El Hombre de Ojos Abiertos
El Hombre de Ojos Abiertos
El Hombre de Ojos Abiertos
por T. Austin-Sparks
Creo que la expresión usada por Balaam es muy apropiada para encabezar nuestra presente
meditación: “el hombre de ojos abiertos”.
Después, de nuevo, tenemos a los que han visto y han seguido, pero que han perdido su visión
espiritual. Estos poseyeron visión alguna vez, pero que ahora están ciegos, con un lamentable factor
añadido: creen que ven y están ciegos a su propia ceguera. Esta era la tragedia de Laodicea.
Luego están las dos clases que hemos citado, representadas por Balaam y Saulo de Tarso. Balaam,
cegado por la ganancia, o la perspectiva de ganancia, estaba tan poseído con la cuestión de las
ganancias y las pérdidas como para estar ciego en cuanto a los grandes pensamientos y propósitos
de Dios. Era tan incapaz de ver al Señor mismo en el camino, que llegó casi a punto de quedar
tirado en él. El texto es muy claro en este punto. Balaam no vio al Señor hasta que el mismo Señor
abrió sus ojos; sólo entonces lo vio: “El ángel del Señor.” Esta es la manera en que el texto lo
expresa. Apenas tengo dudas de que se trata del mismo Señor. Después vio. Más tarde Balaam hizo
esta doble declaración sobre el asunto - “El hombre de ojos abiertos”, “Caído pero abiertos sus
ojos”. Este es Balaam, un hombre cegado por consideraciones de carácter y naturaleza personal,
sobre cómo le afectarían a él las cosas. Y cuán cegadoras son este tipo de consideraciones cuando
tratamos con asuntos espirituales. En el momento en que tu o yo nos detenemos en esta pregunta
(¿cómo me afectaría a mí tal o cual cosa?) estamos en un grave peligro. Si alguna vez, por un
momento, permitimos que nos influyan cuestiones como: ¿Cómo me afectará tal cosa? o ¿Cuánto
me costará esto? ¿Qué voy a ganar o perder a través de esto?, daremos ocasión a que la oscuridad
tome posesión de nuestros corazones, y estaremos en el camino de Balaam.
Por otra parte, tenemos a Saulo de Tarso. No hay ninguna duda sobre su ceguera. La suya era la
ceguera de su mismo celo religioso por Dios, por la tradición, por la religión histórica, y por lo
establecido y aceptado en el mundo religioso. Era un celo ciego, acerca del cual tuvo que decir más
adelante: “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de
Nazaret” (Hch. 26:9). “Había creído mi deber.” Qué tremendo giro tuvo lugar cuando descubrió que
lo que había creído y considerado apasionadamente como su deber para agradar a Dios y satisfacer
su propia conciencia, era completa y diametralmente opuesto a Dios y el camino correcto de la
verdad. ¡Qué ceguera! Ciertamente Saulo está ahí como una permanente advertencia para todos
nosotros de que tener celo por algo no prueba necesariamente que ese algo sea correcto, ni que
estamos en el buen camino. Nuestro celo puede ser algo que en sí mismo nos ciega y nuestra
devoción a la tradición puede ser nuestra ceguera.
Creo que los ojos ocupan un lugar muy importante en la vida de Pablo. Cuando sus ojos fueron
abiertos espiritualmente, sus ojos naturales fueron cegados. Y podemos usar esto como una
metáfora. En las cosas de Dios el uso excesivo de los ojos naturales puede ser una indicación de
cuan ciegos estamos; y puede ser que, cuando estos ojos naturales se cierren para lo religioso,
entonces, y sólo entonces, veamos algo. Aquello que estorba en mucha gente la capacidad de ver
realmente, es el ver demasiado pero en una dirección equivocada. Ven sólo con los sentidos
naturales, las facultades naturales de la razón, el intelecto y la educación, y todo esto es un
obstáculo. El ejemplo de Pablo nos dice que, a veces, para ver realmente es necesario que seamos
cegados. Es evidente que esta experiencia dejó su marca en él del mismo modo que el dedo del
Señor la dejó sobre Jacob por el resto de sus días. Pablo fue a Galacia y más tarde les escribió a los
gálatas; y les dijo: “Porque yo os doy testimonio de que si hubieseis podido os hubieseis sacado
vuestros ojos para dármelos.” Para expresar que los gálatas notaron su aflicción y percibieron
aquella marca que tenía desde el camino a Damasco, por lo que llegaron a sentir el deseo de sacarse
sus mismos ojos para él, si acaso esto hubiese sido de algún modo posible. Pero es maravilloso
notar que la comisión recibida cuando fue cegado físicamente en el camino a Damasco, estaba
enteramente relacionada con los ojos. El estaba ciego y le llevaron de la mano hasta Damasco. Pero
el Señor le había dicho en aquella hora: “...A quienes ahora te envío para que abras sus ojos, para
que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios.” Estos pasajes tienen
un mensaje para nosotros, aunque cubren el terreno de la vista espiritual de un modo todavía muy
general. Existen, por supuesto, bastantes detalles más específicos, pero por ahora no nos
proponemos buscarlos. Vamos a seguir con esta consideración general.
Y cualquiera que predica ha de tener registrado este milagro en su historia personal. El predicador
mismo depende por completo de que este mismo milagro se produzca también en todo aquel que lo
escucha. Es aquí donde llega a estar tan indefenso y donde también se llega a ser tan “necio.” Quizá
sea aquí donde, en cierto sentido, encontramos la “locura de la predicación.” Un hombre puede
haber visto y puede predicar lo que ha visto, mientras ninguno de quienes lo escuchan ha visto o
está viendo. De modo que está diciendo a los ciegos: “¡Ved!” y no ven. Está dependiendo por
completo de que el Espíritu de Dios venga y lleve a cabo un milagro en ese momento y lugar. A no
ser que este milagro se lleve a cabo, su predicación será vana en cuanto al efecto deseado. No sé lo
que dices cuando llegas a una reunión e inclinas tu cabeza en oración, pero déjame hacerte una
sugerencia. Puede ser que el que vaya a dar la predicación o la enseñanza haya recibido su mensaje
como fruto del milagro de la iluminación, y aún así puede ser que tu te lo pierdas todo. La
sugerencia es que siempre, en todo momento, le pidas al Espíritu Santo que obre en ti este milagro
nuevamente, en esa hora precisa, para que puedas ver.
Pero vayamos mas allá. Cada medida de nueva visión es una obra del cielo. No es algo que se
completa de una vez por todas. Para nosotros, es posible seguir viendo más y más plenamente, pero,
con cada nuevo fragmento de verdad, esta obra que no está en nuestro poder de realización debe ser
hecha de nuevo. La vida espiritual no es un milagro solamente en su comienzo; en el sentido en que
estamos hablando, es un continuo milagro hasta el final. Esto es lo que surge de los pasajes que
hemos leído. Puede que un hombre haya recibido un toque y aunque antes estaba ciego ahora ve.
Sin embargo, al principio sólo ve un poco, tanto en profundidad como en alcance, y lo hace de
manera imperfecta. Existe todavía una cierta medida de distorsión en su visión. Se requiere otro
toque del cielo para que pueda verlo todo correctamente, perfectamente. Pero, incluso entonces, no
se acaba el proceso, porque aquellos que están viendo las cosas correctamente, perfectamente,
tienen todavía posibilidades en Dios para ver, dentro de esa medida, alcances todavía mayores. Sin
embargo sigue siendo necesario el espíritu de sabiduría y revelación para conseguirlo. Todo el
recorrido del camino se lleva a cabo desde el cielo. ¿Y quién lo conseguirá de otro modo? Porqué
¿No es la permanencia constante de este elemento milagroso lo que da a la verdadera vida espiritual
su genuino valor?
Pero a lo que quiero llegar es a esto: no son nuevas verdades, no es el cambio de la verdad, pero es
que hayan hombres quienes al presentar la verdad puedan ser reconocidos por los que escuchan
como hombres que han visto. Esto marca la diferencia. No son hombres que hayan leído, estudiado
y se hayan preparado, sino hombres que hayan visto, en los cuales se pueda encontrar ese elemento
de asombro que encontramos en el hombre en Juan 9. “Si es pecador o no, no lo sé, una cosa sé, que
antes era ciego y ahora veo.” Tú sabes si una persona ha visto o no, tú sabes de dónde viene y cómo
ha venido. Esta es la necesidad: ese “algo,” ese indefinible “algo” que da como resultado el
asombro y te lleva a decir: “¡Este hombre ha visto algo o esta mujer ha visto algo!” Es este factor de
ver el que establece toda la diferencia.
Oh sí, es algo mucho más grande de lo que tú o yo hayamos podido todavía apreciar. Déjame
decirte de inmediato que todo el infierno se une contra esto, y el hombre cuyos ojos han sido
abiertos va a encontrarse con el infierno. Este hombre en Juan 9 tuvo que encararlo de inmediato.
Le expulsaron, e incluso sus propios padres tenían temor de ponerse de su lado por razón del costo
que ello implicaba. “Edad tiene, preguntadle a él.” "Sí, es nuestro hijo, pero no nos presionéis
demasiado, no nos metáis en esto, id a él y aclararos con él, a nosotros dejadnos.” Vieron una luz
roja de peligro, por lo que trataron de evitar el asunto. Ver tiene un costo, y puede llegar a costar
todo. Esto es así debido al inmenso valor que el ver tiene para el Señor, en oposición a Satán, el
dios de este siglo, que ha cegado los ojos de los incrédulos. Esto implica deshacer su obra. “Te
envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás
a Dios.” Satán no va a soportar eso ni en el principio ni en ninguna medida. Ver es algo tremendo.
Pero, ¡qué gran necesidad tenemos hoy de hombres y mujeres que puedan afirmarse en la posición
en que estaba este hombre y puedan decir: “Una cosa sé que habiendo sido ciego ahora veo!” Es
algo grande estar ahí. No sé cuanto veo pero una cosa tengo muy clara, y es que veo. Es algo que no
había sucedido antes. Con tal experiencia hay un impacto, una certificación. En la Palabra de Dios,
la vida y la luz van siempre juntas. Si alguien realmente ve, hay vida y hay edificación. Si te está
dando algo de segunda mano, estudiado, leído, preparado, no hay mas edificación en ello que,
quizás, esa edificación temporal de la curiosidad, una fascinación pasajera. Pero no se encuentra esa
vida real que hace que la gente viva.
De modo que no estoy abogando por cambiar la verdad o para que introduzcamos nuevas verdades,
sino para que haya visión espiritual dentro de la verdad. “El Señor tiene todavía mucha luz y verdad
que impartir desde su Palabra.” Esto es verdad. Dejadme en este punto aclarar algo que se dice de
nosotros. No estamos buscando nueva revelación, ni tampoco decimos, ni sugerimos, ni insinuamos
que podemos tener nada aparte de la Palabra de Dios. Sin embargo, sí reivindicamos que hay
muchísimo en la Palabra que nunca hemos visto y que aún podemos ver. Ciertamente, todo el
mundo está de acuerdo con esto y simplemente esto: necesitamos ver, y cuanto más vemos (vemos
de verdad), tanto más desbordados nos sentimos en cuanto al todo. Nos sentimos así porque nos
damos cuenta de que estamos en la frontera de aquella tierra donde las distancias son inmensas, la
cual se extiende mucho más allá del poder y la experiencia de la breve vida humana.
Para terminar, quiero repetir que, en cada etapa, desde su inicio hasta su consumación, la vida
espiritual lleva consigo este secreto: ¡Veo! Justo al principio, cuando nacemos de nuevo, esta
debería ser nuestra espontánea expresión, la exclamación de vida. Nuestra vida cristiana ha de
empezar ahí. Pero, a lo largo de todo el camino, hasta la consumación final, debe seguir ocurriendo
esto mismo, la constante experiencia de este milagro, de modo que tu y yo nos mantengamos en
esta esfera de asombro. Este elemento de asombro repitiéndose una y otra vez, como si nunca
hubiéramos visto nada de nada. Lo hemos oído expresado del siguiente modo: “Lo que ha ocurrido
ahora, por la gracia de Dios, ha eclipsado todo lo que ha acontecido hasta aquí, y es mas grande
incluso que mi propia conversión.” Hemos oído esta manera de expresarlo, y no de boca de
personas normales. Lo hemos oído de boca de líderes. ¡Hemos llegado a ver en una forma nueva!
Ha de ser así.
Pero he de decir a la vez que, normalmente, a una nueva entrada del Espíritu de este modo le sigue
el eclipse de todo lo que le ha precedido. Parece que el Señor ha de llevamos a este punto en que
nos es necesario clamar: “¡ A no ser que el Señor muestre, a no ser que Él revele, a no ser que haga
algo nuevo, todo lo que ha sido hasta ahora es como si nada, todo lo del pasado no me salvará
ahora!” . De modo que nos dirige a un lugar oscuro, un tiempo oscuro. Sentimos que lo que queda
en el pasado ha perdido la capacidad que tuvo en su día de hacernos optimistas, triunfantes. Esta es
la manera que tiene el Señor de mantenemos avanzando. Si se nos permitiera estar perfectamente
satisfechos con lo que hemos conseguido en cualquier etapa, sin sentir la absoluta necesidad de algo
que nunca hemos experimentado ¿Avanzaríamos? ¡Por supuesto que no! Para mantenemos en
marcha, el Señor ha de producir experiencias en las que nos sea absolutamente necesario verle y
conocerle de una manera nueva, y ha de ser así a lo largo de todo el camino, hasta el fin. Puede que
en el proceso en que el Señor abre nuestros ojos haya una serie de crisis en las que veamos y
volvamos a ver una y otra vez hasta que podamos decir como nunca antes: “¡Veo!” De modo que lo
que cuenta no es nuestro estudio, nuestro aprendizaje, nuestro conocimiento de libros, sino un
espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de El, siendo iluminados los ojos de
nuestros corazones. Es este ver lo que trae consigo la tan necesitada nota de autoridad. Este es el
elemento, el rasgo que se necesita hoy. No es simplemente el ver por ver, sino ver para introducir
una nueva nota de autoridad.
¿Dónde está hoy la voz de autoridad? ¿Dónde están quienes hablan con verdadera autoridad? En
cada esfera de la vida estamos languideciendo de manera terrible por falta de esta voz de autoridad.
La iglesia languidece por falta de voces de autoridad espiritual, por falta de esa nota profética: ¡Así
dice el Señor! El mundo languidece por falta de autoridad, y esta autoridad acompaña sólo a
quienes han visto. Hay mucha más autoridad en el testimonio del ciego de nacimiento cuando dijo:
“Una cosa sé, que antes era ciego y ahora veo,” que la que había en todo Israel con toda su tradición
y conocimiento. ¿No será esto mismo lo que había en Jesús que daba tanto peso a sus palabras?
“Porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt. 7:29). Esto es lo que
despierta el odio. Los escribas eran la autoridad. Si alguien quería una interpretación de la Ley, iba
a los escribas. Si querían saber cual era la posición autorizada respecto a algo, iban a los escribas.
Pero El hablaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. ¿De dónde emanaba esta
autoridad? Simplemente que en todo el podía decir: “¡Lo sé!” No es lo que he leído, lo que se me ha
dicho, lo que he estudiado sino esto: “¡Lo sé! ¡He visto!”
Que el Señor haga que todos seamos de aquellos que tienen ojos abiertos.
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