PR 8580

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Retamozo, Martín; Schuttenberg, Mauricio

Gorila, más que una palabra: Usos


y controversias en la Argentina
contemporánea

Oficios terrestres

2016, nro. 35, p. e002

Retamozo, M.; Schuttenberg, M. (2016). Gorila, más que una palabra: Usos y controversias
en la Argentina contemporánea. Oficios terrestres (35), e002. En Memoria Académica.
Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.8580/pr.8580.pdf

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Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea
Martín Retamozo, Mauricio Schuttenberg
Oficios Terrestres (N.º 35), e002, julio-diciembre 2016. ISSN 1853-3248
http://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/oficiosterrestres/index
FPyCS | Universidad Nacional de La Plata
La Plata | Buenos Aires | Argentina

GORILA, MÁS QUE GORILLA, MORE


UNA PALABRA THAN A WORD

USOS Y CONTROVERSIAS USES AND


CONTROVERSIES
EN LA ARGENTINA IN CONTEMPORARY
CONTEMPORÁNEA ARGENTINA

Martín Retamozo Mauricio Schuttenberg


[email protected] [email protected]
http://orcid.org/0000-0001-8778-7667 http://orcid.org/0000-0002-5268-1712

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet)


Instituto de Investigaciones en Humanidades
y Ciencias Sociales (idihcs)
recibido 04-09-2016 Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
aceptado 12-11-2016 Universidad Nacional de La Plata
Argentina

RESUMEN ABSTRACT
En el artículo se analizan los usos This article analyzes the uses of the
de la palabra «gorila» en la política word «gorilla» in Argentine politics
argentina y su constitución como and its constitution as a signifier
un significante con potente capa- with powerful interpellation
cidad de interpelación. El término, capacity. The term, originated as
originado para nombrar la violen- a way of naming the violence of
cia de la alteridad al peronismo, the otherness to the peronism,
reconoce una doble dimensión. Por recognizes a double dimension.
un lado, identifica a un proyecto On the one hand, it identifies
político-económico en favor de los a political-economic project in
sectores dominantes nacionales y favor of the national and foreign
extranjeros. Por otro, denuncia una dominant sectors. On the other, it
actitud de desprecio y de incom- denounces an attitude of contempt
prensión hacia la cultura popular y and incomprehension towards
hacia las formas políticas de los sec- popular culture and the political
tores subalternos. Ambas dimensio- forms of the subordinate sectors.
nes constituyen las controversias Both dimensions constitute
en las que diferentes espacios polí- controversies in which different
ticos utilizan el término para clasifi- political spaces use the term to
car o para desclasificar(se). classify or declassify (with).

PALABRAS CLAVE KEYWORDS


peronismo, gorila, peronism, gorilla,
Argentina, política Argentina, politic

Esta obra está bajo


una Licencia Creative
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA
Commons Atribución-
NoComercial-SinDerivar
4.0 Internacional.
AVANCES DE
INVESTIGACIÓN

GORILA, MÁS QUE


UNA PALABRA
USOS Y CONTROVERSIAS
EN LA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA

Por Martín Retamozo y Mauricio Schuttenberg

Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas.


Bosquejar un capítulo de esa historia es el fin de esta nota.

Jorge Luis Borges (1952)

introducción

«¿Qué pasa / qué pasa / que pasa, General? Está lleno de gorilas el gobierno popular»,
coreaban las columnas de la Tendencia el 1 de mayo de 1974. «Es un gorila», «lleno de gorilas»,
«no digas goriladas», «puede sonar gorila pero», son algunas de las frases que abundan en el
lenguaje político cotidiano de los argentinos. Si, como dice Jorge Luis Borges –connotado de
la especie–, la historia es la diversa entonación de algunas metáforas, quizás podamos afir-
mar que la historia del léxico de la política argentina está incompleta sin esa metáfora y sus
entonaciones. Pero aún más, la catacresis viene a indicarnos un lugar ausente en la reflexión
teórico política y, a la vez, persistente en el terreno simbólico, allí donde se libran batallas
por la hegemonía.

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A lo largo de, por lo menos, los últimos dos siglos la teoría política tendió a dividir el espacio
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político en dos grandes bloques: derecha e izquierda. Estos espacios se identificaron con
nociones de orden o progreso, libertad o igualdad, tradición o modernización. Izquierda y
derecha se transformaron, entonces, en categorías que dan cuenta de dos espacios inelu-
dibles en el estudio de las dinámicas políticas. No solo las ciencias sociales trabajaron estas
definiciones, también los propios actores del campo político se autoadscribieron en vincula-
ción a esos espacios y a sus tradiciones aunque, claro, de diferentes formas. Tanto partidos
como movimientos sociales fueron construyendo diversas posiciones que, en términos am-
plios, se analizaron en torno a esa gran divisoria del mapa político.

Sin embargo, la emergencia, durante el siglo xx, de experiencias políticas que se conocieron
como «populismos clásicos» en América Latina fue síntoma de las limitaciones del esque-
• ma derecha-izquierda para pensar esos movimientos (sujetos y gobiernos) que no se dejan
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

encasillar fácilmente. Más acá en el tiempo, el debate sobre el giro a la izquierda (Castañeda,
2006, Arditi, 2009) requirió de adjetivos para ubicar esas muchas izquierdas (Ramírez Gallegos,
2007). Así, circularon términos compuestos como «izquierda populista», «populismo de iz-
quierda», «izquierda radical», «izquierda socialdemócrata», «etnonacionalismo de izquier-
da», «izquierda nacional-popular», etc. En efecto, el proceso político latinoamericano activó
la discusión en los lenguajes académicos sobre cómo pensar las experiencias. El término
«populismo» reemergió con fuerza en una tercera ola que seguía a los populismos clásicos
(el peronismo, el cardenismo y el varguismo) y a los neopopulismos de orientación neoliberal
(representados por Alberto Fujimori en Perú, Carlos Menem en la Argentina, Fernando Co-
llor de Mello en Brasil y Abdalá Bucarám en Ecuador).

La propia dinámica histórica –como lo había hecho con izquierda-derecha durante dos
siglos– generó nuevos y elusivos espacios en la topografía política que era (y es) preciso
analizar para aportar a la comprensión de los procesos sociopolíticos, sus sujetos y sus con-
diciones de disputa. El término «populismo» fue, sin dudas, el principal referente teórico para
alcanzar a nombrar esa emergencia, y las querellas infinitas sobre los alcances de la catego-
ría han sido un lugar común en los estudios políticos latinoamericanos. Ese lugar incómodo,
que era denunciado desde la izquierda marxista (leninista y trotskista) como una estrategia
de las clases dominantes para neutralizar el poder emancipatorio de la clase trabajadora,
pero también por la derecha, por sus pretensiones de alterar su status quo mediante políti-
cas reparatorias de daños sociales, parecía a la vez persistente e informe.

Ahora bien, desde ese lugar construido como emergencia y como escenario de luchas popu-
lares también se establecieron contiendas simbólicas de des-sujeción a nombres dados por
la alteridad dominante (cabecitas negras, chusma, descamisados), y con lenguajes propios y
prestados se abrió una peculiar forma de lucha. Entre esas disputas por la clasificación se
encuentra la palabra «gorila». Este artículo se interroga por este emergente de estas luchas
políticas y analiza sus diversas entonaciones que, al decir de Borges en el epígrafe, son cons-
titutivas de la historia. Pero, además, nos asiste la intuición de que esa palabra está diciendo
algo que no se puede decir en los registros académicos y que lleva un espectro bautismal
que es invocado en sus usos. La persistencia es notable: a pesar de los numerosos esfuerzos
teóricos y políticos por olvidarlo este término sigue vigente y es utilizado en la querella po-
lítica y en el debate público. Muchos decretaron el fin del conflicto y la llegada del consen-
so, no obstante, el concepto continúa identificando posiciones y comportamientos, y sigue

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cumpliendo, por lo tanto, una función política incómoda en la designación de los enemigos
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de los sectores subalternos. Es justamente por esa importancia política, de identificación y


epistemológica que planteamos un rastreo de los sentidos en torno a la reconfiguración de
las identidades políticas en nuestro país pos 2003.

Esta cuestión de pensar los clivajes de la política en la Argentina no pasó desapercibida en


los estudios académicos como tampoco el uso de la palabra «gorila». En el libro Términos
latinoamericanos para el Diccionario de Ciencias Sociales, editado por el Consejo Latinoa-
mericano de Ciencias Sociales (clacso) en 1976, Pedro Pirez es el encargado de realizar la
entrada «gorilismo». Pirez lo ubica, primero, como un modo autoreferencial de los sectores
militares golpistas previos a 1955 y repara en el modo en el que los sectores populares se
lo apropiaron y lo invistieron de carga negativa. Para Pirez, el término se define a partir de
• cinco dimensiones: a) una minoría contra la mayoría, b) la relación represiva entre la minoría
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

(gorila) y las mayorías populares, c) el militarismo (la posesión de armas y de uniformes),


d) un contenido político ligado a la defensa del status quo (el capitalismo y la dependencia),
la subordinación a Estados Unidos (y la civilización occidental y cristiana), la aversión a las
conquistas populares y el odio a los movimientos populares y sus dirigentes (Pirez, 1976: 69).

Otros autores como, Pierre Ostiguy (1997, 2005, 2013a, 2013b) han trabajado para teorizar
esta intuición sobre el «doble espectro político argentino» o los «dos clivajes de la política
argentina» (Alessandro, 2009). Ostiguy distingue alto y bajo en términos de «estilos» que
se cristalizan en los modos de intervención política y de escenificación pública a partir de
un repertorio de prácticas de producción de sentido (las modalidades discursivas, los mí-
tines, las movilizaciones, las campañas políticas, etc.). El análisis de los usos de la pala-
bra «gorila» puede contribuir, también, a este objetivo (Retamozo & Schuttenberg, 2016).
No debemos soslayar, por lo tanto, el doble campo de uso de esta palabra. Por un lado como
un vocablo nativo que los actores movilizan en la contienda política como forma de clasificar
al adversario y/o descalificarlo. A su vez, este uso reactualiza la matriz de la cual proviene
–el peronismo– y la que, sin embargo, puede también disputarse. Por otro, el uso analíti-
co de un término que contaminado (o cargado semánticamente) también puede ser usado
como herramienta para abordar un desafío: es imposible comprender la política argentina
sin incorporar la conformación del orden simbólico que estructura preferencias, discursos y
decisiones, y eso va más allá del eje izquierda-derecha. No se trata de negar la validez de la
dicotomía clásica sino de incorporar el otro eje cuya tradición tiene la potencia de los imagi-
narios como modo de estructurar el campo de la representación.

el origen del término

El mito –o la historia– refiere que la palabra «gorila» se introdujo en el lenguaje político a par-
tir de un popular programa de radio, «La Revista Dislocada», de Délfor Amaranto Dicásolo,
que se emitía por Radio Splendid. En uno de los sketch –escritos por Aldo Cammarotta1–
hacia marzo de 1955 se satirizaban escenas de la película Mogambo, protagonizada por Clark
Gable y por Ava Gardner y estrenada con gran éxito poco tiempo antes. En la parodia, un
científico buscaba, incesantemente, un cementerio de gorilas y ante cada ruido extraño y
misterioso se escuchaba un coro que repetía: «Deben ser los gorilas… Deben ser» (inclu-
so se grabó un baión con ese coro). La fantasmal, y por momentos efectiva, presencia de

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sectores golpistas (como en el bombardeo a Plaza de Mayo de junio de ese año) fue len-
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tamente asociada como un espectro que se hace presente por su constante ausencia.
La referencia, entonces, se usó para nombrar el accionar subterráneo golpista e incluso –cuenta
la leyenda– los propios militares antiperonistas la adoptaron en comunicaciones cifradas.

La Revolución Libertadora que derrocó al gobierno constitucional del General Juan Domingo
Perón fue conocida como el «Golpe Gorila» (además de «La Fusiladora») por propios y por
extraños; cabe recordar el título de libro del trotskista Nahuel Moreno, por ejemplo. A partir
de allí, el vocablo circuló como sinónimo de antiperonismo. En las cartas que intercambiaban
Perón y John William Cooke el término «gorila» (y gorilismo) era moneda común, también en
los escritos de Perón de los años sesenta. La expresión también inundó las publicaciones
contrarias al régimen dictatorial, como «Rebeldía» o «Línea Dura». En 1964 Carlos del Peral
• publicó Manual del gorila, un libro humorístico con ilustraciones de Kalondi, en el que rea-
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

lizaba una caracterización satírica y proponía un test para saber si el lector era o no gorila.

Por aquellos años ocurrían intentos de resemantización del término, ya incrustado en el


repertorio discursivo del peronismo. Muestra de ello es el panfleto que el partido Revolución
Libertadora elaboró con motivo de las elecciones de 1965 [Figura 1].

«Si gorilismo significa:


Luchar por una verdadera democracia
que no degenere en libertinaje ni anarquía.
Repudiar toda expresión totalitaria
y enfrentar con claridad y firmeza
el problema peronista.
Sostener vehementemente los ideales
de LIBERTAD, JUSTICIA Y DIGNIDAD
que unieron a la ciudadanía en 1955.
Reprimir enérgicamente la delincuencia
y los negociados.
Hablar claro y llamar a las cosas por
su nombre, sin especulación electoral.
Terminar con la estafa de la Ley
de Asociaciones Profesionales.
Reivindicar la lucha social de los
Figura 1 trabajadores y los gremios, desvirtuada
Fuente: La voz por intereses políticos.
de la historia Combatir el sabotaje y reglamentar
(en línea) con sensatez las huelgas en los servicios
públicos, cuya proliferación humilla al
PUEBLO ARGENTINO
Formular en el Parlamento un Plan
Económico de Adhesión Nacional de 10
puntos que impedirá al Poder Ejecutivo
hacer Política con la Economía.
LLENE EL CONGRESO DE GORILAS»

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No obstante, los desplazamientos hacia cualquier rasgo antiperonista (y no necesariamente
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militarista) fueron tempranos. Bajo el gobierno de Arturo Illia, una consigna frecuente
expresaba: «¡Illia gorilón / rajá de la Rosada que es la casa de Perón!» (1964), y años después
«Cipayos / gorilas / hijos de Codovilla», en alusión a los militantes del Partido Comunista.
Otra consigna que lo expresa es la dirigida a Guillermo Estévez Boero, dirigente del Partido
Socialista: «Estevez Boero / gorila y estanciero / si vos sos socialista el Papa es montonero».

El proceso de radicalización y de peronización de los sectores medios introdujo el término


en otros contextos. Esto se plasma en el debate intelectual, ligado a la universidad, quizás
con una función de diferencia interna donde lo «otro gorila» era también parte de una mis-
ma tradición arraigada en padres y en abuelos. Una revisión de los artículos publicados por
las célebres Envido2 y Antropología 3er Mundo evidencian la presencia del término. Cabe
• mencionar, por supuesto, el uso en los documentos de las organizaciones políticas y de sus
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

órganos de difusión o las expresiones de la derecha peronista (como la revista Cabildo).


En efecto, se produce un doble movimiento imbricado de diferenciación sobre un campo
ya antagonizado. Por un lado, la diferenciación generacional que los sectores radicalizados
ponen en escena con sus pertenencias y sus trayectorias familiares. Por otro, al interior
del peronismo, lo que permitió que la tendencia revolucionaria interpelara a Perón por los
«gorilas» en el gobierno popular y que desde los sectores de la derecha identificaran como
infiltrados, marxistas y «gorilas» a las organizaciones radicalizadas.

Hasta los años ochenta, al menos, la categoría seguía casi exclusivamente asociada a la cul-
tura peronista. En las concentraciones de la Confederación General del Trabajo (cgt), lide-
rada por Saúl Ubaldini, se coreaba: «Traigan al gorila de Alfonsín / para que vea / que este
pueblo no cambia de idea, lleva las banderas de Evita y Perón». Es decir, comunistas, socialis-
tas, radicales o militares golpistas ingresan en la categoría como sinónimo de antiperonismo,
en tanto el apelativo cruza el clivaje izquierda-derecha. La transición política a la democracia
también implicó una transición de los lenguajes políticos y de su publicidad.

Una nueva afección al uso del vocablo se produjo en la década del noventa con la asunción
de un programa neoliberal de la mano de Menem, quien había basado su primera campaña
en un estilo ligado a la tradición populista del peronismo. Como afirma Lucas Rubinich, al
referirse a este período, «sin los elementos de la tradición peronista que cuestionan desde la
política un status quo social no hay uso productivo de “gorila”» (2001: 106). La desarticula-
ción de la equivalencia del peronismo en el gobierno con el imaginario nacional-popular (sus
lenguajes, sus liturgias y sus estéticas) permitió que emergiera el término «gorila» para aludir
a referentes del Partido Justicialista pero con la particularidad de ser lanzados desde fuera
del espectro peronista. Esto se plasma en consignas antimenemistas como «Traigan al gorila
musulman».3 No obstante, también el uso siguió su estándar clásico cuando fue empleado
por funcionarios o por aliados de Menem4 y/o de Duhalde,5 los dos líderes del peronismo de
los años noventa.

Las organizaciones sociales de matriz nacional-popular (o con un componente de ella) tam-


bién lo incluían como un modo de marcar continuidad entre los gobiernos neoliberales de
Menem y de Fernando de la Rúa.

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Cada palabra que pronuncian, cada paso que dan y cada gesto que producen, denuncian
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que el intento de mostrarse como políticos preocupados por resolver los problemas
de las mayorías, es sólo una torpe actuación que no alcanza para disimular la esencia
«gorila» de las políticas que llevan adelante, destinadas a darle continuidad al modelo
liberal que con tanto ahínco el menemismo construyó a lo largo de los últimos diez años.
Los viejos administradores y los aspirantes a serlo en el futuro realizan piruetas de todo
tipo para mostrarse renovados, pero vuelven a repetir los mismos textos que dijeron
hasta el cansancio cuando ocupaban funciones en el gobierno anterior, acompañando al
actual en la implementación de las medidas que son centrales para la preservación de los
intereses de los monopolios (Patria Grande, mayo 2000: 12).


peronistas versus «gorilas»: un clásico argentino
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

El gorila es tal vez el más potente de los símbolos peronistas


y representa la esencia de lo antinacional,
lo antipopular, lo antiobrero y lo antiperonista.

Daniel James (2004)

«Y, al final, un día volvimos a la gloriosa Plaza de Mayo a hacer presente al pueblo argentino
en toda su diversidad», dijo Néstor Kirchner en su discurso en la Plaza de Mayo el 25 de
mayo de 2006, a tres años de asumir la presidencia y a 33 años de la asunción de Héctor
J. Cámpora. La vuelta, no fue solo de la liturgia de la izquierda peronista que había anticipado
Nicolás Casullo ([2002] 2010), sino también de sus lenguajes. Es cierto que «gorila» es un tér-
mino ausente –o relativamente marginal– del léxico presidencial (tanto de Néstor Kirchner
como, luego, de Cristina Fernández de Kirchner) pero la reposición del campo semántico y
de la estructura del relato histórico instaló nuevas-viejas condiciones de enunciación para
la polifonía kirchnerista.

Las «matrices político-ideológicas» (Svampa, 2004) permanecían en reservorios organiza-


cionales y militantes y, en el caso de la nacional-popular, en ocasiones desarticulada del
Partido Justicialista después de la experiencia menemista. La irrupción de Kirchner introdujo
las condiciones para reactualizar la «gramática movimientista» que incluye una lectura de
la historia como lucha entre el proyecto nacional y la oligarquía (Natalucci & Pérez, 2012).
No es casual que hayan sido las organizaciones sociales y políticas las que primero evocaran
la jerga militante para decir desde y sobre el kirchnerismo y sus enemigos. En el kirchne-
rismo el vocablo gorila es repuesto en el marco de la tradición del peronismo de izquierda
(Casullo, [2002] 2010).

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Todos los gorilas, sea del pelaje que sea, intentan detener nuestra marcha. Pero cuando
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los argentinos nos ponemos de pie no es tan fácil voltearnos. Tenemos una larga historia
de lucha sobre nuestras espaldas desde los patriotas de San Martín y Güemes, pasando
por las montoneras federales de Rosas y Facundo, por los defensores de la causa contra
el régimen de Irigoyen y Mosconi, hasta llegar a los descamisados de Perón y Evita, hemos
dado largas muestras de coraje a la hora de defender nuestros intereses. Cuando el Movi-
miento Nacional se pone en marcha el Pueblo se hace protagonista de la historia por eso
no nos cansamos de decirles a todos los gorilas que intentan meter un palo en la rueda:
NI LO INTENTEN EL FUTURO ES NUESTRO…» (Editorial, Revista Evita, octubre 2006: 2).

Con el kirchnerismo, el término volvía a ocupar un lugar en los lenguajes públicos. Así lo
• registraba Horacio González en una lúcida nota publicada en el diario Página/12:
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

En estos días se ha escuchado la palabra gorila, como si se evocase ese lejano aullido que
por las madrugadas sobresalta a los vecinos del Jardín Zoológico. Mejor seguir durmien-
do, el sinsabor llega en sordina y nos tranquiliza saber de dónde proviene. Pero cuando
en no pocas conversaciones actuales ha resurgido ese mismo epíteto –esa invocación
o gracejo que les hace un guiño a los entendidos–, es momento de preguntarnos por la
vieja encrucijada de la historia argentina. ¿Qué son los gorilas? ¿Es posible definirlos?
¿Se puede seguir usando ese concepto en la política nacional? (Horacio González, en
Página/12, 4/11/2007: en línea).

Ahora bien, como señala Daniel James (2004), el apelativo de «gorila» refiere como contra-
parte a la «oligarquía», cuya presencia podría considerarse difusa o solapada con los «culpa-
bles» de la implementación del neoliberalismo y de la crisis socioeconómica que estalló en
2001. El registro del adversario en el período presidencial de Néstor Kirchner se ubicó más
en el sector financiero, en las empresas privatizadas y en los organismos multilaterales de
crédito. Sin embargo, son las organizaciones las que repusieron el lenguaje político como un
gesto de reconciliación con su propia historicidad.

Nada enerva más a los gorilas que una Plaza llena de Pueblo, piqueteros, gordos,
intendentes malitos, gente arriada, es decir, una nueva versión del aluvión zoológico.
Nosotros vimos a las Madres, a los desocupados y a las organizaciones sociales, a los
trabajadores, al poder institucional que acompaña este proceso, a un importante sector
del Pueblo que se organiza acompañando a nuestro presidente (Editorial, Revista Evita,
julio 2006: 2).

El gorilismo se identifica, aquí, con una reacción cultural a lo popular. Los sectores popula-
res movilizados y organizados reactivan la dicotomía civilización y barbarie del antiperonis-
mo ilustrado (de izquierda, socialdemócratas, liberales y conservadores). Esta articulación
entre gorilismo y la antinomia sarmientina permite pensar la posibilidad de un gorilismo de
diferentes extracciones. El efecto se traduce en otro uso del concepto que desde el campo

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nacional-popular se dirige a sectores de la izquierda «gorila» (en los años setenta, también,
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«cipaya»), acusada de una visión ilustrada y moralizante sobre la cultura popular (y el peronis-
mo como expresión de ella). En este sentido, nos encontramos con la dimensión cultural del
concepto, en tanto no se impugna la defensa por parte de la izquierda de los intereses de los
sectores dominantes (aunque puedan ser tildados de «funcionales») sino de la incomprensión
de lo nacional y lo popular en el esquema de luchas sociales. Una incomprensión del ser de la
lucha de clases por la primacía del deber ser.

En esta visión, cierto sector de la izquierda es tildado de «liberal o burgués», a partir de su


tradicional lectura crítica del peronismo como forma de desviacionismo, ahora encarnado
en el proceso kirchnerista. La izquierda «trotskista», principalmente, pero también la maoísta
y la guevarista, son la frontera con la que disputan sobre las caracterizaciones de los go-
• biernos del «giro a la izquierda» o populistas el apelativo de «gorilas», lo que indica su falta
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

de comprensión histórica.

No compartimos en absoluto aquellas visiones de la izquierda tradicional argentina, en


particular las del trotskismo local, que desde aquellos tiempos de surgimiento del mo-
vimiento peronista hasta hoy repiten el discurso gorila y de incomprensión absoluta
de la cuestión nacional, con aquello de que «para que avance la clase obrera es preciso
aniquilar la identidad peronista» partiendo de la premisa de que se ha tratado desde sus
orígenes de una «loza ideológica» a combatir (En Marcha, 19/2/2003: 3).

El otro uso de «gorila» desde el campo nacional y popular hacia la izquierda predica sobre el
progresismo. El progresismo «gorila», devenido tanto del Partido Socialista como de la Unión
Cívica Radical (ucr), propondría una mirada moralizante sobre los sectores populares y des-
calificadora de sus prácticas y sus identidades. Como consecuencia, al igual que en expe-
riencias como la Unión Democrática que enfrentó a Perón, establecen alianzas con partidos
reaccionarios en una cruzada ético-política contra el peronismo.

El gorilismo del denominado progresismo se expresa en el cuestionamiento que hace del


peronismo como fuerza que expresa lo popular o la genuinidad de esa representación.
En su lugar, y desde esta visión, Afirmación de una República Igualitaria (ari) fundado por
Elisa Carrió y experiencias como la liderada por Margarita Stolbizer proponen un pacto mo-
ral desde la idealización de un ciudadano desvinculado de las tradiciones políticas populares.

Desde su asunción, el proceso por el cual el gobierno de Néstor Kirchner devino kirchneris-
mo reactivó elementos sedimentados y los puso a circular en espacios públicos diferentes a
los que habían sido confinados en la década del noventa. Sin embargo, las preguntas gonza-
lianas adquirieron otra dimensión cuando en 2008 la Argentina fue escenario de la confron-
tación entre bloques políticos liderados por las entidades patronales ligadas a los negocios
agroexportadores, por un lado, y el Gobierno Nacional, por el otro. La historia es bastante
conocida. El kirchnerismo se enfrentó por primera vez con una coalición opositora multifa-
cética (empresarios, medios de comunicación, oposición política) y el conflicto se tramitó en
las calles y en las rutas (cortadas) y en el espacio público mediatizado, hasta que la resolución

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institucional provino del célebre voto no-positivo del vicepresidente y presidente de la
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Cámara de Senadores, Julio Cobos. Esa coyuntura reformateó y consolidó tanto un campo
político como identidades, lenguajes y subjetividades.

Fue, sin dudas, por aquellos meses cuando el vocablo «gorila», que nunca desapareció del
argot militante, comenzó a ocupar otra vez espacios públicos, mediáticos y a ser entona-
do con otras fuerzas y con otros ecos en el fragor de la contienda y en un campo políti-
co antagonizado. En un contexto en el que muchos vaticinaban un «fin de ciclo», para la
anomalía kirchnerista, estos lenguajes y la movilización simbólica funcionaron como
espacio de inscripción para lo que algunos autores llamaron, poco después, «exacerba-
ción de lo nacional-popular» (Svampa, 2011) o «reperonización» (Rocca Rivarola, 2015).
Este proceso incluyó una serie de decisiones políticas y de políticas públicas pero, tam-
• bién, una movilización de sentidos colectivos contenidos en la cultura política. El pero-
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

nismo infinito (Svampa, 2006) parecía reponerse y la Argentina se peronizaba en actos


bulliciosos que parecían desmentir los pronósticos de agonía. Entre sus «mil caras» (Ollier,
2013) el peronismo sacaba a relucir aquella que invoca la matriz plebeya y su repertorio
discursivo en el que junto con términos como «oligarquía» habita la palabra «gorila».

El conflicto entre el gobierno nacional y las entidades patronales del campo, en 2008, reacti-
vó el clivaje peronismo-gorila. Por un lado, por primera vez desde 2003 el gobierno nacional
enfrentaba a un actor movilizado con capacidad de construcción discursiva y de interpela-
ción en sectores sociales opositores. Por otro lado, la mediatización de lo político reconfigu-
ró el escenario en tanto condiciones de producción y de recepción de los discursos sociales.
El espectro de la «oligarquía» se encarnaba en uno de sus tradicionales actores –con la
Sociedad Rural a la cabeza– y activaba el rol de actores políticos de los medios de comuni-
cación. No solo el campo militante peronista evocaba el término «gorila» para posicionarse
en la contienda («Gorila puto / vas a pagar / las retenciones del gobierno popular»), sino
que el término comenzó a circular en otros espacios públicos y bajo disímiles formatos.6
Aunque pueden reconocerse en el discurso de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de
Kirchner ciertos elementos discursivos que reactualizan el antagonismo (como la mención a
«comandos civiles» para referirse a la acciones de los ruralistas) fueron otros enunciadores
que compusieron el universo polifónico del kirchnerismo los que se ocuparon de reponer
el término en sus dos dimensiones (político-económica y sociocultural).7 Un claro ejemplo de
la actualización es la enunciada por la organización «Putos Peronistas», que lanzó la consigna
«El puto es peronista, el gay gorila» (Página/12, 26/6/2009: en línea), en la que entrecruzan
las dos dimensiones, en tanto a la problemática lgttbiq8 se la cruza con la cuestión de clase
y con la identidad política.

La respuesta gubernamental a la derrota en el conflicto con el campo y luego en las eleccio-


nes legislativas de 2009 incluyó un conjunto de políticas, de discursos y de gestos que afectó
el campo de constitución de las identidades políticas. El «kirchnerismo puro», como lo llaman
Ana Montero y Lucía Vicent (2013), incluyó gran parte del repertorio discursivo del peronis-
mo de izquierda y se consolidó luego de la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010.
«Che gorila / no te lo decimos más / si la tocan a Cristina / que quilombo se va a armar», se
cantó en Plaza de Mayo durante las exequias del expresidente. El uso del término se ubicó,
definitivamente, en la tradición de la izquierda peronista en su formato kirchnerista.

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Ahora bien, dentro del espacio del peronismo existe otra apelación al gorilismo, pero esta
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vez desde una perspectiva de centro-derecha que predica sobre quienes se auto inscriben
ilegítimamente en el campo nacional-popular. En los años setenta eran los «infiltrados»; bajo
el kirchnerismo esta lógica se aggiornó en el discurso de sectores del peronismo alejados de
la conducción de Cristina Kirchner, que comenzaron a identificar como «gorilas» a algunos
funcionarios kirchneristas y a tildar en el mismo sentido a algunas de las políticas públicas.
En este contexto, el gorilismo estaba dado por haber abandonado el «verdadero» peronismo
(o por no haberlo sido nunca) y su reemplazo por otras ideologías que, según esta lectura, no
estaban vinculadas a esa doctrina. Así, el dirigente sindical Luis Barrionuevo acusó a Cristina
de «gorila» (La Nación, 19/5/2012) ante lo que entendía era una avanzada del gobierno sobre
los sindicatos, y la vinculó con el menemismo al marcarla como fanática de Domingo Cavallo
(exministro de Economía) y de Menem. En el mismo sentido, Omar Maturano, titular del gre-
• mio La Fraternidad, identificó como «gorila» al ministro de Economía, Axel Kicillof, a partir
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

de la interpretación de que el funcionario «odia el modelo sindical argentino». Para Maturano,


«o es gorila o de ultraizquierda. Gracias a Dios los trabajadores somos peronistas, los trabaja-
dores no somos kirchneristas, que no se equivoquen» (La política online, 6/5/2015: en línea).

En este plano, el significante «gorila» expresa el desvío por izquierda de la doctrina justi-
cialista, al punto de excluir al kirchnerismo del campo del peronismo y de identificar a sus
funcionarios como «gorilas», no por estar a favor de los sectores dominantes (el imperialismo
y la oligarquía) sino por la dimensión cultural manifestada en una incomprensión de las or-
ganizaciones históricas de los trabajadores y de sus dinámicas internas.

el campo de la izquierda

El heterogéneo campo de la izquierda no ha tenido a la categoría «gorila» como uno de los


puntos nodales de sus discursos, en parte, debido a la hegemonización del término que hizo
el peronismo, al menos hasta la década del noventa. Sin embargo, no son pocas las referen-
cias a este término, en especial desde que en el menemismo operó una desarticulación entre
peronismo y proyecto conflictivo con los sectores dominantes. La categoría se refiere, en-
tonces, a discursos, a personas o a políticas tendientes a favorecer a los sectores dominan-
tes en detrimento de las clases subalternas. Así, «gorila» designaría una tendencia antiobrera
de la que el peronismo podría ser parte.

En 2011 el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires por el Frente de Izquierda,


José Montes, fustigó por «gorila» y por «antiobrero» al gobernador kirchnerista de Santa
Cruz, Daniel Peralta, quien había señalado que los maestros ponían en riesgo el orden ins-
titucional y que no había dinero para resolver sus justas demandas: «Es increíble que este
gobernador que ya está en el podio de los principales mandatarios gorilas y antiobreros
del país diga que no hay plata para los maestros santacruceños, en una provincia inundada
de petróleo» (Partido de los Trabajadores Socialistas, 4/6/2011: en línea).

El acusar de «gorilas» a dirigentes del peronismo es marcar las contradicciones que estas
fuerzas perciben en dicho espacio político. De este modo, el gorilismo está anudado a lo
antiobrero que podía ser predicado del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en las

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disputas con un sector sindical, por ejemplo, por el impuesto a las ganancias. Christian
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Castillo, dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (pts) sentenció: «Cristina hizo
un discurso bien gorila y antiobrero, digno de De la Rúa y del gobierno de la Alianza» (Partido
de los Trabajadores Socialistas, 27/6/2012: en línea). El pts construye una doble diferen-
ciación con la otredad peronista. Una con el gobierno, al que acusa de tomar medidas y de
adoptar posicionamientos «gorilas»; la otra, con la conducción del movimiento obrero, al que
identifica como burocrático.

Frente a ello, marcaban sus diferencias con el gobierno:

Pero lo que resalta es el discurso del kirchnerismo que acusa a los trabajadores que pa-
• ran y a los que han logrado recomponer medianamente su salario de extorsionar a la
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

sociedad y a los trabajadores que menos cobran, por estar en contra de considerar que
lo que reciben como paga por su trabajo es ganancia. Mientras tanto, no gravan la renta
financiera, mantienen el IVA, subsidian a los capitalistas, pagan deuda externa ilegítima y
fraudulenta, permiten que las empresas imperialistas saqueen nuestros recursos y se pa-
sen por lugares poco apropiados las leyes argentinas. Visto todo eso, podemos decir que
los argumentos del kirchnerismo han sido extraídos del manual del buen gorila o de los
tanques de ideas del neoliberalismo (Aguirre, en La izquierda diario, 1/4/2015: en línea).

El gorilismo del kirchnerismo está sostenido en la argumentación de un falso relato que bajo
un ropaje nacional-popular esconde una política pro-patronal, por lo tanto «gorila», al igual
que las administraciones neoliberales anteriores.9 Entre esas prácticas antiobreras también
cuestionaron lo que entendían como ajustes de ciertos gobiernos provinciales vinculados
al oficialismo. El caso de Santa Cruz destaca como muestra emblemática: «Para los socia-
listas revolucionarios una comprobación frente a los trabajadores y el pueblo pobre de que
La Cámpora es una corriente al servicio del Estado burgués y los capitalistas» (Aguirre,
en La verdad obrera, 5/1/2012: en línea).

La Cámpora y el kirchnerismo representan, en realidad, otra expresión burguesa de derecha.


Para dar cuenta de ello se sumergen en la historia y construyen un puente entre Perón en
1974 y su supuesto apoyo a la Triple A. Según el pts, el presente marcaría una etapa similar,
puesto que la ley antiterrorista impulsada por el gobierno buscaba, a su entender, abrir
un proceso represivo. Esto se articula con la concepción de falso relato, puesto que «años
después son aquellos que se dicen hijos de la JP los que intentan aplicar un ajuste y repiten
gestos represivos típicos de la derecha peronista» (Aguirre, en La verdad obrera, 24/4/2014:
en línea).

El uso de «gorila» para designar al peronismo y al kirchnerismo desde la izquierda requiere de


otro movimiento discursivo: defenderse de la acusación a la que aludíamos anteriormente
de ser una izquierda «gorila» funcional a los intereses de las clases dominantes.

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En el kirchnerismo también hay un sector que destila veneno contra quienes levantamos
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las ideas de Trotsky: especialmente intelectuales y cuadros políticos «progres» prove-


nientes del PC. Repiten una y otra vez la idea de que «los trotskistas le hacen el juego a
la derecha» y acuñan la frase desmentida por la realidad de la Presidenta: «A la izquierda
del kirchnerismo solo está la pared». El peronismo siempre hizo todo lo posible por alejar
a los trabajadores del trotskismo, identificándolo con el PS y el PC, que durante la mayor
parte de su historia se aliaron con los peores enemigos del movimiento obrero y apoya-
ron dictaduras militares, acusándonos de «estar con los gorilas». Pero los trotskistas, le-
jos de ello, nos insertamos en los sectores avanzados de la clase obrera y representamos
para patrones, políticos burgueses y burócratas la perspectiva de una revolución donde
todos ellos terminen en el basurero de la historia (Crux, 21/8/2014: en línea).


Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

El uso del significante «gorila» está en juego también en las disputas internas con otras
expresiones del campo de la izquierda no peronista. Prueba de ello son los términos de al-
gunos debates sobre posicionamientos históricos que las distintas fuerzas que componen el
espacio han tenido a lo largo de la historia. Así, el Partido Obrero (po) cuestiona al Movimien-
to Socialista de los Trabajadores (mst) haber tildado de «gorila» a Fidel Castro en el momento
de la revolución cubana.10 Mientras que se desacredita al Partido Comunista por el apoyo
que habían tenido a la autodenominada «revolución libertadora». Allí, el gorilismo es algo que
la maduración y el crecimiento del Frente de Izquierda estaría logrando dejar atrás y que,
según esta lectura, es percibido por los trabajadores peronistas que verían a la izquierda
como la única fuerza capaz de llevar adelante las banderas del peronismo, ahora cooptado
por el enemigo.11

En el mismo sentido se cuestiona el uso que el peronismo hace del concepto «gorila», puesto
que le permite correr el eje de discusión y obtura cualquier crítica que la izquierda le formu-
la. Desde esta perspectiva de izquierda, ante la denuncia del carácter conservador del pero-
nismo esta fuerza se defiende invalidando al enunciador por «gorila» y dejando sin efecto el
fondo de las críticas.

la izquierda intelectual y el progresismo

Dentro del amplio abanico de la izquierda existe otro sector que disputa el sentido de la
palabra «gorila». Este espacio tiene dos características. Por un lado «habla» desde el campo
intelectual y, por otro, se reivindica en una tradición crítica, progresista, socialdemócrata e,
incluso, de izquierda. Dicho sector se puede definir a partir de «que el grueso de los partidos
socialistas y las organizaciones de centro-izquierda comenzó a dejar de lado sus resistencias
a la economía de mercado y a desechar paulatinamente el lenguaje de la lucha de clases, la
liberación nacional, el internacionalismo, la soberanía westfaliana estricta y demás» (Arditi,
2009: 233). En términos de Ostiguy, es una centro-izquierda alta que se identifica en contra-
posición con el modo peronista de acción política pero que tiene pretensiones de compren-
sión del mundo subalterno, por lo que se incomoda con la clasificación de «gorila». Un pasaje
de una entrevista a Beatriz Sarlo es una muestra de ello:

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[…] varios de sus críticos coinciden en calificarla de «gorila de izquierda».
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- ¿Le molesta o no que le digan así?


- Creo que no soy gorila, pero es muy tradicional [la acusación]. En todo caso, prefiero
que me digan de izquierda a que me digan de derecha.
- ¿Duele lo de gorilismo? Algunos están orgullosos de ser gorilas.
- Mi generación vivió una vida tratando de no recibir el calificativo «gorila», pero corre
por cuenta de quien lo dice. Por ahí fracasé y soy gorila...
- ¿Pero no es algo que la condiciona cuando escribe? ¿No hay una especie de mecanismo
de preservación que la lleve a cuidarse o a cambiar algunos planteos para no quedar
enrolada en el «gorilismo»?
- No, en realidad no creo ser gorila. Si me comparo con Marcos Aguinis, Juan José Sebreli
o Santiago Kovadloff, tengo que pedir la ficha de afiliación (risas). Depende de con quién te
• compares. Pero en un arco donde estén Carlos Altamirano, Emilio de Ipola, Tito Palermo,
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

en donde todos somos más o menos así, ninguno merecería el adjetivo de «gorila».
Esa es la gente con la cual hablo. Para mi generación era el peor insulto que se podía re-
cibir, pero tipos como [Jorge] Coscia son tan sectarios que me inclinaría a llamarlo gorila
a él. Un gorila peronista (Sarlo, en La Nación, 30/4/2011: en línea).

En este campo, la nominación de «gorila» por parte del peronismo actúa como una invalida-
ción en tanto incomprensión de la dinámica política de los sectores populares, de sus iden-
tidades, de sus liderazgos y de sus formas de representación.

el espacio de la derecha

Como el progresismo intelectual, el espacio de la derecha se enfrenta con la clasificación


descalificante de «gorila». En efecto, son escasos los enunciadores que se asumen como tales
y, si lo hacen, es más por un fin provocador que identitario. Para pensar el uso de esta cate-
goría en el espacio de la derecha tomamos ciertos discursos pertenecientes a ese espacio,
pero no a representaciones político partidarias del mismo. En distintos medios vinculados
históricamente a esta tradición la cuestión del gorilismo es un tema abierto al debate y ob-
jeto de columnas y de editoriales. En términos amplios las referencias al término «gorila» se
inscriben en un movimiento defensivo orientado a desarticular el lugar del enunciador del
apelativo. El espejo devuelve una crítica a lo que interpretan es la característica populista
del peronismo: la antagonización del espacio social. Esto es, la supuesta capacidad de esa
fuerza de construir enemigos políticos en distintos actores y sectores que son llamados de
esa forma denigratoria para impugnar el debate. Este aspecto se relaciona, también, con
la idea de la falsedad del discurso peronista y su búsqueda de construir enemigos, que no
serían reales sino más bien inventados ad hoc para sostener o para generar adhesión a los
que detentan el poder.

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La palabra «gorila», como epíteto dirigido a todos aquellos que seguimos diciendo lo
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que el peronismo fue y es, se saltea la realidad. Es curioso, es sospechoso, el análisis que
ciertos comentaristas, psicólogos sociales y sociólogos a la violeta hacen del primer pe-
ronismo. Reivindican, con razón, el aporte de la incorporación millonaria de marginados
a la sociedad argentina que significó, repitiendo lo que había hecho el radicalismo con
los marginados de su época. Pero ignoran estos campeones sedicentes y sediciosos de
los derechos humanos todo lo que tuvo de sistema fascista de aniquilación de la libertad
y la dignidad humana: la afiliación forzosa, la humillación del luto obligatorio, los textos
escolares plagados de incondicionalidad. Fue, para nosotros, un fenómeno nuevo, im-
portado de la Italia de Mussolini. Todo argentino no peronista se convirtió en esa época
en exiliado interior (Balestra, en La Nación, 10/3/2008: en línea).


Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

En el apartado podemos ver cómo el significante «gorila» es negado en su validez, puesto


que en el discurso es construido como una maniobra del peronismo para correr el eje de la
discusión política y para ocultar su carácter filo fascista. El problema del peronismo, desde
la óptica de la derecha, es su naturaleza conflictiva, es la toma de posición que implica su
discurso.

En el análisis de ese movimiento, desde su derrocamiento en 1955, se ha generado un des-


entendido dual: o no se lo acepta o se lo glorifica. El peronismo expresa desarreglos de la
sociedad argentina. Como una enfermedad. Fue siempre una consecuencia, no una causa.
[…] Querer separar el horror del proceso del horror peronista que lo antecede es hacer
trampas. […] Una síntesis con afán didáctico podría compendiarse diciendo que su ca-
racterística es el desaliño moral. El desaliño moral, lo dice su etimología, es desentender-
se, desinteresarse por ciertas formas del comportamiento que son el piso, las paredes
y el techo de la honestidad. De la honestidad pública y de la honestidad privada (Balestra,
en La Nación, 10/3/2008: en línea).

Desde esta lectura, la política, a diferencia de la etapa peronista y kirchnerista, no debe-


ría considerarse como conflictiva sino más bien como consenso sin antagonismo (Conno,
2012). La búsqueda de un terreno común para el diálogo es atravesada como un rayo por el
antagonismo en el sentido fuerte, el que cuestiona la racionalidad del otro. Pensar en estos
términos implica una negación de lo político y su reemplazo por una visión que vela los
conflictos y la disputa de intereses. No obstante, el mantener la «ultrapolítica» (Rancière,
1996) implica la imposibilidad de convivencia. El peronismo sería el espectro de la diferencia
política (Marchart, 2009) y, en este aspecto, un obstáculo obstinado a las buenas formas
políticas liberales.

Entrevistador: Para muchos sectores usted está caracterizado como «gorila»… El pero-
nismo tuvo altibajos, momentos en los que se volvía democrático, y que efectivamente
luchaba por la justicia social, pero siempre me quedaba el sabor de que esa lucha estaba
vinculada a lo inmediato, a la conquista del voto y no a un progreso genuino. Yo no odié al

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peronismo. Conversaba con sus grandes teóricos, Arturo Jauretche, Juan José Hernández
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Arregui, el «Colorado» Abelardo Ramos. No fui propiamente un «gorila». Simplemente


cuestionaba cosas. Pero en esa época podíamos dialogar, a pesar de que eran figuras muy
seguras de sus posiciones. Era otra Argentina (Aguinis, en Clarín, 19/4/2016: en línea).

Allí emerge la lectura que el término «gorila» es parte del dispositivo peronista para construir
antagonismos, cuestión que la derecha plantea negar el conflicto y «cerrar la grieta» que los
gobiernos kirchneristas habrían abierto. El relato está identificado con una mística falsa que
sirve a los intereses de construir una verdad sesgada. El objetivo de la derecha es, justa-
mente, construir un discurso de «todos», no de una parte. Como bien señala Diego Litvinoff
(Página/12, 31/8/2016), esta vez en referencia al pro, pero asimilable al espacio de derecha
• en general, se caracteriza como exceso de politización toda interpretación alternativa de los
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

hechos.

El significante política se articula en una cadena de sentido que lo concibe con la adminis-
tración de los recursos que se tienen en un contexto determinado. Esa es la buena política
que oculta en el discurso a la visión negativa que es la de la confrontación y la del conflicto.
Esto último se conecta con la visión que tiende a deshistorizar las trayectorias de los actores
sociales y colectivos. Estos son reemplazados por gente o por personas que son identifica-
dos como sujetos individuales sin intereses colectivos o sectoriales. La mención al concepto
de «gorila» implica, justamente, reabrir esos debates. El significante «gorila» reabre el proce-
so de historización del conflicto que el discurso de la derecha pretende clausurar (y que, a
la vez, repone).

El problema con el gorila es que no cree que haya que ahogar la libertad para realizar la
justicia social, supone que si otros países pudieron ampliar derechos sociales y políticos
sin resignar las instituciones de la democracia, aquí también es posible hacerlo, y da por
descontado que no hay que reverenciar a nadie por las conquistas sociales, como sucede
en todo el mundo, que no está plagado de monumentos, cánticos y glorias a líderes que
hay que mirar desde muy abajo, porque ellos están muy arriba. Salvo, claro, en los regí-
menes autoritarios. Con los años, gorila podían ser el almirante Isaac Rojas o el general
Pedro Eugenio Aramburu, pero también Augusto Timoteo Vandor o incluso José Ignacio
Rucci, porque el término se transformó en un arma de lucha para denigrar al contrario
(Mercado, en La Nación, 19/8/2015: en línea).

El término «gorila» incomoda a los sujetos designados, por ello hay un esfuerzo en la ar-
gumentación por mostrar la incoherencia del concepto. En este contexto, el kirchnerismo
acusaría a cualquiera que quisiera pensar distinto; no importa su posición política, lo que
prima en esa operación es estar contra esa fuerza, que es caracterizada por esa práctica
como autoritaria.

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Nada de esto les parece deleznable a los defensores de la unanimidad. Por el contrario,
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califican de gorila al que lo denuncia. Para esta manera de ver las cosas, gorila es el que
se niega a avalar el robo de boletas en el cuarto oscuro, el que quiere terminar con el
bochornoso sistema electoral que reproduce las condiciones del fraude, el que quiere
garantizar la independencia política de quien recibe un plan social, el que cree que dar un
trabajo no es esclavizar al trabajador con el voto, el que está convencido de que donde
hay una necesidad hay un derecho y que los derechos se ejercen en libertad y sin miedo
(Mercado, en La Nación, 19/8/2015: en línea).

Frente a ese avance, tipificado como totalitario, el discurso explora otra faceta que se rela-
ciona con poner el énfasis en las contradicciones que tiene el peronismo. Así, los relatos en
• torno a cómo supuestamente esa fuerza utiliza el término «gorila» para descalificar adversa-
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

rios procuran quitarle credibilidad a su uso.

El gran invento cultural del peronismo es la palabra «gorila», que hoy condensa todo
lo monstruoso de la historia argentina. Como nadie quiere estar incluido, la gente baja
el nivel de confrontación y no dice públicamente lo que piensa. Originariamente era el
grupo más obcecadamente antiperonista; ahora es todo lo que no es oficial y se le ha
adicionado haber colaborado con la dictadura militar, todo lo monstruoso de la historia
argentina. Hay miedo en muchos intelectuales, pensadores, artistas, en quedar incluidos
en ese grupo (Onaindia, en La Nación, 5/2/2012: en línea).

Te pueden llamar «gorila», que para algunos es un epíteto tan grave como «racista»
o «nazi». El hecho de que ese insulto haya virado de simple sinónimo de «enemigo» a un
anatema indiscriminado para cualquier mínimo objetor del relato justicialista muestra
hasta qué punto la psicopatía ha triunfado incluso entre los opositores y los librepensa-
dores de libertad incierta (Fernández Díaz, en La Nación, 25/10/2015: en línea).

El espacio de la derecha, en sus múltiples tradiciones, se ve interpelado por el significante


«gorila» (en el sentido althusseriano, se siente aludido, hay algo en su subjetividad que le
permite reconocerse aunque le incomoda) y las formas de construcción del discurso en tor-
no a este concepto remiten a una suerte de desvinculación del estigma que tiene distintas
estrategias argumentales. Desacreditar el peronismo es, en ese contexto, tratar de impugnar
el término «gorila» y la lógica política que permite su enunciación; es decir, trata de negar el
carácter conflictivo de lo político.

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algunas reflexiones a modo de cierre
Martín Retamozo y Mauricio Schuttenberg

Donde hay un signo, hay ideología.

Mijail Bajtín y Valentín Voloshinov (1992)

Horacio González, en el artículo citado, señala: «Palabra compleja de la teoría política del
denuesto, gorila es un vocablo altamente especializado, de gran jerarquía epistemológica
pero con fuerte capacidad de entrevero» (Página/12, 4/11/2007: en línea). En este artícu-
lo también hemos transitado esos complejos entreveros en los que el uso del término se
transforma, se significa y se resignifica. Hemos visto que no solo es una palabra cargada de
• historicidad para el lenguaje político de los argentinos sino, también, las operaciones que
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

se hacen sobre ella para resignificarla, para disputar su uso y para producir sentidos.
Más que identificar el uso correcto se trata de estudiar los modos en los que los términos
configuran subjetividades y posiciones que no dejan de reinscribirse en el campo político.

El término «gorila», si aceptamos la genealogía oficial, surgió en un programa llamado


«La Revista Dislocada». Ironía del destino –o no– es «dislocación» uno de los conceptos cen-
trales de la ontología de la teoría política posfundacional –junto con los de heterogeneidad,
antagonismo y exceso– que usado para pensar las identidades sociales nos habla de los in-
tentos por suturar una identidad por definición dislocada. El uso de la palabra «gorila», origi-
nalmente, tiene esta función: nombrar la alteridad y producir un colectivo de identificación.
El origen es producto de dos situaciones. Un sector que requería de producir lenguajes
propios para la política, de codificar el accionar en los umbrales de la resistencia. Y también
el modo de negar la negación. Sin embargo, a diferencia de «descamisados», de «cabecitas
negras» o de «chusma», la palabra «gorila» no es un epíteto de los sectores dominantes que
los subalternos resinifican sino una intervención que sujeta al otro a un nombre detestable.

Pero ese nombre implica, además, una especie de desacuerdo originario, incluso más radi-
calizado que el que propone Jacques Rancière: «El desacuerdo no es el conflicto entre quien
dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco
pero no entiende lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de la
blancura» (1996: 8). El término «gorila», al menos en uno de sus usos, ligado a su bautismo
(y es el sentido, creemos, espectral), designa la condición «naturalmente» equivocada de la
racionalidad con la que se realizan los juicios sobre los fenómenos populares; así, pone en
entredicho y subvierte a la razón burguesa e ilustrada. El gesto irónico radica en que quien
habla en nombre de la civilización y de la razón es reflejado en un espejo que le devuelve una
imagen de irracionalidad. La enunciación del negado pone en cuestión el orden del discur-
so dominante. Como sostiene Rubinich: «Posibilita, desde el lugar subordinado que ha sido
interpelado directa o indirectamente, una respuesta fuerte, casi cuestionadora de las reglas
del juego» (2001: 106).

A lo largo de la investigación realizada para este trabajo fuimos delimitando el hallazgo de


dos sentidos básicos de «gorila». Por un lado, aquel que nomina posiciones ligadas a un pro-
yecto político y económico de los sectores dominantes (oligarquía / corporaciones) aliado
al imperialismo (o al capital trasnacional) que impide la realización del proyecto nacional

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y popular. Por otro, una dimensión cultural y simbólica de desprecio de lo plebeyo. Si el pri-
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mer uso se refiere a una comprensión del peligro del peronismo como movimiento anti status
quo (y una defensa de la oligarquía), el segundo denuncia una incomprensión intelectual del
fenómeno peronista y una repulsión pasional, ética y estética hacia lo popular.12 En esta se-
gunda acepción, Rubinich lo define como

Determinado acto o una enunciación como tal, cuando estas suponen a su vez una des-
calificación extrema de dirigentes, afiliados, iconos, sectores de la población tradicio-
nalmente adherentes al peronismo, o estilos de vida, consumos, gestos, etc., asociados a
esos mismos sectores (Rubinich, 2001: 103).


Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

El término refiere a una posición en el campo político a partir de movilizar significados


sobre ciertas experiencias políticas (el peronismo, por antonomasia) y de un modo de eva-
luar las prácticas políticas, sociales y culturales de los sectores subalternos, sus formas
de organización y sus modos de representación. El juicio «gorila» corresponde a un tipo de
configuración de sentimientos, de evaluaciones morales, de ensibilidades y de estéticas que
normativizan la mirada sobre los sectores populares, y que son especulados en la investi-
dura despreciativa del concepto. Esto ilumina dos aspectos clave para la comprensión de la
dinámica política argentina.

Ahora bien, al interior del peronismo el término «gorila» es parte de la disputa por lo que Carlos
Altamirano identificó como esa eterna búsqueda del «peronismo esencial». En los años se-
tenta, como arma de descalificación de los diversos sectores del peronismo; en particular,
lanzado desde los sectores ortodoxos hacia los «infiltrados» en el movimiento. En los noven-
tas, para definir el estatus de verdadero peronista de Menem; y, luego de 2003, para medir
la peronicidad de Néstor y de Cristina.

Es preciso notar, sin embargo, que en los años noventa operó una importante mutación
en las condiciones de producción del discurso político. La desarticulación de los principa-
les enunciadores del peronismo con lo nacional-popular y su matriz plebeya beligerante
abrió la posibilidad de un desplazamiento desde la concepción fundamental de «gorila» como
anti-peronista hacia «gorila» como anti-obrero o anti-popular. Así, el gorilismo podía iden-
tificar a los sectores que implementaban las políticas de ajuste. El peronismo en el poder,
entonces, podía ser acusado de desarrollar una política «gorila» en tanto expresaba los in-
tereses y el plan histórico de los «verdaderos gorilas». En otros usos, precisamente por ser
«gorila», la política de Menem quedaba excluida del verdadero peronismo.

El término siguió presente en la jerga militante aunque en un lugar subordinado en los


movimientos que protagonizaron las protestas de 2001. La reposición a partir de 2003 y,
fundamentalmente, desde 2008 de condiciones de producción y de reconocimiento de los dis-
cursos políticos potenció el uso. La actualización de la matriz de izquierda nacional-popular
por parte del kirchnerismo potenció el concepto y reactivó tanto el uso en el peronismo
como la necesidad de despegarse o de impugnarlo por sectores políticos y mediáticos iden-
tificados como «gorilas».

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Borges inicia «La esfera de Pascal» con las palabras que hemos elegido de obertura: «Quizá
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la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas» (1952: 14), pero finaliza el texto
con un hallazgo: «Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas
metáforas» (1952: 19). Pues bien, este trabajo se ha ocupado de la entonación de una metá-
fora con la sospecha que le asistía a una joven promesa del nacionalismo popular «muchos
conceptos fueron en su principio meras casualidades verbales y que después el tiempo las
confirmó (Borges, [1928] (1998): 56)». Quizás «gorila» sea uno de esos conceptos.


Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

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NOTAS
Martín Retamozo y Mauricio Schuttenberg

1 No deja de ser curioso que el guionista haya sido, después, candidato del
partido fundado por Álvaro Alsogaray, prototipo del «gorila» por varias
décadas.

2 Por ejemplo, el artículo de Horacio González, «Gorilas, integracionistas


y lanusardos», publicado en la edición N.º 7, de octubre de 1972.

3 La consigna agregaba: «Para que vea / que este pueblo no cambia de idea
/ pelea y pelea por la educación», paradójicamente entonado por la Franja
Morada (ucr), y con una variante: «Lleva las banderas de Evita y Perón».
• Cuando asumió Fernando de la Rúa, la consigna mutó en «traigan al gorila
Gorila, más que una palabra. Usos y controversias en la Argentina contemporánea

radical».

4 Ver, «Cafiero, Menem y Reutemann acusaron de gorila a la Alianza»


(La Nación, 6/10/1998: en línea).

5 «En su discurso, la candidata a legisladora [Hilda “Chiche” Duhalde] tam-


bién golpeó duro contra los referentes de la Alianza, a los que volvió a
tildar de “gorilas” porque “desprecian al hombre de trabajo”» (La Nación,
18/10/1997: en línea).

6 En 2008, por ejemplo, se populariza por la Televisión Pública Argentina


un personaje de Diego Capusotto, «Bombita Rodríguez», que actualiza len-
guajes de la izquierda peronista; entre ellos, el uso reiterado de «gorila».

7 Un ejemplo es la muestra realizada en el Museo Palais de Glace que


incluyó un juego interactivo de «tiro al gorila» (Clarín, 21/3/2011: en línea).

8 Lésbico, gay, travesti, transexual, transgénero, bisexual, intersexual,


queer (N. del E.).

9 También el po moviliza este sentido al acusar de actitud gorila a Florencio


Randazzo (Partido Obrero, 9/4/2015: en línea).

10 Ver, «Cuando Fidel Castro fue “gorila” y Batista “peroncho”» (Partido


Obrero, 8/1/2009: en línea).

11 Ver, «Pitrola: “Las izquierdas kirchneristas son perdedoras”» (Alberio,


en Ámbito financiero, 29/11/2013: en línea).

12 Un tercero, ligado a la idea de clases medias, está contenido en la


noción de «medio pelo» elaborada por Arturo Jauretche. El medio pelo
representaría a un tipo de gorila que no es el militar u oligarca, ni el in-
telectual profeta del odio, sino esos sectores medios con identificaciones
hacia arriba y con desprecio hacia abajo.

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