Floristán (Cap 24)
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(Coord .)
HISTORIA
- MODERNA
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Arze!
CAPÍTULO 24
La expresión «Despotismo Ilustrado» fue utilizada por vez primera por la histo-
riografía romántica a mediados del siglo XIX. Aunque algunos historiadores actuales
prefieren el término «Absolutismo Ilustrado» y califican con razón de «hipérbole re-
tórica» el contraste de adjetivar como Ilustrado el sustantivo Despotismo en su acep-
ción de ejercicio tiránico y arbitrario del poder, la mayor parte de los historiadores si-
gue utilizándola para referirse a una realidad peculiar de la Europa Absolutista del
siglo XYlll. En ambos casos hay que entender este concepto -donde lo común es el
término «Ilustrado»- como sinónimo de «racional», sin identificarlo con el movi-
miento ilustrado en su sentido estricto, cuya filosofía política mantenía presupuestos
distintos a los del absolutismo.
1. Reforzar las tendencias a una mayor centralización, cuyo propósito era acre-
centar la vitalidad de una maquinaria estatal mejor ensamblada gracias a una más am-
plia y eficaz burocracia.
2. Reorganizar la fiscalidad, evitando las numerosas desviaciones y exencio-
nes que hacían poco productiva la recaudación, pese a que la presión fiscal era elevada
para la generalidad de la población.
3. Clarificar el procedimiento judicial por medio de la recopilación de corpus
legislativos. y la aplicación de principios utilitaristas y humanistas al campo penal.
4. Incrementar la actividad económica mediante la favorable acogida de inno-
vaciones técnicas y ciencias aplicadas que fueran capaces de remover aquellos obs-
táculos que, hasta entonces, habían hecho imposible el progreso en el seno una socie-
dad ordenada.
5. Promocionar la cultura y el saber científico creando instituciones para la di-
fusión educativa. Los gobiernos debían dotar a sus súbditos de los recursos morales,
técnicos, científicos y económicos que les permitieran progresar en el proceso escalo-
nado de la civilización.
6. Secularizar la monarquía absoluta y las normas sociales, distinguiéndolas de
la fe, y hacer viable la práctica de una cierta tolerancia hacia el hecho religioso dife-
rencial, al que no había que reprimir violentamente como en los siglos XVI y XVII.
únicamente por interés personal sino también porque había, en numerosos casos, una
cierta identificación entre las reformas solicitadas por los escritores ilustrados y las
aplicadas por los monarcas.
Sin embargo, pese a ser coincidentes los objetivos. los motivos de esa mutua cola-
boración diferían. Si para los ilustrados el móvil de su apoyo al absolutismo era el resul-
tado de un análisis racional de la realidad, y en razón de ello apelaban a determinados
valores y principios, las motivaciones de la monarquía eran, por el contrario, resultado
de una finalidad estrictamente política, como reforzar el Estado utilizando todos los re-
cursos a su alcance. Es por ello que los reyes se apropiaron de las ideas de las Luces y las
adaptaron parcial y sesgadamente a sus programas. Como ha señalado Frans,:ois Bluche,
«los "philosophes" hubieran deseado que el Estado estuviera al servicio de las Luces,
sin embargo la monarquía puso las Luces a disposición del Estado».
El mejor ejemplo de utilización interesada por las monarquías europeas de las
ideas ilustradas lo podemos encontrar en los ataques a los privilegios de la Iglesia. La
Ilustración prestó el lenguaje apropiado con el que justificar una acción de contenido
estrictamente político. Los esfuerzos de los monarcas para reducir Ja inmunidad fiscal
de Ja Iglesia y someterla a su autoridad encontraron en las ideas ilustradas, partida-
rias de una secularización del poder, un mero pretexto para limitar más y más Ja juris-
dicción eclesiástica.
En otros muchos ámbitos ajenos al eclesiástico, los grandes condicionamientos
económicos, sociales y políticos a que se veía sometida la acción de gobierno, hacían
inviable la aplicación de las recetas ilustradas o, a la postre, las reformas intentadas o
llevadas a la práctica a partir de Jos años cuarenta por los llamados «Déspotas Ilustra-
dos», que no tuvieron como propósito último incidir profundamente en las estructuras
sobre las que se asentaba el Antiguo Régimen.
De todos los gobernantes del siglo XVIII Federico el Grande es, probablemente, la
figura más tratada por los historiadores y que ha merecido juicios de valor más contro-
vertidos. Durante su reinado fue motivo de admiración por sus contemporáneos, cauti-
vados por sus realizaciones y por su dedicación al trabajo. La historiografía romántica,
sobre todo en el ámbito germánico, Jo hizo culpable de la rivalidad austro-prusiana que
tanto debilitó al mundo alemán. Cuando Alemania fue unificada en 187 l , pasó a ser
considerado como paradigma de las virtudes prusianas basadas en el autosacrificio, en
el esfuerzo voluntarista, y en el elevado sentido del deber.
La historiografia actual valora en Federico II su capacidad para dar una nueva
concepción de Ja función de la Corona. Su definición del soberano como «primer ser-
vidor del Estado», y el concepto «amor a la patria» como elemento de cohesión social
y nacional, como impulso que llevaba a los prusianos a sacrificar sus intereses priva-
dos por el bien colectivo, son considerados el resultado de una doble influencia: la de
los ilustrados franceses. con los que mantuvo una relación directa e intensa, y la del
pensamiento ético-político alemán de finales del siglo XVII, sobre todo de Samuel Pu-
fendorf, para quien la moral del orden debía ser la que gobernase la compleja máquina
del Estado. Ambas influencias alimentaron las iniciativas prácticas que el soberano de
Prusia tomó en el terreno de la política económica, militar y administrativa, encamina-
das al engrandecimiento del Estado por encima de los intereses puramente dinásticos.
3.1.2. Catalina ll
Hasta los inicios del siglo XX, el reinado de María Teresa de Austria ( 1740-1780)
fue considerado como un periodo marcado por la intolerancia religiosa y el conserva-
durismo, en contraste con el de su hijo José II (1780- 1790), caracterizado por un sin-
cero y radical propósito reformador. Sin embargo, la historiografía actual tiende a
EL DESPOTISMO Y LAS REFORMAS ILUSTRADAS 553
revuelta del cosaco Pugachev en las regiones del Yolga y el Don exigiendo la aboli-
ción de la servidumbre. puso fin a este tipo de manifestaciones bienintencionadas y
superficiales.
cir las discriminaciones más humillantes. y permitió que los jesuitas ejercieran labores
educativas tras la supresión de la Compañía por la Santa Sede en 1773.
Catalina II logró en Occidente un cierto renombre como monarca ilustrada al con-
vocar en 1766 una Comisión para la Codificación del derecho. y por sus veleidades retó-
ricas en torno al problema de la servidumbre. La Comisión estaba formada por 573 re-
presentantes de todos los grupos sociales no siervos. Como guía de trabajo, Catalina pu-
blicó una «Instrucción» que hablaba de la felicidad pública y la difusión educativa como
fines de Ja monarquía, exaltaba la tolerancia y condenaba la tortura como opuesta a la
naturaleza y la razón. El documento, inspirado en Montesquieu. era una mezcla de difu-
sas aspiraciones reformistas y promoción propagandística cara al exterior. La Comisión
no alcanzó resultados significativos por inoperante y fue disuelta dos años después.
En el Imperio habsbúrgico la realización más impo1tante en el terreno de la reforma
judicial durante el reinado de María Teresa fue Ja redacción de un nuevo Código Penal,
que entró en vigor en 1770, que si bien mantenía la pena de muerte y la tortura, y los casti-
gos eran en general severísimos. ponía fin a los procesos por brujería que tantas muertes
habían causado en la Europa Central. El Código Penal josefino de 1787, que sustituyó al
ante1ior, es considerado como uno de los p1imeros códigos penales modernos: la pena de
muette era limitada a un determinado número de delitos y la tortura quedó definitivamen-
te abolida, si bien se recogían ampliamente los delitos políticos con penas muy severas.
Si buena parte de la actividad reformista de José TI encuentra sus antecedentes en
la obra de su madre. la emperatriz, es en la política de tolerancia donde las aportacio-
nes de José II fueron más 01iginales. A diferencia con la intolerancia de María Teresa,
el reinado de José II no tuvo parangón entre las monarquías continentales del si-
glo xvm. Esta política, conocida como <~osefismo» . estaba apoyada en una doble con-
vicción: afirmar la soberanía del Estado sobre Ja Iglesia, y que la religiosidad era tam-
bién una actividad que debía ser regualada por el Estado.
En 1781 promulgó José U la Patente General de Tolerancia que permitía la
emancipación de los judíos y la incorporación a la administración y la universidad de
luteranos y calvinistas. Se llamaba así a colaborar a todas las fuerzas disposibles mas
allá de discriminaciones religiosas. Desde ese mismo año se interviene en la esfera
eclesiástica suprimiendo las órdenes contemplativas, aboliendo la Inquisición, redu-
ciendo el número de regulares y obligando a éstos a depender de la jurisdicción de los
obi spos. Inspirándose en las ideas ilustradas convirtió a obispos y párrocos en servido-
res del Estado. y legisló contra formas de religiosidad popular que, en su opinión, fo-
mentaban el fanatismo y la superstición , y que encontraron una gran oposición entre
las clases populares, muy apegadas a la religiosidad tradicional. La ofensiva anti lus-
trada que siguió al estallido de la Revolución en Francia barrió la mayor parte de estas
realizaciones y proyectos reformistas.
promoverla sin reservas , ya que el sistema educativo debía, ante todo, respetar y con-
solidar la jerarquía social existente.
La labor de María Teresa y José II en el ten-eno de la educación fue importante,
sobre todo tras la disolución en 1773 de Ja Compañía de Jesús. Con los bienes de los
jesuitas el gobierno proyectó financiar una completa reorganización de la educación
p1imaria, que en la atención de José 11 fue primordial. Se aceptó el principio de que la
educación elemental se iniciara a Jos siete años y se extendiera hasta los doce, prestan-
do atención , junto a la lectura y la escritura, a disciplinas científicas y a la formación
técnica, además de la historia.
La España de Carlos III, el Portugal del ministro Pombal, los estados italianos de
Parma y Nápoles, gobernados por ramas de la casa de Borbón, y el Gran Ducado
de Toscana, desan-ollaron las mismas aspiraciones de centralización, reforzamien-
to del poder fiscal y dirección ideológica de la sociedad que Prusia, Rusia o Austria.
La homogeneidad católica de estas monarquías meridionales concedió, sin embargo,
una gran relevancia política a las relaciones entre Ja Iglesia y el Estado, lo que daría un
tinte peculiar a su acción reformadora. Por tanto, lo que caracteriza la acción de los go-
bernantes ilustrados de la segunda mitad del siglo xvrn en las penínsulas ibérica e ita-
liana es: por una parte, su tendencia a reservar a la religión una función estrictamente
espiritual y, por otra, su deseo de utilizar la estructura temporal de Ja iglesia para im-
pulsar sus programas de reforma inspirados en la Ilustración.
Desde el punto de vista historiográfico, Carlos lll es un rey afortunado, pues des-
de el mismo momento de su muerte hasta hoy la imagen global de su política ha sido
juzgada positivamente. A ello contribuyeron , sin duda, sus planteamientos reforma-
dores, pero también Ja coyuntura revolucionaria abierta en 1789, un año después de su
muerte, en la que los partidarios de Ja vía del Despotismo ilustrado contribuyeron a
forjar su mito con el propósito de relanzar el programa del Despotismo Ilustrado cuan-
do su estructura comenzaba a quebrarse bajo los embates de la Revolución francesa.
Por vinculaciones familiares y afinidades políticas, el reformismo de Carlos III
tuvo su prolongación en los enclaves borbónicos del ducado de Parma y del reino de
Nápoles. La mayor y más activa presencia del papado en Italia determinó que se cues-
tionara, con mayor énfasis que en España, el significado y Ja función de Ja Iglesia en el
Estado y en Ja sociedad. El impulso reformador no procedía tanto de Felipe de Bor-
bón-Parma o de Fernando IV de Nápoles, sino de sus omnipotentes ministros Guiller-
mo Du Tillot y Bernardo Tanucci. El primero era un ferviente regalista, lector de la
Enciclopedia y fisiócrata convencido, que gobernó Parma entre 1756 y 1771 ; el se-
gundo, Tanucci, designado por Carlos lll para que gobernase Nápoles durante Ja mi-
558 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
noría de edad de su hijo Femando IV cuando se trasladó a España en 1759 para ocupar
el trono vacante por la muerte de su hermano, era un jurista de gran cultura, enemigo
de la curia pontificia y dedicado a la transformación del reino napolitano.
El caso de Toscana, gobernada entre 1737 y 1790 por el Gran Duque Pietro Leo-
poldo, hermano de José IT y su sucesor como Emperador, ha planteado a los historia-
dores la cuestión del origen de la actividad reformadora, pues como ha señalado Furio
Díaz, en el Gran Ducado «ideas e iniciativas individuales son los motores de grandes
giros del desarrollo», pues el reformismo del Gran Duque estuvo muy apegado a los
problemas concretos del país.
A la muerte en 1750 de Juan V , el nuevo rey de Portugal , José 1, escogió como su
principal ministro a un hidalgo lisboeta, ya cincuentón, con experiencia diplomática:
Sebastián José Carvalho e Melo, promovido a noble en 1759 como conde de Oeiras, y
premiado con el marquesado de Pombal en 1770. Durante veinte años gobernaría Por-
tugal con mano de hierro, aplicando sin vacilación las fórmulas reformistas del Des-
potismo Ilustrado.
Las reformas económicas de Carlos III y del Gran Duque de Toscana se centraron
en liberar a la actividad productiva de ciertas trabas que entorpecían su desarrollo. En la
agricultura española se liberalizó el comercio de granos en 1765, pasándose a defender
los intereses de los productores, frente a la tradicional protección al consumidor, con el
fin de incentivar la producción agraria y asegurar el abastecimiento de una población en
alza. Toscana se convirtió también en los años sesenta en el principal centro de la Euro-
pa continental de las doctrinas librecambistas para la agricultura, y también liberó el co-
mercio de cereales con el propósito de «impulsar cada vez más la agricultura y el comer-
cio de granos», como señalaba la ley liberadora de septiembre de 1767.
Los gremios, enemigos de la libre competencia en el sector industrial. vieron res-
tringidos sus privilegios en España e Italia, y se combatieron los prejuicios sociales
contra el ejercicio del trabajo manual , si bien el proteccionismo se mantuvo en el sec-
tor manufacturero, tanto para la incipiente industria catalana, como para la más tradi-
cional manufactura sedera toscana. No obstante, el comercio español con las colonias
americanas quedó relativamente liberalizado en 1778. al autorizarse el comercio di-
recto entre 13 puertos españoles y 22 americanos.
En Portugal, cuando Pombal fue llamado al poder por el nuevo rey , existía con-
ciencia de su atraso económico, del que se hacía responsable al control del comercio por
las compañías de comercio extranjeras, inglesas sobre todo. Los esfuerzos de Pombal se
centraron en desarrollar el comercio mediante la formación de estructuras empresariales
y capitalistas portuguesas protegidas por el Estado, quien garantizaba su viabilidad.
Compañía. Las dificultades prácticas y los muchos intereses opuestos a estas medidas,
redujeron el alcance de las reformas a lo meramente testimonial.
Sólo en Toscana se alcanzaron resultados de cierta importancia, pues allí se dis-
tribuyeron tie1ns estatales entre los aparceros, se procuró mejorar los cultivos dando
educación agrícola a los campesinos, y se reformó completamente el derecho penal en
1786 suprimiendo la tortura y la pena de muerte. Incluso el Gran Duque proyectó una
Constitución que contaba con una Asamblea representativa de carácter consultivo y
que debía operar consensuadamente con la voluntad soberana del Gran Duque, y que,
como ha señalado Maurizio Bazzoli, representa «el intento más avanzado de conjugar
armónicamente los presupuestos absolutistas con las exigencias políticas de la socie-
dad civil sugeridas por la Ilustración». Pero la Revolución en Francia invirtió la ten-
dencia, acabó con cualquier veleidad reformista, y potenció hasta los más relevantes
puestos de responsabilidad en las monarquías europeas a sus elementos más conspi-
cuamente conservadores y opuestos a las Luces, para quienes la estructura política y
social del Antiguo Régimen era intangible por haber sido establecida por Dios.
Bibliografía