Parada - Los Orígenes de La Biblioteca Pública

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BUENOS

AIRES
ANTECEDENTES, PRÁCTICAS,
GESTIÓN Y PENSAMIENTO
BIBLIOTECARIO DURANTE LA
REVOLUCIÓN DE MAYO (1810-1826)
ALEJANDRO E. PARADA
Con esta publicación el Instituto de Investigaciones
Bibliotecológicas adhiere a la conmemoración del bicentenario
de la Revolución de Mayo junto con la creación de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires
Buenos Aires
Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas - INIBI
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires
2009
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
Decano
Hugo Trinchero
Vicedecana
Ana María Zubieta
Secretaria Académica
Leonor Acuña
Secretaria de Supervisión Administrativa
Marcela Lamelza
Secretaria de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil
Silvana Campanini
Secretario General
Jorge Gugliotta
Secretario de Investigación y Posgrado
Claudio Guevara
Subsecretaria de Bibliotecas
María Rosa Mostaccio

Subsecretario de Publicaciones
Rubén Mario Calmels
Prosecretario de Publicaciones
Jorge Winter

Coordinadora Editorial
Julia Zullo

Consejo Editor
Amanda Toubes
Lidia Nacuzzi
Susana Cella
Myriam Feldfeber
Silvia Delfino
Diego Villarroel
Germán Delgado
Sergio Gustavo Castello

Diseño interior: Graciela M. Giunti y Lautaro Parada


Diseño de tapa: Lautaro Parada

© Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras


Universidad de Buenos Aires, 2009
Puán 480 Ciudad Autónoma de Buenos Aires
República Argentina
ISBN: 978-987-1450-49-7

Parada, Alejandro E.
Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires: antecedentes, prácticas, gestión y
pensamiento bibliotecario durante la Revolución de Mayo (1810-1826). Buenos Aires: Instituto de
Investigaciones Bibliotecológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2009.
343 p.
Biblioteca Pública de Buenos Aires; Historia del Libro y de las Bibliotecas; Argentina
CDD 027.498 2

4
LAS CONSTRUCCIONES
SIMBÓLICAS EN BIBLIOTECOLOGÍA — 9
Susana Romanos de Tiratel

INTRODUCCIÓN — 17

PRESENTACIÓN DEL CONTEXTO — 29


A. . . . . . Modelo interpretativo: la Historia de la Civilización
Impresa y de la Lectura — 29
B. . . . . . El contexto político y social de la Revolución de Mayo — 39
A. Referencias bibliográficas — 52
B. Referencias bibliográficas — 56

I. PANORAMA DE LA HISTORIA
DE LA BIBLIOTECOLOGÍA, DEL LIBRO Y DE
LAS BIBLIOTECAS EN LA ARGENTINA ― 59

I.1. . . . . Historia de la Bibliotecología en la Argentina ― 60


I.2. . . . . Tipología de las bibliotecas argentinas desde el período hispánico
hasta 1830 ― 68
I.3. . . . . La Nueva Historia del Libro y las Bibliotecas en la Argentina ― 79
Referencias bibliográficas ― 83

II. ANTECEDENTES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE


BUENOS AIRES ― 95

II.1. . . . . Contexto bibliotecario ― 96


II.2. . . . . Sociedad, ciudadanía e Historia de la Lectura ― 102
Referencias bibliográficas ― 110

A L E J A N D R O E . PA R A D A 5
III. LOS UMBRALES
DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA: LA BIBLIOTECA
DE FACUNDO DE PRIETO Y PULIDO ― 113

III.1. . . . . Semblanza biográfica de Facundo de Prieto y Pulido ― 115


III.2. . . . . La “biblioteca particular circulante” de Facundo de
Prieto y Pulido ― 118
III.2.1. . . El ámbito cuantitativo ― 119
III.2.2. . . Lectura y lectores ― 124
III.3. . . . . La Biblioteca Pública del Convento de la Merced (1794) ― 135
III.4 . . . . . Los umbrales de la Biblioteca Pública ― 141
Referencias bibliográficas ― 144

IV. ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA


DE BUENOS AIRES ― 147

IV.1. . . . . Introducción ― 147


IV.2. . . . . La gestión inicial: una lectura a través de “El reglamento
provisional para el régimen económico de la Biblioteca
Pública de la capital de las Provincias Unidas del Río de
la Plata (1812) ― 158
Referencias bibliográficas ― 177
Apéndices ― 181

V. PRÁCTICAS Y REPRESENTACIONES BIBLIOTECARIAS


EN LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA
DE BUENOS AIRES (1810-1826) ― 189

V.1. . . . . El libro de “cargo y data” desde 1810 hasta 1818 ― 190


V.2. . . . . Gestión y vida cotidiana en las “razones de gastos”
de 1824 y 1826 ― 211

6
V.2.1 . . . Introducción ― 211
V.2.2 . . . Breve situación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires
durante el período 1820-1826 ― 212
V.2.3 . . . Aproximación al concepto de “razón de gastos” ― 216
V.2.4 . . . La mirada cuantitativa: asignaciones, gastos y administración
general durante la gestión de Manuel Moreno ― 217
V.2.5 . . . La mirada cualitativa: una jornada en la Biblioteca Pública
de Buenos Aires (1812-1826) ― 234
Referencias bibliográficas, 247

VI. LA CONSTRUCCIÓN TEÓRICA DEL PENSAMIENTO


BIBLIOTECARIO: LA “IDEA LIBERAL ECONÓMICA
SOBRE EL FOMENTO DE LA BIBLIOTECA DE ESTA CAPITAL”,
DEL DR. JUAN LUIS DE AGUIRRE Y TEJEDA (1812) ― 251

VI.1. . . . . Introducción — 251


VI.2. . . . . Semblanza biográfica del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda — 256
VI.3. . . . . La Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de
esta capital, del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda (1812) — 259
VI.3.1 . . . La Revolución de Mayo y la Biblioteca ― 259
VI.3.2 . . . La Biblioteca y sus “mejores auxilios” ― 261
VI.3.3 . . . La “abundancia de papel” y la “preservación de los libros”:
el éxito del desarrollo de las bibliotecas ― 264
VI.3.4 . . . La moral y la religión en el ámbito de la Biblioteca ― 266
VI.3.5 . . . El papel político de la Biblioteca ― 268
VI.3.6 . . . Antecedentes de una Historia del Libro ― 269
VI.3.7 . . . El aporte bibliotecario ― 270
VI.3.8 . . . La importancia de la conservación del papel ― 273
VI.4 . . . . . Filología y discurso ― 274
VI.4.1 . . . Las palabras del título y los diccionarios de la época ― 274

7
VI.4.2 . . . Análisis cuantitativo del discurso ― 277
VI.5 . . . . . Libros y lecturas ― 279
VI.6 . . . . . Otros antecedentes sobre la fabricación del papel y el problema
de la conservación de los libros ― 283
Referencias bibliográficas ― 289
Apéndices ― 293

VII. CONCLUSIONES — 305

BIBLIOGRAFÍA GENERAL — 313

Nota aclaratoria — 341

8
LAS CONSTRUCCIONES
SIMBÓLICAS EN BIBLIOTECOLOGÍA
Susana Romanos de Tiratel

Muchas características deseables han circundado la imagen del


bibliotecario pero, en general, se podría tipificar esta construcción social
en la figura de individuos altamente estructurados, por lo tanto, poco
flexibles, muy apegados a las normas, a veces algo tediosos, conservadores,
con poco sentido del humor, minuciosos hasta la obsesión exasperante y
poseedores de una prescindencia política, no tanto en su vida personal y
privada, como en el ejercicio de su profesión. En lo personal sostengo, y
podemos debatirlo sin tregua, que muchos de esos rasgos se consolidan
durante la formación académica de los bibliotecólogos porque, la mayoría
de los departamentos académicos, sean terciarios universitarios o no
universitarios, consideran, sino a todas, a algunas de estas características
como habilidades y conductas altamente positivas y deseables para los
futuros profesionales.
Por otra parte, en las mismas esferas educativas se tiende a ampliar
y estimular, al menos desde la retórica, la capacidad de investigación de
quienes estudian para acrecentar los niveles teóricos que dan forma y
consolidan a una disciplina, al mismo tiempo que fortalecen a una profe-
sión. Para ello es necesario, casi como condición sine qua non, extremar
el espíritu evaluativo y crítico de los alumnos que deberán cuestionar a
cada paso y en cada nivel de su educación lo que se les transmite. Solo
de este modo, podrán desafiar las normas, revolucionar las estructuras y
sistemas heredados, reconocer la política explícita o implícita que juega

A L E J A N D R O E . PA R A D A 9
detrás de cada una de sus decisiones y cambiarla o aceptarla con concien-
cia de lo que están haciendo. Preguntarse por qué hago lo que hago, y por
qué lo ejecuto de esta forma y no de otra, dar respuesta precisa a los más
o menos, a los aproximadamente. Tratar, cada día, de sustentar nuestras
afirmaciones con explicaciones lógicas y fundadas, establecer los hechos
del pasado con precisión y sin sesgos concientes e interesados, conside-
rar a quienes servimos como un objeto de estudio y aplicarle los métodos
y las técnicas de investigación más convenientes para conocerlos, asumir
que elegir es excluir aunque, por otra parte, la cruda situación financiera
nos haga reconocer que no se puede tenerlo todo, saber estudiar a partir
de la construcción de modelos, pautas y normas, sistemas y servicios de
información para evaluarlos y modificarlos, y muchas otras cuestiones
que, en un ir y venir dialéctico-recursivo, nos planteamos casi todos los
días, permaneciendo muchas como asignaturas pendientes que alguna
vez podremos resolver, se constituyen en la telaraña que, muchas veces
por desidia, otras por comodidad, tratamos de eludir justificados por el
tráfago de la cotidianidad.
No es difícil advertir cierta colisión entre ambos modelos pero, par-
tiendo de un afán generalizador, aun cuando esta descripción sea bina-
ria, lo cierto es que en la realidad percibida hay tantos matices como per-
sonas y existen unos pocos profesionales dispuestos a conciliar ambas
vertientes, en un contrapunto enriquecedor, según las actividades que
alternativamente desempeñen. Este es el caso de Alejandro E. Parada,
autor de este libro, profesional reconocido al frente de una importante
biblioteca de Humanidades e investigador constante que, a lo largo de
su vida laboral ha sabido conciliar intereses en contrapunto y resolver
una contradicción aparente donde otros solo hemos sabido optar entre la
vida académica o la vida profesional. Un estudioso que supo reemplazar
la disyunción por la conjunción y que, desde lo simbólico, al menos, per-
mite deconstruir esa antítesis que, en muchas ocasiones, opaca nuestra
actividad, alcanzando así una síntesis enriquecedora entre los dos planos
de su actividad.
Por otra parte, cuando se habla de la necesidad de que la Biblioteco-
logía se estudie en la universidad se suelen esgrimir una serie de razones
pragmáticas y otro conjunto de ventajas comparativas, lo que a veces se
olvida es la fuerza arrolladora que la cultura científica de estas institucio-
nes imprime en las disciplinas que cobija, de este modo, para no perder
el paso, ni las oportunidades, ni los subsidios, ni los incentivos, para
cumplir con los mandatos establecidos y, a esta altura, generalizados,
en distintos países, habrá que asumir que, también para la Biblioteco-
logía los niveles de postgrado como las carreras de especialización, las
maestrías y los doctorados serán, dentro de poco tiempo, un requisito

10 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


importante en el ámbito profesional e imprescindible en el académico.
De hecho, en Brasil hace ya muchos años que esto ha sucedido de modo
tal que no se concibe una carrera académica sin un título superador del
grado.
Ante esta situación, los pocos egresados argentinos que se han de-
cidido a continuar sus estudios en un nivel superior al título que les
permite ejercer su profesión reaccionan de diferente modo. Unos mi-
ran al exterior y, frente a las dificultades que entraña expresarse en una
lengua que no es la materna, dirigen sus miradas a España. Alguna de
nuestras carreras y departamentos universitarios firman convenios con
universidades españolas para posibilitarles a sus egresados la obtención
del título de doctor. Además, los individuos, por su cuenta y riesgo, se
contactan con alternativas de postgrados a distancia o semi-presenciales
asumiendo los costos tanto de esfuerzo personal como financieros que
suelen ser bastante elevados. A diferencia de los países anglosajones, al
menos en el campo de la Bibliotecología, a quienes deciden llevar ade-
lante un doctorado aún parece no pesarles demasiado el ranking que, en
la consideración internacional, ha alcanzado la institución elegida. Lo
que se persigue, en forma prioritaria, es la obtención de un título presti-
gioso, cuestión por demás respetable y comprensible.
Otros, como ha sucedido con Alejandro E. Parada, prefieren la alter-
nativa de obtener el título de doctor en una universidad argentina como
es la de Buenos Aires. En este caso en particular, para culminar una ca-
rrera de investigador que se inició con la radicación de su beca de inicia-
ción en 1988, en el Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas (INIBI)
de la Facultad de Filosofía y Letras. Por suerte, en 1992 ingresó como
investigador de medio tiempo al ya mencionado INIBI, cargo que con-
tinúa ocupando a la par del de Director de la Biblioteca de la Academia
Argentina de Letras.
Estamos aún en un estado pionero, con poquísimos profesionales que
hayan optado por una de ambas situaciones electivas pero, sin duda, nos
encontramos en el punto inicial de una tendencia que llegará a convertir-
se en un lugar común, la necesidad de completar la formación de grado
con estudios y títulos de postgrado. Ignoro cómo será la construcción
simbólica que impera en cada una de las otras universidades argenti-
nas donde se enseña Bibliotecología, qué fantasías giran en torno a la
posibilidad o imposibilidad de alcanzar un horizonte tan atractivo pero
a la vez tan lejano, cómo se compara en forma conciente o inconciente
el desarrollo de la investigación en nuestra disciplina con el de las otras
con las que compartimos edificio, autoridades y desvelos, qué imagen
tienen la mayoría de los egresados en relación con las dificultades y las
posibilidades que les brinda el sistema educativo para lograr objetivos

A L E J A N D R O E . PA R A D A 11
de mayor nivel y más largo alcance. Lo que sí sé es que en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, si bien desde
la década de 1960 existió la posibilidad de obtener el título de doctor en
Filosofía y Letras con especialización en Bibliotecología y Documenta-
ción, mi memoria institucional solo recupera siete casos de licenciados
que se inscribieron en el doctorado. Cuatro, por causas muy dispares, no
completaron el ciclo. Dos de esas inscripciones están en curso, una con
otorgamiento de prórroga y la otra efectiva desde noviembre de 2007.
Finalmente, en diciembre de ese último año, con la presentación primero
y la defensa después, una, la que ha quedado plasmada en el libro que
ahora el lector tiene en sus manos, culminó del mejor modo posible su
decurso académico, con la máxima calificación y con la recomendación
de publicación.
En la televisión y el cine se han hecho documentales sobre lo que su-
cede entre bastidores (backstage) cuando se filma o se graban programas,
mostrando una serie de aspectos ignorados por el común de las perso-
nas. En realidad, cualquier producto público es la punta de un iceberg
porque quienes acceden a él no perciben, a veces ni siquiera imaginan,
lo que hay debajo, esa masa sustentante de acciones y decisiones, de
avances y retrocesos. Así, en la trastienda de una tesis de doctorado, por
académica y estructurada que parezca, no deja de suceder exactamente
lo mismo.
Para entender la operatoria de las bambalinas es conveniente aclarar
que las tesis de doctorado de la Universidad de Buenos Aires se rigen
por un reglamento general1 para todas las unidades académicas que la
conforman y por reglamentos particulares donde cada facultad, respe-
tando la normativa general, especifica y establece condiciones propias.
Uno de los requisitos comunes es la constitución de las Comisiones de
Doctorado que, en la Facultad de Filosofía y Letras está integrada por 31
miembros con subcomisiones disciplinarias que entienden y atienden a
todas las cuestiones relacionadas con inscripciones, entrevistas, evalua-
ción de antecedentes, asignación de créditos a los candidatos, proyectos
iniciales, aprobación de seminarios, planes definitivos de tesis, nombra-
miento de evaluadores ad hoc y de integrantes de los tribunales para la
defensa. El número de miembros de cada subcomisión varía y está en rela-
ción directa con la cantidad probable de inscriptos en esa especialidad.

1
Todos los reglamentos están disponibles en la página de la Universidad de Buenos Aires
(www.uba.ar) o en la de la Facultad de Filosofía y Letras (www.filo.uba.ar).

12 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


La descripción enunciada en el párrafo anterior se presenta algo me-
nos simple para la Bibliotecología. En primer lugar, la subcomisión corres-
pondiente existe, luego de seis años de vacancia, desde 2003 y está cons-
tituida por un solo miembro, por lo tanto, dado que las entrevistas deben
hacerlas dos personas habría que contar, entonces, con la concurrencia
de algún integrante de otra subcomisión. Si esto pudiera cumplirse, al
menos el 50% de los expertos convocados sería un especialista en la dis-
ciplina. Lamentablemente, no sucedió así en ninguno de los tres casos
mencionados. En el primero, con prórroga aprobada, no existía siquiera
la subcomisión de Bibliotecología, por lo tanto, luego de dos años de es-
pera la candidata fue entrevistada por un miembro de la subcomisión de
Historia y por otro de la de Letras. En el segundo, el que hoy presento,
y en el tercero, coincidió la directora de las tesis con la persona que es
miembro de la Comisión de Doctorado, por lo tanto tiene vedado entre-
vistar a sus propios dirigidos. La solución adoptada por dicha Comisión
ha sido derivar a los candidatos a la subcomisión que consideran más
cercana al tema de investigación propuesto. El proyecto de Alejandro
E. Parada a Historia y el otro a Ciencias de la Educación. Esta situación
agrega a las tensiones inherentes a cualquier proceso evaluador, una car-
ga adicional porque será menester explicar terminologías y problemáti-
cas de un campo de indagación ajeno a los entrevistadores.
Sin embargo, a partir mi experiencia personal y de mi percepción in-
dividual, los colegas de la Comisión de Doctorado y de las subcomisio-
nes involucradas solo han demostrado un respeto incondicional y un
apoyo permanente y constructivo a esta trabajosa empresa de cimentar,
expandir y fortificar nuestros estudios de postgrado en una universidad
argentina pública. En el caso particular de Alejandro E. Parada los jura-
dos que integraron el tribunal para la defensa de la tesis, Dr. José Emilio
Burucúa, Prof. Cristina Iglesia y Dra. Graciela Batticuore no pertenecen a
la disciplina, pero son expertos en muchos de los aspectos o del período
cubierto por la investigación. Dado que las defensas son públicas, algu-
nos profesionales que pudieron asistir lo hicieron y, al igual de quien es-
cribe estas líneas, habrán disfrutado de esa trama invisible que solo pue-
den construir quienes dominan no solo una temática sino los métodos y
las técnicas para abordarla y que se hila en una rueca donde la lanceta
va de uno a otro lado: examinado y examinadores, para tejer una de las
telas más ricas que solo puede producirse con el intercambio intelectual
de aquellos cuyo objetivo último es ampliar el horizonte cognoscitivo de
la comunidad a la que pertenecen.
Como directora del INIBI, de esta tesis dedicada a desentrañar “Los
orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires” y como miembro de
la Comisión de Doctorado estoy orgullosa de este logro de Alejandro E.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 13
Parada, al que hay que darle la dimensión simbólica que encarna al
demostrar con su sola existencia que es posible trazarse un itinerario
profesional y académico, que en cualquier empresa humana habrá in-
convenientes pero que estos pueden superarse con la conjunción de vo-
luntades, con el trabajo colectivo, con la voluntad personal y la confianza
puesta en las instituciones que nos han cobijado y de cuya imagen so-
mos, en última instancia, responsables.
Este prólogo no pretende restarle importancia a la calidad de la in-
vestigación ni a la originalidad de los contenidos de esta tesis sino que,
entre otras cuestiones, desea subrayar que constituye un modelo en su
estructura y elaboración que, de común acuerdo con el autor, hemos
querido dejar tal cual se presentó, modificada tan solo con los agregados
sugeridos en la defensa por el tribunal de expertos. Es también un ejem-
plo de que es factible, para los egresados de nuestra disciplina, tanto en
nuestra Universidad como en otras de nuestro país, un logro semejante.
Por otra parte, en honor a la verdad y sin habérnoslo propuesto, el tema
abordado coincide, en su recorte cronológico, con las conmemoraciones
y festejos que se están organizando, en el mundo cultural argentino, en
torno de los doscientos años de la Revolución Emancipadora que se con-
cretó, en primera instancia, en mayo de 1810. Vaya pues este libro como
una contribución del INIBI a un aniversario tan cargado de significados
para nuestro país y para las bibliotecas argentinas.
En el último párrafo, como es de rigor y aunque sé que el autor no
se habrá privado de este privilegio, desde el derecho que me otorga la
satisfacción personal de haber estado asociada a este derrotero intelectual,
deseo agradecer a todos aquellos que han depositado su confianza en
mi persona, en primer término a mi amigo y dócil dirigido Alejandro
E. Parada, a los doctores de la subcomisión de Historia, Pablo Pozzi y
Alberto Lettieri que lo inscribieron sin asomo de duda en el doctorado
y, en razón de sus nutridos y relevantes antecedentes, lo eximieron de
cualquier requisito previo a la concreción de su tesis, a la plenaria de
la Comisión de Doctorado que no objetó sino que apoyó las decisiones
tomadas. También al jurado, ejemplo de impecable conducta académica,
de interés y de generosidad por reunirse en un muy ajetreado 21 de
diciembre y permitirle a Parada celebrar las fiestas tradicionales con un
agregado personal altamente gratificante. A los colegas que, enterados
del éxito de la empresa enviaron correos-e con palabras solidarias, llenas
de alegría y con esa identificación tan saludable que nos convierte en
partícipes de los avances y de la felicidad de otras personas. Al Consejo
Editor de la Facultad que avaló académicamente esta publicación, al
personal del INIBI que se compromete más allá de sus obligaciones

14 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


con cada proyecto que los desafía. Pero sobre todo, me congratulo
por la oportunidad y el privilegio de haber participado primero, en
la deconstrucción de una sensación de casi imposibilidad y después,
en la posterior construcción de un derrotero alcanzable, posible para
cualquier licenciado en Bibliotecología que le guste investigar y que esté
buscando algo más, de un itinerario académico que puede transitarse
con esfuerzo, dedicación y tesón, donde el mismo camino se convierta en
aprendizaje para toda la vida, en el que pueden surgir inconvenientes así
como factores de facilitación y de confianza –como sucede con cualquier
prueba de iniciación– pero que, en años venideros se convertirá en
una alternativa más entre otras tantas que nos seguirá ofreciendo la
universidad.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 15
INTRODUCCIÓN

Uno de los temas que mayor atención ha despertado últimamente


en los investigadores sociales es el fenómeno de la alfabetización y de la
cultura escrita (manuscrita e impresa) desde el siglo XIV hasta la actualidad.
La cuestión ha tomado tal vuelo que hoy constituye una encrucijada
disciplinar donde confluye una gran cantidad de estudiosos: sociólogos,
lingüistas, tipógrafos, historiadores, paleógrafos, economistas, educado-
res, bibliotecarios, tan solo por citar algunos. Sencillamente, esto se debe
a que, desde 1970 en adelante, el universo del ámbito “textual” se ha
convertido en uno de los temas más importantes de la Historia de la
Cultura.
Tradicionalmente, la Historia del Libro y de las Bibliotecas consistía
en describir el desarrollo del libro como producto tipográfico y en una
relación de las bibliotecas desde la Antigüedad hasta nuestros días. Ante
todo interesaba el libro como objeto aislado del entorno social y, por
lo tanto, imperaba la exposición de sus distintas técnicas de gestación,
producción y distribución. En cuanto a las bibliotecas, importaba su
crecimiento, su evolución, su emergencia en los planes de urbanización,
la cantidad y variedad de sus fondos y el detalle, generalmente muy
circunstanciado, de su historia como institución.
Empero, existía un gran ausente, acaso el principal protagonista en
cuanto a su vinculación con el libro: el mundo de las bibliotecas y su
contexto dinámico con los lectores y sus lecturas. Los estudios cuantitativos
constituyeron uno de los primeros abordajes ante esta situación: niveles

A L E J A N D R O E . PA R A D A 17
de alfabetización a través de los registros de firmas, identificación de los
fondos de bibliotecas particulares, estadísticas de producción y edición
de libros, cantidad de permisos y autorizaciones para editar, etc. La
acumulación estadística intentó cuantificar la presencia del lector y de
las lecturas. Y, en esa instancia, dividió a los lectores según diversas
tipologías estancas, tales como lectores cultos o de elite, lectores de
estamentos bajos o de cultura popular, y muchas otras similares.
De este modo, se trataba de incorporar las estructuras cuantitativas
como elementos referenciales e ineludibles del libro y de la lectura,
acaso como si esta necesidad fuera una herencia del neopositivismo y
la Historia del Libro una reminiscencia próxima a las Ciencias Exactas.
Sin embargo, este intento, aun con sus grandes falencias, fue puerta
de entrada y fundamento para los nuevos estudios sobre la renovada
conceptualización y socialización de la lectura, pues, gracias a la
limitación de su metodología, se presentó una realidad inequívoca: la
necesidad de interpretar el fenómeno de las bibliotecas y de la lectura a
partir de nuevas dimensiones creativas y a través de documentos hasta el
momento no tomados en cuenta. Dentro de este panorama, los lingüistas
acotaron el fenómeno de lo impreso al análisis del texto, a la génesis
textual y a los estudios paratextuales, dejando de lado el hecho de que el
libro es, fundamentalmente, una máquina o un dispositivo para leer que
se recrea con los usos del lector.
La innovación surgió, entonces, de la necesidad de conocer las
prácticas y las representaciones de la escritura, de la lectura, y de
la manera de “ver” a las bibliotecas y a sus procesos de gestión. La
irrupción de los métodos cualitativos fue inevitable para acceder a una
primera interpretación social del libro y de la lectura. Es importante,
entonces, mencionar a algunos de los autores que llevaron a cabo
esta transformación en el plano internacional: Roger Chartier, Robert
Darnton, Armando Petrucci, Carlo Ginzburg, Peter Burke y Guglielmo
Cavallo, entre otros muchos.
Es así como los modos o usos para apropiarse de los textos por los
lectores en los distintos espacios donde se manifiestan los registros
culturales, entre ellos en el ámbito de la biblioteca, se han convertido en
uno de los temas centrales de la historia cultural moderna. No obstante,
y dentro de este marco teórico práctico, nos resta formular una pregunta:
¿cuál es la situación de la Argentina en esta clase de estudios y qué
documentos puede aportar para conocer las maneras que han tenido
sus habitantes, a lo largo de su historia, para apropiarse de la cultura
escrita?
La respuesta, como casi todo en la vida cultural, tiene un doble
rasgo: es a la vez negativa y positiva. Negativa, debido a que existen

18 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


pocos trabajos en nuestro país que aborden esta temática. A lo que debe
agregarse, además, que las diversas prácticas de lectura no constituyen
un tópico que suela cautivar a muchos investigadores. Lo negativo,
empero, tiene su contraposición positiva: la carencia de contribuciones
nos abre la posibilidad de trabajar en una gran cantidad de campos aún
inexplorados.
Así, respecto del tema investigado, los datos conocidos sobre los
orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, a pesar del esfuerzo
de muchos historiadores, son exiguos y relativamente pobres. No solo
se carece de la información adecuada acerca de los prolegómenos que
llevaron al establecimiento de nuestra primera biblioteca pública, sino que,
por añadidura, poco o nada sabemos de algunos aspectos fundamentales
que coadyuvaron tanto a su concreción como a su posterior evolución.
La presente tesis, titulada Los orígenes de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires: antecedentes, prácticas, gestión y pensamiento bibliotecario
durante la Revolución de Mayo (1810-1826)1, trata de subsanar esta
situación, centrándose en el discurso bibliotecario, es decir, en el
análisis de la documentación existente, tanto inédita como publicada,
estudiada e interpretada desde la mirada indagadora de la Historia
de la Bibliotecología. Es decir, una aproximación bibliotecológica
especializada en una cultura de identificación, selección, organización,
almacenamiento, difusión, e intermediación entre los registros del
conocimiento y los lectores. De este modo, se intenta poner el énfasis
en dos aspectos que la historia tradicional no ha tenido en cuenta hasta
la fecha: la gestión o administración bibliotecaria que se llevó a cabo
en los orígenes y primer desarrollo de la Biblioteca Pública de Buenos
Aires y, por otra parte, el análisis de la vida cotidiana dentro de este
establecimiento. A esto debe agregarse otro aspecto de particular interés:
el proceso de gestación cultural y bibliotecaria que llevó a la Primera Junta
a fundar este dispositivo cultural eminentemente democrático y popular.
En esta instancia, enmarcada por la creación de bibliotecas similares más
en Estados Unidos que en Europa, es fundamental rescatar la idea de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires como un intento de materializar un
proyecto cultural. La Biblioteca Pública sería, pues, una instancia casi
utópica de poner la lectura y el libro, en forma igualitaria, al alcance de
todos los ciudadanos.

1
A pesar de la ambigüedad y ambivalencia que implica la génesis del concepto
“orígenes” (puntualmente señalado por Marc Bloch, en su clásica Introducción a la His-
toria, como “el ídolo de los orígenes”), se ha optado por él en forma muy genérica y sin
simplificar su filiación con una explicación atemporal.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 19
La tesis y su contenido plantean varias hipótesis, ya esbozadas parcial-
mente y subordinadas a un eje central: la necesidad de estudiar la inau-
guración y desarrollo de la Biblioteca Pública de Buenos Aires a partir de
una mirada bibliotecológica, con el objetivo de analizar el desarrollo de
las ideas bibliotecarias en los orígenes de la Revolución de Mayo. Se tra-
ta, pues, de una conjetura de trabajo de gran importancia en los inicios
de nuestra historia cultural e institucional, ya que su establecimiento fue
una de las primeras políticas de creación social de la Primera Junta.
Otra hipótesis de real interés constituye demostrar la presencia de un
temprano y vigoroso pensamiento bibliotecario en el primer tercio del
siglo XIX, con marcadas influencias extranjeras (europea y estadouniden-
se) y, por otra parte, con una concepción nativa estrechamente relacio-
nada con el destino de la Revolución en América del Sur. De modo que
el pensamiento bibliotecario de la época y la ideología revolucionaria
estaban íntimamente vinculados.
Por otra parte, el estudio de la documentación primaria e inédita
existente en el Archivo General de la Nación ha permitido reconstruir,
con cierto detalle, un mundo desconocido hasta ahora: el desarrollo de la
vida cotidiana bibliotecaria en nuestra primera Biblioteca Pública.
Finalmente, hay que señalar que el establecimiento de la Biblioteca se
debió a un trabajo conjunto entre autoridades gubernamentales y partici-
pación popular. En cierto sentido, entre los años 1810 y 1812, la Biblioteca
fue una empresa ciudadana, una construcción de todos, en este aspecto
radica su más pura concepción revolucionaria. El proyecto ha tratado de
hacer especial hincapié en esta característica, para evitar así la simplifica-
ción histórica de atribuir la creación de la Biblioteca a un único fundador.
Luego de un apartado inicial titulado “Presentación del contexto”,
la investigación se divide en seis partes: I. Panorama de la Historia
de la Bibliotecología, del Libro y de las Bibliotecas en la Argentina; II.
Antecedentes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires; III. Los umbrales
de la Biblioteca Pública: la biblioteca de Facundo de Prieto y Pulido;
IV. Orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires; V. Prácticas y
representaciones bibliotecarias en los orígenes de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires (1810-1826); y VI. La construcción teórica del pensamiento
bibliotecario: la “Idea liberal económica sobre el fomento de la Biblioteca
de esta capital”, del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda (1812).
Esta estructura responde a un orden lógico y de comprensión expo-
sitiva. Para abordar los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Ai-
res es necesario, pues, tener en cuenta varios aspectos. En primer lugar,
identificar el actual contexto historiográfico en el cual se desarrolla la
Historia de la Bibliotecología, del Libro y de las Bibliotecas en la Argen-
tina, pues el advenimiento de la Nueva Historia de la Cultura ha traído

20 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


como consecuencia la incorporación de renovadas metodologías y de te-
máticas antes no abordadas. Este panorama, necesariamente, brinda el
marco adecuado para establecer la tipología de las bibliotecas existentes
durante el período estudiado, ya que la Biblioteca Pública de Buenos
Aires no fue una agencia social aislada de otros tipos de instituciones
similares; su existencia se explica, en buena medida, por su relación dia-
léctica y dinámica con otras bibliotecas que proliferaron desde el período
hispánico hasta las postrimerías de la década de 1830.
En segundo término, identificar y circunscribir los antecedentes del
préstamo de los libros, entre particulares, congregaciones religiosas e
iniciativas para el establecimiento de bibliotecas de consulta libre, hasta
arribar al concepto de Biblioteca Pública, con el fin de rastrear las ne-
cesidades y los precedentes en la circulación de los impresos que con-
cluyeron, en definitiva, luego de un proceso de larga duración, con la
inauguración de la Biblioteca Pública de Buenos Aires en 1812.
En tercera instancia, analizar el evento más próximo en el tiempo a la
inauguración de la Biblioteca Pública de Buenos Aires: la donación, para
su uso público, de la “librería” particular de Prieto y Pulido al Convento
de la Merced en 1794.
En una cuarta y quinta etapas, abordar los primeros años de gestión
y organización de la Biblioteca Pública de Buenos Aires bajo el punto de
vista de las prácticas y representaciones bibliotecarias de la época.
Y finalmente, detenerse en la estructura y en la construcción teórica de
las ideas bibliotecarias con las cuales se procuró dar forma a la Biblioteca.
La tesis intenta rescatar los orígenes de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires desde el período hispánico hasta el año 1826. Las formas
de llegar y de interpretar estos “orígenes” no se caracterizan por ser
unívocas y sencillas de circunscribir, pues poseen también una variedad
de elementos disímiles que posibilitaría, en futuras investigaciones, otro
tipo de aproximaciones conceptuales e historiográficas.
El discurso que determina el origen y desarrollo de esta agencia
social se caracteriza, entonces, por su carácter polisemántico, solapado
en textualidades semiocultas, disfrazado en otras prácticas culturales
y, sobre todo, impregnado por sutiles representaciones que tejen un
conjunto de infinitas dificultades.
No obstante, en el Archivo General de la Nación se hallan varios
documentos inéditos que sirven de base para rastrear los inicios de la
gestión bibliotecaria en la Argentina. Estos espacios interrelacionados
constituyen el medio ambiente, propio de la cultura impresa, donde
se desarrolla la diversidad de tareas que implicó la inauguración y
administración de una biblioteca pública inmersa en la Revolución de
Mayo.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 21
Es complejo, por añadidura, seguir el origen teórico y epistemológico
de este tipo de contribuciones. Empero, no cabe duda de que la Nueva
Historia de la Cultura se encuentra influida por la Antropología, la Teoría
Literaria, la metodología de las Ciencias Sociales, la articulación de los
discursos, las representaciones colectivas y anónimas, la microhistoria,
la presencia de los sectores subalternos, y el cambio de la historia de
las ideas a la historia de la apropiación de los objetos y “los fragmentos
culturales”.
El desarrollo de la estructura capitular de la tesis, anteriormente
mencionado, requiere, teniendo en cuenta el presente encuadre, del
detalle expositivo de las unidades que lo conforman para conocer así la
articulación discursiva de la obra.
La función del apartado inicial consiste en determinar, específicamente,
el marco en el cual se abordó el tema de investigación. Esta presentación
contextual apela, en un principio, al modelo interpretativo que propone
la Historia de la Civilización Impresa y de la Lectura. A continuación,
se desarrolla el contexto político y social de la Revolución de Mayo,
con el objeto de identificar el ámbito coyuntural donde se desarrolló el
pensamiento bibliotecario de la época.
En el primer capítulo se plantea la influencia de los nuevos estudios
culturales sobre la Historia de la Bibliotecología, del Libro y de las
Bibliotecas en la Argentina. Estas disciplinas, hasta hace poco tiempo,
estaban pautadas por un sesgo tradicional, donde su concepción histórica
se centraba en una exposición fáctica de su evolución y desarrollo. Su
renovación historiográfica se inició con la New Cultural History, en un
libro ya clásico editado por Lynn Avery Hunt en 1989 y, posteriormente,
con el análisis de las representaciones y las prácticas de los lectores en sus
intentos de apoderarse de los distintos discursos manuscritos, impresos
y virtuales2.
La Bibliotecología en nuestro país se caracterizó por una evolución
acorde con el pensamiento bibliotecario internacional, especialmente
influenciado por el desarrollo de las bibliotecas en Estados Unidos y
Europa. Los estudios en este campo, luego de un inicio decimonónico

2
Indudablemente, este proceso de renovación que implicó el concepto de New Cultural
History no tiene sus comienzos con el libro de Hunt. Sus fuentes y ensayos previos son
muy numerosos y, sin duda, el mérito de esta obra responde a la asimilación y puesta
al día de una gran cantidad de investigaciones. Un antecedente de real importancia, tan
solo por citar un ejemplo entre muchos, es el trabajo precursor de Robert Mandrou, De
la culture populaire aux 17.e et 18.e siècles: la Bibliothèque Bleue de Troyes (Paris: Stock, 1964
[reed. 1975]).

22 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


pautado por una concepción europea y erudita de la biblioteca, a
mediados siglo XX, adhirieron a la escuela angloamericana. No obstante,
el interés del desarrollo de la Bibliotecología en la Argentina se centra en
el hecho de su matizada y muchas veces entrecruzada influencia, tanto
de cuño norteamericano como europeo.
Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires señalan, sin
duda, esta doble pertenencia. De ahí la importancia de detenerse en la
evolución del pensamiento bibliotecario para comprender los complejos
inicios de esta agencia social.
En la segunda parte de este apartado, una vez determinada la
periodización de nuestra historia bibliotecológica, se encara el estudio
de la Tipología de las bibliotecas argentinas desde el período hispánico hasta
1830, donde se plantea una clasificación de los “horizontes impresos”; es
decir, la identificación y descripción de los espacios, íntimos y colectivos,
donde se manifiestan los contextos iniciales de las prácticas de la lectura.
Los libros y sus lectores suelen poseer dos características entrañables:
tienden a ser poseídos y tienden a agruparse. Los lugares donde
acontecen los modos y usos de los libros son aquellos que puntualizan
los umbrales de la lectura. La apropiación de un texto mediante el acto
de leer implica el orden y la posesión material del objeto libro. Es por
ello que las bibliotecas constituyen una de las primeras antesalas donde
se presentan las distintas formas de la lectura.
Definir taxonómicamente el mundo bibliotecario es aproximarse,
en sus inicios, cuando las prácticas comienzan a ejercitarse mediante
la aprehensión textual, al fenómeno de las representaciones de la
cultura impresa. Así, a través del conocimiento de los distintos tipos de
agrupamientos, también es posible identificar el empleo social y material
de los libros. En este sentido, las bibliotecas, ubicadas en los portales de
la lectura, son la síntesis y el medio natural donde circularán los lectores
y sus lecturas.
Por otra parte, y ya cerrando el capítulo, es imprescindible estudiar el
cambio historiográfico de la Historia del Libro y las Bibliotecas hacia un
campo reciente de los registros culturales: la Historia de la Lectura. En la
segunda parte del primer capítulo, se pasa revista a las distintas etapas
de esta temática hasta arribar a los actuales estudios culturales sobre el
libro y las bibliotecas. Durante esta evolución es importante señalar el
viraje de los análisis tradicionales hacia la Historia de la Lectura como
una macrodisciplina. El estudio de los orígenes de la Biblioteca Pública
de Buenos Aires se alinea, inequívocamente, en la tendencia moderna de
la historia de las prácticas y representaciones culturales y bibliotecarias.
Una vez determinado tanto el contexto teórico como la evolución
histórica de la Bibliotecología y la Nueva Historia del Libro y los distintos

A L E J A N D R O E . PA R A D A 23
tipos de bibliotecas existentes en Buenos Aires durante la época estudiada,
el segundo apartado, Antecedentes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires,
intenta analizar “el contexto de las prácticas de circulación y préstamo
de libros” en la Argentina. Para ello, se considera de vital importancia
el estudio de los antecedentes de bibliotecas públicas en el antiguo
Virreinato del Río de Plata. Por otra parte, además de dicha circulación
de impresos entre distintas personas, se analiza el préstamo de obras que
realizaban las congregaciones religiosas a algunos particulares.
El capítulo se cierra con una reflexión titulada Sociedad, ciudadanía e
Historia de la Lectura, donde se discute el surgimiento de la Biblioteca
Pública en un contexto de participación ciudadana e inmersa en las
nuevas concepciones de la Historia de la Lectura, dado que se pretende
identificar y establecer puntualmente los precedentes de bibliotecas de
consulta pública y de préstamo de libros entre particulares, como los
antecedentes más significativos que posibilitaron el advenimiento de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires.
En el capítulo titulado Los umbrales de la Biblioteca Pública se aborda
el largo y relevante proceso que llevó a Facundo de Prieto y Pulido a
donar su colección de libros para establecer en 1794 la primera Biblioteca
Pública de carácter conventual en el Convento de la Merced en Buenos
Aires. Lo importante de esta evolución se centra en el hecho de que la
inauguración de esa biblioteca se debió, en un primer momento, a la
iniciativa de Prieto y Pulido de registrar en un “cuaderno”, durante los
años 1779 y 1783, las obras que prestaba particularmente a una gran
cantidad de usuarios. Este documento, el “Cuaderno de libros que me
han llevado prestados”, testimonia y avala el dinamismo del proceso de
larga duración que se estableció entre circulación particular y circulación
pública.
Una vez sentadas las bases y la riqueza de los antecedentes del
movimiento bibliotecario en favor del establecimiento de una Biblioteca
Pública, en los capítulos cuarto y quinto, titulados genéricamente, Los
orígenes de la Biblioteca y las Prácticas y representaciones bibliotecarias, se
estudia su primera organización administrativa. En estos capítulos,
luego de detallar los prolegómenos que llevaron a su fundación
por intervención del primer gobierno revolucionario, se abordan
tres documentos, existentes en el Archivo General de la Nación: a) el
“Reglamento provisional para el régimen económico de la Biblioteca
Pública de la capital de las Provincias Unidas del Río de la Plata”; b) el
“Libro de cargo y data, o de cuenta corriente de los encargados de los
gastos de la Biblioteca Pública formado por el Director de ella Dr. Dn. Luis
José Chorroarín en el año 1812” [período 1810-1818]; y c) las “Razones de
gastos” de 1824 y 1826, de esa institución, redactadas por Manuel Moreno.

24 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Estos documentos constituyen la fuente principal para individualizar y
detallar la gestión, la vida cotidiana y las representaciones bibliotecarias
en los orígenes de esta agencia cultural. Mediante el análisis de los
textos originales se trata de buscar y de identificar las distintas prácticas
y apropiaciones bibliotecarias que se instrumentaron en el desarrollo
exitoso de dicha institución entre 1810 y 1826.
Finalmente, en el último capítulo, La construcción teórica del pensamiento
bibliotecario, se esboza, a partir también de documentos inéditos o poco
conocidos, las concepciones e ideas que establecieron el discurso y la
textualidad bibliotecaria de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Para
ello se aborda un texto fundamental: la “Idea liberal económica sobre el
fomento de la biblioteca de esta capital”, del Dr. Juan Luis de Aguirre y
Tejeda, escrito en 1812.
El conjunto de estos capítulos tiene un único sentido: pensar y girar
en torno a los orígenes y las prácticas de gestión en los inicios de esta
institución de carácter estrictamente revolucionario.
La tesis aborda, entonces, entre otros aspectos, tres esferas especí-
ficas y de vital importancia: a) el pasaje gradual de la circulación de
los libros del ámbito íntimo y personal a la esfera pública, esta última
implementada como política de Gobierno; b) el universo de las prácticas
de administración bibliotecaria dentro del contexto de la vida cotidiana
en la Biblioteca Pública de Buenos Aires; y c) las ideas existentes sobre
el papel de las bibliotecas: el ámbito del discurso bibliotecario. Así pues,
estas tres dimensiones de vasto y múltiple alcance dentro de la cultura
impresa constituyen el hilo conductor de la tesis. Ámbitos que se solapan
unos con otros y se influyen recíprocamente, ya que su variedad y multi-
plicidad pautan y determinan las características del libro y de la lectura
en la Edad Moderna.
Lejos de presentar un relato unilateral, la intencionalidad consiste en
incursionar en documentos poco conocidos para evocar otras voces que
pueden aportar una nueva visión a la Historia de las Bibliotecas en la
Argentina. Voces que, por otra parte, evocan la mirada de la microhistoria
para comprender el origen de esta institución cultural.
Los documentos elegidos y estudiados responden a un mismo mo-
tivo: la necesidad de establecer una biblioteca de consulta pública en
el actual territorio de la Argentina durante el período 1779-1826. No se
trata, pues, de un movimiento coordinado ni de un objetivo biblioteca-
rio pensado por particulares y funcionarios. Por el contrario, el móvil
que llevó a cabo la gestación de la Biblioteca Pública fue más bien la ur-
gente necesidad social de su presencia, más que un hecho premeditado
durante el transcurso de tres décadas. Dentro de esta situación, pensar
que su apertura se debió a un proceso coordinado sería, probablemente,

A L E J A N D R O E . PA R A D A 25
aventurado. En cierta medida, la elección de los documentos propuestos,
facilitaría una conclusión evolutiva algo apresurada. La realidad históri-
ca, y fundamentalmente la historia de la cultura, no puede ni debe inter-
pretarse bajo la mirada de fáciles reducciones, pues su complejidad, en
muchas ocasiones, escapa al pensamiento racional unilateral. La multi-
plicidad de las voces y la variedad huidiza de los ámbitos nos plantean
realidades de una complejidad extrema, pero no por ello carente de una
explicación preliminar.
No podemos afirmar taxativamente que la gestación de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires se haya iniciado con el “cuaderno de préstamos”
de Facundo de Prieto y Pulido, o que su reglamento influyó implícitamente
en la reflexión bibliotecaria del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda. Sin
embargo, son instancias o “momentos” determinantes en la historia de
las bibliotecas argentinas. No hemos elegido la palabra “momentos”
de un modo arbitrario. El vocablo intenta señalar un hecho de especial
importancia, sin caer necesariamente en una causalidad predeterminada.
La intención busca puntualizar esas instancias para señalar una situación
coyuntural política y cultural de gran importancia: el hecho de que en la
ciudad de Buenos Aires, hacia fines del Setecientos y comienzos del siglo
XIX, existía una elite ilustrada (en un marcado proceso de laicización) que
anhelaba ciertos progresos, tanto materiales como espirituales.
La representación de la presencia de una Biblioteca Pública estaba
de acuerdo con esta evolución de la historia de las ideas. El contexto, la
realidad cotidiana y la necesidad ayudaron a madurar la imagen de esa
agencia social como un fenómeno público fuera del ambiente personal
y privado. La Biblioteca Pública de Buenos Aires, en cierta medida,
es hija de ese espacio de ilustración moderada de fines del siglo XVIII,
que encontró eco y amplificación política con el advenimiento de la
Revolución de Mayo.
La investigación se sustentó en varias metodologías de trabajo.
En primer término, se procedió a un relevamiento expositivo, crítico e
interpretativo de la documentación secundaria existente. La bibliografía sobre
la historia de la Biblioteca Pública de Buenos Aires se caracteriza por
su heterogeneidad y dispersión. Salvo algunas excepciones, la mayoría
de los documentos producidos son artículos de revistas, ponencias,
capítulos de libros, o pequeños pasajes insertos en una gran cantidad
de libros relacionados con la historia de las instituciones y la historia
cultural en la Argentina. A pesar de la dispersión de estos registros
secundarios, resultó de principal importancia su recopilación general
y exhaustiva, pues muchos de ellos contienen información de primera
mano aún no estudiada.

26 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


En una segunda instancia se implementó el método histórico compara-
tivo, en el cual se estudió el desarrollo bibliotecario en países tales como
Estados Unidos, España y Francia, pues la orientación de estas naciones,
principalmente en los siglos XVII y XVIII, definió la concepción y la inau-
guración de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, dentro de paradigmas
bibliotecarios ya existentes.
En un tercer momento, gracias al hallazgo de documentación inédita
en el Archivo General de la Nación, se procedió a estudiar la organiza-
ción inicial de la Biblioteca. Esta documentación primaria, desconocida
hasta la fecha, reproduce el “libro administrativo” de este establecimien-
to en el período de 1810 hasta 1826. El hallazgo de esta fuente primaria
es, indudablemente, fundamental, pues gracias a este legajo se pueden
reconstruir varios tópicos totalmente desconocidos hasta la fecha, prin-
cipalmente aquellos relacionados con la gestión y la vida cotidiana en la
Biblioteca Pública, tales como las “razones de ingresos y gastos” diarios,
la administración general del establecimiento, las entradas y erogacio-
nes, el personal (nombres, funciones y actividades) de la institución, la
venta de libros duplicados y deteriorados como una práctica para obte-
ner recursos económicos y bibliográficos, la compra de libros, los libreros
(algunos desconocidos) que abastecieron a la Biblioteca, la encuaderna-
ción de ejemplares deteriorados y la presencia de diversos encuaderna-
dores, el problema de la obras estropeadas, el mantenimiento edilicio, la
inauguración de nuevas salas temáticas, los problemas del espacio y el
depósito de los libros, la obtención de inmuebles para la Biblioteca, las
prácticas de lectura de los lectores, la presencia de los elementos espe-
cíficos que garantizaban la lectura y la escritura (tiralíneas, salvaderas,
arena, papel, plumas, etc.), la existencia de un ámbito para discutir los
distintos discursos de la lectura, la estructura codificada según las nor-
mas morales en uso del “Reglamento de la Biblioteca”, las funciones es-
pecíficas del director, los dependientes y el portero, la “imagen lectora”
según aquello que se espera de los lectores, la compra de materiales para
instrumentalizar la escritura, la concepción de la Biblioteca como un ám-
bito para todos los ciudadanos, etcétera.
En cuarta instancia, la aplicación de metodologías estadísticas y cuan-
titativas para estudiar el desarrollo de la colección y la distribución de
las diversas materias. Además, a partir de esos porcentajes se estableció
tanto el estamento de los concurrentes a la Biblioteca como el perfil social
de quienes donaron libros para la inauguración del establecimiento.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 27
En un quinto momento, se procedió al análisis cualitativo de los datos
y documentos recopilados según las tendencias modernas establecidas,
haciéndose especial hincapié en las prácticas y representaciones culturales
y en la concepción general de los propósitos sociales y republicanos de la
Biblioteca Pública.
En una sexta instancia, se analizó, metodológicamente, la intervención
de los ciudadanos y del espacio público en la construcción del
paradigma moderno de la Biblioteca Pública. Finalmente, se estudió la
documentación recopilada como consecuencia de los usos de lectura de
los usuarios, tomándose a la Biblioteca como una entidad o un dispositivo
eminentemente social y cultural.
El lugar de trabajo de la tesis se circunscribió a dos ámbitos: el Instituto
de Investigaciones Bibliotecológicas (depositario de la documentación
secundaria) y el Archivo General de la Nación (rico en documentación
inédita sobre el establecimiento, la inauguración y la administración de
la Biblioteca Pública de Buenos Aires).
El plan de tesis, por otra parte, se estructuró para optimizar al máxi-
mo la transferencia de la información producida a medida que se desa-
rrolló la investigación. De este modo, con la aprobación de la Directora
del Trabajo de Investigación y Plan de Tesis, se difundieron, en forma
parcial, parte de los resultados obtenidos en distintas publicaciones y
congresos, tanto en forma de artículos como en informes de avance opor-
tunamente presentados3.

3
Para un detalle de los trabajos publicados con anterioridad, véase la Nota aclaratoria,
p. 341.

28 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


PRESENTACIÓN DEL CONTEXTO

A ― Modelo interpretativo:
la Historia de la Civilización Impresa
y de la Lectura

En los últimos años, dentro del universo de la civilización escrita e


impresa, se ha producido una serie tan importante de transformaciones
que, en la actualidad, resulta desafiante resumir su envergadura. Estas
mutaciones son de tal complejidad que, inequívocamente, presentan un
escenario de “incertidumbre textual” donde, entre muchos, es posible
señalar dos aspectos característicos.
En primer lugar, la convicción de nuestra presencia inmersa en un
cambio (ahora informático) similar al que aconteció en el momento de
transición del rollo al códice en la Edad Antigua o, más cercano en el
tiempo, aquel que pautó el transcurrir de la civilización manuscrita
(amanuense-copista) a la impresa (impresor-multiplicador). Nuestro
universo visual-electrónico, de lectura sobre el soporte de una pantalla
es, pues, un acontecimiento que se instala dentro de estas revo-luciones
en la transmisión de la cultura escrita-impresa y de la lectura. En un
segundo momento, nuestra enajenación y constante vacilación para
identificar e intentar reflexionar sobre este fenómeno que, por momentos,
no solo resulta inexplicable, sino que nos asedia con su imposibilidad de
cierta compresión racional.
Rastrear entonces la variedad y dificultad de este proceso resulta, desde
ya, una tarea que excede la presente tesis. No obstante, con las limitacio-
nes del tema, acaso sea posible mencionar algunas de las características

A L E J A N D R O E . PA R A D A 29
(no todas) del modelo interpretativo que han pautado “el acontecer y el
quehacer” del hombre con sus íntimas relaciones textuales.
Empero, la Historia de la Civilización Impresa y de la Lectura, dentro
de las Humanidades y las Ciencias Sociales, es el área de estudio que
ha intentado absorber buena parte de estas mutaciones e, incluso, se ha
esforzado por implementar en la práctica varios de sus conceptos. De
modo tal que el análisis y la identificación de algunas de las orientacio-
nes de esta disciplina constituyen una excusa inmejorable para acceder
a un estudio provisional de ellas. La presente tesis aborda un aspecto de
este nuevo y apasionante campo de estudio, donde conviven los crea-
dores de la civilización escrita e impresa: autores, editores, impresores,
diseñadores gráficos, distribuidores, libreros, bibliotecarios y, por sobre
todo, lectores.
El objetivo del trabajo, tal como se ha planteado, consiste en una
aproximación a las prácticas bibliotecarias, tanto en sus antecedentes
como en su gestión cotidiana, durante los primeros años de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires (1810-1826). Por añadidura, un punto aclaratorio:
el presente acercamiento se ceñirá al ámbito de la Bibliotecología y,
específicamente, a la mirada del bibliotecario, es decir, de aquel profesional
que incursiona como mediador social entre el texto y el lector.
Antes que nada, el entorno teórico fundacional: la escuela de los
Annales, esto es, la “nueva historia” que se agrupó en la publicación
Annales: Économies, Sociétés, Civilisations. Esta concepción historiográfica
que impulsó la denominada histoire totale constituyó, en última instancia,
una reacción al modelo de historia propuesto por Leopol von Ranke,
quien sostenía que los sucesos políticos eran el objeto de la Historia.
Por el contrario, la escuela de los Annales, en cierto sentido amplio,
extiende su campo histórico a todas las actividades que llevan a cabo los
hombres en una sociedad determinada, deja a un lado la narración de los
acontecimientos en aras del análisis de las estructuras, instala su mirada
en el acontecer de los “sectores populares” (“los de abajo”), cambia el
paradigma de los documentos originales en los cuales se basaba la historia
tradicional (por ejemplo, incorpora los testimonios orales y visuales),
duda de la prescindencia en la tarea del historiador cuestionando así el
principio de objetividad y, finalmente, centra su interés en el universo de
la investigación interdisciplinaria (Burke, 1993: 11-19).
Dentro de este proceso, es importante señalar que la Historia de la
Civilización Impresa y de la Lectura es un área de estudio muy reciente
que se encontraba incluida, parcialmente estudiada y sin configuración
metodológica alguna, en una disciplina de antigua data y prestigio: la
Historia del Libro y de las Bibliotecas. ¿En qué consistía, en consecuen-
cia, su campo de trabajo desde fines del siglo XIX hasta 1980? Su horizonte

30 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


de expectativas era el análisis cuantitativo. Durante buena parte del siglo
XX, los estudios sobre los hábitos de lectura se centraron en el análisis
estadístico de los inventarios ‘post mortem’, de los catálogos de los li-
breros, de los documentos oficiales que daban noticias de los impresos
publicados, etcétera. Estas aproximaciones cuantitativas tuvieron un
importante desarrollo en Europa, fundamentalmente en Francia y Ale-
mania (Chartier, 1993). Por otra parte, América, en especial la Argenti-
na, también ocupó un lugar de importancia en esta primera etapa de la
Historia de la Cultura Impresa y de las Bibliotecas (Torre Revello, 1940
y 1965; Furlong, 1944; Luque Colombres, 1945; Leonard, 1949; Cutolo,
1955; Comadrán Ruiz, 1961; Sabor Riera, 1974-1975).
Sin embargo, el inventario de las bibliotecas particulares y los listados
comerciales de libros en venta resultaban, inexorablemente, insuficientes.
¿Cuáles eran las razones? Entre otras, unas pocas particularidades son
elocuentes. Primero, porque un libro poseído no significa un libro leído
y, además, el elenco bibliográfico de una colección particular no es, al
parecer, el único ámbito de lectura, ya que un lector recurre a otras
instancias lectoras, por ejemplo, las obras solicitadas en préstamo y luego
devueltas a sus dueños originales. En segundo término, las pruebas
fehacientes de los libros leídos son muy escasas y, lamentablemente,
están dispersas en documentos que no se solían tomar en cuenta, tal el
caso de las obras que han sido subrayadas y anotadas por sus lectores en
el momento mismo de la lectura.
De modo que el análisis cuantitativo, importante pero insuficiente,
debió ser auxiliado por otra metodología complementaria: la interpreta-
ción cualitativa a través de los usos y de las prácticas de lectura. El principal
propulsor de esta nueva orientación fue Roger Chartier, cuyas numero-
sas contribuciones señalaron la necesidad de reparar en los modos en
que los lectores se apropiaban de los textos impresos, fundamentalmen-
te en el Antiguo Régimen (Chartier, 1993; 1995; 1996a; 1996b y 1999). Em-
pero, Chartier no fue el único en plantear la necesidad de abordar una
relectura de los usos sociales para relacionarse con la cultura escrita y
tipográfica. La lista se incrementó con las contribuciones de Mijail Bajtin
(1987), Carlo Ginzburg (1999), Robert Darnton (1998 y 2003), Guglielmo
Cavallo (1998), Peter Burke (2001), Fernando J. Bouza Álvarez (1997), Al-
berto Manguel (1999); y otros muchos como Jesper Svenbro, Reinhard
Wittmann, Anthony Grafton, Dominique Julia, Paul Saenger, Malcolm
Parkes, Alan K. Bowman, Greg Woolf, Antonio Castillo Gómez, Eric G.
Turner, Jesús A. Martínez Martín, Maxime Chevalier, J. Cerdá, Philippe
Berger, Elizabeth L. Eisenstein, M. de Certeau, Philippe Ariès, etcétera.
También entre nosotros, lentamente, comenzaron a editarse varias con-
tribuciones que abordaban, aunque en forma aún parcial y modesta, el

A L E J A N D R O E . PA R A D A 31
problema de los usos de la civilización impresa y de las prácticas de
la lectura (Rípodas Ardanaz, 1977-78, 1989, 1994 y 1999; Parada, 1998a,
1998b, 2002, 2003a, 2003b, 2005, 2007 y 2008; Verón, 1999; Vera de Flachs,
2000; Di Stefano, 2001; Cucuzza, 2002; Caro Figueroa, 2002). Una prueba
fehaciente de esta tendencia en el Río de la Plata se analiza detallada-
mente en el apartado I.3, titulado La Nueva Historia del Libro y de las Bi-
bliotecas en la Argentina.
La cuestión debía resolverse, entonces, identificando las maneras con
las cuales los hombres, a lo largo de sus vidas y, específicamente, en la
“construcción” de una Biblioteca Pública, se relacionaban con la mate-
rialidad y la textualidad del libro para “aprehender” el discurso tipográ-
fico. De modo tal que los inventarios estadísticos de los acervos biblio-
gráficos particulares e institucionales, que poco o nada decían acerca de
las lecturas realmente realizadas, fueron reemplazados por otros tipos
de documentos donde la visibilidad de las improntas lectoras era mucho
más significativa y “casi palpable”.
Resulta fundamental, en aras de detectar los repositorios existentes
en la Argentina y así alentar futuras investigaciones, enumerar algunos
de los documentos originales a los que se podría recurrir o a los que ya
han apelado numerosos estudiosos extranjeros y nacionales. Una bre-
ve lista tentativa y provisional es la siguiente: los avisos publicitarios
de la prensa periódica (Parada, 1998b), los registros de los usuarios de
las bibliotecas (circulantes, públicas, populares, privadas, de préstamo,
de instituciones oficiales y particulares, etc.), las “marcas y señales”
(marginalia) y los comentarios de la lectura dejados en los libros por los anti-
guos propietarios (Jardine y Grafton, 1990; Stoddard, 1985; Jackson, 2001),
los archivos aún inéditos de las editoriales y de las imprentas (Darnton,
1982), el estudio de la lectura en el vasto universo de las imágenes (pintu-
ras, dibujos, grabados) (Chartier, 1991), el análisis de la “escritura expues-
ta” en las ciudades (escritura en monumentos, avisos, afiches, panfletos,
volantes, epitafios) (Petrucci, 1999 y 2003), los repositorios documenta-
les en los organismos públicos y particulares (academias, sociedades de
fomento, asociaciones barriales, entidades de difusión cultural) (Gutiérrez
y Romero, 1995), la evolución histórica de los hábitos de lectura en las
bibliotecas vinculadas con la enseñanza (primarias, secundarias, univer-
sitarias), el análisis de las ediciones destinadas a los sectores masivos
y de consumo (Sarlo, 1985; Prieto, 1988), tan solo por mencionar unos
pocos ejemplos, tanto autóctonos como internacionales.
En la investigación presente, por ejemplo, el libro de “cargo y data”
y las “razones de gastos”, es decir, los documentos administrativos de
la Biblioteca Pública de Buenos Aires donde se asentaron los primeros
procesos de gestión, constituyen una documentación original e inédita

32 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


para interpretar los universos de los usos lectores y bibliotecarios según los
conceptos sustentados por esta nueva historiografía cultural (cfr. cap. V).
El modelo interpretativo de la Nueva Historia de la Lectura, además,
asimiló un conjunto de concepciones teóricas que cambiaron radicalmente
la naturaleza de sus análisis. Por razones de orden y sencillez expositiva,
es posible señalar varias de estas nuevas características. En primer lugar,
la caída de un concepto que había reinado desde el Renacimiento: la
modificación de la visión determinista por la incorporación del principio
relativista. La quimera de una historia objetiva y única ya era imposible.
Los nuevos historiadores culturales y, entre ellos, aquellos que se abocan
a la investigación del universo de la civilización impresa y la lectura,
poseen su propia impronta particular, en consecuencia, la Historia de
la Lectura se transforma en un discurso heterogéneo, de muchas voces;
un acceso polifónico, etnográfico y antropológico, con imbricaciones
múltiples e imprevistas.
En segunda instancia, este cambio de mentalidad de los historiadores
en relación con su objeto de estudio tuvo, inequívocamente, una diver-
sidad temática de compleja determinación. Una de las ideas más intere-
santes en este cambio, siempre en el tópico de la Historia de la Lectura,
fue la modificación del concepto de “sectores de elite” y “sectores po-
pulares”. Tradicionalmente se pensaba que los hábitos de lectura eran
compartimientos inamovibles e incomunicados, esto es, que los grupos
“de arriba” o privilegiados accedían a un conjunto de libros diferentes a
los grupos “de abajo” o populares. Sin embargo, a partir de numerosas
investigaciones, se ha podido demostrar que la lectura tiene una “voca-
ción diagonal o transversal” en la sociedad, tal como sucedió con la pro-
cedencia social en la donación de libros por parte de los ciudadanos para
formar el primer acervo bibliográfico de la Biblioteca de Buenos Aires
durante 1810 y 1812 (cfr. cap. II.2). De modo que impresos destinados a
individuos con una alfabetización elemental y precaria también podían
ser del gusto de los grupos letrados, tal como lo ha estudiado Robert
Darnton en la sociedad francesa del siglo XVIII, principalmente en la
difusión de la literatura erótica (2003). Otro ejemplo similar es el brillan-
te trabajo de Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos (1999), que relata la
apropiación textual por un humilde molinero de un conjunto de obras
“aparentemente” destinadas a la elite.
En tercer lugar, la caída de otro largo e impoluto reinado: el del au-
tor. La identidad de un texto es uno de los temas de mayor interés en el
campo de la ecdóctica moderna y la creación literaria. Ante los usos y las
formas que acontecen en los libros se impone una pregunta: ¿quién es,
o quiénes son, en definitiva, el autor o los autores de un discurso donde
confluyen varias representaciones textuales? La discusión por la autoría

A L E J A N D R O E . PA R A D A 33
se ha instalado desde hace mucho tiempo; en ella han confluido distintas
corrientes de pensamiento (New Criticism, Bibliografía Analítica, Sociolo-
gía de los Textos, Teoría de la Recepción), así como los aportes de Michel
Foucault, Roland Barthes, Pierre Bourdieu. Abordar este tópico consti-
tuye, sin duda, una tarea sin resolución definitiva. Para unos, el autor
no existe, y para otros, según las tendencias de la crítica imperante, se
convierte en un demiurgo con una genialidad casi exasperante.
Muchos de los aportes de la moderna Historia de la Cultura y de la
Bibliografía se han centrado en dos aspectos que redefinieron el con-
cepto de autor. Por un lado, el más conocido: la práctica de la lectura
sobre la escritura original completa o recrea, a veces en forma totalmente
novedosa, el discurso original. Por otro lado, un aspecto inesperado: la
modificación del texto y de la lectura a partir de los distintos soportes
del trazo escrito, ya sea manuscrito, impreso o virtual. Robert Escarpit
había señalado hace cuatro décadas el concepto siguiente: “... el libro es
una máquina para leer” (1968: 15). Esta frase, en ese entonces, sonaba
extraña y algo incomprensible, ya que el fenómeno de la lectura se cen-
traba, principalmente, en un universo abstracto. Las palabras de Escarpit
evocaban el aspecto utilitario del libro.
Un libro, pues, es una estructura material donde confluyen las
voluntades creadoras de muchos; por la tanto, una obra es una tarea
compartida entre el autor, la corporeidad física donde se “posiciona” el
texto, los universos interpretativos y las prácticas de los lectores, y aquellos
que “hacen” a la construcción y a la distribución de la cultura impresa
(tipógrafos, editores, libreros, bibliotecarios, etc.).
Esta característica inherente al libro que se identifica con su “corpo-
reidad” es fundamental y determinante en el momento de la organización
espacial y técnica de los distintos impresos en el ámbito gregario de la
Biblioteca Pública, tal como se presenta en el capítulo V.
En este contexto, entonces, transcurre una revolución inédita en
la historia de la paternidad de la producción de textos: el autor, sin
duda fundamental e irremplazable, deja de ser el centro exclusivo de
la atención de los historiadores de la cultura y, por lo tanto, el lector
surge como una figura paradigmática y huidiza, cuyo conocimiento, al
parecer, tiende a convertirse en el vórtice seductor de la Historia de la
Lectura. El lector, en suma, sube al Olimpo inaccesible del autor y ahora
pugna por una posición de privilegio como el “constructor final” del
texto. Los bibliotecarios, pues, dentro de esta “nueva edificación” del
circuito impreso, toman un papel activo en el momento de organizar una
colección de uso comunitario como fue, desde sus inicios, el primitivo
patrimonio bibliográfico de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.

34 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


En cuarto lugar, la irrupción de nuevas tendencias en la “historia
escrita” que han coadyuvado a una reelaboración integral de la Historia
de la Lectura ampliando, de este modo, su campo de estudio a áreas
antes dejadas de lado. Un cambio fundamental fue el desarrollo de la
microhistoria, es decir, el estudio de temáticas “aparentemente mínimas”
para comprender los fenómenos sociales y culturales. Los lectores, en
este contexto, dejaron de ser una entidad cuantitativa y un interés propio
de los sectores letrados; poco a poco, se generó la idea de conocer las
maneras de acceder de los individuos al universo escrito e impreso.
Pero la microhistoria no fue un acontecimiento aislado. Otros cambios
importantes fueron los siguientes: la aparición de los estudios de género,
la historia de las imágenes y el desarrollo de la oralidad (Ong, 1993).
Estas nuevas orientaciones enriquecieron la Historia de la Lectura a partir
de las representaciones visuales y, fundamentalmente, al incorporar la
mirada femenina y la de otros sectores postergados o excluidos.
En este tópico pautado por la funcionalidad diaria, la historia de la
vida cotidiana en la Biblioteca creada por la Junta revolucionaria es una
muestra de la importancia de los estudios de los registros culturales
del pasado para identificar la diversidad y complejidad de las prácticas
bibliotecarias que dieron forma al establecimiento (cfr. cap. V.2).
Sin embargo, es fundamental puntualizar la presencia de dos direccio-
nes novedosas que han influido decisivamente en el tópico de la lectura:
la Sociología de los Textos y la relectura moderna de la Paleografía. En
el primer caso, se destaca D. F. McKenzie (1991), cuyos aportes desde el
campo de la Bibliografía han sido fundamentales para determinar, entre
otros numerosos aportes, la variabilidad de la construcción social de los
autores en su íntima relación con el universo tipográfico. Y en el segundo
caso, la extraordinaria personalidad intelectual de Armando Petrucci
(1999 y 2003), quien revolucionó radicalmente la Paleografía tradicional
al hacer hincapié en la escritura y su interpretación cultural y política.
Todos estos cambios permiten reflexionar sobre la Historia de la Lec-
tura y su futuro. Posiblemente, a corto plazo, no será extraña la prolife-
ración de estudios vinculados con esta temática, tales como el análisis
de los gestos y las posiciones ergonómicas en el momento de leer, las
instancias históricas y particulares de la lectura silenciosa o en voz alta
tanto en el ámbito privado como en el público, la importancia decisiva
de la “murmuratio” (murmurar cuando se lee) como una herramien-
ta para fijar un texto determinado, los diversos modos de los sectores
parcialmente alfabetizados para acceder a la cultura escrita, el rol fun-
damental de los “mediadores lectores” en la apropiación de la lectura
por parte de los analfabetos, el fenómeno de la lectura urbana y su rela-
ción con los sectores rurales, la variedad de los recursos de producción

A L E J A N D R O E . PA R A D A 35
(manuscrita, impresa y virtual) para incursionar en la lectura, la comple-
jidad de las maneras (la mano, la máquina de escribir, el teclado) para
elaborar textos, las relaciones del poder con la escritura y la lectura (el
manejo político del universo tipográfico y textual) como elemento de
dominación de otros sectores sociales, los aspectos morales y de exclu-
sión para acceder al mundo del libro (cfr. “Reglamento provisional”, cap.
IV.2), la distribución del texto en el espacio manuscrito y gráfico, las di-
versas tipologías de la tipografía y sus “juegos” en la imposición de la
página, la dialéctica proporcional de “lo negro y lo blanco” en la com-
posición impresa (Torné, 2001), la complejidad ambigua del uso de los
“vocablos” relacionados con los discursos textuales sobre las funciones
de la biblioteca, tal como lo sostiene Juan Luis de Aguirre y Tejeda (cfr.
cap. VI), y cientos de otros temas que permitirían conocer, aunque sea
muy someramente, parte de nuestra cultura escrita.
Empero, la Historia de la Lectura es una disciplina “en palpitante
construcción”; su campo de estudio, indefinido; su terminología, cam-
biante; sus fronteras, móviles; y sus inagotables traslados, diagonales e
interdisciplinarios, la definen desde el marco de una riqueza escurridiza,
de complejo asedio. No obstante, su vasto universo permite nuevas re-
flexiones, pues es un tópico que hace a la esencia misma del hombre, esto
es, a las diversas formas en las que los individuos “capturan” los textos
(cfr. cap. IV), inmersos en el rigor dubitativo de una civilización signada
por el imperio de la textualidad.
En esta última circunstancia se presentan varias interrogantes cuyas
repuestas se posicionan en el ámbito de una “obra abierta”, sin cerrojos
únicos ni definitivos. Entonces el inventario preliminar de preguntas
sería el siguiente: ¿acaso no es insuficiente hablar de una sola Historia
de la Lectura?, ¿cuál ha sido su evolución?, ¿el estudio de su proceso
histórico no consiste en un análisis del poder político?, ¿qué relación
existe entre la materialidad del texto y la subjetividad del acto de leer?,
¿qué papel desempeña el relativismo cultural en este tópico?, ¿qué
significa una filosofía o, tal vez, una Historia de la Sensibilidad de esta
disciplina?, ¿quizás este campo no desembocará en una Historia General
de los Lectores?, ¿existe una fenomenología o una axiología social de
la Historia de la Lectura?, entre otras muchas dudas casi sin resolución
inmediata.
Acaso uno de los temas más apasionantes de la civilización escrita
y lectora sea la historia de su evolución. En este punto, en las últimas
décadas aconteció un cambio trascendental, pues la Historia de la Lectura
ha despertado tanto interés que ha desplazado a la Historia del Libro y de
las Bibliotecas. Muchos investigadores sostienen que su desarrollo posee
tal magnitud que ya supera a esas disciplinas tradicionales. Recientemente

36 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


han surgido concepciones novedosas. Alistair Black, por ejemplo, en un
intento integral y debido al auge de las Ciencias de la Información en el
siglo xxi, plantea la necesidad de estudiar estos campos bajo el nombre
de Information History (Black, 1998). De modo que nos encontramos ante
una temática cuya área de estudio es “movediza”, vale decir, inmersa
en un proceso de definición e identificación. Lo mismo sucede con su
terminología. Algunos de los conceptos que se emplean con frecuencia
en los textos escritos sobre la Historia de la Lectura tienen cierta ambi-
valencia conceptual o se utilizan en un contexto de interpretación
complejo. Términos tales como “prácticas de lectura”, “apropiaciones
de los textos escritos e impresos”, “representaciones culturales” son una
prueba de ello. Esto no significa, en ninguna instancia, desconocer su
aporte fundamental sino, por el contrario, detenerse en el hecho de que
su soporte lingüístico es una empresa en constante y dinámica construcción, un
“quehacer cambiante” en prospectiva.
Es importante señalar, además, que no existe una única e inefable
Historia de la Lectura. Ya que el acto de leer se define desde una instan-
cia material (objeto-soporte) y en presencia de una dimensión personal
(la abstracción introspectiva de una subjetividad) necesaria e ineludi-
blemente, pueden existir tantas historias de la lectura como individuos
lectores. Tal vez el intento de “historiar” la experiencia de leer se funda-
mente en una quimera enraizada en un sutil extremismo cultural. Empe-
ro, como todo quehacer que identifica al hombre, constituye una utopía
que merece el rango de ser intensamente vivida y dialogada, no obstante
la magnitud radical de su análisis. Pues en cierto sentido amplio, la lec-
tura es un acto de desmesura humana, donde la libertad adquiere su
sentido último de subversión creadora.
Pero la Historia de la Lectura no finaliza en esta primera pesquisa, ya
que es un acontecer que trasciende su objeto de estudio. Esa es la razón
por la cual tantos indicios confirman que su vocación también tiende a
instalarse “más allá” de sus límites, fuera de sí misma, próxima a convertir-
se en un acto de fe “transfronterizo”. Su precoz capacidad teórica e,
incluso, epistemológica, la impulsan a generar una gran cantidad de
preguntas y explicaciones provisionales. Gracias a ella podemos observar
que los soportes de la lectura, cualesquiera sean, poseen la corporeidad
característica de los objetos culturales, cuya “cosibilidad” palpitante y en
mutación los identifica como elementos imprescindibles para el cambio
social, la comprensión del otro, el crecimiento individual y comunitario,
el desarrollo del espíritu crítico y el fomento de la tolerancia.
El espíritu de este nuevo modelo interpretativo que preconiza la
Historia de la Lectura es el que se ha intentado seguir en la tesis presente,
cuyo título, Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires: antecedentes,

A L E J A N D R O E . PA R A D A 37
prácticas, gestión y pensamiento bibliotecario durante la Revolución de
Mayo (1810-1826), constituye el contexto para desarrollar varias de las
características de dicho paradigma (también dentro de este tópico, en el
capítulo II.2, se abordan otros elementos relacionados con la Historia de
la Lectura).
Entre varios aspectos de ese modelo se ha hecho especial hincapié
en los siguientes: la identificación, desde el siglo XVIII hasta la fecha de
creación de la Biblioteca Pública (1810), de los distintos antecedentes y
modos de uso público de los libros (cfr. cap. II.1); el seguimiento de las
prácticas de lectura de una comunidad de lectores mediante el análisis de
una parte de la biblioteca particular de Facundo de Prieto y Pulido (cfr.
cap. III), quien posteriormente legara la totalidad de su colección para
establecer la primera Biblioteca Pública que se inauguró en la capital
del Virreinato (Convento de la Merced, 1794) y cuyas “manipulaciones
impresas” influyeron, sin duda, en la Biblioteca Pública de Buenos
Aires; la interpretación cualitativa del primer Reglamento Provisional
de la institución, elaborado por Chorroarín, para determinar las
representaciones de la lectura y la imagen del “funcionamiento material
y textual” de una agencia social de esas peculiaridades (cfr. cap. IV); el
análisis de las prácticas y de las complejas apropiaciones bibliotecarias
para elaborar el universo técnico y de acceso a la información por
intermedio de las “memorias” institucionales (cfr. cap. V); el examen
del “discurso bibliotecario” de la época para construir los vínculos
entre los vocablos políticos y las funciones sociales y de “fomento de
la instrucción” que se esperaba de estas instituciones (cfr. cap. VI),
representan, indudablemente, la estrecha relación de los nuevos estudios
sobre la Historia de la Cultura Impresa con el desarrollo de esta tesis.
Un modelo, en definitiva, que intenta reconstruir el ámbito de los
primeros años de la Biblioteca Pública de Buenos Aires desde la historia
de los registros impresos como apropiaciones y representaciones de los
bienes culturales.

38 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


B ― El contexto político
y social de la Revolución de Mayo

Las jornadas que tuvieron como activos participantes a los cabildantes,


vecinos y milicias porteñas del 22 y 25 de mayo de 1810 señalaron el
comienzo del fin de una situación político-administrativa signada por
una desintegración colonial inevitable: la crisis del imperio atlántico
español, tanto en América como en Europa (Elliott, 2006). Desequilibrio
cuyas fuentes y raíces se remontan a una heterogénea y compleja red de
causas. Por un lado, un conjunto de episodios de importancia variable
que la historiografía tradicional ha señalado como los antecedentes más
inmediatos de esa conmoción: las rebeliones de indios como la de Tupác
Amaru en 1780 y que afectó directamente al Virreinato del Río de la
Plata, los levantamientos de negros, las rebeliones que realizaron en el
curso del siglo XVIII: los comuneros, por ejemplo, en la gobernación del
Paraguay y en la ciudad de Corrientes, la difusión de las ideas libertarias
por varios precursores de la independencia como Francisco Javier
Santa Cruz y Espejo, Antonio Nariño, Francisco de Miranda, José María
España y Manuel Gual. A esto deben agregarse tres acontecimientos
estrechamente relacionados con la crisis de la dominación hispánica: la
Revolución en América del Norte (1776), la Revolución Francesa (1789) y,
en el Río de la Plata, las Invasiones Inglesas (1806-1807).
No obstante, la moderna historiografía centra esta crisis en las
características internas y de organización del propio imperio español.
En los inicios del siglo XVIII la situación internacional europea cambia
radicalmente con respecto a la centuria anterior. Hacia 1650, luego de dos
siglos de predominio en Europa, la hegemonía española y los criterios
económico-mercantilistas, relacionados con los metales preciosos (plata
y oro) comienzan a ceder ante la presencia de una nueva realidad
internacional: el advenimiento como potencia militar (especialmente
naval) y comercial (definida por una política de libre comercio) de
Inglaterra. La decadencia española se centra en varias causas que se
instalan, sin duda, en un proceso de larga duración. La economía
colonial impuesta en América excluía el intercambio con otras naciones
extranjeras generando, de este modo, un exclusivo comercio monopólico
con los mercados de la metrópoli. Pero esta situación, en la práctica,
era insostenible. España y sus paupérrimas industrias preindustriales
no podían satisfacer las demandas de sus colonias ultramarinas. Las
guerras europeas además insumían numerosos gastos para la Corona

A L E J A N D R O E . PA R A D A 39
española. Por otra parte, los artículos extranjeros, menos costosos que los
producidos en España, terminaron por socavar la industria ibérica y por
invadir los mercados americanos. Los grandes comerciantes peninsulares,
de hecho, se convirtieron en intermediarios de los productos foráneos.
Esta situación ocasionó dos acontecimientos de gran importancia para
la realidad económica de América: la presencia vital del contrabando
y, fundamentalmente, el desarrollo de una incipiente industria
artesanal interna que permitió la supervivencia de la economía de los
diversos “pueblos” (ciudades) americanos. Es en este contexto, entre
otros aspectos, donde los criollos toman conciencia de su situación.
Inmersos en infinitos territorios despoblados, pautados por una
enorme diversidad de culturas y realidades que involucraban a esa
mixtura entre aborígenes, esclavos y blancos en un amplio proceso de
mestizaje, aislados en su existencia cotidiana de una metrópoli incapaz
de satisfacer sus demandas elementales, los americanos se agruparon,
con fuertes lazos autónomos y suficientes, alrededor de las ciudades que
trataron, muchas veces con éxito, de desarrollar sus economías con cierta
independencia de los lazos tutelares de la Corona. El resultado fue un
espíritu de autoidentidad y libre curso que se explayó a lo largo de los
siglos XVI y XVII. Las reformas borbónicas, ante esa realidad, fueron un
último intento por corregir y controlar la situación. La respuesta a esta
limitada autarquía de las ciudades americanas, ya tardía y fuera de los
nuevos aires internacionales, fue la gestión de un férreo centralismo y,
por consiguiente, la concentración del poder real, tanto en España como
en América. Una reacción que en los prolegómenos del siglo XIX estaba,
sin duda, destinada al fracaso.
En este marco, ¿cuál fue el contexto en el cual se desencadenó la
Revolución de Mayo? Una pregunta con numerosas aristas y con abordajes
de complejidad creciente. Entre 1750 y 1810, aunque la periodización
del proceso histórico del Río de la Plata ha sido motivo de numerosos
debates (Rock, 1989), aconteció un lento pero sostenido cambio del
pensamiento político y de las estructuras sociales y económicas hasta
entonces imperantes (Socolow, 1987 y 1991). Las formas de interacciones
urbanas e individuales desembocaron en la implementación gradual de un
conjunto de modalidades y prácticas ciudadanas que fomentaron la caída
del Antiguo Régimen (Guerra y Lempérière, et al. 1998; Mallo, 2000).
La Revolución de Mayo se impuso legitimar un nuevo poder políti-
co sustentado, especialmente, en la aparición y en el rápido desarrollo
de una elite criolla que se había conformado en el rico litoral platen-
se, donde la ciudad de Buenos Aires, a la par de las reformas borbó-
nicas, tuvo una participación decisiva en los nuevos procesos de cons-
trucción de soberanía que inauguró el desmembramiento del imperio

40 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


español (Halperin Donghi, 1961a, 1971, 1972, 1978, 1985; Guerra, 1992).
Pero la historiografía actual señala un aspecto de vital importancia. La
estructura social americana y, fundamentalmente, la rioplatense habían
comenzado a cambiar en el último tercio del siglo XVIII. A partir de en-
tonces, y tomando como punto de partida la difusión de la Ilustración,
las ciudades hispanoamericanas entran en los procesos internacionales
de la modernidad, donde el retroceso del mercantilismo debido al auge
del librecambio y a los primeros pasos de la Revolución Industrial en
Europa, y a consecuencia también del éxito económico del campo como
un nuevo símbolo del poder y la riqueza, marcó el tránsito de las anti-
guas estructuras coloniales a la conformación del concepto moderno del
Estado-nación en la segunda mitad del siglo XIX. Este proceso implicó,
entre otros aspectos significativos, el quiebre de la sociedad estamen-
tal americana, el incremento de la urbanización y el rápido crecimien-
to demográfico. No obstante, la conformación de un Estado distinto al
que había implementado España en América tuvo, necesariamente, una
multiplicidad de luchas y facciones políticas enfrentadas. Muchas, pues,
de las causas de estos enfrentamientos por imponer las nuevas formas
de gobierno que suplantarían a las coloniales deben buscarse, sin duda,
en la configuración que adoptó la Corona española para organizar sus
colonias ultramarinas.
Esta realidad americana que confluye en la interacción dinámica en-
tre la tradición y el cambio, en cierta medida, pautará las modalidades y
las ambivalencias políticas y económicas de los primeros tiempos revo-
lucionarios. América se había configurado en su gestión inicial bajo un
imperio medieval que devino en una monarquía barroca y, posterior-
mente, ya en el siglo XVIII, en las instancias de una Ilustración moderada
como la administración de los borbones (Halperin Donghi, 1961a). Estas
políticas, de una o de otra forma, se plasmaron en el territorio america-
no. En líneas muy generales se concretaron en dos situaciones político-
geográficas diferenciadas: un sector rural con tradiciones feudales y, por
otra parte, la presencia de ciudades (“pueblos”) con una autonomía sig-
nificativa con respecto a la metrópoli.
Dentro de este marco, si bien el Río de la Plata no fue una excepción, su
relativo poco interés por parte de la Corona debido a la ausencia de me-
tales preciosos, y como consecuencia también de su ubicación geográfica
periférica de las denominadas “tierras altas”, donde los emprendimien-
tos coloniales alcanzaron una mayor actividad, hizo que ese aislacionis-
mo incrementara algunas de estas peculiaridades que, inequívocamente,
al despuntar el Setecientos, propiciarían un cambio definitivo en las rela-
ciones entre el poder real y sus súbditos en estas regiones.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 41
Numerosos historiadores, durante los últimos cincuenta años, han
señalado las características de las ciudades del interior y de las litoraleñas
en el actual territorio argentino desde el siglo XVI hasta los inicios del
siglo XIX, identificando además sus semejanzas y diferencias con el
ámbito rural y con otras urbes y poblados americanos (Gelman, 1998a
y 1998b; Barsky y Gelman, 2005), así como el importante desarrollo y
la posterior supremacía de Buenos Aires y su puerto en el último tercio
de la dominación hispánica (Assadourian, Beato y Chiaramonte, 1986;
Chiaramonte, 2004 y 2007; Garavaglia, 1999; Goldman, 1998; Hoberman
y Socolow, 1993; Kossok, 1972; Lynch, 1962 y 2000; Mariluz Urquijo, 1987;
Rock, 1989; Romero, 1976; Romero y Romero, 2000; Sabato y Lettieri,
2003; Socolow, 1987 y 1991; Tjarks, 1962).
Tulio Halperin Donghi, en amplios rasgos, ha identificado el contexto
del Río de la Plata en los principios del siglo XIX: su estabilidad interior,
el paulatino y sostenido “ascenso del litoral”, el auge mercantil de la
ciudad de Buenos Aires, y la renovada economía frente a una sociedad
aún ceñida por la tradición del pasado hispánico (1961a, 1961b, 1971
y 1972). Durante los primeros dos siglos de colonización, a lo largo
de toda América, los españoles apelaron a una misma metodología de
asentamiento imperial: la superposición de una sociedad señorial y rural
sobre las poblaciones originarias (agricultores sedentarios), según una
marcada concepción europea de conquista y posterior asentamiento de
dependencia mercantil con la metrópoli. La colonización se desarrolló,
en un primer impulso, en las zonas menos hostiles climáticamente y con
una expansión económica que propició la expropiación del oro y la plata.
Por ello, dentro de esta estructura colonial, dos zonas del extremo sur
americano cumplían con esos paradigmas: su complejo y vasto interior,
conectado con Perú, y las tierras guaraníes que comprendían el Paraguay
y el Alto Paraná. En estas dos zonas surgieron centros y poblados con un
importante grado de mestizaje y con elementos que las diferenciaban.
Entre estos grandes bloques geográficos se extendía la llanura chaqueña
y la pampeana, “el litoral”, poblado por tribus aborígenes y con un
escaso control por parte de las autoridades (el necesario y elemental para
comunicar a las otras zonas).
De modo que durante los siglos XVI y XVII, con un litoral casi ausente y
despoblado, tanto el interior como Buenos Aires y las Misiones comienzan
a desarrollar sus pequeñas economías de espaldas al Océano Atlántico,
pues su supervivencia dependía del comercio con el norte, es decir, con el
Perú, fundamentalmente, con las necesidades que demandaba la enorme
ciudad de Potosí. En cierto sentido, la vida y el lento desarrollo de esta
zona americana, en estas primeras dos centurias, se concretó en una
economía marcada por su dependencia del Potosí. Estas grandes zonas

42 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


geográficas del extramuros del imperio español en América del Sur eran
el Noroeste y el Alto Perú, la zona de Cuyo íntimamente vinculada con
Chile, y el Litoral del Río de la Plata. Tres amplios espacios que sufrirán
una profunda crisis de crecimiento y de identidad en el siglo XVIII.
Durante los siglos anteriores, las regiones “de arriba”, el Centro y el
Noroeste argentino, se habían diferenciado sustancialmente de las “de
abajo”, el Litoral, despoblado y, en la práctica, destinado al incremento
paulatino del ganado cimarrón. Las zonas “de arriba” habían logrado
subsistir con una producción local y con estrechos vínculos económicos
interregionales que, en cierta medida, permitieron una estabilidad
creciente. Esta estructura casi unitaria, característica de la dominación
hispánica en América, construyó una intricada red de ciudades madres
cuyas necesidades e intercambios fueron vitales para sus intereses
económicos y sociales. Ciudades que fueron adquiriendo, con el paso de
las décadas, un espíritu autonómico creciente. La rápida aparición en el
siglo XVIII del mercado productor y consumidor europeo, ahora fuera de
sus propios límites naturales y, por consiguiente, sostenido con guerras
internacionales y atlánticas que involucraron a los ejércitos y a los medios
de producción de las naciones del viejo continente, y la tendencia hacia
el monocultivo, la explotación ganadera y el liberalismo, destruyeron
esta endeble pero autosuficiente estructura colonial americana y, por
ende, rioplatense.
Esta estrecha relación interregional entre el Noroeste (Tucumán, Salta,
Catamarca, Santiago del Estero y La Rioja), la zona cuyana (Mendoza,
San Luis y San Juan) y el Centro como punto de confluencia y mediador
geográfico entre el Norte y Cuyo, se encontró trastocada y a contramano
de los nuevos tiempos políticos y económicos debido a su exclusiva
orientación hacia los centros mineros altoperuanos. Las ciudades que
surgieron en este contexto estuvieron signadas por su estructura social
tradicional, prototípicas de los ambientes rurales de antigua raigambre.
Sus estamentos casi feudales dieron por resultado un ambiente social
jerarquizado, dividido étnicamente en tres grupos: los blancos, los
indios y los negros, e indudablemente, por las diversas variaciones en los
procesos de mestizaje. En cambio, el Litoral “de índole casi salvaje”, en
contraposición a estos asentamientos gregarios con profundas jerarquías,
se caracterizó por ser un espacio marginal con ciudades emergentes
en las riberas fluviales. Espacios de muy modesta urbanización que,
hasta mediados del siglo XVIII, también orientaban sus producciones
locales hacia las demandas de la minería altoperuana. Este espacio
marginal que caracterizó al Litoral permitió una mayor laxitud en los
estamentos sociales coloniales, donde la permeabilidad de las fronteras
y la necesidad de supervivir a las condiciones impuestas por esa “área

A L E J A N D R O E . PA R A D A 43
periférica”, resultaron en la presencia de grupos humanos distintos a los
del Noroeste, Cuyo y el Centro. En ambos casos, no obstante, nos hallamos
ante una sociedad colonial con grandes prejuicios, basada muchas
veces en la denigración, las relaciones ilegales con las autoridades, la
corrupción y la marcada diferenciación entre los estamentos de “abajo”
con los españoles y los criollos (Mallo, 2000).
No obstante, esta situación de predominio de las antiguas regiones
coloniales del futuro territorio argentino se vieron postergadas a partir de
1750, tal como hemos observado, por el vertiginoso “ascenso del Litoral”,
ahora impulsado por la coyuntura internacional que se proyectaba hacia
la modernidad.
Luego de dos siglos de postergación, ante la incapacidad de las
ciudades del Interior para adaptarse a la nueva realidad económica
mundial debido a su acentuada dependencia altoperuana, cuando su
producción ya daba signos inequívocos de un atraso técnico y artesanal
significativo, Buenos Aires aprovechó su hora de casco urbano próspero,
rico y con una importante explosión demográfica, sustentado por su
puerto ahora abierto hacia el mundo atlántico.
La creación del Virreinato del Río de la Plata en el último tercio del
siglo XVIII no hizo más que impulsar y alentar este inevitable desarrollo
(Lynch, 1962 y 2000; Tjarks, 1962; Kossok, 1972; Academia Nacional de la
Historia, 1977; Mariluz Urquijo, 1987). La preponderancia de la salida al
océano Pacífico fue rápidamente suplantada por ese ubérrimo y belicoso
universo atlántico, identificado por la prosperidad del intercambio
mercantil y las batallas navales. Buenos Aires no solo comenzó a
constituirse en el puerto de salida de los metales preciosos que, aunque
su producción había decaído, en esos últimos años de la dominación
hispánica experimentaron una importante recuperación.
Además, a consecuencia de las guerras en Europa (el enfrentamiento
de España con Francia y luego con Inglaterra), la pujante ciudad se
favoreció con la nueva liberalidad de la Corona para importar esclavos
mediante buques de mercaderes porteños (1791), por el permiso para el
intercambio con las colonias extranjeras (1795), por la autorización a los
buques rioplatenses para comerciar con la Península (1796), y por el libre
comercio con las naciones neutrales (1797) (Halperin Donghi, 1961a). De
manera que, en pocos años, un modesto y casi perdido villorrio colonial
como Buenos Aires, gracias a la favorable situación internacional y al
Reglamento de Comercio Libre, se encontró con un poder mercantil y
marítimo impensable tan solo una década atrás. El pujante comercio
porteño estableció, entonces, una marcada diferencia con las antiguas
ciudades del Interior colonial.

44 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


En el plano social, este marco de prosperidad económica se tradujo,
por un lado, en la consolidación de un estamento criollo formado por
mercaderes con fuerte lazos familiares (munidos de un importante capital
y con una autoconciencia de su capacidad de gestión y de desarrollo que
sería determinante en los años venideros), y por otro, en el incremento de
la burocracia peninsular en la flamante capital del Virreinato (Socolow
1987 y 1999; Garavaglia, 1999). La disolución del imperio español
acrecentaría estas diferencias en el momento de respetar y de consolidar
las soberanías de cada uno de “los pueblos”. Buenos Aires, debido a su
rápido desarrollo y a su condición de cabecera del Virreinato reclamó los
derechos para determinar y conformar el tipo de gobierno que regiría en
estos territorios; no obstante, las ciudades del Interior, como es lógico,
dado el tipo de administración autonómica de la colonización española,
se sintieron con el mismo derecho que los porteños. Esta situación, al
estallar la Revolución de Mayo, se patentizó en tal grado que desembocó
en los enfrentamientos fraticidas que se extenderían durante buena parte
del siglo XIX.
Es necesario, además, reparar en dos hechos del ámbito colonial rio-
platense que incidieron, tanto directa como indirectamente, en la realidad
política, social y económica de las últimas décadas de la dominación his-
pánica en estos territorios: el constante conflicto de guerra de fronteras con
Portugal y la expulsión de los jesuitas en 1767. El siglo XVIII se caracterizó
por una compleja variedad de cambios estructurales que se explayaron
desde el campo de las ideas de la Ilustración hasta el rediseño de nue-
vos espacios geográficos. El imperio español, por ejemplo, al crear el Vi-
rreinato del Río de la Plata, intentó adaptar sus colonias ultramarinas de
América del Sur a la nueva coyuntura mundial. Aunque haya fracasado
en su reafirmación imperial y los cambios borbónicos culminaron en el
descontento progresivo de los españoles americanos, el impulso trató de
subsanar el antiguo conflicto con los portugueses por la posesión definiti-
va de sector oriental del territorio. Su asimilación significaba el fin de los
intereses de Portugal en esas tierras y, por consiguiente, el dominio naval
del extremo austral del imperio español en el océano Atlántico.
La fundación de Montevideo en 1726, como una explícita fortaleza
castrense más que una avanzada civil, fue el primer intento de detener
a los lusitanos que se habían instalado en 1680 en la Colonia del Sacra-
mento, frente a la ciudad de Buenos Aires, un propósito pautado por
una progresiva militarización de la región. Pedro de Cevallos, en 1762,
al frente de la mayor expedición militar destinada a América de Sur,
recobró para siempre la Colonia y asentó la posesión de España en la
Banda Oriental. Tulio Halperin Donghi señala la importancia de este
ámbito territorial de lucha que heredará la Revolución de Mayo. Pues

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la identidad de la ciudad de Montevideo como rival de Buenos Aires
delimitará, a la larga, las zonas de conflicto y enfrentamiento entre
las provincias que disputaron la autoridad a la antigua capital del
Virreinato. Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, parte de Córdoba y la Banda
Oriental clamarán por sus derechos para elegir sus formas de gobierno
e identidad. De modo, pues, que la futura construcción de un Estado
moderno, que recién se planteará en esos términos a partir de 1850,
estuvo fuertemente condicionada por el ejercicio del poder y del dominio
de este espacio geográfico heredado por los conflictos coloniales entre
España y Portugal.
Por otra parte, el extrañamiento de la Compañía de Jesús constituyó un
duro golpe a la economía interregional que, en definitiva, acusó con este
hecho sus diferencias con la emergente ciudad de Buenos Aires (Mörner,
1986 [1968]). No obstante, la totalidad del futuro Virreinato sufrió por este
forzoso exilio. La Corona española, con la expulsión jesuítica, dirimía un
viejo conflicto entre el poder real y el poder de la Compañía, cuyos miem-
bros se volcaron en defensa de la autoridad papal contra las nuevas ten-
dencias borbónicas sustentadas en un regalismo que defendía los intereses
de la monarquía frente a la Iglesia (Chiaramonte, 1979 y 1989). Es funda-
mental no olvidar, además, que los jesuitas eran los únicos que habían
logrado instalar, en estos territorios marginales, una economía autosufi-
ciente de la metrópoli. Una estructura que, por añadidura, tenía lazos y
vínculos comerciales con todas las provincias y generaba, de esta manera,
un amplio empleo entre los habitantes del Interior. Su expulsión, entonces,
profundizó la crisis interregional y el desarrollo de sus principales ciuda-
des. Otro elemento a tener en cuenta fue la solidez intelectual de muchos
de los emprendimientos que llevaron a cabo –tal el caso de sus importan-
tes bibliotecas– y el valor científico de sus miembros que, indudablemente,
al partir de estas orillas, dejaron un vacío muy difícil de subsanar.
De modo tal que, al entrar las tropas napoleónicas en la Península
Ibérica, y decretar el comienzo del desmoronamiento final de la monar-
quía española, la situación en el Río de la Plata ya se encontraba en un
franco proceso de confianza en un destino propio que dejara a un lado el
pasado colonial caracterizado hasta entonces por una medrosa autosu-
ficiencia económica interregional. Esta realidad, ya inserta de hecho en
el imaginario colectivo, presagiaba un futuro ascendente iniciado, por lo
pronto, en los últimos años. No era indispensable tomar estos aconteci-
mientos de cambio en forma forzosa y perentoria, pero sí conveniente
su adopción, aunque con titubeos e incoherencias de todo tipo, pues las
nuevas e inevitables realidades y coyunturas políticas, en lo sucesivo,
condicionarán la geografía del Río de la Plata (Halperin Donghi, 1972).

46 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Empero, es importante no subvalorar estos titubeos y aparentes
incoherencias filosóficas y políticas de la elite criolla de los últimos años
del Virreinato. La Revolución de Mayo lleva implícito en sí misma un
conjunto dinámico y dialéctico de ambivalencias discursivas que, sin
duda, la definen como un acontecimiento heterogéneo, polifacético y
ampliamente vinculado con un universo de raíces disímiles y ambiguas.
Ante esta situación la pregunta que se plantea es la siguiente: ¿cuál era el
grado de Reformismo e Ilustración en esa elite intelectual que comienza
a configurase en los últimos años de la dominación hispánica? José
Carlos Chiramonte explica ese momento intelectual que se identifica en
“la existencia de un campo común de criterios sociopolíticos, emanados
de las corrientes jusnaturalistas que, en parte de raíz escolástica o
neoescolástica, en parte de las versiones renovadas del siglo XVII como la
abierta por la obra de Grocio, y sólo muy tardía y no mayoritariamente,
por influencia del jusnaturalismo propiamente moderno, de Hobbes,
Locke o Rousseau, fluían a menudo confusamente en los círculos políticos
rioplatenses” (2007: 32).
Esta ambigüedad algo confusa, pero siempre presente, de las corrientes
jusnaturalistas (representadas además por la significativa influencia de
Emer de Vattel) van a incidir con mayor visibilidad en la última etapa
del Virreinato, cuando se editaron las primeras publicaciones periódicas
en Buenos Aires como elementos difusores del pensamiento ilustrado
y, por ende, como innovadores en la articulación y construcción de las
nuevas prácticas de lectura de un público “formado” ahora a través del
periodismo.
Sin embargo, es importante reparar que estos contenidos ilustrados
no significan un cambio abrupto en el consumo de los bienes culturales
en el Río de la Plata, pues desde mediados del siglo XVIII, y acaso antes,
ese público lector accedía a impresos, sea en forma de gacetillas o de
libros, inmersos en ese tipo de ideas, principalmente por intermedio de
las reformas borbónicas. La característica principal de este movimiento
periodístico intelectual, cuyas temáticas principales se centraban en
los temas de “fomento” económico y en los tópicos literarios (bajo la
influencia, entre otros, de Pedro Rodríguez Campomanes, Gaspar
Melchor de Jovellanos y Antonio Genovesi) y que excluía, debido a la
censura y a la autocensura, los asuntos políticos, fue la aparición de
un pensamiento ilustrado de carácter laico, es decir, independiente de
quienes hasta entonces detentaban el patrimonio cultural: los religiosos.
De tal modo que, gracias a esta instancia, representada por criollos
como Lavardén, Belgrano, Vieytes, Maziel, etc., y por españoles como
Pedro Antonio Cerviño, Félix de Azara, y Francisco Antonio Cabello y
Mesa, fue posible construir un modo alternativo de reflexionar sobre la

A L E J A N D R O E . PA R A D A 47
realidad americana y rioplatense que formará parte del pensamiento de
la elite criolla que llevó a cabo la Revolución de Mayo. La historiografía
tradicional, por otra parte, en muchas ocasiones plantea la existencia, ya
en esa época y en la Revolución misma, del concepto del nacionalismo
rioplatense. Un concepto que implica, de hecho, un contrasentido
histórico, ya que los cambios culturales de los últimos años del Virreinato
no pueden verse como la implementación de la noción de Independencia.
La primera década revolucionaria tiene mucho todavía de la cultura
tradicional colonial.
La idea que designa a la expresión Estado-nación es un pensamiento
posterior a 1830. En este punto los conceptos siguientes son elocuentes:
“A fines del período colonial, los habitantes del Río de la Plata comparten
diversos sentimientos de pertenencia: el correspondiente a la nación
española –en parte, ya disminuido– el español americano, y el regional...”.
La característica de identificación regional se encuentra íntimamente
involucrada al “núcleo urbano”, es decir, la pertenencia a una ciudad
o pueblo determinado. Esta estructura de configuración se mantendrá
vigente durante los primeros años de la Revolución, y mutará a medida
que se gesten las soberanías independientes (Chiaramonte, 2007: 75).
Dentro de este panorama, al estallar la Revolución de Mayo, tal como
había acontecido en la prensa periódica colonial porteña, se presentan
varios vocablos o expresiones discursivas que plantean “la conflictiva
emergencia de la identidad política en el Río de la Plata a principios
del siglo XIX” (Goldman, 1998: 39). La revisión de estos conceptos
para identificar y delimitar la variedad de esas “formas de identidad
colectiva” fue planteada por José Carlos Chiaramonte. De modo tal que
es necesario el estudio contextual y coyuntural de los términos de esa
época, tales como “español americano”, “patria”, “ciudad”, “pueblos”,
“argentino”, “nación” (Goldman y Souto, 1997), “Estado”, entre otros. Lo
fundamental es que el empleo de estas palabras no significa la presencia
de un perfil de nacionalidad determinado y específico.
El término “argentino”, por ejemplo, señalaba al habitante de Buenos
Aires y de sus zonas periféricas. Además, se podía ser “español americano”
ante el “español peninsular”; o rioplatense frente al catamarqueño o
peruano. La noción, entonces, de “nación argentina” fue extraña en los
inicios del movimiento revolucionario. La “nación” (como sinónimo de
“Estado”) definía al territorio y a la reunión de sus elementos (pueblos,
intendencias, etc.), sin ninguna connotación con el nacionalismo, pues
este último término se desarrollará con el Romanticismo durante la
década de 1830 (Chiaramonte, 2004 y 2007). Por lo tanto, existía una
marcada ambigüedad para definir las identidades colectivas en el ex
Virreinato del Río de la Plata.

48 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


En este encuadre, pues, la palabra clave es la que encierra el vocablo
“pueblos”. Pues su contenido designa a las ciudades que fueron llamadas por
la Primera Junta para participar, por intermedio de los distintos cabildos, en
la construcción de un nuevo gobierno. Es por ello que al caer la monarquía
se produce, amparado por la antigua legislación española, la retroversión
de la soberanía a los “pueblos” (ciudades). Estos espacios urbanos designan
“la cuestión de la identidad emergente con el proceso de emancipación”,
al rescatar la soberanía de las ciudades en su papel de protagonistas de los
primeros tiempos revolucionarios (Goldman, 1998: 39-41).
Al disolverse la Junta Central, el virrey Cisneros pierde su legitimidad,
ya que esta, tal como se planteó explícitamente en el Cabildo Abierto del
22 de mayo de 1810, por el pacto de sujeción de la doctrina hispánica,
debía recaer en los pueblos, los depositarios naturales al desaparecer
el poder del soberano. En este sentido, al convocar a los Cabildos del
Interior para que eligieran los representantes de cada “pueblo” se seguía,
estrictamente, la tradición colonial que así lo establecía.
No obstante, y este punto es de especial importancia, varios integran-
tes del movimiento del 25 de mayo, entre ellos Mariano Moreno, discre-
paban con este “pacto de sujeción”, pues dejaba a un lado el concepto
de soberanía popular que sustentaban la Revolución Francesa y la Nor-
teamericana, fundándose en las ideas de Rousseau en cuanto a la ver-
dadera esencia de la soberanía (Goldman, 1998: 41-45). En esta instan-
cia, “Moreno realiza el pasaje del pacto de sujeción al de sociedad para
fundamentar el derecho a la emancipación” (Goldman, 1998: 43). Esta
concepción trajo como colación un estado de choque permanente con las
provincias, ya que al sostener una única soberanía se desconocía la auto-
nomía soberana de los “pueblos” del antiguo Virreinato. El debate sobre
esta situación que, por un lado, propiciaba un Estado unitario, sostenido
por Buenos Aires, y por otro, demandaba por parte de las provincias sus
derechos soberanos para definir las formas de autogobierno, constituyó
la base en la que se sustentó el enfrentamiento entre la ciudad de Buenos
Aires, que se consideraba heredera del poder militar y de la cultura de
la Ilustración, y las demandas de identidad y participación de las pro-
vincias. Un enfrentamiento que llevaría varias décadas de beligerancia
mutua, signado por la concepción centralista de Buenos Aires y por las
necesidades de autodeterminación de las regiones del Interior.
Dentro del presente panorama relacionado con el pensamiento de
Mayo y sus características sociales y políticas, es oportuno mencionar
dos aspectos fundamentales: la identificación de las bases o raíces
intelectuales del movimiento revolucionario y, por otra parte, la temprana
militarización de los criollos y de la plebe porteña durante las Invasiones
Inglesas. La abundante historiografía antigua y moderna sobre los

A L E J A N D R O E . PA R A D A 49
orígenes filosóficos de Mayo posee distintas vertientes encontradas.
Por una lado, aquella que sostiene su inspiración escolástica y de
fundamentos neoescolásticos inspirados en la figura de Francisco Suárez,
en el Derecho Indiano representado por Juan de Solórzano Pereira y
Victorián de Villava (Levene, 1949), y en la autonomía de las poblaciones
americanas heredada de la jurisprudencia española. Y la que afirma la
acusada influencia de las ideas iluministas propagadas por la Revolución
Francesa y, especialmente, por la obra de Rousseau (Lewin, 1980; Imagen
y recepción, 1990).
Sin embargo, la realidad de esta identidad es mucho más compleja.
Pues la elite criolla que llevó a cabo las jornadas de 1810 no posee una
fuente inspiradora unívoca. En esta encrucijada se plantea una rica y
compleja ambigüedad de fuentes que, inequívocamente, parten de las
concepciones escolásticas, pasan por el Derecho Natural y el iusnatura-
lismo, y toman además los conceptos de soberanía popular desarrollados
por Rousseau. No existen, entonces, fuentes intelectuales revolucionaras
claras, definidas y fácilmente identificables. En realidad, se cuenta
con un conjunto de diferentes tradiciones y conceptos discursivos,
ilustrados o de vieja data colonial que, sin duda, surgieron bajo diversas
representaciones y apropiaciones durante la Revolución de Mayo. A todo
esto debe añadirse el hecho de que en el Río de la Plata también afloró
un conjunto de religiosos ilustrados que, de hecho, establecieron fuertes
vínculos entre la cultura eclesiástica y los elementos característicos de la
Ilustración. De ahí también la importancia de la Iglesia y de varios de sus
hombres en los primeros años de la Revolución (Di Stefano y Zanatta,
2000; Di Stefano 2001 y 2004).
Un hecho externo a la realidad política rioplatense, y en parte inespe-
rado, fueron las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807. En este punto, no se
registró otro acontecimiento bélico de tal magnitud en América del Sur
contra una colonia española. El hecho, aunque súbito y con cierta dosis
de improvisación por parte de las autoridades británicas, ya manifestaba
la guerra total a nivel internacional por la posesión de las colonias y la
difusión de nuevos mercados para el imperialismo liberal inglés. A pe-
sar de la creciente militarización y centralización del poder real a partir
de las reformas de los Borbones (Alori, 2001), la toma de Montevideo y
Buenos Aires patentizó el fracaso militar de las autoridades hispánicas
en el Río de la Plata. Y sin duda, constituyó una de las causas de mayor
descrédito entre la elite criolla. Pero el fracaso castrense español tuvo su
contrapartida, ya que, pocos años después, sería vital para las jornadas
de Mayo: la autodeterminación militar de esos criollos fieles a la Corona
(Marfany 1958 y 1961) y la posesión de las armas por la plebe urbana.
La configuración de un ejército de españoles americanos, con una fuerte

50 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


mezcla de diversos estamentos que incluso elegían a sus mandos, para
enfrentar y derrotar a una potencia imperial, fue entonces decisiva en el
momento de la Revolución. De esta manera, se creó un ejército autóctono
y estable que participaría activamente en la correlación de fuerzas y en
las vicisitudes políticas del período 1808-1810.
De modo que, al estallar la Revolución de Mayo, este conglomerado
de ideas y de fuerzas heterogéneas fue el que participó, en forma tu-
multuosa y ambivalente, en la larga gestación del proceso de soberanía
y en la configuración, varios años después, del Estado-nación. El proce-
so de emancipación de las colonias americanas, en cierto sentido lato,
constituye la etapa final de la desintegración del imperio español. Las
dudas, las contramarchas, las ambigüedades de las concepciones filosó-
ficas, el enfrentamiento entre las ciudades, las pujas entre las distintas
autonomías regionales-provinciales frente a la creciente centralización
militar y unitaria de Buenos Aires, las vicisitudes de las diversas formas
de identidad, la polivalencia de los vocablos discursivos en la construc-
ción de la cultura política rioplatense (Goldman, 1988 y 1992), la riqueza
del lenguaje político, entre otros muchos procesos, fueron un conjunto
de situaciones de alta complejidad que, en definitiva, se resumieron en
un punto: el azaroso pasaje de dirigir una crisis imperial signada por la
unidad de su estructura organizativa, al encauzamiento, pautado por la
dispersión, de otras formas de gobierno concebidas en base a los princi-
pios de la modernidad (Ternavasio, 2007).
Esta complejidad creciente de los primeros años revolucionarios,
indudablemente, impregnó la sociedad de la época y la cotidianidad de
la vida pública, urbana y privada (Devoto y Madero, 1999). La creación
de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, en septiembre de 1810, no fue
una excepción. Su establecimiento respondió a una necesidad de política
cultural, no ajena a los procesos de adoctrinamiento revolucionario y
de búsqueda de una propia identidad dentro del marco de “fomento”
de la instrucción de los ciudadanos, tal como se desprende en el
análisis del “Reglamento provisional para el régimen económico de la
biblioteca pública de la capital de las Provincias Unidas del Río de la
Plata” (cfr. cap. IV.2).
Por otra parte, en la construcción teórica del pensamiento bibliotecario
de ese período, también se presenta una serie de vocablos íntimamente
relacionados con la creación discursiva de los nuevos gobiernos,
especialmente en sus intenciones culturales (cfr. cap. VI).
Otro hecho de vital importancia lo constituye, sin duda, la variedad de
antecedentes bibliotecarios en el momento de crear una Biblioteca Pública
por parte de la Primera Junta. Del mismo modo que los precedentes de la
Revolución de Mayo forman parte de una diversidad caracterizada por la

A L E J A N D R O E . PA R A D A 51
multiplicidad y disparidad de orígenes, la apertura de una biblioteca de
uso público para la ciudadanía responde a esa dualidad de fundamentos
y de orígenes, cuyas raíces se remontan a la tradición hispánica colonial
ibérica y americana, hasta la influencia de las bibliotecas societarias de
Nueva Inglaterra y las europeas de acceso abierto (cfr. caps. II, III y IV).
Así pues, en el contexto de los nuevos estudios culturales, la organiza-
ción y gestión de la Biblioteca Pública de Buenos Aires surge fuertemen-
te imbricada con el pensamiento de la época, pautado por su búsqueda
de identidad en un momento de dispersión creativa y revolucionaria.

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58 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


I. PANORAMA DE LA HISTORIA
DE LA BIBLIOTECOLOGÍA, DEL LIBRO Y
DE LAS BIBLIOTECAS EN LA ARGENTINA

Con raras excepciones no se puede abordar un tema específico sin


trazar un panorama, aunque breve y sumario, del estado de la disciplina
que lo motiva y le brinda su marco teórico, epistemológico, bibliográfico
e historiográfico.
Tal es el caso de la presente investigación, Los orígenes de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires: antecedentes, prácticas, gestión y pensamiento
bibliotecario durante la Revolución de Mayo (1810-1826), que se encuentra
definida e intensamente influenciada por los nuevos Estudios Culturales
(Gombrich, 2004 [1969]; Bajtin, 1987; Hunt, 1989; Geertz, 1990; Chartier,
1991, 1993a, 1993b, 1995, 1996a, 1996b, 1996c, 1999, 2000, 2003 y 2006;
Darnton, 1993, 1998, 2003a, 2003b; 2006 y 2008; Ginzburg, 1999 [1976],
2003 [1989] y 2004; Eisenstein, 1994 [1983]; Grafton, 1998; Petrucci, 1999
y 2003; Manguel, 1999; Burke, 2001; Jackson, 2001), las nuevas teorías
historiográficas, epistemológicas y estéticas de la modernidad (Kuhn,
1996 [1962]; Le Goff y Nora, 1978-80 [1974]; Fleck, 1986 [1936]; Elias, 1987;
Foucault, 1998 [1966], 1991 [1969] y 1987; Feyerabend, 1986; Barthes,
1987; Frisby, 1992; Gadamer, 1984 y 1993; Habermas, 1988; Jauss, 1992;
Warning, 1989; Heller, 2002 [1970]; Ricoeur, 1999 y 2004; Burke, 2002;
Simmel, 2002; McKenzie, 2005) y, en especial, por la Nueva Historia
de la Bibliotecología, del Libro y de las Bibliotecas (McKitterick, 1992;
Wiegand, 2000; Wertheimer y Davis, 2000; Augst y Wiegand, 2001;
Hérubel, 2004; Black, 2006; Malone, Anghelescu y Tucker, 2006).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 59
La Historia de la Bibliotecología, del Libro y de las Bibliotecas ha
cambiado radicalmente en los últimos años, así como ha sucedido en
el conjunto de las Ciencias Sociales (Braudel, 1984). Esta paulatina pero
sostenida mutación, en cierto sentido amplio, se centró en el abandono
de la historia tradicional del mundo de lo impreso, pautada por una
concepción fáctica del relato histórico, por otra inmersa en la historia de
las prácticas y representaciones culturales.
Este lento proceso es de capital importancia en la compresión de los
antecedentes y orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires durante
la Revolución de Mayo, ya que constituye un itinerario de larga duración
que permite acceder a esta agencia social, creada por el poder político y
las iniciativas de los ciudadanos, en un nuevo contexto histórico signado
por las articulaciones de los registros culturales del universo de las
apropiaciones impresas.
Por otra parte, también influyeron otros cambios que hicieron a la
construcción de esta institución dentro de la moderna Historia de las
Bibliotecas, tales como el actual giro lingüístico que identifica la estrecha
relación entre Lenguaje e Historia, o el desarrollo de la microhistoria
para comprender la cotidianidad de las tareas bibliotecarias, o el estudio
de los grupos subalternos y su acceso a la escritura y la lectura (Levi,
1990 y 1993; Sharpe, 1993; Garavaglia, 1999; Guha, 2002).
El análisis del estado de una disciplina, en este caso la Bibliotecología,
dentro de este entorno, permite conocer los orígenes, el desarrollo, la
periodización, y las nuevas tendencias nacionales e internacionales que
la identifican y la caracterizan en el campo de las Humanidades y las
Ciencias Sociales.

I.1 ― Historia de la Bibliotecología


en la Argentina

El desarrollo de la Bibliotecología en la República Argentina se


caracteriza por su complejidad, su diversidad de ideas bibliotecarias
y por la heterogeneidad de sus fuentes históricas (Sabor, 1968a). Los
avances más importantes se debieron al esfuerzo de hombres y mujeres,
vinculados o no a las políticas estatales, que vieron a las bibliotecas como
instituciones capaces de asegurar la libertad y la movilidad social de los
ciudadanos.

60 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Es importante señalar, además, la imposibilidad de consignar
la totalidad de las realizaciones bibliotecarias en una aproximación
panorámica. Dentro de este marco, pautado por los avances y los
retrocesos de un país que estuvo entre las diez naciones con mayores
expectativas de desarrollo económico, es posible, aunque sea en forma
preliminar, intentar una periodización de su historia bibliotecaria: una
evolución bibliotecológica signada, a pesar de su modestia y de sus
limitaciones, por una riqueza de métodos y de prácticas inequívocamente
significativas. En este primer acercamiento, estrechamente vinculado con
la Nueva Historia del Libro y las Bibliotecas (cfr. cap. I.3), se distinguen
los períodos siguientes: período hispánico, período independiente o de
la Revolución de Mayo, período de concienciación bibliotecaria, período
preprofesional, período de inicio profesional, y período de consolidación
profesional.

Período hispánico
Esta etapa, ceñida a los orígenes de nuestra prebibliotecología, se
desarrolló a partir de las órdenes religiosas. Se destaca, en primer término,
el catálogo de la biblioteca de los jesuitas de la ciudad de Córdoba,
titulado Index librorum Bibliothecae Collegii Maximi Cordubensis Societati
Iesus (1757) [2005], en el cual ya se adoptaban variadas normas para el uso
de los fondos bibliográficos. En diversas geografías de la época colonial,
en el ámbito jesuítico también, se presentaron casos similares, como el
Catálogo de los libros de este pueblo de San Francisco Javier (1760) [Furlong,
1925; Furlong, 1969]. Otros elementos a tener en cuenta, aunque se
desconoce el alcance de su ordenación, fueron la existencia de importantes
bibliotecas particulares, tales como las de Juan Baltasar Maziel, la de
Manuel de Azamor, y la de Facundo de Prieto y Pulido (quien, al donar sus
libros al Convento de la Merced, en 1794, estableció unas reglamentaciones
mínimas acerca de su empleo), cuyos acervos bibliográficos debieron de
tener un grado mínimo de “organización bibliotecaria” por parte de sus
propietarios (Furlong, 1944; Torre Revello, 1965; Sabor Riera, 1974; Rípodas
Ardanaz, 1982, 1989, 1994, 1999; Parada, 2002).

Período independiente o de la Revolución de Mayo


La Primera Junta revolucionaria (1810) decidió fundar, dentro del
marco de una nueva política cultural, la Biblioteca Pública de Buenos
Aires. La responsabilidad de su dirección recayó en el presbítero Luis
José Chorroarín. A él se debe la elaboración del primer Reglamento
provisional para el régimen económico de la Biblioteca Pública de la capital
de la Provincias Unidas del Río de la Plata (1812), donde ya se encuentran
esbozados los primeros elementos de administración bibliotecaria del

A L E J A N D R O E . PA R A D A 61
período independiente (cfr. cap. IV.2). A esta regulación institucional
de una biblioteca destinada para ser usada por el pueblo debe agregase
un notable trabajo que, sin duda, es el primer antecedente de literatura
bibliotecológica de la Argentina, la Idea liberal económica sobre el fomento de
la Biblioteca de esta capital (1812) del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda (cfr.
cap. VI). La importancia de esta contribución se funda en que constituye la
primera reflexión sobre el papel social y económico que debía desarrollar
la Biblioteca Pública y, principalmente, en su concepción avanzada de la
gestión bibliotecaria.

Período de concienciación bibliotecaria


Luego de un interregno que se extendió desde 1830 hasta 1870, donde
las iniciativas bibliotecarias retrocedieron debido a las guerras civiles,
comenzó una nueva instancia de gran inquietud cultural e intelectual.
No obstante, debe destacarse la labor solitaria de un bibliógrafo notable:
Pedro de Angelis, quien inauguró los estudios bibliográficos en la
Argentina.
En la década de 1860 ya se manifestaron algunos signos de recupera-
ción con la creación de los Colegios Nacionales y sus respectivas biblio-
tecas y, fundamentalmente, con la importancia que adquirió, a instancias
de Juan María Gutiérrez, la Biblioteca de la Universidad de Buenos Aires
(Sabor Riera, 1975). En la segunda parte del siglo se desarrolló el período
conocido como “edad de oro de la Bibliografía argentina”, con biblió-
grafos tan destacados como Antonio Zinny, Bartolomé Mitre, Alberto y
Enrique Navarro Viola, y el ya citado Gutiérrez (Sabor, 1978: 194-210).
La etapa cuyo principio data de 1870 se encuentra vinculada con un
conjunto de procesos característicos de las tres últimas décadas del siglo
xix: la necesidad de organizar la escolaridad, el paulatino proceso de al-
fabetización, y el concepto de la biblioteca como instrumento educativo
de los ciudadanos. Esta idea de difundir la biblioteca como uno de los
elementos indispensables de la educación, estuvo representada por una
figura paradigmática de la historia argentina: Domingo Faustino Sar-
miento. Su obra bibliotecaria de mayor magnitud, pues también escribió
innumerables artículos sobre el papel de las incipientes bibliotecas, se
plasmó en la promulgación de la Ley de protección de Bibliotecas Populares
(1870). Un hecho fundamental fue la publicación, por la Comisión encar-
gada de su implementación, del Boletín de las Bibliotecas Populares (1872),
que proveyó la literatura bibliotecológica indispensable para la creación
de varias bibliotecas en todo el país. Entre los temas más significativos del
Boletín se destaca la divulgación de los ‘Reglamentos’ de las nuevas bi-
bliotecas, lo cual permitió intercambiar experiencias bibliotecológicas de
diverso orden y procedencia. Es necesario rescatar, dentro de este vasto

62 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


1. Catálogo manuscrito de una biblioteca jesuítica 63
y heterogéneo movimiento cultural, a dos personalidades: Vicente G.
Quesada y José Manuel Estrada. El primero con una contribución que
inauguró los estudios bibliotecológicos comparados en la Argentina, Las
bibliotecas europeas y algunas de la América Latina (1877); y el segundo con
dos de los artículos que sintetizaban el papel de las bibliotecas como
agencias sociales, La educación personal y las bibliotecas populares (1870) y
Civilización y bibliotecas (1872). Contribuciones que señalaban el anhelo
de esta generación: pensar el universo de las bibliotecas desde el ámbito
de la autoeducación y como instituciones indispensables para afianzar
la República.

Período preprofesional
A medida que se incursiona en el siglo xx los problemas de una
periodización clara y definida se hacen más complejos. No solo se deben
seleccionar algunos aportes significativos en detrimento de otros de igual
valor, sino que también las “zonas” de fractura y de aparición de nuevas
concepciones bibliotecológicas son de difícil discernimiento.
El primer trabajo de índole claramente profesional en la Argentina
fue el Catálogo metódico de la Biblioteca Nacional (1893), a cargo de Paul
Groussac, quien fuera su director desde 1885 hasta 1929, y en el que se
manifiesta una influencia europea en la clasificación (Sistema de Brunet)
y en el diseño de la obra. A partir de este momento, se produce un in-
cremento en los estudios sobre la organización de las bibliotecas, gracias
a las actividades de un conjunto de personalidades que se abocaron a
instrumentar, con cierto rigor técnico, los estudios bibliográficos y bi-
bliotecológicos. Sin embargo, muchos de estos esfuerzos fueron aislados
y no sistemáticos. Mencionaremos, entre otros, los aportes de Luis Ricar-
do Fors, Federico Birabén, Pablo A. Pizzurno, Juan Túmburus, Pedro B.
Franco, Santiago M. Amaral, Enrique Sparn, Francisco Scibona, Ernes-
to Nelson, Alfredo Cónsole, Ángel M. Giménez, Raúl Carlos Cisneros
Malbrán, Hanny S. de Simons y otros (Finó y Hourcade, 1952; Barber,
Tripaldi y Pisano, 2003). Bibliotecarios que trabajaron y expusieron sus
ideas desde 1904 hasta 1934 y que se basaron, en casi todos los casos, en
la práctica cotidiana que desplegaron en sus bibliotecas. Fue un período
signado (fundamentalmente entre los años 1890 y 1930) por el positivis-
mo filosófico, el empirismo profesional y, en particular, por la imagen
del bibliotecario culto y erudito, aislado en su gestión administrativa.
Sin embargo, además de estas destacadas figuras de nuestra historia
bibliotecaria, es fundamental señalar algunos nombres y acontecimientos
que por su envergadura trascendieron las características insulares de
nuestra Bibliotecología. Algunos de estos hechos fueron los siguientes:
el intento de organizar una Escuela de Bibliotecarios y Archiveros en la

64 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Biblioteca Pública de La Plata (1904) ideado por Luis Ricardo Fors (a él se
debe el trabajo titulado Bibliología (1900), uno de los primeros de América
del Sur); el primer curso de enseñanza bibliotecológica (1909-1910)
dictado por Federico Birabén, a instancias de Pablo A. Pizzurno (Finó
y Hourcade, 1952); el aporte teórico y práctico, fundamentalmente en el
campo de la clasificación, de Juan Túmburus, con dos obras de valor para
la época: Apuntes de Bibliotecografía (1913) y El bibliotecario práctico (1915);
la inauguración de la Escuela de Archiveros y Bibliotecarios (1922), en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, creada
por el Dr. Ricardo Rojas (Fernández, 1996), la que lamentablemente
languideció por su carencia de formación técnica apropiada; y el intento,
osado y novedoso, de formar un Fichero Bibliográfico Nacional (1925),
plan ideado por Manuel Selva y que constituye el primer antecedente de
un catálogo colectivo (Rosso, 1928).
Durante este período, rico en ideas y realizaciones, debe agregarse
una serie de actividades de importancia, tales como el Primer Congreso
de Bibliotecas Argentinas (1908), la Asociación Nacional de Bibliotecas
(1908), la Oficina Bibliográfica Nacional (1909), el Segundo Congreso
Nacional de Bibliotecas Argentinas y Salas de Lectura (1910), y las activi-
dades desplegadas por la Oficina Bibliográfica de la Universidad Nacio-
nal de Córdoba (1928) (Sarmiento, 1930 y Sabor Riera, 1975).

Período de inicio profesional


Este dinámico movimiento bibliotecario, aunque no estructurado,
sentó las bases necesarias para inaugurar una nueva fase: el inicio de
la enseñanza profesional de la Bibliotecología. Gracias a las iniciativas
del Dr. Alberto Zwanck y de Ernestina Vila, autoridades del Museo
Social Argentino, se le encomendó a Manuel Selva la organización del
Curso de Biblioteconomía (1937-1942) (Parada, 1997). El contenido, si bien
modesto, se caracterizó por ser el primer programa regular y técnico
de la profesión en la Argentina. Debe destacarse, entre otros méritos,
que durante su existencia se formaron muchos de los bibliotecarios
que, poco tiempo después, serían los animadores de una de las etapas
más promisorias de nuestra Bibliotecología. Además se convirtió en un
importante divulgador del universo bibliotecario, tal como lo prueban
sus numerosas contribuciones escritas. Dos menciones ineludibles de
su producción bibliográfica fueron el Manual de Bibliotecnia (1939) y el
Tratado de Bibliotecnia (1944, 2 v.); obras que hoy revisten, indudablemente,
un interés histórico, pero que constituyen una referencia ineludible en
el desarrollo de la Bibliotecología nacional. Esta etapa culmina con la
creación, el 29 de diciembre de 1941, del Instituto Bibliotecológico de la
Universidad de Buenos Aires, bajo la dirección de Ernesto G. Gietz.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 65
Período de consolidación profesional
En 1943 el Curso del Museo Social fue sustituido por la Escuela de
Bibliotecología, a cargo de Carlos Víctor Penna. Este nuevo período señala
el comienzo de un profundo cambio en la Bibliotecología moderna de
la Argentina, pues su enseñanza, aunque con influencias aún complejas
y diversas, se adhiere a la escuela bibliotecaria angloamericana (Finó y
Hourcade, 1952). La nueva Escuela contó con un elenco de destacados
docentes y su prestigio se extendió por América Latina. Por otra parte,
en 1949, Augusto Raúl Cortazar diseñó un renovado plan de estudios
que actualizó la Carrera de Bibliotecarios en la Facultad de Filosofía
y Letras (UBA) (Fernández, 1996). Poco tiempo después, se inauguró
la Escuela Nacional de Bibliotecarios en la Biblioteca Nacional (1956).
En 1969, aunque ya había existido un importante antecedente en 1949,
comenzó la Carrera de Bibliotecarios en La Plata. Paulatinamente fueron
surgiendo, con distintos grados de especialización y formación, otras
escuelas de bibliotecarios en el interior del país. Hacia 1990 la Argentina
contaba con varias Escuelas de Bibliotecología, tanto nacionales como
provinciales y privadas.
En 1953 se constituyó la Asociación de Bibliotecarios Graduados de
la República Argentina (ABGRA). Entre sus numerosos objetivos profe-
sionales la Asociación se encargó de la organización de las Reuniones
Nacionales de Bibliotecarios. El movimiento bibliotecario se extendió al
interior del país donde se instituyeron otras asociaciones (Córdoba, Cha-
co, Jujuy, Entre Ríos, entre otras provincias).
La literatura bibliotecológica, escasa y dispersa, se incrementó con
obras importantes, tales como el Manual de Bibliotecología para bibliote-
cas populares (1951), obra redactada por varios de profesores de la Es-
cuela de Bibliotecología del Museo Social; Catalogación y clasificación de
libros (1945, 1949, 1964, 1967), de Carlos Víctor Penna; Diccionario de Bi-
bliotecología (1952, 1963, 1976), de Domingo Buonocore; y, fundamental-
mente, el Manual de fuentes de información (1957, 1967, 1978) de Josefa
E. Sabor; muchos de los cuales fueron utilizados en el mundo de habla
hispana. A estos títulos deben agregarse otras obras, algunas de ellas
anteriores, que en su momento brindaron valiosos aportes: Elementos
de Bibliología (1940) de J. Frédéric Finó, Elementos de Bibliotecología (1942,
1948, 1953) de Buonocore, y Tratado de Bibliología (1954) de Finó y Luis
A. Hourcade. Una referencia especial merecen dos contribuciones sobre
el desarrollo de los estudios histórico-bibliotecológicos: Evolución de la
Bibliotecología en la Argentina (1952) de Finó y Hourcade, y Contribución
al estudio histórico del desarrollo de los servicios bibliotecarios de la argen-
tina en el siglo XIX (1974-1975) de María Ángeles Sabor Riera. También
se publicaron revistas profesionales de significativa envergadura; dos

66 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


títulos, ya desaparecidos, merecen citarse por su importancia: Documen-
tación bibliotecológica (1970) y, Bibliotecología y Documentación (1979).
Es interesante observar, por otra parte, que si bien el aprendizaje de la
Bibliotecología a partir de 1943 se orientó hacia la escuela angloamericana,
la influencia europea no desapareció totalmente de nuestro ámbito
profesional. Un ejemplo de ello se materializó en el desarrollo de la
Documentación en nuestro país entre 1950 y 1985.
En 1963 se fundó en Bahía Blanca el Centro de Documentación
Bibliotecológica (Universidad Nacional del Sur), cuya labor se destacó
por su calidad profesional. Una mención aparte merece la fundación del
Centro de Investigaciones Bibliotecológicas de la Facultad de Filosofía
y Letras (UBA, 1967), luego recategorizado como Instituto, primero en
su tipo en América Latina, cuyo trabajo se ha plasmado en numerosos
proyectos de investigación y en la publicación de la primera revista
argentina, académica, de frecuencia regular, Información, Cultura y
Sociedad (1999), indizada por importantes repertorios internacionales.
La Carrera de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras se
convirtió, hacia fines de la década del 60, en la unidad académica de
mayor prestigio en la enseñanza de la Bibliotecología, reconocida por la
jerarquía de su plantel docente. Dos importantes ejemplos puntualizaron
el nivel alcanzado por sus profesores: El curso audiovisiual de Bibliotecología
para América Latina (1971), implementado en 1969 por Roberto Juarroz,
y la publicación de Métodos de enseñanza de la Bibliotecología (1968b) de
Josefa E. Sabor, ambos con los auspicios de la Unesco. Además, a nivel
internacional, un bibliotecario argentino, Carlos Víctor Penna, editaba
uno de los libros más interesantes y originales que haya dado la literatura
profesional latinoamericana, Planeamiento de los servicios bibliotecarios y de
documentación (Unesco, 1970).
Los años que abarcan entre 1960 y 2006 estuvieron signados por im-
portantes progresos y por grandes cambios de la Bibliotecología en el
ámbito internacional y nacional (Suárez, 1990). Algunos de los aconteci-
mientos más importantes, solo a modo de ejemplo ilustrativo, fueron los
siguientes: la aparición y el desarrollo de la Documentación, tanto en su
enseñanza como en la difusión de sus técnicas; la creación, en 1964, del ac-
tual Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica (CAICYT);
la aparición de numerosas redes y sistemas de información (REBIFA, SAIJ,
UNIRED, RECIARIA, etc.), principalmente agrupados por áreas específicas;
la renovación constante de los planes de enseñanza de la Bibliotecología;
la creación, en la Universidad de Buenos Aires, del Sistema de Bibliote-
cas y de Información (SISBI, 1985); el rápido incremento, aunque despare-
jo, de los procesos de reconversión informática de las bibliotecas ante el
advenimiento de las nuevas tecnologías de información y comunicación;

A L E J A N D R O E . PA R A D A 67
la aparición de varias Escuelas de Bibliotecología en el interior de la Re-
pública (Misiones, San Juan, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, entre otras
provincias); la publicación de nuevas revistas profesionales: GREBYD/No-
ticias (1989), Referencias (1994), Boletín de la Sociedad de Estudios Bibliográ-
ficos Argentinos (1996), Libraria (1997), Revista Argentina de Bibliotecología
(1998), la ya citada Información, Cultura y Sociedad (1999), Infodiversidad
(1999), Umbral (2000), a las que deben agregarse el Boletín de la Asociación
de Bibliotecarios de Rosario y A.B.C. Informa (Asociación de Bibliotecarios
de Córdoba); la fundación de entidades no estatales relacionadas con los
estudios bibliotecológicos, como el Centro de Estudios y Desarrollo Pro-
fesional en Bibliotecología y Documentación, y las actividades desplega-
das por la Sociedad Argentina de Información, entre otras instituciones
que promueven y alientan los estudios bibliotecarios.

I.2 ― Tipología de las bibliotecas argentinas


desde el período hispánico hasta 1830

Una vez identificada, en el contexto histórico de la Bibliotecología ar-


gentina, la etapa en la cual se desarrolla la presente investigación, bajo la
denominación de “Período independiente o de la Revolución de Mayo”
(cfr. cap. I.1), es necesario estudiar las distintas clases de bibliotecas que
existían en el actual territorio argentino desde el período hispánico hasta
el año 1830. En esta coyuntura inicial de nuestras bibliotecas, ya signada
por la independencia de España, tal como se detallará en el capítulo “La
construcción teórica del pensamiento bibliotecario” (cfr. cap. VI), estaban
dadas las condiciones, tanto instrumentales como teóricas, para la funda-
ción y posterior desarrollo de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Dentro de este marco conceptual (Busha y Harter, 1990) es importante
entonces formularse la pregunta siguiente: ¿es posible intentar, a partir
de la literatura bibliotecológica existente, una primera clasificación de
los distintos tipos de bibliotecas que funcionaron en la Argentina en ese
período?
La respuesta a este interrogante no es sencilla, pues la clasificación de
las bibliotecas conlleva, en sí misma, un grado de complejidad que tien-
de a la dispersión y al incremento de sus distintos tipos. Por otra parte,

68 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


el intento de dicha tipología constituye una posibilidad que permite es-
tudiar, entre otros temas, los problemas de la periodización de nuestra
historia bibliotecaria, la identificación historiográfica de la evolución de
las ideas bibliotecológicas (Finó y Hourcade, 1952) y, lo que es más im-
portante, la intención de abordar esta temática con una mirada centrada
en las prácticas de los usuarios, siempre complejas y de escurridizo ase-
dio. Se trata de una tipología exploratoria de la historia de las bibliote-
cas en la Argentina hasta la tercera década del siglo xix, signada por las
enmiendas y las sutilezas de los términos lingüísticos utilizados en la
identificación de las colecciones bibliográficas.
Es significativo señalar, además, que todo propósito taxonómico
consiste en una ficción parcial, cuya finalidad última es reducir la
pluralidad de accesos del universo social y cultural a una visión unilateral.
Las tipologías son divisiones artificiales basadas en una historicidad
escurridiza y cambiante, que varía, irremediablemente, con los nuevos
enfoques de cada época. No obstante, son las bases imprescindibles para
comprender y ordenar, aunque sea provisionalmente, un conjunto de
elementos (en este caso las bibliotecas) que de otra manera escaparían a
un conocimiento sistemático y panorámico del desarrollo bibliotecario
en la Argentina.
El análisis de una tipología como la presente se fundamenta en el
hecho de que la fundación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires,
indudablemente, no fue un hecho aislado de un contexto bibliotecario
determinado. La presencia de varios tipos de bibliotecas, pues, enriquece
y ayuda a plasmar el concepto de un proceso de larga duración en la
articulación y en la necesidad social de una agencia pública de estas
características en ese entonces.
En primera instancia se ubican los acervos más ricos e importantes
del período hispánico: las bibliotecas de instituciones o corporaciones
religiosas. Su detalle y enumeración excede, pues, el presente capítulo.
Algunas de las bibliotecas de estas instituciones (conventos, colegios,
monasterios, misiones) fueron de gran importancia en la historia de
nuestra cultura bibliotecaria. A modo ilustrativo citaremos las bibliotecas
de los jesuitas, dominicos, mercedarios, agustinos y franciscanos, cuyas
colecciones, esparcidas en el espacio colonial (Córdoba, Buenos Aires,
Santa Fe, Mendoza, Tucumán, Salta, Santiago del Estero), llegaron a
sumar una cantidad de libros nada desdeñable (Furlong, 1925; Sarmiento,
1930; Cabrera, 1930; Catálogo, 1943; Furlong, 1944 y 1969; Draghi Lucero,
1949; Ferreyra Álvarez, 1950 y 1952; Robledo de Selassie, 1976; Lértora
Mendoza, 1991; Llamosas, 1999; Colección Jesuítica, 1999; Aspell y Page,
2000; Index librorum, 2005).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 69
Los acervos bibliográficos, además, tuvieron una significativa
capacidad de adaptación a las diferentes situaciones políticas que
se presentaron a largo de su historia. Es así como, por citar solo un
ejemplo, las obras del Colegio Grande o de San Ignacio de Buenos Aires,
por intermedio de la Junta de Temporalidades, sirvieron de base para
formar la biblioteca del Real Colegio Convictorio de San Carlos de dicha
ciudad, dando lugar, en este caso, a otro subtipo de elenco bibliográfico:
bibliotecas originadas por la expulsión de los jesuitas (lo mismo sucedió
con los primeros fondos de la Biblioteca Pública de Buenos Aires). Un
acontecimiento nada extraño, pues a partir de la dispersión de las obras
de esta orden se enriqueció, notablemente, tanto el patrimonio de las
bibliotecas de otras congregaciones como el de las privadas (e incluso
los ejemplares con que se formó la modesta biblioteca pública de Santa
Fe). Empero, lo realmente interesante de estos acervos, que cubrían
los préstamos dentro de cada institución, fue que a mediados del siglo
XVIII comenzaron a satisfacer los requerimientos de muchos lectores
particulares, convirtiéndose, en varias ocasiones, en bibliotecas “cuasi
públicas” (Rípodas Ardanaz, 1999, 3: 249). De este modo, sus obras
trascendieron la esfera religiosa para llegar a otras manos, aunque fueran
las de un grupo pautado por una elite letrada.
Es reconocida, por otra parte, la presencia de uno de los más conocidos
tipos de “librerías” de la época estudiada: las bibliotecas particulares o
privadas. Estas colecciones constituyen un universo aún no abordado
sistemáticamente y cuya presencia se acrecienta año tras año gracias al
hallazgo de nuevos inventarios en los archivos. A esto debe agregarse que
muchos listados de libros identificados en los testamentos y que fueron
motivo, en el momento de su publicación, de análisis cuantitativos, en
la actualidad, se interpretan cualitativamente tomando en cuenta las
posibles prácticas de lectura de sus antiguos propietarios.
Resulta imposible, desde todo punto de vista, tan solo enumerar
una breve nómina de los poseedores de “librerías” particulares. Entre
los más conocidos citaremos a Bernardo Monteagudo (Fregeiro, 1879),
Agustín de Leiza (Rojas, 1918 y 1948), Manuel Estévez Cordero (Cano,
1926), Francisco de Ortega (Caillet-Bois, 1929), Santiago Liniers (Grenón,
1929), Manuel Belgrano (Belgrano, 1932; Gutiérrez, 2004), Benito
González Rivadavia (Palcos, 1936), Gregorio Funes (Furlong, 1939), Juan
Baltasar Maziel (Probst, 1940), Nicolás Videla del Pino (Biedma, 1944-
45), Francisco Bernardo Xijón (Molina, 1948), Pedro Antonio Arias de
Velázquez Saravia (Romero Sosa, 1949), José de San Martín (Zuretti, 1950
y Otero, 1961), Facundo de Prieto y Pulido (Levene, 1950; Parada, 2002),
Juan de Vergara (Molina, 1950-51), Hernando de Horta (Cutolo, 1955),
Fray Pedro Carranza (Cutolo, 1955 y Avellá Cháfer, 1990), Francisco

70 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Tomás de Ansotegui (Mariluz Urquijo, 1955), Pedro de Altolaguirre
(Torre Revello, 1956b), Hipólito Vieytes (Torre Revello, 1956a), Valentín de
Escobar y Becerra (Torre Revello, 1957), Miguel de Riglos (Molina, 1958),
Luis José Díaz (Torre Revello, 1958), Bernardino Rivadavia (Piccirilli,
1960), Domingo Matheu (Lista de libros, 1960a), Manuel M. Alberti
(Lista de libros, 1960b), Benito de Lué y Rodrigo Antonio de Orellana
(Grenón, 1961), José Ignacio Gorriti (Romero Sosa, 1961), José Cabeza
Enríquez (Torre Revello, 1965; Rípodas Ardanaz, 1982), Antonio José de
Ayala (Torre Revello, 1965), Tomás Sainz de la Peña (Torre Revello, 1965),
Manuel Moreno (Quiroga, 1972), Manuel Gallego (Mariluz Urquijo,
1974), Francisco Gutiérrez de Escobar (Rípodas Ardanaz, 1974), Claudio
Rospigliosi (Mariluz Urquijo, 1975), Francisco Pombo de Otero (Levaggi,
1980), Manuel de Azamor y Ramírez (Rípodas Ardanaz, 1982 y 1994),
Mariano Izquierdo (Rípodas Ardanaz, 1984), Feliciano Pueyrredón
(García Belsunce, 1997), José de San Martín y Tomás Godoy Cruz
(García-Godoy, 1999), etcétera. A esta lista incompleta deben agregarse
los nombres de las personas que realizaron las “Primeras donaciones de
libros en la Biblioteca Pública de Buenos Aires” (1944).
Numerosos investigadores, además, han dedicado estudios
panorámicos a varias bibliotecas particulares, tales como Luis G.
Martínez Villada (1919), Guillermo Furlong (1944), Carlos A. Luque
Colombres (1945), Atilio Cornejo (1946), Ramón Rosa Olmos (1955),
Osvaldo Vicente Cutolo (1955), Federico Palma (1958), Jorge Comadrán
Ruiz (1961), José Torre Revello (1965), Oscar F. Urquiza Almandoz
(1972), Daisy Rípodas Ardanaz (1975), Alejandro E. Parada (1994 y 1997-
98), Roberto Di Stefano (2001), Gregorio A. Caro Figueroa (2002), María
Verónica Fernández Armesto (2005), entre otros.
No obstante, a pesar del marcado carácter privado de estos elencos
de libros, gracias al empleo que se hizo de ellos, es posible señalar que
dicha característica era parcial o, al menos, no total. El préstamo de obras
–también denominado “redes de lectores” (Burke, 1998 [1995]: 23)– entre
familiares, amigos y conocidos, fue una actividad frecuente, dinámica
e intensa. Es común encontrar, en los documentos levantados por los
escribanos y sus amanuenses, todo tipo de referencias a obras tanto
prestadas por el testador como a otras que no pertenecieron a su librería.
Un notable ejemplo paradigmático de ello fue la verdadera biblioteca
particular circulante que instrumentó Facundo de Prieto y Pulido (cfr.
III.2) para beneficio de sus más íntimos y allegados, cuya circulación
asentó escrupulosamente en un “Cuaderno de los libros que me han
llevado prestados” (Levene, 1950; Parada, 2002: 77). Este caso no fue el
único, ni mucho menos, pues también fue muy común, al parecer, con
los ejemplares que fueron propiedad de Juan Baltasar Maziel.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 71
Otro tipo de colección de libros, de acceso libre, se encuentra
representado por la biblioteca pública catedralicia. El principal ejemplo
de su “deseado” establecimiento fue la última voluntad de Manuel de
Azamor y Ramírez, obispo de Buenos Aires entre 1788 y 1796, quien
dispuso que sus libros fueran entregados a la Catedral de la ciudad “para
que (...) con ellos (...) se forme y haga una librería pública” (Rípodas
Ardanaz, 1982:117). Debido a diversos avatares, lamentablemente, esta
biblioteca catedralicia no pudo inaugurarse y, pocos años después, sus
volúmenes pasaron a engrosar los estantes de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires. En cuanto a las disposiciones de su manejo, aunque estaba
destinada para el público lector, la finalidad última del obispo era muy
sugestiva y definida: la colección de libros debía servir para “la utilidad y
decoro” de la Iglesia, esto es, para engrandecer el prestigio de la Catedral
(Rípodas Ardanaz, 1982: 117 y 122).
El anhelo bibliotecario del obispo Azamor y Ramírez ya se había
materializado por ese entonces, pero de otra forma, a partir de la
donación en 1794 de la librería particular de Facundo de Prieto y Pulido
al Convento de la Merced (San Ramón) de la orden de los padres
mercedarios en Buenos Aires, dando así lugar a un nuevo tipo de
establecimiento: la biblioteca pública conventual. El acceso público a
este importante legado, que aparentemente funcionó hasta por lo menos
el año 1807 (Rípodas Ardanaz, 1982: 120-121, nota 273), fue autorizado
por el virrey Arredondo. Se trata del principal antecedente de lectura
pública en la ciudad de Buenos Aires y, sin duda, su existencia influyó en
la creación, poco tiempo después, de una entidad gubernamental similar.
Aunque las intenciones del matrimonio Prieto y Pulido, pues su esposa
también aparece como donante, estuvieron en cierto sentido menos
vinculadas al ámbito religioso, ambos reconocieron, implícitamente, que
los más capacitados y confiables para administrar su legado, en cuanto
al modo de emplear los libros, eran los hombres vinculados con la Iglesia
Católica. De modo que el manejo y la manipulación de las obras debían
responder aún a pautas heredadas del orden hispánico imperante hasta
entonces, donde, nuevamente, la Iglesia constituía una garantía para la
preservación y diseminación del conocimiento.
También son muy significativos los antecedentes sobre la presencia
de acervos bibliográficos (con acceso libre) impulsados desde la esfera de
la administración de la Corona. Prueba de ello fue la apertura al público,
en 1712, de la Biblioteca Real en España y, en el último tercio del siglo
XVIII, la inauguración de las bibliotecas públicas de Santa Fe de Bogotá
(1777) y de Quito (1792). Entretanto, en el Río de la Plata, el gobernador
Bucareli señaló la necesidad de crear “bibliotecas francas” con los ejem-
plares que habían pertenecido a los planteles jesuíticos. (Bravo, 1872;

72 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Rípodas Ardanaz, 1999, 3: 249). Además, se sabe que en Santa Fe existió
una pequeña biblioteca pública cuyo origen, igualmente, se debió a una
parte de los bienes de la Compañía de Jesús (Furlong, 1944: 65).
Recién en el año 1810 se presentó el principal acontecimiento
bibliotecario de la primera mitad del siglo xix: el establecimiento de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires. Lo realmente importante de este
hecho fue que la Biblioteca se debió a una decisión gubernamental, es
decir, nos encontramos ante la intencionalidad de la biblioteca pública
como organismo impulsado y sostenido por el Gobierno –fuera del
ámbito catedralicio y conventual– para la “educación” de los ciudadanos
(Gaceta de Buenos Aires, 1910; Groussac, 1893; Lucero, 1910). Su definitiva
inauguración en 1812, gracias a los aportes de numerosas donaciones de
particulares (a los que debe sumarse el legado de Azamor y Ramírez y el
arribo de ejemplares provenientes de los jesuitas de Córdoba), significó
una ampliación de la variedad de los usuarios y, por extensión, de la
riqueza de sus prácticas lectoras que apuntaron, por la complejidad de sus
finalidades, tanto a la formación del individuo como a su entretenimiento.
La Biblioteca Pública, en esta instancia, incursionó en un “ámbito de uso
extensivo” (antes ceñido a un orden “intensivo”, debido al reducido
número de habitantes que se apropiaban de los libros), pues trató de
desacralizar el texto impreso extendiendo su ubicuidad social a todos
los ciudadanos libres.
Las bibliotecas de sociedades de extranjeros (bibliotecas societarias)
también desempeñaron un papel trascendente en las primeras décadas
del siglo XIX. La mayoría se formó gracias a la iniciativa de entidades
de origen muy diverso, tales como cámaras de comercio extranjeras
y sociedades privadas. La más famosa, tanto por la cantidad como
por la calidad de sus libros, fue la biblioteca circulante de la British
Commercial Rooms (Sala o Cámara Comercial Británica) denominada
British Subscription Library que, al parecer, comenzó a funcionar en
1815 o en una fecha anterior. Su acervo, aunque no es seguro, superaba
los 600 volúmenes y poseía, además, un bibliotecario. (Cinco años,
1962: 56-58; Sabor Riera, 1974, 1: 50; Arrieta, 1955: 48; Parada, 1998: 34;
Hanon, 2005). Indudablemente, fueron bibliotecas de tipo “cerrado”,
destinadas solo a los socios o a los integrantes de cada sociedad; aunque
con el transcurso del tiempo tuvieron una mayor flexibilidad, en líneas
generales, representaron a grupos de elite vinculados con el comercio
exterior.
Esta tipificación se enriquece con otros elencos bibliográficos, destina-
dos, en la mayoría de los casos, a la educación: las bibliotecas de institutos
de enseñanza (tanto del Gobierno como privadas). La organización de la
enseñanza, de acuerdo con los nuevos intereses de la realidad política y

A L E J A N D R O E . PA R A D A 73
social del momento, fue uno los mayores problemas que debieron enfren-
tar los sucesivos gobiernos patrios. Entre las nuevas instituciones que se
crearon, cuyos patrimonios contaban con modestas bibliotecas, merecen
mencionarse la Academia de Matemáticas y Arte Militar (1816), cuyo ar-
chivo y plantel de libros estuvo a cargo del profesor Avelino Díaz; y el
Colegio de la Unión del Sud (1818), creado por Juan Martín de Pueyrre-
dón (denominado, en 1823, Colegio de Ciencias Morales). Una variante
de este tipo de entidades estuvo representada por la Sociedad Filantró-
pica de Buenos Aires (1815), cuyo animador principal fue, entre otros, el
padre Francisco de Paula Castañeda. La Sociedad desempeñó sus tareas
en el Consulado y contó con “una mesa de lectura y biblioteca, enrique-
cida con donaciones” (Sabor Riera, 1974, 1: 52-54). Poco después, las re-
formas educativas de Bernardino Rivadavia, que propiciaron el arribo al
país de ilustres personalidades y de una interesante inmigración france-
sa y anglosajona, alentaron la apertura de algunos colegios secundarios
de vida efímera que contaban con pequeñas bibliotecas en sus respecti-
vos establecimientos. Un ejemplo ilustrativo de este caso fue la biblioteca
que se formó en la Academia Argentina, dirigida por el escocés Gilbert
Ramsay y por el inglés John David Hull (La Gaceta Mercantil, no. 1196, 15
nov. 1827; Cutolo, 1983, 6: 58). Las representaciones tipográficas, en esta
clase de modestas librerías, se relacionaban con las prácticas de lectura
en el ámbito pedagógico, donde los parámetros de apropiación estaban
dados por la íntima relación con la enseñanza y el aprendizaje.
Hacia mediados de la segunda década del siglo xix apareció otro
tipo de biblioteca cuyo acceso era rentado: la biblioteca circulante. Uno
de los primeros en introducir esta agencia comercial, anterior a la de
Marcos Sastre, fue Henry Hervé. Su conocida “biblioteca” (denominada
English Circulating Library) funcionó desde 1826 hasta 1828, en la
calle Chacabuco no. 61. Una de sus principales actividades, además de
la circulación de ejemplares, fue la venta de libros, ya que todos estos
establecimientos florecieron por el comercio librero. Los usuarios, en
su mayor parte de ascendencia anglosajona, podían llevarse los libros
a su hogar abonando una pequeña cifra por año (Parada, 1998: 34-36).
Una variante de esta clase de “librerías circulantes” fueron los gabinetes
de lectura, cuyas existencias bibliográficas también dependieron de las
iniciativas particulares de un librero. Ya en 1829 Buenos Aires contaba
con una casa de estas características: el gabinete de lectura de los
hermanos Duportail. Formaba parte de la librería de estos comerciantes.
Un catálogo con 508 títulos divulgó, entre los habitantes de la ciudad, la
importante riqueza de sus anaqueles (Parada, 2005). Resulta complejo
identificar a los lectores de estas bibliotecas, aunque, en líneas generales,

74 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


además de abastecer a las comunidades extranjeras es posible que se
nutrieran de usuarios provenientes de la burguesía comercial local, tal
como aconteció en la ciudad de París en ese entonces (Parent-Lardeur,
1999).
Tampoco faltaron las curiosidades dentro de este sucinto panorama
de diversas tipificaciones bibliotecarias. Un caso muy llamativo fue
la biblioteca particular por encargo (o bibliotecas ofrecidas por
negociantes), como las que proveyó la firma del estadounidense William
Dana, quien en 1824 publicó un aviso en el cual decía:

Las personas que deseen proveerse de Bibliotecas para uso


particular [a] precios acomodados se servirán ocurrir á su casa, calle
Reconquista, no. 76, adonde se franqueará un Catálogo de libros...
(La Gaceta Mercantil, no. 134, 16 de mar. 1824).

Este anuncio publicitario demuestra la importancia del comercio para


formar colecciones de libros “a pedido o encargadas” por particulares, en
especial, a Europa. Existía, pues, un conocimiento “comercial” de dicha
tarea patrocinada por negociantes que sabían de las necesidades de sus
clientes. Se trataba, sin duda alguna, de bibliotecas de uso exclusivamente
privado y, por añadidura, circunscritas a la capacidad de compra de sus
futuros propietarios.
En última instancia, es oportuno señalar un vocablo genérico (identi-
ficador de la presencia latente y feraz del libro) y que, indudablemente,
no encuadra dentro de clasificación alguna: las bibliotecas en potencia.
Esta denominación –acuñada por Daisy Rípodas Ardanaz (1989, XI-2:
467 y 1999, 3: 247)– señala, en “sentido lato”, desde la existencia de “un
volumen único hasta los varios millares” que se agrupaban, en especial,
en las bibliotecas de las instituciones religiosas. Es decir, la presencia
del libro (y su facultad latente y creciente de convertirse en biblioteca
potencial) tanto en las ciudades más privilegiadas (Córdoba y Buenos
Aires) como en los lugares más apartados y humildes del actual territo-
rio argentino. Este encabezamiento cubre un vastísimo campo de modos
de ejercer la lectura, pues representa tanto al propietario de un modesto
volumen (posiblemente de temática piadosa) como a las distintas y poli-
facéticas representaciones del libro dentro de las comunidades vincula-
das con la Iglesia Católica. Por otra parte, a la expresión “bibliotecas en
potencia” debe agregarse otra identificación complementaria y funda-
mental: “las bibliotecas en acto”, es decir, el conjunto de procedimientos
con los cuales los lectores se apropiaban del contenido de los libros (Rí-
podas Ardanaz, 1989, XI-2: 483 y 1999, 3: 265).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 75
La complejidad y la ambivalencia fueron las características principales
de los distintos tipos de bibliotecas en la Argentina de ese entonces. Sin
embargo, dentro los límites semánticos de toda clasificación, es posible
esbozar el cuadro de la página siguiente que representa, provisionalmente,
dicha taxonomía.
Este cuadro de “Tipología de las bibliotecas argentinas” necesita de
varias y puntuales aclaraciones. Solo mencionaremos, en esta oportuni-
dad, la que se considera más importante y que ya ha sido mencionada
al comienzo: todo intento de “enmarcar” (en este caso, de realizar un
esquema clasificatorio) la variedad casi infinita de las diversas prácticas
ante el universo de la cultura impresa constituye, inequívocamente, una
falacia o, al menos, un intento más cercano a un orden deseado (la ne-
cesidad de incluir racionalidad concreta en la polivalencia social de los
fenómenos históricos) que a una instancia real. El orden y la memoria
tipológica, en este caso, solo persiguen dos finalidades. En primer tér-
mino, realizar una síntesis panorámica provisional y perfectible de los
distintos tipos de bibliotecas existentes en la Argentina desde el período
hispánico hasta 1830. Luego, en un segundo momento no menos signi-
ficativo, presentar el resultado de dicho resumen a quienes se inician en
esta clase de estudios.
Sin embargo, en muchas ocasiones, las finalidades no deben ser un
obstáculo para señalar las limitaciones que muchas veces encubren. Pues
este aparente e inofensivo esquema, que es una especie de “ficción con-
trolada”, encubre, entre otros muchos puntos, los aspectos siguientes:
desconoce la riqueza de recursos de los lectores para obtener los libros
deseados más allá de los tipos de bibliotecas, tales como las redes infor-
males de préstamos y la multitud de recursos recomendables (y de “los
otros”) para obtener las obras (contrabando, préstamo, legado, herencia,
hurto, copia manuscrita del ejemplar prestado); no toma en cuenta que
las distintas clases de bibliotecas siempre tuvieron, con mayor o menor
intensidad, “fugas o filtraciones” de textos hacia lectores a los cuales no
estaban destinados, en primera instancia, esos impresos (son muy cono-
cidos los casos de circulación de libros fuera de las instituciones religio-
sas, ya sea por influencias políticas o propias de la burocracia adminis-
trativa, ya por relaciones de amistad, ya por tratarse de grupos de elite
a los que no se les negaba un ejemplar por su lugar preponderante en la
sociedad); por otra parte, también deja de lado un hecho determinante:
la imposibilidad de conocer, por falta de estudios y de fuentes documen-
tales adecuadas, el uso de la colección y el tipo de lectura que hicieron
las personas de los contenidos textuales que cayeron en sus manos, pues
la riqueza de las representaciones culturales y de las prácticas lectoras
son, de hecho, un mundo casi inaprensible, cuyo estudio se encuentra

76 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


TIPO ÁMBITO ACCESO USO DE LA GESTIÓN TIPO DE LECTURA
(PERTENENCIA) COLECCIÓN

Bibliotecas de corporaciones religiosas cerrado limitado Iglesia religiosa/ formativa piadosa/


instituciones religiosas restringido espiritual
semipúblico
Bibliotecas privado / doméstico cerrado limitado personal profesional
particulares restringido (individuo) paraprofesional
recreativa
Biblioteca pública convento público extensivo Iglesia profesional
conventual / catedralicia catedral paraprofesional
recreativa
Biblioteca pública Gobierno público extensivo Gobierno profesional
paraprofesional
recreativa
Bibliotecas societarias sociedades privadas cerrado restrictivo privada paraprofesional
(sociedades de extranjeros) recreativa

Bibliotecas de institutos privado restringido limitado privada / enseñanza y aprendizaje


de enseñanza Gobierno semipúblico Gobierno

Bibliotecas privado cerrado restrictivo comercial paraprofesional


circulantes (comerciantes = libreros) restringido privada recreativa

Bibliotecas particulares encargo privado / doméstico cerrado limitado personal profesional


(ofrecidas por negociantes) restringido paraprofesional
recreativa

Tipología de las bibliotecas argentinas desde el período hispánico hasta 1830


constantemente pautado por lo efímero y lo escurridizo; e ignora, ade-
más, la rica interacción que se estableció, en el último tercio del siglo
XVIII y primeras décadas del XIX, entre el ámbito privado y el ámbito pú-
blico, donde este último, signado por un amplio movimiento cultural y
político, fue proyectando a los ciudadanos hacia una modernidad que
se alejaba de las posturas dominantes del Antiguo Régimen (Guerra y
Lempérière, 1998).
A todo esto hay que agregar una última reflexión. Los estudios
tipológicos nos aproximan a los estudios cuantitativos, a los datos
que brindan las estadísticas, a las enumeraciones “contundentes” de
los guarismos y de las listas nominales. Contribuciones, por cierto,
fundamentales y sustanciosas, pero que hoy resultan insuficientes.
De modo que es conveniente tomar esta tipología de las bibliotecas
argentinas bajo la luz de los nuevos aportes de la investigación cualitativa
e interpretativa en las Ciencias Sociales (Denzin y Lincoln, 2000).
La presente clasificación de los distintos tipos de bibliotecas existentes
en el período estudiado manifiesta, indudablemente, la ubicua presencia
del libro en el territorio de nuestra geografía. Una existencia, por otra
parte, que no implica un acceso de “todos” al mundo de la lectura. El
estudio de las prácticas escritas e impresas y, por ende, de la accesibilidad
de los habitantes de esa época al universo de las representaciones
tipográficas, lamentablemente, es un punto aún pendiente y que
necesitará de numerosas investigaciones para arrojar cierta luz a muchos
de sus aspectos más relevantes.
No obstante, es factible señalar un hecho: todo material que se alma-
cena con la finalidad de su cuidado tiende, en el corto o mediano plazo,
a ser consultado por los usuarios. La “presión” sobre los documentos
es directamente proporcional a su necesidad de manipulación. Nuestros
antepasados en el universo de la cultura impresa no fueron ajenos a esta
situación, pues forzaron y ampliaron la rígida taxonomía de las bibliotecas
según sus necesidades de lectura.

78 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


I.3 ― La Nueva Historia del Libro
y las Bibliotecas en la Argentina

La historia de la Historia del Libro y las Bibliotecas en la Argentina es,


sin duda, una asignatura compleja, dispersa, heterogénea, y no exenta
de muchas sorpresas tanto positivas como negativas. Para abordar su
análisis es necesario reparar en el contexto social, político y económico
de un Estado, como el argentino, que se formó a partir de numerosas y
disímiles corrientes inmigratorias. De modo tal que la Argentina cons-
tituye una rica confluencia de identidades autóctonas fuertemente pau-
tadas por aspectos y miradas extranjeras, en especial provenientes de
Europa. Su desarrollo bibliotecológico y, por consiguiente, su historia
bibliotecaria, ha oscilado entre estos dos ámbitos: su destino americano
y las influencias europeas y anglosajonas.
Dentro de este breve panorama, y teniendo en cuenta el desarrollo
de la Bibliotecología y su periodización en la Argentina, tal como se ha
señalado (cfr. cap. I.1 y I.2), es factible dividir en cuatro períodos, más o
menos diferenciados, la Historia del Libro y de las Bibliotecas en la Ar-
gentina: 1) el inicio de la Historia de las Bibliotecas con la figura de Paul
Groussac; 2) la edad de oro de la historiografía bibliotecaria argentina
con los aportes de José Torre Revello y Guillermo Furlong; 3) el asenta-
miento del período fáctico o descriptivo, a partir de la publicación de una
gran variedad de trabajos sobre la imprenta, el libro, el periodismo y
las bibliotecas; y 4) la transición moderna de la Historia del Libro a la
Historia de la Lectura, como consecuencia del auge de la Historia de
la Cultura. Dentro del marco de la presente exposición, signada por la
brevedad y por la necesidad de dar un resumen de este tema, es posible
señalar, a continuación, algunas de sus principales obras, tendencias y
características.
1. La primera historia referida a una biblioteca es la que redactó Paul
Groussac con motivo de la edición del primer tomo del Catálogo metódi-
co de la Biblioteca Nacional (1893). El perfil historiográfico adoptado por
Groussac, en este caso, no se aparta de otras contribuciones similares de
la época. El autor se ciñe a una exposición secuencial y documentada de
los distintos avatares de esta institución desde 1810 hasta 1892. En su cui-
dada prosa histórica, influida por la escuela francesa y por sus referen-
cias literarias, se destaca el ambiente positivista y cientificista. La imagen
del bibliotecario de ese momento se sintetizaba en un individuo intelec-
tualmente inquieto, volcado a otras actividades ajenas a las bibliotecas
(tal el caso de Groussac), en el empirismo bibliotecario, y en la necesidad

A L E J A N D R O E . PA R A D A 79
de que los fondos bibliográficos cumplieran con su misión de utilidad
social para los usuarios. De este modo, el paradigma del buen director
de una biblioteca se resumía en el bibliotecario culto y erudito.
Por otra parte, dentro de esta etapa inaugural, es pertinente destacar
un aporte anterior ya citado: el libro Las bibliotecas europeas y algunas de la
América Latina (1877) de Vicente G. Quesada. Aunque no se trata de una
obra de historia bibliotecaria, pues se aboca a aquel presente, muchos de
sus capítulos esbozan los orígenes y el desarrollo de varias bibliotecas
europeas desde la mirada de un intelectual argentino inaugurando, además,
los antecedentes de los estudios comparados en nuestra profesión.
2. La década de 1940 fue una de las etapas más importantes de los
estudios históricos sobre bibliotecas en la Argentina. Es un período
netamente fundacional, pues aparecen tres obras que constituyen un hito
en el ámbito de América Latina: Bibliotecas argentinas durante la dominación
hispánica (1944), Orígenes del arte tipográfico en América (1947), ambas de
Guillermo Furlong y, principalmente, El libro, la imprenta y el periodismo
en América durante la dominación española (1940), de José Torre Revello.
Esta última considerada hoy día como un clásico, a la par, por ejemplo,
de Los libros del Conquistador, de Irving A. Leonard (1949). Es importante
destacar algunos aspectos de dichas obras. En primer lugar, el estudio de
los inventarios de las bibliotecas particulares e institucionales y, junto con
ellos, el análisis de las listas de embarque de libros con destino a América.
En un segundo momento, la intencionalidad historiográfica de estas
contribuciones, dado que tenían por objeto demostrar que los impresos,
a pesar de las normas que restringían su uso, circulaban ampliamente en
las colonias españolas. El objetivo último se centraba, pues, en combatir
la “leyenda negra” que atribuía a España la responsabilidad del atraso
cultural de sus posesiones ultramarinas.
3. Paralelamente, entre 1910 y 1980, se publicó una serie de trabajos
que aportaron una significativa información fáctica sobre el desarrollo
histórico de nuestras bibliotecas. Algunas de las contribuciones más
importantes de este período fueron las siguientes: Nuestras bibliotecas
desde 1810 (1910), de Amador L. Lucero; Historia del libro y de las bibliotecas
argentinas (1930), de Nicanor Sarmiento; La imprenta argentina: sus orígenes
y desarrollo (1929), de Félix de Ugarteche; Libros y bibliotecas (1939), de
Juan Pablo Echagüe; Libros de derecho en bibliotecas particulares cordobesas:
1573-1810 (1945), de Carlos A. Luque Colombres; Bibliotecas privadas de
Salta en la época colonial (1946), de Atilio Cornejo; La biblioteca de los jesuitas
de Mendoza durante la época colonial (1949), de Juan Draghi Lucero; Historia
y bibliografía de las primeras imprentas rioplatenses (1953), de Guillermo
Furlong; Bibliotecas jurídicas en el Buenos Aires del siglo XVII (1955), de
Vicente Osvaldo Cutolo; Las bibliotecas en Catamarca en los siglos XVII, XVIII y

80 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


XIX (1955), de Ramón Rosa Olmos; Bibliotecas cuyanas del siglo XVIII (1961),
de Jorge Comadrán Ruiz; Bibliotecas en el Buenos Aires antiguo (1965), de
Torre Revello; Historia social y cultural del Río de la Plata: 1536-1810 (1969),
de Furlong, etcétera. Este período se cierra con un título significativo:
Contribución al estudio histórico del desarrollo de los servicios bibliotecarios de
la Argentina en el siglo XIX (1974-75), de María Ángeles Sabor Riera, obra
que posee la cualidad de sintetizar global y panorámicamente el estado
de las bibliotecas argentinas desde la época hispánica hasta 1910.
En esta etapa, el análisis de la evolución de las bibliotecas se caracteriza
por su impronta “descriptiva e interpretativa” del acontecer histórico
de dichas instituciones, fundamentalmente, en el libro de Sabor Riera,
que ya aporta elementos técnicos y profesionales propios de la esfera
bibliotecaria. Dentro de este período es importante señalar la aparición
de tres obras que se divulgaron, además, fuera de la Argentina: Historia
general del libro impreso (1964), de Raúl M. Rosarivo; Manual de incunables:
historia de la imprenta hasta el siglo XVIII (1972), de Guillermo S. Sosa; e
Historia gráfica del libro y la imprenta (1977), de Víctor Nep.
4. Hasta fines de los 70 la Historia de las Bibliotecas en la Argentina
estuvo ceñida, como se ha detallado, por el modelo “empírico-positivista”,
es decir, por lo que se ha dado en llamar la “ciencia histórica”. No
obstante, poco a poco, esta tendencia fue dejando lugar a otras
orientaciones historiográficas. Lentamente, pues, ganaron terreno
diversas concepciones, tales como la “Historia Total”, la “Escuela de los
Annales” y, más recientemente el New Criticism. Las Ciencias Sociales, los
estudios cualitativos, y la Historia de la Cultura influyeron en las nuevas
contribuciones argentinas sobre el desarrollo histórico de las bibliotecas.
Por añadidura, muchos especialistas de otras disciplinas (investigadores
literarios, filólogos, sociólogos, historiadores del arte) abordaron esta
temática desde otras perspectivas. Además, el estudio de la Historia de
las Bibliotecas tuvo un notable giro, ya que la Historia de la Lectura (de
sus prácticas, apropiaciones y representaciones) redefinió totalmente
este campo de estudio.
Es importante mencionar, a modo ilustrativo, algunos de estos
trabajos. Ellos son, en una arbitraria selección, los siguientes: Libros y
lecturas en la época de la Ilustración (1989), La biblioteca porteña del obispo
Azamor y Ramírez (1994), Libros, bibliotecas y lecturas (1999), obras de
Daisy Rípodas Ardanaz; Sectores populares, cultura y política (1995), de
Leandro H. Gutiérrez y Luis Alberto Romero; El imperio de los sentimientos
(1985), de Beatriz Sarlo; El discurso criollista en la formación de la Argentina
moderna (1988), de Adolfo Prieto; La biblioteca jesuítica de la Universidad
Nacional de Córdoba (2000), libro compilado por Marcela Aspell y Carlos
A. Page; La renovación de la Historia del Libro, de José Omar Acha (2000);

A L E J A N D R O E . PA R A D A 81
Religión y cultura: libros, bibliotecas y lecturas del clero secular rioplatense
(2001), de Roberto Di Stefano; Para una historia de la enseñanza de la lectura
y la escritura en Argentina (2002), contribución dirigida por Héctor Rubén
Cucuzza; El mundo del libro y la lectura durante la época de Rivadavia (1998),
De la biblioteca particular a la biblioteca pública (2002), El orden y la memoria
en la Librería de Duportail Hermanos (2005), Cuando los lectores nos susurran
(2007), Los libros en la época del Salón Literario (2008), de Alejandro E.
Parada; Infancia y cultura visual: los periódicos ilustrados para niños (1880-
1910) [2007], de Sandra M. Szir; etcétera.
A este listado se deben agregar varias contribuciones de innegable
interés en la temática. Por un lado, el ensayo literario centrado en el acto
de leer, representado por La dorada garra de la lectura: lectoras y lectores de
la novela en América (2002), de Susana Zanetti; La mujer romántica: lectoras,
autoras y escritores en la Argentina: 1830-1870, de Graciela Batticuore
(2005); y por El último lector (2005), de Ricardo Piglia; por otro lado, la
presencia de varios títulos consagrados a la Historia de la Enseñanza
de la Lengua y la Literatura, tales como Los arrabales de la literatura: la
historia de la enseñanza literaria en la escuela secundaria argentina (2004),
de Gustavo Bombini, e Historia de la enseñanza de la lengua y la literatura:
continuidades y rupturas (2006), de Valeria Sardi. E incluso un aporte
desde la Historia de las Imágenes: Aplicaciones del paradigma indiciario al
retrato de Lucía Carranza de Rodríguez Orey (2006), de José Emilio Burucúa.
Sin dejar de lado el importante aporte de un argentino radicado en el
exterior: Una historia de la lectura (1999), de Alberto Manguel. La Historia
de las Bibliotecas, en este marco, se revitalizó con el aporte de la Historia
de la Cultura, ampliando su área de investigación a temáticas que en el
pasado no se habían tenido en cuenta.
Así pues, la Historia de las Bibliotecas en la Argentina, si bien aún
modesta, siempre ha sido un campo prolífico y en consonancia con la
historiografía internacional. A lo largo de su transcurrir, muchas etapas
fueron superadas con relevantes éxitos y aportes. En primera instancia,
las pioneras contribuciones de José Torre Revello, quien tuvo la tarea de
inaugurar estos estudios cuando muchos historiadores los dejaban de
lado. Y en un segundo momento, es significativo destacar la capacidad de
muchos bibliotecarios e historiadores argentinos para asumir el desafío
de las nuevas ideas presentadas por autores como Roger Chartier, Peter
Burke, Robert Darnton, Carlo Ginzburg y Armando Petrucci, cuyas
concepciones desembocaron en la moderna Historia de la Lectura.
Si bien todavía resta mucho por hacer, tal es el caso de una “Historia
general de las bibliotecas y de las prácticas de la lectura en la Argentina”,
actualmente se están dando los pasos imprescindibles para realizar este
propósito en un futuro no muy lejano.

82 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


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94 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


II. ANTECEDENTES DE LA BIBLIOTECA
PÚBLICA DE BUENOS AIRES

Antes de abordar el análisis de la primera biblioteca de uso abierto


que funcionó en Buenos Aires, legado de Facundo de Prieto y Pulido al
Convento de la Merced en 1794 (cfr. cap. III), con inmediata anterioridad
a la Biblioteca Pública fundada por la Junta de Mayo en septiembre
de 1810, es oportuno detenerse en los antecedentes y en el contexto
bibliotecario internacional que influyeron, en forma determinante, en la
creación de nuestra primera biblioteca.
Asimismo, para comprender su inauguración definitiva en 1812 y sus
gestiones administrativas y de organización impresa iniciales (cfr. caps.
IV y V), resulta fundamental incluir estos orígenes en el contexto de la
Historia de la Lectura, de la sociedad de la época y de la participación
ciudadana.
Por lo tanto, no es posible el planteo de la existencia de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires, sin reflexionar sobre la evolución de estos
antecedentes que pautaron el cambio paulatino, pero sostenido, desde el
préstamo particular o institucional de los libros en el ámbito privado o
religioso al préstamo en la esfera pública del gobierno provisional.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 95
II.1 ― Contexto bibliotecario

La fundación y organización de la Biblioteca Pública de Buenos Aires


no fue un acontecimiento fortuito ni aislado. Sus antecedentes y remotos
orígenes presentan, aunque dispersos y heterogéneos, una relativa
abundancia. En líneas generales, es necesario ver este acontecimiento
como un hecho inevitable y lógico, con profundas relaciones en Europa,
América del Norte y en los dominios hispánicos, así como también en la
ciudad de Buenos Aires.
Por otra parte, la historia de los antecedentes de nuestra primera
Biblioteca Pública debe enmarcarse en la larga trayectoria que tuvo el
préstamo formal e informal de libros durante el período hispánico en el
actual territorio de la Argentina. En cierto modo, el estudio de los usos
y prácticas en el intercambio de las obras constituye una de las claves
para determinar la multiplicidad de las representaciones impresas que
culminaron con el advenimiento de la Biblioteca como agencia social,
una tarea que llevó a cabo la primera Junta de Mayo, pero inmersa, sin
duda, en necesidades culturales ineludibles de ese entonces.
Estos hechos que trazan el itinerario del libre préstamo de los fondos
bibliotecarios han sido mencionados por algunos autores (Zuretti, 1960;
Rípodas Ardanaz, 1989 y 1999; Zabala, 2002). Los tres precedentes
más significativos fueron: la biblioteca pública que funcionó en Santa
Fe, aparentemente desde 1774, de la que poco y nada se conoce,
salvo que debía destinarse “para Biblioteca común” (Documentos,
1924: CXXII; Furlong, 1944: 65; Rípodas Ardanaz, 1999: 249); los fondos
bibliográficos que donó –“para que... con ellos... se forme y haga una
librería pública que sirva para utilidad y decoro de la misma Santa
Iglesia y fomento de las ciencias”– al testar en 1796 el obispo Manuel de
Azamor y Ramírez (Rípodas Ardanaz, 1982: 117; Rípodas Ardanaz, 1994
y 1999: 249; Sanguinetti, 1951: 52), y que luego sirvieron de base para la
colección de la Biblioteca Pública de Buenos Aires (Levene, 1938: 72);
y fundamentalmente, el establecimiento de una biblioteca pública en el
Convento de la Merced de Buenos Aires en 1794, a partir de la donación
en vida de la biblioteca particular del escribano de la Real Audiencia,
don Facundo de Prieto y Pulido (Levene, 1950; Rípodas Ardanaz, 1999:
249; Parada 2002).
Empero, también existió una serie de precedentes “menores” de vital
importancia. En primer término, el préstamo de obras en la esfera interna
de las instituciones religiosas, esto es, los libros que circulaban intramuros
en esas congregaciones con fines de enseñanza y de formación espiritual.
Existen numerosas fuentes donde se cita indirecta o directamente este

96 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


empleo de los libros. Un ejemplo que ilustra esta situación, tan solo por
tomar uno al azar, es el testamento del presbítero Antonio de Oroño, cura
de la Iglesia Catedral de Santa Fe, que al fallecer en 1781 dejó sus libros
“para que en la Sacristía [...] sirvan a los curas” (Furlong, 1944: 64-65),
señalando, nuevamente, el uso catedralicio de ciertos elencos de libros.
Otro caso paradigmático es, sin duda, el reglamento que elaboraron en
1757 los jesuitas de la ciudad de Córdoba en la redacción de su catálogo o
“index” del plantel de su importante biblioteca (Catálogo, 1943; Aspell y
Page, 2000; Index, 2005). Este tipo de acceso interno a los textos impresos
no solo era representativo de las comunidades religiosas de las ciudades
más importantes de ese entonces, también se daba, por ejemplo, en
las estancias y en las misiones jesuíticas, donde los libros, por fuerza,
escaseaban (Furlong, 1925; Furlong, 1944: 49; Furlong, 1944: 57).
Pero los libros, y este es el tópico a destacar en los antecedentes de
libre circulación, a la vez que internamente, en palabras de Rípodas
Ardanaz (1999: 250), circulaban “dentro y fuera de la casa” en todas las
instituciones religiosas. Por añadidura, el “reglamento” cordobés de 1757
ya diluía esta frontera entre la circulación interna y externa, al afirmar,
sin eufemismos ni circunloquio alguno, que “si se prestan algunos libros
fuera de la Casa, procurará el bibliotecario que sean recuperados a su
tiempo y entre tanto anotará en algún registro, cuáles son esos libros y a
quiénes los ha prestado”.
El virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, en 1783, al fundamentar el
Reglamento de la Biblioteca del Real Colegio Convictorio Carolino señaló,
indirectamente, la inusual salida de los libros fuera de la institución, al
sostener que el rector debía extremar sus cuidados “para que fuera del
Colegio no salgan libros, por título, ni pretexto alguno, y ni aun el mismo
rector, ni alguna otra persona podrá prestarlo” (Documentos, 1924: 257-258).
El hecho de que las bibliotecas conventuales obraran “como acervos
de uso público”, en ese juego ambivalente de lecturas cruzadas, tanto de
puertas adentro como afuera, lo demuestra el informe del Dr. Carlos José
Montero en el que esboza la organización administrativa de los estudios
en el Real Colegio de San Carlos en 1787, donde comenta la escasez de
libros que padecen en ese Colegio los catedráticos, a tal punto que se ven
en “la vergonzosa pensión de haberlos de mendigar en las librerías de los
conventos regulares”, por lo que propone, como solución final, “que se
franqueasen todos los libros que pidiesen de la Biblioteca que fue de los
expatriados ex jesuitas” (Documentos, 1924: 92-93; Furlong, 1969: 56).
Era, pues, un préstamo con características informales que, en el
mejor de los casos, dependía de la buena voluntad del bibliotecario a
cargo de la colección, o de los vínculos o prestigio social del usuario
demandante. Asimismo, también existió el préstamo intrabibliotecario,

A L E J A N D R O E . PA R A D A 97
es decir, el traslado de obras desde una congregación hasta una filial o
dependencia menor, tal es el caso de la “Memoria de los libros y otras
cosas que el Colegio de Buenos Aires tiene prestados en la residencia de
Montevideo”, donde se detallan las obras que los jesuitas trasladaron
en préstamo a la reciente ciudad vecina fundada por Bruno Mauricio de
Zabala. De modo que, ya en ciernes, las instituciones vinculadas con la
Iglesia Católica practicaron y alentaron, en formas diversas, el empleo,
más o menos libre, de la cultura impresa.
Otra situación propicia para la consulta pública de los libros fue la
expulsión, en 1763, de los jesuitas del Virreinato del Río de la Plata. Los
ingentes bienes impresos de esta congregación, en la mayoría de los
casos, pasaron a ser fiscalizados por distintas órdenes religiosas. Pero
en ocasiones este proceso fue lento y sumamente complejo, en grado tal
que las autoridades temían por el estado de preservación de los bienes
de los expulsados.
Dentro de este contexto, en 1767, el gobernador de Buenos Aires,
Francisco Bucareli y Ursúa, planteó al conde de Aranda la posibilidad
de mantener los fondos que fueran de los jesuitas bajo la custodia de
los dominicos como “bibliotecas francas” (Bravo, 1872: 89; Torre Revello,
1965: 81-82; Furlong, 1969: 56; Rípodas Ardanaz, 1999: 249).
Un dato curioso y no menos interesante lo constituye el primer
antecedente de crear una “biblioteca especializada” en temas económicos,
tal es el caso de la que solicitó en 1801, para su creación y uso en el
Consulado, el síndico Ventura Marcó del Pont (Furlong, 1969: 56).
Tampoco se debe olvidar otro intento de consulta pública: las
gestiones que se habían llevado a cabo en el año 1806 para instalar una
biblioteca pública, a instancias del erario del Cabildo de Buenos Aires
que, lamentablemente, se malogró cuando las fuerzas inglesas entraron
en la ciudad comandadas por Sir Carr Beresford (Levene, 1938: 73 y 80;
Torre Revello, 1965: 85).
A esto debe agregarse el importantísimo e insoslayable intercambio
personal de los libros prestados por las bibliotecas privadas a todo tipo de
personas; un itinerario signado por una práctica de lectura casi invisible
y de difícil asedio, cuyo exponente máximo, entre otros muchos durante
el período hispánico, fue la “biblioteca circulante particular” de Facundo
de Prieto y Pulido, minuciosamente detallada en su “Cuaderno de libros
que me han llevado prestados” entre los años 1779 y 1783, tal como se
estudia en el punto III. 2.
Por lo tanto, la compleja presencia de esta clase de inquietudes de
préstamo a favor de la apropiación pública en vísperas de la Revolución
de Mayo, ya sea de circulación restringida (uso interno dentro de una
congregación), ya sea de características más amplias (acceso externo),

98 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


plantea la necesidad de algunos ajustes en el capítulo I.2, pues la
“tipología de las bibliotecas argentinas”, en esa instancia, debe de verse
como una periodización articulada en una estructura de larga duración.
En el momento de circunscribir la cultura impresa en el ámbito de
su disposición para la manipulación franca, indudablemente, dicha
tipología resulta insuficiente. De ahí que ahora se requiera una mayor
identificación de los acervos bibliográficos desde el punto de vista de sus
prácticas potenciales por parte de los lectores, y no por el lugar en el cual
se encuentran agrupados los libros.
Es fundamental, pues, ajustar esa tipología a una nueva realidad que,
en líneas generales, puede ser la siguiente: 1) bibliotecas semipúblicas
informales (definidas por el préstamo externo en las congregaciones
religiosas), 2) biblioteca pública conventual (donación de Prieto y
Pulido al convento de la Merced), 3) biblioteca pública catedralicia
(donación del obispo Azamor y Ramírez a la Catedral), 4) bibliotecas
públicas de Temporalidades (fondos bibliográficos de los expulsos
jesuitas destinados a uso público), 5) biblioteca pública capitular o
cabildante (iniciativa del Cabildo de Buenos Aires para fundar un
ámbito de lectura abierto en el año 1806), 6) biblioteca económica de
uso Consular (iniciativa del síndico Marcó del Pont), y 7) bibliotecas
particulares de uso semipúblico (préstamo entre los propietarios de
libros, y el “cuaderno de préstamos” de Prieto y Pulido).
Antes de desarrollar otros antecedentes de interés en la gestación y
establecimiento de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, y luego de es-
tudiar los hechos anteriores, necesariamente se plantea una pregunta de
fondo: ¿la historia de los acontecimientos preliminares de esta institu-
ción, en definitiva, no es la historia de la multiplicidad de las formas de
préstamo? Es decir, a través de la variedad del uso gregario de la cultura
impresa de la época, ¿es posible comprender su inauguración desde una
óptica centrada en un proceso de participación ciudadana de larga du-
ración?
En sentido amplio, se trata de una hipótesis de trabajo factible que
exige una aproximación compleja y conjetural. Pero, inequívocamente,
antes de su fundación, y a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, exis-
tió un importante movimiento de uso de los libros “con intencionalidad
gregaria” que, sin duda, influyó en la decisión de la Primera Junta por
su pronta apertura.
No se debe olvidar, además, que en los dominios hispánicos ame-
ricanos no existieron las social libraries (Shera, 1965), características de
Nueva Inglaterra (Estados Unidos), donde la presencia y la lectura de
la Biblia en el mundo protestante favoreció el desarrollo comunitario de
los acervos bibliográficos. De modo que los habitantes de estos dominios

A L E J A N D R O E . PA R A D A 99
debieron apelar a otras estrategias lectoras para apoderarse de los textos
impresos. En ese contexto, entonces, es necesario reparar en esta práctica
de “manipulación semipública tipográfica” que alentó y promovió, a la
larga, la instalación de la primera Biblioteca Pública.
No obstante, existen otros acontecimientos preliminares en los cuales
no se ha reparado con el detalle que merecen. Nos referimos a los casos
norteamericano y europeo. Antes de que la biblioteca pública fuera un
fenómeno social y, en cierto sentido, arrollador, como sucedió a fines del
siglo XIX y comienzos del XX en los Estados Unidos, proliferó en Europa
un conjunto de instituciones que prepararon definitivamente el floreci-
miento de estas agencias sociales. El siglo XVIII europeo señala el comien-
zo de esta etapa, que se extenderá, con altibajos y retrocesos parciales,
hasta principios del siglo XX.
Ya en el París de 1784 existían, al menos, dieciocho bibliotecas públicas,
que si bien abrían sus puertas con limitaciones y horarios restringidos,
comenzaban a perfilarse como entidades con un desempeño social
propio y comunitario (Chartier, 1993: 148).
En esa época proliferaron en Inglaterra y sus colonias americanas, así
como en Francia, un conjunto abigarrado y heterogéneo de corporaciones
relacionadas con la lectura masiva y el intercambio de ideas. Un listado
preliminar de ellas es el siguiente: gabinetes de lectura, sociedades
literarias, bibliotecas circulantes, cámaras de lectura, book-clubs, etc.
Todos ellos de difícil clasificación e identificación, pero con objetivos
similares: la movilidad del libro y de la lectura hacia sectores sociales
más amplios.
Este movimiento en favor de la lectura pública también se había
iniciado en el siglo XVII en Nueva Inglaterra; luego de un principio
modesto tomó la forma de un movimiento significativo en la centuria
siguiente. En 1731, a instancias de Benjamin Franklin, se fundó la Library
Company of Philadelphia, la primera biblioteca de carácter asociativo
(Shera, 1965: 31). Rápidamente, pues, proliferaron en los Estados Unidos
las bibliotecas parroquiales, sociales y de circulación.
A estas iniciativas se refirió en 1812 Manuel Moreno cuando redactó la
biografía de su hermano, ya que comparó la labor realizada por Mariano
Moreno en la Biblioteca Pública con la llevada a cabo por Franklin
(Moreno, 1812: 263 y 267); afirmación que demuestra el conocimiento
que se tenía de la biblioteca societaria y pública fundada por el prócer
estadounidense. Benjamin Franklin fue, pues, una figura ejemplar en el
momento de establecer una biblioteca en Buenos Aires.
España también contó desde 1712 con una entidad similar durante
el reinado de Felipe V, representada por la apertura al público de la
Biblioteca Real (Escolar, 1985: 336; Rípodas Ardanaz, 1989).

100 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Posteriormente, la Revolución Francesa capitalizó como propio este
movimiento. Esto sucedió en tal grado que en numerosas ocasiones se
ha tomado el origen de la biblioteca pública en los sucesos populares que
materializaron dicha Revolución. Una de las primeras medidas del movi-
miento revolucionario fue acentuar y difundir esta tendencia en favor de
la biblioteca pública. En los primeros momentos del auge jacobino, se dio
un impulso decisivo a los fondos bibliográficos que estaban en poder de
la aristocracia y del clero para ponerlos a disposición del pueblo. Prueba
de ello fue el intento de establecer la Bibliographie Générale de la France y la
apertura, además, de numerosas bibliotecas públicas a partir de los acer-
vos bibliográficos de las bibliotecas confiscadas (Riberette, 1970).
Dentro de esta situación general, deben agregarse dos importantes
antecedentes en la América española: el establecimiento de las bibliotecas
públicas de Santa Fe de Bogotá, en 1777, y de Quito, en 1792 (Torre
Revello, 1965: 82; Rípodas Ardanaz, 1989: 468-69; Rípodas Ardanaz,
1999: 249).
La fundación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires fue, pues, uno de
los últimos eslabones de una larga cadena de acontecimientos similares.
Sucesos que tuvieron sus orígenes no estrictamente en la Revolución
Francesa, sino en hechos anteriores, indudablemente impulsados luego
por ella con renovado vigor; y que forman parte de un movimiento más
vasto y profundo, cuyas raíces se encuentran en la Europa anterior a la
Revolución y en lo que serían posteriormente los Estados Unidos. Fue,
entonces, un movimiento lento y ascendente, con vertientes múltiples
y heterogéneas, pautado, inequívocamente, por el acceso al mundo del
libro y de la lectura de amplios sectores de la sociedad.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 101
II.2 ― Sociedad, ciudadanía e Historia
de la Lectura

Es posible reflexionar sobre las relaciones de causalidad o de influencia


(directa e indirecta) que pudieron tener entre sí los antecedentes
mencionados anteriormente. Sin embargo, el interés subyace en la
evolución del concepto de la Biblioteca Pública más que en la relación
histórica de dichos orígenes que, como hemos señalado, responden a
iniciativas distintas y no necesariamente vinculadas.
Dentro, pues, de este contexto es oportuno identificar cuatro momen-
tos o instancias diferentes que esbozan, en esta aproximación preliminar,
el paulatino pasaje del préstamo privado o informal al uso de los libros en un
establecimiento público.
En un primer momento, tal como hemos observado, la idea de
la biblioteca en el Río de la Plata como bien de usufructo público, se
estructuró bajo la influencia de dos corrientes de distinta procedencia,
pero complementarias en su objetivo: la influencia europea y la
estadounidense, esta última acaso menos conocida.
Esta tendencia definida por la manipulación gregaria de los libros,
si bien en forma excepcional o esporádica, también se presentó en el
Buenos Aires colonial, donde varias instituciones religiosas, tales como
el Real Colegio de San Carlos y el Convento de Santo Domingo, solían
facilitar sus libros a muchos usuarios en carácter de préstamos informales
obrando, de este modo, tal como lo ha sostenido Rípodas Ardanaz, como
bibliotecas “cuasi-públicas”; es decir, acervos bibliográficos cuya calidad
de uso gregario estaba “sustentado o permitido” gracias a un favor dado
por una corporación religiosa.
En un segundo momento, la mayoría de las iniciativas relacionadas
con la formación de un fondo público de acceso al libro tuvieron como
origen o promotor a un particular. Prueba de ello es el caso del matrimonio
Prieto y Pulido, y la intencionalidad testamentaria del obispo Azamor y
Ramírez. Es decir, el primer paso lógico que tendieron a dar los poseedores
de importantes fondos bibliográficos privados fue brindarlos, en vísperas
de su muerte o luego de su fallecimiento, para su uso comunitario.
Las bibliotecas se veían como repositorios signados por la utilidad
de sus fondos. Era importante, pues, que, al morir los propietarios, sus
acervos permanecieran en un uso constante. Esta finalidad pragmática y
operativa de las librerías particulares fue un móvil de real trascendencia
en el momento de decidir la fundación de una biblioteca pública. Empero,
es importante destacar que estos emprendimientos particulares, si bien

102 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


la mayoría de las veces carecieron del amparo de la administración local,
tuvieron, en más de una ocasión, su equivalencia –aunque menor– en
la esfera oficial, tal como se ha señalado, oportunamente, en el caso del
gobernador de Buenos Aires, Francisco Bucareli y Ursúa; sin olvidar,
además, que el virrey Arredondo apoyó decididamente la inauguración
de la Biblioteca Pública de la Merced en 1794. Esto significa y refuerza la
idea de que tanto particulares como algunas autoridades estaban imbuidos
de la necesidad de una agencia cultural de estas características.
En un tercer momento, hasta 1810, la idea predominante de quién
debía hacerse responsable de una futura biblioteca pública, tanto en su
organización como en su gestión, se centraba en la esfera religiosa. No
se presentaba la opción, por lo menos en la documentación existente,
de que el Gobierno se hiciera cargo de ella. Al retomar los casos citados
confirmamos esta suposición.
Facundo de Prieto y Pulido (cfr. cap. III) pensaba en una biblioteca
pública conventual, al legar su colección de libros al Convento de la
Merced en 1794. Y el obispo Azamor y Ramírez había donado sus libros
para fundar una biblioteca pública catedralicia que, lamentablemente, no
se concretó. Los responsables y acaso los más idóneos para llevar a cabo
esta empresa en las postrimerías del Virreinato eran, indudablemente,
los religiosos, debido a su prestigio intelectual y al conocimiento que
tenían de la administración de sus importantes librerías institucionales
(Di Stefano y Zanatta, 2000; Calvo, Di Stefano y Gallo, 2002; Di Stefano,
2001 y 2004).
Y en un último momento, se produce el giro gubernamental que se
materializa en la responsabilidad de la Junta para fundar y proteger
a este organismo social. La Revolución de Mayo impone un cambio
trascendente al proceso de gestión cultural, al decidir el establecimiento
de la Biblioteca Pública en septiembre de 1810. El cambio radica en el
hecho de sustraerla del ámbito religioso, pues la Biblioteca pasa a tener
un valor social fundamental para el Gobierno provisional. En este
sentido, la difusión de una nueva entidad en el plano de la esfera urbana
y pública constituye una decisión política, cuyas raíces se encontraban en
el amplio proceso de laicización de la cultura rioplatense (Chiaramonte,
2007: 103).
La nueva acepción de algunas palabras y su frecuencia de aparición
en los distintos entrecruzamientos de los discursos, como los vocablos
“instrucción”, “educación” y “biblioteca pública” se estructuran en un
renovado medio lingüístico, aunque con reminiscencias de sus usos
coloniales (Goldman, 1988 y 1992).
Los líderes de la Revolución de Mayo deciden fundar la Biblioteca
Pública en el fragor de las luchas contra España porque la ven como un

A L E J A N D R O E . PA R A D A 103
organismo capaz de amplificar y robustecer la Revolución misma. Así
lo confirma la “Idea liberal económica sobre el fomento de la Biblioteca
de esta capital” de Aguirre y Tejeda, tal como se estudia en el capítulo
VI, pues su creación consolidó y acompañó el proceso revolucionario
iniciado en mayo de 1810.
Puede tomarse, entonces, la decisión de inaugurar la Biblioteca
Pública como una decisión política que no podía postergarse. El Primer
Triunvirato, ya en 1812, agobiado por un conjunto de problemas, llevó a
cabo un acto de afirmación política y de compromiso con los habitantes
de Buenos Aires que habían cooperado, mediante el legado de libros y de
fondos pecuniarios, para su definitivo establecimiento. De este modo se
produjo una significativa construcción del consenso y de su visibilidad
entre el poder político y la sociedad civil.
Así, y dentro de las limitaciones ya señaladas, la presencia de la Bi-
blioteca Pública en la Argentina tiene sus orígenes en fuentes diversas y
heterogéneas respondiendo, en muchas ocasiones, a múltiples circuns-
tancias e intereses. En resumen, como hemos observado, sus fuentes más
lejanas se remontan al origen de la biblioteca pública en Europa (Francia
y España) y Estados Unidos; pasan luego por las iniciativas de particu-
lares o de congregaciones religiosas, tanto en su interés de benefactores
públicos como por influencia del contexto de la Ilustración en la cual
abrevaron varias de sus lecturas; o bien evolucionando posteriormente
hacia una donación de los acervos privados, bajo la administración de
órdenes conventuales o por una tutela catedralicia; y, finalmente, como
una agencia gubernamental que debía ser institucionalizada y patroci-
nada por la Junta.
Esta “evolución” de la Biblioteca Pública de Buenos Aires como entidad
gubernativa también debe encuadrase dentro de otro contexto de real
importancia. Por una parte, se relaciona con la laicización o amplificación
del fenómeno de la lectura como acontecimiento público y urbano; es
decir, el Gobierno provisional comienza a interesarse por una paulatina
democratización del libro y su acceso, pues es necesario, tal como lo afirma
Aguirre y Tejeda, que las bibliotecas y las imprentas se extiendan por las
provincias y por el continente americano (cfr. cap. VI).
La concepción pragmática del universo del libro se encuentra imbri-
cada con dos aspectos caros a la Revolución: la formación cultural del
ciudadano y la necesidad de promover los oficios y las industrias. En un
sentido amplio, los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, lejos
de responder a necesidades altruistas o de beneficio desinteresado hacia
la población, estuvieron pautados por necesidades políticas y económi-
cas, precipitadas, en más de una ocasión, por acontecimientos coyuntu-
rales de ese momento histórico crucial que comenzó con la Revolución

104 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


de Mayo, pero que tuvo sus antecedentes en las reformas impulsadas
por Carlos III y en la llamada Ilustración Española.
Por otra parte, el advenimiento de la Biblioteca Pública se encuentra
íntimamente vinculado con otros aspectos fundamentales, tales como la
desacralización del libro y de la lectura en distintos sectores sociales, la
lenta pero inevitable pérdida de la hegemonía religiosa en torno a la sus-
tentación y funcionamiento de las bibliotecas, las características funcio-
nales o de “uso” que tomaron los libros como elementos fundamentales
para “la ilustración del público” y el ejercicio de las profesiones liberales,
y la aparición de la lectura como un acontecimiento que incluía prácti-
cas, posesiones, representaciones y manifestaciones propias de un mun-
do en el cual las culturas de elite y las populares comenzaban a diluir los
límites de los estamentos tradicionales.
A todo esto debe agregarse un elemento de vital importancia. Si bien
la creación de la Biblioteca Pública en 1810 por parte del primer Gobierno
patrio fue un acto de política cultural revolucionaria, no es menos cierto
que los miembros de la Junta de ese entonces aprovecharon el ambiente
favorable que existía para su fundación, pues la idea de la creación ya había
cuajado en amplios sectores de la población. Una prueba fueron los donati-
vos pecuniarios y de libros que se hicieron para su pronta apertura.
En efecto, resulta conmovedor recorrer las páginas de la Gaceta
de Buenos Aires donde se detalla el listado de los ciudadanos que se
desprendieron de obras y dinero para incrementar los fondos del futuro
establecimiento. Lo realmente interesante de este acontecimiento es el
apoyo incondicional que tuvo por parte de la ciudadanía. Aunque la
mayoría de los donativos venían, en buena medida, de la elite porteña
de la época, también otros sectores se encontraban representados en esta
cruzada a favor de la biblioteca. Su inauguración, además de ser una
acción de gobierno, fue una empresa de muchos, una causa común que
se relacionaba estrechamente con los destinos de la Revolución, donde
la opinión pública ganó un importante espacio en su legitimidad política
y en la implementación de sus discursos. En esta instancia, pues, y con
motivo de la inauguración de nuestra primera Biblioteca Pública, el
tema de la representación se alineó, inequívocamente, en los ámbitos de
la sociabilidad, el espacio urbano y la creciente politización de Buenos
Aires, un tópico que se enmarcó en la formación y en el disciplinamiento
de la opinión pública (Sabato y Lettieri, 2003).
La disolución del imperio español trajo como consecuencia un
conjunto de cambios dentro de la estructura de la vida social y política.
La dinámica participación del pueblo en el proceso de gestación de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires, sin duda, constituye una prueba de
la nueva relación política entre los ciudadanos y los gobernantes. Un

A L E J A N D R O E . PA R A D A 105
vínculo donde la sociedad civil pretendía, y de hecho lo hacía, compartir
el poder político (Sabato y Lettieri, 2003: 11).
Esta situación marca un punto de inflexión y de agrupamiento de
intereses tras una causa específica. Por un lado, la decisión gubernamental
de fundar una biblioteca de lectura pública; por otro, el aliento de un
amplio sector de la ciudadanía para lograr su concreción. Esto marca
un nuevo cuadro de situación. En las postrimerías del siglo XVIII las
iniciativas particulares habían sido vitales en la posible instalación de
una biblioteca pública, tales los casos del matrimonio Prieto y Pulido
y los postreros deseos del obispo Azamor y Ramírez. Ahora, cuando el
empuje venía del propio gobierno, reaparece la iniciativa particular para
apoyar su gestación.
Empero, no se trata de una iniciativa particular como lo fueron las
anteriores, pues la diferencia se observa en que se parece más a un
movimiento social que a una suma de individualidades.
No obstante, años después, en 1812, cuando Luis José Chorroarín
y Bernardino Rivadavia definieron los temas que debería abordar el
reglamento de la institución, tal como se plantea en el punto IV.2, este
entusiasmo de la comunidad había decaído y ya no tenía la trascendencia
de la primera época.
El movimiento social, de índole política, cultural y económica que
había agrupado a gobernantes y ciudadanos en una misma línea de
acción, languidecía en 1812 debido a la postergación en el inicio de sus
actividades. Es por ello que Rivadavia, en su carácter de secretario del
Primer Triunvirato, decide su pronta apertura. Reconocía así la deuda de
las autoridades para con el esfuerzo de los ciudadanos y, lo que es más,
retomaba la intencionalidad de política cultural que había tenido en sus
comienzos la creación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Es oportuno señalar, sin embargo, que la gestación de este
establecimiento con el apoyo de los ciudadanos y del poder político,
constituyó una fórmula exitosa que se repitió en varias ocasiones a lo
largo de la historia de nuestras bibliotecas. Son dos ejemplos de ello,
la proliferación de las bibliotecas populares impulsadas por Domingo
Faustino Sarmiento durante la década de 1870 y, posteriormente, su
afianzamiento en el primer tercio del siglo XX y, en otra instancia, el notable
desarrollo que alcanzaron las bibliotecas de sociedades de fomento en la
década de 1930 (Gutiérrez y Romero, 1995). Estos dos casos, pues, tienen
sus antecedentes lejanos en la Biblioteca Pública de Buenos Aires, donde
los intereses del gobierno confluyeron con los proyectos e iniciativas de
los particulares.
Es por ello que la fundación de esta primera institución de consulta
pública debe verse como un fenómeno social cuya repercusión no fue

106 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


ajena a otros movimientos bibliotecarios en la Argentina. Los mejores
momentos de nuestra historia bibliotecaria se identifican por la
participación del pueblo (sectores populares, de elite, o ambos) junto con
el apoyo decidido de las autoridades gubernativas.
Pero el origen de la biblioteca pública en nuestro país estaría incompleto
si no se aborda la historia de las bibliotecas modernas desde una óptica
de mayor envergadura, tal como se lo ha señalado oportunamente en
los apartados I.1 a I.3. Pues no es suficiente enmarcar su fundación por
parte de la Primera Junta dentro de la Historia de la Bibliotecología en
la Argentina o en el contexto historiográfico de la Nueva Historia del
Libro y de las Bibliotecas, ya que es fundamental completar su análisis
dentro de un campo reciente: la Historia de la Lectura, tal que se lo ha
desarrollado, detenidamente, en el apartado inicial titulado “Presentación
del contexto”.
Como hemos visto, la presencia física de esta agencia implicó la crea-
ción de un espacio comunitario de lectura. La Biblioteca Pública surge a
partir de la necesidad de uso social del libro y como complemento de la
lectura privada cuyo hábitat natural es la esfera de lo privado e íntimo. El
empleo público del libro en el “espacio de todos” tiende a secularizar el
fenómeno de la lectura como una actividad indudablemente individual
pero compartida con otros.
A través de los usuarios de Prieto y Pulido (cfr. cap. III.2.2), o por
intermedio de algunas pautas del reglamento bibliotecario de 1812
(cfr. cap. IV.2), o por el énfasis en el desarrollo del libro y de la lectura
en el artículo de Dr. Aguirre y Tejeda (cfr. cap. VI.1 a 5) se traslucen,
inequívocamente, las urgencias y las necesidades de los lectores.
La biblioteca aparece así como una excusa para crear el milagroso
ámbito de la lectura. Sin lectores no puede existir una entidad que
se denomine biblioteca. Gracias a estos documentos los lectores se
representan a sí mismos con sus prácticas, usos y representaciones.
Hemos perdido sus ademanes, sus gestos, sus posiciones corporales en
el momento de la lectura. No obstante, en algunas ocasiones podemos
saber ―tal el caso del “cuaderno de préstamos” de Prieto y Pulido (cfr.
cap. III.2)― quiénes, cuándo, qué y dónde leían los libros de su interés
(Darnton, 1993).
La Historia de la Lectura (cfr. Pres. del contexto, A) permite estudiar
el mundo de los lectores desde su “propio universo” y no exclusivamente
a partir de los estudios estadísticos y cuantitativos. Además, se debe
considerar que aun la Historia de la Lectura puede resultar insuficiente
para nuestras aspiraciones de conocer la plurivalencia coral del lector.
Desde el advenimiento de la “historia total o estructural” impulsada por
la école des Annales, como ya hemos visto, la diversidad y amplificación

A L E J A N D R O E . PA R A D A 107
meticulosa de los temas abordados han tomado tal magnitud que ya
algunos historiadores preconizan que se ha caído en un peligroso
relativismo cultural. Sin embargo, esta “nueva historia” permite ver el
universo de la lectura más allá de la “historia de la lectura”.
Poco a poco se impone un tema ineludible: tarde o temprano se
estudiará con mayor ahínco y determinación la “historia de los lectores”.
Ya no solo será suficiente saber quiénes, qué, cómo, cuándo y dónde
leían los lectores, porque se nos impondrán temas tales como la filosofía,
la teoría de los valores, la epistemología, la estética (culta y popular) y la
ideología de los lectores, por citar algunos de ellos.
Existen también otros tópicos cercados por lagunas que no se sabe
a ciencia cierta si en alguna ocasión se podrán colmar. Algunos son
los siguientes: ¿la lectura influye en los acontecimientos políticos y
revolucionarios o quizá se ha hecho de ella una exagerada valoración
y no es tan importante en la historia política de las sociedades?; ¿y, si
ocasiona cambios, estos podrían ser duraderos y trastocarían, positiva
o negativamente, la historia de una nación?; ¿o acaso no hemos dado
demasiada importancia al descubrimiento de la imprenta y la difusión
del libro en menoscabo de la importancia determinante que tuvieron la
urbanización y los procesos de secularización cultural en Occidente?;
¿no descubriremos, al final de camino, que el pleno ejercicio de la lectura
es más rico y comprometido en los segmentos populares que en los
intelectuales?
Sin mencionar un tópico que constituye el fenómeno más precioso
e inaccesible del lector: el mundo concreto, probablemente más real en
muchos aspectos que la realidad misma, de la vida imaginaria (¿o real?)
de la lectura. Sería significativo, además, el desarrollo de otros temas
relacionados con la historia de los lectores que ya han sido esbozados
por varios autores, tales como la historia del cuerpo y de los gestos en el
acto de leer, o la historia de los ambientes físicos y arquitectónicos de la
lectura (públicos o íntimos), o la idea del libro y de las bibliotecas en la
historia de las imágenes, o la representación de la lectura en la historia
oral. Necesitamos, entonces, desarrollar en el futuro una historia global y
panorámica de la socialización de la lectura y de los lectores en el ámbito de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires.
A todo esto se agrega una incógnita aún más escurridiza y cuya
complejidad se torna inequívoca: la imperiosa necesidad de estudiar el
papel de los orígenes de la Biblioteca Pública a la luz polifacética y plural
de estas preguntas casi sin resolución.
Entretanto, dejando ahora de lado estas limitaciones, es factible tratar
de comprender la estrecha y rica relación que existe entre la Historia
del Libro y de las Bibliotecas con las lecturas de aquellos individuos

108 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


no vinculados, necesariamente, con los sectores de elite. Abordar los
gustos y apetencias lectoras del pueblo y su relación con el ámbito de
la Biblioteca Pública de Buenos Aires sería, inequívocamente, un paso
significativo en esta clase de estudios.
La oportunidad es alentadora, ya que el año 1812 fue un hito
insoslayable en los orígenes de nuestras bibliotecas de consulta pública.
Resta, pues, conocer a través de otros documentos el uso que hizo la
ciudadanía de sus fondos bibliográficos, esbozado, muy parcialmente,
en las disposiciones del Reglamento (cfr. cap. IV.2) que rigió dicho
organismo en ocasión de su inauguración.
De este modo, aun con las limitaciones del caso o la ausencia de datos
fehacientes, es posible que las memorias y las rendiciones de cuentas
(cfr. cap. V.1 y 2) de nuestra primera Biblioteca Pública nos brinden la
posibilidad de conocer las inquietudes y las voces de los lectores, rele-
gadas durante mucho tiempo, pero no definitivamente desaparecidas o
acalladas.
Reconstruir los entrecruzamientos del universo del libro y sus
estructuras dinámicas con el particular e inefable mundo del lector en
el momento culminante de la creación de una biblioteca es, sin duda,
abordar el conocimiento de este establecimiento como un organismo
fuertemente vinculado con la historia cultural de una nación.
Libros, lectores y bibliotecas constituyen, sin duda, las particulares
instancias de un único motivo: son la excusa, inevitable y necesaria, para
conocer los vínculos creativos del hombre con su cultura impresa.
De esta manera, los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos
Aires deben estudiarse en la rica confluencia de ideas y prácticas que,
imbricadas dialécticamente durante la Ilustración, manifestaron e
hicieron posible las tendencias bibliotecarias de la época.
En este contexto, la Historia de la Lectura brinda la posibilidad de
analizar e identificar el universo de las representaciones y apropiaciones
textuales que permitieron su definitivo establecimiento como institución
social para todos los ciudadanos.
Sin embargo, antes de que la Biblioteca Pública de Buenos Aires
sea una ejecución de la Junta Provisional impulsada por la activa
participación de la ciudadanía, existió en Buenos Aires una colección
particular de consulta pública que, en definitiva, se transformaría en
su más inmediato antecedente: la biblioteca pública del Convento de la
Merced, donada a los padres mercedarios por el matrimonio Prieto y
Pulido. Un antecedente que, de hecho, no es otra instancia que el umbral
mismo de la biblioteca fundada por la Junta de Mayo.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 109
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112 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


III. LOS UMBRALES DE LA BIBLIOTECA
PÚBLICA: LA BIBLIOTECA
DE FACUNDO DE PRIETO Y PULIDO

Tal como se ha observado en el capítulo anterior, hacia fines del siglo


XVIIIya estaban dadas las condiciones para la existencia de una Biblio-
teca Pública en Buenos Aires. Varios acontecimientos influyeron para
esta concreción: las diversas iniciativas que se plantearon en favor del
préstamo público durante la época hispánica, en especial a partir de la
expulsión de los jesuitas; la presencia, cada vez más intensa, de varios
precedentes de bibliotecas públicas en la América Española; la inaugu-
ración de agencias con estas características en Europa y los Estados Uni-
dos; la influencia, en este último caso, de una personalidad vinculada a
la esfera impresa y bibliotecaria como Benjamin Franklin; el dinámico
y fructífero intercambio de obras entre los propietarios de colecciones
particulares además de los préstamos informales de las bibliotecas de las
distintas congregaciones religiosas; y, finalmente, el intento malogrado
de inaugurar una “biblioteca pública catedralicia” (cfr. cap. II.1 y II.2) con
los fondos bibliográficos que legara en 1796 el obispo Manuel de Azamor
y Ramírez (Torre Revello, 1940; Furlong, 1944: 65; Leornard, 1949).
Sin embargo, a medidos del siglo XX se halló, en el Archivo Histórico
de la Provincia de Buenos Aires, un documento que demostraba la
existencia y el funcionamiento de una biblioteca pública de carácter
conventual en el Buenos Aires de fines del Setecientos. En efecto, Ricardo
Levene publicó en 1950 el inventario de la biblioteca particular del
matrimonio formado por Don Facundo de Prieto y Pulido, y Doña María

A L E J A N D R O E . PA R A D A 113
de las Nieves Justa de Aguirre, quienes en 1794 donaron la totalidad de
su librería al Convento de la Merced (Levene, 1950).
La novedad del hecho radicaba, inequívocamente, en el uso y último
destino de los libros donados, pues el interés de los cónyuges se centraba
en que la Biblioteca “hade ser (franqueada) al publico para que pueda
ocurrir el que quiera á aprobecharse dela lectura que le convenga”
(Levene, 1950: 33). Nos encontramos, pues, ante uno de los primeros
antecedentes del origen de la biblioteca pública en la Argentina, es decir,
propiamente en sus umbrales.
Asimismo, varios investigadores se han referido tanto a la trayectoria
de Facundo de Prieto y Pulido como a los aspectos vinculados con la
donación de sus libros (Abad de Santillán, 1960, 6: 525; Cutolo, 1970: 14-
15; Cutolo, 1968-1986, 5: 599-60; Furlong, 1969: 56; Gammalsson, 1974:
331-339; Levene, 1946: 441-443; Rípodas Ardanaz, 1982: 120; Rípodas
Ardanaz, 1989: 469; Rípodas Ardanaz, 1999: 249 y 266; Udaondo, 1945:
727-728). No obstante, el trabajo de Levene es el más rico y completo
en cuanto a la difusión de documentos originales relacionados con la
donación de Prieto y Pulido y su esposa.
Dicha contribución, luego de una breve reseña biográfica del donan-
te, reproduce los seis documentos siguientes: 1) el acta notarial con las
condiciones y requisitos legales del legado de la biblioteca particular a
la institución religiosa [p. 33]; 2) la carta del comendador de la orden,
Francisco de Paula Gorostizu, en la cual solicita el “Superior permiso”
del virrey Arredondo para autorizar su apertura; y poco después, el 5 de
abril de 1794, el aval de este último donde concede la licencia de su inau-
guración para “beneficio y provecho del Publico” [p. 34]; 3) el original
que reproduce el “Aviso al Publico” donde se informa la apertura de la
biblioteca, al parecer en el mes de mayo de 1794 [p. 34] (Rípodas Arda-
naz, 1982: 90, n. 236); 4) el inventario de la “Donación de la librería para
el público, colocada en el Convento de la Merced” [p. 33-45]; 5) la “Razón
de los libros que tengo” [p. 45-48]; y 6) el “Quaderno delos libros que me
an llevado prestados” [p. 48-51] (Levene, 1950).
Dos de estos documentos son de vital importancia: el cuaderno de
préstamos y el inventario de los libros legados al Convento. Los originales,
inéditos hasta 1950, demuestran la estrecha vinculación que existió entre
biblioteca particular y biblioteca pública en las postrimerías del régimen
colonial, tal como se lo señaló en el parágrafo II.1. Ya que la biblioteca
de uso público, bajo la tutela de los padres mercedarios, tuvo su inicio,
inequívocamente, en el dinámico préstamo de su librería particular por
parte de Prieto y Pulido durante el período 1779-1783, cuyo registro fuera
asentado en el “Cuaderno de libros que me han llevado prestados”.

114 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


De este modo, durante el presente capítulo, se analizarán tres tópicos
fundamentales en el proceso que culminó con la instalación de la Biblio-
teca Pública de Buenos Aires, de carácter gubernamental, a instancias
de la Junta de Mayo en 1810. Estos puntos son los siguientes: el perfil
biográfico de Prieto y Pulido, el estudio pormenorizado del “cuaderno”
de los préstamos de sus libros, y la donación de gran parte de su libre-
ría al Convento de la Merced para su empleo por parte del público. Es
fundamental, pues, observar, en un primer momento, el pasaje gradual
de un acervo bibliográfico estrictamente personal (del ámbito familiar e
individual) a una manipulación compartida por un grupo de individuos
(tal como lo registra Prieto y Pulido en su “cuaderno”), para luego, en
un segundo paso más audaz, destinar el conjunto de la colección para
consulta de todos los ciudadanos en el Convento de San Ramón (de la
Merced).

III.1 — Semblanza biográfica de


Facundo de Prieto y Pulido

Don Facundo de Prieto y Pulido, no obstante su origen español, tuvo


un activo e inquieto destino americano al trasladarse a mediados del Se-
tecientos, siendo un hombre joven, a la modesta pero pujante ciudad de
Buenos Aires. Su sino, pautado por luces y sombras, le llevó a desempe-
ñar cargos de importancia en esa localidad, aunque con los vaivenes de
la fortuna característicos de la burocracia porteña. Su existencia, tanto
profesional como social y privada, estuvo signada por actos de afanoso
trajín jurídico y notarial, y por una cálida amistad con sus allegados e ín-
timos, sin descuidar, en muchas oportunidades, un marcado sentimien-
to de filantropía; sin embargo, según lo documentan varios testimonios,
también cultivó, con renovado denuedo, el amor al lujo, a la ostenta-
ción, al boato y a las posesiones terrenales. Todas estas singularidades
no ocultaron ni extinguieron su activa cooperación pecuniaria destinada
a los frailes mercedarios del Convento de San Ramón de Buenos Aires,
tal como se encuentra consignada en el libro de nombres y erogaciones
personales de dicho Convento (Manuscrito).
Esta apasionante y compleja personalidad de los primeros años del
Virreinato, había nacido en 1737 en la villa de Bribiesca, no muy lejos

A L E J A N D R O E . PA R A D A 115
de Lugo, en tierras de Castilla la Vieja, siendo sus progenitores José de
Prieto y Pulido y Manuela de Palomares. Antes de 1762 se trasladó a
Buenos Aires (sabemos que desde el 4 octubre de 1761 ya figuraba entre
los benefactores del Convento de la Merced), pues en esa fecha y plaza
adquirió el titulo de procurador de causas. Poco después, ya instalado en
La Plata, estudió en el Colegio de San Juan Bautista para obtener el título
de bachiller en cánones y leyes, grado que finalmente le fue otorgado
por la Universidad de San Francisco Javier el 5 de noviembre de 1766.
Fue en ese año, el 16 de noviembre, cuando presentó un escrito donde
solicitaba el permiso para realizar su práctica en un estudio jurídico de
Buenos Aires, el cual fue concedido por la Audiencia de Charcas con la
condición de que luego debería completarlo con seis meses de ejercicio
en esta última ciudad. Estas circunstancias relacionadas con la obtención
y postergación formal de su título, a la larga, le traerían un conjunto de
sinsabores y problemas profesionales.
Una vez en Buenos Aires comenzó sus prácticas en el estudio de José
Luis Cabral, y poco tiempo después, ya con la experiencia de varias
causas, intervino como fiscal en varios pleitos. Su mejor biógrafo, Hialmar
Edmundo Gammalsson, cita un caso en 1772 de real trascendencia en ese
entonces. Se trata del intento de asesinato y abuso sexual de un niño de
doce años por parte de Mariano de los Santos Toledo, el cual, después de
la brillante exposición de Prieto y Pulido como fiscal de la querella, y no
obstante la meritoria defensa de Juan José Lezica, fue hallado culpable y
ajusticiado en la Plaza Mayor de la ciudad. A partir de esa fecha su carrera
profesional ganó en prestigio y su trabajo se incrementó notablemente.
En 1771 solicitó permiso para regresar a La Plata y completar su prác-
tica pendiente y obtener así el título de abogado. No obstante su solici-
tud, los alcaldes ordinarios y oficiales reales informaron al gobernador
que la misma era inviable. Esta negativa se debía a la escasez de letrados
en Buenos Aires y, como consecuencia de ello, a las múltiples tareas que
desempeñaba Prieto y Pulido (entre otras, su trabajo como promotor fis-
cal), situación que hacía imposible su ausencia del ámbito jurídico por-
teño. Y aunque Prieto y Pulido fue notificado por el Consejo de Indias
de que estaba libre para cumplir con su residencia en La Plata, optó por
no hacerlo y, poco después, solicitó las licencias legales para ejercer la
abogacía sin concurrir a dicha ciudad.
En mayo de 1778, finalmente, para abreviar este cúmulo de dificultades
burocráticas, el virrey Pedro de Cevallos le autorizó la licencia para ejercer
como abogado, previo examen de idoneidad profesional ante un tribunal
de facultativos formado por los doctores José Luis de Cabral, Benito
González de Rivadavia y Pedro Antonio Zernadas y Bermúdez. Para esa
época no solo era reconocido por su formación profesional y cultural,

116 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


sino que también había hecho importantes e influyentes amigos, tal como
el canónigo magistral de la Catedral, el Dr. Juan Baltasar Maziel, quien
garantizó la capacidad y dedicación de Prieto y Pulido. Esta ascendencia
e inserción social en las más altas jerarquías burocráticas coloniales,
explica, en parte, la garantía, algo apresurada, que le dio Cevallos para
ejercer el Derecho en todo el Virreinato; aval limitado, pues el rey dispuso
en 1779 que el virrey carecía de poder administrativo que lo facultara a
otorgar títulos, por lo cual Prieto y Pulido debía presentarse ante la Real
Audiencia de Charcas para ser examinado de abogado, y fue dado por
nulo el título recibido de Cevallos.
Esta situación de idas y venidas había tenido su inicio en septiembre
de 1778, ante la denuncia que elevó un colega, que era en ese entonces
el asesor del Provisor Eclesiástico, cuando ambos se enfrentaron, apa-
rentemente, en una querella menor de adulterio; el facultativo acusó a
Prieto y Pulido de ignorante, advenedizo y de ejercer la abogacía sin tí-
tulo habilitador, y solicitó, inmediatamente, el embargo de los bienes y la
encarcelación del usurpador. De este modo, el 23 de septiembre de 1778,
fue detenido por las autoridades y se lo alojó en los altos del Cabildo,
siéndole embargados sus bienes muebles e inmuebles. Su estrella, pues,
comenzaba a declinar a poco de asumido el nuevo virrey, don Juan José
de Vértiz y Salcedo, ya alejado del poder Cevallos, quien lo había pro-
tegido. Ante esta injusticia todos sus amigos movieron sus influencias;
finalmente, gracias a las gestiones de Vicente de Azcuénaga, volvió a su
casa, al parecer, en carácter de detenido domiciliario. Recién en 1785 le
fue otorgado el sobreseimiento de la causa penal y comenzó nuevamente
su actividad laboral como pasante de varios colegas letrados.
Su carrera y futuras actividades, sin embargo, no estaban truncas,
pues, nuevamente, gracias al apoyo de varios de sus íntimos allegados,
tales como el propio Azcuénaga, Francisco de Escalada y de Gaspar de
Santa Coloma, logró restablecer su perfil de sólido y solvente profesio-
nal, y pudo adquirir en pública subasta el cargo de Escribano de Cámara
en la Real Audiencia Pretorial en el año 1785, actividad que ejerciera has-
ta su muerte, acaecida en Buenos Aires el 27 de mayo de 1798. Su vida,
además, mejoró sustancialmente, pues en estos últimos años al frente
de su escribanía, no solo brilló por su capacidad profesional, sino que
además incrementó en gran número sus riquezas y posesiones, retoman-
do su holgado y algo fastuoso modo de vivir (Abad de Santillán, 1960;
Cutolo, 1970: 23; Cutolo, 1968-1986; Furlong, 1969; Gammalsson, 1974;
Levene, 1946 y 1950; Udaondo, 1945).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 117
III.2 La “biblioteca particular circulante”
de Facundo de Prieto y Pulido

Dentro de los ámbitos modernos de la Historia del Libro y la Lectura


(Chartier, 1991, 1993, 1995 y 1996; Darnton, 1998; Ginzburg, 1999; Bouza
Álvarez, 1997; Cavallo y Chartier, 1998; Manguel, 1999), el “Cuaderno
de los libros que me han llevado prestados”, brinda la posibilidad de
aproximarse a un documento poco común para ese período en la ciu-
dad de Buenos Aires, ya que constituye un registro “real” del uso de
una biblioteca particular. Los préstamos allí registrados no constituyen
la fría enumeración de un inventario; por el contrario, resultan lecturas
buscadas, queridas y deseadas. Se trata de un documento que reproduce
no solo los hábitos de lectura de una población determinada, sino que
también nos brinda la posibilidad de conocer el nombre de sus usuarios
y, por extensión, nos permite acceder a sus profesiones, edades y lugares
de residencia. Por añadidura, el texto también presenta otros aspectos
poco comunes, tales como los libros más solicitados, los temas de mayor
interés, los individuos que solicitaron mayor cantidad de obras, el segui-
miento de las lecturas por parte del propietario, las personas que actua-
ron como intermediarios en el préstamo de los libros, etc. En conclusión,
un texto donde los tradicionales aspectos estadísticos se relacionan diná-
micamente con elementos cualitativos; una fuente donde las prácticas y
usos de la lectura adquieren una vivacidad poco comunes.
Durante los años 1779 y 1783, Facundo de Prieto y Pulido llevó un
registro detallado de los libros que prestó a un grupo de personas, la
mayoría relacionadas con su círculo íntimo de amigos y conocidos. Ig-
noramos por qué su propietario dejó de consignar en 1783 los libros so-
licitados. Lo cierto es que en 1794, prácticamente una década después,
sus dueños, el matrimonio Prieto y Pulido, deciden donar su biblioteca
particular al Convento de la Merced para su uso por el público en ge-
neral. Es probable, aunque no lo sabemos, que durante esa década de
aparente inactividad, de una o de otra forma, se haya continuado con los
préstamos. No obstante, hasta la fecha, no se puede determinar lo que
aconteció en esos años.
El estudio del “cuaderno de préstamos” es de vital importancia para
conocer la dinámica de las prácticas de lectura durante ese período. Este
cuaderno debe analizarse, para comprender su trascendencia, como un
importante antecedente de la donación de la librería a dicho Convento
en 1794; ambos hechos, entonces, no deben abordarse aisladamente.

118 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Por otra parte, es interesante consignar que los “préstamos y cesio-
nes” de libros entre amigos o allegados “es tan antiguo como el libro
mismo”, y siempre ha constituido uno de los aspectos más escurridizos
e informales, pero no por ello menos ricos, de la circulación del libro
fuera del ámbito comercial (Chartier, 1993: 146-148). En cierta medida,
este préstamo característico de la “esfera de la amistad” fue un preludio
informal de los que más tarde constituirían otras agencias institucionales
de mayor envergadura social: las bibliotecas públicas con préstamo a
domicilio.
De este modo, pues, se han identificado 43 lectores que totalizaron
los 122 préstamos consignados en su cuaderno por Prieto y Pulido.
Sin embargo, para conocer la dinámica de esta biblioteca circulante
privada, que fue minuciosamente registrada en dicho cuaderno, es
necesario abordar el tema desde dos puntos de vista, a la vez distintos
pero complementarios. En una primera etapa, se hace una aproximación
cuantitativa y estadística a los préstamos pedidos; luego, en un segundo
momento, se analizan los usos y las prácticas de lectura desde una
mirada cualitativa; finalmente, se arriba a una serie de conclusiones
preliminares.

III 2.1 — El ámbito cuantitativo

Aunque los análisis estadísticos, en la mayoría de las ocasiones, solo


pueden brindar un acceso parcial a los acontecimientos humanos e
implican un estudio cuantitativo de fenómenos sociales que fueron o son,
indudablemente, cualitativos, en otras oportunidades, marcan el perfil de
ciertas tendencias que, si bien son relativas, constituyen orientaciones de
real importancia. Tal es el caso del “cuaderno de préstamos” de Facundo
de Prieto y Pulido, ya que en esta ocasión la aproximación estadística a
los registros de préstamo de su propietario brinda un conjunto de datos
de primera mano. No se trata de cuantificar, con mayor o menor grado de
certeza, un elenco de libros levantado circunstancialmente por un notario
ante el fallecimiento de un individuo, y del cual se ignora el grado de uso
que tuvo dicha colección. Se intenta, entonces, estudiar estadísticamente
las obras que fueron solicitadas, ex profeso, para su lectura o consulta, lo
que implica que el análisis cuantitativo de ese grupo de libros constituye

A L E J A N D R O E . PA R A D A 119
un punto de partida importante y acertado para conocer los hábitos de
lectura de las personas que los demandaron.
De este modo, para delimitar una primera aproximación a las lec-
turas y lectores a los cuales les prestó libros Prieto y Pulido, es posible
considerar algunas variables fácilmente mensurables. Las variables estu-
diadas son las siguientes: lectores y uso de la colección, sexo y profesión,
procedencia de los lectores, tipos de lectura, características de los mate-
riales bibliográficos, lectores y préstamos, títulos solicitados con mayor
frecuencia, lengua de las obras prestadas y principales divisiones temá-
ticas. Estas variables representan aspectos de significativa importancia
para una evaluación de las inclinaciones lectoras de un determinado
grupo de individuos en el Buenos Aires finicolonial.
La cantidad de lectores o usuarios que se llevaron libros en préstamo
de la biblioteca personal de Prieto y Pulido fue de 43 individuos; estos
lectores, todos ellos mencionados en el “Cuaderno de libros que me han
llevado prestados”, totalizaron 108 préstamos de obras (179 volúmenes);
deben agregarse, además, 14 préstamos correspondientes a libros cuyos
usuarios no fueron consignados por el propietario, siendo, pues, la suma
total de 122 obras prestadas (194 volúmenes), en las que se incluyen
ejemplares que fueron solicitados en más de una oportunidad.
Estos datos permiten conocer, en líneas generales, el uso real de la
colección de un fondo privado por parte de una pequeña comunidad
lectora en el último tercio del siglo XVIII. El monto total de libros donados
al Convento de la Merced por Prieto y Pulido y su esposa fue de 336
obras. Y si bien, de los 122 libros prestados, 30 fueron requeridos en más
de una ocasión, es posible sostener que el 25% del acervo de su librería
fue consultado y leído durante el período 1779-1783; es decir, la cuarta
parte de la biblioteca salió de su ámbito personal y circuló, al menos, en-
tre 43 personas. Es importante destacar, entonces, que se trata de libros
realmente leídos, pues para tal fin fueron solicitados.
Ante esta demanda de obras pedidas para su lectura se presenta un
primer interrogante: ¿quiénes eran los lectores de la biblioteca personal
de Prieto y Pulido? Esta pregunta admite varias respuestas. En primer
término, una abrumadora totalidad era de sexo masculino (42), solo se
registra un caso de presencia femenina relacionado con el ámbito fami-
liar, ya que se trataba de Juana Francisca, hija del dueño del elenco bi-
bliográfico. Aunque este dato se corresponde con la realidad social de
la mujer de ese entonces, más adelante se observará que la presencia
femenina en este acervo no fue tan limitada como aparenta en un pri-
mer momento. Otro dato de interés consiste en el hecho de que la edad
promedio de los lectores osciló entre los 40 y 45 años, lo que implica,
al menos, un conjunto de lectores maduros y, por ende, con hábitos de

120 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


lectura, al parecer, ya definidos y relacionados tanto con su quehacer
profesional como recreativo.
En una segunda instancia, la profesión de los lectores es de vital im-
portancia para definir el perfil social de los individuos. Es posible deter-
minar que los usuarios de la biblioteca de Prieto y Pulido configuraban
una elite culta, con una importante participación en la administración
y en la burocracia colonial del Buenos Aires de la época. Este grupo,
representado por abogados, funcionarios, comerciantes, eclesiásticos y
militares (a los que se suman dos individuos interesados por las ciencias
naturales, un hacendado y un librero) constituían más del 70% de los
lectores identificados. Una mención especial merecen los abogados, la
cuarta parte de los usuarios, pues define el perfil de la biblioteca y de
los lectores como una colección de consulta y de circulación jurídica. No
obstante, se presenta un detalle a tener en cuenta. El propietario no solo
limitó sus préstamos al ámbito culto o profesional, como veremos más
adelante, ya que la presencia de un “mayordomo” y de un “mozo” (po-
siblemente se trate de un empleado) manifiesta cierta amplitud social en
los préstamos de libros.
El tipo de lecturas, es decir, el grado de apropiación o utilidad que el
lector hacía de los diferentes impresos, se divide en lecturas profesiona-
les, paraprofesionales y recreativas (de recreación y estudio) (Rípodas
Ardanaz, 1982: 94-95). Se entiende a las primeras como las indispensa-
bles y propias de la profesión, a las segundas como aquellas útiles para
su ejercicio, y a las últimas como las que incursionan en el campo del
“entretenimiento” y el estudio formativo. Gracias al tipo de lecturas, es
posible determinar el elevado índice de uso profesional y paraprofesio-
nal de los préstamos de la librería de Prieto y Pulido, aproximadamente
el 70% de las obras solicitadas. Es más, el empleo profesional de la bi-
blioteca permite conjeturar que los usuarios utilizaron la colección en
su carácter de acervo bibliográfico utilitario y operativo, propio de las
colecciones especializadas que tienden hacia lo funcional.
Por otra parte, es posible señalar el tipo de material bibliográfico que
constituían los 122 préstamos realizados por Prieto y Pulido. La mayoría
de ellos, 112 (el 92%), eran libros impresos, seguidos por 9 manuscritos
(7%) y por la presencia de un material especial: un globo terráqueo.
Una importante cantidad de lectores participó activamente en la di-
námica del movimiento de los préstamos. De este modo, muchos de ellos
solicitaron libros en más de una ocasión. Los usuarios que con mayor
frecuencia solicitaron cuatro o más títulos fueron, en orden de impor-
tancia, los que se citan a continuación: Juan Baltasar Maziel, Domingo
Antonio de la Vega, José de Borraz (o Borras), Nicolás de Ocampo, José
Luis Cabral, José Lorente (o Llorente), y Lorenzo Grambel y Valdez. En

A L E J A N D R O E . PA R A D A 121
un segundo término, se encuentran los lectores que solicitaron dos prés-
tamos: Esteban de Avellaneda, José Vicente Carrancio, José Pablo Conti,
Martín Gari, Benito González Rivadavia, Agustín Lezcano, Eusebio An-
tonio Mayada, Parejas, Fray José Pesoa, Juana Francisca Prieto y Aguirre,
José Antonio Rojas, Antonio Sarratea, y Manuel Antonio Warnes.
De estos datos se pueden extraer varias conclusiones preliminares de
importancia. En primera instancia, solo 7 personas (el 16% de los soli-
citantes) sacaron 59 préstamos, es decir, casi el 55% de la totalidad. En
cuanto a los individuos que demandaron dos obras, estos ascendieron a
13 personas (el 30%), sumando 26 préstamos, o sea el 24% de los libros
pedidos. Por último, 23 lectores (el 53,5%) usufructuaron exclusivamente
de un préstamo, esto es, el 21,3% del elenco bibliográfico. No obstante, es
importante señalar que el préstamo que se presentó con mayor frecuen-
cia fue el de una sola obra, seguido por el de dos obras; por otra parte, el
préstamo promedio fue de 2,5 títulos. Vale decir que el mayor requeri-
miento de libros (el 55%) se concentró en pocos lectores, y el resto tendió
a dispersarse en muchas manos.
El conocimiento de las obras que fueron pedidas con mayor frecuencia,
tomando como referencia su solicitud en tres o más oportunidades,
permite aproximarse a los autores y títulos que gozaron de una mayor
predilección. El listado de ellos, pues, sirve como base preliminar para
conocer las inclinaciones lectoras del grupo de usuarios a los cuales
abastecía la biblioteca particular de Prieto y Pulido.
En primera instancia la Colección general de las ordenanzas militares,
sus innovaciones y aditamentos, dispuesta en diez tomos, de José Antonio
Portugués (solicitada en 5 ocasiones, por Borraz, Haedo, Sarratea, Sotoca
y Torrente). En segundo término, tres obras requeridas 4 veces: Librería
de jueces, de Manuel Silvestre Martínez (Carrancio, Ortega y Espinosa,
Quillado, y un lector sin identificar); Las siete partidas del sabio Rey D.
Alfonso X, glosadas por Antonio López de Tovar (Cabral, Lorente, Mayada,
Sarratea); y Recreación filosófica, de Teodoro de Almeida (Borraz y Vega,
este último en tres ocasiones). Finalmente, los títulos demandados en tres
oportunidades: Causes célèbres et intéressantes, avec les jugements que les ont
décidés, de François Gayot de Pitaval (Don Ceferino, Lorente, Parejas);
La Argentina, de Ruy Díaz de Guzmán (Muñoz, Saá y Faría, Warnes); y
Moeurs des israélites, de Claude Fleury (Maziel, en dos oportunidades, y
un individuo sin identificar).
A continuación, y en estrecha vinculación con los títulos anteriores,
se encuentra un conjunto de 11 obras que fueron pedidas en dos
oportunidades. Aunque su circulación fue más restringida que la de las
anteriores, su repetición manifiesta un interés recurrente en materia de
hábitos de lectura. El listado es el siguiente: Compendio del orden judicial y

122 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


práctica del tribunal de religiosos, de Fray Pedro de los Ángeles (Pesoa, en
dos ocasiones); Alphabetum juridicum canonicum civilis ... atque politicum,
de Gil de Castejón (Leiva, Lorente); Dictionnaire economique, contenant
divers moyens d´augmenter son bien, et de conserver sa santé, de Nöel Chomel
(Rojas, en dos oportunidades); Opera omnia, sive practica civiles atque
criminalis sententiarum receptarum, de Julius Clarus (Maziel, individuo sin
determinar); Colección general de las providencias hasta aquí tomadas por el
gobierno sobre el extrañamiento y ocupación de temporalidades de los Regulares
de la Compañía ... de España, Indias e Islas Filipinas a consecuencia del Real
Decreto del 27 de febrero ... (Camacho, Ocampo); Leyes de recopilación y Autos
acordados (Ríos, Lorente); Ordenanzas de Bilbao (Cabral, Ortiz); Sainte Bible
en latin et en françois, con comentarios por Augustin Calmet (Ocampo, en
dos ocasiones); Diccionario de las lenguas española y francesa, de Francisco
Sobrino (Altolaguirre, Ocampo); Historia de la conquista de México, de
Antonio de Solís y Rivadeneyra (Gari, Aguirre y Pulido); y Tractatus de
nullitatibus processuum ac sententiarum, de Sebastianus Vantius (Cabral,
individuo sin identificar).
En cuanto a los guarismos de las obras repetidas, incluyendo las 14
obras cuyos lectores no fueron determinados, de las 122 retiradas, 30
de ellas fueron entregadas en más de una ocasión, es decir, la cuarta
parte de los libros en circulación concernía a títulos ya demandados, y
los restantes 92 (el 75,4%) solo salieron en préstamo una vez.
Ciñéndonos exclusivamente a los libros más prestados por área
lingüística, los datos estadísticos señalan tres lenguas que se destacan por
su incidencia: la española, la latina y la francesa. La presencia del latín
en un segundo lugar se debe a la preponderancia de las obras prestadas
relacionadas con el Derecho.
El agrupamiento de los libros prestados bajo encabezamientos de
materia permite trazar un cuadro de las divisiones temáticas por las
cuales se inclinaban los lectores que consultaron la biblioteca estudiada,
tal como se sugiere a continuación:

A L E J A N D R O E . PA R A D A 123
Divisiones temáticas Préstamos Porcentaje

Derecho 68 55,7
Historia/Política 11 9
Filosofía 9 7,4
Lingüística (Diccionarios) 8 6,5
Religión 7 5,7
Literatura 5 4
Geografía 5 4
Arte y Ciencia Militar 5 4
Medicina 2 1,6
Física 1 0,8
Cs. Aplicadas (Relojería) 1 0,8

Esta abrumadora presencia de obras sobre Jurisprudencia (casi el


60%), vuelve a recalcar la tendencia que ya arrojaron otros guarismos: el
uso de la librería de Prieto y Pulido como una colección especializada en
Derecho y temas afines.

III.2.2 — Lectura y lectores

El análisis estadístico constituye una primera aproximación al


“cuaderno de préstamos” de Prieto y Pulido. Sin embargo, los datos
que aporta son limitados y parciales, pues la gélida contundencia de las
cifras nada nos dice del modo y de las prácticas de lectura de quienes se
llevaban los libros a sus hogares. Los guarismos, pues, son tendencias que
se encuadran dentro de los hábitos de lectura de un grupo de individuos
relacionados con el propietario de la biblioteca.
Es necesario, entonces, considerar otros aspectos que exceden a toda
cuantificación y que se incluyen y manifiestan dentro de un campo
cualitativo, es decir, bajo la mirada atenta de los usos y relaciones, tanto
individuales como colectivos, con los materiales impresos. Los usuarios

124 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


de Prieto y Pulido no solo tenían determinadas prácticas ante el mundo
del libro, sino que también poseían varias formas de sociabilidad de la
lectura para apropiarse y tomar posesión de las obras que deseaban,
fundamentalmente, para su lectura en el ámbito íntimo y privado
(Chartier, 1993: 127-176).
Además, gracias a esas maneras de manipular su relación con el uni-
verso impreso, los lectores tenían un papel inquieto y activo en el pro-
ceso de circulación de los libros; rol, por añadidura, que estaba lejos de
identificarlos como meros receptores pasivos de las obras. La “creación”
de diversas actitudes para llegar a los libros anhelados fue una caracte-
rística del grupo de lectores que usó la biblioteca de Prieto y Pulido. Ras-
go distintivo, por otra parte, que se encontraba extendido, al parecer, en
amplios sectores cultos del mundo finicolonial (Rípodas Ardanaz, 1977-
78). Es por ello que, al estudiar los distintos usos y habilidades que ejer-
cieron para llegar a los títulos de su interés, se puede determinar, aunque
sea modestamente, cuáles fueron las modalidades y concepciones de sus
relaciones con el fenómeno de la lectura. En cierto sentido amplio, he-
mos perdido sus gestos ante el texto (actitud corporal, expresión facial,
modulaciones y susurros de la voz); no obstante, fuera del mundo de
las estadísticas, es factible conocer algunas de estas prácticas. Dentro de
dicho contexto se abordarán a continuación los temas siguientes: lectura
y mujeres lectoras en el entorno familiar, el “seguimiento” de las lecturas
de sus usuarios por parte de Prieto y Pulido, los “intermediarios” de los
préstamos, el préstamo vecinal, y la circulación de los libros.
Es sabido, en líneas generales, el papel que desempeñó la mujer en
el período hispánico. Su destino estaba signado por un conjunto de pau-
tas predeterminadas en la sociedad de ese entonces. La maternidad y el
cuidado de la comunidad doméstica eran las esferas en donde la mujer
transcurría su vida y su quehacer cotidiano. Las oportunidades de eva-
dir esta situación fueron escasas, aunque también se presentaron casos
de feminismo activo en un medio social inequívocamente masculino
(Mariluz Urquijo, 1987; Rípodas Ardanaz, 1993).
Empero, ninguna comunidad –aun la que caracterizó a la sociedad
de Buenos Aires– ha estado libre de significativas excepciones. Una
prueba es la donación de la librería del matrimonio Prieto y Pulido al
Convento de la Merced. En efecto, es necesario reparar en que el legado,
al parecer, no fue una iniciativa unilateral de uno de los miembros de
la pareja conyugal. La donación, si nos ceñimos a la documentación
existente, fue realizada por ambos, de común acuerdo y en igualdad
de condiciones ante las autoridades religiosas. Fueron los dos, María
de las Nieves Justa de Aguirre y Facundo de Prieto y Pulido, quienes,
“unánimes y conformes”, donaron su “Librería que tenían de varias obras

A L E J A N D R O E . PA R A D A 125
de todas materias y facultades” al Convento de “Nuestra Señora de las
Mercedes” (Levene, 1950: 33). Por lo tanto, tal como se desprende del
acta notarial, la biblioteca legada era patrimonio del matrimonio. Si bien
es indudable que Facundo de Prieto y Pulido fue el que llevó el papel
protagónico en la adquisición e incremento de la colección, no es menos
cierto que su esposa, pudo tener cierta participación en su formación.
Esta participación, aunque haya sido menor brinda, además, un dato
revelador: María de la Nieves Justa de Aguirre era una mujer lectora. Y
su calidad de lectora colonial, al parecer, no era pasiva ni secundaria, sino
dinámica en su carácter de copropietaria de una importante biblioteca
porteña del período hispánico. Cabe la posibilidad, entonces, de que hasta
el momento haya imperado “una mirada masculina” sobre este legado,
que no ha hecho más que relegar y difuminar el origen compartido de la
donación, tal como lo confirman los registros notariales.
Pero también se presenta la alternativa de una lectura distinta. Existe
la posibilidad de que la esposa de Prieto y Pulido haya figurado en
la donación de la librería a la Merced debido a una necesidad legal, y
no a consecuencia de una activa presencia femenina. Por lo tanto, su
participación pudo ser menos activa de lo que el documento trasluce.
Dentro de ambas conjeturas, pues, se encuentra una encrucijada de
compleja resolución que escapa a una posible identificación de su papel
en la donación de la librería.
Lamentablemente, no nos han quedado registros de las lecturas de
María de las Nieves. Solo sabemos que el matrimonio decidió donar su
librería para favorecer una lectura pública de sus fondos. Las lecturas
potenciales que ella y su esposo hicieron del elenco de libros que
atesoraron solo pueden deducirse indirectamente a través de la frialdad
del inventario de obras donadas. Empero, otro elemento coadyuva a
sostener el ámbito femenino del discurso lector en el hogar. Pues gracias
al “Cuaderno de libros que me han llevado prestados” que celosamente
llevara Prieto y Pulido, es posible tener una breve pero sustanciosa
referencia al ambiente lector familiar. Tal es el caso de algunas de las
lecturas de su hija, Juana Francisca.
A comienzos de 1780 don Facundo apuntó en su cuaderno la mención
siguiente: “Llave de la lengua francesa=Juana fca. y 1 t. de solis historia.
de Megico”. Por este escueto dato es posible determinar las preferencias
y uso de la biblioteca por parte de una joven porteña de 20 años, cuyo
padre pertenecía a la elite dirigente y burócrata colonial. Paradójicamente
la información presenta dos tipos de lecturas diferentes. Por un parte,
una lectura instrumental y operativa para aprender y perfeccionar una
lengua, tal como la obra de Antonio Galmace, titulada Llave nueva y
universal para aprender con brevedad y perfección la lengua francesa sin auxilio

126 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


de maestro (1753). Libro no menor en su época y no solo destinado al
aprendizaje para lectores con escasa preparación, pues alcanzó cierta
difusión durante la segunda parte del siglo XVIII; se encontraba, además,
en las bibliotecas de personalidades con una sólida formación, tales
como en las de Manuel de Azamor y Ramírez (Rípodas Ardanaz, 1994:
45, asiento: 499) y Francisco Gutiérrez de Escobar (Rípodas Ardanaz,
1974: 186). Por otro lado, la lectura de uno de los libros más difundidos
en la América española y presente en la mayoría de los planteles
bibliográficos de la época, Historia de la conquista de México, de Antonio
Solís y Rivadeneyra; lectura, sin duda, en donde se aunaban los intereses
por la historia americana con aspectos lectores recreativos. Es decir,
que gracias a estas informaciones podemos aproximarnos a los hábitos
lectores de Juana Francisca. Posiblemente nos hallamos ante una lectora
colonial con distintos intereses en cuanto al uso de la biblioteca de sus
progenitores, en donde las prácticas lectoras oscilan entre el interés por la
temática americana y el estudio instrumental de una lengua para acceder
a otro tipo de lecturas y de formación intelectual.
Pero la participación de la mujer en el mundo del libro por intermedio
del vínculo familiar, no solo fue patrimonio del solar de los Prieto y
Pulido. Otro caso, si bien no vinculado directamente con la lectura pero
relacionado con la posesión de documentos, fue “el papel en [derecho]”
que el doctor José Pablo Conti le pidió en préstamo a Prieto y Pulido,
y que este manifestó, con precisión, que era propiedad de don Joaquín
Maziel (hermano de Juan Baltasar) y de “su muger”, la chilena doña
Isidora Antonia Fernández de Valdivieso (Probst, 1946:52). Nuevamente,
pues, la presencia femenina en la propiedad y manipulación de acervos
bibliográficos.
Estos ejemplos de la lectura femenina en la intimidad de la vida fa-
miliar, si bien son escasos y están muy lejos de asegurar una generaliza-
ción de las prácticas y usos de la lectura en el ámbito hogareño, porque
lamentablemente son registros de compleja identificación en los archivos
debido a su ausencia y carácter efímero, presentan, al menos, un aspecto
positivo y de franco interés por el universo de lo impreso. La estadística
de los innumerables títulos de libros localizados en numerosos inventa-
rios nada nos dice de las prácticas lectoras de sus propietarios, ni siquie-
ra si realmente leyeron las obras que poseían. Al parecer, el mundo de la
lectura en la cotidianidad familiar era mucho más rico y complejo de lo
que nos revelan los documentos notariales y testamentarios. Y dentro de
esta intimidad lectora de “puertas adentro” la participación de la mujer
era mucho más inquieta que el papel que desempeñaba en la sociedad;
es decir, el uso que “ellas” hacían de las bibliotecas de “los hombres” fue
de una intensidad y variedad aún desconocidas para nosotros.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 127
Otro aspecto de características inusuales que presenta el cuaderno de
préstamos de Prieto y Pulido, fue su interés por las lecturas de sus usua-
rios. Don Facundo no se limitaba exclusivamente a brindar con amplia
generosidad gran parte de sus libros. Muchas anotaciones y comentarios
consignados en su registro personal, no obstante su parquedad e índole
recordatoria, nos permiten conocer su inquietud por las lecturas de sus
amigos o conocidos. Una inquietud que incursionaba en el estado y grado
de la lectura en un momento determinado. Al respecto, el cuaderno posee
dos menciones que ilustran el caso. Ellas son las siguientes: “dn. Ceferi-
no valeiendo las causas celeb.s” y don “Josef Borras: el It. dela historia
Romana-continua leiendola- la acabo y siguela moderna”. Se trataba, en
el primer caso, de un préstamo a un individuo, Don Ceferino, de las fa-
mosas Causes célèbres et intéressantes, avec les jugements que les ont décides,
de François Gayot de Pitaval; y en el segundo caso la obra llevada por el
Ayudante Mayor de la Plaza de Buenos Aires, el militar José de Borraz (o
Borras), era otro éxito editorial de la época, tanto en Europa como en Amé-
rica, la célebre Histoire romaine, despuis de la fondation de Rome jusqu’à la ba-
taille d’Actium (continuada por Jean Bautiste Crévier), de Charles Rollin.
Estos datos son reveladores en más de un sentido. Prieto y Pulido
hacía un “seguimiento de las lecturas” de su círculo íntimo y, en estos
casos en particular, se nos presenta, además, la instancia de que había
un comentario previo, rico y dinámico, sobre el estado de estas. Cabe
la posibilidad, aunque no es seguro, ante estos “seguimientos”, de que
algunas lecturas hayan sido motivo de ciertos comentarios compartidos,
tanto en su biblioteca como en otros lugares sociales de encuentro. Se
trataba de una actitud activa y participativa ante la lectura de los otros. Por
otra parte, es necesario destacar que acaso este interés tuviera una base no
tan filantrópica; vale decir, que don Facundo “fiscalizaba” sus préstamos
para asegurar su pronta devolución. De todos modos, sea cual fuere su
última intencionalidad, es importante señalar el criterio de modernidad
en cuanto a las prácticas lectoras. Todo hace suponer que existía entre ellos
la posibilidad de un intercambio de lecturas, probablemente variado y
heterogéneo, donde se manifestaba el comentario y el estado de las mismas,
así como una curiosidad por aquello que se leía, rasgos y elementos que
señalaban la presencia de una sutil y compleja relación con el universo del
libro y de la cultura impresa en el Buenos Aires de la época.
A esta trama sutil de implicancias, gustos estéticos, solicitudes de li-
bros deseados, hábitos de lectura complejos y necesidades lectoras tanto
en el nivel profesional e instrumental como en el recreativo, debe su-
marse otra característica poco conocida hasta entonces: la gran cantidad
de “intermediarios” (personas que llevaban una obra solicitada a otro
individuo) en los préstamos realizados por Prieto y Pulido.

128 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Del cuaderno de préstamos del escribano porteño se desprende un
importante número de individuos que oficiaron de “intermediarios o
mensajeros” entre el libro y el lector. A modo ilustrativo mencionaremos
los siguientes: Fernando Rodríguez llevó el tomo “de Autos acordados
para el clérigo” a Blas Ríos; el 30 de enero de 1779 don Manuel de
Basalvilbaso retiró dos tomos del Dictionnaire economique, contenant divers
moyens d’augmenter son bien, et de conserver sa santé, de Nöel Chomel, para
el chileno José Antonio Rojas; éste último “envio a pedir” al jurisconsulto
José Luis Cabral, “los otros dos tomos” (en el presente caso dos personas
diferentes, Basavilbaso y Cabral, operaron como intermediarios del lector
Rojas); el padre Francisco Merlo (o Merlos) llevó para el comendador
del Convento de la Merced, fray José Pesoa, el Compendio del orden
judicial y práctica del tribunal de religiosos, de fray Pedro de los Ángeles;
el señor “Arias, casado con la de Aldao”, retiró un tomo del conocido
Diccionario nuevo de las lenguas española y francesa, de Francisco Sobrino,
para el inquieto agrónomo Martín José de Altolaguirre; el escribano
Manuel Joaquín de Toca le llevó al abogado y hombre público Benito
González de Rivadavia nada menos que los cuatro tomos de Prompta
bibliotheca canonica, juridica, moralis, theologica (...), de Lucio Ferrari; y la
misma cantidad de volúmenes transportó don Juan Ángel Lezcano para
el asesor general Manuel de Ortega y Espinosa, de la famosa obra de
Manuel Silvestre Martínez, Librería de jueces.
Los libros, entonces, pasaban, en muchas oportunidades, por varias
manos antes de llegar a su lector destinatario. La red de préstamos que
revela el cuaderno de Prieto y Pulido era, sin lugar a dudas, una expe-
riencia conocida por muchos, incluso por personas no muy allegadas a él,
tal como lo ilustra la expresión arriba citada del préstamo a Altolaguirre:
“que llevo Arias casado con la de Aldao”, es decir, un recordatorio para
identificar la identidad del intermediario. La importancia de los inter-
mediarios de préstamos, desde el punto de vista de la evolución de las
prácticas de la lectura, no radica –a pesar de su trascendente significa-
ción– solamente en el hecho de una amplia circulación de los libros en
cuanto a sus modos y usos por parte de los lectores, sino que además se
fundamenta en el elaborado grado de desarrollo de dichas prácticas para
acceder a los libros y en la participación activa, consciente o no, de otras
personas que operaban como “canales comunicadores” entre las obras y
quienes las solicitaban. Así pues, los intermediarios “vinculantes” fun-
cionaban como nexos entre los libros y las necesidades bibliográficas de
los usuarios, participando todos, casi en forma coral y conjunta, del fe-
nómeno de la lectura en una comunidad de lectores con rasgos ya muy
característicos de la modernidad.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 129
La dinámica de los préstamos de Facundo de Prieto y Pulido abarcó
un contexto y amplitud que no solo se limitó a sus amigos, conocidos
o funcionarios relacionados con sus actividades profesionales. Sus
inquietudes, en el vasto mundo impreso, también se extendieron a la
esfera vecinal. Así pues, varios de los libros ofrecidos durante el período
1779-1783 fueron llevados por vecinos muy cercanos a su vivienda. A
modo de ejemplo ilustrativo, se mencionan los préstamos que Prieto y
Pulido hiciera a tres de ellos: Francisco Haedo, Alfonso Sotoca y José de
Borraz; quienes residían en la misma cuadra, la “Calle Nueva de Norte a
Sur, cera que mira al Leste” (Documentos, 1919).
De este modo, a Francisco Haedo (acaso se refiera, aunque es menos
probable, al dragón José Aedo), que vivía casa de por medio, le prestó
el décimo volumen de la Colección general de ordenanzas militares, de José
Antonio Portugués; a Alfonso Sotoca, funcionario y militar, de más de
cincuenta años y casado con Melchora Durán, quien, por disposición del
virrey Vértiz y Salcedo fuera nombrado en 1789 administrador de la Real
Imprenta de Niños Expósitos, le hizo llegar otro tomo de la misma obra;
y al Ayudante Mayor de la Plaza de Buenos Aires, don José de Borraz, un
activo lector, le prestó varias obras que este le solicitara, tales como Jui-
cio imparcial sobre las letras (...), de Pedro Rodríguez de Campomanes, La
rhétorique, de François Lamy, Recreación filosófica, de Teodoro de Almeida,
Histoire romaine, de Charles Rollin, etc.
Todo lo cual permite conjeturar que la política de préstamo de Prieto
y Pulido no solo era muy amplia y extendida, sino que implicaba un
modo de relacionarse con sus vecinos a través de los intereses lectores
de estos; sus vecinos, pues, conocían y explotaban la generosidad del
propietario de esta activa biblioteca circulante privada.
Un aspecto habitual, que demuestra la riqueza y variedad de las
prácticas de lectura, fue la presencia de los “préstamos de préstamos”.
Es decir, algunos libros o manuscritos que existían en la biblioteca
particular de Prieto y Pulido y que, aparentemente, no eran propiedad
de él o de su esposa, pues eran materiales provenientes de otros acervos
privados y que estaban en su biblioteca en calidad de préstamo. Tal es el
caso de un tomo “de Poesias” que se llevó en préstamo el canónigo Juan
Baltasar Maziel y cuyo dueño era el abogado José Vicente Carrancio.
A esto debe agregarse que la casa de este último lindaba con la de un
amigo íntimo de Prieto y Pulido, el jurisconsulto José Luis Cabral, ambos
domiciliados en la calle de la Merced, en la acera norte que bajaba hacia
el río. Nuevamente, tal como lo manifiesta este caso, la amistad y la
vecindad fueron dos aspectos ricos y dinámicos en el complejo vínculo
de libros pedidos y brindados.

130 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Otro ejemplo similar de estos usos y prácticas fue el caso de la conocida
y apreciada Defensa legal y económica de los procedimientos del Ilustrísimo
Sr. Obispo de Buenos Aires, D. Manuel Antonio de la Torre... en la causa de
los Dres. don José Antonio de Oro y D. Juan Cayetano Fernández de Agüero
(Gutiérrez, 1915: 485), redactada por Juan Baltasar Maziel con motivo
de un sonado caso eclesiástico de la época (Probst, 1946: 109-114), cuyo
manuscrito (o copia manuscrita) estaba en poder de Prieto y Pulido, y
que el 7 de marzo de 1780 fuera solicitada por Maziel para prestársela al
intendente de Buenos Aires, don Manuel Ignacio Fernández. De modo
que la circulación del original de dicha causa pasó por varias manos y
lecturas; en primera instancia, había sido prestado por Maziel a Prieto y
Pulido, y luego solicitado por aquel para su consulta por Fernández.
Un elemento enriquecedor relacionado con la circulación de los
libros de Prieto y Pulido fue el amplio criterio social de sus préstamos.
Si bien es cierto que la mayoría de sus obras las brindó a un grupo social
determinado, formado, principalmente, por una elite de abogados y
otros funcionarios de importancia, no es menos cierto que también lo
hizo con individuos de menor lustre y jerarquía. Tal es el caso del libro
titulado Tractatus de causis piis in genere et in specie, de Francisco Mostazo,
que fuera prestado por Prieto y Pulido “a don Pedro”, ex mayordomo
de “Su Ilustrísima”, el Obispo de Buenos Aires. No obstante, el caso
paradigmático en esta clase de préstamos a personas de distinto
rango social fue el de don Nicolás de Ocampo, “mozo de Avellaneda”,
empleado del acaudalado comerciante de Buenos Aires don Esteban de
Avellaneda, quien en 1776 poseía cuatro negocios (Torre Revello, 1970:
110). Nicolás de Ocampo, al parecer, gracias al hecho de ser empleado
de este importante tendero, tal como lo consigna en su cuaderno Prieto
y Pulido, tuvo acceso a siete préstamos, entre ellos la Biblia, el Breve
compendio de la geografía universal, de Claude Buffier, los Contes à rire, y la
Colección general de las providencias hasta aquí tomadas por el gobierno sobre el
extrañamiento y ocupación de temporalidades de los Regulares de la Compañía.
Empero, en otro extremo de la jerarquía social, un préstamo otorgado
por Prieto y Pulido llegó a las más altas esferas del virreinato. Se trata
al parecer de un manuscrito que estaba en su biblioteca, titulado, tal
como lo cita su dueño, El memorial del Cabildo de México contra Lorenzana,
evidentemente se refiere al famoso arzobispo de México, Francisco
Antonio Lorenzana y Butrón, manuscrito que fuera solicitado para su
consulta nada menos que por otro ilustre mexicano, el virrey Juan José
de Vértiz y Salcedo.
Un caso de real interés fue el préstamo que registró Prieto y Pulido en
su cuaderno el día 28 de febrero de 1780; el mismo era el siguiente: “La
Argentina mela dio Warnes y dn. Bme. Muñoz la presto al Brigr. dn Josef

A L E J A N D R O E . PA R A D A 131
custodio”. Se trata, probablemente, del manuscrito de La Argentina de
Ruy Díaz de Guzmán. (Existe la posibilidad, aunque poco probable, de
que la cita se refiera al libro homónimo de Martín del Barco Centenera,
pues existía de este último una reciente impresión realizada en Madrid
en 1749, a cargo de Andrés González Barcia). En ese entonces, el ma-
nuscrito de La Argentina de Díaz de Guzman circulaba entre el grupo de
conocidos de Prieto y Pulido. Su amigo, el jurisconsulto Julián de Leiva,
poseía la copia que consultó Pedro de Angelis para la edición príncipe
que apareció en su monumental Colección de obras y documentos relativos a
la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata (de Angelis,
1836-37). También el ilustre chileno José Antonio Rojas, quien a princi-
pios de 1779 recaló en Buenos Aires y consultó la librería de Prieto y
Pulido, al menos en dos ocasiones, poseía otro manuscrito. A propósito
de la existencia de varias copias, el historiador Ricardo Donoso afirma
que no era difícil obtener ejemplares de la obra en el mercado español de
la época (Donoso, 1963, 2: 637). Sin embargo, lo realmente interesante es
el grado y la dinámica de circulación que tuvo este manuscrito entre los
allegados a Prieto y Pulido. No sabemos, a ciencia cierta, si la copia era o
no propiedad de este último, aunque por estar asentada en su cuaderno
es muy probable que le perteneciera. El hecho, indudablemente signi-
ficativo, es la demanda de circulación que tuvo la obra, pues pasó de
manos de Prieto y Pulido al funcionario y comerciante Manuel Antonio
Warnes, luego la retiró Bartolomé Doroteo Muñoz quien, finalmente, se
la prestó al brigadier José Custodio de Sáa y Faría. Lo que demuestra,
además, el vivo y latente interés por los orígenes históricos del Río de la
Plata por parte de los lectores que consultaban la biblioteca de Prieto y
Pulido.
Pero el proceso de circulación de las obras que pertenecieran a
la biblioteca de Prieto y Pulido, fue, realmente, mucho más sutil y
complejo. Detrás de los prolijos asientos consignados por su propietario
en el cuaderno de obras brindadas, se oculta un rico entramado de idas y
venidas de libros. Así los préstamos, en muchas oportunidades, volvían
a los estantes de su dueño cuando eran devueltos por los lectores que
los habían demandado; no obstante, este periplo de regreso a su librería
original no siempre se cumplió, pues, frecuentemente, muchas obras
quedaron en manos ajenas o no fueron devueltas por diversos motivos.
Un caso de particular interés, dentro de esta temática, fue la relación
de préstamo que tuvo su propietario con Juan Baltasar Maziel. Dicha
relación, al parecer fundada en una antigua amistad, se remonta a la
donación que hizo Maziel a Prieto y Pulido de un terreno que aquel
tenía en litigio en 1770, y por el cual se sabe que este tenía un poder
amplio de Maziel otorgado en el año 1764 (Probst, 1946: 79-80) que

132 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


2. Autógrafo de Juan Baltasar Maziel, el principal lector de la biblioteca circulante particu-
lar de Prieto y Pulido (1779-1783).
avalaba, entonces, un vínculo de reciprocidad y de confianza mutua.
Dentro de ese contexto, pues, no llama la atención que Maziel haya sido
el individuo que retiró más libros de su librería (17 préstamos o más).
Lo realmente significativo son los usos y prácticas que ambos tuvieron
con el destino final de los libros prestados al cabo de los años. En este
proceso o entramado de préstamos, se dieron varios casos de particular
interés. En primera instancia, los libros pedidos por Maziel a Prieto
y Pulido y que fueron devueltos por el primero, pues se hallaban, al
parecer, en la donación de la biblioteca al Convento de la Merced, tales
como las obras de Juan Pedro Fontanella, Julius Clarus, Jerónimo de
Zeballos, Pierre Toussaint Durand de Maillane, Claude Fleury, y Juan
Bautista Berni. Luego, en un segundo momento, un conjunto de obras
que le fueron prestadas por nuestro escribano al dignatario eclesiástico
y que se encontraban en el inventario que se levantó de la biblioteca de
Maziel a su muerte (Piccirilli, 1942: 193-206; Prosbt, 1946), y que no se
hallaban en la donación al Convento, entre ellas, las obras de Nicolás
Rodríguez Hermosino, Claude François Nonnotte, Francisco Pérez
Cuesta y Raphael Bluteau. Y finalmente, las obras de Ansaldo Ansaldi
y Fray Bartolomé de la Casas, que fueron prestadas por Prieto y Pulido
al sacerdote, pero que no se encontraban ni en la biblioteca particular de
Maziel ni en la donación del primero al ámbito religioso.
Todo lo cual demuestra la complejidad que significó la administración
de las obras prestadas por parte del dueño de la librería circulante y,
acaso, la insuficiencia y limitación del “cuaderno de préstamos” en el
momento de ejercer un control sobre el material bibliográfico ofrecido.
Prieto y Pulido, indudablemente, perdió o no recuperó muchos de los
libros prestados, reforzándose, de este modo, la teoría de que la donación
de su biblioteca para uso público en 1794 se haya debido a un “cansancio”
en el ejercicio cotidiano de la administración de sus fondos.
Además, el estudio del “cuaderno de préstamos” nos depara otras
sorpresas que corroboran esta situación de complejidad en la circulación
de los libros. Pues este, al compararlo con el inventario de la donación
de la biblioteca en 1794 (Levene, 1950: 33-45), nos informa que Prieto y
Pulido tuvo en su librería una gran cantidad de libros que prestó a sus
conocidos y que no se encuentran en el legado definitivo a la Merced.
Los autores de algunas de esas obras son los siguientes: Manuel de Amat
y Junient, Ignacio Asso del Río, Claude Buffier, Nöel Chomel, Antonio
Galmace, Horacio, François Lamy, Pedro y Rafael Rodríguez Mohedano,
Francisco Sobrino, etc. Por otra parte, también sabemos que muchos de
los libros llevados fueron devueltos a su propietario, ya que varios de
ellos se encontraban en el listado de libros que quedaron en poder de
Prieto y Pulido en el momento de la donación de 1794, bajo el título de

134 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


“Razón de los libros que tengo” (Levene, 1950: 45-48). Tales como las
obras de Teodoro Almeida, la Biblia (tanto la de Calmet como la de Sacy),
Ambrogio da Calepio, François Gayot de Pitaval, Benedictus Pereyra
Borbanus, Gaspar Real de Curban, etc. A esto se debe agregar que no
se puede determinar, a ciencia cierta, si muchos de los libros prestados
estaban presentes en el momento del legado para uso público, aunque,
al parecer, fue muy probable que estuviera la mayoría. De este modo,
entonces, el cuaderno nos revela otro dato de vital interés: el matrimonio
Prieto y Pulido tuvo, en sus orígenes y a lo largo de la historia de su
biblioteca, una mayor cantidad de libros que los donados a la Merced. Así
pues, para tener un detalle más aproximado de esta librería, es necesario
enriquecer el legado de 1794 con las obras no devueltas existentes en el
cuaderno.

III.3 — La Biblioteca Pública


del Convento de la Merced (1794)

No obstante sus méritos y su destacada participación jurídica y


notarial en la segunda mitad del Setecientos porteño, Facundo de Prieto
y Pulido ocupa un lugar de primera magnitud en la historia de la cultura
argentina durante el período hispánico porque en las postrimerías de su
vida, quizá desencantado por las vicisitudes sufridas o por la necesidad
de retirarse al ambiente más recoleto de su hogar, decidió, de común
acuerdo con su esposa, donar la totalidad de su biblioteca particular en
1794, tal como hemos visto, al Convento de la Merced en Buenos Aires.
Sin bien no es la intención del presente capítulo estudiar en detalle
dicha donación, es imprescindible, dada la importancia de su estrecha
relación con el “cuaderno de préstamos”, analizar algunos aspectos de
este acontecimiento, ya que en él subyace el principal antecedente de una
colección de libros de carácter público anterior a la fundación, en 1812,
de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
En una primera aproximación, es necesario insertar a la biblioteca
de Prieto y Pulido, en cuanto a su acervo bibliográfico, entre los elencos
de libros de mayor tamaño en ese entonces. Dentro de esta división,
pues, ocupa el tercer lugar luego de las bibliotecas de Manuel Azamor
Ramírez (1069 obras) y Juan Baltasar Maziel (423), ya que registra 336

A L E J A N D R O E . PA R A D A 135
obras en total; seguida, a una distancia considerable, por otras librerías,
tales como las de Francisco Pombo de Otero (200), Claudio Rospigliosi
(166), Manuel Gallego (159), José Cabeza Enríquez (131), Juan Manuel de
Lavardén (126) y Mariano Izquierdo (110) (Rípodas Ardanaz, 1982: 89-
92). No obstante, si bien la biblioteca de Prieto y Pulido es significativa,
se encuentra a una distancia considerable de la de Azamor y Ramírez,
aunque este, en su mayor parte, la trajo consigo desde España cuando
asumió el obispado de Buenos Aires. Dentro de esta óptica, o sea, de
gestación de su librería “desde América”, es donde reside la importancia
de la colección de Prieto y Pulido.
En cuanto al modo de cómo y cuándo adquirió la totalidad de sus
obras, es una información compleja de determinar; y si bien algunos as-
pectos son solo conjeturas, otros se pueden deducir con cierto margen de
objetividad. No sabemos cuántos títulos pudo traer de la Península hacia
1760, pero dada su juventud y el grado de modesta formación intelec-
tual, varios testimonios sostienen la hipótesis de que una gran parte de
ellos los adquirió en La Plata y en Buenos Aires. Confirman esta suposi-
ción la vinculación, y en cierta medida la posible amistad, que tuvo con
los dos libreros porteños de mayor actividad en esa época: el portugués
José de Silva y Aguiar, que a partir de 1780 fuera concesionario de la Im-
prenta de Niños Expósitos, y el español Ramón de la Casa. Del primero,
Silva y Aguiar, quien se autodenominaba librero del Rey y bibliotecario
del Colegio de San Carlos, y que “tuvo su tienda en la calle San Miguel,
hoy Suipacha, de donde pasó a un local de la calle San José, hoy Florida”
(Buonocore, 1974: 12; Sabor Riera, 1974-75, 1: 21), sabemos que Prieto
y Pulido estuvo vinculado a su librería, pues requirió sus servicios, en
varias ocasiones, para encuadernar “cinco tomos de papeles varios de
a folio [...] y el Calepino de Ambrosio”, en fechas tales como el 21 de
mayo de 1781 y el 14 y 16 de julio del mismo año. En cuanto al librero
Ramón de la Casa, cuya tienda estaba “en la calle de la Piedad, próxima
a San Martín” (Buonocore, 1974: 12), su vinculación fue aún mucho más
estrecha, ya que Prieto y Pulido incluso le prestó al librero español un
tomo de la obra de Diego Covarrubias de Leyva, lo cual demuestra la
confianza existente entre ellos. Por otra parte, en una ocasión, Prieto y
Pulido consigna la compra de un libro; se trata de la Opera omnia canoni-
ca, civilia et criminalia, de Nicolás Rodríguez Hermosino, en 10 tomos, de
la cual dice “que compré en 40 ps”. Estos datos, pues, aunque escuetos
y muy parciales, nos permiten suponer que tenía relaciones comerciales
con dichos libreros, es decir, con José de Silva y Aguiar y con Ramón de
la Casa, quienes, al parecer, entre otros medios de obtención, tales como
el encargo a viajeros con destino a Europa, lo proveyeron de libros y
otros servicios.

136 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Aunque nuestro propósito principal no sea estudiar la totalidad de
la librería donada al Convento de la Merced, se impone, en un primer
momento, hacer una mínima referencia al contenido de la biblioteca. En
líneas generales, ascendía a más de 1000 volúmenes y su valor era de
aproximadamente 2500 pesos; estaba representada, fundamentalmente,
por obras de temática jurídica, notarial e histórica, destacándose, en
primer plano, los títulos relacionados con el Derecho; aunque no faltaron,
pero en bastante menor proporción, libros de Literatura, Filosofía,
Religión, diccionarios, Política, Medicina, Ciencias, de divulgación
científica y metodología del estudio, de viajes, de materias militares,
ordenanzas, y sobre la expulsión de los jesuitas. Se trataba, pues, de
una librería característica de un profesional de su tiempo; no obstante,
en un contexto amplio, la colección trasmite un espíritu sincrético en
la elección y balance de las materias incluidas. Prieto y Pulido era un
hombre, tal como afirmaron sus contemporáneos, que se caracterizaba
por su “inteligencia, actividad, y otras buenas prendas, como su quietud,
reposo y bella educación” (Levene, 1946, 2: 452); sus libros trasmiten un
equilibrio sosegado entre la tradición y lo moderno; vale decir, en su
biblioteca se hallaba aquello que debía interesar a un español culto que
desempeñaba cargos significativos en la administración colonial; era un
hombre del siglo que asimilaba sosegada pero con interés las importantes
novedades de su entorno, a la par que muchos españoles americanos y
de la Península, pero sin ir más allá en las ideas políticas de vanguardia
de ese entonces. Su biblioteca, entonces, es fuertemente jurídica, pero
también lo suficientemente provechosa en otros asuntos como para
hacerla atractiva a muchas personas de gustos e inclinaciones distintas
(Levene, 1950: 34-45). A modo de ejemplo ilustrativo de su importancia
en un área específica, se sabe que en obras relacionadas con asuntos
americanos contaba con 23 libros (6,84%), segunda, en cantidad, luego
de la de Azamor y Ramírez (Rípodas Ardanaz, 1982: 106-107).
Esta es, pues, la biblioteca que en 1794 donaron al Convento de la
Merced don Facundo de Prieto y Pulido y su esposa. La librería fue
inventariada y entregada a dicho Convento en marzo o a principios
de abril de ese año, conjuntamente con los estantes para los libros; el
Comendador de ese entonces, Francisco de Paula Gorostizu, en nombre
de la orden mercedaria porteña y del Convento de San Ramón, se hizo
responsable del establecimiento e inauguración al público del legado.
Acto seguido, antes de su apertura y con el objeto de obtener el permiso
de las autoridades, elevó al virrey Nicolás Antonio de Arredondo la
solicitud correspondiente; enseguida, el 25 de abril de 1794, el gobierno,
en un acto que lo enaltece dado que hasta la fecha no existía ninguna
biblioteca con esas características para su pública consulta, no solo dio su

A L E J A N D R O E . PA R A D A 137
apoyo sino que afirmó que “concedesé [...] la Licencia q.e solicita p.a abrir
la Biblioteca q.e expresa á beneficio y provecho del Publico” (Levene,
1950: 34). La biblioteca se instaló, al parecer, “en una pieza a proposito
de dicho Convento para su conserbacion y uso comodo” (Levene, 1950:
33), pues el Padre Comendador, en dicha solicitud al virrey, informó
que la librería “se halla arreglada, y en estado de que pueda principiar
á disfrutar los efectos de tan recomendable establecimiento” (Levene,
1950: 34), separándola, de este modo, de la biblioteca principal de la
orden. Los bibliotecarios encargados de esta última durante el período
1791-1803, fueron los siguientes: fray José Vera (1791-?), fray Manuel
Cuitiño (1795-1801) y fray Domingo Rama (1803-?) (Brunet, 1973: 79),
quienes posiblemente, uno o varios de los citados, secundados por
otros miembros de la congregación, se encargaron de su organización
y puesta en funcionamiento. Finalmente, al parecer en mayo de ese año,
la biblioteca comenzó “a estar franca [...] para que sirba en beneficio” de
los habitantes de Buenos Aires, notificándose este acontecimiento por
medio de un “Aviso al Publico”.
El horario era “todos los dias que no sean fiestas delos dos preceptos
porla mañana desde las 8 alas 11, y por las tardes desde las 3 asta las 5,
excepto enlos 4 meses de Diz.e En.o y feb.o y M.zo que sera desde las 4 h.ta
las 6 dela tarde” (Levene, 1950: 34). El detalle del horario es de interés,
pues su amplitud contrasta con la menor atención que brindara a sus
lectores, pocos años después, la Biblioteca Pública de Buenos Aires (1812)
y que fuera motivo de una tensa polémica entre Luis José Chorroarín y
Bernardino Rivadavia, discusión que incluso puso en riesgo el pronto
establecimiento de dicha institución (cfr. IV.2). Y no debería descartarse,
dentro de este contexto, que Rivadavia se hubiese inspirado en el horario
de la biblioteca de la Merced (Zuretti, 1960).
Por otra parte, el problema del horario de apertura posee una
trascendencia bibliotecaria de primera magnitud, pues la amplitud
horaria de la atención al público es correlativa y funcional al progreso del
concepto de biblioteca pública. Asimismo, el mayor servicio social de
esta institución hacia fines del siglo xix siempre coincidió con una amplia
extensión de sus horarios.
Antes de adentrarnos en el estudio de los libros donados por Prieto
y Pulido, es necesario analizar algunos aspectos de la donación para
comprender la importancia de este hecho esencial de los orígenes de
la biblioteca pública en la Argentina. Tal como hemos visto, además
del acta notarial del legado al Convento, Prieto y Pulido incorpora dos
listas de real interés: “Razon de los libros que tengo” y “Cuaderno de
los libros que me han llevado prestados”. En primera instancia, pues, la
donación estipulada no es completa y posee algunas restricciones; no se

138 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


entregan todos los libros del inventario, pues los donantes se abrogan
el derecho de quedarse con una cantidad de ellos (aproximadamente
64), o sea, aquellas obras más caras a sus intereses e inclinaciones como
lectores, y que luego, a la muerte de ambos, engrosarán la colección; y en
segundo término, aún más significativo, es el listado de libros que han
sido prestados a amigos y conocidos a lo largo de más de un lustro. Lo
realmente curioso es que muchos libros que figuran en el “cuaderno”
no se encuentran presentes en el inventario de la donación. Vale decir,
que esas obras no habían sido devueltas y su propietario las daba como
perdidas definitivamente.
Esta situación nos brinda la posibilidad de acercarnos a los posibles
móviles de la donación, los cuales admiten una doble lectura; por un
lado, el aspecto formal de aquello que manifiestan los documentos del
legado; y por otro, una connotación “informal” que se desprende del
cuaderno de préstamos.
Respecto del aspecto formal de los documentos, dicha característica
está dada por el acta notarial del legado, de común acuerdo entre
donantes y recipiendarios, al sostener que constituye una “piadosa
y profiqua obra pia” (Levene, 1950: 33). La donación, pues, a la vista
de todos, se manifiesta como un acto de beneficencia social; un gesto
piadoso, en donde la generosidad cristiana de los donantes se entrelaza
en un ámbito doblemente religioso: el Convento y el libro como objeto
sacralizado; si bien se trata de un proyecto individual en la gestación de
los orígenes de la biblioteca pública en Buenos Aires, este solo es viable,
en esa época, bajo la mirada tutelar de la congregación de la Merced. Así,
nos hallamos, pues, ante una biblioteca pública conventual.
El mayor mérito de la donación de los esposos Prieto y Pulido,
que no es nada menor, reside en su iniciativa de compartir gregaria y
públicamente sus libros, entendiéndolos como bienes sociales utilitarios
para ser usados por una mayoría. Luego de esta dinámica iniciativa, el rol
de los donantes no solo se torna pasivo, sino que, además, se desvincula
totalmente, pues los verdaderos responsables de llevar el proyecto
adelante y de mantener airosa la empresa son, indudablemente, los padres
mercedarios. Esta situación no es fortuita ni constituye una novedad.
Las órdenes religiosas, sin importar cuales, fueron durante el período
colonial las encargadas de velar y de custodiar los libros. El universo de
lo impreso era inherente, salvo contadas excepciones, a la esfera religiosa.
El Gobierno, a lo sumo, tal como aconteció con el virrey Arredondo,
podía dar su aval legal a una institución de estas características. Es por
ello que Prieto y Pulido y su mujer, como era lógico, legaron la biblioteca
a una congregación religiosa, pues esta y no otros era la garantía cultural
de su funcionamiento. Y por otra parte, además de ser una orden a la

A L E J A N D R O E . PA R A D A 139
cual estaba vinculado el donante, ofrecía una notable ventaja espiritual:
a los esposos Prieto y Pulido se los recordaría, con sendas misas, los días
de su natalicio.
Es por ello que en la donación figura en primer término el uso de la
biblioteca por los frailes de la orden, anteponiéndose así al usufructo
público que aparece en segundo término. Tal como se observa, claramente,
en el segundo punto de la donación que dice: “Que ademas de aber
servir [los libros] para el Estudio delos Religiosos de dicho Convento
hade ser (franqueada) al publico, para que pueda ocurrir el que quiera
á aprobecharse dela lectura que le convenga, en los dias y oras q.e el
Prelado designe” (Levene, 1950: 33).
No obstante este motivo de la donación, al que hemos denominado
“formal”, existe, además, la posibilidad de otro móvil oculto o inconfesa-
do, el cual se desprende del “Cuaderno de los libros que me han llevado
prestado”. Dicho motivo, acaso más mundano, pero no por ello irreal, se
refiere, pues, al hecho innegable de que una gran cantidad de los libros
prestados por Prieto y Pulido jamás le fueron devueltos y, si al menos
no cayeron en la categoría de hurtados, sí en la de “escamoteados” con
cierta elegancia. Esto significa que existe la posibilidad de que Prieto y
Pulido, cansado de prestar y reclamar sus queridos libros, fastidiado y
superado por la situación, haya decidido “pasar” el manejo de su biblio-
teca a los religiosos de la orden de la Merced. Esta segunda hipótesis
presenta un aspecto no tan simpático ni idealista del legado: el objeto de
la donación no sería un fin altruista puro, sino un donativo apurado por
la necesidad. De este modo, como en la mayoría de los asuntos huma-
nos, es probable que en la donación de la biblioteca al Convento de los
padres mercedarios hayan operado, entremezclados, los móviles nobles
y píos conjuntamente con los pragmáticos y operativos. Lo que resulta
importante, en definitiva, es la presencia, a partir de mayo de 1794, de
una biblioteca de libre acceso para los habitantes de Buenos Aires.
Restan por determinar, finalmente, dos aspectos de importancia en
cuanto a este legado público: su duración en el tiempo y cuándo cesó de
operar. En cuanto al lapso de su funcionamiento, las noticias son escuetas
y casi inexistentes (Torre Revello, 1965: 85). No obstante, se sabe que aún
estaba abierta en el año 1807, pues un íntimo amigo y colega de Prieto
y Pulido, al cual estuvo vinculado, además, por labores profesionales y
préstamos de libros, el inquieto y culto abogado español José Vicente
Carrancio, donó sus libros al Convento de la Merced en su testamento
del 27 de junio de ese año, “para que con ellos se aumenten su biblioteca
pública” (Rípodas Ardanaz, 1982: 120-121). Lo que permite suponer, con
cierto grado de certeza, que la biblioteca funcionó, al menos, durante
trece años; por otra parte, hay un acontecimiento innegable: el hecho de

140 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


la donación del doctor Carrancio demuestra que la biblioteca –no se sabe
en qué grado e intensidad– aún funcionaba hacia finales de la primera
década del siglo xix y que su existencia acaso haya influido intensamente
en la necesidad social de esta institución, tanto a nivel ciudadano como
gubernamental, como también, aunque en el terreno de las hipótesis, en
el legado similar de Azamor y Ramírez. En cuanto a su destino final,
fray José Brunet manifiesta que “tanto de la biblioteca conventual como
de la pública, sabemos que fue para iniciar la Biblioteca fundada por el
gobierno de la revolución de mayo de 1810” (Brunet, 1973: 44).
Tal fue el apasionante y venturoso periplo de la librería que donara el
matrimonio Prieto y Pulido en 1794 al Convento de la Merced; itinerario
que también conoció situaciones comprometidas, como el embargo que
sufriera durante la detención de su propietario en los altos del Cabildo
en 1778 y ciertas “ausencias de libros” debido a las generosidades en su
préstamo; no obstante todo ello, su primera intencionalidad de elenco
privado, individual y doméstico se transformó en el mejor de los objetivos:
en un destino público y comunitario de sus fondos bibliográficos.

III.4 — Los umbrales


de la Biblioteca Pública

Tal como se ha observado desde un primer momento, no es posible


separar la donación que hiciera el matrimonio Prieto y Pulido de sus
libros al Convento de la Merced en 1794 para el uso público del “cua-
derno de préstamos” llevado por su propietario a partir de 1779. Aunque
el último registro de este fue asentado, aparentemente, en el año 1783
y, por ende, media una larga década hasta la donación de la biblioteca,
el cuaderno nos brinda una importante información acerca de la inten-
cionalidad de sus dueños. Como se ha señalado anteriormente, no es
posible determinar cuáles fueron esas finalidades en el momento mismo
del legado en 1794, pues oscilan entre la necesidad de donar la biblioteca
a los mercedarios debido a que su administración ya se hacía incontro-
lable y tediosa ante los numerosos préstamos y, por otra parte, el móvil
del legado como una obra pía y benefactora para la comunidad. Dentro
de este marco, la intencionalidad realmente significativa es que Prieto

A L E J A N D R O E . PA R A D A 141
y Pulido había establecido, durante años, una red sutil y compleja de
préstamos de libros a un grupo de personas allegadas. Esto significa que
su acervo bibliográfico, de hecho, funcionaba –aun antes de la donación–
como una biblioteca personal o privada circulante. Así pues, al brindar su
colección de obras al Convento no hacía más que legalizar e instituciona-
lizar una situación que se arrastraba desde hacía mucho tiempo, aunque
es necesario puntualizar que los mercedarios no prestaban los libros a
domicilio. De este modo, la situación puede presentarse como el pasa-
je intermedio de una librería circulante de administración doméstica y
limitada a un círculo reducido de individuos, hacia un nuevo grado de
amplitud de miras y objetivos, pautado por una administración religiosa
institucionalizada y con una mayor llegada social.
Este fenómeno no se daba, al parecer, en un contexto aislado. La con-
ciencia de la necesidad de una Biblioteca Pública se encontraba presente
en los sectores cultos de la sociedad porteña de fines del Setecientos.
No obstante, lo realmente interesante es determinar algunos aspectos
fundamentales de la aparición de esa institución que fuera establecida
por la Junta de Mayo en 1810 e inaugurada por el Primer Triunvirato en
1812. En este caso el “cuaderno de préstamos” (1779-1783) juega un pa-
pel preponderante, pues constituye, sin duda alguna, un elemento promo-
tor y fundacional del primer antecedente de una biblioteca de uso público
en Buenos Aires, ya que ese humilde cuaderno, cualquiera haya sido el
móvil que lo motivó, fue el origen de la donación de la librería de Prieto
y Pulido al Convento de la Merced en 1794.
La pregunta que se presenta a continuación es la siguiente: ¿cuál fue
el papel, entonces, que desempeñó el plantel de libros de Prieto y Pulido
en la gestación y evolución de la biblioteca pública en esa época? A pesar
de incursionar en el terreno de las suposiciones, es posible hallar cierto
derrotero probable en dicha evolución.
La librería de Prieto y Pulido, como todo acervo de la esfera indivi-
dual, comenzó siendo un elenco de obras de uso exclusivamente perso-
nal y doméstico. En una segunda instancia, esta apropiación de los mate-
riales impresos pasa de una práctica privada a un ámbito gregario, pues
su propietario comienza a prestarlos a un grupo selecto de amigos y co-
nocidos; es decir, evoluciona de una práctica de lectura íntima a otra de
índole más colectiva. Esta situación se materializa en los registros de per-
sonas y obras que lleva detalladamente en su “cuaderno de préstamos”.
Luego, ignoramos por qué motivos, ese estado de cosas le es insuficiente
a su propietario o, al menos, inviable y de complicada prosecución. La
magnitud y el control de los préstamos, al parecer, se hizo insostenible,
sin contar los libros brindados que no regresaban a los estantes y que
marcaban, pues, su ausencia. O bien, descartando esta conjetura, decidió

142 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


donar su colección para uso del público en su carácter de benefactor. Lo
cierto es que en ese momento tomó la decisión, con su esposa, de legar
la librería al ámbito de la administración religiosa para su consulta por
parte de los ciudadanos. La colección se transforma, de este modo, en
una biblioteca pública conventual. El “cuaderno de préstamos”, dentro de
ese proceso, ha obrado como un puente intermediario entre el uso íntimo y
personal de los libros y su posterior empleo gregario y público.
El paso que restaba, pues, para una formulación moderna del concep-
to de biblioteca pública, descansaba en el tipo de administración, cuyos
principales fundamentos se han señalado en el capítulo II.2. Ese concep-
to moderno de gestión sería llevado a cabo por la Revolución de Mayo,
cuando el movimiento revolucionario provisional decidió que la nueva
Biblioteca Pública debía ser necesariamente una responsabilidad guber-
namental y no de una congregación religiosa. Y aun este acontecimiento,
el de la inauguración de esa institución, puede tomarse como uno de los
primeros actos de política cultural de la Primera Junta.
Indudablemente, luego del presente antecedente que, de hecho y en
forma taxativa, implicó o supuso el funcionamiento de una biblioteca
de acceso público en el Convento de la Merced a partir de una donación
particular desde 1794, además de otros innumerables precedentes (pa-
rágrafo II.1), solo restaba un paso: el establecimiento de una biblioteca
de estas características gestado en la esfera del Gobierno. En esta instan-
cia, y no en otra, la Revolución de Mayo encontró un campo expedito e
inequívocamente propicio para su concreción. No cabía traspasar otros
umbrales bibliotecarios tan contundentes y fructíferos como la donación
del matrimonio Prieto y Pulido. La presencia de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires hacia 1810 ya era un hecho social eminente y una política
cultural ineludible.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 143
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146 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


IV. ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA
PÚBLICA DE BUENOS AIRES

IV.1 — Introducción

La historia del establecimiento de la Biblioteca Pública de Buenos Aires


ha sido abordada, en forma incompleta, por numerosos autores. En este
sentido, a pesar de ciertas lagunas importantes que se subsanarán en el
presente trabajo, se posee una crónica circunstanciada de sus principales
etapas.
Paul Groussac fue el primero en consignar su historia desde los
inicios en 1810 hasta el año 1893 (Groussac, 1893). En líneas generales,
no obstante algunos errores menores, se trata de un discurso confiable
y documentado, cuyo principal mérito, en nuestra perspectiva actual,
radica en el hecho de que inaugura el primer texto conocido sobre la
historia de una biblioteca en nuestro país; es decir, consiste en un relato
histórico de carácter fundacional en esta clase de estudios.
Su vigencia, luego de más de un siglo, no solo radica en una mención
bibliográfica de rigor por su carácter de autoridad, sino por la riqueza
y el valor de las fuentes consultadas en el momento de su redacción en
las postrimerías del siglo XIX. De modo que toda historia de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires, en último término, siempre es deudora del
texto de Groussac.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 147
Las otras dos fuentes imprescindibles para este tema son las
contribuciones de José Torre Revello (1943) y de María Ángeles Sabor
Riera (1974-1975). El trabajo del primero, titulado Biblioteca Nacional
de la República Argentina, aporta una gran variedad de datos y de
registros originales que permiten aclarar y completar el trabajo inicial
de Groussac.
Empero, la historia mejor documentada de las primeras décadas de
este establecimiento, es el capítulo “La Biblioteca Pública de Buenos Ai-
res”, redactado por Sabor Riera en su ya mencionado libro Contribución
al estudio histórico del desarrollo de los servicios bibliotecarios de la Argentina
en el siglo XIX. Este texto, no obstante su breve extensión e intencionalidad
de revisión y puesta al día de la bibliografía existente, supera en claridad
a todos los restantes; incluso a los trabajos posteriores que, sin duda, se
basan en sus conceptos.
Es importante, además, mencionar a una serie de historiadores que
han trabajado en esta materia y que, en muchos casos, recuperaron
hechos y acontecimientos relevantes, tales como los libros y monografías
de Trelles (1879), Lucero (1910), Piaggio (1912), Sarmiento (1930), Palcos
(1936), Rojas (1938), Actis (s.f.), Furlong (1944), Rottjer (1960), Manzo
(1961), Acevedo (1992 y 1995), Merlo (1993-1994), Salas (1997), Trenti
Rocamora (1997 y 1998), entre otros.
Por consiguiente, resulta redundante volver a enumerar los hechos que
estructuraron la Historia de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, ya que,
tal como arriba se ha señalado, han sido profusamente investigados.
En cambio, en el Archivo General de la Nación, existe una gran
cantidad de legajos sobre esta “agencia cultural” (Black, 1996; Augst
y Wiegand, 2001), que han sido parcialmente consultados en algunas
ocasiones, o bien aún permanecen en su condición de inéditos.
El propósito de la tesis, tal como se lo puntualizó en la Introducción,
se centra en aquellos aspectos de la Biblioteca que hacen a su gestión
administrativa y a sus usos bibliotecarios en la vida cotidiana del
establecimiento; aspectos, ámbitos y prácticas, por lo tanto, que no han
sido tenidos en cuenta, hasta el presente, en la abundante bibliografía
citada sobre este tópico. Se trata, entonces, de una aproximación desde
la mirada bibliotecológica.
En consecuencia, la intención de este capítulo consiste en reconstruir
los orígenes de la Biblioteca en los meses anteriores a su apertura. Pues
esta especie de “protohistoria bibliotecaria” no solo nos manifiesta
las circunstancias fácticas que dieron forma a los “quehaceres” de
su inauguración, sino que también presenta, por intermedio de las
actividades preliminares de índole bibliotecaria, la imagen arquetípica
que tenían sus organizadores de la idea de lo que debía ser una biblioteca

148 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


en plena actividad gregaria y pública. Por eso, y dejando a un lado el
vasto caudal de contribuciones existentes, es fundamental identificar
aquellos elementos que, finalmente, pautaron su concreción.
Uno de los asuntos clave, y que demuestra la complejidad de su orga-
nización inicial, se presentó en las sucesivas postergaciones de su apertu-
ra. A través del intercambio epistolar de Luis José Chorroarín con la Se-
cretaría del Gobierno, como se observará más adelante, es posible rescatar
buena parte de las operaciones bibliotecarias que se llevaron a cabo.
Otro punto de vital importancia, también en vísperas de su
inauguración, y que dio lugar a un sinnúmero de idas y venidas entre
Chorroarín y Bernardino Rivadavia, fue el tema de redactar “unas breves
ordenanzas” para establecer su marco legal e institucional. La Biblioteca,
pues, no podía operar sin un reglamento que pautara, en detalle, sus
funciones y obligaciones.
En tercera instancia, es fundamental estudiar esa “génesis de la Bi-
blioteca Pública”, a partir del hallazgo que hizo el presente autor de un
manuscrito desconocido hasta la fecha: El reglamento provisional para el
régimen económico de la Biblioteca de la capital de las Provincias Unidas del Río
de la Plata. Esto es, de las “ordenanzas” por las que se normaba el funcio-
namiento del establecimiento. El análisis detallado de este estatuto res-
cata, hasta en sus más mínimas peculiaridades, tal como se desarrolla a
lo largo de este capítulo, el universo bibliotecario de la época (la gestión
administrativa, las tareas de los “dependientes”, las facultades de los
bibliotecarios, las obligaciones y los derechos de los “concurrentes”, las
representaciones y las prácticas de la lectura y la escritura, etcétera).
En un cuarto momento, la polémica que se estableció acerca del
problema del horario de su funcionamiento. Una divergencia entre
las autoridades y los bibliotecarios que, en el fondo, consiste en una
discusión sobre el tiempo de accesibilidad a la información contenida en
los registros bibliográficos; pero que también trasluce, inequívocamente,
otra realidad: la imposibilidad de los bibliotecarios de mantener un
horario amplio debido a la escasez de recursos, tanto de partidas de
dinero como de personal idóneo. Un problema operativo de larga data
en la historia internacional de estas instituciones, y en este aspecto la
Biblioteca Pública de Buenos Aires no fue una excepción.
Y finalmente, gracias a estas “ordenanzas”, la posibilidad de una relec-
tura intertextual del reglamento desde el punto de vista bibliotecológico,
que sitúa a esta disciplina dentro del contexto historiográfico de la época.
En resumen, la recuperación e interpretación del “reglamento”, con la
inclusión de los prolegómenos previos a la redacción final del texto, nos
permiten rescatar las bases fundacionales y operativas de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires; una veta bibliotecaria inexplorada, donde

A L E J A N D R O E . PA R A D A 149
emerge un conjunto de tópicos en los cuales no se había reparado hasta
fecha (las vicisitudes que postergaron su inauguración, la necesidad
de reglas para su funcionamiento, la estructura del “reglamento”,
las dificultades con el horario al público, la redacción de normativas
desde el enfoque bibliotecológico). El “reglamento” entonces redime
las voces y los murmullos de los individuos (y los quehaceres diarios
de la arqueología de su funcionamiento) que realmente trabajaron
e hicieron de la Biblioteca una realidad cotidiana. Por otra parte, es
importante señalar que en esa época de gran efervescencia política los
“reglamentos”, así como otras herramientas gubernamentales, fueron
vitales para instrumentar tempranamente muchos aspectos sociales
y administrativos que requerían de un marco legal, pautado por un
movimiento revolucionario con aspectos de gobierno provisionales
y con una sostenida liberalización de la expresión del pensamiento
(Chiaramonte, 2007: 111-112).
No obstante, antes de desarrollar este capítulo centrado en dichos
orígenes, es oportuno consignar algunos hechos puntuales que sirven
como marco de orientación histórica.
Existen tres discusiones o divergencias, casi de carácter bizantino, en
relación con los orígenes de la Biblioteca Pública: el día de su fundación
como acto gubernamental, la falta de un documento legal o decreto
jurídico que avale su creación, y la disputa –acaso el disentimiento más
estéril– sobre la personalidad responsable de su fundación. En esencia, en
cierto sentido, una serie de disensos y polémicas de poca trascendencia.
Estos acontecimientos, sin embargo, requieren de una aproximación
aclaratoria. Para la mayoría de los autores, debe tomarse el 7 de septiembre
de 1810 como la fecha de su creación, aunque, tal como lo sostiene Ricardo
Levene, el documento fundacional original, bajo el título de “Educación”,
cuya autoría muy probablemente se deba a Mariano Moreno, se publicó
en la Gazeta de Buenos Aires el 13 de septiembre, “pues el periódico fue por
algún tiempo a modo de Registro Oficial” (Levene, 1938: 21).
Esta carta del 7 de septiembre dirigida al Obispo de Buenos Aires,
redactada por Mariano Moreno aunque en su papel de vocero y
representante de la Junta, y que para Ricardo Levene (1938: 21) debe
considerarse “el escrito de creación de la Biblioteca Pública”, merece
reproducirse en integridad:

Habiendo dispuesto esta Junta la formacion de una Biblioteca publica,


espera con V. S. y de acuerdo con el v.e Dean y Cabildo franqueará
los libros, que aun se conserban del finado Yltmo. S.or D.n Manuel
Azamor y Ramirez; pues habiendo sido estos destinados por dicho
Yltmo. para una Biblioteca publica, se guarda el fin principal de su

150 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


disposicion, y se provee al beneficio publico, que debe de resultar de
este establecimiento (Levene, 1938: 72).

Pero estas fechas conocen un antecedente inmediato que, si bien corro-


bora su verosimilitud, también abre una instancia de incertidumbre, ya
que la Junta envió al Gobernador de Córdoba, el 22 de agosto de ese año,
una misiva en la cual le exhortaba a remitir los libros del obispo Orellana:
“... por ser así conveniente al servicio público, bajo el beneficioso objeto
a que esta Junta los ha destinado” (Levene, 1938: 69).
A esta carta debe agregarse el móvil último que, aparentemente, deci-
dió al flamante Gobierno a dar el paso final para la erección de esta agen-
cia social. Nos referimos a la esquela del obispo Benito de Lue y Riega,
en la que informaba la falta de uso de la donación de Azamor y Ramírez
y, en consecuencia, el conflicto que ocasionaba la ocupación por la tropa
de la habitación donde estaba esta librería en el Seminario Conciliar. Asi-
mismo, demandaba a las autoridades una pronta solución y reubicación
de esa importante biblioteca que, como hemos visto, había sido destina-
da para su empleo público (capítulo III), al sostener que la Junta “tenga
a bien designar para su conservación otra [habitación o morada] decente
y segura” (Torre Revello, 1965: 85-86).
Esta carta puede tener una importancia vital, ya que, como lo señaló
José Torre Revello, advirtió “a la Junta Gubernativa de la existencia de
la biblioteca, con semanas de anticipación a los primeros escritos que se
cursaron relacionados con el establecimiento público que se habría de
fundar” (Torre Revello, 1965: 86 y nota 160).
En cuanto a la polémica sobre la personalidad o los responsables de su
creación, a esta altura de los acontecimientos, resulta ociosa e insustancial.
Las opiniones oscilan en sostener su paternidad indiscutida a Mariano
Moreno (Groussac, 1893; Levene, 1938; Caillet-Bois, 1963), o a Luis José
Chorroarín, su verdadero promotor en la acción bibliotecaria (Martínez
Zuviría, 1938a; Sierra, 1939), o bien a la totalidad del primer Gobierno
patrio (Sabor Riera, 1974, vol. 1: 31). Otros autores, en forma más osada,
aunque no infundada, no dudan en sostener que la paternidad del
famoso artículo “Educación” fue obra de la pluma de Manuel Belgrano
y no de la redacción de Mariano Moreno (Manzo, 1961), apoyándose en
los escritos del primero en el Correo de Comercio (Correo, 1810-1811).
La conclusión que se desprende de estas disparidades señala, ya en
forma contundente, el margen de duda que siempre existirá en relación
con la creación de esta agencia social. Sin embargo, es posible sostener,
siempre en la esfera de una conjetura lógica pero no definitiva que, en
líneas generales, se carece de un decreto y de una fecha indudable de su
establecimiento. Pues si bien el 7 de septiembre resulta la más coherente

A L E J A N D R O E . PA R A D A 151
y el 13 su legalización pública como “edicto” en la prensa, la carta del
22 de agosto ya manifiesta que existía una decisión tomada en el seno de
la Junta. Por otra parte, se carece hasta ahora de la fecha de un decreto
formal, salvo el “Indice de los decretos...” donde se asienta, bajo la letra
E. de “Educación”, unas breves líneas sobre su institución (Levene, 1938:
21, nota 1). Por otra parte, tal como lo hemos señalado a lo largo del ca-
pítulo II, los antecedentes de su fundación poseen una larga datación y
participación colectiva. Acaso atribuir a una persona su fundación, como
también lo puntualiza Sabor Riera, sea excesivo e injusto, pues es la Jun-
ta, haciéndose eco de los precedentes y anhelos de todos, quien asumió
la responsabilidad de su instalación final.
No obstante, la lectura detenida del artículo “Educación” posee, en
su discurso textual, una marcada impronta morenista. Y la propia Junta,
en ese texto, nombra a Mariano Moreno como protector de la Biblioteca
“confiriéndole todas las facultades para presidir a dicho establecimiento,
y entender en todos los incidentes que ofreciese” (Moreno, 1896: 293).
Estos conceptos que, en última medida, trasuntan el pensar de la Junta
en su totalidad, constituyen un reconocimiento –más o menos implícito
y velado– a quien llevó el liderazgo en el debate por su concreción. Esta
suposición o conjetura formal no es, por lo tanto, infundada o temeraria,
ya que se aproxima a la realidad ubicua de la gestación final de la
Biblioteca inmersa en un proceso de larga continuidad.
Hechas estas aclaraciones sumarias, y dejando a un lado las suposi-
ciones inevitables de un asunto irresoluble por ahora, lo único verdadero
es que la Junta de Mayo no dudó en plasmar aquello que consideraba una
larga e inmerecida postergación, dada la abundancia de antecedentes,
para los habitantes de estas provincias: la fundación de una Biblioteca
Pública como instrumento social y cultural de política revolucionaria.
Este acontecer delimitado por matices de incertidumbre en torno al
establecimiento de la Biblioteca Pública de Buenos Aires se esclarece en
el momento de identificar el origen de los libros que formaron su primer
acervo bibliográfico, aunque a posteriori también se plantea, nueva-
mente, alguna confusión sobre la participación y la designación de sus
directores y bibliotecarios.
El acervo del establecimiento, como no podía ser de otro modo, dada
la rapidez de su instalación y el cariz dramático de los tiempos revolucio-
narios, se formó por vertientes bibliográficas múltiples y heterogéneas.
La Junta, en ese entorno complejo y beligerante, debió recurrir a la incau-
tación perentoria y coercitiva, como así también a la aceptación de todo
tipo de bienes, tanto pecuniarios como impresos; lo que ocasionó, ya en
los comienzos de su organización, cierta confusión e improvisación, tales
como los problemas crónicos que arrastró la Biblioteca por la falta de un

152 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


edificio adecuado, las partidas presupuestarias que no cubrían el con-
junto de sus necesidades, la carencia de personal, el gran incremento de
obras duplicadas y deterioradas, y otras muchas dificultades que debie-
ron ser allanadas, dentro de un mundo de posibilidades excesivamente
estrecho y modesto, por los sucesivos directores de la institución.
No obstante, tal como hemos observado, son conocidos los lugares y
las bibliotecas de donde provinieron las primeras obras de esta agencia
social, ya que se formó con los libros de la Biblioteca Mayor (Colegio
Máximo) y Menor (Noviciado) existentes en la colección jesuítica de Cór-
doba, con la biblioteca de quien fuera obispo de Buenos Aires, Manuel
Azamor y Ramírez, con los ejemplares que aportó el plantel bibliográfico
del Colegio de San Carlos, y con las librerías de los conjurados de Cór-
doba. A los que deben agregarse los pedidos de obras que se hicieron a
numerosas provincias, ya que se reclamaron todo tipo de impresos a los
Administradores de Temporalidades de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago,
Catamarca y La Rioja (Sabor Riera, 1974, vol. 1: 31).
Un aspecto realmente interesante fue la suerte de algunas colecciones
de origen privado que, afortunadamente, tras sufrir mayores o menores
vicisitudes, nutrieron el primitivo fondo bibliográfico del establecimien-
to, como es el caso del famoso elenco de Azamor y Ramírez, cuyo destino
aciago, en último término, luego de casi quince años de incertidumbre,
coincidió con los deseos de consulta pública de su legatario. Otro ejem-
plo similar sucedió con la Biblioteca Pública del Convento de la Merced,
fundada con los libros de Facundo de Prieto y Pulido, pues sus fondos
también engrosaron los anaqueles de la biblioteca creada por la Junta de
Mayo (Brunet, 1973: 44).
En cuanto a la cantidad de volúmenes, nuevamente, los autores tam-
bién disienten, aunque la opinión fundamentada por Torre Revello, al
parecer, es la más aproximada cuando calcula, hacia fines de 1810, un
acervo de 15000 volúmenes (Torre Revello, 1943: 17). Por otra parte, ade-
más de libros, la suscripción pública reunió un monto de 10000 pesos.
Su localización, así como su historia edilicia, han sido motivo de
estudio de varios investigadores (Torre Revello, 1943: 12; Sabor Riera,
1974, vol. 1: 39-40); la Biblioteca, finalmente, se instaló en la llamada
Manzana de las Luces, en la intersección de las actuales calles de Moreno
y Perú, y en ese edificio funcionó, en forma permanente, durante más de
noventa años.
Pero el hecho realmente trascendente, como se ha comentado en el
parágrafo II.2, fue la extraordinaria participación ciudadana en esta em-
presa. Pues constituyó, en última instancia, una gestión de política cul-
tural mancomunada entre la decisión gubernamental y la dinámica acti-
vidad social de los ciudadanos. En sentido metafórico, pero no por ello

A L E J A N D R O E . PA R A D A 153
menos real, los donativos espontáneos de libros fueron notables, tanto
por su cantidad como por su variedad. Y por añadidura, el estudio de
las donaciones de obras por los particulares a la nueva Biblioteca, brinda
una ocasión inmejorable para abordar la historia de las prácticas de lec-
tura en las postrimerías de la dominación hispánica.
La finalidad de este trabajo excede el estudio detallado de esos legados
impresos por parte de los ciudadanos. Sin embargo, resulta de gran
importancia llevar a cabo, en líneas generales, una selección de estos.
Gracias a las donaciones de libros efectuadas entre 1810 y 1822, se
puede inferir deductivamente qué obras circulaban en ese período. Las
páginas de la Gazeta de Buenos Aires y el libro de Registro de Donaciones
de dicha institución dan prueba de ello. Los nombres de los primeros
donantes hasta 1822 superan holgadamente el centenar. A título
informativo, señalaremos los particulares que ofrecieron más de cinco
libros: el presbítero Luis José Chorroarín; Manuel Belgrano; Pedro
Fernández, preceptor de latinidad de los “públicos Estudios”; fray Julián
Perdriel; Julián Segundo de Agüero, cura del Sagrario de la Catedral;
Juan María Almagro, ex asesor del Virreinato; el comerciante don Tomás
Balanzategui; el médico Miguel Gorman; Martín José Altolaguirre,
ex ministro de la Real Hacienda; Antonio Ortiz, librero; José Sánchez
Alonso; José Isasi, comerciante; doña Martina de Labardén y Arce;
Benito María de Moxo y de Francoli, arzobispo de Charcas; Santiago
Wilde, administrador de la Lotería Nacional; Saturnino Segurola, primer
bibliotecario; José Martínez de Hoz, comerciante; José Gregorio Gómez,
cura de San José, en la Banda Oriental; fray Cipriano Gil Negrete,
maestro; Vicente Echevarría, conjuez de la Real Audiencia; José Roland,
comerciante portugués; Santiago Mauricio, comerciante; Domingo
Belgrano, canónigo de la Iglesia Catedral; fray Juan de la Madre de
Dios Salcedo, presidente del Convento de Betlemitas; José Miguel Díaz
Vélez, hacendado; Antonio Dorna; Miguel de Azcuénaga, gobernador
intendente; el doctor don Valentín Gómez; Antonio José de Escalada;
Bartolomé Muñoz, vicario general castrense del Ejército de la Banda
Oriental; y el religioso y bibliotecario don Dámaso Antonio Larrañaga.
Cabe destacar, entre estas personalidades, a aquellos que realizaron
las donaciones de mayor volumen. Tales son los casos de Luis José
Chorroarín, quien donó, en varias ocasiones, alrededor de 200 títulos;
Manuel Belgrano, que ofreció la totalidad de su librería formada por
más de 80 títulos en castellano, francés, inglés, latín, griego e italiano,
donde se destacan obras sobre Historia, Política, Literatura y Ciencias
Aplicadas; Juan María Almagro, quien entregó 23 títulos de temática
jurídica; Miguel Gorman, con 21 obras, en su mayoría sobre Medicina;
Martina de Labardén y Arce, con 24 títulos en varias lenguas, donde

154 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


3. Antiguo edificio de la Biblioteca Pública de Buenos Aires
predominan los libros de Derecho y algunos de Ciencias Aplicadas;
Saturnino Segurola (28); José Martínez de Hoz (15); Vicente Echevarría
(25), muchos de ellos jurídicos; Juan de la Madre de Dios Salcedo (24),
con varias obras de temática religiosa y médica; José Miguel Díaz Vélez
(15); Martín José Altolaguirre, con 7 títulos sobre Arte y Ciencia Militar;
el librero Antonio Ortiz y José Isasi, con 11 y 9 libros respectivamente;
Miguel de Azcuénaga y Antonio José de Escalada, ambos con 21;
Bartolomé Doroteo Muñoz, con un significativo lote de libros, en su
mayoría científicos, y la donación de materiales tridimensionales (un
microscopio, un termómetro capilar, etc.); y “el señor Miralla, natural
de Buenos Ayres, y residente en la Habana”, quien entregó 21 títulos,
preferentemente de Literatura Grecolatina.
Al recorrer las páginas del Registro de Donaciones se observa la riqueza
de los libros donados. Todas las materias se encuentran allí presentes: Fi-
losofía, Religión, Derecho, Economía, Pedagogía, Política, Ciencia y Arte
Militar, Matemáticas y Geometría, Astronomía, Botánica, Zoología, Me-
dicina y otras Ciencias Aplicadas, Arte, Arquitectura, Literatura y Tea-
tro, Historia, Viajes, Geografía y Biografía. Lo que demuestra la difusión
del libro en la ciudad de Buenos Aires en las postrimerías de la domi-
nación española y en la primera década independiente. Es remarcable,
por otra parte, la variedad de las profesiones de los donantes: religiosos,
funcionarios, militares, abogados, médicos, hacendados, comerciantes,
maestros, tanto nativos como peninsulares; tampoco falta la presencia
de la mujer, representada por Martina de Labardén y Arce. Además, es
importante reparar en la variedad de lenguas que se encuentran citadas
en los legados de libros: francés, inglés, italiano, alemán, holandés, grie-
go y latín. Un hecho significativo es el aporte de “algunos comerciantes
ingleses”: la primera comunidad extranjera residente en Buenos Aires
que donó un conjunto de volúmenes.
Finalmente, antes de abordar el análisis del “reglamento” como fuen-
te primaria ineludible en la reconstrucción de la historia inicial de la Bi-
blioteca Pública de Buenos Aires, es oportuno citar otro de los tópicos
aún ríspidos y confusos en su historia: el problema del grado de partici-
pación de los bibliotecarios que estuvieron a cargo de la institución. De-
bido, pues, a la falta de documentación oficial o a su relativa inexactitud,
los historiadores han tenido dificultades para determinar el grado de
responsabilidad de sus autoridades.
Luego de muchas opiniones divergentes o disímiles (Groussac, 1893;
Levene, 1938; Sierra, 1939; Torre Revello, 1943; Sabor Riera, 1974, vol. 1),
en las cuales se trata de aclarar el papel que llevaron a cabo Cayetano
Rodríguez, Saturnino Segurola (los primeros bibliotecarios nombrados

156 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


como tales por la Junta en el ya mencionado artículo-decreto “Edu-
cación”, publicado en la Gazeta, el 13 de septiembre de 1810), Luis José
Chorroarín y Dámaso Antonio Larrañaga, en líneas generales, existe
cierta unanimidad sobre la participación de ellos.
Sin entrar en detalles, se concluye que los directores de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires fueron, en sus dos primeros decenios de fun-
cionamiento, los siguientes: Luis José Chorroarín (1811-1821), Saturnino
Segurola (1821-1822), y Manuel Moreno (1822-1828). Fue, sin duda, Cho-
rroarín el principal responsable de su organización bibliotecaria; esto es,
el animador y promotor indiscutible de la gestión bibliotecaria inicial.
José Torre Revello ha establecido la cronología de los directores basán-
dose en los legajos existentes en el Archivo General de la Nación, y aun-
que algunos investigadores difieren en ciertas nominaciones, al parecer, la
lista presentada por él es la más veraz y pertinente. Torre Revello, para el
período que abarca este trabajo, propone las siguientes autoridades en la
Biblioteca: Mariano Moreno, Protector (1810); Cayetano Rodríguez, Primer
Bibliotecario (1810-1811); Luis José Chorroarín, Director (1811-1813); Satur-
nino Segurola, Segundo Bibliotecario (1810-1813); Dámaso Antonio Larra-
ñaga, Director (1813-1815); Domingo Zapiola, Director Interino (1815-1818);
Luis José Chorroarín, Director (1818-1821); Domingo Zapiola, Vicedirector
(1818-1821); Mariano Perdriel, Segundo Bibliotecario (1818-1821); Saturnino
Segurola, Director (1821-1822); y Manuel Moreno, Director (1822-1828)
(Torre Revello, 1943: 15-16).
A pesar de la relativa exactitud de esta cronología, Chorroarín, con algu-
nas interrupciones y parciales alejamientos, mantuvo en la práctica la direc-
ción o su marcada influencia como autoridad rectora desde 1811 hasta su
retiro en 1821.
Por otra parte, la figura de Chorroarín posee un interés particular. Fue
un presbítero formado, tal como se puede observar en su curso de Lógica,
al parecer, en el modelo del pensamiento escolástico, es decir, con ciertos
anacronismos en el momento en que se presentó la crítica ilustrada de la
enseñanza colonial (Chiaramonte, 2007: 44 y 103). No obstante, constituyó
un clérigo representante de esa compleja ambivalencia y heterogeneidad de
fuentes tradicionales e innovadoras de los últimos años de la dominación
española en el Río de la Plata, pues también tuvo una participación decisiva
en la esfera de la cultura revolucionaria en el momento de la inauguración
y la primera gestión de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 157
IV.2 — La gestión inicial: una lectura a través de
“El reglamento provisional para el régimen económico
de la Biblioteca Pública de la capital de las Provincias
Unidas del Río de la Plata” (1812)

La inauguración de la Biblioteca Pública de Buenos Aires el 16 de


marzo de 1812, constituyó, tal como se ha señalado en los apartados II. y
IV.1, un hecho lógico y necesario, pues la Revolución de Mayo no podía
permitirse el lujo de carecer, por mucho tiempo más, de una institución
de todos y para todos los ciudadanos. La necesidad de una entidad de
estas características estaba, pues, en el ambiente social de entonces;
prueba de ello fueron los generosos donativos de dinero y libros para
dotar al nuevo establecimiento.
Dentro de este marco, hacia fines de 1811, el Primer Triunvirato debió
enfrentar una difícil situación política. Todo era adverso: la compleja
situación política interna (ya se acentuaban las diferencias entre porteños
y provincianos), la delicada situación del ejército patriota (aún no había
arribado San Martín) en su primer año de lucha independiente y, en el
frente formativo, la postergación de la inauguración de la Biblioteca
Pública, ideal cultural y democrático (aunque con profundas raíces en el
período hispánico) de la flamante Revolución de Mayo.
Consciente de esta situación, el Triunvirato, a instancias de Bernar-
dino Rivadavia en su carácter de secretario, decidió impulsar definiti-
vamente la apertura del establecimiento. La situación así lo exigía, pues
la participación popular en peculios y libros durante 1810 y 1811 había
sobrepasado las expectativas más optimistas. La Biblioteca Pública de
Buenos Aires, en cierta medida, era el primer acontecimiento eminen-
temente republicano y democrático en el área de la cultura popular que
se había extendido con enorme aceptación en todos los estamentos de la
sociedad. En este sentido, fue una obra conjunta de las aspiraciones de
los dirigentes políticos y los anhelos de los ciudadanos; indudablemente,
constituyó el ejemplo más acabado de gestión gubernativa e intereses
individuales encolumnados en el beneficio social de todos.
Así pues, el 30 de diciembre de 1811, el Triunvirato se dirigió en estos
términos al Director de la Biblioteca, Dr. Luis José Chorroarín:

La ilustracion publica, no menos q.e la espectacion de esta Ciudad,


y demas Pueblos de su comprehension, demandan imperiosam.te
la apertura de esa Biblioteca, y es ya tiempo de q.e vean realizados

158 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


sus deseos, y el fruto de sus afanes. En cualquier estado en q.e ella
se halla, es indispensable abrirla el día 1.o de Febrero [...] (Levene,
1938: 102).

Pero esta urgencia del Triunvirato se fundaba en otros antecedentes.


En varias ocasiones se fijó una fecha tentativa para la inauguración del
edificio, pues el propio Chorroarín, pocos días antes, el 15 de diciembre
de 1811, remitió una carta al secretario Nicolás de Herrera, en la cual
sostenía que le era imposible la apertura del establecimiento para el 2 de
enero de 1812, y agregaba:

... en esta virtud puede Vm. asegurar á la Exma. Junta de Gobierno,


q.e no pudiendo ser la apertura de la Biblioteca p.a el indicado dia,
haré los esfuerzos posibles p.a q.e sea pasado el proximo Enero, y q.e
avisaré con anticipación p.a q.e lo haga anunciar al publico (Levene,
1938: 100-101).

Y poco tiempo después le informaba al vocal Juan José Paso “la ab-
soluta necesidad de retardar la apertura de la biblioteca siquiera un mes
mas, trasladándola del 1.° de febrero prefixado al 1.° de Marzo”, lo cual
fue aceptado por dicho vocal (Levene: 1938: 105).
Este pequeño conflicto no pasó a mayores, pues el Triunvirato reco-
nocía la infatigable y tesonera labor de Chorroarín. Los intereses, en de-
finitiva, eran disímiles: el Gobierno veía la apertura de la biblioteca como
un hecho cultural y político ya impostergable; en cambio, su director,
con amplia y responsable visión organizadora, consideraba que el esta-
blecimiento debía cumplir con todos los requisitos formales y técnicos
de una institución de esta importancia. Finalmente, y con la anuencia de
todos, la Biblioteca Pública de Buenos Aires se inauguró el lunes 16 de
marzo de 1812, con una significativa ceremonia a la cual concurrieron
las principales autoridades políticas, eclesiásticas y militares (véase el
Apéndice 3).
Por otra parte, la correspondencia entre Chorroarín y el Gobierno,
presenta, muy someramente, la enorme y solitaria tarea que llevó a feliz
término su director, ya que se abocó en tal grado a su trabajo que resulta
difícil detallar su gestión. Elaboró los índices metódicos y las correspon-
dientes signaturas de los libros, donó la totalidad de sus obras a la fla-
mante institución, dirigió y participó celosamente en la colocación de los
estantes y la ampliación del local, y mantuvo con su sueldo de director
y con el del segundo bibliotecario los gastos de limpieza, tinta, plumas,
arreglo de libros y manutención de un criado, entre otras innumerables
tareas. Todo esto en tal grado que, en cierto momento, comentó si en

A L E J A N D R O E . PA R A D A 159
realidad no se había convertido en “un verdadero dependiente, en quien
se reunan los trabajos q.e debe dirigir en otros” (Levene: 1938: 107).
Una nota de Chorroarín al secretario Nicolás de Herrera es sumamente
ilustrativa de su quehacer bibliotecario:

A pesar del activo y no interrumpido trabajo á q.e estoi entregado


de la formacion [de] indices metodicos, y numeracion de las obras
por el orden de su colocacion en los respectivos estantes y nichos, es
de toda imposibilidad imposible q.e la biblioteca abra p.a el comun
del publico el día 2 del proximo Enero, aun q.do se me franqueazen
manos diestras, que auxiliasen las mias. El atraso de los indices es
una consequencia del q.e han padecido las obras q.e debian preceder,
y este ha sido inevitable. La distribucion de los libros, tantos y de tan
diversas materias, en diferentes clases y especie, pide tiempo, y lo
exige mayor el pesado y prolijo trabajo de los respectivos indices, y
la consiguiente numeracion. Si el gobierno viese lo q.e he escrito en
las apuntaciones individuales de tantos millares de libros q.e deben
servir de base á la formacion de los indices, y si se persuade q.e la
colocacion de ellos, tal qual se halla, es obra solam.te mia, lexos de
extrañar demora, admiraria lo mucho q.e se ha hecho. Yo tengo la
satisfacion de que quantos concurren á la Biblioteca me encuentran
ocupado, y el propio honor me estimula á no desperdiciar momento
de los q.e sin perjuicio de mi salud puedo dedicar al trabajo (Levene,
1938: 100).

Esta misiva es sumamente valiosa y elocuente sobre las prácticas


bibliotecarias adoptadas por Chorroarín. Se trataba, en definitiva, de
los procesos técnicos que aplicó en la organización de la Biblioteca. Así
pues, dividió la colección por “materias, en diferentes clases y especies”;
trazó en los volúmenes la signatura topográfica, esto es, el número de
ubicación “en los respectivos estantes y nichos”; y sin ayuda alguna,
pues para estas tareas se requería de una sólida y solvente formación
intelectual, redactó en cuadernos los “índices”, es decir, los catálogos
de acceso a la colección. La tarea principal, entonces, de Chorroarín fue
la catalogación y clasificación de los “millares de libros” que formaron
el acervo bibliográfico primitivo del establecimiento. Un perfil que
cuadraba con el modelo que se esperaba de un bibliotecario de fines del
Setecientos, un individuo erudito y pragmático en el hacer.
Sus cartas nos brindan un pálido reflejo de su denodado e infatigable
trajinar donde se entremezclaba lo importante y las menudencias de una
institución de estas características. El presbítero Chorroarín, ya anciano
y con prematuros achaques, y acaso herido ante el severo e injusto juicio

160 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


••
Arel' I6 u cdeúr6 la ('pat!J,ra de la bi f,¡" nt¡;_
r:a p úblic,t C01/ un ~kJ!lent~ /is(ilrr o qll:' prúi!!l'l'
cio el Dr. D. J osé ,/Mquhz R :n:;,.; tÍ el qlie ,jI if-
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que se "Jilria,. .i.
Por V P .

4. Aviso publicado en El Censor del 17 de marzo de 1812, donde se anuncia la apertura de


la Biblioteca Pública de Buenos Aires
de Mariano Moreno que, en un exceso verbal, lo definió como “un hom-
bre de ideas rancias e inútiles”, tomó la inquebrantable decisión de
impulsar con entusiasmo juvenil el establecimiento de la Biblioteca Pú-
blica (Martínez Zuviría, 1938a y 1938b; Sierra, 1939; Sanguinetti, 1951;
Manzo, 1960; Zuretti, 1960; González Arrili, 1968; Furlong, 1968; García de
Loydi, 1972 y 1973; y Frigerio, 1986).
No obstante, además del retraso en los trabajos del edificio y espe-
cialmente en la confección de los índices metódicos, Chorroarín estaba
preocupado –pues poseía un profundo sentido de la administración bi-
bliotecaria– por la falta de un reglamento u ordenanzas que pautaran las
tareas y obligaciones de los bibliotecarios, dependientes y concurrentes.
Este asunto era de vital importancia, pues temía que, llegado el día de
la inauguración, el establecimiento no pudiera abrir sus puertas por la
ausencia de dicha reglamentación.
Casi todas las esquelas que Chorroarín intercambió con la Secretaría
de Gobierno, en el fondo, casi ineludiblemente, tenían un tópico recu-
rrente: el “reglamento” del establecimiento. Las cartas previas a la solu-
ción de este problema, de una u otra forma, siempre confluyen en este
punto crucial.
De ahí que el estudio del “reglamento” y de la correspondencia que
suscitó, fundamentalmente vinculada con los horarios de funcionamiento,
resulta de capital importancia para comprender y reconstruir lo que
hemos denominado “la génesis de la Biblioteca Pública de Buenos
Aires”, cuya primera datación provisional se centraría desde enero de
1811 hasta el día de su inauguración, el 16 de marzo de 1812.
Así pues, como hemos visto, gracias a los documentos epistolares
que hacen al contexto de las “ordenanzas”, es posible conocer y deta-
llar la primitiva organización bibliotecaria que instrumentó el presbítero
Chorroarín. Como se observa, aunque el objetivo del Triunvirato y así
como el del Director de la Biblioteca consistía en la pronta inauguración
del edificio, sus necesidades y las del Gobierno eran disímiles, dado que,
en sentido amplio, estaban constituidas por los aspectos operativos que
garantizarían la permanencia del establecimiento en lo sucesivo.
El ámbito del Gobierno estaba pautado dentro de los límites políticos
y coyunturales de su delicada gestión administrativa; le era imperioso
concretar con hechos los designios de la Primera Junta y de los ciudadanos
que impulsaron el definitivo advenimiento de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires.
En cambio, Chorroarín se movía, en cierta medida, en otra dimensión
temporal: quería organizar técnica y administrativamente una empresa
eminentemente formativa y popular que fuera un modelo para las

162 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


generaciones sucesivas y que sirviera de ejemplo para otras iniciativas
similares en el extenso territorio del antiguo Virreinato del Río de la
Plata.
Afortunadamente, y a pesar de las urgencias que se manifestaron
en las diferentes postergaciones que sufrió la apertura del edificio,
Chorroarín contó con la ayuda de Bernardino Rivadavia, ahora secretario
del Triunvirato. Este le brindaría el apoyo que él más necesitaba: un
funcionario inmerso y acosado por las urgencias políticas del momento,
pero consciente de la excesiva postergación de su apertura. Ambos,
pues, se unirían en la cadena de autoridades y ciudadanos que hicieron
posible la inauguración de la Biblioteca.
En consecuencia, el 29 de enero de 1812, Chorroarín se dirigió al
Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata solici-
tándole, entre otras cosas, “unas breves ordenanzas reducidas á pocos
articulos” que garantizaran el correcto funcionamiento de la institución.
En esta ocasión, además, informó a las autoridades que, en su momento,
ya había entregado al vocal Juan José Paso “unos mal formados apuntes
q.e tenia hechos, no p.a q.e sirvan de norma, sino unicam.te p.a indicar los
puntos q.e pueden contraerse” (Levene, 1938: 105-106).
Unos días después, al recibir el reglamento provisional de la biblioteca
el día 2 de marzo de 1812 sostuvo, apesadumbrado, en una carta que
presentó al día siguiente a la Junta Gubernativa, pero que indirectamente
estaba dirigida a su secretario, don Bernardino Rivadavia, que

Si mal no me acuerdo en unos apuntes que há mas de un año iva


formando y que en borrón los franquee á V. E., designaba horas por
la tarde mas esto fue quando aun no habia pulsado las dificultades.
Fue en unos borrones q.e dije a V. E. que no los comunicaba p.a q.e
sirviesen de norma, sinó unicamente para indicar los pocos puntos
á q.e podia contraerse el reglamento: y por eso es tambien que en
los segundos apuntes que formé de pronto, y remití al S.or Secreta.o,
no señalé horas por la tarde, sino solamente las que estableze el
reglamento para la mañana (Levene, 1938: 110).

Los acontecimientos, pues, que llevaron a la redacción final del


“reglamento provisional” fueron, en líneas generales, los siguientes. El
presbítero Luis José Chorroarín fue nombrado bibliotecario segundo por
la Primera Junta el día en que se trató la renuncia de Saturnino Segurola,
el 30 de enero de 1811. En cuanto se hizo cargo comenzó a elaborar, tal
como lo afirma en su misiva al Triunvirato del 29 de enero de 1812, “unos

A L E J A N D R O E . PA R A D A 163
mal formados apuntes” o borradores del reglamento u ordenanzas1.
Estos apuntes los entregó, posteriormente, al vocal Juan José Paso para
que este se los diera, probablemente, al presidente del Triunvirato, a la
sazón Manuel de Sarratea.
En estos primeros “mal formados apuntes” el Director de la Biblioteca
había propuesto, además del horario de la mañana, el turno de la tarde
para la atención del público lector. Pero pronto, acuciado por las innume-
rables y diversas tareas que le demandó la organización de la institución,
cayó en la cuenta de que el horario de la tarde era imposible de cumplir
con los medios y personal asignados. Y sostuvo, con sinceridad aleccio-
nadora, que “aun no habia pulsado las dificultades” que le demandaría
el establecimiento de la Biblioteca. En un breve lapso, posiblemente en

1
El principal antecedente de un reglamento para una biblioteca se remonta al año
1757, fecha en la cual los jesuitas de la ciudad de Córdoba elaboraron el catálogo de
su importante Biblioteca y las normas adoptadas para su uso, bajo el título de Index
Librorum Bibliotheca Collegii Maximi Cordubensis Societates Iesu. Dichas normas, en líneas
generales, eran las siguientes:
Reglamento para los bibliotecarios. – 1) La Biblioteca tendrá el índice de los libros
prohibidos, para que procure que no haya ninguno de los suyos entre los prohibidos o
entre aquellos cuyo uso no debe ser común. 2) La Biblioteca estará cerrada, y las llaves
las tendrá el bibliotecario, que las entregará a los que deben guardarlas a juicio del
Superior. 3) Todos los libros serán colocados en la Biblioteca con orden tal que todas las
facultades tengan un lugar propio con la inscripción correspondiente. 4) Cada libro será
consignado con todos sus títulos para que pueda fácilmente distinguirse. 5) De todos los
libros que hay en la Casa, tendrá un catálogo de las diversas facultades con los autores
en orden alfabético, distribuidos según las materias. 6) En otro catálogo, dividiendo
también las facultades por materia, se registrarán los libros que se hayan prestado fuera
de la Biblioteca: los que se sacan para ser devueltos dentro de los ocho días se anotarán
en una tablilla colgada de la pared a ese efecto: una vez devueltos, serán borrados. 7)
El bibliotecario no entregará a nadie un libro de la Biblioteca sin una licencia especial o
general del Superior, y cuide de que nadie reciba un libro sin que él lo sepa. 8) Procurará
el bibliotecario que la Biblioteca esté limpia y en orden, que se barra dos veces por semana
y que se sacuda el polvo de los libros una vez por semana. Debe también procurar que los
libros no se deterioren por humedad u otra cosa. 9) Si se prestaran algunos libros fuera de
la Casa, procurará el bibliotecario que sean recuperados a su tiempo y entre tanto anotará
en algún registro, cuáles son esos libros y a quiénes los ha prestado. (Echenique, Juan B.
1943. Córdoba y las librerías de los jesuitas. En Catálogo de la librería jesuítica. Córdoba:
Universidad Nacional de Córdoba, Biblioteca Mayor. p. xviii-xix.; véase también la reciente
e importante obra, Index librorum Bibliothecae Collegii Maximi Cordubensis Societatis
Jesu: Anno 1757. Edición crítica, filológica y bibliográfica. 2005. Estudio crítico: Alfredo
Fraschini. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba. 782 p., especialmente las páginas
135 y 136).
Otro antecedente de importancia es el esbozo de reglamento que se elaboró para la
habilitación de la Biblioteca Pública que funcionó en el Convento de la Merced de
Buenos Aires en el año 1794, gracias a la donación de la librería particular de Facundo
de Prieto y Pulido (cfr. Levene, Ricardo. 1950. Op. cit., p. 33-34).

164 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


5. Portada del Reglamento provisional de la Biblioteca Pública de Buenos Aires
6. Página final del Reglamento provisional de la Biblioteca Pública de Buenos Aires
febrero de 1812, redactó unas nuevas ordenanzas en las que no señaló
“horas por la tarde, sino solamente las que estableze el reglamento para
la mañana”, y que rápidamente remitió al Secretario del Triunvirato,
Bernardino Rivadavia.
De modo que, en el momento de reglamentar y dar forma definitiva a
las ordenanzas que constituirían el reglamento provisional de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires, se encontraban en la secretaría de Rivadavia los
dos apuntes o borradores realizados por Chorroarín. Finalmente, dicho
reglamento fue remitido a Chorroarín por Rivadavia, en su carácter de
secretario del Triunvirato, posiblemente el día 2 de marzo de 1812, pues
en la carta que el primero eleva a la Junta de Gobierno el día 3 de dicho
mes, afirmó, sin equívoco alguno, que “he recibido ayer al medio dia
copia del reglam.to provisional para la Biblioteca [...]” (Levene, 1938: 108).
El Reglamento Provisional, pues, estuvo vigente a partir de la apertura
del establecimiento el 16 de marzo de 1812.
Una copia de las ordenanzas elevadas a Chorroarín por Rivadavia el
2 de marzo de 1812, se encuentra actualmente en el Archivo General de
la Nación (AGN. Período Nacional. Gobierno. Sala X. Legajo 22-2-4).
La situación del expediente merece una breve explicación. Lleva por
título “Ejército – Comisaría de Guerra – Aduana – Entrada marítima y
terrestre – Reglamento Provisional de la Biblioteca – Maestranza de la
artillería”. Los originales del reglamento poseen una sobrecubierta que
dice “Biblioteca–1818” (aparecen tachados los años 1812 y 1811). A con-
tinuación existe una segunda sobrecubierta en la cual aparece escrito
el texto siguiente: “El reglam.to ô constitución de la Biblioteca la llevo
[sic] el Ofic.l maior D. Julian Ibasca. Marzo 6/818”. Por otra parte, en el
Índice temático general de unidades archinómicas del Período Nacional – Go-
bierno, editado en 1977 por el Archivo General de la Nación, figura bajo
el encabezamiento BIBLIOTECA, el presente reglamento, pero como per-
teneciente al Ejército y para el año 1818 (Archivo General de la Nación,
1977). Aparentemente, la copia de las ordenanzas fue retirada en 1818
por el oficial Ibasca debido, posiblemente, a alguna consulta, y no fue
devuelta a su lugar original. Posteriormente, al parecer, se tomó la fecha
de 1818 para su registro y archivo, señalándose, por error involuntario,
la fecha que figuraba en la segunda sobrecubierta. Es posible además su
permanencia en legajos del Ejército hasta que finalmente se depositaron
los originales en el legajo actual.
El documento firmado por Bernardino Rivadavia lleva por título
“Reglamento Provicional [sic] para el regimen economico de la Biblioteca
Publica de la Capital de las Provincias Unidas del Rio de la Plata” (véase
el Apéndice 1). Se trata de una copia acompañada además por dos
borradores.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 167
En 1939, la dirección de la Biblioteca Nacional encargó a Armando
P. Tonelli la búsqueda y ordenación de las diferentes ordenanzas por
las cuales se había reglado la institución; producto de este trabajo fue el
folleto titulado Reglamentos de la Biblioteca Nacional: algunos antecedentes.
En este trabajo su autor aclara el concepto siguiente:

No habiéndose podido encontrar el primer reglamento de la


Biblioteca Pública preparado por el canónigo Chorroarín, nos
limitamos a publicar estas notas y proyecto de reglamento, luego
sancionado por el Gobierno, en que se dan algunos detalles
interesantes del funcionamiento de la institución en sus primeros
tiempos (Tonelli, 1939: 5).

Esta afirmación también concuerda con la documentación más anti-


gua en la cual debería figurar el reglamento, ya que no aparece citado en
el Índice de Decretos, Órdenes, Reglamentos correspondiente a los años 1810-
1812 (Archivo General de la Nación).
Además de los documentos ya mencionados relacionados con el re-
glamento, posteriormente varios autores han hecho referencia al mis-
mo en diversos contextos, pero limitándose solo a consignar su posible
existencia (Manzo, 1960: 49-50; Zuretti, 1960: 103 y 105; García de Loydi,
1972: 569-570; y García de Loydi, 1973: 81).
Al estar firmada la copia del reglamento por Bernardino Rivadavia, se
plantea el problema de la paternidad del documento. Pero esta situación
conflictiva no es tal. Sin lugar a dudas, Rivadavia se basó estrictamente en
los dos apuntes que había confeccionado Chorroarín. En la Secretaría del
Triunvirato, pues, se trabajó con ellos y es de suponer que se respetaron
en gran medida casi todos sus puntos, salvo algunos pocos casos como
el horario de atención al público.
No obstante, en otras particularidades del reglamento se observa, sin
equívocos al parecer, la mano de Bernardino Rivadavia. Así pues, en el
artículo 4.o, los puntos referidos al Administrador de la Imprenta y al
de la Aduana, son tópicos que indudablemente fueron inspirados por el
Secretario, ya que estos temas serían abordados luego por Rivadavia en
su carácter de ministro de Martín Rodríguez. A todo esto debe agregarse
también la reglamentación legal, la forma estructural y la redacción final
del reglamento, que fueron de incumbencia de la Secretaría. Ludovico
García de Loydi ya había reparado en este hecho al afirmar que “el Primer
Triunvirato le dio [a la Biblioteca Pública] personería jurídica decretando
su inauguración y aprobando su reglamento y plan de organización”
(García de Loydi, 1972: 570).

168 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


En conclusión, es posible sostener la hipótesis, al menos con la do-
cumentación disponible hasta el momento, pues no se han hallado los
apuntes de Chorroarín, que él es el autor intelectual del reglamento pro-
visional; y que Bernardino Rivadavia fue el responsable de su forma ju-
rídica y de algunas enmiendas y agregados.
En definitiva, Chorroarín debió sortear dos situaciones de índole
administrativa; por un lado, como ya lo hemos señalado conjuntamente
con otros autores, la urgencia con la cual las autoridades del Primer
Triunvirato le solicitaban la apertura de la biblioteca; y en otra instancia,
el problema del horario de atención al público. Esta última vicisitud, por
distintos motivos, se iba extender en el tiempo.
Como hemos visto, Rivadavia contó, sin lugar a dudas, con los dos
apuntes del presbítero para la confección del reglamento. No obstante, la
inclusión de las horas de la tarde no se trataba de una equivocación del
Secretario del Triunvirato, al basarse más en el primer borrador que en el
segundo. Por el contrario, Rivadavia siempre quiso que el establecimien-
to tuviera un amplio horario de atención al público, en especial en el
turno vespertino. Es por ello que el día 2 de marzo envió a Chorroarín la
copia de las ordenanzas en la cual incluía las horas de la tarde. Esta reso-
lución ya reglamentada desesperó al presbítero, pues de concretarse no
solo se desmoronaría su salud, sino que toda la empresa corría el riego
de naufragar. Inmediatamente redactó la divulgada respuesta del 3 de
marzo de 1812, en la que de hecho afirmaba la absoluta imposibilidad de
inaugurar la institución en el horario de la tarde. Sin embargo, el Primer
Triunvirato y su Secretario no tuvieron inconveniente alguno en acceder
a su pedido en cuanto a que la biblioteca permaneciera abierta exclusi-
vamente en horas de la mañana, tal como lo confirman las enmiendas y
tachaduras de las horas vespertinas en la copia del reglamento (véase el
Apéndice 1, artículo 1.o).
Esta intencionalidad de Rivadavia se manifestará en lo sucesivo,
pues a pesar de dar su visto bueno para la apertura del establecimiento
exclusivamente por la mañana, más adelante insistirá en el horario
vespertino; demanda a la cual adherirán los reclamos de otros ciudadanos
disconformes con el escaso margen en el que se franqueaba el ingreso al
público.
El debate sobre el horario fue una extensa y dilatada cuestión, pues
así lo testimonian numerosos documentos a lo largo de más de una déca-
da. Incluso algunos historiadores de la cultura porteña han reparado en
ello con cierto detalle (Urquiza Almandoz, 1972: 225-226). Señalaremos
los puntos más importantes. El primer testimonio, posiblemente debido
a la pluma de Vicente Pazos Silva, apareció en El Censor del martes 17
de marzo de 1812, con motivo de la inauguración de la Biblioteca; en él

A L E J A N D R O E . PA R A D A 169
se comunicaba que el horario de atención al público sería de “8 á las 12
y media del dia hasta fin de abril en que se variará” (El Censor, 1812). A
continuación, el 17 de octubre de 1815, por medio de un “articulo comu-
nicado” aparecido en La Prensa Argentina, un ciudadano reclamó exten-
sión horaria para la Biblioteca, con el objeto de “que puedan oficiales y
demas ciudadanos participar de este beneficio, pues para ello se han he-
cho desembolsos ingentes” (La Prensa Argentina, 1815). Posteriormente,
el 4 de junio de 1819, otro ciudadano, ahora en el periódico El Americano,
solicitaba que “por lo menos púdieran distribuirse proporcionalmente
entre la mañana, tarde, y noche las horas que por el régimen actual se
mantiene abierto el establecimiento en la sola mañana” (El Americano,
1819). Luego le llegó el turno a El Argos de Buenos Ayres, en cuya edición
del sábado 21 de agosto de 1821 dos empleados se quejaron amargamente
del escaso horario de atención de la institución, e incluso no dudaron en
afirmar que, debido a que permanecía cerrada por la tarde, muchas per-
sonas se entregaban “á pasatiempos perniciosos y perjudiciales”, solici-
tando, además, indirectamente, la intervención del ministro Rivadavia
(El Argos, 1821).
Indudablemente, todos estos reclamos de la ciudadanía hicieron
que Bernardino Rivadavia, cuando era ministro del gobernador Martín
Rodríguez, retomara nuevamente el asunto en favor de la atención
vespertina. En efecto, el 21 de septiembre de 1821 se decretó que la
Biblioteca debía abrir sus puertas, además de su turno matutino, “desde
las seis de la tarde hasta las nueve de la noche”; fundamentándose en esa
oportunidad que “las horas designadas para los estudios [las horas de
la mañana], ni son las bastantes, ni las más propias para aquellos, cuyos
negocios reclaman toda su atención en el día” ([de Angelis], 1836: 196;
Tonelli, 1939: 12). No obstante, al parecer, la presente disposición no se
cumplió o se abandonó rápidamente volviéndose así al horario exclusivo
de la mañana (Groussac, 1967 [1893]: 20; Torre Revello, 1943: 13).
Finalmente, en agosto de 1827, en un suelto aparecido en La Gaceta
Mercantil firmado por Unos hijos de Buenos Aires, si bien en forma no ex-
plícita (aunque indudablemente también se refería al horario), se afirma-
ba que la Biblioteca Pública se encontraba “en un lamentable abandono”
y que era necesario tomar las medidas pertinentes para evitar su deca-
dencia (Parada, 1998: 36-38). Sin embargo, y a pesar de estos reclamos y
de mediar un decreto, la atención al público fue diurna, desde las 9.00
hasta las 14.00. Y el alcance de esta disposición horaria fue de tal mag-
nitud que, aun luego de la caída de Rosas, la Biblioteca continuó aten-
diendo solo por la mañana, tal como lo confirma el reglamento firmado
en 1850 por Felipe Elortondo y Palacios (Levene, 1938: 171-173; Tonelli,
1939: 13-15).

170 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Recién en el reglamento propuesto por Vicente G. Quesada en 1871,
la institución comenzó a atender “desde las once a las cuatro de la tarde”
(Tonelli, 1939: 16). Obsérvese, por otra parte, que si bien se ganó en horas
vespertinas, el horario de apertura del establecimiento aún era de cinco
horas.
La posición del presbítero Chorroarín con respecto a la apertura ma-
tutina, pues, se mantuvo incólume durante varias décadas, sin que apa-
rentemente las críticas le hicieran mella. En cierto sentido, el eclesiástico
había ganado con holgura “la batalla” por el horario de la mañana.
Finalmente, un elemento que se debe destacar, y que en cierta medida
tiene algo de paradójico, es que, durante el gobierno de Juan Manuel de
Rosas, el reglamento de la Biblioteca era, en líneas generales, el mismo
que se había confeccionado en la secretaría de Bernardino Rivadavia
sobre la base de los apuntes aportados por Chorroarín (véase el Apéndice
2). Es decir, el reglamento que firma el 9 de diciembre de 1850 el director
Elortondo y Palacios no era más que una versión apenas actualizada de
las ordenanzas de 1812.
Por otra parte, ¿cuál era la idea de biblioteca pública que preconizaba
el reglamento? ¿Con qué concepción bibliotecaria se elaboraron los
distintos tópicos? ¿Puede hablarse de un punto de vista bibliotecológico
en su elaboración?
El análisis de las ordenanzas, si bien no contesta satisfactoriamente
estas preguntas, al menos permite realizar una primera aproximación al
tema del discurso y accionar bibliotecario de ese entonces2. Es indispen-
sable abordar este asunto, pues no solo aporta nuevas reflexiones sobre
el quehacer bibliotecológico de la época, sino que, además, enriquece un
campo aún poco estudiado: la evolución de las ideas bibliotecarias en la
Argentina (Finó y Hourcade, 1952).
Además, tanto la construcción de la imagen del bibliotecario como el
pensamiento funcional de la biblioteca dependen, inequívocamente, de

2
Un testimonio de interés para conocer la evolución de las ideas bibliotecarias en el Río
de la Plata fue el discurso de inauguración de la Biblioteca Pública de Buenos Aires,
pronunciado por el sacerdote y jurisconsulto José Joaquín Ruiz el día 16 de marzo de
1812, lamentablemente, no hallado hasta la fecha. Por otra parte, para un caso similar
se conoce la Oración Inaugural del P. Dámaso Antonio Larrañaga en la apertura de la
Biblioteca Pública de Montevideo, en las Fiestas Mayas de 1816. [Véase: Anastasia, Luis
Víctor. 1989. Larrañaga: su Oración Inaugural de la Biblioteca Pública: visión y proyecto
de la historia y de la cultura para la formación humana. Montevideo: Fundación
Prudencio Vázquez y Vega. 39 p. (Serie Educación-Sociedad-Economía)].

A L E J A N D R O E . PA R A D A 171
los ámbitos propios de cada período, y sus concepciones particulares y
dinámicas se encuentran indisolublemente vinculadas a la sociedad en
la cual se desarrolla.
En un primer acercamiento global y según su reglamento provisional
de 1812, la Biblioteca Pública de Buenos Aires se gestó a partir del modelo
de las bibliotecas de la Ilustración europea. Su principal finalidad, tanto
en el uso del libro como en las modalidades de la lectura, consistió en un
empleo pragmático de los recursos bibliográficos.
En este sentido, aún era una biblioteca pública en ciernes, pues
no existía la posibilidad de retirar los libros fuera del ámbito de la
biblioteca. Según sus ordenanzas, la lectura que dominó fue aquella
que buscó utilizar el texto como modo de apropiación de lo escrito.
Era una biblioteca en la que aún no predominaba la lectura recreativa,
ya que esta se encontraba en una posición subalterna con respecto a la
lectura de estudio y aprendizaje. Varios elementos coadyuvan a reforzar
esta aproximación de apropiación utilitaria: la tinta, los señaladores, la
arenilla, el papel, las plumas. Todos ellos, elementos que hicieron fuerte
hincapié en la necesidad de abordar el texto metódicamente.
En vísperas, pues, de la inauguración del establecimiento, el libro
y su lectura poseían todavía una marcada connotación sacralizada. El
acercamiento al libro debía llevarse a cabo en un contexto de respeto
casi sagrado, pues era la puerta indiscutible para acceder al saber de
mayor prestigio social. El libro como objeto trascendente dejaba estrecho
margen a la lectura de esparcimiento. Esto no significó la ausencia de
este tipo de lectura, sino que existió una diferencia de grado a favor de
la lectura de estudio.
La flamante Biblioteca Pública surgirá, entonces, bajo estos principios,
para ir evolucionando luego, lentamente, hacia otras orientaciones.
Esta tendencia propia de la Ilustración permanecerá durante buena
parte del siglo XIX, hasta el advenimiento de la administración de Paul
Groussac. En ese momento, y ya entrado el siglo XX, aparecerá una nueva
concepción filosófica que influirá en el futuro desarrollo del pensamiento
bibliotecológico argentino: el positivismo.
Pero en 1812, ¿cuál era la principal función a la que estaba destinada
la Biblioteca? No era solo el estudio y el aprendizaje a través de una
lectura posesiva. Además de esta función había otra más importante: la
conservación. Los libros debían leerse, pero tal como lo afirmaban una
y otra vez las ordenanzas, la función primordial de los bibliotecarios y
dependientes consistía en velar, bajo cualquier circunstancia, por el buen
cuidado y aseo de los materiales bibliográficos.
Los libros –nuevamente su imagen sacralizada– debían ser motivo
de innumerables cuidados para su conservación. Bibliotecarios,

172 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


7. Autógrafo de Luis José Chorroarín
dependientes, portero... en fin, todos debían responder casi con su honor
por la pérdida de una obra o por su sustracción “furtiva”. En los diarios
de la época –y aquí la terminología presta su ayuda para fundamentar
el concepto de resguardo–, se empleaba el vocablo “depósito” como
sinónimo de biblioteca. Los principales objetivos de esta entidad en 1812
eran, entonces, la conservación de los libros y la lectura de estudio como
vehículo de aprendizaje social.
No obstante, el reglamento poseía otros aspectos de gran importancia
para la época. Luego de los objetivos citados en primer término, también
presentaba un esbozo de intencionalidad de servicio bibliotecario. A
pesar de las medidas conservadoras y de la sacralización de lo impreso, el
lector se manifestaba como una entidad autónoma y con cierta primacía
dentro de la estructura funcional de la institución.
Lentamente apareció un criterio de modernidad que no se centraba
solo en el libro; ahora era necesario enfocar la atención en el usuario,
en el concurrente, según la terminología de la época. El nuevo código
planteaba una relación inequívoca; el lector, que cumplía con las dispo-
siciones de urbanidad dentro de la institución y que velaba por la con-
servación de los impresos, participaba indirectamente de los beneficios
inmanentes al libro.
El usuario debía, por lo tanto, ser atendido con decoro, prontitud y
eficacia. En este punto se manifestaba un rasgo propio de la lectura de
aprendizaje: la presencia del silencio como elemento totalizador en la
empresa de la lectura. De este modo, la biblioteca se transformaba en
una entidad tutelar del concurrente que todavía no era usuario ni lector,
pero que con estos elementos estaba en camino de serlo.
En resumen, la biblioteca era una institución que impulsaba, ante todo,
los aspectos de conservación; depósito público de libros; templo secular
del mundo impreso; ámbito propicio para la lectura de estudio; pero no
obstante, aunque lentamente, institución que se debía con exclusividad
rudimentaria a sus concurrentes. Era una situación compleja, propia
de los períodos de crisis y de aclimatación de nuevas formas sociales
del libro y de la Historia de la Lectura, pues en todos los ámbitos del
quehacer humano las nuevas estructuras conviven con los usos y los
paradigmas anteriores (Kuhn, 1996). La biblioteca, creación y reflejo de
la sociedad, no fue la excepción.
Otro elemento del pasado o más bien vinculado con el origen de estas
agencias, en este caso con los gabinetes de lectura, era la presencia de
“un corredor” o pieza para “contravertir”, es decir, para discutir sobre
algunas lecturas. Tal como sucedió en la mayoría de estos gabinetes, en
las bibliotecas societarias y en muchas bibliotecas circulantes, el lugar
para llevar a cabo el debate de ideas siempre fue de gran importancia. La

174 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Biblioteca Pública de Buenos Aires, a través de su reglamento, manifes-
taba inequívocamente la influencia de este tipo de entidades sociales.
Empero, uno de los hallazgos del Reglamento Provisional fue la
presencia, ya en la inauguración del local, de un antecedente del depósito
legal al menos para las publicaciones oficiales. En esta materia, el estatuto
fue aleccionador, pues establecía claramente que debía remitirse a la
biblioteca todo aquello que editara la imprenta “gubernamental” y para
esto estableció la obligación del administrador de dicha imprenta de
cumplir con esta reglamentación.
Del punto de vista estrictamente bibliotecario, es posible señalar la
existencia de técnicas preprofesionales. En primer término, la elabora-
ción de índices por autor y por materia, registrados bajo la forma de
cuadernos o libros (tal como Chorroarín lo había adelantado en sus in-
tercambios epistolares con la Secretaría de Gobierno), según los usos bi-
bliotecológicos de la época.
A esto debe agregarse la selección de los libros, pues los bibliotecarios
tenían la facultad de encargarse de la compra y obtención de obras por
distintos medios. Incluso en el afán de conseguir libros, las ordenanzas
iban más allá del empleo privado, ya que no reparaban medios para con-
fiscar las obras que entraran al puerto de Buenos Aires, aunque este he-
cho se moderaba con la devolución del valor de los libros así obtenidos.
Asimismo, dentro de la estructura administrativa del establecimiento,
también se planteaba la distinción entre el personal profesional y el que
no lo era. El bibliotecario, en la sociedad de entonces, debía ser un hombre
de vasta cultura, cuyo reconocimiento moral y formación no despertaran
duda alguna en la ciudadanía.
El director del establecimiento era un individuo que debía brindar
su sabiduría para la organización empírica de la biblioteca a su cargo.
Aunque también podía colocar (y así lo hacía) los libros en los estantes,
esta tarea era propia de los no profesionales, de los dependientes. Así,
los aspectos de fiscalización rutinaria y cotidianidad laboral estaban
circunscriptos a los ayudantes de los bibliotecarios.
Es necesaria una última reflexión. La Nueva Historia del Libro y
de las Bibliotecas, tal como hemos visto en el parágrafo I.3, se orienta
actualmente hacia la necesidad de estudiar el fenómeno del universo del
libro inmerso en la Historia de la Lectura (Chartier, 1993 y 1995; Cavallo
y Chartier, 1998; Manguel, 1999; Ginzburg, 1999; Darnton, 1998). Esta
orientación se centra en los usos y apropiaciones de la lectura por parte
de los lectores. De este modo, se plantea la pregunta siguiente: ¿cuál
era su papel en la Biblioteca Pública de Buenos Aires a principios de
1812? Se trataba de una práctica lectora intermedia, a dos aguas entre la
lectura pública y la privada. Poseía, por un lado, elementos propios de

A L E J A N D R O E . PA R A D A 175
la apropiación del texto en forma pública, puesto que se llevaba a cabo
en un ámbito gregario y concurrido por otros individuos; incluso, dadas
ciertas diferencias, era posible extender ese ámbito hacia la polémica y el
debate, tornándose así, por momentos, también en lectura oral.
Sin embargo, y desde un punto de vista más contundente, se trata-
ba de una lectura fuertemente íntima y silenciosa, de lenta y trabajosa
apropiación individual. Es así como, gracias al reglamento, es posible
observar la presencia, aunque con distinta intensidad, de estos dos tipos
de lectura, donde cohabitaban elementos de ambas con múltiples rela-
ciones convergentes.
Se presentaba además como una lectura de características no aristo-
cráticas, ya que su quehacer era de índole “democrática”. Dentro de las
paredes de la biblioteca, el ejercicio republicano era tal que aun las auto-
ridades de mayor peso institucional debían rendir su homenaje “iguali-
tario” a la lectura y al lector. No obstante, esta igualdad solo se brindaba
a los que socialmente eran posibles lectores. Los criados y esclavos, la
mayoría de ellos sin la capacidad de la lectura, permanecían excluidos.
Pero esto no era tan alarmante, pues es necesario no olvidar que se trata-
ba de una biblioteca con profundas raíces en el siglo XVIII. Poco después
esta diferenciación será superada por la obligación que tendrá la biblio-
teca pública de albergar a todos los sectores sociales.
Esta prohibición, además, abre el debate sobre los diversos matices de
la exclusión. Una variación próxima a este tópico se centra en la “cues-
tión de la representación”, es decir, en el legado del poder que se hace a
unos individuos para que gobiernen en nombre de otros (Roldán, 2003).
El reglamento, en cierta medida, posee un discurso solapado, ya que es
una forma de representar las prácticas de la lectura según la mirada de
los bibliotecarios, y no necesariamente, según los usos de los lectores
para apoderarse de los textos impresos.
En conclusión, el reglamento no solo nos brinda la posibilidad de ac-
ceder a la génesis de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, también cons-
tituye, por la riqueza de su contenido, el primer documento bibliotecario
del período independiente y, muy probablemente, la primera normativa
sobre la evolución de las ideas en el campo de la Bibliotecología anterior
a la Idea liberal económica sobre el fomento de la Biblioteca de esta capital del
Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda (cfr. cap. VI).

176 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Referencias bibliográficas

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180 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Apéndice 1

Copia del reglamento original firmada por Bernardino Rivadavia el 2 de marzo de 1812
[Nota aclaratoria: El texto en cursiva-versalita indica agregados posteriores a la redacción
original; y el texto subrayado señala supresiones –indicadas por tachaduras- al texto
definitivo]

REGLAMENTO PROVICIONAL [sic] PARA EL REGIMEN ECONOMICO


DE LA BIBLIOTECA PUBLICA DE LA CAPITAL DE LAS PROVINCIAS
UNIDAS DEL RIO DE LA PLATA.

Articulo 1.o — Sobre la Biblioteca

La Biblioteca se franqueara al publico todos los dias del año POR LA MAÑANA,
exceptuando los dias festivos y semifestivos, y los de alguna solemne funcion por
qualquier suceso extraordinario.

En los meses de Noviembre, Diciembre, Enero y Febrero, se abrira á las siete hasta
las doce y por la tarde desde las quatro hasta las seis y media: en Marzo, Abril,
Septbre, y Octubre desde las ocho hasta las doce y media y por la tarde desde las tres
y media hasta las cinco y media y en mayo, Junio, Julio, y Agosto, desde las ocho y
media hasta la una, y por la tarde desde las tres hasta las cinco.

No saldra fuera de la Biblioteca libro alguno por ningun pretesto ni motivo. Igual
orden se guardara respecto á qualquier impreso ó manuscripto q.e se hallase
colocado en ella, aun cuando lo solicite alguna persona de la mayor representacion
y elevado carácter, imponiendose el Gov.no mismo la obligacion de ser el prim.o y
mas puntual observador de esta orden, resolviendose a no conceder licencia alguna
particular, y á castigar qualquiera transgrecion en este punto.

Habran en la Biblioteca mesas y asientos á proporcion del numero y capacidad de


las piezas, algunos atriles, tinteros y salvaderas, reglas [,] plumas y dos estuches
mathematicos: se mantendra todo con aseo y limpieza, y los concurrentes seran
atendidos con prontitud y agrado.

La Biblioteca ministrara tinta y arenilla [,] plumas, y los art.os expresados en el art.o
anterior á los q.e quieran hacer algunos extractos ó apuntes; pero no papel, pues
debera traerlo el q.e tenga necesidad de el.

Articulo 2.o — Sobre las obligaciones de los Bibliotecarios

Habran dos Bibliotecarios, uno prim.o con el nombre de Director, y otro segundo
con el de Subdirector: el primero llevara la voz y el gob.no de la casa, y el principal
cuidado de los libros, muebles y utensilios, y cuidara del cabal desempeño de las
respectivas obligaciones, avisando al Sup.or Gob.no quanto estime conveniente á este
fin y al de los aumentos de la Biblioteca. El segundo auxiliara en todo al primero:
ambos ciudaran de la observancia del buen orden dentro de la Biblioteca, y de que
no haya algun extravio de libros, y dirigiran á los dependientes demodo q.e sirvan
bien á los concurrentes.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 181
Qualquier oficio ó representacion respectiva á toda clase de ocurrencia de la misma
biblioteca, de que sea necesario dar cuenta á la Superioridad, se firmara solo por el
Director, exepto en el caso de ausencias ó enfermedades de este, q.e entonces sera
por el Subdirector que llenará en todo las funciones del 1º.

Ambos deberan concurrir á la biblioteca en los dias y horas señalados para asistir
puntualmente al publico.

Sin embargo de las prevenciones grales anteriores se deja á la discrecion y


responsabilidad de los Bibliotecarios permitir la entrada y uso de la Biblioteca en
dias y horas extraordinarias á personas q.e sean de su confianza.

Los bibliotecarios reuniran su zelo y eficacia para aumentar este util


establecimiento, y procuraran por todos los medios que les dicte su inteligencia sus
adelantamientos por nuevas adquisiciones de libros ó algunos fondos q.e ayuden á
sostenerlo.

De los mil pesos que ha destinado el Exmo Cabildo para la dotacion de los
Bibliotecarios, disfrutara 600 el Director y 400 el suddirector por disposicion del
Gobierno.

Si dos o mas individuos solicitasen una misma obra, y no estubiese duplicada, se


franqueará al primero q.e llegase á pedirla no pudiendo este alegar derecho alguno
para continuar en su lectura, si acaso en el dia proximo la solicitase otra persona con
antelacion, aun que aquel pretendiese concluirla para dejarla franca.

Se prohibe rigurosamente á los Bibliotecarios que por amistad ó respectos por altos
que sean, privilegiar á unos y los distingan exibiendoles algunas obras selectas ó
anteponiendolas á otros que con antelacion hayan pedido la lectura de la misma
obra, debiendo merecerles igual concideracion todos los ciudadanos q.e concurran.

No saldrá de la Biblioteca libro alguno por ningun pretexto ni motivo. El Director


y subdirector no tendran facultad para hacer ningun prestamo, aunque sea poco
tiempo y á personas del mas elevado caracter, y qualquiera infraccion en esta parte
se mirará como una grave falta á la confianza del Gobierno y del publico y como
delito digno de correcion.

Articulo 3.o — Sobre las obligaciones de los Dependientes

Los Dependientes de la Biblioteca exerceran sus funciones con esmero y exactitud


baxo la direccion del Director y Subdirector, tratando á los concurrentes con toda
urbanidad, comedimiento y agrado.

Cuidarán por su parte del aseo de los estantes y de los libros y de q.e estos sean bien
tratados, y de su debida colocacion en sus respectivos lugares quando vuelban á
colocarlos en los nichos de donde los hubiesen extraido.

El que hace de portero cuidará especialmente del aseo exterior del edificio y
practicará las diligencias q.e le encarg.e el Director en las horas en que este cerrada la
Biblioteca.

182 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Todos dedicarán su mayor atencion y vigilancia á q.e no se extravie algun libro ó
utensilio, siendo responsables á qualquier falta que se advierta en las piezas q.e el
Director ponga á su especial cuidado.

Si algun dependiente se atreviese á hacer alguna extraccion clandestina será


expelido con deshonor y castigado á voluntad del Gobierno.

Articulo 4.o— Sobre la conducta de los concurrentes

Ninguno de los concurrentes podra por si mismo tomar libro alguno de los
estantes para leer, sino q.e precisam.te debe pedir el libro ó libros q.e necesite á los
bibliotecarios ó dependientes q.e asisten al interior de la biblioteca, y recivirlos de
sus manos; ni tampoco podrá alguno retirarse concluida q.e sea la lectura ó estudio,
dexando el libro o libros sobre la mesa ó atril, sino que deberá entregarlos en propia
mano al que se los dio p.a q.e este mismo lo buelva á colocar en su lugar.

Ninguno podra traher consigo libro alguno impreso ó manuscripto p.a leer
dentro de la biblioteca. Si alguno por casualidad lo tragese deberá antes de entrar
entregarlo al portero p.a q.e se lo tenga hasta su salida.

Si alguno necesitando hacer algun cotexo, ó verificar citas tragese algun libro,
deberá a su entrada manifestarlo al bibliotecario para q.e este lo inspecione y lo
mismo deberá practicar al retirarse; y todo el q.e de otra suerte introduzca libros en
la biblioteca no podrá sacarlos y habrán de quedar precisam.te en ella, si el gobierno
no manda lo contrario.

Si alguno de los concurrentes ocultase algun libro, lo extragese furtivam.te sera


mirado como un ladron de los bienes del publico, y castigado como tal, sufriendo
las penas que el gobierno tenga á bien imponerle con arreglo á las circunstancias.

Si alguno quisiese saber los libros que hay acerca de alguna facultad, se le
franqueara el Indice para q.e lo examine á su entera satisfaccion.

Ninguno de los concurrentes podra señalar en los libros el lugar donde halla
concluido su lectura, doblando las hojas de el, sino solam.te con la sinta ú otra señal
q.e no maltrate lo interior del libro.

Los concurrentes guardaran silencio y sociego y no habra conversaciones,


altercados, ni disputas dentro de las piezas de la biblioteca.

Qualquiera pregunta ó brebe dificultad q.e ocurra se hara en voz vaja y demodo
q.e no perturbe la atencion de los q.e estubiesen leyendo, y si algunos quisieren
conferenciar ó contravertir sobre algun punto lo podran hacer ó en los corredores ó
en alguna pieza fuera de la Biblioteca que les señale el Director.

Si con qualquier motivo viniese á la Biblioteca algun Magistrado, Gefe ó persona de


alto carácter en las horas de estudio, no interrumpiran su lectura los concurrentes
sino q.e permaneceran cada uno en la ocupacion q.e tiene entre manos, sin alterar su
loable exercicio con ningun genero de demostracion respectuosa, y ninguna persona

A L E J A N D R O E . PA R A D A 183
p.r de mui elevado carácter q.e sea podra agraviarse, ni reputar desacato la falta de
estos actos de urbanidad y atencion, q.e no son tales, ni deben admitirse quando se
oponen al publico bien á que se ordena este establecimiento.

No entrara en lo interior de la Biblioteca en las piezas en q.e estan colocados los


libros, criados de ninguna persona, y los amos q.e vinieren acompañados de ellos
los dexaran de la parte de afuera.

El administrador de la Imprenta debera pasar a la biblioteca un exemplar de cada


una de las gazetas, reglam.tos, reimpreciones de libros, y de todo quanto se imprima,
cuidando el bibliotecario de dar cuenta á esta Superioridad, si se advierte alguna
falta de cumplimiento de esta orden superior.

El Administrador de la Aduana avisara al director de la Biblioteca todas las


veces q.e se introduxesen notas de libros á venta, expresando el dueño á q.e se
corresponden[,] dexando al arbitrio del otro Bibliotecario el pasar á revisarlos, y
separar los q.e considere utiles y falten en la Biblioteca, satisfaciendo su justo balor á
los interesados.

Y para q.e este reglam.to llegue á noticia de todos se pasará una copia autorizada
por el Secretario de Gob.no al primer director de la Biblioteca, y se fixara en su
puerta principal quedando una archivada en Secretaria de Gobierno.

Es copia

[firma] Rivadavia

184 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Apéndice 2
Reglamento de la Biblioteca Pública vigente en 1850
[Reproducido por Ricardo Levene, El fundador de la Biblioteca Pública de Buenos Aires,
pp. 171-173, y por Armando P. Tonelli, Reglamentos de la Biblioteca Nacional, pp. 13-15]

REGLAMENTO PARA LA BIBLIOTECA PUBLICA DE BUENOS AYRES

Art.o 1.o La Biblioteca se franqueará al publico todos los dias del año pr la mañana,
exceptuando los dias festivos y semi festivos, y los de alguna solemne funcion pr
cualquier suceso extraordinario.

2.o Habrá en la Biblioteca mesas y asientos, a proporcion del numero y capacidad


de las piezas, algunos atriles, tinteros y salvaderas, reglas y plumas y dos estuches
matemáticos: se mantendra todo con aseo y limpieza y los concurrentes seran
atendidos con prontitud y agrado.

3.o La Biblioteca subministrara tinta, arenilla y plumas y los articulos expresados en


el anterior, a los que quieran hacer extractos o apuntaciones; pero no papel, pues
debera traerlo quien lo necesite.

4.o Los dependientes de la Biblioteca ejerceran sus funciones con esmero y exactitud
bajo las ordenes del Director; tratando a los concurrentes con toda urbanidad,
comedimiento y agrado.

5.o Cuidaran pr su parte del aseo de los estantes y de los libros, de que sean estos
bien tratados y de su debida colocacion en sus respectivos lugares; cual vuelvan a
colocarlos en los nichos de donde los huvieren extraido.

6.o El que hace de portero cuidara especialmente del aseo exterior del edificio y
practicara las diligencias que le encargue el Director en las horas en que este cerrada
la Biblioteca.

Sobre la conducta de los concurrentes.

Art.o 1.o Ninguno de los concurrentes podra por si mismo tomar libro alguno de los
estantes pa leer, sino que precisamente debe pedirlo a los dependientes que asisten
al interior de la Biblioteca y recibirlo de sus manos, ni tampoco podra alguno
r[e]tirarse, concluida q.e sea la lectura, dejando el libro sobre la mesa, sino que
debera entregarlo en propia mano al que se lo dio, para que los coloque en su lugar.

2.o Ninguno podra traer libro alguno para leer en la Biblioteca; y si lo hiciere,
deberá antes de entrar, entregarlo al portero para que se lo tenga hasta su salida.

3.o Si necesitando hacer algun cotejo o verificar citas trajese alguno; deberá a su
entrada manifestarlo al dependiente mas inmediato para que este lo inspeccione; e
igual acto se egecutará al retirarse. [sic] y Todo el q.e de otra suerte introduzca libros
en la Biblioteca, no podrá sacarlos; y habran de quedarse en ella precisamente, si el
gobierno no manda lo contrario.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 185
4.o Si alguno de los concurrentes ocultase algun libro, o le extrajese furtivamente;
sera considerado como un ladron de los bienes del publico y castigado como
tal; sufriendo las penas q.e el Gobierno tenga a bien imponerle con arreglo a las
circunstancias.

5.o Ninguno de los concurrentes podrá señalar en los libros donde haya concluido
la lectura, doblando las fojas de él; sino solamte con la cinta u otra cosa q.e no
maltrate su interior.

6.o Los concurrentes guardaran silencio y sosiego; y no habra conversaciones


dentro de las piezas de la Biblioteca.

7.o Cualquiera pregunta o dificultad que ocurriere, se hará en voz baja y de modo
q.e no perturbe la atencion de los que estuvieren leyendo; y si algunos quisieren
conferenciar o controvertir sobre algun punto; lo podrán hacer o en los corredores o
en alga pieza fuera de la Biblioteca qe les señale el Director.

8.o Nadie podrá absolutamte pasar bajo ningun pretesto, de la sala de lectura a las
interiores de la Biblioteca; y si algo quisiese visitarlas, lo hará en compañia del a1go
de los dependientes.

9.o Nadie podrá entrar a la Biblioteca sin imponerse antes de todos los articulos
de este reglamento; y si alguno no lo verificase, sera advertido con urbanidad pr el
dependiente qe lo notare.

10.o Y para qe este reglamento llegue a noticias de todos se dirigira una copia
autorizada pr el Ministro Secretario de Gobierno al Director de la Biblioteca; quien
cuidara de colocarla a la puerta principal de ella; y de su exacto cumplimiento.

Es copia.

Felipe Elortondo y Palacio

Diciembre 9 de 1850

186 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Apéndice 3
SOLICITUD AL ALCALDE DE 1ER VOTO PARA QUE PREPARE
ADECUADAMENTE LAS SALAS DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA EN VÍSPERAS
DE SU INAUGURACIÓN

Habiendo determinado el Gov.no q.e se haga la apertura de la Biblioteca Publica


de esta Capital el lunes proximo de la semana entrante me ha ordenado prevenga
á V.S. de orden al portero de ese Ayuntam.to p.a q.e poniendo la casa de dicha
Biblioteca en disposicion de poderse revivir el Gov.no en ella y demas autoridades,
eclesiasticas, civiles y militares q.e deven concurrir á la Apertura, disponga aquellas
salas con la compostura que sea dable, p.a que aparesca con la dignidad que
corresponde.
Dios &a Marzo 11 de 1812

Al Alcalde de 1er voto

[Archivo General de la Nación. División Gobierno Nacional. Marzo 1812. Sala X.


Legajo 6-7-8]

A L E J A N D R O E . PA R A D A 187
V. PRÁCTICAS Y REPRESENTACIONES
BIBLIOTECARIAS EN LOS ORÍGENES
DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE
BUENOS AIRES (1810-1826)

Durante los capítulos anteriores se ha hecho hincapié, especialmen-


te, en el conjunto de los precedentes que propiciaron el advenimiento
de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Para ello, tal como se lo ha
presentado, fue necesario esbozar el desarrollo historiográfico de la
Historia de la Bibliotecología, del Libro y de las Bibliotecas en la Ar-
gentina (cfr. cap. I.1 y I.3).
También se llevó a cabo una tipología de las bibliotecas hasta 1830,
para conocer “el medio bibliotecológico” en el cual se gestó y desarrolló
la Biblioteca (parágrafo I.2). Posteriormente, se analizó la mayoría de los
“antecedentes bibliotecarios” desde el período hispánico hasta la Revo-
lución de Mayo (cfr. cap. II).
Luego, en una cuarta fase, se procedió a estudiar la importancia de
las bibliotecas particulares (en este caso, la librería privada de Facundo
de Prieto y Pulido) como impulsoras, en cierta medida, de la Biblioteca
Pública (cfr. cap. III). Finalmente, una vez determinados estos anteceden-
tes fundamentales, se esbozó la “génesis” de esta agencia social (Augst y
Wiegand, 2001), gracias al hallazgo de un documento de primera mano:
“El reglamento provisional para el régimen económico de la Biblioteca
Pública de la capital de las Provincias Unidas del Río de la Plata” (cfr.
cap. IV.2).
En este contexto, al haber identificado los orígenes de la Biblioteca,
es posible abordar uno de los puntos de mayor relieve: las prácticas

A L E J A N D R O E . PA R A D A 189
y representaciones bibliotecarias en el momento de organizar y de
administrar la institución. Para ello se estudiarán dos documentos
prácticamente inéditos: el Libro de cargo y data o de cuenta corriente de los
encargados de los gastos de la Biblioteca Pública (1810-1818) y las Razones de
gastos (1824 y 1826).

V.1 — El libro de “cargo y data”


desde 1810 hasta 1818

La administración de una biblioteca implica un universo de prácticas


y usos inmersos en la cotidianidad. El caso de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires, en este tópico, es paradigmático. En ella conviven, al me-
nos, dos aspectos determinantes en una gestión bibliotecaria.
En primer término el contexto político, cultural y económico que
reconocía la necesidad de la Biblioteca Pública como agencia social.
En segunda instancia, la incidencia de un grupo de individuos, tanto
gobernantes como administradores, que pugnaban por la creación e
inauguración de un establecimiento de estas características. Finalmente,
un aspecto a veces amorfo e incontinente: la activa participación de
la ciudadanía en su apertura y desarrollo, tal como aconteció con los
habitantes de Buenos Aires (cfr. cap. II.2).
La pregunta que se presenta, casi en forma ineludible, es la siguiente:
¿cómo se administró, en su historia mínima, esta institución pionera en
los actos culturales de la Revolución de Mayo? En este caso no se tomará
en cuenta su gestación a partir de una elite revolucionaria o de un grupo
de intelectuales vinculados al clero, más o menos capacitados, tal como
se señaló oportunamente en el capítulo IV. El trabajo tampoco se abocará
a los grandes nombres de nuestros inicios bibliotecarios, tales como
Mariano Moreno, Saturnino Segurola, ni a su alma mater: el canónigo
Luis José de Chorroarín1. Además, por el momento, también dejará a
un costado el contexto gregario que impulsó su definitiva apertura,

1
Para la cronología detallada de los primeros directores de la Biblioteca, véase: Torre
Revello, José. 1943. Biblioteca Nacional de la República Argentina. En Revista de la Aso-
ciación Cultural de Bibliotécnicos. Año 2, no. 5, 15-17.

190 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


8. Portada del libro de cargo y data
respaldada, entre 1810 y 1815, por una gran cantidad de donaciones;
tópicos, por otra parte, frecuentes en la literatura sobre nuestra primera
Biblioteca Pública.
El propósito de la primera parte de este capítulo es, pues, centrarse
en un documento burocrático, propio de la microhistoria e inmerso en
la cotidianidad de la Biblioteca a principios del siglo XIX: el Libro de cargo
y data o de cuenta corriente de los encargados de los gastos de la Biblioteca
Pública, formado por el Director de ella Dr. Dn. Luis José Chorroarín en el año
de 1812.
El manuscrito, en forma de cuaderno, se encuentra en el Archivo Ge-
neral de la Nación y fue organizado por Chorroarín, aunque redactado
por varios bibliotecarios, como forma de control de los gastos de la Bi-
blioteca, en donde se detallaban los ingresos y egresos durante los dis-
tintos ejercicios anuales2. El documento, inédito en la mayor parte de su
contenido, ya había llamado la atención de varios investigadores, como
Ricardo Levene (1938: 152-161) y José Luis Trenti Rocamora (1997, 1998a
y 1998b).
El Libro de cargo y data elaborado por Luis José Chorroarín constituye
un conjunto de asientos que tratan, en forma exclusiva, sobre los asun-
tos que motivaron los ingresos de dinero (cargo) y gastos (data) de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires durante el período 1810-1818. Lo que
reviste un interés particular son las rutinas diarias que dieron sentido
y forma al trabajo interno de la Biblioteca. Todo proceso de conducción
participa de un doble juego de espejos imbricados: el discurso cuantita-
tivo (la esfera de las cifras asentadas en un libro contable) y el discurso
cualitativo (el ámbito de la vida diaria que se esconde bajo los guarismos
circunstanciales)3.
Así pues, bajo las consignaciones estrictamente cuantitativas, es posible
(y necesario) rescatar las miradas, las actitudes y las representaciones de
los hombres que las llevaron a cabo. La pregunta entonces que se plantea
es la siguiente: ¿cómo era el acontecer cotidiano de la Biblioteca Pública
de Buenos Aires entre los años 1810 y 1818?

2
Archivo General de la Nación (Argentina). Sala III, 37-3-23. Las citas no especificadas, en
lo sucesivo, se refieren al presente documento.
3
Para una bibliografía detallada sobre la historia de la Biblioteca Pública de Buenos Aires
en sus primeros años de vida, véase la sección de “Referencias bibliográficas” en el
capítulo IV.

192 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Estos aspectos de la vida diaria, en cuanto a sus características admi-
nistrativas en la vivencia del día a día, se pueden analizar a partir de
algunos tópicos que se desprenden del Libro de cargo y data. Ellos son,
en líneas generales, los siguientes: mantenimiento edilicio, obtención de
insumos, encuadernación, donaciones de dinero, carpintería y mobiliario,
gastos menores, compra y venta de libros, ingresos generales, adorno del
edificio, personal, entre otros muchos.
Gracias a esta tipología provisional de rubros es posible conocer,
aunque sea someramente, la gestión que se llevó a cabo en la primera
década de la Biblioteca; un gobierno bibliotecario pautado por las
necesidades, las urgencias y el ingente trabajo que implicaba llevar una
institución cultural en el momento de las Guerras de Independencia.
La instrumentación de la rutina dentro de una entidad contempla, entre
otras, una serie de tareas materiales como, por ejemplo, el mantenimiento
edilicio y la obtención de insumos para el funcionamiento diario de la Bi-
blioteca. La arquitectura y la corporeidad construida a partir de los elemen-
tos de trabajo siempre han pautado el desarrollo de las bibliotecas.
El Libro de cargo y data es una muestra aleccionadora de esta situación.
El éxito de una administración, en este caso la de la Biblioteca Pública, en
buena medida, dependía de la dinámica de esos elementos en apariencia
menores. El estudio detallado de los esfuerzos que debieron dedicar
los sucesivos directores a esas labores demuestra, sin duda, el grado de
compromiso con el ejercicio de dicha dirección.
A ello debe agregarse otro aspecto: la erogación de fondos para el
mantenimiento y la compra de insumos no bibliográficos implicaba, en
definitiva, una menor adquisición de libros. La realidad de “sostener” a
una institución en sus gastos diarios se impone, inequívocamente y en
muchas instancias, a sus propios objetivos culturales. Por ello, es indis-
pensable esbozar una breve selección de estas “ocupaciones” para tener
un panorama de la magnitud de esas tareas muchas veces ocultas o poco
conocidas.
El edificio de la Biblioteca Pública, tal como se ha señalado, estaba
ubicado en la llamada “Manzana de las Luces”, en la ochava formada
por las actuales Moreno y Perú (Vilardi, 1939: 34; Torre Revello, 1943: 12),
donde funcionaría hasta 1901. En dicha casa, luego de varias refacciones,
se concretó su inauguración el 16 de marzo de 1812.
El estado del edificio, según la documentación existente, siempre fue
precario y demandó toda clase de arreglos. Uno de los mayores pro-
blemas, además del estado de los techos, fue la falta de cerramientos
adecuados. En esta instancia, tanto Chorroarín como otros bibliotecarios
tuvieron que solucionar la constante falta de vidrios. El primero, ya en
víspera de la apertura, tuvo que erogar más de 106 pesos “en pintura,

A L E J A N D R O E . PA R A D A 193
9. Asientos del libro de cargo y data, redactados por Saturnino Segurola (1810)
10. Asientos del libro de cargo y data, redactados por Saturnino Segurola (1810)
aceite de linaza, aguardiente para barniz, [y] postura de vidrios” y, dos
años después, también debió ocuparse de “poner dos vidrios en una
puerta y ventana”.
Poco después, en el segundo semestre de 1813, el prelado oriental Dá-
maso Antonio Larrañaga, dio instrucciones para poner “un tablero para
una ventana” que carecía de él. Finalmente, en este tópico de bibliotecario
vidriero, le tocó el turno a Domingo Antonio Zapiola, quien en 1815 y
1816 contrató al “maestro hojalatero Prudencio Gil”[,] para la colocación
“de tres vidrios que puso en una puerta” y cuatro cristales, “dos gran-
des, y dos chicos”. El problema de los vidrios, que se planteaba con cierta
recurrencia, no era ocioso, pues el frío, la humedad y el viento hacían de
la Biblioteca un lugar inhóspito y poco agradable, un sitio inapropiado
para los lectores.
Otro de los temas recurrentes en las necesidades de la institución fue
el problema de la reparación y la protección de las obras. Las pautas que
definen la encuadernación se encuentran identificadas por dos aspectos
aparentemente contradictorios: la necesidad de preservar los libros y su
inevitable destrucción por el uso habitual.
Los escuetos datos que brinda un encuadernador, al asentar la obra
en la cual ha trabajado, a menudo presentan esta duda sin resolución.
Puesto que una encuadernación bien puede manifestar el gusto
característico del bibliófilo pero, también, en muchas ocasiones, señala al
libro que se encuentra deteriorado por su lectura frecuente. Este aspecto
es muy importante, ya que dicha artesanía, a veces denigrada, puede
indicar una práctica de la lectura. Las representaciones culturales de la
encuadernación, entonces, no solo se limitan al cuidado tipográfico de
carácter estético; en varias oportunidades, además, presentan al impreso
como una corporeidad devastada por su constante manipulación.
En este contexto es difícil suponer en qué momento se protegieron
las obras deterioradas de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. No
obstante, los requerimientos de una persona que “sepa forrar” fueron
frecuentes. A lo largo del tiempo, desde 1810 hasta 1817, estas tareas
de “cuidado y uso” estuvieron presentes en toda gestión bibliotecaria.
Algunos ejemplos ilustran esta actividad. Por ejemplo, en 1810, don José
Toribio Martínez, que acababa de donar “el Atlas de Bleau” (1648-1672),
dio “tres onzas de oro” para su “compostura”.
También la urgencia por encuadernar varios libros llevó a Chorroarín
a comprar una importante cantidad “de pieles para forros de libros” por
un importe de casi 130 pesos; una suma, sin duda, considerable para
la época. Poco después, el propio Chorroarín justifica esa inversión con
las “composturas y encuadernaciones” de diversas obras en un monto
de alrededor de 310 pesos. Empero, el arreglo de los libros tenía sus

196 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


11. Asientos del libro de cargo y data, redactados por Luis José Chorroarín (1812)
vicisitudes de costos y ganancias, pues en 1813 la dirección de la Biblioteca
se vio obligada a vender “6 tafiletes negros de los que se compraron para
forros de libros”.
Evidentemente, la encuadernación, en algunos momentos, era una
decisión onerosa. Todos los bibliotecarios encargados de la Biblioteca
destinaron significativas sumas de dinero para preservar los impresos.
Tanto Dámaso Antonio Larrañaga como Domingo Antonio Zapiola
giraron fondos para este fin.
Detrás de estas reparaciones bibliográficas es necesario rescatar el
nombre de algún encuadernador, tal el caso de uno varias veces citado:
don Juan Nepomuceno Álvarez. Este artesano, entre las numerosas
diligencias que realizó, tuvo el honor, casi catalográfico, de encuadernar
en pergamino “varios catálogos” de la institución.
El “oficio o arte de forrar” nos permite conocer, entonces, la presencia
y la realización de los procesos técnicos en la Biblioteca Pública de
Buenos Aires; procesos que en este caso, en forma inequívoca, señalaban
a la encuadernación en pergamino como una garantía para el bienestar
físico de un cuaderno cuyo destino final era la consulta constante.
Pero la encuadernación requería cierto instrumental básico para su
correcta realización. Los usos tipográficos se encuentran pautados por
ciertos elementos que definen la identidad material del libro. En este caso,
la identificación topográfica en el estante estaba dada por la necesidad
de la Biblioteca de comprar “dos instrumentos para dorar las pastas y
rótulos de los libros” (1813).
Indudablemente, el espacio en el cual se posiciona la encuadernación
posibilita nuevas y múltiples relecturas. Muchas preguntas, propias
de este tópico, aún carecen de respuesta. Por ejemplo, ¿por qué se
encuadernaban ciertas obras y no otras?, ¿en qué momento se decidía su
protección?; y una interrogante todavía más relevante: ¿la encuadernación
señalaba un libro deteriorado por su frecuente empleo o, por el contrario,
indicaba un impreso valioso que debía ser conservado y restringido en
su manipulación posterior? Varios verbos definen, pues, el contexto de la
encuadernación como acto y como práctica: embellecer, preservar, usar e
identificar. Un conjunto de representaciones y modalidades bibliotecarias
que fueron usuales en la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Por otra parte, las donaciones destinadas a la Biblioteca, tal como lo
reflejan los documentos de la época (Gaceta de Buenos Aires y el Libro de
donaciones de la Biblioteca) fueron de dos tipos: a) legados de libros y otros
impresos, y b) donaciones de dinero (aportes pecuniarios).
El tema del apoyo ciudadano y popular no es un asunto menor, tal
como se ha planteado en el capítulo II.2. Las bibliotecas, a lo largo de
su historia, siempre constituyeron el reflejo de las sociedades que les

198 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


dieron su impronta en esa circunstancia histórica; además, todo proceso
de desarrollo bibliotecario también reproduce el estado de la tecnología
y de los medios de producción de una época.
Dentro de este contexto informativo, dejando de lado el estudio
social y económico de las personas que brindaron distintas cantidades
de dinero y que aparecen mencionadas en la Gaceta de Buenos Aires, el
Libro de cargo y data nos brinda la posibilidad de conocer algunos de los
legados pecuniarios, tanto en la identificación de sus donantes como en
el monto de sus erogaciones.
Un breve detalle de estas contribuciones se esboza a continuación.
En el año de 1811 se registraron las donaciones siguientes: Francisco de
Molina ($206), José Juan Larramendi ($103), Julián de Gregorio Espinosa
($19); durante el período 1812-1813: el obispo de Buenos Aires Benito
Lué y Riega ($1030), Nicolás Anchorena ($51), el presbítero Mateo Blanco
($12), etc. Es importante destacar el compromiso de los distintos biblio-
tecarios de la institución, pues en numerosas ocasiones legaron parte o la
totalidad de sus sueldos, tales los casos de Luis José Chorroarín, Saturni-
no Segurola y Dámaso Antonio Larrañaga.
El Colegio de San Carlos, siempre a instancias de Chorroarín, donó
más de mil pesos para la adquisición de libros en Londres por intermedio
de Manuel de Aguirre, resaltando la importancia decisiva de este
organismo de enseñanza en el desarrollo de la Biblioteca. Finalmente, un
ejemplo de compromiso ciudadano, síntesis del espíritu de participación
gregaria que acompañó la decisión de la Primera Junta de fundar una
Biblioteca: el conmovedor “donativo que hicieron los vecinos del Arroyo
de la China” que remitieron, tal como lo asienta el bibliotecario Larrañaga
en 1814, luego de una colecta en esa localidad, la nada desdeñable suma
de 223 pesos con 7½ reales.
La participación del pueblo, pues, fue determinante para la apertura
de la Biblioteca Pública de Buenos Aires en marzo de 1812. Sin su activa
participación, el proyecto hubiera tenido muchas posibilidades de
fracasar o de languidecer. Es por ello que el Primer Triunvirato decidió
su inmediata apertura, ya que se había transformado, de hecho, en un
reclamo generalizado de la sociedad.
Pero las prácticas de la lectura no solo las construyen los lectores.
El juego de los espacios, las variaciones arquitectónicas y la elección-
disposición del mobiliario también definen las distintas representaciones
del mundo impreso.
El ámbito de una lectura compartida con otros en voz alta, no es el
mismo lugar que se elige para una lectura retirada, íntima y silenciosa.
Leer un libro con finalidades de estudio o de investigación, no se parece
a leer un texto con intencionalidades recreativas o de entretenimiento.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 199
De igual modo sucede con la indumentaria personal, con los muebles
destinados para la Biblioteca, y con las posiciones corporales que se
adoptan frente a un impreso: son elementos íntimos o formales (muchas
veces institucionales) que acompañan a las distintas formas de apropiarse
de la cultura tipográfica.
La construcción o la elección de “una casa de lectura”, pues una bi-
blioteca esencialmente no es otra cosa, constituye una decisión que forma
parte del acto de leer. Asimismo, su moblaje y la disposición de las salas,
tanto como su acceso y ubicación en un centro urbano, son elementos
que se forjan “adheridos” a la lectura; una acción intelectiva que no es
pura abstracción en su totalidad, sino la confluencia dinámica de nume-
rosas y complejas instancias: distribución espacial, presencia o ausencia
de luminosidad, plasticidad ergonómica, sentido y peso arquitectónico,
ceñimiento u holgura de la indumentaria, acomodamiento y “la impos-
tura” del cuerpo en los muebles, etcétera.
Ante este conjunto de variables, ¿cómo se construyó, entonces, esta
“morada de la lectura” denominada Biblioteca Pública de Buenos Aires?
La elección del edificio fue, en un principio, azarosa. La urgencia de la
Primera Junta, que veía a esta agencia como una realización cultural de
la Revolución, la llevó a tomar el edificio que “ocupaba Da. Francisco
Fermosel y Ballester”, tal como lo informó el administrador interino de
Temporalidades. Empero, estos ambientes no fueron suficientes; poco
después, la flamante institución se extendió a “la pieza que hace esquina
en los altos de ese Temporal de Cuentas para darle indispensable
extensión a la Biblioteca Pública que se ha situado contigua” (Revista de
la Biblioteca Pública, 1879).
Las salas de estos edificios “capturados” para la lectura se fueron
llenando, sucesivamente, de estanterías y de libros, todo ello pautado por
el impulso de las numerosas donaciones populares. Si bien la necesidad
de una Biblioteca Pública ya conocía numerosos antecedentes en Buenos
Aires y su progresiva maduración venía de larga data (cfr. cap. II.1),
su concreción e inauguración, en el bienio 1810-1812, fue vertiginosa y
planificada según las circunstancias y los avatares del momento.
En cierto sentido fue una Biblioteca signada por ese exclusivo y
frenético presente, destinada a morar y a hacerse en las urgencias de
la falta de tiempo. Su arquitectura, los estantes, las salas, las mesas de
lectura, sus muebles, los beneficios y las restricciones de su reglamento,
las sillas, el personal, los libros y sus lectores, respondieron a esta súbita
demanda de construir un espacio de cultura ciudadana y democrática.
No obstante, su historia inaugural es apasionante y su conocimien-
to detallado un legado bibliotecario. Así pues, luego del edificio y del
acervo bibliográfico se imponían, al menos, tres rubros fundamentales:

200 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


las estanterías, las sillas, y los instrumentos propios de la escritura. La
madera, en esta primera etapa de configuración material, a través de la
carpintería, fue la actividad que le dio forma “topográfica” al libro.
Gracias al Libro de cargo y data, es posible seguir esta verdadera aven-
tura de ebanistería en la Biblioteca. No se trataba de una tarea menor.
La Junta de Mayo, en el famoso artículo titulado “Educación” (Gazeta de
Buenos Ayres, 1810), atribuido a Mariano Moreno, había sostenido que
era necesaria una suscripción “para los gastos de estantes y demás costos
inevitables”. Por lo tanto, una de las prioridades más relevantes, posi-
blemente debido al valor de la madera, era el conjunto de las estanterías,
es decir, el soporte y el contenedor material-visual del libro.
La carpintería se transformó en uno de los emprendimientos de mayor
importancia durante los primeros años de la Biblioteca. Resulta imposi-
ble detallar la totalidad de esas actividades. Por ejemplo, el año 1810 se
consagró, casi exclusivamente, a dotar de estanterías al establecimiento.
En esa fecha Saturnino Segurola libró varios centenares de pesos a favor
de Julián Gaistarro, quien suministró una gran cantidad de maderas.
Al mismo tiempo contrató a Juan Vicente García para la confección
de la mayor parte de los anaqueles. Las “tablas”, en la mayoría de los ca-
sos, provenían de los denominados pinos “del Brasil” y, en algunas oca-
siones, las maderas se utilizaban para la confección “de tiradores para
cajones de estantes”.
El universo de la madera, un mundo cercano y propio del libro, tam-
bién estaba presente en otros aspectos de la Biblioteca. La gran cantidad
de volúmenes que ya cubrían literalmente las paredes de las distintas
salas, al poco tiempo, necesitaron de escaleras para llegar a ellos. En una
oportunidad, Zapiola debió apelar a los servicios de García para la con-
fección de “una escalera de manos”, pues los impresos necesitaban ser
ubicados en lugares de difícil acceso.
En otros momentos, como en 1815, cuando se inauguró una nueva
pieza, fue necesario recurrir al mismo carpintero para realizar una “es-
calera nueva para la pieza [primera]”. En algunos casos los anaqueles no
podían soportar el peso de los libros y, en 1813, el bibliotecario Larrañaga
tuvo que solicitar “la compostura de [varios] estantes”.
La acumulación de tablas para la realización de muebles, en ciertos
momentos, fue mayor a las necesidades de la Biblioteca y sirvió, en últi-
mo caso, como forma de pago para hacer frente a otros gastos. Tal es el
caso de lo que le sucedió a Chorroarín en 1811, cuando tomó la decisión
de vender “doce varras [sic] de tablas de cedro entregadas al carpintero
Chanteyro en pago de la mayor parte del valor de tres mesas de cedro”.
La presencia de un nutrido mobiliario debido tanto a las compras
como a los legados fue, indudablemente, una fuente extra de ingresos,

A L E J A N D R O E . PA R A D A 201
como “el importe de seis sillas inglesas sobrantes, vendidas a Rafael
Saavedra”, a ochos pesos cada una. La importancia de la carpintería, tal
como se ha observado, estaba a la par de la adquisición de materiales
bibliográficos. Una prueba de ello fue la extraordinaria cifra de más
de 2.000 pesos que tuvo que desembolsar Chorroarín solo en “pagos
de carpintería”. En este punto la contratación de la mano de obra era
fundamental, puesto que en 1811 Julián de Gregorio Espinosa donó “una
onza de oro” ($19,2 reales) con el fin de concretar “la oferta que tenía
hecha de costear el trabajo de un oficial carpintero por quince días”.
El ámbito de la carpintería y de los anaqueles constituye un universo
relacionado con los libros y, a veces, poco o nada tenido en cuenta.
Una obra solo existe en tanto su facultad de ser usada. La capacidad
de manipulación, la mano como un elemento entrañable de la lectura,
forma parte del mundo tipográfico.
Las obras, en una biblioteca en construcción, dependen, en última
instancia, de su ubicación física sobre la madera de un estante. La
carpintería y el “topos” de los anaqueles, en sentido lato, construyen al
lector y le dan sentido existencial. La Biblioteca Pública de Buenos Aires
construyó su edificio en torno al libro y a su necesidad de estanterías.
Le dio forma de madera a la manipulación práctica del acto de tomar
una obra desde el soporte de una tabla o tirante. Circunscribir la sala
que albergaba a los impresos por un coto rectangular de anaqueles era,
inequívocamente, una forma de forjar el amparo que genera el acto de leer.
El Libro de cargo y data, en apariencia un mero registro contable, nos
recuerda y patentiza el hecho de que toda Biblioteca conlleva un mundo de
corporeidades, una danza de objetos que se presentan como estanterías,
sillas, mesas y, al parecer, como edificios inspirados o conquistados para
ejercer la lectura.
Otro ejemplo de real interés lo constituye el “adorno” del edificio.
La Biblioteca como morada de la lectura no solo se instala a “modo de
texto” para ser leído y apropiado por los lectores, sino que también debe
seducir a sus usuarios y participar del protocolo oficial. En este tópico
es necesario recordar que la creación de la Biblioteca fue uno de los
primeros actos de la Revolución de Mayo; es decir, un hecho de política
cultural revolucionaria y, como tal, en los años sucesivos (aunque luego
la institución declinó) constituyó un lugar donde se ejercía y mostraba la
dignidad de su existencia como casa de la cultura.
El bibliotecario Dámaso Antonio Larrañaga, consciente de esta situa-
ción, durante el año 1814 puso especial cuidado en adornar la casa “en
los días de iluminación”, esto es, en aquellas jornadas tanto civiles y
militares o acaso en otras instancias, en las cuales se conmemoraba una
fiesta patria. Es así como no dudó en erogar las siguientes cantidades de

202 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


12. Asientos del libro de cargo y data, redactados por Dámaso Antonio Larrañaga (1813)
dinero: alrededor de 28 pesos en “veinte y dos faroles para los balcones”,
“un farol para la escalera principal” ($4) y, finalmente, “un adorno para
la puerta principal en los días de iluminación” ($16).
La Biblioteca era un ámbito que merecía ser mostrado en toda su
dignidad como un logro del pueblo y de las autoridades. En este punto,
al parecer banal, se manifestaron aspectos ocultos de nuestro desarrollo
bibliotecario: la Biblioteca no solo debía ser un lugar para la lectura
pública, sino además el centro donde el poder político plasmaba la
concreción de una realización cultural.
Sin embargo, la infraestructura de la Biblioteca Pública de Buenos
Aires, concebida también como museo y gabinete, requería una serie de
insumos para su correcta actividad. Aunque muchos de estos elementos
son objetos “menores”, su existencia nos señala el funcionamiento del
establecimiento en la cotidianidad. El universo de los libros, tal como
se ha observado, constituye la razón de ser de toda Biblioteca. Los
materiales impresos se conforman e identifican por su íntima relación
con las cosas que los rodean y les dan su último sentido. La estructura
bibliotecaria posee, según la época y las técnicas imperantes en un
período determinado, su propia idiosincrasia “en relación con” una gran
cantidad de componentes.
A modo de ejemplo ilustrativo mencionaremos algunos de esos
elementos propios de la vida diaria, tales como las llaves de la institución,
el reloj que determinaba el tiempo de la lectura, los polvos para salvar
la tinta, las escobas, los estuches matemáticos, los redondeles, las resmas
y, casi inesperadamente, una cuchilla para los pies. Los lectores, aunque
parezca poco común, suelen estar inmersos en la materialidad de los
objetos que cosifican y coadyuvan a la lectura. En primer término un
conjunto de utensilios característicos de muchas bibliotecas públicas del
siglo XIX, tal como lo puntualizaba un artículo del Reglamento provisional
para el régimen económico de la Biblioteca Pública (1812), que establecía las
pautas inequívocas acerca del “concurrente” (usuario) y sus vínculos
con objetos de la escritura.

Habran en la Biblioteca mesas y asientos á proporcion del numero y


capacidad de las piezas, algunos atriles, tinteros y salvaderas, reglas
[,] plumas y dos estuches mathematicos: se mantendra todo con
aseo y limpieza, y los concurrentes seran atendidos con prontitud
y agrado. La Biblioteca ministrara tinta y arenilla [,] plumas, y los
art.os expresados en el art.o anterior á los q.e quieran hacer algunos
extractos ó apuntes; pero no papel, pues debera traerlo el q.e tenga
necesidad de el4.
4
Véase el Apéndice 1, del capítulo IV.2.

204 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


El párrafo anterior señala un aspecto filosófico de particular interés:
la biblioteca, al unir la lectura con la escritura, pugnaba por una finalidad
pragmática. La gestión bibliotecaria, las autoridades y los ciudadanos,
sin bien no descartaban la lectura de esparcimiento, en toda ocasión
y por los medios de comunicación existentes (bandos, periódicos,
correspondencia, reglamentos internos), no dejaban de manifestar que el
nuevo establecimiento estaba destinado a ser un centro educativo para
la ilustración pública.
Vale decir que la Biblioteca tuvo un nuevo impulso con el Iluminismo
y, como tal, su finalidad era, sin duda, práctica y utilitaria. De ahí que la
lectura estuviera imbricada con la escritura y sus prácticas materiales.
Los concurrentes, entonces, requerían de varios elementos para llevar a
cabo lo que “se esperaba de ellos”: una lectura que demandaba e imponía
atriles, tinteros, reglas, salvaderas, plumas, etc.
Dos ejemplos de esta temática, elegidos al azar, son los siguientes: la
compra, por iniciativa de Dámaso Antonio Larrañaga, de una gran can-
tidad “de polvos para tinta” y, poco después, en 1815, la adquisición del
bibliotecario Zapiola, por un importe de quince pesos, “de dos estuches
matemáticos”. El papel, que siempre tuvo un alto costo, era un asunto
del cual se desligaba la institución: debía ser aportado por los lectores.
La Biblioteca, además, necesitaba de mantenimiento y limpieza
general. Son elocuentes las crónicas sobre el estado calamitoso, debido al
barro y a las aguas servidas, de las calles porteñas de ese entonces. Los
lectores, en muchas oportunidades, arribaban al edificio impregnados
por varias capas de barro en sus zapatos, por lo tanto, el industrioso
Zapiola, no vaciló en solicitarle al maestro carpintero Juan Vicente García,
una serie de “composturas” y, entre ellas, la infaltable “cuchilla para los
pies” empotrada, al parecer, en el suelo del zaguán que daba entrada a la
Biblioteca, demostrando así las insólitas asociaciones inesperadas que se
presentan en la gestión de una biblioteca.
A todo esto debe agregarse el polvo llevado por los vientos rioplatenses
y por las constantes refacciones del edificio, por lo que las escobas se
transformaban en elementos indispensables. También a Zapiola le tocó
la tarea de obtener “cuatro escobas” a dos reales y medio cada una, y
asignar el salario de la persona “que barría la escalera” de entrada a la
institución.
Durante la administración de Zapiola, debieron atenderse otros proble-
mas inherentes al buen funcionamiento de la casa. En primera instancia,
su seguridad, pues debido a una noticia del Libro de cargo y data sabemos
que el portero Juan Carreto (también tuvo el cargo de “dependiente”),
hacia 1816, era el responsable del cuidado del establecimiento, ya que
al parecer vivía en el edificio y estaba encargado de su apertura y cierre

A L E J A N D R O E . PA R A D A 205
al finalizar la jornada, pues se le abonaron dos pesos “por dos llaves
que mandó hacer para la casa, y las dejó al mudarse de ella”. Dentro de
este pequeño muestreo de la Biblioteca en su cotidianidad, se presenta
el instrumento que pautaba el curso horario: el reloj. En 1815, a poco
de inaugurada la Biblioteca, dejó de funcionar y se debió apelar a los
auxilios del relojero Carlos Saules para su urgente “compostura”, arreglo
que demandó una erogación de 17 pesos.
El Libro de cargo y data es especialmente rico tanto en la compra como
en la venta de libros. El contexto en el cual se gestó la Biblioteca, en el
lapso que media entre 1810 y 1812, fue tumultuoso y heterogéneo desde
el punto de vista bibliográfico. El 16 de marzo de 1812, fecha de su inau-
guración, la institución contaba con numerosos duplicados. La presencia
de ejemplares repetidos señalaba, en un primer momento, la gran canti-
dad de títulos que se recibieron en forma indiscriminada; y en segunda
instancia, el desorden de las adquisiciones. Este tema no es un tópico
menor. Los sucesivos bibliotecarios debieron enfrentarse a dos proble-
mas muy serios: a) la ausencia de títulos importantes, b) la abundancia
de libros duplicados. La solución parcial fue incorporar el producto de
la venta de los libros repetidos al exiguo presupuesto, como modo de
paliar la falta de ciertos títulos.
Aunque el Gobierno libró significativos montos para adquirir obras
en el extranjero, tanto en Londres como en Río de Janeiro, la venta de
títulos repetidos constituyó uno de los avales más importantes para
mantener los gastos generales de la casa y, eventualmente, como medio
para obtener nuevos libros. De modo que una de las políticas principales
de la Biblioteca para colmar ciertas lagunas de la colección fue, sin duda,
la organización de la venta de sus recursos impresos.
En el marco del presente capítulo solo se seleccionarán unos pocos
aspectos de la compra de materiales bibliográficos. Algunos de los pro-
veedores, intermediarios y particulares de los libros adquiridos por la
Biblioteca, muchos de ellos libreros, fueron: Ventura Marcó, José de
Aguirre, Antonio Cándido Ferreyra, Sebastián Lezica, Ramón Vieytes,
Juan Fernández, Santiago Mauricio, Saturnino Segurola, Melchor Olive-
ra, Manuel Mota, Antonio Barros, Miguel O’Gorman, Diego Barros, An-
tonio Paderne, Manuel Carranza, Felipe Arana, Pedro Capdevila, Fray
José Mariano del Castillo, Pablo Ortiz, Agustín Real de Azúa, R. Staples,
etcétera. Lo cual demuestra, no obstante la poca disponibilidad de recur-
sos, la inversión, en varios miles de pesos, que tuvieron a su disposición,
sobre todo entre 1810 y 1812, los distintos directores y bibliotecarios de
la Biblioteca Pública para la adquisición de libros.

206 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


13. Asientos del libro de cargo y data, redactados por Domingo Zapiola (1816)
Pero las preocupaciones de los administradores en pos de las
adquisiciones bibliográficas se extendieron también a otros sectores
sociales, aparentemente, poco conocidos en cuanto a sus vínculos con
la cultura impresa. Dentro de la abrumadora participación masculina
que ofrecía sus libros en venta a la incipiente Biblioteca, los estudios
relacionados con el género poseen un caso de real interés en cuanto a
la posesión de libros en el ámbito femenino. Un ejemplo de ello ocurrió
en 1816 cuando doña María del Carmen Carreño vendió a la Biblioteca
la Enciclopedia Británica, nada menos que en cien pesos. Esta transacción
comercial señala, al menos, dos aspectos: la existencia de una mujer
propietaria (y lectora) de una notable obra de referencia, y b) su habilidad
para lucrar, y obtener una suculenta suma, con la venta de ella.
Es oportuno observar que los negocios bibliotecarios no solo eran
iniciativas externas. También dentro de la Biblioteca era posible lucrar
en un marco de honestidad. En este tópico, el portero Juan Carreto fue
muy activo, pues en varias ocasiones se las ingenió para vender varios
ejemplares a la propia Biblioteca. En 1815, como un caso ilustrativo de
estas operaciones, el bibliotecario Zapiola asentó en su libro de gastos:
“pagados al portero... Carreto por un tomo, cuyo título es New Mercantile
Spanish Grammar” (Feraud, 1809), la suma de un peso con dos reales.
Por otra parte, la venta de obras duplicadas significó para la
Biblioteca una importante e invalorable fuente de ingresos. El monto
del dinero obtenido es elocuente; así en 1812 totalizaron 1058 pesos y,
en 1813, alrededor de 1400; cifras que se repitieron o se superaron en
otros ejercicios. Una idea de la magnitud de estos montos nos la brinda
el hecho de que el Gobierno había entregado a Saturnino Segurola, para
los gastos generales del establecimiento en 1810, la suma de $2315,4
reales: “treinta y quatro onzas de oro recibidos de Juan Manuel Luca”;
y que las partidas que recibiera en 1811 Luis José Chorroarín sumaban
aproximadamente 3240 pesos. En definitiva, la venta de los ejemplares
repetidos implicaba alrededor del 50% de la partida oficial destinada a
la Biblioteca.
Pero las páginas del Libro de cargo y data incluyen otros datos
interesantes relacionados con las obras duplicadas. A través de ellas,
es posible identificar aquellos títulos que, al parecer, se encontraban
difundidos, tal es el caso de la Teología moral de Alfonso María de Ligorio
(en $5,4 reales) y “de una obra de Fr. Luis de Granada” ($9), ambas
vendidas en 1810 y presentes en varias bibliotecas particulares durante
el período hispánico.
Un ejemplo de la riqueza temática que ofrece este aspecto lo constituye
el destino final de algunas obras. En ciertas ocasiones el deterioro de los
libros hacía imposible su venta. Entonces la Biblioteca, antes de perderlos

208 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


definitivamente sin ganancia alguna, se convertía en una especie de
biblioclasta forzada.
En 1810, sin duda ante la imposibilidad de su colocación en el mercado,
la Biblioteca obtuvo 17 pesos por “unos libros viejos vendidos [como]
cartuchos” para envolver paquetes en el comercio porteño. Luego, al
año siguiente, gracias a un escueto asiento consignado por Chorroarín,
sabemos que algunos de los libros que había donado el Colegio de San
Carlos para el acervo bibliográfico del establecimiento, estaban en un
estado ruinoso, ya que fueron vendidos por “inútiles” a 95 pesos.
La magnitud de esta empresa de obras repetidas, requirió una
pequeña infraestructura administrativa. Durante el período de 1815 a
1817, un dependiente de la Biblioteca, Santiago Miró, ocasionalmente
ayudado por su hermano, fue el encargado de ofrecer las obras y de
recaudar las ganancias, que eran liquidadas a principios de cada mes. En
cierto sentido, la venta de impresos duplicados operaba como un negocio
librero dentro del ámbito de la Biblioteca, lo que señala la íntima relación
entre el libro como bien cultural y como objeto de ganancia económica.
Con respecto al universo de las prácticas impresas el Libro de cargo y
data es ilustrativo de la variedad de recursos y situaciones que se pre-
sentaban a menudo en la institución. Tal es el caso, por ejemplo, de una
noticia que se vinculaba con el canje de obras, ya que en 1815 Salvador
Cornet dio 61 pesos “en el cambio de libros”; lo que significa que tam-
bién existía una instancia para el trueque de impresos.
Hay otro aspecto de la Biblioteca que define su importancia para el
poder político: su presupuesto. El dinero librado refleja las posibilidades
y, en consecuencia, el alcance económico disponible para que los
bibliotecarios llevaran a cabo su tarea. Su interpretación, además de la
gestión contable, muestra el grado de compromiso de las autoridades y
de los ciudadanos.
En líneas generales, el clímax de participación popular se dio en el
bienio 1810–1812; a partir de esa fecha, las iniciativas, tanto guber-
namentales como particulares, decayeron, inexorablemente, en un
letargo que se extendería por un largo período, y cuyas causas deben
ser analizadas, en otro estudio, para intentar comprender el destino de
esta agencia social durante el siglo XIX. Una prioridad del Libro de cargo y
data era, sin duda, asentar el detalle oficial y el origen de los ingresos. El
presente cuadro establece los distintos montos recibidos por Biblioteca
entre 1810 y 1818:

A L E J A N D R O E . PA R A D A 209
1810 -- $ 2424, 1¾ reales
1811 -- $ 4829, 1
1812 -- $ 6377, 1½
1813 -- $ 3057, 4
1814 -- $ 2793, 2½
1815 -- $ 3849, 5½
1816 -- $ 2326, 1½
1817 -- $ 2831
1818 -- $ 859 (hasta abril)

Es decir, una cantidad total de aproximadamente 29350 pesos.


El origen de estos fondos, descontando otras fuentes de ingresos, se
consignaba del modo siguiente: “por ciento treinta y cuatro onzas de oro
recibidas de D. Juan Manuel de Luca” (1810), “por mil setecientos pesos
recibidos del Sr. Vocal Protector D. Miguel Azcuénaga” (1811), “por mil
quinientos pesos que de orden del Gobierno me entregó el depositario
D. José Riera para entregar a D. Manuel de Aguirre para compra de libros
en Londres” (1812), “por seiscientos pesos que de orden del Gobierno
me entregó el depositario D. José Riera para comprar libros en el Janeiro
por medio de D. Antonio Cándido Ferreyra” (1813), etcétera.
De modo tal que la Primera Junta y las autoridades que le siguieron
trataron, dentro de sus posibilidades y múltiples urgencias, de solventar
los gastos de la Biblioteca. Es oportuno destacar que los sueldos de los
bibliotecarios eran abonados por el Cabildo de Buenos Aires. Por otro
lado, buena parte de las demandas cotidianas, como ya se ha señalado,
fueron saldadas por las ventas de libros duplicados, uno de los ingresos
más importantes luego de las partidas oficiales.
Dentro de este contexto general, finalmente, resulta complejo
interpretar en la perspectiva actual el Libro de cargo y data, reconstruir
el esfuerzo que se oculta bajo sus escuetos asientos contables y no
experimentar un particular entusiasmo por la labor realizada por los
primeros bibliotecarios que llevaron adelante los pasos iniciales de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires.

210 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


V.2 — Gestión y vida cotidiana
en las “razones de gastos” de 1824 y 1826

V.2.1 — Introducción

Al iniciar la redacción de este punto, estrechamente vinculado al tema


anterior en su proceso de continuidad de gestión bibliotecaria, en cierto
sentido, se plantea una primera pregunta de “ontología bibliotecológi-
ca”, similar y a la vez también válida para el Libro de cargo y data que im-
plementara Chorroarín: ¿para qué estudiar las “rendiciones de gastos”
de una pequeña biblioteca pública perdida en los confines del “mundo
civilizado” en la segunda década del siglo XIX? Y a esta interrogante,
de compleja resolución, se agregan otras de igual trascendencia: ¿qué
valor tienen hoy para nosotros un conjunto de datos administrativos en
relación con el estudio de las prácticas de lectura en un momento histó-
rico determinado?; ¿es posible deducir, a través de la fría enumeración
de elementos cuantitativos, una aproximación interpretativa y vívida de
la Biblioteca Pública de Buenos Aires durante los años 1824 y 1826?; y,
finalmente, ¿cuál es la utilidad del discurso administrativo (pobre y mo-
nótono) para abordar el balance de una gestión bibliotecaria?
La respuesta a estas u otras preguntas similares resulta inequívoca:
gracias a las “razones de gastos” de una institución, en este caso la fa-
mosa Biblioteca creada por la Junta de Mayo en 1810, se presenta una
oportunidad única e inmejorable, tal como sucedió con el libro de “cargo
y data” (otra denominación de dichas “razones”) para reconstruir la ges-
tión y la vida cotidiana de dicho establecimiento.
En el Archivo General de la Nación existen dos “razones de gastos”
de la Biblioteca relacionadas con los años 1824 y 1826, redactados por
quien fuera su Director en ese entonces, el Dr. Manuel Moreno5. Este
documento, tal como se llevó a cabo con el cuaderno de “cargo y data”,
nos permite reconstruir el tema de nuestro interés: estudiar la adminis-
tración y las políticas de gestión de la Biblioteca desde el discurso de
la vida diaria (Ariès y Duby, 1990-92; Devoto y Madero, 1999; Certeau,
2000), para así identificar las prácticas y representaciones bibliotecarias
en las dos primeras décadas de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.

5
Archivo General de la Nación (Argentina). Sala X, 42-8-2.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 211
Luego de un primer acercamiento cuantitativo se intentará ir más allá
de esta mirada, aunque toda aproximación interpretativa necesita ba-
sarse en datos y guarismos de diversa índole, con el objetivo de abordar
la variedad y complejidad de tareas, tanto importantes como menores,
que implicaba una gestión bibliotecaria en esa época de grandes turbu-
lencias políticas en la Argentina. El ámbito de dirigir y organizar una
Biblioteca Pública a comienzos del siglo XIX requería, sin duda, de una
administración que contemplara, al menos, un servicio digno y adapta-
ble a las necesidades de los usuarios y, sobre todo, a sus usos y prácticas
de lectura.

V.2.2 — Breve situación de la Biblioteca Pública


de Buenos Aires durante el período 1820-1826

Luego de la brillante gestión de Chorroarín, y tras el breve interregno


de Saturnino Segurola (1821-1822), el Dr. Manuel Moreno, hermano
menor de Mariano Moreno, fue nombrado director del establecimiento
el 5 de febrero de 1822, cargo que desempeñó hasta el 25 de noviembre
de 1828. La trayectoria biográfica del Dr. Manuel Moreno ya ha sido
estudiada, en detalle, por varios autores (Quiroga, 1972; Cutolo, 1975).
No obstante, es importante señalar que el Dr. Moreno (1782-1857) además
de médico, químico, político y diplomático, desempeñó una importante
actividad como funcionario bajo distintos gobiernos. De carácter adusto
y grave, con más enemigos que amigos, fue un polemista de temer.
Gracias a los almanaques de la época y a los testimonios de algunos
viajeros se puede reconstruir, parcialmente, la situación de la Biblioteca
durante la gestión de Manuel Moreno. Prueba de ello son los almanaques
de J. M. M. Blondel (1825: 81-82 y 1829: 126) y de Bernabé Guerreros
Torres (1826: 64-65). Una noticia de la guía de Blondel para el año 1829
afirmaba, entre otros conceptos, que la Biblioteca:

Habiendo empezado con pocos libros que en su origen pudieron


reunirse, y sin tener estos entonces toda la variedad y riqueza
que reclamaba la instrucción de una población numerosa, hoy día
forma una colección respetable que comprende todas las ciencias,
y los diversos ramos de la literatura y artes. El número de libros
destinados al uso general, asciende a más de 18.000 volúmenes...
(Blondel, 1829: 126).

212 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Y el famoso viajero francés Arsène Isabelle, que estuvo en Buenos Ai-
res a principios de la década del treinta sostenía, con sincero entusiasmo,
lo siguiente:

La biblioteca es una de las mil instituciones debida a las luces de


Rivadavia; primitivamente... sólo contenía algunos millares de li-
bracos in-folio, con un número bastante grande de manuscritos en
latín y español, que trataban oscuros puntos de teología, medicina,
controversias y graves futesas. Desde 1820 hasta 1828, se ha enri-
quecido sucesivamente con libros de historia, jurisprudencia, moral,
ciencias exactas y naturales, de literatura propiamente dicha y una
gran cantidad de álbumes de viajes y grabados de toda clase; hoy
día ocupa cinco salas y el número de volúmenes alcanza a veinte
mil. Más de la mitad son libros franceses. Está abierta todos los días
no feriados y la facilidad de leer los periódicos de Buenos Aires la ha
convertido en un gabinete de lectura (Isabelle, 1943 [1835]: 145).

Si bien este juicio es muy laudatorio en cuanto a la situación de la


Biblioteca durante el período 1820-1826, las “razones de gastos” elevadas
por Manuel Moreno presentan un panorama no tan positivo y alentador.
De este modo, son varias las menciones contemporáneas a la Biblioteca
de esa época. Sin embargo, se ha optado por seleccionar algunas de las
más representativas, con la finalidad de tener una visión panorámica de
su estado general bajo la mirada tanto de los residentes en Buenos Aires
como de los extranjeros6.

6
Una breve reseña bibliográfica sobre los documentos contemporáneos (fundamental-
mente publicados en la prensa porteña de entonces) que tratan de los primeros años de
vida de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, se enlista a continuación: Gaceta de Buenos
Aires, 15 (jueves 13 de septiembre de 1810), 234-236; Gaceta de Buenos Aires, 28 (viernes
13 de marzo de 1812), 112; El Censor, 11 (martes 17 de marzo de 1812), 41, en Senado de
la Nación. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires: Senado, 1960. v. 7, 5845; El Grito del Sud,
1, 7 (martes 25 de agosto de 1812), 54-56; El Grito del Sud, 1, 8 (martes 1 de septiembre
de 1812), 57-61; El Grito del Sud, 1, 9 (martes 8 de septiembre de 1812), 65-68; El Grito del
Sud, 1, 10 (martes 15 de septiembre de 1812), 73-76; La Prensa Argentina: semanario político
y económico, 6 (martes 17 de octubre de 1815), 4-5, en Senado de la Nación. Biblioteca de
Mayo. Buenos Aires: Senado, 1960. v. 7, 5946-5947); El Americano, 10 (viernes 4 de junio
de 1819), p. 4-5; El Argos de Buenos Ayres, 21 (sábado 25 de agosto de 1821), en El Argos
de Buenos Ayres: 1821. Buenos Aires: Junta de Historia y Numismática Americana, 1937,
129; El Argos de Buenos Ayres, 34 (sábado 24 de noviembre de 1821), en El Argos de Buenos
Ayres: 1821. Buenos Aires: Junta de Historia y Numismática Americana, 1937, 332; El
Argos de Buenos Ayres, 19 (sábado 23 de marzo de 1822), en El Argos de Buenos Ayres: 1822.
Buenos Aires: Junta de Historia y Numismática Americana, 1937, [77]; El Centinela, 34
(domingo 30 de marzo de 1823), 187-188, en Senado de la Nación. Biblioteca de Mayo.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 213
Una de las primeras tareas de Manuel Moreno, en marzo de 1822,
fue encarar la refacción de la casa primitiva, pues la misma estaba
prácticamente derruida. Durante los arreglos se le otorgó una tercera
locación: “la parte contigua de la casa alta, la primera de las del Estado,
viniendo de la Imprenta de Expósitos”, y se distinguía por su “escalera
doble”. Es así como, “refaccionadas las salas primitivas, allí quedó
instalada... [con] sus estantes abiertos y su mesa maciza” (El Argos, 1822;
Groussac, 1893: XXVII-XXVIII; Torre Revello, 1943: 13-14; Sabor Riera, 1974,
vol. 1: 45).
Con motivo del decreto oficial del 13 de noviembre de 1821 ([de
Angelis], 1836: I, 230-231), en el cual se demandaba realizar el inventario
de la Biblioteca al asumir un nuevo director, el Dr. Moreno informó,
en el Registro estadístico de 1823, que el establecimiento poseía “17.229
volúmenes de impresos, fuera de 1.500 duplicados y destinados a
la venta”. El registro de la institución, también para 1823, sumó 3284
lectores, aunque el número de estos debía de ser superior, pues solo se
consignaban los usuarios que solicitaban libros para leer en sala y no las
consultas de información o referencia.
La mayoría de los concurrentes eran oriundos de la ciudad de Buenos
Aires (2174); los restantes, tanto de las provincias del interior (677) como
extranjeros (426) (Groussac, 1893: XXIX). El personal de la Biblioteca
estaba formado por el director, un subdirector (cargo que fue suprimido
en septiembre de 1821), dos dependientes, y el portero, es decir, un
plantel de cuatro personas. En líneas generales, la Biblioteca comprendía
físicamente la sala de lectura y los ambientes en que se distribuían las
obras procesadas: las Salas de Ciencias, Historia, Letras Sagradas, Moral,
Bellas Artes y Política (Acevedo, 1992: 8).

Buenos Aires, Senado, 1960. v. 9, 8469-8470.


Es importante destacar, además, que Rafael Alberto Arrieta, en un artículo de 1936, ya
había señalado el interés de los viajeros extranjeros por la Biblioteca Pública de Buenos
Aires. (Cfr. Arrieta, Rafael A. 1936. La Biblioteca de Buenos Aires y los viajeros extranje-
ros. En La Prensa. Buenos Aires, 23 de agosto de 1936; otra edición del mismo trabajo se
encuentra en Centuria porteña: Buenos Aires según los viajeros extranjeros del siglo xix.
Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1944, 83-87).

214 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


14. Nota sobre la Biblioteca Pública (El Argos de Buenos Ayres, no. 19, sábado 28 de marzo
de 1822)
V.2.3 — Aproximación al concepto
de “razón de gastos”

La “razón de gastos”, lo mismo que el “libro de cargo y data”, era


una especie de memoria anual de las tareas realizadas por la Biblioteca
de Buenos Aires; sin embargo, más que una memoria tal como hoy la
conocemos se trataba de un detalle de los desembolsos realizados por
dicho establecimiento. El hincapié estaba puesto, pues, en los ingresos
y en las salidas de dinero a lo largo de un año. La rendición se realizaba
en diciembre de cada período y su contenido consistía en detallar las
“consignaciones” (dinero dado por el Gobierno para el mantenimiento
general de la institución, incluyendo los sueldos del personal) y las
“erogaciones” realizadas. El escrito se elevaba a la Contaduría General y
debía ser aprobado por dicha repartición.
La memoria o “razón de gastos” de una institución es, por defini-
ción, un relato escrito que da cuenta de las actividades realizadas, de los
ingresos y los dispendios que se han llevado a cabo durante un ejercicio
anual. Esta relación se caracteriza por su exposición netamente adminis-
trativa y cuantitativa. Se trata de un discurso técnico y enumerativo, con
la presencia de figuras expresivas recurrentes. La falta de fluidez discur-
siva se suplanta por la contundencia de giros aparentemente inequívo-
cos, propios de los lugares comunes que presentan los informes internos
de la burocracia gubernativa. Es necesario señalar dos elementos a te-
ner en cuenta en esta clase de escritos: su condición de textos internos e
inéditos (pensados para trasmitir una información meramente funcio-
nal) y, además, su perfil de relativa objetividad (pues se debe demostrar,
con recibos y documentos, las expensas realizadas).
Empero, el concepto “razón de gastos” debe verse como un discurso
dinámico de gran importancia para el estudio moderno de la Historia de las
Bibliotecas y de la Lectura. Dicho concepto se caracteriza por su condición
de relato expositivo que recupera el horizonte y la memoria de una
institución. Pensados para una información funcional de entradas y salidas
de bienes, tanto materiales como culturales (libros), en la actualidad rescatan
la organización y el desarrollo de la Biblioteca en un momento histórico
determinado. A través de ellos es posible reconstruir las necesidades de ese
establecimiento y, fundamentalmente, la vocación omnipresente de los usos
de la cultura escrita e impresa. Por otra parte, su estudio sistemático permite
trazar la importancia de esta agencia en la estructura gubernamental. El saldo
del relevamiento de las consignaciones y de los gastos posibilita reconstruir,
entonces, la capacidad de compra de dichos bienes y la autonomía de la
institución.

216 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


La “razón de gastos” posee un elemento suplementario de gran valor
histórico: es la matriz con la cual se diseña la historia de la vida diaria de la
Biblioteca. Constituye, pues, el discurso interno donde se tejió, día a día, su
funcionamiento. Pero existen otras pautas que subyacen en los balances de
las bibliotecas y que han pasado desapercibidas hasta ahora: las memorias
son documentos de primera mano para elaborar, en un futuro, la Historia de
las Ideas de la Bibliotecología en la Argentina; es decir, uno de los elementos
fundamentales para reconstruir la historiografía de esta disciplina.
Finalmente, se presenta otro aspecto de real interés en torno a las
memorias. Gracias a ellas es posible obtener ciertos datos sobre los usos y
las prácticas de la lectura y de la escritura que no existen, dado su difícil
registro y preservación, en otros tipos de documentos que han perdurado
hasta nuestros días. Estos aparentemente inofensivos y lacónicos informes
constituyen una estrecha –pero vital– puerta de entrada al polifacético
universo de las modalidades “aprehensivas” de la historia de la cultura.

V.2.4 — La mirada cuantitativa:


asignaciones, gastos y administración general
durante la gestión de Manuel Moreno

Ingresos y gastos
El Gobierno, como a toda dependencia pública, asignaba una partida
para los gastos anuales de la Biblioteca. La responsabilidad del director
consistía en llevar el detalle de las erogaciones realizadas. Tal como se ha
observado, la “razón de gastos” era una especie de memoria pecuniaria,
donde muchos hechos de la institución no eran relatados, justamente,
porque no implicaban una salida. Además de administrar y dirigir
técnicamente al establecimiento, también era responsabilidad del director
elevar a la Contaduría General el resumen de las erogaciones efectuadas.
Dos facultativos de esta Contaduría –Victorino Fuentes (1824) y José del
Rebollar (1826)– fueron los que aprobaron, prácticamente sin objeción
alguna, las “razones de gastos” de Manuel Moreno para esos años.
Durante los años 1824 y 1826 el presupuesto varió considerablemente.
En 1824 el monto asignado (denominado “cargo” por Moreno) fue de
$1488 (más 10 pesos a favor de la gestión de 1823), es decir, una razón
de $124 por mes; y los gastos (“data”) para ese mismo período fueron

A L E J A N D R O E . PA R A D A 217
15. Ingresos de la Biblioteca Pública en el año 1824
de $1365,1 real, restando $132,7 rs. (los que permanecieron pendientes
para abonar varios encargos de libros que se hicieron a Europa). En 1826
la partida sufre un incremento de $858, ya que totaliza $2346, 3½ rs., a
razón, en líneas generales, de $195 por mes; y los gastos de dicho año
totalizaron $2186 con 4½ rs., restando en esta oportunidad, $159 con
7½ rs. (“destinado a compra pendiente de libros”).
A primera vista parece un presupuesto adecuado; sin embargo, al
estudiar las liquidaciones que elevara Manuel Moreno, se manifiesta la
crítica insuficiencia de estos fondos, pues el Director debía afrontar con
esta cantidad la totalidad de las necesidades de la institución, donde la
compra de libros era, lamentablemente, una erogación menor7.

Personal
El análisis de los sueldos del personal demuestra esta dramática
situación. No obstante, antes de abordar este tópico, es necesario detenerse
en los empleados con que contaba la institución en ese entonces. El núme-
ro de personas contratadas era sumamente exiguo, ya que en dicha época
la Biblioteca contaba con solo cuatro personas (incluido el director) para
administrar más de 18000 volúmenes distribuidos en varias salas y
en un edificio de altos. Las tareas por ellos realizadas se detallan más
adelante; empero, es justo y pertinente rescatar sus nombres, funciones
y honorarios. En 1824 los “dependientes” eran Mariano Moreno (hijo del
secretario de la Primera Junta y sobrino del director) y Vicente Robles
(posteriormente, en marzo, debido a su retiro, fue reemplazado por Juan
Miguel Costa). A ellos debe sumarse el portero de la casa: José Santos.
Para el ejercicio de 1826 los dependientes eran, a principios de año, el
ya mencionado Costa y Francisco Castelli (se había retirado Mariano
Moreno, hijo); poco después, hacia mediados del ejercicio, Castelli es
sustituido por Ángel Padilla, quien, en un primer momento, estuvo
asignado a mantener los catálogos; en cuanto a Santos, este continuó en
sus labores de portero.
7
Los presupuestos de la Biblioteca fueron significativamente superiores en otros ejercicios
anuales. Tal como lo ha documentado José Luis Trenti Rocamora, en 1811 el monto total
ascendió a 4829 pesos; en 1812, a 6377 pesos; y en 1813, a 2142 pesos (los ingresos de
1826 fueron levemente superiores). Estas cifras incluyen, por otra parte, los sustancio-
sos ingresos obtenidos al transformar la institución “en un centro de venta de libros”.
(Trenti Rocamora, José Luis. 1998b. Primeros libros comprados..., 58-59 y 63). También es
importante destacar que estos montos se incrementaron gracias a los salarios donados,
en parte o totalmente, por Chorroarín y por el subdirector P. Saturnino Segurola. (Cfr.
además: Levene, Ricardo. 1938. El fundador de la Biblioteca Pública de Buenos Aires:
estudio histórico sobre la fundación y formación de la Biblioteca Pública en 1810 hasta
su apertura en marzo de 1812. Buenos Aires: Ministerio de Justicia e Instrucción Pública
[Documento No. 37], 152-161).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 219
16. Liquidación del sueldo de Juan Miguel Costa
Pero los sueldos, en cierto sentido, se transformaron, de hecho, en
la sangría inevitable de la Biblioteca. Para evitar un detalle fatigoso de
guarismos se tomará la media de ellos y se confrontará con el total de
las asignaciones anuales. El director ganaba, tomando por ejemplo el
año 1826, aproximadamente $67 por mes (lo que implicaba un monto
anual de alrededor de 800 pesos); los dependientes sumaban entre 30 y
31 pesos (alrededor de $372 cada uno por ejercicio); y el portero recibía
14 pesos mensuales ($168 al año). Vale decir que, al sumar la totalidad de
los sueldos anuales, el resultado arroja una erogación salarial de $1377.
Si el presupuesto para el período 1826 era de $2346, el gasto en sueldos
implicaba casi el 60% (exactamente el 58,6%).
De este modo, Manuel Moreno solo contaba con el 40% ($969) del
presupuesto asignado para hacer frente y solventar sus gastos, tales como
el mantenimiento del edificio, los materiales de escritura de los lectores,
la calefacción de las salas, las erogaciones eventuales e inesperadas,
los gastos menores que surgían en el momento menos pensado y, por
último, la adquisición de libros. Realmente, un presupuesto que exigía
imaginación y malabarismos administrativos.

Una práctica común: la venta de libros duplicados y deteriorados


La venta de obras duplicadas y de ejemplares deteriorados como papel
fue una práctica muy rentable desde los comienzos de la Biblioteca. Un
ejemplo notable fueron las ganancias que consiguió Chorroarín cuando
desarrolló esta empresa durante su dirección. Las cifras no eran, bajo
ningún concepto, desdeñables, pues en 1812 y 1813 incrementó las arcas
del establecimiento, respectivamente, en 1058 y 913 pesos (Levene, 1938:
155 y 157). Esta política de incremento presupuestario también la conti-
nuó el Dr. Manuel Moreno, tal como lo confirma la lista de libros en venta
que se publicó en El Argos de Buenos Ayres el 23 de marzo de 18228.
Sin lugar a dudas, el punto más vulnerable de la gestión bibliotecaria
de Moreno fue la obtención de nuevas obras y la suscripción a los
periódicos. Aún no se ha hallado la documentación que confirme si el
Administrador de la Imprenta del Gobierno cumplía con el requisito, tal
como lo sostenía el reglamento de 1812, de hacer llegar a la Biblioteca un
ejemplar de cada libro editado. De ser así, dicha dependencia también

8
El anuncio comenzaba del modo siguiente: “La Biblioteca tiene una colección numerosa
para venta, que puede verse en ella. De entre ella se elige la presente LISTA DE LIBROS...”.
Dicho listado estaba formado por 29 títulos y, tal como se colige del aviso, solo se trataba
de una selección del total de los ejemplares disponibles para su venta a particulares [Cfr.
El Argos de Buenos Ayres, 19 (sábado 23 de marzo de 1822), 77].

A L E J A N D R O E . PA R A D A 221
pudo obrar como medio para incorporar nuevos libros, aunque el
trabajo de ese taller distaba, en mucho, de producir una gran variedad
de títulos.
¿Cuál fue, entonces, la estrategia seguida para las modestas adquisi-
ciones bibliográficas de ese período? Se apeló a lo que ya se había hecho en
varias ocasiones desde la inauguración de la Biblioteca, esto es, a la venta
de duplicados y ejemplares deteriorados. El dinero que obtuvo Moreno
fue prácticamente insignificante. Empero, en varias instancias ayudó
a redondear un presupuesto mezquino y, lo que es más importante, a
alentar la compra de algunos títulos, aunque siempre en una escala muy
reducida.
El año 1826 es rico en esta clase de iniciativas. Veamos algunos ejemplos
de ello. En mayo se liquidó en 4 pesos una obra de Benedicto xiv; en junio
el cónsul inglés Mr. Parish adquirió en 12 pesos “tres tomos de gazetas,
a saber, el Censor 2 vol., la Prensa Argentina 1 vol. en perg”; en agosto
se consiguieron $5,4 rs. “por libros viejos vendidos al Dr. Agrelo, a saber,
Faria aditiones Ad Covarrubias 2 vol. perg. fo.... y Faria Covarrubias
ementeatus [sic] 1 vol. perg. fo.”; en septiembre ingresaron 3 pesos “por
4 tomos de Febrero truncos, vendidos a Castro”; y en noviembre se
vendió en 12 pesos “la obra de Domínguez (Dn. José Migl.) Ilustración
y continuación de Curia Filipica 3 vol. f.”. Existía además un conjunto
de obras que no se podían vender por falta de interesados, debido a su
avanzado estado de deterioro físico; prueba de ello son los seis pesos
que ingresaron por la venta de “seis libros viejos –lamentablemente se
ignoran sus títulos– vendidos como papel viejo a Martínez”.
Esas ventas plantean, inequívocamente, una duda de difícil resolución.
¿Cuáles eran los criterios de selección para “liquidar” ciertos ejemplares?
Todo descarte, sin duda, representa una opción entre muchas. Una
elección que se encuentra pautada, tal como acontece en este caso,
por la necesidad económica. No cabe duda de que individuos con una
sólida formación, el Dr. Pedro José Agrelo y el cónsul Woodbine Parish,
vieron una inmejorable oportunidad para obtener obras de su interés
a un precio muy accesible. Pero esto se enmarca en otra historia en el
acontecer de toda biblioteca: la dialéctica entre la necesidad de recursos
y la decisión de obtenerlos a través de la venta de sus duplicados o
ejemplares truncos. No obstante, queda claro que no existía una “política
explícita de descarte”, pues todo estaba pautado por las necesidades y
las urgencias económicas del momento.
En este tópico también es necesario puntualizar sobre un aspecto,
al parecer oculto, pero siempre presente en los modos de relacionarse
las profesiones (en este caso los bibliotecarios) con los objetos, sean
culturales o materiales. La venta de libros y su descarte era una práctica

222 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


bibliotecaria relacionada con los múltiples e infinitos usos del universo
de la cultura escrita e impresa. Es imposible separar, pues, las prácticas
de lectura de los modos de representación cultural que ellas implican y
conllevan; conductas que pautan y enmarcan, inequívocamente, el modo
coral y orquestal de relacionarse con el libro.

Adquisición de libros
A pesar de las limitaciones presupuestarias con las cuales debió
enfrentarse durante su gestión, Manuel Moreno logró comprar algunos
libros para acrecentar el acervo bibliográfico de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires.
El año 1824 fue, holgadamente, mucho más fructífero en este aspecto,
pues pudo destinar casi 250 pesos a la compra de libros; es decir, el 16,7%
de la partida destinada a los gastos totales de la institución. Por el contrario,
el ejercicio 1826 se caracterizó por la ausencia de fondos destinados a la
adquisición de obras, ya que solo se invirtieron 10 pesos9.
La Dirección de la Biblioteca durante sus primeras décadas de vida
estuvo signada por esta pobreza de medios para obtener libros y sus-
cribirse a publicaciones periódicas. Si bien en muchos períodos de su
historia las donaciones fueron escasas, siempre constituyeron una de las
principales fuentes de ingresos. Pero es necesario señalar que las dona-
ciones no siempre favorecieron el desarrollo de la colección pues, en va-
rias oportunidades, se trataba de ejemplares duplicados o de obras que
no correspondían a las necesidades bibliográficas de la época.
Gracias a las “razones de gastos” de los años 1824 y 1826, es posible
determinar las compras de libros realizadas por la Biblioteca y, por ende,
identificar aquellos títulos que se consideraban indispensables para
enriquecer el patrimonio de la institución.
Mariano Lozano fue el principal librero al cual recurrió la Biblioteca en
1824. El monto total que desembolsó Moreno en su librería ascendió a 159
pesos y 4 reales; sin duda, una cifra importante, dentro de la modestia de

9
Durante la gestión de Chorroarín, las partidas destinadas para la compra de libros, tanto
en Buenos Aires como en el exterior, fueron infinitamente superiores. Las cifras siguien-
tes son elocuentes en este punto: en 1811, se destinaron 473 pesos con 7½ reales; en 1812,
además de 534 pesos y 5 reales, se asignaron 4605 pesos a Manuel Hermenegildo de
Aguirre para la adquisición de obras en Londres; y en 1813, se superaron los 1600 pesos
($500 consignados a Aguirre, $600 entregados a Antonio Cándido Ferreyra para la com-
pra de impresos en Río de Janeiro, $200 retirados por Sebastián Lezica, y $366,3½ reales
en adquisiciones locales). [Levene, Ricardo. 1938. El fundador de la Biblioteca Pública...,
154, 156-158. Para un detalle de los títulos y los recibos, véase: Trenti Rocamora, José
Luis. 1998b. Primeros libros comprados..., 57-64].

A L E J A N D R O E . PA R A D A 223
los recursos con que se contaba. La librería de Mariano Lozano, ubicada
en la Calle Paz No. 2, de una ingente y aún no reconocida labor durante
muchos años en el comercio librero de Buenos Aires, no era realmente
una librería: se trataba de una tienda que vendía todo tipo mercaderías
(Blondel, 1825: 124).
Esta situación no es extraña. Además de los conocidos libreros de
la época (Jaime Marcet, Juan Manuel Ezeiza, Rafael Minvielle, Michel
Riesco, los hermanos Duportail, Luis Laty, y la Librería de la Indepen-
dencia, de la familia Larrea) también hubo una gran cantidad de “lu-
gares de venta” informales de libros, donde se mercaban todo tipo de
enseres junto con una gran cantidad de impresos. Incluso la mayoría de
las librerías citadas eran, al mismo tiempo, mercerías o tiendas. Es por
ello que no llama la atención que Manuel Moreno haya recurrido a la
tienda de Lozano para adquirir muchos de los libros que ingresaron a
la Biblioteca, pues su comercio fue el cuarto en importancia durante el
período 1823-1828 (Parada, 1998: 23).
Un listado sumario –sin incluir dos títulos no identificados– de las
obras adquiridas en la tienda de Mariano Lozano es el siguiente: Nosogra-
phie et thérapeutique chirurgicales (Paris, 1821, 4 v.), de Balthasar-Anthelme
Richerand; Séméiotique, ou traité des signes des maladies (Paris, 1818), de
Agustin-Jacob Landré-Beauvais; Tratado de los medios de desinfeccionar el
aire, precaver el contagio y detener sus progresos (Madrid, 1803), de Louis-
Bernard Guyton de Marveau; Nosographie philosophique, ou la méthode de
l’analyse appliquée á la médicine (Paris, 1807, 3 v.; ibídem, 1818), Traité médi-
co-philosophique sur l’aliénation mentale ou la manie (Paris, 1800 y 1809), La
médicine clinique rendue plus précise et plus exacte par l’application de l’analyse,
ou Recueil et résultat d’observations sur les maladies aigües, faites à la Sal-
pêtrière (Paris, 1804 y 1815), de Philippe Pinel; Traité de chimie élémentaire,
théorique et pratique (Paris, 1821, 4 v.), de Louis-Jacques Thénard; Cours
théorique et pratique d’accouchements (Paris, 1823), de Joseph Capuron;
Medicina legal y forense (Madrid, 1825, 5 v), y Lecciones de curso, de
Mathieu-Joseph-Bonaventure Orfila; Histoire de la médicine depuis son ori-
gine jusqu’au dix-neuvième siècle (Paris, 1815-1820, 9 v.), de Kurt Sprengel;
Traité de l’art de fabriquer la poudre à canon. Précédé d’un exposé historique
sur l’établissement du service des poudres et salpêtres en France. Accompagné
d’un recueil de 40 planches [Atlas] au trait (Paris, 1811, 2 v.), de Jean-Joseph-
Auguste Bottée de Toulmon y Jean-Réné-Denis Riffault des Hêtres; Histo-
ria crítica de la Inquisición en España (Madrid, 1822, 10 v.), de Juan Antonio
Llorente; Dictionnaire de chimie (Paris, 1810-1811, 4v.), de Martin Henry
Klaproth y F. Wolff; y el Código de comercio de Francia.
Pero, además de Mariano Lozano, el librero francés Mr. G. Lacour,
poco conocido hasta la fecha, proveyó una importante cantidad de libros

224 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


17. Libros vendidos a la Biblioteca Pública por Mariano Lozano
(por un monto de 129 pesos) a la Biblioteca Pública de Buenos Aires,
tales como: Astronomie théorique et pratique (Paris, 1814, 3 v.), de Jean-
Baptiste-Joseph Delambre; Traité de géodésie ou exposition des méthodes
astronomiques et trigonométriques, appliquées soit à la mesure de la terre, soit
à la confection du canevas des cartes et des plans (Paris, 1805, 2 v.), de Louis
Puissant; Nouvelle architecture hydraulique; contenant l’art d’élever l’eau
au moyen de différentes machines, de construire dans ce fluide, de le diriger,
et généralement de l’appliquer de diverses maniéres aux besoins de la sociéte
(Paris, 1790-1796, 2 v.), de Gaspard-Clair-François-Marie Riche de Prony;
De la défense des places fortes (Paris, 1812), de Lazare-Nicolas-Marguerite
Carnot; Nouveau traité de navegation (Paris, 1781), de Pierre Bouguer; Traité
élémentaire d’astronomie physique (Paris, 1811, 4 v.), de Jean-Baptiste Biot;
Leçons de géologie données au Collège de France (Paris, 1816, 3 v.); Leçons de
minéralogie donnés au Collège de France (Paris, 1812, 2 v.), de Jean-Claude
de La Métherie; Théories des vents et des ondes, de François-Célestin de
Loynes-Barraud, Cher de La Coudraye; y el Atlas coelestis (London, 1753),
de John Flamsteed. Por otra parte, entre los pedidos de Manuel Moreno
a Mr. Lancour figuran dos obras que, al parecer, fueron demandadas
pero no ingresaron al establecimiento: Méthodes analytiques pour la
détermination d’un arc du méridien, de Jean-Baptiste-Joseph Delambre; y
Théorie de l’imprimerie10.
En cuanto a los materiales de escritura, tanto para los usuarios como
para las necesidades administrativas de la casa, probablemente Moreno
los adquiriera en la conocida librería de Juan Manuel Ezeiza, tal como lo
documenta el recibo que este librero le firmó al Director de la Biblioteca
por una “resma de papel florete”, cuyo monto ascendió a 4 pesos y seis
reales.
Otro tópico de vital importancia, aunque también en proporciones
modestas, fue la adquisición de algunos periódicos de la época. En el
período 1824 y 1826, la Biblioteca se subscribió a los diarios siguientes:
El Argos, El Republicano, El Defensor de la Patria, El Argentino, El Correo
Nacional, y La Gaceta Mercantil, invirtiendo alrededor de 50 pesos. Como
se observará más adelante esta inversión era muy importante para la
dirección del establecimiento, pues estaba destinada a satisfacer, parcial-
mente, los usos y las prácticas de los lectores.
Por otra parte, los libros adquiridos –aproximadamente 28 títulos–
permiten suponer una intencionalidad definida en la política de compras,

10
Entre los libreros que tuvieron una participación activa en la venta de materiales a la
Biblioteca, entre otros, debe destacarse la actuación de Antonio Ortiz (Trenti Rocamora,
José Luis. 1998b. Primeros libros comprados..., 63).

226 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


18. Recibo de suscripción a La Gaceta Mercantil (1826)
ya que el tema predominante estaba representado por las Ciencias,
en especial la Medicina (con 11 títulos), seguida por la Astronomía,
Geodesia y Geología (7) y, por último, por la Química (2). El interés de
Manuel Moreno se centraba en incrementar y actualizar un sector crítico
de la Biblioteca e indispensable para el desarrollo: la temática científica.
Empero, no debe olvidarse que estos ingresos también representaban las
inclinaciones profesionales de Moreno (médico y profesor de Química)
y que, sin lugar a dudas, también influyeron en sus adquisiciones
bibliográficas institucionales.
Durante los primeros años de la Biblioteca, tal como hemos visto, es-
pecialmente en 1810 y 1811, las donaciones fueron la principal forma
para adquirir ejemplares. Sin embargo, y esta situación llama la aten-
ción, las memorias de 1824 y 1826 no registran ningún tipo de donativos
impresos realizados por particulares11. El único “regalo” que se dio a la
Biblioteca, en junio de 1824, consistió en varios “cajones con unos bus-
tos”, cuya identidad y ubicación última en el edificio se ignora, aunque
la Dirección tuvo que pagar los gastos de traslado, los que incluyeron
una “caretilla y peones”.
La falta de donaciones por parte de los ciudadanos es un hecho signi-
ficativo en la historia de la Biblioteca. Evidentemente, el interés por esta
agencia había menguado desde su inauguración en 1812. Pero este hecho
es lógico. El pueblo de Buenos Aires había hecho un enorme esfuerzo
para dotar de materiales bibliográficos al primer fondo de la institución.
Ahora era necesario que el Gobierno asignara los recursos suficientes
para el desarrollo del proyecto. Esta situación ideal, lamentablemente,
fracasó, debido, entre otras razones, a la delicada coyuntura político-
social. En otros momentos de la historia de las bibliotecas argentinas se
iba a repetir este caso. Las bibliotecas crecieron cuando se presentó una
unión de intereses entre los ciudadanos y el Estado, y se detuvieron (o
involucionaron) cuando los particulares abandonaron la empresa, exclu-
sivamente, en manos del Gobierno (Parada, 2002).

11
Si bien en 1824 y 1826 las donaciones fueron casi nulas, en otras instancias de la gestión
de Moreno los legados fueron muy importantes, tales como el ingreso de una notable
colección de monedas y medallas griegas y romanas (adquiridas a Dufresne Saint Léon)
y un valioso elenco de obras clásicas griegas y latinas, donadas por José Antonio Miralla:
“impresos y encuadernados en los talleres de Bodoni, en Parma: magníficos volúmenes
en folio que incluían obras de Homero, Horacio, Tibulo, Ovidio, Lucrecio, Juvenal, Tácito
y Cornelio Nepote, entre los clásicos, y Tasso, entre los modernos”. A esta donación se
agregaban, además, ediciones impecables y valiosas de Racine, Fenelon, Boileau y La
Fontaine (Acevedo, Hugo. 1992. Reseña histórica de la Biblioteca Nacional..., 8).

228 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Otros medios de adquisición de libros. Encuadernación de obras
deterioradas. Procesos técnicos. Gastos menores
La situación económica de la Biblioteca era de una precariedad
alarmante, aun en una época de extensión cultural como la presidencia
de Rivadavia. El mayor porcentaje de las partidas presupuestarias
debía invertirse en sueldos y en mantenimiento del edificio. A esto debe
agregarse una circunstancia cuyo conocimiento es ineludible: Manuel
Moreno era un hombre de múltiples actividades, tanto científicas como
de participación política dentro y fuera del Gobierno, lo que significaba,
necesariamente, una falta de dedicación completa a sus actividades como
director de la Biblioteca, tal como la había ejercido en su momento, con
cuerpo y alma, Luis José Chorroarín12.
Dentro de este marco existió, además, una forma de obtención de
impresos menos científica y, de hecho, librada a situaciones fortuitas. El
año de 1826 es ilustrativo en este punto, pues Moreno, sin duda alentando
una estrategia para conseguir obras por medios más heterodoxos,
suscribió a la Biblioteca en la compra de “una cédula” para participar
en la rifa de los libros del Dr. Antonio Sáenz (1780-1825), y en agosto
de ese mismo año hizo lo propio “por una cédula de libros en la lotería
del Dr. Velez”. La imaginación (o acaso la desesperación) ocasionó que
el director del establecimiento participara en “rifas o loterías” como
medios idóneos, aunque de difícil concreción, para conseguir aquello
que no podía obtener por los libramientos de un gobierno con las arcas
exhaustas, ni por la participación generosa de los particulares, ni por su
falta de participación full-time en la administración de la casa.

12
El Dr. Manuel Moreno durante su gestión en la Biblioteca (1822-1828) desempeñó, entre
otras tareas y nombramientos, las actividades siguientes: profesor de Química (1822),
diputado por la Provincia Oriental (1826), designación como ministro plenipotenciario
en los Estados Unidos (1826), nombramiento como ministro de Gobierno de la Provincia
de Buenos Aires (1827), comisionado del Gobierno ante la Convención Nacional (1828), y
ministro plenipotenciario (luego encargado de negocios) ante su Majestad Británica; sin
contar sus innumerables actividades científicas y académicas, tales como presidente de
la Academia de Medicina de Buenos Aires (1822-1824), miembro de la Sociedad Literaria,
investigador y redactor de trabajos eruditos y científicos, etc. (Quiroga, Marcial I. 1972.
Manuel Moreno..., 243).
Por otra parte, el estudioso José Luis Trenti Rocamora señala otros aspectos de la
compleja y polifacética personalidad de Manuel Moreno. En esta oportunidad se relata
la poco clara y no muy altruista venta de libros (que fueran propiedad de su hermano
Mariano Moreno, primer protector del establecimiento) por parte de Manuel, en 1813, a
la Biblioteca (Cfr. Trenti Rocamora, José Luis. 1998b. Primeros libros comprados por la
Biblioteca...., 59).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 229
Si bien pueden tildarse estas acciones como actos osados y onerosos
(ambas participaciones costaron en total 38 pesos), con los cuales pudieron
haberse adquirido algunos libros, el intento de Moreno no hace más que
trasuntar la situación delicada en que se hallaba la institución; pobreza
que, en los lustros venideros, se volvería aún más aguda y dramática.
Otra de las tareas relacionadas con las prácticas bibliotecarias de uso
diario, ya identificada durante la primera década de la Biblioteca, es la
encuadernación de los materiales deteriorados. En el período estudia-
do solo se mandaron dos obras a encuadernar: la Nouvelle architecture
hydraulique, de Gaspard-Clair-François-Marie Riche de Prony, y el Catá-
logo de la Sala de Ciencias en la Imprenta del Estado. Se ignoran los móviles
de la encuadernación del libro de Prony (había sido comprado pocos
meses antes por la Biblioteca y fue dado al encuadernador Francisco Rue
[sic]). Es posible que haya sido protegida ante la posibilidad de un trato
frecuente por parte de los lectores.
Sin embargo, el dato de mayor interés lo aporta la encuadernación
mencionada en segunda instancia, pues esta información confirma,
nuevamente, la existencia de más de un catálogo o “índice” en el estable-
cimiento, iniciado en principio por Chorroarín (al parecer manuscrito y
en forma de cuaderno o libro), en este caso en la Sala de Ciencias y, por
ende, de la posibilidad de que cada sala contara con su catálogo (cfr.
cap. IV.1).
El hecho brinda, además, otros aspectos de interés. En primer térmi-
no, la confirmación de la marcada “orientación científica” que tuvo la
Biblioteca durante la gestión de Manuel Moreno; en segundo término, y
el caso es aún mucho más factible que con el libro de Prony, dicha encua-
dernación subraya el uso y la manipulación que se esperaba por parte de
los lectores (lo que no implica, necesariamente, que haya sucedido)13.
Este hecho marca otra característica a resaltar de la administración
de Moreno y, en cierto sentido, una continuidad de las preocupaciones
bibliotecarias de Luis José Chorroarín: el interés por los procesos técnicos.
Sabemos, gracias a las razones de gastos, que Moreno contrató a Ángel
Padilla (luego dependiente de la casa) en el período marzo-julio de 1826,
para “copiar el inventario” y para trabajar “en el catálogo”. De este modo,

13
El infatigable Chorroarín, durante el período 1811-1813, invirtió 442 pesos en “compos-
turas y encuadernaciones de libros” (Levene, Ricardo. 1938. El fundador de la Biblioteca
Pública..., 154, 156, 158).

230 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


la institución trataba de tener “un orden y una memoria bibliotecaria”
acorde, aunque insuficientemente, con las necesidades de los lectores14.
El mantenimiento cotidiano del establecimiento requería, además, de
un sinfín de “gastos menores” (caja chica) que eran indispensables para
satisfacer todo tipo de necesidades. Lamentablemente, las “razones de
gastos” elevadas por el director de la Biblioteca no detallan los insumos
comprados. Por el contrario, se sabe que en 1824 se gastaron 66 pesos
en “gastos menores” (un promedio de 5 pesos por mes) y que en 1826 la
cifra fue de alrededor de $80 (6 pesos mensuales). Una cifra realmente
muy exigua para las demandas diarias y muchas veces inesperadas de
una Biblioteca que pasaba los 18000 volúmenes15.

Epílogo bibliotecario a modo de conclusión


Esta primera aproximación cuantitativa de las “razones de gastos”
de la Biblioteca para los años 1824 y 1826 señala, provisionalmente,
que el impulso inicial del establecimiento (1811-1821), al cual se podría
denominar como Edad de Oro o período clásico de gestión bibliotecaria
en la primera mitad del siglo xix, ya presentaba signos alarmantes
de deterioro e, incluso, de cierto retroceso que se acentuaría hasta la
dirección del Dr. Carlos Tejedor (1853-1854)16.

14
Con respecto a la primitiva organización técnica de la Biblioteca, llevada a cabo, en
su conjunto, por Luis José Chorroarín, véase el capítulo IV: “Orígenes de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires”.
15
Los gastos menores, también denominados “menudos, constantes o diarios”, fueron en
1811, 198 pesos con 3 reales; en 1812, 155 pesos con 7¾ reales; y en 1813, hasta fines de
agosto, 68 pesos (Levene, Ricardo. 1938. El fundador de la Biblioteca Pública..., 154, 156 y
158).
16
Los juicios de Paul Groussac (historiador y director de la Biblioteca entre 1885 y 1929),
tanto de la gestión del Dr. Manuel Moreno como de las administraciones posteriores has-
ta 1853, son muy ilustrativos y significativos: “Durante la dirección de Manuel Moreno,
puede decirse que la Biblioteca completó su primera organización, la cual sin más cam-
bios notables que los debidos al natural desarrollo del establecimiento, se prolongó hasta
el año de 1877, en que la iniciativa del doctor Quesada preparó la transformación actual”.
No obstante, dicho autor, en el mismo trabajo, comenta sobre la delicada situación del
establecimiento en la década de 1820: “Durante la dirección del canónigo [José María]
Terrero (1833-1837), informó acerca del estado de la Biblioteca una comisión compuesta
de los señores Valentín Alsina, León Banegas y Octavio Mossotti. Comprobaba dicho in-
forme el estado decadente de la institución, desde la dirección de don Manuel Moreno: se
calculaba en más de dos mil el número de volúmenes desaparecidos desde 1823 [...], por
otra parte, la ausencia de índices imposibilitaba todo cómputo exacto, al par que reducía
notablemente los servicios... (Groussac, Paul. 1893. Prefacio..., xxvii y xxxvii).
En esta temática, delicada y compleja, la prensa periódica porteña aporta datos de gran
interés. En agosto de 1827, cuando el gobernador Manuel Dorrego designó a Ignacio

A L E J A N D R O E . PA R A D A 231
Hay dos hechos inequívocos en la labor llevada a cabo por Moreno.
En primera instancia, mantuvo el funcionamiento del establecimiento en
un momento de crisis presupuestaria; crisis, por otra parte, que siempre
había sido un mal endémico en la institución, con mayores o menores
vaivenes burocráticos. En un segundo momento, su dirección fue, indu-
dablemente, una administración de “mantenimiento” ante la ingente ta-
rea creadora y de notable desarrollo que realizó su ilustre antecesor: Luis
José Chorroarín. La comparación, frente a una brillante administración
anterior, siempre se torna inevitable y, en ocasiones, justificada.
Muchos, no obstante, fueron los factores que hicieron de su gestión
una dirección de “mantenimiento”. El Dr. Manuel Moreno no era un
bibliotecario de vocación, sino un intelectual con activa participación
ciudadana y política que, en esos momentos, correspondía al ideal del
hombre instruido y profesional a cargo de una institución cultural gu-
bernamental. A esta característica personal deben agregarse los cargos
simultáneos que desempeñó: una pluralidad de intereses difíciles de lle-
var en forma pareja, continua y sostenida. Sus múltiples anhelos e incli-
naciones no lo impulsaron a sentir la Biblioteca como su propia y única
morada, ni a donar, desinteresadamente, gran parte de sus honorarios
para solventar las carencias bibliográficas, tal como lo hicieron, en su
momento, Segurola y Chorroarín. No tuvo, como este último, una vo-
cación de fe o una inclinación casi “misionera” hacia el establecimien-
to. Eran, pues, otros tiempos y otros hombres. Hay personalidades que
hacen y elevan a una institución, y otras que tratan de mantener, aun
retrocediendo, lo alcanzado: a estas últimas corresponde la dirección del
Dr. Manuel Moreno.
Pero lo esbozado hasta el momento solo es una parte muy minúscula
del universo fáctico de la Biblioteca Pública de Buenos Aires: falta
el desarrollo de su vida cotidiana, es decir, la aproximación, vívida y
palpitante, al quehacer cualitativo.

Grela como director suplente o sustituto de Manuel Moreno, se presentó una agria y te-
naz disputa sobre el estado de la Biblioteca. Bajo el seudónimo de “Unos hijos de Buenos
Aires”, en una nota editada por La Gaceta Mercantil, se sostenía que el establecimiento
estaba en “un lamentable abandono”, y que se presentaban numerosos inconvenientes
para localizar los materiales pedidos, “ya por la mala inteligencia de los bibliotecarios, ya
por el desorden de los índices”. Más tarde, a comienzos de 1828, el periódico citado pu-
blicó otro suelto del mismo tenor, firmado por “Un amante del bien general”, donde se
decía que la institución solo acumulaba libros y que estos carecían de “arreglo y régimen
conveniente” (Parada, Alejandro E. 1998. El mundo del libro y de la lectura..., 36-38).

232 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


19. Manuel Moreno, 1782-1857
V.2.5 — La mirada cualitativa: una jornada
en la Biblioteca Pública de Buenos Aires (1812-1826)

Luego de recopilar la información existente en las “razones de gastos”


de 1824 y 1826, más el libro de “cargo y data”, y de agregar a estas los
datos que nos suministran tanto el reglamento de su funcionamiento
interno (redactado, tal como hemos visto en el capítulo IV.2, en 1812 y
aún vigente en 1850) como otras noticias circunstanciales aparecidas en
la prensa periódica porteña de la época, es posible esbozar, dentro de un
marco histórico preliminar, una jornada de trabajo en la Biblioteca Pública
de Buenos Aires durante sus primeros lustros de funcionamiento. Para
enriquecer dicha reconstrucción se ha agrupado en un solo discursivo
muchos acontecimientos que sucedían a lo largo de un año, con el objeto
de tener un panorama más detallado de la dinámica de la vida cotidiana
de esa institución entre 1812 y 1826.
Una pregunta se presenta de modo insoslayable: ¿cómo se desarrollaba,
en líneas generales, la cotidianidad en esa agencia social? Aunque los
datos para abordar dicho tema son todavía escasos (el hallazgo de nuevos
documentos, indudablemente, podrá aportar elementos enriquecedores),
la jornada bibliotecaria de ese establecimiento fue, verdaderamente, de
gran interés.
La Biblioteca abría sus puertas “todos los días del año por la mañana”,
a excepción de los días “festivos y semifestivos”. La determinación del
horario de apertura había ocasionado un debate ya legendario entre
Bernardino Rivadavia y Luis José Chorroarín. El tema osciló entre
discusiones y cambios epistolares, y hasta adquirió una tonalidad
dramática cuando Chorroarín prácticamente amenazó, en marzo de
1812, con declinar su cargo de director si el horario se extendía hasta
las horas de la tarde. Finalmente, la turbulencia arribó a su punto más
sosegado al aceptar Rivadavia las sugerencias y excusas que le propuso
el presbítero bibliotecario. El horario matutino, tal como se analizó en
el parágrafo IV.2, se impuso durante muchos años, aunque existieron
intenciones gubernamentales por extenderlo. El asunto, además, tuvo
sus coletazos, pues varias veces se planteó el problema de ajustar la
apertura a las necesidades de los lectores (Levene, 1938: 110-111).
El cuadro de funcionamiento de la casa fue estipulado según el
siguiente cronograma: en el período estival (noviembre, diciembre, enero
y febrero) el horario era desde la siete de la mañana hasta las doce; en
la estación más benigna (marzo, abril, septiembre y octubre), a partir de
ocho hasta las doce y media; y en la estación invernal (mayo, junio, julio
y agosto) desde las ocho hasta la una del mediodía. Esto significa que
las prácticas y los usos de lectura estaban pautados por el rigor de un

234 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


horario fuertemente cronometrado. No se trata de un problema menor
tal como hoy se puede presentar a nuestra realidad. La Biblioteca carecía
prácticamente de personal, tanto para controlar los servicios como para
procesar los libros.
La correspondencia de Chorroarín, como se puntualizó oportunamen-
te, es muy elocuente en este punto. Él mismo, durante el período 1811-
1813, se transformó en un “empleado múltiple”, ya que sus tareas no solo
abarcaban las de un director, sino que desarrolló diligencias propias de los
dependientes. Por lo tanto, la férrea limitación del tiempo constituía una
cruda realidad, pues la Biblioteca corría el riesgo de no poder abrir si se
hubiera extendido la jornada a otras horas distintas de las matutinas. No
obstante, es necesario volver sobre esta temática: el horario de la mañana
moldeó y limitó los modos y el acceso a la lectura de los usuarios de esta
agencia social. Finalmente, en el período de la administración de Manuel
Moreno, la atención al público, siempre dentro de la línea establecida por
Chorroarín, fue durante “todos los días de trabajo por la mañana desde las
nueve hasta las dos de la tarde” (Blondel, 1825: 82).
Fueron muy interesantes las razones que, en su oportunidad, esgrimió
Chorroarín para imponer la apertura matutina. Además de los motivos de
su menguada salud y de la carencia de personal adecuado, las actitudes
y modalidades de la lectura estaban pautadas por los usos sociales de
la época en materia de alimentación. Para Chorroarín, la mañana era el
momento adecuado para ejercer las prácticas de la cultura impresa, y las
primeras horas de la tarde, luego de la ingesta del mediodía, se reservaban
“para el descanso, y para conservar la salud por medio de un ejercicio
moderado que facilita la digestión de los alimentos” (Levene, 1938: 108-
109). Los usos de la lectura estaban, también, modelados por el discurso
(real o imaginario) de las necesidades fisiológicas; la “puesta en escena”
del acto de leer no era solo una abstracción intelectual que excluía el
repertorio, huidizo y complejo, del cuerpo y sus quehaceres físicos.
Gracias al Reglamento provisional para el régimen económico de la Biblioteca
Pública de la capital de las Provincias Unidas del Río de la Plata, podemos
saber que las autoridades de la institución velaban (o incidían) en los
múltiples hábitos de escritura de los concurrentes. Desde hace unos años
se ha señalado la importancia de detenerse en las prácticas de lectura de
las distintas comunidades de lectores, tanto en su vida íntima como en
su faz privada, ya sea en el hogar como en las bibliotecas particulares
y públicas (Bouza Álvarez, 1997; Burke, 1998, 2001; Cavallo y Chartier,
1998; Chartier, 1991, 1993, 1995, 1996a, 1996b, 1999, 2006; Cucuzza,
2002; Darnton, 1993, 1998, 2003a, 2003b, 2006; Frenk, 2005; Geertz, 1990;
Ginzburg, 1999; Mckenzie, 2005; Manguel, 1999; Martínez Martín, 1991;
Moll, 1994; Piglia, 2005).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 235
Sin embargo, no se ha hecho el suficiente hincapié en el rico horizonte
de los efectos sociales de la escritura (Petrucci, 1999). La Biblioteca Públi-
ca de Buenos Aires suministraba a sus usuarios, tal como se ha señalado
en el principio de este capítulo, tinta, plumas, arenilla, atriles, tinteros,
reglas y estuches matemáticos para que estos elementos obraran como
aspectos vitales y complementarios de todo ejercicio lector. Así, la escri-
tura se transformaba en la “otra voz” solidaria de los usos de la lectura.
Este punto es fundamental: no se puede hablar, por lo menos en una
biblioteca pública, de modos de lectura sin apelar a los usos y maneras
de la escritura. Los hombres que llevaron a cabo la realización de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires eran conscientes (¿acaso en forma
inconsciente?) de esa relación íntima y dialéctica: no hay lectura sin
escritura, y no hay escritura sin lectura (Cucuzza, 2002: 18).
El “concurrente” solicitaba el libro a un “dependiente” (el término
bibliotecario se reservaba para el director y el subdirector, cuando este
último estaba designado) que se lo entregaba en la sala de lectura. Es
necesario, en cuanto al servicio de préstamo, destacar un aspecto de im-
portancia: si bien nos encontramos en una Biblioteca Pública, los libros
solo se prestaban en sala y bajo ninguna circunstancia podían salir fuera
del establecimiento. En este rubro el reglamento era elocuente:

No saldrá fuera de la Biblioteca libro alguno por ningún pretexto


ni motivo. Igual orden se guardará respecto a cualquier impreso o
manuscrito que se hallase colocado en ella, aun cuando lo solicite una
persona de la mayor representación y elevado carácter, imponiéndose
el Gobierno mismo la obligación de ser el primero y más puntual
observador de esta orden... (cfr. cap. IV.2, Apéndice 1).

Había, pues, “una orden” que prohibía, perentoriamente, la salida de


los libros fuera de la institución; es decir, el libro se identificaba como un
objeto sacralizado por las autoridades. Un patrimonio de todos que no
era de persona particular alguna. Pero aun sin reconocer, desde la esfera
gubernamental, su inevitable necesidad de circulación fuera de la Biblio-
teca, de manipulación gregaria –alentada por el propio Gobierno– en la
esfera íntima y privada.
Todavía no había llegado el tiempo del préstamo a domicilio en for-
ma gratuita. Esta fue una batalla que llevó a cabo la Comisión Protectora
de las Bibliotecas Populares en la década de 1870, a instancias de Do-
mingo Faustino Sarmiento, luego de su estadía en Estados Unidos y de
conocer las experiencias educativas de Horace Mann, cuando impulsó
la fundación de las Bibliotecas Populares; es decir, las “bibliotecas del

236 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


pueblo”: aquellas cuyo principal servicio era el préstamo domiciliario y
la autoformación del ciudadano (Boletín, 1872).
En esta época nos encontramos ante una circulación restringida.
No obstante, debe hacerse una aclaración. La Biblioteca Pública poseía
una práctica heredada del Iluminismo: el libro estaba imbuido por
una pátina utilitaria inmanente. Era un objeto para ser usado por un
individuo (y por los otros) en un horizonte común a todos, propio de
la secularización de las salas de lectura. Compartía, por un lado, el
imaginario de la instrucción pública y la pragmática del siglo XVIII y, por
otra parte, mantenía sus lazos, ya más débiles pero aún presentes, de
objeto impreso destinado al intercambio social (una evocación de los
ecos y las voces del espacio urbano).
Las funciones de los dependientes estaban claramente delimitadas.
Cuidaban por el aseo de los libros y de los estantes, tenían que atender
al público con “toda urbanidad, comedimiento y agrado”, velaban para
que cada libro fuera colocado en su lugar luego de la consulta y, por sobre
todo, debían esmerarse en el buen trato físico de las obras. Su ocupación
principal se limitó a tareas de índole administrativa; empero, durante la
gestión de Manuel Moreno, el dependiente Ángel Padilla, tal como se
ha señalado, realizó tareas bibliotecarias especializadas. Por lo que es
de suponer que los dependientes incursionaban, en algunas ocasiones y
bajo la tutela del director, en trabajos que demandaban un grado mínimo
de técnica bibliotecaria. Este aspecto implica una novedad, pues en
tiempos de Chorroarín él era quien, al parecer, procesaba los libros que
ingresaban en el establecimiento. De este modo, gracias a las “razones
de gastos” de 1826, podemos saber que Ángel Padilla fue uno de los
primeros catalogadores de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Pero el trabajo de los dependientes era mucho más variado y atareado
de lo que deja traslucir el reglamento de 1812. En invierno debían acarrear
la leña para mantener encendidas las chimeneas, de forma tal que los
usuarios pudieran leer en un ambiente más o menos tolerable; y en el
verano tenían a su cargo la ventilación del edificio, en un abrir y cerrar
constante de ventanas y persianas.
También era de su responsabilidad el suministro de los materiales
de escritura cuando lo demandaban los lectores. Esta tarea se llevó
a cabo en un comienzo, aunque no se sabe a ciencia cierta hasta que
época se brindaron plumas de escribir, tinta y arenilla para “salvar” la
escritura. El papel, un elemento oneroso y que escapaba al presupuesto
de la institución, debía ser traído por los usuarios. No obstante, entre sus
trabajos más delicados estaba el de hacer cumplir las buenas maneras y
el decoro de los lectores.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 237
El dependiente debía controlar que los usuarios, al interrumpir una
lectura, no doblaran o marcaran las páginas de un libro. En estos casos
estaban facultados para proveer de “una cinta u otra señal” que no
deteriorase el interior del ejemplar.
Las funciones de policía eran muy significativas; es posible que en
algunas oportunidades la relación entre los usuarios y los dependientes
se haya tornado un vínculo tenso y distante, pues los empleados eran
responsables (y al parecer debían responder con su patrimonio) por
la pérdida de una obra o por la desaparición de otros utensilios de
trabajo. Existía también, para ciertas circunstancias, una pena máxima:
si el personal se atrevía “a hacer alguna extracción clandestina”, estaba
condenado a ser despedido y castigado por el Gobierno.
Tutelar, cuidar, reprimir con contención, sacralizar y entronizar al li-
bro como objeto, afanarse por su limpieza y conservación, atender con
decoro, cuidar por las buenas costumbres, airear el ambiente del estable-
cimiento, proveer los materiales propios para el ejercicio de la escritura,
dar los ejemplares solicitados con pulcra diligencia, permitir el acceso a
“los índices” o catálogos de la institución cuando los usuarios lo solicita-
ran, colocar debidamente las obras en los anaqueles en un orden “memo-
rizador” (cuerpo-estante-lugar), obedecer las instrucciones del director,
asentar en los “índices” las obras que entraban al establecimiento (para
perpetuar el “registro colectivo” que se tenía entonces de la cultura im-
presa), en fin, estas y otras tareas de diversa índole, constituyeron la jor-
nada de cada día de los dependientes en la Biblioteca Pública de Buenos
Aires durante la época estudiada. En cierto sentido, eran los encargados
de objetivar el libro y, por extensión, de dar vida a la multiplicidad de
usos y hábitos; a ellos les tocaba el papel de “cosificar la lectura”, de
“asentarse” en la materialidad de los impresos como si estos empleados
estuvieran exiliados (aunque no lo estaban en modo alguno) de la comu-
nidad lectora.
¿Cuál era, por otra parte, el papel del director o de un eventual
subdirector? Si los empleados se desvivían en numerosos quehaceres,
las autoridades se trasformaban en una especie de “hombres orquesta”,
pues debían encarar todo tipo de responsabilidades, tanto de primer
nivel por su significativa importancia como los detalles más nimios que
hacían al mantenimiento de una institución de este tipo. Gracias a la
correspondencia de Luis José Chorroarín sabemos que prácticamente
dejó su salud en las ingentes y variadas funciones que ejerció en la
Biblioteca. Todo lo hizo: desde colocar los ejemplares en los estantes
hasta confeccionar los índices del catálogo institucional.
¿Pero cuáles fueron las tareas que desplegó Manuel Moreno entre
1822 y 1826, en su cargo de director de la Biblioteca Pública de Buenos

238 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Aires? Solo una respuesta es pertinente: todas, tal como sucedió con los
que ejercieron ese cargo durante las primeras épocas del establecimiento.
No solo debía estar al tanto de la totalidad de los menesteres, sino obrar
con rapidez e inteligencia para tratar de solucionar los problemas que
aquejaban a la Biblioteca.
Para tener una idea, aunque muy somera y reducida, de las labores
que llevó a cabo Manuel Moreno, detallaremos algunas a continuación.
En los años 1824 y 1826 se ocupó de las diligencias siguientes: conseguir
una alfombra para una de las salas de la Biblioteca; comprar leña, velas,
sillas, lacre, resmas de papel florete y papel para escribir; obtener los
vidrios necesarios para las ventanas del establecimiento; conseguir
toallas, tinajas de agua y vasos para el personal y los lectores de la
institución; contratar pintores y carpinteros para el mantenimiento
general del edificio; recibir la donación de un conjunto de “bustos”;
participar en rifas y loterías para obtener nuevas obras; concurrir a los
libreros para adquirir libros; vender los ejemplares viejos y deteriorados
como medio para recaudar fondos; redactar, minuciosamente, la “razón
de gastos” anual de la institución; administrar el funcionamiento general
de la Biblioteca (personal y bienes); ocupar a varios peones en tareas
de limpieza de la casa y en la mudanza de varios estantes; llevar el
detalle de “los gastos menores” que se presentaban diariamente; pagar
los sueldos al personal a su cargo; confeccionar los recibos de los gastos
realizados; organizar los procesos técnicos de la Biblioteca; gestionar
las suscripciones a los periódicos; fiscalizar las tareas de preservación
y conservación del patrimonio bibliográfico; elevar a la Contaduría
General la relación de los gastos efectuados; mandar a encuadernar
los libros deteriorados; velar por la higiene y el decoro público de la
Biblioteca; organizar las tareas de mantenimiento del edificio; establecer
una comunicación fluida con las autoridades gubernamentales para
obtener los fondos indispensables que garantizaran el funcionamiento
de la Biblioteca; controlar el correcto desempeño de los dependientes;
cuidar por el orden y por el buen trato de las obras a su cargo; redactar
“los oficios” o peticiones a las autoridades en cuanto a demandas y
extravíos de libros; etc.
Las tareas no estaban, pues, marcadamente diferenciadas. Aunque
el director debía cumplir con el perfil de lo que hoy se llamaría un
“intelectual erudito” (imaginario del bibliotecario que perdurará hasta
ya muy entrado el siglo xx), la realidad se imponía con tal fuerza que
la totalidad de sus funciones oscilaba en quehaceres opuestos a una
dirección propiamente profesional.
La característica más saliente de las prácticas bibliotecarias era,
entonces, la ausencia total de funciones técnicas o especializadas. El

A L E J A N D R O E . PA R A D A 239
canon del bibliotecario de ese entonces, aun en países con una larga
tradición en la organización de bibliotecas, estaba dado por la erudición
empírica, cuando no francamente vinculada a los espacios de poder del
clero y de los hombres de letras con influencias.
En esta instancia histórica de fratricidas guerras civiles entre unitarios
y federales, Manuel Moreno ejerció una importante participación pública,
señalada por un perfil ideológico propio de un polemista aguerrido
y combativo. No obstante, también poseía otro aspecto no menos
interesante: fue médico y profesor de Química, y mostró un marcado
interés por las Ciencias. Aparentemente, nada hacía presumir una posible
inclinación para ejercer el cargo de director de la Biblioteca Pública
de Buenos Aires. Estaba lejos del perfil laborioso y de intelectualidad
recoleta que había tenido el presbítero Luis José Chorroarín, salvo que
era hermano de quien se consideraba el fundador del establecimiento.
En este punto se impone un interrogante: ¿por qué Manuel Moreno
llegó a ser director de la Biblioteca el 5 de febrero de 1822? La respuesta
es inequívoca: el Gobierno estaba necesitado de hombres públicos con
una sólida formación profesional para ocupar los cargos administrativos
y burocráticos. El perfil del religioso erudito, que había ejercido una
notable influencia en las grandes bibliotecas de las corporaciones vincu-
ladas a la Iglesia Católica, ya era algo vetusto y no se correspondía con las
nuevas ideas revolucionarias que se habían originado durante el Siglo de
las Luces. El director de la Biblioteca debía ser un laico con una rigurosa
formación cultural; este, pues, y no otros, era el requisito necesario para
llenar el cargo de director de nuestra primera Biblioteca Pública.
Se trataba de un funcionario cuya autoridad no estaba ceñida al ámbito
de las bibliotecas. Era un hombre cuyo “fuerte” estaba dado por el uso y la
manipulación de los libros en el desarrollo de su formación. Un individuo
familiarizado con la retórica intertextual del libro e involucrado con el centro
y la periferia del campo impreso. Este aspecto no es menos paradigmático.
Pues para abordar los modos de lectura de los hombres y las mujeres de
esa época no alcanza con estudiar únicamente las representaciones de los
lectores, ya que las formas de relacionarse con la cultura escrita e impresa
abarcan sectores mucho más polifacéticos y complejos.
Reconstruir e identificar esas áreas constituye una labor inevitable,
pues hay campos donde casi no se ha estudiado el universo de las acti-
tudes ante el libro, tales como la influencia de las prácticas de lectura en
el orden topográfico de los libros en las bibliotecas y en las librerías, o las
entradas temáticas (o por autor, o por título, o por primer nombre) en los
distintos tipos de catálogos. Usos y modos que en el fondo responden al
imaginario de la objetividad material de las prácticas de lectura. O como en el
caso de Manuel Moreno: un profesional-bibliotecario como producto de

240 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


la manipulación del universo tipográfico. Nos hallamos ante un debate
pendiente, centrado en analizar los límites móviles de las prácticas de
lectura. Límites que invaden con su vocación de uso no solo las maneras
cognitivas conscientes, inconscientes e imaginarias, sino que además
pautan, notablemente, el ejercicio del trabajo social (el de las profesiones,
por ejemplo) y la sistematización del conocimiento en las bibliotecas.
Finalmente, ¿cuál era el papel que desempeñaban los “concurrentes”
de la Biblioteca? Tal como se ha detallado, una vez que los usuarios
consultaban los “índices” de existencias de los libros, los dependientes
les alcanzaban los materiales solicitados en una sala de lectura común
y pública. Empero, lo realmente interesante eran las normas (también
se tratan de rutinas de empleo de los recursos impresos) a las cuales
estaban ceñidos los lectores. Rutinas que estaban fuertemente reguladas
por el cuidado físico de los materiales bibliográficos, pero también por
una precaria y bien intencionada atención al público.
Entre otros aspectos a tener en cuenta, la relación con el universo
impreso poseía un sinfín de detalles de complejo discernimiento actual.
Los ritos de lectura y escritura dentro de la institución estaban delineados
por las habilidades e intereses del lector y por los estamentos, a veces
muy rígidos, del reglamento de la institución.
En primer término, una vez concluida la lectura, el usuario no podía
dejar los libros utilizados en la mesa o atril que ocupara, pues tenía la
obligación de “entregarlos en propia mano” al empleado que se los
hubiera dado, a fin de que este los reintegrara a su lugar pertinente. Es
decir, el orden de los libros, la topografía del lugar como necesidad para
recuperar aquello que se había prestado, era una de las normas más
importantes. Sin control riguroso, sin una asignación topográfica estricta
(elementos de culto para la “instrucción del pueblo”) las obras corrían el
riesgo de ser extraviadas.
Pero el ámbito de la lectura pública estaba inequívocamente imbricado
con la lectura privada, ya que los usuarios, en varias oportunidades,
concurrían con libros propios para cotejar, de este modo, fuentes y citas.
En este caso, debían dejar sus libros en la portería y si la necesidad de
estudio los llevaba a ingresar con ejemplares propios debían informar a
las autoridades para obtener su permiso.
No obstante, ese aspecto de elemental diferenciación entre obras
institucionales y privadas, pone de relieve los tipos de lectura que se
llevaban a cabo en la Biblioteca. Existían, pues, lecturas de estudio
y lecturas de entretenimiento; la Biblioteca Pública obraba en varios
frentes: representaba, a la vez, a varios tipos de bibliotecas, ya que
atendía las demandas de los lectores comunes y de aquellos inclinados a
los estudios especializados.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 241
Además de esta diversidad de tipos de lectura muchos usuarios
concurrían a la Biblioteca no precisamente para leer libros, ya que su
interés se inclinaba por la prensa periódica de la época. Esta es una
temática, si bien conocida, poco abordada por la Historia de la Cultura en
la Argentina. Una multitud de factores, que escapan al presente estudio,
han determinado la importancia vital que tuvo la prensa periódica en el
siglo XIX. En el Buenos Aires de ese período, como en la mayoría de las
ciudades del Nuevo y Viejo Mundo, el acceso de los lectores a este tipo
de impresos fue realmente muy significativo. Su precio módico (mucho
más accesible que el libro), su notable facultad para ser transportado y
leído en cualquier lugar, su capacidad para incorporar todo tipo de temas
(desde venales hasta literarios y de feroz debate ideológico), hicieron que
los periódicos fueran una de las prácticas de lectura más común, tanto en
el ámbito individual e íntimo como público.
A través de los diarios, muchos lectores cultivaron usos y manipu-
laciones que luego trasladarían a los libros. El diario surgió como centro
de creación y de ejercicio de nuevas prácticas, tales como subrayar y
cortar los textos de interés (pues la hoja impresa estaba signada por lo
efímero y no por la sacralidad que imponía el libro), doblar y manipular
(hasta el extremo) la versatilidad de un formato “que se dejaba moldear”
al gusto de su usuario y, sobre todo, alentar la lectura pública entre varios
individuos al comentar una noticia y permitir entonces el acceso a la
lectura de amplios sectores no alfabetizados.
Además de otras reglamentaciones ya conocidas o lógicas, como el
castigo por el Gobierno ante un hurto (designando, a quien incurriera
en ello, “ladrón de los bienes del público”) o un daño físico a los bienes
inmuebles y culturales, o la prohibición de señalar los impresos, o las
normas elementales de comportamiento correcto y la necesidad de evitar
altercados y situaciones bochornosas, los lectores tenían el derecho a
introducir el debate y la discusión pública dentro de la Biblioteca17.
Este matiz merece un breve análisis, pues presenta algunos aspectos
inherentes a la evolución de las bibliotecas públicas durante el siglo XIX.
La configuración de esta agencia estuvo signada por el aporte (y a veces
por la competencia) de otros establecimientos similares de la época,
tales como las bibliotecas circulantes, los gabinetes y cámaras de lectura,
las sociedades literarias y otros dispositivos similares que surgieron en

17
En este sentido el Reglamento es inequívoco: “... si algunos [concurrentes] quisieren
conferenciar o contravertir [sic] sobre algún punto lo podrán hacer o en los corredores o
en alguna pieza fuera de la Biblioteca que les señale el Director” (cfr. cap. IV.2,
Apéndice 1).

242 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Francia, Inglaterra y Alemania, donde la característica común estaba
planteada por la “lectura pública rentada” (Chartier, 1993: 152-156), vale
decir, como algo propio de la esfera comercial. A estos lugares se había
trasladado un aspecto vital de la cultura del siglo XVIII: el debate y la
opinión en el ámbito público. De este modo, una vez que los estados
nacientes hispanoamericanos proclamaron su independencia y tomaron
las riendas de la instrucción pública, algunas de estas prácticas, propias
del comportamiento urbano, se mantuvieron en las flamantes bibliotecas
creadas por los nuevos gobiernos para sus ciudadanos.
Por ello, no es de extrañar que la Biblioteca Pública de Buenos Aires
todavía mantuviera resabios de esta práctica, pues entre los servicios que
brindaba a sus lectores (¿servicios o demandas de la opinión pública?)
también se encontraba un “corredor o alguna pieza” designada por el
director para ejercer el intercambio de ideas y la discusión; un espacio de
debate que había tenido sus orígenes en el campo público (de todos y con
otros) de las ciudades, fundamentalmente en las plazas, los mercados,
los tribunales, en las diversiones públicas, y en las fiestas religiosas y
populares.
En el diario transcurrir de la vida cotidiana de un lector en la
Biblioteca acontecían además otros hechos que, si bien afectaban sus
prácticas, ponían un poco de color local. Tal es el caso, posiblemente para
eliminar a un enjambre de mosquitos fastidiosos o acaso por tareas de
preservación, de la humareda que se dio al edificio en enero de 1826 y
que ha quedado lacónicamente registrada por Moreno con las palabras
siguientes: “por un negro ocupado un día por dar humazo, 2 pesos”.
En otra ocasión, en agosto del mismo año, indudablemente frente a
una situación más comprometida, muchos de ellos debieron alarmarse
cuando cuatro peones tuvieron que apagar “el fuego de la chimenea
del Colegio” que, al parecer, aunque no es seguro, corría el riesgo de
propagarse a las dependencias aledañas.
Resta mencionar a otro personaje de aparente menor importancia
en la Biblioteca y que ya ha sido identificado en trabajos anteriores: el
portero del establecimiento (Trenti Rocamora, 1997 y 2000). Individuo
acaso iletrado, y que en alguna oportunidad fue un moreno que llevó a
cabo sus heterogéneos trabajos con dedicación y no cierta importancia.
Su tarea principal era el mantenimiento del “aseo exterior del edificio”
(limpieza de calzadas y fachadas), aunque era frecuentemente solicitado
para todo tipo de mandados y diligencias. Un aspecto curioso de su
quehacer diario era evitar la entrada al establecimiento de los criados
que acompañaban a sus amos; trabajo sin duda ingrato, pero que
iba con la idiosincrasia cultural y social de los tiempos. La Biblioteca
era una entidad aún estancada socialmente, que no contemplaba la

A L E J A N D R O E . PA R A D A 243
movilidad social. En muchas ocasiones, como en tantas estructuras
burocráticas administrativas, el portero se transformaba en una fuente
de poder informal, si bien su papel no era determinante en la dinámica
de la institución, sus auspicios y el de los dependientes no debieron de
desdeñarse ante ciertos requerimientos para acceder a algunos impresos,
tal vez, en forma furtiva.
La cotidianidad, pues, en la Biblioteca Pública de Buenos Aires
durante el período 1812-1826, estaba signada por una multiplicidad de
costumbres relacionadas con los usos y las prácticas de la cultura escrita
e impresa. Los modos de vincularse con esa cultura, actualmente, están
lejos de ser identificados en detalle; es más, estos “empleos” objetivos
(físicos) y subjetivos (propios de la creación de cada individuo) son de
una complejidad cuyo asedio se torna imposible.
El método cuantitativo posee a su favor el estudio fáctico de la
realidad a través de un cúmulo de datos que se estudian a partir
de presupuestos previos. En cambio, el método cualitativo parte de
evidencias (no de hechos mensurables) y elabora sus propios conceptos
a partir de la interpretación (Wilson, 2003). Pero en esto último radica su
aspecto innovador: no busca ser una ciencia neopositiva en el fragor de
la interminable creación de prácticas ante el fenómeno de la civilización
impresa. Los datos nos aportan una aparente solidez que bien puede no
corresponderse con la realidad. Por otra parte, la evidencia cualitativa nos
brinda la posibilidad de una aproximación interpretativa de la historia
y, ante todo, la instancia de reflexionar sobre cómo se relacionaron los
individuos con el universo escrito y con el de la lectura.
En un sentido amplio, aunque se corra el riesgo de caer en un peligroso
relativismo cultural, todo es uno y lo mismo: la mirada cuantitativa y la
cualitativa. Empero, la vida de los hombres y de las mujeres en su acontecer
diario escapa a la frialdad de las estadísticas. En cierta medida, los hechos
pueden rastrearse y caer bajo la presión unilateral de los guarismos; sin
embargo, los vínculos y las voces cualitativas, signadas por los usos y
las prácticas, son de difícil abordaje: necesitan de las pasiones, de las
manipulaciones físicas de los individuos, y de los polifacéticos modos
con los que nos involucramos y adherimos a los objetos (sin descontar,
por supuesto, nuestra propia imaginación como vehículo creador de
una segunda realidad que acaso sea más contundente que la realidad
misma). El objeto físico libro (su materialidad y corporeidad) también se
construye a través de nuestro propio imaginario de lo que significa un
“cuerpo” para sostener y transportar el texto escrito e impreso.

244 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


La Biblioteca Pública de Buenos Aires fue una empresa que dependió
de los anhelos y de las pasiones de los individuos que se vincularon con
su desarrollo. Todo –directores, subdirectores, lectores, dependientes,
porteros, libros, estantes, bienes muebles e inmuebles, materiales de
escritura, reglamentos, ubicación topográfica– estuvo vinculado con las
modalidades (en forma consciente o acaso inconsciente) de los hombres
en sus “capturas o aprehensiones” del ámbito manuscrito y tipográfico.
No existe un acontecimiento determinado para que esas “textuali-
zaciones” se impongan en un momento dado, ya que los usos dependen
de las técnicas de elaboración del libro y del desarrollo de los medios
de producción de una sociedad, pues la Biblioteca y los libros que ella
cobija siempre constituyen un reflejo –y no puede ser de otra manera–
del ambiente social en el cual estas instituciones viven, se desarrollan
y mueren. Por otra parte, dichas modalidades siempre van de la
mano de los primeros hábitos de escritura y de lectura, adquiridos (y
afortunadamente nunca finalizados) a lo largo de una vida, sea en la
familia, en la enseñanza y el estudio, en la lectura recreativa, en la carta
de amor, en el empleo del libro con otro fin diferente al de desenvolver
su “máquina de leer”, en la calle a través de la lectura publicitaria, y
en la conducta innovadora con la cual los analfabetos se apoderan del
universo de la lectura.
Pero aún resta una última reflexión: ¿cuál era el uso de la colección por
parte de los lectores? O bien, ¿en qué medida “hacían suyo”, mediante
sus diversas y complejas prácticas, el mundo del libro?
Aunque pudiéramos evaluar la dinámica del empleo de los fondos de
la Biblioteca por parte de los usuarios desde el pensamiento bibliotecario
moderno (Lancaster, 1996), poco o nada sabríamos de sus modalidades
para apoderarse y conquistar la civilización impresa (una conquista, sin
duda, con fronteras eternamente móviles y escurridizas).
Tal vez, pero no es seguro, los nuevos enfoques de la investigación
cualitativa constituyan la oportunidad inmejorable para abordar esta
temática (Denzin y Lincoln, 2000). No obstante, es posible que las mejores
ocasiones se presenten cuando los historiadores de la cultura comiencen
a analizar documentos “menores”, propios de la microhistoria, que
revelen cómo los libros de una Biblioteca fueron manipulados por sus
lectores. En los archivos de muchas bibliotecas existen registros que
pueden dar luz en este punto. Los inventarios y la procedencia de los
libros, el modo de elaborar los catálogos y determinar sus entradas, las
distintas maneras de clasificar y la elección de un sistema en desmedro de
otro, el orden de los libros en los estantes, las memorias institucionales,
las marcas de los lectores en determinados ejemplares (marginalia), los
libros solicitados, perdidos y hurtados, los registros de usuarios, las

A L E J A N D R O E . PA R A D A 245
listas de desiderata para adquirir obras deseadas, los recibos de compra
de diversos materiales bibliográficos, las políticas de preservación y
conservación, la mirada del bibliotecario ante el mundo del lector, y
la de este para construir la imagen de la biblioteca por el bibliotecario,
entre muchos temas a investigar, serían un “umbral de partida” para
recuperar las representaciones impresas de los lectores que, en cierta
medida, han quedado atrapadas –pero no definitivamente cautivas– en
sus expediciones de captura de la cultura escrita y tipográfica.

246 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Referencias bibliográficas

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VI. LA CONSTRUCCIÓN TEÓRICA
DEL PENSAMIENTO BIBLIOTECARIO:
LA “IDEA LIBERAL ECONÓMICA SOBRE EL
FOMENTO DE LA BIBLIOTECA DE ESTA
CAPITAL”, DEL DR. JUAN LUIS DE AGUIRRE
Y TEJEDA (1812)

VI.1 — Introducción

En los capítulos anteriores se han abordado las distintas fuentes que


conformaron y articularon el origen de la Biblioteca Pública de Buenos
Aires. Especialmente, nos hemos abocado al estudio de un conjunto de
documentos inéditos para desentrañar los procesos de organización y
gestión administrativa durante los primeros años de vida de esta agencia
social creada por la Junta de Mayo, con el fin de conocer, con cierto detalle,
los quehaceres que hicieron a su cotidianidad bibliotecaria; procesos,
por otra parte, que participan de una dinámica dialéctica con diversas
“dimensiones o esferas bibliotecarias” imbricadas fuertemente entre
sí. Por consiguiente, a lo largo de la investigación, se han rastreado e
identificado sus principales antecedentes en Europa y América, así como
el estudio del préstamo de obras entre particulares y congregaciones
religiosas.
Pero la variedad de estos importantes hechos, cuyas circunstancias
han pasado inadvertidas o sin un reparo profundo y minucioso, motiva
una pregunta de compleja resolución en nuestros comienzos bibliote-
cológicos: ¿acaso existió en ese entonces el esbozo de un pensamiento
bibliotecario?; o en una forma más directa: ¿se presentó algún discurso

A L E J A N D R O E . PA R A D A 251
reflexivo sobre el acontecer tanto axiológico como ontológico, de aque-
llo que se esperaba de una biblioteca pública? Es más: ¿es posible plan-
tearse una construcción teórica de esta agencia social durante el período
estudiado?
La historia del pensamiento bibliotecario en la Argentina constituye
una encrucijada de difícil resolución. Poco o nada sabemos acerca de
su evolución, pues es una asignatura pendiente para la mayoría de los
bibliotecarios argentinos actuales. En general, entre nosotros, este tópico
se ha caracterizado por su fragilidad y debilidad estructural.
Muchas de las falencias actuales de la profesión deben buscarse en
la ausencia de una memoria histórica colectiva. Comprender y tratar
de explicar cómo fue que llegamos a ser lo que hoy somos en nuestras
bibliotecas y no otra cosa, constituye, sin lugar a duda, la instancia
fundamental para intentar una explicación probable del futuro de la
Bibliotecología argentina. Así pues, dentro de este contexto, es necesario
rastrear nuestros primeros (y aún muy modestos) pasos bibliotecarios
en el siglo XIX.
Por otra parte, son escasos los antecedentes conocidos sobre literatura
bibliotecológica anteriores a 1812. Algunos de ellos se mencionan a conti-
nuación: el Reglamento para los bibliotecarios del Index Librorum Bibliotheca
Collegii Maximi Cordubensis Societates Iesu, del año 1757 (Catálogo, 1943:
xviii-xix; Index Librorum, 2005); el famoso artículo fundacional de nuestras
bibliotecas, Educación, atribuido a Mariano Moreno (13 de septiembre de
1810) (Junta de Historia y Numismática Americana, 1910: 384-386) ; y el
Reglamento provisional para el régimen económico de la Biblioteca Pública de
la capital de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1812), realizado por
el presbítero Luis José Chorroarín con algunos aportes de Bernardino
Rivadavia (cfr. cap. IV.2 Apéndice 1).
Sin embargo, la respuesta a nuestra pregunta sobre la posible existencia
documental de una introspección bibliotecaria, aunque parcialmente
inesperada, es afirmativa. Pues a pocos meses de la inauguración de la
Biblioteca Pública, apareció publicado en el periódico El Grito del Sud
(1812) un artículo que, desde nuestra óptica actual, puede estudiarse
como el primer antecedente de literatura profesional en la Argentina. Se
trata de la Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital,
cuyo autor fue el doctor Juan Luis de Aguirre y Tejeda (o Texeda, pues la
grafía suele variar). Dicha contribución, un escrito de largo aliento para
la época, se publicó en varias entregas durante agosto y septiembre de
1812 (Aguirre y Tejeda, 1812).
Se trata de un texto, en general, poco conocido; su mayor difusión se
debe a la edición facsimilar de El Grito del Sud que realizó la Academia
Nacional de la Historia (1961). Sin embargo, previamente, se conocían

252 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


20. Pensamiento y discurso bibliotecario, el artículo de Aguirre y Tejeda
dos breves análisis de dicho periódico; nos referimos al elaborado en 1926
por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía
y Letras (UBA), y al estudio de Enrique A. Peña (1935: 276-279). En 1972
Oscar F. Urquiza Almandoz (221-223), en su libro La cultura de Buenos
Aires a través de su prensa periódica, realizó un resumen del periódico.
Salvo estas breves referencias, hasta el momento no se ha llevado a
cabo un análisis de este trabajo pionero en la Bibliotecología argentina.
Es por ello que nos hemos trazado el objetivo, en este capítulo, de realizar
un estudio del escrito del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda desde el
punto de vista de la historia bibliotecaria, enmarcándolo como el primer
antecedente conocido de nuestra literatura profesional.
Es importante, además, dar unas breves referencias coyunturales
sobre el referido periódico y el momento histórico de la Revolución de
Mayo. Hacia fines de 1811 y comienzos de 1812 se presentaron una se-
rie de sucesos políticos de gran valor para el futuro de la Revolución;
sucedieron, con diversos grados de interés e incidencia en la realidad
social y cultural de ese entonces, los hechos siguientes: la instalación de
los sucesivos Triunviratos, la promulgación de los decretos de seguridad
individual y de libertad de imprenta, la inauguración —el 16 de marzo
de 1812— de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, los acontecimientos
relacionados con la conspiración de Martín de Álzaga, la prohibición de
introducir esclavos, etc.
En este contexto comenzó sus actividades la Sociedad Patriótica y
Literaria de Buenos Aires, institución que ya había contado con algunos
precedentes. Dicha Sociedad tenía entre sus fines políticos fundamentales
la búsqueda de la independencia y la lucha contra cualquier tipo de
tiranía; también procuró, en todo momento, “exaltar los ideales liberales
y atacar a España” (Gandía, 1961: 17). Su órgano de difusión fue El Grito
del Sud, cuyo primer número apareció el 14 de julio de 1812.
La Sociedad Patriótica sustentó una orientación política de tendencia
morenista. Procuró, pues, mantener parte de los principios sustentados
por el Secretario de la Primera Junta. Prueba de ello fueron varios
de los artículos que se publicaron en las páginas de dicho periódico.
Entre otros, el interés de la Sociedad por el “fomento de la Biblioteca
Pública”, materializado en el trabajo que redactara el Dr. Aguirre (Canter,
1941: 287).
Dentro de esta compleja realidad, la Idea liberal económica sobre el
fomento de la biblioteca de esta capital, al parecer, puede tomarse como una
continuación del artículo Educación.
En cuanto a los redactores de El Grito del Sud, no han sido aún
identificados; empero, tal como lo afirma Enrique de Gandía, “nos
consta que fue el órgano de la Sociedad Patriótica y Literaria, en la cual

254 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Monteagudo tuvo tanta ascendencia y presidió en varias oportunidades”.
El mismo historiador, al finalizar el análisis de dicho periódico, sostiene
—y este punto es de vital importancia para entender el artículo del
Dr. Aguirre—, que la Sociedad y su órgano periodístico, lucharon por
consolidar la democracia y la Constitución en la Argentina (Gandía,
1961: 44).
En cuanto a la Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta
capital, se ha procurado, en un primer momento, acceder a su compresión
mediante aproximaciones diferentes. No obstante, y a pesar de aplicar
varios métodos, tales como el análisis de su contenido en el plano
intelectual, el estudio de varios conceptos lingüísticos y el intento de
un acercamiento estadístico al discurso del Dr. Aguirre, se ha intentado,
en cualquier instancia, mantener como primer objetivo la imperiosa
necesidad de una aproximación desde la mirada bibliotecológica.
Esto se debe, entre otras razones, al hecho incuestionable de que esta
clase de estudios siempre se han contemplado desde un punto de registro
histórico, y no de análisis en el contexto de la disciplina involucrada.
La mirada del otro, en esta ocasión, además de estar incluida en el
acontecer cultural de nuestro devenir, es una observación desde el “lado
bibliotecario”, con el objetivo de ir comprendiendo el origen de nuestra
historiografía bibliotecológica.
El presente capítulo, desde esta óptica, comprende los tópicos
siguientes: datos biográficos del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda, una
lectura del contenido de la Idea liberal económica —en el cual se desarrollan
varios enfoques—, los posibles significados del título elegido por el
autor y algunos aspectos del discurso, el ambiente intertextual (autores y
lecturas), y los antecedentes sobre la fabricación del papel y el problema
de la conservación de los libros.
El capítulo concluye con tres apéndices, en cierto modo inseparables
del análisis del discurso de Aguirre y Tejeda: A) Idea liberal económica
sobre el fomento de la biblioteca de esta capital, B) Venta de una máquina
para fabricar papel, y C) Carta del director de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires, D. Felipe Elortondo y Palacio, en la cual notifica sobre el
estado del establecimiento.
Por último, se ha numerado entre corchetes y en forma consecutiva
cada párrafo —quince en total— del artículo original del Dr. Juan Luis de
Aguirre y Tejeda (cfr. Apéndice A); dichos números, al final de cada cita
o subtítulo, remiten a los párrafos mencionados.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 255
VI.2 — Semblanza biográfica del Dr. Juan Luis
de Aguirre y Tejeda

Juan Luis de Aguirre y Tejeda nació en Salta en el año 1753. Hacia


1762 sus padres decidieron afincarse en la ciudad mediterránea de Cór-
doba. Su destino, al parecer, en ese medio culto y religioso, tal como lo
pautaban los estudios que allí se realizaban, fue el de ser un ilustre abo-
gado y prolijo funcionario de la administración española (su hermano,
Juan Andrés de Aguirre y Tejeda, nacido en 1752, también fue abogado).
Así pues, primero se graduó en la Universidad de San Carlos de bachi-
ller, maestro y licenciado en Filosofía, en 1774. Luego, en 1776, cursó los
estudios de Teología; no obstante, declinó la carrera religiosa y se abocó
a la jurisprudencia en la Universidad de San Francisco Xavier, en Chu-
quisaca. Finalmente, luego de practicar en la Academia Carolina, obtuvo
la matrícula de abogado de la Real Audiencia de La Plata, el 16 de abril
de 1779.
A partir de 1780, y hasta su retiro, trabajó plenamente en el ejercicio
de su profesión. Instalado en la ciudad de Córdoba, allí abrió su estudio
de abogado y se dedicó a la resolución de numerosas querellas que le
valieron un merecido prestigio.
Entre las muchas actividades profesionales que desempeñó en Cór-
doba citaremos, a modo de ejemplo, las siguientes: asesor en cuestiones
jurídicas suscitadas entre el Cabildo y el Gobernador, defensor del juzga-
do de pobres (1790), alcalde ordinario de segundo voto (1796) y defensor
del juzgado de bienes difuntos (1798).
Según los juicios de David Peña, “ningún virrey pudo informar a
la Corte de asunto público, civil o religioso, anexo a la Intendencia de
Córdoba, sin considerar previamente el parecer del doctor Aguirre, tal
era, en efecto, su prestigio como abogado. Y su interés por la cosa pública
y el bien común fue elogiado por el poeta Cristóbal de Aguilar, quien le
dedicó una poesía por su participación en la construcción de la Alameda
de la ciudad de Córdoba durante la gestión de Sobre Monte” (Peña, 1916;
Aguilar, 1989).
Hacia 1794, en una breve estadía en Buenos Aires, se inscribió en la
matrícula de abogados de la ciudad.
A principios del siglo xix, ya enfermo, se retiró de sus funciones ofi-
ciales, abocándose a obras de beneficencia. Al estallar la Revolución de
Mayo se lo nombró teniente asesor de Pueyrredón. Debido a su conocida
labor como jurista de amplio reconocimiento, la Primera Junta lo desig-
nó, junto con el deán Gregorio Funes, para que diera su veredicto sobre

256 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


21. Autógrafo del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda, iniciador de la literatura bibliotecoló-
gica en la Argentina (1812)
el delicado problema que se presentaba con el Real Patronato. El resul-
tado fue un Dictamen con algunos elementos regalistas (Peña, 1916: 280-
285; Luque Colombres, 1943: 38-39; Udaondo, 1945: 40; Piccirilli-Romay-
Gianello, 1953, 1: 83; Abad de Santillán, 1956, 1: 77; Cutolo, 1968, 1: 48-49).
Vicente D. Sierra afirma, basándose en los juicios del Dr. Faustino J.
Legón, que ambos dictámenes no constituyen el origen del Patronato
Argentino, pues “ponen dudas sobre la legitimidad de la Junta Provisional
Gubernativa” (Legón, 1920: 235-241; Sierra, 1962: 215-16; Zuretti, 1972:
155-56; Tau Anzoátegui-Martiré, 1975: 565). El Dr. Aguirre, finalmente,
sostuvo que dicha franquicia era propia de los “estados soberanos”.
En ese año de 1810, a instancias de Juan José Castelli, se desempeñó
como asesor letrado del Gobierno de Córdoba, reemplazando al Dr.
Victorino Rodríguez.
El último cargo público que ocupó fue el de vocal de la Cámara de
Apelaciones de Buenos Aires, al cual debió renunciar poco después, a
fines de 1812, debido al estado precario de su salud.
En este período final de su vida, al parecer, se vincula con la Sociedad
Patriótica Literaria; y en el periódico vocero de esta asociación política de
tendencia morenista, El Grito del Sud, publica, en varias entregas, la Idea
liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital; contribución,
por otra parte, que debe verse como un acto de afirmación y de
continuidad de la principal realización cultural que impulsó la Primera
Junta y su secretario Mariano Moreno: la fundación de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires.
A pesar de haber sido una figura señera y de consulta obligada en
los últimos tiempos del período hispánico, y de su actuación destacada
en el ámbito de la jurisprudencia durante los primeros momentos de la
Revolución de Mayo, el Dr. Aguirre, por el solo hecho de haber redactado
este notable artículo, merece ubicarse como el principal precursor de la
literatura bibliotecaria argentina.
La lectura de la Idea liberal económica, además, brinda la posibilidad
de observar a su autor desde otro perfil y con una verdadera vocación
revolucionaria; ya que, conviviendo dinámicamente con esa tranquila
y apacible humanidad, junto a sus obras caritativas y piadosas, por las
cuales también fue conocido, había un ser con ideas apasionadas, un
individuo capaz de “idear” un proyecto que contemplase el desarrollo
de la Biblioteca como una institución solidaria con todos los habitantes
de estas provincias.
El doctor Juan Luis de Aguirre y Tejeda falleció en Buenos Aires, el 16
de noviembre de 1814.

258 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


VI.3 — La Idea liberal económica sobre el
fomento de la biblioteca de esta capital, del
Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda (1812)

VI.3.1 — La Revolución de Mayo y la


Biblioteca [Apéndice A, §1]

Ya desde el primer párrafo el Dr. Aguirre manifiesta, inequívocamente,


su intención: reflexionar (y proponer un plan) sobre el reciente estableci-
miento de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Es necesario, en primer término, destacar la novedad del tema. En
efecto, la Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital,
constituye el primer artículo de literatura bibliotecológica en lo que hoy
es la República Argentina. Si bien habían existido los antecedentes ya
mencionados, nunca fueron concebidos como textos independientes que
abordaran la problemática de la Biblioteca y de la industria del libro.
En este entorno, la característica principal del trabajo radica en la ex-
temporaneidad de su aparición, en la falta de apoyatura en otros aportes
similares. Carece de antecedentes nativos conocidos, aunque posee vas-
tas y sutiles influencias extranjeras; y lo más interesante es que su nove-
dad se proyecta en el futuro, ya que no se presentará otra contribución
similar hasta muy entrado el siglo XIX.
Esta peculiaridad, definida desde un modelo extemporáneo, le otorga
una conmovedora y sincera originalidad, no obstante la presencia de
ciertos rasgos ingenuos. La extraña novedad y lo inesperado, entonces,
son las características que inauguran el discurso de nuestra primitiva
literatura bibliotecaria.
Para comprender lo trascendental de su escritura, es necesario seña-
lar que los artículos incluidos en El Grito del Sud, instrumento de la Socie-
dad Patriótica y Literaria, eran los sueños y las voces de la utopía revo-
lucionaria. De modo tal que la Idea liberal económica se nutre de un perfil
utópico específico: aquello que, tanto ideal como pragmáticamente, se
esperaba de la fructífera relación entre Biblioteca y Revolución.
Por otra parte, en la introducción, el autor expresa un conflicto que se
reiterará a lo largo de la exposición: la dialéctica entre el marco teórico
y el utilitario. Por un lado, el establecimiento de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires en el ámbito de “un Gobierno tempestuoso erigido por
las convulsiones de una revolución” es, sin lugar a duda, un mérito que

A L E J A N D R O E . PA R A D A 259
habla a favor de dicho Gobierno. Los revolucionarios no solo se han
ocupado de la manutención de los ejércitos, sino que la apertura de
esta institución debe verse, tal como lo destaca el autor, como un apoyo
ineludible al “fomento de las letras y la ilustración pública”.
No obstante, para el Dr. Aguirre esta situación puede ser aleatoria;
y si bien no carece de grandes méritos, se inclina por una idea osada y
humanista dentro de ese contexto beligerante. La ilustración pública, “la
influencia de las luces del ingenio y de las ciencias, es de algún modo mas
fuerte, que las armas”. Vale decir, dentro de una concepción progresista,
que sostiene que el mundo del libro es más coherente y racional que
el escenario de los enfrentamientos armados, aunque estos últimos se
justifiquen plenamente en el contexto de una revolución.
Así pues, el establecimiento de la Biblioteca constituye para el autor
un acto de mayor trascendencia revolucionaria que la propia Revolución.
Inmerso en este contexto teórico, no duda en comparar dicho acto con
los momentos culminantes de la cultura latina. De este modo, debido a
su formación erudita y clásica, compara el universo de lo impreso con la
pax romana del reinado de Augusto. Pero esta concepción filosófica de la
idea de biblioteca convive con otras vertientes más realistas y prácticas.
El pensamiento de la Biblioteca como paradigma próximo al clasicismo,
en último término, es una manifestación de los ideales humanistas del
autor. Sin embargo, el Dr. Aguirre apunta más allá de estos ideales, ya
que los emplea como base teórica para plantear el problema de fondo: la
imperiosa necesidad de la “ilustración pública”. Se necesita, pues, una
dosis de organización pragmática y utilitaria de la Biblioteca y de todos los
elementos que coadyuvan a su amparo y desarrollo, para transformarla
en una entidad determinante en el desarrollo de los pueblos. Esta idea
central de su exposición la expresa en una frase, en la cual el elemento
teórico y humanista cede ante la realidad:

El decoroso establecimiento de la biblioteca en esta capital, cuya


augusta apertura se hizo poca há, y muy á los principios de su
nuevo gobierno tan feliz, y rapidamente se estableció, y fomentó,
será en la posteridad un precioso monumento de la prudencia, y
acierto con que ha pretendido cimentarse sobre las bases solidas de
las ciencias, y de la ilustracion pública, que la ha de encaminar mas
que el estrépito de las armas, á unir las provincias al sistéma de
libertad, quietud, y prosperidad de la America del Sud [§1].

Al margen del discurso retórico de tendencia clásica, esta institución


se presenta, inequívocamente, como una consecuencia social de la
Ilustración europea. Por lo tanto, tal como lo afirma en el texto, constituye

260 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


una creación indispensable para la “prosperidad de la América del
Sud”; afirmándose así, en esta primera aproximación, su vocación utili-
taria y didáctica, propia de la historia de las ideas del siglo XVIII. La
“prosperidad” social y económica de América será una consecuencia,
entonces, del arraigo y futuro desarrollo de dicha entidad.
Pero ese tiempo futuro de bonanza bibliotecaria dependerá, sin duda
alguna, de algunos factores, fundamentalmente de índole material. Pues
es imposible concebir la prosperidad del nuevo establecimiento “mientras
no se cuide por el gobierno el proporcionarle todos aquellos arbitrios”
que garanticen un amplio y generoso “surtimiento y reimpresión barata
de libros”.
Uno de los argumentos centrales del discurso del Dr. Aguirre se
sustenta en el desafío que implica construir una industria del libro capaz
de solventar y alentar la prosperidad social y económica de la Biblioteca.
Su pensamiento se centra en la opción siguiente: el nuevo Gobierno debe
instrumentar las bases necesarias para producir una gran cantidad de
libros, y de este modo aspirar a un crecimiento integral.
Es así como el pensamiento del Dr. Aguirre, luego de observar a la
Biblioteca como una entidad ideal y bajo la aguda mirada pragmática de
la Ilustración, recala, por último, en una visión moderna de ella, en la cual
el éxito de una comunidad se encuentra ligado a la capacidad de generar
los suficientes medios de producción que avalen a sus instituciones de
uso público.

VI.3.2 — La Biblioteca
y sus “mejores auxilios” [§ 2-4]

¿Cuáles son “los mejores auxilios” para que una biblioteca sea lo que
debe ser y no otra cosa?
En este punto, el autor también posee una visión adelantada a su
época: la biblioteca constituye una entidad eminentemente social. Es
una institución moldeada por el acontecer de la sociedad y, sin esta, su
contexto gregario no tendría razón de ser. El sentido humano de toda
biblioteca es el reflejo de cómo cada generación se relaciona con el libro y
la lectura. En cierto sentido metafórico amplio, biblioteca y sociedad son
dos fenómenos cuyas correspondencias reproducen los mismos anhelos,
necesidades y objetivos.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 261
En estos párrafos el Dr. Aguirre reflexiona sobre el problema del
aislamiento de una entidad de este tipo en los complejos y dramáticos
momentos que vive el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Aislamiento,
por otra parte, que no había sido tomado en cuenta por la Primera Junta
cuando decidió fundar una Biblioteca Pública en Buenos Aires.
El pensamiento del autor, en este punto, se resume en la expresión
siguiente: ninguna biblioteca puede sobrevivir en forma aislada de
su contexto social y económico. Si no existe una industria del libro
ampliamente desarrollada, cuya primera y última misión sea apoyar
y alentar el “fomento” de las bibliotecas, ninguna entidad de este tipo
podrá mantenerse en América del Sur. Es por ello que el autor no duda
en afirmar:

Los mejores auxilios á este fin son el aumento y prevision de buenas


imprentas, y de diestros artistas impresores, y enquadernadores,
y la abundancia, y baratós del papel, lo que se podria lograr con
facilidad, siempre que en estas provincias se estableciesen fábricas
de imprenta y papel, teniendo en ellas las bellisimas proporciones de
minas abundantes de plomo, y de las materias primas de algodón,
pita, lino, cañamo, y cortezas diferentes de árboles [§ 2].

Su pensamiento se corresponde con la Ilustración española del siglo


XVIII. La idea de presentar la Biblioteca junto con el desarrollo (“fomento”)
de las industrias afines al libro, sin duda alguna, es una consecuencia, al
parecer, de varios trabajos difundidos en ese entonces, tales como los
aportes de Pedro Rodríguez Campomanes, Jerónimo Uztáriz, R. Antúnez
y Acevedo, José Gutiérrez de Rubalcava y Bernardo Ward (este último
citado por el autor).
El discurso del Dr. Aguirre posee en esta instancia algunas
contradicciones. Sus reflexiones constituyen un complejo conglomerado
de ideas tradicionales y revolucionarias. En primer término, para él
la Biblioteca es un lugar pacífico, con las características propias del
humanismo; una entidad ajena a las luchas políticas, aunque en su íntima
esencia no es más que una expresión de la Revolución de Mayo. En un
segundo momento, la Biblioteca constituye una institución cuya fuerza
radica en la “ilustración” utilitaria de los ciudadanos, para así garantizar
la “prosperidad” de los pueblos (ciudades). En tercera instancia, nos
hallamos ante una entidad fuertemente anclada en la sociedad, pues su
existencia fuera de ella es inviable. Por último, y como corolario de las
instancias anteriores, la biblioteca se presenta desde el futuro: su éxito
dependerá del desarrollo económico de las industrias afines al mundo
del libro.

262 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Pero el fervor del autor no declina en este punto, pues para lograr
estos objetivos sostiene que es necesario llevar a cabo

(...) una expedici[o]n mercantil dirigida á la India, y á la Asia por


Acapulco con solo el objeto de comprar, y tratar buenas imprentas,
muy baratas, y los mas aventajados artifices, que estableciesen
fabricas, y enseñasen en estas provincias á formar los mejores
caractéres de nuestro abundante y riquisimo plomo [§ 2].

Al finalizar el presente párrafo [§ 2], el Dr. Aguirre estudia el alto


precio del papel en estas provincias y, por ende, la problemática que
dicha situación ocasiona para la difusión de la imprenta y de las ideas.
A pesar de introducir el tema del papel (luego lo abordará con
mayor detalle), el autor vuelve a insistir en la necesidad del desarrollo
económico para “redimir á la patria” de su pobreza congénita. Es por
ello que su concepción bibliotecaria se encuentra condicionada por una
vigorosa mirada económica.
La solución, en este punto, radica en tomar las medidas necesarias,
tanto políticas como económicas, que ocasionen, en el plazo más breve,
una gran abundancia de libros en la ciudad de Buenos Aires. Dentro de
este contexto, que implica de hecho una aproximación aún rudimentaria
a la planificación bibliotecaria, el Dr. Aguirre se expresa inequívocamente
en estos términos:

Esta capital gastará mucho tiempo y dinero para formar y enriquecer


su biblioteca, sino cuida de adoptar iguales providencias economicas
para el acopio y reimpresion de libros [§ 3].

Esta amplia visión no se encuentra constreñida a la ciudad de


Buenos Aires. Su plan de “fomento” económico transciende las fronteras
internas. La “afligida situacion” que vive España ante la invasión del
ejército napoleónico debe ser contrarrestada con la libre importación de
libros de otras latitudes, pues “nos bastaria surtirnos por medio de los
ingleses de las mejores edicciones [sic] de la peninsula”.
El discurso no ignora el contexto internacional. La necesidad de surtir
y “enriquecer” los fondos de la biblioteca demanda, ante un eventual
fracaso del desarrollo del comercio librero interno, de una dinámica
política de importación de libros, siendo este el único camino para
garantizar el incremento actualizado de la colección.
Para el autor, pues, no era factible pensar en el posible progreso de la
Biblioteca sin una rica y dinámica relación comercio-biblioteca, tanto en el
plano interno como en el externo.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 263
VI.3.3 — La “abundancia de papel” y
la “preservación de los libros”: el éxito
del desarrollo de las bibliotecas [§ 5-7]

La falta de un eficaz desarrollo bibliotecario es, para el Dr. Aguirre,


el problema cultural que aqueja a la ciudad de Buenos Aires y al resto
de las provincias; una compleja coyuntura, por otra parte, que demanda
rápidas y urgentes soluciones.
Tal como lo sostiene en el párrafo anterior [§ 4], las condiciones
existentes en “la nueva vida politica que empezamos á adquirir con la
energía y prudencia del actual gobierno”, caracterizado por su “sabiduría
y liberalidad”, han garantizado la “libertad de imprenta”. Situación esta
que facilitará el desarrollo intelectual de América, constreñida hasta ese
entonces por el gobierno español. De modo que el autor no duda en que
dichas medidas abrirán “el camino á las producciones intelectuales de la
América hasta aquí tristemente obstruidas”.
Esas nuevas condiciones político-sociales, indispensables para
el incremento del libro y de las artes gráficas, requieren, sin duda, la
presencia de otros elementos vitales: el desarrollo de la fabricación del papel
y el medio de conservar a los impresos de su constante deterioro.
La visión del Dr. Aguirre siempre es panorámica y totalizadora. El
libro, la lectura y las bibliotecas son para él entidades con relaciones
recíprocas y correlativas; el crecimiento de una de ellas depende de la
expansión de las otras.
En este tema también es un pionero, ya que la activa presencia de
las bibliotecas y de la lectura como elementos de “ilustración pública”
constituyen, en efecto, las únicas sólidas garantías del desarrollo integral
de los diversos mundos del libro.
No obstante, en lo sucesivo, su pensamiento se inclina por la exposición
del problema de la conservación del papel en la ciudad de Buenos Aires.
Pero antes de comenzar con los aspectos inherentes a su fabricación y al
modo de conservar los libros, en unas pocas líneas, esboza los objetivos
que debe cumplir la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
En dicho marco, define el contexto teórico y práctico de la idea de
biblioteca. No es un pensamiento simple, ya que su aproximación se
encuentra influida por el saber enciclopédico y totalizador que caracteriza
a la filosofía ilustrada, y en el cual se encuadra buena parte del artículo.
La biblioteca tiene que cumplir, según su opinión, con dos fines
claramente pautados; en primera instancia, se manifiesta como la entidad
social encargada de propalar el saber a los ciudadanos; y en un segundo

264 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


momento, dentro de una concepción fisiocrática, debe impulsar el desa-
rrollo de la economía y de las industrias para incrementar la riqueza “del
estado”.
Es por ello que el autor presenta su trabajo bajo el epígrafe del
escritor latino Lucio Junio Moderato Columela, quien en su De re rustica,
escribió: “Neque enim satis est possidere velle, si collere conservare non
possis” (De nada sirve tener una cosa, si no se poseen los medios para
conservarla). Esto significa, en la amplia visión utilitaria del autor, que
de nada sirve inaugurar una Biblioteca si no se poseen fábricas de papel,
gran abundancia de libros, imprentas y, por sobre todo, la inteligencia
y capacidad para conservar los impresos. Tal como lo sostiene en los
conceptos siguientes:

(...) debemos co[n]cluir, que si nos es ventajoso y de mucho honor


la especial proteccion y fomento de nuestra biblioteca, nos es de
sumo interés, que á este establecimiento se acompañen las fábricas
de papel, el pronto surtimiento de algunas imprentas, para que
se sostenga sin mayor costo. (...) Sino supieramos, quan dificil es
baticinar con acierto en la política, nos atreveriamos á asegurar que
antes de muchos años se hallaria nuestra biblioteca en un estado
de la mas elevada reputacion, y gloria, con solo poner fábricas de
papel, imprentas, y los medio seguros de perfeccionar el papel y
preservarlo de corrupcion. Estos establecimientos hechos al pronto
y manejados con prudencia y economía, serian monumentos que
acreditasen á la posteridad el zelo, sabiduria, y vigilancia con que se
esfuerza nuestro actual gobierno para poner las provincias unidas
en un grado de igualdad, y tal vez de superioridad á muchas de las
naciones florecientes de la Europa [§ 7].

Y precisamente en esta instancia se manifiesta una velada crítica al


Gobierno, a pesar de los elogios de los párrafos iniciales. Acaso esa sea
la voz oculta y solapada del trabajo: llamar la atención a las autoridades
que alentaron la inauguración de la Biblioteca para que rápidamente
tomen las medidas pertinentes que aseguren el éxito de la empresa; en
caso contrario, la flamante institución, tal como luego aconteció, podría
vegetar por su falta de incentivos.
La advertencia del Dr. Aguirre tiende a evitar el aislamiento de la
Biblioteca; es un llamado a las fuerzas productivas de la ciudad y de
las provincias para que la apoyen económicamente. Pero no sucedió así.
La convocatoria del autor fue, en definitiva, demasiado visionaria; su
sustento, aunque fundamentado, estaba fuera de la realidad social de esa
circunstancia histórica.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 265
La Guerra de la Independencia, las vicisitudes políticas, los enfrenta-
mientos internos demostraron que la realización de semejante proyecto,
de hecho, era una utopía de compleja y difícil resolución. No obstante, es
importante señalar una frase de notable vigencia para los bibliotecarios
de hoy; frase, en cierta medida, fundadora de nuestra Bibliotecología en
su dimensión social:

Pues si un pueblo civilmente crece en razon de los medios, que


tiene para subsistir, si el comercio y la agricultura contribuyendo á
establecer entre las fortunas de los ciudadanos aquella proporcion
tan deseada, y necesaria á un estado, son los que multiplicando las
riquezas, los trabajos, los alimentos, y los hombres simultaneamente
dán á una nacion toda fuerza activa, y la progresión economica
política de que es subceptible, una biblioteca bien cimentada en
la metrópoli, y bien sostenida por medio de estas fabricas debería
hacer á los habitantes de esta feliz region, sabios, filosofos, y dignos
apreciadores de las letras, y elevandolos sobre sí mismos tendrian
siempre á la vista una antorcha luminosa, é inextinguible, que les
rectificase la razon para promover su bien, y el mayor explendor del
estado, para fomentar las ciencias, las artes, la industria popular y
todos los demas objetos públicos [§ 7].

Por otra parte, es posible inferir, si bien el texto es poco claro en este
punto, que, para el Dr. Aguirre, el desarrollo de la industria del libro no
solo se limita al florecimiento de dicha actividad fuera del ámbito de la
Biblioteca. En la inquieta y creadora mirada del autor, al parecer, esta
institución debe tener la capacidad suficiente para producir sus propios
libros con sus propias imprentas.

VI.3.4 — La moral y la religión


en el ámbito de la Biblioteca [§ 5]

Hay otro aspecto de real interés que convive, en dinámica y estrecha


relación, con esa dimensión pragmática. Se trata de la fuerte tonalidad
moral con la cual el autor impregna la misión de la Biblioteca en la
sociedad.
En el horizonte discursivo del Dr. Aguirre no todo es afanosa
búsqueda de utilidad. Su mirada de la vida y de las instituciones, según

266 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


se desprende del presente trabajo, no demanda y entroniza lo material
exclusivamente.
Además de estar vinculada al progreso de los ciudadanos, la biblioteca
es, ante todo, una entidad que apunta a la espiritualidad del individuo
en tanto ser gregario. De este modo, gracias a los pensamientos que se
encuentran en los libros ubicados en los estantes para la “instrucción
pública” y moral de los individuos, esta institución permite

(...) precavérse contra las preocupaciones, (...) reprimir la presuncion,


inspirar la prudencia, inocular el hombre de ilusiones, y formarlo al
fin circunspecto y sabio [ § 5].

Y luego el autor agrega, en aras de despejar alguna duda:

Si se hallan acaso en la biblioteca monumentos de orgullo, soberbia,


ó de mentira; de ordinario se hallan tambien lo que sirve á aclarar la
verdad, y honrar el espiritu racional [§ 5].

Esa finalidad espiritual también posee un sesgo operativo y concreto,


es decir, una posición ante la vida y la forma de ver al hombre en la socie-
dad. Para el Dr. Aguirre, indudablemente, la Biblioteca tiene que cumplir
con un programa ético. Debe tener un papel activo en cuanto instrumen-
to de decoro y de afianzamiento de las ideas religiosas. Esta concepción
del mundo y de la Biblioteca, se expresa en las palabras siguientes:

En ella [en la Biblioteca] se vé como se despliega la inteligencia hu-


mana, los progresos cientificos de sus conocimientos, las épocas de
perfeccion de sus descubrimientos: y si alguna vez nos afligen las
faltas que cometió, si nos compadecemos de su vanidad, si desdeña-
mos las ilusiones á que se entrega, no podemos menos de admirar
su constante amor á la verdad, lo mucho que trabaja en sondear
las profundidades de la naturaleza, su aplicación en perfeccionar
su razon, en arreglar sus acciones, establecer el orden, y asegurar el
imperio de la religion y de la virtud [§ 5].

La cosmovisión bibliotecaria del Dr. Aguirre, entonces, no solo in-


cursiona en la vida práctica y cotidiana de las sociedades, sino que se
manifiesta en una comprensión amplia del hombre en su totalidad. La
biblioteca posee una personalidad institucional claramente definida:
amparar y promover el progreso del individuo y las naciones en un
ambiente de cálida espiritualidad. Nos hallamos ante una entidad que
opera como el lazarillo ético de los ciudadanos.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 267
Es en este punto donde se manifiesta la lucha interior del autor
con el momento de ruptura que ocasionó la Revolución de Mayo. En
él cohabitan, en forma dispar aunque solidarias entre sí, la necesidad
del progreso proclamado por la Ilustración y la concepción, pletórica
de escrúpulo y de viejas tradiciones, de la biblioteca como elemento de
oposición a la anarquía social y como garantía para “asegurar el imperio
de la religión y de la virtud”.
El Dr. Aguirre es un hombre de dos mundos y constituye un fiel
exponente del momento de transición que vive el antiguo Virreinato del
Río de la Plata: en él moran, en un ámbito de sutil inflexión, la tradición
y el cambio revolucionario.

VI.3.5 — El papel político


de la Biblioteca [§ 8]

En este cuadro de situación cargado de significados cruzados, el


autor, si bien con menor intensidad, tampoco ha dejado de lado el sesgo
político de la Biblioteca.
A pesar de sus recatos y reticencias morales, de su llamado al orden
y al acatamiento de las ideas religiosas, a esta nueva institución le cabe,
además, un papel de crítica ideológica al antiguo régimen español.
A primera vista puede resultar paradójica la defensa que presenta el
Dr. Aguirre de la Biblioteca como entidad contestataria hacia aquellos
que gobernaron “la América... [con] atróz conducta”. Esta contradicción,
luego de su defensa de las buenas costumbres, se encuadra en un perfil
más aparente que real. En realidad no existe tal contradicción, pues
para él la finalidad política de la biblioteca radica en la sabiduría y la
inteligencia, personificada por la diosa romana Minerva.
La inauguración del establecimiento en el fragor de las luchas revo-
lucionarias no es otra cosa que la validación de las nuevas ideas ante el
“sistema antipolítico” que había impulsado, hasta entonces, el Imperio
español.
El Dr. Aguirre manifiesta esas ideas con una expresión profunda-
mente democrática: “América con la biblioteca”. Dicha entidad, en estos
términos, forma parte de un proyecto social con características continen-
tales; un primer esquema de trabajo contra la ignorancia y la pobreza
que “por tres siglos se ha hecho despoticamente reynar” en los suelos
americanos.

268 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


El presente párrafo [§ 8] constituye una firme e inesperada declaración
ideológica del Dr. Aguirre. Si bien durante la administración hispánica
la biblioteca pública había contado con algunos antecedentes, ninguno
de ellos alcanzó la enorme trascendencia de su creación por la Primera
Junta.
Esta fuerte reacción contra la Corona, tal como lo ha señalado
Tulio Halperin Donghi, se encuadra en el concepto de “restauración de
la monarquía prehispánica”. Ya que la restitución de un gobierno “ile-
gítamente desposeído por los conquistadores”, constituía una tentati-
va teórica de justificar la Revolución de Mayo. Es por ello que muchas
de las personalidades vinculadas al movimiento revolucionario, como,
por ejemplo, el deán Funes entre varios, no vacilaban, en un discurso
muy próximo al del Dr. Aguirre, al reclamar “una restauración del po-
der legítimo” contra la tiranía del dominio español (Halperin Donghi,
1961: 182-186).
En definitiva, la dinámica presencia de esta institución encarna
una reacción lúcida contra el atraso que había reducido a la América
española a un “humilde estado de labradora y minera”. Constituye, por
consiguiente, una reacción lógica contra la ausencia de dicha entidad
en la época hispánica; en fin, una réplica social contra el estancamiento
colonial.

VI.3.6 — Antecedentes
de una Historia del Libro [§ 9-11]

Acaso uno de los temas bibliotecarios más interesantes que propone


el Dr. Aguirre es la evolución de los distintos soportes de la escritura,
hasta llegar, por último, a la invención y fabricación del papel. En este
tópico el autor se extiende largamente. No se trata de una narración
para recreo e ilustración general de sus lectores; es, por el contrario, un
intento serio de trasmitir los recursos artesanales para la elaboración del papel
en estas regiones.
Nos hallamos ante el aspecto técnico de su exposición. A través de sus
expresiones hemos observado a la biblioteca desde distintos ángulos; al
igual que un complejo organismo, ha pasado por varias etapas que han
pautado su profunda y compleja metamorfosis, pues para el Dr. Aguirre
esta agencia social se manifiesta como una institución revolucionaria,
ideal, social, utilitaria, moral y política.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 269
Sin embargo, todas estas propiedades son insuficientes si se carece de
la capacidad técnica de dominio; se necesita, entonces, un conocimiento
especializado, un ámbito que señala el ingreso en la modernidad. La
habilidad artesanal que selecciona el Dr. Aguirre es la fabricación del
papel, ya que la narración detallada de su elaboración constituye, sin
duda alguna, lo primero que deben aprender los ciudadanos.
Asistimos, en este encuadre, a un nuevo recurso retórico: la aparición
del discurso técnico-profesional, aunque, indudablemente, modesto y
limitado al ámbito histórico y artesanal de su contexto. No obstante,
es necesario reflexionar sobre un aspecto especial. El esfuerzo técnico-
profesional posee un marcado fin pedagógico, de indudable tonalidad
didáctica.
En este punto es posible observar cómo el autor retorna, una y otra vez,
a pesar de su desorden discursivo, a las propiedades y características del
siglo XVIII; esto es, al enciclopedismo, a la ilustración técnica de los indi-
viduos mediante los oficios y a la necesidad utilitaria del conocimiento.
Del punto de vista bibliotecario, el desarrollo de estos párrafos nos
depara otro hallazgo. El Dr. Aguirre es el primer intelectual que inaugura
la historia de los materiales de escritura en el Río de la Plata. Su trabajo
constituye el primer antecedente conocido de una historia del libro en la
Argentina.

VI.3.7 — El aporte bibliotecario [§ 12]

Los recursos a los cuales apela el Dr. Aguirre, tal como se ha


observado, se caracterizan por poseer una compleja pluralidad de
significados. El discurso y el orden expositivo, en ocasiones, incluyen
aspectos desordenados y heterogéneos.
Esta retórica algo barroca, empero, no se debe a una confusión del
pensamiento del autor; se fundamenta, por el contrario, en un conglome-
rado de ideas bibliotecarias, cuya riqueza, en más de un sentido, excede
la capacidad que demanda la trascripción escrita y su transmisión a los
lectores. Así pues, el Dr. Aguirre, en varios momentos, es una víctima de
su propia —aunque dispersa— variedad de pensamiento.
No obstante, siempre retorna a sus convicciones principales. Y si bien
presenta a la Biblioteca bajo múltiples puntos de vista, a veces poco claros,
no duda en reasumir el objetivo que inspiró la redacción de su trabajo: la
Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital.

270 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Los párrafos [§ 9-11] constituyen una recapitulación, un regreso cauto
y ordenador, a la idea principal de su contribución. El artículo, a pesar
de la enorme riqueza que posee actualmente en el campo de la evolución
de las ideas bibliotecológicas en la Argentina, se perfila como un llamado
de atención al Triunvirato de ese entonces. En este clímax expositivo se
desnuda la intencionalidad del autor, pues el gobierno debe implementar
(“imperiosamente”) las medidas que garanticen la preservación de la
Biblioteca y de los libros contenidos en su acervo.
El reclamo del Dr. Aguirre no se fundamenta en una solicitud idealista,
realizada por un intelectual apasionado por la lectura en sus momentos
de ocio, o acaso cimentada en cierto prurito propio del hombre de letras
ajeno a la realidad; el pedido del Dr. Aguirre consiste, ante todo, en la
demanda de acción política al Gobierno.
Una solicitud que exige y manifiesta, ya en un contexto americanista,
que las armas y la situación beligerante con España, una vez acallado el
combate, nada tienen que hacer ante el ímpetu de las bibliotecas. Para el
Dr. Aguirre, la biblioteca constituye, en esta urgente instancia histórica,
la fuerza silenciosa que auxilia y alienta a la Revolución de Mayo.
En definitiva: ¿en qué consiste esta taxativa y compleja solicitud? No
se fundamenta en otra cosa que no sea llevar a cabo una idea liberal econó-
mica; es decir, de libre y amplio intercambio económico y político, en aras
de lograr el sostenido “fomento” o desarrollo de las bibliotecas en toda la
América del Sud, gracias a la implantación de numerosas industrias pa-
peleras y al incremento de las imprentas; sin dejar de lado, por otra par-
te, la urgente necesidad de instrumentar las medidas preventivas para
evitar la “progresiva corrupcion” del papel y los libros. Ese, entonces, y
no otro, es el compromiso político que debe asumir el Gobierno.
Las palabras siguientes confirman el pensamiento del autor:

Con que venimos á inferir que poco ó nada se avanzaria con el noble
establecimiento literario de bibliotecas en esas capitales con la copia de
buenas imprentas, con las fabricas de papel, y con su conocida utilidad,
sino se adoptasen medidas económicas dirigidas á precaver del papel
y de los libros su progresiva corrupcion, defendiendolas de la injuria
del tiempo, y de la polilla. El gobierno pues deba imperiosamente
interesarse en un objeto de esta importancia (...) [§12].

Es oportuno abordar esta firme expresión del Dr. Aguirre desde un


ángulo dialéctico, para entender, además, aquello que oculta decir o que
calla ante el temor de su posible falta de realización. Consciente o no, sus
palabras evocan, al menos en parte, una trama oculta del texto, una voz
silente —aunque parcialmente sonora— en los pliegues del discurso.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 271
Su taxativa demanda para que el Gobierno apoye el rápido incremento
de la industria del libro, implica, de hecho, la incertidumbre —acaso
también la certeza— de que las autoridades hagan algo en esa materia.
Es posible que el autor intuya, aunque sea parcialmente, que una vez
finalizado el período revolucionario las urgencias de los gobiernos se
trasladen hacia otros ámbitos e intereses.
Es por ello que el Dr. Aguirre (a pesar de la coyuntura desfavorable
para el desenvolvimiento de la lectura y del universo impreso), presenta
ahora —y no en otro momento— su proyecto; pues sospecha, ocultándolo
en los pliegues del texto, que, de no llevarse a cabo en esos instantes
de euforia creadora de la Revolución, se postergará ante la urgencia de
otras necesidades.
Los acontecimientos posteriores corroboraron su temerosa convicción.
Las vertiginosas demandas de los hechos políticos y militares, el arrollador
cambio de la realidad interna y externa, los enfrentamientos fratricidas,
la lucha por la emancipación americana, los complejos problemas de los
primeros gobiernos independientes, todo, en un amplio y caótico cuadro
coyuntural, influyó negativamente en el desarrollo de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires.
El gran impulso que esa entidad había alcanzado durante el período
1810-1812, a partir de su creación por la Primera Junta, pasando después
por la conmovedora donación de libros y dinero a instancia de los ciu-
dadanos, para luego finalizar con su inauguración formal por el Primer
Triunvirato, lamentablemente, fue una etapa superada e irrepetible. A
partir de entonces, luego del último acto de apertura, el establecimiento
comenzó un agónico letargo que se extendería hasta la caída de Rosas.
Por otra parte, se presentó una limitación que excedía los buenos deseos
del Gobierno: la orientación económica de la nueva burguesía criolla.
Esta nueva fuerza social, que había comenzado a gestarse principalmente
en Buenos Aires durante el siglo xviii, se inclinó, en general, hacia el
intercambio comercial y la ganadería de corte latifundista. De este modo,
los capitales se orientaron hacia esas dos grandes vertientes, llegando,
muy ocasionalmente, a invertirse en la industria.
La burguesía criolla, íntimamente relacionada con el puerto de
la ciudad, no apoyó, en este primer momento, el establecimiento de
importantes factorías y, por ende, la aparición de fábricas o talleres de
elaboración de papel u otras industrias relacionadas con el libro.

272 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


VI.3.8 — La importancia
de la conservación del papel [§13-15]

A partir de esta instancia y hasta su finalización, el artículo del Dr.


Aguirre se centra, nuevamente, en otro de los temas de su mayor interés:
la conservación del papel por el deterioro que le ocasionan los insectos,
en especial la polilla.
En este caso, tal como aconteció en otras ocasiones, el autor se anticipa
a su época. No se trata en esta oportunidad de una anticipación relativa
al deterioro de los libros ante los insectos o la humedad, tópicos, por otra
parte, que ya contaban con una abundante bibliografía, tanto antigua
como contemporánea. El adelanto del autor radica en su conciencia
—casi profesional— de un tema que hoy embarga a la Bibliotecología
moderna: el problema de la conservación del papel.
Entre las múltiples direcciones de su discurso —caracterizado, indis-
tintamente, por aspectos idealistas, utilitarios, técnicos o didácticos—
resta aún la aproximación a una nueva temática: el paulatino abordaje a un
conocimiento especializado.
En efecto, el texto se ha desarrollado de lo general a lo particular. Así,
luego de exponer sus puntos de vista en forma amplia y generalizadora,
con una marcada tendencia enciclopedista, al finalizar su exposición, se
centra en la preservación de los libros; esto es, en la imperiosa necesidad
de un saber especializado que regule la suerte final de los impresos en
el tiempo.
En la comprensión amplia de esta problemática, en su genuina y
honesta insistencia, en la racionalidad con la cual plantea la situación,
en la conciencia histórica que implica el cuidado de los materiales
bibliográficos para las generaciones venideras, subyace, en parte, la
originalidad del Dr. Aguirre; una originalidad que le permite predecir,
con dos siglos de antelación, la complejidad de la preservación de los
documentos, una de las coyunturas bibliotecarias más dramáticas de la
actualidad.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 273
VI.4 — Filología y discurso

VI.4.1. — Las palabras del título y


los diccionarios de la época

La aproximación al texto del Dr. Aguirre no solo implica un análisis


de sus ideas y del desarrollo intelectual de la exposición en un contexto
histórico determinado; entre otros múltiples abordajes es importante,
a modo de ejemplo ilustrativo, reflexionar sobre la pregunta siguiente:
¿cuáles eran los significados de las palabras con las que tituló su trabajo?;
es decir, ¿qué quiso decir el autor al elegir esta expresión: Idea liberal
económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital?
No es ocioso detenerse en este punto, ya que el encabezamiento de
toda obra, tal como acontece con el título seleccionado por el Dr. Aguirre,
constituye el resumen o la idea principal del autor. Por otra parte, el
análisis del significado de las palabras elegidas plantea el problema de
la intencionalidad del autor en el nivel de su discurso.
Así pues, en un primer acercamiento preliminar, es importante
analizar el significado de esos vocablos en los más importantes
repertorios del siglo XVIII; centuria, sin duda, en la cual se había formado
intelectualmente el Dr. Aguirre.
En primer término: ¿qué se entiende por “idea”? La Enciclopedia de
Diderot y D’Alembert, incluye dicho término en la lógica, afirmando
que

(...) encontramos en nosotros la facultad de recibir las ideas, de


percibir las cosas y de representarlas (...) las ideas constituyen
los primeros grados de nuestros conocimientos (...). Nuestros
juicios, nuestros razonamientos, el método que nos presenta la
lógica, no tienen propiamente por objeto más que nuestras ideas.
(Encyclopédie, 1751, 8, 489).

Se puede conjeturar que la “idea” que presentó el Dr. Aguirre es una


representación o percepción lógica y metódica de su pensamiento; un
modelo de plan o proyecto con una base fuertemente racional, aplicado a
una situación concreta: el desarrollo de la Biblioteca; lejos, por lo tanto,
de cualquier proposición azarosa o improvisada.

274 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


No obstante, dicha “idea” se encuentra modificada, en primera
instancia, por el rico significado del vocablo “liberal”. En el Diccionario
de la lengua castellana de la Real Academia Española, editado a principios
del siglo xix, se define el concepto del modo siguiente: “el que obra con
liberalidad, ó la cosa hecha con ella”; luego, en una segunda acepción,
sostiene: “expedito, pronto para executar qualquier cosa”; y por último
aclara el vocablo ‘liberalidad’: “virtud moral que consiste en distribuir
los bienes graciosamente y solo por el motivo de la honestidad, y es el
medio entre la prodigalidad y la avaricia” (Real Academia Española,
1803: 514).
Otro prestigioso repertorio de la época, el Diccionario castellano con
las voces de ciencias y artes, de Esteban de Terreros y Pando, en líneas
generales, afirma lo mismo, al expresar que “liberal” es el individuo
“dadivoso”; pero, en la entrada siguiente, aclara que “se toma tambien
por expedíto” (Terreros y Pando, 1787, 2: 447).
El concepto, pues, en el discurso del Dr. Aguirre apela, inequívoca-
mente, a estas dos vertientes; se trata, por un lado, de llevar a cabo una
“idea” de proyecto de un modo amplio, honesto y desinteresado; es de-
cir, en un justo término medio que abarca a todos los habitantes de lo
que hasta entonces era el Virreinato del Río de la Plata; y por otro lado,
este generoso plan debe ser ejecutado en forma rápida y eficiente, sin
dilaciones.
Empero, las palabras “idea” y “liberal”, cargadas de múltiples
significados pertenecientes a la lógica, al mundo moral y al artístico-
literario —como el caso de “idea” (Panofsky, 1989; Curtius, 1975)—,
indudablemente, resultaron insuficientes cuando el Dr. Aguirre intentó
llevar a la práctica su proyecto. Es por ello que, una vez delimitado el
marco teórico y filosófico de su propuesta, debe recurrir a dos vocablos
activos y dinámicos para ejemplificar sus convicciones en el mundo real;
estos vocablos —“economía” y “fomento”— son los encargados de llevar
la acción a lo largo del discurso.
A fines del siglo XVIII, el ya citado Terreros y Pando explica el término
economía como el “arte de administrar bien [;] conducta y gobierno
prudente (...) dicese, no solo á cerca de los bienes, sino de la razon,
ciencia, &c. Dios hizo con economía todas las cosas” (Terreros y Pando, 1787,
2: 4-5). De este modo, la condición fundamental para que el generoso y
expeditivo plan del Dr. Aguirre sea una realidad se sustenta, entonces,
en un manejo dinámico de la Biblioteca Pública de Buenos Aires; una
política administrativa que contemplare a esa institución como el centro,
del cual, en el futuro, se irradiará la “ilustración pública”.
Sin embargo, esta primitiva política de gestión no debe ser pasiva
ni tener como único objetivo la posibilidad de un prudente gobierno.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 275
No es suficiente, por consiguiente, la fuerza equilibrada de la palabra
“administrar”; es por ello que el autor no vacila en utilizar —en lo
sucesivo y ya redondeando el título de su trabajo— un verbo caro a la
Ilustración: “fomentar”. Una palabra, en definitiva, que le sirve para
afirmar la dramática intensidad del desarrollo integral y coordinado de la
Biblioteca con los medios de producción, por más artesanales que sean.
La edición de 1771 del famoso Dictionnaire de Trévoux sostiene sobre
‘fomentar’: “término de Medicina. Aplicar una fomentación sobre una
parte enferma”; luego, en la entrada correspondiente a ‘fomentación’, la
define como “remedio líquido que se aplica sobre alguna parte enferma”
(Dictionnaire universel, 1771, 4: 223). En cuanto al repertorio de Terreros
y Pando, este autor agrega un matiz de interés, pues incorpora a la
voz ‘fomentar’ las nociones de “acalorar, mantener, aumentar, llevar
adelante” (Terreros y Pando, 1787, 2: 175). Finalmente, el Diccionario de
la Real Academia precisa, entre otras cosas, que dicho término significa
“excitar, promover, ó proteger alguna cosa” (Real Academia Española,
1803: 410).
Además, es interesante observar, aunque sea en forma colateral ya
que escapa a la temática de esta investigación, el hecho de que acaso
el vocablo “capital” (término que también se encuentra utilizado en el
“reglamento provisional” de la Biblioteca) constituya una referencia
léxica de carácter centralista por parte de Buenos Aires en detrimento
de la identidad de los “pueblos” —ciudades— del Interior, esto es, la
presencia y el uso de un centralismo lingüístico.
En líneas generales, y a modo de conclusión provisional, es posible
ensayar una explicación de las palabras que forman parte del título
elegido por el Dr. Aguirre. Así pues, en esta primera aproximación
a la Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital,
podemos conjeturar, según los repertorios más importantes del siglo
XVIII y comienzos del XIX, que el autor intenta presentar un plan para el
desarrollo integral de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Pero dicha planificación consiste en un amplio y ambicioso proyecto,
cuyo último fin es el bienestar cultural de todos los habitantes de
“estas provincias”; un plan ideal pero expeditivo en su realidad y
coherencia interna; un designio que va más allá de una simple y correcta
administración de fondos bibliográficos y posibles presupuestos; en fin,
una idea revolucionaria, pues concibe la Biblioteca como una entidad
íntimamente vinculada con el pleno desarrollo económico y social de
estas regiones.

276 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


VI.4.2 — Análisis cuantitativo del discurso

Es interesante, además, observar la frecuencia de algunas palabras


empleadas por el Dr. Aguirre en su discurso; vocablos, por otra parte,
que caracterizan las particularidades filosóficas e ideológicas de la época.
Indudablemente, y con la precaución que demanda el empleo de estos
métodos, la palabra-polo (Goldman, 1988: 46) que aglutina la totalidad
del pensamiento del autor de la Idea liberal económica es el término
“biblioteca”. Alrededor de este término se estructuran, en una rica y
vívida relación de cruzamientos múltiples, un conjunto de palabras que
expresan el desarrollo conceptual y práctico de lo que se entendía en ese
entonces por Biblioteca.
De este modo, los vocablos y su ocurrencia definen y condicionan a la
palabra Biblioteca, tal como se desprende de la lista siguiente, en la cual
se identifican términos y frecuencia de aparición:

papel/s = 51
Biblioteca /establecimiento = 28
polilla/insectos = 20
libro/s = 19
imprenta/reimpresión = 15
preservar = 12
corrupción (papel/libros) = 11
fomento/fomentar = 7
ilustración = 5

Gracias a estos guarismos es posible observar que el discurso del


Dr. Aguirre, en primera instancia, tal como se había esbozado, se centra
en el análisis del desarrollo de la estructura bibliotecaria. Pero en un
segundo momento, ya en forma más acusada, se aboca al problema de
la conservación del papel. Nos hallamos ante las dos grandes vertientes
temáticas de su exposición.
En este punto se plantea una pregunta de real significado: ¿cuál de
esos dos temas privilegió el Dr. Aguirre? Sin lugar a dudas, el tópico
principal fue la Biblioteca, pero su interés por la conservación de los
impresos lo lleva, si bien a no abandonar este asunto, a incursionar en el
otro, aunque, inequívocamente, en estrecha relación con el primero. De
ahí, en cierto punto, su confusión expositiva y la relativa falta de claridad
del discurso en la transición del primer tema de su interés (la Biblioteca)
al segundo (la preservación).
Esta confusión es más aparente que real. Según el pensamiento
del autor, el trayecto temático que ejemplifica el itinerario de la palabra

A L E J A N D R O E . PA R A D A 277
“biblioteca”, transcurre, a lo largo de la exposición, por las distintas
etapas de lo que él entiende por desarrollo bibliotecario. Luego de aclarar
esta situación, se centra en la imperiosa necesidad de la preservación de
los materiales bibliográficos.
Las actuales investigaciones referidas a los discursos políticos durante
la Revolución de Mayo, plantean la posibilidad de un entendimiento
más rico y profundo de la Idea liberal económica; análisis, por otra parte,
que excede las posibilidades del presente estudio.
Sin embargo, es en dicho tópico donde los futuros aportes serán más
necesarios. Es así como el estudio del discurso de Mariano Moreno, Juan
José Castelli y Bernardo Monteagudo, entre otros, en relación con el
empleo de ciertas palabras, tales como patria y pueblo/s, puede compararse
con el uso de esos términos (u otros afines) en el caso del Dr. Aguirre. Así
se podrá determinar en el texto de este último, aunque aún en el ámbito
de posibles conjeturas, la red semántica de oposiciones entre los diversos
vocablos y las relaciones de estos en distintas circunstancias del texto
—atributos, equivalencias, vínculos, asociaciones, jerarquías, etcétera
(Goldman, 1988 y 1992).
Entretanto, es importante observar el llamado que hace la Primera
Junta en la Gaceta de Buenos Aires, el 13 de septiembre de 1810, en el
conocido artículo —atribuido a Moreno— titulado Educación. Allí, el
secretario de la Junta, solicita el auxilio de los “hombres sabios y patriotas”
para llevar a cabo la fundación de la Biblioteca (Goldman, 1988: 140;
Junta de Historia, 1910: 384). Y en este contexto, probablemente, la Idea
liberal económica del Dr. Aguirre posee otra lectura, pues el proyecto para
fomentar la Biblioteca no sería otra cosa que la respuesta que demandaba
Moreno de parte de los hombres “ilustrados”; esto es, el compromiso de
los más instruidos con la suerte de la Revolución.
La creación de la Biblioteca Pública por la Primera Junta revolucionaria
constituye un acto de política cultural. Lo novedoso no es su inauguración,
pues la idea de esta entidad pública ya estaba en la sociedad porteña
desde mucho tiempo atrás; lo realmente novedoso es el uso político que se hace
de este establecimiento cultural para afirmar los principios de la Revolución.
Desde esta óptica, el discurso del Dr. Aguirre es coherente con la idea
coordinada e integral que él posee de aquello que debe ser una Biblioteca:
un lugar revolucionario en cuanto a su capacidad para instruir a los
ciudadanos.
En un futuro, no obstante, el presente análisis cuantitativo deberá
completarse con una interpretación cualitativa de los discursos existentes
entre el poder político y la sociedad civil, entre la construcción de consen-
so y el disciplinamiento de la opinión pública, entre la ciudadanía y su
participación política (Goldman y Souto, 1997; Goldman, 1998; Sabato y

278 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Lettieri, 2003; Chiaramonte, 2004 y 2007; Ternavasio, 2004 y 2007; Garava-
glia, 2007) y, fundamentalmente, con el análisis y la identificación concep-
tual de los términos del lenguaje político y social en Iberoamérica (Fernán-
dez Sebastián, 2007). Estos enfoques, necesariamente, se abordarán con los
nuevos aportes teóricos de la Bibliotecología moderna (Thompson, 1977;
Urquhart, 1981; Molina Campos, 1995; Rendón Rojas, 1997; Budd, 2001 y
2004).

VI.5 — Libros y lecturas

El estudio de los autores citados por el Dr. Aguirre para fundamentar


el aparato erudito de la exposición, corresponde, inequívocamente, tal
como se ha mencionado, a los lineamientos generales de la estética de
la Ilustración. La literatura y la estructura de sus referencias se orientan
hacia el pensamiento del siglo XVIII, con características tales como el enci-
clopedismo, el cosmopolitismo y la intencionalidad didáctica.
Sus lecturas, dentro de este marco, abarcan varias tendencias biblio-
gráficas que son, a grandes rasgos, las siguientes: neoclásicas, técnicas
o profesionales, de cultura general o paraprofesionales, y propias de la
Ilustración.
De los 30 autores citados en su trabajo, nada menos que 11 (casi el
37%) corresponden a personajes o divinidades de la cultura latina, ta-
les como Horacio, Virgilio, Octavio, Ovidio, Salustio, Cicerón, Plinio el
Viejo1, Columela, Apolo, Ceres y Minerva; afirmándose, de este modo, la
influencia del neoclasicismo en las lecturas del Dr. Aguirre.

1
En más de una ocasión el Dr. Aguirre consultó la Historia natural de Plinio para la
redacción de su trabajo. No solo lo hizo cuando describió los distintos materiales de
escritura, sino que también menciona al autor latino, como fuente de primera mano en
la fabricación del papiro, al afirmar: “Plinio describe circunstanciadamente las diferentes
qualidades[,] formas y metodo del papel, el modo de prepararlo y colarlo, las distintas
materias de que se hacia, y las alteraciones que ha padecido un articulo tan necesario”
[§11].(Cfr. Pline L’Ancien. 1956. Histoire naturelle; texte établi, traduit et commenté par A.
Ernout. Paris: Les Belles Lettres. Livre XIII, § xxi-xxvi, p. 40-45).
No obstante, la constante presencia del naturalista romano en la exposición del Dr. Agui-
rre aún nos depara otra sorpresa. Al comentar el jurista cordobés la facultad preservativa
de las hojas de los cítricos, menciona al autor Decandez (probablemente Candolle) como
la fuente bibliográfica de la información. Dicho autor, inequívocamente, se basó también
en un pasaje de Plinio, que sostiene en su Historia natural: “Et libros citratos fuisse; prop-
terea arbitrarier tineas non tetigisse” [Los libros envueltos en las hojas de los cítricos no
son atacados por las polillas] (ibídem, Livre XIII, §xxvii(13), p. 46).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 279
En segundo término se destacan, en un pie de igualdad con el tópico
precedente, un conjunto de autores y editores provenientes del área
técnica o profesional, divididos en dos grupos distintos. Los relacionados
con la conservación del papel, tales como Christoph Ernst Prediger
(1701-1768)2, Lemonte (probablemente se refiera a Mr. Le Moine)3 y
Decandez (al parecer se trata de Augustin Pyrame de Candolle, 1778-
1841)4; a estos últimos debe agregarse un nombre no identificado: Mr.
Reybellon. Y aquellos autores, finalmente, vinculados con la imprenta o
que hacen referencia a ella: el geógrafo Edme Mentelle5 (1730-1815), John
Baskerville (1706-1775), Benito Monfort y Besades (1715-1785), Joaquín
Ibarra y Marín (1725-1785), etc., sumando ambos grupos 10 menciones
(el 33,3%).

2
El título de la obra de Christoph Ernst Prediger (citado en dos ocasiones por el Dr.
Aguirre como Mr. Perdiger [§ 13 y 14]), es el siguiente: Der in aller heut zu Tag üeblichen
Arbeit wohl anweisende accurate Buchbinder und Futteralmacher... Anspach: Poschische Ho-
fbuchhandlung, 1751-1772, 4 vol. Se trata de la obra más importante en lengua alemana
sobre “encuadernación y forros (o cubiertas) de libros” del siglo xviii, editada en varias
oportunidades. Fue una obra cuyo prestigio se extendió hasta comienzos del siglo xx,
pues aparece en la bibliografía consultada por C. Houlbert en Les insectes ennemis des
livres: leurs moeurs – moyens de les détruire (Paris: Alphonse Picard, 1903, Index biblio-
graphique, p. xxvii, 1); este último libro figura, además, entre las obras que fueran del
general Bartolomé Mitre (Museo Mitre. 1907. Catálogo de la Biblioteca. Buenos Aires:
Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. p. 265, Sig. actual: 13.4.13). Por otra parte, en
Alemania (1976 y 1978) se han realizado ediciones, estudios o antologías de este impor-
tante libro de Prediger.

3
Es muy probable que la mención a Mr. Lemonte [§ 15] se refiera (pues los errores de
grafía son frecuentes en el artículo del Dr. Aguirre) a Mr. Le Moine, autor de un trabajo
titulado Sécret pour preserver les livres, les parchemins, les papiers de la moisissure, des mites &
des vers. (Cfr. Gazette Salutaire. Bouillon, 1766, No. 8).

4
Posiblemente, el apellido Decandez [§ 13] se refiera al botánico Augustin Pyrame de
Candolle, quien a comienzos del siglo xix editó una importante obra: Plantarum succulen-
tarum historia ou Histoire des plantes grasses (Paris: Garnery, 1799-1803, 4 vol).

5
El Dr. Aguirre, al parecer, se refiere a la obra de Edme Mentelle titulada Noveau voyage en
Espagne (¿Paris?, 1787, 3 vol.). Dicho autor alcanzó una significativa divulgación durante
el siglo xviii, tanto en Europa como en América; su libro más importante (acaso también
consultado por el Dr. Aguirre) fue la Géographie comparée, ou analyse de la géographie
ancienne et moderne des peuples de tous les pays et de tous les âges (Paris, 1778-1884, 7 vol.;
vols. 6 y 7: Espagne ancienne y Espagne moderne). No es de extrañar el conocimiento de
los libros de Mentelle por el Dr. Aguirre en el Río de la Plata. Francisco José de Caldas,
en el Virreinato de la Nueva Granada, lo había consultado con cierta frecuencia e influyó
en su formación como científico y naturalista; situación que demuestra la difusión de
los trabajos del geógrafo francés en los ámbitos científicos de la América española (Cfr.
Caldas, Francisco José. 1992. Un peregrino de las ciencias. Edición, introducción y notas
de Jeanne Chenu. Madrid: Historia 16. p. 97).

280 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


A continuación, se encuentra un grupo de escritores (en los que se
incluye un traductor y un rey azteca) que forman parte de un saber
enciclopédico o de cultura general, tales como el Infante Don Gabriel
(traductor de Salustio), Moctezuma II (1466?-1520), el naturalista y
erudito español José de Acosta (1540-1600), los historiadores Blas Valera
(1551-1597) (Cabral, 1913: 56-59; Valera, 1945; Porras Barrenechea, 1963:
127-28) y El Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), y Miguel de Cervantes
y Saavedra (1547-1616), citado indirectamente por El Quijote, totalizando,
en su conjunto, 6 menciones (el 20%).
En último término, tres autores (10%) vinculados con la Ilustración:
Andrew Kippis6 (1725-1795), el polémico polígrafo y biógrafo del capitán
Cook; José Gálvez (1729-1786), el político español que dio nueva forma al
comercio con las colonias españolas; y Bernardo Ward (fl. XVIII), autor del
famoso Proyecto económico en que se proponen varias providencias, dirigidas
a promover los intereses de España, con los medios y fondos necesarios para
su plantificación (1779), libro en el cual se plantea el aspecto positivo de
la introducción de productos extranjeros en América. (Es importante
señalar, además, que el título de la obra de Ward —autor aparentemente
leído por el Dr. Aguirre— despierta ciertos ecos y correspondencias con
la Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital).
Otro aspecto de real interés en las lecturas del Dr. Aguirre es la pre-
sencia de su vocación cosmopolita pautada, en líneas generales, por un
franco optimismo. En cierto modo, el autor es un ciudadano del mundo.
Es por ello que cita una gran cantidad de países, ciudades y lugares geo-
gráficos. Las menciones son abrumadoras para la extensión del trabajo.
Esta inclinación por la topografía mundial, contando los nombres repe-
tidos, suma en total 62 citas, tanto de sitios antiguos como modernos
(incluye una importante lista de localidades americanas).
Una mención aparte merece su refinado gusto por los libros bellamente
impresos, pues además de haber sido un consumado lector cuyas
inclinaciones estéticas abarcaban una variada amplitud de materias,
fue también un hombre con tendencias bibliófilas. Estas inclinaciones se
manifiestan cuando menciona las notables impresiones de Baskerville,
Monfort, Ibarra y los elzevirianos.

6
La obra de Kippis que alcanzó mayor divulgación en América fue: Historia de la vida y
viajes del Capitán Jaime Cook. Traducida por Cesáreo de Nava Palacio. Madrid: Imprenta
Real, 1795, 2 vol.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 281
Era un hombre, entonces, cuya relación con la lectura implicaba,
entre otras cosas, un conjunto de prácticas y usos característicos de la
modernidad. Esta afición por las obras bien impresas, tanto en forma
como en contenido, demuestra su refinamiento estético en dicha materia;
estética, por otra parte, que fue compartida, ya en esos tiempos, por otro
ilustre hombre culto íntimamente vinculado a la Biblioteca Pública de
Buenos Aires, el presbítero Luis José Chorroarín, quien poseía entre los
libros que donara a esta nada menos que el famoso Manuel du libraire et
de l’amateur de livres de Jacques Charles Brunet (Parada, 1998a, 1: 360).
Nada escapa a la mirada erudita y enciclopédica del culto jurista
cordobés. Sus lecturas ponen en evidencia una amplia gama de intereses
y hábitos lectores, tales como la Historia Antigua y Moderna, la
fabricación del papel, la historia de la escritura y del libro, el estudio de
la cultura latina, el detalle curioso y didáctico por la geografía, el interés
por la imprenta y los bellos libros, etc.
Sin embargo, este bagaje de obras y lecturas orientadas hacia
bibliografías fragmentarias y de difícil identificación, posee una fuente
común, un sendero principal del cual se bifurcan otros, tanto o más
complejos: el amor por el libro y la fe didáctica en la Biblioteca7.

Es posible –aunque no es seguro– que el Dr. Aguirre haya leído otras fuentes de amplia
7

difusión en ese entonces en el Río de la Plata. Es así como para la invención del papel, el
estudio de los soportes de la escritura y el deterioro de los libros por los insectos, al pare-
cer, pudo haber consultado dos obras de gran divulgación: el Espectáculo de la naturaleza,
o conversaciones acerca de las particularidades de la historia natural, de Noël Antoine Pluche
(4a. ed. Madrid: Imprenta Real, 1785, Tomo 13, p. 181-196; Ibídem, Tomo 1, p. 60-62) y el
Teatro crítico universal, o Discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores
comunes, de Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (Nueva impr. Madrid: Imprenta de
Blas Román, 1778, Tomo 4, Discurso 12, XX, 54, p. 333-334; Ibídem, Suplemento de el
[sic] Theatro crítico o adiciones y correcciones. Madrid: Imprenta de los Herederos de
Francisco del Hierro, 1746, Tomo 9, p. 93-95).
Otra obra cuya posible incidencia debe tenerse en cuenta, si bien antigua y con mayor
improbabilidad en cuanto a su consulta por Aguirre, es la famosa Plaza universal de todas
ciencias y artes, del polígrafo español Cristóbal Suárez de Figueroa (cfr. Madrid, 1733,
Discurso IX, p. 582-586 y p. 591-592).
A todo esto deben agregarse los estudios realizados por el gran entomólogo francés René
Antoine Ferchault de Réaumur (1683-1757), en cuya obra capital Mémoires pour servir á
l’histoire des insectes (Paris: Imprimerie Royale, 1734-1742), fue el primero en tratar los
métodos para combatir la destrucción de los libros por las polillas; métodos, por otra
parte, que recogieron todos los autores que consultó el Dr. Aguirre.

282 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


VI.6 — Otros antecedentes
sobre la fabricación del papel y el problema
de la conservación de los libros

Resulta curioso, o al menos de interés, observar la frecuencia de apa-


rición de algunos temas bibliotecarios durante el siglo XIX y que hoy po-
seen una significativa actualidad; tópicos, por otra parte, que presentan
ciertas características relevantes. Algunos de ellos, tales como la fabri-
cación del papel y la conservación de los libros, fueron estudiados por
primera vez en la Argentina, por el Dr. Aguirre. Y debido a su mención
en distintos impresos de ese siglo permiten conjeturar la presencia de
una tendencia bibliotecaria desconocida hasta la fecha, si bien modesta
y elemental.
El Dr. Aguirre fue el primero en plantear en 1812, muy anticipadamen-
te, el problema de la fabricación del papel y su conservación en las biblio-
tecas. Pero esta inquietud no se presentó como un acontecimiento aislado;
por el contrario, durante varias décadas fue un tema recurrente en la pren-
sa periódica porteña, aunque con intereses disímiles y diversos.
La primera referencia detectada, en cuanto a la elaboración papele-
ra, es un aviso que se publicó en La Gaceta Mercantil del sábado 19 de
mayo de 1827, quince años después del artículo del Dr. Aguirre. En esa
ocasión, el comerciante de origen francés Eduardo Loreilhe [o Loreille]
(Cutolo, 1968, 4: 272), cuya casa de comercio —situada en la calle Florida
No. 28 y 30— estaba en sociedad con Washington de Mandeville, ofreció
en venta “una máquina para hacer papel y cartón” (Apéndice B).
En el anuncio se puntualizaba que la máquina poseía todos los
“útiles necesarios” para su correcto funcionamiento y lo más interesante,
además, era que el Sr. Loreille ofrecía, al futuro comprador, un oficial
entrenado en su funcionamiento (Parada, 1998b: 43).
Se trata de un aviso muy sugestivo. En 1827, cuando la totalidad
del papel era importado de Europa o Estados Unidos, debido a la
ausencia de fábricas en estas orillas, ya existía, aunque al parecer muy
precariamente, una “máquina” que fabricaba papel y cartón. Y el
anuncio, en este punto, es elocuente: la máquina no solo funcionaba, lo
que implicaba que ya había producido papel, sino que, además, existía
un operario especializado en su uso, lo que significaba, sin duda, que
había un conocimiento idóneo del oficio.
Otra importante referencia relacionada con la elaboración de papel,
apareció publicada en El Recopilador del año 1836. Este periódico,

A L E J A N D R O E . PA R A D A 283
dirigido por César Hipólito Bacle e ilustrado con numerosas láminas,
era continuación del primer periódico con litografías editado en Buenos
Aires: El Museo Americano o el Libro de Todo el Mundo, también fundado
por Bacle (González Garaño, 1933; Trostiné, 1953).
En el número 11 de El Recopilador de 1836, se publicó un artículo breve,
titulado Fabricación del papel. Y en esa instancia, nuevamente, se repetían
las etapas de su elaboración, tal como lo había hecho el Dr. Aguirre en
1812, aunque ahora con un lenguaje más directo y sencillo.
Así pues, apenas un cuarto de siglo después, la intencionalidad se-
guía siendo la misma: transmitir, en forma didáctica y utilitaria, los pro-
cedimientos para la fabricación del papel. Aunque el artículo era muy
modesto —acaso su finalidad última fuera brindar un conocimiento for-
mal y elemental— su presencia señalaba, en esta segunda ocasión, aquello
que también había sostenido el Dr. Aguirre: la urgente necesidad de impulsar
la fabricación del papel en el antiguo Virreinato del Río de la Plata.
Pero el principal interés que el Dr. Aguirre manifestaba en su artículo
era el problema de la conservación de los libros. Para él, dos agentes
ocasionaban el deterioro de los materiales bibliográficos: la humedad
(tópico que cita, pero que no desarrolla) y, fundamentalmente, la acción
de los insectos (polillas). Estos dos tópicos, al igual que la fabricación del
papel, tuvieron varios antecedentes en nuestro país durante el siglo XIX;
antecedentes, por otra parte, que subrayan la necesidad de estudiar el
origen y la evolución del discurso bibliotecológico de la época.
El Dr. Aguirre se anticipó a muchos de los inconvenientes que debió
afrontar la Biblioteca Pública de Buenos Aires; limitaciones, sin duda
alguna, que pudieron evitarse si se hubiera ejecutado su plan.
Un ejemplo de ello es la carta inédita que remitió el 13 de febre-
ro de 1841 quien era a la sazón el director de dicho establecimiento,
D. Felipe Elortondo y Palacio (Apéndice C). La esquela, dirigida en for-
ma dramática al “Señor Oficial Mayor del Ministerio de Gobierno”, re-
sumía el grado de deterioro y abandono en el que había caído la Biblio-
teca. En ella, preocupado por el deterioro de los libros, inequívocamente,
afirmaba:

Su estado [el de la Biblioteca] cada día es más aventajado á una


completa ruina en la mayor parte de sus habitaciones. Especialmente
en los días lluviosos sufren notablemente los libros, porque siendo
muchas las goteras, no hay el arbitrio de trasladarlos de un punto
a otro.

284 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Elortondo y Palacio, en última instancia, sostenía la necesidad de una
solución “urgentísima” a esa compleja situación, pues ya era la tercera
vez que recurría a las autoridades sin recibir respuesta satisfactoria
alguna. Ignoramos si en esta oportunidad sus requerimientos fueron
escuchados.
A continuación, dentro de este conjunto de documentos que revelan
la existencia de una modesta tendencia relacionada con la fabricación del
papel y la conservación de los libros, es oportuno citar, al sintetizar dicha
tendencia, una importante monografía de Bartolomé Mitre. Se trata del
artículo Los bibliófagos (Mitre, 1881).
En este trabajo Bartolomé Mitre se ocupa “del mundo tenebroso de
la polilla” y de otros insectos, en cuanto a su perjudicial incidencia en
las bibliotecas. Luego de mencionar a varias autoridades en este tema
(Réaumur, Vanquelin, D’Alambert, Nodier, Ruoveyre, Humboldt, West-
wood, Berg, Burmeister, etc.), y de describir con su debida taxonomía
científica a varias especies del Río de la Plata, reflexiona sobre los méto-
dos más eficaces para combatir esta plaga, algunos de ellos similares a
los esbozados por el Dr. Aguirre.
No sabemos fehacientemente si Bartolomé Mitre conocía el escrito
del Dr. Aguirre, pero ante este dilema una respuesta positiva no esta-
ría fuera de la realidad, pues fue un amante de los libros y consumado
bibliógrafo; además, entre el notable acervo de diarios argentinos que
poseía en su nutrida biblioteca, figuraba la colección de El Grito del Sud
(Museo Mitre, 1907: 471, sig. 21.4.7).

Luego de mencionar estos tempranos ejemplos sobre el mundo del


libro y las bibliotecas en la Argentina, cuando el panorama bibliográfico
se caracterizaba por su pobreza, resulta de importancia resaltar dos
aspectos relevantes del escrito del Dr. Aguirre, ya que es necesario
esperar a las contribuciones de Domingo Faustino Sarmiento y Vicente
G. Quesada para poseer referencias, de esa envergadura, relacionadas
con la literatura bibliotecológica.
En primer término, no obstante la escasez de escritos similares, el
artículo del Dr. Aguirre inauguró una orientación bibliotecaria sobre la
elaboración del papel y la preservación de los impresos —aunque menor
y humilde— que se extendería por varias décadas hasta culminar en la
contribución de Mitre; y en segunda instancia, es significativo observar
que el trabajo titulado Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca
de esta capital, del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda, que fuera publicado

A L E J A N D R O E . PA R A D A 285
en el año 18128 en el periódico porteño El Grito del Sud, constituye,
hasta la fecha, el primer antecedente de literatura bibliotecológica en la
Argentina, en cuanto a texto concebido como estructura independiente
para abordar discursivamente los problemas bibliotecarios.
Escrito a pocos meses de la inauguración de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires, no solo es una temprana contribución a esa disciplina sino
que, ante todo, resulta un proyecto de desarrollo integral y coordinado del
libro y la biblioteca, similar, en este sentido y salvando las distancias, a lo
que hoy se denomina planificación bibliotecaria.
Su mayor curiosidad reside, acaso, en su carácter de creación
inesperada, aislada y extemporánea; un aporte original que, al parecer,
carece de un horizonte similar tanto en el pasado como en el futuro
inmediato, aunque se trate de un texto con varias voces intertextuales y
con constantes referencias a “otras” lecturas.
No obstante, dicho aislamiento se refiere a nuestra literatura biblio-
tecológica de la primera mitad del siglo xix, ya que su estructura y su
ámbito discursivo, señalan, inequívocamente, la apropiación de las ideas
filosóficas y económicas de la Ilustración. Por otra parte, su configura-
ción comparte varios elementos de la concepción estética neoclásica; de
allí la constante referencia a la cultura latina.
Las ideas bibliotecarias del Dr. Aguirre se encuentran íntimamente
vinculadas con el pensamiento político de la Revolución de Mayo.
Muchos de los elementos que caracterizan a este momento social del
Río de la Plata se hallan en el texto de la Idea liberal económica. En líneas
generales, es posible identificar algunos de estos aspectos.
El proceso revolucionario había heredado de la época colonial una
compleja tensión de identidades grupales disímiles. Esta situación fue
propicia para la existencia de múltiples soberanías, representadas por las
distintas ciudades (“pueblos”) y sus regiones de influencia (las futuras
provincias) en disputa con el poder centralista de Buenos Aires que
preconizaba una única soberanía. Por lo tanto, los discursos políticos de
la época reflejan, a través de una terminología cambiante, la ambigüedad
de este proceso. Vocablos como “pueblos”, “provincias”, “capital”,
“patria”, etcétera, manifiestan un momento donde las definiciones
político-sociales se identifican por su provisionalidad.
En este campo, el discurso lingüístico del Dr. Aguirre no es una
excepción. Su terminología, al igual que la que se empleaba en los

8
Es oportuno señalar que el tema del deterioro de los libros debido a la acción de los in-
sectos alcanzó cierta difusión popular cuando la revista PBT publicó en 1910 un artículo
–profusamente ilustrado– titulado “Los insectos que comen los libros” (PBT, Año 7, no.
311, 12 de noviembre de 1910).

286 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


impresos gubernamentales, tanto internos como oficiales, o la que
reproducía la prensa periódica de ese período, posee prácticamente la
misma intencionalidad de apropiación y uso.
Otro elemento significativo, común en una gran cantidad de textos
de los primeros años de la Revolución e inequívocamente presente en
la Idea liberal económica, lo constituye una especie de identidad política
con variadas referencias al ámbito español-americano (Chiaramonte,
2007: 122). En el caso del Dr. Aguirre, esta presencia lingüística se hace
patente en su amplia concepción “americana” de la Biblioteca Pública,
cuya profusa mención es sugestiva.
A todo esto debe agregarse un concepto clave para muchos líderes
de la Revolución de Mayo: la imperiosa necesidad del derecho de
todo ciudadano para acceder al conocimiento. Esta idea se torna casi
obsesiva en el Dr. Aguirre cuando sostiene, en reiteradas ocasiones, la
impostergable necesidad de fomentar la instrucción.
Nos hallamos, pues, ante un proceso de amplia laicización de las
representaciones y las prácticas de la civilización escrita e impresa.
Estas se plasmaron, especialmente, en la materialidad de un conjunto
de productos culturales, entre ellos, las “textualidades discursivas” que
posibilitaron la creación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires.
Sin embargo, el punto clave se centra en el tratamiento político del
discurso del Dr. Aguirre. Este tópico es el que vincula y enlaza, en
diversos grados de identidad, a su contribución con el pensamiento
revolucionario de Mayo. Es en esta esfera entonces donde se observa la
imbricación y la dinámica convivencia entre la creación de la Biblioteca
Pública y el pensamiento bibliotecario de la época.
El texto no se agota en estas primeras aproximaciones. La biblioteca,
para el Dr. Aguirre, es, además, una institución gregaria y paradigmática,
pues en ella conviven, en una rica y compleja dinámica, aspectos ideales,
filosóficos, pragmáticos y utilitarios, técnicos, morales y religiosos. Em-
pero, en última instancia, esta entidad requiere un importante desarrollo
económico e industrial para cumplir con sus designios filantrópicos.
Asimismo, el texto del Dr. Aguirre constituye un primer antecedente
de la importante difusión que, en el futuro, alentaría la enseñanza
estatal a lo largo del siglo xix. El discurso bibliotecario de esa centuria
se caracterizó, tal como ya se encuentra modestamente prefigurado en
las palabras del jurista cordobés, por la unión estrecha y solidaria entre
biblioteca pública e instrucción pública (Chartier-Hébrard, 1994: 113).
Es necesario señalar, al mismo tiempo, para no caer en una excesiva
valoración del trabajo del Dr. Aguirre, que este es un aporte con varias
aristas modestas y limitadas, sin restarle por ello su notable trascendencia.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 287
Por momentos, por ejemplo, la exposición es confusa y desordenada; la
riqueza de ideas, en ocasiones, se torna contradictoria (tal el caso de la
concepción —en forma simultánea— de la biblioteca desde una mirada
idealista y utilitaria); y la tendencia a la estética del neoclasicismo, en
varios tramos del texto, conduce al autor al empleo de figuras retóricas
que desdibujan sus pensamientos. Su interés por exponer los problemas
que hacen a la conservación del papel y de los materiales bibliográficos,
divide el artículo en dos partes independientes y casi inconexas: el
“fomento” de las bibliotecas gracias al desarrollo de la industria del libro
(los párrafos más importantes), y las técnicas y procedimientos para
fabricar el papel y asegurar su conservación.
A pesar de estas limitaciones, más de forma que de contenido, el
artículo inaugura, sin duda alguna, nuestra literatura bibliotecológica
conjuntamente con la Revolución de Mayo. Asimismo, aunque con
una intensidad aún débil y dispersa, también esboza el inicio de una
constante bibliotecaria alrededor de la elaboración del papel y la
conservación de los libros durante el siglo XIX; tema que en la actualidad
goza de plena vigencia y que constituye un tópico de primera línea en la
Bibliotecología. En ese sentido el discurso del Dr. Aguirre posee algunos
elementos característicos de la modernidad.
Es necesario recordar que la Biblioteca Pública de Buenos Aires de-
bió su inauguración al legado decidido y desinteresado, tanto pecuniario
como de libros, de los habitantes, en su mayor parte, de la capital (exis-
tieron además fundamentales aportes desde Córdoba y otros lugares del
antiguo Virreinato). En ese entonces existía un amplio consenso sobre
la urgencia impostergable de dicha institución. El texto del Dr. Aguirre,
al leerlo hoy, trasmite ese anhelo político de la Biblioteca como entidad
eminentemente cultural y social. Sin embargo, cuando la Biblioteca dejó
de ser una prioridad ciudadana y comunitaria; cuando el Gobierno, de-
bido a otras emergencias mayores, no pudo destinarle recursos, el esta-
blecimiento, inevitablemente, decayó.
Lo sugestivo del artículo radica, sin duda, en la capacidad de
trasmitir el impulso civilizador y de libre circulación del universo
impreso que significó la inauguración de esa entidad en ese entonces,
ya que la Biblioteca Pública, tal como lo expresó Jesse H. Shera, “debió
su nacimiento a los deseos, a las necesidades y a las experiencias de la
gente” (Shera, 1965: 247).
De este modo, aun con su modestia y sus vacilaciones, nos hallamos
ante un documento inaugural de la Bibliotecología argentina, ante un
texto precursor de nuestra historia de las bibliotecas, ante un artículo
ineludible para comprender los inicios de nuestro pensamiento
bibliotecario.

288 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


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292 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Apéndice A

IDEA LIBERAL ECONÓMICA SOBRE EL FOMENTO


DE LA BIBLIOTECA DE ESTA CAPITAL

Neque enim satis est possidere velle, si collere conservare non possis. Columella
de re rustica.

[1] En un gobierno tempestuoso erigido entre las convulsiones de una


revolucion, nada puede prosperarle mejor, que el fomento de las letras y
de la instruccion publica. La influencia de las luces del ingenio, y la de las
ciencias, es de algun modo mas fuerte, que la de las armas, de la autoridad,
y del exemplo. [¿]Que exemplos tan maravillosos no produxeron en el
espiritu de los romanos un Oracio, un Virgilio, un Ovidio, y otros sabios
del primer siglo del imperio? Ellos con su enérgica pluma elogiaron
sus primeros monarcas, y celebraron altamente las delicias del imperio
de Octaviano; y al punto los mas zelosos, y sobervios republicanos de
Roma se prosternaron, y besaron con respeto los hierros con que habian
sido aprisionados. El decoroso establecimiento de la biblioteca en esta
capital, cuya augusta apertura se hizo poca há, y muy á los principios de
su nuevo gobierno tan feliz, y rapidamente se estableció, y fomentó, será
en la posteridad un precioso monumento de la prudencia, y acierto con
que ha pretendido cimentarse sobre las bases solidas de las ciencias, y de
la ilustracion pública, que la ha de encaminar mas que el estrépito de las
armas, á unir las provincias al sistéma de libertad, quietud, y prosperidad
de la America del Sud. Mas no se conseguirian por cierto las ventajas, de
que es capaz este establecimiento, mientras no se cuide por el gobierno el
proporcionarle todos aquellos arbitrios, que redimiendolo de dificultades y
mayores gastos, le facilite el surtimiento y reimpresión barata de libros, que
haga un abundante acopio de ellos.

[2] Los mejores auxilios á este fin son el aumento y prevision de buenas
imprentas, y de diestros artistas impresores, y enquadernadores, y la
abundancia, y baratós del papel, lo que se podria lograr con facilidad,
siempre que en estas provincias se estableciesen fábricas de imprenta y
papel, teniendo en ellas las bellisimas proporciones de minas abundantes
de plomo, y de las materias primas de algodón, pita, lino, cañamo, y
cortezas diferentes de árboles. Las relaciones comerciales al presente, con
Portugal, Inglaterra, y Bostón podrian proporcionar la compra de algunas
ediciones copiosas, y baratas, semejantes á la que poco há regaló la corte
del Brasil á la ciudad de Montevideo, las quales podrian por ahora suplir
nuestra vergonzosa escaséz: y mucho mas se remediaria ésta formandose
una expedici[o]n mercantil dirigida á la India, y á la Asia por Acapulco
con solo el objeto de comprar, y tratar buenas imprentas, muy baratas, y

A L E J A N D R O E . PA R A D A 293
los mas aventajados artifices, que estableciesen fabricas, y enseñasen en
estas provincias á formar los mejores caractéres de nuestro abundante y
riquisimo plomo. Entre todas las naciones ninguna aventaja á la India, y
á la China en la excelente calidad de sus imprentas, y en la abundancia y
baratós de su finisimo papel, que establecido nuestro fácil trafico á estas
regiones, podria formar un gran ramo de nuestro comercio como dice Ward
y Andres Kippis ¿y porque nuestra dexacion y falta de economia no ha de
redimir á la patria por un medio tan facil de las escaseses perniciosas de
papel, que con freqüencia sufre, como la actual, en que la carestia ha hecho
subir en varios pueblos interiores á treinta y mas pesos la resma de papel,
que surtido por medio de fabricas establecidas, jamas podria ascender á
mas de tres pesos con proporcion á sus costos?

[3] Esta capital gastará mucho tiempo y dinero para formar y enriquecer
su biblioteca, sino cuida de adoptar iguales providencias economicas para
el acopio y reimpresion de libros. Si me fuera permitido en la estrechez de
un periodico profundizar, y no hablar con demasiada precipitacion como
lo hago en esta materia fecunda, guardando rigurosa imparcialidad, sin
declinar entre el espiritu de rivalidad, que maldice, quanto se le presenta
y el entusiamo que todo lo exâlta, y aplaude diria francamente por los
rapidos progresos que hizo en estos ultimos tiempos nuestra España en
punto á edicciones; que nos bastaria surtirnos por medio de los ingleses
de las mejores edicciones de la peninsula, que tal vez juzgando las no muy
precisas en su afligida situacion presente nos las venderian acomodadas.
El arte que mejores progresos ha hecho en España, dice Mr. Mantelle en su
nuevo viage, ó geografia comparada, es la imprenta. Todos los aficionados
conocen, y han preferido á las obras de Baskerbille y Bar[??] el Quixote,
y Salustio traducido al castellano por el infante D. Gabriel, y otros libros
impresos por Ibarra en Madrid, y por Menforo en Valencia obras maestras
tipograficas, y que buscarán nuestros nietos, como buscamos nosotros las de
Elzebires. Poco ha se dió un paso favorable al progreso de nuestra biblioteca
con la llegada á Balpárayso y Chile de una imprenta preciosa y su impresor,
y buenos artistas de papel y loza, de que nos dió noticia la gazeta.

[4] La nueva vida politica que empezamos á adquirir con la energía y


prudencia del actual gobierno, y la casi universal incomunicacion con la
Europa, á que nos fuerzan las ideas ambiciosas de la Francia, nos estrechan
despoticamente á ver nos privados del manantial precioso de libros, y á
solicitar por todos medios ediciones, que reproduzcan los que tenemos
maltratados, y que abran el camino á las producciones intelectuales de la
América hasta aquí tristemente obstruidas, mucho mas quando la sabiduria
y liberalidad de un gobierno, tiene ya sancionada la libertad de la imprenta.
Si á las escasas y defectuosas ediciones de esta capital y Lima se sostituyerán
[sic] otras buenas y abundantes, aquí y en los pueblos interiores de Caracas,
Santa Fé, Quito, Cuzco, Arequipa, Cochabamba, Charcas, Cordoba, y otros
semejantes ¿qué de progresos literarios no se experimentarian en estas

294 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


provincias, y quan facilmente se lograria el surtimiento de buenos libros?
Se hallan en todos estos pueblos ineditas varias obras de conocida utilidad,
porque aquellas imprentas son tan escasas de letras, que no son bastantes
á llenar mas que pocos pliegos y la ilustracion periódica de los pueblos; y
aun ya se dexa sentir la general escaséz de libros sagrados, como la biblia,
misales, brevarios[,] devocionarios, rituales, y otros, cuyo defecto podria
lastimosamente influir en la inmoralidad, y embarazar el desempeño de las
funciones del sacerdocio, á menos que no se tomase la pronta providencia
de implorar de los portugueses ó ingleses un proporcionado surtimiento
de ellos.

[5] No se puede dudar por un momento las grandes utilidades que acarrea
á las provincias unidas el noble establecimiento de nuestra biblioteca.
Pero no basta crear las cosas que contribuyen á la ilustracion del hombre,
sino se cuida del modo de conservarlas. La naturaleza próvida siempre en
suministrar los medios de reparar nuestras necesidades, vé muchas veces
con indiferencia el modo, como el hombre hace uso de ellas. Y quando
formó el papel, materia preciosa de los libros, no cuidó de adornar toda
su razon, para darle á conocer, si éste forma ó destruye las bibliotecas.
Solo una buena politica y ecónomica debe prevér las necesidades, y yá que
conspira á una ilustracion general debe facilitar los medios de conseguirla
y perpetuarla. No se habria malogrado el establecimiento costoso de la
biblioteca de Alexandría, si se hubiese previsto la gran dificultad de surtirse
del papel necesario. La enorme dificultad de conservar bibliotecas en la
America española, sin ser antes provista de fábricas de papel, siempre será
un obstáculo verdadero á la universal instrucción y cultivo de la[s] ciencias.
Se sabe muy bien que en una biblioteca se encuentran juntos regularmente
todos los medios de proporcionar la instruccion pública. En ella se halla una
série de ideas, de inquisiciones, y trabajos de los mas grandes hombres sobre
qualquier objeto, sirviendo todo esto de base á las nuevas observaciones
en que quiere uno ocuparse. En ellas se hallan reglas que prescriben las
sendas, que deben seguirse, y deben evitarse. Los errores que se adoptan,
extravian alguna vez, sirven, quando son conocidos para precavérse contra
las preocupaciones, para reprimir la presuncion, inspirar la prudencia,
inocular el hombre de ilusiones, y formarlo al fin circunspecto y sabio. Si se
hallan acaso en la biblioteca monumentos de orgullo, soberbia, ó de mentira;
de ordinario se hallan tambien lo que sirve á aclarar la verdad, y honrar el
espiritu racional. En ella se vé como se despliega la inteligencia humana, los
progresos cientificos de sus conocimientos, las épocas de perfeccion de sus
descubrimientos: y si alguna vez nos afligen las faltas que cometió, si nos
compadecemos de su vanidad, si desdeñamos las ilusiones á que se entrega,
no podemos menos de admirar su constante amor á la verdad, lo mucho
que trabaja en sondear las profundidades de la naturaleza, su aplicacion
en perfeccionar su razon, en arreglar sus acciones, establecer el orden, y
asegurar el imperio de la religion y de la virtud.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 295
[6] Todas estas, y otras muchas ventajas nos presenta el establecimiento de
una biblioteca. Este establecimiento hace por si el elogio mas honorifico de
la presciencia y sabiduria de un gobierno, porque prepara el camino por
donde el espiritu humano, no pudiendo verlo, ni conocerlo todo, dá lugar á
contemplarse asi mismo, y reconocer la flaqueza de sus facultades. Si alguna
vez llega á ensoberbecerse, de lo que sabe, no hay duda que hace mal: ¿pero
ha de libertarse de este error, quando no tiene á la vista de una bibliotecca
el quadro mas exâcto de sus conocimientos que hubieran podido instruirle,
y preservarle de sus extravios? Si esto es cierto, no es por ventura de la
misma certidumbre, que jamas podrá sostenerse en un pais una biblioteca
sin tener abundancia de papel acomodado, para la reimpresion de sus
mejores libros y sin cuidar de preservar estos, y el papel de la delesnable
corrupcion, á que de ordinario los expone la humedad, y los insectos? Vé
hay uno de los grandes objetos de economia, que imperiosamente exîgia
especularse, y tratarse con alguna extencion en un discurso mas dilatado,
que el que permite un periodico, para que se lograse felizmente el fomento y
permanencia de la biblioteca de esta capital expuesta por su temperamento
demasiado humedo á la mas pronta caducidad: si me fuese permitido
cuidaré hablar de el en otra ocasión.

[7] Entretanto debemos co[n]cluir, que si nos es ventajoso y de mucho honor


la especial proteccion y fomento de nuestra biblioteca, nos es de sumo interés,
que á este establecimiento se acompañen las fábricas de papel, el pronto
surtimiento de algunas imprentas, para que se sostenga sin mayor costo.
Nada es, decia el docto Columella, querer establecer, y poseer una cosa sino
se sabe proporcionar los medios de guardar y conservarla, neque enim satis
est &c. Sino supieramos, quan dificil es baticinar con acierto en la política,
nos atreveriamos á asegurar que antes de muchos años se hallaria nuestra
biblioteca en un estado de la mas elevada reputacion, y gloria, con solo
poner fábricas de papel, imprentas, y los medios seguros de perfeccionar el
papel y preservarlo de corrupcion. Estos establecimientos hechos al pronto y
manejados con prudencia y economía, serian monumentos que acreditasen
á la posteridad el zelo, sabiduria, y vigilancia con que se esfuerza nuestro
actual gobierno para poner las provincias unidas en un grado de igualdad,
y tal vez de superioridad á muchas de las naciones florecientes de la Europa.
Pues si un pueblo civilmente crece en razon de los medios, que tiene para
subsistir, si el comercio y la agricultura contribuyendo á establecer entre las
fortunas de los ciudadanos aquella proporcion tan deseada, y necesaria á un
estado, son los que multiplicando las riquezas, los trabajos, los alimentos,
y los hombres simultaneamente dán á una nacion toda fuerza activa, y la
progresión economica política de que es subceptible, una biblioteca bien
cimentada en la metrópoli, y bien sostenida por medio de estas fabricas
debería hacer á los habitantes de esta feliz region, sabios, filosofos, y dignos
apreciadores de las letras, y elevandolos sobre sí mismos tendrian siempre
á la vista una antorcha luminosa, é inextinguible, que les rectificase la razon
para promover su bien, y el mayor explendor del estado, para fomentar las
ciencias, las artes, la industria popular y todos los demas objetos públicos.

296 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


[8] Yá que hasta aquí en la América por un sistéma antipolítico ha sido
una especie de moda el ser ignorante, y por la atróz conducta de los que
gobernaron, no se permitieron establecer aumentos de fábricas, porque con
el interés de precaver qualquier revolucion feliz, que pudiese regenerarla,
negandole todos los auxilios y conocimeintos políticos é industriales
la intentaron reducir á la mayor pobreza, y á solo el humilde estado de
labradora y minera como queria el célebre ministro D. José Galvez; es
menester que en la nueva vida, que felizmente se emprende, se extinga esta
moda gotico-bárbara, y que veamos sobre la faz del globo del nuevo mundo
en nuestros dichosos dias los laureles de Marte hermosamente hermanados
con los de Apolo y Ceres; pues la gloria del espiritu, y talento igualmente
apreciable en todo el universo, no debe ser un don peculiar de la Europa,
negado con crueldad á nuestro suelo; yá que no hay oposicion fisica en las
ciencias y las riquezas abundantes que produce; yá que no debe exîstir esta
odiosa antipatía y desprecio, que por tres siglos se ha hecho despóticamente
reynar en sus suelos; y yá que desplegando hoy dia sus gentes las bellisimas
dotes, que les dispensó con generosidad la naturaleza, me hace presentir,
que la América con la biblioteca, y la proteccion distinguida de su nuevo
sabio gobierno, será dentro de poco el domicilio de Minerva. Hic cursus fuit,
hoc regnum Dea gentibus esse, si qua fata sinant, jam nunc tetendit, fobetque.

[9] Si el mas seguro medio de fomentar nuestra biblioteca, y consultar su


permanencia, estriba en proporcionar un abundante surtimiento de papel, é
imprentas por medio de artifices y fabricas establecidas en estas provincias,
y en preservar del módo posible el papel y los libros de su pronta corrupcion
y vejéz deberian ser estos objetos del mayor interés el especularlos, el
dirigirlos, y llevarlos á la perfecta verificacion; yo por ahora me contentaré
con indicarlos superficialmente para que se reconozca que no es imposible,
ni muy dificil de execucion reservada á genios emprendedores y benéficos,
que no rehusan el mayor trabajo quando se encamína al bien comun. Nadie
ignora que los marmoles, peñascos, y troncos de arboles fueron las materias
en que la antigüedad escribió sus libros, y por donde transmitieron á la
posteridad sus hechos y conocimientos, en aquellos tiempos incultos se usó
tambien la escritura en laminas de metal, de barro, de ladrillo, de madera, en
pieles de pescados, é intestinos de animales; á proporcion que los hombres
se fueron civilizando reconocieron el ímprobo trabajo de usar la fuerza y
la punta de fierro para esculpir la letra en piedra, metales, y maderas, y se
valieron de ciertas hojas de vegetales, del pergamino, y marfil, y recurrieron
al pincel ó cañas cortadas para escribir con mayor facilidad. Los egipcios,
griegos, y romanos escribian sus libros y cartas misivas en pergaminos y
hojas de marfil. Los indios de México avisaron á Motesuma su emperador
del desembarco de los españoles por unos lienzos, que con pincél
diestramente dibuxado le retrataron quanto habian visto; y los naturales
del Perú y de toda esta América Meridional á semejanza de los chinos en su
antigüedad no hubieron otro modo de escribir como dicen Acosta, Valera, y
Garcilazo, ni de comunicar por sus anales á la posteridad sus pensamientos,

A L E J A N D R O E . PA R A D A 297
que por medio de unos cordele[s], o hilos de lana y algodon de diferentes
colores, que llamaban quippus anudados á ciertas distancias con simetria,
con que formaban diferentes combinaciones, y figuras, para expresar sus
conceptos, y estos guardados formaban sus registros, archivos, y bibliotecas
que contenian los anales é historia individual del imperio, el estado de los
tributos y rentas públicas, y las mas exâctas observaciones de su historia,
agricultura, y astronomia.

[10] Como estos métodos de escribir presentaban dificultades escabrosas


á fuerza de investigaciones descubrieron las naciones cultas el auxîlio
del papel. Los egipcios, chinos, y aun los europeos usaron del papiro que
se encuentra en los bañados del Nilo, en Siam, y Tonquin, y en la Sicilia,
Calabria, Pulla, y otras muchas regiones del Asia, Africa, y Europa. Á porfia
y á esfuerzos de investigaciones formaron de esta preciosa planta el papel,
no solo para el importante uso de la escritura, sino para estos ramos de
industria y comercio, descubriendo el arte de saber beneficiarla de mil
modos, separarla y darle cierta preparacion á su corteza, fibras, y hojas que
les proporcionó la construccion de toda especie de papel fino y tosco, con
que facilmente se cultivaron las ciencias y las artes, y se formaron las velas
de navios, manteles, y ropas finisimas, que hasta el presente usan en Egipto,
y la China de que vemos en nuestros dias hechas muchas telas preciosas
que nos proveen los ingleses por el comercio. Verdad es que los Chinos,
Japones[es], Siameses, y la gente del Tonquin no se han contentado con usar
de esta planta para formar su papel, sino tambien del algodon Bambou,
y de una corteza de arbol que llaman Tancoe; y el papel que forman de
ella aunque muy blanco es demasiado delgado por lo que muchos creen
erradamente que es ceda [sic], mas lo cierto es, que este papel es de muy
corta duracion, pues el gusano le ataca con facilidad, de que nace renovarse
con freqüencia los libros y bibliotecas en estos paises. Posteriormente se usó
con tanta freqüencia el papel de algodon, que se disminuyó, y aun abandonó
el uso de la planta papiro oliber, y la activa industria de los franceses llegó
á descubrir, que podia buenamente hacerse papel con otras materias, que
el papiro y algodon, que era demasiado escaso y caro en la Europa; y con
este feliz descubrimiento proporcionó en el siglo doce, y trece un ramo de
comercio, que le fue muy ventajoso á la nacion; este es el uso de toda especie
de trapos para su construccion, que ha hecho por su felicidad, y ahorro de
costos, olvidar en todo el mundo los demas modos de escribir á excepcion
del noble y subsistente del pergamino, que se inventó en Pergamo, quando
Tolomeo enemigo de las ciencias, y de las glorias de sus predecesores,
arruinó todos los papeles y libros de Egipto.

[11] Plinio describe circunstanciadamente las diferentes qualidades, formas


y metodo del papel, el modo de prepararlo y colarlo, las distintas materias
de que se hacia, y las ateraciones que ha padecido un articulo tan necesario.
La manera como hoy en las fabricas se acostumbra hacer el papel muchos
la saben, y convendria que entre nosotros pocos la ignorasen. Consiste

298 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


regularmente en el metodo sencillo de recoger y tomarse de todas las
basuras andrajos y lienzos viejos sean de lino, algodon, ó yervas, y todos
los trapos inútiles de qualesquier tela, los quales juntos y colocados en
cubas, tachos, tinajas, ó peroles se dexan macerar y no se sacan de ellos
hasta quedar enteramente podridos, y convertidos en hilas ó lamas espesas.
Esta masa corrompida con agua proporcionada se reduce en una especíe
de caldo fluido, que se cuela, pasa, y purifica, y despues se pone en una
agua limpia y clara, y bastante caliente, la que se cuida mover mucho y con
cuidado, para que se distribuya é incorporen bien sus particulas glutinosas:
al fin todo este liquido bien preparado se derrama en los moldes ó laminas
que le dan la forma y consistencia de las hojas ó pliegos de papel que se
encolan por igualdad para que no se calen; y para hacer el papel tosco que
llamamos de astraza no es menester colar, y purificar el caldo; las colas
según el mismo Plinio se preparan con la flor de harina de trigo templada
en agua hirbiendo, ó con la miga del pan cocida desleida, y templada en
agua hirbiendo, y pasada por un paño o cedazo fino; las naciones asiaticas
situadas mas allá del Ganger hacen todo su papel de solo cortezas de
arboles, pero las demas generalmente lo confeccionan con trapos de telas
sean de seda, algodon, lino, y yerbas diferenciando solo su método del
arriba expresado, en que sus instrumentos son mas sencillos, y ordinarios;
y no por esto dexan de construir un excelente papel.

[12] Nadie dexará de celebrar el descubrimeinto del papel; pues no hay


duda, que ademas de las grandes ventajas que ha acarreado á la sociedad y
los destinos útiles á que en los pueblos se hace servir el papel es por cierto
de una grande ventaja emplear en su fabricación las materias viles, que no
sirviendo mas que para aumentar las inmundicias y basuras, adquieren
estas un nuevo ser, y precio formando con ellas un objeto de una necesidad,
y utilidad general, que tanto ha contribuido por el uso de la imprenta al
progreso de las ciencias y la ilustracion del hombre. Subiria de punto la
utilidad y estimacion del papel, y deberia por cierto ser mas preciosa, si
este fuese mas inalterable, y pudiese resistir mas á las injurias del tiempo, y
de la corrupcion. En los payses humedos y calidos, como el de esta capital
Lima y Paraguay, no es facil poderse conservar por mucho tiempo los libros
y el papel sin corrupcion, porque la misma humedad excesiva les acomete
y penetra atacandoles inmediatamente varias especies de insectos que
engendra, y á pesar de toda precaucion se ven roidos. Con que venimos á
inferir que poco ó nada se avanzaria con el noble establecimiento literario
de bibliotecas en esas capitales con la copia de buenas imprentas, con las
fabricas de papel, y con su conocida utilidad, sino se adoptasen medidas
económicas dirigidas á precaver del papel y de los libros su progresiva
corrupcion, defendiendolas de la injuria del tiempo, y de la polilla. El
gobierno pues deba imperiosamente interesarse en un objeto de esta
importancia, del mismo modo que en años pasados hizo el Consulado con
intento de redimir los cueros al pelo de la polilla, señalando premios á los
que descubriesen medios ciertos que hagan el papel y pastas capaces de
resistir á la corrupcion é insectos.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 299
[13] Hasta aquí se han hecho en varias partes del mundo prolixas
especulaciones, para lograr este fin importante; pero las mas han sido
infructuosas, y otras pocas eficaces. La materia misma de que se forma el
papel, según el metodo comun como trae, quando se emplea un grado de
alteracion putrida, y es por su naturaleza feble y poco constante, pone ciertos
obstaculos para preservarlo de toda corrupcion. Este mismo estado de
alteracion putrida, que debe acopiar un tropel de semillas, y huevecillos de
insectos, le hace suceptible, y mas propenso á su corrupcion, y á proporcion
de este grado de alteracion, en los tiempos, y climas mas calidos, y humedos
debe necesariamente aumentarse la disposicion nociva, para instruir y
abrigar otros insectos, que le roan: la calidad, preparacion, y mayor eficacia
de la cola con que se baña el papel al tiempo de su formacion puede tal
vez influir á preservarlo de insectos. Debe en consequencia cuidarse, y
hacerse lo mas prolixos ensayos en la confeccion de estas colas, empleando
los ingredientes mas analogos y fuertes, como el binagre, el limon, yervas,
y substancias mas amargas y del modo, tiempo, y cantidad, con que se
emplean, para desterrar los insectos y su propagacion. Mr. Decandez dice
que los antiguos envolvian al papel fino en hojas de naranjo ó limon para
preservarlo dela polilla. No han faltado quienes con algun buen suceso
persuadan, que las sales minerales, como la alcaparrosa, alumbre, victriolo,
y las yerbas amargas, ó aromaticas, como el romero, tomillo, alucema, rosa,
ruda, yerbabuena, mansanilla &c. empleados en la putrefaccion de los
trapos, influyen poderosamente á hacer resistible el papel á su corrupcion:
pero ademas que la experiencia ha acreditado que no son suficientes como
dice Mr. Perdiger, la razon natural persuade, que estas substancias apenas
pueden producir un efecto momentaneo, porque es natural que su amargor
y olor fuerte se disipe con el tiempo, y que aun pierdan sus propiedades
contrarias a los insectos con la misma descomposicion expontanea que
experimentan al tiempo de su maceracion en los cubos.

[14] Tengo noticia que en varias fábricas de papel se ha observado por


algun tiempo mezclar la cola con algunas substancias yá amargas, yá
olorosas para preservar el papel de la polilla: pero como el tiempo y el ayre
debe necesariamente evaporar todo lo que halla impregnado la cola, y seria
peligroso al color del papel, si se conservase; no merece mi aprobacion
este arbitrio, pues aun no esta demostrada con la experiencia su absoluta
eficacia; con mayor razon recomienda la academia de Berlin siguiendo á
Mr. Perdiger que para preservar el papel de la polilla, se use del almidon,
y no de la harina de pan en la confeccion de la cola ó engrudo. Tampoco se
puede convenir el uso de venenos minerales como el arsenico, sublimado,
&c. que despidiendo efluvios nocivos, pueden exponer á la muerte á
muchas personas y niños, que masquen el papel, y seria de temer fuesen
muchos victimas por falta de experiencia, o distraccion. Imprudentemente
por cuanto adoptaria un medio tan horrible, supuesto que sus ventajas
que presenta aun quando se pongan ciertas, y qualificadas no pueden
compararse con los peligros y daños, que prepara. No debe haber nacion

300 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


tan avara, y cruel en todo el mundo, que pretenda mejorar sus fábricas,
ni adoptar ningun descubrimiento con sacrificio de la humanidad. Asi
lo inspira la razon y una buena política, debiendose graduar un rigoroso
derecho natural todo aquello como dice Cic[e]reon [sic], en que interviene
el consentimiento general de las gentes: in omni re consentio omnium gentium
lex naturae putanda est.

[15] Algunos con Mr. Lemonte han observado la eficacia de varios olores
fuertes como el de la trementina, tabaco, y alcanfor, cuyo vapor es mas
congruente para preservar los libros de toda casta de insectos. Estos olores
mezclados con azufre se frotan con la escencia de trementina sobre la faz
del papel, y causan á lo menos preservativos momentaneos de la corrupcion
de los libros. Solo la atmosfera que de estos y otros olores se forma en las
boticas, es sin duda la causa de la preservacion de sus papeles de polilla,
é insectos, como la experiencia la ha mostrado; en todos los libros por ló
comun empieza la polilla por la pasta y por los lomos de los libros, que
reciben inmediatamente la humedad y acaso por esto convendria, que
los libros de que se vaya surtiendo nuestra biblioteca, fuesen mientras se
indagan mejores preservativos, enquadernados á la rustica con tapas de
papel doble azul bien teñido de añil que según el sentir de Mr. Reybellon
es un excelente preservativo de la polilla. Acaso por esta secreta causa se ha
dicho generalmente que el papel de Genova, y todos los azulados por muy
finos, y delgados que sean, son los suceptibles de la polilla, por que en su
fabricacion se confeccionan con algun aníl. En esta América donde es tan
abundante esta especie, y donde debe conservar este vegetal su mas activa
qualidad nos presenta un modo facil para desterrar la polilla de nuestra
biblioteca.

Dr. Juan Luis Aguirre.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 301
Apéndice B
VENTA DE UNA MÁQUINA PARA FABRICAR PAPEL (1827)

SE VENDE

Una máquina para hacer papel y cartón, con todos los útiles necesarios. El
motivo de la venta de esta máquina, es únicamente porque ella se halla en
un terreno que su dueño necesita para edificar. El comprador podría hacer
una contrata por dos o tres años con el oficial que entiende perfectamente
de este oficio.
Ocúrrase a D. Eduardo Loreilhe, calle de la Florida No. 28 y 30.

[La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, no. 1055, sábado 19 de mayo de 1827]. (El
mismo aviso apareció también en los números 1056, 1057 y 1058)

302 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Apéndice C

CARTA DEL DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS


AIRES EN LA CUAL “AVISA DEL ESTADO DE LA CASA DE ÉSTE
ESTABLECIMIENTO”.

El Director de la Biblioteca Viva la Federación!

Buenos Ays Febo 13 de 1841


Año 32 de la libertad, 26
de la independa y 12 de la
Confederacion Argentina

Avisa del estado de la casa de éste establecimiento

Al Señor Oficial mayor del ministerio de gobierno

El Director de la Biblioteca pública se ve premiado á llamar por tercera


vez la atención del superior gobierno sobre la casa que sirve á éste
establecimiento. Su estado cada día es mas aventajado á una completa ruina
en la mayor parte de sus habitaciones. Especialmente en los días lluviosos
sufren notablemente los libros, porque siendo muchas las goteras, no hay el
arbitrio de trasladarlos de un punto a otro.
El Director ha sido informado que existen algunos antecedentes en el
ministerio de gobierno obrados á consecuencia de los avisos que sobre
este mismo asunto dio en otras ocasiones; entre los que se encuentra un
presupuesto levantado por el Maestro Mayor Dn Santos Sartorio. Después
del tiempo que ha ocurrido seguramente hoy no será exacto por la alteración
del valor de los materiales, y también porque el deterioro de la casa ha ido
en aumento. Se hace, pues, indispensable un nuevo reconocimiento de ella,
que podrá decretarlo el Superior gobno si lo tuviese á bien, ó cualquiera otra
medida q.e ocurra al remedio de la necesidad que queda manifestada, y ésto
lo considero urgentísimo.
Dios guarde al S. Oficial mayor del ministerio de Gobno muchos años.

Felipe Elortondo y Palacio


[firma]

Archivo General de la Nación. Gobierno. Sala X. Legajo 17-3-1.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 303
VII. CONCLUSIONES

A lo largo del presente trabajo de investigación, y en el momento de


señalar algunas conclusiones sobre Los orígenes de la Biblioteca Pública
de Buenos Aires: antecedentes, prácticas, gestión y pensamiento bibliotecario
durante la Revolución de Mayo (1810-1826), se han rescatado aquellos
aspectos inéditos o poco conocidos sobre esta agencia cultural para
comprender y señalar nuestro desarrollo bibliotecológico en ese
entonces.
En primer término, es fundamental destacar un hecho ineludible:
la inserción de los estudios históricos bibliotecológicos dentro de la
Nueva Historia de la Cultura. En este punto, tal como se fundamentó en
el capítulo I.1 y I.3, poco o nada podríamos conocer sobre los orígenes
modernos de la Biblioteca Pública en la Argentina sin estructurar estos
inicios con las tendencias actuales historiográficas en el campo de la
Nueva Historia del Libro, de las Bibliotecas y de la Lectura. Disciplinas,
por otra parte, que plantean una profunda relectura de la historiografía
tradicional, incorporando la visión crítica e interpretativa de tópicos
antes no tenidos en cuenta, como ser, entre muchos, las representaciones
de los registros culturales, la articulación de los lenguajes, la presencia
creadora de la microhistoria, la influencia del texto histórico como objeto
narrativo, la presencia del contexto urbano y de los espacios públicos,
el creciente entrecruzamiento de las metodologías de las Ciencias
Sociales con las Humanidades, el rescate de las estructuras lingüísticas
y de “sus rastros” en diversos discursos, la creciente importancia de

A L E J A N D R O E . PA R A D A 305
la corporeidad y materialidad de los registros, el análisis formal de la
Sociología de los Textos, la aparición en la escena histórica de las voces
de “los de abajo”, la trascendencia del minimalismo y la Historia de las
Imágenes, el uso creciente de “la mirada antropológica” para construir
la historia, etcétera. Comprender, pues, que las actividades, los gestos y
las producciones textuales bibliotecarias forman una parte insoslayable
de este proceso de reinterpretación de las representaciones culturales, es
un marco fundamental para abordar los orígenes de la Biblioteca Pública
de Buenos Aires.
No obstante, una vez definido el problema de estudio dentro de las
prácticas culturales modernas, se impone la inclusión y la individualiza-
ción de los distintos tipos de bibliotecas que existían en esa época. Es por
ello que es factible abordar la importancia de la Biblioteca como agencia
social ineludible a través de su taxonomía (cfr. cap. I.2), para así tener
una visión de conjunto de los distintos “fragmentos culturales” que ma-
nipularon y dieron forma a los registros impresos. La inauguración de
la Biblioteca no fue un invento de la Revolución de Mayo sino, por el
contrario, el resultado de un largo proceso cuyas raíces se encuentran
tanto en el período hispánico como en numerosas influencias extranje-
ras contemporáneas, tal como lo confirma la variedad de tipos de biblio-
tecas que existió hasta 1830, lo que permite articular una tipología de
estas entidades gregarias y, por añadidura, los numerosos antecedentes
bibliotecarios previos a su inauguración (cfr. cap. II).
La Biblioteca Pública constituyó, además, más que una evolución
continua, una necesidad social impostergable. La presencia de una
agencia de estas características estaba, sin duda, en “el ambiente” de la
sociedad de ese período y, por consiguiente, sería temerario considerarla
como la creación de un solo individuo. La novedad que instala la
Revolución de Mayo fue, en definitiva, la decisión de llevar a cabo una
empresa de política cultural desde el ámbito del Gobierno desplazando,
de este modo, la preeminencia que hasta el momento había tenido la
Iglesia en la organización de las bibliotecas.
No obstante, es necesario reparar que los hombres más idóneos
para materializar este “anhelo bibliotecario” provenían de las filas
religiosas, tales como fray Cayetano Rodríguez, Luis José Chorroarín,
Saturnino Segurola, y Dámaso Antonio Larrañaga. De ahí que el proceso
de gestión bibliotecaria deba estudiarse a la luz del pensamiento
tradicional hispánico en convivencia (a veces en pugna) con el cambio
revolucionario. No debe descartarse, entonces, en los primeros tiempos
de la Biblioteca, la existencia de dos mundos: el de la tradición y el del
cambio. A esto debe agregarse, como se lo ha citado, el marcado proceso
de laicización de la cultura rioplatense desde fines del siglo XVIII, donde

306 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


“la mayoría de los nuevos productores culturales habrán de ser laicos o,
paradójicamente, clérigos cuya condición de tal es apenas perceptible”
(Chiaramonte, 2007: 103-04).
Uno de los aspectos más interesantes de la Biblioteca se puede de-
finir por “el interés mancomunado”, tanto de los ciudadanos como de
las autoridades, en el momento de propulsar su inauguración. En esta
instancia radica una de sus originalidades más significativas. La Biblio-
teca fue un fenómeno de participación popular desconocido hasta entonces. Su
concreción se debió, inexorablemente, a la intervención del pueblo con
constantes donaciones de libros y dinero (cfr. cap. II.2 y IV.1). Las inicia-
tivas individuales, por otra parte, fueron determinantes en nuestra his-
toria bibliotecaria. Basta recordar que, el 23 de septiembre de 1870, Do-
mingo Faustino Sarmiento promulgó la Ley no. 419, “Ley de Protección
de Bibliotecas Populares”, donde retomaba la idea del esfuerzo común
entre el gobierno y los ciudadanos para garantizar el desarrollo de las
bibliotecas. De modo tal que la participación popular en nuestra primera
Biblioteca Pública fue un acontecimiento cuya fertilidad se extendió en el
tiempo y que, ciertamente, constituye un fenómeno que debe estudiarse
con mayor detenimiento.
Otro punto ineludible consiste en rescatar la influencia directa de
las bibliotecas particulares en el proceso de gestación de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires. Dos ejemplos taxativos de esta realidad fueron
la biblioteca pública que funcionó en el Convento de la Merced (1794) por
iniciativa legataria de Francisco de Prieto y Pulido, y el legado, para uso
público, del obispo Azamor y Ramírez (1796). En el momento, entonces,
de abordar el establecimiento de la Biblioteca Pública en nuestro
territorio, es necesario reparar en estos procesos de larga duración,
en cuanto a sus antecedentes y, fundamentalmente, en la dialéctica de
entrecruzamiento entre la posesión particular de los libros y su uso
comunitario. En este sentido, estos planteles bibliográficos particulares
coadyuvaron y establecieron un feraz umbral para el advenimiento de la
Biblioteca Pública, tal como se demuestra en el capítulo III.
Posteriormente, una vez abordado el universo de los precedentes
bibliotecarios de esta entidad, es significativo demostrar que existió un
“mundo de actividades parcialmente ocultas o subalternas” y muy poco
conocidas en su historia tradicional que, en definitiva, fueron las tareas
que permitieron inaugurar el establecimiento el 16 de marzo de 1812.
Ese período de notable trabajo, dedicación y gestación bibliotecaria se ha
denominado, a lo largo de la investigación, como “Orígenes de la Biblioteca
Pública de Buenos Aires” (cap. IV). Nos referimos, con esta denominación
amplia y genérica, a la totalidad de la importante documentación existente
sobre esta especie de “protohistoria”, representada, en gran medida, por

A L E J A N D R O E . PA R A D A 307
la notable correspondencia de Luis José Chorroarín con las autoridades
de la Junta de Mayo. En este punto, tal como se ha observado, la riqueza
y variedad de “los orígenes bibliotecarios” del establecimiento son tan
trascendentales como los acontecimientos que hicieron a su desarrollo
durante las primeras décadas de su existencia. Además, el hallazgo de
una fuente de primera mano como el “reglamento”, cuya normativa
establece el marco legal-bibliotecario de su funcionamiento, permite
reconstruir, con cierto detalle, el “universo bibliotecológico” de la gestión
administrativa de la época. Los “reglamentos” —del mismo modo que lo
hacen las leyes— se encargan de pautar y registrar situaciones de hecho,
usos y costumbres previos, muchas veces aún difusos que, a través de la
fijación por la norma, se vuelven parte de la conciencia social colectiva.
Así se demuestra que, a pesar de la improvisación empírica y la celeridad
por la apertura de Biblioteca, se poseía una significativa conciencia de
la labor técnica bibliotecaria (servicio al público, elaboración de índices,
suministro de materiales para facilitar la escritura y la lectura, división
temática por salas, etcétera).
En un concepto amplio, pues, el análisis de este documento nos per-
mite identificar las articulaciones existentes entre el lenguaje biblioteca-
rio y los diversos ámbitos que daban vida a la Biblioteca, como el perfil
de urbanidad y moral que se demandaba a los “concurrentes”, las medi-
das que propiciaban la sacralización de los impresos, la gestualidad bi-
bliotecaria en el momento de la circulación interna de las obras, la feraz
convivencia entre lectura gregaria y lectura privada, las manipulaciones
y los modos de apropiarse de los discursos por parte de los lectores, las
medidas prohibitivas y disciplinarias, la necesidad de lecturas marcada-
mente instrumentales y utilitarias (aunque sin menoscabar la de entrete-
nimiento), la presencia de un lugar “para contravertir” en un marco de
lecturas compartidas (acaso en voz alta), etcétera.
En la instancia siguiente se rescata la real importancia del Libro de
cargo y data o de cuenta corriente de los encargados de los gastos de la Biblioteca
Pública (1810-1818) y de las razones de gastos (1824 y 1826), ya que estos
manuscritos originales permiten conocer en detalle la estructura cotidia-
na de una agencia cultural y política creada por la Junta de Mayo; bajo
sus escuetas y sobrias páginas contables, estrictamente burocráticas, se
encuentra el universo administrativo de la Biblioteca, tal como se desa-
rrolla en el capítulo V. Esta cotidianidad que establece el uso, la memoria
y el orden de los libros, también reivindica otras facetas veladas pero no
definitivamente perdidas: el mundo de las prácticas y representaciones
bibliotecarias en el quehacer del día a día.
Entonces, gracias a sus asientos, surge además una variedad de tópi-
cos inesperados de compleja pero apasionante identificación: la venta y

308 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


compra de libros, el detalle de las obras repetidas, los ingresos y egre-
sos presupuestarios, las adquisiciones en el exterior, el personal y sus
salarios, el mantenimiento y adorno del edificio, el afán sostenido por
dotar a la institución de un adecuado mobiliario, los utensilios que ga-
rantizaban y apoyaban al mundo de la lectura y la escritura, la inevitable
y agotadora tarea de las estanterías, la limpieza, la necesidad constante
de la encuadernación, los gastos menores, la urgencia de vidrios y cerra-
mientos, etcétera.
A todo esto es fundamental agregar un aspecto admirable y
conmovedor: la dedicación, hasta la extenuación, de muchos de sus
bibliotecarios, como el caso paradigmático y aleccionador de Luis
José Chorroarín. Dentro de ese abundante marco historiográfico, estos
humildes documentos burocráticos constituyen una herramienta
fundamental e imprescindible para restaurar y conocer, todavía en forma
parcial, la variedad de las prácticas y representaciones bibliotecarias en
los comienzos de la Historia de la Bibliotecología en la Argentina.
Por último, una reflexión que encuadra y brinda la base imprescindible
sobre la apertura de la Biblioteca Pública: la construcción teórica del
pensamiento bibliotecario (cfr. cap. VI); es decir, los fundamentos de
índole filosófica que sustentaron la “idea paradigmática” de esta agencia
de lectura social y pública. Indudablemente, se planteó, tanto directa
como indirectamente, y en esto radica su interés casi epistemológico, aún
en una fase tan temprana de nuestra historia bibliotecológica, el debate
sobre el tipo de biblioteca que necesitaban las Provincias Unidas del Río
de la Plata. Una discusión de larga data en la historia contemporánea
de la Biblioteca, cuyas raíces se remontan a varias fuentes, tales como
el artículo fundacional Educación (atribuido a Mariano Moreno), el
“reglamento” institucional de 1812 (elaborado por Chorrroarín con
aportes de Bernardino Rivadavia) y, principalmente, la “Idea liberal
económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital” de Juan Luis
de Aguirre y Tejeda, la más fiel expresión del pensamiento bibliotecario
autóctono en relación con el horizonte de utopía revolucionaria de ese
entonces. Un ámbito que ligaba a la Biblioteca con la Revolución y a esta
última con la primera, en un doble vínculo político e instructivo.
Pero todavía resta contestar una gran cantidad de preguntas sobre
Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Acaso muchas de ellas,
lamentablemente, sin una resolución definitiva o, al menos, provisional.
Pues aún falta detectar e indagar una gran variedad de documentación
que, o bien se encuentra perdida o está dispersa, o requiere una nueva
reinterpretación basada en los nuevos modelos aportados por la Historia
de la Cultura.

A L E J A N D R O E . PA R A D A 309
Entre todas las dudas emerge una pregunta de real interés: ¿en qué
medida estos precedentes, además de su intrínseco valor de hechos
precursores, fueron los promotores que dieron corporeidad y realidad
material al establecimiento y posterior desarrollo de la Biblioteca?
La mayoría de estos antecedentes, indudablemente, coadyuvaron
para hacer de la Biblioteca Pública de Buenos Aires no solo una
realidad donde se plasmó uno de los primeros actos de política cultural
revolucionaria, sino un lugar donde se dieron cita, en una compleja
urdimbre de articulaciones discursivas, las más diversas prácticas de la
cultura impresa.
Esta primera aproximación a sus orígenes desde el ámbito de la Nueva
Historia del Libro y las Bibliotecas, ubicada en la compleja y cambiante
taxonomía de las bibliotecas hasta 1830, inequívocamente, devela una
realidad poco conocida hasta la fecha. Entre otros aspectos, uno de vital
importancia: la existencia de un pensamiento bibliotecario íntimamente
vinculado con la Revolución de Mayo, tal como lo demuestra el análisis
del artículo de Aguirre y Tejeda. Pero este tópico aún presenta un aspecto
realmente novedoso para la época: la presencia de la construcción teórica
de ese pensamiento bibliotecario. Aunque estos conceptos tenían sus
raíces en Europa, Estados Unidos y la América española, en el Río de
la Plata lograron manifestarse con la suficiente capacidad de reflexión
como para diferenciarse y así configurar una concepción autóctona y
nativa.
No obstante, dado que la construcción de una biblioteca involucra
la organización del universo material de los libros, esto es, su orden
topográfico, su canon de elección o exclusión de las obras, su clasificación
y, ante todo, su circulación para la apropiación lectora, los bibliotecarios
que estuvieron a cargo del establecimiento implementaron y desarrollaron
un conjunto de representaciones y prácticas bibliotecarias acordes con
el desarrollo técnico de ese período, aunque modestas en razón de la
situación de emergencia revolucionaria. Por lo tanto, se instrumentaron
las técnicas básicas y necesarias que permitieron el acceso a los registros
impresos (índices o catálogos, trazado de la signatura topográfica,
ubicación temática por salas, etcétera).
A esto debe agregarse, tal como ya hemos señalado, un elemento
invalorable: el rescate de la “cotidianidad en la vida bibliotecaria
institucional” gracias al libro de cargo y data, y a las razones de gastos.
Un mundo donde se entrecruzaban dinámicamente las distintas
manipulaciones tipográficas de los libros, y donde los hombres decidían
si el último destino de los impresos era el estante o su apropiación por la
lectura y la escritura.

310 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Es importante destacar, nuevamente, la íntima vinculación entre
autoridades, participación ciudadana y opinión pública en el instalación
definitiva de la Biblioteca. Su establecimiento no fue exclusivamente una
decisión e iniciativa de las altas esferas del poder político. Los ciudadanos,
con sus legados de libros y peculios personales, empujaron y, por cierto,
asediaron a las autoridades para su pronta apertura (las ansiedades
y urgencias de Chorroarín y los secretarios de la Junta son elocuentes
al respecto). Pero también, y esto es aún más interesante, reclamaron
sus derechos a la circulación y al uso público de los registros culturales.
El espacio urbano y el espíritu gregario de participación común, entre
septiembre de 1810 y marzo de 1812, ganó un terreno desconocido hasta
la fecha por su identificación con un proyecto de “instrucción pública”. Un
tema que hasta la fecha no ha sido estudiado en profundidad, salvo por
sus menciones puntuales, pero que constituye un tópico que demanda una
detallada investigación en el futuro.
En cierto sentido, los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, a la
luz de la presente documentación, constituyen un cambio de textualidad en
el discurso narrativo histórico. Las historias tradicionales sobre esta agencia
social estaban ceñidas por una aproximación estrictamente fáctica y política
de su acontecer. El devenir historiográfico actual, donde ganan terreno los
intercambios y las mediaciones culturales, subsana, quizá provisoriamente,
las dilaceraciones y cesuras entre el quehacer fáctico y las prácticas
culturales. Como en muchos contextos de la realidad se podría afirmar que
para reconstruir la historia de la Biblioteca Pública deberíamos apelar a una
especie de término medio (mittelding) entre microhistoria y narración política.
Pero la historia de los antecedentes de este establecimiento se manifiesta en
una urdimbre compleja de acontecimientos, tanto cuantitativos como de
investigación cualitativa, cuyo resultado final se encuentra delimitado por
la incertidumbre.
Sin embargo, la identificación de estos precedentes demuestra que su
historia no solo comenzó en el momento de la inauguración. Por el contrario,
sus orígenes se deben incluir en un proceso de larga duración, con raíces
en el período hispánico. En su dinámica y ambigua construcción que, en
definitiva, también fue una característica del discurso político y social de
la época, hubo una connivencia articulada de representaciones culturales
que hicieron de sus antecedentes y de su historia posterior un fenómeno
único y, acaso, irrepetible.
La Biblioteca Pública de Buenos Aires, en este entorno, emerge
como una entidad con vida propia y rotunda. Más allá de las retóricas y
metáforas discursivas, fue una realidad que merece ser rescatada, pues
en ella moran en forma palpitante e inefable los humildes pero pujantes
inicios bibliotecarios de la Argentina.

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A L E J A N D R O E . PA R A D A 339
Nota aclaratoria

Llevar a cabo las tareas de investigación que culminen en la redacción de un


trabajo para obtener el doctorado implica, en la vida universitaria, un concepto
fundamental: escribir una tesis no es escribir un libro. La tesis doctoral constituye
un documento que presenta, en forma escrita, el desarrollo de una metodología
para analizar con originalidad un objeto de estudio. En amplio sentido, es una
compleja articulación donde debe manifestarse un nuevo aporte inédito someti-
do a la implementación de un método en un contexto determinado y, sin duda, a
la estructuración del discurso textual que fundamente el tema propuesto además
de incluir el tramado bibliográfico, base de la labor. Empero, la palabra clave
para definir la gestación de la tesis es su fuerte característica de aprendizaje. Se
trata, pues, de una contribución de grado doctoral que, a través de aproximacio-
nes sucesivas, terminará por formar un corpus discursivo de índole académica.
Por esta razón, fundamentalmente por la mutabilidad de su gestación y la
diversidad de la escritura a lo largo de los años, se decidió, de común acuerdo
con la directora de la tesis, proceder a la divulgación de varios de sus capítulos
con anterioridad a la presente edición. Esto se debe a varios motivos. Entre otros,
es necesario destacar que la publicación y la discusión sometidas a los pares,
constituye un aspecto imprescindible para enmendar y encaminar debidamente
el producto intelectual en el cual se está trabajando. Por otra parte, permite la
reescritura de amplios períodos dudosos o, sin duda, con errores.
A lo largo del presente proyecto de tesis, que abarca casi una década, se ins-
trumentó ese modo de trabajo. Es decir, publicar lo investigado una vez que se
consideraba que había alcanzado el rango para su difusión, para luego, en un
segundo momento, reformularlo y corregirlo. Esta metodología, en un campo

A L E J A N D R O E . PA R A D A 341
como el de la Bibliotecología y la Ciencia de la Información a nivel nacional,
donde las tesis son prácticamente inexistentes, fue un procedimiento vital e
ineludible. Es más, una necesidad debido a la carencia de referentes similares en
nuestro campo curricular.
Para ilustrar lo precedente bastan dos ejemplos. En el primer caso, la apa-
rición de mi libro, De la biblioteca particular a la biblioteca pública: libros, lectores
y pensamiento bibliotecario en los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires,
1779-1812 (2002), fue el primer intento de concretar un acercamiento, aún muy
panorámico, al plan de tesis final. Era necesario, a pesar de conservar en líneas
generales su texto, rearmarlo y acomodarlo a los planteos de la nueva historio-
grafía nacional e internacional y, por añadidura, corregir a fondo muchos de sus
pasajes. El resultado final de esta experiencia, en este contexto, se materializó en
una producción textual que puede considerarse como una nueva versión distinta
a la primera. Además, quisiera señalar como paradigmático el segundo ejemplo.
En la tesis se incluye un apartado que apareció en mi obra Cuando los lectores
nos susurran: “Tipología de las bibliotecas argentinas desde el período hispánico
hasta 1830”. En esta instancia, como en la mayoría de los trabajos publicados con
anterioridad, no solo se cambió parte del contenido, sino que su reelaboración
permitió, en otro apartado de la tesis (cap. II), realizar una tipología más detalla-
da y depurada que la primera.
Abordar la concreción de una tesis de doctorado, nunca es ocioso repetirlo,
constituye aprender (o intentar hacerlo) a llevar adelante y a escribir una inves-
tigación y, por supuesto, a identificar el punto de partida de nuevas líneas de
trabajo que pautarán el futuro de la vida académica. Es por ello que considero
fundamental trazar el derrotero de esta década de trabajo a través de las sucesi-
vas publicaciones que llevaron a la obra que hoy se presenta. No es otra cosa que
mostrar “la cocina” del tesista1.
1
Parte de los resultados obtenidos en la tesis presente se difundieron en las publicaciones
siguientes:

Parada, Alejandro E. 2000. El reglamento provisional para el régimen económico de la


Biblioteca Pública de la capital de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1812). En
Investigaciones y Ensayos. No. 50, 413-440; ibídem. 2001. El primer antecedente de litera-
tura bibliotecológica en la Argentina: la “Idea liberal económica sobre el fomento de la
biblioteca de esta capital”, del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda (1812). En Infodiversidad.
No. 3, 103-157; ibídem. 2002. De la biblioteca particular a la biblioteca pública: libros,
lectores y pensamiento bibliotecario en los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos
Aires: 1779-1812. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires; Errejotapé. 200 p.; ibídem. 2003. Ti-
pología de las bibliotecas argentinas desde el período hispánico hasta 1830: una primera
clasificación provisional. En Información, Cultura y Sociedad. No. 9, 75-94; ibídem. 2003-
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342 LOS ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE BUENOS AIRES


Investigaciones Bibliotecológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires. p. 37-47 y 73-80; ibídem. El libro de “cargo y data” de la Biblioteca de Buenos Ai-
res: una breve descripción de las prácticas de gestión bibliotecaria (1810-1818). [Trabajo
presentado y aprobado para el Simposio Internacional sobre Cultura Colonial Americana
“Artes, Ciencias y Letras en América Colonial, 23-25 de noviembre de 2005, organizado
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toriales en la Argentina. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. p. 27-54. (Cuadernos de
Bibliotecología; 21).

A L E J A N D R O E . PA R A D A 343

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