Ana Seymour - Esposa en Venta

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Prólogo

Seattle, territorio de Washington, 1864


Austin Matthews salió al frío viento de la noche de octubre y golpeó la puerta
del hotel Occidental tras él. Atravesó la calle de madera con pasos largos, se paró y
respiró profundamente. El tabaco de mascar en un lado de su boca se había
transformado en una masa deforme. Lo tiró al suelo irritado.
—¡Maldito Mercer! —murmuró Austin para sí mismo.
Había estado demasiado nervioso para notar a la mujer sentada en el banco
de hierro a su espalda y se sobresaltó al oírla.
—Veo que el encuentro no ha ido muy bien.
La voz de ella sonaba casi tan grave como la de un hombre, recordándole el
ronroneo de un felino salvaje. Austin se giró. Flo se encontraba en las sombras,
pero su voz era inconfundible. E incluso en la oscuridad podía percibir sus cabellos
rubios. Sus facciones se relajaron.
—¿Has esperado por mí todo este tiempo? —preguntó.
Florence McNeil se levantó y se aproximó a él. Era una mujer
extraordinariamente alta y sostuvo la mirada de Austin con expresión grave.
—También tengo mucho en juego, querido —replicó mientras lo tomaba del
brazo, —no es que crea lo que dice el sujeto que va a hacer —Austin empezó a
caminar.
—Sin embargo los idiotas están allí, como trabajadores en día de paga,
dispuestos a dar trescientos dólares por una de las beldades de Asa Mercer.
—¡Trescientos dólares!
Austin sonrió.
—Trescientos dólares. Según el señor Mercer, un precio muy bajo por una
novia virgen, criada en Nueva Inglaterra. Está diciendo que todas tienen sangre
azul. Y los idiotas están fascinados.
Flo le devolvió la sonrisa y se mostró de acuerdo con él.
—Son unos idiotas, pero cuando hay diez hombres por cada mujer, los precios
solo pueden subir.
—En nuestro establecimiento pueden conseguir muchas mujeres pagando
solo 3 dólares por cada una.
—Pueden conseguir una mujer, Austin, no una esposa —lo corrigió Flo.
—El resultado es el mismo.
Flo suspiró. Le había llevado un tiempo dominar los latidos desenfrenados de
su corazón cada vez que Austin Matthews se le aproximaba. Y aún sentía una
punzada en su pecho cuando lo veía vestido con las ropas sofisticadas que había
traído de San Francisco. Pero había bastado un día de conversación para que Flo
concluyese que aquel no era el tipo de hombre dispuesto al matrimonio, al amor o
cualquier tipo de estabilidad. Austin Matthews era bastante generoso al compartir
su cuerpo y sus conocimientos con las mujeres que escogía. Pero cuando se
trataba de compromiso se transformaba en el hombre más arisco que había
conocido.
—Bien, no podrá causar muchos perjuicios a nuestro negocio —dijo Flo en
tono conciliador, —las noches de los sábados tengo que rehusar clientes. Unas
docenas de novias no van a hacer mucha diferencia en una ciudad en franco
crecimiento.
—Garantiza que trae quinientas: un barco lleno de solteronas amargadas,
ansiosas por acabar con el buen humor de los buenos ciudadanos de Seattle —
Austin hizo una mueca que no logró disfrazar sus hermosos rasgos.
Flo extendió la mano y apartó un mechón de cabellos de su frente.
—Piensa Austin, querido —murmuró. —Si son tan malas como dices, nuestro
establecimiento tendrá más movimiento que nunca —a Austin lo dominó de
nuevo el buen humor.
—Tienes razón. El hecho de que un hombre esté amarrado no quiere decir
que no pueda comer un poco de grano del otro lado de la cerca de vez en cuando.
Flo sacudió la cabeza.
—Eres un hombre malo, Austin Matthews —dijo con un falso aire de
reprobación.
Austin llevó la cabeza hacia atrás con una carcajada. Florence McNeil jamás
había estado en Escocia, pero su voz tenía el tono profundo de sus antepasados. Y
podía aplacar su peor humor. Sus cabellos debían de haber sido rubios de verdad
en algún momento de su vida. Ahora, sin embargo, exhibían una tonalidad roja
que podía ser vista a kilómetros de distancia. Definitivamente no se trataba de un
color que el buen Dios hubiese dado a ninguna criatura viva. Sin embargo su
inteligencia y ojo comercial eran más que suficientes para compensar su
apariencia atrevida. Aunque había sido el dinero de Austin el que había dado inicio
a los negocios del “Dama de Oro”, tenía que admitir que había sido la
administración de Flo lo que había hecho prosperar el negocio. Era, ahora, uno de
los mejores establecimientos del distrito, cada vez más importante de Skid Road,
en Seattle. Caminaron en silencio por unos momentos, entre las luces del distrito
comercial, que brillaban tras las ventanas de papel de las residencias construidas
con prisas. De vez en cuando se veía el brillo de la luz a través de una ventana de
cristal, aunque las cortinas fuesen raras. Tales modernidades aún no habían
llegado a Seattle, un puerto en franco desarrollo.
—¿Cómo pretende encontrar quinientas mujeres? —preguntó Flo.
—Mercer afirma que hay una verdadera legión de mujeres, en el este, en
busca de hombres. Parece que la guerra ha puesto prácticamente fin a los
pretendientes locales.
Flo asintió con seriedad. La guerra Civil que había arrasado el este de la nación
durante más de tres años sangrientos, no había llegado a afectar a los ciudadanos
del oeste. Pero era difícil encontrar alguien que no tuviese parientes por allí y que
no hubiese sufrido la pérdida de un ser querido.
—Bien, ellas van a encontrar ciertamente mucho donde escoger —concluyó, y
lanzó una mirada maliciosa a su compañero. —Tal vez debas considerar la idea de
comprar una para ti, Austin. Trescientos dólares no representan nada para ti.
Austin se paró de repente y, agarrando a Flo por los hombros la giró para
mirarla. Parecía bonita y casi joven una vez que la espesa capa de maquillaje
desaparecía con la luz de la noche. Se inclinó y depositó un ruidoso beso en sus
labios.
—He trabajado duro para ganar el dinero que tengo querida Flo. Y te prometo
que si existe algo en lo que no pretendo gastarlo es en una novia.
Capítulo 1
Seattle, territorio de Washington, mayo de 1866.

“Querida Cassie:
Por lo que te he contado puedes estar segura que, a pesar de tus
preocupaciones y de aquel horrible anuncio del Herald, el Sr. Mercer ha actuado
como un perfecto caballero. Tengo que admitir que estoy sintiendo lo que tía
Minnie llamaría “palpitaciones” cada vez que pienso en nuestra llegada al puerto
de Seattle esta mañana. Pero tengo la certeza de que esta será la aventura que
espero desde hace tanto tiempo. Siento añoranza de todos. Besa a los niños por
mí.
Tu hermana que te ama.
Emily
PS: Olvidé traer mis zapatos de lluvia. Intenta usarlos. Si no te sirven al ser tu
tan menuda, llévalos al molino y mira si alguna de las chicas puede
aprovecharlos.”
—¡Mira el cabello de aquella mujer parada en el muelle, Emily! ¿Has visto algo
parecido? —no, Emily jamás había visto algo parecido en Lowell. Sobre todo
porque una mujer como aquella sería inmediatamente expulsada de
Massachusetts. Pero ahora estaban en el oeste y todo era diferente. En vez de
responder a la pregunta de Ida Mae, Emily se inclinó sobre la borda del barco —
¡Emily, no hagas eso! —imploró su amiga. —¡Sabes que tengo miedo incluso de
mirar!
Emily se apartó de la borda y sonrió entusiasmada.
—¡Por fin estamos aquí, Ida Mae! ¡Finalmente llegamos al territorio de
Washington!
Ida Mae lanzó una mirada de duda a los edificios que había a lo largo del
puerto. Como todo lo demás en aquella ciudad portuaria de la frontera, habían
sido construidos con urgencia y sentido práctico en vez de atender a exigencias
estéticas. La ciudad parecía muy diferente de las calles ordenadas y los jardines
cuidados de Lowell como la luna de la tierra.
—Sí, estamos aquí, Emily… para lo bueno y para lo malo —declaró Ida Mae en
tono solemne.
Negándo a dejarse desanimar por las dudas de su amiga, Emily se puso de
puntillas y observó la ciudad con ojos verdes brillantes. Entonces su mirada volvió
a posarse en la mujer de cabellos rojos y en su acompañante, un hombre bien
vestido, de hombros anchos y que, a distancia, parecía bastante atractivo.
—Ha sido eso por lo que hemos venido, Ida Mae —dijo señalando a la pareja.
—Si todos los hombres de Washington fuesen tan guapos como ese, no
tendremos dificultad en encontrar el marido perfecto. Y, después de eso,
estaremos viviendo la mayor aventura de nuestras vidas.
—Y la aventura va a comenzar en el momento en que los hombres de Seattle,
que estás tan ansiosa de conocer, descubran que solo somos 46, en vez de las
quinientas que les fueron prometidas —refunfuñó Ida Mae.
Se sacó un pañuelo de la manga y lo llevó a la nariz. Ida Mae tenía un resfriado
constante desde que habían dejado Panamá. No se sabía si había adquirido alguna
alergia en el barco o durante la larga caminata por el istmo. Emily esperaba que el
aire saludable de Washington, impregnado del aroma de los pinos, restaurase la
perfecta salud y el buen humor de su amiga.
—Ven, Ida Mae. Vamos a ver si podemos desembarcar.
Había sido colocada una plancha de madera en el barco para acceder al
puerto. Un número creciente de hombres se reunía en torno a esta en busca una
mejor posición mientras bromeaban con las mujeres de a bordo.
—Es como echar cristianos a los leones —murmuró Ida Mae en un tono de
lamentación mientras se dejaba llevar por su compañera.
—Tenías razón Austin —dijo Flo con alegría. —Dijiste que Mercer no
conseguiría cumplir su promesa y acertaste —con ojos entrenados examinó a las
jóvenes agrupadas en la borda del SS Continental. —No hay más de cincuenta. Y
tampoco son las beldades que dijo. Algunas no servirían para atender en el
mostrador de las tiendas de Johnny Faraday.
Austin se extrañó del caustico comentario de Flo. No era propio de ella. En el
“Dama de Oro”, era como una madre para las chicas que trabajaban sirviendo
bebidas, bailando y dando sus cuerpo a los hombres sedientos de mujeres del
territorio. Bien, las mujeres a bordo del barco debían ser diferentes, y el desconfió
en que allí estaba el problema. Flo y sus chicas eran las bellezas de la ciudad
porque no había otras mujeres en un radio de centenares de kilómetros. Pero,
¿Qué pasaría cuando aquellas chicas con clase y bien educadas empezasen a andar
por la ciudad? Después de una última mirada al grupo de chicas que esperaba
desembarcar, Austin concluyó que además de malicioso, el comentario de Flo era
injusto. Todas las chicas parecían bastante bonitas a sus ojos, además de jóvenes…
y disponibles. Había una, en particular, cuyos cabellos adquirían el color de la miel
cuando el sol los tocaba. Se balanceaba en la borda como una niña aunque estaba
lejos de ser una.
—¡Austin! —la voz generalmente suave de Flo adquirió un toque de fiereza.
—¿Quieres dejar de mirar al barco como esos idiotas? ¿Qué estamos haciendo
aquí? Volvamos al salón. Tengo la intuición que hoy tendremos mucho trabajo —
dijo agarrándolo por la manga.
El cuerpo fuerte de Austin no se movió ni un milímetro.
—Quiero quedarme para asistir al espectáculo, Flo —dijo, lanzando una
mirada divertida al grupo de hombres que no paraba de crecer.
Los codazos se habían transformado en empujones y las bromas en gritos
altos e irritados. Entonces, un joven delgado se abrió camino entre las chicas y
levantó las manos intentando calmar a la multitud. La mayoría se cayó para oírlo.
Era un tipo enorme, vistiendo ropas de leñador que gritó:
—¿Dónde están nuestras quinientas mujeres, Mercer?
Asa Mercer miró a los hombres sin miedo y dijo en voz alta y clara:
—¡Prometí traer tantas como fuese posible! Y aquí están… las mujeres más
bonitas e inocentes existentes al este del Mississippi —sonrió y señaló a las
mujeres tras él con una reverencia.
—¿Cuántas son? —preguntaron varios hombres quejándose.
La sonrisa se volvió vacilante por un momento, pero se recuperó al instante.
—Cuarenta y seis de las más hermosas…
El resto de la frase fue ahorrada por los gritos airados. Los hombres
empezaron a empujarse y golpearse y en cuestión de segundos, una gran pelea
ocupaba todo el puerto. Austin pasó un brazo protector en torno a Flo y se retiró
discretamente para uno de los lados del puerto. En pocos minutos, cuerpos
masculinos volaban en todas direcciones. Algunos, notó Austin, vestidos con sus
ropas domingo. No había visto tantos trajes desde el entierro de Frigideira Jackson
la última primavera. Frigideira había sido el cocinero del mayor campamento
maderero de la región, pero no había sido la pérdida del hombre lo que los
leñadores habían lamentado sino su comida. Por unos instantes, Austin y Flo
miraron todo en silencio.
—Austin, creo que es mejor que nos vayamos. No va a pasar mucho tiempo
antes que uno de esos venga a darte un puñetazo en tu cara bonita.
—No estoy en esa pelea, Flo —replicó él con voz calma.
En aquel momento, muchos hombres se adelantaban por la plancha en
dirección a las mujeres que se agarraban unas a otras. Alguna lloraban, otras
gritaban. Estaban todas aterrorizadas. Austin buscó a la rubia que había visto
antes. No tardó en encontrarla. Estaba sobre la borda observando el bote en el
lado del barco. El rostro, que antes estaba rojo de alegría y excitación, parecía
ahora pálido y serio. Los hombres pusieron dos escaleras de cuerdas sobre la
borda del barco y, en unos instantes, varios se encontraron entre las mujeres,
empujando, arrastrando y, algunos, llevándolas fuera del barco. Momentos
después, la chica que Austin había estado observando emergió de la multitud con
tres irlandeses que él conocía por ser asiduos de la “Dama de Oro”. Uno de ellos la
llevaba en brazos mientras los otros dos intentaban agarrar cualquier parte del
delicado cuerpo.
—¡Exijo que me dejen en el suelo, idiotas! —la oyó ordenar Austin con voz
firme y ojos secos.
-Espera un minuto, Flo —dijo a su compañera, y se colocó frente a los
hombres. La chica lo estudió como si quisiese determinar si era otro atacante o
una fuente de ayuda —¡Eh chicos! —gritó. —¡Dejad a la chica! —la interferencia
no surtió el menor efecto. Austin miró nuevamente hacia ella, sonrió y pestañeó.
Al ver la esperanza brillar en los ojos extraordinariamente verdes, se sintió lleno
de energía. Se aproximó y golpeó el hombro de uno de los dos brutos. —Ya te dije
que la soltases —repitió. El hombre se giró y, antes de saber lo que pasaba, un
puñetazo en el mentón lo dejó inconsciente. Viéndolo caer, el amigo se bajó para
darle una cabezada a Austin en el estómago, pero este levantó la rodilla
rápidamente golpeando el mentón del segundo hombre también. El grandullón
que tenía a la chica la dejó en el suelo en ese mismo instante.
—Quédate con ella Matthews —dijo con voz seria. —Es toda tuya.
Sin mirar siquiera para los amigos tendidos en el suelo, desapareció entre la
multitud. Austin bajó los ojos hacia la mujer a sus pies. El vestido amarillo estaba
arrugado y rasgado en un hombro. Los cabellos, antes peinados con cuidado en un
moño, ahora se encontraban sueltos en ondas color miel. Los ojos verdes
brillaban.
—¡Qué audacia! —exclamó indignada, mirando hacia los atacantes
inconscientes sin la menor muestra de miedo.
—Cierto —aceptó Austin con un aire divertido.
Ella lo miró volviéndose. Detrás de ellos la confusión continuaba, aunque la
mayoría de las mujeres hubiese encontrado protectores y la pelea fuese entre los
hombres que no habían conseguido llegar cerca de ninguna de ellas.
—¡Dios mío! —murmuró.
Austin extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—Bienvenida a Seattle, señorita…
—Kendall, señorita Kendall —se presentó ella de manera automática, aún
aturdida por la violenta e inesperada recepción.
—Es mejor que salgamos de aquí señorita Kendall —la advirtió Austin y, como
ella continuaba ignorando a la mano extendida, la agarró por los hombros y la
colocó de pie.
—Sí, claro —Emily miró alrededor y no vio señal alguna del Sr. Mercer. —¿A
dónde vamos?
Austin evaluó la situación.
—No lo sé exactamente, pero creo que, de momento, cualquier lugar es
mejor que este.
Empezó a llevarla hacia Flo que lo esperaba con expresión intrigada.
—Espere —se paró Emily. —Ida Mae… Tengo una amiga aquí y necesito saber
si está bien.
Antes de que Austin pudiese protestar, ella se había soltado y corría hacia la
pelea. Con un suspiro irritado él la siguió. La chica podía ser bonita pero estaba
completamente loca. Emily no tardó en ver a Ida Mae, colocada entre dos
hombres bien vestidos y muy eficientes en apartar a los atacantes. Su vestido
estaba arruinado y la chica lloraba convulsivamente.
—¡Ida Mae! —gritó Emily.
—¡Emily! ¿Qué vamos a hacer? ¡Este lugar es horrible!
Emily llegó a su lado y la abrazó.
—Todo está bien ahora —intentó calmarla
—¿Qué vamos a hacer? No podemos quedarnos aquí. ¿Y qué pasa con mi
piano?
El mayor tesoro de Ida Mae era el piano que su madre había comprado para
ella en Viena. Era realmente una obra de arte, con musas pintadas y, dentro de la
tapa un espejo y una caja de costura. Ida Mae se había negado a marcharse sin él.
—El piano estará seguro. Volveremos a buscarlo después.
Emily concluyó que los dos hombres que protegían a Ida Mae eran inofensivos
por la mirada de culpa que lanzaban a las lágrimas de su amiga. La situación se
había salido de control y el Sr. Mercer había desaparecido. Bien, no podía culparlo
viendo lo que había pasado.
—Como ya he dicho, lo mejor que podemos hacer de momento es apartarnos
del puerto —dijo una voz profunda.
Emily se giró hacia su salvador
—Podría tener razón. ¿Tendría la gentileza de acompañarnos a mi amiga y a
mí lejos de aquí?
—Es lo que estoy intentando hacer desde hace algunos minutos señorita —
declaró Austin. La agarró por el brazo y la llevó, seguida por Ida Mae y sus dos
acompañantes. Cuando alcanzaron a Flo, Austin ignoró su expresión malhumorada
y usó la mano libre para agarrarla por el brazo también —Venga Flo, vámonos de
aquí.
Era la mujer del pelo rojo. Emily ya había olvidado que había visto a su guapo
salvador al lado de aquella mujer antes. Se mordió el labio. ¿Quién era aquella
gente? ¿En qué tipo de situación se estaba metiendo? Cuando había imaginado las
aventuras que experimentaría en el oeste no le había pasado por la cabeza que
estas empezarían en el momento en que el barco tocase puerto.
—¿A dónde vamos Austin? —preguntó la pelirroja
Austin miró hacia ella y sonrió.
—Creo que de momento estarán seguras en nuestra casa. ¿Qué piensas Flo?
Flo examinó a las dos forasteras de la cabeza a los pies.
—Yo diría que será… muy interesante.
—¡Que Dios nos ayude Emily! Esto es una casa de… —murmuró Ida Mae con
un hilo de voz.
Austin cerró las puertas del “Dama de Oro” con un gesto para que las dos
chicas entrasen. Se divirtió al ver los verdes ojos de Emily abrirse, pero intentó
mantener una expresión neutra.
—Este es el “Dama de Oro”. La señorita McNeil y yo somos los propietarios.
Los ojos de Emily barrieron el lugar, parándose en el gran cuadro que
adornaba la pared del fondo. Se trataba de una mujer cubierta apenas por un chal
que dejaba casi todas sus curvas al descubierto. Los pechos estaban totalmente
desnudos. Austin miró a dónde ella miraba y explicó:
—Esa es la Dama de Oro en persona.
Ida Mae emitió un sonido parecido al de alguien ahogándose con su propia
lengua. Emily respiró profundamente.
—Lo siento mucho, Sr. Matthews. Agradecemos su intervención en el puerto
pero no podemos entrar en un… establecimiento como este.
La conversación había cesado así como el piano que habían escuchado desde
fuera. Incluso había dejado de existir el ruido de los vasos. Así que sus ojos se
acostumbraron a la penumbra, Emily notó que el salón se encontraba repleto de
hombres. La única mujer a la vista era una morena que jugaba a las cartas en una
mesa en el fondo del salón. Usaba un vestido de seda violeta, casi tan escotado
como el traje de la mujer del cuadro. Con un suspiro indignado, Flo se abrió
camino entre las dos forasteras y entró. Austin continuó agarrando la puerta
pacientemente.
—Lamento haber ofendido su sensibilidad, Señorita Kendall, pero creo que
será mejor dejar de lado sus principios antes de que su amiga se desmaye en la
calle.
Emily se giró hacia Ida Mae, cuya palidez se había vuelto preocupante. Se
apoyaba en el brazo de uno de los hombres que la había ayudado en el puerto.
Respirando profundamente Emily se volvió a mirar a Austin.
—Bien, señor. Aceptaremos su hospitalidad hasta que mi amiga se sienta
mejor.
Bajo la mirada divertida de Austin, entró en el salón lleno de humo y se sentó
en la primera mesa vacía. Aun apoyándose en su acompañante, Ida Mae la siguió y
se dejó caer en la silla.
—¿Querrían beber algo para refrescarse señoritas? —ofreció Austin.
—Imagino que no tendrán te por aquí —dijo Ida Mae con voz débil
Detrás del mostrador Flo hizo un gesto de impaciencia, pero Austin se
mantuvo solícito.
—Infelizmente no tenemos. Pero creo que puedo ofrecerles una limonada.
Ida Mae se hundió en la silla y Emily sonrió a su anfitrión.
—Limonada estaría bien, señor.
—Mi nombre es Austin Matthews señoritas.
—Gracias Sr. Matthews. Creo que un vaso de limonada va a hacerle bien a mi
amiga, la señorita Sprague —dijo Emily con voz firme, intentando sonar natural,
como si bebiese limonada en salones como aquel todos los días.
Austin llamó al hombre de gris que se encontraba tras el mostrador, al lado de
Flo.
—Jasper, ¿Podrías traerle una limonada a las señoritas?
—¿Limonada, Austin? —el hombre torció el bigote.
—Sí, por favor.
El otro se encogió de hombros y desapareció por una puerta al fondo del bar.
Los dos hombres que habían acompañado a Ida Mae se sentaron a la mesa y se
presentaron como el Sr. Briggs y el Sr. Smedley. Ignorando la evidente falta de
interés de Ida Mae la informaron sobre sus propiedades y negocios en Seattle.
—Mi casa está casi terminada y tiene piso de madera y ventanas de cristal —
dijo el Sr. Smedley con su rostro redondo y alegre y patillas que se movían a
medida que hablaba.
—El terreno ya está preparado, Señorita Sprague y estoy solo esperando a la
mujer adecuada para que ella diga cómo va a querer la casa de sus sueños… —dijo
el Sr. Briggs sin importarle el discurso de su rival.
Ida Mae los ignoró y se sonó la nariz con un pañuelo estropeado. Austin
permaneció al lado de Emily con un pie apoyado en la silla en la que ella se
sentaba.
—Entonces, Srta. Kendal, vino a Seattle en busca de un marido —dijo con
estudiada cordialidad. Emily deseó que se sentase o se fuese. Jamás había
imaginado ver tan cerca la pierna de un hombre. Ni esperaba encontrar hombres
tan bien vestidos en Seattle —¿Srta. Kendall? —insistió.
—Vinimos a Seattle para construir vidas nuevas, Sr. Matthews —explicó. —La
mayoría de las mujeres del barco son viudas de guerra.
Emily se quedó satisfecha al ver que la sonrisa galante casi murió en sus
labios. Aunque Austin Matthews hubiese sido un ejemplo de cortesía hasta este
momento, tenía la sensación de que en verdad se estaba divirtiendo a su costa. Y
era una sensación que no le gustaba. Como tampoco le gustaba el frío que sentía
en el estómago cada vez que sus ojos la miraban como si fuese un dulce en el
escaparate de una panadería.
—Lamento oír eso, ¿son ustedes…? —Austin dejó la pregunta en el aire.
—No —respondió Emily, —nunca hemos estado casadas —Austin asintió y,
sintiéndose avergonzada, Emily miró a Ida Mae que recuperaba su color natural e
incluso le sonreía al Sr. Briggs mientras este le contaba los detalles de sus
negocios. —Tal vez sería mejor irnos ahora —dijo. —El Sr. Mercer debe de
habernos buscado alojamiento.
Al levantarse rozó con el brazo el cuerpo de Austin y tuvo la impresión de
haber tocado una roca. La sensación era muy diferente a cuando tropezaba con las
chicas con las que trabajaba en el molino, en Lowell. La puerta de atrás del bar se
abrió y apareció una mujer llevando una bandeja con dos vasos de limonada.
Estaba vestida de manera aún más escandalosa que la morena de violeta que
jugaba a las cartas. Uno de los lados de la falda de tafetán estaba sujeto en la
cintura, exponiendo una pierna bien torneada, cubierta apenas por medias de
seda. Emily miró a Ida Mae y vio su expresión incrédula ante la mujer que se
aproximaba. La otra lanzó una mirada curiosa a las visitantes y se giró hacia Austin
quejosa.
—Te aviso Austin que no voy a aceptar más a Hiram Carter, ni por todo el
dinero del mundo. No se baña y bebe tanto whiskey que no sería capaz de
levantar la bandera ni para el presidente de los Estados Unidos.
Austin tuvo que reprimir una sonrisa ante la expresión ofendida del rostro de
Emily. Después vio que su expresión pasaba de ofendida a preocupada. Siguiendo
su mirada vio a Ida Mae cayendo lentamente bajo la mesa, con los ojos girados y
entrando en un desmayo. Smedley y Briggs la agarraron impidiendo que cayese al
suelo. Emily corrió hacia su amiga y le frotó las pálidas mejillas. Como Ida Mae no
reaccionó, se giró hacia Austin suplicante.
—Su amiga necesita acostarse, Señorita Kendall —dijo él en tono suave, y sin
esperar respuesta, tomó a Ida Mae en brazos y la llevó hacia la escalera. Al llegar
al descansillo se giró hacia Emily. —¿Viene con nosotros señorita Kendall?
La respiración de Ida Mae se había transformado en un ronquido suave. Emily
dejó de andar de un lado a otro de la minúscula habitación y se sentó en la silla
adamascada. Definitivamente no había sido esta la manera en que había
imaginado su primera noche en Seattle. Tal vez los pesimistas de su familia
estuviesen en lo cierto. Había sido una locura subir a ese barco y hacer un viaje tan
largo sola. Su hermana Cassie y su cuñado Joseph se habían sentido horrorizados
cuando les había comunicado su decisión. Sin embargo con tres hijos pequeños no
podrían negar que la casita en el suburbio se había hecho demasiado pequeña.
Cuando Cassie y Joseph se habían casado, Emily imaginaba que pronto tendría su
propia casa junto a Spencer. Aunque los Bennetts insistiesen en que después de la
boda los dos vivirían con ellos en la gran mansión de ladrillo, Spencer le había
garantizado que tendrían su propia casa.
Ah, el querido y amable Spencer… Era una ironía que un hombre tan
tranquilo, digno y pacífico hubiese encontrado su fin bajo disparos de cañón
durante los tres días más sangrientos de la historia de América. Emily se
estremeció. Gettysburg. La guerra había terminado pero ella aún no soportaba oír
la palabra. Suspiró y se preguntó que estaba haciendo en un burdel. Las chicas de
Lowell no lo creerían si lo supiesen. Sobre una mesa había botes con aceites y
ungüentos misteriosos. Emily no se atrevió a pensar en que utilidad tendrían en
aquella habitación. Encima de la cabecera de la cama, cuatro litografías adornaban
la pared: cada una representaba una estación del año y todas ellas tenían mujeres
semidesnudas. ¿Sería posible que las mujeres del oeste no se vistiesen jamás?
Los pensamientos de Emily fueron interrumpidos por golpes suaves. Al
momento la puerta se abrió y la figura masculina de Austin Matthews dominó la
habitación pequeña y femenina.
—¿Cómo está su amiga? —preguntó en un susurró.
—Creo que está bien. Está profundamente dormida —Emily se levantó y se
irguió, pero aun así no alcanzaba el mentón de Austin —Sinceramente, Sr.
Matthews, creo que debo despertarla e irnos ahora. A esta altura el señor Mercer
debe de estar preocupado…
Austin sacudió la cabeza.
—Mercer desapareció. Dejó un recado diciendo que se reuniría con los
hombres mañana por la noche, cuando los ánimos se hubiesen calmado. En
cuanto a eso, la ciudad está llena de jóvenes confusas. Es mejor que se queden
aquí.
—Pero esta habitación es de otra persona. —protestó Emily mirando
alrededor hacia el armario abierto que exhibía ropas coloridas, y hacia el colgador
detrás de la puerta que sustentaba una bata transparente —debe de haber un
hotel…
Un brillo de simpatía iluminó los ojos de Austin, aunque su voz se mantuviese
en un tono impersonal.
—Dixie garantizó que no le importaba dejarles la habitación por una noche.
—¿Dixie?
—Sí, la chica que les sirvió la limonada.
—Ah… —el rostro de Emily ardió. —Es muy gentil por su parte y de la
señorita… Dixie, pero no creo que debamos… —antes de que las palabras saliesen
de su boca, Emily se dio cuenta de que había cometido un error. Una de las cejas
de Austin se levantó y un músculo saltó en el maxilar —Bien, yo… —tartamudeó
Emily esforzándose para mantener la calma. —No quiero parecer ingrata. No sé lo
que habríamos hecho sin su ayuda en el puerto, pero…
—Pero ustedes dos son demasiado buenas para pasar la noche en mi
establecimiento, ¿no es cierto señorita Kendall? —la interrumpió Austin en tono
rudo.
Emily se irritó con las bruscas maneras.
—No quise decir eso, Sr. Matthews…
—Escuche señorita… puede quedarse o marcharse. Me es indiferente. Pero
hay trescientos hombres allí fuera que han pasado un año esperando a que
llegasen las mujeres. Después de lo que pasó en el puerto la mayor parte de ellos
se han ido a beber a los bares. Si quiere salir por ahí, en busca de otro lugar, puede
irse.
Emily se esforzó para no vacilar ante las rudas palabras. Reaccionó
rápidamente, evaluando la situación. Concluyó que sería mejor que ella e Ida Mae
pasasen la noche allí. Levantó los ojos para mirar a su anfitrión.
—Parece que no tenemos elección, Sr. Matthews. Ida Mae y yo le
agradecemos su hospitalidad.
Austin asintió y se giró para salir. Entonces se paró en la puerta y dijo.
—Recuerde Srta. Kendall… Ya no está en Massachusetts.
Salió de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido.
Capítulo 2
—No necesitas tratarme de esta manera, Austin —protestó Flo. —Has estado
insoportable toda la noche. ¡Parece que la presencia de las chicas bajo tu techo te
ha vuelto idiota!
—Disculpa Flo —dijo él con una sonrisa. —Tienes razón. Las chicas buenas me
causan alergia.
Flo se puso tras la silla en la que él se sentaba y le masajeó los hombros.
—¿Qué es lo que te hicieron, Austin Matthews? Las chicas del salón dicen que
nunca han conocido a un caballero más atractivo que tú, y la mitad de ellas está
perdidamente enamorada. Pero cuando se trata de chicas respetables, te
transformas en un erizo.
Austin cerró los ojos y gimió bajito, apreciando el masaje de Flo.
—Así… un poco más abajo —le dijo
—Y también la mitad de las chicas respetables de la ciudad están enamoradas
de ti. No consigo entender por qué las tratas como parias.
—Parias… bella palabra —sonrió Austin —¿Has estado leyendo de nuevo Flo?
—Estoy hablando en serio, Austin —se quejó Flo. —Somos socios desde hace
tres años y aún no sé nada de ti.
—Tal vez no haya mucho que saber, querida —le dijo él con voz perezosa.
Las manos grandes de Flo estaban operando verdaderos milagros en sus
hombros, que habían estado tensos desde que había visto a las chicas en el barco.
Debería haber estado contento. Mercer no cumpliría su promesa en cuanto al
número de chicas. Cuarenta y seis mujeres no serían suficientes ni siquiera para
una pequeña comida para los hombres desesperados de Seattle, peor aún, ya que
ellos esperaban un banquete. Esto haría que el movimiento en el “Dama de Oro”
aumentase. Sin embargo se sentía tenso e irritado. Tal vez fuese el efecto de los
cuellos de encaje. Cuando se había parado en el puerto se había visto ante hileras
de cuellos de encaje, iguales a las que usaba su madre la última vez que la había
visto antes de que cerrasen su féretro. Iguales a las que había hecho su abuela
interminablemente hasta su muerte, solo dos años antes que su madre… el día de
su décimo aniversario. Su hermana también usaba un cuello como aquellos el día
que había huido de casa a los catorce años para seguir a la compañía de teatro,
llorando y protestando por ser demasiado joven para cuidar de una casa y de su
hermano menor.
Austin pensaba que había sido su hermana quien había roto el corazón de su
padre. Después de eso habían estado solo ellos dos, él y su padre… y habían vivido
sin cuellos de encaje cerca.
—Bien —Flo le golpeó los hombros. —¡Si no quieres hablar, está bien!
Austin la miró con una de sus sonrisas irresistibles.
—Tus manos son mágicas, Flo. Estaba casi dormido.
Flo le devolvió la sonrisa con reticencia. Siempre que Austin sonreía, ella se
veía incapaz de dominar los sentimientos que la invadían. Se repitió a sí misma
que debía desistir de una vez por todas de intentar obtener de él más de lo que
estaba dispuesto a ofrecer.
—¿Qué planeas hacer con las chicas de arriba?—preguntó.
Austin se encogió de hombros.
—Se irán de aquí mañana. Mercer está planeando una reunión para resolver
la situación. Tan vez haga una subasta con las chicas que consiguió traer y las
venda por el precio más alto que ofrezcan —sintió una puntada de irritación al
imaginar a Emily Kendall expuesta para un grupo de hombres desesperados por
mujeres —¿Cómo voy a saberlo? —concluyó frunciendo el ceño.
Flo iba a decir algo pero desistió. Acabó el masaje y preguntó con voz
seductora.
—¿Vas a querer compañía esta noche?
Austin le acarició el cabello rojo.
—Ha sido un día muy largo. Gracias de todos modos.
Flo asintió.
—Entonces, buenas noches, querido.
—Buenas noches.
Al llegar al descansillo de la escalera, Flo se giró y vio que Austin había vuelto
a sentarse en silencio, sirviéndose de nuevo un trago.

***

El bar parecía muy diferente a la luz clara de la mañana. Emily bajó la escalera
con cuidado, pero no encontró ninguna bebida o mujer desnuda por allí. Sonrió a
causa de su vacilación. Había buscado aventuras y, al final, las había encontrado.
Ahora solo le quedaba prepararse para las consecuencias.
Austin levantó los ojos en el momento en que ella apareció a la luz del sol que
entraba por las grandes ventanas de cristal que había hecho instalar cuando
habían construido el “Dama de Oro”. La rotura en el hombro del vestido amarillo
había sido cosida y los cabellos de color miel se encontraban impecablemente
peinados en la nuca.
—Buenos días —saludó él con poco entusiasmo.
La cabeza palpitante era un recuerdo vivo de la cantidad de whisky que había
consumido la noche anterior. Emily se paró para mirarlo. Una vez más se
impresionó de la elegancia de sus trajes. El pantalón beis le modelaba las largas y
musculosas piernas, y la camisa blanca era del más puro lino. Se dijo a sí misma
que era el tejido lo que la fascinaba y no el modo en como de adhería a su ancho
pecho.
—Buenos días Sr. Matthews —respondió seca, recordando las palabras que le
había dicho la noche anterior.
—¿Cómo está su amiga? —preguntó Austin extendiendo la mano para
ayudarla a bajar los últimos escalones.
Emily decidió que sería poco educado rehusar su ayuda, pero no le gustó nada
la sensación que se alojó en su pecho cuando la mano de él tocó la suya.
—Ida Mae aún está durmiendo —respondió.
—Su mano está fría —comentó Austin frotándoselas, —el clima puede ser
bastante frío por la noche en la ciudad. Debería haber pedido mantas.
—No fue preciso… Tuvimos una buena noche.
El sol iluminó las mechas más claras de los cabellos de Austin cuando este se
inclinó hacia Emily. Parecía actuar por su propia voluntad, de forma natural. Debía
estar acostumbrado a frotar las manos de las chicas todos los días. Y no podría
imaginar que la experiencia de Emily en relación a la proximidad de un hombre era
nula.
—¡Sus manos parecen hielo! —exclamó él. —Siéntese, le traeré un café.
Sintiéndose a gusto con la idea, Emily se apartó y se sentó.
—Es muy gentil Sr. Matthews. No quiero causarle ningún problema.
Austin fue detrás del mostrador y, un instante después, volvió con dos tazas
humeantes.
—No es ningún problema. Yo también iba a tomar un café cuando usted llegó
—se sentó a su lado, demasiado cerca. Emily agarró la taza con las dos manos
como si el café fuese a volar de la mesa en cualquier momento. El brillo divertido
que ella había percibido en los ojos de él la víspera, volvió. —Relájese —dijo —No
muerdo.
Emily sabía que la estaba provocando, pues ya había sido provocada antes,
por Joseph y Spencer, aunque Spencer no fuese de los de ese tipo. Al menos, sabía
que no tenía que ofenderse por la broma. Solamente le gustaría que el torbellino
de emociones en su pecho la dejase en paz.
—No sé si creerle señor Matthews —le devolvió la broma dándole su primera
sonrisa sincera.
Austin respiró profundamente. Ella era adorable. Y parecía diferente aquella
mañana.
—Son las pecas —dijo en voz alta.
La nariz y la cara estaban cubiertas por deliciosas pecas. La piel bajo ellas se
tornó escarlata.
—Sí, yo… generalmente las escondo.
—¿Por qué?
—Bien, no son consideradas bonitas o…
—¿Decentes? —completó Austin levantando las cejas.
Esta vez no perdió el buen humor. La verdad es que estaba pasándolo bien
tomando café con aquella adorable desconocida. Emily bajó los ojos.
—Sí, yo diría que no son decentes —admitió.
—¿y cómo esconde esta indecencia, Srta. Kendall? —preguntó Austin
riéndose.
Ella volvió a mirarlo con sus increíbles ojos verdes.
—Hago una pasta con almendras molidas. No las tenía esta mañana pues está
en mi maleta. Sr. Matthews, ¿Cree que recuperaré mis pertenencias?
Austin asintió.
—Mandaré a Jasper a verificarlo, si quiere —las pecas y la cara ruborizada la
hacían parecer un jovenzuelo más que una chica. —¿Qué le decían de niña?
—¿Sobre qué?
—De las pecas —explicó él y se inclinó para pasar un dedo con la suave piel.
—Deben de haber dicho cosas horribles para que quiera esconder algo tan bonito.
El rubor se intensificó.
—A veces me llamaban pintada, manchada. Mi padre me llamaba oxidada,
pero me gustaba.
—Bien, Srta. Oxidada Kendall, si me preguntase, le diría que deje su pasta de
almendras. Sus pecas tienen encanto.
—Fue el viaje en el barco. La cabina era agobiante por lo que pasaba la mayor
parte del tiempo arriba. Las pecas se notan más por el efecto del sol… —Emily
paró de hablar. ¿Por qué estaba discutiendo una tontería como sus pecas con un
extraño? ¿Con el dueño de un establecimiento de mala reputación? El mismo
hombre que ahora bajaba los ojos hacia el escote de su vestido. En Lowell las
largas caminatas diarias, hasta el molino, la mantenían delgada como una vara. Sin
embargo, el largo período de inactividad a bordo del barco había llenado las
curvas naturales de su cuerpo. Los vestidos, ahora, se adherían a su cuerpo, casi
con la misma indecencia que los trajes de las chicas que había visto allí mismo la
víspera. —Bien, en cuanto a nuestro equipaje —continuó nerviosa, —estaría
agradecida si pudiese mandar a su empleado a preguntar por él.
Austin se apartó de la mesa. No le agradó el calor que sintió en el vientre
cuando la Srta. Kendall se dejó provocar como una niña. Y le gustó menos aún la
excitación que amenazaba con avergonzarlo. Aquella mujer no tenía nada que ver
con él. Estaba allí para ser la esposa de otro hombre, comprada por un buen
precio.
—Me ocuparé de eso —dijo abruptamente.
Con un gesto con la cabeza, se levantó y se dirigió al mostrador. Emily lo
observó desaparecer por la puerta posterior. La cara pronto se puso normal, pero
el corazón continuó latiendo desenfrenado por unos minutos.

***

—Somos todos civilizados —dijo el hombrecito con voz ligeramente nasal


sobre el podio. —He mantenido mi parte del acuerdo. He traído tantas mujeres
como he podido.
De manera diferente a la confusión del puerto la víspera, la reunión en el
hotel Occidental transcurría con calma. Asa Mercer había empezado el encuentro
relatando sus esfuerzos en el este. Por lo que parecía, había llegado a contar con
centenas de mujeres inscritas pero, diversos factores habían interferido. El peor
de ellos, un artículo editorial en el New York Herald, que afirmaba que los
hombres del oeste eran unos “alborotadores lascivos” y que las chicas serían
“usadas en casas de mala fama”. Una copia del artículo fue entregada a aquellos
que sabían leer.
—Es cierto lo que dicen —seguía Mercer. —La mentira viaja mil leguas
mientras la verdad aún está calzando sus botas.
Así, los hombres de Seattle poseían una diana distante para su ira. Y el
honesto Asa Mercer volvía a ser aceptado como uno de ellos. Austin había
decidido asistir a la reunión por pura curiosidad, como se había dicho a sí mismo.
Las cuarenta y seis novias potenciales se encontraban sentadas en las primeras
filas de sillas, tensas y conscientes de las miradas hambrientas de los
observadores. Podía ver a Emily Kendall y a su amiga la Srta. Sprangue sentadas en
la segunda fila.
—Doscientos noventa y siete hombres pondrán el dinero —continuó Mercer,
—lo que hace siete hombres por cada novia —un murmullo se levantó entre la
multitud masculina… pero nadie se atrevió a levantar la voz. Algunas mujeres
empezaron a abanicarse nerviosamente. —Las he dividido por orden alfabético —
Mercer dirigió su mirada al único hombre que no se había sacado el sombrero. —
Excepto usted, Missouri Ike. Creo que no me dio su nombre.
—Creo que no tengo nombre —respondió el hombre con voz grave.
—Bien, lo colocare con los “l”—Mercer sonrió tontamente.
Desde el fondo del salón, Austin vio a la señorita Sprague coger la mano de
Emily Kendall. Esperaba que no volviese a desmayarse. El pobre Asa Mercer ya
tenía suficientes problemas. Aún no había explicado como cada una de aquellas
chicas podría satisfacer a siete hombres.
—Será una competición justa —Mercer hizo una pausa con el fin de secar el
sudor de su frente. —Cada señorita le dará una oportunidad justa e igual a cada
candidato de su lista. ¡Que gane el mejor! —intentó imprimir una nota jovial al
último comentario, pero falló.
Los hombres empezaron a hablar
—¿Qué es lo que quieres decir con una oportunidad justa, Mercer? —
preguntó uno de ellos.
—¿Y si a ellas no le gusta ninguno de nosotros?—preguntó otro.
Austin sonrió. Aquel prometía ser el evento más divertido de Seattle desde la
conmemoración de la separación del estado de Oregón. Contuvo el impulso
malicioso de ofrecer la hospitalidad de su establecimiento a los perdedores.
—Ahora, recuerden. Estas chicas son jóvenes educadas, inteligentes y
virtuosas. Esperan ser tratadas como tales —con estas palabras, Mercer dejó el
podio y se dirigió a las mujeres.
Los hombres se alinearon humildemente en una fila organizada por Mercer.
Austin tuvo que admitir su admiración por el joven llegado de Ohio. Mercer había
llegado al territorio apenas tres años antes y ya se había hecho con una reputación
por haber construido la primera Universidad territorial. Ahora, con apenas
veinticinco años, había conseguido transformar una multitud de hombres hostiles
en un grupo relativamente organizado, cada uno esperando su vez para
presentarse a la “novia”. El proceso llevaría algún tiempo. Mercer estaba
entregando hojas de papel a las mujeres. Cuando llegó a Emily, Austin sintió de
repente el calor del salón. El resto de la historia no le despertaba interés. Se giró
para salir, pero sus ojos buscaron a Emily Kendall por última vez. Ella levantó los
ojos del papel y lo miró. Austin sonrió y, como había hecho en el puerto, pestañeó.
Sin embargo, esta vez, no vio la llama de esperanza iluminar las profundidades
verdes. Ella se limitó a asentir y volver a estudiar la lista en sus manos.
El Salón Imperial era el único restaurante de Seattle que tenía manteles de
verdad. El movimiento había aumentado tanto desde la llegada de las novias que
el propietario, el Sr. Vickermann, había conseguido la barbería vecina y había
abierto lo que los ciudadanos llamaban Anexo. Incluso con el espacio adicional no
era fácil conseguir una mesa. Durante la última semana, Emily prácticamente
había memorizado el menú del Salón Imperial. Acababa pidiendo el cocido de
faisán que ya conocía y que le gustaba. Sin embargo consideraba el menú
cuidadosamente preparado por la Sra. Vickermann como la mejor manera de
iniciar una comida de “presentación”.
Hasta entonces Emily había conocido a cinco de los hombres de su lista,
incluyendo su actual acompañante, Fred Johnson. Ninguno de ellos le inspiraba el
menor interés. La situación no parecía prometedora puesto que solo quedaban
dos: Dexter Kingsman, dueño de un próspero molino y el hombre cuyo nombre
había garabateado el Sr. Mercer en el último momento, el encuentro que más
temía, el hombre sin nombre, Missouri Ike.
—Puede pedir lo que quiera señorita. He ahorrado el año entero para esta
noche —dijo Fred Johnson con una sonrisa colocando una bolsa sucia, de piel de
carnero, sobre el mantel limpio.
Emily intentó sonreír. El Sr. Johnson era un hombre de media edad, más o
menos de su altura. A pesar de mostrarse atento y ansioso por agradarla, era
imposible ignorar la falta de los dos dientes de delante. Tal vez, pensó ella con
cierta dosis de maldad, debía de haber invertido su dinero en un dentista en vez
de economizar para pagarle una comida.
—Voy a pedir el faisán, Sr. Johnson —dijo.
—Cuando coma el faisán que prepara mi madre va a creer que este es una
porquería —comentó alegremente.
Emily suspiró. Tenía una larga noche frente a ella. La primera semana de
experiencias alfabéticas del Sr. Mercer no había resultado bien. Se habían dado
dos duelos por causa de las potenciales novias. Los defensores de Ida Mae, El Sr.
Briggs y el Sr. Smedley, antes grandes amigos, apenas se hablaban. Todo porque el
Sr. Smedley estaba en la lista de Ida Mae, mientras que el Sr. Briggs había ido a la
lista de Rose Bartlett, una viuda de cuarenta años y voz estridente que había
dejado dos hijos ya mayores en el este. Los tres irlandeses que habían atacado a
Emily en el puerto tenían la mala suerte de llamarse O´Brien, O´Donnell y O´Leary.
Evidentemente habían sido colocados en la lista de una misma novia y podían ser
encontrados peleándose todas las noches en diversos establecimientos de Skid
Road.
—¿Le gustaría beber vino Srta. Kendall? —preguntó Fred Johnson tocando la
inmunda bolsa. —Esta noche el cielo es el límite.
Antes que Emily pudiese rehusar la oferta la puerta de cristal del Anexo se
abrió y por ella entró el hombre que ella había estado buscando y al mismo
tiempo evitando encontrar, toda la semana. Él la vio en el mismo instante y se
aproximó a la mesa.
—Buenas noches Señorita Kendall —dijo gentilmente.
Emily se sintió estremecer de placer al oír la voz grave y bien modulada.
—Buenas noches Sr. Matthews —respondió esperando sonar indiferente.
Austin se giró hacia su acompañante y volvió a mirarla.
—Espero que esté apreciando su estancia en Seattle.
Aunque las palabras fuesen adecuadas, más de una vez Emily tuvo la
sensación de que Austin se divertía a su costa.
—Sí, mucho —dijo ella con firmeza. —Me gustaría presentarle a mi
acompañante, el Sr. Johnson.
Los dos se apretaron las manos.
—¿Cómo estás Fred? ¿Y los negocios?
—Nada mal Matthews. Aún no he encontrado oro, pero sé que estoy cerca.
Matthews golpeó el hombro del otro.
—Buenas noticias, Fred. Pero no quiero interferir en tu comida romántica —
se giró hacia Emily y pestañeó. —Continúen.
Emily se puso furiosa. ¿Cómo podía burlarse de ella? Puso la mano sobre la de
Fred Johnson, provocando una gran sonrisa desdentada.
—El Sr. Johnson y yo nos estamos divirtiendo con una comida —dijo en tono
de desafío, mirando los ojos castaños de Austin.
Él levantó las cejas con una media sonrisa.
—Lo veo Srta. Kendall. Y estoy contento de saberlo. Voy a dejarlos solos para
que puedan conocerse mejor.
Emily retiró la mano de la de Johnson y notó su mirada preocupada.
—¿Cómo conoció a Austin Matthews? —preguntó.
—Él me ayudó… la verdad es que me salvó de los incontrolados del puerto
aquel primer día.
Johnson bajó los ojos a la mesa.
—No se ofenda señorita, pero debo avisarla que no le hará bien a su
reputación ser vista en compañía de un tipo como él.
—¿Por qué no? —Emily se puso rígida.
—Bien… las mujeres con las que él trabaja no son… decentes.
—¿Y cómo sabe eso Sr. Johnson?
—Bien… Es que… Todos lo saben.
Emily escondió una sonrisa. Provocar al pobre hombre no era una actitud
correcta, pero el hecho de encontrarse bajo el mismo techo que Austin Matthews
parecía despertar su peor faceta.
El Sr. Vickermann los sirvió personalmente. Emily intentó desesperadamente
mantener una conversación apartada de la guerra, de la madre del Sr. Johnson y
de su búsqueda de oro. Aquella comida estaba pareciendo más larga que las
anteriores y Emily sabía que eso se debía a la presencia de Austin Matthews. Había
pensado que él iría a comer y marcharse pronto, pero, aunque la ignorase, parecía
no tener la menor prisa por irse. Terminada la comida pidió café, agarró un
periódico y empezó a leerlo. Y Emily no conseguía evitar que sus ojos se volviesen
hacia él a intervalos regulares, haciendo que perdiese el hilo de la conversación
con su acompañante.
—Disculpe Sr. Johnson… ¿Estaba diciendo algo sobre la mina de oro?
—El pueblo de Colorado afirma que es allí donde se encontrarán las próximas
minas. Pero yo garantizo que están aquí, debajo de nuestras narices.
Emily sonrió distraída, atenta al hecho de que la Sra. Vickermann servía un
pedazo de pastel a Austin y se rendía a la sonrisa repleta de encanto masculino. El
Sr. Vickermann les trajo la cuenta, que Johnson pagó haciendo ostentación de la
bolsa repleta de monedas.
—¿Puedo acompañarla hasta su hotel Srta. Kendall? —se ofreció.
Emily se puso tensa. Aquella era la parte de la noche que más temía. Dos de
sus acompañantes anteriores habían intentado besarla al llegar al hotel. Emily
había sido besada antes por Spencer. Pero esos besos habían sido un gesto digno,
un toque seco de los labios, como una solemne promesa del compromiso que los
ligaría al uno con el otro. Besar a los pretendientes de Seattle le hacía recordar su
lucha con un pez enorme que había pescado cuando había viajado a la costa en
compañía de Cassie y Joseph: mojado, escurridizo y extremadamente
desagradable. Miró hacia Fred Johnson estremeciéndose al imaginar esa boca
desdentada en contacto con la suya.
—Lo siento mucho Sr. Johnson, pero le prometí a mi amiga Ida Mae que la
esperaría aquí.
Johnson se mostró confuso, pero pronto se recuperó.
—Entonces esperaré a la señorita.
—Oh no —protestó Emily apresuradamente. —Tendrá una larga caminata
montaña arriba. Estaré perfectamente bien aquí.
Después de algunas protestas, finalmente lo convenció de dejarla. Se
despidieron y en cuanto se vio sola, Emily se dejó caer en la silla con un suspiro
aliviado y apoyó la cabeza en las manos. Inmediatamente la voz profunda de
Austin Matthews sonó próxima a su oído.
—Creo que el Sr. Johnson so tendrá la suerte de ser escogido.
Emily levantó la cabeza.
—Creo que se está divirtiendo con esto Sr. Matthews —dijo en tono ácido.
Austin sonrió y señaló la silla a su lado
—¿Puedo sentarme? —preguntó, y se sentó sin esperar respuesta.
—La verdad es que ya me iba.
—Pensé que estaba esperando por la señorita Sprague.
—¿Acostumbra a escuchar conversaciones ajenas?
—No, pero es la única manera de saber lo que pasa por aquí. El periódico no
vale nada. No publicarán una línea siquiera sobre las exuberantes maniobras
casamenteras que están pasando.
—Exuberante es una buena palabra —dijo Emily en tono cansado.
La expresión de Austin se volvió grave.
—¿Alguno de sus acompañantes le causó problemas? —preguntó con voz
tensa.
—¿Aun intentando salvarme Sr. Matthews? —ella intentó sonreír —No, no
han causado problemas. Al menos nada que yo no haya podido resolver.
—Espero que recuerde que tiene un amigo en caso de que lo necesite, Srta.
Kendall.
Las maneras seductoras habían dejado paso a algo más peligroso, y Emily
volvió a sentir aquella sensación incómoda que él siempre le provocaba.
—Bueno, Sr. Matthews, en esta ciudad no tengo nada sino amigos. Puede
preguntar a todos los hombres que me han conocido.
La sonrisa volvió a los labios de Austin, pero la despreocupación no.
—Y… ¿alguno de esos amigos le pareció un pretendiente aceptable, Srta.
Kendall? —preguntó con estudiada indiferencia.
Emily vaciló un instante. Aunque no comprendiese las razones del interés de
Austin, pensó que sería divertido lanzar el cebo.
—Tal vez… —dijo con inocencia —Uno o dos.
Austin entró en el juego con facilidad.
—¡Felicidades! —dijo con falso entusiasmo. —¿Recibiré una invitación de
boda pronto?
—Ah, no. No debo apresurarme. Aún tengo que ver a dos pretendientes de mi
lista.
—¿Quiénes son?
—Uno de ellos es el hombre que no tiene nombre… Missouri Ike.
Austin se irguió en su silla.
—¿Colocaron a Missouri Ike en su lista? ¡Eso es absurdo! —exclamó irritado
Ike era un maleducado que llevaba carros de bueyes a las compañías
madereras. Era estúpido e independiente, y, según decían, profano y depravado.
Emily asintió porque también se había sentido ultrajada.
—Por lo tanto es posible que tenga que necesitar su protección Sr. Matthews
—admitió.
—¿Cuándo se va a encontrar con él?
—El próximo martes, cuando los hombres de Piny Ridge vuelvan.
—¿Quién es el otro pretendiente? —Matthews tamborileó los dedos en la
mesa.
—Un tal Sr. Dexter Kingsman.
El movimiento de los dedos cesó y Austin cerró los puños. Kingsman era uno
de los hombres más ricos de la ciudad, y, según las chicas que trabajaban en el
“Dama de Oro” “un hombre sin defectos”. También era inteligente, estimado y un
respetado hombre de negocios. Austin estudió a Emily Kendall. A la luz de las
velas, sus ojos parecían dos esmeraldas. La piel lisa se veía perfecta, ciertamente
cubierta por la pasta de almendras. A él le gustaría retirársela con besos para
descubrir aquellas pecas adorables, pensó, sintiendo una puntada de dolor en el
pecho. Apartó la silla y se levantó. En los pocos contactos que había tenido con
Dexter Kinsgman, este le gustaba. Pero al mirar al discreto escote de Emily, decidió
que estaría dispuesto a cambiar de opinión sobre el sujeto en breve.
Capítulo 3
Con un suspiro Emily guardó la carta de Cassie en el bolso. Las palabras le
habían traído intensos recuerdos de casa. Ellas habían perdido a sus padres en una
epidemia de gripe en el sesenta y dos. Para pagar los costos del funeral y otras
deudas, Emily había vendido la casa y se había ido a vivir con Cassie y Joseph. Se
preguntó qué edad tendrían sus sobrinos cuando volviese a verlos. Apretó la carta,
buscando el valor para el próximo encuentro, que parecía ser el primero con
perspectivas agradables. Dexter Kingsman era conocido y apreciado por todos en
Seattle. Había oído que poseía buenas maneras, mucho dinero e inteligencia.
Emily lo había visto una vez, saliendo de un establo. Ida Mae estaba excitada.
—Mira, Emily, ¡Allí está tu futuro marido!
Emily no había respondido. No podía argumentar nada sobre la apariencia del
hombre alto y bien vestido, de cabellos rubios y trazos aristocráticos. Un poco
delgado tal vez. Pero Spencer también había sido delgado, muy diferente de la
masculinidad robusta de Austin Matthews. Lo que era algo bueno, se había dicho.
El Sr. Kingsman había sido el único en presentarse con un toque de finesse. Los
otros simplemente habían llamado a la puerta diciendo “soy yo señorita”.
Dexter Kingsman había enviado un mensajero con una docena de rosas y una
nota escrita con caligrafía elegante, invitándola para comer en su hotel, donde
había reservado una mesa retirada para poder hablar con privacidad. Habían sido
las rosas las que la habían impresionado. ¿Dónde las habría conseguido en una
ciudad como esta?
Con suspiros idénticos, ella e Ida Mae habían apreciado los perfectos botones,
recordando los hermosos jardines de Lowell.
Emily bajó puntualmente a las seis. Él ya la esperaba. Se levantó y se aproximó
extendiéndole un pequeño bouquet de violetas envueltas en un delicado lienzo
bordado.
—Srta. Kendall, tengo un inmenso placer en conocerla. Toda la ciudad de
Seattle ha ganado color con la llegada de las señoritas.
Emily extendió la mano hacia las flores, pero lo vio agarrársela y llevársela a
los labios. Se ruborizó. Había visto a hombres besar la mano de las damas, pero
jamás le había pasado. Entonces le entregó las flores.
—Es muy gentil. Son hermosas —murmuró.
—No son nada comparadas con su belleza, Srta. Kendall.
Un periódico hizo ruido. Alguien sentado en una de las sillas leía el Puget
Sound Daily, girando las páginas con un ruido innecesario. Aunque el rostro y
parte del cuerpo estuviesen escondidos por el periódico, Emily reconoció las
piernas largas y musculosas. Y vio cuando él espió por el borde el periódico y le
guiñó un ojo. Desvió los ojos inmediatamente con el rubor intensificándose en su
cara. ¿No tenía él algo mejor que espiarla? Dexter Kingsman le ofreció el brazo.
—¿Vamos a comer Srta. Kendall?
—Sí, Sr. Kingsman —respondió ella con la voz más dulce. —Estoy ansiosa por
conocer a un caballero como usted.
—Quiero hablar contigo, Austin —dijo Flo.
—Dime —replicó Austin con indiferencia.
Ella se sentó a su lado.
—No sé lo que te pasa. Dixie se quejó de que la trataste mal. Belle dijo que la
ignoras cuando te hace una pregunta; Jasper dice que si continuas bebiendo de
esa manera nuestras ganancias se irán al garete.
Austin bebió un trago de whisky.
—¿No puede un hombre estar de mal humor de vez en cuando?
—¡Hace días que estás así! Estoy preocupada por ti, querido.
—Estoy bien.
—Apuesto a que fue aquella rubia de ojos verdes lo que te dejó así —suspiró
Flo.
Austin sonrió.
—Si estás hablando de Emily Kendall, te engañas.
—Si estoy engañada, ¿Cómo supiste tan pronto de quien estaba hablando?
—Sucede, malvada escocesa, que tú tampoco andas de muy buen humor
últimamente. Jasper me contó que desde que llegaron las novias le cierras la
puerta todas las noches.
—¿Fue a quejarse a ti? —Flo se envaró —¡Que canalla!
—No, Flo, fue un elogio. El pobre no aguanta más el tomar baños fríos.
—Puede que así empiece a dar valor a lo que tiene. De repente todos los
hombres de la ciudad parecen pensar que, a menos que una mujer lleve sombrilla
y hable con acento de Boston no sirve para nada.
—No he notado la menor disminución de movimiento —observó Austin.
—Claro, las señoritas están dejando a los hombres tan excitados que hacen
fila para visitar a mis chicas. Ese no es el problema.
—Tienes celos, Flo. Y sin motivo. Ninguna de esas chicas te llega a los pies —
afirmó sonriendo.
—¿Ni siquiera la señorita Kendall?
Austin bebió el resto del whisky y, sin responder, se levantó y besó el rostro
de Flo. Entonces salió del salón.

***

Emily no podía ponerle defectos al comportamiento de Dexter Kingsman.


Desde la primera comida, le enviaba notas y pequeños presentes todos los días.
Tal atención contrastaba con la vida actual de Emily. Lejos de la sociedad civilizada
que había dejado atrás, incluso sus paseos tenían un alto riesgo. Estaba obligada a
ignorar las miradas hambrientas y comentarios aún peores de los hombres en la
calle. Las novias del este eran aún novedad y su presencia causaba siempre
conmoción. Emily cerró los ojos y recordó lo que había pasado la noche anterior.
Ella e Ida Mae había acabado de separarse de sus amigas Parmelia Carruthers y
Cynthia Stoddard cuando habían sido abordadas por los tres irlandeses que habían
agarrado a Emily en el puerto. Ida Mae se había escondido tras ella mientras Emily
intentaba recordar los nombres de los tres.
—Sr. O´Brien —se dirigió al más alto y, aparentemente, menos borracho, —
deberían avergonzarse de abordar a dos mujeres decentes en el estado en que se
encuentran. Deberían estar en el salón, o mejor en su casa, recuperándose de la
borrachera —había conseguido mantener la voz firme y calmada a pesar de sus
piernas temblorosas. Para su sorpresa los tres habían bajado sus cabezas como
chicos después de un sermón y desaparecieron. Emily los observó con satisfacción.
—Creo finalmente que no necesito al Sr. Austin Matthews para protegerme —
murmuró.
Deseó que él estuviese ahí, pare ver como ella era capaz de cuidarse sola. Sin
embargo, aunque no pasase un día sin verlo, cuando realmente se le necesitaba,
no estaba cerca. El deseo de verlo no tenía nada que ver con probarle su
independencia. No necesitaba a Austin Matthews para sentirse segura. Además,
cuanto más oía sobre su reputación en la ciudad, más se convencía de que era la
persona menos indicada para ese tipo de cuidado.
Aquella mañana, cuando se dirigía a la iglesia en compañía de Dexter
Kingsman, Ida Mae y el Sr. Smedley, en el lujoso carruaje de Dexter. Emily no había
podido evitar que sus ojos buscasen al guapo propietario del burdel. Como no lo
había visto pensó que tal vez se hubiese cansado de actuar como su protector.
Emily suspiraba y se recostaba en el banco suave, oyendo las explicaciones de
Dexter. El carruaje había sido hecho en Baltimore y mandado a Seattle en barco.
Ciertamente era el único de su tipo en todo el territorio de Washington.
El servicio duró apenas dos horas. Demasiado corto, en comparación con los
sermones del reverendo Gladstone en Lowell. Así que, los cuatro tenían un día
entero frente a ellos para aprovechar el picnic preparado por Dexter.
—Subiremos a la montaña hasta donde nos lo permita el camino —los avisó
Dexter. —Las ruedas poseen mecanismos amortiguadores individuales, lo que
hace el viaje confortable, incluso con tantas piedras.
Emily decidió que ya había oído demasiado sobre el maravilloso carruaje.
—¿Cómo es que las personas que no poseen una maravilla como esta
consiguen viajar por caminos tan terribles? —preguntó
—A caballo, claro —respondió Dexter con sorpresa.
Emily se giró hacia Ida Mae que miraba al Sr. Smedley a la espera de una
confirmación.
—¿Aquí todos cabalgan? —preguntó la chica.
Smedley asintió.
—¿No saben cabalgar señoritas? —preguntó Dexter.
Por un momento ninguna de ellas habló.
—¿Está hablando de montar a caballo y salir al galope? —preguntó Emily
vacilante.
—Entonces, ¿Cómo se mueven las personas de la ciudad de dónde vienen?
—En Lowell acostumbramos a ir a pie a todos los lugares. Mi cuñado, Joseph,
posee un carro que usamos cuando es necesario.
—Bien, ahora que están en el oeste tendrán que aprender a montar —dijo
Dexter.
—Creo que no podremos aprender ya que no tenemos caballos —comentó
Emily con alivio.
Dexter la miró apasionadamente.
—Eso no será problema. Le dejaré uno de los míos.
Emily abrió mucho los ojos. ¿Le iba a dar un caballo?
—Gracias Dexter, pero no puedo aceptar un regalo así.
Él sonrió confiado.
—Entonces será un préstamo… hasta el día en que no tenga importancia de
quien sea. Tengo una yegua mansa que será ideal para usted. Y también le dejaré
la silla femenina que he traído de México.
Aunque nunca hubiese pensado en cabalgar, ahora se veía ante la posibilidad
real. Emily sintió el deseo de experimentar tal libertad. Solo le quedaba por decidir
si sería razonable aceptar el préstamo de un bien tan valioso.
—Gracias Dexter, lo pensaré.
—Nada de pensar. Mandaré la yegua al establo del hotel mañana mismo.
Podrá montarla cuando quiera.
—Pues yo jamás me subiré a un monstruo de esos —afirmó Ida Mae.
El Sr. Smedley le tomó la mano con cariño.
—Tendré el placer de llevarla a donde desee en mi pequeño carruaje, Srta. Ida
Mae.
Ella sonrió y Emily volvió a apreciar el paisaje. En una cosa Austin Matthews
tenía razón: el territorio de Washington era hermoso. Sintió una punzada de
irritación. Estaba dando un paseo maravilloso en compañía de un hombre
atractivo y de maneras impecables. ¿Por qué continuaba pensando en el dueño
del burdel cuyos patrones de decencia se encontraban solo un poco por arriba de
los de un pirata?
—El día es hermoso, ¿no cree? —Dijo Dexter aproximándose —Srta. Emily —
continuó bajando los ojos al escote del vestido, —tengo la seguridad de que es el
día más hermoso que he visto.
Dexter cumplió su palabra. El martes, una yegua castaña llamada Strawberry
fue entregada en el vestíbulo del hotel. Emily decidió familiarizarse con el animal
antes de intentar montarlo. La visitó diversas veces por el día, acariciándole la
suave crin. Pocos días después la yegua reaccionaba alegremente a su llegada.
Emily le daba terrones de azúcar y le peinaba el pelo. Aquel día, cuando ya había
completado la tarea, miró al reloj y descubrió que ya era hora de entrar en el hotel
y arreglarse para su compromiso de esta noche. Prometió a la yegua que
intentaría montarla al día siguiente y se apartó. El encuentro que la aguardaba era
el que más había intentado evitar: Missouri Ike. Aunque no acostumbraba a
admitir sensaciones con el miedo, había dormido muy mal aquella noche. Y el
hecho de que Dexter le hubiese revelado su lado autoritario durante la comida
solo empeoraba las cosas. Cuando ella le había confesado tener miedo de
encontrarse con Missouri Ike, esperaba que reaccionase con simpatía, que se
ofreciese para protegerla como había hecho Austin Matthews. Sin embargo al oír
el nombre del candidato se había mostrado furioso y había exigido, si, exigido que
no fuese al encuentro. Aunque Emily le explicase que no podía faltar a sus
obligaciones con el Sr. Mercer, él había pagado la cuenta rápidamente.
Al día siguiente no había recibido notas, flores o regalos. Era evidente que
Dexter Kingsman no era hombre de tolerar oposición. Al final de la tarde, los
sentimientos prometedores que Emily había empezado a desenvolver con relación
al elegante pretendiente se habían enfriado. Después de todo la había dejado sola
para enfrentarse a Missouri Ike. A mitad de la tarde había ido a la habitación de
Ida Mae con el fin de pedirle que la acompañase a la comida, pero su amiga estaba
en cama con calambres.
—Lo siento mucho, Emily —lloraba Ida Mae —Debía de estar en condiciones
de ir contigo. ¿Y si ese bruto intenta…?
—No te preocupes por mi Ida Mae. Tengo la seguridad de que el Sr. Ike no
será peor que los otros. ¿Estás segura de que no quieres que llame a un médico?
—Voy a estar bien.
—Creo que es mejor que dejes de experimentar todos los remedios caseros
que tus pretendientes te ofrecen para la alergia, Ida Mae.
—No te preocupes por mí, Emily. Ve a tu comida y pasa por aquí cuando
termines. Si no estás de vuelta a las ocho llamaré al sheriff.
Emily se rió.
—No será necesario, pero pasaré por aquí en cuanto llegue.
Después de besar a su amiga, Emily bajó sintiéndose menos segura de lo que
parecía. Hasta entonces nada malo había pasado a las mujeres que habían llegado
del este. Los hombres de Seattle se habían comportado sorprendentemente bien
durante los encuentros. Emily rezó para no ser la primera en tener problemas.
Missouri Ike la esperaba, parado como una estatua en el centro del vestíbulo. Se
había afeitado y peinado con brillantina. Agarraba el sombrero en la mano en una
actitud respetuosa.
—Buenas noches, señorita —la saludó con su voz de trueno.
Después de un momento de vacilación, Emily se aproximó y le extendió la
mano.
—Un placer, Sr. Ike —por más que lo considerase un candidato impropio
decidió no tratarlo de manera diferente a los demás. Era evidente que se había
preocupado y esforzado por presentarse bien ante ella. Las ropas eran impecables,
tal vez fuesen nuevas. A su manera, Missouri Ike había hecho lo posible para
agradarla. La tensión se disipó en sus hombros —Es un placer conocerlo —dijo con
sinceridad.
Ike se ruborizó.
—El placer es mío, señorita. A decir verdad, tuve miedo de que no apareciese.
Los hombres del campamento hicieron apuestas.
—¡Creo que perdieron! —sonrió ella.
—Sí, señorita —Ike bajó los ojos al sombrero que retorcía en las manos. —
Nunca he conversado con una dama como la señorita.
—¿Vamos a comer? —dijo Emily posando la mano en su brazo.
—Será un honor, señorita —murmuró él levantando finalmente los ojos
azules hacia ella.
Al entrar en el restaurante del hotel, Emily reparó en Austin Matthews
sentado en una de las mesas. Él la saludó con un movimiento de cabeza, sin
sonreír, sin pestañear. Concentró su atención en Ike, lanzándole una mirada
mortal. Emily, que había deseado un protector contra Ike, ahora se sentía
protectora en relación al hombre que se había esforzado tanto por agradarla. Iba a
acercarse a Matthews cuando notó que él también había notado el cambio en la
apariencia de Ike y relajaba sus facciones. Emily miró a Ike, que estaba muy tenso
por la formalidad del restaurante. Entonces volvió a mirar a Austin y descubrió que
él había vuelto a exhibir su sonrisa sarcástica acostumbrada. Pero sabía que la
seriedad que había visto en sus ojos un minuto antes había sido real. Mientras
Dexter había desaparecido con su orgullo herido, Austin, una vez más, estaba allí,
dispuesto a protegerla. Era un hombre extraño. Al contrario que los demás, no la
abordaba y no demostraba interés en establecer cualquier tipo de relación con
ella. Aun así estaba siempre presente y a su disposición cuando ella necesitaba
apoyo.
—Nunca he usado más que un tenedor para comer —gruñó Ike al sentarse.
Emily casi no lo oyó, pues su atención se concentraba en Austin, que había
abierto el periódico y se había acomodado para leerlo.

***

Emily descubrió que montar a caballo no era tan difícil. Homer, el chico que
trabajaba en el establo había aceptado enseñarla y era un excelente profesor.
Además, Emily y Strawberry se comunicaban tan bien que la falta de práctica no
había sido un problema. Al bajar por Washington Street, Emily se sintió como si
montase una yegua desde hacía años. Cuando llegaron a los límites de la ciudad se
sintió confiada para dejar que Strawberry aumentase el ritmo. Estaba tan
fascinada con la nueva experiencia que no se dio cuenta de que se habían
apartado de la ciudad. Cuando miró alrededor y no vio la menor señal de casas,
agarró las riendas. La yegua paró al instante.
—¿A dónde me has traído? —preguntó Emily agarrando la crin del animal.
El paisaje rocoso se presentaba con innumerables pinos recortados contra el
cielo azul. De repente, Strawberry sacudió la cabeza alerta. Emily aguzó los oídos y
reconoció el sonido de cascos. Como había acabado de doblar una curva, era
imposible ver quién era el otro. Incitó a la yegua a seguir adelante. Como si
presintiese la desesperación de su dueña, Strawberry empezó un galope
apresurado. Emily se agarró a ella con miedo. No debía haberse apartado tanto de
la ciudad. Continuó oyendo el sonido de otro caballo, también al galope. ¿Sería
Ike? Recordó la decepción del día anterior. A pesar de las buenas maneras
iniciales, Ike había bebido muchas cervezas durante la comida y sus ojos habían
brillado de manera extraña, fijos en ella. Oyó los cascos aproximándose y sintió
como se sofocaba de pavor. Entonces vio un camino estrecho, saliendo del
principal a su frente. Dirigió a Strawberry hacia allí y se vio invadida de alivio al
sentir el bosque cerrarse a su alrededor. Ike, o cualquier otro que la siguiese, había
continuado por el camino principal. En el silencio que siguió oyó el murmullo de
las aguas de un río y fue hasta allí.
—Mereces beber un poco antes de volver —murmuró a la yegua.
Mientras Strawberry bebía, Emily se sentó en el margen y se sacó las botas y
las medias. Entonces metió los pies en el agua helada. Mientras apreciaba el alivio
proporcionado a los pies doloridos consideró la idea de sacarse la ropa y entrar en
el río. De repente un brazo fuerte pasó frente a ella y la empujó hacia un ancho
pecho.
Capítulo 4
Emily apenas tuvo tiempo de gritar antes de ser levantada del suelo y verse
cara a cara con Austin Matthews.
—¿Qué diablos está haciendo? —inquirió él furioso.
Ella intentó dominar los temblores y lo empujó.
—¡Suélteme bruto!
Lentamente, Austin la colocó en el suelo.
—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó más controlado.
—Salí a dar un paseo a caballo. ¿No lo ve?
Austin la miró de la cabeza a los pies y sintió desaparecer su rabia.
—Tenía la impresión de que planeaba tomar un baño en el río.
Emily se miró los pies desnudos y se ruborizó.
—¡Yo jamás haría algo así! Solo quería aprender a cabalgar y usted casi me
mata del susto siguiéndome de esa manera. Debería avergonzarse.
Austin dio un paso atrás y la alejó del agua.
—Si no tiene cuidado va a acabar tomando ese baño.
—Sr. Matthews —continuó Emily, —estoy muy agradecida por la ayuda que
me prestó en diversas situaciones desde que llegué a Seattle. Pero no puede
continuar siguiéndome a todos lados. No necesito un protector y, si lo precisase,
no sería usted a quien yo recurriría.
—Ciertamente prefiere que Kingsman la proteja —comentó Austin con aire
sarcástico, —sin embargo no vi la menor señal de Dexter ayer, cuando Missouri Ike
empezó a pasarse con la bebida. No lo vi cerca hoy, intentando apartar a quien la
estuviese siguiendo.
—¿Qué dice? ¿No era usted quien me seguía?
—No —respondió Austin irritado —Yo seguía a su perseguidor.
—¿Quién?
Notando que Emily aún temblaba, Austin señaló a un punto soleado en la
hierba.
—Siéntese al sol para calentarse —entonces, se aproximó a Strawberry, la
amarró a un árbol, recogió las botas y las medias de Emily y volvió junto a ella. —
Escuche, Óxido Kendall —dijo con firmeza mientras le agarraba un pie para
calzarle la media, —en el hotel me dijeron que había salido sola a caballo. Así que
decidí alcanzarla por si necesitaba ayuda. Cuando me aproximé a la bifurcación en
Six Pines, oí a alguien cabalgando frente a mí, galopando —los pies de Emily
estaban tan fríos que era imposible calzarlos. Así que Austin tiró la media al suelo
y se puso a frotarlos. —Tomé un atajo por la montaña y vi que el jinete era un
hombre. Aparentemente seguía a alguien. Creo que la seguía a usted.
Emily sintió que el estómago se le retorcía por el miedo y por otra sensación,
provocado por el calor de las manos de Austin sobre su piel fría.
—¿Quién era? —preguntó.
—No lo sé. Me encontraba lejos y, cuando volví al camino, ya estaba entrando
en el bosque y él siguiendo adelante. Creí mejor seguirla —levantó los ojos para
mirarla con expresión preocupada, —solo pude ver que el hombre usaba un viejo
sombrero de fieltro.
Emily respiró profundamente.
—¿Por qué me seguiría alguien?
La expresión de Austin se volvió exasperada.
—¡Si necesita preguntar eso, Srta. Kendall, está más tonta de lo que
imaginaba!
Emily intentó mantener la dignidad, aunque no consiguiese parar de temblar.
El problema era que realmente no sabía por qué alguien querría seguirla.
—¿Cree que quería robarme?
—Entre otras cosas, sí —respondió Austin con una risa amarga. Los inmensos
ojos verdes lo miraron interrogantes. Austin sintió una opresión en el pecho. Había
vivido tanto tiempo en las fronteras del cinismo que se había olvidado de lo que
era estar junto a alguien tan ingenuo y confiado —¿Tiene idea de lo hermosa que
es, Emily Kendall? ¿Sabe lo que su figura puede hacer a un hombre?
Emily se abrazó a sí misma.
—Por favor, Sr. Matthews, pare de hablar así. No es apropiado —murmuró
con un hilo de voz.
—Voy a mostrarle algo verdaderamente impropio —murmuró Austin, y la
tomó en sus brazos, —muy impropio —repitió mirando los ojos verdes y confusos
antes de cubrir los labios de ella con los suyos.
Emily cerró los ojos y pareció derretirse en sus brazos. Aunque intentase
recordar que ella no tenía experiencia ninguna, hasta el punto de no poder
imaginar lo que un hombre podría hacerle a su cuerpo, Austin no pudo hacerlo. La
besó sin prisa, saboreando la boca suave, sintiendo la sangre latir en la frente.
Emily emitió un gemido bajo y la experiencia de Austin le dijo que no era una
protesta. Aun así se apartó lentamente. Vio los ojos verdes aún cerrados, los
cabellos color miel sueltos en torno a un rostro perfecto, los labios rosados y
húmedos que lo invitaban a un nuevo ataque. Los besó una vez más y murmuró:
—Disculpe.
Emily abrió los ojos y lo miró. La confusión en sus ojos había cedido lugar a la
fascinación y a un cierto tono de malicia.
—¿Por qué?
Entonces fue Austin quien pareció confuso.
—Por haberla besado.
—¿Por qué se disculpa? Ha sido bueno. Vea, mis pies ya no están fríos.
Austin sintió un nudo formarse en su garganta. Había tenido muchas mujeres,
pero jamás había conocido a una tan inocente y al mismo tiempo tan directa. Se
trataba de una combinación devastadora y decidió que debería mantenerse lo más
distante posible de ella. Tuvo que admitir que su atracción por Emily Kendall
pasaba los límites de lo razonable. Ella era una chica decente, él no. Ella había ido
al oeste a casarse, mientras que él siempre había sabido que no había nacido para
el matrimonio. Aún niño, había jurado que jamás formaría una familia, puesto que
no quería verla desintegrarse como había sucedido con la suya. Besarla había sido
un error, una injusticia para los dos. Se levantó.
—Esta conversación no es apropiada para una dama, ¿Su madre no le enseñó
eso?
Emily sonrió. Se sentía maravillosamente feliz. Cuando se había embarcado
para su nueva vida en el oeste, había partido con la certeza de que en su corazón
se despertarían los sentimientos excitantes que estaban adormecidos en sus
venas. Se trataba de algo que jamás habría experimentado al lado de Spencer.
Ahora había tenido la confirmación de sus expectativas.
—Claro, sé que todo esto es muy impropio. Pero creo que estoy empezando a
ver que lo impropio es más divertido.
Austin respiró profundamente. Allí estaba ella como una niña sabionda,
abrazándose las rodillas. Al mismo tiempo la cara aún exhibía el rubor provocado
por el beso. En menos de un segundo, podría tenerla de nuevo en sus brazos. En
menos de un minuto podría sentir el cuerpo de ella amoldarse al suyo En menos
de cinco minutos, podría dejarla preparada… se inclinó y recogió el sombrero. En
cuanto consiguió dominar sus emociones más básicas, la rabia volvió a llenarlo.
¿Cómo hablaba ella de esa manera con un hombre que apenas conocía? ¿Haría así
con todos? ¿Sabía a dónde podía llevar este tipo de conversación?
—Tendrá que calzarse sola las botas —declaró en tono rudo.
Con los pies secos, Emily no tuvo dificultades en ponerse las medias. Las botas
fueron un problema. Luchó con ellas por unos instantes y, entonces, levantó los
ojos hacia Austin. La expresión en el rostro de él rompió los últimos resquicios de
buenos sentimientos provocados por el beso.
—Son muy pequeñas—explicó. —Me los dejó una amiga.
Con un suspiro Austin se arrodilló para ayudarla.
—Va a necesitar botas del tamaño adecuado si le gusta cabalgar —murmuró.
El corazón de Emily se disparó cuando Austin la envolvió en los brazos otra
vez.
Así que le calzó la segunda bota, se levantó apresurado.
—Trate de no salir sola.
—Pero no tengo con quién cabalgar.
—¿Y las otras chicas?
—A la mayoría le horroriza la idea.
Austin extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—Entonces salga con Dexter Kingsman. Fue él quien le dio el caballo.
La amargura en la voz de Austin hizo que Emily se sintiese mejor. Aunque no
era muy experimentada respecto al comportamiento masculino, sabía reconocer
celos. Y era evidente que Austin estaba celoso de Dexter. Emily no sabía
exactamente lo que significaba eso, pero el sentimiento compensó el hecho de
que él hubiese encerrado el beso con aparente indiferencia.
—Dexter me prestó su caballo —corrigió ella, —pero en este momento
sospecho que está enfadado conmigo.
—¿Por qué?
—Se puso furioso porque decidí honrar mi compromiso con Missouri Ike.
Quería que cancelase la comida
Aunque estuviese de acuerdo con el otro, Austin se resintió por el
comportamiento posesivo de Dexter.
—¿Quiere decir que Kingsman cree que puede decirle lo que hacer?
Emily sonrió.
—Puede pasar el resto de su vida diciendo lo que tengo que hacer. Eso no
significa que haga lo que él quiere.
El resentimiento de Austin se deshizo. Tal vez la posición de Dexter no fuese
tan envidiable como había imaginado.
—Si se casa con él tendrá que obedecerlo.
Emily soltó una carcajada.
—¡Qué idea Sr. Matthews, qué idea! Esperaba encontrar mentalidades más
progresistas aquí. Las esposas no obedecen a sus maridos hoy en día. Así como los
maridos jamás obedecerán a sus esposas.
Austin comenzó a sentirse avergonzado. Nunca había pensado mucho sobre el
matrimonio. Pero, aunque considerase el punto de vista de Emily muy sensato,
tenía la certeza de que tales ideas serían consideradas revolucionarias en Seattle.
—Creo que Dexter no va a estar de acuerdo con usted.
—Pues tendrá que estarlo —replicó Emily, y, como si quisiese reafirmar su
independencia continuó: —Tal vez usted pudiese cabalgar conmigo, Sr. Matthews.
Austin respiró profundamente. Era evidente que Emily no tenía idea de lo
cerca que había estado de perder el control con ella. Y tampoco tenía idea de
cómo reaccionaría ella en caso de que esto pasase. Ahora lo estaba invitando a
otras cabalgadas, solos, con mil oportunidades para que lo de hoy volviese a
repetirse. O escogía pronto un novio o él no respondía de las consecuencias.
—No creo que sea buena idea, Emily.
Emily se quedó decepcionada. Sabía que su prioridad era para con los
hombres en su lista de candidatos. Por otro lado, el contrato con Asa Mercer la
obligaba solamente a dar una oportunidad a los hombres que habían pagado su
pasaje. Ninguna novia sería forzada a un matrimonio no deseado. Si ninguno de
los candidatos le agradase, estaría libre para casarse con quien quisiese. La única
condición era que, si otro hombre le pidiese matrimonio dentro del primer año
desde su llegada, él tendría que reembolsar a Mercer el valor del pasaje del barco.
Hasta ahora ninguno de los candidatos había atraído a Emily como Austin
Matthews. Por otro lado, sabía que él no era de los que se casaban. Era el dueño
de un burdel, con todas aquellas mujeres trabajando para él. Imposible. Era una
pésima idea, como él acababa de decir.
—En ese caso, me veré obligada a cabalgar sola —dijo en tono obstinado.
Austin cogió el caballo de los árboles y montó, dejando a Emily montar sola a
Strawberry. Felizmente, la yegua era dócil y permaneció inmóvil mientras ella
intentaba montarla. Al tercer intento, se acomodó en la silla con aire de triunfo,
lanzado una mirada de desafío a Austin e incitando al animal a moverse. Fueron
hasta el camino en silencio. Austin no conseguía desviar los ojos de la tentadora
figura al frente. Cuando llegaron al camino, él emparejó las monturas.
—Tiene que enderezar la espalda. Si continúa cabalgando curvada va a acabar
con terribles dolores.
Emily obedeció e, inmediatamente, constató un aumento de la comodidad.
—Vea, Sr. Matthews, si cabalgase conmigo podría darme lecciones.
Las palabras de Emily llegaron tan cerca de lo que Austin había estado
pensando, solo que en un sentido diferente, que él se ruborizó. Si volviese a
cabalgar con ella sabía muy bien el tipo de lecciones que le acabaría dando. Pero si
rehusase, ella saldría sola como había prometido.
—Saldremos algunas veces, Emily —dijo —Al menos hasta que Kingsman
supere su ataque de furia.
Una ola de calor envolvió el corazón de Emily. Sabía que no había futuro para
una amistad con Austin Matthews. Pero parecía que habría un presente. Y por el
momento era todo lo que importaba. Feliz, incitó a Strawberry a un pequeño
galope.
Cuando llegaron al hotel, Austin no desmontó. Esperó a que Emily
desmontase y entregase a Strawberry a los cuidados de Homer, que la miró con
aire fascinado. Ella no pareció darse cuenta de la adoración del chico que levantó
los ojos hacia Austin.
—Gracias por la ayuda.
—Ha sido un placer, señorita. Si acaso nota la presencia de Missouri Ike cerca,
avíseme.
La sonrisa murió en los labios de Emily que asintió. Entonces Austin giró el
caballo y partió. Ella lo observó apartándose pensando que era un enigma. Austin
la había salvado innumerables veces. Era evidente que ella le importaba ya que
incluso la había besado. Sin embargo, después de interrumpir el beso de manera
abrupta, había mostrado distancia, irritación y sarcasmo. Bien, lo mejor sería
sacarlo de su cabeza ya que sabía que nada saldría de aquella amistad. La alegría
de la cabalgada se desintegró cuando entró en el hotel. Tal vez lo mejor fuese
desistir de las lecciones de Austin. A pesar de la experiencia de aquella tarde, ella
tenía miedo de salir sola. Y era verdad que la mayor parte de las mujeres llegadas
del este tenían un miedo mortal a los caballos. Ella era más fuerte, pensó con
orgullo. Ningún bruto la asustaría al punto de impedirle hacer algo que le gustaba
tanto.
Decidida, se dirigió a la escalera del vestíbulo cuando avistó a Ida Mae,
Parmelia, Cynthia y varias chicas más.
—Emily —Ida Mae la llamó excitada, —ven a participar en la celebración.
—¿Qué se celebra?
—El primer matrimonio —respondió Cynthia —Parmelia ha aceptado al Sr.
Carmichael.
Con la cara ruborizada y una amplia sonrisa Parmelia aceptaba las
felicitaciones de sus amigas. Emily se aproximó y la abrazó.
—El Sr. Carmichael es un buen hombre. Espero que sean felices —la felicitó.
Parmelia rió alto.
—Eugene puede no ser tan guapo como el Sr. Kingsman. ¡Pero no te lo
cambiaría aunque quisieses!
Emily sonrió sin comentar el tipo de cambio que le gustaría hacer en ese
momento.
—¿Cuándo será la boda?
—El próximo sábado. Eugene dice que no aguanta esperar más.
—¡Dentro de una semana! —dijeron las otras a un tiempo.
Entonces el silencio se hizo en el salón, cuando se dieron cuenta de que el
objetivo del viaje iniciado en Massachusetts empezaba a cumplirse. Cualquiera
podría ser la próxima en casarse y comprometerse para siempre con la vida en la
frontera. Como si hubiese planeado presentarse en el momento más oportuno,
Asa Mercer apareció en la puerta del vestíbulo, bien vestido y, como siempre, muy
optimista.
—¡Señoritas! ¡Cada vez están más hermosas! Creo que el aire de Seattle les
está sentando bien —se abrió camino entre las mujeres. —Vine a felicitar a la Srta.
Carruthers, por el feliz cumplimiento del acuerdo. Y solo puedo desear que
muchas de ustedes tomen la misma decisión… en breve.
—Pero no hay prisa —apuntó la viuda Rose Bartlett. —Nuestro acuerdo nos
da un año para escoger marido. Si no tomamos una decisión hasta ese momento,
usted dejará de tener que proporcionarnos casa y comida.
Asa Mercer carraspeó.
—Creo que será necesario hacer algunas pequeñas alteraciones en nuestro
acuerdo.
—¿Qué quiere decir? —preguntaron varias al mismo tiempo.
Emily permaneció callada, con el presentimiento de que las noticias del Sr.
Mercer no le agradarían a nadie. Este continuó.
—Bien señoritas, el hecho es que el dinero se ha acabado.
En ese mismo instante se armó un buen barullo. Muchas mujeres empezaron
a llorar, otras a gritar, todas acorralando al pequeño Sr. Mercer contra la pared.
—¿Cómo es que se ha acabado el dinero? —inquirió Rose Bartlett con su voz
potente.
—Ustedes saben las dificultades que me encontré en el este —se defendió él,
—teníamos más de quinientas mujeres inscritas cuando empezaron las críticas.
Tardé mucho más de lo que había calculado para iniciar el viaje de vuelta. Y,
habiendo llegado solo con cuarenta y seis novias, fui obligado a devolver el dinero
a muchos candidatos.
—Pensé que los hombres sabían que tendrían que pagar y cargar con los
riesgos —dijo la viuda —¿Qué historia es esa de una devolución?
Mercer pareció avergonzado.
—Pasa que algunos hombres se enfadaron más de lo que yo imaginaba.
—Entonces, usted cedió a su presión con el fin de salvar su cuello.
Emily continuó en silencio. Si el dinero se había acabado, nada se adelantaría
con discutir con el pobre Mercer.
—Déjenme contarles mis planes —pidió él. —Si alojamos dos novias en cada
habitación, tendremos el dinero suficiente para sustentarlas hasta que cada una
tome una decisión final con respecto al marido.
Las mujeres se calmaron ante la perspectiva de renunciar a parte de su
comodidad. La viuda Bartlett, sin embargo, no se dejó engañar.
—¿Cuánto tiempo exactamente nos va a dar para decidir? —preguntó.
En una maniobra digna de un zorro acorralado por una manada de perros
furiosos, Mercer consiguió alejarse de la robusta figura de Rose y aproximarse a la
puerta. Desde allí anunció:
—Diría que tenemos unas seis semanas —y desapareció.
Esta vez nadie dijo nada, todas habían llegado a la misma conclusión que
Emily. Si no había dinero, solo les quedaba escoger un marido que las mantuviese.
Parmelia, cuya fiesta había sido interrumpida, intentó animar a sus amigas.
—Va a estar todo bien. Venir aquí fue la mejor cosa que me ha pasado.
Algunas sonrieron con valentía, pero la mayoría se mostró sombría. Seis
semanas no era mucho tiempo. No habían hecho ningún acuerdo en relación al
pasaje de vuelta en caso de que no llegasen a acuerdo. Algunas tenían familias en
condiciones de pagarle el pasaje pero seis semanas no serían suficientes para
enviar una carta y recibir el dinero. Presionadas y preocupadas, cada una dio un
último abrazo a Parmelia y desapareció en el vestíbulo. Ida Mae se aproximó a
Emily llorando.
—¿Qué vas a hacer, Emily? —preguntó.
—Aún no lo sé. Pero te garantizo que voy a casarme con nadie solo para tener
un techo.
—Pero no veo que otra elección tenemos —lloriqueó Ida Mae.
—Estoy sorprendida con tu reacción, Ida Mae. Pensé que estabas a punto de
aceptar al Sr. Smedley como marido.
—Creo que me gusta, pero tenemos un problema.
—¿Qué problema?
—El Sr. Briggs dice que está enamorado de mí. Si me caso con Eldo, el Sr.
Smedley, su amistad quedará destruida para siempre.
Emily se sintió aliviada. No se trataba de un problema sin solución. El Sr.
Briggs acabaría superando su pasión no correspondida.
—Querida, tendremos muchos candidatos decepcionados cuando hagamos
nuestra elección. El Sr. Briggs tendrá que acostumbrarse a la idea.
—Eldo está muy infeliz con la situación. Los dos son amigos desde pequeños.
—Encontrarán un medio de solucionarlo.
—¿Lo crees? —Ida Mae se mostró esperanzada.
—Claro. Si el Sr. Smedley realmente te ama, no va a dejar que la oposición de
un amigo lo arruine todo.
—Espero que tengas razón.
Emily dio un rápido abrazo a su amiga, que secaba las lágrimas.
—Ven. Vamos a llevar tus cosas a mi habitación antes de que una de nosotras
acabe teniendo que dormir con la terrible viuda Bartlett.
Capítulo 5
El ultimátum de Asa Mercer había provocado un aumento en el movimiento
del hotel Occidental. Al saber el nuevo plazo estipulado, los candidatos redoblaron
esfuerzos por agradar a las posibles novias, mandando muchas flores y regalos.
Dexter apareció la misma noche del anuncio de Mercer para disculparse por su
comportamiento impulsivo y dio a Emily un inmenso ramo de flores. Ella lo
perdonó y los dos comieron juntos. Aunque continuaba determinada a no aceptar
un matrimonio bajo presión, Emily sabía que Dexter era su única elección. Por
primera vez Dexter la besó en los labios. Fue un beso rápido y respetuoso que la
dejó ruborizada y confusa. Pero no por el beso en sí. El contacto había traído de
vuelta las sensaciones vividas con Austin en el bosque. Confundiendo la confusión
de Emily con inocencia, Dexter se disculpó por la libertad tomada, pero incluso así
se despidió con un comentario sobre la importancia del tiempo. El encuentro
había dejado a Emily cansada y deprimida. Después de la cabalgada con Austin
había fantaseado con pasar algún tiempo con él, antes de concentrarse en la tarea
de escoger marido. Ahora le parecía que lo mejor sería permanecer apartada de él
y concentrarse en Dexter. Infelizmente la perspectiva no le provocaba la excitación
que había imaginado al planear su aventura en el oeste. Para empeorar su
depresión, los otros cinco candidatos decidieron aparecer los siguientes días al
anuncio de Mercer. Emily se encontró con cada uno, diciéndoles de la mejor
manera posible que no sentía la atracción necesaria para un matrimonio. Fred
Johnson fue el peor. Una lágrima había escapado de sus ojos, bajando por la cara.
Emily deseó poder ser diversas personas al mismo tiempo para poderse casar con
todos ellos. Después deseó no ver de nuevo un hombre en su vida.
La mayoría de las mujeres estaba experimentando dilemas semejantes.
Felizmente la boda de Parmelia las distrajo de su futuro. Prepararon una fiesta
solo para mujeres la noche del viernes donde se esforzaron para no discutir el
plazo limitado para escoger maridos. La mayoría ya tenía una idea de quién sería
el mejor partido, pero algunas aun creían que tendrían que escoger al menos malo
de los candidatos. Era el caso de Emily. Dexter se había vuelto más posesivo y
seguro de si con cada candidato que rehusaba. Sabía que ella ya había hablado
con todos excepto Missouri Ike que estaba ausente de la ciudad y ni siquiera era
digno de tomar en consideración. Durante la boda, el sábado, Emily ya estaba
convencida de que tendría que entenderse con Dexter. Tal vez incluso se
convirtiesen en novios aquella noche. Incluso así, no conseguía alegrarse como
sería de esperar.
Dexter había ofrecido el galpón 1 de atrás de su fábrica para la fiesta. Varias de
las novias no habían asistido a la ceremonia en la iglesia con el fin de decorar el
galpón y preparar la comida. Cuando los primeros invitados llegaron el lugar había
sido transformado en un salón de baile. Tres leñadores habían formado una banda
con una armónica y dos banjos. Los recién casados, el señor y la Sra. Eugene
Carmichael entraron al son de un vals. Parmelia, toda sonriente, con los cabellos
adornados con flores del campo, no sacaba los ojos de su marido. Así era como
una mujer debía sentirse al casarse, pensó Emily. Miró hacia Dexter, a su lado, que
esperaba con impaciencia por la señal que indicase que las otras parejas podían
unirse a la danza. Estaba impecablemente vestido. Y era un hombre guapo. Tal
vez, un día, consiguiese mirar para él de la misma manera que Parmelia miraba a
Eugene. La música terminó en el momento en que Ida Mae y Eldo Smedley se
aproximaron. Ella estaba radiante del brazo de Eldo.
—¿No es romántico, Emily? —dijo Ida Mae —Es exactamente como
imaginamos antes de salir de Massachusetts. Nuestros sueños se están
transformando en realidad.
Emily sonrió.
—Ciertamente los sueños de Parmelia se realizaron —aceptó viendo a la
pareja riendo mientras intentaban beber del mismo vaso.
—Es por eso que ustedes, mujeres, acaban sufriendo —comentó Dexter. —El
matrimonio no es un sueño, es un compromiso serio y práctico. Ambas partes
deberían realizar un profundo análisis antes de comprometerse.
Emily se mordió el labio.
—¿Igual que en una de sus transacciones de negocios?
—¡Exactamente! Si cada paso que damos en la vida fuese planeado con el
mismo cuidado que tenemos en los negocios, todos seríamos más felices.
Emily hizo una mueca a Ida Mae a espaldas de Dexter. Entonces lo tomó por el
brazo.

1
Construcción grande y techada que se emplea como taller mecánico, carpintería, garaje o
depósito de mercancías. (N.R.)
—¿Sus planes tan cuidadosos permiten un baile, Sr. Kingsman? —preguntó
con una sonrisa.
Las facciones de Dexter se relajaron y sus ojos se volvieron casi tiernos.
—Bailar con usted, mi dulce Emily, será siempre un buen negocio.
Fueron hacia el medio del salón, donde otras parejas se movían al son del vals
lento. Emily levantó los ojos hacia Dexter, que bailaba muy bien, y se dejó
envolver por la música suave, el clima de felicidad y la sensación de unos brazos
fuertes que la agarraban.
—¿Puedo interrumpir?
Sobresaltados por la intromisión, los dos pararon de bailar y Dexter preguntó
irritado.
—¿Qué está haciendo aquí, Matthews?
—Lo mismo que usted, creo. Soy un invitado a la boda y me gustaría tener el
honor de un baile con la Srta. Kendall —Austin sonrió con benevolencia.
—Esta es una fiesta para gente decente. No debería estar aquí —respondió
Dexter sombrío.
Emily vio cómo se estrechaban los ojos de Austin y notó que el tono de su voz
era peligrosamente suave.
—Creo que Eugene Carmichael pensó que, si mi dinero fue lo suficientemente
decente para patrocinar sus negocios, soy lo bastante decente para bailar en su
boda.
Dexter cerró los puños. Dentro de poco tiempo los dos estarían peleando. Y
Emily no quería que el matrimonio de Parmelia fuese estropeado de aquella
manera. Así que puso una mano apaciguadora en el brazo de Dexter.
—Creo que le debo un baile al Sr. Matthews por la ayuda que me prestó el día
de nuestra llegada —dijo suavemente —¿Por qué no va a buscar un ponche para
los dos? Volveré enseguida.
A pesar de estar furioso, Dexter no protestó cuando Austin aprovechó la
primera oportunidad para tomar a Emily en sus brazos y girarla por el salón.
—¿Está irguiendo la paloma de la paz? —preguntó Austin con ironía.
—Solo intenté que ustedes dos no se estrangulasen en la fiesta de Parmelia
con sus discusiones ridículas.
—No ha discutido con nadie. Solo he venido hasta aquí para bailar con usted.
Losa palabras provocaron rubor en el rostro de Emily, que sintió un extraño
calor formarse entre su cuerpo y el de Austin, tan próximos uno del otro. Cerró los
ojos. Tal vez era mejor no ver la intensidad con que él la observaba. La música
empezó con un ritmo más lento. Cerrar los ojos no adelantaba nada. Los muslos
de Austin rozaban los suyos cuando bailaban.
—Abra los ojos, Emily —le pidió con suavidad. Ella obedeció. —Nunca he visto
ojos tan bonitos. Parecen esmeraldas. Un hombre perdería la cabeza por ellos.
La voz de Austin era profunda, dulce, como una caricia. El calor se volvió más
intenso.
—Hace mucho calor aquí —comentó ella con voz débil. Austin observó el
salón y avistó a Kingsman cerca de la mesa, conversando con su capataz. Antes de
que Emily se diese cuenta de lo que pasaba, la llevó fuera del salón —¿A dónde
me lleva? —protestó Emily aunque no hiciese esfuerzo alguno para impedirlo.
El sonido de la música y de voces dejó paso a los susurros de los insectos
nocturnos. La noche estaba cálida, pero el cambio de clima hizo estremecer a
Emily.
—Dijo que tenía calor —replicó Austin tranquilamente.
Entonces paró de bailar, pasó el brazo en torno a sus hombros y la llevó en
dirección al lago. Emily miró hacia atrás, en dirección al galpón iluminado.
—No deberíamos estar aquí fuera.
—No se preocupe. Su enamorado está ocupado en una discusión de negocios.
No la echará en falta —Austin paró al alcanzar un tronco de árbol caído, próximo
al lago. Entonces, sin ceremonia, se sacó la chaqueta color crema y la extendió
sobre el tronco haciendo una señal a Emily para que se sentara, —Claro que, si
fuese mi novia, no sacaría mis ojos de usted ni por un segundo. Y si cualquier
hombre intentase aproximarse, acabaría con él.
Hablaba en tono suave y estaba tan bien vestido que era difícil asociarlo a la
violencia. Emily rió.
—¿Y qué le hace pensar que Dexter no va a hacer exactamente eso?
Austin levantó una ceja.
—Podría intentarlo —dijo con confianza.
—Es mejor que volvamos —protestó Emily seriamente.
Tanto Dexter como Austin eran hombres peligrosos. No quería ver a ninguno
de los dos heridos. Sus planes de aventura jamás habían incluido ser disputada por
dos hombres, como una doncella medieval.
—Volveremos pronto —garantizó Austin sin demostrar preocupación. Se
sentó al lado de Emily y, viendo que ella temblaba, la envolvió con su brazo —¿Son
todos los habitantes del este frioleros o solo usted?
Emily se encogió de hombros sintiéndose inmediatamente acalorada por la
proximidad del cuerpo de él.
—Creo que el territorio de Washington es demasiado frío paro nosotros.
—No me ha parecido nada frío para ustedes en los últimos días. Oí decir que
el Occidental ha tenido más fiestas de compromiso que un burdel en los días de
retorno de los madereros.
—Creo que no apruebo su analogía. Estamos hablando de diferentes tipos de
“compromiso”
—¿De verdad? —Austin la estaba provocando y Emily aceptó la provocación
con buen humor. Meses antes se habría sentido horrorizada ante la idea de
discutir tal asunto con un hombre. Sin embargo, su amistad con Austin la había
hecho cambiar sus conceptos de decencia.
—También he oído que Mercer estableció un plazo hasta el final de julio para
que todas ustedes escojan marido. ¿Es verdad?
Aunque el tono de la voz de Austin continuaba despreocupado, Emily
reconoció la seriedad de sus palabras. Los ojos castaños mirando los suyos
presentaban una profunda gravedad.
—Ninguna de nosotras puede ser forzada a casarse, pero el Sr. Mercer avisó
que no habrá más dinero para nuestro sustento después de esa fecha. Tendríamos
que mantenernos solas.
Austin vaciló por un momento, y entonces declaró.
—Si necesita ayuda quiero que sepa que puede contar conmigo. Si quiere
dinero para volver a casa o lo que quiera que decida… —entonces, como si
quisiese evitar acusaciones de poseer un buen corazón sonrió con malicia. —Sin
ningún compromiso, querida.
Emily sacudió la cabeza.
—¿Por qué desea ayudarme, Austin? Disculpe la franqueza, pero no parece un
filántropo.
Austin soltó una carcajada.
—¡No es como si yo lo supiese! Creo que nunca he tenido una mujer tan
bonita en brazos. O tal vez sea a causa de esas maravillosas pecas que se esfuerza
tanto en esconder.
—Estoy hablando en serio —protestó Emily con voz débil pues él acababa de
tocarle la cara, provocándole un torbellino de emociones.
La sonrisa murió en los labios de Austin.
—Yo también, Emily. Si está decidida a casarse con Kingsman, bien. Pero no
me agrada la idea de que se venda solo porque Mercer no es capaz de mantener
sus finanzas al día —Emily no respondió. El tono protector de Austin era aún más
seductor que los elogios que le había hecho antes. Sintió que las lágrimas
amenazaban sus ojos. —¿Qué pasa? —preguntó.
—¿Qué pasa de qué?
—¿Está decidida a casarse con Kingsman?
Ella desvió los ojos
—No… No lo sé. Tal vez… aún es pronto para decidirse. Ha sido muy gentil y
generoso. Sería un buen marido…
—Apropiado y decente —completó Austin en tono irónico. —¿Ya la ha
besado?
Emily se envaró.
—No creo que eso sea cosa suya.
—Ah, entonces no la ha besado aún —dijo Austin con una sonrisa.
—Es ruin, Sr. Matthews. Como dije, no es cosa suya, pero sepa que Dexter ya
me ha besado.
Los ojos de Austin brillaron.
—Pero no como yo. No como nos besamos en el bosque.
—No creo que deba hacer comparaciones.
Austin la tomó en los brazos.
—Creo que ya olvidó lo bueno que fue. ¿Debo ayudarla a refrescar la
memoria?
Esta vez no hubo gentileza en su beso. Austin la besó con pasión, deslizándose
del tronco al suelo, sin importarle el terreno sucio bajo el tejido caro del pantalón
impecable. Después de besarle la boca con ardor, deslizó los labios por su cuello
delicado al mismo tiempo que la mano firme se deslizaba de la cintura a la base
del pecho, arrancando un gemido por parte de Emily. Ella se había preparado para
las sensaciones embriagantes de aquel beso y dejó que la pasión tomase su
cuerpo. Devolvió el beso con pasión. La mano de Austin que subía por el corpiño
del vestido turbó sus sentidos. Emily giró el cuerpo algunos centímetros,
permitiendo que él la acariciase con mayor intimidad. Apoyó la cabeza en el
tronco dejando que explorase cada curva de su cuerpo con manos expertas. Y las
caricias eran tan reverentes que sintió que toda su resistencia se disipaba.
Austin sentía que sus manos ardían. La experiencia le decía que Emily no
usaba corsé. Tenía una cintura naturalmente delgada en contraste con el delicioso
volumen suave de más arriba. Tuvo que luchar contra el deseo de desnudarla, de
sentir el calor de su piel. Entonces la besó nuevamente con total abandono.
Cuando finalmente sacó sus labios de los de ella, los ojos verdes, iluminados por la
luna, exhibían un brillo maravillado, como si hubiese visto algo muy hermoso por
primera vez. Austin sintió una extraña opresión en el pecho.
—Me dejas sin aliento, Emily Kendall —murmuró con suavidad. Emily
continuó observándolo, con los ojos brillando de emoción. Le acarició los cabellos
y, solo entonces, se dio cuenta de que estaba recostada en el tronco del árbol. Con
delicadeza, él la levantó y sacó hojas secas de los cabellos color miel. —No has
respondido a mi pregunta. ¿Te vas a casar con Kingsman? —preguntó Austin con
seriedad.
—¿Crees que te dejaría besarme de esa manera si estuviese comprometida
con otro hombre? No soy una de tus chicas, ¿lo sabes?
—Es una pena que no lo seas —comentó él con una sonrisa.
Los dos permanecieron en silencio durante algunos momentos. Emily sintió
una profunda melancolía y preguntó en voz baja:
—¿Qué harías si fuese una de tus chicas, Austin?
—¡Pero Srta. Kendall! ¡Qué pregunta más impropia! —se burló, y entonces la
miró. —Si fueses una de mis chicas, Emily, no estaría sentado a tu lado con las
manos en los bolsillos. No estaría perdiendo el tiempo con conversación, habiendo
otras actividades más interesantes para mi boca. Y, cuando terminásemos, no
habría duda sobre querer mirar a Kingsman o cualquier otro hombre.
Una lágrima se deslizó por la cara de Emily.
—Pero no lo soy —dijo en voz baja.
—No —dijo en tono rudo él, y se levantó. —Aunque puedes ser acusada de
eso en caso de no volver pronto al salón.
Emily se levantó. Austin recogió la chaqueta y se la puso sobre el hombro
mientras pasaba un brazo en torno al de ella y se dirigió al galpón. No sentía ganas
de bailar más. Llevaría a Emily hasta allí y, entonces, volvería al burdel, a su botella
y, quién sabe si a una de las chicas que ella había mencionado. Sin embargo la
perspectiva no le parecía nada tentadora por el momento. Austin reconoció los
cabellos rubios de Dexter antes incluso de ver su rostro en la oscuridad de la
noche. El otro se aproximó rígido, evidentemente furioso.
—¿Dónde ha estado? —preguntó airado.
Emily apretó el brazo de Austin, pero mantuvo la voz firme y digna.
—Creo que su tono no me agrada, Dexter.
Austin se apartó un paso. Si estuviese en el lugar de Kingsman también estaría
furioso. Y, por más que detestase admitirlo, sabía que Dexter sería un buen marido
para Emily. Tenía dinero, inteligencia y se comportaba como un buen hombre.
Austin no podía negar la fuerte atracción existente entre él y Emily. Sin embargo la
actitud más decente sería dejarla tener la vida que merecía.
—La Srta. Kendall se sintió indispuesta por el calor mientras bailábamos —dijo
Austin suavemente. —Nos apartamos un poco, solo para que ella pudiese respirar
aire fresco.
Dexter miró la chaqueta en el hombro de Austin y después a los ojos verdes
de Emily que lo miraban sin vacilación.
—Bien… en ese caso, gracias —dijo —Pero ahora yo cuidaré de ella.
Austin asintió
—Claro. Ya me iba —se giró hacia Emily con una sonrisa educada. —Gracias
por el baile Srta. Kendall —y rápidamente se volvió y se fue.
Emily lo observó apartarse con un nudo en la garganta. ¿Por qué diablos se
había enamorado del único hombre de Seattle que no se quería casar? ¿Por qué
Austin Matthews tenía que ser el único hombre capaz de hacer que su corazón se
disparase y su cuerpo ardiese de deseo?
—¿Se siente bien ahora, Emily? —preguntó Dexter en tono duro.
—Sí, gracias. ¿No íbamos a tomar algo de ponche?
—Eso fue hace algún tiempo.
Emily bajó los ojos al suelo. Dexter tenía todo el derecho de estar enfadado.
No había actuado bien al desaparecer en compañía de Austin. Y lo peor, no debía
haberlo besado. Su única oportunidad de felicidad en Washington era el hombre
que estaba a su lado. Lo mejor sería aceptar el hecho y comportarse de acuerdo
con él.
—Disculpe, Dexter. Realmente necesitaba algo de aire fresco. Pero estoy bien
ahora Vamos a entrar y bailar.
—Me gustaría que no hablase más con Austin Matthews, Emily. Él no forma
parte de nuestro círculo de amistades.
Emily sintió una punzada de irritación, pero la dominó. No tenía la menor
intención de permitir que su marido determinase con quien podía o no conversar.
Sin embargo, Dexter tenía motivos para estar enfadado aquella noche por lo que
decidió no darle importancia a su comportamiento posesivo. Con una sonrisa
aceptó su brazo y se dejó llevar al salón.
***

Ida Mae y otras novias habían formado una especie de sociedad destinada a
producir una colcha para cada matrimonio. La de Parmelia estaba casi acabada y,
al domingo siguiente a la boda, al volver del servicio, las chicas se reunieron en la
habitación de Cynthia Stoddard para trabajar juntas. Ida Mae había llamado a
Emily, pero ella había rehusado la invitación. La verdad era que se sentía
deprimida y no creía que el trabajo manual fuese a aliviar sus sentimientos. Dexter
había sido muy atento la noche anterior y, cuando la había traído de vuelta al
hotel, su beso había dado el primer indicio de una pasión posesiva e intensa. La
noche había dejado a Emily confusa e infeliz. No podía tener a Austin. No solo no
estaba en su lista de candidatos, sino que había dejado claro que jamás estaría en
la lista de una mujer. Por lo tanto tendría que contentarse con Dexter. Él era el
hombre ideal. Emily era la envidia de las otras novias. Entonces, ¿por qué había
pasado la noche en vela, viendo entrar la luna por la ventana hasta que las
lágrimas le nublaron la visión? Se levantó. Estar encerrada en la habitación todo el
día no la había ayudado gran cosa. En una decisión repentina decidió ignorar las
advertencias de Austin y salir con Strawberry a dar un paseo. Una cabalgada en el
campo apartaría su tristeza.
Cuando se calzaba las botas que le había prestado Cynthia, oyó un golpe en la
puerta. Al abrirla vio a Ephraim Briggs, el amigo del Sr. Smedley.
—Hola, Sr. Briggs. Ida Mae no se encuentra aquí en este momento.
Briggs retorció el sombrero con las manos.
—La verdad, Srta. Emily, la estaba buscando.
Emily vaciló. Tenía el presentimiento de que le iba a pedir ayuda para
conquistar a Ida Mae y ella no sabía que contestar. Su amiga estaba feliz al lado
del Sr. Smedley y ya serían novios si no fuese por el hombre parado frente a ella.
—Bajaré al vestíbulo en un momento. Entonces conversaremos.
Aunque el hombre parecía inofensivo, ella jamás lo invitaría a su habitación.
—Gracias, señorita.
Emily cogió el chal y las llaves y fue a encontrarse con él en el vestíbulo.
—¿Sobre qué desea hablar, sr Briggs?
—Sobre Ida Mae —contestó y, por primera vez, miró a Emily a los ojos. —La
amo —aunque no fuese un hombre guapo, el Sr. Briggs poseía dulces ojos
castaños que, en ese momento exhibían un profundo dolor. Emily suspiró e hizo
una señal para que se sentase. Briggs continuó: —Como ya he dicho, amo a Ida
Mae y, si no puedo tenerla, solo me restará huir a las montañas como un coyote
herido y esperar la muerte.
—No puede pensar así, Sr. Briggs —protestó Emily sintiendo profunda
simpatía por el hombre. —Hay varias mujeres que no han recibido propuesta
alguna. Y por lo que dicen, muchas otras llegarán al territorio en breve. Una de
ellas tiene que ser la mujer adecuada para usted.
Él sacudió la cabeza.
—Ida Mae es la mujer adecuada para mí. Lo supe en cuanto la vi por primera
vez. Fue esa idea estúpida de Mercer de hacer listas por orden alfabética que le
dio a Smedley la oportunidad de conocerla antes. Ahora él piensa que tiene
derechos sobre ella. Pero no los tiene. Ella es mía.
La firmeza de las últimas palabras la asustó.
—¿No cree que esa es una decisión de Ida Mae? —dijo Emily con delicadeza.
—Claro, si yo soy el elegido.
No había argumentos que lo convenciesen. Emily aún intentó explicarle que
Ida Mae se casaría con el hombre que conquistase su corazón, pero él no parecía
oírla. Finalmente ella se disculpó, diciendo que tenía un compromiso para
cabalgar. Y no mencionó el hecho de que el compromiso era con su caballo.

***

La mañana del lunes, Emily se sentía mejor. La cabalgata realmente había


mejorado su estado de ánimo y, a la vuelta, una idea se fue formando en su
mente, ofreciéndole la posibilidad de posponer un compromiso con Dexter o
cualquier otro hasta que se sintiese segura. Había pasado la noche despierta,
reflexionando sobre la cuestión. Al amanecer ya no podía esperar más para
contarle a alguien su idea por lo que despertó a su amiga dormida.
—Ida, despierta.
—¿Qué pasa Emily?—preguntó la otra somnolienta.
—Tenemos que hablar. He tenido una idea sobre lo que hacer cuando Mercer
deje de mantenernos.
Ida Mae se sentó en la cama.
—Pensé que estaríamos todas casadas cuando eso pasase.
—Eso es lo que él quiere, pero no tenemos por qué hacerlo. Tú y Eldo no
están preparados por culpa del Sr. Briggs. Y yo no estoy preparada porque…
simplemente no estoy preparada.
—¿Cuál es tu idea?
—¡Tú y yo, querida, vamos a traer cultura al salvaje oeste! —declaró Emily
con un brillo en los ojos.
Capítulo 6
Ida Mae cerró los ojos.
—¿Qué quieres decir con “cultura”, Emily?
—Bien… conciertos, baile, oratoria. Piensa, Ida Mae. ¿Qué hay para hacer en
esta ciudad excepto atender a los candidatos a marido?
—Te invité a tejer colchas.
—¡Colchas! ¡Si quisiese pasar la vida cosiendo me hubiese quedado en Lowell!
—Emily, ¿Cómo pretendes encontrar artistas para ese tipo de espectáculo
aquí?
—De la misma manera que el Sr. P.T. Barnum, me voy a transformar en
empresaria.
—No existen mujeres empresarias.
—Aún no, pero pueden existir.
—Emily, se sensata. Incluso aunque te vuelvas empresaria, no conseguirás
nada en cinco semanas. Y solo tenemos cinco semanas.
Emily pensó por un instante. Había pasado toda la noche reflexionando sobre
sus planes. Sabía que tenía poco tiempo, pero era posible hacerlo.
—Le pediré a Dexter que me deje usar el galpón hasta que construyamos el
teatro.
—¡Teatro!
—Claro, necesitamos un local adecuado para las representaciones. Seattle se
encuentra en franco desarrollo. No hay motivo para que la ciudad no tenga un
teatro.
Ida Mae la miró, reconociendo en sus ojos el mismo brillo que había visto
cuando su amiga la había convencido de hacer el viaje al oeste. El entusiasmo de
Emily siempre había sido contagioso y además tenía el don de hacer que las ideas
más absurdas sonasen lógicas.
—¿En cuánto tiempo crees que conseguirás la primera representación?
Emily pensó que el gusto por el detalle de Ida Mae podría ser útil.
—Tendríamos que conseguir artistas en el circuito de San Francisco. Creo que
llevaría varias semanas.
—¿Y cómo vamos a vivir entre tanto?
—Podemos presentar shows musicales. Parmelia ha traído su flauta y tú
podrías tocar el piano. Eras la mejor pianista de Lowell.
Ida Mae aceptó el elogio y dijo:
—Jessica Emory ha traído su cítara.
—Podemos entonces empezar con representaciones los sábados y usar los
beneficios para sustentarnos. Lo que sobre lo guardaremos para la construcción
del teatro.
—Tengo la seguridad de que a las mujeres les va a gustar. Conozco a varias
que eran parte de la sociedad Haydn en Lowell. Pero, ¿crees que los hombres de
aquí se van a interesar por la música clásica?
—Ellos estarán dónde estén las mujeres, aunque sea en una reunión para
hacer colchas.
Ida Mae se rió, totalmente contagiada por el entusiasmo de su amiga.
—¿No sería maravilloso decir a las demás que vamos a ignorar el plazo? —dijo
divertida.
—¡Claro que lo sería! Puedes decir a Eldo y al Sr. Briggs que resuelvan sus
diferencias y te dejen en paz hasta que actúen como adultos. Y yo podré decirle a
Dexter que solo me casaré cuando me sienta preparada. Y le diré a Austin… —la
sonrisa murió en sus labios.
—Te gusta, ¿No es cierto? —murmuró Ida Mae con simpatía.
Emily asintió.
—No sé cómo puede gustarme. Austin es irritante y pasa todo el tiempo
riéndose de mí. Y dice que el matrimonio es cosa de locos que no saben qué hacer
con su tiempo libre.
—¡Es un hombre horrible, Emily! ¿Cómo puede gustarte? Es verdad que es…
atractivo.
Emily rió.
—Es más que atractivo. Cuando me besa…
Ida se envaró
—¡Besa! ¡Emily Kendall!
—No te sorprendas. Cuando salimos de Lowell te dije que pretendía descubrir
lo que es la vida. Y una de las cosas que aprendí es que un hombre y una mujer
pueden hacer mucho más que hablar durante cuatro años como hice con Spencer.
—Pero Emily…
—No me vengas con sermones Ida. Austin Matthews me besó. Me besó
profundamente. Y si tengo la oportunidad dejaré que me bese de nuevo. Incluso
sabiendo que lo nuestro no tiene futuro. Y, si un día, Dexter me besa de la misma
manera, bien… probablemente voy a acabar casándome con él.
Ida Mae sonrió.
—Y el mundo va a perder a la primera mujer empresaria.
—Exactamente. Y sería una pena, ¿No crees?
Las dos rieron a carcajadas hasta que oyeron un golpe en la puerta. Emily fue
a abrir rezando para que no fuese el Sr. Briggs de nuevo. No le había contado
sobre su visita, pues ella estaba demasiado afligida por ser la causa de la riña entre
los dos amigos. Abrió la puerta y se encontró con Homer, el chico del establo.
—Buenos días señorita.
—Buenos días Homer. ¿Qué quieres?
Él le extendió un paquete.
—Esto es para la señorita. El señor con el que cabalgó el otro día me mandó
entregárselo
Emily frunció el ceño. La única vez que había cabalgado acompañada había
sido con Austin.
—¿Hablas del caballero que me prestó a Strawberry?
—No señorita. Estoy hablando del Sr. Matthews.
—Espera —el pidió Emily mientras agarraba algunas monedas de la bolsa.
—No, no —la interrumpió —No me de nada. El caballero ya se encargó de
eso.
—Bien, entonces gracias, Homer.
Emily abrió el paquete y se encontró con un bellísimo par de botas de cuero
negro, adecuadas para montar. Además de eso, había también un hermoso traje
de lana azul verdoso, formado por una chaqueta corta y una falda larga, abierta
por la mitad como pantalones de hombre.
—¡Ah, Emily! —exclamó Ida Mae. Emily había perdido la voz. Se había
acostumbrado a los pequeños regalos de Dexter, pero jamás se le había pasado
por la cabeza tener un regalo de Austin. ¿Cómo podría aceptarlo? Solo las botas
debían de haber costado más de veinte dólares, y la ropa… —¡Ah Emily! —repitió
Ida Mae admirada.
—Son bonitos, ¿no? —dijo Emily en tono casual aunque sintiese temblar todo
su cuerpo.
Además de ser el vestido más hermoso que había tenido, ella realmente
necesitaba ropas adecuadas para montar. De ninguna manera dejaría que las ideas
puritanas de Nueva Inglaterra la privasen del regalo.
—Emily ¿Tienes la certeza de que el Sr. Matthews tiene buenas intenciones?
Emily rió.
—¡No seas boba Ida! Le pedí a Austin que me diese algunas lecciones de cómo
cabalgar. Es evidente que él se dio cuenta de que no tengo ropa adecuada para
eso.
—Pero... un caballero no le da a una dama…
—Austin Matthews no es un caballero. Además, tengo la seguridad de que
está acostumbrado a darle lo que quiera a cualquier mujer —una vez
acostumbrada a la idea, Emily se permitió apreciar de verdad el maravilloso
presente. Se sentó en el borde de la cama y se calzó las botas. Eran perfectas. La
invadió un profundo deseo de salir a una larga cabalgada. Sin embargo tenía
planes que poner en marcha. —Levántate perezosa —dijo a su amiga —si
queremos volvernos empresarias tenemos que trabajar.

***

Sentada ante Dexter en la lujosa oficina, Emily tuvo que reprimir el impulso de
tirar el objeto más cercano a su cabeza.
—Seattle se está transformando en una gran ciudad —explicó, dominando la
impaciencia —ya no es simplemente una ciudad maderera. Además, todas las
novias apoyan la idea.
—¡Bien! —dijo Dexter. —También yo apoyo la idea. En la próxima reunión de
la prefectura lanzaré la idea de la construcción de un teatro.
—¡Sería maravilloso!
—Estoy intentando decirle que ese tipo de trabajo no es adecuado para una
mujer.
Emily suspiró.
—Dexter, en Nueva Inglaterra las mujeres están volviéndose médicos,
abogadas, reporteras…
—¡Que Dios las perdone! —exclamó Dexter con arrogancia.
Emily reflexionó en silencio. Tenía que conseguir ayuda de Dexter o, de lo
contrario, no ganaría un centavo antes que expirase el plazo de Mercer. Incluso si
consiguiese el dinero necesario para la construcción del teatro, no conseguiría
terminarlo en un mes. Además, el único lugar dónde podría presentar los primeros
conciertos sería en el galpón de la serrería.
—Si no me ayuda tendré que pedírselo a otra persona —dijo con aire
indiferente.
—¿A quién podría pedir algo como eso?
—Bien. Austin Matthews ha sido muy atento conmigo. Tengo la seguridad de
que me cedería el salón del “Dama de Oro” para las representaciones.
Evidentemente, Emily no tenía la menor intención de pedir ayuda a Austin. En
primer lugar, las púdicas novias jamás pondrían los pies en el “Dama de Oro”. En
segundo, si realmente pretendía invertir en el futuro, lo mejor sería mantenerse
apartada de Austin. Sin embargo su nombre era el mejor para llamar la atención
de Dexter. Su satisfacción fue grande al notar su expresión horrorizada.
—No creo que sea capaz de hacer negocios con ese hombre, Emily. ¡Se lo
prohíbo!
—Claro que tendríamos que pedir a las chicas que trabajan allí que se
retirasen en las noches de representación. Pero creo que podremos compensarlas
por el tiempo perdido.
Dexter se levantó y anduvo de un lado a otro muy agitado.
—Bien, Emily. Ha ganado. Puede usar el galpón para las representaciones de
los sábados.
—Gracias Dexter —Emily se puso en pie y se aproximó.
Se sentía tan feliz que tenía ganas de gritar, pero se limitó a darle un casto
beso en la mejilla.
—Pero quiero que desista en esa absurda idea de traer artistas de otros
lugares y construir un teatro. Los hombres de Seattle lo harán.
Emily ya había decidido que debía dar un paso cada vez. Así que no insistió.
Dexter no sabía que ya había enviado una carta al gerente del teatro de San
Francisco pidiéndole que incluyese a Seattle en sus giras. Ignoró el comentario y
preguntó.
—¿Puedo marcar la primera representación para el próximo sábado?
—Sí —respondió Dexter reluctante —Puede hablar con Ethan Witherspoon y
pedirle lo que necesite.
—No se va a arrepentir Dexter —le dijo con una sonrisa.
—No sé si puedo apostar por eso —dijo él con aire pesimista.
Emily levantó los hombros y se encaminó al “Dama de Oro” Esperaba que
apareciendo bien temprano no estaría expuesta a los muchos borrachos y mujeres
con trajes escasos. Había empezado a escribir una nota a Austin agradeciéndole el
traje y las botas de montar, pero pensó que aquella era una actitud cobarde Un
regalo tan maravilloso merecía un agradecimiento más personal. Incluso aunque
hubiese decidido no volver a verlo. Excepto aquella vez. Tenía la obligación de
agradecérselo de manera apropiada. Y después no volvería a verlo. Entró en el
salón y descubrió que estaba vacío, excepto por Jasper que ordenaba vasos en el
mostrador. Al verla sonrió.
—¿En qué puedo ayudarla señorita?
—Estoy buscando al Sr. Matthews
—No está aquí.
—¿Quién es Jasper? —preguntó Flo desde la cocina.
—Una de las novias del este. Busca a Austin.
—¿Cómo está Srta. Kendall? —Flo apareció en la puerta.
Aunque fue una sonrisa amable, Emily notó cierta reserva en la otra.
—Bien, gracias, Srta. McNeil. No quería importunarla. Estoy buscando a Aus…
al Sr. Matthews.
Flo se aproximó, estudiándola de arriba abajo. En el mismo instante, Emily
deseó estar usando algo más sofisticado que su vestido amarillo de trabajo.
—No está aquí. ¿Puedo ayudarla?
—No… Yo… No gracias.
—Disculpe que pregunte, pero, ¿Qué es lo que desea exactamente de Austin
Srta. Kendall? —como Emily no respondiese, Flo continuó: —No es su tipo, ¿Sabe?
Vino a casarse y eso es justamente lo que más teme Austin en esta vida.
Aunque se había repetido lo mismo varias veces, a Emily no le gustó el
comentario. Especialmente viniendo de una mujer que, ciertamente, disfrutaba de
una intimidad mucho mayor con Austin de la que ella jamás tendría.
—Me mandó un regalo. Solo quería agradecérselo —dijo en tono seco.
Flo estrechó los ojos.
—Se lo diré.
—Se lo agradezco.
Un brillo de simpatía iluminó los ojos de Flo cuando dijo:
—Es mejor así.
Emily asintió. Solo entonces pudo admitir cuan ansiosa había estado por verlo.
Y la otra tenía razón. Lo mejor sería olvidar que había conocido a Austin
Matthews.
—Gracias, Srta. McNeil —murmuró con dignidad.
—Siempre a sus órdenes, Srta. Kendall. Le deseo mucha suerte.
Las dos intercambiaron una mirada de comprensión y, entonces, Emily se giró
y salió.

***

—Ya te lo dije, Austin. No dijo nada más. Quería agradecerte un regalo. Solo
eso —Flo se esforzó por controlar el tono de su voz, rehusando admitir que tenía
celos de la bella señorita que le había parecido tan inocente con su precioso y
simple vestido —¿Por qué no consigues sacártela de la cabeza, Austin?
Él sacudió la cabeza. Se había hecho la misma pregunta varias veces.
—Ya está fuera de mi cabeza, Flo. De ahora en adelante me quedaré aquí, en
Skid Road, con la gente que comprendo.
Estaban en la suntuosa habitación de Flo en el “Dama de Oro” Desde los
primeros tiempos de la sociedad, Austin no había usado esa habitación con ningún
derecho de propietario, pero había adquirido el hábito de entrar allí todas las
mañanas y sentarse en el borde de la cama mientras Flo bebía su café con whisky.
Ella decía que era una vieja tradición escocesa Austin se recostó en la cama y Flo
suspiró al estudiar su cuero bien hecho. Estaba lejos de vivir en celibato. Pasaba
noches muy agradables con Jasper. Sin embargo, desde Austin, no había
encontrado un hombre capaz de hacerla pensar en dejar de dormir sola en su
cama enorme y suave. Prefería creer que se trataba de la sabiduría de la mediana
edad, a pesar de que sentía una fútil pasión por su guapo socio.
—Estoy contenta de oírlo —dijo. —No creo que sea buena idea que te
mezcles con esa gente. Ellos tienen su mundo y nosotros el nuestro.
—Tienes toda la razón.
—¿Debo suponer que no vas a ir al concierto de mañana?
—Imagino que sí. ¿Por qué? ¿Quieres ir?
—No, no quiero ir. Acabo de decirte que nosotros no somos bien recibidos en
sus fiestas.
—Pero te gusta la música.
—Como a todos los escoceses.
—A mí también me gusta, pero creo que tendremos que apreciar la música e
otro lugar.
Austin se levantó para salir y Flo sonrió con malicia.
—Podríamos hacer nuestra propia música, Austin, querido.
Él también sonrió.
—Es una oferta tentadora, Flo. Y ciertamente tú me recibirías mejor que esos
cuellos rígidos.
—Entonces, ¿no iremos? —preguntó Flo.
—No. Mañana por la noche tendré un encuentro romántico con la botella de
whisky que ha sido mi compañera todas las noches. Nada de música clásica para
mí.
—Estás haciendo lo más sensato.
Austin asintió con determinación y salió.

***

—¿Qué están haciendo ellos aquí? —preguntó Dexter airado


La pareja bien vestida que compraba los boletos jamás sería confundida. Emily
los reconoció de inmediato. No había otro hombre en Seattle capaz de llenar un
traje con tal perfección como Austin Matthews. Aunque estaba tan sorprendida
como Dexter, Emily respondió tranquila.
—Imagino que vendrán al concierto.
—No creo que les guste ese tipo de música —comentó Dexter apuntando al
piano de Ida Mae y al arpa prestada por Harve Ingebretson, dueño del almacén.
Los ojos de Emily continuaban fijos en Austin.
—Hace mucho tiempo que los habitantes de esta ciudad no oyen buena
música. No hay motivos para que el Sr. Matthews y la Srta. McNeil no estén tan
ansiosos como otros por la diversión.
Dexter volvió a concentrarse en los últimos detalles necesarios para la
preparación. Aquella tarde, Emily, Ida Mae y Cynthia habían transformado el
galpón en algo muy parecido a un salón de conciertos.
—¿Creéis que vendrá la gente? —preguntó Ida Mae mientras colgaban la
cortina detrás del piano.
—La gente ha hablado de ello toda la semana —había respondido Cynthia.
—Sí, vendrán todos —había afirmado Emily, —y será solo el comienzo.
Ahora, viendo a las personas entrando en el salón, Emily finalmente respiraba
aliviada. Su optimismo había sido acertado. Casi todas las personas que conocía en
Seattle estaban allí. Observó la platea con interés, evitando mirar a la última fila
dónde Austin y Flo estaban sentados. Se giró hacia Ida Mae y la abrazó.
—¡Lo conseguimos! —exclamó.
—Estoy tan nerviosa que no se si conseguiré tocar —confesó su amiga.
—Claro que vas a conseguirlo. Vas a tocar como un ángel. Todos van a
adorarte.
En cuanto terminó, Dexter dijo.
—Podemos comenzar.
Se había mostrado contrariado durante los preparativos, aunque Emily tenía
que admitir que había buscado todo lo necesario, además de rehusar
terminantemente la oferta de Emily de pagarle con los beneficios. Se sentó al lado
de Dexter e hizo una señal para que sus amigas empezasen. Una vez que
empezaron con los planes para la representación habían descubierto que Cynthia
había traído su violín y que la viuda Bartlett, con su voz de trueno, había recibido
una educación clásica de una soprano. En una semana las chicas habían hecho un
programa espectacular. Tomaron sus posiciones: Ida Mae al piano, Parmelia con la
flauta y Cynthia con su violín, Hilda con el arpa, y Jessica con la cítara. Comenzaron
con sinfonías de Mozart y Brahms. Al final de la cuarta representación, los
caballeros se mostraban impacientes con el calor reinante en el salón. Sin
embargo todos se calmaron cuando Rose Bartlet subió al improvisado escenario
con su figura alta e impotente.
—Gracias por haber venido —dijo en voz alta, —mi primera canción será The
Year of Jubilo de Henry Clay Work.
Emily cerró los ojos, maravillada por la pureza de la voz de Rose. La música la
llevó lejos del galpón abarrotado, hacia un lugar repleto de refinamiento y gracia.
Aparentemente la reacción de Emily fue compartida por gran parte de la
audiencia. Cuando Rose terminó, la platea permaneció en silencio por unos
momentos y entonces, explotó en aplausos y silbidos. Rose sonrió e inició otra
canción sobre el reciente conflicto civil. Emily notó como las lágrimas bajaban por
el rostro de diversas mujeres. En la última fila, Austin y Flo parecían conmovidos y
atentos a la voz maravillosa de Rose. Emily sonrió. Su aventura parecía ir bien.
Incluso aunque tardase en traer talentos de fuera, lo que tenía a su disposición
sería suficiente para entretener a los moradores de Seattle por un buen tiempo.
Después de algunas representaciones tendrían el dinero para iniciar la
construcción del teatro. Casi no podía creerlo. En Lowell jamás se le habría
ocurrido hacer algo así. De repente sus ojos encontraron los de Austin.
Reconociendo el triunfo en el rostro de Emily, sonrió y movió la cabeza
felicitándola. Rose había empezado la tercera canción cuando la inquietud volvió a
la platea. El murmullo de voces fue aumentando y algunos de los presentes se
levantaron. La voz de Rose falló y su expresión se volvió confusa. Emily se giró para
ver lo que estaba mal.
Capítulo 7
“Me gustaría que tú y Joseph estuviesen aquí, Cassie. Los ciudadanos de
Seattle, hambrientos de eventos culturales, adoraron nuestro concierto. No estoy
exagerando cuando digo que la platea aplaudió de pie”
Emily suspiró al doblar la carta. El relato para su hermana parecía cada vez
más alejado de la verdad. Sin embargo, la vida en la frontera era muy diferente de
la de la pacífica Lowell. ¿Cómo podría explicar a Cassie que en el grandioso y
elegante concierto inaugural un bromista cruel había soltado una zarigüeya en el
improvisado salón? ¿Cómo explicaría la confusión que se creó cuando todos
intentaron salir al mismo tiempo y, claro, las peleas entre los hombres para decidir
quién acompañaría a cada una de las novias ¿Cómo, si hasta el responsable y bien
educado Fred Johnson había terminado la noche con un ojo morado? La verdad es
que no había mentido del todo a su hermana. La gente había adorado la música. Y
después de haber conseguido huir del olor insoportable, muchos la habían
animado a continuar con los conciertos. Y por el rabillo del ojo, Emily había visto a
Austin depositar una moneda de oro en la lata que Ida Mae pasaba con el letrero
“Campaña para la construcción del teatro”. Al final de la noche calcularon los
beneficios y descubrieron que ya poseían cincuenta y tres dólares.
—Está muy bien para una noche de trabajo —dijo Emily.
—Pero… ¿Crees que alguien volverá después de lo que pasó? —preguntó Ida
Mae dudosa.
—Claro que sí. A todos les gustó la música. Fue solo un miserable que decidió
estropear la fiesta.
—Tal vez el pobre animal haya entrado solo.
—Tal vez, pero yo no apostaría por eso. Sé que a mucha gente no le gusta la
idea de dos mujeres organizando espectáculos y ganando dinero.
—Dexter dijo que tendremos que pagar por la limpieza del galpón.
—Pagaremos. Tenemos bastante dinero —Emily levantó el mentón. —Dexter
está irritado porque tenía la seguridad de que no conseguiríamos llevar nuestro
plan a buen puerto. Pero hemos abierto esta ciudad a la cultura las dos solas.
—Ha sido un concierto solo —dijo Ida Mae con una sonrisa, —y el mal olor no
fue peor que el de la tienda del Sr. Briggs.
—O de cualquier establecimiento de la ciudad cuando están aquí los
madereros —continuó Emily.
—O el de Homer cuando termina de limpiar el establo —Emily compartió el
buen humor de su amiga.
—Pensándolo bien, la pobre zarigüeya no olía tan mal.
Era bueno poderse reír de lo acontecido. ¿El refinamiento era casi inexistente
en aquel lugar del mundo? Tal vez los habitantes de la ciudad acabasen olvidando
el incidente y recordando solamente la calidad del concierto.
—No había conseguido nada de esto sin ti —confesó Emily agradecida.
—Bien, Emily… tú eres la de las ideas y el entusiasmo. Yo solo toco el piano.
—Y me haces reír? —Emily le apretó la mano. —Creo que formamos un buen
equipo.
El incidente con la zarigüeya había preocupado a Emily más de lo que había
confesado a Ida Mae. Además de no ser ya tan fácil llevar el proyecto adelante,
tendrían que recordar que alguien estaba intentando sabotear sus esfuerzos. Y lo
peor fue que después de la confusión, Dexter había rehusado prestarles el galpón
de nuevo. Aunque hubiese ido a dormir tarde, después de contar el dinero, Emily
despertó antes del amanecer y decidió que un paseo a caballo le haría bien. Como
Homer aún no había llegado, ella misma puso la silla en el lomo de Strawberry.
—Trata de colaborar, chica —murmuró Emily.
El animal permaneció inmóvil, ignorando su poca habilidad con los arreos.
Una vez terminada la tarea, Emily montó y salió. Al llegar a los límites de la ciudad
se sentía ya mejor. Tenía que haber una manera de continuar con las
representaciones hasta conseguir obtener el dinero necesario para la construcción
del teatro. Solo necesitaba descubrir cómo. Sintió una punzada de nerviosismo al
llegar al punto en que había sido seguida la primera vez. Nunca había descubierto
quien la había seguido. E incluso sabiendo que Austin podría haber inventado la
historia para asustarla, no podía dejar de mirar por encima del hombro a cada
instante. Mientras luchaba por apartar el miedo, sintió un escalofrío en la nuca al
oír el sonido inconfundible de cascos tras ella, agarró las riendas y Strawberry paró
obediente en medio del camino. El cielo claro prometía un lindo día de verano y
Emily decidió que no se dejaría seguir por nadie. Esta vez esperaría allí por quien
viniese siguiéndola. El jinete dobló la curva con ritmo de paseo.
—¡Austin! —dijo Emily en voz alta y con un tono ligeramente irritado.
La había seguido de nuevo. Tal vez nadie más lo había hecho la primera vez.
Austin se aproximó y se paró a su lado. Sonrió confiada en la silla. Cuando había
escogido el traje de un color raro, sabía que ella estaría maravillosa.
—Buenos días —la saludó.
—¿Por qué me sigues?
—Me parece que ya hemos pasado por esto.
—Es verdad. La otra vez dijiste que me estabas salvando de un perseguidor
misterioso. Hoy estarás protegiéndome de una avalancha imaginaria.
—No mentí cuando dije que alguien te estaba siguiendo aquel día. Y ya te dije
que es peligroso para una mujer sola cabalgar por estas montañas.
—Soy capaz de cuidar de mí misma. Y estaría agradecida de que no me
asustases así.
—No fue esa mi intención. Cabalgo por aquí casi todas las mañanas puesto
que me ayuda a clarear la mente después de una noche entera sentado en el bar.
—Ah…
—Estamos en un país libre Cualquiera puede cabalgar por donde quiera.
—Te estás refiriendo a los hombres, claro. Acabas de decir que no es seguro
para las mujeres.
—Bien, ya que estoy aquí podemos cabalgar juntos.
—Dexter Kingsman dijo que no debo aceptar más tu compañía —dijo Emily
con una sonrisa maliciosa que hizo saltar el corazón de Austin.
—Que Kingsman se vaya al infierno. ¿Qué dijiste tú?
—Creo que tengo que estar en la compañía que quiera.
Emily parecía tan joven cuando ponía aquella expresión de testarudez, pensó
Austin. Dexter tenía razón. Él debería dejarla en paz y salir de su vida.
—Vamos entonces —dijo en tono seco espoleando el caballo.
Cabalgaron en silencio por varios minutos.
—¿Te gustó ayer el concierto? —preguntó ella finalmente. Él la miró con una
sonrisa. —Antes de la zarigüeya —continuó Emily.
—Sí, me gustó mucho.
Ella quedó sorprendida por la intensidad del comentario.
—No creía que te interesase esa clase de música.
—¿Por qué soy dueño de un burdel? —preguntó Austin con amargura, pero
luego su voz se volvió más suave. —Recuerdo pasar horas oyendo a mi madre
tocar el piano. Mi padre me contó que ella tomó lecciones con Karl Czerny en
Viena.
A Emily se le hizo difícil imaginar aquel lado de Austin. Era más fácil imaginarlo
con las chicas del burdel que en un concierto.
—¿También sabes tocar?
—No. Mamá prometió enseñarme un día, pero decidió morir antes.
Aunque mantuviese el tono casual, había un dolor inconfundible en su voz.
—Lo siento mucho —murmuró Emily.
—Bien, todo sucedió hace mucho tiempo —después de algunos minutos de
silencio, Austin la miró con expresión extraña. —Estás muy bonita esta mañana,
Srta. Kendall.
—Gracias, pero tú eres el responsable. Espero que la Srta. McNeill te haya
dado el recado. Yo no debería aceptarlo, pero es demasiado hermoso para
devolverlo.
—¿Devolverlo? —repitió él indignado. —Ese traje fue hecho especialmente
para ti. Yo mismo escogí el color. Hace brillar tus ojos como a la bruma del mar el
sol de verano.
Emily sintió arder sus mejillas. Adoraba la buena música, decía frases bonitas
como un poeta y era el dueño de un burdel. Por su paz de espíritu, debía
mantenerse lejos de él.
—Vamos a galopar un poco —dijo espoleando a Strawberry.
Galoparon hasta que el camino se estrechó entre dos rocas desde dónde
retomaron el trote tranquilo.
—¿Aún no quieres volver? —preguntó Austin.
—No. Es tan bueno estar aquí con esta sensación de aire fresco y limpio que
no tengo ganas de volver a la ciudad.
—Comprendo cómo te sientes. Esto es muy bonito. Pero pronto tendrás
hambre.
—Ese es el problema. La vida real siempre se entromete. Comida, dinero, y
como conseguirlos.
Austin estrechó los ojos.
—No tendrás problemas viviendo con Dexter. Es el hombre más rico de la
ciudad.
—Nunca dije que viviría con Dexter o con cualquier otro. Quiero poder
mantenerme si es preciso.
—Comprendo…
Emily lo miró buscando algún destello de cinismo o condescendencia. Sin
embargo los ojos castaños se mostraron firmes y francos.
—Lo voy a conseguir —continuó ella, —aunque tenga que organizar
conciertos en medio de la calle.
—¿De qué hablas? Pensé que ibas a usar el galpón de Dexter hasta conseguir
dinero para la construcción del teatro.
—Dexter se ha negado a prestármelo de nuevo. Siempre estuvo en contra de
la idea, y el incidente de la zarigüeya solo ha servido para empeorar las cosas.
Austin se quedó pensativo.
—Entonces no tienes donde presentar los conciertos.
—De momento no. Pero juro que encontraré una solución.
—¿Cuánto conseguiste ganar ayer?
—Cincuenta y tres dólares.
—Tienes mucho que trabajar aún. Los precios de los terrenos están altísimos.
—Lo sé. Tengo algún dinero en el este, pero no sé cuánto tardaría en tenerlo
aquí.
—En cuanto a eso. Mercer continua amenazándolas con dejaros en la calle y
Dexter insiste en que ofrecerte una vida de confort y lujo.
Emily rió.
—Has resumido la situación correctamente. No me entiendas mal. Me gusta
Dexter, pero no estoy tan segura de quererme casar pronto.
—En ese caso no debes tomar una decisión precipitada.
—Dile eso a Mercer.
En cuanto el camino volvió a ensancharse, después de dos rocas, un río se
volvió visible a la izquierda.
—¿Podemos parar un poco? —preguntó Austin.
—Sí. Vamos a matar la sed.
Desmontaron al lado del río y Austin se arrodilló para beber agua. Emily, sin
embargo, se quedó en pie.
—¿No dijiste que tenías sed? —preguntó él.
—No quiero ensuciar mi ropa.
—Ese traje no fue hecho para fiestas —se rió Austin, —puedes arrodillarte en
la hierba.
—Lo sé. Pero quiero que continúe como nuevo por algún tiempo.
Austin se llenó las manos de agua y se levantó con cuidado. Entonces se
aproximó a Emily. Ella vaciló, pero decidió beber. Sus labios tocaren la piel caliente
bajo el agua fría. Se sorprendió al levantar los ojos y descubrir que se encontraban
muy próximos. Austin fue el primero en apartarse. Se arrodilló y bebió otro trago
de agua. Entonces levantó los ojos y la miró con seriedad.
—Emily, ¿Qué dirías si yo te ofreciese el dinero para construir el teatro?
—No lo entiendo… ¿Me darías el dinero simplemente?
Austin se levantó y sonrió.
—¿Qué piensas? ¿Sospechas que lo haga con segundas intenciones? ¿O
esperas que las tenga yo?
—No. Yo…
—Pasa que si las tengo —dijo con firmeza.
Emily sintió el calor apropiarse de su cuerpo.
—Pienso que…
—Aunque no se trate de aquellas intenciones —la interrumpió él, —por más
deliciosas que puedan parecer. Se trata de un acuerdo comercial Quiero ser tu
socio.
—¿Socio?
—Sí. El negocio me parece rentable He oído decir que San Francisco tiene
doce teatros. Creo que funcionaría aquí.
—Pero… si no tengo dinero no puedo ser tu socia.
—No es así como hago mis sociedades. Yo pongo el dinero y tú administras el
negocio. Fue lo que hice con Flo.
La mención de Flo hizo estremecer a Emily. Austin le ofrecía el mismo tipo de
negocio que le había ofrecido a la otra. Sería la solución a sus problemas
financieros. ¿Pero cómo podría asociarse con un hombre como él? ¿Cómo podría
el dueño de un teatro ser también el dueño de un burdel? Austin percibió su
dilema.
—Podría ser un socio silencioso. Nadie necesita saber nuestro acuerdo.
Puedes decir a la gente que el dinero vino de tu familia. Del este.
—¿Por qué harías eso, Austin?
—Te lo dije. Me gusta la música. Y me gusta trabajar con mujeres.
Generalmente son mejores negociantes que los hombres.
—Ida Mae también sería socia.
—Bien.
—No puedo creer que me estás haciendo esta oferta.
—Puedes creerlo.
Emily agarró las riendas de Strawberry y volvió lentamente al camino.
—¿Podríamos iniciar la construcción inmediatamente? —preguntó mientras
sentía crecer el entusiasmo.
—Hay un terreno excelente próximo a Washington Street. Pertenece a mi
banco. Podríamos firmar la compra hoy mismo.
—¿Entonces ya pensaste en eso? —preguntó Emily girándose para mirarlo.
Austin se aproximó con aire serio.
—Nunca dejo pasar una buena oportunidad.
Emily sintió que el corazón se le aceleraba cuando él se le aproximó.
Retrocedió un paso.
—Necesitamos dejar bien claro que se trata de un acuerdo estrictamente
comercial —dijo.
Austin la miró con una sonrisa devastadora.
—Pensé que ya habíamos dejado eso claro.
—En ese caso, Sr. Matthews ya tiene un socia —Austin extendió la mano. Al
aceptarla, Emily sintió estremecer todo su cuerpo. Entonces se giró para
Strawberry. —Volvamos a la ciudad para hacer lo que fuese necesario —dijo
decidida. —Tenemos mucho que hacer.
—Sí señorita.
El tono profesional de Emily no engañó a Austin. Sabía que ella sentía por él lo
mismo que él por ella. Y, si le quedase algo de decencia, no haría nada al respecto.
***

Con el patrocinio de Austin, Emily no podía creer la rapidez de la construcción


del teatro. Aunque fuese una construcción de madera en vez de los ladrillos
elegantes de San Francisco y del este, poseía un escenario de verdad, con una
cortina de terciopelo rojo y sillas apropiadas para un teatro. Emily había decidido
no aceptar la propuesta de Austin de mantener la sociedad en secreto Si iba a
aceptar dinero de él, lo mínimo que debería hacer era darle el crédito de la
participación, aunque esto le trajese momentos desagradables. Ida Mae, después
del escepticismo inicial, se había vuelto su mayor partidaria.
—Si es lo que tenemos que hacer para llevar nuestro proyecto adelante,
entonces hagámoslo —había dicho decidida.
Probablemente el entusiasmo de Ida Mae resultaba del hecho de que el Sr.
Smedley continuaba rehusando marcar la fecha del matrimonio mientras el Sr.
Briggs continuase tan infeliz. E Ida no se casaría con otro hombre. Así que
dependía de los planes de Emily para sobrevivir hasta que pudiese tomar una
decisión satisfactoria. Incluso se había ofrecido para dar lecciones de piano para
obtener dinero extra hasta que el teatro estuviese listo. Las clases habían sido una
buena idea. Varias mujeres y niñas se habían apuntado. Ida Mae colocó su piano
en una sala del hotel. En cuanto el teatro estuviese preparado enseñaría en el
piano que habían encargado a Nueva York. Además de Ida Mae, a las otras novias
no les importaba que el dueño del burdel fuese el socio de Emily. Estaban tan
contentas con la llegada de la música y la cultura a la ciudad que no les hubiese
importado que el mismo diablo fuese el patrocinador.
El único problema había sido Dexter. Desde que lo había informado de que
había aceptado el dinero de Austin, Emily no había vuelto a tener noticias suyas.
Habían tenido una pelea terrible en la que él había mezclado los prejuicios con los
celos y una rabia casi irracional. Emily sabía que podría haber acabado con su
única oportunidad real de matrimonio en Seattle. Pero acabó convenciéndose de
que otros hombres llegaban a la ciudad todos los días y de que otro Dexter
acabaría apareciendo. Estaría satisfecha si pudiese conseguir llevar su proyecto
adelante y mantener su sociedad con Austin en términos exclusivamente
comerciales.
En cuanto entró en el teatro, horas antes de la primera representación, Emily
quedó encantada con el sonido del ensayo de Ida Mae y Rose Bartlett, aunque no
consiguiese librarse del nerviosismo. Se paró en la puerta, silenciosa, y dejó que la
calmase la voz maravillosa de Rose.
—Debes estar orgullosa —susurró una profunda voz tras ella.
Emily se giró y se encontró con Austin cerca de ella.
—Todo está perfecto —continuó él señalando el teatro.
Emily dio un paso atrás.
—No merezco todos los honores. Ha sido tu dinero el que patrocinó la obra. Y
no tuve dificultad en montar un teatro con todo lo que has comprado.
—No es eso lo que me han contado Abe Cassidy dijo que venías todos los días
para hablar con los hombres sobre cada detalle de la construcción.
Ella se ruborizó.
—Solo quería garantizar que estaban gastando tu dinero de la mejor manera.
—Una idea admirable socia —siguieron callados algunos momentos mirando
el uno hacia el otro —¿Hay que hacer algo más?
—¿Qué dices? —Emily lo miró como si despertase de un sueño.
—¿Está todo preparado para el concierto de esta noche? ¿O aún queda algo
por hacer?
—Todo está en orden. La Srta. Carruthers, o mejor Carmichael, venderá las
entradas. Ethan Witherspoon se ofreció para mover la cortina del escenario.
—¿El capataz de Kingsman?
—Sí.
—¿No habías dicho que Dexter se había negado a ayudarte?
—Sí, pero Ethan puede hacer lo que quiera con su tiempo libre. Además
también es músico Toca la armónica. Tal vez lo invitemos para el espectáculo del
próximo sábado.
—¿Debo entender que el verdadero amor aún no se desenvuelve
tranquilamente con el rico Sr. Kingsman?
—No se está desenvolviendo de ninguna manera. Aunque no sea cosa tuya,
hace más de un mes que no hablo con Dexter. Parece que no aprueba nuestra
sociedad.
Austin frunció el ceño.
—Lamento si te he causado problemas, Emily. Sugerí que mantuviésemos el
asunto en secreto.
—No tengo el hábito de guardar secretos. Si Dexter no me quiere como soy,
es una pena. Esperaré a que aparezca el hombre adecuado.
Austin la estudió con admiración un momento.
—No te preocupes —dijo en tono suave —Dexter va superar su crisis de celos
y después volverá con sus flores y notas gentiles.
—¿Por qué dices eso?
Austin respiró profundamente.
—Porque no es ningún idiota.
Capítulo 8
Emily llevaba su mejor vestido, de fina seda verde, casi del tono de sus ojos.
Lo había usado en la última representación musical a la que había asistido en
Lowell. En esa época no le pasaba por la cabeza que un día sería la organizadora
de un evento tan importante. Ahora casi no podía controlar el orgullo, parada en
el vestíbulo a la espera del público que ya empezaba a llegar. La satisfacción se
volvió aún mayor, a medida que el teatro se fue llenando. Todas las novias estaban
allí, así como sus pretendientes.
Smedley y Briggs habían acordado una tregua, una vez que Ida Mae había
pedido estar sola, alegando querer concentrarse en la representación. Incluso Fred
Johnson había venido de la montaña. o que no le agradó a Emily fue ver a Missouri
Ike entrar con el sombrero en la mano y depositar su moneda en la mano de la
vendedora. Aunque estuviese limpio, al igual que en la comida del hotel, evitó
mirar a Emily y su expresión taciturna provocó en ella un profundo malestar.
Millicent Vickermann había hecho los carteles que anunciaban el “Concierto
Inaugural”. Además, ella y su marido habían ofrecido servir limonada y bollos
después de la representación para celebrar la inauguración del teatro.
Ethan Withespoon y algunos de sus subordinados habían aparecido todas las
noches de la semana para ayudar a terminar pronto el teatro. No había aceptado
dinero diciendo que el placer de oír buena música sería un pago más que justo.
Austin, que ya había participado con el dinero, había proporcionado una ayuda
inestimable. Si no fuese por él estrían sentados en bancos rústicos en vez de en
sillas suaves. El edificio de tablas sin pintar parecía un teatro de verdad gracias a
sus esfuerzos. Era difícil creer que habían conseguido un resultado ten
espectacular en pocas semanas. Con excepción de Dexter todos habían prestado
algún tipo de ayuda. Él se había mantenido apartado del teatro y de Emily todo el
tiempo. Hasta aquella noche. Mientras recibía los elogios de los Vickermann, Emily
lo oyó entrar, cargando un inmenso buqué de flores. Después de agradecer a la
pareja por la actuación que tendrían más tarde, Dexter se aproximó a Dexter, que
depositaba las flores en la mesa donde se vendían las entradas.
—He traído flores para la inauguración —dijo.
—Muchas gracias —agradeció ella y esperó.
—Estoy impresionado con lo que ha conseguido hacer aquí.
—He tenido mucha ayuda —dijo mientras pensaba en silencio: “pero no de ti”
—Sí. Casi no he visto a mi capataz esta semana.
—¿Es eso una queja?
Emily empezó a irritarse. Dexter no había aparecido ni había hablado con ella
y, ahora, entraba con flores como si nada hubiese pasado.
—¡De ninguna manera! —se defendió aprisa. —Me siento feliz al saber que
pudimos ayudarla —aunque no comprendía como las acciones del capataz podrían
haberse transformado en “nuestras”, ella prefirió no decir nada. Estaba demasiado
feliz para estropear una noche con una pelea. —Nunca la he visto tan hermosa
Emily —comentó aproximándose.
—No me ha visto mucho últimamente, bonita o no —finalmente dio voz a sus
pensamientos.
—Lo sé. Ha sido un gran error. Pero, cuando me dijo que entraría en una
sociedad con el dueño de un burdel, me puse furioso.
—No estaríamos aquí esta noche si no fuese por el Sr. Matthews.
Dexter miró a su alrededor.
—Bien. Es un comienzo —comentó.
—¿Va a comprar una entrada, Sr. Kingsman?
Él sonrió.
—Claro —se giró hacia Parmelia. —Dos entradas, por favor. Una para mí y
otra para la graciosa señorita Kendall.
Parmelia miró a Emily, que evidentemente no necesitaba entrada. Pero Emily
no estaba dispuesta a desperdiciar un centavo. Así, hizo un movimiento afirmativo
con la cabeza.
—Tal vez no pueda sentarme a su lado, Dexter. Tengo muchas cosas de las
que ocuparme.
—No hay problema. ¿Puedo tener el honor de acompañarla a la recepción
después del concierto?
Emily suspiró. Dexter no se había disculpado, ni había admitido que ella había
tenido razón en su proyecto de construir el teatro. Pero había traído flores y aún
era el único pretendiente razonable en Seattle. Excepto, claro, por el hombre que
jamás podría tener.
—Sí, Dexter. Iré con usted. Espéreme aquí cuando termine el concierto.
—Esperaré ansioso, querida —le tomó la mano y se la besó.
Felizmente, Dexter ya había desaparecido en el teatro cuando llegó Austin.
Vino acompañado de Flo, que usaba un vestido de color rosa fuerte que solo había
que se acentuase su figura imponente. Aunque estuviesen chocadas por la
presencia de Flo, Parmelia y Cynthia no dijeron nada. Austin cogió la vuelta y
preguntó
—¿Cuánto cuestan dos entradas?
—Usted no necesita pagar su entrada —interfirió Emily mientras saludaba a
Flo.
Austin la miró.
—No seremos ricos si empieza a rehusar el dinero del público —dijo mientras
le entregaba el dinero a Parmelia.
—Parece que tenemos la casa casi llena esta noche —comentó Emily
orgullosa. —Puede que hubiésemos debido construir un teatro mayor.
—Es un buen comienzo.
Los dos sonrieron. Emily sintió una intensa satisfacción por poder compartir
aquel momento con él. Juntos habían construido algo digno e importante. Era muy
bueno estar allí, al lado de Austin, contemplando el resultado de sus esfuerzos.
Austin sentía lo mismo. Emily estaba radiante. Su belleza natural había sido
acentuada por el brillo del orgullo y del triunfo. Sintió una punzada dolorosa en el
pecho. Volvió a mirar hacia la mesa.
—Alguien ha mandado flores —comentó.
Emily vaciló.
—Las ha traído Dexter.
—¿Qué es lo que te había dicho? Kingsman es un hombre de negocios
demasiado bueno para perder una oportunidad.
La sonrisa murió en los labios de Emily
—No soy ningún negocio.
—Todo es negocio.
Flo, que oía la conversación en silencio, agarró el brazo de Austin.
—¿Vamos al concierto o nos quedamos parados aquí toda la noche? —
preguntó.
Con una última mirada a las flores, Austin miró hacia Emily.
—Felicidades una vez más Srta. Kendall. Tu teatro es algo grande.
Emily observó cómo los dos se alejaban.
—Ese Austin Matthews debe de ser el mejor ejemplar del sexo masculino en
todo el oeste —murmuró Cynthia.
—¡Cynthia! —la advirtió Parmelia. —Es el dueño de un burdel y anda en
compañía de… Bien, acabas de ver el tipo de mujer con la que anda.
—No he dicho que me casaría con él, Parmelia. Pero no hay nada de malo en
mirar.
—Dicen que detesta a las mujeres decentes —insistió Parmelia.
—Pues parece estar muy a gusto con nuestra amiga Emily.
Emily se envaró.
—Somos socios, solo eso.
—No me pareció que estuviese pensando en negocios mientras te miraba
hace un momento.
—Tú oíste lo que dijo —suspiró Emily. —Para el señor Matthews, todo es
negocio.
—No me importaría hacer algunos negocios con él… ¡Ay! —Cynthia se
interrumpió cuando Parmelia la pellizcó.
—Voy hasta adentro para ver si está todo en orden para empezar —informó
Emily.
Parmelia la miró con simpatía.
—No le hagas caso a Cyntia, solo estaba bromeando.
—Lo que dicen respecto a Austin Matthews no me importa. Gracias por
haberte ocupado de cobrar.
Como no había conexión entre el vestíbulo y el escenario, Emily dio la vuelta
por fuera del teatro, respirando profundamente el aire fresco de la noche. Estaba
furiosa consigo misma por haber permitido que la presencia de Austin y los
comentarios de sus amigas la perturbasen. Aquella era su noche. Debería sentirse
orgullosa y feliz. Y decidió que no dejaría que nada estropease su primer gran día.

***

Emily se recostó en la silla y suspiró satisfecha. El concierto había sido un


éxito. No había pasado nada malo. Los espectadores habían reaccionado con tal
entusiasmo que incluso la imperturbable viuda Bartlett tenía lágrimas en los ojos
cuando bajó la cortina. Ahora podían volver a respirar. Así que presentasen a los
artistas de fuera, tendrían verdadera ganancia pues podrían cobrar más por las
entradas. Pensó en escribir al director del teatro de San Francisco para pedir
precios.
—¿Estás preparada para irte, Emily? —dijo Dexter aproximándose.
Ella sonrió.
—¿Le gustó el concierto?
—Sí.
Emily sacudió la cabeza, decidiendo que Dexter jamás demostraría
entusiasmo con ningún proyecto que no fuese suyo.
—Yo lo encontré maravilloso. Y conseguimos un buen dinero.
—Bien—dijo él. —¿Podemos irnos ahora? —insistió con impaciencia.
Emily se levantó pensando que era más fácil conversar con Dexter cuando
estaban en una posición de igualdad.
—¿Por qué no vas primero? Quiero ver que todo esté en orden aquí. Te veré
allí en un momento.
—Está bien, pro no tardes. Necesitamos compensar el tiempo perdido —dijo
con una sonrisa galante. Y salió.
Emily lo observó con sentimientos encontrados. Dexter era amable y cortés
cuando quería. Sin embargo no se había ofrecido para quedarse y ayudarla.
Austin vio la despedida de los dos y le invadió el ardor de la rabia. Sin
embargo el sentimiento fue bien recibido. Había complicado su vida al tener a
Emily de socia y, cuanto antes consiguiese sacarse las ideas que ella provocaba en
su cabeza, mejor.
—¿Quieres ir al restaurante de los Vickermann? —preguntó Flo.
Flo había percibido la reacción de Austin al ver a Kingsman próximo a Emily.
—Creo que es mejor que volvamos al “Dama de Oro”. Jasper debe de estar
sobrecargado.
—¿Te importa volver sola? Me gustaría asegurarme que todo esté en orden
antes de cerrar.
Flo escondió su pena.
—Bien. Te veo en el salón cuando vuelvas.
Se despidieron y Austin caminó en dirección a Emily.
—Felicidades de nuevo, Srta. Empresaria —la felicitó con una gran sonrisa.
—Felicidades para ti también, socio.
—Ha sido maravilloso.
—Si, lo sé. Mejor de lo que esperaba.
Austin rió. Emily parecía a punto de explotar de felicidad.
—El público lo adoró —dijo él.
—¿Crees que el sonido estaba bien?—preguntó ella ansiosa.
—El sonido estaba perfecto. Todo fue perfecto, Emily. Creo que el teatro de
Seattle se va a transformar en un gran acontecimiento.
—Lo sabremos cuando traigamos al primer artista de fuera. Entonces
sabremos si la gente está dispuesta a pagar un buen dinero por buena música y
cultura.
—¿Has tenido noticias de San Francisco?
—Si. El director del teatro sugirió que invitemos a Artemus Ward. También
mencionó a un periodista que escribe libros bajo el seudónimo de Mark Twain.
Acaba de volver de un viaje a las islas Sándwich y sus conferencias al respecto
están siendo un acontecimiento.
—¡Bien! Invita a los dos.
Emily quería invitarlos, pero creía que debía verificar si todo funcionaría bien.
—¿No crees que deberíamos esperar un poco? ¿Y si no conseguimos dinero
suficiente para pagarles?
Austin sonrió.
—Ahora eres una mujer de negocios. Asumir riesgos es parte del negocio.
—A veces me pregunto si tengo la capacidad para administrar esto.
—Estás cansada, solo eso. Has trabajado demasiado esa semana. No estoy
preocupado por tu capacidad. Cuando decidiste venir aquí asumiste un riesgo
mayor que el que acepta la mayoría de personas en su vida.
Austin tenía el poder de hacerla sentirse fuerte. Con Spencer, Emily se había
sentido fuerte porque él era débil. Y desconfiaba que la fortaleza de Dexter
exigiese que ella fuese débil. Austin, sin embargo, era el hombre más fuerte que
había conocido. Y aun así se mostraba satisfecho de verla a ella fuerte también.
—Bien. Mandaré la carta mañana mismo —aceptó ella con una sonrisa
radiante.
Austin sonrió y empezaba a responder cuando un ruido ensordecedor llegó
del escenario.
—¿Qué ha sido eso?
Él la tomó del brazo y los dos corrieron allí. Todo parecía en orden pero,
cuando apartaron la cortina descubrieron que uno de los pesos usados para el
movimiento del terciopelo había caído al suelo. Estaba a medio metro de la silla
que había usado Ida Mae para sentarse al piano.
—¿Cómo puede pasar esto? —preguntó Emily
Austin recogió el disco de metal. Estaba amarrado con una cuerda, pero la
cuerda se había roto.
—Parece que la cuerda reventó —explicó.
—Pero compramos cuerdas nuevas.
—Sí —dijo Austin pensativo, —mandaré que las revisen todas mañana.
—Imagina que cayese e hiriese a alguien —Emily se estremeció, —sería un
horrible accidente —sin decir nada, Austin fue a colocar el peso a un lado del
escenario. Un pensamiento horrible cruzó por la mente de Emily. —Crees que fue
un accidente, ¿no es así Austin?
—Probablemente. Lo comprobaremos mañana. Ahora vete a tu fiesta. Te lo
mereces.
—¿No vienes?
—No. Esta es tu noche y la de tus amigos.
—Pero eres mi socio. Deberías estar allí conmigo.
—Creo que Kingsman está dispuesto a cuidar bien de ti —dijo Austin con un
toque de resentimiento. —Voy a volver al “Dama de Oro” que es mi lugar.
—Eres bienvenido en cualquier evento —argumentó Emily con firmeza.
Austin cedió al impulso y posó sus labios sobre los de ella. Saboreó la
sensación por un momento y después se apartó.
—No te preocupes por mí, socia. Haré mi propia fiesta en el salón—Emily se
sintió insegura, pero la sonrisa de Austin apagó sus dudas. —Avísame si necesitas
algo antes de la próxima representación.
Emily asintió. Detestaba dejarlo marchar. Aunque Dexter estuviese
esperándola no era con él con quien quería celebrarlo. Y, con una fuerte punzada
de celos, se preguntó si en la celebración de Austin estaría envuelta Flo.
—Te avisaré —cuando él se giraba para salir, ella puso una mano en su brazo.
—Austin, una vez más, gracias por todo.
—Ha sido un placer, Srta Kendall —Austin tomó su mano y se la besó. La
sensación fue totalmente diferente de la provocada por el beso de Dexter poco
antes. Emily sintió olas de electricidad recorriendo su cuerpo. Se miraron por un
largo momento. Entonces, Austin se despidió —Buenas noches. Avísame si me
necesitas. Y… Emily, ten cuidado ahí fuera.
—Lo tendré.

***

Emily había adquirido el hábito de cabalgar todas las mañanas. Le gustaba ver
el cambio en el paisaje a medida que el sol lo volvía todo más verde y vivo. A la
mañana siguiente del concierto se despertó perezosa y pensó en no realizar su
paseo diario. Ida Mae dormía profundamente. Habían llegado tarde de la
recepción y ni siquiera habían contado el dinero cuidadosamente guardado en la
caja de joyas de Emily. Pensó que debería llevar el dinero al banco. El banquero,
Jebediah Overstar había vacilado al abrir una cuenta a su nombre, pero Austin lo
había convencido con palabras bien escogidas. Se desperezó y vio por la ventana
que el sol estaba alto. Tenía que levantarse porque necesitaba hacer una serie de
cosas. Ella e Ida Mae habían decidido mudarse a las dos habitaciones que había
tras el escenario, en el teatro. Vivirían allí hasta que decidieran casarse o se
volviesen lo bastante ricas para vivir en una casa mejor. Con un suspiro Emily se
levantó y se vistió.
Saldría a cabalgar un rato y después llevaría el dinero al banco y enviaría la
carta al director de San Francisco. Dejó la habitación en silencio, para no despertar
a Ida Mae. Cuando llegó al establo se encontró con Homer que ya había preparado
a Srawberry. La mañana estaba hermosa y Emily siguió por el camino de la
montaña. La noche anterior, su entusiasmo había disminuido cuando Austin había
rehusado participar en la recepción. Ahora, a la luz del día, la decisión le parecía
sensata. Dexter se había comportado de manera impecable e incluso la había
felicitado dos veces por la obra realizada en el teatro. Tal vez se acostumbrase a la
idea. Y ella podría continuar trabajando con Austin y siendo su amiga, incluso
aunque nada más que eso pasase entre ellos. Su vida parecía estarse resolviendo
de manera satisfactoria. La única preocupación era respecto al peso caído en el
escenario que podría haber sido un accidente fatal. ¿Sería simple coincidencia que
las dos representaciones realizadas hasta el momento casi hubiesen finalizado en
tragedias? Missouri Ike había estado presente y se trataba de alguien en el que
ella no confiaba totalmente. Y también la habían seguido en su primer paseo a
caballo si creía a Austin. Pero él no tenía motivos para mentir.
Perdió la noción del tiempo mientras evaluaba la situación. Cuando dejó sus
pensamientos, había llegado a la curva donde había oído cascos dos veces. Y,
como si de una pesadilla se tratase, volvió a oír el sonido de un galope. Podía ser
Austin de nuevo, pero un escalofrío en la espina dorsal le dijo que no. Sabía que,
algo más adelante, había una roca en la que podría subirse y avistar al jinete antes
de que él la viese. Incitó a Strawberry hasta el punto deseado y subió a la roca.
Abajo, caballo y jinete ya eran visibles. Emily no reconoció al hombre ni al gran
sombrero que usaba. Con pánico miró hacia atrás y vio el bosque. Agarró las
riendas de Strawberry.
—Vámonos chica. No va a buscarnos aquí arriba.
Intentando mantener la calma dejó que le animal la llevase por el medio de
los árboles. Quince minutos después, Emily agarró las riendas y Strawberry paró. A
medida que el miedo cedió, la rabia fue tomando forma. ¿Quién era esa persona?
¿Sería el responsable de la aparición de la zarigüeya? ¿O de la cuerda partida? Sin
embargo aquello había sido más serio que una broma de mal gusto. Alguien podría
haberse herido o haber muerto. Giró a la yegua lentamente y notó que ella
jadeaba.
—Pararemos para descansar en cuanto lleguemos al camino —prometió. Miró
hacia arriba. Estaban cercadas por árboles y el sol se presentaba casi
perpendicular. De repente se sintió insegura en cuanto a la dirección a tomar. —
Sácame de aquí chica —murmuró a Strawberry que agitó las orejas —Vamos a
volver al camino.
Después de un instante de vacilación, Strawberry se puso en movimiento.
Estos animales siempre conocían el camino de vuelta, pensó Emily aliviada.
Capítulo 9
Ida Mae atravesó la habitación y miró por la ventana por centésima vez. No
había la menor señal de Emily y, a esta altura, era evidente que algo estaba mal.
Emily y ella habían llegado al acuerdo de que las dos tratarían de ayudar en la
mudanza pues Mercer dejaría de pagar el hotel al final de la semana. Cuando Ida
Mae se había despertado, Emily ya había salido. Ahora estaban a media tarde y su
amiga aún no había vuelto. Ida Mae pensó en buscar al sheriff, pero era
demasiado pronto para que él considerase hacer algo. Homer le había contado
que Emily había salido sola para cabalgar, como hacía a diario. La actitud más
lógica sería buscar a Dexter, pero sin saber por qué, agarró su sombrero y siguió
directa hacia la “Dama de Oro”. Austin Matthews había actuado como el ángel de
la guarda de Emily desde el momento en que habían bajado del barco. Si Emily
estaba en peligro, él sería la única persona en la que Ida Mae podría confiar para
obtener ayuda. Incluso si tenía que entrar en aquel lugar de nuevo. Rezó en
silencio para que Emily estuviese bien.
El caballo tropezó por segunda vez por lo que Austin profirió una andanada de
palabrotas. El sentimiento de pánico que lo había invadido cuando Ida Mae había
entrado toda tímida en el “Dama de Oro” aquella tarde, había crecido más y más
cuando la tarde empezó a llegar a su fin. Austin había cabalgado horas sin
encontrar señal de Emily. Recordó que la primera vez ella se había escondido en la
montaña para huir de su perseguidor. Si había sido nuevamente seguida habría
hecho lo mismo. Lo que significaba que podría estar en cualquier lugar. Tal vez
esta vez el hombre la hubiese alcanzado. Giró el caballo para rehacer el camino,
prestando mayor atención a las marcas de cascos en el camino. No sabía como lo
haría pues el sol ya se había puesto y el paisaje se volvía más y más oscuro. ¿Por
qué no había pedido ayuda al sheriff? A esta altura podría contar con varios
hombres y antorchas para ayudarlo. Juró que si encontraba a Emily, sería capaz de
atarla para impedirle volver a cabalgar sola.
Estaba demasiado oscuro par que Austin viese algo. Ya había decidido volver a
la ciudad para pedir ayuda cuando dobló una curva y se encontró con Strawberry
parada en medio del camino. Desmontó y se aproximó al animal con cuidado.
Agarró las riendas sueltas y hablo en tono suave.
—¿Dónde está tu dueña chica? ¿Quieres llevarme hasta ella? —al principio
Strawberry no se movió. Austin le acarició la crin y montó en su caballo. —Vamos
a encontrar a Emily —la yegua se adelantó lentamente hacia el bosque oscuro y
Austin la siguió. Strawberry continuó lentamente y Austin dudó sobre la dirección
que seguía. Entonces se paró, al pie de un montículo —Vamos, chica, llévame
hasta Emily —la apremió acariciándola de nuevo. Pero esta vez Strawebby rehusó
seguir. Entonces Austin oyó un gemido. En el mismo instante saltó del caballo y
corrió en dirección al sonido. Se encontró a Emily caída sobre una roca. Se
arrodilló y la tomó en brazos —¡Emily! ¡Soy yo, Austin! —dijo rápidamente. Los
ojos de ella estaban cerrados, pero respiraba normalmente. Y Austin no encontró
heridas visibles. Le tocó la cara y se asustó con la baja temperatura de su delicada
piel —despierta, Emily.
Ella abrió los ojos.
—¿Austin?
—Estoy aquí, Emily —la apretó contra su pecho —Estás herida. ¿Puedes
decirme lo que ha pasado?
—Strawberry resbaló… y me caí… ¿está ella bien?
—Strawberry está bien. Estoy preocupado por ti. ¿Dónde estás herida?
Emily se sentó con ayuda de Austin.
—Creo que estoy bien —dijo confusa —No sé lo que pasó. ¿Por qué está
oscuro?
—Debes haberte golpeado la cabeza. Has estado inconsciente.
—Debemos volver. Ida Mae debe de estar preocupada.
Emily intentó levantarse, pero Austin se lo impidió.
—Calma. Ha sido Ida Mae quien me mandó aquí. Le dije que te encontraría o
volvería para conseguir ayuda.
—¿Ida Mae te buscó?
Austin sonrió.
—Entró en el “Dama de Oro” con mucho valor. Significas mucho para ella.
—Es una buena amiga. Necesito volver…
—No volveremos mientras no tengamos la certeza de que no estás herida.
Hay una cabaña aquí cerca. Fue abandonada por un minero. ¿Crees que podrías
cabalgar?
—Creo que sí —apoyándose en Austin, Emily se levantó. Pero cuando intentó
andar, casi cayó —Creo que no.
Con facilidad, Austin la tomó en brazos y la acomodó en la silla de su caballo.
Entonces, montó y la puso contra su pecho. Tomó las riendas de Strawberry y fue
hacia la cabaña. Si tenían suerte encontrarían leña para calentarse, entonces, él se
aseguraría de que no estaba herida. Cuando llegaron a la cabaña a Emily le dolía la
cabeza. Austin cogió unos fósforos y la llevó adentro.
—Apóyate en la pared, mientras enciendo el fuego —dijo. Fue fácil encontrar
la chimenea y la leña que, al estar seca, prendió rápidamente. Así que el fuego
iluminó el ambiente, Austin vio que no había muebles, solo una cama improvisada
con hojas y mantas. Miró para Emily, apoyada en la pared —¿Te sientes bien? —
como ella asintió, agarró las mantas, las sacudió e improvisó una cama delante de
la chimenea. Entonces la tomó en brazos y la acostó. Después de acomodarla
habló —Ahora relájate y dime si sientes dolor.
Emily se dejó envolver por el calor.
—La cabeza me duele, pero está mejorando.
—Debes haberte golpeado con fuerza para estar inconsciente tanto tiempo —
con gestos delicados, Austin le examinó la cabeza. —Aquí tienes un buen chichón.
¿Aún estás mareada? —preguntó preocupado.
Emily sonrió.
—Estoy bien. Creo que deberíamos volver a la ciudad, pero no me siento con
fuerzas para salir de aquí.
Austin la miró con evidente alivio.
—¿Te duelen los brazos y las piernas?
Emily intentó levantar los brazos, pero no lo consiguió.
—No tengo fuerza para moverlos, pero no parecen heridos.
Austin se inclinó y le tocó los brazos con delicadeza.
—¿Sientes algún dolor? —ella sacudió la cabeza. Después de un instante de
vacilación, hizo lo mismo con las piernas —¿Y aquí?¿Nada?
Al sentir el toque de las manos fuertes de Austin en sus muslos, parte del
letargo abandonó el cuerpo de Emily.
—No, estoy bien.
—¿Tienes hambre?
—No, pero tengo sed.
—Quédate aquí. Volveré en un minuto —Austin salió de la cabaña y Emily
volvió a cerrar los ojos. Ya estaba casi adormecida cuando él volvió. —He
amarrado los caballos y les he sacado las sillas —informó, y se sentó a su lado.
Había batallado consigo mismo al amarrar los caballos. Aunque estuviese
preocupado por las condiciones de Emily, verla acostada tan cerca había hecho
doler su pecho con una sensación familiar y agradable. Estaban solos en la
montaña. Nadie saldría en su busca antes del amanecer. La ansiedad que había
sentido mientras la buscaba se había transformado en puro deseo, como si solo al
poseerla pudiese estar seguro de que ella estaba bien. Sabía, sin embargo que
poseerla sería la última cosa que debía hacer para garantizar el bienestar de Emily.
Por más que la desease, si hiciesen el amor, los dos sufrirían demasiado.
—¿Has amarrado los caballos? —preguntó confusa —¿No deberíamos irnos
ahora?
—Necesitas descansar un poco. Trata de dormir. No van a buscarnos antes del
amanecer —Emily asintió. Si Austin creía que debían quedarse era porque lo
necesitaban. Se sentía allí perfectamente confortable y feliz por ver las facciones
masculinas a la luz rojiza del fuego. —Dijiste que tenías sed —dijo Austin retirando
un frasco de la bolsa de cuero que había llevado adentro, —solo tengo whisky,
pero si bebes lentamente te vas a sentir bien —Emily aceptó el frasco y bebió.
Aunque el líquido le quemó la garganta, tomó dos buenos tragos. —Te dije que
bebieses lentamente —la advirtió Austin con una sonrisa —Vas a acabar borracha.
Ella se rió.
—Estaría graciosa borracha. Nunca he bebido nada.
—¿Ni siquiera vino?
—No. Mis padres no admitían ninguna bebida alcohólica. Los Bennett
acostumbraban a servir champagne en sus fiestas, pero jamás lo bebí.
—¿Quiénes son los Bennett?
Emily vaciló.
—La familia de mi prometido
—¿Prometido?
Austin se enderezó. Se había sorprendido con la revelación. Emily era
inteligente, despierta y bonita. Sería absurdo pensar que hubiese llegado a aquella
edad sin recibir innumerables ofertas de matrimonio. Pero el aire inocente e
infantil hacía difícil imaginarla como una mujer con experiencia en la intimidad de
una relación.
—Me iba a casar con Spencer Bennett, pero él murió en Gettysburg.
Austin reconoció la nostalgia en sus palabras, pero no detectó síntomas de
dolor.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis prometidos?
—Cuatro años. Primeramente Spencer quiso esperar hasta tener el dinero
para comprar una casa para nosotros solos. Entonces tuvo que alistarse en el
ejército y pensó que no sería decente para un soldado dejar a una esposa
esperándolo.
Cuatro años... Bien, tal vez Spencer estuviese loco.
—Entonces, te juntaste con las otras viudas del este y viniste a buscar aquí un
marido.
Emily rió.
—No fue tanto por encontrar un marido. Quería tener una vida que fuese
realmente mía. En Lowell era la hija de Ralph kendall, la futura nuera de los
Bennett, la cuñada de Joseph Jackson… Pobre tía Emily. Solo quería ser yo misma,
Emily Kendall.
Austin bebió un trago de whisky y le devolvió el frasco.
—Puedes beber, Emily Kendall. Estás en el oeste, y, si quieres emborracharte,
nadie va a impedírtelo.
—Estaba bromeando. Esta bebida es horrible —bebió otro trago y sintió como
el cuerpo se le relajaba. —Mi cabeza está dejando de dolerme.
Austin la observaba con una sonrisa, pero, al oír las últimas palabras, frunció
el ceño y se aproximó.
—¿Te duele mucho? Tal vez fuese mejor que volviésemos a la ciudad para
buscar un médico.
—Estoy bien Austin. El dolor está pasando.
Estaban muy próximos, mirándose a la luz del fuego. La mano de Austin bajó
lentamente de la cabeza de Emily a su cuello. Ella entreabrió los labios y respiró
profundamente.
—Emily… —murmuró él bajando la mano lentamente hasta encontrar un
pecho suave para después besarla en los labios.
Le besó los ojos y todo el rostro cubierto de pecas como había fantaseado
antes. Los brazos de ella le rodearon el cuello y los pechos firmes presionaron su
pecho. Austin intentó recordar lo que se había dicho a sí mismo, momentos antes,
cuando había amarrado los caballos. Pero los pensamientos se desvanecieron
cuando sus labios volvieron a encontrar los de ella. Pegó el cuerpo al de Emily
sintiendo cada curva suave ajustarse a sus músculos con perfección y erotismo.
Emily jamás había experimentado sensaciones tan intensas. Sus pezones se
endurecieron y, en su vientre, un calor doloroso se expandió al resto del cuerpo.
En un momento de atrevimiento deslizó las manos hasta las nalgas de Austin
acercándolo a ella. Austin obedeció la orden de las delicadas pero exigentes
manos y reprimió un gemido ronco. Luchando por recuperar el control, levantó la
cabeza para mirarla.
—Espera, Emily —murmuró. —Creo que no sabes lo que estás haciendo
conmigo, donde nos puede llevar esto…
Emily pasó las manos por los cabellos oscuros y fuertes, caídos sobre la frente
de Austin.
—Muéstrame —pidió.
Austin sacudió la cabeza e intentó apartarse.
—No sabes lo que estás diciendo. Ha sido el whisky… o el golpe en la cabeza.
No tengo derecho…
Emily lo silenció poniendo el dedo en sus labios. Entonces sustituyó el dedo
por su boca.
—Bésame de nuevo… por favor.
Austin la besó con ardor e intensidad y, cuando finalmente separaron los
labios, ambos jadeaban.
—No sabes lo que estás haciendo querida —advirtió una vez más.
Emily sonrió.
—Tienes razón. No tengo la menor idea. Pero está siendo maravilloso.
Austin hundió el rostro entre los pechos de ella.
—Emily, necesito ser honesto contigo. Viniste aquí buscando un marido. Si
hacemos el amor ahora podría arruinar tu vida.
—No estoy segura de que sea un marido lo que deseo. Ya te dije que vine para
construir mi propia vida. Y, tal vez, eso signifique, entre otras cosas, aprender
sobre ese misterio que puede pasar entre un hombre y una mujer —agarró el
rostro de Austin entre las manos y lo forzó a mirarla. —Tal vez necesite entender
por qué mi cuerpo se calienta tanto cuando me besas —Austin sintió una punzada
de deseo profundo y desesperado, y la besó con intensidad redoblada. Cuando
terminó, los labios de ella estaban rojos e hinchados. Pero los ojos verdes solo
mostraban aceptación y placer —Enséñame —insistió.
Austin desistió. Si era lo que Emily quería, entonces abandonaría la lucha
desesperada contra los impulsos de su propio cuerpo. Pero se aseguraría que la
experiencia fuese inolvidable. Se había habituado a los placeres pasajeros y
casuales del sexo compartido con las chicas del burdel o con las mujeres casadas y
experimentadas. Estar con Emily lo transportaba a otro tiempo, aun en St Louis,
cuando la brisa del verano acariciaba a los amantes en los márgenes del
Mississippi. Los ojos de Emily se encontraban llenos de expectativa. Austin los
besó, después besó su cara, su mentón, la boca, el cuello, mientras desabotonaba
lentamente la chaqueta del traje de montar.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Emily
Él sonrió.
—Relájate. Vas a hacerlo bien —se levantó y se sacó la chaqueta —¿Tienes
frío?
Ella sacudió la cabeza. Se sentía nerviosa, pero era un nerviosismo delicioso.
Pasó las manos por el pecho de Austin por encima de la camisa de lino.
—Usas ropas hermosas —elogió.
Austin rió con placer. Ahora que sabía que Emily era suya podía esperar. Podía
oírle la vez y sentirle las manos delicadas sin prisa.
—¿Prefieres que me deje la ropa o me la quite? —susurró antes de
mordisquearle la oreja.
Emily se sintió llena de deseo.
—Mejor sin ellas.
Austin salió del círculo de luz de la chimenea y, cuando reapareció, estaba
desnudo. Su cuerpo parecía una estatua de bronce. Parecía sentirse cómodo y se
quedó en pie, dándole tiempo a ella para que admirase el cuerpo musculoso en
detalle.
—También eres hermoso sin ropa —consiguió finalmente murmurar Emily, y
extendió los brazos, invitándolo a unirse a ella sobre las mantas.
—Ahora te toca a ti. Quiero ver hasta dónde te cubren el cuerpo esas
deliciosas pecas —como tenía una cierta dificultad con los minúsculos botones de
la blusa, Austin sugirió. —Puedes ayudarme si quieres —las ropas de Emily fueron
sacadas en pocos minutos. Ella contuvo el impulso de cubrirse y, por el contrario,
se desperezó desnuda, deleitándose con la sensación de la piel contra las mantas
—Estás definitivamente hermosa sin ropa —concluyó Austin con voz ronca.
Entonces deslizó las manos desde los pechos hacia el vientre de Emily, y más
abajo, hasta alcanzar los vellos dorados en la unión de sus muslos. La acarició y la
besó hasta que ella se sintió aturdida. Mientras la besaba, Austin volvió a acariciar
los pechos suaves. Emily emitió un sonido de protesta y, por instinto, presionó las
caderas contra él. Austin rió, la besó nuevamente y sustituyó las manos por la
boca, besándolo los pezones erectos.
—Estamos tomándolo con calma, querida. Soy el profesor, ¿recuerdas?
Emily no podía pensar en nada, mientras los labios calientes se deslizaban
sobre sus pechos.
—Quiero… —empezó, pero paró con un gemido, invadida por ola de calor y
deseo.
Austin levantó los ojos hacia ella reconociendo las señales. Deprisa, se
posicionó sobre Emily y la besó profundamente, mientras la penetraba
lentamente, usando todo su autocontrol. Pronto sitió los espasmos que sacudían
el cuerpo delicado y relajó su propio control. Se movió lentamente dentro de ella
hasta llegar a un clímax intenso que lo dejó fascinado. Por un largo momento
ninguno de los dos se movió. El mundo volvió lentamente a existir para Emily. Ella
volvió a sentir el doloroso latido en la cabeza. Su cuerpo parecía leve, satisfecho.
Había lágrimas en su rostro, que ella no recordaba haber derramado. Austin rodó
a un lado y la tomó en los brazos.
—¿Estás bien? —preguntó ansioso.
Emily sonrió.
—Estoy bien.
—¿No te he hecho daño?
Durante la pasión, Emily no había sentido nada más que deseo y placer.
—No, no me has hecho daño —aseguró —¿Te he hecho daño yo?
Austin reprimió una sonrisa.
—Generalmente no es así como pasan las cosas. La única manera de que me
hieras sería que no terminase.
—Ah, bien. Porque terminaste, ¿cierto?—preguntó con tanta ingenuidad que
provocó un nudo en la garganta de Austin.
Él le besó los labios con suavidad.
—Definitivamente sí.
—Entonces, ¿lo hice todo bien?
La respuesta de Austin fue abrazarla. No confiaba en su propia voz para hablar
pues había sido invadido por una ola de emociones poco familiares. Minutos
antes, Emily se retorcía bajo él como la más lasciva y sensual de las mujeres.
Ahora, mientras le preguntaba sin malicia, recordó que él era su primer y único
amante. Un impulso de protección y ternura lo llenó con un sentimiento
peligrosamente parecido al amor.
—¿Austin? —insistió Emily
—Eres maravillosa.
Austin agarró una manta de lana y los cubrió. Emily se acurrucó en sus brazos
y suspiró satisfecha. Durante un momento, el único sonido de la cabaña era el
crepitar del fuego.
—Austin, ¿las personas pueden hacer esto dos veces en un solo día?
—¿De qué hablas?
—De hacer el amor. ¿Con qué frecuencia se puede hacer? —preguntó, y se
inclinó para besarle el pecho.
Austin sacudió la cabeza. Jamás había conocido a una mujer como Emily
Kendall.
—¿Tienes la seguridad de que estás bien? ¿La cabeza te ha dejado de doler?
Emily pegó el cuerpo al de él.
—Estoy bien. Creo que me gustaría intentarlo de nuevo. Pero solo si tú
quieres. He oído que algunos hombres solo quieren hacerlo una vez.
Emily jamás había oído algo parecido, pero se sentía osada. Además de eso,
había percibido cierto cambio en Austin y quería hacer que él volviese a ser el
amante alegre de minutos antes. Austin rió y, agarrándola por las muñecas, se
acostó sobre ella como un dios pagano hecho de fuego.
—¿Ha sido todo lo que has oído? —Emily sonrió con malicia y sus ojos
brillaron —¿Y quieres que lo intente de nuevo? —continuó.
—Sí, por favor —murmuró ella, sintiendo el calor volver a tomar su cuerpo.
Capítulo 10
Emily despertó con la cabeza latiendo y algunos dolores desconocidos, pero
no enteramente desagradables en algunas partes de su cuerpo. Pasó un instante
antes de darse cuenta de donde estaba y que no estaba sola. Austin dormía a su
lado. Emily lo observó, pensando que jamás había dormido al lado de un hombre
desnudo. La verdad, jamás había dormido desnuda en su vida. Se sintió feliz y
satisfecha. Sus movimientos despertaron a Austin que la miró somnolienta.
—Mira quien está aquí —murmuró con una sonrisa, —creo que es aquella
famosa beldad de Nueva Inglaterra, Oxido Kendall, y está en mi cama.
Emily se rió.
—Me gustaría que olvidases ese mote.
Austin se posicionó sobre ella.
—¿Cómo podría olvidarlo ahora que se exactamente hasta donde llegan tus
pecas? —empezó a trazar un camino con los labios. —Desde la nariz, la cara… y
finalmente sobre estos pechos delic…
—No debes decir eso —protestó Emily aunque su cuerpo reaccionase
impulsivamente en dirección a la boca de Austin, que ya había dejado de perseguir
las pecas para concentrarse en otra meta.
Emily cerró los ojos y se entregó a la ola de sensaciones que siguió. De
repente Austin paró y levantó los ojos.
—¿Estás bien después de ayer por la noche?
—Si no me engaño, me dijiste ayer por la noche que debería sentir algunos
dolores, cuando me besabas y yo quise seguir adelante y…
Austin la interrumpió con un beso ardiente. Se sintió excitado y, al mismo
tiempo, inseguro. Jamás había hablado de aquella manera con una mujer. Tenía
confianza en sus habilidades físicas, pero la idea de hablar al respecto lo
intimidaba. Después de unos momentos, en los cuales los dos se olvidaron de la
conversación inicial, Austin volvió a mirarla y a sonreír.
—Ayer hablé sobre otro tipo de dolor. Hablé del placer delicioso de esperar
hasta que estuvieses tan excitada que casi sintieses dolor. Pero no quiero que
sientas dolor alguno. Diría que ayer noche exageramos ya que era tu primera vez.
Emily suspiró de placer, recordando.
—Nunca había imaginado que podría ser así, Austin.
La declaración era simple. Austin la miró sintiendo el corazón apretado. Tal
vez hubiese tenido experiencias físicas parecidas a las que había tenido con Emily,
pero jamás las sensaciones se habían combinado con sentimientos tan intensos.
Rodó hacia un lado y la abrazó. En este momento no quería hacer el amor. Solo
quería abrazarla. Enterró el rostro en los cabellos rubios y sedosos y luchó para
contener las primeras lágrimas que brotaban de sus ojos desde la muerte de su
madre veinte años atrás.
Emily se sorprendió por el fervor de Austin. La noche anterior había asumido
el mando, mientras ella fluctuaba a la deriva en un mar de sensaciones. Ahora
había algo diferente. Sentía una ternura especial, como si pudiese llenar un vacío
en el alma de Austin. Por eso, incluso cuando lo abrazaba, Emily tuvo el
presentimiento de que aquella proximidad no duraría. Austin había vivido tanto
tiempo protegiendo aquel vacío que difícilmente permitiría la entrada de alguien.
Como respondiendo a sus pensamientos, él se apartó.
—No podemos continuar con esto —dijo Austin con voz controlada. —
Empezarán a buscarte en breve. Lo último que necesitas es que Dexter Kingsman
nos encuentre a los dos juntos, aquí.
Deliberadamente, Austin permitió que el nombre de su rival invadiese su idilio
con Emily. Estaba empezando a sentir por ella algo que había jurado no sentir
nunca por mujer alguna. Había hecho el amor con Emily Kendall. Nada podría
cambiar eso. Pero una noche de pasión de debería cambiar la vida de ninguno de
los dos. Tal vez ahora que había satisfecho su deseo, pudiese olvidarla y dejar que
ella continuase con su vida. Aunque Austin sospechaba que Emily no sería una
mujer fácil de olvidar. Ella lo miró con ojos doloridos. Austin se dijo a si mismo que
lo había hecho por su bien. La pena se transformaría en odio que, a su vez,
terminaría en indiferencia. Incluso aunque no fuese capaz de olvidarla con
facilidad, sería bueno que ella resolviese su vida sin cargar con la tristeza de un
amor imposible.
—No quieres que tu futuro marido te encuentre aquí ¿cierto? —insistió con
voz más fría.
Emily se encogió bajo las mantas, sintiéndose confusa y herida. Minutos antes
Austin la había abrazado con inmensa ternura. Horas antes habían hecho el amor
con profunda pasión. Ahora él mencionaba a otro hombre, refiriéndose a él como
su “futuro marido”
—Ya te he dicho que no tengo la completa seguridad de querer casarme —
contestó ella.
A pesar del dolor en el pecho, Austin se mantuvo firme.
—Sería una locura rechazarlo, Emily. Él podría darte todo lo que deseas.
A Emily le gustaría explicarle que Dexter jamás sería capaz de darle lo que
Austin le había dado aquella noche. Pero la dureza de él se lo impidió.
—Gracias por el consejo, Sr. Matthews —dijo con voz tensa.
Austin suspiró amargado. No había planeado aquel final para la maravillosa
noche que habían compartido. Después de que Emily se había dormido, él había
continuado despierto, planeando explicarle a ella que jamás olvidaría aquellos
momentos, pero que sería mejor que los dos no volviesen a estar juntos de
aquella manera. Había pensado que ella estaría de acuerdo, ya que era bastante
sensata. Así, podrían despedirse como amigos. Sin embargo no se había preparado
para los sentimientos intensos que lo habían invadido cuando ella lo despertó por
la mañana. Ni para el dolor que la simple mención de Dexter Kingsman le
provocaba.
—Emily… —empezó a decir.
En ese mismo instante, ella se levantó envuelta en las mantas dejándolo
desnudo. Entonces lo miró y, sin mostrar emoción dijo:
—¿Te importaría salir para que pueda vestirme?
Austin se levantó. Emily no sentía la indiferencia que demostraba. La visión
del cuerpo músculos despertó en ella sensaciones y emociones profundas. Aun así,
mantuvo la expresión impasible y no desvió la mirada. Él hizo un último intento de
aliviar el tenso momento.
—Si hubiese en el mundo una mujer capaz de hacerme cambiar de vida, serías
tú, Emily Kendall. Pero soy un caso perdido. Muchos años, muchas mujeres,
mucha oscuridad, mucha incredulidad.
Emily recordó la manera en que la había abrazado poco antes.
—Tal vez no seas tan duro y escéptico como imaginas —murmuró.
—No intentes formar una imagen diferente de lo que soy. No vale la pena.
Viniste aquí en busca de una vida, y de un marido. Has empezado bien. No va a
tardar el día en que todo el país comente sobre la empresaria de Seattle —la voz
de Austin mostró orgullo, —y un marido será parte de todo eso antes de lo que
imaginas. Tal vez no sea Kingsman, pero algún hombre con suerte va a acabar
conquistándote.
Emily bajó los ojos para esconder el dolor que la invadió. No había imaginado
que hacer el amor con Austin cambiaría las cosas entre ellos, pero no podía creer
que para él no hubiese significado nada y hablase de su matrimonio con otro
hombre con tanta indiferencia.
—Creo que lo mejor es que volvamos a la ciudad —dijo manteniendo los ojos
bajos.
Austin le agarró el mentón y la forzó a mirarlo.
—Jamás en mi vida he experimentado algo parecido a lo que sentí esta noche
contigo.
Emily le ofreció una sonrisa desprovista de humor.
—¿Es lo que le dices a todas?
A Austin lo invadió una profunda frustración. Detestaba ver el dolor en los
ojos de ella, pero, como se había dicho a sí mismo, sería mejor así.
—Tienes razón, debemos volver. Por el camino pensaremos en una buena
explicación para nuestra ausencia durante la noche. Necesitamos proteger tu
reputación.
A Emily le importaba poco su reputación. En su actual estado de ánimo, lo
mismo le daba si Austin afirmase ante toda la ciudad que los dos habían pasado la
noche juntos. Lo que había sido la experiencia más tierna y excitante de su vida
había acabado transformándose en una gran broma.
—Di lo que quieras.
Austin ya estaba vestido, pero permaneció inmóvil por un momento como si
tuviese algo más que decir. Finalmente habló.
—Voy a preparar los caballos mientras te vistes.
Entonces salió.

***

Por insistencia de Emily, el teatro había sido construido económicamente. Se


trataba de un edificio de estructura simple. Aunque contasen con sillas y cortinas
apropiadas, los bastidores eran un tanto rústicos. Detrás del escenario habían
construido dos camerinos, una sala para la ropa y otra para los instrumentos y
materiales necesarios para las representaciones. Al fondo del edifico estaban las
tres habitaciones más grandes. Dos serían ocupados por Emily e Ida Mae, que
pasarían a vivir allí. El tercero había sido transformado en una oficina. Emily se
sentó a la nueva mesa que Dexter le había dado en uno de sus gestos
magnánimos. A pesar del recelo de Austin, Dexter no había parecido preocupado
por la desaparición de Emily. En verdad, parecía no haber notado siquiera su
ausencia prolongada. Cuando ella le explicó que se había caído del caballo y que
Austin había pasado la noche en su busca, se había limitado a sentir y volver a
advertirla que se mantuviese lejos del dueño del burdel. Emily había encontrado a
Dexter en medio de las negociaciones para comprar un barco de vapor, de la línea
que pasaba por todos los puertos de la costa. Había sentido interés, pues
pretendía atraer artistas a Seattle y el transporte fácil sería de suma importancia
para su negocio. Dexter, sin embargo, había decidido que no debía discutir el
asunto con ella. Así que Emily volvió al hotel para ayudar a Ida Mae a prepara la
mudanza.
Como sus pertenencias eran pocas, la mudanza fue hecha con facilidad con
ayuda de las otras novias. El hotel se vaciaba aprisa. Dieciocho chicas se habían
casado en la misma semana. No habían tenido tiempo para celebraciones y el
grupo no había hecho más colchas. Las que aún no habían tomado una decisión
estaban mudándose a pensiones. Algunas tenían dinero. Otras habían hecho
acuerdos con Mercer a fin de permanecer allí un tiempo mayor. Todo aquello
irritó a Emily. Aunque todas se habían mudado al oeste libremente, no era justo
que fuesen presionadas a casarse con hombres que no sabían con seguridad que
querían por maridos. Su única satisfacción era el hecho de que ella e Ida Mae
habían encontrado una solución. La situación de Ida y Eldo continuaba igual,
esperando que los dos amigos llegasen a un acuerdo. Pero ella estaba contenta
con la habitación del teatro y ya había empezado a dar clases de piano. Emily
también estaba contenta. Al menos fue lo que se dijo a si misma al sentarse.
Mientras extendía los papeles sobre la mesa se sintió una empresaria de verdad.
Acababa de escribir una carta invitando a Artemus Ward y al nuevo humorista,
Mark Twain, para que fuesen a Seattle. Había garantizado los gastos de ambos,
además del cobro de cincuenta dólares para cada uno. Respirando
profundamente, pensó que si no conseguía llenar el teatro tendría que encontrar
dinero de alguna manera. No sabía cuál. Entonces recordó las palabras de Austin
sobre asumir riesgos. Emily había aceptado el riesgo con él y las cosas no habían
salido bien.
Cuanto más pensaba en aquella noche, peor se sentía. Sin duda había sido
una más de una larga lista de mujeres. Austin debía de hacer el amor todas las
noches en el burdel. Para él aquello no había tenido mayor significado. Ella
simplemente había estado disponible, un blanco fácil. El pensamiento la puso
furiosa. Pensó en ir a la oficina de Dexter e insistir en el matrimonio inmediato. Así
le demostraría a Austin que no estaba esperando ansiosa para verlo. O, quien
sabe, tal vez debería ir directamente al “Dama de Oro” y decirle a Austin o al que
estuviese interesado en oírlo, el tipo de canalla que era. Imaginaba la escena con
una risa maligna en los labios cuando entró Ida Mae.
—¿En qué piensas Emily? Tienes la misma expresión del que acaba de robar
dinero de una iglesia.
Emily se avergonzó.
—Estaba distraída. ¿Cómo fue tu clase?
La otra sonrió.
—Las dos niñas son unos ángeles. Y el Sr. Winchester decidió pagar un mes
por adelantado.
—Es bueno ganar nuestro dinero, ¿no es cierto?
—Sí. Pretendo continuar con las clase incluso después de casarme con Eldo.
—¿Estás más cerca de resolver tu problema?
Ida Mae se sentó y su sonrisa desapareció.
—Eldo me contó que el Sr. Briggs apareció en su casa ayer por la noche e hizo
una escena. Había bebido mucho. Creo que mi llegada puso fin definitivo a su
amistad.
—Después que pase algún tiempo de vuestro matrimonio, el Sr. Briggs va a
volver a su amistad con Eldo. No va a continuar estando furioso después de veros
a los dos felices.
—Espero que estés en lo cierto. ¿Y tú? ¿En quién estabas pensando cuando
entré?
—No quiero pensar en nadie. Por el momento me estoy concentrando en
transformar el teatro en un éxito —agarró la carta. —He invitado a los mejores
dos humoristas del país para que se presenten aquí.
—¡Emily! No puedo creer que todo esto esté pasando. ¿Pensaste, cuando aún
estábamos en Lowell que un día haríamos algo tan excitante?
El entusiasmo de Ida Mae contagió a Emily. Su vida era excitante, incluso sin la
presencia de Austin.
—A decir la verdad, sí. Siempre he tenido la seguridad de que había algo
grande esperándome. Solo necesitaba encontrar el valor para seguir adelante.
Ida Mae le apretó la mano.
—Siempre has sido valiente, Emily. Yo jamás habría venido aquí si no fuese
por ti. ¡Imagínate! ¡No habría conocido a Eldo! Te estaré agradecida el resto de mi
vida.
Emily sonrió.
—Espero que consigas realizar tu sueño pronto. Pero creo que es hora de ir al
hotel para asistir a la boda de Cecilia.
—¡Es verdad! Ya vamos retrasadas.
Salieron apresuradas, pero, así que pasaron el porche, Ida Mae tropezó y miró
hacia abajo. Entonces soltó un grito ante el cuerpo ensangrentado de un conejo.
—¿Qué es eso? —preguntó Emily asustada.
—¡Es horrible! ¿Cómo ha llegado esto aquí?
Emily miró a su alrededor. Las puertas estaban cerradas y no había la menor
señal de la presencia de un extraño.
—¿Crees que puede haberlo traído un perro? —preguntó Ida Mae.
Emily se adelantó y fue abriendo, una a una, las puertas de las habitaciones y
camerinos. Estaban todos vacíos. Entonces, volvió al lado de su amiga.
—Nunca he visto un perro capaz de abrir puertas —dijo con aire sombrío.
—¿Cómo habrá llegado esto aquí? —Repitió Ida Mae.
—Alguien debe de haberlo traído.
Emily no le había contado nada a Ida Mae sobre la cuerda rota después de la
primera representación porque no quería alarmar a su amiga. Además, había
intentado apartar de su mente la idea de que alguien estuviese intentando
sabotear su trabajo. Pero, con aquel nuevo incidente, no podía evitar la conclusión
más obvia. Por alguna razón que desconocía, alguien pretendía hacerle mal o,
como mínimo, asustarla. Sin tardar, le contó todo a Ida Mae.
—Ah, Emily, tal vez tengamos alguno de aquellos fantasmas de óperas —
murmuró su amiga con los ojos muy abiertos.
A Emily le gustaría creer que su malhechor fuese un fantasma. No tenía miedo
de espíritus. Infelizmente estaba convencida de que se trataba de un ser humano
bien vivo, dueño de una mente enferma. Y necesitaba descubrir pronto quien era
antes de que sus intentos terminasen en tragedia.
Ethan Witherspoon había sugerido una representación de leñadores, ya que
sentía nostalgia de los tiempos en los que trabajaba en los campamentos y se
divertía con los colegas con su armónica. Junto a Pete Spicer, que tocaba la gaita, y
algunos de sus trabajadores, presentaron músicas compuestas por leñadores. Las
baladas no eran exactamente el tipo de cultura al que las novias estaban
acostumbradas, pero las sonrisas en los labios de los hombres presentes
mostraban satisfacción. Cuando Etham cantó su última composición, una canción
sobre leñadores a punto de abandonar sus campamentos para casarse con sus
bellas novias, tiernas miradas se cambiaron entre la audiencia. Al ver a Eldo
apretar la mano de Ida Mae, Emily miró hacia Dexter, sentado a su lado. Él parecía
impasible. Era cierto que nunca había sido leñador. Emily habría apreciado mejor
el espectáculo si no estuviese tan preocupada por la posibilidad de una nueva
aparición del “Fantasma de la ópera”, como Ida Mae lo llamaba.
Les había pedido a los maridos de algunas amigas que formasen una especie
de equipo de seguridad. Una hora antes del espectáculo, habían montado guardia
en las puertas del teatro sin percibir nada anormal. Emily permanecía en la
taquilla, observando a cada espectador que llegaba. Missouri Ike no había
aparecido, lo que le proporcionaba cierto alivio. Al oír los tonos melodiosos de una
nueva canción, Emily cerró los ojos. Además de la preocupación por el saboteador,
aún no había recibido respuesta de San Francisco. No sabía hasta cuando
conseguiría satisfacer al público si continuase presentando solo talentos locales.
Por otro lado, había conseguido llenar el teatro más de una vez. Tal vez no hubiese
motivo de preocupación. El ser empresaria no era una tarea simple.
Podría sentirse mejor si tuviese con quien compartir sus preocupaciones.
Dexter cambiaba de asunto cada vez que ella mencionaba el teatro. Ida Mae se
ponía nerviosa con la mención de problemas. Y, desde la noche que habían pasado
juntos, Austin había desaparecido. Cuando el concierto terminó, el patio de
butacas aplaudió de pie. Dexter se levantó y agarró a Emily por el brazo.
—Ha sido un show razonable. ¿Vamos a comer algo?
Emily vaciló. En los últimos días había rehusado más invitaciones de Dexter de
lo que le gustaría. Sabía que estaría impaciente. Por otro lado estaba ansiosa por
conversar con los hombres que habían guardado las puertas
—¿No crees que comeríamos más tranquilos otra noche? —sugirió intentando
aparentar pena.
—¿Mañana? —preguntó Dexter contrariado.
—Sí. Mañana estaría bien.
Con la más dulce de las sonrisas, lo llevó hasta la salida y se despidió.
Entonces se giró para volver al teatro. Los guardias habían estado de acuerdo en
encontrarla en el escenario. El marido de Parmelia, Eugene, había asumido el
mando del grupo.
—No hemos visto nada anormal, Srta. Kendall. Dos chicos intentaron entrar
por atrás sin pagar. Pero solo fue eso.
—¿Alguien vio a Missouri Ike cerca?
—Ike está trabajando en el campamento Piny Ridge, y ninguno de los
leñadores se encuentra en la ciudad —respondió uno de los hombres.
—Estoy muy agradecida por la ayuda que me han prestado. Puedo pagarles…
—No hemos hecho nada, Srta Kendall —la interrumpió Eugene. —Estamos
contentos por ayudarla a mantener el teatro abierto y a nuestras mujeres felices.
Emily se sintió satisfecha. Era bueno saber lo que aquellos hombres estaban
dispuestos a hacer por sus mujeres. Había visto rudos leñadores sentados ante
porcelanas delicadas, tomando té y conversando amablemente tardes enteras,
solo por agradar a sus novias.
—Se lo agradezco una vez más.
—Es posible que los acontecimientos que han despertado su preocupación
fuesen solo coincidencias —comentó Eugene en tono condescendiente.
—Espero que sea cierto —sonrió Emily.
Los hombres se despidieron y se marcharon. Ella se sintió aliviada de no haber
tenido ningún incidente. Sin embargo las palabras de Eugene no la habían dejado
tranquila. No había coincidencia alguna en un conejo muerto. Caminó por el
pasillo lateral apagando las luces una a una hasta quedarse solo con la luz sobre el
escenario. Pensó en los teatros del este, donde las luces disminuían hasta dejar el
patio de butacas oscuro, creando un clima mágico. Distraída con sus pensamientos
gritó asustada cuando sintió que alguien la agarraba del brazo.
—Emily, soy yo, Austin.
Ella respiró profundamente. En la semioscuridad del teatro parecía casi
amenazador.
—Me has asustado —se quejó Emily irritada.
—Disculpa. Parecías perdida en tus pensamientos. ¿Algo va mal?
—No. Estaba pensando en la iluminación.
—¿Iluminación?
—Sí, del teatro. Pensaba en una manera de cambiar la iluminación durante las
representaciones.
Austin pareció frustrado por la respuesta.
—Ah… Pero, ¿tienes la seguridad de que nada está mal?
Emily apagó la última luz sumergiéndolos en la oscuridad. Entonces pasó junto
a él, encaminándose a la escalera que llevaba a su habitación.
—Ya te dije que nada va mal —repitió por encima de su hombro.
—Estás mintiendo —dijo él mientras la seguía.
—¿De qué hablas?
—Le pediste a algunos hombres que vigilasen las puertas. Tiene que haber
una razón para eso.
Emily vaciló. Hacía un momento se había lamentado de no tener nadie para
compartir sus preocupaciones. Ahora que Austin se encontraba frente a ella, se
sentía poco propensa a confiar en él. En su último encuentro habían hecho el
amor. Después no había tenido noticias en una semana. Finalmente habló.
—Creí mejor garantizar la seguridad del teatro. Hemos tenido un incidente
estos días.
—¿Qué tipo de incidente?
—Nada importante. Algún gracioso dejó un conejo muerto entra bastidores.
Yo, probablemente, habría ignorado el hecho, si no fuese por el peso de la cortina
de la otra vez.
—Y la zarigüeya, y alguien que te seguía —continuó Austin molesto —¿Por
qué no me contaste sobre el conejo?
Emily sintió crecer su ira.
—Bien. Ni siquiera has aparecido por aquí en toda la semana.
—El “Dama de Oro” está a cinco minutos de aquí.
—¿No se te ha ocurrido que no quiero entrar en un lugar como ese?
—Podrías haber mandado un mensajero.
—Y tú podrías haber venido a revisar tu inversión.
Se miraron un largo momento. Entonces Austin rompió el silencio.
—Creí que no necesitaba verificar nada. Creí que podría confiar en tu juicio.
—¿Estás diciendo que ya no confías en mí?
Emily sabía que él tenía razón. Eran socios, y él debería ser informado de todo
lo que tuviese que ver con el teatro. Sin embargo los dos sabían que su rabia iba
mucho más allá de los negocios.
—Claro que confío en ti. Pero también me preocupo por ti y por mi inversión.
Necesitamos descubrir quien está haciendo esto antes que la gente empiece a
tener miedo de venir al teatro.
Al notarle las facciones tensas de preocupación, Emily se ablandó y sonrió.
—Ida Mae cree que tenemos un fantasma por aquí.
La expresión de Austin se suavizó.
—No me preocupan los fantasmas sino los humanos.
Él acababa de hacerse eco exactamente de los sentimientos de Emily en
relación al problema. Era bueno saber que alguien compartía sus ideas.
—Estoy de acuerdo. Fue por eso que pedí que vigilasen las puertas. Pero
nadie notó nada y no tuvimos ningún incidente.
—No me gusta saber que estás viviendo aquí sola, Emily.
—Estoy bien. E Ida Mae está en la habitación de al lado.
—¿Por qué no dejas que pague habitaciones en el hotel para las dos hasta que
resolvamos esto? Sería parte de mi inversión —continuó Austin aprisa al ver el
cambio en el semblante de Emily.
—Agradezco la oferta, pero estamos bien aquí. Tal vez no haya más
accidentes.
—¿Prometes avisarme si algo sucede? —Emily asintió. Era bueno saber que
aún se preocupaba por ella, incluso después de la manera como se habían
despedido, después de haber pasado la noche juntos —En cuanto pase —insistió
él.
—Lo prometo.
Por primera vez, él presentó una sonrisa genuina. Emily sintió los efectos y se
mordió el labio. Austin sintió una opresión en el pecho. Ella parecía más deseable
que nunca, una mezcla de vulnerabilidad y sensualidad. Quería tomarla en brazos
y garantizarle que nada malo le pasaría. Quería llevarla a la cabaña de la montaña
y hacer el amor toda la noche delante de la chimenea. En vez de eso, se limitó a
tocarle la punta de la nariz y murmurar.
—Buena chica.
Entonces se giró y se fue.
Capítulo 11
Emily decidió dejar que Dexter se ocupase de todos los detalles. Cuando la
había invitado a un paseo el domingo, no había imaginado que harían un picnic.
Impresionada, lo observó extender los manteles sobre la hierba, en la orilla del
riachuelo, y retirar de una cesta los platos, copas y servilletas.
—¿Ha hecho esto solo? —preguntó Emily
—Le pedí ayuda al cocinero. Le dije que había planeado un día perfecto y que
nada podía salir mal —sonrió Dexter.
—¿Quiere que lo ayude?
—No. Siéntese y relájese. Me ocuparé de todo.
Ella obedeció y volvió a sorprenderse cuando Dexter depositó un ramillete de
flores en el mantel.
—No se ha olvidado ni de las flores.
—Me dijo que le gustaban ¿cierto?
—Las adoro, pero nunca he visto flores en un picnic.
Dexter volvió a sonreír y sirvió dos copas de sidra.
—Hay una primera vez para todo —dijo con voz extraña.
Emily sintió la garganta seca. Dexter actuaba de manera exquisita. Bebió un
trago de sidra y se sintió mejor. Dexter sacó la comida y la colocó en los platos.
Había pollo asado, batatas cocidas y pan de maíz. Entonces, retiró de la cesta una
caja llena de bombones de mazapán.
—¡Es maravilloso, Dexter! —elogió Emily con sinceridad.
Después de la muerte de sus padres había empezado a arreglárselas sola.
Desde su llegada a Seattle, había trabajado duro, tomado decisiones para sí y para
los demás. Era bueno sentirse mimada. Dexter le extendió la caja.
—¿Puedo tentarla? —preguntó dando un extraño énfasis a sus palabras.
Como siempre estaba inmaculadamente vestido. Aunque estaban en un
picnic, no había dejado su traje impecable, digno de los mejores abogados de
Boston. Emily sonrió.
—Nada de dulces antes de la comida. Es lo que me enseñó mi madre.
—¿Sus padres…?
—Murieron.
Dexter nunca había hecho preguntas sobre su familia, o mejor, sobre ella.
Ante la respuesta, asintió con un aire grave, pero no insistió en el asunto.
—Bien, entonces dejaremos los bombones para más tarde. ¿Tal vez un poco
de pollo?
—Estaría bien.
Comieron en silencio, apreciando el paisaje. El aire fresco abrió el apetito de
Emily y pronto ella acabó el plato.
—Me gusta ver a una mujer capaz de comer bien. —comentó Dexter. —Es
bueno que no sea una delgaducha.
—Creo que debo agradeceré el elogio. Y si eso lo hace feliz, aceptaré uno de
aquellos bombones —Emily cogió un bombón con la forma de un diminuto
soldado y lo miró, —son pequeñas obras de arte. Da hasta pena comerlas.
—Tal vez prefiera otra figura —dijo Dexter extendiéndole la caja —¿No dijo
que su prometido era soldado?
Emily rió
—Es verdad, pero no creo que Spencer se enojase si yo como este soldadito.
—¿Su nombre era Spencer?
—Spencer Bennett.
Dexter se aproximó.
—¿Lo amaba mucho? —preguntó en un tono que jamás había usado con ella
antes. La sonrisa de Emily desapareció. Para ser honesta consigo misma, no sabía
la respuesta a esa pregunta. Siempre había creído amar a Spencer, pero, después
de su llegada al oeste, había empezado a cuestionar sus sentimientos. Tenía la
certeza de que jamás habría pasado con Spencer una noche como la que había
pasado con Austin. Ante el recuerdo, sus mejillas se ruborizaron y Dexter juzgó
mal sus motivos. —Disculpe —dijo aprisa —Es una pregunta demasiado personal.
—No se disculpe. Creo que mi relación con Spencer parece haber acontecido
hace mucho tiempo.
Dexter le agarró la mano.
—Eso es bueno, puesto que así puede dedicase a otro hombre con el corazón
libre. Y, espero que lo sepa, querida, que deseo ser yo ese hombre —Emily notó
que la mano de él era suave. Respiró profundamente. No sabía cómo reaccionar.
Dexter sabía ser agradable, atrayente y mágico. Él se aclaró la garganta —lo estoy
haciendo todo mal. No es algo tan fácil como cerrar un acuerdo de negocios —
murmuró con una risita nerviosa y le soltó la mano. Entonces sacó del cesto una
caja minúscula y la abrió, exhibiendo un lindo anillo de oro con tres esmeraldas. —
Emily, me gustaría tener el honor de ser mi esposa.
Aunque hubiese ido a Seattle con el fin de encontrar un marido, Emily se
sorprendió.
—Es hermoso —murmuró.
Recordó el reloj de oro que Spencer le había dado por su compromiso. Lo
había dejado en casa de su hermana. “Esta es una nueva vida Cassie” había dicho
“lo que pasó, pasó”
—He comprado esmeraldas para que combinen con sus ojos —dijo Dexter con
timidez.
La demostración de sentimiento la sorprendió.
—Es usted un amor, Dexter.
Él aún tenía el anillo. Emily no había hecho ningún movimiento para cogerlo.
—Fue idea de Ethan. A él le gustan las músicas románticas, igual que las
canciones que canta.
Emily sonrió. Dexter no era perfecto, pero poseía cualidades admirables. La
franqueza era una de ellas. Aun así, ella no estaba preparada para aceptar su
propuesta.
—Dexter, me siento muy honrada —dijo con suavidad, —pero sabe que estoy
apenas empezando el negocio del teatro. Y sé que no aprueba la idea. Lo mejor
será esperar un poco.
—No me importa esperar por la boda, Emily. Pero me gustaría que todos
supiesen que somos novios.
Emily suspiró. A veces no comprendía sus propios sentimientos. Apenas había
empezado a sentir el placer de sustentarse a sí misma. La idea de pertenecer a un
hombre no la agradaba. Por otro lado, aún hacía poco que había estado encantada
con el hecho de tener a alguien que la cuidase. Ahora, Dexter se ofrecía para
hacerlo el resto de su vida.
—Necesito más tiempo, Dexter —él pareció desolado. Emily se dio cuenta de
que Dexter no estaba acostumbrado a ser rechazado. Tendría que ser cuidadosa
para que su rechazo no lo hiciese ponerse contra ella. —Me gusta mucho estar
con usted, y le estoy agradecida por todo lo que ha hecho por mí —continuó
señalando el picnic, — hoy me ha proporcionado un día maravilloso. Pero creo
que soy el tipo de persona que no consigue tomar decisiones rápidas.
Dexter bajó los ojos, luchando por dominar la irritación.
—Las personas que tardan mucho en tomar decisiones, a veces, pierden
muchas oportunidades en la vida, Emily.
Ella puso la mano sobre la de él.
—Intentaré no tardar mucho, Dexter.
De repente Dexter levantó los ojos y los estrechó.
—¿No me estará rechazando a causa de Matthews, el dueño del burdel?
Emily lo miró a los ojos.
—Austin Matthews es mi socio en el teatro, solo eso. Ni él ni yo estamos
interesados en nada más.
Dexter asintió y guardó el anillo.
—En ese caso esperaré un poco más.
—Gracias, —dijo Emily agradecida.
Dexter se sintió contrariado y se puso a guardar las cosas del picnic en la
cesta. Emily se dio cuenta de que no debía insistir en el asunto. Permanecieron en
silencio hasta volver al camino, cuando Dexter empezó a contar una historia sobre
la última reunión del ayuntamiento. Su voz retomó el tono normal y, al llegar a la
ciudad, habían retomado una agradable conversación. Solo hubo un momento
embarazoso. Al despedirse, Dexter agarró a Emily por los hombros y al besó de
forma posesiva. Después golpeó el bolsillo donde había guardado el anillo.
—Recuerde Emily, no tarde demasiado.
Ella bajó la cabeza, había agradecido el agradable día y corrió hacia la puerta
de atrás del teatro.
Aunque supiese que había actuado de la mejor manera, la situación le
provocó dolor de cabeza. Al rechazar la proposición de Dexter podía estar
perdiendo una gran oportunidad de ser feliz. Decidió que el trabajo con los libros
de contabilidad la ayudaría a recordar la vida que había empezado a construir por
sí misma. La puerta de la oficina estaba entreabierta y Emily sintió como se
contraía su estómago. ¿Habrían recibido otra visita del sujeto misterioso? Abrió la
puerta con cuidado y se encontró con Austin sentado en su silla, con los pies
cruzados sobre la mesa, que la miraba con sonrisa sarcástica. Ambos hablaron al
mismo tiempo.
—¿Has tenido un buen paseo?
—¿Qué estás haciendo aquí?
Estaban furiosos, al igual que la otra noche. De repente a ambos la situación
les pareció graciosa.
—Parece que tenemos dificultades en hablar de manera civilizada —dijo Emily
con sonrisa reluctante.
Austin le devolvió la sonrisa.
—Flo dice que tengo el temperamento más estable que conoce, pero nunca
se sabe cuándo voy a actuar de manera diferente.
Sacó los pies de la mesa y se irguió. Emily se sentó delante de él y preguntó:
—Bien, ¿Qué es lo que haces aquí?
La sonrisa de él se amplió. Agarró un papel sobre la mesa.
—Has recibido una carta.
—¿La has leído?
—Estaba dirigida al teatro de Seattle. Como no habías pasado por el correo,
Hector decidió dármela a mil.
Hector Finnegan era el encargado del correo y sabía más de las personas de la
ciudad que ellas mismas. Emily extendió la mano ansiosa.
—Es de San Francisco —dijo. Se sentó con el papel en la mano leyendo
deprisa. —Un gran honor… representación… en cuanto sea conveniente…
Austin ya había leído la carta varias veces. Había sido escrita por el propio
Twain, cuyo verdadero nombre era Samuel Clemens. Le contaba que iba a ir a
Europa, pero se sentiría honrado de adelantar el viaje para presentarse en Seattle.
—¡Viene! —gritó Emily con los ojos muy abiertos. Austin asintió y ambos
sonrieron satisfechos. —Tenemos que garantizar un lleno total, Austin. ¿Crees que
debemos anunciarlo en el periódico? Puedo contar con la ayuda de las chicas para
hacer las entradas. ¿Y la iluminación? ¿Crees que podemos hacer que se vuelva
menos intensa durante la representación?
Austin soltó una carcajada perezosa. Cuando la mente de Emily entraba en
acción su cuerpo entero adquiría nueva vida. Parecía a punto de saltar de la silla.
—Cálmate socia. El Sr. Clemens vendrá de aquí a un mes. Tenemos tiempo
para prepararlo todo.
Emily se recostó en la silla y suspiró alegre.
—Está pasando, Austin. Exactamente como imaginé. No puedo creerlo.
—Ya te estoy viendo como “Óxido Kendall, la mayor empresaria del oeste”
La sonrisa se volvió amarga cuando Austin recordó la última vez que la había
llamado con ese nombre. Ella había estado bajó él, mientras los dos se besaban
apasionados. Cuando Emily había llegado momentos antes, la había visto besar a
Dexter y había descubierto de la peor manera posible el sentimiento amargo que
tal visión le provocaba. Al ver la sonrisa desvanecerse en los labios de él, Emily
especuló sobre las razones del cambio de humor.
—Bien, tal vez no sea la “mayor” —se burló intentando traer la deliciosa
sonrisa de vuelta.
—De cualquier manera, has conseguido el primer invitado —dijo Austin en
tono brusco mientras se levantaba. —Si necesitas algo, dinero o cualquier otra
cosa, avísame.
Emily también se levantó. Estaba cansada de intentar entender los cambios de
humor de ese hombre. En un momento la miraba con ternura, diciendo palabras
dulces. En el otro, asumía la postura fría y seria de un hombre de negocios. Bien,
seguiría su juego. Extendió la mano y dijo en tono impersonal:
—Gracias, Austin, pero creo que seré capaz de ocuparme de todo sola.
Él apretó la mano extendida y dejó que los ojos paseasen por el vestido color
rosa.
—No me has respondido sobre el paseo. Parece que te has divertido con
Kingsman.
Hizo un movimiento en dirección a la ventana, donde había visto con claridad
el beso de despedida de ambos. Bien, pensó Emily con placer perverso, que él
piense lo que quiera.
—Hemos tenido un día maravilloso —dijo.
Austin asintió.
—Bien, solo quería asegurarme que recibías la carta. Necesito volver al “Dama
de Oro”.
—Pensé que ya no abríais los domingos —comentó Emily refiriéndose a un
anuncio que había leído recientemente.
—Es necesario algo más que una decisión del ayuntamiento para cerrar El
“Dama de Oro”. Especialmente cuando los madereros están en la ciudad —la
sonrisa acostumbrada volvió a los labios de Austin.
—Tienes que aceptar la realidad, Austin. La civilización está llegando a Seattle,
independientemente del deseo de los propietarios de establecimientos en Skid
Road.
Austin cogió el sombrero y se curvó en una reverencia burlona.
—Ha sido un placer, Srta. Kendall. Puede ser que me invites a un té un día de
estos.
Se puso el sombrero y salió dejando a Emily que lo observaba con el ceño
fruncido. Dio la vuelta a la mesa, admitiendo que conseguía enfurecerla. Parte de
su entusiasmo había desaparecido y no sentía el menor deseo de trabajar. Al final
había sido un día grandes cosas. Una petición de matrimonio, la carta de San
Francisco y un encuentro frustrante con Austin Matthews. Se reclinó en la silla y
decidió dejar la primera y la última cosa de lado para concentrarse en la
representación inminente. Tendría tiempo de sobra para lidiar con los hombres de
su vida.

***

Ida Mae se había vuelto más y más medrosa. Todas las noches pedía a Emily
que la acompañase hasta su habitación y esperase ante la puerta hasta oír el ruido
de la llave girando en la cerradura. Ni siquiera el entusiasmo de Emily con relación
a la representación de Twain la animaba. Parecía haber perdido el interés en
transformar el teatro en un éxito. Quería solamente continuar con sus clases y
planear su boda con Eldo. Las dos volvían de la casa de Cynthia Stoddard, que la
semana anterior se había casado con John Smith, criador de caballos.
—No me importa lo que dicen. Sigo pensando que es maravilloso que
Parmelia ya esté embarazada —decía Ida Mae.
—Solo la viuda Bartlett creyó que había pasado demasiado deprisa —
respondió Emily distraída.
Tenía la cabeza ocupada por demasiadas copas y el cotilleo acostumbrado no
le había despertado interés. Sin embargo se le ocurrió que debería sentirse
contenta por no estar ella misma embarazada. Ya había tenido la confirmación y
se había sentido aliviada. Se sintió feliz por Parmelia, pero se estremeció al
imaginar la reacción que tal noticia causaría si se tratase de ella. Soltera.
Ciertamente sería el mayor escándalo de la ciudad. Había sido una loca al dejarse
llevar por Austin de aquella manera y se juró que aquello jamás volvería a pasar.
—Emily ¡Te estoy hablando! ¿En qué piensas?
—Disculpa Ida. ¿Qué decías?
—He preguntado si crees que Dexter sería tu pareja en mi boda en caso de
que el Sr. Briggs continúe disculpándose.
—No lo sé —pensar en cualquier boda hacía que la cabeza de Emily doliese.
—Se lo preguntaré.
Caminaron en silencio varios minutos tomando un atajo hasta la puerta de
atrás del teatro.
—Emily, ¿No estás cansada de vivir aquí? —preguntó Ida Mae.
—¿Qué quieres decir?
—No tenemos dónde preparar nuestras comidas, y las habitaciones no son
bonitas.
—Me gusta esto como es —respondió Emily abriendo la puerta. —Es
conveniente vivir cerca de la oficina y poder trabajar siempre que tengo ganas. Y
para ti también, que siempre estás disponible para tus clases de piano —Ida Mae
asintió y siguió a su amiga adentro. —Además —continuó Emily, —es gratis, lo que
es muy importante para las dos en este momento.
Encendió la luz y miró alrededor, con los ojos puestos en la puerta de la
oficina. Tras ella, Ida Mae soltó un grito horrorizado. Un puñal de caza, con mango
de oso tallado y hoja sucia de sangre había sido clavada en la puerta con un
pedazo de papel con un mensaje: “Jezabeles, volved al este, dónde está su lugar”
Ida Mae empezó a llorar bajito. Emily abrió la puerta de la oficina y miró que se
encontrase vacío. Examinó cada habitación, camerino o escenario, el teatro entero
y vio que no había nadie allí. Al menos, nadie que pudiese ver. Volvió junto a Ida
Mae.
—No hay señal de intruso ninguno —dijo.
—Creo que no puedo aguantar más esto, Emily —murmuró su amiga con voz
trémula. —Fantasma o no, alguien está haciendo esto.
Emily arrancó la daga de la puerta, dejando caer el papel al suelo.
—Al menos esta vez es posible que tengamos alguna pista —dijo examinado
el arma.
—¿Cómo puedes estar tan calmada? —Inquirió Ida Mae irritada. —¿Y si esa
daga hubiese sido clavada en una de nosotras?
Emily sacudió la cabeza.
—Tenemos que descubrir quien está haciendo esto.
—Creo que debemos hacer las maletas ahora mismo y volver al hotel.
—Huir no resolverá nada. Hasta ahora esa persona no ha aparecido cuando
estamos aquí.
—Hasta ahora, ¿Y cuándo te siguió cuando cabalgabas?
—Aquello no fue algo definido —Emily blandió la daga, —pero esto está bien
definido. Voy a hablar con el sheriff y descubrir si hay un medio para encontrar al
propietario de esta arma.
—¿Y sobre nuestra mudanza?
Emily suspiró.
—Ida, no voy a dejar que un fantasma, o un hombre de carne y hueso me
haga abandonar mi teatro. Si quieres mudarte, hazlo.
—¿Y dejarte aquí sola?
—Si, si insistes en marchar —se encogió de hombros.
—Jamás sería capaz de hacer eso —Ida Mae se secó las lágrimas.
—Bien. Entonces nos quedaremos aquí y descubriremos quién hace estas
cosas y pondremos fin a esta historia de una vez por todas. Me gustaría saber si
los leñadores de Piny Ridge volvieron a la ciudad.
—¿Por qué?
—Missouri Ike debe de estar entre ellos.
—¿Y crees que es el hombre que buscamos? Sé que es un tanto extraño, pero
¿Qué motivo tendría para hacer algo como esto?
—¿Quién tendría un buen motivo? No estoy diciendo que sea él, pero
debemos considerar todas las posibilidades —concluyó Emily atravesando la
puerta de salida.
—No me vas a dejar aquí sola —protestó Ida Mae —Voy contigo hasta donde
el sheriff.
—Entonces vente. Tenemos que resolver esto de una vez.
Poco después de calmar a Ida Mae y convencerla de dormirse, Emily
descubrió que no sentía nada de sueño. El gerente del teatro de San Francisco le
había enviado una serie de artículos escritos por Mark Twain y ella había
permanecido despierta hasta tarde, leyendo los brillantes ensayos. Ellos habían
conseguido apartar de su mente el último incidente perturbador. El sheriff Cutler
no había ayudado mucho. No había reconocido la rara daga y dijo que aunque
algunos leñadores habían pasado por la ciudad, no había señal de Ike. Ni se
mostró interesado por la teoría, diciendo “Ike es un poco extraño, pero no le hace
daño a nadie” Finalmente, el sheriff parecía resentirse del hecho de que la llegada
de las novias de Nueva Inglaterra había dado mayor énfasis a la importancia de la
ley y el orden para la comunidad. Lo que significaba que tendría que trabajar, al
contrario de lo que había hecho hasta entonces. No se mostraba ansioso de
ayudar a Emily e Ida Mae a descubrir quien estaba haciendo aquellas “bromas”
como decidió llamar a los incidentes. Ida Mae había intentado, una vez más, de
convencer a Emily de mudarse al hotel.
Como Emily se había mantenido firme en su decisión, la otra se limitó a
acompañarla, como había hecho desde el inicio de su amistad. Emily terminó la
lectura de un artículo sobre como curar resfriados. Tal vez debiese entregarlo a Ida
Mae por la mañana, pensó divertida, aunque el consejo de Mark Twain para que
se tomase un litro de whisky cada veinticuatro horas, ya que dos personas le
habían recomendasen que tomase medio litro, y dos medios litros formasen un
litro, pareciese más una broma que algo práctico. Colocó el papel sobre la mesa de
noche, al lado de la daga de mango de oso. El sheriff no había visto la necesidad
de quedarse con el arma puesto que “no había sido usada en ningún crimen”. En
Lowell, clavar una daga en la puerta de algo sería definitivamente considerado un
crimen, murmuró Emily para sí mismas. Entonces se repitió por centésima vez que
no estaba en Lowell. Apagó la lámpara y acomodó las almohadas. Tal vez ahora
pudiese dormir y soñar con el teatro repleto, el patio de butacas en penumbra
riendo a carcajadas mientras el Sr. Twain contaba sus historias increíbles... En vez
de soñar con dagas talladas con la forma de un oso. Entonces se adormeció.
No fue exactamente un sonido lo que hizo que se despertase, sino la fuerte
sensación de una presencia. Pasó del sueño profundo a la inmediata consciencia,
sintiendo un escalofrío en la nuca y la garganta seca. No se movió. Permaneció
acostada, inmóvil en la oscuridad, aguzando los oídos. Después de algunos
minutos sus sospechas se confirmaron. Oyó un sonido de pasos suaves en el
corredor. Había alguien allí y no era un fantasma. Lentamente, intentando no
hacer ruido, salió de la cama, cogió la daga y se aproximó a la puerta. Sintiendo
como se le disparaba el corazón, pensó que debería estarse escondiendo en vez de
saliendo al encuentro del intruso. Sin embargo estaba cansada de tener miedo. Si
el hombre que la había estado siguiendo y amenazando se encontraba en aquel
corredor, finalmente descubriría su identidad. Giró el pomo lentamente. Así que
oyó el clic abrió la puerta. Allí fuera la gran figura negra se giró hacia ella. Emily dio
un paso atrás y soltó un grito ahogado.
Capítulo 12
—¡Maldición! —sonó una voz baja y estrangulada.
—¡Austin!
A la luz de la luna que entraba por la ventana de la habitación, Emily pudo
distinguir la camisa blanca y las facciones retorcidas de dolor.
—¿Con qué me has dado? —preguntó indignado.
Emily miró la daga en su mano y se estremeció. No recordaba haberla usado,
pero Austin agarraba el brazo izquierdo como si tuviese dolor. Volvió dentro de la
habitación donde la luz de la luna era más intensa.
—Entra aquí —dijo aún aturdida.
Austin la siguió y cerró la puerta. Extendió el brazo, pero mantuvo una
posición extraña. Segundo después se aproximó a la lámpara y la encendió. La
habitación se inundó de luz. Emily enfocó la mirada en el brazo de Austin. En la
manga del traje gris, una mancha roja crecía.
—No… me di cuenta —tartamudeó, y dejó caer la daga, —no recuerdo
haberte herido.
—Tengo suerte de que no tengas mejor puntería —dijo Austin riendo, antes
de sentarse en su cama y examinar la manga del traje.
—¿Cómo puedes reír? Podría haberte herido de verdad. Y si…
—¿Si me hubieses matado? —inquirió examinándose el brazo. La hoja había
rasgado el tejido del traje y la camisa y le había provocado un corte que sangraba
mucho, pero no le pareció profundo. —Sería un escándalo: “Conocido dueño de
burdel asesinado en el teatro en un crimen pasional”.
—No entiendo cómo puedes bromear —a medida que el pánico cedía, la ira
tomaba su lugar. —¿Qué diablos estás haciendo en el pasillo a esta hora?
Austin no respondió. La sangre salpicaba sus pantalones. Empezó a
desabotonar su camisa con la mano derecha.
—Vas a tener que hacerme una cura o ensuciaré el suelo de tu habitación.
La ira de Emily se deshizo en el momento en que se dio cuenta de que Austin
estaba herido. Y que había sido su culpa.
—Déjame ver el corte.
Se sentó en la cama a su lado. El corte tenía unos diez centímetros de largo.
—¿Te importa ayudarme con la camisa? —preguntó Austin impaciente.
Emily empezó a desabotonarle la camisa, ignorando la sensación provocado
por el contacto de sus dedos en el fuerte pecho. Un minuto después, Austin
estaba desnudo de cintura para arriba. Ella se paró, dándose cuenta de que lo
desvestía sentada en su propia cama, vistiendo solamente una fina camisola de
algodón. Levantó los ojos y se encontró con la esperada sonrisa.
—Puedes ocuparte del resto solo —dijo en tono rudo.
Aunque estuviese acostumbrada a la manera viril en que aquellos músculos
llenaban las ropas bien cortadas, Emily no era inmune a la visión de ellos
desnudos. Había olvidado los hombros anchos, el estómago firme… Austin la
observaba divertido.
—Cuando te canses de mirar, ¿Podrías buscar un lienzo o cualquier otra cosa
que pueda servir de venda? —preguntó en tono suave.
Emily se levantó ruborizada y buscó en los cajones hasta encontrar un lienzo
limpio.
—¿No crees que sería mejor consultar a un médico?
—Es mejor así. Ahora, por favor, coloca el lienzo en torno al corte —pidió
Austin extendiendo el brazo.
Ella volvió a sentarse en la cama y se puso a vendar el brazo herido.
—Aun no me dijiste que estás haciendo aquí.
—El sheriff Cutler estuvo en el “Dama de Oro” y me contó lo que pasó hoy
aquí.
—Él no demostró el menor interés en resolver el misterio.
—Parece que ha cambiado de idea.
El rostro de Austin se encontraba muy próximo al de Emily, los ojos casi
negros la miraban. Entonces se mostró contrariado.
—Pensé que había dejado claro que me avisarías si algo pasase aquí.
—Iba a avisarte —dijo Emily y, cuando lo vio levantar las cejas con
escepticismo se defendió —Mira, he tenido ya demasiados problemas con Ida
Mae esta noche. No pensé que necesitase protección. Planeaba enviarte un
mensaje por la mañana.
—Lo que no sería de gran ayuda si algo pasase esta noche.
—Creí que nuestro fantasma había llenado su cuota de “bromas” por hoy.
—Entonces explícame el hecho de que la puerta de atrás esté abierta.
—¿La puerta estaba abierta?
Austin asintió.
—Fue por eso que entre. Ya había cerrado el “Dama de Oro” y decidí dar una
vuelta por aquí para ver si todo estaba bien antes de ir a dormir. Cuando llegué la
puerta estaba totalmente abierta.
Un escalofrío recorrió la espalda de Emily.
—Ah… —murmuró sin fuerzas.
El rostro de Austin mostraba preocupación.
—La verdad, creo mejor dar una mirada al resto del edificio y ver si nuestro
visitante no continúa aquí dentro —se levantó, seguido por Emily.
—¿Y qué pasa con tu brazo? —preguntó ella.
Austin se encogió de hombros.
—Quédate aquí —ordenó forzándola a sentarse en la cama. —Voy a
inspeccionar el teatro y estaré de vuelta en un minuto.
Emily permaneció inmóvil. Era atemorizante pensar que el malhechor había
estado dentro del edificio mientras ella e Ida Mae dormían. Y el hecho de haber
acuchillado a alguien le provocaba una sensación horrible. Por más que detestase
admitirlo, Ida Mae tenía razón. Deberían haberse mudado al hotel hasta que el
misterio fuese resuelto. Pensó en despertar a su amiga. Incluso con todo aquel
movimiento, Ida Mae no había despertado. Al final, además de dormir como una
piedra, roncaba como un oso. La puerta se abrió y Emily se sobresaltó. Era Austin.
—Está todo bien allí fuera, excepto el ronquido de tu amiga. ¿Cómo
conseguías dormir en la misma habitación que ella?
Emily sonrió.
—Tengo el sueño pesado. Gracias por haber venido.
La voz sonó temblorosa, lo que golpeó el pecho de Austín como un puñetazo.
Emily parecía pequeña y vulnerable, sentada en el borde de la inmensa cama,
vistiendo solamente una camisola sencilla y desprovista de adornos. Tuvo el deseo
de abrazarla y no había nada sexual en su deseo. Se aproximó a la cama
lentamente y se sentó a su lado. Extendió la mano y apartó los cabellos de su
hombro.
—¿Estás bien? —preguntó con voz embrujadora.
Emily rió como un niño travieso.
—Pero fuiste tú quién acabó con un cuchillada —dijo con remordimiento.
—Pero fuiste tú quien encontró un cuchillo clavado en tu puerta con un
mensaje amenazador, un animal muerto…
Ella se estremeció.
—Fui una loca al pensar que esto acabaría pronto. He decidido que Ida Mae y
yo nos mudaremos al hotel mañana.
Austin asintió con aprobación.
—Esta noche sería mejor.
Emily suspiró profundamente.
—Detesto despertar a Ida Mae. Además, creo que estaremos seguras el resto
de la noche. ¿Cuánto tiempo será eso?
—Unas tres horas.
—No va a tardar en amanecer. Estaremos bien.
—Creo que me voy a quedar cerca para estar seguro —dijo Austin con
firmeza.
—¿Pretendes quedarte aquí? —Emily pasó su mirada por el minúsculo cuarto.
Austin sonrió.
—Eso sería lo mejor.
—No puedes quedarte aquí —replicó ella.
—¿Por qué no?
—Bien… —Emily no sabía que decir. Aquella noche cuando volvía con Ida Mae
se había dado cuenta de lo loca que había sido al envolverse con un hombre que
no escondía su aversión al matrimonio. Ahora, el mismo hombre se encontraba
sentado en su cama, con su muslo rozando el de ella, el brazo desnudo
calentándole la piel a través de la camisola fina. Decidió intentarlo de nuevo. —
Como ya dije antes, Austin, estoy muy agradecida de que hayas venido. Detestaría
pensar que… Bien, de cualquier manera gracias. Pero, como tú mismo has dejado
bien claro, somos socios y nada más. Y los socios no pasan la noche juntos.
—¿No? —Austin levantó las cejas.
Emily se ruborizó al pensar en su otra socia, Flo McNeil.
—Bien, no deberían —se corrigió.
Él rió, provocándola.
—Creo que se puede hacer una excepción cuando la socia corre peligro —
explicó. —Piensa en mí como tu guardaespaldas.
Estaban lo suficientemente cerca para que Emily notase el brillo en sus ojos,
revelando que pretendía guardar algo más que su espalda.
—¿Dónde vas a dormir? —preguntó en un susurro.
—¿Dónde quieres que duerma? —preguntó él a su vez con voz ronca.
Aunque Austin no hubiese movido un músculo, algo había cambiado en él,
provocando también un cambio en ella. El pecho musculoso se levantaba y bajaba
con mayor intensidad. De súbito, Emily fue consciente de que los pezones rozaban
el tejido fino de la camisola. Sintió una llama encenderse en las profundidades de
su cuerpo.
Como ella no respondía, Austin cerró los ojos intentando bloquear la visión
del rostro perfecto, intentando esquivarse del poder hipnótico de los grandes ojos
verdes. Respiró profundamente. No había ido hasta allí para hacer el amor con
Emily. Ni siquiera había planeado verla. Y después del desastroso final de su noche
juntos, había decidió mantenerse lejos de ella en el futuro. Incluso habiendo
compartido momentos de profunda pasión en la cabaña de la montaña necesitaba
tener en mente que Emily no era una de las chicas del burdel. No podía hacer el
amor por el simple placer que le ofrecía. Una relación con ella significaba
compromiso, familia… conceptos contra los cuales había luchado durante años.
Sintió el toque suave de la mano de ella en su brazo. Aunque los dedos estuviesen
fríos, provocaron en Austin una sensación de fuego en la piel.
—Solo hay una cama en esta habitación.
Ella habló en un tono tan suave que Austin se preguntó si la frase no había
sido producto de su imaginación, estimulada por el deseo. Pero, entonces, abrió
los ojos y descubrió que lo miraba con aquel aire inconfundible.
—Emily… —murmuró tocándole los brazos y acercándola a su pecho.
Los labios de ella se encontraron con los suyos con toda la pasión que
recordaba. En el mismo instante se excitó. Emily se pegó a su cuerpo. Austin
deslizó las manos por todas y cada una de sus curvas, como si estuviese
conociéndola íntimamente por primera vez. Un fuerte sentimiento de posesión se
apoderó de él. Quería a Emily toda para él, su cuerpo perfecto, su espíritu, su
alma. La acostó en el centro de la cama y la observó por un largo momento con
ojos hambrientos. Entonces le sacó la camisola. Estaba desnuda y era suya. Emily
no era capaz de pensar en nada. Esta vez no tenía la disculpa de un golpe en la
cabeza. Simplemente se vio sumergida en los nuevos sentimientos y sensaciones
que le impedían recordar conceptos como lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Desde el momento en que había ayudado a Austin a sacarse la camisa, había
deseado entregarse a él. A pesar del brazo herido, del miedo y la rabia que había
sentido por el intruso, a pesar de su sentido común… lo quería. Sin desviar los ojos
de ella, Austin se desvistió. Entonces miró a la ventana, cuya cortina de encaje
ofrecía poca privacidad. Disminuyó la luz de la lámpara al mínimo y atrancó la
puerta.
—No habrá fantasma alguno en esta habitación esta noche —murmuró con
suavidad.
Emily se acomodó en las almohadas, esperando con ansiedad la aproximación
de Austin. Pero él no se acostó con ella de inmediato. Se arrodilló al lado de la
cama y se puso a acariciarla con la mano suave y los labios incandescentes, desde
la planta de los pies hasta el triángulo mágico en la unión de sus muslos,
llevándola a gemir y arquear el cuerpo en una mezcla de placer y deseo casi
doloroso. Solo entonces se unió a ella y la abrazó de manera que sus cuerpos se
uniesen en toda su extensión.
—Me has hechizado —susurró en su oído.
Por unos minutos se dejaron llevar por la magia de los sentimientos y
sensaciones, la piel sedosa se encontró con la áspera, las curvas suaves se
amoldaban a los músculos duros, labios hábiles tocaban la boca inocente, pasión
experimentada contra sensualidad nata. Ninguno de los dos sabría decir el
momento exacto en que sus cuerpos se unieron. La intensidad de la pasión fue
creciendo, creciendo, hasta que ambos explotaron en un clímax jamás antes
imaginado por ninguno de los dos. Emily se sumergió en la oscuridad para
después, lentamente, volver a la realidad lentamente. Se sintió llena de placer,
envuelta en un letargo delicioso. La cabeza de Austin se posaba, pesada, en su
pecho. Sus cuerpos continuaban unidos, como si jamás pudiesen existir de otra
manera.
—Nunca jamás volveré a decir que las chicas de Nueva Inglaterra son
puritanas —la provocó Austin.
Emily suspiró feliz.
—Somos puritanas solo en la superficie. En el fondo hay una hoguera
insaciable.
—Doy fe de ello.
Sin despegar sus cuerpos, se acostaron de lado.
—¿Hacer el amor es siempre tan intenso? —preguntó Emily.
Austin reflexionó un instante. Una vez más, pensó que tenía más experiencia
en la práctica de este arte que en discutirlo.
—Bien… el final… es generalmente intenso, pero el efecto general puede ser
bastante diferente. No recuerdo haber experimentado jamás nada que se
aproxime siquiera a lo que compartimos.
Emily permaneció en silencio. Sabía que Austin había estado con muchas
mujeres, pero sus palabras sonaban sinceras. Y su propio corazón hacía eco de su
verdad. No era difícil creer que la pasión que compartían fuese rara. Por otro
lados, si las otras dos veces en que habían hecho el amor habían sido igual de
extraordinarias para él, ¿Cómo podía marcharse sin siquiera mencionar su futuro?
—No había planeado estar contigo de nuevo —dijo Austin en tono sombrío.
Emily se tensó. Allí estaba él, batiéndose en retirada de nuevo. El éxtasis de la
pasión mal se había disipado y Austin ya buscaba una distancia.
—No recuerdo haberte invitado —se defendió ella.
Austin sintió la tensión del cuerpo de Emily. Un minuto antes ella estaba en
sus brazos, satisfecha, apasionada. Y todo lo que él deseaba era estar de nuevo
dentro de ella, entregándose a aquella pasión por el resto de la noche. Pero sabía
que era un error estar allí. Tendría que lastimarla de nuevo como había hecho en
la cabaña de la montaña. Había decido no permitir que aquello volviese a pasar y,
sin embargo allí estaba él, desnudo y apasionado, en la cama de Emily. Con
movimientos delicados, Austin dejó de abrazarla y se sentó en la cama respirando
profundamente. Bajó los ojos, y a la débil luz de la lámpara pudo divisar los
cabellos color miel esparcidos en las almohadas, los labios hinchados y rojos, los
ojos brillando con la leve somnolencia sensual resultante del deseo satisfecho. Al
mismo tiempo, aquellos ojos presentaban la dura punzada del dolor.
—Creo que es mejor que de otra mirada por el edificio —dijo él en un sin
sentido.
Emily no hizo ningún movimiento para impedir que él continuase mirándola.
Su cuerpo aún estaba caliente de pasión, pero su corazón se volvía más y más frío.
—¿Es este el momento en que acostumbras a decir “gracias señorita” y
montas en tu caballo? —preguntó con amargura.
Austin cogió los pantalones.
—Emily… yo… —un nudo en la garganta lo impidió continuar. Nunca antes
había tenido tantos sentimientos en conflicto: una combinación de posesión y
frustración, de protección y deseo. Se levantó y se vistió aprisa, —…volveré en un
instante —la informó mientras desaparecía en la oscuridad del corredor.
Incrédula, Emily oyó como se apartaban los pasos. Esta vez había sido peor
que en la cabaña, cuando él al menos la había abrazado durante el sueño y había
intentado tratarla con ternura y gentileza. La indignación acabó con lo que le
quedaba de letargo. Saltó de la cama y fue al armario, de dónde sacó su peor
vestido, un delantal gris que había sido de su madre, demasiado grande, que la
hacía parecer una vieja solterona. En este momento eso era exactamente en lo
que quería convertirse. Decidida a no recibir de nuevo a Austin en camisola ni
permitir que él volviese a poner los pies en su habitación nuevamente se vistió y
salió a su encuentro. Lo encontró en el teatro. Había encendido una lámpara y
examinaba cada hilera de sillones. Aunque se hubiese vestido deprisa estaba
perfectamente arreglado, con su elegancia habitual. Emily se sintió horrible, con
sus cabellos despeinados y el vestido gris bailando en torno a su cuerpo como un
saco de patatas.
—No hay ninguna señal de intrusos —informó Austin en voz alta.
—Bien, me ocuparé de todo a partir de aquí. Puedes irte —dijo ella con voz
helada.
Austin se sobresaltó. Sabía que estaba enfadada y que tenía buenos motivos
para estarlo. No se había imaginado que se sentiría tan miserable.
—Me quedaré hasta el amanecer —contestó intentando mantener la voz
controlada.
Emily se aproximó.
—Te lo agradezco, pero no será necesario —dijo. Él suspiró.
—Me quedaré aquí, en el teatro. No te incomodaré.
Ella sacudió la cabeza con vehemencia
—No. No voy a volver a dormir. Por lo tanto yo misma me quedaré aquí por si
surge cualquier problema.
—Si ese loco aparece por aquí, no quiero que lo enfrentes.
—Sé cuidarme —insistió ella.
—Emily… —empezó Austin con irritación, pero fue interrumpido.
—Sr. Matthews, sé que eres mi socio en este negocio, pero la gerente soy yo.
Si hubiese algún problema sabré lo que hacer. Ahora, me gustaría que te retirases.
No estamos abiertos al público, por el momento.
Austin sintió desvanecer la frustración. Emily estaba maravillosa con su
postura rígida y orgullosa, dando órdenes como una emperatriz, con los cabellos
en todo su esplendor. El vestido horroroso que usaba, una tentativa obvia de
esconder la sensualidad de aquel cuerpo soberbio, no cumplía bien su papel.
Austin, ahora, lo conocía demasiado bien. Podría cerrar los ojos y recordar cada
curva. Tal conocimiento había sido un regalo precioso que Emily le había dado y él
no tenía nada para darle a ella a cambio.
—Está bien, me iré ahora. Pero si oyes algo extraño, despierta a Ida Mae y
vete de aquí —Emily asintió. Aunque mantuviese la cabeza levantada, como si
tuviese total control de la situación, la verdad es que se sentía tan miserable, que
no se atrevía a hablar. Lo observó recorrer el corredor en dirección a la salida. Al
llegar a la puerta, Austin se giró para mirarla. —Adiós Emily —se despidió en voz
baja.

***

Austin tomó el camino más largo, dando la vuelta por el molino. Había
descartado la idea de intentar dormir. El cielo comenzaba a clarear lentamente y
las criaturas que habitaban el lago despertaban aprisa: insectos, sapos, peces. Tal
demostración de la naturaleza debería haberlo ayudado a colocar su vida en
prospectiva. Sin embargo, en aquel momento, cualquier actividad solo servía para
aumentarle el dolor de cabeza. Cuando entró en el burdel, se sorprendió al ver a
Flo sentada en un banco detrás del mostrador. Ella nunca estaba despierta por la
mañana. Acostumbraba a decir que aquel había sido uno de los motivos por los
cuales había escogido su profesión, pues jamás tenía que ver a nadie antes del
final de la tarde.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Austin.
—¿Dónde has estado? —inquirió Flo al mismo tiempo.
Él atravesó el salón y se sentó ante ella encendiendo un cigarro.
—¿Ha pasado algo malo? —insistió con voz cansada.
—Sí. Jasper —respondió ella con una mueca.
—¿Qué es lo que ha hecho? —Austin estaba sorprendido, pues jamás había
esperado que Jasper se comportase mal, especialmente con Flo, porque él la
veneraba desde que había empezado a trabajar allí, un año antes.
—Me ha pedido matrimonio.
—¿Matrimonio? —Austin contuvo una risotada.
—Sí —dijo Flo indignada. —Tú también lo ves absurdo, como cualquier
persona normal. Una idea tan ridícula solo podría estar en la cabeza de un loco
como Jasper.
Austin se puso serio.
—No es una idea ridícula, Flo. Es algo romántico.
—Romántico el… ¡Olvídalo!
Él sonrió, ya estaba acostumbrado al lenguaje de Flo.
—Creo que está enamorado de ti, Flo.
—Bien. Él también me gusta mucho. Es por eso que me acuesto con él.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Lo sabes muy bien. Las personas como nosotros no se casan.
Austin se quedó en silencio. ¿No acababa de herir a una de las mujeres más
extraordinarias que había conocido por la misma razón?
—¿No es verdad? —inquirió Flo con voz insegura.
—Creo que no puedo ofrecerte una respuesta objetiva en este momento
querida. Yo mismo estoy confuso.
—Es la rubia de Nueva Inglaterra, ¿No es cierto?
Él asintió.
—Es allí donde he pasado las últimas horas. Han entrado en el teatro ayer.
Decidí ver si estaba todo bien después de que cerramos.
—Y has acabado haciendo algo más que eso —concluyó Flo con sabiduría. —
Te avisé que lo mejor era no tener nada que ver con ella.
—Creo que tenías razón.
—¡Claro que tenía razón!
—Pero tu historia con Jasper es diferente. No veo nada malo en que os caséis.
Con expresión triste, Flo se puso en pie.
—Muchos pájaros han ocupado ya este nido. No estaría bien permitir que uno
se creyese con el derecho de ser un residente a tiempo completo.
Austin extendió la mano sobre el mostrador y le acarició la cara.
—Piénsalo bien, Flo. Jasper es un buen hombre.
Por primera vez desde que Austin la conocía, los ojos de Flo se llenaron de
lágrimas.
—El matrimonio no ha sido hecho para personas como nosotros, Austin —
murmuró ella con amargura.
Entonces se giró aprisa y desapareció.

***

Por la puerta de atrás, que estaba abierta, Emily vio la luz del nuevo día
clarear el corredor. Ya podía despertar a Ida Mae. Si se iban a mudar al hotel,
tenían mucho que hacer. Sin embargo continuó sentada en la silla de su oficina,
sintiéndose cansada. No había dormido casi nada. Pero, peor que el cansancio, era
la infelicidad que drenaba lo que le quedaba de energía. Todas las resoluciones
con relación a Austin habían sido en vano. Lo había dejado seducirla de nuevo con
sus palabras tiernas y su cuerpo experimentado. Entonces se había vuelto a
quedar arrasada cuando él, una vez más, había dejado clara que su devoción tenía
límites muy bien definidos. Golpeó con los puños cerrados en los brazos de la silla,
deseando poder usarlos con Austin. Recordó cuando ella y Cassie habían pasado
días leyendo el romance de Jane Austin, Orgullo y prejuicio. Habían adorado la
historia, universalmente compartida por las mujeres. Está claro que ninguno de las
dos pretendía actuar de manera tan loca con relación a los hombres. Ahora se
sentía más que loca. Se sentía una perfecta idiota. Después de la noche pasada en
la cabaña, había tenido la seguridad de que sería capaz de mantener sus
sentimientos por Austin bajo control. Era obvio que se había equivocado.
Esta vez, sin embargo, estaba determinada a impedir cualquier tipo de
recaída. Había una única cosa que podía hacer para garantizar que Austin
Matthews nunca más volviese a buscarla, y era lo que pretendía hacer
inmediatamente.
Capítulo 13
Dexter aún no había llegado a la oficina. Aunque Ethan Witherspoon le dijese
que lo esperaba en cualquier momento, Emily decidió buscarlo en el Imperio,
donde él acostumbrado a tomar el desayuno. Tenía el presentimiento de que, si
no llevaba adelante su decisión inmediatamente, acabaría perdiendo el valor. Así
que alcanzó el extremo del lago, vio a Dexter caminando apresurado en su
dirección. Lo cabellos rubios agitados por el viento, el traje claro de verano,
volvían su apariencia aún más impresionante. Formarían una hermosa pareja,
pensó Emily. Entonces se le ocurrió que la figura del novio podría ensombrecer el
brillo de la novia durante la boda.
—Emily, ¿Qué hace por aquí tan temprano?
—Necesito hablar con usted.
—¿A esta hora de la mañana?
Emily exhibió su sonrisa más dulce.
—No quería esperar más para darle la buena noticia. Al menos espero que la
considere una buena noticia.
Dexter frunció el ceño.
—¿Algo relacionado con su maldito teatro?
Emily rehusó el permitirse que la resistencia de él a su proyecto la
desanimase. Resolverían aquellas diferencias como marido y mujer. Ya se había
rendido a ella en el pasado. No sería imposible hacer que viese las cosas desde un
nuevo punto de vista.
—No, no se trata del teatro. He venido a hablar de nosotros.
Aunque las facciones de Dexter se relajaron, se mantuvo cauteloso.
—Sobre nosotros… —repitió.
—Sí. Quiero decirle que acepto su propuesta de matrimonio. Si esta sigue en
pie, quiero decir.
Esa táctica siempre funcionaba. Dexter parecía más que feliz, una vez que ella
se mostraba humilde. Y funcionó. La sonrisa de él fue instantánea y genuina.
—Emily… ¡querida! —la tomó de las manos. —¡Acabas de hacerme el hombre
más feliz de Seattle!
Emily consiguió mantener la sonrisa en los labios, aunque su pecho apareciese
la sensación de que estaba a punto de presenciar un terrible accidente.
—Y yo soy la mujer más feliz —dijo ella de manera automática.
—¿Qué es lo que te hizo recuperar el sentido común?
A ella le hubiese gustado que la pregunta hubiese sido hecha con otras
palabras. Sin embargo, teniendo en cuenta que jamás sería honesta en cuanto a lo
que realmente “había traído el sentido común de vuelta”, intentó responder con
simpatía.
—Pensé mucho, ayer por la noche, y pensé que era la mejor decisión posible.
Tengo la seguridad de que podremos… de que juntos tendremos un maravilloso
futuro.
—Claro que lo tendremos.
Dexter pasó un brazo en torno a la cintura de Emily, libertad que jamás se
había tomado a la luz del día, y los dos se fueron hacia la oficina.
—También… —continuó Emily. —he decidido que el territorio de Washington
no es lugar para una mujer sola.
Dexter se paró y la miró.
—¿Ha pasado algo?¿Alguien te ha importunado?
Ella sacudió la cabeza.
—Solo los incidentes del teatro.
—Es verdad. Estaba horrorizado solo en pensar en ti y en la Srta. Sprangue
solas en aquel lugar. Como te dije, ese no es negocio para mujeres.
Emily cambió de conversación y habló en un tono más suave.
—Bien, ya he decidido que es el momento de seguir el ejemplo de las otras y
tener mi propio marido. Y creo que he escogido al mejor de todos.
Se quedó sorprendida al ver el rostro de Dexter ruborizarse.
—Intentaré hacerte feliz, querida —dijo sin mirarla a los ojos.
El hecho de mostrarse incómodo, lo volvía más humano, lo que alivió a Emily.
Aquel matrimonio tenía sentido. Él era un hombre atractivo, elegante, atento y
con una vida estable. Se repitió a sí misma que había tomado la decisión correcta.
Cuando llegaron a la oficina, vieron a Ethan en su mesa haciendo la contabilidad.
—No tengo conmigo el anillo, para hacer oficial nuestro noviazgo —dijo
Dexter. —Creo que no esperaba una novia tan pronto.
La felicidad de él sonaba casi infantil y a Emily se le ablandó el corazón.
—Puedes darme el anillo después. No lo necesito para ser tu novia oficial.
—¿Puedo contárselo a Ethan?
—Claro, no hay motivo para mantenerlo en secreto. Lo que no es fácil en esta
ciudad.
—Sí. La llegada de las novias realmente aumentó mucho las murmuraciones
por aquí —aceptó Dexter con una carcajada, pareciendo aún más alegre y con
buen humor.
Emily vaciló ante la puerta. Una vez tomada la decisión, no sabía lo que hacer
después.
—Bien… —dijo sonriendo.
—¿Quieres entrar? —la invitó con cortesía.
—Creo que es mejor volver al teatro. Ida Mae aún dormía.
—Necesitamos marcar una fecha, planear la ceremonia… tenemos mucho que
hablar.
—Lo sé, pero tendremos tiempo de sobra ahora que nos hemos decidido.
—Iré a buscarte hoy por la noche para cenar —dijo Dexter con una gran
sonrisa.
—Está bien. Estaré en el hotel.
—¿En el hotel?
—Sí. Ida Mae y yo hemos decidido volver allí.
—¿Por qué?¿Qué ha pasado? —volvió a sonar desconfiado.
—Nada, te lo he dicho. Solo los incidentes.
—Bien, estoy contento de que te vayas del teatro. Y, en breve, no tendrás que
hospedarte en hoteles. Serás la Sra. Kingsman, dueña y señora de nuestra casa.
Emily sonrió insegura
—Cierto. Nos veremos esta noche.
Dexter se inclinó y la besó con suavidad.
—Va a ser difícil que hoy me concentre en el trabajo.
Una vez más, Emily se emocionó por la extraña alegría que demostraba.
—Hasta la noche —se despidió.
Volvió caminando lentamente, repitiéndose que había tomado la decisión
correcta, que ahora podría sacarse a Austin Matthews de la cabeza y concentrarse
en el trabajo y en la tarea de construir un buen matrimonio con Dexter.
—¡Srta. Kendall! —de repente se dio cuenta de que alguien gritaba su
nombre. Miró hacia atrás y vio al sheriff Cutler corriendo en su dirección. Se paró y
esperó por él. —Necesito hablar con usted —dijo.
—¿Algún problema?
—Es la daga.
—¿Qué le pasa a la daga? —preguntó Emily afligida, imaginando que Austin
sería lo bastante canalla para hacer el amor con ella durante la noche y después,
por la mañana, presentar una queja contra ella.
—Creo que voy a necesitarla.
—¿Para qué?
—He decidido ir hasta Piny Ridge Camp.
Ella se sintió aliviada. El sheriff estaba tras su malhechor, no tras ella.
—¿Cree que alguien de allí puede ser el responsable de las amenazas?
Era evidente que ella sospechaba de Missouri Ike.
—No lo sé. Pero llevaré la daga allí y haré algunas preguntas.
La víspera, no se había mostrado interesado en la historia. Ahora parecía
dispuesto a cabalgar casi un día solo por la posibilidad de que alguien reconociese
la daga. Era obvio que Austin había sido capaz de persuadirlo, pero Emily no
protestó. Solo quería que el misterio fuese descubierto.
—Le estaré muy agradecida, sheriff —dijo con sinceridad.
—Bien, señorita. Voy a acompañarla al teatro y recoger la daga ahora mismo.
—Está bien.
Aquel era el día de las grandes decisiones para Emily. Había sacado a Austin
de su vida y decidido casarse. Era posible además que el malhechor fuese
desenmascarado. Volvió al teatro sintiéndose más tranquila.
Emily estaba exhausta. Colocó el último vestido en el armario del hotel y se
estiró. Era bueno que su próxima mudanza fuese a casa de Dexter, pues sería la
última vez en un largo tiempo. Al menos hasta que necesitasen una casa mayor,
cuando la familia creciese. Extrañamente, el pensamiento no la inspiró. Cuando
estaba prometida a Spencer, vivía soñando con tener hijos, especialmente
después de que Cassie y Joseph empezasen a tener a los suyos. Suspiró
profundamente. Su falta de entusiasmo debía ser producto del cansancio.
Necesitaba dormir. La comida con Dexter había sido agradable, excepto por
algunos momentos tensos, cuando había insistido en marcar la boda para después
de la presentación del Sr. Twain.
—Quiero que todo salga perfecto en esta representación —había dicho, —y
quiero que nuestra boda sea perfecta también. Por eso, no creo que tenga sentido
hacer todo a la vez.
Dexter, finalmente, había aceptado y el resto de la comida había sido
perfecta. Cuando Ida Mae y Eldo la invitaron a un paseo, Emily se disculpó,
alegando que aún no había terminado la mudanza. Rezó para conseguir dormir
antes de la vuelta de Ida Mae, pues no estaba dispuesta a aguantar los ronquidos
infernales en aquel cuarto minúsculo. Cuando se iba a desvestir, oyó un golpe en
la puerta. ¿Quién podía ser a aquella hora? Tal vez Homer quisiese preguntarle si
bebía preparar a Strawberry para la mañana siguiente. Fue hasta la puerta y la
abrió un poco. Entonces, casi se cayó para atrás cuando alguien acabó de abrirla
con un gesto rudo.
—¿Qué diablos piensas que estás haciendo? —Austin entró a gritos con los
ojos lanzando chispas.
En el mismo instante, los ojos de Emily empezaron a enfadarse.
—¿Qué es lo que estoy haciendo?¿No sería más apropiado que yo te pregunte
qué estás haciendo aquí?
Austin se pasó la mano por los cabellos.
—Disculpa —dijo sin mucha convicción —¿Te he hecho daño con la puerta?
Emily sacudió la cabeza.
—¿Qué pretendías?¿Vengarte por lo de anoche? —preguntó señalando el
brazo vendado bajo la chaqueta.
Él consiguió ofrecer una media sonrisa.
—No. Solo quería hablar contigo.
Emily lo miró sin saber lo que hacer. Había jurado que nunca más se quedaría
sola con Austin, especialmente en una habitación.
—Bien… ya que estás aquí…
Él señaló el pequeño sofá.
—¿Podemos sentarnos?
Como la única alternativa era la cama, ella asintió.
—Por favor, se breve —pidió —Estoy muy cansada y ya me iba a dormir.
—Bien, yo también estoy cansado —respondió él. —He pasado la mayor parte
de la noche intentando proteger a dos mujeres locas a las que persigue algún loco.
—No hemos pedido tu protección —contestó Emily sentándose en el sofá.
Austin la miró furioso mientras se sentaba.
—No. Y tampoco me pediste que persuadiese a aquel cretino de Cutler que
cambiase de actitud. Pero, por lo que sé, no te negaste a entregarle la daga.
Emily bajó los ojos a las manos.
—Tienes razón. Te estoy agradecida por eso, y por habernos protegido ayer
por la noche —levantó los ojos y lo miró, —pero es por lo único que te estoy
agradecida en lo que se refiere a la pasada noche.
Austin frunció el ceño.
—¿Y vamos a olvidar el resto?
—Parece que eso es lo que siempre quisiste —respondió Emily sin intentar
disfrazar su amargura.
Esta vez, fue Austin quien bajó los ojos y habló en tono más suave.
—Emily, creo que debemos hablar sobre esto.
—Creo que se te da mejor la práctica que el hablar.
Él se mordió el labio.
—Nunca me he visto en una situación como esta.
—Es difícil de creer, tratándose el experimentado propietario del “Dama de
Oro”.
—No me estoy refiriendo al sexo. Hablo de todo lo que compartimos. De
alguna manera, la situación es más complicada que ninguna otra.
Los ojos castaños exhibían auténtica confusión y, por un momento, Emily
sintió pena de él. Entonces recordó el sentimiento de traición y pena que había
sentido cuando la había dejado fríamente horas antes. Su corazón volvió a
endurecerse.
—Siento mucho ser una “complicación” tan grande, Sr. Matthews, pero no
necesitas preocuparte más por el asunto. Estoy prometida.
—Es por eso por lo que estoy aquí. ¿Cómo puedes salir de una noche como la
que tuvimos y aceptar la propuesta de matrimonio de Dexter Kingsman?
Emily se hundió en el sofá. Creía estar ansiosa por aquel momento, para
vengarse de Austin contándole sobre su noviazgo y decirle adiós para siempre. Sin
embargo, no se sentía mejor, ni triunfante. Solo sentía un profundo cansancio.
—Me pareció que era lo mejor que podía hacer —dijo en bajo. —Dexter es un
buen hombre y será un excelente marido. Además, tú has dejado bien claro que
no asumirás jamás ese papel.
—No puedes casarte con un hombre al que no amas, solo porque he actuado
como un canalla —Austin suspiró profundamente.
—¿Cómo sabes que no amo a Dexter?
—No eres el tipo de mujer capaz de hacer el amor con un hombre estando
enamorada de otro —Emily no dijo nada. —La verdad —continuó él, —no creo
que seas el tipo de mujer que haga el amor con nadie a menos que lo ames.
Ella levantó los ojos llenos de lágrimas mientras una sonrisa amarga le
curvaba los labios.
—No sabes el tipo de mujer que soy, Austin. Tal vez sea como tú. Mi
matrimonio con Dexter es un buen negocio. Fuiste tú el que dijo que eso era lo
mejor para decidir un matrimonio.
La rabia de Austin se disolvió ante las lágrimas de Emily.
—Si el problema es el dinero, Emily… Todo lo que necesites…
Ella respiró profundamente, determinada a no llorar.
—No, gracias, no necesito dinero o cualquier otra cosa que venga de ti. Ahora
me gustaría que te fueses. Creo que no está bien que una mujer comprometida
reciba a un hombre en su habitación.
Se levantó y cruzó los brazos esperando que él la obedeciese. Austin se
levantó lentamente.
—No hagas eso, Emily. Un día vas a encontrar un hombre al que ames de
verdad. No necesitas casarte con Dexter solo porque estás enojada conmigo.
Emily se sintió invadida por la furia.
—No seas presuntuoso, Austin. Me voy a casar con el mejor partido de
Seattle. Y mi decisión no tiene nada que ver contigo.
—¿No hay nada más que pueda decir? —preguntó Austin con voz de derrota.
—Puedes decir buenas noches.
Él la miró por un largo momento y entonces habló.
—Mi oferta sigue en pie. Si necesitas alguna cosa, cualquier cosa, manda
avisarme.
—No cuentes con eso.
Austin sonrió con tristeza y se fue. Emily se desnudó, apagó las lámparas y se
acostó en la suave cama. Sin embargo, a pesar de todo el cansancio, había perdido
el deseo de dormir.

***

—Él está ahí de nuevo Emily —informó Ida Mae. —Te dije que no desistiría
fácilmente.
Emily suspiró y continuó caminando en dirección al teatro. Desde que ella e
Ida Mae había vuelto al hotel, todas las mañanas eran iguales. Cuando llegaban al
teatro, allí estaba Austin. La primera vez, Emily se había indignado. Después de la
confrontación en el hotel, la noche anterior, se había dicho a si mismo que no
quería verlo de nuevo. Pero él había ignorado sus palabras, curvándose para
saludarlas.
—Buen día señoritas. O mejor, buenos días socias. Lindo día, ¿No es cierto?
Entonces, aguardaba pacientemente a que Emily abriese la puerta doble.
Después de verla entrar había hecho lo mismo y había procedido a una inspección
detallada de cada centímetro del teatro y demás aposentos. Después, tocando su
sombrero en un gesto caballeresco, se había limitado a decir:
—Las veo más tarde.
Y las había visto más tarde, dos o tres veces todos los días. Y actuaba como un
verdadero caballero, dirigiéndose siempre a las dos de la misma manera. En
ningun momento dirigía un comentario directamente a Emily, ni siquiera le dirigía
una mirada diferente. Estaba llegando al punto de enloquecerla. Casi prefería la
visita del fantasma de la ópera.
—¿Por qué no nos deja en paz? —susurró furiosa hacia Ida Mae.
Austin parecía más guapo que nunca, vistiendo un traje azul marino que
acentuaba las formas soberbias de su cuerpo musculoso. Los cabellos habían
crecido y formaban mechones sobre el cuello blanco. Ida Mae no contuvo una
risita.
—Si yo tuviese un hombre con esa apariencia esperándome todas las
mañanas, no estaría protestando.
—Él no me espera.
—Bien, ¡No es por mí!
—No está esperando por ninguna de las dos. Está protegiendo su inversión.
Ida Mae retorció los ojos.
—¡Claro!¡Y yo soy el “Pirata sangriento”!
—No seas loca Ida. El señor Matthews ha invertido mucho dinero en este
negocio. Y todos queremos garantizar que nada malo pase antes de la llegada del
Sr. Twain mañana.
—Nada de fantasmas, es lo que quieres decir —concluyó Ida Mae
estremeciéndose.
Emily pareció sombría.
—No hemos tenido más problemas desde que el sheriff fue al campamento,
haciendo preguntas. Creo que hemos conseguido asustarlo.
—Así lo espero. Pero si fuese un fantasma, Emily… creo que es imposible
asustarlos.
Emily se rió.
—No seas boba. Los fantasmas no existen.
Ida Mae no se convenció. Ella se sentía satisfecha por la presencia de Austin
todas las mañanas.
—Están adorables está mañana —dijo Austin galantemente. —Comparado
con su belleza, un bello día de verano se vuelve pálido.
Emily se mantuvo impasible, pero Ida Mae se ruborizó y se lo agradeció.
—Gracias, Sr. Matthews. El día está bueno. Espero que el tiempo continúe así
por más de una semana, hasta la boda.
—¡Es verdad! Usted y el Sr. Smedley se van a casar. ¿Puedo ofrecer mis
sinceros deseos de felicidad y la opinión de que Eldo Smedley es un hombre con
suerte?
El rubor de Ida Mae se volvió más intenso.
—Gracias —murmuró.
Entonces, Austin se giró hacia Emily.
—¿Y puedo tener la audacia de preguntar cómo van los planes para su boda
con el Sr. Kingsman?
Emily frunció el ceño.
—Van bien. Nos casaremos una semana después de Ida Mae. No esperes ser
invitado.
—¡Emily! —la reprendió Ida Mae avergonzada.
Austin se limitó a sacudir la cabeza.
—Bien, es una pena ya que pretendía dar un regalo a los novios.
—Gracias, pero no necesitamos regalos. Mi marido pretende darme todo lo
que sea necesario para mi bienestar.
La discusión paró en el momento en que Emily abrió la puerta y entró. Como
siempre, Austin las dejó para inspeccionar el teatro.
—No sé por qué lo tratas tan mal Emily —susurró Ida Mae enfadada. —Me
siento mejor cuando él está aquí, para garantizar nuestra seguridad.
Emily se encogió de hombros. Austin simplemente lo merecía. Él era, en parte,
responsable de que su humor se volviese peor cada día, aunque tenía que admitir
que no era solo culpa de él. Le había advertido sobre la insensatez de su noviazgo
relámpago. Y cada día que pasaba, Emily se sentía más segura de que su
matrimonio con Dexter sería un gran error. Sin embargo, a medida que se
aproximaba la fecha se veía más incapaz de hacer algo al respecto. Los planes
habían sido puestos a andar y el hecho parecía tan inevitable como el movimiento
de los planetas.
—Todo bien señoritas —anunció Austin alegre al volver.
Ida Mae había ido hasta el escenario para practicar en el piano. Desde allí
gritó
—Emily, ¿Has sacado nuestra fotografía de encima del piano?
Emily no entendió nada.
—¿Qué fotografía? —gritó ella también yendo hacia el escenario con Austin
pisándole los talones.
—Aquella que nos sacó un fotógrafo en la ciudad de Panamá. La coloque
sobre el piano hace unos días, pero hoy no está aquí.
Emily sacudió la cabeza con impaciencia.
—Debe de haberse caído y alguien la llevó a los bastidores.
Ida Mae no pareció convencerse.
—¿Por qué simplemente no la han puesto en su lugar?
—Bien, Ida Mae, encontraremos la fotografía —dijo Emily irritada.
Austin estaba con el ceño fruncido. Deliberadamente había omitido a las dos
mujeres que las luces habían sido vistas encendidas a horas extrañas, durante la
noche. Había concluido que, si Ida Mae se asustaba más, podía rehusar hacer sus
representaciones, lo que dejaría a Emily sin una de sus principales atracciones. Así
que había guardado el secreto para sí y había decidido estar allí todas las
mañanas, antes de que ellas abriesen el teatro, con el fin de garantizar que todo
estuviese en orden.
—Vamos a buscar la fotografía —sugirió.
—Va a acabar apareciendo —protestó Emily.
—No cuesta nada buscarla, Emily —dijo Ida Mae en tono suave.
A pesar de las objeciones de Emily, procedieron a una búsqueda detallada por
todo el edificio pero no encontraron la menor señal de la fotografía.
—Te he avisado, Emily —dijo Ida Mae con voz temblorosa, —una nueva visita
del fantasma y no pondré aquí de nuevo los pies.
Emily replicó impaciente.
—No seas ridícula, Ida. Cualquiera podría coger la fotografía. Hay gente
entrando y saliendo todo el tiempo. Gente, no fantasmas.
Aunque no se mostraba convencida, Ida Mae se limitó a morderse el labio en
silencio. Emily sintió una punzada de culpa por haber sido tan impaciente. Tendría
que tomar medidas con su malhumor, pensó llena de remordimientos.
—Creo que el teatro es seguro durante el día, Srta. Sprague —aseguró Austin,
—Mañana llegará el señor Twain. Vendré personalmente varias veces entre hoy y
el día de la representación.
Ida Mae estornudó varias veces y pidió perdón para ir a buscar un pañuelo
limpio a la oficina.
—Si tuvieses una pizca de sentido común, estarías asustada también —Austin
se dirigió a Emily.
—No voy a dejar que un fantasma me aparte de todo esto —afirmó ella
mirándolo orgullosamente. —He trabajado mucho aquí.
Austin la miró también con admiración. Era verdad, el teatro se había vuelto
más espléndido cada día. El papel de la pared había llegado del este, estampado
de flores doradas, dándole una textura lujosa a las paredes. Un barco recién
llegado de Rusia, Emily había encontrado alfombras orientales para los corredores.
Y ella y Ethan Witherspoon, después de interminables experimentos, habían
conseguido unir todas las luces en una red de iluminación que podía volverse más
o menos intensa como en los mejores teatros europeos. Emily tenía el derecho de
enorgullecerse de lo que había hecho. Austin concluyó:
—Nada nos va a apartar —dijo con voz suave, —pero eso no quiere decir que
tengamos que asumir riesgos innecesarios. ¿Aun sales a cabalgar en solitario?
—No tengo tiempo para eso.
Austin asintió.
—Lo sé. Has trabajado mucho. Tengo la certeza de que el Sr. Twain estará
sorprendido por la sofisticación de este lugar. Sin duda, nuestro teatro puede
hacer frente a cualquier otro de San Francisco.
El elogio hizo que a Emily se le disipase parte de su mal humor.
—Es posible que escriba sobre nosotros cuando vuelva, y otros artistas se
interesen por venir.
Intercambiaron sonrisas por la idea compartida. Entonces Austin volvió a
hablar seriamente.
—¿Prometes no cabalgar sola mientras no resolvamos el misterio?
Emily estaba a punto de decir que no, solo para dejar clara su independencia,
pero decidió no hacerlo. La ayuda de Austin había sido inestimable. Para empezar,
ella jamás habría conseguido construir el teatro sin su financiamiento.
—Está bien —entonces, solo para no sonar totalmente sumisa, continuó: —
Como ya dije, probablemente no tendré tiempo.
Austin se mostró satisfecho.
—Volveré más tarde. Si notas algo extraño, no vaciles en llamarme.
Emily asintió y lo observó salir, sintiendo una opresión en el corazón. ¿Por qué
Austin Matthews no podías ser dueño del molino de la ciudad y Dexter el dueño
de burdel? Se preguntó a sí misma, y se dejó caer en uno de los sillones
importados del patio de butacas, estropeando la punta de su mejor sandalia de
satén.
Capítulo 14
En el instante en que el Sr. Clemens llegó, Emily supo que le gustaría. De
cabellos largos y rojos, que combinaban con su temperamento, no escondió el
brillo en sus ojos azules cuando saludó a Emily mirándola de arriba abajo. Ella
llevaba un vestido nuevo, confeccionado por Parmelia, especialmente para la
ocasión, de un corte de tela comprada en San Francisco. Emily quería mostrarse lo
más sofisticada posible al renombrado humorista, y la mirada de aprobación de él
le confirmó el hecho. Dexter había decidido acompañarla al puerto para recibir al
visitante. Creyó que no sería apropiado para su futura esposa, recibir sola a un
hombre. Saludó al Sr. Clemens con un apretón de mano simpático y firme y
entonces se retiró a un segundo plano, dejando que se ocupase Emily de la
recepción formal. Muchos habitantes de Seattle se encontraban también en el
puerto. La ciudad nunca había recibido a un visitante que pudiese ser calificado
como famoso. Además, los artículos escritos por Mark Twain habían circulado
ampliamente por la ciudad, desde el anuncio de su visita. La propia Emily se había
quedado fascinada por los artículos, adorando su sentido del humor. Lo estudió de
camino al carruaje de Dexter. El Sr. Clemens era alto, vestía un traje simple y
confortable y aparentaba mayor dignidad de lo que cabría esperar, excepto por los
ojos brillantes e inquietos. Emily esperaba que la reputación fuese suficiente para
volver conocido su teatro. Las otras novias habían confeccionado carteles de
publicidad sobre la presentación del Sr. Twain, con el objetivo de llenar el teatro.
Esperaba que el fantasma se mantuviese lejos. Ella e Ida Mae jamás habían
encontrado la fotografía, lo que las había llevado a la conclusión de que,
realmente, alguien se la había llevado. Emily prefería creer que había sido uno de
los trabajadores de Ethan, que deseaba tener un recuerdo de las dos. Austin había
hecho tantas visitas al teatro que parecía vivir allí.
Sin embargo Emily no había vuelto a hablar con él, dejándolo volver a su papel
de protector desinteresado. Sacó al fantasma de su cabeza y se concentró en su
invitado.
—No tenía idea de que Seattle estuviese tan desarrollado —decía él. —¿El Sr.
Kingsman forma parte del consejo de ciudadanos? Impresionante.
No era posible saber si hablaba en serio o ironizaba. Emily había leído todos
sus artículos y sabía que su opinión sobre la mayor parte de los organismos
gubernamentales no era de la mejor. Dexter, sin embargo no lo sabía y se puso a
describir con detalle las últimas realizaciones de la prefectura y del Consejo. El Sr.
Clemens escuchaba con ávido interés. Emily no interrumpió. Poco importaba si
Dexter hacía el papel de bobo o si el ser Twain encontraba material para sus
próximas sátiras. Ella solo estaba interesada en la representación del día siguiente.
Si el teatro triunfaba, su reputación estaría establecida, con lo que resultaría fácil
encontrar nuevas representaciones. Cuando llegaron al hotel, Emily esperó en el
vestíbulo mientras Dexter llevaba al Sr. Clemens a su habitación, dónde
descansaría hasta el coctel de recepción que sería ofrecido por la noche. La
ceremonia sería simple, pero daría oportunidad a las figuras más influyentes de la
ciudad de conocer al humorista y aumentar el interés en su representación.
Al ver a Ida Mae atravesando el vestíbulo con expresión de tragedia, Emily
sintió un escalofrío en su columna vertebral.
—¿Qué ha pasado?
—La recepción está arruinada.
—¿Ha aparecido de nuevo el fantasma?
—No.
—¿Cuál es el problema entonces?
—Las novias no quieren participar.
—¿Por qué? Han ayudado en todo. ¿Qué es lo que ha pasado?
—Ha sido la maldita Rose Bartlett de nuevo. Reunió a todas las chicas y les
dijo que si Flo McNeil está presente, ninguna mujer decente debe aparecer.
—Pero la Srta. McNeil ha acompañado a Austin a casi todas las
representaciones que hemos hecho, ¿Por qué tienen ahora objeciones?
—Rose dice que las representaciones públicas son diferentes, pero que una
recepción particular no debería aceptarla.
Emily sintió arder su sangre. Si Rose conseguía convencer a las chicas, la
recepción estaría definitivamente arruinada, pues muchos hombres tampoco
aparecerían. Consideró la idea de pedir a Austin que no llevase a Flo, pero la
descartó. Austin había hecho más que nadie para que aquella representación
tuviese lugar. Ella no le diría a quién podía llevar y a quién no.
—¿Dónde están? —preguntó.
—Confeccionado colchas, en casa de Parmelia.
—Ida, quédate aquí y espera a Dexter. Dile que he tenido que resolver un
asunto serio y que lo veré en la recepción esta noche.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Ida Mae ansiosa.
—Voy a tener una conversación con nuestras amigas.
Como la puerta de la casa de Parmelia se encontraba abierta, Emily no llamó.
Entró y se encaró con las novias, reunidas en torno a la gran colcha.
—¿Qué historia es esa de que no vais a ir a la recepción? —preguntó
directamente intentando mantener la voz agradable.
—No puedes esperar que socialicemos con una mujer perdida, Emily —
respondió Rose Bartlett.
—No digas tonterías. Flo McNeil es socia propietaria del “Dama de Oro”. Es
una mujer de negocios mucho más importante de lo que la mayoría de nosotras va
a ser en la vida.
Rose la miró por encima de las gafas.
—Aun así. Considera su pasado. No es compañía para una mujer decente.
Basta ver el modo en que viste.
Aunque algunas de las chicas pareciesen avergonzadas, Emily notó que varias
asentían. Decidió que había sido demasiado agradable. Se aproximó a la mesa.
—Oíd bien lo que voy a decir. Estamos aquí porque tuvimos el coraje y la
imaginación de dejar las viejas costumbres atrás y partir en busca de una vida
mejor. Ya no somos chicas de Nueva Inglaterra. Ahora somos mujeres de la
frontera y nuestra tierra es el grande y nuevo oeste, dónde aún hay espacio para
crecer y respirar, y aceptar nuevas ideas —hizo una pausa dramática para mirar a
cada una a los ojos. Varias se mostraron impresionadas. —Aquí tendréis que
asociaros con personas a las que no os aproximaríais en Nueva Inglaterra. Pero
esta es la gloria de nuestra aventura. Estamos en una nueva tierra con
oportunidades iguales para todos, hombres y mujeres. ¿Creéis que si
estuviésemos en casa frecuentaríais un teatro administrado por una mujer? —la
mayoría sacudió la cabeza y Emily sonrió satisfecha. —Dejemos las cuestiones
morales para las señoronas que abandonamos en Boston. Somos mujeres del
oeste ahora. Hacemos lo que queremos.
Rose continuaba mirándola, pero su expresión era cómica. Emily le dio la
oportunidad de hablar, pero ella se mantuvo en silencio.
—Espero encontraros a todas en la recepción de esta noche, queridas. Os va a
gustar conocer al señor Clemens. Es un encanto.
Con estas palabras, Emily cerró su discurso y salió apresurada, antes de que
Rose se recuperase y la enfrentase.
—La bebida nativa de las islas, awa, es tan espectacular, que el whisky se
vuelve una tontería comparada con ella —Mark Twain estrechó los ojos vivaces
hacia la audiencia, que lo miraba hipnotizada en la platea envuelta en la
penumbra, —transforma la piel de un hombre en escamas tan duras que podría
ser mordido por un perro y darse cuenta cuando leyese la notica en los periódicos.
Desde su posición entre bastidores, Emily oyó las carcajadas del público. Se
había sentido demasiado nerviosa para sentarse en la primera fila. Quería estar
segura de que todo estuviese bien, que el nuevo sistema de iluminación
funcionase, que la cortina subiese y bajase en los momentos adecuados y, sobre
todo, que el misterioso malhechor no hiciese de las suyas. La noche era una
oportunidad. El Sr. Twain era un genio y el pueblo de Seattle lo había adorado. Él
estaba hablando desde hacía dos horas y no se veía la menor señal de inquietud
en la platea abarrotada. Emily espió por la cortina y observó las expresiones
concentradas mientras Mark Twain terminaba su historia sobre las islas Sándwich.
—La población de las islas apenas llega a cincuenta mil personas. Aun así, la
monarquía es absoluta, con sus mantos y títulos, suficientes para gobernar Rusia.
Es la cosa más extraña encontrarse con un hombre sin título. Me sentía solitario al
ser la única persona sin título en Honolulu, por lo que tuve que irme en busca de
compañía.
Hubo un momento de silencio, entonces, la platea explotó en aplausos. Twain
sonrió en agradecimiento y dejó el escenario. Emily le extendió la mano y él se la
besó. Había descubierto que poseía maneras de un caballero sudista, aunque
hubiese nacido en Missouri. La verdad, el Sr. Clemens había llegado a luchar por el
sur un breve período de tiempo durante los recientes conflictos. Emily había
rezado para que tal hecho no se hiciese público, por lo menos hasta que las chicas
de Nueva Inglaterra hubiesen comprado sus entradas. Casi no tuvo tiempo de
saludarlo antes de que parte de la platea los cercase, deseando felicitar
personalmente al humorista. Con buen humor, él sonreía y apretaba la mano de
todos. Lentamente ella se retiró. Su invitado parecía estar divirtiéndose y Emily
tenía la sensación del deber cumplido. Atravesó el corredor lleno y entró en su
oficina buscando un momento de tranquilidad. La noche había superado sus
expectativas. Además de llenar la platea habían vendido entradas a precios
especiales para el que desease asistir al espectáculo de pie. Sonrió para sí misma.
El acontecimiento era delicioso. La multitud había ido fuera y hacía tanto ruido
que se quedó el tiempo suficiente para percibir que alguien llamaba a la puerta.
—¿Srta Emily? —llamó la voz con urgencia.
Su momento de sosiego había terminado. Abrió la puerta y se encontró con
Ethan. Como medida de seguir ida le pidió que pusiese a sus hombres de guardia
durante la representación.
—¿Qué ha pasado Ethan?
—Es mejor ir afuera. Parece que hemos encontrado a nuestro fantasma.
Emily lo siguió por la puerta trasera. Salieron al aire fresco de la noche. A
pocos metros de allí había un grupo de hombres. Ella divisó las facciones de Austin
entre ellos.
—¿Qué ha pasado Etham?
—Matthews ha encontrado a Missouri Ike aquí fuera, completamente
borracho.
Emily se aproximó. Dos hombres agarraban a un Ike oscilante mientras un
tercero lo amarraba. Sin embargo, aunque IKe pareciese tener dificultades para
focalizar o mirar, habló con voz de borracho.
—Hola, es la Srta. Emily. Buenas noches señorita. Vine a ver el show.
Austin se apartó del grupo y agarró a Emily por el brazo.
—No necesitas quedarte aquí. No se sabe lo que él puede decir o hacer
porque está borracho como una cuba.
Emily lo miró.
—¿Es él nuestro fantasma? —preguntó.
—Parece que sí —Austin señaló un saco en el suelo, —no conozco a nadie
normal que ande por ahí cargando animales muertos.
—¿Qué hay ahí dentro?
—Un conejo, como el que dejaron la otra vez. No te preocupes. Nos
libraremos del saco más tarde.
Algo en el tono de Austin indicaba que no le estaba contando toda la verdad.
Así que, reprimiendo su repugnancia, Emily se bajó y sacudió el saco. El conejo
muerto cayó en el suelo seguido por un pedazo de papel. Esperando un mensaje
amenazador, Emily lo giró con el pie y soltó un grito. Era la fotografía de ella e Ida
Mae. Sus rostros sonrientes habían sido cuidadosamente manchados con zig zag
de sangre. Horrorizada, Emily miró a Ike. Él sonrió y repitió.
—Vine a ver su espectáculo.
Parecía más idiota que peligroso. Austin lo empujó por el brazo.
—Ha llegado el sheriff, Emily. Vamos a dejar que se ocupe él de todo. Ven.
Voy a llevarte dentro.
Con una última mirada a la fotografía manchada, Emily se dejó llevar.
—Es difícil imaginar que es lo que lleva a una persona a actuar así… —
murmuró aturdida.
—La mente humana es extraña. Quién sabe, quizás, algún día, consigan
comprender y ayudar a las personas como Ike.
Emily recordó como Ike se había esforzado para parecer limpio y bien
arreglado en su encuentro. Rezó para no haber sido culpa suya que se hubiese
vuelto un lunático. Volvieron a la oficina, atravesando el corredor, donde la
multitud aún cercaba al Sr. Clemens. Austin cerró la puerta.
—¿Por qué no te sientas y descansas un instante? —preguntó gentil. —Ha
sido una noche de triunfo para ti… Felicidades.
Emily de ofreció una leve sonrisa y se sentó. Su alegría inicial había
desaparecido al ver a Missouri Ike siendo amarrado como un animal.
—Han dicho que fuiste tú quien nos encontró, no los hombres de Ethan.
Austin se encogió de hombros.
—Solo estaba inspeccionando el local.
—Entonces, acabas de salvarme una vez más Austin Matthews
—Parece que se ha vuelto un hábito. —sonrió.
—Bien, puede que haya sido la última vez.
Sus ojos se encontraron por un largo momento. Emily sintió un nudo en la
garganta. Sálvame una vez más Austin, pensó. Hazme tuya para siempre. La puerta
se abrió y Dexter entró.
—Emily, acabo de saberlo, ¿Estás bien?
El nudo se deshizo.
—Sí, Dexter. No ha pasado nada esta vez. Lo han cogido antes de que tuviese
tiempo de hacer nada.
Dexter parecía fuera de sí.
—Lo sé. Missouri Ike, ese asesino inmundo. Imagino que no podrán ahorcarlo
por asustar a la gente, pero te prometo, Emily, que me encargaré de que acabe en
una celda de la que se pierda la llave.
Emily miró hacia Austin. Su expresión era indescifrable.
—Tengo la seguridad de que la ley será cumplida, Dexter —dijo ella en tono
bajo.
Dexter dio la vuelta a la mesa y la besó en la mejilla.
—Estoy muy contento de que todo haya terminado. Finalmente podrás
concentrarte en los preparativos de la boda —cuando se levantó vio a Austin al
otro lado de la sala. ¿Qué haces aquí Matthews?
Austin sonrió amigable.
—Soy socio de tu futura esposa. ¿Recuerdas?
Dexter frunció el ceño.
—Sí, bien, esa es una situación que tendremos que resolver un día de estos.
Pero no podemos discutir esta noche. Creo que lo mejor será llevar a Emily de
vuelta al hotel.
Austin asintió concordando. Emily parecía muy pequeña en su enorme sillón.
Su rostro estaba pálido y sus ojos no tenían el brillo acostumbrado
—Tengo que ir junto al Sr. Clemens. Tal vez necesite ayuda para deshacerse
de esa multitud.
—Me ocuparé de eso —dijo Austin con firmeza. —Vete al hotel. Podrás ver al
Sr. Clemens por la mañana.
Teniendo a los dos en un claro acuerdo, Emily decidió ceder y dejar que
Dexter la acompañase al hotel. En la puerta de la habitación, la agarró por los
hombros.
—No sé lo que haría si ese canalla te hiciese algún mal —dijo con voz
estrangulada por la emoción.
—No consigo ver a Ike como una persona peligrosa —dijo Emily pensativa. —
Tal vez solo quisiese llamar la atención.
—Pero ha hecho cosas absurdas. Estoy feliz de que estés sana salva.
Dexter la abrazó y la besó con una intensidad mayor y con más pasión de lo
que jamás había hecho antes. Emily se esforzó para corresponder, pero no
consiguió que la figura de Austin le invadiese los pensamientos. En comparación,
el beso de Dexter parecía inexperto, pero no la había dejado totalmente fría.
—Emily, no sé si conseguiré esperar una mañana más —dijo.
Sus ojos parecían haber perdido el color, parecían hechos de hielo.
—Creo que es mejor que nos despidamos, Dexter.
Él retrocedió un paso
—Claro, discúlpame. Espero no haberte ofendido.
Emily sacudió la cabeza. Se sentía culpable y miserable. Acababa de ser
besada por un hombre honrado que la trataba como una verdadera dama. Y solo
conseguía pensar en dos noches largas y eróticas que había pasado con un canalla
irresistible, que cambiaba de mujeres más que de calcetines.
Ida Mae había pasado todo el día con una tira de bacon alrededor de su
cuello. Había sido una sugestión de un dentista que acababa de llegar a la ciudad.
Se trataba de una medida desesperada, pero ella estaba determinada a librarse
del catarro antes de la ceremonia de su boda.
—Todas esas cosas son remedios para resfriados, Ida Mae. Y tú no tienes un
resfriado —dijo Emily por centésima vez.
—Entonces, ¿Qué está mal conmigo? —lloriqueó la otra.
—Todo empezó cuando pasamos por Panamá. ¿Has hecho algo distinto desde
entonces?
Ida Mae sacudió la cabeza.
—¿Y has comido algo diferente?
—No. Ya he pensado en todo Emily. Creo que tendré que pasar el resto de mi
vida goteando como un balde viejo
—A Eldo le gustas igual. Nunca he visto un hombre tan excitado —Ida Mae
rió. Emily también rió. —¿Lo ves? A él no le importan algunos estornudos —sacó
los últimos papeles de los cabellos de Ida Mae y empezó a ponerlos en mechones.
—Cuando vea lo bonita que estás con tu vestido de novia, va a olvidarse de su
propio nombre.
Ida Mae suspiró.
—Es una pena que vayamos a tener una ceremonia tan simple. Creo que esta
será la única vez en mi vida que estaré realmente guapa.
—Dexter y yo estaremos ahí para verte, al igual que Eldo. Solo importa él. Me
gustaría que no fuese tan sensible con los sentimientos del Sr. Briggs. Creo que si
el otro es lo bastante loco aún para estar dolido con vuestra boda, entonces es su
problema. Bien, eso solo muestra que Eldo es una persona muy sensible.
—Sí, lo es. Atento y sensible, y besa muy bien —Ida Mae sonrió soñadora.
—¡Ida!
—Es la verdad —confirmó Ida ruborizándose hasta la raíz de su cabello
Terminaron con los mechones. Solo faltaba el vestido de novia, otro presente
de Parmelia. Había sido comprado en Nueva York, en un tejido azul claro, con
aplicaciones de margaritas en blanco y amarillo. Hacía parecer a Ida Mae un ramo
de primavera. Emily aún no había decidió lo que vestiría en su propia boda, que
estaba programada para una semana después. Se sentía extrañamente letárgica
desde la prisión de Missouri Ike y la partida del Sr. Clemens. Debería estar feliz y
excitada. La representación del Sr. Clemens había sido un éxito. Ahora podía
planear traer personas aún más famosas. El fantasma de la ópera se encontraba
debidamente encerrado en una de las celdas del sheriff Cutler, atravesando su
segundo día de resaca. En los pocos momentos de lucidez había negado
vehementemente cualquier relación con los incidentes del teatro. Y alegaba que
jamás había visto el saco con el conejo y la fotografía. Sin embargo, la prueba
parecía irrefutable. Para coronar su buena suerte, en una semana estaría casada
con el mejor partido de Seattle. No había razón alguna para la depresión.
—¿Aún estás contrariada por haber invitado a tu Sr. Matthews para la boda —
preguntó Ida Mae.
Emily la miró sobresaltada
—Él no es mi Sr. Matthews —respondió irritada.
—Está bien. Tu socio, el Sr. Matthews.
—Nuestro socio.
—Como quieras. Él ha sido muy bueno con nosotras, protegiéndonos todo el
tiempo. Creí que sería una terrible grosería no invitarlo.
—Poco me importa si Austin está allí o no. Estoy preocupada por la reacción
de Dexter.
—Si el Sr. Matthews es nuestro socio, no veo lo que Dexter pueda hacer.
—Bien. Lo has invitado, y ya está —Emily se encogió de hombros.
Ida Mae sonrió aliviada.
—Bien. Ahora voy a ponerme perfume, y tú podrás ayudarme con el vestido.
—¿Por qué insisten en usar eso todo el tiempo? —dijo Emily en relación al
perfume comprado en Panamá, demasiado dulce para su gusto.
—El vendedor me dijo que me haría irresistible a los hombres. ¡Y funciona! En
Lowell nunca tuve un pretendiente. Aquí, en cuanto aparecí en el barco, ya tenía
varios peleando por mí.
—Los hombres de Lowell eran unos bobos, Ida. Hermosa como estás ahora,
no necesitas ningún perfume.
Emily no comentó que con diez hombres por cada mujer, bastaba ser del sexo
femenino para provocar un alboroto.
—¿Lo crees? —Ida Mae se inclinó hacia el espejo. —Creo que es mejor usarlo.
Desde que llegué no dejé de usarlo ni siquiera un día. No quiero que Eldo desista
en el último instante —pasó el dedo por la crema perfumada y, cuando iba a
pasarlo por la cara, estornudó y esparció toda la crema en el espejo. —¡Ay Dios
mío! ¡Mira lo que he hecho!
Emily abrió mucho los ojos.
—Ida Mae, ¡es eso!
—¿De qué estás hablando? —preguntó la otra sonándose la nariz.
—Tu resfriado crónico. Solo puede ser del perfume.
—¿Cómo podría una crema provocar estornudos?
—No lo sé. Pero apuesto lo que quieras que si no lo usas hoy, tendrás una
boda libre de estornudos.
Ida Mae la miró dudosa.
—¿Crees que le gustaré a Eldo igual?
—Tengo la seguridad —Emily agarró el bote y lo tiró a la basura. —Basta de
cremas exóticas.
—¿Sabes? Sentía picar mi nariz cuando pasaba la crema —confesó Ida Mae.
—Muy bien. Ya hemos resuelto tu problema. Ahora vamos al vestido.
Emily ayudó a su amiga a vestirse y, cuando bajaban las escaleras, pensó:
“Resolvemos todos nuestros problemas, incluso el resfriado de Ida Mae. El
fantasma de la ópera fue apresado y conseguimos establecernos en el oeste con
una vida mejor de la que imaginábamos. Entonces, ¿Por qué me siento tan
infeliz?”
Aunque Eldo desease una ceremonia simple, la mayoría de las novias
aparecieron llevando a sus nuevos maridos. Para alivio de Emily, el tamaño del
grupo le facilitó mantener la distancia de Austin. Lo saludó con un movimiento de
cabeza al entrar solamente. La ceremonia fue corta. Eldo e Ida Mae sonreían
apasionados todo el tiempo. Cuando el pastor los declaró marido y mujer, Eldo
tomó a Ida en brazos y corrió con ella fuera de la iglesia. Fue diferente a cualquier
otro matrimonio al que hubiese asistido Emily en Lowell. Dexter había ofrecido su
carruaje para llevar al matrimonio hasta el Imperio, donde se realizaría la
recepción.
—¿Quieres venir con nosotros? —invitó apresuradamente al ver a la pareja
salir corriendo.
—No. Este momento debe ser solo de ellos. Conduce el carruaje y yo iré a pie
con los otros y os encontraré allí.
Él pareció dudoso por un momento, pero la besó en la cara y corrió a la salida
de la iglesia. La actitud de Eldo había quebrado la formalidad de la ceremonia. Así,
todos pudieron salir entre conversaciones altas y risas, provocadas por los
hombres recién casados y sus esposas satisfechas. Emily los observó salir,
deseando poder compartir algo de aquella alegría. Se giró sobresaltada al sentir
una mano caliente en su espalda.
—Parecen muy felices, ¿cierto? —la voz de Austin provocó presión en el
pecho de Emily.
—Sí. Tienen mucha suerte.
—Siempre he creído que las personas son responsables de su propia suerte,
—dijo él, mirándola a los ojos.
—Estoy de acuerdo.
—¿Y por eso te vas a casar con el rico Sr. Kingsman la semana que viene?
La manera intensa en que la miraba le provocó malestar.
—Si me permites, necesito unirme a los demás en la recepción —dijo ella
rígidamente.
Estaban solos en la iglesia, cuya iluminación se limitaba a las cuatro pequeñas
ventanas de las paredes laterales. Emily intentó pasar junto a Austin, pero este le
bloqueó la salida y la agarró por los hombros.
—No has respondido a mi pregunta —dijo bajo.
—Déjame ir.
—No.
Capítulo 15
—¿Qué quieres de mí?
—¿Te vas a casar con Kingsman?
—¡Sí!
Emily sintió el calor de los labios de Austin sobre los suyos antes incluso de
que la tocasen. Los brazos fuertes y firmes la enlazaron apretándola contra el
cuerpo musculoso y viril. Fue un beso devastador que disipó en un instante toda la
tensión que se había acumulado en ella en los últimos días. Ella correspondió con
igual intensidad. Austin se vio indefenso ante su reacción. No había planeado
besarla, ni siquiera hablar con ella. Pero al verla parada en el altar con los ojos
brillando por la felicidad de su amiga, descubrió que necesitaba aproximarse,
incluso aunque fuese solo por un breve momento.
La idea de verla en aquel mismo altar sonriendo a Kingsman, como Ida Mae
había sonreído a Smedley, provocó una revolución en su pecho. Se trataba de una
poderosa combinación de rabia, deseo y sentimiento de posesión. Necesitaba a
Emily, su cuerpo, su mente, su alma, como jamás había necesitado antes mujer
alguna. Dio salida a aquel torrente de sentimientos y emociones en aquel beso. De
repente, se dio cuenta de que Emily intentaba apartarse, empujándolo. Miró hacia
ella y vio que los ojos verdes ya no se encontraban cerrados de pasión. Al
contrario, centelleaban de rabia. La soltó.
—¿Cómo te atreves? —dijo indignada. —¡Estamos en la iglesia!
Austin respiró profundamente, intentando controlarse.
—Vamos entonces a otro lugar. —murmuró.
Emily ya había dado algunos pasos hacia atrás.
—No iré a ningún lugar contigo. Soy la prometida de Dexter. En una semana
seré una mujer casada.
—Es imposible —dijo Austin lentamente, —que me beses de esa manera
estando enamorada de otro hombre.
—Dexter y yo formamos una pareja perfecta. Es lo que dicen todos. Tenemos
juntos un futuro maravilloso si tú te apartas de mí.
La voz de Emily sonaba temblorosa, con una súplica desesperada. Austin sintió
apretarse su corazón. Ella estaba en lo cierto. Él mismo se había repetido aquellas
palabras millares de veces. Emily sería feliz con Kingsman y, la única cosa decente,
sería dejarla en paz. Bajó los ojos al suelo.
—Discúlpame. Si estás segura que es lo que quieres, no volveré a
importunarte.
Emily se sintió invadida por la misma sensación que la había perseguido
recientemente, como si no pudiese respirar.
—Es lo que quiero —murmuró con voz estrangulada.
Austin levantó los ojos y miró los de ella un largo momento. Entonces asintió,
se giró y salió.
La fiesta había llegado a su punto alto cuando Emily llegó. Había caminado
lentamente, tomando el camino más largo, buscando tiempo para recuperarse.
Habría preferido ir directamente a su habitación, pero no podía hacerle eso a Ida
Mae. Dexter vino a recibirla.
—¿Dónde estabas? Iba ya a volver a la iglesia.
—Disculpa. Me quedé en la iglesia rezando por la felicidad de Ida Mae.
Esperaba que Dios perdonase aquella mentira, aunque no consiguiese
preocuparse verdaderamente por la cuestión.
—Bien, ahora que has llegado, vamos a celebrarlo y ensayar para la semana
que viene —dijo Dexter alegre y aliviado.
Emily forzó una sonrisa y aceptó su brazo. Se aproximaron a Eldo que se había
reunido con otro recién casados.
—¿Dónde está Ida Mae? —preguntó Emily.
—Ay, Srta. Emily, soy un gran loco. Creo que he lastimado a mi novia.
—¿Lastimado? —repitió Emily con sorpresa.
—Me quedé tan feliz cuando el reverendo Hardy nos declaró “marido y
mujer”, que olvidé la parte en que se besa a la novia.
—Tengo la seguridad de que remediaste el error en cuanto ella te lo recordó,
Eldo —dijo Emily con una sonrisa.
—Ese fue el problema. Ella no dijo nada. Entramos en el carruaje, todo
decorado con flores, muy elegante, y ella no dijo nada hasta que llegamos aquí.
Entonces murmuró algo sobre que no la había besado y dijo que iba a la
habitación a ponerse una crema para que yo continuase encontrándola bonita.
—Pobre Ida Mae. Voy a hablar con ella.
—Se lo juro, Srta Emily. Nunca he visto mujer más hermosa que Ida.
Especialmente hoy.
Emily le dio un golpecito en el hombro.
—Lo sé, Eldo. Estate tranquilo. Voy a traerla.
Le explicó la situación a Dexter y fue al hotel. Podía comprender la obsesión
de su amiga por la crema, ya que ella misma se sentía más segura con una capa de
su crema de almendras. Sin embargo tenía que convencerla de que el amor de
Eldo no tenía nada que ver con cremas o perfumes. Había preparado su discurso
pero, al entrar en la habitación, la encontró vacía. Notó que el pote de crema
continuaba en la basura, donde ella lo había tirado antes de salir. Ida Mae no
había estado allí. No era posible que estuviese tan desesperada que llegase al
punto de huir. Emily sintió una punzada de preocupación, semejante a la que la
incomodaba cuando el fantasma de la ópera aún estaba en acción. Tal vez Ida Mae
hubiese cambiado de idea y vuelto a la fiesta. Volvió corriendo al Imperio,
llegando jadeante y agitada. Se dirigió directamente a Eldo.
—¿Has visto a Ida Mae?¿Ha vuelto aquí?
Él palideció.
—¿Qué ha pasado?
—Ella no ha estado en la habitación del hotel.
Dexter se aproximó y la abrazó.
—¿Qué pasa querida? Cálmate.
Emily lo miró. Él sería la persona indicada para ocuparse del asunto. Eldo
parecía a punto de desmayarse.
—Ida Mae ha desaparecido. No sabemos lo que le ha pasado.
Dexter le sonrió a Eldo y habló en tono jovial
—¿Qué le has hecho a la pobre chica, Smedley? ¿No sabes que son flores
delicadas de Nueva Inglaterra? Tienes que tratarlas con cuidado.
—No he hecho nada, lo juro —se defendió Eldo
Dexter se giró hacia Emily.
—Debe, simplemente, necesitar estar un poco sola. Algunas mujeres son así,
se ponen nerviosas en su boda.
Emily se puso furiosa con la actitud de Dexter. ¿Qué pensaba de las mujeres?
Ida Mae podía tener inseguridades, pero jamás llegaría al punto de perder su
fiesta de boda.
—Le ha pasado algo —dijo con firmeza. —Tal vez haya sido raptada.
—Por uno más de tus fantasmas, supongo —Dexter pretendía ser gracioso,
pero solo consiguió poner a Emily aún más furiosa.
—Había un “fantasma”
—Sí, un pobre borracho intentando llamar la atención. Y ahora goza de la
hospitalidad del sheriff Cutler.
—¿Podemos tener la seguridad de que sigue preso? —Emily miró alrededor
hacia el grupo que se iba reuniendo. Algunos sacudieron la cabeza —Bien,
tenemos que formar un grupo de busca y hacer algo.
—Ella va a volver, Emily, dale un tiempo —Dexter le dio un beso en la frente.
Emily miró hacia Eldo, cuya palidez de había acentuado.
—Pues yo voy a buscarla —dijo.
Dexter sonrió indulgente.
—¿Por qué no la buscas en el lago? Debe de haber salido en busca de aire
fresco. Y dile que vuelva pronto o la comida puede acabarse.
Ida Mae, simplemente, había desaparecido. Emily ya la había buscado en el
hotel, en el restaurante. Nada. Incluso sabiendo que su amiga detestaba a los
caballos, fue hasta el establo.
—Homer, ¿has visto hoy a la Srta. Sprange? No consigo encontrarla.
—No hace mucho tiempo la vi cerca del hotel, conversando con el Sr. Briggs.
Emily sintió un escalofrío en su columna vertebral. Según Ida Mae, Briggs se
había comportado de una manera tan hostil que Eldo casi no reconocía al hombre
que había sido su mejor amigo desde la infancia. En el mismo instante recordó los
conejos muertos. Briggs trabajaba con pieles. Missouri Ike juraba no haber visto el
saco antes. Tal vez estuviese diciendo la verdad. Su estómago se contrajo.
—Gracias —murmuró deprisa, y salió corriendo, dejando a Homer sin
entender nada.
Podía volver a la fiesta y exigir que los hombres la acompañasen a la oficina de
Briggs. Pero si había sido él quien había hecho aquellas cosas horribles en el
teatro, Ida Mae podría estar corriendo un serio peligro y Emily no podía perder
tiempo.
Austin entró en el “Dama de Oro” y llamó.
—¡Flo! —Jasper y Dixie que se encontraban tras el mostrador, se
sorprendieron —¿Dónde está Flo? —preguntó contrariado.
Se hizo el silencio.
—¿Cuál es el problema, Austin? —preguntó Jasper.
Solo entonces se dio cuenta Austin que estaba causando una conmoción. Dio
la vuelta al mostrador y habló en voz baja.
—Nada. Solo necesito hablar con Flo.
—Está arriba —le informó Jasper.
Austin subió los escalones apresurado, sintiendo como si el demonio lo
hubiese invadido. Creyó que Flo podría ayudarlo a enfriar la cabeza o, por lo
menos, a enfriar el resto de su cuerpo. Entró en la habitación sin llamar. Ella
estaba sentada ante el tocador y frunció el ceño al verlo.
—¿Quieres hablar? —preguntó.
Austin se tiró en la cama.
—No, no quiero hablar.
—¿Qué quieres entonces?
—¿Tienes alguna bebida aquí?
—No, además, ya has bebido demasiado últimamente.
—¿Y eso que importa?
—No te sienta bien —lo miró con simpatía —¿Por qué no me cuentas lo que
ha pasado?
—Ya te dije que no quiero hablar.
—Entonces es mejor bajar y beber tu whisky —Flo perdió la paciencia.
Se miraron con irritación por un momento. Entonces Austin sugirió.
—¿Por qué no vienes aquí?
Flo lo miró desconfiada.
—¿Para qué?
Él le ofreció una sonrisa maliciosa.
—Ven aquí y te lo muestro.
—Creo que es mejor que no.
Austin se sentó.
—¿Por qué no?
—Porque no confío en tus intenciones.
—Bien, mis intenciones son las mismas de siempre.
—No querido. No son las mismas.
—Flo, no compliques las cosas. Te necesito.
—No me necesitas a mí —ella sacudió la cabeza lentamente.
—Me sirves —declaró Austin
Flo se encogió. La crueldad no era una de las características de Austin.
—Escucha amigo. Hace dos meses, si chocases los dedos, iría corriendo. Ahora
las cosas han cambiado.
—¿De qué hablas?
—He estado pensando mucho en lo que quiero hacer el resto de mi vida.
—¿Te refieres a Jasper?
—He aceptado su propuesta de matrimonio —dijo Flo enrojeciendo.
Austin pareció aturdido.
—¿Vas a casarte?
—No me quedan muchas oportunidades a estas alturas —respondió ella con
una risotada.
—¿No dijiste que la gente como nosotros no se casa.
Flo fue a sentarse a su lado.
—He repetido eso tantas veces, que acabé creyéndolo. Pero ¿sabes cuál era el
problema realmente? Tenía miedo.
—Nunca has tenido miedo de nada, escocesa testaruda —dijo Austin en tono
cariñoso.
—Sí que lo tenía. Miedo de lastimarme, de arriesgarme y perder. Lo mismo
que tú, Austin Matthews.
Él se quedó en silencio por un momento.
—¿Estás segura de que es lo que quieres? —preguntó.
—¡Claro que estoy segura!¿Quién está seguro en esta vida? Pero creo que es
la decisión correcta. Además, Jasper sabe ser bastante persuasivo.
Austin sonrió.
—¡Ese viejo sátiro!¡Tendría que despedirlo.
—Y yo lo contrataría de nuevo, inmediatamente. Somos socios, ¿Recuerdas?
La tensión se había disipado y los dos se quedaron sentados juntos, perdidos
en sus propios pensamientos.
—¿Y cuándo será el gran día? —finalmente Austin quebró el silencio.
—Aún no hemos marcado una fecha, pero Jasper no quiere perder tiempo.
Austin sacudió la cabeza.
—Parece que todos han decidido casarse en esta ciudad.
—Es algo en lo que pensar —comentó Flo con un toque de ironía.
Austin cambió de tema.
—¿Así que no tendré suerte esta noche?
—A menos que quieras que Jasper estrene su nuevo revolver.
Él se rió.
—Definitivamente hoy no es mi día de suerte —entonces se volvió serio. —
Estoy feliz por los dos, Flo. Lo digo sinceramente.
Flo se inclinó y lo besó en la mejilla.
—Sé que eres sincero. Y te voy a decir algo. Aunque ese canalla haya
conquistado mi corazón, no ha sido fácil rehusar tu propuesta en este momento.
—Puedo hacerla de nuevo —la provocó Austin.
Flo fingió darle un puñetazo
—Fuera de aquí antes de que me arrepienta de mi decisión.
Austin se levantó.
—¿Qué te ha hecho cambiar de idea? —preguntó. —Sobre no haber nacido
para el matrimonio.
—Creo que me estoy volviendo sabia con la edad —se puso seria. —Un día me
desperté y pensé “Si este hombre me puede dar todo lo que quiero, ¿Por qué
continúo saltando de cama en cama?”
—Has hecho una buena elección. Jasper es un buen hombre y está loco por ti.
Te va a idolatrar hasta la muerte.
—No ha sido exactamente una elección —lo corrigió Flo. —Él estaba allí como
el sol en la mañana.
Mirando la expresión serena de Flo, Austin vio que exhibía un brillo diferente.
—Creo que puedo entenderte Flo —dijo con una sonrisa amarga.
—Bien, he hecho mi elección. Tal vez sea hora de que hagas lo mismo.
Austin la abrazó y la besó.
—Es mejor que ese suertudo de Jasper cuide bien de ti o va a vérselas
conmigo.
—Vete ahora —Flo lo expulsó con tono cariñosa y los ojos llenos de lágrimas.
Con un suspiro le observó el cuerpo perfecto mientras salía de la habitación.
—Definitivamente, es el hombre más espectacular que he conocido —
murmuró en voz baja —Jasper, amor mío, jamás sabrás lo que he dejado por ti.

***

La oficina de Briggs estaba a tres cuadras del hotel y las calles se encontraban
totalmente desiertas a aquella hora. Al llegar allí, Emily la encontró cerrada y
oscura. Era posible que Briggs hubiese llevado a Ida Mae a su casa, en las afueras
de la ciudad. De repente se sintió asustada e insegura. Había actuado de una
forma loca. ¿Cómo podría confrontar a Briggs sola? Tendría que volver y pedir
ayuda. Ya se giraba cuando oyó un grito agudo que salía de dentro de la oficina. La
sangre se le heló en las venas. Sin pensarlo dos veces se aproximó a la puerta y
giró la manilla, abriéndola sin hacer ruido. Allí dentro, un olor fétido impregnaba el
aire. Así que se habituó a la poca luz, Emily se dio cuenta de que la habitación se
encontraba llena de animales muertos en diferentes estados de descomposición.
Afligida, atravesó la habitación evitando pisar los esqueletos. Una cortina hacía de
puerta, separando los espacios. Al aproximarse, Emily oyó las voces de Ida Mae y
de Briggs.
—Juro que voy a hacerte feliz, querida —decía Briggs en voz alta y
descontrolada.
Emily se aproximó y, sin darse cuenta movió una mesa de la que cayó un vaso,
rompiéndose en el suelo. En el mismo instante, la cortina se abrió y Briggs salió al
pasillo. Su sonrisa inmovilizó a Emily.
—Ah, Srta. Kendall, ha sido muy gentil por venir —la saludó mirando un punto
sobre el hombro de Emily.
Ella comprendió que, independientemente del tipo de hombre que hubiese
sido antes, el Sr. Briggs estaba completamente loco.
—Gracias —respondió cuidadosa, notando que él empuñaba un arma. Estoy
buscando a Ida Mae, ¿está aquí?
—Claro. ¿Dónde podría estar sino? Ida Mae y yo nacimos el uno para el otro,
¿Lo sabía? Intente convencerla de ello cuando fui a buscarla al hotel. Y también
cuando salió a cabalgar —su rostro asumió una expresión extraña, —pero usted
huyó de mí.
Emily intentó mantener la voz calmada.
—No sabía que era usted, Sr. Briggs. Pensé que era alguien queriendo
asaltarme.
Él volvió a sonreír.
—No pasa nada. Ida Mae es mía ahora.
Los ojos tenían un brillo enfermo. Luchando para mantener el control, Emily
preguntó:
—¿Puedo verla?
Briggs la miró por encima del hombro.
—Ella es mía ahora. —repitió.
Emily tragó en seco, pues no había oído nada que proviniese del otro
aposento.
—¡Ida Mae! —gritó. Briggs saltó sobre ella y la agarró para arrastrarla hacia la
parte de atrás. Ida Mae yacía inerte en un banco de madera —¿Qué le ha hecho?
—preguntó Emily afligida y, en un gesto desesperado, consiguió soltarse y correr
hacia su amiga.
Para su alivio, Ida Mae respiraba regularmente. Estaba viva.
—Ella no me quiere —dijo Briggs furioso.
—Sr. Briggs —pidió Emily. —Necesita acabar con esto. Déjenos ir. A Ida Mae le
gustaba usted mucho, pero tuvo que elegir…
Antes de que pudiese terminar, Briggs cogió una cuerda y comenzó a atarla.
Aún tenía su arma, que apuntaba a todos lados, mientras ejecutaba su tarea. Emily
entró en pánico al imaginar el revólver disparando en cualquier momento y en
cualquier dirección.
—Ustedes, señoritas del este, creen que pueden llegar, eludirnos y, entonces,
pisarnos. Pues les voy a mostrar.... Les voy a mostrar a todas… —él hablaba sin
parar.
—Por favor, escuche —intentó convencerlo Emily.
Briggs la interrumpió, empujándola con violencia contra la pared.
—¡Cállese la boca! —gritó. —Usted viene conmigo.
La empujó hacia la puerta de atrás que daba a un callejón oscuro.
—¿Qué está haciendo?¿Qué pasa con Ida Mae?
Él presionó el cañón del revolver contra su nuca.
—Una palabra más y le reviento los sesos —en silencio la llevó por calles
secundarias hasta la puerta de atrás del teatro. —Abra —ordenó.
Emily obedeció. Sin importarle la semioscuridad del corredor, Briggs la llevó a
la primera habitación y la empujó contra el suelo, usó el sobrante de la cuerda
para amarrarle las piernas y la dejó allí, como un ternero abatido. Pocos minutos
después volvió cargando a Ida Mae, que continuaba inconsciente. Sin ceremonia la
tiró al suelo al lado de Emily. Como ya se había acostumbrado a la ausencia de luz,
Emily notó que ya no empuñaba un arma. Intentó convencerlo nuevamente.
—Sr. Briggs, ¿Por qué no hablamos de lo que ha pasado? Tengo la seguridad
de que encontraremos…
Él la interrumpió con una carcajada tenebrosa.
—Vamos a dejar que el fantasma de la ópera se ocupe de ustedes dos.
Diciendo eso salió. Había amarrado a Emily de manera que no podía mover los
dedos. Nunca conseguiría soltarse.
—¡Ida Mae! —llamó en un susurró. —¡Despierta!
La masa disforme a su lado no reaccionó. Horrorizada, Emily se dio cuenta que
la habitación era invadida por el olor del queroseno. Briggs pretendía incendiar el
teatro y quemarlas vivas. Desesperada, se retorció hasta conseguir golpear a Ida
Mae, repitiendo el nombre de su amiga. ¿Por qué no había vuelto a pedir ayuda?
¿Por qué no había dejado de lado su orgullo y había vuelto a buscar a Austin?
Daría cualquier cosa por verlo en aquel momento. Aunque no pudiese ver el humo
ya sentía su olor y oía los primeros estallidos provocados por el fuego. No podía
creer que esto estuviese pasando. Que todas sus esperanzas y planes de futuro
estaban destinados a encontrar su fin en un infierno de llamas provocado por un
malvado. Sus ojos empezaron a lagrimear y empezó a toser. Aunque evitase
respirar profundamente, sus pulmones no tardarían en arder.
—¡Ida Mae, ayúdame! —gritó desesperada. Entonces, un momento antes de
que el humo la llevase a la inconsciencia soltó un último grito —¡Austin!
Capítulo 16
Austin vaciló antes de abrir el cofre. Sabía que era una locura, pero contó los
billetes. No tenía el menor sentido que el dueño de un burdel se casase con una
respetable señorita del este. Pero después de haber oído las palabras de Flo, había
llegado a la inevitable conclusión: no podía vivir sin Emily. Colocó los trescientos
dólares en el bolsillo y se fue a la fiesta de la boda. No sería fácil. Había esquivado
tantas veces a Emily que no sabía si ella aún lo aceptaría. Y, aun tendría que
enfrentarse a Kingsman y tal vez a Mercer. Él no estaba en la lista original de
novios. Sin embargo, este último estaría feliz de embolsarse trescientos dólares
más. A pesar del apuro que había pasado, ya planeaba otra excursión al este en
busca de más novias. Cuando llegó. Austin encontró a la mayoría de los hombres
borrachos. Se abrió camino hasta el lugar en que Dexter y Eldo hablaban
pareciendo aún sobrios.
—¿Dónde está Emily? —preguntó sin preámbulos.
Kingsman y Smedley se miraron.
—No lo sabemos —respondió Eldo, frotándose nervioso las manos.
—¿Qué quieres decir? —dijo Austin indignado.
Dexter infló el pecho y preguntó con aire autoritario.
—¿Qué tienes tú que ver con esto, Matthews?
Austin lo ignoró y continuó mirando a Eldo.
—¿Qué ha pasado Eldo? ¿Dónde está?
—Ida Mae ha desaparecido, Austin, y Emily ha ido en su busca. Pero hace ya
tiempo y no tenemos idea de dónde pueden estar.
Austin sintió un escalofrío.
—¿Las habéis dejado salir solas en la oscuridad? ¿No recordáis que tenemos
un lunático rondando por la ciudad?
—Missouri Ike está tras las rejas —lo corrigió Dexter.
—Ike jura que no ha tenido nada que ver con los incidentes del teatro y, hasta
que se pruebe su culpabilidad, no sabemos si hemos atrapado al hombre correcto.
Dexter se encogió de hombros.
—Si quieres saber mi opinión, esto es cosa de mujeres. Las dos estarán de
vuelta pronto.
Austin sacudió el cabeza, incrédulo.
—Voy hasta el teatro a buscarlas. Eldo, busca al sheriff y dile que salga en
busca de las dos inmediatamente.
Sin más palabras salió apresurado, el miedo lo invitaba a correr. Desde el
momento en que Missouri Ike había entrado en prisión, había tenido dudas sobre
su culpabilidad. Ahora las dudas daban paso a la certeza. No era posible que Emily
e Ida Mae, simplemente, decidiesen abandonar la fiesta, a menos que algo terrible
hubiese pasado. Vio las llamas a distancia y sintió como el corazón se disparaba en
su pecho. Corrió desesperado y encontró la puerta delantera cubierta por el
fuego.
—Dios mío, no permitas que sea demasiado tarde —imploró en voz baja.
Corrió hasta la puerta de atrás. Estaba abierta. Por la oscuridad allí dentro,
concluyó que el fuego aún no había llegado a aquella parte. Así que entró y oyó
una voz gritando su nombre. Para su alivio reconoció la voz de Emily. El calor lo
golpeó con fuerza. La oscuridad era total. Extrayendo fuerzas del miedo, se
apresuró en dirección a la voz, la segunda puerta. Con una patada abrió la puerta.
—¡Emily! —llamó, pero no obtuvo respuesta.
Fue tanteando por el suelo hasta encontrarla. Emily estaba amarrada con una
cuerda gruesa, pero respiraba. La apretó contra sí, la tomó en brazos y corrió hacia
fuera del edificio. Dexter y Smedley esperaban del lado de fuera junto a otros
hombres. Habían traído linternas y algunos intentaban formar una cadena para
sofocar el fuego. Dexter se aproximó para agarrar a Emily. Austin ya iba a rehusar
soltarla cuando vio a Eldo pálido y atemorizado.
—Ida Mae —dijo con lágrimas en los ojos
Austin entregó el cuerpo inerte de Emily a Dexter.
—Volveré a buscarla —gritó.
Una vez más entró en el edificio en llamas. El calor ya se había vuelto
insoportable. Felizmente no tardó en encontrarla. Salió corriendo con Ida Mae en
brazos, con los pulmones ardiendo y los ojos lagrimeando. En aquellos momentos
todos los habitantes de la ciudad formaban un círculo en torno al edificio e
intentaban apagar el fuego con baldes traídos del lago. Inmediatamente corrieron
para agarrar a Ida Mae. Austin la entregó aliviado y miró alrededor en busca de
Emily. Estaba acostada en el suelo, aún inconsciente. Dexter la tenía en brazos.
Austin respiró profundamente sintiendo arder la garganta. Entonces miró al
teatro. El fuego había alcanzado el tejado.
—¿Qué es lo que ha pasado aquí? —preguntó Ethan aproximándose a Austin.
Había sido él quién había organizado la brigada contra el incendio aunque,
uno a uno, los integrantes de la fila desistían. Sus baldes no producían el menor
resultado. Austin sacudió la cabeza en respuesta.
Entonces, Ida Mae gimió y consiguió murmurar.
—Ha sido Briggs. Creo que aún está dentro.
Ethan y Austin se miraron. Briggs, que había vuelto la vida de su mejor amigo
y la de Ida Mae un infierno. A Austin jamás le había gustado, pero no había
desconfiado que fuese él el fantasma de la ópera. Aun así, se trataba de un ser
humano. Si nadie lo sacaba de ahí, el hombre ardería vivo.
—El fuego es muy denso —dijo Etham.
—No podemos simplemente dejarlo morir —argumentó Austin.
—Ha sido él quien ha iniciado el incendio. Y no sabemos por dónde empezar a
buscarlo.
Austin miró hacia Emily. Dexter le limpiaba el rostro con una toalla mojada.
—Yo voy —dijo, y corrió hacia dentro.
Entró en la sala donde había encontrado a las dos mujeres, pero entonces oyó
una carcajada histérica. Parecía venir del escenario. Fue hacia allí y, cuando abrió
la cortina, vio el teatro iluminado por las llamas. Las carcajadas continuaban.
Austin sintió un escalofrío en su columna. Estrechó los ojos, intentando ver a
través del fuego. De repente vio un claro. Parte del techo cayó sobre él.

***
Austin se despertó sobresaltado y el movimiento súbito hizo que las estrellas
brillasen tras sus párpados. Volvió a hundirse en las almohadas con un gemido.
Una ola de náusea lo invadió antes de disiparse. Abrió los ojos lentamente. Estaba
en su propia cama, en su habitación, en el “Dama de Oro” llevó la manos a la
cabeza y la descubrió envuelta en un vendaje. Su frente dolía. La última cosa que
recordaba era el techo viniendo en su dirección. Debía haberse dado un fuerte
golpe en la cabeza y haberse desmayado. Miró a la ventana. Ya era de día. Había
pasado la noche inconsciente. Intentó levantar la cabeza, pero el mareo y la
náusea lo obligaron a desistir. Decidió que permanecería inmóvil por unos minutos
y después saldría y descubriría lo que había pasado, y si estaban todos bien.
La puerta se abrió y entró Flo.
—Ya era hora de que despertases —dijo en tono rudo, disfrazando sus
emociones.
—¿Qué hora es? —preguntó Austin.
—Estamos a media tarde. Has estado inconsciente más de doce horas.
—¿Cómo he llegado aquí?
—Etham Witherspoon y dos de sus hombres te arrastraron fuera, antes de
que el teatro entero se cayese sobre tu cabeza, idiota.
Austin intentó sonreír.
—Es bueno saber que te importo.
—¿Cómo pudiste entrar allí para salvar a un malvado? —preguntó Flo
indignada.
—¿Consiguieron sacar a Briggs de allí?
Ella sacudió la cabeza y murmuró.
—Pobre loco.
—¿Cómo está Emily? —preguntó Austin tenso.
—Está bien, al igual que su amiga. Solo un poco alteradas. Han pasado por
momentos terribles.
—Ella estaba inconsciente.
Flo asintió.
—Kingsman la llevó a su casa y llamó al médico inmediatamente. Dijo que solo
fue por el efecto del humo. Va a estar bien.
La cabeza de Austin latió con la mención del nombre de Kingsman. Emily solo
podía estar con Dexter, ¿Dónde más? Ciertamente no habría ido al “Dama de Oro”
con él. No sería apropiado para la Srta Emily Kendall. Imaginó que ella habría
preguntado al menos por su estado después de haberle salvado la vida. Pero no
hablaría de eso con Flo. La noche anterior había estado dispuesto a olvidar su
estilo de vida y enfrentar un futuro que jamás había imaginado para sí. Sin
embargo, tal vez el golpe en la cabeza había traído de nuevo el sentido común y el
pudiese continuar viviendo su vida. Metió la mano en el bolsillo. Los trescientos
dólares estaban allí. Y Emily estaba con Kingsman. Debería sentirse aliviado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Flo posando la mano en su frente.
—Peor que cuando me despierto con resaca.
—El médico dijo que vas a vivir.
—¿El médico ha estado aquí?
—Sí. Tu Srta. Kendall insistió en que te viese.
—¿Emily?
—¿El golpe en la cabeza ha afectado a tu oído? —preguntó Flo irritada
Austin intentó entender la información dada por Flo.
—¿Quieres decir que Emily mandó al médico aquí después de que la
atendiese en casa de Kingsman?
—No. Ella trajo al médico aquí.
—¿Ha estado aquí? —Austin se sentó ignorado el dolor.
Flo suspiró teatralmente.
—Cálmate querido. El médico dijo que no debes hacer movimientos bruscos
por algún tiempo. He convencido a tu novia para que se acostase un poco. Ha
pasado la noche despierta a tu lado.
Flo se giró y salió, dejando a Austin mirándola incrédulo. Era como si su
mundo se hubiese vuelto del revés. Un momento después la puerta se abrió y
Emily entró. Austin se quedó boquiabierto. Estaba usando uno de los vestidos de
Dixie, hecho de seda de color naranja, con un escote que apenas le cubría los
pezones. Caminó lentamente hasta la cama con una sonrisa. Sus cabellos estaban
sueltos sobre los hombros. Los ojos verdes brillaban encima de las ojeras
resultantes de una noche sin dormir. Austin intentó hablar pero no lo consiguió.
—¿Cómo te sientes? —preguntó ella.
—Estoy bien, solo un poco atontado. ¿Y tú?
—Estoy viva gracias a ti —la sonrisa de Emily se ensanchó.
—Estoy satisfecho de servirla madame —dijo él intentando sonar contento.
Emily se aproximó un paso y dejó de sonreír.
—Parece que por esta vez, has hecho una mala inversión, socio. El teatro de
Seattle ya no existe.
—Vamos a reconstruirlo —dijo con voz firme y los ojos llenos de simpatía.
—Esperaba que dijeses eso —confesó Emily
Ambos sonreían.
—¿Nuestra otra socia está bien? —preguntó Austin.
—Está bien. Para ella fue peor, justo en su noche de bodas. Eldo se culpa por
Briggs, pero está feliz de que Ida Mae no resultase herida.
Austin sacudió la cabeza.
—La mente humana es increíble. Tal vez, un día, alguien descubra como una
persona se puede volver obcecada hasta tal punto.
Emily se estremeció.
—Siento escalofríos cuando recuerdo su oficina llena de animales muertos.
—Se acabó Emily —dijo él con voz suave y extendió la mano. —Briggs está
muerto y el teatro que vamos a reconstruir estará libre de fantasmas de todo tipo.
Emily le cogió la mano y dejó que la arrastrara hacia la cama.
—Me dijeron que fuiste a buscarme ayer por la noche —dijo.
—Ah, sin…
—¿Qué querías?
—Quería hablar contigo.
—¿Sobre qué?
Austin cambió de conversación.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí, Emily? Pensé que Kingsman estaba
cuidándote. ¿Por qué estás usando eso? —señaló el escandaloso escote.
—¿No te gusta? —preguntó Emily con aire inocente.
—Tú… vas a tener frío.
Ella rió y se acercó más.
—Dexter y yo llegamos a un acuerdo —informó.
—¿Un acuerdo?
—Sí. Él ha aceptado no oponerse a mis tentativas de construir un teatro en
Seattle.
Austin se puso tenso y respondió furioso.
—Bien para él.
—Y yo he aceptado no imponerle una esposa incapaz de someterse lo
suficiente para hacerlo feliz.
Sonrió y se aproximó aún más.
—¿No vas a casarte con él?
Emily sacudió la cabeza.
—Y, en cuanto al vestido, se trata de un generoso préstamo de Dixie. Quería
volver a vivir en el teatro después de la boda de Ida Mae. Ya había llevado allí toda
mi ropa. Perdí todo en el incendio.
Miró al vestido y después a Austin, con una sonrisa maliciosa y seductora.
Austin no fue capaz de desviar los ojos de las pecas que exponía el escote
generoso.
—¿No podías pedir algo prestado a Ida Mae? Algo más…
—¿Decente? —completó Emily.
—Quise decir…
—¿De qué querías hablar conmigo ayer por la noche, Austin? —volvió a
preguntar con voz seductora.
Austin fue invadido por el vértigo cuando Emily posó una de sus manos en su
muslo y, con la otra llevó la de él al borde del escote. Un minuto después, a plena
luz del día, el vestido de Emily estaba por la cintura, mientras Austin le acariciaba
los pechos con pasión. Entonces la besó en los labios.
—Pensé que iba a enloquecer cuando descubrí que estabas dentro del teatro
en llamas —dijo.
—Cuando me contaron que estabas herido e inconsciente, pensé que mi
corazón iba a pararse.
—Estoy bien ahora —aseguró él.
Para que comprobase sus palabras, la besó con intensidad creciente hasta que
el deseo prendió en ambos. Demasiado ansiosos para preocuparse por sus ropas,
hicieron el amor aprisa y vestidos, como si lo necesitasen para asegurarse que
estaban vivos. Llegaron a un clímax intenso en perfecta armonía. Austin posó la
cabeza latiendo en la almohada, sintiéndose deliciosamente satisfecho. Emily
arregló el vestido y se acostó con él. Solo volvieron a hablar minutos después.
—Como el fuego no acabó conmigo, decidiste encargarte de la tarea —
murmuró Austin sonriendo.
—Es increíble, pero no sé exactamente como ha pasado —dijo ella con la
franqueza e ingenuidad que había conquistado el corazón de Austin.
Él rió y la miró.
—¿Quieres que empecemos de nuevo? —preguntó
—Pensé que tenías que guardar reposo —protestó Emily.
—Estoy reposando. No he salido de la cama.
—Nada de eso —provocó ella. —Déjame levantarme. No debía estar contigo
así.
Austin la empujó sobre él y movió el cuerpo de manera insinuante.
—Y pretendo continuar en la cama el resto de la tarde —dijo con una sonrisa
burlona.
Él parecía sexy, atrayente y perfectamente saludable. Emily no contuvo una
sonrisa y cedió a la presión deliciosa, rozando el cuerpo con el de él. El
movimiento provocó un sonido de papeles en el bolsillo de Austin. El metió la
mano en el bolsillo con aire culpable.
—¿Qué es eso? —preguntó Emily levantándose.
Austin retiró la mano.
—Nada —dijo apresurado. Entonces cambió de idea. —Mira tú misma si
quieres.
Emily retiró los billetes del bolsillo.
—Solo es dinero —dijo perdiendo el interés.
Austin sonrió.
—Cuenta.
—¿Por qué?
—Cuenta.
Antes de sumar el total, Emily adivinó el propósito del dinero. Aunque no era
la más romántica propuesta de matrimonio, se sintió demasiado feliz para
molestarse. Aun así, quería oírlo.
—Debe de haber casi trescientos dólares aquí —dijo desinteresada.
—Casi… —repitió Austin sonriendo.
—Un hombre puede comprar muchas cosas por trescientos dólares.
—Creo que sí —aceptó él.
—¿Tenías algún destino especial para este dinero?
—Ah, no lo sé.
Cansada del juego, Emily lo golpeó en el pecho con los puños.
—¡Austin Matthews! —protestó.
—Creí que tal vez pudiese comprar una mujer para mí —murmuró ronco,
tirándole del vestido.
Emily se apartó.
—He oído decir que el precio en tu establecimiento es de tres dólares, no de
trescientos.
Austin respiró profundamente.
—Está bien. He pensado en comprar una esposa.
—Ahora sí —murmuró Emily tirándose en sus brazos.
EPÍLOGO
“Queridos Joseph Jr., Donald y Steven.
¡Ya debéis estar crecidos! ¿Recordáis a vuestra tía Em que viajó hacia el oeste
en busca de aventura? Vuestra madre os va a mostrar la foto de mi matrimonio.
Creo que vais a reconocer a Ida Mae Sprangue, que ahora es la Sra. Smedley. Y las
otras chicas guapas son mis nuevas amigas. Sus vestidos son diferentes a los
usados en Lowell ¿cierto? Estoy escribiendo para contaros que en breve tendréis un
primito aquí en el oeste. Aunque estéis lejos, puede que un día podáis atravesar el
país para conocer esta maravillosa nueva tierra…”
Emily se giró sorprendida cuando dos brazos le envolvieron el vientre
entumecido.
—Pensé que había dicho que te quedases en casa y descansases —murmuró
Austin a su oído.
—Iré en cuanto Ethan termine la cortina lateral del escenario.
Él la giró en brazos y la besó con la misma pasión que la primera vez en que
habían hecho el amor. Soltó un gemido suave al apartarse.
—¿Vas a tardar mucho? —preguntó.
—Estoy rezando para que el bebé espere hasta que la familia de cantores
Flaherty lleguen.
—¿La semana que viene? —inquirió Austin impaciente.
—Llegarán el miércoles.
—Emily, querida, vas a tener que dejarme esta representación a mí. Ida Mae
puede ayudarme —señaló la barriga inmensa. —No es apropiado… —Emily
levantó una ceja y Austin cambió las palabras. —Es demasiado esfuerzo para ti.
—Quiero estar aquí, Austin. Hemos trabajado duro para reconstruir el teatro.
Además, O´Brien, O´Donnell y O´Leary han estado rondando toda la semana
después que oyeron decir que siete hermanas irlandesas vendrían a cantar aquí.
Alguien tiene que mantenerlos bajo control. Esta vez estoy determinada a impedir
que algo malo pase.
Austin sonrió de buen humor.
—Apostaría por ti en una discusión con tres irlandeses peleones, Oxido
Kendall Matthews.
—¿No vas a dejarme trabajar un poco más?
—Mi hijo será el primer niño en Seattle nacido en un escenario —admitió él.
—O hija —dijo Emily satisfecha.
Austin dio un paso atrás para examinarle la barriga con aire alarmado.
—¿Hija? ¿Crees que seré capaz de aguantar a dos como vosotras?
—No tendrás elección. Somos una familia y te pertenecemos.
Austin la tomó en sus brazos y volvió a besarla largamente.
—Es verdad, amor mío. No lo olvides jamás.

Fin

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