Herrera Lane 2006 Arqueologia Sue Os y Paisajes

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R E S U ME N En este trabajo nos enfocamos


en el rol de las concepciones locales
del entorno, los sitios arqueolgicos y los
mismos arquelogos en los regmenes de
construccin del pasado, a partir de su impacto
en la prctica de la arqueologa. Abordamos
el papel de los sueos y las ofrendas y rituales
realizados por dos equipos de investigacin
arqueolgica, con el n de obtener el permiso de
las montaas, el agua y los restos arqueolgicos
mismos para efectuar excavaciones y estudios
de campo en la sierra norcentral del Per.
stos ponen de maniesto la articulacin de
las complejas relaciones geopolticas y de
poder que subyacen a la hegemona del
rgimen positivista en la ciencia arqueolgica,
a la vez que ofrecen un espacio discursivo
horizontal de gran potencial transformador.
A B S T R AC T This paper addresses the impact
of local perceptions of the environment,
archaeological sites and of archaeologists
themselves, on the ways in which we
construct the past. Based on the dissimilar
eld experiences of two research teams we
assess the power of dreams, offerings and
rituals conducted to obtain permission from
the mountains, the water and the ancestors to
conduct excavations and surveys in the north-
central highlands of Peru. These, we argue,
manifest the complex articulation of geopolitical
and power relations that underlie the hegemony
of the positivist legacy in archaeological science
and, simultaneously, offer a space for horizontal
discourse with great transformative potential.
ANT PODA N 2 ENERO- J UNI O DE 2006 PGI NAS 157-177 I SSN 1900- 5407
F ECHA DE RECEPCI N: NOVI EMBRE DE 2005 | F ECHA DE ACEPTACI N: MAYO DE 2006
CATEGOR A: ART CULO DE REF LEXI N
P A L A B R A S C L A V E :
Deontologa arqueolgica, epistemologa
en arqueologa, tica en la investigacin
de campo, ritos e interculturalidad, Andes
centrales.
K E Y WO R D S :
Archaeological deontology, epistemology in
archaeology, eldwork ethics, intercultural
ritual, Central Andes.
QU HACEN AQU ES OS PI S HTAKU? :
S UE OS , OF R E NDAS Y L A
CONS TRUCCI N DE L PAS A DO
A l e x a n d e r H e r r e r a
Profesor Asistente e Investigador
Departamento de Antropologa
Universidad de los Andes
[email protected]
K e v i n L a n e
Lecture in Archaeology
School of Arts, Histories & Cultures
University of Manchester
[email protected]
A NT P ODA N 2 | E N E R O - J U N I O 2 0 0 6
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Introduccin
En trminos generales las investigaciones arqueol-
gicas se llevan a cabo en uno de dos tipos de contextos histricos muy dismi-
les: aquellos en los cuales la memoria y las identidades locales no guardan un
apego marcado con el entorno prehistrico, y aquellos en que s. En el primero,
frecuente en Europa Central y America del Norte por ejemplo, las comunida-
des locales no recurren de manera signicativa a un simbolismo paisajstico
para la construccin de sus autodeniciones. Mantienen acaso una curiosidad
ilustrada que fundamenta la prctica de la arqueologa o profesan asociaciones
reinventadas y dislocadas temporal y espacialmente, como aquellas expresa-
das mediante prcticas Nueva Era por miles de turistas espirituales en lugares
como Teotihuacn o Machu Picchu.
En el segundo tipo de contextos, la tarea del arquelogo se halla ntima-
mente vinculada a las interpretaciones locales del mundo moderno a partir de
historias regionales que enfatizan profundas y complejas races en el pasado (cf.
Salomon, zooz). As, en muchos lugares de los Andes tropicales, por ejemplo, el
arquelogo debe posicionarse frente a una compleja red de emotivas relaciones
entre personas, lugares y el pasado, y lidiar con sentimientos de entrometimien-
to y violacin de territorio. Con triste frecuencia el mal manejo de la relacin
entre cientcos y comunidades locales desemboca en el sabotaje de las investi-
gaciones de campo y una innecesaria destruccin del patrimonio arqueolgico.
QU HACEN AQU ES OS PI S HTAKU? :
S U E OS , OF R E NDA S Y L A
CONS T RUCC I N DE L PA S A DO
A l e x a n d e r H e r r e r a
K e v i n L a n e
Las ruinas arqueolgicas dejadas por culturas antiguas no son
objetos inertes ni muertos: poseen una realidad que inuencia
activamente nuestras vidas tanto individual como colectivamente
(...) ellas son la fuente de nuestra identidad.
Mamani Condori.
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En este ensayo presentamos dos relatos que contraponen al campesino
o indgena supersticioso a la evaluacin, a menudo cnica, de las prcticas y
saberes locales por parte de los arquelogos pragmticos, objetivos y cient-
cos. Examinamos cmo esta tensin irresuelta afecta las investigaciones de
campo y las excavaciones en particular. Descartamos la interpretacin de que
estas relaciones entre gente y paisaje son una consecuencia necesaria de distin-
tas y particulares apreciaciones de lo natural (contra Tilley, 1,,). Ms bien, las
consideramos en terminos de estrategias coherentes y concretas desplegadas
por actores campesinos que buscan renegociar su posicin dentro de un am-
biente social marcado por relaciones asimetricas de poder. Finalmente, consi-
deramos algunas de las implicaciones, incluyendo la necesidad de una prctica
arqueolgica social, etica y consciente.
El entorno
Las experiencias que sustentan este trabajo parten del reconocimiento inte-
rregional de un corredor de investigacin pacco-amaznico que atraviesa
dos cordilleras y tres valles del Per norcentral, as como las excavaciones de
prueba efectuadas en sitios arqueolgicos ubicados en zonas marginales de la
Cordillera Negra y el Alto Marann. La creciente base de datos iniciada en
1,,6 incluye ms de o sitios no reportados previamente (Herrera, zooo y
zoo, Herrera y Advncula, zoo1, Herrera, Advncula y Lane, zooz, Lane, zoo,
Lane, Herrera y Grimaldo, zoo), ubicados en la parte alta del valle costero de
Nepena y las cordilleras occidental y central de los Andes: la Cordillera Negra
y la Cordillera Blanca. La meta principal del reconocimiento fue permitir una
investigacin comparativa de cambios en las relaciones sociales interregionales
a lo largo del corredor de investigacin. Este sigue una ruta tradicional de co-
mercio entre el valle de Nepena y el Alto Marann, que cruza el Callejn de
Huaylas en las inmediaciones de la ciudad de Yungay (g. 1).
En esta sierra de extremos verticales, la mayora de las comunidades com-
parten hoy en da un patrn de poblacin dispersa y una base econmica si-
milar que se sustenta en una mezcla de agricultura y pastoreo (Morlon, 1,,6,
Brush, 1,;;). Son pocas las investigaciones antropolgicas que se han llevado
a cabo en la sierra del Per norcentral (p. ej. Brush, 1,;;, Stein, 1,61, Walter,
zoo, Venturoli, zoo) en comparacin con la cantidad de estudios de comuni-
dades en el sur andino (p. ej. Bolin, 1,,8, Guillet, 1,,z, Mitchell, 1,,1, Flannery
et al., 1,8,, Allen, zooz). En parte, este sesgo obedece a la opinin generalizada
de que las comunidades del sur andino son ms indgenas, por lo que ofrece-
ran un paralelo ms cercano a los valores y prcticas andinos previos a la co-
lonizacin (Allen, zooz). Si bien no cabe discutir los esencialismos inherentes
a estas apreciaciones en este lugar, es importante senalar los obrajes mineros
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y textiles de la epoca colonial, as como la minera de la epoca republicana, en
tanto factores decisivos que han promovido la erosin y transformacin de las
tradiciones locales en las zonas de impacto directo como la sierra norte.
Estas transformaciones son tambien consecuencia de una amplia gama
de procesos histricos que se inician en el siglo xvi, incluyendo el proselitismo
cristiano, la reubicacin forzada en reducciones, los regmenes de hacienda
semifeudales y, ms recientemente, la migracin masiva hacia regiones y urbes
menos pobres del Per y el extranjero. Sin embargo, muchos campesinos que
encontramos comparten, aunque de manera fragmentaria y limitada a escasos
lugares y pocos conceptos, ideas del mundo basadas en una visin analgica de
la construccin de la persona, muy similares a las perspectivas referidas en la
etnologa andina clsica (p. ej. Allen, zooz, Isbell, 1,;8, Wachtel, 1,;6, Zuide-
ma, 1,8,a). Segn esta visin relacional y animista del entorno, los grupos es-
peccos de personas se hallan vinculados, mediante nexos sociales expresados
en terminos de lazos familiares, con montanas, formaciones rocosas o fuentes
de agua especcas, u otros rasgos del paisaje sagrado. As, por ejemplo, en el
sur andino las montanas y cerros son frecuentemente llamados apus o padres
por su gente (Bolin, 1,,8).
Sueos
A continuacin consideraremos algunas de las maneras en que los habitantes
de la zona estudiada acceden e interactan con su entorno a nivel espiritual.
Estas interacciones se maniestan mediante suenos, percepciones del espacio,
el tiempo, as como en estados de bienestar. Los suenos suelen ser un medio de
comunicacin con lo sobrenatural especialmente poderoso (Zuidema, 1,8,b,
Brody, 1,81).
Durante una investigacin de campo en Conchucos central un adolescen-
te, al conocer el propsito de la visita, condujo a uno de los autores (A. Herrera)
al lugar donde su madre haba encontrado una hermosa conopa o kunupa en
forma de una llama. Estas guras en forma de animales o frutos de la tierra se
consideran cargadas de propiedades mgicas y son utilizadas con frecuencia
en ofrendas rituales (Bolin, 1,,8) denominadas pago o pagapo en la sierra de
Ancash. En ese lugar, el joven relat el sueno que su madre haba tenido luego
de hallar y llevar a casa esta pequena y antigua talla de piedra. En el sueno un
hombre viejo, blanco y barbudo haba reganado a la mujer por tomar su ku-
nupa y le orden que la devolviera. sta fue prontamente enterrada en alguna
parte del campo de cultivo en el que estaban. A pesar de ello, la madre del mu-
chacho sufrira un aborto poco despues.
En la comunidad de Chorrillos, en la alta Cordillera Negra, los pobladores
le hablaron a otro de los autores (K. Lane) de un hombre que son con riquezas
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que brotaban del sitio arqueolgico Markitahirca, ubicado en un cerro cercano.
El sueno le sugiri que esas riquezas le perteneceran mientras el no revelara
su ubicacin, ni moviera el tesoro de su lugar. Armado de su barreta, el hombre
fue al lugar indicado y encontr el oro. Sin embargo, la ostentacin de los bie-
nes comprados con este tesoro y su posterior divulgacin hicieron que perdiera
peso hasta morir, segn dijeron sus allegados. Esto, nos dijeron, haba sucedido
en el curso de los ltimos cinco anos.
Las historias de enfermedades y desgracias surgidas a partir de tales ac-
tos, vinculadas a una perdida severa de peso e incluso la muerte, son frecuentes
y muy reales para muchos campesinos. Aunque las personas con quienes llega-
mos a trabajar directamente se abstuvieron de referirse a una u otra montana
o lugar en terminos de parentesco, todas compartan una marcada aprensin
por ciertos lugares. Ejemplos de lo anterior incluyen las cavidades en el suelo,
ya sean naturales o articiales, senderos solitarios cercanos a las montanas, es-
pecialmente en el crepsculo, lugares donde el agua se junta o surge de la tierra
como un manantial, represa o lago, y todo sitio en que pueden hallarse restos
seos humanos. Es de consenso que dichos lugares son peligrosos porque al
estar ah se puede contraer mal de aire o mal de sitio. Los lugarenos nos ex-
plicaron que cavar en tales sitios conlleva mucho peligro, debido a los gases de
antimonio que pueden causar enfermedad y muerte. Estos sitios son tratados
con una mezcla de temor y respeto, actitud a menudo descartada por forasteros
como simples supersticiones.
Creenci as
Durante nuestro reconocimiento de represas y reservorios en la alta Cordi-
llera Negra, nuestro gua, don Alejandro Chvez, se neg a acampar cerca de
las lagunas articiales, pues tema que la llegada de la noche las despertara y
nos atrajeran hasta su fondo. Un precedente claro es la laguna Negrawaqanan,
nombre que puede traducirse como (lugar donde) la negra llega a llorar. El
mito reere que una vez, a nales del siglo xix, la laguna retir sus aguas re-
velando el oro que all se hallaba escondido. Un grupo de esclavos negros que
estaban trabajando en el rea se precipitaron hacia el fondo, pero las aguas re-
gresaron y los consumieron. Sus viudas llegaron luego al lugar a llorar lgrimas
por sus muertos.
Hemos mencionado la importancia de la hora del da como un factor en la
predisposicin a contraer mal de aire o mal de sitio. La noche y el crepsculo en
especial, son perodos particularmente nefastos. Respecto al sur andino, Cathe-
rine Allen (zooz) ha descrito la opinin de la gente en la comunidad de Sonqo,
segn la cual los sitios arqueolgicos y la noche pertenecen a los machukuna o
Grandes Ancianos, una raza de seres anteriores a la era actual, que pueden ser
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benignos y io envidiosos y, por lo tanto, daninos para la gente. En los alrededores
de la Cordillera Blanca, en la misma sierra de Ancash, Doris Walter (en prensa)
ha detectado que los discursos campesinos sobre los sitios arqueolgicos se ha-
llan dominados por mitos que ponen en escena a los antepasados mticos.
Si bien no hemos odo opiniones tan elocuentes en torno a la existencia
de seres nocturnos en nuestra regin de estudio, s hemos sido considerados
posibles pishtaku con frecuencia. Estos malignos seres semihumanos frecuen-
temente aparecen en forma de un hombre blanco con poncho, llevan tambien
a menudo un sombrero aln, una hoz y, quizs, un zurriago. Los pishtaku ace-
chan a los viajeros desprevenidos en los caminos solitarios, con el n de rap-
tarlos y extraerles la grasa. Las vctimas mueren instantneamente o despues
de poco tiempo. Las razones aducidas para la existencia de los pishtaku giran
alrededor del alto valor de la grasa humana. Un informante en la Cordillera
Negra en 1,,, sugiri que los pishtaku actuaban bajo rdenes del entonces
presidente Alberto Fujimori, quien requera grasa humana para pagar la enor-
me deuda externa del pas. Segn otra opinin campesina contempornea de
la misma regin, los pishtaku eran peones de companas mineras, las cuales
necesitaban grasa humana para mantener en funcionamiento su maquinaria.
Sin elaborar detalles, es claro que las mltiples y cambiantes versiones del mito
de los pishtaku, ms conocidos como los degolladores akaq en el sur andino,
kharisiri en aymara, estn vinculadas a la propia percepcin de la explotacin
campesina (cf. Arguedas, 1,: z18-zz8, Morote, 1,z: 6;-,1, Vergara y Ferra,
1,8;, Weismantel, zoo1).
En el sur del valle del Yanamayo, segn pobladores del poblado de Chin-
cho, encontramos un espritu asesino llamado shishaku. Este espritu es el de
un indio que mata a la gente civilizada (no indgena), categora en la cual los
reportantes se incluyeron. Esta perspectiva aclara una percepcin introspec-
tiva digna de resaltar: la autodenicin como gente radicalmente distinta a la
poblacin indgena pre-colonial, pese a la pesada carga biolgica e histrica
1
.
Estas actitudes ayudan a explicar quizs la escasez de referencias, conexiones
y alusiones a este pasado.
Por otro lado, en el poblado de Pichiu, en la Cordillera Negra, aprendimos
que los awilitus (tambien gentiles o paganos) entraron a sus casas (wayi, termi-
no utilizado igualmente para estructuras mortuorias o chullpa
2
) con la llegada
1. En este sentido es esclarecedor el minucioso estudio de caso de Frank Salomon (2002) en la sierra de Huarochir
(poblado de Tupicocha).
2. Trmino quechua que denota estructuras mortuorias abiertas construidas a or de tierra. En la sierra de An-
cash, generalmente se hallan sobre terrazas o plataformas, son de planta cuadrangular y presentan elaborados
accesos. Restos de madera, cuerdas, textiles, cermica y restos seos humanos y animales, hallados entre los
escombros saqueados, indican que las prcticas mortuorias incluan conservar fardos funerarios.
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del diluvio bblico. All murieron y despues se secaron formando los bultos o
fardos con restos humanos momicados tambien conocidos como mallki. Si
bien el termino awilu es un claro reconocimiento de parentesco, estos rela-
tos indican una diferencia sustancial respecto a campesinos de la sierra sur,
quienes enfatizan una relacin mucho ms estrecha con el pasado precolonial
(Allen, zooz, Bolin, 1,,8, Flores Ochoa, 1,68).
Esto no quiere decir que los campesinos de la sierra norcentral del Per
esten divorciados del entorno histrico y cultural que habitan. Awilitus, el ter-
mino de parentesco quechua
3
comnmente utilizado para referirse a los anti-
guos pobladores, evoca una respetuosa relacin de descendencia. Su vnculo
con el paisaje vivido y su interaccin con los restos arqueolgicos parecen estar
estructurados no por narrativas y mitos tradicionales, sino por tipos espec-
cos de relaciones con lugares especcos dentro de un paisaje animado. Sin em-
bargo, esto puede deberse a una historia cultural post-conquista ms agresiva
frente a las cosmovisiones indgenas del siglo xvi.
El termino gentiles o paganos, utilizado como sinnimo de awilitu, pa-
rece tener una connotacin similar al ya mencionado machukuna. Antes de
ingresar a la chullpa, por ejemplo, es usual hacer pequenas ofrendas de coca,
tabaco y alcohol, en un esfuerzo por ahuyentar el antimonio y la malevolencia
de los gentiles, que se dice habitan estas estructuras arqueolgicas, saqueadas
en su gran mayora. En primera instancia puede parecer una paradoja que en la
comunidad agropastoral de Cajabamba Alta exista una clara tendencia a ubicar
los corrales modernos para alpacas cerca o al lado de chullpas (g. z). Cuando
preguntamos sobre las posibles razones de esto, el presidente de la comunidad,
Toms Florentino, coment que los gentiles que habitan las casitas ayudaban a
cuidar los rebanos (cf. Mamani Condori, 1,,6).
Nuestro reconocimiento arqueolgico concluy que la prctica de asociar
monumentos funerarios chullpa y corrales se remonta por lo menos al Perodo
Intermedio Tardo (11oo-1o d. C.). De hecho, no se puede descartar la cons-
truccin simultnea de chullpas y corrales (g. ). Los principios de dualidad,
expresados como opuestos complementarios tanto en el mundo fsico como en
el metafsico (p. ej. Zuidema, 1,6), tienen profundas races en la regin andi-
na que posiblemente se remonten cuatro mil anos atrs (Izumi y Kano, 1,6).
Estos dos ejemplos evidencian la naturaleza ambivalente de ciertos lugares, las
horas del da y los awilitus, unas veces malignos y otras serviciales.
A continuacin referimos y comparamos dos muy distintas experiencias
entre los arquelogos y los lugarenos. En ambos casos, las tensiones y confron-
taciones se deben a inquietudes vinculadas a la perdida del equilibrio simblico
3. Variante Ancash-Huaylas (Parker, 1976a, b).
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entre los lugarenos y el entorno animado, debido a nuestras acciones y omisio-
nes, y cmo estas fueron interpretadas. Ostensiblemente las maneras de resol-
ver los conictos giran en torno a apaciguar a los cerros, los lagos y los mismos
awilitus, si bien el paso inicial crucial es incidir en la percepcin del otro. En
concreto, fue necesario reestablecer nuestra identidad, intentar desquitarnos
del estigma de pishtaku y, a la vez, construir una imagen positiva del arque-
logo. Lo imperfecto de nuestros logros ilustra algunas de las dicultades en el
camino para sobreponer la hegemona objetivista que dogmticamente reclama
la ciencia positiva a favor de una arqueologa multivocal (Hodder, 1,,;, Gnec-
co, 1,,,), es decir, abierta al encuentro con otras voces y maneras de entender
y construir pasados.
Caso : Enfrentami ento en Yurakpecho
Este estudio de caso se concentra en la comunidad de Chorrillos, en la Cordi-
llera Negra y trata una serie de percances ocurridos durante nuestra tempora-
da de trabajo de campo en zoo. En particular, se reere a los problemas resul-
tantes de lo que fue percibido como una falta de respeto, violacin del espacio
y el poder de los suenos. El equipo involucrado en estos acontecimientos estaba
encabezado por Kevin Lane
4
.
Era agosto de zoo y nuestro trabajo en la Cordillera Negra no haba em-
pezado nada bien. Nuestro vehculo, en una rfaga de metal chirriante y vapor,
se haba varado de manera dramtica. Habamos perdido un paquete de o kg.
con todos nuestros enseres de cocina, y el arroyo vecino al sitio precolombino de
Yurakpecho, donde nos proponamos trabajar, se haba secado.
La Comunidad Campesina Jose Carlos Maritegui de Chorrillos, asentada
a .oo m de altitud en la vertiente occidental de la alta Cordillera Negra, tiene
la reputacin de ser particularmente introspectiva en un rea caracterizada
por una poblacin consabidamente hurana, pues los lugarenos tienden a des-
conar de los extranos. Dentro de las lindes territoriales comunitarias se en-
cuentran los restos de extensos y complejos sistemas de riego, as como varias
necrpolis y sitios de asentamiento. La arqueologa comprende el sitio de vi-
vienda principal de Yurakpecho, ubicado a .oo m en la cima de un pico de
acceso prcticamente imposible. Este complejo data al menos del Perodo In-
termedio Tardo (11oo-1o d. C.) e incluye un ncleo central de asentamiento
de . hectreas con numerosas viviendas perifericas ubicadas enfrente, en el
lo adyacente.
Nuestro gua en dos visitas previas haba sido Santiago Granados. De apa-
riencia urbana y respetado por los miembros de su comunidad, Santiago era a
4. El texto en cursivas alude a notas del diario de campo de Kevin Lane.
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la vez enfermero de emergencia local y sacristn de la iglesia. Esta combinacin
de medico prctico y gua espiritual sin duda inua en que tambien desempe-
nara el rol de curioso, apelativo que en la regin se le da al chamn o curandero.
Santiago negaba enfticamente ser curioso, aunque crea que algunos suenos
podan ser visiones. En una ocasin, cuando visitamos una chullpa, coment
que haba sonado el acontecimiento que estaba viviendo con la misma gente
ah presente. En su sueno le haban prometido una hoz de oro, pero explic que
ya que no tena a la mano ningn pago, se abstendra de buscar la hoz. Sin em-
bargo, nos hizo prometer que volveramos en otra ocasin, cuando el estuviera
mejor preparado. Santiago tambien estaba nervioso al acompanar a posibles
pishtaku, ms an porque esto signicaba ausentarse de casa y acampar con
los arquelogos. Nuestra falta de aprensin al entrar y estudiar las chullpas, las
cuevas con pintura rupestre y, en general, los sitios arqueolgicos dispersos en
la zona pareca divertirle y alarmarle a la vez.
Nuestro trabajo en Yurakpecho inclua reconocimiento y excavaciones en
la zona, a lo largo de un perodo de dos anos y en tres distintas expediciones.
Los lugarenos ya nos haban hostigado anteriormente, haciendo caso omiso
al permiso del Instituto Nacional de Cultura y a la carta de presentacin de
la Junta Regional de Desarrollo de Pamparoms, la cercana capital provincial.
Exigan que solicitramos el permiso de la comunidad y alegaban intrusin y
violacin del espacio. Sin embargo, fue hasta zoo que la voltil situacin se
torn en enfrentamiento.
Acampamos a cierta distancia del sitio de Yurakpecho. Descreyendo de
los mitos locales, haba decidido abstenerme de cualquier tipo de ofrenda o
pago. Empezamos a trabajar slo despus de serias dicultades, entre ellas la
falta de agua y comida, y un accidente potencialmente fatal, en el que algunas
piedras grandes que se desprendieron de una pared del asentamiento casi me
golpean mientras ascendamos al sitio. Recuerdo que el da era particularmen-
te caliente e improductivo. Nuestro sardnico gua, Santiago, ostensiblemente
pragmtico y sabiondo, senta que el lugar estaba casi enojado. Yo empec a
preguntarme si esto era un castigo por mi consciente falta de reverencia ante
el lugar.
Esa noche Santiago, al igual que la estudiante peruana, Carmela Alar-
cn, tuvieron sueos coincidentes. En sus sueos vieron a un grupo de hombres
vestidos con ponchos antiguos que nos exhortaban a pedir permiso, poniendo
nfasis en su enojo y dolor ante nuestra intrusin. Al da siguiente, mientras
proseguamos con nuestro trabajo infructuoso, se present una comitiva de la
comunidad de Chorrillos. Carmela se sobresalt y exclam que ella haba visto
a esa gente o a gente parecida en su sueo. La comitiva me acus de violar su
espacio. Sigui un altercado acalorado. Amenazaron con expulsar al grupo y a
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m. Cada vez ms irritado y alarmado, empec a temer por el trabajo de campo
y, es ms, por nuestra seguridad. Luego de mucha discusin acalorada y un arre-
glo a medias se fueron.
Santiago, aliviado, dijo enigmticamente: Ya est hecho, ahora estamos
aceptados. Carmela era de la misma opinin. Una hora despus nos topamos
con nuestro primer hallazgo importante: los restos de un antiguo pago, dentro
de una unidad de vivienda y, sobre el mismo piso, dos conopas de piedra.
El caso anterior ilustra lo poderosas que pueden ser las percepciones lo-
cales y cmo llegan a incidir sobre las estrategias del trabajo de campo ar-
queolgico. Despues de nuestra aceptacin, la atmsfera de trabajo se aclar
notablemente, aun entre aquellos que, como yo (K. Lane), habamos descartado
estas verdades locales. Es probable que inconscientemente yo haya exacerbado
el malestar preexistente con mi decisin de no hacer un pago al sitio y por
mi evidente irreverencia al ingresar a las chullpas y cuevas. Del mismo modo
que cada accin equivocada haba sido interpretada calladamente por Santiago
como una falta de respeto por parte nuestra que acarreaba mala suerte, ahora
nuestros esfuerzos eran por lo menos tolerados por los awilus. Dicho de otra
manera: la problemtica negociacin del espacio slo se hizo explcita en el
momento de crisis.
Este incidente sirvi como recordatorio puntual de las clarsimas diferen-
cias inherentes entre nosotros y ellos. Aunque como extranjeros, categora
que incluye a los estudiantes de la capital independientemente de su trasfondo
familiar, nos desviamos del comportamiento local con respecto al paisaje, el
reto en Yurakpecho sirvi para aclarar los alcances y lmites de nuestras accio-
nes. El respeto, un aspecto senalado por Allen (zooz) y Bolin (1,,8), es la piedra
angular de toda interaccin con las poblaciones locales.
Por lo tanto, el concepto que uno como forneo tiene de sus acciones no
tiene importancia a escala local. Las reacciones que percibimos de los luga-
renos como Santiago son las que deben prevalecer. Si no comprendemos de
manera adecuada la fenomenologa del paisaje y la negociacin de espacios en
el presente, ,cmo pretendemos hacerlo para el pasado
Durante el resto de la temporada de trabajo en Yurakpecho, una pareja
de cndores sobrevol el sitio cada da en crculos lentos. Santiago sonrea; era
un buen augurio.
Estudio de caso : Pishtaku en los Conchucos
Luego de seis anos de trabajo de campo en Conchucos central (1,,6-zooz), en
los que trabaje y viv (A. Herrera) varios meses en el pequeno casero de Huag-
llapuquio, todava me intriga cmo un arquelogo peruano puede permane-
cer bajo sospecha de ser un pishtaku. En esta seccin resenare cinco anos de
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actitudes y relaciones cambiantes entre los arquelogos y la poblacin rural y
me enfocare en cmo los rituales que auspiciamos y en los cuales participamos
incidieron sobre este proceso. Concluyo que los rituales en sitios arqueolgi-
cos proporcionan un contexto crucial para la exploracin y negociacin de los
lazos sociales con el otro. Las tensiones subyacentes, relacionadas con la per-
cepcin de una dependencia econmica y con prcticas de organizacin laboral
consideradas injustas, pueden promover la exigencia de repetir los rituales en
tanto un paso hacia una mayor integracin y compromiso con los inconspicuos
ciclos rituales locales.
En 1,,6, semanas despues de escuchar el sueno de mi gua adolescente,
referido lneas arriba, emprend mi primer viaje desde el casero de Huagllapu-
quio, ubicado entonces a seis horas de marcha de la carretera carrozable ms
cercana, hasta el rea alrededor del manantial salino de Yangn. Una inspec-
cin de reconocimiento preliminar haba indicado que las investigaciones en
Yangn y Gotushjirka resultaran fructferas, si bien representaran un gran
reto logstico y social. El sitio de Yangn se halla al fondo de la garganta del
valle bajo del ro Yanamayo (z.ozo m), a dos horas de bajada y tres de subida por
un angosto y empinado sendero que parte de la docena de casas que conforman
Huagllapuquio. Para empezar, todas las carpas, herramientas, equipos y vve-
res tendran que ser cargados a lomo de hombre o bestia, para luego volverlos a
subir, junto con los materiales arqueolgicos recuperados. Las excavaciones en
Gotushjirka, sobre una loma a slo treinta minutos de Huagllapuquio, resulta-
ran mucho menos difciles en comparacin.
En el casero haba entablado amistad con Francisco Samaritano y su fa-
milia y me haba hospedado con ellos. A pesar de su amistoso recibimiento,
era muy consciente de ser un extrano en mi propio pas y de que alguna gente
en Huagllapuquio estaba convencida de que yo era un pishtaku. Inicialmente
le atribu esto a mi aspecto fsico mediterrneo, ropa de estilo urbano y a la
desconanza hacia los forneos, a menudo presente en comunidades pequenas
y estrechamente unidas.
Un ano ms tarde regrese para comenzar el trabajo en compana de un
colega de apariencia ms andina. Fue una grata sorpresa poder alquilar fcil
y rpidamente una mula para transportar nuestro equipo de topografa desde
el n de la carretera hasta Huagllapuquio. Sin embargo, no pudimos encon-
trar un arriero que nos acompanara. Pronto nos percatamos de que contratar
ayudantes sera una tarea compleja siempre. Ms que despejar sospechas, en
Huagllapuquio se nos consideraba ahora como un equipo: el pishtaku y su ayu-
dante. Nadie nos acompan jams al atardecer por el camino que pasa al pie
del Turriqaqa, la imponente montana cuyas verticales fases rocosas dominan el
bajo valle del Yanamayo. Pasaron semanas antes de que unos pocos aceptaran
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la oferta de trabajo remunerado en Yangn, no obstante la oferta de jornales
16 por encima del promedio regional en plena temporada post-cosecha. Du-
rante la primera temporada de trabajo de campo ningn lugareno pas una
noche en nuestro campamento, preriendo el largo camino diario a pie, pese al
ofrecimiento de alimentacin gratuita.
Al parecer, los pishtaku pueden actuar en equipo, pueden tambien cam-
biar su apariencia fsica e incluso hablar quechua. A pesar de esto, se les con-
sidera menos peligrosos de da. Era evidente que necesitaba actuar si quera
llevar a buen termino las excavaciones planeadas para la siguiente temporada
seca. En el vecino pueblo de Yauya, yo haba odo la historia de un maestro que,
bajo sospecha de ser un pishtaku, haba sido atacado a golpes y dejado muerto
pocos anos atrs
5
.
Meses antes de la fecha prevista para el inicio de las excavaciones regrese
a la zona para solicitar formalmente la autorizacin del concejo distrital de
san Nicols de Apac. Por sugerencia del alcalde me presente en una reunin
plenaria en el poblado de San Nicols, as como en una junta comunitaria en
Huagllapuquio. A nadie le interes la costosa autorizacin legal, emitida en
Lima por la Direccin de Patrimonio Arqueolgico del Instituto Nacional de
Cultura.
A pesar de estos preparativos, cuando llegue a Huagllapuquio el da acor-
dado en compana de cuatro colegas peruanos, nuevamente nadie nos quiso
acompanar al sitio ubicado en el fondo del valle. Debido a la hora, era imposi-
ble que alguien pudiera regresar despues del crepsculo. Un joven se ofreci a
llevar las cosas al da siguiente, de modo que nos adelantamos solos. Claro, el
muchacho nunca vino a traer nuestros alimentos. Sospecho que tema ir solo y
que nadie estuviera dispuesto a calmar sus temores acompanndolo.
A traves de la municipalidad logramos contratar un primer asistente de
campo que proceda de la capital del distrito. El 11 de julio de zooo se hizo la
primera ofrenda ritual o pago en Yangn (g. ). Guiados por Wilber Rodrigo,
colega arquelogo de Cusco, invocamos ritualmente a las principales montanas
circundantes, al vecino ro Yanamayo y al mismo sitio arqueolgico de Yangn.
Solicitamos permiso para excavar y pedimos hallar datos de buena calidad.
Chacchamos (mascamos) hojas de coca alrededor de un pequeno agujero en la
tierra, a la vez que fumbamos tabaco y tombamos turnos para libar y beber
sorbos de alcohol. A cada uno de los participantes se le ley su suerte con hojas
5. Richard Burger (en prensa) reere una historia similar de la poca previa a la reforma agraria instaurada por el
gobierno del General Velasco Alvarado, momento en el que se dieron levantamientos campesinos locales en los
que participaron los padres de varios habitantes de Huagllapuquio. Es posible que la historia de la decapitacin
de un maestro annimo bajo sospecha de ser un pishtaku en Yauya sea una versin distinta de la narrativa que
me fue referida en Huagllapuquio.
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de coca y escogimos las hojas para formar dos atados (kintu), uno de los cuales
fue enterrado junto con dulces como ofrenda, alimento ritual para el sitio de
Yangn. Las libaciones de alcohol fueron generosas y los cigarrillos encendidos
que enterramos en la tierra no se apagaron. Todo pareca indicar que nuestra
ofrenda haba sido aceptada.
Pocas semanas despues se llev a cabo una ceremonia ms grande sobre la
prominente plataforma encumbrada en la cima de Gotushjirka, esta vez en pre-
sencia de varios pobladores de Huagllapuquio que incluan a varios potenciales
ayudantes de campo, espectadores y ninos. El arquelogo cuzqueno estaba cla-
ramente disfrutando su rol de misayuq, nombre que se da a los chamanes en el
altiplano sureno. Nuestros antriones, por otra parte, parecan impresionados
por la elaboracin del ritual, pese a que nadie en Huagllapuquio entiende el
dialecto quechua de Cusco. Esta vez nos dirigimos a todas y cada una de las
montanas circundantes.
Las relaciones con la comunidad mejoraron a medida que comenzaron
las excavaciones en Gotushjirka. El curioso local nos hizo una visita, aunque se
puso visiblemente nervioso en las cercanas de nuestros pozos de excavacin.
Apenas descubrimos restos seos humanos, los ninos dejaron de visitar el sitio,
asumo que por prohibicin de sus padres, pero con todo y eso, algunos venan
a escondidas cuando podan. Con base en sus suenos, los asistentes de campo
locales me pidieron efectuar rituales de pago adicionales. Debido a la presin
de completar a tiempo las excavaciones de la temporada, me negue. Quizs la
sospecha de que yo era un pishtaku, que alguna gente de Huagllapuquio an
conserva, este ligada a esta negativa.
El da en que hicimos nuestros primeros e inesperados hallazgos de me-
tal, vimos un cndor sentado en la roca encumbrada en la cima de Gotushjirka,
donde habamos hecho nuestras libaciones y ofrendas. El cielo encapotado dio
lugar a una ligera lluvia, acontecimiento inusual en la temporada seca. Enton-
ces, un par de cndores sobrevolaron largamente el sitio. Esta serie singular y
evocadora de eventos resalt, a mis ojos, el poder de este lugar como un esce-
nario para actividades rituales.
En virtud de su ubicacin, Gotushjirka es un lugar poderoso. Est ubicado
de manera destacada encima del estrecho valle bajo del ro Yanamayo y goza de
una vista panormica de z;o grados que abarca desde los nevados de la Cordi-
llera Blanca, hacia el Oeste, hasta los picos de la Cordillera Oriental con el ro
Marann abajo. Adems, la supercie y los alrededores del sitio arqueolgico
estn llenos de fsiles marinos, incluyendo la roca en la cima, donde se asent
el cndor. Gotushjirka evoca as un eslabn simblico entre la tierra, el mar y el
aire, vinculados por la roca encumbrada. La negociacin de este simbolismo es
quizs tan antigua como la primera plataforma ceremonial erigida en la cum-
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17 0
bre, construida cuatro milenios atrs
6
. De cierto modo, nuestro ritual, al igual
que el vuelo del cndor, reanim este antiguo paisaje.
Conclusin
Este esbozo de una antropologa de la arqueologa de campo es el resultado
de inquietudes acerca de nuestro papel como cientcos sociales y de nuestra
otredad al desempenar trabajo de campo. Consciente o no, la incorporacin
del ritual a la prctica arqueolgica proporciona una plataforma para la ar-
macin y negociacin de la otredad del arquelogo en un contexto andino.
Los rituales en sitios arqueolgicos pueden implicar la rearmacin de iden-
tidades locales (Mamani Condori, 1,,6), a la vez que la integracin temporal,
no importa cun frgil, de la otredad del arquelogo en los modos locales de
construccin de signicados y de administracin social del espacio.
Desde un punto de vista socioeconmico, los rituales de ofrenda ofrecidos
antes del inicio del trabajo de campo facilitaron el acceso a la mano de obra. En
el caso de Huagllapuquio, se estableci un pacto exitoso, al menos con parte de
las familias del pueblo. Si bien en esa oportunidad no accedimos a la peticin
de algunos huagllapuquianos de rotar las oportunidades de trabajo entre todas
las familias de la comunidad, debido principalmente al tiempo involucrado en
el entrenamiento, considero que esto fue un error que subsanaremos en cam-
panas futuras. En Yurakpecho, en cambio, las diferencias prevalecieron y la
comunidad arm su autoridad colectiva al exigir actualizaciones e informes
regulares.
En ambos casos, la otredad se extiende a toda persona externa a la co-
munidad inmediata. En Per, la mayora de los actuales estudiantes de antro-
pologa y arqueologa de las universidades nacionales son hijos de migrantes
rurales serranos de segunda o tercera generacin. Ellos se consideran ms
sintonizados con los sentimientos y las creencias altoandinas y se ven a s
mismos como los portavoces profesionales de estas comunidades mudas y
mal representadas polticamente. Sin embargo, los campesinos que conocimos
insisten en la diferencia, para ellos todos extranjeros o peruanos, blancos o
mestizos somos forneos. Los bienintencionados esfuerzos de empata rara
vez son ms que autoengano, pues nuestro trasfondo urbano y evidente otre-
dad rearma, a la vez, la identidad campesina. Adems, los intentos de acerca-
miento tambien se ven proscritos en funcin del dominio y uidez en el manejo
del quechua local.
6. Sondeos profundos en la cima revelaron una serie de pisos de arcilla, muros y un fogn, fechados del perodo
Formativo temprano por la cermica asociada, la cual se compara favorablemente con el estilo Early Capilla, de
Huaricoto (Herrera, 2005: 430-431). La primera ocupacin del sitio es probablemente anterior.
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Con todo, y como contrapunto, proponemos que el sentimiento de perte-
nencia o de inclusin puede facilitarse mediante un conocimiento preciso del
entorno. Esto va ms all de conocer y nombrar los mltiples rasgos o hitos fsi-
cos signicativos del entorno, como las montanas ms importantes, algo que
en s es considerado muy meritorio. La pertenencia, sin embargo, tiene su fun-
damento en el compartir una comprensin ideal del lugar dentro de un marco
que abarca el pasado y el presente, tal y como se conforman en un paisaje vivo y
activo. Las interacciones en estos paisajes, que bien podramos llamar paisajes
de identidad, estn regidas por valores culturales y reglas polifaceticas. Argi-
mos que estas reglas no son el reejo de una visin privilegiada de mundo. Se
basan ms bien en principios prcticos que negocian una serie de relaciones so-
ciales ancladas a lugares que median entre el mundo social y el natural, incluyen-
do los derechos de propiedad, las estrategias campesinas de minimizacin de
riesgos y la economa de subsistencia en general.
Si como arma Orin Starn (1,,), los antroplogos nos hemos alejado
del mero estudio de la gente hacia una perspectiva ms incluyente y multivo-
cal que celebra la diversidad y la innovacin, tambien es cierto que existe una
tendencia a gloricar las culturas golpeadas por siglos de marginalizacin,
aislamiento y desesperanza. Sin embargo, el tema del acceso preferencial al
pasado expresado por Mamani Condori (1,,6) presenta un reto importante.
Los conocimientos tradicionales acerca del pasado y la arqueologa profesional
dieren radicalmente en cuanto a su contexto social, medios y propsito. Su
yuxtaposicin puede proporcionar una lnea base para reexionar sobre am-
bos, pero esta base debe fundarse en el respeto mutuo. Dentro de un marco
pluralista, su hibridacin no es inconcebible.

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Figura 1. Mapa de Per; el rectngulo seala el rea de estudio.
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Figura 2. Corral moderno de Pukacorral (Comunidad Campesina Jos Carlos Maritegui de Chorrillos) con un
monumento funerario chullpa en su interior (escala 1 m).
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Figura 3. Monumentos funerarios chullpa en el interior de un corral moderno.
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Figura 4. Ofrenda ltica excavada en Yurakpecho; kunupa en forma de vainas de leguminosa.
Figura 5. Arquelogos y asistentes de campo durante un ritual de pago en el sitio arqueolgico de Yangn.
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