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Tema 3. Autoficción

El documento habla sobre el tema del miedo. Explica que el miedo es una emoción primaria y útil para advertirnos de peligros, aunque a veces los miedos pueden ser imaginarios. También define el miedo como una perturbación angustiosa causada por la percepción de un riesgo real o imaginario de daño. Finalmente, discute que la literatura puede ser un medio para explorar y dar forma a los miedos humanos.

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Tema 3. Autoficción

El documento habla sobre el tema del miedo. Explica que el miedo es una emoción primaria y útil para advertirnos de peligros, aunque a veces los miedos pueden ser imaginarios. También define el miedo como una perturbación angustiosa causada por la percepción de un riesgo real o imaginario de daño. Finalmente, discute que la literatura puede ser un medio para explorar y dar forma a los miedos humanos.

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Autoficción

Tema 3

El miedo

Hablemos de miedo

Cada uno tenemos nuestros propios miedos. El miedo es una emoción primaria y necesaria porque
nos avisa de peligros que pueden acecharnos, así que la función del miedo es útil porque sirve para
ponernos a la defensiva o apartarnos de situaciones que pueden suponer riesgo. Ahora bien, puesto
que es una emoción, el miedo se produce en el interior de la persona o animal, y es una percepción
subjetiva y personal, puesto que, según nos indica la Real Academia, el miedo es:

1. m. Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.


2. m. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.

En esta sencilla definición encontramos elementos fundamentales para definir el concepto. Lo


primero que llama la atención es que el riesgo puede ser real o imaginario; mientras el sujeto lo
perciba como riesgo, no importa si solo está en su imaginación porque sentirá miedo de la misma
manera que si el elemento atemorizador fuese real. El miedo, por tanto, es fruto de una tensión
interior. Una pequeña causa puede hacer estallar el pánico en el cerebro, mientras que grandes peligros
reales pasan a veces a nuestro lado sin que nos percatemos de ello. Solo sentiremos miedo al tener
conciencia del peligro, real o imaginario.

En la corta definición de la R.A.E. hay otros conceptos muy importantes para acotar la idea del miedo:
se habla de riesgo, es decir, de la contingencia o proximidad de un daño. Y esto es muy importante,
puesto que para sentir miedo hemos de percibir la posibilidad de un daño de la clase que sea. Pero ha
de quedar claro que para que sintamos esa perturbación llamada «miedo» hemos de tener la
presunción de un mal para el sujeto, o, en el caso de un relato, para el personaje.

Un acto de empatía

Tanto leer como escribir son actos de empatía. Cuando leemos nos ponemos en la piel de los
personajes y si sus miedos coinciden con algo que nosotros o nosotras también tememos, nos
sentiremos acompañados en nuestro sentir, ya no estaremos solos ni solas.

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Tema 3

Así que, cuando escribimos acerca de nuestros miedos, no sabemos hasta qué punto podemos alcanzar
al otro. Porque nuestros miedos probablemente sean también los suyos.

Y es que esta es justamente una de las bases de la autoficción: que mi escritura alcance al otro. «Yo
soy otro», como dijo Rimbaud. Escribir autoficción no es quedarse en la anécdota propia, es ir más
allá, es entrar en lo profundo de mí que también es el otro y alcanzarlo con mi palabra desde mi
verdad.

El miedo como lugar literario

¿Te acuerdas de cuando eras un niño, una niña? ¿Qué temías?

Yo recuerdo que el pasillo de mi casa se convertía por las noches en un territorio oscuro, largo, muy
largo, demasiado. Al fondo de ese pasillo estaba mi habitación, como una isla incomunicada. Cuando
mis padres me mandaban a dormir, tenía que atravesar sola ese pasillo, tan largo, qué miedo, tenía
que correr; pero a la vez, tenía miedo de llegar a la isla de mi habitación, porque allí todo seguía
oscuro y porque estaba sola. Todo cambiaba cuando mi hermana venía conmigo. Entonces el pasillo
no era largo, sino que era un camino de risas en pijama y la habitación ya no era una isla oscura sino
nuestro cuarto de juegos.

Aún hoy, sigo prefiriendo las casas sin pasillos, por si acaso, por si se hace de noche y mi habitación
se convierte en una isla incomunicada al fondo de la casa.

¿Y tú qué era lo que temías cuando eras pequeño? ¿Y qué temes ahora?

A veces los miedos crecen con nosotros. Si de niños nos daban miedo los perros, por ejemplo, podría
ser que ahora el miedo a los perros se haya transformado en un pánico. Y podría ser este un buen
territorio para nuestro relato.

Otras veces, los miedos de la infancia se quedan en anécdotas o recuerdos divertidos, como cuando
teníamos miedo a los monstruos que podrían vivir dentro del armario. Aunque bien, mirado, quizás

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Tema 3

lo que ha cambiado es nuestra mirada, nuestra forma de nombrar a los monstruos. Es posible que los
sigamos temiendo, solo que los monstruos ya no son esos peluches que por la noche cobran vida y se
mueven, sino que son otras cosas, nuestras propias preocupaciones cotidianas.

Los monstruos de la infancia son diferentes de los de la adolescencia y diferentes también de los de
la edad adulta.

Ahora bien, para escribir sobre un miedo y darle una entidad literaria, quizás lo más importante es
que todavía nos toque de algún modo, que nos conmueva, que aún nos provoque latidos en el corazón.
Quizás no sea cómodo escribir desde ahí, ¿pero alguien ha dicho que la escritura tenga que ser
cómoda?

Como dijo Rosa Montero: «La función del arte es rescatar la belleza que hubo en el dolor». Podríamos
cambiar la palabra dolor por miedo, y rescatar esa belleza que hubo en el miedo.

Miedo a escribir

A veces lo que más tememos es también lo que más deseamos. Deseamos escribir y tememos escribir
a partes iguales. Sentimos dentro el impulso, las ganas de escribir, incluso la necesidad. Y nos asusta
abrir las compuertas y dejar que salga lo que llevamos dentro. Por algo decía Capote que a quien Dios
le da un don, le da también un látigo.

Nosotros, nosotras, somos a menudo nuestro peor enemigo.

Y, claro, escribir sobre el miedo, sobre lo que nos da miedo, da mucho miedo. Valgan las
redundancias. Pero a la vez, entrar en ese territorio peligroso, ese terreno que nos asusta, que nos da
miedo, a través de la escritura, puede ser una experiencia de lo más transformadora e incluso
liberadora.

Son muchos los escritores y escritoras que afirman que emplean la literatura para volcar ahí sus
miedos, como si en ese acto mágico de volcar al papel, las cosas que asustan adquirieran otro matiz,

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una especie de luz. Pero hay algo aún más hermoso: la verdad, escribir desde nuestra verdad alumbra
belleza.

Los miedos humanos en la literatura

El miedo a la vida, el miedo a la muerte, el miedo al miedo, el miedo al rechazo, a la aceptación, a


amar. Miedo a ser amados y miedo a no serlo, miedo a que nos vean y miedo a que nos ignoren,
miedo al agua, miedo a las arañas, miedo a las alturas, miedo a los abrazos, miedos a los contagios, a
las enfermedades, a que se enfaden con nosotros, a que nadie nos comprenda, miedo a que suene el
teléfono y nos den una mala noticia, a que se mueran nuestros padres, a que les hieran a nuestros
hijos… La lista podría ser interminable.

Supongo que de algún modo, todos volcamos nuestros miedos, nuestras inquietudes y desasosiegos
en lo que escribimos. Quizás no hablemos de ellos de una forma explícita, pero ahí están con nosotros,
latiendo detrás de lo que escribimos.

Veamos ahora como ejemplo, el inicio de este hermoso libro de Claire Legendre, El nenúfar y la
araña, publicado en España por la editorial Tránsito.

La ironía trágica

La hipocondría es una enfermedad subterránea que pasa desapercibida; al adueñarse de los síntomas
de las enfermedades mortales, queda siempre relegada a la invisibilidad. El hipocondríaco siente dolor
en el pecho, en esencia (además de ahí le viene el nombre, que literalmente significa: bajo los cartílagos
de las costillas). Experimenta otros dolores igual de molestos, pero este es de lejos el más perturbador.
Porque el hipocondríaco sabe muy bien que en el pecho se encuentran los pulmones y que, a la
izquierda, un poco más abajo, está el corazón. Está claro que las agujas que parecen hundírsele entre
las costillas y el torno que parece atenazarle el tórax impidiéndole inspirar profundamente son el
principio de un fin seguro e inminente. El hipocondríaco siente el mayor de los desdenes hacia sus
dolores de barriga, porque no son mortales (al menos, no a corto plazo), y también menospreciará todas
las irregularidades mecánicas de los brazos y las piernas, los dolores dorsales, etc. Pero el menor
cosquilleo en el pecho le provocará mareos y una palidez mórbida. Sabe que todo va bien: el último

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electrocardiograma lo dejaba claro. Cuando lo auscultan, su respiración presenta una normalidad de lo


más reconfortante en todos los aspectos, a pesar del paquete de tabaco que se mete cada día entre pecho
y espalda acosado por la culpa. Pero hay algo más fuerte, más profundo: su inquietud es como la
garantía de librarse in fine de todos los dolores del mundo. El día en que, acostumbrado a preocuparse
por naderías, deje de acongojarse, el tumor se le habrá infiltrado de veras en el pecho, seguro. Hasta la
propia virtualidad del tumor, o de la arteria obstruida, o del aneurisma imaginario, tiene algo de
insoportable: le resultaría insufrible ser colonizado desde el interior sin saberlo. Los fóbicos lo saben:
la presencia de la araña en la habitación es mucho más odiosa que la araña en sí. He vivido en países
en los que las arañas son más sagradas que las vacas de la India porque se supone que traen buena
suerte, y os lo digo: lo infame de la araña es que estaba allí cuando uno se creía a solas. Te crees a
salvo, acurrucado en la cama o dejando que el espíritu vague libremente entre las cuatro paredes de
una oficina, y de repente la asquerosa de la araña está ahí, mirándote con malicia; se ha colado en tu
intimidad como una cámara web bien escondida y tú no lo sabías. Después de despachurrarla contra la
pared, el pánico ante la araña te empuja a buscar con frenesí, no vaya a ser que sus congéneres sigan
burlándose de ti desde la esquina sin que tú te des cuenta. Porque si hay algo peor que el hecho de que
te colonice una araña —o un tumor— es que te colonicen sin que tú lo sepas. Acabar siendo el
hazmerreír de la historia. La araña, o el tumor, es el ojo de Dios. Así llaman, en las tragedias antiguas,
a la ironía trágica: sí, hombre, al pobre Edipo que promete matar al asesino de su padre... Los
espectadores saben perfectamente que ha sido él quien ha matado a Layo. El único desgraciado que no
tiene ni idea es él. El hipocondríaco, como el aracnófobo, teme sobre todo la trampa de la ironía trágica,
la vejación última que sufre Edipo cuando la trampa se cierra sobre él. Entonces, en vez de aprovechar
los momentos de serenidad que le quedan antes de que se le cuele una araña en la habitación, un rival
en la pareja o un tumor en el pecho, prefiere anticipar la presencia del parásito para no sorprenderse el
día en que en efecto esté allí. No hay nada que le dé más miedo al hipocondríaco que ser pillado por
sorpresa. Ese deseo irrefrenable de querer controlar su destino a toda costa y sortear los golpes
venideros le hace pagar incansablemente el pecado de orgullo. En sus momentos de lucidez, que
también los tiene, el hipocondríaco reconoce de buena gana que, si puede pasar el rato inspeccionando
las paredes —o el teléfono portátil de su consorte—, o palpándose las costillas, es porque no tiene
ningún problema aparte de la anticipación del problema futuro. La hipocondría sería, por tanto, y de
forma irónica, el síntoma probable de una quietud objetiva.
“El nenúfar y la araña”
Claire Legendre

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Tema 3

Propuesta de trabajo
Me da miedo

Decía Claire Legendre, que el antídoto al miedo es la escritura o el amor.

Así que vamos a apostar por la primera opción, por la escritura, aunque si le sumamos el amor, el
resultado será bellísimo.

Para empezar, os voy a proponer que escribáis una lista de vuestros miedos. Como quien hace una
lista de la compra, vais a escribir ahora una lista sobre los miedos de vuestra vida. Es muy importante
que la escribáis de la forma más concreta que os sea posible. Es decir, nombrad qué os daba (u os da)
miedo: la parte de la piscina en la que no hacíais pie, los gritos de papá, el coche viejo del abuelo, el
desván con telarañas de la casa de la abuela, la vecina del tercero.

¿Ya la tenéis?

Bueno, pues leedla ahora con calma. Y elegid de toda la lista, ese miedo que os provoque más latidos
en el corazón.

No temáis.

Pensad que en el riesgo, también está la posibilidad de la transformación. Podéis hacer de ese miedo
algo bello. Así que dejaros llevar por vuestra verdad (los latidos del corazón) y escribid.

Extensión recomendada: 600 palabras

Por último, os dejo con un fragmento de la obra de teatro Miiedo, escrita por el dramaturgo
Jorge Padín, que espero que os motive a seguir escribiendo sin miedo desde el miedo.
También en el miedo hay poesía. Buscadla.

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Tema 3

[el miedo]
qué miedo
¿dónde está el miedo?
voy a buscarlo

[armadura]

miedo
¿dónde estás?
miedo

sana, sana
culito de rana
si no se te cura hoy
se te curará mañana

¿dónde está el miedo?


¿aquí dentro?
como si me hubiera comido
un balón de fútbol
miedo
como si me sujetaran
gigantes invisibles
miedo pegado a la piel
como un camaleón
que se vuelve de tu color
no te das cuenta
un camaleón
un tatuaje

tengo miedo
pero tengo una boca
unos dientes
tengo una lengua
llena de palabras valientes

tengo miedo
de bajar del tren de la bruja en marcha
de no encontrar a mis padres
tengo miedo
de perderme

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Tema 3

en el parque de atracciones
de jesús ángel que nos pega a mi hermano y a mí
no llores
tengo miedo
de dar las notas en casa cuando suspendo
de perder las zapatillas en el río
de volver descalzo a casa.
tengo miedo
“Miiedo”
Jorge Padín

Bibliografía

▪ Cortázar, Julio, «Del cuento breve y sus alrededores», Último Round, Editorial Siglo XXI,
2006.
▪ Diccionario de la RAE, 1999.
▪ Legendre, Claire, El nenúfar y la araña, Editorial Tránsito.

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