Curso de Moral UCSP Encuentro #2 Problema Fundamental y Conceptos Esenciales (Revisado)

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Curso de Moral UCSP/ Encuentro N°2:

Problema fundamental y conceptos esenciales (tradición neoaristotélica)

a) El problema fundamental de la Ética:

Especialmente a partir de la modernidad se ha sostenido que el “problema fundamental”


de la Ética puede expresarse con la pregunta: ¿qué debo hacer?

Estos pensadores suelen creer que “lo más difícil de la moral” consiste en saber qué
está bien y qué mal (qué máximas morales son universalizables por la razón y cuáles
no).

Consiguientemente, se preguntan cómo justificar las normas morales; es decir, cómo


procurar una fundamentación racional para aquellas máximas que, a priori, todos
espontáneamente comprendemos como dotadas de “contenido moral”. Se trata de
argumentar para mostrar que “lo bueno es realmente bueno” y “lo malo es
verdaderamente malo”.

En cambio, desde la perspectiva moral clásica (la tradición neoaristotélica podríamos


decir) estamos convencidos de que, en términos generales, “no es difícil saber qué está
bien y qué mal”.

Quizá sea complicado reconocer qué precepto seguir en una situación concreta
determinada: por ejemplo, debo ser confiado y abierto, o bien reticente y prudente con
esta persona extraña.

Para la ética neoaristotélica, lo más complicado de la moral, lo realmente difícil, es


hacerme a mí mismo capaz de poner en práctica lo bueno. Por este motivo, la “clave de
bóveda” de la moral consiste en la adquisición y practica de las virtudes.

b) Una respuesta: Integración de las facultades a partir de la virtud.

A nivel antropológico y “abstractamente consideradas” las diversas facultades humanas


no se presentan disgregadas, sino integradas y unificadas en la persona. El sujeto
humano, el individuo concreto (suppositum) es el “soporte” ontológico en el que se
unifican nuestras potencias operativas.

Sin embargo, en el plano concreto del obrar pueden darse, y de hecho se dan, diversos
“conflictos” entre las facultades humanas. Esto se advierte de manera clara en las
relaciones entre el apetito sensible y la razón, porque lo que el apetito o inclinación
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sensible presenta como deleitable y placentero, no siempre coincide con el verdadero


bien presentado al hombre por la razón.

En la revelación cristiana esta “falta de armonía” en el interior del hombre se explica por
la realidad del pecado original. El apetito sensitivo, en el cual residen las pasiones, no
está totalmente sometido a la razón; muchas veces nuestras pasiones preceden al
dictamen de la razón; incluso, en ocasiones, son tan fuertes que pueden impedirlo.

En el “estado de inocencia”, en cambio, el apetito inferior se adecuaba total y


espontáneamente al dictamen de la recta razón y por ello no se daban más que pasiones
consiguientes al juicio de la razón.

En esa condición de “armonía original” existía una rectitud tal que la conducta se
adecuaba siempre a la ley de Dios, y las potencias inferiores se encontraban sujetas a
lo prescripto por la razón. En contraposición, en el estado actual de “naturaleza caída”
seguimos inclinados al bien presentado por la razón, pero su efectiva consecución tiene
un carácter arduo.

Por este motivo, las virtudes morales tienen la “tarea” de procurar la unificación de las
dimensiones afectiva y racional a fin de que podamos recobrar la armonía primigenia.
Cabe destacar que esto no se logra nunca totalmente en esta vida y que solo con el
auxilio de la Gracia podemos profundizar en este camino.

La psiquiatría explica gran parte de los trastornos de la personalidad como una


inadecuada integración de los planos afectivos y racionales. Una personalidad madura
implica armonía entre la razón, la voluntad y las pasiones (el “corazón” podríamos decir).

No podremos controlar nuestras tendencias sensibles si no nos empeñamos en


educarlas. De aquí la importancia de la educación de los afectos. En esa educación
armoniosa de los apetitos consiste la virtud que se encuentra en una personalidad
madura.

c) La ética como disciplina que permite el paso del hombre “tal cómo es” al
“hombre tal como podría ser”:

El hombre “tal como es”, es decir, como generalmente se conduce, aparece como
“discordante” respecto a los preceptos y virtudes que posibilitan su florecimiento. En
este sentido, la ética como disciplina filosófica pretende brindar las herramientas
conceptuales y prudenciales a fin de que el hombre pueda -a partir de dicho “auxilio”-
realizar el “tránsito” desde su estado actual hacia el despliegue armónico de sus
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capacidades fundamentales, o sea, hacia “lo que podría ser” si desarrollara sus
aptitudes más propias.

d) Los tres conceptos fundamentales de nuestra disciplina:

Si, como se dijo, las acciones voluntarias han de orientarse hacia fin último, será preciso
entonces conocer adecuadamente en qué consiste dicho fin:

 telos, bien supremo, bien humano, felicidad, florecimiento, constituyen diversos


modos de denominar al fin último.

Por lo tanto, la ética tiene que auxiliarnos en el conocimiento de cuál es el fin último del
hombre; asimismo, tiene que mostrarnos en qué consiste su “posesión” y cómo, es decir,
a través de qué camino, puede este fin ser alcanzado.

El camino que nos orienta hacia la conquista del fin último está “resguardado” por la
obediencia a los preceptos de la ley natural (una participación de la ley eterna en
nosotros).

Como se dijo, el hombre se “aproxima o separa” del fin último mediante sus actos
voluntarios y la ley moral natural constituye la regla suprema de dichos actos. Es preciso
mencionar aquí también que nuestras acciones tienen una regla próxima establecida
por el juicio prudencial o recta razón en el obrar.

Los principios de la ley natural son algo así como “muros de contención” para no
desviarnos del camino que conduce al fin. Y si bien se “derivan” de nuestra naturaleza,
en tanto objetivamente conocidos y universalmente válidos, pueden denominarse como
principios externos de la acción moral.

Complementariamente, la ética necesita estudiar las distintas disposiciones de carácter


y de inteligencia (hábitos buenos o virtudes) que, al modo de principios intrínsecos, nos
brindan su ayuda (fuerza) para actuar moralmente.

Por ejemplo, la virtud natural de la sindéresis nos auxilia para conocer el “contenido” de
los preceptos de la ley; la prudencia, nos ayuda para discernir el modo específico de
encarnar dichos mandatos en el aquí y ahora de nuestra vida; por otra parte, la justicia
nos inclina a salvaguardar siempre el derecho de los otros, etc.

Así, las virtudes se constituyen en herramientas imprescindibles para el buen obrar y,


de este modo, crecer en nuestra capacidad de ser libres (dueños de nosotros mismos);
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en contraposición, los vicios morales condicionan nuestra libertad, ya que nos vuelven
esclavos de nuestros caprichos y pasiones.

En resumen, el conocimiento y aceptación de la ley moral natural junto con el desarrollo


y ejercicio de las virtudes son los dos medios indispensables para que el hombre pueda
alcanzar su telos.

Por lo tanto, el conjunto de la reflexión ética puede ser sintetizado en 3 conceptos: fin,
normas y virtudes. Si una persona puede comprender lo que significan estas nociones
y cómo además ellas se relacionan entre sí, entonces, será capaz de entender lo
esencial de la filosofía moral, al menos en lo que a la tradición de las virtudes refiere.

e) Ética filosófica y teología moral:

La ética filosófica procura “auxiliar” al hombre, iluminándolo teóricamente, para que este
pueda orientar su vida hacia el telos (bien supremo). Sin embargo, la revelación nos
enseña que -aunque parezca paradójico- el hombre está naturalmente orientado a un
fin sobrenatural.

El ser humano no solo está orientado a la vida buena en este mundo, la cual implica,
como mucho, un conocimiento meramente natural de Dios (un saber abstracto y
sumamente imperfecto) y, a lo sumo, el comienzo de la participación en la vida divina
dado por la Fe y los sacramentos. La persona humana está llamada a la “visión cara a
cara”, experiencial, de la esencia divina.

Por lo tanto, la ética filosófica, si bien es necesaria, constituye una herramienta


notoriamente insuficiente para el hombre. Y esto por 2 motivos:

a) por un lado, porque ella no nos posibilita conocer todo lo que las personas
“tienen que hacer” para alcanzar la bienaventuranza, la cual, por ejemplo, exige
el cumplimiento de determinados preceptos morales que se nos aparecen como
“supraracionales” (vg. “el amor a los enemigos”)

b) por otra parte, el ser humano necesita del “auxilio directo de Dios”, es decir,
de la Gracia, para cumplir adecuadamente con todas las exigencias morales,
incluso de orden natural. En este sentido, como enseña Santo Tomás, dado el
estado actual de nuestra naturaleza caída, es imposible cumplir, sin el auxilio
concreto de la Gracia, la totalidad de los preceptos de la ley natural.
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f) Los 4 tipos de agente moral:

La tradición clásica distingue cuatro estadios posibles para los agentes respecto al obrar
moral. Estos son:

i) El sujeto vicioso:

Se encuentra en el extremo inferior de la escala moral; dicho agente realiza


voluntariamente todo aquello que “le viene en gana” sin hacerse ningún tipo de
cuestionamiento o reproche; en muchas ocasiones actúa decididamente en contra de
aquello que la razón nos muestra como bueno. Las personas maliciosas llegan incluso
al extremo de percibir, como un bien, el mal que acontece a los otros.

ii) El acrático o incontinente:

La persona acrática reconoce las normas morales, los preceptos de la ley natural, y
quiere que su conducta se adecúe a estos principios. No obstante, al carecer de virtud,
sus pasiones no están todavía bajo su control y, de esta forma, actúa contradiciendo el
dictamen de su razón. Aun así, luego de dejarse “arrastrar” por sus pasiones –y a
diferencia del vicioso– experimenta tristeza por haber actuado de ese modo.

iii) El encrático o continente:

El agente continente se diferencia del acrático en que efectivamente realiza aquello que
ha vislumbrado como bueno. Sin embargo, sus deseos todavía no se han transformado
plenamente; o sea, hace lo bueno “a pesar de” sus pasiones en contrario (teniendo que
contrariar dichas pasiones).

iv) persona virtuosa:

A diferencia del continente, el virtuoso encuentra felicidad en la práctica de la virtud; sus


pasiones acompañan “deleitablemente” al dictamen de su razón. La práctica de las
virtudes “no entra en competencia con otras preferencias”.

Los virtuosos eligen la virtud por sí misma, y también por la parte que esta juega en la
constitución de la “vida buena” para los seres humanos. Conviene destacar, no obstante,
que el llegar a ser plenamente virtuosos es un cierto un ideal, quizá nunca enteramente
realizable en esta vida, aun cuando nada es imposible con el auxilio de la Gracia.

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