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Capítulo II

El prisma conceptual del


racismo1

¿Qué es el racismo?

E l racismo es una forma de pensar, sentir y actuar que se basa en


una característica específica de la diferencia humana a la que se ha
llamado “racial”. Como señalamos en el capítulo anterior, desde media-
dos del siglo xviii la división de la humanidad en “razas” ha sido uno de
los medios más efectivos para instaurar jerarquías entre grupos huma-
nos, pues establece que hay “razas” inferiores y superiores. Esta manera
de clasificar a la humanidad ha contribuido notablemente a la crea-
ción de desigualdades e injusticias, pues se ha interiorizado la idea de
que las “razas” son una realidad y que hay personas que valen menos
debido a una característica biológica, anclada a su naturaleza.
El racismo es “la creencia de que ciertos seres humanos son mejores
que otros; es la idea de que la apariencia física está unida a la cultura, a
las cualidades morales y las capacidades intelectuales” (Iturriaga, 2016:
10). El pensamiento racista ubica al cuerpo de las personas en un lugar
definido de acuerdo con su apariencia, pues sostiene que las caracte-
rísticas físicas o biológicas de ellas están directamente asociadas a sus
prácticas, a sus maneras de comportarse e incluso a su inteligencia. Tal

1 Este capítulo retoma fragmentos del cuadernillo 2, ¿Qué es y cómo se manifiesta el


racismo?, y del cuadernillo 3, ¿Qué es la xenofobia y cómo se manifiesta?, ambos de nuestra
autoría, publicados por el Conapred en 2021 y 2020.

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El racismo

forma de pensar y de actuar implica rechazo, jerarquización, domina-


ción e inferiorización de unos hacia otros por cuestiones supuestamente
biológicas, al establecer relaciones de poder y de dominación que se
manifiestan en prácticas y comportamientos considerados normales.
Esto profundiza las desigualdades y las justifica, pues pareciera que
unos tienen derecho a mejores condiciones de vida que otros (Iturriaga,
2020: 159).
En la vida cotidiana podemos ver cómo el racismo es ejercido (pen-
sado, sentido y actuado) por personas concretas en contra de indivi-
duos o comunidades específicas. Sin embargo, no sólo está presente
en los actos particulares de algunas personas a las que podemos iden-
tificar como racistas, sino que tiene un alcance estructural, es decir,
va más allá de las acciones individuales. Decir que el racismo es un
sistema estructural significa que este modelo de entender la diferencia
humana ha ordenado a la sociedad, se ha filtrado en la construcción
de las instituciones sociales (como la familia o la escuela) y de las ins-
tituciones políticas (como el Estado y sus organismos de gobierno), y
se ha naturalizado en ideas, sentires y prácticas cotidianas. Por ello, este
sistema beneficia a ciertas poblaciones a las que considera racialmen-
te superiores, en menoscabo de poblaciones a las que inferioriza por
su supuesta “raza”, y su efecto consiste en la reproducción continua de
jerarquías y desigualdades.
El racismo se expresa de formas diferentes de acuerdo con la socie-
dad, el contexto y el momento histórico en el que se presenta. Durante
el siglo xx hubo tres regímenes racistas —el nazi en Alemania (1941-
1945), el apartheid en Sudáfrica (1948-1990) y el régimen supremacista
blanco de las Leyes Jim Crow en algunos estados de Estados Unidos
(1875-1964)— que son reconocidos tanto por su extrema violencia como
porque fueron legalmente avalados. En el siguiente capítulo ahonda-
remos en esos casos.
Hay otras expresiones de racismo cuyas manifestaciones no son ge-
nocidas o legalizadas, pero ello no significa que no dañen y violenten
cotidianamente a grandes sectores de las sociedades contemporáneas.
El racismo tiene una presencia muy extendida y se manifiesta de dis-
tintas formas, ya que opera con mecanismos diversos. A continuación

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El prisma conceptual del racismo

presentaremos algunos conceptos útiles para ubicarlo y poder dar


cuenta de su presencia.
Eduardo Restrepo (2015) propone distinguir dos formas en las que
se presenta el racismo: una manifiesta y otra latente. El “racismo ma-
nifiesto” está conformado por enunciados y prácticas explícitamente
racistas, que pueden ser fácilmente reconocidos tanto por quienes los
ejercen como por quienes los atestiguan o son objeto de ellos. El racismo
manifiesto es explícito, aunque a veces se esconde en eufemismos2 que
sustituyen términos que pueden resultar ofensivos o provocar malestar
en un grupo de personas, y de esta manera la agresión o el desprecio
tal vez pasen desapercibidos.
El “racismo latente” opera sin que sea necesariamente percibido
por las personas involucradas. Este racismo, señala Eduardo Restrepo,

está arraigado en el sentido común y se ha naturalizado tanto que trabaja


predominantemente desde el inconsciente, de forma soterrada pero eficaz,
en los procesos de diferenciación y los ejercicios de exclusión de unas
poblaciones o individuos con base en articulaciones raciales que tienden
a no aparecer como tales (2015: 128).

El racismo latente es silencioso pero efectivo, pues garantiza el man-


tenimiento de una estructura creadora de desigualdades e inequida-
des que pasa desapercibida, de modo que sitúa a las personas en lugares
fijos. Ejemplo de ello es asumir como normal y natural que las personas
indígenas sean pobres y estén destinadas únicamente a trabajar en el
campo y vender productos agrícolas en los mercados o elaborar ar-
tesanías.
En algunos contextos el racismo puede dirigirse hacia uno mismo
o hacia la propia colectividad. Esto sucede cuando las personas que
han sufrido racismo interiorizan los estereotipos y los valores negati-
vos socialmente construidos en torno a ellas mismas y al grupo al que

2 Un ejemplo del racismo manifiesto escondido en un eufemismo es cuando una


persona llama “negrita” a otra porque decirle “negra” le parece que acaso resulte agresivo.
De esta forma termina infantilizando a la persona y denostándola aún más.

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El racismo

pertenecen. Esto se conoce como “endorracismo”, es decir, un racismo


hacia adentro (Restrepo, 2015: 124); una especie de autodiscriminación
emanada del sujeto que sufre y experimenta el prejuicio por su perte-
nencia étnica o racial. Es un autodesprecio porque uno acepta mirarse
con los ojos del opresor, pues ha internalizado las premisas de que su
etnia o supuesta “raza” es inferior, salvaje, incapaz, atrasada, inciviliza-
da, carente de belleza y con una inteligencia menor (Pineda, 2017: 56).
Para hablar del “neorracismo” o “racismo de la diferencia”, concepto
que empezó a emplearse en los años setenta del siglo xx en la sociología
europea, tenemos que explicar cuál es el racismo clásico o el racismo
de la desigualdad. Autores como Taguieff (2001), Chebel d’Appollonia
(1998), San Román (1996), Wieviorka (1992) y Balibar (1988) hacen la
distinción entre el racismo clásico y el nuevo racismo. El primero, tam-
bién llamado racismo científico o de la desigualdad, propone que las
“razas” humanas existen y que las características biológicas o físicas de
las personas corresponden a sus capacidades psicológicas e intelec-
tuales. “Este racismo contiene un fuerte determinismo que pretende
explicar no solamente los atributos de cada miembro de la supuesta
raza, sino también el funcionamiento de las sociedades o comunidades
compuestas por tal o cual raza” (Wieviorka, 2009: 29).
El neorracismo, el racismo de finales del siglo xx y principios del xxi
que se presenta en Europa, es una versión más sofisticada del racismo
clásico, ya que acepta la igualdad biológica de los seres humanos, pero
hace referencia a las diferencias culturales para argumentar que es im-
posible la convivencia, la igualdad y la comprensión mutua (Iturriaga,
2016: 46). El neorracismo es un racismo cultural que no enfatiza las
diferencias biológicas sino las identitarias.
Para ejemplificar el neorracismo, Chebel d’Appollonia retoma en
su libro Los racismos cotidianos (1998) la nota de una revista francesa:
“Me encantan los magrebíes. Pero su sitio está en el Magreb […] no
soy racista, sino nacionalista […]. Para que una nación sea armoniosa
necesita cierta homogeneidad étnica y espiritual” (1998: 65). Étienne
Balibar señala que el neorracismo es “un racismo sin razas, un racismo
que a primera vista no postula la superioridad de determinados grupos
o pueblos respecto a otros, sino simplemente la nocividad de la desa-

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El prisma conceptual del racismo

parición de las fronteras, la incompatibilidad de formas de vida” (1988:


37). Michel Wieviorka (1994) reconoce que si bien en la actualidad hay
en Europa un nuevo racismo basado en una lógica cultural, detrás de
éste sigue presente en mayor o menor medida la lógica del racismo
clásico.
Por último, algunos grupos hablan de la existencia de un “racismo a
la inversa”. Por ello entienden el rechazo que pueden sufrir las personas
“blancas” o quienes han estado en posiciones sociales de poder, por
parte de personas de otra “raza” o de un color de piel más oscuro que
el suyo. Sin embargo, para que exista racismo es condición necesaria
que quienes lo ejerzan estén en posiciones estructurales de poder, a
partir de las cuales puedan fijar las identidades de los Otros, inferiorizar
sistemáticamente, determinar y organizar las acciones en su contra.
Como dijimos, el racismo es un sistema estructural de poder, no sólo
una discriminación concreta. Por ello el racismo a la inversa, es decir,
el racismo hacia las personas consideradas de “raza blanca”, no existe.

Diferencias entre discriminación y racismo

“Discriminar” significa, en su sentido amplio, ‘diferenciar’, ‘distinguir’.


Como podemos ver, en la lengua española y en muchas otras lenguas
hemos construido histórica y culturalmente el verbo “discriminar”, el
sustantivo “discriminación” y el adjetivo “discriminatorio(a)” en torno
a una connotación que implica otorgar menor o mayor valor a cada una
de las cosas, personas o grupos humanos que estamos comparando.
La discriminación es “una práctica que puede darse de forma cotidia-
na o institucional y que en general consiste en dar un trato desfavorable
o de desprecio inmerecido a determinada persona o grupo, limitando o
impidiendo su acceso a un derecho o servicio, o vulnerando el goce
pleno de sus derechos humanos por el motivo de pertenecer a un grupo
determinado” (Conapred, 2004). Hoy en día las convenciones sociales,
lingüísticas y culturales en que nos movemos llevan a definir la discrimi-
nación como un acto o un conjunto de prácticas concretas que niegan
o limitan la igualdad de trato para una persona o grupo de personas.

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El racismo

Esto sucede a causa de su pertenencia a un colectivo que suele ser


víctima recurrente de por lo menos uno de los sistemas estructurales
de opresión que operan en una sociedad.
Los sistemas estructurales de creación de poder y desigualdad —don-
de se naturalizan las diferencias— están incorporados a las instituciones
sociales y políticas, como la familia, la escuela, las iglesias o los dife-
rentes organismos del Estado. Por ello, la discriminación no se explica
sólo a partir de las acciones e interacciones entre individuos, sino que
funciona fundamentalmente bajo el cobijo de estos sistemas estruc-
turales o sistemas paraguas que fomentan, cubren y respaldan formas
de opresión específicas. El patriarcado, el racismo, el etnocentrismo y
el clasismo son algunos de los más grandes sistemas estructurales de
opresión creadores y reproductores de desigualdades sociales.
Todas las personas podemos recibir un trato desfavorable bajo ciertas
circunstancias, pero hay grupos sociales que viven y luchan con algún
tipo de discriminación de forma continua y cotidiana. Cuando los ac-
tos de discriminación llegan a ser recurrentes contra algún grupo en
particular, se traducen en mayores grados de exclusión, limitación y
vulneración de las oportunidades y derechos de la gente que es parte
de ese grupo, perpetuando así las brechas de desigualdad ya existentes
que nutren la maquinaria estructural de la que son producto.3
Así, la discriminación es un acto concreto, pero en él se expresan y
se traducen estructuras complejas. Varios grupos que sufren discrimi-
nación no sólo la padecen en una de sus formas sino en varias. En las
sociedades contemporáneas —cualquiera de la que hablemos— fun-
cionan diversos sistemas de poder u opresión de forma simultánea y
profundamente interrelacionados. Por ello es frecuente que un acto
de discriminación singular exprese motivaciones o expresiones que
vienen de una combinación de opresiones: racismo, machismo, etno-
centrismo, clasismo. Se hallan tan entrelazadas que muchas veces es
difícil distinguir la lógica central de ese acto.

3 En 2003 fue promulgada en México la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discri-
minación, que fue reformada en 2014. En el artículo 1.º define lo que en términos oficiales
se entiende por discriminación.

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El prisma conceptual del racismo

La discriminación racista4 es aquella forma de discriminación que


parte de la creencia o de la convicción de que ciertas personas son
inferiores porque forman parte de grupos “racialmente” inferiores.
Por racial se pueden entender diversas cosas. Entre ellas: considerar
que el color de la piel y los rasgos faciales definen la pertenencia de
las personas a una “raza” en particular; creer que en el color de piel se
expresan diferencias genéticas esenciales y deterministas; defender
la idea de que la ascendencia, la genealogía y los orígenes ancestrales
están alojados en “la sangre”; o asumir que las personas pertenecientes
a ciertas “categorías” (geográficas, culturales, fisionómicas) son bási-
camente iguales —por ejemplo, los grupos “blancos”, “negros”, “indios”,
“asiáticos” o “africanos” (Wade, 2014: 35-36)—.
Cada acto de discriminación racista expresa, pone en práctica y man-
tiene vivo un sistema de poder: el racismo. Sin embargo, el racismo es
mucho más vasto y complejo, y no se limita a los actos de discrimina-
ción, sino que los rebasa en sus dimensiones y expresiones. Ejemplo
de ello sonlos genocidios motivados por el racismo;5 el más conocido,
contra el pueblo judío por parte del nazismo en la Segunda Guerra Mun-
dial, y otro, tristemente célebre también, contra el pueblo maya ixil por
parte del gobierno militar guatemalteco en los años ochenta del siglo

4 Nosotros preferimos hablar de “discriminación racista” y no de “discriminación ra-


cial”. El segundo término se basa en la idea de que la gente es objetivamente parte de una
“raza”, y que la pertenencia a una raza inferiorizada explica que alguna discriminación se
dirija en su contra. Desde nuestro punto de vista, el término “discriminación racista” es
más preciso porque denota una forma de discriminación producto de un sistema estruc-
tural de poder llamado racismo.
5 “El término ‘genocidio fue acuñado’ por el jurista polaco Raphael Lemkin en 1944 para
conceptualizar el delito de exterminio sistemático contra ciertas poblaciones específicas.
Esta definición quedó aprobada en la Convención para la Prevención y Sanción del delito
de Genocidio que aprobó la Asamblea General de la ONU en 1948”. El genocidio es un
acto o conjunto de actos realizados con la intención de destruir, total o parcialmente, a
un grupo nacional, étnico, racial o religioso, y que implica acciones como la matanza y
lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; el sometimiento
intencional del mismo a condiciones de existencia que conduzcan a su destrucción física,
total o parcial; o medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, y/o
traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo (Aizenstatd, 2007).

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El racismo

xx. La esencia de los genocidios racistas es mucho más avasalladora y


destructora, pues el fin último consiste en exterminar.
Las formas de discriminación son muchas; podemos hablar de dis-
criminación por género, clase, orientación sexual y racista. Algunas
discriminaciones suelen funcionar de forma conjunta en escenarios
particulares. En estos casos, las formas de discriminación no sólo se
superponen, sino que se establecen bajo una lógica que hoy se cono-
ce como “interseccionalidad”. Cuando esto sucede decimos que estas
formas de discriminación no sólo se suman, sino que se multiplican al
dar por resultado altos grados de sufrimiento e inferiorización (Platero
Méndez, 2014).

Racialización, racialismo y colorismo

Éstas son tres palabras que se escuchan con frecuencia cuando ha-
blamos de racismo. Es importante entender que la racialización, el racialis-
mo y el colorismo no significan lo mismo que racismo, pero los tres
son conceptos que ayudan a entender los matices de este complejo
fenómeno.
Una de las definiciones más útiles de “racialización” es la propuesta
por Alejandro Campos, quien señala que es “la producción social de los
grupos humanos en términos raciales” (Campos, 2012). La racialización
es una forma muy particular y específica de ver y etiquetar los cuerpos de
las personas en términos de “razas”. Esto quiere decir que los grupos
humanos son concebidos como si cada uno de quienes los habitan
perteneciera a una misma “raza”. Así, cuando una persona ve a otra a
la que asume perteneciente a una “raza” específica y le asigna este-
reotipos que concuerdan con dicha generalización, la está raciali-
zando.
Más allá de un acto de clasificación individual, la racialización es un
proceso social mediante el cual los países y las sociedades se estructu-
ran, al determinar que en su interior existen ciertas divisiones raciales
entre sus grupos, y este hecho caracteriza y explica en gran parte las
diferencias y las desigualdades que existen entre ellos. Cada país tiene

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El prisma conceptual del racismo

un modelo de racialización distinto que responde a su conformación


como Estado-nación, a su historia y a su identidad.
Ahora bien, el “racialismo” o, como señala Alejandro Campos (2012),
esa peculiar manera de dar significado a la diversidad humana, es la
creencia en la existencia y factibilidad de las razas humanas. El racia-
lismo implica el tratamiento de las tipologías raciales. Se materializa
en la percepción de las razas como evidentes y tangibles. Lo anterior
significa que se parte de la idea de que las razas, organizadas en cate-
gorías raciales, son observables, corroborables y evidentes. Por ello,
el racialismo es una manera muy particular, señala Campos, de dar
significado a la biodiversidad y sociodiversidad humana.
Si bien el racismo es por definición racialista —pues parte de la idea
de que las razas humanas existen—, la postura racialista no es necesa-
riamente una postura racista. Buena parte de las luchas antirracistas
emprendidas desde Estados Unidos se apoyan en posturas racialis-
tas, pues creen en la existencia y factibilidad de las razas humanas. No
creen que las razas sean entes de naturaleza biológica, pero consideran
en cambio que la idea de la raza agrupa y ello puede conducir a ethos
grupales emancipatorios. Para quienes tienen una postura racialista,
las razas no deben ser percibidas como instancias de mutua exclusión.
Los racialistas sostienen que, si bien las razas pueden ser una forma de
estigmatizar y excluir, también pueden ser vistas como categorías que
incluyen, y que pueden percibirse como una fuente de reconocimiento
entre iguales.
Algunas corrientes actuales de la investigación académica, el activis-
mo político y el diseño de políticas públicas antirracistas son racialistas
y argumentan que el concepto “raza” se institucionalizó a tal punto que
se tradujo en categorías sociales reales que son vistas como evidentes
por sí mismas, y por lo tanto tendientes a permanecer. En consecuencia,
para esta corriente es indispensable pensar y explicar la realidad en
términos de diferencias raciales (Campos, 2012).
La lucha contra el racismo en Estados Unidos ha permitido que se
piensen otras formas de evidenciar el racismo. Un concepto reciente
es el “colorismo”, formado a partir de las palabras “color” y “racismo”. El
término fue acuñado en 1983 por la escritora afroamericana y feminista

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El racismo

Alice Walker. Por colorismo Walker hacía referencia al hecho de que, en-
tre más oscura era la piel de una persona negra, más sujeta a prejuicios
estaba, y que entre más clara fuera su piel y más finos los rasgos de su
rostro, más apreciada y socialmente aceptada sería (Knight, 2015: 45).
Así, podemos definir el colorismo como los estereotipos, los prejui-
cios y las actitudes discriminatorias en contra de las personas, que se
construyen o se ponen en práctica con base únicamente en su color
o tono de piel. Es una de las formas en las que se manifiesta el racismo
y tiene sus particularidades. El colorismo opera en dos niveles: uno
tiene que ver con la existencia de razas y con asociar el color de la piel
a una supuesta “raza”, y el otro funciona dentro de lo que se supone
es una misma “raza”. En este sentido, las personas pertenecientes a la
supuesta misma “raza” cuya piel es más clara o cuyos rasgos corporales
se asocian a la belleza occidental, como delgadez, nariz fina y cabello
lacio u ondulado, posiblemente se vean beneficiadas con mejores opor-
tunidades laborales, educativas y salariales.
Donde más se ha hablado de colorismo ha sido en sociedades como
la estadounidense o la brasileña, donde la “raza” se considera una no-
ción objetiva. Sin embargo, en países como México, donde la población
no se identifica abiertamente con una “raza”, también se puede observar,
en muchos contextos, cierta preferencia por un tono de piel más claro,
sin que éste sea asociado necesariamente a una identidad racial o a
categorías raciales.
Hace poco se ha abordado en México la relación existente entre el
color de la piel y la desigualdad. Ejemplo de ello es el proyecto perla
(Project of Ethnicity and Race in Latin America), dirigido por Edward Te-
llez, y el estudio realizado por Patricio Solís, Braulio Güémez y Virginia
Holm titulado Por mi raza hablará la desigualdad. En el primer trabajo
los datos que refieren a México mostraron que la variable “color de piel”
no aparece directamente relacionada con la posición socioeconómica y
que la categoría “blanco” no alude a una identidad de clase. Los datos
de la investigación tampoco encontraron una relación directa entre el
color de piel y quienes se autoidentifican como indígenas o mestizos
(Tellez, 2014). En el segundo trabajo, Por mi raza hablará la desigual-
dad, se buscó y encontró una correlación entre la variable color de piel

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El prisma conceptual del racismo

y el nivel de ingresos, así como color de piel y nivel de escolaridad. Sin


embargo, el trabajo no aborda las razones por las cuales en México
existe esa correlación.
El racismo en México, como este libro se propone mostrar, es mucho
más complejo. No es posible afirmar que el color de piel determina el
nivel de ingresos o el nivel educativo de una persona. Coincidimos con
López Caballero en que “es positivo y justo instaurar categorías que
visibilicen el color de piel para así poder denunciar prácticas discri-
minatorias basadas en ese criterio” (2022: s/p). Sin embargo, utilizar
categorías como blanco es riesgoso y delicado, pues en el caso mexicano

la categoría “blanco”, de volverse descriptiva, […] lejos de denunciar una


relación de privilegio fundada en criterios fenotípicos y racializantes, [pue-
de] servir para reactivar formas de pertenencia aún más exclusivas, como
[lo hacen] las jerarquías y taxonomías sociales que tienden a imperar en el
resto del subcontinente americano donde la identificación como “blanco”
efectivamente es revindicada por las élites económicas y políticas, y fun-
ciona no para cambiar o denunciar relaciones de desigualdad sino para
mantenerlas (López Caballero, 2022: s/p).

Estereotipos, prejuicios y estigmas

Tres de las formas más claras en que las personas reforzamos las rela-
ciones racializadas en nuestra sociedad parten del uso acrítico de los
estereotipos, los prejuicios y los estigmas. Cada uno de estos concep-
tos es central para comprender cómo se reproduce y ejerce el racismo en
las distintas instituciones sociales, en los medios de comunicación y
en la vida cotidiana. Consideramos que identificar, cuestionar y denun-
ciar los estereotipos, prejuicios y estigmas racistas ofrece la posibilidad
de ir desinstalando el racismo de nuestras vidas y comunidades.
Los “estereotipos” son una estructura de pensamiento que compren-
de imágenes, creencias, juicios, símbolos y opiniones acerca de cómo
son los Otros. A través de ellos creamos modelos de referencia, de aspi-
ración o de rechazo. Por eso pueden ser tanto positivos como negativos.

55
El racismo

Los estereotipos los podemos definir igualmente como un conjunto de


ideas simplificadoras, exageradas y generalizadas sobre un grupo de-
terminado. Estas ideas no representan a menudo toda la complejidad
del grupo y se espera que sean ciertas: las personas británicas son muy
puntuales; los hombres afrodescendientes son violentos; las personas
indígenas viven en zonas rurales y tienen poca educación escolariza-
da; las personas judías son ricas. Cuando se tiene la oportunidad de
confrontar el estereotipo con la realidad, como al encontrarse con una
persona indígena con estudios universitarios o con una judía que es
pobre, es frecuente escuchar “¡qué raro…!” antes que cambiar la idea
establecida. De esta manera, la evidencia se convierte en la excepción
que confirma la regla.
Como vimos en las frases anteriores, los estereotipos simplifican,
homogeneizan y generalizan características de individuos, sociedades,
culturas o nacionalidades. No dan cuenta de la complejidad, ni mucho
menos de la totalidad de los grupos a los que hacen referencia. Por eso
pueden ser peligrosos, pues hacen pasar como verdaderos aspectos
muy simplificados o falsos de la realidad.
Los estereotipos desempeñan un papel fundamental en nuestra vida
cotidiana porque, como se ha demostrado, afectan la información que
integramos y recordamos. Influyen en el modo en que interpretamos
la información y en cómo la usamos para crear juicios, pues operan
en el inconsciente y desde ahí influyen en nuestro pensamiento y en
nuestras conductas. Por ello muchas veces no somos conscientes de
que miramos a los Otros bajo el lente de un estereotipo (Gall, 2013).
Los estereotipos racistas cumplen una función muy importante en la
reproducción del racismo, pues funcionan como modelos que guían
las conductas hacia otros grupos y pueden servir para justificar actos
discriminatorios. Homi Bhabha (2002) explica que los estereotipos son
predictibles y producen una verdad probabilística. Para este autor, los
estereotipos son “una forma de conocimiento e identificación que vacila
entre lo que siempre está ‘en su lugar’, ya conocido, y algo que debe ser
repetido ansiosamente […] como si la esencial duplicidad del asiático y
la bestial licencia sexual del africano no necesitaran pruebas” (Bhabha,
2002: 90).

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El prisma conceptual del racismo

Es importante precisar que la fuerza de los estereotipos racistas está


en su repetición. Permanecen en el curso del tiempo, aunque las co-
yunturas históricas cambien. Por ejemplo, “la representación de la
población indígena en México es muy parecida desde el siglo xix a la fe-
cha, se mantiene el estereotipo de que son personas pobres, flojas,
sucias y poco inteligentes. Las coyunturas históricas cambiaron y los
medios de comunicación son otros, pero el estereotipo es el mismo”
(Iturriaga, 2016: 56).
Ahora bien, el “prejuicio”, como lo indica su nombre, se refiere a un
juicio previo, una percepción, una valoración, una opinión, una creencia
que condiciona una actitud afectiva adquirida y basada en una informa-
ción deficiente (los estereotipos). “El prejuicio se manifiesta en forma
de simpatía o antipatía frente a individuos, grupos, ideas, pautas, ins-
tituciones, nacionalidades. Es una percepción que puede ser positiva
o negativa, de grupos humanos culturalmente diferenciados a un no-
sotros” (Iturriaga, 2016: 56).
El prejuicio (fuertemente ligado a nuestro temor identitario del Otro)
es una actitud, un juicio o un sentimiento respecto de una persona, que
proviene de una generalización de las actitudes o creencias que se man-
tienen acerca del grupo al que esta persona pertenece (Gall, 2013). Los
prejuicios hacen referencia a las percepciones, valoraciones o actitu-
des producto de las reacciones afectivas o emocionales que tenemos
frente a los estereotipos. Por eso ambos conceptos van de la mano y
muchas veces se confunde su significado. Los sentimientos que generan
los estereotipos (información deficiente y parcial) influyen en formas de
pensar, y por supuesto en las conductas. Los prejuicios expresan senti-
mientos que pueden ir desde la simpatía y el agrado hasta el rechazo,
el miedo y el odio. Por ello, el prejuicio guiado por un estereotipo nega-
tivo posiblemente desemboque en actos de discriminación y violencia.
En las lógicas del nuevo racismo, el prejuicio cambia las formas di-
rectas y declaradas por unas más sutiles que configuran un racismo
simbólico que evita los estereotipos burdos y la discriminación flagran-
te. Michel Wieviorka (1992) advierte que en la actualidad el prejuicio
racista logra resistir la crítica racional y la confrontación con hechos.
El prejuicio, ahora más que nunca, es una forma de elaborar explica-

57
El racismo

ciones sólidas que generalmente remiten a problemas sociales reales.


Por ejemplo, “no es absurdo afirmar que una escuela con una fuerte
tasa de extranjeros que no hablan la lengua nacional va en detrimento
de los otros niños” (Wieviorka, 1992: 127). Se recurre con este tipo de
argumentos asentados en el prejuicio a separar a los hijos e hijas de mi-
grantes, de aquellos nacionales. De esta forma, este tipo de prejuicio
no necesita apartarse de la realidad.
El tercer concepto que consideramos clave para develar el racismo
es el “estigma”. Los griegos utilizaban esta palabra para referirse a sig-
nos corporales con los cuales se intentaba exhibir el bajo estatus so-
cial o la poca calidad moral de una persona. Por ejemplo, cierto tipo
de cortaduras o quemaduras indicaban que una persona era esclava,
criminal o traidora, y de esta forma la población podía identificarla
fácilmente (Goffman, 1989). En la actualidad la voz es utilizada en un
sentido parecido. Con ella se hace referencia a un atributo profunda-
mente deshonroso y desacreditador. El estigma varía en función del
contexto social en que se presenta. Cuando una persona tiene una
característica que ha sido estigmatizada en la sociedad donde vive,
se le convierte en un ser señalado y contaminado, que por lo tanto
merece ser menospreciado o excluido. El portador de un estigma se
convierte en alguien manchado, que puede ser víctima de rechazo,
desprecio, miedo e incluso odio (Goffman, 1989).
Un ejemplo de cómo operan los estigmas contemporáneos en la re-
producción del racismo lo podemos encontrar en los apellidos de los
habitantes de la península de Yucatán. En esa región los apellidos de
origen maya cargan un fuerte estigma, pues remiten a la pertenencia
al pueblo maya, que ha sido representado con estereotipos negativos
como personas pobres, flojas, ladronas… Por ello en Yucatán es fre-
cuente que muchas personas hayan optado por usar una forma cas-
tellanizada, conforme a una traducción literal: “Che se ha transformado
en Madera, Chel en Rubio, Dzul en Caballero, Ek en Estrella y Uh en
Luna”. Siguiendo una fonética parecida, “Can ha pasado a ser Canto,
Matu a Matos, Pool a Polanco, Tamay a Tamayo, Yam a Llanes”. Luego
de traducirlo y hacerlo coincidir con un apellido castellano, “Xiu, que
significa Yerba, pasó a Yerbes, y Ya, que significa zapote, pasó a Zapata.

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El prisma conceptual del racismo

Esta estrategia ha servido para ocultar de forma eficaz la ascendencia


maya” (Iturriaga, 2016: 197).

Xenofobia y racismo

La palabra “xenofobia” tiene sus raíces en la Grecia antigua. En griego


xenos significa ‘extranjero’ y phobos significa ‘miedo’ e incluso ‘pavor’
o ‘terror’. Por lo tanto, la xenofobia es el miedo, pavor o terror al extran-
jero. El miedo al Otro conduce muy frecuentemente al rechazo y aun el
odio. A lo largo de la historia humana ha sido común y recurrente que
una comunidad territorialmente localizada e identitariamente cohesio-
nada albergue sentimientos e ideas que expresan miedo hacia quienes
provienen de otros territorios geográficos y culturales.
El surgimiento de los Estados-nación en los últimos tres siglos reac-
tualizó los criterios para definir quién es un extranjero, puesto que en
términos estructurales e institucionales operan ideas y discursos sobre
quién es “nosotros” y quiénes son “los de fuera”, los que pueden causar
daño. Estas ideas y discursos también están basados en estereotipos,
prejuicios y estigmas. La xenofobia tiene mucho que ver con la forma
en la que se construye oficialmente la identidad nacional de un país y
la identidad sociocultural de sus ciudadanos. Es decir, cómo los ciu-
dadanos de una nación se ven a sí mismos y cómo se distinguen del
Otro, del extranjero; qué tan similares, diferentes, mejores o peores se
perciben frente a las personas que no nacieron en la misma nación.
La xenofobia, aunque esencialmente sea un problema de identidad,
se puede tornar un problema social grave que genere discriminación,
exclusión y violencia hacia las personas nacidas en otros países. El re-
chazo al extranjero puede manifestarse de formas distintas y en diferen-
tes grados, desde los prejuicios expresados en la vida cotidiana y la
exclusión social, hasta limitar el acceso institucional a servicios y de-
rechos, ejercer violencia o llegar al genocidio.
Además de las políticas de los Estados nacionales en materia de ex-
tranjería, también es importante para la vida de los extranjeros la acep-
tación de los ciudadanos. Generalmente se pide a los extranjeros que

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El racismo

se integren plenamente a la cultura nacional y aprendan la lengua. Si se


considera que los extranjeros no son “compatibles” o “asimilables” a la
cultura nacional, los sentimientos xenófobos y la discriminación suelen
manifestarse rápidamente. Las ideas más asociadas a los discursos xe-
nófobos están relacionadas con que los extranjeros (migrantes, asilados
o refugiados) llegan a los países a quitar empleo a los nacionales, a
utilizar la seguridad social y beneficios que brinda el Estado, así como
a poner en riesgo la salud y la seguridad social de la sociedad nacional.
Ahora destacaremos tres factores que generalmente ocasionan que
se rechace más a unos extranjeros que a otros: la apariencia física y
el color de piel; la clase social, y la condición migratoria en que el ex-
tranjero se encuentre. Cuando a un extranjero se le suma la condición
de una supuesta pertenencia a una “raza”, y esta “raza” se considera
inferior, es muy probable que se le rechace aún más. En esos casos se
juntan la xenofobia y el racismo. Estos dos fenómenos no siempre van
de la mano. Por ejemplo, en México es muy probable que un brasile-
ño descendiente de africanos o mulatos sea mucho más discriminado
que un brasileño de tez clara, descendiente de inmigrantes italianos.
Cuando una persona migrante o extranjera es pobre o viene de países
marginados, las personas de la sociedad que le recibe tienden a creer
que las reemplazará en sus trabajos, les robará o incursionará más fácil
en una vida criminal. Tales ideas se sustentan en estereotipos y prejui-
cios, pues nadie puede concluir algo semejante sólo porque una persona
no tenga los mismos medios de vida. En México, es común que la po-
blación exprese mayor rechazo hacia las personas migrantes que llegan
de Centroamérica, desplazadas por la violencia y la pobreza, en condi-
ciones de extrema vulnerabilidad, que hacia estudiantes, empresarios
o inversionistas que llegan a nuestro país desde esos mismos lugares,
pero que no viven en condiciones de precariedad económica y social.
Al fenómeno de rechazo a las personas de clases socioeconómicas bajas
se le llama “aporofobia”, que significa ‘odio o rechazo hacia los pobres’.6

6 En 1995 la filósofa Adela Cortina acuñó el término “aporofobia” para referirse al “re-
chazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos
en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio.” (Cortina, 2017)

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El prisma conceptual del racismo

En tercer lugar, la condición migratoria de los extranjeros también


influye en cómo son percibidos y tratados por la sociedad que los reci-
be. El hecho de que sean turistas, migrantes temporales o residentes,
tengan sus visas en regla o sean indocumentados, refugiados o asila-
dos, modifica la conducta que un país (gobierno y sociedad) mantie-
ne hacia los extranjeros. El trato hacia un extranjero puede variar de
acuerdo con el motivo de su estancia, el propósito de su presencia, el
tiempo de su estadía y su situación legal o social al momento de su
ingreso al país. Hay una gran diferencia entre el trato que recibe un tu-
rista o un estudiante de intercambio que cuenta con la documentación
reglamentaria para dicho fin, y el que recibe un refugiado, asilado o
un migrante indocumentado que no viaja del todo voluntariamente,
porque existen circunstancias en su lugar de origen que lo fuerzan a
desplazarse a otro país.
Los seres humanos hemos migrado desde tiempos inmemoriales; lo
hemos hecho por diferentes motivos, y es probable que nunca dejemos
de hacerlo, porque el movimiento, la transformación y el intercambio
son partes esenciales de nuestras sociedades. Consideramos que es
importante mirar a los extranjeros y a las personas migrantes como
parte de la historia de nuestra misma especie.

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