Helenismo
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Helenismo
Breve historia
De la filosofía
TRADUCCIÓN DE JOSÉ LUIS GIL ARISTU
EPICURO
Hoy en día, al hablar de un epicúreo nos referimos a una persona
entregada al placer. Para el propio Epicuro (341-270 a. C ) , el
verdadero placer de la vida consiste en «estar libre de dolor corporal y
de las agitaciones del ánimo». Toda su filosofía se halla al servicio de
este objetivo de sereno sosiego y «calma chicha del alma». Ningún saber
se debe considerar un fin en sí mismo, todo forma parte de un arte de la
vida fundado en la filosofía pero entendido de manera concreta y cuyo
mensaje dice así: la felicidad, comprendida como el máximo placer del
individuo, se halla en sus propias manos. De ella forma parte la
superación de un cuádruple temor: no debemos temer a Dios, pues no
interviene en la marcha del mundo; tampoco necesitamos deseos que
no podamos satisfacer, pues para llevar una vida feliz se requieren
pocas cosas. Asimismo, no debemos tener miedo a los dolores extremos,
pues no duran mucho y, además, se pueden compensar. Y ni siquiera
se debe temer a la muerte, pues cualquier bien o mal consiste en una
sensación, mientras que la muerte es la pérdida de las sensaciones.
En la teoría del conocimiento, Epicuro defiende un (moderado)
sensualismo (del latín sensus: 'sentido', 'órgano de la percepción').
Frente a Parménides y Platón, Epicuro rehabilita las percepciones
sensoriales subjetivas, pues las considera el fundamento último e
infalible de todo conocimiento: de la misma manera que no podemos
engañarnos respecto a las sensaciones de dolor, tampoco podemos
engañarnos con las percepciones; el error solo es posible en nuestras
declaraciones acerca de ellas, por ejemplo cuando asentimos a una
afirmación sin esperar a que sea confirmada o refutada por una
percepción inequívoca. El conocimiento no se agota, sin embargo, en las
percepciones, pues solo una parte de los conceptos generales
(«preconceptos») se forma mediante percepciones reiteradas de un
mismo objeto. Otros conceptos se deben a cierta actividad de la razón.
Por ejemplo, la analogía permite transferir determinados atributos
perceptibles—la forma, el peso y el tamaño—a otras cosas no
perceptibles, como los átomos. Tampoco proceden de la percepción las
reglas que determinan cuándo una proposición es verdadera o falsa.
Al principio de su filosofía natural («Física»), Epicuro establece
tres principios ontológicos. Su contenido está influido por Parménides,
mientras que su fundamentación es «sensualista»: 1) Nada surge de lo
que no es. En efecto, el principio contrario se opone a la experiencia de
que todo ser proviene de uno o varios seres distintos, por ejemplo de
una semilla. 2) Nada desaparece en el no ser. La hipótesis contraria se
ve refutada también en este caso por la experiencia de que, de no ser
así, nada existiría ya, pues, por un lado, observamos un proceso
constante de desaparición, y, por otro, en función del primer principio,
de la nada así creada no podría surgir nada. 3) El universo fue siempre
como es ahora, y así lo será siempre, pues este principio se deduce de
los dos anteriores.
Los juicios de valor tienen también su fundamento último en una
percepción subjetiva. Al sensualismo de la teoría del conocimiento le
corresponde en el terreno de la ética un hedonismo (egoísta): lo único
merecedor de esfuerzo es la sensación de placer, hēdonē, incluida la
ausencia de dolor: «Escupo sobre el bien moral si no genera ningún
placer». Epicuro distingue entre las apetencias imaginadas y las
naturales y divide a estas últimas en necesarias (el hambre o la sed),
cuya insatisfacción causa dolor, y meramente naturales (por ejemplo, la
sexualidad), y respecto a las necesarias se limita a decir que deben ser
satisfechas. A la conocida objeción de que no todos los placeres son
buenos replica Epicuro asociando un cálculo sensato del placer a un
conocimiento ilustrado del mundo: evitamos un placer del que
esperamos un dolor mayor, y aceptamos un dolor que se verá
compensado con un futuro aumento del placer. Para Epicuro, en vez de
la tradicional multiplicidad de virtudes, solo existe en esencia la
sensatez, pues, según él, la virtud es condición de una vida placentera
y, en cambio, las pasiones y los vicios son enfermedades del alma. El
ordenamiento legal es para Epicuro un acuerdo para evitar perjudicarse
mutuamente. También la amistad comienza, según él, por
consideraciones utilitarias y solo se apreciará por sí misma tras una
larga duración. Finalmente, Epicuro propone el siguiente consejo: «Vive
escondido». Como las posibilidades de protegerse del prójimo, de su
animosidad y sus intrigas, son pocas, no debemos exponernos ni
aspirar a cargos y honores, ni tampoco pretender el prestigio y la fama.
EL ESCEPTICISMO ANTIGUO
Enesidemo (siglo I a. C.) y Sexto Empírico (c. 200 d. C.)
documentan en la Antigüedad el desarrollo de un escepticismo tan
radical que, a pesar de haber sido descubierto de nuevo por pensadores
como Montaigne y, más tarde, Hume, pocas veces fue igualado, y menos
aún superado, en cuanto a su rigor. El escepticismo antiguo no fue solo
una actitud intelectual, sino también una forma de vida desde su
primer representante, Pirrón de Elis (c. 365-c. 275 a. C ) . En el caso de
Pirrón pudo estar influido por ascetas y magos que el filósofo conoció,
quizá, por haber participado en la campaña de Alejandro Magno en la
India. A pesar de llevar una vida retirada, Pirrón gozó de una gran
reputación entre sus conciudadanos, que lo eligieron sumo sacerdote y,
por consideración hacia él, eximieron de pagar impuestos a todos los
filósofos.
Los escépticos entienden el sosiego del alma con más modestia
que Epicuro. Convencidos de la caducidad de todos los seres vivos,
cultivan una serenidad distante frente a la felicidad y se contentan con
una emotividad moderada (metriopátheia). Para alcanzarla, proponen
tres preguntas: primero, cómo son realmente las cosas; segundo, qué
actitud debemos adoptar frente a ellas; tercero, cuál es el resultado de
esa actitud. Al intentar responder a la primera, el escéptico se topa no
solo con opiniones contradictorias, sino también con argumentos
igualmente convincentes a favor y en contra de una y otra opinión
(isostheneia: 'igualdad de fuerzas'). Así pues, como no se siente capaz
de mediar para resolver el conflicto, se abstiene de emitir cualquier
juicio respecto a la primera pregunta y responde a la vez a la segunda.
Además, sin sospecharlo, se encuentra en la meta propuesta, con lo que
queda respondida la tercera pregunta: la suspensión del juicio (epochē),
sobre todo la renuncia a cualquier juicio de valor, le brinda la paz
interior (ataraxia). Posteriormente se dará cuenta de que la paz solo se
puede al canzar dejando en suspenso el juicio incluso en relación con
los valores.
En efecto, el que juzga buena alguna cosa pierde la calma
interior, pues quien no está en posesión de lo bueno—la riqueza, la
fama y otros bienes— desea conseguirlo, y quien lo posee teme perderlo.
Sócrates afirmaba saber que no sabía nada. Según Arquesilao, un
director posterior de la Academia platónica (a partir del 268 a. C), no es
posible saber ni siquiera eso.
El escéptico no reclama para su escepticismo ninguna pretensión
de verdad, por lo que resulta difícil atajarle con la objeción de que se
contradice a sí mismo. Sin embargo, le replicaría Aristóteles, tampoco
desea vivir como un vegetal. El escéptico, menos interesado en
convencer que en inquietar, cultiva la suspensión del juicio como un
arte para mantenerse al margen de cualquier afirmación. Con ese fin
redacta listas de «tropos» (tropoi: 'giros') de contraposiciones. Una lista
de diez «giros» comienza con la indicación de que los seres vivos
consideran diferentes las mismas cosas debido a la diferencia existente
entre ellos. El segundo «tropo» se refiere a la diferencia entre los seres
humanos; el tercero, a la distinta estructura de los órganos sensoriales;
y el último, a la diferencia de costumbres, leyes y mitos. En otros
«tropos» añadidos posteriormente encontramos el «trilema de
Münchhausen», tratado ya por Aristóteles y que en el siglo xx tendrá
una importante función en el racionalismo crítico: una causa que
intente fundamentar a su vez cualquier nueva causa desembocará en
una regresión infinita, en una hipótesis no probada o en un círculo
vicioso.
Para demostrar la necesidad de la suspensión del juicio,
Carnéades, director de la Academia en fechas posteriores (mediados del
siglo II a. C.), pronuncia en una visita a Roma un discurso en contra y
otro a favor de la justicia. Para orientarse en la práctica, el escéptico
cuenta tan solo con las convenciones corrientes, pues carece de
argumentos para abandonarlas. El lugar de la objetividad aparece
ocupado por «la madre costumbre». De ese modo, los escépticos
vinculan su desintelectualización de la vida a un tradicionalismo
indiferente a las reformas.
LA ESTOA
Hoy en día se llama «estoicas» a aquellas personas que soportan
con calma, con una «indiferencia estoica», las contrariedades de la vida.
Este ideal de vida del sabio que conserva su libertad interior incluso en
medio de circunstancias adversas caracteriza, realmente, a la Estoa.
Su filosofía posee, no obstante, un alcance mayor. La filosofía
estoica, fundada por Zenón de Citio (c. 332-262 a. C.) y Crisipo (m.
208/204 a. C.) y continuada por Panecio (c. 185-109 a. C.) y Posidonio
(c. 135-150 a. C), consiste en una combinación de lógica (incluida una
teoría del conocimiento, una filosofía del lenguaje y una retórica), física
(en el sentido de filosofía natural) y ética. La Estoa no adquiere sus
rasgos de filosofía popular hasta una época tardía. En Séneca (4 a. C.-
65 d. C), que fue educador y, durante un tiempo, el consejero más
influyente de Nerón, en Epicteto (c. 50-138 d. C), esclavo liberto de un
funcionario de la corte imperial, y en el emperador Marco Aurelio (121-
180 d. C.), las reflexiones más fundamentales sobre lógica y filosofía
natural quedan relegadas a un segundo plano por las recomendaciones
de tipo moral y por una sabiduría práctica de la vida.
Lógica. A diferencia de los escépticos, los estoicos consideran
posible un conocimiento objetivo. No obstante, son también partidarios
de un sensualismo moderado: por un lado, el alma, al nacer, se asemeja
a una tabla sobre la que no se ha escrito nada y en la que las cosas
externas dejan su impronta «como un sello en la cera». De las
imaginaciones (phantasiai) generadas de ese modo quedan en el alma
unas imágenes recordadas de cuya unión surge la experiencia. Por otro
lado, la Estoa considera que ciertos conceptos, comunes a todos los
seres humanos, las llamadas «presuposiciones naturales», son la
condición del verdadero conocimiento. Los estoicos complementaron
esta teoría del conocimiento con una teoría del lenguaje, con lo que
alcanzaron así un mérito notable en este terreno. Desde la época de los
sofistas se planteaba la pregunta de si la relación entre el signo hablado
y la realidad designada era algo dado por la naturaleza o se fundaba en
una mera convención. Según la concepción estoica, los sonidos
remedan la cualidad del objeto, y las palabras reproducen la naturaleza
de las cosas. Sin embargo, las etimologías con que debía fundamentarse
esta opinión parecen traídas muy por los pelos.
En lógica formal, la Estoa se sitúa durante mucho tiempo a la
sombra de Aristóteles, pero, en realidad, tiene una importancia propia.
En la «lógica conceptual» aristotélica, la conclusión deriva del alcance de
los conceptos utilizados en las premisas; en la Estoa, del significado de
las uniones entre proposiciones (juntores). La Estoa, que aparece aquí
como precursora de la moderna lógica proposicional, expone ya cinco
reglas inferenciales elementales, válidas todavía hoy:
i) Si p, entonces q; p; luego q (modus ponens. regla inferencial
afirmativa).
2) Si p, entonces q; no q; luego no p (modus tollens: negación de
la primera proposición por la segunda).
3) Ni p ni q; p luego no q.
4) O p o q; p; luego no q.
5) O p o q; no q; luego p.
NEOPLATONISMO
En el neoplatonismo, el pensamiento dominante en la Antigüedad
Tardía, se lleva a cabo algo más que una simple renovación de las
enseñanzas platónicas. Sus grandes representantes, Plotino, Porfirio y
Proclo, buscan también una síntesis con Aristóteles, por lo que se
podría hablar igualmente de un neoaristotelismo. No obstante, las ideas
predominantes son las platónicas, y Aristóteles no influye de manera
significativa ni como estudioso de la naturaleza ni como teórico
constitucional. La ética aparece rigurosamente limitada en cuanto a su
temática, y falta por completo la filosofía política. En cambio, se
recuperan la idea estoica del logos y—a través del neopitagorismo—
cierto componente místico. Se produce, además, una especie de
teologización de la filosofía, pues el concepto de «Dios» adquiere un peso
mucho mayor. Al mismo tiempo, frente a la preponderancia de las
cuestiones prácticas de la vida, la theēria vuelve a desempeñar el papel
más importante en las escuelas helenísticas, aunque en ese momento
corre el riesgo de ser objeto de una sobrevaloración «idealista». El
neoplatonismo ejerce una enorme influencia. Transmitido a través de
los Padres de la Iglesia, deja su huella en la filosofía y la teología
cristianas de casi toda la Edad Media, así como en el pensamiento
islámico y judío. Más tarde influirá en el humanismo italiano, la
Escuela de Cambridge (siglo xvn), Leibniz, los idealistas alemanes
Schelling y Hegel y, en especial, en Herder, Goethe y Novalis.
Plotino. Plotino (205-270 d. C ) , la figura descollante del
neoplatonismo y el pensador más influyente de la Antigüedad después
de Platón y Aristóteles, solo se interesa fundamentalmente por un tema:
una metafísica de inspiración teológica del Bien/Uno (tomada de
Platón). Es contemporáneo de los primeros Padres de la Iglesia y
combina la filosofía griega clásica con su propia experiencia mística en
una audaz especulación que, por un lado, conviene a las religiones,
pero, por otro, les crea nuevos problemas. Plotino se pregunta por la
causa primera del universo, considera que esa causa es Dios y entiende
el camino hacia ella como un ascenso, de acuerdo con la parábola
platónica de la caverna. El filósofo interpreta ese ascenso como un
caminar del ser humano hacia sí y más allá de sí, como el regreso a
casa hasta llegar al fundamento último del alma, un regreso que
culmina en la unión mística del espíritu con el Bien/Uno: el alma halla
su propia realización cuando retorna a su origen. En Plotino aparece
también por primera vez el «Yo» (to egō) como concepto filosófico.
Para Platón y Aristóteles, la presencia eterna del eidos, la 'idea' o
'forma', es, en última instancia, indiscutible. Plotino pone en cuestión
esa hipótesis al reflexionar sobre cómo puede ser esa presencia. Según
él, todo lo que es brota de la sobreabundancia de un origen supremo:
las ideas surgen del Bien/Uno; y las cosas particulares, de las ideas.
Este pensamiento de una irradiación (eklampsis) o flujo (aporrhoia:
'emanación') vuelve del revés la moderna concepción evolucionista; en
lugar de una evolución de algo superior a partir de lo inferior aparece
una evolución de lo inferior a partir de lo superior. Es cierto que Plotino
no piensa en un proceso temporal sino metafísico: cualquier realidad
depende ontológicamente de un principio supremo. Al mismo tiempo, la
realidad se ordena en categorías, las «hipóstasis» (literalmente, 'apoyo',
'fundamento'; en latín, subsistentia). Este término es en la Antigüedad
Tardía uno de los elementos más importantes de la especulación
filosófica y teológica. En la doctrina cristiana de la Trinidad designa a
las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En Plotino, los tres primeros grados de la realidad son
absolutamente perfectos y suprasensibles: 1) el Uno (hen), que es al
mismo tiempo el Bien (agathon), 2) la Inteligencia (nous) y 3) el alma
(psychē). El principio absoluto, el Bien/Uno, produce toda la realidad
ordenada jerárquicamente por una superabundancia de fuerza
creadora, como una fuente inagotable que diera origen a todos los ríos
del mundo sin secarse. Visto de arriba abajo, comienza por el Espíritu
(divino)—el primer grado, o hipóstasis—, lugar donde se genera aquel
ser verdadero, las ideas, que condene una primera multiplicidad: la
segunda hipóstasis. De esta jerarquización derivará más tarde, por
ejemplo en Agustín, la opinión de que las ideas son pensamientos de
Dios. La tercera hipóstasis, el alma, es entendida por Plotino en parte
de manera colectiva, como el alma del mundo, y en parte como las
almas individuales de los seres humanos, los animales y las plantas. En
efecto, el mundo se considera un organismo unitario regido por el alma
tanto en su totalidad como en sus partes. Mientras el alma del mundo
pertenece al mundo absolutamente suprasensible e imperecedero, las
almas individuales son una especie de fuerza que ha descendido al
mundo corporal (más tarde, cuarta hipóstasis) y lo modela. La
corporización de los contenidos noéticos ideales del alma del mundo en
objetos reales genera una dispersión espacio-temporal: el mundo
sensible. El tiempo es la imagen de la eternidad desintegrada en una
multiplicidad y que surge por el autodespliegue del alma.
Plotino vincula su estética a esas ideas: gracias al mundo
espiritual, se proyecta sobre el mundo sensible un reflejo de la armonía
y la belleza (supraterrenas). La lucha y transitoriedad dominantes en el
mundo material indican el grado absolutamente inferior y lo
absolutamente contrario al Bien/Uno: la materia (más tarde, quinta
hipóstasis), que es pura carencia en cuanto a ausencia total de la forma
y lo bueno. Además, como vuelve a destruir cualquier forma que se le
dé, es la razón invisible del mundo visible, el mal por antonomasia. La
concepción del mal como privación (sterēsis) de todo bien se remonta a
Plotino.
El mundo, constituido de arriba abajo en cinco grados, es para
Plotino el escenario donde se representa el drama del alma individual
humana. Según la novedosa ética de Plotino, el alma, caída en el
mundo corporal, se encuentra ante una decisión existencial: ¿quiere
entregarse a la corporeidad, es decir, al mal, o liberarse de ella
mediante una purificación gradual (katharsis)? Quien se decide por la
segunda posibilidad comienza poniendo unos límites a las pasiones de
los sentidos con la ayuda de las virtudes comunes, «burguesas», para
llegar a continuación a la visión supraconceptual e intuitiva de lo que
está más allá de los sentidos; para ello parte de la percepción y pasa por
el pensamiento conceptual (discursivo) mediante un ascenso intelectual
en el que el ser humano se convierte—por un momento— en un
segundo Dios, pues ese «regreso» concluye en éxtasis: un estar fuera de
sí y un rapto consistente en la unión (henōsis) con el Bien/Uno en
cuanto causa primera absoluta. No se trata de un estado de arrebato,
sino de un «embeleso intelectual» como el que volveremos a hallar en la
mística intelectual del Maestro Eckhart o de Nicolás de Cusa, y que
Nietzsche consideró una de las «aspiraciones más ingenuas y
convincentes».
El erudito Porfirio (234-305), discípulo de Plotino, desarrolla una
concepción trinitaria de Dios a la que recurren los Padres de la Iglesia.
Su Introducción (eisagōgē) a las Categorías de Aristóteles (c. 270)
explica esas categorías mediante una interpretación lógica y, a la vez,
ontológica de los «cinco predicables» (género, diferencia, especie,
propiedad y accidente). La cuestión relativa a la manera de ser de los
conceptos generales (universales), los géneros y las especies, influye
muchos siglos después en el pensamiento medieval. El tercer gran
neoplatónico, Proclo (412-485), que es para Hegel un precursor de su
propia dialéctica, se interesa, sobre todo, por la relación entre
providencia divina, necesidad natural y libertad humana. Siguiendo a
Plotino, Proclo define el mal como una privación o una carencia: como
una realidad fallida privada de existencia. Su principio, sin embargo, no
está constituido ya por la materia, por lo que, según él, no existe un
mal absoluto sino solo relativo.
EL GNOSTICISMO
En sus diversas corrientes se mezclan elementos mágicos,
religiosos y filosóficos en un saber secreto y elitista. El gnosticismo (del
griego gnosis, 'conocimiento'), surgido en el helenismo tardío, se
enfrenta desde el siglo II d. C. a los Padres de la Iglesia. Mientras que la
filosofía— a partir de los presocráticos—y el Antiguo Testamento
consideran el mundo como un cosmos, un orden bello, en el
gnosticismo aparece en primer plano el sufrimiento de las criaturas, la
maldad del ser humano y cierta hostilidad hacia el cuerpo. Según el
gnosticismo existe una marcada contraposición (dualismo) entre
espíritu y materia, entre Dios, o causa última divina, y el mundo, así
como entre el Bien y el Mal. El ser humano debe superar con sus
propias fuerzas la enajenación en que vive, interesándose sobre todo
por el conocimiento de Dios, su plan de salvación y los secretos del
mundo: la redención por el saber.