01 Dios Es Uno
01 Dios Es Uno
01 Dios Es Uno
Capítulo 1
Dios es uno
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4).
“Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías
42:8).
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado” (Juan 17:3).
“Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la
incircuncisión” (Romanos 3:30).
“Para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y
nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros
por medio de él” (1Corintios 8:6).
“Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:6).
“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los
siglos de los siglos. Amén” (1Timoteo 1:17).
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”
(1Timoteo 2:5).
“Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos
tres son uno” (1Juan 5:7).
“Las Escrituras indican con claridad la relación entre Dios y Cristo, y manifiestan con no menos
claridad la personalidad y la individualidad de cada uno de ellos.
“Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, ... el cual siendo el resplandor de su
gloria, y la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su
potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de
la majestad en las alturas, hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto alcanzó por herencia
más excelente nombre que ellos. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi hijo eres tú,
hoy yo te he engendrado? Y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo?” Hebreos 1:1-5.
La personalidad del Padre y del Hijo, como también la unidad que existe entre ambos, aparecen en
el capítulo décimo-séptimo de Juan en la oración de Cristo por sus discípulos:
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra
de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos
sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.” Vers. 20, 21.
La unidad que existe entre Cristo y sus discípulos no destruye la personalidad de uno ni de otros.
Son uno en propósito, en espíritu, en carácter, pero no en persona. Así es como Dios y Cristo son
uno” (Elena G. de White - El ministerio de curación 329).
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“Los adventistas creemos en “Hay un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una unidad de tres
personas coeternas. Dios es inmortal, todopoderoso, omnisapiente, superior a todos y
omnipresente. Es infinito y escapa a la comprensión humana, aunque se lo puede conocer por
medio de su autorrevelación. Es digno para siempre de reverencia, adoración y servicio por parte
de toda la creación” - Deuteronomio 6:4; Mateo 28:19; 2Corintios 13:14; Efesios 4:4-6; 1Pedreo
1:2; 1Timoteo 1:17; Apocalipsis 14:7 (Varios Autores - Las 28 Creencias Adventistas p. 29-30).
“Antes de la aparición del pecado había paz y gozo en todo el universo. Todo guardaba perfecta
armonía con la voluntad del Creador. El amor a Dios estaba por encima de todo, y el amor de unos
a otros era imparcial. Cristo el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno con el Padre Eterno: uno en
naturaleza, en carácter y en designios; era el único ser en todo el universo que podía entrar en
todos los consejos y designios de Dios. Fue por intermedio de Cristo por quien el Padre efectuó la
creación de todos los seres celestiales. “Por él fueron creadas todas las cosas, en los cielos, ... ora
sean tronos, o dominios, o principados, o poderes” (Colosenses 1:16 (VM)); y todo el cielo rendía
homenaje tanto a Cristo como al Padre” (Elena G. de White - CS 547).
“La historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que principió en el cielo hasta el final
abatimiento de la rebelión y la total extirpación del pecado, es también una demostración del
inmutable amor de Dios.
El soberano del universo no estaba solo en su obra benéfica. Tuvo un compañero, un colaborador
que podía apreciar sus designios, y que podía compartir su regocijo al brindar felicidad a los seres
creados. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el
principio con Dios.” Juan 1:1, 2. Cristo, el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno solo con el Padre
eterno, uno solo en naturaleza, en carácter y en propósitos; era el único ser que podía penetrar en
todos los designios y fines de Dios. “Y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz.” “Y sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo.” Isaías
9:6; Miqueas 5:2. Y el Hijo de Dios, hablando de sí mismo, declara: “Jehová me poseía en el
principio de su camino, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternalmente tuve el principado...
Cuando establecía los fundamentos de la tierra; con él estaba yo ordenándolo todo; y fui su delicia
todos los días, teniendo solaz delante de él en todo tiempo” - Proverbios 8:22-30 (Elena G. de
White PP - 11-12).
“Hablando de su preexistencia, Cristo transporta la mente a los siglos indeterminables del pasado.
Nos asegura que nunca hubo un tiempo cuando no estuviera en íntima relación con el Dios eterno.
El, de cuya voz los judíos entonces escuchaban, había estado con Dios como uno que era con él”
(Elena G. de White – Signs of the Times, 29 de agosto, 1900).
“Jesús rechazó el cargo de blasfemia. Mi autoridad, dijo él, por hacer la obra de la cual me acusáis,
es que soy el Hijo de Dios, uno con él en naturaleza, voluntad y propósito. Coopero con Dios en
todas sus obras de creación y providencia. “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que
viere hacer al Padre.” Los sacerdotes y rabinos reprendían al Hijo de Dios por la obra que había
sido enviado a hacer en el mundo. Por sus pecados se habían separado de Dios, y en su orgullo
obraban independientemente de él. Se sentían suficientes en sí mismos para todo, y no
comprendían cuánto necesitaban que una sabiduría superior dirigiese sus actos. Pero el Hijo de
Dios se había entregado a la voluntad del Padre y dependía de su poder. Tan completamente
había anonadado Cristo al yo que no hacía planes por sí mismo. Aceptaba los planes de Dios para
él, y día tras día el Padre se los revelaba. De tal manera debemos depender de Dios que nuestra
vida sea el simple desarrollo de su voluntad” (Elena G. de White -DTG 178-179).
“El soberano del universo no estaba solo en su obra benéfica. Tuvo un compañero, un colaborador
que podía apreciar sus designios, y que podía compartir su regocijo al brindar felicidad a los seres
creados. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el
principio con Dios.” Juan 1:1, 2. Cristo, el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno solo con el Padre
eterno, uno solo en naturaleza, en carácter y en propósitos; era el único ser que podía penetrar en
todos los designios y fines de Dios. “Y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz.” “Y sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo.” Isaías
9:6; Miqueas 5:2. Y el Hijo de Dios, hablando de sí mismo, declara: “Jehová me poseía en el
principio de su camino, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternalmente tuve el principado...
Cuando establecía los fundamentos de la tierra; con él estaba yo ordenándolo todo; y fui su delicia
todos los días, teniendo solaz delante de él en todo tiempo.” Proverbios 8:22-30.
El Padre obró por medio de su Hijo en la creación de todos los seres celestiales. “Porque por él
fueron criadas todas las cosas, ... sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades;
todo fue criado por él y para él.” Colosenses 1:16. Los ángeles son los ministros de Dios, que,
irradiando la luz que constantemente dimana de la presencia de él y valiéndose de sus rápidas
alas, se apresuran a ejecutar la voluntad de Dios. Pero el Hijo, el Ungido de Dios, “la misma imagen
de su sustancia,” “el resplandor de su gloria” y sostenedor de “todas las cosas con la palabra de su
potencia,” tiene la supremacía sobre todos ellos. Un “trono de gloria, excelso desde el principio,”
era el lugar de su santuario; una “vara de equidad,” el cetro de su reino. “Alabanza y magnificencia
delante de él: fortaleza y gloria en su santuario.” “Misericordia y verdad van delante de tu rostro.”
Hebreos 1:3, 8; Jeremías 17:12; Salmos 96:6; 89:14 (Elena G. de White - Patriarcas y profetas 11-
12).
“Cristo era el Hijo de Dios. Había sido uno con el Padre antes que los ángeles fuesen creados.
Siempre estuvo a la diestra del Padre; su supremacía, tan llena de bendiciones para todos aquellos
que estaban bajo su benigno dominio, no había sido hasta entonces disputada. La armonía que
reinaba en el cielo nunca había sido interrumpida” (Elena G. de White - Patriarcas y profetas 18).
“Y Será llamado su nombre Emmanuel; ... Dios con nosotros.” “La luz del conocimiento de la gloria
de Dios,” se ve “en el rostro de Jesucristo.” Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era
uno con el Padre; era “la imagen de Dios,” la imagen de su grandeza y majestad, “el resplandor de
su gloria.” Vino a nuestro mundo para manifestar esta gloria. Vino a esta tierra obscurecida por el
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pecado para revelar la luz del amor de Dios, para ser “Dios con nosotros.” Por lo tanto, fué
profetizado de él: “Y será llamado su nombre Emmanuel” (Elena G. de White - DTG 11).
“Antes de la aparición del pecado había paz y gozo en todo el universo. Todo guardaba perfecta
armonía con la voluntad del Creador. El amor a Dios estaba por encima de todo, y el amor de unos
a otros era imparcial. Cristo el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno con el Padre Eterno: uno en
naturaleza, en carácter y en designios; era el único ser en todo el universo que podía entrar en
todos los consejos y designios de Dios. Fué por intermedio de Cristo por quien el Padre efectuó la
creación de todos los seres celestiales. “Por él fueron creadas todas las cosas, en los cielos, ... ora
sean tronos, o dominios, o principados, o poderes” (Colosenses 1:16 (VM)); y todo el cielo rendía
homenaje tanto a Cristo como al Padre” (Elena G. de White - CS 547).
“Lucifer no apreció como don de su Creador los altos honores que Dios le había conferido, y no
sintió gratitud alguna. Se glorificaba de su belleza y elevación, y aspiraba a ser igual a Dios. Era
amado y reverenciado por la hueste celestial. Los ángeles se deleitaban en ejecutar sus órdenes, y
estaba revestido de sabiduría y gloria sobre todos ellos. Sin embargo, el Hijo de Dios era el
Soberano reconocido del cielo, y gozaba de la misma autoridad y poder que el Padre. Cristo
tomaba parte en todos los consejos de Dios, mientras que a Lucifer no le era permitido entrar así
en los designios divinos. Y este ángel poderoso se preguntaba por qué había de tener Cristo la
supremacía y recibir más honra que él mismo. Abandonando el lugar que ocupaba en la presencia
inmediata del Padre, Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles. Obrando
con misterioso sigilo y encubriendo durante algún tiempo sus verdaderos fines bajo una apariencia
de respeto hacia Dios, se esforzó en despertar el descontento respecto a las leyes que gobernaban
a los seres divinos, insinuando que ellas imponían restricciones innecesarias. Insistía en que siendo
dotados de una naturaleza santa, los ángeles debían obedecer los dictados de su propia voluntad.
Procuró ganarse la simpatía de ellos haciéndoles creer que Dios había obrado injustamente con él,
concediendo a Cristo honor supremo. Dio a entender que al aspirar a mayor poder y honor, no
trataba de exaltarse a sí mismo sino de asegurar libertad para todos los habitantes del cielo, a fin
de que pudiesen así alcanzar a un nivel superior de existencia” (Elena G. de White - CS 474-475).
“Cristo era uno con el Padre antes de que los fundamentos del mundo se hubieran colocado. Esta
es la luz que brilla en un lugar oscuro. [...] Esta verdad sumamente misteriosa en sí misma explica
otras verdades igualmente misteriosas, que sin ello serían inexplicables, aun estando al mismo
tiempo envueltas en luz, inaccesibles e incomprensibles” (Elena G. de White - Review and Herald,
5 de abril de 1906).
“El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existió por toda la eternidad, en tanto que persona
distinta y sin embargo una con el Padre. Él era la gloria incomparable del cielo. Era la cabeza de las
inteligencias celestiales, y tenía derecho a la adoración de los ángeles. Esto no era una usurpación”
(Elena G. de White - Review and Herald, 5 de abril de 1906).
“Soberano del Cielo, uno en poder y autoridad con el Padre” (Elena G. de White, The Great
Controversy Between Christ and Satán, pág. 459).
“De una sola substancia, poseyendo los mismos atributos” del Padre” (Elena G. de White - Signs of
the Times, 27 de noviembre de 1893).
“Desde los días de la eternidad el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era ‘la imagen de Dios’, la
imagen de Su grandeza y majestad, ‘el resplandor de Su gloria’. Fue para manifestar esa gloria que
Él vino al mundo... para ser Dios con nosotros” (Elena G. de White - The Desire of Ages, pág. 19.).
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“Cristo era esencialmente Dios, y en el más alto sentido. Él estaba con Dios desde toda la
eternidad... una Persona distinta, todavía uno con el Padre” (Elena G. de White - Review and
Herald, 5 de abril de 1906).
“El humilde Nazareno asevera su verdadera nobleza. Se eleva por encima de la humanidad,
depone el manto de pecado y de vergüenza, y se revela como el Honrado de los ángeles, el Hijo de
Dios, Uno con el Creador del universo. Sus oyentes quedan hechizados. Nadie habló jamás
palabras como las suyas, ni tuvo un porte de tan real majestad. Sus declaraciones son claras y
sencillas; presentan distintamente su misión y el deber del mundo. “Porque el Padre a nadie juzga,
mas todo el juicio dio al Hijo; para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra
al Hijo, no honra al Padre que le envió.... Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio
también al Hijo que tuviese vida en sí mismo: y también le dio poder de hacer juicio, en cuanto es
el Hijo del hombre” (Elena G. de White - DTG 180).
"A medida que los discípulos lo comprendieron, a medida que su percepción se aferró de la
compasión divina, comprendieron que hay un sentido en el cual los sufrimientos del Hijo
fueron los sufrimientos del Padre. Desde la eternidad, existía una completa unidad entre el
Padre y el Hijo. Eran dos, pero casi idénticos; dos en individualidad, pero uno en espíritu,
corazón y carácter" (Elena G. de White – The Youth's Instructor, 16 de diciembre, 1897 /
parcialmente en A fin de conocerle p. 71).
"A medida que los discípulos lo comprendieron, a medida que su percepción se aferró de la
compasión divina, comprendieron que hay un sentido en el cual los sufrimientos del Hijo
fueron los sufrimientos del Padre. Desde la eternidad, existía una completa unidad entre el
Padre y el Hijo. Eran dos, pero casi idénticos; dos en individualidad, pero uno en espíritu,
corazón y carácter" (Elena G. de White – The Youth's Instructor, 16 de diciembre, 1897 /
parcialmente en A fin de conocerle, p. 71).
“Tres agencias distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, trabajan juntas por los seres
humanos. Están unidos en el trabajo de hacer que la iglesia en la tierra sea como la iglesia en el
cielo. Ponen los recursos del cielo a disposición de aquellos que apreciarán e impartirán estos
tesoros espirituales, multiplicándolos usándolos para la gloria de Dios. Cada esfuerzo diligente
para mejorar se suma a los dones que tenemos. Los poderes del cielo trabajan con los seres
humanos en el plan de multiplicación” (Elena G. de White - Ms27a-1900 / UL; 6BC).
“Las Escrituras indican con claridad la relación entre Dios y Cristo, y manifiestan con no menos
claridad la personalidad y la individualidad de cada uno de ellos.
“Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, ... el cual siendo el resplandor de su
gloria, y la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su
potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de
la majestad en las alturas, hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto alcanzó por herencia
más excelente nombre que ellos. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi hijo eres tú,
hoy yo te he engendrado? Y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo?” Hebreos 1:1-5.
La personalidad del Padre y del Hijo, como también la unidad que existe entre ambos, aparecen en
el capítulo décimo-séptimo de Juan en la oración de Cristo por sus discípulos:
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra
de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos
sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.” Vers. 20, 21.
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La unidad que existe entre Cristo y sus discípulos no destruye la personalidad de uno ni de otros.
Son uno en propósito, en espíritu, en carácter, pero no en persona. Así es como Dios y Cristo son
uno” (Elena G. de White - El ministerio de curación 329).
"A medida que los discípulos lo comprendieron, a medida que su percepción se aferró de la
compasión divina, comprendieron que hay un sentido en el cual los sufrimientos del Hijo
fueron los sufrimientos del Padre. Desde la eternidad, existía una completa unidad entre el
Padre y el Hijo. Eran dos, pero casi idénticos; dos en individualidad, pero uno en espíritu,
corazón y carácter" (Elena G. de White – The Youth's Instructor, 16 de diciembre, 1897 /
parcialmente en A fin de conocerle p. 71).
“Aunque la Palabra de Dios habla de la humanidad de Cristo cuando estuvo en esta tierra, también
habla definidamente acerca de su preexistencia. El Verbo existía como un ser divino, como el Hijo
eterno de Dios en unión y en unidad con el Padre. Desde la eternidad era el Mediador del pacto,
aquel en quien serían bendecidas todas las naciones de la tierra, tanto judíos como gentiles, si lo
aceptaban. «El Verbo, era con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1: 1). Antes de que los ángeles
fuesen creados, el Verbo estaba con Dios, era Dios” (Elena G. de White - Review and Herald, 5 de
abril de 1906).
“El punto aquí es, si Cristo Jesús iba a revelar la gloria y la plenitud del Padre a los hombres
y a los ángeles, El mismo tenía que ser la expresión del propio carácter de Dios. Tenía que
ser Dios para revelar a Dios completamente. Es verdad que la obra de la creación y el
ministerio de los ángeles revelan el carácter de Dios a un grado, pero sólo inadecuada y
pálidamente, justamente como la luna refleja débilmente la luz del sol. "Pero
apartándonos de todas las representaciones menores, contemplamos a Dios en Jesús.
Mirando a Jesús, vemos que la gloria de nuestro Dios consiste en dar".
Jesús quien ha estado con el Dios eterno desde los días de la eternidad era de hecho igual al
Padre. Es en gran manera Cristo Jesús Dios, que ver a Cristo es ver al Padre. Los discípulos
fueron lentos para ver esta verdad, como leemos: "Si me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el
Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has
conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú:
Muéstranos el Padre?" (Juan 14: 7-9). De este modo, Jesús hizo claro para siempre que ver
al Uno es ver al Otro; tan iguales e idénticos son el Hijo y el Padre” (Fred Wright – El destino
de un movimiento 74-75).