Erase Una Vez en

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Érase una vez en Asticassia

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Rating: Mature
Archive Warning: Graphic Depictions Of Violence
Category: F/F
Fandom: 機動戦士ガンダム 水星の魔女 | Mobile Suit Gundam: The Witch from
Mercury (Anime)
Relationship: Suletta Mercury/Miorine Rembran
Character: Suletta Mercury, Miorine Rembran, Delling Rembran, Guel Jeturk,
Chuatury "Chuchu" Panlunch, Shaddiq Zenelli, Nika Nanaura, Till Nys,
Lilique Kadoka Lipati, Aliya Mahvash, Martin Upmont, Nuno Kargan,
Ojelo Gabel, Original Elan Ceres, Prospera Mercury
Additional Tags: Español | Spanish, Alternate Universe - Medieval, No hay roboses pero
sí espadas, SuleMio de mi para ustedes, Aquí Suletta es un cachorro
enorme y nervioso, Tomates, Light Dom/sub, No beta ustedes comerán
lo que les sirva, olvidé agregar el slow burn, con una pizca de
Hurt/Comfort, y un poquito de Drama, Smut, La comida sabe mejor con
un poco de "picante" ;D
Language: Español
Stats: Published: 2023-01-14 Completed: 2023-04-21 Words: 97,039
Chapters: 19/19

Érase una vez en Asticassia


by E_chan

Summary

La Princesa Miorine Rembran está descontenta por muchas cosas en su vida. Justo cuando
cree que su destino es estar casada con alguien a quien no ama, llega una desconocida chica
de una desconocida casa que pone todo de cabeza: Suletta Mercury.

Notes

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La que llegó tarde… Pero llegó

“Recuerda dar lo mejor de ti”.

“¡Sí, m-mamá!”

“Sólo muéstrales lo que sabes hacer junto con Aerial”.

“¡Sí!”

“Y pase lo que pase, recuerda que debes avanzar siempre”.

“¡Sí!”

“¿No olvidas nada?”

“¡No! Ll-llevo provisiones, dinero, a Aerial… ¡Oh, y mi Carta de Presentación!”

“Es un documento importante, recuerda mostrarlo apenas llegues al Castillo”.

“¡Sí!”

“Bien, ahora ve, Suletta, demuéstrales de lo que somos capaces. ¿Qué es lo que te digo siempre?”

“¡Escapa y ganas una, avanza y ganarás dos!”

“Así es, y nosotros siempre avanzamos, hija. Ten un buen viaje”.

“¡Sí, mamá!”
~o~

Miorine Rembran tenía el gesto duro que todos le conocían en la capital. Para nadie era secreto
que la joven princesa no estaba en lo absoluto contenta de estar donde estaba, cualquiera diría que
su asiento tapizado del más fino y suave material posible tenía espinas porque la princesa parecía a
nada de levantarse y salir corriendo de ahí. Y todos sabían que lo haría de no ser porque su padre
estaba ahí y era la única persona en todo el reino que podía someter a la rebelde princesa con una
simple mirada y una orden.

Sólo un puñado de personas podía pasar por alto la mala cara de tan hermosa chica. Su prometido
actual el primero de ellos, un joven alto de fuerte físico y un ego tan grande que no le cabía en el
cuerpo: Guel Jeturk, el hijo mayor del dueño de los talleres metalúrgicos más grandes del reino.
Los encargados de armar a la Armada Real, además de ser poseedores de más de la mitad de las
minas que abastecían metal para el reino. El joven era una de las mejores opciones de matrimonio
según la opinión de más de una familia noble.

La única que pensaba todo lo contrario era la prometida de dicho joven.

“Miorine, ven, hablemos”, ordenó Guel con todas las intenciones de ser escuchado por la gente
más cercana al palco real de la Arena del Sol, donde pobladores y nobles esperaban a que
comenzaran los duelos.

“No, gracias”, fue la fría respuesta de la princesa, ni siquiera se molestó en mirar a su Prometido.

Guel se echó a reír con fuerza por unos segundos antes de callar y endurecer su gesto. “He dicho
que vayamos”.

Y Miorine estaba a nada de negarse de nuevo, pero una mirada y una palabra de parte de su padre,
el Rey Delling Rembran, bastaron para hacerla apretar los puños y la quijada. El hombre ni
siquiera la miró. Ese gesto era de familia al parecer.

“Ve”.

La princesa no respondió nada pero sí caminó al lado de Guel como se le indicó. Detestaba todo
eso y no se molestaba en ocultarlo. A Guel, en todo caso, tampoco le molestaba ignorar a
consciencia el descontento de la Princesa. Ambos salieron del palco real camino a un pasillo en el
que sólo había guardias. Ese acceso era solamente para la familia real y sus allegados, la vigilancia
era importante.

Ninguno de esos guardias reaccionó ni se movió cuando Guel acorraló a la princesa contra uno de
los muros. Guel era alto, musculoso como se esperaba de un joven entrenado para la batalla por los
mejores maestros, además su armadura le daba una presencia más fuerte.

“La batalla comenzará pronto, así que no tenemos mucho tiempo”, dijo Guel sin bajar la voz.

“¿Tiempo? ¿Para qué?” Preguntó Miorine con enfado. A pesar de llegarle al pecho a su prometido,
su presencia era igualmente grande. Pese a su menudo cuerpo, la Princesa en serio había nacido
con un aura poderosa que no se dejaba amedrentar.

“Para un beso de la buena suerte”, respondió el joven heredero con una sonrisa grande mientras se
acercaba más a ella.

“¿Suerte? No la necesitas, eres el Portador actual por una razón”, dijo la princesa pero en ningún
momento sonó como un cumplido. Miró de reojo el medallón real que su Prometido precisamente
portaba en su cuello.

“Así es, y esa razón es que soy el más fuerte de todos”, a Guel tampoco le molestaba tomar esas
palabras como un cumplido. “Eres mi Prometida, eres mía, así que puedo reclamar tus labios
cuando yo quiera”, declaró mientras la tomaba por el mentón con su enorme mano.

Miorine se tensó por la furia. No le gustaba el tacto de esa mano, le desagradaba, se sentía
enferma. Apretó los dientes y su única reacción fue agacharse para evadir los labios de Guel, el
movimiento la ayudó a librarse del encierro de los brazos ajenos.

“Aún no estamos casados, así que no tienes derecho a ponerme las manos encima”, declaró
Miorine al mismo tiempo que le daba la espalda y se mantenía firme. Prefiero besar a un perro
que a ti. Por dentro temblaba de rabia, por fuera era fría, su voz era una flecha al aire. “Con tu
permiso”.

Guel soltó una risotada que hizo eco no solamente en el pasillo, también en los oídos de Miorine.
La princesa apretó sus manos en su vestido. Apenas diera mediodía los duelos comenzarían. Era el
evento principal del Festival de Primavera, más de la mitad de la ciudad estaba en la arena
esperando a ver los resultados. Se decía que las peleas eran un mero espectáculo y nada más, Guel
Jeturk había mantenido su racha de victorias desde el festival pasado. Todos podían asegurar que
Guel ya tenía el trono en sus manos, pues era muy poco probable que alguien más le retara a duelo
el resto del año, no si aplastaba a sus oponentes con contundentes victorias como solía hacerlo.

Espectáculo para la gente, imponer respeto a base de fuerza y una llave segura para los Jeturk.
Todos ganaban. Todos menos la princesa. Miorine regresó a su sitio con pasos fuertes y la furia
apenas contenida. Se cruzó de brazos de manera poco femenina.

“Compórtate”, dijo su padre sin siquiera mirarla.

“El que debe comportarse es ese idiota”, masculló Miorine.

“Será tu esposo, debes aprender tu lugar”, dijo el Rey subiendo un poco más la voz, ahora sonaba
severo.

Era la discusión de siempre con los argumentos de siempre. Miorine estaba harta de ello, así que
no respondió y miró a la arena. El Reloj de Sol colocado en la parte más alta estaba a nada de
marcar el mediodía, y por ende el inicio del torneo. Desde ahí era posible ver a los otros retadores,
muchos de ellos hijos de poderosas familias de nobles y ricos mercaderes, algunos otros nobles de
rangos menores pero que tenían el derecho de pelear por la mano de la princesa, muchos de ellos
no perdían la esperanza de ganar el torneo.

Miorine pudo ver otras caras conocidas en los palcos a los costados del suyo. Por un lado estaba el
resto de la familia Jeturk, el padre y el hermano menor de su prometido junto con su séquito. Por el
otro lado tenía a Shaddiq Zenelli y su familia, su amigo de la infancia y futuro General de la
Armada Real. Amigo, ja, ojalá lo fuera tanto como ella lo necesitaba, pero incluso sus tratos habían
perdido cualquier rasgo de amistad hacía mucho tiempo. Era más un socio que un amigo
propiamente dicho a esas alturas. Y más allá del palco de Shaddiq podía ver el inalterable rostro de
Elan Ceres entre su séquito, futuro Tesorero del Reino. Su trato con Elan era más bien parco.

No estaba de más mencionar que ni Shaddiq ni Elan parecían interesados en desposarla y eso lo
agradecía en parte… Casi. En algún momento, Miorine consideró que no sería mala idea casarse al
menos con Shaddiq, con él se llevaba relativamente bien, pero Miorine no estaba en posición de
pedir algo, simplemente acatar las reglas y casarse con quien portara el Medallón. Deseaba tanto
poder escapar de ahí…

Apenas dieron las doce del día, fuertes campanadas se escucharon en la Arena del Sol y en las
cercanías, el torneo estaba por comenzar. Había ocho combatientes en total, Guel incluido. Las
reglas eran simples, se enfrentarían en rondas de uno contra uno y el ganador avanzaría. Para
declarar la victoria simplemente había que deshacerse de una rosa en el pecho de su oponente.
Estaba prohibido matar, después de todo, cada uno de esos jóvenes eran hijos de familias
importantes en todos los niveles.

Con un sorteo rápido se decidieron las rondas y ya todos sentían lástima por el primer oponente de
Guel.

Y sí, justo así pasó.

Guel era hablador, bruto, grosero y fanfarrón con mucha razón, sus habilidades de batalla eran
soberbias y, sorpresivamente, peleaba como un verdadero caballero. Uno a uno, sus oponentes
fueron cayendo hasta llegar a la ronda final. Aunque los otros retadores lo hicieron bien, dudaban
mucho que el enclenque muchacho en turno delante de Guel tuviera oportunidad alguna de
vencerlo.

El público estaba encendido y apoyaba mayormente a Guel. El heredero tenía fieles seguidores que
admiraban su poderosa forma de ser, uno debía ser fuerte y recio para encargarse de los trabajos
importantes del Reino de Asticassia.

Por su lado, Miorine tampoco era ciega y admitía que la fuerza de Guel era de temer, ninguno de
esos jóvenes tenía oportunidad contra él. Quizá los únicos que podrían hacerle frente y ganarle
eran Shaddiq o Elan, pero esos dos estaban muy entretenidos con las batallas, fácil de saber con tan
sólo verlos. Al parecer todo estaba decidido. La última victoria de Guel fue la sentencia de por vida
de la princesa.

Uno de los voceros de la Arena entró para poder anunciar oficialmente al ganador del Torneo.
Guel tenía los brazos arriba, celebraba por adelantado y constantemente le lanzaba miradas a
Miorine, mismas que la joven princesa respondía con un gesto poco complacido.

De pronto se escuchó un pequeño escándalo en la entrada principal a la Arena. Un par de soldados


escoltaban a alguien al interior, una persona fácil de identificar gracias a su gran altura y su cabello
rojo como el fuego.

“¿De qué se trata esto?” Preguntó el padre de Guel en voz alta al ver que esa persona, una chica,
llevaba una espada en manos.

“¡Suletta Mercury de la Casa Mercury viene a presentarse!” Anunció uno de los soldados mientras
que la nerviosa chica daba la impresión de querer encogerse en sí misma.

Comenzaron a escucharse cuchicheos poco discretos. La mayoría no parecía conocer la Casa


Mercury, otros sí y se sorprendieron al descubrir que seguía funcionando. Sólo los altos mandos
conocían el nombre y también estaban sorprendidos al ver que habían mandado a una primogénita,
a su heredera. Solamente el Rey Delling levantó una ceja y un simple gesto de su mano bastó para
que el soldado corriera hasta él y le entregara la Carta de Presentación de la recién llegada.
Miorine notó el gesto de su padre y enseguida volvió su vista a la nerviosa chica que parecía ser
aplastada por toda la atención que estaba recibiendo.

Parece que va a llorar en cualquier momento, pensó Miorine al ver su posición más que su gesto.
Era como un perro con la cola entre las patas, y no que quisiera (o le importara) ser grosera por
compararla con un animal, pero en serio daba esa sensación.

“¿Eres hija de sangre de Prospera Mercury?” Preguntó el Rey más por confirmar que por no
saberlo. La carta en sus manos era legítima.

“S-sí…” Respondió Suletta con un hilo de voz. Por supuesto, nadie la oyó con claridad.

“¡No escuché nada!” Fue el grito burlón de Guel y soltó una risotada al ver a la chica respingar y
temblar todavía más.

Las risas no se hicieron esperar y eso enfureció a Miorine. Le daba igual no saber nada de la Casa
de Mercurio ni de su heredera, se estaban burlando de alguien de esa manera tan cruel e
innecesaria. Apretó dientes y puños y se puso de pie.

“¡SILENCIO!” Fue la orden de la princesa.

La arena completa calló. La misma Suletta miró a la Princesa con un gesto más sorprendido que
nervioso, sus ojos estaban bien abiertos. Aunque no pudo evitar un sobresalto cuando ésta le
dirigió toda su atención.

“¡Tu Rey acaba de hacerte una pregunta, Suletta Mercury!” Tomó aire, su voz era fuerte pero no
por ello sonaba dura, mucho menos cruel. Sólo había firmeza en su tono. “¿Eres hija de sangre de
Prospera Mercury?”
“¡S-sí! ¡Mi madre es Prospera Mercury! ¡La líder de la Casa Mercury de las minas del sur!” Gritó
Suletta con nervios que no podía controlar pero con el suficiente volumen para ser escuchada en la
Arena. “¡Vine a presentarme en nombre de la Casa Mercury!”

Guel volvió a reír, ésta vez con menos fuerza mientras se acercaba a la recién llegada. La estudió.
Era alta, su complexión se veía fuerte pero era imposible apreciarla más si daba la impresión de
querer cavar un agujero para esconderse en cualquier momento. Miró su espada. Guel no era tonto,
notó de inmediato la buena calidad de su arma y la rara coloración del metal.

“¿Entonces vienes a retarme, Suletta Mercury?” Preguntó el muy fanfarrón. “¡Veo que vienes
armada y lista!” Notó que usaba una armadura gris de metal tosco, se notaba desgastado, opaco a
comparación de las brillantes y pulidas armaduras que se podían ver hasta en el más modesto de
los jóvenes nobles presentes. “¡Ven y pelea!”

Miorine se alarmó. Suletta Mercury parecía un enorme cachorro asustado en ese momento. Si
solamente fue a presentarse y además era la heredera de una Casa que casi nadie conocía, si era
derrotada por ese fanfarrón de Guel, sería una humillación enorme para una familia que
seguramente se estaba levantando una vez más.

“¡No metas a esa chica en esto! ¡No tiene nada qué ver con…!”

“¡Trae una espada! ¡Viene a pelear!” Alegó Guel. Enseguida su mirada se endureció. “¡Eres tú la
que no se debe de meter! ¡Soy tu futuro esposo, aprende tu lugar de una maldita vez! ¡Guarda
silencio y mira cómo…! ¡AH!”

Una nalgada.

Guel se retorció por la sorpresa y un súbito dolor por culpa de una fuerte nalgada que le propinó
Suletta Mercury en la zona donde no cubría la armadura. La cadera de Guel estaba parcialmente
expuesta, después de todo el joven estaba en una batalla no letal y usaba una armadura ligera para
mejor movimiento. Todos miraron casi con horror lo sucedido, y luego con sorpresa al escuchar
que la recién llegada hablaba más fuerte pese a sus tartamudeos.

“¿A-acaso tu madre no… No te enseño a… A no ser grosero con una… Una dama?” Fue el
ridículo regaño de Suletta. “¡Di-discúlpate con ella!”

Miorine no sabía si sentir vergüenza ajena u horrorizarse… Lo que sí sabía era que ¡Guel iba a
enfurecerse! ¡Acababan de avergonzarlo en público! Y sí, el joven explotó.

“¡Te reto, Suletta Mercury! ¡Pagarás por ésta humillación!” Gritó Guel, rojo por la furia. Enseguida
sonrió de manera rara pero grande, como para tratar de recuperar su propia confianza. “Me
disculparé con ella si me ganas, pero no va a pasar”.

La princesa estuvo a punto de protestar, pero bastó que su padre levantara una mano para hacerla
callar. Ésta vez Miorine pareció extrañada por el gesto de su parco progenitor.

“Apruebo que Suletta Mercury participe”, fue la simple respuesta del Rey y todo el público apoyó
la moción con gritos animados. Una parte de la gente quería que Guel le diera una lección a tan
atrevida chica, mientras que el restante que no gustaba mucho de la actitud altanera del heredero
parecía feliz porque alguien le había dado una buena lección.

Miorine no sabía qué decir. Miró a sus costados y notó que Shaddiq estaba tan divertido que reía y
aplaudía, mientras que Elan tenía los brazos cruzados sin que el gesto le cambiara y sin dejar de
ver a la nueva retadora. Los Jeturk, como era de esperarse, estaban enojados y ofendidos. Luego de
eso la princesa miró a su padre y éste se notaba tranquilo. Por alguna razón la tranquilidad del Rey
se le contagió. Suspiró hondo y volvió su atención a la chica pelirroja, sólo para verla asentir y
dejar su bolso y su capa de viaje bajo el cuidado de uno de los soldados. Notó que algo en su
mirada había cambiado.

“Suletta de la Casa Mercury, las reglas son simples”, dijo uno de los encargados de la arena
mientras aseguraba una rosa en el pecho de su armadura. “Para ganar, debes quitar la rosa del
pecho de tu oponente. No se permiten cortes ni golpes letales, mucho menos daño severo en tu
oponente. Es una batalla de habilidad y el objetivo es la rosa, ¿entendido?”

“Entendido”, fue la respuesta repentinamente seria de Suletta, no perdía de vista a Guel. Se tomó
un momento para ver a la Princesa y simplemente asintió.

Miorine, sin saber por qué, también asintió.

“Vamos, Aerial, recuerda que mamá dice que siempre se debe cuidar del honor de una dama”, le
murmuró Suletta a su espada antes de besar la empuñadura.

La arena se despejó para dejar el espacio a los contendientes. El público gritaba de emoción, se
escuchaban los ánimos para Guel, algunas groserías para Suletta y los que querían apoyar a ésta
última tuvieron que contenerse para no caer de la simpatía de los Jeturk.

Una rosa roja para Suletta, una blanca para Guel. Se dio inicio a la pelea y Guel no tardó en
demostrar su habilidad y fuerza en un simple corte que iba directo al pecho de su rival, tenía todas
las intenciones de cortar la rosa y empujarla con el resto de la fuerza que llevaba en su
movimiento. Pero no sucedió.

Suletta simplemente plantó bien los pies en el suelo, recibió el impacto con su enorme espada y
empujó a Guel como si de un niño se tratase. Nadie daba crédito a lo que acababan de ver, Guel
tampoco lo podía creer, enfureció más y siguió atacando de manera descuidada. Suletta
simplemente bloqueaba con una fuerza que ahora sí parecía ser propia de su cuerpo grande.
Aunque algunos golpes llegaron a su armadura, el material de ésta era tan denso que podía
escucharse un sonido melodioso con eco cada vez que los espadazos rebotaban en el metal, pero
sin hacer nada más que un rasguño en la superficie.

Miorine notó cuando Suletta cerró los ojos, tomó aire y enseguida miró a Guel, que iba directo a
seguir su ataque frontal. Era obvio que estaba lista para atacar, todo ese tiempo estuvo midiendo la
fuerza de Guel y aprendiendo de sus ataques. Suletta Mercury ya no era un enorme cachorro
asustado con la cola entre las patas, ahora era un lobo listo para atacar.

Y atacó.

Ésta vez fue Guel quien cambió a modo de defensa y sentía esos golpes de espada de la chica
como si lo estuvieran atacando con un enorme martillo. ¡Qué martillo! ¡Con una gigantesca maza!
Pudo adaptarse a los ataques de Suletta Mercury y finalmente era un duelo en toda regla. Ésta vez
el público animaba a la chica con ganas.

Pero la gente de nuevo guardó silencio ante lo impensable.

Suletta Mercury sujetó su inmensa espada con una sola mano, bastó un simple movimiento
horizontal con Aerial para romper en dos la espada de Guel Jeturk. Lo dejó sin defensa y con su
mano libre y su largo brazo alcanzó la rosa blanca en el pecho del joven y la arrancó.

Nadie podía creerlo.

Ésta vez hubo confusión, algunos reclamos diciendo que Guel ya había batallado mucho y estaba
cansado, mientras que la chica de la Casa Mercury acababa de llegar y estaba fresca como lechuga.
Los Jeturk estaban furiosos, Guel incrédulo, pero éste último sintió una fuerte presión encima,
Suletta Mercury le miraba.

“Discúlpate con ella”, pidió con voz tensa y ceño fruncido. No subió el volumen de su voz, eso se
lo dijo sólo a él. “Dijiste que… Que lo harías si te ganaba”, le mostró la rosa hecha pedazos en su
mano. “T-te gané”.

Guel abrió los ojos como platos. Pasaron varios segundos antes de que el joven refunfuñara, se
pusiera en pie y mirara en dirección a la Princesa. Se inclinó ante ella y habló fuerte y firme.
“¡Princesa Miorine, me disculpo por hablarle con rudeza!”

Suletta suspiró de alivio. La propia Miorine se sorprendió pero finalmente asintió sin decir palabra
alguna. Miró a su padre, que a su vez no perdía de vista a los combatientes, para enseguida dirigirle
una mirada, sin hablar. Ese duro semblante, esos severos ojos le decían que hiciera algo y la
Princesa supo entenderlo. No por ello se molestó en ocultar su enfado.

“Yo me encargo”, masculló la princesa mientras bajaba a nivel de la zona de combate. Nadie
apartaba la mirada de lo que estaba a punto de suceder. Miró a Guel con dureza. “Acepto tu
disculpa, ahora entrégame el medallón”.

Guel obedeció con bastante dignidad. Apenas el pesado medallón quedó en manos de la Princesa,
el joven heredero volvió a inclinarse y se fue, pero no sin antes lanzarle una furiosa mirada a
Suletta. Ésta, por supuesto, respingó por culpa de los nervios.

“Suletta Mercury”, sonó nuevamente la voz de Miorine Rembran.

Y una vez más, Suletta saltó por la sorpresa y esos nervios que parecían serle tan naturales como
respirar. Enseguida movió los brazos de manera torpe, notó que tenía su espada en manos y la
clavó en la arena para poder inclinarse ante la princesa pero de una manera innecesariamente
exagerada. No pudo decir nada, sólo sentir cómo las gentiles manos de la princesa le colocaban el
medallón en el cuello, incluso movió con cuidado su coleta pelirroja para que no se atorara la
cadena entre su cabello.

“Levanta el rostro, Suletta Mercury”, ordenó Miorine con firmeza y dureza.

“¡S-Sí!”
“Felicidades, ahora eres la Portadora y mi Prometida. Bienvenida a la Capital, heredera de la Casa
Mercury”.

Suletta no fue la única que gritó de sorpresa, todos en la arena también.

~o~

Suletta había hecho todo el camino hasta la Capital de Asticassia a pie desde los territorios de la
Casa Mercury. Unos diez días de viaje donde simplemente corrió, caminó, cortó camino por ríos y
lagos y no gastó en nada más que comida.

“Recuerda medirte en gastos y compra sólo lo importante como la comida, el viaje es largo”, le
dijo su madre antes de despedirse, así que Suletta decidió no pagar carretas ni alquilar caballo
alguno para poder ahorrar ese dinero para la comida y nada más. Sólo pagó posada cuando llovía
por las noches, unas tres veces durante esos diez días.

Al llegar a la Capital quedó impresionada. ¡Todo era tan grande, lleno de color y de gente! ¡Había
tantos niños que no podía dejar de sonreír mientras miraba todo sin que los ojos le alcanzaran para
admirar las maravillas de la enorme capital! Además notó que había adornos en todos lados,
puestos de comida, baile, ¡flores por doquier! ¡Moría de hambre! Pero le indicaron que fuera
directo al castillo a presentarse y así lo hizo. No era complicado saber dónde estaba el sitio, era la
edificación más alta y llamativa de la ciudad.

Hacía todo lo posible por no distraerse con lo que sucedía a su alrededor. Moría de hambre, sentía
calor, estaba cansada por el viaje y necesitaba una ducha con urgencia; pero debía hacer lo
importante primero. Con el dinero que ahorró podría pagarse una posada y descansar, ¡o quizá le
darían hospitalidad en el Castillo! Pensar en eso la tenía sonriendo como tonta mientras trotaba
alegremente a su destino.

Sólo para escuchar que ese día no había servidores públicos disponibles porque todos estaban en la
Arena para un evento. Los soldados, amables, le dijeron que podía ir a la Arena y disfrutar el
evento principal. Además tenía su Carta de Presentación, le darían un buen sitio si lo pedía. Eso
emocionó a Suletta y rápidamente se encaminó a su nuevo destino. Desde la distancia podía
escuchar los gritos, el buen ambiente, ¿qué estaba pasando ahí? No estaba segura pero moría por
verlo. ¡Quería ver toda la ciudad!

Lo que Suletta no esperaba era que, al presentar su Carta a los soldados de la entrada, estos la
interrogaran para confirmar su identidad. ¡Y de repente estaba en medio de la arena con la atención
de todos encima!
Y ahora, menos de una hora después de llegar a la Capital de Asticassia, marchaba detrás de la
Princesa Miorine en completo silencio. Abrazaba su espada mientras notaba cómo rodeaban el
castillo hasta llegar a una pequeña villa vigilada sólo en las afueras. No era muy grande, la casa
tampoco pero sí había un enorme jardín, un estanque, árboles llenos de aves cantoras y otra enorme
construcción de cristal y madera que Suletta no supo identificar.

“Llegamos”, indicó Miorine, sacando de sus pensamientos a su Prometida.

“¡Sí! Ah… ¿Qué hago aquí?” Preguntó una confundida Suletta.

“Eres mi Prometida pero no tienes un sitio dónde quedarte ni tampoco algún aliado de tu Casa que
te dé hospedaje”, y Miorine no pensaba dejarla en el castillo a merced de todos los que querían
explicaciones. De eso ya se estaba encargando su padre. Su Prometida parecía tener la cola entre
las patas en ese momento. En serio daba la sensación de ser un perro grande y tonto. Suspiró hondo
para relajarse.

“Mu-Muchas gracias, pri-princesa”, agradeció Suletta entre murmuraciones apenas audibles.

“Habla fuerte para que te escuche”, ordenó Miorine con firmeza y otra vez notó el sobresalto en la
enorme y nerviosa chica. Suspiró con fastidio.

“¡Muchas gracias… Prin-prin-princesa!”

“Por cierto…”

“¿Uh?”

“Gracias por lo que hiciste en la Arena, hacer que Guel se disculpara conmigo”, ahora era ella la
que hablaba como si no quisiera que nadie la escuchara. No miraba a su Prometida.

Suletta, pese a eso, sonrió con visible alegría. “¡Mamá dice que siempre se debe ser respetuoso con
una dama! ¡Y usted es la princesa!”
“Te criaron bien. Sí, así es. Ahora ven”, indicó Miorine y la hizo entrar a la hermosa casa que era
de su uso exclusivo, ni siquiera contaba con servidumbre. “Apestas a perro mojado, necesitas un
baño, ropa adecuada y además llevo todo el camino escuchando tu estómago”.

“¡Perdón!”

Miorine suspiró de nuevo y negó con la cabeza. Suletta Mercury no tenía ni la más mínima idea del
desastre que acababa de provocar. Al menos, pensó Miorine, ya no sería esposa de alguien a quien
no quería. Ahora estaba comprometida con alguien que había llegado tarde a un evento que no
conocía, desde una tierra que los dioses parecían haber olvidado. Sonaba interesante. Sonrió por lo
bajo.

CONTINUARÁ…
La Maldición de la Casa Mercury

“Tendrás que esperar un poco más mientras la cocinera termina de preparar la cena”, dijo la
princesa mientras guiaba a su ahora prometida a un sitio donde podrían platicar tranquilamente.
Además, también había mandado a prepararle ropa a Suletta luego de ver que cargaba poco y nada
en su mochila de viaje. No tenía mudas para dormir, mucho menos algo elegante para presentarse
en el castillo. Conocía mercenarios mejor vestidos. ¿De dónde salió ésta chica? ¿De una caverna?
“También están preparando el baño para que te asees”.

“Gra-gracias, princesa Miorine”, respondió una apenada Suletta. “Perdón por… P-Por no estar
presentable”. Ni siquiera levantaba la cabeza, caminaba detrás de la princesa mientras abrazaba su
enorme espada con ambos brazos y se encogía en sí misma, tratando de hacerse más pequeña de lo
que en realidad era. “No me duché mucho en el camino, tenía que llegar rápido para presentarme”.

Miorine agradecía que la heredera de la Casa Mercury llegase tarde y a la vez justo a tiempo,
cuando ella necesitaba que alguien la salvara, pero no entendía del todo la prisa.

“No es como si tuvieras prisa por llegar a la Capital, ¿o sí?” Comentó la joven princesa. “Sólo
viniste a cumplir con tu presentación ante el Rey y los Nobles locales”, y vaya que hizo una
presentación para no olvidar.

“M-Mamá me dijo que-que viniera pronto, que era importante”.

“¿Y qué es eso importante?”

“Que… Que todos sepan que… Que las minas del Sur… S-Son funcionales d-de nuevo”.

La princesa puso un gesto de fastidio al notar que Suletta cada vez hablaba más bajo. No se giró
para verla pero sí podía imaginarla hablando con la boca casi pegada a su espada. Pudo escucharla
porque le estaba poniendo la debida atención, pero esa chica claramente no era la mejor hablando
con otras personas. Iba a comentar algo, pero Suletta se le adelantó.

“Las t-tierras están…. Están fértiles o-otra vez pero no hay quien las tra-trabaje”, continuó la chica.
“En-Encontramos más vetas de hierro y carbón, p-pero no tenemos mineros… Los… L-los ríos
tienen peces otra vez pero… P-pero no tenemos pescadores”.
Miorine frunció el ceño. No sabía nada de la Casa Mercury ni de sus territorios. Había estudiado
debidamente a todas las familias de la Corte Real, a cada una de ellas, desde los altos mandos
como la familia de su ex prometido, hasta los florecientes exportadores de pescado y las talentosas
familias de canteros que adornaban la ciudad con sus finas piezas de roca. Pero la Casa Mercury…
Por como lo estaba contando Suletta, sonaba a que sus territorios estuvieron estériles durante un
tiempo.

“¿No hay mucha gente en tu territorio?” Preguntó Miorine, interesada en el asunto.

“N-No… No somos mu-muchos… La mayoría son… Son adultos y ancianos y… Y no hay niños.
Mamá me dijo que-que hace mucho tiempo las… Las familias se fueron a otros sitios para… Para
vivir mejor”, y mientras decía eso, abrazó más fuerte su espada. “Yo… Yo soy la última q-que
nació ahí, todos me cuidaron y me educaron. Por eso… Por eso estoy aquí, para que todos sepan
que… Que la gente puede volver”.

La princesa gruñó por dentro. Se frotó el rostro con una furia que no sabía de dónde había salido,
pero poco ayudó escuchar nuevamente el hambriento estómago de su prometida. Dio un hondo
suspiro y le permitió entrar a la edificación de madera y vidrio que Suletta vio a lo lejos. Era un
invernadero bastante amplio. Había un producto en especial que ocupaba casi toda la parte frontal:
tomates. Rojos y maduros tomates.

A Suletta le brilló la mirada al ver los rojos frutos.

“Princesa Miorine, ¿qué es eso?” Preguntó con súbito entusiasmo.

“¿Nunca has visto un tomate?” Fue el turno de Miorine de preguntar, sorprendida.

“N-no. No me detuve en los pueblos en el c-camino, sólo en la noche para pagar una p-posada. Los
tomates los compramos enfrascados para hacer sopa, ¡no sabía que f-fueran así!” Notó con
curiosidad cuando la princesa cortó uno, se giró hacia ella y se lo lanzó. Lo atrapó ¡y se sentía tan
fresco y suave al tacto! Además tenía un aroma agradable. Tragó saliva.

“Cómelo”.

Y Suletta obedeció.
La joven heredera de Mercurio comenzó a llorar sin realmente poder controlarse. Era la primera
vez que su boca sentía un sabor dulce y a la vez ligeramente ácido y fresco como ese. Un sabor tan
real. Torpemente se secó la cara mientras seguía comiendo. Por su lado, Miorine sintió de nuevo
una furia extraña, ¿cómo era posible que alguien no conociera un fruto tan simple y básico como el
tomate? ¡Además estaba llorando! Maldijo por lo bajo y se acercó a Suletta para limpiarle el rostro
bruscamente con su propio pañuelo.

“L-lo siento”.

“¡No te disculpes!” Respondió con dureza pero sin dejar de secarle el rostro. “Pronto estará la cena,
mi cocinera usa lo que cosecho aquí, te gustará”.

Suletta asintió varias veces mientras terminaba de comerse el tomate y se limpiaba las manos con
el pañuelo que la princesa le dejó en las manos. Estaba bastante apenada por haber llorado así, bajó
el rostro.

“Quiero… Quiero probar más cosas… Está en mi lista”, murmuró Suletta con su voz aún afectada
por su llanto.

“¿Lista?”

Y por respuesta, Suletta sacó una especie de bitácora con cubiertas de cuero bastante burdo y
hechura tosca. Se lo extendió a la princesa después de hacer una anotación rápida. La princesa lo
abrió. Sólo las primeras dos páginas estaban escritas. Miorine leyó en voz baja:

Cosas por hacer cuando esté en la Capital:

-Hacer amigos de mi edad

-Comer algo nuevo y delicioso

-Disfrutar un festival

-Jugar con niños

-Beber cerveza con mis amigos nuevos

-Contar historias alrededor de una fogata

-Intercambiar cartas con alguien especial


-Tener una cita con alguien especial

-Dar mi primer beso bajo una luna llena

Esa sólo era la primera página. Miorine sintió que se le encogía el corazón de una angustia nueva
que no conocía. No se atrevió a seguir leyendo en voz alta, pero el restante eran los simples deseos
de una vida mundana que seguramente no le había sido posible donde vivía. Si tenía que ser
sincera, ella misma nunca había experimentado la mayoría de actividades listadas ahí. Lanzó un
grito de furia que asustó a Suletta.

“¿P-princesa?”

“Escucha, puedes hacer todo esto”, dijo con más dureza de la que debería. “Pero justo ahora estás
en un lío muy grande, ¿lo entiendes?” Y por la cara de tonta que tenía la chica, sabía que no. Se
llevó una mano al rostro. “Te convertiste en mi Prometida, los nobles comenzarán a hacerte
preguntas estúpidas y tratarán de destruirte si pueden”, explicó y notó que a cada palabra, Suletta se
encogía más en sí misma.

“Yo…” La pobre de nuevo tenía ganas de llorar. “Y-yo no les he hecho n-nada malo”.

“Escucha, Suletta, me salvaste de casarme con alguien a quien no quiero”, dijo ahora, firme. De
hecho, obligó a Suletta a abandonar esa ridícula posición. Hizo que se pusiera firme y notó, con
sorpresa, lo alta y grande que era la chica. Grande pero no como Guel, era grande a su modo.
“Pero a ellos les has quitado la oportunidad que tenían de acceder al trono. Que alguien de una
Casa prácticamente desconocida se haga de mi mano, es algo que no dejarán pasar”, dijo con
dureza.

Suletta puso cara triste. “Yo… N-no quiero el t-trono… Y-yo sólo quería ayu─”

“Escucha, Suletta, sé que me defendiste con tus mejores intenciones”.

Una ruborizada Suletta asintió, un poco más recuperada. “N-nadie debería tratar a… A una dama
así, menos a… A una princesa. Y usted n-no es un objeto”.

“Así es. Y eso es algo que todas esas personas tienden a olvidar”, Miorine suspiró. “Escucha, tengo
un trato para ti. Ambas saldremos ganando si cooperas conmigo”.
Suletta asintió varias veces. Miorine se tomó dos segundos para ordenar sus pensamientos. Las
ideas llegaban a su cabeza y se amontonaban. La claridad de pensamiento era una de sus mejores
cualidades.

“Debo casarme para el siguiente festival de Primavera con la persona que tenga el medallón que
ahora mismo tienes puesto”.

“¡Pe-pero soy una mu-mujer!”

“Así es, y no hay antecedente ni regla que indique que una mujer no puede desposarme”.
Enseguida decidió aclarar, “pero no nos vamos a casar, no tienes que tomar ningún trono, no te
preocupes, sólo quiero que te mantengas como mi prometida hasta el siguiente festival. No
permitas que nadie te arrebate ese medallón”, tomó aire otra vez. “Y a cambio, yo misma ayudaré a
que tu territorio sea más reconocido, daré los recursos para reconstruir lo que se necesite y que la
gente escuche más y quiera ir a vivir allá”, le devolvió su bitácora. “Y te ayudaré a que cumplas
todo lo de tu lista”.

A cada palabra que decía la Princesa, Suletta sintió que su pecho se calentaba y una sonrisa enorme
se formaba en su boca. Incluso su corazón se aceleró. Sin poder contener su alegría, abrazó con
brusco cariño a la princesa Miorine.

“¡Gracias! ¡Gracias!” Incluso la cargó y giró un par de veces junto con ella. “Princesa Miorine, ¡es
la mejor! ¡Gracias!”

“¡Idiota, bájame!” Se quejó la princesa. No era muy dada al afecto físico, de hecho lo repelía y no
porque (no) quisiera, simplemente no estaba acostumbrada a los cariños de ese tamaño. La última
persona que la abrazó con genuino afecto fue su difunta madre, hacía más de diez años de ello.
Pero la firmeza con la que esos brazos la sujetaban, el calor que despedía y esa extraña gentileza la
asaltaron de gentil manera. Fue demasiado para su cuerpo. “¡Ya te dije que apestas a perro mojado!
¡Suéltame!”

“¡P-perdón!”

“¡No te disculpes, sólo bájame!”

“¡Sí!”
“¡Argh!”

Apenas estuvieron en paz, con distancia de por medio y Suletta dejó de disculparse y Miorine de
gritar, la heredera de la Casa Mercury puso atención a la princesa.

“¿Tenemos un trato, Suletta Mercury?” Miorine decidió ceder un poco, sólo un poco en caso de
que la chica tuviera otro plan en mente. “Pero si quieres retractarte…”

“¡E-Escapa y ganas una, a-avanza y ganarás dos!”

“¿Eh?”

“S-Si me retracto… Estaré a salvo de… D-de todos esos problemas y ganaré una, ganaré poder
estar tranquila. P-pero si avanzo y… Y sigo su plan, entonces ganaré dos… Ganaré más. Podré
hacer que… Que hablen más de mi Casa y… Y completaré mi… Mi lista”.

“Ya veo… Si escapo gano una, si avanzo gano dos”, Miorine no pudo evitar una sonrisa pequeña y
extrañamente divertida.

“Eso siempre m-me ha dicho mamá”.

“Te criaron bien”, suspiró hondo. “Entonces… ¿Tenemos un trato?”

“¡Sí, p-princesa!”

“Bien”, Miorine cortó otro tomate maduro y se lo dio a su prometida, que lo devoró de inmediato
con tanto o más gusto que el primero. “Ya debe estar la cena, vamos. Necesitas comer y darte un
buen baño. Dormiremos bien y mañana iremos al castillo, te harán muchas preguntas estúpidas,
pero no sufras por adelantado, yo me encargaré mientras cooperes conmigo”. Con una seña le
indicó que la siguiera de regreso a su casa privada.

Suletta asintió entre bocados y sin detenerse, efectivamente se sentía nerviosa por adelantado. Por
su lado, la mirada de Miorine se ablandó. Esos malnacidos van a devorar a Suletta, pensó la
princesa. Si quería mantener su plan debía proteger a esa torpe chica.
“M-mañana… Ah… Bu-bueno…” Balbuceó Suletta.

“Habla claro para que te entienda”.

“¿M-mañana aún podré ir a…? Ah… ¡El festival! Me g-gustaría ir al festival”, tartamudeó Suletta.
“Está en mi lista. ¿Puedo?”

“Sí, puedes ir, el festival durará un par de días más, podrás disfrutarlo luego de que terminemos
nuestros asuntos en el Castillo”, le dolía la cabeza de sólo pensar en que debían encarar a esos
bastardos de la Corte Real, comenzando por los Jeturk. Ellos en especial harían todo lo posible por
recuperar lo que perdieron.

La que no pensaba en todos esos asuntos era Suletta, que caminaba felizmente detrás de Miorine
pensando en qué comer primero o qué sitios visitar. Miró al frente. “¿V-Vendrá conmigo, princesa
Miorine?”

“No, tengo mil cosas por hacer, pero me encargaré de que puedas disfrutar el festival”, respondió
Miorine con seriedad. Hacía mucho que no asistía a un festival más que para presenciar la apertura
y los torneos, y eso porque el protocolo pedía que la realeza estuviera presente. Miró a Suletta por
encima de su hombro y la notó triste. Suspiró hondo. “No estarás sola, te lo aseguro. Tengo mil
cosas por hacer y no puedo dedicarte el tiempo que necesitas, al menos no en estos días, pero te
compensaré después”.

¡No tengo ninguna necesidad de excusarme con ella! Se gritó Miorine a sí misma. Lo que la
derribó al instante fue ese gesto de cachorro abandonado bajo la lluvia en la cara de su prometida.
Suspiró hondo, visiblemente enfadada. No mentía, tenía asuntos por atender en el castillo. La
última vez que disfrutó un festival por completo fue con su madre, hacía años de eso. Al menos se
aseguraría que Suletta tuviera una buena experiencia en el festival.

Por su lado, Suletta recuperó la sonrisa. Comprendía que la Princesa Miorine estuviera ocupada,
era la princesa del reino después de todo. Y aun así estaba haciendo tanto por ella… No pudo
evitar un cálido sentimiento en su pecho mientras se sujetaba de uno de los pliegues del vestido de
la princesa. No la retuvo, simplemente le nació hacer eso mientras caminaba detrás de ella. Su voz
sonó suave, sin tartamudear.

“Gracias, mi princesa”.
Miorine frunció el ceño, no dijo nada.

~o~

“Ya pareces una persona normal, podremos salir de ésta con vida”, dijo Miorine mientras guiaba a
Suletta por el interior del castillo. Se había encargado de conseguirle ropa apropiada a su
prometida: un ropaje blanco para varón que Suletta lucía con una gracia impensable al principio.
Llevaba el medallón cosido en la chaqueta, su espada en una funda que encontraron por mero
milagro en la armería del castillo y que le quedó como guante a la enorme arma. Ahora sólo
debían enfrentar a ese montón de ancianos subidos de humos.

Suletta iba contenta con su nueva ropa, olía bien. Sus botas eran cómodas, tenía además un bolso
nuevo donde tenía guardada su bitácora, dinero y algunas golosinas que Miorine le consiguió.
Estaba perfectamente descansada, el enorme sofá de la sala de estar fue muy cómodo, el baño
caliente ayudó a relajar su cuerpo y toda ella era una fresca flor de campo luego de desayunar hasta
quedar llena.

Fue lindo desayunar con la princesa. Comieron con algo de prisa pero lo comprendía, estaban en
una situación bastante vulnerable todavía. Debía comportarse, su madre le había enseñado a
comportarse y lo haría. Puedo hacerlo, puedo hacerlo, puedo hacerlo. Tomó aire. “Puedo
hacerlo… Puedo hacerlo… Puedo hacerlo”.

“Suletta, estaremos bien”, dijo Miorine luego de escuchar sus balbuceos.

“L-Lo sé, mi princesa, confío en ti”, respondió Suletta con graciosa seguridad. Desde la noche
anterior la misma princesa le indicó que podía hablarle con menos formalidad.

Miorine suspiró. “Apenas me conoces, ¿cómo puedes confiar en mí? ¿Qué tal si intento dañarte
mientras duermes o algo parecido?” Preguntó la princesa con enfado. “¿Qué tal si estoy haciendo
todo esto sólo para aprovecharme de tu ignorancia?”

“N-No lo sé… Sólo confío, n-no puedo explicarlo”, respondió Suletta mientras el volumen de su
voz perdía fuerza. “Además… C-creo que… Que eres el tipo de persona que… Que si quisieras
hacerme algo malo, ya lo habría hecho c-con sus propias manos. No te gusta perder el… El tiempo,
es lo que he visto en ti desde ayer”.
Miorine frunció el ceño. Tiene un punto... Suspiró hondo. ¿Y en serio la chica le estaba poniendo
tanta atención? Eso de alguna manera la hizo sentir algo en el estómago pero no supo qué era.
Decidió dejarlo de lado.

“Me alegra que lo sepas. Pero otra cosa que debes saber, es que si alguno de los sujetos en la
reunión es amable contigo sin razón aparente, entonces sigue ese instinto que dices y no confíes.
No lo hagas. ¿Entendido?” Se detuvo para mirarla a los ojos. No le sorprendió ver a Suletta
encogida en sí misma mientras jugaba sus dedos entre sí. “Si algo te pasa, ninguna de las dos
terminaremos bien, ¿de acuerdo?”

“¡S-sí!”

“Y camina derecho, eres mi Prometida, camina como tal”.

“¡Lo siento!”

“¡No te disculpes, idiota!”

Y siguieron su camino a la Sala del Consejo donde les esperaban los líderes allegados a la corona
y otros personajes importantes. Un montón de viejos aburridos según la opinión de la Princesa,
pero no que pudiera hacer mucho al respecto, sólo sentarse, observar y escuchar. Eso siempre le
ordenaba su padre: sentarse, observar y escuchar atentamente. Detestaba eso.

El par de chicas entraron a la sala apenas los guardias les abrieron las puertas. Ahí estaban todos:
hombres maduros, algunos ancianos, los jóvenes herederos. Notó que estaban los Jeturk pero no
Guel. Seguramente que perdiera no le cayó en gracia a su familia por muy fuerte o no que fuera
Suletta. Vio a Elan y a Shaddiq, desde luego. Miorine notó al instante que todos estaban
particularmente serios, más que de costumbre.

“Estamos aquí como se nos solicitó”, dijo Miorine en voz alta mientras Suletta seguía a sus
espaldas y sujeta de su ropa. Seguramente estaba nerviosa, no la culpaba. Ella misma también lo
estaba.

“Su Majestad, no podemos aceptar que una recién llegada de una Casa en ruinas venga de la nada y
nos arrebate lo que hemos ganado con voluntad y fuerza”, la cabeza de los Jeturk, el padre de Guel,
fue el primero en alegar al Rey. “Además es mujer, no puede desposarla”.
Miorine habló primero. “Me temo, Milord Jeturk, que tampoco hay regla que impida que Suletta
Mercury pueda desposarme a pesar de ser mujer”, hablar como si de verdad se fueran a casar
ayudaba a su fachada. “Suletta Mercury fue retada por su hijo, mi padre permitió el duelo, ustedes
mismos lo apoyaron y Suletta ganó”, respondió Miorine con firmeza y rostro duro. “Si desea
recuperar mi mano, entonces debe hacerlo por medio de los duelos como marcan las reglas que mi
padre propuso y ustedes aceptaron”.

“Me temo que esa no es la única razón por la que no podemos aprobar que Suletta Mercury sea tu
prometida”, dijo el Rey enseguida, para enfado de su hija.

“¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡Ella ganó el duelo!” Alegó la princesa.

Suletta sentía la presión en la sala, era tensa, era sofocante, era aplastante y sentía que su piel se
erizaba de mala manera. Y al mismo tiempo, sentía que era su acompañante quien recibía casi toda
esa presión encima. Pronto notó que el Rey le miraba directamente a ella y soltó un gritito de
pánico mientras se escondía detrás de Miorine.

“Suletta Mercury, ¿tienes idea de por qué pocos conocen el nombre de tu Casa?” Preguntó el Rey
Delling a la chica.

“M-mi madre m-me dijo que f-fue porque el territorio se q-quedó sin metales y sin recursos hace
m-más de veinte años”, explicó rápidamente, no muy fuerte pero al menos ahí dentro su voz se
escuchaba un poco mejor por mucho que tartamudeara.

“¿De qué se trata todo esto, padre?” La princesa frunció el ceño.

“La razón por la que las tierras de la Casa Mercury quedaron estériles por tanto tiempo, fue por un
metal maldito muy raro de nombre Gund-Arm que solamente esa gente podía trabajar. Fue una
veta de ese metal el que enfermó no solamente sus tierras y sus aguas, también maldijo la sangre y
las armas de sus guerreros”, explicó el Rey.

Por la falta de reacción o sorpresa de parte del resto de los presentes, era obvio que ya estaban al
tanto de ese detalle. Miorine frunció el ceño, Suletta no sabía qué decir, tenía la boca abierta pero
no podía hablar.

“¡Suletta no está maldita!” Alegó Miorine.


“Hay una manera de confirmarlo”, continuó el Rey y miró a Suletta. “¿Cuál es el origen de tu
espada?”

Suletta respingó por culpa de los nervios, pero sentir cerca el firme cuerpo de Miorine ayudaba
mucho. Tragó saliva. “La forjaron c-cuando nací, es t-tradición que u-un recién na-nacido r-reciba
un arma con nombre”, aunque ella fue la última bebé que recibió un arma, por cierto. No lo
mencionó. “E-es todo l-lo que sé”.

“¿Y sabes por qué se les da un arma apenas llegan al mundo, Suletta Mercury?” Preguntó la recia
voz del Rey, pero no le dio tiempo a la chica de responder. “Es porque tu gente perteneció a una
antigua tribu guerrera. Quedaron malditos por el Gund-Arm y se volvieron guerreros sedientos de
sangre, salvajes e imparables. Ejércitos de un hombre que peleaban hasta morir o perdían el control
por completo y debían ser ejecutados como último gesto de caridad”, continuó. Notó la sorpresa en
la chica, pero poca y ninguna reacción en su propia hija. O al menos eso aparentaba. “No puedo
permitir que nadie peligre si tu sangre y tu espada están malditas”.

“A-Aerial n-no está maldita… Y-yo tampoco…”

Miorine miró a Suletta por encima de su hombro y apretó un puño al verla temblando y fuera de sí,
se sujetaba con tanta fuerza a su vestido que sentía que estaba a nada de romperlo. Eso
definitivamente no estaba en sus planes, pero algo en las palabras de su padre y la propia reacción
de Suletta rápidamente puso su fría mente a trabajar.

“Es obvio que Suletta Mercury no sabe nada de esto porque eso que dices que pasó, fue hace
mucho tiempo. Sus tierras son fértiles de nuevo, sus ríos están llenos de peces, sus minas tienen
metales que pueden y deben ser aprovechados. Ella misma me lo contó”, respondió Miorine con
firmeza, con seguridad. “Eso quiere decir que lo que sea que enfermó a sus tierras, ya no está. Sus
territorios están listos para ser habitables otra vez”.

Miorine tomó aire, debía continuar mientras aún tuviera la atención de todos en el Consejo.

“Dices que hay una manera de saber si hay o no una maldición, ¿cuál es?” Preguntó la princesa y
en un arranque decidió tomar una de las manos de Suletta. Tuvo que contener cualquier gesto en su
rostro por la sorpresa que fue sentir la enorme mano de esa torpe chica en la suya. Era grande, era
cálida, tenía callos en las palmas, su piel distaba de ser suave y aun así el tacto era cómodo. En lo
que verdaderamente se concentró fue en que ella aún temblaba. Presionó su mano con firmeza.

Por su lado, Suletta soltó un discreto suspiro al sentir la pequeña mano de la princesa sujetar la
suya. Sintió un agradable calor en todo su pecho.
“Más de uno de los aquí presentes llegamos a ver en vida a los últimos guerreros malditos y sus
armas. Ellos no se escondían, les gustaba mostrar que sus armas y ojos brillaban en la oscuridad.
Eran como fantasmas en la noche”, dijo el Rey. Muchos de los nobles presentes de más edad
asintieron a sus palabras. “Vamos a oscurecer la sala. Si la espada o los ojos de Suletta Mercury
brillan, entonces es señal de que está maldita. Y de ser el caso, deberá retirarse de inmediato de la
Capital y no volver”.

Miorine rápidamente recordó que le echó un vistazo a Suletta un par de veces la noche anterior, no
recordaba haber visto nada raro. La espada era normal. Tomó aire y miró a Suletta. Ésta
igualmente fijó su atención en la Princesa. Sus manos unidas les daban una calma mutua. Suletta
no sabía qué hacer, pero era obvio que su Prometida sí y simplemente asintió. Confiaba en
Miorine.

“Y si ella no está maldita y su espada tampoco, entonces quedará bajo mi protección”, fue la
inmediata respuesta de Miorine y miró a los Jeturk. “En cuanto al otro asunto, propongo que su
hijo y mi Prometida se batan a duelo una vez más y en igualdad de condiciones”, continuó con
firmeza.

“Pero primero, la prueba”, intervino el Rey Delling. “¡Guardias, oscurezcan la sala!”

Y así se hizo.

~o~

Suletta esperaba en uno de los pasillos a que Miorine terminara de hablar de los detalles del duelo
con el Rey y el patriarca de los Jeturk. Estaba completamente aliviada de que nada brillara luego
de que el cuarto se oscureciera. Tenía a Aerial abrazada mientras estaba recargada contra uno de
los muros. Suspiró hondo una vez más.

“Ella vendrá pronto, Aerial, y podremos ir al festival”, dijo Suletta en voz baja a su espada.

“Yo creo que es una gran espada como para haber roto el mejor metal de los Jeturk”, dijo una voz
masculina de repente.

Suletta saltó por la sorpresa pero no se pudo mover de su sitio, no cuando estaba acorralada por los
brazos de un alto joven de piel pálida y cabello corto del color de la Luna. Suletta lo reconoció de
inmediato, Miorine le describió los rostros más influyentes del Consejo durante el desayuno y él
era uno de ellos. ¿Cómo dijo que se llama? ¡Ah, sí! Elan Ceres. No pudo responder nada, sólo
escapar del encierro.

“Oh”, Elan sonrió. “Lamento el susto, quería conocerte, diste una gran impresión ayer. Mi nombre
es Elan Ceres, un gusto, Lady Suletta Mercury”, y rápidamente intentó tomarle una mano para
besarla como marcaba la cortesía, pero no pudo.

Suletta recogió su mano para volver a aferrarse a su espada. “¿P-Puedo ayudarle e-en algo, L-lord
Ceres?”

“Sólo ‘Elan’ está bien si lo deseas. Quiero presentarme y que sepas, milady, que estaré honrado de
recibirte en mi Casa. Necesitas aliados y me encantará escuchar cómo van las cosas en tu territorio
y saber si puedo ser de ayuda”, ofreció de inmediato. “Me interesé mucho en tu caso”, agregó,
acercándose peligrosamente a ella una vez más.

Alguien se atravesó.

“Y Suletta agradece el interés pero no lo necesita, ya me tiene a mí, que soy su Prometida y además
soy la Princesa de éste reino”, intervino Miorine mientras se colocaba entre su grande y nerviosa
prometida y el descarado Elan.

“Deberías dejar que ella hable, Alteza” Fue la juguetona provocación de Elan. “Tiene un par de
lindos labios, me gustaría verlos hablar un poco más”.

Suletta lanzó un grito de pena y se escondió, ésta vez, detrás de Miorine. “Y-yo… Yo…”

Miorine frunció el ceño y miró a Elan con molestia. “Con tu permiso, tenemos cosas por hacer”,
fue lo único que dijo antes de sujetarse del brazo de Suletta y obligarla a caminar a paso apretado.
Apenas se alejaron lo suficiente, la princesa se permitió poner un gesto de furia. “Te dejo sola unos
momentos y un bueno para nada se te acerca”, masculló Miorine.

“L-lo siento”, murmuró Suletta mientras se encogía en sí misma.

“¡Que no te disculpes! ¡Argh!” Miorine se llevó su mano libre a la frente. “Al menos ya salimos de
ésta. Ahora sígueme, te dije que disfrutarías el festival”, suspiró para calmarse. “¿Sabes cabalgar?”
“¡Sí!”

“Bien, vamos”.

Hicieron una parada rápida en la Villa privada para colocarse unas capas de viaje y pasar más
desapercibidas (al menos en el caso de Miorine), y también recogieron algunas cosas más que la
Princesa necesitaba. Ambas cabalgaron por las orillas de la ciudad. Miorine montaba una hermosa
yegua blanca llamada Fengari, mientras que a Suletta le tocó un joven corcel de nombre Hermes,
era de color negro como el carbón y con una crin brillante. Un regalo de bienvenida de parte de
Miorine.

Llegaron a lo que Suletta reconoció como una pequeña y sencilla mansión de dos pisos, la
propiedad estaba cercada y se escuchaba que tenían caballos y otros animales. ¿Era una granja?
Suletta pudo ver una gallina por el jardín. Siguió obedientemente a Miorine apenas dejaron a los
caballos correr libres por la propiedad. Y sin anunciarse ni tocar la puerta, la princesa entró a la
casa por la entrada trasera, Suletta siguiéndola cual niña obediente.

“Veo que todos siguen vivos”, fue lo primero que dijo Miorine al grupo de ocho jóvenes (entre
hombres y mujeres) que almorzaba en la mesa principal. “Quiero su reporte”, ordenó enseguida
mientras tomaba asiento en la mesa junto con ellos, entre dos de las chicas. Robó una manzana que
estaba cerca.

“¡Maldita sea, princesa! ¡¿No ves que estamos almorzando?!” Alegó una de las comensales
mientras golpeaba la mesa con los puños, una furiosa joven de voluminoso cabello rosado.
“¿¡Dónde carajos quedaron tus modales?!”

“En el castillo”, respondió Miorine con gesto desinteresado. “Por cierto, quiero presentarles a
alguien”, la princesa se giró ligeramente, Suletta se había quedado cerca del umbral de la puerta
con su espada abrazada. “Entra, anda”, y de nuevo miró a los demás. “Ella es Suletta Mercury, mi
Prometida y su nueva compañera de grupo”.

Los habitantes de la casa no fueron los únicos que soltaron un grito de sorpresa, la misma Suletta
también.

CONTINUARÁ…
Buenos y Nuevos Amigos

Los habitantes de la casa no podían creer lo que estaban escuchando. Además, la dichosa
Prometida se notaba tan nerviosa que no dejaba de abrazar su espada, de hecho estaba escondida
detrás de ésta y sólo había dado dos pasos al interior de la casa. Miorine, por su lado, suspiró de
fastidio.

“¡Suletta!” No quería pero debía alzar la voz para hacer reaccionar a esa grandísima tonta. Supo
que lo logró al verla respingar del susto. “Ven, siéntate aquí”, le indicó con voz firme y señaló uno
de los sillones cercanos.

“¡A la orden, mi princesa!”

Para sorpresa de todos, la chica nueva obedeció la indicación y se sentó sin soltar su enorme
espada, seguía tensa pero al menos había dejado de esconder la cara. Miorine tomó uno de los
panes de la mesa y se lo dio a su Prometida; ya que estaba sentada, debía relajarla. Miró a los
demás. Y fue su turno de respingar al ver el gesto de todos mientras la miraban fijamente. Frunció
el ceño.

“¿Qué les pasa?” Preguntó una descontenta princesa.

“¿Es en serio?” Fue el turno de la brusca Chuchu de preguntar, levantó una ceja mientras sonreía
de manera traviesa. “¿Mi princesa? ¿Así nada más? Tu nueva novia es bastante cursi, princesita,
¿dónde la encontraste, eh? ¿Al fin te deshiciste de Guel?”

Miorine se sonrojó por la furia, Suletta por la pena.

“¡Recuérdame de nuevo por qué no te he mandado a colgar de los pulgares!” Gritó Miorine con un
enojo dos niveles más arriba de lo usual.

“Porque me adoras, por eso”, respondió la muy descarada, luego miró a Suletta. “¿Nueva por
aquí?” La vio asentir más veces de las necesarias.

“Suletta”, le llamó Miorine y eso bastó para que su Prometida levantara la mirada. Señaló de forma
poco educada al grupo. “Ellos son Chuchu, Till, Nika, Martin, Nuno, Lilique, Ojelo y Aliya”,
señaló a cada uno mientras los presentaba de descuidada y desinteresada manera.
Todos se quejaron.

“Su Alteza, nosotros mismos podemos presentarnos con su Prometida”, dijo con marcados nervios
Martin, el líder del grupo.

“¡A nosotros nos nombró al revés! ¡Yo soy Ojelo! ¡Él es Nuno!” Se quejó uno de los chicos de
morena piel mientras señalaba a su amigo sentado a su lado.

“Alteza, ¿a qué se refiere con eso de que ahora es nuestra compañera de grupo?” Preguntó Nika y
enseguida miró a Suletta.

Pero Suletta estaba bastante ocupada numerando a los integrantes con sus dedos mientras repetía
sus nombres en voz baja, todo con el afán de aprenderse sus nombres lo más rápido posible. Se
notaba concentrada. “Chuchu, Till, Nika, Martin, Nuno, Lilique, Ojelo y Aliya”, murmuró y volvió
a repetir los nombres un par de veces más. “Chuchu, Till, Nika, Martin, Nuno, Lilique, Ojelo y
Aliya”.

Al verla, Miorine supo que había tomado la decisión correcta. Ésta vez más seria, miró a los
chicos. “Lo crean o no, Suletta le pateó el culo a Guel”, anunció con una sonrisa que no pudo
evitar, poco le importaba mantener su lenguaje educado. “Lo hizo justo antes de que lo declararan
ganador del torneo”, completó, orgullosa como si el mérito fuera propio.

Los chicos comenzaron a celebrar con marcada diversión y mucho escándalo.

“¡Señorita Suletta, eres grandiosa!” Exclamó Lilique, que fue la primera en acercarse a Suletta y
saludar de mano. “Un gusto conocerte, soy Lilique”.

Suletta sonrió con visible alegría ante el gesto. Aunque nerviosa, lo correspondió. “Igualmente,
señorita Li-Lilique”.

“Podemos dejar las formalidades de lado, ¿verdad?” Preguntó Lilique a los demás y sus
compañeros asintieron.

“Alteza, ¿es en serio?” Nika no se la creía.


“Mira su medallón, es la prueba”, respondió Miorine con orgullo. “Suletta es la heredera de la Casa
Mercury, es un territorio que está muy al sur”.

Ninguno de ellos tenía idea de qué sitio era ese, el nombre de la Casa ni siquiera les sonaba.

“¿O sea que es una Noble?” Preguntó Chuchu con cara de asco.

“Tengo que decir que sí, pero cuando recién llegó no lo aparentaba”, respondió la princesa. “Sea
como sea, Suletta me salvó de casarme con Guel, mi padre y el Consejo acaban de aprobarla como
mi Prometida y ahora mismo Suletta tiene por misión darse a conocer más y ganar renombre. Pero
eso es algo que ella podrá explicarles con más detalle”.

Suletta asintió varias veces. “Q-quiero que… Que más gente vaya a vi-vivir a mi región, y-ya no
quedamos mu-muchos”.

“¿Y exactamente cómo desea que nosotros ayudemos en eso, Su Alteza?” Preguntó el serio Till
mientras se cruzaba de brazos.

“Necesito que Suletta aprenda los modos de la ciudad, de los pueblos y de la gente. Es presa fácil
en el castillo, no pienso dejar que se la coman viva todos esos imbéciles de las otras casas nobles”,
dijo Miorine con enfado. “La gente que Suletta necesita para sus tierras es la gente normal, así que
viajará con ustedes, les ayudará con las misiones y ustedes le ayudarán a desenvolverse más”,
tomó aire y suspiró. “En serio lo necesita”.

“¡Oye, princesita, no somos niñeras!” Reclamó Chuchu. “Yo la veo bastante grande como para
cuidarse sola”.

“Antes de que lo piensen, Suletta no es inútil ni es una niña, no deben llevarla de la mano. Sólo le
falta experiencia y socializar más”, fue la inmediata defensa de la princesa. “Es muy fuerte y hábil,
sabrán acomodarla en el grupo”.

Suletta sintió que su corazón se calentaba al ver a la princesa Miorine enfadarse así por ella.
Incluso se sonrojó, gesto que no pasó desapercibido para el resto de las chicas del grupo.
“Mi princesa…”

Miorine miró de reojo a Suletta pero no dijo nada a eso. Volvió su atención a los demás y de su
bolso de viaje sacó un par de bolsas de cuero que obviamente contenían bastante dinero. La
primera se la lanzó a Martin. “El pago por la misión, supongo que fue bien si no se están
quejando”.

“Justo como estaba previsto, el líder de los bandidos escapó, Su Alteza, pero lo dejamos sin
hombres y sin escondites”, informó Martin con la voz tan firme como pudo. “Es cuestión de
tiempo para que lo atrapemos antes de que la Guardia Real lo haga”.

“Bien, se los encargo”, fue todo lo que Miorine dijo respecto a ese tema. Lo siguiente que hizo la
princesa fue lanzarle el otro costal a Chuchu casi en la cara. “Esto es un seguro”.

Chuchu levantó una ceja y miró a la princesa Miorine, claramente pidiendo una explicación.
“Ahora sí estamos hablando el lenguaje que me gusta, princesita”.

“Suletta trabajará con ustedes en las misiones, páguenle y trátenla como a una más del equipo”,
dijo Miorine mientras se cruzaba de brazos. “Ese dinero es para que ustedes sirvan de testigos y
consigan más en caso de que reten a Suletta a un duelo formal por mi mano”, suspiró hondo, se
notaba cansada. “Justo ahora, la voz de que Guel Jeturk perdió un duelo y mi mano debe estar
esparciéndose por todos lados, así que muchos creerán que Guel sólo tuvo un mal día y que mi
nueva Prometida será fácil de vencer por ser una chica”.

“¿Y si llega a perder?” Fue la nerviosa pregunta de Aliya.

“Suletta no perderá”, respondió Miorine con seguridad. Miró a su prometida. “¿Verdad?”

“¡N-no perderé!” La chica incluso se puso de pie y levantó su espada con orgullo. “Aerial y yo n-
no perderemos”, asintió con graciosa seguridad.

“Oh, otra cosa, Suletta tiene otro duelo con Guel en siete días. Será en la plaza central de la ciudad,
no se lo querrán perder”, eso lo dijo con una sonrisa divertida.

“A esos bastardos no les gustó que su hijo consentido perdiera, ¿verdad?” Preguntó Chuchu con
tono de burla.
“Suletta le dio una nalgada a Guel en medio de la Arena del Sol, enfrente de TODO el mundo,
justo antes de que lo declararan ganador de los duelos”, contó Miorine sin dejar de sonreír, esa
escena nunca iba a poder olvidarla.

“¡L-lo hice porque f-fue grosero con mi p-princesa!” Confirmó Suletta con mucha firmeza y sus
graciosas cejas fruncidas.

Los demás se quedaron en silencio, incrédulos, sólo por unos segundos antes de echarse a reír a
carcajada abierta, ruidosa, incluso el serio Till se sujetaba el estómago por culpa de la risa. Miorine
no rió, sólo mantuvo su gesto satisfecho. Suletta sí rió pero no tan fuerte como los demás, se
notaba contenta. Era la primera vez que estaba rodeada de tantas personas de su edad. Todos lucían
agradables. Si su princesa se comportaba así de suelta con ellos, entonces debían ser personas en
las que ella confiaba.

“El dinero también cubrirá los gastos de Suletta y de su corcel para que les hagan un espacio aquí”,
continuó Miorine apenas las risas se calmaron. Ni loca la dejaría sola en el castillo y tampoco en su
villa por muy privada que fuera. Lo último que haría sería encerrar a Suletta. Si se queda conmigo,
no podrá cumplir con su lista, pensó la princesa con amargura y resignación. “Como les dije,
trátenla como a alguien más del equipo”.

Los chicos finalmente asintieron.

“Tendremos mucho tiempo para conocernos, Suletta”, dijo Aliya mientras iba a saludarla de mano
también. “Te compraremos una cama, un guardarropa y todo lo que necesites”.

“Con esto alcanza bastante bien”, Chuchu le lanzó el costal del dinero a Lilique, que era la
encargada de las finanzas del grupo.

“Su Alteza, ¿hay alguna otra misión que necesite que hagamos?” Preguntó Martin.

“No por el momento. Tengo muchas cosas por hacer, así que debo partir pronto. Ustedes
descansen, que cansados no me sirven para nada”, respondió Miorine de manera brusca. Miró a
Suletta. “Tú te quedarás aquí, yo volveré al castillo”.

Y al decir eso, para todos fue evidente la forma en que los ánimos de su nueva integrante
decayeron. Y de alguna manera era tierna. Tan linda que ni Miorine pudo soportar ese gesto de
cachorro triste, se llevó una mano a la frente en señal de molestia.

“D-de acuerdo, no quiero es-estorbarte mi-mientras haces t-tus deberes reales, mi princesa”,
balbuceó Suletta mientras jugaba sus dedos entre sí.

Miorine gruñó un poco al sentir encima las miradas curiosas de esos entrometidos. “Ven”, se llevó
a Suletta por el brazo para sacarla un momento de la casa y poder hablar en privado en el patio
trasero. La soltó apenas notó que esos tontos dejaban de asomarse por la ventana y la puerta. Se
cruzó de brazos y encaró a la grandulona. “Suletta, escucha, como princesa tengo muchas
actividades por cubrir, juntas y lecciones más que nada”, aunque las juntas en especial le eran
molestas. “Tú tienes mucho por aprender, aprenderás mucho aquí”, y estaría a salvo del nido de
víboras que era el castillo. Era demasiado pronto para exponer a Suletta a esos tipos. “Son unos
idiotas pero confío en ellos. Tú también puedes confiar en ellos”.

Suletta asintió varias veces. “M-mi princesa… G-gracias por t-todo lo que es-estás haciendo por
mí”, murmuró mientras apretaba sus propias manos entre sí. “M-me gustaría p-poder hacer algo
por ti”.

“¿Ya se te olvidó que tú derrotaste a Guel? Idiota”, dijo la princesa pero con un tono más bien
suave, tomó una de las manos de Suletta e hizo que sus meñiques se engancharan. Notó el gesto de
Suletta al ver lo que estaba por hacer. “Así es, una promesa de meñique. Prométeme que no
perderás ninguna pelea y que completarás tu lista”.

“¡L-lo prometo! ¡Aerial y yo no perderemos!” Respondió una feliz Suletta, pero su gesto enseguida
decayó por uno de graciosa tristeza. “¿P-podré v-volver a verte?”

Miorine suspiró de fastidio, rompió el contacto de sus manos sólo para pellizcar las mejillas de
Suletta y jalarlas con fuerza. Pese a quejarse y lloriquear, su Prometida no hizo ni el intento por
soltarse. “¡Eres muy dramática, no te estoy abandonando!” Se quejó Miorine. “Tienes que trabajar
por tu Casa y yo también, demonios, ¡eres mi Prometida, tienes que estar conmigo cuando ambas
tengamos tiempo libre, como lo hace la gente normal!”

Y escuchar eso volvió a subir los ánimos de Suletta hasta el cielo mientras su sonrisa se
ensanchaba en su lindo rostro tostado. No se soltó de los pellizcos de la princesa, en cambio, con
sus enormes manos cubrió las de ella e hizo que esas suaves palmas cubrieran por completo sus
mejillas. Su tacto era terso y agradable. Suspiró mientras cerraba los ojos.

Por su lado, Miorine estaba tan roja que no podía hablar.


“¿P-puedo escribirte c-cuando no nos veamos?” Preguntó Suletta sin moverse de su cómodo sitio ni
abrir los ojos. “E-está en mi lista”.

Miorine salió de su ataque de pena gracias a esas palabras. Sí, lo recordaba, lo de intercambiar
cartas con alguien especial. Sintió una sensación extraña en su estómago. Para poder ocultar el
malestar en su cuerpo y el calor en sus entrañas, sonrió con graciosa malicia mientras movía sus
pulgares en las mejillas de su Prometida. Una suave caricia y nada más.

“Oh, ¿entonces soy alguien especial?” Preguntó Miorine con recuperada dignidad. Las mejillas de
Suletta ardían, seguramente por culpa de los pellizcos. O eso quería pensar, Suletta estaba roja
hasta las orejas.

“E-eres mi P-prometida… M-mi Novia, ¿v-verdad?” Murmuró Suletta con los párpados apretados.
“Y n-no sólo por eso… Eres… Eres especial p-para mí”, tomó aire y finalmente encaró a Miorine.
Sentía que se estaba derritiendo entre las manos de la princesa, podría convertirse en un charco en
cualquier momento. “¿Por favor?”

A falta de una reacción menos comprometedora, Miorine gruñó de furia como solía hacerlo y
decidió detener lo que hacía sólo para sujetar a Suletta por el cuello de su ropa y hacer que la
encarara. La diferencia de estaturas era visible. Las puntas de sus narices se tocaban.

“Eres mi Prometida, ¡por supuesto que me tienes qué escribir, idiota!” Se quejó la princesa. “Debes
reportarme cómo te va con el grupo, ¿entendido?”

“¡Sí!” Respondió una feliz Suletta.

“Ahora debo irme, tengo lecciones y debo asistir a una junta del Consejo después de mediodía”, y
no estaba muy emocionada al respecto.

“¿Puedo es-escribirte d-desde hoy?”

“Más te vale que lo hagas o seré yo quien te dé una nalgada para que sepas lo que Guel sintió”,
amenazó la princesa. “Quiero saber cómo te va en tu primer festival”, finalmente la soltó y fue la
primera en regresar a la casa. Por supuesto, esos entrometidos seguían ahí asomados, les lanzó una
mirada asesina que hizo que todos escaparan al interior de la casa.
“¡S-sí! ¡T-tengo s-suficiente dinero para gastar!”

“Si te hace falta, puedes pedirles un préstamo y pagarles con trabajo”.

“¡L-lo haré!”

Para cuando la pareja entró a la casa, todos se hacían tontos con su almuerzo.

“Debo irme, les encargo a mi Prometida”, se despidió Miorine.

“Permita que la escolte al castillo, Su Alteza”, se ofreció Nika de inmediato, luego miró a sus
compañeros. “Compraré manzanas de regreso”.

“¿Podrías traer más vino? ¡Tenemos que celebrar a nuestra nueva compañera!” Exclamó Lilique
mientras se paraba junto a Suletta. ¡Era tan grande y su cabello tan rojo y tan lindo!

“¡Y también tienes qué contarnos cómo fue que derrotaste a Guel Jeturk!” Pidió Nuno con
entusiasmo, entre Lilique y él hicieron que Suletta tomara asiento en la mesa.

“Llegamos de nuestro viaje anoche, así que no pudimos asistir al duelo”, contó Ojelo con
desagrado. “Yo quería apostar por los duelistas”.

“Ésta vez tuviste suerte o hubieras perdido toda tu paga como siempre”, murmuró Aliya mientras
codeaba juguetonamente a su compañero.

Todos se echaron a reír, Suletta rió junto con ellos. Miorine sonrió por lo bajo antes de colocarse su
capa una vez más.

“Nos vemos luego”, se despidió en voz alta y miró a Suletta. “Si estos te van a emborrachar, al
menos procura comer mientras bebes, te sentirás menos mal por la mañana”, fue todo lo que dijo
antes de salir de la casa.
“¡Oye! ¡‘Estos’ tienen nombre, princesa maleducada!” Reclamó Chuchu.

Nika rió nerviosamente y fue tras la princesa luego de un veloz ‘enseguida regreso’. Cada una
montó su corcel y se dirigieron a la ciudad con trote relajado. Miorine no tenía ninguna prisa por
llegar al castillo a decir verdad, pero tuvo que irse porque entre más veía la cara de tonta de Suletta,
menos ganas sentía de despedirse. Notó la mirada de Nika encima.

“Dilo de una vez”, gruñó la princesa.

“Realmente se encariñó con ella, Alteza”, dijo Nika con dulzura. “Yo también creo que Suletta
tiene encanto”, notó que Miorine le miraba de reojo con dureza. “Lo digo sin ninguna intención de
quitársela, Alteza, Suletta Mercury es suya”, agregó con una sonrisa un poco más confidente.

Miorine suavizó su gesto. “Gracias a ella no estaré camino al territorio de los Jeturk ni tendré que
casarme con ese imbécil”, dijo luego de un profundo suspiro. El plan que tenían para ella era que
se mudara a casa de su prometido luego del festival. “Le debo más de lo que cree, pero no se lo
digas, acabas de ver cómo es”.

“No quiero ser grosera, Alteza, pero Suletta se comporta de manera un poco… Peculiar”.

“Suletta creció rodeada de adultos, nunca tuvo amigos de su edad así que no sabe socializar como
una persona normal”, explicó Miorine. “Ya ella les contará todos los detalles. Sé que ustedes
sabrán integrarla”.

“Gracias por el voto de confianza, Su Alteza”, agradeció Nika con una ligera reverencia. “¿Cuándo
se casan?” Esa pregunta salió más por bromear que por decirlo en serio.

“¡No nos vamos a casar!” Aclaró de inmediato, más apenada que furiosa. “Ella se mantendrá como
mi Prometida hasta el siguiente Festival de Primavera, y a cambio yo le ayudaré a que sus tierras
se hagan más conocidas y se pueblen de nuevo, ese es nuestro trato”, agregó, tampoco quería
parecer que se estaba aprovechando de la ignorancia de la chica.

Nika decidió no ahondar más en cualquiera fuera el acuerdo entre ellas dos, lo último que quería
era apenar más a la princesa y provocarle alguna reacción violenta. Estaba más que al tanto de la
furia contenida de la princesa Miorine Rembran.
“Me parece que es una buena chica”.

“Lo es”, respondió Miorine, más calmada.

“Además, sin saberlo también salvó a nuestro grupo, si usted se hubiera ido, habríamos perdido el
contacto y hubiéramos tenido que comenzar desde cero o desintegrar el grupo”, comentó Nika con
alivio. “Milord Guel no es precisamente un buen sujeto…”

“No es necesario que llames Milord a ese imbécil”, se quejó Miorine.

Nika sólo rió y siguieron su camino. La escoltó hasta la entrada lateral a las caballerizas del castillo
y ya ahí se despidieron, Nika en dirección al mercado y Miorine a cambiarse de ropa en su
habitación del castillo para atender a sus clases de historia. Ya que lo pensaba mejor, quizá podría
investigar un poco más por qué no había registros de la Casa Mercury. ¿Tanto miedo provocó el
asunto de esos guerreros?

~o~

La plática seguía en la casa. Todos pensaban esperar a que Nika llegara para poder salir juntos al
festival y disfrutarlo. La paga de la princesa siempre era justa, planeaban darse algunos gustos,
además tenían ese “pequeño” extra que recibieron por servir de testigos y guías para Suletta
Mercury. Siempre era un gusto trabajar para la princesa Miorine Rembran.

“¿D-de verdad p-puedo usar a las aves mensajeras p-para enviarle cartas a mi princesa?” Preguntó
Suletta con alegría.

“Sí, ahora que eres parte de nosotros, puedes sentirte como en casa y hacer uso de ella”, dijo Aliya.
“Además, nuestras aves están entrenadas para llevar los mensajes a la villa privada de la Princesa
Miorine. Ella siempre duerme en su villa, no se queda en el castillo, así que recibirá tus cartas y tú
las de ella. Ya te dije, puedes sentirte como en casa”.

“Por supuesto, harás quehaceres y tendrás responsabilidades como todos los demás”, intervino
Chuchu, que no tenía problema alguno en encarar a esa grandulona. ¡Por todos los dioses, era
inmensa! A la única noble a la que la guerrera de rosado cabello escuchaba era a la Princesa
Miorine Rembran, de ahí en fuera, no agachaba la cabeza ante nadie.
“¡L-lo haré! ¡S-soy buena limpiando y-y usando herramientas!” Dijo Suletta de inmediato, se
notaba orgullosa de sus propias fortalezas.

“Oye, oye, eres heredera de una Casa noble, ¿o no? ¿Cómo sabes hacer todo eso?” Preguntó Nuno
mientras se acomodaba el gorro.

“N-no tenemos sirvientes n-ni nada de eso… N-nosotros acostumbramos a… A hacer nuestras
propias cosas. Además, no tenemos g-gente que trabaje en las m-minas ni en los campos, a-así que
n-nosotros tenemos q-que hacer el trabajo”.

“Entonces te ayudaremos a que llenes tus tierras con más personas”, dijo Nika que recién cruzaba
la puerta con bastantes manzanas y el vino que le encargaron. “¿Nos vamos al Festival? Escuché
que hay comida preparada por cocineros extranjeros”.

El gesto de Suletta se iluminó como el mismo sol al escuchar eso, incluso se puso de pie. Los
demás sonrieron, incluso la gruñona Chuchu.

“¡Vamos, luego del trabajo siempre hay que divertirse!” Exclamó Chuchu y todos gritaron a la
vez, incluso Suletta, aunque su celebración fue más bien lamentable, falta de costumbre.

Mientras el grupo de ahora nueve se dirigía al centro de la ciudad, Miorine Rembran salía de su
clase de historia. Preguntó a su profesor por la Casa Mercury y le contaron la historia que había
escuchado esa misma mañana: el peligro de un metal maldito que contaminaba las tierras y volvía
locos a sus guerreros. Se preguntó si habría más registros al respecto en la biblioteca privada de la
realeza.

Tendría tiempo luego de la junta, o al menos eso esperaba.

Se dirigía a la Sala de Juntas. Su padre tenía una reunión con los miembros del Consejo
encargados de las actividades comerciales de la ciudad. Darían su reporte mensual al Rey. Miorine
aún no entendía por qué ella debía estar presente si de todos modos no tenía voz ni presencia en las
reuniones. Siempre la sentaban en una esquina donde debía seguir las indicaciones de costumbre:
sentarse, observar y escuchar.

Pensar en eso la estaba enfadando por adelantado, pero sus pensamientos se vieron interrumpidos
por una voz familiar.
“Alteza, buenas tardes”, saludó el siempre sonriente Shaddiq, hizo una educada reverencia. “Te
noto de buen humor”, comentó intentando ser simpático.

Falló ante la antipatía de la princesa.

“¿Qué deseas?” Preguntó Miorine con desinterés.

“Saber dónde dejaste a tu linda prometida, es todo, no me he presentado correctamente con ella”,
respondió Shaddiq sin abandonar su sonrisa. “¿O ya te aburriste de ella y la dejaste por ahí?”

“Eso no es asunto tuyo, será mejor que dejes a mi Prometida fuera de tus asuntos”, advirtió la
princesa con dureza.

“Ella no es tuya como para que obedezca todo lo que le pidas, Alteza”, murmuró Shaddiq cerca del
rostro de la princesa. “Aquí el premio eres tú…”

Y se fue antes de que Miorine pudiera responder algo.

La princesa apretó los puños y siguió su camino a la sala de juntas.

No necesitaba que nadie le recordara que ella era el premio que todos en el Reino querían, que
todos deseaban pero no por ser ella misma, si no por el acceso directo al trono. No necesitaba que
nadie se lo echara en cara a diario. Maldijo entre dientes.

La junta fue larga como era de esperarse, pero se tomaba en serio las instrucciones de su padre
porque siempre le preguntaba sobre lo platicado durante las reuniones, debía poner atención
quisiera o no. Una de las partes que más detestaba de esas reuniones era que nadie parecía recordar
que ella estaba ahí presente, desde hacía un tiempo la ignoraban. Al menos ahí se portaba
sobretodo callada, la última vez que hizo escándalo en una junta no se le permitió salir del castillo
en un mes, sus tomates casi murieron, por suerte su cocinera se encargó de regar sus plantas y
gracias a eso se mantuvieron con vida hasta que Miorine pudo salir de su encierro para darles el
mantenimiento y cuidado que merecían.

Era el invernadero de su madre después de todo, era todo lo que le quedaba de ella además de los
retratos y el piano en el estudio de villa. No era mala idea tocar un rato antes de dormir. Me
pregunto si a Suletta le gustará escuchar el piano…
“¡Pero qué estoy pensando!” Se regañó a sí misma mientras iba camino a la biblioteca real. Quizá
podría encontrar algo más del territorio de los Mercury, no estaba muy segura si su padre estaría
dispuesto a contarle más de la historia de la Casa Mercury. Seguramente podría encontrar más
pistas en los escritos de la guerra de Cien Noches. Su padre dijo que recordaban a esos guerreros
de tiempos de guerra, la guerra más reciente era la de las Cien Noches hacía más de veinte años.
Todo concordaba con el dato que Suletta dio, que desde hacía poco más de veinte años que sus
tierras se habían vuelto estériles hasta que se recuperaron recién. Mientras revisaba entre algunos
estantes, escuchó que unas personas hablaban cerca de donde ella se encontraba, eran servidores de
escritorio del castillo. No la notaron. Se quedó quieta y escuchó atentamente. Hablaban en voz
baja.

“¿Dices que la carta era para la Casa Mercury?” Preguntó uno de ellos.

“Sí, el Rey quiere contactarse con Lady Prospera Mercury, pero no sé por qué no lo ha hecho
público”, respondió el otro. “Es normal estar en contacto con las otras Casas”.

“Debe ser porque su hija ganó la mano de la princesa. Es mujer, es tonto que se casen”.

“Seguramente Lord Guel ganará el siguiente duelo”.

“Sí, seguramente. Esa chica tuvo suerte porque Lord Guel estaba cansado por batallar toda la
mañana”.

Si supieran que Suletta viajó diez días a pie desde su hogar en el Sur y así llegó a la Arena, no lo
creerían, pensó Miorine con una sonrisa orgullosa. Lo que le llamó la atención fue que su padre
tratara de contactar a la familia de Suletta sin hacer escándalo al respecto, lo normal era que todo
mundo se enterara, después de todo, la nobleza de cualquier reino se movía por medio de relaciones
y contactos. Amigos, familiares, socios, colegas, gente a la que uno le debe y le cobra favores, así
se movía todo. Quizá su padre estaba más preocupado por el asunto del Gund-Arm, pero era obvio
que esos dos no supieran nada de la junta de esa mañana, eran empleados normales.

Quizá no era tan malo pasar desapercibida y escuchar todo atentamente como se le indicaba.

Trataría de averiguar más al respecto. Sí, todo debía estar en los registros y cartas de la última
guerra.
~o~

Una mareada Suletta estaba sentada en la mesa del comedor alumbrada sólo por una vela. Escribía
su primera carta para su princesa en un ligero estado de ebriedad. Ya había acabado su pequeña
celebración hacía un rato y todos dormían ya por culpa de la borrachera. Estaba tan contenta que
incluso movía sus pies al ritmo de la música que había escuchado en el festival y que tarareaba
mientras escribía.

Ya su cama nueva le esperaba arriba en el cuarto compartido de las chicas, también su guardarropa
con prendas nuevas. Aerial estaba a su lado dentro de su funda. Suletta estaba acostumbrada a tener
su espada junto a ella todo el día y eso fue algo que sus nuevos amigos aceptaron de inmediato.

Torpemente enrolló la carta apenas escribió lo que quería escribir. Se colgó a Aerial en la cintura y
fue al amplio aviario donde tenían resguardadas a las aves mensajeras, una jaula tan grande que una
persona podía entrar. Aliya desde la tarde le enseñó y le indicó cuál era el ave adecuada para
entregas nocturnas: una hermosa corneja de nombre Mima que ya tenía asegurado su cargador para
las cartas.

“Hola, pequeña Mima, ¿podrías llevarle ésta carta a mi princesa Miorine?” Preguntó una alegre y
alcoholizada Suletta apenas guardó la carta. El ave graznó y eso la hizo reír de manera ruidosa.
“Por favor, quiero que sepa cómo me fue hoy”. Nadie diría que el tartamudeo se le quitaba cuando
estaba así de relajada, culpa del alcohol seguramente.

El ave graznó de nuevo cuando Suletta la sujetó delicadamente entre sus manos y la sacó de la
jaula. Mima se perdió en la noche pasados unos segundos, Suletta suspiró hondo.

“Vamos a dormir, Aerial, mañana tenemos mucho por hacer”.

CONTINUARÁ…
Crónicas y Cartas
Chapter Notes

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Érase una vez en Asticassia

Por: Escarlata

***********

Parte 4 Crónicas y Cartas

Para mi Princesa Miorine:

El festival fue muy divertido. Nika y Aliya me enseñaron a bailar la danza tradicional de
primavera, la que se baila en grupo, me divertí mucho. Pero fue complicado aprender el baile de
pareja. No pisé a nadie. ¡Oh! ¡Y muchos chicos hicieron fila para bailar con Lilique!”

La comida estuvo deliciosa, nunca había probado tantos dulces.

Algunas personas hablaron conmigo y les platiqué de mis tierras, parecían interesadas.

Y otras personas me dijeron que le había ganado a Lord Guel porque estaba cansado después de
las otras peleas.

Nika no dejó que Chuchu golpeara a esas personas.

Bebí mucho pero también comí mucho.

No me gustó la cerveza que probé en el festival, es muy amarga, pero me dieron un vino dulce que
sabe mejor.

Todos están durmiendo ahora mismo y me dijeron que mañana no despertara a Till porque sus
resacas daban miedo.
Perdón si mi letra no se entiende, siento las manos raras.

Iré a dormir.

Descansa, mi princesa.

ATTE. Suletta Mercury

Miorine leyó tres veces la carta y en cada ocasión su gesto se hizo más dulce. Que Suletta tuviera
un buen día sin duda era una manera de consolarse porque el suyo fue tan estresante como de
costumbre. Le costaba mucho conciliar el sueño, así que pudo ver cuando Mima se paró en el
marco de su ventana. Le dio agua y trozos de fruta al ave mientras leía la misiva escrita de torpe
pero linda manera.

Que Suletta cumpliera con escribirle la puso feliz.

No sería mala idea responderle en ese mismo momento, después de todo se dormiría pasada la
medianoche como de costumbre. Su cocinera y la moza de la limpieza eran las únicas que podían
entrar a la villa una vez al día a hacer lo que les correspondía, y las únicas que le pedían que no
durmiera tan tarde y tratara de descansar. Les tenía confianza a esas mujeres, después de todo, ellas
sirvieron a su madre en vida.

Estaba cansada pero no podía dormir, su cabeza no dejaba de trabajar, de pensar en su día a día y
recordar de mala manera que su presencia en el castillo era casi invisible. Ser ignorada porque era
el premio de alguien más era una sensación que nunca la soltaba, que arrastraba en su cuello con
una pesada cadena que la ahogaba.

No podía escribirle eso a Suletta, no había razón para ello.

Además, el tomarse tan a pecho esas cosas era problema suyo y de nadie más, o al menos eso le
había dicho su padre en más de una ocasión. No debía dejar que eso le afectara. No podía
permitirlo. No cuando podía hacer todo a su manera. Y eran los Terra, el gremio a su servicio, los
que le permitían hacer algo aunque fuera de manera indirecta. Ahora Suletta estaba en el escenario
y todavía tenía problemas para acomodarla. Esa tonta en serio llegó a poner todo de cabeza.

Tampoco iba a escribir eso. Pensó en algo mejor.


Suletta:

Si amaneces con resaca bebe mucha agua, come bastante y date un baño fresco.

No recuerdo que sufrir una resaca estuviera en tu lista, pero puedes anotarla de todos modos.

No dejes que Chuchu mate a nadie, sale caro.

Y estaba pensando en que podemos escribirnos al final del día para contar cómo la pasamos, ¿qué
opinas?

“Incluso si no tienes nada qué contarme, escríbeme”, dijo la princesa en voz baja para enseguida
fruncir el ceño al escucharse a sí misma. Siguió escribiendo.

Cuando esté libre te aviso y puedes venir por mí a mi Villa. Se me permite salir del castillo con mi
Prometido, por cierto. Contigo en éste caso.

¡No le digas a nadie que me veo con los chicos del gremio! Espero que esos tontos ya te hayan
advertido eso.

Y me gustaría decirte lo que hago en el castillo, pero es aburrido hasta para mí.

Aunque supongo que tarde o temprano tendrás que aprender el protocolo real, eres una Heredera.
Cuando llegue el momento, te enseñaré.

Iré a dormir también, fue un día largo.

Descansa, Suletta.

Atte. Miorine Rembran


Sí, era una primera carta muy adecuada, no había necesidad de hacerle saber a Suletta sobre su
miserable paso por el castillo. Ya suficiente se agobiaba con sus propios asuntos como para agobiar
a los demás. Suletta era la última culpable de sus días malos. De hecho, su carta la hizo sentir un
lindo pinchazo en el pecho. Dio un rato más para que Mima descansara antes de enviarla de
regreso a casa de los Terra con la carta de respuesta.

Suletta ya podía tachar eso de su lista. Y si Miorine tuviera una lista como la de Suletta, también lo
tacharía.

Durmió después de un baño. Fue un día complicado, pero gracias a Suletta sólo era el día de
siempre y no ella empacando camino a Casa de los Jeturk. No podía quejarse mucho.

~o~

La nueva integrante del gremio Terra (así se presentó el equipo ante Suletta) tenía una sonrisa tan
grande y brillante que nadie en la casa podía encararla y no sentir que quedaba ciego por la
radiante cara de la chica. Estaba tan feliz que ella misma alimentaba a las gallinas mientras
canturreaba las canciones que podía recordar del día anterior. Ese día también irían al festival y
Suletta estaba emocionada por presenciar la clausura, pero primero debían hacer los quehaceres de
la casa.

“Voy a patearla como siga sonriendo así”, gruñó Chuchu entre dientes y con cara de pocos amigos.
Tenía una molesta resaca compuesta por dolor de cabeza, malestar corporal y la boca con sabor a
ceniza. Que Suletta amaneciera con tanta frescura era insultante.

“Está feliz porque ésta mañana se encontró con la carta de respuesta de Su Alteza”, dijo Lilique
con una sonrisa enorme, ella a su vez llenaba los contenedores de agua de los caballos. “¡Son tan
lindas!”

“Ojalá no tuviera resaca como ella… ¡Bebió mucho! ¿Cómo es que no está ni un poco adolorida?”
Se quejó Nuno mientras se cubría los ojos y la nariz con su gorro.

“Tiene mejor constitución que nosotros al parecer”, dijo Aliya, estaba contenta que Suletta tratara
con cariño a las gallinas y al resto de los animales de la casa. Aprendía rápido, era muy trabajadora
como bien dijo la princesa.
Ellos eran los únicos despiertos. Martin, Nika, Ojelo y Till aún dormían.

“¡Ya a-alimenté a l-las gallinas!” Reportó Suletta apenas se acercó corriendo a ellos.

“¡No grites, carajo!” Se quejó Chuchu mientras se sujetaba las sienes con ambas manos.

“¡L-lo siento!”

Y Chuchu volvió a gritar de fastidio. Los demás rieron, en serio sentían envidia de que Suletta tuvo
su primera borrachera sin la resaca esperada para un primerizo.

“Haremos el desayuno”, dijo Lilique y tomó dos canastos que estaban colgados en el muro, le dio
uno a Suletta. “Iremos a recoger algunas verduras del huerto para el desayuno. ¿Nos ayudas,
Suletta?”

“¡Sí!”

Los chicos aprendieron rápido a qué se refería la Princesa Miorine con ese detalle de que Suletta
sólo necesitaba socializar. Era una buena chica, sólo debía aprender a moverse con personas de su
edad. Luego de colectar lo que necesitaban, fueron a la cocina.

“¿Y-y normalmente qué hacen c-cuando no hacen e-encargos para mi princesa?” Preguntó Suletta
mientras pelaba unas papas con mucho cuidado y concentración.

“No podemos depender solamente de lo que nos paga la princesa, así que hacemos otros encargos
de la gente de la ciudad y los pueblos de alrededor, además tenemos trabajos normales”, explicó
Aliya mientras cortaba unas zanahorias. Mandaron a Nuno por carne fresca al mercado, Chuchu
estaba tumbada en el sofá más grande de la sala de estar mientras mascullaba maldiciones y se
tapaba ojos y frente con un paño húmedo.

“¿E-en qué trabajan?” Fue la siguiente pregunta de la curiosa Suletta.

“Aliya es ayudante de un veterinario”, explicó Lilique con alegría. “Yo ayudo a un sastre a diseñar
ropa. Chuchu, por ejemplo, sirve como guardia de apoyo y cuida a los comerciantes viajeros. Nuno
trabaja en una carpintería. Todos tenemos trabajos extra”.

“¿Yo t-también p-podría tener un trabajo?”

“No sé si eso sea adecuado para la heredera de una Casa, quizá debas preguntarle a Su Alteza”,
respondió Aliya, lo mejor era estar seguras. “Pero si ella dijera que sí, ¿qué te gustaría hacer,
Suletta?”

Una feliz Suletta comenzó a cortar las papas ya peladas, harían una sopa sencilla para desayunar.
“E-escuché que… Que hay e-escuelas con niños, m-me gustaría ver cómo son e-esas escuelas,
quiero q-que en mi territorio tengamos e-escuelas con muchos n-niños”.

Aliya y Lilique se miraron entre sí, ésta última fue la que se animó a preguntar. “Ayer nos dijiste
que no había más gente de tu edad y no tenían niños, entonces nunca fuiste a una escuela,
¿verdad?”

Suletta asintió. “M-mamá y los demás m-me enseñaron a leer y a e-escribir, también los n-
números”.

“No sería mala idea que visites algunas escuelas, en la ciudad hay varias, también en los pueblos”,
dijo Aliya con una sonrisa suave. “No sería mala idea que visites alguna escuela en uno de los
pueblos, son menos niños y no te vas a volver loca, los pequeños tienen mucha energía y te pueden
sobrepasar si no estás preparada”.

“¡E-entendido!”

Siguieron con la preparación del desayuno, cortar el pan y poner la mesa. La mente de Suletta
nuevamente fue asaltada por su princesa. Se quedó quieta un momento mientras metía la mano en
su bolsillo y sentía la carta enrollada. Sonrió de alegría.

“¿Qué e-estará haciendo mi p-princesa ahora mismo?” Preguntó en voz baja para nadie en
particular, las chicas pudieron escucharla de todos modos.

“Puede que siga dormida, aún es temprano”, respondió Lilique. Era la primera vez que veía a
alguien hablar con tanto cariño de la Princesa Miorine. No podía evitar pensar que Suletta en serio
había caído por el encanto de la severa princesa. ¡Eran tan lindas!
“Asegúrate de hacer muchas cosas para que le puedas contar a Su Alteza en tu carta de hoy”, dijo
Aliya y sonrió al ver que Suletta asentía varias veces.

~o~

Lo primero que hizo Miorine Rembran apenas abrió los ojos, fue buscar entre sus curiosidades un
pequeño cofre de madera con espejo en el interior de su tapa. Era antiguo, con tallados hermosos y
bien elaborados en forma de botones de flores, el espejo estaba en buenas condiciones y la tapa
abría y cerraba perfectamente. También tenía la llave. Era uno de los viejos joyeros de su madre, lo
recuperó de unas cosas que su padre empacó y terminaron en uno de los sótanos del castillo.
Miorine se quedó con el joyero y lo guardó, pensando que un día podría guardar cosas valiosas ahí
como lo hacía su madre en vida.

Lo primero que guardó fue la carta de Suletta. Pensaba guardar todas y cada una de las cartas que
ella le enviara. Si se iban a escribir a diario durante casi un año, iban a ser bastantes cartas.
Calculaba que todas pudieran entrar en el cofre.

Pensar en Suletta le producía sensaciones raras en el estómago. Eso de ser especial para alguien era
lindo pero a la vez la acongojaba mucho y sabía exactamente porqué. Prefirió no pensar en ello, no
quería arruinar su propia diversión, no tan pronto.

“Bien, comencemos el día”, se dijo a sí misma mientras se estiraba para terminar de desperezarse.
Suspiró hondo y fue a cambiarse la ropa. Su cocinera llegó a tiempo como siempre para dejarle el
desayuno hecho. Y como siempre, desayunó sola mientras leía uno de los libros más escondidos
que terminó encontrando en la oficina privada de su padre. Enterrado entre otros libros, lleno de
polvo y humedad. Se aseguró de limpiarlo bien para no arruinarse el desayuno. Por cierto,
desayunar con Suletta el día anterior no estuvo nada mal, sabía que si se lo pedía desayunaría con
ella todos los días, pero no quería malacostumbrarse a la buena compañía.

De momento tenía su atención en el libro, era una crónica completa de la Guerra de Cien Noches.
Se le llamó así porque los soldados de Asticassia debieron defenderse de las fuerzas extranjeras por
la noche. Los invasores siempre les atacaban cuando oscurecía, de día desaparecían como las
sombras bajo el sol y al anochecer aparecían como lobos entre los bosques. Esa era la sensación
que los soldados tenían al enfrentarlos.

La historia que sí conocía: Un poderoso reino extranjero buscando conquistar una tierra que tenía
sus propios conflictos internos, las Casas por ese entonces estaban en una constante pelea por
destronar o mantener a su propio tirano. Se hablaba de un joven soldado llamado Delling Rembran,
uno que logró unir a poderosas familias para armar un plan que logró que el invasor peleara contra
las fuerzas del tirano. Hizo que se debilitaran entre sí, para enseguida llevar a toda la Alianza de
Casas bajo su guía y derrotar a ambos enemigos.

Admitía que su padre tenía un historial como soldado digno de alabanza, nunca lo negaría.

Y entonces llegó a la parte que le interesaba.

Poco después de iniciada la guerra se unió a la Alianza un pueblo guerrero originario del sur del
reino, una zona hasta entonces ignorada por la lejanía y porque no tenía recursos que pudieran
interesar a alguien. O al menos eso se creía.

“Pensamos que los invasores eran lobos que se movían entre el bosque oscuro, pero lo que
estuvimos viendo no eran nada más que alimañas a comparación de lo que llegó en la treintava
noche de batallas. Eran grandes como osos, algunos vestían pieles de animales sobre rústicas
armaduras, pero todos blandían armas que parecían haber sido forjadas por los maestros de los
mejores maestros forjadores de nuestro reino. Sus ojos brillaban como el de las bestias cazadoras,
sus armas eran relámpagos en la oscuridad”.

Miorine trataba de imaginarse un escenario así. Un grupo de personas salvajes con aires de una
manada de lobos. Seguramente debió ser aterrador para los cansados y estresados soldados. Siguió
leyendo. Admitía estar fascinada con el relato.

“Era un grupo de tribus de montaña que se llamaban a sí mismos Hekser, así se les conoció tanto
por aliados como por enemigos. Podían marchar por días y noches enteras, cada uno de ellos
comía lo de tres hombres y cada uno de ellos valía la fuerza de diez soldados. Diez de ellos por
batallón era suficiente para aumentar nuestras fuerzas de manera importante”.

Si Suletta descendía de personas así, ahora entendía perfectamente bien porqué pudo derrotar a
Guel con relativa facilidad. Y también porqué llegó a pie en sólo diez días desde su territorio hasta
la Capital. Al encontrar la ubicación exacta de las tierras de los Mercury en el mapa del mismo
libro, casi se fue de espaldas al ver la distancia real. ¡Estaba muy lejos! ¡Prácticamente eran las
fronteras montañosas naturales de Asticassia con el océano del sur! Y esa zona se marcaba como
desértica y estéril.

¡Ni siquiera los barcos extranjeros la usaban como ruta de paso! Todos preferían rodear la región
hasta cualquiera de las ciudades portuarias, era mejor a enfrentar las aguas salvajes del sur capaces
de tragarse flotas enteras de barcos.
Lo siguiente que relataban las crónicas fueron las batallas, estrategias de ataque, cómo sus fuerzas
poco a poco comenzaron a ganar ventaja sobre los invasores y las fuerzas del tirano. En muchos de
esos relatos se contaba de la gran estrategia que se apoyaba mucho en el trabajo en conjunto de
todos los soldados con la ayuda de los bestiales Hekser. Estos en especial eran los que rompían la
vanguardia enemiga con su manera salvaje de pelear.

Aprovechó que no tenía clases sino hasta después de mediodía para seguir leyendo con calma y
atención. Ya estaba llegando a los datos que más le interesaban.

“Los Hekser nos compartieron su Gund-Arm, un metal único que ellos dijeron cayó del cielo hace
diez generaciones y se enterró en la tierra. Sólo sus herreros podían trabajar el Gund-Arm
correctamente. Se armaron a nuestros mejores soldados con espadas y armaduras hechas de
Gund-Arm y gracias a esas armas pudieron derrotar a muchos enemigos y abrirse paso entre las
fuerzas rivales. Pero esos mismos soldados murieron envenenados entre fiebres, vómitos y delirios
a los pocos días.

Los Hekser no morían por sus armas pero descubrimos muy tarde que estaban malditos. Los
Hekser en realidad eran bestias sedientas de sangre. Muchos de ellos seguían peleando a pesar de
tener espadas enemigas en el cuerpo. Otros que dejaron de distinguir aliados de enemigos se
volvieron un peligro para todos y fueron ejecutados al momento”.

Eso explicaba muchas cosas. Comprendía en parte el temor de su padre y los veteranos de guerra
del Consejo por ver a una descendiente en vida de esos guerreros. Suletta no daba miedo en lo
absoluto, su estatura ni siquiera imponía, pero bastaba verla pelear para saber que era poderosa.
Suletta, desde luego, no estaba maldita, simplemente contaba con la fuerza natural y la habilidad
de su tribu.

Siguió leyendo. El resto del escrito narraba cómo las fuerzas invasoras fueron finalmente
derrotadas y repelidas, el tirano finalmente fue derrocado y su padre fue elegido como el nuevo
Rey de Asticassia por su valor y don de mando.

Lo último que se anotaba sobre los Hekser era que se les dio una amnistía por su apoyo en la
guerra y la integración oficial al Reino de Asticassia a cambio de deshacerse de todo el Gund-Arm
que tuvieran. Para Miorine no fue difícil suponer que también fueron amenazados con la muerte si
no lo hacían. Lo que no estaba anotado era sobre el empobrecimiento de sus tierras, pero era
normal si el cronista que escribió eso sólo detalló hasta la coronación del Rey Delling y el
nacimiento del Consejo de Asticassia con las familias que más ayudaron en la guerra.

Había una lista oficial de las Casas (las familias) reconocidas y premiadas por su papel en las
batallas. Al menos las de aquel tiempo, se fueron sumando más conforme pasaban los años por
méritos no-bélicos, eso sí lo sabía. Revisó la lista y… ¡Sí, ahí estaba! La Casa Mercury de las
minas del Sur, el hogar de los Hekser. La cabeza de la Casa Mercury de ese entonces era, y seguía
siendo a la fecha, Prospera Mercury.

No estaba anotada ninguna Prospera Mercury en los reportes de batallas, ninguno de los Hekser
estaba anotado por nombre ahora que lo notaba, lo que quería decir que ella posiblemente fue
elegida como representante de su gente.

“Ahora sé por qué parecías salida de una caverna”, murmuró Miorine con cierta diversión, no pudo
evitar una pequeña sonrisa. Gracias a ese libro entendía muchas cosas. No estaba segura si Suletta
conocía o no esas historias. Sospechaba que no porque ni siquiera sabía de la maldición del Gund-
Arm. Tenía un par de dudas más y ésta vez estaba decidida a preguntarle a su padre sobre el tema.

¿Qué otra cosa tenía por hacer? Nada en realidad.

Nada.

No perdía nada con intentarlo.

~o~

Ayudar a Nika llevándole materiales para la forja donde trabajaba como aprendiz. Hacer equipo
con Chuchu en sus guardias. Acompañar a Aliya a visitar las granjas alrededor de la ciudad para
revisar a los animales. Modelar ropa diseñada por Lilique para hacerle publicidad. Apoyar a Martin
con encargos pequeños que pobladores hacían al gremio Terra. Salir a cazar con Till y otros
cazadores a los bosques cercanos para ayudar a bajar el número cada vez más descontrolado de los
jabalíes salvajes. Ir con Nuno a trabajar en un taller de carpintería que se especializaba en molinos,
carretas y carrozas. Competir en pulsos contra hombres fuertes para que Ojelo armara apuestas y,
para variar, ganara dinero ésta vez.

Todo eso hizo Suletta en su primera semana en la capital del Reino y se encargó de informar
debidamente a su princesa por medio de sus cartas diarias, además de contarle más sobre su vida en
su tierra natal. Por cierto, Miorine le dijo que podía hacer todo lo que quisiera, tenía permitido
trabajar y Suletta quería intentar todo, probar todo.

La Portadora se sentía flotar de la alegría. ¡Incluso pudo jugar con unos niños durante uno de los
encargos de Martin!
Su duelo estaba a la vuelta de la esquina y qué mejor manera de ponerse en forma que con unos
bandidos locales que se cruzaron en el camino de la guardia de Chuchu. Mala idea para ese grupo
de ladrones que creyó sensato asaltar a un comerciante de telas.

“¡Suletta, los necesitamos vivos para cobrar la recompensa!” Gritó una aguerrida Chuchu mientras
estampaba su pesada morningstar contra el torso de uno de los ladrones. El pobre diablo llevaba
una protección de cuero y nada más, lo que evitó un daño más severo de los picos del arma. Eso
bastó para dejarlo en el suelo con un sangrado mínimo y un dolor inmenso para respirar. “¡No
dejes que ninguno de esos perros sarnosos escape!”

“¡Sí!” Respondió Suletta, que parecía transformarse en otra persona cuando sujetaba a Aerial por la
empuñadura y se fijaba en su objetivo. Y su objetivo era el primero de ellos que salió despavorido
al ver a la salvaje chica de la morningstar.

Suletta tomó aire y corrió a una velocidad que parecería imposible para alguien de su tamaño y
contextura, pero la chica en realidad era de pies ligeros. Con largas y veloces zancadas alcanzó al
ladrón. Chuchu le indicó que debía dejarlo vivo, así que se adelantó al tipo, se detuvo de golpe
frente a él y lo golpeó justo en la cara con la empuñadura de Aerial. Un golpe seco, fuerte y directo
a nariz y boca.

El ladrón quedó en el suelo con la nariz sangrando a borbotones y todos los dientes frontales
esparcidos a su alrededor. No se movía pero estaba vivo. Suletta enseguida fue por otro de los
ladrones que pensó que podría escapar mientras atacaban a sus compañeros.

La heredera de la casa Mercury se sintió un poco mal por usar a Aerial de esa manera tan
deshonrosa. “Lo siento, no mereces que te trate como si fueras un garrote”, se disculpó con su
espada y la devolvió a su funda. “Te prometo que mañana pelearemos contra un mejor oponente
con una espada de verdad”. Se encargaría de esos ladrones sólo con sus manos.

Fue por su segunda víctima con la misma estrategia: alcanzarlo, adelantarlo, cerrarle el paso y
mandarlo al mundo de los sueños con un puñetazo en media cara. Sus grandes puños golpeaban tan
fuerte como el martillo de un herrero, el pobre tipo igualmente quedó en el suelo con la cara
desecha y problemas para respirar. Suletta no perdió el tiempo y se enfrentó al tercero, quien
estaba armado con una espada corta bastante simple y atacó primero. Lo que el pobre no esperaba
era que a la primera estocada su mano fuera atrapada por la mano grande de la chica.

El ladrón gritó de dolor cuando Suletta dio un apretón tan fuerte que le rompió la mano y todos los
dedos. Y para rematar, le dio un cabezazo en la nariz que igualmente lo dejó sin sentido en el
suelo. Era el último, Chuchu ya se había encargado de los demás.
“¡Ah! ¡M-me ensucié!” Exclamó Suletta con apuro al notar que algo de sangre había manchado su
ropa y su medallón. De inmediato buscó con qué limpiarlo.

“Debiste cambiarte la ropa antes de venir, torpe”, dijo Chuchu en tono de regaño mientras la
ayudaba a limpiar al menos su medallón. “Y no quisiste usar ninguna armadura”.

“N-Nika d-dijo que ella a-arreglaría mi armadura”.

“¿Hablas de ese pedazo de chatarra?” Preguntó Chuchu con horror. “Sería mejor si ella te hiciera
una armadura nueva a tu medida y con buen material”, continuó mientras arrastraba por los pies al
tipo que Suletta dejó frío en el suelo. Debían asegurarlos bien antes de entregarlos a los guardias de
la ciudad.

“E-eso me dijo p-pero luego vio m-mi armadura, la r-reviso y se la llevó”, explicó Suletta.

“Entonces puede que haga algo con ella, Nika tiene buen ojo para los materiales”, comentó
Chuchu. “Vamos, tenemos que acompañar a éste buen hombre a la ciudad y entregar a estos
bastardos”, dijo Chuchu con singular alegría y animó a Suletta a recoger a los bandidos, hacerles
espacio en las carretas de mercancía y seguir su camino a la ciudad. Ambas iban en sus propios
caballos.

“Le t-tengo que contar a m-mi princesa sobre esto”, murmuró Suletta para sí misma mientras
jugaba la rienda entre sus manos.

La mirada de Chuchu se suavizó. “Realmente la estimas, ¿verdad?”

Suletta asintió muchas veces. “G-gracias a ella l-los conocí a ustedes y he he-hecho muchas cosas
de m-mi lista”, suspiró hondo. “Me g-gustaría regalarle a-algo…”

Lo que Chuchu podía asegurar, la princesa Miorine era bastante sencilla en su modo de vestir. Su
vestido no era pomposo, no le gustaban los guantes, calzaba botas altas para aparentar un poco más
de estatura y la capa de viaje que usaba para sus escapadas del castillo era una capa simple que
cualquier persona podía conseguir. Era algo que admiraba de ella pero nunca se lo diría.

“La princesita no usa muchos accesorios, pero si le regalas algo pequeño que no le estorbe, quizá
lo acepte”, dijo Chuchu luego de pensarlo un poco. “Tienes su pañuelo, ¿verdad?”
Una emocionada Suletta volvió a asentir más veces de las necesarias. “Me dejó quedarme con él
desde que nos conocimos”, de entre su ropa sacó el pañuelo de su princesa. Estaba limpio,
procuraba mantenerlo limpio y constantemente lo olía. Nadie del equipo podía percibir nada en la
prenda pero Suletta aseguraba que olía a ella.

“¿Lista para patearle de nuevo el culo a Guel?” Ésta vez la emocionada era Chuchu. “Dale un par
de nalgadas de mi parte”, dijo y se echó a reír.

Suletta sonrió nerviosamente antes de poner un gesto decaído. “T-Todos d-dicen que le gané p-
porque él estaba c-cansado por las peleas a-anteriores”, murmuró.

Chuchu torció los labios. “Y tú les demostrarás que no es cierto”, dijo, dándole una fuerte palmada
en la espalda a esa enorme y nerviosa chica. Rió al verla respingar. “No dejes que ese bastardo se
quede con la princesa, no lo permitas”, eso lo agregó con más dureza. “No dejes que nadie te la
quite”.

La Portadora asintió con la misma seriedad. Chuchu sonrió. De pronto ambas escucharon que el
viejo comerciante se aclaró la garganta.

“Disculpen, señoritas. Lamento haber escuchado parte de su conversación… Pero si necesitan


accesorios para dama, tengo algunos que quizá puedan servirles. Si lo desean, les daré unos como
pago adicional por su ayuda”, dijo el anciano.

“¡Sí!” Exclamaron ambas al mismo tiempo.

~o~

“¿Por qué la gente no conoce la existencia de la Casa Mercury? Muchos del Consejo
reconocieron la Casa de mi Prometida, pero es como si no quisieran que se supiera más de su
gente… ¿Por qué?” Fue la concreta pregunta de Miorine antes de la hora de la cena. Su padre
cenaba por su lado, ella en su villa. Hacía años que no compartían la misma mesa.

Otra cosa que sorprendió a Miorine fue que su padre no se enfadó por haber tomado “prestado”
ese libro de su estudio.
“Fue un acuerdo entre todas las familias y los veteranos de guerra”, fue la respuesta del Rey
Delling. No estaba de más mencionar que el profesor de historia de Suletta era un viejo veterano
de guerra. “Y la razón es más simple de lo que crees. Nada nos asegura que aún exista Gund-Arm
en sus tierras sin que ellos lo sepan. El metal maldito mata al soldado, pero antes de que eso
suceda, el soldado tendrá la capacidad de pelear con la fuerza de diez hombres. Imagina lo que
haría alguien con malas intenciones si consiguiera un poco de ese Gund-Arm”, continuó.
“Imagina si la gente común supiera que la gente de tu Prometida fueron guerreros malditos”.

Miorine abrió los ojos con horror. Tenía razón. Su padre tenía toda la razón. Si eso se supiera
entre los pobladores, entonces nadie querría acercarse a Suletta sin importar que ella estuviera o
no maldita; nadie querría ir a vivir al sur por miedo a la maldición. Tragó saliva y pronto recordó
algo que no le dio tiempo de mencionar, su padre supo leerla.

“Existe un acuerdo entre todos los del Consejo: no mencionar el Gund-Arm ni a los guerreros
malditos fuera del castillo. Más te vale tampoco decirlo a menos que quieras que tu Prometida se
vea en problemas”.

“Entendido, padre”, respondió Miorine luego de un hondo suspiro.

“Si es todo lo que quieres saber”, dijo y vio a su hija asentir, “entonces me retiro”, y se fue.

Miorine aún pensaba en lo que se enteró ese día, por suerte las cosas habían estado tranquilas desde
entonces. Confiaba en que Suletta lo haría bien en su duelo de mañana.

Una suave sonrisa asaltó su rostro al escuchar un aleteo en su ventana. ¡La carta de Suletta había
llegado! Fue corriendo a recibir a Mima y notó que el ave llevaba algo más en su cargador.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

Aquí Suletta y Miorine estuvieron cada una por su lado, pero pronto volverán a verse
las caras ♥ Ya sigue el duelo con Guel.
Cortesías de una Dama

“¿M-me veo bien?” Preguntó Suletta por doceava vez mientras se miraba al espejo. Tenía la nueva
armadura que Nika terminó en plena madrugada, ésta quería que estuviera lista para su duelo.
También usaba ropa que le quedaba increíblemente genial y su medallón resaltaba. Su vestimenta
en general era blanca con dorado y detalles en negro, una combinación de colores que le sentaba a
la perfección a opinión de las chicas.

“Sí, Suletta, te ves bien”, respondió una agotada pero satisfecha Nika por doceava vez.

“¿La a-armadura me queda bien? ¿A-Aerial luce bien?” Volvió a preguntar Suletta con
nerviosismo, jugaba sus dedos entre sí y no dejaba de mirarse desde varios ángulos.

“¡Que sí, con un carajo! ¡Ya vete de una buena vez o se te hará tarde!” Gritó Chuchu, haciendo que
Suletta saltara por el susto.

“¡Eeek! ¡S-sí!” Y la chica salió corriendo a por Hermes para recoger a la Princesa Miorine en su
Villa. Según la carta que leyó esa mañana, debían llegar juntas a la plaza de la ciudad. Era
importante mostrarse así para reafirmar su estatus y compromiso. Además, al fin se verían después
de despedirse cuando la princesa la presentó con el gremio.

Para cuando las chicas bajaron, Suletta ya no estaba y sus compañeros terminaban de alistarse.
Querían ver a Suletta pelear contra un oponente que valiera la pena, los ladrones de caminos y los
animales de bosque eran nada a comparación de los bien entrenados soldados e hijos mimados de
las familias nobles. Cada uno de ellos estaba al tanto de que Guel Jeturk no era ninguna broma a la
hora de pelear.

“Las apuestas están 7 a 3 a favor de Guel”, informó Ojelo con entusiasmo. “¡Ganaré más dinero
del que he tenido nunca!” Por supuesto, había apostado por su nueva compañera.

“¿Has pensado en la posibilidad de que Suletta pierda?” Preguntó Nuno sólo por molestarlo un
poco. Bromeaba, desde luego, todos confiaban ciegamente en Suletta. Debían confiar, de ella
dependía que la Princesa Miorine no se fuera de la capital.

“¡No digas eso o nos caerá la mala suerte!” Lloriqueó Ojelo mientras sujetaba por los hombros a su
mejor amigo y lo sacudía.
“Según mi predicción, Suletta ganará”, dijo Aliya con mucha seguridad. También vio que había
una pequeña nube negra en su victoria que eventualmente se iba a despejar. A veces ni ella sabía
interpretar sus propias adivinaciones, pero al final todo apuntaba a cosas buenas. Eso le dijo a
Suletta y Suletta se quedó con eso.

“Entonces salgamos ya o no encontraremos un buen lugar para ver la pelea, andando”, dijo Martin
con singular alegría.

“¡Vamos!” Exclamó Chuchu, todos respondieron un sí al unísono y salieron de casa en dirección al


centro de la ciudad.

~o~

Miorine esperaba a Suletta con impaciencia. No que se estuviera haciendo tarde, pero se sentía
ansiosa y no sabía cómo combatir esa sensación en su estómago. No tenía memoria de la última
vez que realmente esperó algo con tanto entusiasmo, si es que alguna vez lo hizo. Suspiró hondo y
comenzó a caminar de un lado a otro, debía controlarse, no podía dejarse llevar por esos
sentimientos que…

El relincho de un caballo y su veloz trote, su jinete bajando torpemente con un salto. Pudo escuchar
todo eso sin necesidad de ver lo que sucedía a su espalda. Al voltear lo primero que vio fue a
Suletta, brillante como el sol de verano ¡correr hacia ella a toda velocidad con los brazos
extendidos! ¡Por supuesto que sabía lo que esa tonta quería hacer!

“¡Mi princesa…!” Exclamó Suletta con todas las intenciones de envolverla afectuosamente entre
sus brazos, pero fue detenida en seco por la mano de la princesa en su cara. Se quedó con los
brazos al aire y comenzó a manotear un poco.

“¡Esa no es manera de saludar a una princesa!” Reclamó Miorine. Estaba molesta por fuera pero
por dentro le sorprendía que alguien tan fuerte como Suletta se dejara someter por su mano. Sólo
frunció el ceño. “¿No te enseñaron las cortesías reales antes de venir?”

“N-nosotros saludamos de m-mano o con una inclinación ligera”, informó Suletta mientras bajaba
los brazos, pero sin moverse de donde estaba. La palma de la princesa era tan cálida, ¡y además
olía tan bien! “Mamá m-me dijo que la inclinación estaba bien”.

Miorine refunfuñó pero ya no estaba molesta, no al recordar que Suletta venía de una tribu con
otras costumbres. Guerreros de sangre que seguramente durante tiempos de guerra nunca bajaron
la cabeza ante sus aliados y seguramente tampoco ante su nuevo Rey.

“Como eres mujer, entonces una simple inclinación basta, así es como se saludan las damas nobles
entre sí”, explicó, sin soltarla. “El saludo varía dependiendo de quién lo dé, quién lo reciba y las
posiciones sociales de ambas partes”.

“¿Y s-si soy tu p-prometida?” Preguntó una dudosa Suletta.

“En teoría deberías besar mi mano como saludo ya que estamos comprometidas, eres tú la que está
en el papel del varón, por decirlo de alguna manera”, daba igual que fuera un simple acuerdo entre
ambas, por lo menos debían ser capaces de mantener las apariencias ante el Consejo y su Padre.
“Supongo que puedes besar mi mano, no está fuera de lugar”.

“Oh, entiendo”, dijo una aliviada Suletta. “E-entonces d-deja que lo haga de n-nuevo”.

“Adelante”.

Lo que Miorine no esperaba era que esa grandísima tonta acunara con cuidado y cariño su pequeña
mano entre sus dos enormes manos y besara su palma… Sintió un escalofrío recorrerla de los pies
a la cabeza. Por su lado, a Suletta le nació hacerlo así, le gustaba mucho el tacto cálido y suave de
la palma de su princesa y justo ahí quiso besarla.

La princesa lanzó un grito no supo si de horror o de vergüenza, pero el punto era que su pálida piel
de porcelana en ese momento era del color de un tomate maduro. Quitó su mano de inmediato y
con esa misma mano golpeó la cabeza hueca de su prometida.

“¡OW!”

“¡IDIOTA!” Reclamó la princesa, gritando más de lo que debería y más roja de lo que le gustaría.
“¡Así no!”

Suletta terminó de cuclillas en el suelo mientras se sujetaba la cabeza con ambas manos. ¡La
princesa era fuerte! Se quejó un poco y levantó apenas la mirada para verla… Y lo que tenía por
encima era la visión de su princesa roja hasta las orejas y un gesto de furia que era… Lindo. Se
olvidó un poco del golpe recibido.
“¡D-dijiste que p-podía besar tu m-mano!” Alegó Suletta con tono nervioso.

“¡Así no!” Gritó Miorine, que aún no se recuperaba del inesperado ataque de esa torpe chica.
“¡Ugh! ¡Te enseñaré cómo! ¡Anda, levántate!”

“¡S-sí!”

Suletta se puso de pie, firme cual soldado y con los brazos pegados a sus costados. Tragó saliva.
Por su lado, Miorine suspiró para tratar de sacar el calor de su cuerpo. Apenas se compuso a sí
misma, aclaró su garganta.

“Una dama de una Casa Noble se presenta así ante otras damas y ante adultos, ¡oh! Y ante varones
de su edad o menores que aún no tenga el gusto de conocer”, explicó mientras sujetaba su vestido,
lo extendía ligeramente y hacía una reverencia ligera. “Cuando nos toque presentarnos juntas en
alguna reunión o fiesta, verás mucho esto”, agregó.

“Entiendo”, Suletta asintió al menos tres veces con la cabeza.

“Un varón hará una inclinación así”, y ella misma hizo el movimiento, poniendo un brazo en su
espalda y la otra en el pecho. “Así saludan a otros varones, a los adultos y a damas, ¡pero!” Puso
un gesto firme, “cuando el varón haga esto”, la mano que tenía en el pecho la extendió a su
prometida, “es porque quiere saludar con un beso en la mano. Es una señal de respeto y también de
que le interesa tratar temas contigo. Ya sea personales, de negocios o diplomáticos. Cuando
aceptas la cortesía, entonces prestas tu mano”, hizo un movimiento con sus dedos para indicarle a
Suletta que cooperara con el ejercicio. “Justo así, cedes tu mano”, tomó la mano grande de Suletta.
Siempre era sorprendente ver la diferencia de tamaños entre ambas. “Haces una ligera inclinación
como te mostré”, y eso hizo su prometida, “sí, exacto. Y luego recibes la cortesía”, besó la mano
de su prometida.

Suletta sintió que todos los colores se le subían a la cara. No sabía por qué pero toda ella se sintió
débil ante el gesto. ¿Acaso era la falta de costumbre? Su gente era muy física en cuanto a las
muestras de afecto pero ninguno como ese, tan simple gesto hizo que las piernas le temblaran.
Tragó saliva, eso era una clase en toda regla, debía poner atención.

“C-comprendo”.
“Por supuesto, tienes derecho a negarte a la cortesía y sólo hacer una inclinación. No suele ser bien
visto, pero eso depende de la situación y queda en uno juzgarla”, finalizó Miorine mientras soltaba
la mano de Suletta. Miró brevemente su propia mano… El tacto de Suletta era caliente. Agradable.
“En tu caso, sólo puedes usar esa cortesía de beso en la mano conmigo porque somos prometidas,
no es necesario que lo hagas con otras damas”, aclaró.

“E-entiendo”, respondió Suletta y miró a su prometida con firmeza. “¿P-puedo volver a i-


intentarlo?”

Miorine no estaba segura si podría resistir otro beso de esos labios aunque fuera sólo en su mano,
pero estaban practicando algo importante que podría dar de qué hablar (o no) durante alguna
reunión. Suletta tarde o temprano tendría que comenzar a tratar con el resto de las familias nobles,
quisiera o no. ¡No debía tomarse a pecho algo tan habitual! Ya más segura de sí misma, asintió.

“Adelante, y hazlo bien”.

“¡S-sí!” Suletta tomó aire de manera profunda, se inclinó formalmente y con su mano derecha
pidió la de su Prometida.

Una satisfecha Miorine prestó su mano y el suave beso fue suficiente para hacerla sonreír con
satisfacción. Suletta la soltó casi de inmediato y se volvió a incorporar, firme.

“¿Lo hice bien ésta vez?”

“Lo hiciste muy bien, Suletta”, respondió la princesa. “Vamos, no queremos llegar tarde. Las dos
iremos en Hermes”.

“¿Eh?”

“Un motivo más para que ganes, tienes que devolverme aquí así como me llevaste”, la verdad sólo
quería distraerla un poco, en su carta de la noche anterior confesó sentirse un poco nerviosa. No
por la pelea, si no que estaría entre mucha gente. Culpa de Guel, él quiso que todo mundo viera
cómo iba a recuperar lo que ‘le pertenecía’. Grandísimo imbécil.

“¡L-lo haré, mi princesa, ganaré!”


Hasta ese momento Miorine se dio un momento para darle un buen vistazo a Suletta. Sonrió sin
poder contenerse. “Las chicas te dejaron presentable, ya no pareces una salvaje. Tendré que
pagarles extra por el favor”, dijo con una extraña dulzura que hizo reír a Suletta con infantil
vergüenza mientras jugaba sus dedos entre sí. “Oh… ¿Esa es tu armadura vieja?”

“S-sí, Nika se tomó varios días p-pero la terminó a t-tiempo. También me dio un casco y unos
guanteletes”, respondió Suletta señalando la bolsa que cargaba Hermes en las ancas.

“Ya no parece que lleves puesta una tetera vieja”, dijo Miorine y no pudo evitar un gesto divertido
cuando Suletta puso cara de horror. “Termina de alistarte, tenemos que llegar a tiempo a la plaza”.

“¡Sí, m-mi princesa!”

“Por cierto…”

“¿Uh?”

“Gracias por el regalo”, y le mostró que tenía puesto el lindo prendedor de flor en la solapa de su
vestido, debajo de su chal.

Suletta sonrió.

~o~

A pesar de que aún faltaba un poco más para que comenzara el duelo entre Suletta Mercury y Guel
Jeturk, ya todos estaban en la plaza detrás de una cuerda que delimitaba la zona de combate.
Guardias armados estaban apostados cada cinco metros para evitar cualquier incidente. Para todos
era obvio que corrían apuestas entre los pobladores por el ganador del combate, Guel encabezaba
las preferencias del público. Mucha gente sostenía que Suletta ganó porque Guel quedó agotado
luego de un largo torneo.

Los chicos del gremio escuchaban eso y ganas no les faltaban de desmentirlos, de la misma Suletta
se enteraron que llegó a pie desde el sur y estaba tanto o más cansada que Guel durante la pelea,
además de sucia y hambrienta.
“Se van a ir de culo al piso cuando vean que Suletta barre la plaza con el niño mimado”, dijo
Chuchu con anticipada satisfacción. El gremio completo tenía un sitio preferente para ver el duelo:
el techo de la carpintería donde Nuno trabajaba. No eran los únicos, mucha gente se subió a los
techos de sus propias casas y de los negocios circundantes. Otros montaron barriles y cajas para
subirse y ver mejor.

A nivel de suelo, los Jeturk terminaban de preparar a su campeón.

“¿Así está bien, hermano?”

“Sí, gracias, Lauda”, respondió Guel a su hermano menor mientras abría y cerraba ambas manos.
Los guanteletes estaban bien ajustados. Su nueva espada estuvo lista justo a tiempo. La mejor
aleación de metal de los Jeturk estaba en forma de una espada grande de resistente hoja con una
empuñadura hecha a medida.

La cabeza de los Jeturk, Vim Jeturk, puso una mano en el hombro de su heredero. “No dejes que
esa salvaje se lleve lo que es nuestro”, le dijo en voz baja. Aunque en su momento se molestó
mucho con la derrota de su hijo, al igual que los demás se convenció de lo mismo: simple
cansancio luego de varios duelos. “Recupera la mano de la princesa Miorine, ya hice arreglos para
que partamos mañana mismo con ella de regreso a la mansión”.

Guel asintió con mucha confianza y una sonrisa soberbia. “Ésta vez seré yo quien haga bajar la
cabeza a esa salvaje”, respondió Guel mientras palmeaba su espada. Aunque se confundió un poco
cuando su padre se acercó un poco más para hablarle al oído.

“Has todo lo necesario para ganar, Guel… Todo”, advirtió, ésta vez sí era una orden. “No me
importa si le tienes que romper los brazos y las piernas, derrótala”.

Eso hizo que a Guel le cambiara el gesto. “Padre, puedo ganarle siguiendo las reglas de los
duelos”, dijo enseguida, pero la severa mirada de su padre lo hizo bajar la cara.

“Ya me encargué de las reglas, tú sólo usa todo lo que esté a tu alcance para derrotarla, recuérdale
a esa salvaje cuál es su lugar”, Vim no subía la voz, no era necesario. “Nadie te va a reclamar nada
por el daño que le hagas, la chica no tiene aliados y es obvio que la Princesa Miorine sólo la está
usando para escudarse”.
Guel tragó saliva pero no tuvo más opciones que asentir. “Entendido, padre”.

“Estoy orgulloso de ti”, dijo ya en voz alta y le alborotó el cabello. Escuchó un poco de escándalo
y le dio una palmada en la espalda. “Ponte tu casco, ya llegaron”.

La gente permitió el paso del caballo azabache y su jinete: Suletta Mercury, que llevaba a la
princesa Miorine Rembran sujeta de su espalda. Desde ánimos hasta abucheos se escucharon
cuando ambas chicas bajaron del corcel.

Gracias a todo lo que había estado haciendo en la ciudad junto con el Gremio Terra, Suletta se
volvía un rostro familiar y quienes la estaban conociendo la tenían en buena estima, pero por
alguna razón, Suletta escuchaba más los abucheos que los ánimos y eso la puso visiblemente tensa
y nerviosa. Casi triste. Miorine lo notó, la tomó por el hombro e hizo que se agachara un poco para
hablarle al oído.

“Culpa tuya si dejas que te afecten”, dijo Miorine, usando a consciencia las palabras de su padre y
que ella misma aplicaba en su vida diaria. Detestaba admitir que ese descorazonado consejo la
había salvado más de una vez. “Sólo escucha lo que yo te diga”, esas también eran palabras de su
padre, pero en su propia boca la frase tenía un sabor totalmente distinto.

Suletta tragó saliva. El cálido aliento de su princesa en su oreja, su tersa voz dura como mármol
pero suave como una caricia. Se sintió enrojecer y asintió lentamente. Por su lado, la princesa
sonrió al ver que Suletta ya no estaba tan tensa. Miró a los alrededores y sólo vio a Rajan, el
asistente de su padre. El gran Rey Delling, desde luego, no estaba. Eso la enfadó un poco, luego
recordó que era culpa suya si se dejaba afectar y se compuso a sí misma.

“¡Portadora Suletta Mercury, heredera de la Casa Mercury, preséntate al centro!” Uno de los
capitanes de la guardia era el encargado de supervisar el duelo.

“¡S-sí!” Respondió Suletta con toda la firmeza posible. Miró a su princesa, se puso el casco y
asintió. “Enseguida regreso”, y trotó hasta la marca del centro de la plaza.

“¡Retador Guel Jeturk, heredero de la Casa Jeturk, preséntate al centro!”

Y Guel así lo hizo. Su brillante armadura y su nueva espada lo hacían resaltar bastante, pero quien
también resaltaba era Suletta Mercury. Fue un cambio abismal verla llegar cual pordiosera con una
armadura que parecía un pedazo de chatarra, y luego tenerla ahí con ropas blancas y una armadura
completa pulida.

El capitán se acercó a ambos. Había recibido la instrucción de Lord Jeturk sobre un pequeño
cambio en las reglas, mismas que comenzó a recitar mientras aseguraba las rosas en las armaduras
de los contendientes.

“Su objetivo es deshacerse de la rosa en el pecho de su oponente”, la regla de siempre, sí. “Lo
único que no se permiten son golpes letales”, y fue todo lo que agregó. El público quedó un poco
confundido y comenzó a murmurar entre sí.

Miorine frunció el ceño y apretó los puños… Por supuesto, esos bastardos estaban acomodando
todo para dañar a Suletta. Pese a su enojo inicial, tenía seguridad en una sola cosa: Suletta era de
una tribu puramente guerrera. En sus cartas de la semana se contaron muchas cosas, entre ellas
recordaba muy bien que desde niña Suletta trabajaba en las minas y los campos, así que su cuerpo
estaba forjado con trabajo duro a comparación de esos niños mimados. Además, su gente
enfrentaba bandidos que trataban de asentarse y hacer bases en sus tierras aprovechando que la
zona era fértil y los locales eran pocos. Y por la misma Suletta sabía que no le gustaba usar a
Aerial para enfrentar bandidos, para ellos reservaba sus puños y piernas.

Antes de que el capitán diera inicio a la pelea, la princesa dio un paso adelante. “¡Suletta, ven un
momento!” Ordenó, ganándose la atención de todos. Miró al capitán. “Será rápido”, y el soldado
no tuvo más remedio que permitirlo.

Una obediente Suletta fue corriendo con su princesa, pero no tuvo tiempo de preguntarle nada.
Miorine tomó su mano derecha con ambas manos… ¡La mano de Suletta era tan grande! Además,
el diseño de su guantelete era especial, le dejaba la mano descubierta en la palma, obviamente se
sentía más segura manejando a Aerial sin ningún estorbo entre su mano y la empuñadura. Miró a
Suletta, que obviamente tenía ese bobo gesto de confusión.

“Un beso de la buena suerte”, dijo Miorine en voz baja sólo para ella y enseguida dio un pequeño
beso en la palma de la mano de su prometida. La sintió sobresaltarse y de inmediato la jaló para
agacharla lo suficiente y susurrarle al oído. “No te atrevas a perder”.

Los ojos de Suletta se abrieron como platos al escuchar esa orden. Su princesa le estaba ordenando
ganar y le había dado un beso de la buena suerte. Suletta quedó en blanco, su respiración se
entorpeció, su corazón latía tan fuerte que lo sentía en todo el cuerpo. Tragó saliva y cerró la mano
para estrechar gentilmente los dedos de Miorine.

“A la orden, mi princesa”, fue la respuesta en baja voz de Suletta.


Tan encerradas estaban en su pequeña burbuja que no percataron el escándalo que provocó tal
demostración de afecto. ¡Nadie creía que la fría princesa hiciera algo así! ¡Enfrente de todos!
Incluso Guel se ofendió. En cuanto las damas se soltaron, Suletta regresó al centro de la plaza y
Miorine encargó a Hermes con uno de los soldados antes de ir junto a Rajan. Ninguno de los dos se
dijo nada pero el curtido hombre se colocó a manera de mantener a la princesa protegida con su
enorme presencia.

“¡Portadora y Retador! ¿Están listos?” Preguntó el capitán y estos dijeron un firme sí. “¡Que
comience el duelo!”

Con un veloz movimiento, Guel desenvainó su espada y atacó a Suletta. Ésta hizo lo mismo,
despertó a Aerial de su reposo para permitirle sentir la fuerza de otra espada. Una espada de
verdad, no como los cuchillos de carnicero que cargaban los ladrones de caminos. Rápidamente
comenzó un intercambio de golpes de espada que sonaban en toda la plaza. La gente estaba
animada, muchos gritaban el nombre de Guel, otros el de Suletta, los chicos del Gremio Terra
tenían su propio escándalo.

Guel odiaba admitir que Suletta Mercury se desenvolvía mejor a comparación de la primera vez
que la enfrentó. Él también se sentía más entero y se protegía de los ataques que buscaban la rosa
en su pecho. Él hacía lo mismo pero Suletta Mercury era veloz, evadía de último segundo,
manejaba esa enorme espada como una extensión más de su cuerpo y no parecía pesarle en lo
absoluto. Suletta lo lanzó dos metros atrás con un poderoso empuje y Guel escuchó la voz de su
padre entre todas las demás voces.

“¡Has lo que te dije!”

El joven heredero apretó los dientes mientras seguía recibiendo los incansables ataques de Suletta y
justamente se le presentó la oportunidad de atacar como se lo estaban ordenando. “¡Guel!” Gritó su
padre una vez más y éste liberó una mano para propinarle un puñetazo a Suletta Mercury en la
cara. El golpe desconcertó a la gente pero sólo por un segundo, porque Suletta seguía firme en sus
pies pese a tener la nariz y la boca sangrando.

No cayó.

Suletta escupió algo de sangre y su ataque se volvió más feroz y veloz. ¡Cierto, dijeron que no
debía dar golpes letales! ¡Sabía hacer eso! Para todos fue sorprendente ver a la chica empujar
constantemente a Guel para sacarlo de balance y de todos modos buscar la rosa en su pecho en
lugar de golpearlo. Guel se protegía e intentó dar patadas pero Suletta hizo lo mismo en cada
ocasión y pudo repeler cada ataque con sus piernas.
El sonido metálico de golpes de espada y choques de las armaduras era lo único que se escuchaba
por encima de las voces del público. Guel pudo asestar un par de golpes más con sus puños, pero lo
más que logró fue que Suletta retrocediera un paso, antes de ella misma avanzar y golpearlo a la
altura del abdomen con su codo. Sin daño pero con suficiente potencia para desestabilizarlo.

“¡GUEL!” Le llamó su padre una vez más.

“¡Vas a caer, Suletta Mercury!” Gritó Guel y lanzó un puñetazo desde abajo apenas se estabilizó
del empuje.

Suletta se hizo hacia atrás para evadir ese golpe que iba directo a su quijada. Y aunque logró
esquivarlo, el puñetazo le quitó y mandó a volar su casco, mismo que rebotó a varios metros de
distancia. Suletta estaba descubierta y eso sí alarmó a los que veían el combate. Miorine apretó los
puños.

“¡GUEL, ACABA CON ELLA!” Fue la orden de Vim Jeturk.

“¡SULETTA, TERMINA CON ESTO DE UNA MALDITA VEZ Y TENGAMOS UNA CITA!”
Fue lo único que Miorine pudo gritar.

La heredera de la casa Mercury abrió los ojos como platos.

Esa voz…

Sólo escucha lo que yo te diga.

Suletta repitió esas palabras en su cabeza. La promesa de una cita. Su cuerpo se movió solo. Lanzó
a Aerial al aire, la espada dio un par de giros hasta alcanzar algunos metros de altura antes de
descender con la punta hacia abajo. Suletta sujetó a Guel por la armadura y ella misma le propinó
un cabezazo en la cara sin importarle golpearse la cabeza con parte del casco ajeno. Lo hizo
sangrar por boca y nariz y luego lo empujó, justo a tiempo y en la posición exacta para permitir que
Aerial se clavara justamente en la rosa y luego en el piso

Guel cayó, desorientado por el golpe mientras Suletta sujetaba a Aerial y la levantaba en todo lo
alto, la rosa clavada en la hoja se deshojó y sus pétalos se fueron con el viento.

“¡La Portadora Suletta Mercury es la ganadora del duelo!” Anunció el capitán luego de revisar que
Guel estuviera bien.

Hubo silencio, mismo que los chicos del Gremio Terra rompieron con un ruidoso festejo. Ya no
había excusas ni pretextos, Suletta ganó justamente y a mucha gente no le quedó más remedio que
aceptar y celebrar su innegable y bien merecida victoria. Unos soldados rápidamente se llevaron a
Guel con su familia para que el médico lo revisara, el chico estaba desorientado pero bien. Por su
lado, Suletta fue por su casco a un paso bastante digno pese a estar sangrando del rostro, la frente y
más de una herida en varios lados.

La guerrera enseguida fue directo con su princesa, todos lo notaron y aquellos que querían ir con
ella para felicitarla, se contuvieron. Primero lo primero. Suletta puso una rodilla en la tierra, Aerial
en su mano con la punta en el suelo, el casco descansando a su lado. Suletta Mercury y su espada
Aerial presentaban sus respetos a la Princesa Miorine Rembran.

“Gané, mi princesa”, dijo Suletta con voz solemne.

Miorine no respondió, al menos no en ese momento. Lo primero que hizo fue quitar el chal de su
vestido para limpiar la sangre del rostro de Suletta, ya después la llevaría arrastrando al médico
para que revisara esos golpes, lo primero era terminar el cortejo. Apenas limpió lo suficiente el
rostro de su Prometida, estiró su mano hacia ella. Suletta no necesitó indicación alguna, tomó la
delicada mano de su princesa y besó sus nudillos.

“Buen trabajo, mi Prometida”, pese a la dignidad y seriedad en su rostro, Miorine sintió que el
pecho se le encogía mientras decía esas palabras. “Ponte de pie”, le regaló un gesto suave. “Están
esperando su turno”, fue ella quien la hizo ponerse de pie con un jalón y esa fue la señal para que
la gente se acercara a Suletta. Le dejó ese espacio a ella y nadie más.

“¡Buen trabajo, Lady Suletta!”

“¡Eres muy fuerte!”

“¡Realmente le diste una paliza!”


“¡Eres grandiosa!”

Suletta ya estaba sobrepasada con lo que hizo con su Princesa. Su alegría se multiplicó por cien al
recibir felicitaciones y reconocimiento en lugar de abucheos. Se llevó una mano a la nuca mientras
reía con lindos nervios y agradecía las felicitaciones. Luego de eso fue el turno de los chicos del
Gremio.

“¡Suletta, te quiero tanto!” Ojelo fue el primero en lanzarse sobre la guerrera pelirroja. Los
bolsillos le pesaban por culpa de tantas monedas.

“Lo hiciste muy bien, Suletta, pensé que te iban a tirar con ese puñetazo, pero no”, fue la
felicitación de Chuchu mientras le alborotaba el cabello a la grandulona.

“Tenemos que llevarte con el médico, sigues sangrando”, Martin, como siempre, tenía sus
prioridades en orden.

“¿Te sentiste cómoda con la armadura?” Preguntó Nika mientras revisaba y palpaba la armadura,
ella también tenía sus prioridades en orden.

Suletta se tomó su tiempo para recibir los gestos de cariño de cada uno de sus amigos. Decidió
responderle primero a Nika. “Me p-pude mover b-bien, no tuve p-problemas con la armadura n-ni
con los guanteletes”.

“Me alegra saberlo”.

“¡Tenemos que celebrar tu victoria, Suletta!” Exclamó Lilique con emoción.

“Pero primero al médico, sigue sangrando”, Aliya estaba del lado de Martin.

“Yo la llevo”, Miorine finalmente intervino, sujetando a Suletta por el brazo.

“¡Oh, cierto! Vámonos, niños y niñas”, dijo Till, graciosamente serio y los alejó de la pareja, sus
amigos se quejaron cual niños pequeños. “Su Alteza tiene que discutir los detalles de su cita con
Lady Suletta”, dijo con toda la intención de apenarlas.
Lo logró. Miorine y Suletta se sonrojaron, la primera por enojo y la segunda por una linda
vergüenza.

“¡Suletta, vamos al médico!” Gritó una furiosa princesa y se llevó a su Prometida sujetándola por
una muñeca. La imagen de la guerrera recién salida del duelo siendo (arrastrada) guiada por la
menuda Miorine Rembran era casi ridícula. Suletta Mercury acababa de demostrar que podía
derribar a un hombre grande de un cabezazo y resistir puñetazos en plena cara, pero oponía poca y
nada de resistencia ante su furiosa prometida.

“¡S-sí!” Respondió y luego miró por encima de su hombro, se despidió de sus amigos con una
mano. Estos correspondieron mientras le deseaban suerte con variados gestos.

Fueron por Hermes, lo llevaban de la rienda camino con uno de los médicos locales que Suletta ya
conocía gracias a sus labores en la capital. Caminaban lado a lado.

“Suletta.”

“¿Uh?”

Miorine se mordió un labio y al final no dijo nada, no pudo, simplemente tomó apropiadamente la
mano de su Prometida. Suletta sonrió.

CONTINUARÁ…
Lo que Otros no Ven
Chapter Notes

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“Di-dijiste que tendríamos una ci-cita, mi princesa”, reprochó Suletta cual niña pequeña mientras
jugaba sus dedos entre sí y caminaba detrás de su Prometida.

Miorine gruñó un poco, se detuvo y volteó para encarar a esa grandulona. Por dentro sintió que su
estómago daba un vuelco al ver la cara amoratada de Suletta, sus prendas manchadas de sangre,
algunas heridas en brazos y piernas. Todas sus lesiones ya habían sido tratadas y curadas por el
médico, pero quería que Suletta descansara luego de pelear como una verdadera campeona. ¿Cuál
era la mejor manera de expresarle su inmensa preocupación?

“Sí, pero no ahora”, respondió con dureza y no le dio oportunidad a su tonta Prometida de reclamar
nada. La sujetó por la nariz y la apretó un poco, procuró no lastimarla pero sí presionar con firmeza
para dejar en claro su argumento. Supo que lo logró cuando Suletta comenzó a lloriquear de
manera bastante dramática.

“¡Auch!” Suletta soltó más de un quejido pero no por ello se alejó de la princesa, fue ésta quien la
soltó de inmediato. La guerrera se llevó las manos al rostro mientras se sobaba la nariz. “¡Duele!
¡Duele!”

“¿Ves? Más te vale que descanses, te necesito entera para nuestra cita”, fue todo lo que dijo
Miorine antes de dar media vuelta y seguir caminando. Al menos procuraría ponerla cómoda para
que descansara, ¡la haría descansar ya fuera que su torpe Prometida quisiera o no! Pudo escuchar
los pasos de Suletta detrás de ella.

“¿En-entonces saldremos d-después?”

“Sí, quiero que sanes primero y después tendremos nuestra cita”.

“¿Adónde te gustaría ir?”

“No lo sé, no salgo mucho. Sorpréndeme”.

Y Suletta asintió con graciosa firmeza y los puños cerrados. Miorine vio ese gesto de reojo y se
llevó una mano al rostro. Suletta en serio era tonta y por un momento quiso retractar sus propias
palabras pero su Prometida lucía tan emocionada por la idea. La propia Miorine encontró atractivo
un escenario donde Suletta fuera la encargada de organizar algo que era parte vital de su lista.

“Si necesitas ayuda con algo, no dudes en decirle a los chicos que te den una mano”, dijo Miorine
de inmediato a sabiendas que Suletta tampoco tenía experiencia en citas. Para suerte de ambas, los
chicos del gremio sí.

“¿P-puedo? A-aunque m-me gustaría organizar t-todo yo m-misma”, respondió la guerrera con
cómica seriedad.

“No quiero que te vuelvas loca ni te estreses de manera innecesaria, se supone que debemos
pasarla bien, las dos, ¿entendiste?”

“E-entendido”.

“Tendremos nuestra cita en tres días, supongo que es suficiente tiempo para que termines de sanar
y organices todo”, fue la firme decisión de la princesa, pero enseguida decidió ceder una vez más
y preguntar la opinión de su Prometida. Suletta ya había tenido suficientes golpes por ese día, quizá
los de ella no ayudaban. “Pero si necesitas más tiempo, dime”.

“¡T-tres días e-está bien!” Dijo Suletta de inmediato. “Q-quiero que n-nuestra primera c-cita sea
especial”, afirmó. “A-además sano r-rápido”.

Miorine sintió sus mejillas a punto de sonrojarse, refunfuñó un poco. “Tú dime a qué hora nos
veremos, para liberarme a tiempo de mis compromisos en el castillo”.

Suletta estuvo a punto de decir algo cuando alguien les detuvo. Mejor dicho, un pequeño grupo las
alcanzó. Se trataba de Shaddiq y su escolta personal conformada por soldados femeninos de alto
rango, cada una de ellas tan bellas como letales. Miorine conocía la fama de esas doncellas. Tan
desagradables como el mismo Shaddiq, por cierto. Frunció el ceño.

“Su Alteza”, saludó el siempre educado y venenoso Shaddiq. “Lady Suletta, lamento
interrumpirlas cuando tienen cosas por hacer, sólo venía a hablar contigo”, sí, se dirigía a Suletta,
“y felicitarte personalmente por esa gran batalla. Guel no es cualquier oponente”.
“M-muchas gracias”, respondió una nerviosa Suletta mientras se escondía detrás de su princesa,
apenas si le miraba.

Miorine se cruzó de brazos, no sabía exactamente qué era lo que quería Shaddiq. Nada bueno
seguramente, sabía que él nunca se movía si no ganaba algo en el proceso. “Mi Prometida necesita
descansar. Si no tienes algo más qué decir, nos gustaría seguir nuestro camino”, dijo Miorine con
dureza.

Shaddiq sólo sonrió. “Me gustaría hablar a solas con Lady Suletta si me lo permiten, no les quitaré
mucho tiempo”, dijo mientras buscaba la mirada de la nerviosa chica, sin lograrlo, la poderosa
guerrera estaba en la espalda de la princesa.

Miorine estuvo a punto de negarse, pero Suletta la sujetó por un hombro. La guerrera recordaba
bien el nombre y la posición de ese joven. Conocía su propio lugar y no podía dejar que su
princesa tuviera que responder por ella en todo momento. Acababa de derribar a un rival poderoso,
¿qué tenía de malo hablar con el futuro General del reino? Su princesa ya le había dejado en claro
que tarde o temprano tendría que hablar con las familias nobles. Bien, trataría de tomar ese asunto
por su cuenta.

Finalmente la poderosa guerrera dejó de esconderse detrás de la menuda princesa, se notaba


nerviosa aún, pero al menos ya había dado un paso adelante por sí misma.

“Ha-hablaré con usted, L-lord Zenelli”, respondió Suletta sin levantar del todo el rostro. Sabía que
su prometida seguramente estaría en contra de la idea, así que la miró. “V-volveré pronto, mi
princesa”.

Miorine no tuvo más opción que asentir. No debía detener a Suletta de conocer a las familias
nobles, de hecho era parte de su aprendizaje pero a su parecer todavía era muy pronto. Sin
embargo, no podía protegerla por tanto tiempo, no si realmente quería ayudar a Suletta con su
misión de poblar su región una vez más.

“No me hagas esperar demasiado”, fue la única respuesta de la princesa. Miró a Shaddiq y éste sólo
le sonrió.

“Te la devolveré pronto”, dijo el futuro General y miró a su séquito. “Hagan buena compañía a Su
Alteza mientras volvemos”, miró a Suletta y le ofreció el brazo, pero ésta no se movió en lo
absoluto, en cambio, abrazó su espada más fuerte. Obviamente había rechazado el gesto. “Por aquí,
por favor.”
Ambos se alejaron lo suficiente hasta una zona entre un par de edificaciones altas. Suficiente
privacidad, no muy lejos de sus acompañantes. Shaddiq le sonrió a la guerrera pero ésta no
correspondió su sonrisa, estaba nerviosa, se notaba. Claramente sus encantos no iban a funcionar en
alguien con tan poca socialización, pero tampoco había ido ahí a hacerse amigo de la Heredera de
los Mercury.

“Seré breve, Lady Suletta, sé que Su Alteza es impaciente”.

Suletta asintió, apenas lo mirada. “L-lo escucho”.

“Sólo deseo advertirte algo”, el joven puso gesto serio. “No deberías dejarte llevar por los
caprichos de Su Alteza. Ella sólo te está usando para escudarse de otros compromisos”.

Suletta finalmente miró al joven, tenía el ceño fruncido. No necesitaba que nadie le dijera eso, ella
misma estuvo de acuerdo con escudar a la princesa Miorine, ambas tenían un acuerdo después de
todo.

“¿De verdad crees que ella se va a casar contigo?” Preguntó Shaddiq mientras se cruzaba de
brazos. “La conozco desde que somos niños, Su Alteza te tiene cerca por simple conveniencia y
porque tiene poder sobre ti. No le gusta estar con la gente, y me temo que cuando se harte de tu
compañía, te abandonará. Así es ella, es una persona fría”.

“¿P-porqué me dice todo e-esto?” Preguntó Suletta con tono tenso, abrazó a Aerial con más fuerza.
Las palabras de ese joven y lo que ella conocía de la princesa Miorine no cuadraban. No tenía
sentido. Sí, había un acuerdo pero no debía anunciarlo. Sí, la princesa tenía poder sobre ella pero
no le molestaba, todo lo contrario. Se sentía segura a su lado.

“Porque no me gustaría verte lastimada, Lady Suletta, tú has venido con buenas intenciones a la
capital”, continuó Shaddiq, lo mejor era ser directo con alguien como ella. “Además, sería mejor si
buscas el apoyo de las otras Casas. Su Alteza rara vez se muestra con los pobladores, no le gusta la
gente. Está contigo porque le conviene tenerte cerca”.

Y sí, la Princesa Miorine Rembran no era mucho de estar con la gente, apenas con los chicos del
Gremio pero no por mucho tiempo, ellos mismos lo confirmaron pero a ninguno le molestaba que
fuese así. “Su Alteza no se permite mucha gente cerca, que acuda a nosotros es más un gusto que
un honor”, le dijo Nika en una ocasión que todos tomaron ese tema durante la cena. Y luego
recordó que su princesa le advirtió no caer en las palabras de los otros nobles, menos si se
mostraban amables de la nada. Suspiró hondo y finalmente se puso firme, miró al futuro General a
los ojos.

“Hablar m-mal de u-una persona que n-no está presente no es c-correcto”, dijo Suletta tan firme
como le fue posible. “Hablar m-mal de una dama no es correcto”.

Esas palabras tomaron a Shaddiq con la guardia baja. Poco importaba que fuera más alto que
Suletta Mercury, la chica imponía aunque sus nervios la hicieran tartamudear. Rápidamente buscó
componerse.

“Oh, siento mucho eso, Lady Suletta, sólo me preocupa lo que vaya a pasar cuando Su Alteza
decida que ya no le eres útil”.

“Soy la Prometida de la p-princesa Miorine Rembran”, declaró la guerrera. “Y de d-donde vengo,


e-eso se respeta”, frunció el ceño. “L-lo que ella quiera hacer d-de mí a fu-futuro será mi p-
problema”. Notó que Shaddiq (pese a los años) parecía no conocer lo que ella ya conocía de la
princesa. Y ni qué hablar de Guel Jeturk, que seguramente nunca se dio el tiempo de estar
realmente con ella mientras estuvieron comprometidos.

Ellos no veían el brillo y la dulzura oculta de la princesa, nunca sintieron su perfume ni su calor,
tampoco su preocupación ni la manera en que hacía el bien a los pobladores por medio del Gremio
ya que ella estaba atada al castillo. Claramente Shaddiq no había percatado cómo la princesa
Miorine seguía adelante a pesar de no sentirse feliz donde estaba. Miorine Rembran siempre
avanzaba y eso era algo que Suletta respetaba mucho. Y también eso era algo que todos ellos
pasaban por alto. Era obvio que no veían a Miorine Rembran más allá de su posición como
princesa, Suletta se sentía casi bendecida de poder ver su cálido brillo.

“Sólo quería advertirte antes de que sea tarde”, dijo Shaddiq, sinceramente rendido. Suletta
Mercury era tan simple que discutir con ella era como hacer entrar en razón a un niño terco.

“Y-yo me en-encargaré de mis a-asuntos, gracias”, dicho eso, Suletta se inclinó ligeramente y fue la
primera en volver con su Prometida, quien no lucía muy contenta con la compañía de la molesta
escolta de Shaddiq.

No se dijeron nada pero el ambiente era pesado y molesto.

“L-lamento la e-espera, mi p-princesa”, estuvo a punto de volver a la espalda de su Prometida, pero


en lugar de ello lo pensó mejor y se detuvo a su lado. Miró un poco el cielo antes de hacer algo
increíblemente atrevido: le ofreció el brazo. “¿N-nos vamos?”

El movimiento sorprendió a Miorine. Miró a Suletta y luego a Shaddiq, que se notaba descontento.
Lo conocía lo suficiente como para distinguir sus sonrisas, la que lucía en ese momento era una de
molestia. ¿De qué rayos hablaron? Ya después lo averiguaría, debían irse. Se sujetó del brazo de su
Prometida.

“Con su permiso”, dijo Miorine, cortante. “Vamos, Suletta”.

“¡S-sí!” Respondió Suletta, hizo una ligera inclinación de despedida. Apenas se alejaron, hizo la
pregunta que quería hacer desde que salieron del consultorio del doctor, incluso dejaron a Hermes
en una caballeriza del centro de la ciudad, iban a pie. “¿Adónde v-vamos?”

“Sólo sígueme”.

Ambas terminaron en las afueras de la ciudad, en una linda colina desde donde podía verse la
ciudad. Miorine se cansó, no estaba acostumbrada a caminar tanto. Tonta vida de castillo, tal vez
debieron llevarse al caballo. Subió el último tramo con ayuda de Suletta, llegaron a la cima, sujetas
de la mano. Suletta dejó que su espada descansara contra el tronco del árbol que habían elegido,
ambas se sentaron una junto a la otra.

“Peleaste bien, Suletta”, dijo Miorine en voz baja. No le dio tiempo a su prometida de responder
nada. “Descansa, éste sitio es tranquilo y nadie te molestará”, agregó mientras miraba la copa del
árbol. Era un lindo día.

Suletta tragó saliva. Las palabras de su princesa sonaban duras como siempre pero… A la vez era
tan suave, no sabía explicarlo. Le gustaba conocer y reconocer la suavidad en las recias palabras de
la Princesa. Asintió un par de veces mientras jugaba sus dedos entre sí. “P-prometí no perder
ningún d-duelo”, mencionó. “Y t-también que te e-escribiría todos los días… Si p-pierdo, ya no p-
podré hacerlo. Y t-tampoco podré verte”.

Miorine tenía ganas de darle un buen golpe a esa torpe por decir algo atrevido como eso. Estaba
tan acostumbrada a ser el escalón al trono, que ser tratada como Miorine Rembran y no como la
princesa, era una sensación nueva que la asustaba a momentos. Le gustaba, sí, pero su mente le
jugaba en contra todo el tiempo y le decía que no debía emocionarse. No quería pensar demasiado,
sólo disfrutar aunque sea un poco su propia vida. Suletta la estaba ayudando de corazón y Miorine
aún se sentía reacia a tomar por completo su mano.
Quería alejarla pero tampoco quería que se fuera. Era algo estúpido, tenían algunos días de
conocerse. Suspiró hondo y su única reacción fue frotarse el rostro.

“Quítate la armadura, debes tener calor”, ordenó la princesa.

“Sí, u-un poco”, obedeció Suletta de inmediato y se quitó todas las piezas de su armadura. Se había
puesto todo su equipo luego de la revisión médica, incluso tuvo tiempo de limpiarse el sudor y la
sangre. “E-en casa u-usamos armaduras d-de cuero, s-son más ligeras”.

“¿Entonces por qué llegaste con esa tetera vieja puesta?” Preguntó Miorine aún sin mirarla.

“L-la encontré en una b-bodega de mi pueblo y p-pensé que s-se vería bien”.

“Se ve mejor con el toque de Nika, seguramente encontraste un armadura que aún no estaba
terminada”, comentó la princesa y le echó un vistazo a Suletta apenas ésta terminó de quitarse todo
lo metálico del cuerpo. Ese amplio y cálido cuerpo. Volvió a mirar la copa del árbol mientras
jalaba a Suletta por el brazo para hacer que se recostara en su regazo.

Suletta sintió que todos los colores se le subían a la cara, el calor también en todo caso. Se quedó
tiesa como roca sin saber qué decir. Estaba en una posición en la que nunca se imaginó a sí misma
y ahora no sabía qué hacer. Miró como pudo a la princesa pero ésta no la miraba, estaba por su
cuenta. ¿Qué debía hacer en ese caso? Sólo su madre le dejaba descansar en su regazo cuando era
niña, hacía mucho tiempo de eso, tanto que apenas si lo recordaba. Tragó saliva.

Ninguno de ellos ha sentido esto nunca, pensó Suletta mientras se acomodaba de cara al estómago
de la princesa. Entre más repasaba las palabras de Shaddiq Zenelli, más tonto le parecía. Huele tan
bien… Su aroma era tan cómodo. Cerró los ojos.

“Lord Z-Zenelli d-dijo que sólo m-me estás usando”, murmuró Suletta con su nariz pegada al
cuerpo de la princesa.

“Es cierto, no está mintiendo”, respondió Miorine sin que el gesto le cambiara, seguía en su misma
posición. Lo que sí hizo fue poner su mano en la cabeza de Suletta. Su cabello era suave. “A
cambio de la ayuda que debería darte sin pedir nada en pago, te estoy usando para que no me
obliguen a casarme con alguien a quien no quiero”, continuó mientras acariciaba el cabello de su
Prometida. “¿Eso te molesta?” No la miraba. Acarició su mejilla un momento antes de volver a su
cabello, parecía cepillarlo con sus dedos.

Suletta sonrió y cerró los ojos. “No”. Suspiró de comodidad.

“Bien”, respondió Miorine con gracioso reproche.

“También dijo que me ibas a dejar cuando te aburrieras de mí”, agregó la guerrera. No quería
ocultarle nada a su Prometida.

“No me puedo aburrir de ti aunque lo intente”, dijo la princesa con molestia. “Y créeme que ya lo
intenté, pero mejor no tientes tu suerte, Suletta Mercury”, esa amenaza no sonaba a amenaza en
realidad. No dejaba de acariciar el cabello pelirrojo y lindo de su Prometida.

Suletta sólo rió. Miorine frunció el ceño, ruborizada.

~o~

“¡Su Majestad! ¡No puede permitir que ésta locura siga adelante!” Reclamó Vim Jeturk mientras
golpeaba el escritorio con las palmas de sus manos. El hombre estaba hecho una furia. “¡¿Cómo
puede permitir que una salvaje de una Casa que no tiene nada para ofrecer sea la Portadora?!”

El Rey, serio y frío como de costumbre, miró a Vim sin que el gesto le cambiara en lo absoluto. Se
puso de pie mientras caminaba con parsimonia hasta la ventana de su estudio. Admitía no estar tan
sorprendido al escuchar sobre la derrota de Guel Jeturk, esa chica Mercury tenía la inmensa fuerza
propia de su gente. Ni siquiera miró a Vim.

“Son las reglas que todos aprobamos, así de simple”, respondió el Rey Delling.

“¡¿De verdad dejará que esa salvaje se quede con el trono!?” Vim estaba furioso, enojado y hablaba
con tanta fuerza que escupía. “¡Mi hijo o cualquiera de los otros jóvenes de las otras Casas son
mejores prospectos como futuros reyes! ¡Esa salvaje no tiene nada!”

“Esa salvaje es fuerte, que es la condición que todos acordamos como prioritaria, esa fue la razón
de elegir a quien me suceda por medio de duelos y no de méritos”, continuó el Rey, se le notaba
más entretenido mirando el paisaje por la ventana. “Nosotros ganamos y protegemos éste reino por
medio de nuestra fuerza”.

“¡Pero…!”

“Suletta Mercury derrotó a tu hijo con fuerza, y la fuerza es lo único que nosotros respetamos. Esa
es la verdad que me queda clara en toda ésta situación”, dijo con dureza a sabiendas que estaba
hiriendo el orgullo de su aliado. “Si tanto te molesta todo esto, simplemente has que tu muchacho
se haga más fuerte y derrote a la Portadora actual. ¿Acaso eso te es difícil?” Remató sin piedad.

Vim apretó los puños y la quijada, estaba tan furioso que simplemente siguió alegando con todos
los argumentos que tenía a la mano. “¡No puede dejarnos de lado, Su Majestad! ¡Es nuestro metal
el que alimenta al poderoso ejército de éste reino!”

“Son los agricultores y los criadores de ganado los que alimentan a soldados y pobladores por
igual, ¿cuál es tu punto, Vim?” Ésta vez sí se giró y le miró con dureza, toda su presencia era
poderosa. No por nada era un curtido veterano de guerra. Mientras que Vim era un simple hombre
de negocios, aunque cooperó con la guerra, lo hizo desde su fortaleza, a salvo y lejos de las
batallas. “¿Acaso esa es una amenaza?”

Vim sintió como si la presencia y las palabras del Rey lo estuvieran aplastando. Se sintió sudar, su
cuerpo pareció quedarse sin fuerzas. Sólo pudo morderse un labio hasta casi sangrar. “No, Su
Majestad”.

“Si no tienes nada más por discutir, entonces márchate, tengo muchas cosas por hacer”, dijo de
manera fría mientras volvía a su escritorio. “Puedes hacer que tus muchachos reten a Suletta
Mercury todas las veces que quieras, las reglas lo permiten”.

“Con su permiso, Su Majestad”, dijo Vim entre dientes y se fue sin más. Tuvo que usar toda su
fuerza de voluntad para no azotar la puerta tras de sí, aunque sí se fue hecho una furia y empujando
a cualquiera que se atravesara en su camino. Aunque el duelo tenía algunas horas de haber
terminado, los Jeturk ya eran el hazmerreír de toda la capital y muy pronto de todo el reino. No
pensaba permitir que esa locura siguiera.

Por su lado, el Rey sonrió por lo bajo apenas se vio a solas. Vim Jeturk no mencionó a su hija en
ningún momento. Su estrategia estaba funcionando.
¿Quién diría que la presencia de Suletta Mercury le iba a facilitar mucho su plan?

~o~

“¡Hey, Suletta, llegó una carta para ti!” Avisó Aliya mientras iba al huerto tras la casa, Suletta
estaba cosechando lo que iba a necesitar para su cita del día siguiente. Ya casi se metía el sol, pero
había suficiente luz aún para trabajar.

Todo el grupo se emocionó cuando Suletta pidió ayuda para su cita. Lo último era colectar las
verduras para la comida. Esos días fueron suficientes para que la guerrera sanara, ya sólo quedaban
rasguños apenas visibles en el rostro de ésta, la chica en serio sanaba rápido. Y hablando de
Suletta, ésta fue corriendo con Aliya. Su sonrisa era tan grande y se notaba tan emocionada que no
podía contenerse.

“¡M-muchas g-gracias!” Suletta tomó la carta y la miró por ambos lados, tenía un sello de cera, el
papel era elegante y el aroma curioso. Sí, olfateó el papel. Abrió el sobre y lo que venía dentro era
una invitación para la fiesta de cumpleaños del futuro tesorero real: Elan Ceres. “Ah… U-una i-
invitación, ah… Yo…” Tuvo un pequeño ataque de nervios.

Nika, que estaba un poco más allá recogiendo los huevos que las gallinas dejaron entre las plantas,
se acercó y vio la carta que no era una carta. “Calma, Suletta, recibiste ésta invitación porque eres
parte de una Casa. Todas las Casas nobles y las personalidades famosas de la ciudad recibieron la
misma invitación”, dijo y notó el alivio de Suletta. La fiesta sería en diez días. “Su Alteza siempre
recibe invitaciones pero nunca asiste”, agregó.

A Suletta no le sorprendía escucharlo. A su princesa no le agradaba ninguno de esos sujetos.

“¿Vas a ir?” Preguntó Aliya con curiosidad.

“D-debería ir si q-quiero que me c-conozcan en las otras Casas, p-pero no c-creo poder ha-hacerlo
bien…” Murmuró Suletta con gesto nervioso.

“Deberías comentarlo con Su Alteza”, dijo Nika. “Lamentablemente, ninguno de nosotros puede
ayudarte con asuntos entre nobles”, enseguida le mostró la canasta llena de huevos, “pero sí con el
día de campo que tienes planeado en tu cita con Su Alteza”.
La sonrisa regresó al rostro de Suletta y asintió varias veces. “L-lo hablare con e-ella. Y g-gracias
por la ayuda”.

“Debes agradecerle a Lilique, es ella la que se está encargando de casi todo, nosotros sólo
seguimos sus instrucciones”, dijo Aliya entre risas. “Es mucho mejor que cualquier idea que
Chuchu tiene sobre una cita romántica”, agregó y Nika rió.

“¿Ro-ro-ro-romántica?” Preguntó Suletta con horror y vergüenza. De inmediato comenzó a jugar


sus dedos entre sí “Mi princesa y… Y yo… N-no… Ya s-saben… Ella y yo…”

Ambas chicas sonrieron mientras veían a Suletta enrojecer violentamente. Todo el gremio sabía
que la Princesa le tenía aprecio a Suletta, demasiado aprecio. Eso era decir mucho si hablaban de
la fría princesa Miorine Rembran. Y Suletta sin duda estaba a merced de los encantos de la
Princesa, pero era muy pronto para decir algo concreto sobre su relación. Todos en el gremio
sabían sobre su acuerdo. Lo mejor era calmar a Suletta antes de que su linda cabeza hueca se
enredara innecesariamente.

“Eres su Prometida, debes tratar tu cita como si fuera romántica”, dijo Nika mientras le daba la
canasta con huevos a Suletta. “Debes tratarla así ante los otros Nobles”.

Eso tenía sentido, sí. Las palabras de Nika tranquilizaron a Suletta. “L-lo haré”.

“Buena chica. Ahora apresurémonos, tenemos mucho por hacer.”

“¡Sí!”

~o~

Miorine seguía detestando la sensación de espera. Se había arreglado con mucho tiempo de
anticipación, decidió no comer nada porque Suletta le prometió comida en su carta y pese a que aún
no llegaba la hora pactada para verse, Miorine sentía que Suletta se estaba tardando en llegar. Se
verían a las cinco de la tarde, Suletta pasaría a recogerla. La princesa sabía que su Prometida era
puntual pero…

“¿Por qué no viene de una maldita vez?” Gritó una impaciente Miorine mientras volvía a arreglarse
el vestido y el cabello. ¡Odiaba esperar algo de esa manera! Tuvo que calmarse ella sola. Gracias a
sus cartas, sabía que Suletta había pedido la ayuda de los chicos y tenía muchos preparativos por
hacer, además de sus otros trabajos pendientes en su misión de darse a conocer en la ciudad y
hacer méritos entre la gente. Sabía que Suletta estaba tan ocupada como ella pero eso no evitaba
que se llevara las manos a la cabeza cada tanto.

¿Por qué la atacaba esa ansiedad?

Porque quieres verla, le dijo una voz en su cabeza, voz que ella misma calló con una pequeña
palmada en su frente. “¡Estúpida Suletta!” Sí, alguien debía ser la culpable de tenerla en tan mal
estado. La única culpable era Suletta Mercury y se lo haría pagar.

No supo cuánto tiempo estuvo haciendo berrinche cual niña pequeña, sólo supo que su corazón
saltó por culpa de una inesperada emoción cuando escuchó el inconfundible relincho de Hermes
acercarse. Estuvo a punto de correr a la puerta pero se contuvo a tiempo y esperó con mucha
dignidad y un desespero bien disimulado.

“¡C-con tu p-permiso, mi p-princesa!” Se anunció Suletta antes de entrar a la casa. Su Princesa, por
cierto, estaba sola como siempre, pero la sonrisa regresó al rostro de la guerrera al verla. ¡Se veía
preciosa con ese vestido blanco! ¡Incluso tenía un sombrero! No se veía a sí misma, pero tenía un
gesto de sincera y pura fascinación.

Miorine se sintió enrojecer al ver la cara de tonta de Suletta, ¿por qué tenía ese gesto tan raro?
Tuvo que calmarse ella sola, más al ver que su Prometida se acercó y se arrodilló para pedir su
mano. Miorine encontró el gesto tonto y exagerado, una inclinación bastaba, pero así era Suletta,
tonta y exagerada. Prestó su mano y se calmó apenas sintió el beso de saludo de cortesía en sus
dedos.

“Llegas tarde”, dijo la princesa con dureza.

Suletta sólo sonrió. “También me alegra verte, mi princesa”, dijo y se puso de pie.

“¡Nos vimos hace tres días!” Reclamó Miorine y enseguida sujetó a Suletta por las mejillas. La
acercó a su rostro, con uno de sus pulgares acarició una de las marcas que quedaron de su duelo
con Guel. Frunció el ceño. Poco le importaba que el rostro de Suletta ardiera entre sus manos. “¿Te
duele?”

“N-no, mi p-princesa”, respondió la guerrera, “s-sano rápido y… Y descansé c-como me


ordenaste”, respondió la guerrera entre nerviosos tartamudeos. Se sentía tan débil entre las
pequeñas manos de su Prometida…

“Por cierto, te ves bien con esa ropa”, comentó la princesa y la soltó. Dio un paso atrás para echarle
un buen vistazo a su prometida. Llevaba su espada como siempre, vestía pantalones ajustados que
dejaban ver sus fuertes piernas, su chaqueta era holgada en colores claros, mostraba
apropiadamente su medallón, y seguramente una de las chicas trenzó su cabello. “Te ves bien
cuando te bañas de vez en cuando, mi prometida”, dijo con graciosa malicia antes de salir primero
de la casa.

“¡M-me baño diario!” Alegó Suletta mientras salía tras su princesa, de hecho se adelantó para
llegar primero con Hermes y sacar algo que estaba guardado en las alforjas del caballo. De
inmediato regresó con su princesa y le extendió una flor, la más hermosa que pudo encontrar en la
capital. Tragó saliva, estaba roja. “Lilique m-me dijo que debía t-traer un regalo para ti, Chuchu m-
me dijo q-que n-no te gustan los r-regalos voluminosos… Y Martin m-me dijo q-que ésta e-era la
flor más b-bonita q-que uno puede c-conseguir en la r-región”.

Miorine sintió el golpe justo en el pecho. Tuvo que contener el aire para no sonrojarse, al menos
no más de lo que ya estaba, miró ligeramente a un lado y se acomodó el cabello detrás de la oreja
derecha. “Pónmela”.

“¡S-sí!” Respondió una feliz Suletta. Con suave tacto, más cuidadosa que si tuviera una pieza de
delgado cristal en sus manos, sus dedos rozaron la piel de la pálida mejilla de su princesa. Frunció
graciosamente el ceño y acomodó la flor en su oreja. Apenas la dejó asegurada, la soltó y dio dos
pasos atrás. De nuevo se sintió derretir, una estúpida sonrisa se dibujó en su boca. “T-te ves p-
preciosa, mi princesa”.

Miorine apretó los labios y subió de inmediato a Hermes. “Vámonos de una buena vez, estás
haciendo tiempo que no suma”, dijo con dureza, sin mirarla. ¡Su cara estaba ardiendo!

“¡Sí, mi p-princesa!” Una feliz Suletta subió detrás de ella, la rodeó con sus brazos más que nada
por culpa de la posición en la que estaban y tomó las riendas. Sonrió más al sentir que su princesa
se acomodaba contra su pecho. “¡V-vamos, Hermes!”

El corcel relinchó y salió galopando a una buena velocidad. Quería llegar a tiempo al sitio elegido
para su cita antes de que se metiera el sol.

CONTINUARÁ…
Chapter End Notes

Me tardé más de lo que creí en escribir el capítulo, más que nada porque estuve
ocupada y terminaba fulminada en mi cama... Eso y otros tres fics pendientes porque
no me tengo amor propio... x'D sorry. Enjoy!
El Poder de una Caricia
Chapter Notes

Mejor conocido como: "al fin estoy comenzando a justificar el "light dom/sub" tag"
x'D

La princesa Miorine estaba sorprendida, lo admitía, su gesto la delataba y Suletta no podía dejar de
sonreír como idiota mientras veía la cara de su Prometida. ¡Pudo sorprenderla! La guerrera se
sentía plena y orgullosa en ese momento.

El paisaje elegido: un hermoso prado a las afueras de la ciudad. Zona que la princesa no conocía
porque se ubicaba más allá de lo que tenía permitido salir. Mejor dicho, de lo que ella misma se
permitía salir. Todo estaba lleno de coloridas flores silvestres. El punto elegido para su picnic
vespertino: un parche de árboles con una manta extendida en el centro y una canasta de tamaño
generoso. Había antorchas dispuestas de manera estratégica para cuando oscureciera, cosa que
ocurriría en cuestión de un rato más.

Todo el ambiente era romántico.

Apenas dejaron que Hermes corriera a capricho por el área, princesa y guerrera fueron al centro de
la pequeña arboleda.

“Lo admitiré sólo por ésta vez, me sorprendiste”, dijo Miorine con una sonrisa de cómica derrota.
Suletta en serio se lució. Sabía que una atmósfera como esa solamente podía ser idea de Lilique.
Luego agradecería a los chicos su ayuda, de momento debía arreglárselas con la estúpida sonrisa de
Suletta, que era más grande y brillante que de costumbre. “Ahora quita ese gesto tonto, anda, tengo
hambre”.

“¡S-sí! También t-traje vino para brindar”. Suletta rápidamente se quitó sus botas para poder pisar
la manta sin ensuciarla de tierra y pasto. Al ver que su princesa estaba por hacer lo mismo,
rápidamente se sentó frente a ella y con un simple gesto de sus manos le dio a saber lo que quería
hacer.

Miorine levantó una ceja. “Puedo hacerlo sola, lo sabes, ¿verdad?” Mencionó con graciosa
seriedad mientras prestaba su pie derecho. Tampoco le iba a negar ese gusto. Seguía
sorprendiéndole que Suletta fuera tan dócil con ella. Bueno, también lo era con los chicos del
gremio, pero dudaba mucho que a ellos quisiera quitarles los zapatos o algo similar. Sonrió al ver a
su tonta Prometida más concentrada de lo que debería.

Sí, una concentrada Suletta desataba los cordones de las botas. Lucían geniales en ella. Quitó
primero la bota derecha y no resistió sujetarla suavemente por el tobillo. Le miró con una sonrisa.
“Debes e-estar c-cansada”.

“Sí, lo estoy”, respondió Miorine con un suspiro.

“Por e-eso elegí éste s-sitio, es c-callado y está lejos de t-todos. Podrás r-relajarte”, dijo Suletta con
marcado orgullo. Sí, ella fue la que eligió el sitio, lo vio durante uno de sus trabajos de cacería con
Till. Luego de dar un pequeño masaje alrededor del tobillo de la princesa, hizo menos tiempo
quitando la otra bota y al fin ambas se sentaron sobre la manta, una junto a la otra. “¿P-podemos
brindar p-primero? Ya s-se está m-metiendo el sol”.

La princesa miró el horizonte y ¡sí! Justamente el sol comenzaba a tocar el horizonte, dando la
hermosa sensación de derretirse lentamente mientras el cielo se pintaba de colores encendidos.
¿Hacía cuánto que no admiraba un atardecer? Normalmente se encerraba en su villa o en el
invernadero para olvidarse de sus actividades en el castillo. El cuadro completo era más hermoso
al ver a Hermes corriendo, su silueta se remarcaba frente al sol. Sonrió.

Suletta se quedó tonta viendo el gesto de contento de su princesa. El atardecer era lindo pero el
rostro de su Prometida era más lindo cuando estaba relajada. Seguía pensando en lo tontos que eran
los hombres que habían pasado por la vida de su princesa, ¿cómo podían estar ciegos a esa belleza?
¿Cómo era posible que no hicieran el esfuerzo de asomarse aunque fuera un poco por encima del
muro que la princesa había construido? Se supone que un caballero debe saltar cualquier obstáculo
para encontrar a la princesa, ¿o no?

Un largo suspiro abandonó el cuerpo de Suletta. Ella misma despertó de su ensoñación y


rápidamente sirvió un par de copas de vino. El más delicioso que había en la ciudad según el buen
hombre que se lo regaló. Lo supo hasta después, pero el hombre apostó por ella en el duelo y ganó
una absurda cantidad de dinero. Un vino reposado de veinte años era un agradecimiento más que
adecuado.

“T-ten, mi princesa”, dijo Suletta mientras le ofrecía su copa.

“Gracias”, respondió Miorine sin voltear, seguía absorta con la belleza del atardecer. Le tomó un
minuto más volver su atención a su Prometida y resultó que encontró algo igual de cálido y
brillante que el sol: la sonrisa tonta de Suletta. Sonrió suavemente sin poder contenerse. “¿Y a
honor de qué vamos a brindar?”
Suletta sólo lo pensó dos segundos. “P-porque estamos a-aquí”, respondió con alegría.

Una razón simple pero así era Suletta, la simpleza hecha persona. “Tienes razón, estar aquí es más
que suficiente”, dijo Miorine mientras levantaba su copa. “Brindo por ti, que estás aquí conmigo”.

A Suletta le gustaron mucho esas palabras. “B-brindo por ti, q-que me p-permites estar c-contigo”.

Las copas de metal chocaron y ambas chicas bebieron hasta el fondo. El vino era fuerte. Delicioso
pero potente. La princesa tomó aire antes de mirar a Suletta con diversión que no podía contener,
Suletta sólo rió con una carcajada limpia y pura. Miorine no dudaría en brindar por esa carcajada
también.

“Sabe muy bien, ¿dónde lo conseguiste? Me gustaría una botella en mi cocina”, dijo la princesa
mientras acercaba su copa para que su Prometida la volviera a llenar.

“Es c-cosecha propia d-del dueño d-de una t-tienda, le p-pediré una b-botella para ti”, respondió
Suletta mientras llenaba sólo la copa de su princesa. La dejó disfrutar el vino mientras sacaba todo
lo que iban a comer: pan recién horneado, quesos, un par de frascos de jalea de frambuesa de
cosecha local, mantequilla y también tenía un buen surtido de carne ahumada. Rápidamente armó
un pan con queso y carne y con mano temblorosa acercó el bocadillo a su princesa. “D-debes tener
hambre, m-mi princesa”.

Miorine casi tiró su copa por culpa de la sorpresa. Ésta vez nada pudo detener el sonrojo en sus
mejillas nácar. Miró el bocadillo, luego a Suletta, el bocadillo una vez más antes de fruncir el ceño
y enfurecer como era su buena costumbre cuando algo la sobrepasaba. Comió lo que Suletta le
ofrecía. Su enojo bajó un poco al sentir el delicioso sabor de la carne y el queso junto con la
suavidad del pan. Aún roja, miró a Suletta con el ceño fruncido.

“Más vale que me alimentes bien, no he comido nada desde el mediodía. Si muero de hambre tú
serás la culpable y te van a colgar”, dijo con gracioso enojo y volvió a abrir la boca.

Una contenta Suletta sólo rió y rápidamente preparó otro bocadillo. Miorine estaba confundida,
¿dónde había quedado su nerviosa y torpe Prometida? Rápidamente tomó un trozo de queso y se lo
ofreció a la guerrera, quien lo comió con contento.

“Sabe b-bien”.
“Sí, sabe bien, escogiste buenos ingredientes, buen trabajo, Suletta”, admitió la princesa al fin.
Suletta estaba tan contenta que no podría ganarle en ese momento, además no había razón para
golpearla con sus palabras. Disfrutaría de esa cita. Ésta vez tomó un trozo de carne y se lo ofreció,
su Prometida lo comió de inmediato. “En serio hiciste un buen trabajo”, recalcó la princesa y su
siguiente movimiento fue acariciar la cabeza de Suletta. “Gracias por ésta cita”.

La guerrera de inmediato sintió como si algo la hubiera golpeado con fuerza como nunca antes. Su
corazón se aceleró, de inmediato sus mejillas se incendiaron y ahora sí se notaba apenada como era
su buena costumbre, pero nada la haría alejarse de la delicada mano de su princesa. Sólo asintió
mientras bajaba ligeramente el rostro.

Miorine finalmente sonrió de manera triunfante. ¡Ahí estaba su nerviosa Suletta! Tenía una
sensación de plenitud en el pecho, no podía dejar de sonreír. El cariño pasó de la cabeza a la mejilla
de Suletta y ahí fue más suave, más cariñosa. Tragó saliva antes de poner un gesto travieso. “Oh,
veo que te gustan las caricias… ¿Qué pasa, Suletta Mercury? Sólo a los cachorros les gustan las
caricias como éstas”, dijo con un tono de voz que no sabía que tenía. Se desconoció a sí misma por
completo.

Suletta sólo pudo sentir con torpeza y pegó todo lo posible su mejilla a la palma de su princesa. No
podía hablar, la pobre estaba totalmente bloqueada. La mano de su Prometida tenía algo que la
dejaba quieta y a su vez la llenaba tanto. Era tan cálida. Cerró los ojos para disfrutar el momento.

“¿Acaso eres un cachorro?” Preguntó Miorine con su voz sedosa y un tono provocador, juguetón.
Algo en todo eso la hizo suspirar. “Si lo admites, puedo darte más cariños”.

“Y-yo…” Suletta no podía hilar ni dos palabras, toda ella se sentía derretir en la mano de su
princesa. Que además le hablara con esa voz hizo que todo por dentro le temblara. Sintió que la
caricia se detenía y eso la hizo fruncir el ceño, miró a su princesa con infantil reproche.

Miorine casi rió. Casi. En lugar de eso, su sonrisa se llenó de sí misma. ¿Cómo era posible que
pudiera tener en su mano a una guerrera tan poderosa? Se lamió los labios y pasó su pulgar por
donde aún podía verse una marca de su duelo con Guel. Sus ojos se entrecerraron de manera
coqueta y decidió hablarle al oído, en voz baja. No había nadie más además de ellas dos, pero
Miorine no quería que el viento se llevara sus palabras, se las quería dar a Suletta y a nadie más.

“Sólo di “Sí, princesa” y como premio seguiré con lo que estoy haciendo”, dijo cerca de su oído.
¡¿Qué rayos le pasaba?! ¿Por qué se sentía tan condenadamente bien haciendo eso? Para empezar,
¿de dónde había sacado la audacia de hacer y decir algo así? No tenía ninguna respuesta, sólo su
corazón que apenas le cabía en el pecho por culpa de una emoción sin nombre.
Suletta tembló. En serio tembló y fue notorio. Balbuceó un poco e intentó pegarse a la mano de su
princesa, pero ésta no lo permitió. La guerrera entendió que ya estaban en medio del juego. Su
corazón galopaba más rápido que Hermes en esos momentos. Tragó saliva. Nada en ella servía, ni
su cabeza ni su cuerpo y si respiraba era por simple instinto. Suspiró hondo y finalmente se
entregó.

No que tuviera pensado resistirse, por cierto.

“Sí, mi princesa”. Ni siquiera tartamudeó.

Fue el turno de Miorine de sentir que toda ella se desarmaba desde dentro. De nuevo ese golpe de
calor, la manera en que Suletta sujetaba su mano contra su mejilla para recibir la caricia prometida.
¡¿Qué rayos?! Miorine en serio no lo creía. Su mano se movió primero y notó la sonrisa de
contento de Suletta. Tragó saliva. Suletta Mercury no tenía ningún derecho a tener ese poder sobre
ella. ¡Miorine Rembran era la princesa de ese reino! Pudo sonreír de nuevo al sentir la calidez de la
mejilla de Suletta.

“Buena chica”, fue lo único que Miorine pudo decir mientras seguía acariciando la mejilla y la
cabeza de su poderosa guerrera. Se quedó así no supo por cuánto tiempo, quizá un par de minutos
que se fueron como agua entre las manos. Respiró hondo para componerse y finalmente la soltó.
“Terminemos de cenar, anda”.

“¡S-sí!” Respondió una feliz Suletta.

Para cuando quedaron satisfechas y ligeramente alcoholizadas ya había anochecido. Tenían las
estrellas encima, esa noche no había luna. Estaban tumbadas en la manta mientras miraban el cielo
y platicaban sobre las cosas que no podían escribir a detalle en una carta por falta de espacio.
Suletta no tardó en mencionar lo de la invitación al cumpleaños de Elan Ceres. Miorine, por
supuesto, frunció el ceño.

“N-no sé si d-debo ir o no”, dijo Suletta luego de un suspiro. “N-no soy b-buena en sitios c-con
mucha g-gente”.

Miorine le miró de reojo. “En tu caso, lo ideal sería que te presentaras y al menos dejes que los
otros nobles te conozcan. No necesitas quedarte tanto tiempo ni platicar con todos los que se te
crucen, con que te vean un rato debería ser suficiente”.
“E-entiendo”, Suletta volvió a suspirar y comenzó a jugar sus manos nerviosamente sobre su
regazo. Tan sólo pensar en ese escenario la ponía nerviosa. “¿D-debería llevar u-un regalo para L-
lord Ceres?”

“Sí, el protocolo lo pide. No debes esforzarte mucho en buscar algo, así que tampoco te presiones.
Con un ramo de flores basta, es el regalo tradicional”, notó lo que hacía Suletta y decidió tomar una
de sus manos para calmarla. Ahora estaban tomadas de la mano apropiadamente. Sonrió cuando
sintió a Suletta menos tensa.

Suletta asintió mientras enredaba sus dedos con los de la princesa. “¿T-tú no vas a i-ir?”

“Me mandan invitaciones por compromiso pero no asisto a ninguna reunión”, al menos no desde
que tenía edad de negarse al menos a esas órdenes. De niña se veía obligada a ir y desde los
catorce años ya tuvo la libertad de negarse. “Sólo estoy en las ceremonias reales, como aquella vez
en la arena durante el festival”.

Suletta asintió. Se sentiría más segura con su princesa a su lado, pero no podía depender siempre
de ella y tampoco la pondría en la incómoda posición de estar en un sitio donde no quería. Ya
suficiente tenía Miorine Rembran por el simple hecho de ser la princesa de Asticassia. Y de pronto
recordó algo. “N-no tengo un v-vestido para ir… Ah… D-debo ir con un v-vestido elegante,
¿verdad?”

“Sí, y no recuerdo que tengas alguno”, Miorine pensó un poco. “Te prestaré uno de los míos. Eres
más alta y corpulenta que yo, pero tengo un par que se pueden ajustar, quizá te queden”.

“¡M-muchas g-gracias!”

“Ven conmigo dos horas antes de la fiesta y te ayudaré a prepararte. Tú consigue las flores, que el
ramo no sea muy grande ni muy pequeño”.

“E-entendido”.

La brisa nocturna sopló y Miorine tembló de pies a cabeza. Suletta lo notó y de inmediato se sentó.
“¡Ah, d-debes tener f-frío!” Se dio cuenta que no tenía nada para taparla. Rápidamente la soltó para
quitarse la chaqueta.
“Suletta, espera, te dará frío”, Miorine intentó detenerla, pero su Prometida fue más rápida. Antes
de darse cuenta, ya tenía la chaqueta de Suletta en la espalda. De hecho la guerrera claramente
quería que se la pusiera bien, así que cedió. No pensaba hacerse la fuerte ante el frío, la princesa
podía ser terca pero no tonta.

“Regresemos, no quiero que te resfríes”, dijo una preocupada Suletta.

Ésta vez fue Miorine la que decidió hacer un infantil berrinche. “No me quiero ir todavía”, dijo con
enojo mientras se abrochaba la chaqueta. Huele a ti, pensó mientras notaba, con gracia, cómo la
prenda le quedaba bastante grande.

“P-pero…”

“Ningún pero”, reprochó la princesa una vez más y se volvió a tumbar con Suletta sobre la manta.
De hecho se recargó parcialmente en el pecho a su Prometida. Bastó respirar hondo para sentir el
cómodo aroma de Suletta y ese calor tan grande como su inmenso cuerpo. Sonrió por lo bajo.
“Sólo un rato más”.

“D-de acuerdo”, Suletta se quedó tiesa por unos segundos. Tenerla así de cerca y en esa posición
era un poco… Era algo con lo que no sabía cómo lidiar, así que simplemente se dejó llevar y su
primer impulso fue abrazarla parcialmente con un brazo para no romper la posición. Suspiró
hondo. “¿A-así está b-bien?”

“Sí”, fue lo único que respondió la princesa antes de cerrar los ojos. Esa comodidad le era casi
nueva. Casi. ¿Hacía cuánto que no se sentía tan bien?

Suletta pensaba lo mismo.

~o~

Lauda tenía los puños apretados mientras se mantenía a distancia de lo que sucedía a tan sólo unos
metros más adelante, en uno de los patios interiores de la mansión Jeturk. Guel estaba de rodillas
mientras vomitaba por culpa del esfuerzo. Llevaba entrenando desde la mañana bajo la supervisión
de un severo exsoldado contratado por su padre. Su hermano mayor apenas si podía mantenerse en
pie, llevaba varios días así y terminaba tan apaleado que, luego de comer y asearse, iba directo a
tumbarse a su cama, más de una vez el médico tuvo que atender sus lesiones y fiebres mientras el
chico dormía.

“¡De pie, Lord Guel!” Ordenó el soldado y él mismo lo obligó a levantarse sujetándolo por un
brazo. “Aún falta una hora de entrenamiento, si no lleva su cuerpo a su límite y lo sobrepasa, nunca
podrá superar su propia fuerza”.

Guel se limpió la boca con el antebrazo y asintió. Tenía el ceño fruncido y el cuerpo tembloroso
por el dolor y el esfuerzo. Desde el día anterior había dejado de rogar que lo dejaran descansar.
“¡Sí!” Tomó la espada de madera tirada a su lado.

“¡Bien, siga atacando!”

Guel gritó con pura fuerza de flaqueza y atacó a su maestro, que no tenía muchos problemas en
evadir y bloquear sus golpes. Incluso el soldado le recalcó sin piedad que había un abismo de
diferencia entre él y Suletta Mercury. Escuchar que esa salvaje tenía una fuerza y habilidad natural
para la batalla cada vez le dolía más en su orgullo. Perder dos veces consecutivas ante ella le
pesaba a Guel como una piedra atada al cuello.

El cansancio pronto le jugó en contra y un golpe en el hombro lo hizo soltar su espada, un segundo
golpe en el estómago lo dejó de rodillas sin aire y un tercer golpe en la espalda lo llevó otra vez al
suelo. Guel respiraba con fuerza mientras se sujetaba el estómago y el hombro. Todo le dolía.

“¡Guel, de pie!” Fue el grito de Vim mientras entraba al patio.

Lauda rápidamente intervino y se detuvo junto a su padre. A pesar de tener mucho trabajo
manteniendo en orden todas y cada una de las minas bajo su poder, el patriarca de los Jeturk
siempre se daba tiempo para ir con su hijo.

“Padre, buenas tardes”, saludó Lauda con una reverencia. Haría lo que fuera por bajar los ánimos
de su padre para que no fuera tan severo con Guel. “Deberías descansar un poco, has trabajado
toda la mañana”, dijo con una sonrisa.

Su estrategia funcionó.

“Necesitaré que me ayudes a organizar unos documentos más al rato”, dijo el hombre mientras
ponía una mano en el hombro de su hijo menor. Le daba igual que fuese el hijo de una aventura y
no le pudiera dar su apellido, Vim era un hombre de familia y quería a sus dos muchachos en casa.
Claro, esperaba distintas cosas de sus chicos. Miró a Guel con su gesto duro pero con la voz en
volumen más normal. “Levántate y sigue entrenando, pediremos otro duelo apenas estés listo”,
indicó. “Aún tenemos tiempo, así que más vale que te prepares bien”.

Guel, agradecido con esos segundos extra de respiro, se puso de pie entre quejidos que luchaba por
contener. “Sí, padre”.

“Bien”, Vim puso su mano en la cabeza de su primogénito de manera breve pero significativa.
Miró al soldado. “Cuando esté listo, dime”.

“Sí, milord”, respondió el serio soldado.

“Le ganaré a Suletta Mercury, padre, le haré pagar por todo”, dijo Guel con rabia. No pensaba
permitirse una derrota más ante esa salvaje salida de la última frontera del reino.

Vim asintió y luego miró a Lauda. “Te espero en mi oficina, pero primero pasa por té y algo de
comer a la cocina, trabajaremos mucho”.

“¡Sí, padre!”

El patriarca se retiró, sus hijos no lo perdieron de vista hasta que se fue. Lauda sintió que su
hermano le daba una débil palmada en la espalda, al verlo, Guel tenía una sonrisa que lo hizo
sonreír también.

“Gracias, Lauda”.

El menor de los hermano sonrió con singular alegría. “Sigue esforzándote, iré con padre a ayudarle
con el trabajo. No te preocupes por nada, yo me encargaré de todo lo que tú no puedas”.

“Te lo encargo”, dijo Guel, listo para seguir.

Lauda se retiró para hacer lo suyo, pero ya a solas en el pasillo no pudo evitar apretar los puños y
golpear con fuerza una mesa en su camino, asustando a un par de mozas que pasaban cerca. La
rabia se apoderó del corazón del joven una vez más.

“¡Suletta Mercury, maldita seas! ¡Haré que pagues lo que le has hecho a mi hermano!” Masculló
con genuino coraje.

Pero Lauda no era el único que pensaba en cobrarle algo a alguien, Vim Jeturk necesitaba a su hijo
entero y animado para volver a ser el Portador. Tendría que adelantar sus planes, por suerte aún
tenía tiempo.

~o~

“Por tanto, Su Majestad, si aumentamos la cantidad de grano para exportar a los vecinos y lo
incluimos en el siguiente tratado comercial, será cuestión de unos pocos años para aumentar las
ganancias del gremio de agricultura, lo que se va a reflejar en impuestos y en las arcas reales”, dijo
el entusiasmado representante, precisamente, del gremio de Agricultura.

“¿Y cómo pretenden aumentar la cantidad de grano?” Preguntó el Rey sin que el gesto le
cambiara. “Ya todos tienen las tierras asignadas y todas están funcionales”.

“Para ello necesitaremos expandir los territorios de ésta ciudad hacia las montañas, el clima es
adecuado y las aguas abundantes, sólo tendremos que preparar la zona para la siembra”, continuó
el hombre mientras señalaba dichas zonas en el mapa del muro. “Por supuesto, necesitamos su
autorización y permiso para comenzar la preparación de las tierras”.

Y por preparación, hablaban de talar las bases de las montañas y cambiar los cursos de los ríos para
facilitar el riego de los sembradíos, eso pensó Miorine mientras miraba el mapa desde su asiento en
la esquina. Frunció el ceño, sabía de la región gracias a los chicos del gremio, ahí había poblados
madereros no afiliados al Gremio de Comercio que cuidaban mucho las montañas y aprovechaban
los recursos de manera muy inteligente. Tenían permisos y pagaban sus impuestos de manera
diligente. Si los de Agricultura llegaban a esas tierras con su propia gente para trabajar los campos,
que era como se movían, ¿qué iba a ser de los pueblos madereros? Dudaba mucho que les
confirieran las tierras para trabajar. Ganas no le faltaban de decir eso, pero para sorpresa suya, su
padre retomó la palabra.

“¿Y cuál es su plan para acercarse a los poblados que ya están ahí?” Preguntó el Rey.

“¿Perdón?” El hombre pareció confundido por un instante.


“Ustedes deben saber que ahí ya viven madereros, ¿cuál es su plan con ellos?”

“Sus maderas no son para exportación, no son parte del Gremio de Comercio”, dijo el hombre con
clara falta de interés. “El Gremio puede encargarse de la parte que ellos surten”.

Y a un mayor costo seguramente. Esos madereros son los que surten la madera para los pueblos y
ciudades pequeñas, pensó Miorine frunciendo el ceño. Los pueblos sólo veían la madera de
exportación cuando la preparaban para embarcar, y para esas maderas tenían terrenos extensos al
norte. Obviamente esos idiotas sólo estaban pensando en sí mismos y el dinero para su propia
gente, no para la gente. Sólo para los suyos.

“Revisaré su idea una vez que lleguen con un plan más completo que tenga contemplada a cada
parte implicada, ¿entendido?” Dijo el Rey con un tono de voz que claramente sólo daba lugar a una
sola respuesta.

El hombre y su par de ayudantes se encogieron de hombros. “Sí, Su Majestad”.

“Retírense”.

Los tres se inclinaron y se fueron abrazando sus documentos desordenados, obviamente


descontentos por el rechazo. Miorine suspiró hondo y se relajó en su silla. Era la última reunión del
día. Se estiró de manera perezosa. Y como siempre, su padre se levantó de su escritorio sin mediar
palabra alguna. Miorine esperaba escuchar el sonido de la puerta cerrarse, pero no sucedió.
Levantó el rostro y notó que su padre le miraba por encima de su hombro.

“¿Tú aprobarías su plan así como está?” Preguntó el Rey de repente.

Miorine no dudó ni medio segundo. Se cruzó de brazos. “No, obviamente les falta planeación y─”
No pudo continuar, su padre simplemente se fue sin decir más. La princesa gruñó y se puso de pie
mientras agitaba los brazos furiosamente. “¡Al menos escucha a la gente cuando habla, carajo!” Se
revolvió el cabello antes de refunfuñar, calmarse y también salir de ahí. Tenía hambre, quería
volver pronto a su villa por una buena razón.

Mientras salía del castillo pensó en lo que escuchó en la reunión. Si esos idiotas no llegaban con un
plan que considerara de mejor manera a los pobladores locales, se enojaría seriamente con su padre
si aprobaba un movimiento así. Tenía una mano en el mentón y pronto supo qué hacer. Ya tenía un
plan, sólo quería asegurarse de que no hubiera nada torcido moviéndose por debajo de sus narices.
Gracias a los chicos estaba al tanto que los gremios y algunos otros grupos influyentes solían usar
tácticas sucias para lograr lo que querían. Bien, se aseguraría de que esos idiotas no quisieran hacer
algo contra los pobladores. Ya después lo platicaría con los chicos, de momento debía ir a comer
con su Prometida a su villa.

Sí, después de esa cena que compartieron en su cita, Suletta propuso cenar juntas todos los días
posibles y Miorine encontró la idea muy atractiva. Su alma solitaria se sentía muy a gusto con su
Prometida pero su mente le advertía que no debía acostumbrarse a la buena compañía. Y ella
misma se decía “sólo un poco más” antes de ceder a la estúpida sonrisa y las infantiles peticiones
de Suletta Mercury. Sus condenados ojos de cachorro no tenían rival.

Sólo un poco más…

~o~

Suletta le contaba con emoción sobre su trabajo del día y cómo Till y ella platicaron sobre el
comportamiento de los lobos mientras vigilaban a una manada. Matarlos se consideraba un signo
de mala suerte a menos que una vida humana estuviera en peligro. Quien los matara por una razón
que no fuera defensa personal, pasaría el resto de su vida con una sensación de persecución
constante que no aliviaría ni el sueño más profundo ni la borrachera más fuerte. Por supuesto,
estaban aquellos que no creían en eso y mataban a los animales sin remordimiento alguno.

“Son los más f-fuertes los que c-comen primero, a-así es como e-ellos se organizan”, dijo Suletta.
“Todos c-comen, pero los m-más débiles comen al f-final. Oh, y a los c-cachorros siempre l-les
toca una parte d-después”.

Era el mismo discurso de fuerza de costumbre, Miorine asintió y le ofreció un trozo de verdura a
Suletta, mismo que ésta comió con contento. Las chicas estaban sentadas una frente a la otra. La
cena la había preparado la cocinera de la princesa, Suletta llevaba una tarta de manzana de postre.

“Tengo entendido que tu gente usa pieles de lobo y de otros animales, ¿no le tienen miedo a la
mala suerte?” Preguntó Miorine al recordar lo que leyó en la crónica de guerra.

“No, p-porque nosotros n-no los matamos. C-cazamos junto c-con los otros a-animales y
compartimos l-las presas”, explicó Suletta con alegría. “Y c-cuando ellos saben que van a morir p-
por heridas o la e-edad, se alejan d-de sus manadas y se quedan c-cerca de nosotros, y n-nosotros
nos q-quedamos con sus pieles para v-vestir su f-fuerza, y también hacemos u-uso de sus huesos”.
“Eso es… Fascinante”, por decirlo de alguna manera. Miorine no tenía opinión sobre las
costumbres de la gente de Suletta, pero sin duda se ganaban a pulso la fama de salvajes. “¿Y tú por
qué no estás vistiendo una piel de esas?” Preguntó pero le sorprendió que Suletta se pusiera roja
como tomate y comenzara a jugar tontamente sus dedos entre sí. “¿Suletta?”

“Sólo l-los que están e-en un c-compromiso o casados p-pueden usarlas, porque n-necesitarán esa
fuerza p-para proteger a su g-gente”, dijo mientras hablaba cada vez más bajo. “E-es como una s-
señal de adultez”.

Aunque Miorine pudo escucharla, lo mejor era recordarle lo de siempre. “Habla claro para que te
entienda”, y entonces se dio cuenta de lo que Suletta realmente quiso dar a entender. Se sonrojó por
igual.

“L-le mandé u-una carta a m-mamá avisando d-de nuestro compromiso”, tomó aire de manera
exagerada y miró a su princesa. “A-aunque sea u-un acuerdo, q-quiero honrarlo s-seriamente”,
asintió. “S-sé que me m-mandará una piel”.

Miorine no sabía dónde esconder su rostro así que tomó un pan completo de la canasta y se lo
metió a Suletta en la boca. Mientras Suletta se peleaba con el pan y lo comía sin cuestionarse
siquiera, Miorine pudo taparse el rostro con ambas manos. ¡Serás idiota…! Lo mejor era cambiar
el tema.

“¿Estás lista para la fiesta de mañana?”

“N-no”.

Por supuesto que no. Miorine recuperó la compostura mientras estiraba lo suficiente su brazo para
alcanzar la mejilla de Suletta. Le dio una dulce caricia que devolvió la sonrisa de Suletta a su rostro
tostado. “Estarás bien”.

Suletta simplemente cerró los ojos y tomó la mano de su princesa para que no se alejara, al menos
no tan rápido. Su tacto suave tenía un efecto calmante en su ser entero. “G-gracias, mi p-princesa”.

CONTINUARÁ…
Depredadores
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Miorine no iba a mentir, le costó trabajo ayudar a Suletta a arreglarse y no precisamente por lo que
uno creería. Ver más de cerca la fuerte espalda y los brazos torneados de la guerrera fue mucho
para sus sentidos. También notó algunas cicatrices viejas en varias partes de su piel, clara señal de
una vida de constantes peleas y trabajos. Su Suletta era una guerrera de verdad, eso nunca iba a
negarlo y podría darse el lujo de presumirlo. Ganas no le faltaron de tocar alguna de esas marcas
pero resistió la tentación.

“Listo, ¿puedes respirar bien?” Preguntó Miorine apenas ajustó el vestido por detrás.

“Sí, a-aunque me aprieta u-un poco en el p-pecho”, dijo Suletta, apenada porque ese fue el único
vestido que le quedó. Eso sí, era un vestido despampanante en un color rojo intenso, hacía juego
con su cabello.

“Es normal, no es de tu talla, éste lo prepararon para mí por si crecía más”, comentó Miorine
mientras revisaba que todo estuviera en su lugar. Se encargó de ajustar bien todo. “Quizá crezca un
poco más, aún me quedan un par de años de desarrollo”.

Suletta se dejaba arreglar. El vestido estaba un poco apretado pero podía moverse con él. También
tenía zapatos a juego pero eran algo incómodos a pesar de que el tacón no era tan alto. Al menos
esos no le quedaban apretados. Le gustaba la tiara dorada en su cabello, por cierto. Los aretes los
sentía un poco pesados. Lo único de todo el conjunto que llevaba y que la hacía sentir cómoda era
tener a Aerial colgando en su cintura con un elegante cinturón de gala que le prestaron.

Se sentó en un banquillo cuando su princesa se lo indicó y sintió su rostro caliente cuando ésta se le
acercó y la sujetó por el mentón.

“Te pondré un poco de labial, nada escandaloso, no estás acostumbrada al maquillaje y ya debes
sentirte bastante rara vistiendo todo esto”, murmuró Miorine mientras abría su set de maquillaje.
Sabía hacerlo gracias a las mozas a su servicio.

“U-un poco”, Suletta estaba nerviosa, más al sentir cómo su princesa le aplicaba el labial con su
propio dedo. “P-pero debo m-mezclarme bien c-con los otros n-nobles”.
“Lamentablemente así debe de ser si quieres cumplir tu misión”, dijo una concentrada Miorine.
Debía enfocarse en aplicar correctamente en labial y no perderse en los labios de su Prometida.
Respiró hondo mientras procuraba no embarrar el maquillaje. “Como te digo, basta con que
saludes y te presentes, no sigas una conversación si no te sientes cómoda y cuida tus modales
mientras comes. Procura no beber demasiado, no me importa si tienes buena resistencia al
alcohol”.

Suletta asintió muchas veces a las indicaciones de su princesa apenas ésta la soltó. Al parecer ya
habían terminado de alistarla, se puso de pie y se miró a sí misma con nerviosismo. Era la primera
vez que se vestía de esa manera, justo como las doncellas de los cuentos que tenía en casa, pero
nunca imaginó que fuese tan complicado encarnar a una.

“¿M-me veo bien?” Preguntó Suletta con visibles nervios.

Miorine comprendía que Suletta se sintiera insegura, eso era totalmente ajeno a lo que
acostumbraba, así que sólo había una manera de ayudar a esa boba. La sujetó por el brazo y
prácticamente la arrastró hasta el espejo de cuerpo entero del baño. Notó la sorpresa de Suletta al
verse a sí misma. Se colocó detrás de ella y la sujetó por los hombros mientras se asomaba al
espejo por un costado de la guerrera.

“Mírate bien, luces hermosa”, dijo Miorine con voz suave, casi dulce pero firme. “Eres tú, Suletta.
Y admito que el rojo te queda bien”, agregó con tono analítico. “Te regalaría el vestido si fuera de
tu talla, pero mejor mandaremos a confeccionar uno para ti”.

Suletta asintió torpemente mientras sentía las mejillas arder. No se reconocía a sí misma, pero
verse así de bonita la puso contenta. Se giró y estuvo a punto de abrazar a su princesa, pero ésta le
detuvo poniendo una mano en su cara igual que la otra vez. Bajó los brazos mientras sonreía.

“G-gracias, mi p-princesa”.

“No tienes nada qué agradecer, eres mi Prometida”, dijo Miorine luego de soltarla y salir primero
del cuarto de baño. “Será mejor que te vayas de una vez para que no llegues tarde”.

“¡S-sí!”

“Ya pedí una carroza para que te lleve a la mansión de la Casa Grassley, con esa ropa no es buena
idea que vayas en Hermes, no podrás cabalgar”, dijo Miorine mientras se asomaba a la ventana. Sí,
la carroza ya estaba ahí. Miró a Suletta. “¿Lista?”

“N-no, pero l-lo intentaré,” dijo una nerviosa Suletta.

Miorine le sonrió a su Prometida. “Escapa y ganas una”.

“A-avanza y g-ganarás dos”, completó la guerrera con ánimos recuperados, fue por el ramo de
flores que había dejado en la mesa y se dirigió a la puerta principal. “Y-ya me voy, m-mi
princesa”.

Miorine asintió y Suletta finalmente se fue. La princesa suspiró hondo mientras se sobaba la nuca.
Estaba preocupada por Suletta, pero tarde o temprano debía hablar con esas personas, lo mejor era
dejarla navegar esas nuevas aguas por sí misma. A Miorine le tocaba hacer la carta a los chicos del
gremio explicando lo de su nueva misión. Lo bueno de tener a Suletta viviendo con los Terra era
que les podría hacer llegar sus misiones sin que ella tuviera que salir tanto. Admitía querer darles
una visita de cortesía, pero eso sería después.

Fue directo a su estudio para escribir el documento con todos los detalles que sabía para poder
organizar la misión con los chicos.

Suletta iba a estar bien, ¿verdad?

Eso quería pensar.

~o~

“Veo que te diviertes como siempre”, dijo Shaddiq luego de presentar sus respetos al cumpleañero
y dejar su regalo. En su caso, conocía lo suficiente a Elan como para darle un regalo personalizado:
una daga hermosamente fabricada con piedras preciosas de adorno.

“Y veo que tú no te has podido divertir tanto como te gustaría”, respondió Elan con una sonrisa
mientras admiraba la daga. La hoja estaba afilada, sonrió. “¿Acaso alguien te puso el pie mientras
hacías de las tuyas?”
“Hay dos o tres cosas que me gustaría guardarme”, respondió Shaddiq mientras se cruzaba de
brazos.

“No te puedes guardar muchas cosas, yo mismo vi cuando te llevaste a Suletta Mercury para hablar
a solas con ella luego del duelo con el idiota”, dijo Elan, guardando la daga en su funda y dejando
su regalo en la mesa a su lado.

“Digamos que no se puede razonar con alguien que tiene la visión tan estrecha, no pueden ver lo
que otros ven”, respondió el futuro general.

“Ahí estás mal, mi querido amigo”, respondió Elan de inmediato mientras miraba a las personas
disfrutar de la recepción, la comida y la música. “Cuando alguien tiene la visión estrecha, entonces
tienes oportunidad de mostrarles lo que quieras y no podrán ver nada más”, dijo, divertido.

Shaddiq se echó a reír. “Me alegra mucho tenerte de colega y no de enemigo”.

“Debo decir lo mismo, futuro General de Asticassia, bien sabes que tu encanto no me engaña”.

Compartieron una sonrisa. Shaddiq tuvo que retirarse al notar que un pequeño grupo de señoritas
moría por acercarse a él pero no se atrevían para no interrumpir su plática con el cumpleañero.
Shaddiq se disculpó para ir a atender a sus admiradoras. Elan puso un pequeño gesto de
aburrimiento, de verdad esperaba que alguien en especial llegara.

Y llegó.

Escuchó un pequeño escándalo cerca de la entrada y de inmediato fue. Imposible confundir ese
cabello pelirrojo aun en la distancia.

“¿Qué es lo que sucede?” Preguntó Elan a los guardias de la entrada.

“Milord Ceres, la invitada viene armada”, dijo el guardia señalando la espada.

Una nerviosa Suletta apretaba el ramo de flores con ambas manos. “N-no d-debo salir sin Aerial, s-
siempre debo llevarla c-conmigo”, dijo con la voz nerviosa de siempre.
“Permitan que entre, esa es una costumbre de sus tierras y debemos respetarla”, ordenó Elan y
señaló la funda de la espada. “Además la tiene en un cinturón de gala, la espada está asegurada y
no puede ser desenvainada. Viene con todas las cortesías correctas”.

Los guardias rápidamente permitieron la entrada de la chica luego de una efusiva disculpa. Suletta
les agradeció y entró a la enorme sala de fiestas detrás de Elan. Miró al joven apenas éste se detuvo
para mirarla y le ofreció las flores.

“F-feliz C-cumpleaños, Lord Ceres, m-muchas gracias p-por la i-invitación”.

“Ya te dije que puedes llamarme por mi nombre”, recalcó Elan mientras recibía el regalo. “Muchas
gracias por asistir, Lady Suletta”. Al ver que la chica sólo asentía, supo que sus habilidades de
socialización eran peor de lo que calculó en un principio. Sonrió. “Por favor, acompáñame, te
mostraré dónde está la mesa de bocadillos y las bebidas, espero te agrade la recepción y todo lo
que mi Casa está ofreciendo a mis invitados”, ofreció su brazo a la chica, pero ésta sólo hizo una
nerviosa inclinación mientras asentía. Comprendió que era muy pronto, así que lo dejó pasar.

Luego de dejar el regalo en la mesa junto con las otras tres docenas de ramos de flores, un educado
y sonriente Elan cumplió su palabra de mostrarle los sitios clave de la fiesta, incluso a dónde
podría ir si necesitaba “arreglar su cabello”. A Suletta le tomó diez minutos entender que con eso
último se refería al baño. La guía fue breve y Elan tuvo que disculparse para recibir a otros
invitados, lo que dejó a Suletta por su cuenta.

Comer no sonaba mal, así que fue primero a la mesa de bocadillos. Miró como lo hacían los demás
y procuró imitarlos lo mejor posible. Con un pequeño plato en manos, eligió lo que vio más
apetitoso y lo comió. No sabía nada mal, lo admitía, además todos esos postres lucían deliciosos.
Bebió una copa de vino que le ofreció un mozo y se entretuvo con la comida hasta que
eventualmente recordó que debía socializar.

Por cierto… ¿Acaso la estaban mirando mucho? Su instinto de guerrera le ayudaba a saber cuándo
era observada, vigilada. La sensación era incómoda y más de una vez tuvo que relajar sus hombros
para quitarse esa sensación. Qué raro, pensó mientras miraba a sus alrededores. Había muchas
personas platicando, riendo, algunas damas se abanicaban porque hacía un poco de calor, culpa de
tanta gente reunida. Y de nuevo volvió a sentirlo, ese piquete en la espalda. Volvió a voltear y notó
que había un grupo de mujeres más o menos de la edad de su madre que le miraban.

Avanza y ganarás dos, pensó mientras tomaba aire y ella misma fue a presentarse con las mujeres.
“B-buenas noches”, saludó con una inclinación, recordando al pie de la letra las lecciones de
cortesía de su princesa”.
“Habla claro para que te escuchen”.

Las mujeres correspondieron el saludo de la misma manera.

“Soy S-Suletta Mercury d-de la Casa M-Mercury, gusto e-en conocerlas”, continuó, se tropezaba
con sus propias palabras pero seguía.

Luego de escuchar que ellas se presentaban, Suletta notó que las mujeres volvían a su conversación
y la incomodidad la obligó a retirarse a seguir hablando con más gente. Procuraba a los que
estaban en grupos, muchos no seguían la conversación más allá de una educada presentación y eso
lo agradecía en parte, pero también los había que comentaban cosas que la hacían sentir incómoda
por una razón que no entendía.

“Oh, la Casa Mercury, he oído sobre eso”.

“Vaya, así que tú eres la Portadora”.

“No, no te conocía pero he escuchado de ti”.

“No eres como te imaginaba luego de escuchar todo el escándalo”.

Esas y muchas otras cosas la dejaban con la confusión en las manos y una extraña sensación en el
cuerpo. De nuevo esos piquetes en la espalda que la hacían retorcerse de incomodidad cada tanto.
Era como sentirse aplastada, no podía describirlo completamente. Fue por un vaso de jugo para
distraerse en algo que no fuera ser consciente de ser la presa de un cazador al acecho.

“Veo que no has estado quieta”, dijo de repente Elan, asustando a la chica sin querer… Y
regocijándose con ello. “Oh, lamento eso, Lady Suletta”.

“L-lo siento, Lord Elan”, se disculpó la guerrera como siempre. “Y s-sí, he estado d-disfrutando la
reunión, g-gracias”, a decir verdad no, pero no era correcto hablar mal de los invitados del
anfitrión.
“Me alegra mucho”, se aclaró la garganta. “Por cierto, ¿está bien si platicamos un rato?” Elan supo
que era el momento de hacer un movimiento ahora que Suletta Mercury parecía mejor ambientada
a la fiesta. “No sé si lo recuerdes, pero ya te había dicho una vez que tengo mucho interés en ti”.

“¡L-lo siento, y-ya estoy c-comprometida!” Gritó Suletta en pánico, ganándose las miradas de la
gente alrededor, rápidamente se disculpó y miró a Elan, roja.

Elan se echó a reír. “Sólo hablemos, ¿sí? Tómalo como si me dieras un regalo adicional de
cumpleaños”, dijo con una sonrisa galante y le ofreció el brazo a Suletta.

“Puedes negarte a la cortesía pero no será muy bien visto, depende de la situación y queda en uno
juzgarla”, fueron las palabras de su princesa en una ocasión, las recordaba. Miró a su alrededor,
todas las personas cercanas les ponían atención. La presión se sentía en el ambiente, la aplastaba.
Tomó aire y finalmente se sujetó del brazo de Elan Ceres. No estaba cómoda pero la presión era
más fuerte. ¿Cómo era posible que su princesa pudiera lidiar con toda esa tensión?

Un satisfecho Elan caminó junto con la invitada a uno de los balcones para poder hablar en
privado. Suletta estaba muy nerviosa y lo único en lo que podía pensar era que Elan quería
cortejarla de la nada. Literalmente le sobraban los dedos de una mano para contar las veces que
había hablado con él. Apenas quedaron a solas, se le soltó. Ya nadie les veía, así que incluso se
alejó seis pasos del joven.

Elan se echó a reír. “Sólo estoy curioso con respecto a algo, Lady Suletta”, dijo Elan sin dejar de
sonreír, volvió a acercarse a ella, pero procuró respetar la distancia que ella quería. Estaba en el
límite de lo que su invitada podía tolerar.

“L-lo escucho”, balbuceó Suletta, nerviosa.

“Sólo me gustaría ver tu espada”.

Eso sí sorprendió a Suletta. “¿P-perdón?”

“Sí, tu espada, me gustaría que me dejaras empuñarla y saber cómo se siente blandir algo tan
magnífico”, pidió el joven, un poco más serio. “En tu primer duelo con Guel”, estuvo a nada de
referirse al chico como ‘idiota’, pero se contuvo a tiempo, “cortaste su espada con tu espada y eso
no es fácil, conozco la calidad de las armas de los Jeturk. Simplemente me gustaría sostener tu
espada por unos momentos”.
Suletta de inmediato negó con la cabeza. “L-lo siento, n-no puedo. Aerial e-es mía, es p-parte de mi
s-ser, no la p-puedo dejar e-en manos de a-alguien más”, respondió con voz firme, al menos todo lo
que pudo. Por instinto llevó su mano a la empuñadura de su espada. “No p-puedo, p-perdón”.

Elan estaba al tanto de las costumbres de la gente de Suletta Mercury, pero no imaginó que en serio
tuvieran esas creencias tan arraigadas. Tuvo que pensar en otra manera de conseguir lo que quería.
Necesitaba esa espada en sus manos por unos segundos, sólo eso. Puso un gesto desilusionado que
de inmediato hizo efecto en la chica, lo supo al ver su cara.

“¿Lord Elan?”

“Comprendo que debe ser una enorme falta de respeto que alguien más toque tu espada, lo
entiendo y me disculpo por mi rudeza”, dijo mientras se inclinaba. “Sólo pensé que si podía sentir
la fuerza de tu espada con mis propias manos, podría hablar a los demás sobre todo lo que se
podrían hacer con los materiales de tus tierras”, al ver que el gesto en Suletta se ablandaba, supo
que había dado en el clavo. “Lamento la descortesía, no volveré a insistir, Lady Suletta”.

La guerrera tragó saliva. Si permitía que probaran su espada entonces no habría problema,
¿verdad? Si dejaba que todos hablaran de lo bueno que su gente y sus tierras podrían ofrecer,
entonces no tenía nada de malo prestarle su espada unos momentos, ¿cierto? Se convenció a sí
misma de ello y comenzó a desabrochar los seguros de la funda.

“P-puedo permitirle a A-Aerial unos m-momentos, puede b-blandirla si lo d-desea, pero t-tenga
cuidado, e-es pesada”, dijo Suletta mientras sacaba la espada de la funda.

Elan sonrió por dentro, triunfante, al ver que ella por fin había cedido. Y enseguida pareció
sorprenderse al ver que la chica pegaba la empuñadura de la espada a su cara y hablaba contra el
metal de la hoja. ¿En serio esos salvajes creían tanto en la voluntad de sus armas?

“Sólo u-unos momentos, Aerial, p-perdón por e-esto pero es i-importante, ¿de acuerdo? C-cuando
lleguemos a c-casa te daré m-mantenimiento”, dijo y besó la hoja. Se giró hacia Elan y le ofreció
la espada de manera bastante respetuosa.

Elan procuró mantenerse respetuoso o ella jamás volvería a permitirle el arma. Hizo una
inclinación educada y tomó la espada con ambas manos, era una empuñadura larga y ancha, hecha
para manos grandes. Demasiado grande para él. Al momento de levantarla sintió ese peso, era
como tratar de cargar un tronco. Se sorprendió aunque trató de no demostrarlo, ¿en serio Suletta
Mercury blandía esa arma incluso con una mano como si pesara lo mismo que una vara?

“Pesa como bien dijiste, tendré cuidado, lo prometo”, dijo Elan y vio asentir a la chica, que lucía
preocupada y ansiosa. Tuvo que darle la espalda un momento, había algo que necesitaba
confirmar. Respiró hondo de nuevo y comenzó a blandir la espada usando movimientos básicos de
batalla, ¡era complicado moverla! Pero fuera de ello, descubrió lo que realmente quería… Entre
más usaba la espada, más sentía su sangre hervir, podía sentir un cosquilleo en los brazos que no
era por el cansancio, podía sentir cómo la rabia comenzaba a crecer en su pecho.

De reojo miró su propio reflejo en el cristal de los ventanales del balcón y lo vio…

Sus propios ojos comenzaron a brillar en una suave luz clara, apenas visible pero estaba ahí. Tragó
saliva para calmar su cuerpo y de inmediato se giró hacia Suletta para entregarle su arma mientras
se mantenía con el cuerpo inclinado, como si estuviera cansado… Que lo estaba, pero no quería
que le viera la cara en ese momento. Su respiración agitada fácilmente podría hacerse pasar por una
de cansancio.

Una alarmada Suletta tomó su espada de inmediato y la metió a la funda. “¿Lord Elan, está bien?”
Intentó ayudarlo pero él se negó.

“Es cansancio, no pasa nada”, dijo entre agitadas respiraciones. Apretó la quijada por lo bajo y se
recargó en la baranda del balcón. Poco a poco todo su ser se calmaba. Normalmente el efecto no
era tan rápido, pero bastaron segundos para que el Gund-Arm de la espada comenzara a afectarlo.
La espada está maldita pero ella no, pensó. Cuando se sintió mejor, miró a Suletta con una
recuperada sonrisa. ¡Tenía tanto por hacer de ahora en adelante! “Muchas gracias, Lady Suletta”.

“¿En serio está bien?” Preguntó Suletta, aún en pánico.

“Estoy bien”, dijo, tranquilo como de costumbre. “Será mejor que asegures la funda de nuevo”,
indicó y la chica obedeció de inmediato. “Me retiro de momento, Lady Suletta, gracias por esto. Iré
a refrescarme un poco y seguiré atendiendo a mis invitados. Disfruta de la fiesta”, dijo con una
educada inclinación y se fue con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro que la guerrera ya
no pudo ver.

Suletta suspiró de alivio mientras se recargaba en la baranda y acariciaba la empuñadura de Aerial


con una mano. “G-gracias, Aerial, aunque n-no debiste p-pesarle tanto, l-lo sabes, ¿verdad? ¿Qué t-
tal si s-se lastima?” Reprochó la guerrera. Decidió darse unos momentos más antes de volver a la
fiesta. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? A su parecer ya era mucho tiempo, no era mala idea irse de una
vez, ya había hablado con todos los que pudo.
Decidió ir por una bebida y un postre más antes de retirarse. Se sentía cansada por alguna razón,
quizá era culpa de ese ambiente tan raro y las miradas que le echaban de cuando en cuando. Varias
personas le miraban con dureza y eso la hacía bajar el rostro de inmediato. Fue por su bebida y
postre, y mientras elegía algo dulce porque en serio lo necesitaba, su afinado oído pudo escuchar
algunas conversaciones en limpio a no mucha distancia.

“Esa chica no tiene nada qué ofrecer a éste reino”.

“Jumn, claramente esto sólo es un capricho de Su Majestad”.

“Alguien debería recordarle su lugar a esa salvaje”.

“No se preocupen, seguramente alguno de los otros jóvenes podrá vencerla, Lord Shaddiq podría
derrotarla cuando realmente lo desee”.

La mano de Suletta temblaba mientras tomaba un pastelillo de frutas. Tragó saliva, dio media
vuelta para escapar al balcón y chocó con alguien sin querer. Tiró su propia copa y, en el choque,
se mojó con la bebida de la otra persona y aplastó el postre.

“¡L-lo siento! ¡P-perdón!” Ni siquiera veía con quién se estaba disculpando, intentó arreglar el
desastre pero la obligaron a ponerse en pie, a quien tenía en frente era a una chica de cabello
castaño que parecía igualmente apenada.

“¡Oh, Lady Mercury, lamento mucho esto!” Se disculpó la chica de inmediato. Unos mozos
rápidamente fueron a limpiar el pequeño desastre, los adultos alrededor miraban todo con clara
desaprobación. “Venga, Lady Mercury, le ayudaré a limpiarse,” la chica la tomó por el brazo y
prácticamente la arrastró hasta uno de los pasillos en dirección a uno de los baños.

O al menos eso pensó Suletta.

De pronto la chica se detuvo apenas notó que no había nadie cerca y soltó a Suletta de manera
brusca. Una confundida guerrera miró a la chica y por instinto miró hacia atrás al sentir otra
presencia, era otra chica pero de cabello rubio cenizo, ésta le cerraba el paso. Y desde detrás de la
castaña salió un chico al que Suletta vagamente recordaba haber visto una vez… ¿Cuándo fue?
“Mira nada más, no puedo creer que una salvaje como tú haya derrotado a mi hermano dos veces”,
dijo Lauda con clara furia.

Suletta tragó saliva… ¿Qué era esa sensación de amenaza? ¿Por qué se sentía tan mal en ese
momento? ¿Por qué la atacaban? Ahora recordaba dónde había visto a ese muchacho, estuvo cerca
de Guel el día de su duelo en la plaza.

“Y-yo…”

“Mira nada más, es un desastre”, se burló la chica castaña. “¿Ya la viste, Petra?”

“Ya la vi, Felsi, cree que por usar un vestido de gala ya puede ser una dama noble”, rió Petra de
manera cruel. “Que estés aquí es simple compromiso, deberías quedarte en el agujero de dónde
saliste, Lady Mercury”.

Suletta se miró a sí misma, sucia de vino y de pastel. Intentó hacer algo pero sus manos se
quedaron en el aire mientras temblaba. ¿Qué era esa sensación? Eran como enemigos pero no eran
guerreros contra los que podía usar sus puños, mucho menos su espada. Sintió un nudo en la
garganta que le impedía hablar.

“Mejor aún, debería esconderse detrás de las faldas de la Princesa, después de todo, no es nada más
que su perro faldero”, se burló Felsi con las manos en la cintura.

“Suletta Mercury, por tu culpa mi hermano la ha pasado mal, ha quedado en ridículo ante toda la
ciudad. Por tu culpa no pudo venir a ésta celebración, por tu culpa no puede salir a las calles sin
que lo miren mal”, continuó Lauda mientras hablaba cada vez más fuerte. “Deberías volver a tus
tierras, después de todo no tienes nada qué ofrecer a éste reino”.

Suletta no podía ni levantar la mirada, apenas hacia contacto visual con alguno de los tres, estaba
indefensa y muda. No pudo contenerse, unas lágrimas salieron de sus ojos, pero eso no conmovió
en lo absoluto a sus agresores. Las chicas simplemente rieron a carcajadas mientras Lauda se
enfurecía más.

“¡¿Cómo es posible que una salvaje como tú derrotara al gran Guel Jeturk?!” Gritó Lauda.

“Porque ésta salvaje fue más fuerte, así de simple”, respondió una poderosa voz.
Todos voltearon, Suletta la primera porque era imposible no reconocer esa severa voz. Su princesa
estaba ahí.

Miorine caminó con pasos firmes, Felsi de inmediato se quitó de su camino y se reunió con Petra y
Lauda. Los tres se notaban nerviosos. La princesa cubrió a Suletta, quien se aferró a su vestido
mientras pegaba su frente a su espalda aunque para ello tratara de hacerse tan pequeña como se
sentía en esos momentos.

“Te recuerdo que tu hermano terminó en ésta situación por su propia culpa”, dijo Miorine, mirando
a los tres con desprecio. Tenía tantas ganas de hacerles tanto daño, pero tenía una mejor arma: sus
palabras. “Nadie niega que Guel Jeturk es fuerte, yo nunca lo he dudado, mi padre siempre lo ha
reconocido y la misma Suletta admiró su fuerza”, frunció el ceño, “que ustedes vengan a
defenderlo como si se tratara de un niño enclenque me hace pensar que ustedes no reconocen su
fuerza”, refunfuñó. “Me pregunto qué pensará si se entera que su hermanito y dos inútiles vinieron
a “defenderlo” cuando claramente él no lo pidió”.

Por mucho que Lauda y las chicas quisieran decir algo, no podían. No debían. Aunque Miorine
Rembran fuera una presencia sin poder de decisión en el castillo, seguía siendo la princesa del
reino. Sus palabras no carecían de verdad. Las chicas tuvieron que bajar el rostro ante la mirada de
hielo de la princesa Miorine, Lauda miró a un lado mientras tenía los puños apretados tan fuerte
que se clavó sus propias uñas.

“Su Alteza, nosotros─” Lauda intentó decir algo.

“¡Largo de mi vista! ¡Y si los vuelvo a ver cerca de MI Prometida, le haré saber a mi padre lo que
hacen con la guerrera a la que reconoce como la Portadora! ¡LARGO!”

Y los tres salieron corriendo. Miorine y Suletta se quedaron a solas en el pasillo.

Miorine tomó aire al escuchar los lloriqueos de Suletta. No dijo nada, sólo la tomó por el brazo
para llevarla al baño más cercano y asearla, pero nada pudo hacer al encerrarse con ella y hacer
que la encarara. Su Suletta era un desastre de lágrimas y mocos en ese momento, no quería levantar
el rostro. La princesa apretó la quijada.

“No llores”, dijo con voz dura mientras intentaba secarle el rostro con su pañuelo y un poco de
agua, pero era complicado si Suletta se frotaba los ojos constantemente. Le dolía verla llorar. “No
llores, Suletta”. Ver llorar a alguien tan fuerte y tan dulce dolía mucho.
“Yo… Yo no l-les hice n-nada… y… Y t-todos dicen esas c-cosas crueles y…” Suletta no podía
hablar sin que la garganta le doliera.

“¡No llores!” Gritó Miorine mientras la tomaba por las mejillas y la miraba con dureza. Con
amargura. “No dejes que vean que te lastimaron, no les dejes ver que tienen poder sobre ti, nunca
les des tus lágrimas”, continuó mientras usaba sus pulgares para secar sus mejillas… Mientras
recordaba cómo de niña sus propias lágrimas no ablandaron ni a su padre “No les dejes ver tu
debilidad, Suletta. Nunca lo permitas, no con ésta gente”.

Suletta intentó bajar el rostro pero su princesa no la dejó, en cambio, sintió cuando ésta pegaba sus
frentes. Miorine supo qué decirle.

“Suletta, ¿qué pasa cuando hay un animal débil o herido en un prado?”

“L-los o-otros a-animales lo”, hipó un poco por culpa del llanto, “lo acechan y l-lo atacan”.

“Exacto, Suletta”, Miorine siguió acariciando las mejillas ajenas. “Éstas personas tienen un arma
más fuerte que una espada”, tomó aire. “Tienen las palabras y el poder que no da una espada.
Suletta, no dejes que te afecten, no les dejes ver tu debilidad”, la princesa tomó aire, recordando
que todos siempre han hablado a sus espaldas y no con discreción. “Lamento mucho que lo
descubrieras así”, debí venir contigo, perdón, pero eso no lo dijo.

“¿P-podemos ir a c-casa?”

“Sí, larguémonos de aquí, pero primero hay que limpiarte”, respondió y rápidamente quitó las
manchas del postre y secó el vestido como pudo. Le costó limpiar el rostro de su Prometida pero
logró dejarla presentable. Para esconder las manchas del vestido, se quitó el chal y se lo puso a
Suletta. “Listo, nos despediremos de Elan y nos iremos”.

Suletta asintió varias veces y ambas salieron del baño de la mano, Miorine era la que guiaba el
camino. Llegaron con Elan, que justamente acababa de hablar con otros invitados.

“Su Alteza, muchas gracias por la hermosa rosa, aunque me pinché con una de las espinas”, dijo
Elan con una sonrisa.
“Deberías tener cuidado”, respondió con frialdad. “Con tu permiso, nos retiramos. Lamento haber
venido por poco tiempo, más cuando siempre hay gente agradable para conversar”.

La sonrisa de Elan se amplió. “Me basta y me honra haberla tenido en mi recepción, han pasado
años desde la última vez”.

“Y me verán seguido, lo aseguro”, Miorine hizo una escueta inclinación. “Con tu permiso”,
estrechó la mano de su Prometida. “Suletta”.

La voz de su princesa fue suficiente para espabilarla. “G-gracias por l-la invitación”, Suletta no
levantó el rostro pero pudo hablar.

Eso le bastó a Miorine, a Elan no le cambió el gesto.

Sin más, la pareja abandonó la mansión.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

Ahora tocó un poquito de drama x3 but don't worry, que no soy muy fan del drama
excesivo. Ésta escena estaba planeada casi desde que comencé el fic u_u ellas estarán
bien, lo prometo.
Lo que Sopla en la Distancia
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

“Éste sin duda debe ser el mejor regalo de cumpleaños que he recibido el día de hoy”, dijo Elan
con una sonrisa complacida, “la presencia de Su Alteza Miorine Rembran y una rosa de su jardín
privado”, jugaba la rosa de colores rojizos y blancos en su mano.

“Tenía un poco de tiempo libre para venir, es todo”, respondió Miorine con gesto serio, luego miró
a Shaddiq, que estaba platicando con Elan en el momento que llegó. “Aunque no me quedaré
mucho”, avisó y no tenía ninguna intención de explicar más.

“Me alegra verte de nuevo en una fiesta de gala, Su Alteza”, dijo Shaddiq, sonriente. “¿Me
concederías un baile ya que estás aquí?”

“Tal vez lo hubiera considerado si fuera la primera de la noche, pero no pretendo esperar en la
fila”, respondió la princesa, señalando de reojo a las doncellas que pacientemente aguardaban por
la oportunidad de acercarse al futuro General.

Shaddiq se echó a reír, Elan sólo mantuvo su sonrisa socarrona. Miorine ya había tenido suficiente
de esos dos, así que se cruzó de brazos. “¿Han visto a mi Prometida?” Suletta no debería ser difícil
de localizar, era como un rojo y gigantesco tomate andante, imposible perder de vista, pero no la
vio desde que entró y eso la preocupó. Notó que los chicos se miraban entre sí de manera
sospechosa y frunció el ceño. “¿Dónde está?”

Elan señaló uno de los pasillos. “Se fue en esa dirección e iba muy bien acompañada de una
protegida de los Jeturk”.

Eso puso a Miorine alerta y fue de inmediato. Caminar rápido en tacones no le era problema, el
vestido azul que se puso a prisa tampoco estorbaba así que casi se echó a correr. Elan y Shaddiq
sólo sonrieron mientras la princesa se perdía de vista entre la gente.

“Espero que haya algo de Lady Suletta para rescatar”, comentó Shaddiq con diversión.

“Eres un desgraciado, debiste ir a detenerlos”, dijo Elan con una risa pequeña. “Se supone que eres
el futuro General y debes proteger a la gente”.
“Lo mismo digo, tú eres el anfitrión de ésta fiesta, es tu deber ver por tus invitados”, respondió
Shaddiq de inmediato, igualmente divertido.

Por su lado, Miorine encontró lo que tanto temía: Suletta siendo víctima de esas malditas serpientes
venenosas.

~o~

La princesa fue capaz de respirar de alivio apenas llegaron a su villa. No había soltado la mano de
Suletta y no lo hizo sino hasta estar seguras dentro de las cuatro paredes de su casa. Miró a su
Prometida y suspiró hondo, bastante discreta.

“Es muy tarde para llamar a la moza y casi incendié la casa la última vez que intenté preparar el
baño”, dijo Miorine con una voz firme que hizo reaccionar a Suletta. “¿Sabes calentar el agua de la
bañera?” La vio asentir un par de veces. “Bien, ve y hazlo, necesitas una ducha o quedarás
pegajosa. Usarás la misma bata de dormir que te presté antes”.

“S-sí, mi princesa”, respondió Suletta, desanimada aún. Imposible ocultarlo.

Miorine frunció el ceño, se acercó a ella y la tomó por las mejillas con firmeza. Miró sus ojos,
seguían rojos por el llanto. “No tardes, te esperaré en la mesa, ¿entendido?” Y para remarcar sus
palabras, acarició las mejillas de Suletta con sus pulgares. Finalmente le sonrió. “Te quedarás aquí
ésta noche, tal vez te dé un premio si te portas bien”.

Suletta sintió cómo sus mejillas comenzaban a quemar y asintió torpemente, incluso recuperó la
sonrisa. “¿P-puedo quedarme e-en tu c-cuarto?”

“¡Pero qué atrevida!” Respondió Miorine con la misma sonrisa divertida. “No es correcto que te
quedes en la misma habitación que tu Prometida, aún no estamos casadas”.

La guerrera rió. “No, p-pero somos a-amigas y las amigas p-pueden estar en el m-mismo cuarto”,
respondió cada vez más animada.

Fue el turno de Miorine de sonrojarse. Como pudo se compuso. “Pasamos de Prometidas a


conocidas y luego a amigas, siento que estamos haciendo las cosas al revés”, comentó con gracia.
Finalmente le soltó la cara. “¿Qué me vas a pedir después, Suletta Mercury?”

Suletta lo pensó dos segundos. “Q-que demos un p-paseo por la c-ciudad… Del b-brazo”.

“En serio que eres atrevida”, alborotó el cabello de Suletta. “Anda, ve a asearte, te espero en la
cocina, y como me hagas esperar mucho, te saco de mi casa”. Eso lo dijo con toda la intención de
hacer que Suletta no pensara demasiado en lo que acababa de pasar en la fiesta. Su Prometida era
una chica nerviosa e insegura, temía que le fuera a dar muchas vueltas al asunto si se quedaba a
solas con sus pensamientos. Lo mejor era darle algo para distraerse.

“¡S-sí, mi p-princesa!” Respondió una animada Suletta y fue corriendo a preparar el agua de la
bañera. Sabía hacerlo, le tocaba esa tarea un día a la semana con los chicos del gremio. Al fin
estaba sonriendo. Pensar en lo genial y fuerte que era su princesa no dejaba de asombrarla. Cada
vez que repasaba todo lo que había sucedido durante la fiesta, le sorprendía que su princesa supiera
lidiar con semejantes oponentes. Miorine Rembran peleaba con sus palabras, no con una espada.
Nunca había visto a alguien tan poderosa.

Además le gustó verla con ese vestido. Se veía hermosa.

De pronto sintió mucha vergüenza al ver cómo había quedado el vestido que le prestó, recordó que
le dijeron que no importaba si usaba un vestido bonito, no iba a ser como ellos. Pensar en eso le
quitó la sonrisa del rostro, al menos hasta escuchar de nuevo la voz de su princesa en su cabeza.
Suspiró hondo. “Culpa tuya si dejas que te afecten”, le dijo Miorine una vez y ahora entendía esas
palabras en toda su extensión. “Sólo escucha lo que yo te digo”, y lo que su princesa le dijo fue que
se veía hermosa con el vestido.

Sonrió como tonta, pensar en ella hacía más fácil todo.

Por su lado, Miorine aprovechó cuando Suletta entró propiamente al cuarto de baño a asearse para
ir al invernadero y cortar algunos tomates maduros listos para comer. Su cocinera le enseñó a
preparar bocadillos simples por si sentía hambre, tenía ingredientes y no quemaría nada en el
proceso. Primero se cambió la ropa por su bata de dormir. El bocadillo de esa noche: mitades de
tomate con queso y una tira de jamón ahumado, y como toque extra, un poco de aceite de oliva.
Preparó bastantes, ella misma no había cenado y seguramente Suletta sentiría hambre luego del
enfado que sufrió en la fiesta.

Calculó que ya había pasado suficiente tiempo, lo mejor era apurar a Suletta para no dejar que se
ahogara con sus propios pensamientos. “¡Suletta, apresúrate!”
“¡E-enseguida voy!” Respondió Suletta desde el baño y salió a los diez segundos, llevaba puesta la
bata de dormir y una toalla en su cabello que aún estaba un poco húmedo. Al llegar a la cocina se
detuvo en seco al ver una charola llena de bocadillos hechos con tomates. Su sonrisa se hizo
enorme, ¡olía tan bien! ¿Qué aroma era ese? “Se ve delicioso”.

“Y más vale que te gusten, ¿entendido?” Advirtió la princesa, Suletta se veía mejor de lo esperado.
“Mi cocinera me enseñó a hacerlo, no es complicado”, se encogió de hombros.

Suletta no esperó más y comió uno de una sola mordida. Su mirada pareció brillar mientras
masticaba. “¡Está d-delicioso!” Exclamó con alegría y de inmediato comió otro.

Miorine se sorprendió un poco por la reacción de Suletta e igualmente comió uno de los bocadillos
y, sí, sabían bien. Es decir, era algo simple de hacer, eran los ingredientes de siempre pero ésta vez
el sabor era más marcado. No entendía por qué, pero lo mejor era comer antes de que esa glotona
se acabara todo. “Usé todo el queso y el jamón que tenía, si aún tienes hambre, tendrás que
arreglártelas con lo que encuentres en la cocina”. Suletta se sentó a su lado.

“Con e-esto está b-bien, mi p-princesa, g-gracias”, respondió Suletta entre bocados, para enseguida
mirarla con mucha vergüenza. “P-perdón por arruinar e-el vestido”.

“Los vestidos se lavan, Suletta, no pasa nada”, respondió Miorine de inmediato. Suspiró hondo.
“¿Quieres hablar de lo que pasó en la fiesta?”

Suletta asintió. “Ellos d-dijeron que s-soy una s-salvaje y q-que no tenía nada que o-ofrecer”, al
menos eso era lo que parecía más importante. “Y q-que nunca p-podría ser una d-dama como las d-
demás”. Y respecto al asunto de la familia de Guel Jeturk no sabía qué pensar, sólo estaban
enfadados por la derrota del chico pero al final su princesa tuvo razón.

Miorine miró a Suletta con suavidad. “No están mintiendo”.

Esas palabras descolocaron un poco a la guerrera, casi se le cayó un trozo de queso de la boca, pero
su princesa fue más rápida, lo atrapó y se lo dio directo en la boca para que lo comiera. Y eso hizo,
lo comió antes de seguir hablando. “N-no entiendo, mi p-princesa”.

“Te explicaré”, Miorine puso un gesto seguro, confiado. “Eres una guerrera, no una dama noble
normal y en todo caso tampoco necesitas serlo”, lamió un poco del aceite que le quedó en el pulgar,
“para ellos eres una salvaje y eso no tiene nada de malo. Tú creciste en otro sitio, es normal que no
seas como las otras damas”.

Suletta seguía confundida pero de alguna manera las palabras de su princesa la hacían sentir un
cálido sentimiento en el pecho. “Mis t-tierras están v-vacías… Ellos tienen r-razón, no hay n-
nada…”

Miorine picó suavemente la punta de la nariz de Suletta con su dedo índice. “Tus tierras no tienen
nada… Aún”.

La guerrera abrió los ojos como platos al comprender, al fin, lo que su princesa quería darle a
entender. “P-pero pueden tener m-mucho”. Sonrió con recuperado entusiasmo.

“Exacto. Cada vez que alguno de esos imbéciles diga que no tienes nada para ofrecer…”

“¡L-les diré q-que mis t-tierras pueden d-dar m-mucho! ¡Les d-diré que hay m-muchas p-
posibilidades!” Exclamó, contenta.

“Así es”, miró a su prometida. “Tú no tienes nada qué ocultar y esa es tu mejor arma contra esa
gente. Tú eres una guerrera y eso nunca va a cambiar, por esa simple razón siempre serás una
salvaje a sus ojos. Tus tierras tienen mucho potencial para ser aprovechado y eso es algo que todos
tienen qué ver”, sonrió. “Da igual lo que digan a tus espaldas o lo que te digan de frente, lo que
dicen de ti es lo que muestras a todos y lo que eres no tiene nada de malo”.

“¡Mi princesa…!” Una feliz Suletta intentó abrazarla y de nuevo fue detenida con una simple señal
de su princesa. Se echó a reír y regresó a su sitio. “G-gracias”.

“La siguiente vez que vayamos a alguna de esas fiestas”, porque por cortesía seguirían recibiendo
invitaciones, “actúa como si nada hubiera pasado, demuéstrales que no fue nada. Saluda y has lo
tuyo, que sepan que eres más fuerte”.

“E-entendido, mi p-princesa”, y entonces le cayó la pedrada. “¿D-dijiste ‘v-vayamos’?”

“Sí, eres la Portadora, eres mi Prometida, no puedo dejar que alguien más se te acerque”, murmuró
con fingida falta de interés, siguió comiendo.
Suletta hizo memoria de lo otro sobresaliente que le sucedió en la fiesta, precisamente con el
anfitrión. “Lord Elan me pidió usar mi espada y lo dejé”.

Miorine casi se atoró con su bocado, miró a Suletta con sorpresa. “Pero nadie puede tocar tu
espada, tú misma le das mantenimiento”, lo recordaba bien gracias a las cartas.

“Me d-dijo que q-quería sentir s-su fuerza y q-que quería hablar b-bien de los m-materiales con los
q-que estaba hecha. Que e-eso me a-ayudaría a que c-conocieran más de mi t-territorio”, explicó,
repentinamente nerviosa. “¿E-estuvo mal?”

La princesa se frotó un poco el rostro. Sabía que Elan era una maldita serpiente venenosa que sabía
guardar muy bien sus verdaderas intenciones. “¿Sólo pasó eso?”

“S-sí. P-pensé que q-quería cortejarme y le d-dije que e-estoy comprometida”.

Lo más sano era no tratar de adivinar lo que Elan buscaba, lo mejor era estar con Suletta y
averiguarlo por sí misma. Incluso si el idiota en serio quería cortejar a Suletta, entonces…
¿Entonces qué hago? Pensar en eso la hizo alejar la mirada un momento. Suletta era su Prometida
gracias a un acuerdo mutuo pero ¿en serio retendría a Suletta de manera egoísta y evitaría que
conociera a alguien especial con quien sí pudiera casarse? Se mordió un labio.

Por su lado, al ver que el gesto de su Princesa había cambiado, Suletta tomó sus manos de
inmediato y las acunó suavemente entre las suyas. Le sonrió a su princesa apenas ésta le dirigió la
mirada. “D-de donde v-vengo, esto se r-respeta”, dijo suavemente. “Eres especial p-para mí. L-lo
que quieras hacer d-de mí después, es asunto n-nuestro”.

Miorine sonrió, rendida. “¿Y si por ahí aparece alguien que sea mejor para ti, Suletta Mercury? ¿Y
si se aleja porque estás conmigo? ¿Y si tú quisieras acercarte a esa persona pero no lo hicieras por
mantener nuestro trato?” La miró directo a los ojos. “¿Y si yo no quisiera a esa persona cerca de ti
por alguna razón?”

“P-primero… E-esa persona t-tendría que s-ser mejor que t-tú, y más a-atractiva, y n-no creo que
exista a-alguien tan p-perfecto”, sentenció la guerrera con seriedad.

Miorine sintió que el corazón le daba un vuelco. El calor se le subió al rostro y soltó a Suletta de
golpe. Lo único que atinó a hacer fue comenzar a revolverle el cabello a falta de una mejor
reacción. “¡Serás idiota!” Estaba tan roja que ni siquiera encaraba a su Prometida.

“¡P-perdón!” La guerrera sólo atinó a sujetarla de los brazos, sin detenerla.

“¡No digas esas cosas!”

“¡P-pero es v-verdad!”

Pelearon un poco más antes de que Miorine se levantara de su sitio, no miraba a su prometida.
“Vamos a dormir, anda, es tarde”.

Suletta estuvo a punto de decir que sí pero enseguida negó al recordar algo importante. “D-debo
hacer a-algo antes d-de dormir, mi p-princesa, te alcanzo en un m-momento”.

Miorine le miró de reojo, no sabía qué era eso que debía hacer Suletta pero igualmente se encogió
de hombros y asintió. “De acuerdo. Si ocupas algo, siéntete libre de tomarlo, lo sabes”. Ahora que
hacía memoria, lo mejor era guardar el joyero donde tenía las cartas de Suletta antes de que ésta la
viera. No tenía la fuerza para soportar otra de sus tontas y enormes sonrisas, y tampoco otro intento
de abrazo.

La guerrera hizo caso de las palabras de su princesa. Conocía lo suficiente la casa para saber dónde
podía encontrar pluma, tinta y algo para escribir. No podía terminar el día sin antes escribir la carta
diaria a su princesa. Tan feliz estaba que era como si lo sucedido en la fiesta hubiera ocurrido hace
mucho tiempo y no hace una hora. Suletta no era una luz en pensamiento, pero si algo era capaz de
entender, era que Miorine Rembran ocupaba muchos de sus pensamientos y gracias a eso todo era
más agradable. Se sentía segura a su lado.

Por su lado, Miorine se tumbó en su cama luego de guardar su pequeño cofre del tesoro. No sabía
qué era lo que Suletta quería hacer pero verla recuperada la calmó. De hecho, pensar en Suletta
solía calmarla mucho, le distraía los pensamientos en algo que no fuera su día a día como la
princesa trofeo de ese reino. No supo cuánto tiempo pasó, sólo que bostezó y eso la sorprendió un
poco, normalmente el sueño comenzaba a atacarla un poco más tarde. Las reuniones sociales
realmente la drenaban mucho, ahora recordaba por qué no asistía a ninguna. Tonta Suletta, ahora
por ella debía ir otra vez a fiestas y recepciones.

Miorine mascullaba algunas malas palabras entre labios cuando Suletta entró a la habitación. Le
miró con enojo y con los brazos cruzados. “Al fin”.
“L-lamento la t-tardanza”, en realidad se tardó unos pocos minutos, “pero debía ha-hacer esto
primero”, dijo una seria Suletta y le extendió la carta que acababa de escribir.

La princesa sintió como si le hubieran movido el suelo. ¿En serio esa torpe chica era tan detallista?
Tragó saliva mientras sentía sus mejillas arder. Le arrebató la carta de las manos de manera brusca,
se sentó bien en la cama y le dio la espalda para poder leerla.

Suletta esperó de pie junto a la cama, obediente, vigilante, atenta… Y feliz de ver que las orejas de
su princesa estaban rojas. Sonrió ampliamente, no pensaba en nada en realidad, sólo en lo feliz que
estaba de ver la reacción de su Prometida. Un agradable cosquilleo le atacó la barriga y comenzó a
jugar con su propio cabello mientras esperaba.

Mi Princesa:

Hoy fue un día complicado, estuve nerviosa desde la mañana pensando en la fiesta. Los chicos me
dijeron que tratara de divertirme, pero no pude.

Estar ahí se sintió raro, pesado, no sé explicarlo, pero era como si algo enorme me aplastara y no
me dejara respirar bien.

Me sentí sola en la fiesta. Sé que no debo depender de ti y debo esforzarme por mi misma, pero
cuando llegaste supe que todo estaría bien. Eres muy lista y maravillosa y eso hace que quiera
hacer más por ti, tanto como tú haces por mí.

Me gustó mucho cómo te veías en tu vestido, también sentí tu aroma, siempre has olido bien.

Lamento que sea una carta tan corta, pero la mano me sigue temblando.

ATTE. Suletta.

Miorine sintió ganas de gritar, de lanzarle algo a Suletta, aunque fuera una almohada pero no pudo.
Pegó la hoja a su cara y respiró hondo. Esa grandísima idiota no tenía ni una pálida idea de todo lo
que estaba haciendo y eso la enfadaba. Respiró hondo. Se puso de pie con mucha dignidad y dejó
la carta en su tocador. ¿Suletta Mercury quería jugar rudo? Bien, jugarían rudo. Miorine Rembran
era la princesa del Reino de Asticassia y lo iba a demostrar.

Le miró por encima de su hombro, la guerrera seguía de pie junto a la cama, sin moverse y con ese
gesto bobo en el rostro. Sonrió de medio lado y se cruzó de brazos.

“Entonces… ¿De verdad pretendes meterte en mi lecho antes de casarnos?” Preguntó, claramente
provocando a la guerrera. “¿Quién te crees, Suletta Mercury?”

“T-tú Prometida”, respondió una nerviosa Suletta, firme como soldado y roja como tomate. Ese
tono de voz de su princesa la hizo temblar por dentro.

“Buena respuesta”, dijo Miorine mientras volvía a su cama, de hecho se sentó en ella cerca de
Suletta. “Es bueno saber que conoces tu lugar, pero si realmente quieres estar aquí, tendrás que
hacer lo que te diga”, tragó saliva y acarició la mejilla de Suletta. Su pecho casi estalló al escuchar
la inmediata respuesta de su Prometida.

“Sí, mi p-princesa”.

Ese era el juego.

“Deberías tener un poco más de dignidad y dejar de comportarte como un lindo cachorrito”,
Miorine no sabía de dónde salían esas palabras, seguramente de lo más profundo de su corazón
alborotado. Le gustaba mucho cómo Suletta se entregaba a la caricia y la disfrutaba. Su mejilla era
cálida.

“E-estoy c-contigo, s-soy tu prometida… Eso… Eso m-me basta”.

Miorine sonrió. “Bien, dije que te daría un premio si te portabas bien, te has portado bien, así que
ayúdame a apagar las lámparas y ven a acostarte, fue un día largo”.

Suletta asintió muchas veces y apagó todas las velas de las lámparas del cuarto hasta quedar sólo
con la débil iluminación de la luna que entraba entre las cortinas. Torpemente regresó a la cama y
se recostó a medio metro de la princesa. Suletta comprendía que su Prometida aún tratara de
mantener cierta distancia, eso sabía respetarlo. Lo que la puso feliz fue que la princesa volviera a
acariciar su mejilla y cabello. Sujetó delicadamente la mano que la tocaba con tanta suavidad y
calidez.
“¿P-puedo?” Preguntó Suletta, esperando que ella comprendiera lo que quería.

Miorine no sabía qué quería Suletta pero confiaba en el momento y también en la guerrera.
“Adelante”, y sonrió al sentir un suave beso en sus nudillos. Sólo uno antes de que Suletta le
permitiera seguir con las caricias en su rostro y cabeza. “Buena chica. Hiciste un gran trabajo hoy,
Suletta. No sientas vergüenza por lo que sucedió en la fiesta”, pasó sus dedos con dulzura entre el
cabello rojizo de su prometida. “Ganaste dos el día de hoy”.

Suletta sonreía tanto y estaba tan feliz que sólo pudo asentir. Ser felicitada por su princesa era el
mejor premio de todos. “G-gracias”.

“Hasta mañana, Suletta”.

“Hasta m-mañana, mi p-princesa, d-descansa”.

Y por fin pudieron dormir.

~o~

Nuno, Ojelo, Aliya y Chuchu se preparaban para partir.

La carta con la nueva misión ordenada por la Princesa Miorine era un poco más urgente ésta vez,
sobre todo porque parte de la familia de Nuno vivía en uno de los pueblos madereros en cuestión.
De momento era una misión de reconocimiento y todos esperaban que realmente no fuera nada
malo, pero si algo sabían los chicos del Gremio, era que las sospechas de la Princesa siempre
estaban bien fundadas.

Ya tenían todo listo: caballos, dinero para el viaje que les mandó la princesa por medio de Suletta,
provisiones suficientes para minimizar el gasto y un veloz y resistente halcón mensajero que
podría llevar el reporte de lo que encontraran lo más rápido posible.

No había necesidad que fuera todo el equipo, Suletta tampoco en todo caso, ella cubriría el trabajo
de Chuchu como escolta y además ya le habían llegado varios desafíos por su posición como la
Portadora. Al parecer todos esperaron a que las aguas se calmaran un poco antes de comenzar a
probar su suerte y espadas contra la Heredera de la Casa Mercury.

“Nosotros nos encargaremos de todo aquí”, dijo Martin luego de revisar de nuevo que sus
compañeros llevaran todo lo necesario para el viaje. Les tomaría cuatro días como máximo llegar a
su destino. “Recuerden las instrucciones de Su Alteza, de momento sólo es una misión de
reconocimiento, no hagan nada a menos que la situación lo pida”.

“Trataré de no romperle la cara a nadie”, dijo Chuchu de manera jocosa.

“Yo sólo espero que mi familia esté bien”, murmuró Nuno luego de un hondo suspiro.

“Ellos estarán bien”, Ojelo desacomodó el gorro de su amigo a propósito para distraerlo un poco.
“Podremos saludar a tu familia y hacerles saber que estás bien”.

Aliya terminó de asegurar a Teru, su mejor halcón mensajero. El ave estaba entrenada y preparada
para seguirlos a vuelo y descansar cerca de ellos al anochecer. Ella misma entrenaba a todas las
aves mensajeras y todo el equipo agradecía su labor. “Ya estamos listos para partir”, dijo y miró a
sus compañeros que se quedarían. “Les encargo a mis chicos, por favor”, hablaba de los animales.

“Cuidaremos de ellos, ustedes vayan”, dijo Nika con un tono tranquilo de voz. Señaló a Suletta con
su pulgar. “Ésta señorita en especial se encargará de las gallinas y las cabras”.

Suletta asintió muchas veces con graciosa seriedad. “Ya aprendí a-a ordeñar a las c-cabras”.

“Será mejor que partan de una vez para que avancen todo lo posible, el clima les favorecerá
mientras los vientos no cambien”, dijo Till con la seriedad de siempre. “Pero si ven nubes grises
desde el oeste, busquen dónde guardarse, es posible que llueva”. Predecir el clima se le daba
bastante bien a decir verdad.

“Ya lo escucharon, andando”, indicó Chuchu y fue la primera en hacer correr a su corcel. Pronto
los demás le siguieron y no tardaron casi nada en desaparecer de vista.

Nika miró a Suletta. “¿A qué hora es tu duelo?”


“Al a-atardecer”, respondió Suletta de inmediato. “S-será e-en la arena”.

“Iremos a verte, Ojelo nos encargó apostar en su nombre y no nos perdonará si llega y no ve
ganancias”, dijo Martin y se echó a reír.

“Después de ese, tienes otros tres duelos pendientes, Suletta”, avisó Lilique, que se tomó como
trabajo personal organizar los duelos de Suletta apenas llegaron las cartas de reto a las puertas del
Gremio. Recibiría un pago por ello de parte de la princesa, por cierto. Además daba por hecho que
su amiga ganaría, así que, “dependiendo de cómo termine tu duelo de hoy, el siguiente podría ser
en tres días o en una semana”.

Suletta sonrió como tonta. “Mi P-Princesa dijo que l-le avisara las f-fechas de los duelos, ella d-
debe estar presente”, y su plan era ganar cada uno de esos duelos para recibir una sonrisa y quizá
un poco más como premio de parte de su Prometida. Sin embargo, no tardó en ver por donde se
fueron sus amigos. “¿Estarán b-bien?”

“Sí, no es la primera vez que hacemos éstas misiones”, dijo Nika, dándole una palmada en la
espalda a Suletta. “Y más peligrosas, pero ella nunca nos pide algo que no podamos hacer”.

Suletta sonrió, su princesa en serio era fantástica. Ya habían pasado unos días después de la fiesta
de Elan Ceres y ya no se sentía mal al respecto, todo gracias a su Prometida.

“Entonces nosotros hagamos lo nuestro, vamos, esperaremos el reporte de los demás”, dijo Till.
Sus días siempre estaban ocupados y así era como les gustaba.

Lo único que deseaban de todo corazón, era que la situación con los madereros no fuese tan grave.
Si era el caso, sólo les quedaba confiar en las siguientes órdenes de la Princesa.

~o~

Había un respetable número de espectadores en la Arena y muchos animaban a Suletta Mercury.


También había enviados de las otras Casas para ver qué podían averiguar de la Portadora, pero
realmente no había nada qué reportar. Suletta Mercury era fuerte y habilidosa, eso era todo. No
tenía secretos sucios, tampoco mala reputación, todos sabían que se hospedaba en la pequeña
mansión de un modesto gremio de fama moderada y se movía en la Capital y sus alrededores con
variados trabajos.
No había nada malo que pudieran decir de ella y eso enfadaba mucho a los que deseaban el trono y
buscaban una manera de conseguirlo que no fuera por medio de duelos.

La Heredera de la Casa Mercury se echó otra victoria al hombro y su oponente no tuvo más
remedio que reconocer su derrota y retirarse. La Princesa Miorine Rembran de nuevo estaba
presente y eso sorprendió a la gente, ella nunca asistió a los duelos de los Portadores anteriores,
solamente en el festival de primavera porque su presencia era obligatoria. Y ahora todos la veían
ahí, en primera fila atestiguando una victoria más de su Prometida. Para nadie era un secreto la
preferencia que la Princesa sentía por la Heredera de los Mercury.

La tercera victoria de Suletta llegó increíblemente rápido a oídos del Rey.

“Ya veo, volvió a ganar”, musitó el Rey, asintió y con una señal le indicó al soldado que podía
retirarse. Miró a su invitada sin que el gesto le cambiara. “Supongo que debes estar complacida del
desempeño de tu hija como guerrera, Prospera”.

La mujer sonrió, estaba sentada frente al escritorio del Rey, tenía los brazos cruzados y una sonrisa
en los labios. Una bandana le cubría la frente y los ojos. No era ciega propiamente hablando, pero
su vista había quedado dañada luego de la guerra y era sensible a la luz. Otro rezago de la guerra
fue que perdió el brazo derecho y usaba una bien trabajada prótesis de metal bastante funcional.
Sus herreros seguían siendo los mejores.

“Suletta siempre me ha hecho sentir orgullosa”, respondió Prospera Mercury. “Pero lo último que
esperaba era que mi hija quedara comprometida con la tuya de esa manera”.

El Rey se llevó los dedos a una sien y masajeó un poco. “Fue todo un desastre”, murmuró el Rey.
“No sé en qué están pensando esas niñas”, refunfuñó.

“No es como si su compromiso estorbara en tus planes, ¿verdad?” Preguntó la mujer con una
sonrisa juguetona. “De ser el caso, ya te habrías encargado de separarlas”.

“Sigues siendo tan perceptiva como siempre”, murmuró Delling, mostrándose cansado como
pocas veces. No era necesario ocultar algo que Prospera Mercury ya conocía, después de todo
compartieron el campo de batalla en las más lamentables e inhumanas condiciones posibles.
“Espero que no te moleste que tu hija sirva de escudo a la mía”.

“Oh, Delling, ¿qué estás haciendo con esa pobre niña?” Preguntó pero sonaba más curiosa que
preocupada. “Siempre has sido muy extremo en tus decisiones”.

“Sé lo que hago. Yo me haré cargo de mi hija, tú preocúpate por la tuya”.

“Sí, pienso hacerle una visita a mi pequeña Suletta”, se recargó en el escritorio. “Además debo
darle esto”, dijo y sacó de su mochila de viaje una piel de lobo. Se la mostró al Rey.

Delling se llevó una mano al mentón al reconocer la prenda. “¿Es la de su padre?”

“Sí, uno de sus últimos deseos fue que Suletta la heredara cuando fuera el momento”, dijo Prospera
con una sonrisa que dejaba ver poco y nada de lo que sentía en realidad, “independientemente de
las circunstancias de su unión, mi hija debe honrar su compromiso, ella es una guerrera Hekser y
debe mostrarse como tal”.

“Ya que te quedarás como invitada en mi castillo, ¿al menos me contarás que es lo que tienes
planeado, guerrera Prospera Mercury?”

“Lo haré con todo gusto si me cuentas tus planes a detalle, Rey Delling Rembran”.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

La señora Prospera me dijo que ya era su turno de aparecer y aquí está. El Rey y ella
planean cosas y apenas me estoy enterando x'D

Por otro lado, no creo tener a Prospera como "villana" per se porque al menos en la
serie (a la fecha de publicado éste capítulo/fic) seguimos sin saber cuáles son sus
planes, así que la usaré a capricho y como ella me lo pida. Otra cosa a mencionar es
que aquí Ericht no existe, Suletta es hija única porque la verdad no quiero darme más
trabajo, quizá use a Eritch en algún futuro fic, pero de momento así nos quedamos.

Por su atención, gracias x3


Un Paso Importante

Era raro ser llamadas al castillo, hasta donde Miorine sabía no estaban haciendo nada fuera de
lugar, las peticiones para duelos eran recibidas y organizadas por los Terra por ser ellos los
anfitriones de Suletta Mercury; y la princesa estaba completamente segura de que nadie sabía que
tenía a los chicos del gremio trabajando para ella en secreto. Según el soldado que fue a buscarlas,
era urgente la presencia de ambas en el castillo pero no dio detalles.

Suletta recién terminaba su duelo, seguía sucia de sudor, tierra y sangre por algunos golpes
recibidos. Sí, quedó como única regla el no asestar golpes mortales, cosa que obviamente todos
iban a aprovechar para tratar de ganar ventaja sobre la poderosa guerrera. Miorine sólo tuvo
tiempo de limpiar un poco a su Prometida antes de seguir al soldado al castillo, ambas sobre el
caballo de Suletta. Miorine al frente y Suletta a cargo de la rienda de Hermes.

Llegaron al castillo y dejaron al caballo azabache a cargo de un mozo. Para sorpresa de ambas,
fueron convocadas directamente al estudio del Rey. ¿Acaso estaban en problemas? Las chicas se
miraron entre sí antes de tocar la puerta y anunciarse.

“Padre, la Portadora y yo hemos llegado”, dijo Miorine con voz firme y seria. Apenas escuchó un
pasen entró junto con Suletta. Miorine se sorprendió al ver a su padre en reunión con una mujer
que no conocía, mientras que Suletta se sorprendió al ver quién era la persona que estaba con el
Rey.

“¡Mamá!” Exclamó Suletta con alegría, pero antes de ir con su madre, se inclinó de manera
exageradamente educada ante el Rey. “Su M-Majestad”, saludó tan firme como pudo. “L-lamento
no e-estar presentable”.

Delling sólo hizo un gesto con su mano dando a entender que la guerrera podía ponerse en pie. No
le cambió el gesto al ver que la poderosa guerrera recién salida de batalla se abrazaba al regazo de
su madre como lo haría un niño pequeño. Él mismo no miró a su hija pero sí se dirigió a ella.

“Miorine, ella es Prospera Mercury”, dijo el Rey. “La representante de la región de la Portadora”,
informó por mera cortesía.

La princesa estaba muy bien educada y sabía comportarse cuando la ocasión lo pedía. ¡Imposible
ser grosera o impertinente con la madre de su Prometida! “Un placer conocerla, Lady Prospera.
Soy la princesa del Reino de Asticassia, Miorine Rembran”.
Prospera sólo sonrió y apartó un momento a su hija para poder saludar a la joven princesa. “Tenía
muchas ganas de conocerte”. Hizo una inclinación leve pero educada, Miorine reconoció ese
saludo, así era como lo hacía Suletta. “Eres más hermosa a como mi hija te describió en su carta,
pequeña princesa”, dijo Prospera con una sonrisa grande, más cuando Suletta entró en gracioso
pánico por culpa de la vergüenza.

“¡Mamá, n-no digas e-esas cosas!” La pobre se cubrió el rostro y quedó en cuclillas. Había escrito
mucho de Miorine en la carta que le envió a su madre.

Miorine también se sonrojó pero procuró componerse pronto. “Lo mismo digo, Suletta me ha
platicado mucho de usted”, respondió de buena manera. Enseguida miró de reojo a su padre,
seguramente esa fue la razón por la que fueron llamadas, porque la madre de Suletta estaba ahí. Sí,
ahora que lo recordaba, escuchó que su padre había enviado una carta a la casa Mercury. Antes de
que pudiera decir algo más, el Rey habló.

“Infórmale a Prospera sobre la situación de su hija”, ordenó y se puso de pie, para enseguida
despedirse solamente de la mujer con un simple movimiento de cabeza. Se retiró sin más.

Miorine frunció fugazmente el ceño. Suletta seguía ahogada en su pena y ajena al frío trato entre
padre e hija. Mejor dicho, sin mencionarlo, Suletta estaba al tanto de la relación entre el Rey y la
Princesa y no precisamente gracias a ésta última, fueron los chicos del gremio los que le contaron
de la situación. Lo mejor era no entrometerse. Lo único que podía hacer la guerrera era estar junto
a su Prometida.

“¿Está bien si hablamos aquí o vamos a otro lado?” Preguntó Prospera mientras animaba a su hija
a ponerse en pie.

“Ésta es la sala más privada del castillo, aquí estaremos bien si no le molesta, Lady Prospera”,
respondió Miorine de inmediato.

Suletta, por su lado, al escuchar eso rápidamente tomó un par de sillas de las que estaban contra el
muro para poder sentarse frente a su madre. Por supuesto, acomodó primero el asiento de su
Prometida. Ya con todas sentadas y más cómodas, Prospera se cruzó de brazos, se notaba relajada.

“Me sorprendió bastante que mi hija se volviera tu Prometida, pequeña princesa”, dijo con un tono
más bien jocoso. “Espero que Suletta no te esté dando muchos problemas”.
“¡M-mamá!” Se quejó la guerrera, cubriéndose de nuevo el rostro.

“En lo absoluto, Lady Prospera, Suletta es una gran compañía y cumple con su papel de Portadora
muy bien”, respondió la princesa, guardándose los verdaderos problemas que Suletta le provocaba
en un ámbito más personal y privado.

“Mi P-Princesa me ha a-ayudado mucho, m-mamá”, dijo Suletta sin destaparse el rostro. “Ya he p-
podido hablar con más personas para d-dar a conocer nuestro t-territorio”.

“Y eso lo agradezco mucho”, la mujer no apartaba su atención de la princesa. “Mi hija no pudo
encontrar mejor compañía que la tuya”, enseguida se dirigió a Suletta, “y ya que eres su Prometida,
sabes lo mucho que nosotros honramos eso, así que te traje todo lo que necesitas para cumplir tu
papel como su compañera”, dijo y enseguida sacó la piel de la mochila a su lado, se la dio. “En la
mochila hay más ropa, debes cambiarte y mostrarte como es debido ante tu Prometida”.

Suletta abrió los ojos como platos mientras sujetaba con manos temblorosas la piel de lobo, miró a
su madre. “Es la p-piel de p-papá”.

“Así es. Anda, cámbiate, puedes hacerlo en aquella esquina. No te miraremos”, indicó a sabiendas
de lo pudorosa que era Suletta en ese aspecto. Su hija obedeció de inmediato. Nuevamente puso su
atención en Miorine Rembran. “¿Cuáles son sus planes, pequeña princesa?” Preguntó Prospera y
sonrió un poco más al notar un gesto de apuro en la princesa, tan fugaz que podría haber pasado
desapercibido, pero no para ella.

Miorine, pese a ello, se mantuvo firme. No pensaba decirle a la madre de su Prometida que tenía a
Suletta a su lado para no comprometerse con nadie más. “Sé que es pronto para hablar a futuro, de
momento hago todo en mi poder para ayudar a Suletta a dar a conocer más su territorio”, sí, esa era
una respuesta sin mentira alguna.

“Escuché que mi hija se está hospedando con un pequeño gremio de la ciudad”, comentó Prospera
sin dejar de sonreír.

Miorine y Suletta ya habían practicado esa respuesta para quienes preguntaran porqué Suletta
Mercury se estaba quedando ahí y no en el castillo a falta de aliados de otras Casas. O en todo caso,
con su Prometida. Lamentablemente para Miorine, había una persona a la que Suletta nunca le
escondería nada. Lo supo en ese momento y casi cayó de su silla.
“Los chicos del gremio son muy buenos conmigo, ya somos amigos, y además ellos trabajan para
mi Princesa”.

“¡Suletta!” Gritó Miorine en pánico.

“¡P-perdón!”

Prospera soltó una divertida carcajada, esas niñas eran un desastre pero al menos se esforzaban.
Hizo un gesto con las manos para calmar a la alterada princesa. “No le diré a nadie sobre eso,
pequeña princesa. Es bueno que sepas desde ahora que Suletta nunca me mentiría, pero puedes
confiar en que al menos yo no diré nada”.

“Por favor, no diga nada, Lady Prospera”, Miorine tragó saliva discretamente. No quería que se
supiera que los Terra trabajaban para ella ya que no tenía poder para mandar a soldado alguno a
cumplir sus órdenes. A lo mucho podía pedir una escolta pero nunca la había necesitado. Cualquier
soldado la protegería de un ataque y daría su vida por ella de ser necesario, pero Miorine no tenía
la potestad de mandar a nadie a proteger a las personas.

“No diré nada a nadie, pequeña princesa”, dijo con un tono de voz calmado y más suave. “Espero
que mi hija también te sea de ayuda en todo lo que hagas”.

Miorine suspiró de alivio. “Muchas gracias”.

“A-ayudaré a mi p-princesa en t-todo lo que ella m-me pida, m-mamá”, declaró Suletta mientras se
acercaba a ellas, ya ataviada con el ropaje propio de su pueblo.

Prospera sonrió al verla. Miorine sintió que el corazón casi se le salía del pecho apenas posó sus
ojos en la figura de su Prometida.

Los nuevos ropajes de Suletta Mercury eran apropiados para una guerrera: calzaba botas de piel de
una poderosa raza de yak de su región, usaba pantalones ajustados de piel de yak a la rodilla, el
material era tan resistente que era difícil de cortar. Sobre los pantalones tenía una especie de
taparrabos del mismo material que las botas y estaba sujeto con un cinturón grueso donde Aerial
reposaba. Su armadura era igualmente de cuero, pero éste estaba tratado de otra manera porque
lucía más sólido pero a la vez se notaba flexible. Los fuertes brazos de Suletta estaban protegidos
por piezas del mismo material que iban de la muñeca al codo. Y para coronar todo, tenía su piel de
lobo en la espalda y asegurada en los hombros desde donde colgaban las patas al frente. Todo el
conjunto le daba a Suletta un aspecto salvaje, poderoso…

Atractivo.

Miorine tragó saliva.

“Díselo a ella entonces, Suletta”, indicó su madre. “Hazlo como debe de hacerse”.

Suletta asintió, de inmediato sacó a Aerial y se arrodilló ante su princesa mientras colocaba su
espada con la punta en el suelo, su frente estaba contra la empuñadura. La poderosa guerrera
bajaba la cabeza una vez más ante su Prometida. “Princesa Miorine Rembran”, dijo sin
tartamudear. “Mientras m-mi fuerza m-me permita estar a-a tu l-lado, mi Aerial y mi v-voluntad s-
serán tuyas”.

Miorine por un momento sintió desmayarse. Pudo resistir porque eso era algo muy serio para
Suletta y su gente, ¡la mismísima madre de su Prometida estaba ahí presenciando todo! Tomó aire,
se puso de pie y miró a Suletta con firmeza, dispuesta a corresponder la cortesía y honrar la entrega
de su Prometida.

“Guerrera Suletta Mercury”, la princesa no estaba segura de cuáles eran las palabras exactas para
una ocasión como esa, pero dejó que su corazón y su instinto hablaran. “Demuéstrame la fuerza de
tu corazón”, tomó aire, “y hagamos muchas cosas juntas”. En realidad quería decir algo más, pero
no eran las palabras adecuadas para recitar en público. Quizá después podría decírselas a Suletta a
solas. Miró a Prospera. “¿Está bien así? No me gustaría faltar al respeto a sus tradiciones”.

“Fue adecuado, pequeña princesa, hablaste con tu corazón y eso es importante”, respondió Prospera
sin dejar de sonreír. “Ya que tenemos éste asunto arreglado, pueden seguir con lo que estaban
haciendo”, miró a su hija ponerse de pie. “Suletta”.

La chica de inmediato se giró hacia su madre, tenía una sonrisa inmensa en el rostro. “D-dime,
mamá”.

“Cuida bien de la pequeña princesa, ¿entendido?” Indicó y su hija asintió más veces de las
necesarias. “Yo me quedaré en el castillo unos días y luego volveré a casa, pero estaré viniendo
seguido. Si necesitas algo mientras siga aquí, puedes venir al castillo y buscarme”.
“¡Sí, m-mamá!”

Miorine sonrió al ver cómo la mujer prodigaba cariños a su hija y la felicitaba en voz baja por su
gran trabajo. No pudo evitarlo, sintió un poco de envidia en ese momento y alejó
momentáneamente la mirada. Ya no era capaz de recordar la sensación de la mano de su propia
madre acariciando su cabeza. Aunque sí tenía memorias borrosas de lo mucho que ella la quiso.
Por supuesto, nunca sintió cariño alguno de parte de su propio padre y por un momento se preguntó
qué se sentiría estar en lugar de Suletta.

~o~

Habían pasado siete días desde que los chicos del gremio fueron a la región maderera a ver cómo
estaba la situación en la zona. Mientras que la ciudad principal parecía estar en orden y trabajando
con normalidad, lo que los chicos encontraron en los pueblos propiamente madereros los alertó: los
locales comenzaron a recibir ofertas de gente que no era de la región, querían comprar sus tierras a
un precio sospechosamente elevado a cambio de dejarles la posesión de las propiedades lo más
pronto posible. Eso pasaba en los pueblos medianos y grandes, en las aldeas pequeñas entre los
bosques se habían reportado ataques de bandidos que simplemente destruían y se iban así como
llegaban.

Un detalle importante a mencionar era que aunque los pobladores pedían ayuda a la guardia real, la
ayuda llegaba tarde o cuando llegaban no lograban capturar a los culpables. Los pobladores estaban
totalmente desprotegidos. Lo más reciente eran rumores sobre gente extraña que trataba de forzar
la compra-venta de las tierras por medio de unas muy poco veladas amenazas. Los chicos
apostaban todo a que esa gente, incluyendo los bandidos, eran enviados del Gremio de Agricultura.

El reporte llegó justo antes de la hora de dormir. La gravedad de la situación hizo que Suletta
tuviera que ir por su princesa para llevarla a la casa del Gremio. Su presencia era prioritaria y no
podían esperar.

“Qué bueno que está aquí, Alteza”, dijo Martin apenas la princesa entró a la casa escoltada por
Suletta. De inmediato le dio la hoja con el breve pero completo reporte de sus compañeros.
“Lamento mucho que tuviera que venir a ésta hora, pero consideramos que esto es bastante
urgente”.

Y vaya que lo era, entre más leía el documento, más enfadada se notaba la princesa. “Esos
bastardos”, masculló entre dientes.

“¿Qué es lo que debemos hacer ahora, Alteza?” Preguntó Nika, igualmente apurada.
“Dame un momento”, dijo Miorine mientras comenzaba a caminar de un lado a otro, tenía el ceño
fruncido y una mano en el mentón. Su fría mente siempre trabajaba rápido. “Hay que hacer
exactamente dos cosas: mantener a raya a los bandidos”, la que consideraba más urgente por la
peligrosidad, “y descubrir quiénes están mandando a los compradores”, respiró hondo. “Ya
sabemos que los de Agricultura están detrás de todo esto, pero necesitamos nombres y sujetos a los
cuáles podamos acusar directamente”.

“Por lo que parece, la Guardia Real tampoco está haciendo mucho por proteger a los madereros”,
agregó Till, “eso quiere decir que también los tienen comprados”.

“¿N-no se su-supone que ellos deben p-proteger a las p-personas?” Preguntó Suletta, que se notaba
desilusionada por todo ese asunto.

“Así debería ser, pero siempre habrá gente mala, Suletta”, dijo Lilique, dándole un cariño en la
cabeza a su amiga.

“Los soldados que estén inmiscuidos en todo esto caerán apenas descubramos quiénes son los
encargados de armar éste desastre”, dijo Miorine, seria y fría. Respiró de manera profunda y miró a
los demás. “Todos irán a apoyar al resto del equipo”. Miró a su Prometida. “Tú también, Suletta.
Tú serás la voz que hable por todas las personas afectadas. Eres heredera de una casa noble y
además la Portadora, te escucharán quieran o no”.

Suletta respingó pero no por nervios. “P-pero eres tú l-la que estás p-planeando esto, mi p-princesa.
N-no puedo q-quedarme con t-todo el crédito”. No era justo a su parecer.

Miorine negó. “Yo no tengo nada que demostrar a nadie, Suletta, soy la princesa. Eres tú la que
necesitas méritos. Esto servirá para hacerte de renombre”, y con eso dejó el punto zanjado. Volvió
a dirigirse a todos. “La historia será simple, llevaron a Suletta a visitar un sitio nuevo y se
encontraron con esa desagradable situación”, explicó. “Suletta, necesito que te apegues a esa
historia”, tomó aire de nuevo. “Chuchu y Suletta se encargarán de los bandidos en los pueblos. La
presencia de Suletta debería ser suficiente para alejarlos apenas se sepa que la Portadora está en la
región”, se frotó el rostro mientras las palabras seguían organizándose en su cabeza. “Till, tú junto
con Ojelo y Nuno ayuden a armar defensas en las aldeas más alejadas. No es necesario que peleen,
sólo detengan a esos bandidos el tiempo necesario hasta que la gente se ponga a salvo”, enseguida
miró a Nika y a Lilique. “Ustedes dos se encargarán de investigar a los compradores, descubran
quién les está dando el dinero”. Finalmente miró a Martin. “Tú y Aliya investiguen cuáles son los
capitanes de la guardia que están inmiscuidos en esto, necesitamos una lista completa”.

“¡Sí, Su Alteza!” Respondieron los Terra restantes con mucha seriedad.


“Mi Princesa…” Suletta suspiró, su Prometida era fantástica.

“Una vez que reúnan todas las pruebas necesarias y dejen a la gente a salvo, regresen aquí. Armaré
el reporte y Suletta hará la acusación formal ante el Consejo y el Rey”, Miorine finalmente sonrió.
“Quiero ver cómo esos bastardos de Agricultura ensucian sus pantalones cuando escuchen que su
gente ha caído y que su plan ha fracasado”.

Suletta soltó un grito de pánico. “¿Y-yo? ¿Ha-hablar ante el C-Consejo?”

“Sí, Suletta”, la princesa miró seriamente a su prometida. “Hablarás fuerte, te mantendrás firme y
harás que te escuchen. Eres una guerrera y pelearás de frente, ¿entendido?”

“¡S-sí, mi p-princesa!”

“Bien”, Miorine respiró hondo. Su cabeza aún daba vueltas repasando el plan y buscando algo que
estuviera olvidando. Pero no, todo parecía estar en orden. “Partirán mañana a mediodía. Manden al
halcón de regreso, avisen del plan a los otros. Ellos por mientras pueden ir adelantando el trabajo
hasta que ustedes lleguen a apoyarlos”, miró a todos una vez más. “¿Alguna duda?” Y todos
negaron. “Bien. Les haré llegar el dinero para el viaje con Suletta”. Miró a Lilique. “Sé que hay
duelos pendientes, diles que serán atendidos cuando la Portadora regrese de viaje”.

“Sí, Su Alteza”, respondió una seria Lilique.

Miorine asintió una última vez, robó una manzana de la mesa y la mordió, sentía la boca seca y un
hueco en el estómago a pesar de ya haber cenado con Suletta hacía un rato. “Todos serán
debidamente recompensados apenas regresen”. Seguía comiendo su manzana cuando miró a
Suletta. “Llévame a casa”, ordenó sin más.

“¡S-sí!” La guerrera de inmediato le ofreció el brazo a su princesa para poder escoltarla de regreso
a la villa.

Antes de irse, Miorine miró a los chicos por encima de su hombro. “Más les vale regresar vivos y
con resultados satisfactorios”, advirtió, fría.
Y pese a eso, los chicos del gremio sonrieron con singular alegría cuando la Princesa y Suletta
salieron de la casa. Esa era la mejor manera que tenía Miorine Rembran de decirles “buena suerte”
y “confío en ustedes”. Con el tiempo aprendieron a traducir su brusco lenguaje y su frío
comportamiento.

“De acuerdo, alistemos todo de una vez y vayamos a dormir para estar descansados mañana”,
indicó Martin y sus compañeros asintieron.

Mientras, Suletta y Miorine cabalgaban de regreso a la villa privada. Poco y nada se podía
conversar, no debían hablar si no querían morderse la lengua. Apenas llegaron, la princesa entró
primero a la casa mientras su prometida iba a guardar a Hermes a la caballeriza junto con Fengari.
Para cuando Suletta regresó, Miorine ya estaba vestida en su ropa de dormir.

“Suletta”.

“Dime, m-mi princesa”.

“Te quedarás conmigo ésta noche”, ordenó mientras se ruborizaba de manera ligera. “No te veré
por algunos días, así que tendrás que compensarme tu ausencia”, sabía que se estaba portando
caprichosa en ese momento, pero había algo que le gustaba de Suletta y era que con ella podía
comportarse así, como no lo tenía permitido normalmente, y que su Prometida siempre le cumpliría
sus caprichos por más tontos e infantiles que fueran.

La guerrera sonrió como tonta y asintió. “N-no sé q-qué hacer c-con las c-cartas”, dijo Suletta
mientras se quitaba la piel, el cinturón con Aerial y las botas; fue por la prenda de dormir que
Miorine siempre le prestaba. “N-no creo que d-deba mandarte c-cartas mientras e-esté en misión”,
dijo mientras iba al cuarto de baño a cambiarse.

La princesa sonrió. “Muy bien pensado”, se adelantó al cuarto y se sentó en la cama. “Puedes
escribirlas mientras estás allá y me las entregas cuando regreses, yo haré lo mismo, ¿trato?”

“¡T-trato!” Ya había enviado su carta de esa noche, de hecho la vio en el escritorio de su princesa.
Además ella le dijo que compensara la ausencia, Suletta tenía esa misma necesidad. Miró con
seriedad a su Prometida y asintió con graciosa fiereza. Estaba lista. Se encargó de apagar todas las
lámparas menos la de la cómoda junto a la cama, podía ver bien el rostro de su princesa. “Haré l-lo
que me p-pediste”, dijo con firmeza.
Miorine enarcó una ceja, se notaba divertida. ¿Qué tenía en mente Suletta Mercury? Quería
saberlo. “Adelante, tienes mi completo permiso de hacer lo que creas conveniente”, dijo sin
realmente pensar en sus propias palabras. ¿Qué podría hacer su nerviosa y tímida Suletta? Pero
contrario a la reacción que esperaba en su Prometida, quizá un sonrojo y un ataque de pánico, la
vio sonreír de esa manera boba y llena de calidez.

“¡G-gracias!” Y una feliz Suletta subió a la cama, tomó las pequeñas y delicadas manos de su
Prometida entre las suyas y la tumbó en el colchón. Rápidamente se acomodó encima de ella, sin
recargarse, simplemente la acorraló. No dejaba de sonreír.

Por su lado, la princesa sintió que ardía en llamas mientras su corazón galopaba como nunca antes.
Miró a la guerrera con los ojos bien abiertos, mismos que de inmediato cerró con fuerza cuando
Suletta enterró su rostro entre su cuello y su hombro. Miorine se sintió temblar al sentir el cálido
aliento de Suletta contra su piel, podía sentir cómo respiraba fuerte, profundo. Se dio cuenta de lo
que pasaba, Suletta la estaba olfateando.

“Su-Suletta, ¿qué rayos haces?” Pudo preguntar mientras su cuerpo se retorcía un poco.

“L-lo siento, s-sé que no t-te gusta que esté t-tan cerca, pero… M-me gusta t-tu aroma, mi p-
princesa”, respondió Suletta mientras aspiraba el aroma floral de su Prometida. Poco pensaba en
que la tenía acorralada en la cama, simplemente quería estar cerca y llenarse todo lo posible de
ella. Sus mejillas estaban rojas.

Miorine tembló de nuevo. No podía usar sus manos para alejarla, no que realmente quisiera
hacerlo, y tampoco podía pedirle que se calmara, la boca le servía para poco en ese momento. Se
mordió un labio. Quiso decir algo, reclamar, insultarla al menos, pero se rindió al instante de
escuchar las siguientes palabras de Suletta.

“T-te voy a e-extrañar”, dijo Suletta mientras la miraba a los ojos. Lucía triste.

Miorine tragó saliva. Esos hermosos ojos azules, ese gesto, su calor y su aroma, la gentil manera de
sujetar sus manos y de enredar sus dedos; todo eso la estaba matando lentamente. Respiró hondo.
“Yo también”, admitió. “Suletta, esto no me molesta, sólo me sobrepasa un poco”.

Suletta sonrió. Su princesa poco a poco se permitía ser más física con ella, como ir de la mano o el
brazo, o recargarse en ella cuando quería descansar, incluso había pedido su regazo para una siesta
más de una vez y Suletta felizmente aceptó en cada ocasión. Había muchas cosas más que Suletta
quería hacer pero debía esperar. “Ahora m-mismo sólo q-quiero llevarme t-tu aroma. El p-pañuelo
ya no es s-suficiente”, explicó, apenada.
Cierto, el pañuelo, Miorine recordó que Suletta lo cargaba a todos lados, de hecho, actualmente
estaba atado a la empuñadura de Aerial. Suspiró hondo. “Tráeme el pañuelo”, notó que la guerrera
le miraba con gracioso apuro, “no me moveré de aquí. Anda, ve”. Y notó el alivio en la cara de
Suletta, ¡era tan fácil de leer! Mientras su tonta Prometida desataba el pañuelo de la espada,
Miorine se dio un momento para frotarse el rostro y calmarse un poco. Tener a Suletta encima fue
demasiado. Ganas no le faltaban de abrazarla fuerte, muy fuerte, pero algo se lo impedía… Sabía
exactamente qué.

“Aquí e-está, mi p-princesa”, Suletta de inmediato se acomodó de nuevo sobre Miorine, le dio el
pañuelo y notó cuando ella metió la prenda entre su ropa de dormir. La guerrera tragó saliva,
definitivamente el aroma iba a ser mucho mejor.

“Te lo devolveré mañana, tendrá mi aroma como lo deseas”, dijo Miorine y le sonrió de manera
juguetona, un poco más recuperada. “En serio eres un cachorro, tu fijación por mi aroma te delata”,
acarició su cabello y luego sus mejillas. Notó con contento que Suletta recibía sus cariños de buena
gana. Quiero abrazarla, pero de inmediato desechó la idea. No pudo pensar más, su Prometida de
nuevo se acercó a ella para pegar su nariz a su cuello. Suspiró hondo para mantener el control de sí
misma, sus brazos temblaban, sus manos en serio querían sujetarla fuerte, tan fuerte como le fuera
posible. “Lindo cachorrito”, murmuró la princesa, lo mejor era ocupar sus manos en seguir dándole
caricias a Suletta.

La guerrera sonrió, le gustaba cuando la trataba así. Quería abrazarla, moría por abrazarla pero
nunca lo haría sin avisar, sabía que su princesa era reacia ante el contacto físico, pero… ¿Y si le
preguntaba? No era mala idea. “¿M-me dejas q-quedarme con t-tu aroma, mi p-princesa?”

“Ya lo estás haciendo”, respondió con gracioso enfado, su aliento y el roce de la nariz ajena en su
cuello los sentía con claridad.

“T-te veré hasta q-que acabe la m-misión, s-serán muchos d-días, t-te voy a e-extrañar”, repitió
Suletta. “Q-quiero llevarme t-tu aroma conmigo, también tu c-calor… Y p-para eso m-me… Me g-
gustaría abrazarte”, tragó saliva. “Si m-me lo permites, mi p-princesa”.

Miorine abrió los ojos como platos. ¿Acaso esa tonta leía la mente?

“¿P-puedo?”

La princesa quería decir que sí, pero también estaba desesperada por decir que no. El corazón de
Miorine era un desastre por culpa de esa tonta. No quería acostumbrarse al calor de Suletta,
tampoco a su aroma que siempre la calmaba. No quería hacerlo, pero su corazón deseaba hacerlo,
la urgía a hacerlo. Miorine cerró los ojos con fuerza y se rindió. Abrazó a Suletta por el cuello y la
pegó a su cuerpo.

Suletta estaba tan feliz que no podía dejar de sonreír. Al darse cuenta que ahora sí estaba
completamente encima de su princesa, rápidamente cambió la posición para no aplastarla. La dejó
acomodarse en su pecho y la rodeó con sus brazos de manera protectora. Sonrió con mucha alegría.

“Gracias”, murmuró Suletta contra el cabello de su princesa.

Mientras, Miorine estaba hechizada por el sonido de los latidos del corazón de su Prometida. Eran
fuertes, estaban acelerados, muy normal considerando el paso que acababan de dar. Permitirle a
Suletta ser más física con ella era una decisión que ya no podía echar atrás. La nueva posición le
dejó como única opción sujetarse de los hombros de su guerrera mientras descansaba sobre su
pecho. Su Prometida era suave, mucho, le gustaba que Suletta fuera una chica con muy buenas
proporciones. Y por si la suavidad y comodidad fueran poco, el calor del cuerpo de Suletta la
envolvía por completo, dándole una calma que no conocía. Suspiró.

“Suletta”.

“¿Mmm?”

“Sé que darás todo de ti en la misión, sé que regresarás con buenas noticias”, dijo contra el cuello
de Suletta, la sintió temblar y eso la hizo sonreír. “Luego de que regreses y presentes el reporte al
Consejo, luego de eso…” Respiró hondo. “Esperaremos la primera luna llena y reclamaré ese
deseo de tu lista, es mío después de todo. Soy tu Prometida”, dijo con un tono que sonaba a
reproche.

Suletta abrió los ojos como platos, su corazón se aceleró y estuvo a nada de sentarse a falta de otra
reacción, pero Miorine no se lo permitió, sintió la presión de sus pequeñas manos en sus hombros.
Decidió abrazarla un poco más fuerte y habló contra su cabello. Estaba tan feliz que no sabía cómo
demostrarlo.

“Haré u-un buen t-trabajo”, dijo Suletta contra el lindo cabello de su princesa, respiró hondo para
llenarse de su aroma. “Hablaré a-ante el C-consejo”, acarició su espalda. “Y t-tendremos una c-cita
en la p-primera noche con L-luna Llena”.
“Debemos dormir entonces, mañana te tienes que alistar para el viaje, ¿entendido?” Sintió cuando
Suletta asintió. Ella también quería quedarse con ese aroma y ese calor. “Hasta mañana, Suletta”.

“Hasta m-mañana, mi p-princesa. Descansa”, y no resistió besar su cabeza.

Miorine sonrió y cayó dormida de inmediato.

No recordaba haber pasado una noche tan cómoda como esa antes.

~o~

Para Suletta fue emocionante marcar como cumplido su deseo de contar historias alrededor de una
fogata gracias a sus amigos. De su primera página sólo le faltaba la última actividad y esa podría
cubrirla apenas regresara triunfante de esa misión.

Después de cuatro días de viaje finalmente llegaron a su destino.

Suletta estaba encantada. ¡Nunca había visto tantos árboles juntos! ¡Todo era tan verde y olía tan
bien! Más de una vez respiró hondo para llenarse de los aromas del bosque.

“¿Ves esas zonas de ahí?” Preguntó Nika y Suletta asintió. Era una zona donde claramente faltaban
árboles. “Van talando los árboles y de inmediato los reemplazan con brotes que ya tenían
previamente sembrados. Por eso todo se mantiene verde.”

“Es hermoso”, murmuró Suletta.

“Entonces hay que mantenerlo hermoso”, dijo Martin con una sonrisa. “Vamos, nos están
esperando en casa de los familiares de Nuno”, y apresuró al equipo a llegar.

Tenían trabajo por hacer.

CONTINUARÁ…
La Misión
Chapter Notes

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La noticia de la visita de la Portadora se esparció primeramente por la ciudad y Suletta tuvo


oportunidad de saludar al gobernador de la región. Se le ofreció hospedaje en el palacio pero la
guerrera tuvo a bien mantener la historia como se lo indicó su princesa y decir que iba a visitar la
región donde vivía uno de sus amigos. Causó una buena impresión gracias a su porte de guerrera,
acentuada con la piel de lobo.

Ahora que todos los Terra estaban reunidos en el pueblo donde vivía la familia de Nuno, era hora
de trabajar.

Mostrarle a la Portadora los alrededores era lo normal. Que dicha Portadora se presentara con los
pobladores para hablar sobre su región era lo esperado, después de todo en la Capital se sabía que
una de las intenciones de Suletta Mercury era dar a conocer sus tierras… Que un grupo de
bandidos decidiera atacar justamente cuando la Portadora veía cómo trabajaban los taladores
locales fue una lamentable coincidencia.

Proteger a las personas de esos bandidos era prioritario y los Terra todavía no tenían en planes
capturar a alguno de ellos, de momento bastaba con asustarlos y darles a saber que la Portadora
estaba en la zona. Y vaya que se dio a conocer.

Suletta lanzó un grito de batalla mientras usaba una viga de madera recién cortada para mandar a
tres de esos bandidos a volar. Los otros maleantes rápidamente fueron por sus compañeros
apaleados y salieron despavoridos. Suletta detestaba usar a Aerial contra simples bandidos armados
con cuchillos viejos. Chuchu, por supuesto, hizo lo suyo tirándoles los dientes y rompiendo
algunos brazos con más confianza ahora que su mejor compañera de batalla estaba ahí a su lado.

“¡Bien hecho, grandulona!” Le felicitó Chuchu mientras le daba unas palmadas en el brazo. “Casi
haces que se orinen del miedo cuando te vieron con tu piel completa de lobo”, dijo entre risas. “No
esperaba que usaras esa viga para atacarlos, pero te viste genial”.

“G-gracias”, respondió Suletta con alegría mientras se quitaba la capucha de la piel, pero su gesto
de contento se borró mientras miraba hacia el bosque en dirección por donde escaparon los
bandidos. Era triste que un sitio tan hermoso como ese se viera asolado por bandidos enviados por
personas aún más malas. “Oye, Chuchu”.
“¿Uh?”

“¿No se s-supone que l-los de Agricultura d-deben ayudar a l-las p-personas que producen lo q-que
todos comen y v-visten en e-el reino?”

Chuchu refunfuñó mientras miraba en la misma dirección que Suletta. “Así debería ser, para eso se
formó el Gremio de Agricultura, para que ningún bastardo noble y rico controlara la producción y
el costo de todo lo que naciera de la tierra”, animó a Suletta a ir al centro de la aldea con las
personas que justamente comenzaban a salir de sus casas al ver que la pelea ya había terminado y
que los bandidos habían sido repelidos. “Pero si me lo preguntas, todo esto es una mierda. Ellos
son una mierda, están actuando igual que esos nobles que derrocaron durante la guerra”, escupió
con enojo. “Su trabajo es dar apoyo, herramientas y lo necesario para permitir que todos los
productos lleguen a todo el reino, ¡incluso a tus tierras! Pero en tu vida viste un jodido tomate hasta
que la princesita te dio uno” Suspiró con fastidio. “Esos tipos sólo están para llenarse los bolsillos
y los de su gente”.

Suletta frunció el ceño, pero el gesto le duró poco apenas se reunieron con los pobladores locales.
Ambas guerreras comenzaron a recibir una lluvia de agradecimientos, en especial Suletta, a Chuchu
no le molestaba. Era parte del plan que Suletta se llevara la atención y además la nerviosa chica se
ganó cada una de esas felicitaciones con esfuerzo propio.

“¡Muchas gracias, Lady Mercury!”

“¡Usted es tan fuerte!”

“¡Muchas gracias por salvarnos!”

“¡Usted es la primera noble en ayudarnos, gracias!”

Suletta se sonrojó y se rascó la cabeza en señal de linda vergüenza. Miró a todos, un poco nerviosa
y sobrepasada por tanta atención, pero al menos debía hablar. “Hablarás fuerte, te mantendrás
firme y harás que te escuchen. Eres una guerrera y pelearás de frente, ¿entendido?” Fueron las
palabras de su princesa, su cabeza las repitió un par de veces y justamente se puso firme, sacando
ventaja de cada centímetro de su importante altura. “M-me alegra ha-haber estado a t-tiempo”,
respiró hondo. “¿Los han m-molestado mucho?”

Chuchu sonrió por lo bajo, Suletta sabía seguir indicaciones siempre y cuando vinieran de la
princesita, no lo estaba haciendo nada mal. Rápidamente siguió la corriente. “He escuchado que ya
han sido atacados varias veces”, comentó la guerrera y los habitantes le dieron la razón. “Hace un
par de días hubo un ataque en otro pueblo, yo estaba con mis amigos y entre todos los
ahuyentamos”.

Los aldeanos comenzaron a contarle a Suletta que los ataques venían ocurriendo desde hacía unas
pocas semanas, lo que quería decir que los tipos de Agricultura ya tenían ese plan en marcha desde
antes de presentar su propuesta de expansión al Rey. Lo que esa gente no esperaba era que los
habitantes de la región eran duros y convencerlos de dejar las tierras por las buenas no estaba
dando el resultado esperado.

Afortunadamente llegaron a tiempo gracias a la princesa Miorine Rembran.

“M-me voy a q-quedar algunos días, s-si puedo ser d-de ayuda, e-entonces les a-ayudaré”, dijo
Suletta, sincera y seria. Los pobladores le dieron las gracias y le ofrecieron algo de comer a ella y a
su amiga. Ninguna se negó.

Y mientras Suletta cumplía su parte de la misión junto con Chuchu, el resto de los Terra hacían lo
propio.

~o~

“Listo, esto debería ser suficiente”, dijo Till mientras terminaba de ayudar a sus amigos a armar un
sistema de alarma más efectivo contra gente indeseada. Según los reportes, los bandidos salían de
lo profundo del bosque, lo que quería decir que se estaban escondiendo en la parte más frondosa de
las montañas. Usando sus conocimientos en trampas para animales salvajes, Till armó un sistema
con hilo para caña de pescar y soportes de madera armados por Nuno. Ojelo ayudaba a cubrir todo
con vegetación local para pasar desapercibido el complicado enramado de cuerdas que funcionaba
como si de una discreta telaraña se tratase.

Cualquier persona no local que pasara por los caminos no marcados, potencialmente podría activar
la trampa, hacer sonar unas campanas en la aldea y avisar que alguien estaba cerca. No era una
trampa para lastimar, simplemente para avisar, por lo que ningún animal estaba en peligro. En cada
aldea donde ya habían pasado se asignó a alguien al pendiente de la alarma, y también a alguien
que confirmara la identidad del intruso. Incluso podría ayudar en caso de que se tratasen de osos o
lobos al acecho.

“Sólo nos queda asegurar dos aldeas más en ésta zona”, informó Ojelo, revisando el mapa que los
mismos aldeanos les dieron. “Si nos apresuramos, terminaremos hoy y mañana podemos seguir
con ésta zona”, señaló el sitio en el mapa.

“Entonces hay que apurarnos antes de que nos quedemos sin luz”, dijo Nuno, que desde que
llegaron sus amigos con un plan armado por la propia princesa, se notaba más tranquilo y
sonriente. Su familia, conformada por tíos y muchos primos, estaba en uno de los pueblos grandes.
De momento se encontraban a salvo y acordaron avisar cuando alguno de los compradores llegara
de nuevo a ofertar por sus tierras.

Pero eso ya era misión de alguien más.

~o~

No fue particularmente difícil que uno de los compradores, un muchacho entrado en sus veintes y
del que todos decían era bastante carismático, pusiera su atención en la dulce y linda Lilique…
Mucho menos cuando el joven ya tenía algunas copas encima. Nika y Lilique estaban en una de las
tabernas más concurridas de la ciudad, varios de esos compradores se estaban quedando en la
ciudad y era usual verlos deambular por las tabernas en las noches para desquitarse del fracaso del
día.

Ya tenían en la mira al joven, que estaba acompañado por un hombre que claramente ya pasaba de
los treinta años.

Dos sonrisas de parte de Lilique fueron suficientes para hechizar al alcoholizado muchacho. Su
acompañante lo dejó ser, así que se fue a dormir primero.

“Buenas noches, señoritas, ¿sería mucha molestia si las acompaño en su mesa?” Preguntó el joven
apenas se acercó y ambas asintieron con gestos de agrado.

Nika sonrió por lo bajo. “Por supuesto, adelante, es posible que me ayude a hacerle compañía a mi
amiga”, dijo con tono amigable. “¿Sabe? Su cita de ésta noche la ha dejado plantada”, comentó con
fingida decepción.

Lilique asintió varias veces. “Me siento triste, tenía muchas ganas de divertirme ésta noche”.

“¡Oh! ¿Pero cómo se atrevieron a dejarla plantada, señorita?” El joven se acomodó el pañuelo del
cuello y hasta levantó el pecho cual gallo. “Ese tonto no sabe lo que ha hecho, permita que sea yo
su acompañante de esta noche”.

“¡Muchas gracias! Es usted tan buenmozo y educado”, Lilique incluso tomó una de sus manos.
“Justo cuando creí que estaría sola ésta noche”.

“Con su permiso, creo que estoy de más en la mesa y mi amiga ya se encuentra en buenas manos”,
comentó Nika y se fue a la mesa de al lado. Supo que el alcoholizado muchacho no le puso
atención por tener los ojos ocupados en Lilique. Sonriente, pidió algo de comer y beber mientras
fingía leer algo. En realidad tomaría nota de todo lo que dijera ese joven.

No fue complicado para Lilique guiar la plática. El muchacho se esforzaba en presumir entre copa
y copa, eventualmente comenzó a soltar la lengua y contar que estaba ahí para la compra y venta
de propiedades, trataba de aumentar su valor presumiendo de su trabajo y su gran fortuna. Lilique
lo animó a hablar más y el muchacho aceptó, siempre y cuando diera un paseo con él. Lilique
aceptó y salió del brazo del muchacho.

Nika salió detrás de ellos tan discreta como le fue posible.

La información que soltó el joven alcoholizado y sediento de afecto femenino fue suficiente para
que Nika y Lilique supieran hacia dónde dirigir su investigación a partir de ese momento. ¡Lo que
podía lograr un beso en la mejilla y la promesa de una futura cita!

~o~

Ante el aviso de un ataque nuevo en uno de los pueblos pequeños, mismo del que Suletta y Chuchu
ya se estaban haciendo cargo, Martin y Aliya vigilaban cómo se movían las cosas en la estación de
guardias local que se encargaba de esa zona. ¡Qué mejor para Aliya que ser veterinaria y pedirle al
veterinario local que la dejase tomar su lugar en la revisión de los corceles de la guardia por esa
ocasión! El viejo médico no tuvo problema en aceptar, mucho menos porque conocía a la familia
de Nuno, con quien llevaba una buena relación.

Aliya se presentó en nombre del veterinario local y los ocupados guardias la dejaron ir a los
establos sin mayores problemas. Gracias a eso, y aprovechando un veloz momento de privacidad,
Aliya permitió la entrada de Martin a la base de guardias y éste rápidamente encontró un escondite
desde donde podía escuchar lo que se hablaba en la oficina principal.

Rápidos, discretos y efectivos, ambos ya estaban en sus posiciones.


“Capitán, la gente no tardará en presentar una queja en la Capital si seguimos sin atender sus
llamados”, dijo uno de los soldados, preocupado.

“De acuerdo, ve y envía al grupo uno para que capturen a dos o tres sujetos”, respondió el Capitán.
“Los tendremos en encierro un par de días y luego los dejaremos ir”, continuó. “Les haremos saber
a Joseph y a los demás que haremos eso por unos días, para que la gente no se nos eche encima y
comience a sospechar”.

“¡Sí, señor!” El soldado rápidamente se retiró, dejando al Capitán con otro par de sus compañeros.

“¿Estaremos bien, Capitán?” Preguntó uno de los que se quedó. “He escuchado que la Portadora
está en la región y ha estado defendiendo los pueblos”.

El de mayor rango refunfuñó. “No puede estar en todos lados a la vez”, se llevó una mano al
mentón, “pero ella podría acusarnos si no tenemos cuidado”, sonrió al pensar en algo.
“Mandaremos a otro equipo a ayudarla mientras les indicamos a esos perros que ataquen en otro
lado, así ella pensará que estamos sobrepasados por el enemigo”.

Los soldados quedaron un poco más tranquilos con el plan de su Capitán.

“Ya no pongan esas caras, hoy nos pagan, tendremos fiesta ésta noche”, dijo y sus soldados
celebraron con alegría. Luego de ello no dijeron más respecto al tema que importaba a los Terra,
pero si esa noche les iban a pagar, lo mejor era vigilar ese evento en especial.

Martin se quedó más tiempo en su escondite hasta que escuchó que el Capitán recibía a Aliya y le
pagaba por el servicio médico de los caballos. Incluso el muy descarado tuvo el atrevimiento de
mandar saludos al viejo veterinario.

“Me aseguraré de enviarle sus saludos, Capitán”, respondió una educada y sonriente Aliya. “Con su
permiso”.

Para cuando Aliya salió de la base, Martin ya la estaba esperando en el camino para volver con los
demás y contar lo que descubrieron.
~o~

Miorine estuvo particularmente atenta a la junta de ese día. Los de Agricultura se presentaron una
vez más con su plan “renovado”. Según palabras de esos sujetos, estaban llegando a un acuerdo
con los pobladores locales y esperaban contar pronto con las propiedades suficientes, por lo que
pidieron encarecidamente al Rey que aprobara su propuesta a la brevedad para ir adelantando todo
el proceso y poder trabajar lo más pronto posible.

El Rey Delling Rembran, desde luego, se negó.

“La próxima vez no me hagan perder el tiempo”, les regañó el Rey con dureza. “Cuando vengan
con todos los documentos que los acrediten como dueños de las tierras que quieren trabajar,
aprobaré su propuesta”, dijo y se fue sin más.

La princesa sonreía cada vez que recordaba el gesto de rabia de esos sujetos. Los chicos estaban
haciendo su trabajo muy bien, por algo esos tipos aún no conseguían las tierras que querían.
Habían pasado poco más de dos semanas desde que el gremio partió y le estaban metiendo el pie a
los de Agricultura, era obvio.

Ya libre de cualquier otra obligación en el castillo, Miorine estaba lista para volver a su villa. Sin
Suletta y sin los chicos del gremio en la ciudad, lo otro que le quedaba para entretenerse en su
tiempo libre era trabajar en su invernadero.

“¡Su Alteza!” Le llamó una voz masculina cuando estaba a nada de salir propiamente del castillo.
Una voz fuerte, una voz potente. Una voz prepotente.

Miorine frunció el ceño al reconocer esa voz. Se giró apenas para verlo por encima de su hombro.
“Guel”, murmuró la princesa, poco complacida con su presencia. No se molestaba en ocultarlo.
“¿Qué deseas?”

“Necesito hablar con Suletta Mercury pero no la encuentro, pediré otro duelo”, anunció Guel con
dureza. “La posición como Portador es mía, así que la recuperaré”.

La princesa enfureció de manera ligera. Las dos palizas que Suletta le propinó poco hicieron para
darle algo de humildad al chico. Siguió caminando ya sin verlo. “Mi Prometida salió de viaje con
el gremio que la aloja. Si quieres un duelo, manda tu solicitud formal cuando ellos regresen.
Aunque tendrás que esperar en la fila, hay dos o tres duelos más me parece”.
Guel frunció el ceño también y rápidamente le dio alcance a la princesa. Esa indiferencia ahora
dolía, era como un golpe, lo admitía.

“¡No te atrevas a tratarme así, fui tu prometido!” Gritó el chico, furioso. “¡No debo hacer ninguna
estúpida fila! ¡Soy el gran Guel Jeturk!”

Olvidando por completo que no tenía ya ningún derecho sobre ella, Guel la sujetó por el brazo para
retenerla, pero lo único que logró fue que Miorine se girara y le lanzara una mirada dura, fría y
llena de asco mientras se soltaba con fuerza. La princesa no toleraba ningún contacto físico a
menos que fuera con Suletta Mercury; su enorme, tonta y linda Prometida. Encaró a Guel sin
importarle que el chico fuera más alto y fuerte que ella.

“Y yo soy la princesa de éste reino, mientras que tú no eres más que el hijo de un mercader. Nunca
lo olvides, Guel Jeturk”, dijo Miorine con frialdad. “Aunque eso no es algo de lo cual
avergonzarse”, su mirada se endureció, “pero si insistes en seguir jugando al guerrero ante una
guerrera de verdad, nadie te lo impide”. Dicho eso, se fue. Su primer impulso fue atacar al chico
con todo su repertorio de coloridas groserías y quizá un par de bofetadas, pero tenía mejores
maneras de atacar sin ser físicamente violenta y lo estaba aprendiendo de su padre por mucho que
le doliera admitirlo. “Adiós”.

La princesa se fue y Guel se quedó atrás con los puños apretados y la quijada tensa, pero esa no era
la única visita que le esperaba a la Princesa. Ya fuera del castillo, camino a su villa, alguien más la
alcanzó.

“Lo hiciste pedazos, Alteza”, dijo un divertido Shaddiq luego de lanzar un silbido.

“¿Acaso Guel y tú están complotando para arruinarme el apetito y el resto del día?” Preguntó
Miorine sin mirarlo ni detenerse.

“Sólo fue una coincidencia, yo no tengo nada qué ver con el idiota”, respondió Shaddiq.

“Piensa que ese idiota estuvo a nada de ser tu Rey”, comentó la Princesa con desinterés.

“Lo pienso y me dan escalofríos”, rió el joven. “¿Me permites escoltarte a tu villa? Tu Prometida
está de viaje, debes echarla de menos”.
A Miorine no le cambió el gesto por mucha razón que tuviera Shaddiq. “¿También estás interesado
en la ausencia de la Portadora?”

“Un poco, sí, todo mundo sabe que Lady Suletta adora estar contigo y se la pasa pegada a ti todo el
tiempo posible”, dijo Shaddiq mientras se acomodaba el cabello. Por un momento estuvo a punto
de decir que Suletta Mercury a momentos parecía ser un enorme perro faldero. “Admito ser un
bastardo, y soy consciente de que me detestas, pero seguimos siendo amigos de alguna manera y
me preocupas”.

“Gracias por tu preocupación pero no la necesito, estoy bien. Suletta tiene una misión por cumplir
y yo tengo mucho trabajo por hacer”, respondió Miorine. Por mucho que detestara la actitud de
Shaddiq, le tenía cierta estima porque lo conocía desde niña y se llevaron bien hasta que él
eventualmente se convirtió en el ser venenoso que era actualmente.

“¿Entonces lo de casarte con ella es en serio?” Preguntó el futuro general, más serio.

Y de nuevo, Miorine no mostró gesto alguno en su duro rostro. “Lo que quiera hacer con Suletta
Mercury es asunto mío y de ella”.

“Me temo que no es así, Alteza, lo que hagas con ella tendrá que ver con todo el reino, te guste o
no la idea”, suspiró. “No eres una chica normal”.

“Lo sé, sólo soy un jodido premio y un escalón al trono, ¿verdad?” Dijo la princesa, repitiendo
(con más groserías de lo normal) las palabras que Shaddiq le había dicho más de una vez.

Ésta vez el futuro general negó con la cabeza. “Porque la persona que esté contigo será quien deba
guiar éste reino”, se llevó una mano a la nuca. “Sólo pienso en el bienestar y la seguridad de tu
Prometida”, dijo y de inmediato notó que quizá no expresó lo que quería decir de la mejor manera
posible, pero fue un poco tarde para componer sus palabras.

“¿Eso es una amenaza, Shaddiq Zenelli?” Preguntó Miorine, encarándolo y con los puños
apretados.

“¡No es lo que quise decir!” Negó de inmediato. “Me refiero a que guiar un reino es un peso
demasiado estresante y duro para alguien tan pura como Suletta Mercury, me temo que una
guerrera como ella no está hecha para guiar un reino y sobreponerse a la gente del Consejo”,
agregó, tratando de componer la situación. “Se la van a comer viva apenas puedan”.

Miorine enarcó una ceja. “Mi padre, que casualmente es tu Rey, es un exsoldado por si no lo
recuerdas. Un guerrero. Por mucho que deteste admitirlo, creo que está haciendo un buen trabajo,
¿no lo crees?” Preguntó con un tono de voz que para nada parecía contento.

Shaddiq ésta vez se sonrojó por la vergüenza, no pudo decir nada más.

“Vete antes de que en serio me enfade”, ya lo estaba, pero lo mejor era no expresarlo de manera
física. “Gracias por acompañarme”, y caminó a paso más rápido en dirección a su villa. Dejó a un
avergonzado Shaddiq atrás.

¿Desde cuándo la princesa Miorine Rembran levantaba la voz con esa confianza y esa seguridad?
¿Desde cuándo comenzó a dejarlos callados? ¿Cuándo ganó esa poderosa presencia? Eso se
preguntó tanto Guel como Shaddiq. ¿En qué momento la Princesa que callaba y obedecía, quisiera
o no, comenzó a comportarse así?

Miorine optó por comer algo apenas llegó a casa y dedicar el resto del día a estar en su
invernadero. Esos dos le regalaron un dolor de cabeza. Admitía echar de menos a Suletta, la
extrañaba tanto que todos los días releía sus cartas. Debía ser paciente. Debía recordar que estaba
acostumbrada a la más perfecta soledad, pero era complicado cuando cerraba los ojos y lo primero
que le llegaba a la mente era Suletta Mercury y su boba sonrisa.

“Estúpida Suletta”, masculló Miorine mientras se colocaba sus guantes para trabajar.

~o~

Los Terra estaban en una de las bodegas organizando la información que reunieron en esos días.
Luego de casi tres semanas finalmente tenían todo lo que necesitaban: nombres de las personas que
estaban financiando a los compradores, pagando a los soldados por su silencio y que también
contrataron a los bandidos para los ataques. Los líderes de los grupos bandidos poco y nada sabían
de sus contratistas más que un par de nombres, ellos simplemente cobraban sin hacer muchas
preguntas. Capturaron a tres de esos líderes y los entregaron a la guardia real, pero con un
escándalo digno de una revuelta. Ésta vez los soldados de la guardia no tenían manera alguna de
liberar a esos sujetos a los dos o tres días de encierro como solían hacerlo. Que Suletta Mercury,
respaldada por centenares de pobladores, fuera la que entregara a los bandidos no les estaba dando
muchas opciones.
En cuanto a los compradores, ya tenían una lista completa de los más habituales. Referente al
asunto con la guardia real, todos estaban comprados. Escucharon de más de un soldado que intentó
oponerse al plan, sobre todo los que tenían familia en la región, pero fueron destituidos de sus
cargos en cuanto se negaron a las órdenes de sus superiores, y obligados a callar por temor a
cualquier represalia.

Ya tenían todo listo.

Los soldados estaban acorralados, los bandidos bajo control luego de la captura de tres de los
líderes de los grupos más grandes, y las aldeas más pequeñas estaban aseguradas y con los
pobladores dispuestos a pelear antes que esconderse. El sistema de seguridad les daba oportunidad
de esconder a los más vulnerables, principalmente a sus niños y ancianos.

“Esto es todo lo que Su Alteza necesita para armar el reporte”, dijo Martin con una sonrisa luego
de revisar cada papel por cuarta vez. Los documentos, nombres y pruebas estaban en orden.
“Podemos volver a la Capital”.

El resto del grupo celebró de manera ruidosa y comenzaron a felicitarse entre sí. Suletta en especial
había sido la pieza clave de toda la misión, su posición como heredera de una casa noble (por muy
pequeña que fuera) y como la Portadora fue de mucha ayuda para darle más fuerza a los reclamos
de la gente de la región.

“Podrás volver a ver a Su Alteza”, dijo Nika de manera juguetona mientras codeaba a Suletta en un
costado.

La guerrera se llevó una mano a la cabeza mientras sonreía como tonta e incluso se sonrojaba. “La
e-extraño m-mucho”, respondió, contenta. “L-le conseguí e-esto”, de entre su ropa sacó la figura de
un lobo tallado en madera. Una pieza hermosa que le obsequiaron en uno de los pueblos, Suletta de
inmediato preguntó si se lo podía regalar a alguien especial y le dijeron que sí.

“Nosotros ya hicimos nuestro trabajo, grandulona. Cuando lleguemos a la Capital, será tu turno de
terminar el tuyo”, dijo Chuchu, bastante contenta.

“¡D-daré mi m-mejor e-esfuerzo!”

“¡Así se habla, Suletta!” Nuno era el más contento porque su familia y el resto de su gente estaban
a salvo. “Muchas gracias por la ayuda, chicos. También le debo mucho de esto a Su Alteza”.
“Hay que agradecerle todo cuando volvamos a la Capital. ¡Podemos hacer una fiesta en su honor!”
Propuso Lilique y todos estuvieron de acuerdo.

“Saldremos al amanecer, así que duerman bien, tenemos que regresar lo más pronto posible”,
indicó Martin y todos asintieron.

Debían volver rápido a casa y terminar su misión de manera apropiada. La Princesa Miorine
Rembran los esperaba en la Capital con resultados satisfactorios.

~o~

Ya casi atardecía.

Miorine admitía que desde aquella vez que vio el atardecer con Suletta en su primera cita, había
recuperado el gusto por admirar lo que le rodeaba de manera más consciente. Un atardecer, un
amanecer, las estrellas en el cielo, la luna en lo alto… Incluso las flores silvestres que crecían en
los jardines de su villa.

Justo cuando tenía pensado ir por té y un libro para acompañar su rato de contemplación, escuchó
los cascos de un caballo que de inmediato le devolvieron la sonrisa a la cara. ¡Era Hermes! Apenas
tuvo tiempo de voltear, lo primero que vio fue al corcel azabache y a su inconfundible jinete
acercarse. Notó que la mochila de viaje de Suletta seguía en las ancas del caballo, lo que quería
decir que no se detuvo en casa de los Terra para desempacar, fue directo con ella y eso la puso
francamente feliz. Y alerta.

Notó cuando Suletta corría hacia ella a toda velocidad, ¡claro que sabía lo que esa boba quería
hacer!

“¡Mi princesa!” Gritó una feliz guerrera con los brazos bien abiertos, sólo para ser detenida en seco
por una simple señal de su Prometida. Sonrió como tonta y tuvo que tomar aire y bajar los brazos.
Un respiro hondo y pudo controlar sus ansias y deseos. Se inclinó ante ella como marcaba la
cortesía y pidió su mano. “He v-vuelto, mi p-princesa”, dijo y besó la mano de su Prometida en
cuanto ésta lo permitió.

Miorine sonrió con gusto. “Bienvenida, guerrera”, dijo con una emoción que contenía a duras
penas. No tardó en rendirse. “Ya puedes abrazarme”.
Suletta obedeció de inmediato. Abrazó con tanta emoción a su princesa que incluso la cargó,
procuró sostenerla con firmeza pero sin ser brusca. Eso sí, se restregaba con cariño como el
enorme cachorro que era. Y, sí, respiró hondo para llenarse de su aroma. Miorine correspondió el
abrazo aferrándose al cuello de la guerrera con ambos brazos.

“T-te extrañé m-mucho”, dijo Suletta en voz baja.

“Admito que yo también, me han hecho falta tus tonterías”, respondió Miorine con una sonrisa
suave. “Por cierto, apestas”, con una mano alborotó el cabello de su prometida. “Creo que te
mereces un buen baño”.

“N-no tuvimos t-tiempo para a-asearnos”, explicó Suletta. “N-nos apresuramos p-para volver lo m-
más pronto p-posible”.

“Eso quiere decir que todo salió bien con su misión, ¿verdad?” Preguntó la princesa, sin ganas de
soltarse del abrazo.

Suletta asintió. “Hicimos n-nuestro trabajo c-como lo o-ordenaste, t-traigo el reporte c-conmigo”, lo
tenía entre sus ropas, por cierto.

“Buen trabajo”, dijo Miorine, ahora acariciando las mejillas de Suletta. Sin poder contenerse, besó
su mejilla. “Buen trabajo”, repitió en baja voz, dulce.

La guerrera sintió un escalofrío de cuerpo completo y giró ligeramente su rostro para poder besarla,
pero su princesa lo evitó y en lugar de sus labios, prestó su mejilla. Suletta rió y siguió el cariño
besando esa blanca y suave mejilla.

“Hasta que sea luna llena, no lo olvides, lindo cachorrito”, dijo Miorine de manera melosa. “Ahora
vamos adentro y dame el reporte, lo revisaré mientras te bañas y comes algo, ¿entendido?”

“¡Sí, m-mi princesa!” Respondió una feliz Suletta y comenzó a caminar en dirección a la casa.

“Pero primero quítale la silla y la mochila a Hermes”.


“¡Sí!”

“Podrás hacerlo si me bajas primero”.

“P-pero no q-quiero”.

“A menos que te salgan otro par de brazos, esto no funcionará. Anda, bájame y encárgate de él”, y
para calmar los ánimos de Suletta, besó de nuevo su mejilla y luego su frente. “Te espero adentro,
ahora bájame”.

Y Suletta obedeció, hechizada por los besos. “N-no tardaré”.

Miorine asintió, Suletta le dio los documentos. Mientras la guerrera llevaba a su caballo al establo
para dejarlo cómodo y descansando, la princesa se adelantó para revisar el reporte de los chicos.
Desde las primeras páginas se le notaba sonriente.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

Estaba entre alargar la misión por otro capítulo, o meter todo en un capítulo para
meterle el acelerador al asunto. Al final me decidí sólo por un capítulo (espero no se
note muy apresurado) que llevamos prisa y quiero llegar a una escena del siguiente
capítulo que llevo pensando desde que comencé el fic.

¡Gracias por leer! x3


Bajo la Luna
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

Fue un poco sorpresivo que la Portadora Suletta Mercury pidiera una audiencia con el Consejo.
Cualquier miembro del Consejo y noble en general estaba en su derecho de solicitar una reunión,
ya fuera para proponer o poner a discusión alguna ley, para pedir que mediaran en caso de algún
malentendido, para presentar a sus herederos y también para poner a escrutinio cualquier
comportamiento fuera de regla y casos de abusos de poder.

Suletta pidió la audiencia el mismo día que llegó y se aprobó para el día siguiente, el momento
llegó más pronto que tarde.

Miorine, desde luego, no pensaba dejar a su Prometida sola en ese crucial momento. Suletta sería la
que hablaría, la princesa sólo estaría ahí como apoyo moral y acompañante tal como marcaba la
regla. Miorine escribió el reporte completo y organizado y luego hizo que Suletta lo transcribiera
de nuevo con su puño y letra, el punto era que nadie sospechara que había mano de la princesa y
que todo era obra de Suletta y los chicos del gremio. A Suletta seguía sin gustarle la idea de tomar
el crédito de todo ese trabajo, pero a los chicos no les molestaba y a Miorine menos.

“Estarás bien”, dijo Miorine mientras acomodaba la piel de lobo en los hombros de Suletta.

“D-daré mi m-mejor esfuerzo”, respondió una nerviosa Suletta, ya tenía los documentos en manos,
y sus manos temblaban bastante.

Miorine negó suavemente con la cabeza antes de tomar las grandes manos de Suletta entre las
suyas. Le dedicó un gesto firme y serio a su Prometida. “Incluso si tartamudeas, no dejes de hablar,
incluso si te cuesta explicar algo, no dejes de hablar en voz alta. Te escucharán de todos modos”
Sonrió al ver que Suletta asentía muchas veces con los ojos bien cerrados. “Toda la gente de la
región maderera confía en ti, Suletta, habla por ellos”.

Esas palabras bastaron para que Suletta tomara aire, se pusiera firme y asintiera con más seguridad.
Miorine le dio un cariño en la mejilla.

“Cuando terminemos aquí, iremos a donde tú quieras, Suletta”. No tenía clases por ese día y
tampoco juntas, el único pendiente del día era la audiencia que estaba por comenzar. “Me tendrás
el resto del día, así que aprovéchame”.
Semejante promesa le devolvió la sonrisa a Suletta, sabía exactamente a dónde llevarla. Los chicos
del gremio estaban preparando un banquete para Miorine, querían honrarla de alguna manera. Fue
la princesa la que verdaderamente hizo que la región tuviera la atención que necesitaba, fue ella la
que acertó en su corazonada de la amenaza latente, fue ella la del plan que los chicos del gremio y
Suletta siguieron letra por letra. Lo mínimo que merecía era ese humilde reconocimiento y se lo
iban a dar.

Un soldado les indicó que ya podían entrar a la sala de juntas. Suletta palmeó a Aerial en su cintura
antes de poner un gesto serio, tomó aire tan profundamente que su pecho se infló y le ofreció su
brazo a su Prometida. Miorine sólo asintió y se sujetó de la guerrera. A Suletta le salían las
cortesías de manera natural cuando más importaba y eso la princesa se lo recompensaría después.
Era el momento de la verdad.

“¡S-Suletta M-Mercury, he-heredera de la Casa M-Mercury y la actual P-Portadora, presente!” Se


anunció Suletta como su princesa se lo indicó e hizo una inclinación.

Miorine sonrió por dentro, ella simplemente hizo una educada reverencia ante todo el Consejo.
Ambas se colocaron en el centro de la sala, todos les miraban, unos con menos interés que otros.
¿Qué asunto tenía Suletta Mercury entre manos? Más de uno bromeó en voz baja que quizá querría
renunciar a su posición como Portadora. Miorine se soltó de Suletta y simplemente dio un paso
atrás. Por supuesto, antes de soltarla, le dio una pequeña palmada en el brazo a manera de ánimo.

Suletta tomó aire una vez más.

“¿Cuál es el asunto por el que nos has reunido aquí, Portadora?” Preguntó el Rey Delling con su
gesto severo, serio y poderoso de costumbre.

Suletta tragó saliva. El padre de su Prometida imponía, pero pese a ello, le recordaba a los viejos
guerreros de su pueblo. Todos serios, parcos en ocasiones y con un gesto cansado luego de haber
pasado por muchas batallas y experiencias por las que ninguna persona normal debería pasar
jamás. Esa sensación le daba el Rey. Sin bajar la mirada, puso sus papeles en la mesa que tenía
enfrente.

“M-me encontré c-con una situación d-desagradable durante u-un viaje con el G-Gremio que me
aloja”, volvió a respirar hondo. “En la r-región maderera a-al oeste”. No los notó pero los
representantes del Gremio de Agricultura se pusieron nerviosos. Su Prometida sí se dio cuenta de
ello, por cierto. “C-como s-saben, mi m-misión es que t-todos sepan de m-mis tierras, y también s-
saber de otros l-lugares del reino. Cu-cuando llegué allá, las p-personas me dijeron q-que han s-
sido atacados por b-bandidos que no roban p-pero destruyen, y t-también q-que hay gente que
quiere o-obligarlos a vender sus t-tierras. Yo m-misma peleé con unos b-bandidos. L-la gente m-
me pidió ayuda p-porque la g-guardia real n-no los estaba p-protegiendo. Mis c-compañeros me
ayudaron a i-investigar”, tomó sus papeles y le hizo llegar los documentos al Rey con asistencia de
uno de los soldados presentes. “Aquí está el r-reclamo por el q-que pedí ésta a-audiencia, p-para
denunciar a unos m-miembros del G-Gremio de Agricultura p-por los ataques a la r-región m-
maderera”, declaró con firmeza y voz fuerte, se escuchó un pequeño escándalo de sorpresa entre
los presentes.

Miorine notó con mucha alegría (que no demostraba) cómo esos bastardos de Agricultura pasaban
de un color a otro mientras miraban al Rey revisar los documentos. El Rey Delling frunció el ceño
conforme leía el reporte junto con el General y otros miembros que estaban sentados cerca de él.
Entre más veían, más serios se ponían.

“Ésta es una acusación seria, Portadora”, dijo el Rey sin dejar de mirar los documentos, los hizo
pasar entre los presentes uno por uno. Había muchos nombres anotados y todo lo que habían estado
haciendo por semanas. “Además anotas sobre la cooperación de la Guardia Real de la zona con
estos crímenes y del desconocimiento del caso por parte del Gobernador de la región”.

“N-nunca se le hi-hizo saber d-de los incidentes, l-las quejas n-nunca le llegaron, pero no p-pude
averiguar m-más que lo que e-está anotado”, declaró, seria. Nerviosa pero firme.

Hubo un rato de silencio mientras revisaban los documentos cuidadosamente. Suletta sentía que sus
manos sudaban. En todo ese rato no hizo más que fijar su atención en el Rey para no ponerse
nerviosa por la presencia de todos los demás, pero ahora que miraba a sus alrededores, notó las
presencias de Guel e incluso de Shaddiq y Elan. Por supuesto, todos ellos eran personas
importantes. No conocía a los tipos de Agricultura, por cierto. Miró de reojo a su princesa, que se
mantenía seria. Tragó saliva, no debía perder su posición por mucho que se sintiera a punto de
desfallecer por los nervios.

Miorine simplemente miró a su prometida y asintió. Ambas debían mantener el decoro, era
importante si querían que el Consejo atendiera su solicitud.

“¿Pueden explicar esto?” Preguntó Delling al par de representantes del Gremio de Agricultura,
ellos ya tenían los documentos en manos.

“No, Su Majestad, no sabíamos que esto estaba pasando”, dijo uno de ellos con toda la seguridad
que pudo reunir. Por supuesto que conocía todos esos nombres en el reporte.

“¿Entonces no están al pendiente de cómo trabaja su propia gente?” Preguntó el Rey, poco
complacido. “Aquí está anotado cuánto dinero estaban ofreciendo por las tierras, eso es al menos
tres veces su costo real”, enseguida miró al viejo General. “Y también veo que hay muchas malas
semillas aquí”.

Todos los presentes comenzaron a murmurar entre sí y miraban a los representantes de Agricultura
con recelo y sospecha. Muchos de ellos estaban al tanto de cómo podrían llegar a ser los del
Gremio, pero ese incidente ni siquiera era juego sucio, eran crímenes.

“¿Esto es todo lo que averiguaste junto con tus acompañantes, Portadora?” Preguntó el Rey y de
inmediato ordenó con un gesto que le volvieran a entregar los documentos para revisar el reporte
una vez más.

La guerrera asintió. “M-me temo que n-no pudimos s-saber más, t-tampoco l-la verdadera r-razón
por la que q-quieren esas t-tierras”, Suletta tomó aire de manera honda y de pronto recordó algo
que Chuchu le comentó. Frunció el ceño y apretó los puños.

Miorine notó tensa a Suletta pero era lo esperado, debía mantener uno o dos datos escondidos de
todo lo que estaba contando, además había mantenido muy bien su posición desde que comenzó a
hablar. ¡Estaba tan orgullosa de ella! Sonrió por lo bajo… Al menos hasta que Suletta retomó la
palabra.

“T-todo esto es una m-mierda… Los q-que están haciendo t-todo esto lo son, s-son una m-mierda”,
dijo la guerrera mientras miraba la mesa y luego a todos los presentes.

El Consejo entero se horrorizó ante la clara rudeza de la Portadora. Al menos los más viejos y
severos. El Rey sólo enarcó una ceja, Shaddiq estuvo a nada de echarse a reír, mientras que Elan y
Guel tenían una cara de asombro. Miorine quedó boquiabierta y sin poder creerlo. Suletta continuó.

“M-me explicaron q-que el Gremio de A-Agricultura se c-creó para que n-nadie ambicioso c-
controlara lo que p-produce la tierra, para q-que todo eso f-fuera de quien t-trabajaba la tierra”,
elaboró con más seriedad. “Se s-supone que s-su trabajo es hacer q-que todo lo q-que nazca de la t-
tierra llegue a t-todos lados del reino, p-pero yo nunca v-vi un tomate hasta q-que llegué aquí y mi
p-princesa me m-mostró uno”, abrió y cerró sus manos con nerviosismo. “Y n-no debería s-ser así,
¿verdad?”

El Rey se llevó una mano al mentón. “Todos los trabajos y tratos del Gremio de Agricultura
quedarán en pausa hasta que investiguemos ésta situación hasta sus últimas instancias”, declaró
Delling y miró al par de representantes de dicho Gremio. “Ustedes dos se quedarán aquí para tomar
declaraciones”, luego miró a Suletta. “Portadora, revisaremos el caso y tomaremos cartas en el
asunto. Si necesitamos que tú o tus compañeros declaren, se les mandará a llamar, ¿entendido?”

“S-sí, Su M-Majestad”, respondió mientras hacía una reverencia.

“Y cuida tu vocabulario la próxima vez, recuerda que estás ante el Honorable Consejo de
Asticassia”, el Rey volvió su atención a los documentos. “Pueden retirarse”.

Princesa y Guerrera se inclinaron una vez más y ambas salieron de la sala de juntas a paso rápido.
Suletta pudo respirar hondo y temblar por completo apenas se alejaron lo suficiente.

“L-lo hice, m-mi princesa, p-podemos… ¡Eeek!” No pudo terminar de hablar. Su Prometida la
tomó por el cuello de la ropa y la obligó a inclinarse de golpe, lo suficiente para encararla.

“¡Suletta Mercury, eres una idiota!” Miorine estaba echa una furia.

“¡Eeek!”

“¿¡Dónde rayos aprendiste esas malas palabras!?” Porque al menos ella procuraba medir su
vocabulario ante Suletta… Más o menos. En su defensa, “mierda” no era una palabra habitual
cuando decidía expresarse con el más florido de los lenguajes. “¡¿Quién carajo te enseñó eso?! ¡Y
además lo dijiste enfrente de todo el Consejo! ¡UGH!”

Suletta volvió a soltar otro gritito de pánico pero no dijo nada. De hecho, giró el rostro y apretó
labios y párpados. Se negaba a mirarla.

“¡Suletta…!”

La guerrera negó y se volteó más. Suletta Mercury no era ninguna delatora, eso era obvio, pero
Miorine pronto adivinó la identidad del culpable. Frunció más el ceño.

“Chuchu…”

~o~
Todo estaba casi listo en casa de los Terra, la celebración sería en el patio trasero. Había adornos
de papeles de colores colgando de árbol a árbol, ya habían preparado un abundante banquete y
justamente los chicos llegaron con un barril de cerveza que consiguieron en el pueblo, una de las
favoritas de la Princesa. También tenían vino de frutas para Suletta, que no gustaba del amargo
sabor de la cerveza. Según calcularon, la junta no debería durar mucho, o al menos eso fue lo que
la princesa mandó a decirles con Suletta, que para la tarde estarían libres si las cosas no se
complicaban demasiado. Los chicos deseaban que no.

Sólo terminaban los últimos preparativos y luego de eso les tocaría esperar.

Lo que no esperaban era que la puerta principal se abriera de golpe, con una patada mejor dicho, y
daba paso a una enfurecida Miorine Rembran que torpemente se quitaba su capa por culpa de la ira.
Miró a todos lados buscando algo hasta que lo encontró: a Chuchu sentada en uno de los sillones
mientras cortaba papel.

“¡Tú!” La princesa se acercó a ella con furiosos pasos mientras la tomaba por el cuello de la ropa y
la obligaba a encararla. “¡Chuatury Panlunch! ¡Dame una buena razón para no colgarte justo ahora
del árbol más alto que encuentre!”

“¿¡Qué rayos pasa contigo, princesita!?” Reclamó Chuchu de inmediato. Que la llamara por su
nombre completo era una clara señal de alarma.

“¡Mi p-princesa, espera!” Suletta entró corriendo a la casa y sin aliento. Le tocó correr porque su
princesa se llevó a Hermes y no tuvo tiempo de ir por Fengari. Por suerte no era mucha distancia.
“¡N-no la vayas a m-matar!”

El resto de los habitantes de la casa estaban igual de confundidos y horrorizados. ¡Nunca la habían
visto tan furiosa! Ninguno sabía cómo intervenir en esa situación.

“¡Ahora dime qué rayos hiciste con mi linda y educada Prometida!”

“¡No sé de qué hablas!”

“¡Suletta dijo ante todo el consejo del maldito reino que toda la situación de los de Agricultura era
una mierda y que ellos eran una mierda!” Gritó, más enojada. “¡Lo dijo enfrente de todos! ¡Lo dijo
con cara seria! ¡El idiota de mi padre incluso la reprendió!” Soltó otro gruñido de furia. “¡Y eso lo
aprendió de ti! ¡Eres la única de toda ésta jodida casa que tiene boca de pirata!”

Ciertamente la princesa no se estaba escuchando a sí misma en ese momento, eso pensaron todos
los demás menos Suletta, que no sabía si sujetar o no a su Prometida para que no matara a Chuchu.
Aunque el repertorio de groserías de Chuchu superaba el de la Princesa por mucho, no podían
quitarle culpa a su compañera.

Por su lado, Chuchu sonrió con malicia y sujetó a la princesa por las muñecas. “Dime qué cara
pusieron esos imbéciles”.

Miorine finalmente sonrió, su gesto de furia desapareció por completo. “Ojalá hubieran estado ahí
para ver sus caras, todos estaban horrorizados”, su sonrisa se hizo más grande. “Nunca voy a
olvidar ese momento, fue glorioso”.

Chuchu comenzó a reírse a carcajadas, sus amigos pronto hicieron lo mismo. Suletta no tardó en
relajarse y reír. Pero a la que no esperaban que también se uniera a la risa fue Miorine. ¡La princesa
estaba riendo! ¡Era la primera vez que la veían reír! Todos se pusieron contentos, pero Suletta fue
la que dejó de reír para poder contemplar el hermoso rostro de su princesa con ese nuevo gesto que
no conocía. Suspiró, hechizada.

“¡Ojalá lo hubiéramos visto!” Exclamó Chuchu.

“¡Bien hecho, Suletta!” Ojelo fue el primero en darle bruscos cariños a Suletta junto con Nuno
para felicitarla. La sacaron de su pequeña ensoñación.

“No creo que esté bien expresarse así enfrente del Rey y del Consejo, pero…” Nika poco hacía
para contener sus risas. Sus amigas estaban abrazadas entre sí sin dejar de reír.

“Lo d-dije porque Chuchu t-tiene razón, además l-la gente del p-pueblo piensa l-lo mismo”,
respondió Suletta y rió un poco más mientras jugaba sus dedos entre sí. Constantemente miraba a
su princesa, que seguía encima de Chuchu riendo junto con ésta.

“¿Eso quiere decir que todo salió bien en la junta?” Preguntó Martin luego de secarse unas
lágrimas que salieron por culpa de la risa.

“Sí, d-dijeron q-que se encargarían d-del asunto”.


“El Gremio de Agricultura tiene cesadas sus operaciones hasta que se investigue el caso”, informó
Miorine luego de recuperar el aire y ponerse de pie. “Ellos tomarán el caso en sus manos, Suletta
habló bien y todos quedaron convencidos gracias a las pruebas que ustedes reunieron. Es cuestión
de días para que todo regrese a la normalidad en la región”, suspiró hondo, ya calmada de su
ataque de risa. “Buen trabajo, chicos”, pronto recordó algo. “Luego les mando su dinero con
Suletta, lo olvidé por la prisa de venir a matar a Chuchu”, miró a la descarada chica y se cruzó de
brazos. “Recuérdame porqué sigo sin hacerlo”.

“Porque me adoras”, respondió la guerrera con una sonrisa enorme.

Hubo unas risas más antes de que la princesa notara toda la comida que había en la mesa, incluso
tartas y vio un barril grande también. “¿Qué es todo esto? ¿No es mucho para la hora de la
comida?”

Los Terra se miraron entre sí y sonrieron.

“N-nada de esto habría s-sido posible sin t-ti, mi p-princesa”, dijo Suletta con emoción.

“Nos alegra que ya esté aquí, Alteza, podemos comenzar la celebración”, fue el turno de Martin de
tomar la palabra. “Esto es en su honor, porque sin usted, no habríamos hecho algo tan grande”,
notó el sobresalto en la princesa. “Sabemos que no quiere el reconocimiento de nadie en el castillo,
pero al menos permita que celebremos con usted ésta victoria”, fue el primero en inclinarse por
completo. “Gracias por todo su trabajo, Alteza”.

Uno a uno, los chicos del gremio agradecieron el esfuerzo de la princesa con una respetuosa
inclinación, incluso Chuchu le hizo una educada cortesía y eso era decir mucho.

“G-gracias, mi p-princesa, eres m-maravillosa”, Suletta finalizó y se arrodilló ante ella como
muestra de genuino respeto. “Aerial y yo t-te seguiremos a d-donde sea q-que vayas”.

Miorine se sintió mareada por un segundo y tuvo que sostenerse del respaldo de una silla que
estaba cerca. Se sentía sobrepasada, ¿en qué momento esos tontos pensaron en algo así? ¿De qué
derecho gozaban para hacer eso? Fue atacada por un nudo en su garganta contra el que tuvo que
luchar. No sabía qué decir, esos tontos en serio la dejaron sin palabras. Sólo atinó a desviar la
mirada.
“Vamos a comer… Ya que prepararon todo esto”, fue lo único que pudo decir mientras hacía hasta
lo imposible por esconder su rostro ruborizado.

Todos sonrieron.

Suletta fue la primera en tomarla de la mano. “D-debemos lavarnos l-las manos, mi p-princesa. V-
vamos”, y se la llevó al cuarto de baño sin que su Prometida opusiera resistencia. Obviamente
Miorine necesitaba recuperarse antes de volver a encararlos. Mientras, los chicos comenzaron a
sacar toda la comida y bebida para acomodarla en la mesa que habían colocado en el patio trasero.

La fiesta podía comenzar.

~o~

La noticia de las sucias jugadas del Gremio de Agricultura se esparció cual incendio en todo el
reino en cuestión de días. Se habló del juicio y encierro de más de un miembro del gremio, también
del castigo y despido de los guardias reales implicados, lo que obligó al viejo General a mandar a
hacer una necesaria limpieza en sus filas. Los nuevos soldados que quedaron a cargo de la zona
maderera estaban más atentos a los bandidos, aunque los números de estos y sus ataques
disminuyeron rápido.

Gracias a una carta de la familia de Nuno, el Gremio estaba al tanto de que las cosas en la región
habían vuelto a la normalidad y todos trabajaban tranquilamente como siempre.

Todo el Gremio de Agricultura sufriría una reestructuración casi completa, aunque muchos de sus
miembros claramente no estaban contentos con el asunto, mucho menos a salvo. Se rumoraba que
podría llegar a desintegrarse, lo que tenía un poco molestos a los que más ganaban con esos
negocios truculentos.

Pero Suletta no pensaba en ello, no cuando tenía algo mucho más importante en qué concentrarse:
su preciosa princesa iluminada por la luz de la luna llena que coronaba el cielo esa noche. Suspiró
de nuevo, encantada.

Finalmente había llegado el tan esperado día. Noche, mejor dicho.

“La tarta te quedó muy bien, Suletta”, dijo Miorine luego de terminar su postre. La comida fue una
sopa sencilla pero deliciosa que su Prometida hizo por sí misma. Le gustaba cuando Suletta se
esforzaba de esa manera, después de todo, eran experiencias nuevas que la hacían feliz. Le gustaba
ver a su Prometida feliz. “Gracias por la cena, estuvo deliciosa”.

Suletta sonrió con lindos nervios y una alegría inmensa. “Yo… Yo q-quería hacer t-todo ésta vez”,
dijo mientras se llevaba una mano a la nuca, no dejaba de sonreír. Miró la luna una vez más, había
muchas estrellas esa noche. El ambiente era perfecto. Suspiró hondo y sirvió más vino para ambas.
Levantó su copa para hacer un brindis más.

Miorine también levantó su copa, estaba sonriente. “¿A honor de qué vamos a brindar ésta vez?”
Preguntó con visible contento y su sonrisa traviesa.

La guerrera se sonrojó. “Q-quiero brindar p-por ti”.

“Entonces yo brindaré por ti, que estás aquí conmigo”, dijo la princesa y chocó su copa con la de
Suletta. “Salud”.

“¡Salud!” Suletta bebió todo el vino de un trago y dejó la copa a un lado. De pronto se sintió
nerviosa, tenía las mejillas calientes y sabía que no era por el alcohol.

Miorine bebió la mitad del contenido de su copa antes de notar el estado de su Prometida. Sonrió.
Suletta era encantadora de muchas maneras. Puso su copa a un lado y con su índice sujetó el
mentón de Suletta y la hizo encararla. “¿Por qué tan nerviosa?” Preguntó de manera traviesa.
“¿Qué tienes en mente, Suletta Mercury?”

“Yo… B-bueno…” La guerrera escapó del toque de su Prometida y se cubrió el rostro con ambas
manos. “¡Ya s-sabes q-qué es!”

“¡Oh! Entonces ya no puedes esperar más, ¿verdad?” Claro que quería provocarla un poco, ese era
el juego. “Sólo es un beso, podemos hacerlo cuando quieras, esperamos ésta luna llena por muchos
días”, admitía que esperó con más ansias de las que imaginó, pero no lo diría en voz alta. Quería
disfrutarlo y hasta el momento todo iba perfecto por el simple hecho de que Suletta se esforzó en
cada detalle de su cita. Quizá era su turno de mostrar iniciativa para cumplir el deseo de Suletta.
Deseo propio también.

“Q-quiero hacerlo”, murmuró la guerrera sin destaparse el rostro.


“Entonces mira hacia acá o no podremos besarnos”, dijo Miorine con voz suave mientras animaba
a Suletta a voltear una vez más. Logró que se descubriera la cara. ¡Estaba tan roja! Suletta era
demasiado linda, suspiró discretamente. “Me puedo encargar si quieres”, se sentó bien y sujetó a su
guerrera por las mejillas con ambas manos.

Suletta tragó saliva. Su princesa lucía preciosa bajo la luz de la luna, su presencia era casi etérea,
como el más hermoso de los sueños. Pero sabía que eso no era uno de los sueños que tuvo mientras
se encontraba de viaje, eso era una realidad que le aceleraba el corazón. Respiró hondo. Abrió la
boca pero no dijo nada, en cambio, se sentó con las piernas cruzadas, sujetó a su Prometida por la
cintura y la cadera y con un movimiento la hizo sentarse en su regazo.

Miorine se sonrojó intensamente al verse en esa nueva posición, sus piernas quedaron a los
costados de la guerrera. “¡Idiota!” Reclamó mientras se recargaba en el hombro de Suletta.

“Así estaremos m-más cómodas”, dijo Suletta con alegría, seguía nerviosa pero nada le impedía
abrazar a su Prometida con firmeza para sentirla tan cerca como fuera posible. “C-creo que ya e-
estoy lista”.

“De acuerdo, hagámoslo”, respondió una recuperada Miorine. Ambas estaban nerviosas y era
obvio. Tomó aire de manera honda. “Cierra los ojos”.

“¡S-sí!” La guerrera obedeció de inmediato.

“Suletta Mercury, te voy a dar algo que nunca imaginé darle a alguien: mi primer beso”, susurró
Miorine al oído de su Prometida, sus labios rozando la oreja ajena. “Más te vale que lo disfrutes y
lo atesores”, agregó, juguetona.

Suletta fue atacada por un escalofrío de cuerpo entero por culpa de esa hermosa voz y también al
sentir cómo su princesa volvía a sujetarla por las mejillas. Miorine cerró los ojos también y, sin
esperar más, besó a Suletta.

Fue como si el tiempo se hubiera detenido para ambas.

Princesa y Guerrera se quedaron con sus labios pegados y sin moverse por los primeros dos
segundos antes de que fuera la guerrera quien se animara a moverlos. Una delicada caricia entre
sus bocas. Dulce, suave como nada que hubieran sentido antes. Miorine no tardó en reaccionar y
corresponder el beso como era debido. Se abrazó del cuello de Suletta y ésta la rodeó por la
espalda y la cintura. Sus cuerpos quedaron pegados gracias al apretado abrazo.

El beso se alargó por varios segundos antes de que ambas chicas separaran sus rostros lo suficiente
para recuperar el aire. Seguían abrazadas pero no se miraban aún. Suletta se sentía con la cabeza
ligera y el cuerpo caliente, todo fue mejor a como pudo imaginarlo alguna vez. Por su parte,
Miorine estaba feliz y contenta porque todo superaba las fantasías que tuvo durante la espera…
Cosa de la que nunca le contaría a Suletta, suficiente tenía con el tonto gesto que su prometida
tenía en la cara en ese momento. Por supuesto, la princesa no se veía a sí misma, estaba tan roja
como la guerrera.

Suletta sonrió con mucha alegría.

“Gracias”.

“Ya puedes tachar esto de tu lis─!!!” Miorine no pudo terminar de hablar, sus labios fueron
atacados por los de Suletta una vez más. No lo esperaba pero tampoco luchó por detenerla. No
cuando también quería repetirlo.

Suletta se sentía fuera de sí y dejó que su instinto la guiara. Lo que su corazón quería era sentir de
nuevo los labios de su Prometida, así que ésta vez ella controló el beso con dulzura y firmeza. Le
gustó sentir cuando Miorine correspondió el beso, pero su corazón pedía más. Su cuerpo
necesitaba más. Mordió suavemente esos lindos y delgados labios, escuchó a Miorine soltar un
suave mmm y eso la animó a lamer su labio inferior.

“Suletta… Eres una… Salvaje”, murmuró Miorine sin hacer nada por detener a Suletta, al
contrario, prestaba su boca. Toda ella temblaba por una desconocida emoción. Ahora estaba
aferrada a la piel de lobo que cubría a Suletta.

“Lo s-siento”, aunque se disculpó, Suletta no se detenía. Besó sus labios, la punta de su nariz, luego
sus mejillas y mentón.

“No te noto muy arrepentida”, dijo la princesa, ésta vez acariciando el cabello de Suletta con una
mano. Aprovechaba los movimientos de Suletta para darle fugaces besos en las mejillas y otras
partes del rostro, al menos hasta donde podía porque claramente Suletta estaba en control en ese
momento. “Sólo era un beso, tonta”, murmuró Miorine mientras un escalofrío la volvía a atacar,
sintió un beso en su oreja. “Uno”.
Suletta rió. “P-pero quiero d-darte muchos m-más”.

“¿Ah, sí?” Miorine enarcó una ceja y alcanzó a morder dulcemente el labio inferior de la guerrera
para poder detenerla aunque fuera un momento. Habló contra sus labios. “¿Por qué?” En verdad
quería saberlo, Suletta claramente tenía algo en esa cabeza hueca.

“P-porque te quiero, p-por eso”, dijo la guerrera mientras encaraba a Su Prometida con seriedad.
Incluso hizo una pausa en lo que hacía.

Silencio.

Miorine sacudió levemente la cabeza, como si hubiera escuchado mal. Parpadeó dos veces. “¿Eh?
¿Qué?” Miró a la guerrera con confusión. “¿Qué dijiste?”

“Te q-quiero”, repitió, firme.

La princesa sintió que en serio ardía, todo el calor se le subió al rostro, su corazón estaba por
salirse de su pecho y sus brazos temblaban. Tuvo que aferrarse al cuerpo de Suletta. “¡Idiota!” Sus
manos apretaron la piel de lobo. “¡¿Cómo te atreves a…?!” Una de sus manos fue a la cabeza de
Suletta y la sujetó del cabello.

Suletta rió con alegría y la abrazó con un poco más de fuerza, no mucha, escuchó a Miorine
quejarse un poco y sintió cuando ésta le jalaba ligeramente el cabello. No le molestó. Sabía medir
su fuerza con su Prometida. “Te quiero…” No tartamudeó. Era lo que sentía su corazón, era lo que
dictaba su cabeza. Quería a Miorine Rembran. “¿Me q-quieres?”

Miorine sentía que la cabeza le daba vueltas. ¡Suletta, basta! Gritó por dentro. No quería caer en
esos brazos, no quería volverse esclava de esos besos, no quería depender de la dulzura de esa
mirada. No quería querer a Suletta con esa intensidad. Y sin embargo, su boca la traicionó. Su
corazón fue totalmente en contra de sus deseos.

Quiero quererte…

“Eres una cursi”, murmuró Miorine con tono juguetón. “¿Acaso no recuerdas lo que debes hacer,
lindo cachorrito?” Eso se lo dijo al oído. “¿Ya se te olvidó tan pronto quien manda?”
La sonrisa de Suletta se hizo inmensa. Respiró hondo, su corazón estaba vuelto loco. Besó su
mejilla suavemente. “N-no, mi p-princesa”.

“Entonces sé una buena chica”, continuó una Miorine poseída por un deseo del que no conocía el
nombre. “¿Harás lo que yo te diga?” No se le despegaba, jaló un poco el cabello rojizo de su
guerrera, procuraba no lastimarla, sólo hacerse sentir.

“S-sí, mi princesa”.

“Buena chica”, susurró Miorine contra los labios de Suletta, le miró con dureza en sus ojos y las
mejillas ardiendo. “Ahora bésame hasta que me hagas decir lo que quieres escuchar”.

Y Suletta obedeció.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

x'D Ay, madre mía, ya comenzaron con los besos. A ver si éstas dos me hacen agregar
o no algunos tags más. Su voluntad es más fuerte que la mía.

Que si en algún comentario alguien me pone la luz verde, yo dejo que ellas se den
xDDDDDD
Más cerca, más lejos
Chapter Notes

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Suletta no estaba pensando, no podía. Cada palmo de su ser adoraba con devoción casi religiosa a
la chica entre sus brazos. La chica a la que quería con todo su corazón.

La guerrera había leído sobre romances en cuentos infantiles y otras historias en los viejos libros
que rondaban en el pueblo. En todos ellos se hablaba de valientes príncipes o poderosos guerreros
que lograban grandes hazañas y cortejaban a dulces doncellas o a princesas de reinos lejanos. Al
final de cada una de esas historias había un romance perfecto y un beso que sellaba el ‘felices para
siempre’ de la pareja en turno. En esos escritos todo parecía fácil, pero Suletta sabía que no era así,
no cuando ahora ella era la guerrera cortejando a la princesa. En ningún cuento leyó sobre una
princesa que pudiera hablar con tantas groserías como un pirata, una princesa que no se dejara
atender por sus sirvientas y que detestara el castillo y a todos los que vivían en él como si de sus
enemigos se tratasen. Nunca leyó sobre una princesa que durmiera hasta altas horas de la noche
porque muchas cosas en su mente le impedían dormir tranquilamente, nunca leyó sobre una
princesa solitaria a la que costaba sacarle una sonrisa.

Miorine Rembran no era la princesa perfecta de un cuento romántico. Miorine Rembran era una
princesa que decía groserías, que dejaba su ropa tirada en todos lados, que comía con modales
suficientes, que era violenta cuando la provocaban y que bebía cerveza como una campeona. Esa
era su princesa. Princesa a la que besaba como si su vida dependiera de ello.

Un suave gemido escapó de entre los labios precisamente de su princesa y la guerrera no pudo
contenerse. Profundizó el beso con todas las intenciones de quedarse con todos los sabores de esa
hermosa y desafiante princesa.

Miorine apretó el agarre de sus manos en el cabello y la piel de lobo de Suletta. ¿En serio esa torpe
chica estaba usando su lengua en el beso? ¿Dónde aprendió eso? No importaba en realidad, lo
único en lo que podía concentrarse era en la deliciosa manera en que sus lenguas se enredaban. La
boca de Suletta aún sabía al vino de frutas que habían bebido. Quizá la parte más graciosa de todo
eso era que Suletta simplemente la besaba, no le pedía la respuesta a su pregunta. Al menos no
todavía.

“Suletta…” Gimoteó Miorine entre el beso. Sentía los labios hinchados y necesitaba recuperar aire,
así que decidió regresarlas a ambas al juego. Detuvo a Suletta por el cabello procurando no ser
brusca, sólo firme. “Escúchame”. Sabía que lo que estaba a punto de pedirle podría empeorar las
cosas, pero su corazón lo estaba pidiendo a gritos. Su cuerpo deseaba más de ese cariño y ese calor
que no conoció sino hasta tener de frente a Suletta Mercury. “Necesito respirar, así que entretente
en otro lado, cachorrito”, dijo con dulzura empalagosa mientras enredaba sus dedos en el cabello
de Suletta a manera de caricia.

Suletta obedeció sin siquiera pensarlo.

Los labios de la guerrera besaron la mejilla derecha de su princesa y los besos siguieron hasta su
oreja, donde una juguetona Suletta se tomó la libertad de morder el lóbulo de esa linda oreja. Se
sintió contenta al sentir a su Prometida temblar y aferrarse a su ropa. Lo mejor de todo era el aroma
que la envolvía, así que su nariz simplemente se pegó a la zona donde sentía la floral esencia de un
perfume: el cuello de su princesa.

Miorine apretó a Suletta entre sus brazos al sentir que esa tonta comenzaba a portarse como la
salvaje que era y devoraba su cuello… Y esa sensación… ¿Acaso le dio una lamida? No pudo
evitar un temblor de cuerpo entero. “¡Tonta! ¿Qué haces?” Se suponía que iba a recuperar el
aliento, no a perderlo de nuevo.

“Me g-gusta aquí”, murmuró Suletta sin detenerse.

“Esos no son besos”, se quejó la princesa pero no la detenía. Y de pronto sintió una mordida que la
hizo arquear la espalda. Todas las sensaciones que Suletta le regalaba con su boca la estaban
sobrepasando. “¡Eso tampoco es un beso! ¿Acaso quieres devorarme?”

Suletta sonrió y siguió su dulce ataque, pero ahora del otro lado de ese delgado y pálido cuello.
“¿Puedo?” Preguntó a su oído sin contemplar la magnitud de semejante ataque.

Miorine sintió que su corazón daba un salto. Maldijo mil veces a Suletta dentro de su cabeza
mientras se aferraba con más fuerza al poderoso cuerpo de su Prometida. No podía caer derrotada
por esa torpe. ¡Ella era Miorine Rembran, princesa del Reino de Asticassia! Respiró
profundamente para aclarar sus ideas.

“Quiero ver que lo intentes, salvaje”, respondió Miorine al oído de Suletta, luego mordió su oreja y
encaró a la guerrera. Tragó saliva, Suletta tenía una mirada dura y segura como cuando estaba a
punto de pelear. Le sonrió en clara señal de provocación. “Es una orden de tu princesa”, y a partir
de ese instante supo que quedaría a merced de la poderosa guerrera.

Suletta sintió que su corazón comenzó a galopar a toda velocidad al ver esos lindos ojos como la
luna llena que tenían encima. Su princesa con ojos de luna. Tragó saliva, tenía la garganta seca,
sentía sed… Tenía sed de la chica bajo su cuerpo. Apretó los dientes y sus puños. Su princesa había
encendido un fuego dentro de su pecho que comenzó a quemarla hasta hacer la sensación
insoportable.

“A la orden”, dijo Suletta con voz ronca y de inmediato comenzó a besarla de manera profunda,
húmeda y hambrienta. Sus manos estaban listas para atacar a la primera oportunidad. Flexionó las
piernas a los costados del cuerpo de su princesa para sostener todo su peso en sus rodillas y tener
las manos libres.

El beso fue largo, húmedo y casi asfixiante. Ambas tomaron aire apenas Suletta decidió terminar el
beso para ir con lo siguiente que deseaba hacer. Besó el rostro de su princesa, luego su cuello y de
ahí se separó por completo para sostener una de sus piernas.

Miorine sonrió sin poder contenerse. Suletta en serio tenía una fijación no sólo con su aroma,
también con sus piernas. No perdió de vista a su guerrera mientras ésta desataba primero la bota
derecha y quitaba las mallas que le llegaban a las rodillas. Suspiró hondo al sentir un beso y un
suave masaje en sus tobillos. A Suletta le gustaba hacer eso, y a Miorine le gustaba que lo hiciera.
Los labios de Suletta subieron a su rodilla mientras las caricias subían un poco más arriba.

Las manos de Suletta, grandes y ardientes, se sentían bien. Miorine gimió suavemente, más cuando
esa salvaje lamió y mordió suavemente su rodilla.

“De verdad quieres devorarme”, dijo Miorine con voz suave mientras miraba a Suletta.

Suletta simplemente le sonrió antes de ir por la otra pierna de su princesa y hacer lo mismo. La
guerrera nunca iba a negar que adoraba las piernas de su Prometida, de hecho poco a poco se
animaba a ir más arriba hasta que ella misma se detuvo, pero sólo para acomodarse entre sus
piernas y volver a besarla. Miorine la recibió con un abrazo y un hambriento beso.

Ambas chicas ya estaban más que al tanto sobre cómo eran las cosas entre hombres y mujeres
cuando compartían lecho, pero siendo ellas dos chicas no había riesgo alguno. Esa era la razón por
la que Suletta tenía la libertad de quedarse en la villa privada con la princesa del reino. Esa misma
razón fue la que animó a Miorine a decir algo al oído de su Prometida.

“Sabes lo que puede pasar si seguimos así, ¿verdad, Suletta?”

La guerrera suspiró hondo y encaró a Miorine antes de asentir. “L-lo sé… Yo…”
“No te detendré si quieres seguir”, dijo la princesa mientras acariciaba las mejillas ardientes de
Suletta. “¿Quieres hacerlo?”

La guerrera se sintió mareada por un momento. Miorine Rembran estaba dispuesta a compartir
intimidad con ella, la propia Suletta deseaba eso más que nada ahora que había probado la dulzura
de sus labios. Sonrió con alegría.

“Sí, p-pero por el m-momento sólo q-quiero besarte y escuchar q-que me quieres”, dijo una feliz
guerrera mientras acariciaba una de las piernas de su princesa. Y entonces notó que su piel se
estaba enfriando. “Ah, d-debo llevarte a-adentro, c-comienza a hacer f-frío”, hasta ese momento lo
notó. Ella no sentía frío porque seguía vestida y además tenía su piel de lobo encima. De hecho se
quitó su piel de lobo y la usó para cubrir a su princesa.

Miorine nuevamente comprendió la fijación que tenía Suletta con los aromas, cuando sintió la
cálida piel encima pudo percibir el cómodo aroma de Suletta y todo su calor. Suspiró… Y
enseguida soltó un lindo grito de sorpresa cuando Suletta la cargó en sus brazos.

“¡Suletta, puedo caminar sola!” Se quejó la princesa, de todos modos se abrazó a su cuello.

“Lo s-sé, pero q-quiero c-cargarte”, dijo una feliz Suletta mientras se dirigía al interior de la casa.
Se olvidó por completo de los restos de su pequeño picnic nocturno, ya lo limpiaría al día
siguiente, en ese momento tenía algo más importante por hacer.

Ya dentro de la casa y del dormitorio, Suletta depositó delicadamente a su princesa en la cama y de


inmediato fue por su bata de dormir. Miorine, rendida a las atenciones de su Prometida, se cambió
la ropa al igual que Suletta. Ambas seguían encendidas por los besos que quedaron en pausa,
mismos que la pareja retomó apenas Suletta apagó todas las lámparas menos la de la cómoda junto
a la cama.

La guerrera una vez más estaba sobre la princesa mientras se besaban, se abrazaban y ésta vez
permitían que sus manos se aventuraran más en sus cuerpos. Suletta descubrió con alegría que su
Princesa era sensible en su cuello y costados, no le provocaba cosquillas por suerte, así que más de
una vez se dedicó a besar su estómago. Por su lado, Miorine descubrió que Suletta temblaba y se
quedaba quieta cuando besaba y acariciaba sus orejas y la zona alrededor, eso le hizo bastante
gracia en realidad.

“Sólo a los cachorros les gustan las caricias en las orejas”, comentó Miorine con tono meloso
mientras justamente mimaba la oreja derecha de Suletta con sus labios. La sintió temblar, eso le
gustó. “¿Eres un cachorro, Suletta Mercury?”
Suletta suspiró hondo y respondió el certero ataque de su princesa con una amplia caricia en su
lindo estómago. No subía más, no era el momento. Sonrió. “Soy t-tu cachorro”, dijo, besando
dulcemente los labios de su Prometida.

“Me alegra que sepas cuál es tu lugar, Suletta Mercury”, dijo una feliz Miorine y llenó su rostro de
besos. Le gustaba que Suletta cumpliera sus pequeños caprichos, adoraba que nunca la dejara con
las ganas de hacer, sentir o escuchar algo. Besó sus labios largamente y rodeó la cintura de Suletta
con sus piernas. Hizo que quedara completamente encima de ella, pero su Prometida era tan
detallista y cuidadosa que cargaba su peso en uno de sus codos para no aplastarla. Suletta la
procuraba tanto… Sonrió. “Por eso te quiero, Suletta… Te quiero”, dijo entre labios.

Suletta se quedó quieta un momento mientras miraba el rostro de su princesa. Su sonrisa se hizo tan
grande y su felicidad era tanta que no pudo contener su alegría. Comenzó a llenarla de besos en
todo el rostro. “¡Te q-quiero, m-mi princesa!”

Miorine comenzó a reír, sin saber que eso disparó la alegría de Suletta a los cielos. Correspondió
sus besos con cariño antes de abrazarla por el cuello y pedir la boca de la guerrera en un largo,
profundo y cariñoso beso. Se separó de ella y acarició su cabello. “Ahora mismo me gustaría
dormir cómoda. ¿Me abrazas?”

Suletta sonrió y asintió muchas veces. “S-sí, mi p-princesa”.

La joven pareja se acomodó bajo las mantas luego de dejar el dormitorio completamente a oscuras.
Miorine estaba protegida entre los brazos y el pecho de Suletta. Ambas suspiraron y hubo silencio
por unos segundos antes de que la princesa dijera algo.

“Cuando sea el momento y las dos sintamos el deseo de nuevo, lo haremos, ¿de acuerdo?” Dijo
Miorine, recordando que estuvieron a nada de entregarse por completo. Lo mejor era dejar las
cosas en claro. “No me molesta la idea de hacerlo contigo”.

Suletta sonrió con inmensa alegría mientras acariciaba el cabello de su princesa con una mano y su
espalda con la otra. “A m-mi encantaría ha-hacerlo contigo, mi princesa”, de pronto su voz adoptó
un tono tímido. “Aunque n-no sé muy b-bien qué hacer”.

“Ni yo, pero nos las arreglaremos. Se supone que la pasemos bien las dos, así que tomemos las
cosas con calma, ¿de acuerdo?” Dijo Miorine y su Prometida asintió. Besó su mentón. “Hasta
mañana, Suletta”.
“Hasta m-mañana, mi p-princesa”, la guerrera besó la frente de su Prometida, “D-descansa”.

Miorine Rembran confirmó que dormía como nunca lo había hecho cuando estaba en los brazos de
Suletta Mercury.

Suletta Mercury tenía los más hermosos sueños y el descanso más profundo gracias al aroma y el
calor de Miorine Rembran.

~o~

Guel caminaba por las orillas de la ciudad, cabizbajo, acababa de recibir otro severo regaño de
parte de su padre luego de su tercera derrota consecutiva ante Suletta Mercury. El duelo había sido
hace tres días. Por suerte, dijo su padre, ésta vez el duelo había sido en la privacidad de uno de los
patios interiores del castillo y sólo hubo soldados y algunos otras personas presentes. No había
quedado en ridículo ante media ciudad como la vez pasada.

Las palabras de la princesa se seguían repitiendo en su cabeza, “si insistes en seguir jugando al
guerrero ante una guerrera de verdad, nadie te lo impide”. Bien, había perdido nuevamente ante
esa guerrera. Su orgullo estaba en el suelo, su futuro dependía de lo que su padre decidiera hacer
con él luego de ese fallo. Guel estaba devastado y no tenía cara para ver a su hermano ni a quienes
lo apoyaban en casa. Quería estar sólo.

Sus pasos lo llevaron por una ruta que no solía recorrer, sólo había casas, pequeñas granjas,
sembradíos y muchos animales de corral a los que miraba con cierto recelo. El camino era de tierra
y piedras y notó sus botas sucias de lodo. Él nunca se ensuciaba las botas. Justo cuando decidió ir a
otro lado, escuchó el inconfundible sonido de madera chocando, ¡eran espadas de madera! Conocía
ese sonido de memoria. Su curiosidad fue más fuerte y conforme se acercaba, escuchaba voces.
Reconoció una de esas voces, era el característico tartamudeo de Suletta Mercury. Se quedó detrás
de un árbol apenas llegó.

Lo que vio fue a Suletta Mercury junto con una chica de cabello frondoso dar lecciones de combate
de espada a una docena de pequeños, niños y niñas por igual. Todos los pequeños eran hijos de las
familias vecinas, más de uno sucio de tierra y lodo. Las mayores también estaban sucias. Suletta
Mercury daba una demostración con ayuda de la otra chica.

“¡Recuerden, mocosos, mantengan los brazos firmes o se van a lastimar!” Gritó Chuchu y los
niños respondieron un ruidoso “sí” al unísono. “Las piernas deben estar firmes también”, agregó.
Era ella la que atacaba a Suletta mientras ésta se mantenía firme y bloqueando los ataques. “Usen
ambas manos, no cómo ésta salvaje”, señaló a Suletta.

Los niños y la propia Suletta comenzaron a reír.

“Yo p-puedo hacerlo p-porque soy más g-grande y fuerte”, dijo Suletta, que seguía bloqueando los
ataques de Chuchu.

“Vamos a repasar los ejercicios de práctica”, indicó Chuchu, “recuerden no lastimarse, no quiero a
ningún llorón aquí, ¿entendido?” Y los niños volvieron a gritar un sí y enseguida se organizaron en
parejas.

Ambas chicas supervisaban y corregían a los pequeños. Pasado un rato, y con los niños ya
cansados, era hora de darles una demostración de lo que podrían hacer con ejercicio, entrenamiento
y disciplina. Eso seguramente los motivaría bastante. Suletta y Chuchu sentaron a los niños en unos
troncos y comenzaron una demostración de combate con las espadas de madera.

La habilidad de Chuchu era envidiable, incluso superior al de un guardia de la armada real.


Chuchu siempre había sido una chica combativa desde que tenía la edad de esos pequeños, lo
normal era verla con moretones y rodillas raspadas. Sólo alguien como Chuchu podía entrenar a la
par de Suletta Mercury y rendir más que cualquier otro oponente.

“¡Vamos, grandulona, dame tu mejor golpe!” Gritó Chuchu con emoción. Le gustaba mucho
entrenar con Suletta, últimamente lo hacía y estaba mejorando mucho su trabajo de espada y su
resistencia física. ¡Suletta era como un toro en embestida cuando decidía atacar! Y justo recibió un
ataque de Suletta, lo bloqueó y rápidamente escapó para intentar atacarla por debajo, pero Suletta
detuvo su siguiente ataque. Sonrió.

Los niños animaban a ambas chicas a turnos, no se decidían por ninguna de las dos.

Suletta sabía lo que seguía, continuó atacando a Chuchu hasta que ésta llamó a los refuerzos. Se
echó a reír cuando los niños se le lanzaron encima, se dejó derribar.

“M-me ganaron, son m-muy fuertes”, dijo Suletta entre risas, los niños se notaban contentos.
“Cuando c-crezcan, ustedes n-nos c-cuidarán, ¿verdad?”
“¡Sí!” Gritaron los niños.

Luego de un rato más de juegos, Chuchu quitó a los niños de encima de Suletta. “Anden, todos a
casa. Lávense y ayuden a sus madres, corran”.

Los niños se despidieron de las chicas y éstas esperaron a que los pequeños desaparecieran de
vista. Chuchu sonrió, fiera.

“¿Nos dejamos de juegos, grandulona?”

“D-de acuerdo”.

Ambas tomaron nuevamente sus espadas de madera y ésta vez combatieron de verdad. Chuchu era
particularmente veloz y escurridiza, mucho de eso gracias a su menuda estatura. Sus ataques eran
contundentes y usaba todo a su alrededor para esquivar y moverse. Saltaba, se agachaba, se colaba
entre los amplios ataques de Suletta y no le temblaba la mano al momento de usar trucos sucios.
Todo valía con tal de ganar. En un escenario real, toda oportunidad podía ser la diferencia entre la
vida y la muerte.

Suletta, por su lado, defendía y atacaba con firmeza, con movimientos en apariencia simples pero
cargados de una potencia bestial. Ella misma estaba aprendiendo más de una técnica gracias a
Chuchu. Eran compañeras de entrenamiento, ambas se notaban contentas.

Pero quien no estaba muy contento era quien les miraba desde detrás de un árbol.

“¡Suletta Mercury, práctica conmigo!” Gritó Guel, saliendo de su escondite.

Ambas chicas detuvieron sus ataques en seco y miraron al recién llegado con sorpresa, al menos al
principio. Chuchu puso cara de asco y Suletta de confusión.

“¿Y éste idiota qué hace aquí?” Preguntó Chuchu con desprecio.

Guel apretó puños y quijada. “¡¿Quién te crees para hablarme así, campesina?!”
“¡Ja! ¡Eso ni siquiera es un insulto, imbécil!” Chuchu detestaba a los nobles como él. Con Guel
Jeturk en especial sentía un repudio extra por culpa de cómo trató a la princesa Miorine Rembran
por un año completo. “Vámonos, Suletta, no tienes nada qué hacer con éste perdedor bueno para
nada”.

Suletta, como miembro de una Casa y su posición como la Portadora, sabía cómo actuar. Hizo una
sencilla pero educada reverencia. “Con s-su p-permiso, Lord Guel, d-debo irme”.

Guel apretó los puños y dio dos pasos más. “¡Suletta Mercury, espera!” Y vio que ella detuvo su
paso. Respiró hondo. “Entrena conmigo”.

“¡Pfft! Ni siquiera te está preguntando si puedes, te lo está ordenando, ¡y dicen que la grosera soy
yo!” Se burló Chuchu mientras jugaba su espada de madera en sus manos.

Suletta asintió, Chuchu tenía razón, sus amigos tenían razón. Muchos de los nobles estaban
acostumbrados a dar órdenes como si tuvieran el derecho divino de ordenar y todos los demás de
obedecerlos. “L-lo siento, Lord G-Guel, t-tengo cosas por ha-hacer en casa”. Quizá si se lo hubiera
preguntado, lo habría considerado. Lamentablemente no fue el caso.

Guel pareció contrariado y estuvo a punto de volver a gritar, pero se detuvo al ver que ellas daban
media vuelta y comenzaban a caminar. Tragó saliva.

“¡Lo pediré bien ésta vez!” Exclamó Guel. Quería probar la fuerza de Suletta Mercury una vez
más, sin presiones y sin la mirada de su familia encima. “¡Suletta Mercury, entrena conmigo, por
favor! ¡Sólo por ésta ocasión!” Había algo que realmente quería confirmar.

El par de chicas se detuvieron, Chuchu miró a Suletta con enfado.

“Dale una lección a éste tipo y vámonos a casa, no quiero que nos siga”, dijo Chuchu.

Suletta rió un poco y asintió. Enseguida miró a Guel. “D-de acuerdo, L-Lord Guel”, miró a su
amiga, “¿m-me prestas t-tu espada, p-por favor?”

Chuchu asintió y le dio el arma de madera a su compañera. Luego fue a sentarse en una roca para
ver el combate. No dejaba de ver a Guel con gesto de asco, ¡cómo detestaba a ese niño mimado!
Resopló mientras Suletta le daba el arma a Guel y éste se alistaba. Ganas no le faltaban de ser ella
misma quien combatiera con él, pero no quería darle problemas a sus amigos ni a la princesa si
lastimaba al primogénito de los Jeturk.

“P-podemos empezar, L-Lord Guel”, dijo Suletta con su espada de madera en manos.

Guel asintió y de inmediato comenzó a atacar a Suletta. Se sentía más ágil gracias a que no tenía
armadura y la espada era ligera pero resistente. Pero lo que sí notó, era que Suletta bloqueaba y
repelía sus ataques con relativa facilidad. De hecho, notó cuando ésta comenzó a usar los trucos y
técnicas que estuvo usando con la otra chica y contra eso no tuvo defensa alguna. Luego de desviar
uno de sus ataques, Suletta simplemente se lanzó contra él y le levantó la camisa hasta la cara
aprovechando que Guel quedó con los brazos arriba, impidiéndole la visión y derribándolo de un
empellón.

El primogénito de los Jeturk quedó de espaldas en el suelo y rápidamente se puso de pie, enfadado
y rojo por la pena. “¡Suletta Mercury, eso es trampa!”

“¡Cierra el pico, llorón! ¡En una batalla real, eso te salva la vida!” Gritó Chuchu con enfado.

Suletta asintió. “L-las reglas de los d-duelos son otras, Lord Guel”, dijo Suletta, calmada. “N-no
estamos en un d-duelo, no d-debo seguir las r-reglas de un d-duelo”.

Guel estuvo a punto de decir algo pero…

“… Si insistes en seguir jugando al guerrero ante una guerrera de verdad, nadie te lo impide”.

De nuevo esas palabras. Guel apretó los dientes. Suletta Mercury era una guerrera de verdad que
peleaba contra bandidos, que defendió a una región entera que estaba siendo amenazada por la sed
de riquezas del Gremio de Agricultura. A comparación de ella, él no tenía experiencia en una
batalla real. Suspiró y se puso de pie mientras se acomodaba la camisa y le lanzaba la espada de
madera a Suletta.

“Tú sí eres una mujer de batalla, Suletta Mercury”, admitió, derrotado. Por alguna razón se sentía
un poco mejor. “Eres fuerte”.
Chuchu bufó con fastidio. Suletta se sorprendió un poco, pero eso era un cumplido, ¿verdad? Miró
ligeramente a un lado, apenada.

“G-gracias”.

“Lo digo en serio. Has hecho muchas cosas que te han ganado fama”, dijo luego de un suspiro.
Aún recordaba a unos mozos de su hogar contar que Suletta Mercury derribó a un grupo de
bandidos usando solamente una viga de madera porque no quería irrespetar a su espada con
simples bandidos. “Eres… Admirable”.

Suletta abrazó ambas espadas con un brazo, con su mano libre se llevó una mano a la nuca. “G-
gracias”, se aclaró la garganta. “Yo… B-bueno… Yo c-creo que eres f-fuerte, t-tienes técnica y p-
puedes mejorar s-si peleas b-batallas reales”.

Guel ignoró el gesto de desagrado de la otra chica, lo que le gustó fue escuchar el cumplido de
alguien tan fuerte y única como Suletta Mercury. Se cruzó de brazos y, lamentablemente para él,
decidió abrir la boca de más.

“Tú sí sabes lo que tienes enfrente, no como nuestra princesa”, dijo de manera despectiva.
“Lamento mucho que tengas que estar con alguien como ella mientras tú trabajas duro”, resopló
con enfado. “Haces mucho mientras nuestra Princesa Miorine Rembran se la pasa encerrada en su
villa sin hacer nada, ¡vaya que es una inútil! En parte me alegra no tener que casarme con e─”…

No pudo terminar de hablar. Recibió un inesperado golpe en el estómago que lo mandó a volar un
par de metros. Se quedó sin aire en el suelo y como pudo enfocó a quien lo golpeó: Suletta
Mercury. Se dolió, en serio lo golpeó con fuerza.

“No te atrevas a hablar mal de mí princesa”, advirtió Suletta con voz dura, profunda y sin
tartamudeos. Miraba al chico con sus ojos azules llenos de furia.

A Chuchu no le faltaban ganas de apoyar a Suletta, pero lo último que debía hacer era dar alguna
pista de que sus amigos y ella estaban en asociación con la princesa Miorine. Frunció el ceño.
Suletta en serio estaba enfadada. Rápidamente fue por ella y la tomó del brazo.

“Vámonos a casa, Suletta. No pierdas el tiempo con éste perdedor”, dijo Chuchu y se la llevó de
ahí. Tuvo que hacerlo rápido, Suletta no perdía de vista a Guel. ¡Se sentía como si estuviera
jalando a un perro que no quería dejar a su presa! Apenas se alejaron lo suficiente, soltó a su
compañera. “Bien hecho, Suletta, defendiste el honor de tu Prometida”.

Suletta finalmente pareció despertar de su enfado y enseguida pareció apenada. Sólo un poco. “¿L-
lo golpeé m-muy fuerte?” Preguntó, mirando hacia atrás.

“Hiciste lo que debías hacer, no te preocupes. Tampoco creo que te acuse”, Chuchu rió con
malicia. “Yo quería patearlo, pero creo que lo que hiciste fue más que suficiente”.

Suletta pronto rió junto con Chuchu y ambas volvieron a casa.

~o~

“¿Entonces eso te dijo ese imbécil de Guel?” Preguntó Miorine mientras terminaba de cenar junto
con Suletta.

“Sí, y lo g-golpeé en el e-estómago”, continuó Suletta mientras bebía algo de agua. “N-no me g-
gusta que ha-hablen mal de t-ti”, agregó con el ceño fruncido.

Miorine sonrió y se levantó de su silla, fue con Suletta y se le sentó en las piernas para poder
abrazarla por el cuello. La besó con marcado cariño. Suletta de inmediato correspondió el beso
mientras la sujetaba por la cintura.

“Gracias por defender mi honor”, dijo Miorine con buen humor. “Ojalá hubiera visto eso”.

Suletta rió con alegría mientras se refregaba contra su princesa con emoción. “¿Estaré e-en
problemas s-si lo vuelvo a g-golpear?”

“Seguramente, así que procura no lastimarlo, sigue siendo heredero de la mitad de las minas del
reino”, dijo Miorine mientras jugaba con un mechón de cabello de Suletta.

“Entendido, m-mi princesa”.

Pasaron un rato más de calidad juntas. Sólo se quedaban abrazadas en el sofá mientras se daban
besos entre pláticas. Esa noche Miorine dio todas las señales de que esa noche quería estar sola.
Suletta sabía entender esas señales y respetarlas, así que se despidió de ella.

“B-buenas noches, m-mi princesa”.

“Descansa, Suletta”, la princesa suspiró hondo y se cruzó de brazos mientras miraba ligeramente a
un lado. “Por cierto, estos días estaré ocupada, no podré escribirte o recibirte, ven hasta que yo te
escriba”, indicó con seriedad.

Suletta pareció confundida pero igualmente asintió. “Entendido, m-mi princesa”, jugó sus dedos
entre sí. “¿P-puedo escribirte?”

Miorine sonrió con suavidad. “Más te vale que lo hagas, quiero saber si pateas a alguien más por
defender mi honor”, dijo con picardía.

La guerrera rió ligeramente. Enseguida se inclinó y extendió su mano. Miorine prestó su mano a su
Prometida y ésta la besó. Luego de eso se besaron en los labios y la guerrera se retiró de la villa.
Suletta estaba un poco confundida por la orden de su princesa.

~o~

Los Terra estaban en la sala jugando cartas y apostando cuando Suletta llegó a casa y saludó a
todos. Ya Hermes estaba en el establo descansando. Suletta también se alistó para descansar. Fue
corriendo a ponerse su ropa de dormir y se unió a sus amigos en la sala para jugar cartas un rato.
Por supuesto, les hizo saber sobre lo sucedido con su princesa.

“M-me dijo q-que fuera hasta q-que ella m-me escribiera”, dijo Suletta mientras miraba las cartas
que le habían tocado, frunció el ceño, no podría salvar esa jugada con nada. Y de pronto percató el
extraño silencio que se hizo en la sala, Miró a sus amigos, que a su vez se miraban entre sí. “¿Q-
qué pasa?”

Nika fue la que se animó a retomar la palabra. “¿Es mañana, verdad?” Preguntó y los demás
asintieron. Notó la confusión de Suletta. “Verás…” Se aclaró la garganta. “Mañana es el
aniversario luctuoso de la Reina Notrette, la madre de Su Alteza”.

Suletta abrió más los ojos. Estaba al tanto de que la Reina Notrette había fallecido hacía unos diez
años más o menos, la noticia corrió entre su gente pero fue una noticia de afuera y ya, el asunto se
olvidó pronto. Se sintió terriblemente mal por ello, nunca le había preguntado a su princesa por su
madre. Los chicos notaron el cambio de humor de Suletta.

“Si yo s-soy la P-Portadora, ¿podré v-visitar su tumba?” Preguntó la guerrera con seriedad. Cuando
vio que todos asentían, ella misma asintió.

Había algo que Suletta Mercury debía hacer.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

¡Muchas gracias a todos por sus lindos comentarios! x3 me hace feliz saber que
disfrutan lo que escribo. Podemos dar por hecho que Suletta y Miorine se darán amor,
sólo que ellas me dirán cuando x'D

Mientras, preparen los pañuelos, que el siguiente capítulo lo tenía planeado desde que
comencé el fic y me hizo chillar el sólo planearlo.

¡Gracias por leer!


Ese Día
Chapter Notes

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“Mi familia dice que la Reina Notrette era una persona cálida y maravillosa”, contó Nika cuando
Suletta les preguntó sobre la fallecida Reina. “Era justa, siempre estaba al tanto de las personas y
sus necesidades. Los veteranos de guerra cuentan que ella estuvo en el campo de batalla y ayudaba
a cuidar a los heridos. Fue ahí donde conoció al Rey Delling”.

Tanto sus amigos como la propia Nika eran demasiado pequeños por aquel entonces como para
recordar a la Reina, pero sí sabían lo que sus familias contaban cada año cuando llegaba ese día en
especial. En la capital se acostumbraba a poner un altar en su honor en el centro de la plaza
principal, la gente dejaba flores que después se llevaban a su tumba, misma que estaba en uno de
los jardines privados del castillo.

“Mis tíos dicen que era hermosa y que la gente podía acercarse a ella y hablar, todos dicen que era
muy amable”, continuó Martin.

“A quien sea que le preguntes sobre la Reina Notrette, te dirá lo mismo”, dijo Aliya. “Por eso todo
el reino se puso de luto cuando se supo de su muerte”.

“¿Cómo m-murió?” Preguntó una seria Suletta.

“Dicen que fue por una enfermedad que la debilitó hasta dejarla en cama”, respondió Till y se
encogió de hombros. “Nunca se ha dicho qué enfermedad era”.

“Suletta, escucha”, Lilique tomó las manos de la guerrera. “Su Alteza se pone muy triste durante
varios días, sabemos que se encierra y no sale”, y no había necesidad de mencionar que la princesa
no podía compartir el luto con su padre ni con nadie más del castillo. Debía lidiar sola con su
tristeza. “Tampoco come bien y se descuida mucho, lo sabemos porque cuando la volvemos a ver,
se nota que ni siquiera duerme bien”.

Chuchu suspiró hondo y le dio una palmada en la espalda a Suletta. La miró con un gesto serio.
“No la dejes sola, grandulona, cuida de ella. Eres su Prometida después de todo”.

“Yo m-me encargo”.


~o~

Miorine siempre esperaba hasta después de mediodía para visitar la tumba de su madre y la razón
era simple: todos los demás en el castillo iban temprano o ya entrada la tarde-noche, alrededor de
mediodía era cuando el cementerio del castillo estaba vacío y tranquilo. No desayunó, no tenía
hambre, pero sí procuró asearse y arreglarse. Odiaba vestirse de negro para ese día aunque la
tradición lo marcase. Recordaba bien que su madre adoraba vestirla con colores vivos que
resaltaran toda su lindura.

Todos sus recuerdos con ella estaban borrosos, los detalles se escapaban pero sí recordaba hechos
concretos como que ella misma prefería arreglar a su pequeña princesa para que siempre luciera
linda, que constantemente salía a la ciudad a hablar con la gente, también que solía viajar a otras
ciudades del reino para estar al tanto de todo y hacerle saber a su esposo sobre asuntos importantes,
también recordaba específicamente una melodía de piano que era su favorita y que su madre
tocaba sólo para ella cuando regresaba de sus constantes viajes. Miorine también podía recordar
que quería crecer pronto para poder acompañarla en sus travesías por el reino. Su madre le
prometió que apenas cumpliera diez años la llevaría consigo, pero dicha promesa no pudo ser
cumplida.

Cada año, en ese día en especial, todos sus hermosos recuerdos se agolpaban en su cabeza y le
recordaban lo sola que se quedó luego de que su madre se fue. Quizá lo peor era que no podía
compartir ese dolor con su padre, no podía hablar con nadie del castillo, ni siquiera con Shaddiq
cuando fueron buenos amigos. Tampoco quería que la vieran tan vulnerable, nunca debía mostrarse
vulnerable en el castillo. ¿Y Suletta? Tenía muchas razones para no permitir que su linda
Prometida en especial la viera en ese estado.

Ya estaba lista para ir. Miorine eligió una de las rosas más hermosas del invernadero para poder
llevarla a la tumba de su madre. Se le hacía tonto seguir llevándole flores a alguien que ya no
estaba ahí, pero la única vez que llegó sin una flor, se sintió tan mal que ahí mismo se echó a llorar
y no tardó en volver al invernadero a buscar una flor para ella.

En momentos como ese agradecía que nadie la molestara en su camino, la servidumbre y los
guardias hacían una silenciosa inclinación y le abrían paso. El jardín que servía de cementerio
estaba al fondo del terreno que comprendía el castillo, pegado al altísimo muro fortificado. La
travesía era un poco larga, los antiguos reyes que construyeron ese castillo gustaban de la
opulencia. Precisamente, esos antiguos reyes también descansaban en el cementerio, todos menos
el tirano contra el que su padre y todos los demás pelearon en la guerra hace más de veinte años.
Algo a mencionar, era que la tumba de su madre era la que más resaltaba por su belleza.

Miorine esperaba llegar y ver la tumba llena de flores que miembros del Consejo de Asticassia iba
a dejar en su honor, siempre era así, pero a quien no esperaba ver, y que le causó mucha sorpresa,
fue a su Prometida Suletta Mercury, hincada ante la tumba con su espada Aerial en manos pero con
la punta hacia arriba. Le pareció curioso, recordaba que siempre que Suletta hacía ese gesto con
ella, la punta de Aerial apuntaba al suelo. Notó que tenía la frente pegada a la empuñadura de su
espada y parecía murmurar algo.

¿Acaso estaba rezando? La princesa no pudo contener la curiosidad y se quedó detrás de un árbol
para mirar lo que hacía su Prometida.

Por su lado, Suletta terminó un rezo propio de su gente. Por lo que escuchó de la Reina Notrette de
otros pobladores, fue valiente en el campo de batalla. A ojos de su pueblo guerrero, ella fue una
guerrera y se le debía honrar como tal. Dejó a Aerial cuidadosamente en el suelo frente a la amplia
lápida de la soberana. El grabado en la roca rezaba lo siguiente:

Notrette Delling, fuiste la luz que nos iluminó.


Lo seguirás siendo desde donde quiera que estés.

Suletta abandonó la posición que tenía para sentarse y cruzarse de piernas de manera más relajada.
Bajo su piel llevaba un bolso más grande y de ahí sacó dos copas de metal bastante lujosas y una
botella de vino caro que compró con su propio dinero antes de llegar ahí. Sirvió las dos copas y
dejó una frente a la tumba, la otra la sujetó con ambas manos e hizo una reverencia pero solamente
con su cabeza.

“A su salud, Reina Notrette”, brindó Suletta y bebió su copa hasta el fondo. El vino era fuerte e
hizo un gesto gracioso antes de volver a llenar la copa. “Escuché q-que usted fue una m-mujer muy
b-buena y m-muy hermosa”, dijo mientras tenía una sonrisa en los labios. “V-vi un c-cuadro suyo
en los p-pasillos del c-castillo”, sonrió. “Ahora e-entiendo por qué m-mi princesa es tan hermosa”,
enseguida lo pensó mejor. “B-bueno, ella se p-parece más a su p-papá, pero t-también tiene mucho
d-de usted”, volvió a beber de su copa.

La guerrera suspiró hondo. Solía hacer eso mismo en la tumba de su padre. No tenía recuerdos de
él, murió antes de que tuviera razón de sí misma, pero de todos escuchó que su padre fue un
guerrero valiente y leal, un hombre amoroso. Cada año visitaba su tumba pero no tenía un buen
licor para beber con él y en todo caso no tenía permitido beber aún, sólo hasta que pudiera moverse
por sí misma.

“P-permita que me p-presente. Soy Suletta M-Mercury de las m-minas del sur”, hizo una
inclinación. “Soy la P-Prometida de su hija y la q-quiero mucho”, levantó la cabeza una vez más.
“Ella es lo m-más maravilloso q-que he conocido en m-mi vida, y juro que la p-protegeré y estaré a
s-su lado s-siempre, así q-que no debe p-preocuparse por ella. Yo la c-cuidaré”, bebió de nuevo de
su copa. “Ah, t-también traje e-esto”, buscó nuevamente en su bolsa grande y sacó una corona de
flores silvestres que ella misma armó.

Al ver esas flores, Miorine fue atacada por un recuerdo ligeramente borroso. A veces su madre y
ella pasaban el rato en el jardín de la villa privada y solían tejer coronas con las flores que tenían a
la mano. En especial esas pequeñas flores amarillas. No pudo resistir más, salió al momento de ver
que Suletta acomodaba la corona de flores con las demás.

“Esos son Botones de Oro, eran sus favoritas”, dijo Miorine mientras se acercaba a Suletta.

La guerrera respingó pero enseguida se calmó al ver quién estaba ahí. Sonrió en automático. “M-
mi princesa”.

“Gracias por traer las flores”, Miorine se mostraba seria. Miró la tumba y jugó un poco con la rosa
que tenía entre las manos. Suspiró discretamente y se sentó junto a Suletta. “Vi que brindaste con
ella. No quería espiarte pero tampoco quería interrumpirte”, dijo.

Suletta sonrió. “Así s-se acostumbra en m-mis t-tierras, ha-hago lo mismo c-con papá. Cuando m-
me despida, d-debo derramar el v-vino de la c-copa y también el r-resto de la b-botella en su l-
lápida”, enseguida lo pensó bien y miró a su Prometida con apuro. “¿No s-será una g-grosería si l-
lo hago?”

Miorine negó suavemente. “No, no lo es”, miró a Suletta de reojo. “¿Me das un poco?”

La guerrera sólo llevaba dos copas, así que le sirvió en la que ella misma estaba usando. “T-ten, mi
princesa”.

“Huele bien”, comentó Miorine apenas recibió la copa y, confiada, le dio un trago, sólo para
comenzar a toser un poco. “Es fuerte. Sabe bien, pero es fuerte”.

Suletta sonrió. “Después c-compraré una b-botella para n-nosotras”.

La princesa asintió y se terminó la copa. El golpe del alcohol bastó para aligerarle la cabeza y
relajarle el cuerpo casi de inmediato. En serio era un vino fuerte. Suspiró. “¿Por qué hablas con
ella, Suletta? No está aquí, no puede escucharte”, dijo, seria.
La guerrera se llevó una mano a la nuca. “E-ella sigue aquí a s-su m-modo”, notó el gesto de
descontento en su Prometida y de inmediato agregó. “Ella se v-volvió una c-con la tierra, así q-que
está en las f-flores y en l-los árboles d-de éste jardín”.

Miorine no evitó una sonrisa pequeña y melancólica. “Supongo que… Eso tiene sentido”. Pero es
algo que no puedo abrazar y que no puede escucharme, mucho menos responderme, pensó y miró
la tumba de nueva cuenta. “Aunque sigo pensando que es tonto que hables con alguien que no
puede responderte”.

Suletta simplemente sonrió. “Ella sigue a-aquí, l-lo sé”.

“¿Y dónde está, Suletta?” Preguntó Miorine con dureza.

Suletta se giró ligeramente hacia ella para tomar sus manos y mirarle con dulzura y una sonrisa
suave. “En t-ti… En t-tu sangre… P-porque naciste d-de ella y t-tienes su sangre”.

La princesa tragó saliva y se soltó de Suletta mientras se servía más vino y lo bebía casi de
inmediato. ¿Qué podía responder a eso? No tenía ninguna respuesta sensata. Lo mejor era cambiar
el tema. “La saludaste con la punta de tu espada hacia arriba, ¿por qué? Las veces que me has
dedicado tu espada, está con la punta hacia abajo”, fingió curiosidad.

“La e-espada hacia a-abajo es entrega, la e-espada hacia a-arriba es honor y una pro-promesa”,
respondió con un gesto suave. "Mi e-espada es t-tuya, mi princesa. Y la pro-promesa de cuidarte es
p-para tu m-mamá”.

Miorine no sabía si abrazarla o no. Decidió evadirla. Miró a un lado mientras sentía que las
mejillas le ardían. “Supongo que aún hay cosas que debo aprender de tu gente”, fue lo único que
pudo decir. “Eso será después”, suspiró hondo y finalmente se puso de pie, miró a Suletta con
seriedad. “Necesito hacer esto sola”.

Suletta asintió con firmeza. “E-entendido, m-mi princesa”, se puso de pie por igual, tomó la copa
que había servido en honor a la Reina y vació en contenido sobre la tumba, procuró esparcirla sin
salpicar. Enseguida hizo lo mismo con la botella. “V-vea con b-buenos ojos m-mi o-ofrenda, Reina
Notrette, y s-salude a mi p-padre si lo ve”, luego de eso levantó su espada, hizo un saludo con la
punta hacia arriba y enseguida la guardó en su funda antes de inclinarse no sólo ante la tumba,
también ante su Princesa. “E-estaré por allá”, dijo y enseguida se fue a ver las tumbas más viejas y
alejadas, su princesa necesitaba privacidad.
Miorine suspiró hondo y volvió a mirar la tumba. Aún tenía algo de vino en la copa, así que la
bebió toda. Puso la rosa junto a la corona de flores y sujetó su vestido con ambas manos mientras
se decidía a decir algo. Apretó los dientes. “Lo siento, pero yo no te veo, no te siento y no me
escuchas, así que no sé qué decir”, dijo con voz tensa y un nudo en la garganta. “Sólo sé que me
haces falta, tú eras nuestra luz y simplemente te fuiste”, tomó aire de manera profunda. Quiso
seguir hablando pero sabía que lo único que saldría de su boca serían reclamos y reproches que se
irían con la brisa, que no llegarían a ningún lado. Apretó los puños. “Me dejaste sola”, dijo con voz
quebrada antes de frotarse el rostro. Normalmente se quedaba viendo la tumba y leyendo el
grabado en la lápida por un rato antes de encerrarse en su casa. Y justo eso pensaba hacer, caminó
de regreso a la villa.

Suletta la notó y de inmediato fue tras ella con todas las intenciones de acompañarla.

“Te dije que no podría recibirte en estos días”, dijo Miorine con los dientes apretados. Sus puños
estaban apretados también.

“L-lo sé”, fue todo lo que dijo antes de cerrarle el paso y ofrecerle el brazo.

La princesa frunció el ceño con furia. La mirada firme de Suletta quería decir que no cedería. “¿No
piensas irte, verdad?” Preguntó y su Prometida negó con la misma firmeza y seguridad, incluso
tenía sus ridículas cejas fruncidas. Bufó y se tomó de su brazo, se sentía sin fuerzas y, de alguna
manera, la presencia de Suletta le permitía seguir en pie.

El camino a la villa fue silencioso y rápido. Antes de percatarlo, ambas estaban dentro de la casa.
Miorine de inmediato se quitó el vestido negro que marcaba el protocolo y se quedó con el camisón
que usaba debajo. También desnudó sus piernas, sentía que se asfixiaba.

“Ya puedes irte, Suletta”.

Suletta negó.

“Idiota”, Miorine se frotó el rostro y de nuevo sintió ahogarse. Se quedó con las ganas de decir
muchas cosas en la tumba de su madre, siempre se quedaba con las ganas. Había pensamientos que
nunca salían de su boca, los más profundos, aquellos que eran los que le quitaban el sueño por las
noches y que sólo se callaban cuando tenía los brazos de Suletta alrededor de su cuerpo.
Pensamientos que ganaban fuerza cada vez que era consciente de que su madre no estaba y que se
había quedado sola en ese enorme castillo. De no ser por Suletta, entonces…
Miró a su Prometida y se llevó una mano a la frente. Ya no pudo resistirlo, los cálidos ojos de
Suletta la derribaron por completo. Rió un poco, una risa amarga. Suletta la miró en silencio, firme
como árbol.

“Te dije que te fueras, así que si digo algo estúpido y te sientes mal por ello, será tu culpa por
quedarte”, dijo Miorine mientras comenzaba a caminar de un lado a otro. “Te dije que te fueras”,
repitió mientras sentía que los ojos le ardían por las lágrimas que trataba de retener con todas sus
fuerzas. “Todo esto es estúpido, Suletta, es como si el mundo tuviera un jodido problema
conmigo… Las personas a las que quiero se van o me dan la espalda”, reprochó a nadie en
especial, estaba enojada con toda su situación. “Mi madre se fue y me dejó sola, mi padre me dio
la espalda y me dejó a merced de todos los demás como si fuera un jodido objeto”, dijo mientras
apretaba los puños. “Los amigos que creí tener me dieron la espalda y ahora son completos
desconocidos”, una de esas personas era Shaddiq.

Suletta no decía nada, no la perdía de vista y tampoco le cambiaba el gesto. Sabía que su princesa
se sentía sola, sabía que esos sentimientos de soledad eran la ponzoña que le quitaba el sueño por
las noches, pero escuchar finalmente cómo se sentía con todo eso era duro de ver. Verla así le dolía,
pero lo único que podía hacer por ella era escucharla. Suletta no tenía palabras para su Princesa en
esos momentos. No pudo hablar de todos modos.

Miorine caminó hacia Suletta y la sujetó por el cuello de la ropa con rudeza. Ya las lágrimas caían
por sus mejillas, no pudo contenerlas más. Tenía un gesto amargo en su rostro. “Suletta, tengo que
pagarle a un gremio de mercenarios para que hagan lo que les diga, porque ni siquiera puedo darle
órdenes a los soldados del castillo. No soy una princesa, sólo soy un jodido trofeo”, dijo con rabia
mientras pegaba su frente al pecho de Suletta, estaba aferrada a la ropa de su Prometida. “Tuve que
comprar la lealtad de los chicos del gremio con dinero, incluso les dije que si alguien les pagaba
para hacer algo en contra mía, que fueran conmigo y yo les daría el doble”, rió con amargura.
“Vaya estupidez”.

La guerrera tomó aire discretamente. Dolía escuchar a su princesa así. Dolía escuchar todos esos
pensamientos de soledad. De pronto sintió una caricia en su mejilla y miró a su princesa, que la
veía con los ojos llenos de lágrimas. “Mi princesa…”

“Soy invisible para mi padre, a él no le importan mis lágrimas ni nada de lo que siento”, reclamó
con coraje en su voz. “A él le daría igual si desaparezco o no”.

Suletta no la interrumpió pero las siguientes palabras de su prometida la descolocaron un poco.

“Tú también te irás”, dijo Miorine con su voz ahogada en lágrimas. “Sólo estás en la capital para
dar a conocer tus territorios. Una vez que lo logres, volverás a tu hogar… Te irás también”, dijo
para enseguida abrazarla. “No nos casaremos porque eso te pondrá en peligro, esos bastardos del
Consejo te matarán antes de cederte el trono”, se aferró a su guerrera con fuerza. “¡Ni siquiera sé
qué voy a hacer cuando llegue el siguiente festival de primavera! ¡Estoy jodida, Suletta!” Lloró
contra su pecho. Sintió un firme abrazo. El cálido abrazo de Suletta terminó de aflojar todas sus
lágrimas. “No sé qué estoy haciendo, no sé por qué te estoy queriendo tanto cuando sé que tendrás
que irte”.

Suletta sintió ganas de llorar también, no tenía palabras para consolarla, lo único que podía hacer
por Miorine Rembran en ese preciso momento era abrazarla con más firmeza, con más calidez. De
hecho la cargó en sus brazos y decidió sentarse en el sofá para al menos estar cómodas. Su
Prometida quedó sobre sus piernas.

La guerrera debía esperar que su princesa terminara de descargar todo el dolor de su pecho. Juró
quedarse a su lado y eso haría, pero era cierto… No estaba hecha para tomar el trono de un reino
tan grande. Quería a Miorine Rembran pero una boda estaba fuera de lugar por muchas cosas más
allá de su control. Daba igual cuántos méritos hiciera con el pueblo, para los nobles del Consejo de
Asticassia, ella seguía siendo una salvaje sin nada qué ofrecer.

Si tan sólo Suletta pudiera llevarse a su Prometida de ahí...

La guerrera suspiró. Sabía que algo ataba a su princesa al castillo, después de todo, tenía el ingenio
y los medios para escapar y librarse de todo lo que la lastimaba, pero había una razón por la que no
se iba.

“Suletta… No prometas algo que no vas a cumplir”, dijo Miorine con dureza mientras se abrazaba
del cuello de Suletta y escondía su rostro en el cálido pecho ajeno.

“¿Uh?”

“Lo de estar siempre a mi lado… Te atreviste a prometerlo ante la tumba de mi madre”.

“N-no estoy m-mintiendo”, respondió Suletta con suavidad y sin soltar el abrazo.

“¿Y qué vas a hacer cuando logres que más gente se vaya a tus tierras?”
Suletta sonrió. Al fin podía hablar. Aunque su princesa lloraba, al parecer ya no había nada más
que quisiera decir, al menos no en ese momento. Besó su cabeza, luego su frente y la animó a
encararla. Acarició ese dulce rostro que en ese momento estaba empapado en lágrimas, usó una de
las patas de su piel de lobo para secarle las mejillas.

Miorine suspiró al sentir el calor y el aroma que despedía la prenda. En serio comprendía cada vez
más la fijación de Suletta con los aromas. Suspiró hondo sin darse cuenta.

“Nosotros n-no somos c-como los otros p-pueblos. Mi m-madre no es la l-líder de n-nuestra gente,
sólo f-fue elegida p-para representarnos p-porque es la m-más lista”, explicó con una risa pequeña.
“Yo n-no soy una n-noble y m-mi Casa no es una Casa n-noble como las demás. No m-me
necesitan p-para guiar a n-nadie, yo no s-soy una l-líder”, dijo Suletta con calma. “S-somos
guerreros q-que entregan s-su espada donde s-su corazón l-lo pide”.

La princesa se mostró confundida y trató de controlar un ligero hipo que le provocó el llanto. Poco
a poco comprendía mejor cómo era la gente de Suletta. “Son una comunidad que trabaja junta,
¿verdad?” Su Prometida asintió. De pronto repasó las últimas palabras de Suletta. Se sintió
enrojecer de golpe y escondió su rostro en el pecho de la guerrera. “¡Idiota!” Reclamó mientras
maldecía mentalmente a Suletta por tener esa facilidad de hacerla olvidar las cosas que la hacían
sentir mal. No ayudó que Suletta riera con suavidad.

Cuando se sentía cansada y tensa luego de un largo día en el castillo, bastaba ver la estúpida
sonrisa de Suletta y escuchar cómo había perseguido un gato perdido entre las calles para recuperar
el ánimo. Cuando su mente estaba lista para irse a escenarios donde desaparecía y nadie la
extrañaba, ni siquiera su padre, Suletta llegaba con vino, alguna tontería y la ropa llena de lodo
porque había estado jugando con niños.

Cuando la atacaba la triste idea de que no era importante para nadie, Suletta le tomaba las manos y
tartamudeaba un “te quiero” para luego intentar besarla. A veces la detenía porque su Prometida
era muy empalagosa y brusca en ocasiones, y a veces se entregaba a sus caprichos para no verla
poner cara de cachorro triste abandonado bajo la lluvia. Todo eso le recordaba que había alguien
que sí la quería por ser simplemente Miorine Rembran.

“Te quiero”.

De nuevo esas palabras que Suletta a veces decía sin tartamudear.

Miorine sonrió, rendida. Casi se echó a reír. Torpemente una de sus manos acarició una mejilla de
Suletta. Las mejillas de su guerrera distaban mucho de ser tersas, era lo esperado cuando Suletta
había vivido una vida llena de trabajos, entrenamientos y batallas contra bandidos mientras el
viento áspero e inclemente del mar castigaba su piel. Le gustaba mucho sentirla pese a eso, le
gustaba su calidez. Suspiró.

“También te quiero”, respondió Miorine y fue ella misma la que buscó los labios de Suletta.

La guerrera no pensaba dejar esperando a su princesa, de inmediato la besó.

El beso fue suave, dulce, lento. Suletta podía sentir el sabor dulce del vino antes de que sólo fuera
el delicioso sabor de la saliva de su princesa el que le inundara la boca. Por su lado, Miorine
amaba los besos de Suletta, siempre era dulce y a la vez dominante. No le molestaba seguir el
ritmo de su guerrera, aunque sí le enfadaba un poco quedarse sin aliento mientras esa tonta no
paraba de besarla.

“¿Te quedarás a mi lado?” Preguntó Miorine apenas Suletta buscó su cuello. No le importaba que
lo dejara marcado. Solía cubrirse el cuello para no dejar a la vista su piel, pero no porque le
importara lo que los otros pudieran decir, era más bien que quería guardar la marca de esos besos
para ella misma y nadie más.

“Sí”, respondió Suletta mientras mordía dulcemente el cuello de su princesa.

“Entonces dímelo a mí y no a una tumba”, exigió mientras hacía fuerza para poder encarar a
Suletta. Por un momento su corazón saltó al ver los ojos de su Prometida. Ese hermoso tono
turquesa. Podía sentir su calidez y su cariño. Admitía que su miedo a que Suletta se fuera era la
única razón por la que aún no se entregaba a ella. Pensaba que tan sólo los besos serían difíciles de
olvidar, así que sentirla piel a piel dejaría una marca de hierro al rojo vivo en su corazón que
dolería el resto de su vida cuando su querida guerrera se fuera…

Pero su guerrera no pensaba irse. Esa poderosa guerrera era suya.

“A la orden, mi princesa”, Suletta no tartamudeó. Se puso de pie y acomodó a su Prometida


delicadamente en el sofá, sacó su espada de la funda y la punta del arma apuntó al suelo. Suletta
quedó en una rodilla y con la cabeza baja. “J-Juro estar a t-tu lado y p-protegerte siempre. Mi
Aerial es t-tuya, mi v-vida también”, le miró con firmeza y con todo ese amor que seguía creciendo
en su pecho. “Mi c-corazón es t-tuyo”.

Miorine pasó de un color a otro mientras la dulce mirada de Suletta estaba fija en ella. Tragó saliva.
¡En serio lo hizo! ¡La promesa era de verdad! Se sintió mareada por un segundo. Debía responder y
lo haría pero no como la princesa de Asticassia, sino como Miorine Rembran, la chica que estaba
perdidamente enamorada de Suletta Mercury. Se levantó del sofá y le miró con firmeza, al menos
la que pudo reunir.

“Estaremos juntas en éste desastre, Suletta Mercury. Quédate conmigo y yo me quedaré contigo”,
tomó aire, su voz estaba temblando. “No dejaré que nada nos aleje. No te atrevas a perder ningún
duelo hasta el siguiente festival de primavera o no te lo perdonaré nunca. No te conviertas en un
recuerdo”.

“Lo juro”. Suletta sonrió con alegría, guardó su espada una vez más y de inmediato abrazó a su
princesa con cariño… Y algo de brusquedad. Miorine, desde luego, se quejó.

“¡Eres una bruta!”

“L-lo siento”, dijo una feliz Suletta sin soltarla. “Te q-quiero”.

“No quedará mucho de mí para querer si me sigues apretando así, ¡salvaje!” Reclamó la princesa.
El abrazo se aflojó lo suficiente para poder corresponderlo al menos. El calor y el aroma de Suletta
en serio eran mágicos. Sonrió mientras se aferraba al cuerpo de su Prometida. Se quedaron unos
segundos así antes de que su estómago la traicionara.

Suletta escuchó el lindo rugido de hambre que salió del estómago de su princesa. Miorine, desde
luego, estaba avergonzada y luchaba por no mostrarlo. No solía comer bien en esos días. Y como
era de esperarse, Suletta de inmediato la llevó a la cocina. Miorine sabía que su guerrera nunca se
burlaba y eso la hacía sentir segura a su lado. Suspiró.

“T-te prepararé algo para comer”, dijo Suletta mientras la sentaba en una de las sillas.

“Gracias”, respondió Miorine mientras se recuperaba del sonrojo. Miró a Suletta. “Ponte cómoda,
debes estar acalorada”, dijo, notando que la guerrera estaba perfectamente vestida mientras ella
sólo vestía un camisón.

Suletta se miró a sí misma y luego a su princesa y asintió. Fue a la sala de estar para quitarse la
ropa suficiente para quedar solamente en su camisa y sus pantalones, y descalza. Aerial estaba
descansando contra el sofá. Suletta regresó a la cocina con su princesa y se aseguró de que comiera
bien no sólo ese día.
Se quedó a su lado y no la dejó sola durante los siguientes cuatro días, la acompañó hasta que su
princesa se sintió lista para volver a sus actividades normales.

~o~

Elan estaba particularmente contento gracias a la información que le llegó. El equipo de


reconocimiento que envió al territorio de las minas del Sur al fin había llegado con buenas noticias:
encontraron restos de Gund-Arm en una armería de un asentamiento en reconstrucción que quedó
abandonado luego de terminada la guerra. Sus enviados fueron allá fingiendo estar interesados en
asentarse en la zona y los guerreros locales los llevaron a uno de los sitios que estaba en
reconstrucción. Encontraron los restos del metal en una armería que aún no reconstruían. Sólo era
limadura del metal maldito, apenas lo de dos cucharadas. Podría parecer poco pero era justo lo que
necesitaba para seguir con los planes.

Lo que tenía en sus manos era el silencioso e invisible veneno metálico con el que su gente trabajó
después de terminada la guerra. Finalmente él y sus aliados podían seguir con su plan. Suletta
Mercury sería un obstáculo imposible de envenenar, ella tenía resistencia al metal maldito, pero
había muchas maneras de deshacerse de alguien. Nadie era invencible. Esa inesperada dosis de
veneno lo tenía reservado para un par de personas en especial.

“A Shaddiq le encantará saber esto”, murmuró Elan y enseguida guardó la limadura en un cofre de
metal grueso.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

Tengo que apurarme para terminar éste fic, u_ú9 lo acabaré antes de que comience la
segunda temporada del anime. ¡Muchas gracias por leer y por sus lindos comentarios!
Entre Muros
Chapter Notes

Juro que hay trama antes de que éstas dos se pongan las manos encima... ¡AL FIN! ;D

“Es bastante miserable beber solo, lo sabes, ¿verdad?” Dijo Prospera en cuanto entró al estudio
privado del Rey y lo vio sentado en su escritorio con una copa de licor. Se llevó ambas manos a la
cintura. ¿Quién diría que el frío y hermético soberano era el que sufría el duelo de su fallecida
esposa más que nadie en el reino? Ya habían pasado diez días desde el aniversario de la muerte de
la Reina. Se acercó a la mesa y se sirvió un poco de licor. “¿No deberías compartir al menos una
copa con alguno de tus buenos amigos del Consejo?” Preguntó, burlona. Dio un trago a su licor
mientras se recargaba en el marco de la ventana.

“La mitad de esos bastardos me quiere muerto”, respondió Delling con desinterés.

“Y la otra mitad es la que te quiere matar, eso no es novedad”, respondió la guerrera con el mismo
desinterés. “¿Quieres escuchar las buenas nuevas?”

“Ya estás aquí, así que no perdamos el tiempo, Prospera”.

“Uno de tus queridos amigos del Consejo ya debe tener los restos de Gund-Arm que dejamos como
carnada”, informó la guerrera sin dejar de sonreír. “Aún estoy averiguando quién mandó a esas
personas pero al menos ya se movieron después de tantos años, lo que quiere decir que es cuestión
de tiempo para que al fin hagan algo en tu contra”.

Delling esbozó una sonrisa apenas notoria, parecía divertido con ese asunto. “Ya se estaban
tardando, pensé que tendrían más prisa por deshacerse de mi”.

“Primero te dejaron todo el trabajo sucio de organizar el reino. Ahora que ya tienen la casa
ordenada, es cuando quieren quedarse con ella”, sonrió Próspera y enseguida recordó algo. “¿No
deberías mandar a proteger a la pequeña princesa?” Preguntó.

“No es necesario. Me he encargado de hacerla invisible a ojos de todos, ella está a salvo, no la ven
como una amenaza y tampoco la consideran importante”, respondió Delling y se sirvió más licor.
“Y si se diera el caso y quisieran atacarla, para eso está tu hija”, continuó.
“Delling, eres un desgraciado”, rió la guerrera. “Pero sí, Suletta cuidará bien de la pequeña
princesa, eso te lo garantizo”, dijo con visible orgullo. “Mi hija superó todas las debilidades de
nuestra sangre y además tiene la mejor espada que hemos hecho nunca, Aerial es una obra maestra
que sólo ella puede blandir. Suletta podrá enfrentarse a cualquier adversario”.

“Me dices todo eso sin morderte la lengua y todavía tienes el atrevimiento de llamarme
desgraciado”, suspiró el soberano sin que el gesto le cambiara. “Eres tú la demente que deja a tu
inocente e inexperta hija a merced de un mundo cruel como éste”.

“Para eso está tu hija”.

Y el rey finalmente sonrió de manera más visible, levantó su copa para brindar. “Pronto
encontraremos a los traidores que mataron a tu Nadim”.

“Sí, daremos con ellos y también los haremos pagar por lo que le hicieron a tu Notrette”, Prospera
brindó con el Rey y ambos bebieron hasta el fondo.

Habían esperado tanto tiempo por esa oportunidad…

~o~

Nika regresaba de su trabajo ya cerca del ocaso. Aunque tuvieran suficiente dinero gracias a la
última misión encargada por la princesa, ninguno de ellos perdía la voluntad de seguir trabajando
en lo que más les gustaba. La joven herrera se sentía plena y orgullosa de sí misma luego de que
Suletta la dejara hacer lo que deseara con su armadura de metal que supuestamente ya no iba a
usar, pero luego de que la inspiración atacó a Nika, decidió reforzar la ya de por sí fuerte
protección de cuero de Suletta con el metal de la armadura y logró su mejor trabajo hasta el
momento. Nika hacía poco vio el resultado de su trabajo, en el duelo más reciente de la Portadora
contra un retador nuevo, éste nada pudo hacer para herir a Suletta, su nuevo peto y protectores de
brazos y piernas eran aún más resistentes.

Incluso conoció a la madre de Suletta y la mujer la felicitó por su excelso trabajo, palabras
textuales de Lady Prospera Mercury.

Justo cuando pensaba pasar al mercado por pan para la cena, un corcel le cerró el paso. Nika
palideció al reconocer al jinete del corcel: Sabina Fardin, soldado élite de la escolta de Shaddiq
Zenelli. La pobre herrera sintió que la sangre se le iba a los pies.

“Nika Nanaura, sígueme”, indicó la soldado con gesto serio e hizo andar a su caballo.

Nika tragó saliva y simplemente obedeció. Maldijo mil veces su suerte, de todos los miembros de
su familia, fue a ella a la que le tocó responder al llamado.

Ambas llegaron a unos sembradíos en las orillas de la ciudad, cerca de la zona donde estaban unos
graneros comunitarios. Entre los altos muros de dos graneros estaba el resto de la escolta de
Shaddiq Zenelli… Y también el mismísimo Shaddiq Zenelli, sonriente y sentado en una paca de
heno. Con una simple señal de su mano, el futuro general hizo que su escolta se posicionara para
vigilar los alrededores, dejándolo a solas con Nika.

“Me alegra ver que estés con tan buena salud”, dijo Shaddiq sin dejar de sonreír.

Nika miró a un lado, incómoda. “Lo mismo digo, Milord”.

“Tus amigos y tú hicieron un gran trabajo con Lady Suletta en la región maderera”, continuó,
ignorando a propósito el visible nerviosismo de la herrera, de hecho le divertía. “Es obvio que ella
los tiene en buena estima. Además tu trabajo en su armadura es soberbio, la hiciste intocable”,
continuó, dando a entender que estaba al tanto de sus actividades.

“Agradezco que reconozca mi trabajo, Milord”, dijo una tensa Nika.

“Seré breve, seguro que llevas prisa”, se levantó de su incómodo asiento y le miró con seriedad, su
sonrisa se borró. “Vengo a cobrar la deuda de tu familia”.

Nika apretó los puños… Por supuesto, ¿qué otra cosa podría ser? Maldijo de nuevo para sus
adentros. Asintió. “Lo escucho, Milord”. No lo miraba, no quería.

Shaddiq volvió a sonreír aún a sabiendas que su gesto no tranquilizaba a nadie que lo conociera
bien. Le dio una amistosa palmada en el brazo a la chica. “No te voy a pedir nada descabellado, no
pongas ese gesto, sólo quiero que estés al pendiente de las actividades de Lady Mercury y me
informes de ellas”, el joven se cruzó de brazos y caminó de un lado a otro con lentitud. “Quiero
saber qué come, qué hace cada día, a qué horas duerme, a quiénes ve y con qué frecuencia visita a
Su Alteza”.

Intenta hacer algo contra Suletta, pensó Nika mientras tensaba la quijada. Al menos no sospecha
que el gremio trabaja con Su Alteza. O eso quería creer. Intentar adivinar sus pensamientos era
inútil, preguntar por sus planes también, así que sólo asintió al futuro General. “A la orden,
Milord”.

“Me alegra que sepas cumplir tu palabra”, el futuro General la tomó por el mentón con fuerza y la
obligó a mirarlo. “Cuando termine lo que debo hacer, liberaré a tu familia de su deuda, tienes mi
palabra, Nika Nanaura”.

La herrera no pudo siquiera asentir, tenía el rostro inmovilizado, el cuerpo tenso y su corazón
latiendo de manera dolorosa. “Muchas gracias, Milord. Estoy a sus órdenes”, dijo con la voz tan
firme como le fue posible, pero se adivinaba miedo en su tono.

“Así me gusta”, Shaddiq finalmente la soltó y dio media vuelta. “Quiero tu primer reporte en cinco
días”, fue todo lo que dijo antes de irse junto con su escolta.

La herrera sintió su estómago revuelto apenas se supo sola. Vomitó.

~o~

Suletta estaba más feliz que de costumbre y Miorine sabía por qué. Su madre había llegado a la
Capital hacía unos días por asuntos que Suletta no entendió pero la princesa sí. Gracias al buen
trabajo de Suletta y todos los méritos que estaba sumando con la gente, además de su exitosa
misión en la región maderera, logró que grupos de personas se movieran hacia las minas del Sur
para asentarse. Los guerreros les recibieron con los brazos abiertos y los ayudaron a acomodarse
en una aldea que ya tenían reparada y lista para habitar.

Prospera Mercury fue a la Capital a informar sobre sus nuevos ciudadanos y también a solicitar los
servicios que iban a necesitar: apoyo para la construcción de caminos, la mejora de pozas y
acueductos para asegurar el agua en los nuevos poblados, una oficina de funcionarios para cobrar
los impuestos anuales y también un puesto de guardias. Los guerreros por sí mismos podían cuidar
a sus nuevos pobladores, pero necesitaban al menos un punto donde pudiera asentarse la armada
real como indicaba la ley. Los guerreros decidieron que los soldados vivirían en los límites del
territorio donde serían de ayuda para los viajeros. Muchos de esos soldados se mudarían con sus
familias, lo que aseguraba más gente. Según el reporte, ya tenían alrededor de doscientos
habitantes más.
Si Suletta seguía trabajando como hasta ese momento, mucha más gente se mudaría al Sur antes
del invierno.

“Tu madre regresa mañana a las minas, ¿verdad?” Preguntó Miorine mientras cenaba junto con
Suletta. Su Prometida no podía dejar de sonreír.

“Desayunaré c-con mamá antes d-de q-que se vaya”, dijo la guerrera con contento.

“Aprovecha entonces, ella estará trabajando junto con tu gente para recibir a sus nuevos habitantes.
Me alegro por ustedes”, dijo la princesa con sinceridad. Suletta estaba logrando su cometido y eso
era para felicitarla. Ya había terminado de cenar, así que se puso de pie y se acercó a Suletta para
darle una caricia en la mejilla. “Buen trabajo, Suletta”.

A la guerrera le gustaban las felicitaciones y los mimos de su madre, pero cuando era su princesa
quien reconocía y premiaba sus esfuerzos, el asunto era totalmente distinto. Tomó la mano de su
princesa y la pegó por completo a su mejilla. Besó su palma y enseguida la soltó para que siguiera
con las caricias en su rostro.

Miorine sonrió, Suletta era muy física y ya a esas alturas de su relación podía aceptarle muchos
comportamientos a Suletta… Excepto los abrazos sorpresa, la guerrera podía ser muy brusca
cuando su emoción la sobrepasaba. Sonrió y pasó su pulgar por los labios de la guerrera. “¿Te
quedas conmigo ésta noche? El castillo te queda más cerca desde aquí que desde la casa del
gremio”.

Lady Prospera se hospedaba en el castillo después de todo.

“Sí, m-mi princesa, muchas g-gracias”, respondió una feliz Suletta.

“Termina de cenar”, Miorine miró ligeramente a un lado, sintió las mejillas calientes por culpa de
una súbita idea. “Nos bañaremos juntas antes de dormir, ¿qué dices?”

A Suletta se le subieron todos los colores a la cara al escuchar eso, pero igualmente asintió más
veces de las necesarias. ¡Ni loca se negaría a esa propuesta! Aún era temprano como para dormir,
normalmente se tumbaban en el sofá para pasar el rato hasta que sintieran sueño, pero si su
princesa ordenaba otra cosa, la guerrera nunca le diría que no. Todos los que conocían a Suletta
sabían que ella nunca le diría no a Miorine Rembran.
Sería la primera vez que se bañarían juntas.

No mucho rato después, Suletta ya había calentado el agua y Miorine le esperaba, impaciente,
frente al cuarto de baño. Ya Aerial descansaba junto a la cama, por cierto. Ambas chicas se sentían
ligeramente ansiosas, culpa de la emoción, pero Miorine sabía mantener el control y Suletta se
calmaba si veía calmada a su Prometida. Ambas se miraron y fue la guerrera quien apretó los
puños con fiereza y asintió para sí misma. Miró a su princesa con el ceño fruncido. Miorine sólo
levantó una ceja, lista para escuchar el disparate que estaba por salir de la boca de la guerrera.

Las constantes visitas de Suletta eventualmente provocaron algunos cambios en el baño: como un
par de toallas nuevas, un espejo de cuerpo entero más grande, más jabón y esencias florales porque
el cabello de Suletta era tan largo como el de la princesa, pero mucho más frondoso. A Miorine no
le importaba pedir más jabones costosos para su Prometida, le gustaba consentirla a su manera.

“¿Puedo quitarte la ropa?” Preguntó Suletta con un solo respiro y sin tartamudear. Ya ambas
estaban en el cuarto de baño y al menos ella ya no tenía su piel ni las botas puestas.

Miorine se puso roja como tomate. Frunció el ceño y asintió. “Después será mi turno”.

Suletta puso un gesto excesivamente concentrado y se le acercó. Miorine no pudo evitar sonreír al
verle la cara con ayuda del espejo, su Prometida podría ser inocente, infantil en ocasiones, no era
una luz en pensamiento pero tampoco era ignorante. Ese era su encanto. Suspiró al sentir que
Suletta besaba sus hombros y cuello mientras le quitaba el vestido de manera calmada.

La guerrera sonrió al notar que la piel de su Prometida se erizaba. Le gustaba cuando eso sucedía.
Normalmente sólo le daba besos que iban de delicados a intensos, además de caricias furtivas que
no se animaban a ir más lejos. Ésta vez decidió avanzar y ganar más.

Miorine no pudo contener un suspiro cuando Suletta desató el vestido y lo dejó caer al suelo. La
guerrera no perdió el tiempo y de inmediato quitó la prenda restante del pecho. La princesa sintió
otro escalofrío al sentir cómo los besos de Suletta viajaban por su cuello, hombros y espalda.
Miorine no evitó una pequeña risa cuando notó que Suletta se encorvaba de manera graciosa por
tratar de alcanzarla. Gajes de la notoria diferencia de estaturas.

“Deja te quito la ropa, anda”, la princesa tuvo que interrumpir los besos por un momento.
“¡Sí!” Suletta despertó de su ensoñación y se apresuró a desnudar a su princesa, aunque… La
visión de su espalda desnuda la mareó. Quería ver a su Prometida desnuda, sería la primera vez que
lo haría, así que la sujetó suavemente por los hombros para girarla.

Miorine era consciente de su sonrojo y sus nervios, pero se olvidó de estos al ver la cara de Suletta
en cuanto le mostró su desnudez. Su poderosa guerrera que derribaba bandidos con una viga de
madera, su enorme y bruta guerrera que no encontraba un rival digno en ninguno de los hijos
nobles de la capital, su estúpido cachorro que meneaba la cola con la más simple de las caricias
terminó de rodillas ante ella mientras la miraba con los labios temblorosos, las manos en el aire
como si rogara por tocarla y los ojos bien abiertos.

Suletta estaba embelesada. Nunca en su vida había visto algo tan hermoso. El cuerpo desnudo de
una chica no le era nuevo, de hecho a veces compartía la hora del baño con sus amigas del gremio
y se lavaban la espalda entre sí como amistosa muestra de cercanía y confianza. Pero lo que Suletta
Mercury estaba experimentando al ver la hermosa piel nácar de su Prometida era algo nuevo. Se
sentía sobrepasada. El calor se le subió a la cara, las manos le temblaban y de pronto se sintió
indigna de ver o siquiera tocar algo tan hermoso.

Suletta Mercury estaba adorando a Miorine Rembran como si fuera un ser divino. Y ésta justo así
lo entendió, Suletta era la persona más pura, transparente y sincera existente. Sonrió con
recuperada confianza, en ese momento su propio sonrojo no le pesaba.

“Puedes tocarme”, dijo y cuando Suletta estaba estirando su mano hacia ella, la detuvo. “Pero
primero debemos estar en las mismas condiciones, no es justo que sólo tú puedas ver”.

La guerrera asintió torpemente y se puso de pie. No dejaba de mirar ese par de lindos pechos, su
estómago, sus piernas, cada delicada curva del cuerpo de su princesa. Alejaba su mirada cuando sus
ojos trataban de llegar a la zona entre las hermosas piernas ajenas. Se relajó todo lo posible para
permitir que su princesa la desnudara.

Fue el turno de Miorine de admirar la piel tostada y cada músculo de ese poderoso cuerpo. ¡Era la
primera vez que podía ver su abdomen por completo! Sonrió. Suletta era mucho más grande que
ella no sólo en estatura si no en proporciones, y le gustó lo que estaba viendo. Pero sin duda, lo que
más le llamó la atención fue ver más de una cicatriz a lo largo de su piel. Había varias en la
espalda, en sus brazos, en el abdomen y un par en sus piernas. Sin poder contenerse, pasó sus dedos
por la cicatriz más larga que pudo ver, la marca estaba en el costado derecho del torso de su
guerrera.

“Ésta de aquí debió sangrar mucho, ¿verdad?” Preguntó y enseguida comenzó a quitarle el
pantalón. “¿Dolió?” Preguntó con dulzura y una mirada suave.
“Sí, d-dolió”, respondió Suletta y ella misma se tocó esa cicatriz en especial. “Fue una p-pelea
cuando t-tenía q-quince años. Era m-mi turno d-de recoger las r-redes de p-pesca cerca de la p-
playa y encontré a-a un hombre q-que se estaba r-robando los pescados”, explicó mientras
levantaba sus piernas a como su princesa lo pedía. Finalmente quedaron desnudas. Su intención era
asear primero a su Prometida, pero ésta se le adelantó, la tomó por el brazo y la hizo sentarse. No
se resistió. “A veces n-nos topamos con p-personas en problemas y les d-damos comida y t-techo,
p-pero ese era un b-bandido que huyó hasta n-nuestro territorio. M-me atacó. Era m-muy grande y
m-muy fuerte y me hirió el costado c-con un hacha”, contó. Cerró los ojos al sentir que su princesa
comenzaba a mojarla desde la cabeza.

“¿Y cómo saliste de esa?” Miorine estaba sorprendida, había muchas historias que aún debía
escuchar sobre la vida de su Prometida en el Sur. “¿Alguien fue en tu ayuda o algo?”

Suletta negó. Sonrió al sentir los delgados y delicados dedos de su princesa lavar su cabello con
mucho cuidado. “C-cuando él se acercó p-para matarme, yo s-sujeté a Aerial m-muy fuerte y m-me
defendí. Usé un p-puñado de arena p-para cegarlo y d-de repente mi espada se c-clavó en su p-
pecho”, continuó con calma. “Mi c-cuerpo se movió s-solo”, se encogió de hombros, “Era él o era
yo… No r-recuerdo c-cómo llegué a c-casa”.

Miorine sonrió, todo eso era lo que hacía superior a Suletta a comparación de los hijos mimados de
la Capital. Suletta siempre peleó para sobrevivir en un entorno peligroso, mientras que los jóvenes
nobles aprendían a combatir por compromiso, presunción o diversión. “Me alegra que fueras tú”,
dijo y besó su hombro. Dedicó tiempo a lavar cuidadosamente el cabello de Suletta antes de poder
limpiar su amplia espalda. Mientras, la guerrera se lavaba la parte frontal de su cuerpo. “Oye,
Suletta, se me ocurrió una idea”.

“¿Uh?” Suletta le miró por medio del espejo, justamente se lavaba las piernas.

“¿Me enseñarías a defenderme?” Preguntó la princesa, pero no dejó que Suletta respondiera
todavía. “Obviamente no busco ser una guerrera como tú o tener la habilidad de un soldado, no
tengo lo que se necesita para eso, pero no me gusta la idea de estar indefensa”.

Suletta sonrió con alegría. “Sí, t-te enseñaré, m-mi princesa”, a su parecer, era una magnífica idea.
No estaban juntas en todo momento, ambas tenían sus propios compromisos, pero nunca estaba de
más saber defenderse hasta que llegara la ayuda, o por lo menos para poder huir. “Tu c-cuerpo es
d-delgado y no tienes m-mucha condición f-física ni f-fuerza”.

“Gracias por decirme debilucha”, dijo una divertida Miorine con una pequeña risa mientras le
echaba agua en la cabeza.
La guerrera también rió y tragó un poco del agua jabonosa por culpa de eso. Tosió antes de
continuar. “Un e-enemigo no esperará q-que te puedas d-defender y se acercará m-mucho a ti”,
explicó. “E-esa será t-tu ventaja”.

La sonrisa de Miorine se hizo más grande mientras terminaba de enjuagar a su guerrera. “Chica
lista, tú sí que sabes cómo componer la situación”, finalmente su Suletta estaba limpia, por lo que
cambiaron de lugar. Ahora era ella la que sentía las manos de Suletta en su espalda. “De acuerdo,
haremos eso, lo último que necesito es que alguien grande y fuerte deba rescatarme”, dijo con tono
travieso mientras miraba a Suletta por el espejo.

Suletta rió y se encargó de lavar la espalda y el cabello de su princesa con excesivo cuidado. Ella
misma percató lo grandes que eran sus manos en la menuda espalda de su Prometida. ¡Le gustaba
tanto esa visión! “Tú eres m-muy fuerte a t-tu modo, mi princesa”, y no se refería a su fuerza física,
si no a su espíritu y su voluntad que seguían adelante pese a todo.

“Entonces confío en que me ayudarás a no estar tan indefensa, quizá le pida a Nika que me forje
un arma o algo”, comentó Miorine con bastantes ánimos. Justo cuando estaba por lavarse las
piernas, sintió cuando Suletta rápidamente se quitó de donde estaba para sentarse frente a ella con
las piernas cruzadas. Arqueó una ceja. Por supuesto, Suletta y su fijación por sus piernas. Suspiró y
levantó sus manos, rendida. “Adelante”.

Suletta puso cara de encanto y sólo usando el jabón y sus manos, se dedicó a atender las lindas
piernas de su princesa. La guerrera no podía dejar de sonreír. Miorine no tuvo más remedio que
suspirar y contemplar con una sonrisa la alegría de Suletta. Además, era sorpresivo cómo esas
grandes manos eran tan delicadas con su piel. Se sonrojó más de una vez cuando las manos de
Suletta parecían acariciar sus muslos.

“Eres p-preciosa, mi princesa”, dijo una feliz Suletta.

“Gracias”, respondió Miorine con una sonrisa pequeña. “Y tú también eres bastante atractiva,
Suletta, no te quites méritos”.

“P-pero tu p-piel es muy b-bonita, siempre hueles b-bien, y t-tus ojos son como la luna y─”

“¡Ya entendí, ya entendí!” Salpicó a Suletta con bastante agua. “Soy linda, de acuerdo, lo acepto”,
estaba apenada. Que Suletta le lanzara esos cumplidos básicos y cursis era letal para la joven
princesa. Que además los dijera con una sonrisa tan brillante que podría rivalizar con el mismísimo
sol, no la ayudaba. Miorine se sonrojó, “anda, terminemos aquí y vayamos al cuarto”, tragó saliva
y miró ligeramente a un lado.

Suletta también se sonrojó y asintió con firmeza.

Terminaron de bañarse.

Antes de darse cuenta, ambas estaban dentro de los muros del dormitorio apenas iluminado,
sentadas en la cama, desnudas y encarándose. No había necesidad de decirlo directamente, el deseo
y el momento finalmente llegaron y pensaban entregarse a estos. Miorine, sonrojada, se aclaró la
garganta con graciosa seriedad.

“Podemos comenzar, Sule─ ¡Kyaaa!”

La guerrera de inmediato se lanzó encima de su princesa por culpa de la emoción. No la aplastó


pero sí le dio un buen susto. Sonrió con encanto al verla enfadada. No pensaba decirle que se veía
linda con el ceño fruncido o le daría un buen golpe en la cabeza.

“¡Idiota!”

Igualmente recibió un manotazo en la cabeza.

“Lo s-siento”, dijo Suletta entre pequeñas risas mientras pegaba su cuerpo al de su princesa. “Oh”,
la sensación era cálida y suave. Su Prometida se veía tan linda debajo de su cuerpo y con su
cabello esparcido a capricho sobre el colchón. “Mi princesa…”

Miorine sintió exactamente lo mismo. El enorme cuerpo de Suletta se sentía caliente, su aroma a
flores no ayudaba y mucho menos que la mirara con sincera devoción. Suspiró hondo. El contacto
de sus pieles le provocó un temblor de cuerpo entero. La princesa no resistió mucho y abrazó a
Suletta por el cuello con ambos brazos.

“Bésame”, ordenó la princesa y su guerrera obedeció.

La joven pareja se acomodó de costado sobre el suave colchón. Sus piernas se enredaron al igual
que sus lenguas. Ya se habían besado con esa misma pasión y hambre, pero ésta vez, desnudas, la
sensación se sentía totalmente nueva. La princesa gimió suavemente entre el beso y la
entusiasmada guerrera la besó con más fuerza, como si quisiera quedarse con todo el aire de su
cuerpo.

El beso era duro y Miorine lo sufría y lo disfrutaba al mismo tiempo. ¡Eres una salvaje! Pero ni ese
pensamiento la hacía separarse de ella. Quería sentir toda la fuerza de su poderosa guerrera. Ella,
Miorine Rembran, era la dueña de esa dulce y amorosa guerrera, era toda suya para quererla y
dejarse querer. Miorine se permitía ser egoísta y posesiva sólo con su querida Suletta. Mordió
suavemente sus labios para aplacar lo suficiente su intensidad y poder decir algo… O al menos
intentarlo. Sintió que Suletta sujetaba sus manos con las suyas, incluso enredó sus dedos con los de
ella. Sus manos ahora estaban por encima de su cabeza. No pudo contener un suspiro, a la guerrera
le bastó una mano para tomar las suyas. Miró los ojos turquesa de Suletta, tenía las pupilas
dilatadas y estaba roja.

“Suletta…”

“Mi princesa”.

Volvieron a besarse.

Suletta se sentía en una batalla contra un oponente poderoso. Su mano libre no temblaba para
acariciar el rostro, el cuello y el pecho de su princesa. Sintió que Miorine gemía entre el beso
mientras acariciaba uno de sus pechos. Podía sentir su pezón endurecido y no resistió mimarlo con
sus dedos. Procuró ser suave al principio y, justo como en una batalla, estudiaba a su oponente para
saber cómo y con qué intensidad atacar. Haciendo frecuentes pausas a los besos, aprovechaba para
estudiar los gestos de su princesa y saber si acariciar con más fuerza o ser más gentil. Miorine no
era capaz de decir mucho, sólo gimoteaba de manera aguda mientras su cuerpo se arqueaba por
culpa de las caricias.

La guerrera tuvo que soltar a su princesa para poder devorar sus pechos, no resistió más el deseo.
La que tampoco resistió fue Miorine, que abrazó la cabeza de Suletta con fuerza.

“Suletta… ¡Suletta…!”

“Mi princesa… ¿Sigo?” Preguntó Suletta entre lamidas y suaves mordidas a sus pechos. Al verla
asentir, sonrió con alegría y decidió llenar el pecho y estómago de su Prometida de besos, lamidas
y suaves mordidas, todo mientras su boca viajaba al sur.
Miorine estaba a merced de la guerrera y no le molestaba, pero también debía recordarle a esa
guerrera a quién le pertenecía. Jaló un poco su cabello, sabía que no podía combatir con fuerza
física, pero tenía sus propias armas.

“Suletta… Bésame otra vez”, ordenó Miorine con voz ronca, agitada. Sí, estaba a merced de los
deseos de la poderosa guerrera del sur… Pero esa guerrera era suya. Sonrió al escuchar la
respuesta de su Prometida.

“Sí, m-mi princesa”, respondió Suletta y de inmediato comenzó a besarla con hambre, dominando
el beso con su lengua mientras su mano seguía acariciando hacia el sur. Sin darse cuenta llegó a la
cálida zona entre los muslos de su princesa y subió la mano de inmediato, ¡era tan suave! No
resistió, miró a su Prometida mientras sus dedos tentaban alrededor de su lindo ombligo y
amenazaban con bajar otra vez. “¿Puedo?”

“No sé qué estás esperando, cachorrito”, dijo Miorine con el rostro rojo y el ceño fruncido.

Suletta tragó saliva. No resistió y se acomodó entre sus piernas. Admitía haber fantaseado más de
una vez cómo sería tener los muslos de su princesa pegados a sus mejillas, ahora que estaba ¡al fin!
en esa posición, se sentía mucho mejor a como lo había imaginado.

Por su lado, la princesa aprovechó que tenía las manos libres para poder aferrarse a las sábanas de
la cama. Sintió que Suletta pegaba su nariz a su zona más íntima y comenzaba a olfatearla como la
salvaje que era. Se sonrojó mucho, se enfadó y la apretó entre sus muslos mientras se incorporaba
lo suficiente para verla. “¡Suletta!” Su Prometida se veía ridícula con la cara aplastada entre sus
piernas. “¡¿Qué rayos haces?!”

Suletta estaba feliz. “Me gusta… M-me gusta m-mucho aquí”. Nunca había sentido un aroma así
antes. Admitía que su princesa tenía piernas fuertes a su modo, culpa de caminar bastante, supuso.
Apenas sintió que las piernas ajenas se relajaron un poco. Hizo lo que realmente quería hacer desde
hace mucho. Comenzó a devorar a su Prometida.

Miorine gritó mientras su espalda se arqueaba, sus piernas volvían a apretarse y sus manos se
aferraban a las sábanas. Era consciente de que Suletta era torpe pero no ignorante, ¿dónde aprendió
eso? Sospechaba que quizá preguntó a las chicas del gremio. Lo preguntaría luego, justo en ese
momento la guerrera se hacía de su cuerpo.

“Más lento…” Ordenó la princesa y la guerrera obedeció. “Un poco más fuerte, Suletta… ¡Ah!” Y
su guerrera nuevamente obedeció.

Suaves gemidos, sonidos íntimos, el calor en el cuarto, la guerrera aferrada a los muslos de la
princesa mientras dicha princesa era devorada por la bestia salvaje en la que se había convertido la
guerrera. Fue un ahogado grito de la Princesa lo que coronó la victoria de la Guerrera. Suletta no
esperó a que Miorine recuperara el aire, de inmediato volvió a abrazarla, besarla y dejar que sus
más íntimas zonas se tocaran entre sí con ayuda de una posición que sus amigas le sugirieron.

Sí, les preguntó a ellas qué podía hacer para hacer sentir bien a su princesa, valga la redundancia.
Sus amigas le dedicaron una noche de chicas para explicar todo lo que Suletta no podía preguntarle
a su madre.

Ambas durmieron ya entrada la madrugada, desnudas y abrazadas en la cama. Miorine comprobó


de primera mano la resistencia de la guerrera y quedó agotada. Suletta tomaría otra ducha antes de
ir a desayunar con su madre.

Lo que Miorine no sabía, era que la pequeña Mima llegaría a la hora de su desayuno a solas con
una inesperada nota que diría lo siguiente:

[Quiero pedir el doble.

Nika.]

CONTINUARÁ…
Un Plan a Seguir

“¡Maldita sea!” La princesa no estaba contenta en lo absoluto. Aprovechó que Suletta pasaría la
mañana completa con su madre para poder reunirse en secreto con Nika y saber de qué iba todo ese
asunto. Era una suerte que la villa tuviera más de una salida secreta y ella misma supiera moverse
sin llamar la atención. Estaban en la bodega de la herrería donde trabajaba Nika. No había nadie
sospechoso fuera, estaban solas y a salvo.

“Lamento todo esto, Su Alteza”, dijo una avergonzada Nika, estaba de rodillas ante ella y con la
cabeza baja. No era capaz de verla a la cara. Ya le había explicado toda la situación y el por qué su
familia estaba en deuda con el viejo General y su hijo. “Nunca ha sido mi intención que se diera
ésta situación”, la vio enfadarse más cuando dijo eso. “Perdón”. Era de esperarse que la princesa
enfureciera pero… Las siguientes palabras de ésta la sorprendieron un poco.

“¡Esos bastardos!” Gritó Miorine y se llevó una mano al cabello. Tal vez el asunto no era
directamente en su contra, pero si se metían con Suletta era como si se metieran con ella. Miró a
Nika con dureza. “No pidas perdón, nada de ésta mierda es tu culpa”, se cruzó de brazos y frunció
más el ceño. “Que tu familia decidiera trabajar para el tirano durante la guerra no fue tu culpa, ¡tú
ni siquiera habías nacido!” Refunfuñó. “Que Shaddiq y el General sean unas escorias tampoco es
culpa tuya”, tomó a Nika por el brazo e hizo que se pusiera de pie. “Me encargaré de esto. Gracias
por decirme, Nika”.

La joven herrera sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos pero no pudo llorar, la princesa
no la dejó, de hecho ésta la sujetó por la mejilla y con un pulgar limpió una lágrima que alcanzó a
escapar. Nika miró a la princesa, su gesto era duro pero extrañamente gentil.

“Gracias, Su Alteza”.

“No tienes nada qué agradecer”, Miorine se encogió de hombros. “Es lo menos que puedo hacer
por… Mis amigos”, la soltó y le dio la espalda. Sintió un rubor en las mejillas.

Nika finalmente sonrió e incluso suspiró gracias a una sensación de alivio.

“Dices que Shaddiq te pidió un reporte a detalle de las actividades de Suletta, ¿verdad?” Preguntó
Miorine y Nika asintió. Ya tenía la mano en el mentón y su cabeza trabajando. Comenzó a caminar
de un lado a otro. Obviamente, si Shaddiq se enfrentara a Suletta cara a cara, no tendría ninguna
oportunidad contra ella. Sospechó dos cosas: que Suletta le servía, o le estorbaba para alguno de
sus planes. Pero si Suletta le sirviera para algo, Shaddiq trataría de ganarse su confianza, la
procuraría e intentaría hacerse su amigo. Por simple descarte, la guerrera le estorbaba e intentaría
algo sucio para quitarla de su camino.

¡Maldito cobarde!

“Su Alteza, creo que…” Nika tragó saliva. “Creo que debo decirle a nuestros amigos sobre esto,
podrían ayudarnos a cubrir a Suletta o al menos saber si alguien más la vigila”, propuso.

“¿Estás dispuesta a confesarles que tu familia trabajó para el viejo tirano?” Preguntó Miorine con
seriedad.

Nika asintió. “Esto siempre me ha pesado, no quiero perder a mis amigos ni ésta vida que tanto
amo”, tomo aire. “Estoy dispuesta a decirles todo”.

Miorine suspiró hondo. “¿Quieres que Suletta y yo estemos ahí cuando les digas?” Preguntó con su
gesto aún serio. Vio a Nika negar y asintió. “De acuerdo”, se llevó las manos a la cintura. “Veré
qué puedo averiguar en el castillo”, después de todo, era fácil para ella pasar desapercibida, nadie
le ponía atención y últimamente agradecía ser invisible para todos. “Mientras sigue las órdenes de
Shaddiq, veamos si le divierte saber que Suletta persigue gatos perdidos en los callejones”, musitó
con exasperación al recordar las veces que Suletta llegaba con arañazos en cara y manos cuando el
animal no cooperaba con la guerrera.

La herrera finalmente sonrió, la princesa siempre despedía un aura de seguridad que se contagiaba.
“Muchas gracias por todo, Su Alteza, no sabía qué hacer”.

“Soy yo quien debería agradecerte, nada te costaba callar y mantenerte a salvo, pero elegiste
arriesgarte y decirme todo”, dijo Miorine y miró con seriedad a la herrera, decidiste avanzar.
“Primero que nada, necesito que contactes a tu familia de manera segura”, indicó. “Diles que se
muevan a las minas del Sur hasta que las cosas se calmen”, las tierras de Suletta estaban protegidas
por los guerreros después de todo. Aún no había un puesto de guardias. “Si es necesario, diles que
pidan protección. Hablamos de Shaddiq, quizá intente aprovechar a sus soldados de más confianza
para perseguirlos. Diles que procuren irse sin que nadie los cuestione ni los note mucho”, su
cabeza poco a poco armaba un plan.

Nika sonrió, era la seguridad de su familia la que más le preocupaba. “Sí, Su Alteza”.

“Si Shaddiq es la serpiente venenosa de siempre, mantendrá vigilada a Suletta hasta que encuentre
un espacio adecuado para hacer lo que sea que pretenda hacer”, continuó Miorine. Conocía al
futuro general, nunca movía una pieza si no tenía asegurada ya la siguiente jugada. “No sé si
quiera hacerle daño a Suletta o…” Y abrió más los ojos al percatar algo. “O quizá quiera alejarla
por alguna razón”, gruñó un poco mientras se alborotaba el cabello.

“¿Él podría ganarle a Suletta en una pelea?” Preguntó Nika, preocupada.

“¿Ese idiota? ¡Ja!” Miorine sonrió con orgullo. “No le ganaría ni en cien años. Aunque Shaddiq sea
más hábil que Guel en combate, no está al nivel de Suletta y eso Shaddiq lo sabe, por eso no ha
intentado enfrentarla cara a cara”, tomó aire. “Suletta le estorba independientemente de que quiera
alejarla o deshacerse de ella”, y la pregunta era qué planes tenía Shaddiq para que Suletta le fuera
un estorbo. “Con suerte, tendremos tiempo para averiguar qué pretende antes de que haga algo
estúpido”, miró a la herrera. “Nos encargaremos de esto, ven conmigo si pasa otra cosa. Yo le
contaré a Suletta el asunto”.

“Sí, Su Alteza”, Nika suspiró hondo una vez más. De nuevo sintió ganas de llorar, pero ahora de
alivio. No resistió su siguiente movimiento, abrazó a la princesa aún a riesgo de ganarse un
rechazo. “Gracias… Estaba muy asustada, no sabía qué hacer”.

Miorine se quedó quieta por un segundo pero no la alejó. Gracias a Suletta estaba más
acostumbrada al contacto físico y… A decir verdad, ese abrazo se sintió bien. No eran iguales a
los abrazos de Suletta, pero se sentía bien. Lo correspondió. “Esto también me incumbe, si ese
bastardo quiere hacerle algo a mi Prometida o a mis amigos, se mete conmigo”, sentenció,
sujetando con firmeza la ropa de Nika.

La herrera sonrió con recuperado humor y la soltó. Debía agradecerle a Suletta todo el cambio
positivo que provocó en la confiable pero fría Miorine Rembran. Princesa y herrera compartieron
una sonrisa antes de que la primera fuera por su capa para cubrirse. Debía salir de ahí, a saber si
vigilaban a Nika o no, mejor no arriesgar nada.

“Has lo que te dije, manda a tu familia al territorio de los Mercury, que se vayan sin que nadie sepa
a dónde van”, indicó la princesa. “Tú sigue las órdenes de Shaddiq, no le ocultes nada o sospechará
de ti”, tampoco era como si Suletta hiciera cosas fuera de lo común. “Si averiguas algo antes que
yo, házmelo saber”.

“Entendido, Su Alteza”.

“Debo irme”, Miorine miró a Nika con un gesto serio pero suave. “Todo saldrá bien, yo me
encargo”, dijo y no le dio tiempo a la herrera de responder algo, simplemente se fue.
Nika cayó de rodillas, rendida por la tensión y aliviada por la ayuda.

~o~

“¿Qué te parece?” Preguntó Elan mientras Shaddiq revisaba el par de dagas que su gente había
acabado de forjar. “No vayas a tocar la hoja”, indicó al ver que el futuro General estuvo a nada de
revisar el filo, “te recomiendo devolverlas a sus cajas a menos que quieras morir envenenado”,
sonrió.

“Gracias por el aviso. Guardaré la mía hasta que sea el momento”, respondió Shaddiq y decidió no
tentar su suerte. Si sus planes avanzaban sin traba alguna, podría encargarse de sacar la basura
como tanto quería. Aún sentía asco de recordar que durante el incidente de la región maderera,
descubrió que era su padre adoptivo quien permitía esas y muchas otras actividades sucias desde
detrás de las sombras. Las investigaciones no llegaron hasta el anciano por obvias razones, éste
hizo que la culpa recayera en sus subordinados.

El General y toda la gente que había marchado junto a él en la guerra eran seres deplorables que
debían quedar en el pasado y morir junto con sus ideales de poder y fuerza. Mientras esa gente no
desapareciera, eventualmente habría otra guerra cuando todos ellos hartaran a los pobladores. Con
personas así al mando, nunca conocerían la verdadera paz.

“Y yo espero que al Rey le parezca romántico morir de la misma manera en que murió su esposa”,
dijo Elan con una sonrisa complacida.

“Seguro que sabrá encontrar el romanticismo en eso”, bromeó Shaddiq.

Elan era menos ambicioso, simplemente quería cumplir con el último deseo de su padre, un
guerrero Hekser que buscaba venganza por sus hermanos de sangre ejecutados durante la guerra.
Ejecuciones ordenadas por boca del propio Delling Rembran. Su padre se hizo de una de las
últimas piezas de metal hechas de Gund-Arm puro que aún quedaban en su tierra natal, aunque
para ello debiera herir gravemente a uno de los suyos durante su huida usando esa misma pieza de
metal.

A Elan le parecía estúpido que luego de varios años de cuidadosa preparación del veneno, su padre
fallase de manera miserable y, en lugar de envenenar al Rey, desperdiciara su única dosis de
veneno de Gund-Arm en la Reina. Su propio padre eventualmente murió envenenado por el mismo
Gund-Arm en su cuerpo. Que la fortuna le sonriera a Elan y fuera adoptado por miembros del
Consejo fue perfecto. Lo único en lo que la fortuna no le sonrió, fue en que heredó la sangre
maldita de su padre. De su madre nada sabía, creció sin conocerla pero sí sabía que ella fue una
persona normal.

Al menos me hubieras dejado tu fuerza, pensaba Elan constantemente, pensamiento que se hizo
más molesto, ruidoso y frecuente luego de conocer a Suletta Mercury, una guerrera Hekser pura
con una espada hecha de Gund-Arm refinado a la perfección y que no era peligroso. Una guerrera
que no tenía su sangre contaminada. Sentía envidia, lo admitía.

“¿Cómo van los preparativos?” Preguntó Elan mientras guardaba la daga que tenía destinada para
el Rey. Su compañero era el que tenía casi todo el trabajo de su complot.

Shaddiq rió. “Todos esos idiotas del Consejo se están frotando las manos mientras esperan el
momento”. Prometerles por separado y a escondidas mucho más poder apenas derrocaran al Rey
Delling, había sido de ayuda. Esos tontos eran tan ambiciosos y tan inmundos, que deshacerse de
ellos sería fácil. Les echaría la culpa a ellos del ataque del Rey y los mandaría a ejecutar a todos
usando su potestad sobre los soldados.

“¿Y qué hay de Suletta Mercury?” Fue la siguiente pregunta de Elan. “Si atacamos, ella va a
interferir y eso será un problema”, se cruzó de brazos. “Ni siquiera tú podrías derrotarla si la
enfrentas cara a cara. Deshacerse de ella será complicado”, agregó con molestia, había sido muy
inocente de su parte pensar que podrían hacerle daño a la chica. “Nuestro plan no servirá de nada si
no matamos al Rey”.

Daba igual que el Rey sintiera poco y nada de aprecio por su hija, la guerrera sin duda saldría a
proteger al padre de la Princesa al más mínimo riesgo.

“De momento quiero saber qué hace cada momento del día, ya estoy trabajando en ello”, respondió
Shaddiq con una sonrisa confiada. “Con suerte, si sale a alguna de sus misiones largas, podemos
aprovechar esa oportunidad”.

La inesperada llegada de Suletta Mercury y que se volviera la Portadora, había atrasado mucho sus
planes. Estúpido Guel. Aunque Suletta pareciera llevadera, torpe e insegura, a decir verdad era
muy difícil de manipular a comparación de Guel. Que terminara apegada como perro faldero a la
princesa había sido simple mala suerte. Por otro lado, debían ser listos y precavidos a la hora de
atacar al Rey, no debían apresurarse. Después de todo, Delling Rembran fue un soldado con altas
capacidades físicas y estratégicas, además de un instinto de batalla innato. Intentar atacarlo a
traición había probado ser imposible. Ellos no eran los primeros que intentaban asesinarlo.
“Nos ayudaría mucho saber si tiene algún otro punto débil o algo que podamos aprovechar en su
contra”, comentó Elan y se llevó una mano al mentón. “¿Quizá la Princesa?”

Shaddiq se echó a reír. “Si le ponemos una mano encima a la princesa, Suletta Mercury se volverá
loca y nos acabará a todos. Recuerda que la chica se volvió el perro de ataque de Su Alteza”, mejor
dicho, un fiero lobo. Negó un par de veces. “Ella es el punto fuerte de la guerrera. Lo mejor que
podemos hacer es asegurarnos de que no nos estorben”.

“De acuerdo, entonces sólo esperaremos a que tú indiques cuándo atacar”, dijo Elan, debían
terminar su pequeña reunión pronto.

“Eso ya depende de Lady Suletta”, respondió Shaddiq con una sonrisa. Tampoco tenían tanta prisa.
Había esperado mucho por eso, podían esperar un poco más.

~o~

Contrario a todo lo que Nika esperaba, desde reproches y malas miradas hasta la desconfianza de
sus amigos, al final todos y cada uno de ellos se le lanzaron encima para abrazarla y hacerla sentir
mejor. Los chicos pensaban lo mismo que la princesa: nada de ese desastre era culpa de Nika. Por
supuesto, todos los Terra estaban dispuestos a proteger a Nika y a cuidarle la espalda a Suletta de
cualquiera fuera el plan de Shaddiq Zenelli.

Y hablando de Suletta, ésta prometió a sus amigos y a su princesa que se mantendría a salvo y
atenta. Seguiría con sus actividades normales, le recomendaron que actuara como siempre, así que
Suletta siguió rescatando gatos perdidos en la ciudad o subidos a altos árboles.

Shaddiq no estaba muy seguro de cómo reaccionar al ver el primer reporte de Nika.

“Esto es…” Shaddiq torció la boca un poco.

“Son las actividades usuales de Suletta Mercury, Milord Shaddiq”, dijo Nika, seria. Debía
mantenerse seria por muy divertida que estuviera por dentro.

“Perseguir gatos, cuidar vacas, hacer de niñera, ir por las compras de ancianos”, el futuro General
suspiró mientras seguía leyendo el resto en silencio. Sabía que todo eso era cierto, había puesto a
una de las chicas de su escolta a echarle un par de vistazos a Suletta Mercury y toda la información
concordaba con el reporte. Sí, el día anterior alrededor de mediodía, la guerrera estuvo
aprendiendo a hacer queso con un ganadero local. Además había tenido un duelo formal del que
salió ganadora. “Se ha quedado tres noches de ésta semana en la villa de Su Alteza”, comentó el
joven.

“Sí, Milord”, una firme Nika respondió. “Ahí no puedo seguirla y no estaba muy segura si agregar
lo que ella nos cuenta cuando regresa al día siguiente luego del desayuno…” Murmuró mientras
jugaba sus dedos entre sí, nerviosa.

Shaddiq frunció el ceño al pensar que Nika le ocultaba cosas. “Dímelo”.

La herrera no mentía, en serio no tenía manera de decir algo así en voz alta, ¡Suletta era una cursi!
Muy romántica pero tan empalagosa que sólo Lilique podía escucharla sin morir por el exceso de
dulzura, todos los demás escapaban. No pudo evitar sonrojarse y miró a un lado. “Nos dice sobre
lo suave que es el cuerpo de Su Alteza cuando lo abraza, o lo bien que huele su cabello, o lo mucho
que le gusta darle besos y lo lindas que son sus piernas y…”

“¡Suficiente!” El futuro General se revolvió el cabello, igualmente avergonzado pero no


precisamente por la manera en que Suletta Mercury se expresaba de su Prometida, sino por la idea
de que la fría y repelente Miorine Rembran se portara como una doncella enamorada… Porque
justamente eso era, una doncella enamorada. Nunca lo hubiera esperado a decir verdad, lo cual
hacía el escenario mucho peor justo como lo había platicado con Elan. Si se les ocurría usar a la
Princesa como carnada para alejar a la guerrera, entonces se echarían encima a una imparable
bestia salvaje.

“Si cree que deba anotar esos detalles en mi siguiente reporte, entonces…”

“No es necesario, con las actividades que hace en la ciudad es suficiente”, además había
confirmado que Nika no le estaba mintiendo ni engañando, podía seguir con su plan. “Mantente
atenta y repórtame si llega a tener alguna larga misión con ustedes”, indicó Shaddiq.

“Sí, Milord”, Nika procuraba mostrarse tensa. Hacía un buen trabajo.

“Espero tu siguiente reporte en cinco días, o antes si pasa otra cosa”, indicó Shaddiq y se puso de
pie. Se llevaría el reporte consigo pero seguramente Elan también pensaría que Suletta Mercury era
tan simple y básica que no daba la impresión de ser el gran obstáculo que en realidad era. Suspiró
discretamente y salió de la herrería apenas Nika asintió.
La escolta del futuro General estaba atenta desde posiciones estratégicas… Y a su vez ellas eran
vigiladas por Till, Chuchu y Nuno, que pasaban tan desapercibidos como su posición como
simples mercenarios se lo permitían. Por como lo vieron, Shaddiq iba en dirección al castillo, así
que entre ellos se mandaron la señal para a su vez enviar al ave mensajera a la villa de la Princesa,
quien esperaba pacientemente por el reporte de los chicos.

Apenas recibió el mensaje, ella misma se encaminó al castillo procurando discreción y que nadie le
notara, cosa fácil cuando nadie estaba acostumbrado a verla rondar en el castillo fuera de sus horas
de clase y reuniones. Además, otra de las ventajas de ser la Princesa, era que aún podía recordar las
veces que jugaba con su madre entre los laberínticos pasillos y más de un antiguo camino secreto
que daba a muchas zonas del castillo; rutas de escape más que nada. Nunca imaginó tener que
recurrir a estos.

Lo único que vio hacer a Shaddiq fue releer el reporte de Nika en una de las mesas de la biblioteca
del castillo. Fuera de eso no hubo ninguna actividad sospechosa en él, así que cuando Shaddiq
volvió a su casa, Miorine hizo lo mismo. No era como si pudiera seguirlo hasta la mansión del
viejo General. Estaría atenta a él a partir de ese momento, al menos en el castillo. Algo que le
llamó la atención, fue cuando los chicos le hicieron saber que Shaddiq parecía interesado en saber
cuando Suletta saliera en misión con el Gremio.

“Eso quiere decir que no te quiere cerca, ¿qué le hiciste, Suletta?” Preguntó Miorine en son de
broma mientras practicaba movimientos de defensa personal con Suletta en el jardín de su villa
privada. A la Princesa le era complicado dada su pobre condición física, pero Suletta era paciente y
Miorine terca, así que poco le importaba estar empapada de sudor y sin aliento mientras aprendía
un movimiento para liberarse del agarre de un enemigo.

Suletta rió. “N-no le he hecho n-nada”, respondió, divertida. No sujetaba a su princesa con rudeza,
nunca lo haría, así que le daba indicaciones de cómo liberarse. “R-recuerda, mi p-princesa, debes
atacar de m-manera que n-no necesites otro golpe, o te pueden lastimar”, indicó con seriedad.
“Ahora usa t-tu arma”, de momento era un arma de madera, Nika estaba forjando una hermosa y
discreta daga para su princesa y pronto terminaría. “Debes c-cortar aquí, c-con fuerza”, indicó,
señalando el área de su brazo.

Miorine puso atención y sacó su improvisada arma para hacer “el corte” en el brazo de Suletta.
“¿Aquí?”

“No, d-debe ser aquí p-para herir el brazo y d-dejarlo inmóvil”, liberó una de sus manos para
señalar la zona. “Justo aquí”.

“Oh, entiendo, donde están los ligamentos”, dijo la Princesa y simuló el corte.
“M-más fuerte o sólo harás una herida q-que va a enfadar al e-enemigo”, dijo Suletta y enseguida
lo pensó mejor. “B-bueno, estamos entrenando s-solamente”, así que era normal que su princesa no
usara toda su fuerza. En momentos de peligro era cuando el cuerpo actuaba y ganaba más fuerza
gracias al instinto de supervivencia. La soltó. “D-de acuerdo, voy a su-sujetarte p-por detrás y
debes d-defenderte, ¿lista?”

Miorine tomó aire y aflojó los brazos apenas guardó su arma de madera. Le dio la espalda a Suletta
y asintió. “Estoy lista”.

La guerrera rápidamente la sujetó justo como lo haría un enemigo, rodeándola firmemente con sus
brazos y retrocediendo un par de pasos para sacarla de equilibrio. Miorine apretó los dientes y fue
un poco lenta en sacar su arma, se le cayó. Tal fallo la hizo enfadar y lanzó un gruñido de furia.

“¡De nuevo!”

“¡Sí, m-mi princesa!”

Y repitieron el ejercicio cerca de una hora hasta que ella finalmente lo logró. Una feliz Suletta
felicitó a su princesa mientras se la llevaba en brazos al cuarto de baño para poder asearse juntas.
Miorine no tenía fuerzas para caminar por sí misma, así que se dejó llevar sin resistirse. Se lavaron
y no tardaron en meterse a la lujosa tina llena de agua tibia, Miorine entre las piernas y contra el
pecho de Suletta, Suletta contra la orilla de la tina abrazando el menudo cuerpo de Miorine. Ambas
suspiraron de comodidad.

“¿Aún me falta mejorar, verdad?” Preguntó Miorine mientras pasaba sus dedos por el pecho de
Suletta, una simple caricia y nada más.

“Sí. T-te tiene que s-salir por instinto, mi p-princesa, t-tu cuerpo tiene que r-responder solo”, dijo
Suletta. Si había algo que le gustaba de su Prometida, era que no sabía rendirse.

“De acuerdo, seguiremos practicando y en verdad espero no tener que usar mi arma en alguien”,
dijo mientras se encogía de hombros. Era ajena a la violencia real y cruda.

Suletta sonrió. “Eres t-tú o es l-la otra p-persona, m-mi princesa”, dijo la guerrera con suavidad.
“C-cuando levantas un arma, e-entonces estás d-dispuesta a luchar, d-da igual que s-sea para a-
atacar o d-defender”. Y luchar muchas veces significaba herir a alguien.
Miorine comprendió las palabras que Suletta no dijo y sonrió mientras besaba el mentón y el cuello
de su guerrera. Suspiró hondo. “Eso quiere decir que quien me ataque, está dispuesto a lastimar o
ser lastimado, ¿verdad?” Y su guerrera asintió. “Supongo que por eso Shaddiq no te enfrenta cara a
cara, nunca podría dañarte en batalla”, refunfuñó.

“N-no sé por qué él n-no quiere que esté c-cerca”, murmuró Suletta, confundida.

“Obviamente le estorbas, Suletta, eres un obstáculo y sabe que no podría vencerte si te interpones
en su camino, por eso le interesa saber si…” Y pronto percató algo, su sonrisa se agrandó y se
incorporó de su cómodo sitio para encarar a Suletta. “¡Eso es!”

“¿Eh?” A decir verdad la guerrera estaba más concentrada en el par de lindos pechos que quedaron
fuera del agua. Sonrió como idiota. “¿Q-qué es, m-mi princesa?”

“Suletta, mis ojos están acá arriba”, masculló Miorine y la hizo levantar el rostro. Suletta era una
pervertida. “Shaddiq te quiere lejos para hacer su plan. No sabemos qué plan es, pero no te quiere
cerca, así que finjamos que el gremio y tú salen de viaje a una misión en otra ciudad”.

Suletta salió del trance que le provocaban esos lindos ojos de Luna y finalmente sonrió. “¡Y p-
podremos d-detenerlo cuando i-intente hacer s-su p-plan!” Exclamó una feliz guerrera.

“Exacto, pero demos un poco más de tiempo, un par de semanas al menos, a ver si puedo averiguar
algo antes o si Nika se entera de algo más”, dijo Miorine con una sonrisa de satisfacción, ¿cómo
no se le ocurrió antes? “Por mientras, necesito que sigas haciendo tus cosas en la ciudad”, sonrió.
“Quiero probar el queso que hiciste tú misma”.

Suletta asintió muchas veces. “C-cenaremos terminando aquí”, suspiró hondo y no resistió más.
Besó a su princesa con marcada pasión mientras la sujetaba por la cintura con un brazo y su mano
libre buscaba sus lindos pechos.

Miorine no pudo oponer resistencia. Además su cuerpo cedía de inmediato ante Suletta y eso le
parecía injusto. Intentó alejarla por los hombros pero sus brazos se movieron solos y terminó
abrazando a Suletta por el cuello. ¡Detestaba ceder tan fácil ante ella! ¡Esa salvaje y pervertida
prometida suya!

“Idiota”, murmuró Miorine entre el beso.


Suletta sonrió y besó su cuello. “T-también te q-quiero…”

Miorine de pronto terminó sentada en la orilla de la tina, a veces se sentía como una muñeca de
trapo cuando estaba entre los brazos de Suletta. Pronto supo lo que esa demente quería hacer y por
supuesto que no iba a detenerla, menos cuando comenzó a besar sus piernas desde sus rodillas.

“Hazlo lento, quiero sentirte, Suletta”, murmuró Miorine mientras pasaba sus dedos por el cabello
mojado de su guerrera, procuraba al menos quitarle los mechones mojados de la cara.

“Sí, mi princesa”, murmuró una Suletta poseída por el hambre y el deseo. Entre besos y suaves
mordidas fue escalando por ese par de piernas que la volvían loca hasta llegar a donde quería. Su
lengua de inmediato atacó dulcemente la más sensible zona de su Prometida y sintió que su pecho
se llenaba de alegría al escucharla gemir. Con emoción se sujetó de sus piernas con ambas manos
para poder devorarla a gusto.

Miorine tuvo que sujetarse de la orilla de la tina para no perder el equilibrio y caer. “Suletta…”
Apretó los labios para no gritar pero sus dulces y agudos gemidos la delataban y le daban a saber a
la guerrera todo lo que necesitaba para ajustar la intensidad.

Si bien a Suletta le gustaba se atendida por su Princesa, admitía que le gustaba más poseer cada
palmo del cuerpo de su Prometida y marcarlo como suyo. Sus propias necesidades podían esperar,
lo que a ella más le gustaba era ver el gesto de placer en Miorine Rembran.

Se tomaron su tiempo y cenaron tarde, tan tarde que Suletta tuvo que quedarse a dormir, Miorine
ya no la dejó ir.

~o~

Suletta Mercury entrenaba a los niños junto con Chuchu un par de veces por semana, pero quien
sorpresivamente terminó uniéndose al entrenamiento luego de la primera vez fue Guel Jeturk. El
joven escapaba un rato de casa sin que nadie se diera cuenta e iba a buscarlas. Al principio ninguna
de las dos lo aceptaba, Suletta porque seguía enfadada por la manera en que Guel se refirió a su
princesa esa primera vez, y Chuchu porque sentía un desprecio especial por él y su repelente
personalidad. Es decir, Miorine Rembran era fría pero no se metía con nadie, mientras que Guel
Jeturk era prepotente, grosero y miraba mal a la gente del pueblo y a cualquier otra persona que no
estuviera a “su nivel”.
Pero con el paso del tiempo, el joven demostró que había aprendido la lección y las chicas (y los
niños, desde luego) aceptaron su presencia y había mejorado su actitud. Un poco, apenas lo
suficiente como para tolerarlo cerca. Por supuesto, los chicos del Gremio y Miorine estaban al
tanto de ese asunto. Y ahora lo estaba Shaddiq, que se sorprendió al escuchar de Nika que Guel se
escapaba de casa. Aprovechaba cada momento que aún tuviera en la capital antes de que lo
mandaran a la mansión principal a encargarse de lleno a los negocios de la familia. Guel aún no
sabía por qué todavía no lo mandaban a casa. Shaddiq sí lo sabía:

Vim Jeturk estaba particularmente interesado en participar en la pequeña revuelta de Shaddiq. A él


en especial le interesaba que el Rey desapareciera, luego encontrarían la manera de deshacerse de
Suletta Mercury y podría poner a su hijo en el trono. Shaddiq Zenelli dio su palabra de que Guel
sería el nuevo Rey y Vim aceptó la oferta.

Un potente ataque de Suletta desarmó a Guel y éste se dolió de la muñeca. No podía mascullar
groserías porque las chicas le prohibieron decir malas palabras enfrente de los niños, de lo
contrario, no lo dejarían unirse más a la práctica.

“¿Vieron, mocosos? Así es como se desarma a un oponente”, dijo Chuchu a los niños y todos se
emocionaron mientras felicitaban a Suletta y admiraban lo grande que era Guel.

Los niños, más puros en corazón y pensamiento, aceptaron rápido al tosco chico y rápidamente lo
rodearon.

“¿Te dolió? Recuerda que no debes llorar aunque duela”.

“Pero duele mucho cuando pegan en la muñeca, yo creo que puede llorar”.

“¡El gran Guel Jeturk no llora!” Exclamó el noble y los niños rieron mientras lo jalaban de la ropa.
A esas alturas a Guel no le molestaba ensuciarse de lodo.

Suletta sonrió y Chuchu sólo bufó de fastidio. Ésta última notó que ya era hora de terminar.

“¡De acuerdo, enanos, todos a casa! ¡Recuerden lo que siempre les digo!”
“¡Lavarnos y ayudar con los quehaceres de la casa!” Respondieron los niños a coro entre escándalo
y risas.

“¡Exacto! ¡Vayan a casa!”

Y los niños se fueron. Chuchu respiró hondo y miró a Suletta.

“Me toca ir por el pan o no alcanzaré nuestros favoritos, ¿te llevas las armas y el resto del equipo?”
Pidió Chuchu a su compañera y ésta asintió. “Nos vemos en casa”. Antes de irse, la chica miró a
Guel y no hizo mayor gesto que una simple despedida de mano.

Guel sonrió. Era la primera vez que esa brusca chica se despedía de él. Luego miró a Suletta y
decidió ayudarla a recoger las cosas y limpiar un poco. “Gracias por el entrenamiento, Suletta
Mercury”, dijo, tosco pero sincero.

Suletta sonrió. “E-es divertido estar c-con los niños, ¿v-verdad?” Preguntó, feliz.

“A decir verdad…” Guel frunció el ceño y miró ligeramente a un lado. “Eres tú quien lo hace más
divertido”, dijo con clara vergüenza y un sonrojo en las mejillas. Podía compartir poco tiempo con
la chica que lo había dejado en el suelo, pero ya no se sentía terriblemente mal por ello. Le gustaba
lo poco que compartía con ella, la chica tenía un algo que lo atraía.

Por su lado, Suletta se confundió un poco con esas palabras y se llevó un dedo al mentón. “Yo c-
creo que Chuchu y los n-niños hacen t-todo más d-divertido”.

Guel frunció el ceño.

“Y desde q-que te portas bien y t-te nos uniste, es aún m-más divertido”, agregó la guerrera. “M-
me gusta q-que estés a-aquí”.

Guel se sonrojó y apretó los puños.

“¡Suletta Mercury!”
“¿Eh?” La aludida incluso saltó por la sorpresa.

Guel caminó hasta ella y le tomó las manos, haciendo respingar a la chica.

“¿Q-qué p-pasa?”

“¡Suletta Mercury, cásate conmigo y yo mismo mandaré tantos mineros a tus tierras, que tu región
va a florecer como nunca!” Pidió Guel y se acercó un poco más a la sorprendida guerrera. “¡Mi
familia tiene minas, seré mejor esposo para ti que ninguna otra persona!”

Suletta soltó un grito de sorpresa.

CONTINUARÁ…
La Segunda Página
Chapter Notes

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La guerrera parpadeó varias veces sin poder creer lo que acababa de escuchar. Guel le miraba
con firmeza, sin bajar el rostro, sosteniendo sus manos con fuerza y completamente serio, ¿¡qué
estaba sucediendo!? Como pudo, hiló más de dos palabras.

“¡¿P-p-p-pero de qué hablas?!” Suletta se soltó del chico y retrocedió dos pasos.

“Justo lo que dije”, Guel avanzó esos mismos dos pasos hacia la guerrera. “Suletta Mercury,
cásate conmigo”, repitió. Ya no gritaba pero su voz era firme.

Una Suletta en pánico negó muchas veces. “¡N-no! ¡Ya estoy comprometida!” Gritó y salió
corriendo de la zona, no sin antes llevarse el costal donde tenían las armas de madera y el resto
de los equipos de entrenamiento.

“¡Espera!” Pero el noble ya no pudo darle alcance.

~o~

Miorine tenía los brazos cruzados, una ceja arqueada y un gesto serio mientras veía a Suletta ante
ella, su Prometida estaba de rodillas, tenía la cabeza baja y las manos en el suelo mientras pedía
disculpas más veces de las necesarias. ¡Ni siquiera sabía por qué rayos Suletta se estaba
disculpando! Suspiró hondo y bajó los brazos mientras iba a la cocina.

“Ponte de pie, anda, debemos cenar”, indicó Miorine y escuchó los lentos pasos de Suletta
seguirla. “No debes disculparte, no es tu culpa”, dijo y la miró por encima de su hombro. Negó un
poco al ver a Suletta con cara como si hubiera cometido el crimen más grande e imperdonable del
mundo. “Hasta donde sé, siempre has sido amigable, respetuosa y nunca le has dado motivos a
Guel para pensar otra cosa”, dijo mientras era ella la que calentaba la cena. Podía hacerlo gracias a
Suletta, ya podía encender el fuego de la estufa.

“Yo… Ah… Q-quizá debí m-mencionarte más y…” Balbuceó Suletta.


“¡No!” Miorine la miró por encima de su hombro. “Ya sé todo lo que le dices a los chicos sobre
mí”, se quejó la princesa, se sonrojó de enfado al recordar que Nika le mencionó lo que Suletta
contaba (a veces con lujo de detalles) y que se lo tuvo que informar a Shaddiq. Ni siquiera el futuro
General fue capaz de resistir la cursilería de Suletta Mercury, según escuchó. Además había niños
presentes durante el entrenamiento, Suletta debía ser más precavida. “Es culpa de él por no respetar
que ya estés comprometida”, refunfuñó. Su furia seguía creciendo. Se revolvió un poco el cabello
mientras dejaba que la sopa se calentara.

“Lo siento”, repitió Suletta al notar el enojo en Miorine.

“No estoy enfadada contigo, no te disculpes”, aclaró la princesa de inmediato, “¡con quien estoy
furiosa es con ese idiota!” Gritó, incapaz de contenerse más. Sujetó a Suletta por el cuello de su
ropa y la acercó a ella con rudeza, al menos toda la que le permitía su limitada fuerza. “Eres mía,
Suletta Mercury”, murmuró mientras pegaba su nariz a la nariz de Suletta.

La guerrera tembló por completo, incluso sintió débiles las piernas.

“M-mi princesa…”

“Estás comprometida conmigo”, recalcó Miorine con dureza y lamió los labios de Suletta. No
sonrió pero se sintió satisfecha al verla temblar otra vez. “Y sé que me eres fiel”, como un perro,
vaya, eso sólo lo pensó, “pero hay gente que no entiende”, besó la mejilla de Suletta. “No dejes que
Guel te ponga nerviosa, sólo es un idiota que se encaprichó contigo”, estaba segura de ello, Guel
era un chico mimado y acostumbrado a tener lo que deseaba. Suletta le había dado un buen golpe
de realidad, además de que la amabilidad y la natural dulzura de la guerrera tenían su propio
encanto. Incluso si Guel había despertado un cariño sincero con lo poco que conocía de Suletta, era
un sentimiento que no tenía lugar.

“Yo… Yo sólo q-quiero estar contigo”, murmuró la guerrera mientras se sentía derretir a merced
de su dura y enfadada princesa.

Miorine decidió provocar un poco a Suletta a sabiendas que aún se sentía culpable por el incidente,
sin fundamento alguno, pero así eran Suletta y su ansiedad. Lo mejor era enervarla un poco para
que se sacara esa tonta culpa de la cabeza. Acarició sus mejillas.

“Entonces… ¿Te prometió llenar tus tierras de mineros?” Preguntó contra sus labios.
“S-sí, pero me g-gusta más c-cómo lo estoy logrando c-contigo”, dijo Suletta con el ceño fruncido,
en ese momento dejó de temblar.

“¿Te dijo que él sería un mejor esposo para ti?” Las manos de la princesa pasaron de las mejillas a
la nuca de su guerrera. “Es el heredero de muchas minas y casualmente tus tierras son mineras”,
hablaba dulce, provocadora, coqueta mientras acariciaba la nuca ajena. “¿Acaso no es algo muy
conveniente?”

Suletta fue atacada por un escalofrío de cuerpo entero, abrazó a su princesa por la cintura con
firmeza y su gesto se tornó serio. Comenzó a besar el cuello ajeno con cierta dureza, incluso la
mordió. Sin ser brusca, desde luego. “Eso no importa. Soy t-tuya”.

“¿Aunque no nos vayamos a casar?” Preguntó Miorine al oído de Suletta. Podía saborear el enojo
creciente de la guerrera y era delicioso, incluso se lamió los labios. Era justo lo que quería, que
dejara ir esas ideas tontas y pensara en lo que era más importante. “¿Aunque nadie mire bien que
una salvaje como tú esté con una princesa como yo?” Admitía que adoraba llamarla salvaje.

Suletta apretó la quijada y cargó a Miorine en sus brazos mientras la encaraba, estaba enfadada.
Miorine sonrió, triunfante.

“Eres mía”, declaró la guerrera y tumbó a su Prometida en el sofá, lista para demostrar que las dos
se pertenecían la una a la otra.

Miorine sólo sonrió. “Salvaje…”

La sopa se quemó, tuvieron que cenar fruta, pan y agua.

~o~

“¿Aún no han hecho ningún movimiento?” Preguntó Delling mientras revisaba unos documentos
con gesto desinteresado.

“No, Su Majestad”, respondió Rajan con seriedad. “Según la información proporcionada por Lady
Prospera, ellos ya tienen todo listo para atacar, pero no sabemos por qué aún no actúan”. Y al
menos hasta donde sus investigaciones habían llegado, sabían que los restos del Gund-Arm habían
llegado a manos de alguien (aún no sabían quién) de la Casa Peil.
“Han tenido suficiente tiempo para trabajar con el metal”, murmuró el Rey. En serio pensó que
tendrían prisa por deshacerse de él, pero al parecer no era el caso. “Deben estar esperando algo”,
cerró los ojos. “Más de la mitad del Consejo está metido en éste estúpido complot”, incluso tenía
una lista de nombres, pero no podía poner bajo arresto a más de la mitad del Consejo si aún no
hacían nada en su contra. La gente vería a mal que el Rey actuara con impunidad y podría armarse
una revuelta en su contra.

Después de todo, eso hacía el Tirano anterior: deshacerse de aquellos que le estorbaban o que
siquiera pensaban en oponerse a él.

Debía ser más listo y esperar su movimiento. Y debía ser aún más listo para dejarlos en evidencia
como la ponzoña que eran, sólo así se desharía de la mala hierba hasta las raíces y finalmente
terminaría su trabajo como Rey. Podía limpiar el camino de esas malas hierbas y serpientes
venenosas para la siguiente generación.

A su hija.

“De todos modos, seguiré mandando a vigilar sus alimentos”, dijo Rajan, sacando al Rey de sus
pensamientos. Ya habían perdido a más de tres hombres en esos años por intento de asesinato por
envenenamiento. Esa era la razón por la que la Princesa no tenía permitido comer con su padre. El
veterano de más de una batalla estuvo ahí cuando la Reina Notrette cambió el plato con su esposo
porque éste dijo no sentir antojo por ese platillo y fue ella la que terminó envenenada al comerlo.

Rajan sabía que si el Rey perdía a la Princesa, quedaría destruido.

“¿Cómo van los duelos?” Preguntó Delling de repente.

“Lady Suletta Mercury sigue invicta”, informó Rajan, que también servía como representante del
Rey cuando se daban los enfrentamientos entre los jóvenes nobles. Miró a su Rey, que no hizo más
gestos que asentir en silencio.

Ambos confiaban que la guerrera de los Mercury mantendría a salvo a la princesa, después de todo,
esa chica tenía lo mejor de su gente.

~o~
“¡¿Le pediste matrimonio a esa salvaje?!” Preguntó Lauda casi gritando.

Su hermano mayor rápidamente lo calló tapándole la boca con una mano.

“¡Que no te escuchen!” Masculló Guel y enseguida lo soltó. Ambos estaban en su cuarto, su


hermano estuvo esperando por él al percatar que había desaparecido de nuevo. Agradecía que
Lauda nunca mencionara sus ausencias a su padre. El menor siempre lo procuraba.

“Hermano, disculpa que diga esto pero estás loco”, el chico seguía sintiendo desagrado por la
chica Mercury. “Además ella ya está comprometida con la Princesa Miorine”, y tampoco sentía
mucho aprecio por ésta, por cierto.

“Tú no conoces lo que yo he conocido de Suletta Mercury”, refutó Guel, sentándose en su cama.
“Es buena con las personas, los niños la adoran, es muy fuerte y cuando ríe es linda”, numeró Guel,
cuyo sonrojo aumentaba palabra a palabra. “De no ser por ella, nunca me habría dado cuenta que
todo éste tiempo he estado en un pedestal falso”.

Lauda torció los labios pero no pudo decir nada a eso. Desde que su hermano se fugaba de casa
para pasar el rato con Suletta Mercury, había comenzado a esforzarse más que de costumbre no
sólo en los negocios de la familia, también en sus entrenamientos. Le gustaba mucho cuando su
hermano se mostraba orgulloso, seguro y poderoso, pero ni él era tan ciego como para ignorar que
antes su hermano mayor tenía una actitud bastante… Repelente y excedente de orgullo.

Quizá lo que más detestaba Lauda, era que la princesa tuvo razón aquella ocasión cuando los
enfrentó durante la fiesta de Elan Ceres. Todo lo “malo” que le había pasado a su hermano lo
provocó él mismo por culpa de su actitud. Él retó a Suletta Mercury sin ninguna necesidad de
hacerlo, más que la de agrandar su ego y orgullo. El ego de su hermano era tan grande por ese
entonces que todos lo veían como algo a admirar.

Y entonces llegó esa chica de una tierra olvidada y puso todo de cabeza. Lauda a momentos no
sabía qué pensar, pero al menos estaba contento de que su padre aún no enviara a su hermano a las
minas al otro lado del Reino como castigo por sus fallos.

“Tienes razón, hermano, yo no conozco a la chica como tú, pero tampoco debemos ignorar que ella
es la Portadora, y que la Princesa está encaprichada con ella”, dijo Lauda. Solía evitar a ese par a
decir verdad, pero terminaba escuchando de boca de los sirvientes de la mansión y del resto de los
protegidos y trabajadores de la familia, que la Princesa Miorine se portaba cálida y posesiva con la
guerrera, y que Suletta Mercury era como un enorme perro faldero que movía la cola ante su dueña
al más mínimo llamado. “Además, a nuestro padre quizá no le agrade la idea de que quieras
desposar a Suletta Mercury”.

Guel frunció el ceño, su hermano tenía razón. “Las tierras de los Mercury tienen minas con muchos
metales listos para sacar, fácilmente podríamos mandar a muchos mineros con sus familias a vivir
allá y eso cumpliría la misión de Suletta Mercury… Y ya no tendría ninguna razón para seguir
obedeciendo a la Princesa”.

La guerrera era tan llevadera, pasiva y servicial, que era normal que se sometiera ante alguien con
carácter fuerte como Miorine Rembran, esa era la única razón por la que la seguía a todos lados.
Guel estaba seguro de ello, bastaba ver cómo Suletta Mercury obedecía todas las indicaciones de
esa chica Chuchu sin rechistar. Una chica con mucho carácter por igual.

Por su lado, Lauda podía entender que a su familia le convenía tener más tierras a su disposición
para trabajar, pero su padre tenía otros planes para su hermano mayor. No sabía cuáles pero sabía
que los tenía. El chico se llevó una mano al cabello y suspiró.

“De nada servirá que quieras casarte con ella si ella no quiere casarse contigo”, dijo Lauda. Por
mucho que su hermano deseara a la chica, ésta ya tenía dueña.

“Yo me encargo de eso”, dijo Guel con seriedad y visible determinación.

~o~

“De acuerdo, ¿ya pensaron a donde iremos de “misión”?” Preguntó Martin al equipo mientras
todos cenaban.

De momento sólo estaban ellos, Suletta llegaría un poco más tarde porque estaba ayudando a la
Princesa a entrenar defensa personal. Y estaban seguros que la muy pervertida no resistía
demasiado antes de ponerle las manos encima a su Prometida sin que ésta pudiera resistirse a los
encantos de esa bruta.

Ya había pasado tiempo suficiente desde que la Princesa Miorine les dijo cuál era el plan a seguir y
debían pensar en una misión convincente que no levantara las sospechas de Shaddiq. Lo único que
tenía al equipo menos tenso era que toda la familia de Nika ya estaba a salvo en el territorio de los
Mercury. Una suerte que ninguno de los guerreros Hekser sobrevivientes de la guerra los
conociera, ellos estuvieron en el frente de batalla después de todo, no en las ciudades y otros sitios
persiguiendo a los simpatizantes restantes del tirano, de eso se encargaron los soldados bajo el
mando del actual General.

“Si elegimos algo del tablero de misiones, tenemos que cumplirlo”, murmuró Aliya, “no podemos
tomar un trabajo pequeño porque sería sospechoso si vamos todos”.

“Pero si tomamos un trabajo grande, estaremos en problemas si no lo cumplimos”, masculló


Chuchu mientras devoraba un pan.

“Quizá…” Till se llevó una mano al mentón. “No necesariamente debe ser una misión,
simplemente podemos decir que llevaremos a Suletta a conocer otra región donde tengamos
familiares, no sería raro ni levantaría sospechas. Así podremos ir todos fingiendo que estamos
tomando unas vacaciones para descansar”.

“Aunque para ello deberíamos estar cansados”, dijo Ojelo con una risa divertida. “No hemos hecho
mucho desde hace días”, sólo trabajos pequeños en la capital y las cercanías.

“¡Ah! ¡Digamos que queremos llevar a Suletta a las Montañas Doradas!” Propuso Lilique con
emoción. Sus abuelos paternos vivían en la pequeña ciudad que estaba a los pies de dichas
montañas. “Pronto será el festival del inicio del otoño”. Juntó sus manos, “ya saben, cuando las
montañas brillan con los últimos rayos del sol del cambio de estación”.

La idea les encantó a todos.

“Además, durante el festival se venden amuletos para el amor y la buena suerte, hechos con
fragmentos de las piedras que brillan”, comentó Nika. Algo que todo mundo sabía era lo cursi y
apegada que era Suletta con la Princesa Miorine. Para nadie sería raro que la guerrera quisiera un
amuleto para regalárselo a su Prometida.

“Ahora me siento un poco mal porque no iremos al festival, seguramente a Suletta le encantaría un
amuleto de esos”, comentó Nuno con una sonrisa.

“El cambio de estación es en diez días”, comentó Martin luego de hacer memoria. “Las Montañas
Doradas están a un par de días de distancia, lo que quiere decir que el tiempo es perfecto”,
concluyó con alegría. “Tenemos que hacerle saber el plan a Su Alteza”. Pensar que Suletta llevaba
ya casi dos estaciones en la Capital era increíble. Muchas cosas cambiaron para bien desde que la
Princesa Miorine la llevó con ellos y los obligó a aceptarla en el equipo.

“Podemos fingir que partimos y luego regresar en secreto sin que nadie lo note”, Nika estaba
igualmente entusiasmada por el plan. “Con suerte, nadie nos seguirá demasiado tiempo, después de
todo, quieren a Suletta lejos de la Capital”. Ya había terminado la daga de la princesa, se la
mandaría con la guerrera.

“Ahora tenemos que planear la ruta de regreso para que nadie note cuando volvamos a la Capital”,
dijo Till, ya había terminado de cenar. “Seguimos sin saber qué es lo que quieren hacer, así que
una o dos horas de distancia podrían hacer mucha diferencia”.

Ya decidida esa parte del plan, sólo hacía falta pulir los detalles y después le pedirían a Suletta que
le hicieran saber todo a la princesa.

~o~

Miorine estaba particularmente enfadada porque Shaddiq era listo y extremadamente discreto, ¡en
serio lo era! No decía nada en el castillo, sabía mantener sus planes en secreto. Si es que decía algo
seguramente lo haría en un sitio mucho más privado y lejos de oídos ajenos, como su propia casa o
los cuarteles generales de la Armada Real, sitios a donde ella no podía acceder. Eso la frustraba
pero poco podía hacer más que seguir atenta.

Suspiró hondo. Al menos la aliviaba saber que los chicos del gremio ya tenían un plan de reserva
para fingir la ausencia de Suletta y eso había emocionado mucho a Shaddiq, según palabras de
Nika. Los chicos saldrían en dos días más, cada día de espera pasaba más rápido que el otro. Se
masajeó un poco la nuca, ya había acabado con sus labores del día, incluso se sorprendió un poco
cuando Rajan le dio unos documentos a revisar por órdenes de su padre porque él tenía otras cosas
por hacer.

Aunque se quejó, Miorine hizo el trabajo y un reporte de todos los fallos que encontró en los
documentos, además de una lista de soluciones posibles. Se trataba de un plan de expansión que
habían presentado los representantes de un pueblo que se especializaba en vinos y tenía viñedos y
manzanos ya asignados. Desde el fiasco del Gremio de Agricultura, todas las solicitudes de
expansión, herramientas y apoyos habían pasado directamente a funcionarios del castillo y, por
supuesto, era el Rey quien debía aprobarlos.

“Si no quieres hacer estos trabajos pequeños, al menos deberías tener a alguien más preparado a
cargo”, masculló la princesa. Justamente salía del estudio de su padre, fue a dejarle los documentos
y éste dijo que lo revisaría después antes de echarla del estudio con su silencio. La princesa tenía
hambre y quería regresar a casa, Suletta seguramente la estaba esperando para comer. “Mejor me
apuro”, se dijo a sí misma y de pronto alguien la detuvo.

“Princesa Miorine”, le llamó Guel apenas la alcanzó, le dedicó una reverencia simple y apenas
educada. Había estado esperando por ella. El chico estaba particularmente afectado porque no
había visto a Suletta desde su proposición. Los niños le comentaron que Chuchu les dijo que
hicieran ejercicio porque ellas debían prepararse para un viaje con el gremio. Sospechaba que
Suletta lo estaba evitando. Además tenía poco y nada de tiempo para ir buscarla a donde vivía,
estaba ocupado el resto del día, todos los días.

“Tú”, musitó Miorine con el ceño fruncido. “¿Qué es lo que deseas, Guel Jeturk?”

“Quiero hablar sobre Suletta Mercury contigo”.

Miorine bufó pero igualmente asintió. Tenía asuntos pendientes con ese tipo y la oportunidad llegó.
Dejaría las cosas claras de una buena vez. Con un gesto le indicó que la siguiera y el heredero
asintió. Ambos fueron a una oficina que estaba desocupada en ese momento, el funcionario a cargo
ya había terminado su jornada del día. Estaban solos.

“Te escucho”, dijo Miorine mientras se cruzaba de brazos.

“Libera a Suletta Mercury de ser la Portadora”, dijo Guel con firmeza y voz demandante.

La princesa enarcó una ceja. “¿Por qué?”

“Porque quiero desposar a Suletta Mercury. Yo seré una mejor pareja para ella que tú”, continuó y
se acercó un paso a la princesa, pero se sorprendió al ver que Miorine era la que avanzaba dos
pasos para encararlo tanto como su menuda estatura se lo permitía.

“Suletta Mercury es mi Prometida, es una completa grosería querer hacerte de la Prometida de


alguien más”, la princesa se llevó las manos a la cintura. Antes de que Guel dijera algo, lo sujetó
del cuello de la ropa y lo obligó a encararla. Hasta hacía poco descubrió que había ganado fortaleza
física desde que estaba con Suletta. La guerrera se movía constantemente, la abrazaba con
brusquedad, y no había necesidad de mencionar lo insaciable que era en la intimidad y lo mucho
que debía esforzarse para seguir el paso de la guerrera.
Guel de pronto se sintió cara a cara con la princesa, sus narices casi se tocaban.

“Ella es mía”, dijo Miorine con dureza y lo soltó. “Suletta me contó lo que hiciste, y si de verdad la
quisieras como dices, sabrías que ella solamente te ve como a un amigo”.

El joven heredero se acomodó la chaqueta y tensó la quijada. “Eso da igual. Suletta Mercury está
contigo porque la tienes sometida a tu voluntad, te obedece como si fuera tu lacaya y no es libre de
hacer lo que quiere”, sentenció. “Libérala”.

A cada palabra que escuchaba, Miorine se enfadaba más, pero su única reacción fue mantener su
gesto frío y sereno. Le gustara o no, Miorine Rembran hacía brillar su apellido con sus tratos faltos
de tacto. De tal palo tal astilla. Se acomodó un mechón de cabello.

“¿Suletta te parece tan débil de carácter? ¿De verdad crees que es una chica indefensa y servil?”
Preguntó la princesa con dureza y notó que Guel apretaba los puños.

“Ella sólo está a tus órdenes, eso no es normal”, dijo el joven con la seguridad que pudo reunir,
misma que disminuía conforme la conversación avanzaba.

“Comprendo que te sientas atraído por Suletta”, fueron las siguientes palabras de Miorine. Su dedo
jugó un poco con el prendedor de flor que usaba en su vestido, el primer regalo que Suletta le dio.
“Tiene su propio encanto y no te voy a negar que es atractiva”, habría que estar ciego para no notar
todos los puntos buenos de la guerrera, “es sólo que no sé de qué Suletta estás hablando, porque mi
Suletta es sensible, obediente y trabajadora, pero no es servil”, dijo. “Tiene mucho carácter, es una
bruta, es infantil; y aunque no es egoísta, sí es demandante”, enumeró y notó la sorpresa de Guel.
“Es terca como una mula. Y no dejes que su nerviosismo te confunda, Suletta es extremadamente
decidida”, continuó.

Guel quedó un poco desorientado. Ciertamente no había pasado demasiado tiempo con Suletta
Mercury y escuchar todo eso lo sacó ligeramente de balance. Miró a un lado.

“Si nos casamos, yo puedo llenar toda su región de mineros”, Guel jugó su única carta a favor.
“Mientras que tú, Princesa Miorine, apenas si trabajas en los asuntos del castillo”, sentenció con
seguridad. “Ella sola ha estado trabajando para poblar sus tierras”.

Miorine no necesitaba jugar su mejor mano, tenía todas las de ganar. “Los guerreros de las minas
del Sur no se mueven de esa manera, ellos tienen otros modos”, negó un poco con la cabeza, no del
todo sorprendida por todo lo que Guel no sabía de Suletta. “Si lo vemos desde la simple
conveniencia, ¿no crees que Lady Prospera Mercury se habría acercado a los Jeturk desde mucho
antes?” Preguntó con dureza y notó a Guel respingar. “¿No crees que habría enviado a Suletta
como una protegida más en tu mansión para anexar sus minas a tu familia?” Se encogió de
hombros. “Quizá hasta habría quedado como una posible prometida para ti o tu hermano”, lo miró
a los ojos. “Pero si no lo hicieron es porque no lo quieren de esa manera”.

“Yo…”

“¿Dices que la tengo sometida?”

Guel frunció el ceño. “¡Sí! ¡Le demostraste amabilidad y ella cayó en tus manos!”

Miorine se llevó una mano al mentón, el gesto no le cambió. “Suletta te dio su sincera amabilidad
y tú caíste en las suyas”, le devolvió la jugada y funcionó, lo supo al verlo fruncir el ceño y
sonrojarse. Suspiró hondo. “Escucha, en serio no te culpo que te fijaras en ella”, la salvaje tiene
encanto, pensó, casi sonrojándose, “pero ella es mía”.

Guel estuvo a punto de decir algo, pelear, lo que fuera, pero no pudo. Abrió los ojos como platos al
ver que la princesa se retiró el chal que la cubría y le mostró su cuello y hombros. El chico notó
más de una marca roja en la piel de la princesa. ¿Acaso vio una mordida?

“Y yo soy suya, como puedes ver me tiene bien marcada”, Miorine se cruzó de brazos de nueva
cuenta luego de acomodar la prenda alrededor de su cuello y hombros. “Suletta no se casará
contigo ni con nadie más, Guel Jeturk, porque yo ya le pertenezco”, frunció el ceño. “Y yo la
amo”, dijo con firmeza, poco le importaba que sus palabras fueran más como una puñalada en el
corazón del chico. “Así que no hay más por discutir”.

Guel se sujetó el pecho al sentir una extraña presión en el corazón, pero admitía que nunca había
visto a Miorine Rembran así, era la primera vez que se mostraba tan segura y poderosa. Al menos
ante él… Además, que declarara que amaba a Suletta Mercury sin que su gesto se notara frío fue
demasiado. Bajó el rostro.

“¿Te casarás con ella?”

Miorine se mantuvo seria. “No. No es necesario, ya somos la una de la otra”.


“No entiendo”, murmuró el joven. ¿En serio no iban a casarse?

“No es necesario que lo entiendas, no es asunto tuyo de todos modos”, se encogió de hombros. “No
te voy a prohibir que la veas o hables con ella, a Suletta le agradas. Cuando te menciona dice que
eres un buen chico, que eres talentoso y que está feliz de que sean amigos”, suspiró hondo. “Puedes
volver a ser su amigo, ella atesora mucho a sus amigos. Podrás saber más y conocer a la verdadera
Suletta Mercury… Pero sólo si tú lo deseas”.

Guel se llevó una mano a la cabeza, estaba mareado. Ya no sabía qué decir. Miorine suspiró hondo
una vez más y puso una mano en el hombro de Guel, éste la miró.

“Ojalá me hubieras mostrado tu lado más amistoso cuando estuvimos comprometidos, quizá nos
hubiéramos llevado bien”, la princesa le sonrió de manera suave al joven. “Pero tuvo que llegar
una salvaje desde el otro lado del reino a movernos el piso”. La Miorine Rembran de hace seis
meses no habría sido tan gentil con el chico, en lo absoluto. Suletta Mercury en verdad le movió el
piso, ni en sus más locos sueños se habría imaginado teniendo una conversación civilizada con
Guel Jeturk.

Guel sonrió y sólo pudo reír de manera quebrada mientras se alejaba dos pasos y le daba la espalda
a Miorine. Su risa fue breve. Se frotó la cara con ambas manos, pensaba casi lo mismo que la
princesa. Quizá pudieron ser amigos.

“¿Ella me ha estado evitando, verdad?”

“Sólo un poco, en verdad la asustaste. Y además se está preparando para un viaje, pero cuando
regrese podrás hablar con ella”.

Guel asintió y de inmediato se giró para hacer una cortesía a la princesa, una ligera inclinación.
“Debo irme, tengo cosas por hacer”, dijo y de inmediato se retiró.

Miorine respiró hondo y se sentó en la silla más cercana para poder recuperarse de un súbito
sonrojo que la atacó. Tragó saliva. Si había una persona a la que le debía decir que amaba a Suletta
Mercury, era a la propia Suletta Mercury.

~o~
La comida ya estaba lista y la guerrera esperaba por la llegada de su princesa.

Suletta estaba contenta por marcar como cumplida una actividad más de su lista. Esa mañana tuvo
la oportunidad de ver trabajar al encargado de la torre del campanario más alto de la ciudad.
¡Finalmente pudo admirar la capital desde el punto más alto posible! Y era hermosa. Todo estaba
lleno de colores, de luz, de personas. Tantas casas y pequeñas edificaciones, el enorme castillo de
blancos muros, jardines, las arboledas y los bosques que rodeaban la ciudad, además de los
pequeños pueblos a las afueras. Desde ahí no pudo ver la villa privada de su princesa y eso era
bueno. Tampoco pudo ver la mansión de los Terra porque se encontraba en las afueras entre el
bosque, además de que la propiedad estaba rodeada de altos árboles.

Feliz, revisó su lista:

-Ponerle un apodo especial a un amigo o a una persona especial

-Aprender al menos un oficio nuevo

-Escuchar historias de ancianos

-Asistir a una obra de teatro

-Ver la ciudad capital desde la cima más alta posible

-Asistir a una boda

-Leer más libros nuevos

-Hacer reír a mis nuevos amigos con una broma

-Pedirle un deseo a una estrella fugaz

-Encontrar un tesoro escondido


La parte del apodo quería cumplirla con su princesa. Nunca se había atrevido a llamarla por su
nombre, no se sentía digna de tal honor pero… ¿Acaso no se querían la una a la otra? Luego de
haber compartido muchas cosas con su princesa, entonces ya podía llamarla por su nombre,
¿verdad? ¡Incluso por un amoroso apodo! ¿Verdad? Lo intentaría.

Lo del deseo a la estrella fugaz… Para esa debía darse una noche para mirar el cielo y simplemente
esperar a que la suerte le sonriera. Si tenía oportunidad, le encantaría pedir un deseo al lado de su
querida princesa. Y lo del tesoro… Quizá había leído demasiados libros de romance y aventuras,
no estaba segura dónde encontraría un tesoro y temía que ese sería el único deseo de su lista que no
podría cumplir.

Notó que su princesa aún no llegaba y se hacía algo tarde, pero últimamente tenía un poco más de
trabajo y quería recibirla con comida caliente, un abrazo y un beso. No precisamente en ese orden.
Estaba guardando su bitácora en su bolso cuando escuchó que se abría la puerta. Sonrió en
automático.

“Estoy en casa”, se anunció Miorine apenas cruzó la puerta. Por supuesto que esperaba el ruidoso
y cariñoso recibimiento de su guerrera.

“¡Bienvenida!” Exclamó una feliz Suletta mientras corría hacia ella con los brazos abiertos.
Esperaba una de dos señales: si su princesa abría los brazos, entonces el abrazo era bienvenido;
pero si estiraba su mano hacia ella, en ese momento no estaba de humor para abrazos y debía ser
más suave. Sonrió con alegría al ver que ella quería un abrazo.

“Puedes apretarme un poco más, la espalda me está matando”, eso de trabajar sentada no era bueno
para el cuerpo, la manera en que Suletta la apretujaba le relajaba la espalda. Correspondió el
abrazo y buscó sus labios. “Huele bien”.

“Ya está l-la comida, yo la preparé”, informó Suletta con alegría y de inmediato besó a su
Prometida. “Trabajaste mucho hoy, ¿verdad?” Preguntó entre labios.

“Más de lo que me gustaría”, se quejó, pero a decir verdad, hablar con su padre al menos de los
proyectos era… No le molestaba para nada. “Comamos, deja que descanse un poco y luego
podemos entrenar”.

“¡S-sí!” Respondió Suletta y no tardó en recordar lo que estuvo pensando antes de que su Princesa
llegara. Su sonrisa se hizo enorme. “¡Entrenaremos d-duro, Mio-Mio!”
“¿Eh?” Miorine frunció el ceño. “¿Qué fue eso?”

“¡Un apodo!” Suletta sonrió de manera tonta y enamorada. “S-suena lindo, ¿verdad?”

Por supuesto, uno de los pendientes de su lista, pero el apodo no convenció a la princesa. “Suena
tonto, olvídalo”.

“¿Eh?” Suletta hizo cara de niña regañada. “Yo c-creo que suena lindo”.

“Y yo creo que te estás tomando demasiadas confianzas conmigo, Suletta Mercury”, le jaló las
mejillas, tenía un rubor en la cara y el ceño fruncido.

“Entonces… ¿Está b-bien que te llame ‘Mio’?” Propuso la guerrera, dispuesta a terminar esa
conversación con un apodo para su princesa.

Miorine suspiró. “Si usas ese apodo en una frase que suene bien, lo aceptaré, pero sólo podrás
llamarme así cuando estemos a solas”.

Suletta asintió muchas veces. “¡De acuerdo!” Ya tenía una frase perfecta, se la dijo a su Prometida
al oído. “Te quiero, Mio”.

A la Princesa se le subió el calor al rostro y decidió contraatacar, no iba a dejar que esa salvaje se
saliera con la suya. “Y yo te amo, Suletta…” Le dijo al oído.

“Ah… Ah…” Suletta quedó de rodillas mientras toda ella ardía. Miró a su Prometida con creciente
emoción. “¡Mio!” Y de inmediato comenzó a besarla. “¡Te amo!”

“Lo sé”, sonrió una triunfante Miorine, controlando a su amorosa Prometida. “Ahora vamos a
comer, muero de hambre”, besó su mejilla y la obligó a encararla. “Haremos lo que quieras luego
del entrenamiento”.

Una feliz Suletta aceptó.


CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

Intenté hacer a una Miorine celosa y posesiva, y me salió civilizada y saludablemente


posesiva x'D, que conste que lo intenté, pero tampoco me quejo del resultado, no
esperaba tener en paz a Guel y a Miorine.

Ahora sí ya estoy dejando caer los otros detalles del ataque y el siguiente capítulo
sucederá al fin, deséenme suerte x'D

Gracias por sus lindos comentarios y por leer!! x3


Asalto al Castillo
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

Todo el Gremio Terra estaba listo para partir, ya se lo habían hecho saber a sus vecinos y a sus
conocidos en la ciudad, especialmente a un granjero de la zona para que cuidara de los animales
mientras estaban ausentes. Lo normal y lo esperado, por lo que nadie vio nada raro cuando el grupo
completo salió de la Capital a caballo.

Según el plan, cabalgarían por poco más de una hora hasta llegar un criadero de caballos donde
vivía uno de los clientes habituales de Aliya. Dejarían a sus caballos ahí, pagarían por el silencio
de los habitantes del lugar y el grupo regresaría lo más rápido posible. Si Shaddiq tenía un plan, lo
mejor era estar en sitios estratégicos de la ciudad y mantenerse atentos. Suletta debía quedarse
cerca del castillo por ser uno de los puntos de interés. Es decir… Cualquier tipo de ataque siempre
sería donde estaban los líderes, ¿verdad?

“¿Aún nos siguen?” Preguntó Martin en baja voz y sin mirar atrás, lideraba el grupo a un paso
relajado que no levantase sospechas.

“Ya no, dejaron de seguirnos hace unos minutos”, Till fue el primero en responder.

“No p-pude distinguir s-si eran soldados o no, p-pero eran t-tres personas a caballo”, agregó
Suletta, cuyo instinto de batalla le ayudaba a percibir esas cosas.

“Entonces podremos llegar a salvo al criadero, tenemos que apurarnos para volver a la ciudad lo
más pronto posible”, dijo Aliya y fue la primera en apresurar a su corcel.

Podrían dejar descansar a sus amigos equinos apenas llegaran al criadero, ahí estarían a salvo de
cualquier peligro y también de ser vistos por quien quiera que fueran sus perseguidores. Había
muchos caballos en el criadero, sus amigos pasarían desapercibidos entre todos los demás y
tomarían prestados otros corceles para volver rápido a la ciudad sin llamar tanto la atención. Ya
todos tenían sus puntos de vigilancia asignados, entrarían a la ciudad por separado. El grupo entero
comenzó a galopar a toda velocidad.

Tenían que volver lo más pronto posible a la Capital.

Mientras tanto, Miorine ya se encontraba en el castillo, lista para comenzar con sus labores del día.
Se mostraba normal pero estaba atenta a sus alrededores. Ese día había algunas juntas para atender
y Miorine debía estar en ellas quisiera o no. Le prometió a Suletta tener cuidado, hasta entonces le
tocaba confiar en lo que había aprendido de su guerrera, además ya tenía su daga terminada y
asegurada entre su ropa. Practicó lo suficiente con ella pero no podía evitar una ligera sensación de
nervios ante lo que fuera a suceder.

“Más les vale volver pronto”, musitó Miorine mientras se dirigía a la sala de juntas donde su padre
ya estaba esperando. Torció un poco los labios al notar que él ni siquiera la miró. Era lo de
siempre, pero había cosas a las que uno simplemente no se podía acostumbrar. “Buenos días,
padre”, saludó por mera formalidad e hizo una ligera inclinación a Rajan que también estaba ahí.
El fiel exsoldado correspondió el saludo de la princesa en silencio.

“Hoy te sentarás allá”, indicó Delling, señalando un asiento más atrás de lo habitual y a un par de
pasos de la puerta.

Miorine frunció el ceño pero igualmente obedeció. Un par de metros más y terminaría en el
pasillo. Refunfuñó mientras tomaba asiento y preparaba su tinta y papel para tomar nota. Tenía una
mesa angosta para escribir pero era mejor que nada.

Era hora de trabajar.

~o~

En cuanto llegaron los soldados que envió a vigilar a los Terra, Shaddiq mandó a avisar a sus
aliados por medio de sus mensajeros que se alistaran, era hora de poner el plan en marcha. Además
de su escolta personal, tenía un centenar de fieles soldados a su disposición, todos ellos reclutas
jóvenes que compartían la misma visión que él y que querían un reino verdaderamente justo y
pacífico, y para ello debían destruir al único obstáculo que les impedía el reino que tanto querían:
el honorable Consejo de Asticassia.

Debían deshacerse de toda la basura que dejó la guerra.

Además, sus aliados contaban con sus propios hombres, lo que permitiría un verdadero desastre y
una gran confusión. Una vez mataran o por lo menos hirieran al Rey con la daga envenenada,
podría echarle la culpa a los del Consejo. Pero había alguien de quien Shaddiq debía encargarse
primero y justo eso estaba por hacer.
“Ya estoy aquí, padre”, saludó el joven apenas entró al estudio principal. Los dos soldados que lo
atendían ese día eran dos de sus hombres. Su viejo necesitaba que empujaran su silla.

“Shaddiq”, el viejo General hizo un saludo simple con la cabeza. “Hoy tenemos mucho trabajo,
hay que revisar los informes mensuales y ver cómo lo están haciendo los soldados”, dijo mientras
señalaba el montón de papeles en su escritorio.

“Entendido, padre”, respondió Shaddiq de buena gana. Tomó uno de los papeles que no estaba con
el resto y lo leyó rápido. “Oh, es una solicitud para un puesto de guardias”.

“Sí, para las tierras de la Casa Mercury”, respondió Sarius y refunfuñó un poco. No parecía muy
complacido. “Mandar a mis hombres a una zona tan alejada… Jumn, no es como si esos salvajes
no se pudieran defender solos”.

“Tengo entendido que pese a su fuerza, sus números están disminuyendo y muchos de ellos son
viejos. Lady Suletta es la única de su generación, no hay otros jóvenes”, dijo Shaddiq. Tenía una
sonrisa complaciente por fuera, por dentro se sentía rabiar. “Si más gente se sigue mudando al Sur,
necesitarán nuestra ayuda para protegerlos”.

“Gastar hombres y recursos en un sitio tan lejano no vale la pena, pero si no atiendo ésta solicitud,
Su Majestad no estará contento”, frunció el ceño. “Además esa mujer, Prospera, nunca me agradó”,
la conocía desde tiempos de la guerra. Ella seguía siendo la más lista de esos salvajes, siempre
parecía estar en control de la situación y siempre se las arregló para que sus compañeros gozaran
de más víveres y otros recursos; mientras que Sarius veía a sus propios hombres dormir sin cenar,
o se tenían que conformar con sopa de raíces silvestres.

Shaddiq frunció fugazmente el ceño. “Padre, no estamos hablando de Lady Próspera ni de los
guerreros Hekser, hablamos de la gente común que se está moviendo al Sur”.

“Muchacho, aún tienes el corazón muy blando, debes aprender más para cuando tomes mi lugar”,
le riñó el General mientras le arrebataba el papel. “Veré qué hombres mando, quizá los que no
estén rindiendo bien en las otras zonas”.

O sea, mandar a los peores elementos al sur como si de un castigo se tratase. Shaddiq apretó los
puños y miró a los soldados apostados tras su padre.

“Ya no es necesario que te preocupes de esos detalles, padre. Yo me haré cargo”.


“¿De qué hablas, muchacho?” Sarius frunció el ceño, pero nada pudo hacer cuando el par de
soldados que debían asistirlo lo sujetaron de los brazos y lo inmovilizaron. Ni siquiera pudo oponer
resistencia, estaba viejo y enfermo y sólo pudo apretar los dientes mientras uno de los soldados le
tapaba la boca con un trozo de tela. Miró a Shaddiq con furia.

“Muchas gracias por sus servicios al reino de Asticassia, General Sarius”, dijo Shaddiq con una
sonrisa. “Y muchas gracias por adoptarme y darme la oportunidad de aprender y buscar mi propio
camino con mi propia fuerza”, se inclinó ante su padre. “Te prometo que haré de éste reino un sitio
verdaderamente justo y pacífico”, dicho eso, asintió a los soldados, que discretamente sacaron al
General de su estudio. Fue tras ellos.

Por mucho que Shaddiq quisiera terminar con esa miserable vida ahí mismo de una buena vez, no
debía alarmar al resto de la gente de la mansión tan pronto o se haría un caos que ni él podría
controlar. Rápidamente lo sacaron de ahí, cubiertos por otros de sus hombres. Llegaron a un
camino bordeado de árboles que pasaba por detrás de la mansión y que nadie ocupaba. El tirano y
su gente solían usar ese camino para deshacerse de la gente que les estorbaba.

Qué mejor final para el General que terminar ahí. El viejo quedó en el suelo y se arrastraba de
manera lamentable, sujetó la bota de su hijo adoptivo mientras se dolía.

“Muchacho estúpido…” masculló Sarius.

Shaddiq sonrió y sacó una caja metálica de entre su ropa, luego le mostró la hermosa daga que
tenía guardada ahí. El viejo General abrió los ojos como platos al notar la extraña coloración de la
hoja.

“Oh, veo que conoces el material”, dijo Shaddiq con una sonrisa. “¿Sabes? Yo sí quiero ayudar a
los guerreros del sur a que tengan la más hermosa región del reino, se los debo por esto”, jugó la
daga en sus manos antes de clavársela en el costado derecho a su padre adoptivo, justo entre un par
de costillas.

Sarius gritó de dolor y luego de horror al notar que la daga se rompió… O mejor dicho, estaba
diseñada para una sola puñalada, porque la hoja se quedó dentro de su cuerpo.

“¡Maldito seas!” Gritó el General en medio de un mar de dolor y de rabia. “¡Muchacho estúpido,
no sabes lo que haces…! ¡ACK!” El ardor en sus entrañas era terrible, no podía moverse sin sentir
que la hoja lo desgarraba por dentro. “¡No vas a lograrlo!”
Shaddiq le sonrió y enseguida miró a los soldados. “Déjenlo entre esos arbustos”.

Los soldados arrastraron el cuerpo maltrecho del General a donde se les indicó.

“¡Cobarde, termina el trabajo y mátame! ¡Hazlo!” Gritó el anciano mientras sentía su sangre
caliente empaparlo. El sangrado no era tan copioso porque aún tenía la hoja de la daga adentro,
pero el dolor era intolerable. El sádico de su hijo adoptivo pensaba dejarlo morir en agonía, ni
siquiera tuvo la generosidad de terminar rápido con su vida.

Sus gritos de dolor llegaban a oídos de nadie, estaba solo.

~o~

Las primeras dos juntas fueron largas y ya pasaba de mediodía para cuando el Rey Delling, su
guardián Rajan y la Princesa Miorine dejaron la sala de juntas. El plan era comer algo y atender la
siguiente reunión en una hora. La princesa, desde luego, iría a su villa a almorzar. Y justo eso
pensaba hacer Miorine, salir del castillo e ir a su villa, pero…

“Miorine”.

La voz de su padre. La princesa se detuvo y le miró por encima de su hombro, frunció el ceño al
notar que él ni siquiera la miraba. “¿Qué?”

“¿Dónde está la Portadora?” Preguntó el Rey.

“Salió de viaje con el Gremio que la aloja, regresará en unos días”, respondió Miorine con
desinterés y volvió su vista al pasillo para seguir su camino. “Ya cumplió con todos sus duelos
pendientes”, agregó, por si eso era lo que apuraba a su padre.

Delling miró a Rajan y éste asintió.

“No es necesario que venga a la junta que sigue, puede tomarse el resto del día, Su Alteza”, dijo
Rajan y se fue junto con el Rey.

Miorine frunció el ceño y puso un gesto de descontento. ¿Pero qué rayos? Si la mandaban a casa
tan pronto no podría permanecer atenta. Miró a sus alrededores, las personas que trabajaban en el
castillo a esa hora se veían bastante normales, pero no debía olvidar que en cualquier momento
podría pasar algo, si no era ese día, podría ser el siguiente; después de todo Suletta no estaba y eso
debía servirle de algo a Shaddiq, ¿verdad?

Lo descubrió más pronto que tarde.

Estaba ya en el último pasillo para salir por un costado del castillo camino a su villa, cuando
escuchó escándalo no supo exactamente de dónde. Vio que algunos mozos comenzaban a correr de
algo… Mejor dicho, estaban escapando. Frunció el ceño. Un par de soldados rápidamente la
alcanzaron.

“¡Su Alteza, están atacando el castillo!” Gritó uno de los guardias. “¡Venga, tenemos que ponerla a
salvo!” Su compañero y él rápidamente escoltaron a la princesa.

Hasta que ésta percató que no iban a la salida más cercana. Miorine frunció el ceño cuando sintió
que estos la sujetaban por los brazos. “¡¿Qué hacen?!”

“Sólo seguimos las órdenes de nuestro General, Su Alteza”, dijo el otro guardia y ambos la
encerraron en uno de los cuartos de archivos. Necesitaban a la princesa viva para legitimar al
gobernante que ya habían elegido para cuando terminaran el ataque. Y necesitaban que ella
pensara que el General Sarius estaba inmiscuido en eso, esas fueron las órdenes de Shaddiq.

El primer instinto de Miorine fue oponer resistencia y pelear, pero recordó uno de los tantos
consejos que Suletta le dio durante los entrenamientos: si estaba superada en número pero no
percibía peligro, lo mejor era guardar energías. Y así lo hizo. Terminó encerrada en un oscuro
cuarto de archivos. Pegó su oído a la puerta, no tardó en escuchar gritos y sonidos fuertes,
seguramente estaban peleando. Apretó los puños y los dientes, ¡lo que estuvo planeando Shaddiq
era un asalto al castillo! No necesitaba pensar demasiado para saber qué iba a pasar.

“Papá”, murmuró Miorine y miró los alrededores, estaba rodeada de libreros llenos de informes
viejos, había un escritorio y una minúscula ventana que daba al pasillo dejaba pasar suficiente luz
para no chocar con nada. Cerró los ojos un momento mientras pensaba en algo.
Aunque su padre fue un soldado habilidoso que se retiró con honores, ya era viejo. Rajan
igualmente fue un gran combatiente, pero ya no era el mismo hombre de hace veinte años. Si los
soldados del castillo estaban cooperando con Shaddiq, su padre y Rajan eventualmente serían
superados en número.

“¡Mierda!” Gritó y golpeó la puerta con ambos puños, y de pronto sonrió por lo bajo al pensar en
su otra posibilidad. “Espero que aún recuerdes los caminos de los viejos pasadizos, papá”. Porque
ella sí, en días pasados los estuvo recorriendo de nuevo. “Espero no tener que usarte”, murmuró la
princesa, palmeando la daga entre sus ropas.

Mientras Miorine buscaba la manera de escapar de su encierro para ir al único sitio que
consideraba seguro, el castillo era un caos. Casi todos los soldados que ese día estaban de guardia
trabajaban para Shaddiq, los otros guardias reales rápidamente fueron sometidos y desarmados no
solamente por los soldados rebeldes, también llegaron los hombres enviados por los nobles aliados
del futuro General. Los mozos y trabajadores del castillo que no alcanzaron a escapar fueron
encerrados en diversas habitaciones y puestos bajo vigilancia.

“¿Dónde está el Rey?” Preguntó Shaddiq a una de las chicas de su escolta. Miró alrededor, todo fue
ejecutado en cuestión de minutos como lo tenía planeado. Elan estaba a su lado.

“Estaba aquí con su ayudante, pero el viejo se deshizo de los soldados que enviamos y los dos
escaparon”, respondió Renee con enfado. “Vaya inútiles”, masculló luego de ver a los ocho
soldados tirados alrededor de la mesa.

“¿Habrá escapado por alguna ventana?” Preguntó Elan, poco complacido.

“No, también tengo vigilado afuera”, Shaddiq sonrió lleno de confianza. “Debió meterse a los
pasadizos”, y como futuro General, una de sus obligaciones era aprender a consciencia todos los
posibles escapes del castillo. Tenía hombres fuertemente armados y apostados en las salidas de los
pasadizos secretos. Por supuesto, también su escolta estaba al tanto de dichos pasillos. “Renee,
llama a las chicas, iremos tras el Rey, no podemos dejar que salga entero de aquí o nada de esto
servirá”, ordenó y la soldado obedeció de inmediato. Shaddiq tomó aire y miró a Elan. “Sígueme,
buscaremos al Rey”.

Mientras tanto, afuera, los pocos que lograron escapar del ataque dieron la alarma a los pobladores.
Guardias fuertemente armados se apostaron de inmediato alrededor del castillo para cuidar las
entradas, pero en realidad eran los soldados que cooperaban con Shaddiq y que tenían la misión de
vigilar que el Rey no escapara, al igual que impedir que alguien más entrara y supiera lo que
realmente estaba pasando.
La situación era confusa y los pobladores se reunieron en los alrededores para saber qué sucedía.
Todos estaban asustados. Sí, su Rey era una persona fría y severa, pero el Reino entero estaba
estable gracias a su trabajo y no se le podía reprochar nada con respecto a su trabajo como líder.
Todos esperaban que el Rey y la Princesa estuvieran a salvo.

~o~

“No hay nada sospechoso por aquí”, dijo Chuchu con aburrimiento. A Nika y a ella les tocó rodear
por una zona poco transitada, precisamente porque nadie solía pasar por ahí y además estaba cerca
de la mansión donde vivía el viejo General y Shaddiq. Nada perdían con vigilar, quizá Shaddiq
haría algún movimiento desde ahí.

“Avancemos un poco más y encontremos un sitio para escondernos y vigilar la mansión”, dijo
Nika mientras le daba una palmada en la espalda a Chuchu. “Nada nos dice que vaya a pasar algo
pronto o no, tenemos que estar atentas por mucho que te aburras”, rió.

Chuchu dibujó una media sonrisa y estuvo a punto de decir algo, pero de pronto ambas chicas
escucharon un ruido extraño. Un gemido ahogado, un sonido claramente humano apenas audible.
De inmediato se pusieron atentas y comenzaron a revisar los alrededores.

“Ayuda…”

La voz estaba cerca, ambas chicas siguieron buscando hasta encontrar algo que definitivamente
nunca se imaginaron: al General Sarius herido entre unos arbustos, su silla de ruedas estaba más
lejos con las ruedas rotas.

“¡Rayos!” Chuchu rápidamente lo sujetó por debajo de los brazos para poder arrastrarlo fuera de
las plantas, procuró hacerlo con cuidado para no agravar la lesión. “No parece estar sangrando
mucho”, analizó la herida. “Tiene la hoja dentro, si la sacamos se va a desangrar”.

“¡General!” Nika sabía que no era buena idea tocar esa herida, un médico debía revisarlo.
“General, ¿quién le hizo esto?”

“Ese… Ese muchacho estúpido”, respondió el General con voz débil y dolorida. “Shaddiq”.

Nika y Chuchu se miraron entre sí, Shaddiq actuó ni bien le llegó el reporte de que Suletta ya no
estaba en la ciudad, su propio padre fue su primera víctima. Tenían que sacarlo de ahí lo más
pronto posible para que recibiera ayuda. Chuchu de inmediato fue por la silla de ruedas dañada, de
algo les podría servir.

“¿Quiénes… Quiénes son ustedes?” Preguntó el hombre con voz débil. Veía borroso.

Nika frunció el ceño de manera grave. “Somos miembros del Gremio que hospeda a Lady Suletta
Mercury”, respondió Nika y usó un trozo de su capa para envolver la herida y detener el sangrado
lo más posible. “Yo… Yo soy Nika Nanaura”, agregó.

El General abrió más los ojos y miró a la joven. “Oh…” Sonrió de manera débil. “No me dejen
morir solo, muchacha. No me dejen solo… Y liberaré a tu familia”.

Nika sonrió, trataba de ocultar su preocupación. “No se va a morir, General”.

“¡No dejaremos que muera, anciano! ¡Tiene que liberar a la familia de Nika de esa estúpida deuda
y debe seguir con vida para eso!” Gritó Chuchu y, con ayuda de Nika, usaron las piezas de la silla
para improvisar una camilla que cargarían entre ambas. Conocían a todos los médicos de la ciudad
y había uno en las orillas que les quedaba cerca, llegarían pronto si se apuraban. “¡Debe arrestar al
idiota de su hijo y hacerlo pagar por todo, no se le ocurra morir!”

El General no tenía demasiadas fuerzas para explicar que moriría de todos modos, ya tenía el
veneno metálico en su sangre.

“Resista, General”, dijo Nika y entre ambas se llevaron al hombre herido a la ciudad.

~o~

“Habla”, ordenó Till mientras sujetaba al soldado por la armadura. Un buen golpe de una furiosa
Suletta bastó para dejarlo con el cuerpo endeble cual trapo viejo. “Habla ahora o dejaremos que
ella termine el trabajo”, señaló a la Portadora con un gesto.

Lilique sujetaba gentilmente a Suletta por el brazo, confiada en que su amiga nunca la lastimaría
para soltarse. La guerrera estaba tensa y lista para asaltar el castillo y recuperar a su princesa, pero
tener a Lilique en su brazo y contar con poca información la retenía. Cuando los tres llegaron a los
límites del castillo luego de escuchar sobre el ataque, Suletta fue con uno de los guardias y éste
palideció al verla, de inmediato gritó que la Portadora estaba ahí. Sólo unos soldados acudieron a
su llamado y quedaron fuera de combate gracias a la poderosa Portadora y a Till.

Till, Lilique y Suletta comprendieron que esos guardias trabajaban para Shaddiq. Dejaron a uno de
ellos consciente para poder sacarle información. El guardia rebelde no quería cooperar y Suletta
estuvo a punto de avanzar un paso hacia él.

“¿Sabes? Su espada Aerial puede partir a un hombre en dos”, informó Till con voz monótona.
“Lady Suletta está perdidamente enamorada de la princesa, y la princesa está ahí adentro y en
peligro, así que habla o dejaremos que la Portadora haga contigo lo que quiera”.

El pobre guardia, apenas unos pocos años mayor que ellos, tan nuevo en la armada como el resto
de sus colegas que trabajaban para Shaddiq Zenelli, sintió su cuerpo débil y rápidamente se rindió.
Les dijo lo que sabía. Shaddiq tenía en planes matar al Rey con el apoyo de casi todo el Consejo…
Y luego echarle la culpa a alguien más para destruir al Consejo mismo. Ya tenían el castillo bajo
control y también a la princesa asegurada, pero el guardia no supo decir el sitio exacto donde la
tenían retenida. El Rey de momento seguía con vida.

Saber que Miorine estaba a salvo los hizo suspirar de alivio, sobre todo a Suletta.

“Entonces aún no encuentran al Rey, ¿verdad?” Preguntó Till y el guardia asintió. “Con esa
información basta”, y un buen y medido golpe bastó para desmayar al guardia.

Lilique finalmente soltó a Suletta y le dio un cariño en el cabello, aunque para ello tuviera que
levantarse en la punta de sus pies. “Ve por Su Alteza, Suletta”.

“¡Sí!” Ya libre, Suletta entró corriendo al castillo con su Aerial en manos.

“Ve a buscar a los demás, por favor”, le dijo Till a Lilique y ésta asintió con firmeza. “Iré a apoyar
a Suletta”, quizá no a pelear, la Portadora se bastaba sola en batalla, pero sí podría ayudarla a
buscar a la Princesa y quizá hasta al Rey.

“¡Entendido!”

~o~
Delling y Rajan no ocultaban su descontento al ver que esa otra salida que decidieron usar también
estaba fuertemente vigilada por los hombres de Shaddiq, tuvieron que volver por sus propios pasos.
No era difícil adivinar que todas las salidas secretas estaban cubiertas. Tampoco podían quedarse
escondidos en los pasadizos demasiado tiempo, seguramente el joven ya les estaba dando caza.
Debían moverse quisieran o no, quizá podrían ser ellos los que embosquen a Shaddiq en un golpe
de buena suerte, después de todo los pasadizos eran estrechos y no estaban hechos para batallar
dado el espacio. Había algunos cuartos seguros, quizá podrían llegar a alguno, bloquear la entrada
y esperar el mejor momento para escapar. No tenían muchas opciones después de todo.

“¿Hacia dónde, Su Majestad?” Preguntó Rajan, que no perdía su gesto serio y concentrado.

“Ya sé a dónde”, respondió Delling sin siquiera pensarlo y comenzó a caminar con paso apretado.
Había un sitio al que podía y deseaba llegar, incluso la idea de morir ahí era algo que no le
molestaba del todo.

Escucharon pasos ligeros que se iban acercando a ellos desde ambos lados, eran al menos cinco
personas según calcularon por el sonido, seguramente Shaddiq y sus fuerzas. Los estaban
acorralando. Se apresuraron a buscar una salida procurando el menor ruido posible. Luego de
evadirlos y alejarse hasta ya no escuchar los pasos de sus perseguidores, Delling y Rajan salieron a
un pasillo que daba a los cuartos más alejados del castillo, donde antaño estaban las decenas de
habitaciones que los antiguos reyes usaban para su numerosa familia y protegidos. Con menos
familia real, esos cuartos quedaron en desuso y fue la fallecida Reina Notrette la que se hizo con
uno de esos cuartos, un escondite para ella misma.

Delling esperaba ver lo de siempre: el piano viejo, libros de herbolaria y medicina, muñecas
cosidas a mano que ella misma hizo para jugar con su pequeña cuando ésta era una bebé. Un sofá
para descansar y una pequeña estufa para preparar té. Solía haber macetas con plantas medicinales
y hojas de té, pero su hija se las llevó todas al invernadero para no dejar que se secaran en el total
abandono.

El Rey abrió la puerta y estuvo a punto de dar un paso al interior, pero se detuvo. Rajan percibió lo
mismo y sacó su espada.

“¿Quién está ahí?” Preguntó Rajan con voz severa.

Al ver que quien se asomaba desde detrás del sofá era Miorine, ambos suspiraron con alivio y de
inmediato entraron al cuarto. Rajan no perdió el tiempo y usó el mismo sofá para asegurar la
puerta. Delling sólo dio unos pasos más al interior del cuarto cuando vio que su hija se lanzaba a
abrazarlo. No correspondió el abrazo pero tampoco la alejó.
“¿Estás bien, papá?” Preguntó Miorine, se notaba nerviosa aún en su aparente calma.

Delling asintió. No estaba contento de que su hija también se viera atrapada en esa situación.

“Éste no fue un buen momento para que la Portadora saliera de la ciudad”, masculló el Rey.

Miorine sonrió y eso confundió a su padre.

“Suletta ya no debe tardar”, dijo la princesa con voz segura.

El Rey enarcó una ceja. “¿Entonces no se fue?”

Miorine no pensaba dar todos los detalles de lo sucedido con Shaddiq contactando a Nika con la
excusa de su deuda de familia. No había tiempo y no quería confesar tan pronto que el gremio que
alojaba a Suletta trabajaba para ella. Decidió contar la versión corta.

“Me enteré por mis propios medios que Shaddiq planeaba algo, no pensé que fuera esto, pero sí
sabía que él no quería a Suletta cerca”, explicó la princesa con algo de prisa. “Supuse que la
consideraba un estorbo y que no se movería mientras Suletta siguiera en la ciudad, así que le pedí a
Suletta que fingiera un viaje y que volviera tan pronto como dejaran de vigilarla”. Detestaba que
sus malos presentimientos siempre fueran correctos. “Ella ya no debe tardar”.

Delling no dijo nada los primeros segundos. Sabía más cosas de su hija de lo que ésta creía, pero
ese movimiento en especial le pareció muy bien calculado. Además tenía sentido que Shaddiq
Zenelli viera a Suletta Mercury como un peligro potencial. La guerrera no sólo era fuerte en
batalla, también era inmune al veneno de Gund-Arm.

“Ya no debe tardar”, repitió Miorine más para sí misma que para su padre. Lo soltó. Ella sabrá
encontrarme, pensó, totalmente segura de que Suletta aparecería de un momento a otro.

“Shaddiq y su gente no deben estar lejos, tenemos que estar atentos y no hacer ruido”, dijo Rajan
apenas aseguró la puerta. “Debemos salir del castillo a la primera oportunidad”.
Y los tres callaron al escuchar pasos a lo lejos, sus enemigos estaban cada vez más cerca. Debían
pensar en algo rápido mientras llegaba la ayuda.

Por su lado, Shaddiq, Elan y la escolta élite del primero andaban con prisa entre los pasillos más
abandonados del castillo. Miraban furtivamente a todos lados en busca de cualquier señal que les
diera a saber el escondite del Rey. Tenían que apresurarse antes de que las personas fuera del
castillo comenzaran a sospechar. Debían al menos envenenar al Rey, esa sería la sentencia de
muerte del soberano y luego de eso podrían echarle la culpa a Vim Jeturk y al resto del Consejo
por el complot. La parte sencilla fue controlar el castillo, lo complicado era dar con un hombre que
tenía toda una vida de experiencia en batallas y estrategias.

“No debe estar muy lejos”, murmuró Shaddiq, que no se molestaba en fingir sonrisa alguna.
“Revisaremos cuarto por cuarto si es necesario”, miró a su escolta. “Vayan”.

Las cinco chicas respondieron un sí al unísono y usaron sus armas para abrir a la fuerza cada una
de las puertas de ese largo pasillo. En su mayoría se encontraban con nada más que muebles viejos
cubiertos de años de polvo, muchos de ellos olían a humedad y otros tenían humedad filtrada por
culpa de la falta de mantenimiento. Shaddiq y sus acompañantes no lo sabían, pero el escándalo le
daba a saber al Rey, a la princesa y al escolta que estaban cada vez más cerca de su escondite.

“Cuando entren, no digas ni hagas nada. Espera mi señal”, indicó el Rey a su hija y no pensaba
aceptar ningún reproche de su parte, pero su hija simplemente asintió.

Si algo aprendió el soberano luego de pelear en más de una batalla, era que nunca debía estar
desarmado. Siempre cargaba consigo una espada corta que no resaltaba demasiado. Rajan, por su
lado, tenía una espada larga y pesada, acorde al tamaño del hombre.

Ambos estaban listos para recibir a Shaddiq y a su gente.

Finalmente un golpe hizo retumbar la puerta del cuarto donde los tres estaban atrincherados. No
había mucho a su alrededor para defenderse, simplemente les quedaba esperar por la mejor de las
suertes y pelear como mejor pudieran. Escucharon voces femeninas decir que ya los habían
encontrado y siguieron golpeando la puerta repetidas veces. Delling se mantenía serio y firme,
sabía que iban tras él, así que lo mejor que podía hacer era facilitarle el escape a su hija. Si la
Portadora ya estaba en camino, entonces sólo le quedaba confiar en que ella protegería a su única
hija. Frunció el ceño cuando la puerta finalmente cedió, mostrando a Shaddiq Zenelli, a su letal
escolta femenina y a Elan Ceres.

“No estaban tan bien escondidos como pensé”, dijo Shaddiq con una recuperada sonrisa.
“Pensé que Sarius te había criado mejor que esto, muchacho”, dijo Delling, severo.

“Mi padre me educó muy bien, Su Majestad, tan bien que me inculcó el amor por éste reino y
deseo darle lo mejor. Por eso decidí cooperar en éste ataque junto con Lord Jeturk y el resto del
Consejo”, sí, era importante mantener su mentira en caso de que el Rey no muriese. Necesitaba que
Miorine también creyera esa historia.

Hizo una simple señal con la cabeza y las chicas de su escolta rápidamente rodearon al Rey, al
guardián y a la princesa. Los tres se quedaron quietos, Miorine estaba atenta, tensa. Al parecer
usaría su daga por mucho que deseó no hacerlo. Al ver que Shaddiq se le acercaba, el primer
impulso de la princesa fue contraatacar, pero se detuvo a tiempo. Suletta le enseñó a no exponerse a
menos que la situación estuviera a su favor y le permitiera un escape.

“Ataquen”, ordenó Shaddiq y las chicas de inmediato se lanzaron contra el monarca y su escolta.
Ciertamente el Rey y el guardián eran veteranos de guerra, pero también estaban viejos mientras
que las chicas estaban perfectamente entrenadas para el combate en equipo. Además, Elan
pacientemente esperaba por su turno para usar su daga envenenada. Shaddiq miró a la princesa. “A
ti no te pasará nada, me sirves más con vida”, sonrió.

“Bastardo”, masculló Miorine y apretó los puños. Miró la pelea, su padre y Rajan se defendían
bien, pero esas chicas eran escurridizas, veloces y certeras. Sus armas eran buenas además, forjadas
por los mejores maestros de los Jeturk.

La pelea se movió de la estrecha habitación a los pasillos, donde las chicas tenían más oportunidad
de moverse de manera más suelta. Shaddiq sujetó a Miorine por el brazo y la sacó también, no
perdía de vista la batalla. Elan tampoco, esperaba el mejor momento para atacar. Solo tenía una
oportunidad de herir al Rey. Las chicas de la escolta eran buenas, pero ese par de ancianos tenían
una vida de experiencia en combate. La batalla era pareja.

Entre dos de ellas enfrentaron al Rey espada con espada y una tercera intervino con un ataque
sorpresa que Delling evadió pero a costa de un trastabillo que lo hizo perder el equilibrio.

“¡Muere, Delling Rembran!” Gritó Elan y se lanzó a atacar al Rey por la espalda, la daga de Gund-
Arm en sus manos.

Rajan tenía las manos llenas con las otras tres chicas, Miorine no podía zafarse del firme agarre de
Shaddiq.
“¡¡¡PAPÁ!!!” Gritó la princesa con horror.

Y de pronto una sombra se interpuso entre el Rey y Elan.

Suletta llegó corriendo de la nada y cubrió al Rey con su cuerpo, ella a su vez se protegió con la
ancha hoja de su querida espada Aerial. La daga de Elan se hizo pedazos por culpa del impacto.
Los atacantes miraron con horror a la Portadora. Miorine sintió que el alma le regresaba al cuerpo.
El Rey y su guardián sonrieron por lo bajo.

“¡Suelta a mi Miorine!” Gritó una enfurecida Suletta a Shaddiq.

Suletta Mercury estaba lista para pelear.

CONTINUARÁ…

Chapter End Notes

Me costó un poco decidirme por la cadena de eventos pero creo que quedó y no nos
enredamos con los pasos del ataque x'D Tampoco quise alargarlo tanto porque es fin
de semana y ando perezosa.

En teoría terminaré esto en el siguiente capítulo x3 ¡Muchas gracias a todos por leer,
por sus kudos y por sus lindos comentarios!
Un Deseo a la Estrella
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

La luz que entraba por las ventanas era apenas suficiente para que los combatientes pudieran
moverse por el pasillo sin tropezarse. Gracias a esa débil iluminación, los presentes notaron que
Suletta Mercury estaba sudada, un poco maltratada y con sangre en su armadura. Era obvio que
tuvo que pelear contra los soldados de Shaddiq que le bloqueaban el camino. Llegó justo a tiempo
a salvar la situación, de la misma manera en que lo hizo al llegar a la Capital la primera vez.

Por su lado, un enfurecido Elan Ceres sacó su propia espada, víctima de la frustración, y comenzó a
atacar a Suletta con rabia pura. Las penumbras en las zonas donde no llegaba la luz del día ayudó a
que Suletta, Miorine, Delling y Rajan descubrieran algo inesperado: los ojos de Elan Ceres
brillaban con una luz apenas visible, como el fulgor de los ojos de los animales en la noche cuando
una antorcha los alumbraba.

“Elan es un Hekser”, murmuró Miorine.

Shaddiq estaba tanto o más furioso que Elan, su plan acababa de arruinarse por completo. No
podrían matar a Delling, no con Suletta Mercury defendiéndolo. Apretó los dientes y amagó a
Miorine con su espada. Sólo le quedaba una opción.

“¡Bajen sus armas o ella morirá!” Gritó Shaddiq pero no relajó su gesto a pesar de que los tres
obedecieron. “No le pasará nada a Miorine si tú”, miró a Suletta, “te quedas quieta”. Enseguida
posó su enfurecida mirada en el Rey. “Y si usted entrega su vida sin oponer resistencia, prometo
que su hija tendrá una existencia tranquila y pacífica”.

Las soldados de la escolta rápidamente patearon las armas del Rey y su guardián lejos de su
alcance, pero no podían mover fácilmente a Aerial del suelo, ¡pesaba mucho! Suletta no perdía de
vista a su princesa, no se sentía nerviosa pese a la situación… No cuando ya había practicado ese
mismo escenario con ella.

“No hay razón para esperar su respuesta, hagámoslo de una vez”, dijo un agitado Elan y estuvo a
punto de atacar al Rey.

“¡Todos ustedes son patéticos!” Exclamó Miorine con tono burlón, se ganó la atención de los
presentes. Miró a Suletta de reojo. Supo que su Prometida recibió el mensaje al verla fruncir el
ceño, como cuando se concentraba. “¿De verdad hiciste un plan tan complicado para esto,
Shaddiq?” Preguntó Miorine, su voz era más afilada que cualquier espada ahí. “Te creí más listo”,
dijo con burla, “¿no era más simple que tú te hubieras hecho de mi mano antes que Guel? Eres más
fuerte y más listo que él”, continuó sin bajar la voz. “Sólo tenías qué esperar a casarnos y luego
hacer del Reino lo que quisieras”, refunfuñó, “pero siempre tienes que hacerte el protagonista de
todo, siempre te quieres creer el más listo”, lo miró con una sonrisa burlona. “No has cambiado
para nada, sigues siendo el mismo niño arrogante de siempre”.

Shaddiq enfureció y sujetó a la princesa por el cuello de su vestido, la levantó con brusquedad.
“¡Te he dicho que te calles, tú sólo eres un premio!” Le gritó a Miorine a la cara.

“Un enemigo no esperará que te puedas defender y se acercará mucho a ti, esa será tu ventaja”,
fueron las palabras de Suletta en una ocasión. Justo eso sucedió y Miorine hizo lo suyo. Con un
veloz y certero movimiento, sacó su daga y la clavó justo en la muñeca derecha de su captor. Hizo
un firme corte que dañó lo que ella buscaba dañar: sus ligamentos.

Shaddiq gritó de dolor y soltó a la princesa de golpe. Delling y Rajan aprovecharon el horror en las
chicas de la escolta para golpearlas, alejarlas lo suficiente y poder recuperar sus armas. Suletta
sujetó su espada en un parpadeo, tacleó a Elan y echó a correr para recuperar a su Prometida, ella
era la prioridad. Debía mantenerla a salvo, a ella y a su padre.

“¡Suletta Mercury, llévate a mi hija! ¡Es a mí a quien quieren!” Gritó Delling. “¡Váyanse!”

“¡No!” Fue la inmediata respuesta de la guerrera. “¡Aerial y yo vamos a protegerlos a todos!”


Exclamó, segura como nunca se había mostrado antes. Rápidamente dejó a su Prometida cerca del
Rey y del Guardián. “Manténganse detrás de mí”. Ni siquiera tartamudeaba.

“¡Rajan!” Llamó el Rey a su escolta y éste rápidamente se movió para apoyar a la Portadora.

“¡Milord Shaddiq! ¡Lord Ceres! ¡Váyanse!” Gritó Sabina y rápidamente organizó a sus
compañeras. Su líder se fue sin mirar atrás y a ellas no les importó, así de fieles eran al joven.

A ojos del Rey y su guardián, un cobarde como Shaddiq Zenelli no merecía a una escolta tan
incondicional y preparada como esa.

La pelea siguió. Las escoltas de Shaddiq supieron que estaban en problemas, no eran rivales para
Suletta Mercury, mucho menos con Rajan de apoyo, pero debían cubrir la huida de su señor herido.
Los potentes golpes de Aerial las lanzaban lejos y no las dejaban recuperarse. Daba igual que la
atacaran en grupo o en pelea uno contra uno, no eran rivales para la bestial fuerza y potencia de
Suletta Mercury.

La única en pie luego de lo que pareció una larga batalla fue Sabina. Al menos dos de sus
compañeras quedaron con un brazo roto. Todas estaban vivas pero muy mal heridas. Tomó aire y
se enfrentó cara a cara contra Suletta Mercury. Ésta admitía que la chica era fuerte y muy
habilidosa, pero eventualmente encontró un hueco en su defensa y la estampó contra el muro
usando todo su cuerpo y el empuje digno de una bestia en embestida. Sabina quedó en el suelo,
quién sabe si con una o dos costillas fracturadas y con problemas para respirar.

La pelea había terminado. Rajan humildemente aceptó que la juventud y la fuerza de la Portadora
fueron las armas que les ayudaron a salir de esa. Por su lado, el Rey estuvo cubriendo a su hija con
su propio cuerpo, lo hizo sin pensarlo. Miorine estaba en la espalda de su padre, sus manos
aferradas a su ropa.

Había olvidado ésta calidez, pensó la princesa. Se sentía segura no solamente gracias a la presencia
de Suletta, también al estar en la espalda de su padre. Cerró los ojos, no pudo evitarlo. La atacó un
vago recuerdo, una imagen de ella sobre la espalda de su padre; él sonreía, ella misma reía, su
madre los miraba a ambos mientras les decía algo. No podía rememorar las palabras, tampoco la
ocasión, pero sí recordaba el calor de esa espalda.

“Shaddiq y Elan escaparon”, señaló Rajan. “Debemos atraparlos”.

Suletta sonrió. “Mis amigos están listos para ellos”, miró al Rey y a su princesa. “¿S-se encuentra
b-bien?” Preguntó al Rey. Su tartamudeo regresó, ya no estaba en modo de batalla.

Delling asintió. “El castillo sigue siendo controlado por las fuerzas de Shaddiq, ¿verdad?” Preguntó
y la guerrera asintió.

“Lo mejor es que se quede aquí con la princesa Miorine, Su Majestad”, dijo Rajan. Después de
todo, era el Rey al que querían muerto, lo mejor era no arriesgarlo. “Yo iré a revisar el castillo”, el
guardián miró a la Portadora. “Quiero pedirte que te quedes aquí y cuides de ellos hasta que yo
mismo venga por ustedes. ¿Te los puedo encargar, Suletta Mercury?”

Suletta frunció el ceño con seriedad y asintió. “Los protegeré con mi vida”.

Las palabras de la guerrera hicieron que Rajan sonriera ligeramente y de inmediato se fue. Hubo
silencio sólo unos segundos, al menos hasta que la guerrera miró a las soldados caídas.

“Entren de nuevo a la habitación, p-por favor”, pidió Suletta a su Prometida y al Rey. “Encerraré a
éstas chicas en aquel cuarto y estaré de guardia”. Todas estaban vivas, heridas pero vivas. Suletta
sólo reclamaba una vida cuando era la suya la que inevitablemente estaba en riesgo. O en éste
caso, la vida de alguien cercano a ella.

El Rey entró al cuarto sin decir nada, su hija detrás de él. Miorine no se le soltaba, no se alejaba.
Delling tampoco se alejó.

“¿Dónde aprendiste ese movimiento?” Preguntó Delling a su hija.

“Suletta me entrenó, le pedí que me enseñara a defenderme por si esto llegaba a suceder”,
respondió Miorine mientras se recargaba en la espalda de su padre. Sí, ese calor era el que
recordaba. Le mostró su daga a su padre. El arma seguía manchada de la sangre de Shaddiq.

“Es un trabajo muy fino”, comentó Delling. Usó su propia ropa para limpiar y admirar la hoja.
“Tus mercenarios saben hacer su trabajo, tu herrera en especial es buena”, dijo, desinteresado.

Miorine abrió los ojos como platos y volvió a cerrarlos. Gruñó. “¿Es en serio?”

“¿Crees que puedes ocultarme cosas, mocosa malcriada? Te hacen falta cien años más de vida para
intentar engañarme”, respondió el Rey con un bufido. “Conozco tus reportes por mucho que hagas
que alguien más los transcriba”. No había necesidad de mencionar que Suletta Mercury no era y
nunca sería una luz en pensamiento. Un reporte tan completo, detallado y ordenado sólo pudo ser
hecho por una persona.

“Siempre lo supiste, ¿verdad?” Miorine bufó con fastidio.

“Admito que has trabajado bien en cada ocasión, especialmente en lo de la región maderera”,
respondió Delling con aparente desinterés y parca seriedad.

La princesa no dijo nada, simplemente se quedó ahí, disfrutando el cómodo calor paterno. Ambos
podían escuchar a Suletta mover a las chicas, sabían que lo hacía con cuidado y sin prisa. Aún
tenían un poco más de tiempo para hablar quizá como no lo habían hecho antes.
“No pretendo dejar que mueras, no te hagas el valiente de nuevo”, masculló Miorine. “No hasta
que me compenses todo lo que me has hecho pasar todos estos años”.

Delling frunció el ceño. “¿Te diste cuenta?”

“¡No era necesario que fueras tan extremo!” Reprochó Miorine. “Hacerme pasar por un simple
objeto para que nadie considere mi vida como una amenaza… Eres un maldito”.

El Rey no respondió. El hombre de cien batallas no tenía la fuerza ni el temple para decirle a su
propia hija que no pensaba perderla a ella también. Lo que sí hizo, sin embargo, fue girarse y poner
una mano en la cabeza de su pequeña princesa, el gesto no le cambió en lo absoluto.

“Debes respetar a tu padre, sigues siendo una chiquilla malcriada”.

Miorine recargó su frente en el pecho de su progenitor. “Eso es culpa tuya”.

Afuera, Suletta sonrió. No era difícil escucharlos.

~o~

Shaddiq y Elan separaron caminos en algún momento. A ninguno de los dos les importaba
abandonar a sus hombres en el castillo en medio de toda la confusión. Con suerte, todos le echarían
la culpa al Consejo por el ataque. Aún era posible que se hiciera algún cambio, o eso era lo que
Shaddiq esperaba. Podría rescatar a las chicas de su escolta después, si es que no las ejecutaban.
Podría volver a reunir fuerzas, podría hacer muchas cosas una vez que estuviera en un sitio seguro
y dejara que las aguas se calmaran.

Aún tenía una oportunidad.

Justo cuando iba a una de las salidas que solamente estaba custodiada por sus soldados, lejos de los
ojos curiosos de los pobladores, algo lo hizo tropezar y rodó un par de metros en el suelo. Shaddiq
de inmediato se puso de pie y rió de manera bastante lamentable al ver que la persona que lo hizo
tropezar fue Guel Jeturk. Sacó su espada y la sujetó con su mano sana, la otra no le servía por culpa
del ataque de la princesa. Maldijo a Miorine por lo bajo.
“Deberías estar en casa como un niño bueno, Guel”, dijo Shaddiq, burlón.

“¡No pienso dejar que metas a mi familia en tus problemas!” Gritó Guel. Cuando escuchó que
había un ataque al castillo, grande fue su sorpresa al ver a los amigos de Suletta Mercury listos
para entrar al castillo por la fuerza, se suponía que ellos estaban viajando. Chuchu le explicó la
situación y también lo que habían descubierto gracias a más soldados que capturaron. Fueron los
chicos del gremio los que le abrieron paso para que pudiera entrar, fue el mismo Guel quien pidió
su ayuda.

Saber que su padre estaba inmiscuido en una rebelión lo hizo moverse de inmediato.

“¿Pero de qué hablas?” Preguntó Shaddiq con una sonrisa cruel. “Fue Vim Jeturk el que felizmente
accedió a unirse a mi causa a cambio de ponerte en el trono”, dijo mientras comenzaba a rodear a
Guel. “Tu querido padre haría lo que fuera por ti”.

Guel apretó la quijada. “Si los Jeturk tenemos que pagar por ésta afrenta, así será”, miró a Shaddiq
con coraje, “¡pero no dejaré que escapes! ¡Pagarás como todos los demás!” Y se lanzó a atacarlo
con sus mejores movimientos.

Shaddiq rió y recibió la espada de Guel con la propia. El primero se sabía más fuerte y preparado a
comparación del hijo mimado que era Guel, de hecho comenzó a demostrarlo con veloces
movimientos que estuvieron a nada de desarmar al joven, o bien clavarle la hoja de su espada con
una potencia abrumadora. Daba igual que estuviera herido, fue entrenado para usar ambas manos
para atacar. Por su lado, Guel odiaba admitir que Shaddiq era un oponente de temer, en
determinado momento comenzó a defenderse y a moverse por toda la zona disponible para evadir
los ataques de Shaddiq.

Conforme pasaban los segundos el combate se hacía más intenso y mortal. Guel Jeturk supo que
no era una simple pelea, no cuando Shaddiq atacaba a matar. El joven heredero ya lucía varias
heridas en sus brazos, tenía que esperar por el momento adecuado para contraatacar a alguien tan
habilidoso. Y esperó.

Después de todo, en un combate de vida o muerte todo valía, ¿verdad? No había honor,
simplemente el instinto de ganar para sobrevivir. Eso lo aprendió gracias a Suletta Mercury y a esa
brusca chica Chuchu.

Un poderoso ataque de Shaddiq dejó a Guel de rodillas ante él. Justo cuando Guel estaba a punto
de ser empalado por la espada de su oponente, vio su oportunidad y se movió rápido: le bajó los
pantalones a Shaddiq más abajo de las rodillas y tiró de ellos para sacarlo de balance. Eso fue
suficiente para poder golpearlo en la entrepierna con la empuñadura de su espada, justo como esa
chica salvaje Chuchu solía hacer con él en los entrenamientos.

“¡ACK! ¡MALDITO BASTARDO!” Shaddiq no podía levantarse, el dolor se lo impedía. “¡Eso fue
sucio! ¡¿Acaso no tienes honor?! ¡Así no se pelea!” Seguía tieso por el dolor.

“¡Nada mal, niño mimado!” Chuchu apareció desde una esquina junto con Nuno y Ojelo. Fueron
ellos los que le abrieron el paso a Guel entre los soldados rebeldes para que pudiera adelantarse y
ver cómo estaba la situación dentro del castillo. “Veníamos a ayudarte contra éste bastardo, pero ya
te encargaste de él”, rió la chica. “Aprendiste bien”.

Guel sonrió. “Tuve buenas maestras”.

“Luego podemos seguir felicitándonos, hay que asegurar a éste tipo”, dijo Nuno y entre él y Ojelo
dejaron inconsciente a Shaddiq con un buen golpe. Lo ataron de manos y pies con sus propios
cinturones.

El plan era ayudar a liberar a los cautivos y tratar de retomar el control del castillo. A pesar de que
sabían que Suletta encontraría y mantendría a salvo a la princesa, los Terra estaban preocupados
por su jefa, querían verla. Nuno se llevó a un desmayado Shaddiq con el resto de sus prisioneros,
los demás se adelantaron.

~o~

“La f-fiesta fue muy dura, p-pero pude salir de ahí c-con la frente en alto”, contaba Suletta
mientras bebía té con su madre. Era una gran experiencia para Suletta compartir té y galletas
como lo hacían las damas nobles. Ella sería la última en quejarse, las galletas estaban deliciosas.
“T-todo gracias a m-mi princesa”.

“Ya veo, me alegra mucho que estés cómoda con la pequeña princesa”, respondió Prospera con
una sonrisa. “Puedes confiar en ella, recuerda que debes protegerla con todas tus fuerzas y con
ayuda de Aerial”, agregó con dulzura que su hija aceptó, gustosa.

“¡Ah!” La joven guerrera pronto recordó algo. “Mamá, n-no sé si estuvo m-mal algo que hice
durante la fiesta, c-cuando estuve por mi cuenta”.
“¿Qué sucedió?”

“Lord Ceres… Ah, Elan Ceres m-me pidió si p-podía sostener a Aerial”, contó Suletta. No fue
capaz de notar un extraño gesto en su madre al decir eso, estaba un poco ocupada devorando las
galletas. “Al p-principio dije que n-no, pero él d-dijo que quería sentir la c-calidad de Aerial y… Y
accedí, pero Lord Ceres se c-cansó muy rápido, Aerial n-no quiso ser sostenida por él”, continuó y
dio un sorbo a su té. Prefería su té endulzado con miel, no era fanática de los sabores amargos.

Por su lado, Prospera estuvo a punto de sonreír como nunca. Se contuvo. “Aerial es un poco
caprichosa y sólo está acostumbrada a tus manos, es normal que no quisiera, pero hiciste bien,
hay que mostrar apertura a los demás”, explicó tranquilamente. “¿Alguien más te ha pedido que
les muestres a Aerial?”

Suletta negó. “Sólo él”.

“Comprendo”.

Elan tuvo que esconderse en más de una ocasión mientras los rebeldes se enfrentaban a los guardias
que sí eran leales al Rey. También notó a miembros de los Terra entre los pasillos del castillo.
Frunció el ceño y tuvo ganas de gritar. Sujetaba su espada en una mano y la empuñadura de su
daga rota en la otra. Nada salió como lo habían planeado, nunca iba a tener otra oportunidad así.
Nunca iba a poder quitarse la imagen de su padre que lo torturaba en sueños, recordándole el odio
que sentía por Delling Rembran por haber ordenado la muerte de sus hermanos como si de perros
rabiosos se tratasen.

Elan quería sacarse todo eso de la cabeza y vivir su vida en paz. Su plan perfecto de completar la
venganza y quitarse al fantasma de su padre de la cabeza se había arruinado. Sólo le quedaba irse y
arreglárselas como mejor pudiera.

“Quizá… Quizá después…” Musitó Elan, consolándose a sí mismo.

Al ver que tenía el camino despejado, corrió hacia la salida más cercana, ¡ya casi escapaba del
castillo! Justo al doblar una esquina, sintió un golpe en plena cara, como si le hubieran dado un
garrotazo. Levantó la mirada, sintió su nariz sangrar. Enfocó como pudo y reconoció de inmediato
a su atacante: Prospera Mercury, la madre de Suletta Mercury.
“En serio heredaste los ojos de tu padre”, dijo la mujer mientras jugaba una daga entre sus manos y
se mantenía de pie frente al chico.

Elan retrocedió hasta topar con pared. Apretó la quijada. El dolor del golpe no lo dejaba
concentrarse bien. Miró con furia a la mujer.

“Y pensar que tú mismo te revelaste al querer probar la espada de mi Suletta”, sonrió la guerrera.
Sí, Suletta fue la carnada para atraer al guerrero Hekser traidor. O a su hijo en éste caso. Que su
hija le contara todo era algo de lo que Prospera se podía felicitar a sí misma.

“Matarme no devolverá a las personas que mi padre haya matado”, Elan se limpió el rostro con una
mano y usó las fuerzas que tenía en el cuerpo para mantenerse en pie. “Mi padre ya murió, así que
tampoco tendrá sentido que me mate, yo no fui quien mató a la Reina Notrette”. Por supuesto, Elan
no estaba al tanto de que el guerrero Hekser al que su padre hirió y envenenó de muerte era el
esposo de la mujer que tenía enfrente.

“Te diré dos cosas, muchacho”, Prospera retomó la palabra sin dejar de sonreír. “Lo primero: no
hay nada peor que alguien que decide cargar con los demonios de sus padres, sin tener la fuerza
para soportarlos”, su presencia se acentuaba gracias a su voz poderosa y controlada.

“Mi padre me dijo que a usted no le importó ver a los suyos morir como perros rabiosos”, acusó
Elan a la mujer. Podía recordar perfectamente bien el rostro de furia y tristeza de su padre cada que
le contaba esos recuerdos que a veces no lo dejaban dormir por las noches.

“¿Y tu padre no te dijo que fueron sus propios hermanos los que pidieron la muerte al saber que ya
no tenían salvación?” Preguntó Prospera, borrando la sonrisa de su rostro. “¿No te dijo que para
nosotros los Hekser no hay nada peor que morir de esa manera tan lamentable?” Continuó. “¿No te
dijo que ellos pidieron morir por el filo de una espada mientras aún tenían consciencia de sí
mismos?” Puso un gesto descontento. “Tu padre fue un cobarde, muchacho. Lo único que lamento
ahora mismo es no poder decírselo de frente”.

Elan apretó los párpados y lágrimas de amargura corrieron por sus mejillas. “Yo no quería éste
peso, pero él no me deja en paz ni en sueños…”

Si había algún rastro de lástima o simpatía hacia Elan por parte de Prospera, era difícil de saber por
culpa de la bandana que le cubría medio rostro.
“Lo segundo que te voy a decir es que tienes dos opciones: escapar como el cobarde de tu padre,
terminar con todo ahora mismo y tener paz al fin… O avanzar y vivir lo que te queda de vida
luchando contra el fantasma de tu padre, y ganar tu propia vida cuando lo derrotes”. La mujer
apuntó su daga hacia él. “Tú decides, muchacho. ¿Escapas o avanzas?”

El joven se echó a llorar en silencio. “Yo no quería nada de esto”, Elan miró a Prospera con un
gesto desesperado. “Déjeme escapar, por favor”. No soy tan fuerte…

Prospera puso un gesto serio y le lanzó su daga al muchacho. “Entonces escapa”.

Elan lo entendió y sujetó el arma con la diestra. Podría terminar con todo eso, podría estar en paz al
fin, tendría la oportunidad de caer en un sueño eterno sin que el recuerdo de su padre le recordara
que debía vengar la muerte de personas a las que nunca conoció. Tragó saliva y se apuntó a sí
mismo al cuello. Prospera le miraba con los brazos cruzados.

Los segundos pasaban uno tras otro, la mano de Elan temblaba mientras miraba la daga, sólo un
corte en su cuello y todo terminaría rápido. Todo sería rápido, podría estar en paz. Apretó la daga,
soltó un grito de furia. Lo siguiente que pasó fue que lanzó la daga con fuerza hacia Prospera
mientras seguía gritando y llorando como un niño perdido.

La daga quedó clavada en el brazo prostético de Prospera, ésta se cubrió sin problema el ataque. La
guerrera sonrió, pero se notaba cierta amargura en sus labios. Saber que el asesino de su Nadim y
de Notrette ya estaba muerto fue un golpe que no esperaba. Y ver que ese guerrero cobarde había
dejado su carga en alguien que no tenía la fuerza ni la fortaleza para resistir, fue peor. Claramente
ese muchacho no era tan fuerte como su Suletta.

“Ahora te entregarás, ¿entendido? Yo no pretendo matarte, eso sería más un premio para ti que
para mí, pero si intentas algo raro, haré que durante el resto de tu existencia pidas la muerte como
único acto de bondad”, dijo con voz dura. “¿Entendido, muchacho?”

Elan asintió en silencio y se dejó atar por la guerrera.

“¿Puedo preguntarle algo, Lady Prospera?”

“Puedes preguntar, pero depende de la pregunta si te contestaré o no”.


“La sangre de Suletta Mercury no está maldita como la mía… ¿Cómo es eso posible?”

“Me temo, muchacho, que esa es una pregunta que no puedo responder a detalle”, apretó la cuerda
alrededor de las manos de Elan para evitar cualquier movimiento inesperado. “Lo único que te
puedo decir, es que mi Suletta es única”.

Elan frunció el ceño. Decidió callar luego de eso.

~o~

Nika estuvo todo el tiempo al lado del General Sarius por petición de éste, decidió no contarle que
Shaddiq fue a cobrarle la deuda, porque eventualmente llegarían al tema de que el Gremio Terra
trabajaba para la princesa Miorine; y ese era un secreto que debían guardar. El General fue
atendido por más de un médico y lograron cerrar la herida de manera satisfactoria,
lamentablemente su sangre ya había quedado envenenada con el metal maldito y moriría en
cuestión de tiempo, culpa además de su cuerpo enfermo y débil. El anciano parecía haberse
resignado ya a su destino, no tenía más opciones.

Pasaron un par de horas desde que lo rescataron hasta que les llegaron noticias de que ya habían
recuperado el control del castillo y todos los principales culpables ya estaban bajo arresto. El hijo
del General incluido. Saber eso hizo que el anciano frunciera el ceño.

“Pronto estará en casa y podrá descansar, General”, dijo Nika con suavidad. Ella decidió quedarse
ahí, sus amigos lo permitieron. La mansión del General también estaba bajo vigilancia mientras
capturaban a todos los que trabajaban para Shaddiq.

Sarius cerró los ojos. Respirar le dolía pero había sentido dolores peores durante la guerra, podía
con eso. Miró a la joven herrera. “Nika Nanaura, hazle saber a tu familia que queda libre de su
deuda”, suspiró, decidió no mirar la sonrisa de la chica.

“Muchas gracias, General”, la joven herrera suspiró con visible alegría.

“Puedes irte”.

Nika negó. “Me iré hasta que vengan por usted, General. No lo dejaré solo”.
El anciano sonrió débilmente.

~o~

Todos en la ciudad se enteraron que hubo un intento de rebelión que rápidamente fue subyugado
gracias a la intervención de la Portadora y sus compañeros del Gremio, además de la valentía de
los soldados que le eran leales al Rey. Incluso se contó que fue Guel Jeturk quien derrotó a la
mente detrás del ataque y los elogios no se hicieron esperar. De lo que todos en la ciudad se
enteraron, sin embargo, fue que la dichosa mente maestra detrás del ataque fue Shaddiq Zenelli,
con la cooperación de Elan Ceres, un centenar de soldados y un numeroso grupo de bandidos. No
se mencionó a nadie del Consejo ni que fueron ellos los que enviaron a “los bandidos” como
apoyo. El Rey Delling tenía otro plan para el resto de los implicados, cosa que tenía muy nerviosos
a estos. Todos estaban bajo vigilancia y no tenían permitido escapar de la ciudad. Más de uno lo
había intentado, sin éxito.

Era de noche para cuando las cosas finalmente se calmaron.

Los Terra se alegraron mucho al ver que la princesa llegaba a la mansión junto con Suletta.
Ninguno de ellos se pudo contener.

“¡Estás entera, princesita!” Chuchu fue la primera en abrazarla, lo hizo con brusquedad.

Daba igual que Miorine estuviera acostumbrada a esos tratos duros y cariñosos gracias a Suletta,
de todos modos se quejó. “¡Eres una bruta!”

“Cierra la boca y déjate querer”, dijo Chuchu con una sonrisa enorme. Sus amigas igualmente
abrazaron a la princesa pero procuraron más cuidado. Un amistoso abrazo grupal. Eso habría sido
impensable hace sólo unos meses.

“Me asfixian”, masculló la princesa con un sonrojo. Correspondió el abrazo como pudo.

Todos rieron, todos menos Suletta. La guerrera tenía una cara de boba y una sonrisa llena de amor
mientras contemplaba a su Prometida. De hecho estaba inmensamente feliz luego de que pudieron
salir del castillo, su felicidad se debía a algo que encontró en el cuarto donde el Rey y su Princesa
estuvieron escondidos.
Miorine no tardó en sonreír de manera suave y, sí, dejarse querer por sus amigas. Apenas la
soltaron, fue el turno de los chicos, pero ellos procuraron ser menos físicos por mero respeto, todos
y cada uno de ellos solamente la tomaron de la mano e hicieron una cortesía, cosa que
normalmente no hacían.

“Buen trabajo”, dijo Miorine apenas se vio libre de tanto cariño, seguía roja. Llevaba un bolso y de
éste sacó la paga de los chicos y se la dio a Martin, pero éste se negó. “¿Uh?” Frunció el ceño.
“Ésta era una misión y quedó completada. Es su pago”.

“Lo más importante para nosotros es que usted esté viva, a salvo y aquí, Su Alteza”, dijo Nika y
tomó las manos de la princesa con cariño. “Usted es más importante que el dinero, es nuestra
amiga y no podíamos permitirnos perderla”, fue aterrador escuchar que Shaddiq había amenazado
la vida de la princesa.

Miorine se puso roja hasta las orejas, miró a un lado y de todos modos les dio el dinero a la fuerza.
“Úsenlo para hacer un festejo mañana por la tarde, compren la cerveza que me gusta, y suficiente
carne para Suletta, últimamente come más”, torció los labios, evitaba mirarlos. “Invitaré a Guel si
no les molesta”, se la debía, supo de los chicos que Guel fue quien se encargó de Shaddiq y eso era
algo que quería escuchar.

“El niño mimado puede venir”, dijo Chuchu entre risas. “¿Se quedan a cenar o volverán a la villa a
ponerse las manos encima?” Preguntó a Suletta y a Miorine con graciosa malicia.

“¡Cierra la boca o te colgaré del árbol más alto que encuentre!” Amenazó una avergonzada
Miorine. Poco ayudó ver que Suletta ponía un gesto de encanto y sonreía como idiota, no era
necesario preguntar para saber qué pasaba por la cabeza hueca de su Prometida. “¡Como sigas
sonriendo así, te colgaré junto con ella!” Notó que todos sonreían, la superaban en número y eso no
le gustó. Suspiró hondo, necesitaba mojarse la cara. “Nos quedamos a cenar. Mandé a mi cocinera
a casa para que descansara, estaba en el castillo durante el ataque”, y la verdad ella tampoco quería
cocinar, además Suletta necesitaba descansar, tuvo que pelear con muchos rebeldes para poder
llegar hasta donde ellos estaban.

“Nosotros cocinaremos, ustedes descansen, Su Alteza”, dijo Lilique, que le dio un abrazo más a la
princesa sin poder contenerse. La soltó rápido.

“Suletta, quizá Su Alteza necesite refrescarse un poco”, señaló Aliya, “encárgate de ella, nosotros
cocinaremos y las llamaremos cuando esté listo”.
“¡Sí!” Una feliz Suletta tomó la mano de su Prometida. “Ven, m-mi princesa, por aquí”, y decidió
llevarla arriba al cuarto que compartía con las chicas. Ella misma necesitaba quitarse la armadura y
asearse, estaba agotada, había sido un día largo.

Miorine sonrió al entrar al amplio dormitorio. Estaba relativamente ordenado. No fue complicado
saber cuál era la cama de Suletta, en el mueble de la cabecera estaban todas las cartas que le había
escrito hasta el momento, atadas en pequeños paquetes para que no se maltrataran ni se perdieran.
La sensación de tumbarse en la cama de Suletta fue agradable.

Huele a ella, pensó la princesa con una sonrisa suave mientras enterraba su rostro en la almohada y
se llenaba del familiar aroma. Por culpa de Suletta se fijaba más en los aromas. “Hiciste un gran
trabajo hoy. Ya puedes descansar, mi guerrera”, y notó que luego de sus palabras, el cuerpo de su
Prometida finalmente se relajó e incluso suspiró de alivio.

Suletta hasta ese momento pudo bajar los hombros. Comenzó a quitarse lentamente su piel de lobo,
la armadura y cuidadosamente se retiró el cinturón con Aerial. Sonrió al ver su espada. “Hiciste un
gran trabajo. Gracias, Aerial”, dijo y besó la empuñadura de su arma. Su espada necesitaba
descansar también, la dejó junto a la cama. Siguió quitándose la ropa hasta que se le ocurrió algo.
Miró a su princesa con emoción. “¿Nos d-duchamos juntas? P-puedo calentar suficiente agua p-
para ambas”.

Miorine levantó una ceja. “¿Y tendrás las manos quietas o harás tu voluntad como siempre que me
ves con poca ropa?” Y a veces ni eso, su guerrera en especial era muy demandante en ese aspecto.
Le gustaba mucho que Suletta aceptara sin rechistar cuando ella no estaba de humor para algo
íntimo, su Prometida era muy respetuosa, pero bastaba con mostrarle un poco de disponibilidad
para que la salvaje se saciara con su cuerpo hasta que era la misma guerrera la que quedaba
agotada.

Suletta sonrió como idiota, su gesto estaba lleno de amor. “¿Puedo p-pedirte algo?”

“¿Uh? Sí”, la princesa estaba confundida.

“¿P-puedes abrazarme ésta n-noche?” Pidió una apenada Suletta.

Por supuesto, era Suletta la que tenía el deber de proteger. Miorine entendió el porqué de su
petición. Asintió sin siquiera pensarlo.
“Todo lo que quieras”, respondió Miorine con suavidad y se sentó en la cama, estiró su mano hacia
su guerrera y ésta entendió lo que su princesa quería, se acercó y se inclinó hacia ella. “Gracias,
Suletta, hiciste un gran trabajo hoy. Nos salvaste”, acarició dulcemente la mejilla de su Prometida.
“Me salvaste”, sonrió.

Suletta besó la palma de la mano de su princesa y siguió disfrutando del cariño que le prodigaba.
No se quería despegar, pero en serio deseaba bañarse con ella. Se le ocurrió una idea. “¿Te q-
quedas ésta n-noche aquí?”

Eso sí sería nuevo, la princesa no se negó. “Si a las chicas no les molesta…”

“¡No l-les molestará!” Dijo Suletta de inmediato. “M-muchas veces hemos d-dicho que sería l-
lindo tenerte una n-noche aquí y p-platicar”.

“Oh”, escuchar eso sonrojó ligeramente a Miorine. “De acuerdo, me quedo, sólo préstame algo
para dormir”.

“¡Sí! Ah, iré a c-calentar el agua”, dijo Suletta y sujetó con cariño la mano de su princesa. Buscó
un beso, su intención era hacerlo dulce pero fue su princesa la que lo profundizó mientras se le
abrazaba del cuello. Casi caían en la cama. Se besaron hasta que fue la misma princesa la que
detuvo abruptamente el beso, los labios de ambas terminaron húmedos de saliva. Suletta miró a su
princesa como hipnotizada por esos hermosos ojos de luna. Suspiró hondo. “Ah…”

“Yo también estoy cansada, así que esto debería bastar por hoy, ¿de acuerdo?” Dijo una sonrojada
princesa.

Suletta asintió torpemente mientras se lamía los labios y sentía el sabor de la saliva de su princesa.
“V-voy a calentar el agua…” Y fue ella la que escapó antes de ceder a la tentación de esos
deliciosos labios. Ambas estaban cansadas. Podían compensarlo después.

Cualquier deseo que se les hubiera quedado en el cuerpo luego del beso, se vio sofocado porque su
ducha para dos terminó siendo grupal cuando las chicas se les unieron. Martin y los demás dijeron
que ellos terminarían la cena. Al ver que Suletta calentaba el agua de la bañera, decidieron unirse.

“Princesita, necesitas tomar más sol, mira lo pálida que estás”, dijo Chuchu al ver la espalda de la
princesa mientras ésta se lavaba el cabello. Sin poder resistirlo, pasó su dedo por la espalda ajena.
Rió al verla gritar y respingar.
“¡No hagas eso!” Se quejó Miorine, pero fue todo lo que hizo. Refunfuñó un poco y se siguió
lavando el cabello. Estar ahí con las chicas en un ambiente tan personal e íntimo la hizo sentir
bien. “Recuérdame por qué sigo sin colgarte”.

“Porque me adoras”, respondió la muy descarada y todas rieron.

“Nos alegra mucho que decidiera pasar la noche aquí”, dijo Aliya con alegría. “¿Le gusta las
esencias que usamos?”

“Sí, huelen bien y me dejaron la piel muy suave”, comentó Miorine mientras se pasaba una mano
por el brazo.

“Yo misma las hice con hierbas especiales”, agregó la veterinaria.

“Te pediré algunas para mi baño”.

“Su Alteza, ¿me deja lavar su espalda?” Preguntó Lilique y de inmediato notó el gesto de tragedia
de Suletta. Rió un poco. “Sólo por ésta vez, anda”.

Miorine arqueó una ceja al ver la cara de su Prometida. “Sí, muchas gracias, Lilique”, respondió y
luego se dirigió a Suletta. “Anda, ven, te lavaré el cabello”.

“¿No habrá problema si se queda aquí con nosotros, verdad?” Preguntó Nika, que a su vez le
lavaba la espalda a Chuchu.

“No, mi padre es el que se está encargando de todo en el castillo. Me dijo que me quedara con
Suletta y que descansara hasta que él me llamara”, respondió Miorine con un gesto serio pero
calmado. “De todos modos, mañana iré al castillo a ver cómo están las cosas y si debo hacer algo”.
Además, no tenía idea de qué pensaba hacer su padre con la gente del Consejo que apoyó a
Shaddiq. Trago saliva al recordar algo. “Además, aún no sé qué hacer con lo que me enteré”.

Eso confundió un poco a las chicas, incluso a Suletta. Todas le miraron con curiosidad, y luego con
apuro al verla fruncir el ceño. Miorine decidió decir sólo lo necesario.
“El padre de Elan fue quien envenenó a mi madre en un intento de atentar contra mi padre. Fue él
quien provocó la enfermedad que la mató”, suspiró hondo, no les dejó decir nada a sus amigas.
“Ese hombre ya está muerto, pero encargó a su hijo terminar el trabajo y matar a mi padre, o por lo
menos enfermarlo con el mismo veneno”, miró a Nika. “El General fue atacado con ese veneno”,
no que el hombre tuviera mucho tiempo de vida dada su condición, pero que a su cuerpo enfermo
se le sumara el veneno, no era bueno.

“Su Alteza…”

Ninguna de las chicas sabía qué decir.

La princesa suspiró. “No hay nada que se pueda hacer”, miró a sus amigas con una sonrisa. “Pero al
menos ya sé la verdad”.

“Yo también”, intervino Suletta. También tenía algo para decir al respecto. Su madre se lo hizo
saber cuándo ésta fue a entregar a Elan Ceres al Rey. “Ese hombre, el p-padre de Elan, fue q-quien
hirió a m-mi padre c-cuando yo era pequeña… Con el m-mismo veneno”, si su princesa no
mencionó que el veneno fue hecho con el metal del que estaba fabricado su Aerial, ella tampoco lo
haría. Su madre también le recomendó no hacerlo. “Él era un g-guerrero de mi pueblo, n-no le
gustó q-que sus hermanos m-murieran en la g-guerra”. Conocía los detalles pero decidió no
decirlos.

“Entonces quería venganza contra el Rey”, comentó Chuchu. Muy normal cuando él fue el líder de
toda la batalla. “Si ya está muerto, entonces no hay mucho por hacer, ¿verdad?”

“Es tonto castigar a Elan Ceres por un crimen que no cometió”, comentó Miorine y siguió aseando
a su guerrera. “No se preocupen por eso, solamente me siento un poco frustrada, pero el
sentimiento se irá”, torció los labios de manera graciosa. “Ustedes me están ayudando mucho a
relajarme”.

Las chicas sonrieron, Suletta sonrió aún más.

Luego de un relajante baño, las chicas bajaron a cenar. La noche pasó entre pláticas, bromas y
risas, al menos hasta que más de uno comenzó a bostezar y decidieron ir a dormir. Suletta, desde
luego, no podía irse a dormir sin escribir una carta que le dio ahí mismo a su Prometida, Miorine la
recibió con una linda sonrisa en los labios.
Ya pasaba de la medianoche cuando chicos y chicas estaban en sus respectivos dormitorios
compartidos. Miorine se acostó en la cama de Suletta y bastaron diez minutos de cariños en su
cabello para que ésta se durmiera en sus brazos. La princesa se sentía bien al tener a Suletta
protegida contra su pecho. No dejó de acariciar su cabello a pesar de que ya estaba dormida.

“¿Sabes qué va a hacer tu papá con toda esa gente?” Preguntó Chuchu en voz no tan alta. No
quería despertar a Suletta.

“No los va a ejecutar, eso sí lo sé”, respondió Miorine. “Todos los implicados son personas
importantes”, el padre de Guel era un ejemplo de eso. “Si conozco lo suficiente a mi padre, no
deshará el Consejo o todo será un desastre, es imposible para pocas personas organizar todo lo que
un Reino necesita, esas personas lamentablemente son necesarias”, pensó un poco. “Quizá les
ofrezca un trato que no van a poder rechazar”, por decirlo de una manera muy amable. Su padre era
astuto.

“Su Alteza, no me gustaría ser grosera, pero…” Aliya jugó sus dedos entre sí. “¿Se va a casar con
Suletta? Si se casa, entonces Suletta…”

Miorine cerró los ojos. “No nos vamos a casar, mi consorte será quien se siente en el trono y ese
deber no es para Suletta. Suletta es una guerrera”, dijo de inmediato. “Tampoco pretendo casarme
con alguien más, mi corazón le pertenece a ésta tonta, así que no sé qué hacer en realidad”, suspiró
hondo. “Creo que deberé consultar a mi padre”.

“Bueno, yo creo que usted está más que capacitada para liderar, Alteza”, dijo Lilique con una
sonrisa de encanto. “Usted ha hecho muchas cosas por el reino sin que nadie se dé cuenta. Me
gustaría mucho que todos vean lo maravillosa que es”.

Miorine se sonrojó, pero si había alguien a quien nunca podría insultar cara a cara, era a las chicas
del Gremio… Excepto a Chuchu. “No sé si me tomen en serio luego de que mi padre en serio se
esforzó por hacerme pasar por alguien sin valor”, refunfuñó. “Digo, eso evitó que trataran de
envenenarme a mí, pero…”

“Entonces, ya que los traidores no están, sería una buena idea que muestre todos sus talentos,
Alteza”, dijo Nika con una sonrisa emocionada de sólo pensar en eso.

La princesa cerró los ojos. “¿Saben? No sería mala idea viajar como lo hacía mi madre… Siempre
quise viajar con ella”.
“Bueno, ahora puedes viajar con Suletta, princesita, y con nosotros si nos lo permites”, dijo
Chuchu, dulce. “Somos un equipo, ¿o no?” Y la princesa era la jefa, pero no lo diría en voz alta.

“Tengo que hablar con mi padre de muchas cosas”, dijo Miorine con un suspiro. “Les haré saber lo
que suceda”, sonrió y besó la cabeza de su Prometida. “Viajar no suena nada mal”.

~o~

Shaddiq terminó con una condena de por vida al igual que su escolta, condena que estaban
obligados a cumplir con trabajos y servicio incondicional al reino. Delling Rembran no les daría el
gusto de morir y escapar de sus crímenes. No así, no a ese muchacho en especial luego de
envenenar a su padre adoptivo. El Rey podría no llevarse bien con el General Sarius, pero aún lo
tenía en buena estima luego de pelear hombro con hombro en la guerra.

Elan Ceres, por su lado, sería juzgado por los Hekser, ya ellos verían qué hacer con él. La misma
Prospera Mercury se lo llevó, el muchacho parecía haber perdido las ganas de seguir adelante, pero
algo harían con Elan. Ya la mujer lo discutiría con el resto de sus colegas y en eso Delling no tenía
opinión alguna.

Y en cuanto al Consejo, el Rey tuvo una mejor idea, una que no dejaría que malas semillas
germinaran a futuro. Matar a los traidores que en realidad fueron usados como tontos por Shaddiq
Zenelli no tenía sentido. Delling supo exactamente qué decirles.

“A partir de ahora, su sentencia será apoyar incondicionalmente a quien me suceda en el trono”,


fueron las firmes palabras del Rey a todo el Consejo. “Obedecerán, no cuestionarán nada y harán
todo lo que esté a su alcance para ayudar a la persona que se siente en el trono después de mi”.

Más de uno de los presentes daba por hecho que Suletta Mercury sería la persona que se sentaría en
el trono, ella era la Portadora después de todo y no tenía rival alguno capaz de arrebatarle la mano
de la princesa Miorine. Pero si había una opinión compartida sobre la Portadora, era que no estaba
hecha para liderar. Era una gran guerrera, valerosa y poderosa como pocas, pero no tenía lo que se
necesitaba para gobernar un reino entero. Los miembros del Consejo juraron cumplir la sentencia
dada por el Rey Delling pese a sus dudas, no que tuvieran muchas opciones. Los que se negaran se
verían despojados de sus riquezas y serían encerrados de por vida. Ni siquiera sentirían el dulce
final de una muerte rápida, se pudrirían en una celda por el resto de sus vidas.

~o~
Habían pasado alrededor de diez días desde la rebelión y todo en la capital seguía con la
normalidad de siempre. Aún se hablaba de lo sucedido pero el tema se fue abandonando poco a
poco gracias a la calma usual que reinaba.

Era de noche y Miorine estaba en el jardín junto a Suletta.

La guerrera había notado a su Prometida pensativa luego de comer con su padre por primera vez en
años. Apenas había vuelto y ya casi era hora de la cena. Padre e hija hablaron largo y tendido de
cosas de las que Suletta aún no se enteraba pero que tampoco preguntaba, lo mejor era dejar que su
Princesa le dijera lo que creyera conveniente decir.

Miorine se recargó en el hombro de Suletta y cerró los ojos.

“Oye, Suletta…”

“¿Uh?”

“¿Estarás conmigo, verdad?”

“Sí, incluso s-si no nos c-casamos, estaré contigo siempre”.

La princesa sonrió. “¿Viajarías conmigo?”

La pregunta confundió un poco a la guerrera pero igualmente asintió sin siquiera pensarlo. “¡Sí!
M-me gustaría c-conocer muchos sitios c-contigo”. La sola idea la puso feliz.

“Me alegra escucharlo, porque eso es lo que vamos a hacer”, dijo y de hecho se sentó sobre el
regazo de Suletta, cara a cara. Sonrió. “Hablé con mi padre”, al fin tomó el tema, notó que Suletta
le puso total atención. “Él ya ha decidido quién va a sucederlo en el trono”.

Suletta sonrió de manera nerviosa. “No soy yo, ¿verdad?” Ni siquiera le ofendía saber que ella no
tenía lo que se necesitaba para gobernar.
“Bueno, eres un encanto y sin duda sabes ganarte a la gente cuando se te olvida entrar en pánico”,
dijo Miorine de manera juguetona y le dio un beso en la nariz a su guerrera, se le abrazó por el
cuello. “Pero no puedes hacer un escrito formal ni aunque la vida se te vaya en ello, así que no te
preocupes, no eres tú”, aseguró. Se veía calmada al respecto. “Tu único trabajo será proteger a la
persona que va a suceder al Rey”, sonrió. “Justo como lo has estado haciendo hasta ahora”.

Suletta tardó más de cincos segundos en comprender lo que Miorine acababa de darle a entender.
Lentamente una enorme sonrisa se dibujó en sus labios y abrazó a su Prometida con cariño… Y
brusquedad.

“¡Me asfixias! ¡Bruta!” Se quejó la princesa.

“¡Serás la Reina!” Exclamó Suletta con alegría. Aflojó el abrazo y comenzó a llenar de besos a su
princesa. “¡Eres la mejor, Mio!”

“¡Lo sé, lo soy, pero cálmate!” Miorine tuvo que abrazarla fuerte. De hecho la besó para tenerla en
control lo suficiente para retomar la palabra. Mordió sus labios. “Escucha, debo comenzar a viajar
por el reino para poder hacer mi trabajo sin intermediarios”, es decir, por medio de sus amigos del
Gremio. “Debo darme a conocer”.

Suletta sonrió. “Como yo, ¿v-verdad?”

“Bueno, tú ya me llevas bastante ventaja”, dijo Miorine con una sonrisa, besó la mejilla de su
guerrera. “Haré mi trabajo. Nos llevaremos a los chicos si es necesario, si salgo sólo contigo no me
quitarás las manos de encima”, se quejó, jalando una oreja de su Prometida no solamente porque
ese escenario era el esperado, ¡si no porque esa pervertida tenía sus manos más abajo de lo que
debería! “¡Suletta, esto es serio!”

“Lo sé”, dijo la muy descarada y besó el mentón de su Princesa. “Estoy m-muy feliz porque t-todos
verán lo l-lista y lo m-maravillosa que eres”.

Miorine se sonrojó. “Yo… Quiero hacer varias cosas de las que tienes en tu lista”.

“A m-mí sólo me falta una”, dijo Suletta con alegría. Sacó su bitácora de su bolso y se la dio a su
Prometida.
“Oh”, Miorine enarcó una ceja. “¿Encontraste un tesoro escondido?” Preguntó, confundida.
“¿Cuándo pasó eso?”

Suletta sonrió con inmensa alegría. Recuperó su bitácora pero sólo para hojearla un poco y sacar
algo que estaba oculto entre las páginas. Se trataba de un trozo de papel, se veía viejo. Se lo dio a
su princesa y notó la enorme sorpresa en ésta al ver lo que estaba plasmado en el papel. Era un
dibujo de una pequeña Miorine sonriente con un tomate mordido en sus manos, un dibujo que hizo
la reina Notrette durante el tiempo que compartieron en ese lugar. Un recuerdo que estuvo
escondido entre el sofá y que Suletta encontró al devolver el mueble a su sitio.

“Estaba m-metido en el reposabrazos d-del sofá, quería d-dártelo desde antes, p-pero has estado
ocupada en el c-castillo y yo t-también”, dijo Suletta con dulzura. “Quise esperar un p-poco más”.

Los ojos de Miorine se llenaron de lágrimas y su única reacción fue abrazarse a Suletta y llorar en
silencio. La guerrera envolvió a su Princesa en sus brazos con afecto, con cariño, con dulzura, con
delicadeza mientras la dejaba llorar todo lo que necesitara.

“Gracias”, dijo Miorine entre lágrimas.

“Por nada”, respondió Suletta y besó su mejilla. Miró al cielo. Un hermoso cielo estrellado sin
luna.

Y sucedió.

Una estrella fugaz.

“¡Pidamos un deseo!” Gritó la guerrera con emoción, señalando el cielo.

Miorine también miró el firmamento estrellado y sonrió. Ambas cerraron los ojos mientras pedían
su deseo en silencio. Luego de unos segundos, volvieron a encararse.

“¿Q-qué pediste, Mio?” Preguntó una sonriente Suletta.


“Debe ser secreto para que se vuelva realidad”, respondió Miorine y volvió a recargarse en el
hombro de Suletta. “¿Me dirás qué pediste?”

“N-no debo o no se hará r-realidad”, respondió la guerrera con mucha dignidad.

Ambas rieron un poco y Miorine decidió acomodarse bien en los brazos de Suletta.

“Completaste tu lista, felicidades”.

“Gracias”.

“Ya no tienes ningún pendiente, Suletta. ¿Qué harás ahora, eh?”

“Avanzar contigo, Mio”.

Miorine sonrió y fue ella la que buscó los labios de Suletta en un dulce y largo beso. Sí, tenían
mucho por avanzar. Toda una vida.

“Deseo ir de la mano contigo hasta el último día de mi vida, Mio”.

“Deseo que luego de ésta vida, nos podamos volver a ver, Suletta”.

~o~

Érase una vez en un reino llamado Asticassia, una princesa solitaria que fue rescatada de su soledad
y su tristeza por una guerrera tímida pero poderosa. Y fue su encuentro lo que salvó al Reino de un
destino incierto.

Se dice que nadie más amo como ellas se amaron.


FIN

Chapter End Notes

¡He terminado!

¡Mil gracias por leer, por sus comentarios y por sus kudos! x3 me encantó escribir éste
fanfic. Quizá haga algunas historias extras para éste mismo trabajo, pero eso será
después, que quiero hacer otros fics SuleMio primero antes de que se me escapen.

Nuevamente, gracias por su apoyo.

Also, thank you so much to the non-spanish speaker readers, I did my best to let the
translator make a better job x3

¡Nos leemos en la siguiente historia! TwT

End Notes

Por aquí vi un fic au de fantasía medieval y mi mamá dijo que yo también podía hacer uno
y aquí está. Hice el fic por que será mi estado de negación hasta que comience la segunda
temporada del anime. No tengo la trama muy clara así que disculparán las incoherencias
que vayan surgiendo.

¡Disfruten!

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