Resumen de Los 7 Ensayos de Interpretación de La Realidad Peruana
Resumen de Los 7 Ensayos de Interpretación de La Realidad Peruana
Resumen de Los 7 Ensayos de Interpretación de La Realidad Peruana
“Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” (1928) es el libro cenital del genio de José
Carlos Mariátegui. Desde su aparición hasta nuestros días, es el más leído de cuántos libros
peruanos se conocen. Constituye algo así como una obligada estación en que todo espíritu juvenil,
interesado por conocer la realidad de nuestros problemas, se detiene para sumergirse en el torrente
de verdades que atraviesa sus páginas. Macizo el contenido, por captar agudos problemas —viejos y
nuevos a la vez—, no ha sido mellado por ninguno de sus refutadores, verbigracia Víctor Andrés
Belaúnde que escribiera en tono de réplica, su libro “La realidad nacional”. Además, el copioso
contenido de cada uno de sus capítulos, la fuerza analítica del pensamiento y la moderna erudición
en que está encuadrada la obra, devienen revestidos en un lenguaje armonioso y dúctil. Esta
frescura de estilo y el relampagueo frecuente del humor y la ironía que nos aproximan a Unamuno y
Rodó, hacen que la lectura del texto no desmaye en ningún instante. Mucho del sortilegio del poeta
y no poco del magnetismo del filósofo hay en este libro inmarcesible.
“Desde que aparecieron los 7 Ensayos, por su originalidad, por su fuerza, por sus verdades
penetrantes y por su forma novedosa de abordar los problemas del país, suscitaron por un lado
admiración y alabanzas; por otro, interés y serias críticas… Este libro de José Carlos, de tantas
ediciones y comentarios, tuvo el mérito loable de incentivar nuevos trabajos e iniciar la búsqueda de
derroteros distintos a los tradicionales”.
3) El problema de la tierra;
5) El factor religioso;
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6) Regionalismo y centralismo; y
7) El proceso de la literatura.
El último de estos ensayos es el que nos da la dimensión exacta del pensamiento literario de
Mariátegui. Sus conceptos son de condenación a la literatura, colonial y colonialista. Propugna el
nacionalismo, es decir que nuestra literatura se sustente en elsubstratum racial y espiritual indígena
con proyecciones al cosmopolitismo, como en el caso de Vallejo. Su estilo es sobrio y directo.
LOS SIETE ENSAYOS VISTOS POR JORGE BASADRE Con los Siete ensayos, Mariátegui
contribuyó a divulgar en el Perú en sentido serio y metódico de los asuntos nacionales por encima
de la erudición, el culto del detalle y la retórica. Vinculó la historia con los dramas del presente y
las interrogantes del porvenir. Señaló problemas que el pasado no había resuelto y que inciden sobre
las generaciones actuales, junto con otros en el tiempo de éstas suscitados. Precisó realidades
lacerantes y patéticas que muchos no vieron o no quisieron ver. Nunca escribió algo que en el fondo
o, a solas consigo mismo, creyera una mentira. Estuvo exento del horror o el desdén al estudio que
hay en el alma de todo demagogo de izquierda o de derecha. Al intentar el diagnóstico del propio
país (que tantas cosas tiene de común con el de otros países de América andina) reemplazó (en
aquellos años) a otros que pudieron hacer obra similar (desde el punto de vista de distintas
ideologías) y que no lo hicieron porque viajaron al extranjero o por dejarse llevar por la dispersión,
el eruditismo, la fácil literatura o los menudos afanes de la vida política, burocrática o de vanidad
social.
Tuvo muchos aciertos y a menudo suscita serias reflexiones; pero a veces pecó por un sentido
unilateral, o por exceso de esquematismo, o por personales afectos o antipatías (muy visibles, sobre
todo, en el ensayo sobre la literatura) o por el carácter tendencioso de su propaganda o,
simplemente, por deficiente información. El mismo se encargó de advertir en el prólogo de su libro:
“No soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos y
de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del
socialismo peruano. Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario”.
El lector nunca debe olvidar estas francas palabras.
Por lo demás, se necesita mucha preparación básica para estudiar, plantear y resolver desde un
sillón de inválido, en unos cinco años de trabajo, el problema del indio, el problema de la tierra, el
problema de la educación pública, el factor religioso, el regionalismo y el centralismo y el proceso
de la literatura. Esto era, en realidad, mucho más difícil que comentar la política europea
contemporánea o las expresiones de la literatura y de las artes que entonces aparecían, por la
carencia o la escasez de estudios especializados, y (en muchos casos) por la necesidad previa de
trabajos monográficos, estadísticos, encuestas y otros materiales.
Pero, a pesar de todo, con todas las rectificaciones que desde los campos más diversos, se hagan a la
obra de Mariátegui, aun suponiendo que ella sea, en algunos aspectos, superada, siempre quedará en
pie su ejemplo y su significado. Nunca merecerá esta obra “el silencio destinado a los escritorzuelos
malévolos, ni el empellón agresivo a las nulidades con aureola y sitial, ni los romos adjetivos
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Lo que más vale en Mariátegui no son, pues, sus recetas y sus fórmulas, sino su personalidad
integral. Hoy él deber de interpretar está lejos del “cliché” y del adjetivo convencional que él tanto
odiara. No debe olvidarse, además, que murió a los treinta y cinco años.
(“Historia de la República del Perú”, Octava edición, Tomo 12, pag. 3067 3068).
ARGUMENTO
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esencialidad moral y su auténtica integración a la vida nacional. «La solución del problema
del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios.
Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico.
Los congresos indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo, no
representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una ruta
comunicando a los indios de diversas regiones. A los indios les falta vinculación nacional.
Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido, en gran parte, a su
abatimiento. »
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V. El factor religioso:
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La religión incaica fue un código moral antes que un conjunto de abstracciones metafísicas.
Su iglesia (por llamarla de algún modo) fue una institución social y política, cuyo culto
estaba subordinado a los intereses sociales y políticos del imperio; la iglesia era el estado
mismo. Es lo que se llama Teocracia. Producida la conquista, se impuso el culto católico
más que la prédica del evangelio, de modo que el culto pagano de la religión incaica
subsistió bajo el culto católico, fenómeno al que se conoce como sincretismo religioso. El
rol de la iglesia católica durante el virreinato fue de aval del estado feudal y semifeudal
instituido. Si bien es cierto que hubo choques entre el poder civil y el eclesiástico, éstos no
tuvieron ningún fondo doctrinal, sino que fueron meras querellas domésticas. Con el
advenimiento de la República no hubo cambio en tal sentido. La revolución de la
Independencia, del mismo modo que no tocó los privilegios feudales, tampoco lo hizo con
los eclesiásticos. El radicalismo gonzalez-pradista surgido a fines del siglo XIX constituyó
la primera agitación anticlerical surgida en el Perú, pero careció de eficacia por no haber
aportado un programa económico-social. De acuerdo a la tesis socialista, las formas
eclesiásticas y doctrinas religiosas son peculiares e inherentes al régimen económico-social
que las sostiene y produce, y por tanto, su preocupación es cambiar ésta y no aquellas.
Este problema, en cierto modo, viene vertebrando todos los demás. Aunque reconoce que
existe, sobre todo en el sur peruano, un sentimiento regionalista, dicho regionalismo no
parece ser más que «una expresión vaga de un malestar y un descontento». En realidad, el
problema se plantea entre Centralismo y Federalismo. El Centralismo se apoya en el
caciquismo y gamonalismo regionales (dispuestos, no obstante, a reclamarse federalistas de
acuerdo a las circunstancias), mientras que el Federalismo recluta sus adeptos entre los
caciques y gamonales en desgracia ante el poder central. Ciertamente, uno de los vicios de
la organización política del Perú es y sigue siendo su centralismo. Pero entiende Mariátegui
que toda descentralización que no se dirija a solucionar el problema agrario y la cuestión
indígena, «no merece ya ni siquiera ser discutida», porque, advierte, no es este problema
meramente político, ni desde este solo punto de vista ella alcanzaría para solucionar los
problemas esenciales. Por otra parte es difícil definir y demarcar en el Perú regiones
existentes históricamente como tales. No obstante Mariátegui estudia las tres regiones
físicas: la Costa, la Sierra y la Montaña (que no significan regiones en cuanto a la realidad
social y económica), afirmándonos que la Montaña carece aún de significación socio-
económica; en cambio, «la actual peruanidad se ha sedimentado en tierra baja» o Costa, y
la Sierra es el refugio del indigenismo.
«Las formas de descentralización ensayadas en la historia de la República, han adolecido
del vicio original de representar una concepción y un diseño absolutamente centralistas»,
dice Mariátegui, y como la descentralización a que aspira el regionalismo, no es legislativa
sino administrativa, el problema ha permanecido en pie. ¿Qué opina Mariátegui sobre la
descentralización? Primero, clarificar el propio concepto del regionalismo, para evitar el
gamonalismo regional. Luego una definitiva opción entre el gamonal o el indio: «no existe
un tercer camino». Porque, lo más cierto es que «ninguna reforma que robustezca al
gamonal contra el indio, por mucho que aparezca como una satisfacción del sentimiento
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regionalista, puede ser estimada como una reforma buena y justa». También estudia el
problema de la capital, concerniente a todas las capitales de América, y sostiene que la
suerte de Lima está subordinada a los grandes cambios políticos, como enseña la historia
de Europa y la propia América.
En éste su último ensayo, Mariátegui renuncia a ser un crítico imparcial: «Declaro sin
escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas ...». Desde
su punto de vista analiza la literatura de la Colonia, «de irrenunciable filiación española»,
en espíritu y sentimientos, y este colonialismo mental supervive al Virreinato, dando como
resultado una literatura mediocre por falta de raíces propias, no habiendo podido «eludir la
suerte que le imponía su origen». Explica las razones socio-económicas por qué ha
subsistido ese colonialismo literario, y agrega: «el literato peruano no ha sabido casi nunca
sentirse vinculado al Pueblo». Aunque destaca en Garcilaso, más Inca que conquistador, el
primer destello de "peruanidad", y rescata a Ricardo Palma y a sus
Tradiciones de las pretensiones del colonialismo, pues estas Tradiciones tienen «política y
socialmente una filiación democrática». Hay que esperar hasta la llegada de González
Prada para ver anunciada la posibilidad de una auténtica literatura peruana. González Prada
significa la ruptura con el virreinato; uno de los últimos reductos del colonialismo
intelectual es la universidad, de allí emerge la «generación futurista». En tales
circunstancias el Movimiento Colónida, encabezado por Valdelomar, surge como una
insurrección, como una actitud antiacadémica reclamando sinceridad y naturalismo, esa
sinceridad que no se encuentra en los versos de José Santos Chocano por su excesiva
egolatría pero que si aparece en los ensoñados versos de José María Eguren.
Son también analizados por Mariátegui: Mariano Melgar, Magda Portal (a quien llamó la
primera poetisa del Perú), Alberto Guillén, Alberto Hidalgo y César Vallejo de quien dice
es el poeta de una estirpe, de una raza, creador absoluto, nostálgico pero no retrospectivo.
«No añora el imperio como el pasadismo perricholesco añora el virreinato. Su nostalgia es
una propuesta sentimental o una protesta metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia de
ausencia».
Y, finalmente, analiza las corrientes de su actualidad, en especial la indigenista, que llena
una función histórica en la sociología peruana en evolución y cuyo más amplio sentido lo
lleva a consubstanciarse con «la reivindicación de lo autóctono», que, no obstante, no
paraliza los otros elementos vitales de la literatura peruana. Y es literatura "indigenista" y
no "indígena" —aclara Mariátegui— porque aún no puede dar una versión verista del
indio, sino que tiene «que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima.
Es todavía una literatura de mestizos ...» Mariátegui confía en la suerte del mestizaje, el
que debe ser analizado como cuestión sociológica, no étnica.
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"El Mito del Socialismo Indígena..." empieza por abordar los contactos que tuvo con los indígenas
andinos. "Las fuentes que mediaron entre Mariátegui y el campesinado andino, el sector
supuestamente más numeroso en los 20 y, por lo tanto, indispensable en el proyecto de integración
nacional y revolución social que procuraba elaborar, fueron los entonces pujantes intelectuales
“mistis” en los centros urbanos andinos (Cusco, Puno, Jauja), publicaciones de las primeras
instituciones indigenistas oficiales creadas por Leguía, la experiencia acumulada por anarco-
sindicalistas y por delegados de la Asociación Pro-Indígena en sus participaciones en conflictos
campesinos, y sus propios contactos con los mensajeros de comunidades que en los 20 participaron
de los congresos en Lima del Comité Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyu, entre otros".
A partir de este contexto puede tratar de entenderse cómo elaboró Mariátegui su discurso. Para
Leibner, "tenemos que considerar el eurocentrismo inevitable de la intelectualidad criollo-mestiza
que tuvo que abordar una realidad andina compleja y peculiar con categorías de origen europeo.
Aunque Mariátegui fue consciente del problema y procuró superarlo otorgando nuevos significados
a conceptos o conceptualizando términos surgidos en el contexto andino, él no inventó el mito del
socialismo andino, sino que sintetizaba y reformuló ideas existentes en el marco teórico de un
marxismo heterodoxo y flexible, encaminándolas en función de un proyecto de transformación
nacional utilizando una retórica muy atractiva. Creo que las claves de su pensamiento residen en el
diálogo, mediado por distancias culturales y atravesado por malentendidos y resignificaciones, entre
Mariátegui y sus fuentes andinas. Pero a la vez él destaca precisamente por su capacidad para
vislumbrar e imaginar en base de la información que poseía un proyecto nacional y social
revolucionario. Ése es su gran mérito".
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para la acción socialista. Mis artículos de esa época señalan estas estaciones de mi orientación
socialista. A mi vuelta al Perú, en 1923, en reportajes, conferencias en la Federación de Estudiantes,
en la Universidad Popular, artículos, etc., expliqué la situación europea e inicíe mi trabajo de
investigación de la realidad nacional, conforme al método marxista. En 1924 estuve, como ya lo he
contado, a punto de perder la vida. Perdí una pierna y me quedé muy delicado. Habría seguramente
ya curado del todo con una existencia reposada. Pero ni mi pobreza ni mi inquietud espiritual me lo
consienten. No he publicado más libros que el que Ud. conoce. Tengo listos dos y en proyecto otros
dos. He aquí mi vida en pocas palabras. No creo que valga la pena hacerla notoria; pero no puedo
rehusarle los datos que Ud. me pide. Me olvidaba: soy un autodidacta. Me matriculé una vez en
letras en Lima, pero con el solo interés de seguir el curso de latín de un agustino erudito. Y en
Europa frecuenté algunos cursos libremente, pero sin decidirme nunca a perder mi carácter extra-
universitario y tal vez, si hasta antiuniversitario. En 1925 la Federación de Estudiantes me propuso
a la Universidad como catedrático en la materia de mi competencia; pero la mala voluntad del
Rector y, seguramente, mi estado de salud, frustraron esta iniciativa."
De la carta de fecha 10 de enero de 1927, enviada por José Carlos Mariátegui al escritor Enrique
Espinoza (Samuel Glusberg), director de la revista La Vida Literaria, editada en Buenos Aires. Se
publicó la carta en su número del mes de mayo de 1930, en homenaje al recién fallecido Mariátegui.