García Márquez Escribió El Relato Largamente Titulado La Increíble y Triste Historia de La Cándida Eréndira y Su Abuela Desalmada

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Lectura de La increíble historia de la cándida Eréndira… en relación con

el mito de Ulises.

García Márquez escribió el relato largamente titulado La increíble y triste historia de la


cándida Eréndira y su abuela desalmada, uno de cuyos personajes se llama Ulises, “un
adolescente dorado, de ojos marítimos y solitarios, y con la identidad de un ángel furtivo” , quien
se enamoró irremediablemente de Eréndira, una breve adolescente obligada por su abuela a
prostituirse, pueblo por pueblo del Caribe colombiano, hasta que le pagara la casa y los bienes
que en ella había, pues, por un descuido, “el viento de la desgracia” provocó que una vela
incendiara todo, de suerte que la chica estaría condenada a trabajar por “ocho años, siete meses
y once días”. Ulises se sintió atraído poderosamente por ella, por el mito de su belleza y de sus
capacidades carnales que corría por todos lados.
Así, el héroe Ulises se engarza colateralmente con la historia de una mujer que tenía
dones proféticos, un eco, quizá lejano, de la hechicera Circe. Este Ulises, hijo de un traficante
holandés y de una guajira, presenta, más allá del nombre, una serie de reminiscencias del
célebre héroe griego: su carácter marítimo, la aventura forma de vida, la inteligencia como
divisa y el enamoramiento a flor de piel de la joven. Eréndira piensa que Ulises es nombre gringo
y él le aclara que es de navegante, y en esta definición del nombre está la evocación del narrador
colombiano en torno al héroe homérico. La aventura, sin embargo, no concluye bien para Ulises.
Todo lo contrario. Al pretender rescatar a Eréndira de la esclavitud de la abuela, encuentra la
muerte, no obstante ella puede escapar finalmente con la riqueza de Ulises.
García Márquez adapta las cualidades físicas e intelectivas más evidentes del héroe griego
en el muchacho perdidamente enamorado de Eréndira. Ante la aparente imposibilidad de vencer
a su abuela, Eréndira parece estar condenada a la esclavitud de por vida. La providencial
aparición de Ulises es la clave para fraguar la muerte de la gran ballena blanca, como se conoce
también a la abuela. Pero tales cualidades parecen invertir la inteligencia paradigmática de
Ulises, lo que crea una especie de farsa. Al fallar en sus intentos por matar a la abuela, la
inteligencia de Ulises parece asunto de risa, pues, como Eréndira se lo hace ver crudamente, sus
errores sólo han aumentado su deuda. Ulises renuncia al ardid tan característico de su
naturaleza, ese luchar siempre de manera oblicua, y se enfrenta directamente con un cuchillo
contra la abuela, atormentado por los reproches de Eréndira. La abuela muere, pero con su
descomunal corpulencia acaba también con el menudo Ulises: “Grande, monolítica, gruñendo de
dolor y de rabia, la abuela se aferró al cuerpo de Ulises. Sus brazos, sus piernas, hasta su cráneo
pelado estaban verdes de sangre. […] Ulises se arrastró hasta la entrada de la carpa y vio que
Eréndira empezaba a correr por la orilla del mar en dirección opuesta a la de la ciudad. Entonces
hizo un último esfuerzo para perseguirla, llamándola a gritos desgarrados que ya no eran de
amante, sino de hijo, pero lo venció el terrible agotamiento de haber matado a una mujer sin la
ayuda de nadie. Los indios de la abuela lo alcanzaron tirado boca abajo en la playa, llorando de
soledad y de miedo”. Ulises ha sido derrotado. Si el héroe homérico sedujo a ninfas, hechiceras,
sirenas y doncellas dejando tras de sí un rastro de desamor y de abandono, el Ulises caribeño
sucumbe ante las argucias de Eréndira. Ahora bien, Ulises languidece viendo el mar, cerca del
elemento que lo define y al que quizá volvió para siempre.
Eréndira o la Bella durmiente de Gabriel García Márquez (adaptación)
Existen narraciones que adoptan la estructura de los llamados «cuentos de hadas»,
entendiendo por tales los relatos de carácter maravilloso que residen en el seno de todo folklore.
En la conocida novela breve de García Márquez La increíble y triste historia de la candida
Eréndira y de su abuela desalmada, es fácil leer a la protagonista como una heroína de cuentos
de hadas francesas o alemanas. Se trata de la inocente doncella en desgracia que se multiplica en
el folklore de muchas naciones europeas. Hay que convenir en que Eréndira remite
sin esfuerzo a personajes como la Cenicienta, la Bella Durmiente y Blanca Nieves, para mencionar
casos de sobra conocidos. También es fácil interpretar a la «abuela desalmada» como un
personaje paralelo a la Madrastra, el Hada Malvada y la Reina Hechicera. Por otra parte, salta a
la vista que Ulises calza las botas de los Príncipes que liberan de su desgracia a las hermosas
heroínas de estos cuentos. Sin embargo, al terminar la lectura del relato de García Márquez, es
probable que el lector caiga en la cuenta de que algo no funciona bien en el texto: Ulises logra
matar a la Abuela y liberar a Eréndira, pero la Abuela, a su vez, vence a Ulises en el combate.
Ciertamente, este cuento de hadas no concluye con el matrimonio del Príncipe y la Doncella, y la
consabida frase «y fueron felices para siempre». Es verdad que Eréndira queda libre del hechizo
de la Abuela, pero también queda libre del amor de Ulises; queda sola.
Al leer el relato, dos temas arquetípicos se hacen presentes: «el combate del héroe contra
el dragón» y, sobre todo, «la resurrección de la doncella».
La primera situación presente en numerosos mitos y cuentos de hadas, incluye un mínimo
de tres personajes: la cautiva, la bestia y el héroe. En seguida se ve que, en la novela, tales
personajes son interpretados por Eréndira, la Abuela y Ulises, respectivamente. Esta observación
es fácil de establecer. En el caso de la Abuela las características monstruosas son obvias. Por
ejemplo, se trata de un ser «más grande que el tamaño humano... tan gorda que sólo podía
caminar en el hombro de su nieta, o con un báculo que parecía de un obispo» (p. 98). Por dos
veces es comparada con una ballena blanca, lo que remite a la figura maligna de Moby Dick. Su
voracidad es insondable, y sus atributos fálicos se hacen evidentes, no sólo en su inseparable
báculo sino también, por ejemplo, en «su hombro potente, tatuado sin piedad con un escarnio
de marineros» (p. 97). Es una encarnación de la Diosa Terrible, la Gorgona. Apenas ha alcanzado
a diferenciarse de la serpiente, del dragón. Mitad mujer y mitad bestia mítica, todavía posee
rasgos propios del Uroboros. En su esfera no existe el amor, sólo el culto al falo, el sacrificio de
sangre, el ciclo agrícola de vida y muerte. Rige tenebrosamente sobre un mundo donde la
conciencia y el ego aún no dominan sobre el inconsciente.
El medio ambiental de la Abuela se corresponde con el de la Diosa Terrible. Este se
presenta como un paraje «lejos de todo, en el alma del desierto», y en medio de un «clima
malvado». La casa se describe como «una enorme mansión de argamasa lunar», es oscura y
retorcida como una cueva y se halla amueblada demencialmente; entre las numerosas estatuas
(cadáveres) se encuentran incontables relojes, y en el patio hay una cisterna de mármol llena de
agua (elemento primigenio). El discurso se inicia justamente cuando Eréndira baña a la Abuela.
No se trata de un baño común: “Con una parsimonia que tenía algo de rigor sagrado [Eréndira] le
hacía abluciones a la abuela con un agua en la que había hervido plantas depurativas y hojas de
buen olor, y éstas se quedaban pegadas a las espaldas suculentas, en los cabellos metálicos y
sueltos”... (p. 97) Aquí se ve a la Diosa Terrible sumergida en agua de plantas, uno de sus
elementos favoritos. Por otra parte, una imagen visual de los anchos lomos de la Abuela
recubiertos de hojas trae una figura familiar: la del dragón, cuyo pellejo aparece guarnecido de
verdes placas córneas o escamas. Pero el rasgo físico más espectacular que permite identificar el
Dragón en la Abuela, sólo se revela al final del cuento: “¡su sangre es verde!” (p. 161).
De manera que la Abuela-dragón, sentada en una «poltrona que tenía el fundamento y la
alcurnia de un trono», reina en su desolada guarida luciendo «un vestido de flores ecuatoriales»,
en cuyo jardín artificial de «flores sofocantes como las del vestido» se hallan las tumbas de
los «Amadises», su marido y su hijo; esto es, héroes (repárese en la connotación heroica
del nombre Amadís) vencidos y devorados por la Diosa Terrible. Aún hay más: la Abuela
se pasa gran parte del tiempo durmiendo y velando a la vez (remisión al mundo del
inconsciente), y entre el sueño y la alucinación cuenta su pasado. Entonces era una
mujer hermosa que se ocupaba en un prostíbulo de las Antillas, y allí conoció, antes
del primer Amadís, al único hombre con quien estuvo a punto de unirse por amor:
“—Yo sentía que me iba a morir, empapada en sudor de miedo, suplicando por dentro que
la puerta se abriera sin abrirse, que él entrara sin entrar, que no se fuera nunca pero que
tampoco
volviera jamás, para no tener que matarlo... Yo lo previne, y se rió —gritaba—, lo volví a prevenir
y volvió a reírse, hasta que abrió los ojos aterrados, ¡ay, reina! ¡ay, reina!, y la voz no le salió
por la boca sino por la cuchillada de la garganta” (p. 157). Se trata de un griego, marinero de
profesión, y en seguida queda investido por las sagas de Jasón y de Odiseo.
Bajo el dominio de la Abuela está Eréndira. En los comienzos de la narración tiene
catorce años, y es «lánguida y de huesos tiernos, y demasiado mansa para su edad» (p.
97); pesa «42 kilos» y tiene «tetkas de perra» (p. 104); su cuarto está «atiborrado de las
muñecas de trapo y los animales de cuerda de su infancia reciente» (p. 102). Por todo
esto se puede concluir que apenas ha dejado atrás la niñez. Tal vez su característica más
interesante es que camina y trabaja dormida, se halla en un estado casi continuo
de sonambulismo, semejante a la Abuela, lo que se subraya en el texto: «Se había dormido, pero
siguió dando órdenes, pues de ella había heredado la nieta la virtud de continuar viviendo en el
sueño» (pp. 101-102). Esta «virtud» que corre por la sangre de la familia y que identifica a
Eréndira con la Abuela, confirma que la zona donde habitan ambas está dominada por el
inconsciente, el reino natural del sueño, también de la intuición, de ahí la relación onírica que
une a una y a otra, y que queda al descubierto en el hecho de que Eréndira interpreta los sueños
premonitorios de la Abuela. Pero el sueño y la muerte son vasos comunicantes, y así, la Abuela
suele recomendarle a Eréndira que dé de beber a las tumbas de los Amadises y que, si acaso
vienen, «avísales que no entren» (p. 102). De este modo, en el cuento, los muertos y los vivos
comparten un mismo espacio cerrado que remite todo lenguaje al plano subliminal. Eréndira
y la Abuela viven el sueño urobórico del inconsciente donde no hay oposiciones binarias y todo se
hace circular.
Sin embargo, es evidente que la situación jerárquica de la Abuela y Eréndira no es
la misma. La Abuela, en su calidad de dragón, tiene sujeta a Eréndira y ha de impedir
a toda costa que su ego se individualice y se desarrolle. De esta manera, la doncella
aparece cumpliendo hasta el desfallecimiento incontables tareas domésticas, o si se quiere,
cuidando el orden demencial y caótico del templo. Pero el servicio es aún más exigente, pues
Eréndira tiene que alimentar, bañar y vestir diariamente a la Abuela. Se trata de un verdadero
ritual hecho con «parsimonia» y con «rigor sagrado». Ahora bien, esta suerte de noviciado cambia
cualitativamente al llegar Eréndira a la pubertad, pues entonces pasa a servir a la Diosa como
prostituta. Dicho servicio, cuyo último fin es la transformación en la propia Diosa, también fue
desempeñado por la Abuela cuando era «una hermosa mujer de un prostíbulo de las Antillas» (p.
99).
El tercer personaje del triángulo arquetípico es Ulises. Es fácil reconocer en él los atributos
del héroe potencial, del mancebo que, tras ver reflejada su otra mitad en la imagen de la
doncella cautiva, se propone rescatarla y unirse a ella. El combate que ha de emprender Ulises
implica riesgos enormes. Por otra parte, el triunfo no se pinta nada fácil: Ulises tiene que vencer
el miedo a la Diosa, es decir, la asociación de la mujer al mundo de la magia y los hechizos, de la
castración y de la muerte. La filiación heroica de Ulises parece de momento incuestionable. A la
manera de los héroes mitológicos, es joven y apuesto, y su descripción lo emparenta a la luz, el
símbolo del carácter masculino del ego en oposición al carácter femenino del inconsciente,
expresado por la oscuridad (la noche, el mundo subterráneo, el sueño, la muerte). La
luminosidad de Ulises se constata en varios lugares del texto: “ Tenía un aura irreal y parecía
visible en la penumbra por el fulgor propio de su belleza. —Y tú —le dijo la abuela—, ¿dónde
dejaste las alas? —El que las tenía era mi abuelo —contestó Ulises con su naturalidad—, pero
nadie lo cree. La abuela volvió a examinarlo con una atención hechizada. ‘Pues yo sí lo creo’,
dijo. ‘Tráelas puestas mañana’ “ (p. 116). Queda claro, pues, que Ulises lleva en su blasón los
símbolos del mundo solar, del aire y del cielo. Además, anteriormente, Ulises es descrito como un
«adolescente dorado... con la identidad de un ángel furtivo» (p. 113). Cuando Eréndira lo ve por
primera vez, se frota la cara con una toalla «para probarse que no era una ilusión» (p. 116), y
más adelante exclama; «pareces todo de oro...» (p. 119). En fin, con su abuelo alado y un padre
que cosecha naranjas con diamantes por semillas, es incuestionable que el
ancestro de Ulises se ubica en el mundo solar. Por otra parte, al enamorarse de Eréndira
es capaz de cambiar el color de los objetos de cristal. Diamantes, cristales y naranjas
se inscriben en la simbología solar, lo que remite al cielo. De este modo, Ulises no sólo cumple
con los requisitos del arquetipo en lo que respecta a una ascendencia transpersonal divina, sino
también en lo que toca a la luminosa hermosura de su físico.
Pero las amenazas de los héroes no constituyen nada nuevo para la Abuela. Ya ha
despachado por lo menos a tres: el pretendiente anónimo y los dos Amadises. De manera que se
revela sólidamente sentada en su trono, y es fácil presumir que ha de dar mala pelea a Ulises.
En efecto, hacia el final del texto, se que la victoria de Ulises, si así alcanza a
llamarse, es muy relativa. Al acuchillar a la Abuela (acto simbólico del incesto transpersonal y
liberador), ésta logra quitarle las fuerzas en un abrazo letal (acto simbólico de
la castración transpersonal). Así que Ulises (la proyección del ego en su combate contra el
inconsciente y su mundo indiferenciado) consigue matar a la Abuela, pero sucumbe en la lucha y
pierde su potencia viril. No es de extrañar que Eréndira no acuda en auxilio del adolescente
castrado. De acuerdo con la lógica de los mitos y los cuentos de hadas, tal actitud resulta
natural, ya que todo pretendiente que no logra pasar las pruebas que suponen la mano de la
doncella o la posesión del «tesoro difícil de obtener», es enviado al mundo de las tinieblas sin
lamentaciones de nadie.
Eréndira «cogió el chaleco de oro y salió de la carpa» (p. 162); esto es, huye con el
«tesoro» que guardaba la Abuela-dragón. Claro, en rigor, éste le pertenecía a Eréndira, ya que
era el producto obtenido por la venta de su cuerpo. Hay, así, una estrecha relación de identidad
entre Eréndira y el chaleco cargado de oro, pues éste representa el valor de su cuerpo-mercancía
en el mundo subterráneo del inconsciente. Eréndira logra escapar de él y así se ve que, muerta
la Abuela-dragón, «su rostro adquirió de golpe toda la madurez de persona mayor que no le
habían dado sus veinte años de infortunio» (p. 162). La frase es en extremo elocuente, pues
plasma el paso de la belleza perfecta de la muerte (la belleza detenida de Bella Durmiente y de
Blanca Nieves) a la madurez vital del ego. Con anterioridad, se ha visto en el texto que la Abuela
arreglaba a Eréndira «con un estilo de belleza sepulcral» (p. 109), y que al prostituirse
ceremonialmente, la muchacha yacía «acostada en la estera con sus afeites póstumos y un traje
de cenefas moradas» (p. 110). A continuación, se describe su ascenso desde la muerte, su
liberación del inconsciente: “Con movimientos rápidos y precisos, cogió el chaleco de oro y salió
de la carpa... Iba corriendo contra el viento, más veloz que un venado, y ninguna voz de este
mundo la podía detener. Pasó corriendo sin volver la cabeza por el vapor ardiente de los charcos
de salitre, por los cráteres de talco, por el sopor de los palafitos, hasta que se acabaron las
ciencias naturales del mar y empezó el desierto” (pp. 162-163). Parecería que al correr hacia el
desierto Eréndira desanda el camino ya transcurrido, pues allí se alzaba la morada de la Abuela-
dragón. Pero no es así. Ahora el mar y el desierto se han diferenciado propiamente, y al terminar
uno empieza el otro. Las nociones de espacio y tiempo se reconstituyen fuera del mundo circular
y perpetuo del Uroboros, y atrás quedan el estatismo de la muerte y «los atardeceres de nunca
acabar» (p. 163). El texto concluye en este punto, aunque puede inferirse que Eréndira se esfuma
en el desierto de la Guajira, el Oriente de Colombia, el sitio donde surge el sol.
A primera vista podría suponerse que Ulises ha liberado a Eréndira, pero una lectura
detenida del texto revela otra cosa: “Eréndira se rio por primera vez en mucho tiempo... Se
había vuelto espontánea y locuaz, como si la inocencia de Ulises le hubiera cambiado no sólo el
humor, sino también la índole. La abuela, a tan escasa distancia de la fatalidad, siguió hablando
dormida... Pero Ulises no la oyó, porque Eréndira lo había querido tanto, y con tanta verdad, que
lo volvió a querer por la mitad de su precio mientras la abuela deliraba, y lo siguió queriendo sin
dinero hasta el amanecer” (p. 119). Se trata, pues, de una rebelión de Eréndira, de una ruptura
del orden impuesto por la Abuela, de una transgresión a los votos hechos a la Diosa. Eréndira
llega a entregarse a Ulises no ya como prostituta, sino por amor. A continuación se ve a la Abuela
perder por un tiempo su nefasto influjo sobre la muchacha, pues ésta es raptada por seis novicias
de un convento que aparece en el camino del desierto. En el convento, Eréndira vive en castidad,
como cualquiera de las tantas monjas. Es liberada transitoriamente del hechizo que la ata a la
Abuela, y sale a flote por unos días, «descubriendo otras formas...» (p. 127). Cuando vuelve a ser
atrapada por la Abuela, se somete de mala gana al destino impuesto (p. 149), al punto
que intenta matarla con agua hirviendo. Al reaparecer Ulises, se ve claramente que es la
muchacha quien domina la situación (pp. 153-157). Finalmente, cuando se lleva a cabo el
combate, Eréndira observa la lucha con una «impavidez criminal» (p. 161). De modo que no hay
duda de que ella es la autora intelectual de la muerte de la Abuela-dragón, incluso la que arma
el brazo de Ulises y lo incita a dar el golpe mortal. Esta manera de actuar de la cautiva no se
ajusta a las variaciones tradicionales del tema arquetípico del combate contra el dragón, ni
tampoco a las variantes del modelo de cuentos de hadas logrado por Vladimir Propp. La
participación de Eréndira en su liberación es más importante que la de Ulises. Es posible afirmar,
pues, que el texto de García Márquez, si bien alude a situaciones arquetípicas tradicionales,
rompe la cáscara mitológica para establecerse como un nuevo modelo.

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