El Goce Según Lacan

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No me decido a hacerlo porque advierto que tal contraposición sería falsa.

Entre goce y palabra, no


puede decirse cuál es primero en la medida en que ambos se delimitan recíprocamente y se imbrican de
un modo que la experiencia del psicoanálisis muestra como inextricable. Porque sólo hay goce en el ser
que habla y porque habla. El goce, en Freud, en un Freud para quien el goce nunca fue otra cosa que un
vocablo de la lengua, que no hizo de él un concepto de su teoría. La significación vulgar, la del
diccionario. La vulgar convierte en sinónimos el goce y el placer. La psicoanalítica los enfrenta, y hace del
goce ora un exceso intolerable del placer, ora una manifestación del cuerpo más próxima a la tensión
extrema, al dolor y al sufrimiento. Y hay que optar: o la una o la otra. Yheme aquí, dispuesto a eslabonar
un discurso sobre el goce, una tarea imposible pues el goce, siendo del cuerpo y en el cuerpo, es del
orden de lo inefable, El vocablo "goce" aparece en la enseñanza de Lacan afectado también por el uso
convencional; Hasta entonces encontramos al goce como equivalente al júbilo y al júbilo encontrando su
paradigma en el reconocimiento en el espejo de la imagen unificada de sí mismo, del moi (aha Erlebnis).
Luego llega el goce en el advenimiento al símbolo (fort-da) que permite un primer nivel de autonomía
frente a los apremios de la vida.

El amor es cuando uno era comisionado a suplir la falta del otro, como en el primer tiempo del Edipo en
donde se identifica con el falo pues recibimos la imagen especular propia que luego se perderá y
recuperará por obediencia al Otro, constituyéndose el ideal del yo. La llamada elección de objeto por
apuntalamiento es la variación de la elección nacisística de las figuras amorosas de la madre nutricia y el
padre protector, que son los sustentos necesarios para el yo. Las otras cuatro formas de elección según
Freud son narcisistas también, pues del goce al deseo, del deseo al amor, y el amor al objeto que desplaza
la imagen de sí mismo.
Pero el yo es una instancia de protección y de desviación de las cargas de tensión para hacerlas inocuas y
así limitar la tensión sexual, es decir, el goce. La función del yo es regulada por el principio del placer,
tiende a la homeostasis, a la evitación del displacer. El goce, para Lacan, es lo que no sirve para nada, "la
relación sexual no existe", pues no existe como rapport, como relación que se establece en la lógica, y no
existe tampoco como reaporte de lo que cada uno perdió al entrar en la vida por efecto de la sección, de la
sexión, de la resección del goce que se llama castración. En Freud, no sólo no sirve sino que amenaza y
contraría el principio del displacer-placer. Freud habla sobre la cópula y del orgasmo y el escepticismo
con el que siempre miró al amor como camino hacia la dicha, pero visto desde el goce el placer aparece
en relación con el goce como un cortocircuito, como un corte brusco que pone límites a un cuerpo que se
experimenta como tal. Es el placer de la llamada "satisfacción sexual" que interrumpe el ascenso tensional
y que aporta, con la descarga, la decepción.
3. RETORNO A LOS PRINCIPIOS FREUDIANOS
El punto de partida del sujeto, el parto del psiquismo, es concebido entonces como la vivencia del
desamparo absoluto de un organismo inerme frente a la necesidad, incapaz de aliviarla y de calmar la
excitación interna sin la producción de una alteración exterior que aporte el objeto de la satisfacción y
permita la acción específica y apaciguadora. La incapacidad del organismo para sobrevivir por su cuenta
lo consagra a la muerte. Sólo el Otro podrá salvarlo y de ello derivará "su oscura autoridad" y allí se
marca el deseo (Wunsch) que es el movimiento subjetivo de reanimación constante del recuerdo de esta
vivencia fundamental.
Para el ser en el mundo solo hay desemejanzas, desencuentros, etc. La coincidencia de encontrar lo
esperado da fin al acto de pensar pues el organismo se descarga, en cambio la discordancia proporciona el
trabajo de discernir la distancia que hay entre lo encontrado y la representación original del Das Ding (la
cosa) ausente, pues gracias a la ausencia se tiene despierto el interés.
Se vive por el prójimo que es el único salvador y a la vez el primer objeto hostil, es por el prójimo que el
sujeto empieza a discernir el principio del trayecto, pues en el inicio la cosa (das Ding) está presente y no
hay sujeto que juzgue sobre ella, pero al perderla al sujeto le queda una huella mnémica de lo que ya
nunca volverá, convirtiéndose en objeto perdido que es la causa del sujeto. La descarga de la cosa se
cierra para que se pueda vivir en el desengaño en el cual se debe pensar, discernir y diferenciar entre las
cosas “todas” y La Cosa “emperatriz” que es objeto absoluto.
Freud luego se aproxima al origen de los procesos psíquicos normales que se posibilitan por las
asociaciones linguisticas que permiten el pensar conciente, pero estos procesos no tiene una realidad
objetiva sino que es prestada por los signos lingüísticos que equiparan el pensamiento y la percepción a
través de la memoria. Pues el ser es formado en el lenguaje y no se origina en el sino en el dolor que
permite relacionar entre un objeto hostil que lo hace gritar a uno y así cobra sustentividad asociándose a
un sonido como recuerdos excitadores del displacer.
La incorporación del ser al lenguaje es la causa de un des-tierro definitivo e irreversible con respecto a la
Cosa. Y la Cosa, en la definición que propone Lacan es "aquello de lo real que padece del significante".
La palabra lleva sobre sí la inscripción de lo irrecuperable. La palabra se graba en la carne y hace de esa
carne un cuerpo que es simbolizado en los intercambios con el Otro. Hablar, pensar, pasar por los
significantes de la Ley: tales son los efectos de la falta del objeto que toma así el lugar de la Causa
(Ding). Somos todos náufragos rescatados del goce que perdimos al entrar en el lenguaje. La palabra,
procedente del Otro, tendrá que ser el pharmakon, remedio de la pérdida del goce de la cosa, y veneno
pues devuelve el goce en algo nostálgico.
Freud tuvo dificultad para reconocer el objeto causa de deseo que no asaltaba desde la ensoñación ni la
retracción, por eso primero lo llamó energía, luego libido (liebe: nombre del amor), y con este término
concluyó el goce en su teoría, en la cual la líbido se liga al falo masculino para concebir el goce. La teoría
de la cura también se impregna en la errancia de la libido en objetos exteriores, en donde el goce resulta
ser transferencia y resistencia que da motor a la cura como un imán que atrae la líbido pues el falo es el
soporte de todos los procesos de significación. La sexualidad pasa así por fases de exilios del goce donde
se va signando lo que lleva de lo real interior y exterior a la simbolización en donde la sexualidad es una
sublimación de aquello que es sublimado, y por ende termina siendo la simbolización del goce apalabrado
en relación de la mujer y el hombre con sus cuerpos y con el cuerpo del Otro, que da paso a la
heterogeneidad de los goces.
La heterogeneidad de los goces trata de dar cuenta de la asimetría de los goces masculino y femenino a
través del complejo de castración que se determina con el falo donde ya había observado y asentado que
el deseo femenino no estaba orientado hacia el hombre sino hacia el pene y que el órgano podía ser
sustituido simbólicamente por el hijo. Mientras tanto, el hombre, por su parte, no podía tampoco
satisfacer sino más bien insatisfacer su aspiración sexual con una mujer que es apenas un reemplazo de la
madre interdicta.
4. MÁS ALLÁ DEL PLACER
El ser humano incide en el sufrimiento que nos hace sentir culpables por el goce, es el pago por el placer
en donde está presente el superyó que tiene el principio de tortura según Bergler para no dormir en manos
del placer. El superyó vigila y sanciona como código legal y enmarca el deseo como peligroso que lleva a
la castración. El erotismo se tiñe de culpa y el amor se liga a la trasgresión, el placer pasa a ser deuda, el
pecado es goce y el superyó cambia el placer como un masoquismo, donde está la compulsión de
repetición que imposibilita apartarse del recuerdo traumático dado por la falta de La Cosa, y por esto el
sujeto impide su cura dentro un análisis terapéutico, pues el sujeto ama sus síntomas.
El superyó marca al sujeto con un mandamiento de goce. Pero ese imperativo es también un llamado: "no
estás al servicio de ti mismo sino que te debes a algo superior a ti que es tu causa, tu Causa. La existencia
te es prestada y debes rendir cuentas por ella aunque no la hayas pedido. Pero es sabido que para Lacan, a
diferencia de Freud, la castración no es una amenaza sino que, por el contrario, es salvadora. La clínica
muestra una y otra vez que la falla en la función del padre que es la de incluir al sujeto en el orden
simbólico es la causa de un llamado desesperado a la intervención castradora que separe al niño del goce
y del deseo de la Madre. Si el látigo del padre a produce dolor es porque el Otro pide ese dolor como
prenda de reparación y redención, porque el Otro pide ese estremecimiento de la carne magullada, ese
llanto y esa promesa de sumisión es el llamado a la existencia. Si el nacimiento del hermano, ese hermano
al que se hace flagelar en el primer tiempo del fantasma, ese hermano que era el de la mirada envenenada
que amenazaba al sujeto con la extinción, con su desaparición del campo del Otro, la fustigación del
segundo tiempo del fantasma no sólo castiga el anhelo sádico expresado en el primer tiempo, sino que
devuelve a la existencia y se carga a cuenta de la deuda de vivir, pues hacerse golpear es la forma de
ratificar el deseo el deseo del Otro, lo que da paso a la pulsión de la muerte según Freud, donde las
pulsiones de vida son desviaciones que pasan por la imagen narcisística del yo.
El goce es dialéctico aunque de un modo que se distingue de la dialéctica del deseo pero eso no se
sostiene, en cambio, Miller (heredero de Lacan) dice que "El concepto mismo de goce es un concepto
fundamentalmente no dialéctico con relación al deseo" y sostiene que puede decirse sin ambages que el
deseo es el deseo del Otro pero no puede postularse que el goce sea el goce del Otro, pues deja el goce de
estar ligado a la dimensión del Otro y a la dialéctica del sujeto con él. Entonces el goce es una dialéctica
lacaniana no hegeliana de Uno enfrentándose al Otro pero que no conduce a ninguna síntesis. (Hay
muchas contradicciones en la lectura, ¿es o no es dialéctica? Hay que preguntar al pinche profe)
Hay más que decir en torno de esta oposición binaria planteada por Lacan entre el goce y el deseo. El
deseo de reconocimiento (del deseo), noción clave en el primer Lacan, conlleva la lucha dialéctica con el
deseo del Otro y, por lo tanto, el goce de la batalla, de la guerra por hacer reconocer el propio deseo frente
al deseo-no-deseo del Otro. "Si me castigan es porque mi deseo existe y no se ha desvanecido en el deseo
del Otro. En el castigo recupero mi goce al precio de alienarlo en la relación de oposición con el Otro"
El goce se hace posible a la vez que se aplaca por esta intervención del Otro que es recibida como una
salvación con respecto al Otro goce, éste sí no dialéctico, que es el goce terrorífico y desenfrenado del
Uno sin la intervención diferenciadora del Otro. El flagelo es un significante que llama a la ex-sistencia, a
transitar por una relación dialéctica y contrapuesta de los goces que se articula con la relación dialéctica
del deseo pero que no se confunde con ella, con sus "acuerdos" y con sus pactos simbólicos. El deseo
viene del Otro mientras que el goce está del lado de la Cosa, del lado del Uno pero la Cosa no se alcanza
sino es apartándose de la cadena significante y, por lo tanto, reconociendo una cierta relación con ella.
El placer está del lado del acto reflejo. La sustancia verdadera de la pulsión de muerte está del lado del
goce, del dolor, de la hazaña. La muerte es el registro donde se inscribe la pasión imposible de una
subjetividad de las luchas antieconómicas que vulneran el principio del placer. La meta de la pulsión no
es la satisfacción sino la falla que relanza el movimiento pulsional hacia adelante.
Nuestra historia, la de cada uno, es la historia de los modos de fallar el objeto imposible; un resultado de
la no existencia de la relación sexual. Esto vale también para la historia de la cultura, de la organización
de los modos de afrontar esa inexistencia.
El sujeto tiene una sub-stancia que es goce. La primera teoría freudiana del psiquismo proponía un sujeto
gobernado por el principio del placer en quien la sexualidad era una impureza y una tensión aportada por
la seducción del Otro, el adulto perverso. La segunda teoría muestra el incremento de las excitaciones
como algo que se origina en el interior (es la idea misma de pulsión de muerte), que adhiere a fantasmas y
que requiere del Otro para que se integre dialécticamente de un modo que está especificado en el guión
del fantasma, en el aparato del goce.
La tesis central es que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, sí, pero depende, como tal, del
goce; es una procesadora del goce por medio del aparato lenguajero que transmuta el goce en discurso.
El goce obliga a reescribir y rehacer el psiconálisis por cinco puntos para reformular. El primero es el
descubrimiento del inconsciente y sus procesos de composición, con el proyecto freudiano de hacerlo
andar por los caminos del principio de placer (1895-1915). El segundo es el momento en que Freud
trasciende el naturalismo originario y arroja la teoría escandalosa de la pulsión de muerte (1920-1930).
Este punto no fue aceptado por el movimiento psicoanalítico oficial que prefirió inclinarse por un reflujo
del pensar y el obrar psicoanalíticos en función de objetivos homeostáticos. Contra ese reflujo se irguió el
"retorno a Freud" lacaniano (1953-1958) que se concentró en torno de lo evidente pero a la vez
desconocido, incluso por Freud, de que "el inconsciente está estructurado como un lenguaje", tercer
momento crucial de la historia del psicoanálisis, que abrió la posibilidad de ese cuarto giro (a partir de
1958) que es aquel en el que nos incluimos los analistas posteriores a Lacan. El quinto es el tiempo de
reflujo que se produce entre el segundo y el tercero [1938-1953] ) corresponde una modalidad diferente
de concebir el psicoanálisis,

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