Trabajo Final Modulo 3 Sujeto Epja
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TRABAJO FINAL
MODULO 3 SUJETO
EPJA
PROFESORA: María Eugenia Mamani
ALUMNA
2022
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expreso”-Seño, nosotros estamos pidiendo por unas tierras que son nuestras y
nos las están sacando, para venderlas a los de afuera.” En toda mi ignorancia les
pregunte:¿Cómo es eso?. Tomo la palabra Mónica, la anciana, de la comunidad,
que me dijo- Seño en el norte se están explotando minas para sacar el litio y son
empresas de otras naciones, convenio con el Gobernador de Jujuy. No solo eso,
además están ensuciando nuestras tierras, de desechos, matando a los animales,
produciendo enfermedades a niños y viejos .¿Por qué avasallan mis derechos? La
comunidad busca cuidar las tierras, preservar la naturaleza. Entonces comprendí
que estas personas sentadas FRENTE MIO, eran portadores de una cultura
milenaria, de unos valores y principios inculcados por esa cultura, que quisimos
desarraigar con la colonización antes, y ahora con la imposición de un capitalismo
egoísta, que solo piensa en enriquecer al más rico y quitar al que menos tiene y al
que más cuida. Vienen a mi, palabras de Rancine cuando habla en su libro del
maestro ignorante. ¿Cómo explicarles a ellos, la ignorancia de toda una sociedad,
que quieren destruir algo que ellos quieren preservar?. Ese algo es SU
DERECHO. Tenía información de esta situación pero no conocimiento de ello .que
Este concepto de alfabetismo tiene que ver con un currículo articulado con la vida
cotidiana y con un estilo de participación real del ciudadano en las decisiones que
afectan su vida; tiene que ver con un concepto de cultura como “cultura vivida”,
vista como un campo de lucha de aceptación o resistencia, como formas de
conductas que posibilitan enfrentar de manera autónoma y crítica los problemas
en la vida social, política y económica.
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JacquesRancière,
Elmaestroignorante
Capitulo 1
que haber puesto, a pesar de todo, lejos de las sorpresas: celebró sus diecinueve
años en 1789. Por entonces, enseñaba retórica en Dijon y se preparaba para el
oficio de abogado. En 1792 sirvió como artillero en el ejército de la República.
Después, la Convención lo nombró sucesivamente instructor militar en la Oficina
de las Pólvoras, secretario del ministro de la Guerra y sustituto del director de la
Escuela Politécnica. De regreso a Dijon, enseñó análisis, ideología y lenguas
antiguas, matemáticas puras y transcendentes y derecho. En marzo de 1815, el
aprecio de sus compatriotas lo convirtió, a su pesar, en diputado. El regreso de los
Borbones le obligó al exilio y así obtuvo, de la generosidad del rey de los Países
Bajos, ese puesto de profesor a medio sueldo. Joseph Jacotot conocía las leyes
de la hospitalidad y esperaba pasar días tranquilos en Lovaina.
El azar decidió de otra manera. Las lecciones del modesto lector fueron
rápidamente apreciadas por los estudiantes. Entre aquellos que quisieron sacar
provecho, un buen número ignoraba el francés. Joseph Jacotot, por su parte,
ignoraba totalmente el holandés. No existía pues un punto de referencia lingüístico
mediante el cual pudiera instruirles en lo que le pedían. Sin embargo, él quería
responder a los deseos de ellos. Por eso hacía falta establecer, entre ellos y él, el
lazo mínimo de una cosa común. En ese momento, se publicó en Bruselas una
edición bilingüe de Telémaco. La cosa en común estaba encontrada y, de este
modo, Telémaco entró en la vida de Joseph Jacotot. Hizo enviar el libro a los
estudiantes a través de un intérprete y les pidió que aprendieran el texto francés
ayudándose de la traducción. A medida que fueron llegando a la mitad del primer
libro, les hizo repetir una y otra vez lo que habían aprendido y les dijo que se
contentasen con leer el resto al menos para poderlo contar. Había ahí una
solución afortunada, pero también, a pequeña escala, una experiencia filosófica al
estilo de las que se apreciaban en el siglo de la Ilustración. Y Joseph Jacotot, en
1818, era todavía un hombre del siglo pasado.
Tal fue la revolución que esta experiencia azarosa provocó en su interior. Hasta
ese momento, había creído lo que creían todos los profesores concienzudos: que
gran tarea del maestro es transmitir sus conocimientos a sus discípulos para
elevarlos gradualmente hacia su propia ciencia. Sabía como ellos que no se
trataba de atiborrar a los alumnos de conocimientos, ni de hacérselos repetir como
loros, pero sabía también que es necesario evitar esos caminos del azar donde se
pierden los espíritus todavía incapaces de distinguir lo esencial de lo accesorio y el
principio de la consecuencia. En definitiva, sabía que el acto Esencial del maestro
era explicar, poner en evidencia los elementos simples de los conocimientos y
hacer concordar su simplicidad de principio con la simplicidad de hecho que
caracteriza a los espíritus jóvenes e ignorantes. Enseñar era, al mismo tiempo,
transmitir conocimientos y formar los espíritus, conduciéndolos, según un orden
progresivo, de lo más simple a lo más complejo. De este modo el discípulo se
educaba, mediante la apropiación razonada del saber y a través de la formación
del juicio y del gusto, en tan alto grado como su destinación social lo requería y se
le preparaba para funcionar según este destino: enseñar, pleitear o gobernar para
las elites letradas; concebir, diseñar o fabricar instrumentos y máquinas para las
vanguardias nuevas que se buscaba ahora descubrir entre la elite del pueblo;
hacer, en la carrera científica, descubrimientos nuevos para los espíritus dotados
de ese genio particular. Sin duda, los procedimientos de esos hombres de ciencia
divergían sensiblemente del orden razonado de los pedagogos. Pero no se extraía
de eso ningún argumento contra ese orden. Al contrario, inicialmente es necesario
haber adquirido una formación sólida y metódica para dar vía libre a las
singularidades del genio.
Así razonaban todos los profesores concienzudos. Y así razonó y actuó Joseph
Jacotot, en los treinta años de profesión. Pero ahora el grano de arena ya se había
introducido por azar en la maquinaria. No había dado a sus «alumnos» ninguna
explicación sobre los primeros elementos de la lengua. No les había explicado ni
la ortografía ni las conjugaciones. Ellos solos buscaron las palabras francesas que
correspondían a las palabras que conocían y las justificaciones de sus
desinencias. Ellos solos aprendieron cómo combinarlas para hacer, en su
momento, oraciones francesas: frases cuya ortografía y gramática eran cada vez
más exactas a medida que avanzaban en el libro; pero sobretodo eran frases de
escritores y no de escolares. Entonces, ¿eran superfluas las explicaciones del
maestro? O, si no lo eran, ¿a quiénes y para qué eran entonces útiles esas
explicaciones?
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De lograrse estos propósitos, será sin duda, muy beneficiado para la población
destinataria del conjunto de la sociedad. Todo ello aspira a aunar metas y esfuerzo
para la concreción de la Recomendaciones para la Comprensión, la Cooperación y
la Paz internacionales y la Educación relativa a los Derechos Humanos y las
Libertades Fundamentales.
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5. Bibliografía