Los Fascismos 1
Los Fascismos 1
Los Fascismos 1
Los fascismos surgieron tras la 1° Guerra Mundial en un escenario de crisis económica, social y política.
Constituyeron una ideología que en mayor o menor medida se extendió por casi toda Europa por medio de
organizaciones inspiradas en el modelo italiano de Mussolini y, algo más tarde, en el nazismo alemán.
Sin embargo, la ideología fascista ha pervivido, en cierto modo, hasta nuestros días, auspiciada por grupos
minoritarios y dispersos, que han conseguido, en ocasiones, relativa importancia en el panorama político
europeo. Es el caso de formaciones de extrema derecha nacionalista como el Frente Nacional de Jean Marie
Le Pen en Francia. En la actualidad es su hija, Marine la que lidera dicho grupo.
Alemania, de forma especial, sufrió una fuerte crisis económica durante posguerra, agravada por las
exorbitantes reparaciones impuestas por los vencedores. Ello provocó una galopante inflación que se tradujo
en altas tasas de desempleo.
Las tensiones sociales en el seno de la República de Weimar desacreditaron el régimen político democrático
que representaba y crearon el caldo de cultivo favorable para el nacimiento de posturas radicales, tanto de
izquierda, como de derecha. La vida cotidiana en el Berlín de 1927
Italia, que no había conseguido las aspiraciones territoriales y políticas que anhelaba como vencedora de la
Primera Guerra Mundial, se consideró agraviada por sus aliados en la Paz de Versalles y se vio envuelta en
una fuerte crisis económica y social que favoreció el ascenso al poder del fascismo (1922).
Un amplio sector de la clase media, algunos de la clase obrera y el campesinado depositaron sus esperanzas
en el nuevo régimen de Benito Mussolini, el primero de los totalitarios que habrían de imponerse a lo largo
de los años 30 a las débiles democracias.
Las repercusiones de la crisis de 1929
El hundimiento de la bolsa de Nueva York y la subsecuente crisis económica que azotó al mundo durante
buena parte de la década de los treinta, cobró especial relevancia en algunos países como Alemania.
La estrecha dependencia que su economía padecía respecto a la estadounidense precipitó al país a una
grave crisis.
En 1932 casi el 30% de la población activa se encontraba en condiciones de desempleo, contabilizándose casi
7 millones de parados. Los índices de pobreza aumentaron espectacularmente y la situación política y social
fue radicalizándose.
Poster para las elecciones al Reichstag (Parlamento) en noviembre de 1932. La leyenda dice: "Trabajo y
comida".
Elecciones 1932
El Partido Nazi (NSDAP) aprovechó el desprestigio de las instituciones republicanas, incapaces de resolver la
crisis, para atraerse a un creciente número de simpatizantes que demandaban orden y seguridad económica.
El extremismo político
Los diferentes gobiernos que fueron sucediéndose a lo largo de este período tuvieron como rasgo común la
intransigencia. La vida política se radicalizó y polarizó.
Dibujo nazi destinado a las elecciones de 1932. Representa a un SA
segando las cabezas de sus contrincantes políticos, más concretamente, de católicos y comunistas.
El fascismo italiano
La formación del Estado fascista en Italia arrancó en 1922. Dos décadas más tarde, concluyendo la II Guerra
Mundial, llegaría su fin, cuando el último reducto de Mussolini, la República de Saló (República Social
Italiana), sustentada por los alemanes, fue derrotada por los aliados.
El líder indiscutible del fascismo italiano fue Benito Mussolini, nacido en 1883 en el seno de una familia de
origen humilde (su padre era herrero).
Se formó como maestro de escuela y ejerció como tal durante cinco años, militó en el Partido Socialista
Italiano desde 1900 hasta 1914, fecha en que fue expulsado de la organización por defender la entrada de
Italia en la guerra, frente al neutralismo del partido. En 1915 fue militarizado y en 1917 gravemente herido
en combate.
En 1919 constituyó en Milán el grupo de carácter paramilitar los “Fasci di Combattimento” (fascios italianos
de combate), grupo paramilitar, de ideología ultranacionalista, anticomunista y antiliberal, cuyos miembros
lucían uniformes de color negro. De ahí surgiría en 1921 el Partido Nacional Fascista.
Mediante la acción violenta contra socialistas, comunistas, anarquistas y, en general sobre todos los
demócratas italianos, logró alcanzar el poder en 1922, creando un régimen totalitario constituido en
precedente y modelo de otros tantos surgidos en Europa a lo largo de la década de los treinta.
Los fascistas llegaron el poder en medio de una gran crisis, con gobiernos que no podían establecer el orden
y caían uno tras otro.
En ese ambiente se produjo el definitivo asalto al poder del fascismo. La oportunidad llegó tras la “Marcha
sobre Roma” organizada en el mes de octubre de 1922. Mediante esa maniobra los fascistas pretendían
forzar la renuncia del gobierno constitucional e imponer el de Mussolini.
La Marcha sobre Roma movilizó a miles de fascistas de todo el país que se dirigieron desde Nápoles hacia la
capital. Vestidos con característicos uniformes, “los camisas negras” fueron conducidos por Mussolini que
permaneció en Milán a la espera del desarrollo de los acontecimientos.
Victor Manuel III, rey de Italia En 1922 llevó al poder a Mussolini nombrándolo como jefe de gobierno ya que
muchos empresarios e importantes sectores del ejército, simpatizaban de forma abierta con Mussolini. A
partir de entonces, el rey fue solo una figura simbólica sin poder.
Aunque convertido en primer ministro, gobernó durante unos meses sustentado en una coalición de
partidos (liberales, nacionalistas y católicos) dentro de los cauces constitucionales
Pese a su crítica posición, Mussolini conservó el poder merced al rey que no lo relevó del gobierno. A partir
de entonces su labor se concentró en silenciar cualquier tipo de oposición.
EL ESTADO FASCISTA
En 1925 suprimió los partidos políticos, los sindicatos y la libertad de prensa, mandó arrestar a los líderes
de izquierda (comunistas y socialistas). Centenares de miles de italianos hubieron de exiliarse. Nacía el
Estado totalitario controlado por un líder fuerte e indiscutido.
Políticas
El régimen fascista abolió los derechos políticos y los sustituyó por una
estructura de carácter corporativo que subordinaba la esencia y la iniciativa
individuales al interés nacional.
Los partidos políticos fueron suprimidos -salvo el Nacional Fascista-
mediante la Ley de Defensa del Estado. El parlamento desapareció y la
oposición fue eliminada.
Mussolini recibió poderes plenos y su partido era su apoyo.
En política internacional, buscó conquistar territorios en África y se asoció
fuertemente a la Alemania de Hitler.
Económicas
Se respetó la propiedad privada pero al servicio de los intereses del Estado.
En la práctica, se beneficiaron las grandes empresas y los terratenientes,
que lo habían apoyado para frenar al comunismo.
Se orientó la economía a desarrollar la industria y la agricultura para lograr
la autarquía, es decir no depender de nadie.
Sociales
Se buscó eliminar el conflicto entre clases sociales. Se buscó que todos los
grupos crearan organizaciones pero solo eran aceptadas si apoyaban al
fascismo.
Se eliminaron los sindicatos obreros y se prohibió la huelga. Pero se buscó
aliviar la situación económica de las clases pobres a través de salarios
mínimos y ayudas económicas.
Se crearon agrupaciones de niños y jóvenes que tenían formación militar
Ideológicas
Se extendió la censura y la prohibición de todos aquellos que no apoyaran al
fascismo.
Todo era controlado por el Estado, desde la educación, la prensa y el cine.
Se usó los artistas para promocionar las ideas fascistas, como el militarismo,
las ideas de la antigua gloria del imperio romano y la fuerza del nuevo
hombre fascista.
Aunque eran nacionalistas, no llegaron al extremo del racismo nazi ni a
perseguir a los judíos hasta que la guerra mundial los obligó a apoyar las
ideas de Hitler
El nazismo alemán
La primera Guerra Mundial le sorprendió en Alemania en cuyo ejército se enroló como voluntario. Por su
arrojo obtuvo varias condecoraciones y fue herido en 1916.
La derrota alemana le causó una profunda consternación y responsabilizó de ella a los políticos socialistas,
comunistas y judíos quienes, según él, habían asestado desde la retaguardia una “puñalada por la espalda” al
valeroso ejército alemán. Consideró la firma del Tratado de Versalles como una humillación inaceptable y se
impuso la tarea de devolver a Alemania su papel de potencia respetada y
temida en el mundo.
En 1923 el Partido Nazi celebró su primer congreso, para entonces contaba con aproximadamente 20.000
militantes. Ese mismo año tuvo lugar la invasión franco-belga de la región alemana del Ruhr, en teoría para
salvaguardar el pago de determinadas partidas de reparación de guerra que Alemania había dejado de
cumplir.
El nacionalismo alemán, exacerbado por el gobierno, desencadenó una oleada de protestas y sabotajes
contra los ocupantes.
El Estado se comprometió a indemnizar a los afectados por la invasión, recurriendo para ello la emisión de
abundante papel moneda, originando una HIPERINFLACIÓN que hundió la economía alemana,
empobreciendo a amplios sectores de la población, en un clima de enorme malestar social.
La coyuntura fue aprovechada por Hitler para intentar conquistar el poder. El 8 de noviembre de 1923
ensayó un golpe de Estado en Munich, capital de la región de Baviera ("Putsch de Munich") con la intención
de imponer al veterano general Ludendorff como dictador y destruir la legalidad republicana.
El 9 de noviembre, una manifestación de varios miles de nazis que discurría por las calles de Munich fue
destruida por las fuerzas del orden, con lo que la rebelión fue abortada. De haber triunfado, hubiese
permitido a Hitler avanzar sobre Berlín, tal y como Mussolini lo había hecho meses antes con su "Marcha
sobre Roma".
Fue durante esa estancia en prisión cuando escribió el libro "Mein kampf" (Mi
lucha), publicado en 1925, donde expresaba los fundamentos de su ideología:
antisemitismo visceral, anticomunismo y antiliberalismo.
El fracaso del Putsch de Munich llevó a Hitler a la convicción de que el poder había
de ser conquistado mediante la legalidad, es decir, a través de la vía parlamentaria.
En las elecciones de mayo de 1928 los nazis tan solo obtuvieron 12 escaños en el Parlamento, en tanto que
la izquierda alcanzaba un claro triunfo. Meses más tarde se producía el
crac de la Bolsa de Nueva York, de dramáticas consecuencias para
Alemania. La crisis económica y social dio oxígeno a los nazis.
Gobierno de coalición
El nuevo gabinete se configuró como una coalición de partidos de centro-derecha, con el apoyo de las
fuerzas armadas (Von Papen, Hugenberg, Blomberg, etc). La razón de esa asociación radicó en que el Partido
Nazi no tenía mayoría suficiente para gobernar en solitario.
En esta ocasión solo dos ministros, Frick (Interior) y Göring (Sin cartera) fueron nazis, el resto pertenecía a
otras formaciones políticas.
Hitler aprovechó la ocasión para responsabilizar del acto a los comunistas y socialistas por lo que, mediante
el Decreto para la protección del pueblo y el Estado, promulgó una serie de medidas de excepción que
liquidaron la libertad de opinión, prensa y asociación, poniendo fuera de la ley a la mayor parte de la
oposición.
En un ambiente de amenazas se celebraron los comicios en marzo de 1933. Éstos dieron la mayoría (44 %,
288 diputados) al NSDAP. Hitler, una vez excluidos los comunistas, forzó al Parlamento a que le concediese
poderes especiales durante 4 años.
Se creó la Gestapo, policía política destinada a controlar y eliminar a los opositores. Parte de los
intelectuales hubo de exiliarse del país y los funcionarios considerados no afectos al nazismo fueron
depurados.
El siguiente paso en la senda por el control absoluto del poder se dio con la eliminación de las facciones
revolucionarias existentes dentro del propio Partido Nazi. La más importante, sin duda, la constituían las SA,
grupo paramilitar dirigido por Ernst Röhm, que esgrimía como principio la abolición del capitalismo mediante
una revolución.
El proceso de integración del Partido Nazi en las estructuras de poder tradicionales, encontró en esta
organización un estorbo, por lo que Hitler decidió destruir su poder mediante la eliminación de sus líderes
para que ninguno pudiera competir el “Lider”
La acción se llevó a cabo durante la denominada “noche de los cuchillos largos” (30 de junio de 1934), en el
transcurso de la cual fueron asesinadas más de 200 personas ligadas a las SA.
Los grandes empresarios y la derecha más reaccionaria se sintieron aliviados respecto a las intenciones de
Hitler y acercaron sus posturas a su política que, a partir de entonces, quedaba desprovista de cualquier tipo
de reivindicación subversiva o revolucionaria de tipo comunista.
El Estado nazi
El nuevo parlamento emanado de las urnas en marzo de 1933 confirió a Hitler, mediante decreto, plenos
poderes durante cuatro años. Ello implicó la aniquilación del sistema democrático y la actividad de los
partidos. El nazismo entre 1933 y 1935. Idioma: inglés
La muerte del presidente Hindenburg, en agosto de 1934, selló el destino de la República de Weimar, que
fue reemplazada por una nueva estructura estatal, el Tercer Reich (Tercer Imperio Alemán), significado por
su totalitarismo y supeditado a la dictadura personal de Adolf Hitler.
La acción política llevada cabo por Hitler se materializó en la creación de un régimen totalitario, que eliminó
del campo político y social cualquier rastro de oposición.Se valió para ello, en un primer momento, del juego
político democrático complementado con el uso de la violencia; más tarde, de la fuerza de una dictadura
personalista, impuesta a través del empleo sistemático del terror.
La trascendencia de estos hechos sobrepasó el ámbito del Estado alemán y afectó de forma significativa al
terreno internacional, ya que la agresiva política nazi contribuyó de forma clara a tensar las relaciones
durante los años 30 y a desencadenar una Segunda Guerra Mundial.
La política internacional de Hitler se consagró desde sus inicios en atacar el Tratado de Versalles. A raíz de su
firma, un amplio sector del ejército y la derecha acusó a los nuevos gobernantes de haber traicionado a
Alemania, haciéndolos responsables de lo que consideraban una paz vergonzosa realizada a espaldas del
pueblo.
Desde entonces denunciaron el Tratado y lucharon por revisarlo, especialmente, en lo concerniente a las
cesiones territoriales que Alemania se había visto obligada a efectuar y a las cláusulas de desmilitarización
de su territorio.
El eje fundamental de sus relaciones con el exterior estuvo constituido por una política expansionista y
pangermanista (unión de todos los alemanes, muchos vivían en territorio de los países vecinos) que sirvió
de instrumento para llevar a la práctica la teoría del “espacio vital”, necesaria para asegurar el desarrollo
demográfico y económico de Alemania.
En 1936, incumpliendo el Tratado de Locarno de 1925, el ejército alemán entró en la zona desmilitarizada de
Renania, rompiendo así con el espíritu conciliador que dicho pacto había alcanzado.
Mediante el llamado “Pacto Antikomintern” Alemania estrechaba sus vínculos con Japón. Ambas potencias
se comprometían a perseguir y reprimir cualquier tipo de actividad relacionada con el comunismo de la
Tercera Internacional (Komintern). En realidad tras ese tratado se fijaban las bases de una estrecha
colaboración diplomática en momentos en que ambos estados estaban necesitados de apoyos para llevar a
cabo su política agresiva, al margen del derecho internacional. Las potencias democráticas permanecieron
impasibles ante iniciativas como esa. Por contra, la Italia de Mussolini la apoyó.
Italia y Alemania intervinieron decisivamente en la Guerra Civil Española (1936-1939) respaldando al general
Franco, rebelado contra el gobierno legítimo de la Segunda República, bajo el pretexto de apoyarlo en su
lucha contra el comunismo internacional.
La I Guerra Mundial supuso para Alemania un importante descalabro económico. Durante la posguerra las
dificultades se vieron agravadas por el desembolso de fuertes sumas como reparación de guerra a los
vencedores.
El principal problema con que se enfrentó el Estado fue la hiperinflación. Ésta afectó al tejido económico y
golpeó a amplias capas de la sociedad, especialmente a asalariados, funcionarios, pequeños ahorradores y
pensionistas. A partir de 1924 la situación mejoró, pero unos años más tarde, el crac de 1929 y sus
repercusiones, hundió de nuevo la economía alemana.
La principal secuela de la crisis, el desempleo, golpeó con especial virulencia a las clases media y obrera que,
en cierta medida, se arrojaron a los brazos del nazismo. Hitler prometía incesantemente que resolvería los
problemas de manera rápida y eficaz cuando alcanzase el poder.
Cuando eso sucedió puso en marcha una serie de medidas cuyo efecto se vio reforzado por el cambio
favorable en la coyuntura económica internacional: arbitró créditos a las regiones que acometiesen obras
públicas y crearan empleo, incentivó el abandono del
trabajo femenino en beneficio del masculino, impuso un
período de trabajo sin remuneración a los jóvenes con
edad comprendida entre los 18 y 25 años.
Hitler hizo hincapié en el desarrollo de la industria pesada Cartel nazi de fomento de la economía, en este
y química, en manos de grandes grupos industriales caso, del ferrocarril.
(Krupp, Vögler, Boch, Siemens, etc), preparados para
hacer frente al programa de rearme del ejército alemán, fundamental para garantizar una política
internacional agresiva y expansionista.
En 1936 se puso en marcha un Plan Cuatrienal, cuyo director, Goering, ponderaba la militarización de
Alemania con vistas a una futura guerra. Obviaba principios esenciales del capitalismo como el coste y el
beneficio empresarial, dando prioridad a la consecución de la autarquía que permitiese el
autoabastecimiento de alimentos y materias primas durante el conflicto.
Esta política acrecentó el poder
de los magnates de la industria
militar, que conseguirían por
medio de la guerra enormes
beneficios, acrecentados por la
política de saqueo de territorios
conquistados y el empleo de
mano de obra esclava o
semiesclava en sus fábricas.
El principal cliente de la
producción fue el Estado. Para
financiarla el III Reich recurrió a
una política de endeudamiento
que en 1938 ascendía a la
astronómica suma de 31.000
Albert Speer y Ferdinand Posrche visitan una fábrica de carros de
millones de marcos.
combate Tiger.
El nazismo mantuvo el capitalismo como sistema económico y social. Hitler se apoyó en los grandes
empresarios para ascender y consolidarse en el poder, en tanto que sobre la clase obrera recayó la tarea de
reconstruir la economía alemana, maltrecha tras la Gran Guerra y la crisis de 1929.
El apelativo “socialista”, presente en las siglas del Partido Nazi, careció de un significado real y constituyó
una mera argucia dirigida a atraerse a un importante sector de la sociedad. La estructura de la propiedad,
especialmente la agraria, no sufrió cambios respecto a épocas precedentes y los grandes terratenientes
mantuvieron su influencia, siendo uno de los puntales del régimen.
A medida que el rearme alemán fue incrementándose se produjo una perfecta fusión entre los jerarcas nazis
y los empresarios relacionados con la industria militar.
El renacimiento económico alemán se realizó a costa de los bajos salarios, un ritmo creciente de trabajo y la
absoluta desarticulación organizativa de los trabajadores: los sindicatos de clase y las asociaciones políticas
fueron prohibidos.
La organización de las empresas se estableció sobre la base de una profunda jerarquización que, a pesar
del empeño que el régimen puso por disimular mediante iniciativas de carácter propagandístico como el
acceso de todos los alemanes a la motorización, agudizó las diferencias entre trabajadores y empresarios.
La contrapartida fue la erradicación del desempleo, que sirvió a Hitler para hacerse acreedor del favor de
una buena parte de los obreros que estaban desempleados. Éstos prefirieron ocupar un puesto de trabajo
en ausencia de democracia que la libertad sin él.
La sociedad sufrió un proceso de homogeneización que desembocó en la persecución y eliminación de
elementos izquierdistas, minorías raciales (gitanos o eslavos), homosexuales, deficientes mentales y, de
forma especial, judíos.
Nazis colocan un
rótulo en la vidriera
de una tienda judía,
dice: alemanes,
resistid, no
compréis a los
judíos.
Éstos últimos, muy activos en la vida económica y social de Alemania fueron segregados del resto de la
población y les fueron impuestas leyes discriminatorias que arruinaron su normal desarrollo político, social y
económico.
Elemento clave de la ideología nazi fue la cuestión racial. Hitler hablaba en su libro Mein Kampf de la
existencia de razas superiores y razas inferiores. El pueblo alemán pertenecía al primer grupo. Para evitar su
contaminación y conservar la pureza racial era menester proceder a una profunda separación.
Especialmente peligrosa estimaba que era la raza judía, a la que calificaba como degenerada y causante de
gran parte de los males de Alemania. EL ANTISEMITISMO (odio a los judíos) existía en Europa desde hacía
siglos. Pero los nazis lo elevaron a la máxima categoría.
La educación se utilizó como instrumento de adoctrinamiento en los ideales del nazismo. Todos sus
niveles se vieron sometidos a un riguroso control y los profesionales de la enseñanza fueron depurados y
encuadrados en una estructura de carácter pseudomilitar. Los programas de estudios se desarrollaron
bajo las premisas de un profundo racismo.
En 1933 fue instituida la Cámara de la Cultura del Reich, de la que pasaron a depender siete organismos:
cine, teatro, música, prensa, radio, literatura y arte, y en la que debían inscribirse de forma obligatoria los
profesionales que desarrollaran alguna de esas actividades.
Los libros y la prensa fueron estrechamente vigilados por medio de la censura, prohibiéndose la
publicación de aquellos ejemplares juzgados como depravados o atentatorios contra el régimen.
Se quemaron públicamente miles de libros, como aconteció el 10 de mayo de 1933. Numerosos escritores
debieron huir (Thomas Mann, Bertolt Brecht, Stephan Zweig y otros). La censura se extendió también a otras
manifestaciones expresivas como el cine o la radio. Texto. El racismo antisemita nazi. Thomas Mann.
Diarios, 1918-1936
El régimen invirtió grandes esfuerzos en el control y adoctrinamiento de la juventud. Ésta fue encuadrada en
organizaciones, entre las que destacó la de las "Juventudes Hitlerianas", a cuyos miembros les eran
inculcados los principios del nazismo. Se hizo énfasis en el cuidado físico y deportivo, por ser considerados
medios idóneos para el mantenimiento de una raza sana y fuerte, base del futuro ejército alemán. Texto. La
educación nazi. Adolf Hitler. Mein kampf. 1924
El papel de la mujer, aunque en menor medida que en otros regímenes similares, se circunscribió a la esfera
doméstica y su función principal quedó reducida a la de engendrar y educar a los hijos. Desde niños,
hombres y mujeres eran separados y encuadrados en razón a su sexo. Se ensalzó el papel de madre y se
instituyó una festividad para conmemorarlo, llegándose a conceder premios a la fertilidad a aquellas mujeres
que lograsen una mayor descendencia.
Determinadas libertades que habían sido conquistadas por la mujer durante la República de Weimar
fueron suprimidas y sus puestos laborales ocupados por los varones. Solo cuando durante la II Guerra
mundial escaseó la mano de obra, se acudió de nuevo a las mujeres como sustitutas de los varones.
Junto con el terror, la propaganda fue empleada como forma de imponer las ideas. Se generalizó la
celebración de imponentes concentraciones de gente, presididas por Hitler y los máximos dirigentes del
partido donde, en un ambiente de enardecido patriotismo
donde se enarbolaban los símbolos nazis (estandartes y
banderas con la esvástica, saludos marciales, etc).
En el centro de todos esos fastos se situaba la figura del Führer. Incluso los Congresos del Partido,
desprovistos de un verdadero carácter deliberativo, se convocaban para exaltar su figura. Se alteró el
calendario laboral y se instituyeron nuevas festividades como la que conmemoraba el cumpleaños de Hitler.
Su imagen se representó hasta la saciedad en las más diversos escenarios y actitudes: militar, político,
familiar, paternal, etc.
Figura insustituible en la organización del aparato propagandístico del régimen fue Joseph Goebbels.
Mediante inflamados discursos radiofónicos y artículos de prensa, cargados de antisemitismo y xenofobia,
encandiló a las masas.
Durante la II Guerra Mundial sus alocuciones se esforzaron en sostener la moral del pueblo alemán
alentándolo a una heroica resistencia, cuando ya era inevitable la derrota del Tercer Reich.
Respecto a las relaciones con la Iglesia, los nazis intentaron controlar las dos confesiones más importantes
de Alemania, la Evangélica (mayoritaria) y la Católica. Con la Santa Sede firmó un acuerdo en julio de 1933
que regulaba las relaciones entre ambas instituciones y contribuyó a incrementar el prestigio internacional
del régimen.
A la postre, sin embargo, esas relaciones se enfriaron, ya que una parte del clero recelaba del control que
Hitler ejercía sobre el Estado y los métodos que utilizaba para perpetuarse en el poder.