Cuento Los Gallinazos Sin Plumas
Cuento Los Gallinazos Sin Plumas
Cuento Los Gallinazos Sin Plumas
A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los
gallinazos sin plumas.
A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón
comienza a berrear.
[...] Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual su lata y se lanzan a la calle. Don
Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo
de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.
Un día domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía,
siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de
piedras.
-¡Bravo! –exclamó don Santos –Habrá que repetir esto dos o tres veces por
semana.” Las palabras de don Santos, son concluyentes para mostrar su
indiferencia ante el peligro a que se ven expuestos sus nietos.
Un día, Efraín se cortó la planta del pie con un vidrio cuando regresaba del muladar
trayendo la comida a Pascual. Al día siguiente tuvo que ir a traer como sea la comida
para el chancho, pero al regresar Efraín se sintió peor y le dijo al abuelo don Santos.
El desconsiderado abuelo no entendía nada, él prefería que su chancho estuviera
gordo y lo que le pasara a su nieto Efraín no le interesaba nada. Al final, Enrique
tenía que ir solo al trabajo y hacer doble trabajo por su hermano. Enrique trataba de
traer lo mejor para Pascual.
Un día Enrique trajo del muladar un perro que le pusieron el nombre de Pedro; pero
el abuelo quiso botarlo. Enrique convenció al abuelo al decirle que iría con su perro
al basural, ya que este tenía un buen olfato para conseguir más comida para el
chancho. Una mañana, Enrique amaneció resfriado y así se fue a traer comida para
Pascual. Al día siguiente ya no pudo levantarse porque tenía mucha fiebre. Entonces
el abuelo Santos muy furioso intentó levantarlos diciéndoles que eran ociosos e
insultó a sus nietos diciéndoles que no servían para nada.
Cuando los muchachos debido al cansancio no pudieron cumplir con los cada vez
más exigentes requerimientos del abuelo, este, sin ningún miramiento cogió a
“Pedro”, el perro de los niños, y lo arrojó al chiquero donde ya el cerdo se
desesperaba por el hambre.