Hora Santa La Transfiguracion Del Señor
Hora Santa La Transfiguracion Del Señor
Hora Santa La Transfiguracion Del Señor
Tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró
delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. En
esto se aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él... Una nube luminosa los cubrió con su sombra y de
la nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis delicias. Escúchenle”. - Palabra del
Señor
La Eucaristía es la gran prenda de nuestra resurrección futura. ¿Cómo será esa resurrección nuestra? El apóstol
San Pablo nos dice que Cristo “transformará nuestro cuerpo humilde configurándolo con su propio cuerpo, lleno
de esplendor” (Filipenses 3,21)
Esa gloria que nos espera a nosotros, sujetos ahora a tantas debilidades, nos la muestra y la avanza Dios en la
es- cena incomparable del Tabor. Cristo aparece ante los discípulos radiante, brillantísimo, esplendoroso, y
enciende la creación entera en torno suyo con todos los destellos de la gloria.
Aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús de la pasión que le espera en Jerusalén, nos dice Lucas, que al
narrar también los disparates que iba diciendo Pedro llevado de su entusiasmo, anota: “no sabía lo que se
decía”. Y es que la escena fue grandiosa de verdad...
La gloria externa de Jesús no es más que el reverbero de la inundación de luz que esconde dentro, aprisionada
por su cuerpo todavía mortal. Y el grito del Padre es la exteriorización de un gozo divino constante al ver
encarnada, en el Hombre Jesús, toda la belleza de la Divinidad.
Por otra parte, esta escena del Tabor es la manifestación de la realidad cristiana más honda: el cristiano, por el
Bautismo, es un hijo de Dios, “participante de la naturaleza divina” (2Pedro 1,4), acrecentada continuamente
por la Eucaristía, que recibida en la Comunión, le llena de toda la vida de Dios: “Así como el Padre vive, y yo vivo
por el Padre, así el que me come vivirá por mí” (Juan 6,57)
Todo culminará en la resurrección futura, porque Dios, “a quienes puso en camino de salvación, les comunicará
también su gloria” (Romanos 8,30). Y sacamos una consecuencia consoladora: ¿vale la pena luchar, esperar,
confiar?... “Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un
día se nos revelará” (Romanos 8,18)
Así debemos ver a Jesús en la Eucaristía. Oculto bajo los velos sacramentales, está aquí, sin embargo, con el
mismo esplendor que en el Cielo, y diciéndonos de continuo: ¡Animo! ¡Adelante! En medio de sus luchas, miren
con los ojos de la fe mi gloria. Conmigo están en la prueba, y conmigo estarán en el premio. Con ustedes estoy
en su lucha, y pronto ustedes estarán en la dicha de mi victoria...
Como Pedro, te digo casi fuera de mí: “¡Qué bien se está aquí, Señor!”.
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Pero el Tabor lo debo dejar para después. Ahora he de subir a Jerusalén contigo que te diriges hacia el Calvario,
donde nos hemos de encontrar los dos, cada uno clavado en su propia cruz. Amo la esclavitud de mi deber y de
mi cruz de cada día.
Contemplación afectiva Alternando con el que dirige Porque quiero, Señor, contemplar un día tu gloria.
Porque el Padre me predestinó a ser imagen tuya. - Hazme, Jesús, como Tú.
Porque me ilusiona tener un día tu misma gloria. - Hazme, Jesús, como Tú.
Porque al comulgar soy una sola cosa contigo. - Hazme, Jesús, como Tú.
Porque estoy contigo en una misma cruz. - Hazme, Jesús, como Tú.
Porque quiero mantenerme firme hasta el fin. - Hazme, Jesús, como Tú.
Porque quiero que el Padre se complazca en mí. - Hazme, Jesús, como Tú.
Todos Señor Jesús, iniciador y consumador de nuestra fe, que nos revelas la gloria que nos espera si seguimos
tus pasos sin desmayar. Sostén mi fe, mi esperanza y mi caridad. Que ellas me guíen hasta tu morada celestial a
través de todas las vicisitudes del mundo.
Madre María, que te sacias en el Cielo con la gloria de tu Hijo el nacido en un pesebre y el muerto en una cruz.
Enséñame a seguirle como Tú en las pruebas y en los sacrificios y deberes de cada día para gozar después, en
una dicha sin fin, de la vida eterna que Él me tiene preparada.
En mi vida Autoexamen
La gloria del Tabor enfrentó a Jesús con la cercana agonía de Getsemaní y los horrores de la cruz. Y no se tiró
para atrás, estimulado por esa gloria que le ofrecía el Padre para después de la lucha... ¿Soy yo igual que el
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Maestro y el Capitán que va delante?... ¿No tengo fe en la promesa de Dios, cuando me brinda una gloria que
será mía con toda seguridad?... ¿Retrocedo ante cualquier sufrimiento, pequeño o grande? Ante mis deberes,
quizá costosos, ¿me quejo, los rehuyo, no los acepto como la cruz mía, que me configura ahora con Cristo
paciente, para configurarme después con el Cristo glorioso?...
Preces
Mientras contemplamos gozosos al Señor Jesucristo, transfigurado tan gloriosamente en el Tabor, le decimos
suplicantes:
Te alabamos y damos gracias, Señor Dios nuestro.
Para que todos los bautizados tengamos conciencia de nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios, y Dios pueda
decir, como de Jesús, que en nosotros tiene todas sus complacencias,
- Señor, haz que nuestra vida sea como la vida de Jesús. Para que nos convenzamos todos de que sólo siguiendo
a Jesús con la cruz se llega a la gloria de la resurrección,
- haz, Señor Dios nuestro, que nos abracemos generosa- mente cada día con todos nuestros deberes cristianos.
Para que todos los que sufren: los pobres, los enfermos, los desterrados..., miren la gloria futura que Dios les
guarda,
- y no se desanimen en la lucha de cada día.
Para que nosotros, los creyentes que en la Eucaristía nos encontramos con el mismo Jesús del Tabor, pedimos:
- que sepamos vivir firmes en una esperanza que no nos engaña.
Le pedimos a Dios que a nuestros hermanos difuntos les llene de los esplendores del Señor Jesucristo
resucitado,
- y gocen de la gloria que han merecido con sus buenas obras y la bondad misericordiosa de Dios.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, tu Carne glorificada es prenda de resurrección y estímulo poderoso y fuerza para la lucha.
Haznos comensales constantes del banquete del Reino. Así esa gloria tuya, que ahora nos entusiasma, como
entusiasmó a los Apóstoles del Tabor, será nuestra para siempre en la Casa del Padre. Así sea.
CONCLUSIÓN
La Solemnidad de la Transfiguración del Señor debe ser para nosotros la esperanza del Cielo que nos aguarda,
especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y se asoma el desaliento, ya que este fue un adelanto de
su gloria triunfal.
Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar. No dejemos de traer a nuestra memoria
el lugar que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Cada día que pasa nos acerca
un poco más. El paso del tiempo para el cristiano no es, en modo alguno, una tragedia; acorta, por el contrario,
el camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo esperado;
nuestro quinto día.
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Oración por la Transfiguración del Señor
Amén.