Antología Poética
Antología Poética
Antología Poética
ANTOLOGÍA
POÉTICA
Primera edición: septiembre de 2023
ISBN: 9781734285369
Copyright © 2023 Alberto Julián Pérez
Editado por Editorial Letra Minúscula
Barcelona, España
www.letraminuscula.com
[email protected]
9
Las antesalas se confunden
con los espejos, la máscara está
debajo del rostro, ya nadie sabe
cuál es el hombre verdadero y
cuáles sus ídolos. Y nada de eso
importa; ese desorden es trivial
y aceptable como las invenciones
del entresueño.
11
Prólogo-confesión
13
que me llama.
El Tiempo se agota
y me afiebra
y veo desdoblados
los instantes
en los espejos
de la agonía,
donde el Enemigo
triunfante
se arranca las Máscaras
una a una.
Tengo la certidumbre
de que en el fondo
no hay Tema:
el Tema,
con el Significado
que lo acompaña,
se ha hecho imposible;
esta Confesión
es el último refugio
antes de caer anulado
por mi Fantasía,
agotado en mi Creación,
como una madre
después de dar a luz
y ver que ha parido
demonios.
La Lógica me desdibuja
en la trampa de su Verdad:
14
un hombre
no puede ser su Identidad
más allá de su Sueño.
Es esa Identidad
precisamente
la que nos enferma,
ese cambio obligado
de Pronombres
lo que nos duele,
ese Deseo por Descifrar algo,
lo que esos Pronombres
quieren Ser
en la Fantasía atormentada
de los que desesperan
día a día
sin llegar a ser lo que son,
sin alcanzar ese Futuro
que se detiene
en el Presente
y los condena
a la cámara del Tiempo,
incapaces de hallar
una salida,
porque toda esta Cultura
se transforma
en un Laberinto laborioso
de Palabras,
donde lo único que deseamos
es la Muerte.
15
El cubo azul
Sueño:
Estoy tomando
16
mi desayuno
en una casa
a la vera de un bosque
En el bosque
hay un monstruo
Dicen las mujeres
que van allí
para perder su pureza
Mi madre
entra en el bosque
“¿Adónde vas madre?”
“¡Has estado
cien años soñando,
hijo; vamos, crece!”
“No puedo”
“Prisionero de un sueño”
“De un sueño,
del miedo, del deseo”
Yo bebo
el café del desayuno
me alimento de muerte
con las manos atadas
caballo preso
En la taza
caminan cucarachas
que comen
el pan del sueño
Pasa el tiempo,
mis cabellos crecen,
17
la piel se aja
soy un viejo,
el viejo
busca la inocencia
y bebe el mismo
café amargo
una vez y otra
No puedo
No pude
No podré
Mi madre
vuelve del bosque
llena de luz,
tacto dorado
desnuda,
me sorprende,
me reconoce,
se avergüenza:
descubre
que ha dado a luz
a un hombre
que es su padre
Yo muero,
el viejo muere,
mi cuerpo/su cuerpo
se corrompe
mi madre se abraza a él
los gusanos de mi cuerpo
chupan la vida
18
de los miembros indefensos
impotentes, de mi madre,
que no se separa
de mi cadáver
Ella extiende un brazo,
lo deja inmóvil
y un tallo
nace de su mano
Será difícil beber mi café
si el niño-hombre
se despierta
nos tragamos la lengua
y nos ahogamos
poco a poco
como la serpiente
que se devora a sí misma
19
El que busco
se ha ido con mi sueño
Soñar mi mismo ser
es imposible
¿Quién soy? Apenas Esa
la identidad del viento
que se infla en cualquier
corazón dormido
Si no soy, ¿cómo muero?,
¿por qué envejezco?
Cuando el sueño
que vive en mí
no me ama
me echa de su reino
de espuma
y granadas fragantes
abiertas, penetradas
por una astilla de sol
parecida al hielo
que me atraviesa
luz por clavos, tan frágil,
tan vano, tan fingido
pero…¿cómo puedo
acusarlo de mí mismo?
Mi destino me alcanza
para no llegar
y quedarme a morir aquí,
entre todos
prisionero de este laberinto,
20
rosa por fruto
¿Cuál será la espada?,
¿cuál la sangre
de la balanza?,
¿para qué mi muerte?
Sombra, bulto, este soy,
desdibujado
me cubro avergonzado
la cara con mis manos
bebo un beso
¿Me hace falta
un Infierno?,
¿un Paraíso?, ¿un Cielo?
Allí está el Cubo Azul
Viaje
Entro en él
para cambiar de vida
luego vuelvo
Voy y vengo
Las palabras no llevan
pero traen
Son limbos de pereza
Indican
el camino equivocado
Construyen un mundo
que no es cierto
En él vivimos
y estamos engañados
21
Eterno retorno
22
la palabra
de todos los lenguajes,
mitad luz, mitad
música inimitable,
con ella
se enterrará al mundo,
a Dios, al significado,
pero sépanlo todos:
el mundo nacerá
de nuevo.
II
Apoteótico el hombre
y sus signos matemáticos
sus figuras geométricas
sus sueños decimales.
Enorme en su maldición
este animal fantástico,
el hombre,
un sueño común
23
que recorre la historia,
un sueño transmitido
de generación en generación
como un canto,
como una música,
un himno.
III
24
Entre el principio y el fin
ha habido un sueño
de muerte,
guerra, locura,
consumación, destino;
la pasión–enseñaban–se repite,
nace y termina siempre,
rebrota con la misma fuerza.
La pasión es la vida.
Un hombre quería
con su ejército de signos
contarse lo que había pasado
y los signos crecían y crecían,
el hombre moría sepultado.
Amanecía en pájaro ligero
capaz de disfrutar la luz,
el aire puro,
de encontrar a Dios,
el verbo único,
por simple fe
de animal sincero.
Pensativo o fugaz,
estaba en medio
la fatalidad
del destino escrito:
debía encontrar
su piedra de preguntas.
Así lo enseña el mito.
El mito es infinito.
25
El mito es engendrado
por la historia.
Explicados:
sistemas metafísicos,
parábolas filosóficas.
Sin embargo
en el principio
era el verbo.
Eso fuimos:
un signo inteligente
ante un Universo inútil.
¿Qué le queda
a la razón desolada?
El orden de la materia
en el instinto,
la pasión de la fiebre,
el sueño que yo tuve
que despertaba de un sueño
y el mundo no era
ni había sido ni sería,
nacía allí mismo y era claro:
simplemente un punto
que no era un punto
sino el mundo,
la eternidad, la historia,
todos los hombres.
Ese punto era el infinito,
el origen del aire,
26
el de la luz,
oxígeno inflamado,
tiempo viajando
cargado de sonidos
como un secreto
para generaciones
inhabitables tal vez
por el amor.
La memoria nos ata
y nos desata
y la necesitamos
como nos necesitamos.
Hoy es ayer,
mañana será hoy
y así un día
Dios estará muerto
y yo habré crecido
y seré un hombre
entre los hombres
y amar será bueno.
27
Historia de las palabras
En la boca se mecen,
hueso mío, las palabras,
fonemas bondadosos,
los viejos y los míos,
los sonidos uterinos
que manejan
la clave del sentido
en el signo acartonado
que se pierde,
alma verde,
en un mar
de leguleyos y soldados
clamando
por su pan ensangrentado,
¡facta est!, est siendo
el mismo ser que habitaba
en la hermosura,
sin Dios, pero riendo…
Y después
la lengua campesina…
desarrollándose
entre bárbaros
que ignoran
el placer de que gozaban
las señoras
en las villas romanas,
rosae alba;
en el feudo, el castillo,
la leyenda
28
de la cruz consolada
por tanta canalla arrodillada
para facer una copla
a la serrana…
y jugaban en las bocas,
se bebían como pájaros
la saliva de las encías
y saltaban esos pneumas
del molar a la lengua
con sus trinos,
descubrimiento del mundo,
sol del hombre.
¡Y la lengua moderna!
el español de Cervantes,
la figura del lenguaje
levantada, gesto en el aire
la voz cansada,
el imperio de Dios
se está cayendo
y la lengua imperial
naufraga
en las costas del Atlántico
y enseña a los Indios
el “milagro”
de la esclavitud.
(El imperio
extiende sus tentáculos,
es un pulpo
29
que ahoga cuanto toca.
Pasan años,
pasan siglos de servidumbre,
la lengua se redime,
nacen héroes, mueren santos,
las provincias del imperio
se confiesan de día
y hacen el amor
por las noches.
Los indios y los negros
le dan al castellano
su fluencia sensual y dulce,
su ritmo americano.
Llega la libertad
y las provincias del imperio
se baten
en los campos de América
y arrancan sus cadenas.)
30
¡Qué lenguaje
de técnica y silencio,
qué maravillas
desprende la vida
del canino al molar,
llevan historia
las palabras!
Estas palabras
no se suicidan,
hechas de sudor
y sangre,
de ruedas
y de lanzas,
de espadas
y molinos de viento
transportan
el átomo invisible
con su explosión de vida;
estas palabras han crecido,
siguen creciendo,
llevando en ellas contenidas
la emoción de los hombres
y los hombres,
la luz de los objetos,
los colores y los objetos.
¡Oh milagro de síntesis
en estas suaves
ondulaciones transparentes…!
31
Viene de muy adentro
una ráfaga de aire cálido,
vibran las cuerdas
de las guitarras vocales
y salen las palabras,
formas exactas, repetidas,
conteniendo
la historia de la vida,
la historia de los hombres
y los hombres,
cada hombre,
cada flor,
cada sueño,
cada herida.
32
Un torso clásico
El pedestal gira
y el torso
de mármol blanco
nos lanza su mensaje
de belleza.
Este torso trunco
es autor
de nuestro amor
por la vida casi:
nos enseña
a descubrir el yo,
a leer en la proporción
la armonía
que es un juego,
a entender lo dinámico
como una melodía.
La materia
nunca se detiene
- nos enseña -
la idea genera el sueño
o viceversa,
el sueño crea la magia
y hace posible el mito.
El mito (oh felicidad)
vuelve al hombre otra vez
hijo de sus pasiones,
con cola de cerdo,
mordiendo la tripa
de su ombligo
33
y chupando el caracol
de su madre. El mito
no es un humo
detrás del tiempo:
la historia habla
al unísono
con todas las voces.
Frente a este torso
de mármol blanco
siento
que fuimos hechos
todos juntos
de una vez para siempre
en el sistema
del movimiento eterno.
La perfección de la forma
que atesora el diamante,
acaricia la luz,
muerde la música.
Todo esto en la historia,
molde perfecto
de las generaciones.
Hombre hecho hombre
sólo por instinto
que aprendió
a interpretar el sueño
para crear
el yo transubstanciado,
segundo a segundo,
34
descripto en el amor,
esa otra escultura,
ese otro lenguaje
que hablamos
y avanza como un río.
En el principio
éramos uno solo,
luz sin forma
en medio de la sombra,
unívoco
el sonido blanco,
la órbita perfecta.
Astillas quebradas
de un mismo aerolito,
el hombre y la mujer
se acurrucaron,
giró el óvulo
y en un instante
la identidad disuelta
soñó una nueva
identidad,
el juego sensual
y crepitante
del lenguaje,
la proporción
entre las partes,
la belleza,
el pensamiento abstracto.
35
El teatro de la locura
36
y sus mejillas.
La enredadera de sus pechos
se adhiere a su cuerpo.
Cierro el telón
del teatro imaginario;
detrás de todo ese espectáculo
sospecho un gran vacío.
Un manto de luz
filtrándose como agua
de corpúsculos vibrantes
que hormiguean
cubre la ventana
de la gran sala.
Ahora, dentro de mi casa
y sólo en ella se pone el sol.
Salgo de la casa;
en el bosque que la rodea
escucho maderas
golpeando contra cuerdas
y ecos atemporales
que conocen
un círculo sin centro
que es la perfección sagrada;
los rayos de luz
son rectos y sin noche,
sin muerte.
¿Cómo explicarse
a ese hombre imaginario
que desaparece
37
en una mancha de tinta,
y a esa mujer fantástica
devorada lentamente
por su pasión,
máscara de arcilla blanda
decolorándose, mientras
la enredadera-serpiente
de sus pechos
crece en el teatro
de la casa de sueño,
que es tal vez ya
inhabitable
para el Amor,
mientras yo, aquí afuera,
en esta pesadilla de luz,
pierdo totalmente
la conciencia
del tiempo y del espacio,
y hasta de mi inocente yo?
38
Mi escritorio
Mi escritorio
ha florecido de repente:
brotes en las vetas claras
de su cuerpo
tripulado por papeles
y recuerdos
de almas blancas;
murmullos de agua
en sus cajones
donde mis manos
encierran réplicas de manos;
despertar de invisibles
consciencias olvidadas
que juegan al juego
de la identidad del signo
que corresponde
simultáneamente
a la Palabra,
al rayo de luz,
a la melodía de cinco notas
en el ojo geométrico,
vinculado a la perfección
del deseo
y al pensamiento
sin receptor
que habla
y es gesto vacío.
Mi escritorio
secretamente
39
navega aguas atrás,
a la abundancia,
al nacimiento
lleno de deseos satisfechos
que desafían a la locura
(oh, el miedo a la locura
así сon-todas-sus-letras,
y al agua azul que baja
y lava el alma
encallada adentro,
instinto negro).
En el cuerpo
de mi escritorio,
y en sus cajones
hay también
papeles muertos
de hijos
que no nacieron
y aguardan para siempre
en la oscuridad,
pensamientos y agua
y peces en el agua,
olas vueltas
seda de sonidos
que hablan
la lengua dulce del río
que viene del olvido
a traerme
su miel encadenada.
40
Las voces y el silencio
Mi voz alimentada
de gritos
de animales negros
que escapan
noche
noche
noche
la música de violín
corta el sonido
en tiras tiras tiras
que caen
hacia el costado
del renglón.
Mi voz decía
alimentada de gritos
de animales negros
que crecen alrededor
de una forma
y los gritos
la arropan de negro
y esa esencia
inflada de muerte
se viste con palabras
que son son son
dice un payaso
subido a un pedestal,
sacando la lengua
41
inflamada, brotada,
instrumento de charlatán
de mensajes sin significado
(yo sé que la palabra
no vale nada
y que me moriré un día
aspirando el perfume
de las gotas de agua
que viajan por el aire
de estación en estación
con su mensaje
de frescura y primavera;
sin embargo,
el espacio está poblado
de sombras extrañas,
y mi sueño pone signos,
deseos, palabras, miedo...
en todo...).
II
En rápido juego
las voces enlazadas
dibujan en el aire
un encierro sin muros.
Se tocan como labios.
En ese espacio extraño,
ventana palpitante,
42
impactan asteriscos,
fragmentos de aire escrito.
Las sílabas sueltas
se quiebran en rasguidos.
Otras voces crean
maravillas semánticas,
o formas libres
de puntos y de espacios.
El sonido es vivo. Pero
el agua del origen
pronto corta el eco
de la voz;
se distorsiona el ritmo
y el silencio
se incorpora al ahogo.
III
Es una cuestión
de lenguaje exiliado
en su LETRA,
desesperado en su miedo,
un poco de agua sin reflejo,
espejo muerto
en su espesor negro
donde el Cuerpo resbala
para no imaginar
los giros y los tumbos
43
y el ritmo sordo
y el hueco
Aullido Abierto.
¡Qué día
si el sol
saliera en el cuarto
y se pusiera el muro
sobre el horizonte,
si cayera la cortina
de las letras
cerrando los intersticios
mecánicos
del habla desquiciada!
IV
44
de mi sustento.
Camino, sombra dentro
de la sombra,
encerrado
en este rostro odioso
con su máscara
de dios antiguo.
45
La identidad y los espejos
46
II
La identidad enferma
se tambalea en la cremallera
del suicidio-carril,
espacio, puente, salto…
La destrucción acecha
tras los otros rostros
que soy yo
y me necesitan
para ocupar mi lugar.
Cuando crezco hacia abajo
las raíces hacen fuerza,
pero no me sostienen...
III
47
del uno y del uno y del uno
y entráramos y entráramos
sin perder un segundo
encontraríamos la disolución
donde está el amor.
IV
En el espejo
se ha escondido otro hombre
que me busca
en la superficie mojada,
mi identidad semilíquida
deja a las sombras bajar
por mis venas
y ocultarse
en los espacios
donde la conciencia
falsamente razona
las palabras desviadas
de su cauce.
La flor viva
del inconsciente
amenazado
resucita en el sueño
a ese que era
antes de ser un nombre,
cuando no había palabras,
48
ni dolor, ni soledad
del mundo,
ni reconocimiento
de la madre,
ni diferencia,
y todo era
presencia sensitiva,
mismidad
sin pronombres.
Claridades antiguas,
aisladas intermitencias,
iluminan ahora esos momentos
que estaban sellados para siempre
con todos mis secretos,
y sin los cuales
sólo soy
substancia de la lógica,
testigo doloroso
del torrente de amor
interrumpido.
49
El abyecto
50
CRONICAS DE
TIEMPOS DIFICILES
Poemas
51
POEMAS DE LA VIDA
53
El bar de las viejas vedettes
55
Bailaron, cantaron,
mostraron el culo,
exhibieron sus tetas fofas.
Luego del show
vinieron al bar,
esta extraña escuela
de condenados.
Aquí, las vedettes,
que una vez
lo tuvieron todo:
amor, belleza, dinero,
quedaron, indefensas,
bebiendo su copa,
fuera del escenario
y de las luces.
Esas pobres mujeres
me hicieron pensar
en la poesía desvalida
de nuestro tiempo.
En los poetas grotescos,
que cantan y celebran
la fealdad del mundo
con expresión grosera,
y son el hazmerreír
de muchos.
No tienen vergüenza
de exhibirse.
Otrora soñaron
en un mundo perfecto,
56
lírico, elevado,
sin limitaciones.
Pero pasó el tiempo
y nunca llegó
la palabra iluminada
ni la inspiración salvadora.
Ahora rinden culto
a la vida
y se arrepienten
de sus sueños reaccionarios.
También pensé
en los otros,
sus enemigos, que,
a diferencia
de las viejas cocottes,
no saben vivir
en la cruel realidad
y se refugian
en un paraíso imaginado.
Los poetas burgueses,
que cantan
al amor salvador
y los sentimientos nobles
en versos elevados.
Esos que ignoran
el infierno,
que no conocen la caída
ni sienten compasión
por la fragilidad humana.
57
El espíritu, finalmente,
me dije,
será el que nos guíe
por este desierto
solos
ante la duda.
El espíritu poético,
esa aura inmaterial
que viaja por el tiempo,
y llega en el lenguaje
y nos eleva,
y es el espíritu santo.
Miré a mi alrededor,
alcé mi copa
y brindé por las vedettes.
Ellas me devolvieron
la cortesía.
Luego nos quedamos
bebiendo en silencio.
La disciplina del alcohol
me ayudó
a ensimismarme.
Recordé un sueño
recurrente que tengo,
en el que me hundo
en lo más hondo
y emerjo en un espejo.
Allí, desesperado,
me contemplo
58
y me arranco a pedazos
la piel del rostro.
Era sólo una máscara,
descubro, y detrás
encuentro otra y otra…
Vivimos escapando
de nosotros mismos
y, poco a poco,
sin saberlo,
nos acercamos
a eso que somos.
Bebimos
la última ronda
de alcohol suicida.
Cerró el bar
y salimos a la calle,
ya bautizados.
La oscuridad
nos acogió,
en su anonimato
generoso.
Nos alejamos
sin despedirnos.
Solos en nuestra ley
los incorregibles.
Héroes también
de la soledad
y del fracaso.
Ya el mundo
59
me dolía menos
y estaban prontas
a abrirse
las puertas del sueño
y del olvido.
60
La Sibila
En la esquina de casa
vive una indigente.
La pobre
está desequilibrada.
Vuelta hacia adentro,
habla sola.
Parece tener algo más
de treinta años.
Los vecinos
pasamos a su lado
sin decir nada.
Llegó al barrio
hace un año.
Tendió sus mantas
en la vereda,
cerca de una alcantarilla.
Ese lugar es su morada.
Allí come, duerme
y pasa sus días.
61
La hemos aceptado
como parte
de nuestra realidad.
Los niños la miran
con curiosidad.
Ella vive
en su propio mundo.
Sucia, cubierta
de viejos abrigos,
en invierno
y en verano,
duerme junto
a un perro viejo
que se hizo su amigo
y es el único ser
que le brinda
su calor, su cariño.
Cada mediodía
le da de comer
a las palomas
las sobras
de las sobras
que recibe.
No nos presta
atención, ignora
lo que pasa a su lado.
“Ha perdido la razón”,
nos decimos,
pero no sabemos bien
qué es la razón.
62
Parece que oye voces.
Quién sabe
qué le dicen.
Para mí
es como una sibila
que recibe mensajes
del más allá.
Los vecinos
procuran
no acercarse mucho.
Huele mal y,
seguramente,
tiene piojos.
No quieren
contagiarse.
¿Qué nos pasaría
si atravesáramos
con ella
la pared invisible
y cruzáramos
a ese otro lado
que no conocemos?
Aprovechamos
para hacer nuestra catarsis.
Esta mujer sucia
nos sirve para limpiarnos.
Purgamos nuestro miedo
al abandono y al fracaso.
¡Oh indigente,
oh inocente sibila,
63
perdona nuestras deudas!
¡Somos parte
de tu miseria!
Hay en ella
cierta belleza trágica.
Su vida
parece
una metáfora
del purgatorio
o del infierno.
64
En su suerte
veo reflejado
el destino fatal
de muchos artistas:
ante la realidad,
impotentes,
prisioneros
de sus sueños.
65
El ahogado
Estábamos pasando
con mi novia
el día en La Florida.
No me refiero
a alguna playa
de arena blanca,
en Miami
sino
al balneario municipal
de arena oscura,
en Rosario.
Mirábamos desfilar,
desde la orilla,
los camalotes viajeros
que descendían
de Corrientes
con su carga
de serpientes
y de monos.
Nuestro amor
era un amor sencillo
de pueblo
o ciudad sudamericana,
donde los pobres
se bañan
en el río de barro,
y los ricos
66
maquillan la realidad
con sueños prestados.
El sol
se iba poniendo
en el horizonte.
Atardeceres
de reflejos bermejos
del Paraná.
Pareciera que el cielo,
o dios,
estuvieran heridos,
y sufrieran
por nosotros,
que les hicimos daño.
Le dije a mi novia
que quizá éramos parte
de una fantasmagoría.
Abrazados
a nuestro amor tierno
imaginamos
67
que nos íbamos
río abajo
a una selva de jaguares
o tigres americanos.
Podíamos,
si queríamos,
viajar en el tiempo,
pensar que el Paraná
era el río de la vida
de cuya arcilla
había sido hecho
el primer hombre.
Escuchamos gritos,
y vimos
que los pocos bañistas
que quedaban, corrían
hacia un punto
en la playa.
Un muchacho,
a horcajadas sobre él,
le presionaba el pecho
68
con ambas manos.
El ahogado
no reaccionaba.
Me aproximé a él:
vi que tenía
los ojos abiertos.
Su mirada vidriada
parecía buscar
algo en el cielo.
Comprendí
que estaba muerto
y que ya nada
ni nadie
lo volvería a la vida.
Me pregunté
que imagen última
se habría llevado
de este mundo.
Y a quién
habría llamado,
en los instantes finales,
de brazadas desesperadas,
agónicas.
Nosotros preocupados
por el amor, y él
ya entrado en la muerte.
69
¿Cómo sería la muerte?
El muerto
nos traía esa pregunta
a nosotros
pasajeros del amor.
El ahogado
quedó tendido
en la arena.
Nada podía hacerse.
La gente
se fue alejando.
Oscurecía.
La muerte
tan cerca de la vida.
El final
tan próximo al comienzo.
Sentimos
en nosotros
la brevedad del mundo.
70
Percibimos
nuestra mortalidad
y temblamos
por la vida futura.
Quiera dios
darnos vida,
pensé,
y lo dije
en voz alta.
Mi amada
se abrazó a mí
y, tristes,
emprendimos
el regreso a casa.
Atravesamos
lentamente
la ciudad
en el colectivo
del amor.
Al llegar, su madre
preparaba la cena.
No dijimos nada.
Reunidos en familia
comimos empanadas
y bebimos vino.
71
En la TV
un joven cantor entonó
“Samba de mi esperanza”:
“El tiempo que va pasando
como la vida no vuelve más”.
Mi novia y yo nos miramos
y nos tomamos de la mano.
Estábamos enamorados
de esa cosa que es la vida.
Dentro mío rogué
que perdurara en su ser.
72
CRÓNICAS DE
TIEMPOS DIFÍCILES
73
Una visita a la Villa 31
La socióloga
Catherine Simpson
ha llegado de visita
a Buenos Aires
desde Nueva York,
esa ciudad de torres
y maravillas,
isla o barco que flota
entre el East River
y el Hudson
y enseña al mundo
las banderas
de su gran paraíso
mercante.
Es la ex-esposa
de un amigo mío.
Sabía que yo trabajaba
para el Ministerio
de Desarrollo y Turismo
y me escribió.
Vino a conocer
cómo viven
nuestros pobres.
Habla bien el castellano.
Había leído
mi poesía y me aprecia.
Nuestros «cabecitas»
75
son materia de estudio
en las universidades
de los ricos.
Norteamérica se ha cansado
de investigar
las condiciones de vida
en sus guetos negros,
sus barrios portorriqueños
y sus distritos mexicanos,
y ahora está en proceso
de hacer un catálogo
de la miseria universal
y de la barbarie
que sumerge al planeta.
Ni la represión policial,
ni las guerras fratricidas,
han resultado eficientes
para detener
esa amenaza
en expansión
de la pobreza,
y ha decidido mandar
a sus doctores
en sociología y en genética
a visitar los guetos
de África y Latinoamérica
para buscar soluciones
permanentes
76
a este flagelo
de la humanidad.
Yo la recibí
en el renovado
aeropuerto de Ezeiza,
que pretende (igual
que nuestra oligarquía),
parecerse cada vez más
al de Miami,
pero en chiquito.
Partimos de allí
a su hotel 5 estrellas
en Puerto Madero,
el antiguo muelle
de trasatlánticos
de ultramar,
hoy barrio boutique
de nuestros empresarios
internacionales,
joya preciada
de los inversionistas,
cotizada patria
de los capitales
golondrinas,
donde lavan el dinero
nuestros ricos.
Quedamos en recorrer
77
al día siguiente
nuestra villa miseria
más famosa,
hermana dolorosa
de las favelas de Río,
los pueblos jóvenes
de Lima,
y las colonias pobres
de México.
La pasé a buscar
en una 4 x 4
del Ministerio.
Se sorprendió
Catherine
de lo tan cerca
que estaba la villa
del barrio insigne
de nuestra oligarquía.
La Villa 31 se levanta
majestuosa
junto a la estación Retiro,
entre las vías de los trenes,
la autopista y el puerto,
frente a los Tribunales
de Justicia.
Entramos por sus calles
de tierra,
surcadas de cloacas
78
a cielo abierto,
flanqueadas de deshechos
y montones de basura
maloliente.
Ante nosotros estaban
las coloridas casillas,
ordenadas en hileras
superpuestas,
apiladas unas sobre otras,
como las latas de conserva
en el supermercado.
Fuimos directamente
a la capilla,
donde el cura villero,
79
que se había escrito
con nuestra
embajadora gringa,
le dio la bienvenida.
Le dijo
que había conocido,
durante un viaje,
al Pastor de su Iglesia
en el East Side,
(Catherine era profesora
de la Universidad
de Nueva York),
un polaco rubio y alto
que hablaba a los gritos,
pesimista y desesperado
como nuestros profetas
de la pampa.
Poco después
llegaron a la capilla
las madres de los comedores,
casi todas señoras maduras
de aspecto poco cuidado,
que sirven diariamente
platos de sopa,
pan y mate,
a los niños de las familias
que no pueden
alimentarlos.
80
Se fueron con el cura,
todos juntos,
a recorrer a pie la villa.
Los siguieron
algunos chicos
y los perros callejeros.
Los hombres
desocupados,
que aguardaban
un milagro
a la puerta de sus casillas,
los observaban.
Yo me sentía mal
y no fui con ellos.
Me disculpé. Era como
si toda esa miseria
me hubiera golpeado
en el estómago.
Regresé a mi casa
en el barrio trabajador
y pobre de La Boca,
patria del club de fútbol
más famoso,
en cuyo estadio,
los domingos, las masas
gritan su entusiasmo
y escapan de sus tristezas.
81
Tuve bastante trabajo
en esos días
con las delegaciones:
llegaron agentes
del Fondo Monetario
y los llevé
a la Embajada Norteamericana
y a la Casa de Gobierno.
También arribaron profesores
de la Escuela de Derecho de Yale
para hablar con los jueces
de la Suprema Corte de Justicia.
82
nos podrimos más,
y que la burguesía
no planea salvarnos,
sino vendernos por pedazos
en el mercado de carnes.
Catherine me llamó
por teléfono,
y me dijo
que su visita al país
le estaba resultando
muy productiva.
Tenía su agenda llena.
Hablaría inclusive
con la Ministro del Interior,
¡una mujer!
No la volví a ver
hasta varios días después,
en una recepción. Me pidió
que la recogiera el lunes
para llevarla al aeropuerto.
Ahí podríamos conversar
y despedirnos.
83
Pasé por su hotel
temprano a la mañana
y nos subimos a la autopista.
Estaba contenta.
Todo había salido muy bien.
Había recogido
mucha información
importante.
Me dijo
84
que había corroborado
en el terreno
lo que tantas veces
había leído en sus libros:
era indispensable
frenar la barbarie
de una vez por todas
en Latinoamérica.
85
para las áreas residenciales
del centro.
En Ezeiza la aguardaba
un pequeño comité
de despedida
de la Casa de Gobierno
que le entregó
varios regalos:
un poncho,
un rebenque,
unas espuelas.
Le dijeron
que ya los gauchos
habían desaparecido,
pero eran el símbolo
de nuestra patria criolla.
Se los había llevado
el tiempo
86
como un día
el tiempo se llevaría
la barbarie villera.
La representante
de la civilización yanqui
se tomó el vuelo
de American,
y se fue a hacer su informe
sobre la Argentina.
Esperemos
que la solución propuesta
no sea la misma
que ya sufrieron
en el continente
los indios, los gauchos
y los negros.
87
en los pasadizos de fango
que llegue
la prometida piqueta
y la orden de desalojo.
Los argentinos
somos creativos y mitómanos,
reverenciamos el melodrama
e inventamos historias.
En la patria de Gardel,
el Che y Evita,
88
dios nos consuela.
¡Ver tanta miseria junta,
quién diría, si dan ganas
de fotografiarla!
89
El Gran Cacerolazo del Obelisco
Utilizo
el lenguaje expresivo
que mi pueblo
ama y entiende:
90
imágenes visuales llamativas
y decoradas metáforas
cumbieras,
para sellar el nuevo pacto
con las multitudes argentinas
en la forma poética
del siglo veintiuno.
Hemos comenzado
nuestra jornada nacional
de Resistencia
(palabra sagrada
en la lengua de mi tierra,
honrada por la paciencia
de luchadores innumerables
en las horas aciagas
del terror y la dictadura)
contra un gobierno apátrida,
91
oligarquía estéril y cipaya,
que hambrea
a su pueblo trabajador
y nos trata
como a salvajes
o a bárbaros.
Impactante
es la riqueza verbal
de mi gente,
los muchos hallazgos
de su expresión arisca y viva,
por eso mi indignación
choca
con la policía del idioma.
Ya tuvimos, felizmente,
nuestros libertadores
de la lengua y de la poesía,
y hoy podemos elevar
el lustre de nuestra voz
y dar lecciones
de sensibilidad
a los vendepatrias
y a los reaccionarios.
92
y guay de quien se digne
ofender su memoria,
porque saldrán los poetas,
con las filosas espadas
de sus plumas,
a despenar a los asesinos
de sus versos.
Para los ricos
de mi querida Argentina,
sépanlo, nunca hubo nada
más despreciable
que su propio pueblo,
y así lo demuestran,
crueles Nerones,
con sus actos
y medidas de gobierno.
Por eso nuestra gente
ha decidido,
como la Difuntita Correa,
digna y dulce,
luchar, heroica,
por sus derechos.
93
durante cinco décadas
con sus desgobiernos
militares
y sus Juntas de asesinos
en el pasado siglo,
vienen hoy
con sus vástagos,
educados en universidades
gringas,
a traer hambre y miseria
a nuestros hijos.
94
El Obelisco está engalanado
de carteles
que vocean nuestra rebelión,
en este día en que florecen,
junto a las cacerolas,
los paraguas, porque hoy,
como en aquel
25 de mayo de 1810,
cuando el pueblo argentino
inició su Revolución
contra el Imperio,
llueve en Buenos Aires.
El cielo nos acompaña
y está llorando por sus hijos
en el espacio alegórico
de nuestra movilización
popular.
95
y gritando nuestras razones,
expresando
nuestra indignación
y nuestro enojo,
batiendo,
con ritmo canyengue,
nuestras cacerolas
disonantes.
96
mercenario
del país de los potentados,
para contener
el avance de los disconformes,
incitándolo, si hace falta,
a disparar contra su pueblo.
97
y de la luz en un 700 %
(¿increíble, no?).
Hay en la protesta
mayor cantidad
de mujeres
que de hombres.
Las cacerolas
son el símbolo
de la labor continua
y esforzada
de las madres
en sus hogares,
y las combativas
y valientes mujeres
quieren hacerse escuchar.
Raudas recorren las filas,
amazonas guerreras
en la batalla
contra la Hidra
98
de crueles egos
de la oligarquía carnicera.
Primeras en la fila,
se destacan las Madres
de Plaza de Mayo,
ancianas esforzadas,
armadas, bajo la lluvia,
de coraje,
con sus característicos
pañuelos blancos;
los miembros
de la Tupac Amaru,
rostros de bronce,
perfiles de hacha,
piden, en sus carteles,
por la libertad
de la militante indígena
99
Milagro Sala,
prisionera política
del gobierno;
varias organizaciones
piqueteras, agitan
las acosadas banderas
de sus consignas;
el Partido Obrero
hace flamear
su estandarte rojo,
insignia
de la guerra de clases;
Barrios de Pie forma
ante el muro policial,
barrera sin misericordia,
una procesión
de conciencias.
Reconozco de pronto,
en la muchedumbre,
algunas caras:
son los jóvenes estudiantes
del colegio de mis desvelos
que se han hecho presentes
en esta hora.
Rostros osados,
ojos luminosos,
sonrisas fáciles,
me siento orgulloso
100
de esos jóvenes
centinelas idealistas.
Me gritan: «¡Profesor!».
Los saludo agitando
mis dos brazos.
«Mire si nos viera
Martín Fierro»,
dice uno.
Levanto el pulgar,
aprobando su ingenio.
Están en mi nuevo curso
de Literatura Argentina
en la «Escuela de la Ribera»,
donde estudiamos
y discutimos
muchos grandes
libros nuestros.
Juntos leímos
el Martín Fierro
y Operación masacre.
Son muy inteligentes.
Me alegra
que hayan venido
a esta inolvidable
protesta popular.
Me honra
la profunda
conciencia social
de estos muchachos,
101
hijos de los trabajadores
de mi barrio, La Boca,
antigua casa de inmigrantes
y refugio de humillados,
cuna ilustre de luchadores
anarquistas y socialistas
admiradores de Almafuerte
y de Carriego.
102
de corazón.
No hay mejor ritmo
que el que nace
de la indignación.
En este país
pasan muchas cosas.
Protestan las madres
de familia,
las organizaciones
barriales,
el Partido Obrero,
los Peronistas,
los estudiantes.
Se escuchan cánticos:
«Macri,/ basura,/
vos sos la dictadura».
El Jefe de la Policía
da la orden
a su escuadrón de avanzar.
Infiltrados de Inteligencia
nos provocan.
Escuchamos los insultos:
«Negros grasas, cabecitas,
muertos de hambre,
viejas de mierda», gritan.
Son las mismas expresiones,
resentidas y racistas,
de desprecio
103
que utilizan las señoras
en Barrio Norte y Recoleta,
el enclave de los ricos,
para referirse a sus sirvientes
en sus conversaciones.
Para estos agentes
y espías del gobierno,
los trabajadores
no tienen
valor humano alguno.
Mientras,
en nuestro grupo,
por encima del estruendo
de las cacerolas,
se escucha, al unísono,
nuestro clamor:
«¡queremos trabajo!»,
«¡tenemos hambre!»,
«¡no podemos pagar
las facturas!»,
«¡no al tarifazo!».
Es la luz
de la voz multitudinaria
iluminando la oscuridad
de la barbarie macrista.
Los argentinos
hacemos cosas esenciales
104
con nuestro lenguaje,
la palabra para nosotros
es un arma
cargada de belleza,
bandera de identidad
para develar
la verdad propia
a los hermanos.
Periodistas y maestros
nos reconocemos
en su dignidad redentora.
105
Es importante
dejar testimonio
del presente.
Estamos en tiempos difíciles.
La Historia, la Literatura
y la Política
son los faros
que han iluminado
las luchas de los pueblos
en Hispanoamérica.
Mañana, seguramente,
la prensa oficial infame,
la de los plumíferos
serviles, cómplices
del poder vandálico
y del capital corrosivo,
sembrará sus mentiras.
Explicará que éramos
minúsculos
y nos había mandado
el Peronismo,
y aún el Comunismo,
promoviendo el odio
en las falanges macristas.
No es cierto
y les explicaré todo,
en esta,
mi crónica urgente:
106
la gente salió a la calle
porque la calle es nuestra,
y esta élite de vendepatrias,
de cipayos al servicio
del capital sangriento
que dice que nos gobierna,
no va a meternos miedo.
Los conocemos
desde hace tiempo.
Estos Gerentes
son los hijos
y los sobrinos
de los Generales,
que asesinaron
a los familiares
de numerosos jóvenes
que nos acompañan
en esta protesta.
Entre ellos
hay muchos hijos
de desaparecidos.
Recuerdo bien
esa época infame,
porque yo
estuve en la patriada
de los que luchaban
por la libertad,
y supe del poder
de fuego
107
de sus armas
de exterminio,
gemas sangrientas,
obsequio del Pentágono.
La resistencia
de los pueblos
contra los amos
imperialistas
que nos explotan,
es tan antigua
como el continente
Americano.
Producto somos
de ese abuso incesante
y brutal del capital
sobre el trabajo,
esclavo o libre,
más esclavo que libre
finalmente.
El capital paga
el sudor del obrero
con balas y con hambre.
En nuestra lucha,
nosotros nos civilizamos
y aprendemos a ser libres,
mientras los patrones,
esclavos de su inhumanidad,
buscan hundir al mundo
en el terror y la barbarie.
108
Este poema aspira
a ser esa escuela
donde los hijos
aprendan un día
de las luchas de sus padres.
Mis crónicas son barrocas
y melodramáticas, excesivas
y desbordantes
como nuestra gente.
Sus comparaciones y metáforas
dan ejemplos de nuestro valor,
de nuestra fe y coraje.
Llega la hora
de terminar la patriada.
Vamos plegando con amor
nuestras banderas.
Nos despedimos de esa viril
torre marmórea
y catedral porteña,
el Obelisco,
blanquísimo
contra el fondo oscuro
del cielo nocturno.
Testigo es del espíritu
de lucha de sus hijos.
Empezamos poco a poco
a desconcentrarnos
sobre la gran explanada
de la 9 de Julio
109
y la Avenida Corrientes,
nerviosa de marquesinas
luminosas
y teatros acogedores.
Al fondo
de la Gran Avenida
de nuestra independencia,
en el edificio del Ministerio
de Obras Públicas,
se ve el mural azul y blanco,
titilante de luces,
con el retrato gigante
de la inmortal Evita,
custodio de los humildes.
Hormigas sigilosas,
gritando a voz de cuello
nuestras consignas,
prometemos volver,
horadar con nuestro trabajo
las leyes injustas
con que nos aplastan
y nos anulan
los crueles dueños
del capital,
y ocupar las calles
que son nuestras,
trazar nuevos caminos
a la esperanza.
Exigimos justicia.
110
Somos la caridad y la fe.
Nos vamos en silencio
a nuestros hogares
empobrecidos,
a comer el pan amargo
de la desdicha.
111
las sacrificadas
masas populares
y, con todos los otros barrios,
sumarse al Gran Cacerolazo
de la insurrección,
para fundar una República
en libertad.
En Argentina necesitamos
una nueva revolución:
la de los pobres
contra los ricos,
la de los hijos
contra los padres,
la de las mujeres
contra los maridos
tiránicos,
la de los débiles
contra los fuertes
opresores,
la de los poetas
contra
los malos políticos.
112
y desear que esta vez,
las balas de la oligarquía
dirigidas al pueblo,
erren el blanco.
Que reconozcan
nuestra humanidad
queremos.
Por nuestra parte
prometemos,
que haremos
que comprendan
y sientan
lo que es la Patria.
La llevamos aquí
en nuestros corazones,
tesoro espiritual,
precioso tatuaje sin precio.
Parece una vieja verdad
o una superstición,
pero, aquellos
que la han sentido,
saben lo cerca de dios
y de la vida
que está la antigua
casa del Padre,
nuestra Patria.
¿Cuándo empezó todo esto?
¿Cuándo los héroes
113
se volvieron villanos?
¿Cuándo los libertadores
se hicieron opresores?
¡Oligarcas, vendepatrias,
asesinos! ¡Arrepiéntanse
de sus crímenes!
Están a tiempo.
Generales de Latinoamérica
que han olvidado
quién es el enemigo,
y han apuntado las armas
contra sus ciudadanos;
oficiales criminales
de la Armada
que lanzaron a las madres
y a sus hijos al vacío
desde los aviones militares;
crueles torturadores
de jóvenes estudiantes;
abogados vueltos policías,
que persiguen al débil,
en lugar de protegerlo;
jueces de las cortes
mediáticas de Justicia,
que montan el show
a pedido de sus amos,
y crean cortinas
de humo cómplice
114
para ocultar sus latrocinios;
explotadores racistas
que pagan con nuestra sangre
intereses
a sus patrones extranjeros;
nuevos gerentes de los capitales
de sus padres genocidas;
terratenientes, nietos de ladrones
de tierras y asesinos de indios;
sepan que esta
es también su Patria.
115
Muchacha cama adentro
El domingo,
pasado el mediodía,
después de almorzar
un buen bife argentino,
asado a punto, y regado
con un vaso de vino ordinario,
en un bodegón de La Boca,
mi barrio, no recomendable
para los espíritus finos,
me tomé el 130
rumbo a un sitio
poco frecuentado
por mis vecinos:
el elegante distrito
de Recoleta,
cuna de nuestra
arrogante
clase adinerada,
para visitar
el Museo de Bellas Artes.
Hacia allí me llevó
la curiosidad,
bichito que me picó
por culpa de la crítica
de arte Laura Malosetti,
a quien no conozco
en persona, pero a la que
ya debo este poema,
y no sería injusto
dedicárselo.
116
En un artículo
en que habla
sobre el cuadro
«Le lever de la bonne”,
«El despertar de la criada»,
de Eduardo Sívori,
pintor argentino
nacido en 1847
y muerto en 1918,
dice, para intrigar al lector,
que fue pintado
para su exhibición
en el Salón de París de 1887,
y que la fotografía
que se tomó del mismo
en aquel entonces,
demuestra que la obra
que hoy conocemos,
expuesta
en el Museo de Bellas Artes,
como parte de su colección
permanente, “presenta
algunas diferencias»
y no es exactamente la misma
que se exhibió en París en 1887.
117
qué se escondía
detrás de todo esto.
Yo ya admiraba
un importantísimo cuadro
de Sívori, que había visto
en el Museo de Quinquela,
en La Boca:
«La mort d´un paysan», o
«La muerte de un campesino»,
de 1888, que Don Benito
compró para su museo en 1938,
y rebautizó
«La muerte del marino»,
integrándolo así
a la problemática
del paisaje boquense.
Esa pintura trágica
nos presenta
a un hombre pobrísimo
en su lecho de muerte,
ante el dolor
y el desconsuelo
de su mujer y sus hijas,
que lloran, desesperadas
e impotentes.
La dura escena
golpea al espectador.
Al mirarla me sentí
doblegado,
con el corazón grave,
118
cargado de piedad.
Tanto nos intimida hoy
el final de la vida
como en aquel pasado.
Nuestra alma busca,
sedienta,
la inmortalidad.
119
de sus enemigos,
que ayer como hoy
abundan dondequiera,
para atacar
a los grandes artistas
de su tiempo. Zola
retrató la vida
de los obreros
y de las mujeres pobres
como nadie. Sívori,
que lo admiraba,
vivía en esos años
en París, decidido a ser
un pintor de peso,
y regresar victorioso
a su país un día, como
efectivamente sucedió.
120
del país, en esta,
nuestra Argentina de hoy,
dividida e irredenta.
No me gusta ir
a territorio enemigo,
pero es que esta gente,
que se cree
dueña de todo,
se ha apropiado
de nuestro arte,
no ha entendido
que los artistas
pertenecen a su pueblo,
aunque ellos
no lo quieran.
Yo estaba allí, entonces,
para reclamar, como poeta,
en nombre
de los creadores
fervorosos de la plebe,
nuestro derecho a ser,
a expresarnos,
nuestra libertad,
que tantas veces
nos negaron
estos esbirros del infierno.
121
de rojas columnas.
Ansioso como estaba
por descubrir la verdad,
fui directamente a la sala
de los pintores argentinos
del siglo XIX,
y allí me detuve
frente al soberbio cuadro.
Su título,
« El despertar de la criada »,
no develaba
el enigma central la obra.
Una sensualidad natural,
un estado de erotismo
que sacudía
las fibras íntimas
del espectador
emanaba del cuerpo
de la mujer. Había algo
que el forzado título encubría.
¿Habría sido una solución
de compromiso
que tuvo que adoptar
nuestro pintor, falseando
la autenticidad de su arte,
para defenderse de los prejuicios
y amenazas de ciertos grupos?
Las críticas destructivas
y sus ataques
tienen que haber resultado
122
una presión insostenible
para Sívori. Mucho dependen,
por desgracia, los artistas plásticos
de sus patrones…
123
y su imagen fue símbolo
de los crímenes
de una sociedad
contra sus hijas indefensas…
Su cuadro recibió
en Francia
críticas negativas…
No podía ser
de otra manera.
La oligarquía francesa
no es mejor que la nuestra.
Hermanos en la explotación
y el desprecio a su gente.
La pintura de Sívori muestra
a una joven mujer, sin ropas,
en su cuarto.
Está sentada
sobre su cama deshecha…
Sus formas son abundantes,
sus pechos grandes
y generosos. Sus pies
están deformados, son feos.
Mira hacia abajo, con tristeza.
Tenemos la sensación
de que algo la avergüenza.
Va a vestirse.
Junto a la cama observamos
una mesa de luz, con una vela.
124
Medio rostro queda oculto
en la penumbra.
Malosetti argumenta,
en su documentado artículo,
que en la foto de la obra,
tomada en París
durante la exhibición de 1887,
no aparecía,
en la mesa de noche,
el candelabro que vemos hoy.
En su lugar
había una jarra grande
y una palangana…
En la parte derecha del cuadro,
sobre la pared, en un área
ahora oscurecida e invisible,
había Sívori pintado
un estante
que contenía «potes
y artículos de tocador».
Es evidente
que la obra original
no era el retrato
de una sirvienta,
como declara,
engañosamente,
su título contemporáneo,
sino el de una prostituta,
125
o, quizá, como es común
observar en Buenos Aires,
el de una sirvienta
prostituida,
para entretenimiento
del gorilaje cipayo.
Los que visitaron
la exposición,
escandalizados por el tema,
que unía la sexualidad con
la explotación y la pobreza,
lo criticaron:
la hipócrita burguesía
del Segundo Imperio
se sintió descubierta
en sus oscuras prácticas
«higiénicas».
Censurado el tema,
Sívori comprendió
que recibiría la misma crítica
en Buenos Aires. Se vio
ante un difícil dilema.
Enfrentarse a los arrogantes
y poderosos patrones del arte
y defender su libertad
de autor, o ceder
antes las presiones…
Terminó sacrificando,
lamentablemente,
su independencia de artista,
126
y lo modificó,
transformándolo
en un cuadro pío:
el de una triste sirvienta
que despierta en su lecho,
temprano por la mañana...
Han quedado, felizmente
para nosotros, evidencias
de la intención
original del pintor
registradas en la escena.
Habría de reivindicarse
de esa situación humillante,
con el cuadro que presentó
en el Salón de París
al año siguiente,
«La mort d´un paysan»,
«La muerte del campesino»,
que hoy albergamos
felizmente en La Boca,
la casa del pueblo trabajador,
gracias a la generosidad
y altruismo de ese gran pionero
del arte social que fue Don Benito
Quinquela Martín, quien lo compró
con su propio dinero para su museo.
En esa obra pudo expresar
Eduardo Sívori
su sincero amor por los pobres
127
y marginados,
y denunciar ante la sociedad
la desprotección de los humildes…
La escena central de
«El amanecer de la sirvienta»
tiene lugar en el triste
momento de la noche
en que las muchachas pobres
ejercen el oficio, y venden
a los hombres pudientes
la flor deseada de su sexo.
Tal como sucede hoy
en los appart hotel
de Recoleta, barrio selecto,
donde los traficantes de putas
ofrecen su mercancía más fina.
La actitud depresiva
del personaje
denunciaba la humillación
y el mal trato
del que son víctimas
las muchachas prostituidas.
A la oligarquía
le gustaba ocultar
la «ropa sucia».
Expertos son
en el oficio indigno
de maquillar, con mala fe,
128
sus atropellos
y justificarlos como parte
de sus «sanas costumbres»,
encubriendo sus delitos
tras los relatos engañosos
de sus crónicas sociales.
Conmovido quedé
por el cuadro de Sívori,
nuestro primer gran pintor
naturalista, que no realista,
como afirma mucha crítica
tibia y reaccionaria.
Siguiendo a su maestro
Zola, buscaba
decirnos algo
sobre la desprotección
de las mujeres.
Aún en su versión
de hoy, modificada
y corregida,
víctima de la censura
de los sabuesos
del sistema,
sentimos la fuerza
de su mirada cristiana
y compasiva.
Sívori fue un artista
comprometido
129
con su tiempo,
al que la oligarquía
del Ochenta
le torció la mano
para justificar su liberalismo
adocenado. Admiraban
a las élites francesas
del Segundo Imperio
y su visión racista
de la «civilización»,
tan en boga entre nosotros.
En el salón de París de 1887
los burgueses reaccionarios
eran mayoría.
130
Cuando el arte es auténtico,
su espíritu vive;
un aura inmaterial
lo envuelve;
nace de él
una conciencia nueva
(¡cómo duele
la realidad «natural»,
triste y desoladora,
de la selva darwiniana!).
La sociedad carnívora
sigue acosando
a los mismos sujetos:
los más frágiles,
los más tiernos,
los más débiles y sensibles.
Los artistas, intimidados,
disfrazan sus sentimientos
para no ser perseguidos
por los perros
del estado policial.
Ellos no dejan hablar.
Silencian. Espían, censuran
y reprimen. El pensamiento
no se expresa libremente
en un país donde castigan
y mienten al pueblo.
Pobreza cero.
131
Saqué una foto del cuadro
con mi teléfono celular
y me fui del museo.
Llevaba conmigo
el testimonio
de una sociedad
tramposa e infame.
Había que reescribir
la historia. Los políticos
de la Generación del Ochenta
se jactaban de ser miembros
de una élite
progresista y liberal:
mentira,
fue una generación cipaya,
oportunista, vendida,
corrupta, tramposa, ladrona.
Sívori era mejor que muchos
de sus contemporáneos:
no se dejó comprar
por el canto
del cisne simbolista.
Prefirió aprender de Zola,
descubrir el París marginal
de los humildes,
codearse con sus hermanos
anarquistas. Por eso
lo censuraron.
132
La tarde estaba hermosa.
Crucé a Plaza Francia.
Ascendí la barranca
hasta llegar a la entrada
del Cementerio,
donde descansan
grandes héroes nacionales,
como el Almirante Brown,
nuestro irlandés de hierro,
y Facundo Quiroga
(enterrado de pie,
listo a desenvainar la espada
para defender a su país),
junto a muchos reaccionarios
vendepatrias
(Sarmiento incluido)
y a figuras políticas luminosas,
como la inmortal Evita.
También está allí su detractor,
el General Aramburu,
que secuestró y mancilló
su figura querida
y pagó con su vida
la afrenta hecha
al pueblo peronista
(¿podemos, mágicamente,
robar un cuerpo
para hacer desaparecer
su espíritu?
133
¡Ah, la ingenua maldad
de los gorilas!).
Seguí mi camino.
Atravesé la plaza
y arribé a La Biela,
uno de los cafés históricos
más lindos de Buenos Aires.
Me tenté
y entré a tomar algo.
En el amplio salón vi,
sentadas, junto a una mesa,
las esculturas
de Bioy Casares y Borges,
antiguos clientes.
¿Qué hacían allí?
Es cierto que Bioy
era hijo de una familia
de oligarcas,
y vivió en el barrio,
siempre de rentas,
sin trabajar. Así disfrutan
de sus privilegios
los descendientes
de nuestra oligarquía vacuna,
que desheredó
a los herederos nativos
de su tierra,
¡pero Borges, el escritor
134
más destacado
de nuestra literatura nacional,
allí, en Recoleta,
en medio del chetaje
conservador
de viejos Generales retirados
y gerentes de empresas
quebradas por sus dueños!
Me pareció injusto…
Me dije
que el gran viejo ciego
no les pertenecía…
No quiso ser enterrado
en su cementerio,
se fue a morir a Suiza,
el país que lo acogió
con amor
en su adolescencia.
Sin embargo…
es cierto que aceptó dádivas
de Aramburu,
el tirano golpista
que enlutó nuestra Patria,
proscribió de las urnas
a los trabajadores
y pisoteó la Constitución a gusto.
Hizo nombrar a Borges
Director de la Biblioteca Nacional
y profesor
135
de Literatura Inglesa en la UBA,
títulos que merecía, pero…
¿aceptarlos de manos
de un represor y genocida,
asesino de los obreros
de José León Suárez,
sin decir una palabra?
Viejo reaccionario…
quizá esté bien en La Biela…
El pueblo, sin embargo,
es el verdadero dueño
y heredero
de sus lúcidas historias
y de sus versos. Ya ni al mismo
Borges
le pertenecen. Los artistas
se deben a su gente.
La literatura y el mito
viven en el pueblo.
El arte, como el agua,
se decanta hacia abajo.
Frente a mí,
sentado en una mesa,
reconocí
a Juan José Sebrelli,
ya muy viejito.
Iba siempre a ese café,
me habían dicho.
136
El talentoso autor de
Buenos Aires,
vida cotidiana y alienación,
antiguo sartreano,
es hoy escritor pesimista
y claudicante,
al servicio de aquellos
que saben cómo premiar
a sus sirvientes letrados
(no debe el escritor dejar
que le pongan precio
a su pluma; que nos guíe
el amor a nuestro destino,
y no la vanidad del aplauso).
137
en sirvienta de ellos,
siempre de ellos. Así muestran
el desprecio
por el trabajo humano,
la arrogancia
de su cuna reaccionaria.
Y que La Boca,
el antiguo amparo
de inmigrantes,
el señero abrigo
de conventillos de chapa,
guarde y honre,
en la casa
de su hijo más dilecto,
la pintura del trabajador,
campesino o marino,
abandonado
en su lecho de muerte…
La herencia espiritual
de la cultura
estaba en juego,
y yo había ido a proteger
lo que era mío.
Que no enloden
la memoria de dolor
y verdad de la gente
que valoraba y defendía
eso que somos.
138
Que no alteren y deformen
nuestra historia
con sus mentiras.
El arte, como la religión,
llega, con su canto de cisne,
por igual,
a explotadores y explotados.
Cajita de resonancia
de todas las promesas,
es elevado altar
de sueños patrios.
En un mundo
sin profetas
ni redentores,
debe cada uno
velar por los que ama:
que se levante el pueblo
y dé su vivo testimonio
contra la apostasía
y el cinismo
de los poderosos.
Salí de La Biela
y fui a la Avenida
a tomar otra vez el 130.
Quería defenderme
de tanta decadencia.
La seda
olía mal en Recoleta.
139
Volví a La Boca,
mi barrio pobre,
donde los compañeros
respiran a sus anchas.
No sólo de pan
vive el hombre.
La nación es fuerte
en su Bombonera.
Aquí me regalo
con la generosidad
de los míos,
y puedo escuchar
los tangos de Filiberto,
reconocerme
en los murales
de Quinquela,
y unir mi voz a las de
los poetas amigos
en FM Riachuelo.
Me despido entonces
de Laura Malosetti,
que nos ayudó
con sus sospechas
a despejar este misterio.
Eduardo Sívori
retrató la miseria
que había descripto
Emile Zola.
No le fue suficiente
140
la realidad del Realismo:
avanzó más allá,
buscó
en la experiencia humana
una verdad profunda.
Nos mostró
el alma del pobre
con su dolor, por dentro.
Se vio reflejado
en la desventura
del otro,
como en un espejo.
Él fue, en su corazón
de pintor y poeta,
la prostituta despreciada;
él, la sirvienta.
Eduardo Sívori,
el Naturalista,
es artista nuestro.
Pobre muchacha
cama adentro,
trabajadora humillada…
Esclavizada a tu lecho,
carne fuiste de suburbio,
mancillada. Zola,
en sus novelas,
se acercó a vos
con compasión
141
de hermano. Sívori,
enamorado de tu cuerpo,
te acarició con su pincel.
En mi poema, te imagino,
diosa de hospital,
hermana de Baudelaire.
Ahora, en Buenos Aires,
eres nuestra, guardamos
tu exquisita carne
en el artístico retrato
y con vos comulgamos
en la misa
de los desamparados.
Le lever de la prostituée.
Le lever de la bonne.
Paris y nosotros.
Anarquismo y socialismo.
Revolución y libertad.
Quedaste como prenda
de nuestros comunes
destinos. Mi mirada
descubre y decora
con pasión tu humildad.
Que este poema
te devuelva
a tu verdadera historia
y te haga justicia.
142
MURALES
143
Sábado a la noche, cumbia
El sábado a la noche,
ya muy tarde,
a la hora en que salen
en Buenos Aires
los espíritus inquietos,
fuimos
con mi amigo Pancho
al bailable de Constitución
Radio Studio,
el Gran Gigante,
uno de los clubes
de música tropical
más afamados
de la ciudad.
Allí se pueden escuchar
a las grandes estrellas
de la cumbia,
a los reyes
de la música grupera,
y hasta deleitarse
con las selecciones
afrodisíacas
del DJ y gran gurú
Machu-K,
considerado el mejor
por la muchedumbre
que llena la enorme bailanta
los fines de semana. Pancho
me había avisado
145
que esa noche cantaba
la Princesita Karina,
una de mis artistas favoritas,
por la dulzura de su voz
y su carisma, y no podía
perdérmela.
Subimos a un colectivo
en Caminito.
Atrás quedaron
las flores del Riachuelo.
Atravesamos
la Avenida Brown
en La Boca;
nos internamos
en San Telmo y,
al llegar a Brasil
y Bernardo de Irigoyen,
descendimos.
Era la entrada simbólica
a Constitución, el barrio
así llamado en homenaje
a nuestra Carta Magna.
Invocamos
a la musa de Rodrigo,
solicitando su autorización
nochera,
y nos pusimos a tararear
“Amor de alquiler”,
146
una de sus canciones
más bellas:
“Amor de alquiler
que no me reprochas
que tarde he llegado,
amor de alquiler,
tu nombre en mi piel
lo llevo tatuado;
amor de alquiler,
no importa saber
con quien has estado,
amor de alquiler,
quisiera poder
morirme a tu lado!”
147
del Intendente militar
de facto
Osvaldo Cacciatore,
de siniestro legado,
durante los años setenta.
148
hoy conecta a Constitución
con el Campo de exterminio
del Olimpo, donde
sus Comandantes amigos
continuaron su obra.
Al final del Proceso
habían asesinado
a 30.000 argentinos.
Después de pasar
por el Olimpo
la autopista se pierde
en el vacío,
en un gesto nihilista
y suicida
de odio y de impotencia.
Profundizó la grieta
y herida abierta,
dolorosa,
que separa a las dos
Argentinas:
la Argentina
de la oligarquía
y sus aliados cómplices,
nacionales
e internacionales,
de la Argentina
del pueblo
de Perón y Evita,
trabajador y obrero.)
149
Se extendía
frente a nosotros
la enorme
Plaza de Constitución,
la antigua
Playa de las Carretas,
a cuyo mercado
antaño llegaban
los frutos de la agreste
y romántica pampa,
junto a los acentos y cantos
de sus gauchos y troperos.
Atravesamos
la Estación de Trenes,
ampliada casa
de la vieja Estación del Sud,
exquisita joya
de la arquitectura pública
de estilo francés,
diseñada, paradójicamente,
por un arquitecto inglés
y otro norteamericano
(entre ellos se entienden),
a fines del siglo XIX.
150
con sus coloridos negocios
de ropa barata,
sus piringundines al 2 x 1
y sus torvas pizerías,
frecuentadas por la gente
menuda, que busca algo
lindo y barato que ponerse,
y por las putas y travestis
que, mientras se prueban
la ropa de moda,
o comen una porción
con doble musarela,
ofrecen sus servicios.
151
su fragancia
de hormonas.
Llegamos a la magia
de Radio Studio,
el gran salón
de música tropical,
en la esquina
de Salta y O´Brien,
que nos recibió
con su fachada
de luces fluorescentes,
que reproducen,
en múltiples
y llamativos colores,
las líneas estilizadas
del Partenón griego.
Entramos al local,
repleto, a esa hora,
de bellas chicas
engalanadas,
que exhibían sus pechos
jóvenes y generosos
por los amplios escotes
de sus vestidos
de tela satinada y brillante.
Subidas
a sus altísimos tacones,
como para espiar
152
por la ventana del mundo,
felices, rientes, pícaras,
miraban, curiosas, de reojo,
a los muchachos vecinos, y,
cuando se descuidaban,
bajaban la vista,
inadvertidas,
para auscultar el bulto
de sus entrepiernas. Estos,
listos para lo que sea,
estaban dispuestos siempre
a abrirles bien el bolsillo,
y comprarles
muchas cervezas rubias
a cambio
de un simple beso.
153
nocturnas, en las discotecas
de los acomplejados snobs
del mediopelo porteño,
que celebran a sus artistas
de rock neobarroso,
imitadores envidiosos
y serviles
del talento extranjero,
y tienen a menos
el arte de su pueblo.
154
porque le gustaba
mi poesía
melodramática y sabía
que de esta visita saldría
un poema popular
y cumbiero,
del que estaría orgullosa
toda La Boca,
nuestro barrio.
Llevaría las luces
de Constitución
a la Ribera,
y le devolvería
al pueblo
lo que es del pueblo,
dándoles por el culo
a los ricos
y a la ridícula oligarquía
de opereta
que nos gobierna.
Me hizo prometer
por el Gauchito Gil,
nuestro santo,
que lo incluiría
en el poema.
Por supuesto que lo haré,
y aquí cumplo. Pancho
es un buen amigo
y me está enseñando
155
a hablar en Guaraní,
un antiguo deseo mío,
que nací en Rosario,
en el pecho del gran Río,
por el que desciende,
con el rumor de sus aguas,
la melopea autóctona
de esa lengua sincopada.
Ya había aprendido
que Dios se dice «Tupá»,
sol «Kuaray»,
amor «ayhn»,
y yo soy «Ché ha´e».
Estaba memorizando
además
la preciosa canción
«Paloma blanca»
(ya sabía la primera estrofa)
del gran compositor paraguayo
Neneco Norton, que dice :
«Amanóta de quebranto
guayrami jaula pe guáicha
porque ndarakói consuelo
mi linda paloma blanca”.
156
cerca de donde hacían cola
las chicas
buscando su cerveza
o su fernet con coca,
y hacia allí fuimos.
Pasamos la región
de los acaramelados galanes,
que ofrecían
en esos momentos
a sus enamoradas
el corazón en llamas.
La cumbia sonaba,
heterodoxa pero sincera.
El DJ combinaba
ritmos villeros
con música cuartetera,
en un contrapunto movido,
y en la pista
bailaban las parejas,
sacudiendo el cansancio
acumulado en la semana.
Me sentía más contento
que gaucho
en el gallinero del Colón,
viendo el Fausto
de Gounod,
o que pituco porteño
yendo a curiosear
donde no le corresponde
157
(¡ah, la curiosidad,
madre de todos los vicios!).
Así, aprendiendo,
aprendiendo,
los argentinos
llegamos lejos
y somos un pueblo,
aunque pobre, feliz.
158
iba a entrar más tarde,
como a las dos de la mañana,
porque
ninguna fiesta bailantera
amaina antes de las cuatro,
y la música sigue en la pista
hasta las cinco.
Después de esa hora
empieza a llegar la gente
que amanece,
los ebrios de crack
y marihuana,
que se tienden en sus sillones
para dormir su cumbia.
Radio Studio
está siempre abierto,
las 24 horas,
para los nostálgicos,
los desesperados
y los que se refugian
en la noche de Constitución
con el diablo en el cuerpo.
159
Sonó la música envolvente
y un spot de luz cálida la enfocó.
Se trepó a un caño, colocado
en el centro de la escena,
como una serpiente lúbrica.
Se pasaba la lengua
por los labios,
provocando a los mirones
excitados. Muchas parejitas
que estaban en la pista
se acercaron a mirar.
Las muchachitas
se apretaban a los chicos,
a ver qué les tocaba a ellas.
Los donjuanes
acariciaban a sus hembritas,
mientras se relamían de goce
con la diosa del caño,
que había estudiado
en una academia del rubro
y tenía un cuerpo
de gimnasta profesional.
Sus formas contorneadas
eran una versión perfecta
de Venus, acompañada
de leopardos
agazapados y todo,
y seguida a su partida
por una fuga de palomas.
160
Luego vino el número
de la jaula:
se introdujo en ella
una muchacha
y la elevaron sobre la escena.
Al ritmo de una cumbia lenta,
moviéndose sensualmente,
se fue quitando las ropas
hasta dejar su jugoso cuerpo
al desnudo. La siguió
un strip-tease masculino:
un pato vica
se fue desnudando
ante el griterío
poco recatado
de la asistencia femenina.
Ya estaban todos mojaditos
con semejante espectáculo,
calientes a más no poder,
y allí arrancó el perreo.
El DJ puso cumbia dura
y reguetón villero.
Los muchachos,
en la pista de baile,
se les acomodaban
a las chicas
entre las piernas
y les daban
hacia atrás y adelante,
161
con una furia sexual
encadenada
a la situación febril.
Las chicas se venían
con los ojitos cerrados
como si nada,
todos de acuerdo
en pasarla
lo mejor posible,
en gozar,
el sábado a la noche.
Necesitaban descargar
la angustia
acumulada en la semana.
Era un baile liberador,
salvador.
Entre tragos y mamadas,
chupaditas y deditos
en la raja,
sentían que les regresaba
el alma al cuerpo.
Esa era vida,
tiene derecho a divertirse
el pueblo,
a cada uno lo suyo.
Después,
ya preparada y más calma
la platea,
llegó Karina, la Princesita,
162
la rubia diosa bailantera.
Para entonces, ya todos
se habían venido,
y abrazadito cada uno
a lo que le corresponde,
se dispusieron a escuchar
sus canciones románticas
y corear felices
los estribillos.
Trajo en su cuerpo
y en su baile
toda la felicidad
que esperábamos.
Vestida de falda negra
ajustada y camisa roja,
contorneaba
sus caderas dulcemente
mientras desgranaba
sus canciones,
acompañada
por la sabia música
de su banda. Atacó,
entre otros bellos temas,
«Miénteme»,
«Te llevo conmigo»,
«Procuro olvidarte».
La multitud de fans explotó
cuando empezó a cantar
163
«Corazón mentiroso» :
«Mentiroso, corazón mentiroso,
no tienes perdón, estás muy loco,
mentiroso, corazón mentiroso,
te vas a arrepentir
cuando esté con otro.»
Todos tarareábamos
y cantábamos
y levantábamos los brazos,
¡manos arriba, manos arriba!,
para seguir
el compás de la música,
como en un gran
himno telúrico
de sábado a la noche,
en este club de Constitución,
Radio Studio,
bien llamado el Gigante,
muy cerca de la Estación
de los Trenes del Sur,
de donde parten
las almas perdidas
que van del calor al frío.
Mi canción favorita,
ya para el recuerdo,
fue “Procuro olvidarte”,
del gran compositor
Manuel Alejandro,
164
en la versión
dulce y acompasada,
de arrastre cumbiero,
de Karina.
Lo orgulloso que estaría
el Kun Agüero,
su novio, el gran jugador
de fútbol del Manchester City,
si pudiera verla esta noche,
tan dueña de sí, en el escenario,
regalando gracia y talento.
Pero no pudo venir, tenía partido
en la anciana Inglaterra,
nuestra antigua abuela imperial,
tan lejos del mundo
de la pobreza porteña.
“Procuro olvidarte,
siguiendo la ruta
de un pájaro herido”,
cantaba Karina,
“procuro alejarme,
de aquellos lugares
donde nos quisimos,
me enredo en amores,
sin ganas ni fuerzas
por ver si te olvido,
y llega la noche,
y de nuevo comprendo
que te necesito.”
165
El desconsuelo
del magno Alejandro
nos envolvió
y nos dejamos acariciar
por la suavidad
de su lirismo,
transformado
en lento fuego
en este barrio popular
de Buenos Aires. Aquí,
toda la Latinoamérica
que sufre y trabaja, canta.
Mastica el rencor
y el resentimiento
acumulado
durante la semana
al ritmo liberador
de la música nuestra:
cumbia negra,
cumbia colombiana
y argentina,
cumbia proletaria,
cumbia del pueblo,
y se limpia
de la música falsa
y efervescente
de la otra Argentina:
el rock servil
de importación
166
de las clases medias
racistas y alcahuetas.
¡Qué rápido
pasaba el tiempo!
¡Ojalá corriera así
durante la semana,
cuando los pobres
trabajamos por monedas,
para abonar
las cuentas de los ricos
con nuestra subestimada
sangre proletaria!
Durante la semana
el tiempo
no pasa nunca.
El fin de semana
parece que no viene,
pero finalmente un día,
gracias a dios,
llega el sábado a la noche,
y se puede ir al baile
y ser libre por un rato.
Guardamos luego
la llamita
de ese instante de goce
como un tesoro preciado,
viviente, en el corazón.
Así nos divertimos
167
los hijos
de esta otra Argentina,
despreciada por los ricos:
los excluidos,
los negros de mierda,
los grasas, los cabecitas.
Somos los bárbaros
de Perón,
los bárbaros de Rosas.
Así nos llaman
esos civilizados
que trabajan al servicio
del Pentágono
y las multinacionales,
esos que venden el país
por cuatro pesos,
y se llenan la boca
hablando en inglés
para sus amos.
Libres somos nosotros
de defender la patria,
ante esos cipayos
que nos ponen precio,
como a viles esclavos.
El show de Karina
en el Gran Gigante
de Constitución
ya terminaba.
168
Se habían hecho
las cuatro de la mañana,
y empezamos
a despedirnos,
abrazarnos y llevar
nuestras preciosas
conquistas,
botín de seductor,
con visto bueno
y consentimiento
de la hembra,
hacia la salida.
Yo también bailé
esa noche
con una morochita
de Villa Soldati
que daba gusto,
tanta bondad
y formas generosas,
y hasta me tomé
mis cervezas.
Así que lo que escribo
está salpicado del gusto
de los besos y de la alegría
de la cumbia villera.
¿Me escuchás, lector amigo?
Te hablo
desde yo no sé dónde.
169
El mensaje es la vida.
Confluyen en él las voces
de conversaciones cercanas
y metáforas fraternas
de versos consentidos.
Lo que entiendo
y lo que no entiendo
del mundo
que nos rodea. Un día
hablaremos con dios
y no sabemos
qué va a decirnos.
Constitución Nacional
es nuestra carta de identidad,
el barrio en que se unen
los pobres argentinos
a los pobres
de todas las naciones.
Hasta aquí han venido muchos
de la mano de Nanderuguasú,
el gran padre,
y hasta aquí abrazados
llegaron los hermanos andinos
del Khunuqullu y el Anti.
Bienvenidos sean.
170
los vendedores de chipá
y sopa paraguaya,
anticucho paceño
y caldo fuerte de ají,
para quitarse
la borrachera,
y allí estaba también
el vendedor criollo
de nuestros choripanes,
asaditos al carbón.
Salían los jóvenes del baile
hartos de cerveza,
a comerse un chori,
o pedían un anticucho
de corazón,
o un chipá guazú
para llenarse la panza,
y se iban después mansitos
a mear en la calle
junto a los contenedores
de basura. Empezaron
a llegar los muchachos
que venían
de las bailantas cercanas,
«Mbareté Bronco»
y «Mburukujá».
Allí estábamos
los argentinos pobres
junto a los pobres
171
peruanos y paraguayos,
y a los bolivianos
pobres de Buenos Aires.
Nos acompañaba
la preciada y sentida
concurrencia
de chicas bailanteras,
con sus coloridas
faldas cortas
y remeras escotadas,
dispuestas a ir a casa,
solas o acompañadas.
Los trabajadores
somos solidarios,
siempre nos hacemos
un lugarcito
para pasar la noche
y amanecer
en brazos del amor.
Es que vivir así
vale la pena.
Ya cumplida
mi misión de curioso,
me despedí de la fiesta.
Mi morochita
se fue con su hermana
a su casa en Villa Soldati.
A Pancho ya no lo vi,
172
estaría ocupado
el muy seductor.
Enfilé hacia la Ribera.
De pronto vinieron a mi mente
los versos de la cumbia
del Potro Rodrigo,
«Cabecita»,
mechados de magnífica
compasión,
y me puse a cantar bajito,
mientras atravesaba
la avenida
bajo la autopista nefasta
del Almirante Cacciatore,
a esa hora tapizada
de borrachos y vagabundos:
«Ella se fue de su pueblo
a buscar trabajo,
allá en la ciudad,
ahora está lejos de casa,
dejó las muñecas,
llora su mamá.
Y en esta jungla de cemento
que a ella la trajo
a buscar trabajo,
esa muchacha por horas
hoy es la gran cita
de otro cabecita.”
Se me hicieron presentes
173
muchos momentos
espectaculares del baile
- las luces, el erotismo,
el goce de la gente -
y en mi mente,
mientras caminaba por Brasil
hacia La Boca, fui imaginando
cómo sería
este poema-ómnibus,
qué diría en él, a quién
le rendiría homenaje.
Somos una comunidad viva,
un sujeto plural.
Este es el poema donde
la Argentina de barro
enseña
su vulnerada humanidad
y la fuerza de su amor.
Del otro lado,
tras un invisible
y reconocido
muro simbólico,
está la otra Argentina,
la de los ricos grotescos,
gorilas imitadores
de los rapaces
explotadores asesinos
que han saqueado al mundo.
174
Llegué a Parque Lezama,
frontera sur de San Telmo,
antigua atalaya contra invasores
y filibusteros, que preside,
desde su alta barranca,
las tierras bajas
de la República de La Boca
donde habita mi gente.
Observé con deleite
el viboreo descendente
de la avenida Brown,
que bordea
la Casa histórica
del heroico irlandés,
y las luces
azules y amarillas
de la Cancha de Boca,
que brillaban a lo lejos,
siemprevivas.
175
que me diera inspiración
para retratar con justicia
el alma generosa de mi pueblo.
176
Túva-ysyry, Taita-ysyry,
padre río, padre de las aguas,
escucha
nuestros sentidos ruegos
desde el corazón
del Riachuelo que canta,
desde nuestro barrio obrero
que con su poesía resiste
en el Estuario del Plata.
Jesús nuestro, hijo de Dios,
necesitados, te llamamos,
pecadores,
somos tus ichtus, tus peces,
danos la paz,
y perdona nuestras deudas
como nosotros perdonamos
a nuestros deudores.
177
El partido del domingo
En mi país,
los fines de semana,
hombres y mujeres,
jóvenes y viejos,
amantes del azar,
puesta la fe en el juego,
unidos nos congregamos
ante el televisor,
privilegiado escenario
de ilusiones y miedos,
a mirar nuestro programa
favorito: “Fútbol para todos”.
178
La semana pasada
nos juntamos en la Ribera,
cerca de Caminito,
varios de nosotros
en casa de un amigo,
para mirar el partido
de Independiente y Boca,
ilustres clubes,
rivales clásicos
del sur bonaerense.
Éramos un grupo fraterno
de diestros escribas,
esforzados poetas, amantes
de la expresión cuidada,
la imagen artesanal
y los tonos prosaicos
de la lengua.
Mientras esperábamos
que comenzara el partido,
hablamos del fútbol
de hoy y de su estrella,
astro brillante,
y de nuestro mundo,
intenso y soñado,
la poesía.
Este domingo
nos había traído Baco
un rico tesoro
179
y amenizamos
nuestra charla
con copas de vino tinto.
Pusimos a calentar
en el horno
las empanadas salteñas,
dulces y jugosas.
Era un ágape perfecto.
Nos sentíamos felices
como poetas griegos
en vísperas
de una gran carrera.
Tal vez más tarde,
imitando a Píndaro,
uno de nosotros
compondría
una ingeniosa oda
a nuestro
equipo favorito.
180
Los de Independiente,
encendidos,
los contenían,
y, valientes,
contraatacaban.
Parecían figuritas
de colores
sobre un tablero
encantado,
animando una contienda
de blasones enemigos.
Ágiles, se desplegaban
por el terreno de juego
como en la coreografía
de una danza.
Los equipos
mostraban su fuerza
y su garra.
Aquí, en Argentina,
jugamos al pelotazo.
El fútbol nuestro
es un arte barroca.
Somos el potrero
del mundo.
El estilo criollo
se expresa
en el amague
181
y la gambeta,
el tiro en profundidad
y el pase sesgado,
la corrida espectacular
y la rodada dramática.
182
o con un grupo;
creíamos,
para bien o para mal,
en nuestras ideas,
y exhibíamos el dolor
y la felicidad
en nuestros versos.
Yo quería escribir,
les dije,
una poesía arriesgada,
sincera; me horrorizaba
la poesía domesticada,
segura, impersonal,
que cultivaban
muchos poetas
para deleitar a los puristas.
Buscaba crear
una metáfora inteligente,
comprometida,
llena de fuerza plástica,
como la gambeta,
que me condujera
en su desplazamiento
irresistible al gol.
Les conté el sueño
que había tenido
la noche anterior.
Carlitos Tévez,
183
el gran delantero de Boca,
jugaba, adolescente,
vestido de blanco,
un partido de fútbol
en el potrero
de Fuerte Apache.
Transcurría el tiempo
y su equipo
no lograba ganar.
Bajó del cielo
una paloma nívea
envuelta en luz dorada
y se detuvo, aleteando,
sobre el campo de juego.
Traía un laurel verde
en su pico. Los muchachos,
fascinados, interrumpieron
el partido. El Apache
sintió que el ave
lo llamaba. Una fuerza
desconocida
lo elevó. La paloma
comenzó a volar
por encima de las torres
hacinadas
de nuestra villa miseria
de altura. Carlitos
la siguió por el cielo
como si nada.
184
El público del barrio,
sorprendido,
le pedía que bajara,
pero él
no escuchaba bien,
les hacía señas
de que gritaran más fuerte.
La paloma fue hacia él
y lo envolvió en su luz.
Tévez, iluminado, descendió
al terreno de juego.
Llevaba una ramita
de laurel en su mano.
El Apache corrió
con la pelota,
pateó con fuerza
e hizo el gol de oro.
El balón entró,
fosforescente,
en el arco contrario.
Me pareció que ese sueño
era un signo divino
premonitorio.
El dios del fútbol
trataba de decirnos algo
a nosotros, sus creyentes.
En la poesía,
como en el juego,
185
aseguró convencido alguien,
los milagros cuentan.
El nuestro, queridos poetas,
es el partido del espíritu,
argumentó otro. Es por eso
que hace falta el ritual,
intervine yo: los oráculos,
los rezos, el asado,
y cada tanto
un picadito entre amigos.
186
¿Para Uds.,
quién es mejor poeta
en el juego de la poesía?
¿Darío o Martí?
¿Neruda o Vallejo?
¿Cardenal o Paz? ¿A quién
le asignan más puntos
en este campeonato?
(En Argentina
la poesía es tan esencial
como el fútbol, y si no…
¡pregúntenles a los hinchas
de Boca!)
187
por nuestras ideas.
Prefería Vallejo a Neruda,
porque el cholo inmortal
había escrito
con su alma andina
y había puesto el corazón
en el lenguaje balbuciente
de la tierra;
Cardenal a Paz,
por su compasión
cristiana, y su amor
y lealtad a los oprimidos
y a los olvidados.
Existe, a mi criterio,
una poesía histórica
y una poesía nueva.
Debe cada uno
pensar para qué equipo juega.
¿Sos neobarroso o coloquial?
¿Exquisito o realista?
¿Burgués o maldito?
¿Colonizado o Revolucionario?
188
La poesía es el ritual máximo
de las letras, la escalera de oro
que nos lleva al cielo.
El premio:
la vida eterna del poeta
en el paraíso de los justos
de nuestra lengua.
189
El balón trazaba en el aire
una curva perfecta
y descendía frente al arco,
tentador e inocente.
Los jugadores,
bailarines de pies ligeros,
con vehemencia
se contorsionaban
para dar el gran salto,
cabecear y vencer al arquero.
Lo intentaban una y otra vez,
sin resultado. El tiempo,
moroso, transcurría, verdugo
de las esperanzas de la popular
y la platea, y de las ilusiones
del público televidente.
Ya empezaban
a sentir cansancio
nuestros gladiadores.
Mostraban,
ante el rival,
su impaciencia y nerviosismo.
¿Quién ganaría
la emblemática contienda
de los barrios porteños?
¿Los rojos de Avellaneda
o el equipo de la Ribera?
Finalmente,
190
en el último minuto,
llegó el esperado gol
de Tévez, Gloria
de Fuerte Apache,
Heraldo de la Bombonera,
y la mitad más uno del país
se puso de pie
(¡pobre Independiente!).
El partido terminó
como deseábamos,
con el triunfo de Boca.
¡Qué larga y tortuosa
había sido la espera!
Emocionados,
nos abrazamos los poetas.
Sentíamos la pasión
y el amor de las banderas.
Éramos, también nosotros,
parte de esa hinchada
que ovacionaba a Boca
(en el barrio los pasantes
hacían sonar las bocinas
de sus autos,
se escuchaban los vivas
de los vecinos
que estaban en las calles).
191
fervor de multitudes,
dije a mis amigos,
no estaba hecho
de palabras
como la poesía, pero,
igual que en nuestros versos,
abundaban en él los símbolos.
Tenía su gramática y sus reglas,
sus expresivas gambetas
y sus circunloquios de potrero,
sus corridas líricas
y rítmicas intensidades,
sus estilizadas elipsis
frente al arco,
sus jugadas preferidas
y temas favoritos,
sus creencias, su historia,
sus héroes y sus mitos.
Era un deporte
que admitía,
como el arte verbal,
lecturas
e interpretaciones diversas.
Contentos y exaltados
por el triunfo, los poetas
levantamos las copas
y brindamos por Boca Juniors
y por César Vallejo.
192
Había concluido
el ágape del domingo.
Dichosos,
nos dispusimos a dejar
el hogar amigo
donde habíamos compartido
el calor del alimento,
el fuego patrio del vino
y el alegórico culto del fútbol,
y nos despedimos,
con abrazos
y largos apretones de mano.
Se sucedieron las bromas
y las expresiones de deseo,
y las burlas a nuestros versos,
pobres frente al universo
repleto de sentido.
Fortalecido
por la camaradería
y la poesía (y por el triunfo,
amigo de los rapsodas),
me alejé,
por la Avenida Brown,
del barrio multicolor
de chapas
del maestro Quinquela,
el viejo puerto,
y regresé
193
a mi pobre pensión
de San Telmo,
en la antigua casa
que fuera de Fray Mocho,
por encima del bar
“La poesía”,
donde, día a día,
monje azul y artífice,
esculpo y cincelo
mis versos, y elevo,
a la memoria de la lengua,
una pirámide
de palabras y de sueños.
194
CANTOS CRUELES
195
Los suicidas
Estábamos
en el país de la vida.
La poesía
era nuestro refugio.
Perseguíamos
el mutuo goce
con desesperación.
Éramos crueles
y después
nos avergonzábamos
de nuestros juegos
de amantes terribles.
Buscábamos
sensaciones extremas
y descendíamos, afiebrados,
a la intensidad del orgasmo.
197
por el alcohol y el éxtasis
viajábamos
a paraísos imaginarios.
Deseábamos estar ya
en ese otro mundo
parecido a aquel
poema nuestro
en que creábamos
imágenes exaltadas
y atroces,
metáforas dolorosas
del amor.
Lamentábamos
nuestro exilio
y sentíamos miedo
y aún terror.
Nos mirábamos
en el cristal
de nuestros sueños
a ver si descubríamos
el secreto de la locura.
Salíamos a caminar
por la ciudad
llevados por la ansiedad
y la angustia.
Jugábamos
198
con la idea del fin.
Imaginábamos
bellas formas
del suicidio.
199
con la idea de arrojarnos.
Juramos así
coronar nuestro amor
ofreciendo
los maderos de la cruz
al hierro de los clavos.
Queríamos escapar
del vacío de la existencia
para salvar
el amor y la juventud.
Defendíamos
nuestros símbolos:
el placer, el deseo del otro
y la poesía.
Buscábamos la eternidad
y el martirio.
No aceptábamos vivir
200
sin heroísmo.
Recuerdo aquel día
en que estábamos
desnudos
en tu cuarto
cerca del goce,
casi sofocados
por el esfuerzo,
cuando de pronto,
terrenal y ridícula,
se abrió la puerta
y entró tu madre.
Recuerdo nuestra sorpresa
y tu declaración solemne:
“No vamos a casarnos”.
Queríamos descender
por la noche
a los túneles
subterráneos
de Buenos Aires
y descubrir
lo más monstruoso,
lo más abyecto.
201
Queríamos
matar la mediocridad
que destruye lo sagrado,
que odia a dios.
Queríamos pasearnos
por las cloacas
de la eternidad
y ver caídos
a nuestros hermanos,
los ángeles. Sabíamos
que lo más elevado
y lo más bajo se unen
en el corazón
de los amantes.
No hay amor
ni poesía sin ritual.
Había que encender
los altares del sacrificio.
202
Perdidos
en nuestro laberinto,
tratábamos de lacerar
el espacio
que nos circundaba
y abrirlo
con nuestro sexo.
Buscábamos
someter la ciudad,
poseerla, degradarla,
corromperla y amarla.
Queríamos
un amor bello y terrible
que se pareciera a nosotros.
No aceptábamos
falsificaciones ni substitutos.
203
y cortar el ciclo
de la vida y de la muerte.
Queríamos
que nuestro poema
fuera el postrero
antes que la vida
estallara en la eternidad
y nos integráramos al sol
o a las estrellas de la noche.
Queríamos imponer
nuestra ley
y desafiar a todos.
Nos burlábamos
de la sociedad adquisitiva
y vulgar que nos rodeaba.
La juzgábamos
con desprecio
porque nos creíamos
más allá de todo eso.
Queríamos elevarnos
al momento más sublime
de la poesía
y confundirnos
con los símbolos
de la totalidad deseada.
204
los amantes,
a nada le temíamos.
Deseábamos
estar muertos
y contemplar el universo
desde el paraíso inmortal
de los amantes.
Queríamos
asimilar la vida
205
a nuestro goce
y ser crueles
como ella es cruel.
Sentíamos la burla
y la condena de los otros
y eso nos gustaba.
Nos lastimaban
con su mezquindad.
¿Quién podía
comprendernos?
¿Quién podía saltar
al abismo de la poesía?
Secretamente sabíamos,
sin embargo,
que errábamos, indefensos,
por un laberinto, del que
no podíamos escapar.
Sólo la ilusión
de las metáforas
y los símbolos
que trascienden
los límites del cuerpo
podían darnos
una sensación
de eternidad.
206
II
El tiempo, mortal,
ha pasado
y de todos
aquellos momentos
sublimes del amor
solo han quedado
los recuerdos.
Lo que se ha ido
es la verdad vivida,
la ligereza del cuerpo,
la solidez del lenguaje.
Así guardo
esta carencia,
esta gran ausencia
que crece día a día
y es ausencia de amor
y ausencia de poesía.
Siento
que las imágenes
ya no transportan
y no podemos,
como antes,
buscar
sensaciones nuevas
en aquella caída
207
maravillosa
en que nos hundía
nuestro amor.
208
Ya no hay
quien nos salve.
Hemos caído
indefinidamente
y hemos perdido
lo que más amábamos
en la vida.
209
No sé
si lo que buscábamos
con nuestro sacrificio
era salvar el amor
o salvar la poesía.
En mi recuerdo
son inseparables.
III
210
¡Mira, amiga, si dios
lo consintiera,
y en nuestra desolada
madurez
nos encontráramos
un día, y volviéramos
a ser jóvenes
y a amarnos!
¡Experimentaríamos
otra vez
el éxtasis que sentimos
cuando estábamos juntos!
¿Te acuerdas? El amor puede,
como la metáfora,
asociar a los seres
en una unidad nueva.
211
se ha detenido el tiempo.
Nuestra aventura
se repite. La renuevan
las luces del arte.
Volvemos a esperar,
como aquella vez,
junto a la barrera,
el tren de la muerte.
212
que están
a nuestro alrededor
y nos transmiten
su hermosura.
Nos sabemos
por siempre jóvenes.
Nos reclinamos
en el prado de nubes
213
junto a los otros amantes
y extendemos
nuestras manos hacia Dios,
hasta tocar, sensuales,
con las yemas
de nuestros dedos
los dedos de las manos
de sus ángeles.
Hemos ganado
nuestro lugar en el paraíso.
Permanecemos abrazados
bajo la mirada redentora
del Dios padre.
214
Nada podrá separarnos.
En nuestro sueño redentor
Dios nos ha perdonado.
Ha salvado nuestro amor
y ya nunca tendremos
que enfrentar la vejez,
el dolor y la muerte.
Bañados de eternidad,
en el espacio andamos,
jóvenes de amor,
por siempre ángeles.
Imaginemos que,
como en los cuentos
maravillosos,
esto verdaderamente
ha pasado
y somos sus personajes.
215
Mejor hubiera sido
morir juntos.
La eternidad estaba
a nuestro alcance.
Epílogo
Lector amigo,
ha concluido nuestro viaje.
Peregrinos somos
de un mundo transitorio.
Di, por favor,
¿nos guardarás en tu memoria?
Abraza y protege
216
nuestras sombras.
Contigo estamos,
en el amor unidos,
y en el horror
de la literatura.
217
Los malditos
Inmerso vivo
en la rica y seductora
barroca decadencia
que me abraza;
prisionero del tiempo,
como todos,
gozo lo que puedo
aquello que me toca.
Beneficiarios somos
y deudores
de esta lluvia generosa
de estrellas.
De mi rotunda tierra
soy fruto.
Cómo no agradecer
a esta,
mi agónica y bella
patria amada,
si mi musa dorada
es hija
de su don exquisito.
Porque mi tierra
es poeta.
Uds. y yo
compartimos
218
la misma
cultura enferma.
Nos tienta,
con sus promesas,
la infernal esperanza.
Saquen, si pueden,
amigos,
sus conclusiones.
Las cosas van tan bien
que no dormimos.
Escuchen mi canto
carnal e interesado,
anticanto también,
mestizado de voces
diversas,
chico de la calle
que se refugia
donde puede:
del pueblo soy,
y de pan
vive el hombre.
De este lado
luchamos los caídos.
Aunque mucho
no pido,
el placer hace falta.
219
una pícara aventura
(así reverenciamos
el amor
los plebeyos).
Voy a deslizarme
en lecho de espuma
con la mujer
que más deseo,
bien armado
y positivo
mi cuerpo.
Le pediré ayuda
a mi alma pervertida:
mi arte poética
necesita el desenfreno.
Nadaré lentamente
por sus doradas curvas
bebiendo sus dulces
perfumes penetrantes;
cabalgaré ágil
entre sus divinas piernas
buscando en su goce
el centro de mí mismo;
recorreré, torre encendida,
con pasión su cuerpo,
templo profano
de amores prohibidos;
descenderé hasta su
220
resguardado nido
que, acalorado y sediento,
busca mis besos;
posesivo, acariciaré
sus muslos impetuosos
con obsceno,
voluptuoso, deleite;
reverenciaré
sus esculpidas nalgas
de vampiresa
y elevaré
una oda sublime
a su culo, sol
de nuestra bandera.
Argentina vivirá
en su torneado
y bello cuerpo.
El sexo caliente
de mi diosa,
será ejemplo señero
de la perfección sensual
de nuestra criolla gente.
221
pechos de Hetaíra.
Abrazado, satisfecho,
a su ser fatigado,
le pagaré ricamente
por tanto placer recibido.
Y le brindaré, agradecido,
para que se contemple
y me recuerde,
un delicioso bouquet
de rimas decadentes.
222
II
Luchar debemos
por nuestro arte amado.
No habitamos,
lo sabemos,
en una edad sincera.
Heredamos sueños desterrados
de antiguos otoños delirantes.
Vivimos y caemos, heroicos,
por nuestras pasiones.
Mi verso lírico-antilírico,
vulgar y refinado,
procura ser un diálogo
ágil y ferviente
que avanza sin cesar;
se abre, generoso,
y abraza y bendice
a la materia impura.
Busca vencer
a la sombra amenazante
de la ahuecada voz
idealizada, que,
maliciosa, espera,
y en espejo se mira,
de sí misma enamorada,
y confunde
su eco con el mundo.
223
No quiero ser
engolado cantor
de lírica opereta,
genio fingido
de arias melodiosas,
vanidoso altavoz
de pretendida grandeza.
Prefiero verme
en el otro, deformado,
(ese otro será
un querido compañero),
y sentir
que un poeta soy,
grotesco,
atado a los imprevistos
de la suerte,
laborioso artesano.
Cercados estamos
de falsas apariencias.
Todo lo que tengo
en la vida lo he ganado.
Con paciencia modelo
mis ilustrados deseos
que, fuertes, se levantan,
esculturas de tiempo,
y son la sonada fuente
de mi barroco canto.
Orgulloso estoy
224
de mis cultos trabajos.
Vean esta, mi incisiva
pluma, de falso oro,
cómo brilla.
La he comprado
en el mercado.
Democrática aguja
de nuestra nueva época,
dichoso siglo XXI,
con cuánta ilusión
los malditos
te esperábamos.
Juntos coseremos
todos los costados.
En el reino
de la literatura vivo,
pero no todas son flores.
Bien lo sabemos.
Yo he aprendido a luchar
contra el lirismo
porque el canto
necesita su anticanto
para que la poesía
viva en armonía
(esto lo he tomado
de Darío, que todo
lo que adoró,
destruyó luego,
225
fundando
nuestra verdadera
poesía).
III
El propósito
de nuestro mundo
no está claro.
Ante todo dudamos,
226
y con razón.
Libres nos sentimos
frente a Erató y su lira.
Agónicos hermanos
desesperados somos,
listos a navegar
todos los caos.
Charles Baudelaire
es el gurú moderno,
con él aprendimos
a entrar en el Infierno.
Nuestra maldición
pide su propia verdad.
El camino del yo
está sembrado de espinas.
Angustiosa
es la tardanza
de las horas
que nos llegan,
silenciosas,
del mañana.
buscamos el universo.
227
Qué se abran
las metáforas
al infinito.
Necesitamos sentir
que estamos vivos.
2017
228
OTROS POEMAS
229
El poeta y la peste
Yo, de rodillas,
en el Hospital del tiempo,
poso en el Cristo
los ojos afiebrados;
atiende, Musa,
a este poeta enfermo
o estarán de duelo
los ángeles caídos.
(¿Qué hará
en este infierno
231
la sacra poesía?
¿Consentirá Erató,
en su limbo de nubes,
que regresen al Plata
las sirenas del canto?)
Amiga milagrosa,
toma mi mano;
prométeme,
si te parece, el cielo.
(La inmortalidad
está cerca.)
Quiero vivir
en el Jardín de las Letras,
un país de poetas,
donde la palabra y la música
recreen el amor y el sentido,
y los soñadores,
con nuestro don, hagamos
la dulzura del mundo
y el goce de la vida.
Buenos Aires, 2021
232
El poeta maldito
Alucinado voy
por Florida,
hijo del ácido
y del veneno.
El ácido
se llama poesía,
el veneno
es la vida.
Toda la poesía
cabe en un poema.
Fruto
de esa carne soy
y de su carne
me alimento
en esta isla
233
del hambre
donde devoramos
y nos devoran.
En esta selva
de hermanos
padecemos hambre.
Toda la poesía
cabe en un poema.
II
Entre todos
nos comeremos
al hijo del hombre
y luego
beberemos su sangre.
Su carne,
fruto necesario,
234
y su sangre,
vino nuevo.
Toda la poesía
cabe en un poema.
III
Oh ciudad, mi ciudad,
compadécete
de tus huérfanos.
Todo pasa
por nuestra boca
y nuestro estómago
y luego va
a la cloaca del mundo.
Espanto de la carne.
Estamos vivos
contra los otros
y toda la poesía
cabe en un poema.
235
Por aquí
no se llega al Paraíso,
esta es
una Avenida del Infierno.
236
LAS VERDADES DEL POETA
Yo digo
Hermanos poetas,
navegantes de las tinieblas,
portadores de las lámparas
de fuego
que iluminarán el camino
a los ángeles
cuando se cierre el cielo
y venga la última noche,
mis hermanos, mis padres,
mis esclavos, mis maestros,
mis muertos favoritos,
todos nosotros
hijos del mismo espíritu
cuyo nombre
no sabemos realmente
y le llamamos poesía
II
Digo, contradigo
237
quien no siente
que el lenguaje es el origen
no comprende la vida
Quien no entiende
que la poesía es un manto
duerme desnudo y solo
en el vacío
abandonado de los dioses
Quien no se casa
con la poesía
llora sin consuelo
en el cielo frío
El sol mira con envidia
al poeta
III
Hermanos ángeles
a.
Digo, contradigo,
las verdades
no son eternas,
como una moneda
cambiante
el mundo
está en metamorfosis
238
b.
La poesía es un juego
El hombre
es su propio dios
Los dioses
han bajado del Olimpo
c.
El poeta
vive en la historia
Sin historia
no hay poesía
d.
e.
Lo real
Lo surreal
239
La poesía
Sus contradicciones
IV
Yo juego
1.
Como no ser yo
como estar muerto
y seguir escribiendo
desde las sombras
2.
Digo, contradigo
3.
La poesía
busca a los poetas
y dios a sus hijos
4.
240
5.
La poesía
es un acto involuntario
La musa guía la mano
del poeta. El poeta
obedece su llamado
6.
¿Quién es la musa?
Marque con una cruz:
la muerte,
la eternidad,
la vecina de la esquina,
mi madre,
la editora de Planeta
7.
Yo pienso
241
i.
Cuando la palabra
del poeta
se desprendió de sí
nació la prosa
y comenzó la literatura
La divinidad
dejó de ser en ella
Exiliados del cielo
los poetas
desde entonces
vagan por la tierra
y escriben,
eternamente,
un mismo poema
interminable
ii.
La poesía,
mortal, peregrina,
expulsada del Olimpo
por ser demasiado humana,
vive en la constante nostalgia
de su propia divinidad
242
iii.
Digo, contradigo
El hombre
es un proyecto inconcluso
La crueldad
es común a todos los animales
Darwin cree en la evolución
Sócrates busca la verdad
iv.
Poetas errabundos
mis hermanos
levántense del polvo
dejen que venga el día
la luz eterna
la poesía del sol
Dejen que entre el otro
que llegue la pasión
Abandonen su isla
reemplacen el verso
por el diálogo
el monólogo
por la política
243
v.
El yo desea
un lugar
en el mundo
vi.
La vida
El juego
Nosotros, los poetas,
perdidos en las tinieblas
buscamos en las estrellas
la inmortalidad del alma
vii.
viii.
La verdad
El destino
La revolución
244
El hombre
Vuelta a uno mismo
ix.
Yo digo, contradigo
Vivimos en un mundo
de apariencias
Vivimos en un mundo
de ilusiones
245
PÓRTICO DEL NACIMIENTO
247
Free at last!
Yo me morí ayer.
Estoy en el día después.
Soy libre,
tengo otra vida.
Escapé a mi destino.
El perro que me muerde
los talones, quedó atrás.
Habito
un nuevo espacio
imaginario.
Llámenle poesía,
llámenle eternidad.
Lo alienta
el mismo espíritu:
Dios, la palabra.
En el principio
era el verbo.
Y se hizo la luz…
249
El placer de nacer
El placer de nacer
en un nido de tiempo.
Aletean palomas
a mi alrededor.
Envidio sus alas.
Mi madre anestesiada
para olvidar su dolor.
Tuvo aquella vida
que la lastimó en su amor.
Con ojos empañados
dicta su sentencia:
ya nunca serás feliz,
has nacido a la muerte.
250
Una pasión consentida
¿Qué es la vida
sino una pasión
con-sentido,
sin-sentido,
un guiño
hecho a Dios
en el vacío
que no alcanza
para la resurrección?
Vivimos enojados
con nuestro destino.
No hemos sido
los más grandes.
Son otros
los héroes celebrados,
y nosotros,
los olvidados,
sentados en un café
al atardecer,
vemos pasar
la procesión
del mundo
sin comprender,
como quien mira
una película muda.
251
La vida de nuevo
Como un ángel
veía a Dios.
Nos mirábamos
intensamente
a los ojos.
Sentía
que me amaba.
Después despertaba
y era yo,
pasajero del abismo
perdido
entre las flores.
Dirección permanente:
la Esperanza.
Amanecer
Algún día
mereceremos
su perdón
e iniciaremos
una vida radiante.
253
El adiós
Oculto en lo humano
y en lo divino,
la miseria,
y en sus sueños,
el dolor,
y en el dolor,
la vida.
El sabor de lo humano…
la partida, la amargura;
el reencuentro, la dulzura.
Y en la vida, la muerte,
y en la muerte, el espíritu.
254
Los amantes son uno,
y, dichosos, comulgan,
frente al arbusto de fuego,
antes de entrar
en el desierto.
2023
255