para Ser Creíbles, No Palabras Sino Vida
para Ser Creíbles, No Palabras Sino Vida
para Ser Creíbles, No Palabras Sino Vida
+ ¡Ave María!
Queridos hermanos, “no pretendáis ser maestros muchos, sabiendo que seremos
juzgados más severamente, porque todos faltamos en muchas cosas” (Santiago 3,1-2).
No quien dice “Divina Voluntad, Divina Voluntad, Fiat, Fiat”, entrará en el Reino de los
Cielos, sino quien la hace vida suya. +
Queridos hermanos, decíamos la vez pasada que el árbol de la Vida era la imagen de la Voluntad
Divina y el árbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era la imagen
de la voluntad humana. En el entusiasmo inicial, debemos estar atentos para no resbalar, llenandonos la
boca de palabras que no corresponden a una vida que nos transforme. “No quien dice «Señor, Señor»,
entrará en el Reino de los Cielos, sino quien hace la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt
7,21) No el que dice “Divina Voluntad, Divina Voluntad, Fiat, Fiat”, sabe lo que dice. Lo sabe quien lo
vive y en la medida que lo vive. Hay ahora personas que se hacen maestros de Divina Voluntad, pero
antes hace falta ser discípulos. No basta decir: “ya he hecho mi consagración a la Divina Voluntad”, o
bien: “ya he leido todos los escritos de Luisa”, para vivir de verdad en la Voluntad Divina. Si no le damos
todo el espacio, toda la libertad de hacer en nosotros lo que quiera, no podemos decir que vivimos en
Ella.
Es como una persona –lo dice también Luisa– que tiene sus sentidos, la vista, el oido, la lengua, las
manos, los pies, el respiro, el palpitar del corazón, pero todas esas cosas no funcionan y no se mueven
por propia iniciativa, la criatura es quien las mueve o hace que las mueva la Voluntad Divina. Esta ha de
poder mover nuestros ojos, dar vida en nosotros a la palabra, vivir en nuestra respiración… Imaginemos
nuestro cuerpo come un vestido que nos cubre y en el que nos hallamos: el vestido no se mueve se
nosotros no queremos. Si un sentido o un miembro de nuestro cuerpo se moviera contra nuestra voluntad
sería un verdadero problema. Nuestro cuerpo es el vestido de nuestro espíritu, no debe tener vida por su
cuenta, sino que debe dejarse mover por nosotros que vivimos en él. Así Dios desea vivir en nosotros,
que seamos para El como su morada; por tanto no debemos hacer nada por nuestra cuenta ni con nuestra
voluntad, ni siquiera un movimiento, sino todo con la Suya, porque entonces Dios dice: ¿no soy Yo aquí
el Rey, no soy Yo el dueño? Esto es un punto esencial. Es necesario este perfecto abandono.
Nos llega la noticia de esta Voluntad Divina como el don de vida que Dios quiere darnos para que sea
nuestra vida; es demasiado poco para El que cumplamos fielmente todo lo que nos pide. El desea
compartirla con nosotros para que sea en nosotros lo que es en El, la fuente de todo lo que El hace, de
todo bien y felicidad.
Este es el anuncio de su Reino. La noticia es señal de que Dios quiere darnosla de verdad, porque
quiere que seamos sus hijos; por tanto debemos acogerla, creerla con toda sencillez y darle enseguida
nuestra respuesta.
Y luego, ¿qué más hemos de hacer? ¿Qué pasos, cómo avanzar? A medida que conocemos algo lo
apreciamos, lo deseamos, lo buscamos, lo hacemos nuestro. Para conocer las verdades maravillosas que
el Señor ha querido manifestar sobre esta gran noticia, debemos leer lo que hizo escribir a Luisa, porque
en ningún otro libro se encuentran: así lo ha querido. Leyendolas, nuestra mente no piensa en nosotros
sino en El, se ocupa de sus cosas, se enamora cada vez más de El. La luz es un don de Dios y también
los ojos son don suyo, pero abrirlos o cerrarlos depende de nosotros. Si ante estas primeras noticias la
mente se queda fría, indiferente o, peor aún, reacciona cerrandose o rechazandolas, es señal de que hay
algún problema grave en la conciencia. Conocerlas depende siempre de lo que nosotros realmente
queremos, este es el secreto: ¿qué es lo que de verdad queremos? No importa lo que pasa a nuestro
alrededor, si los demás ayudan o crean problemas o dificultades, no importa; lo importante es lo que
nosotros de verdad, seriamente queremos, nuestra respuesta personal a Dios.
Para conocer como es de verdad nuestra respuesta personal a Dios, es muy importante preguntarle:
“Señor, podrías Tú pedirme algo, que yo no quisiera?” Cuando pensamos ésto, descubrimos donde está
nuestro verdadero tesoro, porque ahí está nuestro corazón (Mt 6,21); vemos si nuestra voluntad es libre
o está atada por alguna cosa. Cuando seriamente, con sinceridad decimos: “Señor, Tú me puedes pedir
todo, mis cosas, la salud, las personas queridas, la vida, puedes pedirme cualquier cosa, que yo ya desde
ahora te la doy” (…aunque tal vez después no me la pida), entonces el Señor encuentra nuestra puerta
abierta para poder entrar, y todo entonces está bien.
El problema no es lo que decimos, sino lo que comprendemos, lo que queremos, eso es lo importante.
Nuestra respuesta puede ser con otras palabras, pero siempre ha de ser este el deseo: “Señor, no se haga
mi voluntad, sino la Tuya. Que tu Voluntad sustituya totalmente la mía, que tome el puesto de la mía,
que la mía esté en mí como si no estuviera, como muerta, para que Tú puedas realizar tu Vida en mí”.
Para responder al Señor, para consagrarnos a la Divina Voluntad podemos servirnos de pocas o de
muchas palabras, pero las oraciones que se dicen, las ceremonias o le cosas externas no son las que
deciden por nosotros. La decisión está siempre dentro del alma; comprender y desear, conocer y querer,
eso está dentro de nosotros. Lo que sucede fuera de nosotros no tiene importancia, que sean días de sol
o días de lluvia, no importa; que todo vaya bien, que todo vaya mal, no importa, lo importante es lo que
yo he entendido y lo que quiero, y yo quiero la Voluntad del Señor y no la mía. Esa es la esencia de la
consagración. Podemos consagrarnos a la Voluntad Divina con muchas bellas palabras, con las palabras
de Luisa, con otras palabras, muchas o pocas; podemos consagrarnos, podemos renovar la consagración
diciendole “Señor, entiendo lo que Tú me ofreces, ¡lo quiero!”. Pues bien, eso ya sería una perfecta
consagración.
¿Pero cuántas veces hay que hacerla? ¿Una vez al año? No hace daño, pero no hace nada. ¿Una vez
al día? Muy bien. ¿Una vez cada tres horas? Mejor aún. ¿Una vez cada cinco minutos? Aún mejor. ¡Una
vez cada respiro, cada latido del corazón! Entonces no sirven ni siquiera las palabras, todo consiste en
saberlo y quererlo, en la intención y en la atención.
Y el Señor nos dice, como dijo a Luisa (Vol. 3°, 21 de Mayo 1900):
“Mi deseo es absorberte en mi Voluntad y formar (con la tuya) una sola, y hacer de tí un ejemplar
perfecto de uniformidad de tu querer con el Mío. Lo cual es el estado más sublime, el prodigio más
grande, es el milagro de los milagros que de tí deseo hacer. Hija mía, para llegar a hacer
perfectamente uno nuestro querer, el alma debe hacerse invisible (debe perder su forma), debe
imitarme (…) Así que el alma debe espiritualizar todo y llegar a hacerse invisible, para poder formar
facilmente su voluntad una sola con la Mía, porque lo que es invisible puede ser absorbido en otra
cosa. De dos objetos con los que se quiere formar uno solo, es necesario que uno pierda su propia
forma, de lo contrario nunca se llegaría a formar un solo ser. ¡Qué fortuna sería la tuya si,
destruyendote tú misma hasta hacerte invisible (o sea, invisible a ti misma), recibieras una forma toda
divina! Más aún, tú, al quedar absorbida en Mí y Yo en tí, formando un solo ser, tendrías en tí la fuente
divina y, puesto que mi Voluntad contiene todo bien posible, tendrías en ti todos los bienes, todos los
dones, todas las gracias, y no tendrías que buscarlos en otros sitios, sino en ti misma. Y si las virtudes
no tienen límites, estando en mi Voluntad, en la medida que la criatura puede alcanzar, hallará su
límite, porque mi Voluntad hace llegar a poseer las virtudes más heroicas y sublimes, que la criatura
no puede superar. Es tanta la altura de la perfección del alma deshecha (que se disuelve, que pierde
su forma) en mi Querer, que llega a obrar como Dios, y no es de extrañar, porque como ya no vive su
voluntad en ella, sino la Voluntad del mismo Dios, cesa todo asombro si viviendo con esta Voluntad
posee la potencia, la sabiduría, la santidad y todas las otras virtudes que tiene el mismo Dios. Basta
decirte, para que te enamores y colabores cuanto más puedas por tu parte para llegar a tanto, que el
alma que llega a vivir sólo de mi Querer es reina de todas las reinas y su trono es tan alto, que llega
hasta el trono del Eterno, entra en los secretos de la Augustísima Trinidad y participa en el amor
recíproco del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Oh, cómo la honran todos los ángeles y los santos,
los hombres la admiran y los demonios la temen, viendo en ella el Ser Divino!”
Queridos hermanos, ¿cuál puede ser nuestra respuesta? “Señor, me siento confundido en este Océano
de Luz y de Amor que es tu Voluntad, pero no quiero salir de Ella; ¡quiero perseverar en Ella hasta perder
mi forma de ser y de vivir para identificarme con la Tuya!”