Curso de Moral UCSP Encuentro #2 Problema Fundamental y Conceptos Esenciales (Revisado)
Curso de Moral UCSP Encuentro #2 Problema Fundamental y Conceptos Esenciales (Revisado)
Curso de Moral UCSP Encuentro #2 Problema Fundamental y Conceptos Esenciales (Revisado)
Estos pensadores suelen creer que “lo más difícil de la moral” consiste en saber qué
está bien y qué mal (qué máximas morales son universalizables por la razón y cuáles
no).
Quizá sea complicado reconocer qué precepto seguir en una situación concreta
determinada: por ejemplo, debo ser confiado y abierto, o bien reticente y prudente con
esta persona extraña.
Sin embargo, en el plano concreto del obrar pueden darse, y de hecho se dan, diversos
“conflictos” entre las facultades humanas. Esto se advierte de manera clara en las
relaciones entre el apetito sensible y la razón, porque lo que el apetito o inclinación
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En la revelación cristiana esta “falta de armonía” en el interior del hombre se explica por
la realidad del pecado original. El apetito sensitivo, en el cual residen las pasiones, no
está totalmente sometido a la razón; muchas veces nuestras pasiones preceden al
dictamen de la razón; incluso, en ocasiones, son tan fuertes que pueden impedirlo.
En esa condición de “armonía original” existía una rectitud tal que la conducta se
adecuaba siempre a la ley de Dios, y las potencias inferiores se encontraban sujetas a
lo prescripto por la razón. En contraposición, en el estado actual de “naturaleza caída”
seguimos inclinados al bien presentado por la razón, pero su efectiva consecución tiene
un carácter arduo.
Por este motivo, las virtudes morales tienen la “tarea” de procurar la unificación de las
dimensiones afectiva y racional a fin de que podamos recobrar la armonía primigenia.
Cabe destacar que esto no se logra nunca totalmente en esta vida y que solo con el
auxilio de la Gracia podemos profundizar en este camino.
c) La ética como disciplina que permite el paso del hombre “tal cómo es” al
“hombre tal como podría ser”:
El hombre “tal como es”, es decir, como generalmente se conduce, aparece como
“discordante” respecto a los preceptos y virtudes que posibilitan su florecimiento. En
este sentido, la ética como disciplina filosófica pretende brindar las herramientas
conceptuales y prudenciales a fin de que el hombre pueda -a partir de dicho “auxilio”-
realizar el “tránsito” desde su estado actual hacia el despliegue armónico de sus
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capacidades fundamentales, o sea, hacia “lo que podría ser” si desarrollara sus
aptitudes más propias.
Si, como se dijo, las acciones voluntarias han de orientarse hacia fin último, será preciso
entonces conocer adecuadamente en qué consiste dicho fin:
Por lo tanto, la ética tiene que auxiliarnos en el conocimiento de cuál es el fin último del
hombre; asimismo, tiene que mostrarnos en qué consiste su “posesión” y cómo, es decir,
a través de qué camino, puede este fin ser alcanzado.
El camino que nos orienta hacia la conquista del fin último está “resguardado” por la
obediencia a los preceptos de la ley natural (una participación de la ley eterna en
nosotros).
Como se dijo, el hombre se “aproxima o separa” del fin último mediante sus actos
voluntarios y la ley moral natural constituye la regla suprema de dichos actos. Es preciso
mencionar aquí también que nuestras acciones tienen una regla próxima establecida
por el juicio prudencial o recta razón en el obrar.
Los principios de la ley natural son algo así como “muros de contención” para no
desviarnos del camino que conduce al fin. Y si bien se “derivan” de nuestra naturaleza,
en tanto objetivamente conocidos y universalmente válidos, pueden denominarse como
principios externos de la acción moral.
Por ejemplo, la virtud natural de la sindéresis nos auxilia para conocer el “contenido” de
los preceptos de la ley; la prudencia, nos ayuda para discernir el modo específico de
encarnar dichos mandatos en el aquí y ahora de nuestra vida; por otra parte, la justicia
nos inclina a salvaguardar siempre el derecho de los otros, etc.
en contraposición, los vicios morales condicionan nuestra libertad, ya que nos vuelven
esclavos de nuestros caprichos y pasiones.
Por lo tanto, el conjunto de la reflexión ética puede ser sintetizado en 3 conceptos: fin,
normas y virtudes. Si una persona puede comprender lo que significan estas nociones
y cómo además ellas se relacionan entre sí, entonces, será capaz de entender lo
esencial de la filosofía moral, al menos en lo que a la tradición de las virtudes refiere.
La ética filosófica procura “auxiliar” al hombre, iluminándolo teóricamente, para que este
pueda orientar su vida hacia el telos (bien supremo). Sin embargo, la revelación nos
enseña que -aunque parezca paradójico- el hombre está naturalmente orientado a un
fin sobrenatural.
El ser humano no solo está orientado a la vida buena en este mundo, la cual implica,
como mucho, un conocimiento meramente natural de Dios (un saber abstracto y
sumamente imperfecto) y, a lo sumo, el comienzo de la participación en la vida divina
dado por la Fe y los sacramentos. La persona humana está llamada a la “visión cara a
cara”, experiencial, de la esencia divina.
a) por un lado, porque ella no nos posibilita conocer todo lo que las personas
“tienen que hacer” para alcanzar la bienaventuranza, la cual, por ejemplo, exige
el cumplimiento de determinados preceptos morales que se nos aparecen como
“supraracionales” (vg. “el amor a los enemigos”)
b) por otra parte, el ser humano necesita del “auxilio directo de Dios”, es decir,
de la Gracia, para cumplir adecuadamente con todas las exigencias morales,
incluso de orden natural. En este sentido, como enseña Santo Tomás, dado el
estado actual de nuestra naturaleza caída, es imposible cumplir, sin el auxilio
concreto de la Gracia, la totalidad de los preceptos de la ley natural.
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La tradición clásica distingue cuatro estadios posibles para los agentes respecto al obrar
moral. Estos son:
i) El sujeto vicioso:
La persona acrática reconoce las normas morales, los preceptos de la ley natural, y
quiere que su conducta se adecúe a estos principios. No obstante, al carecer de virtud,
sus pasiones no están todavía bajo su control y, de esta forma, actúa contradiciendo el
dictamen de su razón. Aun así, luego de dejarse “arrastrar” por sus pasiones –y a
diferencia del vicioso– experimenta tristeza por haber actuado de ese modo.
El agente continente se diferencia del acrático en que efectivamente realiza aquello que
ha vislumbrado como bueno. Sin embargo, sus deseos todavía no se han transformado
plenamente; o sea, hace lo bueno “a pesar de” sus pasiones en contrario (teniendo que
contrariar dichas pasiones).
Los virtuosos eligen la virtud por sí misma, y también por la parte que esta juega en la
constitución de la “vida buena” para los seres humanos. Conviene destacar, no obstante,
que el llegar a ser plenamente virtuosos es un cierto un ideal, quizá nunca enteramente
realizable en esta vida, aun cuando nada es imposible con el auxilio de la Gracia.