Errico Malatesta Cuestiones de Tactica.c109

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Cuestiones de táctica

Errico Malatesta

La situación política y social actual de Europa y del


mundo, incierta, agitada, inestable, abre el pecho a to-
das las esperanzas y a todos los temores, haciendo sen-
tir más que nunca la urgente necesidad de disponerse
a hacer frente a acontecimientos, que se hallan más o
menos próximos, pero que, inevitablemente, se produ-
cirán. A esta situación de malestar, preñada de ansias
transformadoras, de sed de libertad, debemos ver de
nuevo reanimarse la discusión, por otra parte siempre
de actualidad, sobre la forma más conveniente de adap-
tar nuestras aspiraciones ideales a la realidad contin-
gente de los diversos países y pasar de la propaganda
teórica a la realización práctica.
Y naturalmente, en un movimiento como el nuestro,
que no admite ni reconoce la autoridad de ningún tex-
to ni de ningún hombre, que es por esencia refractario
a toda imposición, dimane de donde fuere, estando ba-
sado sobre el libre examen y crítica, todas las opiniones
enunciadas y tácticas adoptadas han de diferenciarse
forzosamente.
Así vemos cómo hay quien consagra toda su acti-
vidad a la propaganda y perfeccionamiento del ideal,
dedicándose febrilmente a esa labor sin fijarse en ob-
servar si es comprendido y seguido por los que le ro-
dean y, contando con el estado actual de la mentalidad
popular y los recursos materiales existentes, analizar
si dicho ideal es o no aplicable. Ellos limitan, más o
menos explícitamente y en grados variables de indivi-
duo a individuo, el trabajo de los anarquistas, hoy la
demolición de las instituciones opresivas y represivas,
mañana la vigilancia activa contra la instauración de
nuevos gobiernos y privilegios, despreocupándose de
todo lo demás, que es a pesar de todo el grave, el ineluc-
table y apremiante problema de la reorganización so-
cial sobre bases libertarias. Con bastante ingenuidad
éstos piensan que, cuanto atañe a los problemas de la

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reconstrucción, se arreglará por sí solo, espontánea-
mente, sin una preparación previa, y sin un plan de
antemano establecido, o en virtud de una supuesta ley
natural, gracias a la cual, tan pronto como la violencia
estatal y el privilegio capitalista eliminados, todos los
hombres se volverían automáticamente buenos e inte-
ligentes, y la abundancia, la paz, la armonía reinarían
inmediatamente sobre la tierra.
Hay otros que, por el contrario, animados en parti-
cular por el deseo de ser, o parecer prácticos, preocu-
pados por las dificultades que la situación revolucio-
naria creará y que debe preverse, conscientes de la im-
prescindible necesidad de conquistar la adhesión del
pueblo, o cuando menos vencer las prevenciones hos-
tiles que hacia nuestras ideas siente la mayor parte de
la población, por ignorar la “realidad” de sus verdade-
ras concepciones, quisieran formular un programa, un
plan completo de reorganización social, que responda
a todas las dificultades y satisfaga al mismo tiempo a
los que, según una expresión tomada del inglés, se ha
dado a llamar el “hombre de la calle”, es decir, al hom-
bre cualquiera, al indiferente, al que, sin ideas deter-
minadas ni un criterio firme y propio, juzga cada caso
que la vida social le ofrece, influido por las pasiones e
inspiraciones del momento.

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Yo, por mi parte creo que, unos como otros, todos tie-
nen algo de razón y que, sin esa desdichada tendencia
a la exageración y al exclusivismo, las dos opiniones
podrían compenetrarse y completarse mutuamente, a
fin de que nuestro comportamiento se adecuara más a
las exigencias y necesidades de la situación, alcanzan-
do así el máximum de eficacia práctica, continuando
siendo consecuentes y rigurosamente fieles al progra-
ma de libertad y justicia integral que los anarquistas
proclamamos.
El no prestar la debida atención a los problemas pal-
pitantes de la reconstrucción o pretender establecer
por adelantado planes completos y uniformes significa
dos errores, dos excesos que, por vías diferentes, aca-
rrearían nuestra derrota en tanto que anarquistas y el
triunfo de los regímenes autoritarios antiguos o nue-
vos. La verdad se encuentra en el justo medio.
Es absurdo creer que, derribados los gobiernos y los
capitalistas expropiados, “las cosas se arreglarán por
sí solas”, sin que intervenga la acción de los hombres
poseedores de una idea preconcebida y clara de lo que
al instante debe hacerse y que pongan manos a la obra
para llevar a cabo con prontitud sus propósitos. Esto
podríaquizá suceder —es de desear que así fuera— si
tuviéramos tiempo de esperar que los hombres, todo

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el mundo, encontrara el medio, a fuerza de reiteradas
experiencias, de satisfacer lo mejor posible sus propias
necesidades y gustos de los demás. Pero la vida social,
como la de los individuos, no admite interrupciones,
exige continuidad. Al día inmediato de la revolución,
el mismo día de la insurrección si cabe, hay que pro-
veer de alimentos y cubrir inmediatamente, a ser posi-
ble, todas las necesidades urgentes sentidas por la po-
blación. Para realizar esto con éxito, débese asegurar
la continuación de la producción necesaria (pan, etc.),
el funcionamiento de los principales servicios públicos
(agua, transporte, electricidad, etc.) y el cambio ininte-
rrumpido entre la ciudad y el campo.
Más tarde los grandes obstáculos desaparecerán; or-
ganizado el trabajo directamente por los que verdade-
ramente trabajan, se tornará agradable y atractivo, la
abundancia de la producción hará inútil todo cálculo
mezquino sobre lo relativo a los productos consumi-
dos, y todos y cada uno podrán realmente “coger del
montón” lo que necesiten sin limitaciones; las mons-
truosas aglomeraciones de las ciudades se disolverán,
la población se repartirá racionalmente por sobre to-
do el terreno habitable, y cada localidad, cada agrupa-
ción, conservará y aumentará en beneficio de todas las
comodidades suministradas por las grandes empresas

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industriales y sin dejar de continuar unidos a toda la
humanidad por el sentimiento de simpatía y de solida-
ridad humanas, podrán en general bastarse y no sufrir
las oprimentes y dolorosas complicaciones de la vida
económica actual. Pero estas bellas cosas y mil otras
que podríamos manifestar e imaginar, pertenecen a to-
davía al futuro, mientras que lo que urge es pensar có-
mo vivir hoy, aportar soluciones a la situación que la
historia nos ha legado y que la revolución, es decir, un
acto de fuerza, no logrará cambiar radicalmente en un
momento por efecto de un toque de varita mágica. Y
puesto que, bien o mal, la humanidad tiene que vivir,
si no supiéramos o no pudiéramos hacer lo que en ta-
les circunstancias precisa realizar, surgirán otros que
lo harían con fines y resultados completamente opues-
tos a los perseguidos por nosotros.
Hay que tener en cuenta a ese factor importantísimo
que representa el “hombre de la calle”, que es por otra
parte quien compone en todos los países la inmensa
mayoría de la población y sin cuyo concurso no puede
haber emancipación posible; pero no debemos contar
demasiado con su inteligencia y capacidad de iniciati-
va.
El hombre ordinario, el “hombre de la calle” guar-
da en sí muy buenas cualidades con posibilidades in-

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mensas, dándonos la segura esperanza de que podrá
un día formarse la humanidad ideal tan por nosotros
anhelada; pero entretanto hemos de señalar y comba-
tir un grave defecto que explica en gran parte el origen
y persistencia de las tiranías; a ese ser no le gusta re-
flexionar, no medita y en sus forcejeos por quebrar las
cadenas que le oprimen, en sus esfuerzos por la con-
quista de la total emancipación, sigue con preferencia
al que le ahorra el trabajo de pensar, al que se lo da to-
do “masticado” y toma en su lugar la responsabilidad
que solo él habría de asumir cuando se trata de la de-
fensa de sus propios derechos, de organizar, dirigir y…
mandar. Con tal que no se le moleste demasiado en sus
costumbres y en su género de vida, ve con agrado que
los demás piensen por él y le digan lo que ha de hacer,
aunque sutilmente lo reduzcan al deber de trabajar y
obedecer.
Esta debilidad, esa tendencia poltrona adoptada por
la inmensa generalidad de las gentes, de esperar y se-
guir las órdenes dadas por quien ocupa su cabeza, es la
causa del fracaso de muchas revoluciones y continúa
siendo el peligro inminente de las próximas conmocio-
nes sociales.
Si la multitud no reacciona a tiempo y obra pronta-
mente en el sentido que el buen desarrollo de la revolu-

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ción aconseja, será necesario que los hombres de bue-
na voluntad, capaces de iniciativa y de decisión, inten-
ten en ese caso aportar el material indispensable para
compensar en lo posible esa falta. Y es en ese aspecto,
es decir, en el modo de dar solución a las necesidades
inmediatas, que hemos de distinguirnos claramente de
todos los partidos autoritarios.
Los defensores de la autoridad entienden que para
resolver la cuestión, debe constituirse un gobierno e
imponer por la fuerza un programa. No quiero negar
que al expresarse así pueda haber en ellos buena fe,
ni de que crean sinceramente que obrando de esa for-
ma harán el bien de todos, pero sí diré, y de eso te-
nemos la íntima convicción, la certeza absoluta todos
los anarquistas que, en realidad, obstaculizando la li-
bre acción popular, se conseguirá solamente crear una
nueva clase privilegiada, interesada en sostener al nue-
vo gobierno, y reemplazar, a fin de cuentas, una tiranía
por otra.
Los anarquistas han de esforzarse indudablemente
por hacer lo menos penoso posible el paso del esta-
do de esclavitud al de la libertad, facilitando al pueblo
el mayor número de ideas prácticas e inmediatamen-
te aplicables, pero a la vez deben guardarse muy mu-
cho de alentar esa inercia intelectual ya más arriba y

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la propensión a que sean unos cuantos quienes obren
y piensen, limitándose los demás a obedecer.
La revolución para ser verdaderamente emancipa-
dora, habrá de desenvolverse libremente de mil dis-
tintas formas, correspondiendo a otras tantas diver-
sas condiciones morales y materiales de los hombres
de hoy, por la libre iniciativa de todos y de cada uno.
Nuestra misión principal ha de ser la de sugerir, la de
llevar al ánimo de todos, la necesidad de poner en prác-
tica cuantos modos de vida mejor armonizan con nues-
tros ideales, procurando interpretar siempre el sentir
general e introducir las reformas que puedan ser asimi-
lables y que, voluntariamente, los demás acepten, pero
sobre todo deberemos esforzarnos por suscitar en las
masas el espíritu de iniciativa y el hábito a que sean
los mismos individuos quienes se resuelvan sus pro-
blemas.
Habremos de tener especial cuidado en evitar hasta
las apariencias de mando, de dominio, que puedan des-
pertar susceptibilidades, y por la palabra y el ejemplo
obrar en compañero entre compañeros, teniendo siem-
pre en cuenta —y esta es una de las mejores virtudes
del militante— que al forzar demasiado las cosas y pre-
tender que triunfen nuestros planes, corremos el ries-
go de cortar las alas a la revolución y de asumir, más o

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menos inconscientemente, la función gubernamental,
que tanto condenamos en los de enfrente.
Es indudable que, como gobierno, habríamos de
obrar forzosamente como todos los demás. Caeríamos
en los mismos defectos. Y me atrevo a decir que qui-
zá seríamos más peligrosos para la libertad que nues-
tros antecesores, porque fuertemente convencidos de
la razón que nos asiste y del bien que hacemos, ha-
ríamos uso como verdaderos fanáticos de los medios
más extremos, juzgando como contrarrevolucionarios
y enemigos del bien general a cuantos no pensaran y
obraran de forma idéntica a nosotros.
Si a pesar de nuestros esfuerzos, lo que los demás
hicieran no estuviera de acuerdo con lo que nosotros
pensamos y estimamos, poca importancia tendría al
cabo si la libertad de cada uno y de todos fuera respe-
tada.
Lo que más importa, y esto es lo fundamental, es
que todos obren como lo entiendan por conveniente,
ya que la historia y la experiencia de la vida diaria nos
enseña que las únicas conquistas sólidas y duraderas
son las conseguidas por el pueblo gracias a sus propios
esfuerzos; no existen otras reformas definitivas que las
reclamadas e impuestas por la conciencia popular.

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Biblioteca anarquista
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Errico Malatesta
Cuestiones de táctica

Digitalizado desde el original.


Extraído del libro «Estrategia y tácticas en la práctica
anarquista», de la Editorial Gato Negro, el cual
contiene varios textos de Errico Malatesta.

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