2.siglo XIX - Apuntes
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2.siglo XIX - Apuntes
2. El siglo XIX
Las revoluciones liberales y la creación de los Estados-nación
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2. El siglo XIX. Las revoluciones liberales y la creación de los Estados-nación
2. La Revolución Francesa
Resulta llamativo el hecho de que sin haber sido la primera ni la más original, la
Revolución francesa haya despertado mayor interés. La clave está en su proyección
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2. El siglo XIX. Las revoluciones liberales y la creación de los Estados-nación
hacia otros Estados. Así como la revolución inglesa no fue seguida por el resto de
Estados europeos, la francesa sí tuvo efecto llamada.
Por otro lado, Francia consiguió desmantelar las estructuras antiguo-regimentales
en cuestión de pocos años, no así en Reino Unido, que lo hizo de manera lenta y
progresiva.
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Y estas ventajas no tardaron en ser vistas por uno de los reinos que componía la
Península, el reino de Cerdeña-Piamonte. En ese sentido hay que recordar que con la
expansión de Napoleón por Europa, muchos Estados conocieron un sistema similar al
liberal, de modo que este intento de unificación de Italia perseguía instalar
definitivamente el liberalismo.
Los dos personajes que lideraron el proceso fueron el rey del Piamonte Víctor
Manuel II y su primer ministro el conde de Cavour. El éxito aquí se encontró en su
capacidad para elaborar un discurso histórico-legendario en el que se rastreaba la
historia de Italia desde el punto de vista de la unidad, aunque en realidad era bastante
forzado.
Seguramente resulte conocido el siguiente relato: Italia siempre ha existido. De
hecho alcanzó su punto álgido durante el Imperio romano. Sin embargo, con la
invasión de los bárbaros (tribus germánicas), cayó en desgracia hasta que en el siglo
XVI con el Renacimiento recuperó su esplendor. De nuevo las invasiones bárbaras de
franceses, españoles y austríacos disgregaron el país y la hicieron entrar de nuevo en
una fase de decadencia. Era por tanto el momento de liberarlo de las manos
extranjeras y de recuperar su unidad.
El discurso así creado y que por cierto continúa a día de hoy era bastante
sugerente. El problema es que para lograr su objetivo, el reino de Saboya debía
enfrentarse con Austria, algo que no era posible comparando a uno y a otro reino. Por
tanto, la creación de Italia pasaría por la petición de ayuda exterior: Francia y Prusia,
aprovechando su tradicional rivalidad con Austria.
Francia ayudó al Piamonte a derrotar a Austria en 1859. Con ello consiguió la
anexión de la Lombardía, a cambio de que Francia obtuviese Niza como pago por su
ayuda. Libre de la presión austriaca, Piamonte se anexionó los ducados centrales de
Italia, los Estados pontificios (salvo Roma) y el reino de Nápoles y Sicilia en 1860, eso
sí, todo mediante enfrentamientos, en los cuales fue de gran ayuda el guerrillero
Garibaldi. Ese año, el rey Víctor Manuel II se proclamaba rey de Italia, aunque todavía
faltaban algunos territorios, como Roma o Venecia (por entonces la capital era
Florencia).
Fue precisamente el contexto de guerra entre Austria y Prusia, en medio de la
creación de la nación alemana, lo que permitió al reino de Italia hacerse con Venecia
(1866) y de Roma, protegida por Francia y que había salido derrotada por la recién
Alemania, en 1870.
La lengua, factor fundamental para la ansiada unión, no coincidía con las fronteras
de la Confederación, pues buena parte de esta población no hablaba alemán (daneses,
checos y polacos), mientras que muchos que sí lo hacían no se hallaban dentro de la
Confederación. Pero la lengua no era la única razón para la unión, sino que los
intereses comerciales e industriales también estuvieron en la base de este proyecto
político, sobre todo después de la creación en 1834 del _____________, unión
aduanera que creó un mercado común abierto en el interior y proteccionista de cara al
exterior.
Con esta base, el promotor de la unificación fue Otto von Bismarck, canciller del
rey de Prusia Guillermo I. De inmediato este hombre buscó la forma de unificar
Alemania en torno a Prusia, por lo que era preciso el enfrentamiento con Austria.
Según su punto de vista, una nación no podía estar formado por la base de dos reinos,
ya que eso no permitiría el engrandecimiento ni de Prusia ni de Austria.
Lógicamente Bismarck, el que por cierto se convertirá en el gran político de la
Europa del siglo XIX, necesitaba el motivo para el enfrentamiento con Austria, que
llegó con el intento de recuperar los ducados de Schleswig-Holstein tras la muerte del
rey de Dinamarca. Austria y Prusia se repartieron estos territorios, pero las
discrepancias por su administración las condujo a la guerra en 1866. De todas formas,
este enfrentamiento fue la excusa, pues en realidad el verdadero debate que se
escondía era el de saber cuál de las dos potencias protagonizaría la unificación de
Alemania. Prusia acabó triunfando gracias a su superioridad militar y a su alianza con
Francia e Italia, rivales de Austria. Esta derrota fue aprovechada por Italia para
terminar de unificarse.
El creciente poderío de Prusia creó en Francia el temor de una nueva potencia, de
ahí que acabasen enfrentadas en la llamada Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), en
la que el ejército prusiano aniquiló al francés, llegando incluso a cercar la ciudad de
París en 1871. Así, el 18 de enero de ese mismo año los generales alemanes
proclamaron a Guillermo I emperador del Segundo Reich Alemán en la Galería de los
Espejos de Versalles. Fue ahí donde Francia tuvo que aceptar las duras condiciones de
guerra, entre otras la pérdida de __________________, que pasaban a Alemania.
Mediante esta paz se cerraba el proceso de unificación de la nueva gran potencia de la
Europa continental, que sería presidida por Bismarck. Por otra parte, Francia vivió
humillada todos estos años. Esperaría su turno para cobrar su venganza, que llegaría
en 1914. En efecto, esta derrota francesa por parte de Alemania está en el origen de la
I Guerra Mundial.
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tal y como estipulaban los acuerdos de Utrecht, nada les impedía ir de aliadas desde el
punto de vista internacional.
Por esa razón, la noticia de lo sucedido en 1789, pero sobre todo la detención de
Luis XVI, despertó la intranquilidad entre la familia Borbón reinante en España.
El monarca de aquel entonces, Carlos IV, y su ministro principal,
_______________, tomaron la decisión de declarar la guerra a Francia, en una
coalición junto con otras monarquías de Europa. Mala decisión, pues el reino de
España no estaba pasando por su mejor momento. Las numerosas guerras por las que
había atravesado desde el siglo XVI la habían llevado a estar en una situación muy
precaria económicamente hablando. De alguna manera también aquí existía el
problema de la carga impositiva al grupo no privilegiado. Eran muy numerosas las
voces que hablaban de una necesidad por transformar el sistema del Antiguo Régimen.
La guerra pronto tendió del lado francés, hasta el punto de llegar a invadir parte
de la actual Cataluña. Por ello, a Manuel Godoy no le quedó más remedio que firmar
su rendición en 1796. El llamado ______________________ obligaba a España a
colaborar con Francia en una unión militar contra Reino Unido, su principal enemiga,
aun cuando España no estaba en condiciones económicas de iniciar ningún
enfrentamiento armado. Resultado de ello fue la derrota franco-española de Trafalgar
en 1805, que supuso el hundimiento definitivo de España como potencia marítima.
Obviamente la impopularidad de Manuel Godoy fue creciendo entre todos los
sectores sociales, unos por subir los impuestos y otros por el recelo que les despertaba
la excesiva influencia que tenía sobre el monarca Carlos IV. Estas tensiones terminaron
por estallar en 1807 a raíz de la firma del __________________________ entre la
monarquía española y el emperador francés Napoleón Bonaparte. Por este acuerdo,
España dejaba pasar a las tropas napoleónicas para invadir Portugal, aliada de
Inglaterra, a la que no conseguía vencer por mar. El problema es que con este pretexto
el francés aprovechó para instalarse en España. El tiempo vino a confirmar lo que
muchos ya presagiaron: Napoleón no sólo pretendía ocupar Portugal, sino toda la
Península Ibérica con el fin de establecer un reino dependiente de Francia del que su
hermano José Bonaparte sería el monarca.
Godoy fue tildado de traidor y bajo esta idea se levantó en Aranjuez en el año
1808 una rebelión liderada por el hijo mayor de Carlos IV, Fernando de Borbón, que
terminó con la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en dicho hijo, quien
asumió el trono bajo el nombre de Fernando VII.
Estas acciones evidenciaron la debilidad de la monarquía española, algo que sin
duda fue aprovechado por Napoleón, quien decidió reunir a padre y a hijo en Bayona
(Francia) aparentemente para que resolvieran sus diferencias, actuando él mismo en
calidad de árbitro de la disputa. Sin embargo, y en el fondo, buscaba acceder al trono
de una manera legítima, algo que no resultaría si Fernando no devolvía la corona a su
padre. Para suerte del francés, Fernando VII abdicó en su padre para posteriormente
éste entregarle la corona a Napoleón, quien a su vez se la dio a su hermano, que se
convirtió en José I Bonaparte (este hecho se conoce como las abdicaciones de
Bayona). Este hecho, pero sobre todo la salida de Madrid de los últimos borbones,
marcó el inicio de la Guerra de la Independencia española (1808-1812).
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Pero más interesante que la guerra fue el proceso que corrió paralelo y que
condujo a la creación del primer Estado-nación español casi de manera fortuita.
Todo comenzó con la decisión de crear un organismo que coordinase las Juntas
Provinciales de Defensa, creadas a raíz de no aceptar a José I como rey, y que recibió el
nombre de Junta Suprema Central. Esta Junta dirigió la guerra contra los franceses y
asumió el gobierno del país en las zonas no ocupadas en nombre del “rey ausente”
Fernando VII, quien se encontraba “secuestrado” en Bayona. Se estableció en Cádiz, al
ser la única ciudad no controlada por el ejército francés. Hacia 1810 pasó a
denominarse Consejo de Regencia al actuar en nombre del monarca. Pues bien, el
asunto llegó cuando este Consejo de Regencia decidió convocar unas Cortes
estamentales a fin de organizar el Estado.
El primer problema llegó con la misma convocatoria de estas Cortes y la función
que debían adjudicarse; ¿Sería estamental o se propondría otra forma de votación?
¿Qué medidas deberían discutirse, solo las que tienen que ver con la guerra?
Finalmente ante el contexto de guerra que se estaba viviendo se decidieron dos cosas
de gran trascendencia posterior: la votación de las Cortes no seguiría el sistema
tradicional, sino que se otorgaría un voto a cada persona, sin distinción del estamento
al que pertenecieran; y segundo, se les entregaba el poder (soberanía) para decidir
qué eran, a quién representaban y qué iban a hacer. Fue así como ya en la primera
sesión del año 1810, y en ausencia del Rey, se reconocieron como una asamblea
parlamentaria con capacidad para crear una Constitución. Hay que tener en cuenta,
en ese sentido, que Cádiz había sido tradicionalmente una ciudad comercial en donde
las ideas de la ilustración habían calado bastante bien. Esto unido a que precisamente
por la guerra la mayor parte de los diputados a Cortes eran gaditanos, explica que
triunfasen los ideales liberales por encima de los de la nobleza y el clero, que eran
minoritarios en dicha asamblea.
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Finalizada la guerra en 1813 Fernando VII volvió a una España que se había
transformado radicalmente. Ya no era una monarquía absolutista en donde los
poderes los concentraba una persona, sino que era un Estado cuyos habitantes, los
españoles, eran los poseedores de esa soberanía y en donde las funciones de ese
Estado se habían dividido en tres a fin de evitar el abuso de la autoridad.
Obviamente a Fernando VII, uno de los reyes más hipócritas, oportunistas y sin
escrúpulos que ha tenido la Historia de España, le faltó tiempo para derogar lo hecho
en Cádiz aprovechando el descontento de la nobleza y el clero en 1814. Se volvía al
absolutismo de años atrás, aunque económicamente ya no era viable. Y es que no sólo
seguía creciendo la deuda económica de la monarquía, sino que además se sucedieron
las independencias de las colonias españolas en América. En todo caso, esta vuelta al
absolutismo vino acompañada de una gran represión contra los liberales que, muy
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absolutismo. Pero este sistema ya no tenía razón de ser, salvo para Fernando VII, por
cuanto le permitía mantener su poder.
Lo que no previó Fernando fueron los problemas en torno a su descendencia. Casi
al final de su vida, la mujer del monarca daba a luz a una niña, lo cual tampoco
despejaba el problema sucesorio, pues se la impedía reinar de acuerdo a la Ley Sálica,
norma existente desde el año 1713. Fernando hubo que recurrir a la anulación de la
Ley mediante la publicación de otra, la ___________________, a fin de permitir a las
mujeres gobernar en España en ausencia de herederos varones, con lo cual convertía a
su hija Isabel en heredera al trono español, pero al mismo tiempo motivó la reacción
de los absolutistas más reaccionarios, que se posicionaron del lado de su hermano,
Carlos María Isidro, quien se convirtió en el abanderado del modelo absolutista.
Lógicamente, el monarca español hizo lo que mejor sabía, aproximarse hacia lo
que más le convenía, y tal y como se presentaba el panorama decidió hacerlo hacia la
postura que defendía el modelo liberal moderado pues sin ellos su hija no podría llegar
a reinar. Cabe recordar que Fernando nunca fue liberal, pero si por seguir
manteniendo la corona sobre su cabeza debía renunciar al absolutismo y abrazar el
liberalismo lo haría sin duda alguna. Esto no es un hecho nada desdeñable, pues
resultado de estos vaivenes de la monarquía española es producto la nación española,
que se configuró de manera renqueante.
La muerte de Fernando VII en 1833 abrió una guerra civil entre los partidarios de
Carlos María Isidro, en adelante carlistas, y los partidarios de Isabel, que en esos años
era una niña, y que obviamente fueron los liberales de los dos signos, moderados y
progresistas. En total fueron tres guerras bastante cruentas que tuvieron lugar
fundamentalmente en la zona del País Vasco y de Cataluña, lugares en donde el ideario
carlista triunfó por la defensa que hacían de los fueros y privilegios tradicionales y que
el liberalismo pretendía quitar a fin de establecer una única ley para toda la nación. Los
tres conflictos tuvieron lugar a lo largo del reinado de Isabel II y de su hijo Alfonso XII, y
finalizaron con la derrota del carlismo, aunque el saldo final fue el respeto de los
fueros (leyes) vasco-navarros de época medieval. Estas leyes acabaron
transformándose en un acuerdo económico según el cual, Navarra y País Vasco tienen
una rebaja en los impuestos a pagar al Estado central. Asimismo, de estos conflictos
sobresalió el nombre de un general liberal, Baldomero Espartero.
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En primer lugar nos encontramos con los partidos políticos que en este tiempo
eran los moderados y los progresistas, y cuya división ocurrió entre 1820 y 1823,
durante el Trienio Liberal. Los moderados buscaron el pacto con la Corona, la Iglesia y
los privilegiados, puesto que no acabaron de comprender que el poder (soberanía)
procediera de los ciudadanos; necesitaban ver una institución por encima de ellos, que
era la monarquía. De ahí que desarrollasen el principio de soberanía compartida entre
el Rey y las Cortes, es decir, las leyes las hacía el Parlamento pero debían contar con el
visto bueno de la monarquía. Eran partidarios igualmente de un Estado confesional
católico, dada su unión con la Iglesia y abogaban por un sufragio muy restringido.
Estos liberales representan a la cúpula de la sociedad, a la alta burguesía y a la nobleza.
La segunda fuerza son los progresistas, que teóricamente habían mantenido los
principios del liberalismo originario: respeto a la soberanía nacional y limitación del
poder del rey; la preeminencia del poder legislativo sobre el ejecutivo; y la defensa de
los derechos fundamentales (libertad de prensa, de asociación…). Defendieron un
Estado aconfesional, por lo que eran favorables a la libertad de culto, y un sufragio
menos restringido. Desde el punto de vista económico, fueron menos proteccionistas
que los moderados. Su base social estaba en la pequeña y mediana burguesía y, en
general, en las clases medias, empleados y artesanos.
En un segundo bloque tenemos a las tres instituciones tradicionales.
Primeramente la Monarquía, que no llegó a entender que tuviera que estar sometida.
Esto explica su constante invasión sobre los poderes del Estado mediante el apoyo a
una u otra facción política, que posteriormente asumía el gobierno. Como
consecuencia de estas acciones se les impedía a los ciudadanos ser los protagonistas
del poder político.
Junto a la Monarquía se cuenta la Iglesia, que tradicionalmente había constituido
uno de los pilares más importantes del absolutismo, no sólo por su capacidad
económica sino también por su poder social, puesto que estamos ante una sociedad
católica. Sin embargo, desde el siglo XVIII comenzó a surgir una corriente de
pensamiento que buscó la independencia del poder del Estado con respecto a las
cuestiones religiosas; una separación que caló bastante bien en el pensamiento liberal
del siglo XIX. A partir de entonces no era la Iglesia quien sancionaba el poder político,
sino la nación, por lo tanto se la apartaba de la esfera del poder de la que había
disfrutado desde hacía siglos. Pero lo que la llevó a su feroz antiliberalismo fue la
desamortización. Los liberales comprendieron que la única forma de sanear la
economía era poner en venta los vastos territorios en manos de la Iglesia para que
fueran trabajados.
La negativa de la Iglesia a asumir su nuevo papel y la actitud de los vacilante de los
liberales, que frenaron y aceleraron el proceso de desmantelamiento del absolutismo
en función de si gobernaban los moderados o los progresistas, condujeron a un
enfrentamiento que ocupó todo el siglo XIX y gran parte del XX. La beligerancia de
unos y otros fue la tónica dominante: los intentos recristianizadores de un modo
agresivo y desafiante fueron contestados por los anticatólicos mediante movimientos
anticlericales, llegando, en casos extremos, a la quema de iglesias.
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Por último hay que mencionar al ejército, presencia constante en la vida política
por dos razones. Primero por el contexto bélico que vive España a lo largo de los siglos
XIX y XX. No sólo estuvieron presentes en la guerra de la Independencia, sino también
durante el Trienio Liberal y las guerras carlistas. Todo ello hizo fuerte al ejército, cuya
característica fue su exceso de oficialidad (macrocefalia) que comenzó a partir de la
entrada de esa guerrilla que luchó en la guerra de la Independencia y que no sólo pidió
entrar en el ejército, sino hacerlo en puestos altos. A ello hay que añadir que los
oficiales se consideraron con la capacidad suficiente como para ocupar las esferas
políticas aprovechando la falta de partidos políticos fuertes, de ahí que veamos a
grandes generales siendo los líderes de los partidos antes mencionados.
Pues bien, con estos ingredientes se configuró una suerte de sistema que se
mantuvo durante décadas. El Parlamento contaba con dos partidos políticos,
moderados y progresistas, cuya victoria en las elecciones venía previo
pronunciamiento militar, que eran quienes decidían el escenario político. Una vez que
estos militares presionaban a la monarquía para que convocase elecciones, estas eran
amañadas a favor del partido que había elegido el ejército, o mejor dicho, lo que había
decidido el líder militar que además militaba en alguno de los dos partidos políticos.
Así dispuesto el esquema, la participación ciudadana tan defendida por los liberales
brilló por su ausencia en España durante todo el siglo XIX y parte del XX.
El reinado de Isabel (1833-1868) fue bastante longevo por cierto ya que lo hizo
desde los cuatro años de edad. Lógicamente, y hasta ser declarada mayor de edad con
14 años, lo hicieron en su nombre otras personas, primeramente su madre María
Cristina (1833-1840) y posteriormente el militar vencedor de la I Guerra Carlista,
Baldomero Espartero (1840-43).
Durante estos años gobernaron tanto moderados como progresistas. Tales fueron
las idas y venidas que en sus años de reinado se crearon tres constituciones, aunque
solo dos llegaron a ponerse en práctica. Solo con ver la sucesión de gobiernos
podemos hacernos una idea:
Gobierno moderado (1833-1836).
Gobierno progresista (1836-43).
Década moderada (1844-54)
Bienio Progresista (1854-56)
Unión Liberal (1856-68). Partido político creado con los miembros menos
moderados del partido moderado y los menos progresistas del Partido
progresista.
El problema aquí no era el cambio del color del Parlamento, sino la forma en la
que se hacía, a partir del ejército y con el visto bueno de la monarquía. La participación
ciudadana era nula aun cuando supuestamente la soberanía se encontraba en la
nación. Por si fuera poco, todas las medidas que iniciaba un gobierno eran deshechas
por el siguiente, con lo que el país permanecía estancado.
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