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Teoría Social

Unidad I

Uria- Sociología, capitalismo y democracia


Liberalismo económico, sociedad industrial y pauperismo
Los liberales, desde el punto de vista político, son aquellos que defienden la necesidad de un
Estado mínimo y son partidarios del juego de la representación política parlamentaria a través de
los partidos políticos. Lo que generalmente los identifica es el liberalismo económico, doctrina
que confiere al mercado una posición central en tanto regulador de la vida social. En el marco de
las transformaciones de la Revolución Francesa e Industrial, los liberales reclamaron un nuevo
modo de sociedad. Su propuesta es una sociedad de libre mercado.

Hacia la invención de la sociedad de mercado


La ideología liberal postula que la libertad, la justicia y el progreso social están inexorablemente
unidos al desarrollo de un mercado que es en sí mismo autosuficiente, un mercado que se
autorregula y que a su vez conforman los marcos de organización y desarrollo de la sociedad.

Para llegar a una concepción de mercado autosuficiente:

- Fue necesario separar los aspectos económicos del tejido social y su constitución en un
dominio autónomo
- Se pasó de una concepción eminentemente social de la naturaleza humana a una
concepción eminentemente individualista y utilitarista.
- Fue preciso introducir al menos dos mediaciones: la consideración de la economía como
una esfera científicamente objetivable y distanciada de la moral y la justificación del
egoísmo económico en términos sociales.
- En el trasfondo de las propuestas liberales está la teoría del hombre natural y la del
individualismo posesivo. Por una parte nos encontramos con el individuo concebido
como un ser libre y autónomo que deriva del modelo del hombre natural, solitario y
aislado que vela por su propia subsistencia. Por otra parte, ese individuo egoísta y ansioso
de ganancia es a la vez un ser sociable que necesita compartir la vida con sus semejantes
y sobre todo intercambiar bienes.

Adam Smith creía que la opulencia irradiará desde los más ricos propietarios de las fábricas
hasta los trabajadores de más bajo rango. Así, la actividad productiva y mercantil tenderá
espontáneamente a desplazar la actividad política en tanto que forma de regulación burocrática
de la vida de las gentes en favor de una democracia económica basada en producir, intercambiar
y consumir. De esta forma, la idea de libre mercado se configuró, a fines del S XVIII, como la
solución más progresista para llegar al ideal del bien común.

La riqueza de las naciones de Adam Smith


La riqueza de las naciones marcó el comienzo del pensamiento liberal moderno. A partir de las
reflexiones planteadas por Adam Smith, la economía desplazó a la política como modo de
gestión de la sociedad.

- El liberalismo económico se enfrentaba al despotismo ilustrado como así al sistema


económico del antiguo Régimen
- La principal fuente de riqueza es el trabajo, la riqueza de las naciones radica en la
producción
- La pobreza es producto de la ociosidad
- El liberalismo económico abrió hacia la reflexión un nuevo territorio, la población. El
gobierno, cuidado y promoción de la población se convirtieron en uno de los objetivos
principales de las políticas estatales liberales
- El único tipo de trabajo productivo para Smith es el intercambiable inmediatamente por
capital. Todo el trabajo fuera de esta concepción, como el del Estado, debe ser reducido a
la mínima expresión.
- La política debe limitarse a:
- Defender a la sociedad de un enemigo externo
- Proteger a los ciudadanos de la injusticia y opresión de
otros miembros de la sociedad
- Realizar obras públicas y desarrollar un sistema de
instrucción público.
Apogeo del liberalismo económico
La doctrina del liberalismo económico constituyó un caldo de cultivo para la revolución
industrial, pero a la vez, esta revolución habría hecho posible la materialización del liberalismo
en el campo social. Uno de los principales estudiosos del nuevo capitalismo industrial fue
Engels, quien postulaba que la revolución industrial está íntimamente ligada a la revolución
tecnológica, sintetizada específicamente en el año 1764, momento en el que:

- Por un lado se inventa la Jenny, un torno para hilar. Su principal consecuencia será hacer
desaparecer de la escena social a los agricultores que tejían en los telares de su casa,
convirtiéndolos en simples tejedores que vivían de su salario, sin ningún tipo de
propiedad. Proletarios.
- Por otro lado, se inventa la máquina de vapor, que también va a devenir en un
desplazamiento de los trabajadores manuales, como así una caída en los precios de las
manufacturas.

Crisis del liberalismo manchesteriano


La utopía liberal que promete una futura sociedad de abundancia y de riqueza sin límites para
todos muy pronto se dio de bruces con la miseria del proletariado, con el fenómeno del nuevo
pauperismo, designado así para diferenciarlo de los pobres y vagabundos del antiguo régimen.
¿Cómo puede proliferar tanta miseria precisamente allí donde se encuentra la fuente de toda
riqueza?

Son los cambios en el modo de producción los que explican el paso de la pequeña industria a la
gran industria, está condujo a un continuo crecimiento urbano e intensificar la oposición entre el
campo y la ciudad. Ciudades en las que se hacía visible la riqueza a través de grandes bancos y
fábricas pero también eran visibles la miseria, la enfermedad, los delitos, una plaga social que
suponía una refutación de las expectativas creadas por el liberalismo económico.

El fracaso de la utopía liberal requería una explicación oficial. Thomas Malthus, pastor
protestante actuó como portavoz oficial de la burguesía. Malthus distingue entre tres grandes
grupos sociales. En el primer grupo, están los terratenientes, la aristocracia rural. Este estrato
fundó la monarquía constitucional y es esencial para su mantenimiento y desarrollo. El segundo
grupo lo constituyen las clases medias en las que se integran propietarios agrícolas,
comerciantes, industriales y hombres del estado. En el más bajo escalón se encuentran las clases
bajas, los asalariados, los pobres. Estos, afirma, tienden a culpar a los poderes públicos e
industriales de su suerte, pero en realidad son ellos mismos quienes se hacen la ilusión de que el
buen gobierno podrá mejorar sus condiciones de existencia.

Malthus condena duramente la ociosidad y la situación de dependencia de los pobres. Según él,
el problema no son las condiciones de vida de los pobres sino su carácter imprevisto, indolente,
dependiente y promiscuo pone en manifiesto su falta de moralidad.

El liberalismo económico surgió como una utopía productivista a partir de la separación tajante
entre economía y moral, pero para contener el pauperismo, un clérigo liberal apela de nuevo al
imperio de la moral individual como garantía del orden interior.

Castel- El ascenso de las incertidumbres


El desafío de convertirse en un individuo: bosquejo de una genealogía del individuo
hipermoderno.
Estamos en una sociedad de individuos. La Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano hace de la figura del individuo libre y responsable el valor fundador de la
modernidad. El individuo es fuente de la legitimidad política, en los planos moral y jurídico,
la responsabilidad del individuo es el principio de base a partir del cual se edifican los juicios
morales y se consideran las sanciones penales.

Esa exaltación del individuo conquistó el mundo del trabajo, de la empresa y del management.
Estos llamados a la movilización del individuo siempre están acompañados por la condena a las
coerciones burocráticas y estatales concebidas como uno de los tantos frenos a su expansión. La
exigencia de liberar al individuo de las cadenas de las reglamentaciones colectivas está en el
corazón de las reformas de inspiración liberal que se despliegan en la actualidad.

No obstante, hay maneras problemáticas de existir como individuo. Poder realizarse como
un individuo libre y responsable, es tributario de condiciones o soportes que no están dadas
de entrada ni a todos. Deslindar la naturaleza de esos soportes y mostrar la manera en que
sostienen al individuo y le dan su consistencia sería la tarea por encontrar sobre qué descansa su
capacidad de conducirse como individuo.
Desde el punto de vista sociológico, hay individuos e individuos porque los individuos están
dotados de manera distinta de las condiciones de base necesarias para conducirse en la sociedad
como actores capaces de garantizar su independencia por sus propios medios. Los individuos
están desigualmente respaldados para ser individuos, y se puede ser más o menos individuo
en función de los soportes o de la ausencia de soportes necesarios para serlo. Así como el
individuo no es una sustancia dotada de entrada de todos sus atributos, estos soportes tampoco
son invariantes dadas de una vez por todas. Pudieron transformarse en el curso de la historia,
no son siempre los mismos soportes los que apuntalan la consistencia del individuo. Así,
habría una historio o una genealogía del individuo que sería la historia de la
transformación de sus soportes.

Construir semejante historia es una empresa desmesurada, por ende lo mejor es bosquejar sus
líneas directrices. Para ello habría que dar respuesta a tres grandes preguntas.

1- El comienzo, ¿Cuando comienza la historia del individuo? ¿En qué momento y bajo qué
condiciones emerge la cuestión del individuo en la historia?

2- ¿Cuáles son las principales transformaciones que acompasan la historia del individuo?

3- ¿Cuáles son las figuras actuales del individuo moderno, o hipermoderno?

Prehistoria: Dios, primer soporte del individuo.


Generalmente se ubica esta emergencia del individuo a comienzos de la modernidad, cuando
aparece esa valorización del individuo por sí mismo que se convierte en la referencia central del
orden social y político. No obstante, se puede impugnar esta afirmación observando que el
individuo, mucho antes de la emergencia de la modernidad, fue valorizado por sí mismo en
el universo religioso. El cristianismo en particular es una religión que propagó una concepción
altamente positiva del individuo: el individuo está dotado de un valor inconmensurable y
sagrado porque fue creado por Dios y es hijo de Dios.

Fue la religión, y para la tradición occidental el monoteísmo judeocristiano, la primera en


conceptualizar esta concepción del individuo dotado de un valor esencial, pero con la condición
de añadir que así santificado es un individuo fuera del mundo. El hombre es un individuo en
su relación con Dios, pero "el reino de Dios no es de este mundo". Es el nudo de lo que
podría llamarse el cambio cristiano. Dios debe reinar sobre las almas, que son la esencia de la
individualidad, pero no sobre el mundo, que permanece entregado a las relaciones profanas de
dominación. En la vida de todos los días no es pequeña la diferencia entre ser amo o esclavo,
mártir o verdugo, rico o pobre. Toda la historia de la cristiandad es la historia de esta tensión, o
incluso de esta contradicción, entre los dos reinos: el del Reino de Dios y el del mundo, que a
menudo es el reino del Maligno. Hablando con propiedad, sólo el santo o el mártir que vive y
muere exclusivamente por Dios es íntegramente un individuo realizado. En suma, la
plenitud de la calidad de individuo se realiza en la muerte, o en todo caso en la muerte en el
mundo.

Esta tensión, o esta contradicción, estructura toda la historia de la cristiandad en los planos
tanto político como personal: el cristiano es un ser desgarrado, cruelmente dividido entre
dos mundos. esas tensiones desembocan en una transformación esencial: la promoción del
individuo moderno que se impone hacia los siglos xvii-xviii se produce a través del retorno
del individuo fuera del mundo como individuo en el mundo. Se podría esquematizar esta
oposición diciendo que la realización del individuo religioso pasaba por la renuncia al mundo, y
así su figura emblemática era el santo o el mártir, mientras que la realización del individuo
moderno pasa por el dominio del mundo, y sus figuras emblemáticas se convertirán en el
ciudadano, el sabio, el empresario, el vendedor y también el trabajador. Este Pasaje se da
cuando el individuo pase a interesarse en lo que hace, lo que construye a través de sus
actos. Es la concepción moderna del individuo "amo y poseedor de la naturaleza", como dirá
Descartes, que se apropia del mundo mediante su trabajo y se gobierna a sí mismo en el plano
político, como lo muestra John Locke, en vez de conformarse con un orden divino preconstituido
y contentarse con obedecer a sus representantes en la tierra, el papa o el rey. Y, paralelamente, es
la salida de la sociedad "holística" que se produjo casi simultáneamente, vale decir, el
aflojamiento de las coerciones colectivas, de la omnipresencia de las tradiciones, de la
costumbre, de las filiaciones, de las jerarquías tradicionales que asignaban a los individuos a
lugares y funciones con las que debían identificarse y a las que debían servir.

La primera modernidad: La propiedad privada como soporte del individuo


Con la modernidad, ¿cuál es este individuo que se libera de la doble dependencia de las
coerciones heredadas y de un orden trascendente preconstituido? ¿Qué es lo que puede garantizar
una consistencia cuando no dispone ya de esos puntos de apoyo tradicionales o trascendentes?
La propiedad: el individuo moderno es ante todo el individuo propietario. Locke escribe en
1689: "El hombre es dueño de sí mismo y propietario de su propia persona y de las acciones y el
trabajo de esta persona". En otras palabras, el hombre, el individuo moderno, el ciudadano,
es aquel que es indisociablemente propietario de sí mismo y poseedor de bienes.

Así, en los comienzos de la modernidad, la propiedad no es solamente un valor "burgués",


un privilegio de clase. Es la condición de posibilidad de la ciudadanía. Lo que lo prueba a
contrario es el estatuto, o más bien la ausencia total de estatuto, de aquellos que están
completamente desprovistos de propiedad. Para decirlo con claridad: no son individuos en
el sentido positivo dela palabra.

No lo son tampoco las nuevas figuras del pueblo que se desarrollan con la industrialización,
unánimemente denunciadas por la inmoralidad de su conducta, la violencia que manifiestan, la
amenaza de subversión que representan. Eso es lo que en el siglo XIX se llama el "pauperismo”.
Si ser un individuo es conducirse de una manera responsable, llevar a cabo su vida con un
mínimo de independencia, poder responder por sí mismo y comprometerse con el otro, ¿cómo
esos miserables entregados a una inseguridad social total, privados de todo recurso, sean estos
materiales, culturales, sociales, morales u otros, podrían ser individuos?

La propiedad protege y dignifica en el sentido fuerte de la palabra. Da derechos y


consideración. Viendo cómo viven y son tratados los no propietarios, no es poco razonable
pensar que sólo puede haber salvación mediante la propiedad.

La segunda modernidad: De la propiedad privada a la ciudadanía social


Con el desarrollo progresivo del mercado, de la industrialización y la urbanización, el salariado
se instala de una manera irreversible. A partir de entonces todo transcurre como si esa
sociedad industrial en plena expansión en el siglo XIX estuviera ubicada frente a un
dilema: o bien dejar que ese salariado se extienda bajo formas de precariedad extrema y en
una inseguridad social total, lo que implicaría entonces instalar una vulnerabilidad masiva y un
riesgo de subversión en el corazón de la sociedad moderna; o bien consolidar el salariado
otorgándole protecciones que le sean propias, vale decir, diferentes de las vinculadas con la
propiedad, pero que por lo menos puedan asumir una parte de las funciones anteriormente
reservadas a ésta. Esta segunda respuesta es la que prevaleció y consistió en vincular
protecciones al trabajo mismo.
A falta de ser propietario de bienes, el trabajador se vuelve propietario de derechos. Se trata
precisamente de una forma inédita de propiedad. Se inscribe en el espacio de una falta, la
falta de la propiedad privada. Consiste en un basamento de derechos y de acceso a servicios no
mercantiles que van a funcionar como un equivalente de la propiedad privada para garantizar a
esos trabajadores un mínimo de seguridad y de protecciones ''esencial para todo ciudadano”. Así
el empleado ya no está solo frente al patrón. Puede apoyarse en reglas previas que fueron
colectivamente negociadas y tienen fuerza de ley. Es el colectivo el que protege al individuo
que no está protegido por la propiedad, es ese edificio de protecciones el que reintegró a la
"clase no propietaria" en el seno de la nación.18 Los individuos que la componían ahora son
poseedores de recursos que garantizan su participación en los intercambios sociales.

En los años setenta, por lo tanto, se puede considerar que una mayoría de la población había
accedido a la posición de individuo con derecho propio si con esto entendemos, como en el caso
del técnico que acabo de evocar, el hecho de disponer de las condiciones necesarias para
desarrollar cierta independencia social. Éste sería el perfil tipo del individuo moderno.

El individuo hipermoderno
En la actualidad se pueden hacer dos comprobaciones. La primera es que ese perfil de
individuo moderno que acabo de presentar es sin duda todavía mayoritario en nuestra
sociedad, pero la dinámica que lo sustentaba parece quebrada, o por lo menos detenida. Si es
cierto que su expansión fue solidaria de la construcción de la propiedad social, lo menos que se
puede decir es que esta expansión ya no es segura. En todo caso la propiedad social, y con ella
la ciudadanía social, está amenazada y su porvenir es por lo menos incierto.22 En segundo
lugar, en la sociedad contemporánea ese perfil de individuo moderno ya no es hegemónico, si
alguna vez lo fue. Yo propongo la hipótesis complementaria de la emergencia y el desarrollo
de otros dos perfiles de individuos modernos, o hipermodernos, que se pueden calificar de
"individuos por exceso" y de "individuos por defecto”.

¿Qué es un "individuo por exceso"?

Marcel Gauchet caracteriza lo que denomina "individuo contemporáneo", que también puede
llamarse "individuo hipermoderno" de la siguiente manera: "El individuo contemporáneo
tendría la exclusividad de ser el primer individuo en vivir ignorando que vive en sociedad,
el primer individuo que puede permitirse, por la evolución misma de la sociedad, ignorar
que vive en sociedad" Las primeras pinturas de este tipo de individuos íntegramente sumergidos
en su subjetividad al punto de desconectarse por completo de cualquier otra implicación son
publicadas por sociólogos estadounidenses en los años setenta. Se trata de una pequeña nebulosa
de grupos que instrumentan técnicas derivadas del psicoanálisis pero rebajadas al objetivo de
trabaJar aquí y ahora sobre la subjetividad de los participantes para maximizar su "potencial"
psíquico. Uno de los presupuestos compartido por todos es que el individuo en sociedad
funciona siempre por debajo de sus potencialidades. Por lo tanto, hay que trabajar sobre sí
mismo para mejorar y ampliar sus capacidades sensitivas, psíquicas y comportamientos. Los
fenómenos experimentados en estos grupos, en mi opinión, representaban la punta de lanza
de una cultura psicológica generalizada a través de la cual el desarrollo de la dimensión
propiamente psicológica del individuo es en sí mismo su propio fin. Son así desconectados
de la sociedad, descomprometidos, en el sentido fuerte de la palabra. Por eso pienso que se
puede hablar a este respecto de "individuos por exceso": exceso de subjetividad, que en su punto
límite conduce al narcisismo. Realmente se trata de un fenómeno social de gran amplitud. Para
esquematizar, muchos individuos contemporáneos están en una suerte de vacío social porque no
están encuadrados, o lo están muy poco, por regulaciones colectivas, y no están conducidos por
aspiraciones colectivas. Su objetivo principal es realizarse como individuos en una especie de
solipsismo. Con el costo que esto tiene y que, como muestra Alain Ehrenberg, puede instalar al
individuo en la neurosis. Tampoco tocó a todas las clases sociales, sino más bien, por lo menos al
principio, a fracciones de una clase media cultivada que tenía "bienes" y "luces" suficientes para
garantizar su independencia social. Así, el individuo por exceso se arraigaría sobre un
mantillo social confortable donde, al no presentar ya problemas la vida social, en
apariencia, uno puede volverse sobre sí mismo y consagrarse a la exploración de su
perímetro subjetivo.

Propuse llamar "individuos por exceso" a un perfil más circunscrito de individuos que llevan
al límite los efectos de características importantes de la coyuntura social actual: la
descolectivización, la desinstitucionalización, el ascenso de un individualismo ligado a un
alejamiento de las pertenencias y los valores colectivos.

¿Qué es un individuo por defecto?


Son individuos, pero individuos atrapados en la contradicción de no poder ser los
individuos que aspiran a ser. Nos encontramos en una sociedad donde la presión para ser un
individuo es muy fuerte y casi nadie escapa a esto. No sólo en la relación con el trabajo se
expresa lo que podría llamarse el deseo generalizado de ser un individuo. También habría que
dejar constancia de los efectos de la desinstitucionalización del orden familiar que se despliega
desde mediados de los años sesenta, en forma paralela a la crisis de las instituciones del trabajo.
esto significa que la familia no está ya inscrita en una relación tradicional de autoridad que
institucionaliza de una manera rígida la dependencia entre sus miembros. Se ha convertido en
una estructura relacional ampliamente privatizada que se supone que funciona con el
consentimiento mutuo" y en cuyo seno cada uno de los miembros es reconocido en su
individualidad aflojamiento de los encuadres institucionales concierne al conjunto de las
instituciones. Por lo tanto, la cuestión no es sólo saber si los individuos están más o menos
deslindados de las coerciones colectivas, puesto que todos lo están en cierto modo, sino
también saber en qué medida tienen la capacidad de asumir ese margen de libertad que
ahora se les da. Precisamente llamo "individuos por defecto" a aquellos que carecen de los
recursos necesarios para asumir positivamente su libertad de individuos. La manera más
sintética de decirlo es acaso expresar que se pasa de la precariedad al precariado, y que el
precariado instala a sus víctimas en una impotencia para realizarse como individuos. En efecto,
ya no se puede considerar la precariedad solamente como una situación transitoria, un momento
más o menos penoso para atravesar a la espera del "empleo duradero". Uno puede instalarse en la
precariedad. Hablar de precariedad permanente, de empleo temporario permanente, de
inestabilidad permanente no es hacer juegos de palabras. Estas expresiones abarcan una multitud
de situaciones en cuyo seno se desarrolla lo que se podría llamar una cultura de lo aleatorio. La
precariedad puede convertirse en un estado, un estrato permanente de la división del trabajo, una
suerte de sub-salariado, si se entiende porasalariado el estatuto del empleo de la sociedad salarial
dotado de las prerrogativas completas del derecho del trabajo y de la protección social.

El desarrollo de los sistemas de protección colectiva, que puse de manifiesto a través del proceso
de construcción de la propiedad social, había permitido el retorno de la clase no propietaria al
seno de la nación, dándole las prerrogativas de la ciudadanía social. El individuo moderno
caracterizado por la posibilidad de una independencia social fundada sobre el soporte de la
propiedad privada, luego de la propiedad social, permanece todavía en el centro del
dispositivo. Pero esta centralidad es erosionada, y por los dos extremos. Por arriba, es la
promoción de los individuos por exceso que escapan a la vez a las coerciones y las
protecciones que constituían el basamento de la independencia del individuo moderno. Podría
decirse que tienen la capacidad de evadirse de la sociedad porque, por la abundancia de los
soportes de que disponen, ésta deja de pesar sobre ellos, o por lo menos eso creen. Pero la
estructura del individuo moderno se deteriora también por la parte inferior, con la
multiplicación de los individuos por defecto que perdieron o que no logran acceder al
umbral de los soportes de la propiedad social, al mismo tiempo que no están protegidos por
la propiedad privada.

Tratando de responder a la pregunta: ¿cuáles son las condiciones que hacen posible la existencia
del individuo? Este bosquejo expresa dos proposiciones principales:

- No hay individuos sin soportes, porque es una experiencia terrible ser solamente un
individuo. El vagabundo de las sociedades preindustriales ejemplifica esta existencia
cortada de todo vínculo, completamente ajeno al orden del trabajo y a toda inscripción
comunitaria. La individualidad total es la desafiliación total, el distanciamiento con
respecto a toda pertenencia y todo soporte que coloca al individuo en una suerte de
ipseidad social. Para ser positivamente un individuo hay que estar afiliado o
re-afiliado, es decir, que el individuo debe disponer de puntos de apoyo sobre cuya
base pueda asegurar su independencia social. En la primera modernidad, la propiedad
constituye el soporte necesario cuando no había otros, lo que queda demostrado por la
condición de la "clase no propietaria", cuyo paradigma está representado por el
proletario. Pudo ser plenamente un individuo cuando se hizo propietario de derechos
sociales (derecho del trabajo, protección social), que le dieron las condiciones de base de
su independencia. Se trata del asalariado protegido que, se convierte en la figura central
de nuestra formación social, que no fue llamada por azar la "sociedad salarial”. Cuando
esta propiedad social se fisura, se vuelve a instalar en nuestra formación social un perfil
de individuos amenazados por la necesidad, que enfrentan día a día la precariedad y la
incertidumbre del mañana, y para los cuales la supervivencia se vuelve un
combate-cotidiano.
- No hay individuos sin Estado, porque el Estado es el soporte de los soportes, ya sea
porque los garantiza y los defiende (derecho de propiedad), o porque es el ejecutor
que presidió su constitución (derechos sociales). Esta proposición parece justificada
incluso si se trata del "Estado mínimo" predicado por el liberalismo y que se impuso en la
primera modernidad. El Estado es el garante del soporte propiedad, base de la concepción
liberal del individuo. El papel desempeñado por el Estado social es muy diferente pero
igualmente esencial pues interviene para construir de manera progresiva una ceñida red
de protecciones que van a permitir el acceso a una individualidad plena y total de la
mayoría de la población. Pero conviene recalcar que el modo de existencia del Estado
social no es solamente el de grandes regulaciones colectivas. Las construcciones del
Estado social, bajo la forma de la propiedad social, también fueron de alguna manera
interiorizadas por los propios individuos. La posibilidad de ser un individuo, por lo
menos para la "clase no propietaria", fue sustentada por el Estado social, y sus
producciones están como "implantadas" en el individuo.

Unidad II
Marx- La ideologia alemana
Feuerbach. Contraposición entre la concepción materialista y la idealista.
Premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia
La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos
humanos vivientes. El primer estado de hecho comprobable es, por tanto, la organización
corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de
la naturaleza. El hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que
comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se halla condicionado por su
organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente
su propia vida material. El modo como los hombres producen sus medios de vida depende,
ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que se trata de
reproducir. tal y como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide, por
consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo cómo
producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su
producción. Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez,
un intercambio entre los individuos. La forma de este intercambio se halla condicionada, a su
vez, por la producción.

Esencia de la concepción materialista de la historia. El ser social y la conciencia social.


Determinados individuos, que, como productores, actúan de un determinado modo,
contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica
tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna
clase de falsificación, la trabazón existente entre la organización social y política y la
producción. La organización social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida
de determinados individuos. La producción de las ideas y representaciones, de la
conciencia, aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el
comercio material de los hombres, como el Lenguaje de la vida real. Las representaciones,
los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí, como
emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción
espiritual.

Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, no se parte de lo que los


hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado,
representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte
del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone
también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. La
moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a
ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su
propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción
material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y
los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la
que determina la conciencia.

Y este modo de considerar las cosas no es algo incondicional. Parte de las condiciones reales
y no las pierde de vista ni por un momento. Sus condiciones son los hombres, pero no vistos
y plasmados a través de la fantasía, sino en su proceso de desarrollo real y empíricamente
registrable, bajo la acción de determinadas condiciones. Tan pronto como se expone este
proceso activo de vida, la historia deja de ser una colección de hechos muertos, como lo es para
los empiristas, todavía abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como para los
idealistas.

Historia - Relaciones históricas primarias, o aspectos básicos de la actividad social:


producción de medios de subsistencia, creación de nuevas necesidades, reproducción del
hombre, relación social, conciencia.
Debemos comenzar señalando que la primera premisa de toda existencia humana y también, por
tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, para "hacer historia", en condiciones de
poder vivir. Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y
algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los
medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la
vida material misma. Por consiguiente, lo primero, en toda concepción histórica, es observar
este hecho fundamental en toda su significación y en todo su alcance y colocarlo en el lugar que
le corresponde.

Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad, la acción de satisfacerla y la


adquisición del instrumento necesario para ello, conduce a nuevas necesidades, y esta
creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico.

El tercer factor que aquí interviene desde un principio en el desarrollo histórico es el de


que los hombres que renuevan diariamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a
crear a otros hombres, a procrear: es la relación entre hombre y mujer, entre padres e hijos, la
familia. Esta familia, que al principio constituye la única relación social, más tarde, cuando las
necesidades, al multiplicarse, crean nuevas relaciones sociales y, a su vez, al aumentar el censo
humano, brotan nuevas necesidades, pasa a ser (salvo en Alemania) una relación secundaria y
tiene, por tanto, que tratarse y desarrollarse con arreglo a los datos empíricos existentes, y no
ajustándose al "concepto de la familia" misma, como se suele hacer en Alemania.

Estos tres aspectos de la actividad social no deben considerarse como tres fases distintas, la
producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación,
se manifiesta inmediatamente como una doble relación -de una parte, como una relación
natural, y de otra como una relación social-social, en el sentido de que por ella se entiende
la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier
modo y para cualquier fin. De donde se desprende que un determinado modo de
producción o una determinada fase industrial lleva siempre aparejado un determinado
modo de cooperación o una determinada fase social, modo de cooperación que es, a su vez,
una "fuerza productiva"; que la suma de las fuerzas productivas accesibles al hombre
condiciona el estado social y que, por tanto, la "historia de la humanidad" debe estudiarse
y elaborarse siempre en conexión con la historia de la industria y del intercambio.

Después de haber considerado ya cuatro momentos, cuatro aspectos de las relaciones históricas
originarias, caemos en la cuenta de que el hombre tiene también "conciencia". Pero, tampoco
esta es de antemano una conciencia "pura". El "espíritu" nace ya tarado con la maldición de
estar "preñado" de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en
movimiento, de sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo
como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe
también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el
lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios del intercambio con los
demás hombres. Donde existe una relación, existe para mí, pues el animal no se "comporta"
ante nada ni, en general, podemos decir que tenga “comportamiento” alguno. Para el animal, sus
relaciones con otros no existen como tales relaciones. La conciencia, por tanto, es ya de
antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La
conciencia es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea
y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente de
sí mismo; y es, al mismo tiempo, conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al
hombre como un poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante el que los
hombres se comportan de un modo puramente animal y que los amedrenta como al ganado; es,
por tanto, una conciencia puramente animal de la naturaleza (religión natural).

Inmediatamente, vemos aquí que esta religión natural o este determinado comportamiento hacia
la naturaleza se hallan determinados por la forma social, y a la inversa. En este caso, como en
todos, la identidad entre la naturaleza y el hombre se manifiesta también de tal modo que el
comportamiento limitado de los hombres hacia la naturaleza condiciona el limitado
comportamiento de unos hombres para con otros, y éste, a su vez, su comportamiento limitado
hacia la naturaleza, precisamente porque la naturaleza apenas ha sufrido aún ninguna
modificación histórica. Y, por otra parte, la conciencia de la necesidad de entablar relaciones con
los individuos circundantes es el comienzo de la conciencia de que el hombre vive, en general,
dentro de una sociedad. Este comienzo es algo tan animal como la propia vida social en esta fase:
es, simplemente, una conciencia gregaria. Esta conciencia gregaria o tribal se desarrolla y
perfecciona después, al aumentar la producción, al acrecentarse las necesidades y al
multiplicarse la población, que es el factor sobre que descansan los dos anteriores. De este
modo se desarrolla la división del trabajo, que originariamente no pasaba de la división del
trabajo en el acto sexual y, más tarde, de una división del trabajo introducida de un modo
"natural" en atención a las dotes físicas.

La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se
separan el trabajo físico y el intelectual". Desde este instante, puede ya la conciencia
imaginarse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la práctica
existente, que representa realmente algo, sin representar algo real; desde este instante, se halla
la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la
teoría "pura", de la teología "pura", la filosofía y la moral "puras", etc. Pero, aun cuando
esta teoría, esta teología, esta filosofía, esta moral, etc., se hallen en contradicción con las
relaciones existentes, esto sólo podrá explicarse porque las relaciones sociales existentes se
hallan, a su vez, en contradicción con la fuerza productiva existente.

Conclusiones de la concepción materialista de la historia: continuidad del proceso


histórico, transformación de la historia en historia universal, necesidad de la revolución
comunista
La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota
los materiales, capitales y fuerzas de producción transmitidas por cuantas la han precedido; es
decir, que, de una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad
precedente, mientras que, de otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una
actividad totalmente diversa, lo que podría tergiversar especulativamente, diciendo que la
historia posterior es la finalidad de la que la precede, mediante cuya interpretación la historia
adquiere sus fines propios e independientes y se convierte en una «persona junto a otras
personas», mientras que lo que designamos con las palabras «determinación», «fin», «germen»,
«idea», de la historia anterior no es otra cosa que una abstracción de la historia posterior, de la
influencia activa que la anterior ejerce sobre ésta.

Cuanto más se extienden, en el curso de esta evolución, los círculos concretos que influyen los
unos en los otros, cuanto más se destruye el primitivo encerramiento de las diferentes
nacionalidades por el desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del
trabajo que ello hace surgir por vía espontánea entre las diversas naciones, tanto más la historia
se convierte en historia universal. De donde se desprende que esta transformación de la historia
en historia universal no constituye, ni mucho menos, un simple hecho abstracto de la
«autoconciencia», del espíritu universal o de cualquier otro espectro metafísico, sino un hecho
perfectamente material y empíricamente comprobable, del que puede ofrecernos una prueba
cualquier individuo, tal y como es, como anda y se detiene, come, bebe y se viste.

La clase dominante, y la conciencia dominante. Como se ha formado la concepción


hegeliana de la dominación del espíritu en la historia
Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros
términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo
tiempo, su poder espiritual dominante. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión
ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes
concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase
dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. La división del
trabajo, con que nos encontrábamos ya más arriba como una de las potencias
fundamentales de la historia anterior, se manifiesta también en el seno de la clase
dominante como división del trabajo físico e intelectual, de tal modo que una parte de esta
clase se revela como la que da sus pensadores, mientras que los demás adoptan ante estas
ideas e ilusiones una actitud más bien pasiva y receptiva, ya que son en realidad los miembros
activos de esta clase y disponen de poco tiempo para formarse ilusiones e ideas acerca de sí
mismos.

En efecto, cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes de ella se ve
obligada, para poder sacar adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés
como el interés común de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresando esto mismo
en términos ideales, a imprimir a sus ideas la forma de lo general, a presentar estas ideas como
las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta. La clase revolucionaria aparece de
antemano, ya por el solo hecho de contraponerse a una clase, no como clase, sino como
representante de toda la sociedad, como toda la masa de la sociedad, frente a la clase única,
a la clase dominante. y puede hacerlo así, porque en los comienzos su interés se armoniza
realmente todavía más con el interés común de todas las demás clases no dominantes y, bajo la
opresión de las relaciones existentes, no ha podido desarrollarse aún como el interés específico
de una clase especial.

La actitud del Estado y del derecho hacia la propiedad


La primera forma de la propiedad es, tanto en el mundo antiguo como en la Edad Media,
la propiedad tribal. Entre los pueblos antiguos, teniendo en cuenta que en una misma ciudad
convivian diversas tribus, la propiedad tribal aparece como propiedad del Estado y el
derecho del individuo a disfrutarla, como simple possessio, la cual, sin embargo, se limita,
como la propiedad tribal en todos los casos, a la propiedad sobre la tierra. La verdadera
propiedad privada, entre los antiguos, al igual que entre los pueblos modernos, comienza con
la propiedad mobiliaria. En los pueblos surgidos de la Edad Media, la propiedad tribal se
desarrolla pasando por varias etapas hasta llegar al capital moderno, condicionado por la
gran industria y la competencia universal, a la propiedad privada pura, que se ha despojado
ya de toda apariencia de comunidad y ha eliminado toda influencia del Estado sobre el
desarrollo de la propiedad. A esta propiedad privada moderna corresponde el Estado
moderno, paulatinamente comprado, mediante el sistema de impuestos en rigor, por los
propietarios privados, entregado completamente a éstos merced a la deuda pública y cuya
existencia, como revela el alza y la baja de los valores del Estado en la Bolsa, depende
enteramente del crédito comercial que le concedan los propietarios privados, los burgueses.
La burguesía, por ser ya una clase, y no un simple estamento, se halla obligada a organizarse en
un plano nacional y no ya solamente en un plano local y a dar a sus intereses comunes una forma
general.

Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra


una existencia propia junto a la sociedad civil y al margen de ella; pero no es tampoco más
que la forma de organización a que necesariamente se someten los burgueses, tanto en lo
interior como en lo exterior, para la mutua garantía de su propiedad y de sus intereses. La
independencia del Estado sólo se da, hoy día, en aquellos países en que los estamentos aún no se
han desarrollado totalmente hasta convertirse en clases, donde aún desempeñan cierto papel los
estamentos, eliminados ya en los países más avanzados, donde existe cierta mezcla y donde, por
tanto, ninguna parte de la población puede llegar a dominar sobre las demás.

Como el Estado es la forma bajo la que los individuos de la clase dominante hacen valer sus
intereses comunes y en la que se condensa toda la sociedad civil de la época, se sigue de aquí que
todas las instituciones comunes se objetivan a través del Estado y adquieren a través de él la
forma política. De ahí la ilusión de que la ley se basa en la voluntad y, además, en la voluntad
desgajada de su base real, en la voluntad libre.

El derecho privado se desarrolla conjuntamente con la propiedad privada a partir de la


desintegración de la comunidad natural. En los pueblos modernos, donde la comunidad
feudal fue disuelta por la industria y el comercio, el nacimiento de la propiedad privada y el
derecho privado abrió una nueva fase, susceptible de un desarrollo ulterior. La primera
ciudad que en la Edad Media mantenía un comercio extenso por mar, Amalfi, fue también la
primera en que se desarrolló un derecho marítimo. Y tan pronto como, primero en Italia y más
tarde en otros países, la industria y el comercio se encargaron de seguir desarrollando la
propiedad privada.

El derecho privado proclama las relaciones de propiedad existentes como el resultado de la


voluntad general. El mismo derecho de usar y de abusar, expresa, de una parte, el hecho de que la
propiedad privada descansa sobre la voluntad privada como el derecho a disponer
arbitrariamente de la cosa. En la practica, el abusar tropieza con limitaciones económicas muy
determinadas y concretas para el propietario privado, si no quiere que su propiedad, y con ella su
derecho de abusar pasen a otras manos, puesto que la cosa no es tal cosa simplemente en
relación con su voluntad, sino que solamente se convierte en verdadera propiedad en el comercio
e independientemente del derecho a una cosa.

Tan pronto como el desarrollo de la industria y del comercio hace surgir nuevas formas de
intercambio, por ejemplo, las compañías de seguros, etc., el derecho se ve obligado, en cada
caso, a dar entrada a estas formas entre los modos de adquirir la propiedad.
Nada más usual que la idea de que en la historia, hasta ahora, todo ha consistido en la acción de
tomar. Los bárbaros tomaron el Imperio romano, y con esta toma se explica el paso del mundo
antiguo al feudalismo. El acto de tomar se halla, además, condicionado por el objeto que se toma.
La fortuna de un banquero, consistente en papeles, no puede en modo alguno, ser tomada sin que
quien la tome se someta a las condiciones de producción y de intercambio del país tomado. Y lo
mismo ocurre con todo el capital industrial de un país industrial moderno. Finalmente, la acción
de tomar se termina siempre muy pronto, y cuando ya no hay nada que tomar necesariamente
hay que empezar a producir. Y de esta necesidad de producir, muy pronto declarada, se sigue el
que la forma de la comunidad adoptada por los conquistadores instalados en el país tiene
necesariamente que corresponder a la fase de desarrollo de las fuerzas productivas con que allí se
encuentran o, cuando no es ése el caso, modificarse a tono con las fuerzas productivas.

Marx- Trabajo asalariado y capital


Expondremos en tres grandes apartados:

1) La relación entre el trabajo asalariado y el capital, la esclavitud del obrero, la dominación del
capitalista.

2) La inevitable ruina, bajo el sistema actual, de las clases medias burguesas y del llamado
estamento campesino.

3) El sojuzgamiento y la explotación comercial de las clases burguesas de las distintas naciones


europeas por Inglaterra, el déspota del mercado mundial.

¿Qué es el salario? ¿Cómo se determina?

El salario es la cantidad de dinero que el capitalista paga por un determinado tiempo de


trabajo o por la ejecución de una tarea determinada. Por tanto, diríase que el capitalista les
compra con dinero el trabajo de los obreros. Estos le venden por dinero su trabajo. Pero esto no
es más que apariencia. Lo que en realidad venden los obreros al capitalista por dinero es su
fuerza de trabajo. Y, una vez comprada, la consume, haciendo que los obreros trabajen
durante el tiempo estipulado. La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía, ni más ni menos
que el azúcar. Aquélla se mide con el reloj, ésta, con la balanza.

Por tejer durante doce horas, dos marcos. Y estos dos marcos, ¿no representan todas las demás
mercancías que pueden adquirirse por la misma cantidad de dinero? En realidad, el obrero ha
cambiado su mercancía, la fuerza de trabajo, por otras mercancías de todo género, y
siempre en una determinada proporción. Por tanto, los dos marcos expresan la proporción en
que la fuerza de trabajo se cambia por otras mercancías, o sea el valor de cambio de la fuerza de
trabajo. Ahora bien, el valor de cambio de una mercancía, expresado en dinero, es precisamente
su precio. Por tanto, el salario no es la parte del obrero en la mercancía por él producida. El
salario es la parte de la mercancía ya existente, con la que el capitalista compra una
determinada cantidad de fuerza de trabajo productiva.

La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía que su propietario, el obrero asalariado,
vende al capital. ¿Para qué la vende? Para vivir.

La fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero, la
manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital la vende a otro para asegurarse los
medios de vida necesarios. Trabaja para vivir. El obrero ni siquiera considera el trabajo
parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su vida. Es una mercancía que se ha
adjudicado a un tercero. Por eso el producto de su actividad no es tampoco el fin de esta
actividad. Lo que produce para sí mismo es el salario; y la seda, el oro y el palacio se
reducen para él a una determinada cantidad de medios de vida, si acaso a una chaqueta de
algodón, unas monedas de cobre y un cuarto en un sótano. La fuerza de trabajo no ha sido
siempre una mercancía. El trabajo no ha sido siempre trabajo asalariado, es decir, trabajo
libre. El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al esclavista, del mismo modo que el buey no
vende su trabajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuerza de
trabajo, a su dueño.

El siervo de la gleba es un atributo del suelo y rinde frutos al dueño de éste. En cambio, el obrero
libre se vende él mismo y además, se vende en partes. Subasta 8, 10, 12, 15 horas de su vida, día
tras día, entregándolas al mejor postor, al propietario de las materias primas, instrumentos de
trabajo y medios de vida; es decir, al capitalista. El obrero no pertenece a ningún propietario
ni está adscrito al suelo, pero las 8, 10, 12, 15 horas de su vida cotidiana pertenecen a quien
se las compra. Pero el obrero, cuya única fuente de ingresos es la venta de su fuerza de trabajo,
no puede desprenderse de toda la clase de los compradores, es decir, de la clase de los
capitalistas, sin renunciar a su existencia. No pertenece a tal o cual capitalista, sino a la
clase capitalista en conjunto.

El salario es, como hemos visto, el precio de una determinada mercancía, de la fuerza de trabajo.
Por tanto, el salario se halla determinado por las mismas leyes que determinan el precio de
cualquier otra mercancía.

Ahora bien, nos preguntamos: ¿Cómo se determina el precio de una mercancía?

¿Qué es lo que determina el precio de una mercancía?


Es la competencia entre compradores y vendedores, la relación entre la demanda y la
oferta, entre la apetencia y la oferta. La competencia que determina el precio de una mercancía
tiene tres aspectos.

La misma mercancía es ofrecida por diversos vendedores. Quien venda mercancías de igual
calidad a precio más barato, puede estar seguro de que eliminará del campo de batalla a los
demás vendedores y se asegurará mayor venta. Por tanto, los vendedores se disputan
mutuamente la venta, el mercado. Todos quieren vender, vender lo más que puedan, y, si es
posible, vender ellos solos, eliminando a los demás. Por eso unos venden más barato que otros.
Tenemos, pues, una competencia entre vendedores, que abarata el precio de las mercancías
puestas a la venta.

Pero hay también una competencia entre compradores, que a su vez, hace subir el precio de
las mercancías puestas a la venta. Y, finalmente, hay la competencia entre compradores y
vendedores; unos quieren comprar lo más barato posible, otros vender lo más caro que
puedan.

La industria lanza al campo de batalla a dos ejércitos contendientes, en las filas de cada uno de
los cuales se libra además una batalla intestina. El ejército cuyas tropas se pegan menos entre sí
es el que triunfa sobre el otro.

Cuando la oferta de una mercancía es inferior a su demanda, la competencia entre los


vendedores queda anulada o muy debilitada. Y en la medida en que se atenúa esta
competencia, crece la competencia entablada entre los compradores. Resultado: alza más o
menos considerable de los precios de las mercancías. Si el precio está determinado por la
relación entre la oferta y la demanda, ¿qué es lo que determina esta relación entre la oferta y la
demanda?

Hemos visto que la relación variable entre la oferta y la demanda lleva aparejada tan pronto el
alza como la baja de los precios determina tan pronto precios altos como precios bajos. Si el
precio de una mercancía sube considerablemente, porque la oferta baje o porque crezca
desproporcionadamente la demanda, con ello necesariamente bajará en proporción el precio de
cualquier otra mercancía, pues el precio de una mercancía no hace más que expresar en dinero la
proporción en que otras mercancías se entregan a cambio de ella.

¿Qué ocurrirá al subir el precio de una mercancía? Una masa de capitales afluirá a la rama
industrial floreciente, y esta afluencia de capitales al campo de la industria favorecida
durará hasta que arroje las ganancias normales. Si el precio de una mercancía desciende
por debajo de su coste de producción, los capitales se retirarán de la producción de esta
mercancía. Esta huida de los capitales irá reduciendo la producción de aquella mercancía, es
decir, su oferta, hasta que corresponda a la demanda, y, por tanto, hasta que su precio vuelva
a levantarse al nivel de su coste de producción, o, mejor dicho, hasta que la oferta sea inferior a
la demanda; es decir, hasta que su precio rebase nuevamente su coste de producción.

Vemos, pues, que el precio de una mercancía se determina por su coste de producción, de
modo que las épocas en que el precio de esta mercancía rebasa el coste de producción se
compensan con aquellas en que queda por debajo de este coste de producción, y viceversa.

La determinación del precio por el coste de producción equivale a la determinación del precio
por el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, pues el coste de
producción está formado:

1) por las materias primas y el desgaste de los instrumentos, es decir, por productos
industriales cuya fabricación ha costado una determinada cantidad de jornadas de trabajo y que
representan, por tanto, una determinada cantidad de tiempo de trabajo. y

2) por el trabajo directo; cuya medida es también el tiempo.


La remuneración del trabajo subirá o bajará según la relación entre la demanda y la
oferta, según el cariz que presente la competencia entre los compradores de la fuerza de
trabajo, los capitalistas, y los vendedores de la fuerza de trabajo, los obreros. A las
oscilaciones de los precios de las mercancías en general les corresponden las oscilaciones del
salario. Pero, dentro de estas oscilaciones, el precio del trabajo se hallará determinado por el
coste de producción, por el tiempo de trabajo necesario para producir esta mercancía, que es la
fuerza de trabajo.

Ahora bien, ¿cuál es el coste de producción de la fuerza de trabajo? Es lo que cuesta


sostener al obrero como tal obrero y educarlo para este oficio. Por tanto, cuanto menos
tiempo de aprendizaje exija un trabajo, menor será el coste de producción del obrero, más
bajo el precio de su trabajo, su salario. En las ramas industriales que no exigen apenas
tiempo de aprendizaje, bastando con la mera existencia corpórea del obrero, el coste de
producción de éste se reduce casi exclusivamente a las mercancías necesarias para que
aquél pueda vivir en condiciones de trabajar. Por tanto, aquí el precio de su trabajo estará
determinado por el precio de los medios de vida indispensables.

Pero hay que tener presente, además, otra circunstancia. El fabricante, al calcular su coste de
producción, y con arreglo a él el precio de los productos, incluye en el cálculo el desgaste de los
instrumentos de trabajo. Si una máquina le cuesta, por ejemplo, mil marcos y se desgasta
totalmente en diez años, agregará cien marcos cada año al precio de las mercancías fabricadas,
para, al cabo de los diez años, poder sustituir la máquina ya agotada, por otra nueva. Del mismo
modo hay que incluir en el coste de producción de la fuerza de trabajo simple el coste de
procreación que permite a la clase obrera estar en condiciones de multiplicarse y de
reponer los obreros agotados por otros nuevos. El desgaste del obrero entra, por tanto, en
los cálculos, ni más ni menos que el desgaste de las máquinas. Por tanto, el coste de
producción de la fuerza de trabajo simple se cifra siempre en los gastos de existencia y
reproducción del obrero. El precio de este coste de existencia y reproducción es el que
forma el salario. El salario así determinado es lo que se llama el salario mínimo. Al igual
que la determinación del precio de las mercancías en general por el coste de producción, este
salario mínimo no rige para el individuo, sino para la especie. Hay obreros, millones de obreros,
que no ganan lo necesario para poder vivir y procrear; pero el salario de la clase obrera en
conjunto se nivela, dentro de sus oscilaciones, sobre la base de este mínimo. Ahora, después de
haber puesto en claro las leyes generales que regulan el salario, al igual que el precio de
cualquier otra mercancía, ya podemos entrar de un modo más concreto en nuestro tema. El
capital está formado por materias primas, instrumentos de trabajo y medios de vida de
todo género que se emplean para producir nuevas materias primas, nuevos instrumentos de
trabajo y nuevos medios de vida.

Todas estas partes integrantes del capital son hijas del trabajo, productos del trabajo,
trabajo acumulado. El trabajo acumulado que sirve de medio de nueva producción es el capital.
Así dicen los economistas. ¿Qué es un esclavo negro? Un hombre de la raza negra. Una
explicación vale tanto como la otra. Un negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se
convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón.
Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital. Arrancada a estas condiciones, no
tiene nada de capital, del mismo modo que el oro no es de por sí dinero, ni el azúcar el precio del
azúcar.

En la producción, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también
los unos sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en
común y establecer un intercambio de actividades. Para producir los hombres contraen
determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo
a través de ellos, es cómo se relacionan con la naturaleza y cómo se efectúa la producción.

Las relaciones sociales en las que los individuos producen, las relaciones sociales de
producción, cambian, por tanto, se transforman, al cambiar y desarrollarse los medios
materiales de producción, las fuerzas productivas. Las relaciones de producción forman en
conjunto lo que se llaman las relaciones sociales, la sociedad, y concretamente, una sociedad
con un determinado grado de desarrollo histórico, una sociedad de carácter peculiar y distintivo.
La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa, son otros tantos conjuntos de
relaciones de producción, cada uno de los cuales representa, a la vez, un grado especial de
desarrollo en la historia de la humanidad.

También el capital es una relación social de producción. Es una relación burguesa de


producción, una relación de producción de la sociedad burguesa. Los medios de vida, los
instrumentos de trabajo, las materias primas que componen el capital, ¿no han sido producidos y
acumulados bajo condiciones sociales dadas, en determinadas relaciones sociales?

El capital no se compone solamente de medios de vida, instrumentos de trabajo y materias


primas, no se compone solamente de productos materiales; se compone igualmente de
valores de cambio. Todos los productos que lo integran son mercancías. El capital no es,
pues, solamente una suma de productos materiales; es una suma de mercancías, de valores de
cambio, de magnitudes sociales.

¿cómo se convierte en capital una suma de mercancías, de valores de cambio?

La existencia de una clase que no posee nada más que su capacidad de trabajo es una
premisa necesaria para que exista el capital. Sólo el dominio del trabajo acumulado, pretérito,
materializado sobre el trabajo inmediato, vivo, convierte el trabajo acumulado en capital. El
capital no consiste en que el trabajo acumulado sirva al trabajo vivo como medio para nueva
producción. Consiste en que el trabajo vivo sirva al trabajo acumulado como medio para
conservar y aumentar su valor de cambio.

¿Qué acontece en el intercambio entre el capitalista y el obrero asalariado?

El obrero obtiene a cambio de su fuerza de trabajo medios de vida, pero, a cambio de estos
medios de vida de su propiedad, el capitalista adquiere trabajo, la actividad productiva del
obrero, la fuerza creadora con la cual el obrero no sólo repone lo que consume, sino que da
al trabajo acumulado un mayor valor del que antes poseía.

Por consiguiente, el capital presupone el trabajo asalariado, y éste, el capital. Ambos se


condicionan y se engendran recíprocamente.

El aumento del capital es, por tanto, aumento del proletariado, es decir, de la clase obrera.

El interés del capitalista y del obrero es, por consiguiente, el mismo, afirman los burgueses y sus
economistas. En efecto, el obrero perece si el capital no le da empleo. El capital perece si no
explota la fuerza de trabajo, y, para explotarla, tiene que comprarla. Cuanto más velozmente
crece el capital destinado a la producción, el capital productivo, y, por consiguiente, cuanto más
próspera es la industria, cuanto más se enriquece la burguesía, cuanto mejor marchan los
negocios, más obreros necesita el capitalista y más caro se vende el obrero.
Mientras el obrero asalariado es obrero asalariado, su suerte depende del capital. He ahí la tan
cacareada comunidad de intereses entre el obrero y el capitalista. Al crecer el capital, crece la
masa del trabajo asalariado, crece el número de obreros asalariados; en una palabra, la
dominación del capital se extiende a una masa mayor de individuos. Y, suponiendo el caso
más favorable: al crecer el capital productivo, crece la demanda de trabajo y crece
también, por tanto, el precio del trabajo, el salario.

Lo que el obrero percibe, en primer término, por su fuerza de trabajo, es una determinada
cantidad de dinero. Cuando hablamos del alza o de la baja del salario. no debemos fijarnos
solamente en la expresión monetaria del precio del trabajo, en el salario nominal. El salario se
halla determinado, además y sobre todo, por su relación con la ganancia, con el beneficio
obtenido por el capitalista: es un salario relativo, proporcional.

El salario real expresa el precio del trabajo en relación con el precio de las demás mercancías; el
salario relativo acusa, por el contrario, la parte del nuevo valor creado por el trabajo, que percibe
el trabajo directo, en proporción a la parte del valor que se incorpora al trabajo acumulado, es
decir, al capital. El salario es la parte de la mercancía ya existente, con la que el capitalista
compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productiva. El precio de venta de la
mercancía producida por el obrero se divide para el capitalista en tres partes: la primera, para
reponer el precio desembolsado en comprar materias primas, así como para reponer el desgaste
de las herramientas, máquinas y otros instrumentos de trabajo adelantados por él; la segunda,
para reponer los salarios por él adelantados, y la tercera, el remanente que queda después de
saldar las dos partes anteriores, la ganancia del capitalista.

¿Cuál es la ley general que rige el alza y la baja del salario y la ganancia, en sus relaciones
mutuas?

Se hallan en razón inversa. La parte de que se apropia el capital, la ganancia, aumenta en la


misma proporción en que disminuye la parte que le toca al trabajo, el salario, y viceversa.
La ganancia aumenta en la medida en que disminuye el salario y disminuye en la medida
en que éste aumenta. Aunque nos circunscribimos a las relaciones entre el capital y el trabajo
asalariado, los intereses del trabajo asalariado y los del capital son diametralmente opuestos. Un
aumento rápido del capital equivale a un rápido aumento de la ganancia. La ganancia sólo
puede crecer rápidamente si el precio del trabajo, el salario relativo, disminuye con la
misma rapidez. El salario relativo puede disminuir aunque aumente el salario real
simultáneamente con el salario nominal, con la expresión monetaria del valor del trabajo,
siempre que éstos no suban en la misma proporción que la ganancia.

Por tanto, si, con el rápido incremento del capital, aumentan los ingresos del obrero, al
mismo tiempo se ahonda el abismo social que separa al obrero del capitalista, y crece, a la
par, el poder del capital sobre el trabajo, la dependencia de éste con respecto al capital.

Incluso la situación más favorable para la clase obrera, el incremento más rápido posible del
capital, por mucho que mejore la vida material del obrero, no suprime el antagonismo entre sus
intereses y los intereses del burgués, los intereses del capitalista. Ganancia y salario seguirán
hallándose, exactamente lo mismo que antes, en razón inversa.

Que si el capital crece rápidamente, pueden aumentar también los salarios, pero que aumentarán
con rapidez incomparablemente mayor las ganancias del capitalista. La situación material del
obrero habrá mejorado, pero a costa de su situación social. El abismo social que le separa del
capitalista se habrá ahondado.

¿Cómo influye el crecimiento del capital productivo sobre el salario?

El aumento del número de capitales hace aumentar la concurrencia entre los capitalistas. El
mayor volumen de los capitales permite lanzar al campo de batalla industrial ejércitos obreros
más potentes, con armas de guerra más gigantescas. Sólo vendiendo más barato pueden unos
capitalistas desalojar a otros y conquistar sus capitales. Para poder vender más barato sin
arruinarse, tienen que producir mas barato; es decir, aumentar todo lo posible la fuerza
productiva del trabajo. Y lo que sobre todo aumenta esta fuerza productiva es una mayor división
del trabajo.

Ahora bien, ¿cómo influyen estos factores, inseparables del incremento del capital productivo, en
la determinación del salario?

Una mayor división del trabajo permite a un obrero realizar el trabajo de cinco, diez o
veinte; aumenta, por tanto, la competencia entre los obreros en cinco, diez o veinte veces. Los
obreros no sólo compiten entre sí vendiéndose unos más barato que otros, sino que
compiten también cuando uno solo realiza el trabajo de cinco, diez o veinte; y la división
del trabajo, implantada y constantemente reforzada por el capital, obliga a los obreros a
hacerse esta clase de competencia. Además, en la medida en que aumenta la división del
trabajo, éste se simplifica. Esto hace que afluyan de todas partes competidores; y, además,
recordamos que cuanto más sencillo y más fácil de aprender es un trabajo, cuanto menor
coste de producción supone el asimilárselo, más disminuye el salario, ya que éste se halla
determinado, como el precio de toda mercancía, por el coste de producción. El obrero se
esfuerza por sacar a flote el volumen de su salario trabajando más; ya sea trabajando más horas
al día o produciendo más en cada hora.

El resultado es que, cuanto más trabaja, menos jornal gana; por la sencilla razón de que en
la misma medida hace la competencia a sus compañeros, y convierte a éstos, por
consiguiente, en otros tantos competidores suyos, que se ofrecen al patrono en condiciones tan
malas como él; es decir, porque, en última instancia, se hace la competencia a sí mismo, en
cuanto miembro de la clase obrera.

La maquinaria produce los mismos efectos en una escala mucho mayor, al sustituir los obreros
diestros por obreros inexpertos, los hombres por mujeres, los adultos por niños, y porque,
además, la maquinaria, dondequiera que se implante por primera vez, lanza al arroyo a masas
enteras de obreros manuales, y, donde se la perfecciona, se la mejora o se la sustituye por
máquinas más productivas, va desalojando a ;los obreros en pequeños pelotones.

Resumiendo: cuanto más crece el capital productivo, más se extiende la división del trabajo
y la aplicación de maquinaria. Y cuanto más se extiende la división del trabajo y la
aplicación de la maquinaria, más se acentúa la competencia entre los obreros y más se
reduce su salario.

Marx- El trabajo alienado


Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender la conexión esencial entre la propiedad
privada, la codicia, la separación de trabajo, capital y tierra, la de intercambio y competencia,
valor y desvalorización del hombre, monopolio y competencia; tenemos que comprender la
conexión de toda esta enajenación con el sistema monetario.

Partimos de un hecho económico, actual. El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce,
cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una
mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del
mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo
no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y
justamente en la proporción en que produce mercancías en general.

Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su
producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del
productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha
hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su
objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio de la Economía Política como
desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la
apropiación como extrañamiento, como enajenación.

Es más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del que el trabajador sólo puede
apoderarse con el mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones. La apropiación
del objeto aparece en tal medida como extrañamiento, que cuantos más objetos produce el
trabajador, tantos menos alcanza a poseer y tanto más sujeto queda a la dominación de su
producto, es decir, del capital.

Todas estas consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se


relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño. Partiendo de este supuesto,
es evidente que cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el
mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto más pobres son él mismo y su mundo
interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más pone
el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo. Cuanto mayor es la actividad, tanto más
carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto de su trabajo, no lo es él.

El trabajador se convierte en siervo de su objeto en un doble sentido: primeramente porque


recibe un objeto de trabajo, es decir, porque recibe trabajo; en segundo lugar porque recibe
medios de subsistencia. Es decir, en primer término porque puede existir como trabajador, en
segundo término porque puede existir como sujeto físico. El colmo de esta servidumbre es que
ya sólo en cuanto trabajador puede mantenerse como sujeto físico y que sólo como sujeto físico
es ya trabajador.
Ciertamente el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el
trabajador. Produce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce belleza, pero deformidades
para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de los trabajadores a
un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas a la otra parte. Produce espíritu, pero origina
estupidez y cretinismo para el trabajador.

Hasta ahora hemos considerado el extrañamiento, la enajenación del trabajador, sólo en un


aspecto, concretamente en su relación con el producto de su trabajo. Pero el extrañamiento no
se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la actividad
productiva misma. El producto no es más que el resumen de la actividad, de la producción. Por
tanto, si el producto del trabajo es la enajenación, la producción misma ha de ser la
enajenación activa, la enajenación de la actividad; la actividad de la enajenación. En el
extrañamiento del producto del trabajo no hace más que resumirse el extrañamiento, la
enajenación en la actividad del trabajo mismo.

¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es
externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se
afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía
física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Está en lo suyo cuando no
trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado,
trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para
satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el
hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del
trabajo como de la peste.

De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales,
en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío,
y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo
humano y lo humano en lo animal.

Como quiera que el trabajo enajenado (1) convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre,
(2) lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su actividad vital, también
hace del género algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio de
la vida individual. En primer lugar hace extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual, en
segundo término se convierte a la primera, en abstracto, en fin de la última, igualmente en su
forma extrañada y abstracta.

El trabajo enajenado, por tanto:

3) Hace del ser genérico del hombre, tanto de la naturaleza como de sus facultades espirituales
genéricas, un ser ajeno para él, un medio de existencia individual. Hace extraños al hombre
su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia humana.

4) Una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado el hombre del producto de su
trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación del hombre respecto del
hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro. Lo que es
válido respecto de la relación del hombre con su trabajo, con el producto de su trabajo y consigo
mismo, vale también para la relación del hombre con el otro y con el trabajo y el producto del
trabajo del otro.

Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como un poder extraño, entonces ¿a


quién pertenece? Si mi propia actividad no me pertenece; si es una actividad ajena, forzada, ¿a
quién pertenece entonces? A un ser otro que yo.

¿Quién es ese ser?

El ser extraño al que pertenecen el trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio está aquél y
para cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo.

Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, si es frente a él un poder extraño, esto


sólo es posible porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador. Si su actividad es
para él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza, sino sólo el
hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre los hombres. Recuérdese la afirmación antes
hecha de que la relación del hombre consigo mismo únicamente es para él objetiva y real a través
de su relación con los otros hombres. Sí él, pues, se relaciona con el producto de su trabajo, con
su trabajo objetivado, como con un objeto poderoso, independiente de él, hostil, extraño, se está
relacionando con él de forma que otro hombre independiente de él, poderoso, hostil, extraño a él,
es el dueño de este objeto. Si él se relaciona con su actividad como con una actividad no libre, se
está relacionando con ella como con la actividad al servicio de otro, bajo las órdenes, la
compulsión y el yugo de otro.

Así, pues, mediante el trabajo enajenado crea el trabajador la relación de este trabajo con un
hombre que está fuera del trabajo y le es extraño. La relación del trabajador con el trabajo
engendra la relación de éste con el del capitalista o como quiera llamarse al patrono del trabajo.
La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la consecuencia necesaria del trabajo
enajenado, de la relación externa del trabajador con la naturaleza y consigo mismo.

Marx- Contribución a la crítica de la economía política


Examino el sistema de la economía burguesa en el orden siguiente: capital, propiedad agraria,
trabajo asalariado, Estado, comercio exterior, mercado mundial. Bajo las tres primeras rúbricas
estudio las condiciones económicas de vida de las tres grandes clases en que se divide la
sociedad burguesa moderna; la interconexión de las tres restantes salta a la vista.

En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e


independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un determinado
grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de producción en su
conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se erige la
superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia
social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y
espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. En cierta fase de su desarrollo, las
fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de
producción existentes. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se
convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base
económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superestructura inmensa. Cuando se
examinan tales transformaciones, es preciso siempre distinguir entre la transformación material
-que se puede hacer constar con la exactitud propia de las ciencias naturales- de las condiciones
de producción económicas y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en
breve, las formas ideológicas bajo las cuales los hombres toman conciencia de este conflicto y
luchan por resolverlo.

Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de
producción, antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo
que emana de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que
se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones
materiales para resolver dicho antagonismo. Con esta formación social se cierra, pues, la
prehistoria de la sociedad humana.

Durkheim- Las reglas del metodo sociologico


La proposición según la cual debemos tratar los hechos sociales como si fueran cosas es una de
las que más contradicciones ha provocado. Nuestro objetivo no es rebajar las formas superiores
del ser a las formas inferiores, sino reivindicar las sociales a un grado de realidad al que todo
el mundo atribuye a los hechos reales.

¿Qué es realmente una cosa? Es todo objeto de conocimiento que no se compenetra con la
inteligencia de manera natural, todo aquello de lo que no podemos hacernos una idea
adecuada por un simple procedimiento de análisis mental, todo lo que el espíritu no puede
llegar a comprender más que con la condición de que salga de sí mismo, por vía de
observaciones y experimentaciones. Tratar como cosa a los hechos de un cierto orden no es
clasificarlos de una u otra forma, sino mantener frente a ellos una actitud mental
determinada.

Lo único que se pide es que el sociólogo se ponga en estado mental en que se encuentran los
físicos, los químicos o los fisiólogos cuando se adentran en una región aun inexplorada de su
campo científico.

Otra proposición es la que presenta los fenómenos sociales como exteriores al individuo.
Como la sociedad se compone de individuos, parece de sentido común que la vida social no
tenga otro sustrato que la conciencia individual. Sin embargo, la sociedad produce fenómenos
nuevos, distintos a los que acontecen en las conciencias solitarias, por lo tanto, es preciso
admitir que tales hechos específicos residen en la sociedad misma que los produce y no en
sus partes. A razón de esto mismo, se puede decir que los hechos sociales se diferencian de los
hechos psíquicos, tienen otro sustrato y no evolucionan de la misma manera. Sin embargo,
pueden existir similitudes puesto que ambos hechos son representaciones.

Los hechos sociales consisten en maneras de hacer o de pensar, y se les reconoce por la
particularidad de que son susceptibles de ejercer una influencia coercitiva sobre las
conciencias individuales. Lo extraordinario de la coacción social se debe al prestigio del que
están investidas ciertas representaciones. Las creencias y las prácticas sociales actúan desde
afuera. Esto es lo que tiene de singular el concepto de coerción social pues todo lo que implica es
que las maneras colectivas de acusar o de pensar tienen una realidad fuera de los individuos, los
cuales se ajustan a ella todo el tiempo. Son cosas que tienen una existencia propia.

Para que haya un hecho social es necesario que varios individuos participen en su
formación, y, como esta síntesis tiene lugar fuera de cada uno de nosotros, tiene
necesariamente como efecto el de fijar, instituir fuera de nosotros ciertas maneras de obrar
y ciertos juicios que no dependen de cada voluntad particular tomada aparte. Entonces, se
puede llamar institución a todas las creencias y todos los modos de conducta instituidos por
la comunidad, así se puede definir a la sociología como la ciencia de las instituciones.

Durkheim- La división del trabajo social


Preguntarse cuál es la función de la división del trabajo es, pues, buscar a qué necesidad
corresponde. Vémonos así conducidos a considerar la división del trabajo desde un nuevo
aspecto. En efecto, los servicios económicos que puede en ese caso proporcionar, valen poca
cosa al lado del efecto moral que produce, y su verdadera función es crear entre dos o más
personas un sentimiento de solidaridad. Sea cual fuere la manera como ese resultado se
obtuviere, sólo ella suscita estas sociedades de amigos y las imprime su sello.

La solidaridad social es un fenómeno completamente moral que, por sí mismo, no se presta


a observación exacta ni, sobre todo, al cálculo. Para proceder tanto a esta clasificación como a
esta comparación, es preciso, pues, sustituir el hecho interno que se nos escapa, con un hecho
externo que le simbolice, y estudiar el primero a través del segundo.

Ese símbolo visible es el derecho. En efecto, allí donde la solidaridad social existe, a pesar de
su carácter inmaterial, no permanece en estado de pura potencia, sino que manifiesta su presencia
mediante efectos sensibles. Allí donde es fuerte, inclina fuertemente a los hombres unos hacia
otros, les pone frecuentemente en contacto, multiplica las ocasiones que tienen de encontrarse en
relación.

El derecho reproduce las formas principales de la solidaridad social, no tenemos sino que
clasificar las diferentes especies del mismo, para buscar en seguida cuáles son las diferentes
especies de solidaridad social que a aquéllas corresponden.

Para proceder metódicamente necesitamos encontrar alguna característica que, aun siendo
esencial a los fenómenos jurídicos, sea susceptible de variar cuando ellos varían. Ahora bien,
todo precepto jurídico puede definirse como una regla de conducta sancionada. Por otra
parte, es evidente que las sanciones cambian según la gravedad atribuida a los preceptos, el lugar
que ocupan en la conciencia pública, el papel que desempeñan en la sociedad. Conviene, pues,
clasificar las reglas jurídicas según las diferentes sanciones que a ellas van unidas.

Las [sanciones] hay de dos clases. Consisten esencialmente unas en un dolor, o, cuando
menos, en una disminución que se ocasiona al agente; tienen por objeto perjudicarle en su
fortuna, o en su honor, o en su vida, o en su libertad, privarle de alguna cosa de que disfruta. Se
dice que son represivas; tal es el caso del derecho penal…

En cuanto a la otra clase, no implican necesariamente un sufrimiento del agente, sino que
consisten tan sólo en poner las cosas en su sitio, en el restablecimiento de relaciones
perturbadas bajo su forma normal, bien volviendo por la fuerza el acto incriminado al tipo de que
se había desviado, bien anulándolo, es decir, privándolo de todo valor social. Se deben, pues,
agrupar en dos grandes especies las reglas jurídicas, según les correspondan sanciones represivas
organizadas, o solamente sanciones restitutivas. La primera comprende todo el derecho penal;
la segunda, el derecho civil. Busquemos ahora a qué clase de solidaridad social corresponde
cada una de esas especies.

El lazo de solidaridad social a que corresponde el derecho represivo es aquel cuya ruptura
constituye el crimen; llamamos con tal nombre a todo acto que, en un grado cualquiera,
determina contra su autor esa reacción característica que se llama pena [castigo]. Buscar cuál es
ese lazo equivale a preguntar cuál es la causa de la pena o, con más claridad, en qué consiste
esencialmente el crimen…
Podemos, pues, resumiendo el análisis que precede, decir que un acto es criminal cuando
ofende los estados fuertes y definidos de la conciencia colectiva… En otros términos, no hay que
decir que un acto hiere la conciencia común porque es criminal, sino que es criminal porque
hiere la conciencia común. No lo reprobamos porque es un crimen sino que es un crimen
porque lo reprobamos… En cuanto a la naturaleza intrínseca de esos sentimientos, es imposible
especificarla; persiguen los objetos más diversos y no sería posible dar una fórmula única. No
cabe decir que se refieran ni a los intereses vitales de la sociedad, ni a un mínimum de justicia;
todas esas definiciones son inadecuadas. Pero, por lo mismo que un sentimiento, sean cuales
fueren el origen y el fin, se encuentra en todas las conciencias con un cierto grado de fuerza y de
precisión, todo acto que le hiere es un crimen.

La pena consiste, pues, esencialmente en una reacción pasional, de intensidad graduada, que
la sociedad ejerce por intermedio de un cuerpo constituido sobre aquellos de sus miembros
que han violado ciertas reglas de conducta.

De ahí resulta una solidaridad sui generis que, nacida de semejanzas, liga directamente al
individuo a la sociedad… Esta solidaridad es la que da expresión al derecho represivo, al menos
en lo que tiene de vital…

La naturaleza misma de la sanción restitutiva basta para mostrar que la solidaridad social
a que corresponde ese derecho es de especie muy diferente. Distingue a esta sanción el no ser
expiatoria, el reducirse a un simple volver las cosas a su estado. No se impone, a quien ha
violado el derecho o a quien lo ha desconocido, un sufrimiento proporcionado al perjuicio; se le
condena, simplemente, a someterse. Si ha habido hechos consumados, el juez los restablece al
estado en que debieran haberse encontrado. Dicta el derecho, no pronuncia penas. Los daños y
perjuicios a que se condena un litigante no tienen carácter penal; es tan sólo un medio de
volver sobre el pasado para restablecerlo en su forma normal, hasta donde sea posible…

Se ha sostenido, sin embargo, que esa función no tenía nada de propiamente social sino que se
reducía a ser conciliadora de los intereses privados... Pero nada más inexacto que contemplar en
la sociedad una especie de árbitro entre las partes. Cuando se ve llevada a intervenir no es con el
fin de poner de acuerdo los intereses individuales; no busca cuál podrá ser la solución más
ventajosa para los adversarios y no les propone transacciones, sino que aplica al caso particular
que le ha sido sometido las reglas generales y tradicionales del derecho.
Todo contrato supone, pues, que detrás de las partes que se comprometen está la sociedad
dispuesta a intervenir para hacer respetar los compromisos que se han adquirido; por eso no
presta la sociedad esa fuerza obligatoria sino a los contratos que tienen, por sí mismos, un valor
social, es decir, son conformes a las reglas de derecho… Como las reglas de sanción restitutiva
son extrañas a la conciencia común, las relaciones que determinan no son de las que alcanzan
indistintamente a todo el mundo; es decir, que se establecen inmediatamente, no entre el
individuo y la sociedad, sino entre partes limitadas y especiales de la sociedad, a las cuales
relacionan entre sí…

La primera [solidaridad mecánica] no se puede fortalecer más que en la medida en que las
ideas y las tendencias comunes a todos los miembros de la sociedad sobrepasan en número
y en intensidad a las que pertenecen personalmente a cada uno de ellos. Es tanto más
enérgica cuanto más considerable es este excedente. Ahora bien, lo que constituye nuestra
personalidad es aquello que cada uno de nosotros tiene de propio y de característico, lo que le
distingue de los demás. Esta solidaridad no puede, pues, aumentarse sino en razón inversa a
la personalidad. Hay en cada una de nuestras conciencias, según hemos dicho, dos conciencias:
una que es común en nosotros a la de todo el grupo a que pertenecemos, que, por consiguiente,
no es nosotros mismos, sino la sociedad viviendo y actuando en nosotros; otra que, por el
contrario, sólo nos representa a nosotros en lo que tenemos de personal y de distinto, en lo que
hace de nosotros un individuo. La solidaridad que deriva de las semejanzas alcanza su
máximum cuando la conciencia colectiva recubre exactamente nuestra conciencia total y
coincide en todos sus puntos con ella; pero, en ese momento, nuestra individualidad es nula…

Otra cosa muy diferente ocurre con la solidaridad [orgánica] que produce la división del
trabajo. Mientras la anterior [mecánica] implica la semejanza de la división de individuos, ésta
supone que difieren unos de otros. La primera no es posible sino en la medida en que la
personalidad individual se observa en la personalidad colectiva; la segunda no es posible como
cada uno no tenga una esfera de acción que le sea propia, por consiguiente, una
personalidad. Es preciso, pues, que la conciencia colectiva deje descubierta una parte de la
conciencia individual para que en ella se establezcan esas funciones especiales que no puede
reglamentar; y cuanto más extensa es esta región, más fuerte es la cohesión que resulta de
esta solidaridad. En efecto, de una parte, depende cada uno tanto más estrechamente de la
sociedad cuanto más dividido está el trabajo, y, por otra parte, la actividad de cada uno es tanto
más personal cuanto está más especializada... Esta solidaridad se parece a la que se observa en
los animales superiores. Cada órgano, en efecto, tiene en ellos su fisonomía especial, su
autonomía, y, sin embargo, la unidad del organismo es tanto mayor cuanto que esta individuación
de las partes es más señalada. En razón a esa analogía, proponemos llamar orgánica la
solidaridad debida a la división del trabajo…

Constituye, pues, una ley histórica el que la solidaridad mecánica, que en un principio se
encuentra sola o casi sola, pierda progresivamente terreno, y que la solidaridad orgánica se
haga poco a poco preponderante. Más cuando la manera de ser solidarios los hombres se
modifica, la estructura de las sociedades no puede dejar de cambiar... Por consiguiente, si la
proposición precedente es exacta, debe haber dos tipos sociales que correspondan a esas dos
especies de solidaridad.

Si se intenta constituir con el pensamiento el tipo ideal de una sociedad cuya cohesión
resultare exclusivamente de semejanzas, deberá concebírsela como una masa
absolutamente homogénea en que las partes no se distinguirían unas de otras, y, por
consiguiente, no estarían coordinadas entre sí; en una palabra, estaría desprovista de toda
forma definida y de toda organización. Este sería el verdadero protoplasma social, el
germen de donde surgirían todos los tipos sociales. Proponemos llamar horda al agregado
así caracterizado…

Damos el nombre de clan a la horda que ha dejado de ser independiente para devenir
elemento de un grupo más extenso; y el de sociedades segmentarias a base de clans a los
pueblos constituidos por una asociación de clans. Decimos de estas sociedades que son
segmentarias, para indicar que están formadas por la repetición de agregados semejantes entre sí,
análogos a los anillos de los anélidos; y de este agregado elemental que es un clan, porque ese
nombre expresa mejor la naturaleza mixta, a la vez familiar y política. Es una familia, en cuanto
todos los miembros que la componen se consideran como parientes unos de otros, y que de
hecho son, en su mayor parte, consanguíneos. Las afinidades que engendra la comunidad de la
sangre son principalmente las que les tienen unidos… Otra es completamente la estructura de las
sociedades en que la solidaridad orgánica es preponderante.
Están constituidas, no por una repetición de segmentos similares y homogéneos, sino por un
sistema de órganos diferentes, cada uno con su función especial y formados, ellos mismos, de
partes diferenciadas.

Este tipo social descansa sobre principios hasta tal punto diferentes del anterior, que no puede
desenvolverse sino en la medida en que aquel va borrándose. En efecto, los individuos se
agrupan en él, no ya según sus relaciones de descendencia, sino con arreglo a la naturaleza
particular de la actividad social a la cual se consagran. Su medio natural y necesario no es ya
el medio natal sino el medio profesional.

Como el individuo no se basta, recibe de la sociedad cuanto le es necesario, y para ella es para
quien trabaja. Se forma así un sentimiento muy fuerte del estado de dependencia en que se
encuentra: se habitúa a estimarse en su justo valor, es decir, a no mirarse sino como la parte del
todo, el órgano de un organismo...

La estructura organizada y, por consiguiente, la división del trabajo, se desenvuelven con


regularidad a medida que la estructura segmentaria se desvanece. La organización
segmentaria es para la división del trabajo un obstáculo invencible que tiene que desaparecer, al
menos parcialmente, para que aquélla pueda surgir.

El aumento de la división del trabajo se debe, pues, al hecho de que los segmentos sociales
pierden individualidad, que los tabiques que los separan se hacen más permeables, en una
palabra, que se efectúa entre ellos una coalescencia que deja libre a la materia social para entrar
en nuevas combinaciones.

La división del trabajo progresa, pues, tanto más cuantos más individuos hay en contacto
suficiente para poder actuar y reaccionar los unos sobre los otros. Si convenimos en llamar
densidad dinámica o moral a ese acercamiento y al comercio activo que de él resulta,
podremos decir que los progresos de la división del trabajo están en razón directa a la
densidad moral o dinámica de la sociedad. Pero ese acercamiento moral no puede producir su
efecto sino cuando la distancia real entre los individuos ha, ella misma, disminuido, de cualquier
manera que sea. La densidad moral no puede, pues, aumentarse sin que la densidad
material aumente al mismo tiempo, y ésta pueda servir para calcular aquélla. Es inútil, por
lo demás, buscar cuál de las dos ha determinado a la otra, basta con hacer notar que son
inseparables

La condensación progresiva de las sociedades en el transcurso del desenvolvimiento histórico se


produce de tres maneras principales:

1- Mientras las sociedades inferiores se extienden sobre áreas inmensas con relación al
número de individuos que las componen, en los pueblos más adelantados la población se va
siempre concentrando. La industria de los nómadas, cazadores o pastores, implica, en efecto, la
ausencia de toda concentración, la dispersión sobre una superficie lo más grande posible. La
agricultura, al necesitar una vida sedentaria, supone ya un cierto cerramiento de tejidos
sociales, pero muy incompleto todavía.

2- La formación de las ciudades constituyen otro síntoma. Las ciudades resultan siempre de
la necesidad que empuja a los individuos a mantenerse unos con otros de una manera
constante, en contacto tan íntimo como sea posible; son las ciudades como puntos en que la
masa social se estrecha más fuertemente que en otras partes. No pueden, pues, multiplicarse y
extenderse si la densidad moral no se eleva.

3- El número y la rapidez de las vías de comunicación y de transmisión (densidad material),


suprimiendo o disminuyendo los vacíos que separan a los segmentos sociales, aumentan la
densidad de la sociedad. Por otra parte, no es necesario demostrar que son tanto más numerosas
y más perfeccionadas cuanto que las sociedades son de un tipo más elevado. Si la sociedad, al
condensarse, determina el desenvolvimiento de la división del trabajo, éste, a su vez, aumenta la
condensación de la sociedad. Pero no importa; la división del trabajo sigue siendo el hecho
derivado, y, por consiguiente, los progresos por que pasa se deben a los progresos paralelos de la
densidad social, cualesquiera que sean las causas de estos últimos.

De hecho, las sociedades son, generalmente, de tanto mayor volumen cuanto más
adelantadas y, por consiguiente, cuanto más dividido está en ellas el trabajo. Sabemos, en
efecto, que las sociedades están formadas por un cierto número de segmentos de extensión
desigual que mutuamente se envuelven. Entre los pueblos más adelantados se encuentran rastros
de la organización social más primitiva. El volumen social no puede, pues, dejar de aumentar,
puesto que cada especie está constituida por una repetición de sociedades de la especie
inmediatamente anterior.

Sin embargo, hay excepciones, el aumento del volumen no es necesariamente una señal de
superioridad si la densidad no crece al mismo tiempo y en la misma relación. Una sociedad
puede alcanzar grandes extensiones, porque comprende un gran número de segmentos, sea cual
fuere la naturaleza de estos últimos; pero si incluso los más grandes de entre éstos no reproducen
mas que sociedades de un tipo muy inferior, la estructura segmentaria seguirá siendo muy
pronunciada, y, por consiguiente, la organización social poco adelantada.

Podemos, pues, formular la siguiente proposición: La división del trabajo varía en razón
directa al volumen y a la densidad de las sociedades, y, si progresa de una manera continua
en el transcurso del desenvolvimiento social, es que las sociedades, de una manera regular,
se hacen más densas, y, por regla general, más voluminosas.

Nosotros decimos, no que el crecimiento y la condensación de las sociedades permitan, sino que
necesitan una mayor división del trabajo. No se trata de un instrumento por medio del cual ésta
se realice; es la causa determinante.

Pero, incluso allí donde las circunstancias exteriores inclinan más fuertemente a los individuos a
especializarse en un sentido definido, no se bastan para determinar esta especialización. Para
que resulte una especialización de la actividad es preciso que se desenvuelvan y organicen,
y ese desenvolvimiento depende evidentemente de otras causas que de la variedad de las
condiciones exteriores. Pero, ¿por qué se especializan? ¿Qué les determina a inclinarse de esa
manera del lado por el cual se distinguen unos de otros? Admite, en efecto, que la felicidad
aumenta con la potencia productiva del trabajo. Tantas veces, pues, como se dé un nuevo
medio de dividir más el trabajo, le parece imposible que no nos aprovechemos de él. Mas, bien
sabemos que las cosas no pasan así. En realidad, ese medio no tiene para nosotros valor si no
sentimos de él necesidad, y como el hombre primitivo no tiene necesidad alguna de todos esos
productos que el hombre civilizado ha aprendido a desear y que una organización más compleja
del trabajo ha tenido precisamente por efecto el suministrarle, no podemos comprender de dónde
viene la especialización creciente de las funciones como no sepamos donde esas necesidades
nuevas se han constituido.
Los hombres están sometidos a la misma ley. En una misma ciudad las diferentes profesiones
pueden coexistir sin verse obligadas a perjudicarse recíprocamente, pues persiguen objetos
diferentes. El soldado busca la gloria militar; el sacerdote, la autoridad moral; el hombre de
Estado, el poder; el industrial, la riqueza; el sabio, el renombre científico; cada uno de ellos
puede, pues, alcanzar su fin sin impedir a los otros alcanzar el suyo. Lo mismo sucede también
incluso cuando las funciones se hallan menos alejadas unas de otras. Cuanto más, sin embargo,
se aproximan las funciones, más puntos de contacto hay entre ellas, más expuestas están, por
consiguiente, a combatirse…En cuanto a los que se dedican exactamente a la misma función, no
pueden prosperar sino con detrimento unos de otros. Representándose, pues, esas diferentes
funciones en forma de un haz ramificado, salido de un tronco común, la lucha es mínima entre
los puntos extremos, mientras aumenta regularmente a medida que uno se aproxima al centro.
Así ocurre, no sólo en el interior de cada ciudad, sino, sin duda, en toda la extensión de la
sociedad. Las profesiones similares situadas sobre los diferentes puntos del territorio se hacen
una concurrencia tanto más viva cuanto son más semejantes, con tal que la dificultad de
comunicaciones y de transportes no restrinja su círculo de acción.

Toda condensación de la masa social, sobre todo si va acompañada de un aumento de la


población, determina necesariamente progresos de la división del trabajo.

La división del trabajo es, pues, un resultado de la lucha por la vida; pero es una solución
dulcificada. Gracias a ella, en efecto, los rivales no se ven obligados a eliminarse mutuamente,
sino que pueden coexistir unos al lado de otros.

Así, a medida que se desenvuelve, proporciona a un mayor número de individuos, que en


sociedades más homogéneas estarían obligados a desaparecer, los medios de mantenerse y de
sobrevivir.

Durkheim- El suicidio
El suicido como hecho social
Lo primero que debemos hacer, por lo tanto, es determinar el tipo de hechos que nos
proponemos estudiar bajo el nombre de suicidio. Los diversos tipos de muerte que hemos
analizado comparten el rasgo especial de ser obra de la víctima misma, resultan de un acto
cuyo autor es el paciente. Por otro lado, esta misma característica es el fundamento de la idea
de suicidio. Poco importa, por lo demás, la naturaleza intrínseca de los actos que producen este
resultado. Aunque por regla general nos representemos el suicidio como una acción positiva
y violenta que implica cierto empleo de fuerza muscular, puede ocurrir que una actitud
puramente negativa o una simple abstención produzcan idéntica consecuencia. Uno se mata
igual rehusando alimentarse que destruyéndose por el hierro o el fuego; tampoco es necesario
que el acto del paciente haya sido el antecedente inmediato de una muerte que no podemos
considerar efecto suyo; la relación de causalidad puede ser indirecta, sin que el fenómeno
cambie de naturaleza por ello. El iconoclasta que para conquistar la palma del martirio comete un
crimen de lesa majestad, cuya gravedad conoce, sabiendo que morirá a manos del verdugo, es tan
autor de su propio fin como si se hubiese asestado él mismo el golpe mortal. De ahí que no haya
que clasificar en grupos diferentes a estos dos tipos de muertes voluntarias, pues no existe más
diferencia entre ellas que los detalles materiales de la ejecución. Ya podemos formular nuestra
primera definición: llamamos suicidio a toda muerte que resulta, mediata o inmediatamente,
de un acto, positivo o negativo, realizado por la propia víctima.

Sin embargo, esta definición es incompleta, porque no distingue entre dos tipos de muerte
muy diferentes. No se puede incluir en la misma categoría, ni tratar de la misma forma, la
muerte de un enajenado que se precipita desde una ventana alta porque cree que está a ras de
suelo y la del hombre sano de espíritu que se mata sabiendo lo que hace. Aparte de que hay muy
pocos desenlaces que no sean la consecuencia, próxima o remota, de alguna tentativa del
paciente. La mayoría de las causas de los suicidios no están en nosotros, son externas, y no nos
afectan hasta que osamos invadir su esfera de acción.

¿Acaso sólo se mata quien ha querido matarse porque el suicidio es un homicidio intencional de
la víctima misma? Eso sería definir el suicidio atendiendo sólo a uno de sus caracteres, que, al
margen de su interés e importancia, no es fácilmente observable ni reconocible. ¿Cómo saber,
por otra parte, qué ha movido al agente, y si este buscaba la muerte o se proponía otro fin? La
intención es algo demasiado íntimo como para que pueda ser apreciada desde fuera y por medio
de aproximaciones groseras. Se sustrae hasta a la misma observación interior.

Lo que tienen en común todas las formas posibles de esta renuncia suprema es que el acto que la
consagra se realiza con conocimiento de causa; que cuando la víctima obra sabe cuál ha de ser el
resultado, sea cual fuere la razón que le haya llevado a obrar así. Todas las muertes que presentan
esta particular característica se diferencian claramente de aquellas en las que el paciente no es el
agente de su propia muerte o sólo lo es inconscientemente. Es una característica fácilmente
reconocible, porque se puede averiguar si el individuo anticipaba o no las consecuencias lógicas
de su acción. Estos hechos forman un grupo definido, homogéneo, distinto a cualquier otro y
que, por lo tanto, debemos designar con un término específico. Suicidio parece una
denominación correcta y no es necesario crear otra, porque engloba la gran generalidad de los
hechos a los que se denomina así coloquialmente. Diremos, en definitiva, que se llama suicidio
a todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto, positivo o negativo,
realizado por la víctima misma, a sabiendas del resultado. La tentativa sería el mismo acto
cuando no llega a término y no arroja como resultado la muerte.

¿Interesa nuestra definición a la sociología? Puesto que el suicidio es un acto individual que
sólo afecta al individuo, parece que debería depender únicamente de factores individuales y ser
estudiado por la psicología.

(…) En efecto, si en lugar de no ver en ellos más que acontecimientos particulares, aislados, que
deben ser examinados por separado, consideramos el conjunto de los suicidios cometidos en
una sociedad dada, durante una unidad de tiempo determinada, comprobaremos que el
total no es una simple suma de unidades independientes ni una colección, sino que
constituye por sí mismo un hecho nuevo y sui generis, con su propia unidad e individualidad,
es decir, con naturaleza propia, una naturaleza eminentemente social. (…) Así, cada
sociedad tiene, en un momento determinado de su historia, una aptitud definida para el
suicidio. Se mide la intensidad relativa de esta aptitud comparando la cifra global de
muertes voluntarias y la población de toda edad y sexo. Llamaremos a este dato numérico
tasa de la mortalidad-suicidio propia de la sociedad tomada en consideración. Se calcula,
generalmente, en relación a un millón o a cien mil habitantes. Sea lo que fuere lo que se opine
sobre este punto, lo cierto es que la tendencia existe por un motivo u otro y que cada sociedad
tiende a generar un contingente determinado de muertes voluntarias. Esta predisposición puede
ser objeto de un estudio especial, que encaja en la sociología y es el que vamos a emprender. No
pretendemos hacer un inventario lo más completo posible de todas las condiciones que pueden
influir sobre la génesis de los suicidios concretos; sólo nos interesan aquellas de las que depende
ese hecho definido que hemos llamado tasa social de suicidios.

El punto central del planteo de la sociología de Durkheim supone que un fenómeno es social
–como el suicidio -siempre que se pueda determinar que sus causas son sociales. Para esto,
el autor agrupa los suicidios en diferentes tipos que corresponden cada uno a un tipo de causa
diferente.

Causas sociales y tipos social


Existe otra forma de hacerlo; bastará con invertir el orden de nuestras investigaciones. En efecto,
sólo puede haber diferentes tipos de suicidio si dependen de causas también distintas.Toda
distinción específica, basada en causas, implica una distinción semejante en los efectos. En
consecuencia, podemos definir los tipos sociales del suicidio clasificándolos no directamente y
según sus caracteres previamente descritos, sino según las causas que los producen.

El suicidio egoista

la sociedad religiosa
Si echamos un vistazo al mapa europeo de suicidios, reconoceremos a primera vista que en los
países católicos, como España, Portugal e Italia, el suicidio está muy poco extendido,
mientras que alcanza su máximo en los países protestantes: Prusia, Sajonia y Dinamarca.
En los cantones católicos se producen cuatro o cinco veces menos suicidios que en los cantones
protestantes, sea cual fuere la nacionalidad de sus habitantes. Por lo que respecta a los judíos, su
tendencia al suicidio siempre es menor que la de los protestantes y generalmente también es
inferior, aunque en una menor medida, a la de los católicos.

Pensemos en la naturaleza de estas dos confesiones religiosas. Ambas prohíben el suicidio con
el mismo rigor. No solamente lo castigan con penas morales de una extrema severidad, sino
que una y otra enseñan igualmente que más allá de la tumba comienza una nueva vida, en
la que se castigará a los hombres por sus malas acciones, entre las que, tanto el protestantismo
como el catolicismo, incluyen el suicidio. Finalmente, para ambas confesiones, estas
prohibiciones tienen un carácter divino; no se presentan como la conclusión lógica de un
razonamiento lógico, sino que su autoridad es la de Dios mismo; si el protestantismo favorece
la tendencia al suicidio no es porque trate el tema de forma diferente al catolicismo. Y si en
este punto concreto ambas religiones se rigen por los mismos preceptos, su efecto desigual
sobre el suicidio ha de deberse a alguno de los caracteres que las diferencian a un nivel más
general.

La única diferencia esencial entre el catolicismo y el protestantismo consiste en que el


segundo admite el libre examen con mayor extensión que el primero (…) También es verdad
que el católico lo recibe todo hecho, sin examen, y no puede someterlo siquiera a la
comprobación histórica al estarle vedado el acceso a los textos originales. Todo un sistema
jerárquico y maravillosamente organizado de autoridades convierten a la tradición en algo
invariable. Todo lo que constituye variación causa horror al pensamiento católico. El
protestante es el autor de su fe. La Biblia se deja en sus manos y no se le impone ninguna
interpretación. La estructura misma del culto reformado es más sensible al individualismo
religioso. En ningún lugar, salvo en Inglaterra, existen jerarquías entre el clero protestante: el
sacerdote no depende más que de sí mismo y de su conciencia, exactamente igual que el fiel. Es
un guía más instruido que la masa general de los creyentes, pero sin autoridad especial para fijar
el dogma. Pero lo que demuestra que esta libertad de examen, proclamada por los fundadores de
la Reforma, no se ha quedado en un mero ideal es la multiplicidad creciente de sectas de todo
tipo, que tanto contrastan con la unidad indivisible de la Iglesia católica.

Llegamos a una primera conclusión: la tendencia al suicidio del protestantismo debe estar en
relación con el espíritu de libre examen que anima a esta religión. Intentemos comprender
bien esta conexión. La reflexión sólo evoluciona cuando no tiene más remedio, es decir, cuando
cierto número de ideas y sentimientos aceptados irreflexivamente, que hasta entonces bastaban
para dirigir la conducta, han perdido su eficacia. Entonces interviene para colmar un vacío que
no ha sido obra suya. (…)Si se hubiese reconstruido un nuevo sistema de creencias que se le
antojase a todo el mundo tan indiscutible como el antiguo, no se debatiría sobre él, estaría
prohibido someterlo a discusión, pues las ideas que comparte una sociedad entera extraen su
autoridad de ese asentimiento que las hace sacrosantas y las coloca por encima de toda
comprobación.

Por consiguiente, si el protestantismo da mayor importancia al pensamiento individual que


el catolicismo es porque cuenta con menos creencias y prácticas comunes. Una sociedad
religiosa no existe sin un credo colectivo y es tanto más única y tanto más fuerte cuanto más
extendido está ese credo. No une a los hombres a través del intercambio y la reciprocidad en los
servicios, vínculo temporal que supone y conlleva diferencias que la comunidad religiosa no
puede anular. Socializa a los individuos adhiriéndoles a un mismo cuerpo de doctrinas, y lo hace
tanto mejor cuanto más vasto y sólido sea ese cuerpo de doctrina.

Concluimos, por lo tanto, que la ventaja del protestantismo proviene, desde el punto de vista
del suicidio, de que es una Iglesia menos integrada que la Iglesia católica.

Podemos usar los mismos argumentos para explicar el caso del judaísmo. En efecto, la
reprobación con la que les ha perseguido durante largo tiempo el cristianismo ha creado entre los
judíos sentimientos de solidaridad de una fuerza especial. La necesidad de luchar contra la
animosidad general, la misma imposibilidad de comunicarse libremente con el resto de la
población, les ha obligado a relacionarse estrechamente entre sí.

Si la religión sólo previene el suicidio en la medida en que crea una comunidad, es probable
que otras comunidades produzcan el mismo efecto. Vamos a analizar, desde este punto de
vista, la familia y la sociedad política.

La familia

Resulta (…) que el matrimonio ejerce sobre el suicidio la acción preservativa que le es
propia, pero ésta es muy restringida, y además no actúa más que en provecho de un solo
sexo.resulta que el factor esencial de la inmunidad de las gentes casadas es la familia, es
decir, el grupo completo formado por los padres y los hijos. Sin duda, como los esposos son
miembros de ella, contribuyen también, por su parte, a producir este resultado, sólo que no como
marido o como mujer, sino como padre o como madre, como elemento de la asociación familiar.
Si la desaparición de una de ellos acrece los riesgos de matarse del otro, no es porque los
lazos que unían personalmente a ambos se hayan roto, sino porque resulta de ello una
perturbación para la familia, cuyo superviviente sufre el golpe. Reservándonos el estudiar
después la acción especial del matrimonio, diremos que la sociedad doméstica, igual que la
sociedad religiosa, es un poderoso medio de preservación contra el suicidio. Esta
preservación es mucho más completa cuanto más densa es la familia, o sea cuando
comprende un mayor número de elementos.

Supusimos que la densidad familiar dependía únicamente del número de hijos (…) Sin embargo,
la consecuencia no es necesaria y a menudo deja de producirse.

La casa puede estar desierta por muy fecundo que haya sido el hogar. Esto es lo que ocurre en los
medios cultivados, en que el hijo es enviado fuera muy joven, para hacer o para acabar su
educación, y en las regiones miserables en que una dispersión prematura se hace necesaria por
las dificultades de la existencia. Inversamente, a pesar de una natalidad mediocre, la familia
puede comprender un número suficiente y aun elevado de elementos, si los solteros adultos o los
hijos casados continúan viviendo con sus padres y formando una sola sociedad domestica.

¿De dónde proviene, en efecto, la influencia que tiene en el suicidio la densidad de la familia?
(...) Ocurre, en efecto, que la densidad de un grupo no puede descender sin que su vitalidad
disminuya; si los sentimientos colectivos tienen una energía particular, es porque la fuerza
con que cada conciencia individual los experimenta refleja en todas las demás, y
recíprocamente (…) por lo mismo que la familia es un preservativo poderoso del suicidio
preserva tanto mejor cuanto más poderosamente constituida está.

La sociedad política
Si las estadísticas no fueran tan recientes podríamos demostrar, con el mismo método, que estas
leyes también se aplican a las comunidades políticas. En efecto, la historia nos enseña que el
suicidio suele ser raro en sociedades jóvenes en vías de evolución y formación, mientras que
se multiplica a medida que estas se desintegran. En Grecia, en Roma, aparece cuando la vieja
organización de la ciudad se tambalea y su evolución creciente marca las sucesivas etapas de
decadencia. Lo mismo cabe decir del Imperio otomano. En Francia, en vísperas de la
Revolución, las alteraciones que afectaron a la sociedad tras la descomposición del antiguo
sistema social se tradujeron en el brusco aumento de suicidios del que hablan los autores de la
época. (…) Se ha escrito muchas veces que las grandes conmociones políticas multiplican los
suicidios. Pero Morselli ha demostrado, con toda razón, que los hechos contradicen esta
opinión. En todas las revoluciones habidas en Francia a lo largo del siglo XIX, el número de
suicidios ha disminuido.

Esos hechos sólo se explican de una manera: las grandes conmociones sociales, como las
grandes guerras populares, avivan los sentimientos colectivos estimulando tanto el espíritu de
partido como el patriotismo, tanto la fe política como la fe nacional y permitiendo, al dirigir toda
actividad a un mismo fin, una mayor integración de la sociedad aunque sea temporal. No es a la
crisis a la que se debe la saludable influencia cuya existencia acabamos de establecer, sino a las
luchas que genera esa crisis.

Qué entender por egoísmo


Hemos establecido, sucesivamente, las tres hipótesis siguientes:

1) El suicidio varía en razón inversa al grado de integración de la comunidad religiosa.

2) El suicidio varía en relación inversa al grado de integración de la comunidad doméstica.

3) El suicidio varía en relación inversa a la integración de la comunidad política

Nuestro enfoque demuestra que, si esas diferentes comunidades ejercen una influencia
moderadora sobre el suicidio, no es a causa de caracteres particulares de cada una de ellas,
sino de una causa que es común a todas. Llegamos, pues, a esta conclusión general: el suicidio
varía en razón inversa al grado de integración de los grupos sociales de los que forma parte
el individuo. Así pues, si llamamos egoísmo a ese estado en el que el yo individual se afirma
en exceso frente al yo social y a expensas de este último, podremos calificar de egoísta al
tipo concreto de suicidio que resulta de una individuación desmesurada.

¿Pero cómo puede tener tal origen el suicidio? Por lo pronto podemos señalar que, si la fuerza
colectiva que reprime el suicidio se debilita, este tenderá a aumentar. Cuando la sociedad
está fuertemente integrada y los individuos dependen de ella, considera que están a su
servicio y, por consiguiente, no les permite disponer de sí mismos a su antojo. En cuanto se
admite que los individuos son dueños de sus destinos, les corresponde señalar el término de
los mismos. Les falta una razón para soportar con paciencia las miserias de la vida. Porque,
cuando son solidarios con un grupo al que aman, a cuyos intereses sacrifican los suyos, ponen
más obstinación en vivir. El lazo que les liga a la causa común les une a la vida, y, por otra parte,
su elevado objetivo les impide sentir tan vivamente las contrariedades privadas. En fin, en una
sociedad coherente y vivaz hay un continuo intercambio de ideas y sentimientos así como
una mutua asistencia moral, que hace que el individuo, en vez de estar reducido a sus
propias fuerzas, participe de la energía colectiva y la busque para fortalecer la suya cuando
se debilita.

Pero estas razones son secundarias. No es ya que el individualismo excesivo favorezca la acción
de las causas suicidógenas: es que es, por sí mismo, una causa suicidógena. No sólo elimina
un obstáculo a la inclinación que impulsa a los hombres a matarse, sino que crea esa
inclinación, dando así nacimiento a un tipo especial de suicidio. Esto es lo importante porque es
lo que confiere naturaleza propia al tipo de suicidio al que acabamos de bautizar, y es lo que
justifica el nombre que le hemos dado. ¿Qué hay en el individualismo [excesivo] que pueda
explicar ese resultado?

Se dice que la vida sólo es tolerable cuando se vislumbra en ella alguna razón de ser,
cuando tiene una meta que valga la pena. El individuo en sí no es un fin suficiente, es muy
poca cosa. No solamente está limitado en el espacio, sino que lo está estrechamente en el
tiempo. Así, cuando no tenemos más objetivo que nosotros mismos, no podemos escapar a
la idea de que nuestros esfuerzos están destinados a perderse en la nada donde iremos a
parar. La aniquilación nos horroriza y en esas condiciones no tenemos el valor de vivir, es decir,
de obrar y luchar, porque pensamos que todo esfuerzo quedará en nada. En una palabra, el
egoísmo es contrario a la naturaleza humana y, por consiguiente, es demasiado precario
para perdurar.

El hombre puede obrar razonablemente sin tener que proponerse fines que le excedan. Sirven
para algo, sólo porque le sirven. Por eso, cuando no tiene otras necesidades se basta a sí mismo y
puede vivir dichoso sin más objetivo que vivir. Sólo que este no es el caso del hombre civilizado
adulto, al que caracterizan multitud de ideas, sentimientos y prácticas que no tienen ninguna
relación con las necesidades orgánicas.
Es la sociedad la que ha suscitado en nosotros unos sentimientos de simpatía y de solidaridad que
nos inclinan hacia el otro; es la sociedad la que, moldeándonos a su imagen y semejanza, nos ha
imbuido esas creencias religiosas y políticas que gobiernan nuestra conducta. Es para
desempeñar nuestro cometido social que hemos expandido nuestra inteligencia y es también la
sociedad la que, al transmitirnos la ciencia, de la que es depositaria, nos ha proporcionado los
instrumentos para ese desarrollo.

Bien merece pues, este tipo de suicidio, el nombre que le hemos dado. El egoísmo no es un
factor secundario, es su causa. Si el lazo que liga al hombre a la vida se afloja, es porque el
nexo que le une a la sociedad se ha relajado. Los incidentes de la existencia privada, que
parecen inspirar inmediatamente el suicidio y pasan por ser sus condiciones determinantes, en
realidad no son más que causas excepcionales. Si el individuo cede al menor choque de las
circunstancias es porque, en el estado en el que se encuentra, la sociedad le ha predispuesto al
suicidio.

El suicidio anomico

Anomia y crisis
La influencia agravante que tienen las crisis económicas sobre la tendencia al suicidio es de
sobra conocida. No es una relación que se compruebe sólo en casos excepcionales: es una ley.
El volumen de las quiebras es un barómetro que refleja con suficiente exactitud las variaciones
de la vida económica. Cuando, de un año a otro, estas se incrementan bruscamente, se puede
tener la certeza de que ha habido alguna perturbación grave.

En efecto, si las muertes voluntarias aumentasen al hacerse más cruda la vida, deberían
disminuir sensiblemente cuando el bienestar aumenta. Si bien cuando el precio de los
alimentos de primera necesidad se eleva en exceso ocurre lo mismo con los suicidios, no se
comprueba que desciendan por debajo de la media en caso contrario.

Así, pues, si las crisis industriales o financieras aumentan el número de suicidios no es por
lo que empobrecen, puesto que las crisis de prosperidad tienen el mismo resultado; es
porque son crisis, es decir, perturbaciones del orden colectivo.
Ningún ser vivo puede vivir, mucho menos vivir feliz, si no tiene los medios necesarios para
cubrir sus necesidades. Si se le exige más de lo que puede conceder siempre estará a disgusto y
no dejará de sentir dolor. Ahora bien, un movimiento que no puede producirse sin sufrimiento
tiende a no reproducirse. Las tendencias que no se satisfacen se atrofian y como la tendencia a
vivir no es más que el resultado de todas las demás, tiene que debilitarse si lo hacen las otras.

Con el hombre, porque la mayor parte de sus necesidades no dependen, o no en la misma


medida, del cuerpo. Podemos determinar la cantidad de alimentos necesarios para el
sostenimiento físico de una vida humana, aunque el cálculo sea más flexible que en el caso
anterior y el margen esté más abierto a la libre combinación del deseo. Pues más allá del mínimo
indispensable con el que la naturaleza está dispuesta a conformarse cuando procede
instintivamente, el intelecto más despierto vislumbra condiciones mejores, que aparecen como
fines deseables y requieren actividad. Sin embargo, los apetitos de ese género encuentran, tarde o
temprano, un límite que no pueden franquear. Pero ¿cómo fijar la cantidad de bienestar, de
confort, de lujo que puede legítimamente perseguir un ser humano? Ni en la constitución
orgánica, ni en la constitución psicológica del hombre hay nada que marque un límite a
semejantes inclinaciones. El funcionamiento de la vida individual no exige que nuestro deseo
se frene antes o después, como prueba el que no haya hecho más que evolucionar desde el
comienzo de la historia, el que cada vez lo satisfagamos más y que, sin embargo, la salud
media no se haya debilitado. En sus rasgos esenciales, la naturaleza humana de todos los
ciudadanos es la misma y no puede asignar a las necesidades ese límite variable que precisan.
Por consiguiente, como dependen del individuo, son ilimitadas. En sí misma, abstracción hecha
de todo poder regulador externo, nuestra sensibilidad es un abismo sin fondo que nada puede
colmar.

Pero entonces, si nada la contiene desde fuera, no puede ser por sí misma sino una fuente de
tormentos. Porque los deseos ilimitados son insaciables por definición y, no sin razón, se ha
considerado que la insaciabilidad es patológica. Puesto que nada los limita, sobrepasan siempre,
e indefinidamente, los medios de los que disponen; nadie sabría calcularlos, pues una sed
inextinguible es un suplicio perpetuamente renovado. Es cierto que se ha dicho que es propio de
la actividad humana desplegarse sin fin y fijarse metas que no puede alcanzar. (…) Perseguir un
fin inaccesible por definición es condenarse a un perpetuo estado de descontento. Sin duda, el
hombre tiene fe contra toda razón, y hasta cuando es irrazonable, porque la esperanza es un
placer. Puede que le sostenga algún tiempo, pero la esperanza no podría sobrevivir
indefinidamente a las repetidas decepciones de la experiencia. Ahora bien: ¿qué puede aportar el
porvenir, cuando nunca será posible alcanzar un estado permanente y no podremos acercarnos al
ideal vislumbrado? Así, cuanto más se tenga, más se querrá, puesto que las satisfacciones
recibidas estimulan las necesidades, en lugar de calmarlas. Después, para que se perciba el
placer y atempere y vele la inquietud dolorosa que lo acompaña, es preciso que el
movimiento sin fin se despliegue siempre con comodidad y sin contrariedad alguna.
Cuando existe alguna traba sólo quedan la inquietud y el malestar que conlleva. Sería un
milagro si no surgiera nunca algún obstáculo infranqueable. En estas condiciones, lo único que
nos une a la vida es un hilo muy tenue que puede romperse en cualquier momento.

Para que esto no suceda, las pasiones deben dejar de ser ilimitadas. Sólo entonces podremos
armonizarlas con nuestras facultades y satisfacerlas. Pero, puesto que no hay nada en el
individuo que le fije un límite, este debe venir impuesto desde fuera por un poder regulador que
desempeñe, en al caso de las necesidades morales, el mismo papel que el organismo en el de las
físicas. Es decir, sólo puede ser un poder moral.

Cuando los apetitos no se ven limitados automáticamente por mecanismos fisiológicos, no


pueden detenerse más que ante un límite que consideren justo. Los hombres no consentirían
en limitar sus deseos si se creyeran capaces de sobrepasar el límite que les está asignado. Sólo
que no sabrían dictarse esta ley de justicia a sí mismos por las razones que hemos expuesto.
Deben, recibirla de una autoridad a la que respeten y ante la cual se inclinen espontáneamente.
Sólo la sociedad, sea directamente y en su conjunto, sea por medio de alguno de sus
órganos, está en situación de desempeñar ese papel moderador porque es el único poder
moral superior al individuo cuya superioridad acepta este

Existe una auténtica reglamentación relativamente precisa, que no siempre adopta forma
jurídica y fija, sobre el máximo de bienestar que cada clase social puede legítimamente
buscar o alcanzar. Por otra parte, la escala así establecida no es inmutable. Cambiará según
crezca o disminuya la renta colectiva y según los cambios que experimenten las ideas
morales de la sociedad. Porque lo que tiene carácter de lujo en una época no lo tiene en otra, y
el bienestar que durante largo tiempo sólo disfrutó una clase a título excepcional acaba por
parecer rigurosamente necesario y de estricta equidad.

Bajo esta presión, cada uno percibe vagamente el extremo al que pueden llegar sus
ambiciones y no aspira a más. El ideal económico asignado a cada categoría de ciudadanos está
comprendido entre ciertos límites, dentro de los cuales los deseos pueden desplegarse con
libertad. Esta limitación relativa, y la moderación resultante, es la que hace que los hombres
se contenten con su suerte, al mismo tiempo que les estimula a mejorar. Es ese contento
medio, el que produce un sentimiento de goce tranquilo y activo, ese placer de ser y vivir que,
tanto para las sociedades como para los individuos, es la característica básica de la salud. Cada
uno está en armonía con su condición cuando no desea más que lo que puede esperar
legítimamente como precio normal de su actividad. Por otra parte, el hombre no está condenado
a una especie de inmovilidad. Puede tratar de embellecer su existencia, pero sus intentos pueden
malograrse sin que desespere por ello.

Con todo, no servirá de nada que cada cual estime justa la jerarquía de las funciones tal como
está fijada por la opinión pública si no se considera justa, al mismo tiempo, la manera en que se
recluta al personal que desempeña esas funciones. El trabajador no está en armonía con su
situación social si no está convencido de que tiene lo que debe tener.

acceso de los particulares. Y, en efecto, no hay sociedad donde esta reglamentación no exista.
Varía según los tiempos y los lugares. Antaño el nacimiento era el principio casi exclusivo de la
jerarquización social. Hoy se mantiene otra desigualdad por nacimiento: la que resulta de la
riqueza heredada y del mérito. (…) Hay quien ha creído que esta presión moral sería inútil el día
en que el estatus económico no se transmitiera

por vía hereditaria. Se ha dicho que, si se abolieran las herencias y todos entraran en la vida con
los mismos recursos, si la lucha entre los distintos competidores se entablase en condiciones de
perfecta igualdad, ningún resultado sería injusto. Todo el mundo sentiría espontáneamente que
las cosas estaban como debían estar. Efectivamente, cuanto más nos aproximemos a esa igualdad
ideal menos necesaria será la coacción social. Pero se trata de una cuestión de grado, porque
siempre subsistirá una forma de herencia: la de los dones naturales. La inteligencia, el gusto, la
valía científica, artística, literaria, industrial, el valor, la habilidad manual, son dones que cada
uno recibe al nacer, como el que ha nacido propietario recibe su capital, como el noble, en otro
tiempo, recibía su título y su función. Sólo que esta disciplina, al igual que la precedente, no
puede ser útil más que si los pueblos sometidos a ella la consideran justa. Cuando la paz y la
armonía sólo se mantienen por medio de la habilidad y la fuerza, subsisten únicamente en
apariencia; el espíritu de inquietud y el descontento están latentes; los apetitos, superficialmente
contenidos, no tardan en desbordarse (…) Pero este estado de quebrantamiento es excepcional;
no tiene lugar más que cuando la sociedad pasa por alguna crisis enfermiza. Normalmente, la
gran mayoría de los individuos considera equitativo el orden social. Cuando decimos que se
precisa autoridad para imponerlo a los particulares, de ningún modo entendemos que la violencia
sea el único medio de hacerlo. Como se trata de una reglamentación destinada a contener las
pasiones individuales, debe emanar de un poder que domine a los individuos, pero también es
preciso que se obedezca a ese poder por respeto y no por temor. Así, no es cierto que la actividad
humana pueda estar libre de todo freno. Nada hay en el mundo capaz de gozar de tal privilegio.
(…) Lo que el hombre tiene de característico es que el freno al que está sometido no es físico
sino moral, es decir, social. Recibe su ley no de un medio material que se le impone brutalmente,
sino de una conciencia superior a la suya cuyo imperio siente.

Sólo cuando la sociedad se ve perturbada por transformaciones demasiado súbitas (ya sea
por crisis dolorosas o cambios felices) es transitoriamente incapaz de ejercer esta acción; de
ahí los bruscos ascensos de la curva de los suicidios, cuya existencia hemos establecido más
arriba.

En efecto, en los casos de desastre económico se produce una descalificación que arroja
bruscamente a ciertos individuos a una situación inferior a la que ocupaban hasta entonces.
Deben rebajar sus exigencias, restringir sus necesidades y aprender a contenerse más. Pierden
todos los beneficios de la acción social y han de rehacer su educación moral.

Pero sucede lo mismo cuando el origen de la crisis está en un brusco aumento del poderío y la
fortuna. Como las condiciones de vida han cambiado, la escala que regula las necesidades no
puede ser la misma porque varía con los recursos sociales y determina en conjunto la parte que
debe corresponder a cada categoría de productores. La producción se ha alterado, pero no puede
improvisarse una nueva jerarquización. Hace falta tiempo para que la conciencia pública
reclasifique a los hombres y las cosas. Hasta que las fuerzas sociales liberadas no vuelvan a
encontrar su equilibrio, el valor permanece indeterminado y, por consiguiente, toda
reglamentación será defectuosa durante algún tiempo.

Esta explicación se ve confirmada por la singular inmunidad de la que gozan los países pobres.
Si la pobreza protege contra el suicidio es porque, en sí misma, es un freno. Por mucho que se
quiera, para satisfacer los deseos hay que contar con medios; lo que se tiene, determina lo que se
quiere tener. Por consiguiente, cuanto menos posea uno, menos intenta ampliar el círculo de sus
necesidades.

Anomia en la esfera de la industria y el comercio


Si, como en los casos precedentes, la anomalía sólo se produjera intermitentemente y en forma
de crisis agudas, podría hacer variar de vez en cuando la tasa social de suicidio, pero no sería un
factor regular y constante. Sin embargo, hay una esfera de la vida social donde hoy se presenta
en estado crónico: la del mundo del comercio y la industria. Desde hace un siglo, en efecto, el
progreso económico ha consistido, principalmente, en eximir a las relaciones industriales de toda
reglamentación. Hasta muy recientemente, todo un sistema de poderes morales tenía por función
disciplinarlos. Por lo pronto, estaba la religión, cuya influencia se hacía sentir por igual entre los
obreros y los patronos, los pobres y los ricos. (…) En efecto, la religión ha perdido la mayor
parte de su poder. El poder político, en vez de regular la vida económica, se ha convertido en su
instrumento y su servidor. Escuelas enfrentadas, economistas ortodoxos y socialistas radicales
maquinan para reducirlo al papel de intermediario, más o menos pasivo, entre las diferentes
funciones sociales. Unos quieren convertirlo en un simple guardián de los contratos privados, los
otros le asignan la tarea de llevar la contabilidad colectiva, es decir, de registrar las demandas de
los consumidores, de transmitirlas a los productores, de inventariar la renta total y repartirla
según una fórmula preestablecida. Pero unos y otros le niegan la capacidad de someter al resto de
los organismos sociales y hacerlos converger hacia un fin dominante. De una y otra parte se
proclama que el único y principal objetivo de las naciones debe ser prosperar industrialmente. Es
lo que tiene el dogma del materialismo económico, que sirve de base a estos sistemas
aparentemente opuestos. Y cómo estas teorías no hacen sino expresar el estado de opinión, la
industria ha dejado de ser percibida como un medio cuyo fin está por encima de ella para
convertirse en el fin supremo de los individuos y las sociedades. Sus apetitos se han
desatado sin que los frene ninguna autoridad.
El estado de crisis y anomalía es constante, normal, por así decirlo. La concupiscencia ha
aumentado por toda la escala social sin saber dónde posarse definitivamente. Nada podrá
calmarla, porque su objetivo está mucho más allá de lo que puede alcanzar. La realidad
carece de valor en comparación con lo que vislumbra como posible su imaginación calenturienta.
La negamos, pero la alimentamos cuando se convierte en real. Se tiene sed de cosas nuevas, de
goces ignorados, de sensaciones sin nombre que, sin embargo, pierden todo su atractivo cuando
se los conoce.

El prudente, que sabe gozar de los resultados sin experimentar perpetuamente la necesidad de
reemplazarlos por otros, se aferra a la vida, gracias a ello, cuando llega la hora de las
contrariedades. Pero el hombre que siempre lo ha esperado todo del porvenir, que ha vivido con
los ojos fijos en el futuro, no tiene nada en su pasado que le consuele de las amarguras del
presente, porque su pasado no ha sido más que una serie de etapas atravesadas con impaciencia.

Habituado a contrariarse y a contenerse, el esfuerzo necesario para imponerse un poco más de


pesar le cuesta relativamente poco. Pero cuando todo límite es odioso por sí mismo, ¿cómo
parecerá soportable una limitación más estricta?

Los profesionales de la industria y el comercio están, en efecto, entre las profesiones que
arrojan más suicidios (tabla XXIV). Suelen estar al mismo nivel que las carreras liberales,
muchas veces incluso por encima; sobre todo, se ven mucho más afectados que los trabajadores
del sector agrícola. (…) Y aún sería más marcada la diferencia si entre los suicidas de la industria
se diferenciara entre patronos y obreros, porque los primeros probablemente se vean más
afectados por el estado de anomia. La elevada tasa de suicidios de la población rentista (720 por
millón) demuestra que son los de mayor fortuna quienes más sufren. Todo lo que obliga a la
subordinación atenúa los efectos de este estado.

La anomia es, en nuestras sociedades modernas, un factor que afecta regular y


específicamente a los suicidios; una de las fuentes de las que se alimenta el contingente
anual. Estamos, por consiguiente, en presencia de un nuevo tipo. Difiere de los otros en que
depende no de cómo estén ligados los individuos a la sociedad, sino del modo en que esta los
reglamenta. La tercera clase de suicidio, cuya existencia acabamos de comprobar, surge
porque la actividad social está desorganizada, lo que genera mucho sufrimiento.
Atendiendo a su origen, daremos a este último tipo el nombre de suicidio anómico.
Anomia en el ámbito conyugal
Pero la anomia económica no es la única que puede conducir al suicidio. Los suicidios que se
cometen cuando se inicia la crisis de viudez de los que ya hemos hablado, se deben a la anomia
doméstica que resulta de la muerte de uno de los cónyuges. Se origina entonces un trastorno en la
familia cuya influencia sufre el superviviente. No está adaptado a la nueva situación y se suicida
más fácilmente. Pero hay otra variedad del suicidio anómico en la que nos vamos a detener,
porque es más crónica y porque nos permitirá poner en claro la naturaleza y las funciones del
matrimonio.

En los Annales de Démographie Internationale (septiembre de 1882), el señor Bertillon ha


publicado un notable trabajo sobre el divorcio en el que establece la siguiente proporción: en
toda Europa, la tasa de suicidios varía con la de los divorcios y las separaciones.

Así, los divorciados de ambos sexos se suicidan entre tres y cuatro veces más que los
casados, aunque sean más jóvenes (cuarenta años en Francia, en lugar de cuarenta y seis) y
sensiblemente más que los viudos, a pesar de la agravación que resulta para estos últimos, de su
edad avanzada.

En una misma sociedad, la tendencia de los viudos al suicidio estaba en función de la tendencia
correspondiente de los casados. Si los segundos están bien inmunizados, los primeros gozan de
una inmunidad, sin duda menor, pero aún importante, y el cónyuge que tiende menos al suicidio
también es el que se suicida menos al quedar viudo. En otras palabras, cuando la sociedad
conyugal se disuelve por el fallecimiento de uno de los esposos, la tendencia al suicidio sigue
haciéndose sentir, en parte, en el cónyuge supérstite.

Los casados. Ahora bien, de hecho, son estos últimos los más afectados, probablemente porque
haya que buscar el origen del mal, como hemos supuesto, en alguna particularidad del
matrimonio o de la familia. Podemos elegir entre estas dos hipótesis. ¿Se debe esta menor
inmunidad de los esposos al estado de la comunidad doméstica o al estado de la sociedad
conyugal? ¿Acaso la moral familiar está más baja o el lazo conyugal no es todo lo fuerte que
debería ser?

Un primer dato que hace improbable la primera explicación es que, entre los pueblos donde el
divorcio es más frecuente, la natalidad es muy alta y, por consiguiente, la densidad del grupo
doméstico muy elevada. Y ya sabemos que donde la familia es densa, el espíritu familiar suele
ser fuerte. Tenemos sobradas razones para creer que la causa del fenómeno está en la naturaleza
del matrimonio.

Y, en efecto, si fuera imputable a la constitución de la familia, las esposas también deberían ser
menos inmunes al suicidio en los países donde el divorcio es frecuente que allí donde se practica
poco, porque se ven tan afectadas por el mal estado de las relaciones domésticas como sus
esposos. Lo que ocurre es exactamente lo contrario. El coeficiente de preservación de las mujeres
casadas se eleva a medida que el de los esposos desciende, es decir, a medida que los divorcios
son más frecuentes, y viceversa. Cuanto más fácilmente y más a menudo se rompe el lazo
conyugal, más favorecida resulta la mujer en relación al marido.

Se puede considerar probada la ley siguiente: Tanto más favorece el matrimonio a la mujer desde
el punto de vista del suicidio, cuanto más se practica el divorcio y viceversa.

Y, en efecto, ¿qué es el matrimonio? Una reglamentación de las relaciones entre los sexos que se
extiende no sólo a los instintos físicos que este comercio pone en juego, sino también a los
sentimientos de toda clase que la civilización ha ido injertado, poco a poco, en los apetitos
materiales. Porque el amor es, entre nosotros, un hecho mucho más mental que orgánico. Lo que
el hombre busca en su mujer no es simplemente la satisfacción del deseo genésico. Si esa
inclinación natural ha sido el germen de toda evolución sexual se ha ido complicando,
progresivamente, con sentimientos estéticos y morales numerosos y variados, y hoy no es más
que un elemento menor del proceso total y complejo al que ha dado a luz. Gracias a estos
elementos intelectuales, el hombre se ha liberado parcialmente del cuerpo, se ha intelectualizado.

Cómo estas diversas inclinaciones, así transformadas, no dependen de necesidades orgánicas


precisan una reglamentación social. Puesto que no hay nada en el organismo que las contenga,
debe contenerse la sociedad. Esa es la función del matrimonio. Regula la vida pasional, y el
matrimonio monogámico más estrechamente que cualquier otro porque, al obligar al hombre a
unirse a una única mujer, siempre la misma, asigna la necesidad de amar a un objeto
rigurosamente definido y cierra el horizonte.

Esta determinación es la que produce el estado de equilibrio moral del que se beneficia el esposo.
No puede, sin faltar a sus deberes, buscar otras satisfacciones que las que le están permitidas,
limitando sus deseos. La saludable disciplina a la que está sometido le obliga a hallar su felicidad
en su condición y, por eso mismo, le proporciona los medios para hacerlo. Por otra parte, si su
pasión se ve forzada a no variar de objeto, este no debe faltarle, porque la obligación es
recíproca. La situación del soltero es totalmente distinta. Como puede legítimamente ligarse a lo
que le plazca, aspira a todo y nada le satisface. Este mal del infinito, que la anomia difunde por
todas partes, puede afectar a esta zona de nuestra conciencia o a cualquiera otra; de hecho,
adopta muy a menuda una forma sexual que Musset ha descrito.

Para llegar a este punto, ni siquiera es necesario que se hayan multiplicado hasta el infinito las
experiencias amorosas y llevado la vida de un Don Juan. Basta con la existencia mediocre del
soltero vulgar. Se despiertan esperanzas nuevas que se marchitan sin cesar, dejando tras de sí una
sensación de fatiga y desencanto. Por otra parte, es difícil fijar el deseo cuando no se está seguro
de poder conservar lo que atrae porque la anomia es doble. Al igual que el sujeto no se entrega
definitivamente, no posee nada a título definitivo.

De todo esto, resulta un estado de perturbación, de agitación y de descontento que aumenta


necesariamente las probabilidades de suicidio.

Ahora bien, allí donde está establecido, el divorcio implica un debilitamiento de la


reglamentación matrimonial. Sobre todo donde el derecho y las costumbres facilitan su práctica
en exceso, el matrimonio sólo es una forma debilitada de sí mismo: un matrimonio menor. No
podrá desplegar su utilidad en la misma medida. El límite que pone al placer no tiene la misma
fijeza si se le socava con facilidad y cambia de lugar, refrena menos enérgicamente la pasión y
esta tiende a exteriorizarse. La calma, la tranquilidad moral que crea la fuerza del esposo es,
pues, menor: da lugar, en cierta medida, a un estado de inquietud que impide al hombre
conformarse con lo que tiene. Le importa menos ligarse al presente porque el goce no está
completamente asegurado, el porvenir está menos garantizado. Cuando no se está seguro del
terreno que se pisa no se puede dejar de mirar más allá del punto donde uno se encuentra. Por
estas razones, en los países donde el matrimonio se ve fuertemente atemperado por el divorcio,
es inevitable que la inmunidad del hombre casado sea más débil. Como en tal régimen se
aproxima a la del soltero, no puede dejar de perder algunas de sus ventajas. Por consiguiente, el
número total de suicidios se eleva.
Pero esta consecuencia del divorcio sólo afecta al hombre, no a la esposa. En efecto, las
necesidades sexuales de la mujer tienen un carácter menos intelectual, porque, en general, su
vida psíquica está menos desarrollada. Tienen una relación más inmediata con las exigencias del
organismo, que satisfacen pero no sobrepasen, de modo que cuentan con un freno eficaz. Como
la mujer es un ser más instintivo que el hombre, para encontrar la calma y la paz sólo tiene que
seguir sus instintos. No precisa una reglamentación social tan estrecha como la del matrimonio,
sobre todo, la del matrimonio monogámico. Ahora bien, tal disciplina, aún donde es útil, no deja
de tener inconvenientes. Si se fija para siempre la condición conyugal, no se puede salir de ella
suceda lo que suceda. Al limitar el horizonte se cierran las salidas y se corta toda esperanza,
incluso las legítimas. El hombre mismo no deja de sufrir con esta inmutabilidad; pero el mal que
le hace se compensa con los beneficios que obtiene por otro lado. Por otra parte, las costumbres
le conceden ciertos privilegios que le permiten atenuar, en alguna medida, el rigor del régimen
matrimonial. La mujer, en cambio, no obtiene ninguna compensación. Para ella la monogamia es
una obligación estricta, sin atenuantes de ninguna especie, y, por otro lado, el matrimonio no
limita en la misma medida sus deseos, naturalmente limitados de por sí, ni la enseña a
conformarse con su suerte. Pero sí le impide cambiarlos, y de ahí que le resulte intolerable. La
regla es para ella una molestia sin grandes ventajas. Por consiguiente, todo lo que la ablande y
aligere ha de mejorar por fuerza la situación de la esposa. He aquí por qué el divorcio la protege
y por qué recurre a él de buen grado.

Es el estado de anomia conyugal, producido por la institución del divorcio, el que explica el
desarrollo paralelo de divorcios y suicidios. Por consiguiente, estos suicidios de esposos que, en
los países donde hay muchos divorcios, elevan el número de las muertes voluntarias, constituyen
una variante del suicidio anómico. No se deben a que en esas sociedades haya peores esposos y
peores mujeres y, por lo tanto, más hogares desgraciados. Resultan de una constitución moral sui
generis debida a un debilitamiento de la reglamentación matrimonial.

Llegamos así a una conclusión bastante alejada de la idea que se tiene generalmente del
matrimonio y su papel. Pasa por haber sido instituido en consideración a la débil esposa a la que
hay que proteger de los caprichos masculinos. Se dice que la monogamia supone un sacrificio de
los instintos polígamos del hombre para realzar y mejorar la condición de la mujer en el
matrimonio. En realidad, y al margen de las causas históricas que han motivado esta restricción,
es a él a quien más favorece. La libertad a la que el hombre renuncia sólo es para él una fuente de
tormentos. La mujer no tenía los mismos motivos para perder su libertad y de ahí que podamos
decir que, al someterse a la misma regla, es ella la que se ha sacrificado.

Durkheim- Sociologia politica


Definición de la sociedad política y estado
Un elemento esencial que entra en la noción de todo grupo político es la oposición de
gobernantes y gobernados, de las autoridades y de aquellos que quedan sometidos a ella. Es
muy posible que en el origen de la evolución social, esta distinción no haya existido; la hipótesis
es tanto más verosímil cuanto encontramos sociedades en las que dicha distinción está muy
débilmente señalada. Pero, en todo caso, las sociedades donde se la observa, no pueden ser
confundidas con aquellas donde hace falta. Unas y otras constituyen dos especies diferentes que
deben ser designadas mediante palabras distintas, y es a las primeras a las cuales debe
reservarse la calificación de políticas. Pues si esta expresión tiene un sentido, quiere decir, ante
todo, organización, aunque rudimentaria, constitución de un poder, estable o intermitente, débil o
fuerte, cuya acción, cualquiera que sea, sufren los individuos. Pero un poder de este tipo se
encuentra en otra parte también, y no sólo en las sociedades políticas. La familia tiene un
jefe cuyos poderes son a veces absolutos, otras restringidos por los de un consejo doméstico.
Hay, se dice, una relación permanente entre toda nación y un territorio dado. “El Estado,
dice Bluntschli, debe tener su dominio; la nación exige el país.” (p. 12) Pero la familia no está
menos ligada, al menos en un gran número de pueblos, a una porción determinada de
suelo: también ella tiene su dominio, del cual es inseparable, porque éste es inalienable. Hemos
visto claramente que, a veces, el patrimonio inmobiliario era verdaderamente el alma de la
familia; es esto lo que hace la unidad y la perennidad de la misma; éste era el centro alrededor
del cual gravitaba la vida doméstica. Por otra parte, en otras ocasiones, se consideraba el
número de ciudadanos, y no el territorio, como elemento esencial de los Estados. Anexarse
un Estado no era anexarse el país, sino a los habitantes que lo ocupaban,
incorporándoselos. Inversamente, se veía a los vencedores establecerse entre los vencidos,
sobre sus dominios, sin perder por esto su unidad y su personalidad política. Durante los
primeros tiempos de nuestra historia, la capital, es decir el centro de gravedad territorial
de la sociedad, era de movilidad extrema. Pero esta identificación de la sociedad con su
territorio no es producto sino de las sociedades más avanzadas. Sin duda se debe a causas
numerosas, al valor social más alto que tiene el suelo, quizá también la importancia
relativamente grande que el lazo geográfico ha adquirido, cuando otros vínculos sociales, de tipo
más moral, han perdido su fuerza. La sociedad cuyos miembros somos, es, cada vez más para
nosotros, un territorio definido, desde que la misma no es más esencialmente una religión, un
cuerpo de tradiciones que le son propias, o el culto de una dinastía particular.

Descartado el territorio, parece que se puede encontrar una característica de la sociedad


política en la importancia numérica de la población. Es cierto que en general no se da este
nombre a grupos sociales que comprende un número muy reducido de individuos. Pero tal línea
de demarcación sería singularmente vacilante, pues, ¿a partir de qué momento una aglomeración
humana es tan considerable como para ser clasificada entro los grupos políticos?

No obstante, tocamos aquí un rasgo distintivo. Sin duda, no se puede decir que una sociedad
política se distinga de los grupos familiares o profesionales porque es más numerosa, pues el
efectivo de las familias puede ser considerable, en ciertos casos, y el efectivo de los Estados muy
reducido. Pero lo que es verdad es que no hay sociedad política que no contenga en su seno
una pluralidad de familias distintas o de grupos profesionales distintos, o unos y otros a la
vez. Si se redujera a una sociedad doméstica, se confundiría con ésta, y sería una sociedad
doméstica; pero desde el momento en que está formada por un cierto número de sociedades
domésticas, el agregado formado de esta manera es otra cosa distinta a cada uno de sus
elementos. Es algo nuevo, que debe ser designado por una palabra distinta. Así, la sociedad
política no se confunde con ningún grupo profesional, con ninguna casta, si hay casta, sino que
es siempre un conjunto de profesiones diversas o de castas diversas, como de familias diferentes.
Más generalmente, cuando una sociedad está formada por una reunión de grupos
secundarios, de naturaleza diferente, sin ser ella misma un grupo secundario relacionado a
una sociedad más vasta, constituye una entidad social de una especie distinta: la sociedad
política que definiremos: una sociedad formada por la reunión de un número más o menos
considerable de grupos sociales secundarios, sometidos a una misma autoridad, que no
depende de ninguna autoridad superior regularmente constituida. …

Ahora que sabemos por qué signos se reconoce una sociedad política, veamos en qué consiste la
moral que se le vincula. De la definición misma que precede, resulta que las reglas
esenciales de esta moral son las que determinan las relaciones de los individuos con esta
autoridad soberana a cuya acción están sometidos. Como es necesaria una palabra para
designar el grupo especial de funcionarios que están encargados de representar esta autoridad,
convendremos en reservar para este uso la palabra Estado. Sin duda, es muy frecuente que se
llame Estado no a un órgano gubernamental, sino a la sociedad política en su conjunto. Pero
como es bueno tener términos especiales para realidades tan diferentes como la sociedad y uno
de sus órganos, llamaremos más especialmente Estado a los agentes de la autoridad
soberana, y sociedad política al grupo complejo cuyo órgano eminente es el Estado. …

He aquí lo que define al Estado. Es un grupo de funcionarios sui generis, en el seno del cual
se elaboran representaciones y voliciones que comprometen a la colectividad, aunque no
sean obra de la colectividad. No es exacto decir que el Estado encarna la conciencia colectiva,
pues ésta lo desborda por todos lados. El Estado no es la sede no más que de una conciencia
especial, restringida, pero más alta, más clara, que tiene de sí misma un sentimiento muy
vivo. Nada tan oscuro e indeciso como estas representaciones colectivas que se hallan esparcidas
por todas las sociedades: mitos, leyendas religiosas o morales, etc. Las representaciones
provenientes del Estado son siempre más conscientes de sí mismas, de sus causas y de sus
objetivos. Están concertadas de una manera menos subterránea. El agente colectivo que las
vincula advierte mejor lo que hace. No quiere decir esto que no haya, frecuentemente, oscuridad.
Hay siempre, o generalmente, al menos, una apariencia de deliberación, una aprehensión del
conjunto de las circunstancias que necesitan la resolución, y el órgano interior del Estado está
precisamente destinado a realizar estas deliberaciones. Podemos, pues, resumir diciendo: el
Estado es un órgano especial encargado de elaborar ciertas representaciones que tienen
valor para la colectividad. Estas representaciones se distinguen de las otras
representaciones colectivas por su mayor grado de conciencia y reflexión.

Weber- Economía y sociedad


Conceptos sociologicos fundamentales
Concepto de la sociología y del significado en la acción social.
Sociología: ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social.
Acción: es una conducta humana en la que los sujetos o el sujeto de la acción enlace en ella un
sentido subjetivo.

Acción social: será aquella acción en la que el sentido mentado por su sujeto/s refiera a la
conducta de otros, orientandose por ésta en su desarrollo.

Fundamentos metodológicos
1. Sentido: Sentido mentado y subjetivo de los sujetos de la acción.

1) Existente de hecho: en un caso históricamente dado


2) Como promedio y a modo aproximado, en una determinada masa de casos
3) Construido en un tipo ideal con actores de este carácter

2. La diferencia entre una acción con sentido y una conducta reactiva, sin sentido subjetivamente
mentado, son enteramente elásticos. Una parte importante de los modos de conducta de interés
para la sociología se encuentra entre ambos tipos.

3. Toda interpretación, y toda ciencia, tiende a la evidencia. Esta puede ser racional o endopática
(afectiva). Hay evidencia endopática en la acción cuando se revive plenamente la conexión de
sentimientos que se vivió en ella. Cuanto más susceptibles seamos a los afectos y sus reacciones
irracionales, con mayor facilidad podremos comprenderlo endopáticamente.

El método científico consiste en la construcción de tipos ideales, tomando como desviaciones


todas las conexiones de sentido irracionales afectivamente condicionadas, de un comportamiento
construido como puramente racional con arreglo a fines. Así, podemos decir que la sociología es
metodológicamente racional.

4. Los procesos y objetos ajenos al sentido entran en el ámbito de las ciencias de la acción como
ocasión, resultado, estímulo u obstáculo de la acción humana. Ser ajeno al sentido no significa
inanimado o no humano; pues todo es comprensible siempre que referencie a la acción humana,
ya sea medio o fin imaginado por el actor y actores y que orienta su acción.

5. Comprensión:
1. Comprensión actual del sentido mentado en una acción, racional o irracional. (el sentido
de la proposición 2 x 2 = 4; o un ataque de cólera manifestado en expresiones faciales,
respectivamente)
2. Comprensión explicativa, racional o irracional. (entendemos el motivo por el cual alguien
hace la proposición 2 x 2 = 4 cuando lo vemos realizando una operación mercantil, o
entendemos el ataque de cólera cuando sabemos que estuvieron en juego celos,
respectivamente) Explicar sería, en este caso catar la conexión de sentido en que se
incluye una acción ya comprendida de modo actual.

6. Comprensión: Captación interpretativa del sentido o conexión de sentido:

1. Mentado en la acción particular


2. Mentado en promedio y de modo aproximado (masa)
3. Construido científicamente para la elaboración del tipo ideal de un fenómeno frecuente

Ninguna interpretación de sentido puede pretender ser la interpretación causal válida. No es más
que una hipótesis pues:

1. Motivos pretextados y represiones encubren, incluso para el mismo autor, la conexión


real de la trama de su acción.
2. Manifestaciones externas de la acción tenidas por nosotros como iguales o semejantes
pueden apoyarse en conexiones de sentido muy diversas.
3. En situaciones dadas, los hombres están sometidos en su acción a la pugna de impulsos
contrarios comprensibles.

11. La sociología construye conceptos tipo afanandose por encontrar reglas generales del
acaecer. La construcción conceptual de la sociología encuentra su material paradigmático en las
realidades de la acción. Construye sus conceptos y busca leyes con el fin de poder prestar algún
servicio para la imputación causal histórica de los fenómenos culturalmente importantes.

Las construcciones típico ideales son extrañas a la realidad puesto que se preguntan sin
excepción como se procedería en el caso ideal de una pura racionalidad con arreglo a fines.
Concepto de la acción social
La acción social se orienta por las acciones de otros, sean pasadas, presentes o esperadas como
futuras. Los otros pueden ser individualizados y conocidos o una pluralidad de individuos
indeterminados y desconocidos.

2. No toda clase de acción es social; una acción externa puede estar orientada a la
reacción de objetos materiales, a su vez, una acción íntima es social si está orientada por las
acciones de otros.

3. No toda clase de contacto entre los hombres tiene carácter social; sino sólo una acción
con sentido propio dirigida a la acción de otros

4. La acción social no es idéntica a) ni a una acción homogénea de muchos, b) ni a la acción


de alguien influido por conductas de otros. Una acción desarrollada por el simple hecho
de estar incluido en una masa, sin que exista una relación significativa, no es considerable
como social.

La acción social, como toda acción, puede ser: 1) racional con arreglo a fines: determinada por
expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y
utilizando esas expectativas como "condiciones" o "medios" para el logro de fines propios
racionalmente sopesados y perseguidos. 2) racional con arreglo a valores: determinada por la
creencia consciente en el valor -ético, estético, religioso o de cualquiera otra forma como se le
interprete- propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna con el resultado, o
sea puramente en méritos de ese valor, 3) afectiva, especialmente emotiva, determinada por
afectos y estados sentimentales actuales, y 4) tradicional: determinada por una costumbre
arraigada.

1.La acción estrictamente tradicional está por completo en la frontera de lo que puede llamarse
acción con sentido, pues a menudo no es más que una oscura reacción a estímulos habituales.

2. La conducta estrictamente activa está, de igual modo, no sólo en la frontera, sino más allá
muchas veces de lo que es la acción consciente con sentido; puede ser una reacción sin trabas a
un estímulo extraordinario, fuera de lo cotidiano.
3. La acción afectiva y la racional con arreglo a valores se distinguen entre sí por la elaboración
consciente en la segunda de los propósitos últimos de la acción y por el planeamiento,
consecuente a su tenor, de la misma. Por otra parte, tienen en común el que el sentido de la
acción no se pone en el resultado, en lo que está ya fuera de ella, sino en la acción misma en su
peculiaridad.

4. Actúa racionalmente con arreglo a fines quien oriente su acción por el fin, medios y
consecuencias implicadas en ella y para lo cual sopese racionalmente los medios con los fines,
los fines con las consecuencias implicadas y los diferentes fines posibles entre sí.

Por "relación" social debe entenderse una conducta plural referida a la reciprocidad y
orientándose por esa reciprocidad. La relación social consiste en la probabilidad de que se
actuará socialmente en una forma indicable.

La acción y relación social pueden orientarse en la representación de la existencia de un orden


legítimo. La probabilidad de que esto ocurra de hecho se llama "validez" del orden en cuestión.
Cuando la elusión o transgresión del sentido de un orden se convierte en regla, entonces la
validez de ese orden es muy limitada o ha dejado de subsistir en definitiva.

Un orden debe llamarse:

Convención: cuando su validez está garantizada por la probabilidad de que, en cierto círculo de
hombres, una discordancia tropiece con una reprobación general.

Derecho: cuando la validez está garantizada por la coacción ejercida por un grupo de individuos
instituidos con la misión de obligar ese orden.

Una relación social es de lucha cuando la acción se orienta por el propósito de imponer la propia
voluntad contra la resistencia de la otra parte. Los medios de lucha pacíficos son aquellos sin
violencia física, la lucha pacífica es competencia cuando se trata de la adquisición pacífica de un
poder de disposición propio sobre probabilidades deseadas también por otros. La competencia es
regulada si está orientada por un orden determinado. A la lucha por la existencia sin intenciones
contra otros la denominamos selección; será social cuando se jueguen las probabilidades de vida
de los vivientes y será biológica cuando se jueguen las probabilidades de supervivencia del tipo
hereditario.
Comunidad es una relación social cuando la actitud en la acción social se inspira en el
sentimiento subjetivo de los partícipes de constituir un todo.

Sociedad es una relación social en la que la actitud de la acción social se inspira en una
compensación de intereses por motivos racionales (fines o valores).

Poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun
contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad.

Dominación es la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido


entre personas dadas. Disciplina será la posibilidad de encontrar obediencia pronta y automática
a un mandato en virtud de actitudes arraigadas.

Una asociación es de dominación cuando sus miembros están sometidos a relaciones de


dominación en virtud del orden vigente

Una asociación de dominación es política cuando su existencia y validez de ordenaciones se


garantizan por la amenaza y aplicación de fuerza física por parte de un cuadro administrativo.

El Estado es un instituto político de actividad continuada que mantiene con éxito la pretensión
del monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden vigente.

Los tipos de dominación


Dominación es la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para
mandatos específicos o generales. Esta dominación puede descansar en variados motivos de
sumisión. La naturaleza de estos motivos determina el tipo de dominación. Toda dominación
pretenden fomentar una legitimidad.

La "legitimidad" de una dominación debe considerarse sólo como una probabilidad, la de ser
tratada prácticamente como tal y mantenida en una proporción importante. La adhesión puede
fingirse por individuos y grupos enteros por oportunismo, practicarse por intereses materiales o
aceptarse como algo irremediable.

Obediencia significa que la acción del que obedece transcurre como si el contenido del mandato
se hubiera convertido, por sí mismo, en máxima de su conducta.
Existen tres tipos puros de dominación legítima. El fundamento primario de su legitimidad puede
ser:

1. De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de ordenaciones estatuidas y


de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la autoridad (autoridad
legal). Se obedecen ordenaciones impersonales y objetivas legalmente instituidas.

2. De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones


que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para
ejercer la autoridad (autoridad tradicional). Se obedece a la persona del señor llamado por la
tradición y vinculado por ella.

3. De carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad, heroísmo o


ejemplaridad de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas. Se obedece al
caudillo carismaticamente calificado por razones de confianza personal.

La dominación legal con administración burocrática


La dominación legal descansa en la validez de las siguientes ideas, entrelazadas entre sí:

1. Que todo derecho pactado u otorgado puede ser estatuido de modo racional con arreglo a
fines o con arreglo a valores, con la pretensión de ser respetado por los miembros de la
asociación.
2. Que todo derecho según su esencia es un cosmos de reglas abstractas estatuidas
intencionalmente; la judicatura implica la aplicación de esas reglas y la administración
supone el cuidado racional de los intereses previstos por las ordenaciones de la
asociación.
3. Que el soberano legal típico en tanto que ordena y manda, obedece por su parte al orden
impersonal por el que orienta sus disposiciones.
4. Que el que obedece sólo lo hace en cuanto miembro de la asociación y solo obedece al
derecho
5. Los miembros de la asociación en tanto obedecen al soberano lo hacen por orden
impersonal.

Categorías fundamentales de la dominación legal:


Ejercicio continuado de funciones dentro de una competencia; osea, un ámbito de deberes y
servicios objetivamente limitado en virtud de una distribución de funciones con la atribución de
los poderes necesarios para su realización y con fijación estricta de los medios coactivos
eventualmente admisibles y el supuesto previo de su aplicación.

Principio de jerarquía administrativa, ordenación de autoridades fijas con facultades de


regulación e inspección.

Las reglas pueden ser técnicas o normas. Su aplicación exige una formación profesional.

Rige el principio de la separación plena entre el cuadro administrativo y los medios de


administración y producción.

No existe apropiación de los cargos por quien los ejerce.

Rige el principio administrativo de atenerse al expediente.

El tipo más puro de dominación legal es aquel que se ejerce por medio de un cuadro
administrativo burocrático. Solo el dirigente de la asociación posee su posición de imperio. La
totalidad del cuadro se compone por funcionarios individuales, quienes, se deben solo a los
deberes objetivos de su cargo en jerarquía administrativa con competencias fijadas, en virtud de
un contrato sobre la base de la libre elección según calificación profesional. Son retribuidos con
sueldos fijos. Ejercen el cargo como única profesión. Tienen ante sí una carrera de ascensos y
avances por años de ejercicio. Trabajan con completa separación de los medios administrativos y
sin apropiación del cargo. Están sometidos a vigilancia y disciplina.

El estado racional como asociación de dominio institucional con el monopolio del poder legítimo

Una asociación política, y en particular, un Estado no se pueden definir por lo que hacen.
Sociológicamente, el Estado moderno sólo puede definirse a partir de un medio específico que le
es propio, la coacción física. El Estado es una comunidad humana que en el interior de un
determinado territorio reclama para sí el monopolio de la coacción física legítima; a las personas
individuales sólo se les concede el derecho de coacción física en la medida en que el Estado lo
permita.

La política sería la aspiración a la participación en el poder, o la influencia sobre la distribución


del poder. Cuando algo, como un funcionario, cuestión o decisión, es político, se entiende con
ello que los intereses de la distribución, la conservación, o el desplazamiento del poder son
determinantes de la respuesta a aquella cuestión, o condicionan aquella decisión o determinan la
esfera de actuación del funcionario en cuestión.

El estado es una relación de dominio de hombres sobre hombres basada en el medio de la


coacción legítima.

Weber- La ética protestante y el espíritu del capitalismo


Introducción
En todas las sociedad humanas ha existido el impulso emprendedor, el afán de lucro, sin
embargo eso no es igual al capitalismo; en todo caso, el capitalismo se identifica con el anhelo de
obtener una ganancia dentro del marco de la continuidad y la racionalidad de la empresa
capitalista, aspira a una ganancia siempre renovada, una rentabilidad.

Una acción económica capitalista será aquella que se apoya sobre la expectativa de ganancia por
medio del aprovechamiento de posibilidades de intercambio. Bajo esa lógica ha existido
capitalismo desde hace tiempo, sin embargo occidente ha conocido uno de otra clase: la
organización racional capitalista del trabajo libre; debido a esto el proletariado surge como clase
exclusiva del capitalismo moderno. Factores importantes de este surgimiento son la estructura
racional del Derecho y la administración. Cómo ha surgido el racionalismo occidenteal es una
pregunta pertinente, cuya respuesta puede relacionarse con la religión y la imagen ética que a
estas se anclan.

El espíritu del capitalismo


¿Qué se ha de entender por espíritu del capitalismo? La respuesta no podrá ser dada hasta el
final. Por el momento, el autor recurre a un documento que contiene ese espíritu. Este documento
son Máximas de Benjamin Franklin donde se predica “la filosofía de la avaricia”. Aquello que
más llama la atención en esto es la idea del hombre honrado digno de crédito, su compromiso de
aumentar su propio capital como meta auto justificada obvia y sobre entendida. Se predica una
ética cuya violacion se cataloga como falta de responsabilidad. Se predica un ethos.

En esta etica se predica la obtención de dinero mas no el gastarlo de forma inmoderada.


Ascesis y espíritu capitalista
El protestantismo ascético encuentra una de sus mayores representaciones en Richard Baxter, en
su obra la idea de riqueza como tal constituye un grave peligro, pues el afán de lograrla carece de
sentido frente a la importancia del reino de dios, como así también es algo moralmente dudoso.

Lo condenable no son los bienes terrenales en sí, sino el relajarse en la propiedad. El eterno
descanso de los santos se encuentra en el más allá, sobre la tierra el hombre debe obrar las obras
de aquel que lo ha enviado. Así, perder el tiempo es el más grave de los pecados pues cada hora
malgastada es una hora restada al trabajo puesto al servicio de la gloria de Dios.

El trabajo es el medio preventivo específico contra las tentaciones; como así, el fin mismo de la
vida en absoluto.

La especialización de las profesiones produce un aumento de la producción y sirve al bien


común; fuera de una profesión permanente, la producción de un hombre queda reducida a meros
trabajos ocasionales, pasando más tiempo de holgazán que trabajando.

La utilidad de una profesión se rige respecto a normas morales, importancia de bienes


producidos para la comunidad y el lucro de la economía privada, pues la riqueza está permitida y
es moralmente exigida. Como se detalló, lo malo es el goce despreocupado, así, gastar dinero en
el goce es algo equivocado pues cada penique debe ser encomendado a hacerse rendir. Cuando
más grande la propiedad, mayor será la responsabilidad por mantenerla intacta y por aumentarla
para mayor gracia de Dios. El ahorro es fundamental.

Podemos ver que la importancia de esta ética para el capitalismo es evidente, pues limitó el
consumo, liberó la adquisición de bienes de la traba ética y rompió las cadenas del afán de lucro.
Esta ética impulsó poderosamente lo que llamamos el espíritu del capitalismo. El resultado es la
formación de capital a través de una ascética imposición del ahorro.

Poco a poco estos movimientos religiosos dieron lugar a plenos efectos económicos, luego de un
tiempo la raíz religiosa fue muriendo para dar lugar a una ética plenamente utilitarista, surgiendo
así un ethos profesional burgués; que le permitía a este perseguir sus intereses lucrativos. Como
así pone a disposición trabajadores laboriosos.
Bourdieu. Espacio social y poder simbólico
El trabajo de Bourdieu se caracteriza como estructuralismo constructivista. Con
estructuralismo se refiere a que existen en el mundo social mismo estructuras objetivas,
independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes, que son capaces de orientar
o de coaccionar sus prácticas o sus representaciones (de los agentes). Por constructivismo se
refiere a que hay una génesis social de una parte de los exquemas de percepción, de
pensamiento y acción, que son constitutivos del habitus, y por otra parte estructuras, en
particular de los campos, especialmente de las clases sociales.

La ciencia social, sociología, historia, etc. oscila entre el objetivismo y el subjetivismo,


tratando, respectivamente, los hechos sociales como cosas (Durkheim) o como representaciones
que de el mundo social hacen los agentes (Weber). La intención de Bourdieu es superar esta
oposición.

Para Bourdieu las estructuras objetivas que construye el sociólogo en el momento objetivista
son el fundamento de las representaciones subjetivas y constituyen las coacciones
estructurales que pesan sobre las interacciones. Las representaciones no deben dejar de ser
consideradas para dar cuenta de las luchas cotidianas, individuales o colectivas, que
tienden a transformar o conservar las estructuras. Los agentes poseen una captación activa
del mundo, construyen su visión del mismo, pero esta construcción opera bajo coacciones
estructurales.

El espacio social se puede entender como un espacio en donde los agentes, grupos o
instituciones, están más próximos entre sí cuanto más propiedades en común tengan. Las
relaciones entre agentes son las posiciones ocupadas respecto a la apropiación y
competencia por apropiación de bienes raros cuyo lugar está en el universo social. Estos
poderes sociales son el capital económico, el capital cultural y el capital simbólico. La
distribución de los agentes será configurada, en una primera dimensión, según la cantidad de
capital que posean, y en una segunda dimensión, según la estructura de el capital, los distintos
tipos.

El poder simbólico está fundado en la posición del capital simbólico, el poder de imponer una
visión sobre los otros. El capital simbólico es el poder impartido a aquellos que obtuvieron
suficiente reconocimiento para estar en condiciones de imponer el reconocimiento. El
estado monopoliza el poder simbólico.

El habitus de los agentes serán las estructuras mentales a través de las cuales aprehenden el
mundo social, son producto de la interiorización de las estructuras del mundo social. El
habitus es un sistema de esquemas de producción de prácticas y un sistema de esquemas de
percepción y apreciación de prácticas. Sus operaciones expresan la posición social en la
cual se ha construido. La construcción de lo social no opera en un vacío social sino que está
sometido a coacciones estructurales; las estructuras cognitivas estructurantes son socialmente
estructuradas, la construcción de la realidad social no es sólo individual sino que también social.

Los objetos del mundo real pueden ser percibidos de diversas maneras pues siempre
comportan una parte de indeterminación y de imprecisión, este elemento de incertidumbre
provee una base a la pluralidad de visiones del mundo y una base a las luchas simbólicas
por el poder de producir e imponer la visión del mundo legítimo. Estas luchas por la
percepción del mundo pueden tomar dos formas diferentes, desde una posición objetiva (de
forma individual o colectiva hacer ver y valer ciertas realidades), y de una posición subjetiva
(tratar de cambiar las categorías de percepción y apreciación del mundo social; las palabras y los
nombres que constituyen la realidad social)

Germain - Pierre Bourdieu: reflexiones y conceptos de una sociología


general
Los campos son espacios estructurados de posiciones cuyas propiedades dependen de su
posición en dichos espacios y pueden analizarse en forma independiente de las características de
sus ocupantes. Cada campo tiene características propias de sí mismo.

Para definir un campo se debe definir lo que está en juego en él y los intereses específicos.
Aquellos en disputa dentro del campo deben estar dotados de los habitus que implican el
conocimiento y reconocimiento de las leyes inmanentes al juego.

El habitus son propiedades dependientes de la historia, de la disciplina, de la posición.

La estructura del campo será el estado de la relación de fuerzas entre los agentes que
intervienen en la lucha o, lo que es lo mismo, la distribución del capital específico; la
estructura siempre está en juego. Y las luchas que se producen ponen en acción al monopolio
de la violencia legítima. Quienes monopolizan el capital específico tienden a la conservación,
son aquellos que dominan, quienes disponen de menos capital tienden a la subversión, los
recién llegados. Toda estrategia de subversión debe permanecer dentro de ciertos límites,
ninguna revolución parcial dentro del campo pone en tela de juicio los fundamentos del juego.

Unidad III
Monteverde - De las sociedades del bienestar a la ola neoliberal en sus
diferentes dimensiones.
Luego de la Revolución industrial y francesa, el liberalismo se impuso en la organización estatal
y económica. Su hegemonía duró poco pues las crisis de 1873 y 1890 llevaron a los estados a
intervenir en la economía y sociedad.

Para fines del Siglo XIX el modo de producción capitalista estaba en crisis y en respuesta a
ello surgió lo que se denominaría “Imperialismos” con el fin de ampliar mercados.

El surgimiento de los Imperialismos resultó en la Primera Guerra Mundial, consecuencias


destacables de este acontecimiento son el debilitamiento del Liberalismo político y el triunfo
bolchevique en la Revolución Rusa.

El devenir del capitalismo condujo al advenimiento de sociedades de masas, sectores


sociales en aumento, politizados y que pertenecían al mundo del trabajo. El ingreso de estos
sectores a la política, sumado al deterioro de la imagen de la Democracia dio como resultado
nuevos movimientos políticos. Dando lugar así a los nacionalismos y, con el ascenso al
poder de una derecha extrema en respuesta a la revolución social, a los fascismos.

Con la crisis de 1929 Estados Unidos se vió en la necesidad de tomar medidas interventivas
en la economía, principalmente con el New Deal de 1932. Este tipo de medidas se inscriben
como Keynesianas, pues se perfilan a la teoría de Keynes, economista que entendía que la crisis
es un fenómeno recurrente del sistema, y es necesario que, en esos casos, el Estado regule el
capital financiero y productivo, además de imponer medidas contracíclicas.

Para finales de la Segunda Guerra Mundial se puede encontrar el comienzo del Estado de
Bienestar, conformado por políticas económicas estatales ya no solo dirigidas a indigentes sino a
asalariados.

El Estado de bienestar supone una nueva relación sociedad-gobierno-economía. Se


desarrolló entre 1945 y 1975, período signado por un crecimiento económico sostenido y
nunca antes alcanzado, y la guerra fría.

La guerra fría demostraba, del lado de occidente, que existía otro sistema político y
económico, por eso mismo podría decirse que la URSS impulsó el desarrollo del Estado de
bienestar de este lado del mundo.

Si bien pueden entenderse como similares, existen algunas diferencias entre el Keynesianismo
y el Estado de Bienestar:

- Las causas del Keynesianismo son totalmente económicas, mientras que el Estado de
Bienestar responde a cuestiones sociales y políticas.
- Los instrumentos del Keynesianismo son flexibles pues están pensados para ser utilizados
en momentos de crisis, mientras que el estado de bienestar supone una rigidez
institucional pues crea y garantiza derechos judicialmente
- El Keynesianismo opera en la inversión y producción, mientras que el Estado de
Bienestar opera en la redistribución.

Paralelamente al Estado de bienestar ocurre un proceso llamado financiarización de la


economía, que refiere al creciente dominio que los mercados y la lógica financiera ejercen sobre
la dinámica económica.

En los años ochenta, el triunfo de Thatcher en Reino Unido y de Reagan en Usa, marcó el
comienzo de la hegemonía del pensamiento neoliberal y del capital financiero. Se
comenzaron a aplicar políticas de desregularización de mercados y se removieron las
restricciones del sistema financiero; dando como resultado un aumento en el desempleo,
estancamiento de salarios, y un aumento en la desigualdad.
Germain - El proyecto neoliberal en sus diferentes dimensiones
El neoliberalismo puede ser entendido como una racionalidad gubernamental que articula un
conjunto de elementos que componen diversas figuras país a país, pero sobre el fondo de un
juego armado con las mismas piezas.

Es una nueva forma de entender al Estado, una nueva forma de administrar lo público.

Es una nueva modalidad de subjetivación que suscita formas del sí mismo entendido como
capital que debe orientarse al máximo desempeño; el neoliberalismo obliga a cada uno a vivir en
un universo de competencia generalizada y somete cualquier aspecto de la vida de los hombres
en función de maximizar las ganancias. El neoliberalismo aspira a un emprendedor responsable
de organizarse a sí mismo, que esté conectado al trabajo constantemente.

El ideal de sociedad del neoliberalismo es una sociedad de derecho privado en la que proteger la
propiedad tenga primacía sobre otros derechos. Una sociedad donde prevalece el poder judicial y
se desconfía de la democracia como voz popular.

Las fuerzas sociopolíticas y económicas que gestionan el proyecto neoliberal son:

- oligarquías financieras
- oligarquias administrativas
- comunicadores e intelectuales mediáticos

Ferrer - La construcción del Estado neoliberal en la Argentina


La densidad nacional, el contexto externo y el Estado neoliberal
La construcción del Estado neoliberal tiene como condición necesaria eliminar la libertad de
acción del Estado nacional creando restricciones tales que la libertad de maniobra de las políticas
públicas quede severamente recortada. Para ello se realizan reformas internas y se crean
compromisos externos que condicionan las políticas públicas.

La experiencia fundamental del Estado neoliberal en la Argentina abarca el periodo de la


dictadura, 1976-1983, y bajo un gobierno constitucional, finales de 1989 y 2001.

Desde finales de 1970, el neoliberalismo y el Estado neoliberal instalado en los países centrales
recuperaron su predominio sobre las ideas económicas prevalecientes en la periferia. Los países
de débil densidad nacional, como los de Latam, volvieron a caer bajo la hegemonía del
pensamiento céntrico.

Primera etapa
En Argentina la instalación del Estado neolibera tomó el atajo de la dictadura, el régimen fue
impuesto por la fuerza. Los instrumentos fundamentales de construcción del Estado neoliberal
fueron la desregulación financiera y la apreciación del tipo de cambio. Las consecuencias fueron
el desequilibrio macroeconómico, el aumento de la deuda y el deterioro del tejido económico y
social.

Segunda etapa
La segunda etapa se sostuvo dentro de un régimen constitucional y fue ratificada por las urnas de
los comicios del año 1995. En la misma se volvió a recurrir a la desregulación financiera y a la
apreciación cambiaria mediante un riguroso régimen de convertibilidad, con un tipo de cambio
fijo con el dólar estadounidense. La convertibilidad tuvo de partida un escenario externo positivo
y la posibilidad de iniciar una nueva fase de toma de deuda. Partió también con el crédito de
haber controlado la hiperinflación y la apariencia del establecimiento de un régimen económico
estable y en crecimiento.

En la primera etapa, la construcción del Estado neoliberal tropezaba con el obstáculo de un


gobierno de facto que carecía de las condiciones necesarias para modificar el régimen jurídico
institucional. Estas restricciones desaparecieron en la segunda etapa, puesto que el gobierno
democratico, representativo de una de las mayores corrientes políticas del país, contaba con toda
la legitimidad necesaria para avanzar en el terreno jurídico constitucional, de la construcción del
Estado neoliberal. Lo importante era transformar el ordenamiento legal y transferir el comando
de sectores fundamentales a manos privadas, principalmente extranjeras, para que, gobierne
quien gobierne, el poder de Estado estuviera disperso en sus diversas jurisdicciones y fuera
incapaz de ejecutar políticas públicas amenazantes para la financiarización y la distribución
existente del poder.

Instrumentos del neoliberalismo en Argentina:

- Reformas referidas esencialmente a la redistribución del ingreso: La desregulación


financiera y la apreciación del tipo de cambio.
- Deuda externa impagable con recursos propios

- Privatización, o extranjerización de empresas públicas.

- Gestión del territorio y recursos naturales: La provincialización de la propiedad de los


recursos naturales, establecida en la Constitución Nacional, reformada en 1994, fue la
decisión más profunda de la estrategia neoliberal. Provocó la dispersión de la gestión de
los recursos naturales en los gobiernos provinciales.

Morresi, Germain - Efectos de la ola neoliberal en nuestra región y


nuestro país.
Primeros experimentos neoliberales en contextos de golpes de estado
Es sobre el comienzo de la década del ‘70 que en el seno de los golpes militares se impone por
primera vez en la región un plan económico neoliberal. Este período se caracteriza por la
aplicación de políticas neoliberales instigadas por EEUU, y encabezadas por Milton Friedman.

Estas políticas tienen varios ejes articuladores:

- reorientación de la actividad económica hacia lo rentístico financiero en detrimento de las


actividades productivas principalmente industriales
- retiro de los controles y regulaciones estatales de la actividad económica en especial
retiro de los controles cambiarios
- correlativa apertura comercial que acarrean como consecuencias forzosas el déficit de la
balanza comercial y la escasez de recursos financieros externos para sostener la actividad
económica que comienza a requerir de un endeudamiento continuo

Durante la década del ‘70 los créditos fluyeron abundantemente sin preocupar seriamente ni a
prestamistas ni a receptores. No se trataba exclusivamente de préstamos otorgados por
organismos públicos de financiamiento internacionales sino que éstos instaban a las naciones de
desarrollo intermedio a tomar préstamos con los bancos privados internacionales.
El desenlace de ese proceso de endeudamiento regional se da a comienzos de los años ‘80 en un
contexto de apreciación del dólar (moneda en que se contraían las deudas), los precios de las
materias primarias exportables cayeron y los mercados para exportaciones no tradicionales se
contrajeron de modo tal que la deuda llega a valores récord.

Regreso a la democracia y neoliberalismo


En 1988, Argentina entra en moratoria del pago de la deuda y a pesar de los intentos de
estabilización de la economía, en 1989 el Banco Mundial suspende la ayuda económica
comprometida meses antes. Los sectores exportadores retrasaron la liquidación de divisas, el
dólar comienza una escalada ascendente que impulsa la inflación y la pobreza se dispara,
acorralado por la crisis el gobierno adelanta las elecciones presidenciales y el traspaso del poder
al nuevo presidente electo.

A fines de 1989, en una conferencia en Washington, en la que participaban destacados


economistas neoclásicos de los centros económicos internacionales, se consensuan una serie de
propuestas de las principales reformas que los países de América Latina debían realizar a fin de
volver a generar crecimiento económico: esta propuesta fue conocida como el Consenso de
Washington, este programa de ajuste estructural proponía: reducir al Estado a su mínima
expresión, ya que se postula que el sector privado gestiona más eficientemente, insta a la
apertura sin barreras al capital transnacional, avanzando en la extranjerización de la economía de
países emergentes y se espera que la prosperidad de sus élites desencadenaría un derrame de
riquezas hacia las clases desfavorecidas.

En Argentina, la política llevada adelante por el gobierno del presidente Menem se inscribe entre
las impulsadas por el Consenso de Washington: a partir de la presencia del ministro Domingo F.
Cavallo se implementa el plan de convertibilidad, privatización de empresas estatales y del
sistema jubilatorio pasando al sistema de AFJP, flexibilización de leyes laborales,
desregularización de ingresos de capitales especulativos y liberación de las importaciones.
Durante el primer tramo de la gestión se produjo una estabilización de precios así como un
incremento en el déficit y la deuda externa; el desempleo alcanzó el 18%. La recesión y la crisis
de endeudamiento se profundizaron y en enero de 2001 se anunció un blindaje de 20000
millones de dólares aportados por el FMI y otras fuentes de financiamiento público a fin de
garantizar el repago de deudas e intereses para ese año y se aseguró que estaban disponibles otros
20000 millones de privados para garantizar los pesos=dólares depositados en los Bancos por la
población argentina. Sin embargo, los retiros de fondos de los Bancos fue creciendo durante el
2001 debido a una fuerte desconfianza en la gestión económica y el presidente convoca a
Cavallo y a Federico Sturzenegger que gestionaron el llamado Megacanje que supuso un
incremento de la deuda en 53000 millones de dólares.

A pesar de Blindaje y Megacanje, el retiro de los depósitos por desconfianza en un programa


económico aún más recesivo puso a los Bancos en incapacidad de hacer frente a las demandas y
lleva a Cavallo a la decisión del Corralito, medida de impedimento de disposición de los
depósitos por parte de sus titulares y que dispara, en el marco de una situación social
insostenible, las revueltas de fines de Diciembre frente a las cuales la Alianza abandona el
gobierno.

El modelo nacional y popular en Argentina


Después de un período de convulsión política, declaración de default de la deuda externa y
nuevos hechos represivos se llama a elecciones en 2003 en las que resulta electo el presidente
Néstor Kirchner, que inicia una etapa caracterizada por un nuevo patrón de crecimiento basado
en el mercado interno y la redistribución del ingreso en favor de los trabajadores. Se abre así una
etapa de expansión de la economía de 2003 a 2008. En esa primera etapa se logró un superávit
fiscal y comercial gracias a la recaudación impositiva y el incremento de las exportaciones.

En enero de 2006, el presidente Néstor Kirchner decidió cancelar en un solo pago la deuda que la
Argentina mantenía con el Fondo Monetario Internacional.

A partir del 2008, debido al conflicto interno por la renta agraria conocido como la disputa por
las retenciones y la crisis internacional de las hipotecas.

La tercera ola neoliberal en Argentina


La llegada de la alianza Cambiemos al gobierno en 2015 abre la tercera etapa en la construcción
del Estado neoliberal en Argentina, por primera vez los sectores dominantes accedieron al
control del Estado con partido propio y por voto democrático.

La gestión Cambiemos basa su política en dos ejes: en primer lugar transformar la estructura
estatal conformada durante el kirchnerismo dejándola en manos de sectores oligopólicos. En
segundo término poner en marcha un proceso de ajuste económico: devaluación e incremento de
tarifas; cuyo resultado es la caída del salario real. Este conjunto de medidas implica un ajuste y
realineamiento de la economía argentina al mercado mundial, que se produce a partir del pago a
los llamados fondos buitre y el inicio de un nuevo ciclo de endeudamiento externo cuyo último
eslabón es un acuerdo con el FMI en 2018.

Foucault - Nacimiento de la biopolítica


Clase del 14 de marzo de 1979
Los tres elemento contextuales principales del desarrollo del neoliberalismo norteamericano que
constituyeron el adversario y oposición fueron:

- La existencia y crítica del New Deal junto a políticas Keynesianas


- El plan Beveridge y otros proyectos de intervencionismo económico y social que se
elaboraron durante la guerra
- Los programas sobre la pobreza, la educación, la segregación que se desarrollaron en
Norteamérica desde la administración Truman hasta la administración Johnson.

En norteamérica el liberalismo es una forma de ser y pensar. En la actualidad está anclado a la


izquierda y la derecha y funciona como foco utópico; sus principales rasgos son:

- El liberalismo entró en juego como principio fundador y legitimador del estado.


- El liberalismo nunca dejó de estar en el centro de los debates en norteamérica
- El no liberalismo, introducido en el Siglo XX, se manifestó como un elemento
socializante, amenazante, criticado desde la derecha, por parecer socialista, y desde la
izquierda, como parte de una crítica al imperialismo y el militarismo.

Neoliberalismo norteamericano y la teoría del capital humano:

Representa dos procesos: El adelanto del análisis económico, y la posibilidad de reinterpretar en


términos económicos todo un dominio que no se consideraba económico.

En la economía clásica, el análisis del trabajo siempre quedó relegado al factor tiempo; la teoría
neoliberal intenta reintroducir el trabajo dentro del campo del análisis económico.

Para los neoliberales el análisis económico consiste en el estudio de las decisiones sustituibles, lo
cual sería, el estudio del modo de asignación de recursos escasos a fines que son antagónicos.
Así, la economía es el análisis de una actividad, de una racionalidad interna.
Para introducir al trabajo al análisis, hay que situarse en el punto de vista de quien trabaja, desde
este punto de vista el salario es visto como un ingreso producto de un capital. Este capital, cuya
renta es el salario, es el conjunto de factores físicos, psicológicos que otorgan a alguien la
capacidad de ganar tal o cual salario.

La aptitud o capacidad de trabajar no puede entenderse separada de quien es apto o capaz de


trabajar, la capacidad de trabajar es una máquina en el sentido de que va a producir flujos de
ingresos en forma de salarios; de esta forma el trabajador aparece como administrador de esta
maquina, administrador de la empresa de sí mismo. Se retorna al homo oeconomicus como
empresario de sí mismo.

El capital humano está compuesto por elementos innatos, como la genética, y otros elementos
adquiridos, como la educación, la cantidad de tiempo que los padres invirtieron en afecto hacia el
niño, en capital cultural, etc.

Iriart- Medicalización, biomedicalización y proceso


salud-padecimiento-atención
Contextos, procesos y conceptos
La entrada de capital financiero al sector salud introdujo nuevos actores sociales y cambios en su
regulación. Los cambios no fueron sólo económicos, sino que también introdujo cambios en las
subjetividades individuales y colectivas en relación a los conceptos salud-padecimiento-atención.

Las decisiones profesionales fueron subordinadas a la de los administradores del sistema, que
perseguían el objetivo de maximizar ganancias.

Las gerenciadoras de salud avanzaron un paso más, creando nuevas subjetividades en los
usuarios, capturando el concepto de consumidor de salud; paso regresivo en comparación al
concepto usuario ciudadano.

Las industrias de bienes y servicios de salud redireccionaron sus estrategias dirigiendolas hacia
potenciales usuarios, zanjando así en la medicalización y biomedicalización.
Medicalización y biomedicalización
Medicalización: Expansión de la jurisdicción médica sobre situaciones previamente no
consideradas como padecimientos.

Biomedicalización: Supone la internalización de la necesidad de autocontrol y vigilancia por


parte de los individuos mismos, sin requerir la intervención médica. Se pasa de un creciente
control de la naturaleza a la internalización del control. Los procesos que facilitaron la
biomedicalización son:

- Las posibilidades de masificar el consumo de biotecnologías


- El desarrollo de computación y comunicaciones, haciendo posible recabar mayores
cantidades de información.

Estos procesos se dan mayoritariamente en problemáticas de salud para las que las farmacéuticas
tienen medicamentos o aparatología que controlan la evolución.

El trastorno de TDAH es un ejemplo de medicalización y biomedicalizacion de la infancia. Se


diagnostica desde principios del S.XX y se medica desde 1950; pero en la década de los 2000
adquirió alta visibilidad debido a un discurso alarmista; transformando el sufrimiento infantil en
un desbalance químico de fácil diagnóstico, en lugar de repensar la situación del niño, respecto a
las transformaciones profundas de la vida a escala global. Los medios de comunicación masivos
y material dirigido a educadores son los responsables de crear una nueva subjetividad
medicalizada en torno a niños inquietos, traviesos o soñadores que necesitan otro tipo de
atención educativa.

Bianchi- Biomedicalizacion en los extremos de la vida. Tecnologías de


gobierno de la infancia y el envejecimiento
Por medicalización podemos entender “volver médico algo”, siendo lo médico una clave de
aproximación a la definición, problematización, teorización y tratamiento de un fenómeno. La
biomedicalización contempla la creciente influencia de consumidores, farmacéuticas,
aseguradoras de salud y la disminución del peso de los doctores. El prefijo bio puede
relacionarse a la creciente relevancia de la biología actual en la biomedicina y conecta con el
análisis de biopoder y biopolítica foucaulteanas.
La tecnología influye ampliamente en la medicalización y biomedicalización:

- Las tecnologías reemplazan a los profesionales médicos


- La tecnología incide en la creación de mercados de salud y en el acento de los usuarios
como consumidores
- La tecnología lleva a globalizar los abordajes medicalizados

La infancia y el envejecimiento buscan ser regulados y normalizados mediante un complejo de


tecnologías que intervienen a nivel biológico y subjetivo. La lógica que opera en la
medicalización de la infancia y el envejecimiento es la anticipación de riesgos y el mejoramiento
de la salud y la vida modulando aspectos vitales. Los dos grandes vectores que modulan aspectos
vitales son:

- Epidemiologización de la vida: mecanismo por el cual los individuos son construidos


como expresión directa de una tendencia poblacional. La subjetividad biológica busca ser
modulada conforme a patrones de salud y morbilidad atinentes a una escala macro social.
En la infancia, el diagnóstico del TDAH se realiza integrando una serie de datos
generales e impersonales, reagrupandolos en factores heterogéneos que de por sí no
significan algo negativo pero que correlacionados suponen una mayor probabilidad de
materialización de comportamientos indeseables. Respecto al envejecimiento podemos
observar un análisis etario de las poblaciones, que ocasionalmente da como resultado un
incremento de la proporción de personas mayores de 60 años en relación a la cantidad de
personas jóvenes.
- Presentificación vital de riesgos futuros: mecanismo que implica la anticipación al tiempo
presente de una posibilidad potencial, se relaciona con las acciones pre enfermedad y con
la administración del yo; desembocando en la separación de un yo prudente de un
imprudente, que debe ser administrado por otros.

Papalini- Culturas terapéuticas: de la uniformidad a la diversidad


La sensación de malestar emerge en comparación a un ideal de bienestar pregonado en los
discursos sociales asociado a la salud, el optimismo y el éxito. Estimulando la necesidad de estar
bien en todo momento aún cuando las condiciones sean adversas. Estos estados inferiores a lo
esperado son poco tolerados.
Este bienestar establecido como meta dió lugar a un número de configuraciones culturales
englobadas bajo el término “culturas terapéuticas”; definibles como amalgamas de discursos,
saberes, prácticas y creencias científicas y religiosas que conciben el malestar subjetivo y la
dolencia física como inaceptables. Existen varios tipos de culturas terapéuticas, con variaciones
en sus cuatro dimensiones transversales:

- Cuerpo: el cuerpo ya no es determinante, el ojo está puesto en la vejez (las biotecnologías


han aumentado la expectativa de vida, siendo esto solo el primer paso, pues el objetivo es
retener los atributos de la juventud como así también eliminar totalmente el dolor
suprimiendo así toda sensación física) y en la maleabilidad corporal (ejercicio de
negación biológica para sostener una ilusión de libertad y autodeterminismo; la no
muestra de esta autonomía es entendida como debilidad moral)
- Subjetividad: el bienestar es entendido como sensación, se suele definir usando la noción
de wellness, el wellness es propiedad de los individuos y tiene que ver con lo que se es.
Existe una imagen de personalidad ideal con características subjetivas bien vistas que son
claves para el éxito (proactividad, optimismo, flexibilidad frente a cambios, etc)
generando así la idea de que el éxito y el fracaso dependen de cada uno.
- Creencias y terapias: una perspectiva generalizada es la holística, conjunta a la noción de
energía. Es común cuestionar el modelo biomédico.
- Modos de relación: Los usuarios de culturas terapéuticas pueden clasificarse en:
individualistas (recurrente de libros de autoayuda, coaching y grupos terapéuticos
buscando una solución instrumental); autogestionarios (grupos con una lógica horizontal
y participativa); coordinación experta (grupos en donde un experto es portador de un
saber legitimado y cumple una función diferente al resto) y discipulado (grupos centrados
en torno a una autoridad)

Cabanas- Psiudadanos, o la construcción de individuos felices en las


sociedades neoliberales

El tipo de subjetividad predominante en las sociedades neoliberales es individualista, autónomo,


personalmente responsable, auténtico, automotivado y competente en materia emocional.
Coincidente con la descripción que hacen los investigadores de la felicidad de los individuos
felices.

En los últimos tiempos la felicidad se presenta como una empresa individualista, para nada
relacionada con circunstancias políticas o sociales. Una meta humana universal, y una propiedad
psicométrica medible y estudiable.

Los psicólogos positivos afirman que la felicidad subyace a la culminación exitosa de muchos
resultados de la vida. Estos investigadores han logrado desarrollar métodos de recabación de
datos y técnicas de medición con el fin de objetivar la felicidad individual, para poder así
comparar a las culturas según su nivel de felicidad.

La felicidad es lo sano y deseable en las sociedades neoliberales, no amoldarse a ella es un


estigma. Es entendida como un modelo nuevo de identidad que define a los ciudadanos de las
sociedades neoliberales como psiudadanos, quienes tienen como esencial el logro de la felicidad
para llegar a ser ciudadanos plenamente operativos, dependientes de commodities psi
suministrados por la industria de la felicidad.

Los psiudadanos son definibles por tres características:

- Responsables: las pasiones y deseos dejan de ser estados indeterminados e inaprensibles


para convertirse en emociones controlables.
- Autenticidad: ser auténtico es presentarse de forma genuina y actuar de manera sincera y
responsabilizarse de los propios sentimientos y actos para así obtener resultados
positivos.
- Florencientes: los psicólogos positivos entienden que la felicidad lleva al éxito, un
modelo que explica este efecto es la teoría de ampliar y construir según la cual las
emociones positivas aumentan la conciencia y los procesos cognitivos de forma tal que
expande la visión del mundo permitiéndole obtener más información. Aquellos que
explotan este efecto de ampliar y construir son consideradas personas florencientes

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