Angela Leon Cervera - (Rozando Labios 07) Soles en Plenilunio
Angela Leon Cervera - (Rozando Labios 07) Soles en Plenilunio
Angela Leon Cervera - (Rozando Labios 07) Soles en Plenilunio
Rozando • Labios
Derechos de autor © 2020 Ángela León Cervera
ISBN: 9798586038609
Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud
con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte
del autor.
Al ojo magenta que seguía con avidez a un cursor que viajaba sobre mis líneas.
A Chikane y Himeko, las sacerdotisas que vivirán siempre en mis más tiernas
memorias.
CUARTO MENGUANTE
ORIANA Y EL SOL
LUNA NUEVA
PASIÓN DE ÁNIMO
—¡Sé por qué tienes esa sonrisa, caleña! -Bárbara alzó sus ojos y
miró a Claudia cruzada de brazos y apoyada del marco de la puerta
de su oficina.
—¿Ah, sí? A ver, adivina... ¿por qué tengo esta sonrisa?
—Porque de seguro ya leíste el correo que informa del evento
corporativo que tendremos en Barranquilla en dos semanas.
—Pues sí, ya lo leí y me hace feliz, porque aunque no me
relacioné con muchas personas en Bogotá sí que me emociona
volver a reunirme con al menos dos de mis amigas... -Claudia la
miró con detenimiento.
—¿A qué te refieres? -Bárbara la vio con curiosidad.
—No entiendo la pregunta, Claudia... ¿A qué me refiero con qué?
-rio confundida.
—Es que dices “amigas”, pero no sé si de verdad son amigas o si
estás hablando de...
—¿A qué otra cosa podría referirme al hablar de mis amigas? -le
frunció el ceño y la miró fijamente haciendo a su interlocutora
ruborizarse en segundos.
—¡Ah! -se tomó la cabeza con ambas manos fingiendo despiste,
prefería pasar por imprudente antes de que se notaran los celos casi
enfermizos que se le habían desarrollado desde que comenzó a
entender que la caleña no le era indiferente como colega, como
amiga y muy especialmente como mujer-. ¡No sé, no sé, disculpa!
¡Soy una boba, lo sé! ¡No sé en qué estaba pensando! -pero
Bárbara sintió que ese amago de torpeza era consecuencia de su
comportamiento errático. Sonrió a medias, tratando de mantenerse
tan alerta como Carito se lo había sugerido y se puso de pie,
dispuesta a encaminarse a la sala de impresión que estaba al final
del pasillo, rumbo a buscar los documentos que necesitaba en ese
momento.
—¿A dónde vas?
—A la salita de impresión. Tengo que firmar unas órdenes para
enviarlas a la obra esta misma tarde con el mensajero -salió y
Claudia se fue tras sus pasos, hablándole de cualquier banalidad.
Vio a Bárbara entrar a ese cuarto diminuto, vio cómo revisaba en
la bandeja de uno de los equipos de impresión los papeles que
estaban allí en busca de sus documentos, contempló su hermoso
perfil mientras los verificaba uno a uno, cómo los agrupaba y
alineaba, golpeándolos un par de veces contra la superficie de la
misma máquina en la que se habían impreso y cuando la caleña giró
sobre sus tobillos para salir de allí, Claudia usó uno de sus brazos
para obstaculizar la puerta e impedirle el paso a la chica.
Bárbara la miró absolutamente perpleja y dio un paso atrás,
confundida.
—Oye, Bárbara... -se lo dijo a los susurros y mirándola a los ojos-.
Quería proponerte algo... -la mujer de 30 años recorrió todo el rostro
de Claudia en segundos con sus ojos y trató de no precipitarse ante
su particular actitud.
—¿Qué será...?
—¿Te parece si al salir de acá vamos a comer? Siento que la vez
pasada no lo pasaste tan bien en el club, así que...
—Claudia... -quería rechazarla, pero no sabía exactamente cómo.
Ella seguía obstaculizando la puerta.
—¡Anda! ¡No me digas que no! Esa noche no te sentiste bien y
me causó pena que con lo mucho que te gusta bailar no disfrutaras
la velada... Podemos ir a un lugar aquí cerca en San Diego... ¿Qué
dices?
—¡Listo! -pero lo dijo más por verse fuera de allí que por el deseo
de aceptarle la invitación.
—¡Genial!
—Sí, sí, ahora... -y salió precipitada, dispuesta incluso a colarse
por debajo del brazo de Claudia si era necesario, pero ella le
permitió el paso de inmediato-. Voy a encargarme de estas órdenes,
porque las están esperando -y prácticamente corrió hasta su oficina.
Su colega la siguió con la mirada, prendada muy especialmente de
la forma como movía las caderas al andar.
Aquella noche, Bárbara habría preferido que a Claudia se le
ocurriera llevarla de nuevo a Getsemaní. Ya había visto en ese
barrio de la ciudad a la niña de las coletas un par de veces, en una
de ellas hasta bailaron por azar en un club y, reflexionando acerca
de las coincidencias, ese día que estaba en el monumento de la
india Catalina hablando con Carito, la chica parecía venir
precisamente de ese lugar en su bicicleta. ¡Si quería toparse de
nuevo con esos ojos y esos labios de albaricoque, era ahí a donde
debía acudir! No obstante, Claudia, tan hábil en tomar el control de
las cosas con su carácter dominante, dispuso algo muy distinto para
ambas esa noche.
—¿Qué quieres tomar? -y en sus manos tenía la carta de licores,
mientras Bárbara, distraída, miraba a su alrededor para
familiarizarse con ese lugar.
—Una cerveza estará bien... -musitó, ligeramente desanimada.
—¿Cerveza? ¿Seguro? -leyó la carta rápidamente-. Pero si tienen
muchos tragos muy buenos... ¿De verdad no quieres algo más
fuerte?
—No, no, gracias... -sonrió-. Conozco mis limitaciones y una
cerveza estará bastante bien... -Claudia la miró con suma atención.
Bárbara tomaba entre sus delicadas manos el teléfono móvil para
husmear un poco en sus redes sociales, mientras la mujer casada
cincelaba su perfil fantástico con la mirada.
—¿Tus limitaciones?
—Pues sí... -respondió sin alzar la vista-. No me la llevo nada bien
con la bebida y la cerveza es una de las pocas cosas que puedo
tolerar... ¡Siempre que no abuse de ella! -finalmente devolvió sus
ojos negros al gesto curioso de su interlocutora-. Cerveza, y de las
suaves, ¡por favor!
Claudia complació a la caleña al pie de la letra dispuesta a hacer
de esa velada un momento muy especial. Estaba decidida a saldar
la incomodidad y el desánimo que había atacado a esa mujer
fantástica la vez anterior o incluso esa noche, cuando la notaba más
bien distante y ausente. Recurrió a diversos temas de conversación,
a algunas de sus más agudas ocurrencias y de a poco fue haciendo
a Bárbara incorporarse al momento, intentando derribar su recelo
con sonrisas. Unos kilómetros más allá y sin que la ingeniero de
ojos y cabellos negros siquiera lo imaginara, la chica de las coletas
que recordaba con tanta insistencia estaba por volver a ese club de
salsa donde una noche coincidieron.
Valentina y Salomé, que esperaban por Oriana en el lugar de
costumbre, no podían salir de su asombro cuando vieron a la chica
llegar a su encuentro acompañada de Ana Paula.
—Bueno... -susurró la novia de Valentina con la prudencia que la
caracterizaba-. Es un avance, ¿cierto?
—Esto se acaba de poner interesante... -sonrió de medio lado-.
Finalmente le vamos a conocer la estampa a la pelada...
—Compórtate, Valentina... -y la miró con un dejo de severidad-. Te
conozco y eres cínica y de un humor pesado a veces, no incomodes
a la niña -la otra le puso mala cara pero prometió comportarse para
sus adentros-, después de todo, yo creo que a su manera y a pesar
de su inmadurez, esa china está loquita por Oriana...
—De nada le vale estar loquita por ella si no lo demuestra, no la
valora por la maravillosa persona que es o no la hace feliz...
—Pues a juzgar por la forma en la que la ve, indiferente no le es,
créeme...
Callaron gracias a la inminente cercanía de las otras dos mujeres
que, caminando por esa calle de Getsemaní tomadas de la mano,
por fin se detenían ante la pareja. Oriana las saludó y procedió a
presentarles a Ana Paula, que definitivamente parecía
entusiasmada. Había recurrido a una que otra artimaña para zafarse
de los recelos de su familia, acompañar a su novia aquella noche y
luego irse con ella a su casa.
—¡No te imaginas lo mucho que nos ha hablado OriP de ti, oye!
—Salomé y Oriana, sincronizadamente voltearon a ver a Valentina
con recelo, mientras ella le hablaba con una sonrisa a la chica de 20
años.
—¿De verdad? -se emocionó y miró a su novia con ilusión-. ¿De
verdad, Ori?
—Claro, niña... No te sorprendas... -suspiró-. Hace mucho que
quería que conocieras a mis amigas...
—He tenido mucho trabajo con la universidad -mintió, mientras se
justificaba ante Valentina y Salomé-, pero esta noche le hice un
huequito a Oriana para estar con ella...
—¡Qué bien! -le aseguró Valentina entusiasmada mientras,
cruzando su mirada con su mejor amiga, le guiñaba el ojo-. Ya vas a
ver, Ana Paula, que la vamos a pasar de lo lindo y te va a quedar el
gusto por volver... -rieron, pero al trasponer la puerta de ese club,
los acordes de esa orquesta que actuaba por primera vez en la
noche, le helaron la emoción a la jovencita.
—¿Salsa? -su cara fue un manifiesto de desilusión y desagrado
absoluto.
—¿No te gusta? -volteó a verla Oriana sorprendida-. Este es uno
de mis clubes favoritos de la ciudad...
—La verdad detesto la salsa... -susurró, aproximándose a la oreja
de su novia-. Nunca me imaginé que a alguien como tú le pudiera
gustar este tipo de música... -Oriana rio con desconcierto. Estuvo a
punto de reprocharle que de conocerla mejor lo sabría de sobra,
pero se guardó las asperezas para no arruinar la velada.
—Me gusta casi todo tipo de música, niña, y se podría decir que
tengo un género para cada ocasión. Sí, es verdad, cuando tatúo me
gusta escuchar trip hop, rock o jazz, pero desde que era una pelada
amo la salsa... ¡Crecí escuchándola y bailándola en casa!
—Pues qué decepción... -y rio, sin temor a hacerse la pesada-.
Pero te lo perdono... -Oriana soltó una carcajada seca e irónica-. Te
lo perdono porque hay muchas cosas de ti que me gustan y lo
sabes... -acompañó esa frase con un gesto que le sirvió para
reclinarse sobre todo el cuerpo de su novia, le importaba muy poco
transgredir los límites en ese lugar.
—Ten cuidado, Ana Paula... -la previno sonriéndole de lado-.
Quizás ese impulso por conocerme mejor te lleve a descubrir
muchas cosas que probablemente no te gusten de mí...
—¡No lo digas así, Oriana! -se cruzó de brazos, indignada-.
Hablas como si todo este tiempo hubiese estado de novia con una
desconocida...
—Bueno... -y hasta ahí lo dejó, porque ella sí se sentía un poco
de ese modo. La noche no trajo grandes sorpresas, salvo una o dos
escenas de celos de Ana Paula que, a pesar de no bailar y de
permanecer sentada, no estuvo muy conforme con la idea de que
Oriana buscase la compañía de otra para divertirse y se lo hizo
saber de un modo bastante brusco, abandonando el club de un
momento a otro y largándose a su casa, dejando a la otra
confundida y con una nota de voz en su celular de más de cinco
minutos que se caracterizaba por los gritos de la chiquilla, uno que
otro sollozo y la promesa de que no se lo perdonaría.
—No me lo puedo creer... -susurró Valentina a pesar del
escándalo cuando Oriana, a medio camino entre la indignación y el
desconcierto, las hizo escuchar la nota de voz de la jovencita. Todas
estaban en la pista bailando cuando ella simplemente optó por
desaparecer.
—Pero... -Salomé también estaba perpleja-. Pero, Oriana... ¿Tú
no le dijiste que bailarías con alguien más?
—¡Claro que se lo dije! -alzó la voz, enojada-. Le pregunté si
estaba de acuerdo, si no le molestaba y ella me dijo que no le
importaba...
—Pues es evidente que mintió, oye... -Salomé miró a Oriana
fijamente. Sabía que se ofendería con esa pregunta y ella misma,
conociéndola como la conocía, estaba segura de cuál sería la res-
puesta, pero prefirió descartar: ¿Y tú fuiste respetuosa? No te
extralimitaste al bailar con esas otras chicas, ¿no?
—¡Por supuesto que no! -se cruzó de brazos, más ofendida aún.
—Sé que no, sé que no, Ori... -la contuvo con un gesto de sus
manos mientras Valentina reía a carcajadas con todo aquello. -
¡Valga la pregunta, Oriana, y no te molestes con Salomé! -seguía
riendo-. Porque si Ana Paula te hubiese visto bailar con la
Cenicienta Culona, primero te arranca los ojos y te corta las manos
y luego se larga del club.
—¡Es distinto! -y por supuesto que era muy distinto. La caleña de
aquella noche estaba en la cima de sus estándares.
—Bueno, ya, ya, china, no te amargues... -Valentina se alzó de
hombros-. Siendo muy honestas, Ana Paula es una chiquilla
agradable, pero muy inmadura y explosiva... Con el paso de los días
se le irán los celos y volverá a ti o te mandará a freír monos... -se
miraron a los ojos, a Oriana no se le pasaba la sensación del mal
rato-. De todos modos, suceda una cosa u otra, a ti te tiene muy sin
cuidado, ¿no?
—No del todo, Valentina... ¡No del todo! Por un lado yo no quiero
hacerle daño a esa niña... ¡Nunca lo he querido! Yo la quiero y la
razón por la cual mis sentimientos por ella no han escalado, es muy
simple: ella siempre ha encontrado la forma de mantenerme al
margen, empecinada en vivir una relación superficial...
—Oriana... -una orquesta comenzaba de nuevo su interpretación
y Salomé tuvo que alzar la voz, consciente de que ese club era el
peor lugar para hablar de aquellos temas-. Ten en cuenta que la
forma en la que comenzó la relación de ustedes dos fue de por sí
superficial... Uno no esperaría mucho de una chica que se te mete
en tu lugar de trabajo para propiciar cosas que, al final, estaban
fuera de contexto y lo sabes...
—Tienes razón, pero por un momento creí que...
—Luego -esta vez tomaba el turno Valentina-, como si no les
hubiese bastado con lo del estudio, pasó exactamente lo mismo en
uno de los baños del café de Melquiades... ¡Con la suerte de que no
te descubrió, porque de ser así, te mata! -Oriana se ruborizó.
—Así que no sabemos con exactitud cuándo te surgió la inquietud
por llevar la relación a algo más profundo -apuntó Salomé sonriendo
con indulgencia-, cosa que no nos sorprende, porque hemos
conocido al menos a dos de tus parejas y han sido relaciones
estables y bonitas...
—¡Por un momento Salomé y yo creímos que habías cambiado el
formato! -la pareja rio mientras Oriana las observaba confundida-.
Por un momento creímos que te habías cansado de buscar
relaciones largas, para lanzarte a la aventura de tener algo menos
predecible y más sexual...
—¡Pues no! -se volvió a cruzar de brazos-. Sé que no tengo moral
para justificarme, sé que las motivaciones iniciales que me
acercaron a Ana Paula son bien fatuas, sé que por un momento me
dejé ofuscar por el sexo y la conexión física que hay entre ambas,
aunque muy pronto comprendí que es más un asunto de adrenalina
y de esa energía pasiva en ella, que pareciera esperar en todo
momento que yo obre sobre su cuerpo a voluntad mientras ella se
sume a mis deseos... ¡Me gusta tomar iniciativas, me gusta tomar el
control algunas veces, pero...! ¡Pero también me gustaría sentir
equitatividad! A pesar de que parezco más bien de las lesbianas
dominantes, me gusta sentir que mi pareja toma las riendas sobre la
cama, o en otros escenarios de la relación, para hacerme sentir
deseada y depositar en mí todo su frenesí... Sé que Ana Paula me
desea, pero... -rio con un dejo de desdén-. ¡Creo que lo que
realmente desea de mí es lo que soy capaz de hacer en su cuerpo
una vez me dejo llevar por sus iniciativas, una vez me enciendo!
—Te diré, Oriana... -Valentina depositó la pinta de cerveza sobre
la barra luego de beber de ella-. Me gustó la metáfora de la taza que
no combina con la loza... Y sí, Ana Paula es un lindo pocillo rojo que
de seguro va muy bien con otra vajilla, pero definitivamente no con
la tuya... -se alzó de hombros-. Quizás uno de estos días consigue a
una niña que esté a su justa medida en la universidad, pero...
—Sí, yo no soy la horma de su zapato... -suspiró-. Además estoy
convencida de que mientras ella esté conmigo, ocupando ese lugar
en mi vida, no abriré el espacio para que llegue la indicada... ¡Y no
solo a mi vida, también a la de ella! -miró a los ojos a sus dos
amigas, que le sonreían sutilmente-. Con respecto a lo de esta
noche... -suspiró-. Me molesta pasar por estas malcriadeces, me
molestan las escenitas... ¡Soy una mujer de casi 29 años, ya no
estoy para estar tolerando maricadas, oye! -ella también se echó un
buen trago antes de proseguir, consciente de que el 1 de diciembre
celebraría su próximo aniversario y para eso solo faltaban unos
pocos días-. Te haré caso, Valentina, y sacaré la mejor parte de este
asunto... -miró la pantalla de su teléfono antes de guardárselo en el
bolsillo-. Ya le envié un mensaje asegurándole que no sería yo la
que se disculparía por hacer algo que, en primer lugar, no tenía
nada de malo y que, en segundo lugar, le había notificado muy bien
al comienzo de la noche...
—Entonces ya está... La pelota está del lado de la cancha de la
chiquilla... Queda de su parte decidir lo que hará con ella... Oriana
se mojó los labios de nuevo en el trago, supo que le tomaría su
tiempo reponerse de la indignación por aquella noche, sin embargo,
trató de sacarle el mejor provecho a la velada. Ya llegaría el
momento de saber cómo evolucionaba su relación con Ana Paula y
qué posición tomaría cada una en esa historia.
Por lo pronto solo le quedó respirar hondo y tratar de sonreír.
Esa mañana de sábado, Claudia pasó por Bárbara muy temprano.
Se desvió hasta El Cabrero para recoger a la chica en la puerta del
edificio de pocos pisos en el cual vivía y de ahí partir rumbo a
Barranquilla para asistir a ese evento corporativo que la empresa
había organizado y en el cual reunía a su personal, proveniente de
al menos cinco ciudades de Colombia. La caleña nunca había visto
a su colega tan risueña y desde la noche en la que habían ido a ese
restaurante de San Diego, se le habían desvanecido los recelos
infundados por Carito.
—Me parece que en Barranquilla tendrás pretendientes de sobra
para bailar... -dijo velando sus celos con una sonrisa a medias.
Bárbara se echó a reír.
—Todos varones, desde luego...
—¿No bailas con hombres? -volteó a verla de inmediato. -Bailo
con el que sea, Claudia, siempre que baile bien...
—Así que bailas con todos, menos conmigo... -lo dijo con
aspereza y esta vez la que volteó para reparar en la otra, fue
Bárbara.
—No digas eso, Claudia... -pensó unos segundos, enfocándose
en encontrar las palabras indicadas en ese afán suyo de ser tan
considerada-. A ver... -susurró-. El problema no es si bailas bien o
no, el problema es que te pones muy nerviosa, rígida y no confías...
—¿Cómo así? -la miró con atención.
—Bueno, en parte el baile es un ejercicio de confianza y de
complicidad... Es dejarte llevar y permitirle al otro tener el control por
un rato... ¡Te cuesta perder el control, Claudia, ese es el problema
con vos!
—¿El problema conmigo? -rio en el fondo ofendida-. Más bien
creo que es una virtud, Bárbara... Sí, tengo manía de control, lo sé
de sobra y la única persona que conozco a la que le tengo la
suficiente confianza como para ceder con eso, eres tú... -se miraron
a los ojos, la caleña estaba sorprendida.
—Pues agradezco el voto de confianza, Claudia...
—¡Ni mi marido toma las decisiones en casa! -rio, orgullosa-. Todo
pasa por mí, absolutamente todo... Desde la comida que Amparo
sirve en el desayuno y en el almuerzo, hasta las reparaciones de los
autos... Soy yo la que tiene la última palabra, soy yo la que decide
cómo, cuándo y dónde se hacen las cosas y... ¡Armando se acoge
sin problemas! Claro, tratamos de ser comedidos ante su familia,
porque no queremos que lo vayan a tildar de sometido, ¿no?
—Entiendo... -pero la verdad no entendía nada. Todo aquel
escenario le parecía otro modelo de machismo, esta vez impuesto
por una mujer-. ¿Y Armando está feliz con eso?
—De vez en cuando se emancipa... -volvió a reír-. Yo me pongo
en su lugar y le doy sus momentos y sus espacios para que él
también tome algunas decisiones...
—Siempre y cuando coincidan con las que vos tomarías, ¿no?
—Claudia soltó una carcajada.
—¿Qué comes que adivinas, Bárbara?
—No sé... -se alzó de hombros-. La intuición que a veces me
visita... -suspiró-. No la tengo muy desarrollada, ¿oís? A veces me
dejo llevar por esa confianza ciega que tengo en las personas y
termino arrepintiéndome de mi ingenuidad...
—¡En mí puedes confiar! -y le tomó la mano de inmediato,
sorprendiéndola-. En mí puedes confiar ciegamente, Bárbara, te lo
aseguro...
—¡Gracias, Claudia! -le sonrió de un modo hermoso-. Es muy
lindo saber que en vos he encontrado no solo a una gran colega y a
una compañera de trabajo excepcional, también a una gran amiga...
Definitivamente, eres de las mejores cosas que me llevaré de
Cartagena cuando regrese a Bogotá... -a Claudia se le heló la
sonrisa.
—¿Cómo así? ¿Volverás?
—Claro... -miró hacia el paisaje-. Volveré transcurrido el año... Ya
me quedan unos siete meses en la costa y siento que no los he
aprovechado casi nada...
—Pero creí que te quedarías acá definitivo... ¡Creí que odiabas
Bogotá y que preferías estar en Cartagena, cerca de tu hermana y
de tus sobrinos!
—Amo Cartagena, es verdad, pero no veo muchas oportunidades
laborales acá, tomando en cuenta que dudo que la empresa quiera
conservar a dos profesionales, con un perfil muy similar, en la
misma zona supervisando los mismos proyectos...
—¡Si lo justificamos muy bien, podríamos lograrlo! -se miraron a
los ojos, Claudia parecía vehemente-. ¡Mira cómo han avanzado las
cosas desde que tú y yo estamos al mando! ¡Somos un equipo
excepcional, Bárbara, y no quiero que regreses a esa ciudad que
odias!
—No odio Bogotá -suspiró-. De hecho, tienes razón, haber vivido
allá por más de seis años me cambió mucho las perspectivas. Lo
que ocurre es que es una ciudad con un aire muy distinto al
costeño... Todo es un poco más pausado, más estudiado, más
correcto... No tienen esa capacidad de improvisación, ese
entusiasmo y esa frescura que caracteriza a los costeños o incluso a
la gente de mi Cali, pero no está mal tampoco. Allá aprendes cosas
importantes, como la disciplina, el buen gusto, la excelencia... ¡No
quiero decir con eso que no puedas aprender las mismas cosas en
otras partes de Colombia, pero...! ¡Ya me entiendes!
—Sí, te entiendo, pero igual... -estaba demasiado desencajada y
la alegría se le había esfumado de un plumazo. ¡Siete meses! ¡Siete
meses y Bárbara Monsalve saldría de su vida! Jamás imaginó que
tenía el tiempo contado para atreverse a explorar de un modo más
profundo las emociones que esa mujer despertaba en ella y que la
conectaban con una etapa en su adolescencia y juventud en la cual,
aunque lo ignorara y se lo negara, más de una falda se le incrustó
en la pupila y en el pensamiento. La primera vez que enloqueció por
una niña fue a los 13 años, se hizo su mejor amiga en el colegio, se
transformaron en dos seres inseparables y con la llegada de la
adultez, cada una siguió sus respectivos caminos como mujeres
comprometidas, eventualmente casadas y luego con hijos, pero de
solo recordar todas las cartas que le escribió, que jamás le entregó y
que luego quemó, se le abría un abismo de corazón tremendo.
¿Qué ocurriría ahora con la caleña? Sabiendo que no la rechazaría,
teniendo la absoluta seguridad de que la chica era lesbiana, ¿la
dejaría marcharse sin siquiera atreverse? Claudia tenía que trazarse
un plan rápido si quería precipitarse, cuando menos, en esos labios
carmesí.
—El acuerdo con la empresa fue bien claro, Claudia... Me guste o
no, estaré por acá solo por un tiempo y para apoyarte a vos, que te
has estado encargando sola de la supervisión de esos proyectos...
—Entonces tenemos que sacarle mucho provecho a tu paso por
Cartagena, Bárbara Monsalve... -se miraron a los ojos-. ¡Mucho
provecho!
Por un instante Bárbara pensó que tendría tiempo de visitar a su
hermana y a sus sobrinos al arribar a Barranquilla tan temprano,
pero Claudia tenía otros planes. Como siempre, la ingeniero se
había trazado en su cabeza una minuciosa agenda de todas las
cosas que ella y su colega podían hacer antes de hacer el check in
en el hotel donde se llevaría a cabo la reunión corporativa de la
empresa y luego sumarse al festejo, una vez caída la noche.
Esos espacios singulares y acogedores que caracterizaban al
lugar al cual Claudia la había invitado a almorzar, la dejaron
realmente boquiabierta. Le gustó todo, desde la decoración y la
escogencia del mobiliario, hasta la forma como habían aprovechado
los impredecibles ambientes de ese edificio en el cual operaba el
establecimiento. La ingeniero que acompañaba a la caleña se
disculpó para acudir al baño y Bárbara consideró que ese momento
a solas, luego de haber estado acompañada toda la mañana, era
ideal para ponerse en contacto con Carito.
—¡Chatita! ¿Dónde andas? Te esperábamos para el almuerzo...
—Pues lo siento, Carito, al parecer Claudia dispuso otra cosa... -
suspiró-. Me trajo a comer a un lugar que se llama... Se llama... -y
apartando un poco la servilleta leyó el logotipo caligráfico en el
menú-. Maila o algo así...
—¡Bueno pues! ¡Maila, cómo no! De los mejores en Barranquilla,
niña... -volvió a ponerse suspicaz-. ¿Y esa vieja solo es gentil con
vos, o te está dando la vuelta?
—¿Dándome la vuelta? -rio con ingenuidad.
—Sí, porque entre la sobadera y meterte los pies debajo de la
mesa de uno de los restaurantes más costosos de la ciudad... No sé
qué pienses vos, Bárbarita, pero a mí no me suenan bien sus
atenciones...
—Quizás solo es gentil y ya... Quizás viene poco a Barranquilla y
hoy quiso darse un gusto... -Bárbara no lo vio, pero Carito torció los
ojos con un gesto que se debatía entre la indignación y la
incredulidad ante la inocencia de su hermana menor-. Tal vez es que
desea ser espléndida luego de que le confirmé que vuelvo a Bogotá
en siete meses...
—Chata, ya vos sabes bien lo que pienso, ¿cierto?
—Cierto.
—Entonces en buen caleño te lo voy a decir, Bárbara Monsalve:
ve, mirá, no te dejés embaucar por esa vieja, no sea que por caída
del zarzo terminés enredada en una chafa, ¿oís?
—No te preocupés, Carito, que aquí no hay chanda.
—¡Quiera Dios que así sea, chata! ¡Por el bien de vos! -Bárbara
notó que Claudia se acercaba a la mesa.
—Te dejo, Carito... Te hablo luego, ¿bueno?
—¡No te preocupes, que te voy a estar monitoreando cada 30
minutos! ¡Cada 30 minutos a contar a partir de ahora! -Bárbara se
echó a reír.
Claudia llegó a la mesa en el preciso momento en el que Bárbara
bajaba de su rostro el teléfono y se miraron a los ojos.
—Ya ordené las bebidas... -le aseguró acomodándose en la silla
ante ella-. Una cerveza bien ligera para ti y una copa de vino blanco
para mí...
—Gracias, Claudia... -sonrió tenuemente-. Gracias por todas tus
atenciones.
—Una mujer como tú se las merece todas, Bárbara -la vio de un
modo que le causó desconcierto a la caleña.
—¡No, imagínate! ¡Creo que a estas alturas vos ya has hecho
suficiente!
—Tratándose de ti, para mí nunca es suficiente, Bárbara... -la dejó
de piedra cuando sintió su mano depositarse sobre la de ella-. Ya te
dije que le sacaremos provecho a esos siete meses y no, no pienso
perder ni un solo segundo...
—No sé qué decir, Claudia... -y no hablaba en sentido figurado.
—No digas nada... -se alzó de hombros-. Déjame a mí tener la
última palabra... -se echó a reír mientras la otra la miraba atónita.
—Eso sí que no, Claudia Valencia... Puede que ahora me tengas
muy confundida, pero te aseguro que una vez que recupere el
habla, te daré un buen debate, ¿oís?
—Ya te lo dije, Bárbara Monsalve... Eres la única persona ante la
cual cedería... -le sonrió de un modo fulminante y la mujer de ojos
negros sintió que estaba en medio de un sueño de esos realistas,
pero en el fondo, absurdos.
Las situaciones absurdas no cesarían por el resto de ese día.
Parecía que Claudia, lejos de Cartagena, de las presiones laborales
y familiares, en una ciudad donde podía pasar como una completa
desconocida, se hubiese entregado sin reparos a comportarse con
una atenta galantería ante Bárbara. Al principio la caleña le atribuyó
su solícita actitud a esa faceta gentil que había mostrado desde sus
primeros encuentros en la empresa para la cual trabajaban; luego
creyó que ese sábado y posiblemente con la alternativa de tomarse
un día libre, diferente, lejos de las responsabilidades que conlleva
ser madre de dos, además de una mujer casada, estaba de muy
buen humor y por lo tanto, incontenible en sus iniciativas; pero
conforme fue avanzando la tarde y con ella la llegada del evento,
Claudia escalaba en sus rarezas y debilidades.
Allí estaban las dos en esa habitación de hotel que usarían esa
noche como parte de las atenciones que la empresa había tenido
con los empleados que asistían al evento desde otros rincones del
país, sin ser lugareños.
—Tanto lujo para nada... -musitó Bárbara mirando la recamara de
brazos cruzados, mientras Claudia verificaba hasta el más mínimo
detalle-. Yo no cambiaría esta habitación por la posibilidad de pasar
la noche en casa de Carito, con sus niños y mi cuñado.
—Pero no lo harás, ¿verdad? -se podría decir que en los ojos de
Claudia había un dejo de decepción.
—¿Disculpa? -se miraron fijamente.
—Que te quedarás aquí, en el hotel, ¿no es cierto? ¿O ya
hablaste con tu hermana para irte a su casa cuando culmine el
evento?
—No lo hemos descartado... -se sonrió y la otra comenzó a
precipitarse en el más profundo desengaño-. Hoy me esperaba para
almorzar y le sorprendió un poco que decidiera cambiarle los planes
en el último minuto, pero mañana no podré huir de ella -se echó a
reír encantada. Amaba a su hermana y pasar tiempo con su familia
era una de las bendiciones que se sumaban a su estadía en la
costa-. Me aseguró que no le importaba que saliera de madrugada
del evento, que me recibiría en su casa a la hora que fuera para que
desayunásemos mañana en familia y le sacáramos el mayor
provecho al domingo, así que... -se alzó de hombros-. No, no me
hago muchas expectativas con la habitación.
Menudo contraste, porque en materia de expectativas, Claudia se
las había hecho todas. ¡Hasta las que no debería!
—Y... ¿Y si te pido que te quedes? -Bárbara frunció el ceño en un
gesto que contradecía por mucho la gentileza que la caracterizaba,
así como su semblante risueño y apacible.
—¿Cómo así? -trató de reír, pero hasta ese sonido tan bello en
ella, se oyó forzado-. ¿Para qué quieres que me quede?
—Podríamos bajar mañana a la piscina del hotel, por ejemplo...
Podríamos compartir el desayuno acá, en la habitación...
—No, no... -y esta vez su sonrisa fue sincera en lo absoluto-. La
verdad suena divino todo eso que dices, Claudia, pero conozco bien
a Carito y se enojará conmigo si le cambio los planes de nuevo...
Además, ella también quiere sacarle provecho a mi estadía en
Cartagena, porque una vez que regrese a Bogotá, vernos no será
tan simple, mucho menos podremos hacerlo tan seguido, así que...
Lo siento, mi queridísima Claudia, pero no... -la otra bajó la mirada
con profundo estupor.
Bárbara lo ignoraba, aunque una persona como Carito habría
llegado a una conclusión más que certera solo de evaluar el
comportamiento de Claudia, pero su resolución de pasar la noche
con su familia en lugar de pernoctar en ese hotel de Barranquilla, le
cerraba los caminos de un modo radical a su colega. Se mentiría a
sí misma si se negaba que en su delirio, se había imaginado todos
los escenarios posibles y las más acaloradas consecuencias de ese
coincidir entre esas cuatro paredes. Claudia tenía días recreando en
su cabeza todas las cosas que podían suceder entre ella y la caleña
una vez estuvieran allí, a mitad de la madrugada y en absoluta
intimidad, con la tranquilidad de saber que las sospechas estaban
más que descartadas, tomando en consideración las características
del evento y las condiciones de su pernocta.
Era una desgracia, una verdadera desgracia que Bárbara, en su
apego fraternal, le robara esa oportunidad. ¿Cuándo, cuándo podía
repetirse una ocasión como esa? ¿Con qué excusa Claudia
Valencia volvería a ausentarse de casa casi por todo un fin de
semana para quedarse en un hotel con otra mujer? Debía hacer
algo. Algo tenía que ocurrírsele para disuadir a Bárbara de su
empeño de ir a pasar la noche con su hermana y entre las
alternativas que comenzaban a formarse en su cabeza, estaban
todas las consideraciones posibles menos una: que la caleña no
estuviera ni remotamente interesada en compartir su intimidad y esa
noche con ella, de la forma absurdamente romántica en la que
Claudia se lo había imaginado.
Ya lo decía aquella canción: el mayor error de Claudia Valencia
fue enamorarse de Bárbara Monsalve sin contar con su afecto.
Fue un verdadero alivio estar ya en el evento y sentir que se
diversificaba la compañía para Bárbara y que las proximidades de
Claudia volvían a estar en control. Todo estaba dispuesto para el
brindis inicial que abriría aquel festejo en el cual se conmemoraban
los 25 años de la empresa para la cual trabajaban las ingenieras
cuando una de ellas depositó en la oreja de la otra un comentario
más que pertinente:
—No tienen cerveza, ya pregunté... Solo hay vino blanco, vino
tinto y cócteles que están sirviendo en la barra que está al fondo del
salón... -Bárbara volteó a ver a Claudia con sorpresa.
—Gracias por la atención, pero ya me había acostumbrado a la
idea de humedecerme los labios con el vino durante el brindis y
luego de eso, pues... ¡Agua o gaseosa!
—¿Segura? -la miró a los ojos-. Puedes beber una que otra copa,
no creo que te haga daño...
—No, no, Claudia... -le tomó el hombro con suavidad-. Créeme
que cuando te digo que el licor y yo no somos buenos amigos, no te
miento... Ni la presión social ni la excusa de divertirse me harán
beber esta noche, te lo aseguro...
—¿Y si cuido de ti? -Bárbara reparó un par de segundos en la
mirada de Claudia-. Es decir... Si no quieres beber, pues listo, no lo
hagas, pero quiero que sepas que podría cuidar de ti en caso de
que te decidas por tomar una que otra copa... -le sonrió y alzó su
mano derecha en un gesto solemne-. Te prometo que no te quitaré
los ojos de encima en toda la noche, que no permitiré que hagas
ningún bochorno y que apenas sienta que las cosas están por
salirse de control, yo misma te pondré el freno...
—Un lindo gesto, Claudia, pero... -suspiró-. Lo sé por experiencias
anteriores y es muy incómodo poner a otros a cuidar de alguien que
está pasado de tragos, así que no... No te haré semejante cosa... -
rio con picardía-. Esa labor ya le tocó a Carito en varias
oportunidades y me consta que fue una pesadilla...
—Listo, Bárbara... Haz lo que creas mejor, pero... Pero si te
decides a beber...
—Sí, sí... -y le dio un par de palmaditas en el hombro-. Sí, sé que
me cuidarás y de nuevo lo agradezco... Ahora... -y tomó un par de
copas de una bandeja que traía consigo un mesonero-. Vamos al
brindis, ¿bueno?
—Bueno... -le sonrió.
La velada avanzó con algarabía y entusiasmo. Bárbara se
mantuvo sobria y risueña a fuerza de beber agua o alguna otra
bebida azucarada. Además de tener la oportunidad de bailar en
repetidas ocasiones con algunos compañeros que conocía o no, se
sintió sumamente complacida de encontrarse con el par de
personas con las que había consolidado una linda amistad en
Bogotá y ya estaban hablando de los pormenores de su regreso y
cómo se sentía a su paso por Cartagena cuando, una de ellas, le
hizo una proposición:
—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Bárbara?
Sabemos de sobra que no bebes, pero una de vino espumante no te
hará daño... Además, has comido bien en lo que va de noche,
¿cierto?
—Pues sí, pero... -dudó-. El licor es traicionero conmigo y el
vino... ¡Mejor ni hablar!
—¡No seas aburrida, niña! ¡Una copita nada más! -y ya se la
estaba sirviendo-. Si te sientes mal, la paras y listo, ¿te parece?
La mirada de Bárbara se cruzó con la de Claudia, atenta a cuanto
ocurría y en los ojos de su colega encontró seguridad. La caleña le
hizo un gesto a la otra para recordarle su promesa y ella, con una
sonrisa espléndida, asintió con un movimiento de cabeza, dándole
con esa señal vía libre para entregarse a ese espumante que
burbujeaba en la copa. Brindaron y ese primer sorbo, fue como la
página inicial de un capítulo rocambolesco.
La bebida no solo estaba deliciosa, también contaba con un
delicado bokeh y con efectos casi imperceptibles que motivaron en
Bárbara la confianza. Por un momento la chica sintió que podía
acostumbrarse sin problemas a ese benévolo licor que estaba
siendo tan envolvente con ella esa noche. No obstante, algunas
copas después y un par de vueltas en la pista de baile, sirvieron de
mucho para que las burbujas se le subieran a la cabeza.
Por suerte para ella, allí estaba ya Claudia para contenerla. La
ingeniero, celosa como nunca con su colega, evaluó el estado de
Bárbara, que bien podía continuar en la celebración hasta que se le
bajaran los efectos de la bebida, o subir a la habitación para
recostarse un rato y reponerse. Optó por lo segundo, especialmente
porque aquel espumante estaba acelerándose en sus sentidos.
—Ven conmigo, Bárbara, ven... -y la tomó con cuidado por el
brazo y la cintura y se la llevó, de a poco, hacia el elevador, mientras
la otra trataba de articular frases que se quedaban en ideas
inconexas y reía sin parar-. Creo que tuviste mucha razón cuando
dijiste que el licor era traicionero contigo...
Pero sostener un diálogo con Bárbara en ese momento, era tarea
inútil. La chica no hacía mayor cosa que reír, de un modo cándido,
contagioso e injustificado. Claudia la estrechó entre sus brazos en la
cabina de ese ascensor, mientras miraba cuán bella era y de qué
forma sus mejillas se veían tan sonrosadas a causa de la
embriaguez.
—Eres bellísima, Bárbara Monsalve... -no podía sacar sus ojos de
sus labios rojísimos-. Eres tan bella... Lo noté desde la primera vez
que te vi poner un pie en mi oficina, niña...
Se aprovechó de la valentía que le insuflaba en las ilusiones ese
estado de Bárbara, que se debatía entre la frágil conciencia y el
absoluto desvarío, para abrirle la puerta a la mazmorra de sus
confesiones. El elevador se detuvo y con la misma paciencia con la
que había sacado a la chica de la sala de festejos, la condujo a esa
habitación que estaba dispuesta para ambas.
Sentó a Bárbara en la cama y se acomodó a su lado, muy atenta
a ella y a cualquier posible indisposición que pudiera surgir de la
borrachera. No parecía grave. Salvo el hecho de que no atinaba a
estar muy consciente de lo que ocurría, no parecía que ese
espumante ejercería en la mujer de cabello y ojos negros algún
malestar mayor, así que Claudia procedió a acariciarle el cabello con
la pasión y el deleite con la que lo había soñado desde hacía
meses. De ahí bajó por su espalda, por sus brazos y la otra, salvo
una que otra frase incompleta que parecía expresar su confusión
por las cosas que hacía su colega, más bien optaba por reír y por
recostarse sobre ella apenas, muy mareada.
Claudia aprovechó uno de esos instantes de proximidad para
lanzarse sobre su cuello, primero con un temblor casi incontrolable,
luego con mayor seguridad y firmeza. Ese juego morboso de sentir a
Bárbara recurrir a ingenuos ademanes para sacársela de encima
terminó detonando en la mujer casada una horda de demonios que
ella jamás se imaginó que albergaría en su interior y solo le bastaron
minutos para escalar hasta esos labios rojos de la caleña que se
moría por probar y precipitarse sobre su cuerpo, acorralándola
contra la cama. Todo fue confuso, muy confuso y Bárbara trataba de
poner orden en su cabeza para explicarse racionalmente qué era
todo aquello que sucedía en esa habitación oscura a merced de esa
mujer que la estaba recorriendo de un modo casi impúdico, hasta
que la mano de Claudia colándose por su falda y aproximándose a
su intimidad le sirvió de mucho para recapacitar y reencontrarse con
un mínimo destello de lucidez.
Bárbara tomó con su mano la muñeca de esa mujer para impedir
que la avanzada prosperara hacia más profundos confines y le dijo,
en un susurro suplicante:
—No, por favor, no...
Claudia se detuvo, absolutamente desencajada. Miró perpleja a
Bárbara, que aún parecía sostener un acalorado debate entre el
delirio y la claridad mental.
—Bárbara, mi amor...
—No... -musitó, casi sin fuerzas, muy mareada-. No, por favor,
no...
—Bárbara, pero... -y trató de volver sobre sus labios, como si con
un nuevo beso pudiera ayudarla a recapacitar, pero lo que se
encontró fue un rechazo, torpe, pero claro. Claudia se incorporó de
a poco, genuinamente avergonzada. Sus emociones por Bárbara
eran incontenibles y profundas, pero en lo más hondo de su
corazón, no, no quería lastimarla.
—Por favor, por favor... -y la súplica se volvió letanía, obligando a
Claudia a incorporarse y a retroceder, para su más amargo
despecho. Contempló a Bárbara y se dio cuenta de cuán revuelto
había dejado su vestido al recorrerla con caricias que ni ella misma
sabía que atesoraba en la piel de sus manos-. Llévame a la
habitación... -musitó la otra.
—Estamos en ella, mi amor... -se encimó un poco sobre su rostro.
—Entonces... -la vio fruncir el ceño, denotando esfuerzo al hilar
sus ideas-. Entonces déjame sola...
—Bárbara, no te encuentras bien, ¿cómo se te ocurre?
—Déjame sola... -y esa petición se volvió tan repetitiva como la
letanía anterior, obligando a Claudia a levantarse lentamente,
encaminarse a la puerta y salir muy despacio de la alcoba.
Estuvo de pie en el pasillo, atenta a cualquier sonido o a cualquier
cosa que necesitara Bárbara por casi 45 minutos, cuando supuso
que la caleña se había quedado dormida y decidió volver, por al
menos un rato, al festejo para luego regresar y cerciorarse de que la
chica estuviera bien.
Cuando Carito abrió la puerta de su casa cerca de las 3 de la
mañana, lo que vio ante sí fue a su hermana transfigurada por el
llanto. Palideció y la estrechó entre sus brazos con una fuerza
descomunal.
¡El lobo le había hincado el diente a la Caperucita y ella no había
podido hacer nada para evitarlo! Carolina Monsalve jamás se lo
perdonaría.
III PARTE
CUARTO CRECIENTE
LOBO FEROZ
Leyó ese texto al menos unas cuatro veces y luego se fue al copy
de la publicación: “Dos segundos en su mirada, 13 versos en mi
cabeza. #MensajeEnBotella”. Alzó sus ojos más que negros muy
despacio y acto seguido vio la fecha de la publicación. Hizo una
cuenta muy veloz y se dio cuenta de que sí, de que la coincidencia
era casi perfecta. No quiso irse de bruces en su carroza de
romanticismo, pero Bárbara Monsalve se aseguró, casi con un 96%
de posibilidades de estar en lo cierto, que esos versos eran para
ella. ¡No podía ser de otro modo, en especial porque recordó las
palabras exactas que utilizó en Barranquilla para describirle a Carito
cómo había sido ese encuentro: “Dos putos segundos”. ¡Claro que
sí! ¡Es que eso fue exactamente lo que duró: dos putos segundos! Y
tanto Oriana como ella lo tenían bastante claro.
Fue al siguiente poema y también quiso apropiárselo, el tercero
que encontró en el feed lo descartó, ya que por su fecha de
publicación supo que ella para ese momento seguía en Bogotá,
completamente inocente de la existencia en el mundo de una Oriana
Padrón de ojos cambiantes y sonrisa preciosa. Ese segundo poema
que quiso que fuera para sí también tenía esa singular etiqueta:
#MensajeEnBotella y a punto de despegar en la alfombra mágica
del idilio, dejó que una nueva risita maravillosa, propiciada por la
chica de los tatuajes, se instalara no solo en su rostro, muy
especialmente en la sanación de su alma atribulada por los
acontecimientos más recientes.
Justo cuando la calidez de esas coincidencias rozó su alma
emergió el ego de las sombras, producto de un incidente más que
desagradable, para tomar posesión de su cabeza: ¿acaso Claudia
Valencia, ingeniero, conservadora, madre de dos niños y esposa, no
había sido capaz de ejercer contra ella el abuso que le enturbió esa
madrugada de domingo? Si una mujer gentil, aparentemente
inofensiva, que le transmitía una confianza única, podía ser capaz
de semejante bajeza, ¿qué podía esperar Bárbara Monsalve de una
mujer como Oriana Padrón? Volvió a pasear sus ojos negros por el
feed de esa cuenta de Instagram y había allí una prueba tangible del
simbolismo y la idiosincrasia de un estilo de vida: tinta, tatuadoras,
perforaciones, símbolos (muchos de ellos incomprensibles a la
mirada de la caleña), incluso videos o fotos en los que la chica de
cabello acaramelado salía haciendo trucos con su BMX o posando
con ella.
—Así que además de eso es patinetera o... Algo por el estilo... -
no, no, y acompañó las dos negaciones con una sacudida veloz de
su cabeza, parecía un salto al vacío por donde lo mirara. Se le
ocurrieron algunas otras cosas, como las drogas, los excesos, se
imaginó a Oriana detonándose los oídos con rock del pesado todos
los días, cada día, o agrietándose las venas con sabrá Dios qué
sustancias y soltando el teléfono suavemente sobre su escritorio, se
estrujó un poco el rostro, a ver si con eso se le esfumaba el
capricho.
Si Claudia Valencia, con su perfil, había sido capaz de hacer lo
que hizo, ¿qué podía esperar de Oriana Padrón? Suspiró con un
desconsuelo tremendo y luego de hacer una sencilla reflexión, se
prometió a sí misma no volver a buscar a la tatuadora. Ya le había
agradecido por sus atenciones, así que no había nada más qué
hurgar en esa vida. A propósito de eso, de lo sucedido la
madrugada de ese miércoles, Bárbara hizo un breve recuento de los
hechos. Así, por piezas o fragmentos recordó cómo había estado
junto a ella mientras vomitaba, cómo había bebido de sus manos la
taza de café, de qué forma la había vigilado mientras se tomaba la
sopa, cómo la acompañó hasta su casa, la metió en su cama, le dio
a beber una medicina, le quitó los zapatos, la arropó y le pidió, con
una sinceridad imposible de cuestionar, que no volviera a
emborracharse, mucho menos a exponerse. ¿Podía alguien de su
perfil ser tan sensata, tan dulce, tan sencillamente maravillosa?
¡Prejuicios! Y se avergonzó de sí misma, pero tomando en cuenta
que el fin de semana anterior le había dejado para la vida una
lección importante acerca de ser en exceso confiada, no juzgar con
malicia a ninguno y comportarse de un modo exageradamente
complaciente, se reconoció que sí, que muy en el fondo ansiaba
saber más de esa niña preciosa que conoció en Cartagena, pero el
camino que andaría merodeando en su vida, sería cauto. ¡Cauto y
dilatado!
Sofía, la encargada de los piercings en el estudio de body art
hablaba de una forma muy natural con un sujeto que estaba
bastante interesado en colocar uno que otro implemento de ese
estilo en su pene. La chica le explicaba el tiempo de cicatrización de
cada uno, así como los beneficios sexuales que podría obtener del
que escogiera, dependiendo del lugar donde hiciera la perforación,
mientras Oriana escuchaba a medias esa charla, tatuando el
omoplato derecho del sujeto. Valentina asomó la cabeza, infirió de
qué se trataba la plática y comenzó a bromear al respecto,
valiéndose del hecho de que conocía al chico de sobra, se había
hecho casi todos sus tatuajes en ese estudio.
—¿Así que te quieres embellecer el...? -Oriana alzó la mirada de
un modo fulminante y Valentina, al ver su gesto de desaprobación
soltó una carcajada justo a tiempo para contenerse la lengua-.
¡Perfórate, flaco, perfórate y luego me cuentas!
—Quizás solo uno en los testículos...
—No está mal... -dijo Sofía alzándose de hombros-. Es más
estético que funcional y a las chicas suele parecerles sexy...
—Salí por un tiempo con una chica que tenía uno en el pubis... En
el monte de Venus... -aseguró Oriana, que aunque no abandonaba
su labor sobre la espalda del tipo, intervenía en la charla-. Y
reconozco que me ponía nerviosa... -rieron-. Sentía que en cualquier
momento, si me frotaba contra ella o sobre ella, pues podía causarle
daño, así que... No, no le vi lo sensual a eso del piercing genital...
—Hay para todos los gustos, OriP... -le aseguró Valentina
parándose detrás de ella para ver cómo avanzaba en su trabajo y
halándole una de las crinejas con las que tenía recogido el cabello
esa mañana.
—Así es... -aseguró Sofía y volvió a reparar en el chico-. Listo,
flaco. Cuando te decidas, hacemos la cita y procedemos.
—Gracias, Sofi... -ella se despidió y se marchó.
El estudio volvió a quedarse en silencio, de no ser porque
Valentina se encimó un poco sobre el hombro de Oriana y allí
susurró:
—¿Y tu Cenicienta, príncipe?
—Muy bien... -sonrió de inmediato-. Supe de ella temprano,
estaba en su lugar de trabajo, se sentía muy bien y me agradecía a
mí y a ustedes por todas las atenciones de anoche.
—¡Qué bien! Me alegra mucho saber que luego de la escena de la
borrachera, ya no tendrás que salir a probarle la zapatilla de cristal a
todas las doncellas de Cartagena.
—Nunca fue necesario, Valentina -sonrió a medias-. A diferencia
del príncipe idiota del cuento, yo soy una princesa y le presto
atención a los detalles, como ver a los ojos a la mujer con la que
bailo.
—¡Qué buena reflexión!
—¡Absolutamente! -dijo el chico, que aunque no entendía nada de
ese discurso metafórico, no pudo permanecer indiferente ante esa
observación.
—Así que el príncipe del cuento realmente nunca estuvo
enamorado de la pobre Cenicienta, porque es imposible que crees
ese vínculo con alguien y no recuerdes cosas como su mirada o su
sonrisa...
—Quizás las luces en palacio estaban muy bajas cuando sonó
ese vals... -Valentina habló entre risas.
—No más que en el club de salsa, te lo garantizo.
—¿Eso quiere decir que estás enamorada de tu Cenicienta
Culona? -la miró con malicia.
—A un paso de estarlo, lo puedes asegurar.
—¿No te da miedo, Oriana? -la miró muy seria-. Mira que aún no
has cerrado el capítulo con Ana Paula y por irte de bruces con ella,
ya sabes lo que pasó.
—Es verdad, aún no conozco bien a Bárbara, pero al menos
tengo un par de consuelos -y, al igual que siempre lo hacía la
caleña, recurrió a ellos: que es evidente que no es una niña de 20
años...
—¡Gloria a Dios! -soltó la otra con un gesto exagerado.
—...y que parece tener una sensibilidad increíble...
—Salomé coincide contigo y recuerda que mi nena preciosa es
toda una pitonisa cuando se trata de analizar a la gente, así que por
nosotras, Ori... ¡Bárbara está más que aprobada! -se miraron y se
sonrieron.
Pasó el día muy contenta. Sentía que la materialización de
Bárbara en su vida casi un día después de su cumpleaños, era
como un obsequio que le hacía el universo y bastó divisar a la
caleña caminando frente a la ermita de El Cabrero para saber que
sus sensaciones no eran infundadas. Sonrió, eufórica, se puso de
pie en la bicicleta y comenzó a pedalear con fuerza para darle
alcance, haciendo sonar varias veces la campanilla del manubrio.
La caleña volteó al escuchar ese singular y pintoresco sonido
agudo y con un gesto de agrado vio a Oriana aproximarse
velozmente. Notó con sorpresa que la chica, de pie en ese vehículo
de dos ruedas, pasaba la pierna izquierda por encima del sillín,
dejaba su pie derecho sobre el pedal, mantenía el equilibrio y
rodaba esos pocos metros hacia ella, para luego dejarse caer con
gracia sobre el suelo y detenerse.
—¡Hola, caleña! -la ingeniero la escrutó con la mirada. Esta vez
llevaba un par de crinejas que se asomaban por debajo de su casco
de ciclista y eran tan adorables como las coletas. En general vestía
con el estilo que ella ya conocía: jeans rasgados, zapatos
deportivos... solo que esa tarde tenía puesto un suéter de
entrenamiento y tela ligera de color rojo.
—¡Hola, costeña! -le sonrió espléndida.
—¿Cómo te sientes? ¿Cómo pasaste el día?
—¡Bien! Ansiando que ya sea viernes para tomarme unas
vacaciones...
—¿Vas a tu casa, imagino?
—Así es...
—Te acompaño... -y comenzaron a caminar juntas, Oriana
empujaba su bicicleta con su mano izquierda sobre el manubrio-. Ya
te había visto antes por esta calle, ¿sabes?
—¡No me digas! -volteó a verla sorprendida.
—Sí, pero no estaba del todo segura de que fueses tú... -sonrió a
medias-. Por suerte no me equivoqué...
—¿Por suerte? -en ese instante supo que todos los miedos de su
ego acerca de si la tatuadora era o no de fiar, se le desvanecían en
una sola de las sonrisas o miradas de Oriana Padrón.
—Por suerte, así es, porque...
—¡Oriana! ¡Oriana! -y el grito de Ana Paula corriendo hacia ella
por esa calle, llevando en sus manos una bolsa de regalo rosa, las
hizo salir del conato de idilio que ya se estaba apropiando de sus
pupilas. La tatuadora no pudo escoger un mejor gesto de desagrado
dentro de todo su repertorio de expresiones, mientras Bárbara
reparaba en la chiquilla con curiosidad y, aunque hizo todo lo que
pudo por ignorarlo: recelo. En solo dos segundos la niña ya se
precipitaba sobre Oriana, se colgaba de su cuello y la cubría de
besos en sus mejillas.
Bárbara dio un paso atrás, contrariada y, sin posibilidad de
negárselo, decepcionada.
—¡Niña, niña! -pero fue inútil sacársela de encima.
—¡Feliz cumpleaños mi amor, feliz cumpleaños! -seguía
besándola y estrujándola-. ¡No creas que lo olvidé, no lo creas ni por
un segundo! ¡Solo estaba enojada contigo y quería castigarte con mi
indiferencia, pero ya no podía aguantar ni un día más sin verte!
Bárbara se cruzó de brazos y su sonrisa sutil era solo un esfuerzo
más que inútil por enmascarar lo que le producía ser testigo
presencial de esa escena.
—Calma, Ana Paula, cálmate, por favor... -y se la sacó de encima
con sutileza, lo mejor que pudo. La chica la miró fijamente, un poco
más sosegada y Oriana, con un suspiro, susurró: Bárbara, te
presento a Ana Paula... -no supo si añadir "mi novia", porque...
¿realmente lo era, luego de desaparecerse por casi tres semanas y
tratarla con la más deleznable indiferencia? Al menos, ella ya no la
consideraba de ese modo en su vida.
—¡Hola! -la chica se volteó de inmediato hacia la caleña y le
estrechó la mano con brusquedad-. Yo soy Ana Paula, la novia de
Oriana... ¿Y tú?
—¡Ella es Bárbara, mi amiga! -dijo la otra de inmediato y cruzó
una mirada veloz con la mujer de ojos negros que le sonrió un poco
al escuchar que al menos ya la catalogaba de ese modo.
—Amiga, ¿no? -Oriana se acarició la frente temiéndose un
berrinche similar al que formó aquella noche cuando la invitó al club
de salsa. Las suspicacias de Ana Paula no se contendrían, a pesar
de estar aterrizando en la vida de la tatuadora tras esfumarse por
días: Entonces si eres su amiga debes conocer a Valentina y a
Salomé, ¿cierto? -añadió la chica de 20 años sin dejar de mirar de
arriba a abajo a esa mujer preciosa proveniente de Cali.
—Las conozco, claro que sí.
—¡Qué bien! -soltó en un grito que le perforó el tímpano a las
otras dos, recuperando la confianza-. ¡Entonces un día de estos
coincidimos en un club y nos vamos a bailar!
—Seguro... -quiso morderse la lengua. Quiso morderse la lengua
tomando en consideración lo educada y lo comedida que siempre
había sido, pero la incontinencia de sus emociones la catapultaron a
expresarse sin remordimientos: Eso sí, nos pelearemos a Oriana...
¿Oís? -Ana Paula frunció el ceño con un poco de curiosidad,
mientras los ojos verdosos de la otra se posaron en Bárbara
atónitos-. Porque déjame decirte que tu novia baila fenomenal...
¡Fenomenal! -e intercambió una mirada con Oriana que llevó un
guiño incluido.
—¡Ah, no! -la llaneza de Ana Paula dejó perpleja a la ingeniero-.
¡Si es por mí te la puedes quedar para ti sola! -rio de una forma más
que descarada mientras Bárbara alzaba muy despacio una de sus
cejas. Se tomó esa frase no solo en sentido figurado, muy
especialmente le gustaron las posibles connotaciones literales.
"¡Niña! ¡Si para mí sola es que la quiero, por favor!"-. Yo no bailo -
aclaró la chica alzándose de hombros con un gesto desagradable,
como si bailar fuese una enfermedad incurable-, mucho menos esa
música horrenda que a ella tanto le gusta...
—¿Música horrend...?
—Se refiere a la salsa... -musitó Oriana y Bárbara y ella se
miraron como si en ese momento sintieran que Ana Paula era una
sacrílega de los géneros musicales del Caribe.
—Bueno... -la de ojos negros volvió a entrelazar sus brazos y
sonrió con descaro delicioso-. No te preocupes, Ana... Cuando
vayamos a ese club que dices me dejas a Oriana solo para mí y yo
me encargo, ¿oís? -rio con entusiasmo, consciente de que su risa
no solo era consecuencia de su osadía, también del genuino deseo
por hacer que sus más fervientes anhelos le sonaran a broma a la
chiquilla, pero a la tatuadora... ¡a la tatuadora no le sonaron de ese
modo para nada y hasta se sonrojó nada más de saberse a merced
de los designios de la caleña!
—Listo... -Ana Paula también reía. Volvió a reparar en Oriana y le
extendió la bolsa de regalo color rosa que traía consigo-. ¡Toma mi
amor, un regalo!
—No tenías que molestarte, niña... -lo recibió, incómoda.
—¡Ábrelo!
—¿Aquí? -la vio pasmada. Bárbara no estaba precisamente feliz
con la idea de que la chica que le gustaba tuviese novia, pero su
pequeña decepción no impidió que disfrutara de esa escena que
prometía volverse muy graciosa de un momento a otro.
—¡Sí, aquí! ¡Ábrelo!
Oriana suspiró con hastío, alargó su pie para sacar con él la pata
de la bicicleta y poder soltarla. Con ambas manos abrió ese
paquete, en el cual se encontró un suéter tejido de florecillas. Su
rostro al sacarlo despacio de la bolsa y extenderlo ante sus ojos fue
memorable y Bárbara contuvo la risa, mientras se preguntaba para
sus adentros en qué mierdas estaba pensando esa chica cuando
escogió semejante cosa para la tatuadora. No la había visto más de
cuatro o cinco veces en su vida, pero no necesitaba conocerla de
siempre para saber que ella jamás, jamás se pondría algo
semejante.
—Gracias... -susurró abochornada.
—¿Te gusta? -Ana Paula estaba eufórica-. ¡Lo escogí yo misma!
—Se nota... -musitó.
—¡Está precioso, Oriana! -la tatuadora volteó a ver a Bárbara de
inmediato con una mirada más que fulminante, mientras una risa
burlona le bailaba a la caleña en los labios-. ¡Divino, niña! ¿Oís? -
como si no hubiese tenido suficiente, añadió: ¡Y se parece tanto a
vos! ¡Es casi como si te lo hubieses quitado luego de traerlo puesto!
—¿Te parece? -Ana Paula estaba más que entusiasmada.
—¡Claro! -Bárbara volvió a ver a los ojos a Oriana, que aunque
quería matarla, no dudó en regalarle una sonrisa maliciosa a la
ingeniero. Sintió que podía enamorarse de su sentido del humor, ¡un
caramelo más para el cotillón de las cosas que le gustaban de
Bárbara Monsalve!-. Por cierto, Oriana... -era evidente que estaba
ejecutando una de sus venganzas-. Cuando te lo pongas, mándame
una selfie, ¿oís? ¡Te debes ver genial con él!
—Así lo haré, Bárbara... -lo masculló-. Cuenta con eso, ¿ah?
—¡Ahora vámonos! -Ana Paula la haló de la mano con
brusquedad mientras reparaba de nuevo en la mujer de cabello
negro-. Con tu permiso, Bárbara, mi novia y yo nos vamos a nuestra
propia celebración... -le guiñó el ojo con malicia y esa insinuación
fue algo que pudo más que la elegancia y el delicioso sentido del
humor de la caleña. Sin poder explicarse muy bien lo que sentía, se
amargó y se entristeció en solo un segundo y vio cómo Oriana,
avergonzada como nunca, se despedía mientras la jovencita se la
llevaba consigo.
—Bueno... -susurró una vez que aquella pareja dispareja se alejó
de ella-. Al parecer ya no tendré que preocuparme por si Oriana
Padrón es persona de fiar o no, porque... -suspiró con desconsuelo-.
Es evidente que alguien ya se me adelantó... -y no le quitó los ojos
de encima. Le sorprendió ver que en ese instante, como si la
tatuadora la hubiese escuchado, volteó a verla de inmediato y le
hizo una mueca cómica, asegurándole que se las pagaría. Sí, es
verdad, se sintió decepcionada al conocer cómo eran las cosas
tratándose de la niña de las coletas, pero no se inhibió y soltó una
carcajada preciosa ante la indignación de la otra.
Se quitaron los ojos de encima y Bárbara comenzó a subir los
escalones para acceder a su edificio de a poco. Antes de entrar en
él volvió a tender la mirada para quedarse en la silueta de Oriana
alejándose, mientras de la risa anterior solo le quedaba una sonrisa
sutil de resignación. La chica de cabello acaramelado volvió a girar
la cabeza, se encontró de nuevo con los ojos negros de la caleña,
se miraron por segundos, hasta que la ingeniero subió despacio su
mano, se despidió con ella y entró a su residencia. Ambas
suspiraron.
MEA CULPA
—Bárbara... -la mujer de ojos negros alzó los ojos despacio y allí
estaba Claudia Valencia de pie ante su escritorio esa mañana de
jueves. La escrutó con la mirada, muy seria-. Bárbara, estoy aquí
para invitarte a cenar...
—No sucederá, Claudia... -y volvió a poner su atención en las
cosas que hacía.
—Bárbara... -se sobó las sienes, consciente de que podía perder
la paciencia en cualquier momento y recordando que estaba en el
peor lugar para que sus emociones se salieran de control-. Bárbara,
me estás volviendo loca, ¡loca! No como bien, no duermo bien,
estoy en un estado de completa ansiedad, yo necesito, necesito que
tú y yo hablemos largo y tendido sobre lo que ocurrió.
—No hay nada de qué hablar, Claudia... -la miró de soslayo-. A
menos claro que quieras discutir conmigo algún informe o alguna
otra cosa que tenga que ver con la empresa.
—¡Me sabe a mierda la empresa, Bárbara! -suspiró y contó
mentalmente hasta 10 para sosegarse-. Durante todos estos días te
he dejado tranquila para que pongas tus ideas y tus sentimientos en
orden, para que las cosas entre nosotras se calmen y podamos
tener esa conversación que tanto ansío desde el domingo en la
madrugada cuando desapareciste en Barranquilla... -la miró a los
ojos. El gesto de su colega era inmutable-. Yo necesito que tú me
escuches, yo necesito que tú me permitas explicarte todo lo que he
estado sintiendo por ti desde que te conocí, todo lo que me está
pasando por la cabeza...¡en el corazón!
—Claudia Valencia... -bajó la mirada velozmente para cerciorarse
de que no estuviera nadie merodeando cerca de su oficina antes de
hablar-. ¿Qué puedes estar sintiendo por mí en tu corazón si apenas
me conoces, si le debes respeto a un hombre que ha sido
espléndido con vos y toda tu dedicación a tus niños?
—¡No menciones a Armando, a Marcela y a Juan José justo
ahora! ¡Te pido que no los menciones! -suspiró, agobiada-. Ellos son
un tema aparte en mi vida, ¿entiendes? -volvieron a mirarse a los
ojos-. Dime la verdad, Bárbara... ¿Es por ellos? ¿Es porque soy
heterosexual, casada?
—¿Heterosexual? -sonrió con ironía-. No me imagino qué puede
estar haciendo una mujer heterosexual metiendo sus sucias manos
por debajo de la falda de su compañera de trabajo, aprovechándose
de que ella está ebria... -Claudia cerró los ojos y se cubrió la cara
con ambas manos.
—¿Nunca lo vas a olvidar?
—¡Casi me violaste, Claudia Valencia! -volvió a mirar de manera
fugaz hacia afuera y continuó: ¡Casi me violaste, maldita sea, y no
entiendo cómo puedes pensar que algo como eso se olvida tan fácil!
—¡Yo no hice semejante cosa, Bárbara! ¡Yo solo estaba actuando
movida por el amor, por este amor descabellado que siento por ti y
que me empujó a olvidarme de todo y de todos! Bárbara... ¡Tú
llegaste a mi vida para ponerla de cabeza y ahora que veo que cada
día te alejas más y más de mí, siento que me muero!
—Pues mi sentido pésame, Claudia... -volvió a poner sus ojos en
la computadora-. Mi sentido pésame porque no existe, óyelo bien:
no existe ni la más remota posibilidad de que entre vos y yo aflore
ningún tipo de relación, mucho menos la romántica. Así que no, no
iré con vos a cenar ni a ninguna otra parte. Si eso era todo lo que
venías a decirme, te agradezco te retires, por favor... Mañana
salimos de vacaciones y debo dejar todo al día.
La mujer casada se quedó allí, inmóvil por largos segundos, dio la
media vuelta y despidiéndose con un susurro, se marchó. Se
mentiría a sí misma si se dijera que Claudia no le amargó el día.
Trató de mantenerse tranquila y llegó a casa con la dicha de saber
que la tarde siguiente estaría fuera de la empresa y lejos de
Cartagena al menos por tres semanas. Terminaba de merendar algo
ligero antes de la cena, cuando un sonido en su teléfono llamó su
atención y se dio cuenta de que tenía un mensaje de Oriana.
Bárbara soltó una carcajada que casi le hizo expulsar el café por
la nariz cuando vio que la tatuadora le enviaba una selfie con el
suéter que Ana Paula le había entregado la tarde anterior. Iba a
responder de inmediato, pero se olvidó por un instante del motivo
inicial de la foto y decidió reparar en detalles mucho más fantásticos
como ese tono verdoso que tenían los ojos de esa chica justo en
ese momento, lo bella que se veía con el cabello recogido a medias,
lo genial que era su sonrisa y otras pequeñas cosas que podía
inferir de su silueta, como esa delicada curva que describía su
hermoso busto. Suspiró y comenzó a teclear:
—¡Te queda divino! -mintió-. ¡Casi creí que lo habías olvidado!
—¿Divino? Sabía que eras bella, caleña, no mentirosa... -Bárbara
se ruborizó, como si ese color sonrosado de sus mejillas hubiese
estallado en ellas como lo harían los fuegos pirotécnicos.
—Me parece que se te ve fantástico ese suéter... Muy acorde con
tu estilo... -se mordió los labios-. Y... ¡gracias por el cumplido!
—¿Me agradeces por solo decir la verdad? Bueno, por nada
entonces...
—Por cierto... -se mordió el pulgar derecho con un dejo de
suspicacia-. Feliz cumpleaños... No sabía que esa madrugada
cuando nos encontramos estabas de celebración... Lo lamento si
arruiné algo...
—Nada que lamentar, niña... En primer lugar, cuando te encontré
ya mi cumpleaños técnicamente había pasado. En segundo lugar,
veníamos del festejo así que no, nada se arruinó... -quiso añadir que
consideraba que ese encuentro era como un obsequio que le hacía
la vida, pero prefirió mantener sus palabras en control, por los
momentos.
—¿Y qué estás haciendo justo ahora, además de modelar tu
nuevo suéter?
—Nada, estoy en casa. Llegué hace poco, me duché y te envié la
foto.
Bárbara se quedó por largos segundos con el teléfono ante sus
ojos. Quería ver a Oriana esa tarde, quería proponerle hacer
cualquier tontería, como compartir un café a propósito de que la
chica había estado de cumpleaños solo unos días atrás y valerse de
la ocasión como una nueva forma de agradecimiento por sus
atenciones, así que respiró hondo e hizo lo que pocas veces en su
vida: tomar una iniciativa con otra mujer.
—¿Y si te invito por tu cumpleaños? -Oriana, acostada como
estaba en el sofá, se sentó en el mueble casi de un salto. Bárbara
no sabía si se estaba extralimitando, pero ese sábado se iría a
Barranquilla, así que le parecía que lo mejor era aprovechar el
tiempo al máximo-. Podríamos tomarnos algo por aquí cerca y
charlar un poco, ¿qué me dices?
—Que sí, desde luego... Pero licor, no. En mi presencia no
beberás, Bárbara... -la caleña se echó a reír.
—Calma, calma... no suelo beber y en caso de que suceda, la
mayor parte del tiempo pido cervezas ligeras.
—Pues hoy solo te aceptaré un café y tú me acompañarás con
algo similar.
—Listo...
—Espérame en la parte baja de tu edificio en 10 minutos. Voy
para allá -ambas corrieron a arreglarse.
Bárbara se sentó en el escalón que estaba más cercano a la
entrada de ese edificio de pocos pisos en el cual vivía, cuando notó
que Oriana se acercaba y su corazón se precipitó, más de lo que ya
lo estaba. Se dio cuenta de que llevaba unos jeans, esta vez sin
roturas, unas zapatillas Vans azules, una camisa a cuadros
arremangada hasta los codos que hacía juego con los sneakers y
tenía el cabello completamente suelto, peinado hacia un lado. Notó
que era la primera vez que no veía a esa mujer con el cabello
recogido y que lo tenía muy liso, brillante y largo, pues le caía por
debajo de la línea del busto. Supo en ese instante que era un rasgo
más para adorar en esa mujer. Se aclaró la garganta y se puso de
pie.
Oriana también la vio con disimulo de arriba a abajo. Al igual que
ella, la caleña vestía un jean, una camisa de tela delicada de un
color similar al malva y su cabello, como siempre, estaba suelto,
haciendo alarde de ese color negro tan profundo que por momentos
mutaba en ligeros matices azulados.
—¡Qué pena! -dijo Bárbara saliendo a su encuentro y sonriendo
con malicia-. Ya no traes puesto tu suéter nuevo.
—No, niña, no... ¡Qué desgracia! ¿Cierto? -se miraron a los ojos-.
Me habría encantado estrenarlo en esta cita, pero sabía que una
vez comenzara a beberme el café, me sofocaría, porque parece
hecho como para andar por Bogotá una mañana de enero... -
Bárbara soltó una carcajada-. Precisamente por eso, se lo enviaré
de regalo a una de mis tías esta misma semana.
—¿De verdad harás eso con el obsequio de tu novia? -Oriana la
invitó a que se pusieran en marcha con un movimiento de su mano y
ella no tardó en obedecerla.
—Ana Paula ya no es mi novia... -aclaró y Bárbara casi choca
contra un poste que estaba en la vereda nada más de voltear a ver
a Oriana luego de escucharla decir eso. La ingeniero se quedó
perpleja y boquiabierta. Quiso pedirle que le concediera unos
minutos para correr y llamar a Carito a escondidas, pero supo que la
primicia de la tarde tendría que esperar.
—Espera un momento... -se miraron a los ojos, Oriana sonreía
con suavidad-. Ayer esa niña dijo que...
—Sí, yo estaba allí cuando lo dijo y la escuché tan bien como tú...
Además no mintió, porque sí, fuimos novias por tres meses o algo
más -alzó la vista al cielo y suspiró-. Es una historia un poco larga...
¿Nos la reservamos para el café?
—Listo...
—Pero a cambio de otra historia... -Bárbara volteó a verla de
inmediato, justo en el momento en el que Oriana cubría esos ojos
preciosos con unos lentes oscuros y sonreía con malicia.
—¿De otra historia? ¿Cuál?
—La razón por la cual esta caleña preciosa se emborrachó el
martes... -Bárbara palideció un poco-. ¿Trato?
—Me parece justo... -musitó.
—Solo si quieres, niña... -se dio cuenta de que se había
avergonzado-. No te sientas presionada para nada.
—Creo que luego de todo lo que hiciste por mí, lo mínimo que te
mereces es esa historia.
—Es probable, niña, pero me parece que tengo que darte un
consejo... -volvieron a verse a los ojos y Bárbara lamentó que los
tuviera velados por las gafas de sol, porque en ese momento sintió
que no se cansaría de contemplarse en las pupilas honestísimas de
esa mujer costeña-. La palabra gracias es una moneda de cambio
poderosa, Bárbara... Es hermoso que guardes ese concepto de la
gratitud, pero no quiero sentir que estarás en deuda conmigo toda la
vida por hacer lo que cualquier persona considerada y solidaria
haría... -la caleña se quedó ligeramente sorprendida ante ese
razonamiento-. Hice lo que hice movida por las razones que sean, tú
me das las gracias por ello, yo las recibo de buena fe y queda
saldada esa deuda, ¿comprendes? En adelante, las veces que
coincidamos ya no será porque sientes que cada vez que me ves
me debes la vida, sino porque deseas disfrutar de mi compañía,
tanto como yo lo hago de la tuya...
No supo ni qué responder a eso, solo se quedó en el acento de la
sonrisa plasmada en esos labios que parecían tan tersos como el
terciopelo rosáceo de un damasco.
—¿A dónde iremos? -Bárbara volvió a quedarse con la mente en
blanco y por lo visto Oriana lo notó, porque soltó una risita burlona-.
No me digas... La caleña me invitó esta noche, pero no tiene idea de
a dónde vamos...
—Debo confesarte, Oriana, que conozco muy poco de
Cartagena... -bajó la mirada, sonriendo con un dejo de vergüenza-.
Tengo solo tres meses en la ciudad, fui asignada acá desde Bogotá
...
—Claro... -musitó-. Eso explica que tu caleño esté adormecido...
—Pero si lo provocás revive, ¿oís? -ambas se echaron a reír.
—No me queda la menor duda, ¿ah?
—Así que sí, yo te invité, pero si quieres hacernos la cortesía de
escoger el sitio por ambas...
—No faltaba más... -la miró de un modo esplendoroso-. Y no solo
escogeré el sitio esta noche, me pondré a la orden desde ya para
mostrarte la ciudad cuando quieras. No puede ser que estés
viviendo en Cartagena y no la estés disfrutando, cuando este lugar
es magia, niña.
—¿Hablas en serio? -se refería a ese fantástico ofrecimiento, en
cuanto a los atributos mágicos de la ciudad heroica, solo bastaba
tener ojos para notarlo. Eso no lo ponía en duda.
—Debes aprender algo de mí en este preciso instante, Bárbara -
se miraron a los ojos justo antes de cruzar aquella calle que las
conduciría a San Diego-. Oriana Padrón siempre, siempre habla en
serio... -la tomó de la mano y se la llevó consigo hasta el local que
ya tenía pensado como el indicado para esa tarde.
Escogieron una mesita arrinconada en ese lugar pintoresco y
Oriana esperó a que Bárbara tomara asiento en la silla que mejor le
pareció para proceder a sentarse justo frente a ella.
—Aquí estamos ya... -miró a su alrededor y alzó sobre su cabeza
los lentes oscuros que cubrieron sus ojos durante el trayecto-.
Espero que te guste, ¿ah?
—¡Es divino, sí! -sus ojos negros se detuvieron en el mural que
estaba pintado a mano en esa pared de la cual el tablero de la mesa
estaba recostado, donde se reproducía en ilustraciones diversos
métodos para colar el café, luego tendió sus ojos hacia otros
rincones de ese establecimiento y se dejó llevar por su esencia más
bien ecléctica-. Es el segundo lugar con estas características que
visito en menos de una semana...
—¿A qué te refieres con eso de “estas características”?
—Que el café funciona en una edificación antigua que ha sido
acondicionada para eso, pero respetan los espacios del inmueble,
mezclando diversas recámaras, disponiéndolo todo de un modo
sorprendente, acogedor y asimétrico... ¿entiendes?
—Claro, perfectamente... -la miró por varios segundos-. ¿Eres
arquitecto?
—Ingeniero civil...
—Muy afín, ¿cierto?
—Relativamente... -volvió a reparar en Oriana-. Gracias por
escoger para ambas este lugar, ¡me encanta! ¡Y está tan cerca de
casa!
—Pues sí... -se acomodó un poco en la silla-. Suelo venir con
cierta frecuencia acompañada de Salomé y Valentina...
—Ahora... -se encimó un poco sobre la mesita y la miró a los ojos.
Oriana volvió a sonreírle con esa sutil picardía con la que solía
hacerlo, cruzándose de brazos y reclinando su espalda sobre el
mueble en el que estaba sentada-. ¿Cómo así que Ana Paula ya no
es tu novia?
—Anécdota por anécdota, ese es el trato, ¿no?
—Nunca falto a una promesa, Oriana... -lo dijo con la misma
solemnidad que había usado ella antes-. Es algo que debes saber a
partir de este instante acerca de Bárbara Monsalve.
—No lo olvidaré, caleña... -se aclaró la garganta-. Ana Paula y yo
nos conocimos a comienzos de este año en un evento que
celebraban en la ciudad sobre body art. Teníamos un stand para
promocionar los servicios del estudio, yo estaba allí, la niña se
aproximó para consultar sobre precios y técnicas y se quedó
prendada de mí... -“No la culpo en lo más mínimo”, pensó la de ojos
negros, pero sus labios tan rojos permanecieron sellados-. La
pelada comenzó a perseguirme por toda la ciudad... Se presentaba
en varios lugares de Getsemaní, merodeaba por el estudio, asistía a
otros eventos similares, hasta que un día hizo una cita conmigo para
tatuarse... -Bárbara alzó su ceja muy despacio-. Te lo diré de esta
manera: al sol de hoy, a la pelada aún no le han puesto una aguja
encima...
—¿Y el tatuaje que vos le harías?
—Se transformó en otra cosa muy diferente... -se alzó de
hombros-, la chica me sedujo allí mismo en mi estudio y yo me dejé
llevar. Sabía que no era lo correcto y en todos mis años tatuando,
nunca me había pasado, aunque insinuaciones sí que he tenido por
parte de otras clientes...
—¡Ole...! -se puso ligeramente celosa.
—Sentí que tras dar el paso con Ana Paula las cosas no podían
quedar así, sumado a la genuina atracción que me despertaba la
niña, así que decidimos tener una relación a pesar de que ella tiene
9 años menos que yo...
—Así que no me equivoqué -musitó-. Cuando la conocí me
pareció que era considerablemente más joven.
—Sí. Enfrenté mis inseguridades con eso, descarté los prejuicios
y le di la oportunidad a ese romance, pero desde las primeras
semanas todo comenzó a ser muy dispar. Ana Paula no ha tenido
ninguna otra relación seria antes, así que no sabe exactamente
cómo comprometerse y sus inquietudes son más superficiales,
digamos... -Bárbara creía entender a lo que apuntaba la tatuadora-.
No, no me gustan las relaciones fatuas... Me gustan las afinidades,
compartir tiempo bonito con la persona a la que quiero, sentir que
estoy construyendo algo, por muy efímero que eso sea...
—Si estás edificando a largo plazo no tiene por qué ser efímero,
¿oís?
—Habló la ingeniero... -Bárbara se echó a reír percatándose de
cuán técnica había sido su observación-. El caso es que sumado a
los pocos esfuerzos de Ana Paula por hacer parte de mi vida o por
permitirme a mí jugar un papel más relevante en la de ella, decidí
terminar con la relación, pero ella me pidió una segunda oportunidad
y yo se la di. Hace un par de semanas se puso muy celosa en un
club porque bailé con otras mujeres, a pesar de que le había
notificado que así lo haría y ella, irónica, accedió. La niña se largó
furiosa esa noche y desapareció de mi vida hasta ayer, cuando me
cayó por sorpresa con ese regalo maravilloso... -rieron-. Con su
habitual descaro creyó que podría simplemente retomarlo todo como
si nada y tuvimos una nueva discusión en mi casa, en la que le dejé
claro que ya no estaba dispuesta a seguir adelante con todo esto,
así que... La pelada volvió a salir de mi vida, esta vez de un modo
definitivo, espero.
—¿Cómo te sientes? -la miró con un dejo de preocupación.
—No me veas así, Bárbara. Sí, desde luego que sentía un afecto
especial por Ana Paula, pero la relación fue tan vacua, distante,
superficial, que justo ahora me comportaría como una hipócrita si te
dijera que la echo de menos o que he estado nostálgica por la
ruptura. Ella siempre fue una ausencia que eventualmente se
apersonaba. Solo eso.
—Y no podemos extrañar a una ausencia... ¿Cierto?
—No lo pudiste haber dicho mejor, caleñita... -se miraron a los
ojos y una camarera interrumpió la conexión para tomar la orden.
Una vez volvieron a quedarse a solas, Oriana fue por la otra parte
del trato: Ahora la palabra la tienes tú, niña... -notó que Bárbara se
descomponía en solo segundos y frunció el ceño con curiosidad-.
Siempre que desees hablar de eso, Bárbara... No quisiera
amargarte la velada por nada del mundo...
—Creo que estará bien hablarlo con alguien más además de mi
hermana mayor... -se enderezó un poco en la silla-. La razón por la
cual me emborraché, aún y cuando sé que la bebida me hace un
daño terrible, fue para no pensar...
—Hablaste de una situación personal que te preocupaba...
—Sí. Hace poco te dije que fui trasladada desde Bogotá a
Cartagena, ¿cierto?
—Cierto.
—La razón por la cual decidí salir de esa ciudad es porque allá
estuve cuatro años con una mujer y esa relación culminó de una
forma muy dolorosa hace unos once meses, más o menos...
—Así que pediste una transferencia a la costa para poner tierra de
por medio y olvidar.
—Exacto. Además deseaba respirar otros aires, porque no me he
sentido del todo a gusto allá. Me ha costado mucho hacer amigos y
en general me sentía bastante sola.
—Todo muy comprensible. ¿Y qué sucedió después?
—Llegué a Cartagena para trabajar en conjunto con una colega
en la supervisión de varios desarrollos turísticos en las afueras de la
ciudad. Ella es una mujer casada, con un par de niños, de un perfil
muy similar al de mi hermana mayor, de hecho, tienen casi la misma
edad.
—Bien... -entrecerró sus hermosos ojos mientras miraba a su
interlocutora con avidez.
—Hace unos días la empresa para la cual trabajamos celebraba
su aniversario número 25 y organizaron un evento corporativo en un
hotel de Barranquilla. Yo me fui a ese compromiso en compañía de
esta colega de la que te hablo y al ser de Cartagena, ella y yo
pernoctaríamos en una misma habitación de ese lugar... -Oriana se
cruzó de brazos.
—No me están gustando las conclusiones a las cuales me vas
empujando con lo que cuentas... ¿Qué sucedió?
—Una vez allí, yo me abstuve de beber, pero unas amigas de
Bogotá, las pocas que he podido hacer luego de trabajar seis años
en esa empresa, insistieron en que brindara con ellas. Ya esa
colega de la que te hablé al principio me había dicho que me
cuidaría en caso de que los tragos se me subieran a la cabeza,
como suele sucederme desde que soy una adolescente...
—Ajá... -su rostro era pétreo.
—Entre el baile y las copas me emborraché y te aseguro que no
recuerdo nada...
—No tienes que asegurármelo... Te vi sentada al borde de esa
acera casi a un segundo de perder la consciencia y hasta te llevé a
mi departamento en hombros y tú no te enteraste de nada hasta que
comenzaste a vomitar -Bárbara se sorprendió con aquellos detalles-.
Créeme que si hay alguien que puede hacerse una idea de lo mal
que te pueden sentar unos tragos, esa soy yo... Continúa.
—Solo tengo recuerdos fugaces del momento, lo cierto es que
cuando pude recobrar algo de conciencia... -se cubrió la cara con
ambas manos y Oriana palideció de la ira.
—No me lo digas...
—Pues sí... -comenzó a llorar y la otra se incorporó de inmediato
y le tomó las manos sobre la mesa-. Cuando atiné a entender lo que
pasaba esa colega de la que te hablo me tenía en la cama, estaba
sobre mí y me estaba besando y acariciando... -la otra no emitió ni
el más mínimo sonido-. Fue precisamente su mano en... -sollozó
con suavidad-. En mi entrepierna lo que...
—¡Está bien! -y apretó sus manos con más fuerza-. ¡Está bien, no
tienes que decir más!
—Pude frenarlo. Justo en ese instante pude frenarlo y ella me
soltó y me dejó sola. Una vez que tuve la suficiente lucidez para
largarme a la casa de mi hermana, lo hice y desaparecí hasta el
martes en la mañana, cuando regresé a la oficina y me volví a
encontrar con ella.
—¿Qué te dijo?
—Se disculpó, me explicó que hizo lo que hizo movida por un
impulso romántico, pero... -miró a los ojos a Oriana muy
desconsolada-. ¡Pero yo no siento ese tipo de afinidad por ella!
—Te creo.
—Así que ella me aseguró que lucharía por ganarse mi perdón y
mis sentimientos, pero... ¡Pero yo la aborrezco, Oriana, la
aborrezco! Por un momento me sentí tan feliz de conocer a alguien
que me hiciera sentir acogida, querida, y... ¡Y luego ocurre todo
esto! -continuaba llorando con suavidad-. Justo ahora me siento
más sola que cuando estaba en Bogotá, con el agravante de que
cada día tengo que verle la cara a esa vieja que en sus desvaríos
románticos me sigue asegurando que siente cosas por mí y que me
desea como mujer...
—Eso ya lo demostró con hechos -se quedó pensativa por varios
segundos-. ¿Y tu novia, Bárbara? ¿Tu novia sabe que ocurrió todo
esto? -el gesto de la caleña no tuvo precio.
—¿Disculpa?
—Tu novia... Esa mujer con la que estabas esa noche en el club
de salsa, la misma que conducía el auto en el que ibas cuando nos
vimos en Getsemaní...
—¡Esa mujer no es mi novia! -lo dijo con desprecio sorprendiendo
a Oriana-. Esa mujer es la persona de la que te hablo... -la otra se
quedó boquiabierta-. ¡Me siento timada, irrespetada y abusada! Sé
que de alguna forma yo soy la responsable por confiar en ella del
modo en que lo hice, por ser tan indulgente e ingenua,por...
—¡Hey, niña! -le habló con tanta seriedad que la hizo enmudecer
en un instante. Tomó sus manos entre las suyas con firmeza y se
dirigió a ella mirándola a los ojos: no eres culpable de nada, pero sí
responsable de todo... ¡De todo el aprendizaje que vas a obtener de
esta situación! Posiblemente debes ser más intuitiva, posiblemente
debes evaluar mejor a las personas antes de depositar por entero tu
confianza en ellas... Lo que probablemente te ocurrió con esta mujer
es que viste en ella a un reflejo de tu hermana mayor y de inmediato
te sentiste tan segura como cuando estás con...
—Carito.
—Con Carito, por eso el trauma es más intenso, por eso la
sensación de traición y tu desconcierto es mayor. Toma la
experiencia para aprender lo que debes aprender de ella y no te
tortures más achacándote la culpa de una situación de la cual no
eres enteramente responsable... El respeto por nuestra integridad es
un derecho moral de cada uno de nosotros y debería acatarse. Esa
mujer de la que me hablas jamás debió aprovecharse de ti de la
forma en la que lo hizo, mucho menos justificar sus acciones con
impulsos románticos. Más que románticos, sus impulsos fueron
sexuales, porque de albergar por ti un sentimiento puro, jamás
habría actuado sin tu consentimiento, mucho menos sin saber si
sería o no una situación recíproca, fascinante y estimulante... -
Bárbara estaba perpleja-. Así que no, no quieras tomar la entera
responsabilidad de ese incidente porque primero: eso no te
corresponde y segundo... será más difícil olvidar el trauma y
manejar las cosas que debes enfrentar de ahora en adelante con
cabeza fría y la frente en alto... -le sonrió de un modo que la caleña
no pudo explicar-. Demos gracias porque no avanzó a mayores,
demos gracias porque a pesar de su torpeza, se detuvo y ahora,
pon en práctica las enseñanzas que te dejó todo esto...
—¿Cuáles son? -estaba atónita.
—Infiero una que otra... Debes confiar más en tu intuición y no
depositar toda tu confianza en una persona, de buenas a primeras...
—¿Aunque eso te incluya a vos? -rieron. Bárbara había dejado de
llorar y eso sembró alivio en el corazón de Oriana.
—Muy especialmente si me incluye a mí, sí... -suspiró
profundamente y con las manos de Bárbara entre las suyas, retomó
la palabra luego de algunos segundos: No me ofrezcas tu amistad o
tu corazón sobre bandeja de plata, Bárbara... -se miraron
nuevamente de un modo absoluto-. Deja que sea yo la que luche
por ellos a pulso... Deja que sea yo la que vaya por ellos a donde
sea que se encuentren, aunque ese viaje se tome su tiempo, sea
azaroso y esté lleno de complicaciones... Deja que sea yo la que se
gane tu confianza, la que sea merecedora de tu afecto, de tu
lealtad... -la ingeniero no se lo podía creer-. Déjame a mí
demostrarte con acciones si soy o no la persona que quieres como
amiga o...
—¿O...? -se mostró muy nerviosa.
—O como amante... -Bárbara sintió que un boquete se abría paso
en su estómago-. Luego de haber estado metida por algunos meses
en una relación donde sentía que éramos un par de desconocidas,
yo necesito saber muy bien a quién amo y cómo deseas ser amada,
caleña... -la ingeniero se sintió desfallecer solo de escucharla-, pero
también necesito sentir que la otra persona está interesada en
descubrirme y en llegar al fondo de mis sentimientos, aunque eso le
tome un tiempo merodeando en mi vida... -rio con ternura y Bárbara
se hipnotizó en ese gesto-. Por eso te pido que me dejes mostrarme
para que sepas realmente quién soy y lo que puedo ofrecerte, sin
depositar en mí expectativas e ilusiones que luego te desencanten y
lastimen... Cuando eso ocurra, luego de que eso suceda y sepamos
realmente quién es la una y la otra; cuando nos hayamos
domesticado en amor, afinidad e incondicionalidad, entonces
decidiremos...
—¿Qué? -estaba ansiosa como nunca lo había estado una mujer
tan sosegada-. ¿Qué decidiremos?
La camarera llegó con el pedido, interrumpiéndolas. Se tomó sus
segundos para colocar las cosas sobre la mesita y una vez se retiró,
Bárbara volvió sobre su curiosidad:
—¿Qué es lo que decidiremos, Oriana Padrón?
—Te lo diré luego del café... -y le sonrió con malicia, exasperando
a la otra-. ¿Te parece?
—¡De nuevo me lo vuelves a hacer! -la otra ya reía-. ¡De nuevo
me vuelves a tomar el pelo! -se cruzó de brazos indignada y se dejó
caer sobre el respaldo de la silla-. ¡Qué chanda! ¿Oís?
—Por cierto... -y meneó la bebida con una cucharita luego de
endulzarla. Bárbara la miró con suma atención-. Otro de los
aprendizajes que infiero de lo que ocurrió...
—¿Sí?
—No debes emborracharte nunca más en tu vida... “¿Oís?” -y se
echó a reír mientras la otra la miraba a un tris de imitarla, contenida
por su indignación.
38
LUNA LLENA
VERSOS COMO ESTRELLAS
Bárbara tuvo que leer al menos tres veces el correo que Rafael
Bermúdez le había enviado al cierre de esa primera semana laboral,
luego de las vacaciones. Cuando entendió lo que estaba ocurriendo,
se levantó de su escritorio como una fiera y fue de inmediato a la
oficina de Claudia, sintiendo que esa mujer nunca tendría suficiente
tratándose de sorprenderla. Esperó a que Cayetana saliera de su
despacho para luego colarse en él como una ráfaga. La colega
sabía de sobra a qué venía, ella había recibido una copia de esa
misiva.
—¿Me puedes explicar qué anuncio es ese que me está haciendo
de la noche a la mañana el vicepresidente de la empresa?
—¡Felicidades, Bárbara! -sonrió mientras ordenaba algunos
papeles sobre su escritorio-. Este año definitivamente pinta muy
bien para ti, ¿no es cierto?
—¡Rafael Bermúdez me está promoviendo! -alzó la voz,
incrédula-. ¡Rafael Bermúdez me anuncia que seré asignada como
gerente de operaciones de la costa pacífica colombiana!
—Así es, porque Marisol Hernández será ahora nuestra gerente
general de operaciones desde Bogotá... ¿No es perfecto? -Bárbara
estaba incrédula-. Es una oportunidad única, niña, ¡única! Eres la
persona perfecta para el cargo. Tienes suficiente tiempo en la
empresa, tu desempeño ha sido formidable, cuentas con los
conocimientos, no tienes compromisos familiares, eres joven y
podrás movilizarte sin problemas. Es una responsabilidad enorme
sobre tus hombros, niña, pero una vez me dijiste que ansiabas
obtener un cargo en el que pudieras demostrar todo tu talento, ¿no?
Pues me parece que el momento ha llegado.
—Pero... -tartamudeaba-, pero Rafa dice que...
—Que consultó conmigo acerca de tu disponibilidad y que yo le
aseguré que tú estabas a su entera disposición, así es... Le dije que
tu colaboración acá ya no era necesaria y que entendía que era
imperioso que te trasladaras a Bogotá cuanto antes para ponerte al
corriente con él y así asumir tu nuevo cargo de inmediato...
—¡Claudia! ¡Sabes de sobra que toda esa mierda que le dijiste a
Rafael es mentira! Aquí los proyectos no están culminados, sigues
teniendo tanto trabajo como cuando llegué y...
—Sí, sí, pero no me moriré por sacrificarme un poco... -suspiró-.
Es tu oportunidad niña... ¡Tómala! Sé cuánto tiempo has estado
esperando por algo así...
—¡Lo haces para que me largue! ¡Lo haces para tenerme lejos! -
se tomó la cabeza con ambas manos-. Lo haces porque sabes de
sobra que jamás me negaría a un compromiso así, mucho menos
cuando es el propio Rafael Bermúdez el que me lo solicita.
—Lo hago por ambas, mi amada Bárbara... -lo dijo sin fuerzas-.
Yo te necesito lejos para poder retomar esta mierda de vida mía y
tú... ¡Tú eres demasiado talentosa para dejar pasar esta
oportunidad!
—No sé si agradecerte o culparte...
—Cuando entiendas de qué se trata todo esto, me lo
agradecerás... ¿Y sabes qué es lo que me hace más feliz de tu
promoción? ¡Que me lo agradecerás de por vida y de algún modo
volverás a sentir por mí esa simpatía que nos unió cuando nos
conocimos hace cinco meses! -le sonrió, aunque ese gesto en su
rostro fuese como el trazo de un pétalo de girasol marchito.
—¡Felicidades, chatita preciosa! -Bárbara volvió a exasperarse-.
No tengo ni la menor idea de qué significa toda esa rimbombancia
de título, pero no solo estoy segura de que te lo mereces, también
sé de sobra que lo harás de maravilla...
—¡No puede ser que me felicites, Caro!
—¿Ah, no? -se confundió-. ¿Y qué hago? ¿Te doy el pésame? No
te entiendo, chata, desde que te conozco has estado clamando por
un cargo en el cual puedas destacarte como ninguna, especialmente
en una profesión diseñada para hombres, y ahora… ¿Te quejas?
—¿Se te olvida que ansiaba quedarme en Cartagena? ¿Se te
olvida que mis planes apuntaban a todo lo contrario? ¿Se te olvida
que estoy enamorada de Oriana y que lo único que deseo es estar
con ella?
—Ah... -comenzó a entender la tribulación de su hermana-. ¿Y si
en vez de costa pacífica te lanzan a la costa caribe? ¿No sirve?
—Pero Carito, ¿es que vos crees que le estamos poniendo la cola
al burro? El gerente de operaciones de la costa caribe es Alejandro
Villamizar, está en Barranquilla y no, Alejo tiene años en su cargo,
sin intenciones de moverse de ahí.
—Bueno, pero... -pensó-. Quizás a vos te asignan en Cali, ¿te
imaginas? No estarás cerca de mí, pero estarás con la otra parte de
la familia.
—Sí, todo muy lindo -suspiró-. ¿Y Oriana?
—Bueno, chata, a ver... Con Oriana no te queda más remedio que
tomarte las cosas con calma...
—¿Más calma? -estaba tan furiosa, que un pinchazo no la haría
sangrar.
—Me parece, Bárbara, porque... ¿Qué te queda? No puedes
decirle a la tatuadora que se vaya con vos, si su negocio y su vida
están en Cartagena... Mucho menos deberían pensar en ponerse a
vivir juntas, cuando ni un beso se han dado...
—¡Cállate! -estuvo a un segundo de echarse a llorar-. No puede
ser que justo cuando creí que todo estaba a punto de empezar,
parece que se está acabando.
—¡Qué irónico! ¿Cierto?
—No sé qué hacer, Carito -apretó los ojos y se sobó la frente. -
Simple, niña... Por lo pronto, aceptar tu cargo, ver las condiciones
y... y evaluar la forma en la que tu relación con Oriana podría
encajar ahí.
—¿Y si no encaja?
—¡Niña! ¿Y ese pesimismo? -pensó-. Si no encaja, pues no se
querían... Así de simple.
—Lo dudo muchísimo.
—Sé que te vas a enojar con lo que te voy a decir, pero... -se
aclaró la garganta-. Quizás sea una suerte que no comenzaran
como tal una relación...
—¿Qué estás insinuando, Carolina Monsalve? -lo masculló.
—Que me parece que convendría más que dejen las cosas tal y
como están, en lugar de enredarse más la una con la otra...
—¿Te volviste loca? -comenzó a gritar, fuera de control-. Carito,
¿vos sabes la estupidez que estás diciendo?
—Sí, sí sé, pero... ¿de qué les vale iniciar nada si finalmente cada
una va a estar a un extremo del país? Será más fácil olvidarse la
una de la otra si lo dejan como está, ¿no?
—¿Olvidarse la una de la ot...? -lo soltó casi a punto de
carcajearse con sorna-. Carolina Monsalve, una teja te cayó en la
cabeza y te averió el cerebro... ¡Ahora menos quiero aceptar ese
cargo! ¡Ahora más que nunca quiero seguir a mi intuición,
aferrareme a mi plan inicial y permanecer en Cartagena, así solo
viaje a Bogotá para renunciar en las mismísimas narices del
vicepresidente de la empresa!
—¡Mira quién dice ahora las estupideces! ¡Ni se te ocurra,
Bárbara! Aceptarás tu promoción, que bien merecida que la tienes, y
ya luego se verá cómo queda tu niña de las coletas en esta
historia... ¿Está bien? -pero Bárbara no respondió, tan confundida
como estaba.
Sabía que tenía que ver a Oriana esa misma noche. La tatuadora
le había advertido que estaría hasta tarde en el estudio, pues uno de
sus clientes más asiduos le solicitó un cambio en su cita para seguir
avanzando en el tatuaje de considerables dimensiones que se
estaba haciendo en la espalda. No era usual que la mujer de cabello
acaramelado fuese la última en salir de ese lugar. Por lo general
eran Pacho y Valentina los que preferían tatuar en horas de la tarde,
aunque eso les obligara a culminar su jornada en ciertas ocasiones
una vez había caído la noche.
Oriana, por su parte, amaba verse libre de sus obligaciones
temprano, porque eso le permitía disfrutar de algunas de las
actividades que adoraba hacer, como ir al skatepark o dar un paseo
en bicicleta por el malecón, mientras el sol se ocultaba en la ciudad.
Esto sin mencionar los cambios que la presencia de Bárbara en su
vida habían operado en su rutina. Puede que a Ana Paula no la
viera casi nunca, pero con la caleña ocurría exactamente lo
contrario: una vez se conocieron, se hicieron inseparables. Tomando
en consideración que el sujeto al que tatuaba aquel día era un buen
amigo y que su proyecto era más que relevante, hizo la concesión
con esa cita inusual. Cuando vio la hora, se dio cuenta de que
habían terminado antes de lo previsto.
Al abrir la puerta del estudio para dejarle el paso libre al hombre
que ya se retiraba, notó que Bárbara la esperaba sentada en una de
las sillas del pasillo con un rostro de franca preocupación. Sofía le
había abierto la puerta a la ingeniero, para minutos más tarde
marcharse por ese día. Oriana despachó al sujeto con simpatía, se
encargó de cerrar muy bien la puerta y le pidió a la caleña que la
acompañara, mientras aseaba rigurosamente el estudio y recogía
sus cosas, para dar por culminada su jornada. La ingeniero vio con
suma curiosidad cómo era el lugar en el que la mujer a la que
amaba trabajaba cada día en su mayor pasión y le llamó la atención
la música que sonaba a volumen moderado en ese lugar. Supuso
que era más que justificado que, al tatuar, se valiera de ese recurso
para distraerse, lo que jamás se imaginó es que recurriera a voces
como las de Cheo Feliciano, Pete El Conde Rodríguez, Tito
Rodríguez u otros intérpretes, que a veces se ponían a mitad de
camino entre la música bailable y la balada romántica.
—¿Qué pasó, niña? -preguntó con una sonrisa y voz muy suave
luego de darle un beso en la mejilla a la mujer de cabello negro-.
¿Por qué necesitabas hablar conmigo con tanta urgencia?
—Esta mañana me hicieron un anuncio importantísimo -Oriana la
miró extrañada. Tras desinfectar muy bien el mueble que había
ocupado el sujeto que acababa de irse, se dirigió al gavetero en el
que solía tener sus implementos para asearlo todo, guardar sus
utensilios y dejar cada cosa en orden. Bárbara se sentó,
estrujándose las manos nerviosa, en el sofá que estaba allí-. Me
promovieron en la empresa.
—¡Bárbara! -le sonrió-. ¡Fel...!
—¡No! -la interrumpió-. ¡Cállate! ¡No me felicites antes de que te
explique cómo fue todo!
—Bueno... -estaba confundida.
—Me asignaron el cargo de gerente de operaciones de la costa
pacífica...
—Eso suena a mucho trabajo... -rio, más bien concentrada en
sacar la aguja de la tatuadora y descartarla con rigurosidad en un
contenedor especial de basura, además de desechar los guantes de
látex que acababa de quitarse.
—No solo eso... ¡Eso significa que estaré muy lejos de Cartagena,
posiblemente yendo de una ciudad a otra al oeste del país! -Oriana
alzó la mirada despacio. En su gesto Bárbara entendió que sus
tribulaciones no eran precisamente infundadas-. Eso significa que la
semana que viene debo presentarme en Bogotá y de ahí en
adelante, no sé cuándo pueda regresar a Cartagena para verte o
estar con vos.
—Bárbara... -bajó despacio los brazos, ligeramente afligida.
—¡Estoy desesperada! -se tomó la cabeza con ambas manos-.
Claudia fue la que habló con el vicepresidente de la empresa para
darle carta blanca en su decisión de promoverme y reasignarme...
Honestamente creo que lo hizo con las mejores intenciones, pues
sabía de sobra cuánto ansiaba una oportunidad así... -Oriana
suspiró.
—Pero entonces está bien, ¿no? -sonrió suavemente-. Lo que
tanto querías ha llegado...
—¿Y vos? -se le humedecieron los ojos-. ¿Y nosotras? -la otra se
quedó pensativa por largos segundos. Sus temores volvieron a su
cabeza: ¿a Oriana Padrón le importaba realmente un nosotras?
—No sé qué decirte, Bárbara, no conozco las condiciones de ese
cargo.
—¡Yo tampoco! ¡Al menos no en profundidad! -se levantó del sofá
y comenzó a dar vueltas de un lado para otro-. No sé si podría
negociar coordinar los proyectos desde acá, si solo tendría que
viajar por temporadas al otro lado del país... ¡No lo sé! El gerente de
operaciones de la costa caribe vive en Barranquilla, hasta donde
sé... Se traslada a Cartagena con frecuencia, pero imagínate...
Estamos hablando de menos de dos horas de camino...
—No tienes otra alternativa que volver a Bogotá y enterarte allá
de todos los detalles...
—¿Y nosotras, Oriana? -estaba desesperada.
—¿Qué propones? -Bárbara volvió a tomarse el cabello entre las
manos.
—Es una locura, pero... Pero lo único que se me ocurre es que
vengas conmigo...
—Sí, niña, es una locura... -suspiró-. Mi negocio está acá... -y
señaló a su alrededor-. Mi trabajo, mi casa, mis amigos... Toda mi
vida está acá... ¡Y no me malinterpretes! No es que crea que una
mujer como tú no vale la pena como para dejarlo todo, pero...
—Sí, ya sé... -se acarició los brazos, desamparada-. Ya sé... Vos
y yo ni siquiera hemos iniciado una relación, tenemos poco tiempo
de conocernos... ¡Es descabellado y egoísta por mi parte! -Oriana
avanzó hacia ella y la envolvió entre sus brazos con ternura.
—Yo podría ir hasta donde tú estés una vez más que otra...
Quizás tú... Tú podrías venir a la ciudad y quedarte un par de días
conmigo... -Bárbara comenzó a llorar.
—¡Esto no era lo que yo quería! ¡Esto no era lo que tenía
pensado! -sollozó suavemente-. Yo quería estar con vos, compartir
mi tiempo, mi vida con vos... Ir de paseo por la ciudad, pasar una
noche más que otra bailando en un club, ver todos los crepúsculos o
amaneceres que se nos antojaran, eventualmente mudarnos
juntas...
—Nada de eso queda descartado, ¿sabes? -sonrió-. Quizás ya no
lo haremos con regularidad, pero cada una de esas cosas las
podemos hacer cuando vengas a Cartagena o... ¡O en la ciudad en
donde estés!
—¿Y tendremos una relación a distancia? -se miraron a los ojos.
—¿Estarías dispuesta? -sonrió con suavidad-. Yo no tengo
problema en intentarlo... -Bárbara volvió a hundirse en su pecho
desconsolada.
—¡No sé por qué siento que todo va a salir mal! ¡Que nos
perderemos la una a la otra luego de que nos estuvimos anhelando
por años!
—Calma, boba... -la besó en la cabeza-. Nada de eso tiene por
qué ser así... No somos una niñas y de nosotras dependerá que
esto funcione o no... -suspiró.
—Si me pides que me quede, Oriana, soy capaz de renunciar a
todo...
—No te pediría eso jamás, Bárbara... -le tomó el rostro entre las
manos y la miró a los ojos-. Y no se trata de que no te adore, ni de
que no desee tanto como tú estar contigo, se trata de que sé cuán
importante es esto para ti y no, no sería capaz de apartarte de algo
que ansiabas.
—¡Pero también te ansío a vos!
—Y aquí me tienes... -le sonrió-. Yo no voy a ir a ninguna parte.
—¡No es justo!
—Ya veremos de qué modo lo hacemos más justo, ¿te parece? -
la estrechó con fuerza contra su cuerpo-. Ya veremos de qué forma
logramos que funcione.
—Quiero llevarme algo de vos... -lo susurró allí, muy cerca de su
oreja. Tenía muy clara la idea de qué era aquello que soñaba con
llevarse, pero no se atrevería a decirlo por temor a ser rechazada.
—Te llevarás muchas cosas, Bárbara... Mi corazón, mis
pensamientos, mis ansias por volver a verte...
—Quiero algo tangible... -se miraron a los ojos. En su cobardía,
Bárbara sustituyó un deseo, por otro: Un tatuaje...
—¿Me hablas en serio, niña? -sonrió sorprendida.
—¡Sí! -pensó varios segundos-. ¿Alguna vez has diseñado una
luna, por ejemplo?
—Te sorprenderás... -la soltó despacio y fue al mueble donde
había estado ordenando las cosas antes. Abrió la última gaveta, se
inclinó y de debajo de una pila de libretas de bocetos sacó una, algo
vieja y deteriorada. Fue por sus páginas como si las conociera de
memoria y se detuvo en una de ellas, le mostró a Bárbara ese
libraco abierto en el que, del lado izquierdo había un sol y en el
contrario una luna-. Esto lo dibujé hace años. Aún no tenía un solo
tatuaje en mi cuerpo y recién estaba aprendiendo a usar la máquina.
Este sol -lo señaló-, fue el primer tatuaje que me hice en mi vida, lo
tengo en el centro de la espalda y el que lo plasmó allí fue Pacho, mi
socio... -Bárbara la miraba con atención.
—¿Y qué de la luna?
—Creí que en algún momento me la tatuaría en el pecho, pero
honestamente, conforme fui avanzando en eso de los tatuajes,
descubrí que no quería estar absolutamente cubierta de ellos, así
que decidí trabajar más bien en mis brazos y reservar una que otra
zona especial de mi cuerpo para piezas significativas que tuvieran
algo que ver con mis ciclos de vida.
—¿Me tatuarás la luna entonces?
—Imagínate... -sonrió y miró de nuevo el dibujo con desconcierto-.
Qué mejor destino podría esperarle a este tatuaje, ¿no? -volvieron a
mirarse a los ojos-. ¿Estás segura de que eso quieres?
—¡Sí! ¡Claro que sí! Será mi primer tatuaje, posiblemente el único,
y quiero que lo hagas vos.
—Listo... Déjame preparar el transfer, ¿está bien?
—Bueno... -y vio con absoluta atención y admiración por largos
minutos de qué forma Oriana alistaba la pieza, inclinándose sobre la
mesa de luz en la cual la chica de cabello acaramelado solía
trabajar.
—Ya casi estamos listos... -susurró y alzó sus ojos para ver a
Bárbara-. Lo quieres en la espalda, ¿cierto?
—Cierto.
—Genial... -señaló con su mano-. Siéntate en ese mueble que
está allá. Justo está dispuesto. Siéntate con las piernas abiertas, de
frente al respaldo y apóyate de él, mientras yo voy a ir ajustando los
últimos detalles, ¿bueno?
Vio a Bárbara sentarse a horcajadas sobre ese mueble tal y como
se lo había indicado. La caleña se impulsó un poco con sus piernas
para quedar cerca del respaldo, que usaría de sostén mientras
Oriana trabajaba en su espalda. La tatuadora, de pie en un rincón,
sacaba de su mueble una aguja nueva mientras alzaba despacio
sus ojos verdosos para ver a la otra allí, de espaldas a ella. Se le
hizo un vacío en el estómago y un nudo en la garganta antes de
ordenarle:
—Quítate la camisa, Bárbara, por favor... -Bárbara dio un respingo
imperceptible. Fue como si de solo escuchar a Oriana decirle eso,
se hubiese conectado de inmediato con las emociones que ella
misma estaba experimentando y, con un temblor en los dedos, la
obedeció.
Oriana, más bien concentrada en probar que todo en su máquina
tatuadora estuviese funcionando correctamente, no notó de
inmediato las características del brasier que la caleña llevaba ese
día. De nuevo alzó la mirada y se topó con esa espalda de luna a
medias descubierta, pero al ver el diseño de esa prenda íntima, se
aclaró un poco la garganta y corroboró:
—¿Dónde quieres que haga el tatuaje, Bárbara?
—En el mismo lugar donde lo tienes vos... -Oriana sonrió, muerta
de nervios.
—En ese caso vas a tener que quitarte el brasier también...
Ambas se quedaron inmóviles por segundos. Bárbara suspiró con
suavidad y llevó sus manos al centro de su pecho, donde con dedos
aún más temblorosos soltó el broche de la prenda íntima
y lo dejó caer despacio por su espalda y por sus brazos. Oriana
no perdió ni un solo detalle de ese gesto y sintió que debía correr al
baño para humedecerse la cara con agua fría, pero apeló a su
profesionalismo. Personas semidesnudas que exigían de ella ser
tatuados en los lugares más insospechados había tenido de sobra,
¿por qué turbarse ahora que tenía ante sí el torso descubierto de la
caleña? Suspiró. ¡Como si fuese tan sencillo! ¡Como si se tratase de
cualquier cosa, de un cliente más! Notó, por el temblor en sus
manos, que debía controlarse si quería hacer un buen trabajo y trató
de ser lo más objetiva posible.
Antes de sacar la aguja de su envoltorio, tomó un par de guantes
de látex nuevos y estuvo a punto de usarlos cuando de pronto se le
cruzó por la cabeza una sutileza: la de acariciar con manos
desnudas la piel de esa mujer de la que estaba absolutamente
enamorada. Reservó los guantes para después y respirando hondo,
tomó un poco de gel con la punta de los dedos de su mano
izquierda, el diseño de la luna que procedería a transferir en la piel
de Bárbara para usarlo como referencia, y se aproximó a ella.
Oriana también se sentó a horcajadas en el mueble, con la mano
que le quedaba libre procedió a retirar, con una delicadeza suprema,
el cabello negro y liso de la caleña que le caía sobre la espalda y no
lo notaron, pero ambas se estremecieron.
Una vez la zona en la cual iba a trabajar estuvo descubierta,
Oriana tomó aire (más que suspirar) y con la punta de sus dedos,
como si rozar la piel de Bárbara fuese un acto de fe, esparció con
cuidado el gel, para luego sujetar ese transfer que procedería a
colocar en la espalda de la otra.
No lo sabía, pero la caleña la miraba. Recostada como estaba del
mueble, con el hermoso rostro girado hacia la derecha, Bárbara no
perdía un solo detalle de Oriana valiéndose del reflejo que le
regalaba el espejo. Vio a la mujer de cabellos acaramelados mirar
ese torso de arriba a abajo con estupor y comprendió, por su
nerviosismo, por su titubeo, por su exagerado arrobo, que Oriana
estaba sencillamente a merced de su desnudez.
La mirada de esos ojos negros sobre ella fue tan penetrante, que
la tatuadora no pudo resistirse y giró despacio el rostro, para ver a
los ojos de esa mujer usando como mensajero a ese espejo, que
estaba atesorando sobre su cristal pulimentado toda la escena.
Verse fue corroborarse. De inmediato supieron lo que estaban
sintiendo la una y la otra y cuán absurdo sería, por parte de ambas,
ignorarlo.
Esa voz, la de Cheo Feliciano, las estaba envolviendo y Bárbara,
movida por el romanticismo de esa canción inmortal, que una vez
mencionara Carito, y a sabiendas de que no tendría otra ocasión
como aquella para propiciar sus anhelos, se incorporó muy despacio
y se echó completamente hacia atrás, hasta hallar en el pecho de
Oriana un nuevo sostén para su cuerpo. Ambas se sintieron morir
solo de saberse tan cerca y la tatuadora alzó su mirada
nuevamente, despacio, para ver en el espejo el reflejo de los senos
maravillosos de su acompañante. No lo podía creer. No podía creer
que sobre esa piel tan blanca, ese par de maravillosos cúmulos
sonrosados gobernaran con sutileza. Creyó que podría contemplar
sus senos por el resto de su vida, pero Bárbara le hizo saber, en
cuestión de segundos, que eso no era lo único que podía hacer con
ellos.
Ambas temblaban, es cierto, pero eso no le impidió a la caleña
tomar las manos de la tatuadora y llevarlas hasta su pecho,
indicándole con este gesto poético y sensual, cuánto ansiaba que la
recorriera sin pudor. Oriana olvidó todo. Dejó caer el transfer, en su
mente se disipó la verdadera razón por la que estaban allí y cuán
bien o mal podría estar que todo eso estuviese pasando en el
estudio y, tras vencer un estremecimiento conjunto que se manifestó
como consecuencia de que sus manos delicadas se cerraran con
generosidad sobre los senos de Bárbara, procedió a acariciarlos, al
principio de un modo más sutil, como si tuviese entre sus palmas un
par de gorrioncillos a los que temía sofocar, pero los gemidos de
Bárbara allí, tan cerca de su oreja, casi hundida en su pecho, le
sirvieron de motivación para ser cada vez más incisiva en sus
caricias y ese momento; ese momento se convirtió en eternidad.
Oriana era kinestésica, atrevidamente kinestésica, por eso sus
caricias eran, cada una en sí misma, una historia, una declaración y
un manifiesto. ¿Por cuánto tiempo más iban a postergar ese deseo,
si la divergencia de sus caminos era inminente y solo les quedaban
dos consuelos: amarse, de tal forma que pudieran quedarse en sus
memorias como hecho trascendental y aferrarse a la posibilidad de
que esa entrega se convirtiera en un sello que las mantuviera
atadas, a pesar de la distancia.
Si amarse esa tarde era poner un lacre sobre su contrato de amor,
las manos de Oriana sobre el cuerpo de Bárbara no serían otra cosa
que el buril que talla en delicados recovecos cada detalle de ese
fierro incandescente que era la pasión entre ambas. Entonces sí, la
recorrió con intensidad enloquecedora. No solo masajeó sus senos
con delicia y sensualidad, también subió por sus brazos, tomó con
fuerza su cabeza, hundió sus dedos en su cabello y la apretó contra
sí, como si todo su cuerpo fuese impronta que se adhiere a ese
torso de luna que estaba a su merced aquella tarde.
Llevó sus labios de albaricoque a sus sienes, los bajó luego hasta
su oreja, explorando ese pabellón no solo con ellos, también con la
punta de su lengua, atenazó su lóbulo con sus dientes, sin importar
encontrar en él el anzuelo de un zarcillo, bajó hasta su cuello y allí
mordió, libó, lamió y besó, mientras sus manos no se detenían y
habían decidido ir más allá de los senos, los brazos y el cabello de
Bárbara para bajar por su abdomen y su cintura, treparse por sus
muslos, colarse entre ellos y retroceder a la entrepierna, hasta
estrellarse con firme sutileza contra su sexo, arrancándole un
gemido ronco. La tuvo a su merced por minutos y minutos y la
sumisión de Bárbara era como una droga de la cual ni podía, ni
quería apartarse.
Se descolgó de su cuerpo despacio, se puso de pie y Bárbara,
ansiosa por saber qué otra cosa se le ocurría a Oriana para seguir
adelante con esa osadía, notó de qué forma la tomaba por la manos
para indicarle que se girara sobre el mueble, esta vez de cara a ella.
Así lo hizo la caleña, volviendo a sentarse a horcajadas y vio a
Oriana tornar a colocarse ante sí, pero esta vez, tomó las piernas de
ella por debajo de las rodillas, las alzó, se coló a través de la parte
inferior de las mismas y tomándola con firmeza por la cintura, la
empujó hacia sí, haciéndola converger casi de un modo perfecto con
su cuerpo y con su pubis. La mujer de cabello negro casi enloquece
al sentir hacia dónde empujaba Oriana las cosas y de qué forma la
hacía sentir sus iniciativas, pero su proximidad no culminaría allí.
Sintió a la tatuadora deslizarse con fuerza sobre ese mueble, hasta
dejar a Bárbara completamente recostada del respaldo,
incrementando así su pulsión.
Allí, en una posición en la que no parecía colarse ni el aire, Oriana
le dio acento y propósito a su dominación con un beso que se
apoderó en demasía de la boca de su acompañante, más entregada
que nunca a lo que sea que ella tuviera a bien obrar sobre su piel,
en cada rincón de ella. Bárbara entendió, en esa forma colosal que
halló la otra para devorarle la boca, que sus temores estuvieron
fundamentados sobre la base de la nada. Fue dichosa en parte al
constatar que el deseo era recíproco y ardiente.
La tatuadora trató de alargar la mano para apagar la luz de esa
lámpara retráctil que utilizaba al hacer su trabajo y Bárbara, que
además del beso y de todo lo que sentía sobre su cuerpo, lo
percibió, se apartó despacio, miró a los ojos a Oriana,
completamente fuera de sí y sonriéndole, le susurró:
—¿Qué quieres hacer?
—Apagar la luz... -rieron a los susurros.
—Listo... -alzó sus ojos negros, divisó la lámpara, soltó la espalda
de Oriana a la que estaba aferrada con frenesí y con un sencillo
movimiento, cumplió el cometido. Aprovechó el momento para tomar
las elásticas que llevaba puesta la tatuadora sobre su camiseta esa
tarde, dejarlas caer a los lados de su cuerpo y sacarle una de las
prendas con la que vestía. Acto seguido y mientras se miraban a los
ojos de un modo increíble, fue también por el brasier y ambas
empataron en desnudez, con el jean y los zapatos como única
prenda que las cubriera.
Las creativas caricias de Oriana, su definitiva arma letal, volvieron
para apoderarse de nuevo de Bárbara y esta vez ya no le bastaba
con beber de sus labios, sedienta. Recorrió esos relieves rojos con
su dedo pulgar y la otra, enloquecida por el tránsito que
protagonizaba en su piel, libó y mordió ese dedo, de la misma forma
y con el mismo frenesí con el que lo había hecho con su lengua.
Entonces volvieron a enloquecer, proponiendo como muestra de
demencia un beso rudo, atrevido, profundo y asfixiante.
Continuaron besándose y tras minutos de comunicarse de ese
modo sofocante, Oriana sorprendió a Bárbara alargando su mano
hasta la palanca que ajustaba las diversas posiciones de la silla,
haciendo caer el respaldo hasta dejarlo en plano horizontal y con él,
a ellas dos, que se reclinaron con un dejo de brusquedad.
—¡Buena estrategia! -lanzó la caleña haciendo reír a la otra y
retomaron el beso, esta vez acentuado por la convergencia casi
absoluta de sus cuerpos. Oriana retomó el cuello de Bárbara con
sus labios y la caleña, secuestrada por completo por las emociones,
susurró como si estuviese en medio de un episodio de delirio: ¡Sí, sí,
Oriana, sí! ¡Definitivamente, sí!
—Sí, ¿qué? -y alzó un poco la cabeza para mirarla a los ojos-.
¿De qué estás hablando, mi amor?
—De que eres vos... -le tomó el rostro entre las manos-. ¡De que
siempre fuiste vos! ¡Siempre, desde el primer momento en el que te
pensé sobre el techo de esa casita de Cali! ¡Ahora lo sé mejor que
nunca!
—Yo también lo sé, Bárbara... Yo también lo sé porque en tus
gemidos está la rima de mis versos... ¡De todos los versos de mi
vida! -la miró a los ojos y en un tris se le humedecieron-. Y ahora tú,
en solo unos días... -la otra le cubrió la boca con la mano.
—No pienses en eso ahora, Oriana... El ahora es el ahora...
¡Vamos a vivirlo! -Bárbara se precipitó sobre su boca y la atrajo con
fuerza hacia sí, valiéndose de sus manos. Sintieron que ese ahora,
ese período de tiempo en presente perfecto que ambas estaban
construyendo, sería generoso con ellas en espacio y duración, por lo
que a pesar de que se habían ansiado por meses, se amaron como
si contaran con siglos, deleitándose muy especialmente en el
descubrirse, como si cada una se quisiera llevar de la otra para el
incierto mañana todas las certezas que sirvieran de motor a las
evocaciones. Se extrañarían como unas dementes. Aunque no
querían pensar en eso, en el fondo de sus corazones ya sentían
soplar el viento helado de la añoranza. Se sintieron como dos
idiotas, que postergaron con testarudez su verdad, solo para
desenmascararla ante el paredón de la inminente despedida. Más
vale tarde que nunca. ¿A qué otra máxima se podían aferrar?
Tenerse de la manera en la que lo habían ansiado por semanas
se convirtió en tabla de salvación de naufragio y el cuerpo de una
fue para la otra ese mástil al que se aferra el que flota sobre las
olas, sin dirección ni consciencia. La ausencia de lucidez no estaba
auspiciada en este caso por el desvanecimiento, sino por la
embriaguez que les provocaba recorrerse y probarse del modo en el
cual lo estaban haciendo. Quizás no estaba del todo bien que por
segunda vez, en menos de un año, Oriana volviera a recurrir al
estudio como si se tratase de un emplazamiento romántico, pero
detener sus avances sobre el cuerpo de Barbara era sencillamente
como querer detener a un meteorito tratando de usar como
contención el dedo índice de tu mano derecha.
Así que pasaron del mueble que usaba para tatuar a sus clientes
a un sofá pequeño en el cual, en ciertas ocasiones, esperaban los
acompañantes y allí, con la poca luz que entraba por la persiana
producto de que Cartagena se estaba quedando a oscuras,
acabaron de desnudarse y de entregarse, esta vez de una manera
inédita para ambas. De alguna forma se las ingeniaron para
entrelazar sus piernas y permitir, de un modo muy similar a como lo
habían hecho antes, que las húmedas concavidades de su frenesí
se encontraran, como si el almizcle de sus deseos les sirviera no
solo de sujeción, también de pretexto para querer ir más allá en
semejante aproximación. Por supuesto que perdieron la poca
cordura que les quedaba y fue una bendición que cada una contara
con el sustento del cuerpo de la otra, porque de otro modo, las
habría alcanzado un desvanecimiento incontenible.
—Le sugerí a la noche que postergara su partida... -susurró
Oriana en la oreja de Bárbara, valiéndose de su locura para
atreverse a hacer poema en prosa de sus gemidos-. Le ofrecí, a
cambio de que no transcurriera, mi vida y ella, ciega e ingenua,
velada por su capote de estrellas, se lo creyó cumpliéndome el
pacto sin imaginar que mientras mis dedos puedan aferrarse a tu
vida, mi alma ya está hipotecada a tus designios y no hay forma de
que se extinga, porque ahora sé que tus besos son el hontanar de
donde bebe mi aliento.
—Ay, Oriana... -abrió a medias sus ojos para mirarla, fuera de sí-.
Sentirte de la forma en la que te estoy sintiendo, es como estar
subida a una nueva bicicleta en la que, con el pedaleo de tus besos
y de tus caricias, me llevas al firmamento...
—Quiero llevarte más allá... ¿Me dejas?
—Tómame y elévame hasta donde quieras, créeme que desde la
primera vez que te vi, supe que vos no me dejarías caer...
—Que conste que tú así lo autorizaste...
—¡Sí, sí! -estaba al borde de la demencia-. No te detengas por
nada... -y Oriana borró de su diccionario para siempre la palabra
ALTO, tratándose de hacer de su pertenencia a Bárbara Monsalve.
Sí, la hizo suya, pero la tatuadora no sería la única en tejer lazos
de dominio en ese cuerpo de luna. Bárbara también se obsesionó
con esa mujer de la cual quería apropiarse y fueron bastante
equitativas no solo en la contundente aproximación de sus fosas de
pasión, también en todo lo que permitiera la inmersión en ellas. Se
valieron de sus manos para recorrerse con entero gozo, para
identificar no solo los fascinantes escondrijos que estaban allí, a
simple vista, también para ir al fondo de sus vesanias. Fue la gloria,
la ascensión suprema del placer, sentirse contraerse o dilatarse
sobre sus dedos apretujados, embadurnados de esa miel producto
del arrobamiento, y los espasmos que se anticipan al éxtasis, fueron
reliquia de amor para ambas, especialmente tratándose de Bárbara,
que estaba demostrándole a Oriana que su dulzura no estaba para
nada peleada con sus habilidades al momento de amar como toda
una mujer: generosa, creativa, atrevida, osada, dominante por
segundos. La mujer de cabellos que parecían trenza de melcocha
se sumó al concierto de gemidos, experimentando a merced de la
ingeniero un orgasmo tan total y descabellado, que culminó en gritos
y una dentellada sublime en su hombro.
El estudio estaba en la más absoluta oscuridad. Salvo uno que
otro destello de luz, era difícil ver sus rostros en semejante
penumbra, por eso solo se sentían, una, sobre el cuerpo de la otra,
aún tendidas en aquel sofá. Bárbara estaba completamente
acurrucada en el pecho de Oriana con mil emociones distintas
manifestándose en su corazón. Era dichosa, de eso no le cabía la
menor duda, pero estaba aterrada ante las nuevas perspectivas que
la vida le presentaba sin buscarlo.
—¿Quién me iba a decir que alguna vez en mi vida te tendría así,
caleña? -Oriana suspiró arrobada y besó con dulzura su frente y su
cabeza.
—Ya yo había perdido las esperanzas de que esto sucediera -
susurró.
—¡Exagerada! -Bárbara rio suavecito consciente de que
dramatizaba un poco.
—Hablando en serio -se aclaró un poco la garganta tratando de
sobreponerse a sus temores y a la incertidumbre-, por momentos
dudé que realmente te gustara, ¿sabes? -Oriana se incorporó un
poco para mirarla.
—¿Lo dices en serio? -pensó en todo lo que le había dicho
Valentina y se sintió como una estúpida.
—Sí. Palabra. Sin ánimos de exagerar, yo he tenido que reprimir
mis deseos desde el primer día por respeto a vos y a veces me
sentía tan ansiosa, que tu firmeza me desorientaba. Por momentos
pensé que solo estabas dándote unos días más para decidir que no,
que tu ilusión platónica con la mujer con la que bailaste esa noche
en el club de salsa estaba muy lejos de la realidad y... ¡pajaritos a
volar!
Oriana la miró muy seria, nunca se imaginó que le estuviese
ocasionando todas esas sensaciones con su prudencia.
—¿Por qué no dijiste nada, mi amor?
—Por temor. Me causaba mucha tristeza corroborar que no había
llenado tus expectativas -no podía ver la expresión de Oriana, pues
conservaba los ojos cerrados, pero la miraba con un dejo de
angustia.
—¿Desde cuándo estás sintiendo todo esto?
—Desde hace algunas semanas. No lo sé con exactitud.
—No -deslizó sus manos por su espalda valiéndose de sus
caricias que eran de terciopelo y la apretó contra sí con fuerza-, pero
si yo estoy loca por ti, Bárbara.
—Ahora lo sé, pero todo este tiempo has sido una loca muy
circunspecta, Oriana Padrón -se echaron a reír-. Vos me fascinas,
vos me traes de cabeza, por eso esperaba con un poco de tristeza a
que llegara el día en que fueras vos la que me dijeras que quizás
nuestro idilio no tenía mucho sentido.
—¿A pesar de las coincidencias? ¿A pesar de los atardeceres?
¿A pesar de todo lo que nos hemos dicho?
—Sí, a pesar de todo eso... Así es...
—No, Bárbara, no -la apretó con más fuerza y la miró fijamente,
intentando escrutar su expresión a pesar de la oscuridad-. Ni en mis
peores pesadillas te diría una cosa como esa, en especial porque
una de mis mayores alegrías es saberme contigo. Tú superas mis
expectativas, le pusiste personalidad, sensibilidad e inteligencia a
una imagen platónica que me acompañó desde la infancia, cuando
era una pelada jugando a ser poeta en Turbana. Siento haberte
hecho dudar con mi sensatez, pero como una vez dijiste que tu
relación anterior había sido complicada y mi romance más reciente
no fue precisamente color de rosa, quise darnos tiempo.
—Y lo agradezco, mi amor, por eso no quiero causarte una
angustia con mis inseguridades...
—¡Y yo no quiero causarte inseguridades con mi exceso de
sensatez! Nunca me pasó por la cabeza que mi prudencia era
interpretada como indiferencia por ti.
—Te das cuenta de que estábamos metidas en un grave
malentendido, ¿no? -se echaron a reír.
—Pues eso parece, sí -sus ojitos, almibarados en esa
oportunidad, brillaban con temor.
—Lo que más lamento de todo esto no es la inseguridad que sentí
o tu sensatez con respecto a nosotras... Lo que más lamento es que
le apostamos al tiempo y de un momento a otro, nos lo han quitado
todo. Es como si nuestro romance fuese los granos de arena que se
escurren deliciosamente por un reloj y un golpe de viento lo ha
tirado al suelo, destrozándolo en pedazos y derramando por todos
lados un polvo dorado que ahora se está llevando el soplo de la
incertidumbre.
—¡No dejaremos que nos lo arrebaten, Bárbara, lo prometo!
¡Contendremos ese polvo dorado del que hablas y lo haremos
eterno! Puede que ahora las cosas nos empujen a tomar otra
posición de cara a nuestro amor, pero encenderemos la antorcha de
ilusión que nos hará doblegar a las sombras de la incertidumbre.
—Al menos sé que un beso tuyo es chispa más que suficiente
para encender ese hachón... -y bebió de su boca sin temor a
quemarse, postergando con eso los minutos en penumbra que le
esperaban en ese estudio, entre caricias y gemidos.
Amarse de vuelta sería, por esa ocasión y por todas las
siguientes, un nuevo leit motiv para ambas. Se miraron tras minutos
en los cuales pudieron recuperar el sentido y de solo verse supieron
de sobra que la noche no había llegado a su final. Era solo el primer
acto de una pasión devoradora de meses, que se había valido de
ese estudio como escenario inicial.
Cuando el telón de la ópera que era amarse sin límites volvió a
alzarse, lo hizo con Bárbara arrinconada en la pared de la ducha del
departamento de Oriana, pero no sería allí, húmedas y hambrientas,
donde culminaría ese fragmento de aquella pieza arrebatadora.
No pasó demasiado tiempo para que hallaran el mejor de los
acomodos sobre el lecho, donde Bárbara se dispuso a hacer mano
de todas sus iniciativas. No sabía cuándo ella y Oriana volverían a
verse una vez que abandonara La Heroica para asumir los
compromisos que siempre ansió, pero que justo ahora no estaba del
todo segura de querer aceptar, por eso, porque necesitaba llevarse
consigo la certeza de que la pertenencia de ambas era absoluta,
decidió trepar sobre el cuerpo de la tatuadora y cabalgar sobre sus
labios, ofreciéndole en ese gesto la permisión absoluta para que
bebiera sin saciarse de sus aguas, con su trepidante lengua
transitando caminos inimaginados que, de no ser porque la mujer de
cabello negro encontró oportuno asidero en el cabecero de la cama,
no habría podido resistir sus insistentes laceraciones y esa forma
que tenía de sorberla sin pudor o mezquindad.
Claro que esta vez la que había perdido el sentido era Bárbara,
pero estaba segura, segurísima, de que una vez que lo recobrara,
se volcaría en Oriana de la misma forma en la que ella lo estaba
haciendo y no transcurrió demasiado tiempo para que el momento
de retribuir semejantes maravillas tomara el control de la situación.
Al experimentar cómo su novia tomaba de nuevo el control de las
iniciativas sobre la cama, Oriana se sintió por enésima vez
bendecida en solo una noche, o al menos por el lapso de ella que
había avanzado hasta ahora. Bárbara tomó ambas manos de
Oriana, dominándola, mientras besaba sus senos como mejor le
parecía. La otra tuvo que reconocerse que ese sutil gesto de
autoridad, aunado a sus labios catando sus pezones, le produjeron
un dulce éxtasis; en ese momento entendió que con la caleña, la
desigualdad estaba en vías de esfumarse para siempre de su lecho.
Soltándose de las manos entrelazadas, con un roce sutil pero firme,
las manos de la ingeniero contornearon los brazos tatuados de
Oriana, se ciñeron a su cuerpo como una armadura de seda,
recorriendo la parte posterior de sus hombros, la cavidad de sus
axilas, el anhelado flanco de sus senos, la precipitación de su
costado, que declinaba hacia una cintura exquisita y que se abría de
nuevo, como una costa sinuosa, hacia unas caderas de infarto y un
ombligo que era, como dirían los quechuas, el centro del mundo; ¡de
su mundo! Hipnotizada, agradecida porque esa habitación en el
departamento de la tatuadora gozaba de una mayor claridad, se
tomó unos minutos de sosiego entre tanto frenesí y musitó:
—Amo tu cuerpo, Oriana... -no sabía si comérsela a dentelladas o
sentarse en una esquina a contemplarla, pero la premura era
incitante y no estaba de humor para misticismos.
—Ídem -musitó apenas y ante semejante revelación se preguntó a
sí misma cómo había conseguido ser tan terca durante todo ese
tiempo con ese argumento estúpido de "tomarse las cosas con
calma". "¿Cuál calma? ¡Si con esta caleña maravillosa no hay ni un
centímetro para la calma!", e incorporándose, se arrojó sobre
Bárbara por enésima vez.
Arrodilladas en la cama unieron sus cuerpos de tal modo, que ni
siquiera una brizna ínfima de polvo habría podido encontrar asilo
entre sus pechos, mucho menos entre sus labios. La tatuadora hizo
a la otra yacer de espaldas sobre el lecho. Oriana dejó caer el peso
de sus caderas entre las piernas de su novia, como describiendo
una cobra completa, acompañada de un gemido, torsión de cuello
hacia atrás incluida, no por la búsqueda del balance del cuerpo, sino
por el enorme placer que le producía sentir el contacto de su pubis
con el de Bárbara, esta vez de un modo distinto al que habían
empleado en el estudio. Haciendo girar su cuello en un movimiento
sensual y sutil que le voló los sesos a la otra, volvió a mirarla, reparó
en su gesto de deleite, una expresión compartida, y no tardó en
sentir sus manos cerrándose con suavidad indescriptible sobre sus
senos. Saberse ahí, en el lugar codiciado, la hizo recordar a su
mejor amiga. "Ay, Valentina, no tienes idea de lo que es estar entre
las piernas de esta mujer... ¡ni la tendrás jamás, flaca!". Se sintió
gozosa, solo de saber que ese espacio mágico y cálido en el mundo
era nada más suyo. Poco a poco se dejó caer sobre la caleña, para
que sus vientres tuvieran la oportunidad de construir un diálogo a
medida, y la besó como si la vida dependiera de ese instante, su
novia tomó con firmeza su cabeza, aferrándose a sus destellos
amelcochados, empujándola contra su boca. Decidió que era el
momento de bajar por esa espalda, por esa suave piel dorada que
hasta esa noche desconocía y no precisamente por decisión propia.
—Quiero ver que me impidas recorrerte completa, Oriana -susurró
y dejó a sus dedos abrirse nuevos caminos en cada pliegue de su
bellísima humanidad.
—¿Impedirte? -su voz fue un jadeo-. Ahora no estoy en posición
de impedirte nada, Bárbara, mas sí de exigirte.
—Habla, que yo cumplo todos tus deseos -los ojos de Oriana bien
podían confundirse con el fuego, no en vano eran cambiantes.
—Conquístame -espetó contra su boca-, coloca tu bandera en mi
cima más alta y reclámame tuya, para explotar todas mis riquezas.
Conviértete en nuevo tatuaje sobre mi piel, en escaración tallada en
la dermis a fuerza de caricias.
Bárbara tuvo un par de segundos de desvarío y cuando atinó a
accionar, lo hizo para consumirse por entero a esa mujer y no dejar
migajas a nadie. Haciendo uso del derecho a colonizar que ambas
se habían concedido, recorrieron a placer cada recoveco de sus
cuerpos. Oriana se bebió los senos que había acariciado
morbosamente en el estudio unas horas atrás, mientras que la
caleña le puso sabor, olor y textura a todas las alucinaciones que
había tenido mil veces, poseyendo a su novia en sueños húmedos.
En esa travesía sensorial, que se acercaba a un doble y merecido
estallido de gloria (uno más de esa extensa velada de
aproximaciones), sus bocanadas reventaron contra sus rostros,
acompañadas de un sublime temblor, y cuando Bárbara volvió a
abrir los ojos, con su nariz fundida a la de Oriana, se mojó los labios
y dijo, contemplándose en sus ojos acaramelados, con un lánguido
aliento:
—Hola... ¿Soy yo la niña desconocida a la que le dedicabas todos
tus versos? -Oriana la miró con un sobresalto, con una sorpresa y
los ojos se le humedecieron de inmediato.
—¡Sí, eres tú! ¡Siempre fuiste tú! Y yo... ¿soy yo el amor de tu
vida al que le hacías preguntas sin respuesta mientras
contemplabas el cielo de una noche rociada de estrellas?
—Sí... ¡Claro que sí! ¡Mil veces sí, porque en ti todas mis dudas
se aclaran a la luz de tu mirada! -se dieron un abrazo irrepetible,
sellado por la desnudez de sus cuerpos.
Tras el letargo de aquella nueva exploración extenuante, yacían
en la cama, sus pechos oprimidos y en contacto, ni supieron en qué
momento Bárbara había tomado el cuerpo de Oriana para su retozo,
solo sabían que estaban allí, transformadas en un solo ser.
Desde luego que para la tatuadora fue magnífico enredar sus
dedos en el cabello negro y precioso de la caleña, como si esas
hebras de un purísimo azabache, fuesen las bridas de una bestia
briosa y rebelde, como brioso y rebelde era su modo de amarse que
no cesó, a pesar del cansancio. No le darían tregua a la noche y
entre orgasmos compartidos, producto de numerosas y creativas
maneras de amarse, avanzó la madrugada y una vez que sintieron,
desfallecidas, que era el momento de poner freno a sus desmedidas
aproximaciones, Bárbara yacía nuevamente, agotada y eufórica,
sobre el cuerpo de Oriana.
—Ahora menos me quiero ir... -susurró. Oriana se echó a reír-.
¿Cómo se supone que voy a regresar a Bogotá luego de esta
noche, luego de que sé que nos pertenecemos y que podemos
amarnos de esta forma?
—Era de suponerse, caleña... -acariciaba su cabello con sutileza
absoluta, mientras besaba sus sienes de un modo suave-. Siempre
fuiste entre mis manos suposición de embriaguez... Siempre fuiste
ante mis ojos espejo de desvarío y... -suspiró de un modo
entrecortado-, y ahora que eres demencia de realidad, ¿cómo
esperas que pueda curarme de tu locura?
—Pues yo no quiero... -la rebeldía se había instalado en su alma-.
Yo no quiero ni curarme, ni alejarme, ni mucho menos elegir... ¡Es
que no hay nada que elegir! Mis ojos eligieron antes que mi piel. Mi
piel eligió antes que mi corazón y ahora... Ahora es mi corazón el
que ratifica con el más ínfimo resquicio de mi cuerpo lo que mi alma
supo antes que todos ellos... -volvieron a mirarse a los ojos-. Eres
vos y por ser vos, ya no hay otro rincón en el mundo al que deba ir...
—Se trata de uno de tus mayores anhelos, Bárbara.
—No me hables de anhelos, Oriana. Vos eres mi sinónimo de
anhelo. Mi definición de sueño que se cumple... -suspiró-. Lo otro, lo
otro solo es un compromiso, una responsabilidad, que no conforme
con todo lo que significa, también me aparta de tu lado.
—Pero debes ir a atenderla, mi amor... -le acarició el rostro con
dulzura-. Debes hacerle frente porque de esa responsabilidad
también se teje la fibra de tu vida.
—¿Y nosotras? -estaba a un tris de enojarse como lo había
estado desde la mañana, cuando Rafael Bermúdez le anunció que
la promovían-. Es la tercera vez que te pregunto: ¿qué será de
nosotras?
—¿De verdad crees que después de la forma en la que nos
hemos estado amando desde hace horas hay dudas para nosotras?
—Eso no es lo que me preocupa, porque créeme que el dogma
de fe de nuestro amor me lo sé de memoria desde que era una
pelada y te pensaba, ¿oís? Pero es que no puedo creer que yo sea
la única que no quiere apartarse de vos... ¡Ni siquiera sé cómo me
voy a levantar mañana de esta cama para ir al trabajo, movida por el
deseo que tengo de ser una con vos!
—Bárbara... -le tomó el rostro entre las manos con frenesí-, se me
va a ir el alma detrás de ti apenas te subas en ese avión a Bogotá,
pero... ¿crees que puedo ser tan egoísta como para detenerte? ¡No
puedo! -reflexionó-. Ya sea que puedas negociar las condiciones de
tu nuevo cargo, ya sea que solo lo tomes por un tiempo y luego
vuelvas... Debes ir allá e intentarlo...
—¿Y vos? -volvió a desesperarse-. ¿Qué hago con vos?
—Yo voy a estar aquí, esperándote el tiempo que creas
necesario, yendo a tu encuentro cada vez que se pueda o cuando tú
lo necesites... Yo voy a estar aquí pensándote, escribiéndote un
verso a diario, un poema, unas líneas... Yo voy a estar aquí,
amándote con la misma devoción con la cual Penélope decidió
esperar por Odiseo.
—¿Y si no regreso a tiempo? ¿Y si te cansas de esperar? -se
puso colorada de los celos: ¿Y si Ana Paula vuelve a tu vida y
decides intentarlo con ella? -Oriana se echó a reír.
—Esa es la opción de la que menos debes preocuparte.
—¿Y si no es Ana Paula? ¿Y si es otra?
—No sucederá. Mi corazón es tuyo, Bárbara... -la miró un par de
segundos-. Yo también podría temer, ¿no? Yo también podría temer
que una nueva Claudia Valencia llegue a tu vida, esta vez para
enamorarte de verdad... ¡En especial porque podría tratarse de
alguien más afín, que comprenda tu profesión, lo que te apasiona!
—¿Quién más afín conmigo que vos, Oriana? ¿Es que de verdad
crees que no saber nada de lo que hace la una o la otra entorpece
algo entre vos y yo? ¡Eso no hace la más mínima diferencia en la
forma que tenemos de sentirnos desde que nos vimos por primera
vez! Así que en nuestro caso la afinidad no es un asunto de
profesión o conocimiento, la afinidad es consecuencia de la forma
en la que decidimos compartir nuestras vidas y complementarnos.
—Entonces no hay nada que temer, Bárbara... Puede que ahora
estemos distanciadas por un tiempo, pero...
—No quiero... -volvió a hundirse en su pecho-. De lo que menos
quiero hablar es de distancia entre vos y yo.
—¿Y qué se supone que harás, caleña?
—Acudir al llamado de ese hombre... El sujeto que me está
solicitando en Bogotá es nada más y nada menos que el
vicepresidente de la compañía... Conocer a fondo de qué se trata su
propuesta y...
—Y aceptarla, mi amor... -sonrió a medias-. Aceptarla, para que
no quede en ti la sombra o la inquietud de que no lo hiciste... -la
estrechó entre sus brazos con fuerza-. A fin de cuentas desde el
principio supimos que nuestra relación es un brebaje de amor que
se cuece despacio... -la otra suspiró con desconsuelo-. Llegará
nuestro tiempo, Bárbara y esta noche, esta noche será como la
epifanía de ese momento.
Bárbara se hundió de nuevo entre los brazos de Oriana con
frenesí. Odiaba que ese amarse fuese anticipo de una realidad
futura, justo cuando ella ansiaba por hacerla conjunción presente.
De brazos cruzados y con la ceja arqueada, Salomé esperaba a
que Valentina hallara, en medio del desbarajuste que tenía en su
estudio, esa tarjeta de crédito que necesitaba para hacer algunas
compras por Internet. Ya comenzaba a dudar de la palabra de la
tatuadora cuando la vio alzar el plástico entre sus dedos, triunfal, y
decir:
—¿Ves? ¡Te dije que estaba aquí! -habían llegado muy temprano
al lugar ese viernes, solo para buscar el ansiado documento, por
eso Oriana se sorprendió al escuchar sus voces, aunque en el fondo
la reconfortó saber que no estaría sola.
La chica, cuyos ojos lucían más bien verdosos esa mañana, entró
en esa habitación y luego de escuchar el saludo que susurraban
Salomé y Valentina, se fue derecho hacia su mejor amiga, se colgó
de sus hombros, la abrazó y ante el gesto perplejo de ambas
mujeres, comenzó a llorar en silencio.
—¡Oriana! -Valentina casi se desmaya. Era la segunda vez en su
vida que veía llorar a esa mujer, la primera fue tras la muerte de su
abuelo. La estrechó entre sus brazos con fuerza y de inmediato
Salomé también se acercó, para acariciarle la espalda con sutileza.
—¡Mi china hermosa! -musitó la sommelier compartiendo miradas
de preocupación con su novia-. ¿Por qué estás así, OriP?
—Bárbara... -musitó-. Bárbara se me va...
—¿Que se te va? -Valentina lo gritó y Salomé se cubrió la boca
con ambas manos, imaginando lo que una situación como esa podía
significar para Oriana-. ¿A dónde?
—A Bogotá...
—¿Cuándo?
—La próxima semana... -suspiró desconsolada-. La promovieron
en su empresa y la asignaron a la costa pacífica colombiana.
—¡Al otro lado de acá!
—Sí... -se separó de a poco de ese abrazo-. ¿Podemos ir al café
de Melquiades? Nos tomamos algo allá y les cuento todo...
—¡Bueno! -respondieron las otras de inmediato y salieron de allí.
En pocos minutos escuchaban de boca de Oriana toda la situación
de Bárbara y de qué forma lo había manejado la tarde anterior.
—¿Así que la alentaste a que se marchara? -susurró Salomé con
una de las manos de Oriana entre las suyas. La tatuadora asintió
con su cabeza.
—¿Y entonces por qué lloras? -Valentina le tomaba la otra mano
apretándosela una y otra vez.
—¡Porque es evidente que no quiero que se vaya, oye! -sollozó
con suavidad-. ¡Porque es evidente que me aterra que una vez lejos
de Cartagena se olvide de mí y todo se vaya a la mierda! ¡Porque
siento que la voy a perder y ni siquiera tuve la oportunidad de
disfrutar a plenitud su compañía!
—Y si te sientes así, ¿por qué le dijiste que se fuera, OriP? -
Valentina no entendía nada. Salomé torció los ojos con hastío ante
el despiste de su novia.
—¡Porque es lo correcto!
—¡Exacto! -soltó la sommelier mirando a su pareja a los ojos-.
¡Oriana no puede pedirle a Bárbara que se quede, Valentina! En
primer lugar es egoísta, en segundo lugar es arriesgado...
—¿Qué sucederá si alejo a Bárbara de su sueño, de sus
aspiraciones? -suspiró llena de tristeza-. No, Valentina, no puedo
hacer eso.
—¡Pero si la propia Bárbara no se quiere ir! -se cruzó de brazos
indignada-. En ese sentido creo que la ingeniero es más sincera,
porque finalmente dice lo que siente y lo que piensa, mientras que tú
solo estás fingiendo ser la razonable con todo esto, oye.
—¡No digas eso, Valentina! -Salomé se enojó y tomó a Oriana por
su hombro, sacudiéndola un poco-. Hiciste bien, mi china... ¡Hiciste
muy bien! A la larga, siempre será preferible que sea la propia
Bárbara la que decida, una vez allá, que quiere volver o que desea
quedarse...
—¿Aunque eso signifique que manda a volar a Oriana? -la flaca
no se lo creía.
—¡Aunque eso signifique que la manda a volar, Valentina Izaquita!
-la idea hizo a Oriana sollozar un poco. Salomé volvió a ver el perfil
apesadumbrado de Oriana-. OriP está haciendo lo correcto, la
verdad.
—¿Cómo piensan luchar contra la distancia, niña?
—Aún no lo tenemos muy claro... Ni siquiera sabemos con
exactitud las condiciones de su nuevo cargo... De momento le
prometí que iría a donde sea que ella estuviese cuando se pudiera o
cuando ella lo necesitase.
—Genial... -susurraron ambas mujeres.
—Pero no tengo idea de lo que nos puede esperar a largo plazo...
-suspiró-. Bárbara me propuso que me fuese con ella, pero es una
locura... No puedo renunciar a todo acá para hacer eso.
—Al menos no ahora, pero a futuro...
—¡Eso también me aterra! No ahora, a futuro... ¿Cuál futuro?
¿Cómo se supone que vamos a tener una relación real, tangible,
que podamos hacer nuestra y moldear a nuestra manera, si cada
una va a estar por su lado? -miró a los ojos a sus amigas-. A ver,
déjenme ponerles un ejemplo... Supongamos que Salomé consigue
una oferta de trabajo única en Bogotá y decide marcharse para
probar allá... Luego de unos meses descubre que le gusta y te
propone a ti, Valentina, que eres su pareja, que se muden a la
capital... ¡Tú podrías perfectamente tomar la decisión y reunirte con
ella allá, porque a fin de cuentas ya son una pareja estable, que se
ama y que sabe de sobra lo que vale su relación!
—¿Y tú no quieres a Bárbara?
—¡La adoro, Valentina! ¡Ahora más que nunca me muero por ella!
—¿Pero?
—Pero no tienen nada serio, Valentina... -Salomé acarició el
cabello de Oriana-. Todo ocurrió muy rápido. No les dio tiempo a
nada.
—Exacto... Las decisiones que tomemos tendríamos que tomarlas
desde la corazonada y confiando en que no nos equivocaremos o
que no nos va a salir mal.
—Todo muy incierto... -musitó Valentina entendiendo por fin de
qué iban las tribulaciones de su amiga.
—Creo que voy a perder a Bárbara... -musitó Oriana-. No creo
que tal y como fueron las cosas, nuestra afinidad sea lo
suficientemente fuerte para contenernos en el deseo de volver a
reunirnos.
—¡Pero no seas pesimista, OriP, oye! ¡No subestimes el amor de
la caleña!
—Valentina tiene razón, china... Si Bárbara te adora tanto como tú
a ella, hará lo mismo que tú para que puedan juntarse en algún
momento y vivir su relación como tanto lo ansían.
—Solo me queda confiar... -musitó bajando la mirada con tristeza.
—Es mejor que nada, ¿no?
—Ya quisiera tener un par de consuelos justo ahora... -pero esta
vez, esta vez nada parecía consolarla.
Los pocos días que le quedaban a Bárbara en La Heroica se
convirtieron en una verdadera cuenta regresiva. De un modo
descabellado y febril, esas oruguitas de Salomé habían hallado por
fin la manera de envolverse en crisálida de amor, en la que
decidieron sumergirse, seguras de que su inmersión no las haría
desfallecer por la falta de aire, porque cada una era para la otra la
bocanada de aliento justa para mantenerse con vida. Se amaron
cada noche sin tiempo y sin límites. Sí, para el próximo fin de
semana cada una estaría en un lugar distinto de Colombia, pero al
menos se llevarían consigo un consuelo (esta vez solo era uno)
saberse de memoria. ¿De qué les había valido postergar por meses
un deseo que ahora les sabía a poco? Se arrepintieron, por
supuesto que se arrepintieron. Oriana, con Bárbara retozando sobre
su cuerpo de esa forma desinhibida y salvaje que ya conocía en
ella, no dejaba de pensar en las reflexiones que días atrás Valentina
y Salomé habían hecho en torno a su revelación: ¿era prudente
tomar decisiones trascendentales sobre la base de una relación que
ni siquiera tuvo tiempo de mostrarse, salvo las maravillosas
coincidencias que sabían que las habían empujado a encontrarse?
Entonces ese encuentro, ese último encuentro que las reunía, le
supo a réquiem. Antes del mediodía del día siguiente, Bárbara
Monsalve, la caleña de cabellos negros que llegó a su vida movida
por los acordes de una canción, que insistió en presentarse antes
sus ojos en esa ciudad, como si se tratase de una aparición, la
misma que la anhelaba en estrellas inmortales que matizaban de
brillo una boveda celeste calada por puntos brillantes sumidos en
negritud, estaría lejos con un frágil pacto: el de permanecer en su
vida.
Esa última noche fue tan intensa como todas las anteriores,
porque amarse se hizo hábito deleitoso y se podría decir que en los
últimos días, Oriana Padrón y Bárbara Monsalve solo parecían vivir
para eso, sin embargo, la intensidad de esa vez estaba más bien
marcada por la añoranza absurda de una sentencia, por esas
lágrimas incontenibles que recorrían sus mejillas, a pesar de los
gemidos. ¿A qué sabe el placer con anhelanza? ¿Lo has probado
alguna vez?
Allí, aferrándose a la inmaterialidad del tiempo sin que ese afán
de permanencia tuviera sentido, la que había llegado alguna vez a
Cartagena con el juramento de una sonrisa de esas que no se
olvidan, comenzó a suplicar:
—No me olvides, por favor, no me olvides... -esa plegaria estaba
embadurnada de la humedad de sus labios con sabor a beso-. No
me olvides, Oriana, te lo suplico...
—¿Cómo se te ocurre...?
—Yo sé que eres una mujer fantástica, atractiva, con unos
sentimientos y una personalidad increíble... Yo sé que llamas la
atención, que muchas viejas se quedan pasmadas solo de verte
pasar, que podrías tener a tu lado a la que se te antoje...
—Bárbara...
—...yo lo sé y tengo miedo... -sollozó con suavidad-. ¡Tengo miedo
de que me olvides! ¡Tengo miedo de que con el paso de los días se
te borren de la memoria mis ojos y cómo te veía, mis labios y cómo
te sonreía! ¡Tengo miedo de que mi recuerdo se convierta en una
imagen incierta y que al transcurrir del tiempo, obligada como estoy
a ausentarme, me desvanezca!
—No va a suceder... -la apretó entre sus brazos con fuerza-. No
va a suceder que te conviertas en remembranza, porque no tienes
materia de reminiscencia, estás hecha, muy por el contrario, de la
misma fibra con la que se teje la verdad y yo me encargaré, día tras
día, de hacerte real en todas mis evocaciones... -ella también
lloraba-. Yo te prometo que te escribiré un verso, un poema, cada
día... Yo te prometo que velaré por tu regreso desde el mismísimo
instante en el que tu distanciamiento sea pretexto de retorno... Yo te
prometo que iré a tu encuentro cada vez que eso quieras, cada vez
que eso necesites... Yo te prometo que seguiré versando en tu
nombre como cuando era una niña tonta, esta vez con las rimas que
pueden salir de la mano de una mujer enamorada, enardecida por
tenerte y ansiosa por vivirte sin miedo, sin limitaciones, sin errores...
Se besaron en magnitud indescriptible y de nuevo tenían en
conjunto un par de consuelos: la plegaria de Bárbara clamando
recuerdo y la promesa de Oriana asegurando evocación.
BUENAVENTURA
El embrujo de Bécquer
Una historia de amor. Dos corazones valientes.
A Marte en Virgo
Una docena de atajos para llegar al único destino.
Mía Simón está por cumplir sus 34 años. En un poco más de tres
décadas de existencia, conoció la pérdida, el desamor, la nostalgia y
aún conserva a una amiga a la que conoce demasiado bien: La
Soledad.
Hechizos; un pacto tejido con las fibras del afecto más puro; y un
fantasma del pasado que regresa para tomar posesión de un
corazón, son solo algunas de las trampas que Mía tendrá que
sortear para encontrarse, cara a cara, con su Llama Gemela y hacer
tangible la felicidad que dicta un oráculo.
Abril en primavera
Una historia de amor a segunda vista
Déjate envolver por las olas de una primavera tan cálida, que logró
seducir a dos corazones, para demostrarles que El Amor a Segunda
Vista, ¡es posible!
Alma de bolero
Un amor salpicado de mar, ausencia y nostalgia.
Hey, Kiki!
Todo “hasta aquí” necesita un “a partir de ahora”
Lo que tienes tú
Te esperaré a la mitad del camino
21 Viernes
La infatuación, la relación, el triste o feliz desenlace de una historia
de amor. Son tres momentos, tres tiempos, en los cuales hemos
estado en una o en numerosas ocasiones. Esta selección de
cuentos cortos, inspirados en el amor que mujeres sienten por otras
mujeres, es un recorrido fresco por cada una de las estaciones de la
pasión.