Deimos 05

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DEIMOS, la revista de terror definitiva,

es una iniciativa de www.terror.com.ar


Junio/ Julio 2023/ Argentina.
Idea y realización de
Esteban “Dilo” Di Lorenzo y Franco Vega
Ilustración de tapa, ilustraciones
interiores y diseño, Franco Vega.
Todos los contenidos son originales y
pertenecen a sus autores.
El material incluido no puede ser
reproducido o distribuido con fines
comerciales de ninguna clase.
DEIMOS es una revista digital de
distribución gratuita.
-EDITORIAL: Cancelame ésta.
-LA SANGRE DERRAMADA, por Alejandro
Baravalle
-CONSENTIMIENTO INFORMADO, por Matías
Bragagnolo
-EMBOSCADA MENTAL, por Cristian Cano
-LA LENGUA DE BABEL/ tercera entrega
-DELICATESSEN. Un hada pelirroja
-COLOFÓN
EDITORIAL
CANCELAME ÉSTA

Estamos de vuelta, murciélagos. Y perdón de


antemano por la tan poco elegante apertura de
esta sección. Cuesta mantenerse al día en estos
tiempos de vértigo constante, sobre todo cuando
vemos lo que ocurre en este planeta nuestro. Y no
hablamos de lo que nos muestra la televisión, sino
todo lo contrario. Hablamos de lo que la tv se
niega a mostrar pero que está ahí, esperando a los
que quieren y saben buscar.
Este es un número especial. Temático, como
todos, pero incómodo a su manera. Y el tópico que
nos reune en este encuentro es un punto medular
de la realidad, aquí y ahora. Porque hablamos de
la libertad, de la fuerza tremenda del lenguaje y
de cómo estas maravillas están, más que nunca,
amenazadas.
Decía Domingo Faustino Sarmiento que las
ideas no se matan.
Y tenía razón. Pero sí existe un camino
paralelo para lograr el cometido de quienes
quisieran matar las ideas: matar el concepto
mismo, la definición de “idea”.
Porque el lenguaje es el vehículo del
pensamiento. Y en el pensamiento se engendra la
ética, la moral, la lógica, el sentido común mismo.
Estamos bajo ataque, por y desde el lenguaje.
Es, ni más ni menos, un hackeo al espíritu humano.
A través del lenguaje y de su manipulación, de
las formas por encima del fondo se quiere,
indisimuladamente, despojar de significado la
expresión de un pensamiento estructurado. Y
detrás de eso que ahora es para muchos de nosotros
un problema, acecha algo mucho peor: el vacío.
Un hombre íntegro está diseñado por
naturaleza para enfrentar los problemas. Pero
poco puede hacerse ante el vacío. Si dejamos que el
vacío nos alcance, que rija, que prime y se
convierta en norma, poco queda por hacer.
De chicos, muchos de nosotros vimos “La
Historia Sin Fin”. Pocas cosas más aterradoras que
el avance de la Nada destruyendo Fantasía. Hoy
podemos verlo en tiempo real con sólo entrar a
Twitter.
Aquí y allá se modifican textos, antiguos y
actuales. Se prohíben libros, se cancela (se “hace
el vacío”) a autores maravillosos por haberse
viralizado alguna conducta personal que no merece
la aprobación de quienes, sin lugar a dudas, no
conocen, no comprenden y no imaginan nada más
allá de sus cada vez más mezquinos límites. Que
siempre son personales; la idea de una obra
artística con valor intrínseco supera con mucho
sus capacidades.
Y ya lo hemos visto antes. Varias veces.
Siempre con el estandarte de la superación y de la
hermandad. Nunca funcionó, pero esta vez se juega
la carta mayor: se prohíbe, se persigue y se
aniquila en nombre del Amor (sí, con mayúsculas).
Hay palabrejas: “Empatía”, “nefasto”,
“repudiable”. Talismanes, munición, mantra; la
monotonía hecha discurso, la connotación hecha
argumento y la convención impuesta a la fuerza de
que eso no sólo debe bastar, sino que es la única
manera de entender el mundo.
Las “nuevas sensibilidades” no son nuevas.
Cuando se trata de eliminar o silenciar lo
diferente, la pretensión de novedad causaría
gracia si no fuera tan aterradora la posibilidad
de que, esta vez, tenga éxito.
Una generación convencida de que sólo ella es
real, infalible, destinada a borrar todo lo
anterior desde la comodidad inédita en la Historia
que “lo anterior” le ha brindado.
Hay palabrejas: “Boomer”, “atrasa”, “siglo
XXI”.
Santo y seña, divisa… brazalete.
Nos ocupamos de libros y de escritos, pero es
claro que el avance va mucho más allá. Permea
casi cada una de nuestras acciones. Hay una masa
fogoneada por diarios, portales, políticos e
intelectuales: boomers aterrados por la
perspectiva de quedar del lado equivocado de la
muralla cuando el asedio final ruja pidiendo la
sangre de los que cometieron la herejía de
defender una idea más allá de la cantidad de
followers o de la bajada de línea de quienes
tienen el control de lo que se dice y se piensa en
el mundo virtual. Esa masa, impune de pureza
empática, destruye todo aquello que no entiende o
no conoce.
Hay un maniqueísmo psicopático patente.
Ostentado por quienes no saben qué significan esas
palabras, o creen que les pertenecen por derecho. Y
que quien sí sabe lo que esas palabras significan
es un fascista simpatizante de la extrema derecha
retrógrada… que tampoco saben muy bien qué es,
pero suena bonito como nombre para un enemigo
fácilmente odiable.
La verdad es verdad, no importa quién la
enuncie. Si el daltónico dice que el cielo es azul
podemos insultarlo, burlarnos de su condición y
ningunearlo a causa de ella, hasta matarlo… pero
el cielo seguirá siendo azul.
Si el poema es bello o la novela apasionante,
seguirán siéndolo aunque el autor estacione en
doble fila frente a las clínicas y le deba dinero
a su cuñado.
La terrible potencia literaria de una novela
como Lolita, de Nabokov, no puede ser negada por
literatos ni desprestigiada por personas que no
leen nada más extenso que un post de Instagram. Lo
siento, eso es así.
Escribir (o vivir) con y en libertad no es
solicitar una licencia para matar. O tal vez sí,
quién sabe. Mientras un experto puede decir
libremente por televisión que hay que
desestigmatizar la pedofilia, las hordas que
aplauden esta depravación mayúscula en nombre
del amor gastan dinero y teclados en abolir la
palabra “gordo”.
Lean a Orwell, por el amor de Krishna se los
pedimos. Él avisó.
Cabe como reflexión que lo más aterrador de
una distopía es su perfecto camuflaje de
normalidad inevitable.
Los autores que convocamos, además de estar
fogueados en su oficio a lo espartano, nos traen
textos que pueden provocar, pero que no buscan la
provocación gratuita. Que pueden resultar
ofensivos para alguno en una primera, segunda o
tercera lectura. Que connotan o dicen de frente.
Pero que, más allá de la cáscara, hacen lo que debe
hacer un escritor: contar una historia hablando
de algo más.
¿Por qué?
Porque era lo que tenían la regaladísima gana
de escribir. Porque no buscaban quedar bien con
nadie. Así, de puro pesados.
Y acá, los pesados nos gustan
Y siempre van a tener su lugar.
LA SANGRE DERRAMADA
por
Alejandro Baravalle

Y la mujer, cuando tenga flujo de sangre por muchos días


fuera del tiempo de su costumbre, o cuando tenga flujo de sangre
más tiempo de su costumbre, todo el tiempo del flujo de su
impureza quedará impura como en los días de su costumbre.

Levítico 15:25

Juana empezó a menstruar a los trece años, y no


paró más. No quiero decir que siguió menstruando cada
mes: quiero decir que ese primer flujo no se detuvo
nunca. Aquel día ella superó su natural vergüenza y le
dijo a su hermana menor, Ernestina, que le avisará a
mamá. Doña Juana, a su vez, le avisó a don Manuel, su
marido, y los dos le avisaron al médico del pueblo. El
médico revisó a la niña y dijo que nunca había visto nada
igual, que ni siquiera había oído sobre la existencia de un
mal semejante. Fue una declaración tan dramática como
inútil. Esa noche Juana la pasó en la bañera honda, con
la mirada fija en los gastados azulejos celestes del baño,
hasta que logró dormirse. Horas después, Juana y la
bañera amanecieron colmadas de sangre. El chorro no
había cesado.
Al día siguiente, una vecina les recomendó a un
especialista que, por supuesto, atendía en la capital. La
familia viajó hasta el consultorio. Juana padeció una
larga espera, entrando y saliendo del baño, alimentando
el cesto de la basura con toallas femeninas. Hasta que, al
fin, la hicieron pasar. El especialista la sometió a
estudios, le dedicó expresiones sesudas y concluyó con
otro ―No sé‖, aunque disimulado entre hipótesis vagas y
terminología hermética.
Contactaron a otro tipo de profesionales: curanderos,
chamanes, incluso un exorcista. Nadie se explicaba el
fenómeno, y mucho menos era capaz de conjurarlo. El
chamán montó un show, con bailes, tambores y velas
coloridas. Se llevó unos pesos, para compensar los gastos
y la molestia, pero no puso dique al desborde.
Doña Juana, la madre, era la única que sospechaba
una explicación: se trataba de un castigo divino, ni más
ni menos. Y no contra su hija, sino contra ella misma.
Porque ella, y solo ella, sabía que Juana no era hija de
Don Manuel. A Juana la había concebido durante una
noche imprudente en que se acostó con un pescador que
andaba de paso. Doña Juana no era de hacer esas cosas.
Y no es que le dijera eso a los hombres o se dijera eso a sí
misma: realmente no era de hacer esas cosas. Nunca
antes ni nunca después se acostó con alguien el mismo
día que lo conoció. Pero en ese pescador había algo
especial, algo de mar tempestuoso, de mar que también
era volcán. Había un par de ojos que tocaban como dedos
y una retahíla de historias que sonaban muy imposibles
y muy verdaderas. Historias de buques sacudidos por las
olas, de tiburones rabiosos, de pirañas que en un
parpadeo rodean a su presa y la acuchillan con los
dientes. El pescador también dijo otras cosas que doña
Juana, abrumada por la fascinación, no pudo o no quiso
entender. Y cuando sí quiso entender, la tormenta ya le
caía encima. Las manos rugosas le acariciaban la carne
desnuda; la barba larga y ríspida le quemaba en las
mejillas y el cuello. Y la boca, la boca esa... Esa boca que
exhalaba memorias de tabaco, ginebra y prostíbulo; esa
boca urgente, casi maligna y casi bestial, que la lamía y
la mordisqueaba.
Aquella noche, la noche en que se dejó arrasar por
un furor al que nunca volvería, fue el único pecado que
doña Juana no le contó ni siquiera al cura de la
parroquia. Por ese entonces, don Manuel ya la andaba
persiguiendo, pero ni un beso se habían dado.
El pescador desapareció al mismo tiempo que
apareció Juana, la hija. Es decir, el día posterior a la
aventura. Claro que Juana todavía no tenía nombre,
igual que el pescador, que apenas le había contado a
doña Juana de sus varios apodos pero nombre, lo que se
dice un nombre, no le dijo ninguno. Y Juana, la hija, la
que hoy duerme en sangre, en aquel entonces no era más
que una inminencia que se fue revelando mediante
nauseas, mareos y, al final, en una confirmación de
embarazo. Doña Juana, que en aquella época era muy
joven y nadie la llamaba doña, se hizo los análisis en la
capital. No quería ser la comidilla del pueblo. Cuando
volvió, le dio el sí a Manuel, que tampoco era don, y junto
a ese sí le dio también la paternidad de Juana, aunque
esperó un par de semanas para decírselo.
Doña Juana pensaba en cómo había podido
entregarse a ese pescador anónimo y, sobre todo, en
cómo había podido fraguar el engaño posterior. Pensaba
en todo eso, pensaba mucho. Durante años lo pensó cada
vez que salía al patio y veía a su hija mayor recluida en la
pileta de lona en que la familia solía combatir el sol
veraniego. Nunca más hubo agua en esa pileta: sangre,
solo sangre. Tanta y tan constante sangre que la pileta
tardaría pocos días en rebalsar si doña Juana, don
Manuel y Ernestina no la vaciaran periódicamente
mediante baldes. Aunque nunca llegaban a vaciarla del
todo, claro; con suerte la dejaban medio llena.
Profanos y especialistas se asombraban no solo de la
persistencia del flujo, sino de la aparente infinitud de la
sangre; en otras palabras, los asombraba que Juana no
se desangrase, que su cuerpo produjera tan
desaforadamente como expulsaba. Eminencias
norteamericanas y europeas se acercaron a comprobar el
fenómeno, aunque la familia no obtuvo más que gestos
de asombro y variaciones idiomáticas del ―No sé‖
inaugurado por el médico del pueblo y repetido con
ornamentos por el de la capital.
Juana festejó su cumpleaños número veinte dentro
de la pileta roja que ya era su mundo. Nunca mostró
síntomas de anemia ni nada parecido. Al contrario: la
energía la desbordaba tanto como la sangre. Para que los
músculos no se le entumecieran, se dedicaba a nadar en
su negro y denso producto. A veces salía de la pileta y
corría en círculos, así gastaba energía y movía un poco
más las piernas. Para sobrellevar el tedio leía algún libro
de los que cada tanto le compraba su hermana o miraba
la televisión que le habían puesto cerca.
Pero si bien su situación resultaba todo lo incómoda
que cualquiera puede imaginarse, no sucedía lo mismo
con su estado de ánimo. Juana no era infeliz, o al menos
no manifestaba esa infelicidad. Sonreía bastante, le
brillaban los ojos. Había aceptado su destino con un
estoicismo conmovedor.
Doña Juana sí sufría, al menos en el plano
espiritual. Se martirizaba de culpa, daba vueltas en la
cama, sentía que a ella le correspondía esa condena de
sangre. A ella, y no a su bastarda hija mayor. Hasta
pensó en contarle la verdad a su marido, pero supuso
que eso desintegraría la familia y solo provocaría más
dolor. Igualmente, no había día en que no se debatiera
entre confesar el secreto o conservarlo, dejar que se le
pudriera adentro. Hasta que don Manuel se murió de un
infarto. ―De tristeza‖, dijo la gente, con la nula
originalidad típica del buen sentido común. Doña Juana
no tuvo que debatirse más, aunque el sufrimiento
persistía. La sangre ahogaba toda posibilidad de olvido.
Juana y su prisión rectangular eran un hiriente
monumento a la memoria.
Más allá de la solidaridad de los vecinos, que incluso
juntaron dinero para comprarles una bomba con la que
drenar más eficazmente la pileta, doña Juana y Ernestina
se quedaron solas. Y llegó un momento en que se
rindieron: no más médicos, no más brujos, no más curas,
no más nada. Asumieron que Juana seguiría así para
siempre.
Y un día —sin signos anticipatorios, sin extrañezas,
sin solemnidades— Juana se murió.
La pileta, por supuesto, se vaciaba con mayor
vehemencia durante las noches, para que Juana no se
ahogara dormida. Así que no, no fue eso lo que pasó.
Cuando la encontraron, la laguna de sangre le llegaba
hasta la mitad del abdomen, más o menos igual que
siempre. No había signos de suicidio; además, tampoco
hubiera tenido con qué. La autopsia no sugirió infartos ni
nada semejante, y el enésimo análisis de sangre no reveló
anemias de ningún tipo. Juana se había muerto del
mismo modo en que la gente se resfría o se enamora o
cumple años. Se había muerto, y punto.
Doña Juana se encargaría de vaciar la pileta. Le dijo
a Ernestina que no la sometería a una tarea tan vil, y la
mandó a casa de una amiga.
Desde ya que recurrió a la bomba para realizar el
trabajo. Cuando la sangre estuvo a una altura bastante
menor que la habitual, oyó unos ruidos extraños. En
principio los atribuyó a la succión de la bomba, que
quizás había sido exigida más de la cuenta. Pero no, la
verdad era que ni ella se creía esa excusa. Ese sonido era
otra cosa; quizás... ¿chapoteos?
Doña Juana se acercó a paso lento, con esa cautela
que solo provoca el miedo irracional. Se asomó a la pileta.
Primero, vio pequeñas bolas, una suerte de islas en
miniatura emergiendo de la laguna sangrienta. Al
acercarse un poco más, distinguió los ojos y las narices:
con eso bastaba para advertir que se trataba de bebés.
Contó seis. Seis cabezas hundidas por la mitad, con el
cráneo desproporcionado típico de los recién nacidos.
Seis bebés inexplicables, inexplicablemente vivos, que
movían los ojos y la miraban a doña Juana.
Miran a la abuela, pensó ella.
Y tantas preguntas se le agolparon en la cabeza que
al final no se hizo ninguna, y el instinto pudo más que el
temor. Doña Juana gesticulaba, intentando que los bebés
experimentaran curiosidad y le mostraran la cara
completa. Pero seguían quietos, quizá temerosos o quizás
expectantes.
Esas criaturas, se dijo doña Juana, habían nacido de
la sangre de su hija. Eran la herencia de su hija, y eran
un milagro. Entendió que Dios nunca había querido
castigarla. Por el contrario, la había redimido mediante el
martirio de Juana. Juana había sido su Cristo.
Miró al cielo:
—Gracias, hija.
Se metió a la pileta con naturalidad, como si
estuviese vacía o llena de agua. Los niños, todavía con la
sangre hasta la nariz, nadaron hacia ella. Aunque, más
que nadar, simplemente se le acercaban, porque no
parecían mover los brazos. Los cráneos y los ojos se
cerraban sobre ella, la rodeaban. Doña Juana miró mejor
esos ojos, y un antiguo vértigo le acarició la espina
dorsal. Las criaturas alzaron la cabeza por sobre la
marea de sangre. Doña Juana vio las bocas enormes, los
dientes como cuchillas.
En su tormento hubo algo de alivio. En las criaturas
no hubo piedad.
Alejandro Baravalle

Es preferible que un autor no hable demasiado


sobre sus propios textos, y mucho menos en
términos de interpretación o valoración. Yo sólo
hablo de mis libros con cínicos fines
promocionales; o si alguien, en privado, me
pregunta algo concreto. Dicho esto, no pasa nada
por decir que una premisa o un personaje me
llegaron antes que un final, o al revés; o por
especificar que una idea se me ocurrió viendo una
publicidad o escuchando la anécdota de un amigo.
Son frivolidades simpáticas, y a menudo apócrifas,
que sirven para pasar el rato.
El impulso que sí habría que evitar a toda
costa es el de defender lo que uno escribe. Esto
por muchas razones. La principal es porque resulta
tan inútil como, tras un rechazo tajante, intentar
convencer a una chica de que somos el hombre
indicado para ella y que eso se evidenciará en los
cuarenta y dos motivos que pasaremos a enumerarle.
La chica, aun si quisiera, no podría cambiar su
actitud. La atracción hacia una persona no se
elige, y el gusto por un texto tampoco. Cierto que
un lector sofisticado puede distinguir entre los
gustos personales y la calidad (más o menos)
objetiva de una obra, pero ese ya es otro tema.
El tema que nos convoca es que hoy existe otro
impulso: el de defender moralmente los textos. Es
un impulso peor que el anterior porque no lo rige
la vanidad, sino el miedo. Es la versión literaria
de los “Yo no discrimino a nadie pero...”, “Es sólo
mi opinión, me puedo equivocar como cualquiera...”,
“Yo tengo amigos (inserte minoría favorita)”... En
fin, esas disculpas automatizadas que evidencian
la ubicuidad del dedo acusador.
Fue Oscar Wilde el que dijo “Ningún artista es
morboso. El artista puede expresarlo todo”.
Postrarse ante la corrección política es vil; de eso
no se desprende que un cuento o novela o poesía
políticamente incorrecto acceda, virtud a esa
pretendida incorrección, al panteón de las obras
maestras. La provocación por la provocación misma
resulta tan pueril como el hábito de ofenderse por
todo. Seguimos leyendo a Wilde porque era mucho
más que un provocador.
Y es curioso, hoy en día, ponerse a pensar en
Wilde: en las conductas que lo llevaron al cadalso.
Siempre existirán los pueblerinos con antorchas,
la turba iracunda que persigue al monstruo al
final de la película. El puritanismo y la estupidez
cambian de forma o de herramienta —a la antorcha
la sustituye el teclado—, pero nunca mueren. Son
invencibles, igual que Jason, Michael, Freddy y
Chucky.
Cada uno se arregla con la turba como quiere y
como puede. En mi caso —es mi opinión y me puedo
equivocar—, cultivo una desdeñosa indiferencia: me
encierro en mi torre, lejos de los gritos y las
llamas crepitantes, a escribir lo que
soberanamente se me antoja. Las turbas saben
detectar muy rápidamente el objeto de su espanto.
Lo que no saben, ni nunca supieron, es leer.
https://terror.com.ar/l
a-sombra-en-el-reflejo/
CONSENTIMIENTO
INFORMADO
por
Matías Bragagnolo

—Sí, señora, le asiste la verdad en lo que está


diciendo. Efectivamente, este tipo de técnicas fue
prohibido por el Consejo Federal de Psicología de la
Federación en 1998, pero en la enorme e integral reforma
legislativa llevada a cabo hace dos años se incluyó como
tópico la derogación de la norma en cuestión, y es por eso
que felizmente la Asociación Federal de Investigación y
Terapia contra la Homosexualidad está en condiciones de
ofrecerle una cura para el mal que aqueja al cerebro de
su hijo. Nos estamos moviendo dentro de la más estricta
legalidad, delo por hecho.

—―Reversión sexual‖ sería estrictamente el nombre
del procedimiento, señora.

—Absolutamente estructurado sobre bases
científicas, por supuesto. Verán, detrás de tanta
cháchara y explicaciones o justificaciones de toda índole,
la homosexualidad no es ni una variante del Trastorno
Obsesivo Compulsivo, como afirman ciertos colegas míos,
ni de la posesión satánica, como le gusta interpretar al
clero. A la fecha está por completo comprobado que la
homosexualidad consiste en un déficit psiquiátrico en la
identidad de género del paciente. Y es nada más ni nada
menos (y pura y exclusivamente) la Terapia de Reversión
Sexual el único método científico que permite reemplazar
por deseos heterosexuales los deseos homosexuales.

—¡Bueno! Parece que nuestro muchacho se ha
decidido a hablar, ¿eh? ¡Jajajajaja! No tengas miedo,
campeón. Muy pronto vas a dejar de tener esa voz de
marica y vas a empezar a hablar como un hombre. La
enfermedad te hace afectar en falsete el tono, pero tus
cuerdas vocales están perfectamente bien, eso puedo
asegurártelo. Je-je. Pero sí, respondiendo a tu pregunta,
es un proceso relativamente rápido. Tiene una duración
promedio de ocho a dieciocho semanas, dependiendo de
la resistencia de la enfermedad. En el caso de las
lesbianas, dado lo difícil que es no sentirse atraído por
las mujeres (jejeje, ya lo verás, pillín, tan pronto como
veas el efecto que tendrá sobre tu libido ver un buen par
de tetas), en el caso de las lesbianas, decía, la terapia
puede extenderse hasta las veinticinco semanas. O al
menos ese fue el tiempo máximo que le llevó curarse a
una paciente con un caso bastante complicado de
inversión. Había sido encarcelada por haber violado con
un pepino a sus tres hermanas menores.

—Pero claro, muchacho, que se irá el resto de tus
dolencias. Tanto tu próstata inflamada como esa úlcera
estomacal que creés que va a matarte son trastornos
psicosomáticos generados por tu enfermedad mental.

—Voy a tratar de explicártelo como si yo fuera un
mago que está revelándote uno de sus trucos. ¿Te
parece? Muy bien. Veámoslo de esta manera. ¿Vos mirás
porno?
(...)
—Sin vergüenza, que mamá ya sabe que sos trolo.

—Cuando pasás más de varios minutos mirando
pornografía gay y te entregás a la sodomía, creas una
nueva vía neuronal en tu cerebro, de la misma manera
que ocurre con la ingesta prolongada de psicofármacos.
Lo cual indica que, con el tratamiento adecuado, esa vía
sináptica puede ser abandonada, recreándose aquella
que factores aleatorios de la sociedad liberal occidental
pone en peligro desde el mismo nacimiento de cualquier
compatriota.

—No tiene nada que agradecerme, señora. Solo
cumplo con el juramento hipocrático.

—Eso podremos determinarlo durante el proceso de
sanación. Por ahora, yo necesito que lean esto y que, si
están de acuerdo, firmen ambos al pie.
(...)

—Oh, por favor, qué tonto he sido. Les he dado el
consentimiento para lesbianas. Este es el correcto,
tomen, se los cambio. Incluso en este otro mi secretaria
se había tomado el trabajo de completar los datos por
ustedes. Qué distraído estoy últimamente, jeje. ¿Acaso
pensaste, muchacho, que ibas a tener que dormir con un
cinturón de castidad dotado de bisturíes? ¡Jajajajaja!
Lean.
CONSENTIMIENTO INFORMADO PARA TERAPIA DE
REVERSIÓN SEXUAL (TRS)
Establecimiento: Hospital Psiquiátrico Maksim Gorki
Médico responsable: Dr. Nikolai Goland
Paciente: Yan Ivanov
Sexo: masculino
Fecha Nacimiento: 11/04/2001

Descripción del procedimiento:


La TRS es una técnica científica de condicionamiento
para tratar la homosexualidad.
La cura requiere de internación y se divide en tres
estadios.

Etapa I:
Consiste en tratamientos progresivos con el fin de
alterar mensajes químicos en el cerebro direccionando la
libido hacia la normalidad.
a) En varias sesiones por día, de no más de una hora
cada una, el paciente, desnudo y recostado en un sillón
de tipo ginecológico al cual se lo sujetará con tiras de
tela, visualizará material pornográfico para
homosexuales. Al mismo tiempo será sometido a un
registro de excitabilidad sexual a través una medición del
volumen de flujo sanguíneo del pene (falometría), lo cual
se logra monitorerando las variaciones en la
circunferencia del cuerpo cavernoso con un
pletismógrafo, a través de una galga extensiométrica de
mercurio. Sensores eléctricos unidos a los testículos
reaccionarán ante la más mínima variación positiva
suministrando choques eléctricos, de manera tal que el
sistema de recompensa del cerebro comience a asociar
las imágenes homoeróticas con el dolor.
El número de sesiones se determina según la
respuesta y evolución de cada paciente.
b) Durante la noche, el paciente dormirá con el pene
dentro de un anillo automortificante, que mediante las
púas de la que está dotado en su cara interna evitará
erecciones y poluciones nocturnas.
c) Si la respuesta a la fase a es positiva, con el
propósito de extinguir la atracción sexual hacia
miembros del mismo sexo se realizarán sesiones con el
paciente sujeto a un sillón de madera de espalda recta,
en las que durante una hora y media le será mostrado un
video fragmentado conteniendo minutos de pornografía
gay alternados con segundos de imágenes desagradables
de corte documental y verídico que involucren sujetos del
sexo masculino, a saber: mutilaciones, heces, cadáveres,
chancros, malformaciones congénitas, lesiones del
sarcoma de Kaposi, manicomios y geriátricos,
quemaduras de tercer grado, accidentes de tránsito,
intervenciones quirúrgicas, niños llorando en orfelinatos,
animales moribundos. Cada irrupción de imágenes
desagradables irá acompañada del suministro
intravenoso de cualquier tipo de droga emética de efecto
fugaz.
Cada sesión será sucedida por cuarenta minutos de
psicoanálisis.

Etapa II
Si el paciente ha evolucionado favorablemente
durante la fase c de la primera etapa, el siguiente paso
será crear la hasta entonces ausente atracción hacia el
sexo opuesto.
En primer lugar, recostado desnudo y atado en el
sillón ginecológico, visualizará por la fuerza (de ser
necesario, mediante el auxilio de pinzas de hierro
quirúrgico y gotas oftálmicas lubricantes) material
pornográfico heterosexual y lésbico. La posición permitirá
que sobre su región pélvica reciba la irradiación
transcutánea de un láser de baja intensidad que llegará
al nervio pudendo, estimulándolo. Dicho nervio, parte del
sistema nervioso parasimpático, es el encargado de
inervar las fibras tanto del nervio perineal como del
nervio dorsal del pene, con el objeto de que el placer que
culmina en orgasmo sea transmitido en forma apropiada.
El paciente pernoctará durante esta etapa con
auriculares que le trasmitirán voces femeninas sensuales
y gemidos, con el propósito de provocarle sueños eróticos
normales.
El hecho de que en la terapia psicoanalítica
concomitante se evidencie que el paciente ha comenzado
a cosificar los cuerpos de las mujeres que ve tanto en su
entorno hospitalario como en las imágenes que se le
exhiben será considerado como pauta válida para el
pasaje a la etapa final.

Etapa III:
El paciente gozará, durante los últimos días de
internación, de la posibilidad periódica de poner en
práctica su nueva inclinación sexual con prostitutas que
han sido intervenidas quirúrgicamente para obtener una
semejanza exacta con actrices pornográficas de moda.

Descripción de la finalidad que se persigue con el


procedimiento: curar al paciente de sus deseos
homosexuales.

Beneficios de realizarlo: reinserción social completa.


Efectos secundarios a corto plazo: Confusión,
náuseas, vómitos, inflamación en mucosa oral y genital,
apraxia, cistitis, retención urinaria, hemorragias internas
con posible necesidad de transfusión, lesión uretral con
aparición de fístulas, heridas en tejido de vejiga u otros
órganos. Dolores musculares, cefalea de tensión,
migraña, desprendimiento de córnea y alteración del
ritmo cardíaco (con hipotética necesidad de
monitorización cardíaca). Pérdida de memoria.
Efectos secundarios a medio plazo: Ansiedad,
vergüenza, miedo, sentimientos de culpabilidad,
depresión, comportamiento autodestructivo, episodios
psicóticos y tendencias suicidas. Se ha reportado una
tasa de suicidio del 17% en pacientes sin grandes
convicciones morales o religiosas.
Efectos secundarios a largo plazo: Automutilación
sexual. Adicción al trabajo. No se descarta cualquier
posibilidad de recaída en la homosexualidad.

Alternativas al procedimiento: En la actualidad, la


TRS es considerada como el tratamiento más eficaz para
curar la homosexualidad.
Consecuencias previsibles de no realizar el
procedimiento propuesto:
Consumo y abuso de sustancias adictivas, sexo
anónimo y/o compulsivo, HIV, prejuicio y discriminación
social, suicidio.

DECLARO que se ha garantizado mi derecho a


realizar las preguntas acerca de mi condición de salud y
formas alternativas de tratamiento, así como de los
riesgos inherentes a la terapia indicada, con lo cual
dispongo de toda la información necesaria para dar mi
consentimiento informado. Comprendo que se emplearán
todos los esfuerzos materiales y humanos disponibles
para que la TRS sea exitosa y sin complicaciones, pero
que no puede ser garantizado por el Hospital Psiquiátrico
Maksim Gorki el resultado buscado. Asumo que mi
consentimiento no podrá ser revocado en ningún
momento una vez iniciado el tratamiento.

Fecha: 08/07/17
Firma del paciente:
Firma del padre o tutor en el caso de que el paciente
sea menor de edad:
Firma del médico a cargo de la dirección de la TRS:
—¿Listo? ¿Terminaron de leer? Perfecto. Entonces, si
están de acuerdo con todo, pueden firmar.
Matías Bragagnolo
Una lectura literal y obtusa de
“Consentimiento informado” sacaría como primera
conclusión no solo que se trata de un cuento
homofóbico y machista, sino que también su autor
es homofóbico y machista. Que pretende difundir
una ideología de extrema derecha respecto de la
sexualidad humana y que busca ofender a los
homosexuales y “cosificar” a las mujeres. Este
sería, para ser concretos, un ejemplo más del tipo
de lectura que el progresismo hace de toda obra
artística que se aleje del aburrimiento supremo de
la llamada “literatura del yo” o de los
argumentos directamente relacionados con la
corrección política que los movimientos de
izquierda imponen.
Una lectura libre de prejuicios, ideologías y
ansias de totalitarismo vería solo un cuento en
el que la aberración está representada por una
comunidad científica que ve en una orientación
sexual que en nada afecta los derechos de terceros
una enfermedad que, por el bien de la sociedad,
debe ser curada. “Consentimiento informado”, de
hecho, está inspirado tanto en el caso del
psiquiatra estadounidense Robert Galbraith Heath
como en la terapias que todavía se llevan a cabo
en Rusia para “curar” la homosexualidad. A modo
lúdico y en concordancia con el tono paródico del
cuento, en su segunda mitad se utilizó el formato
de los formularios que los pacientes deben firmar
en cualquier parte del mundo para autorizar las
intervenciones quirúrgicas o los tratamientos
invasivos.
EMBOSCADA MENTAL
por
Cristian Cano

En principio la señal no utilizaba los satélites, era


terrestre. La inteligencia artificial mutilaba la información
y la mantenía oculta. Si hubiese sido de otra manera la
gente se habría dado cuenta hace mucho tiempo.
Hasta ahora.
—¿Cuándo arranca este circo? —dice el invitado.
—Hola, disculpe. Soy Fansi, el productor —guiña un
ojo—. El periodista es Juan, vas a hablar con él. Voy al
cuarto de edición.
Juan se sienta y acomoda la cucaracha en su oreja.
Alguien en la pecera abre el micrófono general, ¡hashtag
quiero saber en tres, dos, aire!
—Por fin de vuelta a la Argentina —dice Juan—. Su
gente le quiere preguntar sobre estos viajes que lo traen
tan ocupado. Se ve como una revolución. ¿Qué nos puede
decir sobre su gira y el conglomerado BlackRock?
—Nuestra cartera de inversiones es la más poderosa.
Las S. R. L. que usamos en los países de latinoamérica,
las Ltd. en el Reino Unido, las S. L. que tenemos en
España y las Inc. de los Estados Unidos, son solo los
términos legales que le damos a las corporaciones
después de convertirlas en personas legales y
jurídicamente constituidas. Esto es así desde 1892.
—¿Cómo es esto de convertir a un empresa en
persona?
—Hablamos idiomas distintos. Cuando nosotros
decimos persona no hacemos referencia a un ser vivo,
referimos a un papel, un documento. A tu carnet de
identidad. En pocas palabras, son plataformas que me
permiten manejar el sistema a gusto. Funciona, la gente
desconoce qué es un contrato social. Cree en nosotros y
nos da su plata. ¡Incluso van el domingo a votar! Lo que
no saben es que ese mismo dinero pasa a ser todo menos
inocente.
—Es una pregunta necesaria: no quiero incomodar a
nadie ¿Qué hacen con el dinero de tantos paíces?
—Lo inyectamos en el plan. Mirá, Juan. Nosotros
podemos provocar quiebras, cambiar la denominación de
las monedas y salir impune. Lo mismo si se me ocurre
echar a los empleados y no pagar un mango. ¿Y por qué?
Porque con la personería jurídica siempre vas a dejar las
deudas en la firma. Vos no sos tu documento de
identidad, sos un ser vivo. Te podés desvincular del DNI,
solo que nunca lo decimos. Se entiende.
—Es una declaración fuerte —sube el tono—, por acá
vemos cada vez más a la gente vivir en las calles, mayores
que mueren de hambre. Este país está en la ruina.
—Fuerte para vos, que andás en la pelotudez. Esto
se estudia. Y quieran que no, le vas a dejar tu agenda a la
personería jurídica. El sistema es así, se inventó para
eso. —Lo mira—. ¿Quién creés que diseñó el fraude?
Porque van 500 años así. ¿Vos creés que soy tonto y no
sé qué hacer? ¿Qué no nos da la cabeza? —Mira al
productor y se rie— ¡A ustedes no les da la croqueta!
Nosotros sabemos cómo llegar al conocimiento. Esto sale
de los departamentos de ingeniería, de los equipos
financieros. Los ñatos enchufan millardos de dólares
para que esto siga así. La fabrican. ¿Se entiende lo que
digo?
—Cristalino como el agua —dice Juan—. ¿Usted qué
cree que piensa el pueblo? Porque no se aguanta más,
eh.
De pronto sale al aire una llamada telefónica que
retumba a lo largo del salón. Es la voz frenética y
astillada que transmite desde el helicóptero que
sobrevuela el conurbano. Son como ríos, grita. Santo
dios, se dieron cuenta. Son como ríos. Y la llamada se
corta.
—¡En fín, la gente no sabe! ¡Pero no sabe porque no
le damos el tiempo para que tenga ganas de saber! —Le
clava la mirada—, hay empresas que están para distraer.
Nuestra parte es aplicar 10, 12 horas diarias de laburo y
chau, cada quien para su casa. Mirá, Juan. A la
organización no le interesa saber si la persona tiene o no
el tiempo para resolver sus problemas. En todo caso, no
nos interesa que tengan el tiempo. Ya que va en contra
del sistema. ¿Se entiende? Una persona que puede
pensar es la peor de las apuestas.
—Ahora hago una idea de para qué vino a Buenos
Aires. ¿Y qué es lo que tenemos que hacer? ¿A quién
tenemos que elegir?
—¿Elegir qué? ¿Con el voto? —interrumpe, y se
suena los nudillos— Soñás despierto, Juan. El político
hace lo que yo firmo, la plata es nuestra. Y no estamos
haciendo hipótesis, el laburante no va a vivir una
realidad que no entiende. ¡Pero si está claro como el
agua, viejo! Nosotros compramos los medios de
comunicación solo para avisar qué es lo que vamos a
hacer, nada más. Punto. No hay otro fin. ¡Encima te
ponemos la propaganda en la cara, eh! ¿Qué parte no
querés ver?
—No puede ser, siempre nos dicen que la economía
va a mejorar, que todo será equitativo, que tengamos
esperanza. El laburante no da más, quiere ya saber en
dónde está el país que le prometen. ¡Por favor, le pido!
—Pero ¿de qué equitativo hablás? Vos no llegás a fin
de mes y a mí en los bancos me la paletizan. ¡Acá a la
vuelta, eh!, dice. Así de alta es. Y eso es solo el 10 que
estos me tienen que dejar ahí por norma del central. Al
resto la hacemos prestar y la volvemos a luquear. Y se le
rie.
—¿Los bancos solo guardan el 10% de la plata? ¿Y
con qué operan?
—Con nada. Con la compu.
—¡Pero es una locura! ¿Y si la gente se da cuenta y
reclama su dinero?
—No está, se fue. Se esfumó. O lo que sea. Es que no
va a alcanzar nunca porque la guita nace como una
deuda.
—Me deja sin palabras —Levanta las manos en plan
de asalto—. Ahora mismo el que mira #quierosaber debe
estar más que enojado, medio país a las puteadas —Se
toca la cucaracha— Para colmo, dicen que la calle está
picante. Nos bajaron de varios servidores.
—Cáguese, hombre. Como buen periodista que es.
¡Ustedes lo aceptan! ¡Es el sistema que defienden!
Nosotros zafamos de mil regulaciones que tendríamos
que pagar si no se considerara a las empresas una
persona jurídica. ¡Y ojo que esto es mundial! Ya te dije,
derecho mercantil. No se me ocurrió a mí.
—Permítame hacerle esta pregunta, es de la gente.
—Por favor.
—¿Usted pertenece a una asociación? quiero decir…
¿es parte de algún grupo?
—¿De amigos?
—Me refiero a…
—¿Una peña?
—No.
Silencio, e incomodidad. El gerente de programación
golpea el acrílico.
—¿Qué me querés preguntar? —Sonríe—. ¿Si estoy
en una logia? ¿Si soy masón o algo?
—Exactamente —Mira al gerente.
—¡Pero sacate la papa de la boca y preguntá derecho!
¿Vengo de país en país a tirarla arriba de la mesa y das
vueltas como un boludo?
—Le pido las formas, estamos en vivo. Hay familias
que…
—¡Chupala! —Se acomoda la manga de la camisa, y
señala— ¡Chúpenla! A vos no te conviene, porque estos te
echan a la mierda o te manotean el sueldo. La familia que
está del otro lado ya no soporta más las bombas de humo
y ni las distracciones, ellos quieren saber. Vos —
Apunta—, ustedes arman las bombas lacrimógenas
cuando la familia está toda junta sentada en la mesa,
soretes.
—El lenguaje, le pido el lenguaje…
—¡Pero claro que soy masón! —Se saca— ¡Recontra
masón soy! ¡No te puedo creer! —Esta vez la mirada es
panorámica—. ¿Querés que hablemos de la organización?
¿de los rituales de canalización?
—No va a ser necesario —Traga saliva—. Tengo que
hablar de…
—¡Ah! no es necesario —reflexiona—. Sos un traidor,
claro. Es que me olvido de que esto es mio. Te castañea la
mandíbula, tomá, usá como corresponde esa porquería
que te ponen en la oreja porque te van a pegar una
pateadura en el culo que madre mía.
Bache en la señal. El periodista se distrae y mira la
puerta de entrada. Qué nos puede decir del dólar, Fansi.
—¿Con respecto a qué?
—A la argentina le gustaría escuchar su opinión
sobre el dólar.
—Pero yo ya tengo todos los dólares. ¿Qué querés
que te diga?
Otro bache más largo, esta vez adrede. En la pecera
una noticia corre como agua.
—…
—¿Respecto a?
—¡A los mercados, a la gente! —dice Juan—. Diga
algo, la divisa está por las nubes.
—A ver si nos entendemos, intercambiemos roles y
dejame hacer una pregunta —Mira la cámara—. Con esta
se despiertan al toque.
—¿De qué trata?
—Tranqui —Ajusta la corbata—, no voy a putear.
Se muerde las uñas. Está bien, pregunte.
—Si el país es un desastre ¿por qué el gobierno no
gira y lanza una divisa que sí ayude a la gente? —arroja
dólares sobre la mesa—. ¿Alguien se preguntó por qué
década tras década insisten con esta misma plata verde?
¡En el exterior pasa lo mismo, eh! ¡Y dale que dale! ¡dale y
dale! Decime ¿los gobiernos no te tienen que cuidar vos?
—Muy buena pregunta.
—…
—Muy buena pregunta.
—…
—¿Y?
—…
—¿Muy buena pregunta? —dice el magnate— ¿Eso
contestás? ¿Eso decís al aire? —reclina la butaca—
¡Están como Tarzán, hermano! No tienen ni idea.
Pregúntense por qué, a pesar de que te cambiamos los
gobernantes, siempre hay una comisión que va y le tira la
goma al fondo?
—¡Nooo, la boca, la boca, por favor!
—Decime, decile a la cámara.
Otra vez la nada en la puerta de ingreso. Tocarse la
cucaracha en la oreja es su cosmogonía. Y responde de
corazón.
—Porque… para arreglar el país.
—¡Vos sos un pelotudo! Eso es lo que sos.
Silencio.
—…
—¡Hola!
—Sí —dice Juan—, qué más.
—¡Porque son los mismos, boludo! ¡Somos los
mismos! Avivate de una vez. A ver si así me entendés; son
jugadores diferentes. ¡Pero juegan el mismo partido,
boludooo! Por eso ves que los políticos cambian pero las
medidas no. A la cámara, leeme los labios: por eso ves
que el político cambia pero la agenda no.
—…
—¿Está?
—…
—No nos importa un carajo, vamos y metemos la
mano en la lata delante tuyo. Pero debido a que ese es el
trabajo: ir, llevar tu partida de nacimiento a la city y traer
la guita. No importa el resultado del partido, la liga en
nuestra.
—Estoy descompuesto.
Arcada.
—Vomitá, querido —Señala Fansi—. Al margen de
que es plata que ni siquiera vas a entender en tu puta
vida. ¡Ni en pedo los gobiernos van a devolver tamañas
partidas de guita! No pueden ¿Se entiende lo que vine a
decir? ¿O hablo chino?
Silencio.
—No puede ser —balbucea Juan.
—¿No puede ser? ¿El qué no puede ser?
—Que las economías… no puedan solucionar nada.
—¿Que la economía qué? Decime, Juan: ¿vos qué
creés que fue la gran depresión en los Estados Unidos?
—…
—Diez cuadras de cola para manotear un cacho de
pan y se morían en la calle. Decime, a ver. ¿Qué te dijo la
profe de historia?
—Discúlpenme, no puedo continuar.
—Qué desastre, hermano —empuja los dólares con
el brazo—. Arriesgá una, dale.
—…
—Estás en vivo.
—Es que son tantos temas…
—¡Sos un periodista conocido, viejo! Vos acá le decís
conspiranóico a todo el mundo. ¡Te ve el país entero!
—…
—Charlá conmigo, dale —Sonrie— ¿Qué te dijo la
profe cuando eras chico?
—¿Consecuencia de malos gobiernos? ¿La
corrupción?
—No, nene. —Se restriega la cara—. No fue eso. En
la política no hay errores. Y menos que menos en
economía. Mirá, lo que voy a decir no te lo va a contar
nadie. No está en los libros del cole.
El productor abre la puerta y sale al plató. Pero
alguien lo remata desde atrás con un golpe fortísimo en
la cabeza. Nadie se da cuenta. En penumbras regresan el
cuerpo hacia adentro, lo sientan frente a la consola y
apagan la luz. El charco rojo en el suelo llega a la pared y
sube por el yeso.
—El noticiero es suyo —dice Juan.
—La gran depresión fue la consecuencia de lanzar el
dólar al mundo, es el resultado de abrir los bancos
centrales en cada país, el resultado de abrir el banco
mundial, el interamericano, el central europeo y cuánta
mierda. Los ñatos hambrearon a la gente porque el plan
dice eso: el que va a por la humanidad la tiene que hacer
en el planeta entero —Una docena de patadas abren la
puerta principal y la explosión los aturde menos a él—.
¿Me explico? ¡Imprimieron durante décadas tremendas
partidas de guita que ni te imaginás! Cifras
impronunciables, ni con el oro del mundo pagás
semejante fraude. El dólar es la moneda más abierta, y
ese fue un movimiento extraordinario.
¿Sabés que el central de acá es de nosotros, no?
—¡Vino gente al canal! ¡La gente entró al canal!
Empujan al guardia y a un psicólogo hasta el centro
del estudio y los apalean como si la solución del
apocalípsis dependiera de ello. Barretas y martillos
descienden en fracciones de segundo abriéndose paso
entre carne y hueso. Lo novedoso es cierta ferocidad que
aparece en el núcleo del tumulto y, a grito de primado
negativo, el coraje se transforma en competencia. Solo el
brillo sonoro en los impactos y la falta de amortiguación
de los remates llama la atención del entrevistado, quien
voltea y deja en trance a la turba con solo pronunciar la
palabra basta. Los brazos ahora cuelgan y las
herramientas gotean. La cadencia es pendular.
—¡Por favor! —grita Juan—. Llamen a la policía.
—¿Termino de hablar? ¿O qué? ¿Y vos de qué te
asustás? Si desde acá le lastimás la cabeza al país
entero.
—No me hagan nada.
—Te van a colgar en la plaza, nomehagannada.
Pero eso es más tarde, hasta ahora venís bien. Escuchá
la data que es fresquita. ¿Cuántos países africanos en la
miseria conocés? Dejá, no contestes. ¿20? ¿30? —Señala
el cuarto de edición, el productor y el gerente como
muñecos— ¡También es culpa de ellos, eh! Reventamos
países, pero los reventamos desde siempre. ¿Sabías que
EE.UU. me tiene que pagar impuestos para usar el dólar?
Es nuestra y, te guste o no, esta guita te dice a vos y a tu
familia qué van a comer esta noche.
—No tenía idea —dice, siente tanto pavor que se
imagina lejos.
—Así es, Juan. Es una obra maestra —se le pone
cara a cara, los ojos como serpiente—. No es
conspiración, es matemática pura y dura.
Silencio. Más allá la violencia regresa.
—En fín —le dice el periodista a la cámara—, nos
informan que es una lástima no tener más tiempo. Y me
comprometo para una segunda charla, así nos cuenta
más sobre su trabajo, por cierto, tan interesante.
—¿Qué pasó? —se burla— ¿De repente se
termina el tiempo? Viste que el estado profundo no es tan
profundo —La horda se ríe—. Ustedes sí que son
traidores. ¡Laaa mierda, hermano! Qué manera de cagar
a la gente en este planeta.
Después de la transmisión la población sale a
las calles armada hasta los dientes, provista de lo que
encuentra a su paso se agolpa en las esquinas de Buenos
Aires. Los núcleos deliveran cinco, diez minutos y la
búsqueda se desata. Nuevas columnas que se movilizan y
se unen llegan desde los barrios blandiendo una
caminata final, la declaración de un nuevo contrato
social. El gentío acobardado irrumpe en las empresas e
instituciones del estado y es como un mar que entra y
arrasa.
La señal televisiva modula hacia la frecuencia
indicada y se propaga hacia los servidores desde 7
satelitales al hacer un extraño bucle. Fansi, el
entrevistado accionista de BlackRock, desciende cuatro
escalones y se interna inmutable entre los violentos que
lo protejen para abandonar el canal.
Continúe con la gira, balbucea Juan. Esta ciudad
promete otro encuentro. La membrana nictitante en la
esclerótica del periodista es ahora visible en cadena
nacional.
Y vos, que tenés la pantalla en las manos, queremos
saber tu opinión. ¿Le damos la oportunidad?
Cristian Cano
El personaje colecta la voluntad de las
poblaciones de manera contradictoria porque
expone la mentira y los mecanismos de la
manipulación y el condicionamiento. De alguna
manera se hace cargo y se inmola ante la opinión
publica. Usa este extremo revelador para
arrastrar a las personas, una especie de mesias,
digamos. Críptico y ritualista. Aparentemente con
poderes hipnóticos desarrollados y está claro
que, mediante las voluntades y las finanzas, va
va por el mundo entero.
En todo momento el texto gira en torno al
estado de cancelación y significancia por parte
del periodista. Hay algo fundamental en la
comunicación y en el cómo se trata la información
en los medios. Los productores de contenidos para
los medidos masivos saben bien cómo funcionan los
procesos cognitivos. También creo que la fuerza
del relato está en cierta ironía por parte del del
entrevistado. Lo irónico como arma, como una lupa
para traer a la palestra lo que nosotros,
ciudadanos comunes, no queremos enfrentar. Lo
descarnado en estas realidades que el poder bien
sabe solapar. Pero ¿nos preguntamos qué es lo que
podemos hacer si estamos inmuídos hasta los
tuétanos de estas burocrácias del pensamiento?
¿Qué puede hacer un escritor, un laburante, un
ser humano que se ha dado cuenta de cómo
funcionan los mecanismo del horror y la
esclavitud? Supongo que no parece mucho. ¿Qué
puede hacer un texto contra la inmensa marea del
pensamiento colectivo? No mucho. Pero sí es el
intento de un comienzo, un nuevo inicio siempre es
bueno. Desaprender para tomar decisiones sanas. El
grano de arena para comenzar por nuestra cuenta.
Para dejar de repetir como loros y pensar por
nosotros mismos.
La nueva novela de Cristian Cano (una locura) ya se
puede conseguir en formato digital!

https://lektu.com/l/llorar-solo/la-biologia-
negra/21427
Resumen del episodio anterior:
¿Hay una pista acerca del joven muerto?
Cal y Olivia han llegado a una casa en las
afueras. Y dentro pueden estar las respuestas o
algo mucho peor.
TERCERA ENTREGA

II

El alero del porche goteaba y el olor de la madera mojada


los envolvió apenas subieron los cuatro escalones
astillados. Cuando dejaron atrás el muro de la niebla, la
casa se revelaba como más grande y mucho más
maltratada de lo que parecía desde el auto.
Olivia miró alrededor –una costumbre de policía, según
creía Cal-, como si quisiera sacar una fotografía mental
del escenario. No es que hubiera mucho para ver: a lo
largo de la pared, bajo las ventanas (cerradas) corría una
estantería de dudosa carpintería, combada y agrietada
por incontables años de sol y lluvia. En los estantes
había latas de conservas, botes de pintura y toda clase de
recipientes donde una mano poco escrupulosa había
sembrado una enorme cantidad de plantas, mayormente
helechos.
—¿Vas a llamar a la puerta o no? —preguntó Olivia en
voz baja.
Calvin no la escuchó. Se había quedado absorto, envuelto
en la atmósfera de soledad y abandono que parecía
rodear la casa. No era como la imaginaba; no estaba
ruinosa, pero sí descuidada. En algún punto le recordaba
a la casa de la película Chainsaw Massacre, que había
visto a escondidas cuando no era más que un niño.
Recordaba la escena en que el joven de camisa azul
cruzaba corriendo por la puerta de entrada y, apenas
cruzaba el vestíbulo, se topaba de frente con Leatherface,
que lo recibía con un mazazo en la cabeza. No fue eso lo
que lo impresionó a sus diez años, sino el cuerpo
pataleando en el suelo ante la indiferencia del gigante
enmascarado. El sistema nervioso descontrolado,
humano, roto. La persona real convertida en un animal
agonizante, reducido a un organismo fallido que no era
más que una cosa despatarrándose en el suelo en medio
de inmpulsos eléctricos primarios. Luchando por una
vida arruinada, reducida a lo mínimo. Para Cal, esa fue
una muerte real. Mucho más cruda que un disparo en la
cabeza, todo efectos y sangre y una cámara bien
estudiada.
—Espera —dijo —Escucha.
Inclinó la cabeza, esperando oír algún sonido humano
que proviniera del interior. Volvió a mirar la galería. Podía
imaginarse a una frágil viejecita que abría la mosquitera
para regar los horribles helechos una mañana de
primavera… o debería poder imaginarlo. Calvin no podía.
Por algún motivo, podía ponerlo en palabras en su
cabeza, pero no podía visualizar la imagen. Era muy,
muy extraño. Era como una llamada telefónica donde la
voz al otro lado se escucha fuerte, incluso puedes
reconocer la voz de quien está hablando, las
entonaciones, casi adivinar lo que está diciendo, pero no
puedes entender ni una palabra. Irreal. Esa era la
palabra.
—Eh… ¿no notas…?
Pero Olivia ya había dado un paso al frente y aporreaba
la puerta con los nudillos.

La puerta se abrió lentamente. Olivia no necesitó más


pruebas de que habían dado con la casa. ¿Cuántas
bellezas de veinte años así podían vivir en las toscas y
tristes granjas de los alrededores? Además, la sonrisa de
los sordomudos era inconfundible, sobre todo para un
policía. Había una cierta vaguedad en la expresión; parte
del aparato estaba sintonizado en otra frecuencia,
pescando esa parte de la información que los oídos les
negaban.
Cal dio un paso al frente, pensando en cómo iba a
interrogar a una chica sordomuda. Suponía que Olivia
habría hecho algún curso de lengua de señas. Al menos,
la ley decía que los oficiales debían hacerlo.
«Lápiz y papel, idiota. Y seguro sabe leer los labios».
La revelación lo hizo ruborizarse. ¿Qué le pasaba? ¿Se
había vuelto estúpido de repente, o había algo en esa
casa perdida en la niebla que…?
—Hola —dijo Olivia, devolviéndole la sonrisa a la
muchacha— Quisiéramos…
Pero la chica ya había abierto la puerta y los invitaba a
entrar. La habitación –Calvin supuso que sería una sala
con una escalera al frente, como la mayoría de las casas
de ese estilo- estaba en penumbras. No se veía gran cosa
más allá del umbral. Calvin estuvo a punto de
preguntarle a la chica si estaba sola, cuando cayó en la
cuenta de lo ridículo que hubiera sido.
«¿Cómo diablos hubiera escuchado que llamaban a la
puerta si estuviera sola?»
—¡Cal!
Olivia había cruzado la puerta y lo miraba, intrigada,
desde las sombras de la sala. La chica continuaba
sosteniendo la puerta, esperándolo.
—Ah, sí —reaccionó—. Perdón.
Cruzaron el espacio casi en tinieblas. El contraste con el
exterior fue brusco; aunque el día era frío y gris, al entrar
penas pudieron distinguir bultos que debían ser mueblas
y manchas regulares en las paredes que seguramente
eran cuadros o fotografías. Pero no se detuvieron a
esperar que las pupilas se adaptaran; la chica había
cruzado sin vacilar en diagonal, hacia el fondo de la sala
y había abierto otra puerta, tras la que se adivinaba
alguna débil fuente de luz.
«Si fuera una película», pensó Olivia «ahí atrás estarían
las respuestas o la perdición».
Inconscientemente, palpó la culata de la pistola sujeta a
la cintura de sus pantalones y siguió los pasos de la
chica sordomuda.
III

Salinski apenas levantó los ojos del suelo cuando el


oficial se asomó por la puerta de vaivén de la morgue.
Peters seguía de pie a su lado, en lo que podía ser una
pose reflexiva o bien de respetuosa expectación.
Echó una mirada inquisitiva al rostro vulgar del hombre
en la puerta. Era John Di Mario, hijo de una larga línea
genealógica de ladrones de gallinas, cuatreros de ovejas y
mecánicos chapuceros de la zona. Siete años atrás,
cuando Peters supo que quería sumarse al cuerpo de
policía, su primer impulso fue devolverlo a los graneros
apolillados de las colinas de una patada seca y potente en
su flaco culo italiano. Pero se tomó diez minutos más,
como hacía por principio ante toda situación espinosa, y
necesitó sólo la mitad de ese tiempo para darse cuenta de
que John Di Mario era de otra forja. El chico era
inteligente y astuto como un zorro. Decidió darle una
oportunidad y en los dos años siguientes demostró
además ser valiente como un bombero con cáncer
terminal y de una honestidad que rozaba lo cómico.
Además, era duro de pelar. En una riña de bar que se
salió de control y sin siquiera desenfundar el arma, ese
italiano flaco se había pulido a un granjero de ciento
veinte kilos, un motociclista en pleno ataque de ira y un
jornalero de paso él solito y sin pedir refuerzos. Al otro
día se presentó ante Peters como un perro apaleado,
preguntando tímidamente si existía la posibilidad de que
el departamento le suministrara dos juegos extra de
esposas. La noche anterior le hubieran venido bien para
asegurar a los tres detenidos inconscientes, explicó, sin
atreverse a mirar a Peters a los ojos. Peters compró tres
juegos de esposas nuevas –no esas basuras de rezago con
las que abastecían a las ciudades mierdosas de la
América profunda- y se las dejó a Di Mario en el casillero
de la jefatura.
Salinski confiaba en él como se confía en un perro
entrenado que has criado de cachorro.
Por eso no le gustó su expresión. Era la expresión de
alguien que se ha topado con algo que no puede manejar.
Y si John Di Mario no podía manejarlo, sólo podía
significar que las cosas se complicarían mucho antes de
mejorar.
Peters se encaminó al encuentro de Di Mario tras echarle
una última ojeada al derrotado Salinski, pero no alcanzó
a llegar junto a él.
La puerta de vaivén se abrió escandalosamente y tres
hombres entraron a la morgue, como si tuvieran todo el
derecho de estar ahí.
Trajes, zapatos genéricos sin una mota de polvo, sin
relojes ni anillos, cortes de pelo reglamentarios. Mala
cosa.
Di Mario levantó las cejas en dirección a Peters y éste
hizo un gesto casi imperceptible que el oficial no dudó en
interpretar. Entró y rodeó a los hombres para llevarse a
Salinski de allí.
—Un momento —dijo el que claramente era el jefe de los
intrusos—. Tenemos que hablar con él.
—No tengo ninguna duda —intervino Peters—. Pero todos
sabemos que no será a su manera. Antes hablarán
conmigo. John, proceda.
John Di Marco tomó a Salinski del brazo y lo ayudó a
levantarse.
—No salgan del edificio— dijo el jefe. Hizo un gesto al
hombre que estaba a su izquierda— Acompáñalos.
—No será necesario. No van a perderse. John, esperen en
la oficina de adelante.
El jefe suspiró, miró al hombre a su izquierda y negó con
la cabeza.
—Supongo que puedo confiar en que cumplirán sus
órdenes —murmuró.
—No tiene usted una idea —dijo Peters—. Hablemos con
tranquilidad, entonces.
Di Mario y Salinski salieron sin mirar atrás.
Peters nunca se sintió menos tranquilo a la hora de
hablar que en ese momento. No era la primera vez que
veía esa clase de agentes. Pero nunca había tenido que
lidiar con ellos, y no tenía ningún entusiasmo por agregar
esa experiencia a su perfil de LinkedIn.
—Señor Peters —dijo el jefe—, un placer.
—Capitán Peters, para usted. Lo escucho.
Y escuchó.

***
Sigue abierta la recepción de colaboraciones. Es
decir, Cluli va a estar recibiendo sus escritos y
armándonos las carpetas para su evaluación. Los
requisitos, simplísimos:

1- EN WORD, ARIAL 12, INTERLINEADO 1,5 (PDFs


serán ignorados)
2- NOMBRE DEL AUTOR Y LA OBRA CLAROS Y
LEGIBLES. EN CASO DE QUE TU MAIL SEA, POR
EJEMPLO, UN ENGENDRO DEL TIPO:
[email protected], QUE TU
NOMBRE VAYA INCLUIDO EN EL ASUNTO. QUE
DE LAS INVESTIGACIONES SE HAGAN CARGO
LAS REVISTAS QUE SE DEDICAN A LA NOVELA
NEGRA, JE. NO NOMBRE DEL AUTOR A PRIMERA
VISTA… NO LECTURA DE LA OBRA.
3- TEMAS: FICCIÓN DE TERROR O ARTÍCULOS
RELACIONADOS.
4- EXTENSIÓN MÍNIMA DE 1000 PALABRAS Y
MÁXIMA DE 3000
5- BIOGRAFÍA DEL AUTOR EN 200 PALABRAS O
MENOS.
6- ENVIAR A: [email protected] CON EL
ASUNTO “COLABORACIÓN DEIMOS”
7- LAMENTABLEMENTE, EL NO CUMPLIMIENTO DE
CUALQUIERA DE ESTOS PUNTOS DEJARÁ
AUTOMÁTICAMENTE FUERA DE CONSIDERACIÓN
EL ESCRITO ENVIADO.

Los esperamos ansiosamente, murciélgos.


Queremos mostrar su trabajo, leerlo y que lo lean.
Demos vuelta la tortilla.
Abrazos viscosos.

El equipo de DEIMOS y terror.com.ar


DELICATESSEN
*La delicatessen es un tipo de tienda especializada que
ofrece exquisiteces, alimentos de alta calidad o exclusivos por sus
características especiales, por ser exóticos, raros o de elevada calidad en su
ejecución*.

UNA TRUCULENTA LEYENDA MEDIEVAL EN EL


SIGLO XX

Las generaciones posteriores a la omnipresencia de


las pantallas tendemos a creer que el terror comenzó a
ser verdadero a partir de las novelas, los cuentos, las
historietas, las series y el cine. Porque el terror de antes
es incomprensible; resultado pueril del oscurantismo
más supersticioso y de vivir a una empalizada y una
antorcha de los chacales y los mendigos caníbales de la
época de la Peste Negra.
Pero el terror siempre estuvo ahí, en todas sus
formas. Incluso en la de un hada pelirroja que, aunque
nació en el siglo XX, parece salida de un cuadro
prerrafaelita. En más de un sentido.
Loreena McKennitt, nacida en Morden, Manitoba
(Canadá), el 17 de febrero de 1957, es una cantante,
música, compositora y multiinstrumentista de
ascendencia escocesa e irlandesa. Su biografía tiene de
todo: ternura, tragedia, camino del héroe, episodios
polémicos de su adolescencia en la escuela secundaria…
pero no ahondaremos (por desgracia) en esa parte, sino
en su obra. Más específicamente en una de sus
composiciones.
Loreena, alta, de facciones angulosas y una melena
pelirroja de esas que parecen de mentira se enamoró de
la música y de las tradiciones de sus ancestros celtas
desde muy joven. Esta pasión prácticamente arqueológica
la llevó a la literatura antigua, a las ruinas de piedra
cubiertas de musgo, comulgando muchas veces con lo
triste y con lo terrible. Pero no nos confundamos: Loreena
McKennit es una artista y una estudiosa. Lo
rotundamente opuesto a esas tontorronas aniñadas de
treinta años que se tatúan runas en la nuca y dicen
practicar la religión wicca en campings comunitarios con
asadores compartidos que nunca salen en sus posteos de
Instagram.
Su obra se basa (a veces) en la investigación y
adaptación de coplas antigüas, historias y rimas de la
tradición oral u obras clásicas de la literatura universal.
Musicalizó la balada de Alfred Tennyson ―The Lady of
Shalott‖ (1833-1842), inspirada en las leyendas
arctúricas, un tema y una pieza exquisita que ya había
sido tratada en varias pinturas por –justamente- la
Hermandad Prerrafaelita.
Claro que hoy les traemos -y les recomendamos una
y mil veces- una obra diferente. El trabajo de Loreena
Mckenitt es suave, melancólico y profundamente
melódico. Incorpora fusiones de ritmos y temáticas de
todos los continentes con el único hilo conductor de una
de las voces de soprano más dulces y educadas que se
puedan encontrar.
En una de sus búsquedas, dio con una escalofriante
leyenda medieval que le sirvió como base para componer
esta pequeña obra maestra que forma parte de su
bellísimo álbum “The Mask and Mirror”, editado en 1994
por Quinland Road:
The Bonny Swans

Podría traducirse como ―Los Hermosos Cisnes‖. En la


lírica de Loreena McKennit no es raro encontrar
arcaísmos, interjecciones, intrusiones gaélicas, palabras
en desuso o construcciones gramaticales de otros siglos;
sin dudas un hábito incorporado a través de la lectura
cuidadosa del teatro isabelino.
La leyenda dice así y, aunque hay varias versiones,
haremos un resumen general tomando los elementos más
recurrentes:

Dos hermanas pasean a la orilla de un río. Son las


hijas del rey, y van conversando animadamente hasta
que la charla las lleva al tema inevitable entre jovencitas
sanas: los pretendientes. Una de las hermanas confiesa
que ha recibido proposiciones de un muchacho, y que
ella le ha correspondido. Cuando su hermana,
entusismada y dando grititos, le pregunta de quién se
trata, la enamorada se lo dice… y ahí estalla la tragedia:
su hermana está enamorada del mismo joven.
Despechada y furiosa, la hermana no correspondida
empuja a la otra al río. Ésta no sabe nadar, y extiende el
brazo pidiéndole a su verduga que la ayude. La otra le
dice que sólo si ella le cede a su enamorado. Pero la joven
es arrastrada por el río sin soltar una palabra más.
La historia se mueve más adelante. La hija pequeña
de un panadero está en el río, llenando un cubo con agua
para ayudar a su padre a preparar el pan. De pronto,
levanta la vista y exclama: ―¡Mira, papá, los hermosos
cisnes‖.
Pero no se trata de un cisne, sino del cuerpo de la
joven ahogada, que flota con una mano extendida sobre
el agua y que la niña ha confundido con el cuello de una
de esas aves.
El panadero trae el cadáver a la orilla y, en ese
momento, un artesano vagabundo que pasa por ahí se
detiene. Al ver a la joven muerta siente pena, y decide
construir un arpa con sus restos. Usa los huesos de sus
falanges como clavijas, sus cabellos como cuerdas y la
caja torácica como cuerpo del arpa.
Mientras, en el castillo, el rey llora desconsolado la
desaparición de una de sus hijas. La hermana asesina,
sentada junto a sus hermanos y su madre, la reina, finge
estar tan apenada como ellos.
El rey es un buen rey, y sus súbditos hacen lo
posible por animarlo, pero nada logra sacarlo de su pena.
El panadero, enterado de la tragedia y la tristeza que ha
caído sobre el castillo, toma el arpa que ha construido el
artesano vagabundo y se dirige al palacio para ver si un
instrumento tan excepcional logra distraer al rey, aunque
sea por unos minutos.
Al llegar, se coloca en una fila donde muchos
hombres esperan para presentar sus talentos y ofrendas
al rey.
Cuando al fin llega su turno, y ante una multitud de
cortesanos y campesinos, deja el arpa frente al trono.
Pero antes de que pueda explicar qué es lo que ha
llevado, el arpa hecha con los restos de la princesa
muerta comienza a tocar sola y, con una voz espectral,
canta su historia señalando como culpable a su traidora
hermana.
La canción de Loreena termina:

«And there does sit my false sister, Anne


With a hey ho and a bonny o
Who drowned me for the sake of a man
The swans swim so bonny o»

(Y ahí se sienta mi falsa hermana, Anne


Con un hey ho y un hermoso oh
Quien me ahogó por el favor de un hombre
Los cisnes nadan tan hermosos, oh)
Piel de gallina.
Es difícil imaginar una historia más tétrica y
retorcida, pero no tanto como imaginar la belleza
evocadora que logra Loreena en esta pieza. Por eso, para
no imaginar en el aire, al final les dejamos el enlace a la
versión original de esta canción. Esperamos disfruten de
esta increíble artista que, a pesar de haber obtenido
discos de platino y haber vendido más de catorce
millones de discos en los años noventa, hoy es
prácticamente desconocida para toda una generación.
Más allá del disfrute de su música, hay un sabor
muy especial en indagar sobre el trasfondo de cada
composición, que funciona como un mecanismo de
precisión en donde historia, paralelismos y
experimentación logran un todo coherente e inmersivo
que pocos artistas han sido capaces de mantener a lo
largo de su obra.

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COLOFÓN
Hasta acá llegamos, murciélagos. Esperamos
hayan disfrutado y reflexionado. Nosotros, desde
luego, lo hemos hecho.
La ficción tiene derecho a nutrirse de aquello
que necesite para hablar de lo que quiera hablar
en su propio código interno. Y ese código es el de
la ficción. No se trata ya de la libertad de decir
lo que nos plazca, sino de la responsabilidad que
trae aparejada: la de interpretar de acuerdo a
nuestro conocimiento y nuestro saber, teniendo en
claro que caer en lo literal nunca es el camino de
la superación. Los prospectos vienen en cajas.
Escribir y leer deben ser dos actos coordinados
en donde cabe el error: es un acto humano. Si
formar una pareja bajo la premisa de que los
traumas, frustraciones y resentimientos de ambos
deben encajar como piezas de Tetris para asegurar
la felicidad es estúpido, hacerlo con el arte es
estúpido por partida doble.
El mundo es demasiado grande para hacerlo
encajar en nuestro molde. Uno de los dos se
romperá, y no será el mundo, muchachos.
Lean las historias, ésa es la clave. No se
pongan anteojos de colores buscando el mensaje
secreto que los agravia. Los malos ejemplos tienen
su indiscutible utilidad. Abolirlos no nos acerca
a la perfección: nos vuelve inútiles y pueriles.
Y, al menos en estas páginas, siempre habrá un
lugar para los que no tengan miedo de escribir y
de leer, sabiéndose lo bastante fuertes como para
plantarse y decir para sus adentros: “esto no me
gustó”… y pasar la página.
Sin hogueras ni hordas, reales o virtuales.

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