Por qué ser marxista hoy
Por Adolfo Sánchez Vázquez | 20/09/2004 | Opinión
Fuentes:
Discurso pronunciado al ser investido doctor honoris causa por la Universidad de La Habana.
Distinguidos miembros del Consejo Universitario de la Universidad de La Habana. Doctor Juan Vela
Valdés, rector de esta universidad, Profesores y estudiantes, Compañeros y amigos: La decisión del
Consejo Universitario de la Universidad de La Habana de otorgarme el grado de […]
Discurso pronunciado al ser investido doctor honoris causa por la Universidad de La Habana.
Distinguidos miembros del Consejo Universitario de la Universidad de La Habana.
Doctor Juan Vela Valdés, rector de esta universidad,
Profesores y estudiantes,
Compañeros y amigos:
La decisión del Consejo Universitario de la Universidad de La Habana de otorgarme el grado de doctor
honoris causa, me ha conmovido tan profundamente que la expresión de mi agradecimiento resultaría
pobre e insuficiente. Pero no puedo dejar de decir que tan alta y honrosa distinción la aprecio, sobe todo,
por provenir de una institución universitaria que, junto a sus elevadas contribuciones académicas, tanto
ha dado al realce y a la realización de los valores que más podemos estimar: la verdad, la justicia, la
dignidad humana, así como la soberanía nacional, la solidaridad, la convivencia pacífica y el respeto
mutuo entre los pueblos.
Pero a este agradecimiento institucional, quisiera agregar el personal por la fraternal, lúcida y bella
laudatio de quien -Roberto Fernández Retamar- me siento, desde hace ya casi 40 años, no sólo
compañero de ideas y esperanzas y admirado lector de su admirable obra poética, sino también
persistente seguidor de su conducta intelectual y política al frente de una institución tan consecuente con
la digna e inquebrantable política antimperialista de la Revolución Cubana como La Casa de las
Américas, a la que tanto debemos los intelectuales de este continente y del Caribe por su defensa
ejemplar y constante enriquecimiento de la cultura latinoamericana.
A continuación voy a dedicar mi discurso de investidura a la obra que tan generosamente se reconoce
con el grado de doctor honoris causa. Y, por supuesto, no para juzgarla, pues yo sería el menos indicado
para ello, sino para reivindicar el eje filosófico, político y moral en torno al cual ha girado toda ella: o
sea, el marxismo. Pero no sólo el marxismo como conjunto de ideas, sino como parte de la vida misma,
o más exactamente: de ideas y valores que han alentado la lucha de millones de hombres que han
sacrificado en ella su tranquilidad y, en muchos casos, su libertad e incluso la vida.
Ahora bien, ¿por qué volver, en estos momentos, sobre este eje, fuente o manantial teórico y vital?
Porque hoy, más que en otros tiempos, se pone en cuestión la vinculación entre sus ideas y la realidad,
entre su pensamiento y la acción.
Cierto es que el marxismo siempre ha sido no sólo cuestionado, sino negado por quienes, dados su
interés de clase o su privilegiada posición social, no pueden soportar una teoría crítica y una práctica
encaminadas a transformar radicalmente el sistema económico-social en el que ejercen su dominio y sus
privilegios. Pero no es éste el cuestionamiento que ahora tenemos en la mira, sino el que cala en
individuos o grupos sociales, ciertamente perplejos o desorientados, aunque no están vinculados
necesariamente con ese interés de clase o privilegiada posición social. Esta perplejidad y desorientación,
que se intensifica y amplía bajo el martilleo ideológico de los medios masivos de comunicación, sobre
todo desde el hundimiento del llamado ‘socialismo real’, constituye el caldo de cultivo del
cuestionamiento del marxismo, que puede condensarse en esta lacónica pregunta: ¿se puede ser marxista
hoy? O con otras palabras: ¿tiene sentido en el alba del siglo XXI pensar y actuar remitiéndose a un
pensamiento que surgió en la sociedad capitalista de mediados del siglo XIX?
Ahora bien, para responder a esta pregunta habría que tener una idea, por mínima que sea, de lo que
entendemos por marxismo, dada la pluralidad de sus interpretaciones. Pues bien, teniendo esto presente,
y sin pretender extender certificados de ‘pureza’, se puede entender por él -con base en el propio Marx-
un proyecto de transformación del mundo realmente existente, a partir de su crítica y de su interpretación
o conocimiento. O sea: una teoría y una práctica en su unidad indisoluble. Por tanto, el cuestionamiento
que se hace del marxismo y se cifra en la pregunta de si se puede ser marxista hoy, afecta tanto a su
teoría como a su práctica, pero -como trataremos de ver- más a ésta que a aquélla.
II
En cuanto teoría de vocación científica, el marxismo pone al descubierto la estructura del capitalismo,
así como las posibilidades de su transformación inscritas en ella, y, como tal, tiene que asumir el reto de
toda teoría que aspire a la verdad: el de poner a prueba sus tesis fundamentales contrastándolas con la
realidad y con la práctica. De este reto el marxismo tiene que salir manteniendo las tesis que resisten esa
prueba, revisando las que han de ajustarse al movimiento de lo real o bien abandonando aquellas que han
sido invalidadas por la realidad. Pues bien, veamos, aunque sea muy sucintamente, la situación de
algunas de sus tesis básicas con respecto a esa triple exigencia.
Por lo que toca a las primeras, encontramos tesis que no sólo se mantienen, sino que hoy son más sólidas
que nunca, ya que la realidad no ha hecho más que acentuar, ahondar o extender lo que en ellas se ponía
al descubierto. Tales son, para dar sólo unos cuantos ejemplos, las relativas a la naturaleza explotadora,
depredadora, del capitalismo; a los conceptos de clase, división social clasista y lucha de clases; a la
expansión creciente e ilimitada del capital que, en nuestros días, prueba fehacientemente la globalización
del capital financiero; al carácter de clase del Estado; a la mercantilización avasallante de toda forma de
producción material y espiritual; a la enajenación que alcanza hoy a todas las formas de relación
humana: en la producción, en el consumo, en los medios masivos de comunicación, etcétera, etcétera.
En cuanto a las tesis o concepciones que habría que revisar para ajustarlas al movimiento de lo real, está
la relativa a las contradicciones de clase que, sin dejar de ser fundamentales, tienen que conjugarse con
otras importantes contradicciones en la sociedad actual: nacionales, étnicas, religiosas, ambientales, de
género, etcétera. Y por lo que toca a la concepción de la historia hay que superar el dualismo que se da
en los textos de Marx, entre una interpretación determinista e incluso teleológica, de raíz hegeliana, y la
concepción abierta según la cual ‘la historia la hacen los hombres en condiciones determinadas’. Y que,
por tanto, depende de ellos, de su conciencia, organización y acción, que la historia conduzca al
socialismo o a una nueva barbarie. Y están también las tesis, que han de ser puestas al día acerca de las
funciones del Estado, así como las del acceso al poder, cuestiones sobre las cuales ya Gramsci
proporcionó importantes indicaciones.
Finalmente entre las tesis o concepciones de Marx y del marxismo clásico que hay que abandonar, al ser
desmentidas por el movimiento de la realidad, está la relativa al sujeto de la historia. Hoy no puede
sostenerse que la clase obrera sea el sujeto central y exclusivo de la historia, cuando la realidad muestra
y exige un sujeto plural, cuya composición no puede ser inalterable o establecerse a priori. Tampoco
cabe sostener la tesis clásica de la positividad del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, ya que
este desarrollo minaría la base natural de la existencia humana. Lo que vuelve, a su vez, utópica la
justicia distributiva, propuesta por Marx en la fase superior de la sociedad comunista con su principio de
distribución de los bienes conforme a las necesidades de cada individuo, ya que ese principio de justicia
presupone una producción ilimitada de bienes, ‘a manos llenas’.
En suma, el marxismo como teoría sigue en pie, pero a condición de que, de acuerdo con el movimiento
de lo real, mantenga sus tesis básicas -aunque no todas-, revise o ajuste otras y abandone aquéllas que
tienen que dejar paso a otras nuevas para no quedar a la zaga de la realidad. O sea, en la marcha para la
necesaria transformación del mundo existente, hay que partir de Marx para desarrollar y enriquecer su
teoría, aunque en el camino haya que dejar, a veces, al propio Marx.
III
Ahora bien, reafirmada esta salud teórica del marxismo, hay que subrayar que éste no es sólo, ni ante
todo una teoría, sino fundamental y prioritariamente, una práctica, pues recordemos, una vez más, que
‘de lo que se trata es de transformar el mundo’ (Tesis XI sobre Feuerbach de Marx). Pues bien, si de eso
se trata, es ahí, en su práctica, donde la cuestión de si tiene sentido ser marxista hoy, ha de plantearse en
toda su profundidad.
Pues bien, considerando el papel que el marxismo ha desempeñado históricamente, desde sus orígenes,
al elevar la conciencia de los trabajadores de la necesidad y posibilidad de su emancipación, y al inspirar
con ello tanto sus acciones reivindicativas como revolucionarias, no podría negarse fundamentalmente
su influencia y significado histórico-universal. Ciertamente, puede afirmarse sin exagerar, que ningún
pensamiento filosófico, político o social ha influido, a lo largo de la historia de la humanidad, tanto
como el marxismo en la conciencia y conducta de los hombres y de los pueblos.
Para encontrar algo semejante habría que buscarlo fuera de ese pensamiento, no en el campo de la razón,
sino en el de la fe, propio de las religiones como budismo, cristianismo o islamismo, que ofrecen una
salvación ilusoria de los sufrimientos terrenales en un mundo supraterreno. Para el marxismo, la
liberación social, humana, hay que buscarla aquí y desde ahora con la razón y la práctica que han de
conducir a ella.
Aunque sólo fuera por esto, y el ‘esto’ tiene aquí una enorme dimensión, el marxismo puede afrontar
venturosamente su cuestionamiento en el plano de práctica encaminada a mejorar las condiciones de
existencia de los trabajadores, así como en las luchas contra los regímenes autoritarios o nazifascistas o
por la destrucción del poder económico y político burgués. Los múltiples testimonios que, con este
motivo, podrían aportarse favorecen esta apreciación positiva de su papel histórico-práctico, sin que éste
signifique, en modo alguno, ignorar sus debilidades, sombras o desvíos en este terreno, ni tampoco las
aportaciones de otras corrientes políticas o sociales: demócratas radicales, socialistas de izquierda,
diferentes movimientos sociales, o de liberación nacional, anarquistas, teología de la liberación, etcétera.
IV
La cuestión se plantea, sobre todo, con respecto a la práctica que, en nombre del marxismo, se ejerció
después de haberse abolido las relaciones capitalistas de producción y el poder burgués, para construir
una alternativa al capitalismo: el socialismo. Ciertamente, nos referimos a la experiencia histórica, que
se inaugura con la Revolución Rusa de 1917, que desembocó en la construcción de la sociedad que
posteriormente se llamó el ‘socialismo real’. Un ‘socialismo’ que se veía a sí mismo, en la ex Unión
Soviética, como la base, ya construida, del comunismo diseñado por Marx en su Crítica del programa de
Gotha.
Sin entrar ahora en las causas que determinaron el fracaso histórico de un proyecto originario de
emancipación, al pretender realizarse, puede afirmarse: primero, que, no obstante los logros económicos,
sociales y culturales alcanzados, condujo a un régimen económico, social y político atípico -ni capitalista
ni socialista-, que representó una nueva forma de dominio y explotación. Segundo: que ese ‘socialismo’
significó, no obstante, un dique a la expansión mundial del capitalismo, aunque es evidente también que
con su derrumbe la bipolaridad en la hegemonía mundial dejó paso a la unipolaridad del capitalismo más
depredador, concentrada en el imperio de Estados Unidos. Y tercero: que la opción por, y las esperanzas,
en la alternativa social del socialismo quedaron sumamente reducidas o cegadas, así como las del
marxismo que la inspiró y fundamentó. A ello contribuyó decisivamente la identificación falsa e
interesada del ‘socialismo real’ con todo socialismo posible y la del marxismo con la ideología soviética
que lo justificó.
Puesto que no es tan fácil negar el carácter liberador, emancipatorio, del pensamiento de Marx y del
marxismo clásico, los ideólogos más reaccionarios, pero también más perspicaces del capitalismo, tratan
de sostener la imposibilidad de la realización del socialismo. Y para ello recurren a diversas
concepciones idealistas del hombre, la historia y la sociedad. Unas veces apelan a una supuesta
naturaleza humana inmutable -egoísta, competitiva-, propia en verdad del homo economicus capitalista,
incompatible con la fraternidad, solidaridad y cooperación indispensable en una sociedad socialista.
Otras veces se valen de la concepción teleológica de la historia que decreta -muy hegelianamente- la
inviabilidad del socialismo al llegar aquélla a su fin con el triunfo del capitalismo liberal, o más
exactamente neoliberal.
También se recurre a la idea fatalista de que todo proyecto emancipatorio, al realizarse se degrada o
desnaturaliza inevitablemente. Y, por último, se echa mano del ‘pensamiento débil’ o posmoderno para
el cual la falta de fundamento o razón de lo existente invalida toda causa o proyecto humano de
emancipación.
Como es fácil advertir, en todos estos casos se persigue o alimenta el mismo fin: confundir las
conciencias, desmovilizarlas y cerrar así el paso a la organización y la acción necesarias para construir
una alternativa social al capitalismo y, por tanto, a todo pensamiento que -como el marxista- contribuya
a ella.
VI
Ahora bien, aun reconociendo la falsedad de los supuestos ideológicos en que se apoyan estos intentos
descalificadores, así como los intereses de clase que los promueven, es innegable que, a raíz del
hundimiento del ‘socialismo real’, se da un descrédito de la idea de socialismo y un declive de la
recepción y adhesión al marxismo. Y ello cuando la alternativa al capitalismo, en su fase globalizadora,
se ha vuelto más imperiosa no sólo porque sus males estructurales se han agravado, sino también porque
al poner el desarrollo científico y tecnológico bajo el signo del lucro y la ganancia, amenaza a la
humanidad con sumirla en la nueva barbarie de un holocausto nuclear, de un cataclismo geológico o de
la supeditación de los logros genéticos al mercado.
De tal manera que, en nuestros días, el agresivo capitalismo globalizador hegemonizado por Estados
Unidos, al avasallar, con sus guerras preventivas, la soberanía y la independencia de los pueblos, al
hacer añicos la legalidad internacional, al volver las conquistas de la ciencia y la técnica contra el
hombre y al globalizar los sufrimientos, humillaciones y la enajenación de los seres humanos, atenta no
sólo contra las clases más explotadas y oprimidas y contra los más amplios sectores sociales, sino
también contra la humanidad misma, lo que explica el signo anticapitalista de las recientes
movilizaciones contra la guerra y de los crecientes movimientos sociales altermundistas en los que
participan los más diversos actores sociales.
La emancipación social y humana que el marxismo se ha propuesto siempre pasa hoy necesariamente
por la construcción del dique que detenga esta agresiva y antihumana política imperial estadunidense.
Pues bien, en la construcción de ese dique al imperialismo que tantos sufrimientos ha infligido al pueblo
cubano, está hoy sin desmayo, como siempre, y fiel a sus orígenes martianos, la Revolución Cubana.
VII