Cuento 2
Cuento 2
Cuento 2
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nuestra en turno. Gracias a Dios nuestro maestro era un tipo
inteligente y cada noche, antes de dormir, se aseguraba de
desechar o esconder los indicios que delataban la reciente
estancia de personas en el lugar. Oh sí, esa noche fue intensa.
La organización contaba con doce adultos y diecisiete
menores. En la vivienda había un ropero enorme que
ocultaba un agujero que conducía al patio de la casa
colindante; en el patio, una pileta en cuyo fondo habíamos
cavado un pasaje -perceptible solo de cerca- a una casa con
salida hacia la otra calle. En cuestión de dos minutos todos
estábamos en el tercer nivel de la guarida, siempre
asegurándonos de volver a cubrir la apertura en la pared con
el ropero. Escuchábamos las voces, las risas y alguna que
otra queja de sujetos molestos porque el sitio ya estaba
saqueado. Por suerte, revisaban apenas una o dos estancias y
después se marchaban. Ellos también tenían miedo.
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maestro. Una mañana lluviosa, cuando las avenidas y
callejones aún estaban llenas de cuerpos humanos y pintadas
del rojo de la sangre, el maestro lo encontró tumbado en una
banqueta, inconsciente y morado de frío: era, en aquel
entonces, un mendigo, y fue la mendicidad lo que le salvó la
vida, pues nadie lo consideró una amenaza, nadie sintió
necesidad de matarlo. Dos meses después fundaban la
organización secreta a favor de la paz y de los niños, como
gustaba el maestro de llamar al grupo. Luego Felipe se
convirtió en mi mejor amigo. Cuando el hambre ya me
estrujaba las tripas, fue él quien me salvó.
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-Mejor no hablemos más, la luna está maravillosa y
no deseo apagar su brillo para mí con la oscuridad de nuestra
realidad. Dejemos eso para mañana, Dios nos ayude y nos
permita salir adelante -apunté, y después siguió un silencio
que duró el resto de la noche, tan solo interrumpido por el
esporádico y lejano ruido de motores a lo lejos, llantas
levantando polvo y los casi mudos carraspeos de nuestra
parte.
II
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-¡Vamos, de prisa! No pude pegar el ojo esta
madrugada. La situación es cada vez más difícil e, incluso,
escuché sin querer la conversación de ustedes hace rato; pero
ayer tuve un encuentro casual con dos sujetos cuando salía
del centro comercial. No encontré nada. Ya no queda más
comida en esos sitios. Los tipos -armados hasta los codos,
por cierto, por lo que al solo verlos supe que corría peligro-
charlaban en voz baja y no me vieron, de modo que pude
esconderme atrás de unos arbustos para escuchar lo que
decían.
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-¿Pero es que no se les ha ocurrido?
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-¡Arturo, por favor! ¿Cuántos años llevas metido en
esto? -Preguntó el más alto y delgado, joven, de máximo
veinticinco años, y sin esperar respuesta agregó: ¿Y qué has
ganado? Nada. Por el contrario, perdiste desde hace mucho
todo lo que tenías: familia, amigos, vida.
-Arturo, ¿y si huimos?
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olvidaré. Había fuego en su mirada: las ganas de algo más, el
hastío por la lacerante realidad, deseo de cambio.
III
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Era Felipe. Y era de noche.
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-Espera, Arturo, esto empieza a ser extraño. ¿Por qué
no lo dejamos hablar y después decidimos qué hacer con él?
Además, tengo la sensación de que no está solo; aunque no
entiendo por qué no habrán salido sus compinches. Anda, di
lo que tengas que decir.
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viejo. Supuse que no había contado nada a nadie más que al
viejo aquel día en el Wal-Mart y por lo tanto mis palabras lo
azotaban como golpes de traición.
Sonreí.
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Volvimos el absoluto silencio y a media noche
cenamos, bien guardados en el refugio de turno. Aquella
noche ganamos. No sabíamos aún lo caro que tendríamos que
pagar el bienestar de los pequeños. De todos modos, la
bendición estaba de nuestro lado, así lo pensamos y
dormimos bien por una vez.
IV
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-Aquí es donde las cosas se pondrán difíciles –dijo
Julio suavemente–. Conforme avancemos, el perímetro estará
vigilado, es un hecho. Maestro, tenemos que elegir desde
ahora quién se prestará como rehén, ¿no es así?
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Puños más apretados. Ahora también los míos, efecto
mimesis.
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Agosto 2020
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