Morin, Edgar - Unir Los Conocimientos
Morin, Edgar - Unir Los Conocimientos
Morin, Edgar - Unir Los Conocimientos
ISBN 2-02-039179-1
© Editions du Seuil, octubre 1999
Equipo de traductores:
Emmanuel CAPDEPONT José LARREA
Marcela CLAVIJO PEÑARANDA Juan Cristóbal MAC LEAN
Valentina DALENZ FARJAT María Eugenia MORATO BLANCO
Ximena ENRIQUEZ URÍA María Cecilia RAMÍREZ JORDÁN
Noemí LARRAZABAL María Cecilia Erika SAN ROMAN MOLINA
Producción:
Plural editores
Rosendo Gutiérrez 595 esq. Ecuador
Teléfono 411018 / Fax.: 08115657, Casilla 5097, La Paz Bolivia
Email: [email protected]
Impreso en Bolivia
EXTRANJERO: Mi querido amigo, esforzarse por
separarlo todo de todo no es tan sólo ofender la
armonía, sino también ignorar a las Musas y la
filosofía.
TEETETO: ¿Por qué?
EXTRANJERO: El separar cada cosa de todo lo demás
es la manera más radical de reducir a la nada toda
argumentación, porque la razón nace de la relación
mutua entre las figuras.
PLATÓN, El sofista, 259 e.
Siendo todas las cosas causadas y causantes,
fomentadas y fomentadoras, mediatas e inmediatas, e
interrelacionándose todas mediante un nexo natural e
insensible que une las más alejadas y las más
diferentes, considero imposible conocer las partes sin
conocer el todo, así como conocer el todo sin conocer
particularmente las partes.
PASCAL, Pensamientos, II, 72.
Las ciencias de la naturaleza abarcarán las ciencias del
hombre, las ciencias del hombre abarcarán las
ciencias de la naturaleza.
MARX, Manuscritos económico-filosóficos.
Introducción a las jornadas temáticas
Los desafíos
2
El cosmos: concepciones e hipótesis
por Michel Cassé
3
Teorías cosmológicas
y enseñanza de las ciencias
por Pasquale Nardone
4
Nuestra visión del mundo:
algunas reflexiones para la educación
por Pierre Léna
5
La física a escala humana
por Sébastien Balibar
6
¿Se puede enseñar la física moderna?
por Jean-Marc Lévy-Leblond
Introducción
Edgar Morín
Creo que todas las civilizaciones, todas las comunidades, han tenido una
concepción del mundo y la preocupación de situar a los humanos en el
cosmos. Ahora bien, tratamos, desde hace unos cuarenta años, con un mundo
singularmente nuevo. Y debemos situarnos en este mundo, del que no somos
evidentemente más que una minúscula parte. Pero la paradoja es que si esta
parte se encuentra en un todo gigantesco, el todo se encuentra al mismo
tiempo dentro de las ínfimas partes que nosotros somos, pues lo que nos es
más exterior, es decir, las partículas que se constituyeron al inicio del
universo, estos átomos que se forjaron en las estrellas, estas moléculas que se
constituyeron en la Tierra y en otras partes... todo esto se encuentra también
dentro de nosotros.
De ahí proviene esta situación paradójica que debemos asumir. Somos
hijos del cosmos y al mismo tiempo, como lo decía Jacques Monod, en él
somos “gitanos”. Del cosmos distantes y distintos por nuestra cultura, por
nuestro espíritu, por nuestro pensamiento, por nuestra conciencia; y es esta
misma distanciación la que nos permite tratar de conocerlo e interrogarlo.
Pienso que esta doble relación que nos sitúa dentro del mundo y que nos
distingue del mundo debe permanecer presente en nuestro espíritu.
1
Introducción al estado actual del mundo
Jacques Labeyrie
Michel Cassé
Introspección cosmológica
Genealogía de la materia
Está en la naturaleza del ser pensante forjar ideas sobre el cero, el
infinito y el universo, maravillarse de las mismas y revocarlas. De este
vértigo nace una ciencia que combina cosmos y logos. La cosmología tiende a
dar un sentido a la palabra “universo”. Su hipótesis crucial es que el universo
es cosmos, o, en otras palabras, que el desorden es un orden oculto. Esta
apuesta fructífera, cuya legitimidad se verifica a posteriori, es la base de la
física del cielo. Hay que volver a encontrar un orden, y ese orden es
temporal. El espíritu del observador debe infiltrarse en la juventud
turbulenta del universo hasta los tormentosos días de su niñez.
El universo se expande en dos planos consecutivos: la evolución
“invisible” (hasta el primer millón de años, aproximadamente) y la evolución
“visible” (de 1 a 15mil millones de años). La época opaca es accesible a la
teoría, con excepción del tiempo cero. La época transparente es accesible a la
observación, sobre 15mil millones de años luz.
La dramaturgia cósmica se divide en varios actos:
¿Por qué hay un universo y no la nada en su paz sin contrario? Las leyes
de conservación de la física se oponen a que algo nazca de nada, excepto si la
energía total del universo es nula, así como su carga eléctrica y todas las
demás cantidades conservadas. Entonces, nada nace de nada. Se puede llegar
a pensar esto porque existen energías positivas, como la energía de masa, y
energías negativas, como la energía potencial gravitacional, y éstas podrían
compensarse. Si así fuera, la creación sería gratuita y legal porque no violaría
ninguna de las sacrosantas reglas de conservación.
Se invoca en los cenáculos cuánticos una apertura por efecto túnel o
también una fluctuación del vacío. Algunos hablan de creación a partir de
nada. Todo esto, sin embargo, hay que tomarlo “con una pizca de sal”, porque
no hay que dejar de notar que se plantea que el universo, aún antes de darse
una apariencia, es cuántico y relativista. Se plantea, entonces, la preexistencia
de las leyes sobre la materia e incluso sobre el espacio tiempo, lo que no es
poco...
I. La era del caos cuántico: la salida de la niebla espacio-temporal
V. La era solar
La piel luminosa del astro diurno esconde, en efecto, una central nuclear
de confinamiento gravitacional. Lleva el infierno en el corazón pero su faz es
serena. Cada punto del Sol es a la vez atraído (atracción de la materia por la
materia) y rechazado por la fuerza de presión térmica. La flexibilidad del
estado gaseoso permite reajustes estructurales no explosivos. De hecho, su
temperatura y su luminosidad son estables desde hace miles de millones de
años, lo que lo vuelve una maravillosa incubadora biológica.
El hombre es un cazador diurno y la atmósfera es transparente a una
gran parte de la radiación solar, y es la permanencia de la luz del Sol la que
ha forjado nuestro ojo: sus átomos no han dejado de hablar a los átomos de
nuestros ojos el lenguaje de la luz.
El ojo es solar: por eso, nos cegamos a las estrellas mucho más cálidas o
mucho más frías que Febo de las crines doradas. Pero nuestra mirada es
universal: el hombre se ha dotado de prótesis que le permiten otear el cielo
en el registro de las ondas (radio, infrarrojas, ultravioletas, X y gamma). Lo
no visto es lo próximo visible.
La astronomía de lo invisible, electrónica, automatizada y satelizada,
revela que el cielo nocturno brilla con todas sus luces en gamas de radiación
que escapan a nuestro ojo natural. Ya no vivimos como ciegos entre las
sublimes realidades del cielo. La Tierra baña permanentemente en una
radiación universal. Fría, esta última tinta en la oreja de nuestros
radiotelescopios. El Sol de los neutrinos nunca se pone. La noche es del
dominio de las apariencias. No es negra, nuestra mirada es la que es oscura.
3
Teorías cosmológicas
y enseñanza de las ciencias
Pasquale Nardone
Campos y fluidos
Lo que es muy importante, es que hay que esperar el siglo XIX para ver
aparecer, con Maxwell, otra modelización.
Maxwell introduce, para explicar las fuerzas eléctricas y magnéticas, un
concepto que va a ser esencial en física moderna: el concepto de campo.
Como en un césped donde en cada fragmento de suelo crece una brizna de
hierba, un campo físico pega en cada punto de espacio-tiempo uno o más
números.
Con Newton se escribía la historia de los puntos materiales sometidos a
fuerzas; con Maxwell es la historia misma de las fuerzas la que es contada. La
imagen que se impone naturalmente para entender las nuevas nociones que
introduce Maxwell, es el fluido.
En su escritura y en su vocabulario, las ecuaciones de Maxwell difieren
mucho de las ecuaciones de Newton: se inspiran en la “mecánica de los
fluidos”. En ellas se habla de fuentes, de remolinos, y así se llena totalmente
el espacio tiempo, lo que ya no dejará entre los puntos materiales lugar
alguno para el vacío absoluto newtoniano.
La consecuencia más sorprendente de las ecuaciones de Maxwell, es la
predicción de una propagación ondulatoria de las fuerzas eléctrica y
magnética. En un juego sutil de compensación mutua, poco a poco, en el
espacio y en el tiempo, el campo eléctrico da origen al campo magnético, y
viceversa. La onda electromagnética muestra experimentalmente tener las
mismas propiedades físicas que la luz. Así la primera unificación conceptual
acaba de realizarse.
El vocabulario y la forma matemática de las ecuaciones desarrolladas por
Maxwell signen siendo hoy las referencias, tanto en teoría cuántica de los
campos como en relatividad general.
Conflictos y unificaciones
Generalización
Universo
Especulaciones
Permítaseme, por último, decir unas palabras sobre un aspecto aún más
especulativo: la “creación de la materia”.
La mecánica cuántica y su extensión relativista, que es la teoría cuántica
de los campos, han intentado, de alguna manera, reconciliar la visión
newtoniana del punto material y la visión maxwelliana del campo. Se habla
de “partículas elementales”, cuando toda la teoría está escrita en términos de
“campos”. Sin entrar en detalles técnicos, se puede decir que la teoría de los
campos da un contenido a la noción de “creación”. Se puede, en su marco
conceptual, “crear” y “destruir” partículas. El “vacío” puede tener una
“estructura” que, adecuadamente nutrida, puede producir resultados
cualitativos interesantes. Si se lleva la teoría cuántica de los campos a un
“ambiente” geométrico curvo, como lo quiere la relatividad general, brinda
entonces la posibilidad de tener una “creación” de materia ex nihilo, y puede,
tal vez, modelizar la existencia de toda la materia que nos rodea. Gran
propuesta, ¿no es así?
Conclusión
Se puede decir, entonces, que como las matemáticas, las cuales partiendo del
número entero, añaden nuevas entidades “soluciones” de problemas nuevos:
los números negativos, los racionales, los reales, los complejos... la
cosmología se nutre de observaciones y de modelos para, de preguntas en
respuestas, elaborar un relato que “se non è vero, è bene trovato”.
4
Pierre Léna
Sueños y realidades
“Nos hace soñar!”: he aquí la exclamación que tantas veces hemos oído
cuando nos presentan estos nuevos horizontes del conocimiento. La realidad,
así descubierta o construida por el saber, se sitúa tan alejada de los campos
comunes de la sensibilidad y de la imaginación que es relegada de inmediato
al registro del sueño, y luego al del mito.
Sin embargo, nada sorprende en esta exclamación: las imágenes del
espacio, las de los planetas tan cercanos o las de las galaxias tan lejanas, son
de una novedad conmovedora cuando se las comenta, puesto que revelan
duraciones, dimensiones, energías propiamente inconcebibles por una
intuición construida en lo cotidiano de la experiencia humana. En vez de
extenderse en un cantón, en un departamento o en una nación, la conciencia
del hombre debe ahora representarse a sí misma en un espacio sin balizas, ni
fronteras, curvado por la gravitación y la presencia de la materia, un espacio
en el que la Tierra sólo es una frágil embarcación, en tiempos densos frente a
los cuales los de la historia no son más que un guiño de ojo.
A la permanencia de las cosas que nos rodean, tan bien expresada en el
desengaño del Eclesiastés (“No hay nada nuevo bajo el Sol”), al ideal clásico
del equilibrio, todo nuestro saber viene a oponer lo contrario: el universo
desde la noche de los tiempos no deja de estar preñado de novedad, la
evolución es cósmica, universal; no deja de lado ni al mismo Sol. El estado de
desequilibrio, fuente de creatividad, es por doquier la ley de las cosas.
Por menos motivos tendríamos vértigo, y conozco algunos de los más
ancianos que preferían no saber para no angustiarse. No es sorprendente que
el cine se nutra de estos cambios de perspectiva. Pero no se puede dejar al
Quinto Elemento o a otra Guerra de las Galaxias la tarea apasionante aunque
terrible de reconstruir puntos de referencia a estas nuevas escalas.
Ambigüedades
Complejidad
Sébastien Balibar
La materia homogénea
La materia en movimiento
La “hipótesis atómica”
Por último, me parece interesante hacer notar que el final del siglo XX
ha sido testigo de un desarrollo considerable de las técnicas de observación y
de manipulación de los átomos (o de las moléculas) uno por uno, gracias, por
una parte, a la invención del microscopio con efecto de túnel y de sus
derivados; por otra parte, a los progresos de la óptica cuántica. No se podía
soñar confirmación más patente de lo que se continúa llamando, con un
exceso de prudencia, la “hipótesis atómica”. La vía está desde ahora abierta,
por una parte, al estudio y luego al uso de objetos físicos de tamaño muy
reducido construidos átomo por átomo, y por otra parte al estudio de las
propiedades de la materia biológica a escala de la molécula, un campo en
plena revolución desde hace unos pocos años.
Tal como son enseñadas hoy en día en la escuela, me parece que las
ciencias no dejan entrever la existencia de ninguna cuestión no resuelta, de
ningún problema que quedaría por comprender. El profesor está, pues,
colocado en la posición de alguien que sabe y juzga a alumnos que no Saben,
o no todavía. Tal vez sea la consecuencia perversa de un hábito adquirido por
el que enseñar los conocimientos puede prestarse a una evaluación cifrada a
partir de problemas que se resuelven cuantitativamente. Aunque los
exámenes sean necesarios, y una estructuración fuerte de los saberes
enseñados sea evidentemente indispensable, ¿podríamos imaginar que la
secundaria aluda a grandes problemas aún no resueltos por la ciencia actual,
aunque no siempre sea posible explicar con precisión lo que todavía no
entendemos?
En la primera fila de estas preguntas figura ciertamente la del origen de
la vida, puesto que, si no me equivoco, químicos y biólogos continúan
preguntándose sobre la naturaleza precisa de la evolución que ha podido
conducir de una química elemental a la síntesis de los primeros ácidos
amínicos, a la bioquímica en su complejidad y finalmente a la aparición de
los primeros seres vivos, sin hablar de su evolución.
Otros ejemplos: la turbulencia no está realmente comprendida, más
precisamente, las leyes estadísticas que rigen las fluctuaciones espaciales o
temporales de un derrame turbulento tal como el de la atmósfera. En cambio,
sabemos desde ya por qué es imposible predecir el tiempo por más de una
semana aproximadamente; la fractura y el frotamiento sólido son otros
fenómenos que resisten siempre al análisis y no sabemos prever los temblores
de tierra. La teoría de los sistemas dinámicos no permite prever los cracs de la
bolsa. Tampoco existe, actualmente, comprensión unificada de la gravitación
y del electromagnetismo ni a un nivel menos fundamental, tal como la
comprensión de la dinámica de las dunas de arena en el Sahara.
Un último ejemplo, mucho más modesto pero más perturbador: los
proyectos actuales del programa de física en secundaria incluyen
“Interpretación microscópica de la electrización por frotamiento”, cuando la
triboelectricidad es un fenómeno ampliamente incomprendido.
Paso, pues, a una pregunta: si citáramos al menos algunos ejemplos de
fronteras del conocimiento donde la ciencia intenta actualmente progresar,
¿contribuiría esto a dar la impresión de que esta ciencia está en marcha?,
¿que es gracias al trabajo de sus investigadores, y de que no constituye una
suma de conocimientos escolares petrificados, pretexto para exámenes?
Unida a un aprendizaje de lo que son los métodos de reflexión y de análisis
científicos (véase diversas experiencias pedagógicas, entre las cuales está La
Main à la pâte de Georges Charpak, Flammarion, 1996), ¿podría una
evolución semejante despertar o al menos estimular el interés de los alumnos
por las ciencias?
Otra pregunta: en el centro de la ciencia actual, y no solamente de la
física, encontramos seguramente la cuestión del azar. ¿Qué es un fenómeno
aleatorio? ¿Puede un fenómeno que obedece a leyes deterministas ser
impredecible? La ciencia del caos ha hecho grandes progresos en este campo.
El azar no es solamente necesario para la evolución de las especies, está
presente todos los días en nuestra existencia bajo múltiples formas
(meteorología, fluctuaciones de la Bolsa, seguros, riesgos diversos, juegos e
incluso astrología...). A pesar de la importancia que reviste, no aparece en
ninguna parte en los programas de la educación secundaria. Ahora bien, el
excelente libro de David Rehuye Asad et Caos (Odile Jacob, 1988) prueba
que estos temas son asequibles para un alumno al final de secundaria.
¿Podríamos imaginar una educación mínima de los futuros ciudadanos en ese
ámbito? ¿Les ayudaría eso a resistir a ciertas manipulaciones?
Es cierto que muchas otras preguntas se plantean y que no se puede
revolucionar la educación en un día ni cambiar los programas con cada nueva
legislatura; aquí sólo he intentado situar la física enseñada hoy en los colegios
franceses, que es esencialmente la física del siglo XIX, con respecto a la física
en marcha del siglo XX, para luego sugerir un debate a partir de dicha
confrontación. De hecho, los programas de enseñanza de la física en la
secundaria no han dejado de evolucionar, incluso recientemente. Creo
simplemente que la modernización de esta enseñanza es una tarea difícil que
debe ser realizada permanentemente si no queremos asistir a un corte
lamentable entre la ciencia contemporánea y los futuros ciudadanos. Ahora
bien, la libertad descansa en la educación.
6
Jean-Marc Lévy-Leblond
5 Corriente literaria que se desarrolla a fines de los años cincuenta con escritores como
Michel Butor, Marguerite Duras, Alain Robbe-Grillet o Nathalie Sarraute... y se plantea
como una crítica al arte tradicional de la novela. (N.de T.).
de que la física, la única digna de consideración, era la de lo microscópico (la
física de las partículas) o de lo megascópico (la astrofísica). Y sin embargo,
para su gran sorpresa, vieron renacer el interés por los problemas de
dinámica clásica, los que habían sido ocultos durante un siglo. En el campo
de la biología, el dominio absoluto de la visión molecular cede el lugar de
ahora en adelante a una visión más global de los seres vivos. Así, la ciencia
puede seguir progresando sólo si vuelve a interesarse en momentos de su
historia que creía superados. Pero, si los investigadores y los ingenieros
necesitan una apertura histórica mucho más amplia, en su propio interés
(relativamente estrecho), esta exigencia es aún más fuerte en el caso de los
profanos, y en primer lugar en el caso de los niños, si queremos que la
enseñanza de las ciencias ayude a cada uno a formarse una representación
general del mundo. Enseñar la ciencia del pasado puede ser enseñar la
ciencia del futuro. Se entenderá por qué desconfío de toda insistencia
demasiado unilateral acerca de una enseñanza “moderna”.
Por otra parte, estos saberes actuales que quisiéramos transmitir, ¿son
realmente saberes para los investigadores que los produjeron —en el sentido
de que serían intelectualmente dominados?. Paradójicamente, la física que
llamamos moderna es al mismo tiempo muy arcaica: a pesar de haber
realizado progresos técnicos impresionantes está muy alejada de una
comprensión profunda de sus propios conceptos. La teoría cuántica sigue en
un estado epistemológico relativamente insatisfactorio. Los debates de los
años treinta, ocultos durante mucho tiempo, terminaron por surgir
nuevamente, sin por ello estar resueltos en la actualidad. En consecuencia, se
enseña a menudo hoy en día la física cuántica como si, en el siglo XIX, se
hubiese enseñado la mecánica de Newton a partir de sus Principia
mathematica, en términos enteramente geométricos. Pero, entretanto, había
sido inventado (por el propio Newton, entre otros) el cálculo diferencial e
integral —el que se había felizmente impuesto incluso en la enseñanza—.
Además, lo que permitió los progresos de la física clásica hasta principios de
este siglo, fueron sus aplicaciones técnicas y su fuerte presencia en la vida
cotidiana. Así, la idea de velocidad instantánea planteaba un problema de
primera importancia a Galileo (quien no disponía aún de la noción de
derivada); sin embargo, esta idea es, hoy en día, perceptible por todo niño
que ve desplazarse la aguja del medidor de velocidad de un automóvil. En la
actualidad, existen objetos cuánticos microscópicos (haces láser,
semiconductores y supraconductores, etc.). Pero estos artefactos técnicos
permanecen invisibles y no permiten la apropiación de las nociones que dan
cuenta de su funcionamiento. Este doble fenómeno de retraso epistemológico
y de ocultación técnica torna muy problemática la enseñanza elemental de
las teorías cuánticas.
Por esta razón, en lugar de querer modernizar a toda costa los
contenidos especializados de la enseñanza científica, me parece mucho más
urgente hacer comprender a los alumnos lo que es verdaderamente la
ciencia, sus procesos de trabajo, sus desafíos epistemológicos, sus
implicaciones sociales. El aporte de disciplinas como la historia, el arte y la
filosofía es esencial a este respecto. La cuestión de la enseñanza de las
ciencias es demasiado seria como para dejarla solamente en las manos de los
científicos.
[Las ideas evocadas demasiado brevemente en este capítulo se
encuentran desarrolladas en el libro del autor, La Pierre de touche, Gallimard
(“Folio Essais”), 1996.]
SEGUNDA JORNADA
La Tierra
Segunda Jornada
1
Lo que dicen las piedras
por Maurice Mattauer
2
El límite cretácico-terciario:
el retorno del catastrofismo
en las ciencias de la vida
por Robert Rocchia
3
Emergencia de la vida vegetal
por Jean-Marie Pelt
4
Biosfera y biodiversidad:
¿cuáles desafíos?
por Jean-Paul Deléage
5
Las consecuencias ecológicas
de las actividades tecno-industriales
por Vincent Labeyrie
6
El planeta solidario
por Armand Frémont
7
Conocimiento de la Tierra
y educación
por René Blanchet
Consideraciones finales
por Edgar Morin
Introducción
Edgar Morin
Entre los objetos globales, los objetos naturales, que queremos estudiar,
la Tierra es un objeto totalmente privilegiado. Es nuestro planeta. ¿Qué es
ella en el mundo? ¿Qué es ella para nosotros?
La Tierra es a la vez un planeta muy singular (ella ha manifestado una
disposición maravillosa para dar nacimiento al mundo viviente), un conjunto
global y un sistema complejo. El conocimiento de la Tierra necesita recurrir a
las diversas partes que la constituyen. Dicho de otra manera, para
comprender la Tierra, es necesario pasar de las partes al todo y del todo a las
partes. Y es esto lo que ilustra perfectamente y es ejemplar hoy en día en el
ámbito del saber.
Cuatro importantes grupos de ciencias, cada una de ellas
polidisciplinaria, son movilizados para esta jornada: las ciencias de la Tierra,
las ciencias de la evolución, la ecología y la geografía humana.
Las ciencias de la Tierra se han articulado unas con otras desde 1960 y
han permitido mostrar cómo las disciplinas se tornan fecundas cuando se
articulan en torno a un núcleo conceptual que se ha convertido en un
sistema complejo evolutivo y autotransformador. Como lo decía Vernadsky,
el investigador en ciencias de la Tierra posee una competencia “geo-bio-
físico-química”. La biosfera se ha vuelto una entidad que la ciencia ecológica
toma en cuenta; finalmente, la geografía humana nos permite considerar con
pertinencia el proceso actual de mundialización.
1
Maurice Mattauer
El límite cretácico-terciario:
el retorno del catastrofismo en las ciencias
de la vida
Robert Rocchia
C. Interpretaciones
D. Discusiones y conclusiones
A manera de conclusión
El límite C/T tal vez no es sino un episodio muy corto de la historia dela
Tierra, pero su estudio se dirige a todos los grandes problemas que
trastornaron nuestra concepción del mundo desde Copérnico: posición de la
Tierra en el universo, origen de las especies, origen del hombre. La catástrofe
cósmica del límite C/T aporta sobre esos puntos una nota a veces discordante
con relación a las ideas dominantes. No hay lugar para experimentar, sobre
ese tema, la menor amargura, tan cierto es que en el dominio del
conocimiento pocas cosas están definitivamente adquiridas; cada uno debe
estar listo para revisar sus posiciones.
3
Jean-Marie Pelt
Jean-Paul Deléage
HAVEL, V.,
1996 II estpermis d’espere;Calmann-Lévy
VERNADSKY, W.
1997 La Biosphere, Felix Alcan, 1929, reed. Diderot.
WESTBROECK, P.
1996 Géophysiologie: esquisse d’une nouvelle science de la Terre,
Collège de France.
WILSON E.O.
1988 Biodiversity, National Academic Press.
5
Vincent Labeyrie
La contradicción fundamental
No a la obsolescencia artificial
Agricultura e industria
Se dice también con frecuencia que los productos agrícolas son renovables,
ya que en el origen del crecimiento de las plantas está la energía solar captada
y transformada en energía química durante la fotosíntesis. Pero es abusivo,
pues se descuida la cantidad de energía utilizada para obtener las
herramientas y los productos empleados en la agricultura. David Pimentel y
sus alumnos de la universidad Cornell, en los Estados Unidos, han calculado
el rendimiento energético de los principales cultivos y de los diferentes tipos
de agricultura. Ellos muestran particularmente que el aumento de los
rendimientos ligado al desarrollo de la agricultura moderna tal como es
presentado por los economistas no corresponde a ninguna realidad. Pues, por
cada campesino norteamericano, hay tres o cuatro obreros que trabajan para
él en las ciudades. Hay solamente desplazamiento de una parte de las
actividades alimentarias del campo hacia las ciudades. Este cálculo es
verdadero para la agricultura de los países desarrollados de Europa
occidental. Las estadísticas económicas proclaman falsamente que en esos
países 7 a 8% de los campesinos bastan para alimentar a la población. En
realidad, se trata de tres o cuatro veces más de personas, puesto que hay tres
o cuatro obreros y técnicos que trabajan por cada campesino. Así, la
agricultura moderna libera poca mano de obra, pues se necesita casi tantas
personas como antes para alimentar a la población. Las víctimas americanas
de las “Uvas de la ira” y las víctimas soviéticas de las grandes campañas de
colectivización, entre otras, han muerto por nada. Los pequeños campesinos
franceses tienen razón de alzarse contra las pretensiones hegemónicas de la
agricultura intensiva. Puesto que las estadísticas utilizadas por los
planificadores de la agricultura son falsas, es económicamente realista
sostener la agricultura familiar.
No quisiera terminar con los problemas de producción sin denunciar la
absurda pretensión de industrializar la agricultura. Es imposible
industrializar la agricultura. En efecto, la industria puede utilizar los mismos
procedimientos técnicos en cualquier lugar en el mundo. Se embobina un
motor eléctrico de la misma manera en Tokio, Singapur, México, París,
Bombay o Detroit. En cambio, no se puede cultivar trigo de la misma manera
en el Middle West, en Beauce, en las Causses, en Ucrania, en el Kazakstán y
en el Sahel. No se puede cultivar bananos en Champaña, en Alemania o en
Polonia. Del mismo modo, en Francia, el maíz crece notablemente en el
Béarn, donde llueve más de un metro en cada primavera y donde el suelo es
generalmente ácido; en cambio, en el Lauragais o en la Beauce la lluvia es
insuficiente para que crezca convenientemente. Uno está entonces obligado a
irrigar abundantemente, y, a menudo, incluso a agotar las capas freáticas y a
desecar los ríos. En realidad, la agricultura no puede ser industrializado
porque es ecológicamente dependiente. No se puede cultivar cualquier cosa
en cualquier lugar, en cualquier tiempo. Lo mismo sucede con la ganadería.
A nadie se le ocurriría la idea de criar hipopótamos en el Sena, u osos blancos
en el lago del Bourget; pero se pretende criar vacas normandas en regiones
áridas. He visto algunas de esas pobres vacas “lecheras” buscando
desesperadamente qué comer en los botaderos del altiplano mexicano. Se ha
logrado vender vacas lecheras de las regiones del Charolais y de Normandía a
Malí. Felizmente, esas pobres bestias, en busca obstinada de hierba verde,
ignoraban que sus hermanas que se quedaron en su país rumiaban en los
pastizales de más de 1 5 centímetros de alto. ¡Espero que aquél que ha
logrado vender esas vacas a Malí no haya sido condecorado por haber
contribuido a mejorar la balanza comercial de Francia!
1. El ecofascismo
Para los ecofascistas, el parámetro determinante de la crisis es el
parámetro demográfico. Alexis Carrel escribía ya antes de la guerra que era
necesaria una política eugenésica con eliminación, o al menos esterilización,
de los individuos considerados peligrosos. En Alemania, esta teoría era el
fundamento de Mein Kampf No se debe olvidar que Hitler era un
vegetariano militante que pregonaba el retorno a la naturaleza. Esta ideología
se encuentra en muchísimos países y el racismo debe ser denunciado con
firmeza por doquier. No hay ninguna especie de organismo con reproducción
sexuada que tenga razas puras. La especie es un conjunto de individuos
interfecundos que puede dar descendientes fecundos. El polimorfismo de
poblaciones politípicas es una constante en la naturaleza impuesta por la
heterogeneidad geográfica y la inestabilidad ecológica. Para la humanidad,
las diferentes culturas corresponden a poblaciones que han evolucionado en
condiciones variadas, y cada una adaptada a esas condiciones. No hay, pues,
una cultura inferior y una cultura superior, sino en cada situación
poblaciones que llegan a vivir mientras que las otras desaparecen. Si la
población de un pueblo de Provenza fuera transferida a Groenlandia,
probaría su inferioridad con respecto a la población local de esquimales.
Cuando se conocen las precauciones que deben tomar los zootécnicos
para mantener puras razas de animales domésticos, se comprende que las
razas puras no existen en la especie humana. Por lo demás, la
consanguineidad es un factor de degeneración por aparición de homocigotos
con caracteres recesivos patológicos. Por el contrario, la mezcla de
poblaciones de orígenes geográficos diferentes es un factor biológicamente
favorable que aventaja al grupo humano que resulta de ella. Culturalmente,
el fenómeno es del mismo tipo, y el antisemitismo hitleriano ha favorecido a
América del Norte y a las Islas Británicas por la inmigración de intelectuales
europeos, particularmente judíos, en detrimento de Europa.
Medidas contra la consanguineidad han sido constatadas en todas las
civilizaciones aisladas. Durante las guerras de la Antigüedad mediterránea,
como en las guerras tribales africanas hoy en día, los vencedores raptaban a
las mujeres del grupo vencido para incluirlas en su población y ampliar el
capital genético. Las civilizaciones cerradas y limitadas han practicado
mucho tiempo la hospitalidad sexual. Diderot, en el Supplément au voyage
de Bougainville, cuenta con humor las reacciones del capellán de la
expedición, a quien un jefe de pueblo propuso sucesivamente hacer el amor
con su mujer, luego con sus hijas. Los exploradores polares han señalado
fenómenos del mismo tipo en las poblaciones esquimales. Podemos
considerar que las bacanales de la civilización romana, las fiestas del martes
de carnaval y el desenfreno de las grandes ferias del Medioevo eran medidas
empíricas de lucha contra la degeneración de poblaciones rurales aisladas y
con alta tasa de consanguineidad. Así, todo permite creer que, si la corriente
racista es milenaria, las medidas por limitar la consanguineidad son también
antiguas. Pienso que es con este espíritu que se debe comprender que todas
las civilizaciones han condenado el incesto. Todo análisis científico serio
conduce entonces a los ecologistas consecuentes a ser antirracistas.
Más frecuente y más sutil es una variante de este ecofascismo que
pretende hacer al tercer mundo responsable de la presión demográfica.
Ahora bien, todos los estudios sociológicos han mostrado que cuando el nivel
de vida se eleva, el número de niños por mujer disminuye. Es la miseria del
tercer mundo la responsable de la explosión demográfica en África, en
Sudamérica y en Asia Meridional. Con el mismo espíritu, algunos declaran
que se debe limitar el desarrollo del tercer mundo para evitar que esas
poblaciones contaminen tanto como los habitantes de los Estados Unidos, o
de Europa occidental, o del Japón. Está claro, después de todo lo que he
indicado, que su nivel de vida puede ser considerablemente elevado a
condición de que su desarrollo no se haga a partir del modelo mecano-
productivista de los países dominantes. El peligro es serio. En Kyoto, la
delegación estadounidense propuso a los países pobres, que contaminan poco
la atmósfera, vender unos “derechos para contaminar” a los países
industrializados que ya sobrepasan los umbrales autorizados. Los Estados
Unidos, primer contaminador mundial, quería adquirir el derecho de
continuar contaminando.
Hace veinticinco años, aproximadamente, yo había organizado en Tours,
con el apoyo de la FAO, un coloquio científico internacional sobre la
ecología de un pequeño coleóptero, el gorgojo, que destruye los granos de las
leguminosas, particularmente los frijoles, la soya, las habas, las lentejas y las
arvejas. Las leguminosas son una fuente esencial de proteínas para las
poblaciones pobres de América Latina, de África intertropical y de Asia
meridional. Su protección contra el gorgojo y los trabajos de investigación
sobre este insecto presentan un gran interés práctico. Ahora bien, un colega
estadounidense, ecologista eminente en su país y especialista de los gorgojos,
rehusó asistir a este coloquio por una razón sorprendente: dado que la
población del mundo es ya demasiado elevada, no conviene ayudar a los
pobres a disponer de cantidades suficientes de leguminosas, pues ellos ya son
demasiado numerosos. Sin embargo, se decía muy preocupado por el estudio
de los gorgojos, pero no quería proteger las leguminosas, pues no quería
mejorar la alimentación de las poblaciones pobres de América. Todas estas
tendencias al ecofascismo pretenden no hacer política. Osan justificar su
actitud por razones “científicas”.
2. El ecointegrismo
Para este otro tipo de ecologistas, que razonan siempre en el marco del
esquema mecano-productivista, la ciencia sería la fuente de todos los males.
Ellos preconizan el retorno a una economía patriarcal pre-industrial.
Privilegian una vida monacal suprimiendo todos los productos de la
tecnología. Adeptos de Rousseau, un poco místicos, a veces vegetarianos,
pregonan a menudo medicinas suaves y rechazan radiografías y vacunas. Con
frecuencia son las presas más fáciles de las sectas. Su volubilidad y su sentido
de la comunicación sirven de caricatura a numerosos técnicos, imbuidos de
cientismo, quienes acusan a los ecologistas de querer volver a la época de la
vela. Los ecointegristas son un peligro para la ecología, pues conducen a
aislarla. Se figuran que campos abandonados vuelven al estado natural
anterior como si el clímax fuera una realidad.
9 Líder del Partido Ecologista de los Verdes en Francia, ministra del medio ambiente (N. de
T).
proposiciones de cambio de las estrategias económicas, pues, para la
población, se trata de tener de qué vivir ahora cada día, aún si en el largo
plazo las proposiciones de los ecologistas son justas. Si el productivismo
mecanicista debe ser incansablemente combatido como prioridad, no
debemos por ello desinteresamos de las condiciones sociales de vida de la
población.
A todo lo largo de esta exposición, he indicado cuán urgente es adaptar
la enseñanza a las realidades.
Así, se continúa utilizando las expresiones falsas de “raza humana”, de
“género humano”, cuando se trata sólo de la especie humana.
¿Cuántos suponen todavía que es posible cruzar especies diferentes?
Ignoran que tales cruzamientos son, en el mejor de los casos, infecundos.
¿Qué significan “equilibrio de la naturaleza” y “clímax” sino conceptos
peligrosos y sin valor científico?
¿Cuántos hablan todavía de “producción” de energía? ¿De “consumo” de
agua? ¿Cuántos creen que es racional e inevitable, porque es más rentable,
concentrar las actividades humanas?
La naturaleza ha evolucionado sin el hombre, ella debe poder continuar
evolucionando con la presencia de una humanidad feliz, pues la naturaleza
no puede ser enlatada.
6
El planeta solidario
Armand Frémont
René Blanchet
La educación cívica
Edgar Morin
La vida
TERCERA JORNADA
1
ADN: ¿programa o datos?
por Henri Atlan
2
Enseñar la evolución
por Jean Gayon
3
Las pasiones y lo humano
por Jean-Didier Vincent
4
Ética y ciencia de la vida por
Robert Naquet
Introducción
Edgar Morin
Las dos primeras jornadas han sido relativamente fáciles, pues el cosmos
es un “objeto” del que la cosmología trata directamente. El caso de la Tierra
es verdaderamente ejemplar, porque ha sido tratado en su unidad compleja a
diferentes niveles por tres ciencias polidisciplinarias.
Con esta jornada nos adentramos en el ámbito de la vida, que es una
noción problemática, que rechazan numerosos biólogos. Además, no existen
relaciones articuladas y coherentes entre la biología molecular, la
parasitología, la etología animal. Las ciencias de la Tierra se han articulado
porque la Tierra era concebida como un sistema complejo que se había
autoorganizado a partir de un caos, mientras que la biología permanece
dividida entre sus disciplinas compartimentadas. Asimismo, existe una
polémica inconclusa entre la interpretación genética de toda organización
viva y la parte de autonomía “epigenética” propia de los individuos, en
particular humanos. Pero quizás sean los problemas que suscitan discusiones
y conflictos de ideas entre los biólogos los que requieren mayor atención. De
ahí la importancia de la exposición de Henri Atlan en el transcurso de esta
jornada.
Como nos lo dirá Jean Gayon, es la teoría de la evolución la que
constituye el nudo gordiano de todos los problemas de la biología, y esto
incita a otorgarle una mayor importancia pedagógica.
1
Henri Atlan
14 Este texto ha sido publicado en Bulletin ofthe European Societyfor the Philosophy
ofMedecine and Health Care, vol. 3, 3, 1995 special issue CD ROM, First World Congress
Medecine and Philosophy, 1994.
reduciría a uno o más errores de programación, es decir, a la alteración de
uno o más genes.
Quisiera tratar de mostrar los límites de esta metáfora, así como los
peligros de su utilización literal, y sugerir una metáfora alternativa con el
objeto de desplazar el centro de interés de toda genética hacia un juego de
interacciones más sutil con lo genético. Llegaremos así a una conclusión que
no es paradójica, sino en apariencia, y según la cual lo genético no está en el
gen.
Como en las otras metáforas informáticas en biología, sobre todo la del
cerebro como computadora, la metáfora del programa genético sufre del
hecho de que la pregunta por las significaciones de la información en general
no se plantea. Nos hemos acostumbrado a soslayar este problema en
informática y en las ciencias de la programación, considerando que siempre
se resuelve implícitamente, por cuanto la fuente de las significaciones es
simplemente el o los individuos humanos que emiten y reciben mensajes, o
que escriben un programa y lo hacen ejecutar.
Lo importante es transmitir un mensaje correctamente o hacer ejecutar
un programa sin ocuparse de la significación del mensaje o del programa, ya
que esta significación siempre está ahí, producida por el emisor del mensaje o
por el programador. No es pues necesario, en efecto, explicitar la
significación ni la fuente de esta significación cuando uno se ocupa en
formalizar el tratamiento de la información en los programas de
computadora. Su significación es evidente: es el objetivo particular con el
cual son escritos por autores humanos intencionales que son la fuente de esta
significación. Esta actitud está justificada en el caso de programas de
computadoras clásicas, siempre escritos con un objetivo particular, a fin de
realizar una tarea explícita definida. Pero esta actitud ya no se justifica y ya
no se puede ignorar la cuestión de la fuente o de la producción de
significaciones cuando se trata de máquinas naturales fabricadas por la
evolución, sin objetivo evidente y sin proyecto explícito, sea por el solo
efecto de la selección natural, sea incluso en ausencia de tal efecto, como en
el caso de la evolución no adaptativa.
La idea de un programa escrito en los genes con la forma de secuencias
nucleotídicas de los ADN proviene esquemáticamente de las siguientes
observaciones y de su utilización implícita en un razonamiento falaz:
1) El ADN es una escritura cuaternaria fácilmente reducible a una
secuencia binaria.
2) Todo programa de computadora secuencial determinista es reducible
a una secuencia binaria.
3) Ergo: las determinaciones genéticas producidas por la estructura de
los AUN funcionan a la manera de un programa secuencial escrito en el ADN
de los genes. La falacia implícita en este razonamiento es evidentemente la
recíproca de 2, a saber que “toda secuencia binaria es un programa”. Pero una
vez reconocida esta falacia, debemos preguntarnos cuáles son las otras
posibilidades para una secuencia binaria, además de la de ser un programa.
Una primera posibilidad sería que se trate de una secuencia aleatoria. Si
por ello se entiende una secuencia sin significación, es harto difícil de
aceptar, ya que se comprendería mal cómo tales secuencias podrían
determinar las funciones biológicas que constituyen, en la metáfora
informática, la significación de la información genética.
Pero existe otra posibilidad que va a retenernos ahora: que la secuencia
binaria no sea ni programa, ni aleatoria sino que constituya datos. Para
encarar esta posibilidad, primero hay que justificar la distinción programa!
datos que todo el esfuerzo de la informática teórica tuvo el resultado de
suprimir. Luego habrá que precisar por qué tipo de programa serían tratados
esos datos.
Aquí nos bastará con notar que esta distinción permite plantear la
cuestión de la función de las secuencias nucleotídicas de los ADN en las
determinaciones genéticas como una alternativa entre una función de
programa y una función de datos.
Esta alternativa permite entonces plantear la cuestión de la función de la
maquinaria celular siempre asociada a los ADN en la producción de esas
determinaciones. Si los ADN son un programa, esta maquinaria juega la
función de un interpretador de programas. Si los ADN son datos, la
maquinaria celular desempeña la función de programa que trata esos datos.
Ahí se trata, por cierto, de dos metáforas complementarias de las que en otra
parte hemos discutido los méritos respectivos en cuanto a su poder de
explicación.
Mas allá de sus méritos propios, la segunda metáfora, “ADN como
datos”, tiene la ventaja de provocar la discusión y de cuestionar la primera
metáfora, clásica, “ADN como programa”. Pues es claro que la noción clásica
de programa genético tuvo en su tiempo un valor heurístico y operacional
innegable. Pero, como sucede a menudo, esta noción, utilizada de forma
acrítica, olvidando que se trata de una metáfora empleada para designar
mecanismos que no conocemos, y no de un conocimiento explícito de
mecanismos bien identificados, puede convertirse en una pantalla e impedir
el progreso en la búsqueda de esos mecanismos.
Por esto puede ser útil una metáfora alternativa. En la que proponemos,
las determinaciones genéticas resultantes de la estructura secuencial de los
ADN funcionan entonces no como un programa, sino como datos
memorizados, tratados y utilizados en un proceso dinámico que desempeña la
función de un programa. Ese proceso es producido por el conjunto de
reacciones bioquímicas acompañadas por el metabolismo celular.
Tal proceso dinámico es comparable al de una red de autómatas, o de
una máquina de estados. Los actuales trabajos en inteligencia artificial
muestran que ella es capaz de adaptación, de aprendizaje no programado y,
de manera general, de autoorganización estructural y funcional.
La ventaja de esta nueva metáfora es que muestra un desplazamiento del
centro de interés. De una atención dirigida casi exclusivamente al “todo
genético”, se pasa a la búsqueda de procesos epigenéticos y al análisis de
mecanismos reguladores de la expresión génica.
Es así que ante la pregunta clásica: “cómo los genes son regulados?” se
debe buscar la respuesta en el citoplasma, con su información de posición y
sus estados funcionales regulados por mecanismos epigenéticos.
A propósito de esta nueva metáfora se evitará, por cierto, y tanto como
sea posible, caer en la misma trampa que consistiría en tomarla, a su vez,
literalmente y demasiado en serio.
Ya que es probable que la realidad se encuentre en alguna parte entre las
dos, entre la visión de un programa de computadora inscrito en las
secuencias nucleotídicas de los genes, y la de los datos memorizados tratados
por una red de reacciones metabólicas, como en un programa distribuido, la
realidad debe encontrarse en alguna parte entre los dos, puesto que no puede
negarse que la estructura de los genes determina, aunque en una escala de
tiempo más larga, la estructura de la red metabólica.
Es así que detrás de estas dos metáforas se puede concebir la imagen de
una red evolutiva en la cual dos dinámicas estarían superpuestas, en escalas
temporales diferentes. Una dinámica del primer orden dependería de la
estructura de la red metabólica y de los datos que recibe en forma de genes
activos.
Pero por una dinámica del segundo orden, más lenta, los estados estables
de la red modificarían la actividad de ciertos genes, de manera que ciertas
reacciones del metabolismo dependientes de esta actividad se detendrían y
otras serían activadas, produciendo una modificación de la estructura de la
red. Esta sería así conducida por una nueva dinámica del primer orden hacia
un nuevo estado estable, y así sucesivamente.
4. Heredabilidad epigenética
Dicho de otra forma, la red metabólica trataría a cada instante los datos
que recibe permanentemente del genoma en cierto estado de actividad, y el
resultado de ese tratamiento sería la actividad misma de esa red. Pero de
forma más lenta, esta actividad de la red puede cambiar los datos
modificando de forma relativamente estable la actividad del genoma, y así
sucesivamente.
Ya existen algunos ejemplos de mecanismos epigenéticos por los cuales
un estado funcional de reacciones metabólicas es suficientemente estable
para ser heredable y transmitido, tal cual, en el momento de las divisiones
celulares sin que las secuencias de ADN sean modificadas estructuralmente.
Esta heredad citoplásmica, llamada también “heredabilidad epigenética”, está
manifiesta en los linajes de células somáticas diferenciadas, como aquellas
que se reproducen manteniéndose en un estado de diferenciación dada que
expresa un cierto estado de actividad de una parte del genoma; o aun como
células del sistema inmunitario que, después de haber sido activadas, se
multiplican reproduciendo su estado de activación incluso en ausencia de
estimulación antigenética.
Pero algunos ejemplos de heredabilidad epigenética a través de las
divisiones de células germinales comienzan a ser documentados.
El mecanismo más estudiado es el de metilización diferencial de los
ADN acerca de la cual Holliday habla de “epimutaciones”; se trata de
variaciones del estado funcional de ADN eventualmente inducidas por el
entorno y transmitidas tal cual en el momento de la división celular sin
modificaciones estructurales, es decir, sin verdaderas mutaciones genéticas,
pero que producen el mismo efecto.
Otro ejemplo es el de la impresión genómica (genomic imprinting),
donde se observa que el estado de actividad de un gen depende de su entorno
no genético de orden parental y es transmitido tal cual en el momento de las
divisiones celulares que producen los gametos, de suerte que un mismo gen
podría ser activo de manera estable cuando proviene del gameto parental
pero no del gameto maternal o vice versa.
De manera general, un fenómeno de heredabilidad epigenética es
posible cada vez que el producto de un gen retroactúa sobre el gen que lo
produce, sea directamente por medio de un promotor, o mediante otros
genes.
Se puede mostrar que la actividad del gen está determinada por un
sistema simple de dos ecuaciones diferenciales, cuya solución admite dos
estados estables correspondientes: una al gen activo y a su producto presente
con una concentración elevada, y la otra al gen inactivo y una concentración
nula de su producto.
Una variación transitoria de concentración del producto por encima y
por debajo de un valor límite hace pasar al sistema de un estado estable a
otro. Y este estado de actividad o de inactividad puede ser transmitido tal
cual en el momento de la división celular, siempre que ésta se acompañe de
una equipartición aproximativa del citoplasma. Dicho de otra forma, lo que
es transmitido no es solamente una estructura molecular estática, sino un
estado de actividad funcional, es decir, cierta expresión de la significación
funcional del conjunto de las estructuras celulares.
Por el momento, esos fenómenos de heredabilidad epigenética parecen
de anomalías o excepciones con relación a la tendencia a relacionarlo todo a
determinaciones genéticas en forma de secuencias de ADN. Es por eso que
son relativamente poco estudiadas, tanto más cuanto las técnicas necesarias
son más complicadas y menos potentes que las de la donación de genes y de
su secuenciamiento.
Pero es probable que sea porque son poco estudiadas que parezcan
anomalías y que se subestime su importancia.
Enseñar la evolución
Jean Gayon
3. Extrapolar
Jean-Didier Vincent
Robert Naquet
17 SNCF: Société Nationale des Chemins de Fer, empresa estatal francesa de ferrocarriles (N.
de T).
de comunicación, para hacer de él un actor positivo de la sociedad de
mañana?”
¿Tengo razón al decir que el investigador en ciencias de la vida es
realmente un “acomplejado”? ¿Y que sus descubrimientos son mal utilizados,
incluso mal interpretados por la sociedad y los medios de comunicación, a
pesar de toda la publicidad que se les hace?
“¡Está equivocado, dirá usted; algunos de ellos tienen un impacto
considerable en la sociedad, mire el éxito del Teletón!”. A esto le responderé
que éxitos de ese tipo siguen siendo poco frecuentes, particularmente en el
ámbito biomédico.
El siglo XX ha sido iluminado, en Francia como en varios países, por el
desarrollo fulgurante de las investigaciones en biología, cuyos resultados han
revolucionado nuestra vida. Pero no estoy muy seguro de que en este fin de
siglo, en los países desarrollados que más se han beneficiado con estos
descubrimientos, la investigación en biología, y particularmente la
investigación fundamental en este campo, sea tan bien aceptada como se
dice. Sus objetivos precisos no son suficientemente expresados, pero a
menudo ampliados, incluso distorsionados, por los medios de comunicación.
En la población, algunos están preocupados y se preguntan quién ha tomado
la decisión de lanzar o de aplicar una u otra investigación. Hacen énfasis en
el hecho que todo contribuyente participa en el esfuerzo de investigación y
que como ciudadano se beneficiará o padecerá un día u otro de los
descubrimientos científicos.
Ante un Jean-Pierre Changeux que proclama con fuerza en un diálogo
reciente con Paul Ricceur: “La audacia de saber no tiene límites. Es uno de
los rasgos más entrañables de la investigación científica”; algunos, en público
en general, son escépticos, tratan a los investigadores de aprendices de brujos
y no dudan en minimizar el interés, incluso en considerar como desastrosas
las consecuencias de algunos descubrimientos fundamentales; citaré, como
ejemplo, una simple frase leída en un gran semanario sobre las consecuencias
de los trabajos de los Curie: “Hay un antes y después de Hiroshima”,
¡olvidando todo el beneficio que nuestro siglo obtenido de sus resultados y
del uso pacífico del radio! Además, se podría añadir que los Curie no son los
inventores de la bomba H.
Otros se preguntan: “Para qué sirve la investigación fundamental
queriendo ignorar que sin ella no hay una buena investigación aplicada. Mal
informados, no consideran las consecuencias futuras de una investigación
que al principio les parece esotérico. Cuando se hace investigación, tiene que
saber “correr riesgos”. Cito a menudo la historia del descubrimiento de la
ciclosporina. Borel, un investigador de Sandoz en Basilea había traído de un
viaje por los países escandinavos hongos que le parecieron tener propiedades
interesantes; solicitó de sus superiores la posibilidad de dedicarse durante dos
años a este tema que no entraba en los del laboratorio; le dieron la
autorización. Dos años más tarde, las propiedades “antirrechazo” de la
ciclosporina eran descubiertas, y diez años más tarde los laboratorios Sandoz
vivían de los dividendos de este descubrimiento.
Otros, todavía, rechazan toda experimentación sobre animales; es cierto
que no pueden dar su consentimiento por escrito, ¡lo que el hombre sí puede
hacer! Algunos grupos extremistas no dudan, en algunos países, en atacar los
criaderos y en usar su poder para intentar impedir cualquier experimento en
su territorio nacional. Permiten que se envíe hombres en una nave espacial,
pero ¡se rehúsan a aceptar que se envíen ratas!
Esta oposición a la experimentación animal no es reciente. En el siglo
XIX, Claude Bernard ya enfrentaba este problema, pero, a pesar de la
hostilidad que encontraba en el seno de su propia familia, no dudó en
escribir: “Sería muy extraño que se reconociera que el hombre tiene el
derecho de utilizar a los animales para todos los usos de la vida, para sus
servicios domésticos, su alimentación, y que se prohíba utilizarlos para
instruirse en una de las ciencias más útiles para la humanidad. No hay porque
dudar; la ciencia de la vida sólo puede constituirse por sus experiencias y sólo
puede salvar de la muerte a seres vivos después de haber sacrificado a otros.
Hay que hacer los experimentos en los hombres o en los animales. Ahora
bien, me parece que los médicos ya hacen demasiados experimentos
peligrosos en el hombre antes de haberlos estudiado cuidadosamente en los
animales”.
Durante los tres primeros cuartos del siglo XX, estos experimentos han
continuado, siempre con más precauciones, en contra del sufrimiento del
animal, y siempre considerados como indispensables. Hace una decena de
años, las cosas han cambiado y los responsables han confiado en que los
progresos de la biología y de la genética molecular iban a favorecer al
desarrollo de métodos substitutivos y hacer retroceder, incluso desaparecer
todo experimento en mamíferos y particularmente en primates infra-
humanos. La utilización de microorganismos, de invertebrados y de culturas
celulares no sólo sería suficiente sino que, además, permitiría ir más lejos en
la comprensión de los mecanismos elementales del funcionamiento de todo
ser vivo. Los “antiviviseccionistas” triunfaban.
Con los años se han debido desilusionar. Si la situación ha cambiado, no
es en el sentido en que ellos mismos y los responsables contaban. El
experirne0 en los mamíferos ha vuelto a ser una prioridad, y esto por varias
razones. Citaré algunas.
La primera, es la consecuencia del brote de nuevas enfermedades graves
y de sus efectos sobre el inconsciente colectivo; los temores que han sido
inducidos por la llegada de enfermedades tan dramáticas como el SIDA y
eventualmente la “enfermedad de la vaca loca”, las esperanzas engendradas
por los progresos que puede aportar toda nueva técnica que permitiera tratar
estas enfermedades, incluso prevenirlas, han modificado las mentalidades.
Las investigaciones realizadas con modelos animales, que imitan esas
afecciones, gozan de mayor aceptación. ¡No debemos olvidar que brillantes
científicos, difundidos por los medios de comunicación, han considerado que
algunas de estas enfermedades podrían conducir a la desaparición de la
especie humana! ¡Qué no haríamos para asegurar su supervivencia y por lo
tanto la nuestra!
La segunda se refiere a las sorpresas reservadas por los recientes
desarrollos de la investigación en biología y en genética molecular. Como
toda investigación fundamental inteligente, resultó que no seguía
forzosamente las vías trazadas por los responsables y las élites.
Los métodos sustitutivos, a pesar de su importancia, resultaron
insuficientes. Tal como lo expresa Louis-Marie Houdebine: “Preconizar la
utilización sistemática de las células en cultivo en vez de los animales,
equivale llanamente a ignorar la gran complejidad de lo vivo”. Esto se
verifica particularmente en farmacología. Antes de cualquier extrapolación
hacia el hombre, pruebas con animales son necesarias.
Además, nuevas técnicas y vías de investigación han aparecido, las
cuales necesitan la utilización de especies tan variadas como el ratón, la rata,
la oveja, la vaca o el cerdo, hasta el mono. No siempre están sin riesgos, han
planteado y algunas todavía plantean varios problemas, particularmente en el
plano ético.
Para las enfermedades genéticas, tomaré como ejemplo la corea de
Huntington. Es una enfermedad rara que se conocía como
neurodegenerativa, familiar, autosómica dominante, con alta penetración.
Esta afección comienza generalmente entre los 30 y 45 años y evoluciona
irresistiblemente en diez a quince años. Los tipos presentan una demencia
progresiva acompañada de movimientos incontrolables. Es en esta afección
que se descubrió la primera anomalía cromosómica que lleva en el brazo
corto del cromosoma 4. Este descubrimiento ha dado lugar a todas las
esperanzas de terapia genética, pero, como se puede imaginar, ¡no es para
mañana! El gen ha sido identificado y donado y la proteína responsable, la
huntingtina, descubierta. Modelos animales han sido creados con el ratón. La
enfermedad coincide con una expansión del triplete CAG, pero aún se
desconoce la razón de esta expansión y su relación exacta con la
fisiopatología de la enfermedad. La mutación que se ha descubierto es
inestable; la cantidad de repeticiones de los tripletes varía de un sujeto a otro;
es como si la enfermedad apareciera cuanto más temprano el sujeto presente
más tripletes.
La confirmación del origen genético de la enfermedad ha creado varios
problemas éticos. Se volvía posible saber si un sujeto perfectamente sano era
o no portador del rasgo genético responsable de la enfermedad que
presentaría más tarde. ¿Qué había que decirle? ¿Qué consejos darle si quería
casarse y tener hijos? ¿Había que aconsejarle un aborto terapéutico si el feto
era portador del rasgo? Van Gogh y Mozart ya estaban muertos en el
momento en que la enfermedad se declara en general. Los problemas son
actualmente administrados por los neurólogos que han establecido toda una
serie de reglas y consejos a las familias.
La terapia genética plantea otros temas. Hoy en día, sabemos introducir
un ADN recombinante en una célula con objetivos diferentes. Citaré dos: en
un caso se trata de un reemplazo de un gen defectuoso que está en el origen
de una enfermedad genética. En el otro, el más común actualmente, el ADN
está destinado a la producción, a título terapéutico, de una proteína que tiene
un efecto antiviral o antitumoral. Con esta estrategia se puede atacar
directamente la causa de la enfermedad, ya sea hereditaria o adquirida.
Recientemente se han obtenido resultados en los animales, pero la
extrapolación hacia el hombre aún está en discusión. La difusión de tales
resultados, siempre hipotéticos al menos en el caso del hombre y las
esperanzas que suscitan entre los que creen que podrían beneficiarse
rápidamente con ellos, no están exentas de cuestiones éticas.
Las teorías de transgénesis son muy interesantes y portadoras de
esperanza en varios campos. Nadie niega hoy el interés en los animales. Todo
el mundo está de acuerdo en admitir que la transferencia de genes a células
ofrece desde ahora la posibilidad de crear modelos para estudios
fundamentales o más aplicados en la esfera biomédica, para sintetizar
proteínas recombinantes de interés farmacológico y para crear una selección
genética de un nuevo tipo, menos independiente de los azares de la
naturaleza.
Quedándonos en el ámbito biomédico, podemos citar algunas de sus
eventuales aplicaciones:
—Se puede fácilmente con los ratones, agregando un gen extraño
(transgénesis) o desactivando un gen endógeno (knock out), crear modelos de
animales valiosos para comprender y/o tratar ciertas enfermedades. Esto va
desde el cáncer al SIDA, a la “enfermedad de la vaca loca”, a las
enfermedades cardiovasculares y a la diabetes... ¿Y qué sé yo? Cada día trae
su lote de nuevos modelos animales creados de esta manera, pero también de
series de animales que presentan síntomas que los investigadores, no
entrenados en este tipo de exploración, no son capaces de diagnosticar, lo que
es una lástima y ciertamente no es ético. El ministerio de la Investigación y
los grandes organismos conscientes de estos hechos reflexionan sobre la
manera de remediar esta situación. Sería necesario dar un nuevo impulso a
los estudios fisiológicos.
—Además, la escasez de órganos y células humanas que pueden ser
trasplantados en los enfermos que lo requieran, alcanza actualmente un
punto crítico. La aparición del SIDA y de la “enfermedad de la vaca loca” es
una de las razones, no la única; los tráficos de órganos, otra. Varios
especialistas piensan que la extracción en los animales será la única respuesta
a esta falta de órganos.
Sin embargo, los xenotrasplantes conducen, a pesar de
inmunosupresores potentes, a fenómenos de rechazo agudo. Recientes éxitos
en el mono (muy transitorios, por cierto), en los cerdos que recibieron genes
de simios para disminuir estos fenómenos, han dejado entrever esperanzas
considerables. Sin embargo, el rechazo no es el único problema, incluso para
los trasplantes de corta duración esperando que un corazón o un riñón
humano esté disponible. Se ha hablado de la posibilidad de ver desarrollarse
en el trasplante de los virus no patógenos en el cerdo, pero que, asociados a
los existentes en el hombre, podrían volverlos peligrosos, y eso más incluso el
individuo quedará bajo inmunosupresores. Ante la actitud de algunos
cirujanos muy ansiosos de poder comenzar los xenotrasplantes, algunos han
pensado crear un moratorio. Inglaterra ya lo ha hecho, Estados Unidos se
apresta a hacerlo, pero resultados recientes permitirían ser menos pesimista
en cuanto a los peligros de los virus porcinos en el hombre.
No puedo terminar esta exposición sobre las ciencias de la vida y la ética,
sin hablar de clonaje en el “caso Dolly” y de sus consecuencias. Rara vez un
descubrimiento basado en resultados obtenidos con un solo animal ha
causado tanto revuelo en los medios de comunicación e inducido a tales
tomas de posición en todos los niveles de la sociedad, ya sea en Francia, en el
ámbito europeo, o en otros países. La extrapoliación inmediata hacia el
hombre de los primeros resultados obtenidos con la oveja, no dejaban lugar a
duda en el espíritu de muchos.
Sin entrar en detalles uno debe, incluso antes de tomar una posición,
distinguir el clonaje reproductivo y el clonaje no reproductivo. El clonaje
reproductivo tiene como objetivo dar nacimiento a una cría. Una práctica tal
sería unánimemente inaceptable si tuviera como objetivo reproducir en
forma idéntica un gran número de individuos de élite. Para algunos, las cosas
no serían tan simples si se tratara de parejas estériles que no han tenido éxito
con las técnicas clásicas de reproducción asistida por la medicina. Incluso en
este caso, problemas éticos subsistirían y creo que hoy en día es preciso
mantenerse firme y seguir prohibiendo este tipo de clonaje.
El clonaje no reproductivo tiene como objetivo utilizar la capacidad
delos ovocitos sin núcleo para reprogramar las células somáticas del adulto.
Las células embrionarias derivadas de estas células somáticas podrían
diferenciarse in vitro y ser trasplantadas en pacientes para curar numerosas
enfermedades. Tal perspectiva es aún lejana, y tampoco está éticamente
desprovista de problemas puesto que implica la formación de un embrión que
no está destinado a concluir su desarrollo.
Por el momento, en Francia se prohíbe toda experimentación con
embriones humanos in vitro, incluso con los que son destruidos cinco años
después de una procreación asistida, lo que perjudica toda investigación, por
ejemplo, sobre el desarrollo de los conocimientos relativos a las primera
etapas del desarrollo.
Estas investigaciones sobre el embrión in vitro, como varias otras de las
cuales ya he hablado, han inducido a Francia, primero, a crear un comité
consultativo nacional de ética. Unos años más tarde, se dotaba de leyes sobre
la experimentación animal y de textos que regulan las investigaciones en el
hombre: la ley Huriet-Sérusclat en 1988; las leyes de bioética en1994. Dado
que la investigación avanza muy rápidamente y estas leyes no resuelven
todos los problemas éticos actuales, éstas serán reexaminadas en1999.
Pero las leyes reglamentan y algunos investigadores como Jean-Didier
Vincent afirmaron un día: “La ética comienza en el momento en que la
legislación termina”. Además, a Antoine Danchin le gusta decir: “La ciencia
no nos permite de ninguna manera decidir nuestras posiciones éticas.
Sólo puede ayudarnos a clarificar nuestras ideas pero no a decidir
nuestros valores”. El respeto a las leyes no es suficiente, la ética del
investigador juega un papel importante. Aun cuando cada uno puede pensar
que tiene su “propia ética”, ésta debe ser compatible con la de su entorno.
Sabemos que las posiciones éticas varían de un país a otro; la religión, la
cultura entran en juego; por ejemplo, los mediterráneos admiten más
fácilmente experimentos en los animales que los anglosajones, pero admiten
menos fácilmente experimentos en el embrión que estos últimos.
En el seno de un mismo grupo, los responsables deben tomar en cuenta
todas las sensibilidades luego de haber debatido con los diferentes actores.
Pero, si no queremos ver abrirse un abismo entre la investigación y sociedad,
todos deben estar en condiciones de comprender los desafíos para poder
debatir sobre esto eficazmente. Hay que tener presente que inicialmente los
intereses de los investigadores son a menudo diferentes de aquéllos de los
tecnócratas, de los responsables, de los políticos y de los medios de
comunicación. Es ahí que la educación y la formación entran en juego. Sin
ellas no puede haber diálogo constructivo.
Educación y formación de todos los actores serán mi conclusión ante
esta investigación en ciencias de la vida, que nos asesta nuevos datos, más
sorprendentes unos de otros.
Educación y formación de todos, y no sólo del otro. Todos tienen que
aprender. Los investigadores deben tomar conciencia de sus
responsabilidades frente a sus descubrimientos, a las reglamentaciones en
vigor y a su ética. Los responsables deben encontrar las soluciones menos
tecnocráticas posibles para valorizar a los investigadores y los trabajos que
ellos han subvencionado, con respecto también a la difusión necesaria pero
difícil de la información científica.
Los medios de comunicación deben comprender mejor la importancia de
su papel. La constante búsqueda actual de lo sensacional no concuerda con el
espíritu científico y, bajo pretexto de que el público tiene la necesidad de
estar informado, una información excesiva y desordenada amenaza con
desembocar finalmente en una desinformación perjudicial para todos.
Consideraciones finales
Edgar Morin
La humanidad
CUARTAJORNADA
1
Origen y medio ambiente
de los primeros homínidos
por Michel Brunet
2
Homínidos y hominización
por Henry de Lumley-Woodyear
3
Herencia, genética:
unidad y diversidad humanas
por André Langenay
4
Las grandes regulaciones del cuerpo humano
por André Giordan
5
De la longevidad humana
por Etienne-Emile Baulieu
6
Biología humana y medicina predictiva
por Jacques Ruffié
7
Economía: de la unidimensionalidad
a la transdisciplinariedad
por René Passet
8
Accesión a la humanidad
en términos jurídicos
por Mireille Delmas-Marty
Introducción
Edgar Morin
Origen y ambiente
de los primeros homínidos
Michel Brunet
Las ciencias del siglo XIX han mostrado que nuestras raíces se
adentraban profundamente en el mundo animal. El Homo sapiens pertenece
a la rama de los vertebrados, a la clase de los mamíferos, al orden de los
primates, al suborden de los catarrinos (simios del Viejo Mundo), a la
superfamilia de los hominoideos y a la familia de los homínidos...
La búsqueda de hombres fósiles empieza a mediados del siglo XIX. De
ella nació, en el seno de la comunidad científica, la idea de un ancestro con
gran capacidad cerebral. También se descubrió así al hombre de Piltdown, el
cual, gracias a los avances tecnológicos, aparecería como un engaño a
mediados del siglo XX (asociación de un cráneo humano y de una mandíbula
de simio actuales).
Uno de los descubrimientos más sorprendentes de estas tres últimas
décadas ha sido la obra de los biólogos moleculares, quienes han mostrado
que si morfológicamente somos hombres, genéticamente somos simios
grandes, y que compartimos un ancestro común con los chimpancés.
Los estudios paleontológicos más recientes indican que el continente
africano es ciertamente la cuna del hombre, con Altiatlasius koulchii, el
primate más antiguo conocido, de 60 millones de años, con los primeros
hominoideos hace 25 millones de años y los primeros homínidos hace 5 ó 6
millones de años.
El primer prehumano fue descubierto en 1924 en Sudáfrica en la cantera
de Taung, en niveles fechados entre 2 y 3 millones de años. Descrito
ynombrado Australopithecus africanus por Dart en 1925, se trata del
cráneode un niño de unos 6 años de edad, con la dentadura ya muy humana
y unamorfología craneal compatible con el estado bípedo. Para Dart no cabe
duda de que se trata de un antepasado nuestro.
Pero por su capacidad cerebral (500 centímetros cúbicos), cercana a la de
los simios grandes, Dart necesitaría veinticinco años para hacer admitir la
naturaleza humana del niño de Taung, considerado como simio hasta ese
momento por la comunidad científica internacional, más interesada por el
hombre Piltdown, del cual se descubriría entonces que no era, en realidad,
sino un engaño.
De ahí en adelante, los descubrimientos de homínidos antiguos van a
sucederse primero en Sudáfrica, y luego en África oriental, ya desde 1959.
Hasta hoy en día, tres géneros han sido reconocidos: Australopithecus,
Paranthropus, Ardipithecus.
Tres especies han sido descritas en Sudáfrica: A. africanus (Dart, 1925),
P.robustus (Broom, 1938) y P.crassidens (Broom, 1949).
Cinco han sido ubicadas en África oriental: P.boisei (Leakey, 1959), P.
aethiopicus (Arambourg y Coppens, 1967), A. afarensis (Johanson y otros,
1978) (se trata de Lucy), Ardipithecus ramidus (White y otros, 1994), A.
anamensis (Leakey y otros, 1995).
Esta repartición geográfica es peculiar. El hecho de que los más antiguos
prehumanos aparecen en África oriental y que no se encuentren grandes
simios fósiles ha llevado a imaginar un rol preponderante del Rift en las
primeras fases de la historia de los homínidos (Kortland, 1972). Según este
planteamiento, denominado East Side Story por Coppens (1983), el Rift
habría separado una zona forestal densa poblada por los antepasados de los
chimpancés, al oeste, de una zona con ambientes más abiertos habitada por
prehumanos, al este. Sin embargo, ya desde 1959, Abadie, Barbeau y Coppens
describen mamíferos fósiles que son testimonio de la existencia en el
Pliocuaternario del Chad de paisajes boscosos y de sabanas. Es además en el
Chad que Yves Coppens descubre en 1961 el cráneo de un homínido fósil:
Tchadanthropus uxoris, probablemente cercano al Homo erectus/ergaster.
Desde 1984, la voluntad de probar la hipótesis East Side Story me llevó a
iniciar programas de investigación internacionales y multidisciplinarios al
oeste del valle del Rift. Primero en Camerún, con el Programa Internacional
de Investigación en el Cretáceo Cenozoico de África del Oeste (PIRCAOC),
que condujo, entre otras cosas, al descubrimiento de faunas y floras del
Pliocuaternario. Luego pude iniciar, desde 1993, la Misión
Paleoantropológica franco-chadiana (MPFT), colaboración científica entre la
universidad de N’Djamena, el Centro Nacional de Apoyo a la Investigación
(CNAR), la universidad de Poitiers y el CNRS (programa “Paleo-ambiente y
evolución de los homínidos”). La MPFT agrupa a unos cuarenta
investigadores de Francia (Universidad y CNRs), Chad, Sudáfrica, Estados
Unidos, Inglaterra, Canadá, España, Grecia y Holanda. Se trata esencialmente
de un programa de investigación pluridisciplinario que toca el ambiente
sedimentario, la tafonomía, el estudio tefrocronológico, la
magnetoestratigrafía, la biogeoquímica isotópica, los homínidos, las floras y
las faunas asociadas.
Tras cinco campañas de terreno en el erg del Djourab (Nor Chad), la
MPFT descubrió un centenar de sitios paleontológicos con vertebrados. Las
faunas recogidas indican edades del Moi-Pliocuaternario. Hasta la fecha, los
trabajos de la MPFT se han concentrado en niveles que van de -3 a-5
millones de años. En 1995, un sitio de la región de Koro Toro, ubicado a 2500
kilómetros del Rift esteafricano, nos entregó por fin la mandíbula inferior de
un australopiteco, el primero que se conocía al oeste del Rift Valley. En
homenaje a nuestro colega y amigo Abel Brillanceau, quien falleció durante
una de nuestras misiones en Camerún, bautizamos a ese homínido chadiano
con el nombre de Abel (Brunet y otros, 1995). La comparación con los demás
grupos de África oriental y austral muestra que Abel posee una asociación
original de caracteres primitivos y evolucionados (mandíbula corta,
premolares fuertemente molarizados, caninos muy asimétricos...). Esto nos
llevó a considerarlo como el representante de una nueva especie:
Australopithecus bahrelghazali (Brunet y otros, 1996). La fauna de
vertebrados asociados (peces, reptiles, mamíferos) es compatible con una
edad de 3 a 3,5 millones de años, lo que significa que Abel ha sido
contemporáneo de Lucy (A. afarensis), su prima del Este.
Desde entonces, en el mismo sector geográfico, un segundo sitio, de
edad cercana (Brunet y otros, 1997), también nos ofreció restos de
australopiteco. Entre la fauna asociada, unas quince especies han sido
identificadas hasta hoy. Se trata principalmente de peces: siluriformes
(siluro), perciformes (percas del Nilo); reptiles: dos especies de tortugas, una
terrestre y otra acuática, una serpiente ofidia (pitón), un lagarto (varano), dos
cocodrilos Crocodilus (hocico corto) y Tornistona (hocico largo); mamíferos:
un elefante primitivo (L. exoptata), un hipopótamo, una jirafa grande
(Sivatheriurn), tres bóvidos, un rinoceronte “blanco” (Ceratotheriurn) y un
caballo tridáctilo (Hipparión). Esta fauna presenta muchas similitudes con la
de Hadar (Etiopía) y su grado evolutivo nos permite una estimación de una
edad biocronológica de 3 a 3,5 millones de años.
El ambiente sedimentario del paleolago Chad y la asociación fáunica
corresponden, en un contexto de orilla de lago y de río, a un mosaico de
paisajes que van de la selva galería a la sabana arbolada con claros de praderas
con gramíneas. En el estado actual de nuestros conocimientos, las faunas
chadianas más antiguas datan de 4 millones de años y parecen reflejar por su
composición diferentes ambientes más húmedos y más cerrados, o sea,
presentar una cubierta forestal más densa. Esto concuerda con lo que se halló
en África oriental, donde Ardzpithecus ramidus (4,5 millones de años) está
asociado con una fauna de ambiente forestal (White y otros, 1994).
El descubrimiento de Abel prueba así que entre 3 y 4 millones de años la
biodiversidad de losprehumanos era mucho mayor de lo que se pensaba hasta
ahora. En efecto, por lo menos tres grupos coexistían en esa época. Queda
claro ahora que la evolución prehumana esté entonces muy ramificada. Abel
con algunos de sus caracteres muy humanos (región del mentón planay
vertical), podría pertenecer a una rama antepasada delgénero Homo ligado a
ambientes más abiertos, a partir de 3 millones de años.
Sea lo que sea, Abel amplía considerablemente el área de repartición de
los australopitecos. Su presencia en el Chad muestra que desde muy
temprano esos prehumanos ocuparon un gran territorio, del cabo de Buena
Esperanza (Sudáfrica) hasta el golfo de Guinea (África del Oeste), pasando
por África oriental (Malawi, Tanzania, Kenia, Etiopía) y África central
(Chad).
Esta nueva distribución geográfica pone de manifiesto que los conceptos
de las primeras fases de la historia de los homínidos deben ser notablemente
revisados. Nuestra historia no sólo es East Side Story, sino también South y
West Side Story. Abel nos muestra que desde muy temprano, al menos desde
los 4 millones de años, la historia del hombre es panafricana.
2
Homínidos y hominización
Herny de Lumley—Woodyear
El hombre religioso
Homo habilis
Homo erectus
Interdisciplinariedad
André Langaney
Primera idea
Segunda idea
Tercera idea
Cuarta idea
Quinta idea
Sexta idea
Aprender el sexo.
El sexo es el mecanismo de creación y de control de la diversidad. El
sexo es la cosa principal en biología de los organismos multicelulares. El sexo
tiene entonces su lugar en todos los niveles de la escuela, de manera
transdisciplinaria. Pienso que en todas las disciplinas, desde todos los puntos
de vista, vivimos en una sociedad sexuada, vivimos en una sociedad sexual, y
que si no se enseña a los niños lo que es eso, a la vez en el ámbito de la
biología y en el de la cultura, fabricaremos ciudadanos discapacitados. Con el
Séptima idea
El cerebro y las hormonas son, en todas las culturas, los determinantes
de los comportamientos cotidianos.
Los grandes universales son beber, comer, dormir y contribuir a las
generaciones futuras. Sus interacciones deben ser explicadas de una manera
transdisciplinaria a todos los niveles. Existe un cierto número de cosas
extremadamente simples y claras para enseñar a los niños que conciernen al
funcionamiento del cerebro y de las hormonas, y sobre la manera en que las
culturas administran, con más o menos fricciones, el cerebro y las hormonas.
No es muy complicado.
Octava idea
-Lo desconocido en ciencias es más importante que lo conocido.
En ciencias, es mucho más lo que no se sabe que lo que se sabe. Ahora
bien, por una especie de pudor totalmente lamentable, jamás se habla de las
cosas que no se sabe. No se tiene el valor de decirlo. En particular,
paleontólogos mucho menos honestos que mi colega Brunet, aquí presente, y
prehistoriadores mucho menos honestos que mi director tienen el hábito de
contar la hominización o la vida de los australopitecus como si ustedes
estuvieran ahí. Es verdaderamente el reportaje de TF122 sobre la Copa del
mundo. ¡Les cuentan la vida cotidiana de los australopitecus, pero eso no es
verdad! ¿Qué es lo que sabemos de eso? ¿Qué es lo que tenemos? Tenemos
algunos fragmentos de huesos, buscamos las huellas que hay en ellos. De
poblaciones que contaban centenas de millares de individuos en millares de
años conocemos una porción de mandíbula, un fragmento de fémur...
Se debe decir que no sabemos. Es exactamente como quienes les cuentan
el Big Bang como si hubieran estado presentes. Eso no es la ciencia. La
ciencia es decir que lo que sabemos del Big Bang es una hipótesis para
explicar la radiación fósil, basada en una extrapolación que, en una disciplina
totalmente diferente, en un sector totalmente diferente, parecería
escandalosa. Propongo entonces que se retire el Big Bang de los programas,
para poner en su lugar un poquito de ciencias humanas. ¿Y si se hablara de
las culturas árabes, kabilas o malíes? ¿Cómo viven, cómo comen, cómo se
casan en las sociedades de donde vienen nuestros vecinos de curso?...
Ultima idea
André Giordan
¿Cuáles son esos desafíos a los que se confronta nuestra sociedad? Hay
por cierto un desafío económico, con su cortejo de desempleo, de
fracturassociales y exclusiones. Pero están igualmente los desafíos
ambientales, demográficos, epidemiológicos y éticos. Frente a esos desafíos,
más terrible aún, se constata en los jóvenes un fuerte sentimiento de
impotencia. Los asaltan dudas ligadas a la ausencia de dominio de la
innovación técnica y las fuerzas de los mercados monetarios, al temor por el
empleo, por la sobrevivencia o en todo caso por una cierta calidad de vida,
temor también ante las soluciones azarosas que a menudo resultan peores que
los problemas que las engendraron. Para encarar todo ello, el desafío
epistemológico es insoslayable. En efecto, la mayor parte de los paradigmas
que se había forjado nuestra sociedad desde el siglo XVI, han sido barridos o
están siéndolo.
Sólo en el plano de las formas de razonamiento, la lógica clásica, la
causalidad lineal o el enfoque analítico se revelan muy limitados. Las
nociones de espacio, de energía, de tiempo, de materia, etc., han sido
cuestionadas en el curso del último siglo. La energía puede convertirse en
materia, el tiempo puede contraerse, el espacio es curvo, la velocidad es
relativa, el electrón se convierte en onda o en partícula según el observador,
el caos puede ser organizador, el universo no es permanente. Ni siquiera
hemos “nacido completamente desnudos en una pradera”. Sólo somos uno de
los productos de una historia, la del universo, pero de un universo que “no
tiene dirección” y del cual ni siquiera somos el centro.
Debemos forjarnos nuevas representaciones del mundo. Y en este
contexto, los modos de pensamiento practicados en secundaria no sólo “pasan
mal”, sino que son inspirados aun en gran medida por una antigua
concepción del mundo o por formas de pensamiento superadas. La enseñanza
suministra, en el mejor de los casos, herramientas para abordar lo que es
constante, homogéneo, ordenado, regular e inmutable. En nuestros días el
individuo debe encarar lo inesperado, lo paradójico, lo contradictorio y lo
complejo.
Ahora bien, existen organismos que saben manejar bien tales
situaciones. Son los seres vivos en su conjunto. En el curso de los 3,5 mil
millones de años de su historia, supieron desarrollar un conjunto de prácticas
para enfrentarla, poniendo a punto funciones que se llaman de “regulación”.
Estas últimas son particularmente desarrolladas en los mamíferos, y sobre
todo, en el hombre. ¿Por qué no darles su verdadero sitio en la enseñanza?
La idea de regulación, es cierto, no es fácil de abordar. No es una
cuestión directamente atractiva para los estudiantes, como pueden serlo el
origen del universo, el del hombre o los animales prehistóricos. Sin embargo,
quisiera convencerles, como lo hago con los estudiantes, de que es un tema
prometedor, que mejor caracteriza a lo humano bajo todas sus formas.
La idea de regulación no suministra solamente “materia para pensar” lo
psicológico o lo social. Comprender, aprender o memorizar son igualmente
regulaciones optimizadas. El individuo saca partido de sus éxitos y de sus
fracasos para reinyectarlos en sus prácticas venideras. Igualmente, las
sociedades, las empresas, las instituciones humanas, tienen necesidad, para
ser eficientes, del establecimiento y optimización de mecanismos de
regulación. Hemos promovido con este fin un nuevo enfoque, lafisiónica.
Esta ciencia es la de los procesos de regulación, en el prolongamiento de la
biónica. Respondiendo a ciertas necesidades específicas, es recibida con un
creciente interés por los círculos dirigentes. Ofreciendo un nuevo enfoque de
los procesos complejos, debemos acordarle un sitio en la enseñanza, no como
una disciplina adicional, sino como un método del pensamiento.
Otra visión de nosotros mismos
23 Metáforas apropiadas pueden considerarse para interpelar a los jóvenes. 50.000 litros de
agua representan el volumen de dos camiones. 180 millones de litros corresponden al
caudal de un río de 10 kilómetros de largo y 18 metros de profundidad, con una corriente
de 1 metro por segundo.
Con semejante razonamiento, el estudiante toma conciencia de que “no
somos nada”, para retomar la expresión de un alumno. Tampoco somos la
suma de nuestras partes, sino “mucho más” u “otra cosa”. Se puede desmontar
completamente una locomotora y volver a montarla ulteriormente de forma
idéntica. Nada similar es posible con el cuerpo humano. Después del
“desmontaje”, todos los órganos estarán ahí, pero ya no el individuo...
En realidad, todas las células —nuestro cuerpo dispone de más de 60000
miles de millones— están comprometidas en la regulación de agua. Además,
todo está interconectado: manejando el agua, el organismo maneja la
concentración de diversas sales minerales, el pH, la presión arterial, la
temperatura y la velocidad de reacción de las enzimas, por tanto el
metabolismo. Nuestro cuerpo es un conjunto tan complejo que es
inconcebible sin una regulación de sus diversas funciones.
No obstante, nada es armonioso a priori. Cada órgano tiene necesidades
divergentes, incluso en competencia. Para evacuar el exceso de energía, la
piel evapora agua mediante el sudor, que está compuesto de ella en un 95%.
Esta agua va a modificar la concentración de sangre, cuyo efecto repercutirá
en otros órganos. Lo que hace de nosotros seres armoniosos, son las múltiples
interacciones e intercambios de informaciones entre las diferentes partes. El
conjunto constituye verdaderos circuitos de retroacción. Es tos últimos son
eficientes por todo el organismo, en cada movimiento, en el equilibrio
ponderal, el volumen sanguíneo, la temperatura del cuerpo, el pH, la presión
sanguínea, la glicemia, la concentración en sales, etc.
Lo que es aún más interesante de mostrar es que las regulaciones so
progresivas. Se desarrollan primero en el mismo órgano, luego entre los
órganos, finalmente con centros cada vez más complejos.
Esas regulaciones ponen en movimiento mecanismos de una finura
creíble. Para regular el agua, el riñón no funciona como una simple coladora.
Posee una arquitectura notable, constituida por más de un millón de
estructuras de base, los nefrones. Para garantizar la regulación, estos últimos
deben asumir una multitud de funciones.
Cada mecanismo hace intervenir una multitud de reacciones químicas
reguladas. Por ejemplo, para facilitar la reabsorción del agua en una de las
células del tubo colector de nefrón, una señal, en este caso una hormona
denominada “vasopresina”, interfiere con un receptor situado sobre la
membrana. Resulta de ello una cadena apenas creíble de reacciones químicas
en la cual participan un centenar de productos diferentes. Al cabo todo se
desencadena la elaboración de proteínas que van a aparecer en la membrana
opuesta de la célula. Los poros se aprestan para facilitar la entrada de agua.
Esos poros son provisorios, para que el fenómeno sea temporalmente
limitado. Las proteínas de la pared de los poros se reciclan permanentemente.
Lo importante no es que el alumno aprenda la sucesión de todas esas
reacciones químicas, sino que entre en la dinámica de un proceso. El
propósito es, sobre todo, que tome conciencia de la increíble organización
que nos constituye.
El docente puede situar esta asombrosa complejidad como el producto
de una historia, la de lo viviente, o incluso en la prolongación de la historia
de la materia y del universo.
De paso, se puede igualmente hacer entrar al alumno en la
hipertecnología que supone lo viviente. Para hacer un trabajo idéntico, el
riñón artificial necesita un volumen de un metro cúbico. El riñón natural,
por su parte, tiene el tamaño de un vaso de cerveza. Uno de los últimos
números de la revista La Recherche elogia los méritos de los nanotubos como
tecnología del tercer milenio.
Lo viviente ha implementado tecnologías de ese tipo ¡desde hace 3,5 mil
millones de años!...
Comprender la organización
Los ejemplos que suministran esas grandes regulaciones permiten al
alumno entrar en la complejidad que representa una organización, cualquiera
que sea ésta. Su estructura y su funcionamiento pueden ser clarificados al
mismo tiempo, él puede comprender en qué es dependiente de su entorno y
cómo se libera de él.
Contrariamente a una idea difundida, los elementos, cualquiera sea su
nivel (partículas elementales, moléculas, órganos, etc.) tienen tendencia a
organizarse espontáneamente. La autoorganización es pues un proceso
inherente a la materia, sea ésta inerte o viva. Sin embargo, un sistema no
llega a existir y a funcionar en tanto que organización pertinente si no se
cumplen ciertas condiciones muy estrictas. Un enfoque de las grandes
regulaciones permite aclararlas. Los mismos “principios” pueden ser
corroborados en otras organizaciones. Los elementos que componen el
sistema deben tener la posibilidad de interactuar de diversas formas, de ahí la
importancia de los múltiples intercambios de información entre ellos.
Todo comunica con todo, pero no sin importar cómo. Esta comunicación
aumenta, se afina, se diversifica, a medida que las organizaciones se hacen
más complejas.
En lo viviente, la red de informaciones es siempre múltiple y
diferenciada. El sistema más usado, el sistema hormonal, es de tipo “postal”.
Las moléculas que llevan información se desplazan. Son como “tarjetas
postales” de tres dimensiones. Un inconveniente, poco seguro, de este
sistema hormonal, es que esta comunicación es poco precisa y más bien lenta.
Un segundo sistema, de tipo “telegráfico” esta vez, el sistema nervioso, pone
remedio. Células especializadas entregan directa y rápidamente el mensaje a
una célula específica, aquélla seleccionada por su eficacia en la acción que se
debe realizar.
Cada red de comunicación tiene límites y ventajas. Lo viviente no busca
ponerlos estérilmente en oposición para perfeccionar un sistema ideal.
Valoriza las posibilidades de cada método y juega con los dos. Envía, por
ejemplo, un mensaje nervioso, relevado a nivel local por un mensajero
químico. La información es rápida, apunta a una zona específica, por ejemplo
un tejido. Luego, la difusión se amplifica. Otra posibilidad: frente a un
peligro inmediato, el organismo reacciona brutalmente mediante un mensaje
nervioso, luego sostiene prolongadamente la respuesta mediante mensajes
hormonales. Muchos otros ejemplos podrían seguir dándose. El organismo,
además, no teme a las redundancias. No teme repetirse. Se encuentran
dobles, incluso triples, tanto en el nivel de la transmisión como en el de la
detección.
Esas interacciones son tanto más ricas cuanto cada elemento es
autónomo y presenta un gran número de potencialidades. Cada una de las
innumerables células del cuerpo humano fabrica su propia energía, así como
prácticamente todos los constituyentes indispensables para su
funcionamiento; realiza sus actividades a su ritmo y a partir de su economía
individual. Todo ello sin olvidar que cada célula posee en su núcleo toda la
memoria genética del individuo.
Otros parámetros son igualmente identificables. Permiten comprender
cómo los órganos se coordinan y cooperan pese a sus intereses divergentes.
Esta comunicación24 no es forzosamente jerárquica, es sobre todo transversal.
Se practica entre los tejidos o entre los órganos. Es igualmente ascendente:
un número muy grande de informaciones remonta a los centros superiores
desde innumerables captadores. Ciertas características en materia de
comunicación son incluso paradójicas. En efecto, a pesar de una concertación
interna perfeccionada, un organismo viviente queda constantemente abierto
hacia el exterior. Sus principales regulaciones son además dictadas por el
entorno. Por experiencia, lo viviente ha “grabado” que no tiene influencia, o
muy poca, sobre él. Sin embargo, este exterior, ya por sí mismo hostil, está en
constante transformación: variaciones de temperatura, de pH, de
concentración, de composición del aire y de humedad, modificaciones de
24 Esta organización original conjuga a la vez una importante capacidad para comunicar un
arte del encadenamiento rápido de las diversas regulaciones, una evaluación inmediata de
la situación con remediaciones, una real permeabilidad de las funciones y un gran rigor de
los procedimientos. Su análisis brinda numerosas ideas para la administración de una
empresa (ref. André Giordan, Comme un poisson rouge dans l’homme, París, Payot, 1995,
cap. II).
alimentación, diversas agresiones, etc. Para esta escucha sostenida,
innumerables órganos llamados “de los sentidos” se han especializado. Su
misión es la de buscar continuamente todo indicador susceptible de informar
al organismo. Todas las modificaciones exteriores, al menos aquellas que
pueden tener consecuencias nefastas, son señaladas prioritariamente. No se
trata de “desmoronarse” bajo los datos: esas informaciones son filtradas,
tratadas y reagrupadas. Enseguida son cruzadas y comparadas con
informaciones ya memorizadas.
Ninguna decisión es impuesta desde arriba. Ciertamente, pueden
“jerarquizarse” zonas de coordinación, con aquéllas del cerebro en la cima, y
en su seno el córtex para los vertebrados superiores. Pero esas estructuras no
tienen poder de decisión en sí. Esos centros están bajo la dependencia
continua de otros órganos y del entorno. Sus elecciones nunca son a priori.
Están bajo el control de informaciones recibidas y de posibles memorizados.
La urdimbre y la integración de datos aparecen en el centro del dispositivo25.
En las organizaciones vivientes, la jerarquía, punto débil de toda
organización social, es así reformulada. Primero, existe poca jerarquía; cuanto
mucho se pueden observar tres niveles de coordinación. Luego, sus funciones
son otras: la “dirección” aparece sobre todo como un lugar de consenso e
integración. Su principal preocupación es la gestión de conflictos y
contradicciones, comenzando por aquellos que podrían romper el delicado
equilibrio óptimo del funcionamiento de la organización. El resto del tiempo,
Modelos fisiónicos
Aumento del volumen
de agua
Aumento de la presión
Disminución de la Disminución de la
concentración presión osmótica
Modificación
del pH
Modificación de la velocidad
de reacción
Conclusión provisoria
Referencias
GIORDAN, André
1995 Comme un poisson rouge dans l’homme, Payot.
De la longevidad humana
Etienne-Emile Baulieu
26 Dehydroepiandrosterona.
modificada? ¿Tiene este compuesto suficiente “poder mensajero” como para
mejorar el funcionamiento del resto del organismo? El compuesto en
cuestión tiene dos compartimientos de actividades (cerebral y metabólico).
Tiene efectos múltiples —tónicos, separadores y estimulantes. Se plantea
entonces el problema de la administración de este compuesto “anticortisol”.
La hormona es por definición un compuesto químico que se fabrica en
ciertas células y que llega a otras. La finalidad de un tratamiento de
compensación es reemplazar el déficit de una hormona que disminuye a
partir de los 50 años con el fin de restablecer niveles “jóvenes”. Si lo logramos
¿podremos mejorar la salud y particularmente la salud mental? Esto podría
contribuir a modificar la sociedad permitiendo una longevidad de mejor
calidad tanto en el plano personal como en el nivel social. Numerosas
preguntas se nos presentan, como por ejemplo: ¿Cómo facilitar la inserción
social de las personas de edad en perfecto uso de sus facultades físicas y
mentales? ¿Cómo permitirles la máxima actividad útil para sí mismas, sus
familias y la sociedad...?
6
Jacques Ruffié
Los animales viven sobre todo en el presente: los insectos sociales y más
aún los vertebrados superiores (homeotermos: mamíferos y pájaros) viven
parcialmente en el pasado: memorizan sus experiencias, que, unidas a los
ejemplos que reciben de sus mayores influyen en su comportamiento
“voluntario”: este último no es el resultado de una secuencia genética; es el
fruto de una decisión consciente y deseada. Los más evolucionados apenas
vislumbran el futuro. El carnívoro, en su actividad de caza, imagina a corto
plazo la estrategia que tiene que adoptar para agarrar a la presa que apetece.
Esta prospectiva sólo corresponde al futuro inmediato. La ardilla que
acumula “reservas” durante la estación favorable para poder subsistir durante
el invierno obedece a un acto innato. En cautiverio, alimentada
permanentemente por el hombre, no deja de acumular provisiones de
manera periódica, mientras que esta actividad ya es inútil. Pero ella no
obedece a ningún razonamiento. Es un comportamiento genético inscrito en
su patrimonio hereditario y que le es altamente provechoso en las
condiciones de la vida salvaje. No elige; ejecuta.
El hombre, por el contrario, posee facultades síquicas que le permiten
prever el futuro y en consecuencia organizarlo. Vive en gran parte en el
futuro. Es una de las particularidades esenciales que lo diferencian del
animal. En el estado depredador (cazador-recolector), sólo se distingue de los
grandes carnívoros por su debilidad física, ampliamente compensada por
estrategias mejor elaboradas. Luego, en el neolítico aprende a seleccionar las
especies vegetales y animales que le son más útiles, a cultivarlas para su
provecho, a mejorarlas por cruces juiciosos. Para las primeras, sabe
cuandohay que sembrarlas, cuando maduran y ya están comestibles. Para las
segundas, aprende a favorecer su crecimiento, a engordarlas hasta el
momento en el que proporcionen la cantidad máxima de alimento. Así nacen
las razas domésticas que proveen permanentemente lo esencial de los
recursos, sin cesar, disponibles y renovables. No es exagerado decir que toda
la evolución progresiva de las sociedades humanas se apoya en la predicción
y la previsión, que permiten mejorar constantemente las condiciones de vida.
La previsión es una preocupación constante de Homo sapiens.
Representamos a la única especie que tiene conciencia de los posibles
obstáculos que puedan presentarse y de la ineludible muerte. Buscamos todas
las ocasiones de superar o incluso prevenir y retardar nuestro fin. La
eternidad ha tenido siempre algo de la esperanza y del mito.
La medicina nunca ha escapado a este esquema: en los albores de los
tiempos, se ha buscado curar y evitar. Los griegos asignaban la primera
función (curar) a Panacea, y la segunda (evitar) a Higina, ambas hijas de
Asclepios.
Con el desarrollo de los conocimientos, la ciencia médica ha intentado,
no sin éxito, buscar con una precisión creciente las señales premonitorias de
estados patológicos, cómo prevenirlos y cómo tratarlos. Así se ha desarrollado
primero la medicina preventiva (que pretende bloquear el desarrollo de una
situación potencialmente peligrosa delatada por señales muy discretas o por
un contexto ambiental amenazador). Más recientemente, la medicina
predictiva ha tendido a analizar las circunstancias de la aparición de un mal.
La medicina preventiva está destinada a sujetos ya potencialmente enfermos,
mientras que la medicina predictiva a sujetos todavía sanos.
La salud y su negativo, la enfermedad, deben ser consideradas como
fenotipos, unidas a la acción conjunta de una agresión (lo más frecuente
externa) y de un desarreglo interno que nuestros mecanismos de homeóstasis
no logran rectificar.
La medicina predictiva consiste, por consiguiente, en analizar bien estas
dos series de factores: innatos primero (patrimonio genético que nos confiere
actitudes de defensa o de debilidad), y luego adquiridos, que se originan en
las agresiones del ambiente. En cada caso, la función del médico será
determinar lo que cada uno puede aceptar y de hacer en cierto modo que
factores innatos y factores adquiridos complementarios en la génesis de cada
estado patológico no se encuentren.
7
Economía: de la unidimensionalidad
a la transdisciplinariedad
René Passet
Accesión a la humanidad
en términos jurídicos
Mireille Delmas-Marty
Hay que mencionar los esfuerzos realizados para definir esta noción.
Durante las sesiones, se distribuyó la Declaración de la UNESCO, sobre el
genoma humano cuyo primer artículo se refiere a “la unidad fundamental de
todos los miembros de la familia humana”, y al reconocimiento de “su
dignidad intrínseca y de su diversidad”. La Declaración añade que “en un
sentido simbólico, el genoma es patrimonio de la humanidad”. Es una
fórmula que ha sido discutida, puesto que parece reducir a la humanidad a su
genoma. La palabra “patrimonio” tiene al menos el mérito de introducir la
idea de que humanidad implica un universal evolutivo porque el patrimonio
es transtemporal. El patrimonio es la herencia del pasado (héritage en la
versión inglesa del texto), que transita por el presente y que transmitimos a
las generaciones futuras. Esta noción de “patrimonio común de la
humanidad”, tiene por lo tanto un potencial extremadamente rico. Esta
noción ha nacido del “interés común de la humanidad”, y expresa una
solidaridad mundial, al mismo tiempo en el espacio y entre las generaciones
que se siguen. Así es cómo las generaciones futuras aparecen en el campo
jurídico, aparecen discretamente a partir de 1945 en la Carta de las Naciones
Unidas, con el objetivo de preservar a las futuras generaciones contra el
flagelo de la guerra. Pero otros flagelos van a presentarse, sobre todo los que
amenazan el equilibrio ecológico. Una convención internacional califica
como “patrimonio común de la humanidad”: al fondo del mar y de los
océanos. Ycomo la humanidad no duda de nada, un acuerdo de 1979 califica
a la Luna y a sus recursos naturales como “patrimonio común de la
humanidad”.
Aquí no se trata de discutir la noción misma, criticada por su
connotación económica y al mismo tiempo por otros autores, porque llevaría
a la comunitarización de los bienes de la humanidad, y por tanto a su
despilfarro. Lo que hay que hacer es escucharse unos a otros no para
encontrar en ello un pretexto al inmovilismo, sino, al contrario, para
continuar este trabajo de construcción jurídica que acaba de comenzar y
tratar de integrar en el campo jurídico lo que René-Jean Dupuis llamaba la
“humanidadpromesa”. Subrayando que la humanidad es “mañana aún más
que ahora” él acotaba: “La humanidad tendría valor de eternidad si la historia
no debiera terminar”.
En todo caso mi exposición tiene que tener un final. Para concluir lo que
he re-bautizado la accesión de la humanidad a una categoría jurídicadiría que
este proceso de “hominización jurídica”, por decirlo así, es lento y difícil
porque supone un doble cuestionamiento: el cuestionamiento delas
categorías jurídicas tradicionales (derecho nacional, derecho internacional y
derecho comparado, así como también derecho de las personas y derecho de
los bienes), y más difícil aún, el cuestionamiento del pensamiento jurídico en
sí. Tradicionalmente el derecho se identificó durantemucho tiempo con el
Estado. El ideal que sustenta la mayoría de los libros de derecho: underecho
unificado (en Francia desde la frase famosa: un rey, una fe, una ley) y un
derecho estable (“La perpetuidad es el anhelo de la ley”, decía Portalis, uno
de los redactores del Código Civil acotando, por lo demás, que este anhelo es
sin duda irrealizable). Evidentemente, la humanidad exige otra cosa; un
derecho con vocación universal, universalizable aunque no sea universal, es
decir, un derecho supraestatal, por lo menos en parte, pluralista y evolutivo.
Al presentarles estas pocas ideas, mi esperanza sería que los estudiantes
de secundaria de hoy, es decir, los ciudadanos y los juristas del mañana, estén
mejor preparados para aceptar este doble desafío.
Quinta Jornada
Lenguas, civilizaciones,
literatura, artes, cine
QUINTA JORNADA
1
La literatura:
camino hacia la persona
por Marc Fumaroli
2
Transmitir la literatura:
reflexiones a partir de las prácticas
de escritura creativa
por François Bon
3
Comentarios sobre la enseñanza
de la poesía
por Yves Bonnefoy
4
Traducir lo imaginario,
transmitir las preguntas
por Gil Delannoi
5
La literatura de ideas
por François L’Yonnet
6
Cine y experiencia de vida
por Arnaud Guigue
7
La música y sus relaciones
con lo político
por Eveline Andréani
Introducción
Edgar Morin
La literatura:
camino hacia la persona
Marc Fumaroli
Transmitir la literatura:
reflexiones a partir de las prácticas
de escritura creativa
François Bon
Yves Bonnefoy
32 Sistema de contratación altamente selectivo del sistema educativo francés por el cual,
después de cursar estudios superiores avanzados, quienes aprueban un concurso (la
agrégation) obtienen el título de professeur agrégé, que los habilita como profesores
titulares de la enseñanza secundaria o superior (N. de T).
anfitrión, he aquí que nos cruzamos con el presidente del lugar, ante quien
soy presentado recibiendo gentil acogida. Acto seguido, mi anfitrióny yo,
proseguimos nuestro camino, mas el presidente le hace una seña a mi
compañero, éste se le acerca y ambos conversan por unos instantes en voz
baja, hasta que el uno se aleja de nuevo y el otro vuelve hacia mí, con una
sonrisa en los labios. “Sabe Ud. lo que quería saber?”, me dice. “A decir
verdad, no” le contesté. “Pues, me preguntó, ¿Es agrége?”.
Tal vez se estén riendo Uds. también, como lo hiciera mi colega aquel
día, y si evoco este recuerdo es justamente porque, yo también, considero que
esa pregunta no era realmente necesaria, en todo caso, al menos en ese
momento. Pero, no crea Ud. que me resultó absurda y, pensándolo bien,
hasta me pareció que para que viniera tan pronto a la mente y reclamara una
respuesta con tanta impaciencia, casi con angustia, debía tener una
motivación más sólida que el mero placer de formar parte de una casta o el
rechazo de pensamientos no forjados por ciertos buenos métodos. Hasta
llegué a pensar, imagínense Uds., que esa preocupación había nacido de un
sentimiento sacro; que era una prueba de que la palabra agrégation, hermosa
palabra, por lo demás, evoca las uvas en el racimo, las uvas que maduran
juntas, tomándose poco a poco translúcidas, y a la vez doradas, bajo los rayos
del sol de otoño —señalando hacia una trascendencia cual espigas de trigo o
como las figuras veladas que se mostraban a los fieles en los misterios de la
antigüedad. Y como esta experiencia de una trascendencia, de un absoluto,
de un compromiso que sólo puede ser sin retorno y sin reserva, estaba
asociada, en el caso presente, a la preocupación por la enseñanza, al deseo de
compartir el saber, me pareció además evidente que había en ello algo
notable, respetable, que llamaba más a la reflexión que al recelo.
En la emoción del agrégé, la cual parece nacer en el punto de fuga
común de todas las disciplinas que ejerce, ¿existirá realmente la experiencia
de un absoluto, de una trascendencia? ¿En qué consiste exactamente esta
última? ¿Cómo es posible que aquello que parecería retenerlo en un cara a
cara con algo que está más allá de todas las representaciones y de todas las
formulaciones, sea a la vez lo que le exige al iniciado que difunda a su
alrededor los conocimientos adquiridos a lo largo de investigaciones que, sin
embargo, son a veces bastante prosaicas, muy estrechamente definidas y que
incluso cobran sentido justamente gracias al celoso respeto de esta estrechez:
porque no hay que mirar a diestra ni a siniestra al transcribir la oscura grafía
de un manuscrito medieval, o al registrar los números que aparecen en las
pantallas durante un experimento de física o de química? Enigmas y
paradojas que dan mucho que pensar. Los analizaré luego, con más
detenimiento.
Pero, antes, debo dar campo a algunos recuerdos evocados por la
pregunta que ante Uds. planteo. Son recuerdos muy antiguos, se remontan a
mis años de secundaria. Si bien, como les decía hace un momento, no fui un
alumno asiduo de la enseñanza superior saqué mucho provecho en cambio de
la enseñanza secundaria y —según lo que me dicen mis recuerdos— pienso
incluso que ésta me salvó; en otras palabras, me permitió descubrir aquello
que vegetaba en mí y que bien podría haberse perdido por completo. ¿Cómo
así? ¿Por qué? Pues bien, yo había vivido hasta llegar a sexto de primaria en
un medio en el que no penetraba la información necesaria para lo que hoy
llamamos cultura. En el camino a la escuela, en mi barrio al menos, no había
librerías cuyas vitrinas hubieran dejado pasar indicios de una actividad
diferente de lo que el periódico local evocaba. Es decir, y en el mejor de los
casos, las operetas interpretadas en el teatro municipal por compañías de paso
por la ciudad. Ahí donde hoy hay carteles, puertas luminosas de cines,
innumerables revistas en los kioscos, aquel niño que no tenía suficientes
libros en su casa, sólo veía severas advertencias: intimado por las calles grises
a no buscar más.
Pero, al final del camino, ya a los once o doce años estaba el colegio; y
éste fue, para mí, el oasis donde pude beber de diferentes manantiales.
Permítanme que recuerde con emoción algunos aspectos hermosos de los
colegios de aquellos años 30. Aquellos libros de textos rotos que, año tras año,
pasaban de mano en mano con rayas de lápiz en los márgenes, a veces
dibujitos, revelaban que otros habían sufrido con el mismo texto. Pero de esa
manera el texto cobraba una realidad casi misteriosa, era la palabra que la
esfinge le decía a Edipo. O aquellas clases de latín, y las largas horas áridas
necesarias para que por fin apareciera revelando poco a poco su calidad
prosódica, su belleza, uno de esos versos de Virgilio el cual me parece
esencial que sea leído a los catorce o quince años, cuando la imaginación aún
tiene suficientes rasgos de la niñez como para soñar con un trasmundo, y
acceder así a la poesía.
Sin Virgilio en el colegio de Charleville, sin esa presencia allí preservada
de la tradición bucólica, no hubiera habido un Rimbaud, no me cabe la
menor duda. Los poemas se aprendían de memoria, además, lo que permitía
tener con ellos, de por vida, una intimidad que, de otro modo, hubieran
impedido las preguntas desconfiadas del crítico o las demostraciones
triunfantes del teórico de la lectura. Pataleábamos con el inglés, idioma cuya
pronunciación era desconocida, aunque casi desde el principio se estudiaba
una obra: me acuerdo de Julio César de Shakespeare, en primero
desecundaria, y de Coleridge poco después. En suma, el hecho literario, por
cierto no en su modernidad, ni como documento referente a la sociedad
contemporánea, pero por su extravagancia esencial, agravada por la poca
necesidad que parecían sentir los profesores de disculparla o de explicarla por
otra cosa que no fuera ella misma, por ejemplo, por medio del análisis
sociológico o psicológico. El hecho literario existía. Había habido grandes
escritores, como Esquilo, Horacio y Corneille, clásicos, por lo cual no había
razón alguna para pensar que hubiera que dejar de leerlos.
Se podría pensar que se trataba de una educación elitista puesto que
apuntaba, por lo menos en esas clases, a suscitar la necesidad de una
literatura difícil que no serviría para nada en un gran número de las
situaciones que se presentan en la vida ordinaria; y, puesto que para hacerse
entender, dicha educación utilizaba unos recursos, un tiempo y una energía
que los adolescentes hubieran podido preservar para una reflexión sobre su
siglo o incluso para el análisis del funcionamiento de la sociedad, lo que los
textos literarios a menudo disimulan cuando no lo disfrazan. Por ejemplo, es
peligroso leer demasiada poesía bucólica, o por lo menos se podría pensarlo,
cuando toca vivir en una época que ni bien ha salido de una guerra mundial
ya se lanza en otra, revelando así el fracaso de sus tradiciones humanistas.
Pero cuando en aquellos años yo estaba en el colegio, no era ése el modo en
que se percibía la educación. No he vivido ese colegio del período entre las
dos guerras, ese colegio producto de la Tercera República, peligrosamente
asociado a los valores y al otium de una clase social privilegiada. Es verdad
que había en las aulas un número relativamente importante de hijos de
comerciantes adinerados, de notarios y de militares de alto rango (la mía era
una ciudad de guarnición). Pero, la enseñanza de los clásicos no parecía
convenir particularmente a las tendencias, o a las tentaciones, deesos mis
compañeros, y en cuanto a nuestros profesores, éstos no eran para nada
burgueses: por medio de la agrégation, precisamente, o de la Escuela normal,
habían logrado salir de medios muy pequeño-burgueses cuando no
totalmente pobres y no tenían, por supuesto, una mentalidad de opulentos
cuando nos leían a los autores, a menudo con una cierta miopía, la que, más
tarde, mereció las burlas de la crítica psicoanalítica o estructuralista, pero con
un respeto que tenía valor de lección.
¡Como aquel Señor it, por ejemplo! Lo llamábamos así, por medio de la
letra griega, porque tenía una voz de falsete de la que se avergonzaba, lo cual
(seguramente desde hacía tiempo) le había producido una timidez,causa
probable de que reprobara en los exámenes, no pudiendo llegar más que a
profesor adjunto, encargado de vigilar las salas de estudios. Ahí, se lo veía
sumergido en libros en rástica de color naranja o ladrillo. Parecía no dejar
nunca de estudiar hasta el día en que, al principio de la guerra, faltó para el
curso de letras un profesor titular: al Señor p se le encargó que lo
reemplazara; lo vi sentarse ante nosotros con una pila de esos mismos libros
—de la colección Guillaume Budé, según me enteré entonces—, y nunca
olvidaré el estremecimiento con el que sus manos pasaban las páginas y
escarbaban en sus apuntes, mientras su voz, de pronto plenamente
recuperada, procuraba transmitirnos sus conocimientos, por supuesto
demasiado vastos para las necesidades de aquel curso de secundaria. Era
evidente que había dedicado apasionadamente toda su vida a la literatura
latina, tanto a los oradores como a los poetas, tanto a las referencias
mitológicas como a los hechos de sintaxis. Y su pasión no hubiera podido ser
tan fuerte, ni habría bastado su entusiasmo si no hubiera visto que se le abría
un camino hacia algo más y más alto, camino que él ahora deseaba que, a
nuestra vez, tomáramos en aquellos días durante los cuales tenía, por fin, la
suerte de acceder plenamente a la función de docente. Como pueden ver, se
trata de nuevo de esa idea de trascendencia asociada a la enseñanza y a la
dicha de enseñar. Y ahora cabe tal vez darles un atisbo de la naturaleza de ese
objeto trascendente y de su relación con el pensamiento y la cultura.
Un atisbo, sí, porque me doy cuenta, hoy, que lo que me gustaba en el
tipo de enseñanza del que les hablo, y lo que éste favorecía, lo que
conservaba al centro de sus preocupaciones, era una inquietud por el
lenguaje o, mejor dicho tal vez, por la palabra. Lo que se nos enseñaba
recurriendo a algunos grandes escritores, era a encontrarnos con la palabra
ahí donde ésta había usado de los recursos de la lengua de la manera más rica,
más diferenciada que fuera posible. Lo que se buscaba al dar énfasis a obras
de la Antigüedad o de los tiempos clásicos, era conservar vivas las raíces que
garantizaban que las palabras de nuestra época preservarían su vigor en su
enfoque del mundo, en lugar de marchitarse, de enmarañarse. Y lo que se
esperaba de la poesía, si bien a veces de manera confusa, era que inquietara
los usos ordinarios de la palabra, no para descalificarla sino, muy al contrario,
para recordar que el lenguaje tenía, más allá de la comunicación cotidiana,
una función difícil de delimitar pero que se revelaba indispensable, al
margen del pensamiento pero como una forma más de conocimiento.
¿Digámoslo de otra manera? Era considerar al lenguaje no como un hecho de
sociedad que es posible analizar con los medios, y en provecho de
unabúsqueda de la verdad que se apoyaría únicamente en sus conceptos —
una verdad como la que buscan los psicólogos, los sociólogos, los lingüistas,
los políticos— sino como un instrumento de música, cuando se lo toma por
esa música, justamente, cuando se lo estudia sólo por deseo de volver a
comenzar la música, cuando se piensa en las técnicas de ese uso y no en las
leyes acústicas, cuando uno no espera de esas técnicas sino el bello sonido
que pueden restituir a las partituras de los grandes maestros o de algunos
contemporáneos. En suma, ese tipo de enseñanza se interesaba por el
lenguaje, por sus poderes -siendo los más altos los poderes artísticos— y no
por sus leyes de funcionamiento. De esa manera, designaba una experiencia
de participación en el ser del mundo, que se adivinaba esencial, en lugar de
asfixiar esa dimensión en las formulaciones, a menudo verídicas pero siempre
parciales —y por lo tanto sin valor para la vida vivida, que es síntesis— de las
descripciones lingüísticas.
Esa enseñanza designaba al lenguaje. Ponía de manifiesto el hecho
misterioso de su existencia, la amplitud secular de su palabra: y ¿no es eso,
destaquémoslo ahora, encontrar, en efecto, una trascendencia, y
probablemente la misma trascendencia que yo presentía, hace un momento,
en el orgullo de muchos profesores, aún hoy?, ya que el lenguaje, huelga
subrayarlo, no es un simple aspecto de la condición humana. Ha sido el
origen de esa larga aventura, su causa misma puesto que son las palabras, con
su poder de anticipación, las que nos diferencian de la condición animal; nos
encontramos entonces dentro del lenguaje mucho más que el lenguaje dentro
de nosotros. Y podemos incluso decir que se trata de un espacio que no
ocupamos totalmente, con muchas posibilidades que aún duermen y
dormirán tal vez para siempre. Si la humanidad debe perecer, lo que ahora
parece posible mucho antes de lo que se pensaba, va a ser, en todo caso, por
no haber sabido utilizar mejor el lenguaje; y también por no haber sabido
elegir las proposiciones reflexivas, las capacidades de sublimación antes que
las pulsiones ciegas de lo que nos queda de animales.
Y ¡qué peligroso sería, en ese caso, reducir el uso de las palabras a
simples relaciones entre conceptos, es decir, abstracciones! Las palabras son
mucho más que los conceptos que se apoyan sobre algunas de ellas. Las
palabras están cargadas de futuro, es necesario recordar su existencia tanto en
el tiempo que tenemos por delante como en nuestro origen, y lo que me
gustaba en mis aulas, por lo demás bastante oscuras, y sus bancos grabados
con los nombres de los alumnos de los años anteriores, era que,
modestamente, estrechamente, pero sin embargo específicamente, ese “honor
de los hombres”, el “santo lenguaje”, como escribía un poeta de aquella
época, nos fuera entregado para que lo amáramos y lo respetáramos:cual
espiga de trigo mostrada en silencio a los mistagogos en Eleusis, en las
ceremonias de los misterios. En otras partes, en otras clases, bien podían
darse otras formas de reflexión, las matemáticas, la química; y así, estarse
preparando la vida después del bachillerato, para un oficio o para la ciencia.
Pero todavía en ese momento, en esos primeros años de reflexión seria, lo
más importante estaba ahí, frente al pupitre donde recitábamos, tropezando
en las palabras, la muerte de Didon en la Eneida; o algunas estrofas de la Casa
del Pastor. Lo más importante estaba ahí, aunque sólo fuera —volveré sobre
ello— porque hasta la invención científica necesita poesía.
Creo comprender, como pueden verlo, creo comprender ahora por qué
hace un momento yo presentía el recuerdo de algo trascendente, sagrado, en
el orgullo, aún hoy, de aquellos que se ven investidos de la responsabilidad
de enseñar. Pero lo que también puedo explicarme, a estas alturas, es la parte
de inquietud que hay dentro de ese orgullo. En efecto, un joven profesor que
llega hoy a un colegio, con diplomas y certificados, es decir, con una
responsabilidad verdadera, ¿puede todavía, si así lo desea, alzar ante su clase,
alzar en silencio, la espiga de trigo del lenguaje? Las condiciones de la
enseñanza secundaria han cambiado mucho desde mi adolescencia. Hay
demasiadas materias en los programas de enseñanza para que quede espacio
suficiente para la lectura de las obras. Es como si a uno lo empujaran a
sacrificar el estudio de las lenguas clásicas, cuando en sexto de primaria se
debe elegir entre el latín y el griego. Y es verdad que una sola de estas
lenguas podría bastarle al alumno para que tuviera una experiencia
inolvidable, aunque deba interrumpir su estudio en primero de secundaria
para seguir ciclos de estudios sobre todo técnicos. Pero el propio mundo
exterior es menos favorable que antaño a la muestra del lenguaje, debido, en
particular, a la multiplicación de las imágenes. Las imágenes, aún las más
rudimentarias, son algo bueno para la mente. Una conciencia privada de
imágenes se asfixiaría. Pero para que pueda respirar, por medio de un cuadro,
de una tira cómica, de una fotografía en una revista, hace falta además que
esa conciencia tenga tiempo de proyectar en ellas sus obsesiones, de
experimentar en ellas su palabra, de verbalizar lo que ve, por decirlo así. Y,
en cierto sentido, por lo mismo, no hay nada más favorable para el espíritu
que una cierta escasez de imágenes, por lo menos en ciertos momentos de la
infancia. Si sólo se tiene este cuadro para mirar, entonces unopuede entrar en
él con todos sus sueños y muy rápidamente éstos se extenderán y se
profundizarán estructurando así al ser en el que uno se está convirtiendo.
Lamentablemente, ese tipo de pobreza se ha convertido, en este final de
siglo, en un privilegio casi inaccesible. La televisión está presente en todas
partes e incluso permanece prendida más tiempo en las ciases sociales más
desposeídas culturalmente; sin embargo, su característica es hacer que
rápidamente y sin tregua, una imagen reemplace a otra: por tanto, el niño
que mira ya no tiene tiempo para imaginar, para ser: tanto más que para
despertar su atención soñolienta, el creador del programa recurrirá a efectos
de sorpresa que apelan al miedo, a la violencia, dejando al niño, literalmente,
sobrecogido. Tanto la ausencia total de imágenes como la multiplicación de
las mismas quiebra el impulso de la imaginación, la cual es, sin embargo, la
que da vida a las palabras confiriéndole así al lenguaje presencia y
combatividad. Por cierto, eso no facilita la enseñanza del valor propio de la
palabra, en el colegio.
Pero no por eso hay que renunciar a ello, y algunos principios simples
podrían sin duda permitir que se le restituyera una parte de su especificidad
al hecho poético, durante esas clases en que el profesor inicia a los jóvenes
alumnos en la riqueza posible de la palabra. El primero de esos principios, y a
mi parecer el más importante, es que haría falta, en los primeros años de la
iniciación, no caer demasiado en la tentación de hacer análisis textuales en
los que se buscaría las estructuras del significado en el poema y serían
reveladas algunas significaciones hasta ese momento escondidas. Tal vez esta
recomendación les sorprenda. La significaciónha sido una de las grandes
conquistas de nuestra época, el descubrimiento de sus redes ocultas en la
profundidad de las palabras ha hecho del siglo XX una era de la crítica, tan
rica en aportes nuevos, en ruptura con el pasado, como la era del estudioy la
materia iniciada con Galileo, siendo los galileos de esta nueva era Freud y
Saussure, que percibieron en los textos la disponibilidad de los significantes
para otras proposiciones de sentido que las indicadas en la superficie de las
obras por el discurso consciente, simplemente consciente, de su autor.
Mediante la aplicación al poema de esas claves, que son el deseo inconsciente
reconocido, o las leyes estructurales de la lengua, se ha aprendido a abrir
cajones en lo escrito que hasta entonces habían pasado desapercibidos. Y es
verdad que esta hermenéutica constituye un gran aporte para el intelecto, en
primer lugar, el cual descubre así algunos de los resortes faltantes en las
conductas humanas, pero también para la conciencia moral, porque a partir
de ese momento se puede descubrir la manera en la que un escritor se hace
ilusiones sobre sí mismo. Ahí donde el escritor afirmaba valores con una
sinceridad que no ponía en duda, la mayoría de las veces, ahí mismo,
descubrimos que no se trataba más que de uno u otro de sus deseos
disfrazados con el fin de realizarse simbólicamente, para eludir las
prohibiciones, y, por lo tanto, la credibilidad de su testimonio, que bien
puede haber sido una mentira, puede ponerse en tela de juicio.
Se trató pues, lo ven ustedes, de una revolución en la lectura, y yo soy el
primero en reconocer el carácter exaltante de esa revolución, para el
intelecto, y liberador, cuando el análisis crítico desarma aquellos escritos
literarios u otros que deben serlo, o (digamos más bien) permite comprender
mejor por qué y cómo esos textos suscitaban ya nuestra antipatía. Rimbaud,
con su poema Ce qu ‘on dit au potte ¿ propos defleurs, ha sido el fundador de
esta crítica de la sospecha, y uno se alegra de ver que en esos versos se
denuncia a un tal M. de Kerdrel que decía que amaba el lis, pero que en
realidad no apreciaba en esa flor más que el signo de unión de cierto partido
político, partido de privilegiados. En casos como ése, es fructífero poner en el
texto mismo al significante contra el significado, escuchando lo que, sin que
el autor esté consciente de ello, sus imágenes, su estilo, sus asociaciones
inconscientes pero sin embargo visibles para nosotros, nos dejan comprender,
nos confiesan.
Pero, ¿nos alegramos de la misma manera cuando hoy se somete el
escrito del propio Rimbaud a esa investigación? Así es como hay que dejar
por un momento de amar simplemente a su poema, dejar de responder
simplemente con todo su cuerpo y todo su ser a las cosas exaltantes que él
dice, para leer el estudio que desea persuadirnos, con la ayuda de un largo
trabajo de relacionamientos a veces sólo aparentes, de interpretaciones a
veces cuestionables, que este poeta no ha escrito más que para trasponer a
Jules Verne, o a Dante, o para disfrazar obscenidades o porque era prisionero
de tal o tal obsesión de naturaleza edípica. Desde este último punto de vista
estoy yo mismo entre los que han participado en el debate, lo que prueba que
esta especie de hermenéutica me parece útil y en todo caso legítima: en
efecto, el plano al cual su búsqueda se refiere puede ser reconocido, no sin
algo de razón, como un hecho humano fundamental. Eso no quita que
nuestros trabajos de interpretación me provoquen inquietud y malestar.
¿Por qué? En primer lugar porque no sería bueno que se llegara a
reemplazar la denuncia de los impostores por la reducción a la banalidad
cotidiana de aquellos que, como Rimbaud, de manera contradictoria,
porcierto, ingenuamente, pero con una energía salvadora, buscan la verdad (
sería como para creer que los impostores han encontrado una buena manera
de hacerse el quite). Pero también y sobre todo porque con el poema se
estaba en presencia de una palabra que devolvía a los vocablos de la lengua su
inmediatez, su exuberancia, su capacidad de designar una profundidad de la
realidad que nuestros conceptos nos hacen olvidar y a los que sustituimos
ahora con un discurso constituido por conceptos, justamente, lo que
interrumpe por tanto el efecto de la poesía. La mejor crítica pone entre
paréntesis lo poético cuando cree hablar del poema: y cuando uno se dedica
al proyecto crítico, a la hermenéutica de las obras, puede por cierto
preguntarse cuándo van a caer los paréntesis, cuándo va a regresar la poesía;
porque, como ustedes saben, las proposiciones críticas acarrean discusiones
que permanecen en el mismo plano de pensamiento abstracto, y esas
discusiones suscitan otras discusiones más, después de lo cual se producen
nuevas lecturas.
La poesía, la recepción de la poesía como tal, en su inmediatez, en su
vehemencia, se posterga indefinidamente; y existe un riesgo grande de que
en su ausencia empiece a correr el rumor de que ésta es en realidad
totalmente otra cosa de lo que se decía de ella en la época pre-crítica; y que
se llegue a pensar que la supuesta experiencia poética no es más que una
ocasión que se concede el espíritu para jugar libremente con las
significaciones que la acción ordinaria tiene reprimidas a causa de sus propias
reglas: en suma, una actividad lúdica, que no tendría valor sino porque
contribuiría a renovar los conceptos, y no podría tener lugar sino porque el
autor habría logrado verse a sí mismo como irresponsable, lo cual es olvidar
que, muy por el contrario, los grandes poemas no son tales sino porque saben
volver a encontrar el sentido fundamental de la vida, sentido que la acción
ordinaria descuida y hasta desea desconocer.
En resumen, la hermenéutica en ningún caso constituye únicamente un
beneficio para el espíritu, se debe pagar un precio por ella, que es la
interrupción, aunque fuera por un minuto, del efecto más específico del
poema; y se debería, por lo tanto, pedir a los que la analizan, un cuidado
especial frente a ese riesgo, una vigilancia que no se puede mantener en
alerta sino con un recuerdo casi exacerbado de lo que es realmente la poesía.
Si esta vigilancia llegara a faltar, la investigación crítica, en sí tan necesaria,
podría volverse devastadora; y su enseñanza serlo aún más.
Y en ello reside la razón de ser de la proposición, aparentemente
pocoseria, que hice hace un rato el análisis textual, esa manipulación
peligrosaque puede destruir el objeto de su estudio, es una disciplina para la
Universidad, donde se supone que los estudiantes ya han sido iniciados a la
poesía y donde pueden tener también inquietudes de naturaleza filosófica o
sociológica, o psicológica. Desde sus puntos de vista de especialistas, los
estudiantes tienen, por supuesto, todo el derecho de considerar los poemas
como documentos.
¿Y en el colegio? ¿Y en ese momento de la vida en el cual no se ha
tenido aún la ocasión de encontrarse con los poemas, siendo así que,
justamente, algunos de ellos van a ser presentados, y comentados, por
maestros? Si se llega demasiado temprano a esa suerte de explicación por el
análisis del texto que es la crítica contemporánea en sus aportes más nuevos,
se correrá el riesgo que mencionaba hace un instante, el de sustituir por el
discurso del concepto la palabra plena que quiere ser la poesía, y de impedir,
por consiguiente, que el niño descubra esa espontaneidad de una voz, ese
llamado que la poesía hace a su capacidad de emoción, de sueño, de
entusiasmo. Se perderán de vista, por lo demás, esos umbrales de la presencia
del mundo que son los ritmos, las aliteraciones, toda la música de los versos
que se revela sólo cuando se lee en voz alta. Es como si se sustituyera la
audición de una obra de Beethoven o de Ligeti por la lectura del ensayo de
un musicólogo; y esta sustitución es tanto más peligrosa cuanto que los
adolescentes, poco prevenidos y fácilmente crédulos, están naturalmente
dispuestos a trasladar su confianza, su deseo de amar, hacia el objeto cuyo
prestigio se pone en valor. Harán del método enseñado un absoluto, lo cual se
transformará en un método crítico, en un principio abierto y serio, en una
ideología que defenderán con fanatismo, y el poema bello será para ellos
aquel que mejor se preste a esa manera de ser leído.
Por tanto, no me parece que la presencia necesaria de la poesía en la
enseñanza secundaria esté garantizada por la iniciación a la investigación
crítica. Eso no quiere decir que falten mediospara que se perciba la poesía y, a
través de su voz, el misterio del lenguaje. En primer lugar, hay que dar a
aprender de memoria algunos grandes poemas, lo que logrará que el niño, al
llegar a adulto, los tenga, no ya ante sus ojos, sino en sí mismo, en una
intimidad que le permitirá comprenderlos a niveles más numerosos y sobre
todo más profundos que aquellos visitados por la crítica analítica. Sea cual
fuere la significación que la semiología haya hecho aparecer en la materia
textual, el simple hecho de vivirlo —de aquel que conoce de memoria el
poema— le permitirá encontrar dicha significación sin necesidad de
conceptualizarla, en el nivel en el cual el poeta mismo había deseado
queestuviera, inconscientemente tal vez, pero por lo mismo mucho más
cercana a las grandes necesidades de su existencia. La comprensión del
poema se hará a medias palabras, como se dice. Y en los momentos graves de
su vida, el lector que sabe de memoria tendrá de esa manera a su disposición
medios —esos poemas— para comprenderse mejor, para no desesperar, para
hacerse a sí mismo o a otros juramentos cuya garantía más natural serán esos
versos. ¡Cuantos malentendidos consigo mismo, entre un ser y otro ser, se
pueden evitar gracias a esa presencia activa, en el espíritu, de algunas
palabras de Nerval o Baudelaire! Es por eso, en realidad, que me parece
totalmente nefasto dar a leer a los niños textos divertidos, supuestamente
divertidos, tomados por ejemplo de un Prévert reducido a sus márgenes, de
un Desnos mal entendido, so pretexto de que esos jóvenes lectores no son
más que niños, justamente, y que no hay que ahuyentarlos. Muy por el
contrario, esos jóvenes seres esperan que grandes señales cargadas de misterio
y de dignidad se levanten ante ellos, pues bien saben que pronto deberán
afrontar el misterio y la gravedad de la vida.
Y otra ventaja de aprender de memoria los poemas es que se encuentra
uno en el plano mismo de la escritura: las vacilaciones de la memoria
mientras uno aprende, o más tarde, cuando uno recita, coinciden con los
titubeos del autor en el momento en que escribía el poema, o más bien el
hecho de la vacilación en la escritura: el hecho de que unas palabras puedan
agolparse bajo la pluma por razones que implican su cualidad sonora, su
virtualidad rítmica tanto como su sentido, lo que las hace significar de otra
manera que como conceptos. El aprender de memoria, nos hace solidarios
con la subjetividad del poeta en su momento creador, es decir, en las
situaciones de su existencia. Y este método introduce de una manera que no
puede ser más natural a una suerte de reflexión que permite hablar de la
poesía, de diversificarla en provecho de los jóvenes, mientras ella se queda en
el plano en el que el poema ha sido vivido, donde se encontraba presente
para su autor a través de las palabras en las cuales este último ha marcado sus
deseos, sus recuerdos, sus indignaciones, sus alegrías, sus sufrimientos:en
otras palabras, una reflexión sobre la presencia de un ser propio en su
condición histórica, en la diversidad de las épocas. Una reflexión que
encontrará a Racine en el tiempo de Luis XW, a Víctor Hugo en el ocaso del
Segundo Imperio, que mostrará fácilmente por qué la poesía puede ser a la
vez siempre la misma y siempre nueva.
Así como la enseñanza de la crítica de la sospecha me parece prematura
en el colegio, la de la historia de la poesía me parece, a fin de cuentas, lo que
conviene, pues conlleva un interés para la historia de la lengua tan bella, tan
reverdeciente ya con Chrétien de Troyes. E incluso, y de manera más
general, conlleva la revalorización de la enseñanza de los hechos en todos los
campos: esos hechos que de manera tan espontánea les gustan a los niños
porque significan seres a los que el historiador, en eso cercano al poeta, hace
revivir. Historia de la poesía y, muy cerca de ella, algunas imágenes. Decía
hace un rato que los niños de hoy sufren a causa de una abundancia de
imágenes demasiado grande. Pero para luchar contra ese torrente, hay que
saber escoger; esta necesidad de elección permite comprender que las obras
maestras de la pintura occidental, o de la escultura, son, desde ese punto de
vista, nuestra oportunidad, cada vez más esencial para la sobrevivencia de la
civilización. Ahora bien, nada nos guía mejor al corazón de ese laberinto de
las obras maestras del arte que las indicaciones de aquellos que escriben de la
misma manera en que han trabajado los artistas. Basta con leer Les Phares, de
Baudelaire, para encontrarse en lugar seguro.
Señoras, señores, he aquí la manera en la que me ha parecido que los
profesores pueden sentirse depositarios de una de las dimensiones esenciales
de nuestra relación con el mundo: el lenguaje, patente en sus obras vivas. Y
he aquí, por lo tanto, la razón por la cual me parece que es legítimo que crean
que siguen teniendo la capacidad de preservar ese depósito, revelando a los
niños, a los adolescentes, que son la sociedad que se renueva, el
irremplazable valor de la palabra de la poesía.
Y no se crea que al decir eso pienso sólo en los profesores de letras, ya
que, muy por el contrario, considero que todas las disciplinas tienen que ver
con el estado de la poesía, debido a su presencia activa en los espíritus; y que,
por lo tanto, todas las disciplinas pueden ganar al acordarse de su existencia.
¿Por qué? Porque en la teoría científica no existen sólo las formulaciones del
mundo que ésta propone, en un discurso lo más conceptualizado posible. En
muchos puntos, por toda su profundidad, la realidad resiste a los actuales
medios de conceptualización; y cuando se trate de abordar esos puntos o de
esquivarlos, o, dicho de otra manera, cuando la investigación deba
convertirse en invención, más vale disponer de un espíritu capaz de percibir
analogías, de notar correspondencias: algo a lo que la imaginación que está
activa en los poemas prepara mejor que cualquier otra cosa.
Todos lo sabemos: en sus momentos decisivos, la invención científica
exige que se deje de respetar la autoridad de las estructuras, de los códigos
que la teoría precedente había establecido; demanda que la deducción cedael
paso a la intuición: y esa audacia puede ser llamada poética, y la práctica de la
misma puede ciertamente verse facilitada, en la vida de un investigador, por
la frecuentación de los poemas, sobre todo durante los años de la
adolescencia, que es cuando se adquieren las costumbres. Varios de mis
colegas científicos, en el Collge de France, me lo han dicho: lo que para ellos
es el fermento más necesario en su investigación es su formación literaria,
son el latín o el griego que han estudiado, o también esa creación artística
que es tan estrechamente solidaria con una libre y abierta relacióncon el
lenguaje: la relación que crea la poesía. En el momento en que se produce, la
invención científica es poesía transportada; he ahí pues lo queacerca, a veces
poco conscientemente, al profesor de física del profesor de literatura en ese
lugar que ambos pueden considerar, con legítimo orgullo,como una de las
estribaciones del Parnaso: el Parnaso, esa montaña donde las Musas, tanto la
de la astronomía como la de la historia, practicaban loque hoy llamaríamos la
interdisciplinariedad, y lo hacían sin escrúpulo alguno bajo la mirada de
Apolo, y al son de su lira.
Y, ¿puedo ahora permitirme una última observación, nuevamente de
carácter muy personal?
Según un mito moderno, y tal vez sobre todo francés, la vocación
poética y los lugares de enseñanza son incompatibles: siendo el poeta
considerado, con justa razón, por lo demás, como aquel que transgredí las
estructuras establecidas de la conciencia social, y el profesor, en cambio,
como el defensor de lo establecido. Esta manera de ver ha tenido aceptación
en los ambientes literarios en diversos momentos desde el romanticismo
hasta elsurrealismo, y ha podido alimentarse de los períodos de decadencia
que ha atravesado la enseñanza de la poesía en los años 20, por ejemplo. Pero,
enel fondo, no tiene ningún fundamento el concebir un antagonismo entre el
estudio y la creación. Villon añoró la escuela, Michelet hizo de ella unlugar
de libertad, en su paso por ella Rimbaud dio pruebas de una verdadera
voracidad durante el tiempo que le fue necesario, los poetas románticos
ingleses se sentían bien en Oxford o en Cambridge: y todo eso es muy natural
por un motivo muy simple que pasaré a explicar.
Como ya lo dije, la poesía es la transgresión de los sistemas conceptuales:
en eso la poesía es, por naturaleza, crítica para con los pensamientos que
predominan en el momento en el que el poeta está trabajando. Eso hace de
ella, en efecto, una forma de rebeldía; pero, ¿puede haber una transgresión
auténtica cuando no se dispone de los instrumentos a veces ya probados y
seguros, propios de lo que se está transgrediendo? La transgresión, la
subversión como se dice hoy en día, es un cuestionamiento de los
significados en el discurso de una época; pero para comprender esos
significados, para juzgarlos, para enfrentarlos con una manera de ser
coherente, ¿no hará falta disponer de los significantes, de esas palabras que
los significados tienen presas en sus códigos, pero que están ahí, listas para
cualquier otra significación, otras maneras de ser? Ahora bien, los
significantes constituyen todo un mundo que sólo se da a conocer mediante
el estudio histórico, filológico, filosófico. Si el poeta es inculto y a falta de
esas palabras en las que la realidad social ha inscrito sus diferentes formas, en
las que los grandes escritores del pasado han depositado su experiencia hecha
de relacionamientos siempre meditables, de imágenes siempre vivas, su
rebeldía surgirá seguramente pero se extenderá en la superficie, se perderá
por falta de haber sido canalizada; no sería capaz más que de un motín
espiritual para luego ser engañado por los ideólogos a los que únicamente el
pensamiento más sagaz puede tener en jaque. Como decía André Breton, la
mediocridad de nuestro universo no es más que la consecuencia de la
insuficiencia de nuestro poder de enunciación: ello es igualmente verdadero
en lo que se refiere a la calidad de nuestra rebeldía.
Y de la misma manera se puede constatar a menudo en los movimientos
de vanguardia, que el deseo de trastrocar la literatura, la moral y las
costumbres existentes se acompaña de un respeto casi exacerbado de la
lengua bajo sus aspectos más elaborados, que podrían parecer interesantes
únicamente a los eruditos apartados de la sociedad actual. Acuérdense de
Víctor Hugo, sacando a manos llenas palabras del diccionario; de Baudelaire
que alababa en Gautier al “impecable” técnico de la lengua; de Mallarmé que
meditaba la etimología de las palabras tal como el último Littré se la
enseñaba; de Breton, por último, que no veía contradicción alguna en unir en
su discurso las declaraciones más incendiarias a la más evidente complacencia
en el estilo, a la propiedad de los vocablos, y hasta a las convenciones de la
retórica. Breton denunciaba lo que se hacía con las palabras: en psiquiatría,
por ejemplo. De ninguna manera incriminaba a las palabras mismas, ni
tampoco a la lengua francesa y mucho menos al lenguaje, y por supuesto que
no era enemigo de los que gustan de revelar la riqueza y los poderes del
lenguaje a alumnos de las escuelas o de los colegios.
4
Traducir lo imaginario,
transmitir las preguntas
Gil Delannoi
Humanidad
Conocimiento
Narración
Traducción
Shakespeare, William, Obras completas, Madrid, Aguilera, 1974. Traducido por Luis Astrana
33
Marín.
interesante. Pero ese exceso de traducción no se les permite a los anglófonos.
Equivale incluso a una reescritura de Shakespeare en inglés contemporáneo o
a una película doblada. Por lo menos discutible, si no chocante.
Inversamente, imponerse la limitación de traducir utilizando únicamente un
léxico y giros del francés de la época de Shakespeare, es tomar partido por lo
arcaico a riesgo de caer en falsedades o afectaciones o en una especie de
jerigonza que sería lo que lo “medievalesco” es a lo medieval. Por lo demás,
optar por un lenguaje arqueológico constituye un handicap para la
teatralización.
Shakespeare no era un autor que escribía para el teatro, sino un actor
cuyos textos, concebidos para las tablas, son dignos de ser leídos. Además, su
vitalidad y su poesía no se manifiestan por completo sino en una lectura en
voz alta, incluso para uno mismo. Lo concreto de las situaciones, la unidad de
lo disparatado, el ritmo del verso y de la prosa, las figuras poéticas, las
abreviaciones dramáticas, e incluso los excesos sólo pueden ser plenamente
restituidos por la voz.
Lo anterior tiene dos consecuencias inevitables. Es necesario ser lo más
fiel que se pueda, ser simple cuando Shakespeare lo es (y eso ocurre con
mucho más frecuencia que lo que se cree habitualmente), complejo o hasta
amanerado cuando lo es él, pero siempre fácilmente perceptible por un
público de teatro. Ahora bien, una de las claves del genio poético de
Shakespeare es la de poder suplir por la imagen y la música lo que su estilo
compacto puede tener de oscuro o de desbordante.
Es necesario entonces estar muy atento a las imágenes. “No hay ni medio
beso de diferencia entre el amor que tienen el uno por el otro” (El Cuento de
Invierno) es una oración que parece mal construida, que no resiste a un
análisis razonable, pero en el escenario su efecto poético es inmediato.
Traducir por “los amores” sería soso y ridículo. Suprimir “medio” atenuaría el
ritmo y la insistencia de la réplica. Y el desatino, el impulso y la emoción
contenidos en esta réplica se adaptan perfectamente a la simación teatral que
las suscita (una simación idílica que está por tornarse tragicómica).
Además hay que poner mucha atención a la música. Hay que encontrar
una asonancia similar cuando la del inglés no se puede transponer
literalmente. Hay que respetar la longimd relativa de las palabras utilizadas
en el original. En Twelfth Night, la oración del Loco le debe su despegue al
uso casi exclusivo de monosílabos. Por lo tanto, en la traducción habrá que
evitar, en lo posible, el uso de palabras demasiado largas.
Talento, inspírame buenas tonterías, si te place. Los talentos que creen
poseerte prueban con frecuencia que son unos tontos, y yo, que estoy seguro
de carecer de ti, voy a pasar por un hombre sesudo.
Wit, an ‘it be thy will, put me into goodfooling, for those wits that think
they have thee, very oftprovefools, and 1 that 1 am sure 1 lack thee may
passfor a wise man
[Twelfth Night, 1, 5]
Genio, pon en mí algo de sana necedad, si te place, ya que los que creen
tener gran juicio, suelen ser necios, y yo que sé no tener tal vez así pase por
sabio.
chun (primavera) mian (sueño) bu (no) jue (estar consciente) xiao (aurora)
chu (lugar) chu (lugar) wen (oir) ti (cantar/canto) niao (un/unos pájaro[s]) ye
(noche) lai (venir/haber venido) feng (viento/soplar) yu (lluvia) sheng (ruido)
hua (flores) luo ( caer/haber caído) zhi (saber) duo (mucho) shao (poco).
Desde ya, en esta presentación casi literal no hemos conservado más que
las ambivalencias que el sentido general del poema permite y hemos dejado
de lado las demás. Hay que añadir que chu-chu es una forma habitual de
insistencia y que duo-shao significa habitualmente “cuánto”. Ni el uno ni el
otro son efectos literarios. Pero no nos olvidemos que cada uno de dichos
caracteres tiene sentidos derivados que podrían ser preferiblesen otros
contextos. Incluso aquí, por lo demás, que significa tanto “despertar” como
“tomar conciencia”, “sentir”, “percatarse” y “conocer”.
El texto está basado en una serie de impresiones auditivas, serie que en
chino es destacada por la presencia de diversas claves gráficas que entran en
la composición de los caracteres. Mi segundo comentario es el siguiente: todo
el movimiento del texto se puede resumir en un despertar progresivo, en una
toma de consciencia cada vez más precisa. En tercer lugar, cada verso posee
un momento (una referencia al tiempo) que le es propia y por doble razón: el
tiempo en el que es enunciado y el tiempo al que se refiere. Ahora bien,
nuestro segundo comentario nos indica que el movimiento general del
poema se quebraría si se optara por “la noche cae” (la noche que sigue al
despertar) en vez de “anoche” (la noche que precedió al despertar). El autor
lo hubiera escrito de otra manera si hubiera querido indicar expresamente
que la noche llegaba a la mitad del texto. El orden escogido (ye-lai) nos
inclina más, según el uso, hacia la forma pasiva e incluso se podría traducir
en algunos casos por “desde la noche”.
0. PRIMAVERA/ALBA
1. ALBA DE PRIMAVERA
3. ALBA DE PRIMAVERA
4. ALBA DE PRIMAVERA
En el sueño de primavera, el alba es insensible.
En derredor, cantan los pájaros.
Anoche, cantaban el viento y la lluvia.
Las flores caídas son innumerables, probablemente.
5. ALBA DE PRIMAVERA
Uno duerme en primavera e ignora la aurora.
En derredor, se oye el canto de los pájaros.
Anoche soplaban el viento y la lluvia.
Tantas flores caen.
6. ALBA DE PRIMAVERA
Este es sin duda el verso más difícil. Es imposible casar lo explícito con
lo implícito, la simplicidad con la precisión como en el texto chino. Los
puntos suspensivos no se encuentran en el original, por supuesto. Sin
embargo, parecen indispensables para conservar el impulso del original, y de
manera general, el espíritu tenue y a la vez preciso del poema. Es pues una
adición, para terminar. Una especie de pecado venial, para sentirse vivo.
Conclusión: se ha tratado de conservar la sensación de despertar
progresivo y la fresca simplicidad del texto. El efecto de traducción se
encuentra en “dormido”, “está”, “era”, el abandono de “saber” (zhi) y los
puntos suspensivos. Estas distorsiones se justifican sólo si contribuyen a
acercar al lector al espíritu del poema, a su ritmo, a su movimiento, a la
caracterización de cada línea. Si es posible, más que en la versión 0, se
hatratado de transmitir una emoción que lleve al original: luego habría que
fijarse en la caligrafía y en la transcripción fonética (rimas que terminan en
ao).
ALBA DE PRIMAVERA
Literatura de ideas
François L’Yvonnet
Arnaud Guigue
35“Tienes lindos ojos, ¿sabes?”, referencia a la película “Quai des brumes” (1938), de Marcel
Carné, con Jean Gabin y Michéle Morgan. (N. de T).
Hoy en día y desde la Nueva Ola las estrellas se extinguieron. De manera
que el espectador tiene menor tendencia a identificarse con los personajes y
las situaciones. Está mucho más absorbido por la imagen. Está en el corazón
de la película, invadido de todas partes por las imágenes, el sonido y la
acción. Hasta se ve a veces directamente solicitado por la película, por
ejemplo cuando el personaje central se dirige, en un perfecto cara a cara, a la
cámara (véase C’est arrivéprs de chez vous, últimamente Funny Games, pero
ya se observaba en A bout de souffle). La película se vuelve entonces un
medio, una atmósfera en la cual estamos inmersos. Podría hablarse de un
cine de inmersión. Desapareció la distancia entre el espectador y los
personajes, y sin embargo ya nadie confunde al actor con el papel que
encarna. Eso es más obvio aun cuando por tanto vivir rodeados de imágenes,
vertidas por el flujo televisivo, surge una interferencia comúnmente
denunciada entre la imagen y la realidad —la imagen acaba siendo la única
realidad o al menos la única garantía de una realidad. Vivimos en las
imágenes mismas, lo que justifica el término de “inmersión”.
Ya no más diálogos tallados a la altura de las estrellas de antaño, ya no
más escenas grandilocuentes y gestos enfáticos. Es el efecto visual y sonoro
espectacular el que actualmente prevalece. Lo que significa que también al
personaje se lo confina tras la imagen, mientras que otrora estaba en primer
plano.
Este cine de inmersión no es censurable para nosotros. Puede
conmovernos por el efecto de multiplicación de la imagen que hemos
descrito brevemente. Puede fascinarnos, maravillarnos por el hecho de que
nos lleva hacia mundos extraordinarios que nos liberan de la banalidad
cotidiana. Sin embargo, ¿se puede hablar de experiencia de vida? Nada menos
seguro. En cambio, si miramos ahora hacia otra tendencia del cine, ilustrada,
en Francia, con películas como Un monde sanspitié, La Haine, La Sentinelle,
Le Périljeune, Les Roseaux sauvages, La Discrte, la expresión “experiencia de
vida” parece mucho más apropiada para calificarla. Es lo que quisiéramos
tratar de mostrar brevemente.
Lejos del Olimpo de las estrellas míticas, igualmente alejado de los
efectos visuales espectaculares, este cine procede por pinceladas. Concierne a
pequeños acontecimientos. Es por ejemplo Woody Allen a quien vemos en
Sueños de un seductor mirando Casablanca; lo que importa, ya no es la
grandeza de Bogart sino el rostro lleno de admiración de Woody Allen. Este
movimiento es, en el fondo, el de la Nueva Ola. ¿De dónde viene entonces
que este minimalismo pueda conmovernos de tal modo? Es que nos extraña
volviendo a sumergirnos en la realidad misma. Este cine sienta el exotismo
de lo cotidiano, lo que hace su especificidad en la medida en que el séptimo
arte es naturalmente realista si nos referimos a su procedimiento técnico, el
cual consiste simplemente en grabar imágenes. Así, el cine nos muestra lo
que está ante nuestros ojos y que no vemos. Es un revelador de lo real tal que
nos aparece transfigurado. He ahí por qué, a través suyo, descubro el mundo
que es el mío como otro mundo.
Pero, inversamente, tiene el poder de hacerme descubrir otro mundo
como si también fuera el mío. El cine japonés está aparentemente muy
alejado del nuestro. ¿Qué más extraño a nuestro modo de pensar y de vivir
sino la última película de Imamura, LaAnguila, premiada en Cannes? Todo
nos resulta inusual, el ambiente, la historia, los sentimientos y, obviamente,
el idioma. Sin embargo, entendemos perfectamente lo que ocurre.
Igualmente con películas chinas como las de Zanghi Yimou, Esposasy
Concubinas, Vivir, etc. Estas películas nos conmueven profundamente no
porque nos identificamos con los personajes, lo que parece extremadamente
difícil de lograr sino porque descubrimos en nosotros los sentimientos que
expresan en la pantalla. No hay nada más alejado de nosotros que lo que les
ocurre y, a pesar de ello, podemos percibir lo que supuestamente sienten.
Respecto a esto, hay que notar que la pérdida es infinitamente menor en el
cine cuando vemos una obra extranjera en versión original que en la
literatura cuando leemos una traducción. Hasta en la mejor traducción un
chino habla francés, en el cine cada uno habla en su propio idioma sin que
eso moleste al espectador, acostumbrado a leer los subtítulos.
A este respecto, se oye decir comúnmente que cuanto más arraigada esté
una obra en una cultura determinada, mayor es su alcance universal. Pero
nos parece, al contrario, que porque una obra es universal, su arraigo cultural
no constituye para nada un obstáculo a su comprensión por quien sea.
Para resumir, digamos que el cine del cual hablamos no implica ni
identificación, ni tampoco inmersión en la imagen, sino más bien una
apertura hacia lo universal que revela mi propia peculiaridad. Ese mundo
mío es percibido como otro mundo, y otro mundo es percibido como mío
también. En ambos casos, el cine me revela mi pertenencia a un mundo
común, es decir una humanidad común. Es en este sentido que se puede
hablar de experiencia humana.
También quisiéramos añadir una palabra sobre la otra manera de hacer
resaltar ese aspecto a menudo olvidado del cine. Hay que partir de la idea que
una película nos revela conductas humanas. Las imágenes no son ideas, un
cineasta no manipula conceptos sino bloques de sensaciones. Sin embargo, las
imágenes tampoco nos describen lo que sienten los personajes. La literatura
se acomoda mucho más con esa práctica. Un escritor puede, tanto como lo
desea, explorar y pintar el archipiélago de los sentimientos interiores. El
cineasta sólo dispone como material de la imagen y los diálogos, sin hablar de
la música (hay a veces una voz en off préstamo del género literario).
Ahora bien, los diálogos no tienen como meta prioritaria transmitirnos
las informaciones destinadas a una mejor comprensión de la trama. La fuerza
del cine está precisamente en que, con pocas imágenes, el ambiente, la
situación y el carácter de los personajes pueden estar marcados. Los diálogos
no deben dar la impresión de estar sobreañadidos o externos a la imagen.
Deben confundirse con el personaje y dar cuenta de lo que es al igual que
cualquier otra conducta. El diálogo debe percibirse como un elemento de la
conducta. A este respecto, da lástima oír a los actores, en las películas
extranjeras, hablar con otra voz que la propia. Porque la voz es corporal y por
consiguiente indisociable de la persona física (para convencerse basta volver
a oír la voz de Woody Allen).
En el cine sólo vemos conductas, jamás la psicología interior. Un
personaje es lo que hace, no lo que piensa o lo que siente. De ahí la
inclinación natural de un gran número de películas hacia las escenas de
acción pura. Este tipo de cine puede seducir, ahí no está el asunto, pero
reduce a los personajes a cuerpos mecánicos dotados únicamente de fuerza y
de movimiento. Pero una película sólo remite realmente a una experiencia
vivida si el cuerpo está habitado por un sentido que lo trasciende. Una acción
aún no es una conducta. Esta transmite sensaciones, sentimientos, ideas. Pero
una vez más esas propiedades no deben buscarse en no se sabe qué
interioridad escondida. Deben estar inscritas en el gesto del cuerpo o de la
palabra. Los sentimientos se ven en la pantalla sin que se sienta la necesidad
de traducir intelectualmente lo que se ve o lo que se oye.
He ahí por qué el cine es menos apto que la literatura para plasmar una
experiencia psicológica interior. Pero, a la inversa, es más apto para restituir
una experiencia conductista. Así, el cine es para nosotros una experiencia de
vida, primero por su capacidad de mostrarnos, de hacernos ver las conductas
humanas como situadas en el cruce del cuerpo y del alma. Una conducta
forma un todo que no se puede descomponer en términos de “material” y de
“espiritual”. Este cine tiene como vocación ser antiplatónico.
Para finalizar, quisiéramos notar que el lugar del cine en los colegios es
muy reducido. Mejor dicho, sólo existe enseñanza cinematográfica en una
sola rama tan sólo en unos pocos establecimientos. Pero el cine forma parte
de la cultura al igual que la literatura. Hemos tratado de indicar en qué
constituye una manera posible y original de aprehender las conductas
humanas.
Así, parece indispensable favorecer el contacto de los alumnos con los
clásicos del cine, como ya se hace con las obras literarias mayores. Hay que
mostrarles películas que no pueden ver por televisión ni en las salas de cine
comunes. Hay que rehabilitar el género cinematográfico buscando alejarse de
lo que ven por la televisión. Después se dará preferencia en forma sistemática
a las películas en versión original subtitulada.
Por supuesto, también se puede considerar la inclusión del cine en un
conjunto de materias opcionales. Las clases consistirían en el estudio de dos o
tres obras mayores. Pero todos están de acuerdo en reconocer la sobrecarga
actual de las horas de clase que sufren los alumnos. De modo que abogamos
primero a favor de una medida sencilla y radical, la puesta en marcha en
todos los colegios de un cine-club. Eso supone condiciones materiales, un
proyector y la posibilidad de disponer de películas en cintas. Habría que
poder evitar la necesidad de usar un mero video. ¿No gasta el Estado sumas
astronómicas para dotar a los colegios con computadoras? Obviamente una o
varias personas tienen que hacerse cargo de la programación del cine-club, y
sobre todo ser capaces de animar auténticos debates tras la proyección de la
película. Resulta indispensable unir la proyección de una obra con un
discurso explicativo coherente. En pocas palabras, se trata de inscribir al cine
dentro de la institución escolar.
7
Éveline Andréani
Edgar Morin
La historia
SEXTA JORNADA
1
De la historia evolucionista
a la historia compleja
por André Bruguière
2
El pasado tenía un futuro
Por Paul Ricœur
3
Historia del clima,
historia del acontecimiento
por Emmanuel Le Roy Ladurie
4
Acontecimiento, bifurcación, accidente
y azar... Miradas sobre la historia
desde las periferias del Occidente
por Serge Gruzinski
5
El método histórico y las huellas memoriales
por François Dosse
6
Historia contemporánea y desarrollos tecnocientíficos
por François Caron
7
La enseñanza de la historia contra la memoria colectiva
por Alfred Gosser
8
Cómo enseñar la historia de Europa
por Dominique Borne
Introducción
Edgar Morin
De la historia evolucionista
a la historia compleja
André Burguière
37La calle Ulm hace referencia a la Escuela Normal Superior, situada en dicha calle. (N.deT).
38 Dreyfus fue un militar francés de origen judío (1859-1935) acusado de espionaje y
condenado (1894). Es célebre por la polémica que suscitó su proceso. Fue rehabilitado en 1906.
(N. de T.).
narración. Pero la problemática de la historia de Francia que se impuso en el
siglo XIX, se nutre menos de la herencia de la propaganda monárquica que
del desafío a la monarquía absolutista, que tomó cuerpo en el siglo XVIII
sobre los orígenes francos de la monarquía:
—es un cuestionamiento aristocrático, con Boulainvilliers, quien ve en
la nobleza a los descendientes de los conquistadores francos y por tanto a los
legítimos propietarios de tierras y de campesinos, a su vez descendientes de
los vencidos galo-romanos. Esta aristocracia, constituida originalmente por
los bravos guerreros que rodeaban a los reyes francos, estaba, según él,
asociada naturalmente al poder y era consultada regularmente;
—es un cuestionamiento democrático, con Mably, quien ve en los
“plaids”, asambleas convocadas por los reyes, el esbozo de régimen
parlamentario que había que revivir.
El modelo de la historia de Francia que terminará por imponerse de
manera duradera no nació directamente de la Revolución, sino de la
nostalgia de la Revolución que impregnaba a la generación romántica de los
años 1820; la de Augustin Thierry, Guizot, Michelet, etc. Paradójicamente,
este modelo toma más de la versión aristocrática que de la versión
democrática original, pero invierte el espíritu de la primera: ¡sí! Francia nació
claramente de una conquista, de una violencia fundadora, que instauró en el
mismo movimiento una legitimidad política, la del Estado real, y una
sociedad dividida —conquistadores contra conquistados, nobleza contra
campesinos. Pero los historiadores liberales de los años 1820 hacen de esta
fractura original el punto de partida y el motor permanente de la dinámica
nacional.
Lo que pone en movimiento a Francia, lo que la hace progresar, es la
lucha de clases —campesinos contra feudales, burguesía contra la nobleza: la
historia de Francia se ve como una marcha hacia la libertad que culmina con
la Revolución. Karl Marx ha reconocido explícitamente que el concepto de
“lucha de clases” lo tomó prestado de los historiadores franceses de su época.
Analicemos el significado de este préstamo: al relacionar la construcción de
la nación con su estructura social, los historiadores franceses dan a la historia
nacional un carácter complejo, global. Al presentar esta historia como una
dialéctica emancipadora le atribuyen un alcance universal. Por esto Karl
Marx pudo extraer fácilmente de este modelo una teoría general de la
historia.
Así presentada, la historia de Francia le hace eco a la de la humanidad.
Sin exigir para ella nada de exclusivo ni especial. Sólo se atribuye el honor de
iniciar la marcha hacia la libertad (que es la herencia de la Revolución) y de
iluminar el camino para el resto del mundo. Se comprende entonces hasta
qué punto la herencia del Siglo de las Luces, el evolucionismo optimista de
principios del siglo XIX, la representación del destino nacional y el ideal
republicano terminaron por superponerse en la hegemonía intelectual y
escolar de la historia.
Se debe además mencionar otro principio unificador para explicar la
coherencia y la eficacia de una lógica histórica que abarca todo el sistema
escolar o, por lo menos, todas las disciplinas literarias: es la correspondencia
buscada entre el ciclo de desarrollo de la humanidad y el ciclo de desarrollo
escolar del niño, como si cada niño tuviera que rehacer durante su propio
desarrollo intelectual, todo el recorrido de la humanidad.
Para referirnos al liceo de origen napoleónico cuyos programas
estuvieron vigentes hasta los años 1960 (es decir, hasta la creación del
colegio39 y hasta la prolongación de la escolaridad obligatoria a los 16 años),
el alumno estudiaba la Antigüedad, en la clase de historia, en sexto grado de
primaria y no abordaba lo contemporáneo, es decir, el siglo XX, más que el
último año de secundaria. En la enseñanza del francés, era en el tercer grado
de secundaria (o nunca) que recibía una breve iniciación a la literatura
39 El sistema educativo francés denomina liceo a los tres últimos años de escolaridad (12en
total), y colegio a los cuatro precedentes. Ambos constituyen la educación secundaria. (N. de
T).
medieval, tan rica como compleja, y sólo se encontraba con la literatura del
siglo XIX en quinto grado de secundaria.
¿Cuál es la lógica de esta distribución? Con certeza, no es la idea de ir de
lo más accesible a lo más opaco, ya que los acontecimientos y las obras de los
cuales estamos más cerca y que por tanto nos resultan más familiares, no
están reservados a los alumnos más maduros y más formados, sino a un
principio genealógico, aquel que François Simiand y Marc Bloch, después de
él, denunciaron con el nombre de “ídolo de los orígenes”. Todo lo que no se
puede explicar en forma experimental, es decir por replicación, sólo puede
comprenderse a partir de lo que lo ha precedido, confundiendo causa y
origen. Se constata una división muy clara en la enseñanza entre las
disciplinas científicas, que pertenecen al registro de la experimentación o de
la descripción, y las disciplinas literarias que exigen un enfoque histórico.
Esta idea, que se repite en los llamados de Marc Bloch y Lucien Febvre a
los historiadores para que superen el galocentrismo, y hasta el eurocentrismo
y se interesen por la historia del resto del mundo, es decir, por otras culturas,
otras sociedades, otros modelos de desarrollo histórico, rompe el dogma de
una evolución unitaria y lineal de la humanidad; una evolución — hay que
decirlo claramente— concebida como la extensión del modelo de desarrollo
de Europa al conjunto del mundo. Se deriva de las consecuencias de la
Primera Guerra Mundial que puso en tela de juicio la hegemonía política y
también la hegemonía cultural y moral de Europa.
Tal objetivo cambia totalmente la misión intelectual del historiador. Si
el recorrido seguido por la historia ya no se considera como una evolución
necesaria, homogénea y lineal, el futuro no puede ya concebirse como una
simple prolongación de la línea de desarrollo del pasado reconstituido. El
trabajo del historiador ya no es el de efectuar la “resurrección integral del
pasado”, según la romántica aspiración demiúrgica de Michelet, ni siquiera,
como pretende hacerlo la historia positivista, para reconstituir el
encadenamiento completo de los hechos que han formado el camino de la
humanidad. Su tarea es, más bien, la de dar cuenta de la singularidad de cada
cultura, de cada época, de cada forma de desarrollo, comparándolas unas con
otras y poniendo en evidencia sus interrelaciones. Ya no se trata de restituir
sino de comprender y de esa manera, la historia, en su búsqueda, no se
diferencia de las ciencias sociales.
Lucien Febvre solía repetir “no hay historia más que del presente”.
Dicho de otra forma, hay que renunciar a reconstituir el pasado en sí mismo.
Sólo lo percibimos con los lentes de nuestra época, es decir, lo interrogamos a
partir de cuestiones de nuestra época y con el fin de obtener respuestas a los
problemas de nuestra época. La idea era relativamente nueva en Francia, en
donde podía chocar con el objetivismo y el positivismo de la tradición de una
historia omnisciente. Pero no lo era en Europa. Se la encontraba en el
historicismo alemán bajo el rostro doble de la ideología nacionalista y de la
epistemología.
En el primer caso, se trata de afirmar, a partir de la noción de
Sonderzweg, el derecho a la singularidad de sus valores partiendo de la
singularidad de su historia y de rechazar el universalismo del Siglo de las
Luces que somete el conocimiento histórico y el análisis del cambio a
principios de inteligibilidad intangibles. En su versión epistemológica, el
historicismo encarnado en Alemania por la obra de Dilthey, también
presente en Italia en el pensamiento de Croce, opone la noción de
explicación en las ciencias experimentales a la de comprensión en las ciencias
históricas. Implica una relación existencial al pasado fundado en la
comunicabilidad de la experiencia humana.
Cuando Marc Bloch afirma que “es por hechos psicológicos que nos
comunicamos con el pasado” no está lejos de esa concepción. La proximidad
de la corriente de los Annales con el pensamiento historicista se detiene ahí.
El valor que Marc Bloch y Lucien Febvre otorgan a la erudición y su
voluntad de promover encuestas colectivas, demuestran su adhesión al
modelo de las ciencias empíricas. Sus alegatos a favor de la historia
comparada, que reemplaza la comunicación subjetiva con el pasado por la
confrontación objetiva de dos épocas o de dos sociedades diferentes, los
protegen contra la tentación del relativismo.
Por el contrario, se puede establecer ciertas aproximaciones entre su
concepción presentista del conocimiento histórico y la teoría de la
relatividad por la cual Marc Bloch, quien tenía una amplia cultura científica,
se interesó en varias ocasiones. A la idea de tomar en cuenta al investigador
en su investigación, que no es totalmente nueva para los historiadores pero
que se transforma para los fundadores de los Annales en el soporte de una
concepción constructivista de la operación histórica, se adjunta la idea de una
inestabilidad perpetua del pasado que no deja de modificarse en función de
las expectativas y de la clarificación del presente.
Este último uso epistemológico de la relatividad en la historia se vuelve a
encontrar hoy en el enfoque crítico de la noción de memoria colectiva con la
cual Pierre Nora nos ha familiarizado a través de su trabajo sobre los “Lieux
de mémoire”, crítica que por lo demás hay que reformular siempre, para
resistir a la naturalización, incluso a la mitificación de la noción de memoria
colectiva, víctima de su éxito y atrapada ella misma en los “objetos de la
memoria”. De la misma forma, este uso de la relatividad en historia se
encuentra en los nuevos enfoques de las obras literarias y de las obras de arte
que inspiran las enseñanzas artísticas y los cursos de literatura insistiendo en
los mecanismos de la transmisión cultural, de los modos de recepción y de
supervivencia de las obras que transforman, confunden y enriquecen su
mensaje.
Este nuevo uso de la historia inspira finalmente, cada vez más, el que se
considere la historia de las ciencias en la enseñanza de las disciplinas
científicas como instrumento de comprensión de las formas de razonamiento
actuales y del carácter hipotético de la construcción de los conocimientos.
La ampliación del campo de la exploración histórica
y las tentaciones de una historia total
Paul Ricoeur
40 Nombre con el que se conoce a Francia por la forma de sus contornos. (N. de T).
eso podría significar una caída de la población de más de un millón de almas.
Imaginemos hoy en día una caída de la población tras la cual el pueblo
francés disminuyera brutalmente en 2 ó 3 millones de personas. Nos
imaginamos lo que serían los titulares de la prensa y otros medios de
comunicación...
Esto establecido y una vez pasada la hambruna, el efecto de
recuperación demográfica va a mostrar su vigor habitual. Al unísono, todo un
mundo de viudas que rápidamente se vuelven a casar, de mujeres
sobrevivientes y desposadas de fecha antigua o reciente empieza o vuelve a
procrear. Las pérdidas son rápidamente compensadas. Pensamos en esas
fortalezas volantes americanas de antaño, de gira perpetua alrededor del polo,
y que, habiendo apenas aterrizado, volvían a partir, llenas hasta la bandera,
para una vuelta más. Decía entonces que las pérdidas son compensadas. Pero
la alerta, por mucho que toque a los acontecimientos, fue dura.
Consecuencias sociales: los vagabundos, pordioseros, se multiplican,
pues los empleadores virtuales, ahora sin dinero, ya casi no contratan. Es el
desempleo, conocido nuestro hoy en día; en esa época lo llamaban la
“impotencia de los particulares”, lo que significaba la “impotencia de los
empresarios”. En los días malos, los pobres consumieron tronchos de col y
“pan” de raíces de helecho, lo que no mejoraba la suerte incierta de muchos
enfermos. Por cierto, no sólo está el clima, y hay que añadir la guerra: la de la
liga de Augsburgo, factor de miseria, y por lo tanto de mortalidad por exceso
de pobreza. Los impuestos aumentados por causa del conflicto, la necesidad
de alojar a los militares, las requisas de granos para el ejército complican la
suerte de muchos civiles.
Los cereales disponibles son bloqueados en las provincias por los
intendentes, pero también en las parroquias que guardan su provisión de
trigo para sí mismos, cuando existe, dejando desfallecer a las comunidades
vecinas. Los precios del trigo pudieron así triplicar o más tierra adentro, pero
sólo aumentaron en un 50% en un gran puerto como Burdeos, bien
abastecido, por esa bondad marítima o más bien oceánica de la cual hablé
recién en relación con el otro mar, el Mediterráneo. Dicho esto, esa bonanza
girondina frente al acontecimiento climático-cerealista sólo es un alivio a
medias porque los contagios provenientes de las zonas realmente afectadas
por la hambruna son igualmente causa de muerte para un gran número de
bordeleses. El motín de subsistencia intenta vanamente librar combate contra
el desorden de las estaciones así como contra las maquinaciones de los
acaparadores de cereales. En 1709, con el gran invierno, esta mala situación
se vuelve a producir. Vemos que el acontecimiento desempeña su papel ya
que basta un fuerte excedente de muertos y un pequeño déficit de
nacimientos para que la demografía se hunda.
Ampliemos ahora el debate. En 1789, las lluvias de octubre de 1787, los
campos asolados de 1788, el granizo de ese mismo verano que provocó una
mala cosecha, la de 1788 precisamente, aunque no tan catastrófica como la de
1693. De ahí el gran miedo, en la primavera de 1789, estación que amenaza,
según cree erróneamente la gente, con ser una primavera de hambre.
En 1816-1817, la erupción del volcán de Tambora en Indonesia (abril de
1815) creó una especie de invierno nuclear que dio vendimias muy tardías en
1816 y una hambruna en 1817, a consecuencia de la reducción de las
cosechas de granos de 1816, víctimas de una capa de polvo enfriante que ese
volcán eruptivo había creado alrededor del planeta. Mary Shelley, refugiada
con unos amigos —entre los cuales habrá un tal Byron— en una casa cerca
de Ginebra, aprovechó un cielo nublado y siempre lluvioso para escribir
Frankenstein, describiendo así al monstruo más espantoso que saliera jamás
de la mente de una mujer joven.
Podríamos mencionar también, entre otros acontecimientos generadores
de mortalidad, a la Peste negra, y lo que llamé la “unificación microbiana del
mundo”. Primero, por el contacto entre las dos masas humanas de Eurasia, la
masa asiática y la masa europea, mediante los nidos de ratas apestadas del
Turquestán y los cortocircuitos microbianos generados por el contacto de
esas dos masas humanas, masa asiática y masa europea, reunidas en forma
imprevista, gracias a la unificación de Eurasia por el imperio del difunto
Gengis Khan, y gracias también a la creación de las rutas de la seda y de las
caravanas correspondientes a las mismas. La Peste negra provocó una
disminución de un tercio de buena parte de las poblaciones europeas y un
alza correlativa del nivel de vida dado el despoblamiento al cabo de algunas
décadas, y luego un cambio de sensibilidad artística en Florencia hacia un
tipo de pintura más fúnebre y más piadosa.
En ese contexto, los famosos cortocircuitos microbianos siguieron hacia
América. ¿Se puede aún hablar de acontecimientos? En cierto modo, sí. El
genocidio de las poblaciones americanas no es en absoluto, digan lo que
digan, asunto de iniciativas nefastas de conquistadores ibéricos, sino que
resulta esencialmente del asalto de los microbios europeos, contra los cuales
los indígenas, los de las islas del Caribe y de México, principalmente, habían
perdido de antemano toda inmunidad, cuando sus ancestros habían
atravesado, muchos miles de años antes, el estrecho de Behring. Hoy, en caso
de una situación análoga, se tomarían sin duda más precauciones. ¿Con qué
éxito?
Es cierto que también hay una moda del acontecimiento. Se invoca hoy
cierto diluvio del Mar Negro que habría ocurrido hace siete mil quinientos
años, esto es cinco mil quinientos años antes de Cristo. La formación muy
rápida de ese Mar Negro a partir de un desagüe del Mediterráneo, haciendo
crecer así algunos pequeños lagos interiores, habría tal vez originado el mito
del Diluvio, pero sobre todo habría alejado a un gran número de agricultores
neolíticos que se habrían esparcido hacia Asia, por un lado, y hacia Europa,
por otro.
Otra moda estruendosa, para un acontecimiento muy anterior a la época
que aquí considero: la desaparición de los dinosaurios, con el famoso
meteorito; la formación de la Luna por el choque de un planeta que no
quedaría corto ante el tamaño del planeta Marte; y no hablemos, claro está,
del Big Bang, el cual, a su manera, fue o habría sido también un
acontecimiento. Mi incompetencia al respecto me impide decir más en
cuanto a este punto particular.
Dejemos el campo ecológico por datos estrictamente políticos.
Notaremos el carácter imprevisto de ese acontecimiento extraordinario que
fue la caída del comunismo. Mentes serias, como Raymond Aron, no vieron
absolutamente nada. Tomé su obra titulada Les Vingt Dernières Années du
siècle (Los últimos veinte años del siglo): el año 2000, a decir de este hombre
ilustre, estaría destinado a conocer el enfrentamiento de los dos bloques. En
realidad, se necesitaba un intelectual algo pitufo, como el joven Emmanuel
Todd, para prever las cosas de manera más juiciosa en su libro La Chute
finale (La caída final), que fue publicado cuando este autor, hoy en día muy a
la moda, sólo tenía unos veinte años o poco más.
Las malas previsiones, en cuanto a un acontecimiento por venir y que
uno mismo ha provocado, ¿no estarán también en el origen de desarrollos
históricos algo imprevistos? Recordamos las elecciones legislativas de la
primavera de 1997, que fueron la ocasión para la elaboración de dos versos
alejandrinos bastante prosaicos que dieron vuelta a nuestra capital:
Pero no quisiera, cualquiera que sea el respeto que tengo por estos dos
grandes personajes, entrar en la política por la política. No niego la “larga
duración” de mi maestro Braudel, expresión que tal vez tomó en su
momento, cuando estaba preso en Alemania, de un sintagma germánico que
corría a veces bajo la pluma de los prosistas allende el Rin: die lange Dauer.
¿Será necesario entonces, con Edgar Morin, celebrar cierto retorno al
acontecimiento, inmortal Erinia de nuestro pasado, corto o largo?
4
Serge Gruzinski
Acontecimientos
41 Las ideas que aquí se desarrollan retoman en realidad las expuestas por el autor en su obra La
Pensée métisse (El Pensamiento mestizo), París, Fayard, 1999.
No sólo en este fin de siglo esta clase de representación del pasado sigue
llenando los libros de historia, sino que la práctica de las conmemoraciones
se afianza aún más profundamente en los imaginarios planetarios. Genera
una demanda de parte del público, inspira pedidos de los editores, llega a
forzar a los historiadores a producir obras en función de este balizaje
temporal, ritos de celebración y operaciones comerciales que el recuerdo del
acontecimiento no deja de suscitar.
Cuando los españoles llegaron, México estaba poblado por sociedades
que mantenían una relación con el tiempo muy diferente de la nuestra. Para
el pensamiento amerindio, al menos para aquella parte del mismo que
podemos resucitar, un acontecimiento era una cosa totalmente distinta de lo
que es para nosotros. Era incluso todo lo contrario. En lugar de ser único,
singular, irreversible, un acontecimiento era un hecho que se repetía
regularmente a lo largo de los ciclos del calendario. Para los indios la
conquista española ha sido, en primer lugar, una cosa absurda,
incomprensible por lo imprevista e imprevisible. Se convertiría en un
acontecimiento significativo sólo en el momento en que los sabios indígenas
interpretaran la llegada de Cortés como el retorno de Quetzalcoatl, la
reaparición de la Serpiente emplumada.
En el pensamiento amerindio, uno no se remonta el pasado, es al pasado
el que se remonta hasta el presente. El acontecimiento es un hecho
necesariamente recurrente, es el producto de un molde cíclico, es la
expresión de un mecanismo cósmico extraordinariamente complejo que
vuelve a comenzar de cero cada cincuenta y dos años.
Si comparo estas dos interpretaciones que se originan en dos conceptos
opuestos del tiempo, es para recordar que el Tiempo, nuestro tiempo, no es
sino el tiempo occidental, que se volvió planetario a fuerza de conquistas y
colonizaciones y que, nosotros los historiadores, no podemos seguir
ignorando que no se trata sino de una interpretación entre muchas otras
inventadas por las sociedades humanas.
Pero la historia de México nos revela otra cosa que también da mucho
que pensar. Sería equivocado el imaginar que esas concepciones del tiempo
son impermeables, estancas, irreconciliables. Los historiadores indios del
México español nos demuestran que se puede enriquecer el tiempo cristiano
con el tiempo indio y viceversa, y que existen espacios de intercambio y de
comunicación entre el mundo occidental y los mundos extra europeos. Se
pueden mezclar los “tiempos de los mundos”. Las mezclas y las hibridaciones
—tan poco estudiadas y tan desdeñadas hasta hoy— nos señalan cómo salir
del dualismo del “nosotros y los otros”, cómo escapar a las trilladas retóricas
de la “alteridad” y sustituir al relativismo integral una visión más compleja de
las sociedades y de las culturas.
Bifurcaciones
Lo accidental y lo aleatorio
Popper tiene una bella expresión que recuerda Prigogine en Les bis du
Chaos: “[Popper] habla de relojes y de nubes. La física clásica se interesaba
sobre todo por los relojes, en tanto que la física actual se interesa más bien
por las nubes”. El modelo de los relojes y su precisión continúa atormentando
obsesivamente al pensamiento del investigador haciéndole creer que es
posible alcanzar la precisión de este modelo particular y prácticamente
único. Lo que predomina en la naturaleza y en nuestro ambiente es, más
bien, la nube, forma desesperadamente compleja, fluida, cambiante,
fluctuante, en movimiento. Ocurre lo mismo en historia.
A manera de conclusión, insistiré en tres puntos:
—La necesidad de aceptar y asumir los límites históricos, culturales y
geográficos de nuestra visión del tiempo y del pasado. Ya no es suficiente
describir indefinidamente los cambios de los “regímenes de historicidad” en
el seno de nuestra concepción histórica. Quizás haya que tratar de superar el
occidentalocentrismo apartándonos de una visión localista demasiado
estrecha de la historia (los “lugares de la memoria”), sin caer por ello en un
relativismo estéril.
—La conveniencia de analizar de nuevo las relaciones de la historia con
las otras ciencias, en particular volver a examinar, tal vez rompiéndolo, el
cordón umbilical que liga el enfoque histórico a las ciencias del siglo pasado.
—El imperativo de llevar a cabo tal reflexión no sólo en un contexto
francés (de hecho obsoleto) y europeo (desde ya insuficiente), sino
dialogando con historiadores no occidentales y con historias extraeuropeas a
fin de construir un nuevo universal que no se confunda más ni con la
tradición francesa ni con el patrimonio occidental.
5
El método histórico
y las huellas memoriales
François Dosse
Un cambio de paradigma
43De événement, acontecimiento. Práctica de la historia que no hace otra cosa que describir
acontecimientos. (N. de T).
debe ser considerado, el de las huellas de este acontecimiento en la
conciencia colectiva, dando lugar a un acontecimiento suprasignificativo que
ofrece un horizonte a la inflexión interpretativa, reflexiva de la disciplina
histórica hoy en día.
La disociación historia-memoria
François Caron
45 El auto 4CV.
información, tampoco puede analizarse como un puro producto de las
repercusiones de la investigación científica. Ella concretiza una necesidad de
entretenimientos culturales y de comunicación, intensamente percibida por
los ingenieros, y que ilustra la rapidez con la cual se difundieron, por olas
sucesivas, las técnicas de la radio, de la televisión o de Internet.
Si el consumo y la comunicación de masas realizan las más profundas
aspiraciones de las sociedades en las cuales se desarrollaron, también puede
uno interrogarse sobre el papel jugado en este proceso por el imaginario del
ingeniero e invertir la proposición: la difusión de estas tecnologías, ¿no es
acaso la consecuencia de la presión ejercida por el medio tecnocientífico para
convencer a los consumidores de las bondades de estos nuevos productos y
servicios? En semejante perspectiva, la técnica ya no sólo es una construcción
social por intermedio de los trastornos aportados, tanto en los modos de
producción como en los modos de consumo y las prácticas culturales. La
difusión de nuevas tecnologías ya no es interpretada como la realización de
aspiraciones de una sociedad en movimiento, sino como la consecuencia de
una estrategia de oferta agresiva por parte de los actores del cambio técnico
—empresas, Estados o ingenieros. La dinámica del sistema técnico se apoya
también en una excitación de los deseos, constantemente exacerbada por la
permanente renovación de los productos y de los servicios ofrecidos al
apetito sin límites del consumidor. Desde ahí, la sociedad de consumo y de
comunicación de masas se basa en una verdadera “tecnologización de lo
cotidiano”, que sólo constituye una de las facetas de un sistema global, que
hay que definir rápidamente.
Conclusión
Alfred Grosser
46 Año en que Francia, Alemania y Suecia firman el Tratado de Westfalia, poniendo fin a la
Guerra de los Treinta Años (1618-1648). (N de T).
47 Año en que se produjo en Francia una insurrección popular que dio lugar a la fundación de
la Segunda República. Napoleón III fue nombrado Presidente y con él fue restablecido el
poder personal. (N. de T).
48 Partidarios de la Comuna de París. (N. de T).
alemana hace que de la autoacusación permanente resulte eso: “En nuestro
país, esto no puede resultar jamás”.
Entonces, hay concepciones diferentes. Y es ahí donde debemos
comenzar a interrogarnos sobre lo que queremos enseñar en clases a los
jóvenes. ¿Qué se debe decir? ¿Qué no se debe decir? Yo sé lo que no se debe
decir: el Ministerio de los Excombatientes, por ejemplo, publica una revista
mensual en bello papel que se llama Le Chemin de la mémoire. Tomo los
números de noviembre, diciembre de 1946. Diciembre: “Los vietnamitas
atacan...”. Noviembre: nada... El bombardeo francés Haifong no está
mencionado. Eso es lo que se llama una memoria selectiva. En los números
de 1947, usted busca Madagascar, eso no está, etc. Esta memoria ha
prevalecido largamente en la educación. Eso no quiere decir que la memoria
de la denigración sea mejor. Y hemos conocido en los años 1960 la
denigración del colonialismo, como si jamás hubiera habido algo positivo...
Vuelvo a la necesidad de los maestros, sabiendo que siempre les falta
tiempo y deben hacer elecciones. ¿Qué es lo que transmitimos o no
transmitimos durante las pocas horas de clases? ¿Debemos primeramente
ayudar a los alumnos a tomar una distancia crítica con respecto a sus
pertenencias, velar para no romper algunas, reforzar otras? No es normal que
la pertenencia nacional sea enteramente sacrificada, y tampoco es normal
que otras pertenencias sean sacrificadas. ¿Cómo escoger?
Voy a tratar de dar una primera respuesta que es de carácter moral,
utilizando una palabra que lamentablemente no existe en francés, pero que sí
existe en alemán o en inglés. En francés, la palabra “responsabilidad” tiene
doble sentido, puede significar que hay falta o no. Si su niño voltea a un
ciclista, usted tendrá que pagar mucho dinero. Usted es civilmente
responsable, pero no culpable. Ahora bien, nosotros, somos todos
responsables de lo que se ha hecho en nombre de nuestra colectividad de
pertenencia, en el sentido inglés de liability. Durante los años 1940 a 1945,
fui un francés judío, porque fui naturalizado y perseguido, pero no me
encontraron. Soy responsable para con de las víctimas extranjeras, de
horrores que han sido cometidos en nombre de Francia. Luché lo mejor que
pude contra la tortura en Argelia. Como francés, soy responsable de los
sufrimientos que Francia ha ocasionado en Argelia. Creo que ésa es una
noción fundamental que permite explicar a los adolescentes no que ellos son
culpables, sino que pertenecen a colectividades que, en un momento de la
historia, han sido responsables de tal o cual acto de horror.
Es necesario que los maestros lleguen a transmitir todo eso a los alumnos
sin desestabilizarlos. No hay razón alguna para impedir que un joven se
sienta orgulloso de su pertenencia, cualquiera que sea por lo demás. Pero
insisto que la pertenencia no tiene por qué ser prioritaria. Salvo excepciones.
Y creo que esto se debe explicar bien. Tuvo que haber una transmisión de la
memoria obrera, justamente, ya que los obreros eran “sub-tratados”, si puedo
expresarme así y se les podía decir: “Tú no eres francés, en primer lugar tú no
eres más que un obrero”. Hay que recordar la legitimidad de la causa de las
mujeres en el siglo XX, burguesas, obreras, francesas o chinas: “Tú eres
mujer, sometida, perseguida, o, en todo caso, subestimada y subvalorada”.
Polonia tiene derecho a un nacionalismo de exclusividad, al cual Francia o
Inglaterra no tienen derecho, pues Polonia ha sido, en tanto que Polonia,
vejada, aniquilada, etc., lo que Francia e Inglaterra no han sido.
Tales persecuciones globales justifican un fuerte sentimiento de
pertenencia. Pero cuando la persecución termina, ya no hay razón de exhibir
una actitud semejante. Un hombre como Théo Klein, por ejemplo, cuando
habla de Israel, recuerda que la sensibilidad de un pueblo debe ser respetada,
pero no más que la sensibilidad de los otros pueblos. Y paso mi tiempo
explicando en Alemania que Alemania se equivoca al no atreverse a criticar a
Israel, que si el pasado debe dar lecciones, es que se debe respetar el mismo
principio en todo momento, que se debe sostener a los perseguidos, y por
tanto, hoy, a los habitantes de Gaza. Creo que no hay pedagogía sin moral, y
creo que es eso de lo que se debe hacer tomar conciencia a los profesores.
Y luego está también la consideración del pasado humano. ¿Qué
podemos nosotros decir y no decir en un país donde la glorificación de los
muertos hace parte de la profesión histórica? Al día siguiente de la muerte de
Churchill, la BBC transmitió un debate crítico sobre lo que él había hecho.
San Charles de Gaulle reina en Francia y san Georges Clémenceau reina en la
historia de la guerra de 1914. No pienso que en una transmisión normal se
calcule: cuántos muertos y cuánto debilitamiento para Francia y para Europa
ha costado el encarnizamiento de 1914-1918, que tal vez se habría debido
evitar. El debate sería sin duda útil a la reflexión...
Creo que afirmar una especificidad francesa por el poder asimilador de la
educación, no es la misma cosa que decir: “Aceptamos sin crítica la memoria
transmitida”. Pues, la asimilación, la integración, no se logra salvo si está
acompañada de una distancia crítica, sino el resultado es el adoctrinamiento
y la pérdida de una conciencia individual. La enseñanza de la historia debe
permitir a los alumnos, a partir de sus conocimientos, vivir en su tiempo, a la
vez vinculados a un grupo y guardando una distancia respecto a esta
pertenencia.
8
Dominique Borne
Apuntes previos
Pistas de reflexión
1. Naciones e Imperio
49Referencia a un libro de historia usado en las escuelas francesas a finales del siglo pasado y
principio de éste, Le tour de France de deux enfants (1877). (N. de T.).
imperios continentales (el Reich de Guillermo II, el Imperio Austro-
Húngaro, el Imperio de los zares, pero también el Imperio Otomano), sobre
sus ruinas intentan edificarse otros imperios, prisiones de los pueblos, mucho
más temibles. Hasta Inglaterra y Francia, que no tienen sueños continentales
de expansión, se construyen, allende los mares, imperios coloniales de
substitución. La victoria de 1945 es ante todo victoria de naciones, pero un
imperio subsiste, frente al cual Europa se une. ¿Será casualidad si el fin de las
construcciones nacionales en Europa coincide con el desmembramiento del
último gran imperio?
2. El orden europeo
3. La urbanidad
5. Europa: un centro
Enseñar
Edgar Morin
1
La cultura adolescente de la calle
en las grandes urbanizaciones
periféricas
por David Lepoutre
2
Conductas adictivas
y espejismos adolescentes
por Simon-Daniel Kipman
3
Cibercultur e info-ética
por Philippe Quéau
4
Iniciación jurídica de los colegiales
por Norbert Rouland
Introducción
Edgar Morin
* Verlan: inversión de () l’envers, jerga que consiste en invertir sílabas (N. de T).
* tchatcheur: persona con mucha labia (N de T).
Es la violencia, justamente, la que caracteriza al segundo conjunto de
prácticas de los grupos de adolescentes, las que son las más desprestigiadas y
las más estigmatizadas, y que se puede reagrupar bajo el término de
“intercambios agonísticos”, expresión que designa todas las formas de
combates físicos, tanto conflictivos como lúdicos o deportivos. Hacer la
etnología de la violencia adolescente supone romper a la vez con las ideas
comunes, las del discurso mediático e incluso las de la sociología clásica de la
delincuencia. Se debe recordar, en efecto, que la calificación de un hecho de
“violento” procede de un juicio y no de una constatación. Dicho de otro
modo, lo que es violento para un grupo, una sociedad, no necesariamente lo
parecerá para otras. Por lo demás, no existe ninguna sociedad sin violencia,
simbólica o inclusive física. Tanto que la violencia aparece siempre,
paradójicamente, como transgresora de un orden moral y social, y a la vez
como fundadora de ese orden.
Es con este ánimo que se puede, al parecer, aprehender mejor las conductas
adolescentes violentas. La etnología se dedica aquí a buscar no las causas, sino
el sentido que los actores dan a sus prácticas. Analizando las diferentes
formas de confrontaciones, se observa que son mucho menos desordenadas y
“salvajes” (“El retorno de los niños lobo”, titulaba el diario Marianne
últimamente) de lo que parecen, y que se establecen incluso según unas
modalidades bien definidas, en lugares escogidos y significativos, así como
ponen en juego roles sociales precisos, tales como el de “entrenador”, de
“separador”, o de “espectador”. Lo que los psicólogos llaman el “paso al acto”
se inscribe en una lógica que no es pues sólo individual, sino también y sobre
todo social y colectiva, al igual que en un sistema de valores muy
constrictivo, que impone casi obligatoriamente a los niños esta experiencia
iniciática del duelo o de la pelea.
Igualmente, se debe volver a situar estos enfrentamientos en el marco del
sistema de venganza. Mientras que en las sociedades modernas toda forma de
venganza es proscrita, siendo la justicia de Estado la encargada de zanjar los
conflictos entre las personas y de establecer, en caso de necesidad, las penas
para sancionar los atentados contra terceros, en la cultura adolescente la
venganza es fuertemente valorada y hasta en parte constitutiva de la
identidad colectiva, pues instituye comunidades de defensa sólidamente
unidas, con un fuerte sentimiento de solidaridad. En la escala de la gran
aglomeración, la venganza da así al grupo una base territorial, lo que
concurre igualmente a hacer significativo el espacio de la cité. Se
comprenderá fácilmente las dificultades que encuentran las instituciones de
socialización, en particular la escuela, para inculcar normas de
comportamiento pacífico a adolescentes que no son en absoluto,
contrariamente a lo que se dice a menudo, carentes de referentes, sino que, al
contrario, disponen de referentes muy fuertes, aunque opuestos a los de la
sociedad global.
En suma, encontramos en los adolescentes los dos rasgos de cultura
principales que se reconoce corrientemente en las sociedades de honor, a
saber una valoración notable de la elocuencia, que se expresa especialmente a
través de los torneos verbales ritualizados, y una institucionalización de la
venganza, que es sancionada por enfrentamientos físicos violentos de una
gran frecuencia, lo que traduce acertadamente esta réplica célebre de Cyrano
de Bergerac, personaje teatral inspirado en la sociedad aristocrática del siglo
XVII francés: “Por un sí o por un no, batirse o hacer un verso...”.
En el contexto de la juventud de las periferias, el honor aparece así como la
tela de fondo de los comportamientos, ya que éstos se determinan en gran
parte por la construcción y la defensa de la reputación. Esta última se funda,
en su versión masculina, en la puesta en escena del cuerpo (la mímica, el
look, el alardeo...) y en todo tipo de conductas ejemplares, entre las cuales
están las que fueron evocadas precedentemente en materia de lenguaje y de
pelea. En cuanto a las niñas, en conformidad con la ideología mediterránea
del honor, es la pureza sexual la que para ellas hace el papel de criterio
esencial; dicho de otra manera, a esta edad, el pudor y la decencia
vestimentaria, la modestia de comportamiento con los muchachos, y sobre
todo la aptitud a hacerse respetar por ellos, particularmente por el dominio
de los chismes.
Igualmente encontramos el honor en las relaciones sociales. Por una parte,
las peleas y los ciclos de venganza pueden ser interpretados como querellas
de honor, constituyendo éste una especie de capital, cuya gestión implica un
juego de desafíos y contra-desafíos permanentes. Por otra parte, ciertas
prácticas originales de la cultura de las calles, entre las cuales se debe contar
no solamente los torneos oratorios, sino incluso las creaciones artísticas de la
música rap, de la breakdanse [sici y del muralismo, están estructuradas como
justas rituales de honor, con adversarios, espectadores, perdedores y
ganadores.
Al fin de cuentas, vemos claramente que las prácticas y el universo de
representaciones que hemos evocado forman un sistema cultural coherente y
organizado. Esta cultura de las calles es a la vez una cultura de grupo local —
los adolescentes de la cité—, una cultura de grupo social —el de todos los
jóvenes que comparten poco o nada un mismo universo de vida— y una
cultura de grupo etáreo, puesto que sólo concierne directamente a la
categoría de los preadolescentes y de los adolescentes. Sin embargo, no
habría que considerarla como un sistema cerrado sobre sí mismo, puesto que
los adolescentes están en contacto permanente y múltiple con el resto de la
sociedad. Es justamente la dinámica cultural lo que nos interesa. Ella explica,
sin duda, que la cultura de las calles esté cada vez más presente en la sociedad
francesa, por el hecho de una cierta difusión reciente, en los medios de
comunicación masiva especialmente. Constituye, asimismo, un desafío de
envergadura para las instituciones de socialización como la escuela, que
encuentran hoy en día tantos problemas con los jóvenes de esos barrios.
2
Conductas adictivas
y espejismos adolescentes
Simon-Daniel Kipman
Nadie duda de la importancia del problema de las drogas entre los
adolescentes. Pero, ya sea que uno se sitúe en un punto de vista social,
económico, cultural o médico, no se puede olvidar que este problema
creciente se encuentra atrapado en una red de otros comportamientos
adolescentes más o menos bien tolerados. Por esta razón, después de una
breve aclaración, quisiera dar algunas indicaciones sobre la manera de
comportarse, iba a decir “qué actitud adoptar”, frente al conjunto de estas
nuevas y delicadas situaciones.
En este ámbito, como en otros, transmitir y enseñar lo que sabemos es
indispensable, porque esta transferencia de informaciones es una pieza clave
de la prevención. Y nos percatamos de hasta qué punto los adolescentes son
presa fácil, un blanco de “marketing” tentador, para los mercaderes de la
muerte.
En cuanto a las drogas, se conoce cada vez mejor sus efectos, sus mecanismos
de acción, de carencia. Se conoce la dificultad, la duración, el riesgo de
recaída de todos los tratamientos existentes. Pero de nada sirve reflexionar
solamente de este modo, droga por droga, con el riesgo de permitir a los
jóvenes “curarse” de una en provecho de otra de menor o peor toxicidad.
También es necesario interrogarse sobre la existencia de un punto común a
todas estas formas de dependencia. Dicho de otra manera, ¿existe o no un
mecanismo común a todas las dependencias, sea cual sea la droga
incriminada, una predisposición a la dependencia, física o síquica? El centro
de interés se desplaza entonces de la intoxicación crónica por una o más
drogas hacia la dependencia (como efecto y síntoma) y, por lo tanto, hacia las
conductas adictivas. La adicción, conducta repetitiva de dependencia casi
bulímica y de búsqueda de satisfacción o de alivio, puede abarcar todo:
drogas lícitas o ilícitas (incluso rituales que acompañan el consumo de esas
drogas), o bien personas (y es entonces una dependencia del grupo o del
líder), o el trabajo (workalcoholics) [sic], etc.
Aparentemente existe una cruel inadecuación entre este concepto de
“conducta adictiva”, con su séquito de repeticiones, y la adolescencia,
momento en el que, al contrario, se trata de novedad permanente y de
descubrimiento de sí. La adolescencia es un (largo) período de la vida en el
que la curiosidad y la sed de descubrimiento prevalece por encima de todo el
resto. ¡Sí, pero! Sí, pero esta sed, utilizo a propósito esta imagen de adicción,
es en sí misma angustiosa por su potencia y su fuerza motora mal
controladas. El adolescente va a tener que intentar precaverse contra esta
angustia ineluctable que se suma o se superpone a las que se vinculan con el
renacimiento del complejo de Edipo. Si la búsqueda de la novedad y lo
desconocido de esta novedad lo angustia, el mejor medio de esquivar este
malestar, lo más tentador, es emprender los senderos trillados y conocidos
del conformismo.
Esto se traduce en el juramento de fidelidad, la dependencia, del grupo de
pares, descrito desde hace tiempo por medio de las pandillas, modas, estilos,
etc. En el seno mismo de este grupo, encontramos a menudo un jefe, un líder
de más edad que permite, por intermedio suyo, una identificación “cercana”
al adulto, al padre que, de esta manera, se vuelve menos distante, más común
—adulto y padre al que uno se opone con fuerza en este período—. Pero este
“replanteamiento” aparente, a veces violento en las palabras o en los actos, no
es oposición auténtica ni rechazo verdadero. Y si los adultos lo toleran tan
mal, es porque no logran —por bloqueo o falta de información— reconocer
los mecanismos inconscientes que operan en el adolescente. Es ante todo
porque el adolescente está acorralado entre conformismo defensivo y
entusiasmo sin reserva que se convierte en un buen cliente para todo lo que
puede, artificialmente, hacerlo escapar de la realidad: espectáculos
fantásticos, novelas y películas de aventuras, interpretaciones, pero también
tabaco, alcohol, drogas; podemos añadir el consumo creciente de
medicamentos sicotrópicos.
La distancia que existe entre el comportamiento del adolescente, el mensaje
que envía y la manera en que es escuchado causa muchos malentendidos,
incomprensión, conflictos, errores sociales, pedagógicos y terapéuticos.
Desde esos tres puntos de vista al menos, no se puede dejar de constatar que
los adolescentes, objetos si no de todos nuestros cuidados, al menos de
muchas de nuestras preocupaciones, no se encuentran favorecidos. Si bien es
cierto que los adolescentes se hacen ideas sobre el mundo y sobre sí mismos,
en una mezcla sorprendente y detonante de entusiasmo y de depreciación
(inclusive de autodepreciación), no es menos cierto que son para los adultos
una fuente de espejismos. Cautivadores, por sus características mismas, por
las potencialidades que se les atribuye y de las que se presiente la inminencia,
ellos polarizan la atención, pero la vista es falseada por este calor afectivo.
Podemos tomar varios ejemplos de esta miopía adulta, particularmente el de
la droga y el de la violencia.
Los adolescentes se drogan. Es decir que prueban las novedades tanto más
tentadoras cuanto son hipócritamente prohibidas (como los juegos “del
despertar sexual de los niños” o las salidas de noche); hipócritamente, ya que
¿quién no ha conocido las delicias de escaparse de la escuela, de la salida
secreta, del cigarrillo fumado a escondidas? ¡Eso les da gusto! Por supuesto,
esto no es un alegato discreto por liberalización, sino una invitación a la
claridad, a la honestidad, incluso a una cierta rigidez en los principios. Pero
hay que cuidarse de análisis demasiado rápidos. Se dirá que “es una forma de
oposición o una tentativa para salir de una situación social deprimente y de
una incertidumbre interior. Incluso “descuidados por los padres, lo que ellos
buscan es una forma de dependencia tranquilizadora”. Excepto que ellos se
drogan, en realidad, más a menudo para someterse a las leyes no escritas de
cohesión del pequeño grupo al que pertenecen o quisieran pertenecer. Al
principio, fuman menos por identificación (con un maestro, un padre o un
contramodelo: Johnny Hallyday o Kurt Cobain) que por imitar a los demás (y
tal vez sentirse como ellos). El espejismo adulto consiste, sin duda, en “hacer
una escena” demasiado temprano, demasiado rápido, luego en tolerar el
consumo por demasiado tiempo. El malentendido se funda en las diferencias
de ritmo interior, y en la relativa falta de disponibilidad que demostramos en
relación con los demás, en relación con el ritmo de los demás. Si el
inconsciente no conoce ni el tiempo ni la duración, la noción de repetición
introduce en su funcionamiento un ritmo interior, un reloj intrapsíquico
análogo al reloj biológico.
La violencia está “de moda ‘ si puedo permitirme la expresión. Claro está, la
violencia aumenta, tiene expresiones sorprendentes e insoportables
(“Dense cuenta: ¡se la toman con los autos!”). La criminalidad fluctúa sin que
se sepa si se debe a la intolerancia, a la ineficiencia de la policía o a una
pauperización en plena inflación. Sin embargo, esta violencia adolescente
tiene varias raíces, varias fuentes:
— Una de ellas está relacionada con la explosión física que hace que el
adolescente, en plena mutación, en pleno crecimiento, no conozca, y por lo
tanto no pueda controlar, su fuerza, sus impulsos, sus fogosidades y sus
cóleras.
— Otra está relacionada con el hecho de que los grupos (todos los grupos)
están cimentados por una cierta violencia: violencia sorda del orden,
violencia explosiva de la rebelión. A menudo se acepta mejor, más
fácilmente, “contra” que “por”. Como sindicalista que soy, además, sé algunas
de estas cosas...
La violencia está por doquier, y es eterna. Pero existe la violencia convenida
o tolerada: las competencias, las peleas de los westerns o a la salida de los
bailes, y la que no soportamos. Podemos preguntarnos si al menos una parte
de las violencias adolescentes no es “intolerada” por los adultos a causa de un
conflicto cultural entre una violencia socializada en el interior de un grupo
de jóvenes (o de barrio) y la sociedad exterior mucho más codificada. Sea
como sea, los adultos se sienten el blanco de violencias que, si bien los
maltratan, no están dirigidas contra ellos. A menudo se trata menos de
reivindicación que de afirmación de sí mismo. En el fondo, los adultos no
ocupan en el espíritu de los adolescentes el lugar que les gustaría.
Este discurso tan general puede interesar a los educadores e influenciar los
métodos pedagógicos, incluso el contenido mismo de los programas para los
adolescentes.
Si el adulto quiere adoptar un comportamiento, una actitud de equivalente,
incluso de sustituto paterno, en un momento en el que se denuncia, sin saber
mucho, las carencias familiares, se pone al mismo tiempo en mal lugar: todos
los psicoterapeutas de adolescentes han aprendido, a menudo a su costa, que
es totalmente inútil, e incluso peligroso, concordar con la opinión de los
adolescentes que critican abiertamente a sus padres puesto que éstos
conservan, más allá de esas apariencias y discursos convencionales, todo su
lugar, toda su importancia. A la inversa, si el adulto se pretende el
“compañero”, el que siempre está de acuerdo, se vuelve rápidamente
insuficiente, pues no encarna ya ningún conocimiento y ninguna ley.
Entre el espejismo paterno y el espejismo fraterno, sólo queda un buen lugar
que puede ocupar el educador, el de un tercero aceptado y reconocido por el
grupo. Es, por supuesto, un lugar vago, fluctuante y difícil de mantener ya
que está “tensionado” entre la exigencia individual, afectiva, y los criterios
colectivos, grupales. El tercero educador tiene características particulares: es,
en efecto, el que “se supone que sabe”. Atrae, polariza, imanta de las
curiosidades de los jóvenes. ¿Hay que recordar, acaso acá, que el pensamiento
se constituye a partir de una actividad de relacionamiento entre elementos
(informaciones) bajo la influencia de tres órdenes de fuerza: el amor (lazo A),
el odio (lazo B) y el lazo del conocimiento, —que yo prefiero denominar de
curiosidad (lazo C)? Durante los períodos
Ide descubrimiento y de apertura al mundo, de cambio, el lazo C cobra una
importancia particular. Pero si bien el adolescente es curioso de todo a pesar
de sus reservas y reticencias (defensas contra un desconocido angustioso)
todavía hay que navegar entre el deseo de conocer y el miedo de saber y de
ser decepcionado. Por esta razón, no conviene caer en la trampa que consiste
en querer enseñar a quien tiene necesidad de descubrir, mostra a quien
quisiera revelar, demostrar a quien le gustaría ser sorprendido. Para superar
los espejismos seductores y repulsivos provocados por los adolescentes sin
ellos saberlo, las formas pedagógicas sólo pueden apoyarse en este papel de
tercero, con relación a la adicción del grupo.
3
Cibercultura e infoética
Philippe Quéau
¿Qué es la “cultura”? Es lo que puede dar a cada persona razones para vivir y
tener esperanzas. Es lo que puede dar los medios para actuar con el fin de
acrecentar la belleza y la sabiduría del mundo. Una cultura autística, cerrada,
sería un contrasentido evidente porque la cultura es como la naturaleza: vive
de respiraciones, de flujos, de alientos, de fecundaciones y de mestizajes. He
ahí por qué la cultura viviente de hoy está fuertemente afectada por la
mundialización a marcha forzada que domina la actualidad. La
mundialización es esencialmente económica y tecnológica por ahora. La
mundialización política, cultural y social, lo que se podría llamar la
“mundialización de los espíritus”, progresa menos rápido que la del mercado
o de las redes. “En la historia humana, el espíritu siempre está atrasado con
relación a la materia y al acontecimiento”, decía Jacques Maritain el 6 de
noviembre de 1947, en la segunda sesión de la Conferencia general de la
UNESCO. Con la aceleración de las transformaciones en curso, el espíritu
humano jamás habrá estado tan “atrasado” como hoy en día.
La mundialización económica y financiera, la globalización de las
tecnologías, la planetarización de las cuestiones ambientales deberían ir
acompañadas de una conciencia moral y política a la altura de lo que está en
juego. La humanidad lo necesita para amortiguar el gran choque de
civilización, al cual todos los países del planeta se ven confrontados ahora,
directa o indirectamente. Sin embargo, es precisamente en el momento en
que necesitaríamos marcos filosóficos y éticos capaces de ayudarnos a pensar
la mundialización cuando asistimos al fracaso de las ideologías. Es en el
momento en que deberíamos preparar la emergencia de una forma de
gouvernance* mundial” cuando interviene cierto distanciamiento de los
Estados en relación con las acciones multilaterales, como lo demuestra la
disminución de la ayuda pública internacional para el desarrollo.
Necesitamos una cultura capaz de ayudamos a pensar lo global con lo local,
es decir, una cultura “glocal”. La cibercultura, que acompaña la emergencia
de la “sociedad mundial de la información”, posee ciertos atributos de una
cultura “glocal”, de la cual la “cultura Internet” es una prefiguración.
La cibercultura dispone de modelos mentales e instrumentales capaces de
ayudarnos a aprehender mejor de las nuevas formas de complejidad. Así, la
simulación numérica, la realidad virtual, permiten crear “experiencias de
pensamiento”. Se pueden elaborar universos conceptuales, modelos abstrac
muy trabajados, y sacar provecho de la potencia algorítmica disponible, no
necesariamente para resolver los problemas, sino al menos para un mejor
entendimiento de la naturaleza y de los límites de nuestros propios esquemas
intelectuales. Por otra parte, la cibercultura se basa en gran parte en el
sentimiento de pertenencia a la comunidad mundial de los inter nautas. La
expresión “cibercultura” encierra el prefijo “cíber”, que simboliza hoy en el
mundo entero la revolución de las nuevas tecnologías de la informació y de
la comunicación (NTIC). Las palabras “goubernalle”, “gobernar o “to govern”
comparten la misma etimología: provienen del griego dfler. Esta proximidad
etimológica da qué pensar. La cibercultura no sólo es una cultura del
ciberespacio y de la navegación entre los inmensos recursos en información,
es una cultura de gobierno global. La esencia de la cibercultura está
relacionada con la aprehensión de lo global, de lo mun dial de lo planetario y,
infine, de lo universal. Otras culturas y otras civili zacione también tuvieron
ese tropismo universalista. Pero lo que es nue yo es que la cibercultura usa
medios de nuestro tiempo para actuar sobre los problemas de nuestra época.
En una palabra, la verdadera apuesta de la cibercultura es civilizar la
mundialización y la globalización. Se trata de construir hoy las utopías del
mañana.
La revolución de las técnicas de la información y de la comunicación ha sido
tan rápida y tan profunda que afecta ahora a la organización de nuestras
sociedades, y eso a escala mundial. Es el modelo mismo de la sociedad
industrial el que se ve cuestionado, con toda una retahíla de consecuencias
sobre las sociedades en transición y en desarrollo. La “sociedad mundial de la
información” se encuentra en realidad en el origen de una revolución
cuádruple: cultural, social, económica, política.
2
Lo racional y lo razonable
por Jean Ladrière
3
La cientificidad
por Dominique Lecourt
4
Transdisciplinariedad y educación
por Georges Lerbert
5
Plan de urgencia para enseñar la teoría del lenguaje
por Henri Meschonnic
6
Complejidad y sistema
por Jean-Louis Le Moigne
7
La complejidad
por Jacques Ardoino
8
Los desafíos de la complejidad
por Edgar Morin
Introducción
Edgar Morin
Esta es la última jornada: para los ausentes, recordaré que durante las
primeras jornadas, cuyos temas fueron la vida, el mundo, la Tierra, la
humanidad, hemos querido situar los problemas científicos dentro de los
marcos mentales que son a la vez los de nuestra antigua cultura y los de la
complejidad. Estos marcos mentales permiten tres círculos concéntricos de
comprensión de la situación humana en el mundo.
En lo que concierne al mundo y a la Tierra, existe una cosmología que,
basada en disciplinas muy variadas, nos aporta su enseñanza.
En lo que concierne a la humanidad en sí misma, era importante mostrar, a
través de la hominización, proceso que se desarrolla durante varios millones
de años, cómo el ser humano a la vez que sigue siendo un ser biológico, ha
inventado la cultura, el lenguaje; la hominización nos introduce a la realidad
compleja de lo humano, que nos inserta dentro del mundo natural y al
mismo tiempo nos separa de él.
Así, todo es historizado y nos hace participar de una “historia-epopeya”: el
universo tiene una historia a partir de este momento hipotético e indecible,
el Big Bang, como lo ha explicado Michel Cassé; epopeya que se transforma
en epopeya de la Tierra, de la biosfera, de la vida, de la evolución (al final de
la era secundaria, la desaparición de numerosas especies, entre las cuales la de
los dinosaurios brinda una oportunidad a las de los mamíferos, de los que
provenimos); asimismo, en lo que concierne a la historia humana, no existe
ninguna continuidad progresiva ya que ésta atestigua destrucciones masivas,
como las de todos los imperios de la Antigüedad, de América india y,
finalmente, de Eurasia.
Así, pudimos ver en estas jornadas temáticas lo que la cultura científica
puede aportar a la cultura de las humanidades. Y las sesiones siguientes,
dedicadas a la literatura, al arte y al cine, tenían como finalidad no considerar
estos objetos como lujos estéticos sino como escuelas de vida.
En otra jornada, hemos subrayado la importancia capital de la historia, que se
ha vuelto una ciencia pluridisciplinaria ya que abarca numerosos registros,
sin olvidar de mostrar las múltiples catástrofes, las bifurcaciones y los
acontecimientos accidentales, como el de la destrucción del México que nos
ha presentado Serge Gruzinski. La historia nacional (francesa, en nuestro
caso) ha sido también examinada, con el debido cuidado de insertarla dentro
de la historia europea y planetaria; en efecto, Europa ha creado el planeta y
hoy, este planeta se ha emancipado de Europa para seguir su curso incierto.
Hemos llegado a una última jornada, crucial en mi opinión, porque a partir
del momento en que tomamos conciencia de que todo conocimiento es a la
vez una traducción a partir de los estímulos que recibimos del mundo
exterior y una reconstrucción mental, primero bajo una forma perceptiva,
luego a través de las palabras, ideas y teorías, es obvio que no se puede más
partir de la idea de un conocimiento, incluso científico, que sea el reflejo de
la realidad; de ahí la necesidad de considerar los instrumentos que utilizamos
para aprehender esta realidad; de ahí la necesidad de considerar la
racionalidad como método, de detectar la racionalización, aunque parezca
emanar de estructuras lógicas idénticas a las de la racionalidad (la
racionalización encierra dentro de un esquema de ideas coherente una
realidad que lo sobrepasa por todas partes y constituye la otra forma de
delirio que se opone al de la incoherencia). Esta jornada, pues, será dedicada
a la racionalidad, pero también a la cientificidad. Este último problema dista
mucho de ser simple: ha sido meditado y aclarado por numerosos
epistemólogos desde Bachelard y Popper. Jean Ladrire y Dominique Lecourt
aquí presentes aportarán sus miradas sobre estos dos temas.
Deseo recordar que estas jornadas temáticas no tienen la finalidad de
establecer programas, sino estimular la reflexión, porque la reflexión es lo
que más escasea. Se podría poner de relieve “núcleos cognitivos” con el fin de
evitar el amontonamiento y la acumulación de los conocimientos.
Cuando nos limitamos a considerar las disciplinas compartimentadas -al
vocabulario, al lenguaje propios de cada disciplina tenemos la impresión de
estar frente a un rompecabezas del que no logramos unir las piezas unas con
otras para ver aparecer una figura. Al contrario, a partir del momento en que
tenemos algunos instrumentos conceptuales que permiten reorganizar los
conocimientos —como en el caso de las ciencias de la Tierra, que permiten
concebirla como un sistema complejo y que permiten utilizar una causalidad
hecha de interacciones y retroacciones incesantes—, tenemos la posibilidad
de empezar a descubrir la cara de un conocimiento global, pero cuya
finalidad no es llegar a una homogeneidad en el sentido holista que sacrifica
la visión de las cosas particulares y concretas en una suerte de neblina
generalizada. Es verdaderamente la relación, el vaivén incesante del
conocimiento de las partes al del todo, del todo al de las partes, según la
perspectiva de la cita de Pascal, que me seduce en forma muy particular:
“Siendo todas las cosas causadas y causantes, asistidas y asistentes, mediatas e
inmediatas, e interrelacionándose todas mediante un nexo natural e
insensible que une las más alejadas y las más diferentes, considero imposible
conocer las partes sin conocer el todo, así como conocer el todo sin conocer
particularmente las partes”.
Finalmente, y muy especialmente en el transcurso de esta última jornada,
deberían ser planteados los problemas epistémicos que conciernen al
conocimiento. Estos problemas no son formulados ni en los liceos ni en la
Universidad, ya sea para los estudiantes de ciencias, de literatura o de
historia, reforma debe haber en este campo, debe apuntar a la Universidad;
en realidad no he considerado nunca que la Secundaria fuera un universo
cerrado que sería el único merecedor de una revisión de sus maneras de
presentar los saberes. Pienso, como lo he indicado en el número de Le
Monde de l’éducation dedicado a la Universidad, que una décima parte de las
clases debería tratar de los problemas epistémicos, empezando por el de los
conceptos y operadores transversales.
1
Conceptos y operadores transversales
Joéi de Rosnay
¿Qué saberes enseñar en secundaria? ¿Cómo, sobre todo, establecer lazos
entre los diferentes conocimientos? Voy a tratar de responder a estas
preguntas pensando en los alumnos y en sus profesores tanto como en
aquéllos y aquéllas que están encargados de concebir la educación
secundaria. Me interesaré particularmente en la relación entre el enfoque
analítico de los saberes y su enfoque sistémico.
Tradicionalmente, las investigaciones estudian las causas originales por
medio del método analítico: el microscopio y el telescopio son herramientas
que permiten disecar la complejidad para reducirla a algunos elementos
simples... Pero se ha descubierto en el curso de los últimos años, después de
haber evaluado mejor las relaciones entre las disciplinas, que un
procedimiento llamado “sistémico” permite organizar los conocimientos de
una manera diferente y comprender ya no solamente por el análisis, sino
también por la síntesis. La computadora puede ayudarnos en ello. Ya no se
trata únicamente del microscopio y del telescopio, sino del macroscopio. Este
permite dar cuenta de la dinámica, de las evoluciones, ayudándose de
simulaciones. Gracias a las computadoras, estamos en posesión, hoy en día,
de medios para comprender mejor la complejidad y actuar mejor sobre ella.
El enfoque analítico ha conducido a la dispersión de los conocimientos, a una
desagregación de los saberes. Se los debe reconstruir a fin de enseñarlos
mejor.
El enfoque analítico y el enfoque sistémico son complementarios. Uno se
focaliza en los elementos, mientras que el otro se interesa sobre todo en las
interacciones entre éstos. El enfoque analítico considera la naturaleza de las
interacciones, mientras que el enfoque sistémico toma igualmente en cuenta
sus efectos. La precisión de los detalles prima en el enfoque analítico, la
percepción global en la visión sistémica. El primero es independiente de la
duración, mientras que el segundo la integra. El primero modifica una
variable a la vez, mientras que el enfoque sistémico modifica grupos de
variables simultáneamente, por la simulación que se puede hacer en
computadora o simplemente gracias a estudios de caso o a juegos de roles. En
el enfoque analítico los hechos son validados por pruebas experimentales en
el marco de una teoría; en el enfoque sistémico lo son por comparación del
funcionamiento del modelo con la realidad. Esto nos conduce en un caso a
una acción programada en el tiempo, mientras que en el otro la acción es
generalmente organizada por objetivos.
El enfoque analítico conduce a la reducción de los saberes en un cierto
número de disciplinas separadas, aisladas unas de otras —es un enfoque por
naturaleza enciclopédico—, mientras que el procedimiento sistémico se
concentra en las interacciones entre los parámetros, entre los fenómenos.
Este considera sus dinámicas de evolución y sus relaciones en el tiempo.
Existe pues una complementariedad entre los dos: el enfoque analítico
permite extraer hechos de la naturaleza, y el enfoque sistémico favorece su
registro en un marco de referencia más amplio permitiendo el ejercicio de la
razón, de la lógica.
Para relacionar los conocimientos es necesario prestar atención a cierto
número de características comunes a sistemas complejos, diferentes unos de
otros. Voy a enumerar algunas de esas características. Les remito, para los
aspectos más teóricos, a mis libros Le Macroscope y L’Homme symbiotique.
Primer punto: esos sistemas complejos están abiertos hacia su entorno, es
decir, atravesados por flujos de materiales, de informaciones y de energías, en
interacción con el ecosistema en el cual se encuentran. Así ocurre con una
célula viviente, con un sistema urbano o incluso con un sistema económico.
Segundo punto: la característica de esos sistemas es la variedad de los
elementos que los constituyen y que están en interacción permanente. Esos
elementos pueden ser moléculas, hormigas, abejas. Incluso personas, en el
marco de un mercado.
Tercer aspecto: los niveles jerárquicos de complejidad, es decir, la
organización, de la que Edgar Morin habla a menudo.
Cuarto punto: la presencia de redes de comunicación es igualmente una
constante. Esos agentes se comunican unos con otros mediante redes de
intercambio de informaciones, de la red telefónica al sistema nervioso. En el
nivel de las moléculas, puede tratarse de fotones, de iones, etc.
Quinto punto: la interdependencia de esos elementos. El enfoque analítico,
aislando cada uno de ellos, descuida las propiedades llamadas “emergentes”,
que resultan de su interacción en el tiempo.
La sexta característica de los sistemas complejos es conocida: son los
“circuitos de regulación” que permiten devolver un información de la salida
de un sistema hacia su entrada, de dos maneras. Esta información es devuelta,
o bien de manera covariante: varía como la causa, de ahí un sistema de
amplificación, de efecto “bola de nieve”, conduciendo por circuitos de feed-
back positivos a un crecimiento casi exponencial de un factor dado (por
ejemplo, las células tumorales o las acciones en el mercado, cuyos beneficios
son reinvertidos permanentemente en cierto número de sociedades). O bien
esta información es devuelta de la salida hacia la entrada de manera
contravariante, es decir, en sentido inverso de la causa. Entonces, se
manifiestan sistemas de regulación negativa tales como en el mantenimiento
de un rumbo, de una temperatura o de una dirección...
Séptimo punto: los comportamientos de los sistemas complejos, en el tiempo,
no son ni lineales ni extrapolables. Presentan a veces aceleraciones brutales,
períodos de estabilización, así como períodos de inhibición donde los
sistemas se anulan unos a otros a partir de la complejidad de sus intercambios
y de sus interacciones.
La evolución de un sistema en el tiempo no es una sucesión de transiciones
entre elementos estáticos sino alcances de niveles sucesivos de complejidad o
al contrario de desorganización.
Hasta el momento, las acciones realizadas permanecían causalistas: se actuaba
sobre un parámetro y se medía los resultados. En sistémica moderna, se actúa
a partir de varios parámetros a la vez. La acción es combinatoria. Se actúa
sobre el factor A, luego sobre el B y, después de cierto tiempo, sobre el C y el
D. Los resultados son incomparables con los obtenidos por la aplicación
“sistemática” de cierto número de acciones cuyos parámetros no están
relacionados unos con otros. Nuestra enseñanza debe ofrecer marcos de
referencia analítica, pero también desembocar en una relación con la acción,
fundamental en sistémica.
He aquí algunos ejemplos de sistemas complejos que los alumnos podrían
estudiar en el mundo de la biología, de la economía o de la ecología.
Un ecosistema es la relación entre cuatro elementos fundamentales: el aire, la
vida, la tierra y el agua. La vida necesita aire y agua. El reciclaje por los
sedimentos de cierto número de sales minerales permite a la biosfera actuar
como una especie de “bomba” que presenta dos funciones esenciales: por una
parte, transformar dióxido de carbono mineral en azúcares, mediante la
fotosíntesis; por otra parte, transformar el nitrógeno en iones de amonio
mediante la fijación de éste, lo que puede servir para fabricar proteínas. Es
interesante constatar que todos esos ámbitos están en interdependencia y que
están también regulados en el tiempo unos con respecto de otros.
Concentrémonos un instante en la vida y planteemos la pregunta a los
alumnos: ¿por qué la sangre es roja y las hojas verdes? ¡Un método fecundo
para relacionar los conocimientos! Inmediatamente citarán la hemoglobina
para la sangre y la clorofila para las hojas. Pero generalmente no saben que
los dos pigmentos presentes en una y en otras son moléculas muy próximas
que se llaman “porfirinas”, las cuales conducen a una pigmentación roja y
verde. Podemos entonces interrogarnos sobre la manera en que el flujo de
energía circula en la biosfera a partir del Sol para producir la energía que los
seres vivos utilizan para desplazarse, buscar alimentación o reproducirse. De
ahí un esquema rara vez enseñado en clases: la energía solar, en forma de
fotones, es tratada por “productores” (las plantas verdes, por ejemplo) que, a
partir del agua y de los fotones solares, fabrican gas carbónico y azúcares, y,
al mismo tiempo, liberan oxígeno. Los azúcares son enseguida utilizados
como carburante (y el oxígeno como comburente) por los seres vivos, gracias
al mecanismo de la respiración. Se trata del proceso inverso de la fotosíntesis.
Los seres vivos devuelven así a las plantas dióxido de carbono y sales
minerales. Las plantas van a producir, nuevamente, azúcares en forma de
almidón y de celulosa. Y vamos a consumirlas (papas o pastas...) para
producir energía. Pero esos “productores” (plantas) y esos “consumidores”
(animales, humanos) están unidos a “descomponentes” que van a reciclar el
conjunto devolviendo, por las raíces, sales minerales a las plantas. He aquí un
sistema bastante simple, una simbiosis entre el mundo animal y el mundo
vegetal: unos tienen necesidad de los otros, unos se regulan con respecto a los
otros. Existe una “economía” del ecosistema. Se podría decir que la ecología
es la economía de la naturaleza, mientras que la economía sería la ecología
del sistema societal.
Veremos entonces la economía desde otro ángulo. Existen productores que, a
partir de la energía esencialmente fósil, van a fabricar productos, bienes y
servicios, intercambiados en un mercado, utilizados por consumidores en
acción en la empresa a fin de permitir circular a la “energía trabajo”
En sentido inverso existe la moneda. Los consumidores hacen gastos para
comprarse esos bienes y esos servicios en un mercado. El producto de las
ventas representa el volumen de los negocios de las empresas, los salarios son
pagados a los consumidores. Ciertamente, puede haber disfunciones en la
máquina: si la oferta de trabajo es más fuerte o más débil que la demanda,
resulta una escasez de mano de obra o, a la inversa, desempleo. Del mismo
modo, si la oferta de productos y de servicios es más fuerte o más débil que la
demanda, resultan estados de recesión o de inflación. Existen también dos
formas de capital: el capital “saber”, que nace de las invenciones, es difundido
por la educación, los certificados, las licenciaturas; y el capital financiero, que
permite administrar las economías y recibir ingresos.. . Este modelo, aunque
simple, es raramente ilustrado en los estudios de economía. Muestra la
relación entre productores y consumidores, mecanismos de regulación y
circuitos que están abiertos hacia el medio. Pues, allá donde no hay feed-
back (reciclaje), los desechos se acumulan...
En el marco de lo que se llama “desarrollo sostenible”, los usos y los
consumos más o menos bien administrados conducen a desechos, que, más o
menos bien administrados a su vez, son reciclados en forma de recursos.
Desde hace algunos años, sabemos que las reinversiones en esta cadena
permiten amortizar el “ecocapital”. Si esos recursos son empobrecidos y si
disminuyen, la economía en su conjunto corre el riesgo de no poder alcanzar
los niveles de crecimiento y de organización necesarios para el bienestar de
todos los hombres. La noción de amortización del “capital Tierra” es reciente,
aunque para el medio empresarial ésta es trivial (se ahorra una parte del
ingreso de la actividad para, en un plazo dado, renovar su capital). Sólo un
desarrollo sostenible permite un crecimiento organizado, utilizando recursos
naturales, pero encontrando también los medios para reciclarlos a fin de
conservar este ecocapital necesario para el desarrollo de lo vivo.
En conclusión, quisiera insistir en la complementariedad entre enfoque
analítico y enfoque sistémico. El primero es todavía necesario para extraer de
la naturaleza los elementos y los hechos que permiten fundar las teorías. El
segundo, permite obtener una visión más global de los sistemas, haciendo
posible la acción. La sistémica es una metodología que permite organizar los
conocimientos con miras a una mayor eficacia de la acción.
Aprender por aprender es una cosa. Aprender para actuar es otra. Aprender
para comprender los resultados y los objetivos de su acción es aún otra cosa.
Más que conducir a la acumulación permanente de los conocimientos, la
relación entre analítica y sistémica va a permitir relacionar los saberes en un
marco de referencias más amplio, favoreciendo el ejercicio del análisis y de la
lógica. ¿Acaso no es ése uno de los objetivos fundamentales de la educación?
Una buena ilustración de este enfoque sería una esfera en la cual los
conocimientos son mezclados permanentemente, combinados una y otra vez
unos con otros. Esta combinación reiterada de los saberes los refuerza
constantemente. Comprender cómo funcionan los feed-back en biología
ayuda a aprehender lo que son los circuitos de retroacción positiva o negativa
en el ámbito de la economía o de la ecología. Esta esfera puede entonces ser
un punto minúsculo, pero también una inmensa esfera que contiene la
totalidad de los saberes. Entre el punto y el infinito existe un mismo enfoque,
que es el de la relación de los saberes y de su combinación —a gran
diferencia del procedimiento enciclopédico, que consiste en apilar los
conocimientos sin relación unos con otros.
No se trata solamente de ofrecer un marco de referencias más amplio, de
motivar a los estudiantes para permitirles actuar más eficazmente, sino
también de ayudarles a adquirir una cultura de la complejidad y por
consiguiente una cultura del mundo de mañana. Pues, con toda evidencia, el
mundo de mañana será cada vez más complejo. Ahora bien, la cultura no
consiste en saber todo acerca de un “algo “ sin importancia. Tampoco es saber
“algo” sobre un poco de todo, como es demasiado frecuente en el caso de las
personas llamadas “cultas”. La cultura es un mortero, un cimiento que
permite construir sentido integrando los conocimientos. La enseñanza de
mañana deberá, por tanto, permitir a los jóvenes encontrar un oficio, pero
sobre todo darles el sentido del respeto a los demás, de la apertura y de la
tolerancia, haciéndoles participar plenamente en la apasionante búsqueda del
saber.
Lo racional y lo razonable’
J ean Ladri&e
Los dos aspectos de la razón
La crítica postmoderna de la modernidad implica un juicio global
desencantado sobre el proceso de racionalización, poniendo en evidencia sus
limitaciones intrínsecas, sus fracasos y cuestionando su propio valor. No
obstante, la dinámica de la modernidad sigue en acción y, en cierta forma, a
pesar de las tragedias históricas que hemos conocido y seguimos conociendo,
el movimiento de la racionalización sigue su curso. Pero ahora se acompaña
de una dimensión crítica, que toma en cuenta lo trágico de la historia, las
incertidumbres sobre los efectos a largo plazo de la incesante extensión del
universo técnico y de la continua erosión de las tradiciones culturales, y la
ambivalencia aparentemente intrínseca de las instauraciones de la
modernidad. Ahora bien, la crítica presupone un distanciamiento en el cual
dos dimensiones se separan y se afrontan. Hay una exterioridad recíproca del
movimiento de la racionalización y de la demanda ética. Y, sin embargo, en
la medida en que ésta procede de la automostración autojustificante de la
dimensión ética, que se presenta entonces como armada de razón, debe haber
alguna profunda afinidad entre las prácticas que el análisis cree poder
vincular a la idea de racionalidad y la instancia juzgadora que cree poder y
deber pronunciarse respecto a la legitimidad o los excesos de dichas prácticas.
1 El presente texto es una versión revisada y aumentada de una ponencia
(inédita) presentada en un coloquio de la Sociedad Tunecina de Filosofía, en
Hammamet, en 1993.
La situación contemporánea, tal como se concretiza en las prácticas en las
que reconocemos el espíritu de la modernidad o su crítica inmanente, llama
pues a una reflexión sobre lo que separa y une a la vez estos dos aspectos de
la razón, que se hacen valer por una parte, como fuerza instauradora,
creadora de un mundo efectivo en el que la razón se reconoce, y por otra
parte como potencia crítica, en cierta forma ajena a ese mundo pero
afirmándose como portadora de una exigencia a la vez juzgadora e
inspiradora. La cuestión central de una teoría de la razón concierne a esta
suerte de dualidad que parece habitar la razón. Se trata de intentar
comprender cómo se manifiesta la misma potencia, por un lado como fuerza
organizadora, instauradora de una objetividad de segundo orden, no
reductible a la de la naturaleza, y por otro, como fuerza juzgadora, crítica de
sí misma e indicadora de un momento de radicalidad, abriendo en cierto
modo una referencia a un último. Se trata de intentar comprender cómo estas
dos fuerzas, si efectivamente tienen una raíz común, pueden articularse
concretamente en la acción.
Kant caracteriza la razón como ese poder que tenemos y que nos permite ir
más allá de los límites de la experiencia. Pero distingue un uso teórico y un
uso práctico de la razón y, correlativamente, un interés teórico y un interés
práctico de la misma. Ya no podemos, hoy en día, quedarnos en esta dualidad
simple entre razón teórica y razón práctica, en el sentido kantiano de los
términos, que asimila el orden práctico al orden moral. Estamos frente a
formas de acción, por tanto ante prácticas, que se especifican por medio de
objetivos que no pueden identificarse como tales con fines morales, aunque
podrían tener una significación moral. Y esas formas de acción se organizan
según métodos que apelan explícitamente a saberes de tipo científico o que,
por lo menos, presentan analogías con el método científico. Ello sugiere una
extensión a esas prácticas —en particular a las de diversas tecnologías— no
de la filosofía kantiana de la ciencia sino, en todo caso, de la caracterización
dada por Kant, desde el punto de vista de una teoría de la razón pura, del tipo
de racionalidad limitada segimn el cual se construye la ciencia. Y se podría
convenir en designar con el término “racional” ese tipo de racionalidad.
Correlativamente, se podría convenir en designar con el término “razonable”
lo que Kant llama “razón práctica”, ya que es ella la que da a la acción sus
orientaciones legítimas y la convierte en una acción impregnada de razón. Lo
que anteriormente se presentó como cuestión central de una teoría de la
razón, se puede entonces replantear como una cuestión que concierne a los
caracteres propios de lo racional y de lo razonable, respectivamente, y sobre
todo al cómo de su articulación.
La idea de racionalidad y sus tres significaciones
Es útil, a fin de precisar y de desarrollar esta cuestión, partir de la idea
general de racionalidad, concebida como categoría englobante a través de la
cual se evoca, de una manera aún relativamente indeterminada, el ámbito de
lo que se llama “razón”, de la cual se podrán distinguir tres significaciones. La
racionalidad es primero el carácter de cierto tipo de procedimiento, que se
considera como operando bajo el control de una atención crítica, de la que
cada momento particular es experimentado en cuanto a su justificación y se
encuentra ligado, de forma sistemática, conforme a una visión de conjunto
suficientemente clara por sí misma y capaz de demostrar su pertinencia en
todos los demás momentos. Se podrían resumir esos diferentes rasgos en la
idea de legitimidad: se trata de un procedimiento acompañado de la
demostración de su validez, de acuerdo a ciertos criterios ellos mismos
reconocidos como valederos y sostenibles ante una posible crítica. Un
procedimiento de este tipo es interpretado como conducta a la luz de un
poder operatorio, que posee las capacidades deseadas para implementar a la
vez el plan de acciones parciales a emprender y los procedimientos de
legitimación que deben garantizar sus fundamentos. Es a un tal poder que se
le da el nombre de “razón”, comprendido en esta perspectiva como lo que
designa cierta capacidad específica del ser humano, análoga a una especie de
“luz natural”, que permite a la vez comprender lo que se presenta en el
campo de la experiencia y organizar la acción.
En un segundo sentido, la racionalidad es una propiedad no de un sujeto
pensante y actuante, sino de la realidad misma en la cual está inmerso, de las
cosas particulares que constituyen su entorno, de los acontecimientos que
pueden afectarlo, y tal vez del mundo mismo como totalidad, incluso de la
realidad como tal en toda su extensión. La capacidad de comprender y actuar
de manera sistemática y eficaz, que se descubre a sí misma en el esfuerzo de
conocimiento o en el del emprendimiento, se torna entonces inteligible a
partir de los caracteres intrínsecos de lo que se da a comprender o de aquello
que se presta a las intenciones del emprendimiento. Esta inteligibilidad que
está en la visión del proyecto o en el proyecto que se realiza, está en realidad
inscrita, en las cosas mismas, como el principio de su constitución. Y si
podemos encontrarnos a nosotros mismos en medio del mundo, es porque
hay una correspondencia preestablecida entre un poder que está en nosotros
y esta constitución de las cosas, de tal suerte que la luz natural que creíamos
descubrir en nosotros es en realidad la claridad misma que hace posible la
manifestación del mundo y acompaña su llegada hasta nosotros.
En un tercer sentido, la racionalidad es un campo objetivo, constituido a
partir de y por iniciativas humanas, distinto por lo tanto del mundo dado de
la naturaleza, pero viviendo por sí mismo, de alguna forma, una vez
establecido; sin considerar las operaciones que le permitieron existir,
también distinto por tanto de la vida subjetiva que le da origen. Ese campo,
es el de los objetos técnicos, pero también de las construcciones teóricas
consideradas en sí mismas, independientemente de los actos de invención
que les dieron nacimiento, así como de los esquemas de organización según
los cuales se construyen las redes de interacción y las instituciones o los
esquemas operatorios según los cuales funcionan esas redes e instituciones. El
conjunto de esos objetos, reales o ideales, tiene una coherencia, una
autonomía, modos específicos de funcionamiento y de evolución que hacen
de él un mundo sui géneris, que Karl Popper llamó “tercer mundo”. Ese
mundo sustituye, en cierta medida, al mundo primero, que es el de la
naturaleza, o en todo caso lo oculta cada vez más fuertemente, y por otra
parte se hace cada vez más determinante para el mundo de la subjetividad del
que, en cierta forma, proviene pero del cual se separa y acaba por
condicionar, canalizando de alguna forma sus potencialidades operatorias en
las direcciones que corresponden a sus propias posibilidades estructurales o
dinámicas. Ese campo autoconsistente podría ser llamado “lo racional”, para
marcar a la vez su especificidad, su objetividad y su independencia: es de
alguna forma la racionalidad en sí, proyectada en una exterioridad que ya no
es la de la naturaleza sino aquélla de un medio capaz de exhibirla como tal,
de mostrarla en un funcionamiento de conjunto liberado de todo
condicionamiento, subjetivo o natural, que limitaría su autoconsistencia y su
capacidad de automanifestación.
Es sin duda la tercera significación —la racionalidad como carácter
fundamental de lo racional— la que plantea las cuestiones más cruciales. Lo
racional plantea un problema primero con relación a las culturas y a la
cultura en general. Luego plantea también un problema con relación a las
orientaciones de la acción con miras al futuro. La gran cuestión, no obstante,
la cuestión esencial que lo racional plantea, es la de su direccionalidad. La
amplificación creciente del ámbito de lo racional y el aumento regular de su
poder constituyen un proceso orientado que es, en cierta forma,
extremadamente coherente. Avanza en el sentido de la constitución de una
red cada vez más densa de sistemas interconectados, de complejidad cada vez
más grande, y cuyo funcionamiento es cada vez más autónomo. Po cierto,
esta gran desviación resulta de una multitud de decisiones tomadas muy
conscientemente por individuos o grupos organizados, pero la resultante
global de todas esas acciones parciales, el gran movimiento que determinan,
escapa a las voluntades particulares y se presenta como un fenómeno de
autoconstitución, que obedece a un aparente determinismo interno,
parcialmente limitado por la intervención de factores aleatorios aunque de
todas formas perfectamente controlado intrínsecamente, en lo esencial, por
una estructura nomológica que le da su direccionalidad. Se plantea la
cuestión, entonces, de saber si uno se encuentra ahí verdaderamente ante
una especie de fatalidad, creada por la acción pero ya no manejable, si la
evolución general de lo racional es del orden de lo ineluctable o si, con
ciertas condiciones, es posible un control de los efectos globales, si un deseo
determinado y consciente de los objetivos que él mismo se propone
deliberadamente es capaz, y a qué precio, de retomar, de alguna forma por su
cuenta, la direccionalidad del sistema para orientarlo en el sentido que
estimaría conveniente.
La reflexión sobre estas cuestiones, y en particular sobre la última, debe
organizarse, al parecer, en dos momentos distintos. Se trata, por una parte de
revelar, tan precisamente como sea posible, lo que ocurre con los poderes,
con las potencialidades, con la potencia efectiva y, en definitiva, con la
significación de lo que ha emergido y continúa constituyéndose como “lo
racional”. Y se trata, por otra parte, de interrogarse sobre aquello a partir de
lo cual se puede emitir un juicio crítico acerca del devenir de lo racional,
trazar orientaciones, establecer deliberadamente criterios de elección y, en
definitiva, restituir a la decisión todo su alcance de iniciativa primera,
autodeterminante, no sometida a fatalidad alguna. La primera de esas tareas
concierne a la naturaleza de lo racional, la segunda —según la terminología
propuesta anteriormente— a la naturaleza de lo razonable.
Lo racional
Es bajo el aspecto de lo racional, según la acepción que se propuso para este
término, que la racionalidad encuentra su manifestación más evidente y más
reveladora. Es pues bajo esta forma, en la cual ella es principio de
instauración de un universo sui géneris, que hay que tratar de aprehenderla.
Como se trata de una instauración siempre en curso, es ante todo su carácter
de proceso el que hay que destacar. Y bien, este proceso es en realidad una
construcción, e incluso una autoconstrucción. Y el mundo que en él se
engendra es un mundo construido. Es eso sin duda lo que lo distingue más
radicalmente del mundo natural, que está caracterizado por la presencia en él
de un proceso autoorganizador, con el cual, por lo demás, la
autoconstrucción tiene muchas analogías, pero que opera bajo la acción de
una espontaneidad radical, desplegándose a partir de una relación de
envolvimiento consigo mismo, en la inmanencia pura de una especie de
eclosión incesante. El mundo natural se sitúa sin distancia con relación a sí
mismo, según una suerte de reflexividad para la cual no hay exterior. Lo
construido está establecido por tematización expresa de su esquema de
constitución; así, de antemano, está apartado de su principio por la distancia
que separa el acto de establecimiento de lo que es establecido por él. Está
engendrado de acuerdo a planes, aunque fuesen sólo parciales, por una
acción que saca partido de los conocimientos y métodos inspirados por la
racionalidad en el primer sentido, a saber la racionalidad de los
procedimientos. Una vez establecido, se separa del proceso generador y se
pone a funcionar con sus propios recursos, no sólo en la línea de los
desempeños para los cuales fue concebido, sino en el sentido de un refuerzo
de su organización interna, por tematización de los funcionamientos
parciales que devienen objeto de operaciones de tipo superior, por
descubrimiento de complementariedades creadoras de capacidades nuevas y
por multiplicación de las interconexiones entre las partes que, al aumentar la
complejidad, elevan el nivel de los desempeños. Se trata, sin embargo, de un
proceso que no está guiado por una visión global explícita, pero que explota
localmente las posibilidades que se esbozan en determinado estado del
sistema, y que procede en suma por complejización progresiva, afectando,
cada vez, sólo a partes relativamente limitadas, pero creando así,
inconscientemente si se puede decir, las condiciones de un refuerzo global
del grado de integración y correlativamente de la potencia del sistema.
A ese carácter de construcción está asociado el carácter de efectividad. La
construcción es un ensamblaje de partes que busca ciertos efectos globales
segtmn una visión previa de un tipo de funcionamiento por realizar. La idea
inspiradora puede ser relativamente imprecisa y sólo servir como hilo
conductor. Pero la construcción debe desembocar en un objeto enteramente
determinado, capaz de ciertas operaciones, necesarias con relación a las
realizaciones que se esperan del objeto, y esas mismas operaciones deben
conducir en un tiempo finito, a resultados determinados. La máquina
informática suministra aquí el modelo más ilustrativo del objeto construido;
ella está concebida, en efecto, para realizar operaciones efectivas, cualquiera
que fuere su complejidad. E incluso suministra, como lo mostró Turing, la
representación más concreta de la idea de proceso efectivo.
Ahora bien, ese ejemplo de la máquina de Turing refleja un carácter esencial
de lo racional: es el de ser un campo en el que los objetos funcionan con sus
propios recursos, segtmn los “programas” que les son impuestos y que
ilustran así la idea del automatón. Por lo demás, se la puede generalizar,
pasando de los objetos al conjunto al que pertenecen, al universo mismo de lo
racional que, en tanto que tiene un desarrollo direccional, tiende
precisamente a devenir un autómata inmenso, capaz no sólo de realizar
tareas determinadas conforme a instrucciones dadas, sino de tener en cuenta
la experiencia, de adquirir nuevos conocimientos, de hacer la crítica de sus
propios modos de funcionamiento y de comprender sus propios errores, de
perfeccionar sobre esta base sus propias instrucciones operatorias, aumentar
su eficacia, elevar la calidad de sus desempeños, en breve, tematizar su propio
comportamiento segimn una especie de reflexividad que está al principio de
un refuerzo de autonomía. Así, el sistema de lo racional proporciona a la
acción misma nuevos recursos y le da acceso a nuevos campos a los cuales
dedicarse. Por una especie de movimiento de retorno, lo racional, que en el
punto de partida está engendrado por una acción inventiva a base de
racionalidad (en el primer sentido), después de haberse separado de la acción
y haberse autonomizado en la figura del autómata, vuelve a la acción
ofreciéndole dispositivos operatorios que son susceptibles de darle una mayor
eficacia y de otorgarle pertinencia en situaciones en las que parecía
impotente.
Pero por el hecho mismo, el sistema de lo racional induce un estilo de
práctica que se modela sobre el comportamiento de los objetos de ese sistema,
ya se trate de objetos teóricos o de objetos técnicos. Ahora bien, la condición
de autonomía, que hace del objeto racional un automatón, implica que su
funcionamiento sea independiente de las intenciones que lo concibieron, en
consecuencia separado de los actos de los que simula o prolonga la eficacia. Y
la condición de efectividad implica que ese funcionamiento sea determinado
por completo y produzca el efecto final que corresponde a la realización, en
un tiempo finito, de la tarea asignada al automatón. Estas dos condiciones
reunidas imponen al comportamiento del objeto racional el ser puramente
operatorio, es decir ser resoluble en una sucesión regulada de
transformaciones elementales que producen la sustitución de un estado
determinado por otro estado determinado o, en otros términos, de una
configuración finita por otra, conforme a una prescripción fijada que define
la naturaleza de la operación elemental de la que se trata. La transposición de
ese estilo operatorio en el ámbito de la acción acarrea una objetivación del
mundo de la acción y de los actores mismos, que como sin saberlo están
conducidos a definirse como operadores y a considerar el campo de su acción
como asimilable a un espacio de estados al cual pueden aplicarse
transformaciones canónicas.
Este efecto de inducción producido por el sistema de lo racional desemboca
así en una reducción sistemática de las significaciones. De manera formal, se
puede decir que la significación es una relación que remite, de una palabra,
de un acto, de un objeto, de una situación, a otros elementos del campo de la
experiencia, y por su intermedio, poco a poco, a una totalidad del tipo
“horizonte”, que funciona como el lugar de inscripción de todas esas
mediaciones. Por intermedio de éstas, es el mismo significante de partida el
que se inscribe en este horizonte y es de su inscripción en él que recibe en
última instancia su significación. La acción, según su propia naturaleza, es
contribución local, cuasi puntual, al despliegue de la existencia y a la
presunta constitución de su unidad-totalidad. Su significación le viene de su
relación con este estado inasignable, siempre anticipado únicamente en la
tensión que induce en lo existente, que sería la realización del deseo de ser
por el cual la existencia es dirigida. La inducción objetivante de lo racional
tiende a reducir este horizonte existencial al de la mera operatividad, con
relación al cual las operaciones elementales no tienen otro sentido que el de
hacer posibles otras operaciones, al ser de alguna forma el funcionamiento
del sistema su mera finalidad inmanente. Con relación a ese horizonte, la
acción misma se vuelca sobre el plan de operaciones, pierde su carga
existencial y deviene simplemente un eslabón en secuencias de
transformaciones.
Se podría pensar en comprender al autómata racional como una especie de
duplicación, en el orden del artefacto, de ese autómata natural que es lo
viviente. Ya que, como lo viviente, considerado en sí mismo, en su
autonomía, es aparentemente para sí mismo. Pero hay que recordar este
pensamiento profundo de Pascal: “La máquina aritmética realiza efectos que
se acercan más al pensamiento que todo lo que hacen los animales; pero ella
no hace nada que permite decir que, como los animales, tiene voluntad”. Se
asemeja al pensamiento, por cuanto su modo propio de actividad no es el de
un comportamiento, como en el caso de los animales, sino el de
un funcionamiento operatorio. Y lo que caracteriza ese funcionamiento es su
abstracción o, en otros términos, su carácter formal. Como tal, está separado
de todo soporte y de los procesos concretos que puede simular, de los que es,
en cierta manera, la armazón pero, precisamente, porque es separable. Esta
abstracción, la elevación hacia la forma pura, es propia del pensamiento. Pero
la máquina hace funcionar las operaciones en cuanto operaciones,
abandonadas, por decirlo así, a su sola naturaleza operatoria, proyectadas
fuera del pensamiento y del movimiento que lo sostiene. La vida, desde ya, es
llevada por el deseo de sí misma, y por esa suerte de voluntad que es tensión
hacia la perpetuación del ser. En la relación consigo mismo de lo viviente se
afirma el deseo de una forma singular de existencia de situarse y mantenerse
en el campo de la manifestación. Lo que hace notar Pascal es que no puede
decirse de una máquina, incluso considerada en su funcionamiento
autónomo, que sea movida por una voluntad. De alguna forma, ella es
indiferente al ser, prosiguiendo indefinidamente su cálculo mientras su ser
natural —las piezas de las que está hecha, la energía que permite su
funcionamiento— no le falle. Y decir que es para sí misma, es simplemente
decir que un funcionamiento operatorio, considerado en sí mismo, no tiene
otra significación más que ser sólo la ejecución de las operaciones que realiza.
Si la máquina está desprovista de esta especie de deseo que anima la vida,
afortiori está desprovista de ese deseo de lo inteligible que anima el
pensamiento. Lo que, para la máquina, otorga significación a un resultado
particular, es que éste podrá ser utilizado en su funcionamiento ulterior. Lo
que, para el pensamiento, otorga significación a un resultado particular, es su
contribución a un proyecto de comprensión relativo a un campo
determinado, que tiene importancia para el pensamiento y al cual el
resultado particular en cuestión aporta una aclaración local. Ese proyecto se
mscribe a su vez en la perspectiva de una comprensión radical y universal,
que queda fuertemente indeterminada pero da, sin embargo, su sentido al
esfuerzo del pensamiento. Y ese mismo gran proyecto no se sostiene sino con
relación a una tarea más fundamental todavía, en la cual el pensamiento lee
su propio destino, en la oscuridad de un camino siempre titubeante, pero al
mismo tiempo en la convicción de que lleva una responsabilidad decisiva
respecto a sí mismo y que es en cierta manera su propio deber.
La idea de la máquina totalmente autónoma obviamente sólo es una idea
extrema, destinada a destacar lo que es característico de lo racional en cuanto
campo de lo operatorio puro.
Lo razonable
A partir de esta visión de lo racional como universo autónomo, podemos
volver a la pregunta presentada arriba como la pregunta central de una teoría
de la razón, bajo la siguiente forma: “Cuál es la significación de lo racional
para el ser humano?”. Más explícitamente: “El ser humano, ¿no es sino una
instancia mediadora, cuya función es la de hacer existir un ámbito operatorio
capaz de separarse de ella y de funcionar de manera completamente
autónoma, o al contrario, lo racional no es él mismo sino una mediación, de
la que habrá que precisar la naturaleza, con relación a la existencia entendida
aquí como modo de ser específico del hombre?”.
Esta pregunta no es enteramente teórica, en el sentido en que no puede ser
zanjada únicamente sobre la base de una argumentación que sólo haría valer
razones objetivas. Es la razón misma la que está aquí en causa, por ella
misma, de tal suerte que estamos en el sitio mismo en el que la razón, como
poder de dar razón, se descubre a sí misma y se asume deliberadamente en su
ser. Pero hay, en tal procedimiento, una parte esencial que es del orden de un
deseo y que compromete una decisión. La razón se plantea queriéndose ella
misma, según las indicaciones que encuentra en sus propias obras, pero
ratificando lo que ellas le hacen entrever, según una medida de radicalidad
que decide su destino. En un sentido, la razón se descubre como destinada a
sí misma. Pero en otro sentido, está también por instaurarse; se descubre
como la tarea de su propia instauración. Y le importa, en el más alto grado,
concebir y querer esta instauración según toda la amplitud del proyecto
originario que la funda y le propone su vocación.
Interrogarse sobre la significación de lo racional para el ser humano, es pues
interrogarse sobre la naturaleza de la razón. Para ella se trata de
pronunciarse, en relación con la experiencia de la racionalidad y frente a la
instauración de lo racional, sobre su propio destino, de comprenderse con
relación a esta manifestación de sí misma que es la construcción de un
universo racional. ¿Se agota su proyecto constituyente en esta construcción o
ésta sólo es una forma objetivada de una estructura de existencia más
originaria, en la cual está llamada a inscribirse como momento de una
instauración más radical? Es muy indicado, para plantearse adecuadamente
esta pregunta, apoyarse en lo racional mismo, en cuanto es una figura
concreta, objetivamente aprehendible. ¿No habría en él una indicación que,
de esta objetivación en la cual se mantiene, remitiría a un lugar más
originario en el cual la razón tendría que reconocerse como en su
autenticidad primera?
La máquina, paradigma de lo racional, como se ha visto sólo es
aparentemente análoga a lo viviente. Si tiene un interés, es decir, un sentido
para nosotros, es porque responde a cierto proyecto, siendo él mismo
generador de tareas determinadas. Pero ella sólo puede responder a él si lo
que realiza puede retomarse en el proyecto. Ahora bien, para asumir el
estado de un dispositivo como una máquina en un proyecto, hay que
atribuirle una significación, es decir, interpretarlo. Esto también es cierto
para todo proceso discursivo de naturaleza formal, por muy ideal que sea. La
interpretación juega un papel esencial en el método de modelización que es
la base de la comprensión matemática de lo real. Pero interpretar el estado de
una máquina o de un formalismo abstracto, es vincularlo, en virtud de
correspondencias sobre la base de las cuales ha sido engendrado, a preguntas
precisas a las cuales, en virtud de las mismas correspondencias, puede
considerarse que aporta una respuesta. El caso ideal típico es el de la solución
de una ecuación por procedimientos algorítmicos, objetivables y transferibles
a una máquina. Pero este ejemplo es inmediatamente generalizable, y lo que
nos hace ver vale, por extensión, para todo problema suficientemente preciso
y objetivable para prestarse a un tratamiento de tipo operatorio. Todo el
campo de aquello que se llama “racionalidad instrumental” depende de tal
posibilidad. Y, más generalmente, se puede considerar que todo el dominio
de lo racional, por intermedio del método de modelización puede, en
principio, dar lugar a una representación operatoria, obviamente a condición
de que ésta esté acompañada de una interpretación apropiada.
La interpretación lleva el cálculo a la problemática del pensamiento y de la
acción. Pero esta misma doble problemática no se comprende ni se justifica
sino con relación a proyectos, que se inscriben en el movimiento de una
existencia, ya se trate de la del individuo o la de una colectividad. Ahora
bien, la existencia es inmediatamente comprensión de sí misma, no bajo la
forma de una representación conceptual en la que se diría su estructura, sino
bajo la forma de una relación consigo misma que es a la vez de proximidad
inmediata y de distancia, a favor de la cual lo vivido está como acompañado
de su propia claridad.
Es esta luz natural, dada a la existencia con su propia constitución, por
cuanto la abre como por adelantado a la comprensión de sí misma y del
mundo y está así en el principio de lo que se puede llamar el campo de la
experiencia, que da existencia, en tanto que incesante totalización siempre
incoativa de sí misma, a un horizonte universal de esclarecimiento que puede
llamarse el horizonte de sentido. Inscribiéndose en este horizonte, la
existencia cobra sentido y es como mediación local de este horizonte que
todo lo que puede ser significante cobra significado. El significado de un
término es lo que hace posible su inscripción en el movimiento general de la
experiencia y por tanto en el horizonte general del sentido.
La articulación de lo racional y de lo razonable
La pregunta por la significación de lo racional se precisa entonces, con
relación a esta indicación, bajo la siguiente forma: ¿cómo puede reinsertarse
lo racional en lo que es significante para nosotros, es decir, en la vida del
sentido? Deben tomarse en cuenta dos momentos. En un primer momento, la
cuestión concerniente a la posibilidad de lo racional de inscribirse en una
dinámica de sentido que opera de forma espontánea, en razón de lo que es la
existencia por constitución. Y aquí puede pensarse, de forma privilegiada, en
el lenguaje llamado “natural”. En un segundo momento, la cuestión debiera
ser comprendida en la perspectiva de una tarea instauradora, que asume las
posibilidades de sentido y que se vive a sí misma como responsable del
sentido.
En cuanto concierne al primer momento, se puede reconocer que la
posibilidad de inscribir lo racional en las formas espontáneas de la vida del
sentido es factible como retorno a lo que lo ha planteado, es decir, como
reasunción de las operaciones por los actos. Ahora bien, lo que está en el
origen de las instituciones de lo racional, es una creatividad que produce lo
inédito y lo improbable de esas instituciones —las de la matemática, del
cálculo, del universo técnico, de la organización de la vida económica— no a
partir de algo preestablecido que sólo se trataría de prolongar, sino a partir de
ella misma, en un surgimiento que marca, precisamente, la transición de lo
natural a lo construido. El momento creativo remite a un origen oscuro, que
es como el presupuesto de todos los actos, y en particular de los actos de
invención. Ese presupuesto, es la existencia misma y la luz que lleva en ella.
También es, en consecuencia, su relación al sentido, a través de lo cual puede
advenir la significancia de las instituciones de lo racional.
En cuanto concierne al segundo momento, el de la relación con la
mstauración, hay que precisar que ésta debe comprenderse como iniciativa,
sin duda, pero en la medida en que la iniciativa no es gesto arbitrario sino la
asunción de una tarea que se propone, es decir, como presupuesto de la
acción efectiva, ya inscrita en este origen que es la fuente de los
emprendimientos de lo racional. Hay que añadir, sin embargo, que esta
relación con la fuente sólo constituye una de las dimensiones de la
instauración, la dimensión del arraigamiento. Ella debe comprenderse como
correlativa de otra dimensión, que abre para la acción la dimensión del
porvenir. Esta es operante en el presente del gesto instaurador, no como plan
por realizar, como forma concreta de un proyecto, sino como la posibilidad
de los planes, los proyectos y, en definitiva, de toda iniciativa. Y esta
posibilidad no se hace presente sino bajo la forma de un horizonte, que se
despliega precisamente con antelación a lo efectivamente vivido, en esa
lejanía que indica una dirección, que hace surgir ante nosotros lo posible, que
no es, sin embargo, efectivo sino como objeto de la anticipación y más
profundamente como término de una esperanza.
Exactamente en este punto podría introducirse, con todo derecho, el
concepto de “razonable”, precisamente porque indica el principio
constituyente de las instituciones y los actos en los que la racionalidad recibe
sus figuraciones concretas. Por ser tal principio, es a la vez lo que confiere al
esfuerzo de la razón su carácter dinámico y su direccionalidad y lo que le
prescribe su finalidad. Se encuentra aquí la meditación kantiana y la idea de
que la finalidad última de la razón es de orden práctico y consiste en la
instauración de un mundo moral, que Kant describe como un “corpus
mysticum de los seres razonables”, cuyo “libre albedrío, bajo el imperio de las
leyes morales, tiene en sí una unidad sistemática universal”. Esta comunidad
universal de la reciprocidad de las libertades, que es idéntica a la de la razón
realizada, no tiene su realidad sino como horizonte de la acción según la
razón. Pero como tal, le da a la razón su verdadero papel, que es el de ser un
movimiento de superación y de totalización, impulsado por la búsqueda de lo
incondicionado, tendido entre la finimd de los actos y de las instituciones
parciales, teóricas y prácticas, que esos actos instauran y lo que sería el
advenimiento de la “ciudad de los fines”, a la vez infinitamente alejado en el
retiro de su presencia horizontal y activo en el corazón mismo de las
trayectorias efectivas como aquello que les da su orientación y su
significación.
Pero después de haber distinguido esos dos momentos, de la reanudación de
la espontaneidad de lo vivido y de la inscripción en los actos de instauración,
hay que ponerlos en relación, a manera de precisar cómo puede realizarse la
asunción de lo racional en lo razonable. Lo razonable, que se manifiesta en el
sentido en que están llamados a tomar los actos de la instauración, y que él
mismo es actuante como indicación de una tarea radical de instauración, no
puede ser, según su carácter de horizonte, una suerte de superestructura que
viene a superponerse a las iniciativas de la espontaneidad, a lo que podría
llamarse el simple movimiento de la vida. Tiene su realidad como principio
inspirador y atractor, y como tal su virtud es la de inscribir ese movimiento
en su verdad, que lo habita y lo excede a la vez. Pero la acción de lo
razonable no es la realización de un plan; es el requerimiento de lo que está
presente como siempre por venir y como replegado en el sitio inasignable del
orden de los fines. Ella conlleva pues una inevitable determinación, por la
que apela a un principio de indeterminación como mediación necesaria de su
propia eficacia. Las mediaciones determinadas y determinantes tienen
justamente, respecto a lo razonable, un papel revelador: es en el encuentro de
lo que hay de relatividad fijada y de configurado en las iniciativas de lo
vivido y en las instauraciones de la acción histórica que la atracción de lo
razonable se especifica a sí misma, con relación a las figuras particulares de la
acción, como aquello que les confiere concretamente su significación con
relación al horizonte de sentido del que hace valer su solicitación. Pero hay
que añadir que las mediaciones nunca están encerradas en su determinación.
De cierta forma, ya participan de la excedencia por la cual lo originario es
siempre más pródigo que todo acto particular y por la cual el horizonte está
siempre más allá de toda aproximación que se le podría anticipar. Es
precisamente por eso que la mediación puede jugar su papel: es necesario que
de alguna manera ella sea parcialmente homogénea a lo razonable para
poder, efectivamente, ligarlo a lo concreto de los actos.
El ámbito mediador es el de los actos, ya estén considerados desde el punto
de vista de esta inspiración que viene de lo originario y que está en el
principio de la creación, o desde el punto de vista de la atracción, que viene
del horizonte de lo razonable y que está en el principio de las instauraciones
de la cultura, la ciencia, la política y del pensamiento especulativo mismo. Es
por tales actos que es engendrado el universo de lo racional. El acto es por sí
mismo mediador con relación a lo razonable, al que aporta su determinación.
Pero él mismo recibe su determinación de lo que produce. El acto generador
de lo racional recibe de él su determinación. En este sentido, está
mediatizado por lo racional que, en su objetividad, le sugiere iniciativas
posibles y le da su forma concreta. Mediatizando los actos, que son ellos
mismos mediadores de lo razonable, lo racional a su vez deviene mediador de
lo razonable. Se puede pues decir que el acto garantiza el contacto entre lo
racional y lo razonable. Es mediador de lo razonable en cuanto generador de
lo racional.
¿Pero cómo comprender esta mediación desde el punto de vista de lo
racional, del que se trataba de ver cómo puede devenir significante para
nosotros, por tanto cómo puede ser asumido en lo razonable? Si es mediación
debe, como toda mediación, ser determinante. Y entonces debe ejercer una
función de revelador respecto a lo razonable. Ocurre que posee,
efectivamente, la capacidad de ser reveladora con relación al requerimiento
de lo razonable por una doble razón: por una parte lo razonable, como
exigencia, ya está presente en lo racional, en tanto que es el horizonte con
relación al cual lo racional es instaurado en su objetividad (lo que, por cierto,
implica la mediación propia de los actos) y, por otra parte, esa relación al
horizonte de lo razonable se manifiesta por su rastro en la efectividad de las
objetividades racionales.
El ejemplo de la máquina sugiere que la operación puede ser considerada
como un analogón del acto, que no sólo da de él una suerte de imagen sino
que en esta imagen traduce en efectividad la intención que lleva el acto. De
la operación que le corresponde, el acto recibe su plena determinación y
como el cumplimiento de su intención. En este sentido la operación, como
analogón, mediatiza el acto. Lo que significa que, por su intermediano, el
acto vuelve a sí mismo, al proyecto que inicia y por el cual se inscribe en el
proyecto general de instauración que le da su significación. Separado de sí
mismo y de lo que tiene de significante en el momento puramente
operatorio, en el que el funcionamiento racional efectivo deviene autónomo,
encuentra en la operación realizada lo que anticipaba en su intención y se
satura, por así decirlo, de la actualidad eficaz de la operación.
Lo que vale así para una operación particular puede ser generalizado.
Es el campo de lo racional completo, considerado en su objetividad, el que
puede ser interpretado como analogón, en el sentido que acaba de decirse y
por tanto como mediación de los actos por intermedio de los cuales, como se
ha visto, puede ser incorporado a los requerimientos de lo razonable. Hay
que tratar de precisar el “cómo” de esta analogía. En tanto que sistema, el
dominio de lo racional se caracteriza por su coherencia de conjunto, su
efectividad operatoria, por sus capacidades de autoorganización y por
extensibilidad a problemáticas y a campos de objetos nuevos, de naturaleza
real o ideal. La acción, por su parte, tiende a darse, a través del tiempo y la
sucesión de actos particulares, una coherencia de conjunto que es como
llamada por la estructura dinámica de la existencia misma, que trata sin cesar
de unificarse, reuniéndose siempre de nuevo consigo misma. Ella tiende, por
sí misma, a procurar a sus intenciones las condiciones de efectividad que
deben darles su realidad y su eficacia, y es eso precisamente lo que la lleva a
proyectarse en el campo de lo operatorio. Al desplegarse y al buscar su
coherencia, se apoya sobre sus propios recursos, sobre esta suerte de reserva
originaria de donde le viene la energía que siempre la lleva por delante de sí
misma. Es pues como su propia génesis, siempre continuada, de la que la
autoorganización de lo racional es como la imagen operatoria. Y, en el
esfuerzo de la iniciativa, da su determinación cada vez singular a ese
movimiento por el cual la existencia se adelanta, por así decirlo, a sí misma a
cada instante. Ese movimiento es inscripción en el horizonte que le da su
sentido y posibilita la iniciativa. Por su relación con ese horizonte, la acción
es esencialmente apertura a lo que viene hacia ella y hacia sus propias
posibilidades.
Pero si la acción que instaura lo racional está llamada a tomar su significación
auténtica de su inscripción en lo razonable, en tanto que éste es el horizonte
final de la existencia, queda por precisar lo que ocurre con este horizonte y
con la manera por la que se hace sensible a la existencia. Lo razonable se
expresa en el juicio de evaluación, que, por así decirlo, debe sopesar los
diferentes factores de la situación, como cuando debe medir los pesos
respectivos de las ventajas y los inconvenientes de una decisión así como
tomar partido con relación a la indeterminación que ella comporta. Pero si
no puede apoyarse en reglas que bastaría aplicar mecánicamente, el juicio en
el que se expresa lo razonable no es sin fundamento: saca su carácter
razonable de su relación con el requerimiento que le viene del horizonte de
los fines, en tanto que este horizonte determina lo que podría llamarse la
eticidad de la acción. Evaluando la situación, la inscribe en este horizonte. Y
prescribiendo la acción que le parece razonable, está llevado por la intención
de hacer de esta acción una contribución a la instauración del orden de los
fines, dicho de otra forma, de hacer de ella una acción ética. En definitiva,
este horizonte solicitante, del que vienen a la acción las exigencias que le dan
sus orientaciones auténticas, es el lugar de lo razonable. Por eso lo razonable
es, como se ha visto, horizontal. Y si la finalidad de lo razonable es de orden
práctico, si se representa bajo la forma de la idea de un mundo moral, o de
una ciudad de los fines, es que el lugar de lo razonable es también el lugar de
la ética y que el horizonte del juicio razonable es precisamente el de la
finalidad ética.
Ahora bien, este juicio opera no por aplicación de un principio a una
situación, sino por una suerte de lectura, en la situación misma, de lo que con
relación a ella implica la exigencia que viene del horizonte ético de la acción.
Se podría decir que se pronuncia en su apreciación sobre la eticidad de la
situación. Pero si puede leer la situación desde ese punto de vista, es que la
percibe como proyectada sobre el horizonte de los fines. Hay en el juicio de
evaluación una suerte de visión de la calidad ética de la situación. Lo que
conduce a pensar que la razón misma, entendida como poder de lo razonable,
está más del lado de una aprehensión directa de un sentido que del lado de la
argumentación o de la demostración. Su relación con el horizonte, que es el
lugar de lo razonable, debe ser comprendida como una suerte de visión, sin
duda no de la realidad misma de este horizonte sino de la exigencia que
antepone en cada situación concreta, de la manera en la que lo aclara, y de la
manera en que determina a la razón para que ella misma se determine con
relación a esa exigencia.
Esta exigencia es la de una vida según la libertad. El reino de los fines es el
lugar de la libertad realizada o, en otros términos, de la realización integral
de la vocación del espíritu. Lo razonable es lo que es exigido por esta
vocación. Pero la libertad se conquista en la condición: el ser humano es
solidario del cosmos, es dependiente de la ley del mundo, y también de las
determinaciones que se da a sí mismo, en parte queriéndolas, en parte sin
haberlas querido, por lo que instituye, por sus acciones, por sus empresas, por
todo lo que concurre a la instauración de lo que Hegel llama el “espíntu
objetivo”. Y el deseo de la libertad no se determina sino con relación a ese
múltiple condicionamiento, en las circunstancias cada vez concretas en las
que la acción que se conforma a ese deseo debe encontrar su camino.
Son esas situaciones concretas en las que la acción se decide las que suscitan
las verdaderas cuestiones éticas y es la manera en que la acción las asume la
que da a la vida ética su determinación. La visión de lo razonable es la
aprehensión en lo concreto de los acondicionamientos, de lo que implica, con
relación a las coacciones que ejercen y a las posibilidades que ofrecen, la
finalidad de un mundo según la libertad.
Pero esta suerte de visión que está en el principio del juicio no es de orden
conceptual ni, por lo demás, de manera general, del orden de la
representación. Es una receptividad, pero que es más bien la resonancia de
un valor que la aprehensión de una forma. Concierne más al sentimiento que
al pensamiento o aun a la misma percepción. Revela así que lo razonable
tiene un cimiento afectivo y que por consecuencia la razón misma está
arraigada en la afectividad. Lo que está en juego, en efecto, en esta
aprehensión juzgante, es la relación con un orden de los fines, y por tanto la
relación de la existencia consigo misma en cuanto se experimenta como tarea
para sí misma. Pues lo que está dado en una relación tal, no es un objeto para
contemplar, sino un requerimiento y una exigencia por asumir, al mismo
tiempo que es efectividad y reconocimiento de lo que se le impone por la
iniciativa o por la invención de la libertad. Reconocimiento, amicipación,
apertura, concentración de las energías de sí, el sentimiento es ese tacto
espiritual hace que lo existente sea capaz de descifrar, en las simaciones que
encuentra, la conminación determinada bajo las especies de la cual se
refracta, en la simación, el llamado que viene del horizonte de los fines, el
requerimiento de lo razonable.
De la racionalidad del discurso científico o de la acción técnica que son los
paradigmas del método racional, a esta anticipación de la ciudad de los fines
en la que se juega la responsabilidad de la acción, el camino es
aparentemente muy largo. Y, sin embargo, hay entre ellas una continuidad
atestiguada por la búsqueda, presente en todo esfuerzo de racionalidad, de la
unidad de la razón. En la estrucmra de esta continuidad, ciertamente, hay
una primacía de esta dimensión de la razón en la cual está en juego su
relación con su telos, es decir, la razón práctica. Es en ella que el dinamismo
de la racionalidad tiene su finalidad, y es en la relación con sus fines que la
razón toma la forma de lo razonable. En ese lugar se determina el sentido de
lo racional y por el hecho mismo se demuestra la posibilidad de una
articulación positiva entre lo racional y lo razonable. La teleología de la
razón está al principio de su unidad. De cierta manera, es esta misma unidad
el objetivo central de sus procedimientos. Ella no está dada, es el fruto de su
propio advenimiento. En su trabajo efectivo, es su propia esperanza.
3
La cientificidad
Dominique Lecourt
No todo ocurre namralmente en la enseñanza de las ciencias. Esta lección es
producto de mi experiencia, la de un profesor de filosofía que enseña en la
Universidad (Denis-Diderot, París-VII) exclusivamente a esmdiantes de
ciencias. El malestar que expresan mis alumnos —franceses y extranjeros—
no se refiere a las formas ni a la calidad reconocida de la enseñanza que ellos
reciben, sino al contenido de lo que les es transmitido. Ese malestar puede
resumirse así: “Se nos enseñan muchas ecuaciones, se nos hace hacer
manipulaciones, adquirimos cierta habilidad. Pero no vemos los pormenores
y las repercusiones de lo que así se nos permite saber”. Traduzcamos: aquello
de lo que sienten falta en esta enseñanza, es un acceso al pensamiento
científico que ha sustentado y que continúa sustentando los resultados que
ellos tienen que dominar. Quisieran saber en qué Schródinger no es una
ecuación. Me parece que esta constatación puede extenderse al conjunto de
las disciplinas científicas y a todos los ciclos de la enseñanza secundaria y
superior. Que yo sepa, en ninguna parte de Europa ha sido desmentida. Nos
remite a una cierta idea de la ciencia, cuyas raíces filosóficas ya es tiempo de
reconocer.
Esas raíces se las descubre, sin demasiadas dificultades, en la concepción
positivista del saber que fue expuesta a mediados del siglo pasado, en una
coyunmra particular. Coyunmra marcada primero por una transformación
que afectó al progreso de los conocimientos fundamentales y por el
cuestionamiento del ideal de la ciencia que se había heredado de dos siglos de
“newtonianismo”; pero intervinieron también los trastornos económicos y
sociales, ligados a la llamada “revolución industrial”, que modificaron
profundamente el status social de la ciencia y de los “científicos”.
En cuanto a la física, por entonces considerada como “reina de las ciencias”,
modelo para todas las otras, las bases “mecánicas” de todas las investigaciones
son las que en ese momento presentan fallas inesperadas: la termodinámica
de Carnot-Clausius, con la entropía, hace aparecer procesos irreversibles que
no se someten a las ecuaciones —reversibles— de la mecánica clásica; el
electromagnetismo agrava el problema. Los mejores físicos de la época se
dividen duraderamente entre aquellos que, como Helmholtz, Hertz o
Boltzmann, tratan de “salvar” el programa mecanicista, así fuera
flexibilizándolo, y los que, como Ernst Mach, profundizan su
cuestionamiento.
A pesar de las oposiciones, a veces muy violentas, se instala entonces una
base filosófica común que permite hacer frente a lo que se llama la “crisis de
la física moderna”. Sería mejor, por lo demás, hablar de un repliegue, ya que
las posiciones habían sido establecidas con anticipación. Esas posiciones son
las del positivismo clásico. La ciencia, se proclama desde entonces, no tiene
en absoluto la ambición de interrogarse acerca de las causas de los fenómenos
que estudia, sino solamente la de establecer matemáticamente las leyes que
relacionan los hechos regularmente observados. Esta tesis es susceptible de
diversas interpretaciones más o menos radicalmente empiristas, que van
desde el sensualismo hasta el convencionalismo o el pragmatismo. Se ve la
ventaja que de ella se obtiene: si bien nunca se trata de la naturaleza de las
cosas, se puede reabsorber perfectamente el escándalo de la partición de la
física en dos sectores regulados por ecuaciones heterogéneas. Se puede
calificar esta tesis de “positivista”, ya que fue enunciada por primera vez por
Auguste Comte al principio del Cours de phiosophie positive (1830), quien,
por su parte, hizo de ella la piedra angular de una poderosa filosofía de (el fin
de) la historia.
En todo caso, se impuso la idea de que el procedimiento científico se resumía
a un “método” que consistiría en relacionar observaciones mediante un
cálculo adecuado. Pudo parecer que el uso del cálculo de las probabilidades
debía extender singularmente el campo de ejercicio de este procedimiento,
hasta realizar el sueño de la “matemática social”, de la que Condorcet había
diseñado la perspectiva.
Estamos a mediados del siglo. En 1859, la publicación de El origen de las
especies produce un nuevo sismo en un ámbito —la “historia natural”— en el
que nos aplicábamos, desde siglos atrás, en conciliar una ambición
newtoniana con el relato del Génesis. En el mismo momento, Claude
Bernard funda la “fisiología experimental” y forma el concepto clave de
“medio interior” para someter lo orgánico a las leyes físico-químicas sin
renunciar a afirmar el carácter propio de lo vivo.
La tesis positivista hizo maravillas. Permitía restablecer la unidad de la física
y de su historia; y, en un ámbito sulfuroso, para decir lo menos, autorizaba a
conciliar, bien o mal, los progresos científicos —la observación del cómo de
los fenómenos— y las verdades de la religión, las cuales darían el por qué.
Pero a esos elementos de una coyuntura científica determinada venían a
añadirse otros, que correspondían al desarrollo de la “revolución industrial”.
La “potencia motriz del fuego” (Carnot) era ahora racionalmente explotada
en las minas y en los transportes gracias a las “máquinas aptas para
desarrollarla”. Las promesas económicas de la electricidad se revelaban
ilimitadas. La organización manufacturera de la producción era sustituida por
la de la gran industria, con su propia división del trabajo. Las clases
trabajadoras, cada vez más numerosas, se convertían en “clases peligrosas”.
La inmensa llamarada revolucionaria del año 1848 había dejado su marca en
Europa entera. Los mejores espíritus se dieron, entonces, a la tarea de pensar
lo que podía ser un desarrollo racional del nuevo sistema de producción que
pudiera garantizar la estabilidad social. La referencia a la ciencia tomó dos
caminos distintos: el que consistía en extrapolar una concepción de la
sociedad a partir de los progresos científicos más recientes, como es el caso de
Herbert Spencer, que contaba con la termodinámica y el evolucionismo para
mostrar que el desorden está siempre preñado de un orden por venir, más
coherente, mejor integrado y mejor adaptado; y el otro camino, a su vez, se
interrogaba sobre la inserción de las ciencias en el sistema de producción. Es
el camino que había abierto, siguiendo la inspiración de su maestro Saint-
Simon, Auguste Comte, quien quería, sobre esta base, conciliar “orden y
progreso” instituyendo la sociología como ciencia (y como técnica, ya que a
sus ojos los sociólogos debían convertirse en “sociócratas”).
¿Qué dice Comte? Que “todos los trabajos humanos son o de especulación o
de acción”. O bien... o bien. Se trata de “dos sistemas distintos” que conviene
cultivar por ellos mismos. En el orden de la especulación, descubrimos las
leyes de los fenómenos, lo que tiene el resultado de permitirnos preverlos. En
el orden práctico, para las necesidades de la acción, buscamos ventajas. Entre
esos dos sistemas, Comte parece abrir un abismo para separarse de “aquellos
que conciben las ciencias solamente como bases de las artes” (es decir, las
técnicas), como consecuencia de los servicios que prestan a la industria.
Por otro lado, Comte afirma no obstante que “el primer sistema es la base del
segundo” y que se debe concebir la ciencia como destinada a proveer “la
verdadera base de la acción del hombre sobre la naturaleza”. Un concepto le
permite sostener esta doble posición acrobática: el de aplicación.
Si este concepto ha tenido la suerte que sabemos, es sin duda a raíz de su
profunda ambigüedad, porque permitía esquivar un interrogante doloroso en
su formulación misma. En la Encyclopédie, d’Alembert había dado de ella la
siguiente definición general: “Aplicación de una ciencia a otra: se dice del
uso que se hace de los principios y verdades que pertenecen a una para
aumentar y perfeccionar la otra”. La palabra “aplicación” sugiere así
primeramente la idea de que los procedimientos técnicos se extraen de las
leyes científicas por una vía deductiva. Pero cuando, en su sexagésima
lección, el Cours de philosophie positive (1842) trata el tema de la “mecánica
industrial”, precisa: “Esta mecánica no es, en ningún caso y como se cree a
menudo, una simple derivación de la mecánica racional”. Se trata de una
“ciencia de aplicación”. Los ingenieros, de quienes Comte tiene el mérito de
presentir el papel decisivo para el porvenir, no serán entonces “científicos
propiamente dichos”, sino, según él, un cuerpo cuyo “destino especial es
organizar las relaciones de la teoría y de la práctica”; las “teorías especiales”,
que constituyen el contenido de su “ciencia de aplicación”, deberán formarse
“según las teorías científicas propiamente dichas”. Y ese “según” tiene su peso
filosófico: indica una triple relación —de posterioridad, de imitación y de
subordinación.
Auguste Comte, quien se dirigía a una Europa a la que quería salvar de las
convulsiones revolucionarias unificándola en tomo a sus tesis, tuvo muy
buena acogida. La idea, en particular, de que existiría un pensamiento
técnico propio, que tiene un procedimiento inventivo original, ha sido
borrada por el concepto de aplicación. Lo que se ha llamado “racionalidad
instrumental” ha sido concebido como simple ajuste de medios a fines, sin
ninguna autonomía: los fines son fijados por la producción, y los medios
adoptados en función de las previsiones formuladas por las ciencias
fundamentales.
Se ve en qué sentido “no todo es natural”. Todo sigue una avenida de
evidencias que han sido forjadas en plena mitad del siglo XIX. Por un lado, se
enseña las ciencias como una suma de resultados más o menos rápidamente
actualizados, y como un conjunto de procedimientos de cálculo y de
observación cada vez más refinados. Por el otro, se enseña la tecnología como
otros tantos procedimientos “derivados” de altas teorías envueltas en
misterio.
Pero se debe también decir que “todo está relacionado”. Hemos visto, en
efecto, que esas concepciones han ajustado unas a otras, más o menos
estrictamente, por una parte, las tesis formuladas en las ciencias para
responder epistemológicamente a una transformación de la física y preparar
filosóficamente el terreno de la irrupción de la biología y, por otra parte las
tesis que apuntan a tomar la medida de una transformación social que
combinaba la aparición de un nuevo modo de producir los bienes materiales,
la emergencia de nuevas clases sociales y la exigencia de un nuevo orden
político.
Todo está relacionado. ¿No estamos acaso verificándolo hoy mismo? ¿No es
acaso ese “todo” —lo que se llama tradicionalmente un “mundo”— lo que se
está deshaciendo ante nuestros ojos? Cabría entonces sacar provecho de ello
para nuestra enseñanza y, en este aspecto, Europa podría tal vez aunar
fuerzas en una misma dirección. Por mi parte, estoy convencido de que
Europa puede encontrar en su historia los motivos de una señal de esperanza
que se debería transmitir al resto del mundo, que acabó siguiendo su
“modelo” en su versión de exportación made in USA.
El imperio del positivismo, sin duda, no nos ha permitido aún extraer todas
las lecciones de los grandes cambios que han afectado a las ciencias físicas a
lo largo de los primeros decenios de este siglo. No obstante, la teoría de la
relatividad, así como la mecánica cuántica, para no hablar sino de dos
grandes teorías de las que disponemos, nos da una lección radical. Sabemos
que las ideas científicas fecundas no proceden de la simple observación de los
hechos, sino de especulaciones que van mucho más allá de la observación y
que, desde ya, el concepto debe integrar en su definición las condiciones
experimentales de su realización. También hemos aprendido que una teoría
no se resume a un mero cálculo: no se constituye sino a costa de una
polémica ininterrumpida y dolorosa con las evidencias, sensibles o
intelectuales, a las cuales nos “adherimos espontáneamente” porque las
hemos recibido del juego de instituciones donde nos toca vivir. Ahora bien,
el pensamiento científico, por esencia, justamente no es un pensamiento de
adhesión o, si se prefiere, un pensamiento “adhesivo”; es más bien un
pensamiento que se “desdobla” (Bachelard), un pensamiento que no deja de
juzgarse a sí mismo para progresar mejor por rectificaciones sucesivas.
¿Pero qué juzga de sí mismo el pensamiento científico en esos momentos
decisivos, sino los presupuestos que ha heredado de un pasado, en el que no
es el único encausado, puesto que las otras formas humanas de pensamiento y
de práctica se encuentran en él comprometidas? Piensen en la noción de
espacio absoluto de Newton y en el conjunto de las posiciones que ha podido
determinar, a distancia, en psicología, en moral, en política, en teología
inclusive... Esto explica, sin duda alguna, que sea tan difícil deshacerse de
ella, cuando Newton mismo había sido tan prudente en el momento en que
la había adelantado.
He aquí lo que debería comprometernos a volver a inscribir la maduración
filosófica de los conceptos científicos en nuestra enseñanza. Ya que entonces
se presentaría la ciencia abierta hacia su exterior. En lugar de que su
autoridad sea impuesta como un objeto de fe, podría ejercitar el espíritu de
los alumnos a situar las formas “adhesivas” de su pensamiento en su justo
lugar. En francés, tenemos una bella expresión para designar la actitud que
tal enseñanza podría suscitar: la “disponibilité d’esprit”.
Todo está relacionado, una vez más. La enseñanza de las disciplinas técnicas
podría entonces, desde la misma perspectiva, replantear su status intelectual
y social. No basta con la unción verbal del logos para que a la técnica,
convertida en “tecnología”, se le reconozca la dignidad que le corresponde —
no como una enseñanza científica subordinada, sino como la enseñanza de
un tipo específico de pensamiento y de actividad racionales. Se podría
mostrar entonces la técnica como creadora de valores propios, de los cuales el
de innovación, ruptura asumida, es el más característico. Se podría mostrar
también que esos valores se basan en normas que constituyen siempre un
sistema, pero que la acción de esas normas siempre se revela movilizadora,
incitadora, y que su sistema queda siempre abierto hacia el futuro,
anticipando sin cesar nuevos modos de uso. En resumen, el pensamiento
técnico, en calidad de tal, podría ayudarnos a saber lo que quiere decir
anticipar: ¡disponerse a aceptar lo imprevisto en lugar de continuar creyendo
que el futuro no será más que la prolongación del presente!
4
Transdisciplinariedad y educación
Georges Lerbet
El Método
La naturaleza de la naturaleza (Tomo 1), 1980 La vida de la vida (Tomo 2),
1980
El conocimiento del conocimiento (Tomo 3), 1986 Las ideas. Su habitat, su
vida, sus costumbres, su organización (Tomo 5), 1991
La humanidad de la humanidad (Tomo 6), en prensa
(Continúa en la siguiente solapa)
El desafío del siglo XXI
Unir los conocimientos
Complexus
Antropología fundamental
Siglo XX