de todo eso? -se echaron a reír.
—Pierde cuidado, flaco, que si Oriana se le muere a Bárbara en
los brazos a mitad de un beso, esa niña tiene todas las herramientas
para reanimarla en segundos.
—¿Le quita la vida y luego se la da?
—Como el bolero aquel, así mismo...
—Bravo por mi Oriana -dio un par de palmadas y Valentina le
sonrió ante esa ovación.
Mientras en el estudio sus socios compartían la dicha que les
proporcionaba la posibilidad de saber a Oriana en compañía de una
mujer maravillosa, ella estaba a solo minutos de experimentar el
milagro de corroborarlo. Esa mañana había ido un rato al skatepark.
Cuando llegó a él leyó un mensaje de la caleña, asegurándole que
ya estaba despierta y lista para compartir junto a ella ese día, como
parte de la promesa de que se encargaría de mostrarle las bellezas
de la ciudad. Le envió su localización, acordaron verse en ese lugar
y para la ingeniero no fue difícil dar con la tatuadora. La divisó a lo
lejos con un dejo de admiración, haciendo algunos de los trucos que
manejaba perfectamente.
Oriana se encontraba en medio de una de sus piruetas cuando, al
alzar un poco la vista, se topó con los ojos estupefactos y la sonrisa
de sorpresa de Bárbara, distracción que le valió una caída. Sentada
en el suelo de ese lugar, con la bicicleta tirada un poco más allá
luego de que perdiera el control sobre ella, reía y ya la otra se
encaminaba a su encuentro a paso ligero, para cerciorarse de que
estuviera bien.
—¿Te lastimaste?
—¡No, niña! -decía la otra entre risas. Bárbara le extendió su
mano y con ella la ayudó a ponerse de pie-. Estoy acostumbrada -se
inclinó, tomó a la bici por el manubrio y la enderezó. Acto seguido
puso sus cinco sentidos en la ingeniero-. Llegaste rápido. No te
imaginaba acá tan temprano.
Bárbara no tuvo el descaro de admitirlo, pero una vez abrió los
ojos, hizo todo lo que estuvo a su alcance por verse junto a Oriana
en el menor tiempo posible.
—Sí... -musitó con un dejo de vergüenza que la otra intuyó. No
podía juzgarla, ella también contó los minutos desde que supo que
la caleña tendría intenciones de acercarse a ese lugar para verse
con ella.
—¿Desayunaste?
—Aún no... Salí muy rápido de casa...
—Yo comí algo esta mañana temprano, pero te puedo llevar a un
cafecito delicioso y quizás aprovecho de acompañarte cuando
menos con una bebida refrescante... ¿Te parece?
—Listo... -se pusieron en marcha.
—¿Qué te gustaría hacer hoy? -Bárbara dejó que su mirada se
enredara en los rayos de aluminio del rin de esa bicicleta.
—¿Y si paseamos en bici por la ciudad?
—¿Te gustaría? -le produjo sorpresa y entusiasmo esa
posibilidad-. ¡Me encanta esa idea! Podemos alquilar una para ti,
solo por hoy... -la miró un par de segundos, fascinada-. No sabía
que te gustara pasear en bici.
—No soy tan atlética como vos, pero no me disgusta.
—Bueno, veamos cómo te sientes hoy recorriendo la ciudad... Si
pasas la prueba, podría invitarte a Turbaco...
—¿Tu ciudad natal? -le sonrió feliz solo de saber que Oriana le
abría paso de a poquito en su vida.
—Bastante cerca de ella... Allí hay un parque precioso que tiene
un circuito bacán para ir en bici de montaña... Nos podemos llevar
dos de las mías, yo te presto una... ¿Qué te parece?
—¡Que ya quiero ir! -rieron. Por lo pronto tuvieron que ceñirse a
las bellezas de Cartagena.
Tras tomar un buen desayuno, Oriana instruyó a la ingeniero
acerca de las normas básicas para circular con bicicleta en la
ciudad.
—¿Conduces? -le preguntó mientras le ajustaba el asiento a la
bicicleta que acababan de arrendar para Bárbara.
—Sí, aunque soy perezosa para conducir... -rio con picardía-.
Prefiero ir de copiloto.
—Pues básicamente debes respetar las mismas normas al ir en
bici -se incorporó y la miró a los ojos-. La bicicleta es también un
vehículo. Ligero, es verdad, pero un medio de transporte al fin, así
que debes respetar el paso de los peatones y estar muy atenta a las
motocicletas y los autos -Bárbara la miraba con atención, pero su
interés por sus instrucciones no le impedía notarla al completo. Le
fascinó la forma en la que llevaba el cabello ese día, recogido con
una crineja de pescado. Le encantó la forma en la que sus ojos
mutaban, mostrándose más verdes cuando la luz incidía sobre ellos
de un modo directo, y acaramelados a la sombra. Se sintió
desfallecer solo de ver las proporciones de su rostro: las cejas finas
que tenía sobre sus ojos almendrados, la nariz recta y pequeña,
esos labios bellísimos que no podía dejar de saborear en sus
pensamientos, el mentón pronunciado y la tersura de su piel. La piel
de Oriana era un poco más dorada, producto de sus años viviendo
en la costa, de un color precioso y atrayente. Ese día la tatuadora
llevaba una camiseta sin mangas de color gris y sus brazos estaban
al completo al descubierto. Se dio cuenta de que sus extremidades
eran firmes, estilizadas y fuertes, que cada uno de los tatuajes que
llevaba sobre ellas, especialmente del lado izquierdo, lucían
hermosos sobre su piel. Reparó en su busto, que le parecía un
verdadero espectáculo, en el resto de su torso y en el trasero y las
piernas fantásticas, cubiertas a medias por un pantaloncillo
deportivo ligero que caía un poco por debajo de su rodilla. A juzgar
por sus extremidades, podía darse una idea de lo que podría
esperarle solo de contemplar la figura de esa ciclista desprovista de
ropa. Notó que a un lado de su pierna derecha tenía un único
tatuaje: una daga preciosa de no más de 15 centímetros y se le
ocurrió que ya era hora de comenzar a indagar en todos los
símbolos que Oriana había escogido para decorar con ellos por
siempre su cuerpo. Se dio cuenta de que todos los recelos que le
despertaba su apariencia estaban sepultados. La mujer que una
noche le pareció incomprensiblemente llamativa y simpática, a pesar
de ser muy distinta a su prototipo de “chica ideal”, se había
transformado para ella en la “mujer perfecta” tal cual era. No
exageraba al sentir que amaba todo de Oriana Padrón, incluso
tomando en consideración todas las cosas que le faltaban por
descubrir de ella y que se moría por saber... ¿Sería recíproca esa
afinidad? Bárbara volvió a tierra y allí seguía la otra, dando consejos
valiosos para el paseo que les esperaba: ...indicar a los otros
conductores cuándo vas a cruzar, bastará con que hagas un gesto
con tu mano o con tu brazo si vas a la derecha o a la izquierda... En
fin... No te preocupes, estaré cuidando de ti en todo momento...
—Esa es la parte que más me gusta de todo esto -le sonrió con
dulzura.
—¿Que estaré cuidando de ti?
—Sí... -musitó.
—Creo que hablaremos de eso más tarde... -le entregó la
bicicleta-. ¿Estás lista? -Ajá.
—Entonces vamos, niña... -ese miércoles recorrieron a La Heroica
sobre pedales.
Hicieron sus respectivas paradas para refrescarse, para que
Oriana le explicara a Bárbara algunas de las singularidades de la
zona histórica de la ciudad y luego de recorrer toda aquella
península norte que flanqueaba una parte de la Bahía de Cartagena,
terminaron el día en El Muelle, con una comida más que merecida.
De sobremesa les esperaba la dicha de descansar sentadas en la
arena, mientras la tarde avanzaba a paso lento marcando su ritmo
sobre los destellos de las olas.
—Siempre acabamos en el mar -susurró Bárbara.
—Sí... Parece un leit motiv... -se miraron y rieron-. Nuestros
paseos siempre acaban en el mar.
Ambas estaban sentadas con las piernas flexionadas y los brazos,
extendidos o no, reposando sobre sus rodillas. Sus hombros casi se
rozaban. Bárbara miraba al mar con una sonrisa preciosa mientras
Oriana se valía de eso para retratar con sus pupilas su perfil. Esa
imagen que se estaba llevando consigo de la caleña esa tarde de
comienzos de diciembre, era en realidad un lienzo de los que no se
borran jamás. Pensó incluso en la canción aquella de
Aterciopelados que hace referencia a ese asunto de llevar un álbum
en tu cabeza de esa persona especial y supo que la niña sentada a
su lado era modelo insistente de sus recuerdos. Sonrió al divisar con
deleite el moño al descuido con el que la chica se había recogido el
cabello minutos después de subir en la bicicleta y darse cuenta de
que sería acalorado transitar por Cartagena de ese modo con esa
melena negra al viento. Se enamoró por enésima vez de sus cejas
ligeramente pobladas, de sus pestañas larguísimas, de su nariz
preciosa, de los labios que eran rojos, como pulpa de granada, pero
se quedó también en el cuello desnudo, en la forma fantástica en la
que las hebras de su cabello encontraban asidero en la parte inferior
de su cabeza, en cómo su piel lucía más blanca que nunca en
contraste con el manto oscuro y en un par de lunares, muy próximos
entre sí, que estaban allí como rasgo maravilloso.
Alrededor del cuello estaba la trenza de cuero que sujetaba el dije
de madera que llevaba siempre consigo y aunque Oriana ya lo
había visto antes, nunca había tenido el tiempo, mucho menos el
pretexto, para detallarlo.
—Háblame de ese dije... ¿Qué significa? -Bárbara despabiló y se
lo tomó entre los dedos.
—Me lo regaló una gran amiga de la juventud a la que volví a ver
hace solo unos meses en Bogotá... Ella nació en Venezuela, luego
en la adolescencia volvió con sus padres a Cali y allí nos
conocimos. Estudiamos juntas en la universidad y cuando culminó
su carrera regresó a su país natal, pero siempre ha estado entre
Venezuela y Colombia, porque toda su familia paterna está acá. En
su último viaje pudimos coincidir y me trajo esto de allá: es la
representación de la luna en la cultura pemón... Al parecer el
símbolo está tomado de un petroglifo...
—¡No me digas! -se encimó un poco sobre ella muy
entusiasmada-. Me fascinan los símbolos... He estudiado semiótica
por años, precisamente para descifrar y comprender el sentido de
algunas de esas representaciones... -Bárbara se puso muy nerviosa
solo de sentir a Oriana tan cerca, mirando su cuello con esa
minuciosidad. Era evidente que la tensión entre ambas iba en
escalada, así como todas las emociones asociadas a su
convergencia.
—Imagino que dentro de tu profesión debe ser muy útil...
—Imaginas bien, mi caleña... -el posesivo la fulminó. Literal-. Es
importante saber diferenciar cosas como el Ojo de Ra o el Ojo de
Horus cuando viene un cliente a tatuarse uno creyendo que es el
otro... -rio.
—No entendí...
—Es un poderoso símbolo egipcio. Te puse un ejemplo bastante
común, la verdad... -se aclaró la garganta-. No solo me he
interesado en semiótica, también he trabajado con caligrafía
tibetana y estudié por algunos años japonés, especialmente para
entender mejor los kanjis.
—Caligrafía tibetana... -no se lo creía.
—Sí... Buena parte de las piezas que diseño se basan en eso, en
caligrafía tibetana y en la interpretación caligráfica de algunos
mantras.
—¿De qué hablas, Oriana? -estaba sorprendida y fascinada.
—Básicamente de budismo tibetano... -suspiró-. Soy budista y
una parte de mi trabajo se enfoca en eso. Aunque no todo, también
tengo composiciones más poéticas y metafóricas.
—Eso quiere decir que todo eso que tienes tatuado en los
brazos... -y los miró con admiración.
—Pues en parte muchas de estas cosas son representaciones
religiosas, filosóficas... Uno que otro yidam, por ejemplo... Algunas
de estas piezas han sido diseñadas por mí y Pacho y Valentina han
tenido la gentileza de tatuarlas... Una de ellas es de un gran amigo
al que admiro mucho, trabaja en Bogotá... -miró sus brazos
superficialmente-. También tengo diseños exclusivos que mis
amigos y socios concibieron pensando en mí y en lo que saben de
lo que me gusta y de mi personalidad... Por ejemplo, mi brazo
derecho es todo un tributo a mi abuelo... -Bárbara siguió con sus
ojos ese tatuaje que cubría con su compleja composición buena
parte de esa extremidad. La magistral representación de una
cadena lo contorneaba, como brazalete, hasta culminar en un
cronómetro idéntico al que ella atesoraba, vio cómo ese mismo
camino helicoidal que describía esa cadena abrazando el brazo
precioso de Oriana le servía de apoyo a un ciclista que bajaba por
ella. Le acompañaban a esa escena otros elementos, que la caleña
supuso eran símbolos metafóricos de la hermosa relación de esa
chica con ese hombre tan especial-. Esta pieza la diseñó mi
Pachito... Él es una maravilla en hiperrealismo.
—¿Puedo...? -y señaló con timidez su brazo izquierdo.
—Sí, claro... -susurró y vio a Bárbara tomar su brazo, apoyarlo
con suavidad de su regazo y observar, con suma atención, cada uno
de esos tatuajes. Incluso se atrevió a contornearlos suavemente con
la punta de sus dedos. Sentir el cosquilleo de las suaves yemas de
la caleña en su piel, hizo a Oriana volar. Cerró despacio los ojos,
cuan kinestésica era, e hizo un verdadero esfuerzo para no
estremecerse.
—Son hermosos, Oriana... -susurró-. Pensar que en algún
momento hasta desconfié de ellos... -se miraron a los ojos de un
modo sobrecogedor. Sí, a la tatuadora la estremecía de punta a
punta saber que la caleña la rozaba, pero a la que propinaba esas
ligeras caricias no le era indiferente lo que estaba sucediendo.
—¿Así que te imaginaste cualquier cosa de mí solo por tener
tatuajes?
—No exageres... -rieron con una timidez casi infantil, producto de
todo lo que estaban sintiendo al descubrirse-. Solo vi en ti a una
niña que no se parece en nada a las mujeres que suelen gustarme...
-suspiró-. No me enorgullezco de esto, pero muy especialmente en
Bogotá me relacioné con personas más bien frívolas. No solo lo era
Tamara, mi ex pareja, también lo eran sus amigas... Se podría decir
que de algún modo me dejé llevar por sus prejuicios.
—¿Y ahora? -sonrió de medio lado-. ¿Qué opinas ahora que
sabes que mis tatuajes son especialmente espirituales en lugar de
ser producto de mi paso por una secta satánica? -Bárbara soltó una
carcajada.
—¡Oriana Padrón! ¡No digas eso! -se ruborizó-. Me haces sentir
como una boba, ¿oís?
—No eres una boba, niña... -se alzó de hombros-. Todo el mundo
lo cree... Vieras la cara de mi abuela cada vez que los visito en
Turbana y se da cuenta de que estoy más rayada... Al menos tuve
dos consuelos contigo... -a Bárbara le llamó la atención que usara
esa frase, que a su vez también era tan propia de ella.
—Háblame de tus dos consuelos y luego yo te compartiré los
míos.
—Pues que me dieras la oportunidad de acercarme y que te estés
tomando tu tiempo en descubrirme...
—Pues a mí también me consuelan dos cosas: que me tomaras
en consideración, a pesar de ser tan distintas, y que te propusieras
mostrarme, de a poco, quién eres en realidad... -se miraron por
varios segundos sonriendo ilusionadas.
—Era imposible dejarte pasar, caleña... -suspiró y bajó la mirada
despacio-. Te he estado evocando en mis versos desde que
bailamos juntas la primera vez, cuando yo aún estaba con Ana
Paula y creía que esa Claudia era tu novia... Valentina me dijo que
no dejara de rimar en tu nombre, porque posiblemente de tanto
hacerlo un ángel me hacía el milagro... Luego te vi, ahora sé que sí,
que te vi por mi calle, cuando ni siquiera me imaginaba que éramos
vecinas... Reconocí no solo tu silueta, también tu cabello y por
supuesto tu rostro, pero al detenerme te esfumaste, imagino que
porque cruzaste hacia tu edificio o en una de las transversales de
nuestra calle. Después volvimos a coincidir, cuando tú ibas en ese
auto y creí que sí, que mis versos eran como una alfombra tapizada
en alas de mariposa que te estaban trayendo hacia mí, ingrávida,
flotando en un sentimiento y en la dicha de las causalidades...
—Siempre ha sido así... -se miraron de nuevo-. Siempre ha sido
así, ¿oís? Porque ahora sé que cuando miraba al cielo y me
preguntaba si esa persona especial estaría haciendo lo mismo, sé
que sí...
—Sí, claro que sí, miraba al cielo como lo hacen los locos o los
poetas para que el claro de luna me iluminara los versos... -rio-.
Esos versos insulsos, sin gracia y tochos con los cuales yo jugaba a
enamorarte sin conocerte...
—No estábamos jugando, nos estábamos invocando... -rio-.
Éramos como un par de brujas irreverentes que hacen un ritual en
noche de plenilunio para obrar un encantamiento.
—Pues resultó, porque luego te me cruzaste en mi camino esa
noche... ¡La misma noche en la que se abría un nuevo ciclo solar en
mi vida!
—¡Ya ves! -se alzó de hombros, juguetona-. Todo estaba
fríamente calculado.
—¡No, no, no seas tan boba, caleña! -se echaron a reír-. Nada de
cálculos... ¡Esa fue una borrachera con todas las de la ley!
—¡Una borrachera de destino, Oriana Padrón! -lo decía entre
risas-. Fueron esas viejas que tejen los hilos de nuestras vidas las
que me pusieron por delante ese Rosarito, que además no rechacé
por tener nombre de mujer... -seguían riendo.
—¡Muy sorora, Bárbara Monsalve!
—Esa noche el destino quiso que cuidaras de mí, como siempre
lo ansié desde que era una niña... -se miraron fijamente por
segundos.
—Lo que me hace pensar que sí, que para mí es un placer
inmenso velarte, mi caleña, pero...
—Sí, ya sé lo que me vas a decir... -bajó la mirada avergonzada
como si se anticipara a sus palabras-. Ya sé que tengo que hacerme
responsable, como esa tarde en la que me dijiste que la única razón
por la cual yo tuve algo de culpa en lo que pasó en ese hotel de
Barranquilla es porque algo tenía que aprender de eso y lo acabo de
ver...
—¿Ah, sí?
—Sí... -se alzó de hombros-. No puedo esperar que me cuides, ni
tú, ni nadie... Esperar que otra me cuide es una estupidez que he
estado cometiendo desde niña, cuando al ser la menor de cinco
hermanos, siempre fui la sobreprotegida...
—No deberías justificarte en eso, niña... -se lo dijo con dulzura y
le acarició el cabello, valiéndose de ese mechón que se había
soltado rebelde de su moño como producto del desbarajuste que
obraba la brisa del mar en su cabeza, para tomarlo con sus dedos
finos y anclarlo con suavidad detrás de su oreja-. La forma en la que
nos educaron nuestros padres no debería ser una excusa, en
nuestra adultez, para negarnos a aprender o cambiar eso que
debemos mejorar.
—Pues es verdad... No debería justificarme y no lo haré más… -
volvieron a mirarse a los ojos-. Mi ingenuidad y ese deseo de ser
siempre la protegida fue lo que me llevó a depositar en las manos
de las personas menos indicadas una responsabilidad que tenía que
ser mía... Jamás debí pretender que Tamara cuidara de mí, porque
fue precisamente esa fragilidad emocional lo que le dio a ella el
derecho de controlarme, dominarme y humillarme como lo hizo,
haciéndome sentir tonta y torpe... ¡Incluso en lo profesional!
Créeme, Oriana, mi afán por ser protegida es más emocional y
sentimental que material, porque en esa área me desempeño muy
bien... -suspiró-. Jamás debí dejar a Claudia Valencia hacerse
responsable de mi conducta esa noche y mira... ¡Qué gran lección!
—Efectivamente, Bárbara.
—Ahora entiendo por qué quieres ir despacio... -susurró-. Ahora
entiendo por qué me dijiste que no te endosara mi corazón así por
así y agradezco mucho que seas la mujer que eres, porque sin
demasiado esfuerzo y en muy poco tiempo, me has hecho ver cosas
que en mis 30 años no había notado...
—No solo estoy aquí para componerte versos... -se sonrieron. -
¿Qué se supone que podré entregarte yo a vos luego de todo esto?
—El intercambio apenas comienza, niña hermosa... -le tomó las
manos-. Te sorprenderás de todo lo que nos dejaremos la una a la
otra...
—Al menos los crepúsculos sé que no faltarán... -y repararon en
ese atardecer que de nuevo se precipitaba sobre el iris de sus ojos.
—¿Quién no quiere descubrir el amor entre crepúsculos, Bárbara
Monsalve?
—Pues ahora que tengo en tus ojos la llave para pasar al otro
lado de una puesta de sol, no me cansaré de hacer el tránsito,
Oriana Padrón.
Aproximaron despacio sus rostros y rozaron con suavidad sus
frentes, las puntas de sus narices y aunque quisieron concederle la
primicia a sus labios, entendían, ahora con sobradas razones, que el
amor de ambas era como un mango de bocado, que se disfruta
mejor en tajadas finas.
LA CICLA

De regreso en Cartagena luego de pasar las fiestas en Turbana,


una de las primeras cosas que hizo Oriana fue visitar a Salomé y a
Valentina. Por lo general sus amigas se quedaban en La Heroica,
pues eran lugareñas y solían celebrar la Nochebuena con sus
familias, turnándose de acuerdo a la ocasión, pero era una tradición
entre ellas compartir un almuerzo o una cena días más tarde, a
modo de celebración personal.
—¿Quién sabe? -dijo Valentina risueña mientras aderezaba la
hamburguesa que tenía en su plato. Habían ido a uno de sus locales
favoritos en la ciudad para almorzar-. Posiblemente el año que viene
tú y Bárbara se nos unen y celebramos las fiestas en pareja,
digamos...
—Sería lindo... -musitó Oriana y Salomé reparó en ella de
inmediato.
—China, ¿te sientes bien?
—No lo sé, Salomé... No sé si estoy nostálgica por las fechas o
más bien irritable, muerta de las ansias -Valentina casi escupe la
bebida y su novia miró a la mujer de cabello acaramelado con ojos
atónitos.
—¿De las ansias? -masculló la flaca-. ¿Y a qué te refieres tú,
Oriana Padrón, cuando hablas de ansias?
—Ansias... -se alzó de hombros-. Ansias, deseos, ganas... Hay
muchos sinónimos, la verdad.
—¿Te refieres a tus deseos por Bárbara? -Salomé la escrutó con
la mirada.
—Sí, sí... -dijo en medio de un suspiro, mientras trataba de poner
atención en su comida-. Me refiero a eso precisamente.
—Oriana... -Valentina sonrió con malicia-. Tú no me estarás
insinuando que tienes todo este tiempo saliendo con Bárbara,
viéndola todos los días, y que no han tenido sexo, ¡porque no te lo
creo! -Salomé la volteó a ver indignada.
—¿Y qué tiene de malo? -se cruzó de brazos con el ceño
fruncido-. Dijo que se lo tomaría despacio, ¿no? Además, hace muy
poco que terminó con Ana Paula.
—¡Es que no me lo creo! -y acompañó su incredulidad de una
carcajada.
—Pues créelo -soltó Oriana más bien seria.
—¿Y por qué? -gritó la flaca sin darse cuenta, en el colmo de la
indignación, mientras Salomé sacudía la cabeza con desaprobación
y decidía, para sus adentros, no inmiscuirse en el tema.
—¿Por qué? -se avergonzó un poco-, porque yo lo he frenado.
—¿Porque tú lo has frenado? ¡Esto es insólito! -soltó una
carcajada-. ¡La misma que no hallaba cómo contener a la pelada
ahora frena a una mujer como Bárbara! -intercambió una mirada
fugaz con Salomé, que ya tenía rostro de piedra-. Sé de muchas
viejas que si estuviesen saliendo con una mujer como la caleña,
vivirían metidas entre sus piernas todo el día...
Oriana sintió cómo una espada, con la palabra celos grabada en
su empuñadura, la atravesaba de pecho a espalda. A su irritabilidad
y a su nostalgia, se le sumó este sentimiento prácticamente
desconocido por ella, que ahora entraba a escena con fuerza, y miró
a su mejor amiga con desagrado, como nunca lo había hecho en su
vida.
—Oriana... -susurró Valentina con desconcierto-. No me veas así,
oye... Lo digo en sentido figurado... Disculpa si te ofendí...
—¡Y no solo a ella, Valentina! -Salomé retomó la palabra-. ¡Hasta
yo me ruboricé con eso que acabas de decir!
—Lo siento, Valentina, pero... ¿podrías moderar tu efusividad con
respecto a Bárbara? No es la primera vez que te lo digo -suspiró
molesta y la mejor amiga alzó su mano en señal de juramento,
guiñándole un ojo a Salomé a modo de disculpa por su comentario.
Oriana pensó unos instantes recordando con amargura a Claudia
Valencia-. Y sí, tienes toda la razón porque sé de sobra que más de
una quisiera tener a la caleña de esa manera como lo describiste.
—¡Pues desde luego que las hay, Oriana! ¿Es que tú lo dudas?
¡Sabemos de sobra que la caleña es una belleza de mujer! -Oriana
la miró de nuevo con un dejo de desaprobación, sin embargo
continuaba pensativa.
—Tienes suerte de que tú también eres un partidazo, china... -
Salomé le sonrió con dulzura-, así que yo no me preocuparía mucho
por eso.
—Por eso no... ¿y por lo otro? -voltearon a ver a Valentina
extrañadas.
—¿A qué te refieres con “lo otro”? -Oriana se cruzó de brazos
muy seria.
—A la forma como posiblemente Bárbara interpreta tu abstinencia
-Oriana y Salomé intercambiaron una mirada fugaz-. Es decir, OriP,
por varias semanas estuviste componiéndole versos a esa mujer,
suspirando por ella...
—¡Sí, Valentina, sí! Yo suspiraba y continúo suspirando por
Bárbara, tanto o más que el primer día, pero he querido tomarme las
cosas con calma.
—¿Y para qué? -Valentina lo dijo con una mueca cómica,
mientras Salomé torció los ojos, indignada.
—Bueno... de alguna forma tienes que reconocer que lo nuestro
comenzó siendo platónico, no sabíamos si había química o no...
—Esa es una duda que te sacaste de encima hace mucho,
Oriana, no es excusa.
—Sí, pero déjame terminar, flaca... -pensó velozmente,
atenazando la punta de su nariz entre las palmas de sus manos-.
Por otro lado, yo acabo de terminar esa locura de relación que en
teoría sostuve con Ana Paula y ya se los dije una vez: creo que lo
más prudente es darnos tiempo.
—¿Aunque te maten las ansias?
—Aunque me maten las ansias, sí -se cruzó de brazos.
—¿Y tiempo para qué, si la vida es ahora? -se alzó de hombros,
le propinó un buen mordisco a su hamburguesa, tragó el bocado y
continuó: ¿Vas a pasar de la absoluta insensatez a la más férrea
racionalidad, es eso? Porque creo que tratándose de una mujer
como Bárbara tus autoimpuestas limitaciones no te sirven de nada.
—¡Valentina Izaquita, cuando te pones testaruda no hay quien
pueda contigo, oye! -Salomé volteó a verla muy seria.
—A ver, flaca... -Oriana suspiró-. Esto ya se los expliqué, pero
quiero que quede claro: Bárbara me importa demasiado, en lo más
profundo de mi corazón siento que ella no es como ninguna otra.
—En eso estamos de acuerdo contigo -suspiró, mirando con
dulzura a Salomé, aunque ella no estuviese muy complacida con la
charla-. Es la mejor candidata que hemos conocido y somos amigas
de muchos años...
—¡Precisamente por eso, con ella quiero hacer las cosas bien!
—¡Me parece excelente, china! -la apoyó Salomé.
—A mí no tanto... -masculló Valentina y volvió a ganarse miradas
de odio-. Es decir, entiendo de sobra por qué lo haces y tal y como
dice Salomé, pues está muy bien, pero siento que se te está
pasando la mano con la sensatez.
—¿Me estás hablando en serio, flaca?
—¡Muy en serio, Oriana! ¿O es que crees que te estoy contando
un cuento para dormir? Ponte en el lugar de Bárbara... -las encaró a
ambas-. Pónganse en el lugar de Bárbara ahora mismo y tú, OriP,
responde: ¿ella lo desea, lo ha insinuado, quiere que la relación
vaya más rápido?
—¡Cómo no! -y de solo pensarlo ya se le erizaba la piel.
—Y tú, ¡dura! ¡Como las murallas de La Heroica! ¿Me equivoco?
—Más o menos, sí.
—Pues a estas alturas tu caleña debe sentir que no te gusta ni
para ir al mercado con ella a comprar las flores...
—¿Vos no estarás exagerando, chata?
—No sé, Carito -tenía la cabeza gacha y la taza de té entre las
manos-. Yo creo que no le llegué al idilio.
—¡No empecemos con eso! -se sentó a su lado y le estrujó el
hombro. Habían regresado a Barranquilla luego de pasar las fiestas
en Cali junto a sus padres, hermanos y el resto de los sobrinos. No
solo la distancia, muy especialmente el ritmo en el cual habían
decidido llevar las afinidades, hacía emerger en Bárbara una que
otra inquietud-. Si cumples o no las expectativas de Oriana, eso es
asunto de ella. Vos eres una gran mujer, duélale a quien le duela.
—Gracias, Carito, eres un sol -la hermana mayor se quedó
pensativa.
—Pero, me vas a disculpar, chatita... Yo aún no he tenido el placer
de conocer a la niña de las coletas, pero por todo lo que me
cuentas, yo siento que esa chica te adora... Se ha comportado con
vos de una forma increíble, ante todo como una gran amiga...
—Pues será que me quiere solo para eso, para ser mi amiga.
—¿Y no será que Oriana quiere tomarse las cosas con calma?
—Eso fue lo que acordamos desde el principio, pero... ¿qué tanta
calma necesita? ¡No somos precisamente unas niñas! -alzó la
mirada despacio con estupor gracias a la idea que acababa de
pasarle por la cabeza en ese preciso instante-. ¿Y si aún sigue
interesada en la pelada? -miró a los ojos a Carito-. ¿Y si es eso? ¿Y
si Oriana sigue enamorada de la niña de 20 años?
—Lo dudo... -se cruzó de brazos-. Por lo poemas, por las cosas
que te dice y hace, siento que es mujer de ir en un solo vagón, ¡sin
bajarse de él, ni mucho menos cambiarse!
—¿Mujer de ir en un solo vagón?
—¡Claro! ¡Que viene por vos, Bárbara, niña! ¡Que solo le
interesas vos! -se dio un par de palmadas en las rodillas-, pero
claro, siempre has sido impulsiva y precipitada cuando se trata del
romance y me imagino que ya le has dado a entender que de ser
por vos, ya estarían de novias oficiales, ¿no?
—¡Pues claro! ¡Es imposible no hacerlo!
—¿Y ella qué piensa? ¿Ella qué opina de tu afán?
—Pues, siendo objetiva, es dulce, romántica, enigmática,
amorosa y jamás, jamás lo ha descartado... La última vez que
contemplamos un atardecer casi nos dimos un beso y... -se
estremeció solo de recordarlo.
—Bueno, ahí está, chata. Es una mujer a la que le gusta darse su
tiempo, eso también se respeta, Bárbara... ¡Es más, ya te lo dije una
vez: me encanta su paciencia! -la hermana menor suspiró-.
Volviendo a esa tontería de si solo te quiere como amiga o no,
desde mi perspectiva de mujer heterosexual te puedo decir que
cuando una no quiere nada con alguien, ni que le bajen el coro de
ángeles del cielo. Estás exagerando, me parece.
—En el fondo tengo miedo y me siento triste. Creo que en
cualquier momento me manda a volar.
—¿Y qué planes tienen para mañana? -estaba previsto que
Oriana fuese a Barranquilla para buscar a Bárbara y, con esa
excusa, conocer a su hermana y a sus sobrinos.
—Pues regresaremos a Cartagena, quizás una vez allá iremos a
comer o a tomarnos algo... ¡Lo de siempre!
—¿Y si más bien se proponen una celebración más íntima para
anticiparse a la llegada del nuevo año? Una cena tranquila en el
departamento de alguna de las dos, una botellita de vino blanco...
—¿Vino blanco? -casi sintió náuseas recordando su experiencia
en la fiesta corporativa de su empresa.
—¡Ah, cierto! ¡Cierto que no debes beber, chata! ¡Y mucho menos
luego de lo ocurrido! -se aclaró la garganta-. Bueno, la botella de
vino blanco la cambias por una de gaseosa o por una jarra de agua
de panela y la acompañas con un buen CD de Lionel Richie... -
Bárbara soltó una carcajada, las ocurrencias de Carito la ayudaban
a luchar con sus dudas.
—¿Lionel Richie? -pensó un poco-. ¿Endless Love o algo así?
¿Lo mismo que bailaron David y vos en su boda?
—¡No! ¡No señor chata! -le habló muy seria y la otra se
sorprendió-. Esa es mi canción con David y te prohibo que la uses
para fines amorosos con Oriana -Bárbara continuó riendo-. Yo
estaba pensando más bien en una como Hello... ¡Qué canción,
chata! ¡Qué canción! -Carito comenzó a tararear y Bárbara a poner
letra a sus torpes acordes, tratando de hacer memoria. No prefería
la música de ese cantante, pero sí que lo había escuchado muchas
veces, en especial en la casa de su hermana mayor, que solía
ponerlo con mucha frecuencia.
—He estado a solas conmigo, con tu imagen siempre en mi
cabeza... -suspiró, recordando la letra de la canción en inglés
mientras Carito tarareaba, traduciéndola simultáneamente al
español-. Y en mis sueños he besado tus labios miles de veces... A
veces te veo pasar frente a mi puerta... -miró a la nada abismada, le
produjeron nostalgia esas palabras, en especial por la historia de
amor a la distancia que de alguna manera protagonizaron antes de
conocerse, cuando solo eran una adolescentes que se desconocían
y luego, ya de adultas, manifestándose la una ante la otra en
algunos rincones de Cartagena. ¿Eran suyos todos los poemas de
Oriana? ¿Eran de Oriana todas las estrellas que consiguieron
acunar en los ojos de Bárbara? Volvió a suspirar y se dijo para sus
adentros, con una convicción de esas que estremece: “Sí”.
—Jelou -machacó Carito transportada en su romanticismo, con la
canción aún rondándole en la cabeza-, isit mi yu luquin for? ¡Es
Lionel Richie, beibi! -le dio un empujón suave con su hombro-. Si no
cede con él, no lo hará con nadie.
—Creo que si me diera por seducir a Oriana en mi casa, durante
una cena, no apelaría a ese sujeto del que hablas... Más bien usaría
esa cancioncita preciosa...
—Sí, ya sé... Estar lejos... -dijo y le guiñó el ojo-. Si te inclinas por
algo así le puedes incluir cosas hermosas como Amada mía e
Idilio... No son precisamente muy actuales...
—Pero sencillamente devastadoras, de eso no te quepa la menor
duda...
—¡Chata! -estaba entusiasmada-. ¡Vos sí que sabes! -Bárbara se
ruborizó, sintiéndose un poco torpe.
—¡Pues no, la verdad es que no sé! ¿Por qué no se me ocurren
estas cosas? ¿Por qué no soy detallista? Esas canciones solo han
estado allí para musicalizar mis propias ensoñaciones, pero jamás,
jamás las he usado con otra mujer, mucho menos las he dedicado -
pensó-. Y ahora que lo reflexiono con todo este asunto de la canción
de Lionel Richie... ¡Oriana puede ser tan romántica, tan fantástica!
Es una pena que se haya empecinado con este asunto de que nos
tomemos nuestro tiempo... ¡Me hace sentir que ambas estamos
metidas en un laberinto, sin poder encontrarnos para amarnos como
queremos!
—Ahí es cuando llegas vos y la sacas del laberinto, chata. Para
eso sirven las relaciones de pareja que funcionan -Bárbara se quedó
pensativa, la voz de Lionel Richie ya no podía salir de su cabeza.
Carito observó su perfil unos instantes: ¿Y si lo conversas con ella y
le ponen fecha a esa "primera vez"? -la caleña se estremeció.
—¡Me aterra la sola idea de hacer eso! -¿Por qué? -se miraron a
los ojos. -¿Qué hago si Oriana me rechaza?
—¿Y por qué habría de rechazarte? -Salomé frunció el ceño ante
esa confesión de Oriana.
—¡Quién sabe! Quizás ya está cansada de que la frene, de que
yo siga aferrada a mi deseo de tomarnos las cosas con calma y si
yo... pues si yo propicio otras cosas, quizás sea ella la que no esté
muy dispuesta...
-Si lo hace, lo tienes bien merecido -Valentina rio, inflexible.
—¿De parte de quién estás tú, flaca?
—De tu parte, pero en esto, creo que apoyo a Bárbara.
—Me parece que ustedes dos están subestimando a la caleña -
voltearon a ver a Salomé, que muy poco opinaba.
—No entiendo... -susurró Valentina.
—Finalmente estamos girando sobre la misma órbita que te dejó
la relación de Ana Paula, Oriana... -se miraron a los ojos-. ¿Por qué
tendría que preocuparte tanto el sexo ahora, si antes lo tuviste de
sobra y te diste cuenta de que eso no funciona por sí solo?
—Excelente punto, flaquita... -miró a Valentina con un gesto
triunfal.
—Tienes muchas formas de hacer sentir amada a Bárbara y
cuando estén listas, cuando les llegue el momento de avanzar a
más, lo harán y ya...
—Me gusta la perspectiva de Salomé, porque coincide con lo que
siento... -Valentina la miró con cara de aburrimiento-. Yo adoro a
Bárbara, pero lo quiero hacer bien y para hacerlo bien...
—Sí, sí, Florentino Ariza, como en El amor en los tiempos del
cólera, con suerte estarán juntas en 51 años... ¡Felicidades! -volvió a
morder su hamburguesa y al tragar, añadió algo más: un último
consejo, OriP... -miró a Salomé-. Y espero que la policía del amor no
me amoneste por decir esto: en una relación, el sexo también es un
indicador. Sí, es verdad, tuviste demasiado de eso y nada de lo
demás con la pelada, pero... ¡No lo pierdas de vista, mucho menos
tratándose de una mujer como Bárbara! Oriana volvió a sumirse en
sus reflexiones.
Bastaba escucharse para que las sombras de las dudas fuesen
sustituidas de inmediato con el resplandor de las luciérnagas que les
revoloteaban en el pecho cuando se sabían. Antes de salir rumbo a
Barranquilla, Oriana aprovechó de llamar a la caleña y entre frases
que se escapaban de sus labios de albaricoque filtradas por
sonrisas y una que otra picardía de la mujer de ojos verdosos,
Bárbara ya estaba subida de nuevo al volantín de las ilusiones.
Quizás, en el fondo, eran solo un par de mujeres profundamente
enamoradas que dudan de las afinidades hermosas y que no ven la
hora de transformar sus deseos en aproximaciones fascinantes y
tangibles. La duda, la dulce duda, es después de todo otra de las
guindas del amor... agridulce por momentos.
—¡Bárbara Monsalve! Siéntate de una vez y quédate tranquila,
niña, que me tienes al borde del mareo... No puede ser que desde
que Oriana te dijo que venía en camino, no has parado de dar
vueltas... ¡Pareces una niña ansiosa!
—¡Soy una niña ansiosa, Carito!
—Pues vas a tener que controlarte... Si te pones así solo por no
ver a la tatuadora cinco días, no me quiero imaginar qué va a ser de
vos cuando regreses a Bogotá -ese 27 de diciembre, Valentina
accedió de muy buena gana a prestarle el auto a Oriana para que
fuese al encuentro de la mujer de cabello negro que le estaba
recomponiendo el lienzo que era su vida.
—¿Y qué te hace pensar que voy a volver a Bogotá? -la sonrisa
pícara de Bárbara fue deliciosa. Carito la miró pasmada-. No, no,
nada de eso, ¿oís? Ya lo tengo todo fríamente calculado...
—¿De qué estás hablando, niña?
—En primer lugar, me siento demasiado bien en Cartagena como
para siquiera considerar volver a la capital. En segundo lugar,
tenerte a vos y a los niños cerca, es un motivo de alegría que ni te
imaginas... ¡Me encanta saber que puedo visitarlos casi todos los
fines de semana y estar con ustedes! En tercer lugar, en esa ciudad
conocí a unas niñas maravillosas que en muy poco tiempo se han
convertido en buenas amigas, así que no me gustaría renunciar a
eso... y en cuarto lugar... -se ruborizó-. Yo sé que Oriana y yo
decidimos ir despacio para conocernos bien y explorar a fondo esta
maravillosa conexión que ambas tenemos, pero... ¿de verdad crees
que yo voy a regresar tan tranquila a Bogotá sabiendo que ella está
aquí? No, Carito, no. Ahora más que nunca yo sé y siento que mi
lugar está acá y no, no voy a renunciar a todas las cosas que han
estado llegando a mi vida, como premios del destino.
—¿Y Claudia Valencia? -la miró muy seria.
—Es mi único punto en contra, pero si en enero se le ha pasado
el frenesí que tiene conmigo, créeme que ella ya no será un motivo
para que yo huya.
—¿Y cómo piensas lograr que el traslado sea definitivo?
—He estado pensando intensamente en eso, porque no parece
muy justificado que se diga, especialmente por la figura de Claudia.
Una vez culmine las cosas que tengo que hacer acá, no creo que la
empresa esté muy dispuesta a mantener a dos profesionales, casi
del mismo perfil, ocupándose de las mismas cosas.
—Y no echarán a la imbécil de Catalina, porque ella tiene más
antigüedad que vos en la empresa... -Bárbara se echó a reír.
—¿No me digas que ya vas a empezar a cambiarle el nombre a
ella también?
—¡Con lo mucho que la detesto, no debería extrañarte! ¡Me
fascina la posibilidad de que te vengas a Cartagena
permanentemente, pero no puedo con la idea de saber a Carmela
cerca de vos!
—Ha seguido insistiendo... -suspiró-. En Navidad le atendí la
llamada y conversamos por algunos segundos, pero una vez
comenzó con lo mismo, una vez empezó a recordarme lo que
supuestamente siente por mí y todo lo que está padeciendo, me
despedí bruscamente y lo dejamos hasta ahí. Una de las primeras
cosas que voy a hacer en enero, es darle la oportunidad de que
hable conmigo eso que tanto ansía y una vez se desahogue, daré
por muerto y enterrado el tema.
—Esperemos que esa concesión te sirva de algo.
—Esperemos... -se aclaró la garganta-. Pero no tengo ánimos de
hablar de Claudia Valencia... Volvamos a mi traslado definitivo a
Cartagena: deseo preparar un buen informe en el cual pueda
justificar ante la empresa los beneficios de mi permanencia en la
costa, para que lo tomen en consideración y evalúen mi caso con
buenos argumentos.
—¿Y si lo descartan? -Bárbara la miró a los ojos muy seria.
—Si lo descartan me ponen en una posición difícil porque yo de
verdad ansío quedarme acá, con todos ustedes... -se estrujó un
poco el rostro con sus manos-. Mejor ni pensarlo, Carito...
¡Tengamos fe! ¡Tengamos fe y crucemos los dedos para que todo,
absolutamente todo, salga como lo ansío!
—Bueno... -se quedó pensativa-. ¿Y dónde quedan tus
aspiraciones? -se miraron a los ojos-. Todos estos años te has
enorgullecido mucho de haber ingresado a una de las constructoras
más importantes de Colombia y desde que estabas con Talía -
Bárbara se echó a reír-, siempre estuviste luchando para
demostrarle a esa mujer que vos eras mucho más que una cara
bonita, ¿lo recuerdas?
—Lo recuerdo, sí...
—Todo ese tiempo estuviste haciendo hasta lo imposible para
demostrarle que vos no eras una boba, escalando posiciones y
asumiendo compromisos cada vez más importantes dentro de la
empresa...
—Es así, pero... ¿Quién dice que tengo que renunciar a mis
aspiraciones si me quedo?
—¡No, no lo sé! Recuerda que yo de tu trabajo o profesión no sé
nada. Yo siempre creí que solo podías alcanzar tus metas en
Bogotá y que por eso decidiste marcharte a esa ciudad una vez te
graduaste.
—Pues no lo sé, Carito... -se quedó pensativa-. Tendría que
evaluarlo todo muy bien, pero... -el teléfono de Bárbara comenzó a
sonar y supo, al ver que la que llamaba era Oriana, que
posiblemente estaba cerca o que ya había llegado. Corrió a
atenderla con una sonrisa de júbilo que para la otra era una
novedad.
Solo tuvo que esperar un puñado de minutos para tener a la chica
de las coletas (que le había concedido el gusto al presentarse ante
ella peinada de ese modo) ante sus ojos. Corrió a recibirla en el
portal de aquella casita de Barranquilla, colgándose con suavidad de
sus hombros. Bárbara casi se sintió morir al experimentar el modo
en el que Oriana deslizaba sus manos por su espalda, para tomarla
entre sus brazos. La niña del cabello amelcochado era kinestésica,
por eso ningún estímulo para ella contaba más que el táctil y ese
modo que tenía de tocar, de recorrer con sus manos la piel de la
caleña, era como poema en rima asonante que encontraba los
guiños de musicalidad en la forma en la cual los relieves de su
cuerpo solo cobraban sentido cobijados por el ritmo de esas palmas
suaves, cálidas, tiernísimas.
El abrazo con el que Oriana recibía a Bárbara vino acompañado
de un beso que la tatuadora puso allí, tan generosamente, en la
mejilla derecha de la mujer de los ojos y el cabello negro y tras esa
bienvenida, las dos se separaron despacio, sin dejar de mirarse a
los ojos. Carito se aproximó y al ver el hipnotismo que las reunía,
hizo una pertinente aclaratoria:
—No se me pongan muy querendonas ustedes dos, porque los
chinos no saben nada y no quiero tener que pasar el resto de las
vacaciones explicándole a los pelados por qué dos mujeres se
abrazan y se miran del modo en el que ustedes lo hacen -ambas se
echaron a reír ante semejante comentario.
—Bueno, bueno... -y Bárbara se apartó de los brazos de Oriana,
echando de menos su calor de inmediato. Procedió a presentarlas-.
Carito, ella es Oriana...
—¡La niña de las coletas! -Oriana rio. Se estrecharon la mano-. Te
puedo asegurar que mi hermana te estuvo imaginando por toda
Cartagena...
—Como yo a ella, ni más ni menos.
—¿Qué puede ser peor que una romántica que no tiene remedio?
—¡Dos románticas que no tienen remedio! -y para mayor énfasis,
lo afirmaron al mismo tiempo.
—¿Pasamos y nos tomamos un cafecito antes de que regresen a
Cartagena? Aunque si no tienen apuro, podemos almorzar juntas -
Bárbara y Oriana se miraron a los ojos.
—¿Te gustaría almorzar acá?
—Por mí, suena genial.
—¡Listo! -Carito dio un par de palmadas, entusiasmada-.
Entonces vamos primero por el café y me pongo con la comida -la
siguieron hasta el interior de la casa.
No tenían más de cinco minutos dentro de la residencia de la
hermana mayor de Bárbara cuando Oriana notó una bicicleta
preciosa recostada de una de las paredes de la sala.
—¿Y esa bici tan bella? -susurró mientras se sentaba en el mesón
de la cocina, junto a Bárbara. Del otro lado, ya Carito se encargaba
del café.
—¡Mejor ni preguntes, niña! -la chica de ojos verdosos volteó a
ver a la mujer extrañada-. La historia de esa bicicleta es una
tragedia... -Bárbara soltó una risita y Oriana no podía quedarse con
ese cuento a medias:
—¿Una tragedia? -se cruzó de brazos sobre ese mesón-.
Cuéntame más...
—Samuel, mi hijo, le pidió a Papá Noel una bicicleta entre los
regalos que quería para Navidad...
—Ajá.
—David escogió para él una bicicleta un poco más grande, con la
idea de que le durara por más tiempo...
—Y escogió bien... -le aseguró Oriana girando su cabeza para ver
de nuevo la bici-. Porque además de ser preciosa, es de muy buena
calidad y estoy segura de que le va a sacar provecho por años...
—Pues el primer drama con la bici es que decidimos dejarla acá
en lugar de llevarla a Cali... No tenía sentido que nos lleváramos esa
cosa tan aparatosa solo para que el niño la recibiera en Navidad...
—Comprensible...
—Pero Samuel armó un drama horroroso en la casa de nuestros
padres... -Bárbara lo comentó entre risas, Oriana la veía encantada.
—Te imaginarás que el niño estaba deprimido y aunque le
aseguramos que era casi seguro que Papá Noel le había dejado su
regalo acá, no hubo modo de convencerlo...
—Hasta que la vio con sus propios ojos y se puso como loco de
alegría...
—Dicha que le duró poco, porque una vez que quiso estrenar su
regalo, pues... -Carito miró a Oriana con una expresión de
decepción más bien cómica-, pues las rueditas que supuestamente
lo iban a ayudar a usar la bici, se torcieron y se doblaron y no hubo
caso...
—Así que Samuel de nuevo se deprimió... -Bárbara seguía riendo.
—El pelado se cayó y le agarró más bien miedo a la bici y aunque
David trató de enseñarlo a usarla sin las rueditas pequeñas, no hubo
manera de que se animara... -Oriana reflexionó algunos segundos.
—Bueno -volteó de nuevo hacia la bicicleta, esta vez sin las
ruedas de apoyo-. No es de extrañar que sucediera todo eso,
porque esa bicicleta es muy alta para esas rueditas auxiliares...
Ellas funcionan en ciclas con un rin más bajo y definitivamente más
livianas.
—Pues créeme que nos quedó más que claro, niña... -Oriana rio
al ver la forma en la que Carito reconocía la torpeza-. Pero el
hombre que le vendió la bicicleta a David le aseguró que
funcionarían.
—No, no. No hay caso... El chino tiene que aprender a rodarla
como todo un hombrecito, sí o sí.
—Bueno... -Carito se alzó de hombros y ya servía el café-. Ya se
verá, por lo pronto, la bicicleta es tema de discordia en la casa, así
que mejor ni mencionarla.
—¿Segura? -Oriana miró a los ojos a Carito con suspicacia. La
hermana mayor de Bárbara se quedó en ese gesto un par de
segundos-. Porque creo que se me ocurre una idea para que
Samuel supere el trauma...
—¿De verdad?
—De verdad... -Carito y Bárbara se miraron a los ojos.
—Bueno, Oriana, créeme que te lo agradecería, porque ya no
soporto la carita de frustración que tiene ese niño desde hace días.
—Déjamelo a mí... -le sonrió con suavidad, despertando la
curiosidad en las otras dos mujeres que la acompañaban.
Minutos más tarde, el diálogo entre Carito y aquella mujer que
visitaba por primera vez esa casa, llamó la atención del pequeño de
9 años.
—¿...así que me vendes la bicicleta, Carito? -y esa frase fue
suficiente para que el chiquillo saliera de la habitación y se asomara
en la puerta, viendo con mucho interés a esa desconocida que
pretendía llevarse consigo su regalo.
—Déjame consultarlo con Samuel, Oriana... -volteó y fingió notar
por primera vez al niño-. Ah, estás aquí, Samuel... Mira, ella es
Oriana -la señaló-, una amiga de tu tía. Casualmente le estaba
contando que vos odiabas esta bici y que me dijiste hace unas
noches que mejor la vendiera y ella se interesó en comprarla,
dime... ¿Aún quieres que la venda? -el niño asintió con la cabeza,
con un gesto muy serio-. ¿Seguro, Samuel? Mira que ellas regresan
hoy a Cartagena y se la van a llevar, ¿oís? -el chico repitió el gesto,
esta vez más enfático. Carito suspiró y volteó a ver a la tatuadora-.
Pues sí, Oriana. Ya ves que Samuel quiere venderla.
—¡Listo! Pero tú sabes que negocios son negocios, Carito, así
que antes de llevármela la tengo que probar...
—Bueno, pero... ¡Ni tanto, Oriana, no exageres! La bicicleta está
nuevecita, si Samuel no alcanzó a rodar en ella ni una cuadra.
—Igual, me gustaría probarla antes de comprarla.
—Será así entonces... Sal a la calle y pruébala todo lo que
quieras y luego conversamos el precio.
Samuel vio atónito cómo esa mujer tomaba la bicicleta, la
enderezaba y se la llevaba consigo fuera de esa casa. El niño corrió
detrás de ella, conservando su distancia. La chica de cabello
acaramelado abrió la reja que daba paso a la calle y salió a la vía,
donde por fin subió a la bici y comenzó a rodarla.
El niño de 9 años miró pasmado a la mujer dar al menos dos o
tres vueltas a la cuadra, subida sobre su hermosa bicicleta. Bárbara
y Carito le acompañaban, muy atentas a la reacción del chiquillo,
que no podía creer todo lo que esa desconocida podía hacer con su
regalo de Navidad, una vez que ella decidió experimentar con uno
que otro truco. Oriana le sacó un provecho enorme a la exhibición y
cuando supo que había entusiasmado al pequeño, volvió ante él.
—¿Qué pasó, viejo Samuel? ¿Me vende o no me vende su bici? -
el niño, confundido y celoso, miró de inmediato a la madre, que
adivinó la duda en su mirada.
—¿Qué pasa, Samuel? ¿Por qué me ves así? ¿No me dijiste que
la vendiera?
—¡No! -dijo decidido con un dejo de enfado.
—Bueno... -soltó Bárbara con picardía-. El chino como que se
arrepintió.
—¿Y entonces, Samuel? -dijo la madre cruzándose de brazos y
fingiendo contrariedad-. ¿Qué hacemos?
—A ver, Samuel... -el niño volteó a ver a Oriana, que ya se bajaba
de la bici-. Si quiere conservar la bicicleta, tiene que aprender a
rodarla como yo, ¿cierto? -el niño asintió, decidido-. ¿Usted quiere
que yo lo enseñe? -se miraron a los ojos-. Si usted aprende, pues
no me la llevo, pero si no...
—¡Si no se la vendo! -soltó de inmediato Carito.
—¿Qué me dice, viejo Samuel? ¿Lo enseño o no? -y en diez
minutos ya Oriana estaba entregada con devoción a la tarea de
enseñar al niño a conservar el equilibrio en esa bicicleta y más aún,
a dominarla.
Bárbara y Carito se olvidaron por completo del almuerzo y se
quedaron contemplando en primera fila la forma en la cual el chico
hacía sus progresos con ese asunto de perder el temor inicial que le
había producido la bicicleta. Les tomó largos minutos y uno que otro
episodio de frustración, pero cuando las mujeres menos lo
imaginaron, Samuel ya estaba, alejándose en zig zag por aquella
calle, disfrutando por fin de su regalo.
Al ver cómo el niño pedaleaba hacia ella con una carita de
emoción memorable, Oriana se giró para ver a la madre y a la tía,
con las que no solo compartió una mirada de complicidad, también
esa sonrisa preciosa y traviesa en la que a veces se mordía con
picardía la punta de la lengua. Volvió a depositar su atención en
Samuel para recibirlo con aplausos, sacudirle un poco el cabello y
felicitarlo por sus progresos.
—Si lo que quería esa niña tuya era ganarse mi cariño -susurró
Carito conmovida-, de verdad que lo consiguió con mérito... -
Bárbara volteó a verla, orgullosa-. Ya entiendo por qué te tiene con
cara de boba todo el santo día... -la otra soltó una carcajada. Se
miraron a los ojos-. ¡Es la primera vez en mi vida que veo a un
verdadero ángel cubierto de tatuajes!
Por lo que restó de tarde, Samuel y Oriana fueron inseparables.
Superados los recelos con la bicicleta la chica le dio al pequeño uno
que otro consejo para que condujera con cuidado y evitara los
accidentes. Llegada la hora en la que ella y Bárbara debían volver a
Cartagena, la tatuadora le hizo una promesa:
—Te prometo que la próxima vez que venga te voy a enseñar
algunos trucos, ¿de acuerdo? -el chico sacudió la cabeza, feliz-. Eso
sí, viejito, tienes que aprender a rodar muy bien esa bici antes... Ser
responsable, obedecer a tu mamá y a tu papá, hacer las tareas...
¿Estamos?
—¡Sí!
—Bueno, ya está... -y se chocaron las manos como si fuesen
amigos de toda la vida-. La próxima vez que venga de visita con tu
tía, practicaremos los dos... -se incorporó e intercambió una sonrisa
con Carito.
—Te debo una, Oriana.
—Te la cobraré con un café la próxima vez que venga.
—Espero que sea pronto... -aseguró-. Eres bienvenida por acá...
—Gracias... -se despidieron y finalmente ella y Bárbara se
pusieron en marcha para regresar a Cartagena.
—Eres increíble... -susurró Bárbara mirando con atención el perfil
de Oriana conduciendo fuera de Barranquilla. La chica al volante
sonrió, ruborizándose un poco-. Lo que hiciste por mi niño fue una
maravilla.
—No exageres, caleña... solo lo enseñé a manejar bicicleta, ¿qué
tiene eso de especial?
—Siempre haces lo mismo, Oriana Padrón... -se miraron a los
ojos-. Siempre asumes que las cosas que haces las haría cualquiera
y no... Esa sensibilidad que vos tienes, ese deseo de ayudar, de
acompañar, de estar ahí de un modo único y desinteresado es un
don... ¡Un don del que pocas personas gozan!
—Lo aprendí de mi abuelo... -musitó-. En Turbana ese viejo era el
amigo de todos... Muchos lamentaron su muerte, porque siempre
fue un man excepcional, gran amigo, incondicional...
—Pues tuviste en él a un gran maestro, mi costeña preciosa... -se
encimó un poco sobre ella, tomó su rostro con suavidad y le dio un
beso en la mejilla que, ni bien lo había depositado en ella, ya la
dejaba con antojo de un poco más. Se quedó un par de segundos
allí, tan cerca, recorriendo su rostro sutilmente con la punta de su
nariz y comenzó a derrumbarse sobre ella un deseo que parecía
avalancha. En solo segundos se puso muy apremiante, sintió que
una emoción se desbordaba en su pecho, oprimiéndole, y la
necesidad imperiosa de transgredir todos los límites con esa mujer
se le instaló en la voluntad de un modo casi descabellado. ¿Hasta
cuándo iban a seguir deteniendo un sentimiento que estaba a punto
de tomar posesión absoluta de sus conciencias? Era absurdo. Era
como tratar de contener en un estropajo toda la humedad que deja a
su paso un tsunami. Bárbara suspiró y Oriana se estremeció cuan
cerca estaba de ella-. Dime una cosa...
—¿Qué? -el sonido de su voz fue casi imperceptible.
—¿Por cuánto tiempo más vamos a seguir jugando a que no nos
deseamos como locas? -se miraron a los ojos, en parte
aprovechándose de que habían detenido su marcha gracias a un
semáforo cualquiera de Barranquilla-. Sabes que lo deseamos
desde que bailamos la primera vez, ¿no?
—Lo sé, Bárbara. Yo también te siento como si fueses el leño
ardiente de una fogata y sí, lo experimenté desde el primer día
cuando tu tibieza ya se me filtraba por las manos, pero... -suspiró-,
pero contigo tengo la imperiosa necesidad de hacer las cosas de un
modo definitivo, sin errores... No quiero, no quiero precipitarme y
que eso nos traiga consecuencias que luego lamentaremos...
—¿Y qué haremos? -seguían viéndose a los ojos con
vehemencia-. Dime lo que haremos, porque por mi parte las cosas
están por salirse de control.
—¿Tenemos prisa?
—¡Sí! -Oriana soltó una carcajada-. ¡Sí que la tenemos!
—Vamos paso a paso, ¿sí? -volvía a poner el auto en marcha-.
Contamos con la dicha de saber que tenemos todo el tiempo del
mundo por delante... -reflexionó-. Por mi parte y aunque parezca
una exageración, quiero dejar sellada definitivamente mi relación
anterior. Sí, fue banal, breve, exageradamente sexual y
precisamente por eso, siento que debo apartarme de esa energía
para amarte a ti desde las emociones correctas -le sonrió. La caleña
creía entender sus inquietudes, pero sus deseos poco sabían de
razonamientos-. Piensa que cuando estemos listas para dar el paso,
será tan descabellado y tan apasionado, que nos sentiremos como
si nos dejásemos caer en la garganta hirviente de un volcán -
Bárbara suspiró con desconsuelo.
—Solo quieres matarme, Oriana.
—Pero de amor, mi caleña. ¡Te mataré, pero a fuerza de amor del
bueno! -le sonrió de un modo precioso y en ese gesto la mujer de
cabello negro supo que estaba dispuesta a empeñarle la vida a esa
niña, si es que eso era necesario.
RESIGNACIÓN

—Hola, Bárbara... No sabes cuánto agradezco que atiendas mi


llamada.
—Está bien, Claudia... -la caleña estaba frente al espejo
secándose el cabello y arreglándose para esa noche de fin de año-.
¿Cómo estás? ¿Cómo has pasado las fiestas?
—Un poco más tranquila, Bárbara... -suspiró-. Me he dado cuenta
de que la distancia me ha servido para poner en control mis
emociones. Hoy casualmente estaba pensando que probablemente
lo mejor que me pueda suceder es que regreses a Bogotá en
septiembre, como se tiene previsto... -la mujer de ojos negros
frunció el ceño de inmediato. No le hablaría a su colega de los
planes que había trazado en su cabeza para permanecer en la
costa. Se aclaró la garganta.
—Si nos comportamos como dos mujeres adultas y profesionales,
no tendrás que ansiar la llegada de ese día para sentirte mejor o
más aliviada, Claudia. Te recomiendo que aprendas a manejarlo
desde ahora, porque de lo contrario se te hará eterna la espera.
—Ojalá pudiera, Bárbara... ¿Alguna vez te has enamorado así?
¿Alguna vez has sentido por alguien lo que yo siento por ti?
—Perdona que te lo diga, Claudia, pero aún pongo en duda que
tus sentimientos hacia mí sean románticos -la otra ya reía, irónica y
desmoralizada-. Obsesivos, sí, eso es evidente, pero ese asunto de
que estás enamorada, lo siento, pero no hay manera de que me lo
crea.
—Definitivamente tú jamás vas a abandonar esa actitud tan cruel,
¿no es cierto, Bárbara Monsalve?
—No soy cruel, soy objetiva -suspiró-. Quiero que sepas que lo he
estado reflexionando y cuando volvamos a vernos en enero, te daré
la oportunidad de que tengamos esa conversación que me estás
pidiendo desde hace días.
—¿De verdad? -se emocionó.
—Sí, Claudia, pero con una condición: solo tendrás la oportunidad
de decir todo lo que sientes en esa charla y de ahí en adelante, te
prohíbo que me sigas hablando de lo mismo.
—Ya decía yo que no podía ser tan bueno... -volvió a precipitarse
en la amargura-. Así que me darás libertad para que luego de que la
experimente y haga uso de ella, puedas cortarme las alas de un
tajo, ¿no?
—Tómalo como quieras. Te recuerdo que la agraviada en todo
esto fui yo, así que me acojo al derecho de poner mis condiciones, a
menos claro que prefieras que te denuncie en la empresa por
acoso...
—No serías capaz... -palideció.
—No me provoques, porque nunca se sabe.
—¡Bárbara, no serías capaz de hacer tal cosa! -se quebró en un
segundo y la otra no pudo evitar experimentar un dejo de
compasión-. ¡No serías capaz de arruinar la vida de una persona
que ya la tiene en pedazos! Bárbara, lo que yo estoy viviendo ya es
un infierno... ¿y tú pretendes subirle la temperatura a las llamas? -la
otra suspiró profundamente.
—En enero hablaremos largo y tendido y esa conversación servirá
para cerrar este episodio en nuestra relación, Claudia. En adelante,
intentaremos reconectarnos con nuestra simpatía profesional, con
nuestro compañerismo, para seguir adelante con nuestras vidas no
solo sintiéndonos más tranquilas, también respondiéndole a la
empresa como se merece, ¿no?
—¿Eso quiere decir que cualquier alternativa contigo está
descartada?
—Cualquiera -pensó en Oriana-. Vos le debes respeto a tu familia,
Claudia y yo... -suspiró-. Yo también estoy con alguien a la que no
solo le debo una lealtad absoluta, también estoy enamorada...
—Me estás matando al decirme eso, Bárbara... -cuando sintió que
nada podía ser peor, su colega ya estaba allí para demostrarle que
la pesadilla estaba lejos de culminar.
—Lo siento, Claudia. Cada una debe tomar su posición en esta
historia. La correcta, además.
—¿La correcta según quién? -lo masculló llena de desprecio.
—Espero que tengas una linda celebración, Claudia...
—Especialmente con la confesión que acabas de hacerme, ¿no? -
se lo dijo irónica.
—Que tengas un feliz año. Hasta pronto -y colgó aquella llamada.
¿Podría manejar, de conseguir su traspaso definitivo a Cartagena, la
situación con Claudia Valencia? Esperaba que sí. Pondría toda su fe
en ello.
Esa misma tarde Oriana se preparaba para celebrar la nochevieja
a su manera, con Valentina, Salomé, Pacho y su esposa. Era una
tradición entre ellos reunirse en algún club de la ciudad para dar la
despedida al año y recibir el nuevo entre risas, abrazos, baile y el
tintinear de copas. Llegó temprano a la casa de sus amigas y una de
ellas aún no acababa de arreglarse.
—Valentina siempre encuentra la manera de retrasarse -Salomé y
Oriana rieron, esperando por la otra en la sala de ese departamento.
—Tú sabes que si algo odia la flaca en esta vida es que la apuren.
—Cierto... -se quedaron un rato en silencio-. ¿Y tu caleña? -se
miraron a los ojos, Oriana ya sonreía-. ¿Hablaste con ella?
—Temprano, así es. Está en Barranquilla con su hermana...
—¿Cómo va eso?
—Sin pausa, pero sin prisa... -rio complacida-. Sin embargo, creo
que de un momento a otro nos terminamos de lanzar de cabeza en
la relación y que pase lo que tenga que pasar.
—Celebro que estés tan comedida, Oriana, pero ustedes dos
están que se devoran desde el primer día que se vieron, oye.
—Prácticamente, sí... -rio con picardía-. Yo sé que gustándome
Bárbara como me gusta y sintiendo lo que siento por ella, es hasta
descabellado que yo pretenda dar largas a una relación que es
inminente, pero lo que me sucedió con Ana Paula dejó una señal de
advertencia en mi cabeza... Como dice Eva, esa amiga mía de la
adolescencia, ¿para qué perder el tiempo en una relación que no va
para ninguna parte, cuando puedes tener una que te lleve a todos
lados? Yo siento que Bárbara es esa mujer con la que iría al fin del
mundo, pero... ¿qué si no? -Salomé la miró muy seria-. Somos tan
distintas, pertenecemos a mundos tan diferentes, que quiero estar
bien segura de que lo nuestro no es un espejismo propiciado por la
mera atracción física.
—Me parece bien que pienses así... -suspiró-. Valentina y yo
también somos muy diferentes y pertenecemos a mundos muy
distintos... -sonrió-. ¿Recuerdas que incluso tuvimos una época en
la que llevamos la relación a la distancia porque me salió una
oportunidad única en un crucero y tuve que ausentarme de
Cartagena por varios meses?
—Lo recuerdo, sí.
—Esa etapa fue la prueba de fuego para nosotras y apenas yo me
bajé de ese barco de mierda supe que esta era la ciudad en la que
quería estar y que Valentina era la mujer con la que quería compartir
mi vida. Se podría decir que ese fue como el viaje heroico de
nuestro amor... Luego de que superamos esa prueba, nuestra
relación jamás volvió a ser lo mismo.
—Fui testigo de eso... -reflexionó-. ¿Crees que a Bárbara y a mí
nos hace falta un viaje heroico? ¿Es eso? -Salomé se echó a reír.
—No me atrevería a afirmarlo, Ori... ¿Quién sabe? -volvieron a
quedarse en silencio-. Pero ya que hablamos de viajes heroicos, de
impedimentos y de otras cosas similares... -volvieron a mirarse a los
ojos-. ¿Sabes que Ana Paula le está escribiendo con frecuencia a
Valentina?
—¿De verdad? -no lo podía creer-. ¿Y para qué?
—Originalmente lo hizo para saber de nuestras fotos en el club de
salsa esa noche, ¿recuerdas? La noche en la que tú y Bárbara
participaron en el concurso de baile...
—Claro...
—Pensamos que solo sería algo circunstancial por las fotos de las
historias de Valentina, pero de ahí en adelante, la niña no ha
parado. Ha estado preguntando por ti, indagando para saber dónde
y con quién has estado pasando las fiestas... Tú sabes que
Valentina es una vaciladora y le ha tomado el pelo a la niña con una
que otra cosa... -rieron-, pero lo que yo temo es que la pelada
vuelva a aparecer en tu vida, esta vez con ánimos de arruinarte lo
que estás construyendo con Bárbara.
—Gracias por la advertencia, pero no te preocupes, Salomé. Ana
Paula ya no tiene voz ni voto, ni en mi vida ni mucho menos en mi
corazón. Estaré atenta, pero me tiene muy sin cuidado que
aparezca o no... Yo sé que estoy avanzando con toda mi caballería
en ese viaje heroico que es amar a Bárbara Monsalve y el canto de
mi recorrido está endulzado por los cascos de plata de los corceles
en los que viajan mis sentimientos...
—Heraldos de amor.
—Con estandartes de gloria, ni más ni menos.
Cerca de la media noche, Bárbara y Oriana pudieron comunicarse
por videollamada. La ingeniero sintió una nostalgia ridícula y era una
suerte para ella que ya le hubiese advertido a la tatuadora que no
encontraba la forma de contener sus emociones, porque esa
confesión le daba carta abierta para jugarse de vez en cuando los
dados de la imprudencia:
—El próximo año espero que no pasemos las fiestas separadas,
¿oís? -sus ojos brillaban con ardor y emoción.
—El próximo año, que ya está a horas de llegar, muy
probablemente tendremos que negociar ese asunto de la
celebración... Te puedo contar acerca de mis tradiciones: suelo ir en
Navidad a Turbana y el fin de año siempre lo celebro con mis socios.
—Pues yo voy cada año a Cali por Nochebuena y tratándose de
despedir el año, pues... A veces lo he pasado con Carito, otras
tantas en Bogotá, así que...
—¿Así que el año que viene pasaré la Navidad contigo en Cali?
—En calidad de amiga, ¿te sirve? -se angustió un poco-. Mi
familia no sabe nada sobre mi forma de amar...
—Lo sé, ya me lo has dicho y la verdad no me importaría fingir, tal
y como lo hice delante de tus sobrinos hace unos días -sonrió-. En
Turbana no tendrías que pasar por eso, pero tendrás que soportar
que toda mi familia te mire como a extraterrestre, incluso que finjan
ser cordiales, cuando realmente lo que sienten es recelo... -Bárbara
reflexionó.
—Eso suena a que tendremos que inventarnos nuestras propias
fiestas... -sonrió-. Porque entre que vos tengas que fingir ser algo
que no eres y que yo sea tratada como un especimen raro, no sé
qué me suena peor.
—¿A qué te refieres con eso de nuestras propias fiestas?
—A que probablemente tendremos que celebrar la Navidad a
nuestra manera y en nuestro espacio, sin nadie que nos juzgue o
que nos coarte.
—Esa idea me parece fantástica... -sonrió complacida-. Nunca lo
había considerado.
—Yo tampoco, porque entre pasar la Navidad con las amigas
estiradas de Tamara y estar con los míos, la familia siempre tuvo
más peso... -creyó adivinar la duda que se formaba en la cabeza de
Oriana de solo ver el matiz que tomaba su mirada-. Y no, Tamara no
estaba dispuesta a poner un pie en Cali ni por todo el oro del
mundo, así que...
—Ya veremos, caleña... Algo me dice que no me importará
demasiado con quién o cómo celebre estos días siempre que tú
estés conmigo... -suspiraron. El idilio fue interrumpido por la llegada
repentina de Samuel, que se sentó junto a su tía risueño al notar
que era Oriana la persona con la que hablaba-. ¡Viejo Samuel!
¿Cómo va con la bicicleta? -le hablaba con una sonrisa preciosa.
—¡Bien! -su vocecita infantil sonó enfática y dichosa.
—¿Sí? Pues yo creo que voy a ir pronto a Barranquilla, ¿sabe? A
lo mejor en un par de días estoy por su casa para ir a buscar a su
tía, así que si usted quiere y si ya domina esa bicicleta como todo un
profesional, le puedo enseñar uno que otro truco... ¿Le parece?
—¡Sí! Ya aprendí a pedalear de pie, Ori...
—¿De verdad?
—¡Y ahora voy más rápido que antes! -pensó-. Antes le daba la
vuelta a la cuadra como en 75 segundos, algo así, sí... -las dos
mujeres rieron-. Y ahora le doy la vuelta en 33 o algo así, sí...
—¿Sabe qué necesita, viejo Samuel? -y se sacó el cronómetro
antiguo del bolsillo-. Necesita uno de estos para que esté bien
seguro de su velocidad -el niño miró el objeto con deseo-. No se
preocupe que la próxima vez que vaya, yo le voy a llevar uno...
¿Sabe? Se lo presto, pero tiene que usarlo con mucha prudencia
para que no tenga accidentes...
—¡Listo! -y como si esperara de nuevo a Papá Noel, Samuel
comenzó a contar los días para que Oriana se presentara de nuevo
en Barranquilla. Corrió a contarle a sus padres que la amiga de su
tía volvería pronto, trayendo consigo un artilugio que lo ayudaría a
ser el ciclista más veloz de toda Colombia y tras reír con las
exageraciones infantiles del chiquillo, Bárbara y Oriana retomaron
su charla.
—Hoy llamó Claudia...
—¿De nuevo? -frunció el ceño con recelo. -Sistemáticamente, así
es. Le atendí por aquello de ser el último día del año y hasta le dije
que en enero hablaríamos como tanto me lo había estado
solicitando desde que sucedió el incidente -Oriana estaba seria y
pensativa-. También le hablé de vos... -la tatuadora se sorprendió-.
Le dije que estaba con otra persona, que me encontraba enamorada
y que no, entre nosotras no existía ninguna posibilidad.
—Y se lo tomó de la peor manera posible, ¿cierto?
—Eso creo, pero me tiene sin cuidado, Oriana... -sonrió-. En parte
lo hice para que me deje en paz, se acostumbre a la idea y se
dedique a librarse de sus obsesiones en todos estos meses que
están por venir, mientras le doy la noticia de que deseo quedarme
en Cartagena.
—¿En serio? -su rostro mutó a júbilo.
—¡Sí! -rio emocionada-. Haré todo lo que pueda para permanecer
en Cartagena, así que una vez que regrese a mis obligaciones
comenzaré a diseñar una buena estrategia para justificar muy bien
mi solicitud de traspaso.
—¿Así que tendré caleña para rato? -sonrió de medio lado.
—¡Vete acostumbrando, costeña! ¿Oís? -rieron felices de ir a
paso lento, pero seguro.
Esa mañana de comienzos de enero, Claudia supo que el tiempo
y la distancia nunca eran suficientes tratándose de Bárbara
Monsalve. Le bastó ver de nuevo a la mujer caleña caminar con esa
maravillosa forma que tenía de moverse por uno de los pasillos de la
oficina y saludar con afecto a Cayetana para saber que estaba tan
perdida como esa noche en la que, estando en ese hotel de
Barranquilla, volvió a la habitación y notó que la otra había
desaparecido. Suspiró devastada y devolvió su mirada triste al
monitor de su computadora, allí donde la reincorporación a sus
actividades laborales venía acompañada de ese email corporativo
remitido por Rafael Bermúdez, nada más y nada menos que el
vicepresidente de la empresa. Al principio la ingeniero creyó que se
trataba de un comunicado simple, en el cual el sujeto plasmaría un
mensaje motivacional para el nuevo año laboral que les esperaba,
pero conforme sus ojos se fueron paseando por esa pantalla, se dio
cuenta de que sus requerimientos eran, indudablemente,
inesperados.
Bárbara le cumplió la promesa a Claudia con esa ansiada
conversación. El momento propicio se produjo en uno de los
primeros traslados a las afueras de la ciudad, en el que la mujer
casada se propuso invitarle un almuerzo a su colega y poner allí,
sobre la mesa, sus emociones más desnudas.
—Bárbara, en primer lugar quiero pedirte perdón por lo sucedido.
Sé que tienes una idea muy distorsionada de lo que ocurrió y
reflexionando a fondo sobre eso, no te culpo. Todo, desde tu
perspectiva, todo parece indicar que yo solo estaba allí, como una
depredadora, aprovechándome de tu fragilidad y quiero que
entiendas que no fue así... -el rostro de la otra era pétreo, serio e
incrédulo-. Sí, fue confuso; sí, mis acciones fueron torpes e
injustificadas, pero... ¿qué podías esperar de una mujer que jamás
en su vida se había acercado a otra de la forma en la que yo lo hice
contigo esa noche?
—¿Que no hiciera semejante estupidez? -se alzó de hombros,
hastiando a la otra en un tris-. No lo sé, vos me preguntaste.
—Lo siento, Bárbara, pero eso no fue lo que ocurrió y ya no
podemos cambiar los hechos.
—Desgraciadamente.
—Lo que sucedió es que yo, volcada por entero por lo que siento
por ti, completamente cegada por este amor enfermizo, me dejé
llevar... -se tomó la cabeza con ambas manos-. Sé que no tengo
cómo justificarlo, pero... ¡En mi insulsa obsesión no hubo cabida en
mi cabeza para tu rechazo! Es decir, no imaginaba que lo que
estaba por hacer pudiera causarte vergüenza, desagrado o enojo... -
se miraron a los ojos y Bárbara supo que era sincera-. En mi
fundamentalismo creí que tú también disfrutabas de mi proximidad y
lo llevé hasta donde sabes de sobra que lo empujé, ocasionándote
ese mal rato...
—Claudia, yo ni siquiera entiendo cómo aún al día de hoy puedes
afirmar que lo que sientes por mí es amor...
—¡Porque lo es, maldita sea, y estoy harta de que no hagas otra
cosa más que dudarlo! -volvió a tomarse la cabeza con ambas
manos-. Mientras en tu corazón crecía un afecto fraternal, una
camaradería profesional, en el mío crecía una pasión inédita... ¿Qué
tan difícil puede ser entender eso? -Bárbara suspiró-. Eres hermosa,
Bárbara Monsalve. Inteligente, brillante, divina, con una ternura y
una fragilidad que despierta en mí el genuino deseo de cuidarte,
protegerte y acompañarte. Quiero amarte como lo haría una
persona que se entrega por entero...
—Suponiendo que tus sentimientos hacia mí son sinceros...
—¿Cómo alguien tan dulce puede ser tan cínica? -la otra continuó
como si la hubiese ignorado:
—...en toda esa idea descabellada de amarme tan
halagadoramente, ¿dónde carajo dejas a tus hijos y a tu marido?
—¡Podría dejar a Armando ahora mismo, Bárbara! -la otra no
podía creerlo-. Con Marcela y Juan José, pues... -suspiró-, mis niños
ya son otra cosa... pelearé por su custodia si es necesario y... y
podríamos cuidar de ellos juntas...
—Claudia, detente... -usó sus manos de escudo-. Detente, porque
es evidente que uno de tus mayores problemas es que estás tan
acostumbrada a controlarlo todo, que ni siquiera consideras la
posición que puedan tener otros de cara a una situación que vos
juzgas de correcta -suspiró y se tomó las sienes, despacio-.
Supongamos que mi interés por vos es romántico, cosa que no es
así ni remotamente, pero...
—Gracias, siempre tan gentil a la hora de rechazarme... -suspiró
con amargura.
—¿Qué te da derecho a pensar que yo quiero ser madre, tener
hijos con mi pareja o cuidar de los niños de otra mujer? -Claudia se
quedó pasmada-. Es decir... si te amara de ese modo, no niego que
estaría dispuesta a asumir ese reto y quizás hasta lo vería desde
una perspectiva entusiasta, pero... ¡Cada uno de nosotros tiene la
potestad de decidir qué quiere para su vida y no, Claudia! La
maternidad no está en mis planes. Tengo muchos sobrinos,
especialmente a los pelados de mi amada hermana, y con todos
ellos me basta para canalizar mi ternura maternal. Quiero tener una
relación bonita, equitativa, en la cual sienta que puedo
desempeñarme con éxito en mi profesión, en su justa medida entre
los compromisos laborales y el tiempo que le dedico a mi pareja.
Quiero viajar con la mujer que amo, ir a donde nos plazca sin
limitaciones que nos lo impidan, vivir un romance intenso, en el cual
podamos pertenecernos sin mezquindad, sin que las cotidianidades
nos venzan o derroten... -suspiró-. Claudia, lamento que aflorara en
ti este afecto enfermizo... lamento que te confundieras conmigo, que
te hicieras todas esas ideas y planes absurdos acerca de lo que
podría ser o no nuestra relación, porque lo único que deseo en lo
profundo de mi corazón es recuperar a esa colega y amiga
formidable que conocí al llegar a Cartagena...
—Quizás el tiempo y la distancia nos ayuden a retomar esa
simpatía... -estaba en ruinas-. Ahora sé, más que nunca, que mis
ilusiones contigo jamás tuvieron sentido.
—No. Jamás lo tuvieron, es así... -le tomó la mano, apenas-. Es
así y lo siento... siento si hice algo que te confundiera.
—Justo ahora sé que solo basta con que tú estés frente a mí para
confundirme y no... No creo que pueda seguir adelante con mi vida
con semejante factor de confusión... -se miraron a los ojos-. Me
perturbas, me desorientas, literalmente me enloqueces y todo, todo
lo que podría estar en juego, lo está ahora mismo: mi cordura, mi
posición como mujer casada, mi desempeño como profesional...
Eres una maldición, Bárbara Monsalve y no sé si dar gracias por
eso, o aborrecerte por el resto de mis días -suspiraron
profundamente.
—¿Así que solo el tiempo y la distancia podrán ayudarte? -se
cruzó de brazos, muy preocupada, sin poder evitar pensar en la
forma en la que la posición de Claudia Valencia repercutía en sus
planes.
—Sí... pero con un poco de suerte, todo saldrá bien, caleña...
Rezo para que todo nos salga bien a ambas -callaron.
PACTO

Bárbara tuvo que leer al menos tres veces el correo que Rafael
Bermúdez le había enviado al cierre de esa primera semana laboral,
luego de las vacaciones. Cuando entendió lo que estaba ocurriendo,
se levantó de su escritorio como una fiera y fue de inmediato a la
oficina de Claudia, sintiendo que esa mujer nunca tendría suficiente
tratándose de sorprenderla. Esperó a que Cayetana saliera de su
despacho para luego colarse en él como una ráfaga. La colega
sabía de sobra a qué venía, ella había recibido una copia de esa
misiva.
—¿Me puedes explicar qué anuncio es ese que me está haciendo
de la noche a la mañana el vicepresidente de la empresa?
—¡Felicidades, Bárbara! -sonrió mientras ordenaba algunos
papeles sobre su escritorio-. Este año definitivamente pinta muy
bien para ti, ¿no es cierto?
—¡Rafael Bermúdez me está promoviendo! -alzó la voz,
incrédula-. ¡Rafael Bermúdez me anuncia que seré asignada como
gerente de operaciones de la costa pacífica colombiana!
—Así es, porque Marisol Hernández será ahora nuestra gerente
general de operaciones desde Bogotá... ¿No es perfecto? -Bárbara
estaba incrédula-. Es una oportunidad única, niña, ¡única! Eres la
persona perfecta para el cargo. Tienes suficiente tiempo en la
empresa, tu desempeño ha sido formidable, cuentas con los
conocimientos, no tienes compromisos familiares, eres joven y
podrás movilizarte sin problemas. Es una responsabilidad enorme
sobre tus hombros, niña, pero una vez me dijiste que ansiabas
obtener un cargo en el que pudieras demostrar todo tu talento, ¿no?
Pues me parece que el momento ha llegado.
—Pero... -tartamudeaba-, pero Rafa dice que...
—Que consultó conmigo acerca de tu disponibilidad y que yo le
aseguré que tú estabas a su entera disposición, así es... Le dije que
tu colaboración acá ya no era necesaria y que entendía que era
imperioso que te trasladaras a Bogotá cuanto antes para ponerte al
corriente con él y así asumir tu nuevo cargo de inmediato...
—¡Claudia! ¡Sabes de sobra que toda esa mierda que le dijiste a
Rafael es mentira! Aquí los proyectos no están culminados, sigues
teniendo tanto trabajo como cuando llegué y...
—Sí, sí, pero no me moriré por sacrificarme un poco... -suspiró-.
Es tu oportunidad niña... ¡Tómala! Sé cuánto tiempo has estado
esperando por algo así...
—¡Lo haces para que me largue! ¡Lo haces para tenerme lejos! -
se tomó la cabeza con ambas manos-. Lo haces porque sabes de
sobra que jamás me negaría a un compromiso así, mucho menos
cuando es el propio Rafael Bermúdez el que me lo solicita.
—Lo hago por ambas, mi amada Bárbara... -lo dijo sin fuerzas-.
Yo te necesito lejos para poder retomar esta mierda de vida mía y
tú... ¡Tú eres demasiado talentosa para dejar pasar esta
oportunidad!
—No sé si agradecerte o culparte...
—Cuando entiendas de qué se trata todo esto, me lo
agradecerás... ¿Y sabes qué es lo que me hace más feliz de tu
promoción? ¡Que me lo agradecerás de por vida y de algún modo
volverás a sentir por mí esa simpatía que nos unió cuando nos
conocimos hace cinco meses! -le sonrió, aunque ese gesto en su
rostro fuese como el trazo de un pétalo de girasol marchito.
—¡Felicidades, chatita preciosa! -Bárbara volvió a exasperarse-.
No tengo ni la menor idea de qué significa toda esa rimbombancia
de título, pero no solo estoy segura de que te lo mereces, también
sé de sobra que lo harás de maravilla...
—¡No puede ser que me felicites, Caro!
—¿Ah, no? -se confundió-. ¿Y qué hago? ¿Te doy el pésame? No
te entiendo, chata, desde que te conozco has estado clamando por
un cargo en el cual puedas destacarte como ninguna, especialmente
en una profesión diseñada para hombres, y ahora… ¿Te quejas?
—¿Se te olvida que ansiaba quedarme en Cartagena? ¿Se te
olvida que mis planes apuntaban a todo lo contrario? ¿Se te olvida
que estoy enamorada de Oriana y que lo único que deseo es estar
con ella?
—Ah... -comenzó a entender la tribulación de su hermana-. ¿Y si
en vez de costa pacífica te lanzan a la costa caribe? ¿No sirve?
—Pero Carito, ¿es que vos crees que le estamos poniendo la cola
al burro? El gerente de operaciones de la costa caribe es Alejandro
Villamizar, está en Barranquilla y no, Alejo tiene años en su cargo,
sin intenciones de moverse de ahí.
—Bueno, pero... -pensó-. Quizás a vos te asignan en Cali, ¿te
imaginas? No estarás cerca de mí, pero estarás con la otra parte de
la familia.
—Sí, todo muy lindo -suspiró-. ¿Y Oriana?
—Bueno, chata, a ver... Con Oriana no te queda más remedio que
tomarte las cosas con calma...
—¿Más calma? -estaba tan furiosa, que un pinchazo no la haría
sangrar.
—Me parece, Bárbara, porque... ¿Qué te queda? No puedes
decirle a la tatuadora que se vaya con vos, si su negocio y su vida
están en Cartagena... Mucho menos deberían pensar en ponerse a
vivir juntas, cuando ni un beso se han dado...
—¡Cállate! -estuvo a un segundo de echarse a llorar-. No puede
ser que justo cuando creí que todo estaba a punto de empezar,
parece que se está acabando.
—¡Qué irónico! ¿Cierto?
—No sé qué hacer, Carito -apretó los ojos y se sobó la frente. -
Simple, niña... Por lo pronto, aceptar tu cargo, ver las condiciones
y... y evaluar la forma en la que tu relación con Oriana podría
encajar ahí.
—¿Y si no encaja?
—¡Niña! ¿Y ese pesimismo? -pensó-. Si no encaja, pues no se
querían... Así de simple.
—Lo dudo muchísimo.
—Sé que te vas a enojar con lo que te voy a decir, pero... -se
aclaró la garganta-. Quizás sea una suerte que no comenzaran
como tal una relación...
—¿Qué estás insinuando, Carolina Monsalve? -lo masculló.
—Que me parece que convendría más que dejen las cosas tal y
como están, en lugar de enredarse más la una con la otra...
—¿Te volviste loca? -comenzó a gritar, fuera de control-. Carito,
¿vos sabes la estupidez que estás diciendo?
—Sí, sí sé, pero... ¿de qué les vale iniciar nada si finalmente cada
una va a estar a un extremo del país? Será más fácil olvidarse la
una de la otra si lo dejan como está, ¿no?
—¿Olvidarse la una de la ot...? -lo soltó casi a punto de
carcajearse con sorna-. Carolina Monsalve, una teja te cayó en la
cabeza y te averió el cerebro... ¡Ahora menos quiero aceptar ese
cargo! ¡Ahora más que nunca quiero seguir a mi intuición,
aferrareme a mi plan inicial y permanecer en Cartagena, así solo
viaje a Bogotá para renunciar en las mismísimas narices del
vicepresidente de la empresa!
—¡Mira quién dice ahora las estupideces! ¡Ni se te ocurra,
Bárbara! Aceptarás tu promoción, que bien merecida que la tienes, y
ya luego se verá cómo queda tu niña de las coletas en esta
historia... ¿Está bien? -pero Bárbara no respondió, tan confundida
como estaba.
Sabía que tenía que ver a Oriana esa misma noche. La tatuadora
le había advertido que estaría hasta tarde en el estudio, pues uno de
sus clientes más asiduos le solicitó un cambio en su cita para seguir
avanzando en el tatuaje de considerables dimensiones que se
estaba haciendo en la espalda. No era usual que la mujer de cabello
acaramelado fuese la última en salir de ese lugar. Por lo general
eran Pacho y Valentina los que preferían tatuar en horas de la tarde,
aunque eso les obligara a culminar su jornada en ciertas ocasiones
una vez había caído la noche.
Oriana, por su parte, amaba verse libre de sus obligaciones
temprano, porque eso le permitía disfrutar de algunas de las
actividades que adoraba hacer, como ir al skatepark o dar un paseo
en bicicleta por el malecón, mientras el sol se ocultaba en la ciudad.
Esto sin mencionar los cambios que la presencia de Bárbara en su
vida habían operado en su rutina. Puede que a Ana Paula no la
viera casi nunca, pero con la caleña ocurría exactamente lo
contrario: una vez se conocieron, se hicieron inseparables. Tomando
en consideración que el sujeto al que tatuaba aquel día era un buen
amigo y que su proyecto era más que relevante, hizo la concesión
con esa cita inusual. Cuando vio la hora, se dio cuenta de que
habían terminado antes de lo previsto.
Al abrir la puerta del estudio para dejarle el paso libre al hombre
que ya se retiraba, notó que Bárbara la esperaba sentada en una de
las sillas del pasillo con un rostro de franca preocupación. Sofía le
había abierto la puerta a la ingeniero, para minutos más tarde
marcharse por ese día. Oriana despachó al sujeto con simpatía, se
encargó de cerrar muy bien la puerta y le pidió a la caleña que la
acompañara, mientras aseaba rigurosamente el estudio y recogía
sus cosas, para dar por culminada su jornada. La ingeniero vio con
suma curiosidad cómo era el lugar en el que la mujer a la que
amaba trabajaba cada día en su mayor pasión y le llamó la atención
la música que sonaba a volumen moderado en ese lugar. Supuso
que era más que justificado que, al tatuar, se valiera de ese recurso
para distraerse, lo que jamás se imaginó es que recurriera a voces
como las de Cheo Feliciano, Pete El Conde Rodríguez, Tito
Rodríguez u otros intérpretes, que a veces se ponían a mitad de
camino entre la música bailable y la balada romántica.
—¿Qué pasó, niña? -preguntó con una sonrisa y voz muy suave
luego de darle un beso en la mejilla a la mujer de cabello negro-.
¿Por qué necesitabas hablar conmigo con tanta urgencia?
—Esta mañana me hicieron un anuncio importantísimo -Oriana la
miró extrañada. Tras desinfectar muy bien el mueble que había
ocupado el sujeto que acababa de irse, se dirigió al gavetero en el
que solía tener sus implementos para asearlo todo, guardar sus
utensilios y dejar cada cosa en orden. Bárbara se sentó,
estrujándose las manos nerviosa, en el sofá que estaba allí-. Me
promovieron en la empresa.
—¡Bárbara! -le sonrió-. ¡Fel...!
—¡No! -la interrumpió-. ¡Cállate! ¡No me felicites antes de que te
explique cómo fue todo!
—Bueno... -estaba confundida.
—Me asignaron el cargo de gerente de operaciones de la costa
pacífica...
—Eso suena a mucho trabajo... -rio, más bien concentrada en
sacar la aguja de la tatuadora y descartarla con rigurosidad en un
contenedor especial de basura, además de desechar los guantes de
látex que acababa de quitarse.
—No solo eso... ¡Eso significa que estaré muy lejos de Cartagena,
posiblemente yendo de una ciudad a otra al oeste del país! -Oriana
alzó la mirada despacio. En su gesto Bárbara entendió que sus
tribulaciones no eran precisamente infundadas-. Eso significa que la
semana que viene debo presentarme en Bogotá y de ahí en
adelante, no sé cuándo pueda regresar a Cartagena para verte o
estar con vos.
—Bárbara... -bajó despacio los brazos, ligeramente afligida.
—¡Estoy desesperada! -se tomó la cabeza con ambas manos-.
Claudia fue la que habló con el vicepresidente de la empresa para
darle carta blanca en su decisión de promoverme y reasignarme...
Honestamente creo que lo hizo con las mejores intenciones, pues
sabía de sobra cuánto ansiaba una oportunidad así... -Oriana
suspiró.
—Pero entonces está bien, ¿no? -sonrió suavemente-. Lo que
tanto querías ha llegado...
—¿Y vos? -se le humedecieron los ojos-. ¿Y nosotras? -la otra se
quedó pensativa por largos segundos. Sus temores volvieron a su
cabeza: ¿a Oriana Padrón le importaba realmente un nosotras?
—No sé qué decirte, Bárbara, no conozco las condiciones de ese
cargo.
—¡Yo tampoco! ¡Al menos no en profundidad! -se levantó del sofá
y comenzó a dar vueltas de un lado para otro-. No sé si podría
negociar coordinar los proyectos desde acá, si solo tendría que
viajar por temporadas al otro lado del país... ¡No lo sé! El gerente de
operaciones de la costa caribe vive en Barranquilla, hasta donde
sé... Se traslada a Cartagena con frecuencia, pero imagínate...
Estamos hablando de menos de dos horas de camino...
—No tienes otra alternativa que volver a Bogotá y enterarte allá
de todos los detalles...
—¿Y nosotras, Oriana? -estaba desesperada.
—¿Qué propones? -Bárbara volvió a tomarse el cabello entre las
manos.
—Es una locura, pero... Pero lo único que se me ocurre es que
vengas conmigo...
—Sí, niña, es una locura... -suspiró-. Mi negocio está acá... -y
señaló a su alrededor-. Mi trabajo, mi casa, mis amigos... Toda mi
vida está acá... ¡Y no me malinterpretes! No es que crea que una
mujer como tú no vale la pena como para dejarlo todo, pero...
—Sí, ya sé... -se acarició los brazos, desamparada-. Ya sé... Vos
y yo ni siquiera hemos iniciado una relación, tenemos poco tiempo
de conocernos... ¡Es descabellado y egoísta por mi parte! -Oriana
avanzó hacia ella y la envolvió entre sus brazos con ternura.
—Yo podría ir hasta donde tú estés una vez más que otra...
Quizás tú... Tú podrías venir a la ciudad y quedarte un par de días
conmigo... -Bárbara comenzó a llorar.
—¡Esto no era lo que yo quería! ¡Esto no era lo que tenía
pensado! -sollozó suavemente-. Yo quería estar con vos, compartir
mi tiempo, mi vida con vos... Ir de paseo por la ciudad, pasar una
noche más que otra bailando en un club, ver todos los crepúsculos o
amaneceres que se nos antojaran, eventualmente mudarnos
juntas...
—Nada de eso queda descartado, ¿sabes? -sonrió-. Quizás ya no
lo haremos con regularidad, pero cada una de esas cosas las
podemos hacer cuando vengas a Cartagena o... ¡O en la ciudad en
donde estés!
—¿Y tendremos una relación a distancia? -se miraron a los ojos.
—¿Estarías dispuesta? -sonrió con suavidad-. Yo no tengo
problema en intentarlo... -Bárbara volvió a hundirse en su pecho
desconsolada.
—¡No sé por qué siento que todo va a salir mal! ¡Que nos
perderemos la una a la otra luego de que nos estuvimos anhelando
por años!
—Calma, boba... -la besó en la cabeza-. Nada de eso tiene por
qué ser así... No somos una niñas y de nosotras dependerá que
esto funcione o no... -suspiró.
—Si me pides que me quede, Oriana, soy capaz de renunciar a
todo...
—No te pediría eso jamás, Bárbara... -le tomó el rostro entre las
manos y la miró a los ojos-. Y no se trata de que no te adore, ni de
que no desee tanto como tú estar contigo, se trata de que sé cuán
importante es esto para ti y no, no sería capaz de apartarte de algo
que ansiabas.
—¡Pero también te ansío a vos!
—Y aquí me tienes... -le sonrió-. Yo no voy a ir a ninguna parte.
—¡No es justo!
—Ya veremos de qué modo lo hacemos más justo, ¿te parece? -
la estrechó con fuerza contra su cuerpo-. Ya veremos de qué forma
logramos que funcione.
—Quiero llevarme algo de vos... -lo susurró allí, muy cerca de su
oreja. Tenía muy clara la idea de qué era aquello que soñaba con
llevarse, pero no se atrevería a decirlo por temor a ser rechazada.
—Te llevarás muchas cosas, Bárbara... Mi corazón, mis
pensamientos, mis ansias por volver a verte...
—Quiero algo tangible... -se miraron a los ojos. En su cobardía,
Bárbara sustituyó un deseo, por otro: Un tatuaje...
—¿Me hablas en serio, niña? -sonrió sorprendida.
—¡Sí! -pensó varios segundos-. ¿Alguna vez has diseñado una
luna, por ejemplo?
—Te sorprenderás... -la soltó despacio y fue al mueble donde
había estado ordenando las cosas antes. Abrió la última gaveta, se
inclinó y de debajo de una pila de libretas de bocetos sacó una, algo
vieja y deteriorada. Fue por sus páginas como si las conociera de
memoria y se detuvo en una de ellas, le mostró a Bárbara ese
libraco abierto en el que, del lado izquierdo había un sol y en el
contrario una luna-. Esto lo dibujé hace años. Aún no tenía un solo
tatuaje en mi cuerpo y recién estaba aprendiendo a usar la máquina.
Este sol -lo señaló-, fue el primer tatuaje que me hice en mi vida, lo
tengo en el centro de la espalda y el que lo plasmó allí fue Pacho, mi
socio... -Bárbara la miraba con atención.
—¿Y qué de la luna?
—Creí que en algún momento me la tatuaría en el pecho, pero
honestamente, conforme fui avanzando en eso de los tatuajes,
descubrí que no quería estar absolutamente cubierta de ellos, así
que decidí trabajar más bien en mis brazos y reservar una que otra
zona especial de mi cuerpo para piezas significativas que tuvieran
algo que ver con mis ciclos de vida.
—¿Me tatuarás la luna entonces?
—Imagínate... -sonrió y miró de nuevo el dibujo con desconcierto-.
Qué mejor destino podría esperarle a este tatuaje, ¿no? -volvieron a
mirarse a los ojos-. ¿Estás segura de que eso quieres?
—¡Sí! ¡Claro que sí! Será mi primer tatuaje, posiblemente el único,
y quiero que lo hagas vos.
—Listo... Déjame preparar el transfer, ¿está bien?
—Bueno... -y vio con absoluta atención y admiración por largos
minutos de qué forma Oriana alistaba la pieza, inclinándose sobre la
mesa de luz en la cual la chica de cabello acaramelado solía
trabajar.
—Ya casi estamos listos... -susurró y alzó sus ojos para ver a
Bárbara-. Lo quieres en la espalda, ¿cierto?
—Cierto.
—Genial... -señaló con su mano-. Siéntate en ese mueble que
está allá. Justo está dispuesto. Siéntate con las piernas abiertas, de
frente al respaldo y apóyate de él, mientras yo voy a ir ajustando los
últimos detalles, ¿bueno?
Vio a Bárbara sentarse a horcajadas sobre ese mueble tal y como
se lo había indicado. La caleña se impulsó un poco con sus piernas
para quedar cerca del respaldo, que usaría de sostén mientras
Oriana trabajaba en su espalda. La tatuadora, de pie en un rincón,
sacaba de su mueble una aguja nueva mientras alzaba despacio
sus ojos verdosos para ver a la otra allí, de espaldas a ella. Se le
hizo un vacío en el estómago y un nudo en la garganta antes de
ordenarle:
—Quítate la camisa, Bárbara, por favor... -Bárbara dio un respingo
imperceptible. Fue como si de solo escuchar a Oriana decirle eso,
se hubiese conectado de inmediato con las emociones que ella
misma estaba experimentando y, con un temblor en los dedos, la
obedeció.
Oriana, más bien concentrada en probar que todo en su máquina
tatuadora estuviese funcionando correctamente, no notó de
inmediato las características del brasier que la caleña llevaba ese
día. De nuevo alzó la mirada y se topó con esa espalda de luna a
medias descubierta, pero al ver el diseño de esa prenda íntima, se
aclaró un poco la garganta y corroboró:
—¿Dónde quieres que haga el tatuaje, Bárbara?
—En el mismo lugar donde lo tienes vos... -Oriana sonrió, muerta
de nervios.
—En ese caso vas a tener que quitarte el brasier también...
Ambas se quedaron inmóviles por segundos. Bárbara suspiró con
suavidad y llevó sus manos al centro de su pecho, donde con dedos
aún más temblorosos soltó el broche de la prenda íntima
y lo dejó caer despacio por su espalda y por sus brazos. Oriana
no perdió ni un solo detalle de ese gesto y sintió que debía correr al
baño para humedecerse la cara con agua fría, pero apeló a su
profesionalismo. Personas semidesnudas que exigían de ella ser
tatuados en los lugares más insospechados había tenido de sobra,
¿por qué turbarse ahora que tenía ante sí el torso descubierto de la
caleña? Suspiró. ¡Como si fuese tan sencillo! ¡Como si se tratase de
cualquier cosa, de un cliente más! Notó, por el temblor en sus
manos, que debía controlarse si quería hacer un buen trabajo y trató
de ser lo más objetiva posible.
Antes de sacar la aguja de su envoltorio, tomó un par de guantes
de látex nuevos y estuvo a punto de usarlos cuando de pronto se le
cruzó por la cabeza una sutileza: la de acariciar con manos
desnudas la piel de esa mujer de la que estaba absolutamente
enamorada. Reservó los guantes para después y respirando hondo,
tomó un poco de gel con la punta de los dedos de su mano
izquierda, el diseño de la luna que procedería a transferir en la piel
de Bárbara para usarlo como referencia, y se aproximó a ella.
Oriana también se sentó a horcajadas en el mueble, con la mano
que le quedaba libre procedió a retirar, con una delicadeza suprema,
el cabello negro y liso de la caleña que le caía sobre la espalda y no
lo notaron, pero ambas se estremecieron.
Una vez la zona en la cual iba a trabajar estuvo descubierta,
Oriana tomó aire (más que suspirar) y con la punta de sus dedos,
como si rozar la piel de Bárbara fuese un acto de fe, esparció con
cuidado el gel, para luego sujetar ese transfer que procedería a
colocar en la espalda de la otra.
No lo sabía, pero la caleña la miraba. Recostada como estaba del
mueble, con el hermoso rostro girado hacia la derecha, Bárbara no
perdía un solo detalle de Oriana valiéndose del reflejo que le
regalaba el espejo. Vio a la mujer de cabellos acaramelados mirar
ese torso de arriba a abajo con estupor y comprendió, por su
nerviosismo, por su titubeo, por su exagerado arrobo, que Oriana
estaba sencillamente a merced de su desnudez.
La mirada de esos ojos negros sobre ella fue tan penetrante, que
la tatuadora no pudo resistirse y giró despacio el rostro, para ver a
los ojos de esa mujer usando como mensajero a ese espejo, que
estaba atesorando sobre su cristal pulimentado toda la escena.
Verse fue corroborarse. De inmediato supieron lo que estaban
sintiendo la una y la otra y cuán absurdo sería, por parte de ambas,
ignorarlo.
Esa voz, la de Cheo Feliciano, las estaba envolviendo y Bárbara,
movida por el romanticismo de esa canción inmortal, que una vez
mencionara Carito, y a sabiendas de que no tendría otra ocasión
como aquella para propiciar sus anhelos, se incorporó muy despacio
y se echó completamente hacia atrás, hasta hallar en el pecho de
Oriana un nuevo sostén para su cuerpo. Ambas se sintieron morir
solo de saberse tan cerca y la tatuadora alzó su mirada
nuevamente, despacio, para ver en el espejo el reflejo de los senos
maravillosos de su acompañante. No lo podía creer. No podía creer
que sobre esa piel tan blanca, ese par de maravillosos cúmulos
sonrosados gobernaran con sutileza. Creyó que podría contemplar
sus senos por el resto de su vida, pero Bárbara le hizo saber, en
cuestión de segundos, que eso no era lo único que podía hacer con
ellos.
Ambas temblaban, es cierto, pero eso no le impidió a la caleña
tomar las manos de la tatuadora y llevarlas hasta su pecho,
indicándole con este gesto poético y sensual, cuánto ansiaba que la
recorriera sin pudor. Oriana olvidó todo. Dejó caer el transfer, en su
mente se disipó la verdadera razón por la que estaban allí y cuán
bien o mal podría estar que todo eso estuviese pasando en el
estudio y, tras vencer un estremecimiento conjunto que se manifestó
como consecuencia de que sus manos delicadas se cerraran con
generosidad sobre los senos de Bárbara, procedió a acariciarlos, al
principio de un modo más sutil, como si tuviese entre sus palmas un
par de gorrioncillos a los que temía sofocar, pero los gemidos de
Bárbara allí, tan cerca de su oreja, casi hundida en su pecho, le
sirvieron de motivación para ser cada vez más incisiva en sus
caricias y ese momento; ese momento se convirtió en eternidad.
Oriana era kinestésica, atrevidamente kinestésica, por eso sus
caricias eran, cada una en sí misma, una historia, una declaración y
un manifiesto. ¿Por cuánto tiempo más iban a postergar ese deseo,
si la divergencia de sus caminos era inminente y solo les quedaban
dos consuelos: amarse, de tal forma que pudieran quedarse en sus
memorias como hecho trascendental y aferrarse a la posibilidad de
que esa entrega se convirtiera en un sello que las mantuviera
atadas, a pesar de la distancia.
Si amarse esa tarde era poner un lacre sobre su contrato de amor,
las manos de Oriana sobre el cuerpo de Bárbara no serían otra cosa
que el buril que talla en delicados recovecos cada detalle de ese
fierro incandescente que era la pasión entre ambas. Entonces sí, la
recorrió con intensidad enloquecedora. No solo masajeó sus senos
con delicia y sensualidad, también subió por sus brazos, tomó con
fuerza su cabeza, hundió sus dedos en su cabello y la apretó contra
sí, como si todo su cuerpo fuese impronta que se adhiere a ese
torso de luna que estaba a su merced aquella tarde.
Llevó sus labios de albaricoque a sus sienes, los bajó luego hasta
su oreja, explorando ese pabellón no solo con ellos, también con la
punta de su lengua, atenazó su lóbulo con sus dientes, sin importar
encontrar en él el anzuelo de un zarcillo, bajó hasta su cuello y allí
mordió, libó, lamió y besó, mientras sus manos no se detenían y
habían decidido ir más allá de los senos, los brazos y el cabello de
Bárbara para bajar por su abdomen y su cintura, treparse por sus
muslos, colarse entre ellos y retroceder a la entrepierna, hasta
estrellarse con firme sutileza contra su sexo, arrancándole un
gemido ronco. La tuvo a su merced por minutos y minutos y la
sumisión de Bárbara era como una droga de la cual ni podía, ni
quería apartarse.
Se descolgó de su cuerpo despacio, se puso de pie y Bárbara,
ansiosa por saber qué otra cosa se le ocurría a Oriana para seguir
adelante con esa osadía, notó de qué forma la tomaba por la manos
para indicarle que se girara sobre el mueble, esta vez de cara a ella.
Así lo hizo la caleña, volviendo a sentarse a horcajadas y vio a
Oriana tornar a colocarse ante sí, pero esta vez, tomó las piernas de
ella por debajo de las rodillas, las alzó, se coló a través de la parte
inferior de las mismas y tomándola con firmeza por la cintura, la
empujó hacia sí, haciéndola converger casi de un modo perfecto con
su cuerpo y con su pubis. La mujer de cabello negro casi enloquece
al sentir hacia dónde empujaba Oriana las cosas y de qué forma la
hacía sentir sus iniciativas, pero su proximidad no culminaría allí.
Sintió a la tatuadora deslizarse con fuerza sobre ese mueble, hasta
dejar a Bárbara completamente recostada del respaldo,
incrementando así su pulsión.
Allí, en una posición en la que no parecía colarse ni el aire, Oriana
le dio acento y propósito a su dominación con un beso que se
apoderó en demasía de la boca de su acompañante, más entregada
que nunca a lo que sea que ella tuviera a bien obrar sobre su piel,
en cada rincón de ella. Bárbara entendió, en esa forma colosal que
halló la otra para devorarle la boca, que sus temores estuvieron
fundamentados sobre la base de la nada. Fue dichosa en parte al
constatar que el deseo era recíproco y ardiente.
La tatuadora trató de alargar la mano para apagar la luz de esa
lámpara retráctil que utilizaba al hacer su trabajo y Bárbara, que
además del beso y de todo lo que sentía sobre su cuerpo, lo
percibió, se apartó despacio, miró a los ojos a Oriana,
completamente fuera de sí y sonriéndole, le susurró:
—¿Qué quieres hacer?
—Apagar la luz... -rieron a los susurros.
—Listo... -alzó sus ojos negros, divisó la lámpara, soltó la espalda
de Oriana a la que estaba aferrada con frenesí y con un sencillo
movimiento, cumplió el cometido. Aprovechó el momento para tomar
las elásticas que llevaba puesta la tatuadora sobre su camiseta esa
tarde, dejarlas caer a los lados de su cuerpo y sacarle una de las
prendas con la que vestía. Acto seguido y mientras se miraban a los
ojos de un modo increíble, fue también por el brasier y ambas
empataron en desnudez, con el jean y los zapatos como única
prenda que las cubriera.
Las creativas caricias de Oriana, su definitiva arma letal, volvieron
para apoderarse de nuevo de Bárbara y esta vez ya no le bastaba
con beber de sus labios, sedienta. Recorrió esos relieves rojos con
su dedo pulgar y la otra, enloquecida por el tránsito que
protagonizaba en su piel, libó y mordió ese dedo, de la misma forma
y con el mismo frenesí con el que lo había hecho con su lengua.
Entonces volvieron a enloquecer, proponiendo como muestra de
demencia un beso rudo, atrevido, profundo y asfixiante.
Continuaron besándose y tras minutos de comunicarse de ese
modo sofocante, Oriana sorprendió a Bárbara alargando su mano
hasta la palanca que ajustaba las diversas posiciones de la silla,
haciendo caer el respaldo hasta dejarlo en plano horizontal y con él,
a ellas dos, que se reclinaron con un dejo de brusquedad.
—¡Buena estrategia! -lanzó la caleña haciendo reír a la otra y
retomaron el beso, esta vez acentuado por la convergencia casi
absoluta de sus cuerpos. Oriana retomó el cuello de Bárbara con
sus labios y la caleña, secuestrada por completo por las emociones,
susurró como si estuviese en medio de un episodio de delirio: ¡Sí, sí,
Oriana, sí! ¡Definitivamente, sí!
—Sí, ¿qué? -y alzó un poco la cabeza para mirarla a los ojos-.
¿De qué estás hablando, mi amor?
—De que eres vos... -le tomó el rostro entre las manos-. ¡De que
siempre fuiste vos! ¡Siempre, desde el primer momento en el que te
pensé sobre el techo de esa casita de Cali! ¡Ahora lo sé mejor que
nunca!
—Yo también lo sé, Bárbara... Yo también lo sé porque en tus
gemidos está la rima de mis versos... ¡De todos los versos de mi
vida! -la miró a los ojos y en un tris se le humedecieron-. Y ahora tú,
en solo unos días... -la otra le cubrió la boca con la mano.
—No pienses en eso ahora, Oriana... El ahora es el ahora...
¡Vamos a vivirlo! -Bárbara se precipitó sobre su boca y la atrajo con
fuerza hacia sí, valiéndose de sus manos. Sintieron que ese ahora,
ese período de tiempo en presente perfecto que ambas estaban
construyendo, sería generoso con ellas en espacio y duración, por lo
que a pesar de que se habían ansiado por meses, se amaron como
si contaran con siglos, deleitándose muy especialmente en el
descubrirse, como si cada una se quisiera llevar de la otra para el
incierto mañana todas las certezas que sirvieran de motor a las
evocaciones. Se extrañarían como unas dementes. Aunque no
querían pensar en eso, en el fondo de sus corazones ya sentían
soplar el viento helado de la añoranza. Se sintieron como dos
idiotas, que postergaron con testarudez su verdad, solo para
desenmascararla ante el paredón de la inminente despedida. Más
vale tarde que nunca. ¿A qué otra máxima se podían aferrar?
Tenerse de la manera en la que lo habían ansiado por semanas
se convirtió en tabla de salvación de naufragio y el cuerpo de una
fue para la otra ese mástil al que se aferra el que flota sobre las
olas, sin dirección ni consciencia. La ausencia de lucidez no estaba
auspiciada en este caso por el desvanecimiento, sino por la
embriaguez que les provocaba recorrerse y probarse del modo en el
cual lo estaban haciendo. Quizás no estaba del todo bien que por
segunda vez, en menos de un año, Oriana volviera a recurrir al
estudio como si se tratase de un emplazamiento romántico, pero
detener sus avances sobre el cuerpo de Barbara era sencillamente
como querer detener a un meteorito tratando de usar como
contención el dedo índice de tu mano derecha.
Así que pasaron del mueble que usaba para tatuar a sus clientes
a un sofá pequeño en el cual, en ciertas ocasiones, esperaban los
acompañantes y allí, con la poca luz que entraba por la persiana
producto de que Cartagena se estaba quedando a oscuras,
acabaron de desnudarse y de entregarse, esta vez de una manera
inédita para ambas. De alguna forma se las ingeniaron para
entrelazar sus piernas y permitir, de un modo muy similar a como lo
habían hecho antes, que las húmedas concavidades de su frenesí
se encontraran, como si el almizcle de sus deseos les sirviera no
solo de sujeción, también de pretexto para querer ir más allá en
semejante aproximación. Por supuesto que perdieron la poca
cordura que les quedaba y fue una bendición que cada una contara
con el sustento del cuerpo de la otra, porque de otro modo, las
habría alcanzado un desvanecimiento incontenible.
—Le sugerí a la noche que postergara su partida... -susurró
Oriana en la oreja de Bárbara, valiéndose de su locura para
atreverse a hacer poema en prosa de sus gemidos-. Le ofrecí, a
cambio de que no transcurriera, mi vida y ella, ciega e ingenua,
velada por su capote de estrellas, se lo creyó cumpliéndome el
pacto sin imaginar que mientras mis dedos puedan aferrarse a tu
vida, mi alma ya está hipotecada a tus designios y no hay forma de
que se extinga, porque ahora sé que tus besos son el hontanar de
donde bebe mi aliento.
—Ay, Oriana... -abrió a medias sus ojos para mirarla, fuera de sí-.
Sentirte de la forma en la que te estoy sintiendo, es como estar
subida a una nueva bicicleta en la que, con el pedaleo de tus besos
y de tus caricias, me llevas al firmamento...
—Quiero llevarte más allá... ¿Me dejas?
—Tómame y elévame hasta donde quieras, créeme que desde la
primera vez que te vi, supe que vos no me dejarías caer...
—Que conste que tú así lo autorizaste...
—¡Sí, sí! -estaba al borde de la demencia-. No te detengas por
nada... -y Oriana borró de su diccionario para siempre la palabra
ALTO, tratándose de hacer de su pertenencia a Bárbara Monsalve.
Sí, la hizo suya, pero la tatuadora no sería la única en tejer lazos
de dominio en ese cuerpo de luna. Bárbara también se obsesionó
con esa mujer de la cual quería apropiarse y fueron bastante
equitativas no solo en la contundente aproximación de sus fosas de
pasión, también en todo lo que permitiera la inmersión en ellas. Se
valieron de sus manos para recorrerse con entero gozo, para
identificar no solo los fascinantes escondrijos que estaban allí, a
simple vista, también para ir al fondo de sus vesanias. Fue la gloria,
la ascensión suprema del placer, sentirse contraerse o dilatarse
sobre sus dedos apretujados, embadurnados de esa miel producto
del arrobamiento, y los espasmos que se anticipan al éxtasis, fueron
reliquia de amor para ambas, especialmente tratándose de Bárbara,
que estaba demostrándole a Oriana que su dulzura no estaba para
nada peleada con sus habilidades al momento de amar como toda
una mujer: generosa, creativa, atrevida, osada, dominante por
segundos. La mujer de cabellos que parecían trenza de melcocha
se sumó al concierto de gemidos, experimentando a merced de la
ingeniero un orgasmo tan total y descabellado, que culminó en gritos
y una dentellada sublime en su hombro.
El estudio estaba en la más absoluta oscuridad. Salvo uno que
otro destello de luz, era difícil ver sus rostros en semejante
penumbra, por eso solo se sentían, una, sobre el cuerpo de la otra,
aún tendidas en aquel sofá. Bárbara estaba completamente
acurrucada en el pecho de Oriana con mil emociones distintas
manifestándose en su corazón. Era dichosa, de eso no le cabía la
menor duda, pero estaba aterrada ante las nuevas perspectivas que
la vida le presentaba sin buscarlo.
—¿Quién me iba a decir que alguna vez en mi vida te tendría así,
caleña? -Oriana suspiró arrobada y besó con dulzura su frente y su
cabeza.
—Ya yo había perdido las esperanzas de que esto sucediera -
susurró.
—¡Exagerada! -Bárbara rio suavecito consciente de que
dramatizaba un poco.
—Hablando en serio -se aclaró un poco la garganta tratando de
sobreponerse a sus temores y a la incertidumbre-, por momentos
dudé que realmente te gustara, ¿sabes? -Oriana se incorporó un
poco para mirarla.
—¿Lo dices en serio? -pensó en todo lo que le había dicho
Valentina y se sintió como una estúpida.
—Sí. Palabra. Sin ánimos de exagerar, yo he tenido que reprimir
mis deseos desde el primer día por respeto a vos y a veces me
sentía tan ansiosa, que tu firmeza me desorientaba. Por momentos
pensé que solo estabas dándote unos días más para decidir que no,
que tu ilusión platónica con la mujer con la que bailaste esa noche
en el club de salsa estaba muy lejos de la realidad y... ¡pajaritos a
volar!
Oriana la miró muy seria, nunca se imaginó que le estuviese
ocasionando todas esas sensaciones con su prudencia.
—¿Por qué no dijiste nada, mi amor?
—Por temor. Me causaba mucha tristeza corroborar que no había
llenado tus expectativas -no podía ver la expresión de Oriana, pues
conservaba los ojos cerrados, pero la miraba con un dejo de
angustia.
—¿Desde cuándo estás sintiendo todo esto?
—Desde hace algunas semanas. No lo sé con exactitud.
—No -deslizó sus manos por su espalda valiéndose de sus
caricias que eran de terciopelo y la apretó contra sí con fuerza-, pero
si yo estoy loca por ti, Bárbara.
—Ahora lo sé, pero todo este tiempo has sido una loca muy
circunspecta, Oriana Padrón -se echaron a reír-. Vos me fascinas,
vos me traes de cabeza, por eso esperaba con un poco de tristeza a
que llegara el día en que fueras vos la que me dijeras que quizás
nuestro idilio no tenía mucho sentido.
—¿A pesar de las coincidencias? ¿A pesar de los atardeceres?
¿A pesar de todo lo que nos hemos dicho?
—Sí, a pesar de todo eso... Así es...
—No, Bárbara, no -la apretó con más fuerza y la miró fijamente,
intentando escrutar su expresión a pesar de la oscuridad-. Ni en mis
peores pesadillas te diría una cosa como esa, en especial porque
una de mis mayores alegrías es saberme contigo. Tú superas mis
expectativas, le pusiste personalidad, sensibilidad e inteligencia a
una imagen platónica que me acompañó desde la infancia, cuando
era una pelada jugando a ser poeta en Turbana. Siento haberte
hecho dudar con mi sensatez, pero como una vez dijiste que tu
relación anterior había sido complicada y mi romance más reciente
no fue precisamente color de rosa, quise darnos tiempo.
—Y lo agradezco, mi amor, por eso no quiero causarte una
angustia con mis inseguridades...
—¡Y yo no quiero causarte inseguridades con mi exceso de
sensatez! Nunca me pasó por la cabeza que mi prudencia era
interpretada como indiferencia por ti.
—Te das cuenta de que estábamos metidas en un grave
malentendido, ¿no? -se echaron a reír.
—Pues eso parece, sí -sus ojitos, almibarados en esa
oportunidad, brillaban con temor.
—Lo que más lamento de todo esto no es la inseguridad que sentí
o tu sensatez con respecto a nosotras... Lo que más lamento es que
le apostamos al tiempo y de un momento a otro, nos lo han quitado
todo. Es como si nuestro romance fuese los granos de arena que se
escurren deliciosamente por un reloj y un golpe de viento lo ha
tirado al suelo, destrozándolo en pedazos y derramando por todos
lados un polvo dorado que ahora se está llevando el soplo de la
incertidumbre.
—¡No dejaremos que nos lo arrebaten, Bárbara, lo prometo!
¡Contendremos ese polvo dorado del que hablas y lo haremos
eterno! Puede que ahora las cosas nos empujen a tomar otra
posición de cara a nuestro amor, pero encenderemos la antorcha de
ilusión que nos hará doblegar a las sombras de la incertidumbre.
—Al menos sé que un beso tuyo es chispa más que suficiente
para encender ese hachón... -y bebió de su boca sin temor a
quemarse, postergando con eso los minutos en penumbra que le
esperaban en ese estudio, entre caricias y gemidos.
Amarse de vuelta sería, por esa ocasión y por todas las
siguientes, un nuevo leit motiv para ambas. Se miraron tras minutos
en los cuales pudieron recuperar el sentido y de solo verse supieron
de sobra que la noche no había llegado a su final. Era solo el primer
acto de una pasión devoradora de meses, que se había valido de
ese estudio como escenario inicial.
Cuando el telón de la ópera que era amarse sin límites volvió a
alzarse, lo hizo con Bárbara arrinconada en la pared de la ducha del
departamento de Oriana, pero no sería allí, húmedas y hambrientas,
donde culminaría ese fragmento de aquella pieza arrebatadora.
No pasó demasiado tiempo para que hallaran el mejor de los
acomodos sobre el lecho, donde Bárbara se dispuso a hacer mano
de todas sus iniciativas. No sabía cuándo ella y Oriana volverían a
verse una vez que abandonara La Heroica para asumir los
compromisos que siempre ansió, pero que justo ahora no estaba del
todo segura de querer aceptar, por eso, porque necesitaba llevarse
consigo la certeza de que la pertenencia de ambas era absoluta,
decidió trepar sobre el cuerpo de la tatuadora y cabalgar sobre sus
labios, ofreciéndole en ese gesto la permisión absoluta para que
bebiera sin saciarse de sus aguas, con su trepidante lengua
transitando caminos inimaginados que, de no ser porque la mujer de
cabello negro encontró oportuno asidero en el cabecero de la cama,
no habría podido resistir sus insistentes laceraciones y esa forma
que tenía de sorberla sin pudor o mezquindad.
Claro que esta vez la que había perdido el sentido era Bárbara,
pero estaba segura, segurísima, de que una vez que lo recobrara,
se volcaría en Oriana de la misma forma en la que ella lo estaba
haciendo y no transcurrió demasiado tiempo para que el momento
de retribuir semejantes maravillas tomara el control de la situación.
Al experimentar cómo su novia tomaba de nuevo el control de las
iniciativas sobre la cama, Oriana se sintió por enésima vez
bendecida en solo una noche, o al menos por el lapso de ella que
había avanzado hasta ahora. Bárbara tomó ambas manos de
Oriana, dominándola, mientras besaba sus senos como mejor le
parecía. La otra tuvo que reconocerse que ese sutil gesto de
autoridad, aunado a sus labios catando sus pezones, le produjeron
un dulce éxtasis; en ese momento entendió que con la caleña, la
desigualdad estaba en vías de esfumarse para siempre de su lecho.
Soltándose de las manos entrelazadas, con un roce sutil pero firme,
las manos de la ingeniero contornearon los brazos tatuados de
Oriana, se ciñeron a su cuerpo como una armadura de seda,
recorriendo la parte posterior de sus hombros, la cavidad de sus
axilas, el anhelado flanco de sus senos, la precipitación de su
costado, que declinaba hacia una cintura exquisita y que se abría de
nuevo, como una costa sinuosa, hacia unas caderas de infarto y un
ombligo que era, como dirían los quechuas, el centro del mundo; ¡de
su mundo! Hipnotizada, agradecida porque esa habitación en el
departamento de la tatuadora gozaba de una mayor claridad, se
tomó unos minutos de sosiego entre tanto frenesí y musitó:
—Amo tu cuerpo, Oriana... -no sabía si comérsela a dentelladas o
sentarse en una esquina a contemplarla, pero la premura era
incitante y no estaba de humor para misticismos.
—Ídem -musitó apenas y ante semejante revelación se preguntó a
sí misma cómo había conseguido ser tan terca durante todo ese
tiempo con ese argumento estúpido de "tomarse las cosas con
calma". "¿Cuál calma? ¡Si con esta caleña maravillosa no hay ni un
centímetro para la calma!", e incorporándose, se arrojó sobre
Bárbara por enésima vez.
Arrodilladas en la cama unieron sus cuerpos de tal modo, que ni
siquiera una brizna ínfima de polvo habría podido encontrar asilo
entre sus pechos, mucho menos entre sus labios. La tatuadora hizo
a la otra yacer de espaldas sobre el lecho. Oriana dejó caer el peso
de sus caderas entre las piernas de su novia, como describiendo
una cobra completa, acompañada de un gemido, torsión de cuello
hacia atrás incluida, no por la búsqueda del balance del cuerpo, sino
por el enorme placer que le producía sentir el contacto de su pubis
con el de Bárbara, esta vez de un modo distinto al que habían
empleado en el estudio. Haciendo girar su cuello en un movimiento
sensual y sutil que le voló los sesos a la otra, volvió a mirarla, reparó
en su gesto de deleite, una expresión compartida, y no tardó en
sentir sus manos cerrándose con suavidad indescriptible sobre sus
senos. Saberse ahí, en el lugar codiciado, la hizo recordar a su
mejor amiga. "Ay, Valentina, no tienes idea de lo que es estar entre
las piernas de esta mujer... ¡ni la tendrás jamás, flaca!". Se sintió
gozosa, solo de saber que ese espacio mágico y cálido en el mundo
era nada más suyo. Poco a poco se dejó caer sobre la caleña, para
que sus vientres tuvieran la oportunidad de construir un diálogo a
medida, y la besó como si la vida dependiera de ese instante, su
novia tomó con firmeza su cabeza, aferrándose a sus destellos
amelcochados, empujándola contra su boca. Decidió que era el
momento de bajar por esa espalda, por esa suave piel dorada que
hasta esa noche desconocía y no precisamente por decisión propia.
—Quiero ver que me impidas recorrerte completa, Oriana -susurró
y dejó a sus dedos abrirse nuevos caminos en cada pliegue de su
bellísima humanidad.
—¿Impedirte? -su voz fue un jadeo-. Ahora no estoy en posición
de impedirte nada, Bárbara, mas sí de exigirte.
—Habla, que yo cumplo todos tus deseos -los ojos de Oriana bien
podían confundirse con el fuego, no en vano eran cambiantes.
—Conquístame -espetó contra su boca-, coloca tu bandera en mi
cima más alta y reclámame tuya, para explotar todas mis riquezas.
Conviértete en nuevo tatuaje sobre mi piel, en escaración tallada en
la dermis a fuerza de caricias.
Bárbara tuvo un par de segundos de desvarío y cuando atinó a
accionar, lo hizo para consumirse por entero a esa mujer y no dejar
migajas a nadie. Haciendo uso del derecho a colonizar que ambas
se habían concedido, recorrieron a placer cada recoveco de sus
cuerpos. Oriana se bebió los senos que había acariciado
morbosamente en el estudio unas horas atrás, mientras que la
caleña le puso sabor, olor y textura a todas las alucinaciones que
había tenido mil veces, poseyendo a su novia en sueños húmedos.
En esa travesía sensorial, que se acercaba a un doble y merecido
estallido de gloria (uno más de esa extensa velada de
aproximaciones), sus bocanadas reventaron contra sus rostros,
acompañadas de un sublime temblor, y cuando Bárbara volvió a
abrir los ojos, con su nariz fundida a la de Oriana, se mojó los labios
y dijo, contemplándose en sus ojos acaramelados, con un lánguido
aliento:
—Hola... ¿Soy yo la niña desconocida a la que le dedicabas todos
tus versos? -Oriana la miró con un sobresalto, con una sorpresa y
los ojos se le humedecieron de inmediato.
—¡Sí, eres tú! ¡Siempre fuiste tú! Y yo... ¿soy yo el amor de tu
vida al que le hacías preguntas sin respuesta mientras
contemplabas el cielo de una noche rociada de estrellas?
—Sí... ¡Claro que sí! ¡Mil veces sí, porque en ti todas mis dudas
se aclaran a la luz de tu mirada! -se dieron un abrazo irrepetible,
sellado por la desnudez de sus cuerpos.
Tras el letargo de aquella nueva exploración extenuante, yacían
en la cama, sus pechos oprimidos y en contacto, ni supieron en qué
momento Bárbara había tomado el cuerpo de Oriana para su retozo,
solo sabían que estaban allí, transformadas en un solo ser.
Desde luego que para la tatuadora fue magnífico enredar sus
dedos en el cabello negro y precioso de la caleña, como si esas
hebras de un purísimo azabache, fuesen las bridas de una bestia
briosa y rebelde, como brioso y rebelde era su modo de amarse que
no cesó, a pesar del cansancio. No le darían tregua a la noche y
entre orgasmos compartidos, producto de numerosas y creativas
maneras de amarse, avanzó la madrugada y una vez que sintieron,
desfallecidas, que era el momento de poner freno a sus desmedidas
aproximaciones, Bárbara yacía nuevamente, agotada y eufórica,
sobre el cuerpo de Oriana.
—Ahora menos me quiero ir... -susurró. Oriana se echó a reír-.
¿Cómo se supone que voy a regresar a Bogotá luego de esta
noche, luego de que sé que nos pertenecemos y que podemos
amarnos de esta forma?
—Era de suponerse, caleña... -acariciaba su cabello con sutileza
absoluta, mientras besaba sus sienes de un modo suave-. Siempre
fuiste entre mis manos suposición de embriaguez... Siempre fuiste
ante mis ojos espejo de desvarío y... -suspiró de un modo
entrecortado-, y ahora que eres demencia de realidad, ¿cómo
esperas que pueda curarme de tu locura?
—Pues yo no quiero... -la rebeldía se había instalado en su alma-.
Yo no quiero ni curarme, ni alejarme, ni mucho menos elegir... ¡Es
que no hay nada que elegir! Mis ojos eligieron antes que mi piel. Mi
piel eligió antes que mi corazón y ahora... Ahora es mi corazón el
que ratifica con el más ínfimo resquicio de mi cuerpo lo que mi alma
supo antes que todos ellos... -volvieron a mirarse a los ojos-. Eres
vos y por ser vos, ya no hay otro rincón en el mundo al que deba ir...
—Se trata de uno de tus mayores anhelos, Bárbara.
—No me hables de anhelos, Oriana. Vos eres mi sinónimo de
anhelo. Mi definición de sueño que se cumple... -suspiró-. Lo otro, lo
otro solo es un compromiso, una responsabilidad, que no conforme
con todo lo que significa, también me aparta de tu lado.
—Pero debes ir a atenderla, mi amor... -le acarició el rostro con
dulzura-. Debes hacerle frente porque de esa responsabilidad
también se teje la fibra de tu vida.
—¿Y nosotras? -estaba a un tris de enojarse como lo había
estado desde la mañana, cuando Rafael Bermúdez le anunció que
la promovían-. Es la tercera vez que te pregunto: ¿qué será de
nosotras?
—¿De verdad crees que después de la forma en la que nos
hemos estado amando desde hace horas hay dudas para nosotras?
—Eso no es lo que me preocupa, porque créeme que el dogma
de fe de nuestro amor me lo sé de memoria desde que era una
pelada y te pensaba, ¿oís? Pero es que no puedo creer que yo sea
la única que no quiere apartarse de vos... ¡Ni siquiera sé cómo me
voy a levantar mañana de esta cama para ir al trabajo, movida por el
deseo que tengo de ser una con vos!
—Bárbara... -le tomó el rostro entre las manos con frenesí-, se me
va a ir el alma detrás de ti apenas te subas en ese avión a Bogotá,
pero... ¿crees que puedo ser tan egoísta como para detenerte? ¡No
puedo! -reflexionó-. Ya sea que puedas negociar las condiciones de
tu nuevo cargo, ya sea que solo lo tomes por un tiempo y luego
vuelvas... Debes ir allá e intentarlo...
—¿Y vos? -volvió a desesperarse-. ¿Qué hago con vos?
—Yo voy a estar aquí, esperándote el tiempo que creas
necesario, yendo a tu encuentro cada vez que se pueda o cuando tú
lo necesites... Yo voy a estar aquí pensándote, escribiéndote un
verso a diario, un poema, unas líneas... Yo voy a estar aquí,
amándote con la misma devoción con la cual Penélope decidió
esperar por Odiseo.
—¿Y si no regreso a tiempo? ¿Y si te cansas de esperar? -se
puso colorada de los celos: ¿Y si Ana Paula vuelve a tu vida y
decides intentarlo con ella? -Oriana se echó a reír.
—Esa es la opción de la que menos debes preocuparte.
—¿Y si no es Ana Paula? ¿Y si es otra?
—No sucederá. Mi corazón es tuyo, Bárbara... -la miró un par de
segundos-. Yo también podría temer, ¿no? Yo también podría temer
que una nueva Claudia Valencia llegue a tu vida, esta vez para
enamorarte de verdad... ¡En especial porque podría tratarse de
alguien más afín, que comprenda tu profesión, lo que te apasiona!
—¿Quién más afín conmigo que vos, Oriana? ¿Es que de verdad
crees que no saber nada de lo que hace la una o la otra entorpece
algo entre vos y yo? ¡Eso no hace la más mínima diferencia en la
forma que tenemos de sentirnos desde que nos vimos por primera
vez! Así que en nuestro caso la afinidad no es un asunto de
profesión o conocimiento, la afinidad es consecuencia de la forma
en la que decidimos compartir nuestras vidas y complementarnos.
—Entonces no hay nada que temer, Bárbara... Puede que ahora
estemos distanciadas por un tiempo, pero...
—No quiero... -volvió a hundirse en su pecho-. De lo que menos
quiero hablar es de distancia entre vos y yo.
—¿Y qué se supone que harás, caleña?
—Acudir al llamado de ese hombre... El sujeto que me está
solicitando en Bogotá es nada más y nada menos que el
vicepresidente de la compañía... Conocer a fondo de qué se trata su
propuesta y...
—Y aceptarla, mi amor... -sonrió a medias-. Aceptarla, para que
no quede en ti la sombra o la inquietud de que no lo hiciste... -la
estrechó entre sus brazos con fuerza-. A fin de cuentas desde el
principio supimos que nuestra relación es un brebaje de amor que
se cuece despacio... -la otra suspiró con desconsuelo-. Llegará
nuestro tiempo, Bárbara y esta noche, esta noche será como la
epifanía de ese momento.
Bárbara se hundió de nuevo entre los brazos de Oriana con
frenesí. Odiaba que ese amarse fuese anticipo de una realidad
futura, justo cuando ella ansiaba por hacerla conjunción presente.
De brazos cruzados y con la ceja arqueada, Salomé esperaba a
que Valentina hallara, en medio del desbarajuste que tenía en su
estudio, esa tarjeta de crédito que necesitaba para hacer algunas
compras por Internet. Ya comenzaba a dudar de la palabra de la
tatuadora cuando la vio alzar el plástico entre sus dedos, triunfal, y
decir:
—¿Ves? ¡Te dije que estaba aquí! -habían llegado muy temprano
al lugar ese viernes, solo para buscar el ansiado documento, por
eso Oriana se sorprendió al escuchar sus voces, aunque en el fondo
la reconfortó saber que no estaría sola.
La chica, cuyos ojos lucían más bien verdosos esa mañana, entró
en esa habitación y luego de escuchar el saludo que susurraban
Salomé y Valentina, se fue derecho hacia su mejor amiga, se colgó
de sus hombros, la abrazó y ante el gesto perplejo de ambas
mujeres, comenzó a llorar en silencio.
—¡Oriana! -Valentina casi se desmaya. Era la segunda vez en su
vida que veía llorar a esa mujer, la primera fue tras la muerte de su
abuelo. La estrechó entre sus brazos con fuerza y de inmediato
Salomé también se acercó, para acariciarle la espalda con sutileza.
—¡Mi china hermosa! -musitó la sommelier compartiendo miradas
de preocupación con su novia-. ¿Por qué estás así, OriP?
—Bárbara... -musitó-. Bárbara se me va...
—¿Que se te va? -Valentina lo gritó y Salomé se cubrió la boca
con ambas manos, imaginando lo que una situación como esa podía
significar para Oriana-. ¿A dónde?
—A Bogotá...
—¿Cuándo?
—La próxima semana... -suspiró desconsolada-. La promovieron
en su empresa y la asignaron a la costa pacífica colombiana.
—¡Al otro lado de acá!
—Sí... -se separó de a poco de ese abrazo-. ¿Podemos ir al café
de Melquiades? Nos tomamos algo allá y les cuento todo...
—¡Bueno! -respondieron las otras de inmediato y salieron de allí.
En pocos minutos escuchaban de boca de Oriana toda la situación
de Bárbara y de qué forma lo había manejado la tarde anterior.
—¿Así que la alentaste a que se marchara? -susurró Salomé con
una de las manos de Oriana entre las suyas. La tatuadora asintió
con su cabeza.
—¿Y entonces por qué lloras? -Valentina le tomaba la otra mano
apretándosela una y otra vez.
—¡Porque es evidente que no quiero que se vaya, oye! -sollozó
con suavidad-. ¡Porque es evidente que me aterra que una vez lejos
de Cartagena se olvide de mí y todo se vaya a la mierda! ¡Porque
siento que la voy a perder y ni siquiera tuve la oportunidad de
disfrutar a plenitud su compañía!
—Y si te sientes así, ¿por qué le dijiste que se fuera, OriP? -
Valentina no entendía nada. Salomé torció los ojos con hastío ante
el despiste de su novia.
—¡Porque es lo correcto!
—¡Exacto! -soltó la sommelier mirando a su pareja a los ojos-.
¡Oriana no puede pedirle a Bárbara que se quede, Valentina! En
primer lugar es egoísta, en segundo lugar es arriesgado...
—¿Qué sucederá si alejo a Bárbara de su sueño, de sus
aspiraciones? -suspiró llena de tristeza-. No, Valentina, no puedo
hacer eso.
—¡Pero si la propia Bárbara no se quiere ir! -se cruzó de brazos
indignada-. En ese sentido creo que la ingeniero es más sincera,
porque finalmente dice lo que siente y lo que piensa, mientras que tú
solo estás fingiendo ser la razonable con todo esto, oye.
—¡No digas eso, Valentina! -Salomé se enojó y tomó a Oriana por
su hombro, sacudiéndola un poco-. Hiciste bien, mi china... ¡Hiciste
muy bien! A la larga, siempre será preferible que sea la propia
Bárbara la que decida, una vez allá, que quiere volver o que desea
quedarse...
—¿Aunque eso signifique que manda a volar a Oriana? -la flaca
no se lo creía.
—¡Aunque eso signifique que la manda a volar, Valentina Izaquita!
-la idea hizo a Oriana sollozar un poco. Salomé volvió a ver el perfil
apesadumbrado de Oriana-. OriP está haciendo lo correcto, la
verdad.
—¿Cómo piensan luchar contra la distancia, niña?
—Aún no lo tenemos muy claro... Ni siquiera sabemos con
exactitud las condiciones de su nuevo cargo... De momento le
prometí que iría a donde sea que ella estuviese cuando se pudiera o
cuando ella lo necesitase.
—Genial... -susurraron ambas mujeres.
—Pero no tengo idea de lo que nos puede esperar a largo plazo...
-suspiró-. Bárbara me propuso que me fuese con ella, pero es una
locura... No puedo renunciar a todo acá para hacer eso.
—Al menos no ahora, pero a futuro...
—¡Eso también me aterra! No ahora, a futuro... ¿Cuál futuro?
¿Cómo se supone que vamos a tener una relación real, tangible,
que podamos hacer nuestra y moldear a nuestra manera, si cada
una va a estar por su lado? -miró a los ojos a sus amigas-. A ver,
déjenme ponerles un ejemplo... Supongamos que Salomé consigue
una oferta de trabajo única en Bogotá y decide marcharse para
probar allá... Luego de unos meses descubre que le gusta y te
propone a ti, Valentina, que eres su pareja, que se muden a la
capital... ¡Tú podrías perfectamente tomar la decisión y reunirte con
ella allá, porque a fin de cuentas ya son una pareja estable, que se
ama y que sabe de sobra lo que vale su relación!
—¿Y tú no quieres a Bárbara?
—¡La adoro, Valentina! ¡Ahora más que nunca me muero por ella!
—¿Pero?
—Pero no tienen nada serio, Valentina... -Salomé acarició el
cabello de Oriana-. Todo ocurrió muy rápido. No les dio tiempo a
nada.
—Exacto... Las decisiones que tomemos tendríamos que tomarlas
desde la corazonada y confiando en que no nos equivocaremos o
que no nos va a salir mal.
—Todo muy incierto... -musitó Valentina entendiendo por fin de
qué iban las tribulaciones de su amiga.
—Creo que voy a perder a Bárbara... -musitó Oriana-. No creo
que tal y como fueron las cosas, nuestra afinidad sea lo
suficientemente fuerte para contenernos en el deseo de volver a
reunirnos.
—¡Pero no seas pesimista, OriP, oye! ¡No subestimes el amor de
la caleña!
—Valentina tiene razón, china... Si Bárbara te adora tanto como tú
a ella, hará lo mismo que tú para que puedan juntarse en algún
momento y vivir su relación como tanto lo ansían.
—Solo me queda confiar... -musitó bajando la mirada con tristeza.
—Es mejor que nada, ¿no?
—Ya quisiera tener un par de consuelos justo ahora... -pero esta
vez, esta vez nada parecía consolarla.
Los pocos días que le quedaban a Bárbara en La Heroica se
convirtieron en una verdadera cuenta regresiva. De un modo
descabellado y febril, esas oruguitas de Salomé habían hallado por
fin la manera de envolverse en crisálida de amor, en la que
decidieron sumergirse, seguras de que su inmersión no las haría
desfallecer por la falta de aire, porque cada una era para la otra la
bocanada de aliento justa para mantenerse con vida. Se amaron
cada noche sin tiempo y sin límites. Sí, para el próximo fin de
semana cada una estaría en un lugar distinto de Colombia, pero al
menos se llevarían consigo un consuelo (esta vez solo era uno)
saberse de memoria. ¿De qué les había valido postergar por meses
un deseo que ahora les sabía a poco? Se arrepintieron, por
supuesto que se arrepintieron. Oriana, con Bárbara retozando sobre
su cuerpo de esa forma desinhibida y salvaje que ya conocía en
ella, no dejaba de pensar en las reflexiones que días atrás Valentina
y Salomé habían hecho en torno a su revelación: ¿era prudente
tomar decisiones trascendentales sobre la base de una relación que
ni siquiera tuvo tiempo de mostrarse, salvo las maravillosas
coincidencias que sabían que las habían empujado a encontrarse?
Entonces ese encuentro, ese último encuentro que las reunía, le
supo a réquiem. Antes del mediodía del día siguiente, Bárbara
Monsalve, la caleña de cabellos negros que llegó a su vida movida
por los acordes de una canción, que insistió en presentarse antes
sus ojos en esa ciudad, como si se tratase de una aparición, la
misma que la anhelaba en estrellas inmortales que matizaban de
brillo una boveda celeste calada por puntos brillantes sumidos en
negritud, estaría lejos con un frágil pacto: el de permanecer en su
vida.
Esa última noche fue tan intensa como todas las anteriores,
porque amarse se hizo hábito deleitoso y se podría decir que en los
últimos días, Oriana Padrón y Bárbara Monsalve solo parecían vivir
para eso, sin embargo, la intensidad de esa vez estaba más bien
marcada por la añoranza absurda de una sentencia, por esas
lágrimas incontenibles que recorrían sus mejillas, a pesar de los
gemidos. ¿A qué sabe el placer con anhelanza? ¿Lo has probado
alguna vez?
Allí, aferrándose a la inmaterialidad del tiempo sin que ese afán
de permanencia tuviera sentido, la que había llegado alguna vez a
Cartagena con el juramento de una sonrisa de esas que no se
olvidan, comenzó a suplicar:
—No me olvides, por favor, no me olvides... -esa plegaria estaba
embadurnada de la humedad de sus labios con sabor a beso-. No
me olvides, Oriana, te lo suplico...
—¿Cómo se te ocurre...?
—Yo sé que eres una mujer fantástica, atractiva, con unos
sentimientos y una personalidad increíble... Yo sé que llamas la
atención, que muchas viejas se quedan pasmadas solo de verte
pasar, que podrías tener a tu lado a la que se te antoje...
—Bárbara...
—...yo lo sé y tengo miedo... -sollozó con suavidad-. ¡Tengo miedo
de que me olvides! ¡Tengo miedo de que con el paso de los días se
te borren de la memoria mis ojos y cómo te veía, mis labios y cómo
te sonreía! ¡Tengo miedo de que mi recuerdo se convierta en una
imagen incierta y que al transcurrir del tiempo, obligada como estoy
a ausentarme, me desvanezca!
—No va a suceder... -la apretó entre sus brazos con fuerza-. No
va a suceder que te conviertas en remembranza, porque no tienes
materia de reminiscencia, estás hecha, muy por el contrario, de la
misma fibra con la que se teje la verdad y yo me encargaré, día tras
día, de hacerte real en todas mis evocaciones... -ella también
lloraba-. Yo te prometo que te escribiré un verso, un poema, cada
día... Yo te prometo que velaré por tu regreso desde el mismísimo
instante en el que tu distanciamiento sea pretexto de retorno... Yo te
prometo que iré a tu encuentro cada vez que eso quieras, cada vez
que eso necesites... Yo te prometo que seguiré versando en tu
nombre como cuando era una niña tonta, esta vez con las rimas que
pueden salir de la mano de una mujer enamorada, enardecida por
tenerte y ansiosa por vivirte sin miedo, sin limitaciones, sin errores...
Se besaron en magnitud indescriptible y de nuevo tenían en
conjunto un par de consuelos: la plegaria de Bárbara clamando
recuerdo y la promesa de Oriana asegurando evocación.
BUENAVENTURA

Mis manos colmadas de pretextos se deshojan como escamas


que mutan en caricias marchitas de ansiarte.
Esperanza envenenada de silencio que murmura juramento roto.
El suspiro de Oriana al enviar ese mensaje, fue estremecedor.
Con una mirada sumida en la desesperanza deslizó su dedo hacia
abajo en la pantalla de su dispositivo y se dio cuenta de que Bárbara
había estado ignorando sus versos por un poco más de tres o cuatro
días. Como en poemario infinito cada renglón comenzaba a
sumarse a otros, separados simplemente por las horas que
transcurren a lo largo de un día. La caleña siempre temió que fuese
la costeña quien la olvidara, pero a la luz de los hechos, parecía que
lo que había ocurrido era precisamente lo contrario.
Caía la noche y otra vez se le había ido el crepúsculo allá afuera,
encerrada como estaba en ese estudio. Había tanto silencio que
escuchaba con claridad el zumbido de la tatuadora de Valentina,
quien atendía a su último cliente de ese día. Con la cabeza gacha,
allí, en su mesa de luz y con el libraco abierto ante sus ojos donde
había decidido atesorar todos los versos que le prometió a Bárbara
Monsalve antes de su partida, acompañado del tatuaje de la luna
que jamás plasmó, no vio pasar por el pasillo a Salomé, que reparó
en su nostalgia como si toda ella fuese una bruma que cubría de
turbia agonía su derredor.
—Oriana... -susurró y entró de inmediato, para acercarse a ella.
La saludó apenas con un gesto cansado, pero su tedio no era físico,
era un aletargamiento del alma-. Ni te pregunto cómo estás, oye...
Esa carita no me gusta...
—Tengo días que no sé nada de Bárbara... -suspiró-. Todos mis
temores se están haciendo corpóreos justo ahora. Aquí está... -
señaló el dispositivo-. Un poema más que se queda sin respuesta...
Tiene casi dos meses que se fue y aunque al principio nos
hablábamos a diario, nos ansiábamos como locas, desde hace unas
semanas su disposición comenzó a mermar... Al principio respondía
tarde, lo cual es comprensible con todos los compromisos que tiene
que atender. Luego ocurrió que pasó un día entero en el que dejó de
hablarme, aunque no me quejo, apareció al día siguiente ansiosa,
apenada y vehemente por saber de mí y por contarme la razón de
su descuido... Ese despiste se hizo costumbre y hoy... Hoy ya casi
se suman cinco días en los que ni recibo respuesta de Bárbara, ni
mucho menos le he escuchado la voz... -se alzó de hombros-. No
me equivoqué, Salomé... La estoy perdiendo... Lejos como me
encuentro, sin más herramientas que unos insulsos versos, no
cuento con el poder de atesorarla así que, ya está... Quedaré yo
aquí, de este lado de Colombia, versando para una mujer que no
está conmigo, como lo hacía cuando era niña, con la única
diferencia de que esta vez sí sé a qué saben sus besos o cómo era
mirarme en sus ojos... -comenzó a llorar en silencio-. Quizás...
Quizás no era Bárbara Monsalve la musa que se descolgaba de la
luna para mover mi mano y extraer de ella palabras...
—¡No digas eso! -Salomé pensó un par de minutos, mientras
contemplaba a su amiga llorar en silencio. El tránsito de sus
lágrimas era denso y lento-. ¿A Valentina le falta mucho?
—Me parece que sí. No estaba del todo atenta, pero siento que
no hace tanto que su tatuadora está chirriando.
—Ven conmigo, anda... -le extendió la mano-. Te invito un trago...
-le guiñó un ojo-. Vamos a pedirle a Omitar que nos sirva un
Rosarito y brindemos por Bárbara... -Oriana sollozó un poco más
fuerte y se quebró ante esa referencia. Era más fácil cuando la
caleña no conocía Cartagena, porque en ese entonces, era difícil
que todos sus rincones se la recordaran. Salomé se encimó sobre
ella y la abrazó con fuerza al verla así-. Ven, anda, que necesito
decirte algo, mi oruguita... -la obedeció.
Sentadas en la barra de ese bar donde un primero de diciembre
Bárbara había cometido la osadía de emborracharse adrede,
Salomé dejó a Oriana llorar y recomponerse antes de comenzar su
anécdota.
—Hey, china linda... -se miraron a los ojos-. ¿Recuerdas esa vez
en la que te hablé de la prueba heroica de mi amor por Valentina?
—Sí... -sonrió lo mejor que pudo-. Y he estado pensando en ella,
¿sabes?
—Qué bueno, porque hay varias cosas que quiero contarte... -se
aclaró la garganta-. No sé si recuerdas que Valentina y yo teníamos
como un año juntas cuando a mí me salió la alternativa de trabajar
para aquella firma de cruceros que me reclutó...
—Lo recuerdo vagamente, sí...
—Bueno, en ese momento la flaca y yo estábamos
enamoradísimas, pero yo no encontraba un buen trabajo en
Cartagena y ese crucero prometía buenos ingresos, especialmente
por las propinas. Recuerdo que le dije a Valentina que también era
una buena excusa para ahorrar, porque subida a ese armatoste, ¿en
qué podía gastarme el dinero? -Oriana rio con suavidad, es verdad
que la sonrisa se le había hecho ausente en el rostro tras la partida
de Bárbara-. Ambas estuvimos de acuerdo y tuvimos mucho
miedo... -rio apenas-. A Valentina se le metió en la cabeza que yo
iba a enamorarme de alguna otra persona en el crucero o que al
menos iba a tener mil aventuras con una que otra turista, mientras
que yo, conociéndo lo carismática que es la flaca, juré y perjuré que
entre todas esas locas que se tatúan con ella podía salir alguna que,
sabiendo que yo no andaba por aquí, quizás la seducía y nada...
¡pues me la quitaba! -suspiró-. Incluso recuerdo que gracias a
nuestros temores hasta nos planteamos la posibilidad de que la
relación fuese abierta, para perdonarnos de antemano todas las
flaquezas, pero... ¡No imaginamos que eso sería lo de menos! Yo no
me involucré con nadie y sé de sobra que mi flaca tampoco, la única
razón que me mantuvo ausente de la vida de Valentina no fue la
presencia de otro amor, ¡fue el agotamiento! -Oriana la miró con
atención-. El agobio, los compromisos, no tener tiempo ni siquiera
para mí... Recuerdo, Oriana, que los primeros días me sentía sola,
insegura, idiota por aceptar ese trabajo y Valentina era mi único
sostén...
—Tal y como me pasó con Bárbara...
—Luego me fui acostumbrando a mi nueva vida y al desafío que
era mantener a la mujer que amaba en ella, aún y cuando todo
parecía ser un desbarajuste... Yo estaba en medio de un infierno de
cosas nuevas y de numerosas responsabilidades, mientras la flaca
estaba aquí, en lo conocido, preguntándose qué era lo que podía
estarme ocurriendo a mí...
—Me estás queriendo decir, que...
—Que Bárbara está del lado oscuro de la luna, del cual no
sabemos nada, mientras tú sigues aquí en tu zona de confort.
Apegada a tu rutina, en la ciudad que adoras, rodeada de la gente
que quieres, haciendo el trabajo que te apasiona, durmiendo en tu
cama cada noche... -Oriana comenzaba a reflexionar muy
seriamente-. Al igual que me ocurrió a mí, al principio es vertiginoso
ver todo lo que está sucediendo y cuán rápido está pasando, a
duras penas tienes tiempo para asimilar lo que sucede, mucho
menos tienes cabeza para pensar en los que amas, sin embargo,
Valentina era para mí como un satélite. Puede que no te asomes a
la ventana cada noche para ver la luna, ¿pero ella deja de estar allí
solo porque no la veas?
—No.
—Exacto. Así como Valentina no dejaba de estar en mi cabeza,
yo te apuesto mi vida a que tú no has dejado de estar en el
pensamiento de Bárbara ni un solo instante -se miraron a los ojos
profundamente-. En mi caso, pensaba con intensidad en Valentina y
me decía: una vez acabe de hacer esto, le escribo. Una vez tenga
un minuto libre, la llamo... ¡Incluso llegué a quedarme dormida con
el teléfono entre las manos a mitad de un mensaje que nunca
enviaba! Todo era una locura a mi alrededor y se me pasaban los
instantes, se me pasaban los días, algunas veces sin hablarle a mi
flaca y yo me sentía cada vez más agobiada y más vacía... ¡Sí, es
verdad, tuve momentos en los que me sentí satisfecha y feliz! Pero
ni siquiera esas alegrías me sabían a nada, porque... ¿qué es una
alegría si no tienes a nadie amado con quién compartirla? -suspiró-.
Entonces desistí. Esa experiencia me sirvió de mucho. Aprendí
muchas cosas, no solo acerca de mi profesión, muy especialmente
de mí, pero lo que definitivamente corroboré fueron dos cosas:
dónde quería estar y con quién, sin importar lo demás. Que en
Cartagena no hallaba el trabajo indicado... ¡Me tenía sin cuidado,
algún día el trabajo ideal llegaría, como de hecho ocurrió! Solo
quería estar acá, en tierra firme, de cara al mar, con la flaca a la que
amo como a ninguna -callaron y mientras Salomé bebía de su trago,
Oriana continuaba reflexionando.
—¿Así que Bárbara podría estar pasando por todo eso?
—Podría, sí.
—Mi caleña preciosa... -suspiró-. Yo solo espero que al menos
sea feliz...
—Algo me dice que no es así -Oriana se sorprendió de la
convicción de Salomé-, porque si esa niña te ama la mitad de lo que
yo amo a Valentina, debe estar en vías de descubrir que el mejor
cargo del mundo te sabe a mierda si no tienes contigo a la persona
con la que ansías compartir tus días... -la sommelier se alzó de
hombros-. Es tan sencillo como eso, china.
Oriana no envió más poemas. No quería que sus rimas se
convirtieran en un motivo más de agobio para la ingeniero, así que
aunque no dejó de escribirlos ni un solo día, no los compartió
nuevamente con Bárbara.
Esa semana infernal parecía estar lejos de culminar y una vez que
la mujer de cabello negro puso un pie en ese departamento frío en
el que ahora vivía temporalmente, una de las primeras cosas que
hizo fue quitarse los zapatos, lanzarse en el sofá y buscar de
inmediato el contacto de la tatuadora. Su rostro al ver que Oriana
tenía al menos tres días sin aparecer, no tuvo precio. También notó
que habían allí nuevos poemas que estuvo ignorando y angustiada,
muerta de la vergüenza y con las lágrimas a punto de manifestarse,
la llamó.
El teléfono repicó insistentemente, pero nadie atendió. Bárbara
comenzó a sentir un agujero en su pecho. Intentó por una cuarta
vez, sin respuesta, ignorante de que justo en ese momento la mujer
a la que ansiaba escuchar se encontraba inclinada tatuando a una
de sus clientes más frecuentes. Oriana escuchó de nuevo el sonido
del dispositivo, suspiró, se incorporó y cuando alargó la mano para
ver quién llamaba, se encontró con otro intento fallido de su novia.
Le devolvió la llamada cuanto antes y al otro lado escuchó la voz
ansiosa y casi llorosa de la caleña.
—¡Mi amor! ¡Mi amor! -Bárbara se agarraba la cabeza angustiada
con la mano que tenía libre.
—Hola, caleña... -sonrió sutilmente. A ella también le producía
una dicha inmensa oírla y saber que estaba bien.
—¡Mi amor, qué lindo escucharte, mi amor!
—Lo mismo digo, niña... ¿Cómo estás?
—¡Preocupada! ¡Acabo de darme cuenta de que tenía varios
mensajes tuyos! ¡Acabo de darme cuenta de que tenías días sin
escribir y creí que te había sucedido algo, Oriana, por Dios! ¿Estás
bien? Dime, ¿estás bien?
—Estoy bien, Bárbara, claro que sí... -miró a Valentina abrir un
poco la puerta de su estudio y señalar con la punta de su dedo su
reloj. Oriana recordó que esa noche celebrarían el cumpleaños de
Pacho y que solo esperaban por ella para irse-. Bárbara, niña... Te
tengo que dejar...
—¿Disculpa? -palideció.
—Te tengo que dejar, caleña... Estoy tatuando a una amiga justo
ahora...
—¿Tatuando? -no lo podía creer, ya eran cerca de las 8 de la
noche-. ¡Pero si vos jamás tatúas a esta hora!
—No... -rio-. Pero es una cliente muy especial, además de una
buena amiga y me pidió que...
—¿Una buena amiga? -a su cabeza se vino de pronto una
procesión de malas ideas.
—Sí, sí, niña... Además, hoy está de cumpleaños Pachito y al salir
de acá iremos a celebrar...
—¡Ole! ¡No pues...! -se mordió la lengua antes de comenzar a
decir estupideces que enfatizaran sus celos y todos sus demonios.
—Te llamo apenas termine acá, ¿bueno?
—Sí... -masculló.
—Chao, chao, mi amor... -suspiró recordando los consejos de
Salomé-. ¡Te amo, mi caleña preciosa! -pero no obtuvo respuesta.
Bárbara se desplomó en el sofá y rompió a llorar con un
desconsuelo abismal. Su debacle no era consecuencia única de sus
temores con respecto a Oriana y a sus sentimientos, la posibilidad
de que la tatuadora le estuviera mintiendo, la posibilidad de que
estuviera perdiendo a la mujer que amaba tal y como lo había
temido incluso antes de salir de Cartagena, solo fue la gota que
colmó su laguna de desdichas. Estaba estresada, agotada,
sobrepasada por todos los asuntos que debía atender y poner al
día, sintiendo a cada segundo las presiones de su nuevo cargo. Se
sentía sola, por momentos desorientada y al menos una vez al día
se preguntaba si realmente estaba haciendo lo que quería en el
lugar en el que deseaba hacerlo. La carga de trabajo no era un
problema. Si había alguien que estaba entrenada para trabajar bajo
presión, esa era Bárbara Monsalve y fue así no solo en todos los
años que estuvo en Bogotá, también en los meses en los que se
desempeñó en Cartagena, pero, ¿y ahora? ¿Por qué no hallaba la
entereza para sortear los inconvenientes? Porque emocionalmente
estaba frágil, abatida y no encontraba el asidero para sobreponerse
a tiempo, cuando ya estaba allí un nuevo asunto urgente al cual
responder con tino, eficiencia e ingenio.
Estaba perdiendo a Oriana Padrón. El vacío de poemas fue como
mirar a los ojos al abismo y supo, desde ese preciso instante, que
estaba perdida. La mujer que estuvo rimando en su nombre sin
saberlo desde que era una niña, renunció a la pluma como
respuesta a su indiferencia y ausencia y ahora... ¡Ahora parecía
estar sabrá Dios en dónde y con quién! Una sesión de tatuaje a las
8 de la noche, una amiga especial, el supuesto cumpleaños de
Pacho... ¡Todo le sonaba mal en esa cabeza que solo estaba
colmada de miedo, de frustración, de irritabilidad y de nostalgia! Su
teléfono sonó y saltó del mueble como un grillo, a la espera de que
fuese Oriana la que estaba llamando, porque solo eso podría
ayudarla a calmar las voces de sus demonios, pero era Carito la que
intentaba ponerse en contacto con ella. Suspiró, devastada, pero no
dejaría pasar por alto esa llamada.
—Carito...
—¡Chatita! ¡Mi chatita, por Dios! -se escuchaba risueña y
contenta-. ¡Tenía días, niña, días tratando de hablar con vos! ¿Cómo
estás mi chata preciosa? ¿Cómo te tratan por allá?
—¡Mal! -y fue contundente como lo es un latigazo-. ¡Todo es una
mierda, Carolina Monsalve, todo!
—¿Cómo así? -frunció el ceño preocupada.
—No he parado, desde que llegué a Buenaventura no he parado y
te miento si te digo que he tenido tiempo de llamar aunque sea a
mamá para contarle que estoy a menos de tres horas de Cali.
Aparentemente en unos días tengo que ir a Medellín a ocuparme de
unos asuntos allá y estoy a un paso de enloquecer... Por lo visto
Marisol Hernández dejó un montón de cabos sueltos y a mí no me
queda otra alternativa que atarlos todos...
—¿Y no has hablado con esa vieja?
—¿Para qué? Hace unas semanas en Bogotá me puso al
corriente de todo, pero del dicho al hecho, no te quiero ni contar... -
resopló alterada-. ¡Y para colmo de males, justo ahora me entero
que Oriana está con otra mujer!
—¿Cómo es la vaina, chata? -saltó de la silla-. No, no, no, eso
que vos me estás diciendo tiene que ser mentira...
—¡Tenía días sin responderle los mensajes! -comenzó a llorar de
nuevo, desconsolada-. Esa niña no ha hecho otra cosa que bajarme
el cielo a poemas desde que salí de Cartagena y yo, enloqueciendo
como estoy, no he podido ni atenderla como se merece, ni mucho
menos corresponderle... ¿Cómo crees que le puedo escribir una
frase bonita si lo único que tengo en la cabeza son contratos,
licitaciones, cálculos métricos e informes?
—¡Ole!
—Pero eso no es todo... Oriana dejó de escribir... -comenzó a
gritar-. ¡Dejó de escribir! Luego de enviarme mensajes
religiosamente cada día, dejó de escribir y yo no lo había notado
hasta hoy... Entonces, muerta de los nervios y de la angustia voy, la
llamo... ¿Y adivina?
—¿Qué?
—¡Me dice que está en el estudio tatuando a una vieja a las 8 de
la noche! ¡A las 8 de la noche! -empezó a dar vueltas como fiera en
ese departamento-. ¡Oriana en su vida ha tatuado a nadie a las 8 de
la noche!
—Y la vez aquella que me contaste que pasó lo que pasó entre
ustedes dos... ¿acaso no fue de noche, chata?
—¡Es distinto!
—¿Distinto?
—¡Claro, porque era yo! -Carito soltó una carcajada irritando más
a la otra.
—¡No, pues, vos sí que eres fresca, Bárbara Monsalve! ¡Ah!
Como se trata de vos, sí, pero si te trata de otro cliente, pues ya
suena a chanda, ¿no? ¡A traición!
—¡Yo no he dicho eso! -seguía llorando.
—¡Es verdad, no lo dijiste, porque lo que realmente dijiste es aún
peor! -se aclaró la garganta-. Me dijiste que la Oriana estaba con
otra vieja y esa niña, que lo único que ha hecho es recordarte con
poemas que te ansía y que te adora, simplemente lo que está
haciendo es trabajar... ¡Chata, por el amor de Dios, esa gerencia de
operaciones en el valle del Cauca te está enloqueciendo!
—¿Y si Oriana se cansó de mí? ¿Y si Oriana se hartó de que la
ignore, de que no esté allá con ella, de que no pueda ofrecerle la
relación que se merece?
—¿En tres días? -estaba incrédula-. Chata, yo creo que vos estás
demasiado irritable. Debes estar estresada a más no poder y andas
viendo las cosas más grandes de lo que realmente son...
—Yo lo sabía, Carito, lo sabía... -se sentó en el sofá desanimada-.
¡Yo sabía que iba a perder a Oriana, lo sabía!
—Bárbara, niña, quédate tranquila... Vos no has perdido a nadie...
Y si tanto te preocupa tu relación con esa niña, pues haz un
esfuerzo, dedícale un poco más de tiempo, préstale algo más de
atención... -pensó por unos segundos-. Llámala, escríbele, mándale
un ramo de flores, una cajita de bombones, dedícale una canción...
—Eso quisiera, Carito...
—¿Y qué te lo impide?
—Carito, yo te juro, te juro, que pienso en Oriana a cada segundo,
¡a cada segundo! Me imagino sus ojos, su sonrisa, verla peinada
con sus coletas que tanto me gustan... Pienso en sus besos, en sus
caricias... ¡Me muero por hacer el amor con ella! ¿Oís! ¡Me muero!
—¿Y por qué no se lo dices?
—¡Si justo le iba a hablar y me colgó!
—Chata... -se sobó las sienes, desconcertada-. ¿Y es que acaso
te ha colgado todas las veces anteriores?
—¡No! ¡Todas las veces anteriores se lo he dicho, se lo repito
como una letanía! Y ella me asegura que se siente igual, pero...
¡Pero estas últimas semanas han sido un infierno y no te quiero ni
contar cómo estará la cosa cuando esté en Medellín!
—No sé qué decirte, Bárbara... -suspiró-. Oriana te adora, pero
tienes que tomar en consideración algo: aquí la que se está
enfrentando a cosas nuevas, la que está por completo fuera de su
zona de confort, eres vos... Para Oriana, para mí, el mundo no ha
cambiado. La rutina sigue igual, las cosas avanzan como siempre, y
es muy complicado desde nuestra perspectiva entender lo bien o lo
mal que vos lo estás pasando en tu nueva vida y con tu nuevo
cargo. A veces podríamos pensar que te molestamos, que te
agobiamos al llamarte o escribirte con insistencia, así que
preferimos callar, para que vos tengas tu espacio y te comuniques
cuando mejor puedas con nosotras... -Bárbara reflexionó en todo lo
que le decía su hermana mayor-. A veces hasta podríamos juzgar
mal tu indiferencia, porque desde nuestra perspectiva de la
normalidad, no nos podemos siquiera imaginar que sea cierto que
no dispongas ni siquiera de un minuto para responder a un mensaje,
pero sí... Sé que a veces ocurre...
—¡Durante todo este tiempo yo he leído todos los poemas de
Oriana, todos! ¡Incluso los he leído varias veces! Pero... pero las
últimas semanas han estado muy complicadas...
—Bueno, pero habla con la niña. Oriana es un sol... -sonrió, pero
Bárbara no pudo ver ese gesto, mucho menos empatizar con él, tan
ansiosa como estaba-. ¡Oriana es tu sol! ¡El sol de tu plenilunio!
¿No? -Bárbara cerró los ojos al escuchar esas palabras y de ellos
se escurrieron sus lágrimas-. Ella te adora y te va a entender...
—En cuanto llame de vuelta, le voy a dedicar una buena parte de
mi noche -musitó con voz gangosa por las lágrimas.
—¡Listo! -continuaba sonriendo, esta vez con más énfasis-.
Cuando volvamos a conversar como en 15 días, me cuentas...
—¡Carito! -gritó ofendida y la hermana se echó a reír con picardía.
La llamada de vuelta de Oriana nunca llegó. Presionada por sus
amigos y por la euforia de la celebración, salió del estudio cerca de
las 9:30 de la noche y tal y como le ocurría a Bárbara de un tiempo
para acá, a la tatuadora se le pasó por alto ponerse en contacto de
nuevo con su novia. Cuando se percató de la hora, ya eran casi las
11 de la noche y supuso que la ingeniero, tan agotada como había
estado en las últimas semanas, ya debía estar dormida. Comenzó a
escribir un mensaje en el que le explicaba su despiste y se
disculpaba por él, pero antes de enviarlo se lo pensó mejor así que
no quiso importunarla. Supo que volvería a ponerse en contacto con
ella bien temprano al día siguiente para explicarle todo.
Lo que Oriana no imaginó es que Bárbara vio pasar todas las
horas del reloj confundida, frustrada, amargada y angustiada. Su
única compañía y consuelo fue una canción: Estar lejos. Si en algún
momento de su vida creyó entender el mensaje subyacente oculto
en esa melodía, ahora más que nunca podía llegar hasta las
metáforas más profundas de esa letra compuesta por Fonseca,
sintiendo cada una de las cicatrices de la añoranza ajar sin
miramientos su corazón. Desde una terracita de un departamento de
Buenaventura vio el amanecer de un día nublado y esa aurora
envuelta en bruma, fue un testimonio colosal que la hizo mirarse a
los ojos con algo más que una añoranza: con su verdad.
EL LADO OSCURO DE LA LUNA

Valentina no quería dejar sola a Oriana, precisamente por eso no


le importó acompañarla por algunas cuadras, mientras ella
empujaba su bicicleta por las calles de Getsemaní y la otra se
fumaba un cigarrillo.
—Has estado fumando menos... -apuntó la mujer que esa tarde
llevaba su cabello acaramelado suelto, con un gorrito beanie que
evitaba que le cayera sobre los ojos.
—Sí... -reconoció con una sonrisa a medias-. Salomé me ha
estado insistiendo con eso, así que ya casi estoy por dejarlo... -
reparó en su mejor amiga. Avanzaba con la cabeza gacha, viendo
las sombras que arrojaban sobre la acera los rayos de aluminio del
rin de su bicicleta. Valentina suspiró al ver la enorme tristeza que
acompañaba a Oriana de un tiempo para acá-. Oye, OriP... ¿has
sabido algo de Bárbara?
—Muy poco... -musitó-. Hablamos hace unos días y ella me pidió
que fuese paciente y comprensiva. Al parecer estará por unas
semanas en Medellín y me aseguró que le espera una locura. El día
del cumpleaños de Pacho tuvo un ataque de celos único, porque
creyó que yo estaba con otra persona y que por esa razón no la
había llamado de vuelta, mucho menos escrito.
—¿Con otra persona? -rio-. ¿Y acaso Bárbara es boba o qué?
¿Esa niña no sabe que tú andas con un guayabo intenso solo por
ella?
—Por lo visto tiene sus dudas... Como yo, que siento que cada
día las cosas entre nosotras son más inciertas... -suspiró-. A veces
me pregunto si hice bien en quedarme... A veces me pregunto si
debí irme con ella tal y como me lo propuso.
—¿Y qué estarías haciendo justo ahora? En menos de tres meses
Bárbara ha estado por Bogotá, Cali, Buenaventura y ahora Medellín.
Ha dado más vueltas que un grupo de cumbia.
—Al menos estaría con ella, Valentina. Al menos podría
sostenerla cuando esté triste, estresada o agotada.
—¿Y tú? ¿Y las cosas que te apasionan? ¿Y tu trabajo, tu vida?
—¿Te parece que estoy disfrutando de eso, después de todo? -
suspiró desolada-. Cuando Bárbara estaba en Cartagena todo era
perfecto... Mi vida era como la cadena engrasada de una bicicleta
que se desliza por sus piñones a la perfección, pero desde que esa
niña se fue tengo más de una tuerca floja.
—Ella también parecía feliz por aquel entonces, ¿no? Si me lo
preguntas, la caleña debió confiar en su intuición. Sabemos de
sobra que ya tenía más que decidido quedarse antes de que le
llegara la oferta de ese nuevo cargo, ¿o me equivoco? -Oriana
meneó la cabeza negativamente.
—No, no te equivocas, flaca, es así tal cual lo dices.
—¿Y por qué la alentaste a que se fuera aún y cuando ya lo
sabías? -la otra suspiró, triste-. ¿Por qué la empujaste a Bogotá
cuando ella te dijo que si le pedías que se quedara lo dejaba todo
por ambas?
—Porque no quería que tomara esa decisión movida por la ilusión
de nuestro romance -se miraron a los ojos-. Quería, por su propio
bienestar, que tomara esa decisión desde la objetividad, no desde la
locura que significa estar enamorada -se quedaron en silencio
largos segundos.
—Ni modo... Ya veremos de qué forma ustedes dos logran
coincidir de nuevo...
—Ya veremos... -susurró y se subió a la bicicleta-. Me marcho a
casa, flaca...
—OriP, si te sientes mal o triste... -se miraron a los ojos-. Llama o
escribe, ¿está bien?
—Sí... -le sonrió lo mejor que pudo-. Nos vemos...
—Nos vemos... -la observó pensativa mientras salía de
Getsemaní.
Con un desánimo que le estaba sirviendo de compañía para todos
sus días, Oriana recorrió las calles que la separaban de su casa.
Miró al cielo sin apartar demasiado su atención de la vía y notó que
un nuevo crepúsculo estaba allí, un atardecer que su tristeza le
impedía contemplar. Pensó en Bárbara, en la forma en la cual
creyeron que su amor, además de todas sus numerosas
convergencias, también estaba sellado por los soles que
languidecen en el horizonte y se preguntó si en esta oportunidad, tal
y como le sucedía al Astro, lo que estaba muriendo no era
precisamente la conexión que en algún momento las hizo coincidir.
Se sintió de luto ante esta posibilidad y cruzó en El Cabrero cuando,
luego de pedalear algunos metros, una silueta de pie ante su edificio
le llamó la atención.
El corazón le volvió a la vida, como si durante todos esos meses
le hubiese estado latiendo en murmullos y con una sonrisa que ya
había olvidado, se puso de pie sobre sus pedales para avanzar más
rápido hacia esa mujer inconfundible que la esperaba, riendo y a un
tris de las lágrimas. Sonó la campanilla con insistencia, como si su
tintinear agudo fuese un himno que anuncia buenos augurios para
las dos. ¿En qué momento Bárbara Monsalve había regresado a
Cartagena?
Fue tal su emoción, que al tratar de bajarse de su bicicleta como
siempre solía hacerlo, casi se va de bruces al suelo. La cicla se le
escapó de las manos, se deslizó un poco más allá sobre el asfalto y
tras incorporarse un poco, corrió a los brazos de la caleña, que la
esperaba imaginando cómo se sentiría sumergirse nuevamente en
su pecho, pero justo cuando estuvo a punto de rodearla por
completo y de apretarla contra su cuerpo, se detuvo, dejándola
perpleja y con las manos extendidas.
—Lo siento... -susurró avergonzada-. Es que estoy un poco
acalorada y me avergüenza que... -Bárbara se mofó con una mueca
cómica.
—¡Ay, sí, tan boba! -y halándola por la camiseta, la atrajo hacia sí,
para lanzarse sobre su cuerpo y fundirse con sus labios a plenitud.
De todos los besos absolutos de aquella historia, este quedaría de
conmemoración indiscutible-. ¿Cómo se te ocurre, Oriana? -estaba
mascullando esas palabras bañadas con el fial de sus labios-.
¿Cómo se te ocurre si desde hace meses vos, tus labios, tu cuerpo
bañado o no en sudor, es todo lo que deseo? ¡Es más! ¡Ya quisiera
yo sentirte así, como esas noches en las que la humedad de tu calor
y el mío nos bautizaban!
—¿Qué haces aquí? -pero no sabía si quería oír la respuesta,
porque después de todo temía que se desvaneciera, pensando que
a diferencia de esa noche de principios de diciembre, cuando
reapareció en su vida una madrugada, esta vez sí se tratase de una
aparición.
—¿Adivina? -le sonrió con una perversidad demencial-. No podía
vivir sin vos...
—¿Y Medellín? -se sorprendió-. ¿Y el trabajo, y los cientos de
informes, y las obras...?
—Primero lo primero... Primero nos amamos como unas fieras y
luego te cuento los detalles, ¿te parece?
—¡Claro que sí! -así que originalmente contuvieron a su jauría de
sensaciones para subir al departamento, donde podrían dar rienda
suelta a una estampida de frenesí.
Ese encuentro prometía ser inédito, en especial porque el aderezo
de su pasión era haberse extrañado irremediablemente por meses.
Comenzaron a despojarse de la ropa con torpeza desde el mismo
instante en el que Oriana arrojó la bicicleta en cualquier rincón y
cerró la puerta tras de sí. Lo primero que salió disparado fue la
chaqueta que llevaba Bárbara, así como el gorrito beanie que la
tatuadora tenía en su cabeza y deshacerse de ese accesorio fue
perfecto, porque de ese modo Bárbara pudo enredar sus dedos
como trepadora de esa melena que la enloquecía.
La atrajo hacia sí, con esa furia loca que se había estado
formando en el polvorín de sus deseos desde que estuvo con
Oriana por última vez, y se besaron con demencia, hasta que
arrastrándose a tientas a cualquier superficie que pudiera servirles
de contención, lo primero que hallaron en su camino fue la mesa.
Sobre ella Oriana tenía algunos implementos de dibujo, quizás uno
que otro cuadernillo, posiblemente tomos de semiótica o laminarios
de grabadistas. Indistintamente todo fue a tener al suelo cuando la
tatuadora, sin dejar de explorar con vehemencia la boca de Bárbara,
despejó con sus manos en segundos ese tablero y subió encima de
él a la caleña, que de inmediato abrió sus piernas y haló hacia sí a
su amante, para sentirla soldada a su pubis, tal y como lo deseaba.
Con ayuda de la silla Oriana comenzó a trepar sobre el cuerpo de
Bárbara y poco a poco se fueron reclinando sobre aquel mueble. La
mujer de cabellos negros usó sus piernas como tentáculos y
envolvió el cuerpo de la otra con ellas, mientras con sus manos la
acariciaba frenéticamente, comenzando a valerse de cualquier
excusa para arrancarle la camisa.
Se desnudaron como pudieron, al menos en lo que se refiere a
sus torsos y allí, con Oriana a medias sobre ella, Bárbara comenzó
a recorrer su pecho y sus senos con sus labios y su lengua, como si
de ese modo bebiera no solo el pasional rocío que cubría esa piel
dorada como producto de su acaloramiento, también recobrando un
terreno que creía perdido tras meses de ausencia y del cual no se
apartaría nunca más.
De nuevo experimentó en su piel la magia de las caricias de la
tatuadora, que hacían lo justo para transformarse en novedoso
testimonio de placer cada vez... ¡No había dos caricias iguales
cuando se trataba de la piel de las manos de Oriana Padrón y
Bárbara Monsalve se sintió agradecida por ello! La mapeó como
mejor se le antojó, a fin de cuentas la caleña estaba tan entregada
que no enloquecerla de posesión era realmente un pecado y
comenzó a descolgarse de su cuerpo despacio, porque de pronto se
le antojó sumergirse en sabores y escondrijos que recordaba hasta
el delirio, tan kinestésica como era.
Oriana estaba de nuevo de pie ante la mesa, así que haló a
Bárbara por las piernas, deslizándola hacia sí, la despojó del jean y
sin demasiados preámbulos fue por el deleitoso rincón que sabía
que solo era suyo, haciéndola gemir como pocas veces en su vida lo
había hecho. De nuevo sus dedos se entrelazaron al cabello de la
tatuadora, como pasionarias y sujetarla así le sirvió de mucho para
incrementar la pulsión de sus embestidas de gloria contra su
intimidad. A propósito de la jauría de sus emociones, aquello fue
como un festín acompañado de elixir escanciado en copa de plata.
No cesó hasta que los estremecimientos de su amante fueron
señal definitiva del éxtasis y una vez que Bárbara recobró la sonrisa
y el sentido, Oriana la tomó de las manos, la ayudó a incorporarse,
se coló de nuevo entre sus piernas, la sujetó con fuerza por sus
caderas y se la llevó consigo, cargada, hasta su habitación, mientras
se besaban sin pausa.
Las hizo feliz reencontrarse en el mismo lecho en el que una vez
celebraron los novenarios de una inminente despedida y allí fue
Bárbara la que tomó el control de la situación. Se encargó de
desnudar con presteza a Oriana, la arrastró consigo sobre esa cama
y comenzó a deslizarse sobre todo su cuerpo, como salamandra de
fuego, hasta que tendiendo a su amante sobre su costado, dejó a
sus manos correr sobre su piel dorada sin descanso, mientras
mordía, sorbía y besaba su cuello, así como su hombro derecho.
Al deslizarse por su cintura, colarse por su espalda, treparse por
sus caderas y bajar de nuevo hasta sus nalgas, la diestra de
Bárbara consiguió posición aventajada y se valió de su pierna para
usarla de contrafuerte debajo de la rodilla de su amante, abriendo
así un camino que, como abanico, acogía sin pudor a su mano y con
ella, a sus numerosas iniciativas. Nada podía impedir que la
explorara como mejor se lo exigieran sus ansias, en especial al
penetrar con dulzor en caverna de maravillas que ya conocía, pero
que revisitaba con júbilo.
—¡Me moría por tenerte así! -confesó contra su oído en una
exhalación producto del placer colateral que le producía poseerla y
allí la llevó, a su ritmo y en sus tiempos, a un orgasmo de esos
fulminantes que amaba provocarle.
Fue solo la antesala de una ceremonia en la que el juramento de
evocarse, amarse y reencontrarse se estaba consolidando, como si
el sentimiento que las unía estuviese recibiendo investidura de oro.
Aquella osadía de amarse como las dementes que habían sido al
ansiarse por días y días, apenas comenzaba y el fogoso encuentro
se extendió hasta que las agujas del reloj casi marcaban la
medianoche.
—Satisfecha de ti... -susurró Oriana hundida con una sonrisa
espléndida entre los brazos de Bárbara-, así me siento...
¡Absolutamente satisfecha de ti!
—¿Ah, sí? -sonreía con malicia-. ¿Y tan rápido se te pasa el
antojo?
—¡No, niña! ¡Tratándose de ti, me mata la glotonería y ya
deberías saberlo! Que justo ahora esté satisfecha no quiere decir
que en cuestión de minutos no me ataque el hambre otra vez...
—Hambre que por cierto nunca más vamos a sentir, porque no
vuelvo a estar en estado de inanición por falta de tu amor, ¿oís? -se
miraron a los ojos-. Casi creí que te perdía Oriana Padrón y lo
mandé todo a la mierda... ¡Todo!
—¡No puede ser! -se sorprendió-. Creí que estabas acá por el fin
de semana y que luego regresabas a Medellín...
—No, no... -sacudió la cabeza-. Te lo tengo que contar todo...
—Bueno, te escucho... -entrelazó sus dedos con suavidad sobre
el pecho de Bárbara, apoyó de ellos su mentón y valiéndose del
cuerpo de la caleña como tapete de luna se preparó para escuchar
su anécdota-. Te escucho, mi mujer fantástica, porque ahora que te
tengo conmigo, lo que me sobra en la vida es tiempo.
—¡Sí! ¿Cierto? -y le acarició el cabello arrobada, consciente de
que tener a Oriana sobre sí era la mejor forma de corroborar que la
decisión por la cual había optado era en definitiva la mejor. Pensó
unos segundos y comenzó su narración: Quiero que sepas que
desde que salí de Cartagena, todos mis días fueron una mierda... ¡Y
no estoy exagerando!
—Sé que no. Los míos no se quedaron atrás.
—No quiero que vayas a pensar que me indispuse o que me
saboteé a mí misma para que todo lejos de acá fuese un infierno... -
se miraron fijamente-. Te voy a ser muy honesta: cuando llegué a
Bogotá y conocí los beneficios del cargo, su relevancia y las
características de mi nuevo trabajo, me sentí muy complacida… ¡Y
lo sabes!
—Me lo contaste, lo sé. La primera semana estuviste muy
contenta.
—¡E hicimos planes! -se sonrieron-. Te aseguré que si todo iba
bien y lograba establecerme en algún lugar del otro lado del país
podríamos mudarnos juntas...
—Y consideré independizarme, claro que sí, comenzar a tatuar en
Cali o en Medellín con mi propio estudio... ¡Te lo dije y fui sincera en
ese momento!
—Para ese instante todo parecía prometedor, Oriana. Aunque
muchas veces me cuestionaba por haber abandonado mi decisión
inicial de permanecer acá, aunque no estuviese con vos, todo
parecía prometedor, pero muy pronto me di cuenta de que la
encargada de la gerencia operativa de la zona dejó muchos asuntos
a medias durante su gestión y yo tuve que llegar a Buenaventura
literalmente a enmendar entuertos y ponerlo todo al día...
—¿Y no se supone que fue ascendida a un cargo mayor?
—¡Pues ya te quiero contar lo que sucederá con ella si gerencia la
coordinación general como lo hizo con la costa pacífica! ¡Pero eso
es lo de menos, lo que haga o no Marisol o cómo lo haga, me tiene
sin cuidado...
—Bien...
—Esos primeros días me sentí sola, agobiada, por momentos
absurda y mi único consuelo era tenerte a vos, hablar con vos,
saberte amándome tanto como yo a vos y conservar la promesa de
que nos reuniríamos, pero mi vida comenzó a complicarse
demasiado: juntas con gente de la región o con mis superiores en
Bogotá, informes, revisión de documentos, trabajar hasta muy tarde,
comer poco, dormir menos y vos... Vos siempre ahí, siempre ahí,
con el deseo de saberte, escribirte, escucharte, verte aunque fuese
por la pantalla de ese teléfono, pero sin tiempo suficiente para
hacerlo... -Oriana comenzó a entender la posición de Bárbara y
cuán acertado fue el consejo de Salomé en su momento-. Te juro
que leía tus poemas, Oriana... ¡Todos! ¡Algunos hasta me los
aprendí! A veces estaba tan triste y confundida, que tomaba el
teléfono y bastaba con abrir nuestra conversación en WhatsApp y
leer algunas de tus líneas para sentirme mejor, para sonreír un
poquito al saber que vos estabas allí y que después de todo mi
esfuerzo tenía sentido, pero cada complicación no resuelta de
Marisol se enredaba más y a mí el tiempo se me fue acortando, pero
más que eso... ¡Tenía demasiadas cosas en la cabeza y muy poco
tiempo para atenderlas todas, así que...! ¡Así que te fui dejando de
lado! Me di cuenta de que te estaba ignorando, de que no te estaba
dedicando el tiempo necesario y comencé a angustiarme pensando
que te hartarías de mí, que te decepcionarías o que mi ausencia te
empujaría a olvidarme... La debacle de todo esto ocurrió cuando me
anunciaron que tendría que trasladarme por unas semanas a
Medellín y yo, tratando de cerrar las cosas en Buenaventura para
marcharme a la otra ciudad, desaparecí por varios días en los que
vos también dejaste de escribir...
—¡Lo hice para no agobiarte, mi amor! Era evidente que ya no
tenías el mismo tiempo o la misma disposición y no quería que mis
mensajes recurrentes se convirtieran en un recordatorio de un
asunto no resuelto. Supuse que cuando estuvieras con mayor
disposición de tiempo aparecerías...
—¡Y eso quise! Esa noche en la que vi que tenías días sin escribir
me aterré, Oriana. Entré en pánico... Luego llamé varias veces y no
atendiste... ¡Me sentí perdida! ¡Creí que me odiabas, que no
deseabas saber de mí, que estaba sentenciada!
—Mi amor... -rio, esta vez con alegría y tranquilidad suficiente
para hacerlo-. ¡Mi amor! ¿Cómo se te ocurre, oye? Solo dejé de
escribir por unos días...
—Sí, sí, ahora desde la dicha de tenerte lo veo en retrospectiva y
entiendo que exageré, pero ponte en mi lugar: estaba irritable,
frustrada, estresada... En pocas palabras no estaba en mis cabales,
así que no me encontraba en la posición de ver las cosas con
objetividad, mucho menos con claridad... Recuerdo que esa noche
quise morirme de los celos cuando supe que la razón por la que
ignorabas mis llamadas era porque estabas tatuando a una mujer a
las 8 de la noche...
—¿Creíste que se repetía la historia de Ana Paula?
—¡Absolutamente! ¡Es más, ni siquiera podía descartar la
posibilidad de que de hecho se tratase de esa pelada! En ese
momento Carito habló conmigo y me ayudó a calmarme, pero vos,
por primera vez desde que te conozco, faltaste a tu promesa de que
volverías a llamar y yo no dormí en toda la noche... Tan vulnerable
como estaba, sencillamente no podía quedarme quieta si no te
escuchaba, si no te decía todo lo que sentía y si no te oía a vos
corresponderme en esas emociones, pero ese momento no llegó, al
menos no esa noche y vi, desde la terraza de ese departamento en
Buenaventura un amanecer gris, nublado... ¡Un amanecer que no se
parecía en nada a ese amanecer que contemplamos juntas esa
mañana en la que jugamos en la playa! ¿Lo recuerdas?
—Para siempre.
—Entonces lo vi todo, Oriana... Lo vi todo con claridad... Ese día,
minutos después de que vos me dejaras en mi casa y siguieras a la
tuya, yo le dije a Carito cómo me sentía con vos y le expliqué que
esa mañana había entendido que vos eras como el sol y yo, la
luna... Que la luz que irradiabas sobre mí con tu presencia me
llenaba a mí de brillo, como si fueses un sol en mi plenilunio... ¡Por
eso te pedí que me tatuaras esa luna en la espalda!
—Cosa que jamás hice...
—Por eso también estoy aquí... -rieron-. Me debes un tatuaje...
—Y lo tendrás, mi amor...
—Pero hay más, Oriana... No solo me había dado cuenta de la
vida de mierda que había escogido en comparación con la dicha
idílica que compartíamos acá, entre atardeceres, paseos en bicicleta
y noches íntegras en las que bailábamos sin parar, también me di
cuenta de las verdaderas razones por las cuales me obsesioné con
ese asunto de tener un cargo importantísimo y relevante en la
empresa en la que trabajaba...
—¿Ah, sí? Quiero escucharlo...
—¡Tamara, Oriana! Tamara fue la persona que me empujó a
sembrar en mí esa codicia, esas ansias de reconocimiento y ese
anhelo por tener cada vez más y más compromisos en los cuales
pudiera medirme...
—Ahora sí que no entiendo nada...
—Tamara siempre me consideró una niña bonita sin talento.
—¿Cómo así? -frunció el ceño muy seria.
—Tamara es ingeniero al igual que yo y no, no trabajábamos para
la misma empresa, pero teníamos cargos similares en dos
compañías distintas.
—Bien...
—Ella era una mujer muy exitosa y siempre me ridiculizó y
humilló, subestimando en todo momento mis talentos, así que yo me
transformé en una máquina para el trabajo, con el único afán de
demostrarle a esa mujer que podía ser igual o mejor que ella, cosa
que de hecho dejé más que clara en determinado momento...
—Creo comprender todo...
—Así que ese deseo por surgir, descollar, alcanzar un puesto
crucial en mi empresa, no era otra cosa que una reminiscencia de
mi perpetua lucha profesional con Tamara, así que no... Tal y como
dijo Carito una vez, esa mujer me transformó en alguien que yo no
era realmente y esa sed por surgir, solo era un resultado más de esa
transformación.
—Pues es una suerte que te hayas dado cuenta justo a tiempo...
—Así que esa semana, cuando te anuncié que se venían días
muy duros y te pedí tener paciencia, yo en realidad me propuse
entregarme por entero, día y noche, a ajustar todo lo que estaba
fuera de lugar en la costa pacífica, para hacer entrega de mi cargo
de un modo impecable. Sí, me iría de la empresa para correr a
Cartagena con vos, pero me iría con la frente en alto y un
desempeño impoluto.
—Y así fue, ¿cierto? -se sintió orgullosa de ella.
—Así fue, claro está... De hecho, una vez todo estuvo en orden en
mi gerencia, le solicité una reunión al vicepresidente y me trasladé a
Bogotá para entregarle en sus manos mi renuncia, la cual no
aceptó, además.
—¿Cómo? -Bárbara se echó a reír.
—Pues eso... No estaba dispuesto a permitir que renunciara, pero
yo, enfáticamente y de un modo muy profesional le hice ver mi
situación, le expliqué que lo que yo realmente ansiaba era un
traslado definitivo a Cartagena, me dijo con pesar que no había otra
cosa que pudiera ofrecerme salvo esa magnífica gerencia en la cual
me habían asignado y yo me retiré sin más, agradeciéndole su
confianza, sus conocimientos y todo el tiempo que tuve la fortuna de
trabajar con ellos... Quedó, eso sí, un puente entre esa institución y
yo... Les aseguré que podían contar conmigo ciegamente para
cualquier asesoría remota, en vista de que había logrado en un
tiempo bastante prudente, poner en orden muchos de los asuntos
de la compañía al otro lado del país y ellos aceptaron la posibilidad
encantados... Así que... ¡Aquí estoy!
—¿Qué harás ahora? -se miraron con emoción.
—¡Tomarme unas buenas vacaciones, porque del descanso de
diciembre ya no queda nada luego de estos tres meses! -pensó un
par de segundos-. ¿No te provoca cancelar todas tus citas por al
menos una semana para que te escapes conmigo a un rincón del
mundo en el que podamos dormir y amarnos sin interrupciones? -
Oriana la miró fascinada-. Porque eso es lo único que quiero: dormir
y hacer el amor con vos sin parar -la tatuadora comenzó a trepar
hasta sus labios.
—Mañana mismo llamo a Sofía y le cancelo la hora a todo el
mundo... -la besó.
—¿Ese beso significa que te volvió el apetito? -lo susurró con
malicia.
—Como si viniese de un largo ayuno, así es -siguió avanzando
sobre su boca.
—La buena noticia es que aquí tenés caleña para rato, ¿oís? -
rieron.
—¿La buena noticia? ¡Contigo todas las noticias son buenas,
Bárbara!
Volvieron a enredarse en el lecho disponiéndose para un nuevo
banquete en el que el plato principal era devorarse de amor.
Estaba profundamente dormida, pero el camino de besos que
dejó Oriana a lo largo de su espalda, fue el mejor testimonio de que
lo que había vivido no fue un sueño, por mágico y alucinante que
pareciera. El tránsito de esos labios de albaricoque comenzó desde
el preciso momento en el que apartó su cabello con sus manos
delicadas. Cualquier cosa, cualquiera que proviniera de las manos
de esa mujer, era poesía. Con ese manto de azabache a un lado, el
primer beso se desbocó en la parte posterior de su cuello, entre la
piel y esas hebras maravillosas y profundas. A continuación ocurrió
un descenso, en el que la distancia entre un roce de sus labios y
otro, fue mínimo, así que se fue como mónada de pasión por su
cuello, por uno de sus hombros hasta llegar a la cúspide
redondeada de su piel, por el centro de su espalda hasta la
finalización de la misma, incluyendo un pasaje con su mentón por el
centro de sus nalgas y la culminación de ese recorrido pletórico con
un mordisco dulce en una de ellas. De no ser porque Bárbara vio
con ojos entrecerrados la silueta desnuda de Oriana desaparecer
por la puerta de esa habitación para ir al baño a ducharse, habría
creído que fue protagonista de un milagro.
No tardó en reunirse con ella. Siguió sus pasos con eso de la
ducha, tomó de su closet algo de ropa y se aproximó a Oriana en la
cocina, donde la encontró sentada en una de las sillas, con una
tetera que acababa de poner sobre el fuego. Se sonrieron como si
esa expresión fuese un truco de magia y se dieron los buenos días
en un susurro ronco.
Bárbara caminó hacia ella con esa forma que tenía de moverse y
se sentó a horcajadas sobre sus piernas, donde Oriana la recibió
acariciando de inmediato su espalda, sus nalgas y sus caderas.
—Me encanta la forma que tienes de tocarme... -musitó con sus
rostros muy cerca-. Creo que soy una adicta oficial a tus caricias.
—Son todas tuyas, Bárbara... ¡Todas, como mis versos! -se
besaron-. ¿Y esa ropa? Me resulta familiar... -la otra rio
maravillosamente. Se sintieron tan dichosas de escuchar esa
expresión de alegría, era evidente que tenerse era motivo de
felicidad.
—Dejé todas mis cosas en un hotel al llegar a Cartagena... -
Oriana la miró con asombro. Acababa de caer en cuenta de que
cuando recibió a Bárbara, ella solo tenía su bolso consigo.
—¡Es cierto! -frunció el ceño-. ¿En un hotel?
—Sí. Alquilé una habitación porque no quería importunarte... -
pensó-. Supongo que mientras consigo otro departamento tendré
que dejar esas cosas acá... -la miró a los ojos-. ¿No te molesta? No
tuve tiempo de atender ese asunto mientras resolvía las últimas
cosas en Medellín.
—No, para nada... -sonrió con malicia-. Especialmente porque a
partir de hoy esta es tu casa también... -Bárbara la miró con
asombro.
—¿De qué hablas?
—De que quiero que te mudes conmigo... -su expresión era
maravillosa-. Podríamos comenzar a atender, desde hoy mismo,
cosas como dormir y hacer el amor todo el día... ¡Luego de
desayunar, claro está!
—Bueno... -le mordió esos labios de albaricoque como si troceara
dulcemente un damasco-. Pero mi idea con respecto a eso también
es secuestrarte...
—¿Sí? -se besaron entre dentelladas.
—Sí, claro... Tenerte para mí sola toda una semana e intoxicarme
de vos.
—Bueno... Planifiquemos eso y mientras, le sacamos provecho a
nuestro departamentito, ¿no?
—¡Magnífico! -pensó en el café de la mañana-. Por cierto...
Necesitamos nuestro pocillo de peltre naranja...
—Pintado a mano, sí, mediano y rechoncho...
—Donde vamos a colar todas la gotas del tinto de nuestro amor...
—Empezando por las de esta mañana, porque no dormimos un
carajo... -rieron y tras esas risas comenzaron a besarse de un modo
frenético.
—¿Y el desayuno? -musitó Bárbara consciente de que esos
besos y esas caricias las llevarían de nuevo al mismo punto de
partida que inició con su reencuentro.
—¿Cuál desayuno? -rieron perversas y aunque la tetera ya
estaba silbando anunciando que el agua del café estaba en su
punto, la ignoraron. Sin embargo, lo que no pudieron ignorar fueron
los golpes a la puerta y una voz de mujer allá, afuera:
—¡Oriana! ¡Oriana! ¡Oriana Padrón! -se miraron pasmadas.
—¿Y eso? -Bárbara no daba crédito a lo que estaba pasando y su
novia le pidió con sutileza que se incorporara para ir a atender
semejante escándalo, no sin un dejo de sobresalto.
Ambas avanzaron descalzas y sigilosas hasta la puerta,
intercambiaron una mirada de curiosidad y la tatuadora abrió a
medias para encontrarse con los ojos castaños de Valentina
Izaquita.
—¡Oriana Padrón! -dijo entre molesta y aliviada-. ¡Casi me matas
de un infarto, oye!
—Créeme que yo podría decir exactamente lo mismo, flaca... -le
sonrió, espléndida-. ¿Qué haces aquí tan temprano? -se preocupó-.
¿Le pasó algo a Salomé?
—¡No! ¡A la que le va a pasar algo es a ti! -le hablaba enojada y
con el ceño fruncido-. ¡Ábreme la puerta de inmediato, porque me
vas a tener que explicar por qué le dijiste a Sofía que cancelara
todas tus citas por una semana! ¡Me dijo que le escribiste tardísimo
y que le pediste que se encargara de eso hoy a primera hora! ¡Casi
la matas de un infarto a ella, a Pacho y a mí! -Oriana le sonrió con
un dejo de picardía y abrió del todo la puerta solo para que Valentina
viera que la mujer de pie a su lado era Bárbara Monsalve. La cara
de la flaca al ver a la caleña fue un espectáculo, así como su
balbuceo.
—Pasa, flaquita... -la invitó con un gesto de su mano-. Justo
íbamos a desayunar... Pasa y te comes algo con nosotras, que te
apuesto que Sofía te derribó de la cama.
Recibieron a Valentina cuán perpleja estaba con besos y risas y
una vez de regreso en la cocina, fue Bárbara la que tomó el control
de la situación mientras las dos amigas hablaban. La flaca se sentó
en una de las dos sillas despacio, sin dar crédito a la situación.
Oriana volvió a su puesto, justo frente a ella, cruzó los brazos sobre
el tablero de la mesa y la miró con expresión traviesa.
—¿Cuándo...? ¿Cuándo regresó Bárbara?
—Ayer... -lo dijeron al mismo tiempo-. Ayer en la tarde -explicó la
ingeniero mientras colaba el café y lo servía en tres tazas-. Llegué a
Cartagena y me vine a esperar a Oriana aquí, a su casa.
—Cuando llegué casi me muero, porque me la encontré a ella en
la puerta y... -se alzó de hombros-. No tengo que darte detalles,
¿no?
—Confórmate con saber que dormimos una o dos horas... ¡y eso
de milagro! -rieron. Bárbara puso las tazas en la mesa y se sentó en
las piernas de Oriana, en vista de que no había más asientos. No
les incomodó para nada la alternativa, especialmente porque la
tatuadora usó uno de sus brazos como cinturón para su cuerpo.
—Ayer Bárbara y yo acordamos que nos vamos a tomar unos
días para nosotras, flaca. Ella renunció a la empresa en la que
estaba y se viene a vivir conmigo a Cartagena definitivo... -se alzó
de hombros-. Así que lo que te dijo Sofía es cierto... Le escribí
tardísimo para cancelar todas mis citas por los próximos días, de
hecho, yo misma le tengo que escribir ahora mismo a los clientes
que son de mi confianza para reprogramar. Le dije a Sofi que
alegara que eran motivos personales, sin dar muchas
explicaciones...
—Aunque podría decirles que nos vamos de luna de miel... -
murmuró Bárbara haciendo eco con sus palabras en su taza de
café, tan cerca de sus labios. Rieron.
—Pues mira... -suspiró y por fin dio una probada a la bebida
humeante-. Me siento como si me hubieses tomado el pelo, pero... -
sonrió como pocas veces-. ¡Pero es genial, niñas! ¡Qué felicidad!
Ayer Oriana estaba tan triste, Bárbara, que cuando Sofía me contó
esto me angustié mucho, ¡mucho! -la pareja se miró a los ojos y la
mujer de ojos negros depositó un besito tierno en la frente de su
amada-. ¡Ella jamás se ha tomado unos días, jamás! -las otras dos
rieron-. ¡Si es toda una adicta al trabajo! Pero... -las miró,
encantada-, pero esta noticia me encanta... ¡Salomé se va a poner
feliz y Pacho ni se diga! -Bárbara se levantó despacio para ocuparse
del desayuno.
—Bueno, te puedes quedar tranquila, flaca... Discúlpame por no
avisarte -miró a Bárbara de pie casi a su lado-. Comprenderás que
no tenía cabeza para nada, ¿no?
—¡Y lo entiendo, ahora lo entiendo! -reparó en el perfil de
Bárbara-. ¿Y cuándo decidiste suspender la gira de la cumbiera
sexy? -la de cabello negro volteó a verla perpleja mientras Oriana ya
reía.
—¿Disculpa? -lo susurró con una sonrisa a medias.
—Cuando Oriana me dijo que andabas de acá para allá, le dije
que estabas dando más vueltas que un grupo de cumbia... -Bárbara
soltó una de sus carcajadas maravillosas, entendiendo el símil de
inmediato-. Así que ahora te pregunto: ¿cuándo tomaste la decisión
de volver?
—Hace como unos quince días o más... La noche del cumpleaños
de Pacho para ser más exacta. Esa noche entendí que solo quería
estar con Oriana y mandé todo a volar...
—¿Qué harás ahora, niña?
—Me tomaré mis días y empezaré a buscar empleo acá... -la miró
a los ojos retirando su mirada de la comida que ya tenía sobre la
estufa-. Incluso he pensado en tener mi propio negocio...
—¿De verdad? -se sorprendió.
—Sí. Se me da bien la consultoría gerencial, así que pondré en
práctica todo lo que aprendí en estos años. Si promociono bien mis
servicios podría asesorar desarrollos turísticos aquí o fuera de
Colombia.
—Eso suena bien, ¿no? -miró a Oriana que ya le cabeceaba un sí
entusiasmada-. No tendrás que alejarte de tu tatuadora poeta y en
caso de que en el futuro deban marcharse de Cartagena, ya podrán
hacerlo juntas, ¿no? -voltearon a verse y se tomaron de la mano.
—Sí... -musitaron ambas. El teléfono de Bárbara comenzó a sonar
y la ingeniero soltó una risita pícara.
—Mi amor... -se dirigió a Oriana-. Hazte cargo de esto, por favor,
que te apuesto que la que llama es Carito -y dejando a su novia al
mando de lo que estaba sobre la estufa, corrió a la sala. Una sonrisa
maliciosa se dibujó en el rostro de Valentina.
—¿Así que estás en órbita, OriP?
—¿En órbita? -sonrió-. Si existe algo más allá de la galaxia
misma, puedo decirte que yo estoy allí, a merced de la mismísima
ingravidez.
—¿Estás feliz, china? -se miraron a los ojos.
—Como nunca lo estuve en mi vida... Ya quiero hablarle a Salomé
para contarle cómo acabó este viaje heroico... -Bárbara volvió a
entrar a la cocina, hablándole a su teléfono, por lo que asumieron
que estaba en una videollamada. Se detuvo al lado de Oriana y
colocó el dispositivo de tal forma que ambas estuvieran en el rango
de su cámara frontal.
—Aquí está, ¿ves? -la niña de ojos verdosos alzó la mirada y se
encontró con la expresión atónita de Carito. Le sonrió y le susurró
un “hola” con picardía-. Estoy en casa, con mi amor.
—Pues... ¿qué te puedo decir mi chatita? Solo de verte sonreír
así puedo asumir que sí, que lo mejor que pudiste hacer en tu vida
fue regresar con tu costeña...
—¡Eso ni lo dudes! -apoyó su cabeza en su hombro.
—Espero que aproveches estos días en los que estarás libre para
que me visites y me cuentes todo, ¿no?
—Cuenta con eso... ¡Es más! ¡Iremos las dos!
—Doblemente mejor -se entusiasmó.
—Pero para eso, Carito, deberás esperar a que regresemos,
porque Oriana y yo nos vamos a perder del mapa por lo menos una
semana.
—¿Sí? ¿Una luna de miel o...?
—¡Algo por el estilo! Y cuando digo que nos desapareceremos, es
literal, porque ni siquiera atenderemos el teléfono.
—Me parece excelente, chata, excelente... Solo avisen que están
bien y luego pueden lanzar esos aparatos al mar...
—¡Así será! -le aseguró Oriana, risueña.
—Ahora vamos a desayunar, hablamos luego, Carito.
—Un beso, niñas... ¡Las quiero! -volvieron a la mesa, esta vez con
algo más que café.
—¿Qué van a hacer? -Valentina las miró con entusiasmo-. ¿Ya
saben a dónde irán? -menearon la cabeza diciendo que “no”.
—Pero lo decidiremos hoy mismo... -musitó Bárbara.
—¿Y esta noche? -Valentina estaba realmente emocionada-.
¿Esta noche celebraremos? -Oriana y Bárbara voltearon a verse de
inmediato y la ingeniero puso cara de júbilo.
—¡Sí, por favor, sí!
—Listo... -Oriana depositó sus ojos de nuevo en Valentina-. Nos
vemos a la misma hora, en el mismo lugar.
—¡Valentina! ¡Salomé! -ambas mujeres se quedaron de piedra al
escuchar esa voz y comenzaron a darse la vuelta muy despacio.
Cuando tuvieron ante sí el rostro risueño de Ana Paula, supieron
que sus sospechas eran ciertas, todo el escándalo que había en ese
club de salsa no fue suficiente para mitigar el timbre agudo que
caracterizaba a esa niña. La pareja sonrió como pudo y la chica,
entusiasmada, continuó adelante: ¿Y Oriana? ¿Oriana está con
ustedes?
La mirada fugaz de ambas mujeres voló en instantes hacia un
extremo del local, allí donde estaba la mesa alta que siempre solían
reservar cada vez que acudían a ese lugar de Getsemaní. Vieron de
qué forma Oriana y Bárbara le habían sacado provecho a la
ausencia de ambas, que no solo se habían acercado a la barra para
saludar a Fercho, sino también para buscar un par de tragos. La
tatuadora estaba sentada en uno de esos taburetes, mientras su
novia se había encargado de arrinconarla sin que les importara en lo
más mínimo cuánta gente hubiese en ese club o si despertaban o
no miradas indiscretas. Bárbara se había colado entre las piernas de
la otra, quien además las usaba como cadena para aferrarla a su
cuerpo y estaban, empecinada y placenteramente, comiéndose a
besos como mejor se les venía en gana. Los ojos veloces de
Valentina y Salomé volvieron sobre la chica de 20 años, que pasó
por alto el detalle de su desconcierto.
—¿Oriana? -Valentina tartamudeaba, pero ya Salomé actuaba
con su prudencia habitual:
—Está de viaje, niña -Ana Paula se decepcionó un poco y la
sommelier contraatacó: Está de viaje con su novia -la chica abrió la
boca con sorpresa, tal y como lo hizo Valentina, que no se podía
creer que la otra revelara semejante información, pero Salomé
estaba lejos de detenerse: ¿Recuerdas a esa mujer preciosa, de
cabello negro, largo, que era amiga de Ori? ¡Bárbara se llama! -el
rostro de la jovencita fue mutando con un ceño ligeramente fruncido
y una expresión de decepción-. Pues Oriana y Bárbara se hicieron
novias hace unos meses y la verdad es que tienen una relación
muy, muy linda -esta vez la mirada de Ana Paula fue sobre
Valentina, con reproche.
—No me habías dicho nada, oye.
—Bueno, niña... -la tatuadora recuperó el habla y con ella, el
desparpajo-. No me lo preguntaste y tampoco lo creí conveniente.
Además, tú y Oriana terminaron hace más de 4 meses, ¿no?
—¿Eso quiere decir que ya estaban de novias en la foto esa de la
playa? -se cruzó de brazos a punto de hacer uno de sus
acostumbrados espectáculos.
—¡No! -dijeron de inmediato esas dos, muy serias.
—Nada de eso, Ana Paula... -Salomé la vio con expresión
insondable-. Te puedo asegurar que Oriana se tomó su tiempo para
cerrar sus emociones contigo y... ¡Y seguir adelante con su vida,
como debe ser!
—¿Y qué andas haciendo por acá? -Valentina trató de sacarle
algo de conversación a la chica, desviando un poco el tema de la
situación sentimental de su mejor amiga, que estaba allí, a escasos
metros, entregada a unos besos asfixiantes-. Creíamos que odiabas
la salsa... ¿no?
—La odio, pero vine con un grupo de amigos y... -se alzó de
hombros-. Y ya casi nos vamos... Las vi por casualidad y di por
hecho que Oriana estaría con ustedes, como ella ama este club...
—Todas, en realidad... Incluyendo a Bárbara... -la niña estaba
desorientada. Comentó un par de cosas más, les pidió que le dieran
sus saludos a la que en algún momento fue su novia y se retiró
despacio para reunirse con el grupo de chicos con el que andaba.
—¡Te volviste loca, nena! -Valentina le dio un empujón suave,
mientras Salomé no le quitaba los ojos de encima a la chiquilla.
—¿Por qué? -bebió un sorbo de su trago-. ¿Por decir la verdad?
Así la niña se va haciendo a la idea de que Oriana ya está con otra
mujer y deja en paz a mis oruguitas... -alzó la mirada y notó que los
besos de aquellas dos estaban muy lejos de detenerse. Sonrió con
malicia-. Que por lo que veo ya son mariposas...
—A juzgar por la forma como se besan, yo diría que son
dragones... -Valentina también se había percatado de esa sofocante
escena.
—Déjalas... -le dio un golpecito en la pierna con su mano-.
Déjalas en paz que pasaron unos meses de mierda y justo ahora se
deben estar desquitando, como debe ser.
—¿Y qué haremos? -se miraron a los ojos, sabiendo que por
nada del mundo podían volver a la mesa en ese momento.
—En primer lugar, no quitarle los ojos de encima a Ana Paula
hasta que se vaya... En segundo lugar... -y lanzó la mirada hasta
donde estaba su gran amigo y colega: ¡Eh, Fercho! -el hombre
volteó a verla-. ¿Me preparas dos traguitos más tan divinos como
estos? Creo que la flaca y yo nos vamos a quedar por la barra otro
rato... -él le hizo un gesto afectuoso en señal de asentimiento y la
sommelier volvió a ver a su novia-. Echarnos otro par de tragos acá
y bailar un rato mientras a las maripositas se les baja el sofocón...
—Creo que no fue buena idea invitarlas a bailar, ¿cierto? -y rieron
con picardía.
Si algo había aprendido Oriana de su relación con Ana Paula, fue
a sortear las limitaciones de los espacios públicos y a aprovechar la
adrenalina que esa alternativa ofrece, por eso, valiéndose de la
discreción y del desenfreno de esos besos enfermizamente
intensos, se aprovechó de la proximidad de Bárbara, de cuán
soldada estaba a su cuerpo, y coló su mano con tino entre sus
piernas para regalarle un frotis discreto que la hizo enloquecer. El
atrevimiento de Oriana fue secundado casi de inmediato, en
especial porque con el descanso de la orquesta que tocaba la luz
del local bajó considerablemente, mientras un DJ mezclaba un set
de salsa romántica que acabó por ponerle color a esa escena de
pasión furtiva que se desarrollaba en un rincón a oscuras. Perdieron
el juicio, es cierto, pero a los pocos segundos ese amarse entre
telones les devolvió la cabeza al lugar donde debía estar: encima de
sus hombros.
Bárbara temblaba ligeramente y el estremecimiento quedaba en
evidencia por esa sonrisa sutilmente vibrante que se le fue
dibujando en los labios, mientras permanecía con los ojos cerrados,
en trance.
—¿Cómo lo hicimos? -musitó y abrió despacio sus ojos para
encontrarse con la mirada preciosa de Oriana-. ¿Qué locura
acabamos de hacer?
—Hicimos lo necesario... -la cobijó entre sus brazos y Bárbara
hundió su rostro en su cuello, vulnerable y enamorada de una forma
lapidaria-. Lo necesario, porque si seguíamos así, íbamos a tener
que volver a casa corriendo, dejando a Valentina y a Salomé
plantadas -rieron a los susurros-. ¿Te sientes bien, mi amor?
—Definitivamente... De los orgasmos más singulares, atípicos e
intensos que he tenido en mi vida.
—Al menos nos servirá de aperitivo... -notaron, de regreso en ese
club luego de aquel viaje de placer, que la música estaba en su
apogeo y Bárbara, recomponiéndose, tomó a su novia de las manos
y se la llevó consigo a bailar.
Ese gesto fue señal suficiente para que Valentina y Salomé
supieran que podían regresar a la mesa sin temor a interrumpir
nada. Varios minutos más tarde, vieron de vuelta a las mariposas y
les sonrieron con suspicacia.
—¿Hoy también nos vamos a quedar hasta el amanecer, niñas? -
preguntó Valentina y ambas le menearon la cabeza con un “no”.
—Debemos regresar temprano a casa... -y la mejor amiga de
Oriana ya iba a tomarles el pelo enumerando las posibles razones
de esa urgencia, cuando la otra aclaró:
—Nos vamos mañana a San Andrés.
—¿La isla? -Valentina estaba boquiabierta.
—La isla... -le ratificó Bárbara.
—¡Ah! ¡Pero lo del secuestro va en serio!
—¡Muy en serio! -aseguró Oriana, feliz.
—Así que vean bien a su amiga y háganse una selfie con ella,
porque esta niña es mía y no se las devolveré hasta dentro de una
semana...
—Si van a sonreír así cada vez que estén juntas, mejor
secuéstrense para el resto de sus vidas y asunto resuelto... -Salomé
les sonrió con calidez y ellas se miraron a los ojos, conscientes de
que ese era el plan que estaban trazando en lo más profundo de sus
corazones.
Transcurridas algunas horas y cuando consideraron que era
prudente volver a casa. Se esfumaron en segundos despidiéndose
risueñas de sus acompañantes y salieron del club entre las sombras
de rostros eufóricos y anónimos. Al llegar al lugar deseado, la
costeña y la caleña hicieron una proyección en la horizontal de todo
lo que habían ensayado en el eje vertical, arrinconadas en ese local
nocturno de Getsemaní. Viéndola allí, sobre sí, deslizándose entre
sus piernas pero ya sin nada que aislara el contacto de sus pieles,
Oriana susurró:
—Te vendrás a vivir conmigo, ¿verdad? Porque a partir de este
momento quiero tenerte todas las noches, no me prives más de ese
deseo, Bárbara, por favor...
—Déjame pensarlo -musitó traviesa y Oriana supo que tenía que
ser más persuasiva si quería salirse con la suya.
Hizo girar a Bárbara y sobre ella, la atenazó con sus piernas y con
sus brazos, un método de persuasión que, a juzgar por todas las
emociones que le provocaba, la hacía sentir insignificante.
—Vente a vivir conmigo... -repitió, rozando sus labios con cada
sílaba.
—Sé que mañana, cuando me libre de vos, de tus brazos, de tu
cuerpo desnudo, sabré que posiblemente tomé una decisión
precipitada... -la ingeniero seguía bromeando con aquello de jugar a
la sensata. Se miraron fijamente. Oriana le sonreía de tal manera,
que Bárbara pensó que a la luz de ese gesto no podría conectar una
oración simple de sujeto y predicado-. De acuerdo, me mudaré con
vos...
Oriana impuso su ley sobre la cama y la ingeniero se dejó llevar,
consciente de que no tardaría mucho en relevarla en el mando.
¡Eran afortunadas de amarse en equitatividad de sentimientos,
osadías e iniciativas y eso lo supieron desde la primera noche!
—¡Oriana, Oriana! -la chica de cabello acaramelado estaba
agachada, liberando su bicicleta del aparcadero de aluminio donde
solía asegurarla cada mañana, cuando llegaba al estudio de body
art en Getsemaní-. ¡Oriana, tienes que ver a esta niña preciosa que
viene caminando hacia acá!
—Déjame en paz, flaca... -sonrió acostumbrada a las travesuras
de su amiga-. Mira que tratándose de niñas preciosas ya yo tengo a
la mía y eso es mucho bizcocho para andarme entreteniendo con
tonterías.
—¡No me entiendes, oye! ¡Esta niña que se acerca es preciosa,
tiene un cabello de diosa, una sonrisa de ángel, unas curvas de
sirena y, por si fuese poco, es culona! -Oriana alzó la vista de
inmediato y vio a Bárbara acercarse por la vereda riendo a
carcajadas motivada por las imprudencias de Valentina. Llevaba el
mismo vestido maravilloso con el que salió de casa temprano y
aunque en ese momento ya la chica de ojos verdosos se la había
devorado con la vista, sintió que nunca tenía suficiente cuando se
trataba de contemplarla.
Se incorporó de inmediato y la recibió entre sus brazos con esa
forma delicada y a la vez apasionada que tenía de envolverla en
torno a su cuerpo. Se saludaron con sonrisas preciosas y por fin la
ingeniero reparó en Valentina.
—No creo que a Salomé le haga mucha gracia tu entusiasmo,
Valentina.
—No tiene por qué enterarse, niña -le guiñó el ojo-. Eso queda
entre nosotras...
—Te desocupaste temprano -musitó Oriana viendo arrobada el
perfil de su sonrisa.
—Sí, tuve suerte. El cliente que anduve atendiendo hoy sabe bien
lo que quiere y no se anda con demasiadas vueltas, porque las
personas con las que me entrevisté la semana pasada, me estaban
volviendo loca... -Bárbara había logrado, en un año
aproximadamente, interpretar de un modo muy distinto, motivador y
exitoso sus inquietudes profesionales, abriendo en Cartagena su
propio negocio de consultoría para desarrollos de proyectos
turísticos.
—Bueno, pero con esa paciencia tuya, caleña... -Valentina
aprovechó la ocasión para sacarse un cigarrillo del bolsillo, así como
su Zippo. Oriana liberó su bicicleta, se subió a ella y Bárbara se
acomodó, como pudo, en el tubo del marco sentándose ligeramente
sobre él y rodeando con sus brazos a su novia, recostándose de su
pecho-. Tú sabes que con tu dulzura, domas a las bestias.
—Te apuesto que las bestias que me han tocado justo ahora no
se comparan con las de aquella vez... -miró de soslayo a Oriana-.
¿Recuerdas?
—¿Cómo olvidarlo? Los tres meses de gira por la costa pacífica...
—¡Ah sí, cuando Bárbara Monsalve daba más vueltas que la
cumbiera sexy! -se echaron a reír.
—Pues por suerte para mí, ahora nada se compara con la
cumbiera sexy, aunque hace unos días recibí un email de ellos
haciéndome una oferta laboral.
—¿Para la costa pacífica? -Valentina se quedó a mitad de camino
con ese cigarrillo que aún no había encendido.
—No, para ocupar un cargo fantástico en Bogotá.
—¿Y ahora? -alzó la mirada y cruzó sus ojos oscuros con Oriana-.
¿Te llevas a OriP?
—No, no... -meneó la cabeza riendo-. Les agradecí muchísimo,
pero mi lugar está acá, con mi tatuadora preciosa, encargándome
de mi propio negocio y muy cerca de mi amada hermana y de mis
niños consentidos -le dio un beso en la mejilla a Oriana-. Mi amada
siempre tuvo la razón: es verdad, esos tres meses fueron de locura,
pero no solo me sirvieron de aprendizaje, también me valieron de
mucho para darme cuenta de lo que realmente quería y cómo lo
quería... ¡Estar tan segura en la vida, no tiene precio!
—No -susurró la otra muy cerca de su oreja-. No lo tiene.
—¡Bárbara! -la voz grave de Pacho se inmiscuyó en la
conversación-. ¿Cómo estás niña? -se aproximó a conversar con
ellas, aprovechando la ocasión para estirar un poco la espalda luego
de haber estado por largo rato tatuando a un cliente.
Risueños, valiéndose de la camaradería y el afecto que los unía,
se dedicaron a charlar de cualquier cosa mientras esa sonrisa de
Bárbara, esa, que era como una promesa mágica que había llegado
a Cartagena desde Bogotá hacía más de un año y me- dio, volvió a
enredarse en las pupilas de una mujer que en ese instante
comprendió que de nada vale el tiempo o la distancia, porque una
vez que el destino presiona con dedo certero el lugar exacto en el
que yace la espina, el dolor es tan amargo como el primer día y ese
sería otro de los muchos aprendizajes que la caleña había
propiciado en el corazón de Claudia Valencia.
Allí estaba ella esa tarde, conduciendo su automóvil por aquella
calle de Getsemaní, con Marcela sentada a su lado y Juan José en
el asiento posterior, perpleja, sobresaltada y llena de incertidumbre
al ver a Bárbara Monsalve reír entre los brazos de aquella mujer en
la que se cobijaba. ¿Por qué le parecía conocida la chica sentada
en la bicicleta que tenía prácticamente entre sus piernas y hundida
en su pecho a la mujer de ojos negros? No recordaba con suficiente
claridad a la desconocida aquella de tatuajes que una noche en un
club de salsa de Cartagena hizo girar al ritmo de un clásico de la
Fania a la caleña de piel de luna.
La mujer, aún casada, podía quedarse para siempre en esa
escena que amaba y aborrecía. La amaba, porque aunque sabía
que su colega se había marchado de la empresa, jamás se imaginó
que había vuelto a la misma ciudad en la que ambas se conocieron
y le producía una felicidad cándida y absurda saberla tan cerca,
después de todo. La aborrecía, porque sus celos amargos,
enfermizos e injustificados, envenenaban su corazón con la misma
ponzoña con la que lo hicieron hace un tiempo atrás y ser testigo del
gozo que le producía estar allí, acurrucada por esa mujer a la que
veía con una dulzura y un sentimiento inconmensurable, la hacía
sentir frustrada y enferma. ¿Era ella la misma de la cual le había
hablado una vez, al confesarle que estaba enamorada? Si era así,
¿era ella el motivo por el cual la ingeniero había rechazado uno de
los cargos más importantes de la empresa para la cual trabajaban?
Entonces imaginó que el amor de la caleña no era asunto de broma
y su abismo se extendió más en diámetro y profundidad al saberse
huérfana de esa coherencia y de esa lealtad.
Sí. Ahora más que nunca Bárbara Monsalve era una enfermedad
crónica, letal, de la que Claudia Valencia no se sanaría jamás y esa
tarde aceptó por fin su diagnóstico y con él, su sentencia.
El mismo amor que para una era condena, para otras significaba
salvación. Salvación, solo por mencionar un ítem dentro de una
larga lista de milagros. Una vez, Bárbara le aseguró a Oriana que a
su historia el universo jamás le mezquinaría los crepúsculos y allí
estaban otra vez, contemplando uno más desde las murallas de La
Heroica, una sentada entre las piernas de la otra. La camisa más
bien descubierta que llevaba la caleña esa tarde le permitió a la
autora de todos los versos de su historia hacer a un lado su cabello
negro precioso para contemplar ahí, en su espalda, el tatuaje de esa
luna que era melliza de su sol y que había plasmado ya hace mucho
tiempo en su piel. Se había convertido, sin que ella lo imaginase
jamás, en un símbolo anticipado que las uniría por siempre en
metáfora, evocación, compenetración y romance. Depositó un beso
tierno sobre esa alegoría celeste expresada en su dermis y provocó,
con ese gesto, una risa maravillosa en la otra, que se inclinó hacia
atrás para guarecerse en su pecho, dentro de sus brazos.
—Entonces se tomaron 200 años en construir las murallas... -
susurró, retomando la anécdota que Oriana le había estado
refiriendo minutos antes.
—Ya sé que te vas a burlar de mí, porque de seguro te lo he dicho
decenas de veces desde que nos conocemos -Bárbara reía sin
reparo ninguno.
—La primera vez que lo mencionaste fue ese día en el que me
llevaste al Café del Mar... El mismo día en el que te hablé de
cuántas veces te evoqué mientras miraba las estrellas siendo una
adolescente, preguntándome dónde estabas.
—Lo recuerdo bien... Recuerdo también que me explicaste un
montón de cosas de construcción y mampostería para ilustrarme
cómo podían haber construido esta fortaleza para que, además, se
mantuviera firme al sol de hoy...
—Anécdota por anécdota, como en nuestro primer café.
—Es verdad, vamos a la par en todo, mi caleña... -miró al mar por
algunos minutos-. Aunque te apuesto que no te he hablado tanto de
los piratas, ni de Francis Drake, ¿verdad?
—El corsario aquel que destrozó Bocagrande, claro que sí.
—Me estás haciendo sentir que soy una aburrida -Bárbara
continuaba riendo, descarada.
—¿Sabes de qué deberías hablarme?
—No...
—Del matelotage...
—¿Ah, sí? -sonrió con picardía-. ¿Y para qué quieres saber de
eso? De eso te he hablado en muchas ocasiones ya, lo recuerdo
bastante bien...
—Me has hablado, pero no me lo has propuesto, Oriana, lo cual
está muy mal... -rieron.
—¿Y es que acaso somos piratas tú y yo?
—No, pero hace ya un buen tiempo que compartimos a partes
iguales el botín... -rieron con gusto.
—En parte esa era una de las ventajas del matelotage, ¿no?
Bienes compartidos, como es lo justo... ¿Y por qué mencionas eso
justo ahora, caleña?
—Porque hoy estamos de aniversario, costeña.
—¿De aniversario? -la miró de soslayo sorprendida y notó que
contenía otra de sus risas traviesas-. ¿Crees que la mujer que cada
mañana te despierta con una catarata de besos por la piel de tu
espalda y que ha seguido versando para ti en el cuadernillo aquel en
el que plasmé todos los poemas que rimé en tu ausencia, luego de
saberte, olvidaría algo como un aniversario?
—Es que no es un aniversario oficial, Oriana... Es el aniversario
de una rareza. Solo alguien tan minucioso como yo podría darse
cuenta de ese detalle.
—¿Insinúas que no soy minuciosa, es eso?
—Para nada, solo estoy casi segura de que no recuerdas que hoy
se cumplen 3 años desde que bailamos por primera vez en el club
de salsa.
—¿En serio? -estaba abismada-. ¿Y por qué yo no lo sé?
—Porque no le prestas atención a la fecha de tus publicaciones
en Instagram -rio-. “Te suspiro en pasión de ánimo que no muta.
Mutar...”
—“...Mutar ahora es saberte.” ¡Claro que sí! ¡Saberte cambió mi
vida! Saberte fue la corazonada no consciente de que eras tú la
depositaria de todas mis añoranzas, aún y cuando era una chiquilla
que escribía versos torpes en Turbana...
—¿Y cómo me supiste, poetisa?
—¡Esa noche! ¡Esa noche en la que luego de mirarte por casi una
hora sin explicarme cómo podía haber una mujer tan bella, me
acerqué a ti para pedirte que bailaras conmigo en vista de que esa
que estaba contigo, que para ese momento creí tu novia, no tenía el
valor de hacerlo... Y lo demás, lo demás es historia de varios
centenares de páginas, porque tú sabes tan bien como yo lo que
sucedió no solo cuando nos miramos a los ojos, sino cuando nos
tocamos... -pensó varios segundos-. Lo cual me hace pensar que si
en efecto estás en lo cierto...
—¡Ah! ¿Dudas de mí, Oriana Padrón?
—¡Jamás, Bárbara Monsalve! Pero si en efecto estás en lo cierto,
solo hay un lugar en el que tú y yo deberíamos estar en estos
momentos.
—¿Cuál?
—Lo sabes de sobra, caleña, no te hagas la boba, “¿oís?” -la hizo
levantarse con un gesto sutil y una vez que bajaron de esa muralla
de piedra de la Plaza de las Bóvedas desde donde contemplaban el
mar, se la llevó consigo por esas callecitas que ya conocían
demasiado bien.
No fue el destino, esta vez no fue el destino, pero como las moiras
también se dejan incitar, fue la mismísima Oriana la que se acercó a
Perucho y le hizo la petición. La miró con un gesto de rareza cuando
la tatuadora le dijo:
—¡Y que suene dos veces! ¡Perucho, dos!
Extrañado la vio alejarse, miró el reloj, se dio cuenta de que la
noche aún era muy joven y que en el lugar no había demasiadas
personas como para que alguien se quejara de la insistencia. A fin
de cuentas, pensó, Sebastián adoraba a Oriana y compañía, así que
de seguro no solo justificaría esa complacencia, sino otras más.
Bárbara soltó una risa espléndida cuando escuchó aquella
canción imponerse en el lugar y a Oriana acercarse para
preguntarle, con el mismo gesto precioso con el que lo hizo esa
noche:
—¿Bailas?
—Con vos, todo lo que quieras -y se deslizó con suavidad por su
cuello.
—No seas mentirosa, caleña -se lo dijo cerca del oído,
aprovechando que ya la tenía tomada por la cintura con el roce
poético que la otra amaba-, que esa noche solo moviste la cabeza
diciendo que sí.
—Bueno, pero ahora te puedo decir todo lo que no dije esa noche,
¿no?
—¿Con motivo del aniversario?
—Así es...
—Bueno, pues, te escucho... -aunque realmente lo que más se
oía en todo el lugar era ese testimonio de Amor verdadero, el tema
que las unió para siempre.
—Lo primero que pensé, fue... No puedo creer que esta niña baile
tan bien.
—Yo dije: ¡qué suerte tengo de que esta morena tan bella me
haya dicho que sí!
—Y su perfume me vuelve loca... Aunque no entiendo qué tanta
cosa tiene tatuada en los brazos... -Oriana soltó una carcajada.
—En la próxima vuelta, cuando la reciba, la aprieto un poquito
más.
—¿Y qué voy a hacer si al DJ le da por poner una canción más
lenta? -se miraron a los ojos con picardía-. ¿Me acerco más o no?
—Ojalá que Perucho lance una de esas que son como para
bailarla en una baldosa -se echó a reír, traviesa.
—Aunque con esa sonrisa que tiene, sé que no me voy a resistir...
—Pero lo más crucial de la noche fue cuando me provocó
besarte.
—¡Claro! ¡Con el neoyorquino celestino aquel!
—La buena noticia es que ahora ya no tengo por qué inhibirme si
me decido a hacerlo -y para ser cónsona con sus palabras, allí
estaba ya ese beso.
—¿Y el matelotage, para cuándo? -rieron.
—Será un buen tema de discusión para esta noche, te lo prometo.
—Esta noche lo menos que haremos será discutir, Oriana... -la
miró con ligera perversidad-. Si nos dejamos llevar por las
emociones de esa primera vez que bailamos, esta noche haremos
de todo, menos entrar en debate.
—Dependerá de lo que tú entiendas por debatir, Bárbara -rieron y
ya sonaba otra vez la misma canción.
—¿De nuevo?
—No te quejes, caleña... ¿Acaso no querías celebrar este
aniversario de rarezas? -la estrechó con un poco más de fuerza y
bailaron tan próximas como originalmente no pudieron hacerlo.
Perucho creyó que había complacido la petición de Oriana, sin
imaginar el obsequio que estaba por hacerle con esa nueva canción
que, a propósito del tema que le había solicitado la tatuadora
anteriormente, le pareció que iba bastante bien: Yo puedo vivir del
amor se convirtió en un nuevo himno para ambas y lo supieron,
como solían adivinar la mayoría de las cosas que tenían que ver con
ambas: con una sola mirada. Se abrazaron en una aproximación
que llevaba ritmo y ratificaron con una confianza envidiable que sí,
que tratándose de ambas, es posible vivir en el idilio, descartando
las tristezas.
Ese pendulear de emociones que las acompañó la primera vez,
seguía intacto y la dicha fue suprema sólo de constatar cómo un
sentimiento es capaz de crecer y ratificarse, negándose a menguar.
En su historia juntas, todas las fases eran en creciente, como si la
convergencia de sus afinidades describiera un calendario de amor
que siempre apuntaba al plenilunio; al plenilunio radiante que estaba
completamente amparado por el resplandor de un destello de pasión
prodigiosa que prosperaba en claro de luna, bañando no solo los
relieves fantásticos de sus sonrisas, o las superficies acuosas de
sus miradas en síncopa, esa energía benefactora que duplicaba la
intensidad de ese amor que las reunió en búsqueda cándida,
perseverante y perpetua, irradiaba sobre todo en la calidez de sus
almas y bastaba entregarse a un beso, como de hecho lo estaban
haciendo, para saber que los milagros tienen sabor a bocadillo de
guayaba.
TE ENAMORAS DE LO QUE LEES
Te enamoras de lo que escuchas
Playlist de la novela
Acerca del autor
Ángela León Cervera
La conocí hace más de una década, era de madrugada, desde
luego, porque nada hay como la complicidad muda de las noches
para permitir que aflore la magia.

La vi ahí, al otro lado de la pantalla de una computadora, atisbando


en vidas y afinidades y desde ese preciso instante supe que tenía
un don que ella desconocía. El gentil don de escuchar.

Perdí la cuenta de cuántas mujeres recurrieron a ella para hacerla


cómplice de historias, a veces dolorosas, a veces enrevesadas, a
veces felices y un día, cuando ya habíamos pasado meses y años
enteros en esa caza de cuentos, como quien va al campo a atrapar
mariposas, nos miramos a los ojos y nos dijimos: ¿qué haremos,
socia? Pero... más aún, ¿cómo lo haremos?

Entonces Ángela insistió en respetar no solo la integridad de las


protagonistas tácitas de cada historia, sino además ponerle tono,
acento, picardía y candor a cada una de esas narraciones, que, por
muy extraño que parezca, poco tienen de ficcionales.

Aquí estamos, muchos años más tarde, con un cajón lleno de


recuerdos, novelas, decisiones tomadas y cobardías que nos
jugaron en contra, apostando y compartiendo, finalmente, el legado
que nos dejaron todas aquellas madrugadas que definitivamente no
compartiría con nadie más, si tuviera la oportunidad.

Estas historias nunca fueron nuestras del todo, mi amiga, y las


devolveremos con honestidad y conciencia a quienes
verdaderamente deban tenerlas. Que vuelen, como las mariposas
fuera de la red, y que polinicen corazones.

Engala Löen Vecerra


Libros en esta serie
Rozando Labios
Rozando Labios es una colección de historias de amor lésbico, con
mujeres reales como protagonistas de estas anécdotas verídicas,
que llegaron a manos de la autora como resultado de experiencias
autobiográficas o casuales confesiones.

Humanas, íntimas, complicadas, pero narradas sin demasiados


recovecos, las novelas que integran la serie Rozando Labios son
como sus protagonistas: cambiantes, apasionadas, cotidianas,
sencillas y llenas de placeres simples que podrían identificarse con
cualquiera.

El embrujo de Bécquer
Una historia de amor. Dos corazones valientes.

¿Crees en las causalidades? Una mirada fugaz y la calidez de una


sonrisa, puede cambiar el sentido y la dirección de nuestras vidas y
un par de mujeres están a punto de descubrir las certezas que se
ocultan detrás de los mágicos encuentros.

El amor llegó en su escarabajo amarillo


Un misterio. Una aventura. Una pasión por descubrir.

Dos chicas jóvenes, impulsivas y apasionadas están dispuestas a


tomar de la vida justo lo que quieren. Creen tener todo lo necesario
para alcanzar el éxito en cada uno de sus proyectos y caprichos, sin
embargo, la vida está a punto de darles una importante lección.

Mientras un enigmático auto amarillo aparece y desaparece por el


campus de la universidad, estas jóvenes rebeldes irán
descubriendo, poco a poco y paso a paso, que hay que pensárselo
dos veces antes de formular un deseo, sin importar cuál sea.

¿Podrán tener el coraje suficiente para entender las insospechadas


consecuencias de sus acciones? ¿Podrán confiar en sus instintos y
corazonadas?

¿Podrán, finalmente, entender los alcances del amor y contar con la


valentía suficiente para rendirse a una pasión que surgió de una
travesura aparentemente inofensiva?

A Marte en Virgo
Una docena de atajos para llegar al único destino.

Mía Simón está por cumplir sus 34 años. En un poco más de tres
décadas de existencia, conoció la pérdida, el desamor, la nostalgia y
aún conserva a una amiga a la que conoce demasiado bien: La
Soledad.

Cuando siente que una ilusión ha llegado a su vida para cobijarle el


corazón y mostrarle de nuevo el sendero del amor, una premonición
podría cambiarlo todo: una carta, un signo, un ciclo solar que traerá
sorpresas, con la promesa de que se avecina un cambio
trascendental en su solitaria existencia.

Hechizos; un pacto tejido con las fibras del afecto más puro; y un
fantasma del pasado que regresa para tomar posesión de un
corazón, son solo algunas de las trampas que Mía tendrá que
sortear para encontrarse, cara a cara, con su Llama Gemela y hacer
tangible la felicidad que dicta un oráculo.

Una historia que aborda el amor de todas las maneras posibles, en


un viaje encantador que comienza con un sorbo de Veneno.
Sonata para Natalia
A veces el amor sólo puede ser para siempre.

Natalia Cercone Pissanti. Memoriza bien este nombre, porque será


la única pista con la que contarás para encontrarla, una vez que la
pierdas.

A sus 24 años, a pocos meses de abandonar París, Natalia es una


mujer ensoñadora, tímida, cándida, noble e incapaz de arriesgarse
para alcanzar lo que ansía su corazón.

La vida está a punto de arrebatarle lo más querido. Se lo puso allí,


como obsequio, a través de una mirada, a través de coincidencias
casi imposibles, a través de una afinidad incuestionable, pero ella
temió y como suele ocurrir a los que pactan con el miedo: huyó de
sus anhelos.

Ahora le espera un largo viaje: recuperar a la persona amada y


entender de qué forma, en su corazón, el amor sólo puede ser una
cuestión de lealtad infinita.

Abril en primavera
Una historia de amor a segunda vista

Una carta que nadie jamás leyó se convierte en la oportunidad de


hacer resurgir a un amor de sus cenizas.

Abril y Suki aprendieron a ser almas libres. Cada una decidió


moverse hacia la dirección en la cual las empuja su corazón, pero
justo ahora, esos latidos se atraen con la misma dulzura con la que
la miel seduce a las abejas.

Ambas tendrán que demostrar hasta dónde son capaces de actuar


movidas por el impulso de un sentimiento que creían muerto y por el
deseo de arriesgarse… ¡De arriesgarse hasta las últimas
consecuencias!

¿Lograrán entender el valor de la fidelidad y comprenderán en su


viaje de emociones que la lealtad es un compromiso personal?

Déjate envolver por las olas de una primavera tan cálida, que logró
seducir a dos corazones, para demostrarles que El Amor a Segunda
Vista, ¡es posible!

Cuatro lágrimas de plata


Mundos paralelos que convergen en una emoción.

Una venganza inesperada servirá de pretexto para que los destinos


de cuatro desconocidos, se entrelacen movidos por una emoción.

Las apariencias, el deseo de huir y construir un universo de


espejismos, tejerá una red de coincidencias de las cuales no hay
una salida aparente, a menos que recurran a la cordura, la
honestidad y el amor.

¡El amor en su expresión más genuina!

Cada figura de la baraja en esta historia tendrá que demostrar de


qué fibra están tejidos sus sentimientos para salir airosos de esta
cínica mascarada y comprender, de qué forma las honestas
emociones, siempre se imponen sobre la falsedad.

¿Conseguirán derrotar a las apariencias?

Alma de bolero
Un amor salpicado de mar, ausencia y nostalgia.

Dicen que las calles de La Habana encierran nostalgia, vestigios de


recuerdo y una curiosa melancolía. No importa cuánta música, ron y
risas se cuelen por sus pórticos y balcones, perderse entre sus
calles es transitar una memoria velada momentáneamente por la
indiferencia.

Allí, en la ciudad detenida, habita el amor, refugiándose en el rincón


más profundo del corazón de Yara Leyva; un corazón que es retazo
de naufragio bailando al vaivén de las olas.

Por momentos conoció la belleza y la alegría. Aprendió a identificar


en lo cotidiano los pequeños milagros de la vida y a subirse a las
risas, como quien aborda un tranvía que tiene como destino último
la felicidad.

Pero ese momento se ha ido. Se esfumó de su vida bajo una lluvia


torrencial de julio (de esas que azotan a La Habana con su furia
tropical) y ahora no le queda otra alternativa mas que vivir náufraga
de los recuerdos, robándole concesiones al tiempo y a la memoria,
cruzándole los dedos a la vida para que la alegría, personificada en
el rostro del amor, regrese.

Regrese. ¿Qué es la esperanza, sino vivir ansiando un sueño que


se hace realidad?

Hey, Kiki!
Todo “hasta aquí” necesita un “a partir de ahora”

¿Podrías transformar tu vida de un día para otro?

A sus 41 años, la monótona y errática existencia de María Pía Sardi


está a punto de dar un vuelco inesperado.

Aparentemente todo depende de ella, pero el travieso destino


disfrazado de serendipia la conducirá hacia un objeto inimaginado
que podría encerrar más de una clave, capaz de arrastrarla a través
de un viaje sorpresivo de emociones, reflexiones y sentimientos.
¿Te atreverías a recorrer este camino junto a ella?

Lo que tienes tú
Te esperaré a la mitad del camino

Elena Guitart escogió muy bien a las integrantes de su cortejo.

A sólo un mes de contraer matrimonio con un chico maravilloso,


jamás imaginó de qué forma su festejo cambiaría la vida de todos
los involucrados.

El regreso a las heridas de la infancia, comprender que siempre es


acertado recorrer el mismo camino para llegar a destinos diferentes
y descubrir que los recelos y prejuicios pueden alejarte de las
personas que realmente amas, son algunas de las enseñanzas que
en sólo 35 días, siete damas tendrán que aprender.

Esta vez la vida pondrá en tus manos un bouquet de sentimientos y


decisiones, que sólo los corazones más valientes están dispuestos a
atajar. ¿Lo harías?

21 Viernes
La infatuación, la relación, el triste o feliz desenlace de una historia
de amor. Son tres momentos, tres tiempos, en los cuales hemos
estado en una o en numerosas ocasiones. Esta selección de
cuentos cortos, inspirados en el amor que mujeres sienten por otras
mujeres, es un recorrido fresco por cada una de las estaciones de la
pasión.

¿Cuál podría ser la tuya en este preciso instante de tu vida? La


mejor pregunta que podemos hacernos, al hacer este breve
recorrido es: ¿te sucedió alguna vez? Porque a veces somos,
queriéndolo o no, mujeres protagonistas de anécdotas que parecen
ser universales.
¡Descúbrelas e identifícate!

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