Así Nace Un Asentamiento
Así Nace Un Asentamiento
Así Nace Un Asentamiento
Asier Andrés
Humberto Jurado aún recuerda a su primer jefe, un inglés que administraba una
gran empresa de motores, y que estaba obsesionado con que las cuentas siempre
cuadraran y las previsiones de negocio se cumplieran al milímetro. Era la década de
1970 y Jurado era un bachiller industrial recién graduado, pero ya entonces era
consciente de que esa forma de hacer funcionar una empresa no era necesariamente
la única.
Jurado sabía que una empresa será exitosa si vende algo que mucha gente necesita,
aunque estos sean pobres, y que un empresario será próspero si sabe ver un negocio
donde nadie lo había visto.
Pero ese esquema se fue degradando con el paso de los años. El Banvi desapareció y
dejó paso a instituciones como el Fondo Guatemalteco para la Vivienda (Foguavi)
que se limitaban a subsidiar a los constructores para que desarrollaran viviendas
populares. Miles de personas comenzaron a llegar a la ciudad producto de la guerra
interna y la falta de oportunidades en el campo. Los asentamientos; terrenos sin
urbanizar ocupados por personas pobres que improvisaban sus casas con una
inversión mínima en materiales, proliferaron en los barrancos, y alrededor de las
colonias que había financiado el Banvi.
Humberto Jurado se adaptó a las nuevas circunstancias. Ahora tenía que salir a
buscar a sus compradores potenciales. Pronto comprendió que sus clientes estaban
en los asentamientos. En cada desalojo judicial de un terreno ocupado, había una
oportunidad de negocio. Cada vez que un deslave o el desbordarmiento de un río
dejaba a alguien sin casa en un asentamiento, se generaba un nuevo cliente.
Jurado entendió que aunque vivir ocupando tenía una ventaja: el terreno es gratis y
los servicios no siempre se pagan, los habitantes de estos lugares por lo general
anhelan dejar de cargar con el estigma social que implica vivir en un asentamiento.
Aunque el lugar al que trasladen sea bastante parecido.
Este hecho se convirtió en el reclamo principal del negocio de Jurado. Ofrecer a los
pobres dejar de alquilar y ser propietarios de un inmueble que legar a sus hijos.
Venderles el sueño de vivir en una colonia.
Sus clientes son pobres, personas a las que él describe como “sin cultura de pago ni
capacidad de pago”, pero que sí son capaces de vivir durante meses sin agua, ni luz,
ni saneamiento, en la cima de un cerro. Tienen poco, pero piden menos. Compran
un pedazo de tierra en una colonia de calles de tierra dando un enganche de Q500 o
menos. Después son ellos quienes tienen que luchar porque la empresa eléctrica
lleve el tendido eléctrico, que la municipalidad financie la construcción de un pozo
de agua, que partidos políticos u ONG donen materiales de construcción para ir
mejorando las casas.
Así que para sus proyectos, Jurado solo ha podido confiar en algunos préstamos del
estatal Crédito Hipotecario Nacional (CHN), en el apoyo de inversores privados, y
en el Foguavi, que por lo general tarda años en desembolsar los fondos o no los
desembolsa en absoluto.
Cuando Jurado eligió apartarse de la senda que marcaba aquel gerente inglés,
también eligió entrar en un mundo de incertidumbre, en el que se puede ganar
dinero, pero también perderlo todo.
Resulta evidente que él no se ha hecho rico. Sus oficinas están en un oscuro edificio
de la zona 3 a unas cuadras del cementerio general, donde siempre vivió su padre.
Es un hombre de unos 55 años que viste camisas de polyester estampadas y
desabotonadas hasta el pecho.
2. La cima de un cerro
Para llegar a Brisas de San Pedro hay que atravesar el cinturón de colonias
populares y asentamientos de la zona 18. La carretera atraviesa la Atlántida, a la
izquierda queda la Kennedy y la Juana de Arco, arriba domina Santa Elena II, y III.
La carretera sigue trepando, revelando el paisaje urbano de la zona 18, oculto desde
cualquier otro punto de la ciudad. El Limón es un laberinto de calles que primero se
hunden en un hoyo y después trepan hacia lo alto de un cerro. No hay parques, ni
árboles, ni espacio libre, nada que no sea concreto y zinc. A la entrada, los vecinos
hacen cola para subirse a los buses que les llevaran a sus empleos en la ciudad. Unos
estudiantes se dirigen hacia el instituto de Fé y Alegria, un centro que debe ser
protegido de las pandillas por una autopatrulla de la policía. Al entrar en la colonia
Maya, todo se convierte en un interminable y caótico mercado. La carretera que se
dirige a San Pedro Ayampuc parte de una esquina cualquiera. A partir de entonces,
la densidad de población desciende. Aparece el verde de los cerros y de vez en
cuando alguna pequeña plantación de café. Se multiplican los vertederos
clandestinos sobre los que sobrevuelan los zopilotes. Junto a la carretera hay
algunas lotificaciones cercadas por muros en las que nunca se llegaron a construir
casas. Huele a basura y a granja avícola. En Lo de Reyes, a 16 kilómetros de la
ciudad, cerca ya de San Pedro Ayampuc, un adolescente carga leña a sus espalda con
un mecapal. Enfrente, en la entrada de una agencia bancaria un guardia privado
ordena a un par de jóvenes de no más de 14 años, que levanten sus camisas para
demostrar que no están armados. Un poco más de adelante se extiende Brisas de
San Pedro, un colonia de unas tres mil casas, que trepa por un cerro.
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El terreno donde se asienta Brisas de San Pedro fue una finca cafetalera. Las ruinas
de la antigua casa patronal aún existen, aunque los muros están ahora marcados
con los símbolos de la MS. Este edificio se encuentra en la parte plana de la colonia,
que está dominada por un mercado que fue construido por Humberto Jurado. Los
vendedores pagan una renta de Q50 mensuales en una pequeña oficina que ha
instalado Jurado entre los puestos. En los días de pago, una empleada del
empresario llega a la colonia con una caja de caudales en una mano y la compañía
de un hombre armado de una escopeta.
La mayor parte de la área baja, sin embargo, la ocupa el llamado sector I, que
comenzó a ser poblado a mediados de la década de 1990, aunque gran parte de sus
actuales habitantes son personas originarias de la cuenca del Motagua, que
perdieron sus casas en el huracán Mitch y llegaron aquí entre 1998 y 2000. Jurado
logró un convenio con el Foguavi para urbanizar 750 lotes para los desplazados y a
cambio recibió unos Q9 millones que debía invertir en convertir el lugar en una
verdadera colonia. El resto lo aportaron los vecinos. En 2013 el Foguavi denunció a
Jurado por estafa, por haber incumplido el contrato, aunque el Ministerio Público
aún no ha investigado el caso.
El sector II fue poblado hacia 2003, durante el gobierno del presidente Alfonso
Portillo, cuyo retrato aún se exhibe en algunas casas y tiendas. Los vecinos llegaron
de los asentamientos que se fueron creando en el centro de la ciudad en los terrenos
próximos a vías férreas, que habían sido ocupados por pertenecer al Estado. Portillo
ejecutó los desalojos pero prometió a los habitantes llevarles a un lugar mejor, a un
colonia en la que tendrían títulos de propiedad y un subsidio del Foguavi. Jurado
transportó en camiones a muchos de ellos hasta aquí, cuando era solo un montaña
sin urbanizar, y les explicó que los terrenos costaban Q30 mil, pero que el Foguavi
pagaría Q15 mil y ellos el resto.
Muchos no han terminado de pagar el terreno, siguen atrapados en los recargos por
mora, y ya han perdido la cuenta de lo que han desembolsado o lo que les resta. No
piensan en convertirse en los dueños legales de sus casas. Algunos han tratado de
obtener sin éxito el título de propiedad tras cancelar sus deudas, pero aseguran
haber chocado con la imposibilidad de conseguirlo: los terrenos siguen hipotecados
por Jurado. Otros simplemente no pagan y solo esperan no ser desalojados.
Desde la parte superior del cerro, el sector III mira al resto de la colonia. Hay unas
300 viviendas, habitadas en su mayor parte por personas procedentes también de la
línea férrea o por damnificados de tormentas o deslaves que solo ellos recuerdan. El
sector III, que ocupa unas 38 hectáreas, no obstante, permanece baldío en gran
parte. Demasiado escarpado, demasiado alejado de la carretera como para resultar
habitable. Hasta ahora.
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En Brisas de San Pedro casi todo salió mal desde el principio, explica Humberto
Jurado. El terreno era demasiado grande, el proyecto demasiado ambicioso. Más
aún si el desarrollador carecía de financiación y dependía de unos subsidios del
Foguavi que nunca llegaban. Por eso, el banco CHN terminó ejecutando la hipoteca
de una parte de los terrenos y embargando otra parte. Por eso, uno de los financistas
a los que Jurado tuvo que recurrir, Carlos Enrique Marroquín, un misterioso
empresario que aportó dinero y el uso de maquinaria, también acabó convertido
propietario de una de las fincas, la que corresponde al sector III, como pago de una
deuda.
En junio de 1996, Marly, una sociedad anónima controlada por Marroquín,
denunció a Jurado por impago de deuda. Marly había aportado unos Q2 millones
para desarrollar Brisas de San Pedro y quería recuperar su inversión. Para
compensar a Marroquín, un juzgado decretó el embargo del sector III y este pasó a
manos de Marly.
En 2009, Marroquín sería extraditado desde México porque una corte de San Diego,
California, lo acusaba de otro delito: formar parte de una estructura internacional
de tráfico de cocaína, según documentos oficiales consultados por Contrapoder.
En una de las querellas presentadas en su contra, Marroquín lo describe así: “El Lic.
Muñoz Payeras me fue presentado como un excelente abogado y no puedo menos
que reconocer que la impresión que me causó fue la de un caballero, de ahí que
empecé a otorgarle confianza al contratarlo para que llevara mis asuntos personales
y corporativos sin siquiera imaginar la calidad y el grado de peligrosidad de dicho
sujeto”.
3. El negocio de la propiedad
Boris Lemus es un ingeniero agrónomo que en 1990 soñó con desarrollar un gran
plantación de madera cuya venta, 25 años después, le garantizase una jubilación
desahogada. Pero nada terminó como él esperaba. Hoy, Lemus se siente de víctima
de un fabuloso robo, el robo de más de Q100 millones en teca. Además, tiene miedo,
y por eso no quiso explicar a Contrapoder cómo un abogado llamado Alfredo Muñoz
Payeras, se apropió de su principal negocio. Por eso, este relato está construido a
partir de expedientes judiciales e información de registros públicos.
En 2007, Lemus planteó un recurso de amparo y una denuncia por estafa, con el
argumento de que era víctima de una trama urdida para robar su madera e impedir
su defensa, ya que, según él, Muñoz Payeras sabía que nunca sería notificado.
La denuncia por estafa nunca prosperó, pero el amparo sí. En 2010, un juzgado
reconoció que hubo mala fé, que no se habían realizado los esfuerzos necesarios
para notificar a Lemus del proceso en su contra y ordenó que el arrendamiento
cobrase vigencia de nuevo .
Sin embargo, ya era tarde. Ya no quedaba ni madera ni finca. En 2009, Muñoz
Payeras logró vender la propiedad al Fondo Nacional para la Paz (Fonapaz) por
Q4.7 millones para que fuese entregada a campesinos de Senahú, pese a que no
existía ningún conflicto de propiedad previo que justificara la intervención del
Estado. En el expediente de la compra, consultado por Contrapoder, el abogado
afirma que la finca pertenecía a su familia y que nunca había sido arrendada, dos
afirmaciones falsas. En el inventario que un técnico de la Secretaría de Asuntos
realizó antes de autorizar el desembolso se afirma que el único bien aprovechable
existente en la finca son unas 77 hectáreas de pino. La teca ya había desaparecido.
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Como tantas otras, la historia de esta finca comienza con Justo Rufino Barrios. En
1883, a Justo Paniagua, un humilde soldado, el general Barrios le concedió un
inmueble de casi tres hectáreas en lo que hoy es Boca del Monte, al sur de la ciudad
capital. Los hijos y nietos de Justo Paniagua nacieron y vivieron en esta propiedad y
fueron construyendo en ella sus casas. Muchos de ellos dedicaron sus vidas a
trabajar en San Agustín Las Minas, una gran plantación de café propiedad de la
familia Herrera Ibargüen, quien también se había beneficiado del reparto de tierra
realizado por el general Barrios. Los Paniagua vivieron tranquilos mientras la
ciudad crecía a su alrededor y convertía su propiedad en un bien cada vez más
valioso.
Una mañana de finales de 1984 todo cambió. Los descendientes de Justo Paniagua
se encontraron con la Policía Nacional en la puerta de sus casas y una orden de
desalojo por usurpación de la propiedad en la que siempre habían vivido. Albertina
Paniagua, una de las nietas del miliciano, actualmente una anciana ama de casa,
relató cómo pasó 18 días presa sin saber siquiera quién le acusaba. Poco después de
salir del Preventivo de la zona 18 uno de sus hijos mayores fue asesinado. Hombres
armados se acercaron a ella ese día para decirle que si su familia no abandonaba la
propiedad todos morirían.
Albertina Paniagua y sus tres hermanos que aún sobreviven sostienen que José
Francisco Alonzo Morales, un abogado dueño de fìncas en Boca del Monte, les
arrebató su herencia. “Alonzo vivía cerca, y era conocido porque aprovechaba
cuando alguien moría para quitarle propiedades a sus hijos”, dijo Albertina.
En septiembre de 1984, Alonzo unificó cinco fincas que poseía cerca de los Paniagua
creando una nueva que inscribió en el Registro General de la Propiedad. De acuerdo
con el expediente judicial consultado por Contrapoder, los cinco inmuebles
sumaban una extensión de casi 2.5 hectáreas. Sin embargo, el plano que se adjuntó
en el Registro es el de una finca mayor, de casi seis hectáreas. La propiedad de los
Paniagua había quedado dentro de otra finca sin que ellos se diesen cuenta.
Por eso, antes de la existencia del catastro, era posible a adueñarse con facilidad de
terrenos, ya fuese por error, desconocimiento o por una decisión deliberada. Los
Paniagua sostienen que ellos fueron víctimas de Alonzo. Que el abogado sabía que
ellos vivían allí desde siempre y nunca diálogo con ellos, se limitó a denunciarlos
por usurpadores e intimidarlos para que se fueran.
Alonzo logró en dos ocasiones órdenes de desalojo en su contra, en 1984 y en 1997, y
comenzó a urbanizar y vender lotes alrededor de las casas de los Paniagua. Pero
nunca logró expulsarlos. Los tribunales les terminaban dando la razón. Ellos
siempre conservaron como un tesoro el viejo legajo de 1883. En 2000 finalmente,
concluyeron el testamento del abuelo a su favor y desmembraron algunos terrenos
que siempre consideraron suyos para venderlos a sus parientes. Un año después, el
Ministerio Público desestimó definitivamente los casos en su contra. Alonzo llegó
hasta la Corte de Constitucionalidad, pero sus amparos fueron rechazados en 2002.
Fue entonces cuando apareció en escena Muñoz Payeras, quien, según él mismo
explicó a Contrapoder es un “gran amigo” de Alonzo y su familia. En junio de 2007,
Muñoz Payeras compró la finca pensando en expulsar a los Paniagua y urbanizar y
vender lotes. “Ellos son invasores y mañosos. No por humildes dejan de ser
mafiosos”, dijo el abogado.
Pese a que la ley impide volver a procesar a los Paniagua por unos hechos ya
juzgados, Muñoz Payeras logró en enero de 2011 una nueva orden de desalojo en su
contra. El abogado, como consta en expedientes judiciales, también se dedicó
repartir panfletos entre los propietarios que habían comprado sus terrenos a la
familia en los que aseguraba que la finca era suya y que si le pagaban 38 mil podían
resolver la situación legal.
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Este tipo de prácticas con las que está vinculado Muñoz Payeras son las mismas que
el abogado aplicó para apropiarse del sector III de Brisas de San Pedro. En 2000,
Muñoz Payeras denunció a su cliente, Carlos Enrique Marroquín, por el impago de
honorarios profesionales equivalentes a Q80 mil sabiendo que huía de la justicia y
que no podría ser notificado del proceso en su contra ni por tanto defenderse. Así,
en un juicio en rebeldía, logró embargar a su favor la finca en San Pedro Ayampuc,
pese a que su valor era al menos 60 veces superior al monto que reclamaba.
Posteriormente, en julio de 2004, la juez Esther Roldán Pleitez, impidió a
Humberto Jurado, quien había comprado el terreno a Marroquín y ya habían
comenzado a vender lotes en el lugar, pagar los honorarios a Muñoz Payeras y así
levantar el embargo.
Jurado presentó ante la juez un memorial en el que exponía que había comprando el
terreno sabiendo que su dueño, Marroquín, lo tenía embargado, y que quería saldar
la deuda con Muñoz Payeras para poder convertirse en el propietario legal. Como
consta en una resolución judicial consultada por Contrapoder, la juzgadora se negó
a recibir el documento por un problema de forma y poco después le adjudicó
definitivamente el inmueble al abogado. Una propiedad de unos Q5 millones a
cambio de una deuda de Q80 mil.
Muñoz Payeras aseguró que Jurado pudo recuperarlo pero no quiso y describió al
empresario como un delincuente.
4. El proyecto fallido.
Santos Almazán llegó al sector III de Brisas de San Pedro en un camión fletado por
Humberto Jurado una noche lluviosa del año 2000. La colonia era entonces solo un
pedazo de monte aún por urbanizar, pero Almazan, una vendedora ambulante de
ropa, sus seis hijos y su esposo no tenían otro lugar donde ir.
El lote que ella apalabró con Jurado costaría Q21 mil, más barato que los se
encuentran en la zona media o baja, ya que está en una pendiente muy pronunciada.
El empresario le garantizó que recibiría un subsidio de Foguavi, y que solo tendría
que pagar Q8 mil por el terreno.
A partir de entonces, comenzó la lucha. Almazán luchó por tener luz y calles y, para
que Jurado pagase la electricidad que hacía funcionar el pozo de agua. Lucho
también por el saneamiento, aunque solo logró apoyó de una ONG cristiana para
construir letrinas. Participó en manifestaciones ante la sede de Foguavi para que les
informasen si se les había concedido o no un subsidio, algo que nunca llegó a
averiguar.
Todo eso era normal. Pero Almazán comenzó a tener problemas con Jurado, en
2008, cuando ella pensó que ya había pagado por el terreno y un empleado del
empresario le informó que aún debía Q4 mil. Le habló de cargos por mora;
discutieron por pagos que Almazan sostiene que realizó pero perdió el comprobante
y el propietario dice que nunca se produjeron.
La vendedora comenzó a hablar con otros vecinos del sector III y a escuchar sus
historias. Todos contaban hechos similares. Unos decían que Jurado les cobraba
multas injustificadas por retraso. Otros que aunque ya habían pagado el terreno, el
empresario se negaba a entregarles el título de propiedad. Estos eran problemas que
existían en realidad en todos los sectores de Brisas de San Pedro, pero que hasta ese
momento nadie había convertido en una cuestión crucial. Jurado podía ser acusado
de muchos abusos, pero nunca desalojó a nadie ni negó un terreno a alguien que lo
necesitase. Eso era suficiente para que casi todos los vecinos lo considerasen como
alguien más o menos bueno. Pero esa no era la opinión de Almazán y algunos de los
otros 300 habitantes de la cima del cerro.
Así comenzó la pequeña rebelión del sector III. Los vecinos se negaron a seguir
pagando a Jurado y acudieron a la bancada de la Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca (URNG). Gracias a la asesoría del partido, comprendieron que Jurado
ya no era el propietario de la finca. No podía ofrecerles la inscripción en el Registro
General de la Propiedad porque los terrenos no eran ya suyos, eran de Alfredro
Muñoz Payeras.
Pasaron los años sin avances para los vecinos. Jurado no dejó de hacerles llegar
panfletos amenazandolos con el desalojo. Pero ellos ya no tenían miedo, sabían que
el empresario no era el dueño. Los rumores corrieron, incluso, por toda los sectores
de la colonia y otros vecinos también comenzaron a negarse a pagar a Jurado, sin
saber que Muñoz Payeras era solo propietario del sector III.
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Olga Pantaleón, una vecina del sector II, vendedora ambulante de cubiletes y dulces,
inicialmente desconfió de Santos Almazán y las “otras señoras de allá arriba”. Creía
que ella y quienes la siguieron simplemente estaba tratando de conseguir su terreno
gratis, que estaban tratando de generar un movimiento dentro de la colonia para
favorecer el impago.
Cuando algunos vecinos quisieron cortar la carretera y quemar llantas para exigir a
la municipalidad que aumentase las horas de servicio de agua, a pesar de que
muchos de ellos no pagaban el servicio, Pantaleón consideró justo no apoyarlos. “No
podemos acostumbrarnos a que todo sea gratis”, dice con severidad.
Por eso, cuando Almazán y otros vecinos del sector III, comenzaron a rebelarse
contra Jurado, ella no quiso apoyarlas. En su opinión, Jurado es buena persona. Dio
trabajo a su marido como guardaespaldas a finales de la década de 1980, y después
“coló” a la familia entre un grupo de damnificados de un deslave que recibieron un
subsidio de Foguavi para instalarse en la colonia.
Sin embargo, cuando los rumores de que el Estado compraría el sector III se
hicieron insistentes, Pantaleón comenzó a interesarse. Según explicó a Contrapoder,
un día, hacía 2014, un excandidato a concejal en San Pedro Ayampuc llamado Nery
Pixtun, quien en ese entonces era conocido por su relación con el oficialista Partido
Patriota, se acercó a la colonia para anunciarles que Jurado ya no era el dueño de la
cima del cerro y que el gobierno estaba dispuesto a ofrecer títulos de propiedad a
quienes ya vivían en el sector III, al grupo de Almazán, y repartir gratis entre todos
los demás los aproximadamente 400 adicionales que estaban vacíos. Pixtún, quien
en 2014 figuraba en la planilla de empleados de la Secretaría de Asuntos Agrarios
(SAA), les expuso que todo lo que tenían que hacer era presentarse en la institución
donde trabajaba.
Acudió a las primeras reuniones en la SAA y una mañana escuchó con ilusión a las
“señoras de allá arriba” anunciando con un megáfono que pronto llegaría la
entonces vicepresidenta Roxana Baldetti a hacer entrega oficial de los terrenos a la
gente si lograban juntar el dinero para las escrituras.
Pero pronto dejó de participar, No terminaba de creer que pudiese ser cierto, y
además percibía que Almazán y los vecinos del sector III querían apropiarse de
todos los lotes para ellas y sus parientes.
En Brisas de San Pedro todos saben que esto no es cierto, que en realidad, el
gobierno estaba regalando lotes con fines clientelares en un terreno que en gran
parte estaba baldio. Dos líderes de asentamientos en la ciudad capital relataron a
Contrapoder que, en 2014, funcionarios vinculados con el gobierno les ofrecieron
trasladarse al sector III de Brisas de San Pedro. Una de ellas, dirigente de una
asociación de habitantes de la línea férrea que pidió no ser citada, expuso que un
asesor de Ferrocarriles de Guatemala organizó un viaje al sector III para que los
vecinos conocieran el lugar al que serían trasladados gracias los buenos oficios del
partido oficial.
Los problemas de Almazán y los otros vecinos de la cima del cerro fueron
probablemente lo menos decisivo para determinar la intervención estatal. A las
puertas de un año electoral, la SAA y el Fodes fueron puestos a disposición del
partido en el poder.
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El Estado apenas invirtió en Brisas de San Pedro, y cuando lo hizo siempre fue tras
la protestas de los vecinos. Sin embargo, las autoridades no dudaron en entregarle a
Muñoz Payeras Q5.4 millones, unos fondos, que eran remanentes de una emisión de
deuda pública de 2009, cuyo fin debía ser resolver alguno de los múltiples conflictos
agrarios existentes en áreas rurales, pero que terminaron invirtiéndose en lotes para
vivienda.
El abogado nunca mencionó como obtuvo la propiedad, ni que, el sector III ya tenía
habitantes que habían comprado su lote a Humberto Jurado cuando él se convirtió
en el dueño de los terrenos y por tanto no podían ser usurpadores.
La SAA nunca antes había resuelto un conflicto de tierra para uso residencial, como
expuso el director de investigación y análisis de la SAA, Miguel Cardona, siempre se
había dedicado a intermediar en problemas campesinos. Sin embargo, tomaron el
caso, y lograron una solución de manera expedita. En menos de un año ocurrió
exactamente lo que Muñoz Payeras planteó como una única solución. El Estado
compró, entregó la finca a los vecinos del sector III y se desentendió de todo lo
demás.
En la cima del cerro, hay vecinos felices porque saben que ganaron una batalla.
Ahora son propietarios legales, y los lotes vacíos podrán ser ocupados por sus hijos y
otros parientes, quienes tendrán que seguir luchando para convertir este pedazo de
monte en algo parecido a la colonia.
Los vecinos de los otros sectores de Brisas de San Pedro mira con asombro lo
ocurrido, sin comprender cómo Santos Almazán y las otras “señoras de allá arriba”,
pasaron de no tener a nada a convertirse en propietarias de un inmueble de 38
hectáreas.