REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZOLANA
MINISTERIO PARA EL PP DE LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA
UNIVERSIDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA
EJE GEOPOLÍTICO REGIONAL GENERAL CIPRIANO CASTRO
EJE MUNICIPAL TAMA – SEDE TÁCHIRA
PROGRAMA DE FORMACIÓN DE GRADO EN ESTUDIOS JURÍDICOS (PFGEJ)
UC.: DERECHOS HUMANOS Y MODELOS DE DESARROLLO
CRITICA JURIDICA A LA DECLARACIÓN DE
LOS DERECHOS HUMANOS
PROFESOR: Dr. Manuel Casanova
Carlos Arturo, Armas Sojo
PARTICIPANTES:
C.I. N° 5683608
Rodolfo Alfonso, Márquez Delgado
C.I. N° 9146598
PERIODO ACADÉMICO: 2022-II Trayecto /Tramo: 3/7
Sección: 1
OCTUBRE, 2022
CRITICA JURÍDICA A LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS
HUMANOS
El 74º aniversario de la adopción de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos llega en un momento en el que nos encontramos en una
situación compleja, cuya ambigüedad caracteriza la política internacional
contemporánea. En este escenario, por un lado, existe una especie de consenso
internacional que nos compromete con los derechos humanos tal y como los
conocemos hoy. Hemos alcanzado un nivel de normas e instituciones de derechos
humanos sin precedentes. Además, el respeto a los derechos humanos es una
presencia masiva y casi ineludible en el discurso de los políticos y los gobiernos
de la mayor parte del mundo.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, redactada en 1948, en
plena Guerra Fría, presenta graves deficiencias, ambigüedades y lagunas que
dificultan la protección de los derechos fundamentales.
En primer lugar, la Declaración no contiene una definición de los derechos y
las libertades, por lo que los derechos, las libertades y las prohibiciones se
mezclan al azar, se repiten tópicos y se omiten declaraciones importantes.
Además, no existe una jerarquía de derechos, lo que hace que se violen otros
derechos, a veces más importantes, para defender algunos de ellos. Por ejemplo,
el derecho a la propiedad intelectual suele tener prioridad sobre el derecho a la
salud.
Por último, los poderes conferidos por la Declaración de la ONU para
garantizar la aplicación efectiva de los derechos humanos son totalmente
inadecuados, ya que se deja a los gobiernos nacionales la libertad de adoptar
normas para la aplicación "progresiva" de los derechos, cuyo incumplimiento
debería dar lugar a una acción internacional inmediata.
Los derechos humanos como objeto de estudio se examinan desde
diferentes enfoques y perspectivas teóricas. Los derechos humanos como
concepto son ambiguos y como tal no tienen una unidad conceptual en su
definición; pueden ser definidos por diferentes corrientes filosóficas, justificados
por diferentes ideologías políticas o contenidos normativos; para el propósito de
este capítulo, los derechos humanos serán examinados desde la perspectiva del
núcleo liberal de la narrativa occidental, que servirá de base para elaborar algunas
corrientes críticas.
Desde una perspectiva liberal, los derechos humanos no pueden invertirse;
se ven como un todo unificado cuyos axiomas se aplican a toda la humanidad.
Hay varios momentos significativos en la historia moderna de Occidente que están
relacionados con la aparición de la idea que hoy conocemos como derechos
humanos.
Pérez Luño recuerda la existencia de una serie de documentos esenciales
para la afirmación de los derechos fundamentales y se refiere explícitamente a la
turbulenta realidad sociopolítica de Inglaterra a lo largo de varios siglos, que dio
lugar a textos cruciales para el desarrollo del derecho moderno, como la Petición
de Derecho (1628), el Habeas Corpus (1679) y la Carta de Derechos (1689), esta
última obra de la Carta Magna, documento firmado en 1215 por el rey Juan sin
Tierra y la nobleza inglesa. Más tarde, en el siglo XVIII, los derechos humanos se
incorporaron a las revoluciones civiles liberales de Estados Unidos y Francia, y
ambas revoluciones produjeron documentos en los que se reconocían ciertos
derechos a los ciudadanos, una ciudadanía que ahora se basa en derechos
penosos, ya que sólo se considera como tales a los hombres, propietarios y
ciudadanos ilustrados.
Las disposiciones de estos documentos se ajustaban a los principios
liberales de propiedad privada, igualdad, libertad y búsqueda de la felicidad y
reflejaban los principios cientificistas e individualistas que los inspiraban (Pérez
Luño, 1984, pp. 34-35). La Declaración de Independencia de Estados Unidos
(1776) y la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
(1789), publicadas en la época de los acontecimientos mencionados, se
encuentran entre los precursores más importantes de la idea de los derechos
humanos.
En el siglo XX, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948),
adoptada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se inspiró en gran
medida en las declaraciones anteriores. La DUDH es un renacimiento de los
principios liberales de las declaraciones anteriores, pero con una orientación casi
universal, abarcando y abarcando abstractamente a toda la humanidad, aunque
Eleanor Roosevelt, Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la
organización, presentó el documento a la Asamblea General de la ONU con la
idea de que "esta Declaración puede convertirse en una Carta Magna
internacional para todos los pueblos del mundo" (Roosevelt, 1948). ), pero esta
visión particularista reitera los principios liberales heredados de las revoluciones
burguesas declaradas. Esto marca el inicio de una nueva era en la historia
moderna de Occidente, en la que los derechos ya no sólo son reconocidos por los
Estados Partes, sino que son creados, consolidados o reconocidos por
organismos supranacionales que los formulan en el sentido universal y abstracto
de que deben ser respetados y garantizados por todos los Estados dentro de sus
fronteras, sin excepción.
Pues bien, cuando en el Artículo 1 de La Declaración se dice que todos los
seres humanos nacen libres; cuando en el Artículo 3 se afirma que todo individuo
tiene derecho a la libertad; o en el Artículo 4, que nadie estará sometido a
esclavitud ni a servidumbre, o en el Artículo 13, que toda persona tiene derecho a
circular libremente y a elegir su residencia, asistimos a un absurdo circunloquio
sobre un derecho no reconocido abiertamente, el de la autodeterminación. Tratar
de afirmar un derecho a partir de las libertades que de él emanan, es una vasta
labor que arriesga ser insuficiente, pues es muy probable que queden acciones
legítimas sin enunciar.
Cuando en el Artículo 5 se dice que nadie será sometido a torturas ni a
penas o tratos inhumanos, crueles o degradantes ¿qué derecho está expresado
así, de forma negativa? ¿El derecho a la presunción de inocencia, el no
mencionado derecho a la integridad física y moral, o el aún más vago derecho a la
dignidad? La dificultad de reconocer un derecho a partir de una prohibición, es que
no quedan claros los límites, lo cual lo vuelve inexigible en términos positivos, y
permite que sea vulnerado en circunstancias no previstas o cuando varía la
interpretación de lo que se prohíbe.
El Artículo 6, que dice: «Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al
reconocimiento de su personalidad jurídica» nos lleva directamente al problema de
la nacionalidad. No es lo mismo reconocer un derecho que otorgarlo. El Artículo 6
está redactado de tal forma que ni las instituciones internacionales ni los gobiernos
nacionales se ven obligados a otorgar personalidad jurídica, sino a reconocerla
cuando ya ha sido otorgada. Esto deja a millones de personas en la indefensión,
pues viven en países cuyos gobiernos carecen de los recursos necesarios (o la
voluntad) para identificar y tener el historial de cada uno de sus habitantes. Aquí
se pierde la fabulosa oportunidad de que la personalidad jurídica no sea otorgada
por un gobierno nacional, sino por una instancia internacional capaz de velar por
derechos de todos.
Uno de los problemas centrales de La Declaración es que plantea derechos
universales que sin embargo deben ser garantizados por gobiernos nacionales,
que privilegian a sus ciudadanos y funcionan como sistemas de exclusión.
Todos los hombres tienen derecho a la educación, a la salud, a la vida, al
trabajo, etc. en su país y no fuera de él, y como los países están en continua lucha
comercial, resulta que unas naciones se esfuerzan para que otras (la mayoría) no
puedan garantizar los derechos humanos de sus habitantes.
En este contexto queda evidente el cinismo del segundo inciso del Artículo
15, que dice: «A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho
a cambiar de nacionalidad». La palabra «arbitrariamente» permite que el mundo
sea un sistema de explotación basado en la imposibilidad de miles de millones de
personas de cambiar de nacionalidad, a pesar de que en sus países no tienen
garantizado ningún derecho.
Mientras no exista un organismo internacional democrático, capaz de
imponerse sobre las arbitrariedades de las grandes potencias, La Declaración
Universal de los Derechos Humanos no será más que una bella declaración o, en
el mejor de los casos, un ideal. La universalidad de los derechos humanos implica
necesariamente la existencia de un gobierno internacional capaz de garantizarlos;
lo demás son palabras y buenos deseos.
El Artículo 16 que trata sobre el derecho a casarse (que en realidad sería
una libertad otorgada por el derecho a la autodeterminación) omite
escandalosamente desarrollar los temas de la paternidad y los derechos del niño,
que al ser considerados años después en declaraciones independientes, pierden
la contundencia de ser incluidos en una sola declaración. Además, comete el error
de considerar que los matrimonios sólo pueden ser formados por hombres y
mujeres.
Los Artículos 18, 19 y 20 hablan del «derecho a la libertad de», lo cual es
absurdo. Como se menciona al principio, las libertades emanan de los derechos y
no al revés. En vez de hablar de libertad «de pensamiento, de conciencia, de
religión, de opinión, de expresión», bastaría afirmar que los hombres tenemos
derecho a expresar nuestras ideas, rendirle culto a nuestras creencias y tener
acceso a los medios masivos de comunicación.
Más allá del Artículo 27, el tema de la investigación científica (como la de
otra índole) y la socialización de sus beneficios, merece tratarse en un artículo
aparte, al igual que el derecho a la información, cuya naturaleza y oportunidad
deberían especificarse.
Los derechos expresados en los Artículos 22, 23, 24 y 25, son los que
menos se respetan, y esto es grave, pues no tener alimentación, vestido, vivienda,
trabajo o asistencia médica, pone en peligro la vida, que es sin duda el derecho
universal más importante.
El mundo ha cambiado mucho desde 1948. Hoy en día, tenemos suficientes
conocimientos y medios de producción para mantener a todos, pero valoramos los
derechos de propiedad. Creemos que es correcto que las naciones ricas gasten
en exceso mientras las naciones pobres tienen obligaciones y deudas que
amenazan los derechos fundamentales de sus pueblos. Nos parece encomiable
que algunas personas ganen millones más de lo que necesitan, mientras la
mayoría vegeta en la pobreza.
Esta concepción errónea debe cambiar con la redacción de una nueva
Declaración Universal de los Derechos Humanos que destaque claramente la
primacía de la vida sobre la propiedad, elimine el sistema de explotación creado
por las fronteras y abra el camino a un replanteamiento de las estructuras
fundamentales de las Naciones Unidas.
Por otro lado, la aplicación de los derechos humanos es un punto débil en
muchos países. En México, la situación de los derechos humanos se ha
deteriorado aún más. Los gobiernos han aprendido a utilizar la retórica de los
derechos humanos mientras ignoran su obligación de aplicarlos impunemente o
incluso participan activamente en su violación. La impunidad es generalizada.
Por lo tanto, puede ser útil preguntarse a qué retos se han enfrentado los
derechos humanos en su desarrollo para seguir siendo relevantes en el contexto
actual. ¿Son los derechos humanos el proyecto cultural que deberían ser?
Es claro que desde la promulgación de la Declaración Universal han
sucedido demasiados cambios: las políticas imperialistas de países como Francia
o Inglaterra han cedido, los regímenes internos de apartheid se han agotado, la
guerra fría terminó y la distinción entre derechos civiles y políticos y derechos
económicos, sociales y culturales, parece cada vez más superada (aunque la gran
mayoría de las organizaciones de derechos humanos en su práctica y a veces
contra su propio discurso – siga enfocándose en los derechos civiles y políticos).
No obstante, a pesar de los éxitos de su codificación e institucionalización,
la eficacia y los efectos prácticos de los derechos humanos han enfrentado
siempre desafíos enormes, no sólo como resultado de un defecto de construcción
normativa, sino como expresión de los desafíos sociales, políticos y económicos
de cada momento y sus propias contradicciones.
Las principales críticas a los derechos humanos durante la Guerra Fría
obedecían a que ambos bloques (uno encabezado por EEUU y otro por la extinta
URSS) adecuaron los derechos humanos en su lucha, construyendo una
contradicción de agenda entre los derechos políticos individuales frente a los
derechos económicos y sociales colectivos. La priorización de unos sobre otros, al
extremo del desconocimiento de toda importancia de la agenda opuesta, restó
operatividad y disminuyó ciertos avances.
En cambio, a la caída del bloque socialista parece darse un auge de la
política internacional de implementación de los derechos humanos. Este intenso
avance en la agenda no estuvo exento de fuertes críticas, pues la nueva política
estaba vinculada al y dependía del poder económico-militar de los EEUU y
apoyaba su proyecto de expandir la democracia representativa-liberal,
acompañada de la expansión del capital trasnacional de los países del Norte. Las
sangrientas intervenciones militares realizadas en nombre de los derechos
humanos tuvieron por efecto que mucha gente en los países del Sur Global se
convenciera de que los derechos humanos eran un proyecto de los países
industrializados. En una línea, estos críticos han identificado a los Derechos
Humanos con un proyecto de los EEUU y sus aliados del Norte global.
Trascendidos los tiempos de la guerra fría, y dado el avance de la política
internacional de implementación, los derechos humanos hoy están codificados en
el derecho internacional, resultan legalmente vinculantes para un gran número de
países. Además, han sido introducidos en un número creciente de constituciones
nacionales.
En el caso de diversos países, se sucedió una ola de aprobación de
reformas constitucionales que vinculan el derecho internacional de los Derechos
Humanos con el ámbito doméstico. Vino una cascada de tratados internacionales
aprobados y ratificados, el funcionamiento de tribunales internacionales de
derechos humanos se hizo realidad y la creación de instituciones altamente
especializadas en derechos humanos terminaron siendo la marca de las últimas
décadas. Desde esta perspectiva, hay quienes sostienen que, dada esta
aproximación normativa, los derechos humanos resultan supra-ideológicos.
Pero analistas como Stephen Hopgood y otros sostienen que los derechos
humanos en Occidente han adquirido el carácter de una religión secular moderna.
Según esta crítica, la sacralización de los derechos humanos impide su realización
efectiva. Estos analistas sostienen que los derechos humanos deben considerarse
y conceptualizarse como un instrumento político pragmático. Como tales, serán
objeto de compromiso, negociación, limitaciones y contestación como medio para
alcanzar objetivos políticos específicos. En la práctica, sin embargo, esto
significaría limitar los derechos humanos a un puñado de derechos que tienen un
alcance más amplio para la revisión y aplicación judicial, como la prohibición de la
tortura o el asesinato ilegal. Según este punto de vista, apoyado por Michael
Ignatieff y otros, la justicia social no debe ser conceptualizada en términos de
derechos humanos.
En cualquier caso, hay que señalar que estos autores sostienen que los
derechos humanos se forman como una ideología o más bien como una creencia
sui generis. Tal vez por eso las organizaciones de derechos humanos son reacias
a abordar esta crítica.
En el contexto Global, la persistencia de la pobreza y enorme desigualdad
social es justo lo que provoca una crítica de los derechos humanos como
incapaces de resolver los problemas más urgentes en sus países. Frente a esto,
un conjunto de críticos apuntan la compatibilidad entre un régimen (neo) liberal
que perpetúa desigualdad y pobreza y los derechos humanos. Incluso, en casos
como el de Samuel Moyn, señalando que existe un descuido o desinterés en los
defensores en torno a las cuestiones relativas a las extremas desigualdades
económicas.
Hay, sin embargo, otra corriente de críticas en países postcoloniales del Sur
global a los derechos humanos. Amplios sectores de la sociedad ven los derechos
humanos como “los derechos de los delincuentes”, que dificultan o impiden un
régimen de combate efectivo a la delincuencia a través del ejercicio indiscriminado
de la fuerza. Esta aproximación, si bien menos sofisticada en términos de análisis
y lectura de la geopolítica, tiene considerables efectos políticos y por tal razón
prácticos, para la eficiencia y la implementación de los derechos humanos. En
resumen, no puede obviarse que los derechos humanos son leídos por amplios
sectores como una fuente de impunidad.
En suma, desde el punto de vista de la aplicabilidad; los derechos humanos
enfrentan importantes críticas y agudos señalamientos. Algunos resultados de la
lectura geopolítica e ideológica de su contenido, con críticas y disensos señalados
por movimientos que no necesariamente comulgan con el consenso de los
derechos humanos por considerarla una imposición o incluso por tener un enfoque
occidental que no incorpora plenamente otras cosmovisiones, como la indígena. Y
esto, tal como lo han demostrado el movimiento indígena de varios países y la
lucha por el pluralismo jurídico.
Otras críticas encuentran su validez frente al hecho de los desafíos de
desigualdad económica no resueltos por los derechos humanos. A esto se suma la
emergencia de actores no estatales, la proliferación de nuevas formas de
violaciones a derechos humanos o los impactos de la tecnología convencional y
digital, entre otros.
A través de una mirada a la evolución y mínimo recuento de las críticas más
frecuentes como una invitación a una reflexión crítica sobre la importancia e
impacto de los derechos humanos, justo con motivo de la conmemoración de 74
años de la promulgación de la Declaración Universal.
El derecho como código sabio elaborado y utilizado por los profesionales
(del derecho) está diseñado para fungir como un artefacto cuyo acceso
privilegiado y restringido garantiza la hegemonía de lo jurídico en el campo social;
los eruditos (jueces, fiscales, maestros y abogados en general) se convierten
entonces en una suerte de gurú a quien acuden los profanos (del derecho) para
(intentar) resolver sus conflictos, aun cuando es posible que estos terminen por
agravarse (Bourdieu, 2000, p. 183).
Lo jurídico termina entonces teniendo incidencia no solo en el campo que le
es propio (campo jurídico) sino que también influye –y quizá determina– las
relaciones en otros campos como el social y el político. En los ordenamientos
jurídicos internos, al igual que en el derecho internacional, y de manera particular,
en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, en adelante DIDH, el
campo jurídico es nutrido por los doctos a través de normas jurídicas, sentencias,
principios o doctrina, y estas regulaciones o prescripciones afectan en mayor o
menor medida la vida de los actores que interactúan en el campo social; desde
este punto de vista “Los agentes sociales son el producto de la historia del campo
social en su conjunto y de la experiencia acumulada por un trayecto dentro de un
sub campo específico” (Bourdieu y Wacquant, 2005, p. 199).
Desde una lectura de la teoría de campos como la propone Bourdieu
(social, jurídico, político) es posible advertir una construcción múltiple de las
realidades sociales, pues estas no están compuestas por una única dimensión,
sino que son el resultado de la interacción o el relacionamiento de esos distintos
campos en la configuración de los fenómenos sociales. Así, la experiencia
epistémica de los sujetos o agentes sociales contribuye a enriquecer el campo
jurídico a través de la interacción entre estos, en ese gran campo social al cual
pertenecen.
El concepto de derechos humanos desde dos dimensiones, la primera
desde el DIDH, como la manera clásica de describir y explicar el origen, el
fundamento y las consecuencias prácticas de los derechos humanos, cuya cuna
positiva con vocación universal es atribuida a procesos normativos de creación de
instrumentos internacionales desde la década de 1940 hasta la actualidad, y que
se materializan en los ordenamientos jurídicos de los Estados con la ratificación e
incorporación de estos instrumentos en sus legislaciones.
La segunda dimensión que se explorará, será la del concepto de derechos
humanos pensados desde algunas perspectivas críticas, esta visión resulta
apropiada en términos analíticos porque no le atribuye a los derechos humanos un
fundamento meramente normativo en el campo jurídico, sino que también le da
cabida al campo social y político en la configuración de los derechos humanos
reconocidos jurídicamente, advirtiendo que, ese reconocimiento en términos
positivos no es el único proceso a través del cual pueden consolidarse estos, y a
su vez, que ese vínculo con los otros campos abre la posibilidad al reconocimiento
de nuevos derechos humanos a partir de las pugnas y conflictos que surgen en el
relacionamiento de los sujetos, bajo una idea de constituir derechos desde el
interaccionismo de diversos actores en el campo social y político.
Conclusiones
Los derechos humanos, la paz y la democracia son una ecuación
netamente occidental, son inventos, artefactos, construcciones modernas en las
que se basa el Estado de Derecho moderno, y han sido la base del Estado de
Derecho desde el siglo XX. Desde el siglo XX, han tenido un lugar importante en el
derecho internacional como expresión de nuevas formas de colonialismo
discursivo que superan el plano simbólico, utilizando el discurso de los derechos
humanos y la defensa de los mismos para marginar a cierto tipo de sujetos que,
en principio, deberían ser los portadores de estos derechos en todo el mundo,
como ha dicho Sánchez Rubio. ...) la lucha contra el terrorismo y el
fundamentalismo islámico en nombre de la seguridad mundial es un pretexto claro
y público para violar el derecho internacional y para eliminar y destruir a quienes
ya no pertenecen a la categoría de "terroristas". ... ), la lucha contra el terrorismo y
el fundamentalismo islámico en nombre de la seguridad mundial es un pretexto
claro y público para la violación del derecho internacional y para la eliminación y
destrucción de quienes, por sus cargos criminales, ya no pertenecen a la categoría
de "seres humanos" y, por tanto, son sujetos de derechos. Bajo el dominio de los
Estados que dicen respetar los derechos, muchos casos se reproducen con buena
y cínica conciencia sobre la base de buenas razones para matar. En nombre de
los derechos humanos, sin embargo, se justifican las guerras con el argumento de
que para protegerlos es necesario dañar a quienes se consideran enemigos de la
humanidad (Sánchez Rubio, 2015, pp. 184-185). En este sentido, Butler señala
cómo ciertas normas en el debate de Guantánamo o el acoso y persecución
policial a los musulmanes y la abolición de los derechos civiles en Estados Unidos
han servido para determinar quién es humano y, por tanto, portador de estos
derechos humanos y quién no, y añade a este discurso de humanidad o
deshumanización "(... Es obvio que el hombre no es el hombre, pero la
humanización es el hombre. . está implícita la cuestión de si la pérdida de la vida
debe ser llorada o no: qué vidas serán lloradas públicamente si se pierden, y qué
vidas no se permitirá que sean lloradas en la esfera pública" (Butler, 2017, p. 111).
La primera corresponde a una comprensión institucional de la cuestión, en
particular por parte de organizaciones internacionales como las Naciones Unidas y
sus diversos órganos, que a través de declaraciones, tratados, resoluciones y
otros instrumentos proporcionan una comprensión concreta de los derechos
humanos y su relación con la paz y la seguridad internacionales, estableciendo
criterios para prever o imaginar la existencia de amenazas y concebir mecanismos
para combatirlas, incluidos los mecanismos que implican el uso de la fuerza y que
tienen por objeto un enfoque crítico de los derechos humanos debe, entre otras
cosas, disipar la idea de que los derechos humanos están determinados
exclusivamente por el Estado y que éste está obligado a respetarlos y
garantizarlos. Como dijo un antiguo director de la UNESCO: "En medio de la
guerra no se pueden reclamar derechos (...) La paz, como la libertad y el amor, no
es un regalo.
Es un deber personal que no puede ser transferido. Las respuestas no se
esconden fuera. Están dentro de cada persona" (Alcalde de Zaragoza, 1996, p. 1).
El hecho de que en la actualidad no exista ningún tratado (pacto, convención,
acuerdo) que desarrolle el concepto de derecho humano a la paz y, por tanto,
ninguna obligación para los Estados miembros de respetar su contenido, pone de
manifiesto la limitación más fundamental del derecho internacional, ya que no
puede obligar a los Estados a cumplirlo, aunque sea un instrumento vinculante.
Este texto, que es el resultado de un estudio, pretende por tanto refutar la lógica
institucionalista y legalista que ha caracterizado claramente a los derechos
humanos desde mediados de los años 20. Es un intento de repensar los derechos
humanos en el siglo XX y ofrecerlos en una dimensión relativa y verdaderamente
humana a las personas que los portan. Recordemos las palabras del profesor
Carlos Gaviria Díaz, quien al preguntársele por qué necesitamos la paz, contestó:
"(...) necesitamos la paz por una razón, porque los derechos humanos sólo
pueden ser plenamente efectivos cuando se ha logrado la paz" (Gaviria Díaz,
2006, pp. 64-65).
Por lo tanto, es necesario abandonar la idea de que los derechos humanos
sólo pueden existir mientras existan leyes internacionales, declaraciones,
convenios internacionales o Estados que ratifiquen e incorporen estos
instrumentos a su legislación.
Dado que los derechos humanos son un ámbito controvertido en el que el
aspecto jurídico es sólo una de las dimensiones y en el que los aspectos
relacionales, morales, políticos y económicos también desempeñan un papel en la
configuración de estos derechos, es necesario refutar la idea de que los derechos
humanos existen sólo en la medida en que hay normas jurídicas que los
establecen, defienden, reconocen o garantizan.
Referencias
Acosta , J. (2020). Los derechos humanos y la paz en disputa: una lectura crítica
en clave relacional. El Ágora USB. 20(2). 272-282Doi:
10.21500/16578031.5143.
Estévez, A., & Vázquez:, D. (2017). 9 Razones para (des)confiar de las luchas por
los derechos humanos. México: CDMX.
Hopgood, S. (2013). The Endtimes of Human Rights. Cornell Univ.
Ignatieff, M. (2001). Human Rights as Politics and Idolatry. Princeton Univ. Press.
Moyn, S. (2018). En una línea parecida v. Not Enough. Human Rights in an
Unequal World. Harvard.
Organización de las Naciones Unidas. (1948). Declaración Universal de Derechos
Humanos. . https://doi.org/10.1017/CBO9781107415324.004.
Organización de las Naciones Unidas. (1966). Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales.
Organización de las Naciones Unidas. (1966). Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos. https://doi.org/10.1017/CBO9781107415324.004.
Roosevelt, E. (4 de oct de 1948). Defensores de los Derechos Humanos: Eleanor
Roosevelt. Youth for human rights. Obtenido de
http://es.youthforhumanrights.org/voices-for-human-rights/champions/
eleanor-roosevelt.html
Sánchez, D. (2011). Encantos y desencantos de los derechos humanos. De
emancipaciones, liberaciones y dominaciones. Icaria.
Sánchez, D. (2010). Ciencia-Ficción y Derechos Humanos. Una aproximación
desde la complejidad, las tramas sociales y los condicionales
contrafácticos. Praxis, 64–65, 51–72.