Aislada Con El Millonario - Anastasia Lee

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Capítulo uno

Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capitulo doce
Fragmento de La Amante del jefe escocés
Catálogo de Anastasia Lee en Amazon
Aislada con el millonario
Anastasia Lee
Anastasia Lee© 2020
Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización expresa del autor.
Este es un trabajo de ficción destinado a mayores de 18 años. Todos los nombres, eventos y lugares
aquí reflejados son ficticios.
Capítulo 1
-¡Odio a ese desgraciado de McCain! -farfullaba yo con las mejillas
enrojecidas y la furia palpitando en todo mi cuerpo, mientras conducía mi
deportivo por la carretera cubierta por una fina capa de hielo.
¿A quién se le ocurría organizar un simposio sobre neurocirugía en medio
de la nada? A un desgraciado arrogante como a él. Admito que el paisaje es
hermoso; las altas montañas que normalmente estarían cubiertas de un
verde esmeralda, el cielo de un romántico tono nublado, el oleaje
rompiendo con rabia contras los acantilados. Hace dos años que vivo en
Glasgow, sin embargo, nunca me he adentrado en esta parte tan indómita,
tan salvaje de Escocia. ¿En qué momento lo haría? Prácticamente trabajo
las veinticuatro horas del día en el hospital, y no me quejo; bastante me ha
costado llegar a donde estoy. Noches y noches quemándome las pestañas
estudiando para graduarme de la escuela de medicina con el mejor
promedio, más noches de insomnio trabajando como residente, las
constantes especializaciones y cursos de post grado...sin mencionar el
sacrificio de mi vida social y personal.
Pero ha valido la pena; llegué a ser una de las neurocirujanas más
renombradas en un ambiente tan machista como es el de la medicina. Al
punto de tener un sueldo de cinco ceros y una residencia permanente en uno
de los hospitales más prestigiosos de Escocia.
Sin embargo, no todo es color de rosa. De niña he aprendido que la vida es
una balanza entre las cosas positivas y negativas. Por un lado, tengo un
buen salario, una carrera y un futuro brillantes, por el otro...a Cameron
McCain.
Y lo maldigo una vez más entre dientes mientras el GPS me anuncia que
estoy a escasos kilómetros del destino deseado, el majestuoso hotel
McCulloch, donde este fin de semana se lleva a cabo el simposio de
neurocirugía organizado por mi altanero colega.
Desde la primera vez que lo vi, lo odié. Seguro, todas las mujeres (y
algunos hombres) del hospital caen rendidos a ese metro noventa, ese
cabello y esa barba rojas como el fuego y esos ojos de jade. Y debo admitir
que su denso acento escocés, acompañado de esa voz de barítono, a mí
también me provocó un escalofrío la primera vez que lo conocí. Recuerdo
que mi corazón se detuvo. No porque me pareciera atractivo (bueno, tal vez
un poquito) si no porque este tipo tiene un porte excepcional, algo que no se
ve comúnmente en los hombres de hoy en día. Pero, por supuesto, todo
duró unos cortos instantes, hasta que el desgraciado abrió la bocota.
-¿Llegaste a Glasgow en avión o te han cortado las alas? -me dijo con la
media sonrisa que utilizaba para conquistar chicas con bajo coeficiente
intelectual.
Yo sentí que el fuego subía por todo mi cuerpo.
-Esa mierda no funciona conmigo, doctor -le dije-. La próxima lo
denuncio por acoso sexual.
Pero lejos de sentirse intimidado por mi amenaza, él soltó una carcajada
que reverberó por los pasillos blancos del hospital.
-Tu primer día aquí y hablándole así a un superior. Eres impulsiva -se
acercó todavía más a mí, y las rodillas me temblaron-. Me gustas.
¡Desgraciado! Golpee de nuevo el volante.
Y pensar que iba a tener que pasar un finde semana entero con ese tipo,
suspiré. Mi animosidad con él es tan grande que incluso consideré faltar al
simposio. Pero aquello hubiera sido un suicidio profesional, además de
infantil. ¿Por qué faltar si yo realmente poseía conocimientos dignos de ser
compartidos? Ni hablar de la posibilidad de aprender, ponerme al tanto con
los avances de la ciencia, evolucionar como profesional y hacer contactos
nuevos.
Serpia una niña tonta si me perdía ese evento. ¿Y por qué? ¿Para evitar a
un cerdo machista como Cameron McCain? Tantos tíos como él (y peores)
me había cruzado a lo largo de mi carrera, ¿por qué él me afectaba tanto?
Por ello, yo había trazado un cuidadoso plan para limitar mis interacciones
con Cameron McCain durante el dónde semana del simposio. Por supuesto,
nos cruzaríamos en algunas charlas y talleres, pero yo me hospedaba en la
habitación 217 mientras que McCain iba a pasar el fin de semana en su
cabaña cerca de los acantilados.
Una sutil nieve comenzó a caer sobre el vidrio delantero mientras mi auto
se aproximaba al hotel McCulloch. Descendí y no pude evitar sentirme
sobrecogida por la inmensidad de ese lugar con altas cúpulas abovedadas
que eran coronadas por la blancura d ellos copos. Las decenas de
ventanales, empañados por el invierno, me observaban desde todos ángulos,
así como los desnudos pinos del jardín que guiaban hacia los lujosos
portones principales. Me quité los guantes para entregarles las llaves de mi
auto al empleado que me recibió. Vi mi propio carro alejarse hacia el
estacionamiento del hotel, y mi aliento formaba una nube blancuzca cuando
escapaba de mi boca. Me haba acostumbrado al frio de Escocia, pero ese
día me pareció excepcionalmente frio. No podía esperara a entrar y beber
un café caliente. Iba a necesitarlo para despejarme después de un viaje tan
largo.
Sin embargo, cuando voltee mi vista hacia las montañas del horizonte,
algo me preocupó. Uno oscuros nubarrones se cernían, acercándose hacia el
hotel, y una cruel ventisca trajo una puñado de copos de nieve hacia mis
ojos. Aparté la vista y entré rápidamente la hotel cargando el bolso de cuero
donde traía mi escaso equipaje para el finde semana. Crucé el lujoso hall
principal, y mis tacones resonaron en la reluciente cerámica de color
terracota. El crepitar del fuego de un enorme hogar mantenía la recepción
acogedora, mientras el viento golpeaba los ventanales con cada vez más
fuerza. Volví a voltear al escucharlo, algo alarmada. Pronto, mi atención
giró al recepcionista que me dio la bienvenida y me entregó la tarjeta
electrónica de la habitación 217.
-Parece que viene una tormenta -suspiró el hombre de gruesos bigotes
rojizos.
Cogí mi tarjeta y estaba rumbo al ascensor cuando me crucé con una
colega, la doctora Palmer.
-¡Eh! ¡Al fin has llegado! -la mujer pelirroja y algo regordeta me estrechó
en sus brazos-. ¿Tuviste problemas en el camino? No estaba nevando hace
unas horas, fue algo repentino.
-Tuve suerte -respondí-Este clima está demente.
-Bueno, bienvenida a Escocia -me palmeó la espalda en tono irónico-. Ya
te acostumbrarás a estas tormentas. Ahora, apúrate, que la primera charla
sobre Neurocirugía empieza en media hora.
-Si, solo voy a refrescarme por un momento -dije mientras seguía mi
caminó. Palmer caminó a mi lado, cuchicheando.
-¿Ya has visto a nuestro galán del hospital? -rio, refiriéndose a McCain.
Creo que Palmer era su admiradora número uno-. Está todo vestido de
negro ¡Le sienta tan bien! un verdadero semental.
-Esa no es forma profesional de hablar de un superior -musité. Sintiendo
como se aceñera mi corazón con la sola mención de su nombre.
-¡Vamos! Tú le has dicho cosas peores -me volvió a palmear al espalda,
más fuerte-. No entiendo qué tienes en contra de él.
-No tengo nada en su contra - afirmé mientras presionaba el botón del
ascensor, y me dispuse a esperar -. Es un neurocirujano brillante.
-Si, pero tú lo odias ¿Por qué?
Yo empezaba a exasperarme. Me dio la sensación que el ascensor tardaba
una eternidad en llegar.
-No odio al doctor, odio al hombre.
-¿Por qué? -Palmer se puso seria -¿Qué te ha hecho?
Y no supe que responder; realmente McCain nunca me había hecho nada
malo. Sí, sus comentarios algo lascivos estaban fuera de lugar, pero nunca
me había insultado ni había disminuido mi capacidad o talento como
profesional. De hecho, la verdad es que tanto como halagaba mi belleza,
también halagaba mis dotes como cirujana.
-No se trata de eso -le respondí a la Palmer, a la vez que yo ordenaba con
palabras mis propios pensamientos confusos-. No es McCain, es lo que
McCain representa.
-¿Y qué representa? -insistió ella con una risita curiosa-¿Qué todavía
existen los tíos atractivos, sexys, exitosos y masculinos?
-Que hay hombres que todavía se quedaron en la Edad de Piedra -expliqué
mientras esperaba el ascensor-, que juegan a los Machos Alfa, que creen
que el rol natural del hombre es dominar a la mujer.
-Los escoceses son un poco chapados a la antigua -suspiró ella -Pero,
vamos ¿me vas a decir que no te gusta que un tipo fuerte tome el control?
No para lastimarte, por supuesto, pero...
Estaba pensando en la respuesta cuando las puertas del ascensor se
abrieron. Yo contuve al aliento cuando vi a Cameron McCain adentro del
ascensor, íntegramente vestido de negro. Su sweater ajustaba a la perfección
sus hombros anchos y sus bíceps fuertes y torneados, y el color oscuro
resaltaba sus ojos verdes como dos esmeraldas. Por algún motivo, se
aceleró mi pulso; me dije a mí misma que era el miedo a que él hubiera
escuchado nuestra conversación.
No, no, era imposible. La puertas de aluminio estaban cerradas, no se pudo
haber filtrado ningún sonido.
Lo miré a los ojos y él me sonrió, como el desgraciado altanero que era.
-¿Arriba o abajo? -preguntó con malicia
-Arriba. Piso seis -gruñí, y entré al ascensor dando trancos.
McCain pulsó el botón, y las puertas se cerraron, ocultando la cara de
picardía de la Palmer.
-¿Acaso no va a bajar? -le pregunté.
-Estaba rumbo a mi piso cuando el ascensor bajó - respondió con su acento
escocés grave. -Además ¿perderme estar encerrado contigo? Aunque, unos
pocos minutos en este ascensor no serían suficientes. Pero la perspectiva de
un fin de semana romántico contigo aquí, es más que excitante.
El calor subió por mi pecho, y aunque las piernas me temblaban, di un
paso al frente y presioné el botón que detenía el ascensor.
-¿Aquí? -río él, sorprendido -. Es un poco incómodo, pero vamos. Lo he
hecho en lugares más extraños.
-No sea ridículo, McCain -gruñí, aunque su descaro me hizo sonrojar.
Cuando volvía a enfrentarlo, sus ojos verdes resplandecían-. Dejemos algo
bien en claro; el único motivo por el cual estoy aquí es porque soy una
profesional, y mi carrera se verá beneficiada. Nada más. No se debe a
ningún finde semana romántica con usted ni ninguna idiotez por el estilo
¡entendió?
McCain dibujó una sonrisa, enmarcada por su barba recortada y roja como
el fuego.
-Me rompes el corazón, Dr. Laura Moreno. -se llevó al mano al pecho,
como dolorido.
-Durante los próximos dos días -continué, ignorándolo- los dos vamos a
comportarnos como adultos profesionales. O por lo menos, yo lo haré.
Dudo que un hombre usted pueda ser capaz de eso.
-¿Un hombre como yo?
-Este hotel es lo suficientemente grande y los horarios de las actividades lo
suficientemente espaciados. Además, yo tengo una habitación aquí y usted
se hospedará en su cabaña privada.
-¿Cómo sabias eso? ¿Estuviste averiguando sobre mí? -el desgraciado
volvió a sonreír, malicioso.
-Me refiero a que podemos pasar tranquilamente los próximos dos días sin
vernos las caras. Hagamos eso.
Me quedé sin aliento, haciendo una pausa y esperando una respuesta
ingeniosa de parte de McCain, pero él se quedó en silencio, asintiendo con
las manos en los bolsillos de su pantalón negro. Ante mi incomodidad, él
preguntó:
-¿Eso es todo?
-Estaba esperando que me respondiera alguna de sus obscenidades -
confesé, algo avergonzada.
Su risita cavernosa rebotó entre mis sienes, acelerando mi pulso.
-Dra. Palmer ¿acaso en lo único que piensa es en mis obscenidades?
-¡No se preocupe por lo que yo pienso! -estallé de nuevo-¡Usted haga su
trabajo y yo el mío!
Volví a presionar el botón del ascensor con furia. Mientras retomábamos
nuestro camino hacia arriba, todo mi cuerpo palpitaba por el calor, y podía
oír la risa grave y profunda de Cameron McCain detrás de mí.
Capítulo dos
Llegué a mi habitación y arrojé con rabia mi bolso de cuero sobre la cama
perfectamente tendida. No recordaba sentirme tan furiosa en años. Pero
debía controlarme; la próxima charla de neurocirugía era apenas en quince
minutos, y yo debía estar presente en el panel.
Di trancazos hasta el baño y vi mi propio rostro en el espejo. Estaba roja
de furia ¿o acaso era otra cosa? ¿Por qué este hombre tenía tanto poder
sobre mí? Nadie me ponía más rabiosa que Cameron McCain.
Pero debía controlarme; rápidamente me arreglé el cabello y me refresqué
para estar presentable para la charla de medicina. No tenía tiempo de
cambiarme la ropa, así que solo me cambie la chaqueta por un blazer más
formal. Volví a coger el ascensor y bajé hasta el hall principal, donde se
desarrollaría el panel. Intenté reparar dentro de mi mente lo que debía decir,
aunque llevaba mis notas conmigo. Sin embargo, no podía concentrarme.
Los ojos verdes de McCain y su sonrisa altanera despertaban horribles
punzadas en mi pecho, dificultándome respirar.
Las puertas del ascensor se abrieron y caminé hacia el salón donde se
agrupaban médicos y cirujanos de diversas partes de Escocia. Algunos eran
rostros conocidos, otros completos extraños. Yo estaba cada vez más
nerviosa. Me abrí paso, ocasionalmente estrechando las manos de quienes
me conocían y saludaban. Sentía mis propias palmas sudadas, pero trataba
de mantenerme, o por lo menos lucir, tranquila. Durante un segunda me
distrajo la intensidad con al cual el viento rupia afuera, golpeando algunas
escarchas contra los vidrios del hotel.
Tomé asiento en el panel, a la derecha de otro cirujano de renombre. Al
ver las decenas de profesionales sentados frente a mí, dispuestos a
escucharme, sentí un estremecimiento horrible ¿por qué estaba tan
nerviosa? No era mi primera charla.
Entre el público divisé dos ojos verdes como esmeraldas, devorándome
viva. Era él, la razón de mi nerviosismo. Cameron McCain, íntegramente
vestido de negro, cruzado de brazos y con esa arrogante sonrisa en sus
labios enmarcados por su incipiente barba roja. Bajo esa luz, una parte de
mi cerebro entendió por qué la Palmer insistía en lo a tractivo que era. Pero
no me importaba, los machos alfa no eran mi tipo. Y en ese momento, en lo
último que debía pensar era en ese cretino. Debía concentrarme en mi
charla, pero esos ojos escudriñándome me lo impedían.,
El panel comenzó; primero habló el Dr. Kinney, moderador y presentador
de esa charla. Yo intentaba concentrarme en sus palabras, pero me resultaba
imposible. No entendía mi propio nerviosismos, pero me sentía atravesando
un túnel. Lo único que me mantenía conectada con la realdad era el rugir
del viento afuera cada vez mas furiosos, y los ojos de McCain, fijos en mí.
¿Acaso quería hipnotizarme?
¡Bastardo! Lo estaba haciendo a propósito, ¡quería boicotearme!
Y lo peor de todo, era que estaba funcionando. Solo podía pensar en él, y
una brutal ola de calor subió desde mi entrepierna hasta mi garganta.
El Dr. Kinney hablaba y hablaba, y a mí me torturaban unas horribles
punzadas entre mis piernas.
Mierda, estaba caliente. No importaba cómo mi mente intentara
justificarlo; esa sensación no era rabia ni furia, ni nerviosismo. Era simple y
llana calentura, la reconocí, aunque hacia siglos que yo no estaba con un
hombre (¿cómo podía estarlo? Vivía trabajando en el hospital las
veinticuatro horas).
Pero ¿por qué McCain? Representaba todo lo que yo despreciaba en un
hombre: arrogante, altanero, insoportable, machista.
E irresistible.
-Dra. Moreno, es su turno - repitió el Dr. Kinney, quitándome de mi
ensoñación-, es su turno.
-Sí, disculpen -me aclaré la garganta y bajé la vista hacia mis notas. Sentía
que el corazón me iba a explotar, Kinney me había llamado dos veces y yo
no había respondido.
La vergüenza me estaba consumiendo viva; podía sentir todos los ojos
observándome. Y los ojos que más me pesaban eran los de McCain. Alcé la
vista nuevamente y me encontré con su mirada entre la multitud. Decidí que
no iba a afectarme. Tomé un respiro hondo y comencé a hablar. Escuchaba
mi propia voz temblando, insegura, y la palpitaciones aumentaban. McCain
no alejaba su mirada de mí, parecía un lobo acechando a su presa.
Pero yo no me iba a dejar amedrentar. Continúe mi parlamento, y me di
cuenta que había perdido el hilo, bajé la vista nuevamente hacia mis notas;
me había perdido, El silencio llenó la habitación mientras yo revolvía entre
mis notas.
-Dra. Moreno ¿necesita un minuto? -me ofreció Kinney, y yo percibí el
reprocho en su voz, eso hizo que em sintiera todavía peor.
-No, no, solo...necesito...-yo revolvía mis notas frenéticamente. ¡Me había
perdido! No recordaba en qué párrafo había perdido el rumbo; no recordaba
que temas había tocado y cuáles no.
¡Qué patética me sentía! No solo me calentaba con un machista horrible,
sino que también olvidaba mis líneas y arruinaba mi presentación.
El fuego de la vergüenza me consumía viva, y escuché la voz grave de
McCain alzándose entre el público.
-Tengo una pregunta -dijo él, levantando la mano.
No, no... ¿qué iba a hacer ahora este desgraciado? 'No el alcanzaba con
arruinarme la presentación?
-No estamos tomando preguntas ahora, Dr. McCain -le respondió Kinney.
Pero por supuesto, a McCain no le importó. No era el tipo de hombre al
que otros le decían qué podía hacer y qué, no así qué hizo la pregunta de
todas maneras.
-Quiero que la Dra. Moreno me explique sobre las nuevas tendencias en
estudios de neurotransmisores y su posible aplicación en la cirugía.
Solté una exhalación; con esa pregunta encontré el rumbo que había
perdido. No solo recordé lo que debía decir, si no que encontré el punto
justo en mis notas dónde me había perdido, y al instante supe cómo
continuar.
Le sostuve la mirada a McCain durante un momento, y él me sonrió.
¡El desgraciado me estaba ayudando! Se dio cuenta que yo estaba entrando
en pánico e hizo esa pregunta para ayudarme. Pero ¿por qué?
-Por supuesto -fingí una sonrisa y continué hablando-, recientes estudios
demostraron que los neurotransmisores no solo juegan un papel vital...
Todavía estaba nerviosa, pero pude retomar mi charla con naturalidad.
Pronto mi confusión inicial quedó en el olvido y todos los presentes me
prestaban atención mientras yo hablaba sin titubear.
Sin embargo, unas molestas pulsaciones aún latían en mi interior, mientras
me preguntaba por qué McCain tenía ese poder sobre mis emociones.
Yo estaba respondiendo preguntas de otros profesionales, cuando Cameron
McCain se puso de pie y abandonó el salón. Mi turno de hablar terminó,
pero yo debí permanecer sentada escuchando a los demás. Aunque apenas
podía prestarles atención; otra vez me sentía atravesando un túnel.
Terminó mi panel, y aunque seguían otras charlas interesantes a lo largo
del día, yo no participé en ninguna. Apenas di un par de vueltas por el
salón, estrechando manos a otros doctores y siendo cortés con futuros
contactos. Pero no aproveché del todo la ocasión; estaba demasiado
distraída. McCain había salvado mi presentación, pero yo me encontraba
avergonzada y furibunda. Di vueltas por el salón con la esperanza de
encontrarlo (si, yo, Laura Moreno, estaba deseando encontrarse con
Cameron McCain), pero el desgraciado parecía haber desaparecido, lo cual
hizo que mi rabia creciera, así como la nevada se hacía más intensa afuera.
Con una espantosa sensación de derrota, cogí el ascensor de nuevo hacia
mi habitación. Una vez adentro, cerré la puerta de un golpe y me apresuré al
baño a darme una ducha caliente. Pensé que me relajaría, pero no dejaba de
repasar mi humillación en el panel.
El agua caliente caía por mi cuerpo desnudo, y yo revivía cada segundo de
mi charla. En el fondo, sabía que mi participación no se había visto tan
terrible como yo la recordaba dentro de mi mente. Y sabía que todo era
gracias al desgraciado de Cameron McCain. Él había salvado mi imagen
pública, y yo lo odiaba por eso.
¿Por qué me había ayudado?
Pero más importante ¿por qué su presencia me ponía tan nerviosa? ¿Por
qué su mirada había provocado esas pulsaciones tan rabiosas en mi clítoris,
que ningún otor hombre me había provocado en mucho tiempo?
No tenía la respuesta, y la verdad, me daba miedo enfrentarla.
Sequé mi cuerpo con una toalla y me metí bajo los abrigados cobertores de
la cama. Como no podía conciliar el sueño, me distraje un rato mirando mi
móvil, donde los portales de noticias locales se llenaban de advertencias
sobre la inesperada tormenta de nieve que se aproximaba.
¡Imbécil McCain!
Arrojé mi móvil a un lado. Me sentía muy agradecida de poder ejercer la
medicina en Glasgow, pero lo único que no me permitía disfrutar de mi vida
profesional en Escocia, era ese desgraciado machista.
¿Por qué? ¿Por qué me afectaba tanto sus ojos verdes, su cabello rojo y su
sonrisa altanera?
No importaba, seguramente yo estaba alterada por el viaje tan largo que
había tenido que hacer para llegar a ese maldito hotel. Pasar un sábado
conduciendo en lugar de descansar, ¡y encima a través de este clima
infernal!
Pero en el fondo yo sabía que eso no era cierto; había algo, algo en ese
hombre que me tocaba los nervios. Solía decirme a mí misma que era enojo,
pero era otra cosa. Esos cosquilleos rabiosos en mi clítoris significaban algo
muy claro.
No, era una mujer inteligente. Feminista. ¿Cómo podía calentarme así,
igual que una colegiala patética, por un cavernícola escocés como Cameron
McCain?
Pero allí estaba yo, insomne y semidesnuda bajo las sábanas, y deslizando
mi mano derecha hacia mi clítoris palpitante. Tenía que hacerlo, tenía que
masturbarme, de lo contrario no iba a poder dormir. Mejor ocuparme de
este asunto con mis propias manos y dejarlo atrás. Así solucionaba yo todos
los problemas de mi vida, y Cameron McCain era, definitivamente un
problema.
De tan solo recordar esa sonrisa altanera los latidos entre mis piernas se
aceleraban. Cerré mis ojos y, con una sonrisita culpable, reconocí que hacía
mucho que un hombre no me hacía palpitar el coño de esa manera. Y
aunque fuera un desgraciado como McCain, era placentero experimentarlo.
Decidí ser completamente indulgente; me sumergí de lleno en esas fantasías
que con frecuencia reprimía. Recordé las palabras de la Palmer, sobre lo
atractivo que era McCain, y me perdí recordando sus profundos ojos verdes
devorándome viva durante el panel, los atisbos de su espalda y hombros
anchos que todos los días contemplaba en el trabajo.
Comencé a dibujar círculos alrededor de mi clítoris, que cada vez
palpitaba más duro. Fui más lejos en mis fantasías, imaginando cómo
luciera el desgraciado de McCain desnudo. El tipo hacia ejercicio, así que
seguramente tenía un cuerpazo. Imaginé su pecho ancho, cubierto de vello
tan rojizo como su barba, y su vientre con abdominales trabajados.
Mi clítoris palpitaba más duro, y yo aceleré los movimientos de mis dedos.
Se sentía tan delicioso, y despedí un pequeño gemido mientras mi
imaginación se disparaba. En mi cabeza, imaginé cómo se vería la polla de
McCain. Los rumores decían que la tenía grande, así que yo me dejé ir en
mis fantasías. Imaginé el tronco ancho y grueso, con las venas azuladas
recorriéndolo, y el vello rojizo coronándolo. Imaginé la piel enrojecida y su
erección enorme, pero también fui más allá: imaginé cómo se sentiría entre
mis manos, cómo ardería su piel en la palma de mi mano, cómo palpitaría
mientras yo lo masturbo.
Gemí de nuevo, y aceleré el ritmo. Mi excitación crecía, pero no era
suficiente; me penetré a mí misma con un dedo, imaginando que era la polla
de McCain en mi interior. Un pobre sustituto, pero mi dedo se sentía muy
bien moviéndose dentro de mí. Lo giré con suavidad, buscando aquel lugar
que más me hacía gozar, e imaginé que era el miembro de McCain
follándome. Y no solo follándome, si no embistiendo dentro de mí como un
animal. Si su reputación era cierta, no solo su polla era enorme si no que
sabía usarla muy bien.
Moví mi dedo más rápido, imaginando a McCain encima de mí,
cubriéndome con su cuerpo fuerte y sus ojos verdes fijos en mi mientras me
follaba. Imaginé el ritmo brutal con el que me follaría, y mi placer crecía a
medida que yo me penetraba más duro con mi dedo. Pronto, un dedo solo
no era suficiente, así que agregué otro. Gemí en la soledad de mi cama, con
mis parpados apretados y con McCain en mi mente. Él embestía bien duro
en mi interior y yo arremetía más con mis dedos. No era suficiente, pero
avancé hasta que mi orgasmo estaba dominándome por completo. Mis
muslos temblaban y pronto el placer me golpeó sin piedad. Arquee mi
espalda en contra de mi voluntad, con un espasmo violento haciéndome
temblar. Sentí mis músculos internos contraerse alrededor de mis dedos a
un ritmo delicioso, y me corrí con el nombre de Cameron McCain en mis
labios.
Segundos después, abrí mis ojos, satisfecha y jadeante. Pero mi éxtasis
apenas duró unos momentos, pronto el remordimiento arruinó mi placer. Sí,
había gozado bastante (no como si hubiera estado con un hombre real), y sí,
yo era consciente que necesitaba contacto sexual hacía mucho, pero... ¡me
había masturbado pensando en Cameron McCain! ¡Me había corrido
imaginando que ese cerdo me fallaba!
¿Qué mierda me ocurría?
Giré en mi cama, arrepentida. Mis interiores aún pulsaban en manera lenta
y deliciosa, un resabio del orgasmo increíble que yo misma me había
proporcionado. Pero no podía disfrutarlo del todo: no entendía porque, de
todas las fantasías que yo podía elegir, me decanté justamente por una
donde ese desgraciado machista me follaba.
Basta, me dije a mi misma. Una fantasía es una fantasía, nada más. No
significa nada. Probablemente era mi subconsciente diciéndome que
necesito sexo, nada más que eso. Una vez de nuevo en Glasgow, usaría
alguna aplicación de ligues o intentaría ajustar mis horarios de trabajo para
salir de vez en cuando.
Pero ¿por qué McCain? ¿Por qué el hombre que yo más despreciaba en el
mundo?
Después de casi una noche entera sin dormir, tomé una decisión.
Capítulo tres

Arrojé de nuevo en mi bolso las pertenencias que había desempacada


apenas la noche anterior, y lo cerré con furia. Con la misma rabia y
determinación abandoné mi cuarto cogí el ascensor hacia la planta baja.
Una vez en el salón principal me sorprendido cómo el viento golpeaba los
ventanales de vidrio. Aun así, me acerqué hacia la recepción y entregué mi
tarjeta magnética.

-¿Ya se retira, señorita? Su hospedaje dura hasta el lunes -me dijo el


empleado.

-Sí, ha surgido una emergencia -mentí.

-Bueno, desde mi humilde lugar, le recomiendo no conducir con este


clima. La habitación ya está paga de todas formas.

-Gracias por su consejo, pero no es necesario -respondí-. Lo que sí


necesito es la habitación donde se hospeda el Señor McCain. Debo
entregarle algo antes de irme.

-El Sr. McCain no se hospeda en el hotel, si no en su cabaña privada.

¡Cierto! Yo estaba tan mal de la cabeza que lo había olvidado.

-De casualidad -pregunté- ¿no tendrá su dirección? Es una emergencia


personal.

-La tengo -el hombre buscó en el ordenador del escritorio y segundos


después me la facilitó. No quedaba muy lejos del hotel-. Pero señorita, no
irá a conducir usted hasta allí con la tormenta que se aproxima. Si tiene algo
que entregarle, puede guardarlo en un sobre y yo se lo entregaré
personalmente cuando se presente.

Ya me estaba cansado de los hombres diciéndome que podía y no podía


hacer yo.
-Gracias, pero es algo personal -respondí antes de coger mi bolso y
abandonar el hotel, furibunda.

Yo estaba de pie en la entrada, esperando que el empleado me entregara mi


auto, cuando la escena del horizonte cubierto de nieve me sobrecogió. Y era
cierto; para ser tan temprano, el cielo estaba teñido de un gris inusual, tuve
que encender las dos luces de mi auto antes de emprender camino por la
intrincada ruta hacia la cabaña de McCain.

No era lejos, apenas debía bordear las montañas por unos cuarenta
minutos. Aunque debía admitir que con ese clima ominoso era molesto
conducir, pero debía hacerlo. Debía sacarme a McCain de mi puta
consciencia antes de seguir con mi vida.

El episodio de la noche anterior significaba que yo había llegado a un


límite. Una cosa era que el tipo me sacara de quicio, otra cosa era que se
hubiera metido en mi subconsciente ¿Quién le había dado permiso para
meterse en mi cabeza? Yo no le permitía eso a ningún hombre, mucho
menos a un cerdo machista como él. Y yo sabía muy bien, que esas cosas
eran mejor cortarlas de raíz, cueste lo que cueste, Y si el precio era que yo
no trabajara más en el hospital, entonces que así sea.

Mi auto llegó a duras penas a la cabaña de McCain. A pesar de que el


tanque estaba lleno y yo era una experta al volante, el clima realmente hacía
dificultoso ver; en el último tramo las escarchas que traía el viento
golpearon sin cesar el vidrio, empalándolo. Bajé del auto, pero no detuve el
motor. No podía dar el lujo de enfriarlo en con ese clima. Además, así me
aseguraba a mí misma que no me demoraría mucho. No podía hacerlo;
McCain era un enemigo poderoso; mientras más tiempo le daba yo más
ventaja tendría él para sus sucias jugarretas. Yo le diría lo que tenía que
decirle y partiría para siempre de ese infierno congelado. Mi corazón latía
con tanta rabia que creí iba a reventar.

La cabaña de McCain era realmente preciosa; solitaria entre las altas y


monstruosas montañas escocesas parecía un pequeño refugio de acogedora
madera en una tierra de belleza imponente y desoladora. Brevemente,
imaginé que en verano aquello debía lucir como un paraíso privado. ¡ojalá
yo pudiera pagarme una casa de fin de semana así!
Pero no había tiempo para ensoñaciones; caminé hacia la entrada cargando
mi bolso de cuero y golpeé la puerta con mi mano libre. Mientras esperaba,
notaba que había un deportivo azul junto a una camioneta gris acero
estacionada en la entrada.
Mi corazón se sentía a punto de explotar, mientras yo repasaba mi discurso
dentro de mi mente. Para mi sorpresa, cuando la puerta se abrió dos mujeres
salieron, ataviadas con gruesos abrigos con apliques de piel en el cuello y
mangas. Al toparse conmigo, ellas se detuvieron, curiosas. Yo me quedé
inmóvil hasta que McCain apareció. En contraste con las dos mujeres
abrigadas el desgraciado estaba con el torso desnudo.
-Adiós, chicas -les dijo él, y ellas soltaron una risita irritante-. Conduzcan
con cuidado ¿sí? El clima está muy feo -puso la mano en el hombro de una
y nuestros ojos se encontraron.
Él sonrió, y cuando sus ojos verdes emitieron un destello yo me estremecí.
Pero me mantuve estoica en su entrada, con el viento golpeando mi espalda.
Él se terminó de despedir de las mujeres y ellas subieron a la camioneta que
pronto emprendió rumbo por la nevada carretera.
-¡Doctora Moreno! ¿Qué la trae por aquí? ¿No debería estar en el
simposio?
-Lo mismo podría preguntarle yo -respondí con dientes apretados-.
Debería estar escuchando las ponencias de sus colegas, no perdiendo el
tiempo con locas.
-¿Ellas? Son mis empleadas domésticas -respondió con fingida inocencia-.
Además ¿tú no eres feminista? ¿Por qué hablas de otras mujeres con ese
tono tan condescendiente?
Otra vez el desgraciado me dejó sin aliento. Y esa sonrisa de costado, tan
altanera, tan peligrosa.
-Va a congelarse ahí parada -me dijo-Pasa. Aquí dentro está cálido por el
aire acondicionado.
Su voz grave tenía un dejo seductor que me recordó a mis fantasía de la
noche anterior.
-No es necesario -dije, aunque dejé caer mi bolso de cuero dentro de su
casa. Noté que junto a la entrada había otros bolsos y maletas ¿Acaso él
también estaba preparándose para irse? -Dr. McCain, seré rápida; renuncio.
Debo admitir que oír mis propias palabras me sacudió, pero no tanto como
a McCain, que se quedó inmóvil.
-¿Acaso te has vuelto loca? -me dijo.
-No tiene permitido hablarme así. El lunes enviaré el telegrama de
renuncia oficial. Considere esto un aviso.
-¡No puedes renunciar! ¿Acaso hay un hospital mejor?
No respondí, tan solo me mordí el labio. Como una idiota, mis ojos no
pudieron evitar recorrer su torso desnudo y musculoso, cubierto por un
irresistible vello rojizo.
-No me importa -dije-. Ya estoy cansada de esto.
-¿De qué?
-¿De qué? -exploté- ¡De ti! ¡Estoy cansada de ti, de tus estupideces
machistas, de tus comentarios! ¡No soporto un día más trabajando a tu lado!
Mi estallido me dejó jadeante y con el corazón acelerado. Nos sostuvimos
las miradas unos segundos, con solo el sonido de mi respiración agitada
entre nosotros.
-No acepto tu renuncia -sentenció, sacudiendo su cabeza y cruzando su
brazos por delante de su pecho.
-¡¿Eres un demente?! -estallé-¡No puedes no aceptarla!
Cameron me cogió de la muleca y me jaló hacia adentro de su casa. Mi
espalda chocó contra la pared y él me rodeó con su brazos, impidiéndome
escapar. El aroma masculino de su piel me hizo dar vueltas la cabeza.
-Eres la doctora más talentosa con la que he tenido el honor de trabajar -
me dijo con un susurro ronco. Tenía el rostro tan cerca del mío que las
puntas de nuestras narices se rozaban y su aliento caliente acariciaba mis
labios. Los sentí temblar, así como mis rodillas-. No pienso perderte por un
capricho.
-No es un capricho -insistí con un hilo de voz. Estaba utilizando toda mi
fuerza voluntad para sostenerle la mirada. Un molesto cosquilleo estalló
entre mis piernas.
-Sí tienes algún asunto conmigo, mejor resolvámoslo ahora -suspiró contra
mis labios. Su barba roja me causaba unas cosquillas que aumentaban los
latidos en mi clítoris.
-No tengo ningún asunto contigo -apenas pude murmurar con un hilo de
voz-. Te odio. Odio a los hombres como tú.
-Yo creo que eso no es verdad -sonrió en forma más amplia. Su aliento olía
a licor de café-. Yo creo que, en el fondo, te mueres porque un hombre
como yo tome el control-. Acarició uno de mis mechones con la punta de su
dedo-. Mucho palabrerío feministas, pero te seguro gozarías mucho si un
hombre de verdad supiera dominarte en la cama.
Durante un segundo sentí que el tiempo se detuvo. Me encontré en un
trance donde solo existían sus brazos rodeándome, el aroma irresistible de
su piel y su aliento, y esos ojos verdes devorándome viva.
Por un momento, creí que iba a besarme, y lo peor fue descubrir que yo lo
deseaba.
¡No! No podía perder el control. No podía cederle mi poder a ese
desgraciado.
Lo empujé con todas mis fuerzas, él trastabilló unos pasos hacia atrás sin
borrar la sonrisa de sus labios.
A pesar de encontrarme acalorada y casi sin aliento, me apresuré de nuevo
hacia la entrada y cogí el bolso del suelo.
-¡Vete a la mierda! -le aullé- ¡El lunes no solo tendrás mi renuncia si no
una carta de mi abogado por acoso sexual!
Salí de la cabaña y un fuerte viento lleno de escarchas golpeó mi pecho y
cara ardientes. La ventisca era tan salvaje que me costó caminar hasta mi
auto.
-¡Espera! -me gritó McCain, y salió corriendo detrás de mí con el pecho al
descubierto-. ¡Estás loca si conduces con esta tormenta!
Apoyó ambas manos en el capó para evitar que yo arrancara, pero yo lo
hice de todas manera, obligándolo a hacerse a un lado.
Hijo de puta, mascullé mientras aceleraba por la carretera. Mi pulso
todavía estaba acelerado y mi clítoris seguía palpitando incómodo. Yo
conducía, furiosa, y no dejaba de revivir una y otra vez haber tenido sus
labios tan cerca de los míos.
Y lo peor, era que una parte de mí lo deseaba.

No importaba; yo ya era libre. No más horarios inhumanos en el hospital,


no más noches sin dormir gracias a turnos eternos, no más comentarios
lascivos ni chistes machistas.
No más Cameron McCain.
Ya encontraría otro trabajo, y en el peor de los casos, abandonaría Escocia
y regresaría casa. Aquello no me gustaba, pero me repetía a mí misma una y
otra vez que había tomado la decisión correcta.
Entonces ¿por qué me sentía tan frustrada?
Mi corazón se sentía a punto de explotar en mi pecho, y, para colmo de
males, el viento parecía haber aumentado en los últimos minutos.
Maniobrar se hacía casi imposible gracias a la furiosa nevada que se desató.
Mi vidrio estaba totalmente empañado y llegó el punto en que no podía ver
el camino.
El miedo se apoderó de mí; la tormenta se estaba saliendo de control y yo
me di cuenta que no llegaría a la capital en esas condiciones. Mi último
recurso era regresar al hotel y esperar que el clima mejorara, aunque no
había muchas esperanzas de ello. El pánico creció en mi pecho cuando noté
que mi auto no me respondía gracias a la nieve que se estaba acumulando
en la ruta. Me desesperé; apenas podía ver algo a través de la nieve y la
neblina.

Yo me aferraba más y más al volante, intentando en vano que el auto me


respondiera. Pero el suelo estaba muy resbaladizo, y con pavor me di cuenta
que ya ni e respondía. El auto giró un par de veces y chocó contra algo, que
imagino sería un árbol. No podía ver nada, me había golpeado la nariz con
el manubrio y me maree. Con ojos entreabiertos y un dolor en las costillas,
un hilo de sangre tiñó mi vista de rojo. Todo estaba blanco; estaba rodeada
de nieve, y el auto quedaría enterrado en ella en cualquier momento.
Antes de quedarme inconsciente, escuché la voz de Cameron McCain
llamando mi nombre.
Capitulo cuatro

Yo me encontraba inmersa en un lánguido y placentero trance, envuelta en


unas suaves y cálidas sábanas que acariciaban mi piel desnuda. Pero había
algo más; entre esa suavidad había unas manos algo toscas pero delicadas
que acariciaban mis muslos con urgencia animal, Era McCain. Ni podía
verlo, pero sentía su piel desnuda, el vello rojizo en su pecho y entre sus
piernas. Sin abrir los ojos sonreí, sus labios ajustaban uno de mis pezones y
me hacían retorcerme de placer. Sentía su erección presionando entre mis
muslos, caliente, dura y pulsante. Deseaba tanto que me penetrara, que gemí
su nombre.

-¿Ya estás despierta? -su voz grave me trajo a la realidad.

Abrí los ojos y me encontré en una cama desconocida, Cameron McCain


estaba de pie frente a mí, usando un ajustado sweater negro que enmarcaba
la forma de sus hombros anchos.
Me incorporé con violencia, sentándome en la cama. Noté que tenía un
vendaje en mi brazo izquierdo. Dolía un poco, al igual que mis costillas,
pero no era nada grave. Lo peor era la jaqueca.
-¿Te sientes bien? -me volvió a preguntar.
-Si, solo...la cabeza me está matando -expliqué con un susurro.
McCain me dedicó otra sonrisa de costado, buscó una aspirina y me la
alcanzó junto con un vaso de agua. Recién en ese momento me di cuenta
que estaba en su cabaña, en un pequeño y acogedor dormitorio con apliques
de madera en las paredes.
-¿Qué ha ocurrido? -pregunté antes de tomar la aspirina.
-Pues...que intentaste atravesar la tormenta en tu auto como una demente y
chocaste. -suspiró-, me temo que quedó destrozado.
-¡Mi auto! -chillé. Ni siquiera había terminado de pagarlo. Poco a poco,
los recuerdos iban regresando a mi mente; la nieve golpeando el parabrisa
con furia, el auto imposible de maniobrar por el hielo en la carretera, el
pánico palpitando en mi pecho.
-Deberías preocuparte más por tu salud -me dijo él. Señalando mi brazo
herido-. Hice lo que pude con lo que tenía en el maletín de primeros
auxilios. De todas maneras, no hay ningún hueso roto, gracias a Dios.
Tampoco contusión. La has sacado barata, Moreno.
Volví a mirar mi brazo vendado, sabía que debía darle las gracias, pero era
demasiado orgullosa.
-¿Cómo me has encontrado?
-Te seguí con mi camioneta. -se encogió de hombros-. Te advertíos que la
tormenta estaba empeorando demasiado rápido pero no hiciste caso, así que
te seguí. Y menos mal que lo hice; encontré tu auto volcado y semi
enterrado por la nieve. Te saqué como pude, estabas inconsciente y te traje
de nuevo aquí.
-¿Por qué no me llevaste a un hospital, o al hotel?
-Los caminos están cerrados por la nieve -me dijo- ¿Acaso es tan
desagradable estar aquí conmigo?
Me dedicó otra de sus sonrisas seductoras, y yo sentí que mi pecho ardía.
-Mira -me tranquilizó- ¿Por qué no te das un baño caliente? Yo prepararé
café. Te espero en la sala y conversamos tranquilos.
Me sonrió de nuevo y abandonó el pequeño dormitorio, que asumí era el
cuarto de huéspedes. Había un baño anexado, en el que yo me desvestí. El
agua caliente contra mi piel desnuda se sintipo deliciosa, y ayudó a relajar
mis doloridos músculos. Pero todavía tenía demasiadas preguntas en mi
cabeza. Regresé al dormitorio, envuelta en una toalla, lista para volver a
vestirme con mis ropas de antes, y encontré una muda de ropa sobre la
cama. Un pantalón ancho y un sweater enorme; s3guro era de Cameron. Sí,
lo confirmé cuando al desliarlo por mis hombros sentí el aroma de su piel
envolverme. Debo confesar que em acusaba una sensación muy agradable,
y el hecho de que le sweater me quedara enorme solo lo hacía más cómodo
y abrigado.
Salí a la sala principal de la cabaña, y me maravilló lo cálida que se sentía
gracias al enorme hogar en el centro de ella. El fuego crepitaba con unas
hermosas llamas anaranjadas, y afuera, solo se podía ver blanco. La nieve
cubría todo; ni siquiera se podía divisar la carretera ni la línea del horizonte.
La nieve golpeaba los ventanales de vidrio, pero allí dentro yo me sentía
segura. Mucho más segura que en el hotel. No quería admitir que McCain
tuviera algo que ver con ello.
-¿Te sientes mejor después del baño? -me dijo, arrodillado sobre la
alfombra y acomodando las humeantes tazas de café sobre la mesita ratona.
-Sí, gracias -musité. Arrodillándome a su lado junto a la mesita.
-No puedo creerlo: ¡Laura Moreno sabe decir esa palabra!
-¿Cuál?
-Gracias. Te he salvado la vida y es la primera vez que la escucho. -me
ofreció una taza roja- ¿Azúcar, crema? Tengo whisky.
-Negro. ¡Y gracias, Señor Machote por rescatar a la doncella en apuros!
-¿Incluso en una situación como esta sales con esa mierda feminista?
Suspiré, frustrada. ¿Qué me hizo pensar que podía llevarme bien con este
tipo tan insoportable? De pronto, recordé nuestra última conversación, y mi
renuncia.
-Gracias por rescatarme, Doctor McCain -dije en tono frío, y me puse de
pie sin siquiera probar mi café-. Creo que lo mejor es que me retire, no
quiero abusar de su hospitalidad.
-¿Adónde vas a ir? -chilló con su acento-. Tu auto está enterrado en la
nieve ¿recuerdas?
-Lo recuerdo -busqué mi móvil de mi bolso-, pediré un taxi. Cuando pase
la tormenta los del seguro rescatarán mi auto-. Mi móvil no tiene señal-
¿puedo usar su teléfono de línea para hacer una llamada?
-Llama a quien quieras, ningún taxi llegará hasta aquí en plena tormenta.
O incluso con pleno sol, estamos muy profundo entre las montañas.
-Entonces... deberé pedirle prestada su camioneta. Solo para llegar al
hotel; una vez allí pediré un taxi y usted podrá retirarla más tarde.
-¿Acaso no entiendes, Moreno? ¡Los caminos están bloqueados por la
nieve!
Cogió el control remoto sobre la mesita y lo apuntó al televisor gigante
que estaba empotrado en la pared. Los programas de noticias mostraban
imágenes de los caminos cubiertos por la nieve y hablaban de la peor
tormenta en lo que va del siglo.
Mientras yo veía las imágenes de la desenfrenada nevada que tomó por
sorpresa al país, de los caminos bloqueados por la nieve y de la infinidad de
accidentes causados por el hielo en las carreteras, un horrible escalofríos
inundaba mi pecho. De pronto sentí las rodillas débiles y me vi obligada a
sentarme en el mullido sofá.
Ante la gravedad de la situación, el Estado ha impuesto el toque de queda.
Por su propia seguridad, recomendamos a los ciudadanos no abandonar su
hogar, excepto para lo estrictamente necesario como comprar alimentos o
medicinas. Aun así, no recomendamos alejarse demasiado pues las nevadas
son impredecibles y altamente peligrosas. Debemos recalcar en la
importancia de abrigarse correctamente al salir y de mantener su hogar lo
más cálido y cerrado posible.
-No puedo creerlo -murmuré, y sentí un miedo que jamás creí sentir en mi
vida. Instintivamente, miré a Cameron a mi lado, y noté que, aunque él
intentaba mantener su postura masculina y estoica, había algo de miedo en
su expresión. Durante un breve momento me pregunté si intentaba
protegerme con su actitud, y eso me provocó un placentero orgullo-. Tú has
vivido aquí toda tu vida, ¿alguna vez has presenciado algo así?
-No -respondió, sin despegar sus ojos verdes de la pantalla.

Si usted se encuentra fuera de su hogar, sugerimos busque refugio lo más


rápido posible. Si usted se encuentra seguro, pero en un lugar que no es su
residencia, recomendamos que permanezca allí hasta que las autoridades
meteorológicas confirmen que la tormenta ha pasado y las condiciones son
seguras. Todas las carreteras se encuentran bloqueadas por la nieve,
recomendamos permanecer seguros en sus casas hasta que las autoridades
logren despejarlas, una vez que las condiciones climáticas sean seguras.

Solté una exhalación, mientras las escenas panorámicas de las rutas


tapadas por la nieve me llenaron de desesperación.

-Estoy atrapada aquí -musité con el aliento entrecortado-...contigo.

Lo miré y, una vez más, en su cara se dibujó una de esas sonrisitas tan
altaneras. Debo confesar que, en ese momento, me reconfortó verlo sonreír.

-Me temo que sí -sacudió la cabeza. Creí que iba a hacerme alguno de sus
chistes machistas y horribles, pero en su lugar, se acercó a mí y rodeó mi
hombro con su brazo. Y lo más extraño fue que yo no sentí el impulso de
liberarme de su abrazos, si no que en secreto disfruté cómo el aroma
masculino de su loción me envolvía y reconfortaba-. Mira, no tengas miedo.
Tengo suficiente comida para algunas semanas, no creo que tarden mucho
en abrir los caminos. Cuando menos lo esperes podrás conducir de nuevo
hacia la capital. Mientras tanto, estarás bien y segura aquí, conmigo.
Le sostuve la mirada, y durante un momento que se sintipo eterno, olvidé
la tormenta y so problemas. Solo pude hundirme en esos ojos de esmeralda,
y perderme en el calor que emanaba de su piel y contagiaba la mía con
intensos cosquilleos. Cameron tenía el rostro tan cerca del mío que nuestras
narices se rozaban, al igual que unas horas antes.

No podía dejar de pensar en besarlo. La idea salvaje cruzó mi mente e hizo


estallar mi pecho. ¿Acaso em había vuelto loca? Pero me encontré virando
mis ojos de los suyos hacia sus labios.

Consciente de lo peligroso de mis impulsos, eché la cabeza hacia atrás,


alejándome de su cara y liberándome de su abrazo con un movimiento
incómodo. Él se aclaró la garganta, incómodo también, y durante unos
segundos solo hubo silencio.

-Bueno, mejor preparo algo para comer -se puso de pie y dibujó una
sonrisa amable en su rostro-. Morir congelados es una cosa, morir de
hambre, otra. ¿No te parece?
Yo también le sonreí, intentando disimular los cosquilleos que torturaban
todo mi cuerpo.
Capítulo cinco
Aunque todavía no eran las ocho de la tarde, la tormenta había oscurecido
el cielo al punto que se sentían como las tres de la madrugada. Afuera, el
viento apenas ululaba, creando un atmosfera sepulcral. La ausencia del
sonido de otros autos por la carretera daba la impresión de que el mundo se
había detenido, o que solo Cameron y yo éramos los últimos habitantes en
el planeta Tierra. Me froté el brazo para combatir un escalofrío, mientras
observaba a través de los ventanales de cristal las lejanas montañas
escocesas cubiertas de nieve.
¿Realmente iba a pasar esta tormenta encerrada con Cameron McCain?
Todo se sentía tan irreal; volví a hundir mi vista en la pantalla de mi móvil,
buscando en vano alguna noticia alentadora.
-La cena está lista -la voz grave de Cameron me quitó de mi trance.
Cuando levanté la vista, lo encontré sentándose sobre la alfombra junto a la
mesita de café, sirviendo dos elegantes platos de porcelana-. ¿Prefieres la
mesa del comedor? Aquí es más acogedor, junto al fuego.
-Aquí está bien -respondí, intentando sonar fría. Me acomodé junto a la
mesita, y no pude evitar notar que él había encendido algunas velas, las
cuales sumadas a las llamas del hogar creaban un atmósfera muy íntima.
Demasiada-. No eran necesarias las velas.
-Ya que estamos encerrados aquí, mejor gozar al máximo ¿no te parece?
Comer es uno de los grandes placeres de la vida, no dejemos que la
tormenta nos lo arruine.
Me guiñó el ojo, y un incómodo cosquilleo subió desde mi entrepierna
hasta mi garganta. Debo admitir que el desgraciado lucia muy bien, con ese
sweater negro entallado que marcaba sus anchos hombros y sus brazos
torneados, y resaltaba lo rojo de su barba y lo verde de sus ojos. Su loción
también era embriagadora, por un momento entendí por qué la Palmer, y
otras mujeres del hospital., babeaban tanto por este tipo.
Y también comprendí mis propias reacciones y sueños, pero eso no los
justificaba. Me reafirmé a mí misma que, durante mi estadía forzada con
Cameron McCain, debería ser fuerte.
Nos sostuvimos miradas unos segundos, y yo bajé la vista hacia el plato.
Sobre una carísima vajilla de porcelana había un cuenco bellamente
decorado, donde flotaba una deliciosa carne en un caldo espeso y de color
apetitoso. Tal vez yo tenía mucha hambre, pero olía divino.
-¿Qué es esto? -pregunté mientras revolvía con la cuchara.
-Sopa de codero y verduras, un típico plato escocés -respondió, a la par
que abría una botella de vino. El sonido del corcho reverberó por las
paredes de madera y Cameron sirvió dos copas de vino tinto.
Probé la sopa, y una explosión de sabor me aceleró y me reconfortó a la
vez. No recodaba haber probado algo tan rico en siglos.
-¿Qué tal está? - preguntó ante mi silencio.
-Excelente -respondí, ignorando el tono seductor de su voz-. No quiero
imaginar cuántas calorías debe tener esto.
-Idioteces, estás perfecta.
Se me hizo un nudo en la garganta.
-No te pedí tu opinión sobre mi cuerpo -dije, y seguí devorando aquella
sopa. Iba a arrepentirme cuando regresara a la civilización y me pesara,
pero la verdad estaba deliciosa.
-Solo digo...deberías dejar de preocuparte por cosas sin sentido y disfrutar
la comida.
-¿Lo has preparado tú? -intenté cambiar de tema.
-Soy un gran cocinero -me alcanzó la copa de cristal rebosante de vino
oscuro-. Tal vez descubras otros talentos míos, durante el tiempo que
estaremos aquí encerrados.
Bebió de su copa, sin separar sus ojos verdes de los míos. Esa mirada,
combinada con el sabor dulzón del vino, me hizo sentir extraña. Parecía que
estaba en una velada romántica con un amante y no encerrada gracias a una
tormenta con el hombre que yo más odiaba en el mundo.
-Deja respirar al vino -sugirió Cameron al ver que yo vaciaba mi copa de
un trago.
-Dejemos algo bien en claro -respondí, furibunda-. Yo no quiero estar
aquí, y tú no tampoco quieres que yo esté aquí.
-Eso es mentira -me interrumpió-, siempre estoy feliz de encontrarme
encerrado con una mujer hermosa.
Bebió de su copa con una expresión socarrona, una que aceleró los latidos
entre mis piernas e hizo subir el calor por mis mejillas.
-¡Basta! -exploté-¡eso es justamente lo que tienes que dejar de hacer!
-¿Qué estoy haciendo?
-Lo sabes muy bien. El vino, las velas, la comida casera...
-Necesitamos comer, el vino va bien con el cordero y no podemos estar a
oscuras -respondió en fingido tono inocente-. Creo que eres tú quien tiene
fantasías conmigo, doctora. Mejor me cuido durante este tiempo, encerrado
contigo, no vaya a ser que abuses de mí.
Me incorporé de un salto, furiosa, mientras él no cesaba de reír y beber.
-¡Eres un imbécil! -grité, y al hacerlo sentí un dolor en las costillas.
-Tranquila, recuerda tu accidente. No debes hacer movimientos bruscos.
-¡No te preocupes por mí! -volví a gritar, presionando suavemente mi
brazo vendado-. Mira, esta cabaña es lo suficientemente grande para que
pasemos nuestra estadía, lo que sea que dure, sin tener que vernos las caras.
-Qué aburrido seria eso -refunfuñó-. Yo quiero verte la cara, Moreno.
-Yo me limitaré al dormitorio de huéspedes, agradecería que usted haga lo
mismo. Podemos arreglar horarios para la sala, así no tenemos que
cruzarnos.
-¿El cuarto de huéspedes? La cama del dormitorio principal es mucho más
grande mullida y acogedora. King Size, con mucho espacio para posturas
extrañas...para dormir, por supuesto.
-¡No pienso dormir contigo! -La cara me ardía.
-Yo no hablaba de eso -sonrió, altanero-. Me refería a que tú duermas en
mi cama y yo en la del cuarto de huéspedes. ¿Ves que eres tú la que tiene la
idea fija, Moreno? Parece que estás obsesionada conmigo.
-No pienso dormir en tu cama después de haber visto a esas dos putas salir
de aquí. Seguro que ni has cambiado las sábanas.
-Las sábanas están impecables -se puso de pie y caminó hacia mí con
ritmo lento. El aroma de su loción me envolvió y me hizo temblar las
rodillas. Debía ser fuerte-. Creí que eras feminista ¿por qué insultas a dos
mujeres que no te han hecho nada? ¿Acaso estás celosa de ellas, Moreno?
-Déjame en paz -grité-. Hasta que despejen el camino, no te acerques a mí.
Me dirigí a la habitación de huéspedes dando trancazos. La rabia hacia
palpitar todo mi cuerpo, y tenía tanto calor que pensé que era capaz de
atravesar al tormenta de nieve sin siquiera tiritar. Justo antes de cerrar la
puerta, escuché a Cameron decir:
-Ah, Doctora Moreno...hablas en sueños, ¿lo sabías?

Capitulo seis
¿Cuánto tiempo podía durar una tormenta? Por más cruel que fuera,
¿cuánto tiempo podrían demorar las autoridades en despejar la nieve y el
hielo de las carreteras? Admito que nunca he sido una mujer muy paciente,
pero allí, encerrada con Cameron McCain en esa cabañita perdida entre las
montañas escocesas, mi paciencia estaba pasando el límite de lo racional.
Pasé las primeras cuarenta y ocho horas fiel a mi palabra; encerrada en el
cuarto de huéspedes la mayor parte del tiempo. Solo salía del dormitorio
para buscar algo de comida en la cocina. Apenas me crucé con el
desgraciado de McCain durante esos dos días. Yo cenaba en mi cama,
envuelta en las gruesas mantas de piel y sin despegar mi nariz de la pantalla
de mi móvil. Aunque debo admitir que seguir tan de cerca las noticias de la
tormenta no me ayudaba a sentirme más calma. Al contrario; tantos reportes
de accidentes y muertes gracias a la nevada, y la despiadada ola de gripe
que desataron las temperaturas tan bajas, había que un horrible vacío
creciera en mi pecho. No podía creerlo, pero a veces hasta deseaba
abandonar mi cuarto para verle la cara al desgraciado de McCain, por algún
espantoso motivo, oír sus voz me tranquilizaría, aunque sea escuchando
alguno de sus chistes machistas.
Pero no, debía ser fuerte. En situaciones extremas la gente pierde la cabeza
y toma decisiones estúpidas. Decisiones que, tarde o temprano, les cagan la
vida, yo no iba a hacer eso. Solo debía aguantar hasta que pasara el
encierro.
¿Y después? ¿Qué ocurriría después? Yo había presentado mi renuncia al
hospital ¿Dónde trabajaría una vez pasada la tormenta? ¿Conseguiría algo
en Glasgow, o debería regresar a mi papis? Había tomado esa decisión en
un impulso de furia, y recién ahora estaba evaluando las consecuencias. En
cierta manera, el encierro y la tormenta me brindaban el alivio de no tener
que tomar ninguna decisión ahora, pero el momento llegaría.
¡Laura Moreno, eres una idiota!, mascullé para mis adentros, ¿Dónde vas a
encontrar un salario más alto?
Aunque... ¿era realmente el dinero lo que me preocupaba?
-¡Moreno! -el grito de McCain a través de la puerta me arrancó de mis
pensamientos. Yo me incorporé con violencia sobre mi cama y dejé caer mi
teléfono-. ¿Cuánto tiempo vas a permanecer ahí encerrada?
-Déjame en paz.
-Me siento solo...te extraño.
-¡Vete a la mierda! -me volvía a tapar hasta la cabeza.
-Como quieras...pero me preocupa tu brazo, por lo menos deja que te
revise.
Su tono de voz sonaba sincero, pero no iba a caer por una artimaña tan
básica, No era más que otro intento patético por seducirme.
-Estoy bien, puedo arreglármelas sola -sentencié, y, por su silencio, asumí
que se había alejado de mi puerta. Me alivió, pero también me entristeció.
Me levanté despacio y caminé hacia el baño. Allí había un botiquín con
todo lo necesario para cambiarme el vendaje del brazo izquierdo. Todavía
estaba amoratado, pero no me dolía tanto. Me hice un rápido autoexamen y
apagué la luz del baño. Regresé a mi cama; afuera todo estaba cubierto de
nieve, la cual estaba teñida de gris por la oscuridad del crepúsculo. Suspiré;
parecía que las noches eran eternas, y eso no ayudaba a mi estado de ánimo.
Recogí mi móvil e intenté distraerme, pero me encontré constantemente
buscando portales de noticias, hambrienta por cualquier novedad con
respecto a cuándo despejaban los caminos.
Pronto, mi mente comenzó a divagar.
Recordé mis fantasías con McCain, y estar encerrada con él solo hacía que
esas fantasías se desbordaran. ¿Qué me impedía cruzar esa puerta y hacerlas
realidad? la posibilidad hacía que unos molestos cosquilleos me invadieran.
¿Hace cuánto que no tenía sexo? Demasiado, para estar fantaseando con
este cerdo machista. Extremadamente atractivo, pero que representaba todo
lo que yo odiaba en un hombre. Y ahora, estaba encerrada por quien sabe
cuánto tiempo, con él.
Me quedé dormida.
En mi sueños, McCain estaba en la cama conmigo, encima de mí. Su torso
estaba desnudo, imponente y musculoso, cubierto de un irresistible vello
rojizo. Yo también estaba desnuda, y podía sentir nuestras piernas
enredadas bajo la sábanas, su polla dura cosquilleando entre mis muslos
húmedos. El vendaje en mi brazo había desaparecido, así fue como supe
que estaba soñando, y él me sujetaba de las muñecas, presionándolas contra
el colchón e inmovilizándome. Me gustaba sentirme dominada por él. Sus
ojos tenían el aspecto de una bestia salvaje, y la sonrisa altanera que
enmarcaba su barba roja hacía que mi clítoris palpitara con anticipación.
-¿Acaso vas a dejarme solo, Moreno? -se mofaba mientras besaba y
mordisqueaba mi cuello.
Cada movimiento de sus labios despertaba un relámpago en mi espina
dorsal, y ahora sus manos masajeaban uno de mis pechos con movimientos
circulares. Cuando pellizcó uno de mis pezones arquee mi espalda en contra
de mi voluntad, y un espasmo de placer me golpeó al mismo tiempo que él
me penetraba. Grité. Se sentía tan bien que él me llenara con esa polla tan
grande, tan dura. Me aferré a su espalda ancha y la rasguñé mientras él
embestía como una animal salvaje. Y yo gritaba, gritaba de placer como no
había gritado en años. Mi orgasmo estaba cerca, y yo estaba a punto de
estallar...
-¡Moreno! -la voz de Cameron me despertó.
Abrí los ojos y lo encontré sentado en mi cama, observándome mientras
yo dormía. Poco a poco yo regresaba a la realidad, y me aterraba la idea de
que me hubiera escuchado gemir su nombre en sueños.
-¿Qué...que haces...en mi cuarto? -farfullaba yo a la para que despertaba.
Estaba furiosa con él por haber entrado en mi cuarto, pero al mismo tiempo,
sentía todo mi cuerpo débil. Intenté incorporarme y sentí una punzada
dolorosa en mis sienes.
-Despacio -me dijo él, a la par que me ayudaba a acostarme nuevamente.
-¿Qué haces en mi dormitorio?
-No contestabas y me asusté -dijo, y presionó su mano con gentileza sobre
mi frente-. Tienes fiebre.
¿Fiebre? Sí, a medida que yo terminaba de despertar reconocía los
síntomas en mi propio cuerpo; el dolor muscular, a fatiga, la jaqueca.
Aunque no podía decir si el ardor que invadía toda mi piel era por la fiebre
o por la presencia de McCain, con su impecable sweater azul marino y sus
impactantes ojos verdes.
-Bebe, te sentirás mejor - dijo, alcanzándome. una aspirina y un vaso de
zumo de naranja. Yo bebi, mientras sus salvajes ojos verdes no se apartaban
de mi cara.
-¿Hay noticias de las carreteras? -pregunté con un hilo de voz. Realmente,
me sentía muy mal.
-Aun no - me respondió, y a pesar de su respuesta, su voz resultaba
calmante-. ¿Tan desesperada estás por dejarme? Sabes, muchas mujeres
darían lo que sea por estar encerradas conmigo.
Me guiñó el ojo, y yo refunfuñé.
-Estoy muy cansada para pelear contigo -suspiré, y cerré mis ojos.
-Bien -soltó una risita y me arropó con ternura-. Debes reposar.
Seguramente esta es una respuesta somática por el stress. Es necesario que
descanses, Moreno. Y lo digo en serio. Eres la mujer más hermosa que he
conocido, pero también la más tensa. Ahora relájate, duerme un rato y en un
par de horas regresaré con algo para comer ¿de acuerdo?
No pude decir nada, solo asentí con la cabeza. Había miles de cosas que
quería decirle, miles de maldiciones para soltarle, pero me sentía muy débil.
Sentí que me deslizaba hacia el sueño mientras él se encaminaba hacia la
puerta.
Me despertó el ulular de la tormenta afuera; las escarchas golpeaban el
ventanal de cristal, aunque allí dentro yo me sentía segura. Estirpe mis
músculos, despacio, y me pregunté cuántas horas había estado dormida.
Instintivamente busqué mi móvil en la mesita, eran cerca de las nueve de la
noche. Pude sentir que mi temperatura había descendido, y em sentía más
despejada en general, pero las piernas todavía estaban algo doloridas. Yo
estaba navegando por Internet, buscando novedades sobre las carreteras,
cuando escuché a McCain dar unos golpecitos en mi puerta.
-¿Estás despierta, Moreno? -de nuevo, ese tono de voz tierno y
preocupado-. La cena está lista.
-Sí, ya voy -intenté incorporarme, pero todavía me sentía algo débil.
-No es necesario -dijo él unos segundos más tarde.
Yo permanecí sentada en mi cama, cubierta hasta la cintura por las pesadas
mantas de piel sintética, y Cameron entró a mi habitación cargando una
bandeja con un humeante cuenco de sopa. Al instante de olerlo, se me hizo
agua a la boca. Y también cuando lo vi a él, que se había cambiado por un
sweater gris que entallaba su figura de triángulo invertido.
Se sentó a mi lado en la cama, acomodó una servilleta en mi cuello como
si yo fuera una niña, y me acercó el cuenco de sopa.
-Pollo, jengibre y rábanos -explicó, orgulloso-. Es una receta familiar, te
hará bien para el estado gripal.
-Gracias -dije, antes de probar la primera cucharada. -Está deliciosa. ¿Tú
no comes?
-Yo cené temprano. Además, te la preparé para ti.
-No deberías haberte molestado -respondí en forma seca. Quería ser
amable, pero no demasiado amable-. No sabemos cuánto tiempo estaremos
encerrados aquí, no deberías gastar las provisiones en comidas tan
extravagantes; cordero, jengibre...
-No te preocupes, la despensa está bien equipada -sonrió, transmitiendo
esa confianza típica de él. Creo que en ese momento entendí por qué las
mujeres se sentían tan seguras a su lado-. Además, me gusta cocinar.
-Jamás lo hubiera imaginado -se me escapó una risita antes de tomar otra
cucharada, realmente, sus comidas eran lo más exquisito que había probado
desde que llegué a Escocia.
Busqué sus ojos para ver su reacción, y encontré una fingida expresión de
ofendido.
-No soy el cavernícola que tú crees. Tengo muchos talentos escondidos.
Yo sacudí mi cabeza, riendo por lo bajo. No había manera en que yo
pudiese vencer a McCain en un enfrentamiento verbal.
Pero no me daría por vencida.
Terminé mi sopa y dejé escapar una exhalación de felicidad. ¡Hacía tanto
que no probaba comida casera! y esa sopa me había envuelto en una
fantástica sensación de confort y tranquilidad. Cameron se puso de pie,
cargando la bandeja con el cuenco vació, y yo busqué en forma automática
el móvil en la mesa de noche.
-No, no, no -me regañó-. Nada de noticias estresantes. Solo hará que te
pongas peor. Necesitas distraerte.
-Pero, quiero saber cuándo despejarán las rutas.
-No lo harán esta noche -me dijo, quitándome el móvil de las manos y
dejándolo nuevamente sobre la mesita -¿Qué tal sí en su lugar vemos una
película?
Sacó un pequeño control remoto del bolsillo de su pantalón y lo apuntó a
la pared. Allí, frente a mis ojos, un panel en la pared de mi dormitorio giró,
transportando el televisor empotrado en la pared de la sala de estar hasta la
mía.
-Regresaré con unos tragos. Elige tú la película -me dijo, depositando el
control remoto en mis manos.
En su ausencia, curiosee un poco en su televisor, sin moverme de la cama.
Por supuesto, Cameron McCain tenía todos las aplicaciones de cine y
entretenimiento existentes. Intenté elegir una película, algo divertido que
nos quite (o por lo menos a mí) la tormenta de la cabeza. Sin embargo, no
podía quitarme una sensación incómoda de la cabeza, que nada tenía que
ver con el desastre climático que nos había aislado del mundo. Permanecí
allí, en esa sobrecogedora habitación de huéspedes, envuelta en las mullidas
mantas de piel con el viento escarchado golpeando los ventanales y el aire
acondicionado creando un delicioso calor, hasta que Cameron regresó. Me
dedicó una sonrisa al cruzar la puerta, cargaba dos copas de coñac en la
mano. Cuando se sentó a mi lado en la cama, yo instintivamente me alejé
unos centímetros. Aunque noté que el aroma de su loción combinado con su
piel eran irresistibles, pero lo mejor era que yo mantuviese una distancia
recatada.
-Licor de café -me dijo al entregarme la copa-, para entrar en calor ¿O
prefieres whisky?
-Está perfecto, gracias -cogí la copa con dedos nerviosos y le di un buen
sorbo. El ardor dulce se deslizo por mi garganta y me reconfortó.
De hecho, era incómodo sentirme tan cómoda. Acostada en la misma cama
con Cameron McCain, mi jefe. Ex-jefe. Y en esa atmósfera tan...íntima y
romántica. Tragué saliva; aunque él mantenía una distancia prudencial,
parecíamos una pareja de luna de miel, refugiados de la nieve.
-¿Ya has elegido la película? -me preguntó en forma casual.
-¿Qué estás tramando? -murmuré. Unos intensos latidos despertaron entre
mis piernas, no podía quitar de mi mente mi último sueño.
-No estoy tramando nada, Moreno, No seas paranoica -recién ahí él giró su
mirada hacia mí, y esos ojos verdes mirándome solo aumentaron las
palpitaciones en todo mi cuerpo-. Mira, creo que tenemos que dejar algo en
claro-. Su tono de voz se puso más serio de lo que jampas lo había oído en
mi vida-. Ninguno de los dos sabe cuánto tiempo estaremos aquí
encerrados. Yo soy optimista y creo que no será demasiado, pero nadie lo
sabe a ciencia cierta. Sé que me odias, pero no soy el animal violador que tú
piensas que soy. Estoy tratando de demostrártelo.
Dejó escapar un suspiro de frustración, y yo observé su semblante, tan
masculino y atractivo. En ese momento, no sé qué se apoderó de mí, pero lo
encontré irresistible.
Debía ser la fiebre.
-Mira -Cameron volvió a hablar-, no puedo pedirte que yo te caiga bien.
Eso es imposible. Pero, durante el tiempo que estemos aquí encerrados,
creo que lo más inteligente sería intentar convivir en paz, ¿no te parece?
-Eso dije yo desde un principio -repliqué, orgullosa. Aunque, en el fondo,
sabía que él tenía razón y yo no.
-No -sacudió la cabeza-, tu solución fue aislarte todavía más, encerrarte en
este cuarto. ¿Y de qué ha servido? Te has estresado todavía más y te
enfermaste. Eres de las mujeres más inteligentes que conozco, Moreno,
pero también la más testaruda-. Me mordí el labio y sonreí; tomé eso como
un halago, él siguió hablando-. Sabes que los seres humanos somos seres
sociales; en una situación de incertidumbre como esta, es mejor que estés
acompañada, aunque sea por alguien que odias como yo.
-Tal vez algo de razón tengas -suspiré. Cameron me miró, absorto. Sus
ojos parecían dos piezas de jade, y yo no pude evitar reírme ante su
expresión sorprendida-. ¿Qué ocurre?
-Nada, no puedo creer que me hayas dejado ganar una discusión.
-Cerdo -no pude evitar soltar una risita.
Y ante mi risa, él dibujó en su rostro una sonrisa que me dejó sin aliento,
como si gozara oírme reír. Inmediatamente, apreté mis labios, Mi corazón
estaba punto de reventar ¿por qué me sentía tan inquieta a su lado?
-Mira -confesé-, no puedo confiar en ti. No lo tomes personal; no confío
en nadie. Y conozco tu reputación. Necesito que me prometas que, mientras
estemos aquí encerrados, no harás ninguna...de las tuyas.
Una súbita ola de timidez me impidió completar la oración. Su sonrisa se
hizo más amplia, más lobuna, y acercó su rostro al mío.
-¿A qué te refieres con una de las mías? -susurró en su grave acento
escocés. Los latidos en mi clítoris aumentaron.
-Cameron -murmuré-, estoy hablando en serio.
Él alejó su rostro unos milímetros.
-De acuerdo -asintió-, pero...dime la verdad, Moreno. Sé que un tipo como
yo puede molestar a una feminista rabiosa como tú, pero... ¿alguna vez te he
hecho algo realmente ofensivo o dañino? De verdad, quiero saber.
Me sostuvo la mirada durante un instante que se sintipo una eternidad. Yo
me hundía en ese abismo verde y la nieve golpeaba los ventanales a un
ritmo cadencioso. Rememoré todos los momentos que había compartido
junto a Cameron McCain, todos y cada uno desfilaron por mi mente en
cuestión de segundos. Desde mi llegada al hospital mi primer día en
Glasgow, hasta el día de hoy.
-No -respondí con total sinceridad. Y no pude decir más.
-Bien -asintió él, pensativo. Y luego me ofreció su mano derecha-
¿Tratado de paz, entonces?
Estreché su mano.
-Tratado de paz. -sentencié con una sonrisa. Nos miramos a los ojos,
ninguno de los dos quería soltar la mano del otro, y me pregunté por qué.
Pero su mirada era hipnótica. Finalmente, yo me obligué a soltar su mano-.
Además, después que esta tormenta pase, no volveremos a vernos.
Cuando yo dije eso, un sutil dejo de decepción frunció su mirada por unos
segundos. Pero pronto, él llevó la copa a sus labios con una de sus
seductoras sonrisas.
-¿Ya has elegido la película? -me dijo, alzando una de sus cejas cobrizas-
¿O lo hago yo?
-Yo elijo -le arrebaté el control remoto de las manos-. Y mantén tu
distancia.
Él soltó una risita.
Rápidamente busqué una película en la sección de acción y policiales. No
solo porque ese era el género que más me gustaba, si no porque no quería
arriesgarme a elegir alguna película con alguna escena romántica o peor, de
sexo. Bastante que yo estaba en la misma cama con Cameron, aunque él
estuviera vestido sobre las mantas y yo debajo en mi piyama.
-No puedo creer que estoy aquí contigo -bufé.
-Yo tampoco -río el -, en estas circunstancias, por lo menos. La veces que
he solado con tenerte en mi cama era desnuda y envuelta en sabanas de
seda, no engripada en piyama y viendo televisión para escapar de una
nevada.
-Idiota -mascullé, pero no pude evitar reír.
La película comenzó y los dos hicimos silencio. Al principio, yo no podía
quitarme de la cabeza lo incomodó de la situación, de estar en la misma
cama que él mirando una película como si fuéramos pareja. Pero pronto, me
enganché con el argumento y las preocupaciones desparecieron. Los dos
nos enganchamos, y pasada la primera media hora del film los dos
estábamos disfrutando y haciendo comentarios como si aquello fuera
totalmente normal.
Y se sentía normal. Y natural. Estar abrigada bajo las mantas, disfrutando
una buena película y riendo a su lado. Me sentí algo culpable.
En un momento, mis miedos se convirtieron en realidad; el protagonista de
la película se enreda con la sospechosa de un crimen y los dos saltan a la
cama. No dije nada, permanecí en silencio deseando que la escena fuera
corta, pero se sintió eterna. Y otra vez, los cosquilleos en mi clítoris
regresaron para torturarme. Me descubrí en la cama junto al hombre que
tantos sueños húmedos y fantasías me había provocado, los dos viendo una
escena de sexo bastante explicita sin decir una palabra.
Lo observé con el rabillo del ojo, y, para mi sorpresa Cameron mantuvo un
respetuoso silencio. La escena finalmente terminó, pero los latidos entre
mis piernas no cesaban tan fácilmente.
Al mismo tiempo, me encontré perdiéndome en un lánguido y placentero
trance. Decidí no luchar contra mis latidos sino sentirlos por completo.
Olvidé la película y me hundí en el placer de estar cómoda en la cama,
relajándome con el calor envolviéndome mientras el viento helado soplaba
afuera. Sabía que estaba mal disfrutar tanto de estar acostada junto a
Cameron McCain, pero no podía evitarlo. Pronto me relajé como nunca lo
había hecho en mi vida, por lo menos, junto a un hombre. Sí, había tenido
sexo con unos cuantos, pero nunca me había relajado tanto con uno en la
cama. Nunca había experimentado este tipo de comodidad e intimidad con
uno. Sentí mis músculos aflojarse y el calor envolverme, junto con el aroma
de su loción masculina. Intenté mantener los ojos abiertos pero mis
párpados pesaban una tonelada, y no pude evitar cerrarlos.
Me adormecí; escuchaba los diálogos de la película y la respiración de
Cameron a mi lado, pero no podía abrir los ojos. Pronto me quede dormida,
y fue el sueño más placentero y reparador de mi vida.
Hasta que me desperté en sus brazos.
Ignoraba cuantas horas habían transcurrido; solo supe que, justo antes de
abrir mis ojos, sentí la textura suave de su sweater contra mi mejilla. Y sus
brazos estaban abrazándome, envolviéndome en un calor delicioso, plagado
del aroma de su piel y sudor. Se sentía exquisito, hasta que me di cuenta lo
que estaba ocurriendo.
Me sacudí en forma violenta, escapando de su abrazo con un chillido. Él
estaba dormitando, y me dedicó una sonrisita triunfal.
-¡¿Qué has hecho?! -chillé, espantada.
-Te quedaste dormida en mis brazos -respondió, desperezándose. Se puso
de pie y estiró todavía más sus músculos, haciendo que su sweater se
levantara un poco y revelara su estómago firme. Mis ojos se fueron para allí
un momento y mi pulso se aceleró todavía más. Creí que el corazón se me
iba a salir del pecho.
-¿Y no se te ocurrió despertarme?
-Yo también me quede dormido -se disculpó con una sonrisa culpable,
luego dirigió su mirada al televisor que seguía encendido-. Mira, hasta nos
hemos olvidado de apagarlo.
Mientras él copia el control remoto y pagaba el televisor, yo intentaba
controlar las pulsaciones que torturaban todo mi cuerpo. Para colmo de
males, él se inclinó y acarició mi frente con su mano.
-Ya no tienes temperatura -dijo-¿te sientes mejor?
Asentí, incapaz de articular palabra.
-Bien -sentencio él-, voy a adarme una ducha y preparar el desayuno. O
almuerzo, más bien. Tú duerme un rato más.
Me dedicó otra sonrisa y se encamino hacia la puerta cuando yo lo detuve.
-Cameron -dije-, nadie puede saber de esto. Nadie en el hospital puede
saber que me quedé dormida en tus brazos, en tu cama.
-Tranquila, será nuestro secreto -rio él-. No se lo diré a nadie, lo prometo-.
Dio unos pasos hacia la puerta y volvió a girar hacia mí-. Además, tú ya has
renunciado, ¿recuerdas? No volveremos a cruzarnos una vez que esto pase.
La tristeza con la que pronunció aquellas palabras se percibía no solo en su
voz, sino también en sus ojos. Le sostuve la murada unos segundos,
intentando descifrar el motivo de su malestar, pero pronto él volvió a
sonreír y abandonó el cuarto de huéspedes.
Capítulo siete
Efectivamente, la fiebre había pasado, y con el paso de los días, el resto de
mis malestares. Ya no me dolían los músculos ni me sentía fatigada. Pero
todavía utilizaba los vendajes en mi brazo izquierdo, más que nada por
insistencia de Cameron, si por mí fuera ya me los hubiera quitado por lo
incómodos que resultaban.
Aunque tampoco tenía que trabajar; las carreteras continuaban bloqueadas
y nosotros encerrados, así como la mayoría de la población de Escocia.
Incluso dentro de la casa, Cameron amaba cocinar y frecuentemente me
deleitaba con platos típicos escoceses. Yo intentaba ayudarlo, pero siempre
he sido un desastre en la cocina, y él insistía en que yo hiciera reposo para
no recaer.
Así que pasaba mis días con la cara en la pantalla del móvil, desesperada
por que despejaran los caminos y yo pudiera regresar a Glasgow.
Aunque con el paso de los días, pronto mi desesperación fue cesando.
Odiaba admitirlo, pero disfrutaba estar allí. No necesitaba levantarme
temprano, ni cumplir con los horarios laborales, a pesar del crudo clima
gélido afuera la cabaña siempre estaba caliente y acogedora gracias a la
chimenea eléctrica, y me estaba empachando con tanta comida tradicional
escocesa que preparaba Cameron.
-Arenque ahumado y puré de rábanos -anunció él a la par que servía los
dos platos, impecablemente presentados, sobre la mesita de café de la sala.
Casi ni usábamos la mesa del comedor, era mucho más cómodo sentarnos
descalzos sobre la alfombra peluda, y cenar viendo televisión o
simplemente como las llamas danzaban en la chimenea.
-Ufff realmente voy a tener que ponerme a hacer dieta cuando regrese -
festejé luego del primer bocado. Como todo lo que cocinaba Cameron,
estaba delicioso.
-Basta de eso -él sacudió la mano antes de dar el primer bocado-. ¿Por qué
siempre las mujeres más hermosas se torturan por las calorías y toda esa
mierda? Estás perfecta, Moreno.
Bajé la mirada hacia la comida.
-¿Qué ocurre? -me preguntó.
-Me siento culpable -exclamé, y mis palabras me sorprendieron hasta a mí,
Yo no era de expresar mis sentimientos, mucho menos con un extraño.
Mucho menos con Cameron McCain. Pero ahí estaba, abriéndome-. Tantos
días sin trabajar, durmiendo hasta tarde, holgazaneando contigo frente al
televisor ¡llenándome de carbohidratos y grasas!
-¿No te gusta la comida?
-Es lo más delicioso que he probado -confesé antes de llevarme otro
bocado a la boca.
-Entonces... ¿Cuál es el problema? Creo que ya te entiendo, moreno.
Menosprecias el placer.
-¡Yo no menosprecio el placer! Pero soy una mujer adulta, tengo
responsabilidades que cumplir.
-Por supuesto, todos las tenemos. Pero hay un momento para el trabajo y
otro para el placer ¿sabes? Sin un poquito de gozo, nos volvemos locos.
Creo que por eso estás tan tensa.
-Yo no soy como tú -respondí-Y no estoy tensa.
-¡No puedes alejarte dos segundos de tu móvil!
-¡Quiero saber cuándo despejan la maldita carretera!
-Yo también, pero lo tuyo ya es obsesivo. ¿Tan mal la pasas conmigo?
Me dedicó otra de sus irresistible sonrisitas, y yo bajé la vista para ocultar
mi sonrisa.
-No - respondí, culpable, antes de comer otro bocado.
-Ya ves -respondió, triunfal-. Permítete a ti misma gozar, Moreno. Lo
mereces. Todos lo merecemos. Y con esta tormenta horrible, que nos tomó
a todos por sorpresa ¿no es el mejor momento para unas vacaciones? ¿Para
relajarte y simplemente disfrutar?
-Tienes una forma muy simple de ver las cosas -sacudí la cabeza.
-Admito que soy un tipo chapado a la antigua -dijo, acercando su rostro al
mío hasta que mi corazón se aceleró-, y que eso choca con una mujer
feminista como tú, pero...dime la verdad ¿no la pasas bien conmigo?
-Eres un idiota -susurré contra sus labios-, no puedo esperar a irme de este
infierno congelado.
Su sonrisa se hizo más amplia, hasta que creí que sus dientes acariciaban
mis labios. Me aparté en forma brusca.
¿Qué estaba haciendo? ¿Me había vuelto loca?
Agradecí que Cameron no reaccionara al respecto. Tan solo levantó los
platos vacíos en silencio y se dirigió a la cocina. Yo me quedé sola en la
sala de estar, sentada sobre la alfombra y con el pulso acelerado. No podía
creer mi propia debilidad ¿de veras estuve a punto de besarlo?
Como mecanismo de defensa busqué mi móvil. Yo estaba navegando por
Internet cuando él regresó a la sala con dos copas de licor y budín de
chocolate.
-¿Otra vez en el teléfono? -me reprochó- ¿Por qué mejor no vemos una
película? Esta vez elijo yo.
-¿Otra película? He visto más aquí encerrada contigo que en lo que va del
año.
-¿Prefieres hacer otra cosa? -me sugirió con otro de sus gestos lobunos. Yo
lo maldije por lo bajo y busqué el control remoto. Estaba eligiendo algo
para ver mientras él servía dos generosas porciones de postre de chocolate-.
Hablando en serio ¿le has avisado a tu familia que estás aquí? Tal vez han
visto las noticias de lo que está pasando en Escocia y están preocupados por
ti.
-No tengo familia -respondí en tono seco, sin quitar mis ojos del televisor-.
Ni en mi país, ni aquí. Mis padres fallecieron y no tengo hermanos.
De nuevo, me sorprendió mi velocidad para abrirme ante Cameron. Tal
vez era el calor de la cabaña, lo delicioso de la comida que ejercían sobre
mí un extraño embrujo que me hacía confiar en este hombre. Al oír mi
respuesta, él se vio notablemente incómodo.
-Lo siento -dijo en voz baja. Su tono era tan sincero que sentí una punzada
en el pecho-. ¿Tal vez algún amigo, aquí en Escocia, que este
preguntándose por ti?
-Tampoco tengo amigos -me encogí de hombros -Ninguno cercano. Nadie
que me extrañe, por lo menos, o que note mi ausencia -Ante su mirada, me
defendí - ¡No me mires así! Los dos somos adictos al trabajo. Desde que me
mude aquí, no he tenido tiempo de hacer amigos ni...nada.
-Nada -declaró él, pensativo-. Una mujer como tú no debería estar tan sola.
Es algo...ilógico.
-¿Y tú? -respondí, herida-. Siempre rodeado de mujeres, pero ¿alguna de
ellas realmente se preocupa por ti? ¿Alguna te ha llamado para preguntar si
habías muerto congelado en esta cabaña?
-No, yo también estoy solo -dijo-. Desde que el hijo de puta de mi padre
abandonó a mi madre y la dejó para criarme sola, hasta que ella murió.
Como tú, soy hijo único. Algo raro en un escocés, pero éramos demasiado
pobres ¿sabes? Ahora tengo muchos amigos, pero sé que en el fondo solo
les importa m dinero y mi influencia. Y las mujeres... follo con muchas,
pero sin sentimientos de por medio. El sexo nunca ha sido algo personal
para mí. Así que sí, tienes razón. Estoy solo. Soy consciente de ello,
siempre lo he sido, esta tormenta solo ha hecho obvio lo aparente ¿y tú?
Tragué saliva. Me di cuenta que Cameron no había intentado herirme con
sus palabras, y me arrepentí por mi exabrupto, me di cuenta que, por alguna
razón, yo siempre sospechaba lo peor de él. Una sonrisa melancólica se
curvó en sus labios.
-Perdóname, no quise ofenderte -me disculpé.
-Solo has dicho la verdad. Supongo que esta tormenta nos obliga a ver
verdades que toda la vida nos desesperamos por ocultar -sonrió con algo de
tristeza-El punto es...no quiero para ti lo mismo que para mí ¿entiendes?
Los dos estamos solos en la vida, pero no tiene que ser así para ti. Cuando
esta mierda pase, vayas donde vayas, quiero que me prometas que vas a
disfrutar de tu vida. No obsesionarte tanto con el trabajo ¿sí?
Asentí con la cabeza. Sus palabras desataron un torrente furioso en mi
interior; las sensaciones que me embargaban eran indescriptibles. Una
rabiosa mezcla de tristeza, euforia, ternura...e intimidad. Sí, aquel dialogo
había sido el más sintió que había tenido con cualquier hombre. Con
cualquier persona. Y me sentía tan desnuda y vulnerable. Y la vez,
tranquila. Como su las cosas estuvieran sucediendo exactamente de la
manera en que debían suceder.
Eso era lo que más miedo me daba.
Mi cuerpo estaba palpitando con calor, podía sentir mis palmas y mi
espalda sudada. Mis ojos estaban fijos en el suelo de madera, mientras yo
intentaba, en vano, ordenar el caos dentro de mi cabeza. Y justo en ese
momento, la mano cálida de Cameron se posó en mi mejilla, obligándome a
mirarlo a los ojos. Sus labios estaban apenas a milímetros de los míos, yo
podía sentir el calor que emanaba de su aliento, y el sutil aroma a café.
Estaba mal, esto estaba mal, pero sus ojos me atraían como una luciérnaga
a la luz. Me encontré impulsada hacia esas dos piezas de jade salvaje, y
nuestros labios se encontraron en un beso apasionado, uno que ambos nos
debíamos desde hacía una eternidad. Saboreé sus labios y me deleité con su
barba roja cosquilleando mi cara. Su mano no se despegaba de mi mejilla, y
mientras sus labios capturaban mi labio inferior y lo mordisqueaban con
pasión, yo sentía que todo mi cuerpo ardía. Me aferré a su espalda ancha,
caliente bajo su sweater, y sus brazos también me rodearon l cintura. No
podía creer lo bien que se sentía, especialmente cuando su lengua se
entrelazó con la mía a un ritmo sensual. Gemí dentro de su boca, y las
rodillas me temblaban. Sus brazos em sostenían en un fuerte abrazo y mis
pechos se apretujaban contra su torso firme.
Finalmente, cuando ninguno de los dos podía respirar más, separamos
nuestros labios. Mi cabeza daba vueltas: nunca un beso se había sentido tan
poderoso, capaz de hacerme temblar los muslos, humedecerme y acelerar
mi corazón. Miré sus ojos; había algo inusual en su expresión, como si el
beso lo hubiera sorprendido a él también. Casi hubiera preferido que esta
fuera una de sus artimañas, pero la verdad era que Cameron estaba
vulnerable ante mi presencia, despojado de la arrogancia artificial que
impostaba para otras mujeres. Yo estaba viendo su lado más sensible y
privado, y aquello em aterrorizaba.
-Esto no puede ser -mascullé, huyendo de sus brazos.
Durante unos segundos ninguno de los dos dijo nada, solo se oía el rugir
del viento afuera, recordándonos lo aislados que estoábamos del mundo.
Finalmente, Cameron habló:
-¿Por qué no? -noté que su aliento estaba entrecortado, y eso me hizo
sentir algo orgullosa en el fondo-. Mira, los dos somos adultos, y
obviamente los dos lo disfrutamos.
¿Los dos? Si, era cierto.
-Es que...trabajamos juntos -mascullé, apenas ordenando mis
pensamientos. El calor ardía en mi cara y en todo mi cuerpo.
-Eso es mentira -me recordó él en tono amargo-, has renunciado
¿recuerdas? ¿Cuándo vamos a hablar de eso?
Trague saliva; no tenía respuesta para él. Ni siquiera tenía una respuesta
para mí misma, para entenderlo que me estaba ocurriendo con este hombre.
Nunca había sentido algo así por nadie y era tan sobrecogedor, tan
terrorífico.
Y como si mi confusión adolescente no fuera lo suficientemente mala, él
continuó hablando para empeorarla.
-Dime la verdad, Laura ¿por qué renuncias al mejor empleo que has
conseguido en tu vida? No me vengas con que quieres regresar a un país
donde no tienes nada. ¿De qué estas huyendo? ¿del trabajo? ¿O tal vez
detrás de tu fachada feminista tienes miedo de sentir algo por un hombre?
-Vete a la mierda -mascullé, furibunda.
Hui de sus brazos a refugiarme en el cuarto de huéspedes, Cameron me
seguía de cerca.
-¡Así es, huye! -aullaba detrás de mí- Es lo que siempre haces ¿verdad?
Huyes de todo lo que te molesta.
Le cerré la puerta en la cara, pero él se quedó del otro lado.
-¡Esto ha sido un error! -chillé yo contra la puerta, tenía lágrimas en los
ojos-. ¡De ahora en más, tú en tu cuarto y yo en el mío, como antes! ¡Nunca
debimos alejarnos del plan inicial!
-¡No podemos vivir aislados, Moreno! -respondió, furioso-. Bastante
horrible es estar aquí encerrados, encima sin vernos ni hablarnos....
-¡Es lo mejor! -sentencié, dando por terminada la conversación.
Me tumbé en la mullida cama de huéspedes, y luego de unos segundos de
silencio, supe que él se había alejado de mi puerta. Eso me hizo sentir bien
y mal al mismo tiempo.
Busqué mi móvil y comencé a navegar por Internet en forma compulsiva,
y entre amargas lágrimas y la mandíbula apretada me di cuenta que
Cameron tenía razón, esa era una de las maneras en las que yo huía de mis
problemas. Idiota, lo maldije mientras me enjugaba una lagrima de rabia.
No podía quitarme sus palabras de mi cabeza. Pero lo peor, era que no
podía quitarme ese beso. Esos labios suaves y masculinos saboreándome, el
calor de su lengua, sus brazos haciéndome sentir segura y tranquila. Dos
sensaciones que ningún hombre jamás me hizo sentir en mi vida.
Solo podía rezar que despejaran los caminos pronto.
Capitulo ocho
Una semana entera transcurrió. Yo apenas salía del cuarto de huéspedes
para buscar algo de comida de la cocina. Voy a ser sincera; extrañaba la
comida casera que preparaba Cameron.
No era lo único que extrañaba; frecuentemente en mis sueños se
presentaban esos ojos de esmeralda, esa sonrisa arrogante y esos labios
deliciosos. Como si yo ya no me sintiera horrible, encima no dejaba de
soñar con el beso que habíamos compartido. Y me despertaba cubierta de
sudor y agitada, con mi clítoris palpitando hambriento como nunca lo había
hecho antes por ningún hombre.
Pero no podía flaquear; bastante me había equivocado hasta el momento.
Porque, más allá de que, una vez pasada la tormenta yo no trabajaría más
en el hospital (cada día me reafirmaba a mí misma diciendo que había
tomado la decisión correcta al renunciar) la verdad era que yo no podía
involucrarme con un hombre como Cameron McCain. Sí, tal vez él no era
tan machista como yo creía, tal vez había una parte de él vulnerable y
sensible, y tal vez esta nevada me había mostrado que, en el fondo, yo
disfrutaba que un hombre fuerte me cuidara, pero...no podía involucrarme
con él. Eso sería peligroso. Los sentimientos que él me despertaba eran
salvajes, desbocados, me ponían en una posición horrible. Me sentía
vulnerable a su lado, pero también protegida. ¿Desde cuándo yo disfrutaba
ese papel? Toda mi vida he sido una mujer fuerte e independiente ¿por qué
ahora de repente amaba que este tío me protegiera? Me daba vergüenza de
mí misma. ¿Y me hacía llamar feminista?
Por eso, lo mejor era mantenerme alejada de él hasta que pase la tormenta.
Yo no era creyente, pero en secreto rezaba todas las noches por despertarme
al otro día con la noticia de que las rutas ya estaban despejadas.
Pero todas las mañanas me desayunaba con la noticia de que el
asilamiento prudencial continuaba, y yo me preguntaba cuanto tiempo más
podría aguantar. Recordaba las palabra de Cameron: somos seres sociales,
no podemos vivir aislados, y odiaba admitir que tenía razón. En la soledad
del cuarto de huéspedes, yo también extrañaba hablar con alguien.
No, no con alguien. Con él. Con Cameron.
No solo mi cuerpo ansiaba que me estrechara en sus fuertes brazos una vez
más, sino que también extrañaba escuchar sus chistes sin sentido, reír con él
viendo una película o simplemente conversar de nimiedades.
¿Qué me estaba pasando? ¡Lo extrañaba a Cameron!
Debía estar loca. Esta nevada me había enloquecido.
-¡Moreno! -Cameron golpeó mi puerta, y yo me alegré de oír su voz-. Sé
que no quieres verme, pero por lo menos déjame revisarte el vendaje del
brazo.
Suspiré; mi brazo yo no dolía, y perfectamente yo podía quitarme el
vendaje sola. Pero algo, algo me hizo que yo entreabriera la puerta del
cuarto de huéspedes. Me encontré con sus ojos observándome con una
expresión seria.
-Solo el vendaje -le advertí con voz baja pero severa-. No intentes ninguna
de tus idioteces.
-Lo prometo. - dijo él en tono solemne.
Le abría la puerta, En realidad, estaba desesperada por abrirle desde el
segundo en que oí su acento escocés. Pero no quería mostrarme débil de
carácter así que mantuve mi fachada fría. Ignoraba si él podía ver a través
de ella, pero su actitud era respetuosa y hasta algo distante.
Me estremecí al verlo embestido totalmente d engero, con ese sweater que
remarcaba su espléndido torso. Era el mismo que había suado en el hotel,
cuando quedamos encerrados en el ascensor. Aquello se sentía tan distante
en el tiempo que sentí deseos de llorar.
-Vamos, déjame revisarte - insistió el. Cargaba un pequeño maletín de
primeros auxilios en su mano derecha, y yo me senté en mi cama sin decir
una palabra.
Él se sentó a mi lado y una deliciosa ráfaga con la mezcla de su loción de
afeitar y el aroma de su piel me hizo estremecer todavía más. Cameron
examino mi barco izquierdo con tierna dedicación, y luego abrió el maletín
para buscar las pequeñas tijeras.
-¿Sientes dolor? -me preguntó a la par que cortaba el vendaje.
-No -respondí, estudiando su rostro tan masculino, el puente de su nariz,
algo grande, pero en perfecta armonía con su rostro, la magnífica línea de
su mandíbula y su nuez de Adán. Sentí el impulso de morderla. De enredar
mis dedos en su cabello rojo con furia mientras lo besaba.
-Bien. Ya estás totalmente recuperada, pero mejor tomas algo de
Ibuprofeno durante algunos días -dijo, sin despegar los ojos de su trabajo.
Yo asentí con la cabeza, pero mi mente estaba en otro lado.
¿Realmente mi renuncia era para huir de él, de la atracción que un hombre
como Cameron me provocaba? ¿tan cobarde era yo, que era capaz de
sacrificar el mejor puesto de trabajo de mi vida para no reconocer que me
gustaba Cameron? El tipo de hombre que las feministas tanto queremos
combatir: dominante, protector... ¿y porque me gustaba tanto un tipo así?
¿Acaso era yo una hipócrita? ¿Era realmente feminista?
Porque en ese momento, con sus manos trabajando con la más prolija de
las ternuras sobre mi brazo herido, y el calor de su cuerpo a milímetros del
mío, yo solo podía pensar en cuanto lo deseaba dentro de mí.
Nuestros ojos se encontraron de nuevo.
-Bien, ya he terminado -dijo él, pero no se puso de pie, y nos sostuvimos
las miradas.
Había tantas cosas que yo deseaba decir, pero nos aba como., no sabía
cómo empezar, ni siquiera podía comprenderme a mí misma.
-Mira, Moreno -finalmente dijo él, esbozando una pequeña sonrisa-, no
tiene sentido que nos estemos escondiendo así el uno del toro, como dos
niños-. Sacudió la cabeza-. He dicho algunas cosas de lugar, lo admito. Y
por eso te pido disculpas. Perdóname ¿sí? Pero vuelve afuera, a la sala. No
sabemos cuánto tiempo más continuará este aislamiento, mejor seamos
hipócritas y finjamos que nos llevamos bien. Estoy aburrido y cansado de
estar solo, necesito conversar con otro ser humano o me volveré loco -
Sacudió la cabeza de nuevo, más fuerte y frustrado, y yo lo comprendía a la
perfección-. No sé si sentirás lo mismo, pero... ¿me harías ese último favor?
Prometo no decir ninguna de mis barbaridades machistas que tanto odias.
Solo...ven afuera, cenemos juntos y veamos algo de televisión juntos.
No fue necesario que lo repitiera; el mismo sentimiento horrible de
aislamiento que lo acosaba a él me torturaba a mí. Y sumado a lo
espectacular que lucía vestido de negro, y el aroma irresistible de su piel,
tan irresistible como su mirada y acento escocés, yo era incapaz de
negarme.
Asentí con la cabeza, intentando mantener mi fachada estoica, pero no
pude evitar esbozar una sonrisita al verlo festejar.
-Vamos, serviré un poco de coñac. Hace frio -dijo, apoyando con suavidad
su mano en mi hombro. Yo no lo retiré.
Una vez afuera, me di cuenta lo mucho que había extrañado esa acogedora
sala de estar. Me desplomé en el cómodo sofá revestido en gamuza gris y
encendí el gigantesco televisor, mientras Cameron se acercaba a mí
cargando dos copas de coñac. Beberlo me reconfortó. O tal vez era su
compañía, sentado junto a mí en el sofá, a una distancia respetuosa. En el
fondo, me encontré deseando que se acercara más. Calmé mis ansias
bebiendo más licor, pero solo logré sentirme más eufórica.
-Muy bien, Moreno -dijo él, cogiendo el control remoto y apuntando al
televisor empotrado en la pared-, esta vez yo elijo la película. Alguna
comedia liviana, sin escenas de sexo, no sea cosa que me saltes encima.
Debo cuidarme de ti,
-Idiota -reí, y sentí el calor subiendo por mis mejillas. Bebi más,
aumentando el calor en mi interior.
Realmente, lo había extrañado. Sí, reconocí para mis adentros. Había
extrañado sus chistes, la manera en la que él me reconfortaba sin siquiera
proponérselo, su voz, sus comentarios, y su cercanía. Tal vez era el alcohol
que me despojaba de las barreras que yo misma había creado toda mi vida,
pero, en ese momento, mirando una película junto a Cameron McCain,
finalmente reconocí que él me gustaba.
Me gustaba.
La película transcurría y yo apenas podía prestarle atención al argumento.
No dejaba de pensar en el imponente escocés sentado a mi lado, quien me
parecía que, con disimulo, cada vez se acercaba más a mí en el sofá. No lo
alejé, solo sonreí para mis adentros. Tal vez era una locura, o la extrema
necesidad de contacto humano durante el aislamiento, pero me gustaba
sentirlo cerca. De hecho, yo lo necesitaba todavía más cerca. Mi pulso se
aceleró.
Los minutos transcurrían y el viento no cesaba de rugir fuera de los
ventanales. Yo sentía que podía oír mi propio corazón golpeando con furia
contra mis costillas. Un cosquilleo casi insoportable se adueñó de mi
clítoris, y Cameron se acercó todavía más a mí. Lo hizo de manera sutil,
pero de alguna manera pude sentir el calor de su cuerpo envolviéndome. O
tal vez era el ardor de mi propia piel, que crecía y crecía.
Mi corazón iba a explotar. Sin mirarlo me di cuenta que ninguno de los
dos estábamos prestándole atención a la película. Las palpitaciones entre
mis piernas se tornaron insoportables: yo sentí que ya no podría permanecer
quieta. Necesitaba a Cameron McCain. Necesitaba sentirlo, tocarlo, besarlo.
En ese instante pude ver todo con claridad. Yo deseaba a ese hombre con
cada fibra de mi ser, y no había nada que podría hacer al respecto.
Cameron pareció leer mis pensamientos pues giró el cuello y su murada se
encontró con la mía. Tan solo nos sostuvimos la mirada durante uno
segundos hambrientos, hasta que yo no pude contenerme más y choqué mis
labios contra los suyos. Inmediatamente, una fuerte descarga eléctrica
golpeó mi espina dorsal. Atrapé sus labios entre los míos, me aferré a su
cabello con ambas manos y sentí el cosquilleo de su barba contra mi rostro.
Sentí el sabor de sus labios y su lengua, y me dejé sobrecoger por su fuerza
y su calor. Pronto, él tomó el control del beso, acariciando una de mis
mejillas con su mano y envolviendo mi cintura con la otra, acercándome
todavía más a él. Sentí su pecho caliente contra mi cuerpo, y sentí su lengua
dominando la mía. Era algo increíble, y mi clítoris estaba punto de explotar.
Estábamos con nuestros cuerpos bien pegados cuando él apartó su boca de
la mía con el aliento entrecortado.
-¿Estás segura de esto, Moreno? -me preguntó jadeante. Su cara estaba tan
roja como su barba y cabello.
Yo no respondí. Al menos, no con palabras, porque volví a presionar mis
labios contra los suyos con furia animal. Me arrojé a sus brazos y él me
estrechó con fuerza. Se reclinó un poco sobre el sofá y yo me dejé caer
sobre su cuerpo. Sus manos acariciaban mi espalda, deslizándose con
suavidad hacia mis caderas, mientras su lengua saboreaba la mía con ansias.
Lo necesitaba. Lo necesitaba tanto. Sentí su erección creciendo bajo sus
pantalones, presionando urgente contra mi entrepierna, y sonreí sin dejar de
besarlo. Sus labios se aventuraron hacia mi cuello, y yo lo eché hacia atrás
para sentir mejor su besos y mordidas. Todo mi cuerpo ardía y unos
cosquilleos deliciosos se agolpaban entre mis muslos. Sus manos se
deslizaron bajo mi sweater y las sentí contra mi piel desnuda. Gemí con
suavidad; no podía creer lo mucho que me aceleraba su tacto.
Inconscientemente, comencé a mecer mis caderas sobre él. Creando una
fricción exquisita entre su miembro duro y mi clítoris.
Sus manos subieron por debajo de mi sweater, aumentando mis latidos, y
cuando una de ellas aprisionó mi pecho, yo gemí de placer en su boca. Sus
dedos cosquillearon mi pezón, duro y sensible por lo excitada que me
encontraba, y yo apenas podía respirar mientras él me besaba, creí que me
iba a correr allí mismo, meciendo mis caderas sobre su regazo. Con un
movimiento veloz, Cameron se sentó en el sofá, dejándome a mí a
horcajadas de él. Me alzó el sweater con ambas manos, revelando mis
pechos desnudos, y envolvió uno de mis pezones con su boca. Yo gemí de
nuevo, no podía creer lo bien que se sentía. Sus labios besaban, mordían y
succionaban mi pezón hasta dejarme jadeante, mientras su mano no dejaba
de masajear el otro. Cuando yo creí que iba a correrme allí mismo, él volvió
a besarme. Me hundí en el beso, y sin separar su labios de los míos él
envolvió mi cintura con sus brazos fuerte y se puso de pie. Yo abracé su
cintura con mis mulos y me dejé llevar hasta su dormitorio. Me tumbó de
espaldas sobre la cama y rápidamente se abalanzó para seguir besando mis
pechos, con la vista fija en el cielorraso, yo no dejaba de gemir. Una voz en
el fondo de mi cerebro me decía que esto era mala idea, pero no me
importaba.
Aferré un puñado de su cabello cobrizo entre mis dedos y sentí cómo sus
labios se deslizaban por mi estómago y bajo vientre. Comenzó a quitarme
los pantalones y yo le ayudé. Besó mis caderas mientras su manos
acariciaban la cara interna de mis muslos, y yo me estremecí. Besó mi
pubis, por encima de la ropa interior, y yo sentí que ardía. Vi una sonrisa
confiada en sus labios mientras me quitaba al ropa interior con suavidad. Yo
alcé mis piernas con un movimiento rápido para ayudarlo. Finalmente, y
estaba completamente desnuda sobre la casa de Cameron McCain, tumbada
con placidez sobre mis espalda mientras él hundía su rostro entre mis
piernas. Lo sentí besarme el clítoris, cosquilleándolo con suavidad con su
lengua, y yo grité a la par que arqueé mi espalda en contra de mi voluntad.
El placer era demasiado grande; su boca besaba, mordisqueaba y lamía mi
clítoris y sus manos masajeaban mis pechos al mismo tiempo. Era
demasiado bueno. Su lengua insistía e insistía, dando latigazos que me
empujaban más cerca de un orgasmo. Besó mi clítoris mientras uno de sus
dedos me penetraba. Yo me estremecí de placer mientras me follaba con su
índice. Al cabo de unos segundo agregó un segundo dedo; se sentía bien,
pero yo quería más. Quería su polla enorme en mi interior. Cuando su
lengua frenética se sumó al ritmo cadente de sus brazos, yo tuve mi primer
orgasmo. Me retorcí de placer sobre sus sábanas, gimiendo como ningún
hombre me había hecho gemir en años, y los latidos me torturaban sin cesar
mientras él no dejaba de lamerme y follarme con sus dedos. Todo mi cuerpo
se tensionó y luego se relajó. Un placer delicioso todavía palpitaba en cada
rincón de mi cuerpo cuando él se puso de pie. Comenzó a desvestirse frente
a mis ojos, con una sonrisa satisfecha en sus labios. Permanecí inmóvil,
relajándome, mientras él se quitaba el sweater y la camiseta. Sonreí y em
mordí el labio ante la imagen de su torso desnudo. Los anchos hombros, el
vello cobrizo entre los pectorales, los abdominales bien definidos. No pude
resistirme y me incorporé sobre la cama. Caminé a cuatro patas sobre el
colchón hasta acercarme a él. Sus dedos estaban quitándose el cinturón y
mis ojos fueron a la enorme erección que se abultaba bajo sus pantalones.
Él se los bajó y yo acaricié su miembro duro por encima de sus bóxeres
negros. No podía creer lo duro y caliente que estaba; parecía que iba a
quemarme la mano. Sonreí mientras él acariciaba mi mentón con ternura.
No pude contenerme y le bajé los bóxeres. Al ver su erección frente a mis
ojos, palpitante y con la punta enrojecida, se me hizo agua la boca. La
acaricié con dedos lentos, maravillándome de su grosor mientras subía y
bajaba con lentitud. Escucharlo gruñir de placer y verlo echar el cuál hacía
atrás de placer me hizo sonreír. Lo masturbé con suavidad, imaginando lo
bien que se sentiría algo tan grande empujando en mi interior. Pero antes,
tenía que probarlo. Primero besé la punta, y al escucharlo gruñir de placer,
sonreí. Llené todo su tronco de besos, también deslizando mi lengua desde
el glande hacia los testículos. Mi clítoris todavía palpitaba por los resabios
de mi orgasmo, pero también sentando las bases para otro.
Una de sus manos se colocó en mi nuca con algo de insistencia, y yo
entendí que él ya se aguantaba más. Decidí no torturarlo por más tiempo, y
me lo metí en la boca. Otra descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal. Se
sentía tan bien en mi boca, mientras yo lo saboreaba con placentera
cadencia. Era imposible tragármelo entero, pero ni me cansé de intentarlo.
Movía mi cabeza hacia atrás y adelante, saboreándolo, intentando tomar
todo su largo en mi garganta, y él despedía unos deliciosos gemidos
masculinos de placer. Esos sonidos me instaron a moverme más rápido,
tomándolo con más hambre en mi boca.
Cuando ninguno de los dos pudo soportarlo más, él volvió a empujarme de
espaldas sobre la cama. Se abalanzó encima de mi cuerpo como una bestia,
y yo respondí abrazando sus hombros con mis brazos y su cintura con mis
piernas. Su erección chocaba furiosa entre mis muslos húmedos, y yo
apenas podía esperar para que me follara. Sin embargo, pasó los próximos
segundos besándome con pasión, como ningún hombre me había besado
antes, yo podía sentir mi propio sabor en su lengua ye so me excitaba. Me
besó y mordió los labios, fuera de sí, y mi cabeza estaba dando vueltas
cuando lo sentí penetrarme. Lancé un gemido de placer y sorpresa; yo
estaba tan mojada que él se deslizó con facilidad en mi interior. Pero era tan
grueso que la presión que ejercía era el punto justo entre dolor y placer.
Nunca antes yo había experimentado algo así, y en ese primer segundo supe
que me había hecho adicta a esa sensación. Con sus labios mordisqueando
la curva entre mi cuello y mi hombro, Cameron comenzó a empujar dentro
de mí. Despacio al principio, pero con una intensidad que me hizo gritar su
nombre y enterrar mis uñas en su espalda. Él masculló por lo bajo y
arremetió con más bríos. Su miembro palpitaba contra mis paredes internas,
y yo no podía creer lo bien que encajábamos el uno en el otro. Y cuando él
alzó su cara y nuestros ojos se encontraron, yo sentí que mi segundo
orgasmo estaba cerca. Seguía moviéndose, cada vez más rápido, sin separar
su mirada verde de mis ojos, y eso hacia todo cada vez mejor. Sus
embestidas eran cada vez más duras y profundas, y la manera en que
mantenía el contacto visual conmigo solo multiplicaba mi placer.
Alcé el cuello para besarlo, y nuestros labios se saborearon con rabia
hambrienta. Sus caderas se movían cada vez más rápido, embistiendo,
llenándome, y yo em aferraba a su ancha espada como si fuera a morir si
me soltaba.
Su cabeza volvió a hundirse entre mis pechos; me los masajeaba con
ambas manos y de tanto en tanto buscaba uno de mis pezones con sus labios
voraces. Era demasiado para mí: su boca, sus manos, su polla. El ritmo
perfecto con el cual me follaba, apenas dejándome respirar.
Me corrí de nuevo, apretando mis muslos alrededor de su cintura con tanta
fuerza que lo obligué a soltar un gruñido. Mis músculos internos se
contraían a un ritmo furioso y exquisito, despertando olas de placer en todo
mi cuerpo. Al mismo tiempo, él también se corrió dentro de mí. Sentí su
miembro palpitado en mi interior y su semen caliente desbordando.
Nuestros labios se encontraron de nuevo y compartimos un feroz beso
mientras las olas de placer nos golpeaban al mismo tiempo.
Agotado, él se desplomó encima de mí. Yo mantenía mis manos sobre su
espalda mientras recuperaba el aliento, y lo sentía a él jadeando contra mi
cuello. Afuera, el viento rugía, y su miembro aún palpitaba con suavidad
enterrado en mi interior más profundo. Se sentía atemorizante, pero natural
y perfecto a la vez. Poco a poco, su erección perdió la dureza y, cuando él
giró a un lado de la cama, se deslizó fuera de mí, Yo permanecí mirando
hacia arriba, mientras sonreía al sentir los hilos de su semen resbalando por
mis muslos. Finalmente, giré mi cabeza para mirarlo, y encontré que él me
estaba mirando había algunos instantes. Había una sonrisa en sus labios y
una mirada relajada y satisfecha, que aumentó los miedos en el fono de mi
mente, pero no iba a permitir que nada arruinen este momento, uno (¡dos!)
de los orgasmos más poderosos que jamás había tenido con nadie.
Cameron me envolvió entre sus brazos y me acercó a él, yo
automáticamente me acurruqué sobre su pecho, cubierto de sudor, y el
aroma de su piel me sobrecogió.
Mientras mi cuerpo todavía latía con suavidad y mis muslos temblaban
sutilmente, de pronto caí en la realidad.
¡Había follado con mi jefe, Cameron McCain!
Mi ex-jefe.
Sin embargo, me sentía extrañamente tranquila, como si lo que hubiera
ocurrido hacia minutos no hubiera sido un desastre épico. Como si
Cameron y yo estuviéramos destinados a estar así, abrazado, desnudos y
cubiertos de sudor el uno en los brazos del otro.
Y, como si él pudiera leer mis pensamientos, rompió el silencio con su voz
grave.
-¿Qué ocurre, Moreno? - dijo, acariciando mi rostro con dulzura. Su tono
de voz algo cansado sumado a su acento escocés lo hacía sonar todavía más
irresistible-. ¿Estás arrepentida?
-Para nada -declaré, segura de mí misma-. En una situación de
incertidumbre como esta, todos necesitamos algo de contacto humano.
Él soltó una risita.
-¿Contacto humano? ¿Así defines lo que acaba de ocurrir?
-Me refiero -lo abracé más fuerte, entrelazando mis piernas desnudas con
las suyas-, a que lo que ocurra en esta cabaña no necesariamente tiene que
salir de esta cabaña.
Su sonrisa se desdibujó, como si mis palabras lo hubieran decepcionado.
Pero sus dedos no dejaron de acariciar mi mejilla.
-Eso significa -susurró cerca de mis labios. Yo ansiaba besarlo una vez
más-, ¿Qué quieres que lo repitamos?
-Mientras duré la tormenta -lo besé con suavidad-, no tiene nada de malo
que busquemos confort y placer en uno en el otro. Sin sentimientos de por
medio.
-Por supuesto. Sin sentimientos -su sonrisa lucia algo forzada-. Los dos
somos expertos en eso ¿no es verdad?
Sentí que esa frase era como una puñalada, pero continué hablando. A
pesar de estar desnuda en sus brazos, yo me había puesto de nuevo mi
armadura.
-Mira, somos dos adultos -insistí-, nos podemos divertir mientras estemos
aquí encerrados ¿no te parece?
-¿Y qué pasará una vez afuera? -preguntó él, sin dejar de abrazarme-¿No
crees que habrá consecuencias?
-Para nada- aseguré, deleitándome con sus caricias y deseando con hacerlo
de nuevo-. Cuando pase esta tormenta, tú regresarás la hospital. Yo
presentaré mi renuncia y conseguiré otro empleo. Todo seguirá como si
nada. Esto es solo una aventura. Nada más. Los dos lo necesitamos en este
momento.
Cameron separó sus labios para decir algo, hizo una pausa y finalmente
habló con una sonrisa. Pero me dio la sensación que no me dijo lo que
originalmente había pensado.
-Muy bien, Moreno. Sexo sin sentimiento mientras dure el aislamiento.
Después, cada uno sigue con su vida.
Yo asentí. Era lo que yo deseaba, lo que ambos deseábamos.
¿O no?
Estaba preguntándome si estaba siendo realmente sincera, cuando sus
labios besaron los míos y otra descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal.
Sus manos se deslizaron con suavidad por mi espalda, despertando
escalofríos en todo mi cuerpo. Rodé en la cama, colocándome encima de su
cuerpo cálido, y mientras nos besábamos y sus manos se deslizaban hacia
mis caderas con hambre, supe que lo haríamos de nuevo.
Capitulo nueve
Los siguientes días se sintieron más como unas vacaciones (o, mejor
dicho, como una escapada sexual) que a un aislamiento forzado por las
condiciones climáticas. De hecho, parecía que yo me había olvidado por
completo de la tormenta que nos mantenía atrapados. El mundo exterior,
con todos sus problemas, había desaparecido por completo. Yo me
despertaba usualmente pasado el mediodía (algo impensable en situaciones
normales), envuelta bajo las pesadas y acogedoras mantas de piel sintética,
cálida y relajada entre los brazos de Cameron. Sí, el escocés me abrazaba
toda la noche, manteniéndome bien firme y segura contra su pecho mientras
los dos disfrutábamos del sueño más reparador de nuestras vidas. No
recuerdo haberme despertado tan satisfecha y refrescada como cuando
despertaba en sus brazos. Por supuesto, eso me alertaba un poco, pero
pronto alejaba mis pensamientos de cualquier miedo. N iba a dejar que mis
dudas m arruinen esta experiencia tan placentera.
Una vez despiertos, pasábamos unos largos minutos amodorrados en la
cama, conversando de cosas superficiales el uno en los brazos del otro,
mientras la nieve caía y el viento frio suspiraba contra las paredes exteriores
de la cabaña. Por primera vez en mi vida, yo no cogía mi móvil apenas me
despertaba. A veces hasta me olvidaba de chequear la pantalla. Después de
todo ¿quién iba a enviarme un mensaje? Nadie. La única persona que se
preocupaba por mí era el pelirrojo de ojos verdes con quien la inesperada
tormenta me había forzado a convivir. Y por otro motivo un tanto
alarmante, yo había perdido mi interés casi obsesivo de chequear noticias
todo el día. Hasta parecía que ya no me importaba volver a la capital, no me
importaba saber cuándo despejaban las rutas. Una parte ínfima de mi ser
deseaba quedarse en esa cabaña con Cameron.
No siempre salíamos de la cama después de despertarnos; a veces ninguno
de los dos podía contenerse y terminábamos devorándonos como bestias
salvajes. Él me penetraba con fiereza y yo terminaba aullando, enredando
mi cabello y mis manos entre sus sábanas arrugadas.
Luego de esos arrebatos mañaneros, yo me daba un baño caliente mientras
Cameron preparaba uno de sus adorados desayunos típicos escoceses.
Incluso yo, en mi afán por ayudarlo, estaba aprendiendo a cocinar. Solía
ayudarlo a cortar los ingredientes en al cocina mientras compartíamos una
copa de vino, escuchábamos música y reíamos sin parar de mi torpeza
culinaria.
A veces desayunábamos en la sala de estar, junto al fuego. Otras veces,
cuando el día estaba demasiado frio, desayunábamos en la cama, abrigados
bajo las mantas y mirando televisión.
Era lo más cercano que yo había vivido a convivir con un hombre, lo más
cercano a tener una pareja estable, aunque habíamos dejado bien claro con
Cameron que esto terminaría una vez que la situación se normalice.
Y lo más extraño era que yo estaba tranquila. Sentía mi convivencia con
Cameron como algo natural, algo destinado a ocurrir desde hacía siglos. Y
cuando yo recordaba que, en algún momento las rutas se despejarían y los
dos regresaríamos a nuestras vidas normales, una extraña angustia se
apoderaba de mí. Era como si yo no deseara regresar a la normalidad, no
deseaba separarme de él.
Una noche, mientras él estaba sentado en el sofá a mi lado leyendo un
libro, yo navegaba por Internet desde mi móvil. No había novedades con
respecto al fin del asilamiento, pero lo que a mí me preocupaba era otra
cosa. Alcé la vista hacia Cameron, quien estaba concentrado en su lectura,
estudié con cuidado su figura infundada en su sweater gris. La palidez de su
piel, lo cobrizo de su cabello y barba, su postura, sus grandes manos
sosteniendo el libro. Mientras el crepitar del fuego acariciaba mis oídos, el
aroma de su piel llegó a mi nariz y me produjo un escalofrío.
-¿Qué ocurre, Moreno? -sonrió él, sin apartar su mirada de las páginas del
libro-¿Por qué me estas mirando así?
Su voz hizo que una ola de fuego subiera desde mi entrepierna hasta mi
garganta. Pero también, una profunda ansiedad.
-Nada -respondí, dejando mi móvil a un lado y levantándome del sillón-.
Tengo algo de frio, voy a darme una ducha caliente.
Antes de que él pudiera responderme, caminé hasta el baño dando trancos.
Una vez adentro, abrí el grifo hasta que el agua tenía la temperatura justa,
me desvestí y me metí en la ducha. Pero mientras mojaba mi cabello y me
enjabonada, mis cabeza no paraba de dar vueltas en torno a algo.
En torno a él. A Cameron.
¿Sería posible, que yo estuviera incumpliendo mi promesa? ¿Qué a pesar
de mi fachada fría, moderna, feminista, yo no fuera capaz de follar con
Cameron sin meter sentimientos de por medio?
¿Era posible que yo me estuviera enamorando de él?
No, no, me dije a mí misma mientras enjuagaba mi cabello. No estaba
enamorada, simplemente el aislamiento me estaba jugando una mala
pasada. La comodidad y el abrigo de esta cabaña, sumado a la compañía
humana que todos necesitamos, sumado a la comida deliciosa que
preparaba Cameron, todo eso estaba contribuyendo a que yo estuviera
confundida.
Ni hablar de la extrema satisfacción sexual que el desgraciado me proveía
todos los días. Era eso, nada más. Siendo sincera, yo venía de un periodo de
sequía sexual muy largo, y follar con alguien con quien poseía una increíble
química, sumado a la incertidumbre del aislamiento, estaba haciendo que
mi cabeza tenga ideas extrañas. Estaba cayendo por el viejo truco de
confundir lujuria con amor, nada más. Pero todo eso se solucionaría cuando
despejen las rutas y nuestras vidas tomen rumbos diferentes para no vernos
nunca más.
Pero...ese era el sentimiento que me entristecía. Pensar en separarme de
Cameron y ni volver a verlo nunca más.
Estaba inmersa en mis pensamientos cuando lo oí entrar al baño. Alejé mis
preocupaciones y sonreí por lo bajo. El agua caía por mi cuerpo desnudo y
yo escuchaba sus pasos acercarse por detrás de mí.
-¿Te encuentras bien, Moreno? -el susurro de su acento escocés me hizo
estremecer en la ducha. Unos cosquilleos comenzaron a torturar mi clítoris,
y yo prolongaba los masajes de mis propias manos sobre mi piel desnuda-.
Hace mucho que estás aquí adentro.
-Estoy perfecta -respondí.
Ninguno de los dos dijo nada, pero tampoco fue necesario; lo escuché
quitarse la ropa detrás de mi y sonreí, mordiéndome el labio. La
anticipación despertaba pulsaciones rabiosas entre mis piernas, y toda mi
piel mojada ardía. Lo escuché entrar a la ducha y mi clítoris se retorció con
ansias. Sentí sus manos grandes abrazar mi cintura y su labios
mordisqueando mi lóbulo derecho: el placer era delicioso. Sus manos
subieron con suavidad por mi abdomen, empapado por el agua, y cuando
encontraron mis pechos los masajearon con una presión perfecta. Los
cosquilleos me torturaban por todas partes y sus labios descendían por mi
cuello para besarlo y mordisquearlo. No podía creer lo bien que se sentía.
Cuando sus dedos aprisionaron uno de mis pezones lancé un gemido de
placer, y lo escuché a él reir contra la piel de mi cuello. Inconscientemente,
extendí mis caderas, buscando su cuerpo, y encontré su enorme erección
contra la piel mojada de mis nalgas. Los cosquilleos se multiplicaron, y
mecí mis caderas contra su miembro, decidida a volverlo tan loco como
estaba yo. Lo escuché lanzar un gruñido de placer contra mi espalda y su
mano descendió. Sus dedos buscaron mi entrepierna y comenzaron a
dibujar círculos alrededor de mi clítoris. Se sentía tan bien que las rodillas
me temblaron. Temí caerme, y presioné mis dos manos contra la pared dl
baño, quedando jadeante e inclinada delante de él. Automáticamente separé
mis piernas mientras él me masturbaba. Yo no paraba de gemir mientras
Cameron me masturbaba, y cuando creí que iba enloquecer, él me penetró.
Lancé un grito de placer que reverberó por los azulejos húmedos, y que lo
hizo aumentar el ritmo de sus estocadas. Con mis dos manos contra la pared
del baño, él me sujetaba con fuerza de la cintura y me follaba bien duro. Yo
sentía su miembro ajustado en mi interior, empujando y empujando cada
vez más rápido y profundo. Lo escuchaba bufar mientras embestía, y yo
supe que su eyaculación estaba cerca. Mi propio orgasmo explotó al cabo
de unos minutos de ese ritmo feroz, haciéndome aullar como nunca lo había
hecho antes. Él cogió mi cuello con una de sus manos, obligándome a
encontrar su boca con la mía. Me besó con furia mientras su semen me
llenaba por completo.
Pero a pesar de ese devastador orgasmo que nos atravesó por completo, los
dos parecíamos todavía hambrientos de más. Con mis rodillas aun
temblando, giré para besarlo mejor. Su polla salió de mi interior y sentí su
semen resbalando por la cara interna de mi muslo mientras nuestras lenguas
se saboreaban con frenesí. Cameron me envolvió con una toalla y secó mi
cuerpo con masajes y caricias que, sumadas a su mirada, pronto despertaron
nuevos deseos en mí. A la vez, su miembro estaba endureciéndose de
nuevo, especialmente cuando yo lo tomaba entre mis dedos y acariciaba su
longitud.
Entre risas y besos, prácticamente huimos de nuevo al dormitorio. Ni
siquiera nos molestamos en vestirnos. Yo empujé su pecho con ambas
manos y lo tumbé de espaldas sobre su los cobertores de piel. Su polla ya
estaba dura y enrojecida, apuntando al techo como un mástil, y si bien yo
tenía ganas de chupársela de nuevo, al mismo tiempo estaba desesperada
por sentirlo otra vez en mi interior. Era un hambre frenético que jamás
había sentido con ningún hombre. Él me sujetó de la cintura y me ayudó a
descender, enterrando su dureza en mí, yo estaba tan mojada que su polla se
deslizó con facilidad en mi interior, llenándome de un placer exquisito,
cuando toda su extensión estuvo enterrada y ajustada entre mis músculos
internos, un aullido de pacer escapó de mi garganta. Miré hacia abajo, y
encontré una expresión en sus labios, en sus ojos resplandecientes como dos
esmeraldas, que me hizo estremecer todavía más. Creí que ningún hombre
me había mirado así en toda mi vida, y a pesar de lo excitante del momento,
me asusté un poco.
Comencé a moverme, cabalgando su polla con rabia. No podía creer lo
bien que se sentía, y sus fuertes manos asiéndome de la cintura y de tanto
en tanto masajeando mis pechos mientras yo me movía. Aceleré el ritmo
cada vez más, mientras que otro orgasmo poderoso crecía en mi interior.
Cuando la cabeza me estaba dando vueltas, él se incorporó para besar y
mordisquear mis pezones. El placer se multiplicó y yo subí y bajé todavía
más fuerte, más rápido y más duro. Esta vez, el orgasmo nos golpeó al
unísono, y nos encontró el uno en los brazos del otro, besándonos como dos
bestias hambrientas.
-Ojalá esta tormenta no termine nunca -susurró Cameron minutos después,
mientras acariciaba mi cabello y yo me encontraba dormitando entre sus
brazos.
En secreto, yo deseé lo mismo.
Capítulo diez
Otra semana transcurrió, aunque el paso del tiempo casi ni se notaba. Yo
sentía que estaba de vacaciones permanente junto con Cameron,
despertando a su lado, cenando a su lado, riendo a su lado. Y durmiendo en
sus brazos. Hasta que me di cuenta que esa sucesión de pequeños actos
cotidianos, pesaban más que el increíble sexo que teníamos juntos.
Y eso me asustaba; me llenaba de un miedo que yo había alimentado toda
mi vida adulta. Una cosa era follar, otra cosa era tener intimidad, verdadera
intimidad con alguien.
El pánico fue creciendo día a día, aunque yo nunca hablaba de esto con él.
¿Para qué? Una vez pasada la tormenta nuestros caminos no volverían a
cruzarse. Y ese pensamiento me angustiaba todavía más.
Pero, conforme fueron pasando las semanas, también una horrible
sensación de claustrofobia apareció para torturarme. Ya no me encontraba
obsesionada por chequear las noticias, así que una tarde, cuando encendí el
televisor y sintonicé un canal de noticias y vi que la situación no había
mejorado, me desmoroné.
Cameron se encontraba unos metros más atrás. Preparando una de sus
deliciosas comidas tradicionales escocesas, y yo rompí en llanto frente al
televisor.
-Laura ¿qué te ocurre? -se apuró en estrecharme en sus brazos.
-¡Nunca saldremos de aquí! -sollocé como una niña-¿Cuánto tiempo
pueden de morarse en despejar una puta carretera? ¿Por qué se demoran
tanto? ¡Acaso algún vez volveremos a la normalidad?
Él me apretó fuerte contra su pecho, y sentí su corazón latir contra mi
mejilla. Me aferré a sus anchos hombros, y mojé su sweater con mis
lagrimas mientras su calor me envolvía.
-¿Acaso te gustaba tanto la normalidad? -dijo él con ternura acariciando
mi cabello y consolándome- ¡Tan malo es convivir conmigo?
-Sabes a lo que me refiero -me enjuagué una lagrima con el revés de la
mano-. ¿Cuándo recuperaremos nuestras vidas?
Sus ojos encontraron los míos, y una sonrisa reconfortante en sus labios
me hizo estremecer.
-Te entiendo -. Enjuagó una lagrima de mi mejilla con ternura-. Tranquila,
todo saldrá bien.
-¿Cómo lo sabes?
-Tan solo lo sé. Confía en mí. -sus ojos exploraron mi rostro y sentí
vergüenza de mi exabrupto anterior-. Eres la mujer más fuerte que conozco.
-No creo ser tan fuerte. Mírame.
-Esto no te hace débil, Laura. Es normal sentirse así en estos tiempos de
incertidumbre -volvió a acariciar mi cara-. Pero, créeme, todo estará bien.
No pude evitar besarlo. Pero esta vez, el beso fue diferente, Éramos los
dos encontrando refugio el uno en el otro. No era solo lujuria, era una
desesperación primitiva por estar juntos, por sentirnos, por unirnos en uno
solo.
No sé en qué momento llegamos al dormitorio, era como si mis pies
flotaran. Sus manos desnudándome se sentían como un sueño; todo era más
gentil y delicado que en otros encuentros, pero sin carecer de pasión. Yo no
podía despegarme de sus labios, de sus besos hambrientos, y sus manos
recorrieron todo mi cuerpo desnudo causándome escalofríos. Me encontré
acostada de espaldas sobre su cama, envolviendo su cintura con mis muslos.
Cuando me penetró, lo hizo despacio, pero se sintipo tan poderoso que grité
en su boca. Cameron embestía en mi interior, llegando a lugares donde
ningún hombre había llegado antes, y sus labios y dientes alternaban entre
mi boca y mi cuello, llenándome de escalofríos. Allí, en sus brazos y con su
miembro enterrado en lo más profundo de mí, olvidé todo miedo. Solo
existía él; sus manos, sus labios, su calor, su polla. Lo oía gruñir en la curva
de mi cuello mientras sus estocadas se hacían más rápidas y duras. Me corrí
con mis piernas ajustando sus costillas, todo mi cuerpo tensionado por la
descarga súbita de placer. Su semen me invadió y sus labios no dejaban de
susurrar mi nombre contra mi boca.
Permanecimos allí, tumbados le uno en los brazos de otro durante largos
minutos después. Su miembro continuaba dentro de mí, palpitando con
suavidad a la par que perdía su dureza, y yo acariciaba su cabello pelirrojo
mientras el descansaba su cara entre mis pechos. Nuestras respiraciones
eran una sola, nuestros cuerpos eran uno solo.
Y de pronto, lo escuché decir:
-Te amo, Laura.
Capítulo once

Desperté como de un larguísimo trance. Sin embrago, cuando estiré mis


músculos fuera de la cama me di cuenta que había sido un sueño totalmente
placentero y reparador. Aunque, mientras me vestía, mi mente no dejaba de
dar vueltas.
¿Realmente Cameron me había dicho esas palabras? Ahora él no estaba
acostado a mi lado, la cama estaba vacía. Podía escucharlo afuera en la sala;
la televisión estaba encendida y se sentía un delicioso aroma a café en el
aire. Miré la pantalla de mi móvil, eran pasadas las once y parecía que
afuera había dejado de nevar. Dentro de la cabaña estaba tan cálido y
acogedor como siempre, aunque yo sentía un nervioso nudo en la boca de
mi estómago. Terminé de vestirme y me uní a Cameron en la sala de estar.
Los dos intercambiamos miradas sin decir nada. No eran necesarias las
palabras; un ambiente incómodo se sentía en el ambiente a causa de su
súbita confesión anoche. El continuaba sirviendo el café en silencio, y yo
sabía que debíamos hablar del tema, pero no sabía cómo comenzar. Por lo
visto, él tampoco. El único sonido entre nosotros era la voz del conductor
del noticiero.
Me senté sobre la alfombra, de espaldas al televisor, y mi mente divagó
unos instantes sobre lo bien que lucía el desgraciado esta mañana. Hacia
nuestra próxima conversación todavía más difícil. Nunca un hombre me
había dicho te amo, y que lo hubiera dicho él, Cameron McCain, me hacía
sentir extrañamente eufórica y feliz.
Pero yo no podía permitirme eso ¿o sí?
Tal vez...tal vez...
Cameron se acercó a mí y me ofreció una humeante taza de café negro.
Cuando la acepté, nuestros dedos se rozaron y yo sentí un escalofrío.
-Gracias -dije antes de beber. Él asintió con una sonrisa.
Le di un sorbo a mi bebida caliente, buscando el coraje para pronunciar
mis próximas palabras. Pero, ¿qué iba a decirle? Ni siquiera yo entendía lo
que me estaba ocurriendo. me sentía totalmente fuera de control sobre mi
misma o mis emociones, y eso no me gustaba. Pero a ala vez, junto con el
pánico, sentía una libertad increíble. Intenté ordenar mis pensamientos,
tratando de encontrar la verdad en mi interior, tratando de comprender que
sentía yo por este hombre tan opuesto a mí.
De pronto, la voz de la televisión interrumpió mis pensamientos.
...la ruta principal que conduce a Glasgow ya se encuentra despejada en
un setenta por ciento, las autoridades estiman que para mañana al
mediodía el acceso será total. Carreteras menores ya han sido despejadas
en su totalidad. Sin embargo, rogamos a todas las personas, por más
ansiosas que estén por salir del aislamiento y ver a sus seres queridos, que
conduzcan con cuidado y respeten las indicaciones de seguridad....
-¿Qué? -giré la cabeza rápido para mirar a Cameron. Mi corazón se
aceleró- ¿De qué está hablando?
Mis manos temblaban tanto que apenas podía sostener la taza de café.
-Es cierto -sonrió él, aunque su sonrisa poseía cierta melancolía-. Ya han
empezado a despejar los caminos. Podemos volver a casa.
Nos sostuvimos miuradas unos momentos, y luego yo regresé mi vista
hacia la pantalla, donde desfilaban imágenes de camiones industriales
despejando las rutas, el tímido transito que ya comenzaba a agolparse en
algunos caminos de Escocia, intercalado con escenas de gente abrazando a
sus familiares y el cielo comenzando a mostrar un amanecer anaranjado.
Pero yo no supe como sentirme: por un lado, sentía el alivio de que todo
regresara a la normalidad. No solo para mí, para todos. Pero a la vez...
-Calculan que esta zona estará despejada dentro de seis horas -anunció
Cameron, bebiendo su café- ¿No estás feliz? Podrás regresar a Glasgow
esta misma noche.
Lo miré de nuevo: no, no estaba feliz, pero no entendía el motivo.
Cameron también lucía molesto, aunque se forzaba por sonreírme y
mostrarse seguro. Y yo me encontraba asfixiada por las palabras que no
sabía articular. El silencio era insoportable, así que me puse de pie y solo
dije:
-Mejor comienzo a empacar.
-Tienes razón-asintió él.
Creí que en la habitación de huéspedes el clima serpia menos incómodo,
pero, mientras guardaba las pocas pertenencias que había llevado conmigo
en mi bolso de cuero, unas punzadas horribles torturaban mi pecho.
¿Qué me ocurría? Estuve tanto tiempo esperando poder volver a Glasgow,
abandonar esa cabaña y regresar a la normalidad y ahora, que había
recuperado mi libertad, una espantosa angustia se había apoderado de mí,
No dejaba de pensar en Cameron, y en sus palabras de la noche anterior.
¿realmente había sido sincero? ¿O era algo que había dicho durante la
calentura del momento?
¡Por supuesto que lo había dicho por calentura!, me dije a mi misma, un
hombre así no ama a ninguna mujer, solo las folla. No puedo caer como una
colegiala idiota por palabras dulces.
Pero mi mente no podía estar tranquila, algo me decía que sus palabras
eran ciertas. Tal vez el aislamiento me había afectado más de la cuenta, y el
regreso a la normalidad llegaba en el instante justo, antes de que yo
cometiera una locura.
Cuando yo ya tenía todas mis pertenencias empacadas, me estaba
colocando mi abrigo y Cameron entró al cuarto de huéspedes con pasos
silenciosos. Lo miré; se había colocado el abrigo y los guantes, y su
expresión contenía las mismas dudas e incomodidad que me aquejaban a
mí.
-¿Ya estás lista? -dijo-. Puedo llevarte hasta Glasgow.
-Gracias -me tembló la voz-, pero no es necesario. Usaré mi auto.
-Tu auto esta enterrado bajo la nieve ¿lo olvidaste? -me respondió con una
sonrisa extraña.
-Cierto -suspiré ¿Qué me ocurría? ¿Por qué estaba tan nerviosa? Me
estómago estaba revuelto por la ansiedad-. Llamaré un taxi.
-Todavía no han normalizado el servicio -me dijo-. Solo autos particulares
tienen permiso de circular. Vamos, que no es molestia. Te llevaré en la
camioneta. Además, me sentiré más seguro si te veo llegar a la ciudad a
salvo.
Asentí, esas palabras hicieron que una ola de calor subiera desde mi
entrepierna a mi garganta, pero no dije nada. Le di una ultima mirada a la
cabaña antes de cruzar el umbral; no podía creer que iba a extrañar ese
lugar. Afuera, el clima realmente lucía más amigable y despejado, todavía
estaban las montañas teñidas de la blanca nieve, pero ya no había ventisca
ni escarcha que te encegueciera, y a lo lejos se podían oír los camiones
despejando el hielo de las carreteras. Algunas autos ya comenzaban a
acaparar las rutas. Subí a la camioneta de Cameron, en el asiento del
acompañante, y él puso el motor en marcha.
Yo tenía un nudo en la garganta que me impedía pronunciar una palabra,
así que me dediqué a mirar el congelado paisaje por la ventana a medida
que Cameron conducía.
-¿Cómo está tu brazo? -finalmente él rompió el contacto.
-No me ha molestado en días -dije-. Sabes, nunca te he dado las gracias
por...curarme.
Fue la primera vez en todo el día que lo vi sonreír de forma sincera, sin
despejar sus ojos del camino.
-Yo debo agradecerte a ti, Moreno.
-¿Por qué?
-Por muchas cosas. Pero principalmente, por hacer de estos tiempos
horribles algo realmente inolvidable.
No dije nada, pero tampoco pude evitar sonreír.
-¿Qué día es hoy? -pregunté, buscando mi móvil.
-Jueves -respondió Cameron.
-Es difícil llevar rastro del tiempo en este lugar -suspiré.
No dijimos nada durante otros largos momentos, y la ansiedad crecía en
mi pecho. Algo me decía que esto estaba mal, quería gritarle a Cameron que
diera marcha atrás, que regresáramos a la cabaña. Aunque se apara un
ultimo revolcón. No, para algo más. Lo que yo realmente iba a extrañar era
despertar todas las mañanas frías entre el calor de sus brazos, mirarlo
cocinar y reír viendo una película juntos, bañarnos juntos. Lo iba a extrañar
a él.
-¿Sabes? -dije con un nudo en la garganta, pero tratando de lucir
tranquila-, no es necesario que me lleves hasta Glasgow, déjame en el hotel
así arreglo con los del seguro. Tal vez me den un transporte gratuito.
-¿Estás loca? No me molesta llevarte -replicó él.
-Por favor, Cameron -musité, y bajé la vista. Él entendió el mensaje y no
insistió más.
El último trecho hasta el hotel se sintipo como una verdadera tortura. Yo
me aferraba a la correa de mi bolso para no gritar, Cuando Cameron
finalmente detuvo el auto en la entrada del inmenso hotel, los dos nos
quedamos en silencio.
Sabía que debía bajarme del auto y no mirar atrás, pero me sentía pegada a
mi asiento. Mi corazón estaba a punto de reventar. Había tanto que quería
decir, y a la vez no podía hacer, él tampoco parecía querer dejarme ir.
-Laura -finalmente su voz ronca rompió el silencio, y yo le agradecí a
todos los cielos por eso-, ¿no crees que debemos hablar?
Me sentí acorralada; por un lado, deseaba hablar con él, por el otro, solo
podía pensar en huir.
-¿Hablar de qué? -respondí con fingida tranquilidad. Era necesario que yo
me protegiera; ningún hombre me había hecho así sentir antes-. Mira,
dijimos que una vez pasada la tormenta cada uno seguiría su camino ¿no es
verdad?
-¿Es eso lo que realmente quieres? -dijo él, acercando su rostro al mío.
Sentir el aroma de su aliento caliente me hizo estremecer. Tenía tantos
deseos de besarlo...pero debía ser fuerte.
-Sí, creo que es lo mejor -murmuré, apenas controlándome a mi misma-
Era lo que pactamos ¿no? Sin sentimientos de por medio.
Sus ojos atraparon los míos, y pude ver algo de decepción ellos. ¿era
posible que...?
-Muye bien-sentenció él con voz seca. Alejó su cara de la mía y fijó la
vista en el volante-, eres libre, Moreno. Puedes irte.
Quise decir algo, pero en su lugar, solo bajé del auto. Cerré la puerta y,
mientras veía su camioneta alejarse por el horizonte, solo pude sentir un
horrible dolor en mi pecho.
Capítulo doce.
Finalmente logré llegar a mi piso en Glasgow, luego de interminables
negociaciones con la empresa del seguro para que me cubrieran el
accidente. Pero poco me importaba mi auto: no podía dejar de pensar en
Cameron, en nuestro tiempo de aislamiento juntos, y en sus palabras la
última vez que hicimos el amor.
No podía creer que yo estaba usando esa frase, pero...no habíamos follado
en esa última ocasión, había sido algo mucho más...intimo. Algo que yo
nunca había experimentado con ningún hombre. Algo que me aterraba, algo
de lo que debía huir.
Una vez en mi casa, pasé todo el fin de semana pensando, leyendo una y
mil veces mi carta de renuncia. Para hacerla efectiva, debía enviarla al
hospital, presentársela a un superior. Y mi superior no era nadie más ni
menos que Cameron McCain.
Sería difícil pero necesario, me dije a mí misma. Era necesario cortar de
raíz todo lazo con él antes de que yo hiciera algo de lo cual me arrepentiría
después. Algo de lo cual yo podría salir herida. Necesitaba un nuevo
comienzo, lejos de él.
Apenas pegué un ojo la madrugada del domingo, y el lunes llegué al
hospital con unas ojeras que ni el maquillaje más caro podría cubrir. Aun
así, caminé por los estrechos y blancos pasillos de manera estoica, mis
tacones sonaban como un tambor de guerra sobre la cerámica del suelo.
Conforme me acercaba a ala oficina de McCain, mi corazón se sentía a
punto de estallar.
¿Qué iba a hacer después de renunciar? ¿Conseguir otro trabajo, donde?
En Escocia serpia dificilísimo...iba a echar por la borda la mejor
oportunidad laboral de mi vida ¿Realmente estaba segura de las
consecuencias de mis actos?
No, no lo estaba para nada. Pero el pánico por huir de mis sentimientos era
más fuerte., los sentimientos que Cameron había desbocado como un
torrente salvaje. Así que, insegura y temblando como una hoja, toqué la
puerta de su despacho.
-Adelante -me dijo desde el otor lado, y oír su irresistible acento escocés
me hizo temblar las rodillas todavía más.
Entré, y lo encontré sentado en su escritorio. Vestía íntegramente de negro,
con excepción de su ambo blanco que levaba abierto. Una ráfaga con el
aroma de su locion de afeitar me invadió, debilitándome todavía más.
Y su mirada; esos ojos verdes resplandeciendo como dos trozos de jade y
esa expresión de desconcierto al encontrarse conmigo. Esa expresión era lo
más doloroso.
-Buenos días -murmuré-, como ya sabias, vengo a dejarte esto.
Deposité mi carta de renuncia sobre su escritorio, él ni siquiera la miró.
Sus ojos no se despegaban de los míos.
-¿Realmente vas a hacerlo? -preguntó, jadeante-, ¿vas a renunciar?
Asentí con la cabeza, incapaz de hablar. Él clavó sus ojos en los míos y
exhaló, frustrado.
-Pues no puedo aceptarla -sentenció.
-¡Eres un demente! -grité, liberando la tensión que había acumulado por
días- ¡No puedes no aceptarla!
-No puedo darme el lujo de perder a la médica más brillante de este
hospital -exhaló de nuevo-¿Acaso tienes una oferta mejor? Si es así, firmaré
con gusto.
-No -confesé.
-¿Cómo que no? ¿Ejercerás medicina en tu país, trabajarás en otro instituto
de Escocia? Una mujer como tú no salta así al vacío. Simplemente no tiene
sentido.
-Pues ya no sé que tiene sentido y que no -murmuré, acorralada.
Él se puso de pie y caminó hacia mí, con cada paso mi corazón latía más
fuerte.
-No puedo creerlo -dijo-, creí que eras la mujer más fuerte que conocí en
mi vida, pero en el fondo eres una miedosa.
-Vete a la mierda -respondí entre dientes, aunque no me resistí cuando sus
manos acariciaron mi mejilla. El calor que despedían era impresionante. Yo
necesitaba ese calor, me negaba a abandonarlo-. No soy ninguna cobarde.
-Pues somos dos cobardes -sonrió él, y su voz fue una caricia en mis
oídos-. ¿Te crees que no me aterra estar enamorado de ti? Siempre he usado
el sexo como una barrera, para que ninguna mujer pudiera travesarlo y
conocer el verdadero yo. Y luego llegaste tú, Laura Moreno, y destrozaste
por completo esa barrera. ¿Crees que eso no me asusta?
Me quedé muda, tan solo mirando sus ojos. Ansiaba tanto besarlo.
-Dijimos que no meteríamos sentimientos de por medio -mascullé.
-Pero creo que ninguno de los dos pudo cumplir su promesa, ¿eh? -acercó
sus labios a los míos, pero no me besó-. Si realmente no quieres saber nada
conmigo, tan solo dio. Firmaré tu renuncia y te dejaré en paz. Pero... ¿es eso
lo que realmente deseas, Laura? Sé sincera, por una sola vez en tu puta
vida, sé sincera contigo misma.
Sus palabras fueron una puñalada en mi pecho.
-Desgraciado -mascullé antes de besarlo.
Nuestros labios se encontraron con un hambre y una rabia que jamás creí
sentir, y mientras sus manos sostenían mi rostro y nuestras lenguas se
saboreaban, danzando y dominando la una a la otra, todas las dudas en mi
cabeza se despejaron. Mientras Cameron me sostenía en sus fuertes brazos
y besaba mis labios y mordisqueaba mi cuello, finalmente vi todo con
claridad. Entendí cómo lo necesitaba, y entendí que la fuente de todos mis
miedos era lo vulnerable que él me hacía sentir. Pero al mismo tiempo,
segura. Segura de que Cameron jamás me lastimaría, segura de que podía
darme el lujo de mostrarle mi lado más delicado sin ningún peligro. Segura
de que él me cuidaría y me mantendría a salvo, y también segura de que eso
no me convertía en alguien débil, inferior, o menos feminista.
-Te amo - suspiré contra su cuello. Y como todavía tenia miedo, lo suspire
a un volumen tan bajo que creí que no me escucharía.
Pero lo hizo.
Cameron me escuchó y alzó sus rostro para encontrar mis ojos.
-Yo también te amo, Laura -sonrió antes de besarme de nuevo.
Tan hambrientos estábamos el uno del otro que no nos importó estar en su
oficina. Cameron cerró la puerta de una patada al mismo tiempo que me
abría la blusa, arrancándome un par de botones. Besó y mordisqueó mis
pezones, hasta que yo recordé morderme el labio para no gritar.
Era una locura, una completa locura follar en el hospital, en su oficina.
Pero yo estaba tan eufórica que no me importó; necesitaba sentirlo en mi
interior, necesitaba besarlo y saborearlo. Y él a mí.
Recorrí su cuerpo con manos ansiosas, pero no pude desvestirlo, apenas
acariciar la longitud de la erección que se abultaba bajo sus pantalones
oscuros. Cameron apenas pudo desvestirme a mí, estaba demasiado
hambriento. Y eso me encantaba, me abrió la blusa para besar y tocar mis
pechos, y em alzó la falda para poder bajarme la ropa interior. Con fuerza
me tumbó de espalda sobre su escritorio y enterró su cara entre mis piernas.
Y me cubrí la boca con ambas manos mientras él me devoraba como una
bestia salvaje. Sus labios besaban, mordían y lamian los labios entre mis
piernas, y cuando su lengua se dedicó a torturar mi clítoris, creí que me
correría allí mismo. Me penetró de un solo movimiento violento y
deliciosos, y yo arquee mi espalda en conta de mi voluntad, el placer era
demasiado intenso. Cameron buscó mis labios con los suyos y me besó con
furia mientras embestía en mi interior, llenándome de placer. La felicidad y
la euforia me invadían, y todo mi cuerpo gozaba con sus estocadas salvajes,
Aumentó el ritmo de sus caderas, penetrándome cada vez mas duro y más
profundo, Al mismo tiempo que un devastador orgasmo sacudía todo mi
cuerpo, su semen caliente me llenó.
-¿Crees que podremos equilibrar el trabajo y ser pareja? -pregunté minutos
más tarde, mientras aún permanecía abrazada sobre su cuerpo caliente.
Decir la palabra pareja me dio pánico, pero pronto desapareció al recordar
que me encontraba con él, con Cameron. En sus brazos.
-Pues, creo que será divertido comprobarlo -dijo él, acariciando mi cabello
con sus dedos. Besó mi frente con ternura-. Por ti, estoy dispuesto a
arriesgarme.
Sonreí y cerré los ojos.
-Yo también.
Fin.
Espero hayas disfrutado de un momento muy candente con esta
historia. Si te apetece otro romance erótico con un sexy protagonista
escocés y toques de BDSM, aquí está La amante del jefe escocés.
Sinopsis:
Mi nombre es Rose, siempre he sido una feroz mujer profesional
abriéndome paso en un mundo tan machista como la industria discográfica.
Cuando nadie quería darme trabajo en Escocia, el único que confío en mi
fue el CEO Charles Madden, hace diez años soy su asistente en una de las
compañías discográficas más importantes de Glasgow.
El problema es su hijo, Ewan Madden, un escocés de encendida barba roja
y ojos verdes que ha heredado la compañía y que se ha convertido en mi
jefe.
Una fuerte mujer independiente y feminista como yo jamás podría caer en
las redes de un macho alfa, dominante y mujeriego como él.
Tal vez yo pueda sentir curiosidad por los rumores que circulan a su
alrededor, de que le gusta agregar esposas, mordazas y sogas a sus jueguitos
sexuales de dominación.
Pero...yo jamás podría enamorarme de un hombre así.
Aunque él me jure que le gusto desde la primera vez que me ha visto.
Aunque su acento escocés sea irresistible.
Aunque experimentar sus juegos de dominación sea delicioso.
Aunque me mire como ningún hombre me ha mirado jamás.
No, nunca podría enamorarme de mi jefe Ewan Madden.
¿O tal vez sí?
Fragmento:

Termino mi trabajo en el estudio y me doy cuenta que es cerca de la


medianoche. Otra vez, he pasado de mi horario de salida ordenando papeles
y contratos. Me duelen los hombros y estiro mi cuello intentando aliviar el
dolor. De pronto, me doy cuenta que Ewan tampoco ha regresado a casa, no
salido de su despacho en horas. ¿Acaso estamos los dos solos en la oficina?
Eso despierta un escalofrío en todo mi cuerpo. Lo ignoro; me pongo de pie
y busco mi abrigo y bolso cuando escucho su voz a través del
intercomunicador sobre mi escritorio.
-- ¿Rose? ¿Podrías venir por favor? --su voz suena extrañamente dócil y
suave.
Obedezco, pero al entrar en su despacho lo encuentro vacío.
--¿Dónde estás? --pregunto mientras sigo su voz.
--En el baño. Entra, por favor.
¿Baño?
--¿Qué clase de demente tiene un baño en la oficina? -- chillo.
Suspiro por lo bajo, consciente de que estoy metiéndome solita en otra de
sus trampas. Pero aun así le obedezco y camino hacia el baño con miles de
punzadas en mi estómago y entre mis piernas. Tomo un respiro hondo y
trago saliva antes de abrir la puerta del diminuto baño anexo al despacho.
Cuando lo hago lo encuentro de pie en la ducha, con la musculosa espalda
cubierta de agua y espuma de jabón. Gira y me enfrenta. Su pecho está
brillante por el agua, irresistible, cálido y tentador. Su cabello rojizo esta
empapado y pegado a su cabeza, y sus ojos verdes se ven todavía más
redondos y profundos, si es que eso es posible. Me dedica una sonrisa
malévola.
-- ¡Sorpresa! Lo he hecho instalar esta mañana --me dice en un tono de
voz que me provoca escalofríos--. Lo leí en un artículo de Forbes, ayuda a
la productividad. Paso tiempo trabajando que pensé sería una buena idea.
¿No coincides?
--Es una ridiculez. ¿Para eso me molestas?
Necesito toda mi fuerza de voluntad para que mis ojos no vayan a su polla.
--Vamos, esa no es manera de hablarle a tu jefe --me regaña en forma
juguetona.
-- ¿Acaso no tienes una toalla? --insisto, acalorada.
-- ¿Me alcanzas una?
Cojo una toalla del mueble y la arrojo contra su pecho. Él tan solo sonríe y
comienza a secarse. Sin embargo, basta una mirada de esos abismos verdes
para que yo enloquezca.
Y el desgraciado no se cubre el miembro.
Contemplo sus pectorales mientras él los recorre con la toalla suavemente,
absorbiendo la espuma jabonosa. Siento que el rostro em arde y las rodillas
me tiemblan mientras admiro esos abdominales firmes y duros. El aroma de
su piel me embriaga, especialmente cuando mis ojos viran hacia el vello
rojizo debajo de su ombligo, guiando hacia su polla gruesa. Observo su cara
con el rabillo del ojo; tiene una expresión placentera y malévola en sus ojos
de hielo, y mi clítoris palpita más duro. Mueve su rostro lentamente hacia el
lado y se acerca a mí. No lo detengo ni me muevo un milímetro. Puedo
sentir su calor y mi excitación crece en forma desmedida.
--Pobrecilla mi Rose...he estado tan ocupada con el trabajo que te he
descuidado --suspira contra mi mejilla. Su aliento caliente me hace
estremecer, pero intento disimular.
--No digas idioteces. ¿Para qué me has llamado?
--Necesitaba verte. Dime ¿te has estado tocando esta semana que te
ignoré? ¿Has estado pensando en mí?
No respondo, tan solo me deleito en secreto con los atisbos de piel
desnuda y brillante que puedo deslumbrar. Veo sus pezones amarronados y
no puedo evitar pensar en morderlos, en hacerlo chillar en castigo por cómo
me está humillando. Pero mi clítoris late cada vez más duro, y creo que
pronto perderé el control.
Desearía sentir su piel desnuda con mis propias manos, resbalosa y
caliente. Sin quererlo, mis ojos descienden por su estómago duro y Ewan
sonríe satisfecho.
--¿Quieres tocarme? --me invita con su ronco acento escocés.
Y yo no puedo contenerme. Recorro sus pectorales y su estómago con las
yemas de mis dedos, y siento como la electricidad golpea mi cuerpo. Él deja
escapar los más tentadores gemidos de placer mientras lo toco, y cada
sonido que escapa de su garganta resuena en mi clítoris.
Mierda, lo ha hecho una vez más.
--Rose...chica sucia, mira lo que has logrado...--susurra contra mi mejilla.
Mis ojos van hacia abajo y descubro su erección enrojecida apuntándome.
Instintivamente me muerdo los labios y mi mente se pone en blanco durante
un momento. He visto hombres desnudos en mi vida, pero nada se compara
a esto. También he sentido su polla dura durante nuestros jueguitos, y
siempre me he preguntado por qué no desquitaba su pasión conmigo. La he
imaginado más veces de lo que me gustaría admitir las últimas veces que
me masturbé, pero ahora, tenerla frente a mis ojos es impresionante. Es más
larga de lo que imagino, pero aun así tiene un grosor importante. Su glande
apunta hacia arriba teñido de un rosado profundo, y algunas venas azuladas
recorren su grosor en forma caprichosa.
-- ¿Te gusta la polla de tu jefe, Rose? ¿Quieres tocarla? --me invita Ewan
con un suspiro ronco contra mi mejilla. Luego deliberadamente acaricia mi
piel con su lengua, y esa suave y húmeda caricia me termina de enloquecer.
--Estás loco...--suspiro, pero no puedo evitar que una sonrisa se curve en
mis labios.
--Te gusta, puedo notarlo --Ewan deposita un suave beso en mi mejilla. Es
la primera vez que hace algo así, y mi clítoris se contrae con violencia entre
mis pantalones.
Me muerdo mi labio inferior antes de dejarme llevar por la locura.
Envuelvo su polla con mi palma y su calor me impresiona. Ewan hace una
ínfima contracción de placer cuando lo toco, y eso me entusiasma todavía
más. Su polla mojada y caliente se siente increíble en mi mano. Contemplo
su dureza y su grosor con mis dedos, y dibujo unos pequeños círculos
alrededor de su glande con mi pulgar.
-- ¿Te gusta la polla de tu jefe? --me pregunta con otro suspiro ronco. Y
sin quererlo, recuerdo cuantas veces he fantaseado con masturbar a Ewan
hasta dejarlo seco mientras gime mi nombre.
Pero hacerlo en la vida real se siente mil veces mejor. Comienzo a subir y
bajar mi mano por toda la longitud de su polla, maravillándome con cada
sonido que escapa de su boca. Su pecho y su estómago se contraen por el
placer, haciendo que sus suaves músculos se ven irresistibles bajo la
brillante capa de agua y jabón. Lo escucho jadear mientras acelero mi
ritmo, y sonrío cuando su polla palpita en mis manos.
Ahora soy yo quien tiene el control: son mis manos las que hacen que el
jefe se retuerza de placer y gima como una puta. Mi pequeña venganza
personal contra Ewan, que sepa con que facilidad yo puedo controlarlo y
hacerlo correrse. Mi mano sube y baja cada vez más rápido, asombrada por
su resistencia, y veo como sus parpados están apretados y sus labios forman
un círculo perfecto mientras goza. Yo tengo el dominio ahora, yo soy la
dueña de su placer.
Él también lo sabe, y le gusta.

Lee el resto de La amante del jefe escocés aquí.


Catálogo de Anastasia Lee, disponible en Amazon:

Sarah es una editora desempleada, hasta que su mejor amigo le consigue trabajo como secretaria de
Claude Hopper, un arrogante escritor de novelas eróticas.

El escritor millonario tiene la mano fracturada y necesita una secretaria que tipee su última novela de
dominación y sumisión mientras él dicta. A Sarah le hierve la sangre tener un jefe tan machista, pero
cuando se encuentra oyendo esas escenas tan sensuales narradas con esa voz tan masculina y ronca,
no puede evitar excitarse.

Muy a pesar de sus valores feministas, Sarah no resistirá la tentación y comenzará un affaire con su
jefe, quien la inicia en los placeres de ocupar un rol sumiso.

Pero más allá de esos juegos ardientes, todo se complica cuando el amor haga su aparición en esa
tórrida relación.
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Dentro de las oficinas de Miller Corp. yo soy Alexandra Thorne, la diseñadora junior que nadie
nota, siempre oculto bajo sus gafas gruesas y su cabello rubio desordenado, y Damien Miller es mi
jefe, severo y exigente bajo sus helados ojos grises.

Pero fuera del horario laboral, Damien Miller es mi Amo, y yo soy su Esclava.

Alex es una diseñadora desempleada que ha salido de una relación fallida. Su vida da un vuelco
cuando finalmente consigue empleo en la prestigiosa firma Miller Corp, regida por el soltero más
codiciado; Damien Miller. Alex se siente inmediatamente atraída por el atractivo CEO de actitud
dominante, lo cual le ocasiona un conflicto interno. Feminista y profesional ¿Como puede fantasear
con que su jefe la azote y la domine?
Sin embargo, cuando Alex da rienda suelta a su deseo y comienza una relación secreta de
dominación y sumisión con Damien, experimentará el placer más intenso de su vida.

Pero ¿qué ocurre cuando la lujuria se convierta en amor?


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La vida de Laura Green siempre ha sido perfecta; la chica más deseada y popular de la escuela,
ahora con una brillante carrera como publicista y a punto de casarse son Claude, su novio de la
preparatoria.
Pero la perfección deja caer su fachada cuando se reencuentra con Thomas Sharp, un ex compañero
de escuela. Sharp, cierta vez un nerd débil del cual todos se burlaban, ahora es el CEO más
codiciado, de cuerpo escultural, sonrisa asesina y una actitud tan dominante como magnética.

Y también es el nuevo jefe de Laura,

La atracción entre ellos pronto se torna insoportable, hasta el punto en que Laura se cuestione si
realmente es feliz con su prometido. Pero no solo eso; Thomas Sharp recuerda a Laura y está
dispuesto a vengarse de la chica que se burlaba de él con una serie de irresistibles juegos sexuales.
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Gloria es una aspirante a bailarina de ballet devenida a stripper gracias a sus deudas y problemas
económicos. Sin embargo, secretamente ella disfruta que su cuerpos sea admirado por cientos de
extraños cada noche mientras baila.

Hasta que recibe una propuesta tan inusual como tentadora; posar desnuda para una serie de pinturas
del afamado artista plástico Jacques LeSoeur.
Gloria acepta, excitada por la generosa paga y por el magnífico atractivo de Jacques. Una vez en su
estudio, se entera que el tema de las pinturas es la dominación y la sumisión, y que ella deberá posar
no solo desnuda si no que amordazada, esposada, atada...

Pronto, la pasión entre ella y Jacques se desatará en forma de ardientes juegos de dominación. Pero el
amor también complicará lo que en un principio solo sería una relación profesional.
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Lisa es una bombera que desea comenzar una nueva vida. Luego de romper su compromiso con un
hombre que la engañaba, ha decidido concentrarse en su carrera; batallar el fuego y salvar personas.
Sin embargo, bajo su fachada fuerte y feminista yacen muchas inseguridades y soledad.

La noche antes de su primer día de trabajo en un destacamento nuevo, se emborracha y tiene un


tórrido encuentro casual con un misterioso hombre de cabello negro y un dragón tatuado en su brazo.
A la mañana siguiente, además de una enorme resaca, Lisa descubre que ese hombre misterioso es
Jack, jefe del departamento de bomberos, y su nuevo jefe.

Su carácter dominante choca con el de Lisa, pero a la vez una potente atracción les impide trabajar
juntos.

¿Podrán Lisa y Jack llegar a un tratado que les permita trabajar juntos? ¿o se rendirán a la lujuria? ¿y
cuando esa lujuria se convierta en amor?
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Donna es una ruda detective que, luego de travesar un divorcio, se vuelca a su trabajo para aliviar la
soledad y la frustración.
Su compañero Martin es un arrogante macho alfa que le hace la vida imposible todos los días,
chocando con su ideología feminista.

Pero Donna deberá acostumbrarse a su insoportable compañero cuando les asignen una misión en la
cual deberán fingir ser una pareja aficionada al BDSM para desenmascarar una red de narcotráfico.
Conviviendo con Martin, Donna se da cuenta que, bajo su fachada feminista, disfruta mucho que un
hombre dominante tome el control. Pero involucrarse con un compañero de trabajo no es adecuado.
Y para complicar más las cosas, hace su aparición Sade, un Amo profesional que trabaja en un club
de BDSM, y principal sospechoso de la operación.

Atrapada en una encrucijada, Donna deberá enfrentar su verdadero ser, el que disfruta que un hombre
tome el control y la haga sentir segura. Pero ¿se rendirá ante la irrefrenable atracción hacia su
compañero Martin? ¿o se dejará arrastrar por Sade al submundo de la dominación erótica?
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Soy Brianna, interpreto a a princesa Howell en la serie televisiva Reinos Inmortales, pero en la vida
real no soy ninguna princesa. Siempre he sido una mujer que tuvo que abrirse el camino sola; y así he
llegado a cumplir mi sueño de ser una actriz famosa, incluso de abandonar mi país y mudarme a
Glasgow para protagonizar el drama histórico más exitoso del momento.
Lo malo; mi co-protagonista. Colin McNeil; el fornido escocés de cabello rojo y ojos verdes que
interpreta al malvado Highlander Draven. En la vida real, Colin es aún más insoportable que su
personaje, con sus aires de macho alfa y su sonrisa altanera. Tal vez eso funcione para las miles de
televidentes que suspiran y fantasean con él, pero yo no tolero a ese tipo de machotes dominantes.
Aunque últimamente estoy teniendo cada vez más fantasías con él, fantasías donde él me ata y me
suspira obscenidades en su ronco acento escocés.
Tal vez podría dar riendas sueltas a mis fantasías, siempre y cuando no haya amor de por medio.
Aunque Colin me ha confesado que le gusto desde la primera vez que he llegado a Escocia.
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Mi nombre es Emma, soy una estudiante universitaria que vive en Escocia gracias a una beca.
Desde que he llegado aquí, mi familia de hospedaje, los McEmory, no han sido más que amables
conmigo.

Y por eso me siento horriblemente culpable de estar enamorada de su hijo mayor, Owen. No puedo
evitarlo, es un auténtico Highlander de ojos verdes y barba roja. Pero por supuesto, él jamás se
interesaría en una chica empollona y regordeta como yo. ¡Además tiene novia!

Y, por otro lado, está su hermano menor, Malcolm. ¿Como pueden dos hermanos se tan diferentes
entre sí? Debo admitir que el carácter extrovertido y desenfadado de Malcolm a veces me saca de
quicio, pero, aun así, él es mi mejor amigo.

Ahora, los McEmory me han invitado a pasar la Navidad con ellos, Owen ha roto con su novia y
Malcolm tiene un descabellado plan para que yo conquiste a su hermano durante el fin de semana.

Y como si esto no me tuviera lo suficientemente ansiosa, las cosas se han puesto extrañas entre
Malcolm y yo... ¡pero no puedo enamorarme de mi mejor amigo!
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