Tema 02

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PROGRAMA MODULAR: VALORACIÓN DE

INCAPACIDADES
UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A
DISTANCIA
Curso de experto en Valoración de incapacidades y
daño corporal para la protección social
Segundo tema: Introducción a la protección social
Índice:

1. Introducción

2. Ciudadanía, democracia y protección social

2.1. La universalización de las prestaciones, una tendencia


intrínseca del Estado del Bienestar

2.2. ¿Cómo afrontar los nuevos retos relacionados con la


protección social? Un caso práctico: la discapacidad y la
dependencia

3. Protección social y democracia: ¿qué papel juega la noción de


ciudadanía en las declaraciones y recomendaciones
internacionales?

4. Conclusiones

5. Referencias

6. Prueba de evaluación continua


1. Introducción:

Una de las paradojas en las que se mueven las sociedades


occidentales puede formularse de la siguiente manera:
constantemente se debate sobre la sostenibilidad a largo plazo del
Estado del Bienestar, y a la vez, aumentan las demandas de los
ciudadanos sobre las instituciones públicas en regímenes
democráticos, para que tomen las medidas adecuadas que hagan
posible el ejercicio pleno de su ciudadanía. La protección social no
puede entenderse descontextualizada del sistema democrático, y
del conjunto de derechos y deberes que conforman nuestra vida
personal, grupal y comunitaria. En este sentido, pueden consultar
textos básicos sobre el origen y características del estado del
bienestar. Por ejemplo:

López Peláez, A., Fernández García, T. (2009): Ciudadanía,


democracia y política social: historia y horizonte ético del Estado
del Bienestar. Pp. 77-104. En: Fernández García, T., De la Fuente,
Y.M. (coords.) Política Social y Trabajo Social. Madrid: Alianza
Editorial.

Con la pandemia del COVID19 este debate ha vuelto a ponerse de


actualidad. Las políticas de austeridad y sus consecuencias sobre
el sistema público de salud muestran, en un contexto de crisis
global, las limitaciones de un enfoque que no ha prestado
suficiente atención a los riesgos derivados de la globalización.

En relación con la atención a la persona en situación, pueden


consultar:

López Peláez, A., Castillo de Mesa, J. (2020). Prólogo. La atención


a la persona. Una visión de futuro. Pp. 21-37. En:Forns i
Fernández, M.V. (coord.), La protección jurídica de la atención a
las personas en materia de servicios sociales. Una visión
interdisciplinar. Barcelona: Atelier.

Cada vez más colectivos reclaman un diseño social que les permita
ejercer sus derechos en todas las dimensiones de sus vidas, desde
el ocio hasta el trabajo. Y, dado el proceso de transformación
socioeconómico y demográfico en el que estamos inmersos, las
personas dependientes también reclaman, como un derecho, que
se tomen las medidas necesarias para que puedan vivir como
ciudadanos. Los nuevos enfoques sobre la protección social,
desde una perspectiva internacional, toman en consideración esta
situación paradójica, y la evolución previsible de las políticas
públicas y la propia arquitectura institucional de las sociedades
occidentales en este ámbito dependen del equilibrio que se
alcance entre el debate sobre la vigencia del Estado del Bienestar,
las tendencias exclusógenas que operan en nuestro entorno, y el
debate sobre las condiciones mínimas que debe asegurar la
sociedad como tal para que el ejercicio de la ciudadanía, sea una
posibilidad real.

En este contexto, recomendamos la lectura de un reciente texto


sobre las políticas de austeridad y sus consecuencias en el estado
del bienestar en perspectiva comparada, más ilustrativo si cabe en
la situación actual, en la pandemia provocada por la COVID19:

López Peláez, A., Gómez Ciriano, E.J. (eds.) (2019). Austerity, social
work and welfare policies: a global perspective. Pamplona:
Thomson Reuters Aranzadi (en el foro del tema 2 subiremos una
breve reseña de este texto).

En este tema del programa modular en Valoración de


incapacidades, nos centramos en un colectivo, el de personas
dependientes, para, a través del análisis de su situación, poner de
relieve la importancia de los sistemas de protección social.
También vamos a colgar en el foro una investigación sobre los
riesgos laborales de los jóvenes españoles, publicada por el
INJUVE, donde también se pone de manifiesto la necesidad de
redefinir nuestras políticas de protección social.

http://www.injuve.es/observatorio/salud-y-sexualidad/jovenes-
accidentes-debidos-al-trafico-y-riesgos-laborales-estrategias-
para-mejorar-las-condicion

A partir de ambos casos prácticos, dependientes y jóvenes,


podemos ya avanzar en el resto de temas más específicos del
programa modular en valoración de incapacidades.

La relación entre protección social, dependencia, discapacidad y


ciudadanía es una cuestión compleja. En este tema, analizaremos
tres cuestiones básicas que permiten contextualizar el debate
internacional. En primer lugar, el pilar sobre el que se asientan
todas las reclamaciones de derechos de colectivos como el de las
personas discapacitadas, o las personas dependientes, pero
también de otros muchos: la noción de ciudadanía como eje
articulador de la acción de las instituciones públicas. En segundo
lugar, el debate sobre la sostenibilidad del Estado del Bienestar,
en un contexto en el que la exclusión social ha pasado a
convertirse en un tema prioritario desde la perspectiva de las
políticas públicas. En tercer lugar, analizaremos brevemente
algunas de las acciones institucionales que se han desarrollado
para afrontar los problemas de las personas dependientes y
discapacitadas. Algunos de los problemas, y algunas de las
medidas que han dado resultados positivos, en el ámbito de la
discapacidad, pueden servirnos como ilustración en relación con
la aplicación de la recientemente promulgada ley de la
Dependencia en España. Como es obvio, dependencia y
discapacidad no son conceptos sinónimos.

Dentro del colectivo de las personas con discapacidad, hay


personas dependientes, y dentro del colectivo de personas
dependientes se observan diversos niveles de discapacidad, en
muchos casos vinculados con un fenómeno típico de nuestras
sociedades del bienestar: el aumento de las personas mayores,
con una mayor expectativa de vida que conlleva una auténtica
‘revolución social’, y que exige una respuesta institucional para
hacer frente a los nuevos retos que conlleva una población cada
vez más elevada de personas que superan los 65 años de edad.

2. Ciudadanía, democracia y protección social

Los sistemas de protección social tienen que abordar las


demandas de la ciudadanía. En este sentido, tomando como
referencia el caso práctico de las personas dependientes, no
puede entenderse la defensa de los derechos de las personas
dependientes y de las personas discapacitadas sin tomar en
consideración la vinculación entre ciudadanía y democracia. Que
la Organización Mundial de la Salud, ya en el año 1980, definiera
la dependencia como ‘la restricción o ausencia de la capacidad de
realizar alguna actividad en la forma o dentro del margen que se
considera normal’, y analizar los problemas de integración de las
personas dependientes, o que los países integrantes de las
Naciones Unidas hayan firmado un acuerdo, tras cinco años de
negociaciones, para proteger los derechos de las personas con
discapacidad, el 25 de agosto de 2006 (la Convención
Internacional de Derechos y Dignidad de las personas con
discapacidad), son consecuencias directas de considerar a cada
persona como ciudadano, independientemente de sus
circunstancias.

Se trata de hacer posible el ejercicio de dicha ciudadanía, y para


ello no basta con evitar la discriminación. Es decir, el objetivo es
construir una sociedad democrática en la que la igualdad de
oportunidades, sociales, económicas y políticas, permita tomar en
consideración la voz de colectivos sin voz hasta épocas recientes.
Históricamente, el colectivo de personas con discapacidad ha
pertenecido a este grupo invisible y ausente del debate público, y,
a lo largo de los últimos decenios, se ha ido situando
progresivamente en el centro del debate sobre el tipo de sociedad
que queremos construir. En un proceso que guarda ciertos
paralelismo, las personas dependientes, en sociedades en las que
aumenta progresivamente el colectivo de personas mayores,
también han pasado a ser un colectivo con voz dentro del debate
político, y en torno a ellas, por ejemplo en el caso español, se está
articulando lo que se ha denominado el cuarto pilar del Estado del
Bienestar.

Las demandas de estos y otros colectivos sobre el rediseño de la


sociedad para hacer posible el ejercicio de su condición de
ciudadanos, choca con el debate económico y político sobre la
vigencia y el futuro del Estado del Bienestar. Su dinámica
intrínseca, basada en la noción de ciudadanía, puede
caracterizarse como una tendencia hacia la universalización de las
prestaciones que permiten ejercer dicha condición de ciudadanos,
y por lo tanto, en función de las nuevas demandas de la población,
nuevos colectivos se verán protegidos por la acción del Estado del
Bienestar. Pero, este proceso choca con el discurso sobre la
viabilidad financiera del sistema. Es importante analizar, por ello,
en primer lugar la tendencia hacia la universalización de las
prestaciones, y, en segundo lugar, reflexionar sobre el debate en
torno a su viabilidad socioeconómica (González Temprano, 2003).

2.1. La universalización de las prestaciones, una tendencia


intrínseca del Estado del Bienestar:

La historia del siglo XX es la historia de la implantación de cada vez


mayores niveles de democracia, teniendo en cuenta que esta es
forma de organización política y social que permite una mejor
asignación de recursos y una extensión de los derechos de los
ciudadanos. El anhelo de democracia por parte de la ciudadanía
no es solo un ideal político. Es también una necesidad, en cuanto
solo con una mayor democratización pueden afrontarse y
resolverse los retos a los que nos enfrentamos en el presente
inmediato, fundamentalmente el de contribuir al bienestar
material de todos. En este sentido, la dinámica democratizadora
puede definirse como “una intervención colectiva de seres que se
entienden a sí mismos parte de un todo y que entienden que son
destinatarios como colectivo del derecho de participar”
(Fernández Steinko, 2002: 10). Desde el punto de vista político, la
expansión de los sistemas democráticos tuvo también como
consecuencia la reorientación de la intervención del Estado en la
regulación de la vida económica desde un patrón nuevo: los
derechos de los ciudadanos.
El concepto de ciudadanía es un concepto clave para entender la
demanda de un reorganización socioeconómica que permita el
pleno ejercicio de sus derechos como ciudadanos a aquellas
personas que se encuentran en una situación de discapacidad y/o
dependencia. Podemos diferenciar tres dimensiones básicas para
ser ciudadano de pleno derecho en nuestras sociedades: la
dimensión civil (derechos unidos a la libertad individual: libertad
de credo, de pensamiento, derecho a la propiedad, libertad de
movimiento); la dimensión política (derecho a participar en el
ejercicio del poder político); y la dimensión social (que abarca
todo aquello que hace posible la vida como tal en una sociedad
democrática de mercado: derecho a la seguridad, a un mínimo de
bienestar económico, y derecho a disfrutar de un acceso libre a lo
que consideramos dimensiones básicas de la vida social:
educación, sanidad, servicios sociales). El bienestar personal debe
analizarse como una realidad pluridimensional, que abarca
diversas facetas de la vida humana, y en la que la intervención del
Estado como garante de la vida en comunidad es compatible con
la economía de libre mercado como condición necesaria para la
creación y aumento del bienestar. El bienestar personal es
objetivo y subjetivo, “es un compuesto de medios materiales y de
fines inmateriales, está localizado en algún lugar del eje que
discurre entre los dos polos de la riqueza y la felicidad” (Marshall,
1981: 83).

En este sentido, los servicios sociales garantizan la posibilidad de


disfrutar del nivel de vida considerado subjetiva y objetivamente
como correspondiente a la noción de bienestar en un momento
histórico determinado, ya que aseguran un trato igual para todos
con independencia de su situación personal. La participación
plena en la comunidad es el objetivo que buscan asegurar los
derechos sociales, y que tienen que ver con compartir la herencia
social y vivir de acuerdo a lo que se considera civilizado en un
momento dado: los derechos sociales abarcan “todo el espectro
desde el derecho a la seguridad y a un mínimo de bienestar al de
compartir plenamente la herencia social y vivir la vida de un ser
civilizado conforme a los estándares predominantes en la
sociedad” (Marshall, 1998: 20).

El modelo de bienestar tenderá, por tanto, siempre al óptimo, y


los servicios sociales deben ampliarse y extenderse más allá de la
atención a ciudadanos en situación de penuria. Se trata de
asegurar una vida digna y una participación plena en la vida de la
comunidad. Desde este punto de vista, la propia dinámica
democrática lleva a situar en el centro del debate político y
económico la atención a las personas discapacitadas y/o
dependientes, puesto que son ciudadanos antes que
discapacitados y/o dependientes. Poder ejercer dicha ciudadanía
es un derecho previo, y en este sentido, la propia evolución ética
de los sistemas democráticos nos sitúa en una perspectiva
completamente alejada de la pretérita concepción de los servicios
sociales como servicios asistenciales (Fernández García y López
Peláez, 2006).

Desde la perspectiva específica que vincula democracia,


ciudadanía, discapacidad y dependencia, hay que destacar tres
elementos básicos que han hecho posible las diversas
configuraciones adoptadas por el Estado del Bienestar:

- En primer lugar, el crecimiento económico sostenido en los


países occidentales a lo largo del siglo XX. Independientemente de
los ciclos de crecimiento y las situaciones de crisis, la mejora del
nivel de vida, y la competitividad de una economía en la que se
concilian (con diversos modelos de Estado de Bienestar) avances
tecnológicos, desarrollo económico y extensión progresiva de las
prestaciones del Estado del Bienestar, ha tenido como
consecuencia que se haya convertido en parte central del discurso
colectivo y de la identidad de los ciudadanos europeos hasta
nuestros días. Quizás por eso, a pesar de las críticas al Estado del
Bienestar desde la década de 1970, ningún país europeo ha
renunciado a él como seña de identidad. En este sentido, las
reformas distributivas y las políticas sociales no solo no frenan el
crecimiento económico, sino que tienen un efecto positivo en la
evolución económica: “la actividad de reforma social no implica
necesaria, ni habitualmente en mi opinión, una tasa menor de
crecimiento económico nacional, sino que con más probabilidad
tendría el efecto contrario” (Myrdal, 1972: 7).

- En segundo lugar, la legitimidad del Estado para intervenir en la


regulación de la sociedad y la economía: “las tensiones de la
sociedad industrial, la naturaleza de la economía, los cambios en
el funcionamiento de la comunidad, movimientos demográficos y
tensiones en la familia, resultaban en la vida diaria unas cargas
que las familias solas no podían asumir. La ayuda del Estado se
hizo necesaria para todo, en un momento u otro, si familias e
individuos querían ser capaces de funcionar con eficacia” (Miller,
1987: 3). El papel crucial que juega el Estado se no solo del éxito
de la política económica. Tiene que ver también con la propia
expansión de la democracia como sistema de gobierno, basado en
los derechos jurídicos, económicos y sociales de los ciudadanos.
En este sentido, juega un papel central como mediador en los
conflictos sociales, y como integrador social en la medida en la que
fomentaba una extensión progresiva de los servicios educativos,
sanitarios y los sistemas de pensiones a un número mayor cada
vez de personas. Las políticas sociales ejercidas por el Estado
juegan un rol estabilizador, preventivo y protector, y como
institución básica integrada en la sociedad, provee un conjunto de
servicios universales y selectivos. En definitiva, la política social
tiene como objetivo ser integradora, completando y mejorando
aquellos desajustes que se observan en cada sociedad.

- En tercer lugar, el universalismo de los servicios sociales: este


principio se deriva de la propia noción de ciudadanía social, y nos
permite comprender la lógica última que mueve las declaraciones
y recomendaciones internacionales sobre la discapacidad y la
dependencia. Como ciudadanos, el ejercicio de nuestros derechos
demanda una configuración estructural de nuestras sociedades
que permita su disfrute, y que exige asumir la responsabilidad
colectiva en la conformación de la sociedad como tal. La
universalidad de los servicios requiere la intervención de las
instituciones públicas, únicas capaces por definición de garantizar
el acceso universal y sin discriminaciones, condición previa para
poder participar en la comunidad como ciudadanos integrados y
activos.

En todos los modelos de Estado del Bienestar puede observarse


como la íntima conexión entre democracia y universalidad de los
derechos legitima el papel de las instituciones públicas e impulsa
una reclamación de servicios por parte de colectivos que se
encuentran excluidos del sistema de Bienestar. Su dinámica
interna es la maximización de sus funciones, y la mejora de las
condiciones de vida de sus miembros, persiguiendo la igualdad
social. El Estado del Bienestar tiende a garantizar no solo los
aspectos relacionados con los riesgos del ciclo vital, sino también
aquellos relacionados con la mejora de la calidad de vida: se
encarga también “(...) de optimizar la capacidad de la gente para
trabajar, para encontrar trabajo e incluso para contar con un buen
empleo, con una buena paga y un buen entorno de trabajo. El
objetivo es permitir a las personas que armonicen el trabajo con
la familia, resolver los problemas de tener hijos y trabajar y
combinar la actividad productiva con un tiempo libre gratificante
y con sentido” (Esping-Andersen, 1993: 186). Desde nuestra
perspectiva, todavía sigue teniendo vigencia el planteamiento de
R. H. Tawney, que defiende al Estado de Bienestar como única
institución capaz de establecer medidas para corregir la
desigualdad y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, no solo
por su efecto positivo en la economía, sino por un argumento
ético: la igualdad de los ciudadanos solo puede ser posible sobre
la base del disfrute de la plena ciudadanía, lo que implica la
extensión de los derechos sociales, y el acceso libre a unos
servicios sociales universales que permitan el ejercicio de tales
derechos (Tawney, 1972: 18).

2.2. ¿Cómo afrontar los nuevos retos relacionados con la


protección social? Un caso práctico: la discapacidad y la
dependencia

A pesar de que el Estado del Bienestar goza de un fuerte


legitimidad en nuestras sociedades democráticas occidentales,
debe hacer frente a los profundos procesos de cambio social en
los que estamos inmersos, y, desde el punto de vista de la
discapacidad y la dependencia, debe garantizar las condiciones
necesarias para que el ejercicio de la ciudadanía sea una
posibilidad real, y no solo una quimera. Los nuevos retos pueden
formularse con una doble pregunta: en primer lugar, ¿es
‘sostenible socialmente’ el modelo de trabajo, de familia y de
sociedad en el que nos encontramos inmersos, y desde el que se
ha hecho frente a las situaciones de dependencia y/o
discapacidad?; en segundo lugar, ¿estamos dispuestos a hacer
posible el ejercicio de la ciudadanía en un nuevo contexto
socioeconómico, diseñando nuestras sociedades para permitir la
integración de las personas dependientes y de las personas con
discapacidad? (Lorenzo García, 2003).

Ante este nuevo contexto, el papel de las políticas sociales, y del


Estado del Bienestar, tiene que reformularse para lograr su
objetivo básico: asegurar las condiciones estructurales que
permiten disfrutar de nuestra condición de ciudadanos. En los
nuevos modelos emergentes, hay posibilidades y riesgos. Por lo
tanto, deben analizarse las nuevas circunstancias: globalización,
nueva organización del trabajo, nuevas tecnologías,
transformación de la familia y las comunidades. Tomando en
consideración las exigencias de una economía basada en el
conocimiento, de una organización del trabajo que conlleva la
individualización de los trabajadores, y de una familia marcada por
la incorporación de la mujer al trabajo, se trata de analizar las
políticas y formas de actuación que pueden hacer a las sociedades
más coherentes socialmente, y más productivas económicamente
en el nuevo contexto.

Y en este proceso de cambio, las nuevas demandas de la población


dependiente, o de las personas discapacitadas, deben ser
resueltas en función de un principio básico de la democracia: las
instituciones deben garantizar las condiciones mínimas para el
ejercicio de la condición de ciudadano que nos es previa. Si no es
posible ejercer la ciudadanía, la democracia como tal pierde su
fundamento ético, y precisamente por ello, en los debates en las
instituciones internacionales, como la ONU, la OMS, o el Consejo
de Europa, cada vez se señala con más insistencia en la necesidad
de adaptar las legislaciones nacionales para hacer posible la
integración de las personas con discapacidad y las personas en
situación de dependencia. Por ejemplo, el Comité de Ministros del
Consejo de Europa aprobó en septiembre de 1998 una
recomendación relativa a la dependencia, un texto de consenso
entre todos los países miembros, que tiene como objetivo mejorar
la calidad de vida de las personas dependientes. Y, desde la
perspectiva de las personas con discapacidad, su visibilidad como
ciudadanos que reclaman una integración efectiva ha llegado
hasta el punto de haberse declarado el año 2003 como el año de
la discapacidad.

En este sentido, algunos de los postulados defendidos por el


pensamiento neoliberal (la capacidad del mercado para
autorregularse y generar crecimiento e integración social, la
necesidad de la reducción del Estado y de la gestión pública como
un bien en sí mismo, la defensa de un modelo de familia
tradicional) solo pueden acentuar la desigualdad y la
desintegración social, con un efecto negativo sobre el crecimiento
económico (objetivo final de dicho discurso neoliberal). Y esto es
así porque este discurso se basa un modelo de trabajo y de familia
que ya no existe como único referente, y no toma en
consideración la condición de ‘ciudadanos’ de colectivos como los
discapacitados o las personas dependientes. El crecimiento
económico en una economía global, basada en las nuevas
tecnologías y caracterizada por el ‘trabajo flexible’, puede ponerse
en entredicho si no se desarrollan nuevos modelos de integración
social que tengan en cuenta las características específicas de las
‘sociedades del conocimiento’ emergentes, como el
envejecimiento progresivo de la población. Se trata, en definitiva,
de articular nuevos modelos de análisis e intervención, superando
la inercia de los conceptos y teorías que respondían a una
sociedad y unos problemas que se han transformado en las
últimas décadas (OIT, 2005).

El principal reto en los próximos años, desde la perspectiva de las


personas discapacitadas y/o dependientes, podría formularse en
los siguientes términos: hacer posible el ejercicio de la ciudadanía,
reconstruyendo las redes de interacción social y los mecanismos
de cohesión social en la economía global. Como muestra la
experiencia de las sociedades occidentales en los últimos quince
años, es necesario articular nuevas respuestas institucionales que
permitan profundizar en el bienestar de la ciudadanía. Ante los
nuevos retos económicos y sociales, las políticas neoliberales de
desmantelamiento del Estado del Bienestar son inviables a largo
plazo, por diversas razones: en primer lugar porque no lo admiten
los ciudadanos (en particular los europeos, que consideran su
Estado del Bienestar como un rasgo específico de la ciudadanía
europea); en segundo lugar porque es indispensable para generar
las cualificaciones básicas que la nueva economía exige; en tercer
lugar, porque es necesario para hacer realidad el ejercicio de los
denominados derechos sociales, firmemente establecidos en el
imaginario simbólico y las aspiraciones de los ciudadanos
occidentales.

Sin embargo, esta defensa no puede consistir en la entronización


del inmovilismo: hay que transformar las instituciones para
generar mayor cohesión social y hacer posible el crecimiento
económico. En este sentido, la denominada ley de la Dependencia
en España, a pesar de las dificultades de financiación, está
generando desde su implantación un efecto dinamizador sobre la
economía, además de permitir avanzar en la extensión de la
democracia y la ciudadanía como una realidad efectiva en los
próximos años. Por ejemplo, los datos publicados por la
Asociación Estatal de Directores y Gerentes en Servicios Sociales
de España, en marzo de 2019, en el XIX Dictamen del Observatorio
de la Dependencia Comunidad Autónoma de Andalucía muestran,
en el caso de la comunidad autónoma de Andalucía, como “la
apuesta por ese tipo de servicios de proximidad permite que el
Sistema haya generado en este último año en Andalucía más de
5.800 nuevos puestos de trabajo, situándose como la CA que más
empleo directo ha generado en el Sistema de la Dependencia en
términos absolutos, con 43.000 puestos de trabajo directos, casi
el 18% del total nacional”
(https://www.directoressociales.com/images/Dec2019/CCAA.pdf
).

3. Protección social y democracia: ¿qué papel juega la


noción de ciudadanía en las declaraciones y
recomendaciones internacionales?

Es precisamente la conexión entre derechos humanos,


democracia y ciudadanía la que explica que, en el mismo
momento en el que se genera el debate sobre la viabilidad del
Estado del Bienestar, se acuerden un importante número de
declaraciones, resoluciones, recomendaciones y proclamas
internacionales de derechos a favor de las personas
discapacitadas y de las personas dependientes. El ejercicio pleno
de los derechos como ciudadanos tiene siempre, en nuestras
sociedades complejas, como límite real la discriminación que
sufren colectivos que se alejan de lo que se considera la
normalidad. En el caso de las personas dependientes, se trata
además de un fenómeno ligado al envejecimiento progresivo de
la población (aunque no solo), y por lo tanto es una consecuencia
de nuestro modelo de vida. No hay nada más normal que
envejecer, y sin embargo, las propias limitaciones de la edad
hacen que la autonomía, la independencia, el envejecimiento
activo (entendido como aquel estilo de vida en el que se optimizan
las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de
mejorar la calidad de vida a medida que se envejece), o la
asistencia de larga duración, se conviertan no tanto en demandas
que hay que resolver desde una perspectiva asistencial, cuanto en
condiciones que hay que salvaguardar, mediante la regulación e
intervención de las instituciones propias del Estado del Bienestar,
para que sigan siendo ciudadanos de pleno derecho las personas
dependientes. El proceso de envejecimiento lleva a que, en un
elevado porcentaje, las personas de edad avanzada sufran
diversos tipos de discapacidad, que refuerza su situación de
dependencia.

En la mayor parte de las declaraciones y recomendaciones


internacionales, la dependencia aparece unida al fenómeno del
envejecimiento. El Consejo de Europa constituyó ya en la década
de los años 90 del siglo XX un grupo de expertos sobre
dependencia. El punto de partida de las recomendaciones que
realizó este grupo en su informe sobre ‘La mejora de la calidad de
vida de las personas mayores dependientes’, (enero 2003) es la
necesidad de establecer una declaración formal de derechos de
las personas mayores dependientes, derechos que deben ser
garantizados legislativamente. Ante los nuevos retos derivados
del envejecimiento, no puede defenderse la inactividad e inercia
del Estado en la provisión de los derechos estatutarios de las
personas mayores dependientes y sus cuidadores. Desde una
perspectiva coincidente, tanto en la Primera Asamblea Mundial
sobre Envejecimiento (Viena, 1982), como en la Segunda
Asamblea Mundial sobre Envejecimiento (Madrid, 2002) se han
puesto de relieve principios, recomendaciones y medidas
concretas para aumentar la protección de las personas mayores
dependientes, siempre desde la misma perspectiva: garantizar su
ejercicio práctico de la ciudadanía.

Los gobiernos europeos ha puesto de manifiesto su compromiso


para garantizar la participación, la integración y la calidad de la
vida de todas las personas en todas las edades, lo que implica
adaptar los sistemas de protección social a los cambios
demográficos, sociales y económicos, apoyando las iniciativas
necesarias para que las personas en situación de dependencia
puedan ejercer una vida independiente, prestando especial
atención a las familias que proporcionan cuidados a las personas
mayores (Conferencia Ministerial sobre el Envejecimiento de la
CEPES –Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas-
, Berlín, 11-13 de septiembre de 2002). De nuevo, se trata de
afrontar retos desde la perspectiva de la ciudadanía democrática,
que conlleva reorientar la legislación y la acción de las
instituciones públicas para hacer frente a las nuevas
circunstancias desde una perspectiva que, aunque tiene en
consideración el efecto económico de las medidas, no toma como
argumento central el gasto que suponen, sino que se centra en
garantizar la atención social para que el ejercicio de la ciudadanía
sea una realidad práctica en la vida de las personas dependientes.
En este sentido, los discursos neoliberales chocan con la
fundamentación ética de la democracia como sistema que tiene
como razón de ser hacer posible una vida de ciudadanos con
igualdad de derechos, y en esa situación paradójica podemos
analizar por un lado las recomendaciones y proclamas
internacionales, y por otro los debates sobre cómo financiar
dichas demandas que son consustanciales a una democracia de
calidad.

En un contexto en el que el envejecimiento va unido a la


incapacidad cada vez mayor de las familias para asumir todas las
responsabilidades en materia de cuidados y prestar el apoyo que
necesitan sus miembros dependientes y vulnerables, nuestras
instituciones no pueden permanecer al margen, y por ello, como
indicábamos en epígrafes anteriores, deben readaptarse y hacer
frente a los nuevos retos. En este sentido, las diversas
resoluciones de la Comisión Europea analizan los restos de la
dependencia desde una perspectiva centrada en la ciudadanía, y
no tanto en la noción de consumidor. Aunque los derechos de las
personas dependientes como consumidores, y la calidad del
servicio que se les presta, es una cuestion muy relevante, no se
trata tanto de responder a una demanda como otra cualquiera,
sino de asegurar una vida digna a la que se tiene derecho
previamente a cualquier demanda que se formule por parte del
ciudadano que se encuentra en una situación de dependencia. En
este sentido, la Comisión Europea (COM (2002) 143 final, de 18 de
marzo) señala que el envejecimiento de la población requiere que
las políticas públicas tengan en cuenta todos y cada uno de los
factores que afectan a la calidad de vida, teniendo como prioridad
mantener la calidad de vida y la integración social de las personas
mayores, diseñando sistemas de vivienda, transporte y
comunicaciones seguros y adaptados a sus necesidades. Desde
esta perspectiva, podemos destacar algunas iniciativas de la
Comisión Europea.

En primer lugar, la publicación del primer estudio comparativo


sobre las diversas estrategias que siguen los gobiernos europeos
en este campo (Pacolet 1998: Social Protection form dependency
in old age in the 15 EU Member Status and Norway). En segundo
lugar, la inclusión de la dependencia como problema a resolver
dentro de la estrategia europea de lucha contra la exclusión social.
Tanto la dependencia como la discapacidad son factores que
refuerzan la exclusión social, y por lo tanto deben
sistemáticamente abordarse desde una estrategia centrada en la
inclusión social. En este sentido, la Comisión Europea y el Consejo
Europeo han formulado un triple objetivo en relación con la
dependencia (‘Apoyar las estrategias nacionales para el futuro de
la asistencia sanitaria y los cuidados a las personas mayores’,
marzo de 2003): en primer lugar, la universalidad de las
prestaciones (es decir, el acceso de todos los ciudadanos a las
prestaciones y servicios sociosanitarios con independencia de los
ingresos o el patrimonio); en segundo lugar, un alto nivel de
calidad en la asistencia; y, en tercer lugar, la sostenibilidad
financiera de los sistemas de asistencia.

Finalmente, hay que señalar que el envejecimiento conlleva un


doble efecto: por un lado, las personas mayores desarrollan
diversos tipos discapacidades; por otro, las personas con
discapacidad, que suponen entre un 10 y un 15% de la población
europea, presentan patrones de envejecimiento específicos: las
personas con discapacidad muestran 3 o 4 veces más problemas
secundarios de salud comparadas con sus compañeros de edad
sin discapacidad (Birren y Sachei 1985). En este sentido, el Consejo
de Europa, en su Recomendación del Comité de Ministros de los
Estados Miembros sobre el Plan de Acción del Consejo de Europa
para la promoción de derechos y la plena participación de las
personas discapacitadas en la sociedad: mejorar la calidad de vida
de las personas discapacitadas en Europa 2006-2015, asume la
declaración ministerial de Málaga relativa a las personas
discapacitadas.

Se trata de una declaración en la que se analiza, tal y como hemos


puesto de manifiesto en los párrafos anteriores, la discapacidad y
la ciudadanía. Por ello, se titula ‘Avanzar hacia la plena
participación como ciudadanos’. En ella, se establecen tres
consideraciones relevantes en el ámbito de la discapacidad y la
dependencia: en primer lugar, la necesidad de desarrollar unos
enfoques innovadores en materia de prestación de servicios
frente a las nuevas necesidades y desafíos creados por el
alargamiento de la esperanza de vida de las personas que sufren
discapacidad física, psicológica o intelectual; en segundo lugar,
prevenir la situación de dependencia: se trata de procurar que el
alargamiento o prolongación de la vida no tenga por efecto un
aumento considerable del número de personas dependientes de
los servicios de ayuda, animando a la población a adoptar hábitos
y condiciones de vida sana; en tercer lugar, fortalecer las
estructuras que permiten afrontar las condiciones de vida en las
que se encuentran las personas discapacitadas con elevadas
necesidades de asistencia.
4. Conclusiones:

Como señala el documento de la ONU ‘National Institutional


Frameworks and Human Rights of Persons with Disabilities’ (14 de
agosto de 2006), ‘no hay cosa mejor que un modelo de principios
para modelar el trabajo de las instituciones nacionales de
derechos de las personas discapacitadas’. Desde nuestro punto de
vista, la protección social constituye la base para garantizar la
democracia y el ejercicio de nuestra condición de ciudadanos.
Cualquier lesión, accidente o problema debe abordarse desde el
conjunto de derechos que nos permiten denominarnos una
democracia. Y, en el caso concreto que nos sirve como reflexión
en este tema, la dependencia, la discapacidad, y específicamente
la situación en la que se encuentran las personas discapacitadas y
dependientes, debe abordarse desde la noción de ciudadanía, y
por lo tanto deben plantearse los requisitos que permiten el
ejercicio de su condición de ciudadanos en nuestras sociedades
democráticas.

Esta perspectiva está presente en la actuación tanto de la Unión


Europea, como de sus estados miembros, entre los que desataca
la reciente ley de la dependencia aprobada por el Parlamento
español, como en otros países. En este sentido, por ejemplo,
según el plan de acción actual (2000-2010) del gobierno sueco, la
política de discapacidad se debe ‘dirigir particularmente a
identificar y eliminar obstáculos para la participación completa en
la sociedad de las personas con discapacidad, de prevenir y de
luchar contra la discriminación y de hacer posible que los niños, la
gente joven y los adultos con discapacidades que puedan vivir su
vidas de manera independiente tomando ellos mismos las
decisiones que afectan sus propias vidas’. La promoción de
derechos humanos y las actividades contra la discriminación
están, de acuerdo con el gobierno sueco, en el núcleo de su
Política nacional sobre Discapacidad. En el caso de la legislación
australiana, la ‘Comisión australiana de los derechos humanos y la
igualdad de oportunidades’ en Australia (HREOC) es la institución
fijada para supervisar y promover los derechos de personas con
discapacidad en lo referente a la legislación nacional relevante. En
definitiva, aunque con estrategias diferentes, la mayor parte de
los Estados miembros de la ONU han creado marcos
institucionales en los que se tratan los derechos de las personas
con discapacidad, y progresivamente los derechos de las personas
en situación de dependencia. Estas iniciativas se realizan de
acuerdo con principios internacionales, regionales y estatales
establecidos mediante diferentes tipos de acuerdos o
declaraciones, y en todos ellos juega un papel fundamental la
noción de ciudadanía, los derechos humanos, y la promoción de
la integración social de las personas dependientes y
discapacitadas.
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6. Prueba de evaluación:

Escribir un texto de 1000 palabras sobre los sistemas de


protección social, señalando las principales demandas que va a
experimentar en los próximos años, desde su perspectiva, tanto
en relación con personas dependientes y jóvenes (colectivos
analizados en el tema y la bibliografía propuesta) como en relación
con otros colectivos que sean de su interés.

Dada la transformación digital en la que estamos inmersos,


presentamos un conjunto de publicaciones sobre el estado del
bienestar, digitalización, servicios sociales y salud, que permiten
contextualizar nuestra temática en la revolución digital en la que
estamos inmersos y que se ha potenciado con el COVID19:

López Peláez, A., Marcuello Servós, Ch., Castillo de Mesa, J.,


Almaguer-Calixto, P. 2020. The more you know, the less you fear.
Reflexive social work practices in times of COVID-19. International
Social Work (in press). DOI: 10.1177/0020872820959365

López Peláez, A., Erro-Garcés, A., Gómez-Ciriano, E.J. 2020. Young


people, social workers and social work education: the role of
digital skills. Social Work Education. The International Journal 39
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Castillo de Mesa, J., Gómez-Jacinto, L., López Pelaéz, A., Erro-


Garcés, A. 2020. Social Networking Sites and Youth Transition: The
Use of Facebook and Personal Well-Being of Social Work Young
Graduates. Front. Psychol., 18 February 2020.
https://doi.org/10.3389/fpsyg.2020.00230

Gómez-Ciriano, J. A., López Peláez, A. & García Castilla, F. J. 2020.


Is there anyone on the other side? About the opportunity of build
educational social work focused on youth, Social Work Education,
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Ayuso, D., Colomer-Sánchez, A, Santiago-Magdalena, C.R.,


Lendínez-Mesa, A., Benítez de Gracia, E., López Peláez, A., Herrera
Peco, A. 2020. Effect of Anxiety on Empathy: An Observational
Study Among Nurses. Healthcare 2020, 8, 140;
doi:10.3390/healthcare8020140

Castillo De Mesa, J. Gómez Jacinto, L., López Peláez, A., De Las


Olas Palma García, M. 2019. Building relationships on social
networking sites from a social work approach, Journal of Social
Work Practice 33:2, 201-215, DOI:
10.1080/02650533.2019.1608429

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digital society: re-conceptualizing approaches, practices and
technologies. European Journal of Social Work 21:6, 801-803, DOI:
10.1080/13691457.2018.1520475

López Peláez, A., Pérez García, R, Aguilar-Tablada Massó, M. V.


2018. e-Social work: building a new field of specialization in social
work? European Journal of Social Work 21:6, 804-823, DOI:
10.1080/13691457.2017.1399256

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Development: The Century-Old Debate in the Profession of Social
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http://www.socwork.net/sws/article/view/467

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