Varios Autores - Colección Spell Casters

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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera
altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y
diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a
nivel internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los
lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado


por aficionados y amantes de la literatura puede contener errores. Esperamos
que disfrute de la lectura.
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indiCe

2
Sinopsis ................................................................... 5

A Very Vegas Halloween, de Joe Quackenboss ........ 6

Capítulo 1 ............................................................. 7

Capítulo 2 ........................................................... 13

Capítulo 3 ........................................................... 28

Capítulo 4 ........................................................... 50

Capítulo 5 ........................................................... 58

Legend of Steel, de J.M. Palmer............................. 62

Capítulo 1 ........................................................... 63

Capítulo 2 ........................................................... 77

Capítulo 3 ........................................................... 91

Capítulo 4 ......................................................... 105

Capítulo 5 ......................................................... 115

Capítulo 6 ......................................................... 126


Capítulo 7 ......................................................... 139

Capítulo 8 ......................................................... 146

A Nightmare of a Birthday, de Natillie Painter ..... 162

Capítulo 1 ......................................................... 163

Capítulo 2 ......................................................... 169

Capítulo 3 ......................................................... 172

Capítulo 4 ......................................................... 174

Capítulo 5 ......................................................... 179

3
Capítulo 6 ......................................................... 181

Capítulo 7 ......................................................... 184

Capítulo 8 ......................................................... 188

Capítulo 9 ......................................................... 193

Capítulo 10 ....................................................... 197

Capítulo 11 ....................................................... 199

Capítulo 12 ....................................................... 202

Capítulo 13 ....................................................... 210

Capítulo 14 ....................................................... 215

Capítulo 15 ....................................................... 219

Capítulo 16 ....................................................... 226

Capítulo 17 ....................................................... 229

Capítulo 18 ....................................................... 233

Capítulo 19 ....................................................... 243

Capítulo 20 ....................................................... 252


The Sick at Yellowstone, de Lake......................... 260

Prólogo .............................................................. 261

Capítulo 1 ......................................................... 263

Capítulo 2 ......................................................... 274

Capítulo 3 ......................................................... 285

Capítulo 4 ......................................................... 291

Capítulo 5 ......................................................... 294

4
Capítulo 6 ......................................................... 298

Unfinished Business, de Lisa Alfano ................... 311

The Other Table, de C L Spillard ......................... 366

I Got It!, de Dana Lyons ...................................... 369

Ol’ Punkinhead, de Janis Susan May .................. 384

Capítulo 1 ......................................................... 385

Capítulo 2 ......................................................... 401

Capítulo 3 ......................................................... 411

Capítulo 4 ......................................................... 416

Capítulo 5 ......................................................... 421

Capítulo 6 ......................................................... 425

Capítulo 7 ......................................................... 433

Capítulo 8 ......................................................... 444


SinopsIs

5
Halloween, la única noche al año en la que los muros
entre los reinos se debilitan y los mundos convergen. Solo da
miedo si crees en ese tipo de cosas ...

Cuando hechizos y maldiciones de origen desconocido


causan estragos en creyentes y no creyentes por igual, una
cosa queda clara. Las fuerzas del mal no se detendrán ante
nada para encontrar un camino a través del velo.

Únase a algunos de los autores nuevos más populares de


la actualidad mientras le muestran lo que sucede en la noche
más espeluznante del año. Truco o trato puede que no sean
sus únicas opciones en esta víspera de Todos los Santos..
6
1
Me paré frente al espejo aplicándome una pesada capa de
delineador, mientras mis mejores amigas, las gemelas
Tammie y Alicia Pares, llevaban a cabo su rutina habitual de

7
discusión entre gemelas, mientras su pequeña hermana,
Ashley, se sentaba en la cama intentando detenerlas
inútilmente.

Íbamos a salir a un club “fabuloso”, o eso se proclamaba


en los anuncios, ubicado en el Bellagio, llamado Bank.
Estaban anunciando la presentación de Marilyn Manson por
Halloween este año. Habíamos visto los anuncios por todos
lados en internet y comprado los boletos. Era martes a la
noche, por lo que pensábamos que no estaría demasiado
abarrotado de gente. Aunque esto era Vegas…

Mis amigas y yo nos habíamos tomado la semana libre


del colegio y conducido desde Arizona, especialmente para
este evento.

Era una de las ventajas de estar en la universidad. Si te


mantenías al día con la carga de trabajo, a los profesores no
les importabas si estabas en la clase. O al menos, eso es lo
que nos decíamos a nosotras mismas como una excusa para
escaparnos.
Nunca habíamos ido antes a Las Vegas, y habíamos
pasado los últimos dos días explorando la Strip1. Nuestra
habitación se encontraba en el piso 25 del Excalibur. Había
sido el lugar más barato para quedarnos en la ciudad en la
semana de Halloween, y cuatro chicas universitarias
necesitaban que fuera barato. Habíamos despilfarrado un
poco y tenido una cena súper elegante la noche anterior.
Porque, ¿por qué no? Ahora era Halloween, e íbamos a ir a
ver a Marilyn Manson, por lo que eso iba a ser muy divertido
por sí solo. Honestamente, considerando todo, ¡hasta ahora el
viaje había resultado ser un éxito!

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Juzgando mi maquillaje como satisfactorio, me centré en
hacer algo con mi maraña castaña excepcionalmente larga
llamada cabello, mientras Tammie seguía rezongando a Alicia
como solía hacer normalmente.

—Vamos, Culo-de-Perra, quédate quieta. —Por lo que


podía ver detrás de mí en el espejo del hotel, estaba tratando
de esparcir unos puñados de brillantina en la casi idéntica
cabeza de su gemela, pero ella se apartó del camino.

—¡No! —dijo Alicia, con un tono petulante en la voz—.


¡Puedo ponérmelo yo misma! —Arrebató la bolsita de la mano
de su hermana, frunciendo el ceño, y se lo esparció en su
propia cabeza—. Pero no entiendo por qué estás haciéndome
usar todo esto… Ella ni siquiera se convirtió un vampiro
hasta el final de la serie.

Las gemelas Pares habían decidido ir como vampiros de


Crepúsculo: Alice y Bella, Tammie como Alice. Alicia ya
estaba usando la camiseta de “Equipo Edward”. Mientras
tanto, Tammie se colocó una chaqueta de cuero sobre un

1 Calle principal de Las Vegas.


vestido azul plateado, practicando conmigo en el espejo una
sonrisa etérea.

Me eché a reír, ya que era una sorprendentemente buena


imitación de las películas y seguí intentando domar la bestia
que era mi cabello. Estaba celosa, Tammie se había hecho un
corte pixie, con el cabello en punta. Una imitación bastante
buena de la Alice de las películas. Sus disfraces habían sido
armados de cosas que trajimos de casa, a excepción de toda
la brillantina… Para eso, habíamos ido a una tienda de
artesanías y comprados varias bolsas.

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Tammie ya se había cubierto la piel de la cabeza a los
pies de brillantina plateada. Se había vuelto casi obsesiva en
su deseo de ser Alice, la vampiro brillante. Alicia era todo lo
opuesto; solo estaba haciendo esto por su hermana. Por
mucho que peleaban y discutían, ambas estaban siempre
dispuestas a pasar un buen rato. Si alguien quería
disfrazarse de un par de los vampiros Cullen, eran las
gemelas con su retorcido sentido del humor.

Tammie se volvió hacia ella, con un poco de


exasperación.

—Bueno, si vas a usar brillantina, maldición y mejor


aún, lo vas a jodidamente disfrutar. —Tammie siempre era
mal hablada. Aunque podría parecer cruel en la superficie, yo
sabía que las gemelas tenían un lazo inseparable de
hermandad.

Y ahí estaba Ashley, su “hermanita”, quien siempre y sin


falta intentaba infructuosamente que todos se llevaran bien.

—Vamos, chicas —dijo, como era de esperar, moviendo


torpemente uno de los brazos a medio levantar—, no es
necesario que peleen… —Las chicas Pares tenían una
situación única de ser lo que me gustaba llamar las “trillizas
mezcladas”. Tammie y Alicia eran verdaderas hermanas
gemelas, y Ashley era su media hermana, quien casualmente
había nacido en el mismo mes, con unos días de separación.

Al ser hija única, a veces las envidiaba un poco. Ellas


siempre se tenían a sí mismas como compañía, siendo que
cuando yo me sentía sola, lo único que tenía era a mi gata
Elsa, y a mis padres que vivían al otro lado del país. Siempre
había deseado tener hermanos cuando era pequeña, pero las
“trillizas” Pares me habían ayudado a llenar el vacío. Ashley

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había sido asignada como mi compañera de cuarto en el
colegio, y ellas como que me habían adoptado como una de
su familia. Había ido con ellas a su casa en California
durante el verano, y había conocido a su mamá y papá. Con
todas yendo a la U de A2 en Tucson, era fácil y divertido hacer
visitas diarias al Sur de California.

Como las trillizas provenían de una familia hispana,


estaba siendo muy consentida por la comida gloriosa que
cocinaban sus padres. Incluso ahora, su mamá me enviaría
paquetes con cosas deliciosas para mí.

—No estamos peleando —proclamaron inocentemente


Tammie y Alicia, interrumpiendo mis pensamientos.

Ashley les dedicó una mirada confundida pero dejó ir el


tema. No podía descifrar qué se suponía que era su disfraz, y
ella no había dado indicación alguna al respecto. Todo lo que
podía ver era un sombrero de verano con largas solapas con
la forma de pandas gorditos, y el resto de la ropa era normal.

Decidí preguntarle.

2 Universidad de Arizona.
—Ash, ¿qué se supone que eres?

—Soy un lobo disfrazado de panda —declaró


brillantemente. Típico de Ashley, como la chica extraña que
era. Si se añadía a su obsesión de John Lennon, la más joven
de las Pares ciertamente conformaba un fascinante caso de
estudio. Como estudiante avanzada de psicología, era algo
que me atraía. Me encantaba observar a la gente; leer a la
gente o intentarlo, y aprender tanto de ellos como pudiera.

—Seguro que lo eres. —Sonreí con suficiencia, dándole a

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mi reflejo una última mirada y luego fui a sentarme en el
borde de la cama de las gemelas, para colocarme un par de
zapatos negros vintage, con un poco de tacón.

Mi disfraz era de un modelo de 1960, completo con un


vestido minúsculo blanco y negro, que era más corto para mi
estilo usual. Para no sentirme completamente expuesta,
también vestía un par de medias negras. En general, pensaba
que mi atuendo lucía relativamente agradable y preciso. Mi
cabello no estaba demasiado a la moda, ya que era
demasiado rizado, y largo, pero estaba más allá del punto de
que me importara.

—Entonces, ¿nos vamos pronto, o qué? —pregunté,


poniéndome de pie, e instintivamente llevando mi mirada al
espejo. No solía usar frecuentemente maquillaje, pero el
delineador excesivo de los 60' no lucía nada mal en mí.

—Solo un minuto —dijo Tammie, arrojando una media


errante del piso en la mochila abierta de Alicia, donde aterrizó
sobre un sombrero.

—Muy bien. Vamos. —Agarré mi chaqueta de cuero negra


del suelo, y me la coloqué así no me congelaría hasta la
muerte en el corto camino hacia el Bellagio.
Las cuatro recorrimos el ahora familiar corredor que nos
llevaba hacia el ascensor, en el cual nos encontró el ahora
familiar aroma de la marihuana. Necesitábamos un lugar
barato donde quedarnos, y bueno, ¡esto era Vegas!

Mientras salíamos del ascensor, las tres íbamos con los


brazos enlazados a medida que caminábamos entre los
sonidos de las máquinas tragamonedas y las voces de las
personas apostando. Más de una vez tuve que alejar a mis
amigas de ser atraídas por las luces brillantes de las
máquinas roba dinero.

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En la entrada principal del Excalibur, nos dirigimos hacia
la escalera mecánica ¡que nos llevaría por la calle al Bellagio!
2
Mientras descendíamos a la acera en las afueras del New
York New York, nos recibió una ráfaga de aire fresco. A
principios de otoño en Las Vegas no hacía exactamente frío,

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no en comparación con mi hogar en Minnesota, pero después
de pasar los últimos dos años y medio en Arizona, mi
tolerancia se había ido.

Mientras me abrochaba la chaqueta hasta la mitad, Alicia


dijo:

—No puedo creer este lugar. Pensarías que el clima


tomaría una decisión. Ayer, salimos en pantalones cortos y
camisetas y altos 80... ¿Esta noche? Se siente como los
infiernos congelados.

Levanté la mano y le di unas palmaditas en el hombro


con simpatía.

—Está bien. Quiero decir, ¡es Halloween! Y oye, ¡anímate,


vamos a una fiesta épica! ¿Qué tan terrible puede ser? —
Estaba siendo optimista, esperando simultáneamente que mi
declaración no fuera contraproducente más tarde.

—Sí, supongo. —Se encogió de hombros, lo que se


convirtió en un escalofrío—. Tengo frío —se quejó a su
hermana mayor, haciendo pucheros—. ¿Por qué, en nombre
de Dios, no me dijiste que me pusiera mi abrigo?
—No tenía ganas —dijo sin comprometerse, lo que me
hizo sonreír.

—Pero hace tanto frío aquí —protestó Alicia indignada.

Ashley le recordó:

—Ya sabes, ya casi llegamos.

Alicia se veía como si se estuviera congelando, ya que


vestía la fina sudadera con capucha del “Equipo Edward”
sobre una camiseta blanca con vaqueros, y tenía que estar a

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unos cincuenta grados afuera.

—Al menos eres brillante —señalé, sonriendo.

—Buen punto —admitió, sin inmutarse.

Me reí exuberantemente mientras caminábamos, la brisa


fresca del otoño me quitó el cabello del hombro. Amaba mi
cabello tan largo y no fue difícil de manejar, ya que dejaba
que mis ondas naturales dominaran. La única vez que me
molestaba era cuando se secaba al aire, lo que llevaba horas
y horas, pero finalmente valía la pena.

Noté algo.

—Tammie, estás muy callada.

Miré detrás de mí hacia donde estaba de pie y la encontré


mirando subrepticiamente alrededor.

—Solo estoy atenta a Creeper —dijo a modo de


explicación.

La pobre Tammie estaba siendo perseguida por un tipo


que conocimos nuestra primera noche en la ciudad. Se había
unido a nosotras. Al principio fue divertido tener un local
para mostrarnos los alrededores, pero luego se volvió
incómodo, siempre coqueteando y presionando para
permanecer cerca de nosotras. Parecía totalmente que solo
quería meterse en sus pantalones. Al menos, eso es lo que
todas pensábamos con él siempre fastidiándola para que
volviera a su casa. Tammie había dicho rápidamente que no,
pero él no pareció captar la indirecta. Ayer, antes de nuestra
elegante cena, encontramos a Creeper esperándonos fuera del
hotel. De ahí que se hubiera ganado el apodo...

Ver el drama de chicos de ella y Alicia me dio aún más


razones para no tener una cita. Menciono a Alicia, ya que son

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gemelas y la mayoría de los chicos tontos no pueden
distinguirlas. O tiene alguna fantasía enfermiza de que si
obtienen una, obtienen ambas. Había demasiada presión
para tener relaciones sexuales, contra lo cual estaba
firmemente en contra, tanto desde un punto de vista religioso
como práctico.

Podría haber tenido un novio si hubiera querido uno,


pero honestamente no me atraía nadie que conociera,
posiblemente porque nadie cumplía con mis exigentes
estándares. Eso, y no quería perder el tiempo saliendo con
gente, no había posibilidad de que terminara casándome.

Nuestra caminata nos llevó por unas pocas cuadras


hasta que llegamos a otro conjunto de escaleras mecánicas
que nos llevarían a la entrada de Bellagio. Nos detuvimos
unos minutos para contemplar las fuentes. ¡Eran enormes!
Como un conjunto de géiseres. Nunca había visto algo así
antes y, aparentemente, también tenían un espectáculo. Pero
en este momento, estábamos demasiado emocionadas para
entrar.

Después de atravesar la mayor parte del suelo del


Casino, nos encontramos al final de una larga fila de
personas disfrazadas, y mi entusiasmo creció. Quizás esto
sería divertido después de todo. Miré a las “trillizas” y las
encontré tan ilusionadas como yo.

—He aquí el Bank —anuncié después de que pasamos


entre un par de mesas de blackjack abarrotadas y pudimos
ver la entrada.

—Wow —dijo Alicia con una nota de disgusto. Miré en su


dirección con curiosidad y la encontré mirando la larga fila
que conducía a la puerta—. Estaremos aquí de pie durante

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mucho tiempo.

—Aw, no seas pesimista —dijo Ashley.

Tammie agregó:

—No estaremos esperando tanto tiempo si nos ponemos


en la fila, perra.

Ella pronunció su eslogan y todas llegamos al final de la


fila, detrás de unas setenta personas disfrazadas.

En ambos lados de la línea, vimos gente perdiendo


dinero. Ninguna de nosotras era muy aficionada al juego.
Pero, al ver algo de cerca, me sentí tentada a dejar algunos
dólares en una mesa y probar mi suerte. Sin embargo,
conociendo mi suerte… NO. Me recordé, ni siquiera sabía
cómo jugar al juego que estaban jugando. ¿Era el 21 como el
Blackjack? No tenía ni idea…

La mayoría de los que esperaban en la fila parecían tener


poca edad legal, como yo. Solo me quedaban unos meses
hasta que cumpliera los veintidós. No es que lo supieras, por
supuesto, ya que parecía joven para mi edad, pero el hecho
era que tenía más de veintiún años y, por lo tanto, más que
las tres Pares. Ashley era la más joven, ya que acababa de
cumplir veintiún años a principios de ese mes.

En general, parecía ser una diversidad variada de adultos


jóvenes en la fila del club, algunos mayores, otros más
jóvenes. Aun así, era bastante difícil saberlo a través de los
disfraces que llevaban todos.

Un disfraz en particular me llamó la atención,


aproximadamente cinco personas por delante de nosotras.
Era un chico, probablemente un poco mayor que nosotras,

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que tenía el cabello puntiagudo de color púrpura eléctrico.
Llevaba una chaqueta amarilla, parcialmente abrochada para
revelar una camisa gris y pantalones blancos. Botas go-go
también. ¿Qué se suponía que era, de todos modos?

Hice una mueca y les dije en voz baja a mis mejores


amigas, interrumpiendo accidentalmente las discusiones de
las gemelas:

—¿Ven a ese tipo con el estúpido disfraz?

—¿Cuál? —dijo Tammie con una risa.

—Chaqueta amarilla —dije, escudriñándolo más. Tenía


algo en sus manos, lo que parecía una estaca de madera mal
hecha. Este tipo prácticamente apestaba a mal disfraz.

Las gemelas se estremecieron al unísono al verlo, y


Ashley incluso hizo un ruido de repulsión. Tammie tomó la
iniciativa de expresar los pensamientos casi idénticos de las
tres, como solía hacer.

—Qué disfraz tan tonto —resumió.

—Me pregunto qué se supone que es —comentó Alicia


contemplativamente, mirando.
Dije:

—Parece algo de un anime a mitad de precio. Uno sobre


dragones y otras bestias fantásticas. Pero en un entorno
pseudo-moderno, a juzgar por su atuendo.

—Sea lo que sea, ciertamente nunca he oído hablar de él


—concluyó Tammie, sacudiendo la cabeza en meditación
erudita. Y eso era sorprendente, viniendo de la experta en
anime Tammie.

Sentí que se avecinaba un comentario ingenioso, así que

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lo desaté.

—O tal vez es solo una mala interpretación de vestuario.

Alicia se rio y asintió rápidamente.

—Siempre hay eso —admitió, con la voz todavía ahogada


por las risitas.

De repente, el chico extrañamente vestido giró la cabeza


en nuestra dirección, casi como si sintiera que estábamos
hablando de él. Alicia se estremeció, Tammie siseó, Ashley se
quedó paralizada y yo lo miré sin comprender, fingiendo
normalidad.

Mientras miraba, una sensación extraña se apoderó de


mí, casi como si el mundo se inclinara bajo mis pies. Me
aferré a Tammie en busca de apoyo, pero mientras observaba
al chico de la chaqueta amarilla, sus ojos pasaron de un
marrón a un negro grasiento, y ahora podía ver un par de
dientes puntiagudos, como navajas, que sobresalían de sus
labios. Estuve a punto de gritar, pero luego la sensación se
desvaneció y él parecía… normal de nuevo.

Ojos marrones, dientes de tamaño regular.


Nada de lo que había visto un momento antes.

¿Acababa de… alucinar?

—¿Taalia? —se preocupó Alicia, sacudiendo mi hombro


gentilmente para llamar mi atención—. Tierra a Taalia
Jasmine Vardah...

Salí de mis pensamientos inusualmente simplistas de


inmediato, y enmascaré todo con una sonrisa de confianza.

—¿Por qué, algo anda mal?

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—Taalia —dijo en tono de advertencia.

—¿Qué, madre?

—¡Sabes a lo que me refiero! —insistió, agitando un brazo


para enfatizar.

Tammie tenía esa expresión en su rostro que tenía


cuando iba a decir algo ridículo. Me preparé para el impacto.

—Tal vez acaba de ver a alguien que cree que es lindo —


dijo en un tono cantarín.

Arqueé una ceja.

—¿Qué diablos te haría pensar eso? —No parecía que me


sintiera atraída por nadie allí, ¿verdad? No lo estaba, así que
probablemente no había hecho...

—Aw, vamos —bromeó—. Sé que hay un deseo sexual


atrapado detrás de esos ojos azules húmedos y nariz de
botón. Solo necesitas encontrar tu Golden Boy definitivo para
desbloquearlo.

Esta era una traición vil. No era casi la primera vez que
insinuaba algo tan ridículo, ¿pero en público?
—¡No! —protesté, haciendo pucheros sin pensar en ello.
No pude evitarlo; cada vez que ella insinuaba algo así,
automáticamente retrocedía a los siete años en lugar de
veintidós, similar al cliché de anime tipo Lolita que era,
aunque era accidental de mi parte. Incluso encajaba
físicamente, con los rasgos de mi muñeca de porcelana. En
realidad, era un tema que me molestaba, ya que hacía que la
gente me juzgara innecesariamente y los camareros me
preguntaran si quería un menú para niños con demasiada
frecuencia. Y todavía tenía problemas para meterme en

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películas con clasificación R.

Ashley estaba abriendo la boca y definitivamente estaba a


punto de decir algo de desaprobación cuando otro grupo
disfrazado se puso en la fila detrás de nosotras. Alicia pareció
momentáneamente aturdida, así que, naturalmente, eché un
vistazo rápido a los recién llegados por encima del hombro.
Tammie fue más obvia, dándose la vuelta por completo
durante un segundo.

Eso me pareció un poco grosero, así que me anclé hasta


que estuve medio mirando al frente de la fila y medio mirando
hacia atrás. Incliné la cabeza en dirección a las hermanas y
comencé:

—De todos modos...

… Y fui rápidamente interrumpida por Alicia. Quien


había tenido una mirada de alarma en su rostro, dándonos la
espalda hasta encontrarse frente a una joven bastante guapa;
vistiendo una capa oscura de Drácula. Su cabello era negro y
desgreñado, y debajo de la capa, estaba vestida con
pantalones de cuero ajustados, una camiseta sin mangas de
color púrpura y botas de combate.
—Hola —dijo Alicia con una voz extraña—. Soy Pares...
Erm, Alicia Pares.

Ahogué un bufido y su gemela se palmeó la cara a mi


lado. Ashley solo parecía que estaba fingiendo no conocer a
ninguno de nosotros. La chica, sin embargo, estaba
complacida, mientras una enorme sonrisa se extendía por su
rostro.

—Soy Attius —dijo. Alicia era bisexual y, de paso, podía


olfatear chicas a un kilómetro de distancia. Esta Attius no

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parecía exactamente cerrada, por lo que tenía sentido que
Alicia estuviera tratando de coquetear con ella.

Alicia, virtualmente llena de incómodas excusas de


encanto, tomó su mano y la estrechó durante unos segundos.

—Un placer conocerte.

Attius, sorprendentemente, no retiró la mano de su


apretón durante un rato.

—Lo mismo digo. Un vampiro Crepúsculo, ¿eh?

Alicia abrió la boca para responder emocionada, pero


Tammie la apartó de la oreja, siseando en ella tan
silenciosamente que solo yo pude escuchar:

—Está bien, Perra, dale un respiro a la pobre chica.


Guarda tu maldito coqueteo para cuando te haya enseñado a
aplicarlo correctamente.

—Pero… —protestó audiblemente.

—Sin peros.

Traté de no parecer tan divertida como me sentía, pero


estaba a medias. A pesar de lo que había sucedido antes con
la alucinación y lo absurdo de Tammie, estaba de buen
humor.

Hasta que vi un par de ojos castaños claros muy


interesados en mí. De chico. Al final de la línea.

Sobresaltada, abrí mucho los ojos y me escondí detrás de


mi cabello, sacudiéndolo para cubrir ese lado de mi cara. Sin
embargo, mi curiosidad se despertó, así que miré a mi
alrededor con vacilación y lo encontré todavía mirándome.

Hice una expresión altiva y me enfrenté exageradamente

22
al frente de la fila. No necesitaba que ninguna enredadera me
mirara. Este tipo era todo menos sutil.

Sentí a Tammie darme un codazo gentilmente, y vi que


movía la mirada hasta el final de la línea, y luego me alzaba
las cejas de manera sugerente.

Furtivamente miré hacia atrás de nuevo, solo como


referencia. Seguramente, sus ojos no se habían movido, y
para colmo, sonrió mientras yo miraba.

Me ofendí y dejé que se notara en mi rostro.

Era rubio, con cabello rizado que era relativamente largo


para un chico, ya que caía alrededor de su rostro en lo que
podría pasar como una interpretación de la melena de un
león. Ojos castaños dorados, como había notado antes, en un
rostro clásicamente hermoso, como una estatua de un héroe
griego.

Sentí que me sonrojaba y me volví hacia el frente. No. No


admitiría que no era tan desesperadamente normal como la
mayoría de la gente. No. Nunca ocurriría.

—Te estás sonrojando —señaló Tammie con una media


sonrisa cínica.
Alicia parecía haber simplemente sintonizado con lo que
decía su hermana.

—¿Por qué te ruborizas? —dijo seriamente, deslizándose


hacia el Modo Sobreprotector.

—¡Sin razón! —insistí salvajemente, esperando que el


color desapareciera de mis mejillas normalmente de
porcelana. Lamentablemente, siguieron sintiéndose
extrañamente cálidas.

Los ojos de Alicia se entrecerraron violentamente y giró la

23
cabeza hacia donde Tammie señalaba como si estuviera
magnetizada.

—Hmm... —gruñó, tratando de sonar amenazante.

—Rubio —dijo Tammie con la comisura de la boca.

Alicia gruñó de nuevo mientras yo me quejaba


débilmente:

—Oye...

—Tú —escupió mi amiga en dirección al chico—, ¡¿a qué


crees que estás jugando?!

Decidí jugar al juego de “No sé quiénes son estas


personas” con Ashley.

Ashley, sin embargo, dejó caer su fachada al darse la


vuelta para mirar boquiabierta a su hermana mayor.

—¡Alicia! ¿Qué estás haciendo?

—Ese... ese tipo está siendo espeluznante con nuestra


Taalia —dijo, escupiendo la palabra “tipo” como si fuera el
peor insulto que pudo reunir.
—Solo cálmate —dijo con dulzura, pero no parecía estar
funcionando.

—¿Calmarte? —repitió furiosamente—. ¿Calmarme


cuando un hombre está conspirando para robar su
inocencia? ¡Creo que no!

Entonces, mi fachada cayó, junto con mi mandíbula.

—¡Alicia! Eso es ir demasiado lejos. —Incluso si el chico


rubio se arrastraba moderadamente, prefería vivir en una
burbuja de inocencia descuidada. Donde lo que insinuaba

24
Alicia era imposible.

—Eso es lo que él querría que pensaras.

Tammie le dirigió una mirada fulminante y comenzó a


castigarla con la ayuda de Ashley por conducta pública
indecente. Había escuchado ese discurso más veces de las
que nadie debería haberlo hecho, así que le di una breve
mirada a las otras personas que estaban con el Hombre
Rubio...

Flavius, decidí llamarlo mentalmente. Latín para


“Hombre Rubio”. El latín era mi mejor lengua extranjera y
tenía la media A perpetua para demostrarlo.

Cuatro de ellos en total, dos chicos, dos chicas. Me negué


a mirar a Flavius, pero encontré que los otros tres eran lo
suficientemente interesantes. Estaba Attius, la chica con la
que Alicia había estado “coqueteando”, que presumiblemente
estaba vestida de vampiro, y luego lo que parecían ser sus
hermanos. Tenían que ser parientes ya que se parecían
mucho: tres chicos de piel aceitunada y cabello negro en su
adolescencia con caras casi idénticas y de rasgos afilados. La
chica muy maquillada vestía lo que solo podía suponer que
era un disfraz de torera, pero los pantalones cortos eran
demasiado cortos y dudaba que los toreros corrieran con
botas de tacón de aguja negras de charol hasta la rodilla. El
otro chico era más alto que Flavius, presumiblemente un año
mayor que él, y llevaba un abrigo largo y gris que me
recordaba asombrosamente a Sherlock Holmes, pero su
sombrero de ala ancha confundía.

De repente me sacó de mi meditación una voz fuerte y


áspera que gritó:

—Muy bien, fuera de mi camino… dije, ¡fuera de mi

25
camino!

Venía del chico de cabello púrpura, ahora empujando a la


gente enojada para llegar al frente de la fila.

Escuché a Attius susurrar detrás de mí:

—Oye, creo que es él.

—Sí —asintió uno de los otros, también en voz baja—.


Claro que se parece a él, al menos. Tendremos que alcanzarlo
dentro.

¿Conocían a ese chico extrañamente vestido? ¿El que


posiblemente tenía ojos negros y dientes afilados?

¿El que había causado mi alucinación?

Escuché a Attius suspirar rotundamente y decir:

—¿Y por qué tengo que ser el vampiro otra vez?

Si hubo una respuesta, no la escuché. Tan fascinante


como era su conversación, el bicho raro de cabello púrpura
estaba siendo grosero de nuevo, y por eso me robó la
atención.
—¡Muévanse, gente! —gritó con resentimiento, apartando
a las personas desprevenidas de su camino—. Estoy cansado
de esperar.

Lo intentó con un tipo carnoso, tipo deportista vestido


como un jugador de fútbol zombi, que dijo en el inesperado
silencio:

—¿Ah, sí? ¿Qué te hace tan especial? El resto de nosotros


hemos estado esperando tanto tiempo como tú, cara de perra
quejumbrosa.

26
—Dije que me dejaras pasar.

Alicia me murmuró:

—¿Puedes ver lo que está pasando? Estoy atrapada


detrás de un tipo alto con sombrero de vaquero.

—Shh —dije distraídamente, molesta porque me perdí


algo que estaba sucediendo. El chico de cabello púrpura
estaba pasando junto al deportista aturdido y luego se acercó
a los gorilas sin más obstáculos.

Había dos gorilas, ambos vestidos ligeramente para la


ocasión. Uno tenía un par de esos anteojos de mordaza con
las cejas adheridas, la nariz falsa y el bigote, mientras que el
otro usaba un par de alas de hada rosa. Se veían
adecuadamente ridículos y me hicieron reír un poco, pero
había asuntos más urgentes que atender.

Se acercaron para bloquear su camino, y ya no podía


escuchar lo que estaba pasando, para mi irritación
entrometida. El silencio había sido reemplazado rápidamente
por el ruido blanco habitual asociado con los adolescentes, la
mayoría de ellos protestando airadamente por ser
interrumpidos y el descaro de algunas personas.
Vi al gorila con alas de hada señalar el accesorio de
estaca del chico y negar con la cabeza rapada, el otro
cruzando los brazos, pero luego aparecieron expresiones
extrañas y confusas en sus rostros y se apartaron de su
camino para que pudiera saltar a la entrada del ascensor
Bank. Noté el peculiar salto en su paso y supe que algo olía a
pescado.

—Eso es realmente extraño —comenté con indiferencia,


volviéndome hacia los otros miembros de mi grupo en busca
de confirmación—. ¿Les pareció fuera de lo común?

27
—¿Qué, el idiota de la chaqueta amarilla? —dijo Tammie,
acompañada de mi asentimiento.

—Definitivamente hay algo extraño en ese tipo —asintió


Ashley.

Todos miramos a Alicia en busca de su opinión, pero ella


se encogió de hombros.

—No pude ver nada sobre el tipo del sombrero de


vaquero, de todos modos.

Y hacer fila para entrar en un club nocturno se volvió


inquietantemente normal de nuevo, como esperar en el ojo de
un huracán.
3
Cuando finalmente llegamos al frente de la fila, pasamos
los gorilas festivos y subimos las escaleras mecánicas hacia
Bank, fuimos asaltadas inmediatamente por un monzón de

28
humo falso mezclado con los olores entremezclados de sudor,
perfume y algún tipo de incienso barato.

La música house y techno de Halloween resonaba


aparentemente en todas direcciones, impregnando las mentes
y las almas de todos los que la escuchaban hasta que todo lo
que pudieran registrar era “el diablo es un DJ...”.

El lugar estaba lleno de gente con disfraces brillantes,


que casi daban la apariencia de un mundo completamente
diferente, uno en el que criaturas místicas entraban y salían
del humo falso y hacían temblar el suelo.

Y, de alguna manera, me gustó. Por otra parte, siempre


fui una de las teatrales.

Sin embargo, podría haberlo hecho sin el hedor del lugar.

Noté que una pequeña cámara de video de mano se me


estaba clavando en la cara, capturando mi reacción. Dirigí
una sonrisa deslumbrante a la lente.

—Hola, Ashley.

—Feliz Halloween, Taalia —dijo desde detrás de la


cámara.
—Sí. Feliz martes antes de Halloween.

—¡Feliz Halloween, Tammie y Alicia!

—Feliz Halloween, Ashley —dijeron al unísono.

Ashley nunca estaba sin su cámara, y probablemente


había estado filmando durante un tiempo sin que yo me diera
cuenta. ¿Había entendido lo que sucedió en la fila?

—Oye, Ash, ¿cuánto tiempo llevas filmando?

La lente invadió la burbuja personal de mi cara de nuevo,

29
así que hice un flujo constante de caras tontas mientras
Ashley decía:

—La encendí cuando Alicia estaba exagerando.

¡Sí! No me moví para ocultar mi mirada de alegría.

—¿Documentaste las payasadas de ese chico de la


chaqueta amarilla?

—Sí, por supuesto.

Tal vez podría tomar prestada su cámara más tarde y


revisar el metraje.

—Dios, ese pelirrojo es repugnante —murmuró Tammie


mirando a un chico que se movía entre la multitud.

La canción actual se estaba desvaneciendo, pero se


mantuvo a un volumen que lo consumía todo. Me impresionó
un poco que pudiera oír a Tammie.

Luego comenzó otra canción, y lo admitiré, tuve una


expresión emocionada en mi rostro cuando me volví hacia
mis amigas, quienes estaban igualmente cautivadas. Todas
formamos un círculo cerrado y comenzamos a saltar con
entusiasmo. ¡Era “It's Almost Halloween” de Panic! At The
Disco, también conocida como la mejor canción de Halloween
de todos los tiempos, aunque por lo general no se tocaba en
los clubes por alguna razón.

Mi principal lealtad musical era a los Beatles, que eran


increíbles, pero también me gustaba mucho Panic!,
particularmente alrededor de Pretty. Odd.

Mientras cantábamos con la música, se me ocurrió la


idea de que posiblemente podría ser un buen augurio para la

30
noche. Quizás al final valdría la pena, ya que ya nos
estábamos divirtiendo, a pesar de Chaqueta Amarilla. Y
Flavius.

Cuando la música se desvaneció en “Werewolves of


London”, lo que me hizo pensar en Remus Lupin, todas nos
reímos triunfalmente de nuestra buena suerte. Les dije a mis
amigas:

—¡No puedo creer que lo hayan tocado!

—¡Lo sé! —acordó Tammie en un chillido agudo que


soltaba cada vez que estaba eufórica.

Alicia intervino:

—Y fue el momento perfecto.

Vi que Ashley había girada para sacar la cámara,


filmando brevemente a la multitud que bailaba y luego
apuntándonos. Pareció distraída por un momento y anunció:

—Creo que veo algunos disfraces de Naruto allí.

Tammie se volvió todo un negocio, escaneando el área a


través de sus lentes.

—¿De verdad? ¿Dónde?


Alicia, que había estado haciendo lo mismo, de repente
gritó:

—¡Los veo! En el rincón más alejado. Parece que están


haciendo todo mal.

Las Pares estaban obsesionadas con la cultura japonesa,


particularmente Tammie. No estaba tan interesada como
ellas, pero incluso yo podía disfrutar de un episodio de vez en
cuando, especialmente si era el Ouran High School Host Club.

—¿Qué? —dijo Tammie—. Entonces es nuestro trabajo

31
mostrarles a esos idiotas lo que están haciendo mal. Vamos,
Alicia. —Comenzó a marcharse con su gemela a cuestas, pero
luego agregó por encima del hombro—: Ash, tú también
vienes. Necesitamos capturar esto en video.

—Oye —grité de una manera falsamente herida—, ¿qué


se supone que debo hacer? —Me sentí sola fácilmente, pero
probablemente podría simplemente charlar con la gente hasta
que terminaran si tenía que hacerlo. Probablemente sería
mejor que ver a las gemelas sermoneando a las personas
disfrazadas, de todos modos.

—¡Mézclate! ¡Habla con la gente! ¡Encuentra un chico que


realmente te interese!

—Lo que sea. Diviértanse —traté de decirles, aunque lo


más probable es que ya no pudieran oírme.

Miré a mi alrededor para ver dónde estaba, solo por el


bien de la discusión. Por todos lados había adolescentes
bailando y haciendo el ridículo, como era lo único natural que
se podía hacer en tales situaciones. Sin embargo, realmente
parecía un mundo diferente, con todos los atuendos
brillantes y el humo falso. Eché un vistazo a la gente
específicamente, buscando al chico del cabello morado.
Necesitaba la validación de que él existía, casi, y
definitivamente quería ver si mi alucinación era real o no.
Desafortunadamente, solo me encontré con atisbos de
docenas y docenas de adolescentes disfrazados que nunca
había conocido antes.

Era inútil estar ahí de pie. Estaba en la vía rápida hacia


el aburrimiento, pero todavía no quería unirme a las “trillizas”
y sus desafortunadas víctimas, así que decidí ir al bar por
unos pretzels. Cada bar tenía pretzels, como sabía por
experiencia.

32
Así que me abrí paso con cuidado entre la multitud,
agradecida por mi delicada estructura que podía caber en
espacios pequeños sin tropezar torpemente con la gente.

Eso sería un gran comienzo de conversación:

—Hola, lo siento por chocar contigo... No, no estaba


tratando de bailar. —Nunca se puede tener demasiado
cuidado con las personas, especialmente en situaciones con
poca luz.

Finalmente, llegué a mi destino, que definitivamente no


estaba tan lleno como la pista de baile. Por supuesto, al ser
del Medio Oeste, esperar que un club en Las Vegas tuviera
bocadillos era simplemente una tontería. No había
bocadillos… Ninguno en absoluto. El camarero se detuvo
frente a mí.

La expresión de su rostro preguntó:

—¿Qué puedo ofrecerte?

—Cosmo. —Solté a borbotones, sin pensar.

Él asintió, me volví hacia la pista de baile y alguien se


paró frente a mí.
Y, seguramente, era ese tipo de la línea. El rubio. Flavius.

Sobresaltada, miré hacia arriba y descubrí que era más


alto de lo que esperaba. Dos metros por lo menos, tal vez un
poco más. Y ahí estaba, de pie directamente frente a mí, un
poco cerca para consolarme con los extraños. Aparté la
mirada muy rápidamente, lo cual fue difícil, considerando
que estaba a menos de un brazo de distancia.

¿Tenía tiempo para escapar? Sopesé mis opciones y las


encontré todas infructuosas, ya que otras personas

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aparentemente habían querido bebidas justo después que yo,
ahora bloqueando lo que habría sido una salida rápida.
Además, estaba de espaldas a la barra. Excelente.

—Hola —dijo en un tono de voz bajo, casi atractivo.

—Hola —respondí, mirándolo y tratando de parecer


aburrida, posiblemente despreocupada. En realidad, estaba
entrando en pánico un poco, pero, afortunadamente, era una
maestra bien establecida y galardonada de la psique humana.

Fue entonces cuando noté su disfraz. Un caballero de


brillante armadura. Que pintoresco.

Sin embargo, la armadura era vagamente interesante...


Parecía extrañamente real y pulida, la túnica con el emblema
de un león encabritado...

—Te vi mirándome en la fila —me dijo de repente,


llevando mis ojos de nuevo a su rostro por un instante.
Estaba sonriendo, lo que en realidad no le quedaba tan mal...

—No te estaba mirando —le corregí indignada. Debió


haber sido el tipo de atractivo de la literatura romántica de su
disfraz lo que me estaba desconcertando y me seguía
distrayendo—. Me estabas mirando. Bastante escalofriante,
debo agregar.

—Bien. —Su sonrisa se convirtió en una amplia sonrisa—


. ¿Qué puedo decir? Una chica hermosa me llama la atención
en la fila, voy tras ella. —Traté de parecer indiferente ante los
halagos, aunque una parte de mí estaba misteriosamente
complacida—. Y me encanta el vestido. La década de 1960
fue demasiado corta. ¿No estás de acuerdo?

—Posiblemente. —Estaba en un estado de confusión,

34
encontré a alguien que realmente consideraba atractivo, y
ahora estaba coqueteando conmigo. ¿Pero realmente quería
que esto sucediera? ¿Quería encontrar una posible pareja en
un club? ¿Quería siquiera una posible pareja? ¿Cuándo se
volvió todo tan desconcertante?—. Los años 60 fueron una
gran época, especialmente para la música.

Flavius asintió.

—Una de los mejores. En particular, la invasión


británica, en mi opinión.

Detrás de nosotros, el camarero dejó mi bebida roja sobre


la barra y me tendió la mano para pagar. Antes de que
tuviera la oportunidad de tomar mi tarjeta, Flavius le entregó
al camarero dos billetes.

¿Pagó mi bebida y estaba de acuerdo con mi gusto


musical? Quizás estaba soñando...

—Beatles, Kinks, Stones…

—¿Eres fan de los Beatles? —Todo su rostro se iluminó


con una sonrisa brillante y me entregó mi bebida—. Pero por
favor no me digas que eres fan de Paul.
—Definitivamente no. —Me encontré sonriendo mientras
tomaba un sorbo, entonces, sin siquiera pensarlo.
Simplemente... sucedió—. Bueno, algunas de sus cosas son
aceptables, pero la mayoría me molesta. Yo misma soy más
fan de Harrison.

—Yo también. Pero la música de John también es genial.

—John Lennon fue un genio —dije, pensando con cariño


en Ashley y su obsesión—. Ahora, ¿qué tal tu disfraz? —Poco
a poco fui deslizándome más y más de mí misma en la

35
conversación, probablemente porque superé la incomodidad
inicial de conocer y hablar con una nueva enredadera. Me
encantaba hablar con la gente, especialmente cuando había
intereses comunes involucrados.

Se encogió de hombros ligeramente, luciendo bastante


apuesto. Espera, ¿qué?

—Me considero un caballero moderno, así que ¿por qué


no lucirlo?

Resoplé.

—Supongo que es porque matas dragones y rescatas


doncellas todos los días, ¿verdad?

—¿Cómo puedes saberlo?

Entonces alguien se acercó por detrás de él, alguien


mucho más bajo y con el cabello largo y negro. Attius,
recordé.

—¿Estás coqueteando de nuevo? —preguntó ella—.


Tenemos trabajo que hacer, y de todos modos tienes más que
suficiente. Vamos. —Entonces Attius me miró con una
sonrisa diabólica—. Perdón por interrumpir, cariño, pero
probablemente estés mejor sin este.
—Oye —respondió Flavius, levantando las manos—. No
hay necesidad de eso, Atty. Estaré allí en un segundo.

—Alex y Lucy te están esperando... —le dijo Attius,


retrocediendo lentamente—. Así que no tardes demasiado
coqueteando. Ya sabes cómo se pone Lucy a veces.

—Entiendo. —La mirada que Flavius le dirigió a su amiga


era sencilla: vete.

—Eso significa que no tienes tiempo para el sexo. —


Attius le guiñó un ojo.

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Mis ojos se abrieron y tosí Cosmo por todo mi frente. Aun
así, capté lo que Flavius dijo a continuación, en un tono muy
plano.

—No había necesidad de aclaraciones.

—Bueno, ya sabes, la última vez...

Qué fascinante giro de conversación. Supongo que


aprendes algo todos los días, incluso si encaja en la categoría
“Demasiada información”. Traté de no parecer avergonzada y
supuestamente fallé.

Esa era mi única debilidad cuando se trataba de


expresiones, lo cual era triste porque me avergonzaba con
bastante frecuencia.

—¡Attius! ¡Dije que lo entendí!

Con una risa malvada, su amiga comenzó a correr.

El rubio me miró una vez que su amiga se había ido,


mirándome implorante a través de sus curiosamente dorados
ojos.
—No escuches nada de lo que dice. Pero, de cualquier
manera, por mucho que haya disfrutado esta conversación,
tengo que irme ahora.

—Fue agradable conversar contigo. —Y en realidad lo


había sido… por un tiempo, al menos. Las insinuaciones de
Attius fueron como un disco rayado en mi cerebro y me
hicieron mirar con recato al suelo por un instante.

—Lo mismo. El nombre es David, por cierto. ¿Cuál es el


tuyo?

37
¿Debería darle un nombre falso? No, no podría hacer
eso…

—Taalia —dije, esperando no arrepentirme de alguna


manera.

—Entonces, Taalia, espero sinceramente que nos


volvamos a encontrar.

Con eso, David se dio la vuelta y se reunió con la


multitud, dejándome extremadamente desconcertada por lo
que acababa de suceder.

Acababa de tener una conversación agradable con


alguien, pensé; tomando con cuidado otro sorbo, sin
atragantarme esta vez. Una conversación no era demasiado
fuera de lo común, incluso si se trataba de una persona del
sexo opuesto... Pero en realidad lo había encontrado guapo y
no había sido apagada instantáneamente por una o más de
sus características. Era una experiencia divertida para mí. Y
todo había ido muy bien, hasta que las cosas se pusieron
incómodas.

Necesitaba otro trago. Entonces me di cuenta de que toda


mi camiseta estaba empapada de rojo... Impresionante.
Vagué entre la multitud para encontrar un baño, todavía
perdida en mis pensamientos sobre esa persona David.

Mientras caminaba sin pensar por un pasillo oscuro


hacia los baños, alguien chocó conmigo.

—Vaya, lo sien… —Mis cejas se arquearon con sorpresa


cuando me di cuenta de que la persona misteriosa llevaba
una máscara de Obama y una capa negra.

—Mi error —respondió la persona, ahogada por la


máscara. Al parecer, era una mujer, o al menos un hombre

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con una voz extremadamente femenina.

—Um —dije, desconcertada y seguramente sonando


inteligente—, ¿de acuerdo? —No supe qué más decir.

—¡Diviértete! —dijo alegremente. Por lo que podía decir,


tenía una de esas voces agudas que siempre sonaban alegre y
entrecortada.

El hecho de que viniera detrás de una máscara de Obama


era increíblemente perturbador.

—Gracias... —Sonreí, retrocediendo un poco.

Me volví hacia la densa multitud, olvidándome por


completo de mi bebida derramada, e instantáneamente vi Al
Chico Alucinación Chaqueta Amarilla.

Allí estaba, al otro lado del espacio vacío, luciendo como


si estuviera tramando algo. Era extraño que lo encontrara tan
pronto, especialmente porque no lo había visto antes. Por
otra parte, el club estaba lleno de gente. O tal vez se había
estado escondiendo. Parecía el tipo de cosa extraña que
haría.
Pero ahora, solo estaba arrastrándose e inspeccionando
el área. Fue entonces cuando una chica morena y bronceada
se acercó a él y le pasó el brazo por los hombros,
susurrándole algo al oído de manera sugerente. Llevaba un
traje de torero modificado... Y la reconocí de la fila. Aquí
estaba la amiga de David. Hermana de Attius. ¿Entonces lo
conocían?

Mientras miraba, mientras regresaba subrepticiamente al


bar, él asintió exuberantemente hacia ella y comenzaron a
caminar juntos hacia el mismo pasillo en el que yo acababa

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de estar. No sabía por qué, pero estaba bastante segura de
que se estaban escabullendo, probablemente para hacer
cosas malas.

Y eso no era asunto mío, ni quería que fuera asunto mío.

Hasta que logré echar un último vistazo a Chico Mal


Disfraz, la extraña sensación de remolino regresó. Una vez
más, sus dientes se afilaron, incluso desde la distancia cada
vez mayor, y estaba segura de que algo definitivamente
andaba mal. Si era conmigo o con él, no podría decirlo, pero
eso solo hizo que quisiera averiguarlo antes.

Como para subrayar mi resolución, vi a David, Attius y


su hermano siguiéndolos por el pasillo, el cabello rubio de
David reflejando la luz estroboscópica y su traje de caballero
inconfundible.

Abandoné el bar por completo y, manteniéndome al


margen de la multitud, fui tras ellos, asegurándome a mí
misma que solo me tropezaría con una de las innumerables
representaciones de anime malas que estaban ocurriendo en
el edificio.
Era la única excusa que necesitaba para convencerme de
que no estaba cometiendo un error del que finalmente me
arrepentiría.

Quizás la mujer Obama había deslizado algo en mi


Cosmo.

Caminar por el pasillo me recordó una escena de una


excéntrica película de terror. Mis pasos resonaron en el suelo
de baldosas con un golpe sordo interrumpido por el clic de
mis tacones. Los sonidos de la música, “This is Halloween”,

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una elección obvia, se filtraban a medias y resonaban por el
pasillo, dándole un aura fantasmal. También llegaban otras
voces, cada vez más fuertes a medida que avanzaba por el
pasillo.

Al pasar por los baños, escuché el ajetreo y el rubor


misceláneo normal, que a su vez se mezclaba con las voces de
una habitación más al fondo del pasillo.

Finalmente, pude distinguir específicamente lo que


estaban diciendo.

—Entonces —sonaba como David, a menos que alguien le


hubiera robado la voz—. Creo que es seguro asumir que estás
solo. No hay otros miembros de tu clan aquí... ¿o sí?

Cuando los dos estuvimos hablando, él había sido todo


encanto. Ahora, había una cualidad diferente en su voz, casi
como si estuviera amenazando a alguien...

Me detuve en seco en el pasillo, escuchando con


atención.

—No sé de qué estás hablando. —Era una voz ronca, con


solo un toque de resentimiento y petulancia. No era David, no
era Attius, probablemente no era la otra chica… así que tenía
que ser Chaqueta Estúpida o el tipo del abrigo de Sherlock,
también conocido como “Otro Estúpido Chaqueta”.

—Bebedor de sangre, idiota. ¿Sabes, los vampiros


“malos”? —No había escuchado esta voz antes, era más alta
que las otras y más suave, incluso si sus palabras eran
moderadamente duras.

Entonces me golpeó. ¿Vampiros?

¿Qué demonios estaba pasando?

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—Yo... no sé de qué estás hablando —escupió la voz
áspera.

—Es muy simple, ya sabes —dijo de nuevo la voz de


David, bastante arrogantemente reveladora, como si revelara
un secreto.

—Vamos. —Suspiró la voz baja de una chica, a medio


camino de Valley-Girl. ¿La chica del traje de torero,
probablemente?—. Deja de andarte con rodeos. Deshazte de
eso ya.

¿Por qué diablos estaban hablando de vampiros? Tal vez,


después de todo, estuvieran disfrazados. Explicaría por qué
se coló en una habitación trasera, al menos. Mi idea original
al ver al chico de cabello púrpura, que estaba vestido como
algo de un anime extraño... Había estado sosteniendo una
estaca, y Attius estaba usando una capa de Drácula. Y David
era un caballero, y la chica era una torera... Y el otro chico
era algo vago y desigual... Solo en el anime podía encajar. Por
supuesto.

Me acerqué un poco más a la puerta, hasta que estuvo a


solo treinta centímetros de distancia.

—Tiene razón —dijo Attius—, estás perdiendo el tiempo.


—¡Podría darles información! —gritó de repente la voz
ronca—. ¡Sé dónde están los demás!

Eché un vistazo vacilante alrededor del marco de la


puerta por un instante. Estaban en el centro de un escaso
almacén. El chico del cabello morado eléctrico fue obligado a
arrodillarse en el suelo y una chica lo sujetaba, riéndose de
su comentario. Attius estaba a poca distancia, su mirada fría
y oscura se posó en Chaqueta Amarilla, aunque esbozó una
sonrisa. El chico cuyo nombre no sabía estaba aún más atrás
y ahora sostenía, lo que parecía ser, una intrincada ballesta

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apuntando a Cabello Púrpura en el suelo. Y David paseaba
perezosamente, colgando una larga estaca de madera.

¿Una estaca? ¿Qué? Me sentí mal por Chaqueta Amarilla.


Esta no parecía una escena muy divertida para él y era
inusualmente seria para un disfraz.

—Nosotros también —dijo David, volviéndose levemente.


Desde mi lugar en la puerta, pude ver una amplia sonrisa en
su rostro, lo que enfocó sus afilados pómulos—. Cazan en
esta ciudad, pensando que están a salvo huyendo con uno o
dos turistas por noche.

La chica se echó el cabello por encima del hombro y lo


miró con impaciencia.

—Date prisa, David. Te estás demorando demasiado.


Tengo una cita en menos de una hora.

—Mira, Lucy, este no es el momento para… —dijo el


chico de la ballesta, pero fue interrumpido por Disfraz
Estúpido.

—Bien —gruñó—. Haz lo peor que puedas, Daylighters.


Como si me importara.
—¿Te importa? —repitió Attius—. No lo sé, creo que me
importaría si alguien me matara. ¿Y tú, Alex? —terminó,
llamando por encima del hombro a su hermano, quien fingió
no escucharla.

—Ahora estás andando por las ramas —señaló Lucy con


amargura—. Todos ustedes tienen que dejar de ser
asquerosos y simplemente matarlo.

—¿Matarme? ¡Solo desearías poder acercarte! —declaró


dramáticamente el supuesto “vampiro”. Qué espectáculo

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cursi. ¿No podrían disfrazarse de algo mejor o menos
melodramático?

—Estás en una buena posición para decir eso —dijo


David—. Ya que te tenemos inmovilizado en el suelo y eres el
único sin un arma.

—Oh, Daylighter. —Se rio el “vampiro”—. ¡Puedes pensar


eso, pero tengo un arma!

—¿Sabes? —dijo Attius con condescendencia, antes de


dirigirse a sus compañeros—. ¿Qué pasa con este chico?

—¡Pueden burlarse, pero yo seré el último en reír cuando


esté devorando su cadáver sin vida! ¡Eso también va para el
resto de ustedes!

—En realidad es un poco divertido. ¿Podemos quedarnos


con él? —Lucy se rio, aunque mantuvo sus dedos de uñas
largas presionados sobre sus hombros.

Alex respondió simplemente:

—No.

Esta escena se estaba volviendo más y más extraña a


cada minuto. Y ninguno de ellos estaba mirando en mi
dirección, pero aún sería incómodo que me encontraran
acechando en una puerta… ¿Por qué estaba aquí, de
nuevo…?

—¿Y qué arma? —preguntó Attius—. Ya confiscamos tu


estaca tan pronto como entramos y te vimos tratando de
comerte a Lucy.

—Tengo un arma que nadie me puede quitar,


especialmente tú —afirmó el “vampiro”, cuyo personaje me
estaba molestando.

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David dijo amablemente:

—Bien. Entonces, ¿por qué no nos la muestras?

—DAVID —insistió Alex en voz alta—. MÁTALO.

—Estoy llegando a eso. Pero él tiene mi curiosidad, lo


admito…

Mis ojos estaban enfocados en el chico de cabello


púrpura y, mientras observaba una vez más con el mareo que
lo acompañaba, sus dientes cambiaron de nuevo y
aparecieron dos colmillos afilados como navajas. Les gruñó a
los demás y me di cuenta de que sus ojos habían vuelto al
negro aceite. Pero más perturbador era su rostro,
retorciéndose en algo horrible y... familiar.

Y mientras pasaba, vi la cara de la enredadera que nos


había seguido la noche anterior.

No pude soportarlo más y entré en la habitación para


averiguar qué estaba pasando. Tan pronto como lo hice, los
demás se volvieron para mirarme, claramente sorprendidos.
Oh, bueno, ahora no había vuelta atrás. Pero, ¿por qué pensé
que era la idea correcta escuchar a escondidas en primer
lugar? ¿Cómo se suponía que saldría de esto?
—Perdón por interrumpir —dije, apuntando a la
diplomacia—. Creí haber escuchado a una de mis amigas
aquí. —Eché un vistazo a la habitación para ver el efecto—.
Supongo que me iré, entonces.

Empecé a acercarme a la puerta, pero David dijo:

—¿Taalia?

—¿Sí? —Estaba en silencio, así que traté de romper la


tensión en la habitación. Lucy seguía sujetando al “vampiro”,
y Alex y Attius tampoco se habían movido. Todos me miraban

45
sorprendidos. Lejos de intimidarme, dije—: Entonces, ¿están
todos disfrazados?

—No —dijo el llamado Alex, con frialdad.

Esperé a que diera más detalles, pero no lo hizo. Pena.

En cambio, Attius habló, mirándome con curiosidad.

—¿Por qué asumiste que lo estábamos?

—Bueno —comencé, organizando mis pensamientos—,


los disfraces, todos ustedes entrando en una habitación
trasera, el extraño diálogo... —señalé con la barbilla la oscura
estaca en la mano de David—. Las... armas de los cazadores
de vampiros... La gente no suele llevarlas por ahí...

David cortó mi leve vacilación, levantando la estaca para


enfatizar.

Puse una media sonrisa distante.

—Bueno, debería irme ahora...

Así que comencé a darme la vuelta con la intención de


irme, solo para ver algo por el rabillo del ojo. En un instante,
vi que el cabello morado despegaba a Lucy de él y comenzaba
a levantarse. Siempre tuve reflejos anormalmente rápidos, así
que volví a mirar a los demás, viendo todo como en cámara
lenta.

Fui vagamente consciente de mi largo cabello


revoloteando cuando me volví, de mis labios entreabiertos con
horror y un grito silencioso, del “vampiro” repentinamente
saltando más rápido de lo que nunca había visto pasar a los
demás y directamente hacia mí. Me aparté del camino
instintivamente, y luego todo se aceleró y se volvió
desconcertante.

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Lo siguiente que supe, fue que estaba siendo agarrada
bruscamente por el “vampiro”, que había agarrado mi cabello.
Realmente no podía decir lo que estaba pasando, ya que
estaba un poco concentrada en arrancarlo de mí con mis
largas uñas, pero era consciente de que los demás decían
cosas y mi captor respondía con una risa terrible que resonó
en la habitación. Me retorcí lo mejor que pude en tan poco
tiempo, pero el tipo era como el hierro.

Ni siquiera pensaba de manera coherente, y solo me


concentraba en separarme sin arrancarme todo el cabello,
por desesperada que pareciera. Por una vez, mis largos
cabellos no fueron una ventaja gloriosa para todos los
aspectos de mi vida. No había tenido muy en cuenta el
“posible secuestro”.

Entonces escuché que me llamaban por mi nombre.

—¡Taalia! —Era David, e instantáneamente dejé de


inquietarme y miré hacia arriba. Lo vi caminar hacia mí con
determinación, blandiendo su arma, con sus amigos
flanqueándolo—. Quédate quieta. Te atraparé pronto y
estarás bien. Créeme.
El “vampiro” se rio de nuevo, y traté de darle un codazo
en el estómago sin éxito.

—Ignorante. ¡No podrás llegar a mí sin pasar por tu


pequeña amiga aquí!

—Taalia, quédate quieta —repitió David, así que le fruncí


el ceño. No pude evitarlo. A continuación, habló al cabello
púrpura—. Por cierto, lo que acabas de decir es
increíblemente dudoso, así que te sugiero que juegues bien y
aceptes tu destino.

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Alex lanzó sus manos al aire y gimió.

—¡David! ¡Deja de hablar con él ya! Ahora has metido a


una humana en esto. ¡Mira! Está aterrorizada, y lo estás
alargando más de lo necesario.

—No estoy aterrorizada —traté de decir indignada,


aunque David me interrumpió.

—Estoy llegando a eso, Alex. —Dio otro paso adelante, su


expresión se volvió cada vez más seria y su traje de caballero
tintineó levemente—. Última oportunidad, alimentador.
Déjala ir y tal vez consideraré matarte más directamente, en
lugar de prolongar tu muerte inminente.

El “vampiro”, de quien comenzaba a sospechar que era


un vampiro real después de todo, me tiró más cerca en
respuesta. Le clavé uno de mis talones en el pie, pero él,
desafortunadamente, no pareció darse cuenta.

—¿Muerte inminente? —Se rio oscuramente—. Creo que


no, daylighter. ¡Ni siquiera sabes cómo usar esa arma que
agitas tan alegremente!

—De verdad. —Se rio Attius—. ¿Estás dispuesto a probar


esa teoría?
David levantó la estaca frente a nosotros, la cota de malla
tintineó de nuevo.

—Última oportunidad. —Escuché al vampiro sisear y vi


los ojos de David parpadear hacia mí—. Recuerda, quédate
muy quieta.

—Estoy trabajando en eso —dije cínicamente, realmente


sorprendida de que estuviera manejando todo tan bien.
Posiblemente era porque mi proceso de pensamiento se había
estancado temporalmente, ya que definitivamente me estaba

48
manteniendo tranquila. Hades, ni siquiera comprendía
completamente lo que estaba pasando.

Un temblor recorrió mi espina dorsal cuando sentí sus


manos frías rozando mi cuello, luego reprimí un grito
ahogado cuando la lengua del cabello púrpura golpeó mi
cuello.

Los ojos de David brillaron de ira y se movió más rápido


de lo que podía creer.

Sin embargo, antes de que alguien pudiera reaccionar,


sentí que esos dientes afilados me atravesaban la piel sin
resistencia, penetrando profundamente... Mis ojos estaban
entornados, incluso cuando se metieron en mi cráneo y me
estremecí y tiré de placer culpable. Entonces... nada, solo
éxtasis total y absoluto. Yo quería esto.

Tan rápido como había comenzado, fui arrojada a un


lado, sin llegar nunca al suelo.

Entre un parpadeo y el siguiente, me encontré en los


brazos de otra persona, sintiendo distantemente los latidos de
mi propio corazón.
—Cuidado, ahora —susurró David en mi oído—. ¿Estás
bien?

Miré por encima del hombro y me estremecí un poco.

Mi mente todavía estaba corriendo, y sentía como si el


hielo se desgarrara por mis venas, un dolor punzante que me
adormecía.

—Sería mejor si amablemente me dejaras ir —murmuré,


confundida por los sentimientos en mi cuerpo.

49
Vi a Alex lanzarle una daga a Attius, mientras avanzaba
hacia el vampiro.

—¿No deberías estar ayudándolos?

Nada tenía sentido en este momento y nunca podría


explicar exactamente lo que estaba sucediendo... o por qué
me sentía tan vacía. Me sentí más incómoda en los brazos de
David que en los del vampiro, de alguna manera. Tal vez era
porque el vampiro había sido pura felicidad... mientras que
esta persona Flavius simplemente se sentía mal...
antinatural. Quizás Alicia tenía razón sobre él...
4
Aflojó su agarre apenas un poco.

—¿Te mordió? ¿Estás bien?

50
Levantando una mano hasta mi cuello, me sentí
confundida al encontrar nada allí. Todo había ocurrido tan
rápido. ¿Era esta otra alucinación?

—Estoy bien.

—Bueno, sin duda luces muy bien. —Ahí estaba de


nuevo, ese elemento de coqueteo.

De alguna manera, estaba sin palabras. Simplemente no


podía pensar en una forma de responder. El silencio
resultante duró unos dos segundos completos, y era muy
consciente del hombre joven que aún tenía que dejarme ir.

Afortunadamente, pronto fue terminado por Attius, quien


gritó:

—¡Maldita sea, David! ¿Qué dije más temprano sobre el


coqueteo? —Lucía un poco violentada, al igual que Alex.
Tomaron turnos para tratar de atacar al vampiro, quien
seguía de pie y ocasionalmente intentaba atacarlos con sus
manos como garras.

Lucy sonrió con suficiencia.


—Sí, David, eso se supone que es lo que me caracteriza a
mí. —Ella no parecía estar participando en la pelea como su
hermano, en vez de eso estaba de pie unos pasos más atrás y
cargaba el arco que Alex había portado más temprano.

Me aparté un poco de David, y él se movió en su


dirección.

—Bueno, si todos dejaran de provocarlo y se pusieran a


intentar matarlo de verdad cuanto antes…

Emití un suspiro de alivio cuando él se alejó. Ese Flavius

51
era un tipo muy raro. Por supuesto, sería mi suerte que la
primera persona que encontrara atractiva fuera un loco de
remate.

Pero mientras le observaba marchar hacia mi previo


asaltante, tuve que admitir que había una especie de
gracilidad sobre ello. Algo fluido y natural, a pesar del disfraz
aparentemente pesado de caballero, y la naturaleza barbárica
de todo ello. Algo casi depredador.

¿Qué estaba haciendo? Esos pensamientos tenían el


potencial de ser peligrosos. No, no, no y no.

Aunque David era rápido, y claramente el luchador más


talentoso del grupo. No es que los otros fueran malo, al
menos por lo que yo había visto, pero él parecía tener una
habilidad para ello.

Aparté la mirada mientras él personalmente “dispensaba


justicia”, desviando mis ojos cuando vi su estaca moverse en
un disparo claramente mortal. Nunca había sido realmente
una fan de las cosas gore, y tenía la costumbre de inclinarme
hacia el hombro de Tammie o Alicia cuando algo así aparecía
en la televisión, o en una película. Sin embargo, nunca me
inclinaba hacia Ashley, porque eso habría sido
inexplicablemente incómodo, y ella enloquecería. A Ashley no
le gustaba que la tocaran.

Escuché la salpicadura de la sangre, y la enormidad de lo


que realmente estaba sucediendo finalmente penetró en mi
lento proceso de pensamiento. Lo que sea que fuera esa cosa
“vampiro”, hacía un momento me había tenido de rehén, y
había comenzado a morir a las manos de Alex, Attius y
especialmente David.

Mi primer pensamiento fue: Esto no puede ser legal.

52
A continuación: ¡¿Acabo de presenciar un asesinato?!

Seguido de: ¡¿O fue una ejecución…?!

Y de nuevo: Esto no puede ser legal.

Avancé un par de pasos vacilantes, para presenciar el


extraño disfraz del vampiro volverse tan negro como el color
de ojos, ese líquido como el aceite (¿podía ser eso sangre?)
brotando de su pecho y extendiéndose en un charco. Tenía
los ojos cerrados, y me pregunté aterrorizada si ya estaba
muerto.

Attius se arrodilló a su lado, diciendo risueñamente:

—¿Tienes todavía esa arma secreta, comedor?

Sorprendiéndome inmensamente, sus párpados


revolotearon para revelar una mirada fulminante, confusa e
igualmente resentida (y muy negra).

—Nunca conseguirás verla.

Attius dejó escapar unas carcajadas, diciéndoles a todos:

—¿Lo escuchan? Todavía se aferra a esa estúpida idea.


Al parecer, el vampiro o lo que sea, no iba a irse
silenciosamente.

—Esa estúpida idea va a ser tu caída, daylighter.

—Seguro que sí. Ahora parece un buen momento para


disponer de todos nosotros, ¿no crees? Pruébalo, si eres tan
inteligente.

El vampiro cerró los ojos de nuevo por un tiempo más


largo, y entonces dijo:

53
—Por lo menos recuerdo el sabor que tiene la sangre…

—… quieres decir la tuya en el suelo —interrumpió Alex.

—¡… el sabor de la sangre! —repitió el vampiro


empáticamente, terminando con un estremecimiento en todo
su cuerpo que duró varios segundos—. Ustedes no pueden
decir lo mismo. ¡Ninguno de ustedes en esta habitación! ¡Eso
quiere decir todos ustedes!

La habitación quedó en silencio por un momento.

—Dale mis recuerdos a Satán —dijo David


conversacionalmente, rompiendo la quietud—. Tu príncipe
oscuro. Lo verás muy pronto.

Lucy dijo:

—Dale también mis saludos. Y dile que creo que los


cuernos y la cola bífida son como de hace seiscientos años.

Me sentía como un fantasma, observando invisiblemente


todo a mi alrededor. Al no participar en la conversación, me
daba la oportunidad de llegar a mis propios términos con lo
que estaba sucediendo. Por una vez, no ser el centro de
atención era algo bueno para mí.
—Al menos no me iré solo —susurró finalmente el
vampiro, inhalando entrecortadamente, y cerrando los ojos.
Aunque fuera bastante extraño, sabía que ese aliento había
sido el último para él, y que ahora estaba muerto.

Pero… parecía estar ya descomponiéndose.

Al principio fue sutil, su piel tensándose y encogiéndose y


cosas así, pero entonces todo el color se drenó de él por
completo, la sangre negra se secó y desapreció en el suelo, y
su piel se pudrió mostrando un esqueleto con forma extraña.

54
Era diferente de la variante humana, especialmente los
dientes, pero difícilmente pude conseguir una buena mirada
antes de que los mismos huesos se transformaran en pilas de
polvo.

Estaba contemplando todo con la boca abierta, y en


algún momento, me había arrodillado junto a lo que
anteriormente había sido un supuesto vampiro. O estaba
oficialmente demente, lo que era probable, o estaba atrapada
en algo que estaba más allá de mi control. Lo que sea que
fuera, decidí que merecía una explicación.

Me puse de pie, con los tobillos temblándome


ligeramente, y encontré a los demás actuando como si nada
hubiera sucedido, y susurrándose entre ellos en la esquina.

Me puse la mano en el cuello.

—¿Qué acaba de suceder?

David le dio una mirada perpleja a los demás, a lo que


Alex negó furiosamente con la cabeza.

—No puedes. No.

Pero Lucy dijo con un movimiento de su cabello:


—Voto por sí.

¿Sobre qué estaban discutiendo ahora?

Eso dejó a David mirando fijamente a Attius,


aparentemente la desempatadora, quien solo encogió un
hombro.

—Es tu decisión, David.

—Hola —dije, claramente consciente del hecho de que


estaba siendo algo desagradable—. Todavía estoy aquí.

55
David se acercó a mí, diciendo:

—Estoy seguro de que lo que acabas de ver fue


traumático para ti. —No dije nada, ya que eso solo señalaba
lo obvio—. Pero te diré que es de muy poca importancia para
tu persona, y para ti sería lo mejor olvidar todo.

—¿Eso sería lo mejor, eh? —Me crucé de brazos, y puse


mi mejor cara de incredulidad que decía ¿en serio?

—Bueno, sí. Nunca has visto algo así antes, ¿verdad?

Contesté en tono monótono:

—No. Nunca he visto asesinar a alguien, si te refieres a


eso. —Entonces suspiré, cambiando mi táctica. Por una vez,
el sarcasmo no iba a llevarme a ningún lado—. Pero
despéjame la incógnita. ¿Era él realmente un vampiro, o solo
estaban diciéndolo porque sí?

Siempre había tenido una obsesión poco natural con lo


oculto. Especialmente la mitología, pero todo el concepto de
los fantasmas y/o energía demoníaca siempre me había
fascinado.

Finalmente, David dijo:


—Hay más en este mundo de lo que la gente piensa. Lo
dejaré en eso.

Sus palabras enviaron un temblor de excitación por mi


columna. Siempre había sospechado eso, pero no podía
simplemente creerle sin ninguna prueba.

—¿Y tu evidencia? Además de lo que acaba de suceder,


por supuesto.

Pero entonces, escuché unos gritos llamándome,


haciendo eco desde el pasillo.

56
—¡Taalia! ¿Estás ahí atrás?

Gemí.

—Oh, no… —Parecía como si no obtendría ninguna


explicación esta noche, y estaba a punto de entrar en una
situación complicada. De todas formas, caminé hacia la
puerta, saqué la cabeza, y miré por el pasillo—. Estoy aquí.

Tammie, Alicia y Ashley habían estado corriendo por el


corredor, pero se detuvieron cuando me vieron. Tammie gritó:

—¿Qué demonios, perra? ¿Por qué diablos estás aquí


atrás?

—Iba de camino al baño y encontré unos cosplayers —


dije, sopesando mi siguiente movimiento. Podía invitar a las
“trillizas” a la habitación trasera, y lidiar con ellas y el grupo
extraño, pero también podía pretender que nada había
sucedido y simplemente irme con las Pares.

Decidí que esa parecía ser la mejor opción.

—Un segundo —les dije, metiéndome de nuevo en la


habitación por un instante. Saludé con la mano a los cuatro,
mirando a David—. Lo siento, pero ahora tengo que irme.
—¡No! ¡No puedes irte! —exclamó Attius, luciendo
pasmada—. David, ¡mira su mano!

Ignorándola y sin molestarme en pensar nada demasiado,


di la vuelta a la esquina del corredor una vez más y salí
corriendo por el pasillo. Siempre había sido una corredora
rápida, pero mi resistencia era terrible. Sorprendentemente,
recorrí todo el pasillo en pocos segundos.

—Muy bien, ¿nos vamos? —pregunté a mis amigas,


dirigiendo a las tres de forma subrepticia fuera del pasillo, en

57
caso de que fuéramos seguidas. Realmente no quería lidiar
con más cosas extrañas esa noche.

Tammie intentó apartarse de mi guía pero fui


perseverante.

—Epa, Taalia. ¿Por qué estas siendo tan prepotente? —


preguntó cuando exitosamente encaminé a las “trillizas” de
regreso al salón principal de Bank.

Le respondí casi con la verdad.

—Estoy algo cansada. ¿Qué hora es?

Alicia consultó su reloj, encogiéndose ligeramente de


hombros.

—Casi son las dos.

—¡Entonces vamos! —dije con entusiasmo—. Vámonos.


—Era hora de guiar con el ejemplo, así que hice eso. Fui
haciendo mi camino a empujones entre la multitud de
adolescentes bailarines, confiando en que las demás me
seguirían. Y seguirme fue lo que hicieron, aunque un tanto
desconfiadas.
5
Una vez que llegamos a la pista de baile, eché un vistazo
por encima del hombro para ver a otro grupo salir corriendo
desde el pasillo detrás de nosotras, con David a la cabeza.

58
Ugh.

Y de repente, estábamos cerca de las salidas, y… la


canción cambió. Un ritmo familiar y corto, y entonces…

It's astounding… Time is fleeting… Madness takes its


toll3…

—OH DIOS MÍO, ES “THE TIME WARP4”! —gritaron Alicia


y Tammie al unísono, comenzando a bailar salvajemente
alrededor. Ashley, por supuesto, había sacado la cámara de
nuevo y las estaba filmando.

Me sentía dividida. El Rocky Horror5 era un clásico, y


“The Time Warp” era uno de mis bailes favoritos. Pero…
teníamos que irnos. Di un gran bostezo, y dije en voz alta, ya
que estábamos en un área particularmente estridente:

—Deberíamos irnos cuanto antes. Y con “cuanto antes”


quiero decir “ahora”.

3
Así comienza la canción The Time Warp.
4
Canción de la película The Rocky Horror Picture Show.
5
Película basada en el musical del mismo nombre.
—¡Después de esta canción! —gritó Tammie, saltando
para todos lados con su gemela y hermana.

Miré hacia atrás a la multitud, a donde había visto por


última vez a los “cosplayers”, y vi a Attius saltando por
delante de los otros, en dirección a nosotros, con Lucy no
mucho por detrás.

—¿Por qué en vez de eso no vemos la película mañana a


la noche? —sugerí espontáneamente—. Podemos tener un
maratón de películas de Halloween.

59
Justo entonces, un tipo se tropezó con Alicia, volcando
algo de bebida de su vaso. Él vestía un corsé verde neón, lo
que era desconcertante. NO sabía que los chicos podían usar
corsés.

De cualquier forma, con alegría gritó:

—Vampiro de Crepúsculo, ¿eh? ¡Asombroso! —Y le chocó


los cinco a Alicia. También debe haber visto a Tammie, ya que
se giró a ella a continuación con el puño listo para chocarlo—
. ¡Y hay dos de ellas! ¡Doble y travieso asombroso! —Entonces
se tragó lo que le quedaba de bebida, y tiró el vaso por
encima del hombro. Levantó ambos puños al aire, gritando—.
¡WOO! ¡Este lugar es asombroso! —Y regresó a la pista de
baile, tropezándose con varias personas.

Extrañamente, ese chico me provocó algo de inspiración.


Les dije a mis amigas:

—Blade y Crepúsculo, mañana a la noche. ¿Qué dicen?

Ashley contestó:

—Suena bien. —Lo que pareció resumir la opinión de


todas.
Exhalé un suspiro de alivio y todas nos movimos hacia la
puerta. Una pareja joven, asiática, y brillantemente coloreada
casi chocan contra mí, estaban demasiado ocupados
besuqueándose para notar a alguien más, supongo, pero
afortunadamente Tammie me apartó de su camino justo a
tiempo.

Entonces salimos del club, y hacia el piso del casino.


Todos mis sentidos parecieron relajarse. Me giré y no vi a
nadie siguiéndonos.

60
Noté que la temperatura había aumentado desde más
temprano. Me desprendí la chaqueta de cuero, diciendo:

—Bueno, al menos es una hermosa noche.

—¿Estás borracha? —remarcó Alicia, temblando en el


aire frío—. Y creo que ese tipo en el corsé verde me robó mi
Slinky6!

—¿Por qué diablos le permitirías robarte tu Slinky? —


preguntó Tammie.

—¡No estoy borracha! —interrumpí.

—No se lo permití —espetó Alicia, ignorándome—. Solo


creo que es la persona más probable para robármelo.

Cruzamos una calle y esperamos para cruzar otra, y


consecuentemente comenzar el camino de regreso a nuestra
habitación en el Excalibur, cuando me vino una intensa
urgencia de mirar detrás de mí, en la dirección del Bellagio.
Me resistí un tiempo hasta que el suspenso casi me mató.

Así que eché un vistazo por encima de mi hombro, hacia


el Bellagio, y vi que allí estaba claramente David, de pie,

6
Marca comercial de resorte de juguete.
observándome. Debe haber notado mi giro, porque le vi
sonreír una gran sonrisa, y darme un lento saludo militar.

Era absurdo. Yo hacía ese saludo militar cuando me


sentía arrogante. Eso era lo mío.

Le hice mi saludo militar en respuesta burlándome,


asegurándome de darle una saludable dosis de altivez. Tal vez
eso haría que dejara de acechar. Con algo de suerte, no me
seguiría de regreso al hotel…

Me volví bruscamente en mis talones, y troté hasta mi

61
puesto usual al frente del grupo, mientras las otras tres me
habían sobrepasado varios pasos antes y no se habían
molestado en bajar el ritmo.

Esta noche había resultado radicalmente diferente de


cualquier cosa que podía haber imaginado. Si tenía suerte,
Ash habría capturado algo de ello en su videocámara, así
tendría evidencia; ojalá, de que no fue todo una ilusión.

Me hice una nota mental para conseguirme una bebida


largamente esperada. Dios sabe que me sentía realmente
sedienta.
62
~
1
Una Esposa, un NiNo y una Valla Blanca

63
Al principio no había sangre. El latido inicial se
desvaneció, empujado a un lado por la adrenalina. Un corte
blanco, ceroso, de ocho centímetros recorrió mi palma,
congelado, como si él también tuviera que recuperar el
aliento.

—Maldita sea, maldito mulo, mierda de caballo, hijo de


puta —gruñó mi voz profunda mientras soltaba el cortador de
cajas y pistola de calafateo para acunar mi mano. La sangre
se acumuló y brotó en mi palma como un manantial al rojo
vivo.

Saltando desde el borde de la bañera, corrí al lavabo,


dejando que el líquido carmesí salpique contra la porcelana
prístina. Abrí el grifo, pero el agua no fluía.

—Oh, por el amor de Dios. —Yo había desconectado el


agua para reemplazar el lavabo.

Arranqué una toalla del toallero y la empujé contra mi


corte.

—Alma, ¿tenemos un botiquín de primeros auxilios en


algún lado? —Mi voz tembló mientras bajaba las escaleras.
—¿Qué es eso? —Su voz apagada se elevó desde la
cocina.

—Botiquín de primeros auxilios. ¿Ya lo


desempaquetamos?

—¿Estás herido?

—Es solo un corte.

—Creí haber escuchado algunas palabras de arcoíris allá


arriba. Lo conseguiré. Ven a la cocina.

64
Troté hacia la cocina brillantemente iluminada,
apretando mi mano contra mi cuerpo. Alma estaba agachada
frente al fregadero de la cocina, escarbando en el armario,
sus apretados pantalones capris de color canela anunciaban
las líneas de sus bragas. Mis ojos vagaron hasta el borde de
sus pantalones, donde una delgada línea de su piel marrón
dorada se asomaba desde debajo de su blusa blanca
semitransparente y ventosa, desafiándome a cubrir su
espalda de besos.

—Oh señor, ayúdame. —Me recliné contra el mostrador,


admirando su espectáculo.

Ella me miró con una sonrisa brillante, el sol de la


mañana brillando contra sus perfectos dientes blancos.

—Mantente en tus pantalones, lisiado. —Su acento pulió


su última palabra.

Apreté mi mano con más fuerza.

—Dime, doctor, ¿eso es español para semental o polla


grande? —Le guiñé un ojo.
Se puso de pie, sosteniendo un pequeño botiquín de
primeros auxilios de color naranja, con la otra mano apoyada
en su vientre embarazado.

—Es español por cr...

Sus ojos se posaron en mi mano y su rostro pasó de una


sonrisa a un ceño fruncido mientras soltaba un profundo
suspiro.

—¿Utilizaste mi mejor toalla? Te dije que no la usaras. Es


para decoración.

65
Miré la toalla, notando un estampado floral gris y blanco,
con sangre que se abría paso a través de la tela.

—Ah, mierda. Juro que no me di cuenta hasta ahora.


Solo agarré sin pensar. Lo siento. Te prometo que la lavaré.

Se volvió hacia el armario y cerró la puerta.

—Y por lavarla, te refieres a buscar en línea instrucciones


sobre cómo limpiar la sangre, ¿donde terminas usando lejía,
arruinando mi toalla y comprando una nueva para cubrir tu
desorden? —Suspiró de nuevo, pero más ligero esta vez—.
Bueno, olvídalo. Si la toalla se arruina, no compres una
nueva. También te equivocarás en la combinación de colores.

Le sonreí.

—Me conoces tan bien.

Su sonrisa regresó cuando señaló con la cabeza hacia el


fregadero.

—Lávate las manos y siéntate a la mesa.


Tiré la toalla ensangrentada sobre la encimera y froté mi
herida en obediencia. Picaba mientras vertía jabón para
platos en él.

—Sabes, puedo arreglarme yo mismo. Soy un hombre


adulto.

—¿Sí? La última vez que lo comprobé, tenía el botiquín de


primeros auxilios. ¿Qué planeas usar para arreglarlo? ¿Tu
ego?

Cerré el grifo y estreché mi mano, agarrando la toalla.

66
—Alguien está descarada esta mañana. —Ocupé mi lugar
en la mesa junto a ella y extendí mi mano.

—Ese es uno grande. ¿Que estabas haciendo?

Me recosté mientras ella se ponía a trabajar.

—Bueno, volví a colocar el lavabo, pero cuando saqué mi


masilla y le di un apriete, no salió nada. —Sonreí—. Como un
idiota, pensé que cortaría la punta con mi cuchillo de caja.

Alma enjabonó mi corte con una pasta transparente que


se mezcló con la sangre que rezumaba.

—Y pensar que podrías frotar tu masilla por todo ese


lavabo. Es una pena. —Su flequillo negro azabache cayó
sobre sus ojos mientras estaba concentrada. Su ceja se
curvó, sus labios se fruncieron y sus ojos se entrecerraron
levemente. Sus ojos me miraron. Una sonrisa se formó en su
rostro—. ¿Qué?

—Eres hermosa.

—¿Y?

Mi sonrisa creció.
—Eres lo mejor que me ha pasado.

Se enderezó, se sacudió el cabello detrás del hombro y


sacó la barbilla.

—-¿Y?

—E inteligente, por supuesto.

—Y te asusta. —Alisó un vendaje sobre mi piel.

—Oh, me aterroriza. —Pasé mi brazo alrededor de su


espalda, agarrándola por la cintura. La atraje hacia mi

67
regazo, con cuidado de darle un amplio espacio a su vientre—
. Mira lo aterrorizado que estoy —dije mientras hundía mi
rostro en su cuello, colocando beso tras beso en su piel suave
y cálida.

Ella se echó a reír, meciéndose en mi regazo. Inhalé


aromas terrosos de limoncillo y eucalipto mientras corría mis
dedos a través de su cabello sedoso. Me plantó un beso en la
frente y me acarició la nuca.

Se puso la piel de gallina alrededor de su toque.

Apoyé mi cabeza contra sus pechos mientras mi mano


caía y descansaba sobre su estómago. Su hermoso estómago.
La acaricié, esperando que el niño que estaba adentro
pateara en respuesta. Noé.

Buzz. Buzz. Buzz.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo trasero como un avispón


enojado. Me aferré a Alma mientras me inclinaba hacia
adelante para agarrar el teléfono barato de pago por uso. El
nombre de mi jefe se mostró en el identificador de llamadas.

—Lo siento —me disculpé con Alma. Ella se encogió de


hombros mientras abría el teléfono—. ¿Hola?
—¿Cass? —chilló la voz de mi jefe desde el otro lado.

—Deb. ¿Qué puedo hacer por ti?

—¿Has tenido noticias de Alexi últimamente? —Su voz


estaba tensa y en pánico, y su acento de Dakota del Norte era
más denso de lo habitual—. Le pedí que fuera a tomar
algunas fotos de la propiedad de ochland ayer, y no he
recibido respuesta. No responde a mis llamadas ni a mis
mensajes de texto. —Eso era inusual. Como cualquier otro
joven de diecinueve años en Estados Unidos, Alexi estaba

68
pegado a su teléfono.

—No, yo he...

—Y recibí una llamada realmente extraña de él hace un


momento. Fue un grito. Un grito horrible, pero no fue como
un hombre normal gritando. Sonaba enojado.

—¿Qué? ¿Un grito?

Alma frunció el ceño con preocupación mientras


escuchaba nuestra conversación. Ella apoyó su mano en mi
pecho y se inclinó.

—Fue horrible. Como si estuviera enojado o salvaje o...


no lo sé. Fue simplemente aterrador.

Negué con la cabeza y mi boca se abrió, sin saber qué


decir. Parecía diferente a Lex irse sin permiso, pero por otra
parte, no pasamos las noches riéndonos de las chicas y
trenzándonos el cabello, así que, ¿qué sabía?

—Estoy seguro de que no fue nada —le dije en mi intento


de calmarla—. Quizás perdió su teléfono y alguien decidió
hacerte una broma. O tal vez está viendo una película y te ha
marcado en el bolsillo. Definitivamente no creo que
deberíamos entrar en pánico. ¿Ha intentado llamar a la
policía o a su contacto de emergencia?

—No. Supongo que podría intentarlo. Yo solo… —Deb


vaciló como si quisiera decir más.

—¿Qué es?

—Sé que no ibas a entrar hasta más tarde, pero ¿crees


que podrías pasar por la propiedad Lochland? Solo para ver
si estaba allí. ¿O asegurarte de que no esté atrapado allí o
herido? Yo iría, pero tengo dos cierres hoy y otro para

69
preparar mañana. Me haría sentir mucho mejor.

Mordí mi mejilla.

—Sí. —Incluso si ella no fuera mi jefa, no creo que


pudiera haber dicho que no—. Dame una hora e iré a
comprobarlo.

—Cass, eres un encanto. Te debo una.

—No lo sé.

—Oh, ¿puedes tomar algunas fotos mientras estás ahí


fuera también? No tienen que ser perfectas. Solo necesito
algunas para el contrato. No sé cuándo o si Alexi las traerá.

—Puedo hacer eso.

—Gracias de nuevo.

—Sí. Adiós. —Colgué el teléfono antes de que pudiera


pedirme que hiciera otra cosa o que me metiera en otros
veinte agradecimientos y despedidas, lo que, como había
deducido, era habitual en Dakota del Norte.

Alma apoyó la cabeza contra la mía.


—-¿Está todo bien?

Negué con la cabeza.

—No sé. Algo pasa con Lex. Estoy seguro de que no es


nada. —Pero las palabras tranquilizadoras no se sintieron
bien en mi boca.

—¿Y si te tomaras un día corto? Entra, mira a Lex y luego


vuelve a casa.

—No me tientes —me quejé.

70
—Esperaba que pudiéramos pasar la tarde colocando las
calcomanías en la habitación del bebé. La pintura está seca.
—Trazó mi mejilla con su dedo.

Suspiré y aparté la cabeza.

—Mejor no. Si no lo hago, pensarás en recoger turnos en


el hospital, y tu médico no quiere que trabajes debido a tu
presión arterial alta. He aprendido sobre tu placenta para
cuestionar las órdenes de tu médico. Además, cuanto antes
me ocupe de la propiedad de Lochland, antes podré vender la
propiedad de Bridgemeire y conseguir esa bolsa de pañales
táctica que he tenido en la mira. Estaremos programados al
menos a través de tu licencia de maternidad.

—Pero está muy lejos —se quejó—. ¿Quién me va a traer


mis patatas fritas estilo animal?

—Está a media hora de distancia. Te recogeré la comida


que quieras de camino a casa. Te traeré un búfalo si lo
requieres.

—Papas fritas. Estilo animal. Sostén al búfalo. —Tocó mi


labio con su dedo—. Por ahora.
Se inclinó y depositó un suave beso en mis labios,
dejando un rastro de su bálsamo labial de cera de abejas. Le
regresé el beso, dejando caer mis manos a sus caderas. Todos
los pensamientos sobre Deb y Lex se disolvieron en el aire
mientras pasaba mi mano debajo del borde de la camiseta de
Alma. Seguí el borde de sus vaqueros, su suave piel fresca
bajo mis dedos. Pasé mis dedos por la parte de atrás de sus
pantalones, esperando rozar las bragas que vi antes.

La mano de Alma empujó contra mi pecho, deslizándose


hacia abajo. Me incliné hacia atrás mientras ella pasaba por

71
mi abdomen y sobre mis vaqueros. Mi pulso se aceleró, la
sangre se me subió a la cabeza y mis pantalones se apretaron
debajo de ella mientras apretaba mi muslo.

—Buen Dios —susurré. Le bajé la tira del sujetador y el


cuello de la camiseta por debajo de su hombro, más abajo y
más abajo alrededor de su pecho regordete hasta que sólo el
borde de su pezón se asomó por encima de su cubierta. Puse
un beso suave en la punta y otro justo encima. Su piel era
como seda cálida contra mis labios.

Alma pasó los dedos por mi cabello, sus uñas rozaron mi


cuero cabelludo. La piel de gallina pasó por mi línea del
cabello y se deslizó por mi cuello y hombros. Se me escapó un
gemido. La otra mano de Alma hizo estallar el botón de mis
vaqueros, aflojando la tensión acumulada. Respiró hondo y
emocionada mientras trazaba el borde de mis bóxers. Tiré de
su cuerpo contra mi pelvis con un apretón urgente y besé su
escote, sosteniendo su piel teñida de flores entre mis dientes
por un segundo a la vez.

¡DING! Nuestro deslucido timbre dio un chirrido pasivo-


agresivo, anunciando un invitado no invitado. Por un
momento, ambos hicimos una pausa, conteniendo nuestra
decepción con nuestra respiración. Alma se movió primero,
levantándose.

Eché la cabeza hacia atrás. ¿Ahora qué? Mi polla era


como un grano provocado esperando ser reventado pero
escondido e ignorado. Me agaché y abroché el botón de mis
vaqueros, ejerciendo una dolorosa presión en mi entrepierna
y subí la cremallera con un suspiro constante.

—Diez dólares a que es David. —Hizo sonar el tirante de


su sujetador mientras se asomaba por la ventana lateral y

72
luego fue a saludar a nuestro invitado.

Mi grano se puso sobrio. Ese tipo podría hacer que un


poste de hierro cojeara.

—No me atrevería a apostar en tu contra. —Me aparté el


cabello con los dedos y volví a juntar el botiquín de primeros
auxilios. Agarré la basura y la toalla y me levanté para tirar la
toalla al fregadero. Mis pantalones se aflojaron un poco más
cuando abrí el gabinete donde guardábamos nuestro bote de
basura.

Efectivamente, la voz retumbante de David atravesó el


silencio de nuestro hogar, una vez pacífico. Ellos charlaban
en español en un tono emocionado. Me las arreglé para hacer
algo de inglés.

—¿No has terminado de desempacando ya? ¿Qué ha


sido? ¿Un mes? ¿Dos meses?-

Pensé por un momento en ir temprano al trabajo. Al


menos me sacaría de la casa. Pero si no lo hiciera terminar el
baño antes de irme, Alma no estaría contenta. Saqué mi
teléfono de mi bolsillo y se desplazó hacia abajo hasta el
número de Lex y presionó el botón de llamada. Me acerqué el
teléfono a la oreja. Conté cinco rings antes de que llegara al
buzón de voz.

—Lex —mi voz se suavizó mientras ocultaba mi


irritación—, es Cass. Me dirijo a la propiedad de Lochland
para verificar que saliste vivo. Deb está preocupada. Si
recibes este mensaje, devuélvame la llamada. —Colgué el
teléfono mientras reorganizaba mentalmente mi lista de
tareas pendientes. Si salía rumbo a la propiedad a las dos en
punto, tomaría las fotos y podría enviar el contrato por…

73
—¡Cash! —David entró en la cocina con los brazos
abiertos de par en par, como si esperara que corriera hacia él
por un abrazo. Dejé caer mi teléfono en mi bolsillo y me apoyé
contra el mostrador.

—Dave. —Asentí una vez para saludarlo, reprimiendo mi


desprecio con una expresión seca y plana—. No me llames
Cash. Es Cass o Cassius.

—Verás, no entiendo eso. ¿Por qué pronuncias tu nombre


Cash-us si no quieres que te llamen Cash? ¿O por qué no lo
pronuncia Cass-ee-us? — David estaba en nuestra cocina
con sus zapatos lustrados, pantalones negros arrugados y
una camisa negra abotonada, rígida e hinchada por el
chaleco antibalas debajo. Su insignia brillaba a la luz del sol
que se filtraba a través de la ventana de nuestra cocina. Las
gafas de sol de David estaban encima de su cabeza,
exponiendo una ridícula línea bronceada de mapache
alrededor de sus ojos. Su cinturón de herramientas pesaba
mucho con, si tuviera que adivinar, herramientas que
deseaba poder probarme si Alma no estuviera aquí en este
momento. Más de una vez, él amenazó con rociarme con gas
pimienta en la entrepierna. Y más de una vez, escupía su
comida sin decírselo.
Nunca me gustaron sus amenazas, pero a él siempre le
gustó la comida. Sonreí para mí mismo ante el pensamiento.

—¿Qué? ¿Te despidieron de tu trabajo? Es casi mediodía,


Cash. La luz del día está ardiendo. Esperaba que al menos
estuvieras buscando un nuevo trabajo.

—¿Estás cansado de acosar a civiles, o solo estás en tu


descanso?

—Déjalo. —Alma pasó junto a David y pasó la mano


cariñosamente por encima de su hombro—. Compórtate. —

74
Me miró fijamente cuando lo dijo.

—Lo estoy haciendo. Nuestro invitado necesita hacer un


mejor trabajo al respecto.

—Lo juro. Ustedes dos son peores que una pareja


divorciada decidida a vengarse. —Sacó una taza de café del
armario y agarró el termo de detrás de mí. Se inclinó hacia mí
y bajó la voz tan solo para que yo escuchara—. Espero que
seas el adulto. Solo está aquí durante quince minutos. No
dejes que te moleste.

—Me conoces, no soy un luchador. Nunca lo he sido. Él


es quien lanzará el primer puñetazo.

—Sí, bueno, tu boca lo llevará allí, señor. Bien. —Ella se


volvió hacia David mientras él se sentía como en casa y se
sentó a la mesa del comedor. Suspiré y me dirigí al otro
extremo de la mesa. La silla de la cocina gimió contra el
azulejo mientras la sacaba de debajo de la mesa.

—Oye, Cash, vi una oferta de trabajo para donantes de


esperma en el camino hacia aquí. Deberías poner una
aplicación. Estoy seguro que mi hermana te escribiría una
carta de recomendación.
Lo miré con disgusto, mi agarre en la silla se apretó.
Imaginé que el dolor que irradiaba mi la palma lo lastimaba
tanto como a mí. Apreté más fuerte.

Alma se acercó y lo golpeó en el pecho. Su mano lo


encontró con un golpe sordo mientras su chaleco absorbió la
mayor parte del impacto.

Él levantó las manos con una carcajada, sabiendo que


había tocado un nervio con su hermana pequeña.

—¡Cállate! Le diré que una vez besaste el culo de un

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pavo.

Su sonrisa decayó y se incorporó.

—No lo harías.

—Mírame.

—Simplemente nos estábamos divirtiendo. Es lo que


hacemos. ¿Verdad, Cash?

—Estoy en puntos. —Apreté los dientes mientras dejaba


la mesa—. Voy a darme un remolino. Esa también debería ser
una verdadera jodida fiesta.

—¿Cass?

—¿Sí? —Volví a mirar a Alma.

—Mientras tienes la cabeza en el inodoro, ¿puedes bajar


la mano y volver a abrir el agua? Quiero tomar una ducha
hoy.

—¿Para qué está cerrada el agua? —intervino David—. Si


no puede pagar la factura, házmelo saber. Te ayudaré. —
David me dirigió la oferta con un insulto a medias.
Buzz. Buzz. Buzz.

Miré a Alma mientras alcanzaba mi teléfono. –

—Sí, amor. Estará listo en aproximadamente una hora.


¿David? —Le asentí con la cabeza—. Vete a la mierda.

Saqué mi teléfono mientras me alejaba. El nombre de Lex


apareció en la pantalla antes de que respondiera.

—¿Hola?

Un gruñido profundo y gutural resonó desde el otro lado,

76
seguido de una respiración pesada. Aparté el teléfono de mi
oído, mirando la pantalla para verificar que, de hecho, Lex
estaba llamando.

—¿Alexi? —Sostuve el teléfono cerca de mi oído mientras


galopaba escaleras arriba—. ¿Hola?

La respiración se transformó en sorbos y desgarros,


mezclada con chasquidos ahogados. ¿Qué demonios? Los
tonos aleatorios de los botones sonaron como para responder
a mi pregunta.

—Lex, no puedo escucharte. Si puedes oírme, intenta


llamar de nuevo. —Colgué, negando con la cabeza. ¿Fue eso
lo que Deb escuchó antes? No sonó como un grito. Mi rostro
se contrajo mientras especulaba. ¿Un perro se tragó el
teléfono? Eso explicaría el gruñido. También lo haría un poco
de juegos previos pervertidos. No. Negué con la cabeza.

No quería ni imaginarme. Mientras guardaba mi teléfono


en el bolsillo. Una niebla mordaz se instaló en la boca de mi
estómago. Ninguno de esos ruidos sonaban como Lex
2
Shithole

77
No estaba a cien metros de mi camino de entrada cuando
las luces azules y rojas destellaron detrás de mí y las sirenas
chirriaron.

—Ah, maldita sea. —Me detuve a un lado de la carretera


del vecindario suburbano, mirando por el espejo retrovisor.
David salió del vehículo, apoyando su mano justo encima de
su arma. Gran sorpresa ahí. ¿Realmente esperó una hora
para detenerme?

Puse los ojos en blanco y bajé la ventana. El aire helado


de Texas se coló en mi vagón Mercury Sable de 1999.

Se acercó a la ventana y se subió las gafas de sol hasta la


línea del cabello.

—Licencia y registro, por favor, señor.

—Vete a la mierda. ¿Qué quieres?

—Señor, le voy a advertir, estoy monitoreando esta


conversación. —Dio unos golpecitos a la cámara corporal
atada sobre su oreja—. Todo lo que diga será grabado. Si no
cumple, tendré que pedir refuerzos y pedirle que espere en la
parte trasera de mi patrulla. Le estoy pidiendo una vez más
su licencia y registro, por favor. —Una sonrisa se extendió
por su feo rostro.

—¿Por qué me detiene, oficial? —Apreté los dientes


mientras sacaba mi billetera del bolsillo de la chaqueta y
sacaba mi identificación y seguro. Miré al frente y los sostuve
entre mis dedos para que él los agarrara.

—Buen chico. ¿No se siente bien hacer lo correcto para


variar? —El bastardo presumido miró a lo lejos antes de
examinar mis tarjetas—. Te desviaste. Pensé que podrías

78
estar borracho. —Me guiñó el ojo. Sostuvo mi licencia cerca
de su cara—. Me sorprende que recuerdes tu billetera, y mira
eso. —Movió la identificación—. Incluso actualizaste tu
dirección. Tengo que dártelo, sabes cómo hacerte lucir bien.

Se llevó la mano a su cinturón de herramientas y


desenchufó la cámara. Excelente. Me va a disparar. Agarré el
volante y mantuve mis manos visibles. Se inclinó y apoyó los
brazos en mi puerta.

—Tú y yo sabemos que no eres lo suficientemente bueno


para mi hermana menor. La has engañado, pero sé que solo
eres un niño adoptivo que abandonó la escuela secundaria y
que no ha cagado en el mismo lugar dos veces desde que usó
pañales. Has vivido toda tu vida y ahora te has encontrado
como cuidador con el sueldo de un médico. Lo tienes bien,
¿no crees? —Frunció los labios—. Te doy tres meses más
antes de que salgas bajo fianza. Una vez que ese niño salga —
silbó y señaló con el pulgar por encima del hombro—, la
presión será demasiado. Saldrás de allí. Supongo que es
mejor cuando el niño es pequeño. Se olvidará de ti, pero está
bien. El tío David estará allí para ayudar.

Sus palabras se clavaron en mí como el volante se clavó


en mi herida. Lo agarré con más fuerza, dirigiendo el dolor
hacia él. Me volví en su dirección, mirándolo. Estaba tratando
de meterse debajo de mi piel. Sabía que trabajaba duro para
obtener un GED, y sabía que la única razón por la que Alma
logró terminar la escuela de posgrado fue porque ella y yo
trabajamos nuestra evaluación para que esto sucediera.
Estaba buscando una forma de meterme en una celda. Había
estado trabajando en ese ángulo durante un año y medio.

—¿Eso es todo, oficial?

Su expresión decayó y su frente se arrugó. Una oleada de

79
alegría amenazó con salir de mí con una sonrisa, pero no me
atreví a abrir esa lata de gusanos.

Me entregó mi seguro y mi identificación.

—La dirección de su identificación no coincide con la


dirección de su seguro. Le dejo con una advertencia.

Le lancé una mirada de reojo.

—Eso no va en contra de la ley.

—No me diga cómo hacer mi trabajo, señor, y yo no le


diré cómo decorar casas o cualquier trabajo idiota que tenga
ahora.

—Vete a la mierda, de nuevo. —Le levanté el dedo medio.


Sonrió y agarró el cable que colgaba de la cámara y lo volvió a
meter en la pequeña caja negra. Agarré el volante de nuevo.

—Esa tontería acaba de aparecer. —Su voz se iluminó


con falsa sinceridad—. ¿Viste eso? Te digo, estas cámaras son
sensibles. Nos tienen probando toda esta nueva tecnología.
Todavía está en sus etapas iniciales, pero te garantizo que le
das unos años más y los tendremos por todo Estados Unidos.
Demonios, si los rusos pueden hacerlo, ¿por qué no
deberíamos hacerlo nosotros? ¿Estoy en lo cierto?
Entrecerré los ojos y forcé una sonrisa en mi rostro.

—Puede apostar, oficial. ¿Me puedo ir? No quiero que el


vecindario empiece a pensar que Alma y yo somos
alborotadores.

David miró a su alrededor y frunció el ceño.

—¿Este barrio? No creo que tengas nada de qué


preocuparte. Más de la mitad de estas casas aún se están
construyendo. No hay nadie alrededor por cuadras. Ahora,
como dije. Cuide esa picazón en la entrepierna y trate de no

80
meterse con ella mientras conduce. Es peligroso para todos
los demás. Podrías haber matado a alguien. —Golpeó su
cámara de nuevo y me guiñó un ojo.

Quien pensara que darle a David una cámara corporal


era una buena idea, necesitaba ser degradado. Puse mi coche
en marcha y subí la ventanilla.

Ese idiota hacía todo lo que estaba en su maldito poder


para hacerme miserable. El idiota era un hombre miserable.
Divorciado. Sin niños. Quizás esperaba que yo lo sacara de
sus miserias.

—No, no puedes matarlo, Cass —murmuré mientras salía


del desarrollo suburbano—. ¿Qué diría tu esposa?

Mis botas crujieron contra la grava cuando salí de mi


auto, papeleo y mi caja llena de baratijas hogareñas en la
mano. Me estremecí bajo el sol mientras el aire seco del
invierno absorbía el calor de mis huesos. Cerré la puerta del
coche de un portazo, mirando con incredulidad la
destartalada choza frente a mí.

—¿Qué diablos se supone que debo hacer con esto?

La casa móvil fue destrozada. Las ventanas estaban


tapiadas con cartón y trozos de madera, los paneles blancos
estaban cubiertos de grafitis de un modo desagradable y,
entrecerré los ojos, ¿barro? Era eso o heces. Saqué una foto
de la casa de mi carpeta de archivos. Esta casa se parecía a
la foto como un tenedor se parecía al culo de un mono. Por

81
supuesto, la foto probablemente había sido tomada hace años
cuando alguien realmente se preocupaba por la propiedad.
Solía ser un bonito remolque de doble ancho con paneles de
color canela recién pintados y un porche con un toldo ancho.
Ahora el toldo no estaba a la vista.

Eché un vistazo a la propiedad desierta. El auto de Lex


no estaba aquí, así que o vino y tomó las fotos, o nunca vino.
Apuesto a que nunca vendría. La pregunta ahora era ¿por
qué? ¿Por qué no hizo su trabajo y tomó las malditas fotos?
¿Por qué tuve que arrastrar mi trasero aquí y hacerlo por él?

Los Lochland eran pájaros de la nieve que querían


vacacionar en algún lugar cálido durante el invierno. Habían
comprado un par de acres en el desierto de Texas y habían
plantado una casa móvil justo encima. Luego hicieron lo que
mejor saben hacer los ancianos y empezaron a morir
lentamente. Mientras estaban ocupados debilitándose y
enfermando, los adolescentes y vagabundos locales
convirtieron su casa en una guarida de drogas. Fan-
jodidamente-fantástico.

Las desvencijadas escaleras gimieron en protesta


mientras subía, nubes de polvo se hincharon alrededor de
mis pies, formando pequeños remolinos de polvo cuando la
brisa helada se los llevó. Cuando me acerqué a la puerta, mi
estómago se tensó y el pelo de mi cuello se erizó contra mi
chaqueta. Miré por encima del hombro, escaneando la
distancia. Un automóvil ocasional pasaba por la interestatal a
tres kilómetros de distancia, pero por lo demás, la propiedad
estaba en silencio. Solitaria. El viento, que arrojaba polvo
crepitante contra la casa, murió y el desierto se convirtió en
un susurro.

Me lamí los labios secos y agarré la manija suelta de la


contrapuerta oxidada, los restos andrajosos de la pantalla

82
rozaron el dorso de mi palma como las patas de una araña.
La puerta chirrió cuando la abrí. Usando mi pierna para
mantener la puerta abierta, saqué la llave de mi archivo y la
deslicé en el pomo de la puerta. Casi esperaba que la llave se
resistiera por como había ido mi día, pero la llave giró con
facilidad. Como si la casa me quisiera allí.

La brisa se levantó en mi espalda, enviando un escalofrío


rodando por mi columna. Respiré hondo y sacudí el cuello y
los hombros. Has estado en casas más espeluznantes, Cass,
me dije, pero no se me ocurrió ninguna otra casa como esta.

Cuando crucé el umbral hacia la casa oscura y mohosa,


se me erizó el cuero cabelludo y el vello de los brazos. Mi
pecho se apretó como si alguien me hubiera envuelto en una
faja y me hubiera arrojado a un compresor de basura. Agarré
mi caja con fuerza contra mi pecho.

El aire viciado apestaba a muerte y mierda. Como si algo


hubiera muerto aquí hace mucho tiempo, hubiera vuelto a la
vida, cagado por todas partes, y luego hubiera muerto de
nuevo. Agité la mano frente a mi cara mientras contenía la
respiración hasta que tuve que respirar por la boca.
—¿Hola? —llamé a la casa vacía, medio esperando que
un vagabundo trastornado empuñando un cuchillo en un
carrito de compras viniera rodando hacia mí. No hubo
respuesta.

Mi pie hizo eco contra el suelo hueco del doble ancho


mientras miraba hacia la oscuridad. Me acerqué al
interruptor de la luz y arrastré mi mano hacia arriba contra
la pared, sin atreverme a apartar los ojos del resto de la casa.
El interruptor ya estaba encendido. Lo apagué y volví a
encenderlo, probando para ver si eso hacía una diferencia,

83
pero no pasó nada.

Saqué la llave del dueño del pomo y abrí la puerta más,


dejando que la luz entrara detrás de mí, pero no hizo nada
para aliviar el cosquilleo que se asentaba en la boca del
estómago.

Dejé mis pertenencias en una bandeja de TV situada al


lado del sofá, buscando en mis bolsillos la cámara. Primero
saqué mi billetera y la arrojé sobre la mesa con mis llaves. En
el fondo de mi bolsillo estaba la cámara. No estaría aquí por
mucho tiempo. Una buena foto y me largaría de esta mierda.

Encendí la cámara y apunté al resto de la sala. La


pantalla solo mostraba negro en la penumbra. Ni siquiera un
flash atravesaría esta iluminación.

—Maldita sea. —Justo cuando dije la palabra, algo detrás


de mí chocó contra el suelo. Apreté la cámara, lanzando tres
destellos brillantes mientras giraba. Mi corazón latía en mi
pecho mientras parpadeaba hacia la luz del día que se colaba
por la puerta. Allí no había nada—. ¿Hola? —Algo grande se
deslizó contra la grava y se detuvo justo debajo de mis pies.
Di un paso hacia atrás instintivamente, ahogándome con la
respiración.
Tragué y me lamí los labios.

—Es solo un coyote —racionalicé con voz tensa—. O un


puma. Dios, espero que no sea un puma. Joder, odio el
desierto. —Sin duda, un coyote o un puma explicaría el olor.
Definitivamente no es una persona loca, traté de convencerme.

Respiré hondo otra vez antes de volver a la sala de estar,


esta vez moviéndome hacia las ventanas. Retiré una de las
piezas de cartón y toda la pieza se derrumbó, exponiendo la
mitad de la ventana rota, pero entró suficiente luz para una

84
foto. Toma tu foto y sal. Agarré mi caja de baratijas y busqué
a tientas la cinta de embalaje, solo sacando una astilla. No se
había abierto desde nuestra mudanza. No usaba mucho las
baratijas. Simplemente los tenía a mano para los hogares que
necesitaban ayuda con esa “sensación hogareña”.

Usando mis llaves, corté la cinta con un chasquido sordo


y gruñí. Metí las llaves en mi bolsillo y tiré la caja sobre la
mesa de café. Levanté un jarrón plateado y miré a mi
alrededor en la habitación mugrienta en busca de un buen
lugar para colocarlo. El sofá estaba manchado, la televisión
rota, y la alfombra estaba cubierta de latas de cerveza, vidrios
rotos y manchada de alcohol y Dios sabe qué más. Las
puertas del puesto de entretenimiento se habían quitado y
probablemente cubrían las ventanas, mientras que la mesa
de café... La empujé con el pie y todo se tambaleó como un
balancín que se acopla con una cuna. Un jodido jarrón
serviría tanto para esta habitación como el glaseado para
hacer que un excremento supiera mejor.

Una maldita foto. Agarré mi caja y eché un vistazo


superficial al resto de la casa. Miré a los dos dormitorios y al
baño. Cada habitación tenía la misma historia. Sin luz, sucia,
destrozada y putrefacta.
Por fin, entré a la cocina. Lo que sea que se arrastraba
debajo de la casa se detuvo debajo de mis pies. Dos
centímetros de tierra cubría el suelo laminado. Se habían
quitado todos los electrodomésticos, dejando agujeros y
cables expuestos, pero esta era la mejor habitación de la
casa. La cocina era luminosa y cálida mientras la puerta
trasera colgaba entreabierta por sus bisagras, la luz naranja
del invierno entraba a raudales, flotando una hora sobre el
horizonte. De pie en la luz, finalmente respiré con facilidad.
Tiré mi cámara inútil en mi caja y froté mi mano sudorosa en

85
mis vaqueros. Terminé con esta mancha de mierda de una
casa.

Mi teléfono sonó y zumbó en mi bolsillo trasero. Salté


unos treinta centímetros en el aire, sacudiendo el contenido
de mi caja. El suelo debajo de mí hizo un ruido sordo,
hinchándose bajo el endeble suelo laminado. El golpe se
absorbió en la goma de mis botas, haciendo que mis rodillas
se debilitaran. Fue como si algo intentara extender la mano y
agarrarme. Mi corazón empujó más fuerte contra mis costillas
y mi respiración se aceleró. Es solo un coyote, me dije.

Corrí hacia la puerta trasera, sacando mi teléfono. Miré


nerviosamente al suelo. En un salto final, salté a través de la
puerta y salí a la terraza, mis piernas de gelatina
amenazando con ceder debajo de mí. Exhalé cuando la luz
del sol me envolvió, creyendo que podría protegerme de la
casa.

—¿Hola? —Me di la vuelta para mirar hacia la casa, como


si algo se acercara y me empujara hacia adentro en cualquier
momento.

—Cassius —dijo Deb desde el otro lado—. ¿Estás en la


propiedad de Lochland?
—Sí. —Mi voz tembló. Fue reconfortante escuchar otra
voz—. Yo...

—¿Alguna suerte? ¿Puedes decir si Alexi estuvo allí?


Todavía no me ha respondido.

—No creo que haya estado aquí, pero no puedo estar


seguro —dije, con la voz más alta de lo habitual—. Recibí una
llamada de él antes. Me gustaría creer que eso significa que
está bien.

—Oh. —Bajó la voz—. Bueno, gracias por mirar. Si no

86
escuchamos nada mañana, podemos hablar con la policía.

—Sí. —¿Nosotros?

—De todos modos, ¿cómo está la propiedad? ¿Puedes


intentar sacar una buena foto del baño? Dijeron que
instalaron una bañera de hidromasaje.

—Ummm. —Comencé a bajar las escaleras y salté los dos


últimos escalones rotos del porche, aterrizando con un
gruñido. El contenido de mi caja se sacudió—. Quiero decir,
tienen una bañera de hidromasaje, está bien, pero
actualmente tiene el fregadero y lo que queda del inodoro.

—No. —Casi escuché su cabeza golpear su escritorio—.


Dime que no está tan mal.

Caminé alrededor de la casa hasta mi auto, mirando el


borde del remolque. Envolvió toda la base de la casa, ni un
panel fuera de lugar.

—Es bastante malo. La casa está cubierta de grafitis, las


ventanas rotas, huele fatal, y... —Casi no le dije,
sonrojándome por mi paranoia—. Lo juro por Dios, Deb, algo
está viviendo debajo del porche. No sé si es un convicto
fugitivo de la institución local o un armadillo mutante del
Área 51 —bromeé a medias—. Sea lo que sea, no volveré
hasta que se haya ido. Son malas noticias para los
propietarios, lo sé. Podrían intentar arreglarlo, pero costaría
más que el valor de un nuevo tráiler. Escucha. —Mi ritmo se
aceleró cuando vi mi coche. Miré por encima del hombro otra
docena de veces—. No pude conseguir tus fotos y no puedo
quedarme. Me reuniré con algunos otros clientes en
aproximadamente una hora. ¿Quieres que llame a la
compañía de energía y les pida que vuelvan a encender la
electricidad?

87
Suspiró.

—No. Hablaré con los Lochland y veré qué quieren hacer


con el lugar. Tal vez todavía tengan seguro.

Me quedé en silencio, esperando a que continuara.

—Está bien, entonces —dijo al fin—. Bueno, te dejaré,


Cass. Gracias de nuevo.

—Sí. Hasta luego. —Cerré mi teléfono y lo arrojé al aire


para atraparlo en mi caja. El impacto del teléfono fue
suficiente para desequilibrar mi caja—. ¡Mierda! —Di una
sacudida y di dos pasos, agarrando la esquina de mi caja en
un intento por atraparla antes de que se derramara. La caja
cayó al suelo con un ruido sordo, cayendo frente a mi coche.

Me quedé allí un momento, clavándome las uñas en las


palmas.

—Maldita sea —siseé.

Fruncí los labios, reprimiendo el impulso de patear la


caja. Con los dientes apretados, respiré lenta y
constantemente y luego lo solté.
Inclinándome, recogí mis pertenencias, sacudiendo cada
artículo mientras lo arrojaba de nuevo a mi caja. Uno de los
elementos era una de mis tarjetas de presentación con una
casa dorada estampada en el fondo de la tarjeta. La sacudí,
pero me detuve antes de tirarla a la caja. Entrecerré los ojos
hacia la tarjeta. No era mi cara impresa en la tarjeta. Era de
Lex. Como no tenía el hábito de llevar sus tarjetas, sabía que
no se había caído de mi caja.

—Eh. —Me equivoqué. Él estaba aquí fuera.

88
Tiré la tarjeta en mi caja. Mientras me despegaba de mis
rodillas, miré hacia la casa. Dejé la puerta principal abierta.
Joder. Esa puerta trasera estaba rota de todos modos. ¿Y qué
pasa si dejo la puerta principal abierta?

Tiré la caja en mi auto y estaba a punto de entrar en mi


auto antes de hacer una pausa. Me podrían culpar y
demandar por el allanamiento de la casa. El pensamiento me
fastidiaría toda la noche.

—Puaj. —Cerré la puerta de mi auto y me dirigí al


porche, sacando la llave de mi bolsillo.

Mis pies eran ligeros y rápidos a medida que daba cada


paso. En la parte superior del porche, miré a la vuelta de la
esquina, a través de la puerta mosquitera hecha jirones. Mi
corazón latió con fuerza mientras me quedaba mirando una
vez más la oscuridad de la casa.

Apreté los dientes, reuniendo el coraje para hacer mi


movimiento. Respiré profundamente y lo retuve. Solo tardaría
un segundo en cerrar la puerta. Para cuando terminara con
este aliento, estaría hecho. El aire se filtró por mi garganta y
salió por mi nariz.
Abrí la puerta mosquitera y entré en el remolque,
agarrando el pomo de la puerta. Agarré el pomo con mi mano
vendada y cerré la puerta de un tirón. Cuando la puerta se
cerró en su lugar, el dolor se extendió a través de mi palma,
corriendo por mis dedos.

—¡Ay! —siseé, soltando la llave. Cayó al suelo con un


repiqueteo. Retrocedí del pomo de la puerta, dejando una
mancha roja. Inspeccioné la tela de color óxido mientras
absorbía la sangre fresca que se derramaba alrededor de mi
herida.

89
Justo cuando me puse el vendaje, un aullido
espeluznante surgió de la casa. La destartalada estructura
tembló a mi alrededor, meciendo el endeble porche debajo de
mí. El suelo se convirtió en un trueno, rugiendo cada vez más
fuerte con cada milisegundo que pasaba.

Me arrojé hacia atrás contra la barandilla cuando otro


grito carnal atravesó la casa. La barandilla cedió bajo mi peso
y caí hacia atrás, tambaleándome al principio, agitando los
brazos, buscando algo a lo que agarrarme.

Un fuerte estruendo resonó en toda la pared, como si un


toro hubiera atacado la puerta a toda velocidad. Cualquier
esperanza de recuperar el equilibrio se disipó mientras
navegaba por el aire. Acepté mi muerte en ese mismo
momento. En el breve segundo que caí desde la parte
superior del porche al suelo, comprendí que iba a morir, ya
sea por un cuello roto o por lo que sea que se esté abriendo
camino desde la casa.

En el tiempo que tardé en parpadear, experimenté miedo,


temí el dolor y lo que vendría después. Y luego tristeza: Alma.
Estaría devastada, pero era fuerte. Por mucho que odiara
admitirlo, me sentí aliviado de que tuviera a David. Y luego
estaba mi emoción final, arrastrándose desde el fondo de mi
mente: aceptación. La muerte vendría por mí tarde o
temprano. Ahora era un momento tan bueno como cualquier
otro.

Me estrellé contra el suelo. Cada gramo de aire salió


corriendo de mis pulmones mientras los puntos rojos y
negros bailaban frente a mis ojos. Pasaron unos buenos diez
segundos antes de que me diera cuenta de que podía respirar
de nuevo. Jadeé, tragando todo el oxígeno que pude. Todavía
no estaba muerta. ¡Todavía estaba vivo!

90
Otro chillido se elevó desde el remolque, haciendo eco en
el paisaje árido. Me di la vuelta y me puse de pie. Mis piernas
se movieron solas de forma independiente, llevándome a toda
velocidad hasta mi coche.

Abrí la puerta del auto y salté adentro. Mis manos


convulsionaron fuera de mi control mientras sacaba mis
llaves. Cuando finalmente pude agarrar la llave del auto, me
tomó varias puñaladas poner la llave en el encendido. Por fin,
alcancé mi objetivo. Giré la llave y mi motor rugió a la vida. El
bueno del viejo Sable.

Salí de la propiedad hacia el camino de tierra lleno de


baches, y las rocas chocaron contra los pozos de mis
neumáticos y el vientre. Nada en el mundo o en mi vida me
obligaría a regresar a esa casa.
3
Bichos RelAmpago

91
—Trece cuarenta y seis. —La mujer en la ventanilla del
drive-thru me sonrió. Parpadeé para salir de mi cansado
aturdimiento.

Después de salir de la propiedad, le mostré a una pareja


que pronto se iba a casar algunas casas en venta. Llevaban
un mes buscando y no esperaba que se instalaran en la casa
esta noche. Después de tres horas de papeleo, finalmente
llegué a casa. Era casi medianoche cuando llegué al servicio
de autoservicio para recoger la comida de Alma: el regalo de
disculpa.

Me froté los ojos y busqué mi billetera. Mi mano cayó en


el bolsillo vacío de la chaqueta. Hice una pausa por un
momento antes de buscar en mi otro bolsillo. Vacío. Me
palmeé a mí mismo, mirando alrededor de mi coche. ¿Dónde
dejé...? Y luego me acordé. Mi estómago cayó unos buenos
dos metros. Suspiré y rodé mi cabeza hacia atrás, golpeando
contra mi reposacabezas. La propiedad de mierda. Una
imagen de mi billetera asentada en la mesa junto a la puerta
estaba fresca en mi mente. Agarré mis llaves para abrir la
caja y dejé mi billetera.

Gruñí. No había manera en el infierno de que volviera a


esa casa del infierno sin el control de animales, o sin un
exorcista.

Miré a la mujer en la ventana.

—Yo, eh, no tengo mi billetera. Tendrás que cancelar mi


pedido.

—Oh, no. Eso es horrible. Lo siento. —El tono alto de su


voz sonó con falta de sinceridad.

Contuve una respuesta sarcástica, recordándome que


solo estaba siendo educada.

92
—Lo siento por eso. —Sacudí la mano mientras pasaba el
auto frente a mí. Tendría que soportar las miradas amargas
que me lanzara Alma. Le prometí comida a mi señora y no
pude entregarla. ¿No era ese el tipo de noche que era?

Salí de mi auto. Incluso en el clima fresco, los


saltamontes y las langostas resonaban por el vecindario
vacío. Las farolas brillaban con vida de insectos. Bostecé,
estirándome contra el coche. Cuando estaba a punto de dar
un paso, noté un punto brillante contra el camino de entrada,
negro a la luz de la luna.

—¿Qué es eso? —Lo froté con mi zapato, untándolo


ligeramente. Me volví y miré a mi coche—. Mejor no sea aceite
—advertí. Este era un camino de entrada nuevo. Me agaché y
miré debajo de mi auto. Crujió y gimió contra el aire fresco de
la noche, pero nada cayó del vientre al cemento. Me levanté,
mirando una vez más el lugar. Tendría que conseguir arena
para gatos para sacar el aceite.
Comencé a caminar hacia la casa. Mis ojos se posaron en
otro lugar de la pasarela.

—¿Qué carajo? —Nunca conduje por la pasarela. Miré


hacia adelante y vi otro lugar a un metro de distancia y otro
frente a la puerta. La luz del porche, plagada de insectos que
chocaban contra la pared, iluminaba los lugares. No eran
negros. Eran casi marrones.

¿Alma llevó a cabo algo? Tal vez fuera David, pero no


pensé que David se rebajaría a estropear nuestro camino de

93
entrada. Me odiaba a mí, no a Alma. Querría dejarle algo
agradable cuando finalmente hubiera descubierto cómo
deshacerse de mi cuerpo.

Metí la llave en el pomo de la puerta y me volví. La perilla


se movió con mi llave, ya desbloqueada. Puse los ojos en
blanco y abrí la puerta de un empujón, entrando en la casa
oscura. Tendríamos que acostumbrarnos a cerrar la puerta
con llave. Cuando los extraños se mudaran a las casas vacías
que nos rodeaban, no podíamos ser tan confiados.

Prendí la luz y me quité los zapatos. Alma debió haberse


ido a la cama. Me quité la chaqueta y la tiré sobre el sofá
mientras caminaba por la sala de estar. Por qué se fue a la
cama estaba más allá de mí. Me envió un mensaje de texto
hace una hora, pidiendo comida. Para ser honesto, me sentí
aliviado. No tendría que admitir que no tenía comida y mirar
sus ojos decepcionados.

Encendí el interruptor de la luz cuando entré a la cocina.


Me dirigí directamente a la nevera, esperando algo bueno. Mis
ojos se posaron en la nota que colgaba de un imán. Agarré la
nota.

Sube las escaleras, monkeybutt. No estoy enojada.


Intelectual.
Sonreí para mí mismo. A pesar de los nombres, esto no
era una amenaza. Era una invitación. Tiré la nota sobre el
mostrador, abandonando mi búsqueda de la cena. Felizmente
descuidaría mi nutrición por la petición de Alma.

Mis pies descalzos rozaron la alfombra mientras subía las


escaleras. Me desabroché el cinturón y lo saqué de las
trabillas. Tintineó cuando lo dejé sobre la barandilla en la
parte superior de las escaleras. Un rayo de luz se retorció

94
desde la parte inferior de la puerta del dormitorio hacia el
pasillo oscuro.

Giré el pomo y asomé la cabeza por la puerta, esperando


ver a Alma vestida con su camisón alegre, o nada en
absoluto. Una tenue luz amarilla de la lámpara de pie calentó
la habitación, creando un ambiente romántico. De fondo,
Frank Ocean tarareaba y explotaba a bajo volumen.

Fruncí el ceño, mis ojos aterrizaron en la cama vacía.

—¿Alma?

Las mantas desordenadas colgaban de la cama, pero


Alma no estaba a la vista. Miré por encima del hombro hacia
el baño, con las luces apagadas y la puerta entreabierta. Mis
ojos se dirigieron a la guardería, lo mismo.

—¿Alma? ¿Dónde estás, nena?

Empujé la puerta para abrirla y entré en la habitación.

—Puerta. —Un susurro ahogado vino de mi derecha.


Sacudí mi cabeza en la dirección del sonido.

—¿Alma? —Caminé hacia el sonido. El ceño fruncido en


mi rostro se profundizó mientras la buscaba—. ¿Dónde
estás?

—Puerta. —Cuando el susurro ahogado sonó de nuevo,


mi pie chapoteó en un charco de líquido tibio, filtrándose a
través de la tela de mi calcetín. Mi primer pensamiento fue
que había pisado pis.

—¿Qué demonios? —Me congelé, mis ojos se posaron en


el charco. Parpadeé una y otra vez, tratando de procesar lo
que estaba viendo. No era pipí lo que había pisado. Levanté el
pie, comprobando la parte inferior como si hubiera pisado

95
chicle. La sustancia carmesí oscura delineó mi huella,
dejando solo tela blanca alrededor de los bordes y el espacio
en mi arco. Mis ojos se lanzaron al charco a mis pies,
camuflado por la sombra oscura proyectada desde la cama, el
charco surgía de debajo de la cama.

Mis ojos se abrieron cuando mi estómago cayó en un


cubo de hielo. Mi respiración se detuvo en mi pecho, y mi
corazón se aceleró, retumbando contra mi caja torácica antes
de que se hundiera en mi vejiga.

—¡Alma! —Mi mandíbula tembló cuando caí de rodillas,


la sangre se filtró en mis vaqueros. No lo dudé. Me arrastré
hasta mi estómago, estirando la cabeza para ver mejor debajo
de la cama.

Alma me devolvió la mirada, su rostro pálido a treinta


centímetros del mío. Sus ojos estaban vidriosos y muy
abiertos, las lágrimas surcaban su rostro. Los músculos se
ondularon alrededor de su mandíbula mientras apretaba los
dientes, la saliva volaba mientras tomaba respiraciones
rápidas. Su cuerpo se estremeció como si tuviera frío. Mis
ojos se posaron en su mano, pintada de rojo por la sangre
mientras la empujaba contra su garganta. Gotas carmesí
rezumaban de su brazo, como baches llenos de agua, como si
algo le hubiera arrancado trozos de carne. Su otro brazo se
movió hacia mí, arrastrándose por la alfombra empapada de
sangre. Agarrado en su mano estaba nuestro revólver Smith
and Wesson.

—¿Qué... —Me quedé allí mirándola, como un ciervo ante


los faros. ¿Qué diablos estaba viendo? Me esforcé por
respirar, mirando a izquierda y derecha, asimilando cada
detalle que tenía ante mí. Mis intestinos se convirtieron en
lava, amenazando con salir por mi trasero. Mi intestino se
apretó y se hundió mientras retenía la bilis.

96
Su mano temblorosa dejó caer el revólver frente a mí. Su
cabeza se sacudió, golpeando contra el marco de la cama.

—Cierra... —La saliva, mezclada con su sangre, goteaba


por su barbilla hasta el suelo mientras hablaba. Se esforzó
por tomar nuevas respiraciones—. ¡La puerta! —Su cuerpo se
sacudió con un violento sollozo.

El tiempo se transformó en una luz estroboscópica, cada


momento quemando una imagen en mi cerebro. Agarré el
arma y me lancé hacia arriba, usando la cama para
estabilizarme. Me giré hacia la puerta, tropezando con mis
pies mientras me apresuré a cerrarla. Agarré el pomo y miré
hacia el pasillo hacia la amenaza que se avecinaba. ¿Qué era?
¿Un intruso? ¿Un violador? ¿Un asesino en serie?

Mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad del


pasillo, un roce de movimiento vino de la guardería. Mis ojos
se abrieron mientras me enfocaba en la puerta. El aire salió
de mi nariz en ráfagas entrecortadas. Mis hombros subieron
y bajaron. Otro movimiento.

De la habitación a oscuras se oyó un gruñido bajo y


gorgoteante. Los finos pelos de la parte posterior de mi cuello
se estiraron hacia arriba mientras las agujas giraban
alrededor de mi recto. Levanté mi revólver, la mano temblaba
mientras lo agarraba.

Desde el dormitorio salió una figura oscura, un hombre


encorvado, mirándome como si estuviera listo para saltar.
Hice una mueca cuando una espesa nube de fétido hedor en
descomposición flotó hacia mí. Las redes de venas inyectadas
en sangre cubrían el blanco de sus ojos mientras me miraba
a través de sus iris negro azabache. Una gruesa capa de
barro y polvo cubría su rostro y cubría su ropa andrajosa. La

97
sangre le pintaba la piel alrededor de la boca y la camisa. La
sangre de Alma. Mostró sus dientes amarillentos, exponiendo
sus caninos alargados, como un vampiro.

—Cassseeeuss Sssteeelll —siseó mi nombre. Pronunció


mal mi nombre como un maestro sustituto que lee mi nombre
en la lista de asistencia—. Te he estado esperando. Espero
que no te moleste. Nos dejamos entrar y comimos un
bocadillo. —Su voz estaba ronca.

Mis ojos se posaron en el mango de uno de nuestros


cuchillos de cocina que sobresalían de su espalda, hundido
profundamente en un lugar que no podía alcanzar por sí
mismo. Lo miré, sin procesar completamente su significado.
Volví a mirar el rostro del hombre.

Agarré la pistola temblorosa con más fuerza.

—¡Alto! ¡Dispararé!

El hombre se estremeció ante mi advertencia, pero se


agachó más, con los ojos muy abiertos y fijos en mí.

—¡Dije alto!

Gruñó, su boca se volvió hacia arriba en una sonrisa


cruel. Mi corazón latía más fuerte y todo sentimiento cesó
debajo de mi cintura. Mis instintos gritaban: ¡Peligro! ¡Peligro!
Gritándome que corra por mi vida. Me castañeteaban los
dientes. Apreté la mandíbula, manteniéndome firme,
tragando un trago involuntario. El hombre se agachó más
abajo, extendiendo sus rígidos y angulosos brazos a los
costados. Sus hombros se tensaron y un chorro de baba
teñida de óxido se deslizó por la comisura de su boca.

¡BANG! Apreté el gatillo.

98
Parpadeé ante el destello brillante que provenía del
revólver, seguido por el penetrante olor a pólvora humeante.
Mi sangre rugió con un zumbido, más allá de mis oídos,
haciendo eco en el hueco de mi cráneo. Resoplé, entrando y
saliendo.

El hombre permaneció ante mí, sin cambios, excepto por


un agujero ennegrecido del tamaño de una moneda en su
mejilla delantera izquierda. La sonrisa del hombre se
profundizó cuando una gota de exudado rojo negruzco se
acumuló. Llevó un dedo cubierto de costra al agujero,
untando la sangre alrededor de la herida.

Gruñó una risa.

—Esos no funcionan. —Escupió sangre en la alfombra


mientras hablaba.

¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡CLIC! ¡CLIC!


¡CLIC! ¡CLIC!

Cinco nuevos agujeros aparecieron en su cabeza, todos


tan ineficaces como el anterior.

Se rio, esta vez más fuerte y más gutural.

Me atraganté con un grito ahogado. Tiré mi arma a un


lado y salté hacia atrás, cerrando la puerta del dormitorio.
Las paredes y las ventanas traqueteaban a mi alrededor.
Apoyé mi peso contra la puerta, agarrando el pomo de la
puerta, no había cerradura. Cuando agarré el pomo, el metal
se deslizó bajo mi mano, la sangre de Alma cubrió mi piel e
impidió mi agarre.

—¡Joder! —Limpié las palmas de mis manos contra mis


vaqueros y empujé más fuerte hacia la puerta. El corte con
costras en mi palma dolía con la presión de mi agarre.
Resoplé, dándole todo lo que tenía. El pomo giró desde el otro

99
lado y la puerta se abrió unos centímetros a pesar de todo mi
peso corporal—. ¡Mierda! —escupí con los dientes apretados.

La mano de la criatura se deslizó por la esquina,


clavándose en el crujiente marco de la puerta mientras
empujaba desde el otro lado. Se me cortó el aliento cuando
me empujé con más fuerza contra la puerta. Los rígidos
músculos de mis piernas gritaron, abultados debajo de mi
piel. Me dolía el corazón porque mis pulmones se morían de
hambre de oxígeno.

La puerta se cerró de golpe una vez más cuando cesó la


lucha desde el otro lado. La puerta chirrió contra mi peso.
Una ráfaga de aire entró en mis pulmones y respiré de nuevo.
Enterré toda la parte inferior de mi cuerpo en el suelo: pies,
dedos de los pies, talones y cualquier otra cosa que estuviera
conectada. Agarré una vez más el mango, preparándome para
el segundo golpe.

Pero no importaba lo que hiciera para prepararme. Nunca


tuve una oportunidad. El monstruo, el vampiro, fuera lo que
fuera, debió de haberle dado un empujón a la puerta. Tan
pronto como golpeó, mi cuerpo voló como una maldita
muñeca de trapo a través de la habitación. La puerta estalló
en pedazos, repiqueteando y sonando por la habitación como
granizo.

Mi cabeza chocó contra la pared, oscureciendo mi visión


con mosquitos negros y rojos. Mi lengua se quedó atrapada
entre mis dientes mientras mi mandíbula se apretaba hacia
abajo, llenando mi boca de sangre. Las lágrimas calientes
empañaron mis ojos. Un dolor agudo subió por mi coxis
cuando golpeé el suelo, provocando que el aire que tenía en
mis pulmones se vaciara. Era un pez fuera del agua,

100
desesperado por respirar.

En cuestión de segundos, una oleada de adrenalina


enmascaró el dolor y el monstruo estaba sobre mí. Me agarró
por el cuello y apretó su mano contra la nuez de Adán,
apretándola con más fuerza mientras me levantaba. Fue
como si me hubieran atravesado la garganta con una pelota
de golf. Arañé la mano del monstruo para liberarme de su
agarre.

Enseñó los dientes una vez más y se abalanzó sobre mí


como si estuviera a punto de arrancarme la garganta. Mis
manos volaron desde mi cuello hasta el suyo, empujando
hacia atrás con todas mis fuerzas. Mis brazos temblaron
contra la restricción. Los dientes del monstruo chasquearon
en el aire, rociándome a mí y a las paredes con saliva. Me
presioné contra la pared, empujando contra su estructura de
hierro.

Poco a poco, mis brazos cedieron y los dientes del


monstruo me ganaron. Como una lucha de brazos a vida o
muerte. El sudor corría por mis sienes. Su sonrisa regresó,
curvándose alrededor de sus ojos inmóviles y sin vida como si
disfrutara verme retorcerme por mi vida. Tenía el poder de
acabar con eso, pero jugaba con su comida como un gato con
un pajarito.

Por el rabillo del ojo, la luz brillaba contra el metal. El


cuchillo que sobresalía de su espalda, encajado justo debajo
de su caja torácica, relucía con su movimiento. Mis brazos
temblaron más fuerte cuando mi enfoque cambió. Centímetro
a centímetro, moví mi mano, compensando con mi otro brazo.
Levanté la rodilla, apoyando el talón contra la pared para
hacer palanca adicional.

El vampiro se inclinó hacia él, usando su cadera para

101
agregar presión a mi rótula, sacándola de su lugar. Los
músculos de mis brazos ardían, hambrientos de oxígeno y
desesperados por alivio. Mi corazón empujaba más fuerte y
más rápido en mi pecho, subiendo por mi garganta. La
sangre pasaba por mis ojos, esparciendo mi visión y
nublando mi mente. En unos segundos, ya no estaría
consciente. Estiré una mano alrededor de la espalda del
vampiro, buscando a tientas el metal.

Demasiado preocupado para preocuparse, el vampiro


creyó que ya había ganado la pelea. Mis uñas rozaron el
mango mientras la estática y un gemido agudo sonó a través
de mis oídos. Mi brazo se debilitó, perdiendo la fuerza para
contener a la bestia. Mis dedos buscaron el borde, cualquier
cosa a la que agarrarme. El vampiro, chasqueando y
gruñendo, avanzó dos centímetros más. Me estremecí cuando
su respiración molestó mi piel, pero la distancia me dio la
oportunidad que necesitaba. Agarré el borde de la hoja y tiré
de ella hacia abajo.

El vampiro gritó y saltó hacia atrás, dándome el momento


que necesitaba para reajustar el cuchillo. Observé el pecho
del hijo de puta y, con el movimiento de mi brazo, clavé el
cuchillo dos centímetros en su corazón con un repugnante
¡WHUMPH!

Me eché hacia atrás y me balanceé una vez más, pero con


más fuerza. Esta vez, toda la hoja se hundió en su pecho,
enviando gotas de sangre rociando y empañando mi cara. Los
ojos del vampiro se abrieron y su agarre se soltó de mi cuello.
Jadeé por aire. La sangre me subió a las extremidades y mi
cerebro se encendió y volvió a la vida. La saliva se atascó en
mi garganta y estallé en una violenta cadena de toses. Ya no
necesitaba sostener al monstruo, mis brazos cayeron flácidos

102
a mi costado, y me estabilicé con ambos pies. Agarré mis
rodillas, jadeando en busca de aire mientras el vampiro caía a
la alfombra y se desangraba. Sus ojos se pusieron vidriosos y
su cuerpo ya no se movía. Media docena de balas no
derribaron al cabrón, pero un cuchillo de cocina en el corazón
hizo el truco.

Usando la parte de atrás de mi brazo, limpié la sangre y


el sudor que goteaba de mi cara. La costra en mi palma se
volvió a abrir, manchando sangre contra todo lo que tocaba.
Mi rodilla palpitaba, mis piernas de goma eran las únicas
cosas que me impedían caer al suelo.

Volví mi mirada hacia la cama.

—Alma. —Mi voz salió en un susurro ronco.

Tropecé, metí la mano debajo de la cama y saqué a Alma


por los brazos. Arrastré su cuerpo frío y flácido hasta el
centro de la habitación y la rodé sobre su espalda, cayendo a
su lado. Su camisón golpeaba contra su piel, lleno de la
sangre que la cubría desde el pecho hasta los dedos de los
pies. Tanta sangre.

—Alma. —Mi voz salió mucho más fuerte. Sacudí sus


hombros, pero ella no respondió. Sus ojos se cerraron como
si se hubiera quedado dormida, pero su piel tenía un tono
gris mortal. Agarré su cabeza entre mis manos, manchando
sus mejillas con mis pulgares ensangrentados—. ¡Alma!

Le aparté los párpados, esperando que me viera la cara y


se despertara, pero se deslizaron de regreso a su lugar. Se
hizo cada vez más difícil respirar cuando un bulto se formó
en el centro de mi pecho, creciendo y ardiendo mientras se
alimentaba de mi respiración. Mi mano voló a su garganta,
flotando al principio sobre la piel destrozada justo por encima

103
de su hombro. Coloqué mis dedos temblorosos en su
garganta, buscando el pulso. Contuve la respiración en
breves ráfagas mientras me movía y esperaba sentir algo,
cualquier cosa.

Se me formaron lágrimas calientes en los ojos y me mordí


la lengua hinchada y sangrante.

—Alma, joder, joder, joder. No. —Colapsé hacia abajo,


agarrando a Alma en mis brazos y apretándola con fuerza
contra mi torso. Mi pecho se hundió, colapsando sobre mi
corazón como un agujero negro. Un sollozo ahogado brotó de
mi pecho, sonando como un lobo atrapado en una trampa.
Agarré los brazos de Alma, forzando mi cabeza contra la de
ella, empujándola, deseando que volviera a mí.

Mi mano se posó en su estómago mientras se hundía


hacia adentro y la piel cedía. Retrocedí ante la textura frágil,
mi cabeza se sacudió para ver en qué había metido la mano.
Acaricié su estómago una vez más con la punta de mi dedo.
Su estómago, que ya no sostenía a nuestro hijo, se había
hundido. Levanté su camisón para revelar que alguien le
había abierto el abdomen, dejando solo un cordón umbilical
delgado y parcial colgando de su herida que goteaba.

El vómito salió de mi boca y nariz sin previo aviso. Me


volví y dejé caer el cuerpo de Alma al suelo mientras tiraba de
mis manos y rodillas. Mi cuerpo sufría espasmos con cada
erupción mientras jadeaba en busca de aire entre jadeos. Por
fin, no había nada de lo que mi cuerpo pudiera deshacerse, y
me desintegraba en el suelo en amargos sollozos y lamentos,
solo capaz de mirar los restos sin vida de Alma.

104
Salí a trompicones de la casa, protegiéndome los ojos del
sol naciente. ¿Habían sido minutos? ¿Horas? ¿Días? Tuve
que salir de la casa. ¿Por qué? No recordaba haber tomado la
decisión consciente de dejar el lado de Alma. Examiné la
sangre que cubría mis manos, ahora seca, con costras,
tirando de mi piel. Mis ojos ardían de llorar y algo más. Tosí,
aspirando una bocanada de químicos y humo. Tropecé hacia
el borde del camino de entrada antes de dar la vuelta para
mirar la casa.

Una columna de humo negro se elevaba desde la ventana


del dormitorio. Tosí de nuevo, pasando de la sombra a la luz
del sol, balanceándome como si en cualquier momento mis
piernas fallaran. Al principio, sentí un hormigueo en la piel,
escociéndome como un alfiler contra el sol, y luego, a mi
alrededor, las cenizas volaron de mi ropa y mi cuerpo. En
cualquier lugar donde hubiera sangre, se encendía y se
convertía en chispas y cenizas, arremolinándose a mi
alrededor y flotando como una nube de insectos relámpago.
4
El Amor de mi Vida

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Conocí a Alma en un mercado de pulgas. No es el lugar
más elegante para que ocurra una historia de amor de
ninguna manera, pero era nuestro lugar. También fue donde
conocí a David y al peor maldito pedazo de mierda llamado
Luis. David era un sueño comparado con Luis. Al menos
David tenía un trabajo y, me atrevo a admitir, un cerebro.
Luis pasaba sus días bebiendo y pidiendo dinero a su familia.

Imagínese encontrarse con hermanos doce y diez años


mayores que su preciada hermanita, que eran muy
protectores. Ahora, imagina que eres el extraño que se
encuentra con ella, derrama su cerveza por su vestido de
tirantes y podría haber dejado escapar accidentalmente una
palabra profana. Si bien no está dirigido a este extraño
seductor, podría haber sido malinterpretado como tal.

Ese tipo en el suelo era yo. La chica con la cerveza en el


vestido era Alma, y el idiota que lanzaba el ponche era Luis.
Así fue como me hizo una cicatriz sobre mi ceja izquierda.

—¡Luis! ¡Déjalo ir! —gritó Alma, empujando a su hermano


de cinco mil kilos. Su cuerpo suave palideció en comparación
con la bestia ensangrentada.
Su hermano ignoró sus súplicas y levantó su puño con
dedos de salchicha, llevándomelo a la cara. Su puño golpeó
contra mi brazo cuando bloqueé su ataque, pero aun así logró
golpear mi sien. Las manchas blancas brillantes devastaron
mi visión, seguidas pronto por los colores rojo y negro. Un
golpe seco resonó en mi cráneo y mis oídos resonaron con un
zumbido monótono y agudo.

Luis me soltó, dejándome caer al pavimento abrasador.


Mi cuerpo se derrumbó bajo mi peso.

106
—¡Vete! —Alma empujó a Luis hacia atrás. Al menos,
creo que eso es lo que pasó. Parpadeé, agarrando mi cabeza
para evitar que girara fuera de mis hombros—. ¡Fuera de
aquí, pendejo!

—Te llamó maldita perra, Alma. No puedes esperar que


no le dé una patada en el trasero —intervino David.

—¡No lo hizo! ¡Vete! Ustedes dos. ¡Váyanse! —Los apartó y


les dio una paliza en la espalda media docena de veces más.
Luis murmuró algo ininteligible antes de escabullirse con su
hermano.

Parpadeé más allá de la cegadora luz del sol cuando Alma


se inclinó sobre mí.

—Ay Dios mío. Lo siento mucho por él. ¿Estás bien?

Me levanté del suelo, la arena se clavó en las palmas de


mis manos.

—Bien. —Mi cabeza dio otra media docena de vueltas


mientras me estabilizaba en mis pies—. Esa no es la primera
vez que me patean el trasero.

—Ugh. —Se llevó la mano a la cabeza y su piel bronceada


emitió un leve rubor—. Él no escuchó el “hijo de...” antes de
que dijeras... bueno, ya sabes. —Negó con la cabeza mientras
metía la mano en su bolso, rebuscando en él—. Aun así, eso
no le da derecho a golpear a un extraño. —Sacó un pequeño
paquete de pañuelos, retiró un pañuelo del paquete y me lo
entregó—. Tienes sangre. —Hizo un gesto hacia mi frente con
una mueca.

—Oh. Gracias. —Apreté el pañuelo contra la herida


abierta, encogiéndome por la picadura—. Siento lo de tu
vestido. Se veía bien antes de tirar una pinta de cerveza por el

107
frente. —Todavía la halagó. Limpié más sangre de mi herida.

Suspiró y miró su vestido de verano, tirando de la tela


empapada lejos de su cuerpo.

—Bueno, no es como si alguien hubiera muerto. Estará


bien después de que lo lave.

—Te ofrecería mi camisa, excepto que este


establecimiento es bastante exigente. Pero... —Fruncí mis
labios, escaneando el mercado de pulgas. Mis ojos se posaron
en una cabina de camisetas—. Aquí. Ven conmigo. —Sacudí
mi cabeza, empujando el fajo de papel en mi bolsillo.

Vaciló, como si se preguntara qué tan sabio sería seguir a


un hombre extraño. Sus ojos vagaron en dirección a sus
hermanos.

—Prometo que nos mantendremos alejados de los aliados


oscuros. Hay un soporte de camisetas por este camino. —
Sonreí y me volví hacia el mercado. Sus sandalias golpearon
el pavimento mientras aceleraba el paso para unirse a mí.

—Soy Alma, por cierto. El grandullón que te derribó es


Luis. El otro tipo que viste era David. Está en la aplicación de
la ley. —Alerta de subtexto: no intentes nada o mis hermanos
te comerán en el desayuno. Lo suficientemente justo.
—Cassius. —Me acerqué y estreché su mano suave y
cálida. Su firme agarre amenazó con paralizar el mío.

Me detuve en el puesto de camisetas. Una mujer estaba


sentada en una mecedora junto a una mesa plegable y una
caja registradora, su puesto estaba obviamente dirigido a los
turistas.

—Bueno, Alma —levanté la barbilla en alto—, para


compensar el error de la cerveza, te presento la oportunidad
única en la vida de una camiseta novedosa gratis. Invito yo.

108
—La comerciante se incorporó en su silla, colocando el recibo
en su regazo.

—Oh, cielos —dijo Alma con voz seca. Su rostro decayó


mientras miraba la selección de camisetas—. Hay tantas para
elegir. —Se acercó a una mesa que sostenía algunas docenas
de camisetas impresas. Me moví hacia el estante con camisas
hawaianas—. No sé si debería elegir las Berries son mi
camiseta Jam o la que dice A Real Man Brings Me Flour...

—¿No eres fanática de la repostería?

—No. No soy fanática de las camisetas de mal gusto


pintadas con horribles juegos de palabras. —Sus ojos se
posaron en la comerciante y rápidamente agregó—: Sin
ofender. —Una falsa sonrisa cubrió el rostro de la
comerciante.

Sonreí cuando mis ojos se posaron en un estampado


hawaiano rojo y verde brillante con cabezas de Papá Noel
estampadas en el medio de cada flor. La saqué del estante y
se la acerqué a Alma.

—¿Qué crees?
—Vaya. —Se llevó las manos a la boca, tapando una
sonrisa—. Esa es. —Alma dejó caer las manos y se acercó a
mí—. La necesito. Cómprala ya.

Sonreí, mirando la etiqueta del precio.

—Cuarenta dólares. Sí. —Saqué mi billetera—. ¿Aceptas


crédito aquí?

—Solamente efectivo. —Señaló el letrero.

—Bueno, ahí va la mesa auxiliar que quería. —Le di dos

109
billetes de veinte a la mujer y la camisa a Alma. Alma la sacó
de la percha y me entregó su bolso mientras abrochaba la
espantosa camisa sobre su vestido.

Ese fue el momento en que me enamoré de ella. Qué


momento tan ridículo y maravilloso. Se quemó en mis
recuerdos. Fue el momento decisivo de quién era ella: su
decisión de envolverse en una impresión absurda, demasiado
cara y de gran tamaño por el bien de pasar un buen rato.

Alisó la camisa poco favorecedora y extendió la mano


para tomar el bolso.

—¿Qué? —Miró de mí a su nuevo atuendo—. ¿Me hace


ver gorda?

Me llevé el puño a la boca, reprimiendo mi sonrisa.

—Te ves increíble. Esto podría ponerse de moda.

—Creo que tienes razón. —Sostuvo los lados de su


camisa como si fuera un vestido, y luego los soltó—. Está
bien —me tomó de la mano—, ahora es mi turno. —No me
resistí cuando me sacó de la tienda.

—¿Tu turno para qué? No arruinaste mi vestido.


—No, pero arruiné una cerveza perfectamente buena.

—Entonces, ¿por qué no te defendiste? —Nos sentamos


en una mesa de picnic, bebiendo cervezas y masticando tater
tots cargados con queso rallado, cebolla verde, ajo asado y
bañados en una salsa secreta. Si tuviera que adivinar, el

110
secreto era la crema agria y la salsa picante.

—¿Qué quieres decir? —Apuñalé una, haciendo girar un


largo hilo de queso alrededor de mi tenedor.

—Cuando mi hermano te atacó, te quedaste ahí. Ni


siquiera te defendiste. No es que te falte el departamento de
músculos. —Sus ojos vagaron por mis hombros.

Sonreí y aparté la mirada.

—Tu hermano podría haberme dejado sin aliento solo con


su respiración. ¿Alguna vez se cepilla los dientes? —Mis
músculos se tensaron. ¿Acabo de meterme el pie en la boca?
Insultar a la familia no era la forma recomendada de
conquistar a una dama.

Se echó a reír.

—A Luis nunca le ha gustado la higiene. Mantiene una


dieta constante de cerveza y hamburguesas.

Me relajé, negando con la cabeza.

—La lucha es para los hombres de las cavernas. Hombres


de las cavernas primitivos, peludos y sudorosos. Y animales.
No soy un animal ni un hombre de las cavernas. —Me metí
un tater tot en la boca. La salsa me golpeó, fría al principio,
calentándose a una quemadura leve mientras el ajo y la
cebolla avivaban el fuego. Apagué la quemadura con un trago
de cerveza fría.

Alma se llevó el tenedor vacío a los labios y apretó como


si estuviera reflexionando sobre mi respuesta.

—Entonces, ¿tu novia está bien cuando no defiendes su


honor?

111
Sonreí, captando la deriva de su comentario.

—No tengo novia. —Le guiñé un ojo—. Para ser honesto,


las palabras pueden hacer el trabajo tan bien como un puño.
Espero poder encontrar a una chica que no tenga miedo de
darle una idea a un idiota, o al menos rociar pimienta a la
madre...

Alma levantó la mano.

—Lo tengo. Realmente solo quería saber si estabas


saliendo con alguien.

Reprimí una sonrisa.

—Bueno, entonces supongo que es justo que te pregunte


si tú misma estás saliendo con alguien. —Levanté una ceja.

—No últimamente. —Se inclinó hacia adelante, sus


grandes ojos marrones brillando en mi dirección—. ¿Entonces
no estaría fuera de lugar para invitarte a una cita?

—¿Qué tan mal me patearían tus hermanos el trasero si


dijera que sí?

—No son tan malos. Son simplemente protectores. —


Ladeó la cabeza—. Es posible que recibas un par de
amenazas de muerte y una verificación de antecedentes, pero
no creo que te... lastimarían... —Su voz vaciló, rompiendo su
confianza.

—Me sentiría honrado de recibir otros cien golpes si eso


significara otro día contigo.

112
Me quedé allí en trance, viendo cómo mi casa se
quemaba y se derrumbaba. No pasó mucho tiempo antes de
que sonaran las sirenas. O tal vez lo fue. Había perdido toda
comprensión del tiempo. Parecía que los minutos eran horas
y las horas segundos. Ya nada tenía sentido. Alma estaba
muerta. El amor de mi vida se había ido y no podía traerla de
vuelta. Mi vida, una vez llena de amor y risas, ahora era un
infierno vacío.

Un coche patrulla se detuvo con un chirrido a seis metros


de distancia y estuvo a punto de saltar de la acera. Un oficial
saltó.

—¡Alma! —gritó David en mi dirección—. ¿Dónde está


Alma?

Lo escuché. Sabía que estaba allí. Mi cerebro hizo todo


menos responder a su presencia mientras el humo salía del
techo de la casa. Las llamas lamieron la ventana de nuestro
dormitorio.

David me agarró por el cuello de mi camisa,


sacudiéndome. Mi cabeza se empujó contra su agarre.

—¿Donde esta ella? —gritó.


Me quedé boquiabierto. Aparté mis ojos de la casa,
obligándolos a mirar a David. Mi labio inferior tembló.

—Ella... —Las palabras se negaron a salir de mi boca. Si


las dijera, serían ciertas—. Ella está...

—¿Ella está qué? —David me sacudió, pero ya lo sabía.


Sostuvo la camisa ensangrentada. Vio mis ojos muertos, mis
manos sucias. No hacía falta ser un genio para descubrirlo.
Levanté la mano, señalando la casa mientras el techo se
movía y se derrumbaba. El calor irradió hacia afuera en una

113
ola.

Negué con la cabeza.

—Ella está muerta. Fue... —Mi lengua buscó a tientas


para encadenar cada sílaba. David me miró con ojos muy
abiertos y vidriosos—. Era… un... monstruo. Un vampiro...

—No, ella no lo está. —David me empujó, retrocediendo.


Sus ojos me escudriñaron de pies a cabeza—, No. No. No. —
Se pasó las manos por el cabello, paseando y luego
deteniéndose para mirar la casa. Sus hombros cayeron
mientras sus manos caían a sus costados.

—Un vampiro —susurré—. Un vampiro. —Levanté las


manos frente a mí. La sangre seca de Alma formaba una
costra y me cubría las manos, tirando de los finos pelos de
mis nudillos—. Él irrumpió. Ella estaba escondida debajo de
la cama cuando llegué a casa. Ella se estaba muriendo y yo
no podía... —Mi voz se atascó en mi garganta.

David se volvió hacia mí. La rabia llenó sus ojos mientras


me miraba.
—¡Cállate! —David sacó su arma y me apuntó—. ¡Cállate,
maldito pedazo de mierda! —Me agarró por la camisa una vez
más, presionando el cañón de la pistola contra mi frente.

Mi cuerpo se hundió. No me quedaba pelea. La muerte


sería una misericordia.

—Hazlo —susurré—. Hazlo.

David apretó los labios, su rostro se puso morado cuando


una vena gruesa apareció en su sien. Sus ojos se clavaron en

114
los míos. Las lágrimas brotaron de los bordes de sus
párpados. Su arma tintineó en sus manos temblorosas, con
su dedo flotando sobre el gatillo.

—¡NO! —David levantó su arma, golpeando la culata


contra mi frente. Tropecé hacia atrás, mi visión explotó con
fuegos artificiales negros y rojos—. ¿Qué diablos hiciste?

David me tiró al suelo, con sus doscientas libras cayendo


encima de mí. El aire salió de mis pulmones cuando golpeé el
cemento. Jadeé, incapaz de recuperar el aliento. Los codos de
David se clavaron en mi pecho mientras se impulsaba hacia
arriba, exprimiendo el oxígeno restante.

David se sentó a horcajadas sobre mí, con una ira


primitiva llenando sus ojos. Levantó un puño cerrado por
encima de su cabeza y lo balanceó hacia abajo,
encontrándose con el costado de mi cabeza. Todo se volvió
negro.
5
Ficha Policial

115
—¿Y a qué hora dice que fue a recoger la comida? —
preguntó por quinta vez la detective Cambria Salzedo.

Después de que los paramédicos me revisaran y dieran el


visto bueno, la policía me acompañó a la comisaría local
“para hacerme algunas preguntas”. Llevaba catorce horas
seguidas sentado en esta sala de interrogatorios. Las
preguntas que me hacían ahora no eran más que una excusa
para retenerme hasta que pudieran aclarar lo sucedido. Los
especialistas reunieron las pruebas que necesitaban de mí.
No faltaba mucho para que tuvieran lo que necesitaban para
arrestarme. No había forma de que se tragaran mi historia de
que un vampiro había asesinado a mi esposa.

—Alrededor de la medianoche. —Me froté los ojos secos y


ardientes, estremeciéndome al rozar mis pómulos hinchados.
David me dio una paliza mucho después de que me
desmayara. Dudo que lo suspendan, probablemente le den
una licencia por duelo. No puedo decir que lo culpe por
haberme golpeado. Dejé morir a su hermana.

Mis hombros se hundieron mientras recorría la venda


que envolvía mi mano, cubriendo el corte en la palma. Parecía
que hacía años que estaba sentado en la cocina con Alma,
discutiendo sobre quién tenía que cuidar de mi herida y
quién tenía el botiquín. Daría cada centavo que tuviera por
revivir ese momento.

—Y el hombre que tomó su pedido, ¿cómo se llamaba?

Levanté mis ojos, rebosantes de humedad, para


encontrarme con los de la detective.

—Era una mujer. —Me aclaré la garganta y me moví en la


silla—. No me dijo su nombre.

—Cierto. Lo siento. —Fingió garabatear algo en sus

116
notas, como si se corrigiera a sí misma. Sabía que era una
mujer. Intentó atraparme con la guardia baja para que me
derrumbara, pero los métodos de la decidida detective no se
alejaban mucho de todos los interrogatorios de la televisión.
Tal vez hubiera funcionado si yo estuviera mintiendo—. Y
luego dijo que no podía comprar comida porque dejó la
cartera en una propiedad en la que trabaja, así que se fue a
casa. ¿Es eso correcto?

Inhalé una profunda bocanada de aire y la solté,


inclinándome hacia delante en mi fría y rígida silla. Me froté
las manos por el cabello, golpeando otro moretón dejado por
David.

—Sí. Fui a casa. La puerta estaba abierta. Estaba a


punto de... —Un golpe en la puerta me interrumpió.

Los ojos de la detective Salzedo se detuvieron en sus


notas durante unos segundos más mientras se ponía en pie.

—Lo siento, señor Steel. Deme un segundo. —La


detective saludó a un hombre en la puerta mientras le
entregaba un expediente. Sus ojos me miraron mientras
susurraba.
Dejé caer la cabeza entre las manos, cerrando los ojos.
Me dolía el cuerpo mientras mi cerebro se aferraba a la
realidad para vivir. Fue un milagro que mis ojos
permanecieran abiertos tanto tiempo como lo hicieron.

La puerta se cerró con un golpe. Mis ojos se abrieron de


golpe y me eché hacia atrás en la silla.

—Señor Steel —murmuró la detective mientras hojeaba el


expediente—, gracias por su cooperación. Puede irse. —
Levantó la vista del expediente y me dedicó una breve

117
sonrisa.

¿Libre? ¿Después de horas de interrogatorio y trucos


mentales no tan sutiles? ¿Qué información exonerante le dio
ese hombre?

—¿Por qué? —Fruncí el ceño—. ¿Identificó al tipo que


mató a Alma?

Apretó los labios y desvió la mirada.

—Me temo que no puedo revelar esa información. —La


detective inclinó la cabeza y me indicó la puerta—. Alguien de
la entrada puede ayudarle a recoger sus pertenencias. Le
aconsejo que se quede en la ciudad y responda al teléfono
cuando le llamemos. Puede que tengamos más preguntas.

No. Eso no era suficiente. Mis puños apretados cayeron


sobre la fría mesa de metal mientras buscaba su rostro
estoico.

—¿Qué pasa con...?— Me tembló el labio inferior. Mordí e


inhalé hasta que no pude aspirar más aire. Me aclaré la
garganta antes de continuar—. ¿Qué pasa con el bebé?
¿Dónde está? ¿Dónde está su cuerpo?
La detective parpadeó y, por fin, una pizca de emoción
cruzó sus ojos antes de parpadear, alejándose de los míos.

—Lo siento. No puedo revelar...

—¿Entonces qué puedes revelar? —Golpeé la mano


contra la mesa. La punzada se extendió a mis nudillos y vibró
por mi muñeca—. Mi mujer está muerta y quiero saber por
qué. ¿Qué era esa cosa en mi casa? ¿Por qué arrancaron al
bebé?

118
La detective Salzedo frunció los labios y respiró
tranquilamente antes de acercarse a mí. Sacó su silla y se
sentó, inclinándose.

—Señor Steel, no puedo empezar a entender por lo que


está pasando o lo que vio cuando volvió a casa anoche. —La
detective bajó la voz—. Lo que puedo decirle es que hace
media hora, el cuerpo de su esposa desapareció. El ayudante
del forense está muerto, su cuerpo está gravemente mutilado.
Sospechamos que tiene algo que ver con el allanamiento de
su casa anoche. Sabemos que no fue usted. Mientras
hablamos, hay detectives revisando las imágenes de las
cámaras de seguridad, tomando huellas y haciendo todo lo
posible para encontrar su cuerpo. Tengo que preguntar:
¿sabe por qué alguien querría entrar en su casa y matar a
Alma?

¿Qué estaba diciendo? ¿Alguien tomó el cuerpo de Alma?


¿Quién? ¿Por qué?

—Creemos que más de una persona estuvo involucrada


en el asesinato de su esposa. ¿Sabe quién querría a su
esposa muerta?
Miré fijamente los ojos avellana de la detective. La idea de
que alguien conocido quisiera hacer daño a Alma me dolía.
Sacudí la cabeza.

—No. Alma es... era... —me corregí, el calor volvía a mis


ojos—, Alma era la persona más amable que cualquiera
podría conocer: gentil y dulce. Muy enérgica, pero todo el
mundo la quería. Al tipo que la atacó no lo vi en mi vida. —
Me mordí el labio inferior y las comisuras de la boca se me
hundieron. ¿Cuántas balas se necesitaron para acabar con

119
ese cabrón? Y aun así, no moriría hasta que le clavara un
cuchillo en el maldito corazón—. Está muerto, ¿verdad? Su
cuerpo, ¿dónde está?

—Su cuerpo aún está en la morgue, lo que queda de él. A


diferencia de su esposa, su cuerpo era en su mayoría carbón
y cenizas. —Buscó en el bolsillo de su abrigo y sacó una
pequeña tarjeta blanca. Se acercó y puso una mano sobre la
mía mientras con la otra colocaba la tarjeta frente a mí. Sus
ojos se convirtieron en grandes bolas marrones de compasión
y sus labios se hundieron—. Siento mucho su pérdida, señor
Steel. Haremos todo lo posible para averiguar lo que ha
pasado. Mientras tanto, por favor llámeme si piensa en algo
más.

Me quedé en la acera de la comisaría, mirando el aviso de


batería baja de mi móvil. Las farolas que había sobre mí
zumbaban en el vacío de la noche. La humedad sofocaba el
aire mientras gruesas nubes ocultaban las estrellas,
amenazando con desatar una tormenta.
¿Y ahora qué? No me quedaba nada. Mi casa estaba
hecha cenizas, no tenía dinero y la única persona que conocía
y amaba estaba muerta. Recorrí mi lista de contactos en tres
clics.

Crecer en el sistema de acogida significó que nunca


aprendí a echar raíces. Los amigos, si es que alguna vez hice
alguno, eran escasos, y una vez que conocí a Alma, no
necesité a nadie más.

Una barra amarilla descansaba sobre el nombre de Deb.

120
¿Era patético que la única persona a la que podía llamar
fuera mi jefa? Cerré el teléfono y me froté los ojos con la
mano libre. Me metí el teléfono en el bolsillo y respiré hondo
mientras me paseaba por el borde de la acera. Mis nervios
gritaban después de un día y medio sin dormir ni alimentarse
adecuadamente. Mis miembros temblaban de pena y hambre,
y no sabía qué hacer a continuación. ¿A dónde iría?

Me detuve, buscando las señales de la calle. Estaba cerca


de la esquina de Caballero y Grand. Me giré y busqué en el
estacionamiento edificios y puntos de referencia conocidos.
Nada me resultaba familiar. Miré a la izquierda y a la derecha
antes de elegir ir hacia el oeste por la acera. Mi elección no
tenía sentido. No importaba la dirección que tomara mientras
me moviera.

No llegué muy lejos antes de que un brillante Camaro


granate se detuviera junto a mí, con los frenos chirriando
mientras se arrastraba hasta detenerse. La ventanilla del
pasajero estaba bajada, pero el asiento estaba vacío. Me
detuve y me agaché, encontrando la mirada de David.

—Eh, Cash, trae tu trasero aquí.


Apreté los dientes y me metí las manos en los bolsillos,
avanzando por la acera. El auto se arrastró, siguiendo mi
ritmo.

—¡Maldita sea! ¿Podrías subir?

—¿Por qué? ¿Para que puedas volver a darme una paliza?

—Creo lo que dijiste que le pasó a Alma.

Me detuve, volviéndome hacia él. Su auto se detuvo


bruscamente.

121
—¿Por qué?

Me tendió una pila de papeles.

—Sube y te lo enseñaré.

Miré hacia arriba y hacia abajo en la acera vacía. No


había ni un alma a la vista. Nadie que atestiguara dónde fue
visto Cassius Steel por última vez antes de que su cuerpo
fuera encontrado en una zanja. No es que a nadie le importe.
Diablos, ni siquiera creía que me importara a mí. A la mierda.

Abrí la puerta de un tirón y me subí al asiento del


copiloto. Los asientos de cuero gimieron cuando me pasé el
cinturón de seguridad por el torso y encajé la hebilla en su
sitio. Me aclaré la garganta.

—Si vas a matarme, hazme un favor y hazlo rápido.

—Jódete. No estoy aquí para matarte, idiota. —David


puso el auto en park y relajó el pie del freno. Las palabras de
David eran fuertes, pero sus ojos y su tono se arrastraban,
quitando su intención de patear.

Suspiré y un aroma enfermizo y dulce me picó la nariz.


Fruncí el ceño y olfateé. Toda la cabina apestaba a whisky.
—Has estado bebiendo.

—Lo dices como si hubiera terminado. —Dio un golpecito


a una taza que tenía en el portavasos.

Puse los ojos en blanco. No valía la pena criticarlo.

—¿Qué quieres? ¿Dijiste que me creías?

—Puedes apostar tu trasero a que te creo. Mira lo que


encontraron. —Me metió un montón de papeles en el pecho.
Los agarré y los aparté de mi cuerpo con el ceño fruncido.

122
—Hazme un favor y resúmelo.

David se quedó mirando al frente, agarrando el volante.


Su labio se curvó hacia arriba.

—El cuerpo de Alma estaba destrozado. Tenía marcas de


mordiscos en el cuerpo. El segundo cadáver tenía prótesis
dentales que coincidían con los mordiscos de Alma. El
informe del jefe de bomberos dice que el segundo cuerpo fue
el origen del fuego, pero no contenía rastros de acelerante. Si
era un vampiro, tal vez las historias sean ciertas. La luz del
sol es suficiente para convertirlos en una antorcha. —
Mientras David hablaba, yo hojeaba las páginas—. Y luego
está el informe del forense: los restos del intruso presentaban
heridas consistentes en varios disparos, incluido uno en la
cabeza, y un cuchillo en el corazón. Dime, Cash, ¿por qué
necesitabas acuchillarlo en el corazón y meterle una bala en
la cabeza?

Mis ojos hojearon el informe del jefe de bomberos.

—Le disparé en la cabeza —murmuré—. No murió. —Mis


ojos se congelaron sobre un párrafo del informe. Leí y releí la
frase una docena de veces.
Pegado a los restos masculinos había un rectángulo de
plástico de cinco por cinco centímetros que parecía ser de piel
sintética y una tarjeta de crédito/débito con los caracteres
Cas… No había más letras ni números legibles en la tarjeta. La
tarjeta de crédito/débito estaba fusionada con lo que parecían
ser otras tarjetas, incluida una tarjeta sanitaria/de
medicamentos perteneciente a Cassius Jameson Steel.

—Así es como nos encontró. —Mi respiración cesó. Mi


estómago se hundió. Las náuseas me llenaron hasta el borde

123
cuando la información me golpeó como un puñetazo en las
tripas—. Mi cartera. —Cerré la carpeta de golpe y la arrojé al
salpicadero—. Tenía mi cartera.

—¿De qué estás hablando?

—Tenía mi maldita cartera. —Me pasé la mano por el


cabello mientras apretaba los dientes—. Era de la casa que
inspeccioné hoy temprano...—Sacudí la cabeza, apretando las
sienes—. Ayer. La casa que inspeccioné ayer. Maldita sea.
Debería haber sabido que no era un animal lo que había ahí
fuera. Fue ese puto monstruo que nos atacó. Encontró mi
cartera y fue a mi casa. La mató por mi culpa.

El agarre de David se apretó alrededor del volante.

Mis ojos se movieron de un lado a otro.

—Yo estaba allí. En la casa. Si hubiera recordado mi


cartera, Alma aún estaría viva. —Me hundí en el asiento. Las
lágrimas calientes se acumularon en el borde de mis ojos
ardientes mientras me preparaba para el doloroso vacío que
amenazaba con abrirme un agujero en el pecho. Si hubiera
recordado mi cartera, Alma seguiría viva. Si hubiera vuelto
por ella. Si me hubiera quedado en la casa un poco más...
—Tenemos que ir tras ellos, entonces. —David rompió el
silencio, hablando en voz baja entre dientes apretados. Sus
cejas se curvaron hacia abajo, oscureciendo su expresión—.
Mataremos a lo que salga de esa casa.

—¿Qué? —Las palabras de David me sacaron de mi


pena—. No. No has visto cómo era. Era un monstruo. Tuve
suerte de escapar con mi...

David giró su brazo hacia mí, lo estampó contra mi pecho


y me tiró de la camisa. Mi cinturón de seguridad se tensó

124
sobre mis hombros cuando me acercó a menos de cinco
centímetros de su cara.

—Escúchame, triste cobarde de mierda. Estos cabrones


han matado a tu mujer, mi hermana, por tu culpa. —Apreté
los labios mientras el aliento caliente de David, teñido de
alcohol, golpeaba mi cara—. Se lo debes a ella, y se lo debes a
cualquiera que la haya amado. ¿Entiendes?

Me agarré a las manos de David y le empujé, pero tiró


con más fuerza. El cinturón de seguridad se clavó más en mi
clavícula, quemando mientras se arrastraba hacia mi
garganta.

—Quita tus putas manos de encima.

—¿O qué? ¿Me vas a pegar?

Lo fulminé con la mirada. Un montón de saliva se


acumuló en el fondo de mi garganta, listo para lanzarse. El
agarre de David se tensó como si me desafiara a tomar
represalias.

Mirando hacia otro lado, tragué saliva.

—No lo creo. No eres un luchador. Nunca lo has sido. —


Me miró con los ojos entrecerrados—. ¿No estás cansado de
eso? ¿No prefieres salir a luchar? ¿O eres el mismo cobarde
de siempre? —Los músculos de mi mandíbula se tensaron
mientras ahogaba una bilis ardiente—. ¿Has llorado siquiera
desde que murió Alma? ¿Significaba ella algo para ti?

Clavando mis dedos en sus mangas de franela, me incliné


hacia él.

—No sabes una mierda de mí —gruñí—. Y no sabes una


mierda de Alma. Mataré a cada uno de esos hijos de puta si
es necesario.

125
Aflojó su agarre y me empujó hacia mi asiento. Me froté
el hombro, alisando la hendidura de color rojo remolacha que
el cinturón había dejado en mi carne.

—Que te jodan. —Me alisé la camisa y me ajusté el


cinturón de seguridad—. Espero que te arranquen la
garganta.

David recogió su taza y la levantó hacia mí.

—Lo mismo digo, amigo.


6
Pocilga Toma Dos

126
Cuatro de nosotros estábamos de pie fuera de la casa
móvil en ruinas, entrecerrando los ojos contra el sol que se
arrastraba por el cielo. Cuatro de nosotros íbamos a morir
hoy. La sensación se cernía sobre mí como mi propia nube de
fatalidad: fría, oscura e inevitable. No sabía si era la falta de
sueño, la pena o cada músculo magullado y maltrecho, pero
algo me decía que no íbamos a dejar esta propiedad.

Me volví hacia el maletero del auto de David mientras él


me empujaba un hacha desgastada en las manos. El pesado
metal se inclinó hacia delante, torciendo mi muñeca mientras
intentaba agarrar y equilibrar la herramienta. David le
entregó a su hermano Luis, que no estaba muy sobrio, un
machete de supervivencia. Luis sacó la hoja negra de la funda
de lona, revelando el lomo de sierra del cuchillo mientras se
extendía hacia la abrupta y peligrosa punta. Atravesaría una
caja torácica como el sueño húmedo de un carnicero. Hice
girar el hacha oxidada en mi mano, poniendo los ojos en
blanco ante el descarado favoritismo entre los hermanos.

Por último, pero no por ello menos importante, estaba el


hippie Max. No, “hippie” no era un apodo; lo puse porque
ninguna otra palabra podía encapsular completamente el
estado de Max. Después de un viaje de treinta minutos en
auto juntos, conocía al hombre hasta el color de sus mocos.
Si me pusieran en una rueda de reconocimiento, podría
identificar a Max sólo por su moco. Unas semanas sin
ducharse y toda una vida sin cepillo de dientes: no hay nada
parecido.

Max era amigo de Luis. O Max le debía un favor a Luis.


No pude entender su trato. David le entregó a Max un
martillo y un cincel, mientras se metía su propia pistola de
mano en la parte trasera del pantalón. David deslizó un

127
cuchillo de caza con mango de madera en la funda que
llevaba en el cinturón y agarró un trozo de barra de refuerzo
de un metro de largo antes de cerrar el maletero.

—¿Por qué no tenemos armas? —Luis movió la cabeza,


señalando detrás de David.

Puse los ojos en blanco.

—Las armas no van a matar a los vam…

—Los imbéciles que mataron a Alma no se merecen una


muerte rápida. Tienen que verlo venir. Apuñálalos en el
corazón. Quiero que sepan que están muriendo.

—Joder, sí —estuvo de acuerdo Luis.

Max se giró y envió un fajo de escupitajos por el aire. El


trozo de blanco aterrizó con una grotesca salpicadura, una
bocanada de polvo seco revoloteando a su alrededor. Max
debía de estar satisfecho consigo mismo porque se volvió
hacia el grupo con una sonrisa benigna, una sonrisa que yo
le quitaría de la cara con mucho gusto. Agarré el áspero y
astillado mango de mi hacha, golpeando el extremo romo
contra mi pierna.
Volví a mirar a David. No les había contado a Luis ni a
Max la situación real. No podía culparlo. ¿Quién iba a creer
en los vampiros? Pero si este grupo de idiotas no apuñalaba a
esos cabrones en el corazón, íbamos a tener un enorme
problema.

—Max y Cash. —David señaló la casa.

Vete a la mierda, inserté.

—Ustedes toman la sala y el dormitorio delantero. Luis y

128
yo tomaremos la cocina y el dormitorio de atrás. No sabemos
cuántos de estos locos viven aquí. Uno seguro. No pararemos
hasta encontrarlo.—Se limpió la boca con el dorso del brazo—
. Sea lo que sea que vean ahí, concéntrense en el objetivo.
Apuñálenlos en el corazón. Estos tipos están metidos en Dios
sabe qué y seguirán yendo por ti hasta que sus corazones
dejen de latir. ¿Entendido?

—Sí, hombre. —Luis se acercó y le dio una palmadita en


el hombro a David. Max asintió y yo me mordí la lengua.

—Max y Cassius, tomen la puerta principal. Nosotros


iremos por la parte de atrás.

David me miró fijamente. El estómago se me atascó en


los intestinos y en la garganta. La misma sensación de
pinchazo que sentí la primera vez que llegué a esta pocilga
volvió con toda su fuerza, devorándome como las termitas a
la madera podrida.

Le di a David una fuerte inclinación de cabeza.

—Hagamos esto.

Luis y David se alejaron de nosotros mientras subíamos


al porche. A cada paso, me deslizaba más y más hacia la
indiferencia. ¿Qué importaba realmente mi vida? Mis
hombros se relajaron y el agarre de mi hacha se aflojó. El
porche se asentó cuando cuadré mi cuerpo hacia la puerta
principal. Mi mano se apoyó en el pomo de la puerta, arenoso
y con la pintura desconchada. El metal presionaba la gruesa
costra que recorría mi palma.

Hace dos días, esta casa podría haberme matado, pero en


su lugar mató al amor de mi vida. Mató mi alma. Cada razón
que tenía para existir se disipó, dejándome sin nada. Ya maté
a uno de los vampiros que mataron a Alma. El recuerdo de

129
sus fríos y voraces ojos clavados en mí, su rostro cubierto de
la sangre de Alma, su aliento rancio y agrio, como el de un
animal muerto en la carretera en pleno verano. Su muerte
sació mi sed de venganza.

Entonces, ¿por qué estaba yo aquí? ¿Un deseo de


muerte?

Me puse la mano sobre el pecho. Latidos constantes. Una


respiración uniforme. Ni siquiera mis entrañas se
preocupaban de que pronto serían mis entrañas, esparcidas
por el suelo y la pared.

Max se aclaró la garganta, jugueteando detrás de mí en el


porche quejumbroso. Probablemente hacía tiempo que el
porche no soportaba tanto peso.

Miré a Max con el rabillo del ojo antes de fijarme en el


pomo oxidado de la puerta.

—Deberías saber que David no fue del todo sincero sobre


lo que hay en esta casa.

—Hombre, no me importa si es Dora o los Teletubbies.


¿Podemos acabar con esta mierda de una vez?

Fruncí el ceño. ¿Cómo es que le parecía bien esto?


—¿Qué obtienes de esto?

—Que me paguen. Ahora mueve el culo, cobarde... —


Cuando Max tomó un paso hacia mí, el porche cedió con un
chirrido y un crujido. Los ojos de Max se abrieron mientras
caía. Su cincel salió volando, golpeando contra el maltrecho
revestimiento de la casa y rebotando en el suelo con un suave
golpe.

—¡Mierda! —Me abracé a la puerta, agarrando el marco.


Apoyé el mango del hacha en la puerta mientras el corazón

130
me retumbaba en el hueco de la garganta. Me dolía la palma
de la mano cuando el mango del hacha me presionaba.

—Maldita sea. —Max estaba metido hasta la cintura en el


oscuro agujero, con los brazos levantados por encima de la
cabeza mientras apretaba el martillo—. Maldita perra. Ahhh.
—Max se llevó la mano al costado. Una tabla hendida y
afilada sobresalía de su camisa amarillenta, rodeada de un
creciente contorno rojo oscuro—. Ow. Ah, mierda. —Sus
dedos trazaron los bordes de la herida.

Miraba su costado empalado con los ojos muy abiertos y


la boca abierta.

—Ah. —Jadeó Max mientras envolvía la madera con sus


dedos. Los músculos de sus antebrazos se tensaron. Mi
cerebro se puso en marcha mientras mis sirenas mentales
cobraban vida.

—¡No, no saques eso! —Pero era demasiado tarde. Max


tiró la tabla a un lado, y la mancha roja oscura se extendió
más rápido. Max cerró el puño ensangrentado, apoyándolo en
la herida que se filtraba.

Desde el lado opuesto del remolque se elevó un grito


desgarrador. Se me heló la sangre en las venas. Cualquier
indiferencia se desvaneció y fue sustituida por una
abrumadora necesidad de vivir. Max y yo nos quedamos
inmóviles, sin atrevernos a respirar. Otro grito, más profundo
y mucho más fuerte, surgió de nuestra izquierda.

—Mierda. —La palabra se me escapó en un ronco


susurro. Mi mirada se dirigió a la de Max, cuyo blanco
dominaba ahora la mayor parte de sus ojos, que sobresalían
de su órbita. Su rostro palideció hasta convertirse en un gris
mortecino.

131
—¡Sácame de aquí! —Empujó la madera podrida,
intentando salir del agujero. La madera se rompió y cedió
bajo sus manos. El martillo de Max cayó al suelo,
perdiéndose en la oscuridad. Max retrocedió, buscando su
arma.

Me moví contra el marco de la puerta, metiendo el mango


de mi hacha en la parte trasera de mis pantalones.

—¡Olvida el martillo! Agárrame. —Me anclé con el pomo


de la puerta y le tendí la mano. Mis pies se abrazaron al
borde del porche mientras rezaba para que no se derrumbara
del todo.

Max pegó una palma ensangrentada a la mía y tiró,


agarrando más arriba mi brazo con su otra mano. Mi brazo
estalló en sus articulaciones contra su peso. Apreté la
mandíbula mientras me esforzaba por tirar de Max hacia
arriba, pero no había nada de lo que él pudiera desprenderse.
Era mi fuerza contra su peso.

El remolque tembló cuando las criaturas que había


debajo se precipitaron hacia nosotros, golpeando el suelo y el
revestimiento. El volumen de sus movimientos aumentó a
medida que se acercaban.
—¡Maldita sea, sáquenme de aquí!

Solté el pomo de la puerta y me agarré más al brazo. Mis


músculos gritaron en protesta mientras mi diafragma se
apretaba, ahogando mi respiración. Ganamos un centímetro.
Tiré, gimiendo mientras me apoyaba en el remolque. La mano
ensangrentada de Max se me escapó de las manos.

—¡Joder! —grité mientras Max caía de nuevo en el


agujero.

132
—¡Sácame! Sácame! —Max golpeó con los puños la
madera que se desmoronaba.

Busqué a tientas el pomo detrás de mí y abrí la puerta de


golpe. Al diablo con lo que venía por detrás. Entré en la
puerta, echando una breve mirada detrás de mí.
Agarrándome al marco de la puerta, lancé el brazo una vez
más, pero cuando se acercó a mí, la mitad inferior de su
cuerpo cedió, arrancándose de cuajo. Max cayó con un grito
ahogado, silenciado con un golpe nauseabundo cuando la
barbilla de Max chocó contra una tabla.

El cuerpo de Max raspó el suelo de tierra bajo el


remolque mientras las criaturas lo arrastraban a su guarida
improvisada.

—¡Mierda, mierda, mierda! —Mis ojos siguieron el sonido


de los gemidos ahogados de Max. Volví a mirar hacia el
agujero. De ninguna manera iba a meter la cabeza ahí abajo.

—¿Qué está pasando allí? —gritó David desde la


dirección de la cocina.

—¡Tienen a Max! —Agarré mi hacha por la cabeza,


deslizándola desde la parte trasera de mis pantalones. Mis
ojos volaron a izquierda y derecha por el suelo, escuchando
cualquier señal, arrastramientos, gritos... crujidos de huesos,
cualquier cosa que me indicara dónde estaba Max.

Unos fuertes golpes sacudieron el suelo cuando ambos


hombres se abalanzaron sobre mí.

—Luis, empieza a quitar las tablas de las ventanas. Estas


cosas arden con la luz del sol. —David agarró la pared de
cartón pegada a la ventana del salón y le dio un tirón. Todo
se derrumbó, cayendo al suelo. La luz del día se coló por el
agujero, pasando por los cristales irregulares que rodeaban el

133
marco de la ventana. Luis hizo lo mismo y se dirigió al
dormitorio principal.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó David mientras yo


miraba, inmóvil, al suelo—. ¡Max está ahí abajo!

—¿Quieres cerrar la boca? Estoy tratando de escuchar a


dónde fue.

La boca de David se cerró de golpe. La casa se quedó en


silencio, excepto por el ruido de Luis alborotando en la
habitación de al lado. Justo entonces, la grava crujió y golpeó
el suelo bajo nosotros.

—¡Ahí!

Ambos nos precipitamos hacia el sofá, empujándolo


hasta el borde de la pared. Gruñí mientras daba un último
empujón al asiento andrajoso y polvoriento. Me giré y agarré
mi hacha. Esos vampiros se arrepentirían del día en que
decidieran venir por mi familia. Me arrodillé, levantando el
hacha astillada por encima de mi cabeza, y apunté al ruido.
Con todo lo que tenía, derribé la cabeza, hundiéndola en el
suelo hueco de la casa móvil.
David me rodeó mientras yo recogía el hacha y golpeaba
el suelo una y otra vez. Empujó la mesa de centro hasta el
borde de la pared y se unió a mí, levantando la frágil
alfombra y las tablas del suelo entre mis golpes. David se
agarró al borde de un tablero y tiró. Sus bíceps y antebrazos
se abultaban bajo la gruesa capa de vello oscuro que cubría
su piel. La tabla se partió por la mitad con un THWACK.
Empujó la tabla y dejó al descubierto un agujero lo
suficientemente grande como para que cupiéramos los dos.

134
David se inclinó, mirando en la oscuridad. David agachó
la cabeza sólo un segundo antes de retroceder ante el
agujero. Su brazo se elevó hasta la cara mientras metía la
boca y la nariz en el pliegue del codo.

—¡Mierda! ¡Me cago en la madre que te parió!7 —Una


retahíla de palabras en español brotó de David mientras se
alejaba del agujero, seguida de una tos tras otra con arcadas.
No tomó mucho tiempo hasta que entendí por qué. El humo
que salía de debajo del remolque me golpeó en una pared de
hedor empapado de gusanos. Ningún olor en la tierra podía
compararse. Era como si alguien me hubiera frotado la nariz
con el cadáver de un ciervo hinchado de tres días.

Mientras David jadeaba con otra ronda de maldiciones,


yo respiraba a través de una hendidura en mi boca. Me
asomé al agujero. No era de extrañar que el olor fuera tan
malo. Me quedé boquiabierta al encontrarme con la mirada
fría y vidriosa de Alexi, mi compañero de trabajo
desaparecido. Su piel palidecía frente a los moratones azules
y morados que se extendían por su cara. El cabello de Lex
estaba cubierto de sangre seca en el cuero cabelludo. Desde
la barbilla hacia abajo, le habían arrancado trozos de carne

7
En español en el original.
del cuerpo, dejando al descubierto huesos y músculos casi
negros por la suciedad y la exposición al aire.

Las náuseas me quemaron mientras me protegía la cara


del olor con la mano. Mi corazón tomó impulso, golpeando
contra mis entrañas. Aparté la mirada de los restos de Lex.
Esto le pasaría a Max si no llegábamos a él lo suficientemente
rápido.

—Max —susurré entre las sombras—. Max.

135
Mis ojos se desviaron hacia el cadáver el tiempo
suficiente para que una oleada de bilis subiera por mi
garganta. Giré la cabeza para alejarme del agujero, con
arcadas.

—Shhh. —David se puso de rodillas—. Creo que lo oigo.

Ahogué una arcada mientras mi estómago se revolvía. A


través del silencio, un débil y rápido jadeo se elevó, a no más
de un metro de distancia. David se acercó al agujero,
dispuesto a meter la cabeza ahí abajo.

—Espera. —Le agarré del hombro, hablando en un ronco


susurro—. No sabes lo que hay ahí abajo. Podría agarrarte a
ti también.

—¿Qué vamos a hacer entonces? ¿Dejarle morir, maldita


sea?

—No, por supuesto que no, pero tampoco vamos a ser


estúpidos al respecto. —Apreté los dientes mientras buscaba
en mi cerebro—. Estas cosas odian la luz del sol, ¿verdad?

David asintió.

—Sí. ¿Qué estás pensando?


—Vamos a bajar el zócalo. Parece que Max está en el
borde. Ese será el mejor punto de vista.

—Entonces, ¿por qué perdemos el tiempo rompiendo este


agujero? Vamos. —Mientras David se ponía de pie, el jadeo de
Max se aceleró.

—No, no, no, por favor. —El volumen de Max aumentó


mientras su voz se tensaba—. ¡OH DIOS, NOOO! AGGGHHH.
—Su grito se interrumpió, seguido de un débil gorgoteo, y
luego un abrupto silencio.

136
Mis piernas se hundieron y mis intestinos cayeron. Mi
corazón dejó de latir. De la inquietante quietud de los oscuros
bajos del remolque surgieron sorbos y desgarros apagados. El
ácido subió al fondo de mi garganta, picándome el esófago.

David y yo intercambiamos miradas vidriosas. David se


veía como yo me sentía, como si estuviera a cuatro segundos
de cagar sangre. La piel de David palideció dos tonos más
claros y su mandíbula se hundió mientras buscaba palabras.
Se llevó la mano a la parte de atrás de sus pantalones
mientras volvía a prestar atención a los sonidos de la
carnicería. Agarrando su pistola, se dirigió hacia el agujero.
Me levanté de golpe y lo agarré por los hombros.

—Es demasiado tarde. Está muerto.

David se encogió de hombros y se inclinó hacia mí.

—Eso no lo sabes.

Le agarré de nuevo.

—David, está muerto.

David me apartó, dándome un puñetazo en el hombro.


—¿Y de quién es la culpa? —El susurro de David se
convirtió en un gruñido—. Max fue tu responsabilidad desde
el principio. Nos hemos pasado todo este tiempo cavando un
agujero en el suelo cuando podríamos haber estado
arrancando el revestimiento.

Ladeé la cabeza.

—¿Crees que esto es culpa mía? No fui yo quien dejó que


estos tipos entraran aquí a ciegas. —Empujé a David. Él
retrocedió a trompicones, con su bota golpeando el suelo

137
hueco—. Fui yo quien dijo que esta mierda era demasiado
peligrosa. —Hice una bola con el puño a mi lado.

—¡Ahhh! —Un estruendo sacudió la caravana. Nuestras


cabezas se dirigieron al dormitorio principal.

—Luis. —David cogió su barra de refuerzo del suelo y


salió disparado hacia la habitación, dejándome solo con lo
que fuera que había matado a Max. David atravesó la puerta
y se perdió de vista.

¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! La pistola de David se disparó,


seguida de media docena de disparos más y maldiciones.

Me quedé mirando la puerta del dormitorio; mis piernas


eran pesos de plomo debajo de mí. La saliva que tenía en la
boca se evaporó, dejando sólo arenilla del desierto. Cambié el
hacha a la otra mano. Lo que fuera que hubiera en esa
habitación sería lo siguiente en venir por mí.

Mis pensamientos se centraron en el vampiro de mi


habitación, en lo fácil que le resultó arrojarme al otro lado de
la habitación, en el hambre voraz que sentía al morder sus
dientes a escasos centímetros de mi cara. Para él, yo era un
juguete. Un juguete. Habría muerto si no fuera por ese
cuchillo.
Ahora, estaba en su territorio.

El hacha tembló en mi agarre mientras forzaba un trago.


Tomé un paso adelante, cubriéndome con la caja protectora
de tres por cuatro de la luz del sol que entraba por la
ventana. Otro fuerte estallido y un aullido mortal resonaron
en la casa.

Miré hacia la puerta principal abierta de par en par, con


el pecho subiendo y bajando visiblemente en la esquina de mi
visión. Alma no querría que estuviera aquí, arriesgando mi

138
vida por venganza. Ella querría que viviera. Diablos, yo quería
vivir. ¿En qué estaba pensando al venir aquí de nuevo?

Me acerqué a la puerta.

—¿Cass? —susurró mi nombre una voz familiar desde el


agujero detrás de mí, deteniéndome en mi camino—. Cass,
¿eres tú? —El suelo crujió cuando algo se deslizó desde el
agujero.

La voz me provocó una oleada de escalofríos. Se me hizo


un nudo en la garganta y se me crispó la cara cuando los
músculos de la frente se contrajeron. Una gota de sudor se
deslizó desde la línea del cabello, bajando por la nuca hasta
la camisa. Reconocería su voz en cualquier lugar.

Respiré largamente y con esperanza mientras me giraba


para encontrarme con ella.
7
CAmbiame

139
Allí estaba ella de pie. La cáscara de como la recordaba.
Mi boca se abrió, y mi labio inferior tembló mientras inhalaba
bruscamente.

—Alma —susurré, las lágrimas amenazaron con caer de


mis ojos.

Vestida solo con una camiseta que le quedaba grande,


manchada y rota, ella hacía círculos alrededor de mi larga
caja iluminada por el sol. Sus ojos negros se movían desde mi
garganta a mis ojos. Su piel una vez cálida era ahora pálida,
y estaba cubierta con una capa de polvo. Sangre fresca
goteaba desde su boca al suelo.

Ambos saltamos ante el fuerte grito en la habitación de al


lado. Hombres moviéndose y gimiendo, gritándose órdenes el
uno al otro.

Acallé sus sonidos, y aferré mi hacha con fuerza,


mientras una bola de alquitrán ardía en mi garganta.

—Al… —Mi voz se rompió. Me aclaré la garganta y tomé


aliento—. Alma. ¿Eres tú de verdad?

Su labio se curvó sobre sus colmillos, pero mantuvo la


mandíbula cerrada, y se las arregló para asentir. Se movió de
costado, alrededor de la esquina de mi caja, acuclillándose
frente a la ventana rota justo debajo de la luz que se filtraba
al interior.

Mi corazón dio un vuelco.

—Eres un vampiro. ¿Cómo? No. No contestes eso. No me


importa. —Inhalé entrecortado—. ¿Estás bien?

Retrajo más el labio mientras desnudaba los dientes,


pero asintió de nuevo.

140
Mi respiración se aceleró. Mi agarre se alojó en mi hacha,
y la dejé caer al suelo hueco, lo que sonó como un golpe.
Alma hizo una mueca, echando un vistazo al arma. Se
arrastró sobre el otro lado de la ventana y alrededor de la
esquina siguiente del borde.

Caí de rodillas. Ella se detuvo en seco, con la espalda al


dormitorio principal. Enterré la cara en mis manos.

—Lo siento tanto. —Solté un sollozo. Mi pecho se


constriñó. Aquí estaba ella. Esto es lo que le había sucedido
cuando había sido llevada a la morgue. Ahora todo tenía
sentido. Ella era quien había asesinado al médico
examinador. Nadie robó el cuerpo. Ella escapó.

Levanté mis ojos llorosos hacia ella. Ella estaba de pie,


encorvada justo contra los límites de los rayos del sol.

—Debes haber estado tan asustada cuando despertaste.


No tenía idea de que regresarías. Lo juro. Habría estado allí
para ti, nena. —Mi respiración se agitó mientras mi
diafragma se sacudía.

Los labios de Alma se relajaron, cubriendo sus colmillos.


Tragó saliva y se lamió los labios.
—Lo sé. —Su voz fue como un susurro gentil.

Abrí los ojos como platos.

—Nunca tuve la intención de que pasara esto. Nunca


quise que tú o nuestro bebé murieran. Nunca habría tomado
el trabajo aquí si lo hubiera sabido.

La mano de Alma se apoyó en su estómago. Sus cejas se


juntaron.

—Noah. —Sus labios se curvaron, exhibiendo la punta de

141
su colmillo. Emitió un pequeño gruñido—. Él lo tomó. A mi
niño. —Su mirada encontró la mía—. Él lo tomó.

—¿Quién lo tomó? ¿Qué quieres decir? ¿Dónde está


nuestro bebé?

Por un momento, parecía como si ella estuviera a punto


de llorar. Sus manos ensangrentadas volaron hasta sus
sienes mientras apretaba los ojos con fuerza.

—No puedo. No tengo permitido decirlo. No lo puedo


decir. No lo puedo decir. —Su voz subió en volumen, y su
rostro se oscureció de dolor—. ¡No puedo!

—Está bien. Está bien. —Levanté el brazo, deseando


sostenerla; consolarla—. Eso no importa ahora. Te encontré a
ti, y podemos descubrir juntos qué le sucedió a él.

Sus ojos se abrieron, fijándose en mi brazo extendido.

Le sonreí.

—Vamos. Sabes que nunca dejaré tu lado mientras estés


caminando en esta tierra. —Extendí la mano hasta mi camisa
de franela, desabotonando el puño alrededor de mi muñeca.
Imágenes del cuerpo drenado y mutilado de Alexi
parpadearon en mi mente. Me tragué mi miedo. Daría lo que
fuera para estar con Alma de nuevo. Ella era mi eternidad.

Alma olfateó el aire, mordiéndose el labio. Se removió con


inquietud en las afueras de mi caja.

—Un mordisco. Esto es todo lo que se necesita, ¿verdad?

Ella tragó saliva.

—Estoy muy hambrienta.

142
—Lo sé, nena. —Me puse de pie. Ella se enderezó
conmigo—. Tú muérdeme, y yo pasaré el resto de la eternidad
trayéndote comida.

—Estoy muy hambrienta —repitió, con los ojos pegados a


mi muñeca—. Te necesito. —Levantó la mano, teniendo
cuidado de no cruzar a la luz del sol. Sus dedos se movieron
con inquietud.

Le sonreí. Una última lágrima cayó de mi ojo. Podría


volver a estar con ella. No tenía otro deseo. Mi corazón, una
vez dolorido por su ausencia, ahora sufría de alegría. Este era
un felices para siempre algo extraño, pero lo elegiría antes
que cualquier felices para siempre que no la incluyera a ella.

Di un paso hacia ella, mis ojos fijos en su rostro ansioso.


Solo estábamos separados veinticinco centímetros.

—Te amo, Alma.

Sus ojos saltaron a los míos, y entonces de nuevo a mi


muñeca.

—Puedo escuchar la sangre moviéndose por tus venas.

Respirando hondo, levanté mi muñeca, ofreciéndosela.


Una sonrisa se formó en sus labios. Tan pronto como mis
dedos entraron en las sombras, sus dedos fríos y duros los
apresaron. Dio un paso atrás alejándose de la luz, mi brazo
siendo tironeado mientras todo mi cuerpo se movía con ella.

—Ow. Suave.

Sus dedos se clavaron en mi antebrazo. Desnudó los


dientes una vez más y dejó escapar un gruñido.

En la habitación contigua, David se estrelló contra la

143
puerta del dormitorio, su cabeza golpeando contra la madera
endeble. Un corte profundo pintó su frente con sangre roja y
oscura. Sus prendas colgaban de él como el papel maché de
una piñata reventada. David se pasó la mano por el pelo
empapado de sudor y desaliñado, echando un vistazo en
nuestra dirección. Su mirada recorrió rápidamente toda la
habitación y entonces regresó a nosotros antes de darse
cuenta lo que estaba viendo.

—¿Qué mier…? ¿Alma? —David enderezó la espalda,


dando un paso lento, deliberado, en nuestra dirección.

No, no, no. Él arruinaría esto. Miré a Alma, sus dedos


trazando las venas en mi brazo, deslumbrada por la sangre.

—Hazlo —susurré—. Hazlo ahora. —Empujé mi brazo


hacia su boca, pero no se movió en su agarre.

El agarre de Alma se tensó alrededor de mi brazo. Me


encogí de dolor cuando los huesos gimieron y estallaron al
ser movidos. Mi muñeca crujió bajo la fuerza.

—Ow, me estás lastimando. —El pecho de Alma se


expandió, y su ceño cayó bajo la oscuridad de una emoción
que nunca antes había visto. Era como rabia, odio, temor,
hambre; una mirada tan primitiva y malévola, que expulsó el
alma de su cuerpo. Se me erizaron los pelos del cuello,
cosquillándome la piel.

Alma emitió un grito gutural, espeluznante, tan fuerte,


que mis oídos no pudieron procesar el sonido como algo más
que dolor. Aplasté mi mano libre sobre mi oreja mientras me
doblaba por la mitad. Sin importar lo fuerte que tirara, no
podía liberar mi otra mano del agarre del Alma.

Como si respondiera, otro grito se escuchó desde la otra


habitación y entones la casa explotó. La pared separando el

144
dormitorio principal del resto de la casa se rompió con un
estallido ensordecedor, madera y yeso volando hacia nosotros
en pedazos. Alma liberó mi brazo mientras yo caía en
posición fetal.

Los escombros se estrellaron contra mi espalda cuando


algo grande aterrizó en mis piernas. Alfileres y agujas me
pincharon por todos lados por debajo de mis rodillas, yendo
hasta el hueso. Grité cuando mi pie se torció hacia un lado
con un crujido.

El objeto grande era una persona, moviéndose y


retorciéndose sobre mí. Cada movimiento enviaba olas de
dolor renovado por mis piernas. Parpadeé a través de mis ojos
llenos de lágrimas. Luis era el culpable.

Luis, cubierto de polvo blanco del yeso, negó con la


cabeza y una nube de polvo se le unió al cabello humeante.
Su brazo lleno de sangre colgaba sin vida a su lado, con una
rasgadura tan profunda, que el blanco del hueso brillaba
desde debajo del músculo destrozado.

THUMP. THUMP. THUMP. THUMP.


Una puerta se cerró. Un cerrojo fue echado en su lugar.
Como el ritmo de un bombo, alguien se movió más cerca,
pateando a través de los escombros mientras se movían.

Eché un vistazo con los ojos entrecerrados en la dirección


de la alta figura oscura, a medida que el polvo se asentaba
alrededor de nosotros. Sus hombros rígidos estaban
enfocados hacia Luis, mientras golpeteaba los dedos largos y
mugrientos; cubiertos con una sustancia negra, contra sus
vaqueros rasgados. La amplia constitución del vampiro

145
llenaba el tráiler mientras se alzaba sobre nosotros, haciendo
que Luis se viera pequeño en comparación.

—Tú vienes a mi casa —su tono estable aferró mi corazón


vibrante—, con armas, ¿y me atacas a mí y a los míos? —El
monstruo bajó la mirada enfocándola en Luis, esos ojos
inyectados en sangre, y una sonrisa de suficiencia se
extendió a través de su cara grasosa y mal afeitada—. Bien
podrías sonar la campana anunciando la cena.
8
Caballo Proverbial, Atardecer
Proverbial

146
—No lo hagas. No lo hagas. No... —La voz de Luis bajó
cuando mis piernas se liberaron de su peso. Jadeé cuando la
circulación regresó, haciendo que los pinchazos cobraran
vida una vez más.

Giré la cabeza, recuperando la orientación. Estaba hecho


un ovillo, medio cubierto de escombros, fuera del alcance de
la luz del sol. La luz del sol se acercaba a la ventana a medida
que el sol subía en el cielo.

Al otro lado del salón, David yacía inmóvil, con el pie


asomando por debajo de un montón de pared. Detrás de mí,
Luis carraspeaba, ahogándose con su saliva. Se agitó y luchó
contra el agarre del vampiro. Aparté trozos de yeso y clavos
mientras abría un camino hacia la seguridad de la luz del sol.
Al apartar un trozo más grande de escombros, un fragmento
de metal brilló a la luz. Mis ojos se posaron en él: mi hacha.

La agarré y rodé sobre mi espalda.

El vampiro colgaba a Luis en el aire, con los pies


tanteando el suelo bajo él. Las uñas de Luis se clavaron en la
piel del vampiro, sacando sangre, pero ésta era más oscura
de lo normal, casi negra. Los sádicos ojos del vampiro se
clavaron en los de Luis mientras ahogaba la vida del
indefenso gigante.

Los ojos del vampiro se desviaron hacia un lado, hacia


Alma, encogida en las sombras.

—¿Tienes hambre, mi amor? —Mis ojos pasaron del


vampiro a Alma y volvieron a mirar. ¿Su amor? Me puse de
rodillas, encogiéndome cuando una sacudida de dolor me
recorrió el tobillo torcido.

147
Los ojos de Alma se iluminaron mientras se inclinaba
hacia el vampiro con un vigoroso movimiento de cabeza.

—Te gustará el sabor de éste. Se preocupa por ti. Hace


que la sangre sea mucho más dulce.

El vampiro tiró de Luis para acercarlo, enterrando su


cabeza en el cuello de Luis. Los ojos de Luis se salieron de su
cabeza y sus manos volaron hacia la cara del vampiro,
golpeando y arañando, pero cada golpe rebotaba sin impacto.
Luis lanzó un grito ahogado cuando el vampiro hundió sus
dientes en la carne. La piel de Luis estalló como si el vampiro
hubiera hundido sus dientes en una manzana.

El puño de Luis golpeó al vampiro, con la cara ahora


morada. El vampiro sacudió la cabeza a derecha e izquierda,
tirando y desgarrando hasta liberar un trozo de carne de la
piel de Luis. Se me revolvió el estómago cuando el vampiro se
giró y escupió un trozo de carne en mi dirección. La mancha
roja golpeó el suelo a la altura de mis rodillas, y las gotas de
sangre pintaron el suelo a su alrededor.

El vampiro arrojó a Luis ante Alma, y el remolque se


balanceó contra su peso. Alma no dudó. Ni siquiera se
cuestionó el hecho de que Luis fuera su hermano. Le hincó
los dientes sin remordimientos, mordiendo y desgarrando,
lamiendo y sorbiendo la sangre del cuerpo convulso de Luis.
Me puse en pie, con los ojos muy abiertos, jadeando ante lo
que acababa de presenciar. Me estremecí cuando una
sacudida de dolor me subió por el tobillo hasta la rodilla.

—Alma, no. —Fruncí el ceño al verla cavar. Alma no me


respondió—. ¡Para! Es tu hermano.

El vampiro se centró en mí. Sus ojos negros palpitaban


de cruel alegría mientras la comisura de su boca se

148
levantaba. Retrocedí un paso, comprobando los bordes de mi
caja de luz. Ahogué un trago de saliva mientras apretaba mi
hacha.

—Tú debes ser Cassius. —Los ojos del vampiro


recorrieron los bordes iluminados por el sol de mi caja. Se
acercó a la esquina, a medio metro de distancia. Me giré,
cojeando, mientras él se movía—. Viniste de visita el otro día.
Te fuiste antes de que pudiéramos saludarte. —Dejó de
moverse al llegar al borde del alféizar, abrazado a la pared—.
Esperaba conocerte la otra noche, pero no estabas en casa.
No te preocupes, tu mujer nos entretuvo. Lindo niño, por
cierto. Tenía tu nariz y tu barbilla.

—Hijo de puta. —Una oleada de bilis me chamuscó el


fondo de la garganta. Me mordí la lengua mientras mi labio
superior se arqueaba en una mueca—. ¿Qué hiciste con él?

Se encogió de hombros.

—A mi amo le gusta la sangre joven. Acabo de entregarlo.


—Sonrió como si hubiera hecho una broma.

Apreté el hacha a mi costado, observando el pecho del


vampiro. La mirada del vampiro se dirigió al hacha de guerra
y su sonrisa se amplió.
—Adelante. —Se acercó al borde de la luz e hinchó el
pecho—. Me encantaría ver de qué estás hecho.

Me dolían los dedos contra la madera astillada. Los


músculos de mi brazo se agarrotaron mientras el codo se
movía a mi lado. Apreté los dientes y miré al bastardo
engreído.

—Hazlo.

—¡Ahhh! —grité mientras daba un paso adelante,

149
levantando el hacha de guerra por encima de mi cabeza. Los
músculos de mi cuello y mi brazo se retorcieron como nunca
antes lo habían hecho. La pesada cabeza del hacha surcó el
aire, hacia el corazón del vampiro.

El vampiro lo esquivó, apartándose del camino mientras


mi hoja pasaba volando por delante de él. Me tambaleé hacia
delante, enterrando el hacha de guerra, hasta el cuello, en la
pared del remolque. Mis espinillas se estrellaron contra el
borde de la desvencijada mesa de café. Jadeé ante el dolor
agudo que me subía por las piernas.

—¿Quieres volver a intentarlo?

Mi corazón se detuvo. Las sombras me rodeaban. Había


abandonado la seguridad de la luz, convirtiéndome en presa
fácil. Me giré para enfrentarme al vampiro. Mi mano volvió a
tantear el hacha de guerra. Tiré del mango, pero la cabeza
quedó atrapada y se negó a salir. El vampiro se acercó a mí,
mostrando sus afilados colmillos, con la boca aún
ensangrentada por el cuello de Luis.

Tiré con más fuerza a cada uno de sus pasos, con el


corazón acelerado al galope. Eché una mirada al hacha de
guerra, tirando hacia arriba.
—Deja que te ayude. —El vampiro me agarró por el cuello
con una mano mugrienta y agarró el hacha de guerra con la
otra. Sus fríos dedos rodearon los míos en un agarre mortal.
Dio un tirón al hacha de guerra. El hacha se rompió. El
vampiro levantó los restos. La cabeza se había roto y sólo
quedaba el mango dentado—. Supongo que tendrás que
encontrar otra cosa para matarme. —Lanzó el mango detrás
de él, levantándome y apretando mi cuello hasta que ya no
pude respirar.

150
—Espera —dije mientras le daba una palmada en el
brazo. Mi cabeza se hinchó contra el charco de sangre como
si en cualquier momento fuera a estallar. El rojo y el negro
mancharon mi visión mientras mis pulmones ardían contra la
falta de oxígeno—. Cámbiame. —El aire escapó de mi
garganta lo suficiente como para que mis palabras se
escucharan—. Ella me necesita.

Mis pulmones palpitaban mientras la última gota se


vaciaba de mis pulmones. La saliva se derramó de mi boca,
cayendo por mi barbilla. Mis pies patearon las endurecidas
piernas del vampiro.

—¿Ella te necesita? ¿Un débil, carente de audacia y


llorón desastre de hombre? Por favor. Dudo que te haya
necesitado un solo día en su vida —gruñó—. Me aseguraré de
que no quede ni una gota de sangre en tus venas. Te haré
pedazos.

Mis pies retrocedieron, golpeando la mesa de café.

—Alma, querida —apenas pude distinguir sus palabras


por encima del zumbido de mis oídos—, cuando termines con
él, tengo otro regalo para ti.
Alma se despegó del cuerpo sin vida de Luis y sus ojos
ansiosos se posaron en mí. Sus colmillos brillaban con
sangre mientras volvía a su comida.

Levanté las rodillas y pateé hacia abajo, haciendo


contacto con la mesa de café. El brazo del vampiro se movió
conmigo, su agarre se aflojó con el repentino cambio de
ángulo. La mesa de café se rompió y se desmoronó bajo mi
peso, haciéndome caer al suelo. Liberado del agarre del
vampiro, me dirigí con las manos y las rodillas hacia la luz.

151
El vampiro bramó detrás de mí, gritando su frustración.
El vampiro me agarró el tobillo malo y me jaló la pierna. Mis
brazos cedieron debajo de mí y mi equilibrio se desplazó
hacia delante. Mi cabeza se golpeó contra los escombros,
quemándose contra la alfombra mientras el vampiro me
alejaba de la luz.

Me arrojé de espaldas y golpeé al vampiro con la pierna


que tenía libre. Mi pie emitió un satisfactorio golpe al golpear
al vampiro en la sien. El vampiro soltó mi pierna y tropezó
hacia atrás, tropezando con la mesa de café rota. Cayó contra
la pared y sobre su trasero.

Me impulsé hacia arriba. Mientras me acercaba a un


lugar seguro, mis ojos se posaron en el puntiagudo mango del
hacha que estaba en el suelo. Me acerqué a él arrastrando los
pies y lo agarré.

En el momento en que mi mano la envolvía, el vampiro


lanzó un grito de frustración. El peso de su cuerpo me golpeó
mientras me abordaba con toda la ferocidad y dedicación de
un rinoceronte enfadado. Mi hombro se salió de su órbita por
el peso. El dolor se disparó desde el hombro hasta el cuello,
amortiguándose a medida que la adrenalina corría por mis
venas: las ganas irrefrenables de vomitar sustituyeron a
todos los demás sentimientos.

El vampiro se impulsó hacia arriba y me empujó la parte


posterior de la cabeza hacia el suelo. La mandíbula se me
desencajó cuando su mano me sujetó la barbilla. Me empujó
la barbilla hacia un lado, estirando los tendones que
conectaban mi cuello y mi hombro, mientras mostraba los
dientes que pronto arrancarían trozos de mi garganta.

—¡¡¡AHHHH!!! —Mi grito salió amortiguado mientras la

152
lengua bloqueaba mis vías respiratorias. Con todas mis
fuerzas, sujeté la madera mellada en mi mano y la balanceé
hacia el corazón de la bestia. La punta se hundió en el centro
de su pecho.

El vampiro se congeló y su expresión quedó en blanco.


Su agarre se aflojó en mi mandíbula mientras sus ojos se
dirigían a la estaca. Empujé la madera más profundamente.
Cada movimiento enviaba vibraciones nauseabundas a través
del mango al chocar con los huesos y los órganos.

Una sonrisa burlona se formó en el rostro del vampiro


cuando sus ojos se encontraron con los míos. Se le escapó
una carcajada, suave al principio y luego más fuerte con cada
rebote de su pecho.

Su labio se arrastró hacia arriba, sobre su colmillo.

—Te equivocas...

—¡ARRGGGHHH! —Tiré de la estaca hacia atrás,


clavándosela en el pecho una y otra vez. La madera entraba y
salía, la sangre fría salpicaba y se derramaba con cada golpe
hasta que, por fin, el vampiro cayó inerte a mi lado.
Allí tumbado, mi pecho subía y bajaba mientras mi
corazón luchaba por seguir el ritmo. El sudor y la sangre me
hacían cosquillas en la frente, rodando por mis sienes y
llegando a mis orejas. Más allá de mis jadeos, Alma seguía
sorbiendo los restos de su hermano, sin inmutarse por mi
pelea con el vampiro.

Rodé hacia un lado con un gemido y me arrastré hasta


ponerme de pie, acunando el brazo dislocado contra mi
cuerpo. Me estremecí cuando la adrenalina disminuyó. La

153
rigidez palpitante de mi tobillo se hizo notar. Contuve la
respiración y apreté los dientes mientras cojeaba hacia Alma.
Ella se detuvo, levantó la vista de su comida y me estudió
mientras me acercaba.

—Está bien —la tranquilicé, levantando la mano vacía—.


No pasa nada. Cometiste un error. No querías matarlo. —El
labio de Alma se crispó cuando tomé otro paso más. Se
inclinó sobre el cuerpo de Luis, protegiendo su muerte—.
Oye, oye. ¿Recuerdas lo que hablamos? ¿Sobre cómo iba a
cazar para ti?

La expresión de Alma se relajó mientras se balanceaba


sobre sus talones. Por un breve momento, un parpadeo de
vida volvió a sus ojos: la mujer que conocía y amaba. Hace
apenas unos días, tenía la misma mirada mientras envolvía
mi mano con una gasa. Su amor y su preocupación se
convirtieron en todo lo que yo recordaba que era. Estaba viva.

Se me hinchó el pecho mientras las lágrimas calientes se


me salían por los bordes de los párpados.

—Hola, cariño. —Mi voz vaciló cuando la felicidad me


invadió. Sonreí, con una lágrima en la mejilla—. ¿Qué dices?
¿Hay suficiente espacio en el carro de los monstruos para
uno más?
David se agitó a unos metros de distancia, gimiendo
mientras luchaba por salir de la inconsciencia. Se llevó una
mano a la cabeza, tocando con cautela la herida
ensangrentada que tenía a un lado de la cabeza. La cabeza de
Alma se movió en su dirección. Se puso en pie con un siseo y
se acercó a él, de espaldas a mí.

—Alma. —Me acerqué a ella y la agarré por el hombro—.


Déjalo...

Se giró hacia mí, volviendo a sentir una ira feroz y

154
salvaje. Su ceño se arrugó y sus dientes brillaron, rosados
por su anterior muerte. Se movió, me agarró por el cuello con
una mano y me lanzó al aire antes de golpearme contra el
suelo. La casa se estremeció a nuestro alrededor.

El oxígeno salió de mis pulmones, ahora paralizados. Me


quedé boquiabierto como un pez varado, incapaz de aspirar
aire. Manchas rojas y negras cruzaron mi visión mientras
levantaba las manos para protegerme la cara. Alma me montó
por la cintura y me echó los brazos a un lado, agarrando el
cuello de la franela y desgarrando la tela. Los botones
saltaron y salieron disparados hacia todos los lados. Me
sujeté a Alma por los hombros, pero no luché.

Clavando sus dedos en mi cabello, me agarró el cabello


en mechones y me tiró la cabeza hacia un lado. Mi cuello
crujió bajo el repentino movimiento, los músculos de mi
hombro gritaron al ser estirados hasta su límite. Por fin, una
fuerte bocanada de aire entró en mis pulmones. La sangre me
golpeó en las sienes, amenazando con expulsar trozos de mi
cerebro. El corazón me latía en la cabeza mientras Alma
tiraba.

Dio un grito espeluznante más antes de azotar su cabeza


hacia mi cuello. Era el momento. Este era el momento. Me
preparé para el mordisco que me permitiría unirme a ella.
Cerré los ojos. La paz me invadió mientras el ruido
circundante se convertía en silencio. Solté mi último aliento.

Un crujido estomacal vibró hasta las caderas de Alma


cuando su cabeza se estrelló contra un lado de mi cara, con
una ráfaga de aire pútrido escapando de su boca. El peso de
su cuerpo descansaba sobre mi pecho. Se quedó inmóvil
sobre mí. Yo estaba congelado debajo de ella.

Algo me hizo cosquillas en el centro del pecho, bajando

155
lentamente primero por el esternón y hacia el cuello, y luego
se intensificó como un líquido frío que empapaba mi camisa.
Miré a través de los párpados cerrados. El cabello oscuro de
Alma se agolpaba bajo mi barbilla, moviéndose solo con mis
movimientos.

—¿Alma? —No respondió. La agarré por los hombros y


levanté su frágil cuerpo por encima del mío. Su cabeza cayó
mientras el líquido salpicaba mi pecho. Líquido negro rojizo.
Sangre. La aparté de mí, levantándola—. ¡Alma!

Mi cuerpo tembló mientras me inclinaba sobre ella.

—¡Alma! —Mis manos tantearon una barra de refuerzo


oxidada que le atravesaba el torso, con centímetros de la
culata saliendo de su espalda y el extremo opuesto apenas
sobresaliendo por debajo de su camisa empapada de sangre—
. No. No. No.

Apoyé su torso contra mis rodillas y arranqué la barra de


refuerzo, tirándola a un lado con un ruido seco. Hice rodar a
Alma sobre su espalda, sujetando su cara entre mis manos.
Otra vez no, fue todo lo que pude pensar. Otra vez no. La tuve
por un momento. Por un momento más, ella estaba conmigo,
y yo iba a unirme a ella por la eternidad.
—Alma. —La saliva salió de mi boca cuando me incliné y
sostuve su cabeza contra la mía. Sus ojos me miraban
fijamente, sin vida. Su cabeza se agitó en mi mano mientras
un sollozo me sacudía el cuerpo—. Lo siento mucho. Lo
siento. Lo siento. —El aire se me escapó, sustituido por un
gemido desgarrador.

Inspiré, entrelazando mis dedos con su cabello.

—No era ella. No era ella, hombre. Era un monstruo.

156
Apreté los dientes y dirigí mi ardiente rabia hacia el
rostro pálido e inexpresivo de David.

—Tú. —Mi voz era un gruñido bajo—. Tú. La. Mataste.

Negó con la cabeza, sin apartar los ojos de su cuerpo.

—Mira a Luis, lo que le hizo. Era un monstruo.

Me puse en pie, dejando caer el cuerpo de Alma. Cerré el


puño y apreté los dientes.

—Cállate —advertí.

David me miró, con lágrimas en los ojos.

—No era ella, Cash. Hacía tiempo que se había ido.

Me lancé sobre David.

—¡Estaba todavía ahí, maldito imbécil! —Giré mi puño


hacia abajo, golpeándolo en la mandíbula. Cada articulación
de mi mano se rompió al hacer contacto. El dolor se extendió
por los huesos, pero era un dolor bueno. El dolor alimentó mi
odio, haciéndolo arder más y más brillante; se sentía
jodidamente increíble.
Tiré del brazo hacia atrás y lancé el puño a la cara de
David, esta vez dándole en la nariz. La cabeza de David
rebotó hacia un lado mientras bloqueaba mis golpes con los
brazos. Dejé escapar toda la rabia que había sentido en los
últimos tres días; bueno, había suficiente para toda la vida.
Grité, bajando el puño cada vez más fuerte y luego una
docena de veces más hasta que mi ira ardió tanto que no
pude mantener a raya mi dolor.

Mis gritos se convirtieron en sollozos ahogados cuando la

157
gravedad de la muerte de Alma me golpeó en las entrañas con
toda su fuerza. Estaba muerta y no había nada que pudiera
hacer al respecto. Agua me nubló la vista. Mi puño,
ensangrentado y roto, palpitó cuando di el último y débil
golpe contra el pecho de David.

Lo solté, meciéndome hacia atrás y llevándome las manos


a la cabeza mientras sollozaba. Mi aliento se negaba a salir de
mis pulmones cuando lo ordenaba. En su lugar, entraba y
salía de mí en tragos sibilantes. Los mocos me salían por la
nariz, goteando en el caótico río de sangre y saliva que
rezumaba de mis orificios.

—¡Está muerta! —Las palabras brotaron de mis entrañas


con la intensidad de un rayo. Miré a David—. Está muerta y
no puedo salvarla.

David se incorporó, dando un respingo al agarrarse las


costillas. Colocó una mano firme sobre mis hombros
temblorosos.

—Si alguien hubiera podido, habrías sido tú. —Me dio


una palmadita en el hombro—. Lo siento. Lo siento mucho.
Nos sentamos en el capó del auto de David mientras la
casa ardía, ambos magullados hasta quedar en carne viva. El
revestimiento del remolque se ennegreció y se desmoronó
contra las lenguas de fuego anaranjadas y amarillas.
Penachos negros de humo se extendieron hacia el cielo,

158
disipándose cuando el viento los azotó por el desierto. La
goma ardiente me chamuscó los finos vellos de la nariz
mientras reprimía las ganas de toser.

—¿Cómo supo venir aquí? Nunca ha estado aquí —


murmuré con una voz que acababa de pasar la última hora
llorando.

David se movió a mi lado, cruzando los brazos.

—Podría haber tenido ayuda. Ese vampiro que mataste


podría haber venido por ella.

—¿Cómo la encontró? ¿Cómo lo supo? —Me volví hacia


él—. ¿Sabes lo que creo que es?

David negó con la cabeza y se encogió de hombros, con la


mirada perdida en el remolque en llamas.

—Creo que todos están vinculados. Como una conexión


psíquica que les ayuda a encontrarse. —Me lamí los labios,
haciendo una mueca de dolor cuando mi lengua pasó por una
costra seca—. Ese vampiro de allí habló de un maestro. Dijo
que ahí es donde dio a luz a nuestro bebé.

—¿Por qué no vivía en esta caravana?


—Joder si lo sé. —Me giré y escupí un fajo de saliva rosa
en la tierra. Una pequeña bocanada de polvo salió de debajo
al golpear el suelo.

—¿Debemos ir tras él?

Mi teléfono trinó desde el interior del auto de David.

—¿Ir tras otro? —Me incliné hacia delante,


impulsándome hacia mis doloridos pies mientras le lanzaba
una mirada de reojo. El capó del auto volvió a su lugar con

159
un silbido—. ¿Contigo?

—¿Por qué no? ¿Qué tenemos que perder? Tú me odias,


yo te odio. Sinceramente, ¿qué tan devastado estarías si yo
muriera? Y si tú mueres... bueno, estoy bastante seguro de
que tampoco te importaría. Desde mi punto de vista, todos
salimos ganando.

Todos salimos ganando, ¿eh? Honestamente, no sabía si


tenía la energía para dar más pelea. Todo me dolía. Mi
cuerpo. Mi alma. ¿De qué iba a servirle a alguien?

Cojeé hasta el lado del pasajero y metí la mano en la


ventanilla con un gemido. Saqué el cable de carga del
extremo del teléfono y miré el identificador de llamadas. No
conocía el número, pero era local.

Abrí el teléfono y lo acerqué a mi oído.

—¿Hola?

—Hola, ¿señor Steel?

—Sí, soy yo.

—Sr. Steel, soy la detective Cambria Salzedo. Hablamos


el otro día sobre el asesinato de su esposa.
—Sí. —Me froté la frente—. Sí. ¿Qué puedo hacer por
usted?

—Bueno, me pregunto si podría volver a la comisaría


para hacer preguntas de seguimiento sobre el paradero de su
esposa. ¿Cree que podría venir antes del final del día de hoy,
digamos alrededor de las tres?

Miré a David, con el rostro negro y azul por la sangre y el


barro seco en la piel. Su cuerpo se hundía por el cansancio.
Mis ojos se dirigieron a mi propio cuerpo roto, desaliñado y

160
desgarrado de forma que estoy segura de que la detective
cuestionaría. Mis respuestas serían mentiras que no podría
mantener. ¿Sería realmente tan malo dejar atrás esta vida?
No tenía casa, ni posesiones, ni nadie que me atara al sueño
suburbano.

Suspiré.

—No puedo. Lo siento.

—Oh, entonces mañana. Temprano, si es posible.

—Eso tampoco funcionará.

—Señor Steel, si se niega a cooperar...

—No quiero ser grosero. Me voy de la ciudad. Estaré


fuera del mapa por un tiempo.

—Si se va de la ciudad, no tendremos más remedio que...

—Adiós, detective Salzedo. Gracias por todo. —Cerré el


teléfono con un chasquido. Sostuve el pequeño ladrillo celular
en mi maltrecha mano. Lo apreté y luego, impulsándolo, lo
lancé hacia la casa en llamas. Chocó contra el tejado,
rebotando en ángulo antes de caer en el agujero más cercano.
Solté mi aliento a través de los labios apretados.
—Entonces, lo tomo como un sí.

—Sí. —Volví a arrastrar los pies hasta el capó y me bajé


con un gruñido—. Vamos por ese hijo de puta: una bendición
si morimos, un milagro si vivimos. ¿Qué más podemos pedir?

—Como mínimo, podemos pedir un poco de whisky. O


tequila —gruñó David—. Joder, lo que sea que nos
emborrache antes de que anochezca.

El anochecer. Pasaría un tiempo antes de que alguno de

161
nosotros pudiera dormir sin la ayuda del alcohol. Yo maté a
un vampiro y vi morir a mi esposa, dos veces. David, bueno,
David perdió un hermano y mató a su hermana. Perdió lo que
quedaba de su familia en un día.

—Vamos entonces. A este ritmo, puede que nos


desmayemos de borrachos si tenemos suerte. —Me puse de
pie una vez más.

—Joder, sí. —David se dirigió al lado del conductor


mientras yo me dirigía al lado del pasajero—. ¿Te gusta el
whisky?

—No, demasiado amargo para mí. —Me encogí de


hombros—. Soy un tipo de daiquiris de fresa. Mejor sabor.

—No. —David se detuvo, señalándome por encima de su


auto—. Si voy a cazar vampiros contigo, nunca, jamás,
repetirás lo que acabas de decir. Acabas de matar a un puto
monstruo. Si alguien te pregunta qué bebes, más vale que
respondas con un puto café negro o un licor fuerte.

Asentí, entrecerrando los ojos a la luz del sol poniente.

—Será whisky.
162
1
Seven lleva sus guantes de color fucsia. A mamá le
encanta cuando Seven viste otra cosa que no sea negro. Una

163
niña de seis años, casi siete, cuyo color favorito es el negro,
no es común.

Ahora tienes curiosidad, y no puedo decir que te culpo,


en cuanto a quién llamaría “Seven” a una niña.

Well Seven es extraordinaria, y en una semana en su


séptimo cumpleaños, será excepcional. Pronto la vida se
convertirá en una pesadilla para la gente de Borden Pines.
Algunos días oscuros antes de que la vida pueda volver a la
normalidad. ¿Cómo lo sé, si la gente del pueblo no tiene idea
de lo que está por venir? Porque vigilo a Seven. Yo soy un
Vigilante. Intervengo cuando puedo, manteniendo a raya las
catástrofes. Piensa en mí como un ángel de la guarda, pero
un poco más macabro. He estado protegiendo las almas
especiales de Borden Pines durante setecientos años. ¿Por
qué? Porque Borden Pines es el hogar de una larga lista de
Sanadores. Seven nació séptima en la fila. Sus padres no
estaban seguros de un nombre, pero cuando le susurré al
oído de su mamá, cuando sostuvo por primera vez a Seven y
ese es el nombre que eligió. Como dije, Seven es
extraordinaria. Y lo será durante cien años. Noventa y tres
años para el final.
Perdóname, pero en un lugar público necesito estar en
guardia con las personas que intentan aprovecharse de mi
Sanador.

Mamá y Seven ven a Cindy parada en el mostrador del


centro comercial P&G como de costumbre cuando cruzan la

164
puerta automática.

—¿Cómo están, señoritas, avísenme si necesitan ayuda


para encontrar algo?

Mamá, con una mano envuelta alrededor de la mano


enguantada rosa de Seven dijo:

—Oh, sabes que nos encontramos bien. Solo obteniendo


algunas cosas, nos abasteceremos después de, bueno, ya
sabes, la Fiesta.

—¿Te refieres a mi cumpleaños, mamá? —Seven le da un


golpe a la mano de mamá.

—Sí, sí, mi Seven-Up. —Seven sonrió de oreja a oreja al


escuchar su apodo. No muchos niños reciben un refresco con
su nombre.

Eso es lo que ella piensa, no hace ningún daño. Todos los


niños reciben un apodo de una forma u otra.

Como siempre es en público, las mujeres saludan a


mamá y dan una pequeña charla mientras le dan a Seven
una mirada de deseo. Y la gente siempre se decepciona al ver
a Seven cubriéndose las manos.
La vieja señora del almuerzo de la escuela secundaria
viene por el pasillo. Cojea mucho, tuvo que dejar la escuela
desde que llegó a un punto donde ya no podía levantarse.

Mamá conoce bien a todos y sus dolencias. Todo el


mundo quiere agarrar la manita de Seven y quitarle el guante
de inmediato. Pero luego habrá consecuencias.

—Bueno, hola, señora Gainer. —Mamá puso algunos


melocotones en una bolsita y la cerró mientras la señora
Gainer cerraba la brecha entre ellas.

165
—Oh, no hay necesidad de ser tan formal, Charlotte.

—Bueno, entonces debes llamarme Lottie, no Charlotte.

—Cierto, cierto. ¿Y cómo está la señorita Seven hoy? Ahí


tienes unos bonitos guantes rosas.

—Son mis favoritos en este momento. Sin embargo,


mamá dice que no estarán lo suficientemente calientes para
el invierno.

—Probablemente no. —La señora Gainer cambió su peso


de cadera a cadera, de un pie a otro.

Mamá lo notó. Todos exageraban un poco con sus dolores


y molestias alrededor de Seven y sus padres.

—Que tenga un buen día, señora Gainer. —Mamá asintió


y alejó a Seven de los melocotones. Seven se quitaría los
guantes cuando regresaran a casa y luego sentiría la piel
suave y difusa de la fruta.

Pusieron algunas cosas más en el carrito y procedieron a


la caja.

Llevábamos bastante tiempo en P&G. Se corría la voz de


que Seven estaba en el centro de la ciudad y la gente
comenzaría a venir a hacer sus compras también. Teníamos
que salir. Pero necesito que Lottie compre el periódico del día
antes de irnos.

Cindy sonríe a Lottie y Seven y escanea sus artículos


mientras los colocan en la cinta móvil.

—Entonces, Seven, ¿has elegido un disfraz para


Halloween?

Algún día Seven tendrá la edad suficiente para darse

166
cuenta de que el resto del mundo celebra Halloween de
manera un poco diferente. No todos los niños tienen un
desfile la víspera de su cumpleaños. Aunque la definición de
la noche del mendigo cambia de generación en generación,
esto es lo que hacemos en Borden Pines.

—Voy a interpretar a Sally de una película de pesadilla.


Mamá me va a pintar la cara y todo. —Seven siempre está
ansiosa por vestirse como su personaje favorito de películas,
Sally.

—Por favor, guárdate eso para ti. —Los labios de mamá


sonrieron pero sus ojos eran severos y francos. Estar en un
disfraz, pintura facial y todo le daba a Seven la oportunidad
de mezclarse con los otros en el momento de pedir truco-y-
trato.

Todavía necesito que Lottie vea el periódico. Le doy un


pequeño empujón a la pila.

—¿Los derribaste?

—No, mamá.

—Está bien, mira cómo se apilan de nuevo. —Cindy


endereza los papeles y pone las últimas cosas en las bolsas
de la compra de Lottie—. ¿Puedes creerle a este tipo? —Cindy
pasó un dedo huesudo por el titular de la portada—. Qué
monstruo, no puedo creer que no lo hayan atrapado todavía.

No necesitaba que Lottie viera el periódico, ella es muy


consciente de los peligros, necesito que vea que él se está
acercando. Las últimas víctimas, dos adolescentes, fueron
encontradas en algunas ciudades. Lentamente, mamá tomó
un papel de la pila.

—Agrega esto, por favor. —Le entrega a Cindy su tarjeta


de crédito.

167
—¿Quién es un monstruo, mamá?

—No te preocupes, bebé. Gracias, Cindy.

Ahora necesito que lea el periódico.

—Estamos de vuelta. —Mamá marcó su código en la


pequeña caja de seguridad en la pared, su otra mano se puso
roja por llevar todas las bolsas a la vez—. ¿Hola? Seven ve a
buscar a tu hermana.

Desde la otra habitación:

—Estoy aquí, Dios, cálmate.

Seven le puso los ojos en blanco a mamá, Celeste estaba


siendo demasiado dramática. Como siempre.

—Adelante, quítate los guantes, Seven-up. —Mamá le


hace un guiño a nuestra chica especial.
Mientras Lottie descarga los comestibles, saca el
periódico y mira el titular.

“Monstruo sigue suelto, ataca en Upton”.

—Upton —dijo Lottie en voz alta a nadie en particular.


Pero siempre estoy escuchando—. Celeste, ¿dónde está tu
hermano?

168
2
En Upton las cosas salieron mal. Monstruo está herido.
El hombre al que los medios de comunicación llaman “el

169
Monstruo de Michigan” es la razón por la que Seven Seivers y
Borden Pines se verán sumidos en la incertidumbre.

—Por favor, déjame ir, no lo diré. —Un adolescente se


cierne en la esquina, atado a una tubería de alcantarillado.
—Cállate, cállate. Cierra la boca. —Monstruo se agarra el
costado—. Necesito pensar. —Se acerca al chico y lo patea un
par de veces por pura frustración. Monstruo tira de su propio
cabello con su mano izquierda mientras sostiene su lado
derecho con la otra.

—Lo siento. ¡Por favor! —Mocos y lágrimas corren por el


rostro del joven.

Monstruo huye por los escalones del sótano. Está


agachado en agonía cuando llega a la cima. En el baño se
levanta la camisa y vuelve a inspeccionar su herida donde lo
apuñaló la mierda del sótano. El sangrado se ha detenido, o
Monstruo cree que lo ha hecho, pero en realidad, es difícil
saberlo. Empezaba a ser más doloroso de lo que podía
soportar. Monstruo simplemente agregará esto a la lista de
cosas que necesita arreglar y arreglar rápidamente. Ir a una
sala de emergencias está fuera de discusión, se informan
todas las heridas de arma blanca y disparos.
Los dueños de esta casa, la casa en la que se encontraba
actualmente, junto con Cody en el sótano, estarán en casa en
dos días.

Monstruo tiene su propia forma de encontrar Air B&B


asequibles. Encuentra idiotas en línea. “Abordar el avión

170
ahora, pasar dos semanas en Hawái”. Se traduce en venir a
robarnos a ciegas y quedarnos un rato.

Monstruo necesita averiguar a dónde ir durante la


próxima semana.

Tropezando en la cocina, Monstruo saca un cuchillo más


grande de un cajón. Sacar uno del bloque de carnicero en el
mostrador es demasiado obvio. Monstruo cuenta con que los
recién casados no bajen al sótano durante unos días después
de que regresen a casa. Estaba ansioso por disfrutar de la
bonita casa pequeña durante una semana más o menos y
disfrutar de Cody en el sótano. Pero el mocoso se defendió. Y
lo apuñaló. Monstruo maldijo al pequeño hijo de puta con
roncos susurros.
Todo se ha configurado como fichas de dominó. No puedo
decirte cuánto tiempo atrás se necesitaría ir para ayudar a
Cody, detener al monstruo, evitar que todo se filtre hacia
Upton y pronto, a Borden Pines.
Saber lo que hay en la mente de Monstruo es aterrador.
Solo me viene a la mente lo que necesito saber. Y desde que
Monstruo se filtró en mi reino me ha disgustado.
Posiblemente la peor mente con la que me he enfrentado en
setecientos años. No puedo esperar a que Grimm Reaper
obtenga este y se lo entregue personalmente a Lucifer.
Monstruo ve por primera vez a Cody en Upton el día que
le arrebata a un niño llamado Dylan. Dylan fue planeado,
Cody no. Pero el momento es perfecto. Dylan no fue tan
divertido como Monstruo esperaba. Además, tuvo la casa
vacía de los recién casados por unos días más.

Lo que disgustó a Monstruo de Dylan fue las quejas de


Dylan. Monstruo escuchó todo el tiempo cómo otros
monstruos planeaban y conspiraban, mirando a una víctima

171
durante semanas. No, no. Monstruo sacó a un niño de su
entorno. Le encanta la total aleatoriedad de todo. ¿Está
consiguiendo un luchador? ¿Un deportista? ¿Un paria sin
autoestima? ¿Un homosexual al que le daría una polla dura
por un hombre mayor que tiene interés en él? Los odiaba.
Pero incluso esos eventualmente se llenarían de terror
cuando se dieran cuenta de que Monstruo no se detendría.
Dylan entró en esta categoría hace unos días. La forma en
que hablaba el niño; es probable que sus padres ni siquiera
sepan que su hijo ha desaparecido todavía. En Michigan,
siempre existía la posibilidad de que un niño quedara
cubierto por la nieve antes de que lo cubrieran las noticias
locales.

Era tan fácil. Demasiado fácil. Monstruo quería gritarle a


la gente: “¡EDUCA A TUS HIJOS!”.

Nosotros los monstruos estamos en todas partes. Pero su


diversión y sus juegos dependían de que los desprevenidos
caminaran. Ponerse de mal humor era incluso mejor. Fingir
ser un amigo funciona mejor que ser un pervertido astuto, la
mayor parte del tiempo. Después de todo, es lo que funcionó
en Monstruo en su día.
Te lo dije. No sé hace cuánto tiempo que se colocaron las
fichas de dominó.
3
Los monstruos se parecen a todos los demás. Y Michigan
ha tenido su parte justa.

172
El día que eligió a Cody, Monstruo se vistió con
pantalones, una camisa abotonada, un cárdigan y lo remató
con un sombrero y gafas. Cuando encontrara su objetivo,
simplemente se pincharía una llanta.

—¿Necesita ayuda, señor?

Monstruo, encantado, responde con voz temblorosa:

—Sí, eso sería genial. Parece que tengo un pinchazo y ni


siquiera sé si puedo hacerlo yo mismo con mis rodillas malas.
—Los frota para dar efecto. Para venderlo de verdad.

Si Cody supiera que debe estar atento, se daría cuenta de


que el rostro del hombre era mucho más joven de lo que su
ropa te haría creer. Vería que las botas del anciano le
parecían demasiado grandes para su cuerpo. A Cody se le
enseñó a respetar a sus mayores, no a preguntar por qué no
pedirían ayuda como todos los demás en estos días.
—¿Tienes un teléfono celular que pueda usar? Parece que
dejé el mío en casa y necesito llamar a mi esposa, para que
sepa mi atraso.

—Seguro. —Cody, mirando dentro del maletero para


sacar el conector, le entrega a Monstruo su teléfono después
de que desliza su dedo sobre él para desbloquearlo.

—Gracias.

Cody le muestra al monstruo una sonrisa perfecta. Sus

173
labios tan rosados. Qué dientes tan blancos. Pero luego se
cierran. Cody se desploma en el maletero.

Monstruo sabe exactamente dónde golpear para


noquearlos de una sola vez. Luego, mientras empuja el
cuerpo de Cody en el maletero, Monstruo echa un vistazo
rápido a su alrededor. Sin testigos. En el asiento del
conductor, Monstruo se quita el sombrero y las gafas y los
mete en su bolso. Saca un par de pinzas y comienza a
destrozar el teléfono de Cody. Mientras conduce, tira
pequeños pedazos por la ventana. Luego vuelve en círculos
para ir en la dirección opuesta para regresar a la casa de los
recién casados. También necesita detenerse en el camino y
atar a Cody antes de que se recupere.
4
—Vamos, levántate. Necesitas caminar. —Monstruo ha
atado las manos a Cody y le ha puesto una bolsa en la cabeza

174
durante un parador. Pero Cody no saldrá del maletero.
Monstruo toma acción. Odia golpear a Cody en la cara, ama
su cara. Monstruo tuvo cuidado de no lastimarle los dientes,
su sonrisa. Odia a los que se defendieron. Eso es lo que
extraña de los chicos más pequeños, eran más fáciles de
manejar. Y definitivamente son más fáciles de eliminar. Pero
durante el último año Monstruo no pudo evitar notar que su
gusto ha cambiado desde su última juerga. Pensó que la
policía de estas jurisdicciones más pequeñas tardaría años en
conectar a todas sus víctimas. Monstruo cree que se está
volviendo demasiado viejo para matar de manera eficaz y aun
así, ser cauteloso. Planea sentarse junto al lago y disfrutar de
sus últimos años en soledad.

Me repugna que piense que debería tener un final feliz


después de todo lo que ha hecho y hará.

—Por favor. Mis padres tienen dinero. Toma mi billetera.

—No quiero tu dinero. Niño tonto. —Pero Monstruo la


agarra del bolsillo de Cody de todos modos, dejando que sus
dedos permanezcan cerca de la ingle del niño. El cabello se
eriza en la parte posterior del cuello de Monstruo.

Cody, retrocede lo mejor que puede cuando se da cuenta.


Esto no era un robo ni un secuestro. Es peor. Intenta
escuchar coches, trenes, voces mientras está tirado en el
coche. Cualquier cosa. Pero no tiene idea de cuánto tiempo
condujeron mientras estaba inconsciente. Cuando el
monstruo abrió el maletero, pudo decir con certeza que no
entraba suficiente luz a través de la bolsa para que pudieran

175
estar más en los límites de la ciudad.

Obligado a ponerse de pie, la espalda de Cody raspa el


pestillo. Aprieta los dientes de dolor.

—Levántate. —Cody trató de pararse derecho, pero


tropieza. Le duele la cabeza, tiene la garganta seca y no poder
ver le hace tambalearse.

Monstruo mete un puño en el estómago de Cody. Un


jadeante “por favor deténgase” viene de Cody.

Mientras Monstruo lo empuja hacia adelante, Cody


comienza a enojarse ya que mendigar no funciona. ¿Cómo le
cayó encima este anciano? Sabía que su billetera y su
teléfono se habían ido. Pero pudo sentir su navaja con
monograma en su bolsillo lateral. Este imbécil pervertido no
va a violar a Cody Pierson, no hoy. Jamás.

Cody está tratando de recordar todo lo que aprendió de


los boy scouts si te pierdes en el bosque. Sumérgete en todo.
Cuenta tus pasos. Presta atención a la voz del monstruo.
Engañarlo para que piense que quieres lo mismo. La bilis
sube por la garganta de Cody con ese pensamiento.
El hombre y el niño llegan a la casa. Monstruo va
directamente al sótano con su captura habiéndolo preparado
todo el día anterior.

Cody está desesperado. Tan desesperado como nunca lo


ha estado un joven de dieciséis años. Cuando Monstruo lo
arrojó al piso del sótano, supo que estaba atrapado. No hay
dónde correr aquí. Sus piernas están libres, tal vez pueda
intentar hacer algunas patadas. No intentar. Tiene darle.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta Cody, tratando de

176
arquear la cabeza hacia atrás para ver debajo del borde de lo
que cubre su cabeza.

—Bueno, no puedo dejarte así.

El monstruo tira del tobillo de Cody y lo arrastra, cerca


de una tubería de alcantarillado, y sujeta algo alrededor de
su tobillo. Preso del pánico, Cody intenta alejarse, agitando
las piernas, patear al monstruo sería incluso mejor que
simplemente escapar. Podría romperse el tobillo si se esfuerza
demasiado y nunca podrá subir los escalones y escapar.

El monstruo empieza a hablar, algo sobre una luna de


miel, Cody no está seguro. Cody está preparando la navaja.
Como nadador, tiene brazos largos y flexibles y no tiene
problemas para alcanzar los bolsillos con las manos atadas.

—Oh, Cody, no puedo esperar a verte. A todos ustedes.

Monstruo regresa a la tubería. Cody se sienta


perfectamente quieto. Cody puede oler lo cerca que está el
hombre. Monstruo se arrodilla frente a su juguete. Un
juguete nuevo y brillante que subestima.
Mientras el monstruo saca la bolsa, Cody intenta
adaptarse a la poca luz del sótano. En un instante, Cody gira
su cuerpo y empuja el cuchillo en el estómago de Monstruo.

La conmoción total se apodera del rostro de Monstruo.

—¿Qué hiciste? —Su mano volando a su costado y


sintiendo la sangre caliente.

Cody no responde. Toma su pierna libre y patea a


Monstruo. Monstruo cae varios metros hacia atrás, rodando

177
sobre su costado. Un grito de Monstruo resuena en el aire
viciado del sótano.

Más fuerte, más urgente:

—¿Qué hiciste? ¡¿Qué hiciste?!

Cody se arrepiente de repente. Si este hombre muere, él


también lo hará. Se necesitan dos llaves para salir de su
situación actual, como mínimo. Dos llaves.

—Lo siento, lo siento.

Monstruo retira su mano ensangrentada. Más sangre.


Esto es lo último que necesita. Lo único peor que quedar
atrapado, en la mente de Monstruo, es dejar sangre. Se ocupó
de su problema de huellas dactilares hace años
quemándolas. Su ADN era un poco más difícil de manejar. A
la mierda la ciencia.

—¿Qué era eso?

Cody tartamudeando:

—Una navaja... mi navaja.

Monstruo mira hacia abajo, no hay nada que sobresalga.


La navaja estaba en él. Cody ve el terror en los ojos del
monstruo. La mirada se convirtió rápidamente en
desesperación.

Monstruo se para y mira al suelo. Algunas gotas caen al


suelo. Mierda. Se tambalea hacia un carrito de servicios
públicos y, al encontrar trapos, los aprieta contra sí mismo.
Recuerda haber visto un mueble para licores en el piso de
arriba, ojalá haya algo fuerte. ¿Por qué no revisó mejor los
bolsillos de Cody?

Me encanta que Monstruo no sea tan invencible como

178
cree. Pero ahora esto también se convierte en mi problema.
5
En la sala de estar, Celeste está en su teléfono, Tony está
en su teléfono y Seven mira por la ventana grande, mirando

179
hacia el patio trasero. Las hojas caen sobre la hierba seca y
opaca. Siempre y cuando no llueva ni nieve en Halloween y
su séptimo cumpleaños sea feliz. Pero incluso si llueve o
nieva, la gente seguirá viniendo. Vienen todos los años.

—¿De qué están hablando mamá y papá? —Celeste


simplemente se encoge de hombros ante la pregunta de su
hermano—. ¿Qué hiciste?

—¡Nada! ¿Por qué crees que hice algo? —Está lo


suficientemente enojada como para levantar la vista de su
teléfono y mirarlo.

Desde su lugar junto a la ventana:

—Nadie hizo nada malo. Pero algo ha entristecido a


mamá.

Tony y Celeste se miran, satisfechos por la respuesta de


Seven. Seven puede decir si estás mintiendo. Puede ver lo que
hay en ti. Tener una hermana pequeña era bastante molesto,
pero agrega el hecho de que es un barómetro de la verdad, el
hecho de que todo el mundo quiere tocarla, y comprenderá la
constante molestia de Celeste. Lo siento por el niño, de
verdad.

Papá aparece en la puerta de la sala familiar hundida.


—¿Pueden venir a la mesa, por favor? —Seven se acerca
a él y recoge a su pequeña.

—¿Qué pasa? —Tony mira entre sus padres y ve que hay


más estrés de lo normal en sus expresiones.

—Recuerdan la charla que tuvimos sobre el peligro de los


extraños y la gente que los usa para acercarse a Seven.

—Por supuesto —Celeste bufó—, nos lo recuerdas todo el


tiempo. Nunca estén solos, nunca invites a un amigo sin

180
preguntar, bla, bla.

—Esto es serio Celeste y el momento es malo. —Mamá se


inquieta con el pañuelo en la mano.

Los tres hermanos de la familia Seivers dejan de actuar


como los asnos inteligentes que son y escuchan lo que tienen
que decir sus padres. Mamá y papá dan cuerpo a las
confusas emociones que Seven ha estado sintiendo desde que
regresaron a casa del P&G.

Tony y Celeste les informan que recientemente tuvieron


una asamblea en la escuela sobre el peligro de los extraños,
los delitos sexuales y la trata de personas.

Mamá sabía que los niños tenían que estar conscientes y


la escuela estaba haciendo todo lo posible para informar a los
niños, no asustarlos. Pero le rompe el corazón. No solo tiene
que vigilar constantemente a Seven, sino que sus otros dos
hijos también viven en este mundo aterrador. Un padre no
puede hacer mucho.

La charla sobre el hombre que se llama el Monstruo


conduce a conversaciones sobre el cumpleaños de Seven. Y
los cinco agradecen al cielo que solo fuera un día al año. Haré
todo lo posible para guiar a la familia Seivers y llevarlos al
primero de noviembre.
6
Monstruo deja el cuchillo de carnicero en el mostrador
mientras busca en el mueble-bar. Sí, encontró suministros en

181
el baño, pero no puede usarlos. Necesita que parezca que
nadie ha tocado nada.

En el aparador de la cocina estaban todos los licores que


se le ocurrían. Necesitaba vodka añejo. Lo ve en la parte de
atrás y está casi lleno. Con una mano lo levanta y reordena
las otras botellas. Nadie se dará cuenta.

Al salir, Monstruo quita la tapa y se la mete en el bolsillo.


Inclinándose a un lado, vierte el vodka en su herida.

Me complace tontamente verlo retorcerse de dolor.

En el sótano, Cody puede oír gritos de dolor ahogados.


Está orgulloso de sí mismo por reaccionar rápidamente, pero
ahora solo siente el terror de la incertidumbre. Golpeó al
monstruo.

Luego hay un largo silencio.

Finalmente, Cody escucha pasos.

Mientras baja los escalones, Cody ve el cuchillo en la


mano del monstruo. Cody es un animal atrapado.
—No por favor. Mi mamá. Ella estará desconsolada. —Se
atraganta con sus propios sollozos; no puede recuperar el
aliento.

—Deberías haber pensado en eso antes de clavarme una


navaja en el estómago. Ahora, este es mi cuchillo. —La única
bombilla de luz con una cuerda, ilumina la hoja plateada.

Las lágrimas caen por el rostro de Cody. No se da cuenta


de que se orinó.

182
Monstruo se agacha para susurrarle al oído de Cody.
Detallando todas las cosas que estaba deseando hacer, pero
ahora lo mataría. Y por ninguna otra razón que la valiente
estupidez de Cody.

Las palabras brotan de Cody de manera incoherente.


Mocos, babas, lágrimas y sudor se asientan en el rostro de
Cody. Monstruo se inclina más cerca y besa al niño.
Chupando la vida de él mientras pasaba la hoja por el cuello
del joven.

Debes encontrarme horrible. Sabía que el monstruo tenía


a Cody en ese sótano y, sin embargo, no hice nada.

Mi único trabajo es vigilar a Seven aquí en Borden Pines.

Monstruo y personas como él son aterradoras, incluso


para mí. Ojalá pudiera detenerlo todo. Pero la verdad es que
el terror vive. Almas especiales como Seven vienen para
igualarlo.
Yo no hago las reglas.

La sociedad hace muchas reglas. He visto los modales ir y


venir a lo largo de los siglos. Junto con la moral y la conducta
aceptables de una época, llega un nuevo tipo de psicópata
que solo quiere causar estragos en sus propias
depravaciones.

Cody está muerto en el sótano de la casa de una pareja


joven que está acostada en la playa, sin idea. La ignorancia
es grata.

183
El monstruo se dirige a Borden Falls.

Estoy preparado. Lottie Seivers, no lo está.


7
Lottie y Paul se sientan a la mesa de la cocina. Paul en su
computadora portátil. Lottie se sienta con una pila de

184
correspondencia de Seven frente a ella. Las consultas de
personas que buscan las habilidades de Seven llegan a diario.
Tony camina por el pasillo hasta la cocina. No le sorprende
ver a sus padres todavía despiertos, aunque él y sus
hermanas se retiraron a su habitación hace horas.

—Antes de que preguntes, verifiqué a Seven. Está


profundamente dormida. —Tony se acerca al frigorífico.

—¿Tony?

—¿Sí, papá? —Tony saca la silla al final de la mesa,


botella de agua en mano.

—Ten cuidado.

—Siempre lo tengo.

Paul vuelve la pantalla de la computadora hacia su hijo.


Tiene varias pestañas abiertas que muestran las horribles
escenas de hombres jóvenes que se encuentran esparcidos
por el oeste de Michigan durante los últimos años.

—Paul, no le muestres esas fotos.

—Necesita saberlo, Lot. Tony, te pareces a estos otros


chicos.
Tony quiere decir algo como “No puede atraparme papá.
No te preocupes”. Pero, con toda honestidad, Tony está
petrificado. Todos sus amigos se van directamente a casa
después de la escuela. Los muchachos de campo traviesa no
pueden usar la pista a menos que dos o tres estén juntos. De
hecho, Tony lleva un tiempo asustado. Buscando nueva
información todos los días en su teléfono. Él asume que tener
quince años es lo suficientemente mayor que ningún
pervertido todavía estaría interesado, pero la noticia no ha
hecho ningún intento por ocultar la identidad de algunas

185
víctimas locales recientes. Peor aún, conoce a algunas de las
víctimas de eventos escolares.

Pero no quiere preocupar a sus padres cuando se


despierta en medio de la noche con miedo.

Y Seven guarda su secreto. Se despertará asustado por


las pesadillas. Pesadillas en las que intenta ver la cara del
monstruo. Cuando esto sucede, quiere meterse en la cama
con mamá y papá, como en los viejos tiempos. En su lugar,
los verá durmiendo profundamente y en su lugar entrará de
puntillas en la habitación de Seven.

Seven a menudo se despierta con uno de los miembros de


su familia sentado al lado de su cama.

Con su vocecita somnolienta, le pregunta a Tony:

—¿Pesadilla otra vez?

Tony siempre se desconcierta cuando hace una pregunta.


Ella siempre está dispuesta a brindar consuelo.
Tony se acuesta junto a su hermana pequeña y
automáticamente se somete lo suficiente como para volver a
dormirse.

Me encanta que Seven reciba todo el crédito por consolar


a su familia. Así es como debería ser, no creen que esté
realmente aquí. De vez en cuando, me extiendo sobre ellos
dándoles la sensación de que alguien los está mirando.

Seguro, conocen la tradición. Los ancianos les han


contado todos los cuentos. Generación a generación. Y

186
cuando llegó Seven, a Lottie y Paul les contaron todas las
historias de nuevo, para que no se olvidaran.

Nadie puede vivir en Borden Pines y no pensar que de


alguna manera están colocados aquí al azar. Beatrice cumplió
cien años y falleció durante el embarazo de Lottie. Llevándose
sus habilidades con ella y dando paso al nuevo Sanador.
Todas las mujeres embarazadas hace siete años esperaban en
secreto que su hijo fuera el elegido. Lottie era la única que lo
temía abiertamente y verificaba cuidadosamente las fechas en
cada visita al médico.

Seven puede escuchar el tono bajo de la conversación


silenciosa al final del pasillo en la mesa de la cena. Su familia
está asustada y no puede evitar pensar que algo es culpa
suya. Su cumpleaños siempre estresa a la familia. Al mismo
tiempo que emociona a la ciudad.

Cuando Seven sea mayor, podrá hacer lo que le plazca,


seguir el camino que los Sanadores antes de que ella
estuviera o puede convertir a Borden Pines en una trampa
para turistas. Si eso es lo que ella quiere. Pero por ahora,
mientras ella es una niña, Paul y Lottie quieren que sea lo
más normal posible.

Toda la gente de Borden Pines exige que Seven esté


disponible para ellos al menos un día al año. Dado que el 31
de octubre es su cumpleaños y sus habilidades son más
fuertes, este es el día en que su familia permite que Seven sea
lo que nació para ser.

187
A la gente le encanta presumir cuando su ciudad natal
tiene algo digno de mención. Ciudad natal de un actor o la
mayor bola de hilo, pero la gente también es egoísta. Cuando
tienes acceso a algo, o alguien, especial que no quieres
compartir. La gente aquí quiere y necesita a Seven. Una
dolencia o enfermedad puede aliviarse y aparecerá otra. El
trabajo de Seven nunca terminaría si Lottie y Paul no son
diligentes en cuanto a la curación que realiza Seven.

Sin embargo, la razón principal es la propia Seven. Ella


es joven y el acto de curar desgasta su cuerpecito. Se hará
más fuerte con cada año que viene, pero por ahora solo puede
manejar hasta cierto punto.

Ojalá pudiera proteger a Seven de todo y de todos los que


quieran usarla o dañarla. Pero entonces, ¿cuál sería el
sentido de que Seven existiera si yo, nosotros, no la
compartiéramos con el mundo?
8
Si alguien está buscando un Buick plateado con capota
roja y un espejo lateral roto, no lo encontrará. O encontrar a

188
un anciano conduciéndolo. Unos kilómetros después de salir
de la casa de los recién casados, Monstruo se detiene y, con
las tripas aún matándolo, extiende la mano por el capó y
arranca la capa de pintura. Ahora su capó es del mismo tono
de gris que el resto del automóvil. Recupera el espejo lateral
del asiento trasero y lo vuelve a colocar. Cuando se estiró
sobre la capucha, tiró algo y ahora siente el cálido chorro de
sangre nueva. Lo peor es que puede oler el hedor caliente. No
el delicioso olor a cobre caliente como cuando llevó el cuchillo
al cuello de Cody.

La ironía no se le escapa. Casi asesinado por el chico que


ni siquiera planeó. En la mente de Monstruo, todos los
grandes monstruos eran idiotas. Hicieron una cosa estúpida
que nunca antes habían hecho y ese fue el error que los llevó
al corredor de la muerte. Monstruo nunca ha matado en el
mismo lugar donde viola a sus víctimas. Cody podría ser su
único error después de años de tener cuidado. Pero no podía
pensar en eso ahora. Necesita dirigirse a Borden Pines y
establecerse.

Monstruo conduce los setenta kilómetros. Encuentra el


camino a la farmacia a tiempo. El resplandor rojo en el
edificio es visible desde bloques de distancia. Monstruo ha
estado en Borden Pines antes, pero esta noche no pensaba
con demasiada claridad.

Sale del Buick y cierra la cremallera de la chaqueta


limpia que se pone en un intento de ocultar su herida. El
cajero lo mira de inmediato. Monstruo agarra una de las
pequeñas cestas de la compra. Monstruo solo inclina la
barbilla hacia el joven que trabaja y se dirige al pasillo de
primeros auxilios.

Allí agarra todo lo que necesita. En el camino, ve una

189
máscara colgada junto a los dulces de Halloween. Le gusta y
por impulso lo pone encima de las vendas. También arroja
una bolsa de dulces. Mantiene la cabeza gacha y comienza a
acercarse al cajero. Pasa una botella de vodka que mira a lo
largo del camino, teniendo cuidado de no aplastar la
máscara.

—¿Encontró todo, señor?

—Sí. Gracias.

—¿Está bien, señor? No se ve muy bien.

—Estoy bien, me operaron hace unos días. La incisión


todavía me duele un poco, eso es todo.

Sacudiendo la cabeza en señal de acuerdo, el cajero dice


que las máscaras blancas han sido populares esta
temporada.

—¿Para sus hijos?

—Um, claro, sí, Halloween está a la vuelta de la esquina.

Monstruo agarra su bolso del joven y sale. Normalmente


evaluaría al chico, charlaría un poco pero tiene su próxima
marca y necesita sanar. Pronto podrá matar dos pájaros de
un tiro.

O eso espera.

—Necesito ver su identificación y una tarjeta de crédito.

190
Monstruo desliza lo que pasa como su licencia de
conducir y su tarjeta de crédito a través del mostrador hacia
el hombre detrás del mostrador de recepción del Roadway
Inn.

—Me gustaría pagar en efectivo, cinco días.

—No hay problema, estás de suerte, normalmente en esta


época del año estamos llenos.

—Ya, no me digas.

El recepcionista procede a decirle a Monstruo:

—Sí, señor, Borden Falls es bastante popular en esta


época del año. Pero debes estar en la ciudad por otra cosa.

—Así es.

—Bueno, déjame a mí o a una de las amas de llaves


responder cualquier pregunta que pueda tener mientras está
aquí. Solo cargaremos la tarjeta si es necesario para gastos
imprevistos. Firme aquí. Y sus iniciales aquí. Gracias —y
hace una pausa para mirar más de cerca— señor Marcus.
Disfrute de su tiempo en Borden Falls.

—Gracias.
Toma su tarjeta de plástico y recupera su bolso y la bolsa
de la farmacia del auto y se dirige a su dulce motel. Quedarse
cinco días en la ciudad era arriesgado, pero ahora era
necesario, ya que pasar unos días con Cody era imposible.

En su habitación, inmediatamente se quita la chaqueta


en un esfuerzo por mantenerla limpia. En el espejo del baño
se levanta la camisa sucia y se vuelve a inspeccionar. Está
infectado. Pensó, pero no sabía, que habría signos de
infección tan rápido. Se maldice a sí mismo.

191
—Cody no debe haber mantenido su maldita navaja
demasiado limpia. El pequeño bastardo probablemente me
dio una infección por estafilococos. —Tal vez, solo tal vez,
podría sacarla y comenzar a sanar.

Abre la botella de vodka y bebe directamente de ella.


Luego arroja una cantidad incierta de Tylenol en su boca y
bebe nuevamente de la botella. Ser golpeado la mayor parte
de su vida por los novios de mamá y tratar de ocultar sus
moretones era una gran práctica para momentos como este.
La mayoría de la gente ni siquiera habría podido conducir
desde Upton. Se habrían desmayado por la pérdida de sangre
y el dolor en algún lugar del camino. Pero, de nuevo,
Monstruo nunca ha sido como la mayoría de la gente. Y aquí
en Borden Falls había alguien más que no era como la
mayoría de la gente.

Empieza a sentir los efectos de las pastillas y el alcohol.


Él está preparado. Deja las toallas sobre la cama y toma un
trago más antes de acostarse en la cama.

Sacando su cinturón de las presillas, lo dobla y lo


muerde para sostenerlo en su boca. Todo lo que necesita, en
caso de que tenga éxito, está a su lado sobre la colcha de
poliéster.
Mirando hacia arriba vio los puntos haciendo patrones en
las baldosas del techo. Muerde y trata de no gritar
“GRRRRJODEEEERRRUMMM” mientras desliza su dedo en su
abdomen para sentir hacia dónde apuntaba la navaja.

Sus ojos se cruzan, lo que hace que los puntos del techo
se dupliquen. Vio que la oscuridad se deslizaba por los
bordes. Haciendo una pausa por un segundo, se estabiliza y
encuentra que la navaja está paralelo a su espalda. Monstruo
murmura más para mentalizarse, porque la peor parte aún

192
está por llegar.

Estirando su cuello, mira para ver dónde estaban sus


dedos y usando su otra mano, aún mordiendo su cinturón,
Monstruo empuja su estómago hacia abajo mientras tira y
grita de dolor.

Su ritmo cardíaco es rápido, respira como un conejo


perseguido, todavía arqueándose para mirar su estómago, su
mano tiembla con la navaja ensangrentada. Deja que la
navaja descanse sobre su pecho y vierte el peróxido de
hidrógeno en la herida. Todavía doloroso, pero un picnic
comparado con el tira y afloja de hace treinta segundos.

Con su pecho subiendo y bajando, su máxima prioridad


ahora era detener la hemorragia. Coloca la gasa en la herida
y presiona la toalla de mano del motel sobre ella. Con un
gruñido audible, se levanta con cuidado hasta una posición
algo sentada para doblar el abdomen a la mitad.

Para sí mismo:

—Bueno, señor Marcus, podría haber sido cirujano. —Y


con eso, apoya la cabeza en la pared detrás de él y se queda
dormido por el dolor, el cansancio y el alcohol.
9
Seven se sienta en su cama, completamente vestida y
mirando por la ventana. Su despertador Beetlejuice da las

193
siete. La canción “Banana Boat” solo sale una nota antes de
que Seven la apague.

Mi pequeña encargada no es ella misma. Sabe que el mal


está cerca y le molesta. Ni siquiera durmió. Anoche, de todas
las noches, esperaba que Tony se detuviera en su puerta. Lo
escuchó hablar con mamá y papá y esperaba que se
detuviera cuando regresara a su habitación. Traté de
calmarla y finalmente funcionó, pero ella necesita sentirse
así. Ella debe estar preparada. Los monstruos dan menos
miedo si sabes dónde están, en lugar de que salten de tu
armario gritando “¡BOO!”.

—Cariño, ¿ya estás vestida para la escuela? —Seven


envuelve sus brazos alrededor de la cintura de mamá y debo
admitir que siempre siento un poco de celos de mamá en
pequeños momentos íntimos como este.

—Me levanté temprano.

—Ya veo. Y escogiste tu ropa tú sola.

—Duh, mamá, no es tan difícil. —Celeste entra en la


cocina. Tiene un tono sarcástico en la forma en que dice
cualquier cosa estos días, pero esta mañana mamá no está de
humor para eso.
—Ella viste de negro el noventa por ciento del tiempo de
todos modos. Tal vez si se vistiera como una niña normal no
se vería como un fenómeno.

—Celeste, es demasiado temprano para empezar a llamar


a tu hermana un fenómeno, ahora discúlpate.

—Lo siento... monstruo.

A veces quiero hacer estallar a Celeste yo mismo. En


cambio, solo agradezco a los cielos y al inframundo, ella no es

194
la niña que juré cuidar.

Lottie dijo en voz alta lo que estaba pensando:

—Celeste, ¿por qué te levantas tan temprano?

—Necesito estar en la sala de arte un poco antes del


primer timbre. Ayer conseguimos las serpentinas para el
flotador, pero se nos acabó el tiempo para engraparlas. La
señora Burns dijo que llegaría temprano para abrirnos la
puerta esta mañana.

—No me dijiste eso anoche. Cariño, no tengo tiempo para


llevarte temprano, estoy segura de que no puedes esperar al
autobús.

—Mamá, estoy bien, caminaré, no es gran cosa. El


autobús es lento y huele mal de todos modos.

—Realmente no me gusta la idea de que camines sola.

Seven vierte leche en sus bocados de manzana y agita los


pequeños círculos hasta que tienen el impulso para girar por
sí mismos.

—Come antes de que se aguaden. —Mamá besa la frente


de Seven y grita—: Tony, ven a desayunar. ¡TONY!
Una voz adolescente enojada llega por el pasillo. Tony
siempre es el más difícil de despertar. Al menos cuando se
queda dormido en la habitación de Seven, se levanta a
tiempo; de lo contrario, Seven deja que suene toda la canción
cuando suena la alarma. Es suficiente para despertar a
todos.

—Ya voy.

—Mamá, ¿cuándo puedo usar mi vestido de Sally?

195
—La semana que viene, cariño. Cinco días. —Levanta la
mano y mueve los dedos.

—Me tengo que ir. —Celeste desliza su silla hacia atrás,


haciendo un ruido de raspado en el piso de madera.

Agarra su mochila del respaldo de la silla y una vez más


Lottie le pide que tenga cuidado. Ojalá pudiera asegurarle a
mamá que Celeste estará bien, pero no puedo. Celeste puede
ser un dolor de cabeza, pero ella es la última por la que Lottie
y Paul deben preocuparse.

—Ahí está mi chico. Buenos días, Tony.

Su cabello se levanta en varias direcciones y su camiseta


holgada está arrugada alrededor de su cintura.

—Ni siquiera estás vestido todavía. —Lottie coloca un


cuenco frente a él y Seven desliza la caja de bocados de
manzana.

Tony le da una sonrisa y ella mueve los pies de un lado a


otro debajo de la silla. Intenta sonreír mientras mastica y la
leche le sale por la comisura de la boca.

Tony, hablando con la boca llena:

—Veo que estás bien vestida esta mañana.


—No tonto, llevo esto todo el tiempo. —Tony es muy
consciente de esto y no tiene ningún problema con eso, a
diferencia de Celeste que se mete con Seven constantemente.
Lottie y Paul creen que la mayoría de los adolescentes
pasaron por una fase gótica, pero Celeste nunca lo ha hecho
y Seven parece haber estado en una fase permanente desde el
jardín de infancia. Mamá dibuja la línea en Seven queriendo
pintar sus uñas de negro. Lottie le dice que no tiene sentido
ya que necesita usar guantes de todos modos. Esa respuesta
es suficientemente buena para Seven. Por ahora.

196
Tony come su desayuno y corre a su habitación para
cambiarse.

Tony regresa a la cocina, vestido, pero con el cabello


todavía desordenado, y pregunta por Celeste.

—Ella comenzó a caminar. Algo acerca de que la


profesora de arte se reunirá con ellos temprano para poner
las serpentinas en el flotador. —Mamá se sienta a la mesa.
Tiene bolsas debajo de los ojos y el cabello se le cae de la
coleta suelta—. Le pedí que esperara.

Diría que mi corazón está con Lottie, pero no tengo un


corazón latiendo. Pero si yo fuera humano, mi corazón estaría
con ella. Entonces, mucho ha cambiado en el mundo desde
que nació el último Sanador. También necesito aprender a
navegar en este nuevo mundo o fracasaremos en proteger al
pequeño Sanador.
10
Los párpados de Monstruo parpadean e intenta
recuperarse y concentrarse en dónde diablos está. Las

197
cortinas de la habitación del motel no se cerraban del todo y
dejaban entrar un rastro de luz nítida. Directamente a sus
ojos. Levanta la mano para protegerse los ojos y comienza a
levantarse, haciendo una mueca de dolor.

—¿Qué carajo? —Y luego recuerda. Tomando una


respiración profunda con los dientes apretados, se inclina
para mirar.

Retirando la toalla empapada de sangre, mira su herida


de arma blanca. En realidad, se ve mejor de lo que se sentía.

Poniéndose de pie estaba mareado. Su cabeza late con el


ritmo de un centenar de tambores. Tropezando con el baño,
enciende la luz. Ve el desastre de la noche anterior. Bebió del
pequeño vaso de plástico que había sobre la encimera. Y
bebió y bebió. Lavándose la cara con la única toalla limpia
que todavía tenía, su estómago comienza a quejarse. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde que comió? Fue antes de que
llevara a Cody al sótano.

En las bolsas de plástico de la farmacia encontró una


bolsa de dulces de Halloween. Y una máscara. La noche
anterior comienza a llegar. El cajero dice que las máscaras
eran populares este año.
Junto al caramelo estaban las tiras de mariposa que
esperaba que funcionaran.

—Toc, toc, limpieza.

La manija de la puerta se movió ligeramente cuando se


apresuró hacia ella.

Chocando contra la puerta, la entrada de la criada se


detiene. Pero a través de la puerta dice:

—Estoy bien para el día. Quizás mañana.

198
—De acuerdo. Que tenga un buen día.

Su carro tiene una rueda chirriante mientras avanza


hacia la habitación contigua. Monstruo que mira a
escondidas a través de la abertura en las cortinas, ve el
estacionamiento lleno para una pequeña ciudad sin nombre
en Michigan. Esto podría plantear un problema.

Yo y los residentes de Borden Pines solo podemos esperar


que abandone sus mejores planes.
11
Las festividades en la ciudad están aumentando. Solo
cuatro días hasta que Seven cumpla siete años y todo el

199
pueblo se reúna a su alrededor.

Las calabazas se asientan en fardos de heno frente a


tiendas, restaurantes y hoteles. Los espantapájaros están
atrapados en los macizos de flores sin otra razón que no sea
la temporada y a todos les encantaba decorar su pequeño
pueblo para los visitantes que llegaban. Todos saben que la
verdadera razón de los visitantes es en realidad triste y grave.

Mientras el autobús escolar atraviesa la ciudad, Seven


mira por la ventana a todos los extraños que sabe que han
venido a verla, no a las calabazas o las famosas manzanas de
Michigan.

Personas en sillas de ruedas están siendo empujadas a


cafés y cafeterías por cuidadores de aspecto cansado. La
gente se sienta en los bancos de la acera con los bastones
apoyados en las piernas mientras comen rosquillas de
“SugarBakers”. Seven comería “SugarBakers” todos los días
si mamá se lo permitiera. Creo que, si sabes que vas a vivir
hasta los cien años, comes donas.

En el último semáforo antes de la escuela, Seven ve a


una mujer. Las quemaduras le han dejado cicatrices en la
cara y el cuello. Seven instantáneamente siente lástima por
ella. La dama hace contacto visual con Seven a través de la
ventana del autobús. Por vergüenza por cómo se ve, vuelve la
cabeza. Sin saber que esta es la niña a la que se enfrentará
en unos días. Seven mira sus manos enguantadas. El
autobús se tambalea hacia adelante cuando el semáforo se
pone en verde. Seven se quita uno de sus guantes y se acerca
a la niña que comparte su asiento. Con un pequeño
cosquilleo de electricidad, su compañera de escuela siente la
mano de Seven en su muslo. Las dos jóvenes comparten una
sonrisa y Seven está agradecida de no sentir nada negativo a
cambio. La chica a su lado en el autobús esta mañana, está

200
sana y feliz y siempre lo estará.

Esto me calienta y valida por qué Seven y yo estamos


aquí.

Monstruo ha tenido suficiente de comida a domicilio y


café de mierda de la recepción el último día o dos. Todo le
parece borroso. Su herida está sanando lo suficiente como
para sentirse lo suficientemente seguro como para dar un
corto paseo hasta la cafetería que puede ver desde su
ventana.

Todavía espiando por la ventana, ve dos autobuses


escolares esperando en el semáforo. Siente el familiar
cosquilleo de querer cazar. Pero no puede. Honestamente,
quiere detenerse y cree que fallar con Cody debería ser
suficiente para disuadirlo. Pero no. Ver el autobús escolar le
recuerda por qué nunca pudo detenerse solo.

Se sienta en el borde de la cama y siente que se le


endurece la polla. Cerrando los ojos, intenta cambiar la cara
de Dylan por la de Cody y desabrocha la cremallera. Empieza
por sí mismo mientras tiene cuidado con la herida. No
importa, cuando las visiones reales de Cody, con la garganta
cortada, muerto en el suelo, le vienen, solo lo hace correrse
más rápido. Vuelve a caer en la cama y vuelve a dormirse.

201
12
Al final del día, Seven se para con su maestra y
compañeros de clase. Algunos niños van hacia el área de

202
recogida, algunos comienzan a caminar a casa, otros, como
Seven, esperan a que lleguen los autobuses con sus
hermanos mayores ya a bordo.

Cuando el número trece levanta el guante de color fucsia


de Seven, suelta la mano de la maestra y encuentra a su
hermana.

—No te vas a sentar con nosotras. —Celeste y su amiga


están juntas compartiendo auriculares. Seven se mueve hacia
el asiento vacío detrás de su hermana. Puede que sepa
mucho sobre la gente sin que ellos digan nada, pero extraña
a su hermana. Solían ser cercanas. Incluso compartiendo
una habitación hasta que Celeste comenzó el séptimo grado.
Pero cuando comenzó el octavo grado hace unos meses,
Celeste comenzó a llamar a Seven un fenómeno y se negó a
sentarse con ella en el autobús a menos que fuera la única
opción.

Seven, hosca, apoya la frente en la ventana.


Monstruo volvió en sí y encontró que su basura aún
colgaba de su cremallera. Girando la cabeza hacia un lado, ve
que el despertador junto a la cama dice las tres. No estaba
seguro de por qué parece necesitar tanto dormir desde que
llegó a Borden Pines, pero lo hace y mantiene el tiempo en
movimiento.

Caminando hacia el café, Monstruo comienza a sentirse


fatigado de inmediato. Se está volviendo demasiado mayor
para seguir así. Con un poco de suerte para el primero de

203
noviembre, dejará esta ciudad como un hombre cambiado.

Su competencia para llegar antes que el Sanador parece


empinada. Parece que el asilo de ancianos local tiene un día
libre. Esperando cruzar la calle con Monstruo hay personas
en sillas de ruedas y con bastones. La gente usa yesos y los
niños enfermos están atados a tanques de oxígeno. Monstruo
habla consigo mismo mientras se toca un punto en el brazo.
Con su cabello despeinado y su incesante diatriba, Monstruo
pensó que estaba actuando como un loco incluso para sus
estándares. Y como proveedor de la web oscura, eso dice
mucho. A veces pensaba que dos personas vivían en un solo
cuerpo.

Los ojos de Seven captan a toda la gente de la avenida.


Intenta no sentirse triste con todos los que ve y trata de
apartar la mirada. Pero no puede.

Entonces lo ve.
Quiero salvarla de este momento. Pero no puedo y ahora
ella lo sabe.

No puede apartar la mirada. En algún lugar profundo de


su psique, sabe que conoce a este hombre. Simplemente no
puede entender los detalles.

Recuerda lo que dije sobre el equilibrio.

Monstruo mira el autobús escolar. Una niña con cabello


castaño arenoso está mirando por la ventana. No puede evitar

204
mirar.

Alguien dice “Pervertido” cuando lo atrapa todavía


mirando al autobús escolar cuando se enciende la luz.

Era ella. Él lo sabía. El monstruo dentro de él lo sabe.


Sus días están contados.

Cuando Seven sale del autobús, se siente insegura,


derrotada, asustada, todo tan abrumador para una niña de
seis años. Incluso si es especial, todavía es una niña.

Su hermana la empuja fuera del autobús.

—Muévete, idiota. Dios mío.

—Ya basta, Celeste. —Tony salió al último del autobús,


instantáneamente atacando a su hermana. Algunos de sus
amigos le dan un extraño apretón de manos antes de caminar
en la dirección opuesta al camino de entrada de los Seivers.
Seven ve a Celeste y su amiga alejarse, todavía juntas
compartiendo el iPod.

—Oye, chica, ¿estás bien? —Tony acaricia la parte


superior de la cabeza de Seven—. ¿Alguien te ha dicho algo?

Un manso:

—No.

—Vamos, entremos a la casa.

205
Dentro de la cafetería, Monstruo encuentra el lugar casi
vacío y toma asiento después de pedir un simple café negro.
Estirándose hacia la mesa de al lado, encuentra el periódico
del día. Le molestaba muchísimo cuando la gente no podía
ser lo suficientemente civilizada como para al menos intentar
doblar un periódico correctamente, y luego la siguiente
persona podía leerlo en orden.

Él lo ve. El encabezado.

—Segunda víctima encontrada en el área de Upton.

—¿Marcus?

—Sí.

Monstruo aparta el periódico del camino para dejar


espacio para la taza de café.

—Sí, hombre, ¿ya leíste eso?

—No, no lo he hecho. ¿Algo importante?


—¿Has estado viviendo debajo de una piedra? Está este
tipo, quiero decir, supongo que podría ser una dama, pero sí,
han estado buscando a este tipo durante algunos meses. —El
barista no tiene ni idea.

—¿Qué tan lejos está este Upton? —Monstruo señala el


titular.

—¿No eres de aquí? ¿Estás en la ciudad para las


vacaciones?

206
—Supongo que se podría decir eso, parece que algo es
importante.

—Entonces definitivamente no eres de aquí. Upton está


como de cuarenta y cinco minutos a una hora de distancia.

—Ya veo. Muy cerca.

—Este idiota está matando a tipos, como adolescentes,


no mucho más jóvenes que yo. Al principio pensaron que era
un crimen de odio, ya que algunos de los chicos eran
homosexuales y todo eso. Lo cual es totalmente genial, ya
sabes, si eres como, así o lo que sea.

—No. —Monstruo se pone tenso, quiere frenar a este


chico por siquiera pensar que podría ser un maricón como
Dylan.

—Todo está bien. —El barista retrocede un poco y hace


un gesto una vez más hacia el periódico—. Bueno, de todos
modos, están tratando de encontrar a todo un personaje.
Creo que tengo la edad suficiente para estar libre de peligro si
este tipo vuelve. Pero como podría enfrentarlo, ya sabes.

—Sí, te ves lo suficientemente fuerte como para cuidarte.


—Monstruo está intrigado en cuanto a lo que esconde el
delantal a pesar de que él era demasiado mayor para su
gusto.

—Cuatro años en el fútbol. Quería jugar para los


Wolverines, pero quién no, ¿verdad?

Suena el timbre sobre la puerta.

—Bueno, será mejor que vuelva al mostrador. Um, tienes


como una recarga, así que ven si quieres. —El señor Marcus
disfrutó viendo al chico alejarse.

207
Mientras lee, intenta no estar visiblemente feliz. Tal como
había esperado, los recién casados vivieron con el cuerpo
durante un día antes de averiguarlo. Olieron algo, pero
asumieron que había un ratón muerto en alguna parte, ya
que era algo común en esta época del año. Pero después de
estar en casa y comenzar a desempacar, el olor se hizo más
fuerte y definitivamente no era un ratón.

—No un ratón. —Mirando a su alrededor para ver si


alguien lo escuchó.

Luego, con más deleite de lo que pensaba que era capaz


de sentir, vio las palabras mágicas: “buscando a un asesino
en serie”.

No tienen nada sobre él. Todavía. Monstruo sabía que las


actualizaciones podrían llegar más tarde, mucho más tarde.
Primero, las autoridades dedicarán mucho tiempo a ver si
Dylan y Cody están conectados antes de su muerte. Incluso
si fueron a la misma tienda al mismo tiempo, podría haber
un enlace. Pero no.

Aunque todavía tiene un dolor horrible en el estómago,


su estado de ánimo se ha levantado lo suficiente como para
casi olvidar la agonía de su primera noche en la ciudad. El
barista está solo en el mostrador y Monstruo aprovecha el
momento.

—¿Necesitas más?

—Sí, por favor.

¿Este tipo siempre es así de burbujeante y hablador? ¿O


era por la cafeína gratis que bebía todo el día?

Tomando la taza llena:

208
—¿Mencionaste algo sobre unas vacaciones?

—Sí, Halloween es un gran asunto por aquí. La ciudad


duplica su tamaño. Recolección de manzanas, parcelas de
calabaza, un desfile y un montón de cosas históricas.

—Parece que elegí un lugar popular.

—Claro que sí. Tommy. —Dice su nombre y acerca la


mano a Monstruo.

—Marcus. —Una sacudida firme.

—Sí.

—Oh, sí, lo sabías.

—Bienvenido a la ciudad, Marcus. —Tommy desvía la


mirada y Monstruo lo sigue—. ¿Estás bien, hombre?

Mierda.

—Um, sí. Me operaron hace unos días y me tomó una


eternidad sanar. Pensé que estaba teniendo cuidado.

Tommy simplemente asiente y Monstruo lleva su café a la


mesa. Necesita terminar. Mientras Tommy está ocupado
coqueteando con algunas chicas que entran, Monstruo dobla
el periódico y se lo mete en la chaqueta. Al cerrar la
cremallera, oculta el diario y la sangre nueva se esparce.
Necesita algunos suministros y ropa nuevos para sobrevivir
los próximos días.

209
13
Mamá está de pie en la cocina, con un vestido, el cabello
peinado y maquillada para ocultar las bolsas debajo de los

210
ojos.

—Bien, estás en casa. —Seven se acercó a mamá y la


rodeó con sus brazos—. Yo también te amo, Seven-Up.
¿Tony? Querido, cómo fue tu día.

—Apesta que el campo a través ha sido cancelado. Tan


pronto como cualquiera de nosotros salga del edificio, se nos
dice que nos mantengamos seguros, que tengamos cuidado,
se está poniendo viejo.

—Es por su seguridad. Si fuera por mí, ni siquiera te


dejaría ir a la escuela.

—Mamá.

—No te comas esos. Son para los oficiales. Por favor,


peina tu cabello.

—¿Estoy bien, mamá?

—Hermosa, pero ve a cepillarte los dientes.

—¿Eso es esta noche?

—Sí. Espera, ¿dónde está tu hermana?


—Es el último día que pueden trabajar en la carroza, ma.
La traerán a casa.

Seven, que aún no se había ido a cepillar los dientes:

—Ella está bien, mamá.

—Está bien, tomaré tu palabra. Ahora ve.

El siguiente en cruzar la puerta fue papá. Trabaja horas


al azar en la funeraria, pero últimamente ha estado en casa
para cenar con la familia.

211
—Paul, ¿cómo estuvo tu día?

—Bien, bien, ¿en qué puedo ayudar?

—Creo que todos estamos bien.

—Entonces siéntate y relájate. Te ves genial. —Paul


depositó un beso en la frente de Lottie.

La policía está de camino. Cada año se reúnen con el


Sanador y el resto de los Seivers para hablar sobre las
medidas de seguridad. Y este año hay que tomar una
precaución adicional.

Llegan y Lottie y Paul se sientan con el alguacil y un


ayudante. El sheriff no ha envejecido en años. No, de verdad,
no lo ha hecho. Se necesita mucho más que yo para cuidar de
Borden Pines y Seven.

—Nos preguntábamos si podríamos hablar con Tony —


pregunta el sheriff Gill Andrews.

—Oh, por supuesto. Tanto él como Seven están aquí.

—¿Celeste?

Paul responde:
—Ella y algunos otros niños están terminando la carroza.

—Pasaremos por ahí y nos aseguraremos de que todos


tengan un aventón a casa cuando salgamos de aquí.

—Genial, gracias. —Lottie le envía un mensaje de texto a


su hija sobre un aventón y recibe un “¡Estoy bien, mamá!” de
respuesta.

—Tony, ¿podrías venir aquí por favor?

Tony y Seven caminan por el corto pasillo hacia la cocina

212
y saludan a los oficiales.

—Seven, ¿cómo está nuestra chica?

Ella le da al sheriff Andrews un gran abrazo cálido.

—Puedo disfrazarme de Sally.

—¿Y quién es Sally? Ella no puede ser más bonita que tú.

—Tonto, ella es de mi película favorita. Bueno, una de


mis películas favoritas.

—Ah, sí. No puedo esperar para ver.

Seven ama al sheriff Andrews. No necesita nada de ella y


nunca la entristece ni la asusta.

—Seven, ¿crees que puedes ir a ver televisión mientras


hablo con tus padres y Tony?

Ella asiente y se dirige a la televisión.

Tony siempre está atento a Seven, pero ¿por qué el sheriff


Andrews lo necesitaba a la mesa?
—Tony, ¿tú o tus amigos han visto a alguien merodeando
por la escuela? ¿Paradas de autobús? ¿Alguien te dio ese
instinto de no estar bien?

—No. Todo tipo de gente en la ciudad, pero realmente no


he visto a nadie. Me aseguro de volver a casa con Seven para
que no esté sola en el autobús o bajándose de él.

Mamá apoya una mano en la suya.

—Y te lo agradecemos.

213
Seven está sentada en el sofá, pero la aliento para que
vuelva a la cocina.

—Yo lo vi.

—¿Qué? —preguntan todos los adultos al unísono.

—Él está aquí.

—¿Quién está aquí, cariño? —Papá sabe la respuesta,


pero espera estar equivocado.

—El tipo malo.

El sheriff Andrews es todo oídos.

—¿Dónde lo viste?

Lottie está al borde de las lágrimas.

—Estaba en el autobús y lo vi en la calle.

—¿Cómo sabes que es un hombre malo?

—Él sabe que es malo, así que yo solo lo sé.

Realmente, cualquiera que no esté sentado a esta mesa


del comedor nunca podría entender el hecho de que esto tiene
mucho sentido.
—¿Qué aspecto tiene?

—Algo alto como papá y delgado como Tony. Su ropa era


vieja y fea.

—¿Qué más, Seven?

Se escapó del alcance del sheriff Andrews y recorrió el


pasillo.

Regresó tan rápido como se fue, regresó con un trozo de


papel.

214
—Este es él.

Los cuatro adultos miraron el dibujo. Ahora los oficiales


tenían una pista. Todavía tenían tiempo de publicarlo en las
noticias esta noche. En lugar de que todo llegara a un punto
crítico en unos pocos días, estábamos reduciendo a horas.

Mañana es Halloween en Borden Pines.

—No dudes en llamarnos. Mantengan los walkies


cargados. Enviaré al oficial Osweiler. Paul, si vas a otro lugar
que no sea el trabajo, por favor, avísame a Osweiler y a mí. Y
Paul, no hagas nada estúpido. Tenemos esto.

Lottie y Paul trataron de no sentirse aterrorizados. El


Monstruo de las noticias estaba aquí. Su hija lo vio, él la vio a
ella. El Monstruo del oeste de Michigan estaba en Borden
Pines. Nadie sabe qué hacer a continuación.
14
Monstruo regresa a la cafetería para una segunda visita.

—Bueno, hola de nuevo. Estamos a punto de cerrar, pero

215
todavía nos queda algo de sidra.

—¿Tommy? ¿Era ese?

—Ah, buena memoria. Sin embargo, tendrás que


perdonarme, hombre, he visto mucha gente nueva en los
últimos días.

—Seguro. —Monstruo toma su sidra, en una taza para


llevar como un recordatorio sutil de que Tommy estaba
cerrando la tienda—. Huele bien.

—Manzanas de Michigan, hombre. No, es por cuenta de


la casa —Tommy rechaza el dinero de Monstruo.

—Me apartaré de tu camino. Gracias de nuevo.

Unos segundos después de cruzar la puerta, Monstruo


puede decir que las luces detrás de él se han apagado.
Incluido el brillo rojo de “ABIERTO”
Monstruo intenta parecer un observador casual. Hay una
cámara al otro lado de la calle, pero está seguro de que en la
oscuridad no puede llegar demasiado lejos. Camina hasta la
esquina. Se vuelve para dirigirse al callejón que corre paralelo
a la avenida mucho más transitada.

Estaba tenuemente iluminado; no podía ver ninguna


cámara en la parte trasera de los edificios de ladrillo
centenarios. Había un pequeño estacionamiento para los
trabajadores y un lugar donde se ubican los contenedores de

216
basura compartidos. Un familiar cosquilleo de anticipación
sube por la columna de Monstruo. Esto funcionará muy bien.
Monstruo se siente un poco mejor cada día, se está curando
más rápido de lo que pensaba después de su improvisada
sala de emergencias en la cama del motel. Lo suficientemente
saludable como para charlar con el barista Tommy, una vez
más.

Tal como pensaba, Tommy salió solo por la puerta


trasera de la cafetería. Cuando una persona se siente cómoda
con su entorno, da por sentada su seguridad. Esto agrada a
todos los monstruos en todas partes.

Bolsas de basura en la mano, mirando su teléfono celular


en la otra mano, Tommy no está prestando atención cuando
Monstruo camina alrededor del contenedor de basura.
Tommy es un poco más alto que Monstruo, pero su cuello
aún es fácil de alcanzar. Atraviesa la garganta de Tommy con
el cuchillo.

Las bolsas negras caen al suelo. El celular cae al suelo.


Monstruo usa el tacón de su zapato y termina de romper la
pantalla. Tommy escucha el crujido metálico en el pavimento.
Girando ve a Monstruo. Intenta decir “¿por qué?” pero con su
mano agarrada alrededor de su garganta no puede emitir
ningún sonido.

Monstruo se acerca. Mira con cariño el gorgoteo y la


garganta cortada de Tommy. Huele café y colonia
arremolinándose alrededor de Tommy. Tratando de escapar
del callejón del horror, Tommy cae de rodillas cuando intenta
huir. Mirando a su alrededor, asegurándose de que sigue
siendo un encuentro íntimo, Monstruo se agacha, una
punzada de dolor agudo para recordarle a Cody. Al estar así

217
de cerca, ve la pequeña atenuación, pero no el silencio
desapareciendo de los ojos de Tommy. Monstruo puede oler el
dulce y pegajoso enviado de la sangre que bombea
rápidamente.

En un susurro:

—Disminuye tu frecuencia cardíaca y no te desangrarás


tan rápido y ambos disfrutaremos esto un poco más. —Le da
un beso a Tommy en la frente. Tommy intenta empujar,
agarrar, todo lo que pueda hacer con sus manos
ensangrentadas. Pero Monstruo se pone de pie de un salto y
deja que Tommy inhale su último aliento solo.

En la calle Hillcrest, un grito rompe el silencio en la casa


de los Seivers.

Apartando el edredón de ellos Lottie y Paul corren a la


habitación de Seven. Tony se encuentra con ellos allí y se
sube a la cama de Seven para consolarla.

—Cariño, ¿qué pasa?


Papá enciende las luces. Corre hacia la ventana y se
asoma. No ve nada y no lo verá.

Nuestra niña se despertó por el desequilibrio. Monstruo


tomó otra víctima. Demasiados. Se suponía que debía estar
en Borden Pines pero no tomar de Borden Pines.

218
15
Carla, la dueña de la cafetería, se mete en el callejón para
estacionar detrás de su tienda. Pisa el freno en el instante en

219
que ve algo, alguien, frente a los contenedores de basura.
Tiene que mirar; no quiere. Ella tiene que. Al encontrar la
manija, abre la puerta de su auto sin apartar los ojos de la
forma que tiene frente a ella. Está oscuro. Ni siquiera las
cinco y media de la mañana en Michigan en octubre. Está tan
oscuro ahora como cuando Tommy se desplomó. Excepto que
ahora está quieto y silencioso. Solo unos pocos coches pasan
por la calle cercana. Trabajadores de madrugada, como ella.

—¿Hola? —Sabe que no habrá respuesta, pero vuelve a


gritar—: ¿Hola?

Unos cuantos pasos más tímidos y Carla ve que es


Tommy.

—¡Tommy! —grita Carla en la fría mañana vacía.


Regresando a su automóvil, busca en su bolso y encuentra su
teléfono celular.

—911, ¿cuál es su emergencia?

Carla le dice al despachador todo lo que puede, pero


honestamente todo lo que puede decir es: “Tommy está en el
suelo”. Una y otra vez.

Las sirenas interrumpieron la conversación.


Justo detrás del coche patrulla está el Ford negro que
lleva al sheriff Andrews.

Las preguntas, que Carla no pudo responder, se hicieron


una y otra vez.

Sabes que no encontrarán nada. Plantaría algo, cualquier


cosa, si pudiera, para acabar con esto antes y proteger a
Seven… y Tony, lo haría.

220
Todos los miembros de la casa de los Seivers se movían
lentamente esta mañana, después de que Seven los
despertara a todos en medio de la noche. Seven estaba
deseando que llegara el día de hoy, pero ahora, a la luz de la
mañana, no estaba tan ansiosa.

Con un pequeño empujón abro la puerta del armario y


Seven ve su vestido de Sally. La sonrisa es pequeña pero lo
tomaré como una victoria. Pasarán unos días hasta que
nuestra niña vuelva a sonreír.

—Toc, toc. ¿Puedo entrar?

Un pequeño “sí” responde.

Al entrar en la habitación de su hermana, Celeste rodea a


Seven con el brazo.

—Estaba pensando que podría maquillarte hoy.

Seven asiente y Celeste saca el vestido de retazos del


armario.
Cuando Celeste termina, entra mamá. Demacrada, pero
trata de sonreír al ver que sus chicas se llevan bien.

—Dile a tu hermana gracias. —Volviéndose hacia Celeste,


Seven dice:

—Hiciste un gran trabajo, gracias.

Celeste sabe que hoy no hay tiempo para su actitud.

Tony, con el cabello peor de lo habitual, se apoya en la


jamba de la puerta de la habitación de Seven.

221
—Si ustedes, niñas, no quieren ir a la escuela hoy, estoy
de acuerdo con eso.

—Quiero ir.

Celeste interviene. No solo quiere ir, tiene que estar


presente para estar en el desfile.

—Iré y vigilaré a Seven.

Aunque Lottie está enferma de preocupación, trata de no


mostrarlo y visualmente está de acuerdo con las decisiones
del niño.

El momento familiar se interrumpe.

—¿Quién podría ser tan temprano en la mañana? —


Mamá se ajusta más la bata y los niños la siguen fuera de la
habitación de Seven.

Al abrir la puerta, los cuatro ven al sheriff Andrews.

—¿Alguacil?

Se quita el sombrero de la cabeza:


—Charlotte, sé que es temprano y probablemente estoy
interrumpiendo el desayuno.

—No, no, pasa. —La unidad familiar se hace a un lado


para permitir que entre el alguacil.

—Sally, ¿eres tú? ¿Dónde está Jack?

—Tonto, soy yo, Seven.

—¿Cuál es la razón por la que estás aquí? —Lottie no


puede aguantar mucho más, me preocupo por ella más que

222
Seven.

—¿Podemos hablar en privado?

—Niños, vayan y preparen un poco de cereal mientras


hablo con el sheriff.

Los dos adultos dejan a los niños para inventar


escenarios peores.

—Seven, ¿sabes de qué se trata?

—¿Papá está bien?

Seven guarda un inquietante silencio mientras se sienta


de rodillas y se sirve el cereal.

—¿Seven?

—Soy Sally.

—¿Sally?

Añadiendo más cereal a su leche, Seven, me refiero a


Sally, les dice a sus hermanos que se trata del hombre malo,
pero no sabe por qué. Esta parece ser información suficiente
para apaciguar a sus hermanos mayores.
El sheriff y Lottie entran en la cocina.

—Normalmente no se los diría, pero como es Halloween y


el cumpleaños de Seven, debemos tener mucho cuidado.

—Anoche —el sheriff es serio y severo mientras les dice—,


un joven llamado Tommy fue asesinado detrás de la cafetería
de Carla.

Tony y Celeste son muy conscientes de las lágrimas que


mamá quiere soltar.

223
—Todavía vamos a seguir adelante con el desfile. Todo el
mundo está deseando que llegue.

—Y trabajamos muy duro en las carrozas en la escuela.


—Sería una pesadilla vivir con Celeste si su carroza para el
negocio de papá fuera en vano.

—En la estación hablamos de ello y estamos de acuerdo,


no deberían ser castigados, pero vamos a volver a hablar con
los niños en la escuela. Todo el mundo debe tener mucho
cuidado en los próximos días, especialmente. Con suerte, lo
atraparemos y todos pueden volver a sentirse seguros. Nunca
habíamos tenido algo así en Borden Pines.

La niña de seis años, morbosamente vestida, le dice


cortésmente al sheriff que está equivocado.

—Tonto, ha habido muchos tipos malos, pero no durante


mucho tiempo.

—Bueno, me tienes ahí, chica. Pero sí, ha pasado mucho


tiempo.

El alguacil Andrews y yo, junto con algunos otros


residentes, recordamos demasiado bien al último monstruo
porque durante mucho tiempo ella era uno de nosotros. Se
mezcló con Borden Pines hasta el día en que se rompió. Pero
esa es una historia para otro momento.

Lottie está tratando de actuar con normalidad, pero la


pobre dama ni siquiera sabe qué es eso últimamente y con
voz temblorosa advierte a los niños:

—Niños, por favor tengan cuidado, díganle a sus amigos


que tengan cuidado, pregunten si alguien ha visto algo.
CUALQUIER COSA.

224
—Sí, mamá.

—Sí. —Celeste no puso los ojos en blanco, sabía que esto


era serio.

Lo siguiente que hizo el sheriff fue darles a todos una


fotocopia del dibujo que Seven le había mostrado al sheriff
unos días antes.

—Hoy también vamos a colgarlos en la escuela, pero si


pueden pensar en alguien a quien mostrárselos, háganlo.

—¿No es esto como tu trabajo?

—¡Celeste!

—No, no, Charlotte, ella tiene razón, este es mi trabajo.


Mantener a todos a salvo. Y he fallado. Porque ahora una de
las personas de Borden Pines se ha ido.

Mamá pone una mano en el brazo del sheriff:

—Has estado trabajando sin parar tratando de ayudar a


la policía de Upton mientras nos mantienes informados sobre
la situación, eres un solo hombre, Gill.
—Eventualmente llegará el FBI, en algún momento de
hoy, no estoy seguro de cuándo. Pero obviamente no son solo
Borden Pines y Upton los que necesitan ayuda.

Tony quiere decir lo genial que será que el FBI esté en la


ciudad, pero sabe que no es el momento. La llegada del FBI a
la ciudad es nueva incluso para mí.

Cuando el sheriff se va, mamá sale con su celular y llama


a Paul. Los niños charlan entre ellos. Tony se siente indeciso
y le encantaría que todos permanecieran juntos bajo el

225
mismo techo hoy, pero sabe que las dos hermanas han
estado esperando con ansias el día de hoy. Y por qué
quedarse atrapado en la casa, miserable, en caso de que algo
pudiera pasar.
16
Tuvo que ser anoche. Trató de dormir pero fue
intermitente. Luchar consigo mismo las pocas veces que se

226
quedó dormido encima de la cama hecha lo hizo ponerse de
pie. El ama de llaves no dijo nada de las toallas
ensangrentadas.

Monstruo está parloteando incoherentemente consigo


mismo mientras camina por la habitación del motel. Actuó
impulsivamente con Tommy. Fue descuidado. Cualquiera
podría haberlo visto. Estaba oscuro, podría haber una
cámara que no vio. Si dejara la ciudad ahora, no se curaría,
pero tampoco lo atraparían. Se tira del cabello, se retuerce las
manos, comienza a sudar, aunque la habitación está fresca.
Siente el familiar pellizco en su interior y enciende la luz
brillante del baño. Su camiseta está lo suficientemente limpia
para él, pero solo ve el indicio de una mancha oscura en el
muslo de sus vaqueros.

—Idiota.

Se quitó la camiseta y vio que necesitaba un nuevo


vendaje y luego se dio cuenta. Hoy era Halloween, el día. Tal
vez, solo tal vez, no tenía que arriesgarse a estar cerca de
todos los enfermos y lisiados si encontraba a la chica mágica
esta noche.

En el periódico que sacó de contrabando de la cafetería


recuerda haber visto el calendario de los eventos de la
ciudad. Sacando el periódico del cajón junto a la cama, sonríe
de nuevo, pero brevemente, al ver el titular que él y Cody
crearon juntos. Pasando a la parte de atrás lo vio.

En el campo de fútbol está el evento de fútbol de padre e


hijo, el desfile y, finalmente, el truco o trato. Seven ni siquiera
verá y recibirá gente hasta mañana.

Mañana es el día del Sanador. Según las apariencias


externas, no era probable que se acercara a la chica.
Monstruo era muy consciente de la gente lamentable que

227
había visto en la ciudad durante los últimos días. Pero no
todos los alimentos son visibles. Ciertamente podía garantizar
que su enfermedad era peor que la de todos los demás juntos.
No le importa tener a una persona con cáncer sentada a su
lado, pero tener a un hombre como el señor Marcus sentado
a su lado y nunca superará la sensación de estar cerca de un
asesino en serie.

Monstruo nunca ha intentado estar al lado de una niña a


propósito. Las evita como la peste. Tienen vocecillas
chillonas, se quejan y continúan, él no ve ninguna razón por
la que algunos de los monstruos de la web oscura las
busquen.

Monstruo ha hablado de curarse a otros monstruos y


ninguno de ellos puede entender por qué pensaría en eso.
Muchos de ellos han estado en la cárcel o en hospitales que
intentaron curarlos y no solo la rehabilitación no funcionó,
no querían que funcionara. Monstruo es un fenómeno incluso
entre sus compañeros de la web oscura.

Querer curarse, pensar en el suicidio, llevarse a su


próxima víctima, ninguno de estos fueron pensamientos que
corrieran simultáneamente, sin embargo, cada idea parece
ser la única opción en ese momento. Anoche fue culpa de la
víctima. Esta mañana estaba deseando, necesitando ser
curado, por lo que el hallazgo de la siguiente víctima pensó lo
que nunca volvió a pensar.

El sheriff Andrews y sus hombres no tienen nada. Dos


puertas más abajo, una cámara daba al callejón, pero estaba

228
granulado y oscuro. Horas después de la muerte establecida
por el forense, solo se podían ver unos pocos faros de la calle
transversal. Tommy solo trabaja en K-hause durante el
verano y cuando está en casa después de la escuela durante
las vacaciones. Carla estaba abrumada y sin personal esta
semana con todas las festividades y le preguntó si podía
ayudar. Solo asistiendo a unas pocas clases este semestre, él
dijo que le encantaría un poco de dinero extra. Carla nunca
se perdonará a sí misma. Incluso Seven intentará ayudarla
en el futuro, pero no funcionará, Carla siempre se culpará a
sí misma.

El FBI está cerca. El alguacil Andrews teme tener que


explicar Borden Pines a los trajeados.
17
Monstruo se vistió con los vaqueros negros y una
camiseta de manga larga que compró en la gran tienda. De

229
pie frente al espejo se puso la máscara blanca que consiguió
en la farmacia. Se parece a todas las pesadillas que ha
tenido. No se parece a nadie en particular.

Toma la última de sus toallas limpias y limpia todas las


superficies que pudo haber dejado una gota de agua, sangre
o saliva. O semen.

Poniendo la máscara en una bolsa anodina, también


mete su ropa sucia en una bolsa, agarra su billetera y llaves y
saca el Buick del estacionamiento. Si por alguna razón no
regresa a la luz de la mañana, simplemente parecerá que el
señor Marcus se marchó del motel.

No puede creer la cantidad de gente. Seguramente no es


así todos los años. Le recuerda a Ann Arbor el día del juego.
Monstruo decide salir de la ciudad para deshacerse de las
cosas. Mientras conduce y empieza a pensar que es mejor así,
nadie peinaría los contenedores de basura en una ciudad sin
víctimas.

Monstruo deambula por la antigua carretera 131 hacia


Big Rapids. Al entrar en una estación de servicio, deja
escapar un largo suspiro. Se siente relajado por primera vez
en una semana. Nadie lo busca aquí. La Chica y las
multitudes que atraía no están aquí. Y lo más importante, no
busca a nadie aquí.

Al salir del auto plateado quiere llenar su tanque de


gasolina, sin dejar rastro, necesita entrar y pagar en efectivo.
Dentro de la pequeña tienda de conveniencia, se siente
aliviado al ver a una mujer de mediana edad trabajando. Ella
lo saluda, pero él se da cuenta de que sus sentidos están
sobre él. A la mayoría de las mujeres, especialmente a las
madres, les da escalofríos. Lástima que no inculquen los

230
detectores de escalofríos en sus hijos.

—Efectivo en la bomba dos. —Monstruo desliza el dinero


por el mostrador y ve un letrero de “cebo vivo”—. ¿Podría
conseguir una docena de lombrices? ¿Por favor?

Ella mete la mano en la nevera pequeña y saca un


recipiente con tierra y gusanos. Al deslizarlos hacia él, ella
sabe instintivamente que él no es la raza de pescador a la que
normalmente le vende gusanos. Pero un cliente es un cliente.

Antes de regresar al norte a Borden Pines, Monstruo


encuentra un contenedor de basura en préstamo detrás de
un viejo centro comercial y comienza a arrojar toda la ropa
que ha usado entre Dylan y hoy. Se tapa los bolsillos para
asegurarse de no tirar accidentalmente su billetera o llaves.
Verifica para asegurarse de que la navaja con el nombre de
Cody grabado en ella todavía está en su bolsillo. Monstruo la
saca y la mira de cerca, sintiendo simultáneamente un dolor
en su costado. Ya no tiene olor. Todas las veces que lo ha
lavado, no puede quedar ningún rastro de su propietario
original. Ni rastro de las tripas de Monstruo persistiendo en
las costuras, rendijas y pliegues. Pero para estar seguro, abre
el contenedor de gusanos y clava el nombre y el cuchillo de
Cody en el suelo. Después de volver al auto, sienta los
gusanos en el asiento junto a él y se dirige a un camino
cercano. Será mejor que coma ahora, va a ser una noche
larga.

Fuera de Paris, Michigan, Monstruo ve un punto de


acceso al agua y gira su auto para dirigirse en esa dirección.
No ha visto un automóvil en varios kilómetros, pero aún
quiere evitar testigos. La gente recordaría haber visto el
Buick, no es el tipo de automóvil que se encuentra
normalmente en las carreteras secundarias que conducen al

231
río Muskegon.

Las hojas crujen bajo sus pies. Con todo el follaje de


Michigan, los pequeños caminos de acceso se esconden bajo
el dorado, rojo y naranja de las hojas de octubre. En este
punto, a Monstruo no le importan las huellas de los pies o los
neumáticos. El agua ha retrocedido de sus orillas en esta
época seca del año y Monstruo puede salir y tirar el
contenedor de gusanos, cuchillo y todo, en el medio del
Muskegon. En el coche, abre el maletero y arroja la vieja casa
de gusanos y vuelve a comprobar y vuelve a comprobar todo
para asegurarse de que no sea necesario dejar nada más en
el agua turbia. Monstruo se acerca al lado del pasajero y
busca el cuchillo debajo del asiento. El cuchillo de Tommy y
Cody.

El sol del mediodía se refleja en la hoja mientras la


sostiene para inspeccionarla. Es una pena tirar un segundo
cuchillo en perfecto estado al río, pero tiene que hacerlo. En
el caso de que algo salga mal, tiene que parecer limpio como
un silbato. Se permite, no solo recordar a Cody y Tommy,
sino a todos los chicos. De su primo de cuatro años a Tommy
de diecinueve. Algunos de ellos eran compañeros perfectos.
Algunos no los disfrutó por completo. Algunos de ellos fueron
elegidos meticulosamente. Algunos fueron para un último
hurra.

Un chapuzón. Algunas ondas. Y Monstruo estaba de


vuelta en el auto. Revisó su guantera, todavía tenía un
cuchillo nuevo en perfecto estado.

Nadie vino de ninguna dirección cuando regresó a su


ruta a Borden Pines. Al mirar el reloj del tablero, vio que
llegaría justo a tiempo para el inicio del partido de fútbol
entre padre e hijo. Hizo un buen tiempo y tuvo buena suerte

232
para alguien que no se lo merece.
18
Papá se está atando los zapatos cuando Tony comienza a
hablar:

233
—¿Seguro que quieres ir? Quiero decir, podemos omitirlo
este año y quedarnos con mamá y las niñas hasta que
comience el desfile.

—Entiendo tu preocupación hijo, realmente lo entiendo,


pero el sheriff dice que todo está bien. Tiene a alguien
vigilando la casa y a Seven, y hasta ahora él y los otros
oficiales han mantenido a todos fuera de nuestra calle y de
nuestro césped.

—Además, tal vez si vamos todos juntos estaremos mejor


—dijo Tony que ya estaba volviendo a la idea de papá de
unirse al juego. Le molesta tener a Seven fuera de su sitio
mientras papá y él juegan el juego anual.

—Además, no tendremos que estar revisando teléfonos y


enviando mensajes de texto sobre quién está, dónde y cuándo
nos encontraremos. Un oficial se sentará con mamá y Seven,
Celeste se irá a alguna parte y nos enfermará de
preocupación.

—Seven dice...

—Sí, Tony, Seven dice que Celeste está bien, que todos
estamos bien. Pero bien que no atrae a todo el Medio Oeste y
se despierta gritando a la medianoche. —Papá mueve la
cabeza hacia la puerta del garaje y los hombres de Seivers
salen de la casa para encontrar al oficial de patrulla
charlando con mamá y las niñas.

—¿Ese es tu disfraz, yendo como un patético jugador de


fútbol? —Celeste toma una foto de su estúpido hermano.

—Niños, esta noche no.

—O mañana —agrega papá.

Papá se inclinó y levantó a Seven.

234
—Tengo que cubrir la mayor parte de mi disfraz.

Mamá interrumpe:

—Asegúrate de ponerte los guantes.

—Tengo negros, pero tal vez también quiero rosas.

—Los tengo en mi bolso.

—Puedes presumir en el desfile, pero hará frío mientras


nos miras a Tony y a mí.

Ella besa a su papá y un labial rojo se queda atrás. Papá


siente una miríada de emociones al verla crecer, al ser ella, al
necesitar protegerla.

Papá la sienta en la camioneta que el sheriff proporciona


todos los años y observa a todos en su familia abrocharse el
cinturón. Seven mira por la ventana para despedirse del
oficial en su camino de entrada.
Monstruo estaciona el Buick lejos de las luces de la calle
y del campo. Las últimas horas de luz del día se dedicarán al
desfile.

Coloca su máscara blanca y observa por los agujeros de


los ojos. Nadie lo mira raro, solo unos pocos, “oye, cuidado
hombre” entre los empujones de la multitud. Ve a algunos
otros con la misma máscara.

Dice “disculpe” cientos de veces y se dirige a la cima de


las gradas de la escuela secundaria de Borden Pines. Tiene

235
una vista de pájaro y ve varios coches patrulla marcados y
sin marcar estacionados bastante cerca para la cantidad de
personas y vehículos que todavía entran.

Ve una pequeña manada de personas moviéndose


mientras uno y dos vestidos con camisetas dejan el grupo y
se dirigen al campo. Monstruo ve a la niña por segunda vez.
Los trajes se mezclan con la policía de un pueblo pequeño
para mantener a la gente alejada de ella. Necesita ser
paciente.

La grada de metal frío pica en el trasero de mamá cuando


consigue el claro que necesita para sentarse. La gente habla,
pero ella no puede distinguir las palabras y los oficiales les
dicen a la gente que se quede atrás repetidamente. Lottie
siente empatía por las madres de la realeza. Si es tan
agotador y aterrador ser la madre de Seven, ¿cómo se las
arreglan a diario las madres de príncipes y princesas?
Seven sabe que mamá está preocupada. Más de lo usual.
Entonces, cuando sabe que el monstruo está cerca, se lo
guarda para sí. Incluso si le susurrara a un oficial o agente,
mamá sabría que algo está pasando.

Ahora las cosas se pondrán interesantes.

La tía de Tommy se pone de pie en su asiento y comienza


a gritar:

—¿Por qué no están haciendo su verdadero trabajo?

236
Deberían estar ahí fuera para encontrar al asesino de Tommy
en lugar de cuidar al bicho raro.

Mamá se da vuelta y se pone furiosa, normalmente


callada, Lottie contraataca.

—¿Estás llamando a mi hija un bicho raro?

—Sí y usando… —La señora clava su dedo en el aire


frente a ella señalando frenéticamente a los oficiales. Quienes
ahora se dirigen hacia la dama.

—No te enojes, mamá.

Seven le da tirones a sus guantes negros, dejando al


descubierto las uñas negras que Celeste pintó. Antes de que
mamá pueda detenerla, Seven tiene ambas manos envueltas
alrededor de las manos de mamá que ha cerrado en puños.

—Cariño, ponte los guantes.

Sí, cariño, ponte los guantes, digo.

Alguien ve las manos libres de la niña y se lanza hacia


ella y su madre. Los agentes caen y mientras intentan
aprehender al delincuente…. Entro en picado.
Intento proteger a mamá y Seven con todo mi ser eterno y
el sheriff Andrews parece aumentar al doble de su tamaño
cuando entra en acción.

Empieza el pánico. Los hombres vienen de fuera del


campo y mamá y Seven son conducidas a una camioneta
cercana. Hay gritos sin motivo de la gente en las gradas. La
escena fue tan mala como gritar “¡fuego!” en un cine.

Monstruo ve a la gente dispersarse. Se da cuenta de que


la familia sube a una camioneta y los ve alejarse, desde su

237
posición en lo alto. Después de que el primer vehículo se
aleja, Monstruo ve a Paul y Tony intentar correr tras ellos.

Tony se separa de la manada. Los oficiales no se dan


cuenta. Nadie se da cuenta.

Excepto Monstruo. Monstruo se da cuenta.

Monstruo escala el costado de las gradas. Realmente se


está volviendo viejo para esto y normalmente no llamaría la
atención sobre sí mismo de esta manera, pero todos están
revoloteando y su caída por el costado de la estructura de
metal no es algo que nadie vaya a notar. Tiene que darse
prisa; no puede perder de vista al chico.

Cuando Monstruo tiene un buen sentido de la dirección


en la que se dirige Tony, se da la vuelta y corre para
recuperar su coche. Es solo cuestión de minutos para que
Monstruo corte camino por el césped y gire hacia la calle por
la que vio a Tony dirigirse. Y si el recuerdo de la ciudad le
sirve a Monstruo, Tony se dirige a la comisaría.
Es hora de actuar.

Monstruo detiene el coche. Algunas otras personas pasan


caminando, algunas en un estado de frenesí, otras no. Se
centra y se da a sí mismo otra charla de ánimo “sólo una vez
más”.

La estación de policía es visible, muy pocos autos en el


frente. Tony todavía está en la mira. Acelerando un poco, es
más fácil llegar a la estación antes que Tony. La gran
cantidad de gente que camina parece haber doblado la

238
cuadra antes, aparentemente la ruta del desfile no va en esta
dirección. Perfecto.

El Buick golpea la acera y Monstruo apaga el motor.


Sacando un mapa, finge estar perdido cuando Tony se
acerca.

—Perdóname.

Tony se detiene y ofrece su ayuda:

—¿Sí, señor?

—Me parece que estoy un poco perdido. Iba a entrar y


preguntar, pero está bastante vacío. —Monstruo señala hacia
las puertas dobles de la estación.

—Sí, tarde ocupada. Y cosas…. bueno, ¿a dónde tiene


que ir?

Monstruo agarra el cuello de Tony.

Tony no tiene idea de cómo este hombre mayor está


aplicando tanta presión con una mano. Siente que sus
rodillas comienzan a doblarse. Por la forma en que están
parados, está seguro de que nadie puede ver que esto no es
correcto. Quizás si grita.
—Lo juro por Dios, si gritas, esto dará un mal giro.

Tony continúa luchando por mantenerse de pie.

Con su mano libre, Monstruo se agacha y agarra las


pelotas de Tony. Y aplica presión. Los ojos de Tony comienzan
a cruzarse.

—Ahora vamos a subir al coche.

Monstruo hace un asentimiento de cabeza mientras


aprieta más fuerte con ambas manos. Tony está de acuerdo,

239
puede asentir levemente de acuerdo con las presiones que
todavía le están infligiendo.

Monstruo empuja a Tony al asiento. Tony se apresura a


agarrar la manija de la puerta.

Por supuesto que no se abre. Tony está rezando al estar


frente a la policía para que algo tenga que ser captado por la
cámara, en algún lugar. Miles de personas más en la ciudad
y, sin embargo, no hay nadie alrededor.

—Tú eres él, ¿no?

—Buen trabajo, creo que los reporteros me llaman, ¿el


Monstruo de Michigan? Me gusta, suena muy bien, ¿estás de
acuerdo?

—Por favor, déjame ir, no se lo diré a nadie. Puedes irte.

—No puedo irme. No estoy aquí por ti.

Tony solo se siente ligeramente aliviado. Pero ahora tiene


aún más preguntas.

Tomando aire por la nariz para evitar que los mocos se


mezclen con las lágrimas que se encuentra derramando,
pregunta:
—¿Entonces por qué? ¿Por qué? ¿A dónde vamos? ¿Por
favor?

—Tu hermana.

Tony sintió el golpe mental y literal en el estómago


cuando Monstruo se inclinó para golpear a Tony en el
estómago.

—Nunca. Nunca te diré dónde está.

Aparte de su propio corazón acelerado latiendo en sus

240
oídos, pudo escuchar al hombre murmurar para sí mismo.

—¿A dónde vamos?

Monstruo aceleró y con la mano izquierda se golpeó en la


cabeza.

—¡PARA! ¡SOLO DEJA DE HABLAR!

Alzando las manos en defensa, temeroso de que lo


golpeen de nuevo, Tony dice:

—Está bien, está bien.

—Necesito a tu hermana. Necesito que ella detenga esto.


— Monstruo se avergüenza de sí mismo por perder la calma,
pero está al borde del colapso. Necesita a la chica y necesita
empezar una nueva vida. Hoy.

—No dejaré que la lastimes.

—No quiero lastimarla. La necesito.

Tony permanece en silencio pero necesita saber por qué


él, por qué ella, por qué, por qué.

Finalmente:
—Necesito que ella me cure.

—Espera, ¿qué?

—Necesito que ella me cure. — Monstruo se frota el


costado. La cicatriz que se está formando es sensible.

—¿Estás herido? —Tony espera que algún chico haya


lastimado al bastardo y escapado. Pero al mirar más de cerca,
Tony pudo ver que el hombre era mayor de lo que pensaba.
Definitivamente más viejo de lo que hablaban los programas

241
de noticias, haciendo que todos fueran tan cuidadosos para
evitarlo, mientras al mismo tiempo lo buscaban. Era normal.
Un tipo de aspecto normal en un coche de aspecto normal. Y
engañó a Tony para que se acercara lo suficiente haciéndole
una pregunta simple y normal.

—Mucha gente la necesita. La necesito.

—La necesito ahora. Estoy aquí por ella. He estado


esperando su cumpleaños.

Puede ser un error, pero Tony ofrece:

—Ella puede curar en cualquier momento. —Tony mira


por la ventana y ve que la ciudad se desvanece—. ¿A dónde
vamos?

Monstruo se detiene y Tony, una vez más, prueba la


manija de la puerta.

—Mi familia me estará buscando. Después del partido de


fútbol, se suponía que íbamos a encontrarnos y montar en la
carroza. Siempre viajamos juntos en una carroza por el
negocio de mi papá.

—El jodido desfile.

Tony recordó; su teléfono está en un banco en el campo.


—La policía nos está buscando. Porque te están
buscando. Por eso caminaba hacia el ayuntamiento.

Monstruo se mueve ligeramente y hace contacto visual


real por primera vez.

—Hubo una señora que le arrancó el guante a su


hermana. Todos se dispersaron. Reconocí que eras parte de la
familia por la forma en que reaccionaste. He estado
observando a chicos como tú durante mucho tiempo. Estaba
seguro de que eras tú y te seguí.

242
—Pero necesitas a mi hermana, no a mí.

Monstruo no iba a admitir que la cagó. Tenía un plan y


se desvió de él y ahora estaba pensando sobre la marcha.
Excepto que no sabe a dónde va.

Permaneciendo en silencio hace girar el coche.

—Te van a estar buscando.

Tony asiente.
19
—¿Estás bien cariño? —Mamá aprieta su mano con todas
sus fuerzas.

243
—Lo siento, señora, eso nunca debería haber sucedido.

—¿Cómo podrías saber? Pero podría haberlo manejado.


Necesito encontrar al resto de mi familia.

—El plan era ir al desfile, señora. No creo que sea una


buena idea, pero necesito consultar con Andrews.

Mamá tenía la cabeza gacha tecleando en su teléfono. Ve


la mano desnuda de Seven.

Seven dijo que el desfile era su parte favorita.

—Lo sé, cariño. Seven, tu guante.

—La señora se lo quedó.

Mamá metió la mano en su bolso y sacó uno de los


guantes rosas.

—Sally no se viste de rosa.

—Bueno, perdimos uno negro y el único extra que tengo


es el rosa. —Lottie le puso el guante rosa a su hija y se volvió
hacia el oficial—: Si nos separamos, planeamos reunirnos en
la estación.

—Sí, señora, nos dirigimos allí ahora.


Celeste no contestó su teléfono, pero sí le respondió
diciendo que estaba con las carrozas en el parque
esperándolos.

—¿Qué le digo?

—Por favor, espere hasta que decidamos.

El SUV negro se detiene en el ayuntamiento y mientras el


agente sale del vehículo, Lottie puede ver a otros dos
detenerse. Paul salta y corre hacia la puerta de Lottie.

244
—¿Lottie?

—Sí, estoy aquí. —Abre la puerta para ver la


preocupación en el rostro de Paul. Se siente aliviado de verla
a ella y a Seven.

—¿Dónde están Tony y Celeste?

—Celeste está con el agente Ford y no puedo localizar a


Tony. Esperaba que estuviera contigo.

—Estábamos juntos en el campo, pero lo perdí cuando


me subí al auto.

—Lo encontraremos.

Seven se queda quieta, mirando a todos a su alrededor


dirigirse hacia el ayuntamiento.

—Por aquí cariño, por favor no sueltes mi mano.

Seven coloca su piecito, en su zapatito negro, en la acera.


Y se detiene.

—¿Señor sheriff Andrews?

El Sheriff se arrodilló lo mejor que pudieron sus viejos


huesos:
—¿Qué pasa, cariño?

—Él tiene a mi hermano.

Paul, Lottie, los otros agentes, se detienen en seco y


hablan al mismo tiempo:

—¿Qué?

—El malo tiene a Tony.

—Gill, ¿cómo se llevaron a Tony? —Lottie se agarra a los

245
brazos del sheriff Andrews y, aunque quiere sacudirlo
violentamente, no lo hace. Quiere derrumbarse al suelo. Su
preocupación constante ahora necesita cambiar de Seven a
Tony.

Paul busca en su bolsillo su teléfono, pero se da cuenta


de que está en el campo junto con su chaqueta y la de Tony.

—Necesitamos decirle a Celeste y al agente Ford que el


desfile se suspende. Tenemos que encontrar a Tony. Necesito
volver al campo y tomar nuestros teléfonos, tal vez intentó
hacernos saber dónde está.

El sheriff levantó las manos y dijo:

—Vamos más despacio. Doug, entra y revisa el escritorio


y las cámaras.

—Sí, señor.

—¿Seven? ¿Qué debemos hacer?

—¿Por qué le preguntas? Ella es una niña.

—Paul, por favor. —Lottie aparta a su marido aunque


comprende su frustración. Todas estas personas para
protegerlos y, sin embargo, las cosas iban tan mal como si se
les dejara navegar todo sin que la ley interviniera. Quizás lo
hayan empeorado.

—Vendrá al desfile.

—Buena chica, ¿vamos a un desfile? —El sheriff le sonrió


a Seven, necesita que ella se mantenga tranquila y tal vez
pueda calmar a sus padres.

Seven se quita los guantes que no combinan y se los


guarda en el bolsillo.

—Cariño, no, te agotará.

246
—Estaré bien, mamá. Necesito ayudar a la gente. Y Tony
volverá.

A Lottie se le rompió el corazón al ver que Seven era la


fuerte cuando se estaba desmoronando. Y Tony. Las lágrimas
comienzan a correr por su rostro y se sienta en los escalones.
De vez en cuando pasan curiosos, pero los oficiales
mantienen a todos alejados. Afortunadamente, la mayoría de
la gente está caminando y conduciendo hacia donde la banda
de música ya ha comenzado a tocar mientras esperan a unas
calles más para que comience el desfile. Lottie escucha que
su teléfono suena y tiene la esperanza de que sea Tony, pero
es Celeste.

—¿Dónde están, chicos?

—Celeste, escúchame con mucha atención, Tony está


desparecido.

El sheriff Andrews toma el teléfono:

—Celeste, habla el sheriff, tu hermana dice que el


Monstruo tiene a Tony. Dice que estará en el desfile. Ya hice
que alguien entrara en contacto con el agente Ford. No.
Repito, NO te vayas del lado del agente Ford. Nos dirigimos
hacia ti.
Le entrega el teléfono a Lottie mientras la pantalla se
vuelve negra.

Paul se sienta junto a su esposa para animarla a que se


levante y supere esto.

—Sé que no pedimos esto. Sé que no hicimos nada malo


y no es justo. Pero tenemos que ir al desfile y encontrar a
Tony.

—Señor, encontramos algo.

247
Dos agentes del FBI le muestran al sheriff un video en
una tableta.

—Qué ven, enséñenmelo.

—¿Reconocen el coche?

Lottie y Paul miran la vista parcial del Buick plateado.

Ambos coinciden en que parece muy común, pero no


necesariamente un automóvil que conocen.

Lottie trata de hablar como si no pasara nada, pero Seven


ve bien y pone ambas manos sobre la cabeza de su mamá. El
calor se esparce a través de Lottie.

—Gracias, cariño, lo siento, estaré bien. Por favor, no


malgastes tu energía en mí.

—No te arrepientas, mamá, encontraremos a Tony en el


desfile.

Papá abraza a su chica especial.

—Te amo, Seven-up.

—También te amo, papi.


Main Street es un zoológico. Los SUV no quieren llamar
la atención después del último fiasco. Se estacionan uno al
lado del otro y dejan que los oficiales vestidos de civil salgan
primero de sus vehículos.

—Oh, cariño, tu maquillaje.

248
—Está bien, mamá.

—No, aquí, puedo arreglarlo un poco. —Mamá saca su


lápiz labial y un lápiz delineador de ojos de su bolso y le
aplicó algunos de los puntos de sutura de Sally que se habían
borrado y una nueva capa de lápiz labial. Luego se queda
sentada mirando a su hermosa niña en la locura que era
Seven cumpliendo siete. Hoy ella todavía era su pequeña de
seis años.

—Está bien, mamá. Esto es lo que se supone que debo


hacer.

—¿Pero cómo sabes eso, cariño?

—El ángel Gertrude y el sheriff Andrews me cuidan.


Nunca dejarán que me pase nada.

Lottie siempre pensó que era increíble cómo el sheriff


Andrews parecía estar allí cuando lo necesitaban. Solo pensó
que estaba en una ciudad pequeña y porque eran diferentes y
fáciles de atacar. Conociendo a Gill toda su vida, de repente
se sintió tan tonta como la suciedad por no darse cuenta de
que él lucía igual hoy que hace veinte años.

—¿El sheriff es un ángel? —preguntó mamá.


—No, tonta, eso sería extraño.

—Por supuesto, tienes razón, eso sería extraño. ¿Lista?

En el campo todos se han ido y Tony puede ver que su


teléfono está justo donde lo dejó.

249
—Puedo agarrarlo. No harás ningún sonido. No te
moverás.

Tony levanta las manos. Monstruo se acerca rápidamente


y saca los teléfonos del banco.

En el coche le arroja ambos a Tony.

—Envíales un mensaje de texto diciendo que estás bien y


lamentas haber tenido que volver a buscar tu teléfono.

—Puedo, pero sabes que mi hermana tiene formas, estoy


seguro de que ella ya sabe que estoy contigo.

—Bueno, entonces nos estarán esperando.

—Te atraparán. Hagas lo que hagas antes de


encontrarme, sabrán que eres tú. No te han atrapado, solo
déjame ir y así no te atraparán.

—No podemos sentarnos aquí así, tenemos que seguir


moviéndonos. Ya tienen que saber más.

Tony está en desacuerdo consigo mismo. Él sabe que si


pelea lo suficientemente fuerte, probablemente pueda
lastimar al hombre, darle un puñetazo como lo hizo con él,
más fácil de ganar si su oponente es sorprendido con la
guardia baja. Sabe que quiere mantener a este hombre
malvado alejado de su hermana.

—Si te dejo ir y no veo a tu hermana hoy o mañana, lo


haré de nuevo. Y lo haré de nuevo. Y algún día me atraparán.
Pero si ella me salva, puedo empezar una nueva vida. Una
buena vida.

Tony quiere preguntar cómo creía que era remotamente


posible. Tan pronto como lo vean, sabrán quién es este tipo y
no solo lo mantendrán alejado de Seven, sino que

250
probablemente hará algo tonto y se suicidará con la policía
aquí mismo en Borden Pines.

Tony le dijo:

—Ponte la máscara.

—¿Qué?

—Llegaremos al desfile; te reconoceré por tu máscara.


Después del desfile te llevaré a mi hermana.

Monstruo está exhausto y desesperado. Se ha desviado


tanto de su propósito que no vio ningún daño en escuchar al
chico de cabello negro. Simplemente asintiendo y agarrando
el volante se dirigieron hacia Main Street.

—Detente aquí. —Tony vio las camionetas y supo que


estaban lo suficientemente cerca. No puede creer que no los
hayan visto o detenido. No deben tener ni idea del tipo de
coche en el que se encontraban—. Tienes que dejarme
caminar delante de ti. Solo mantenme vigilado.

Y como si las cosas no fueran lo suficientemente malas,


Tony se sorprende al ver a los manifestantes. Incluso
Monstruo está desconcertado por esto.

Tony ve que la gente se alinea en Main Street alegando


que la “niña bruja” es el anticristo. O sus padres la están
explotando para sacar provecho. Otros tenían fotos de
ángeles pegadas en cartulinas y palos que decían que la
Sanadora era la que nos iba a salvar a todos. Los últimos
años la policía ha podido mantener alejados a los locos, pero
este año no era normal. De alguna manera, más aplicación de
la ley ha creado más problemas. Mamá mantiene a la gente
alejada de Seven todo el tiempo, en el partido de fútbol a
mamá le habría ido bien si no la hubieran asaltado.

251
—¡TONY! —Seven se separa de mamá y corre hacia su
hermano.

Los agentes corren hacia él y llegan incluso antes que


Seven.

Lottie y Paul los siguen y no pueden creer lo que ven. Su


hijo estuvo desaparecido por poco más de una hora y de
alguna manera Lottie sintió que era para siempre. Todo el
mundo tiene tantas preguntas. Pero Tony los convence de
que deben subirse a la carroza y fingir que no pasa nada.
Luego les contará todo.

La policía no está contenta y los agentes del FBI están


empeñados en superar al sheriff Andrews, quien está de
acuerdo con la familia en superar este desfile. Dejar que
Seven tenga su desfile. Que el pueblo tenga su desfile. El
hombre que se llevó a Tony no se irá a ninguna parte. Tony
les promete esto.
20
Monstruo está mirando cuando una grúa se lleva su
coche. MIERDA. Pero estaba destinado a suceder. Estúpido.

252
Estúpido. Ha robado un coche antes. Puede hacerlo de
nuevo.

Se mueve constantemente entre la multitud. Se da


cuenta de que Tony también lo está siguiendo. Si Tony es
demasiado obvio, la policía lo verá.

Murmurando para sí mismo, algunas personas susurran,


“bicho raro” cuando pasan. Su comportamiento lo está
convirtiendo en un objetivo aún más.

La familia Seivers se ha relajado un poco con la ayuda de


Seven. Todos suben a la carroza en la que ha trabajado la
clase de arte. Puede que el negocio mortuorio de Paul no
parezca festivo. Pero la clase de arte se divierte con ella todos
los años y este año Celeste estaba en la clase. Seven, vestida
como su personaje de dibujos animados macabro favorito, se
siente como en casa en un trono hecho de lápidas.

La carroza se mueve lentamente, Paul, Lottie y el sheriff


Andrews se levantan y saludan. Lottie está luchando por
sonreír, pero lo intenta mientras escanea a la multitud. No
tiene idea de a quién busca. Tony no le diría nada. Solo Seven
parece entender la decisión de Tony.

Seven también insistió en no usar sus guantes mientras


se queda sentada y saluda. La gente intenta abarrotar la
carroza al verla a ella y sus manitas pálidas.

Entonces Seven hace que la carroza se detenga. El


hombre que conducía el pequeño tractor que los tiraba se
detiene y todos se tambalean hacia adelante. El alguacil

253
Andrews le pregunta qué necesita. Seven susurra en su oído.
Algunos oficiales se paran con los brazos extendidos frente a
las personas que se alinean en la calle.

El sheriff saca a una dama de la multitud y Seven se


encuentra con ellos en el borde de la carroza. La mujer es la
mujer de la calle. Lleva un pañuelo sobre la cabeza y un
abrigo con el cuello levantado, pero Seven sabe que las
cicatrices están ahí. La dama está casi llorando mientras está
junto al sheriff frente a Seven. Seven coloca sus manos en las
mejillas de la dama y dice.

—Eres hermosa.

La dama desliza sus manos hacia su rostro y siente lo


suave que está su piel y comienza a llorar.

Entonces Seven lo ve. Ella sabe que es él con la máscara


blanca. El desfile comienza de nuevo a pesar de que la gente
grita que es su turno y “por favor, ayúdame”.

Monstruo, todavía entre la multitud, camina para seguir


el ritmo de la carroza de la familia Sievers.
Después del desfile, la familia vuelve a estar rodeada de
policías. La gente intenta e intenta presionar para intentar
tocar a la chica. A todo el mundo se le dice mañana, mañana.

Monstruo no esperará hasta mañana.

254
—Quiero ir a pedir dulces.

—Sé que quieres, Seven-up, pero no creemos que sea


posible. —Lottie odia molestar a Seven, pero incluso Tony
intenta convencerla de que este año no será posible.

Pero el alguacil Andrews tiene una idea.

—¿Y si vamos a pedir dulces mañana por la noche?

—Gill, ¿crees que es una buena idea, después de ver


gente todo el día? —Lottie está luchando con las manos
flácidas de Seven para meterlas en sus guantes rosas—.
Seven, por favor, empuja.

Seven mete sus manitas en los pequeños guantes rosas.


Moviendo sus dedos, ve a Tony paseando y esforzándose por
mirar a través de todas las personas que los rodean.

Seven se acercó a su hermano.

—Es la hora.

—Sheriff, tiene que dejarla hacer esto. —Tony se sintió


grosero por dirigirse al sheriff de esa manera. Pero ya no
puede soportar el estrés. Y por el aspecto de mamá y papá,
tampoco pueden soportar mucho más. Incluso Celeste se
quedó con la familia en lugar de huir con sus amigos. Ni
siquiera está sobre su teléfono.

—Tony, tenemos que arrestarlo. ¿Cuál es él?

—Sé que lo necesitas y él también lo sabe. Pero necesita


a Seven. Se lo prometí cuando me dejó ir.

—Tony... —Lottie y Paul, aún sosteniendo a Seven cerca,


intentan que su hijo cambie de opinión.

Seven suelta a sus padres y Tony la alcanza. Empiezan a

255
caminar.

Todo el mundo los está siguiendo, las fuerzas del orden


están en alerta máxima. Siguiendo pero dando a los dos
niños algo de espacio. El alguacil Andrews ha trabajado duro
durante las últimas horas para que los demás comprendan
que esto es más grande que ellos.

El sol casi se pierde detrás del horizonte. E incluso en un


momento como este, a Lottie le preocupa que sus hijos
tengan frío sin sus abrigos.

Un hombre con una máscara blanca sale de la multitud.

—Por favor, ayúdame.

Hago lo que puedo para retener a la gente con una fuerza


que no pueden ver.

Monstruo se quita la máscara. Aquellos que están lo


suficientemente cerca para ver, solo ven a un hombre de
mediana edad y no tienen idea de lo que realmente tienen
delante.

Entonces Lottie y Paul ven que Tony conoce al hombre.


Se les cae el corazón. Este hombre tuvo a su hijo. Este
hombre quiere a su hija. Esperan que él no sea el verdadero
Monstruo que estaba siendo grabado en sus recuerdos. Lo
que habían escuchado en los periódicos, visto en las noticias,
no concuerda con este hombre frente a ellos.

El sheriff y sus hombres desenvainan sus armas y la


gente a su alrededor deja escapar gritos, oohs y ahhs, y varios
huyen. Alguien grita “¡TIENE UN ARMA!” y más gente se va.

Lottie susurra:

—Tony, por favor.

256
Seven suelta la mano de su protector hermano. ¿Cómo
podía creer una palabra de este hombre? Podría agarrar a
Seven y correr antes de que la policía le disparara. Tony se
preguntó si podría ser lo suficientemente rápido para ayudar.

—Por favor. Ya no quiero lastimar a nadie.

—Eres un mal hombre.

—Lo sé. —Sus hombros están caídos hacia adelante, su


barbilla hacia abajo.

Todo está inquietantemente silencioso. Ni siquiera se oye


el crujir de las hojas bajo los pies.

Paul se siente caliente, sudoroso, su cuerpo lleno de


energía nerviosa e impotente.

Celeste que rara vez mostraba afecto en su adolescencia,


se encogió entre sus padres al borde de las lágrimas.

Seven coloca sus manos frente a ella. No está lo


suficientemente cerca para tocar al hombre. Lottie piensa que
tal vez ni siquiera Seven pueda tocar a este monstruo.

Se levanta un viento. Las hojas comienzan a


arremolinarse, las copas de los árboles crujen, lo que hace
que caigan más hojas. El Monstruo cae de rodillas. La
máscara blanca de Halloween cae y extiende su mano.

Lottie grita:

—¡Te llevaste a mi hijo!

Agacha la cabeza:

—Me llevé a tu hijo, me llevé a muchos niños, es.... es tan


fácil.

257
El viento se hace más fuerte. Estoy enojado con la fuerza
de cien años. Cómo se atreve este Monstruo a venir y llevarse
a uno de los nuestros.

Las manos de Seven, aún extendidas, comienzan a brillar


con una luz brillante.

Monstruo cree que esto es todo, seré un hombre nuevo.


Todos me perdonarán porque soy nuevo y me arrepiento del
hombre que fui.

Tony escucha un gorgoteo y luego los demás escuchan el


jadeo de aire. Monstruo se lleva ambas manos a la garganta.
Entrelazando sus dedos, la sangre se escurre entre ellos.

Lottie grita: “¿Qué estás haciendo?”, a su hija. Esta no es


la niña que ella conoce. Hay una fuerza a su alrededor que
nunca ha visto ni sentido. Celeste se aferra a su padre.

Algunos oficiales intentan acercarse a Seven, el sheriff los


detiene. Él lo sabe y tiene que dejarlo ser.

Una vida por una vida es como siempre ha sido en


Borden Pines. Equilibrio.
Paul le da la vuelta a Celeste para proteger a su hija de
ver a un hombre moribundo. Para proteger a su hija de Seven
y de lo que es capaz. Porque ya no está seguro.

—Sheriff, lo necesitamos con vida —grita un oficial que


está apuntando con su arma de fuego.

Andrews avanzó lentamente hacia Seven.

—Seven, basta con eso.

Quería que ella siguiera adelante. Los Sanadores tienen

258
que mantener controles y equilibrios durante siglos, siempre
ha habido monstruos. Pero yo, junto con Seven, aquí y ahora
estaba recibiendo un cargo después de años de ser bueno y
especial.

Seven cae al suelo. La luz de sus manos se apaga.

Lottie y Paul corrieron hacia su hija, pero el sheriff llegó


primero.

—¡Quédense atrás!

En un tono paternal:

—Seven, ¿puedes oírme?

Paul saca su teléfono y vuelve a llamar a la ambulancia


que los había acompañado en el desfile hace poco tiempo.

Los oficiales pululan hacia Marcus. Sus ojos están


abiertos pero vacíos. Quizás siempre lo estuvieron. Pero
ahora yace muerto. Su garganta cortada, al igual que la de
Tommy y los demás.

El viento amaina y las hojas se asientan. Ya nadie


necesita gritar. Nadie sabe qué decir.
Llega la ambulancia y Lottie entra con el cuerpecito
flácido de Seven en una camilla. Lottie puede ver dónde las
lágrimas han dejado rastros en la pintura facial. Un pequeño
riachuelo carmesí conecta su nariz y labios. Los paramédicos
intentan asegurarle a Lottie que está respirando y tiene
latidos. Ella simplemente está inconsciente.

Estos paramédicos viven en Borden Pines y conocen a


Seven. Lottie les recuerda que se debilita cuando cura.
Excepto en su cumpleaños. Si el Monstruo hubiera podido

259
mantenerse alejado un día más, Seven no estaría en la parte
trasera de una ambulancia.

Afortunadamente, Lottie no sabe cuál habría sido el


resultado si Monstruo se hubiera apegado a su plan y
hubiera esperado hasta pasada la medianoche.

La mayoría de la gente realmente necesita vivir según el


código de lo que no sabes, no puede hacerte daño. Lottie es
una de esas personas.

Pero la gente necesita saber que hay monstruos ahí fuera


y si no sabes qué buscar, te harán daño.
260
PrOLOGo
Cuando el terror llegó a Yellowstone, se esparció como un
germen invisible. No apareció en la forma de una vasta

261
erupción, como una turbulencia del magma en las entrañas
de un cráter derramándose en la cabeza del hombre como el
mundo siempre presumió que sería. Lo que apareció; sin
embargo, creó un trágico evento de igual magnitud a una
erupción volcánica, para muchas pobres almas, para esos
que fallaron en ver la venida de lo abominable, de olerlo
acechando en las sombras. El lado oscuro del parque cambió,
alcanzó un punto febril, y mantuvo un aumento de presión
debido a la descomunal movilización de las placas tectónicas
y por la violencia de una profunda acumulación geológica.
Pero aquí, fue una jodida coincidencia que engendrara el
terror que anduvo suelto una fatal temporada de Halloween.

Debido a la alteración en lo profundo de la tierra, gases


enlazados con peligrosas mezclas de elementos metálicos
tóxicos se movieron de una grieta a la siguiente, elevándose
con agua hirviente a medida que se acercaban a la superficie
del planeta. Se congregaron, fundieron con microbios que
prosperaban en los residuos de roca radiactiva y vivían
independientes de la luz del sol. Y los gases se filtraron y
gotearon en este lugar, siempre burbujeando hacia arriba.
Como riachuelos reuniéndose en corrientes serpenteantes
que se manifiestan en enormes ríos, los gases se unieron con
otras mezclas vaporosas en reservas escondidas.

Luego de un viaje ascendiendo por la corteza de la Tierra,


los gases se detuvieron justo debajo del Lago Yellowstone.
Allí, unas pocas columnas de burbujas escaparon como
líneas verticales plateadas. Se elevaron en corrientes
ascendentes continuas hasta la superficie del lago, tocando
desafortunadamente pero con ligereza vientres de truchas, e
infiltrándose por sus branquias en su ascenso.

262
Y entonces, una disrupción geológica creó un tumulto a
través del más pequeño de los vectores y no provocó el
infierno a través de una erupción. El conducto que haría que
el terror y la sangre cayeran sobre el reino de los empleados y
visitantes de Yellowstone, que provocaría la carnicería y lo
abominable, había comenzado a existir gracias a su sigilo,
bajo la nariz de todos, como la mayoría de las cosas
siniestras tenían la costumbre de hacer.
1
Yellowstone Lake
28 de septiembre de 2007

263
Más de una vez su disco de frisbee aterrizó en las heces
secas de búfalo que acribillaban las colinas circundantes,
pero eso no impidió que Kang Punsiri se lamiera las yemas de
los dedos mientras sujetaba el highflyer y miraba el siguiente
agujero. No importaba que hubiera visto el disco de frisbee-
golf, o “frolf”, sobrevolando por las tortitas circulares de
excremento endurecido tan recientemente como hace tres
lanzamientos y que lo hubiera manejado sin lavarse las
manos. Kang era un competidor. Y Pete Scales, el gerente de
cocina del hotel Yellowstone Lake, era una comadreja, una
comadreja ocho golpes por delante de Kang con solo un
agujero por delante.

El agarre de saliva era la firma y la técnica ganadora de


Pete, y si Kang quería expulsarlo, tendría que hacer lo que
fuera necesario, seguir a Pete hacia aguas profundas, lamer
ese residuo polvoriento directamente de sus dedos. La
contaminación en las manos de los jóvenes tailandeses era
sólo hierba de la pradera que había pasado por cuatro
estómagos de búfalo, varios metros de sus intestinos, y
saliera por el culo, un pequeño precio de los bisontes de
pago, o el sabor, para mejorar su rendimiento, para ganar,
para ganarse el respeto de Pete y la adoración de Chelsea.
Kang la buscó en sus ojos mientras le lanzaba una dócil
sonrisa. Chelsea, la belleza rubia estadounidense,
seguramente juzgaría a Kang, pensaría con humildad de él, si
volvía a perder ante Pete. Pero, por cuarta vez este día, le
devolvió una cálida sonrisa a Kang.

Su objetivo, el hoyo dieciocho de este campo de golf de


frisbee para empleados, era un tocón de pino a cien metros
cuesta abajo, apenas visible bajo el cielo gris de una cascada
de Yellowstone. Debido a que la calle era un claro de tendido

264
eléctrico, atravesando un espeso bosque, su disco tenía que
volar en línea recta lo más lejos posible. Si su disco giraba
hacia la izquierda o hacia la derecha, las ramas de los árboles
de hoja perenne seguramente impedirían su próximo
lanzamiento, frustrando cualquier esperanza de vencer a Pete
o incluso de empatar.

Kang se apartó un mosquito de la cara y subió la botella


de cristal de Coca-Cola hasta el borde de la nariz para
ayudarlo a volver a concentrarse. Aflojó su gran cuerpo, llenó
sus pulmones con aire fresco de pino y entregó su impulso.
Emulando a una bailarina, giró, dejando que su brazo girara
y el disco se alejara. El frisbee permaneció en el aire durante
apenas dos segundos de vuelo antes de clavarse en las
entrañas de un pino cardo. La corteza se derrumbó y el
frisbee se hundió vergonzosamente en el suelo. Kang aflojó su
caja torácica y el aire de la montaña regresó a sus pulmones
en forma de un jadeo sin gracia.

Kang no estaba acostumbrado a luchar en la


competencia. Con uno ochenta y dos de altura y cerca de
ciento treinta kilos, el joven de veinte años era el más grande
de sus compañeros en su ciudad natal rural en Tailandia.
Literalmente muy por encima de los demás, Kang se quedó
con el baloncesto donde eclipsaba a los otros hombres.
Siempre ganaba, y aunque esto satisfaría a la mayoría de los
jóvenes con sus zapatos grandes, su naturaleza rival fuera de
la cancha era un poco frívola, tenía que admitirlo. No solo
frívola sino impropia de alguien de “La tierra de las sonrisas”.
Él era quien era, sin embargo, y por eso no tenía
remordimientos.

Después del lanzamiento fallido de Kang, Pete, el pelirrojo


desgarbado, tuvo que intervenir:

—Bien hecho. Próxima parada, National Tour Series.

265
Kang Punsiri, campeón de PDGA. —Pete se rio y miró a
Chelsea, quien no compartió su diversión. Desempolvando su
propio disco y mojándose la punta de los dedos con la lengua,
el pensilvano con cabeza de zorro y ojos de chacal se acercó
al punto de salida, un lugar designado justo detrás de una
roca del tamaño de un generador. Con sus brazos debiluchos,
lanzó un poderoso lanzamiento que finalmente navegó, sin
doblarse, hasta un cómodo descanso en la calle—. Ahh,
cómete tu corazón, Punsiri.

Kang rechazó su frustración frunciendo el ceño o


delatándolo. Mostró su habitual sonrisa tailandesa a Pete,
pero tuvo un indicio de que el estadounidense podía ver a
través de la sonrisa en su propio rostro.

No era así como se suponía que iban a ser las vacaciones


laborales de Kang. Cuando una propaganda acerca de unirse
a un programa internacional de trabajo en el Yellowstone
estadounidense había llamado la atención de Kang en su
mercado local, tuvo visiones de grandeza. Tendría
maravillosas aventuras. Negociaría peligrosos senderos
montañosos y pasaría noches bajo las estrellas, rodeado de
osos pardos y géiseres rociadores, constituiría sus historias
heroicas, haciendo que sus amigos se mueran de envidia. El
título poco atractivo de “ese granjero de tilapia gordo de las
llanuras” ya no reduciría a Kang. Sería un viajero
internacional; alguien con quien las chicas hablarían
efusivamente a su regreso de sus viajes por el mundo. Sin
embargo, ahí estaba él, saboreando excrementos secos de
búfalo, sin haber caminado ni un solo sendero todavía, sin
haber visto un solo oso, perdiendo ante un moco americano
pelirrojo.

Una mano palmeó el hombro de Kang.

266
—No te preocupes, KP. Déjame mostrarte cómo se hace.
—Chelsea barajó sus discos como si fueran naipes gigantes y
eligió un controlador rosa. Ella rodeó a Kang con el hombro y
se colocó detrás del punto de salida de roca. Dijo—: A menos
que seas tan bueno como Pete, tienes que cortar en estas
rectas. Mira y aprende.

Como ama de llaves del Yellowstone Lake Hotel, Kang


pasaba la mayor parte de sus horas de trabajo
entreteniéndose con su enamoramiento por Chelsea, que
trabajaba junto a él. Ella era una autoproclamada “vaquera”
de Texas, cuyo cuerpo ligeramente fornido tenía caderas que
se movían al caminar y un pecho que, cuando se inclinaba
para tender las sábanas, amenazaba con estallar como dos
toros locos a través de una puerta de ganado. Y por la forma
en que lanzó su disco de frisbee en ese momento con un
oomf, enviándolo en un arco controlado cuyo pico era más
alto que el pino más alto a cada lado, Kang reafirmó su
sospecha de que probablemente jugó su parte de voleibol o
softbol en su ciudad de Texas.

El disco descendió como un avión de acrobacias


realizando una dramática inmersión en sacacorchos y
aterrizó en el claro justo detrás del frisbee de Pete.
—Ahí. ¿Ves? Nada de eso. —Ella le dirigió una cordial
sonrisa a Kang, lo que provocó un golpeteo en su corazón.

Para que el grupo pudiera continuar juntos por el curso,


los dos estadounidenses esperaron a que Kang localizara su
disco en el bosque e intentara su siguiente lanzamiento.
Cuando lo encontró, miró hacia atrás, vio a los dos en el
claro, mirando desde entre los troncos de los árboles. Ver sus
caras provocó su sonrisa tailandesa, a pesar de su ira por el
hecho de que Pete probablemente estaba a dos tiros de

267
acabar con él. Kang necesitaría algunos lanzamientos
milagrosos, y Pete volaría su ventaja por alguna catástrofe
improbable como ser alcanzado por un rayo, o mejor aún,
pisar accidentalmente la delgada capa superior de un géiser o
respiradero de vapor sin descubrir, caer y entregar su carne
al calor abrasador.

Recuperando su disco de la tierra y las agujas de pino,


Kang lo desempolvó con resolución dirigiendo su mente.
Vamos, Kang. Se armó de valor con la determinación del tigre
de Bengala y se aferró a la esperanza. Con un apretón de su
núcleo, retrocedió, lanzó el disco volador como un hacha de
guerra como Chelsea había demostrado, con la esperanza de
pasar entre dos altos abetos en su ruta y aterrizar en la calle
abierta. El crujido que hizo contra un árbol delante de él hizo
que sus hombros se hundieran. El disco de caucho duro
rebotó, salió disparado hacia atrás y sobre la cabeza a la
tierra vergonzosamente detrás de él.

El bufido condescendiente de Pete penetró entre los


pinos. Kang evitó el contacto visual con sus compañeros de
trabajo distantes esta vez mientras recuperaba su disco. El
tailandés lo arrojó de nuevo, superando su ubicación
anterior, pero chocando con otro tronco de árbol.
Manteniendo su sonrisa, y ahora sudando de rabia, lanzó de
nuevo, esta vez haciendo rebotar el disco en una extremidad.
El disco de alto vuelo navegó en la dirección equivocada y
desapareció en el fuego verde cazador de un abeto Douglas
sano.

Kang esperó a que su disco cayera, pero después de un


minuto completo, el abeto no entregó su juguete.

—Oye, amigo. Sigue así. Bajaremos y terminaremos. —


Kang vio a Pete en la calle, enmarcando su boca ladradora
con las manos. Pete volvió a gritar—: ¡Mantén el ritmo, ¿de

268
acuerdo? —Luego produjo un chillido descortés que hizo que
Kang apretara el puño. Pete pasó su brazo alrededor del
hombro de Chelsea y se la llevó. Kang murmuró jerga en
inglés que acababa de aprender la semana pasada:

—Imbécil.

Una hora más tarde, en el bar de empleados, la


tolerancia de Kang hacia Pete seguía vacilando. Pete
preguntó:

—¿Puedo traerte una cerveza? —Con una mirada de


arriba abajo hacia Kang y una sonrisa en una esquina de su
boca, dijo—: Oh, es cierto, no eres lo suficientemente mayor.

El pub para los empleados de Lake Yellowstone, que


alguna vez fue una lavandería para el lugar, era una
estructura espaciosa de madera con un bar, mesas de billar,
futbolín y una pequeña cocina en un extremo con un
concurrido horno de pizza. El olor a marinera y mozzarella
era espeso a esa hora de la tarde y habría sido apetecible
para Kang si no fuera por Pete El Imbécil, que estaba
superando al tailandés, una vez más, esta vez en el billar,
frente a Chelsea, nada menos.

Chelsea marcó con tiza la punta del taco, se inclinó sobre


la mesa de billar y dirigió el extremo delantero de su taco con
el dedo índice curvado, apuntando a su bola rayada. Su
cabello lacio y dorado serpenteaba desde la parte de atrás de
su gorra de béisbol, alrededor de su cuello y hasta su escote.
Debido a que Chelsea ya lo había atrapado mirando su

269
seductora postura de tiro hacía treinta minutos, Kang desvió
la mirada. Su disparo fue torpe, se desvió y rebotó en la mesa
como un grano de maíz. Kang se dispuso a intentarlo, pero
Pete fue más ágil. La zanahoria la recogió y se la entregó a
Chelsea. Él le guiñó un ojo:

—Oye, nena, inténtalo de nuevo. Tiro libre. —


Juguetonamente puso los ojos en blanco y sonrió.

Todo el verano, Pete estuvo en el camino de Kang.


Siempre estaba cerca para controlar al joven tailandés,
lidiando con él, casi como si Dios lo hubiera enviado para
fastidiar a Kang. Bien, no importaba cuántas veces el flaco de
Pete ganara a las cartas, lo ganara bebiendo en el dormitorio,
lo golpeara en el hoyo de maíz, cortejara a Chelsea y limitara
las posibilidades de Kang con ella, conquistaría al idiota de
Pensilvania. De todos modos, ¿quién ha oído hablar de
Pensilvania? Si tan solo la empresa turística hubiera
considerado conveniente instalar una cancha de baloncesto.

Chelsea insistió:

—No, señor. Es el turno de KP. —Le entregó el taco a


Kang. El trío jugaba semanalmente al billar ferozmente, un
concurso a tres bandas en el que ganabas metiendo todas las
bolas de tu competidor. Pete regularmente apuntaba a las
bolas de Kang exclusivamente para sacarlo de la competencia
y luego dejaba que Chelsea lo derrotara uno a uno.

Kang tiró de la parte delantera de su camisa hacia abajo


para evitar que se subiera por su grueso vientre y ventilara
sus sudorosas axilas. Era demasiado grande para jugar al
billar, al menos demasiado grande para jugar cómodamente.
Teniendo que doblar las rodillas para hacer su tiro inclinado,
apuntó a una de las bolas de Pete que descansaba justo
enfrente de un agujero sin obstrucciones. Este era un tiro

270
directo de avance que incluso Kang podía hacer, y estaba casi
agitado con la anticipación de escuchar el golpe victorioso de
la bola de Pete siendo tragada por la tronera. Kang golpeó la
bola blanca y salió volando de la mesa. La pesada esfera
blanca rodó frente a las botas de Pete mientras la dejaba
pasar y tomaba un sorbo de cerveza.

Pete le habló a Kang, pero miró a Chelsea a los ojos.

—Maldita sea, Kang. Estás a punto de perder, ¿qué, cinco


juegos seguidos ahora? —La frustración de Kang se fortaleció.
Pete le dio una patada a la bola de Kang.

Punsiri finalmente había tenido suficiente. Recogió la


bola blanca del suelo y la estrelló contra el fieltro verde de la
mesa de billar. El golpe resonó a través de las vigas de
troncos y las cabezas se volvieron. Kang miró a Pete durante
unos tensos segundos antes de que Chelsea dijera:

—Oye, está bien. Yo también apesto en esto. —Señaló a


Pete con la barbilla—. Solo gano porque los insensatos aquí
me lo permiten.

Kang sostuvo su mirada. Pete presentó una sonrisa y


resopló por la nariz, pero un destello de miedo se mostró en
sus ojos. Esto complació a Kang, y el gran tailandés volvió a
sonreír. Él dijo:

—Está bien, juego lo suficiente. Juego lo suficiente. Estoy


hambriento. Conseguiré calzone.

Con eso, Kang se volvió y se dirigió al mostrador de


pedidos pequeños frente a la cocina. Pidió un calzone de
salchicha y le dio su dinero al cocinero de pedidos rápidos
que también se desempeñaba como operador de caja
registradora, camarero y mesero. Mientras Kang se guardaba

271
el cambio en el bolsillo, trató de dejar ir lo de Pete. Quizás era
mejor cortar sus pérdidas, olvidarse de Pete y Chelsea. Tal
vez nunca estaría a la altura y era hora de que se diera
cuenta. Por primera vez este verano, tuvo el más mínimo
deseo de volver a casa. Allí estaría de nuevo en la cima.
Volvería a hacer lo que se le daba bien: baloncesto y pelear
con tilapia en la piscifactoría de su padre.

Volvió a mirar el juego de billar entre sus compañeros de


trabajo. Continuaron como si nunca hubiera jugado con
ellos. Un pensamiento reconfortante apareció, solo quiero ir a
casa a pescar. Ahora, eso era algo en lo que era bueno. El
mejor, de hecho, según su contabilidad. En el agua con una
caña, el sol de la mañana y el rocío, la suave superficie
rompiéndose por los peces hambrientos desplumando
moscas, ahí era donde se sentía cómodo, él mismo y en
control. Recordó rápidamente aquellos viajes de pesca a las
tierras altas del norte de su país, pescando debajo de
montañas de color esmeralda oscuro con forma de dientes de
tiburón, bosques de palmeras llenando las tierras bajas. Allí
había hecho un pequeño trabajo con el tambaqui y el bagre,
incluso el gran arapaima. No había un pez ahí fuera que no
pudiera aprender a pescar. En realidad, todos eran iguales:
cada especie con sus propios hábitos explotables.
Entonces, reflexionó, Si solo...

De inmediato, regresó a la mesa de billar. Lo tenía


calculado ahora, su redención. Su sonrisa tailandesa fue
genuina esta vez, anticipatoria y llena de planes. Se dirigió a
Pete y Chelsea, que acababan de reírse de algo gracioso,
probablemente una broma insultante que había hecho Pete.

—Oigan, eh, chicos. Podemos ir a pescar. ¿Sí? —Señaló a


través de los lúgubres cristales de las ventanas en dirección
al lago—. ¿Sí? Vamos a pescar. ¿Quieren ir?

272
Pete dijo con una ceja levantada:

—Pff. ¿Qué, aquí en el lago? ¿Sabes siquiera pescar?


Porque no te voy a enseñar, si eso es lo que estás buscando.

—¡Demonios, sí, pescaremos! —Chelsea se animó—.


Siempre quise ver una trucha degollada.

Kang anhelaba tener un mejor manejo del idioma inglés


en ese momento. Quería decirle a Chelsea que había pasado
toda su vida entre peces y la granja de tilapia de su padre,
que conocía el pescado, que aprender a pescar truchas en
Yellowstone no sería diferente de cuando estudió con éxito la
carpa siamesa y el bagre de cola roja. ¿Por qué no había
pensado en esto antes? Pescaría algunos peces, de acuerdo,
se enrollaría en una docena de competiciones solo para ella.
Entonces tal vez ahogaría a Pete mientras estaba en ello.
Kang ofreció:

—Está bien. Mañana. Después del trabajo. ¿Está bien?

Pete dijo en un tono condescendiente:

—Mira, hombre. Lo siento, pero no vamos a ir a un


estúpido viaje de pesca...
Chelsea lo interrumpió:

—Nos encantaría, Kang. —Miró a Pete con los ojos,


atreviéndose a refutarlo. Sus verdes ojos verdes volvieron a
Kang—. Iremos a la estación de guardabosques para obtener
algunos permisos y nos encontraremos en la playa. —De
vuelta a Pete otra vez—: ¿Suena bien, Pete?

Pensilvano Pete, visiblemente perturbado, puso los ojos


en blanco y tomó un trago de su cerveza.

273
Kang Thai sonrió a Chelsea y los dejó asintiendo.
Mientras se acercaba a la pizzería, la idea de revisar los
folletos de pesca de truchas en el vestíbulo del dormitorio de
los empleados lo emocionó. Encontró un impulso en su paso
e infló su pecho sabiendo que los días de Pete de ganar en
todo pronto terminarían.
2
Cuando Chelsea y Pete llegaron a la orilla de grava, Kang
ya estaba allí. Se recostaba en una silla plegable cerca de una

274
mesa de picnic, anudando un anzuelo al final de una línea de
caña de mosca. Les hizo señas para que se acercaran.

—Por aquí, muchachos.

Chelsea y Pete dejaron sus cervezas abiertas y apoyaron


sus cañas de pescar sobre la mesa toscamente tallada. Pete
notó que la parrilla de carbón estaba a unos metros de
distancia. La repugnancia forjó su rostro, arrugó su boca.
Miró a Kang, levantó un dedo índice apuntando a la parrilla
como si pretendiera dispararle.

—Kang, amigo mío, ¿para qué sirve la parrilla?

Kang le dio a Pete una mirada de desconcierto.

—¿No comes pescado?

—Bueno, sí, como pescado. Acabo de comerme un


sándwich de jamón, así que, ya sabes, no tengo mucha
hambre. —Aunque la barbilla de Pete estaba alta, Kang podía
leer la incomodidad escrita en todo su cuerpo.

Pete miró a su alrededor, resoplando como si no estuviera


impresionado con el lugar elegido por Kang. Después de un
momento, Pete le hizo un gesto a Chelsea e inclinó la cabeza
hacia Kang, quien trabajaba diligentemente en sus
plataformas. Dijo:

—Míralo, es tan serio. De hecho, cree que va a atrapar


algo.

Chelsea miró por encima del agua, que se agitaba


suavemente con la fría brisa alpina. La tejana dijo:

—Bueno, no sé ustedes, pero yo planeo atrapar a uno. —


Empujó a Pete y examinó los postes de Kang—. ¿Qué estás

275
usando como cebo?

Kang se levantó de su silla y le entregó uno de sus cebos


preparados con un señuelo.

—Aquí. Úsalo.

—¿Estás seguro?

—Sí. Úsalo. Por favor.

—Excelente. Gracias, amigo. —Chelsea fue directa a él,


lanzó su línea y comenzó a hacer girar el carrete lentamente.

Pete agarró apresuradamente un reptador nocturno de


los suministros de la mesa de Kang y colocó el cebo en su
anzuelo. Por la forma en que jugueteó con el baboso césped y
dejó más de la mitad del gusano colgando del anzuelo, Kang
dedujo que Pete no era un pescador ávido. Por lo tanto, Pete
no podía comer pescado ni cebar un anzuelo. Kang sonrió.
Esto iba a ser divertido.

Pete lanzó su línea, un lanzamiento corto, notó Kang, y


miró ansiosamente su corcho mientras cabalgaba sobre las
onduladas ondas. Kang volvió a su silla y se preparó para
pescar.
Después de unos golpes, Pete miró a Kang. Algo
inteligente que decir debió haberle venido a la mente,
finalmente. Dijo:

—¿Por qué estamos en la orilla? Tenemos que estar en un


barco para atrapar a los grandes.

—No, Pete. Trucha degollada en aguas poco profundas. —


Kang se levantó de su silla con la paciencia de cierto hombre,
recuperó su caña de mosca y sacó el exceso de línea con la
mano izquierda. Moviendo y tirando del endeble poste, con

276
gracia hizo girar la línea hacia adelante y hacia atrás a través
del aire. Unos cuantos giros más largos, solo porque sabía
que Pete y Chelsea estaban mirando, y finalmente lanzó la
mosca exactamente donde tenía que ir. Sintiendo los ojos de
los estadounidenses sobre él, Kang hábilmente tiró de la línea
hacia él, un tirón a la vez, luego volvió a lanzar con ese fluido
movimiento de lanzamiento repetido con los brazos laterales.

Su mosca zumbó sobre el agua durante decenas de


metros y luego cayó delicadamente sobre la superficie del
agua.

Kang tiró del sedal a través de la caña, persuadiendo a su


mosca a través del agua, dejando que la holgura descansara
a sus pies. Otro tirón, más lento esta vez, luego otro. De
repente, su línea se apartó de su carrete y había un pez.

—¡Muy bien, KP! —Chelsea dejó caer su caña, agarró una


red de la mesa de picnic y corrió hacia él.

Kang mantuvo una línea apretada sobre el pez


enganchado mientras se lanzaba en círculos, salpicando
desde la superficie cada pocos segundos. Chelsea bailó de un
pie a otro. Casi gritó:

—¿Qué es? ¿Qué es?


Él respondió:

—Trucha. Tal vez asesina.

—Ooh, estoy tan celosa en este momento —dijo Chelsea


con los ojos muy abiertos.

Cuando el pez llegó a la orilla, ella vadeó hasta la


pantorrilla y agarró su hilo de pescar. Lo siguió hasta el pez
luchador y lo sacó del agua.

—¡Ay Dios mío! Míralo, es hermoso. —Pellizcando al pez

277
por el labio inferior, sacó la trucha de la red y la
inspeccionó—. Sí, es una monada. Tiene sus pequeñas
branquias rojas y todo.

Pete resopló.

—Eh, un poco pequeño, ¿no?

Chelsea educó a Pete:

—No, en realidad, esto es tan grande como parece, por


las fotos que he visto.

Kang bromeó:

—Pete, el tamaño no importa.

Chelsea se rio entre dientes.

—¡Sí, Pete! ¡Es el movimiento en el océano! —Giró sus


caderas en un círculo para demostrarlo.

Pete negó con la cabeza y tiró del sedal. Enrolló el cebo y


lo comprobó. La lombriz todavía colgaba y se retorcía. Él
reformuló su línea.

Chelsea soltó el pescado y se enjuagó las manos con agua


del lago.
—Muy bien, Kang, lo hiciste a propósito. Sabías que
picarían moscas.

Kang le ofreció la caña de mosca y dijo:

—Aquí. Pesca. Enseño.

Chelsea se paró frente a Kang y él la rodeó con sus


brazos, controlando la caña y el sedal. Hizo que ella pusiera
sus manos cerca de las suyas, la mano izquierda sobre su
mano derecha e izquierda justo encima del carrete.

278
Cuidadosamente, hizo los movimientos mientras sus manos
seguían y aprendían, permitiendo que la línea saliera cuando
se lanzaba hacia adelante, tirando algo hacia atrás cuando se
giraba hacia atrás. Después de tres demostraciones de esta
manera, dejó que Chelsea manejara la caña de mosca ella
misma. Ella se dio cuenta rápidamente.

Kang dijo:

—Muy bien. Pescas muy bien. —Entonces Kang hizo lo


que quería hacer durante meses: ver a Pete perder. Kang miró
a Pete y lo encontró con la cara enrojecida, con la rabadilla en
la arena, mascando sus encías.

En ese momento, la línea de Chelsea tiró, incitándola a


gritar:

—¡Oh, mierda!

Levantó la caña al hombro, arqueó la espalda y miró a


Kang con expresión de regocijo y terror.

—¡Carrete! ¡Línea de carrete!

Chelsea hizo lo que le ordenó Kang, y Kang recuperó el


pescado esta vez: otra trucha degollada. Era más grande que
la que él atrapó, más larga por dos centímetros. Le mostró
esto a Chelsea y la felicitó. Para Pete, Kang levantó la trucha
y dijo:

—Los asesinos comen bichos. Degollador no come


gusano.

Pete suspiró.

—¿Es eso un hecho? Entonces, ¿por qué le diste una


caña con un maldito señuelo?

En ese momento, el poste atraído, que yacía en la arena,

279
se sacudió y tiró hacia el agua.

Kang le dijo a Pete: “Atrae la trucha de lago”, y le dedicó


una sonrisa engañosa que dejó a Pete en blanco. Kang podía
ver las ruedas girando en la mente egoísta de Pete mientras lo
descubría. Pete lo señaló con los nudillos apretados:

—Me engañaste, ¿no?

Kang se lanzó hacia el poste activo, lo tiró hasta su


hombro para colocar el anzuelo, luego comenzó a tambalearse
con fervor.

Chelsea le dijo:

—¡Vamos, KP! ¡Vamos, Kangy Roo!

Entonces ocurrió algo extraño: los peces dejaron de


pelear. Su línea se aflojó. Esto era curioso porque estaba
seguro de haber colocado el anzuelo correctamente.
Consideró que tal vez la línea se había roto, pero usó una
línea de prueba de trece kilos, suficiente para manejar un pez
de veinte kilos o más. Nada en estas aguas era tan grande. Y
no había árboles alrededor que ensuciaran el fondo del lago,
ni había nada más en lo que la línea pudiera engancharse.
Sintió el tirón de la varilla mientras se tambaleaba y confirmó
que todavía había algo adherido.

Cuando el pez finalmente llegó a la orilla, Kang estaba


perdido. Su parte trasera estaba ausente, arrancada. Sangre
fresca rezumaba de su cavidad interna, y los órganos
internos que quedaban se deslizaron mientras Kang sostenía
el pescado. El tailandés y Chelsea intercambiaron miradas
interrogantes.

Sin perder tiempo, Kang sacó el pez parcial del señuelo y

280
lanzó el sedal lo más lejos que pudo. Cuanto más profundo,
mejor. Algo grande le quitó su captura, y lo quería.

Un silencio cayó sobre los tres mientras esperaban y


miraban la línea de Kang. Su viaje de pesca informal se había
convertido de repente en el Espectáculo de Pesca de Kang
Punsiri. Pete abandonó su línea y se unió al lado de Kang,
incapaz de contener su intriga sobre qué tipo de monstruo
podría pescar Kang en el lago. Chelsea se acercó también.
Preguntó:

—¿Qué diablos pudo haber hecho eso, simplemente


cortar ese pescado por la mitad?

Kang solo pudo encogerse de hombros. En toda su


investigación de anoche, no había ninguna especie
documentada que viviera en el lago Yellowstone que pudiera
cumplir con los requisitos.

Tan rápido como un espasmo muscular, la punta del palo


se hundió y luego volvió a hundirse. Kang se tambaleó con
cuidado en la holgura que había y esperó. Pasaron otros
pocos segundos. Justo cuando Kang estaba a punto de soltar
el aliento que contenía, la mitad superior del poste se inclinó
y se quedó así. Había tomado el señuelo por completo. Tiró de
la vara hacia un lado y colocó el gancho. La línea salió del
carrete e hizo un sonido de cremallera. Este era un pez gordo.

Pete antagonizó:

—Ah, no lo pierdas, Kangy Roo.

Siguió una pelea de ida y vuelta. Kang se tambaleó, pero


el pez era fuerte y tenía que aflojarlo o rompería su línea.
Esta lucha continuó durante diez minutos completos hasta
que el pez se debilitó y Kang pudo traerlo con una resistencia

281
mínima.

El pez que Kang sacó del lago Yellowstone este día no era
una trucha común. Era antinatural.

Y Chelsea fue la primera en verlo. Ella soltó: “¿Qué


diablos?”. Luego se tapó la boca.

Kang chapoteó en el agua helada y tiró del pez a la orilla


por el labio inferior. La cosa era una trucha de lago, pero no.
Tenía tres veces el tamaño que debería tener: un pez enorme
de un metro veinte de largo, barrigón y corpulento como un
bagre sobrealimentado. Sus ojos rojo sangre sobresalían de
sus órbitas y la aleta dorsal estaba exagerada. Las habituales
manchas blancas estaban allí, pero la piel marrón grisácea
tenía un brillo lavanda iridiscente, como una fina capa de
petróleo flotando en un charco de lluvia. Una sustancia verde
similar al musgo líquido se filtraba por sus branquias y se
esparcía por el brazo de Kang cuando se lo mostró
horizontalmente a Pete. El pez produjo un sonido similar a un
grito, una súplica aguda mezclada con un gruñido parecido a
un ronroneo que emanaba de sus branquias. Kang no pudo
ubicar su olor, pero estaba en algún lugar entre la leche agria
y un olor a orina similar al amoníaco.
De repente, la trucha se convulsionó y mordió a Kang. Se
sujetó a su codo y no lo soltó, lo que obligó a Kang a
liberarse. El pez grotesco cayó a la grava de la playa. Hizo un
fuerte silbido mientras se golpeaba contra los guijarros lisos,
decorando las rocas con su lodo verde cazador. La criatura
acuática a los pies de Kang lo hipnotizó, sedujo al tailandés
con su extraña naturaleza.

Chelsea se encogió.

—KP, ¿estás seguro de que deberías tocar esa cosa?

282
Kang se rio entre dientes y dijo:

—No. Está bien. Es un pez hermoso.

Pasaron varios minutos hasta que el resplandor


anaranjado ardiente dentro de la pirámide de briquetas
disminuyó y el carbón se volvió completamente gris, pero
Kang no tenía prisa. Destripar y limar las pesadas truchas no
fue una tarea rápida. El pescador victorioso dejó caer uno de
los largos filetes en la parrilla y se elevó un fuerte
chisporroteo. La ráfaga de pescado fresco y abrasador fue
recibida por la nariz de Kang, reemplazando su anterior olor
indeseable y mezclado con el olor rocoso que brotaba de la
costa. La considerable rebanada de carne era tan larga que se
inclinaba sobre cada lado de la olla redonda. Usando sus
tenazas como puntero, Kang anunció a Chelsea y Pete,
quienes lo miraban con el ceño fruncido inquietos:

—Yo gano. Chelsea, un pez. Pete, nada de pescado. Yo,


tres peces.
Pete y Chelsea habían dejado de pescar y observaron a
Kang mientras desmantelaba hábilmente el pez mutante en la
mesa de picnic. Refiriéndose a la segunda captura de Kang en
la que arrastraba solo la mitad delantera de un pez, Pete
preguntó:

—¿No quieres decir que pescaste dos y medio?

Las tripas de la enorme trucha yacían en un cubo


espantoso. Kang los buscó y encontró la mitad trasera del
segundo pez. Se lo arrojó a la bota de Pete. Pete saltó y Kang

283
sonrió.

—Yo, tres peces. Tú, nada de pescado.

—¿En serio vas a comer esa cosa? —dijo Chelsea, cerveza


en mano, una cerveza que había abierto hacía quince
minutos pero que nunca se había llevado a los labios.

—Sí. ¿No quieres? Es bueno para ti. —Le dio a Pete esa
sonrisa educada que sabía que odiaba, especialmente
ahora—. ¿Pete? ¿Lo intentas? ¿También le tienes miedo al
pescado?

Pete negó con la cabeza.

—Kang, eres un hijo de puta enfermo. —Abrió su nevera


portátil, sacó y quitó la tapa de una cerveza con su abridor de
llavero. Con un giro hacia el anillo de pedazos de riolita del
tamaño de una pelota de voleibol donde la arena se unía con
el bosque, les dijo a Kang y Chelsea por encima del hombro—
: Estaré aquí haciendo un fuego. Todos son bienvenidos a
unirse, pero dejen el pez.

—Sí, Kang, no puedo verte comer eso. —Ella tomó un


sorbo de cerveza, medio haciendo una mueca de dolor,
incapaz de apartar los ojos de la carne que se estaba
cocinando. Después de un segundo, miró hacia otro lado,
luego escudriñó las nubes oscuras que llenaban el cielo y
tapaban el sol de la tarde. Con un escalofrío, rápidamente
felicitó a Kang por su captura y se fue para unirse a Pete en
la hoguera poco profunda.

Kang giró el filete con sus pinzas y un tenedor y le aplicó


sal y pimienta. Su triunfo sobre Pete fue agridulce. Había
dominado este juego. Pero quería que su némesis sintiera
envidia total, y Pete no se lo concedió. Una vez más, se dio

284
cuenta de que mientras estaba solo mirando a los
estadounidenses acurrucados cerca de las primeras llamas
de una fogata, estaba en el grupo de los perdedores, un
monstruo que come pescado asqueroso, un forastero.

Cortó un limón en dos en la mesa de picnic, tomó la


mitad y exprimió el jugo por encima del pescado. Arrojó la
cáscara al agua y la semiesfera arrugada y amarilla se
balanceó sobre el agua que se derramaba. Lo reconoció como
un objeto fuera de lugar, algo tropical en un entorno que no
lo era, rodeado por un mar de cielo verde oscuro, marrón
barro y gris. Como él, consideró, no tenía lugar aquí.

De repente, la risa de Chelsea y Pete llamó su atención.


No podía descifrar de qué se reían, pero sin duda disfrutaban
de la compañía del otro. Chelsea apretó el brazo de Pete
mientras probablemente le contaba un chiste que Kang no
entendería.

La sonrisa de Kang, por fin, se desvaneció. Un poco de


tristeza se apoderó de su corazón. Se fijó en la grotesca
cabeza del gran pez en el suelo junto al cubo de tripas. Como
él, era algo feo que finalmente había perdido la batalla, y algo
que nadie quería.
3
Vernon Medley se pasó la bata blanca de laboratorio por
encima de los hombros y se colocó los guantes azules de

285
nitrilo. El técnico de laboratorio canoso era el único de su
clase en la localidad del Lago Yellowstone. Su base de
operaciones en el lugar era una de tres clínicas a través de
todo el parque, cada una ubicada a dos horas de distancia de
la otra, conduciendo. Las clínicas habían sido establecidas
por el servicio del parque para los visitantes, sí, pero más que
nada para los miles de empleados, tanto fijos como zafrales.

Para Vern era un trabajo tranquilo, de medio tiempo, y


uno que requería muy poco esfuerzo físico; un aspecto que
acogía con agrado ya que esto era como una jubilación
parcial. Continuaba con su rutina; llevaba a cabo control de
calidad de sus instrumentos, hacía el conteo de los
suministros, reemplazaba reactivos que lo necesitaban,
limpiaba el centrifugador. Sus instrumentos podían dar una
rápida respuesta a los problemas rutinarios con los que los
pacientes se presentaban. La clínica tenía capacidad para
albergar casos de urgencia, ya que los accidentes ocurrían
diariamente en un parque implacable. Pero la operación era
tan pequeña, que la mayoría de su trabajo era para atender
enfermedades pasajeras o heridas leves. El laboratorio del
Lago Yellowstone era de un tamaño diminuto comparado con
el hospital en expansión del que Vern se había transferido en
Boise, Idaho.
En esa mañana, un sirviente de veinte años, de
Tailandia, se había presentado con un aparente caso de
intoxicación alimenticia, quejándose de vómitos continuos,
diarrea, dolor abdominal, fiebre, fatiga. La tarea de Vernon
era extraerle sangre y correr unos test de precaución. Cuando
Vern entró en el cuarto de exámenes, el paciente estaba
temblando con escalofríos. La enfermera registrada, Jan,
trabajaba rápidamente, insertando un IV en su brazo. El
rostro del paciente se había vuelto verde y tenía los ojos
inyectados en sangre. Vernon había revisado el caso de Kan

286
antes de entrar, y había notado algunas cosas que no tenían
sentido.

—Señor Punsiri, soy Vernon. Estoy aquí para extraerle


algo de sangre así podremos descubrir lo que está mal con
usted, ¿está de acuerdo amigo?

Kang murmuró algo. Vernon se movió más cerca para


poder oírlo.

—¿Qué ha dicho, hijo?

—Tengo hambre.

—Muy bien, Kang. Eso es algo bueno. Solo demoraré un


minuto, entonces lo dejaré tranquilo y Jan aquí le atenderá
muy bien, ¿de acuerdo?

En tres minutos, Vernon había aplicado el torniquete,


extraído la sangre, liberado el torniquete, vendado el sitio de
punción, etiquetado los tubos de sangre y los había invertido
para mezclar los aditivos, y se dirigía de nuevo al laboratorio,
el cual era del tamaño de un gran armario.

Las notas peculiares que aparecían en la ficha de Kang


Punsiri y no tenían sentido, le molestaban al experimentado
técnico de laboratorio. Colocó el tubo lavanda tapado en el
analizador, entonces puso los demás tubos de sangre en sus
respectivos centrifugadores y apretó “comenzar”. Mientras la
sangre giraba, Vernon se quitó la bata del laboratorio, y dejó
el laboratorio. El joven asistente médico de turno no
apreciaría esto, pero necesitaba informarle a ella la
información que tenía.

Cuando Vernon entró en la oficina, ella estaba tomando


su café y leyendo online las Noticias de Montana. Siempre
parecía que a ella le importaba más la competición actual de

287
golf en Missoula, que sus propios pacientes.

—Oiga, Doc —dijo, renuente a acercarse a ella durante


su primer café.

Sin quitar los ojos de la pantalla, la mujer con gafas


contestó:

—¿Sí?

—El chico Punsiri, ¿viste las notas de Jan?

Ella suspiró.

—Sí, Vern. ¿Qué hay con ellas?

—¿Las leíste todas?

La P.A. se quitó las gafas, se recostó en su silla de


escritorio con una expresión de desaprobación en su rostro.
Respondió sin palabras, enarcando las cejas como diciéndole
a Vern, “Más vale que esto sea bueno”, pero también le dijo
que ella no había leído toda la ficha.

Vern preguntó:

—¿Intoxicación alimenticia? ¿En serio?


—Sí, Vernon. Es un caso típico de intoxicación
alimenticia. ¿No se supone que tienes que traerme el PMB8 y
el hemograma9?

—El hemograma está corriendo, y los químicos y el


tiempo de protrombina10 están girando. Mira, él informó
hematuria11 y energía excesiva intermitente. Afirmó que ayer
sus pupilas parecían estar dilatándose y contrayéndose, una
y otra vez. Y justo ahora me dijo que tenía hambre. Solo
pensé que deberías saberlo.

288
—El chico apenas puede hablar bien el inglés. Estoy
segura de que eso no es lo que le dijo a Jan, o a ti. Ahora,
tengo esto controlado. ¿Puedes simplemente dejarme hacer
mi trabajo?

Vernon dejó su oficina, refunfuñando todo el camino de


regreso a su laboratorio. Insertó el adaptador especial de
punta de aguja en el tubo que acababa de salir del
analizador. Con éste invertido, el intrigado técnico de
laboratorio presionó una gota de sangre en un portaobjeto y
utilizó el borde de otro, para esparcir la muestra en el
primero. Añadió una gota de aceite de inmersión, e hizo rotar
los lentes del microscopio.

Cuando se enfocó en el espécimen, encontró a los


glóbulos blancos de Kang deformados, largos y finos en vez de
la típica forma redondeada. Movió la perilla para enfocar a

8
Panel metabólico básico, es un análisis de sangre que consta de un conjunto de siete u ocho pruebas
bioquímicas.
9
Un Hemograma es un análisis de sangre que se usa para evaluar el estado de salud general y detectar
una amplia variedad de enfermedades.
10
La prueba del tiempo de protrombina (TP) mide el tiempo que tarda en formarse un coágulo en una
muestra de sangre.
11
Presencia de sangre en la orina.
través de la fina capa de sangre. Se encogió ante lo que vio a
continuación. Los glóbulos rojos de Kang tenían inclusiones
que parecían tener un punteado basófilo12, que se encontraba
en muestras de pacientes con envenenamiento con plomo,
anemias y otras condiciones, pero tenían una diferencia
asombrosa. Había una forma “X” en azul oscuro sobre los
glóbulos rojos rosados. Susurró:

—¿Qué en nombre de Dios…?

Justo entonces, Jan golpeó en la ventana de vidrio de la

289
puerta del laboratorio. Vernon la vio, gesticuló con la boca la
palabra: ¿Qué? Ella le hizo un gesto curvando el dedo,
convocando su presencia, entonces se fue.

En el cuarto de exámenes, Kang estaba caminando casi


alegremente. El color había regresado a su rostro. Jan y
Vernon entraron allí. Jan dijo con acento sureño:

—Mira, Vernon. Está completamente correcto. Es una


locura.

Vernon se dirigió al hombre joven y alto.

—¿Señor Punsiri?

Vernon no podía creer lo que veía. Ni diez minutos atrás,


el paciente estaba casi convulsionando y lucía casi muerto.
Ahora, recorría el cuarto de exámenes, tocando el esqueleto
falso, revisando los panfletos médicos. Kang sacó un depresor
de lengua de madera de un jarro de vidrio. Abrió la boca, se
colocó la pieza de madera en la lengua y dijo:

—Aaah.

12Puntos azules difusos finos o gruesos en los eritrocitos, que usualmente representan un residuo de
RNA (en particular común en la intoxicación por plomo).
—Sus signos vitales han vuelto a la normalidad. Los
comprobé dos veces —dijo Jan.

Vernon preguntó:

—Señor Punsiri, ¿se siente bien? Tal vez debería


sentarse.

Kang sonrió de oreja a oreja.

—No. Estoy bien.

290
Jan se acercó a Kang, para insistirle en que se recostara.
En su apresurado avance, se golpeó el pie contra la pata de la
cama, y cayó hacia Kang. El joven Tailandés rejuvenecido
arrojó los brazos alrededor de ella, atrapándola antes de que
se pudiera romperse la cabeza contra el piso de baldosas
blancas. La enderezó y recuperó su estetoscopio caído.
Cuando se lo entregó a Jan, la P.A. entró en la habitación. La
atrevida doctora alardeó:

—Ahí ves, Vern. Es asombroso lo que un pequeño


tratamiento de IV puede hacer por una intoxicación
alimenticia.
4
Tres días después, Kang se sentaba al otro lado del
escritorio del gerente de Recursos Humanos de la localidad.

291
Kang registró las palabras del gerente bigotudo de forma
confusa e incoherentes, y no pudo discernir si lo terrible que
le acababan de decir era lo que le estaba nublando la visión,
o si era una continuación de la extraña enfermedad que
había estado aquejándole. Quería describirlo como una
enfermedad, pero había algo en contra del significado común
de la palabra; una especie de vigorización que acompañaba
los síntomas de gripe que de repente aparecían. Una rápida
procesión de frialdad le había recorrido el cuerpo
frecuentemente desde el día que se comió aquel pescado
grande, y luego temblaría durante un breve período solo para
ser golpeado por un calor interno que le tensaba los
músculos y le hacía desear quitarse la ropa. Añadiéndose a
esas experiencias, esa vigorización; una sensación de ser
inyectado tanto con testosterona y cafeína, se mezclaba con
una ira inexplicable y a menudo le dejaba mareado. Una de
esas fases de actitud hostil era la razón de que el oficial de
Recursos Humanos acabara de instruirle a Kang que
contactara al gerente de cocina del Hotel del Lago Yellowstone
a primera hora del día siguiente, y nunca volviera a hablarle
o mirar a Chelsea nuevamente.

—No está en problemas, señor Punsiri. No ha roto


ninguna regla directamente —afirmó el hombre de Recursos
Humanos mientras abría una caja de Mountain Dew13,
entonces aspiraba—. Solo se le está trasladando. —Echó un
vistazo a la expresión distante y molesta de Kang, provocando
que se atragantara con su refresco. Se aclaró la garganta, dijo
con timidez—: Todo está bien. Solo ve a Lavandería. Llévales
la orden que te di, y diles que te den un nuevo uniforme.
Entrega el uniforme anterior.

Al parecer, Chelsea tenía problema con la forma en que


Kang había estado mirándola los últimos días, y ahora él

292
estaba al otro lado del látigo de Recursos Humanos, siendo
reasignado a la cocina del hotel como lavador de platos. Era
curioso; sin embargo, como intentar recordar esas ocasiones
con ella era difícil. Intentar recordar cualquier cosa era difícil.
De hecho, no podía recordar la cara de ella, o su presencia, ni
mucha cosa más desde la experiencia de pesca.

Derrotado, Kang juntó su papeleo, asintió en silencio al


gerente, y salió por la puerta moviéndose con pesadez.

Entre la oficina de Recursos Humanos y la tienda de


lavandería se encontraba su dormitorio. Un momento de
sudor frío que pasó rápidamente, y otro momento de una
visión de caleidoscopio, le hizo detenerse en su habitación
para tomar un poco de agua, cambiarse de ropa, la
oportunidad de defecar; o hacer algo.

Usó su llave para entrar en el dormitorio vacío, y se tomó


un momento para intentar recordar cualquier interacción con
Chelsea que podría haber conducido a esto. Su intento fue un
fracaso.

Entró en el baño sin saber si se ducharía, bebería agua,


evacuaría su vejiga, o si haría algo en absoluto. En el espejo,

13
Marca de cigarrillos.
piel roja captó su atención. Su brazo derecho estaba rojo
como un tomate, con unas locas venas violetas mapeándolo
como si fueran relámpagos. Las venas palpitaban. Kang
quedó boquiabierto ante la vista, y ante el hecho de que no
experimentara ningún dolor; nada. Cerró la boca con la
emoción más extraña de sedación. Se inspecciono el brazo
izquierdo, lo observó florecer también con una tonalidad
rojiza y las venas sobresalir, de una forma en que debería
haberle asustado. Se encontró indiferente ante ello,
contemplando la perversión del orden natural de su cuerpo.

293
Entonces, de alguna forma, se olvidó de lo que estaba
haciendo.

En el espejo, notó su mirada particular. Kan se quitó las


gruesas gafas. Unas grandes manchas de sangre consumían
la parte blanca de sus ojos, como si una cobra le hubiera
escupido en ellos. Entonces recordó, Chelsea. ¿Pero qué
pasaba con Chelsea? La respuesta le eludió. Echó un vistazo
al suelo. Más importante, ¿quién era Chelsea? Regresó su
atención al espejo. Su frente estaba bulbosa. Se los tocó con
la punta de los dedos. ¿Cómo podía ser eso? Nunca lo había
notado. No dolía.

Su mente se balanceó en direcciones diferentes como una


pluma oscura cayendo de un cuervo nervioso, recordando de
repente, ahora soy un lavaplatos. Se miró a sí mismo con
desdén, sin saber por qué sentía una furia repentina.
Entonces, él, Thai sonrió, entonces hizo otra mueca de
desprecio.
5
En su laptop, en el solario del Hotel del Lago Yellowstone,
rodeado de bajo murmullo de unos turistas catando vino,

294
Vernon Medley leía un artículo del U.S. Fish & Wildlife14 que
lo estaba poniendo nervioso, sobre estudios recientes sobre la
trucha de los lagos en el gran área de Yellostone; un artículo
que había leído en seis ocasiones distintas. Describía como
las características geotérmicas que ocurrían a gran
profundidad por debajo de cuerpos de agua como el Lago
Yellostone, habían recientemente incrementado la cantidad
de bioproducto gaseoso que emitían a la superficie. El
artículo discutía sobre hallazgos de peces inusualmente
grandes y deformados en esos sistemas de agua dulce.
Informaba que varios científicos creían que los sistemas
inmunes de esos peces se volvían en su contra, causando las
deformidades.

Pero eso no era todo. Otro efecto secundario, que


proponían los biólogos, era que el sistema inmune ataca la
glándula pituitaria, causando una gran producción de la
hormona de crecimiento. Los científicos también reportaban
que esos extraños peces exhibían agresividad inusitada y
errática; agresividad descrita como rabia.

14
Es una agencia del Departamento del Interior de Estados Unidos, dedicada a la gestión, conservación y
preservación de la vida silvestre.
Vernon cerró el artículo, comprobó su correo electrónico;
no había respuesta de la oficina del superintendente del
servicio del parque. Consideró llamar otra vez a la oficina
localizada en las Aguas Termales Mammoth, en la entrada
norte del parque, pero decidió no hacerlo. Tal vez conduciría
hacia allí él mismo. Comenzando con el chico Punsiri una
semana atrás, la clínica de Vernon había visto una docena de
casos de lo que el P.A diagnosticaba como intoxicación
alimenticia. El diagnóstico amenazaba con cerrar el
restaurante de cuatro estrellas del hotel, o la cafetería

295
cercana. Vernon era más sensato, reconocía un mal
diagnostico cuando lo veía.

Medley cerró su laptop, echó un vistazo a través de las


ventanas inmaculadas hacia el lago bajo su cielo nubarrado,
y noto un puñado de pescadores en la costa. Suspiró con
fuerza por la nariz y se levantó bruscamente desde su
reposera.

Cuando llegó a la playa rocosa donde había seis hombres


pescando, Vernon estaba sin aliento, pero fue directo al
punto.

—Caballeros —dijo con brusquedad.

Giraron sus cabezas sin responder, cuando él se acercó.


Dos hombres pescaban con mosca, los otros usaban carretes
spincast. Dado que recibió como máximo un par de
asentimientos de su parte, Vernon fue al grano.
—¿Alguno de ustedes ha capturado alguna trucha
inusualmente grande? Digamos, ¿una con grandes aletas, u
ojos rojizos?

Un hombre con cola de caballo, que usaba un carrete y


vestía una chaqueta de mezclilla desteñida de los ochenta,
tenía un cigarro que bailó entre sus labios cuando dijo:

—Oh sí, ayer. Una hija de puta grande.

Vernon dijo:

296
—Por favor, dígame que no se la comió.

El hombre con la cola de caballo miró de reojo a Vernon.


Los dos pescadores que pescaban con mosca emitieron unas
risitas entre ellos, y uno de ellos habló:

—Sí, lo hizo. Se comió esa cosa asquerosa de desayuno;


él y su esposa. Intenté decirle que no lo hiciera, pero oye, así
son los pueblerinos. —Ante esto, el otro pescador con mosca
bufó.

El pueblerino dijo:

—Oigan, al diablo con ustedes. Estaba deliciosa. Solo


están celosos con sus pequeñas cañas de moscas pijas. —El
pescador de mosca solo sofocó su risa.

Vernon dio otro paso más cerca.

—Mire, no debería haber comido eso. Tiene que venir a la


clínica…

El hombre con cola de caballo hizo una pausa en su


pesca, y se enfrentó a Vernon.

—No me diga lo que puedo y no puedo hacer, viejo. ¿Por


qué no se va a molestar a otro lado?
—Pero señor, ese pescado que comió puede ser dañino.

El hombre le arrojó el cigarro al pecho de Vernon.

—¿No me escucha? Dije, ¡piérdase!

297
6
Las últimas treinta y seis horas fueron una neblina. En el
baño de empleados, detrás de la cocina, Kang se sintió

298
nuevamente atraído por el espejo y la persona grotesca y
poderosa que había en él. No estaba completamente seguro,
pero apostaría una fortuna a que había crecido cinco
centímetros y ganado veinticinco kilos. Esbozó una sonrisa
desesperada, una doblada por la locura. La sonrisa se
transformó en una muestra de dientes con los labios
curvados hacia atrás. Las encías, iridiscentes y relucientes de
mucosidad, no lo sobresaltaron.

Sus intestinos se apretujaron de repente, liberando un


chorro de agua en sus pantalones.

Corrió hacia el baño, se quitó los pantalones de cocina a


cuadros y orinó con un largo chorro de líquido que salpicó su
postura. Hizo esto una vez más, empezó a sudar frío y luego
se recuperó. Se puso de pie, se detuvo. El humano interior
quería que él hiciera algo.

Recogió papel higiénico, se limpió el culo y sintió que algo


le manchaba la mano. Instintivamente, tiró el papel higiénico.
Esa acción le pareció curiosa mientras regresaba al lavabo y
al espejo. Fue allí donde se dio cuenta de que aún tenía los
pantalones a la altura de las rodillas. Con la cara inexpresiva,
se subió la cintura elástica. Allí estaba de nuevo, el cieno
negro con vetas verdes como musgo líquido en su mano.
Un golpe en la puerta sobresaltó a Kang. El sonido
abrasivo provocó una descarga de ira eléctrica que se disparó
por su columna vertebral. La voz del otro lado era la del
gerente de su cocina:

—¡Kang! ¿Qué estás haciendo ahí? Ya terminamos en la


cocina. Todo el mundo tiene ficha de salida. Solo estoy
esperando tu lento trasero. Vamos, haz que se hagan las ollas
para que podamos irnos.

Su estómago se tensó con un odio creciente por el sonido

299
de una voz humana, Kang espetó su respuesta: “¡Está bien!”.
Levantó la nariz hacia la puerta, capaz de detectar al
humano. El olor le disgustó y sintió el deseo de exprimirle la
vida, extinguir su vitalidad. La sensación era como la de ver
una araña enorme con el instinto primordial de matarla, por
cualquier medio, instantáneamente, solo que sin miedo y
mezclada con esa ira profundamente arraigada que se había
fortalecido exponencialmente en los últimos días.

El aparente funcionamiento físico interno alargó el ritmo


respiratorio de Kang. Sus respiraciones lentas y profundas
poseían un silbido que sonaba doloroso y expandía sus
pulmones a su máxima capacidad con cada inhalación.
Observó su respiración, su oscura emoción. Como una
reversión de la meditación pacífica, sintió que el odio y la
rabia animal entraban y se extendían a través de él con cada
inhalación, y cualquier cosa cálida o incluso un poco
compasiva salió con cada exhalación.

Abrió la puerta del baño, ignorando la señalización


interna que insistía en que todos los empleados debían
lavarse las manos, y caminó por el pasillo que lo llevó al
comedor de empleados. Como un trance, procedió con la boca
abierta, escuchando pero sin registrar las voces bajas de los
pocos empleados reunidos en el otro extremo de la
habitación. Sus voces le quemaban los oídos, por lo que
aceleró el paso y entró por la parte trasera de la cocina.

Su altura recientemente agregada lo obligó a agacharse


para ingresar al cuarto de platos donde se reunió con un
montón de sartenes y ollas revueltas, cubiertas con puré de
patatas seco, salsa endurecida, carne carbonizada, pasta con
costra, goteando con salsas irreconocibles y platos
igualmente sucios apresuradamente a punto de derrumbarse.

300
Se acercó al fregadero, alcanzó el rociador que sobresalía,
pero se detuvo antes de agarrarlo. ¿Qué era esta cosa?

Kang inclinó su cabeza deforme, estudió el rociador con


sus ojos cargados de color marrón.

—¡Oye! ¡Deja de joder, Kang! No tengo tiempo para esta


mierda. Apresúrate.

Kang enderezó la cabeza y cerró la mandíbula. Giró su


vista para mirar a su jefe. El hombre no estaba allí, solo una
puerta vacía donde debió estar de pie. Él estaba allí, ¿no?
Kang consideró la validez del nuevo recuerdo de alguien en
esa entrada, hace solo unos segundos, gritándole.

¿Quién?

Mi jefe.

Kang recorrió la cocina abierta más allá del amplio


umbral. Por lo que podía ver, el lugar estaba vacío.

Repitió la voz escrutadora.

Y luego, el tiempo se detuvo.

Pete.
Su jefe, Pete Scales, era la voz. Pete Scales de
Pensilvania: el hijo de puta pelirrojo, la comadreja, el
“imbécil”, la razón por la que el verano de Kang fue una
mierda... la razón por la que Chelsea no correspondió al
enamoramiento de Kang, su adoración, su amor.

Algo cedió.

El tailandés enfermo volvió su atención al fregadero y


manipuló una sartén de acero de cinco centímetros de
profundidad y cincuenta centímetros de largo, examinando

301
los bordes extendidos y semi-afilados que se usaban para
mantenerla en su lugar en las mesas con calefacción. Lo
levantó hasta el pecho y midió su peso. Luego, en el reflejo de
la sartén, como una aparición embarrada, vio a alguien
entrando en su cuarto de platos. Se dio la vuelta.

Vernon Medley, con las gafas en el borde de la nariz, era


un ciervo que entraba en un prado abierto, entrometiéndose
con cautela en el espacio de Kang. El hombre se detuvo y
levantó ligeramente las manos. Con voz suave y con el miedo
blanqueando su rostro, dijo:

—Buenas noches, señor Punsiri. Dijeron que podría


encontrarte aquí.

Kang no respondió.

—Soy Vernon, el técnico de laboratorio que conoció


cuando se sintió enfermo.

Todavía sin respuesta.

Vernon dio un paso adelante.

—Mira, yo… —Hizo una pausa como si la vista de Kang le


quitara el aire a la habitación. Tragó, luego—: Iré al grano.
Kang, creo que algo anda mal. Creo que estás enfermo. Ese
pescado que comiste, no era un pescado común. Tenía una
infección.

Medley se subió las gafas por la nariz. Continuó,


sosteniendo sus manos abiertas frente a él como si estuviera
sosteniendo una pelota de baloncesto.

—Verá, algunas truchas de nuestro lago están enfermas.


Han ingerido una mala mezcla de gases que se han escapado
del fondo del lago. Los investigadores aún no están seguros

302
de qué tienen estos gases que son tan peligrosos. Creen que
se han combinado con estos microbios radiactivos que viven
bajo tierra o que han adquirido sus propiedades químicas de
alguna manera. Los datos aún están disponibles. —Luego,
cuando la sinceridad levantó sus cejas, Vernon sugirió—: Es
mi creencia personal que consumir estos peces infectados
puede causar un estado canceroso, puede causar... efectos
secundarios parecidos a la rabia.

Vernon dio un paso adelante una vez más, y Kang bajó la


gruesa sartén a través de la frente del trabajador del
laboratorio como Andre el Gigante derribando a su oponente
con una silla de metal. Un gong intenso resonó, haciendo
vibrar los estantes de otras cacerolas.

Vernon se arrugó como palos de Jenga, y Kang se sentó a


horcajadas sobre su cuerpo sin vida, se paró sobre él como
una torre de furia grotesca. Como un jabalí después de
derribar a un alce y sobrevolar su presa, recuperándose de la
laboriosa persecución, el labio inferior babeante del tailandés
se hundió y esparció un hilo mucoso que mojó la frente de
Vernon. Intentando usar la sartén como una guillotina
improvisada, Kang empujó su extremo hacia abajo sobre el
cuello de Vernon, usando su peso detrás de él para aplastar
las vértebras cervicales y reventar la tráquea. Cortó de lado a
lado, pero el labio de la sartén estaba demasiado desafilado
para cortar la cabeza del humano por completo.

Una voz se elevó en la entrada, una ahogada por el terror.

—¿Kang? ¿Qué…?

Kang dejó caer la sartén y miró a Pete, luego Thai le


sonrió con estúpida amenaza. Pete se retiró del lavaplatos y
Kang lo siguió.

303
Pete rodeó la larga mesa de preparación centrada en la
cocina, paseando con cuidado pero lo suficientemente
deliberado como para mantenerse alejado de la lenta
persecución de Kang.

—Kang, amigo. Ahora cálmate. No sé qué estabas


haciendo ahí, pero no te preocupes. Sea lo que sea, podemos
encargarnos de ello. Todo estará bien. —El movimiento de
Kang se aceleró, cortando las esquinas de la mesa con más
agilidad, como un martillo en círculos.

Pete dijo enérgicamente, pero con aprensión crepitando


en su voz:

—Kang, escúchame. ¿Sí? El tipo de allí, ¿necesitamos


ayudarlo?

Kang cambió de dirección. Pete plantó un pie y cambió el


suyo.

En una danza de depredador y presa, hermano mayor y


pequeño, los dos continuaron con este juego de buscar y
huir. Parecía no tener fin hasta que Pete plantó un pie para
su próximo cambio de dirección y sus zapatos de trabajo
antideslizantes le fallaron. Se plantó boca abajo en el
grasiento suelo de baldosas. Sus miembros se pusieron
rígidos, se enderezaron como Frankenstein. Kang estaba
sobre él rápido, un martillo sobre el cebo.

El estado catatónico de Pete decepcionó a Kang, por lo


que abofeteó a Pete con la esperanza de revivirlo. Después de
unos segundos, las extremidades de Pete se aflojaron, pero su
mirada permaneció ausente. Kang volvió a ser el luchador de
doscientos kilos cuando levantó a Pete por el cuello con un
brazo y lo golpeó contra la mesa de acero inoxidable. Kang

304
soltó un gemido nasal mientras sus ojos buscaban en la
cocina. Vio los cuchillos de chef adheridos a la banda
magnética en la pared al otro lado de la mesa.

Kang rodeó la mesa y fue por el más grande, su destello


lo llamó, y en su prisa, también se resbaló en el suelo en mal
estado. Falló el borde de la mesa con su brazo de apoyo, la
palma solo lo rozó, y se golpeó la cabeza contra la superficie
de la mesa mientras caía. La colisión lo puso de rodillas, lo
mantuvo allí durante un minuto entero tratando de recuperar
la vista.

Cuando su visión finalmente se aclaró, se puso de pie y


no encontró a Pete por ningún lado. El sonido de la ardua
asfixia de Pete y la salida trasera cerrándose, sin embargo,
delató al pelirrojo.

En el estacionamiento de grava detrás del enorme


Yellowstone Lake Hotel, Pete se tambaleó, aturdido y
estupefacto por la conmoción. Tosió y se atragantó en busca
de aire, apretándose la garganta. Giró la cabeza, buscando a
los transeúntes, de los que no había ninguno, solo unos
pocos coches estacionados y un contenedor de basura.
Cuando Kang salió por la puerta trasera de la cocina, Pete se
tambaleó hacia la línea de madera, que se erguía como una
pared gris verdosa de extremidades puntiagudas como brazos
extendidos saludando al resplandor de la luna. Dentro del
trozo de bosque centelleaban las luces del dormitorio de los
empleados y hacían eco de las voces jubilosas de los fiesteros
asistentes al porche. Los esfuerzos de Pete por gritar pidiendo

305
ayuda fracasaron, y Kang lo alcanzó sin tener que correr.

Con un poderoso empujón lanzado desde atrás, Pete


perdió el equilibrio y rodó por la grava. Se puso de rodillas,
pero Kang lo derribó, lo obligó a ponerse de espaldas y se
sentó sobre su pecho para que la cabeza de Pete quedara
entre las piernas de Kang.

El agarre de Kang en un mazo ablandador de carne era


demasiado fuerte mientras golpeaba el cráneo de Pete con él.
Los golpes del aplastador de pollo y cerdo con cabeza de
bloque golpearon el melón de Pete, luego aporrearon y luego
salpicaron. La boca de Pete se abrió y cerró rítmica y
tontamente, como un pez dorado fuera del agua. Las filas de
púas en la cara del mazo hicieron un trabajo rápido de la
carne y luego el cráneo, partiéndose y dividiéndose hasta que
el ataque expuso el cerebro de Pete.

Kang detuvo sus golpes al verlo, el delicado órgano


rosado. La sangre suelta llenó sus profundas y serpenteantes
grietas. Su pecho subía y bajaba por sus esfuerzos, aunque
no demasiado, mientras quedaba hipnotizado. El tailandés
maníaco tocó la materia cerebral y probó su residuo líquido.
Palmeó la cara de Pete, manteniendo la cabeza en su lugar, y
arrancó una placa del cráneo de cabello naranja de su
cúpula. Ahora podía meter más dedos allí.

Como un gorila de espalda plateada curioso, Kang se


sentó desplomado, jugando con su comida, aplastando los
sesos en su boca. Se metió los trozos doblados en la boca
babeante con dos dedos y, después de un minuto, usó los
cuatro dígitos como una excavadora para rasgarlos y
sacarlos, lo que requirió quitar otro trozo peludo de cráneo.

Cuando hubo raspado el interior de la cabeza de Pete,

306
deseó más. Como un lobo de madera que capta el olor de una
liebre con raquetas de nieve, Kang levantó la nariz hacia la
brisa. Por encima de las copas de los pinos, nubes ominosas
se movían constantemente, bloqueando las estrellas
titilantes, intensificando el frío de principios de octubre, un
frío que pondría la piel de gallina a cualquier ser humano
normal y el anhelo de una chaqueta gruesa y abrazadora.

Todo lo que Kang quería era más cerebro.

Y entonces acechó.

Caminando penosamente, avanzando por el bosque, con


las rodillas dobladas bajo el peso de la malicia y de un cuerpo
contaminado, Kang buscaba tanto matar como consumir
materia gris.

La risa del dormitorio lo llamó, era su campana de cena.


Aparte de sus conversaciones ebrias, las únicas
orquestaciones auditivas a su alrededor eran los abetos
crujiendo cuando el ocasional látigo del viento doblaba sus
ramas. Su único compañero, un gran búho cornudo, se
abalanzó de un árbol a otro, posiblemente curioso por el
sonido del prolongado gemido de Kang, que hacía gárgaras, o
por las alimañas peludas que sus pesados pies podrían
provocar.

En ese momento, dos individuos se separaron del grupo


del porche y comenzaron a caminar por un sendero que se
adentraba más en el bosque. Como una oveja rebelde podría
atraer a un coyote hambriento, Kang se centró en su
movimiento. Los flanqueó en las sombras, apenas capaz de
contener su insaciable y perverso apetito. Los dos
excursionistas ascendieron por una colina de suave

307
pendiente y luego bajaron hasta donde otros dos se reunieron
en un anillo de fuego. Una saludable cabeza de llamas
calentó sus frentes.

Kang se acercó a la reunión mientras compartían bebidas


alcohólicas de una hielera y pinchaban las llamas. En dos
ocasiones, Kang tuvo que detener su persecución porque su
acecho sin gracia, su aplastamiento de piñas bajo los pies, los
había alertado. Pero cuando estuvo al alcance de los ojos de
los cuatro observadores de fuego, desde los árboles, se detuvo
y se tomó un momento para seleccionar su objetivo.

La vista del cabello rubio y un gran busto robó la


atención de Kang. Y su apariencia robó la de ella por igual.
Los dos compartieron miradas de incredulidad. Chelsea dijo
vacilante:

—Kang, ¿eres tú?

El gemido de Kang se detuvo inexplicablemente, su babeo


se secó y su postura se enderezó. Dio un paso para verla más
claramente.

—Chicos —dijo Chelsea, y sus compañeros miraron—.


Este es Kang. ¿Recuerdan que les hablé de él? Solía trabajar
con él. Kang, estos son mis amigos, mis muy buenos amigos.
—Un amigo de hombros anchos salió de detrás de ella con
una mirada lasciva y desconfiada, y otro hombre más
pequeño con un mohawk se levantó de calentarse las manos
en el fuego.

Embelesado, Kang avanzó unos pasos y la miró


fijamente.

—Kang, no sé si deberías estar aquí.

Sus palabras no perturbaron su fascinación, ni tampoco

308
sus protectores potenciales. Sus tres amigos le devolvieron la
mirada. Sus bocas se movieron como si estuvieran hablando
con Kang, pero él no pudo escucharlos. Ella también lo hizo,
pero sus palabras también fueron extrañamente inaudibles.

El del mohawk miró hacia el bosque a un lado. Luego lo


hizo el hombre musculoso. Los ojos de Chelsea se quedaron
en Kang.

En ese momento, un hombre corpulento que vestía un


costoso vellón de Eddie Bauer, con los ojos rojos brillando por
las llamas, llegó del bosque, caminó directamente hacia
Chelsea sin prisa y la agarró por el cuello. Ella se aferró a sus
brazos y luchó. Al segundo siguiente, ella estaba en el suelo y
el hombre estaba encima de ella, mordiéndole la cara. Ella
rodó y él la siguió. La golpeó y le dio un cabezazo, se sentó a
horcajadas sobre ella y le apretó el cuello.

Tres personas más, dos hombres y una mujer, que


vestían ropa de calle cara, se acercaron a los demás junto al
fuego. También ellos tenían manchas de sangre en los ojos.
Uno gimió en voz alta, uno tenía un globo ocular abultado, el
otro tenía una mandíbula inferior que no se alineaba con el
resto de su cabeza. No avanzaron más rápido que los
compradores de Wal-Mart hasta el amigo más cercano de
Chelsea, el grande, y lo rodearon. Los otros dos amigos de
Chelsea huyeron en un instante.

La pelea con el grande continuó durante dos minutos


completos antes de que finalmente se ahogara bajo el peso de
su violencia, y los tres compartieron su carne. Para entonces,
el primer intruso ya había abierto el cráneo de Chelsea con
una piedra basáltica del fuego y había creado un portal de
entrada a la comida. Los gemidos del corazón del bosque
sugerían que al menos dos enfermos más se dirigían a

309
devorar a estos empleados.

Kang corrió hacia adelante y pateó al atacante de Chelsea


a un lado. El que se estaba dando un festín, a cuatro patas,
arrojó la cabeza hacia Kang, pero Kang cargó contra él y no
se atrevió a tomar represalias contra el gran tailandés.

Una niña, de no más de diez años, con una exagerada


cojera y un moco negro verdoso que rezumaba de su oreja,
entró en escena. Fue por Chelsea, pero vio a Kang, e
inmediatamente la redirigió, se acercó cojeando a la otra
matanza donde los demás le permitieron morder un músculo
de la pantorrilla.

Kang se arrodilló junto a Chelsea y examinó su rostro


femenino, manchado de sangre. Un acto involuntario de los
músculos de sus mejillas levantó una sonrisa tailandesa.
Metió sus garras en la cavidad de su cráneo y sacó su órgano
pensante.

El otro enfermo se detuvo de comer para observarlo, con


la barbilla goteando sangre, los ojos enloquecidos
tambaleándose por la sed de sangre.

Dos pares de ojos demente más llegaron al borde de la


luz del fuego.
Cuando Kang terminó de comer, el ser ogro se puso de
pie y se fue.

Los enfermos arrastraron los pies, gimieron y crujieron, y


echaron a andar sobre sus grandes talones, una ola de terror
los siguió al interior de Yellowstone.

310
311
Si miras una vista aérea de mi vecindario, verás un
pintoresco vecindario suburbano entre pinos y exuberantes
prados verdes y pensarás que es perfecto, pero no es más que
una ilusión, como cuando una historia comienza con “érase
una vez” y termina con “y vivieron felices para siempre”. Los
cuentos de hadas, como mi vecindario, son ilusiones de
mierda porque nadie vive feliz para siempre. Hay fragmentos
a lo largo de la vida que son felices, incluso perfectos. Pero

312
luego, “puf”, la vida real vuelve a entrar y patea cualquier
felicidad resplandeciente y cursi a la acera y todo lo que
queda es una existencia mundana salpicada con los
suficientes fragmentos de risa y alegría para evitar que una
persona se explote los sesos. Realmente deberían prohibir los
cuentos de hadas que arrojan las falsedades de los finales
felices porque no existen. Y, mientras lo hacen, deberían
prohibir los callejones sin salida como el mío porque nadie
escapa ileso de los suburbios.

Blackberry Court es uno de los desarrollos más nuevos


en Hollow Creek, excavado en el campo de Connecticut, en la
superficie desierta de una antigua granja lechera. No sé
mucho sobre el propietario original de mi parcela y las de mis
vecinos, excepto que se llamaba Owen Drake. Como la
mayoría de las granjas desaparecidas alrededor de Nueva
Inglaterra, los descendientes de Owen se mudaron, me atrevo
a decir, a pastos más verdes, abandonando la vida agrícola y
vendiendo la tierra a desarrolladores especializados en crear
un oasis suburbano para habitantes de la ciudad como yo.
Puede que viva en los suburbios, pero sigo trabajando en la
ciudad, en publicidad. Vendo fantasías. Mi esposa, Lori, me
vendió la fantasía de Hollow Creek y Blackberry Court al
pintar un lienzo de “felices para siempre” ubicado entre los
pinos. Debería haberme dado cuenta de que era demasiado
bueno para ser verdad y que el césped no es más verde, solo
hay que cortarlo todos los fines de semana, lo quiera o no.
Entonces, ahora, en lugar de pasar mis fines de semana
yendo a espectáculos y clubes de Broadway, veo crecer la
hierba y caer las hojas, literalmente. Odio Connecticut y
anhelo la emoción de la ciudad. Me mudé por amor y lo
volvería a hacer por Lori, pero al menos esta vez entendería la
realidad y no me tragaría la ilusión.

313
Hoy es un día de otoño inusualmente cálido y agradable y
es sábado. Bono doble. Mi calle está llena de actividad.
Siempre es cuando el clima coopera. Uno a uno, veo a mis
vecinos salir de sus casas sin darse cuenta de lo que se
pierden, sin saber que la emoción existe más allá de las
fronteras de nuestra ciudad. Casas de estilo colonial casi
idénticas se alinean a ambos lados de Blackberry Court. Mi
casa y la de mi vecina anciana, la señora Marie Kreye, se
encuentran al final del callejón sin salida. Nuestras casas son
como centinelas gemelos que vigilan el resto del vecindario.
Bueno, la señora Kreye vigila el vecindario. Me escondo de
ella siempre que puedo.

Los árboles que bordean Blackberry Court son un


caleidoscopio de color. Las hojas, vestidas de rojos, naranjas
y amarillos vibrantes, se adhieren a las ramas como si
entendieran que hoy puede ser el último antes de que los
vientos mortales de noviembre las arranquen de los confines
seguros de sus ramas, dejándolas marchitarse, marchitarse,
y morir en mi césped. Temo el momento en que una manta de
hojas caídas invada mi césped bien cuidado y me obligue a
perder un fin de semana entero rastrillando sus cadáveres
marrones y arrugados en bolsas biodegradables. Pero, por
ahora, los árboles son una maravilla para mis ojos. Las
corrientes decoraciones de Halloween que abarrotan la
mayoría de los patios de mis vecinos, no tanto.

No me importa una calaza de Halloween o dos, o incluso


un murciélago negro colgando de un poste de luz, excepto el
Frankenstein inflable de tres metros de altura frente a la casa
de los Jenkins y el cementerio improvisado de lápidas de
cartón con dichas cursiladas garabateados en ellos con
marcador negro y los esqueletos de plástico que brillan en la
oscuridad que ensucian el patio delantero de los Palumbo,

314
son de mal gusto. Todos los años, a Lori le gusta recordarme
que decorar para Halloween es “divertido” y que “a los niños
les encanta”. Estoy seguro de que tiene razón. Por lo general,
tiene razón en la mayoría de las cosas. Pero eso no les da
permiso a mis vecinos para asaltar mis globos oculares cada
vez que salgo de mi domicilio.

El vecindario zumba con los sonidos de las cortadoras de


césped y los niños. Los gemelos idénticos de los Jenkins,
Robbie y Rex, se deslizan arriba y abajo de la carretera en sus
patinetas; ocho ruedas raspando el asfalto. Me refiero a Rex y
Robbie como Gemelo Uno y Gemelo Dos. Lori ha podido
diferenciar a los gemelos desde el primer día que nos
mudamos a Blackberry Court. Yo no puedo. O, debería decir,
no me importa lo suficiente como para tomarme el tiempo
para tratar de distinguir a los hermanos adolescentes. No son
mis hijos, así que ¿por qué molestarme en perder el tiempo
cuando Gemelo Uno y Gemelo Dos funcionan bien para mí?
Los niños más pequeños, de diferentes edades y de varias
familias, corren en locos patrones en zigzag agitando palos y
espadas iluminadas, todo mientras gritan de júbilo, mientras
entran y salen entre la exhibición de Halloween de Kristen
Palumbo. No entiendo por qué correr siempre debe ir
acompañado de gritos ensordecedores. Lori dice: “eso es una
cosa de niños”. Para mí, es una “cosa muy irritante”. Muchos
niños residen en Blackberry Court. Demasiados en mi
opinión. No es suficiente, para Lori. Pero, de nuevo, le gustan
los niños y yo los tolero.

Le doy un rápido saludo a Jake Forrest; su casa se


encuentra en la esquina de la mía. Observo cómo frota cera
en su posesión más preciada (un Z28 de 1969, negro
medianoche con rayas blancas de carreras) y la limpia de
nuevo. Es una verdadera belleza de automóvil. Me recuerda

315
mi juventud y tiempos más felices. Una época antes de que
los impuestos sobre el trabajo y la propiedad dominaran mi
vida. Un tiempo antes de los suburbios y Blackberry Court,
cuando la ciudad iluminaba mis días y Lori calentaba mis
noches. Un tiempo que ahora es un recuerdo lejano a
menudo empañado por la niebla de una resaca.

Cuando conocí a Lori, conducía un descapotable Olds


442 de 1970, negro azabache y música electrónica. El Olds
era un devorador de gasolina, pero no me importaba. Me
encantaba pisar el acelerador y golpear los engranajes
mientras el rugido del motor de bloque grande ronroneaba en
mis oídos y el torque inmovilizaba mi trasero contra el
asiento. En días como hoy, cuando el sol brillaba y el aire era
cálido, doblaba la capota y, con Lori sentada a mi lado, hacía
chirriar los neumáticos y despegaba del camino de entrada de
sus padres, dejando el olor a goma quemada y la mirada de
desaprobación de su padre en el espejo retrovisor.

—Más rápido, Pete, más rápido —gritaba Lori,


animándome y, siendo un caballero, estaba obligado.

Pasamos muchas tardes corriendo carreras y


compitiendo con otros amantes de los autos mientras el
viento azotaba los largos mechones rubios de Lori en las
astillas de las llamas del amanecer. Su risa con todo el
cuerpo llenaba la cabina de mi reluciente cohete de cuatro
ruedas. De vez en cuando echaba un vistazo a Lori y perdía el
aliento y el corazón. Lori, con la cabeza hacia atrás y los
brazos extendidos hacia el cielo en tanto sus mejillas se
sonrojaban con la euforia de la vida, se convirtió en todo para
mí. Lori. Mi novia. Mi vida. Mi corazón. Ella robó mi corazón y
lo ha poseído desde entonces y lo será hasta que exhale mi
último aliento.

316
—¿Qué diablos estás mirando, Pete?

Mis nalgas se aprietan al escuchar la voz a mi lado. La


señora Marie Kreye del 36 Blackberry Court está a mi lado,
con las manos en sus anchas caderas, invadiendo mi jolgorio
privado. Marie está tres veces divorciada (unos afortunados
bastardos que han escapado de sus garras), una autoridad
autoproclamada en todos los hechos conocidos por la raza
humana y la autoproclamada directora de Blackberry Court.
Algunas personas la llaman pequeña. Yo no. Es baja,
corpulenta, tiene ojos marrones de mierda y dedos
regordetes. Marie llena sus días aterrorizando a los niños del
vecindario y escarneciendo a sus padres con una boca
enmarcada en una gruesa capa de lápiz labial de color moca
que hace que parezca que acaba de terminar de chupar una
nueva pila de caca de perro. Hace tiempo que he perdido la
esperanza de que Marie venda su casa o muera. Cualquiera
de las dos opciones me permitiría vivir en paz. Por desgracia,
estoy resignado a la realidad de que, a los ochenta y tres
años, no muestra signos externos de irse de Blackberry
Court, o de este mundo, en el corto plazo.

—Hola, Marie —digo en el tono lameculo y con


condescendencia que reservo solo para mis clientes, Marie
Kreye, y mis suegros.

Un hormigueo sube por la parte de atrás de mi cuello.


Una punzada de dolor me atraviesa el pecho. A veces no hay
signos de muerte inminente, pero a veces los hay, es decir, si
eres lo suficientemente inteligente como para reconocerlos.

317
Soy inteligente, pero no genio.

—Alguien tiene que decirles a esos monstruos de los


Jenkins que dejen de andar arriba y abajo por la maldita
calle. No sé por qué no se quedan despiertos en su sección,
frente a su propia casa —dice Marie porque odia a los niños,
los perros, los liberales y casi todos y todo.

—No están lastimando nada, Marie.

—Bueno, me están molestando. —Y tú me estás


molestando a mí, vieja bruja—. Y mira mi buzón.

Sigo su dedo regordete y artrítico. Su buzón cuelga


ligeramente torcido, pero es su dedo, no su buzón, en lo que
no puedo dejar de concentrarme. Su dedo me recuerda a una
garra. Lucho, sin éxito, con mi imaginación a medida que
proyecta la imagen de un lagarto alienígena verde. Se fue
Marie Kreye. Un lagarto quejoso está ahora a mi lado con el
horrible sombrero floral de ala ancha de Marie, meneando
una garra de reptil verde en el buzón dañado. Los dientes
dentados de la lagartija alienígena Marie se mueven hacia
arriba y hacia abajo mientras la boca aterradora emite la voz
aguda de Marie.
—Esos chicos Jenkins hicieron eso —se queja el lagarto
con sombrero—. Sé que golpearon mi buzón. Tengo buenas
intenciones para marchar por la carretera y decirles a sus
padres que me escriban un cheque por uno nuevo.

Me río a carcajadas. No puedo evitarlo. Le doy a mi


cabeza una rápida sacudida. Marie, la lagartija alienígena,
desaparece. Sencilla, cascarrabias, Marie, con su feo
sombrero, regresa y me encuentro anhelando la versión de
lagarto alienígena mucho más atractiva en su lugar.

318
—¿Crees que el vandalismo es divertido, Pete?

—No. No lo creo. Pero los gemelos no hicieron nada. Así


que, antes de que marches calle arriba y te pongas en
ridículo, te sugiero que llames a la ciudad. El conductor del
autobús chocó tu buzón hace dos mañanas.

Miro hacia abajo a la parte superior del sombrero de


Marie. Una abeja camina alrededor de la corona, atraída por
las brillantes flores de plástico pegadas al borde. Espero que
la pique.

—Hmpf. Bueno, esos gamberros gemelos todavía no


deberían andar en patineta por aquí.

Abro la boca para replicar. Los fuertes silbidos y el crujir


de las ramas silencian nuestra creciente discordia. Marie y yo
miramos al unísono el alto roble que bordea nuestras
propiedades. Tres buitres americanos cabecirrojos con ojos
oscuros y pequeños nos miran como un trío de gárgolas
aviares emplumadas esperando devorar su próxima comida.
Marie vuelve a tropezar a su jardín.

—Los buitres dan mala suerte —dice.


La ignoro, intrigado por los buitres, especialmente el más
grande del trío. Los dos más pequeños poseen las típicas
plumas poco atractivas, marrones y negras. Sus cabezas
rojas y calvas están cubiertas de arrugas, ojos negros como
perlas y picos de marfil curvados. El tercer buitre es
diferente. Me recuerda a un guerrero maltratado porque solo
tiene un ojo y la piel roja de su cabeza ha crecido sobre el
orbe óptico perdido. Una cicatriz irregular zigzaguea por el
centro de su pecho, haciendo que sus plumas sobresalgan al
azar. Me refreno para no agarrar a Marie por los hombros y

319
gritar a los buitres: “Llévensela. La vieja bruja necesita morir”.

—Pete, ¿me escuchaste?

—Lo siento, ¿qué?

—Es un presagio.

—¿De qué? —Sigo mirando al trío, incapaz de apartar los


ojos de la rama a seis metros por encima de mi cabeza.

—Mi abuela, Millie.

Pongo los ojos en blanco y la miro. Aquí vamos de nuevo


con otra superstición irlandesa. Un día debería recopilar
todas las supersticiones de Marie en un libro y llamarlo: Los
ridículos presagios irlandeses de la señora Kreye que nunca se
hacen realidad.

—¿Tu abuela tenía un dicho sobre los buitres? —Marie


empuja una de sus papadas hacia mí. La segunda barbilla se
mueve hacia abajo—. ¿Incluso tienen buitres americanos
cabecirrojos en Irlanda, Marie?

—Es un mal augurio, Pete. Lo digo en serio.

Las manos lisiadas de Marie agarran el ala de su


sombrero, tirándolo con más fuerza sobre su cabeza. Las
venas azul pálido bajo la piel blanca y opaca de sus manos
pulsan. Sus córneas infestadas de cataratas brillan, amplias
y alerta, hacia mí. Estoy hipnotizado por los labios apretados
y fruncidos de Marie, ya que nunca he visto sus labios en
ningún estado que no sea el movimiento perpetuo. Escalofríos
viajan por mis brazos a pesar del calor del sol de la tarde.
Vuelvo mi atención a los feos pájaros de arriba. Los picos
curvos me silban… a nosotros.

—Marie, no es un presagio. Son pájaros. Vuelan de árbol

320
en árbol. Probablemente se detuvieron a descansar un poco
las alas y buscaron algún animal fresco para comer.

Ella niega con la cabeza lentamente.

—No. Esto es malo —susurra.

Los escalofríos en mis brazos explotan por el resto de mi


cuerpo en tanto experimento otra primera vez: Marie Kreye
susurrando en lugar de chillar. El tema musical de Twilight
Zone suena en mi cabeza. Debo estar en otro universo, pienso.
Es eso, o tengo que dejar de ver el canal de ciencia ficción en
medio de la noche, ya que mi imaginación comienza a
volverse loca.

—Son feos, te aceptaré eso —digo y miro hacia arriba de


nuevo. Sus patas retorcidos se aferran a la rama de la misma
manera que los dedos retorcidos de la señora Kreye se
aferran a su sombrero de flores—. Pero son solo pájaros. Una
parte de la creación de Dios.

—Dios no los creó —dice con voz plana y segura, mirando


a los buitres como si mirara a los ojos de la muerte—. Los
buitres pueden sentir la muerte. La huelen. Y lo que es peor,
también pueden predecir la muerte, Pete.

Me río. El tono nervioso de mi risa me sorprende.


—Son carroñeros. Nada más y nada menos.

—La abuela Millie me contó sobre el Presagio Oscuro del


Juicio.

No me río ni pongo los ojos en blanco como lo hago


normalmente. Es su voz. La maldita voz de Marie me está
asustando. Mi corazón late más rápido debajo de mi camiseta
de Lynyrd Skynyrd.

—Entonces, ¿qué es exactamente el Presagio Oscuro del

321
Juicio? —pregunto, pensando que he llegado hasta aquí, bien
podría seguir el juego y averiguar los pormenores del cuento
de la abuela Millie.

—Si los buitres llegan justo antes de la Víspera de Todos


los Santos, vendrán la oscuridad, el dolor y la muerte. Y, si
aterrizan en tu jardín, la muerte es segura.

—Menos mal que aterrizaron en la rama que se cernía


sobre tu jardín y no sobre el mío —digo y me río.

—No te rías de esto. El árbol nos pertenece a los dos. La


muerte podría venir por cualquiera de nosotros. El presagio
dice que por cada buitre que aterriza, debe seguir una
muerte. Hay tres en nuestro árbol, Pete. Se acercan tres
muertes para Halloween. La muerte siempre viene de tres en
tres, ¿sabes? —Qué presagio más estúpido.

Mis dedos se curvan en puños apretados mientras lucho


por contener mi temperamento. Creo que el presagio es una
tontería total, pero son sus palabras las que me enfurecen.
Ella pronunció la misma mierda sin corazón: “la muerte
siempre viene de a tres, ya sabes”, el año pasado después de
que ocurriera un accidente no muy lejos de nuestro pequeño
callejón sin salida; un accidente que acabó con la vida de tres
personas. El hecho de que el accidente dejó a tres familias en
duelo por sus seres queridos fallecidos, dos en Blackberry
Court, o que la víctima más joven tenía solo diecisiete años,
no le importó a la insensible perra de mi vecina. Todo lo que
le importó a Marie Kreye fue que las tres muertes
simultáneas confirmaron una de sus supersticiones de
mierda.

—Suficiente, Marie —digo mientras las puntas de mis


uñas cavan surcos en forma de media luna en mis palmas
carnosas—. Ya he hablado bastante de la muerte. —Y de ti.

322
Gracias por arruinar mi sábado.

Todos los domingos por la mañana, excepto los días


festivos, me encuentro con algunos amigos en el Dunkin
Donuts local para charlar (política, deportes, familia, lo que
sea) con un café recién hecho. Hoy no es una excepción.
Estoy ansioso por relatar el loco presagio irlandés de Marie a
los chicos. Sintonizo Sirius en la estación de rock clásico y
pongo mi auto en reversa, un Honda Accord aburrido pero
económico. Pisoteé los frenos, a mitad de marcha atrás, en mi
camino de entrada. Los malditos buitres siguen encaramados
en el roble como centinelas emplumados dominando el
callejón sin salida. El guerrero maltrecho y los dos
indescriptibles miran fijamente. Ojo Muerto Dick, al que he
decidido apodar el demonio de un solo ojo, ladea la cabeza en
mi dirección. Saludo al pájaro y continúo mi camino.

—Vigila las cosas hasta que vuelva, Dick. Oh, y siéntete


libre de picotear a la señora Kreye y su feo sombrero —grito
por la ventana.
Son las diez de la mañana. Entro en Blackberry Court
con una sobredosis de cafeína y todavía riéndome entre
dientes por una historia que Craig le recitó al grupo sobre su
reciente viaje de pesca. Estoy de buen humor y eso es raro en
estos días. Una histérica Peggy Bush me hace un gesto con la

323
mano. Suspiro y ruedo hasta detenerme. Mi buen humor
comienza a navegar hacia el horizonte. “Hasta luego, Pete.
Disfruta descubriendo qué tiene tan alterada a la señora
Bush”, dice. “Mejor suerte la próxima vez, viejo”.

—Pete, Pete —llama la señora Bush, corriendo hacia la


ventana de mi coche, su voz aguda es dos octavas más alta
de lo habitual—. Puh-p-Pete —tartamudea, tratando de
recuperar el aliento.

—Cálmese, señora Bush. ¿Qué ocurre?

—¿Lo has visto? ¿Has visto al señor Tibbles? Falta. No sé


dónde está mi bebé.

Muerdo el interior de mi mejilla, queriendo presentar un


comportamiento serio, mientras mi interior hace un baile
feliz. Tibbles es el mimado Bison Frise de la señora Bush. O,
más exactamente, el diablo disfrazado de pelaje blanco. El
señor Tibbles parece encontrar mi porción de césped verde y
exuberante como un lugar especialmente atractivo para
depositar sus mierdas diarias del tamaño de un tronco de
Lincoln15. No soporto al señor Tibbles, pero mi esposa, bueno,

15
Los troncos de Lincoln son un juguete para niños estadounidenses que consta de troncos en miniatura
de muescas cuadradas que se utilizan para construir pequeños fuertes y edificios.
lo odia.

—Maldita sea, Pete. Ha vuelto —dice Lori.

—¿Quién está de vuelta?

—El señor Tibbles. Lleva un traje de marinero, completo

324
con un maldito sombrero a juego. —Lori golpea con los
nudillos el cristal de la ventana—. Shoo, bestia peluda. Sigue.
Sal de aquí. ¡Vete a cagar en tu propio jardín!

—Siento una especie de lástima por el pequeño.

La cabeza de Lori gira, sus ojos resplandecen.

—¿Cómo diablos puedes sentir pena por ese demonio que


hace caca?

Me encojo de hombros.

—Debe ser humillante ser el único perro del vecindario


desfilando con atuendos ridículos.

—Bueno, no siento pena por él. Peggy no tiene que


quitarse la mierda de las suelas de sus tacones favoritos
porque su perro se caga en mi jardín.

—Creo que el perro se esconde de ella. ¿Te imaginas


escuchar su voz chillona todo el día, todos los días?

—Oh, señor Tib-bb-les, din-dins listo —grita Lori,


haciendo su mejor intento de hacerse pasar por el tono
cantarín de la voz de Peggy Bush.
Lori y yo nos echamos a reír histéricamente. El señor
Tibbles deposita otro tronco de caca en nuestro patio
delantero.

—Dios, odio a ese perro. —Suspira Lori entre lágrimas de


risa—. Un día lo voy a atropellar.

325
—¿Pete? Pete, ¿me escuchaste? —La voz penetrante de la
señora Bush me saca de mis recuerdos… de Lori.

—¿Disculpa qué?

—Dije, dejé que el señor Tibbles saliera al amanecer para


hacer sus asuntos y desapareció. —Sí, probablemente en mi
jardín para dejar otro regalo de caca—. No es propio del señor
Tibbles perderse sus delicias matutinas, Pete.

—No lo he visto. Estaré atento. Estoy seguro de que está


corriendo por el bosque persiguiendo ardillas o algo así —digo
mientras me alejo.

Miro por mi espejo retrovisor. La señora Bush se


apresura a cruzar la calle para abordar a Frank Houston. El
pobre Frank cometió el error de deambular por el camino de
entrada para buscar el periódico dominical. Los brazos de
Peggy Bush se agitan en el aire a medida que relata la
dramática (y misteriosa) desaparición del señor Tibbles.

—Buena suerte, Frank —murmuro.


—Oye, Pete, ¿escuchaste?

Dejo de recortar mis setos y miro hacia arriba para


encontrarme con los gemelos Jenkins mirándome. Sus cuatro
ojos brillan de emoción. Los chicos me llaman Pete, no señor
Harris, porque no insisto en los gestos rigurosos y también

326
porque señor Harris me hace parecer viejo.

—¿Escuchar qué, chicos?

—Fue tan asqueroso e increíble —dice Gemelo Número


Uno.

Asqueroso y asombroso puede referirse a una amplia


gama de cosas cuando se trata de adolescentes y no estoy de
humor para adivinar.

—Seguiré el juego. ¿Qué me perdí? —digo.

—Encontramos al señor Tibbles —dice el Gemelo Número


Dos. ¿Eso es todo?

—Bueno, estoy seguro de que la señora Bush está


encantada.

Gemelo Uno niega con la cabeza.

—De ninguna manera, Pete. Ella se está volviendo loca,


como en un súper colapso.

—Sí —interviene Gemelo Dos—. El señor Tibbles estaba


en el bosque detrás de su casa… muerto.
—No puedo creer que no hayas escuchado a la señora
Bush gritando todo el camino hasta aquí. Pensé que el señor
Houston le iba a dar una bofetada en la cara para que se
callara —dice Gemelo Uno.

O, como venganza por arruinarle la mañana del domingo,


pienso, pero no me atrevo a decirlo, no a los gemelos
adolescentes con labios sueltos. Tampoco me molesto en
explicarles a los chicos que una de las ventajas de vivir al
final del callejón sin salida es que estoy separado de los

327
dramas del vecindario. Veo a Marie Kreye, abrazando su
papel de vecina entrometida perenne, cojeando hacia
nosotros. Bueno, de todos modos estoy lejos de la mayor parte
del drama.

—¿Cómo murió? —le pregunta Marie a los gemelos.

—El señor Houston dijo que parece que alguien le rompió


el cuello al señor Tibbles —dice Gemelo Uno.

—Su cabeza estaba mirando en la otra dirección, como


totalmente hacia atrás —dice Gemelo Dos, señalando la
posición de la cabeza del perro con las manos.

—Oh, qué horrible —responde Marie—. ¿Cómo podría


alguien asesinar a un lindo perrito así?

—¿Qué? —Dejo escapar antes de que pueda detenerme.


Miro a Marie y levanto una ceja. Sé que odia al señor Tibbles
tanto, si no más, que Lori. Entrecierro los ojos, enviando mi
mejor mirada de “gran mentirosa” en su dirección. Marie me
ignora a mí y a mi acusación tácita—. Tienen razón,
muchachos. Eso es bastante asqueroso —digo, volviendo mi
atención a los gemelos.
—No, Pete. Esa no es la parte asquerosa —dice Gemelo El
Número Que Sea. He perdido la pista—. Un enorme buitre
estaba parado sobre el cuerpo del señor Tibble.

—Sí, arrancándole las tripas al perro con el pico —dice el


otro gemelo con los ojos muy abiertos—. Sangre y tripas
volando por todas partes. Fue perverso.

Asiento y reprimo una sonrisa. Perverso, en el lenguaje


de los adolescentes, es similar a asombroso. Y, debo admitir,
la imagen de las entrañas de la esponjosa máquina de hacer

328
caca siendo arrancadas ha iluminado mi mal humor.

—El señor Houston lo ahuyentó con una pala. Enterró al


señor Tibbles en el patio trasero de la señora Bush con ese
estúpido traje de marinero —dice Gemelo Dos.

Ambos gemelos se ríen. No puedo evitar sentir un poco de


pena por el pobre perro, enterrado con un atuendo ridículo.
No un feliz para siempre para él. Incluso en la muerte,
Tibbles no puede escapar de la humillación.

—Peggy debe estar fuera de sí —comenta Marie.

—Estoy seguro de que lo está —respondo.

—Oye, ¿qué es eso, señora Kreye? —pregunta Gemelo


Número no sé y no me importa, señalando la tela blanca que
cae en cascada de la mano nudosa y en puños de Marie.

—Nada de lo que tengas que preocuparte. O tú tampoco


—les dice a los gemelos, empujando el fajo blanco en mi
dirección—. Pete, ¿puedes echarme una mano con esto?

—Todo depende de lo que sea, Marie.

Desenrolla su agarre, soltando la tela.


—Un fantasma activado por movimiento. Los ojos
parpadean y se supone que debe moverse y hacer un sonido
de abucheo cada vez que algo activa el sensor.

Gimo.

—Genial —dicen los gemelos sonrientes al unísono.

—No es genial —murmuro—. Pensé que no decoras para


Halloween. ¿No eres tú la que siempre dice que el maíz indio
y las calabazas son las únicas decoraciones que uno necesita

329
para el otoño?

—Eso fue antes —dice Marie.

—¿Antes de qué?

—Antes del presagio. Ahora, ¿lo atarás de esa rama de


allí?

Hace un gesto hacia el roble gigante. Pongo los ojos en


blanco y niego con la cabeza.

—¿Mi árbol? ¿Quieres colgar esa cosa en mi árbol?

—Nuestro árbol, Pete.

—Lo haremos por ti —dice un gemelo, sacando el


fantasma de la mano de Marie.

Los gemelos se apresuran a colgar al fantasma y probar


el sensor. La tela blanca sube y baja en movimientos
espásticos y erráticos mientras las luces rojas parpadean al
ritmo de lelectrónico “¡Boooooo!”

—Excelente. Ahora, cada vez que sople el viento, tendré


que escuchar a un fantasma bailando. Muchas gracias,
Marie.
—Bueno, tenemos que irnos. Tenemos que ir a ver si ese
buitre desgarró a otros animales. Hasta más tarde, Pete.
Hasta luego, señora Kreye —gritan los gemelos mientras se
alejan patinando, dejándome solo con mi hilera de setos a
medio cortar y la odiosa Marie Kreye.

—Te lo dije —dice tan pronto como los gemelos están


fuera del alcance del oído.

—¿Me dijiste qué? —Suspiro. Sé a qué se refiere, pero me


niego a darle la satisfacción de admitir que tenía razón.

330
—Esos buitres, eso es. Te dije que eran un mal presagio,
Pete. Apuesto a que el que falta se comió al señor Tibbles.

—¿El que falta?

—Hay uno menos. —Señala hacia el roble—. No ha


vuelto. Hizo su trabajo y ahora se ha ido.

Doy un vistazo rápido a la rama. Dos buitres se posan


entre las hojas de colores como soldados silenciosos de
guardia. Ojo Muerto Dick inclina la cabeza. Su ojo solitario
parpadea. Una ola de pavor cae en cascada sobre mí. O tal
vez son más como francotiradores esperando la muerte, ¿eh,
Dick?

—Quizá, Marie —digo y me encojo de hombros, volviendo


mi atención a mis setos—. Pero los buitres no mataron al
perro. Son carroñeros, no asesinos.

—Bueno, dile eso a Peggy. Y, al difunto señora Tibbles.

—Lo más probable es que un coyote haya atrapado al


señor Tibbles. Escuché que Jim Gold vio a un lince yendo
tras sus pollos la semana pasada. Tal vez eso es lo que mató
al perro. No lo sé, pero sé que no fue uno de los buitres.
—¿No estabas escuchando? —chasquea, hundiendo sus
dedos regordetes en los rollos de sus caderas—. Su cuello
estaba roto. Ningún lince, o coyote para el caso, hizo eso.
Esto es horrible, Pete. La muerte ha llegado a Blackberry
Court. Presta atención a mis palabras; este no es el último
que veremos. Todavía quedan dos buitres. Todavía se
avecinan dos muertes, y Halloween está a solo un par de
días.

—Está bien. Me aseguraré de estar atento a los ghouls,

331
Marie.

—La muerte siempre viene de tres en tres, Pete. Esto no


es una broma —dice y se aleja pisando fuerte.

Me río porque no estoy de humor para Marie Kreye, o sus


estúpidos presagios, y porque una pequeña parte de mí está
nerviosa por el cuello roto del señor Tibble y que tan a
menudo la muerte parece venir de tres en tres.

Huellas embarradas me saludan cuando entro a mi casa.


Cierro la puerta y giro el pomo del cerrojo. Un clic resonante
me asegura que los visitantes no deseados no encontrarán su
camino dentro de mi casa. Camino de puntillas por la sala de
estar y sigo el rastro de huellas hasta la cocina.

—Maldita sea —siseo.

Lori está sentada en un taburete en la isla de la cocina, el


barro goteando de su par de tacones altos favoritos, sus
Jimmy Choo negros de tiras. Ha perdido peso desde la última
vez que la vi. Su vestido cuelga de su delgada figura. Me mira
y sonríe. Me quita el aliento de los pulmones.

—Lori, has vuelto —le digo con un tono lo más no


combatiente posible porque no quiero pelear—. Has perdido
peso.

Se ríe. Su risa es diferente. Ha cambiado, como su


apariencia física, delgada y hueca.

—¿No me has visto en qué? ¿Casi un año? Y comentas

332
sobre mi peso.

Pellizco la carne de mi antebrazo entre mis dedos para


asegurarme de que estoy despierto y que ella está aquí, que
Lori realmente ha vuelto.

—Y todavía estás aquí, Pete. No puedo empezar a decirte


lo sorprendida que estoy de encontrarte aquí.

—¿En mi casa?

—Nuestra casa —corrige.

—Mi casa —respondo con los dientes apretados,


sintiendo que otra pelea comienza a gestarse debajo de la
superficie.

—Pensé que ya te habrías escapado de regreso a la


ciudad. Sé que siempre te arrepentiste de mudarte a los
“suburbios”.

—¿Qué puedo decir? —Me encojo de hombros—. El lugar


me ha empezado a gustar —miento porque admitir que he
estado demasiado ocupado ahogándome en alcohol por mi
corazón roto para molestarme en mudarme suena tan
patético.

Levanta una ceja.


—¿Estás seguro de que esa es la verdadera razón por la
que te quedaste? O tal vez has estado aquí esperando a que
regrese.

—Lo estaba, pero eso fue antes. Después de que te fuiste,


pasé meses deseando que entraras por la puerta. Que
volvieras a mí como si nada hubiera pasado.

—Bueno, estoy aquí ahora. Y, sin embargo, pareces


menos emocionado de verme.

333
—Estoy sorprendido. No esperaba volver a verte después
de lo que pasó. ¿Por qué estás aquí, Lori?

Se ríe de nuevo. Un cosquilleo frío, como millones de


hormigas congeladas desfilando, recorre mi columna. Me
estremezco.

—Nunca digas nunca, Petey.

Aprieto los puños. Está tratando de enojarme.

—No me llames Petey. Sabes que lo odio. No respondiste


a mi pregunta. ¿Qué diablos estás haciendo en mi cocina?

Me fulmina con la mirada. La chispa que una vez amé no


está ahí. Sus ojos son más oscuros, más malvados y
arremolinados con despecho. Pienso en el cerrojo cerrado de
la puerta principal y me pregunto si fue un error de juicio.

—Estaba dando un paseo por el bosque. Bueno, ya


conoces el viejo dicho, Petey, “estaba en el vecindario”, así
que pensé en pasarme y ver qué has hecho con el lugar desde
que me fui.

Sus finos dedos golpean la encimera de mármol. Sus


uñas son largas ahora, no tan cuidadas y pulidas como
cuando vivía aquí; vivía conmigo. Mis ojos se fijan en las
puntas de sus uñas. Pequeños mechones de pelo corto y
blanco sobresalen de debajo de ellos.

—¿No viste al señor Tibbles mientras paseabas por el


bosque?

Sonríe. Una chispa de júbilo parpadea en sus ojos.

—Lo hice. El pequeño bastardo corrió hacia mí, aullando,


mordiendo el dobladillo de mi vestido. Le di una patada pero
no paraba de ladrar. Entonces, levanté al demonio de la caca

334
y le rompí su pequeño cuello peludo —dice, con voz uniforme
y sin emociones mientras demuestra cómo apagó la vida de la
querida mascota de Peggy Bush—. Deberías agradecerme. Te
hice un favor, Petey. No más mierda de perro para pisar cada
mañana.

—Has cambiado. No eres la misma Lori que amaba; con


la que me casé.

—Por supuesto, he cambiado, Petey. También es culpa


tuya. —Niego con la cabeza, pero una parte de mí sabe que lo
que dice es verdad—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta la nueva yo?
¿La nueva y mejorada Lori?

—No. No me gusta. —Paso una mano por mi rostro sin


barba—. Supongo que ambos hemos cambiado. Ninguno de
los dos puede regresar. Lo que teníamos murió el día en que
saliste por esa puerta y no regresaste.

—¿Entonces eso es todo? ¿Quieres que me vaya?

Una guerra de emociones se desata dentro de mí


mientras mi mente lucha con mi corazón. Asiento a pesar de
mí mismo.

—No puedes quedarte, Lori.


—¿Estás seguro?

—Se acabó, Lori. Es hora de que te vayas. Es hora de que


me dejes en paz.

—Bien. Hazlo a tu manera. —Se desliza hacia abajo del


taburete. Su pérdida de peso es aún más dramática de lo que
me di cuenta. Doy un paso atrás. Ella se encoge de hombros.
Su vestido negro se mueve, dejando al descubierto un
hombro huesudo—. Me iré, Petey, pero me vas a extrañar.

335
Mi corazón se contrae con una punzada de culpa.

—Lori, espera. Deja que te ayude.

—No, gracias, Petey. Conozco el camino —dice y sale


tranquilamente por la puerta trasera.

Me apoyo en el frigorífico. El mango se clava en mi


espalda en tanto miro el rastro de huellas embarradas que se
secan en el piso de baldosas. Camino hacia la puerta trasera
y giro la perilla. El chasquido familiar del cerrojo que se
engancha resuena a través de la cocina silenciosa.

—¿Qué diablos acaba de pasar? —murmuro para mí


mientras me sirvo un vaso de whisky y me bebo la bebida de
un solo trago—. Oh Dios, Lori ha vuelto.

Llevo la botella y mi corazón atormentado a la sala de


estar.

Es lunes por la mañana y la oficina está llena de gente.


Mi jefe, y excompañero de cuarto de la universidad, Ross
Jackson está en pie de guerra, literalmente, y yo soy el que
tiene más probabilidades de que le arranquen el cuero
cabelludo. No lo culpo. Gracias a la visita inesperada y
perturbadora de Lori, y mi resaca bastante desagradable,
realmente jodí la reunión de esta mañana con uno de
nuestros clientes más importantes, la Asociación de Casinos
Nativos Americanos de Nueva Inglaterra. Y ahora amenazan
con llevar su presupuesto publicitario de sesenta millones de
dólares a otra agencia.

336
—Pete, no podemos permitirnos perder esta cuenta —dice
Ross cuando nos sentamos en su oficina, la desastrosa
reunión aún fresca y presente.

—¿No crees que lo sé? Están siendo irracionales, Ross.


Mis campañas publicitarias no son el problema. La economía
apesta. El mundo está sumido en el caos. La gente
simplemente no está dispuesta a perder su dinero en efectivo
en los casinos en este momento.

—Sé que no es del todo culpa tuya, Pete. —Camina hacia


el armario en la esquina de su oficina que también funciona
como un bar improvisado.

—¿Pero crees que algo es culpa mía?

Se encoge de hombros.

—Estás resbalando, Pete. Has perdido tu chispa creativa


y te ves como el infierno.

Mi corbata de repente parece demasiado apretada,


estrechándome las vías respiratorias en la garganta. Deslizo
dos dedos dentro del cuello de mi camisa y trago saliva. Mi
nuez de Adán se frota contra mis nudillos. Son poco después
de las diez de la mañana y Ross está sirviendo dos vasos de
whisky bastante grandes. Esto no puede ser bueno. Reprimo
una risa. ¿Es así como se sintió el general Tarkin justo antes
de que Darth Vader apretara sus dedos enguantados negros y
extinguiera la vida de su principal general? Antes de que
pueda reflexionar sobre la pregunta, Ross regresa al
escritorio, se hunde en su silla de cuero y desliza uno de los
vasos por el escritorio hacia mí.

—Hemos tenido un viaje fantástico, Pete.

—Mierda, Ross. Sé a dónde vas con esto. No solo soy tu


amigo, sino que soy uno de tus mejores chicos y lo sabes.

337
Agarro el vaso con fuerza, pero rápidamente relajo mis
dedos antes de que el frágil cristal se rompa en mi mano. No
estoy de humor para pasar el resto del día en la sala de
emergencias recibiendo puntos de sutura y sería una pérdida
de un maldito escocés fino.

—Fuiste mi mejor chico, Pete. Pero no puedo ignorar el


hecho de que tu trabajo ha sido malo desde Lori.

—¿Qué diablos se supone que significa eso? —Bebo el


caro whisky. Tiene un sabor rancio en mi lengua—. Soy el
primero en estar aquí todas las mañanas y el último en salir
de la oficina.

—Estás físicamente aquí, sí, pero ¿mentalmente? —Ross


agita una mano en el aire—. Mentalmente estás en otro lugar.
Pete, lo entiendo. Lo hago. Pero tú y yo sabemos que la razón
por la que estás registrando tantas horas es porque no
quieres volver a una casa vacía.

Quiero protestar pero no puedo. Desde la partida de Lori


de mi vida, temo el vacío de nuestra, de mi, gran casa. Ya no
es un hogar. Es un lugar en el que vivo.
—Esperaba que vendieras ese lugar, te mudaras a la
ciudad a la que perteneces y superaras a Lori.

—¿Superarla? Cambiar de residencia no me ayudará con


eso.

—Lo sé, Pete. Ese es el problema. Estás atorado.

—¿Y despedirme va a ayudar?

—Escucha, he tratado de ser paciente, por el bien de


nuestra amistad. ¿Cuánto tiempo hace que se fue? ¿Un año?

338
—Casi —digo, pero no menciono su pequeña visita de
ayer a Blackberry Court—. 16 de noviembre. Me dejó el 16 de
noviembre.

—Y ella nunca volverá, Pete.

Niego con la cabeza. No puedo evitarlo.

—Eso no es cierto.

—Es verdad. Ella se ha ido. Es hora de seguir adelante.

—Ella ha vuelto, Ross. Lori apareció ayer. En mi casa —le


espeto, arrepintiéndome al instante.

Los ojos de Ross se agrandan. Suspira y niega con la


cabeza, como solía hacer mi padre justo después de que lo
decepcionara una vez más.

—Pete, esto es exactamente de lo que estoy hablando.


Necesitas dejarlo ir. Obtener alguna ayuda. Quizás tomarte
unas vacaciones. Un crucero o tal vez ir a uno de esos resorts
caribeños. Conocer a alguien nuevo. Diviértete un poco.
Recupera tu vida.
—No necesito ninguna maldita ayuda, ni unas
vacaciones, ni seguir adelante. Solo necesito tiempo. Cristo,
estoy progresando, Ross. Demonios, ayer le dije a Lori que se
fuera. La eché de nuestra casa. Eso es un progreso.

Ross se inclina hacia adelante, sus codos descansando


sobre el escritorio de caoba.

—Tengo que hacer lo mejor para esta empresa. Ojalá no


hubiera llegado a esto, Pete. De verdad lo hago. No estoy
tomando esta decisión a la ligera. Demonios, he estado

339
alentándote para que salgas de esto. Esperando a que
volviera el viejo Pete. Pero, después del discurso de mierda
que diste esta mañana, y ahora que te niegas a la ayuda...
bueno, no puedo esperar más. Lo has perdido, amigo mío. No
me has dado otra opción.

—No me vengas con eso. Tienes una opción, Ross.

—Lo siento. Tengo que dejarte ir. Me las arreglé para


convencer a los socios de que te dieran un generoso paquete
de indemnización.

—¿Eso es todo? —Mi lengua se pega al paladar de mi


boca reseca—. No puedo creer esta mierda. —Bebo el whisky
de un trago largo. El alcohol ardiente que se abre camino por
mi esófago despierta mis sentidos, barre la niebla de mi
cerebro—. Esto es lo que me dan años de dedicación, ¿eh? —
La silla se vuelca, aterrizando en el suelo con un fuerte
estruendo, cuando me pongo de pie de un salto—. Bueno,
¿sabes qué? Que te jodan. No necesito tu amistad y seguro
que no necesito este trabajo de mierda.

Cruzo la oficina y me detengo en la puerta.

—Vete a la mierda, Ross. Que se jodan a todos. Y puedes


meterte el paquete de indemnización por el culo.
Un estruendo atronador en el jardín delantero me saca de
mi pesadilla. La botella vacía de Glen Livet rueda del sofá y se
cuela debajo de la mesa de café. Sigo el ejemplo de la botella
y ruedo.

—¡Mierda!

340
Froto el hombro palpitante que se estrelló contra el borde
de la mesa de café con una mano y acuno mi cabeza
palpitante, con su dolor de cabeza inducido por el alcohol,
con la otra. Me tropiezo a través de la habitación, teniendo
mucho cuidado de evitar más lesiones, y me asomo por la
ventana delantera. Los hilos plateados de la luna llena
iluminan mi patio delantero en tonos blancos y negros, de luz
y oscuridad. Un bote de basura volcado se balancea de un
lado a otro en mi camino de entrada.

—Malditos mapaches.

El movimiento, rápido y fugaz, en el borde del jardín de


Marie Kreye me llama la atención. Los latidos de mi corazón
se intensifican en mi pecho. Un cosquilleo frío se arrastra por
mi columna una vez más. No salgas, Pete, advierte mi mente.
Los pelos de la parte posterior de mi cuello se erizan mientras
me estiro contra la ventana tratando de determinar la fuente
del movimiento en el jardín de mi vecina. Aléjate de la
ventana. Vuelve al sofá y duerme tu resaca, manda mi
cerebro.

Me aparto de la ventana, pero no vuelvo al sofá. Camino


en la dirección opuesta y, en oposición directa a mi cerebro (y
mi mejor juicio), abro la puerta principal y salgo. El aire de la
noche es fresco contra mi carne. Bajo las escaleras y entro en
mi patio. La hierba está fresca y húmeda. Las hojas mojadas
se adhieren a la planta de mis pies descalzos a medida que
camino.

—Hola —susurro, sin esperar una respuesta. Es


demasiado tarde para que mi vecina anciana esté jugando en
su jardín, pero yo pregunto lo mismo—. ¿Señora Kreye?
¿Marie? ¿Estás aquí?

341
El silencio es la única respuesta que recibo. Blackberry
Court guarda un silencio sepulcral; sus habitantes están
profundamente dormidos. No hay nada que temer, me digo,
pero no puedo evitar la sensación de que me vigilan, me
acechan… me persiguen. Escaneo la oscuridad frente a mí. El
leve parpadeo de una vela de una calabaza de Halloween en
las escaleras de la entrada de Marie crea sombras
espeluznantes en la pasarela frente a su casa. Mis ojos y
oídos están alertas mientras uso la linterna de mi teléfono
celular y las tenues llamas que emanan de la calabaza para
guiar mis pasos. El susurro de las hojas detiene mis pasos y
acelera los latidos de mi corazón. Hago brillar la luz en las
ramas de los árboles de arriba. Ojo Muerto Dick agita sus
plumas desaliñadas y me guiña un ojo.

—Maldita sea, Dick, vas a ser mi muerte.

Doy la vuelta al tronco del roble. Luces rojas


estroboscópicas destellan en mis ojos, medio cegándome,
mientras una sábana blanca rebota a mi alrededor con
movimientos espasmódicos.

—¡Booooo! ¡Boooo! —aúlla la decoración fantasma.


—¡Mierda! —grito, dejo caer mi teléfono y apago la
linterna en el proceso.

Sosteniendo una mano sobre mi corazón, tratando de


evitar que explote de miedo en mi pecho, me arrastro por la
hierba en busca de mi teléfono. La decoración de Halloween
de Marie Kreye atraviesa el aire sobre mí.

—Voy a quemar esa maldita cosa por la mañana. No me


importa cuánto se queje Marie. —Mis dedos rozan los
elegantes bordes de mi teléfono—. Ya era hora —murmuro.

342
Me pongo de pie. Mis pantalones de vestir arrugados
están empapados y sucios hasta las rodillas. No es que
importe. La última vez que verifiqué, no hay un código de
vestimenta para los desempleados. No soy una persona
nerviosa por naturaleza. No me agito fácilmente. Sin
embargo, mientras estoy debajo del árbol entre mi jardín y el
de Marie, no puedo evitar la sensación de que algo anda mal,
de que no estoy solo en la oscuridad. Un fuerte silbido,
seguido por el batir de alas, llena el aire a mi alrededor. La
silueta iluminada por la luna de un gran pájaro desciende del
cielo negro y aterriza en un montículo en el patio de Marie.
Dirijo mi luz en la dirección del pájaro pero no me muevo, mi
cuerpo paralizado por la repentina intrusión del pájaro de
presa. El buitre levanta su horrible cabeza y me mira. Sus
ojos negros brillan a la luz del rayo de luz. El carmesí gotea
de la punta de su pico curvo. Inclino el teléfono, inclinándolo
para iluminar el bulto debajo de él. Oh, Dios, no.

—¿Marie? —El cuerpo de mi molesta vecina, la señora


Marie Kreye, en bata de baño, yace inmóvil bajo las garras
despedazadas del buitre—. Marie —digo tan fuerte como me
atrevo, tratando de determinar si está viva sin querer enojar
al buitre.
Los ojos marrón mierda de Marie miran las estrellas,
congelados y sin vida. Me estremezco. El buitre bate sus alas
y silba una advertencia en mi dirección, una señal para que
retroceda. Satisfecho de que no soy de importancia, el pájaro
vuelve a su tarea actual: Marie Kreye. Con un movimiento
rápido y fluido, arranca uno de los ojos de Marie de la cuenca
y se lo traga entero.

—Oh, joder —digo, tropezando hacia atrás.

Caigo al suelo y ruedo hacia mi casa.

343
—No. No. No.

El terror inunda mis venas. Trato de bloquear lo que


presencié a medida que me tambaleo con piernas inestables
hacia mi casa. Cierro la puerta de entrada detrás de mí y me
apoyo en ella, sin aliento y horrorizado. Mi pecho sube y baja
en tanto lucho por recuperar el aliento y la compostura.

—Necesito llamar a la policía. No puedo dejarla ahí. Allí


afuera, en el suelo. A merced de ese buitre. Incluso para
Marie, es un destino demasiado cruel.

Me limpio las gotas de sudor de la frente con la manga de


la camisa. Mis fosas nasales se contraen. Lori. Ella está de
vuelta… otra vez.

—Sabes, realmente deberías cerrar tus puertas, Petey.


Nunca se sabe qué clase de gentuza puede entrar.

—Lori, no necesito esto ahora —gruño y miro al otro lado


de la habitación.

Ella está de pie frente a la chimenea. Una vela de pilar


arde en la repisa de la chimenea. Cuando la única llama
parpadea, arroja una luz tenue sobre su rostro demacrado,
acentuando sus pómulos hundidos. Su cabello es más
delgado de lo que solía ser. Sus gruesos mechones rubios
fresa son irregulares y exponen partes de su cuero cabelludo
pálido. Me froto los ojos, esperando que desaparezca. Dejo
caer mis manos. Lori todavía está de pie en mi sala de estar.

—No puedo hacer esto. Ahora no, Lori. Necesito llamar a


la policía. Marie está muerta.

—Si está muerta, entonces no hay prisa en llamar.


Quiero decir, no es como si estuviera menos muerta si llamas
más tarde.

344
—Ese no es el punto. Hay un buitre. —Niego con la
cabeza. No tiene sentido tratar de discutir con Lori. Nunca
gané una discusión cuando estábamos casados y dudo que
esta noche sea diferente. Primero tengo que ocuparme de
Lori. Librarme de ella. Y luego, me ocuparé de la señora
Kreye—. ¿Por qué diablos has vuelto, Lori?

—¿Es tan difícil de creer que solo quería verte?

—¿A las 3 a.m.? Sí, es imposible de creer. Espera, ¿qué le


hiciste a Marie? —Lori se ríe pero no me responde—. Oh,
Dios, ¿la mataste?

—No —dice, y le disparo mi mirada de “no me vengas con


esa mierda” porque sé que la enoja—. En serio, Petey.

—Deja de llamarme Petey. Y deja de volver aquí. Ya no


vives aquí. Ahora, dime, ¿qué diablos le hiciste a la se{ora
Kreye?

—Nada, lo juro. Te lo juro por mi vida. —Me sonríe—. Iba


caminando hacia la casa, nuestra casa, cuando un mapache
tiró el bote de basura. Sabes que te lo he dicho mil veces,
Petey, que no dejes los botes así. —Agita una mano en el aire.
La luz de las velas brilla a través de la manga de su vestido.
Su brazo parece un palo debajo de la tela—. Bueno, ya sabes
lo entrometida que es Marie, o debería decir que lo era.

Se ríe de nuevo. El sonido hace que se me ponga la piel


de gallina.

—Esto no es una broma, Lori.

—¿Cuándo perdiste el sentido del humor, eh, Petey?

—¿Sentido del humor? ¿Me estás tomando el pelo? Marie


está muerta. Eso no es gracioso. Ahora dime qué pasó.

345
—Ella debió haber escuchado el bote de basura volcarse
y pensó que eran los gemelos Jenkins jodiendo con su buzón
o algo así. Ella siempre odió a esos chicos dulces, ¿sabes? —
Asiento, incapaz de hacer nada más, aturdido por la actitud
insensible e indiferente de Lori sobre el deceso de nuestra
vecina—. Marie salió furiosa de su casa como un murciélago
salido del infierno con ese horrible albornoz suyo y me vio de
pie allí. ¿Sabías que estaba usando lápiz labial?

Niego con la cabeza, no.

—Sí, sus labios estaban cubiertos de lápiz labial. En


medio de la maldita noche. Ella debe dormir con él puesto.
¿Puedes creerlo?

—Hay muchas cosas que me cuesta creer en este


momento — murmuro y dejo caer la cabeza.

Miro mis pies descalzos porque no puedo soportar mirar


a Lori. Odio verla. Me duele el corazón. Pasé tantos meses
suspirando por ella, deseando que volviera a mí. Ahora que
ella está aquí, parada en lo que alguna vez fue nuestra sala
de estar, desearía que dejara de irrumpir en mi vida. Quiero
que se vaya, no solo por esta noche, sino para siempre.
—Marie me miró, luego miró hacia el viejo roble y agarró
su pecho.

—¿Dijo algo?

—Ella murmuró alguna mierda. Algo sobre un presagio


que se hizo realidad justo antes de que se desplomara sobre
esa preciosa hierba que amaba quejarse cada vez que alguien
se atrevía a pisarla. Entonces, ya ves, Petey, no le hice nada a
la vieja. Lo admito, estaba planeando hacerle daño. Pero, al
final, su duro corazón hizo todo el trabajo sucio por mí.

346
—Necesitas irte. —Abro de un tirón la puerta principal,
hago un gesto hacia ella y doy un paso atrás—. Sal. Ahora
mismo, Lori. Y no vuelvas.

—Está bien, está bien, ya. Caray, ¿cuándo te volviste tan


cascarrabias?

—Sabes cuándo, Lori. Sabes exactamente cuándo. —16


de noviembre. Cuando me dejaste.

Se desliza por la habitación en tres zancadas. Había


olvidado la longitud de sus piernas. Quizás sean los pequeños
detalles, los aparentemente insignificantes e intrascendentes,
los que se desvanecen primero con el paso del tiempo.

—Bien, hazlo a tu manera, Petey. Pero volveré —dice y


pasa un dedo frío por mi barbilla sin afeitar a medida que
sale por la puerta—. Es una promesa.

—O una amenaza —murmuro y me doy la vuelta,


asqueado no solo por su promesa sino por ella.

La vela de la repisa de la chimenea parpadea en mi sala


de estar desierta como un recordatorio silencioso de su
presencia, de su visita inesperada y no deseada. Cierro la
puerta, cierro el cerrojo y entro a trompicones en la cocina.
Armado con una lata de desinfectante en aerosol, me pavoneo
en la sala de estar y presiono el botón. Rocío la niebla hasta
que la lata está vacía y la habitación es una nube de
antiséptico a limón repugnante. Hace su trabajo: libra mi
hogar del olor de Lori. Eso es suficiente, al menos por ahora.
Me dejo caer en el sofá y vuelvo a caer en mis pesadillas.

347
La puerta principal se agita bajo una ola tras otra de
golpes. Gimo y abro mis pesados párpados. Una luz cegadora
entra por las ventanas. Echo un vistazo a mi teléfono. 8:05
a.m.

—¿Qué demonios?

—Señor Harris, ¿está ahí? Departamento de Policía de


Hollow Creek —grita una profunda voz masculina desde el
otro lado de la puerta. ¿Policía? ¿Qué?

—Ya voy —murmuro, poniéndome de pie. Arrastro mi


cuerpo cansado hasta la puerta—. Espere. Ya voy.

—¿Señor Harris? —pregunta el oficial uniformado cuando


abro la puerta.

—Sí —digo, apoyando el hombro contra el marco de la


puerta, confundido en cuanto al motivo de la visita
inesperada, cortesía de una niebla del escocés excesivo aún
resonando en mis venas y nublando mis facultades.

Por encima del hombro del oficial, veo los autos de la


policía de Hollow Creek y la camioneta de un médico forense
estacionados en la entrada vecina. Una cinta amarilla de la
escena del crimen se extiende por el patio delantero de la
señora Kreye, alrededor de su buzón torcido y rodeando el
roble que bordea nuestros patios. Una lona azul está
colocada sobre algo en el exuberante césped frente a la casa
de Marie.

—Mierda, Marie —susurro. Después de todo el drama con


Lori, olvidé llamar y reportar la muerte de Marie; de alguna
manera había empujado a Marie a los rincones olvidados de
mi mente—. ¿Está bien la señora Kreye? —pregunto, aunque

348
sé la respuesta, porque sé que eso es lo que espera el oficial
de policía.

—No —dice el uniformado, sacudiendo la cabeza—. El


repartidor de periódicos descubrió su cuerpo esta mañana.

—Oh, no. ¿Está muerta?

—Me temo que sí. ¿Vio o escuchó algo inusual anoche,


señor Harris?

—No —miento antes de recordar el bote de basura


volcado en mi camino de entrada—. Nada aparte de un
mapache hurgando en mi basura.

Asiente. Sus ojos me escanean de la cabeza a los pies. Sé


que parezco un desastre, todavía vestido con los pantalones y
la camisa que usé para trabajar ayer. Mi mano tiembla
mientras me froto la cara. Mi barba me pincha las palmas de
las manos y me doy cuenta de que probablemente me veo
peor de lo que pensaba. Que parezco culpable de algo.

—¿Cómo murió? ¿No hay un asesino corriendo por el


vecindario?

—¿Está seguro de que no vio ni escuchó nada?


—Aparte de que saquearon el bote de basura, no. Ni una
cosa. —Niego con la cabeza y me encojo de hombros—. Me
emborraché anoche. Bueno, en realidad, la mayor parte del
día y parte de la noche, es decir, hasta que me desmayé. Ayer
me despidieron de mi trabajo. Traté de ahogar mis penas,
como dicen.

El policía asiente. No estoy seguro si él está comprando


mi explicación o mi coartada, pero como no está sacando las
esposas, dejo que mis hombros rígidos se relajen… un poco.

349
—¿Cómo murió?

—No estoy seguro. El médico forense no cree que haya


sido un asesinato, pero hasta la autopsia no puede
descartarlo por completo. ¿Tiene alguna idea de lo que pudo
haber provocado que ella saliera a pasear en medio de la
noche solo con su bata de baño?

—Ni idea. Ella es, o supongo que era, una especie de


guardia del vecindario autoproclamada. Siempre en busca de
niños o perros cerca de su propiedad. Quizás escuchó algo.
No sé. Esta es una gran calle, oficial. Ninguno de los vecinos
se metió nunca con sus cosas.

Sus cejas se tensan mientras vuelve a garabatear en su


pequeño bloc de notas. Una gota de sudor se desliza por mi
nuca en tanto espero.

—Algunos de sus vecinos al otro lado del camino me


dijeron que ha habido problemas con los buitres
últimamente. Uno se comió un perro.

—Sí, el domingo. Pero para ser justos con los buitres,


creo que se encontraron con el señor Tibbles después de que
ya estaba muerto. Al menos, eso es según los rumores del
vecindario.
—¿Señor Tibbles?

—El perro de la señora Bush, el señor Tibbles. —La


comisura de la boca del policía se contrae. No lo culpo. Es un
nombre estúpido para un perro—. Había un par de pájaros
dando vueltas, pero no los vi ayer —digo. Mentiroso, mi
cerebro me regaña—. ¿Por qué pregunta?

—Sin razón. Solo necesito cubrir todos los ángulos —


responde el policía, pero sé que él es el que miente ahora.

350
Sé por qué preguntó por los buitres. Sé exactamente por
qué. La grotesca imagen del buitre arrancando el globo ocular
de Marie destella en mi mente. Aprieto la mandíbula cuando
las náuseas amenazan con aumentar.

—Bueno, creo que esas son todas las preguntas que


tengo para usted en este momento. Gracias por su tiempo,
señor Harris.

—No hay problema. Siento no poder ser de más ayuda.


Oficial, ¿está seguro de que el vecindario es seguro? ¿Qué,
con todos los niños en esta calle? ¿Y con esta noche, ya sabe,
siendo Halloween?

—No creo que haya ninguna razón para preocuparse. Ella


era anciana. Probablemente era su hora de irse. Si ve a
alguien sospechoso merodeando o algo fuera de lo común,
llámenos. —Como Lori. Me entrega su tarjeta. Detective Mike
Rodgers—. Mientras tanto, me aseguraría de mantener las
puertas cerradas.

Asiento. “Porque nunca se sabe quién podría entrar”, la


voz de Lori resuena en mi cabeza.

—Lo haré, detective Rodgers. Gracias.


La policía sale del callejón sin salida alrededor del
mediodía. Mis vecinos, envueltos por toda la emoción en
nuestra tranquila calle y la muerte de Marie Kreye, se reúnen
cerca del final de mi camino de entrada poco después. No
tengo ni idea de por qué tengo la mala suerte de ser el

351
anfitrión de la reunión improvisada de la comunidad.
Mientras estoy entre el grupo, asumo que el encanto de la
cinta de la escena del crimen hace que la reunión parezca un
poco menos patética, o tal vez, una muestra de unidad del
vecindario a la sombra de la muerte. Cualquiera sea la razón,
me enoja. No quiero participar como espectador o como
anfitrión.

—No sé todos ustedes, pero creo que tenemos que


cancelar la celebración de esta noche —dice Kristen Palumbo
al comenzar el evento.

No me sorprende. La cría de Palumbo representa una


cuarta parte de los jóvenes de Blackberry Court, y los cinco
niños de Palumbo tienen menos de diez años.

—¿De verdad crees que es necesario, Kris? Quiero decir,


la policía dijo que pensaban que Marie murió de un ataque
cardíaco —responde Jennifer Jenkins—. Los niños esperan
Halloween todo el año. Es una pena romperles el corazón en
el día.

—Jenn, eso es fácil de decir para ti. Tus hijos son


demasiado mayores para pedir dulces.
—No insinúas que no me importa la seguridad de tus
hijos, ¿verdad, Kris?

—Estoy diciendo que no creo que tu opinión realmente


importe cuando se trata de esta decisión.

Veo la sangre subiendo a las mejillas de Jenn y las cejas


rubias de Kris fruncidas en una rígida forma de V en medio
de su frente. Puede que no sepa mucho sobre mujeres, pero
puedo detectar los inicios de una pelea de gatos tan bien
como cualquier hombre.

352
—Señoras, señoras, todos queremos hacer lo mejor para
los niños —digo, interponiéndome entre el par y dentro del
fuego humeante antes de que se encienda en un infierno
furioso. Hago esto, no porque quiera ayudar, sino porque
quiero que termine esta pequeña fiesta para poder regresar a
los confines pacíficos de mi casa para una siesta que tanto
necesito—. Entiendo tus preocupaciones, Kris, pero creo que
Jenn tiene razón. No deberíamos cancelar Halloween.

Las palabras me sorprenden cuando salen de mi boca.


Lori se reiría a carcajadas si me oyera unirme para permitir
que un grupo de niños revoltosos corriendo con disfraces
tengan el derecho de ir de puerta en puerta pidiendo dulces
gratis. Me doy cuenta del error de mi pensamiento al instante
y ajusto mi curso.

—¿Qué pasa si limitamos la celebración a los dos tercios


superiores de la calle? —digo y le guiño un ojo a Jake
Forrest—. No se permiten niños de la casa de Jake y al otro
lado. Esto mantendrá a los niños alejados de este extremo del
callejón sin salida y evitará que deambulen por el jardín de
Marie. —Y el mío—. Jenn, tal vez puedas pedirles a los
gemelos que ayuden a ser chaperones de los niños más
pequeños. Diles que serán nuestra Patrulla de Vecindarios
por la noche.

El ceño fruncido de Kris se relaja. El color comienza a


desvanecerse en las mejillas sonrosadas de Jenn. El señor
Houston y la señor Bush asienten, y Jake Forrest levanta el
pulgar.

—Creo que podría funcionar —murmura Jenn.

—Puedo ayudar con los más pequeños —agrega Peggy

353
Bush—. Dios sabe que me vendría bien la distracción. Para
ayudarme a no llorar por el señor Tibbles durante un par de
horas.

—Bueno, Pete, para alguien sin hijos, parece que has


descubierto una manera de salvar Halloween —dice Kris—.
Gracias.

—Es lo menos que puedo hacer.

Me despido de mis vecinos mientras se retiran a sus


casas para prepararse para las festividades de la noche. Yo
serpenteo por mi patio delantero listo para embeberme en
algunas de mis pacíficas festividades, alcohólicas, no
chocolate. Me detengo y miro hacia la hierba apisonada
donde Marie Kreye se derrumbó y exhaló su último aliento.
La imagen de su globo ocular colgando del pico del buitre
inunda mi mente. Cierro los ojos con la esperanza de
bloquear el horror. Es un ejercicio inútil. Nada en Blackberry
Court se siente bien. Nada está bien. La muerte se cierne
como una sombra sobre el callejón sin salida y mi pequeña
parcela de infierno suburbano.

—Mi vida es un espectáculo de mierda —murmuro para


mí mismo, un hábito que Lori siempre odió y que había
deshecho de mí. Bueno, hasta el día en que ella me dejó—. Y
ahora has vuelto, Lori. ¿Por qué ahora?

Un siseo espeluznante atraviesa mis oídos y mis


pensamientos. Miro hacia arriba.

—Hola, Dick. ¿Cómo estás? —le digo al buitre deformado


en lo alto. Un ojo solitario y pequeño me mira en una
ominosa respuesta—. Entonces, eres el único que queda.
Dime, muchacho, ¿quién será la próxima víctima afortunada?
—Se me pone la piel de gallina. Froto mis brazos, tratando de

354
expulsarlo y la sensación de pavor amenaza con
abrumarme—. No es una coincidencia, que tú y tus amigos
llegaron al mismo tiempo que Lori regresó. ¿No es así, Dick?

“No existen las coincidencias, Pete”, solía decir Lori.

Saludo a Ojo Muerto Dick antes de retirarme al silencio


de mi casa. No estoy seguro de por qué, pero parece lo más
normal en estas circunstancias. Dos muertos. Se han ido dos
buitres. Si la muerte realmente viene de a tres, entonces
necesito un trago.

—Uno realmente grande.

Miro a través de la ventana delantera y veo a los niños


pedir dulces en la distancia. Estoy bastante molesto de
haberme encontrado de alguna manera en la posición de
guardián de Blackberry Court gracias a la muerte de Marie
Kreye y mi repentino ataque de conciencia, gracias a la
reaparición de Lori en mi vida. Trato de convencerme de que
estoy asomado a la ventana porque es lo que se puede hacer
con los vecinos, pero sé que me estoy mintiendo. Los buitres
aparecieron y se instalaron en mi roble. Bueno, el mío y el de
Marie, pero ella está muerta, así que supongo que ahora es
mi roble. Siento un extraño sentido del deber para
asegurarme de que el viejo Ojo Muerto Dick no decida volar y
atacar a uno de los niños Palumbo o sus amigos.

Ráfagas de luz rebotan en el pavimento mientras Gemelo


Uno y Gemelo Dos se deslizan arriba y abajo de la carretera
en sus patinetas, linternas en mano, monitoreando a los

355
niños más pequeños. Grupos de superhéroes en miniatura,
brujas y duendes saltan de casa en casa, llenando sus bolsas
de dulces y golosinas. No puedo escuchar sus risitas o su
charla emocionada desde el interior de mi casa, pero veo la
ligereza de sus movimientos mientras corren por un pasillo y
suben por otro en busca de chocolate. Echo un vistazo hacia
el enorme roble. Acurrucado entre las ramas, apenas visible
bajo el cielo que se oscurece, se sienta, Ojo Muerto Dick,
siempre vigilante, siempre mirando, pero permaneciendo
encaramado sobre una rama torcida.

El último grupo de niños disfrazados y los gemelos


Jenkins desaparecen hacia el otro extremo de Blackberry
Court. Uno por uno, mis vecinos apagan las luces del porche
delantero, descienden nuestra calle hacia la oscuridad y
señalan el final de la celebración de este año.

—Buenas noches, Dick —le susurro a través del cristal al


buitre—. Gracias por quedarte y no causar una masacre de
Halloween.

Dick no responde, pero su cabeza se mueve bruscamente


en mi dirección. Me tambaleo hacia atrás, lejos de la ventana,
y suspiro de alivio cuando la cortina cae en su lugar,
separándome del mundo exterior... de Ojo Muerto Dick.
—No hay nada que temer —digo en voz alta porque
necesito escuchar mi voz.

Mi tono familiar hace poco para aliviar mis nervios, solo


el whisky parece adormecerlos ahora porque sé que, si bien
puedo estar a salvo del buitre, nunca estaré a salvo de mis
pesadillas.

356
Me despierto con una sacudida, mi cuerpo gotea en
sudor. Mi pesadilla ha vuelto. Siempre es la misma.

—Fue un accidente. Un maldito accidente —susurro en la


oscuridad.

—¿De verdad, Petey? —¿Lori?

Enciendo la lámpara de la mesita de noche. Mi dormitorio


está vacío.

—Mierda, Pete, tienes que calmarte —me reprendo y me


recuesto contra la almohada en mi lado de la cama.

Después de casi un año, todavía duermo en mi lado de la


cama a pesar de que toda la cama es ahora mi lado. Lori
perdió el derecho a su lado cuando se fue. Sin embargo,
parece que no me atrevo a invadir lo que una vez fue su
territorio. Para bien o para mal, mi cama, nuestro lecho
conyugal, está permanentemente dividida por la mitad en mi
psique. Cierro los ojos, me quedo dormido y permito que mi
pesadilla se reanude.
—No quiero discutir más sobre esto, Lori.

—Estás siendo irracional, Pete. —Camina de un lado a


otro, los tacones de sus zapatos repiqueteando de manera
irritante por el suelo de baldosas—. Solo dame una buena
razón de por qué. ¿Puedes al menos hacer eso?

357
Bajo de golpe mi vaso sobre la isla de la cocina. El
whiskey se derrama sobre el borde y salpica sobre la
encimera de granito. Los ojos color aguamarina de Lori me
miran en silencio suplicando a través de sus espesas
pestañas. Mi mandíbula se aprieta cuando mi ira aumenta.
Odio cuando recurre a usar los ojos del sentimiento de culpa.
Siempre cedo bajo la presión. Todo es por su mirada de
culpabilidad que me encuentro pudriéndome en los
suburbios. No esta vez.

—Debido a que esta es una decisión que cambia la vida,


Lori, es por eso. No estoy seguro de estar listo. No sé si
alguna vez estaré listo.

—¿Qué estás diciendo?

Escucho la vacilación en su voz y sé que un torrente de


lágrimas brotará de las piscinas de aguamarina en cualquier
momento.

—¡Maldita sea! Hemos hablado de esto mil veces. No


quiero adoptar. Demonios, ni siquiera estoy seguro de querer
ser padre, incluso si es nuestro hijo.
Bebo mi whisky de un solo trago largo, alcanzo la botella
a través del mostrador y vuelvo a llenar mi vaso. Me niego a
mirarla, me niego a ceder. No esta vez.

—Estás siendo un idiota egoísta, Pete. Sabes cuánto


quiero ser madre. ¿Por qué me hiciste pasar por toda la
maldita mierda de la inseminación artificial si no querías un
bebé también?

—Quería tener un bebé contigo en ese entonces. Si


hubiera sabido que el proceso de inseminación te iba a

358
convertir en un psicópata, aspirante a mamizilla, nos habría
ahorrado tiempo, angustia y maldito dinero. —Hago girar el
líquido de tono caramelo en mi vaso y me encojo de
hombros—. ¿Alguna vez te preguntaste si tal vez que la
inseminación no funcionara era una señal?

—¿Una señal? ¿Qué tipo de señal? ¿Que eres un idiota


egoísta?

—Que no somos material parental.

—Quiero adoptar. ¿Por qué ni siquiera lo consideras?

—Porque no quiero el desecho de otra persona, ¿de


acuerdo? No vas a cambiar mi opinión, Lori. No esta vez.
Nuestra vida era casi perfecta antes de todo el asunto del
bebé. Me gusta nuestra vida Además, quiero un ascenso y
trabajaré más horas. Me niego a poner en peligro mi carrera
por la mocosa descendencia de un drogadicto solo para que
puedas jugar a la mamá.

Las mejillas de Lori brillan en rojo, dos tonos más


profundos que su hermoso cabello.

—Si me amaras, al menos lo considerarías, Pete.


—Y aquí vamos de nuevo. Siempre que juegas la carta de
“si me amaras”, sé que mi vida está a punto de cambiar.

—No es justo. Yo nunca he hecho eso. —La miro por


encima del borde de mi vaso y niego con la cabeza. ¿Cómo
puede alguien tan inteligente ser tan obtuso acerca de sus
propias acciones? —Dame un ejemplo —resopla.

—Esta casa —digo, bajando el vaso—. Te despertaste una


mañana y decidiste que querías salir de la ciudad. Jugaste la
carta de “si me amas” y antes de que me diera cuenta, me

359
encontré viviendo en Connecticut. En los malditos suburbios.
Admítelo, Lori, eres tú quien quería esta casa, no yo. Te amo,
así que hice lo que querías. Compré esta estúpida casa para
ti. Te lo he dado todo. Entregué mi vida, mis amigos. Todo
por ti. No esta vez. No acepto, no aceptaré adoptar el hijo de
otra persona.

—Entonces, ¿eso es todo?

—Sí, eso es todo.

—No puedo quedarme aquí. No puedo soportar estar


cerca de ti en este momento.

Agarra su billetera y llaves y sale corriendo por la puerta.


Sirvo otro trago y disfruto del silencio, sin saber que Lori no
volverá a casa esa noche, o cualquier noche después.

El nuevo olor de Lori llena mi habitación. Borro mis


recuerdos, mi pesadilla. La tabla suelta del suelo de su lado
de la habitación cruje.
—¿Lori?

Abro los ojos. Mi corazón se tambalea al verla. Cierro mis


párpados. No puedo soportar mirarla, en lo que se ha
convertido gracias a mí.

—Por favor, vete —le susurro.

—No puedo.

—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué?

360
—Tenemos algunos asuntos pendientes, Petey.

—Lo siento, está bien. ¿Es eso lo que quieres oír? Ojalá
pudiera volver atrás. Si pudiera, habría manejado las cosas
de manera diferente, habría manejado toda la situación de
manera diferente. Pero yo no puedo volver... y tú tampoco.

—Mírame.

Niego con la cabeza.

—No. No eres la Lori de la que me enamoré. Has


cambiado. Mi Lori nunca mataría a un perro inocente ni
asustaría a la señora Kreye hasta la muerte. Te has
convertido en un monstruo.

—Bueno, la gente cambia, ¿no es así? Como, no sé, por


ejemplo, tal vez le dicen a su esposa que quieren un bebé y
luego se arrepienten y aplastan sus sueños.

—No quería aplastar tus sueños. Quería nuestro bebé, no


el de otra persona.

—Mírame.

—No. ¿Qué diablos quieres de mí?


—Te dije. Tenemos algunos asuntos pendientes que
atender. Verás, he tenido mucho tiempo para pensar desde
nuestra pelea, desde que me encerraste en ese lugar horrible.
Es asombroso cómo sucede eso cuando estás solo. ¿Sabes lo
que quiero decir?

—Por supuesto que sé. Yo también he estado solo. Ahora


me he vuelto jodidamente loco.

—Ah, como yo.

361
—Yo no dije eso. Nunca dije que estuvieras loca.

—Pero lo pensaste. Pensaste que estaba loca.

—¿Por querer adoptar al hijo de un extraño? Sí, pensé


que era una locura.

—Todo lo que siempre quise fue que tuviéramos una


familia —susurra.

—Lo sé.

—¿Alguna vez me amaste, Pete?

—Sí —susurro—. Más que nada en el mundo. Cuando te


fuiste, me rompió. Ahora no soy más que un caparazón. Un
hombre hueco que vive una vida vacía.

—Te extraño, Pete. No quiero estar más lejos de ti. Quiero


estar contigo para siempre, como prometimos el día de
nuestra boda.

—Oh, Lori —gimo—. ¿Cómo puedo hacer las cosas bien?


—Espero a que ella responda, espero a que una de sus listas
detalladas me diga cómo puedo reparar las cosas. No
responde—. ¿Lori?
Abro los ojos y examino la habitación. Ella se ha ido de
nuevo. Aparto la sábana. Esta vez no voy a recostarme y dejar
que ella salga de mi vida. No esta vez. Suena mi celular.

—¿Hola?

—¿Señor Peter Harris?

—Sí.

—Habla el detective Mike Rodgers del departamento de


policía de Hollow Creek.

362
Mi mente pasa rápidamente a la señora Kreye.
¿Descubrieron los policías que estuve en su césped esa noche?
¿Descubrieron que Lori también se hallaba allí? No pueden
arrestarme por no evitar que un buitre ataque un cadáver.
¿Pueden?

—Señor Harris, me temo que tengo noticias inquietantes.


Su esposa ha desaparecido.

—¿Qué? Cómo dice.

—Recibimos una llamada del cuidador de Sunrise Acres.


Su esposa no está, pero le aseguro que la encontraremos,
señor Harris.

—Está bien, sí, lo entiendo. Gracias, detective. Adiós —


digo tranquilamente porque no estoy preocupado.

Sé dónde está Lori. Y ella tiene razón. Tenemos asuntos


pendientes. Me pongo unos vaqueros y una camiseta vieja.
Abro el cajón de la mesita de noche y miro mi Beretta.

—Es hora, Lori. Es hora de terminar nuestros asuntos,


de una vez por todas, porque la muerte viene de tres en tres.
La luna está llena en el cielo lleno de estrellas, lo que no
es sorprendente para la Víspera de Todos los Santos. Veo su
silueta apoyada contra el roble mientras cruzo el patio. Mis
pies descalzos son silenciosos en la hierba húmeda, pero sé
que ella siente mi presencia, su postura se endurece cuando

363
me acerco.

—Lori, tenemos que hablar.

—Entonces, ahora decides ser sociable.

—La policía llamó. Saben que estás desaparecida. No


puedes quedarte. Tienes que volver.

—Me siento sola, Pete. Quiero que volvamos a estar


juntos.

—Yo también estoy solo. Te extraño más de lo que puedo


expresar. Nunca quise que te fueras. Estaba enojado, bebí
demasiado esa noche. Ninguno de los dos estaba pensando
con claridad. Si lo hubiéramos hecho, no habríamos dicho lo
que dijimos. Lo siento mucho, Lori. Debería haberte detenido.
Debería haber tomado tus llaves. Le deseo a Dios que hubiera
sido yo, no tú.

—Sé que lo haces, Pete. Y, para que conste, el accidente


no fue culpa mía. El otro coche se metió en mi carril. Traté de
desviarme, pero no había tiempo. Se acabó antes de que
pudiera parpadear.

Sale de detrás del árbol y se adentra a la luz de la luna


que inunda el jardín. Me obligo a mirarla, a mirarla de
verdad. Su cráneo brilla a través de su piel translúcida.
Trozos de carne cuelgan de sus largos dedos. Estoy
agradecido de que su vestido cubra la mayor parte de su
cuerpo podrido. No creo que pueda soportar ver qué hay
debajo de la tela sedosa.

—Todavía te amo, Pete.

—Yo también te amo, Lori. ¿Volverás si voy contigo?

Asiente. Los huesos de su cuello crujen.

364
—Por eso volví. Regresé por ti, Pete.

Miro hacia el roble. Está allí, encaramado en una rama


torcida, como sabía que estaría. Ojo Muerto Dick me mira
con su ojo solitario. Parece que la señora Kreye tenía razón
después de todo. La muerte siempre viene de tres en tres.
Pero debo admitir que estoy encantado de que no esté aquí
para regodearse de ello.

—Entonces, ¿qué piensas, muchacho? ¿Tienes hambre


esta noche, Dick? —digo.

El pájaro ladea la cabeza hacia mí, esperando. Vuelvo mi


atención al problema en cuestión: Lori.

—Lamento que haya llegado a esto. ¿Me perdonarás


alguna vez, Lori?

—Por supuesto, te perdono, Pete. —Sus ojos sin vida se


clavan en los míos—. Soy tu esposa, hasta que la muerte nos
separe.

—Y hasta más —digo.

Me sonríe. El cañón de la pistola está frío contra mi sien.


Sorprendentemente, no tengo miedo del futuro, de lo que será
de mí y de Lori. Volverán a Lori a Sunrise Acres y esta vez me
uniré a ella. Viviremos, uno al lado del otro, por la eternidad.
Mi dedo índice es fuerte, firme, confiado en mi decisión,
mientras aprieto el gatillo. El retroceso catapulta mi cuerpo al
tronco del roble. Me deslizo sobre un lecho de hojas de tonos
vibrantes, mi sangre escarlata se mezcla con sus naranjas y
amarillos. La hierba húmeda se filtra a través de mi camiseta,
pero no me importa.

—Te veré pronto, mi amor —dice la dulce voz de Lori en


la fresca brisa otoñal.

365
Quiero asentir, pero la mitad de mi cabeza está salpicada
sobre el roble.

—Nuestro asunto está terminado. Quizás, viviremos


felices para siempre —murmuro mientras exhalo mi último
aliento antes de que la oscuridad del buitre final, y la Muerte
misma, me consuma.
366
El posadero me conoce.

Cuando levanto la vista de estampar la nieve sucia de


botas gruesas sobre una estera de pelo áspero, él ya está
llenando mi jarra.

—Lo más oscuro que tengas. —Hace mucho que dejé de


tener que declarar mi orden.

Avanzo a través de tablas cubiertas de paja hasta la

367
mejor de las pesadas mesas de madera, la más cercana al
fuego rugiente.

Los veo entrar: cada rostro brusco tiene un ceño fruncido


bajo las pieles peludas. Observo que el posadero no pierde el
tiempo con su refrigerio. No soy el único cuyos hábitos está
comprometido de corazón.

Recogen sus cuartos de galón, se acercan a mi mesa;


ofrecen saludos ásperos. Me muevo hacia el lado del fuego,
donde cuelgan los hierros ennegrecidos.

Saludo a mis compañeros bebedores a cambio.

Cada uno se quita los guantes de cuero bien cosidos. No


quiero mirar manos largas y finas; uñas perfectas.

—¡Salud!

—Salud —murmuro en peltre hueco.

—¡Otra! —Tomó la jarra y la sostengo en alto. La cara


sonriendo solo de un lado—. Lo más oscuro que tengas.

Veo que otras mesas se están llenando: llenas de vida con


círculos de cálidos saludos, pieles viejas y risas cerveceras.
Ahora pueden soltar la lengua, los que están en mi mesa:
hablan de su día, de todos los días.

Ojalá pudiera sentarme en otro lugar, oír hablar de otros


días: de nuevas amistades forjadas, de noviazgos robados; de
trabajo honesto.

¿Cuánto, pienso, puede soportar un cuerpo?

Ésta es la gente que sabe.

Es como si hubiera caminado por esos estrechos pasillos

368
de piedra ennegrecida iluminados por antorchas en mi vida.
Como si mi propia alma hubiera experimentado la
desesperación que pende en el lugar; mi propio cuerpo
soportara cada giro, cada hendidura, cada abrasión.

Me lo cuentan todo, como si debieran hacerlo, como si


este recital pudiera convertirlos de nuevo en hombres.

Y una vez terminada la letanía, se ríen de su culpa, se


liberan de sus cadenas, ahora hay cerveza y un buen
compañero.

Las palabras alegres suenan huecas en mis oídos.

¿Por qué no termino y me levanto para irme? ¿Por qué no


me quejo y me enfurezco por su crueldad? ¿No gritarles para
encontrar otra charla?

Hay una mesa en su lugar de trabajo, sola en un sótano


de piedra, el más oscuro que hay. La madera aún no tiene
sangre. Los implementos esperan, prístinos.

Esperando por mí, si alguna vez me rompo.


369
Una tarde soleada, pensé, mirando por la ventana.

—Qué buen día para ser liberado. —Me senté en la cama


institucional de la pequeña habitación que había ocupado los
últimos cuatro meses y me encogí de hombros con alegría.

Estoy curada.

Había sido un camino difícil, pero mi terapia, me


aseguraron los médicos, había sido un éxito.

370
Una suave pisada entró en la habitación; la ventana
reflejó a mi visitante.

—Buenos días, doctor Halstead.

Sonrió, un hombre joven con una confianza que hacía


que fuera un placer estar cerca de él.

—¿Estás lista? —preguntó.

Inhalé profundamente y confirmé con un asentimiento


categórico.

—Sí, estoy preparada.

—¿Recuerdas lo que aprendiste?

—Sí. Primero, el miedo es una elección. Segundo, si no


está en mí, estoy bien —pronuncié las palabras con cuidado.
Repitiendo las frases así, sabía que podía conseguir que
sonriera con su exuberante confianza.

Pero yo sabía la verdad. Nunca estás a más de un metro


de uno.
—Tenemos una pequeña casa para ti, sólo un dormitorio
y un baño, con una pequeña cocina. Tienes buenos vecinos a
cada lado.

—Bien —solté más rápido de lo que pretendía. No pude


evitar preguntarme si les había alertado de mi estado. Bajó
su mirada penetrante, la que me hacía sentir como si algo se
arrastrara…

—¿Estás segura de esto, Kathryn?

371
Una arruga se dibujó en su ceño, y me preocupó que
cambiara de opinión en el último momento y cancelara mi
liberación.

—El miedo es una elección —repetí, más despacio esta


vez, y volví a sonreír con la confianza que tomé prestada de
él.

Después de un momento, asintió, de nuevo con la


seguridad suficiente para los dos.

—¿Empacaste?

Me puse mi pequeña bolsa en el regazo.

—Todo empacado.

—¿Tienes tu teléfono?

El nuevo y brillante teléfono móvil llenaba el bolsillo de


mi abrigo.

—Lo tengo.

—¿Me llamarás si te metes en problemas?

—Inmediatamente.
Hizo un gesto al celador que estaba preparado con una
silla de ruedas. Mientras el camillero me llevaba, me giré para
saludar. El médico me había curado y me esperaba la
libertad. En la entrada, un taxi estaba listo para llevarme a
mi nueva vida. Me levanté y entré en la puerta abierta del
taxi, examinando rápidamente el asiento antes de sentarme.

No es que esperara ver uno en un vehículo. Aun así…

Tras un breve trayecto, nos detuvimos en mi nueva calle,


donde una hilera de casas como cajas de zapatos se extendía

372
en una fila tipo cortador de galletas. Pagué el taxi y me
acerqué a mi nuevo hogar. El camino de losas llegaba hasta
el porche delantero, lo que facilitaba las cosas más de lo que
esperaba, pero una vez bajo el porche tuve que escudriñar
por encima.

Nunca se sabe cuándo puede caer uno...

Pero el saliente del porche estaba recién barrido. Jadeé


de alivio. Tal vez el doctor Halstead se los había dicho.

Abrí la puerta principal con la llave, entré y me puse de


espaldas a la puerta. El olor a pintura nueva me animó
mientras recorría la pared de habitación en habitación,
examinando el suelo y las ventanas en busca de puntos de
salida. Finalmente llegué a la puerta principal, todavía con la
bolsa en la mano, hasta que me aseguré de que todo estaba
despejado.

Nunca se sabe cuándo puede uno arrastrarse...

En el dormitorio, coloqué la bolsa sobre la cama.


Inmediatamente, tomé aire, me tiré al suelo en posición de
plancha y exploré el espacio bajo la cama, buscando. Al verlo
despejado, me levanté de un salto con alivio y me senté en el
borde de mi nueva cama con sus nuevas sábanas.
—El miedo es una elección —canté—. El miedo es una
elección. —Miré a mi alrededor, a las paredes inmaculadas, al
suelo limpio y a las ventanas bien cerradas, y la opresión de
mi pecho se alivió, permitiendo mi primera inhalación
profunda desde que entré por la puerta principal—. El miedo
es una elección y yo no tengo miedo. —Pasé una mano por la
ropa de cama con esperanza—. Y esta noche, dormiré como
un bebé.

La cena fue una pizza entregada. Abrí la caja de pizza a

373
medio metro de distancia, utilizando el extremo de un
cuchillo largo para levantar la tapa. No es que esperara una
con la pizza.

Pero…

Terminé de comer y coloqué la caja de pizza en la nevera.


Cuando cerré la puerta de la nevera, allí estaba, en la pared
sobre las cortinas de la cocina.

Una araña. Un cazador muy grande. Con largas patas y


un cuerpo del tamaño de una moneda de cincuenta céntimos.

Cada músculo de mi cuerpo se paralizó. Cada trozo de


aliento se detuvo. Cada proceso de pensamiento se bloqueó.
Nos miramos fijamente a través de un espacio que estaba
segura de que podía saltar, dado su tamaño. Retrocedí un
paso, lentamente, para no contrariar a la bestia. Aunque
dirigí mis ojos hacia el armario donde estaba guardada la
escoba, sabía que ésta no era lo suficientemente larga como
para alcanzarla.

—Voy a tener que bombardearte desde la órbita, maldito


—susurré.

El miedo es una elección, el miedo es una elección.


Maldita sea, ¿dónde estaba la confianza del doctor
Halstead cuando la necesitaba?

El teléfono estaba en el dormitorio.

—¿Corro por el teléfono? —¿Y si se mueve mientras no


estoy? Mis opciones están plagadas de desesperación... y de
miedo—. El miedo es una elección y yo elijo no tener miedo.

Con falsa valentía, miré fijamente al monstruo de mi


cocina y retrocedí lentamente hacia el dormitorio, tanteando

374
la cama detrás de mí en busca del teléfono mientras
mantenía el contacto visual.

De repente, me di cuenta de que podía haber uno detrás


de mí en la cama y me aparté de un salto y me metí las
manos en el cuerpo mientras los escalofríos me recorrían la
espalda. Un rápido vistazo demostró que el teléfono no estaba
en el dormitorio.

—¡Maldita sea! —siseé.

Cuando mi mirada volvió a la cocina, la araña había


desaparecido.

Chillé y cerré de golpe la puerta del dormitorio. Para mi


total horror, había un hueco de dos centímetros entre la parte
inferior de la puerta y el umbral.

—¡Joder, joder, joder! —Apoyé una toalla contra la base


de la puerta y me desplomé sobre la cama, pero tuve que
levantarme de un salto, ir al suelo y comprobar de nuevo
debajo de la cama.

Despejado. Tal vez. Miré las nuevas fundas de la cama


antes de apartar las almohadas y echar las mantas hacia
atrás. Ver que todo estaba despejado me produjo una
sensación de alivio. Sólo que tenía ganas de orinar. Miré a mi
alrededor, pero no había nada en lo que orinar, ninguna
planta en maceta, ningún jarrón vacío.

Maldición.

¿Y si me estaba esperando al otro lado de la puerta? Si


no iba ahora, ¿qué pasaría si lo pisaba descalza por la noche?

—El miedo es una elección, no tendré miedo. —Las


palabras me reconfortan, lo suficiente como para ponerme los
zapatos, mover la toalla y correr hacia el baño. Oriné con

375
fuerza y rapidez, y luego corrí hacia el dormitorio sin tirar de
la cadena, arrastrando las bragas hacia arriba mientras me
ponía a salvo.

Sin aliento, vuelvo a colocar la toalla en su sitio y me


meto en la cama con los zapatos puestos.

Eso en cuanto a dormir como un bebé.

Dejando la luz del techo encendida, me tapé la cabeza


con las sábanas y me llevé las rodillas al pecho, susurrando
una oración para dormir.

El sueño llegó, pero con él llegó el sueño... de dormir


como un bebé.

Estoy en la cama, con un pantalón corto de niña pequeña,


sin estar del todo dormida ni despierta. Un cosquilleo recorre
mi rostro y me lo quito de encima. El cosquilleo se repite,
subiendo por la barbilla, por la cara y bajando por el vientre
desnudo.

Me levanto de golpe con un grito atrapado en la garganta.


La luz del techo muestra la toalla pegada a la puerta y las
paredes blancas con la pintura nueva.
Era sólo un sueño. Tomé aire para relajarme. Para
cuando mi respiración se hizo más lenta, los latidos de mi
corazón se habían calmado y el rugido en mis oídos se
desvaneció. Jadeé con alivio, cerré los ojos y me quedé
dormida.

La luz del sol de la mañana entraba por la ventana y me


atravesaba los párpados. Gemí cuando me di cuenta de que
no estaba en la seguridad de mi habitación en la institución.
En mi interior, un aviso de alarma sonó con fuerza en mi

376
mente.

No, no, no es posible.

Entreabro un ojo y me asomo a la puerta; la toalla estaba


firmemente metida en su sitio.

Pero…

Mi ojo entreabierto del otro lado gritaba que había algo en


la pared.

Por favor, que no sea, que no sea.

Sin girar la cabeza, abrí lentamente ese ojo... y sí, allí


estaba, en la pared. El pánico aumentó y cerré el ojo. La
respiración dejó de moverse, los músculos se bloquearon en
rigor, la mente colapsó. Otra vez la parálisis.

Entró cuando fui al baño. Esperó toda la noche, tal vez


arrastrándose sobre mí mientras dormía para alcanzar la
pared más alejada de la puerta. Tal vez el sueño era real, o tal
vez el horror de mi infancia había ocurrido de nuevo.

El impulso de restregarme la cara sólo se contuvo por la


proximidad de la araña. Las lágrimas ardientes llenaron mis
ojos y corrieron por mis mejillas. Toda la terapia y las
llamadas telefónicas no harían que esta cosa desapareciera.
Tengo que matarla.

La idea pasó por mi mente en cuestión de segundos,


llegando a la siguiente y sencilla conclusión.

No tengo un arma lo suficientemente grande.

El maldito había demostrado ser rápido y astuto. Era


evidente que quería hacerme daño, de lo contrario podría
haberse quedado en la cocina. Pero no me atreví a pensar en
los planes que había ideado para mí mientras dormía.

377
Con cuidado, no demasiado rápido, me desprendí de las
sábanas, coloqué los zapatos en el suelo, puse los pies debajo
de mí y me dirigí hacia la puerta. Ahora rápido, agarré la
toalla, abrí la puerta y salí corriendo antes de volver a colocar
la toalla, pateando con saña la tela en el hueco del umbral.

Ahora te tengo.

Libre, corrí al baño. El agua corriente caliente y una


toallita me quitaron el horror de los piojos de araña, reales o
imaginarios, de la cara.

—¡Uf!

Desde el baño, miré la puerta que se interponía entre la


araña y yo. Mi ropa estaba allí; sólo tenía puestos los zapatos,
las bragas y una camiseta. Necesito un arma. La escoba no
era lo suficientemente larga. Si llamo al señor Halstead,
también podría firmar mi hoja de readmisión.

—El miedo es una elección, pero el peligro es una


realidad. La única manera de vivir sin miedo es eliminar el
peligro. —El débil cliché de “estoy bien mientras no sea sobre
mí” fracasó con la transgresión de anoche. Me habían violado;
tenía que proteger mi espacio.
¿Cómo la mato? Una escopeta habría sido perfecta.
Bombardear el lugar desde la órbita habría sido lo más
efectivo, aunque prohibitivo. Un RPG16 creaba una imagen
satisfactoria. Pero eligiera lo que eligiera, necesitaba
pantalones, y estaban en esa habitación.

La aprensión espolvoreó mi lengua y la ancló en el


paladar. Los latidos de mi corazón se aceleraron; sabía que
tenía que ir ahora o nunca. Cogí la escoba del armario y me
acerqué a la puerta, de puntillas. Con cuidado de no tocar la

378
toalla, me incliné y puse una oreja en la puerta. Con los ojos
cerrados, me esforcé por oír movimiento.

Un arañazo al pie de la puerta me aceleró el corazón.


Salté hacia atrás y asalté la toalla, apuñalando con las cerdas
punzantes, gritando mi grito de guerra hasta que mi garganta
se quedó ronca y me desplomé contra la pared, apoyada en la
escoba, con la otra mano en el pecho.

Las lágrimas llenaron mis ojos mientras el asco por la


araña se alzaba para cubrir mi corazón. Mi miedo no me
dejaba indefensa, pero la invasión de mi espacio resultaba un
peligro creíble. Una solución final bailó en mis pensamientos,
pero primero tenía que tener mis pantalones.

Respirando profundamente, aparté la toalla con la escoba


y abrí la puerta con la suficiente fuerza como para que se
estrellara contra la pared. Sujetando la escoba a la defensiva,
entré.

Mis pantalones eran un charco en el suelo junto a la


cama. Dudé en tantear el montón de material con el extremo
del palo de la escoba. Justo cuando creía que estaba
despejado, una pernera del pantalón se movió. Asqueada,

16
Granada propulsada por cohete.
observé cómo la araña recorría toda la pierna desde la
entrepierna hasta la pantorrilla y salía por la abertura del
tobillo.

Dentro de mis pantalones, ¡maldita!

Era demasiado. Mis fosas nasales se encendieron y mis


labios se apretaron en una línea rígida de rabia. Cambié la
escoba para que se balanceara con las cerdas y me dispuse a
aplastar al bastardo. Se agachó, sintiendo la inminente
destrucción, y se lanzó a una carrera mortal hacia mí. Grité

379
mientras saltaba en el aire y blandía la escoba como un
martillo neumático. Una y otra vez golpeé, pero la araña me
llevaba medio segundo de ventaja.

—¡Muere, maldita, muere!

Lo tuve a la carrera, y la oleada de adrenalina me dio


alas. Cuando se escabulló bajo la cama, barrí la escoba de un
lado a otro hasta que salió disparada por el extremo de la
cama y corrió directamente hacia la pared.

Lanzando un grito de guerra, ataqué con el palo de la


escoba, apuñalando la pared, sin alcanzar a la araña, pero
dejando un agujero. Una y otra vez apuñalé, fallé y volví a
apuñalar. La araña estaba a una nanoescala de la
destrucción, y nunca me había sentido tan poderosa en mi
vida.

No desde que era una niña pequeña.

Que se joda la terapia.

Sin dejar de gritar mi grito de guerra, perseguí a la araña,


pero escapó a cada golpe. Finalmente, la acorralé en el suelo
y le apliqué el extremo de la escoba con todas mis fuerzas. El
palo de la escoba se quebró con un chasquido desgarrador.
El sudor me salpicó la cara, me empapó las axilas y me
mojó las piernas desnudas. Sin dejar de mirar las cerdas de
la escoba, esperando que la araña derrotada se moviera como
el Terminator que se levanta de la destrucción total, me
tambaleé hasta mi bolsa, donde tenía vaqueros limpios, sin
piojos de araña. Agarrando la bolsa a mi pecho como un
escudo, usé el extremo roto del palo de la escoba para
levantar el extremo erizado del cadáver.

No está ahí.

380
Me puse en cuclillas y busqué en las paredes y el techo.
Sólo que ahora las paredes estaban llenas de agujeros, lo que
le permitía esconderse. Asfixiada por el pánico, corrí con mi
bolsa hacia la puerta principal. Jadeando, cogí los vaqueros y
me los puse por encima de los zapatos, salí corriendo por la
puerta gritando y la cerré de golpe.

Corrí seis metros más allá del porche, quedándome en las


losas, y me detuve a mirar la casa. En un fracaso épico de la
terapia, una araña me ha echado de mi casa.

—Y la gente se pregunta por qué odio las arañas.

De mi bolso, saco el único vicio que me queda, un


paquete de cigarrillos. Encendiendo uno, aspiré el humo
hacia mis pulmones y me senté sobre mi bolso.

Aunque la situación era obviamente insostenible,


consideré que vencer a mi enemigo era el Rubicón que había
que cruzar; la araña no me había dado otra opción.

—Que así sea —dije, poniéndome en pie. Salí al porche y


empujé la puerta principal con ambas manos, con el cigarrillo
colgando en el labio.

Soy James Dean con senos, y así es como va a ser.


Entré en la cocina y encendí los fogones. Los cuatro. A
tope. Coloco el cigarrillo en la encimera antes de salir
corriendo por la puerta y bajar los escalones del porche. A
toda velocidad, salí disparada por el pasillo y salté por encima
de mi bolsa. Me detuve y me di la vuelta en el borde del patio.

La explosión se produjo en micro diapositivas a través de


mi visión. Las ventanas se volvieron amarillas. Se
expandieron y salieron del edificio. El techo se desprendió de
las paredes y se levantó. Entonces el estruendo golpeó mis

381
oídos y una onda expansiva me golpeó.

En la siguiente diapositiva, las llamas alcanzaron el cielo


mientras cada pedacito de la casa volaba hacia afuera,
llenando el aire de fragmentos de vidrio y madera, salpicando
de escombros el árbol que estaba a mi lado.

—Lo tengo.

Pronunciar esas palabras es mi grito de victoria. Me


levanté y me sacudí los pantalones. Las sirenas sonaron de
fondo y mis simpáticos vecinos salieron a toda prisa.

—Está bien —grité—. ¡Lo tengo!

La primera respiración verdaderamente profunda de mi


vida adulta se expandió en mi pecho.

—Lo tengo. —La abrumadora satisfacción de esa simple


frase me liberó de toda una vida de prisión.

Un auto de la policía llegó rechinando, seguido por el


doctor Halstead. Llegó un camión de bomberos y los gritos
llenaron el patio. El doctor Halstead se acercó corriendo.

—¿Kathryn? ¿Estás herida?

Sonreí.
—No, estoy bien, doctor, mejor de lo que he estado en
mucho tiempo.

Llegó una ambulancia y el doctor Halstead me dirigió


hacia ella. Hubo un aluvión de atenciones mientras
comprobaban mis constantes vitales y mi estado, pero
mantuve la mirada en la casa en llamas.

Lo tengo.

Una aguja se clavó en el pliegue de mi brazo y el doctor

382
Halstead me puso una vía intravenosa.

—Te vas a poner bien, Kathryn —me aseguró, con su


inquebrantable confianza vacilando por primera vez. Me
inyectó algo en el puerto intravenoso, sin duda un sedante, y
me relajé, por fin con la confianza suficiente por los dos de
que me pondría bien.

—Lo tengo —repetí—. Lo tengo.

—No te preocupes —me tranquilizó, y me apartó el


cabello de los ojos.

Fuera de la ambulancia, el primer oficial en la escena


estaba escribiendo su informe cuando un segundo oficial se
acercó.

—¿Qué pasó aquí, Bob?

—Oh, una loca explotó su casa. Está en la ambulancia


con su médico.

—¿Por qué explotó la casa?

—Nunca entendí esa parte. Todo lo que le oí decir fue: “Lo


tengo”.
Un fuerte plop golpeó las hojas bajo el árbol junto a ellos,
y una gran araña de largas patas corrió directamente hacia
ellos. Los agentes gritaron y retrocedieron, pero la araña pasó
corriendo y saltó al parachoques de la ambulancia justo
cuando el vehículo se alejaba.

383
384
1
Cuando nuestros padres nos dijeron a mi hermana y a mí
que nos íbamos a mudar de Dallas a Shortcross, un

385
pueblecito en los bosques de pinos del este de Texas, ninguna
de las dos estaba contenta; mi hermana odiaba dejar todas
las oportunidades sociales que creía que Dallas podía ofrecer
y lo decía en voz alta. A los quince años, Sissy (su verdadero
nombre era Gladys, pero todo el mundo la llamaba siempre
Sissy) no formaba parte de la sociedad de Dallas y nuestros
padres no la dejaban salir con chicos, excepto para ir a la
iglesia, lo que significaba que estaban allí para vigilarla, pero,
como me dijo más tarde, al menos en Dallas podía esperar la
vida emocionante que ansiaba. ¿Qué podría pasar en un
lugar sin nada como Shortcross? A los nueve años, no tenía
mucha idea de lo que estaba hablando, excepto que
implicaba vestidos elegantes y lugares elegantes y muchos
hombres que la miraban con adoración. La idea de que los
hombres, cualquier hombre, encontraran atractiva a mi
estúpida hermana era simplemente inimaginable.

Supongo que debería decirte mi nombre, aunque no


quiero hacerlo. Es Agnes. Sí, Agnes. Sissy había sido
nombrada como una abuela, y yo como la otra. En el colegio
me llamaron Ag durante un tiempo, hasta que en segundo
curso un estúpido profesor puso un video sobre los
dinosaurios y mencionó a Nessie, el gran lagarto que puede o
no vivir en algún lago escocés. Después de eso todo el mundo
me llamó Nessie, incluso mis propios padres. Les parecía
bonito tener hijas que se llamaran Sissy y Nessie. Quiero
decir, Agnes ya era bastante mala, pero ¿quién quiere
llamarse como un gran lagarto tonto?

Me molestaba dejar a mis amigos. Y mi soccer. El


entrenador Burnwell me había dicho que tenía madera para
ser una jugadora universitaria en la secundaria y que tal vez
podría conseguir una beca completa para la universidad si
seguía trabajando en ello. ¿La universidad? Como si la gente

386
como nosotros pudiera ir a la universidad.

A nuestra madre no le gustaba la idea de mudarse al este


de Texas, pero cuando nuestro padre le habló del dinero que
ganaría con su nuevo trabajo y le prometió que la llevaría a
Dallas un par de veces al año, no nos mencionó a nosotras,
Sissy y yo nos dimos cuenta, se convenció. Por supuesto, no
tenía muchas opciones, ya que no sabía hacer otra cosa que
ser esposa y madre, aunque alguna vez pensara en dejar a
papá. Pero eso no impedía que Sissy y yo nos quejáramos; no
parábamos de gritar que en el campo no había nada que
hacer, que en el campo nunca pasaba nada.

Y ambas no podíamos estar más equivocadas.

Llevábamos apenas un par de meses viviendo en el este


de Texas cuando Sissy desapareció. Yo seguía yendo a la
escuela primaria de Shortcross, pero Sissy tomaba el autobús
a la secundaria consolidada de Wilder. Mi escuela era tonta;
todos los niños se reían de la idea del soccer, un juego de
maricas, lo llamaba uno de los chicos, y decían que las chicas
no hacían deporte. Las chicas se convertían en animadoras y
hacían galletas para los equipos de fútbol y baloncesto. Pasé
mucho tiempo corriendo por nuestro patio trasero pateando
mi vieja pelota de fútbol, pero de alguna manera ya no tenía
mucho corazón para ello.

Podía ver la parada del autobús desde nuestro patio


trasero, pero ese día Sissy no se bajó; sólo las chicas Benton,
ambas haciendo ojitos a Tom Connors, el mariscal de campo
del equipo de fútbol, y al resto de los niños que siempre se
bajaban en Shortcross. Pero no Sissy. Al principio, mamá y
papá pensaron que se había quedado para trabajar en el
comité de la Fiesta de la Cosecha que se iba a celebrar dentro
de unas semanas. Estaba entusiasmada con la idea de

387
formar parte del comité, la única cosa que la entusiasmaba
desde que llegamos a Shortcross. La decoración de la Fiesta
siempre era tarea de los chicos de la secundaria consolidad y
se consideraba algo importante. Hace años se llamaba Baile
de Halloween, pero algunos se enfadaron porque no era
realmente cristiano, así que se cambió el nombre por el de
Festival de la Cosecha, aunque nada más era diferente.

De todos modos, mamá y papá se preguntaron por qué


Sissy no llamaba, así que cuando empezó a oscurecer, papá
llamó a la escuela, pero por supuesto no había nadie, así que
llamó al director a su casa. Eso es algo que puedes hacer en
el campo, encontrar a quien quieras. No podía imaginar poder
llamar al director de una escuela en su casa en Dallas,
nunca.

Dijo que esa noche no había habido reunión del comité


del Festival de la Cosecha y que nadie se había quedado
después de clase y que Sissy no había subido al autobús
como de costumbre. Eso hizo que todo el mundo llamara a
los demás. El director llamó a los profesores y los profesores
llamaron a los alumnos y papá llamó al sheriff y el sheriff
llamó a todo tipo de personas, pero nadie podía recordar
haber visto a Sissy haciendo nada esa tarde. Había estado en
la escuela, sin duda, pero nadie la vio a la salida. Sissy
habría odiado eso; siempre quiso ser “memorable”, sea lo que
sea que eso signifique.

No recuerdo quién me habló por primera vez de Ol'


Punkinhead, y si Sissy no hubiera desaparecido lo habría
ignorado por completo. Según las diferentes historias que me
contaron, Ol' Punkinhead era un hombre con una calabaza
por cabeza que iba por ahí matando a la gente si la atrapaba
sola. Realmente creíble, ¿no? Se suponía que alguien, cuya
identidad cambiaba con quien me contaba la historia, le

388
cortaron la cabeza en Halloween y, al parecer, el hecho de
que lo mataran lo había vuelto loco, así que mataba a todos
los que encontraba en torno a Halloween. Se supone que
hubo muchos asesinatos atribuidos a él.

Sí, como si realmente creyera que un hombre asesinado


con una calabaza por cabeza iba por ahí matando gente.
Claro que sí. ¡Puede que sea joven, pero no soy estúpida!

Cuanto más tiempo Sissy estaba desaparecida, peor se


ponía todo. El primer día o dos después de la desaparición de
Sissy parecía que todo el condado iba a buscarla, haciendo
grupos de búsqueda que salían por el bosque. Mamá lloraba
todo el tiempo y papá pasaba tanto tiempo buscándola que
corría el riesgo de perder su trabajo. La empresa intentaba
ser amable, y le habían dado mucha libertad de acción, pero,
como decían, ¡tenía que presentarse en su trabajo alguna vez!

Los chicos no eran tan amables como en la empresa de


mi padre. Sí, había algunos que eran dulces y no paraban de
decir que rezarían por nosotros, pero eran del tipo
eclesiástico sensiblero que actuaban como si les gustara todo
el mundo. La mayoría del resto parecía disfrutar
atormentándome, contándome versiones cada vez peores de
Ol' Punkinhead tratando de asustarme. Quiero decir, ¿como
si después de vivir en algunas de las partes de Dallas que
teníamos me asustara una historia de bebés como la de Ol'
Punkinhead? Claro.

Una noche, no mucho después de que Sissy


desapareciera, no pude soportarlo más. Por fin nos habíamos
comido todos los guisos que nos habían traído las señoras del
pueblo, pero a mamá no le apetecía cocinar y a papá no le
apetecía comer, así que tuve que conformarme con
mantequilla de cacahuete y pan duro. Parecía que lo único

389
que hacían era llorar. Sé que echaban de menos a Sissy y
todo eso, a decir verdad, yo también lo hacía, más o menos,
pero había pasado un tiempo y parecía que se habían
olvidado por completo de que tenían otra hija. No prestaron
atención cuando les dije que me iba a la cama y ni siquiera se
enteraron cuando me escabullí por la ventana de mi
habitación. Ya había tenido suficiente. Iba a encontrar a
Sissy y a hacer que la vida volviera a ser normal.

Lo más grave era que, una vez fuera de mi habitación y


acurrucado en las sombras del bosque de la calle, no tenía ni
la más remota idea de cómo hacerlo. Mamá y papá habían
hecho todo lo posible para que no me enterara de nada,
protegiéndome, decían, pero soy furtiva y había escuchado
casi todo lo que el sheriff les había contado, lo poco que
había. Para la mayoría de la gente, Sissy había desaparecido
de la faz de la tierra. O huyó. No puedo decir cuánto lloraron
mamá y papá por eso, pero la gente que lo sugirió no sabía
nada de Sissy. A pesar de todos sus sueños salvajes de ser
bella y famosa y deseada, era demasiado gallina para hacer
algo como huir. ¡Diablos, ni siquiera tocaría una rana!

Así que, de todos modos, me encontraba en las sombras


del bosque de la calle, deseando que la luna fuera un poco
más brillante y que tuviera una idea de lo que debía hacer.
Una cosa que había aprendido era que nadie recordaba
haberla visto en el autobús aquella tarde. Cuando se les
presionaba, no recordaban si había sido ese día o el
anterior... Verás, Sissy no era popular; era demasiado nueva
en la zona y no tenía amigos, así que nadie la tomaba en
serio.

Bueno, sin duda había estado en la escuela, el director y


los profesores estaban seguros de ello, así que una mente
lógica como la mía dijo que era allí donde debía empezar.

390
Ahora deseaba haber sido lo suficientemente inteligente como
para esconder mi bicicleta en la zona boscosa porque había al
menos dieciséis kilómetros hasta la secundaria consolidada,
pero ya era demasiado tarde para eso. Al menos había
pensado en ponerme el rompevientos, porque el viento
empezaba a cortar el frío. No me gustaba la idea de trotar
hasta Wilder, pero no se me ocurría otra forma de llegar.
Menos mal que todavía estaba en una forma decente después
de todas mis carreras de fútbol, porque no sabía cómo robar
un auto, ni siquiera conducirlo si pudiera.

Sin embargo, sí sabía pedir prestada una bicicleta. El


estúpido Billy Ken Stafford era uno de los niños más tontos
de la escuela; se decía que estaba en su tercer intento de
pasar a cuarto grado. Incluso era demasiado tonto para
guardar su bicicleta en el cobertizo que había detrás de la
casa de sus padres, y me alegré de ello. La recogí del patio
donde la había tirado y me dirigí a la secundaria consolidada
en cuestión de segundos.

No sé cómo se mantuvo mi suerte, pero lo hizo y en


menos tiempo del que esperaba estaba parando frente al
edificio de la escuela, que tenía que ser uno de los más
antiguos y feos de todo el estado. El estacionamiento estaba
vacío y no había luces encendidas en el interior, lo cual era
bueno en cierto modo, pero ahora ¿qué hacía? La zona había
sido registrada tanto por la gente del sheriff como por los
lugareños sin resultados. Caminé alrededor de la escuela,
teniendo cuidado de pegarme a las sombras como había visto
en la televisión por si acaso alguien pudiera estar mirando.

Todo el mundo decía que Sissy había estado en la


escuela, y los profesores se habrían dado cuenta si no
hubiera estado, pero nadie podía asegurar que estuviera en el
autobús, lo que para mí significaba que no había subido a él.

391
Pero, ¿cómo lo consiguió? ¿Podría haberse equivocado de
autobús? Siempre había media docena o más de autobuses
esperando fuera; Sissy había dicho que era como un
hormiguero cuando terminaban las clases, con todo el mundo
saliendo a toda prisa para llegar a casa.

Pero hacía días que Sissy había desaparecido. Todo el


país sabía que había desaparecido; si se hubiera equivocado
de autobús, habría llegado a casa esa misma noche, o a más
tardar a la mañana siguiente. Así que...

Si Sissy había estado en la escuela pero no había subido


al autobús, ¿a dónde había ido? ¿Y cómo? ¿Y por qué?

Me senté en los escalones y pensé, incómodamente


consciente de lo frío que estaba el cemento en mi trasero. La
temperatura estaba bajando muy rápido y deseé haber traído
algo más que mi rompevientos.

Cómo era lo más fácil de suponer. Todos los autobuses se


detenían en la gran zona de grava frente a la escuela. Si
hubiera querido alejarme y no ser visto por nadie, habría
salido por la parte de atrás. Desde la puerta del gimnasio
hasta el bosque había sólo unos cien metros, y sería fácil
atravesar el patio y adentrarse en los árboles. Incluso Sissy
podría hacer eso fácil.
Por qué lo haría, era más difícil. Sissy no era valiente y,
aunque era mi hermana, tenía que decir que no era tan
inteligente. Ni siquiera le gustaba sentarse en el patio trasero
cuando oscurecía. Entonces, ¿por qué iba a salir de la
escuela sin que nadie lo supiera cuando sabía que iba a
oscurecer pronto?

Porque sabía a dónde iba, por eso.

Pero, ¿a dónde? ¿Y por qué? ¿Y cómo?

392
Por supuesto, siempre existía la posibilidad de que no se
hubiera ido por voluntad propia. Mamá y papá trataron de
mantener historias como esa lejos de mí, pero yo no era
estúpida. Había demasiadas cosas que podían pasarle a las
niñas grandes; había muchos programas de televisión sobre
cosas así. La idea me daba escalofríos, aunque no podía creer
que alguien quisiera a mi estúpida hermana lo suficiente
como para tomarla. Había muchas chicas más guapas e
inteligentes que iban a la secundaria consolidada.

Una ráfaga de viento afilado como cuchillos atravesó el


patio del colegio, helándome hasta los huesos y haciendo que
las sombras parecieran bailar. Había muchas sombras; la
luna no era más grande que el recorte de una uña y la luz de
las estrellas no era más brillante. Las sombras eran oscuras y
profundas y parecía que podían ser los grandes agujeros del
universo de los que hablaban en la televisión.

Bien, lo admito. Tenía miedo. Nunca había salido de


noche sola, al menos, no así, lejos de casa, sin nadie
alrededor y sin luces. Casi deseé no haber venido, ni siquiera
por Sissy.

Tragué saliva y me obligué a ponerme de pie. Tenía diez


años: había cumplido años dos semanas antes de que Sissy
desapareciera, y eso significaba que por fin estaba en la
franja de los dos números. La mayoría de la gente nunca
salía de los dos números, lo que significaba que yo era casi
un adulto, y los adultos nunca se asustaban de verdad.

Por un momento me pareció ver una luz en la escuela,


pero sólo era el reflejo de la luna bebé. No había nadie dentro,
ni siquiera fuera... al menos, no me lo pareció. Sin embargo,
había un crujido en el bosque, como si los propios árboles se
acercaran sigilosamente al edificio. Los bosques de pinos del

393
este de Texas son espesos y oscuros, y rodean el pequeño
patio de la escuela como un muro. Si había una buena brisa,
como la de esta noche, el sonido era francamente
espeluznante, como si alguien, a veces un montón de alguien,
se estuviera moviendo por allí.

Cuando vivíamos en Dallas, podía identificar todos los


ruidos nocturnos, aunque nunca hubo noche de verdad, con
las luces de la calle y algunas personas que iluminaban sus
casas como si eso pudiera mantener alejados a los ladrones.
Podía distinguir entre las sirenas de los bomberos y las de la
policía (o creía que podía; mamá y papá nunca me dejaban
salir a la calle para estar seguros) y sabía cuando el viejo
señor Bannister volvía a casa borracho y cuando Artishiel
Davon Williams intentaba colarse en la casa a altas horas de
la madrugada por la ventana de su habitación, que chirriaba
como un gato torturado cuando intentaba abrirla. Pero aquí...

Cuando Sissy y yo nos habíamos asustado por los ruidos


nocturnos en los bosques que rodeaban el pueblo, papá se
había encogido de hombros diciendo que eran sólo animales
en el bosque. Sissy y yo habíamos dormido con las ventanas
cerradas durante días y días a pesar de casi morir asfixiadas
por el calor. Mamá estaba decidida a ahorrar dinero y no
ponía el aire acondicionado a no ser que estuviera cerca de
los 100 grados, aunque Sissy y yo no teníamos aire
acondicionado en nuestra habitación. Una vez había soñado
que el bosque se acercaba a la casa y trataba de entrar por la
ventana de mi habitación.

¿Por qué tenía que pensar en eso ahora? La brisa no se


había levantado, pero el crujido del bosque era cada vez más
fuerte, como si algo viniera hacia mí.

Los animales salvajes huían de los humanos, ¿no es así?


No vendrían hacia mí sólo para visitarme, ¿verdad? Y si no

394
eran animales...

Miré a los árboles detrás de la escuela; estaban


temblando como si estuvieran aterrorizados.

Y había algo que se movía entre los árboles, algo que no


era una sombra. Las pocas gotas de luz pálida que podían
atravesar los árboles brillaban en su superficie. No podía
saber qué era, salvo que era grande y redondo... y que venía
directamente hacia mí.

No podía respirar y todo mi cuerpo se convirtió en agua.


Nadie sabía que estaba aquí. Ni siquiera había una casa en
un kilómetro o más, así que no serviría de nada aunque
pudiera gritar.

Lo que fuera se abrió paso entre los árboles. Era alto,


más alto que mi padre, y caminaba sobre dos pies, pero lo
que me hizo mojar los pantalones fue que tenía una cabeza
enorme. Una enorme y brillante cabeza que era más ancha
que sus hombros...

No podía ser... pero seguro que se parecía a...

¡Ol' Punkinhead!

Todavía no podía gritar, pero de repente pude correr


como si el mismísimo diablo me persiguiera, lo cual tal vez
era. Rodeé el edificio a toda velocidad y casi seguí corriendo
por la carretera de puro miedo, pero como lo que fuera era
más alto que yo, probablemente tenía las piernas más largas
que las mías, lo que significaba que podía correr más rápido
que yo, así que me detuve el tiempo suficiente para coger la
bicicleta del viejo Billy Ken y saltar sobre ella. Pedaleé como
una furia, más rápido y más fuerte que nunca, acelerando lo
que parecía casi tan rápido como un auto. Se oyeron pasos
en la grava detrás de mí, pero no me atreví a mirar atrás.

395
Casi podía sentir sus manos alcanzándome, ¿serían manos
de persona o palos de hoja...?

Pedaleé aún más fuerte.

Después de un kilómetro y medio tuve que bajar un poco


el ritmo, ya no estaba en tan buena forma como cuando
jugaba al fútbol todos los días, y no había ningún sonido
detrás de mí. Sin embargo, no me paré a mirar, porque si un
hombre asesinado podía seguir viviendo con una calabaza
gigante por cabeza, ¿quién puede decir que no podría volar?

Cuando llegué a Shortcross apenas podía respirar, pero


no me detuve hasta que llegué a nuestro patio delantero, ni
siquiera para poner en su sitio la bicicleta de Billy Ken. Me
tomó un minuto darme cuenta de que realmente era nuestra
casa rodeada de autos y que todas las luces del interior
estaban encendidas. Caramba, ¿cómo se habían enterado tan
pronto de que era yo quien había tomado la bicicleta de Billy
Ken? Nunca podría convencerles de que sólo la había tomado
prestada, no la había robado.

—¡Agnes! —gritó mamá, corriendo por la habitación para


agarrarme en un abrazo asfixiante antes de que llegara a
cruzar la puerta principal.
¡Oh, vaya! Mamá estaba usando mi nombre real. Eso
significaba que estaba en graves problemas.

Papá también me agarró y se abalanzó para rodearnos a


mamá y a mí con tanta fuerza que no podía respirar.
Finalmente, justo cuando creía que estaban decididos a
asfixiarme, ambos se soltaron, pero eso habría sido preferible
a la ira en sus rostros y a la forma en que me gritaron.

—¿A qué te refieres con salir a escondidas de la casa? —


rugió papá.

396
—¿Por qué nos haces cosas así? —Mamá lloraba. Es
decir, lloraba de verdad. Había lágrimas corriendo por su
rostro—. Cuando entré a darte las buenas noches y tu cama
estaba vacía... ¡Podría haberme muerto!

—¿Dónde has estado, jovencita? ¿Por qué has asustado


así a tus padres? —preguntó un hombre al que ya había visto
antes y al que no le gustaba volver a ver. Viejo, gordo y con el
ceño fruncido, llevaba un uniforme caqui que no le quedaba
muy bien y tenía una gran estrella brillante en el pecho. Por
Dios, ¿habían llamado los padres de Billy Ken al sheriff sólo
por tomar prestada su bicicleta?

—Uno pensaría que tendría más sentido común —dijo la


señora de la puerta de al lado con una voz que sonaba como
si estuviera susurrando pero que todo el mundo podía oír. No
recordaba su nombre, pero era todo ángulos y huesos y no le
gustaba que los niños atravesaran su patio.

—Qué cruel es que haga pasar a sus padres por eso otra
vez —dijo una señora que no reconocí. Me miró como si fuera
un bicho.

—Sólo un intento de llamar la atención —dijo una tercera


persona a la que no pude ver—. Patético. Los chicos de hoy
en día no tienen respeto.

—Ninguno de ellos tiene el buen sentido que Dios le dio a


un ganso —dijo el primero.

—Ahora, jovencita —dijo papá y su voz era una que


siempre infundía miedo en los corazones de Sissy y en los
míos porque significaba que estábamos en un problema
realmente grande—, ¿exactamente por qué saliste de la casa
esta noche?

397
—¿Alguien te atrajo? —preguntó mamá. Su voz era
desesperada y teñida por sus lágrimas—. ¿Tenías miedo de
algo?

Bueno, tenía miedo de algo, pero nadie me había atraído.


Estaba a punto de decírselo cuando el sheriff se inclinó hacia
mi cara. Su nariz estaba a unos cinco centímetros de la mía
cuando gruñó:

—Será mejor que nos digas qué has estado haciendo.

Tenía la cara grasienta y llena de manchas oscuras que,


con asco, comprendí que eran puntos negros. Sólo el Señor
sabía cuánto tiempo había pasado desde que se lavó.
Tampoco olía muy bien. ¿Podría contagiarme algo por estar
tan cerca de algo tan desagradable? ¿Los puntos negros eran
contagiosos como la tiña? Hundí mi cara en el cuello de
mamá.

—La estás asustando —dijo mamá con firmeza, rodeando


mi cuello con sus brazos.

—Necesitamos respuestas —les dijo el sheriff con una voz


un poco más suave—. Para su otra hija.

—Estamos muy pendientes de nuestra otra hija. —La voz


de papá era dura—. Pero eso no le da derecho a asustar a
ésta.

El recordatorio de la desaparición de Sissy me hizo sentir


pequeña y gusana. ¿Pensaba el sheriff que yo tenía algo que
ver? ¿Me arrestaría? ¿Podría enviarme a la cárcel?

Tragué saliva y dije:

—Fui a buscar a Sissy.

—Pero, cariño —dijo mamá mientras me acariciaba el


cabello—, todo el mundo ha buscado a Sissy durante días.

398
¿Qué te hizo pensar que podrías encontrarla?

Me encogí de hombros y me acurruqué más en los brazos


de mamá.

—Simplemente pensé que podría.

—Y asustar a tus padres, por no decir que llamó a la


policía y puso en marcha un grupo de búsqueda. —El sheriff
tenía el ceño fruncido. Era tan aterrador como un monstruo
de una película de terror. Casi tanto como Ol’ Punkinhead.

—La gente está empezando a llegar. Iré a decirles que la


chica está a salvo. —Un hombre más joven, también de
uniforme, empezó a salir por la puerta.

—Sí, hazlo tú. La gente va a empezar a pensar que


buscar a tus chicas es una opción profesional.

—Sheriff —dijo papá—, eso no es lo que se pide.

—Sé quién tomó a Sissy —dije de repente y toda la


habitación cambió. Todo el mundo me miraba. La gente no
mira nunca a los niños; nos ven, la mayoría de las veces,
como si fuéramos muebles, pero no nos miran como si
fuéramos personas. Ahora lo hacían y no me gustaba esa
sensación.
—¿Lo hiciste? ¿Cómo? ¿Quién? —La cara del sheriff
volvía a estar cerca de la mía. Sus puntos negros parecían
estar creciendo.

—Ol’ Punkinhead. Lo vi. Me persiguió.

El sheriff hizo un extraño ruido de estrangulamiento,


mientras todos los vecinos de la sala tintineaban con
incertidumbre.

—Como cuando desapareció la chica Bennett —susurró

399
uno de los vecinos, y otro replicó:

—Y la chica López. Pero eso fue hace años.

Si el sheriff los escuchó no hizo ninguna señal.

—Ah, diablos, ¿los niños siguen contando esa vieja


historia? Eso es un mito, jovencita. Sólo un mito. ¿Un
hombre con una calabaza por cabeza? ¡Vamos!

—¡No, no lo es! ¡Yo lo he visto! ¡Tiene una calabaza por


cabeza!

—¿Y cómo lo has visto? Está tan oscuro como el interior


de una vaca ahí fuera.

—Hay un poco de luna... y las estrellas...

Ahora el sheriff estaba realmente disgustado.

—Ahora sé que ustedes han tenido un montón de


problemas y penas por la desaparición de su hija mayor, pero
tienen que vigilar a esta. No podemos permitir que se porte
mal y moleste a todos en el pueblo. —Miró a mis padres, me
miró aún más feo y salió por la puerta, seguido por todos los
vecinos.

El resto de la noche no fue agradable, ya que mamá


lloraba mientras me abrazaba y me preguntaba una y otra
vez cómo podía hacer algo así, y papá se paseaba por el salón
y me preguntaba una y otra vez cómo podía hacerles daño al
hacer una cosa tan estúpida y me recordaba lo molestos que
estaban por culpa de Sissy. No pude decir ni una palabra y
no habría servido de nada si lo hubiera hecho, porque ya les
había dicho por qué. Ni siquiera pude hablarles de la bicicleta
de Billy Ken.

Me sorprendió lo temprano que era. Por supuesto, en

400
esta época del año oscurece más temprano, pero apenas
pasaba de la medianoche cuando mis padres me metieron en
la cama. Unos minutos más tarde se oyeron golpes en la
ventana de mi habitación, pero la luz de la farola de la
esquina era suficiente para ver que era mi padre, que estaba
cerrando la ventana con las uñas. Estaba bien, de todas
formas hacía demasiado frío por la noche para tener la
ventana abierta, y ni siquiera pensé en lo que pasaría si
hubiera un incendio. En cierto modo me hacía sentir segura,
porque nada podría entrar y atraparme.

Sin embargo, justo antes de quedarme dormida, se oyó


una especie de ruido extraño en el exterior y, aunque no me
atreví a girar la cabeza, pude ver la sombra de algo grande y
redondo, como una enorme calabaza, frente a la ventana de
mi habitación.
2
Los días siguientes fueron horribles. Mamá y papá
estaban... simplemente diferentes, muy cerrados. No me

401
gritaban, no me pegaban, pero era como si estuvieran siendo
muy educados con alguien que no les gustaba mucho. A
veces atrapaba a mamá mirándome con ojos tristes, y si me
veía me daba unas palmaditas suaves en el hombro. Papá no
me miraba mucho y punto. Sin embargo, no querían
perderme de vista, lo cual no era agradable.

A la mañana siguiente de mi pequeño viaje, mamá vio la


bicicleta del viejo Billy Ken en nuestro patio delantero y,
cuando le expliqué cómo había llegado allí, me hizo
acompañarla de vuelta a la casa de los Stafford. Papá ya se
había ido a trabajar, pero mamá me acompañó y se quedó
detrás de mí mientras yo tartamudeaba mis disculpas a Billy
Ken. Él no estaba molesto, pero su madre sí. Se puso
completamente brusca conmigo y fría con mamá, y me alegré
mucho cuando terminó.

También me hicieron ir a la escuela, lo que me enseñó el


verdadero significado de “arma de doble filo”. Es cierto que en
un pueblo pequeño no hay secretos, porque todos los niños
del colegio sabían lo que había hecho. Todos me miraban
fijamente; algunos de los niños estaban asombrados por lo
que había hecho, y otros eran desagradables, me insultaban
y se burlaban de mí. Por lo menos, hasta que le di un
puñetazo en la nariz a Hardy Drew, ¡y eso que era un alumno
de séptimo curso!, haciéndole sangrar. Por supuesto, me
enviaron a la oficina del director por eso y llamaron a mamá y
la cosa se puso fea durante un tiempo. Mis padres me
castigaron indefinidamente y el director me castigó. Admito
que no soy la mejor estudiante, pero nunca me habían
castigado.

Y eso sólo demuestra que a veces incluso lo que


podríamos pensar que es una maldición es una bendición,
como solía decir nuestro viejo predicador en Dallas. Aquella

402
semana, la profesora encargada del castigo era la señorita
Renquist, que enseñaba en sexto curso. Era una señora
simpática, más joven que todos los demás profesores y
oriunda de Shortcross. No entendía por qué alguien que
pudiera alejarse de este pueblo, cosa que ella había hecho, ya
que había ido a la UNT17 en Denton, volvería alguna vez, pero
lo hizo cuando su madre enfermó. Incluso vivía con sus
padres. Bueno, con su padre. Su madre había muerto poco
después de su regreso.

Ese primer día no había otros estudiantes en detención,


así que no tenía a nadie con quien hablar, aunque no creo
que nos permitieran hablar de todos modos. La señorita
Renquist estaba sentada en el pupitre haciendo papeleo y,
cuando terminé los deberes de aritmética, no tuve más
remedio que sentarme y mirar por la ventana al equipo de
fútbol que practicaba en el patio de la escuela. Me hizo
añorar Dallas y mi equipo de soccer. El fútbol es un juego
tonto.

—Así que viste a Ol' Punkinhead.

17
University of North Texas.
Sobresaltada, levanté la vista. La señorita Renquist me
estaba mirando, realmente me miraba como los adultos a
otros adultos. Lo más sorprendente es que sonaba seria, no
bromeaba ni era sarcástica ni me hablaba con desprecio.

—Sí.

—Debes haber estado asustada. Sé que yo lo estaba.

Me quedé con la boca abierta y tardé un minuto en poder


hablar.

403
—¿Quiere decir que usted también lo ha visto?

—Sí —dijo, y luego sonrió—. Y la gente tampoco me creía.

¿No lo hicieron?

—Yo también tenía más o menos tu edad. Sé lo que vi,


pero intentaron decirme que era sólo una broma, que alguien
estaba jugando con mi cabeza. Entonces Carly Bennett
desapareció y eso atrajo toda la atención.

Bennett. ¿No fue ese el nombre que uno de los vecinos


había mencionado esa noche?

—¿Cree que Ol' Punkinhead la atrapó?

Ella asintió y su rostro estaba triste.

—Sí, pero nadie me escuchó. Pensaban que sólo quería


llamar la atención. Mi padre incluso me azotó por ser tan
desconsiderada.

—¿Alguna vez se enteraron de lo que pasó?

—Sí. —De repente, su voz se agudizó y se volvió hacia


sus papeles, haciéndolos crujir de forma importante.
—¿Y bien? —pregunté. Normalmente no sería tan
insistente con un adulto, pero sabía que esto era
importante—. ¿Qué pasó?

Por un momento pensé que no iba a contestar, pero


suspiró y dejó de juguetear con sus papeles.

—Eres tan joven... No debería haber dicho nada. Olvídalo.

¿Olvidarlo? ¿Con Sissy desaparecida, por no hablar de mi


propia integridad personal? (Esa era una nueva palabra del

404
vocabulario, integridad, y me gustaba.) Difícilmente.

—¿Por favor? Recuerde que puedo mirarlo y buscarlo en


internet. —No creí necesario decirle que estaba castigada por
el resto de mi vida natural, y eso incluía usar la computadora
familiar a menos que fuera para el colegio y mamá o papá
estuvieran sentados mirando.

La señorita Renquist suspiró.

—Tienes razón. Los chicos están expuestos a tantas


cosas hoy en día...

No creía que escuchar lo que le había pasado a una chica


hace años pudiera ser más perjudicial que ser perseguida por
el Ol' Punkinhead, pero no dije nada. A veces, cuando te
callas puedes aprender más.

—Yo era mayor que tú —dijo lentamente—. Tenía quince


años. También lo era Carly Bennett. Teníamos inglés y
matemáticas juntas. No éramos realmente amigas, pero en
un colegio como el consolidado todo el mundo se conoce,
sean amigos o no. Aquella noche me había quedado
estudiando hasta tarde, mucho más tarde de lo habitual.
Había un examen de matemáticas al día siguiente y a mí
nunca se me dieron bien las matemáticas. Había apagado la
luz un rato antes, pero no podía dormir... seguía repasando
las fórmulas en mi cabeza porque estaba segura de que
nunca las recordaría en el examen.

La señorita Renquist suspiró con fuerza, y parecía que


estaba mirando una vida diferente. Tal vez lo fuera.

—En fin, estaba tumbada intentando dormirme cuando


se oyó un ruido de fuera. Vivimos en la granja, y estaba muy
silencioso ahí fuera. Todavía lo es. Algo en el sonido estaba...
mal. Simplemente malo. Me levanté de la cama, no encendí la

405
luz, así que mi habitación estaba a oscuras, y miré por la
ventana. No había mucha luna esa noche, pero sí la
suficiente. Vi esta... esta cosa... corriendo a lo largo del borde
de la casa. Tenía forma de hombre y altura de hombre, pero
sobre sus hombros había una enorme calabaza. Era tan
grande como una bañera.

Tragué saliva.

—¿Seguro que no estabas soñando?

Me fulminó con la mirada.

—Por supuesto que no.

—¿Fue la primera vez que alguien vio a Ol' Punkinhead?

—Es la primera vez que oigo que alguien lo ha visto


realmente, pero su leyenda existe desde hace años. Tal vez
hasta los tiempos de la Guerra Civil. Hay quien cree que fue
un soldado torturado hasta la muerte por el enemigo. —Me
dio una rápida sonrisa—. Por supuesto, qué bando era el
enemigo cambia según quién cuente la historia, incluso hoy
en día. Sin embargo, en los últimos años la mayoría de la
gente parece decantarse por la víctima del asesinato. —Sin
previo aviso, su sonrisa desapareció.
—¿Y qué tiene que ver con Carly Bennett?

—Ella desapareció esa noche. Un par de días después un


cazador encontró su cuerpo en lo profundo del bosque. Ella...
ella no había muerto fácilmente.

La campana de la hora sonó, sonando casi como un grito


y haciéndonos saltar a ambas. De nuevo una profesora
inaccesible, la señorita Renquist comenzó a recoger sus
papeles. No me miró.

406
—Estás liberada por esta tarde, Agnes. El señor Palmer
estará aquí mañana. No llegues tarde.

Oh, vaya. El señor Palmer. Era el profesor de ciencias y el


entrenador de fútbol. Ya habíamos establecido que no le
gustaba porque me gustaba más el soccer que el fútbol. Que
me gustaba casi todo más que el fútbol. Mañana no iba a ser
divertido.

Por supuesto, me fui directamente a casa, y debí llegar a


tiempo, ya que mamá no me gritó. Bueno, mamá nunca
gritaba, no realmente, pero podía mantener su voz suave y
nunca decir una mala palabra y era horrible. Gritar habría
sido mejor.

La señorita Renquist debió de arrepentirse de haberme


hablado tan abiertamente, porque al día siguiente en la
escuela ni siquiera me miró en el pasillo. Tenía razón en lo de
que el señor Palmer era el vigilante de los castigos, pero tuve
mucha suerte: habían atrapado a dos de los chicos del fútbol
fumando a escondidas en el baño de los chicos y él se pasó
toda la hora hablando de jugadas de fútbol con ellos y, aparte
de notar que yo estaba allí, no me prestó atención.

Había habido otra chica que la vecina había mencionado


la noche que vi a Ol' Punkinhead, pero no podía recordar su
nombre. Si pudiera usar el ordenador sin que mamá o papá
estuvieran pendientes de cada tecla que pulsara, podría
averiguarlo todo, pero es poco probable que eso ocurra.
Apenas me dejaban ir al baño sola.

El sheriff venía cada dos días para informar a mamá y


papá sobre Sissy, aunque no había nada que contar. Habían
emitido una alerta ámber el día que desapareció, se habían
puesto en contacto con otros departamentos de policía e
incluso con otros estados, pero no había habido respuestas.

407
Sissy se había desvanecido en el aire.

Me atormentaba el relato de la señorita Renquist sobre


Carly Bennett y cómo “no había muerto fácilmente”. ¿Qué
significaba eso exactamente? Había visto suficiente televisión
como para saber lo que les ocurría a las chicas cuando las
tomaban los hombres malos; es decir, ¿quién no lo sabía?
Hasta la desaparición de Sissy, a papá le gustaban las series
policíacas, tanto las de ficción, en las que todos los policías
eran guapos e ingeniosos y resolvían el crimen en menos de
una hora, como las de crímenes reales, en las que parecían
gente corriente y tomaban una eternidad para resolver las
cosas. Sin embargo, cuando Sissy se fue, siguió viendo la
televisión, pero no programas de crímenes, sino tontas
comedias con muchas risas grabadas y aburridos
documentales sobre cosas como los animales y el espacio. No
sabía qué era peor.

A veces pensaba que sería mejor que supiera


exactamente lo que le había ocurrido a Carly Bennett; no
podía ser peor que algunas de las cosas que imaginaba.

Cada vez que pasaba el sheriff me miraba como si fuera


una especie de criminal y me preguntaba si me había portado
bien. Yo asentía y mamá y papá decían que lo había sido,
¡como si pudiera ser otra cosa con ellos vigilándome como
halcones!, y entonces me enviaban a la prisión de mi
habitación con órdenes de cerrar la puerta, probablemente
porque iban a decir cosas que no creían que debiera oír.
Supongo que no contaban con lo pequeña que era nuestra
casa ni con lo finas que eran las paredes. Iba, de acuerdo,
pero apagaba la luz y me ponía al lado de la puerta, que abría
un poco. Así podía escuchar todo.

Normalmente, el sheriff se limitaba a contarnos lo que

408
ocurría en la búsqueda de Sissy, y últimamente no había
mucho que contar; al parecer, ya era una noticia vieja. Esta
vez, sin embargo, lo que dijo fue electrizante. Hablaba en voz
baja, como si supiera que yo podía estar escuchando, pero
aun así pude oír cada palabra.

—Lamento decirles esto, pero han encontrado el cuerpo


de una joven.

Mamá lanzó una especie de grito ahogado. Papá no emitió


ningún sonido, pero casi pude oír cómo se tensaba. Nunca
fue una persona que hablara mucho.

—La encontramos en el bosque, no muy lejos de la I-30.


Hemos tenido algunas dificultades para identificarla porque...
estaba bastante cortada, y ha estado allí un tiempo, pero no
creemos que sea su hija.

Esta vez hubo dos jadeos. Mamá sollozó un poco.

¿Bastante cortada? Me pregunté si ella no había muerto


fácilmente.

—Por lo que podemos decir, es una chica de Jefferson. Se


reportó como fugitiva hace un par de meses. El médico de
Marshall está tratando de establecer su identidad con
seguridad.
—Sus pobres padres —dijo mamá. Estaba a punto de
llorar de verdad.

—No tuvo mucha crianza —dijo el sheriff casi con rabia—


. Su familia es bastante mala. Drogas y alcohol y Dios sabe
qué más. Por lo que he oído, la chica salió adelante por sí
misma. Ni siquiera denunciaron su desaparición durante una
semana o más.

Ahora mamá estaba llorando a mares. Normalmente


mamá era una llorona fácil, pero me di cuenta de que mis

409
ojos se estaban humedeciendo un poco. A pesar de sus
estúpidas reglas, no había duda de que mamá y papá nos
querían a Sissy y a mí.

—¿Por qué nos dice esto? —preguntó papá.

El sheriff carraspeó un par de veces y sonó incómodo.

—Bueno, no es ningún secreto que se han encontrado


muchas chicas muertas en los últimos dos años, no sólo
aquí, en los alrededores de Shortcross, sino en todo el este de
Texas. Todas habían sido violadas y destrozadas y
abandonadas en el bosque. No ha habido ninguna en un par
de años, pero una vez que los noticieros se hagan cargo de
este nuevo cuerpo va a ser un circo y los grandes medios de
comunicación probablemente saltarán sobre él. Quería
advertirles, ya que es probable que vengan a hablar con
ustedes.

Mamá jadeó y papá refunfuñó algo en el fondo de su


garganta. Cuando Sissy había desaparecido por primera vez,
un par de periodistas habían venido a husmear, pero todos
habían sido más bien locales. No podía imaginarme que nos
entrevistaran los grandes medios de comunicación. Incluso
podríamos acabar en la televisión nacional.
El sheriff se quedó un rato más, pero no quise escuchar
más. Cerré la puerta en silencio y me metí en la cama, donde
lloré hasta quedarme dormida por primera vez desde que era
un bebé. De repente se había convertido en una posibilidad
muy real que mi hermana mayor Sissy estuviera muerta.

410
3
A la mañana siguiente hubo más malas noticias.
LaDashiaNe Joyner, de Chicken Neck, había desaparecido.

411
Era una estudiante de primer año en la secundaria
consolidada; Sissy la había mencionado una vez, diciendo
que era la primera animadora negra que habían tenido.

No sé si el sheriff les había dicho a mis padres que


LaDashiaNe había desaparecido cuando pasó por allí la
noche anterior o no, pero por la mañana ya estaba por todo el
pueblo. Por supuesto, papá salió y se unió a los grupos de
búsqueda como casi todos los hombres del condado. Algunas
mujeres también. Ninguno de ellos llegó a casa hasta mucho
después del anochecer, y nadie tenía noticias. Al igual que
Sissy, LaDashiaNe había desaparecido de la faz de la tierra.

El sheriff había tenido razón sobre la prensa. Con el


descubrimiento del cuerpo de esa pobre chica y la
desaparición de LaDashiaNe, prácticamente atacaron a
Shortcross. Por supuesto, vinieron a nuestra casa. Papá
había estado en el trabajo, pero mamá le había llamado para
que viniera a casa, porque no quería abrir la puerta a la
multitud que desbordaba nuestro porche. Tal vez pensó que
entrarían en la propia casa. Tal vez lo hubieran hecho. Eran
tantos, golpeando la puerta y asomándose por las ventanas
del salón y del comedor, que me preocupaba que pudieran
hacer que el porche se derrumbara. Papá llegó a casa del
trabajo y se abrió paso entre la multitud, luego pronunció un
rápido y breve discurso pidiendo ayuda para llevar a Sissy a
casa, y luego les dijo que se largaran de su porche y dejaran
de molestar a su familia.

La invasión duró todo el día. Nunca he sido una señorita


Modales, pero mamá y papá me enseñaron a comportarme.
Aparentemente los padres de estas personas no lo hicieron.
Eran prepotentes y groseros y no les importaba pisotear el
césped y los jardines de la gente. Lo peor fue que después de
que sus historias salieron al aire hicieron que Shortcross

412
pareciera un pueblo de idiotas y pueblerinos tontos. Si
hubieran vuelto después de que todo el mundo viera sus
historias, podrían haber sido linchados y nadie habría dicho
nada.

La escuela había sido cerrada el día que la prensa atacó


el pueblo y el día siguiente, incluso cuando todos los
reporteros se habían ido. Mamá no me permitió salir a jugar,
y tampoco lo hicieron la mayoría de las demás madres de
niñas, según supe después, así que tuve que quedarme en
casa, lo que en realidad no resultó tan malo. Mamá tenía que
hacer su trabajo en la casa y estaba tan distraída que me
preguntaba qué nos serviría exactamente para cenar, así que
cuando le pregunté si podía buscar algunas cosas en el
ordenador se limitó a decir “sí” de forma ausente y volvió a
pasar la aspiradora.

Gracias a Dios que había Internet en Shortcross; Sissy y


yo temíamos que no lo hubiera. No era tan rápido como el
que teníamos en Dallas, pero al menos estaba allí. Me conecté
a la computadora familiar y anhelé el día en que pudiera
tener la mía propia, lo que obviamente no iba a ocurrir
pronto. En Dallas, mamá tenía un trabajo en la tienda
delicatesen Kroger, pero cuando nos mudamos a Shortcross,
papá dijo que ganaría mucho más dinero en su nuevo empleo
y que mamá no tendría que trabajar más. Pero, ganara lo que
ganara, no era suficiente para que Sissy y yo tuviéramos
nuestras propias computadoras. Y realmente no había
ningún lugar para que mamá trabajara en Shortcross.
Parecía que todas las empresas que contrataban a mujeres,
las pocas que había, contaban con todo el personal miembro
de la familia. A menos que la familia fuera propietaria de una
tienda o que fuera profesora, no creo que hubiera ninguna
mujer en Shortcross que tuviera un trabajo. Daba un poco de
miedo, como si hubiéramos retrocedido en el tiempo unos

413
cien años o algo así.

Pero al menos había internet, y lo usé rápidamente, por


si acaso mamá me interrumpía o tomaba un vistazo a lo que
realmente estaba haciendo en lugar de los deberes. Por
supuesto, no le había dicho que era para los deberes, y si ella
pensaba que lo era, era su responsabilidad.

A los veinte minutos de estar investigando se me cayó la


mandíbula. Puede que Carly Bennett y Betty López (ese era el
nombre que no recordaba) fueran las únicas de Shortcross
desaparecidas antes de Sissy, pero en esta zona había habido
un número asombroso de chicas desaparecidas. La mayoría
eran chicas en edad de ir a la secundaria o a la universidad,
algunas de la secundaria consolidada, otras de lugares tan
lejanos como Jefferson y Marshall y dos que habían estado
simplemente de visita en la zona, una de Dallas que no era
Sissy y otra de Beaumont.

¡Vaya! Apuesto a que ni mamá ni papá sabían nada de


esto cuando nos mudamos a Shortcross. Y habían pensado
que vivir en Dallas era peligroso.
Ver todos esos programas de crímenes con mi padre dio
sus frutos; sabía que los detalles eran importantes, así que
empecé a anotar cada hecho.

Y no aprendí nada. No había nada en común entre las


chicas: algunas eran estudiantes, otras trabajaban, otras no
eran nada. Algunos de los cuerpos habían sido encontrados,
otros no, lo que significaba para mí que tal vez no estaban
todas muertas, sólo desaparecidas. Como Sissy.

Ni siquiera los días de la semana en que fueron

414
reportadas como desaparecidas eran los mismos. Estaban
por todo el mapa, excepto el domingo y unos pocos el sábado.
Ninguna de ellas había desaparecido en domingo. Sabía que
eso tenía que significar algo, pero no tenía ni idea de qué.

Cuando mamá me llamó para almorzar, doblé mis notas


bien pequeñas y las metí en el bolsillo de mis vaqueros, luego
borré mi historial de navegación del ordenador. Sabía que eso
no era infalible, porque nunca se elimina nada por completo
de un ordenador, pero no me preocupé porque tanto Sissy
como yo éramos mejores con la computadora que mamá o
papá.

Estuve toda la tarde dándole vueltas a los detalles de las


chicas desaparecidas. No había un día especial de
desaparición, pero tampoco el domingo. Las chicas vinieron
de toda la zona, incluidas esas dos visitantes de lejos. No se
encontraron todos los cuerpos, lo que podría significar que
algunas de ellas seguían vivas, o simplemente que sus
cuerpos no habían sido encontrados todavía.

Tenía muchos datos, pero no parecían significar nada.


Obviamente había más cosas de las que pensaba en este
asunto de detective.
Papá llegó a casa cansado y malhumorado. Nadie había
encontrado nada. Ninguna chica, ningún cuerpo, nada que
hubiera sido suyo, nada. Era, como dijo papá, como si
hubiera sido teletransportada por extraterrestres.

Nadie mencionó a Sissy.

415
4
La escuela volvió a abrir al día siguiente. Al parecer, ni
siquiera una invasión de reporteros entrometidos y una chica

416
que desaparece pueden mantener la escuela cerrada durante
más de dos días. Sin embargo, los adultos estaban muy
tensos y, al menos en mi escuela, mantenían las puertas
cerradas todo el día. Teníamos que hacer el recreo en el
gimnasio, que no era nada divertido. El profesor de gimnasia
intentaba enseñar a todas las chicas, incluso a las gordas
que nunca entrarían en el equipo de animadoras ni en un
millón de años, las porras del colegio mientras el entrenador
dirigía a los chicos en los ejercicios. Era un ruido impío y
nada divertido.

La tensión también afectaba a los profesores. La señora


Penworthy, la profesora de aritmética que debía tener al
menos ciento cincuenta años, ni siquiera intentaba enseñar.
Nos puso a escribir “La aritmética es divertida. Me encantan
los números” cien veces. Era extremadamente aburrido, así
que para hacerlo más rápido escribía una columna entera de
“aritmética” y luego otra de “es” y estaba a mitad de camino
de la columna de “divertida” cuando me atrapó. ¿Quién iba a
pensar que iba a estar merodeando por los pasillos mientras
escribíamos como si estuviéramos haciendo trampas o algo
así?

Parecía que iba a pasar el resto de mi vida en detención.


Pero no era sólo la señora Penworthy. Todos, desde el
director hacia abajo, estaban nerviosos y miraban mucho por
las ventanas, como si esperaran que gente mala estuviera
asaltando el edificio o algo así. La señorita Renquist no
miraba a nadie a los ojos, ni siquiera a mí, y a la salida de las
clases oí a dos de los otros profesores hablar de lo mal que le
estaba sentando cuidar de su padre. Al parecer, había estado
enfermo durante un tiempo. Con su madre muerta, tal vez
por eso se quedaba en Shortcross.

417
La gente decía que la señorita Renquist tenía una
hermana que vivía con ellos, pero nunca la vi. Mamá dijo que
la había visto en la tienda una o dos veces, una mujer
sencilla de la misma edad que la señorita Renquist pero no
tan bonita. Eso no era decir mucho, incluso después de que
los moretones en la cara de la señorita Renquist se hubieran
desvanecido. Había faltado dos días a la escuela tras caerse
del pajar de su granero. Algunos de los chicos de sexto curso
decían que sólo había una chica Renquist porque nunca las
veían a las dos juntas, sólo a una o a otra, pero mamá decía
que eso era una tontería. La hermana estaba en el pueblo y
su cara no estaba magullada, y yo creía más a mamá que a
algunos chicos tontos de sexto curso.

Mamá me estaba esperando cuando salí del edificio. A


pesar de lo quisquillosa, mandona y sobreprotectora que era,
(es decir, tenía diez años, y eso ya es casi un hecho) no podía
imaginarme la vida sin ella, no podía imaginar el gran agujero
que dejaría en mi vida. Y si encima papá estuviera realmente
enfermo... Sin Sissy, la familia sería mi responsabilidad. Si no
hubiéramos estado frente a la escuela con todo el mundo
alrededor le habría dado a mamá un gran abrazo como si
fuera un bebé o algo así.
Esa noche cenamos macarrones con queso y salchichas,
lo que debería haberme hecho feliz porque mamá no los
preparaba a menudo; le preocupaban las grasas, el colesterol
y un montón de cosas más. Normalmente esa era una de mis
comidas favoritas, pero la tensión que se apoderaba del
pueblo estaba en todas partes, incluso en nuestra mesa. Yo
seguía comiendo, es decir, ya que iba a tener que acabar
cuidando de todo el mundo tenía que mantener las fuerzas,
¿no? pero no sabía tan bien como solía hacerlo.

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—Están hablando de cancelar el Festival de la Cosecha —
dijo papá, empujando un poco de salchicha en su plato.

—Odio ver eso —dijo mamá, con voz suave. Ni siquiera


pretendía comer—. Aparentemente siempre ha significado
mucho para la zona, pero no parece decente hacer una fiesta
cuando... cuando... —Se atragantó y luego ahogó las lágrimas
que se le formaban en los ojos. Sabía que estaba pensando en
Sissy.

—Sin embargo, tal vez sería bueno tenerla. Mostrar a


cualquier monstruo que haga esto que no dejaremos que
perturbe nuestras vidas. —Papá siempre estaba dispuesto a
ver los dos lados de una cuestión.

Esta vez mamá no pudo evitar las lágrimas.

—Pero él ha perturbado nuestras vidas. Y todos tenemos


miedo. Está matando a las chicas, y Sissy... Sissy... —Mamá
se levantó de un salto y salió corriendo de la mesa, y luego
cerró la puerta del dormitorio tras de sí.

En mi recién obtenido trabajo de cuidadora de la familia,


empecé a levantarme, sólo para que papá me empujara
suavemente hacia la silla.
—Déjala, Nessie. Está sometida a mucha tensión. Llora
por Sissy todas las noches. Casi sería más fácil si... si... —
Pero papá no pudo decir las palabras “si el cuerpo de Sissy
fuera encontrado”.

No volvimos a ver a mamá esa noche. Consciente de mis


responsabilidades, limpié después de la cena, guardando las
sobras y lavando los platos. Papá y yo vimos algo de televisión
más tarde, pero no recuerdo qué. Incluso me rodeó con su
brazo y me dejó acurrucarme; eso sí lo recuerdo, porque era

419
raro. Papá no era de los que mostraban sus sentimientos ni
de los que nos mimaban.

Me fui a la cama a la hora normal, pero no pude dormir.


Todo lo que había aprendido seguía dando vueltas en mi
cabeza y sentía que si me concentraba de alguna manera
podría sacar una respuesta. Bueno, no podía, al menos no lo
había hecho todavía, pero eso no significaba que no lo
intentara.

La luna brillaba esa noche, así que cuando el ruido de la


maleza que crujía en el patio de al lado llamó mi atención,
pude ver con facilidad, por mucho que deseara no hacerlo.

La vieja Miz Davenport, nuestra vecina del oeste, tenía su


casa prácticamente rodeada de un viejo y algo desaliñado
seto más alto que yo. Supongo que su intención era mantener
a la gente fuera de su patio, pero había agujeros por los que
si te agachabas un poco podías pasar y apenas tocar una
rama.

Y por uno de esos agujeros salió Ol' Punkinhead. Podía


verlo tan claramente como el día, aunque no había mucho
que ver. Era alto y escuálido y llevaba vaqueros y una camisa
de trabajo; lo único que le impedía parecerse a casi todos los
demás hombres del condado era que en lugar de cabeza tenía
una gran calabaza.

No pude evitarlo; empecé a gritar, lo cual fue un error


porque hizo que me mirara directamente a mí. Seguí gritando
mucho tiempo después de que mamá y papá entraran
corriendo en mi habitación, pero Ol' Punkinhead había
desaparecido antes, corriendo hacia la zona boscosa del final
de la calle.

A la mañana siguiente, la noticia recorrió el pueblo más

420
rápido que un rayo láser de Star Wars. A Melanie Warren,
alumna de séptimo curso de mi escuela primaria, la habían
tomado de su propia habitación. Su mosquitera había sido
acuchillada y la ventana empujada. Sin embargo, lo que
realmente hizo que se movieran las lenguas fue que en el
suelo, fuera de la ventana de Melanie, había un par de trozos
de materia vegetal, algo que, según el sheriff, eran trozos de
calabaza.
5
Supe que algo grande estaba ocurriendo cuando mamá
me retuvo en casa sin ir al colegio. Papá ya había ido a unirse

421
a los buscadores de Melanie, y yo sabía que la escuela estaba
abierta porque todos los niños estaban caminando por la
calle a la hora habitual.

—Mamá, voy a llegar tarde. Tengo que ir.

—He llamado al colegio y saben que llegarás al almuerzo.

—¡Almuerzo! —Intenté poner algo de indignación en mi


voz. En realidad no me importaba, ya que se suponía que
teníamos un examen en la segunda hora de inglés—. ¿Qué...?

—El sheriff va a venir a hablar contigo. Sobre lo de


anoche.

Tragué saliva. ¿Cree que tengo algo que ver con la


desaparición de Melanie? ¿Venía a arrestarme? Sabía que no
había hecho nada, pero por haber visto programas de
televisión también sabía que arrestaban y condenaban a
gente inocente. Si le hablaba a mamá de mis temores, ella los
echaría a perder, así que me quedé callada. Con el Ol’
Punkinhead corriendo por ahí, podría estar más segura en la
cárcel.

Mamá sugirió, ya sabes que los padres siempre te dan


órdenes con una “sugerencia”, que trabajara en mis tareas
escolares, así que me senté a leer mi libro de inglés.
Estábamos estudiando historias cortas, y también eran cosas
tontas. No había crímenes, ni aventuras, ni siquiera una
historia de amor real: sólo gente de pie hablando. La señora
Gubler dijo que teníamos suerte de estudiar estos cuentos
tan pronto, ya que eran ejemplos de primera clase; en
Missouri, dijo, los estudiantes tenían que esperar hasta el
séptimo grado para leerlos. Eso era inusual, porque según
ella todo en Missouri era mejor que en Texas. Me hizo
preguntarme por qué había venido aquí y no se había
quedado en Missouri.

422
El sheriff apareció a media mañana. Por supuesto, mamá
le hizo sentarse a la mesa del comedor y le ofreció café. Yo
estaba sentada en el otro extremo, con mis libros delante,
esperando deliberadamente parecer una colegiala normal.

No funcionó.

El sheriff sorbió su café varias veces, pero no me quitó los


ojos de encima. No pude evitarlo; empecé a retorcerme.
También me quedé mirando sus puntos negros. Parecían más
grandes que antes.

—Muy bien, señorita, ¿va a decirme la verdad?

—Sí, señor. —Probablemente debería haberle dicho que


ya lo había hecho, pero pensé que eso podría hacerle enfadar.

—Entonces, ¿por qué le dices a la gente esa tontería


sobre ver a Ol' Punkinhead?

—Porque lo he visto. Le he visto varias veces.

—Ha tenido un par de malas pesadillas con él... —Mamá


comenzó, pero ante una mirada del sheriff se calló.

—¿Qué sabes de todas esas jóvenes que han


desaparecido?
—Nada, señor.

—¿Seguro que no has oído nada de ninguna de ellas?.

—Sólo lo que todo el mundo sabe. La gente ha estado


hablando de ellas.

—No eres muy popular entre los niños, ¿verdad? —El


sheriff tomó su café y lo volvió a poner en el platillo con tanta
fuerza que temí que se rompiera. Mamá había sacado su
mejor vajilla, el juego que se reservaba para Navidad y el

423
cumpleaños de papá y la única vez que su jefe había venido
de visita cuando vivíamos en Dallas, pero no dijo nada, así
que yo tampoco.

Frunció el ceño y se inclinó hacia delante.

—Así que pensaste en ponerte por delante. Inventar


historias sobre haber visto a Ol' Punkinhead. Hacer que la
gente piense que eres una especie de gran cosa.

—No, señor.

—¿Entonces por qué dices que lo hiciste?

—Porque lo hice.

Resopló y parecía que iba a explotar.

—Eso no es cierto, señorita. No se puede ver lo que no


existe.

—Sí que existe, y también lo vi. Incluso vino y miró por la


ventana de mi habitación.

El sheriff volvió a resoplar y aunque no se movió tuve la


impresión de que quería azotarme.
—Eso fue sólo un sueño, Nessie —dijo mamá con
suavidad—. Te despertaste gritando y tu padre salió a mirar
alrededor y no vio a nadie.

¡Caramba! Nadie cree nunca a un niño. Me crucé de


brazos y me eché hacia atrás hoscamente. Quería sacarle la
lengua, pero si podía meterme en problemas por decir la
verdad sólo Dios sabía cuánto me tocaría por ser descarada.

El sheriff se marchó uno o dos minutos después. No me


dijo ni una palabra más, sino que habló con mamá sobre la

424
necesidad de vigilarme y asegurarse de que no causara más
problemas con mis locuras. Dijo que ya tenía bastante que
hacer sin que una joven ávida de atención causara
problemas.

Mamá no dijo mucho después de que él se fuera. Se


limitó a negar con la cabeza, y luego nos preparó un
sándwich y un poco de sopa para el almuerzo antes de
acompañarme a la escuela.
6
Sissy volvió a casa el domingo.

Llevaba nueve días fuera.

425
Todos, mamá, papá y yo, fuimos a Dallas a buscarla.
Mamá y papá no querían llevarme con ellos; se lo había oído
decir la noche anterior, después de la llamada telefónica, pero
no conocían a nadie en Shortcross lo bastante bien como
para pedirles que se quedaran conmigo, y Dios no quiera que
me dejen sola en casa. En realidad, me alegré un poco de ello,
porque siempre existía la posibilidad de que no llegaran a
casa antes de que se hiciera de noche.

Sissy tenía más agallas de las que yo le atribuía.


Realmente odiaba vivir en Shortcross. Tenía tantas ganas de
estar en Dallas que se había escapado, había hecho autostop
y se había ido con Beth Allingham, su mejor amiga. Pensando
que todo era tan glamuroso y romántico, Beth había
escondido a Sissy en su casa. Lo triste fue que, una vez allí,
ni Sissy ni Beth tenían idea de qué hacer a continuación.

Personalmente no veo qué tenía de glamuroso o


romántico dormir bajo la cama de Beth Allingham durante
más de una semana, o subsistir con lo que Beth podía sacar
a escondidas de la cocina, pero al parecer no fue suficiente
para que Sissy pensara en llamar a nuestros padres y volver
a casa. No sabía que Sissy tuviera tantas agallas. O tanta
estupidez.
Por supuesto, los padres de Beth se enteraron y llamaron
a mamá y papá. Beth probablemente estará castigada hasta
los veinticinco años, y Sissy... bueno, a Sissy no se le
permitirá salir de la vista de mamá y papá nunca más.
Tampoco recibirá nunca más una mesada, no podrá ir a
ninguna fiesta del colegio ni a ninguna fiesta privada, si es
que alguna vez la invitan a alguna, cosa que dudo. Mamá
tuvo que empezar a llevar a papá al trabajo para poder tener
el auto (sí, todavía tenemos un solo auto, primitivo, ¿no?)
para llevar a Sissy a la escuela y recogerla por la tarde. Me

426
parecía sublimemente injusto que, aunque yo no había hecho
nada, al menos no me había escapado y desaparecido
durante más de una semana, estuviera sometida a la misma
prisión.

Lo peor de todo era que Sissy no me hablaba. Respondía


a las preguntas de mamá y papá, sobre todo porque no tenía
otra opción, pero aunque seguíamos compartiendo habitación
no me hablaba. Para nada, como si me culpara de que la
hubieran atrapado y traído de vuelta.

Lo que me rompía el corazón era que todos los días,


cuando mamá la recogía de la escuela consolidada después
de recogerme a mí de la escuela primaria Shortcross, Sissy
subía al auto con bastante obediencia, pero siempre llorando.
Llorando en silencio, con grandes lágrimas deslizándose sin
ruido por sus mejillas. Nunca decía una palabra, nunca daba
explicaciones, pero la angustia en su rostro era terrible.
Angustia; es una palabra muy bonita, ¿no? Una noche,
después de que nos mandaran a la cama, oí que mamá se la
decía a papá para describir la expresión de Sissy. Era una
palabra que sonaba tan bien que la busqué, y encajaba
exactamente con Sissy.
A veces lloraba por la noche. Creo que no sabía que yo
podía oírla. Una vez, después de acostarnos, le pregunté por
qué se había escapado, pero no me respondió. Quizá ni
siquiera lo sabía.

No puedo imaginar lo mal que debió ser la escuela para


Sissy. Nunca fue muy popular y no tenía amigos que la
defendieran. A mí me parecía mal el trato que recibía por ser
la hermana de Sissy, pero al menos los otros niños no me
hacían llorar. Sin embargo, mamá y papá no querían

427
escuchar de nosotras que no fuéramos a la escuela; decían
que la idea era ridícula. A mí me parecía práctica. Pero
entonces, mamá y papá no tenían que enfrentarse a los niños
y a los profesores.

El sheriff había venido a hablar con Sissy la tarde en que


la trajeron de vuelta. Teniendo en cuenta que había odiado lo
que él llamaba “perder el tiempo” buscándola, no parecía
alegrarse en absoluto de que estuviera bien. Tal vez pensó
que el no encontrarla le hacía parecer estúpido o algo así.
Como si necesitara algo más.

Por supuesto, me enviaron a nuestra habitación mientras


mamá, papá, Sissy y el sheriff hablaban, así que, por
supuesto, apagué la luz y abrí la puerta para poder escuchar.
Resultó que podría haber dejado la puerta completamente
cerrada y tener la radio puesta y aun así podría haber
escuchado cada palabra.

Todo empezó bien, con, después de ser incitada por


mamá y luego un poco más fuertemente por papá, Sissy
disculpándose con el sheriff por causar tantos problemas.
Además, sonaba como un robot de un programa espacial de
mala calidad, respondiendo exactamente a lo que él le
preguntaba con el menor número de palabras posible y
revelando muy poco. El sheriff no sabía muy bien qué hacer
al respecto, así que se puso cada vez más grandilocuente,
gritándole a Sissy como si fuera una delincuente curtida a la
que quería doblegar. Mamá y papá protestaron, pero con
suavidad, de forma vacilante, como si temieran enemistarse
con la ley.

De repente, cuando el sheriff le preguntó por qué se


había escapado por quinta vez, Sissy se quebró. Gritó como
nunca la había oído gritar, ni siquiera cuando se había roto el

428
brazo en el patio de recreo al caer del tobogán, cuando sólo
tenía ocho o nueve años. Su silla salió volando hacia atrás,
estrellándose contra el suelo con un ruido horrible, y se oyó
un extraño sonido de tambor. Abrí la puerta y salí al pasillo,
sabiendo de algún modo que nadie se daría cuenta de que
estaba allí.

El sonido del tambor era el de Sissy golpeando la mesa


del comedor con los puños. Aunque era mi hermana, no
habría sabido quién era si la hubiera visto en otro lugar.
Tenía la cara roja y una expresión horrible, los ojos
entornados y casi cerrados mientras las lágrimas le caían por
la cara. La saliva goteaba de una de las comisuras de su boca
y empezó a salpicar la mesa mientras gritaba.

—¿Por qué? ¿Por qué no iba a huir de aquí? Odio este


lugar, lo he odiado desde que papá nos dijo que nos
mudábamos aquí. Prefiero estar muerta que aquí, porque
estar aquí es peor que estar muerta. No hay nada que hacer.
No hay nada bonito ni sofisticado ni siquiera interesante
aquí. Los niños son todos mocosos y malos. Si no has vivido
aquí cien años, no vales nada. Si quieres algo diferente a lo
que todos ellos quieren, te odian. Quieren hacerte daño. ¡Este
es un lugar horrible y voy a huir una y otra vez hasta que no
me atrapen!
Mamá lloraba y emitía suaves sonidos de angustia, pero
papá tenía el ceño más fruncido que nunca había visto. El
sheriff estaba sorprendido, y se echó hacia atrás casi como si
pensara que ella podría atacarle físicamente. En cierto modo
quería que lo hiciera, pero también quería que no lo hiciera;
es decir, ¿te imaginas tener algunos de sus asquerosos
puntos negros bajo las uñas? ¡Uf!

Entonces las palabras de Sissy se convirtieron en gritos


inarticulados y se dio la vuelta, pasando corriendo junto a mí

429
hacia nuestra habitación y cerrando la puerta tras de sí.
Bueno, supongo que eso hizo evidente que yo había estado
escuchando, pero realmente no había forma de que pudiera
evitarlo.

—Nunca soñé... —Mamá sollozó, con su propia cara


mojada por las lágrimas.

—Hablaremos con ella —prometió papá, con la voz tensa.

—Más te vale, porque si se vuelve a escapar no puedo


garantizar que la gente vaya a buscarla. Una cosa es que
alguien la haya secuestrado y otra que se escape sola. —El
sheriff parecía enfadado. No sabía si lo que decía era la ley o
no, pero no iba a pinchar el oso y preguntarle. Tuve la
precaución de apartarme cuando salió de la casa dando un
portazo tan fuerte que los cristales de las ventanas
temblaron.

—Sissy... cariño, abre la puerta. Por favor. —Mamá se


quedó de pie frente a la puerta de nuestro dormitorio, con las
yemas de los dedos arañando la madera como si fuera un
gatito asustado.

Papá fue a colocarse detrás de ella, pero golpeó con los


nudillos, haciendo un sonido como el de un tambor.
—Sissy, abre la puerta ahora mismo. Tu madre y yo
queremos hablar contigo.

La única respuesta de Sissy fue un grito confuso,


mezclado con horribles sollozos. Murmurando entre ellos, en
voz tan baja que incluso estando a unos metros de ellos no
pude entender lo que decían, se fueron a su dormitorio y
cerraron la puerta. El brazo de papá había rodeado la cintura
de mamá, lo que demostraba lo molestos que estaban; ya dije
que él no era muy dado a las muestras de cariño, ¿no?

430
Parecía que habían olvidado otra vez que tenían dos
hijas, y yo estaba sola. Normalmente, habría aprovechado la
libertad y habría salido a la calle, pero no dejaba de recordar
a Ol’ Punkinhead. Por supuesto, nunca lo había visto a la luz
del día, pero eso no significaba que no estuviera allí. Una
cosa con una calabaza por cabeza podía hacer cualquier
cosa.

Esa noche nadie salió de sus habitaciones, y volví a cenar


sándwiches de mantequilla de cacahuete. Esa noche incluso
dormí en el sofá, acurrucada bajo una vieja manta de
ganchillo raída que había hecho mi abuela. No hacía mucho
calor.

Las cosas no mejoraron mucho después de eso. A la


mañana siguiente, Sissy salió de nuestra habitación con la
cara puesta como si la hubieran tallado en madera. Un poco
como la de mamá y papá. Se sentía como si fuera el único ser
humano vivo de la familia. Volvimos a hacer las cosas
normales de la familia: el colegio para Sissy y para mí, las
tareas domésticas para mamá, el trabajo para papá, los
desayunos y las cenas juntos, mamá preparándonos los
almuerzos del colegio y llevando a todo el mundo a donde
tenía que ir, pero realmente era como vivir con una familia de
robots. Lo raro es que empecé a sacar mejores notas, porque
prefería trabajar en mis tareas escolares y leer esos estúpidos
trabajos de inglés que sentarme a mirar a mi familia con
rostros congelados.

Sissy me sorprendió. Ella realmente tenía mucho valor.


Tal vez no el tipo de valor que le permitiría tocar una rana o
saltar del techo del garaje, pero sí un tipo de valentía que
llegaba hasta los huesos. Iba a la escuela sin protestar, hacía
todo sin protestar, pero como si no estuviera realmente allí.

431
Nunca decía una palabra a menos que le hicieran una
pregunta directa, y entonces respondía sólo con las menos
palabras posibles, pero respondía. Y seguía llorando todos los
días al salir del colegio.

Aquel primer desayuno fue bastante silencioso, salvo por


los modales en los que mamá insistía: “Pásame la
mantequilla, por favor” y “No, gracias, no quiero más
tostadas”, ese tipo de conversaciones que no decían nada
importante.

Al menos, no hasta que casi habíamos terminado, y papá


dijo:

—Sissy, tu madre y yo hemos estado hablando. Nos duele


que no te guste tu vida con nosotros, pero eres nuestra hija y
queremos lo mejor para ti. Así que vamos a ofrecerte un trato.
Te quedas aquí, no más huidas, no más cosas raras. Te
quedas en la escuela y sacas buenas notas y obtienes tu
diploma de bachillerato, y tan pronto como te gradúes te
compraremos un billete de autobús a donde quieras, y te
daremos un poco de dinero para que puedas empezar. Pero
tendrás que mantenerte en contacto con nosotros allá donde
vayas. No queremos preocuparnos por ti. ¿Es un trato?
La cara de Sissy no cambió. Después del tiempo más
largo, ella exhalo:

—Trato.

Y nos fuimos a la escuela. Sissy iba todos los días y se


pasaba las noches estudiando, probablemente con más
ahínco que nunca en su vida. Eso hizo que la casa fuera un
poco más incómoda, pero incluso entonces supe que nuestra
familia nunca volvería a ser la misma que había sido en
Dallas, y no es que allí hubiera sido perfecta. Por otro lado,

432
cualquier cosa era mejor que aquí.

¿Yo? Hice todo lo posible por pasar desapercibida. Me


preguntaba si de alguna manera Ol’ Punkinhead nos había
echado una maldición. Tal vez los que lo ven reciben una
gran dosis de mala suerte. La señorita Renquist lo había
visto, y a pesar de haberse escapado para ir a la universidad
en Denton, había tenido que volver a Shortcross para cuidar
de su padre enfermo. No odiaba este pueblo ni de lejos tanto
como Sissy, pero incluso yo podía ver que eso era una
maldición.

Luego estaban todas esas chicas muertas...


7
Cuando el sheriff anunció que la Fiesta de la Cosecha se
celebraría tal y como se había anunciado, todo el mundo en

433
el condado se sorprendió. Con todo lo que había pasado, nos
habíamos olvidado de ella. De alguna manera, no parecía
muy correcto celebrar una fiesta en la que se encontraran
más y más chicas muertas y en la que Ol' Punkinhead
anduviera por ahí, aunque el sheriff y los mayores nunca
mencionaran su nombre. Entonces el sheriff explicó que no
sería tanto una fiesta como una reunión de todo el condado
sobre lo que estaba ocurriendo en la zona y una sesión de
planificación de lo que la gente podía hacer para mantenerse
a salvo. Por supuesto, habría comida y algunos juegos para
los niños pequeños, pero era un momento serio para un tema
serio.

Pude escuchar a mamá y a papá discutirlo esa noche


mientras mamá lavaba los platos. No, esta vez no estaba
escuchando a escondidas. Estaba sentada a la mesa del
comedor haciendo los deberes como de costumbre, y aunque
sus voces eran normales no pude evitar escuchar. Sissy
estaba en nuestro dormitorio; pasaba la mayor parte del
tiempo allí, y no me sentía bien estando cerca de ella cuando
era tan evidente que no quería saber nada de su familia, así
que sólo entraba en nuestra habitación para coger mi ropa o
para ir a dormir. Pasaba mucho tiempo a la mesa del
comedor o en el sofá del salón. Durante la luz del día me
sentaba mucho en el porche, junto a la puerta principal para
poder entrar a toda prisa si aparecía Ol' Punkinhead, pero
como el tiempo pasaba de fresco a frío no era cómodo
sentarse ahí fuera.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, papá


anunció que íbamos a la Fiesta de la Cosecha. Por las
reacciones, bien podría haber dicho que la luna orbitaba
alrededor de la tierra, lo que me pareció una cosa estupenda,
ya que acababa de aprenderlo. Estábamos estudiando lo que

434
el señor Peterson llamaba los Cuerpos Celestes en Geografía.
Algunos de los chicos se habían entusiasmado cuando nos
dijo cuál era el tema de la semana; los viejos tontos pensaban
que estaba hablando de modelos en traje de baño o de fotos
porno. ¡De verdad!

Mamá lo sabía, porque se había puesto de acuerdo con


papá, y yo lo sabía porque los había oído hablar, pero aunque
Sissy no lo había sabido, nunca se sabría que no lo había
hecho. Su rostro permanecía tan inexpresivo y congelado
como los maniquíes que tienen en los grandes almacenes. No
dijo nada.

Eso fue el jueves por la mañana. El sábado por la tarde,


que aunque parezca mentira era Halloween, nos pusimos en
marcha hacia la secundaria consolidada. El estacionamiento
estaba lleno y había un montón de autos en el costado de la
ruta. La reunión se había adelantado de las siete de la tarde a
las tres de la tarde, pero aunque llegamos unos veinte
minutos antes tuvimos que caminar cerca de ochocientos
metros para llegar a la escuela. Al parecer, se esperaba a
todos los habitantes de la comarca y quizá a algunos más.

La reunión se había organizado para que tuviera lugar en


el gimnasio, pero no había forma de que todos pudieran
entrar, así que cuando llegamos allí los hombres estaban
ocupados trasladando todas las sillas plegables e incluso las
gradas al patio. La parte delantera estaba llena de autos
estacionados, así que los estaban colocando en el césped de
la parte trasera de la escuela. Todavía no se había producido
una buena helada, así que hoy iba a haber muchas picaduras
de niguas y mosquitos. Me alegré de llevar mis vaqueros
buenos.

Sí, mamá nos había obligado a Sissy y a mí a vestirnos

435
bien, no de domingo en la iglesia, que de todas formas no
teníamos, sino con unos buenos vaqueros y una bonita
camiseta. Estoy seguro de que fue una agonía para Sissy;
estar delante de los chicos de la escuela ya era bastante
malo, pero exponerse delante de todos los padres y de todos
los habitantes de un área de un millón de kilómetros debió de
ser duro. Cuando nos dirigimos a la parte de atrás, todos se
volvieron para mirarla como si tuviera dos cabezas o algo así.
Sin embargo, yo estaba orgullosa de ella. Se mantuvo erguida
y alta y enfrentó a todos. Mamá y papá también lo hicieron;
ambos parecían rígidos y rectos, como si estuvieran en el
ejército o algo así. Yo también lo intenté, pero nadie ve a los
niños, así que no importaba. Nos sentamos en medio de la
fila, unas tres filas más atrás, Sissy entre mamá y papá.
Mamá puso su bolso en la silla de papá para guardarla
mientras él iba a ayudar a colocar más sillas y a mover las
gradas. Me senté al otro lado de mamá, pero no sé si se dio
cuenta. Estaba demasiado ocupada sosteniendo la mano de
Sissy y quedándose con la cara congelada. Me pregunté si iba
a ser la niña invisible el resto de mi vida.

Pudimos ver a través de las puertas abiertas del gimnasio


que algunas de las mujeres estaban repartiendo refrescos.
Les habría venido bien que Jesús hiciera lo de los panes y los
peces esa tarde, porque aunque había varias mesas de guisos
y pasteles y galletas no había manera de que fuera suficiente
para esta multitud. El gimnasio estaba decorado sólo en
parte; habían dejado de decorar para la Fiesta de la Cosecha,
la de verdad, pero no habían quitado nada. Las hojas
otoñales de papel crepé de vivos colores y los fardos de heno
esparcidos tenían un aspecto patético. (Otra nueva palabra
de vocabulario. Todo este tiempo que estaba pasando
estudiando estaba empezando a dar sus frutos).

436
El sheriff comenzó la reunión a las tres en punto,
subiéndose a una vieja caja de madera que gemía bajo su
peso. El sistema de megafonía, que era bastante primitivo
incluso comparado con el de mi antigua escuela en Dallas,
había sido tomado fuera de la escuela y sonaba como si no le
gustara estar fuera, porque chirriaba y chirriaba y hacía
ruidos raros, tipo extraterrestre. Por otra parte, tal vez no le
gustaba el sheriff.

Todas las sillas estaban llenas y los que llegaban tarde


tenían que estar de pie o sentados en el suelo. Un par de
chicos adolescentes sacaron mantas de sus autos y se las
ofrecieron a algunas de las damas, lo que hizo reír a algunos,
porque todo el mundo sabe por qué los chicos adolescentes
llevan mantas en sus autos.

Finalmente, el parloteo de la multitud se calmó y todo


quedó en silencio, excepto por el sonido de los niños
pequeños jugando. Alguien les había reservado una zona a
un lado de la escuela, lo suficientemente lejos como para que
no pudieran molestar a la reunión, pero donde todos
pudieran verlos. Un par de señoras mayores los observaban
como halcones. Que sepamos, Ol’ Punkinhead nunca había
tomado a un niño pequeño, pero más vale prevenir que curar,
¡y no creía que ni siquiera él se enfrentara a ese grupo de
ancianas con cara largas!

—Buenos ciudadanos, no estamos aquí para celebrar la


felicidad de la cosecha y la diversión de Halloween, sino para
ver qué podemos hacer para proteger a nuestras esposas e
hijas del malvado que ha masacrado a tantas de nuestras
hermosas jóvenes.

Puse los ojos en blanco. Deben de estar a punto de


celebrarse las elecciones, porque seguro que lo estaba

437
poniendo muy difícil. Y continuó hablando de forma
insistente. Debió de hablar durante cerca de una hora,
aunque pareció una semana o más. Todos aplaudían de vez
en cuando. Yo quería decirles que no lo hicieran, porque cada
vez que lo hacían él seguía hablando. Cuando finalmente
terminó, el sheriff del siguiente condado al oeste tomó la
palabra. Era un poco menos exagerado que nuestro sheriff,
pero seguía hablando sin parar. Luego hubo preguntas del
público, la mayoría de las cuales eran estúpidas incluso para
mí, y los sheriffs trataron de dar maneras para que la gente
se asegurara de estar a salvo.

Por supuesto, había algunos hombres allí, y no todos


ellos adolescentes, que querían formar una partida y salir a
buscar al tipo. Una gran idea, si tuvieran alguna idea de
dónde buscar. Al menos los sheriffs sabían que estaban
siendo tontos y trataron de disuadirlos. También sabían que
estaban perdiendo el control de la multitud.

Podría haberles dicho que estaban buscando a un


hombre con una calabaza por cabeza, pero no lo hice. No soy
estúpida.

Parecía que llevábamos horas sentados, escuchando


cómo todo el mundo se volvía más y más loco. Muchas de las
madres, sobre todo de las hijas adolescentes, estaban casi
histéricas, algunas llorando y casi todas sujetando a la chica
con tanta fuerza que no entendía por qué no las
estrangulaban. Mamá también, aunque sólo tenía su brazo
suavemente alrededor de los hombros de Sissy, como si con
eso pudiera mantenerla a salvo. Ella no me tocaba.

Los padres eran peores. En las viejas películas del Oeste


a veces había turbas furiosas, normalmente dispuestas a
linchar al héroe. Los hombres tenían el mismo aspecto que

438
uno de ellos. Daba miedo.

Y a pesar de todo esto, me estaba aburriendo.

Tiré de la manga de mamá.

—¿Puedo ir a ayudar a los niños pequeños? —le


pregunté—. Las señoras mayores deben estar cansadas. —
Los niños pequeños no eran lo mío, pero cualquier cosa sería
mejor que estar sentada en medio de todos esos locos.
Además, mi pierna se iba a dormir.

Me miró, casi como si se sorprendiera de verme allí. Pude


ver un ligero borde de lágrimas en sus ojos.

—Eso estaría bien, Nessie. Ten cuidado.

Como estábamos en medio de la fila, me costó un poco de


trabajo salir, pero por fin estaba libre. Incluso estar sentada
tanto tiempo en la escuela era mejor que este supuesto
festival.

La zona de los niños pequeños estaba marcada con una


cinta de color amarillo brillante que decía “Precaución”. Me
pareció gracioso, pero no me reí. Era bastante grande, lo
suficiente para que los niños pequeños pudieran correr. No
entendía por qué no paraban de gritar, pero recordaba haber
hecho lo mismo cuando era pequeña. Entonces tampoco
tenía sentido. Tal vez los niños pequeños son simplemente
ruidosos.

Había cinco señoras mayores, algunas de las cuales


parecían tener ciento cincuenta años. Estaban sentadas en
sillas plegables de espaldas al edificio de la escuela. Todas se
giraron para mirarme como si fuera una especie de
extraterrestre.

—Hola. Soy Nessie —dije, incómoda bajo sus solemnes

439
miradas.

—Eres la hermana de la chica que se escapó, ¿verdad? —


preguntó la mayor de ellas.

—Sí. Se llama Sissy, y ahora está en casa a salvo. —Sentí


que tenía que decirlo. Por supuesto que sabían que Sissy
estaba en casa, pero había algo en la forma en que lo decían.
No iba a permitir que nadie despreciara a mi hermana,
aunque no usaran las palabras. Señalé con la cabeza hacia la
reunión. Era ruidosa, incluso desde aquí, lo suficiente como
para ahogar los gritos de los niños pequeños—. Me cansé de
escucharlos y pensé que tal vez podría ayudarles.

Sus rostros se relajaron. No sonrieron ni nada obvio


como eso, pero supe que de alguna manera había pasado
algún tipo de prueba.

—Es muy amable de tu parte, pequeña. Lo que realmente


podrías hacer para ayudarnos es ser una perseguidora. Estos
pequeños se están cansando de quedarse en ese corral, y de
vez en cuando alguno se escapa.

—Lonnie Bayless es lo peor —dijo otra anciana,


señalando a un niño rubio de segundo grado—. Hoy ya se ha
escapado tres veces.
Podía creerlo. Aunque estaba dos cursos por delante de
él, sabía lo de Lonnie Bayless. Todo el mundo sabía de Lonnie
Bayless. Había oído a uno de los profesores decir a otro que
probablemente estaría en la cárcel antes de cumplir los
quince años.

—Nos haría un gran servicio si le echaras un ojo y lo


trajeras de vuelta cuando huya.

Cualquier cosa era mejor que sentarse a escuchar los


gritos de los adultos, así que dije que sí.

440
No tomó cinco minutos antes de que Lonnie se agachara
bajo la cinta y saliera corriendo hacia la parte delantera de la
escuela. No esperé a que las ancianas me dijeran que se
había ido; estaba tras él antes de que pudieran abrir la boca.
Me sentí bien al correr, aunque podía sentir que los
interminables días de estar prisionera en la casa habían
mermado mi capacidad. Sentí una ráfaga de tristeza por mi
carrera futbolística perdida, y luego me concentré en no dejar
que un niño de segundo grado me superara.

Lonnie corrió por la esquina del edificio y lo perdí de vista


por un minuto antes de que volviera a estar a la vista,
corriendo más rápido que nunca y en una dirección
totalmente diferente.

Entonces vi por qué.

Allí, tan grande como cualquier cosa en la luz amarillenta


del final de la tarde, estaba Ol' Punkinhead. Nunca lo había
visto a la luz del día, y daba tanto miedo como en la
oscuridad. Era alto y flaco y su cabeza parecía más pequeña
que antes, pero las calabazas se pudrían, así que tal vez tenía
que reemplazarla de vez en cuando.

Esa era una imagen en la que no quería pensar.


Pensar puede ser peligroso, porque antes de que pudiera
ordenar mis pensamientos lo suficiente como para hacer algo
práctico, como gritar o huir, él me tenía, y era fuerte. Sus
manos eran sólo manos, como las de cualquier persona
normal, pero eran fuertes. Sus brazos también; cuando me
agarró y me acercó a él, los sentí como una gran cuerda
pesada que me ataba.

Para colmo de males, Ol' Punkinhead apestaba. Apestaba


peor que un gato que lleva muerto más de una semana en

441
agosto. Realmente pensé que iba a vomitar.

Finalmente pude gritar, ¡y vaya si lo hice! Grité tan fuerte


como pude, pataleando y forcejeando al mismo tiempo,
aunque no sirvió de mucho. Los niños pequeños gritaban y
chillaban y, más allá de ellos, los adultos actuaban como si
fueran niños pequeños, gritando y chillando entre ellos, y yo
temía que el mío se perdiera en el ruido.

No parecía servir de nada. Ol’ Punkinhead se limitó a


acercarme, a abrazarme con más fuerza, hasta el punto de
que no podía respirar, y luego me tapó la boca y la nariz con
su mano maloliente. Sólo Dios sabe qué había tocado con sus
manos o cuándo se las había lavado por última vez. Su piel
se sentía suave y como papel de seda, como si se separara de
sus huesos y se preparara para resbalar.

No podía usar los brazos, pero seguía pateando, y


golpeaba sus piernas casi siempre, pero no parecía que lo
sintiera. Sin embargo, sí que emitía sonidos: sonidos bajos y
murmurantes que casi parecían palabras, pero que no eran
más que gruñidos.

Sabía que mi suministro de aire se estaba cortando y que


en un minuto probablemente me desmayaría. Vagamente, me
pregunté si alguien haría un episodio de un reality show
sobre Ol’ Punkinhead y cómo me había matado.

Bueno, pensé salvajemente, todavía no estoy muerta. No


quería que se hiciera un episodio de reality show sobre cómo
me dejé asesinar por una cosa que se supone que no existe.

Pateando más fuerte que nunca, moví la cabeza hasta


que pude meter el talón exterior de su mano en mi boca y
mordí. Con fuerza. Pude sentir cómo se desgarraba la suave y
empapelada piel y cómo entraba en mi boca el cálido estallido

442
de su sangre. Normalmente, la sola idea de que mis dientes
desgarraran la piel y los músculos, de que lo que había en su
mano entrara en mi boca, me pondría enferma, pero hay algo
en saber que podrías morir en uno o dos minutos que hace
que cosas así no tengan ninguna importancia.

Cuando su agarre aflojó un poco, mordí más fuerte y


empecé a sacudir la cabeza, como hace un perro cuando
quiere matar a una rata chasqueando el lomo.

De algún lugar del interior de la calabaza salió un sonido,


no realmente un grito, no realmente una palabra, sino un
sonido espeluznante y aterrador que nunca olvidaré, aunque
viva para ser una persona de tres dígitos.

Entonces, como en las películas del oeste, llegó la


caballería, y era una caballería extraña. Chico, si alguna vez
necesitas ayuda de verdad, cuenta con las ancianas. Las
cinco llegaron cargando a la vuelta de la esquina, algunas
más rápidas que otras, pero todas venían a la carrera y se
movían más rápido de lo que yo creía que podían. Todas se
abalanzaron sobre Ol' Punkinhead, golpeándolas con los
puños y, una vez que me soltó y estuvo en el suelo, dándole
patadas con los pies. La más vieja y frágil de ellas me apartó,
rodeándome con sus brazos mientras me limpiaba la cara
ensangrentada con su pañuelo, sí, un pañuelo de tela con
encaje. Nunca había visto uno de verdad.

Se oyó un grito en la zona de reunión y, como una


avalancha, llegaron los adultos. Varios de los hombres
apartaron suavemente a las ancianas y agarraron a Ol'
Punkinhead. Una de las ancianas le había dado un par de
buenas patadas a su cabeza de calabaza, rompiéndola, así
que cuando los hombres lo pusieron de pie se partió y se
deshizo, dejando al descubierto lo que había debajo.

443
Ojalá no lo hubiera hecho.

Oh, era un hombre el que estaba debajo, pero un hombre


como nunca había visto antes. Su cabeza no era más que un
cráneo con una piel que parecía papel de seda estirada sobre
él. Tenía los labios contraídos sobre los dientes como los de
un perro rabioso y hacía más de esos ruidos extraños. A
pesar de que seis o siete hombres grandes y fuertes lo
sujetaban, seguía luchando, con tanta fuerza que era un
milagro que sus brazos como palos no se rompieran.

Lo peor eran sus ojos. Ya había oído la expresión “ojos de


loco”, pero nunca había visto ninguno, y no quería volver a
ver ninguno. Podía tener tamaño y forma de hombre, pero lo
que había dentro de ese cráneo no era humano.

—¡No le hagan daño! —La señorita Renquist, con el rostro


tan pálido que sus moretones desvanecidos destacaban casi
como si fueran frescos, se abrió paso entre la multitud—.
¡Está enfermo! No le hagan daño.

¿Enfermo? Había matado a Dios sabe cuántas chicas


jóvenes, había intentado y casi conseguido matarme a mí, ¿y
a ella le preocupaba que pudiera salir herido? La mente,
como solía decir mi difunta abuela, se aturde.
8
Como siempre, se llevan a los niños antes de que las
cosas se pongan realmente interesantes. Mamá y varias de

444
las mujeres se abalanzaron sobre mí y me llevaron a la clínica
“doc-in-a-box”18 que era lo más parecido a la asistencia
sanitaria que teníamos en Shortcross. Estaba cerrada, pero el
médico había estado en la reunión y la abrió sólo para mí. Me
enjuagó el interior de la boca con algo que olía a alcohol, y
luego con más agua hasta que creí que me ahogaría. Luego
me puso un montón de inyecciones, diciéndole a mamá que
no se sabía qué clase de gérmenes podía llevar ese viejo. Al
final casi hubiera preferido los gérmenes a que me
convirtieran en un alfiletero, pero no dije nada. De todos
modos, nadie me habría escuchado.

Me molestó un poco que me llevaran antes de que todo


terminara, pero no importó. Toda la historia se acabó antes
del amanecer del día siguiente, cuando los periodistas se
abalanzaron sobre el pueblo. Parecía que de repente me había
convertido en una heroína (su palabra, no la mía, aunque me
gustaba) en lugar de esa niña rara que veía cosas y causaba
problemas. Después de hablar de ello, mamá y papá me
dejaron quedarme en el porche y hablar con los periodistas

18
Doc-in-a-Box es una clínica virtual a la que se puede acceder desde cualquier parte del mundo. El
acceso a un médico es tan fácil como hacer clic en su teléfono, ordenador o desde un quiosco
especializado
durante uno o dos minutos. Incluso salí en las noticias de la
noche en las tres cadenas, no sólo en las emisoras locales o
incluso en las de Texas, ¡sino en los grandes programas de
Nueva York!

Toda la historia parecía sacada de una mala película de


terror. El viejo Renquist no sólo estaba enfermo, sino que
estaba completamente loco. Había todo tipo de teorías sobre
lo que empezó, pero realmente creía que tenía que mostrar a
las chicas adolescentes lo maravilloso que era en la cama

445
(aunque nunca lo hacían en una cama, normalmente en el
bosque) y luego las mataría para ser el único hombre que
conocerían. Sin competencia. Por supuesto, también sabía
que lo contarían, y eso acabaría con su diversión.

Su mujer se había dedicado a protegerle, y cuando murió


(se rumorea que también la mató, no sé si es cierto o no, pero
no me extrañaría) sus hijas tomaron el relevo. Parece que
habían prometido a su madre que nunca iría a una
institución. Algunas de las ancianas dijeron que también
abusaba de sus hijas; susurraban, pero cuando veían que
había niños alrededor se callaban. ¿De verdad? ¿Como si no
supiéramos de qué estaban hablando? Los niños son mucho
más inteligentes de lo que los adultos creen.

La señorita Renquist mantenía a la familia dando clases y


la hermana se quedaba en casa cuidando a su padre. Cuando
tenía que salir, si la señorita Renquist no podía quedarse con
él, lo encadenaban. Al parecer, tenía razón cuando pensaba
que parecía un perro rabioso. El día de la Fiesta de la
Cosecha que no era Fiesta, de alguna manera, golpeó a la
hermana y se escapó. Todo el mundo me aseguraba que
estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado
cuando me agarró, pero no sé si creerlo o no. Yo fui la que lo
vio. Yo fui la que habló de él. Yo fui a quien se le paró
enfrente de la ventana.

Ese pensamiento siempre me da escalofríos, pero no


importa, porque Ol' Punkinhead murió sólo un par de días
después de que lo llevaran a la cárcel. Se dice que su corazón
simplemente se rindió, pero algunos creen firmemente que el
Diablo vino a reclamar a su discípulo. Algunos dicen que la
policía “tomó el problema” por su cuenta. Mientras esté
muerto, como sea que haya sucedido está bien para mí.

446
Quizá ahora todas esas chicas asesinadas puedan descansar
en paz.

En la clase de ciencias de Dallas el profesor nos enseñó


que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Sin
embargo, con la muerte de todas esas chicas contra la suya,
no parece muy igual, pero así es.

Algo bueno salió de todo esto. Después de un tiempo el


nivel de miedo en la zona bajó. La gente empezó a salir de
nuevo. El sistema escolar decidió celebrar la Fiesta de la
Cosecha tal y como se había planeado en un principio, sólo
que con un par de semanas de retraso. Todos fuimos y fue
divertido. Incluso se habló de celebrar también la Fiesta de la
Primavera, pero algunos de los más religiosos ya se oponen
porque no es “cristiana”. Creo que fue porque no querían que
nada se opusiera a sus celebraciones de Pascua.

Una cosa muy buena es que todo el mundo empezó a


llamarme heroína. De repente, era la niña más popular del
colegio. Parte de mi gloria incluso se extendió a Sissy, y no
sólo tenía amigos, sino que incluso la invitaron a salir. Se
relajó y tal vez hasta le empezó a gustar un poco Shortcross.
Sí, después de que atraparan a Ol' Punkinhead y lo
castigaran (sin importar cómo o por quién) la vida se volvió
realmente buena. Con una excepción. Todavía me encuentro
mirando en las sombras, por si acaso hay algo escondido allí,
algo de tamaño y forma de hombre pero con una gran
calabaza por cabeza.

Supongo que siempre lo haré.

447

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