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MÓDULO 2
LA ESTRUCTURA DE LA
RELACIÓN
OBLIGATORIA
RAFAEL VERDERA
2.3. La parciariedad.
Notas básicas de la parciariedad.
Régimen jurídico de la parciariedad activa.
Régimen jurídico de la parciariedad pasiva.
2.5. La solidaridad.
Notas básicas de la solidaridad.
Régimen jurídico de la solidaridad activa.
Régimen jurídico de la solidaridad pasiva.
a) Los sujetos, que son dos, acreedor y deudor, pudiendo concurrir a su vez
varias personas en cada una de las posiciones, activa y pasiva, de la relación.
Más discutible es que pueda hablarse de la causa como otro elemento estructural de la
relación obligatoria (a pesar de lo indicado por el art. 1261.3º CC). Ciertamente, toda
relación obligatoria ha de tener una causa, en el sentido de origen o fuente (art. 1089
CC). Pero la transcendencia ulterior de esa causa en la relación obligatoria es dudosa.
El acreedor podrá incluso agredir los bienes del deudor, a través del embargo y posterior
ejecución del valor de los bienes para satisfacer sus intereses.
Por ejemplo, el acreedor puede transmitir a cambio de una cantidad de dinero su crédito
a otra persona, que se convierte en acreedora a partir de esa cesión (arts. 1526 y ss. CC).
Y, al fallecer el acreedor, su crédito no se extingue, sino que, con el resto de su
patrimonio, se transmite a sus herederos (art. 661 CC).
Por ejemplo, si van a reformar el cuarto de baño de la casa de Álvaro, debe permitir el
acceso a la vivienda de aquel que ha de efectuar la reforma, esto es, del deudor, que tiene
que cumplir con su deber de prestación consistente en reformar el cuarto de baño
conforme al proyecto acordado.
Es carga del comitente (quien encarga la obra) el examen de la obra realizada (la
impresión de unos libros de viajes: STS de 12 de julio de 2011). Otros ejemplos: análisis
en tiempo y forma de la mercancía comprada (arts. 1484 CC y 336 CCom); o excusión de
los bienes del deudor en la fianza (art. 1830 CC).
Los deberes accesorios que afectan al deudor no son iguales para toda relación
obligatoria, puesto que dependen del deber principal al que sirven o al que están
funcionalmente subordinados.
a) Es patrimonial, porque se hace efectiva sobre los bienes del deudor, sin
que quepa recurrir a mecanismos que afecten al deudor en un ámbito
personal (como sucedía históricamente con la prisión por deudas).
Delimitada de este modo la hipótesis, es fácil pensar que el caso más evidente de
deuda sin responsabilidad serían las tradicionalmente denominadas
obligaciones naturales. Al regular el cuasicontrato de cobro de lo indebido, que
permite recuperar lo que se ha pagado indebidamente por error, el art. 1901 CC
establece que “[s]e presume que hubo error en el pago cuando se entregó cosa
que nunca se debió o que ya estaba pagada; pero aquel a quien se pida la
devolución puede probar que la entrega se hizo a título de liberalidad o por otra
justa causa”. ¿A qué se refiere el Código Civil cuando alude a esa “otra justa
causa”? La estructura del art. 1901 CC permite relacionar esa “justa causa” con
una obligación natural, consistente en deberes morales o sociales: al tratarse de
un cobro indebido, entre “solvens” y “accipiens” no hay una deuda que justifique
el pago (“causa solvendi”); tampoco la causa justa puede ser una donación
(“causa donandi”), porque el art. 1901 CC contrapone la causa justa al “título de
liberalidad”. De esto se deriva que quien ha recibido la prestación puede no
devolverla si justifica que se le entregó en cumplimiento de una obligación
natural, y también se acepta la validez de la asunción de una promesa futura
basada en un deber moral o social.
Por ejemplo, en un accidente Pedro atropella involuntariamente con su bicicleta a un
niño, que resulta gravemente lesionado. Aunque en la sentencia que se dictó le
absolvieron de toda responsabilidad, Pedro considera su deber moral desde entonces
pagar a un fisioterapeuta para el niño. Lleva dos años pagando todos los meses una
cantidad a la familia para el fisioterapeuta del niño. En estas circunstancias: a) es
evidente que, aunque le toque la lotería a la familia del niño atropellado, Pedro no podrá
solicitar la devolución de lo pagado para el fisioterapeuta (“soluti retentio”); b) si
entendiéramos que la actuación de Pedro se produce en cumplimiento de un deber
moral con el niño que atropelló, incluso podría entenderse que la obligación natural
comprendiera la obligación de continuar pagando al fisioterapeuta (promesa de futuro
cumplimiento para reparar un daño causado).
Por lo tanto, lo que importa es que determinados deberes morales o sociales son
considerados justas causas a los efectos de evitar la repetición de lo pagado.
Tiene menos relevancia que esos deberes se denominen obligaciones naturales o
se vinculen con esa categoría histórica, porque ello no afecta a su régimen
jurídico.
El fiador asume su propia obligación --la obligación fideiusoria-- que, aunque accesoria,
es distinta de la obligación garantizada asumida por el deudor. Y el acreedor adquiere
un nuevo crédito, idéntico al que ostenta contra el deudor, o similar (si la fianza es
parcial). En consecuencia, hay responsabilidad, pero también hay deuda.
Por ejemplo, la insolvencia del deudor le supone la pérdida del plazo (art. 1129.1º CC);
los pagos hechos en estado de insolvencia son rescindibles (art. 1292 CC); el vendedor
puede no entregar la cosa si descubre que el vendedor es insolvente y corre el riesgo de
perder el precio aplazado; la insolvencia de un socio es causa de extinción de la sociedad
civil (art. 1700.3º CC); y lo mismo sucede en el mandato (art. 1732.3º CC).
Con carácter mayoritario, se considera que la sociedad civil (arts. 1665 y ss. CC) es un
contrato asociativo (por perseguir un fin común) y plurilateral (por las partes que
intervienen), pero no sinalagmático. Por ello, no es de aplicación el régimen jurídico de
las obligaciones recíprocas (en particular, la resolución por incumplimiento), teniendo
su propio régimen de extinción contractual: arts. 1700 y ss. CC.
Debe tenerse en cuenta que el Código Civil utiliza la noción de reciprocidad en otros
sentidos de alcance diferente a la sinalagmaticidad: por ejemplo, en la compensación
(art. 1195 CC).
Ahora bien, lo que falta en el Código Civil es una regulación general de las
obligaciones sinalagmáticas. En cambio, en la concreta regulación de cada
contrato, en la medida que dan lugar a relaciones sinalagmáticas, sí hay
previsión de soluciones adecuadas teniendo en cuenta la interdependencia de
las obligaciones de las partes. Se hace, por tanto, necesario proceder en
ocasiones a generalizar normas previstas respecto a un concreto contrato para
extenderlas a otros contratos.
Es el criterio que consagra el art. 1308 CC, y que confirma, para la compraventa, el art.
1500.II CC.
Por ejemplo, deseando preparar una maratón, Alba contrata con Berta, una prestigiosa
entrenadora personal, una serie de sesiones de una hora de duración a 50 euros cada
una. Berta asiste a Alba en cinco sesiones, sin que ésta le abone su precio. Al cumplir
Berta su prestación, Alba se encuentra en mora respecto de sus obligaciones, y debe,
entre otros aspectos, indemnizar los eventuales daños causados por su retraso (art. 1108
CC).
Por ejemplo, Ángeles compra a Begoña un ordenador por 1.000 euros, entregando 150
euros a cuenta del precio. Se pacta que el ordenador se entregará el día 1 de mayo y el
resto del precio se pagará el día 1 de septiembre. Llegado el día de la entrega del
ordenador, Begoña no efectúa la entrega. Ángeles puede resolver el contrato de
compraventa, quedando desvinculada de la obligación del pago del resto del precio y
solicitando la devolución de los 150 euros entregados; y además podrá exigir (como ante
el incumplimiento de cualquier obligación) la indemnización de los daños causados.
Por ejemplo, Andrea encarga a Beatriz la confección de un vestido por 1.500 euros.
Salvo pacto en contrario, si Beatriz reclama a Andrea el pago del precio antes de la
entrega del vestido, Andrea podrá oponerse alegando que solo pagará en el momento en
que Beatriz le entregue el vestido.
El alcance del art. 1089 CC. En el Código Civil la norma básica (aunque
literalmente no hable de fuentes de las obligaciones) es el art. 1089 CC,
conforme al cual “[l]as obligaciones nacen de la ley, de los contratos o cuasi
contratos, y de los actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier
género de culpa o negligencia”.
c) Aunque separa como fuentes distintas los delitos y los cuasidelitos, en realidad ambos
responden a la misma idea: la causación de un daño que debe ser reparado.
Por estas razones, L. Díez-Picazo sugiere que las fuentes de las obligaciones
deben reordenarse en dos grupos: de un lado, la autonomía privada, entendida
como poder del individuo de constituir sus propias relaciones jurídicas
obligatorias (contrato, declaración unilateral de voluntad, actos jurídicos
“mortis causa”); de otro, la constitución heterónoma, entendida como poder
heterónomo que sólo puede ser la soberanía del Estado creando relaciones
jurídicas obligatorias entre particulares (actos administrativos, actos judiciales,
supuestos legalmente reglamentados: obligaciones derivadas del
enriquecimiento sin causa, de reembolso de gastos o de reparación de daño y
perjuicios; u obligaciones derivadas de un determinado estado o situación, como
los alimentos entre parientes).
El caso más claro de obligación legal son los alimentos entre parientes (arts. 142 y ss.
CC). Otro caso es la obligación del usufructuario de prestar fianza, antes de entrar en el
goce de los bienes (arts. 491 y ss. CC). Un ejemplo de obligación legal derivada de los
principios generales del Derecho es la de indemnizar en caso de enriquecimiento
injusto, ya que es precisamente la vulneración de este principio la que hace nacer la
obligación. Y la costumbre es considerada, por cierta doctrina, como justificación de la
relevancia de la voluntad unilateral como fuente de obligaciones.
Las obligaciones legales se rigen en primer lugar por las disposiciones de la ley
que las haya establecido, y, en lo no previsto por ésta, por las disposiciones del
Libro IV del Código Civil (art. 1090 CC). El Código Civil establece también que
las obligaciones legales no se presumen y que sólo son exigibles las
expresamente determinadas por el propio Código o por leyes especiales.
El art. 1091 CC consagra dos ideas fundamentales. Por un lado, del art. 1091 CC
se puede extraer la fuerza vinculante del contrato con su alusión a la fuerza de
ley entre las partes (que en el art. 1254 CC se expresa a través de ese
consentimiento en obligarse). Y, por otro lado, la referencia al cumplimiento al
tenor del contrato constituye un dato adicional para delimitar el principio de
autonomía privada. Estas ideas, que se sintetizan en la máxima “pacta sunt
servanda” (los pactos han de ser observados), exige algunos comentarios.
b) El art. 1091 CC establece que esa vinculación afecta a las partes contratantes. Solo se
ven vinculados por el contenido del contrato quienes son parte del mismo. Coincide en
este punto con lo dispuesto en el párrafo primero del art. 1257 CC.
La distinción entre un ilícito penal y un ilícito civil pudo tener un sentido, en la medida
que sólo aquel reunía las notas de tipicidad y de punibilidad. Sin embargo, al
establecerse en el Código Penal en 1967 que también constituía delito cualquier hecho
dañoso imprudente de los que obligan a indemnizar, la distinción perdió su
justificación. Con el Código Penal de 1995, que elimina el delito genérico de
imprudencia y sólo mantiene algunos tipos específicos de imprudencia, esa
contraposición, de escasa transcendencia jurídico-civil, recupera un cierto sentido.
En el planteamiento literal del art. 1092 CC la obligación civil nace del delito, en
lo que tradicionalmente se ha venido en denominar “responsabilidad civil
derivada de delito” (rúbrica muy similar a la empleada por el Título V del Libro I
del Código Penal: arts. 109 y ss.). Desde esta perspectiva, la comisión de un
delito desencadena no sólo una consecuencia jurídico-penal, sino también otra
de alcance jurídico-civil, cual es la de imponer una obligación a cargo de quien
Por ejemplo, para entrar en una vivienda, el ladrón rompe los cristales de una ventana e
inutiliza el sistema de seguridad; y, en busca de dinero, destroza los muebles y fuerza la
caja de caudales. El ladrón se apodera de 15.000 euros y un camafeo que pertenecía
desde hacía más de cien años a esa familia. Detenido el ladrón, ya no le queda ni un
céntimo del dinero, pero aún tiene en su poder el camafeo. Con independencia de la
repercusión penal, en un plano civil, el ladrón deberá ser condenado a indemnizar los
daños (ventana, sistema de seguridad, muebles, caja de caudales; dinero sustraído) y a
restituir el camafeo.
Junto a los preceptos del Código Civil, hay una importante serie de leyes especiales que
se ocupan de diversos supuestos de responsabilidad extracontractual (por ejemplo,
accidentes de circulación o productos defectuosos). A ello hay que añadir una enorme
cantidad de resoluciones judiciales que han contribuido al desarrollo detallado del
Derecho de Daños en España. La responsabilidad civil extracontractual (también
denominada aquiliana, por su conexión con la “Lex Aquilia de damno”, del año 286 a.C.)
es una de las materias con mayor relevancia en los últimos tiempos.
c) El art. 1902 CC exige además que quien haya causado el daño actúe
culposa o negligentemente (es decir, omitiendo las precauciones y
cautelas que serían razonables, atendidas las circunstancias).
Por ejemplo, Ignacio ofrece 1.000 euros a quien localice el anillo de boda, que ha
perdido.
Ahora bien, como hemos señalado, el problema real es determinar bajo qué
condiciones el promitente puede revocar esa declaración y cómo se debe
proteger la confianza de terceros que se haya derivado de la promesa pública.
Por ejemplo, después de ofrecer 1.000 euros por el anillo de boda, Ignacio se divorcia; y
al cabo de una semana aparece un vecino con el anillo, reclamando la recompensa.
Por ejemplo, después de una noche de fiesta, tres amigos penetran en el jardín de un
chalé y causan importantes daños. Son condenados a indemnizar los daños (deudores)
al dueño del chalé (acreedor).
Por ejemplo, tres hermanos son dueños de una vivienda y la alquilan a una persona. En
la posición de arrendador (acreedor del pago de la renta y deudor de la cesión del uso)
hay tres personas y en la posición de arrendatario hay una (deudor del pago de la renta y
acreedor de la cesión del uso).
a) Pueden ser titulares de la posición activa o pasiva, tanto las personas físicas
como las jurídicas (art. 38 CC). La titularidad se vincula, pues, a la subjetividad
jurídica.
Por ejemplo, en el art. 1160 CC, la validez del pago en las obligaciones de dar exige libre
disposición de la cosa debida y capacidad para enajenarla.
Para concretar esa titularidad existen soluciones diferentes. Es posible que los
sujetos de la relación obligatoria pueden estar determinados inicialmente y ser
perfectamente identificables.
Un supuesto de determinabilidad del deudor son las obligaciones “propter rem”. Se han
considerado casos de determinabilidad del acreedor, la promesa pública de recompensa o
el contrato en favor de tercero.
Las hipótesis son muy variadas. Las distintas conductas pueden ser simultáneas
o sucesivas, pero deben caracterizarse por una cierta coordinación encaminada
a la obtención de un resultado global, y no todas tienen la misma relevancia.
Por ejemplo, Andrés adquiere el 20 % de una sociedad, junto a Bernabé (30 %) y Carlota
(50 %). El vendedor incumple su obligación. ¿En qué medida la decisión de Andrés (sea
exigir el cumplimiento, sea resolver el contrato) afecta a Bernabé y a Carlota, y a su
obligación de pagar el precio?
Por ello, parece más conveniente, a pesar del planteamiento dual del Código
Civil (obligaciones mancomunadas y solidarias), establecer tres categorías
distintas (y tres regímenes jurídicos diferentes) de ordenación de la
concurrencia de dos o más personas en una parte de la relación obligatoria.
Tres amigos piden un préstamo a otro de 900 euros. Si la deuda es solidaria, el acreedor
podrá dirigirse contra cualquiera de los deudores solidarios reclamándoles la totalidad
de la deuda (art. 1144 CC). Cada deudor viene obligado a cumplir íntegramente la
prestación (art. 1137 CC), aunque posteriormente podrá reclamar de sus codeudores la
parte que a cada uno corresponda con los intereses del anticipo (art. 1145 CC). En el
ejemplo, el prestamista podrá dirigirse contra cualquiera de los prestatarios
reclamándoles el importe íntegro de la deuda (900 euros). Este ejemplo es de
solidaridad en la posición pasiva de la obligación (posición de deudor). También puede
existir solidaridad en la posición activa cuando varias personas integren la posición
jurídica de acreedor: en este caso cada uno de los acreedores solidarios podrá reclamar
la totalidad de la deuda.
Se habla precisamente de “parciariedad” para subrayar esa división del crédito o deuda
en tantas partes como personas (art. 1138 CC).
Tres hermanos deben entregar el caballo que su padre les dejó en herencia a otra
persona. En este caso, el acreedor de la entrega deberá dirigirse contra todos los
hermanos para que le entreguen el caballo (art. 1139 CC). Este ejemplo es de
mancomunidad en sentido estricto en la posición pasiva de la obligación (posición de
deudor). También puede existir mancomunidad en sentido estricto en la posición activa
cuando varias personas integran la posición jurídica de acreedor.
Una mención especial merecen los llamados créditos sindicados. Identifican aquellas
operaciones económicas de cuantía elevada que, al suponer para un acreedor
(normalmente, una institución financiera) un riesgo superior al que asume
normalmente, propicia la participación de otras entidades en la concesión del crédito.
Cada entidad concedente del crédito ostenta un crédito independiente, pero que no
puede ejercitar libremente, si no quiere incurrir en responsabilidad frente a los otros
acreedores. Aparece la figura del “banco agente”, un mandatario con mandato
irrevocable, que efectúa las gestiones del crédito y articula las relaciones del grupo con
el deudor. La retribución al “banco agente” es abonada por el deudor. En las relaciones
internas, se sustituye el criterio de la unanimidad por el de la mayoría para la adopción
de acuerdos.
Por ejemplo, tres amigos deciden comprar por 3.000 euros un coche de segunda mano
para acudir a las clases en la Universidad. El vendedor no quiere cumplir y dos de los
compradores desean resolver el contrato y buscar otro vehículo; el otro comprador
insiste en exigir al vendedor el cumplimiento.
Por ejemplo, al arrendar un piso por 600 euros mensuales a tres estudiantes puede
pactarse, en el contrato, que éstos responderán solidaria (el arrendador puede exigir a
cualquiera de los estudiantes los 600 euros), parciaria (el arrendador sólo puede exigir
200 euros a cada uno de los estudiantes) o mancomunadamente (el arrendador ha de
exigir los 600 euros conjuntamente a los tres estudiantes).
2.3. La parciariedad.
Notas básicas de la parciariedad. La parciariedad se caracteriza por una
legitimación individual parcial. Ello significa que cada acreedor parciario sólo
puede exigir una parte de la prestación o que cada deudor parciario sólo puede
verse obligado a cumplir una parte de la prestación.
El art. 1138 CC presume no solo la división, sino que la parte de cada deudor o
de cada acreedor es igual a la del resto. La igualdad de las partes es una regla
presuntiva (art. 393.II CC). Por lo tanto, las partes podrán manifestar de forma
expresa en el acto constitutivo de la relación obligatoria una solución distinta
(dividiendo la deuda o el crédito de otro modo: por ejemplo, 2/6; 1/6 y 3/6).
a) Cada acreedor puede ejercitar de forma independiente, sin contar con los
demás acreedores, su poder de disposición sobre el crédito y puede cederlo o
condonarlo.
Por ejemplo, los socios de una mercantil pactan que sólo podrá retirarse dinero
de la sociedad con la firma de dos de los tres administradores.
Por ejemplo, los deudores se comprometen a entregar el Balón de Oro que Leo
Messi ganó por primera vez.
No obstante, por aplicación del art. 399 CC, relativo a la comunidad de bienes,
cada acreedor podrá disponer de su participación en el crédito, subentrando el
adquirente en la misma posición jurídica que tenía el acreedor mancomunado
que dispuso de su participación en el crédito.
Una atención especial merece el ejercicio judicial del crédito por uno de los acreedores
mancomunados en sentido estricto. Una interpretación sostiene que procesalmente
existe litisconsorcio activo necesario y, por tanto, todos los acreedores tendrán que
interponer la acción judicial, dado que, en otro caso, el deudor podrá oponer la
excepción de defectuosa constitución de la relación jurídico-procesal. Otra postura
Una de las ideas que pretende transmitir el art. 1150 CC resulta simple: en caso
de incumplimiento de uno de los deudores mancomunados en sentido estricto,
no cabe hablar de incumplimiento parcial, sino que siempre desemboca en un
incumplimiento total. Y de ese incumplimiento total deriva la obligación de
indemnizar los daños y perjuicios causados, pero no se excluyen otros posibles
remedios, como el cumplimiento forzoso o la resolución del contrato.
Y, por otro lado, el último inciso del art. 1139 CC indica que “[s]i alguno de éstos
[de los deudores mancomunados en sentido estricto] resultare insolvente, no
estarán los demás obligados a suplir su falta”.
b) Pero parece más adecuado entender que el último inciso del art. 1139 CC es una
norma aplicable en la fase de responsabilidad, previo incumplimiento de un deudor
mancomunado. Por lo tanto, el deudor a quien no sea imputable el incumplimiento no
2.5. La solidaridad.
Notas básicas de la solidaridad. La solidaridad supone una legitimación
individual por la totalidad de la prestación. La solidaridad puede ser pasiva o
activa. En caso de solidaridad pasiva, cada deudor puede verse obligado al pago
íntegro de la deuda. En caso de solidaridad activa, cada uno de los acreedores
puede exigir el pago íntegro del crédito. También puede existir en ambas partes
de la relación obligatoria.
Los ejemplos son múltiples y diversos: art. 116.2 CP; art. 9.1.i) LPH; art. 16.3
LAU; art. 17.3 LOE; art. 161.1 TRLGDCU; o art. 237 LSC.
Además de contradecir lo dispuesto por los arts. 1137 y 1138 CC, este
planteamiento presenta el inconveniente de no concretar adecuadamente
cuándo podemos entender existente esa solidaridad. Tampoco se explica
convincentemente por qué esta interpretación se refiere a la solidaridad pasiva y
no a la activa.
Por ejemplo, al acreedor que exige el pago de 900 euros, le es indiferente si el deudor a
quien reclama es deudor, en la relación interna, de 400, 300 o 200 euros. El acreedor
tendrá derecho a cobrar 900 euros de ese deudor, con independencia de su parte en la
relación interna.
- art. 1146 CC: remisión por el acreedor de la parte que afecte a uno de los deudores
solidarios.
- art. 1148 CC: posibilidad de alegar excepciones personales de otro codeudor solidario
en la parte de la deuda de que éste fuere responsable.
La idea que subyace al art. 1140 CC es que la esencia y los efectos de la solidaridad no
desaparecen aunque en la relación obligatoria se establezcan particularidades entre los
implicados o se constate una heterogeneidad de situaciones. Dado el tenor literal del art.
1140 CC, es posible que los plazos y las condiciones sean distintos para los diversos
codeudores o coacreedores, pero también cabe pensar en otras modalizaciones del
cumplimiento (por ejemplo, fijación de distintos lugares para el pago).
También reviste cierta frecuencia la solidaridad gestoria, cuando se acuerda por los
socios —o se aplica supletoriamente por ley— que los poderes de gestión de un colectivo
o grupo sean atribuidos a varios sujetos de forma solidaria (art. 1695.1º CC).
¿Cuál es el régimen jurídico de la solidaridad activa? En los arts. 1141 y ss. CC, se
ofrecen unas reglas muy concretas, para determinados supuestos, sin que exista
un enfoque general de la cuestión.
Nada impide la aplicación analógica de los criterios del art. 1145.II CC, relativo a la
solidaridad pasiva: el acreedor que ha cobrado la prestación íntegra debe también los
intereses desde el cobro.
c. Puesto que cualquier acreedor solidario está legitimado para exigir y recibir el
pago, el deudor puede escoger a cuál de ellos efectuar el pago. Así lo dispone con
claridad el art. 1142 CC: “[e]l deudor puede pagar la deuda a cualquiera de los
acreedores solidarios…”. Ahora bien, el mismo precepto limita esa libertad del
deudor para elegir al acreedor que ha de recibir el pago (“ius electionis”), ya que
“si [el deudor] hubiere sido judicialmente demandado por alguno, a éste deberá
hacer el pago”.
La solidaridad de deudores es mucho más común que la de acreedores. Pero, como dice
Á. Carrasco, no porque sea ordinario en la práctica que los codeudores contractuales
acepten responder unos por otros, sino porque la solidaridad se ha convertido en la
forma estándar de concurrencia debitoria cuando el débito se funda directamente en la
ley o en un daño injusto. En la responsabilidad contractual, la solidaridad pasiva es la
excepción, salvo en aquellos contratos con gran asimetría de poder, en las que los
obligados están poco menos que compelidos a aceptar el esquema contractual que el
acreedor les proponga.
Conforme al art. 542 LEC, “1. Las sentencias, laudos y otros títulos ejecutivos judiciales
obtenidos sólo frente a uno o varios deudores solidarios no servirán de título ejecutivo
frente a los deudores solidarios que no hubiesen sido parte en el proceso. 2. Si los títulos
ejecutivos fueran extrajudiciales, sólo podrá despacharse ejecución frente al deudor
solidario que figure en ellos o en otro documento que acredite la solidaridad de la deuda
y lleve aparejada ejecución conforme a lo dispuesto en la ley. 3. Cuando en el título
ejecutivo aparezcan varios deudores solidarios, podrá pedirse que se despache
ejecución, por el importe total de la deuda, más intereses y costas, frente a uno o
algunos de esos deudores o frente a todos ellos”.
La regla obedece a una lógica distinta a la que preside la frase final del art. 1150 CC.
Si la prestación deviene imposible sin culpa de los deudores solidarios, el art. 1147.I CC
establece que “la obligación quedará extinguida”. Este criterio confirma la regla general
del art. 1182 CC.
e. ¿Cuáles son las excepciones que el deudor solidario a quien se reclame el pago
puede oponer frente al acreedor? El art. 1148 CC establece que “[e]l deudor
solidario podrá utilizar, contra las reclamaciones del acreedor, todas las
excepciones que se deriven de la naturaleza de la obligación y las que le sean
personales. De las que personalmente correspondan a los demás sólo podrá
servirse en la parte de deuda de que éstos fueren responsables”. En
consecuencia, debe efectuarse una distinción:
Pero otros actos extintivos de la obligación (art. 1156 CC) sufren ciertas
matizaciones cuando se proyectan a una deuda solidaria. El art. 1143.I CC
admite la transcendencia de la novación, la compensación, la confusión o la
remisión de la deuda solidaria.
En cuanto a los actos previstos en el art. 1143.I CC, hay que tener en cuenta lo
siguiente:
- La novación sea modificativa, sea extintiva, sólo vincula al deudor que la hizo, sin que
se altere la relación interna entre los codeudores.
Conforme al art. 1146 CC, “[l]a quita o remisión hecha por el acreedor de la parte que
afecte a uno de los deudores solidarios, no libra a éste de su responsabilidad para con
los codeudores, en el caso de que la deuda haya sido totalmente pagada por cualquiera
de ellos”. Esta norma supone que cuando un deudor solidario paga totalmente la deuda
desconociendo la remisión parcial hecha a uno de los codeudores por el acreedor, el
codeudor a quien se perdonó su parte en la deuda no queda exento de responsabilidad
en la relación interna con el deudor que efectivamente pagó la totalidad de la deuda
desconociendo dicha remisión parcial; y ello aunque posteriormente el codeudor al que
se le hizo una remisión parcial pueda dirigirse contra el acreedor para que le devuelva
aquello que pagó (en la relación interna) y que coincide con la remisión parcial que el
acreedor le realizó.
a. Se reconoce a favor del deudor que pagó ante la reclamación del acreedor un
derecho de recuperar de cada codeudor la parte que le corresponda más los
intereses del anticipo (art. 1145.II CC: “[e]l que hizo el pago sólo puede reclamar
de sus codeudores la parte que a cada uno corresponda, con los intereses del
anticipo”). Se trata, por tanto, de un derecho de regreso, que se organiza desde
Por ejemplo, Andrés, Blanca y César son deudores solidarios de Demófilo. En la relación
interna, la parte de Andrés es de 400 euros, la de Blanca de 300 euros, y la de César de
200 euros. César paga los 900 euros a Demófilo, pero podrá recuperar 400 euros de
Andrés y 300 euros de Blanca.
Para poder ejercitar este derecho, es necesario que el pago haya sido útil a los deudores,
es decir, que se trate de un pago debido, válido y que goce de plenos efectos extintivos de
la obligación y de liberación de los deudores ante el acreedor.
La doctrina subraya que el deudor solidario que paga tiene un derecho de regreso, pero
no se subroga en el crédito (art. 1210.3º CC), lo cual supone importantes diferencias. Si
hay subrogación, la antigüedad del crédito de quien paga es la originaria, y se mantienen
los derechos anexos y las garantías (art. 1212 CC). En cambio, si hay derecho de regreso,
se ostenta un crédito nacido en la fecha de pago y las garantías quedan extinguidas.
b. Existe una mutua cobertura del riesgo de insolvencia entre los deudores,
repartiéndose proporcionalmente entre el resto de codeudores la parte que
debía haber pagado el deudor insolvente. Conforme al art. 1145.III CC, “[l]a falta
de cumplimiento de la obligación por insolvencia del deudor solidario será
suplida por sus codeudores, a prorrata de la deuda de cada uno”.
Por ejemplo, si después de pagar 900 euros a Demófilo, César constata que Andrés es
insolvente, debe suplir en la relación interna esa parte (los 400 euros), con Blanca, en
proporción a la parte de cada uno. César tenía una parte de 200 euros y Blanca de 300
euros. En consecuencia, César asumirá 2/5 de 400 (es decir, 160 euros adicionales). Y
Blanca asumirá 3/5 de 400 (es decir, 240 euros adicionales).
El criterio del Código Civil es razonable frente a otras soluciones, como que el deudor
que pagó asuma toda la insolvencia de un codeudor, o que sea asumida por los deudores
que no pagaron, o que la insolvencia sea suplida por partes iguales y no proporcionales.
Conforme al art. 1088 CC, “[t]oda obligación consiste en dar, hacer o no hacer
alguna cosa”.
El Código Civil se vale de su imprecisión y de su falta de rigor técnico acerca del objeto
de la obligación para no identificarse de manera clara con ninguna de las dos grandes
corrientes doctrinales que inspiran los textos de la codificación. La corriente de origen
francés considera que el objeto de la obligación está constituido por las “cosas” y los
“servicios” a cuya entrega o ejecución se comprometió el deudor. En cambio, la corriente
de origen germánico (y cronológicamente posterior) reputa objeto de la obligación la
conducta del deudor o “prestación”. En el Código Civil encontraremos ejemplos de una y
otra concepción. El art. 1088 CC aproxima el dar, el no hacer y el hacer con una
referencia absolutamente general a “alguna cosa”: obviamente el alcance de “alguna
cosa” cobra diversa relevancia en función de la conducta a la que está obligado el
deudor.
La posibilidad debe ser material (“realizable”, en el sentido del art. 1134 CC): es
decir, que sea posible la existencia de la cosa o que se disponga de las
condiciones intelectuales o materiales precisas para prestar el servicio (por
ejemplo, pintor zurdo al que se le amputa la mano izquierda).
No sería posible, por ejemplo, la prestación de entrega del planeta Marte, o una
obligación de hacer que consistiera en proporcionar un viaje al centro de la Tierra.
En el ámbito del Código Civil, los negocios sobre herencias futuras tienen un
tratamiento restrictivo como consecuencia de la prohibición de pactos sucesorios (art.
1271.II CC).
La donación no puede comprender bienes futuros, entendiendo por tales aquellos de los
que el donante no puede disponer al tiempo de la donación (art. 635 CC).
Las cosas no son en sí mismas lícitas o ilícitas. La licitud de las cosas se proyecta
a su comercialidad, es decir, a su susceptibilidad de tráfico jurídico. La licitud de
los servicios se traduce en que no pueden ser contrarios a las leyes imperativas o
al orden público. Al igual que cuando la prestación es imposible, también la
sanción por la ilicitud de la prestación es la nulidad.
Por ejemplo, es ilícita (y nula) la prestación consistente en asustar o pegar una paliza a
una persona. Igualmente es nula la prestación consistente en degradar, vilipendiar o
hacer el vacío a una persona.
Sería nula por falta de determinación la prestación consistente en “entregar alguna cosa
u objeto al acreedor”, ya que el grado de inconcreción es total.
Conforme al art. 1273 CC, “[e]l objeto de todo contrato debe ser una cosa
determinada en cuanto a su especie. La indeterminación en la cantidad no será
obstáculo para la existencia del contrato, siempre que sea posible determinarla
sin necesidad de nuevo convenio entre los contratantes”.
Indica J.R. García Vicente que el art. 1273 CC fija dos criterios. En primer lugar, la
determinación debe concernir tanto a la “especie” como a la “cantidad” de las “cosas o
servicios”. En sentido propio no se admite la indeterminación o incluso la
determinabilidad en lo referido a la “especie”, aunque sea posible, como veremos, que el
objeto del contrato consista en cosas genéricas, en las que el “género” es sinónimo de
“especie” y para el caso de indeterminación sobre las cosas pertenecientes al género o a
la especie rige la regla prevista en el art. 1167 CC. En segundo lugar, es posible fijar solo
las bases o criterios que fundarán la sucesiva determinación en cuanto a la “cantidad”,
siempre que tales bases o criterios cumplan dos requisitos, uno expresamente
establecido en la norma y otro que puede deducirse del conjunto de reglas o principios
que gobiernan el Derecho de contratos. Así, por un lado, tales bases no deben suponer la
“necesidad de un nuevo convenio entre los contratantes”, esto es, su desarrollo o
desenvolvimiento puede exigir su cooperación, siempre que no se traduzca en un nuevo
contrato. Por otro lado, no cabe confiar la decisión sobre la determinación en exclusiva a
una de las partes, que fije estas bases según su arbitrio o discreción (arts. 1256, 1449 y
1690.II CC).
La cuestión cobra una cierta relevancia a los efectos de intentar excluir del concepto
técnico de obligación determinadas situaciones en las que la nota de la patrimonialidad
parece ausente (arts. 67, 68, 154 y 155 CC) y para delimitar el alcance de la libertad de
las partes en la configuración de la prestación.
Por ejemplo, quien encarga un traje de novia no lo hace por un interés patrimonial. Sin
embargo, si el sastre incumple su obligación y no entrega a tiempo el traje de novia
deberá valorarse económicamente dicho incumplimiento de la prestación de hacer,
debiéndose valorar económicamente incluso los daños morales, como los daños
psíquicos sufridos como consecuencia del incumplimiento de la obligación.
Por ejemplo, cuando una entidad financiera ofrece a quienes depositen más de 5.000
euros un regalo consistente en un televisor o un ordenador portátil, esa entidad asume
una obligación que, como mínimo, es simultáneamente alternativa y genérica.
Como era de esperar, dado el lugar emblemático en que se ubica, la enumeración del art.
1088 CC reaparece a lo largo del Código Civil y, en ocasiones, se encuentra contenida en
un mismo precepto (como en los arts. 1120, 1123 o 1151 CC), y en otras ocasiones, da
lugar a preceptos específicos. Sin embargo, tampoco es infrecuente que, por diversas
razones, el Código Civil reduzca esa triple enumeración a una doble enumeración
(referida a las obligaciones de dar y de hacer: por ejemplo, los arts. 1254 o 1790 CC) o
sólo a una de esas obligaciones (normalmente, la de dar). Y no debemos pensar que el
Código Civil utiliza siempre esas mismas expresiones: a veces, emplea la expresión
“prestación” o “servicio” para referirse a la obligación de hacer, o la de “cosa” para
identificar una obligación de dar (por ejemplo, arts. 1135 o 1147 CC).
Por su importancia, esta distinción entre dar, hacer y no hacer será objeto de un análisis
más detallado.
¿Agota la tripartición dar, hacer o no hacer todas las posibles conductas del
deudor? Realmente, identificado el comportamiento del deudor con un hacer o
un no hacer, la imprecisión de esas categorías permitiría englobar cualquier
supuesto (en el fondo, el dar no es más que un hacer específico). Sin embargo,
en la doctrina se han planteado otros posibles comportamientos del deudor
difíciles de encajar en la enumeración del art. 1088 CC.
Se trata de una distinción relevante, entre otros extremos, para determinar los efectos
de la resolución del contrato. También cobra especial interés en el ámbito concursal,
pues el art. 160 TRLC establece que, “[d]eclarado el concurso, la facultad de resolución
del contrato por incumplimiento anterior a la declaración de concurso solo podrá
ejercitarse si el contrato fuera de tracto sucesivo”. En consecuencia, si el contrato es de
tracto único, no puede resolverse por incumplimientos anteriores a la declaración de
concurso. La consideración de un contrato como “de prestación de servicios o
suministro de productos de tracto sucesivo o continuado” también supone una
particular valoración del carácter abusivo de las “estipulaciones que impongan
obstáculos onerosos o desproporcionados para el ejercicio de los derechos reconocidos
al consumidor y usuario en el contrato” (art. 87.6 TRLGDCU).
Utilizando los criterios del art. 219.1 LEC, son líquidas aquellas prestaciones en las que
se cuantifica exactamente su importe o se fijan claramente las bases con arreglo a las
cuales se deba efectuar la liquidación, de forma que ésta consista en una pura operación
aritmética.
Por ejemplo, es líquida la prestación consistente en abonar los tres euros que cuesta un
bocadillo; e ilíquida la indemnización de los daños patrimoniales, físicos y morales
sufridos por un peatón al ser atropellado y cuya definitiva curación aun no se ha
producido.
El art. 1169.II CC establece que “cuando la deuda tuviere una parte líquida y otra
ilíquida, podrá exigir el acreedor y hacer el deudor el pago de la primera sin
esperar a que se liquide la segunda”.
Conforme al art. 1825 CC, “[p]uede también prestarse fianza en garantía de deudas
futuras, cuyo importe no sea aún conocido; pero no se podrá reclamar contra el fiador
hasta que la deuda sea líquida”.
Desde esta perspectiva, puede considerarse prestaciones determinables por su objeto las
obligaciones genéricas (la prestación se determina por su pertenencia a un género),
alternativas (se prevén en el acto constitutivo varias prestaciones, debiendo cumplir el
deudor íntegramente sólo una de ellas) y facultativas (se prevé sólo una prestación
debida, pero en el momento solutorio se podrá sustituir la prestación por otra). Estas
categorías serán objeto también de un análisis separado.
a. Conforme al art. 1094 CC, “[e]l obligado a dar alguna cosa lo está también a
conservarla con la diligencia propia de un buen padre de familia”.
Por ejemplo, si se ha pactado que la entrega del sofá hecho a medida se efectuará al cabo
de una semana, el vendedor debe conservarlo en tanto no se produzca la entrega del
sofá.
Por ejemplo, si una persona se obligó a entregar un tractor, debe entregarlo con los
accesorios propios de dicha máquina para realizar las diversas labores agrícolas.
Se trata de norma dispositiva, que puede ser modificada por pacto de las partes.
La cosa determinada, cuyos accesorios deben ser entregados, puede ser tanto mueble
como inmueble. No suministra el Código Civil en esta sede ningún criterio para
determinar qué debe entenderse por accesorios de la cosa. La buena fe y los usos del
tráfico conllevan que el deudor deba entregar al acreedor todo aquello que sea necesario
para que la cosa debida pueda proporcionar al acreedor la utilidad que le sea típica, de
acuerdo con su función económica. En principio, a los efectos del art. 1097 CC los frutos
de la cosa no son accesorios en la medida que en tal caso resultaría superflua la
previsión del art. 1095 CC, que los atribuye al acreedor.
Conforme al art. 89.4 TRLGDCU, tiene carácter abusivo “[l]a imposición al consumidor
y usuario de bienes y servicios complementarios o accesorios no solicitados”.
Un enfoque distinto parece, sin embargo, presidir los arts. 1120 y 1126.II CC.
Nada se dice en el ámbito del art. 1095 CC acerca del abono de los gastos
necesarios para la producción, recolección y conservación de los frutos (art. 356
CC). Vinculada con esta cuestión se encuentra la del grado de diligencia que
debe prestar el deudor en tanto no se produzca la entrega y cómo se proyecta
esa diligencia a la producción de los frutos.
d. Conforme a los dos primeros párrafos del art. 1096 CC, “[c]uando lo que deba
entregarse sea una cosa determinada, el acreedor, independientemente del
derecho que le otorga el art. 1101, puede compeler al deudor a que realice la
entrega. Si la cosa fuere indeterminada o genérica, podrá pedir que se cumpla la
obligación a expensas del deudor”.
El principal problema que presenta el art. 1096 CC en sus dos primeros párrafos estriba
en su coordinación con los criterios previstos en la Ley de Enjuiciamiento Civil, esto es,
en los arts. 701 a 704 LEC. La transcendencia del cumplimiento forzoso de la obligación
de dar no se puede captar adecuadamente si no se tienen en cuenta los elementos que
suministran los preceptos procesales, que distinguen entre entrega de cosa mueble
determinada, de cosas genéricas o indeterminadas y de bienes inmuebles.
e. Conforme al párrafo tercero del art. 1096 CC, “[s]i el obligado se constituye en
mora, o se halla comprometido a entregar una misma cosa a dos o más personas
diversas, serán de su cuenta los casos fortuitos hasta que se realice la entrega”.
Este último párrafo del art. 1096 CC identifica dos situaciones en las que el
deudor asume el riesgo de la pérdida fortuita de la cosa que debe ser entregada.
Aunque el art. 1096.III CC prevé dos supuestos de imputación del riesgo al deudor
también cabe que se dé esta situación por la asunción del riesgo por el deudor (“ex” art.
1105 CC) o por la “estimación” de la cosa (por ejemplo, arts. 1687.II y 1745 CC).
Esa distinción entre un hacer personalísimo y no personalísimo aparece en los arts. 1161
(“cuando la calidad y circunstancia de la persona del deudor se hubiesen tenido en
cuenta al establecer la obligación”), 1266.II (consideración personal del deudor como
"determinante" del contrato creador de la obligación), y 1595 (obra encargada a “una
persona por razón de sus cualidades personales”) CC.
Por ejemplo, la prestación del médico, que no asegura la curación del paciente; o la
llevanza de un pleito por un abogado, que no garantiza el resultado favorable a los
intereses del cliente.
Por ejemplo, el zapatero que se compromete a cambiar las suelas de unos zapatos; o el
taller al que se encarga que cambie la batería del coche.
La doctrina ha apuntado ciertos indicios que pueden ser utilizados por los tribunales al
analizar cada caso concreto, pues su concurrencia permite presumir el tipo de obligación
−medios/resultado− ante el que nos encontramos. De entre todos ellos, M.C. Crespo
destaca el carácter aleatorio del resultado (que revela la presencia de una obligación de
medios), por tratarse de un criterio utilizado reiteradamente por nuestro Tribunal
Supremo. Junto al anterior, también se subraya la iniciativa del deudor en la ejecución
(como indicio de la existencia de una obligación de medios), el criterio de imputación de
los riesgos (en las obligaciones de resultado el deudor soporta el riesgo de la
remuneración si no se obtiene el resultado), la precisión de la prestación comprometida
o incluso consideraciones de equidad. De todas formas, la efectividad de los criterios
propuestos para solucionar esta cuestión es limitada: ninguno es suficiente, por sí solo,
para ofrecer una solución en todos los casos.
El deudor, por otra parte, no podrá reclamar la contraprestación pactada por las
partes en el contrato si no se ha obtenido el resultado previsto. Únicamente no
perderá el derecho a esta contraprestación cuando la no obtención del resultado
obedezca a una causa imputable al acreedor (arts. 1589 y 1590 CC, que
contemplan los supuestos de “mora accipiendi” y de imposibilidad debida a una
causa imputable al acreedor en el contrato de arrendamiento de obra).
La falta de atención por parte del Código Civil permite cuestionar si cabe un
cumplimiento meramente defectuoso de la obligación de no hacer o si, por el
contrario, cualquier incumplimiento debe reputarse como incumplimiento total
y definitivo.
Los parámetros actuales son tan diversos que, en el tráfico ordinario, lo habitual es que
la configuración de la prestación tenga carácter genérico. Por ello, el planteamiento del
Código Civil muestra de forma acusada sus carencias y las soluciones se encuentran en
otros textos jurídicos.
Aunque el art. 1167 CC habla de “cosa indeterminada o genérica”, las cosas no son en
rigor genéricas, sino cosas pertenecientes a un género. Y no son cosas indeterminadas,
sino determinadas por su pertenencia a un género. Es más expresivo el art. 860 CC al
aludir a “cosa indeterminada” que “se señalare sólo por su cosa o especie”
Las obligaciones genéricas se refieren por lo general a cosas muebles (por ejemplo,
electrodomésticos o libros). Éste es el planteamiento que se desprende de la Ley de
En este tipo de obligaciones, se restringe la regla “genus numquam perit” (el género
nunca perece), y se caracterizan también por el hecho de que, si perecen todas las cosas
del género delimitado por las partes por causa fortuita o fuerza mayor, el deudor se
exime de responsabilidad. L. Díez-Picazo entiende que, si el deudor es un fabricante, la
obligación de entrega se limita al género que fabrica; si se trata de un comerciante, al
género que se encuentra en sus almacenes al contraer la obligación.
El art. 702.1 LEC parece identificar las “cosas genéricas o indeterminadas” con las que
“pueden ser adquiridas en los mercados”.
¿Cuáles son las relaciones entre las obligaciones genéricas y las cosas fungibles? A pesar
de lo indicado en el art. 337 CC, la diferencia entre cosas fungibles y no fungibles debe
El art. 1167 CC se aplica tanto a las obligaciones genéricas como a las de género
limitado. Ahora bien, cuando a través de la delimitación del género se precise la
calidad de la cosa, la norma no se aplica.
El pacto sobre la calidad de las cosas puede ser expreso o tácito. Deberá
interpretarse la voluntad de las partes para precisar si ha habido pacto relativo a
la calidad: un indicio revelador puede ser el precio pactado. Y se debe tener
presente la función interpretativa e integradora de los usos del tráfico (art. 1287
CC).
Si no puede averiguarse cuál es la calidad que deben tener los bienes que el
deudor debe entregar, hay que acudir al criterio de la calidad media del art. 1167
CC. Se trata, pues, de una norma subsidiaria, aunque el criterio recogido en el
art. 1167 CC tiene un cierto carácter expansivo que puede resolver las dudas a
que lleve la aplicación de los criterios interpretativos.
Como apunta M.J. Marín, existen reglas para determinar el nivel de calidad que deben tener
los bienes vendidos. Así, en las ventas de bienes de consumo, si se concierta una venta sobre
muestra, la cosa debe poseer las cualidades y calidades que tenga la muestra o modelo [art.
116.1.a) TRLGDCU]. Si el consumidor ha puesto en conocimiento del vendedor en el
momento de celebrar el contrato el uso especial o las especiales características y cualidades
que el mismo ha de tener, y el vendedor admite que sirve a esos fines o que tiene esos
caracteres, el bien ha de tenerlos [art. 116.1.c) TRLGDCU]. La “calidad” como parámetro de
conformidad se recoge en el art. 116.1.d) TRLGDCU: los bienes vendidos han de tener “la
calidad y las prestaciones habituales de un producto del mismo tipo que el consumidor
pueda fundadamente esperar, habida cuenta de la naturaleza del producto” (vid. también
arts. 6 y 7 Directiva 2019/771).
Por ejemplo, venta de mil litros de vino tinto de la añada 2012 de la Bodega Pago de los
Ingleses, si la uva de esa finca se ve afectada por una plaga que estropea toda la cosecha.
Como se ha indicado, entre otros elementos, hay falta de conformidad “si la calidad y
prestaciones habituales de un producto del mismo tipo que el consumidor y usuario
pueda fundadamente esperar” [art. 116.1.d) TRLGDCU]. La mera existencia de un
remedio sustitutorio pone de manifiesto la coincidencia parcial de la noción de producto
de consumo con la de cosa perteneciente a un género. No cabría plantear una posible
sustitución si no existieran ejemplares de las mismas características. Por eso, el
consumidor “no podrá exigir la sustitución en el caso de productos no fungibles, ni
tampoco cuando se trate de productos de segunda mano” [art. 120.g) TRLGDCU]. Un
desarrollo más amplio de estos remedios se contiene en la Directiva 2019/771.
El origen de las obligaciones alternativas puede ser legal o negocial (inter vivos o
mortis causa: art. 874 CC).
Un ejemplo de obligación alternativa de origen legal es el art. 149.I CC, conforme al cual
“[e]l obligado a prestar alimentos podrá, a su elección, satisfacerlos, o pagando la
pensión que se fije, o recibiendo y manteniendo en su propia casa al que tiene derecho a
ellos”.
Estas reglas son consecuencia del criterio de identidad e integridad del pago (arts. 1157 y
1166 CC); y, por ello, pueden considerarse, hasta cierto punto, superfluas.
Aunque el art. 1132.I CC exige que la atribución de la facultad de elección al acreedor sea
expresa, en realidad, no es necesario que exista un pacto expreso. Basta con que haya
certeza en la concesión de la facultad al acreedor. En caso de duda, deberá entenderse
que corresponde al deudor, por aplicación del art. 1132.I CC.
Más aún: resulta frecuente que sea por aplicación de los usos del tráfico como se llegue a
la concesión de la facultad de elección al acreedor. Así, sucede, por ejemplo, cuando el
comensal elige uno de los platos del menú del día del restaurante.
Es unilateral porque basta la voluntad del elector, sin que sea necesaria la concurrencia
de la otra parte de la relación obligatoria. Es aformal porque no está sujeta a forma
alguna: puede ser expresa o tácita (por ejemplo, tomar un artículo del autoservicio). Es
recepticia porque para que produzca efectos no hace falta que la otra parte la acepte,
pero sí se precisa que su destinatario tenga conocimiento de ella. Así lo dispone el art.
1133 CC: “[l]a elección no producirá efecto sino desde que fuere notificada”. El mismo
criterio aparece en el art. 1136.I CC: “la obligación cesará de ser alternativa desde el día
en que aquélla hubiese sido notificada al deudor”. Y es irrevocable porque, una vez
efectuada y conocida por la otra parte, no puede ser alterada por el elector.
¿En qué tiempo debe efectuarse la elección? Nada dice el Código Civil sobre esta
cuestión. Habrá que atender, en primer lugar, a lo pactado por las partes. Cabe
que las partes no se hayan manifestado al respecto, pero el momento de la
elección puede deducirse de las circunstancias del caso o de la naturaleza de la
obligación. Si, finalmente, no existe o no puede deducirse la existencia de plazo,
la parte legitimada puede elegir en cualquier momento a partir del nacimiento
de la obligación, y la otra parte puede exigirle que lleve a cabo la elección.
El art. 1132.II CC establece que “[e]l deudor no tendrá derecho a elegir las prestaciones
imposibles, ilícitas o que no hubieran podido ser objeto de la obligación”. Aunque el
Código Civil sólo se refiere a la facultad de elección del deudor, el mismo criterio debe
aplicarse con independencia de quién sea el elector.
En primer lugar, el art. 1134 CC establece que “[e]l deudor perderá el derecho de
elección cuando de las prestaciones a que alternativamente estuviese obligado,
sólo una fuere realizable”.
Y, en segundo lugar, conforme al art. 1135 CC, “[e]l acreedor tendrá derecho a la
indemnización de daños y perjuicios cuando por culpa del deudor hubieran
desaparecido todas las cosas que alternativamente fueron objeto de la
obligación, o se hubiera hecho imposible el cumplimiento de ésta. La
indemnización se fijará tomando por base el valor de la última cosa que hubiese
desaparecido, o el del servicio que últimamente se hubiera hecho imposible”.
La norma presupone que la elección es del deudor (si es del acreedor, se aplica el art.
1136 CC) y que se ha producido una imposibilidad sucesiva e imputable al deudor. No se
prevé el supuesto de que todas las prestaciones se pierdan simultáneamente, ni la
relevancia del deterioro o menoscabo de las prestaciones.
El último párrafo del art. 1136 CC indica que “[l]as mismas reglas se aplicarán a las
obligaciones de hacer o de no hacer”.
Por ejemplo, se contrata el alquiler por una semana de un Chrysler Grand Voyager, de
siete plazas, pero la empresa de alquiler de coches se reserva la posibilidad de que el
vehículo sea otro, también de siete plazas, si no hay disponibilidad del modelo
seleccionado.
¿Cuáles son los criterios que proporciona el Código Civil para calificar como
divisible o indivisible una prestación? La norma fundamental es el art. 1151 CC,
en cuya virtud “[p]ara los efectos de los artículos que preceden, se reputarán
indivisibles las obligaciones de dar cuerpos ciertos y todas aquellas que no sean
susceptibles de cumplimiento parcial. Las obligaciones de hacer serán divisibles
cuando tengan por objeto la prestación de un número de días de trabajo, la
ejecución de obras por unidades métricas, u otras cosas análogas que por su
naturaleza sean susceptibles de cumplimiento parcial. En las obligaciones de no
hacer, la divisibilidad o indivisibilidad se decidirá por el carácter de la
prestación en cada caso particular”.
a. Exista una sola persona o una pluralidad de personas en una de las partes de
la relación obligatoria, si la prestación es indivisible se ve afectado el régimen de
cumplimiento. El art. 1169.I CC establece la regla general: no se puede compeler
al acreedor a recibir parcialmente las prestaciones en que la obligación consiste.
Si la prestación es divisible, el deudor podrá cumplir por partes si lo consiente el
acreedor o así esta previsto. Si es indivisible, ello no será posible.
Por ello, nada impide que el valor de los bienes se siga estableciendo en monedas que ya
han desaparecido de la circulación, como sucedía con las guineas en Gran Bretaña o con
los reales en España; y como sucede ahora con las pesetas en España. Para saber que un
automóvil vale el doble que una motocicleta, resulta indiferente que esa comparación se
establezca en reales, duros, pesetas o euros: la proporción siempre ha de ser la misma.
Las obligaciones pecuniarias son aquellas en las que la prestación del deudor
consiste en la entrega al acreedor de una suma de dinero. Son aquellas
relaciones obligatorias que se expresan en dinero (unidad de cuenta) y que están
dirigidas a proporcionar al acreedor dinero (medio de cambio) como poder
patrimonial incorporal.
Por ejemplo, la obligación del comprador del pago del precio (300.000 euros) en el
contrato de compraventa de una vivienda.
Uno de sus rasgos más característicos estriba en que la deuda de suma de dinero no
puede nunca devenir imposible, con carácter general y absoluto, en la medida que lo
debido es abstractamente un valor. A diferencia de lo que sucede en las deudas de
La STS de 19 de mayo de 2015 ha indicado que “[l]a doctrina otorga a las deudas
pecuniarias una fisonomía jurídica especial, que las distingue del resto de las
obligaciones genéricas, a las que anuda una serie de características, entre las que
destaca […] la "perpetuatio obligationis" en el sistema de riesgos. Consecuencia de ello
es que: (i) niegue la imposibilidad del cumplimiento, admitiendo todo lo más el
incumplimiento temporal o retraso, así como que (ii) la falta de cumplimiento de la
prestación dineraria conlleva la condena al pago del dinero. No se les puede aplicar a
ellas la imposibilidad sobrevenida de la prestación por tratarse de una obligación
genérica al existir siempre el dinero como tal. Se trata de la obligación genérica por
excelencia, pues el género nunca perece y, de ahí, que la imposibilidad sobrevenida no
extinga aquella. Conforme al aforismo "genus numquam perire consetur", la insolvencia
del deudor no le libera del cumplimiento de su obligación, consistente en la genérica del
pago de una suma de dinero”.
Quedan, por tanto, fuera de este concepto aquellos supuestos en que el dinero es
debido como cosa. Y esta hipótesis se constata en los casos en que las piezas o
signos monetarios carecen de curso legal, interior o exterior (por ejemplo,
cuatro doblones de oro del siglo XVII), pero también en ciertos casos en que los
signos conservan su cualidad de dinero. Así sucede, cuando por su contenido
metálico, por su rareza o por otras circunstancias análogas se deban como cosas.
C. Paz-Ares considera que ese planteamiento tradicional peca tanto exceso como por
defecto. Peca por exceso porque termina incluyendo entre las deudas de dinero algunos
supuestos que no merecen tal consideración (como las deudas de moneda determinada
o las deudas de especie monetaria propias). Y sobre todo peca por defecto, al excluir las
llamadas deudas de valor del campo de las deudas de dinero en sentido estricto. El
carácter genuinamente dinerario de las deudas de valor no puede desconocerse, puesto
que lo que se debe ―”in obligatione”― es, en sentido propio, dinero. En su
planteamiento, se debería efectuar una sistematización analítica de las deudas de
dinero, atendiendo a las distintas funciones que están llamadas a cumplir.
Por ello, este enfoque tradicional debe ser revisado y ha de ponerse el acento en
las deudas de dinero en sentido estricto. Las deudas de dinero en sentido
estricto son las que proporcionan al acreedor un poder patrimonial abstracto de
adquisición. Y, a pesar de las críticas doctrinales, es habitual efectuar en su seno
Aunque la categoría de las deudas de valor carece de una previsión legal específica en el
Código Civil, la jurisprudencia ha hecho un uso abundante de la misma, sin que se haya
preocupado en exceso de delimitar su verdadero alcance. He aquí precisamente uno de
los más graves problemas que suscita la categoría: la dificultad de precisar en qué casos
la jurisprudencia considerará que se trata, o no, de una deuda de valor.
b) La concreción del valor en una suma de dinero. Una vez fijado el valor que
debe “monetarizarse”, es preciso determinar en qué momento se efectúa esa
traducción. Dada la carencia de una previsión legal al respecto, las posibilidades
existentes son, en principio, muy diversas: en el momento del daño, en el
momento de la demanda, en el trámite de ejecución, en el momento del
cumplimiento efectivo, etc. La diferencia temporal entre las distintas
posibilidades puede dar lugar a soluciones sustancialmente diversas.
Pero no siempre el momento más tardío será el más favorable el acreedor (piénsese, por
ejemplo, en las fluctuaciones de valor de los inmuebles o de ciertas acciones que cotizan
en bolsa). Obviamente, cuanto más se acorte el plazo temporal entre esa concreción y la
obtención por el acreedor del dinero, más se garantizará que éste obtenga una suma que
le proporcione efectivamente el valor que debe recibir.
¿Por qué las partes incluyen un pacto de especie monetaria? La función histórica de
estos pactos es claramente perceptible: se pretendía evitar que se efectuara el pago con
moneda de carácter vil, a través de la exigencia de un pago en moneda de ciertos metales
(así, se estipulaba para impedir el pago en moneda de vellón, en lugar del pago en
moneda de oro o plata). En efecto, la previsión del art. 1170.I CC (que permite defender
la plena licitud de estos pactos, como también se desprende del art. 312 CCom) se
encuentra vinculada a un sistema monetario, que distingue entre valor intrínseco y valor
extrínseco del dinero.
b. ¿Es posible pactar que el pago deberá efectuarse en una moneda extranjera
(por ejemplo, dólares o yenes)?
Las obligaciones en moneda extranjera reúnen todas las características de las deudas
pecuniarias: su objeto no es otro que dinero, si bien expresado en unas concretas
unidades monetarias. Además, hay que tener en cuenta que la posibilidad de estipular
una obligación en moneda extranjera puede obedecer a una pluralidad de funciones,
entre las que señaladamente destaca la de evitar las consecuencias del nominalismo.
La STS de 20 de julio de 2020 valora que “no consta que los prestatarios habían sido
informados de los riesgos derivados de la depreciación de la divisa escogida, el franco
suizo, en relación con el euro. El hecho de que hubieran sido ellos quienes solicitaran
ese producto, por habérselo recomendado algunos compañeros de trabajo, aunque
constituye un elemento para ponderar la buena fe del predisponente […], no permite
presumir que no precisaban de esa información para comprender los riesgos que
entrañaba, bastando para ello la lectura de la escritura”.
Los párrafos segundo y tercero del art. 1170 CC tienen poco que ver con lo
previsto en el párrafo primero. Disponen esos dos párrafos que “[l]a entrega de
pagarés a la orden, o letras de cambio u otros documentos mercantiles, sólo
producirá los efectos del pago cuando hubiesen sido realizados, o cuando por
culpa del acreedor se hubiesen perjudicado. En tanto la acción derivada de la
obligación primitiva quedará en suspenso”.
Ello significa que, a falta de pacto, el deudor de una obligación pecuniaria no puede
obligar al acreedor a aceptar títulos valores en pago de la deuda. De proceder de ese
modo no se respetaría el principio de identidad del pago (art. 1166 CC), y podría ser
rechazada por el acreedor. En caso de que exista pacto al respecto o sea aceptado por el
acreedor, la mera entrega de títulos valores no libera al deudor, porque, conforme al art.
1170.II y III CC, la entrega del título es “pro solvendo”, y no “pro soluto”.
Como matiza M.J. Marín, el art. 1170.II CC se aplica a los títulos valores. Pero no a todos
los títulos valores, sino sólo a aquellos que incorporan una obligación pecuniaria y se
entregan con el fin de saldar una obligación pecuniaria. Y dentro de los títulos valores se
aplica a los denominados títulos cambiarios, esto es, a la letra de cambio, al pagaré y al
cheque; la jurisprudencia también lo aplica a las transferencias bancarias y al contrato
de descuento; pero no a la entrega de un cheque para la gestión de su cobro, ni a las
tarjetas de crédito.
Por ejemplo, si un testador legó a su nieto una prestación mensual de 500 euros en
1980, a pagar por su joven viuda, ¿qué cantidad mensual debe abonar la viuda el año
2019? ¿500 euros? ¿O el poder adquisitivo equivalente actualmente a los 500 euros de
1980?
Esta conclusión se extrae de los criterios expresos y presupuestos por los arts. 1170 y
1753 CC y, más claramente, por el art. 312.I CCom. También deriva de lo dispuesto en el
art. 7 de la Ley 2/2015, de 30 de marzo, de desindexación de la economía española.
Esos mecanismos pueden clasificarse con arreglo a diversos criterios, pero dos resultan
especialmente importantes. Por un lado, se distingue, en función del momento en que se
produce la reacción frente a la alteración monetaria, entre mecanismos “a priori”
(preventivos) y “a posteriori” (correctivos o curativos). Por otro lado, y es la clasificación
que aquí se empleará, en función del origen del remedio, se distingue entre mecanismos
legales, judiciales y convencionales.
Los remedios legales tienen su origen en una disposición normativa que, frente
a una situación, producida o no, de alteración del valor de la moneda, establece
una adecuación de las prestaciones devaluadas o revaluadas.
Esta intervención legal consiste básicamente, por una parte, en la desvalorización legal y
automática de los créditos constituidos en tiempos de moneda depreciada y que deban
pagarse en moneda ya apreciada; y, por otra parte, en la revalorización de los créditos
surgidos en tiempos de moneda fuerte y pagaderos en moneda depreciada. Ejemplo de
esta intervención es en nuestro país la llamada Ley del Desbloqueo, de 7 de diciembre de
1939, destinada a ajustar las deudas contraídas en moneda republicana, que al concluir
la Guerra Civil se hallaba completamente devaluada.
Los ejemplos de revisión judicial que se mencionan son de encaje dudoso (o, al menos,
polivalente): cláusula “rebus sic stantibus”, base del negocio, etc.
Mientras las primeras son cláusulas de sustitución, las segundas establecen una
equivalencia e imponen convencionalmente un posterior reajuste.
Hay reglas especiales para los denominados intereses de la mora procesal (art. 576.1
LEC) y los derivados de operaciones entre empresarios (art. 7 de la Ley 3/2004, de 29
de diciembre, por la que se establecen medidas de lucha contra la morosidad en las
operaciones comerciales).
Más explícito es el art. 315.I CCom: “[p]odrá pactarse el interés del préstamo, sin tasa ni
limitación de ninguna especie”.
- Contrato leonino: aquél en que todas las ventajas son para el acreedor y donde
existen motivos para suponer que ha sido aceptado por el prestatario a causa de
su situación angustiosa, de su inexperiencia o de lo limitado de sus facultades
mentales.
Ahora bien, alguna resolución aislada ha admitido la aplicación de la Ley Azcárate a los
intereses moratorios, teniendo en cuenta las particulares circunstancias del caso.
Hay un criterio especial para algunos mecanismos de crédito al consumo. El art. 20.4 de
la Ley 16/2011, de 24 de junio, de contratos de crédito al consumo establece que en
ningún caso podrá aplicarse a los créditos que se concedan en forma de descubiertos en
cuentas a la vista “un tipo de interés que dé lugar a una tasa anual equivalente superior a
2,5 veces el interés legal del dinero”.
El control de transparencia implica que “no pueden utilizarse cláusulas que, pese a que
gramaticalmente sean comprensibles y estén redactadas en caracteres legibles,
impliquen una alteración inopinada del objeto del contrato o del equilibrio económico
sobre el precio y la prestación, que pueda pasar inadvertida al adherente medio. Es
decir, que provocan una alteración, no del equilibrio objetivo entre precio y prestación,
que con carácter general no es controlable por el juez, sino del equilibrio subjetivo de
precio y prestación, es decir, tal y como se lo pudo representar el consumidor en
atención a las circunstancias concurrentes en la contratación” (STS de 3 de junio de
2016).
Esa doctrina se extrapoló, de forma también discutible, a los intereses moratorios de los
préstamos hipotecarios (STS de 23 de diciembre de 2015 y 18 de febrero de 2016).
Ahora, los arts. 25 LCCCI y el art. 114.III LH (modificado por la Ley 5/2019, de 15 de
marzo, reguladora de los contratos de crédito inmobiliario) establecen que “[e]n el caso
de préstamo o crédito concluido por una persona física que esté garantizado mediante
hipoteca sobre bienes inmuebles para uso residencial, el interés de demora será el
interés remuneratorio más tres puntos porcentuales a lo largo del período en el que
aquel resulte exigible. El interés de demora sólo podrá devengarse sobre el principal
vencido y pendiente de pago y no podrá ser capitalizado en ningún caso, salvo en el
supuesto previsto en el art. 579.2.a) LEC. Las reglas relativas al interés de demora
contenidas en este párrafo no admitirán pacto en contrario”.
a. Según el art. 1110.I CC (vid. también art. 318.I CCom), “[e]l recibo del capital
por el acreedor, sin reserva alguna respecto a los intereses, extingue la
obligación del deudor en cuanto a éstos”.
b. Con arreglo al art. 1173 CC (vid. también art. 318.II CCom), “[s]i la deuda
produce interés, no podrá estimarse hecho el pago por cuenta del capital
mientras no estén cubiertos los intereses”.
No resulta fácil establecer la relación del art. 1110 CC con el art. 1173 CC. La mayoría de
la doctrina niega que exista colisión entre ambos preceptos, sobre todo si el art. 1110 CC
consagra una presunción “iuris tantum”.
La STS de 26 de enero de 2009 indica que “[l]a jurisprudencia de esta Sala ha declarado
reiteradamente que la acción para reclamar los intereses moratorios está sujeta al plazo
de prescripción general que establece el art. 1964 CC, y no al que fija el apartado tercero
del art. 1966 CC, reservado para los intereses remuneratorios (STS de 30 de enero de
2007 y 23 de septiembre de 2008, entre las más recientes), habiendo diferenciado
asimismo, y a estos efectos, entre uno y otro tipo de intereses, los moratorios y los
compensatorios (STS de 30 de diciembre de 1999 y de 30 de enero de 2007, entre otras
muchas), y habiendo declarado que, conforme al principio general del derecho
‘accessorium sequitur principale’, estando prescrita la obligación de pagar intereses
remuneratorios, éstos no pueden dar lugar a intereses moratorios por su impago,
cuando así procediera, o cuando entre las partes hubiera mediado un pacto de
anatocismo” (vid. también STS de 23 de septiembre de 2010).
El art. 1109.I CC establece que “[l]os intereses vencidos devengan el interés legal
desde que son judicialmente reclamados, aunque la obligación haya guardado
silencio sobre este punto”. La norma tiene un claro sentido dispositivo: las
partes pueden establecer unas consecuencias distintas con relación al
incumplimiento de la deuda de abonar los intereses.
En el art. 317 CCom, al cual se remite el art. 1109.II CC, se contiene una regla sobre el
anatocismo de alcance aparentemente distinto a la del Código Civil. En su primera frase,
parece prohibir el anatocismo (a diferencia del Código Civil); y en su segunda frase,
parece admitir una excepción a esa prohibición. Y de acuerdo con el art. 319 CCom,
“[i]nterpuesta una demanda, no podrá hacerse la acumulación de interés al capital para
exigir mayores réditos”.
Manifestación de este fenómeno es la regla supletoria que contiene el art. 1109.I CC.
El art. 114.III LH establece una limitación a la capitalización de ciertos intereses.
La STS de 25 de febrero de 2021 indica que también puede aplicarse la regla del
anatocismo del Código Civil cuando los intereses que pueden dar lugar al
anatocismo son moratorios y provienen de la Ley 3/2004, de 29 de diciembre, de
lucha contra la morosidad.
Como sucede en general con la noción del tiempo, también puede hablarse de un
término de la obligación y un término de la prestación. En el primer caso, el plazo marca
los límites temporales de la relación obligatoria, sus momentos inicial y final. En el
segundo caso, el plazo indica cuándo deben realizarse las correspondientes prestaciones,
por lo que su falta de respeto nos conduce a un pago inexacto. Esta segunda es la
perspectiva preferentemente adoptada por el Código Civil.
La caracterización del término se contiene en el art. 1125 CC, que identifica las
obligaciones aplazadas con aquellas para cuyo cumplimiento se ha designado un
día cierto, y día cierto es el que necesariamente ha de llegar, aunque se ignore
La principal utilidad del art. 1125 CC estriba en que permite delimitar la nota
característica de las obligaciones a plazo, en general. La certidumbre acerca de
la llegada del momento tomado como término permite diferenciar estas
obligaciones de las obligaciones condicionales. La certidumbre debe ser
entendida como seguridad acerca de la producción de cierto evento, según las
reglas del saber humano (por ejemplo, que mi perro morirá; que llegará el día
24 de mayo de 2028).
e. Por último, el art. 1130 CC establece una regla, de carácter dispositivo, acerca del cómputo de
los plazos que están señalados por días que es prácticamente reproducida por el art. 5.1 CC.
Pero su sentido técnico se halla contenido en los arts. 1113 y ss. CC. De los arts.
1113 y 1114 CC se desprende que las obligaciones condicionales son aquellas en
las que la adquisición de derechos o la pérdida de los ya adquiridos dependen de
un suceso futuro e incierto o de un suceso pasado, que los interesados ignoran.
Ese suceso que constituye la condición puede verificarse o no, con lo que todo el
entramado de la relación obligatoria está supeditado a una eventualidad que no
se sabe si se realizará o no (por ejemplo, te vendo mi piso si mi empresa me
traslada a Cuenca).
Dos son las notas que permiten caracterizar la categoría técnica de la condición:
Por ejemplo, quedan sin efecto las donaciones por razón de matrimonio si éste no se
celebra en el plazo de un año: art. 1342 CC.
Tiene carácter abusivo la cláusula que suponga “la supeditación a una condición cuya
realización dependa únicamente de la voluntad del empresario para el cumplimiento de
las prestaciones, cuando al consumidor y usuario se le haya exigido un compromiso
firme” (art. 85.7 TRLGDCU).
También para las obligaciones de hacer y de no hacer se sienta como criterio básico el de
la retroacción de efectos, aunque dada la complejidad de esta solución, el Código Civil
confía a los tribunales la determinación de su alcance.
No prevé el art. 1117 CC, a diferencia del art. 1118 CC, el caso en que no se haya fijado
plazo para la realización del evento. Tras algunas vacilaciones, la jurisprudencia parece
aceptar, como resulta razonable, la aplicación de las pautas del art. 1118.II CC, a los
El art. 1123.I CC establece que, en caso de obligaciones de dar, las partes deben
restituirse lo que hubiesen percibido, con lo cual, ante la falta de matices, parece
afirmar una retroactividad más intensa que la prevista en el art. 1120 CC. El art.
1123.II CC se remite al art. 1122 CC, por lo que se refiere a los supuestos de
pérdida, deterioro o mejora.
Por último, respecto a las obligaciones de hacer y de no hacer, el art. 1123.III CC,
que también contiene una norma remisiva, atribuye a los tribunales el alcance
del cumplimiento de la condición resolutoria.
Mas las reglas del Código Civil son demasiado simplistas para dar respuesta a
los diferentes supuestos.
Hay que atender, ante todo, a las estipulaciones de las partes acerca de la retroactividad
de la condición resolutoria. Las partes pueden prever que el efecto de la resolución sea
absoluto, con lo que el cumplimiento de la condición determina la supresión de lo
anteriormente actuado. Si las partes se han inclinado por una retroactividad relativa, la
supresión se limita a los actos posteriores al cumplimiento de la condición, sin afectar,
por tanto, a los derechos e intereses anteriores.
A pesar del silencio del Código Civil, la mayoría de la doctrina se inclina actualmente
por conceder al disponente y al beneficiario de la prestación modal la facultad de exigir
el cumplimiento forzoso de la conducta impuesta al gravado con el modo.