T5 - La Dominación Europea Del Mundo
T5 - La Dominación Europea Del Mundo
T5 - La Dominación Europea Del Mundo
A partir del último tercio del s. XIX, la Segunda Revolución Industrial abrió un nuevo ciclo de
expansión capitalista, transformando la economía y la sociedad de las grandes potencias industriales.
Aprovechando la superioridad técnica, militar y financiera que les otorgaba el nuevo modelo
productivo, y apremiadas por las necesidades y posibilidades económicas que dicho modelo conllevaba,
las élites europeas y sus Estados se lanzaron al dominio político y económico del resto del mundo.
Esta expansión comportó la explotación económica directa de los recursos de África, América
Latina y Asia, y además la dominación política de la mayor parte de estos continentes, ya que la mayor
parte de las colonias eran administradas directamente por la metrópoli.
La pugna imperialista entre las potencias coloniales, compitiendo entre sí por ampliar los
mercados, controlar los recursos y la mano de obra, suscitó constantes enfrentamientos y fue
incrementando la tensión internacional, siendo una de las principales causas de la Primera
Guerra Mundial.
En los países industrializados europeos, las mejoras en la alimentación y los progresos médicos y
sanitarios impulsaron una nueva fase de crecimiento de la población europea, que pasó de 190
millones en 1800 a 400 millones en 1900, y casi 450 millones en 1914.
Los descubrimientos médicos de Koch, Pasteur y otros científicos (bacterias, microbios) frenaron
las grandes epidemias (tifus, cólera, difteria…). El descenso de la mortalidad por enfermedades
infecciosas junto al descenso de la mortalidad infantil incrementó la esperanza de vida,
manteniéndose una natalidad elevada. Todo ello produjo una explosión demográfica “blanca” en
Europa.
Este crecimiento demográfico no se vio acompañado por un aumento de la renta por habitante,
motivando grandes movimientos migratorios por causas económicas.
La electricidad presentaba ventajas como su limpieza y flexibilidad para adaptarse a las necesidades
de la producción, su fácil y eficiente conversión en luz, calor o movimiento; su adaptación individual a
la máquina y, cuando se inventó el transformador, la posibilidad de trasladarla a puntos distantes.
Esto permitió cambiar la localización de las fábricas y su organización interna, y abarató el
precio de la energía propiciando un aumento de la productividad que estimuló la economía
mundial.
Aparte de su uso industrial, la electricidad tuvo muchas otras aplicaciones como las
comunicaciones (teléfono, telégrafo y radio), transporte (ferrocarril eléctrico, tranvía, metro),
iluminación (bombilla de Edison) y el ocio (fonógrafo, cinematógrafo…).
El empuje industrial de finales del s. XIX estuvo directamente ligado a la innovación tecnológica,
desarrollada gracias a unas relaciones más estrechas entre empresa e investigación.
Frente a una primera fase de la industrialización con inventos surgidos de la iniciativa individual,
ahora el avance tecnológico era fruto de la cooperación de especialistas en laboratorios de
investigación ligados a las universidades y coordinados por ejecutivos que invertían en ellos buscando
nuevas aplicaciones prácticas de los descubrimientos para comercializarlos. Como resultado se
descubrieron nuevos productos o aplicaciones de otros poco utilizados hasta entonces, como el vidrio,
las fibras artificiales, el caucho, los tintes químicos, los abonos sintéticos y el aluminio.
El desarrollo de estos productos, junto al de las nuevas fuentes de energía, promovió el surgimiento
de nuevos sectores productivos y la expansión de otros ya existentes:
1
Ver fuentes 1 y 2, mapa de los movimientos migratorios y gráficas con el volumen de migrantes.
2
Ver síntesis de innovaciones en el eje cronológico o p. 114. del libro.
- Industria metalúrgica: amplió su mercado con industrias del automóvil y electrodomésticos.
- Industria química: fuertemente impulsada por los nuevos productos como abonos, tintes y
colorantes artificiales, fibras sintéticas, explosivos… y el desarrollo de la industria farmacéutica.
Se convirtió en uno de los motores de la economía.
La aplicación de las nuevas fuentes de energía al transporte conllevó una nueva revolución de
los transportes, que fue un elemento esencial del crecimiento económico y la integración de los
mercados internacionales que posibilitó la primera mundialización económica.
Entre 1850 y 1880 se trazaron las principales redes ferroviarias europeas, y la electricidad
permitió innovar el transporte urbano, gracias a los tranvías y ferrocarriles metropolitanos.
Desde la década de 1860 se difundieron mejoras técnicas en la construcción naval (uso del acero,
motores más potentes, aumento de capacidad de carga), y la navegación acortó la duración de los
viajes transoceánicos, favoreciendo las grandes migraciones europeas. El barco de vapor sustituyó
lentamente a los de vela. Además, la apertura de nuevos canales, como el de Suez (1869) o el de
Panamá (1914) acortó las distancias y estimuló el comercio marítimo.
En estos momentos, gracias al invento del pedal y del neumático, apareció un medio de transporte
popular que se expandió rápidamente, la bibicleta.
La verdadera revolución de los transportes llegó de la mano del automóvil. Era el resultado de
combinar el motor de explosión, el neumático y el petróleo como combustible. Karl Benz desarrolló
el primer automóvil de gasolina en 1886, y desde 1900 se inició su producción masiva en Francia
(Armand Peugeot) y los EE.UU. (Henry Ford).
La aviación empezó a desarrollarse en las primeras décadas del s. XX, con el primer vuelo de los
hermanos Wright en 1903, siendo después de 1909, año en el que Béirot cruzó el Canal de la Mancha,
cuando se convirtió en un fenómeno industrial y militar. Se utilizó para el transporte y la guerra, pero su
uso como medio de transporte de pasajeros no se aplicó hasta después de la Primera Guerra Mundial.
En cuanto a las comunicaciones, se generalizó el correo, creándose las primeras empresas estatales
postales, se inventó el telégrafo (Morse, 1843), el teléfono (Bell, 1876) y la radio (Marconi, 1894).
La difusión del telégrafo desde la década de 1840, aparte de sus usos militares y políticos, permitió
coordinar los mercados financieros y comerciales a escala mundial y en tiempo real.
Sin embargo, la producción industrial no se redujo, quedando gran parte de ella sin salida en el
mercado. La crisis se extendió así al sector industrial, sucediéndose las quiebras y aumentando el
paro, a la vez que se reducían los salarios para reducir costes, rebajando el poder adquisitivo de los
obreros y contribuyendo a reducir más la demanda.
Frente a lo que defendía el liberalismo económico, se evidenciaron por primera vez los problemas
del capitalismo para funcionar de forma autorregulada.
Estudiando la Gran Depresión, la ciencia económica, nacida como disciplina a mediados del XIX,
concluyó que las fluctuaciones o ciclos económicos eran inherentes al capitalismo, pudiendo producirse
las crisis por factores intrínsecos a la propia actividad económica.
Además, se comprobó que las empresas familiares no eran formas de organización eficaces para
soportar las crisis cíclicas por su reducida dimensión y disponibilidad de capital.
Desde estas conclusiones, y contando con ejemplos de organizaciones a mayor escala como las
compañías ferroviarias o siderometalúrgicas, se diseñaron nuevas formas de organización del capital
que definieron el capitalismo financiero, segunda fase del capitalismo hasta la Gran Guerra.
El capital financiero surgió de la fusión del capital industrial, el capital bancario y el capital
bursátil, fruto de la cotización en bolsa de las primeras sociedades anónimas.
Las grandes inversiones necesarias para financiar y aplicar las innovaciones tecnológicas no
estaban al alcance de las empresas familiares, por lo que dieron lugar a un rápido proceso de
concentración empresarial. Además, solo las grandes empresas podían afrontar la guerra de precios, la
competencia y la renovación constante, imprescindibles para conquistar nuevos mercados.
Por ello, mediante la fusión de pequeñas empresas, absorciones o acuerdos entre bancos e
industrias, se fueron creando grandes conglomerados empresariales.
La banca jugó un papel cada vez más activo en la financiación de las empresas: los bancos
dejaron de ser solo prestamistas y se convirtieron en inversores, participando en ocasiones en la gestión
de las empresas. Esto dio lugar a la banca de inversión, bancos industriales y de negocios.
3
Ver el gráfico con el funcionamiento de la crisis de superproducción en el anexo de fuentes.
4
Ver definiciones de conceptos en p. 117.
5
Ver F4 del anexo de fuentes.
6
Ver definición del concepto en p. 118.
7
Ver definiciones en p. 117, y gráfico de las formas de concentración empresarial en el anexo de fuentes.
La concentración empresarial podía hacerse de forma horizontal o bien vertical. En la primera se
fusionaban empresas con la misma actividad productiva (por ejemplo, varias del sector siderúrgico); en
la segunda se integraban empresas complementarias en el proceso de producción (por ejemplo, carbón,
mineral de hierro y siderurgia).
- Cártel: asociación o acuerdo firmado por varias empresas independientes que conservan su
autonomía financiera, para manipular los precios y repartir cuotas de producción, restringiendo o
eliminando la competencia entre sí.
Así, la concentración de capitales se concretó en alianzas o acuerdos de fusión entre empresas que,
para asegurarse y ampliar sus beneficios manipulaban el mercado, con prácticas monopolísticas
para controlar la competencia y el mercado. De este modo, la práctica del capitalismo se alejaba
bastante del teórico principio de libre competencia defendido por el liberalismo económico.
Este fenómeno fue especialmente intenso en los EE.UU., donde el taylorismo y el fordismo
contribuyeron a aumentar la productividad y a reducir los costes, y desde allí sus efectos se difundieron
a todos los países. La enorme dimensión de su mercado interior hacía especialmente rentables
sistemas productivos orientados a una producción en serie de grandes cantidades de mercancías
estandarizadas.
Henry Ford aplicó este sistema de organización científica del trabajo en su fábrica de Detroit.
Adaptó la cadena de montaje a la producción de automóviles, con el objetivo de fabricar un gran
número de unidades a bajo coste. Para ello empleó maquinaria innovadora y trabajadores
especializados, a los que decidió pagar salarios mayores para aumentar su poder adquisitivo y así
convertirlos en potenciales consumidores de sus productos. Fue el primero en fabricar automóviles
sencillos y baratos, destinados al consumo masivo de la familia media americana, el Ford T (1908).
Abría con ello la era del consumo en masa, sentando las bases del modelo productivo fordista o
fordismo, que consiste en la combinación de la fabricación en serie y a gran escala de productos
8
Ver gráfico en el anexo de fuentes y documentos, F5.
9
Fragmento de Tiempos Modernos, de Charles Chaplin: https://www.youtube.com/watch?v=8MImi9kWDL8
10
Ver documento de la actividad 3, p. 130 del libro de texto Edebé.
estandarizados en cadenas de montaje, combinada con la incentivación del consumo. Este fue el
modelo productivo hegemónico a escala mundial hasta la crisis del petróleo de 197311.
Las transformaciones en la economía europea durante el último tercio del s. XIX son inseparables de
la industrialización de nuevos países, de un gran aumento del comercio internacional y de una
renovación de los sistemas de comercialización.
Creció el volumen de la actividad económica, las economías nacionales se interconectaron en un
único mercado mundial gracias a la revolución de los transportes y al desarrollo del sistema financiero,
y la competencia por los mercados se recrudeció.
En 1870 la producción industrial británica representaba el 33% del total, pero en 1914 el porcentaje
había descendido al 14% porque la economía británica dejó de ser la única industrializada, apareciendo
nuevos competidores en el mercado mundial12.
Las causas por las que las nuevas potencias cobraron ventaja fueron la concentración empresarial,
el fuerte proteccionismo económico impuesto en sus mercados para evitar la competencia extranjera y
la gran inversión para aplicar las innovaciones tecnológicas al proceso productivo, algo que
resultaba menos complejo en países de industrialización tardía, que no tenían viejos equipamientos
industriales sin amortizar, como ocurría en el caso británico, dificultando la innovación.
11
Ver fuente 6 del Anexo.
12
Ver F7 del anexo de fuentes.
13
Ver el apartado de difusión de la industrialización del tema 2.
Además, fuera de Europa surgieron dos nuevas potencias, los EE.UU. y Japón.
Entre la década de 1780 y 1914 los EE.UU. pasaron de ser la franja territorial de las Trece Colonias a
la primera potencia industrial mundial. La industrialización de los EE.UU. se vio favorecida por la
abundancia de recursos naturales (carbón, hierro, petróleo, tierras de cultivo…), y por la existencia
de un inmenso mercado interior en expansión, con un crecimiento exponencial de la población por la
inmigración masiva y el elevado crecimiento natural de una población muy joven.
Esto se combinó con un proceso constante de innovación tecnológica y organizativa,
desarrollando y aplicando con rapidez unas innovaciones tecnológicas, en la organización del trabajo y
la concentración empresarial cuyo desarrollo se veía estimulado por las características específicas del
mercado norteamericano. La constante innovación otorgó a EE.UU. fuertes ventajas competitivas frente
a sus competidores europeos.
El crecimiento industrial se vio precedido por un gran desarrollo de la agricultura, favorecido por
la abundancia de tierras, que se explotaron con criterios de mercado organizándose en grandes
plantaciones tempranamente mecanizadas por la escasez de mano de obra, especializándose
regionalmente la producción (Belts), que empezó a ser exportada a gran escala desde 1880.
Factores como el proceso de distribución de tierras que impulsó la expansión hacia el oeste, que a
su vez estimuló una rápida extensión del ferrocarril que integró el mercado a escala continental, o
la intensificación del proceso de urbanización por el crecimiento demográfico, colocaron a la
demanda en expansión de un enorme mercado interno como motor de una industrialización muy
potente, un mercado además reservado a los productos americanos por políticas proteccionistas.
Aparte de ello, la complementariedad económica entre las regiones del país (Norte industrial, Sur
y Oeste productores agrícolas y de materias primas que abastecieron al Norte y fueron mercados para
sus productos industriales) fomentó los intercambios y el crecimiento económico.
En cuanto a Japón, se vio forzado a abrir sus mercados a las potencias industriales tras la agresión de
la marina norteamericana en 1853. Cuatro años después se le impusieron tratados comerciales
desiguales con varias potencias occidentales. Esta presión extranjera aceleró el fin del sistema
feudal, derribado por la Revolución Meiji de 1868. Desde entonces se impulsó la modernización
económica acelerada del país según modelos occidentales, para resistir la presión extranjera y
convertirse en potencia.
El Estado casi monopolizó la actividad empresarial entre 1868 y 1880, invirtiendo y creando
empresas públicas en industrias civiles (textil, minería, siderurgia, construcción naval, ferrocarriles,
telégrafo) y subvencionando las empresas privadas. Promovió la obligatoriedad de la enseñanza
primaria y potenció la importación de tecnologías y la llegada de asesores extranjeros. Al mismo
tiempo, extendió y racionalizó la red financiera, que canalizó el ahorro de las familias a las grandes
inversiones en la industria o los ferrocarriles.
A nivel político, en teoría se implantó un sistema liberal a imitación de los occidentales, pero bajo
esa apariencia se mantuvo una monarquía autoritaria, la del emperador Mutsuhito, y las principales
familias aristocráticas feudales siguieron controlando el poder en gran medida.
Desde 1880-1882 el Estado facilitó la adquisición de las empresas gubernamentales por parte
de grandes capitalistas, y esto facilitó una intensa concentración industrial y financiera con formas
similares a los trusts, que en Japón se denominaron zaibatsu, grandes corporaciones empresariales
controladas por unas pocas familias (Mitsubishi, Sumitomo, Mitsui…), lideradas por un banco y dueñas
de grandes empresas en diversos sectores industriales y en la construcción de ferrocarriles.
Los zaibatsu dominaron la economía japonesa hasta la Segunda Guerra Mundial. En 1937
controlaban un tercio de los depósitos bancarios de todo Japón, un tercio del comercio exterior, la mitad
de la producción naval y la gran mayoría de la industria pesada.
A comienzos del s. XX, el acelerado desarrollo económico se vio favorecido por una mano de obra
abundante, disciplinada y barata, por la explotación del campesinado, cuyo ahorro era canalizado a
la inversión industrial por los bancos de los zaibatsu, y todo ello con altas tasas de productividad,
dando lugar a una importante acumulación de capital que financió el despegue industrial.
El mercado interno era insuficiente para absorber tanta producción, y por ello las grandes
corporaciones defendieron la expansión imperialista de Japón hacia el Pacífico y el continente
asiático. Otros factores, como el crecimiento demográfico o la escasez de recursos y problemas de
abastecimiento también estimulaban y legitimaban la expansión imperialista. Antes de 1914, Japón ya
se había convertido en una gran potencia mundial, rivalizando en Asia con las potencias europeas.
El aumento de la competencia hizo necesario generar más consumidores, y para ello se innovó en los
sistemas de venta al detalle. Aparecieron grandes almacenes, que poco a poco fueron conquistando el
mercado. Eran grandes superficies comerciales polivalentes, que ofrecían gran variedad de productos
a precios más bajos que las tiendas tradicionales.
El aumento de los salarios obreros y la difusión de nuevos sistemas de venta (venta a plazos,
préstamos bancarios) abrieron el camino a la sociedad de consumo de masas. Se introdujo la
publicidad, junto a otras estrategias de marketing como las rebajas y las oportunidades.
La economía empezó a funcionar a una escala mundial. Las nuevas formas de organización de
las empresas, la expansión del librecambio (libertad de movimientos de capital y de los intercambios)
y la implantación del patrón oro14 fueron las claves de una primera mundialización de la economía
(1870-1914).
- El descenso del precio de los productos, que favoreció el aumento del número de
consumidores, debido a la producción masiva de bienes, que aumentó la productividad y redujo
costes.
- La revolución de los transportes, que facilitó la llegada de productos a todos los rincones del
mundo y redujo los costes de transporte.
- La existencia de un sistema monetario internacional estable, basado en la aceptación por las
potencias del patrón oro y la libra como moneda para las transacciones internacionales.
14
Sistema monetario internacional basado en la convertibilidad de las monedas nacionales en oro por un valor fijo
respaldado por los respectivos bancos centrales de cada país. Dichos bancos en teoría garantizaban la conversión en oro de la
moneda que emitían en base a dicho valor fijo.
15
Ver fuente nº 8.
16
Ver fuente 7 del anexo de fuentes y documentos.
En este escenario, en el último cuarto del siglo XIX los países del mundo occidental se lanzaron a la
conquista de amplias zonas del mundo, especialmente en África y Asia, aunque también en
Latinoamérica y Oceanía. La ocupación de territorios fue especialmente intensa entre 1870 y 1914, si
bien la dominación colonial se extendió hasta mediados del s. XX, e incluso más allá, para ciertos
territorios.
La Europa dominante.
Tras la Gran Depresión de 1873-1896, el mundo industrial salió de la crisis renovando sus
estructuras productivas, mediante la innovación técnica y la remodelación empresarial, y ampliando
enormemente sus mercados. La imposición de políticas proteccionistas en numerosos países europeos
hizo indispensable disponer de mercados y recursos en otras zonas del mundo.
Se inició así el imperialismo, que podemos definir como un sistema en el que la política, la cultura y
la economía mundial se organizaron en función del dominio de unos países sobre otros. El término hace
referencia a la actitud, doctrina o acción que conduce al dominio de un estado sobre otro u otros
mediante el empleo de la fuerza militar, económica o política. Siendo las motivaciones económicas las
fundamentales para iniciarlo17, esta dominación obedeció también a otros factores.
Factores económicos.
- Establecer mercados a los que exportar la creciente producción industrial, muchas veces en
régimen de monopolio (solo empresas de la metrópoli venden los productos, por lo que pueden
fijar precios elevados al no tener competencia, garantizando grandes beneficios).
- Conseguir materias primas y recursos energéticos abundantes y a bajo precio (por la dominación
política y militar, que imponía intercambios desiguales, a precios bajos).
- Utilizar mano de obra no cualificada, barata y disciplinada, en muchas ocasiones forzada, para
reducir los costes de extracción de recursos y materias primas18.
Otros han señalado que la expansión del capitalismo necesitaba nuevos territorios donde invertir
capital. El capitalismo financiero de finales del XIX se encontraba con limitadas expectativas de
17
Ver fuente 9 o Doc. 11 p. 119 del libro de texto.
18
Ver fuentes en F16.
beneficios en sus propios países, porque el control del mercado y los precios por un número reducido de
empresas hacía que fuera poco rentable la reinversión de beneficios en los mismos sectores y los
mismos mercados. Por ello, los capitalistas buscaron otros lugares donde las inversiones fueran más 1
rentables, encontrándolos donde había materias primas abundantes, mano de obra barata y poca o
ninguna competencia porque las leyes coloniales establecían un régimen de monopolio.
Los capitales encontraron una productiva salida en forma de créditos otorgados a las minorías
indígenas colaboradoras con la metrópoli, y más todavía en la financiación de infraestructuras
tales como ferrocarriles, puertos o grandes obras de ingeniería (canal de Suez, Canal de Panamá, etc.),
que se construían para servir a los intereses de la metrópoli (para favorecer la entrada y salida de
mercancías, para acceder a los mercados) y se traducían en futura deuda externa para las colonias.
Sin embargo, otras investigaciones ponen de manifiesto que el grueso de estas inversiones, con la
excepción de Gran Bretaña, no se dirigió hacia las áreas colonizadas, sino hacia otros países
industrializados o en vías de rápida industrialización, como Rusia o los EE.UU. 19. Esto condujo a
ampliar el marco de las explicaciones del imperialismo atendiendo a otros factores.
Factores políticos.
La expansión de las potencias industriales también obedeció al deseo de aumentar su poder político
internacional mediante la hegemonía colonial.
En el último tercio del siglo XIX el nacionalismo, que en sus inicios había estado ligado al
liberalismo y el romanticismo, se transformó en un movimiento conservador y en significado
componente del imperialismo.
Los Estados adoptaron una política de prestigio con la que intentaban atraerse a las masas
populares perjudicadas por la crisis, presentando el imperialismo como factor de
engrandecimiento de la nación que redundaría en beneficio de la sociedad, lo cual servía, junto al
fomento de la emigración a las colonias, para mantener la estabilidad interna adoctrinando a las masas
en una mentalidad conservadora de identificación con el Estado y el nacionalismo como si fueran algo
propio. En casos como el de Francia, el imperialismo servía además para cubrir con nuevas glorias la
humillación sufrida en la guerra franco-prusiana.
Desde estos postulados, los Estados europeos desarrollaron una acción diplomática dirigida por
fuertes personalidades (Bismarck, Chamberlain, Jules Ferry, Leopoldo de Bélgica, Cecil Rhodes, etc.)
quienes, apoyadas por la prensa y otros medios, propugnaron desde una postura chovinista20 la
formación y consolidación de extensos dominios coloniales.
19
Ver fuente 8.
20
Chovinismo: concepto que en Francia denomina al patriotismo exagerado, que considera que lo propio del país al que
uno pertenece es lo mejor del mundo.
21
Ver documento 14 p. 120 libro Edebé.
Esta política alimentó incontables episodios de tensión y conflicto que constituyeron el preludio de
la Primera Guerra Mundial.
1
Factores demográficos.
La explosión demográfica europea unida al descenso de los niveles de vida por la crisis
económica motivó grandes movimientos migratorios internacionales, y suponía una amenaza para el
orden establecido. La posibilidad de disponer de colonias en las que asentar este excedente de población
contribuyó a impulsar las políticas de expansión imperialista22.
Este incremento demográfico también afectó a potencias asiáticas como Japón y continuó en ascenso
hasta 1914. Parte de esa población fue absorbida por los territorios coloniales a través de una persistente
inmigración que en ocasiones llegó a alterar de manera sustancial la composición étnica de extensas
áreas.
Buena parte de la opinión pública de las metrópolis, por la falta de oportunidades, era
favorable a la expansión exterior para conquistar nuevos territorios en los que poder asentarse y
prosperar.
A lo largo del siglo XIX se fue completando el proceso de exploración del planeta. Desde mediados
de siglo una serie de autores (Julio Verne, Kipling, Jack London, etc.) alentaron la curiosidad y la
aventura a través de obras literarias que evocaban ambientes envueltos en un halo de misterio,
difundidas a través de publicaciones periodísticas o literarias repletas de atractivas ilustraciones.
Las sociedades geográficas alcanzaron una enorme importancia y contribuyeron a propagar esa
afición mediante conferencias y congresos. También organizaron expediciones científicas de carácter
antropológico y biológico que sirvieron para crear nuevas rutas, que fueron las que después serían
utilizadas por los colonizadores con fines militares o económicos.
La superioridad tecnológica se hizo abrumadora en el campo militar (armas de fuego, transporte
masivo y rápido, esmerada organización, etc.), procurando una ventaja a los conquistadores que palió
con creces su inferioridad numérica.
Por otra parte, las causas profundas del imperialismo no se pueden comprender sin buscar su razón
de ser en las concepciones racistas que defendían la superioridad de la raza blanca.
Las tesis darwinistas sobre la evolución de las especies fueron extrapoladas al campo social con el
fin de justificar el predominio de los más aptos (los blancos) sobre los menos aptos (darwinismo social).
Desde posiciones nacionalistas y chovinistas se desarrollaron teorías racistas que justificaban e
impulsaban la expansión territorial, con o sin el consentimiento de los pueblos autóctonos, y
proclamaban su “deber civilizador”, el de inculcar la cultura, religión y civilización europea al resto del
mundo para llevarles el “progreso”.
En sus formas más moderadas el racismo y el colonialismo se disfrazaron de un paternalismo que
sostenía la responsabilidad del hombre blanco de “rescatar del atraso” a las poblaciones
autóctonas consideradas inferiores mediante la instrucción y la educación23.
En esa labor destacó la actividad misionera de las iglesias cristianas anglicana, católica y protestante,
que justificaban su intervención por la necesidad de evangelizar a los nativos, algo que causó gran
impacto en las poblaciones indígenas que poseían una mentalidad totalmente ajena a la occidental, y
sirvió como medio de legitimación de la expansión imperialista e instrumento de aculturación, de
imposición de la cultura occidental a los pueblos dominados.
En todas esas posiciones subyacía una ideología de carácter etnocentrista y eurocéntrico que
ensalzaba la cultura europea y descalificaba al resto, considerado bárbaro, salvaje y primitivo 24.
22
Ver documento 13 p. 120 del libro de texto.
23
Ver las fuentes agrupadas en F10.
24
Ver las fuentes englobadas en F10. Ver también los textos de la actividad 5, p. 131 del libro de texto Edebé.
Por la combinación de estos factores, a finales del XIX las grandes potencias se lanzaron a la lucha
por el reparto del mundo, controlando zonas de América, la mayor parte de las islas del Pacífico, casi la 1
totalidad de Asia y África y desde 1919 la totalidad de Oriente Próximo25.
Hoy día hablamos de colonialismo para denominar cualquier forma de dominio territorial, político,
económico o cultural de un país sobre otro. Pero si hablamos de fases en la dominación colonial de unos
pueblos por otros, podemos entender el colonialismo como la forma inicial de dominación colonial
iniciada en el s. XVI, siendo el imperialismo su culminación a finales del XIX e inicios del XX.
Ambas formas de dominación difieren sustancialmente.
En primer lugar, los viejos imperios estaban ubicados predominantemente en el continente
americano, mientras que en esta nueva etapa la ocupación se realiza sobre todo en África, Asia y el
Pacífico.
En segundo lugar, las iniciales colonias habían sido fundamentalmente de asentamiento y los
emigrantes habían creado sociedades similares a las europeas, sin establecer un control político y militar
estricto, y con una relación económica basada en el modelo mercantilista (comercio triangular,
extracción de metales preciosos y materias primas de gran valor, trata de esclavos, venta de productos
manufacturados). Frente a ello, las nuevas colonias en el imperialismo serán, sobre todo, territorios de
ocupación dominados militarmente, en los que una minoría de europeos ejercerá un estricto
control político y económico para explotar sistemáticamente el territorio en beneficio de la
metrópoli.
Entre 1780 y 1870, las revoluciones liberales supusieron un cierto paréntesis en la expansión
colonial, frenada por los procesos revolucionarios, las guerras napoleónicas y el posterior esfuerzo de
las potencias en industrializarse. Pero la nueva fase expansiva entre 1870 y 1914 se asienta, no obstante,
en los espacios y mecanismos originales de la vieja colonización capitalista y comercial. Partiendo de
ellos, pugnó por ampliarlos y hacerlos más rentables dentro de un proceso continuo de apropiación de
recursos y territorios26, un proceso de mundialización de las economías industriales y sus sistemas
financieros.
Gran Bretaña consolidó entre 1815 y 1880 sus posesiones coloniales, y aunque viejos territorios
coloniales como las Trece Colonias y las antiguas colonias latinoamericanas alcanzaron sobre el papel
su independencia política, se mantuvieron en el caso latinoamericano en una situación de dependencia
económica, principalmente respecto a Inglaterra, la potencia hegemónica en la navegación, el comercio
internacional, las finanzas y la producción manufacturera por la Revolución Industrial.
Inglaterra ejerció desde entonces sin apenas competencia el denominado Imperio informal, o
“imperio indirecto” (1815-1880). Era un imperio “de hecho”, “pasivo”, con sólo una colonización de
puntos de apoyo comercial y una influencia dominante. Comienza hacia 1815 con el fin de las
guerras napoleónicas y dura hasta 1880, después de que la guerra francoprusiana (1870), el
nacionalismo, el proteccionismo comercial y otros acontecimientos incentivasen una más directa
competencia, dando paso al imperialismo.
Se estableció entonces una dominación de la economía, de la cultura o de la vida política, sin
ocupación material ni control directo (es decir, extrayendo los beneficios y mercancías a través de
inversiones y comercio, con un mínimo coste), en contraste con el imperialismo posterior, que iba
acompañado de la conquista y transformación del estatuto internacional del país subordinado (colonia,
dominio, protectorado, mandato, etc).
Las dos formas no son cronológicamente incompatibles, pero el informal Empire fue predominante
en la primera mitad del siglo XIX, en el que se asistió a un retroceso de los imperios coloniales
tradicionales.
25
Ver los mapas en el power point.
26
Dentro del cual podemos incluir la expansión de los EE.UU. hacia el sur y el oeste, la expansión rusa hacia Siberia, el
desmembramiento del Imperio Turco…
Gran Bretaña, con su economía floreciente, tenía entonces tal potencia que apenas tenía competencia
alguna, y por ello defendía una dominación colonial basada en el librecambio, que era sinónimo de
apropiación del mercado al tener los productos más competitivos. La sola apertura de un mercado 1
era suficiente motivo para su conquista y dominación. Por la persuasión y la negociación, por la
amenaza o por la guerra, los británicos impusieron numerosos tratados de comercio que les
entregaban nuevos mercados (Turquía, 1837; China, 1844; Marruecos, 1856; etc.). Una serie de
fortalezas e islas, cuidadosamente escogidas, servían de escalas de navegación, de puestos de
defensa, de depósitos, de plazas comerciales: Gibraltar, Malta, Adén, Hong Kong, Singapur. Es el
primer gran ejemplo de imperialismo económico (o de “economía dominante”), del que EE UU será el
otro gran ejemplo posterior, con la política de “puertas abiertas” en China, del “gran garrote” en
Latinoamérica.
Francia, por su lado, aunque en menor grado, se esforzó en obtener ventajas de sus disponibilidades
en capitales, para controlar numerosas empresas extranjeras (ferrocarriles, canales, banca).
Este colonialismo financiero y comercial terminaría de establecerse con el predominio de la libra y
después del dólar. En este sentido, se confunde con el neocolonialismo27 y se extendería a los países
iberoamericanos recién independizados y a los países europeos periféricos (como España, tan
dependiente del capital británico y francés durante el siglo XIX).
Durante el periodo 1815-1880 la dominación colonial, que consistía en una rivalidad anglo-francesa
fundamentalmente, se ejerció de este modo “pasivo”, sobre todo en África, el Mar Rojo y el océano
Índico. El imperio indirecto se ejercía por el control de la producción (Latinoamérica), de los
intercambios comerciales (Extremo Oriente) y la difusión de la cultura (Oriente Medio).
El ritmo de ocupación, que había sido lento y espacialmente limitado en la Edad Moderna, fue
mucho más rápido y territorialmente extenso en el s. XIX, especialmente desde 1870, de forma que
si en 1800 los europeos dominaban el 35% de la superficie terrestre, en 1914 lo hacían en el 84,4%.
Por último, mientras las antiguas posesiones coloniales dieron lugar a escasos conflictos, el
imperialismo de finales del XIX presentó un carácter militarista y agresivo, con frecuentes guerras,
porque la expansión colonial se había convertido en objetivo económico y político prioritario para las
potencias rivales, que pugnaban por la conquista de unos territorios cada vez más escasos.
El desmembramiento de África28.
Lo sucedido en el continente africano ilustra bien este nuevo tipo de dominación colonial.
A principios del s. XIX, los europeos solo dominaban franjas costeras o pequeñas colonias con
finalidades estratégicas o comerciales, pero en la segunda mitad del siglo exploradores y misioneros
27
Como neocolonialismo se denomina a una forma moderna de colonialismo, según la cual las antiguas potencias coloniales
del mundo, o las nuevas naciones hegemónicas, ejercen una influencia determinante en materia económica, política y
cultural sobre otras naciones independientes o descolonizadas. En este sentido, es un sistema político basado en el dominio
indirecto por parte de las grandes potencias sobre otras naciones menos desarrolladas, y que está motivado, principalmente,
por razones geopolíticas, económicas y de supremacía militar. Fue un proceso que siguió a la descolonización de las
naciones que se encontraban sometidas al régimen colonial de las potencias europeas. De esta manera, a pesar de los nuevos
Estados soberanos haber alcanzado la independencia política, continuaron viviendo en una situación de dependencia
económica, tecnológica, cultural, etc., frente a las antiguas potencias, es decir, consumiendo su mercancía, su tecnología,
sus productos culturales e, incluso, siguiendo en ocasiones sus directrices políticas.
Fuente: https://www.significados.com/neocolonialismo/
28
Ver Fuente 12 del anexo.
empezaron a recorrer África y se internaron por las cuencas de los ríos Níger y Nilo, y por las tierras de
África Central: Sahara, Sudán y los ríos Congo y Zambeze.
Estas expediciones y misiones abrieron las vías de colonización posterior, y en el caso de las 1
misiones, gracias a su influencia en la población autóctona, sirvieron para obtener iniciales concesiones
políticas y comerciales de los indígenas, o para justificar las posteriores intervenciones militares y
ocupaciones de las potencias para salvaguardar su presencia o contribuir a su labor evangelizadora.
Siguiendo las rutas abiertas por exploradores y misioneros, iniciativas económicas privadas
establecieron tratados comerciales con jefes locales, intentando influir después en los gobiernos
mediante grupos de presión para que protegieran sus intereses, promoviendo la fundación de
asociaciones coloniales que apoyaban las políticas imperialistas.
En este contexto, desde 1870 las expediciones aumentaron, y las potencias europeas, sobre todo
Francia y Gran Bretaña, se lanzaron a conquistar el continente, chocando en sus pretensiones de
establecer imperios continuos.
El proyecto británico quería crear un imperio norte-sur, que conectase mediante un ferrocarril la
colonia de El Cabo con la ciudad de El Cairo, con el objetivo de dominar la fachada oriental del
continente y controlar el Océano Índico. No llegó a culminarlo, pero obtuvo el dominio de algunos de
los mejores territorios, ricos en recursos minerales (diamantes, oro…) o de gran valor estratégico
(Canal de Suez, clave para la navegación a la India).
Por su parte, el proyecto francés, desde Argelia, pretendía dominar una franja este-oeste del
continente, del Atlántico al Mar Rojo, dominando el norte de África (Marruecos, Túnez), pero chocó
con los británicos en Egipto y en Sudán.
A la rivalidad entre Francia y Gran Bretaña se unió la ambición del rey de Bélgica, Leopoldo II,
que quería controlar la explotación de la cuenca del río Congo, una zona económicamente rica que
ambicionaban todas las potencias, en la cual ya existían enclaves de comerciantes alemanes.
África Central se convirtió en una zona de conflicto entre las potencias europeas.
Ante esta situación, el canciller alemán Bismarck convocó la Conferencia de Berlín (1885), con el
objetivo de establecer las áreas de influencia reservadas a cada país para evitar conflictos y
garantizar condiciones óptimas para el comercio y la explotación del continente. Los principales
acuerdos adoptados fueron:
- Libre navegación por los ríos Níger y Congo y sus afluentes, para evitar conflictos y estimular el
comercio en el interior de África.
- Se declaró la libertad de comercio en África Central.
- El control de la costa de un territorio no implicaba la ocupación interior, y la soberanía sobre
nuevos territorios no se reconocía por exploraciones, sino por su ocupación efectiva, debiendo
notificarse diplomáticamente al resto de potencias el establecimiento de cada nueva colonia.
- Para evitar disputas en el centro de África, se creó el Estado libre del Congo como estado-tapón,
una colonia “especial”, que hasta 1908 fue propiedad personal del rey Leopoldo II de Bélgica.
En los siguientes años otros estados europeos se lanzaron a una frenética carrera por ocupar el
territorio africano. A los imperios francés e inglés se unieron los intereses alemanes establecidos en el
África Negra (Togo, Camerún, África suroccidental y Tanganika), y los portugueses, que se
consolidaron en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. Finalmente, otros países como Italia o España
pugnaron por conseguir pequeños territorios coloniales que les permitieran alcanzar prestigio y “status”
de potencias coloniales (norte de Marruecos, Río de Oro y Guinea Ecuatorial para España; Libia y
Somalia para Italia).
Una vez ocupado todo el territorio, el choque entre intereses imperialistas se fue haciendo inevitable,
y los enfrentamientos se sucedieron.
El primero fue la guerra de los bóers, desarrollada en dos fases (1880-1881, y 1899-1902). En ella se
enfrentó el Reino Unido con los colonos holandeses de Sudáfrica, a raíz de la pretensión de Cecil
Rhodes, entonces primer ministro de la colonia británica de El Cabo, arrebatada a los holandeses en 1
1815, por imponer el dominio británico en toda la zona. Los bóers habitaban las repúblicas vecinas de
Transvaal y Orange, donde se habían instalado a mediados del s. XIX, huyendo de la ocupación
británica. La noticia de que se habían encontrado minas de oro y diamantes en Transvaal fue la razón
que impulsó a los británicos a invadirlas. Tras varios años de guerra, los territorios fueron anexionados
al Imperio Británico.
Un segundo conflicto enfrentó a Francia y Gran Bretaña, y tuvo lugar en 1898 en un territorio al
este del lago Chad, llamado Fachoda. Allí chocaron los proyectos expansionistas británico y francés,
encontrándose destacamentos militares de ambos países dispuestos a ocupar la zona. Tras meses de
tensión, el conflicto se resolvió diplomáticamente, viéndose obligados los franceses a ceder el territorio
de Sudán a los británicos, que lo convirtieron en un protectorado anglo-egipcio.
En el s. XIX se produjo también la penetración europea en Asia, en la cual a las potencias coloniales
tradicionales se sumaron otras nuevas, como Rusia, Japón o los EE.UU.
Asia era el continente mejor conocido por las potencias europeas desde la Edad Moderna, cuando se
iniciaron las exploraciones y se establecieron pequeñas colonias para el comercio de lujo y especias.
A diferencia de África, la mayoría de estos territorios tenían organizaciones políticas fuertes, lo que
les permitió resistir a las potencias coloniales, e incluso convertirse en colonizadores en el caso de
Japón.
La colonización francesa tuvo su centro en Indochina, lo que generó una serie de conflictos en Asia
suroriental. Con presencia en la Conchinchina desde 1858-1860, entre 1860 y 1880 fue ocupando toda
la región del Mekong y estableció un protectorado sobre Camboya como vía de penetración a China.
Después de una guerra con China, implantó protectorados en Annam y Tonkín, creando la Unión
Indochina (1887), a la que en 1893 se unió el Reino de Laos.
29
Ver mapas en el power point.
El Imperio Ruso continuó en el s. XIX su expansión hacia Siberia, y hacia el sur. Por esta zona llegó
a los límites del Imperio Británico en la India, con la que mantuvo un importante litigio por el control
de Persia y Afganistán (1880) y el Tíbet (1904), que quedaron como estados independientes bajo 1
control británico. También surgieron rivalidades territoriales con China y en 1904-1905 se produjo la
Guerra Ruso-japonesa por la expansión hacia Manchuria. La colonización de las tierras ocupadas se
produjo con la migración de entre 5 y 6 millones de rusos a Siberia en la segunda mitad del s. XIX.
Caso aparte fue el control de China, que no fue ocupada por ningún país, aunque los europeos
consiguieron, a principios del s. XIX, establecer algunos enclaves comerciales. Los europeos
comerciaban con China desde la Edad Moderna, pero era una actividad restringida a ciertos monopolios
autorizados por el gobierno chino. El Reino Unido importaba té, seda y porcelana, que debía pagar con
plata por la baja demanda de los productos británicos en China, lo que le ocasionaba un grave déficit
comercial. Para contrarrestarlo, los británicos empezaron a cultivar opio en la India y venderlo en
China, causando un grave problema social de adicción a dicha droga. Por ello, en 1839 el gobierno
chino prohibió la entrada de opio, pero los ingleses continuaron introduciéndolo de forma clandestina.
Esto desembocó en las guerras del opio (1839-1842; 1856-1860), que terminaron con victoria británica,
imponiendo a China la cesión del enclave de Hong Kong y la apertura de doce puertos al comercio
internacional, algo que evidenció la debilidad del Imperio Chino ante occidente.
Por ello, entre 1885 y 1911 se produjo un verdadero asalto a China por las potencias europeas y
Japón. Francia se situó al suroeste, Gran Bretaña en el sur y en el río Yang-Tsé, Rusia y Japón en el
nordeste, en torno a Manchuria, y Alemania y Gran Bretaña en la península de Shandong.
Por la gran rivalidad entre las potencias que pretendían hacerse con ella, China finalmente mantuvo,
en teoría, su independencia, pero desde entonces se intensificó la injerencia económica británica,
forzando concesiones mineras, en los ferrocarriles y en el control del comercio. Este expolio motivó
reacciones nacionalistas, como los reformadores radicales del levantamiento de los Cien Días (1898) y
la revuelta popular de los bóxers (1900-1901), que fracasaron.
Sin embargo, en 1911 una revolución liberal puso fin al Imperio y proclamó la República de China
(1911-1949), intentando liberar al país de la dependencia colonial y conseguir la reconstrucción
nacional.
Por otra parte, Oceanía también cayó bajo control de los europeos entre 1840 y 1900. Los británicos
poseían los dos principales territorios, Australia y Nueva Zelanda, colonias de poblamiento que
después se constituyeron como Estados soberanos dentro del Imperio Británico. La colonización de
estos territorios supuso el casi total exterminio de la población aborigen.
Los holandeses poseían desde la Edad Moderna enclaves en algunas islas del Pacífico, y en estos
momentos fortalecieron su dominio de la isla de Indonesia, las Célebes y la parte oriental de Nueva
Guinea. También España (Filipinas, hasta 1898, y otros archipiélagos vendidos entonces a Alemania)
y Portugal poseían islas en el Pacífico, sumándose ahora en el dominio de algunas de dichas islas
nuevas potencias como Francia, Alemania y los EE.UU.
El imperialismo estadounidense.
Los EE.UU. habían protagonizado desde su independencia un proceso de expansión territorial hacia
el sur y el oeste hasta ocupar la mayor parte de Norteamérica30.
Lo forman episodios como la compra de Lousiana a Francia (1803), la compra de Florida a España
(1819), la anexión de Texas (1845) a costa de México, que también se vio obligado a ceder los
territorios de California y Nuevo México tras la agresión norteamericana que desembocó en guerra en
1848. Además, llevó a cabo un proceso de expansión hacia el oeste entre la década de 1860 y
30
Ver mapas en el power point.
comienzos del siglo XX, arrebatando sus territorios y casi exterminando a las tribus indias
norteamericanas.
1
En la fase imperialista de 1870 a 1914, las causas económicas del expansionismo americano se
deben al gran crecimiento económico y son consecuencia directa del intenso proteccionismo
económico europeo. Los aranceles impuestos a la exportación de los productos americanos difundieron
el convencimiento de que era necesario establecer relaciones económicas privilegiadas con áreas que
pudieran asegurar sus futuros mercados desde las que practicar una política de expansión.
Las bases ideológicas que justificaron el imperialismo norteamericano fueron el darwinismo social,
muy difundido en la sociedad estadounidense, extendió la idea de que EE.UU. debía competir
encarnizadamente con otras naciones para sobrevivir en el contexto internacional. La opnión
mayoritaria defendió que el continente americano era su espacio natural de expansión, y que
EE.UU. podía, y debía, intervenir en cualquier lugar del mismo para defender sus intereses
(Doctrina Monroe, 1823).
La doctrina del “Destino Manifiesto” (1845) mezclaba lo anterior con la religión, afirmando que el
pueblo estadounidense, “elegido por Dios”, estaba legitimado para apoderarse de cualquier territorio
considerado “destinado” a formar parte de Estados Unidos.
Sobre estas teorías se fundamentó un fuerte sentimiento nacionalista supremacista que se sustentaba
en la supuesta superioridad racial, política, cultural, religiosa y técnica de la raza blanca anglosajona
sobre el resto de pueblos americanos.
La política expansionista estadounidense se orientó hacia el Caribe y el centro y sur del continente
americano. También inició su penetración en el océano Pacífico, con el objetivo de instalar en sus
islas bases navales que protegieran las rutas comerciales a los mercados asiáticos.
Para asegurarse el control del estrecho de Bering compró Alaska a Rusia en 1867.
Esta política se desarrolló en las pequeñas repúblicas del Caribe: Cuba, República Dominicana,
Haití, Panamá y Nicaragua. En todas ellas las grandes empresas norteamericanas fueron protegidas
por una intervención directa, incluyendo medios militares, en la formación de gobiernos o en la gestión
de los asuntos económicos, dando lugar a la denominada diplomacia del dólar.
La guerra contra España (1898), para hacerse con los enclaves de Cuba y Filipinas, ejemplifica esta
política. Tras la declaración de independencia de Cuba, Estados Unidos aprobó, en 1903, su derecho a
establecer una base naval en la isla y a “intervenir de cualquier forma para preservar la independencia
de Cuba, la protección de la vida, la propiedad privada y la libertad individual”. Ello permitió la
presencia de su ejército durante largos periodos y el control de los gobiernos autóctonos.
Del mismo modo, la política de estados como Nicaragua, Chile o Colombia era dirigida desde
Washington sin que existiera ningún lazo formal, y mediante este sistema se consiguió separar
Panamá de Colombia y “adquirir” los territorios y la concesión para construir el canal que
comunicaría el Pacífico con el Atlántico, crucial para el movimiento de mercancías desde la costa
este.
Las intervenciones armadas estadounidenses se han sucedido desde entonces en toda Latinoamérica,
con graves consecuencias políticas y económicas, y cuantiosas víctimas.
1
El expansionismo japonés.
Corea y Manchuria fueron los objetivos iniciales del imperialismo japonés, al que las potencias
occidentales apoyaron al principio para debilitar a estas potencias tradicionales.
Una vez conquistó los archipiélagos cercanos de las Kuriles y Ryukyu, en 1876 Japón intervino en
Corea y la forzó a la apertura de tres puertos y a permitir el asentamiento de japoneses. La agresión
japonesa fue respondida por la potencia entonces hegemónica en la zona, China, entrando ambos países
en la Guerra sino-japonesa (1894-1895), que ganó Japón, imponiendo a China la cesión de Formosa
(Taiwán actual), Port Arthur, las islas Pescadores y la península de Liatoung (extremo sur de
Manchuria).
La presencia nipona en Manchuria fue considerada intolerable por Rusia, pero antes de que hiciese
nada, Japón atacó a Rusia sin declaración de guerra en 1904, iniciando la Guerra ruso-japonesa (1904-
1905), aniquilando a la flota rusa anclada en Port Arthur. Esto, junto a la mediación de los EE.UU. en
el conflicto, le permitió consolidar su dominio sobre Corea y Manchuria, consolidándose como
potencia imperialista en Asia. El proceso expansionista siguió en la Primera Guerra Mundial, sobre las
posesiones de Alemania en la región.
Los territorios coloniales, una vez explorados, eran conquistados militarmente para pasar a estar
administrados directamente por la metrópoli, lo que se traducía en el control político, económico, social
y cultural de los pueblos colonizados.
La administración colonial.
Junto a las colonias, las concesiones eran territorios codiciados por su interés comercial o
estratégico, o por poseer materias primas (minas, petróleo), en cuyo caso se arrendaba su
explotación. Eran cedidas o alquiladas a la metrópoli por un tiempo determinado. Es el caso de Hong
Kong, cedida a los británicos, o Macao, a los portugueses. Las condiciones económicas impuestas
favorecían a los estados colonizadores.
Según el tipo de gobierno impuesto por la metrópoli las colonias podían ser:
En estos territorios, los europeos practicaron la “economía del pillaje”, es decir, explotaron con el
menor coste posible inmensos territorios con abundantes recursos naturales.
Los colonos europeos se apropiaron de las tierras, desplazando por la fuerza a los indígenas. En otros
casos, se encerró a los indígenas en reservas (África del Sur) o se los exterminó sistemáticamente 2
(Australia, Nueva Zelanda).
Las grandes empresas metropolitanas recibieron concesiones gratuitas de tierras de sus metrópolis
para explotarlas con el sistema de plantaciones dedicadas al monocultivo de productos coloniales de
alto valor en los mercados metropolitanos (caucho, cacao, café, té, tabaco…).
Para trabajar en las plantaciones se impuso a los indígenas el trabajo forzado en condiciones
infrahumanas, que se veían obligados a aceptar como único medio de vida una vez se les había privado
de sus tierras y actividades tradicionales. Esto produjo drásticas reducciones de la población, con casos
de genocidio como el que costó 10 millones de vidas en el Congo belga.
Los recursos minerales y energéticos fueron expoliados (oro, diamantes…), y muchas materias
primas llegaron a Europa a bajo coste, aumentando el margen de beneficio y la competitividad de las
compañías que las empleaban.
Además, para reducir los costes de mantenimiento de la administración colonial, y a veces incluso
drenando con ello más riqueza para la metrópoli, las metrópolis imponían sus monedas, sistemas
fiscales y una fiscalidad elevada sobre el consumo, el movimiento de mercancías…
Todo ello refleja que, aunque en el discurso de los colonialistas se defendiera “la misión
civilizadora” de las sociedades “avanzadas”, el argumento humanitario de llevar la fe y el progreso y
pacificar a esos pueblos “atrasados”, lo que movía al imperialismo era la avaricia y el ansia de
enriquecimiento.
Desde el punto de vista económico, el imperialismo sirvió de estímulo a la industrialización en
aquellas áreas donde aún era débil y favoreció su consolidación allí donde ya estaba en marcha. El
principal objetivo de las metrópolis cuando emprendieron estas políticas fue la obtención de materias 2
primas abundantes y baratas y la colocación de los productos manufacturados por sus industrias en las
colonias.
Y aunque los colonialistas defendieran que el imperialismo engrandecía a las naciones y beneficiaba
al conjunto de sus sociedades, la explotación colonial no benefició a todos por igual: las clases
dirigentes metropolitanas fueron las grandes beneficiarias, ya que el mantenimiento del imperio tenía un
elevado coste para la hacienda estatal, sufragado con los impuestos de toda la población.
Como resultado, se dividió el mundo en dos grandes polos: uno, el de los países desarrollados que
dominan la economía mundial y son el centro del sistema capitalista; otros, los subdesarrollados, Tercer
Mundo, dependientes de los industrializados.
En los espacios colonizados se generó un dualismo económico que pervive en la actualidad:
economías de autoconsumo y sectores económicos informales en los que busca su sustento la
población pobre coexisten con una economía capitalista orientada esencialmente a la exportación, a
abastecer los intereses de las metrópolis.
El impacto demográfico
Amplias zonas fueron roturadas para ser adaptadas a las nuevas exigencias económicas, dando lugar
a notables cambios del paisaje y graves alteraciones del medio natural.
La introducción de nuevos métodos de explotación agrícola y de especies animales y vegetales
inéditas, provocó profundas alteraciones o la absoluta destrucción de los ecosistemas naturales. De ese
modo el bisonte, esencial en la vida y cultura de numerosos pueblos indios de Norteamérica, fue casi
exterminado por cazadores blancos; el conejo se convirtió en una auténtica plaga tras ser introducido en
Australia y carecer de depredadores naturales.
Las grandes selvas tropicales se vieron sometidas a una intensa deforestación causada por la
sobreexplotación de los recursos madereros y la expansión del monocultivo de plantación; los ríos
fueron contaminados con metales pesados (mercurio y otros) como consecuencia de los métodos
aplicados a la extracción de metales preciosos y los desechos procedentes de la actividad minera.
La estructura social también cambió. Las nuevas relaciones de poder y los nuevos ritmos de trabajo
desorganizaron la vida tribal y el antiguo sistema de jerarquías sociales (papel de los ancianos, modelos
de familia…). Los colonizadores impusieron modelos sociales propios de la sociedad europea
(capitalismo y sociedad de clases), destruyendo los clanes, tribus y organizaciones indígenas.
La burguesía procedente de las metrópolis, integrada por comerciantes, funcionarios y
terratenientes, copó los niveles altos y medios de la sociedad colonial31.
Hubo casos en que ciertos grupos autóctonos fueron asimilados por los colonizadores y pasaron a 2
formar parte de la cúspide social. Esto ocurrió fundamentalmente con las antiguas élites dirigentes,
miembros de algunos cuerpos del ejército y funcionarios de la administración colonial.
Contrastando con esa minoría, la mayor parte de la población autóctona fue objeto de un
generalizado proceso de proletarización que incrementó las abundantes reservas de mano de obra
destinada a la creación de infraestructuras y a la agricultura de plantación.
Se llevó a cabo una segregación racial, con una completa falta de respeto a las formas de vida
indígenas.
En lo político, el reparto de territorios entre las potencias conllevó que unidades étnicas fueran
divididas o unidas de forma artificial. De este modo se rompieron etnias y se trazaron fronteras
artificiales forzando la convivencia de grupos étnicos enfrentados en entidades políticas creadas según
el reparto resultante de la pugna de los colonizadores, sin atender a las realidades locales, creando
graves conflictos sociales, políticos y étnicos que han llegado hasta el presente.
Aparte de ello, los europeos cooptaron a determinados grupos indígenas para reclutar a su ejército y
sus funcionarios, y favorecieron a determinadas élites a cambio de su colaboración en la explotación de
los territorios. Dentro de estas élites sociales, y en el seno de la administración colonial, se forjó una
élite indígena con educación occidental, que abrazó ideas liberales o socialistas y fue forjando un
creciente nacionalismo que aspiraba a la independencia.
Para las metrópolis, las potencias europeas consiguieron aumentar su poder e influencia en el mundo,
pero a costa de fuertes tensiones internacionales que culminan en la Paz Armada, el sistema de alianzas
y la I Guerra Mundial.