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El conflicto barrial por desposesión, por

identidad y por los comunes. Modelo


analítico con perspectiva de género 1

Minerva Ante Lezama


Doctora en Psicología social por la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM). Actualmente es becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (CONACYT) en la Universidad Veracruzana (UV).
ORCID: 0000-0002-9150-281X
E-mail: [email protected]

Fecha de recepción: 14/08/2021


Aceptación final: 21/03/2022

En el barrio se expresan y están imbricados distintos modelos culturales y sistemas de


ordenamiento de las relaciones. La vida barrial es una producción colectiva y
representa un espacio de conflicto con efectos importantes en la vida comunitaria. En
este artículo, se buscó responder a la cuestión ¿cuáles son los tipos de conflicto barrial
destacados en la teoría sociourbana y qué relación tienen con el sistema patriarcal
teorizado por el feminismo? A partir de una revisión de coordenadas teóricas que van
desde el conflicto bajo una perspectiva crítica hasta el estudio de la identidad desde
una perspectiva social y relacional, pasando por la teoría feminista socialista y
poscolonial, así como por el análisis de los comunes, se concluyó con un modelo
tipológico para el análisis del conflicto barrial. El modelo incluye tres dimensiones
interrelacionadas del conflicto: por desposesión, por identidad y por los comunes. Se
plantea al género como dimensión transversal en tanto construcción social y se
argumenta su carácter vertebral y profundamente incorporado en la dinámica de las
relaciones barriales y sociales. Este modelo tiene el potencial de posibilitar distintos
análisis del conflicto barrial, complejos y sensibles a la expresión de las identidades en
cuanto construcciones sociales enmarcadas en un sistema de ordenamiento y
jerarquización de las relaciones.
Palabras clave: conflictos urbanos, espacio urbano, perspectiva de género,
relaciones comunitarias.

1
Este artículo es producto del proyecto de investigación posdoctoral realizado bajo el auspicio del
Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM, (POSDOC) 2020, en la Facultad de Filosofía y Letras
de la UNAM.

Ante Lezama. Quid 16 Nº 19, Jun. - Nov. 2023 1


The neighborhood conflict by dispossession, by identity and by the
commons. Analytical model with gender perspective
Abstract
Different cultural models and systems of ordering relationships are embedded in it.
Neighborhood life is a collective production and represents a space of conflict with
important effects on community life. This article seeks to answer the question: What
are the types of neighborhood conflict highlighted in socio-urban theory and what
relationship do they have with the patriarchal system theorized by feminism? Based
on a review of theoretical coordinates that go from a critical perspective on conflict
to the study of the identity from a social and relational perspective, passing through
socialist and postcolonial feminist theory and the analysis of the commons, I
conclude with a typological model for the analysis of neighborhood conflict. The
model includes 3 interrelated dimensions: the conflict over dispossession, conflict
over identity, and conflict over the commons. Gender is considered as a transversal
dimension, arguing its vertebral and deeply incorporated nature in the dynamics of
neighborhood and social relations. This model has the potential to enable complex
analysis of neighborhood conflict that is sensitive to the expression of identities as
social constructions framed in a system of organization and hierarchy of
relationships.
Key words: community relationships, gender perspective, urban conflicts, urban
space.

1. Introducción
El barrio representa un sistema relacional cotidiano y no, necesariamente, elegido.
Como todo sistema relacional está afectado por patrones socioculturales, en cierto
grado compartidos, y, en otro, diferenciados en las distintas sociedades. La
pluralidad al interior del sistema barrial y las características de este al reproducir
las cualidades de un sistema social mayor (o de más de uno) puede devenir en
conflicto barrial.
Se ha teorizado el conflicto socio urbano en términos de la lucha de clases y las
desigualdades en el poder económico de los distintos actores (en masculino) del
escenario urbano (Lefebvre, 2017, Harvey, 2019). Se ha analizado el barrio como
práctica cultural que constriñe las libertades en términos de identidades o
subjetividades (Mayol, 1999). Se puede observar la vida barrial como una
producción común que requiere de trabajo, acuerdos y negociaciones, que implica
relaciones comunitarias y trabajo de reproducción de la vida común, que no siempre
es igualitario y justo y que representa una trama de interdependencia, un estar
ensamblados de acuerdo a las estructuras sociales dadas (Gutiérrez, 2020).
Se sostiene aquí que el barrio encarna, también, un sistema patriarcal. Se ha
planteado la existencia de un sistema de ordenamiento y jerarquización de las
relaciones en base al género y a otras categorías como la raza-etnicidad y la clase
que representan construcciones sociales basadas en prejuicios que justifican las
desigualdades. Para Segato, ese sistema sexo-género, “representa la estructura

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política más arcaica y permanente de la humanidad […] que moldea la relación entre
posiciones en toda configuración diferencial de prestigio y de poder” (2016: 18). En
el sistema patriarcal, algunas corpo-subjetividades valen más que otras y en esa
compleja jerarquización se encuentran ubicados, en la cima, los poseedores (sujetos
masculinos, blancos, con poder político, económico, moral, etc.), mientras que, en la
base, están los cuerpos históricamente vulnerados, feminizados, racializados,
precarizados y oprimidos.
En este artículo, se busca entrelazar los planteamientos tradicionales respecto del
conflicto barrial con la mirada feminista, principalmente, desde un enfoque teórico
socialista, poscolonial y latinoamericano del feminismo. Dicho abordaje representa
un lugar de cuestionamiento crítico de los roles de género sexistas reproducidos
socialmente, entrelazados y potenciados por otras categorías como la raza y la clase
(Hooks, 2020). Implica observar la imbricación entre el patriarcado, el colonialismo
y el capitalismo, todo lo cual se traduce en los mandatos de género transmitidos en
la familia heteropatriarcal y que son más que cuestiones meramente culturales o
ideológicas (Gago, 2019), son cuestiones estructurales, profundas, construidas y
reforzadas históricamente en las dinámicas relacionales y en las subjetividades.
Involucra, también, una crítica a la modernidad capitalista con raíces coloniales que
aplica una opresión mayor a los cuerpos feminizados al explotarlos y expropiar su
trabajo productivo y reproductivo (Gargallo, 2009).
Se busca, en este trabajo, responder a la pregunta: ¿cuáles son los tipos de conflicto
barrial destacados en la teoría socio urbana y qué papel juega, en ellos, el sistema
patriarcal como estructurador de las relaciones? Se inicia con un breve recuento
sobre el conflicto barrial en la teoría socio urbana, en la que se identifican sus
actores y características. Se continúa con una revisión del conflicto clasista
expresado en el barrio. Luego, se analiza el conflicto en el barrio relacionado con las
formas, posibles o negadas, de expresión de la identidad partiendo de las ideas de
Mayol (1999). Se continúa con una problematización del barrio desde las nociones
de los comunes de Gutiérrez (2020) y Navarro (2016). De manera transversal, se va
entreverando la perspectiva feminista en cada una de las lógicas del conflicto barrial.
Se concluye con un ejercicio de esquematización del modelo analítico propuesto y
con algunas ideas finales que discuten y abren la puerta a análisis posteriores.

2. El conflicto en el barrio
El barrio, en este análisis, se define como el sistema de relaciones y significados
compartidos en el entorno próximo y cotidiano habitado, y atravesado por
estructuras macrosociales.2 Es el espacio de las relaciones vecinales, espacio físico y

2 Definir el barrio es problemático ya que existen diversas formas de hacerlo dependiendo del
enfoque. En el presente texto se utiliza esta noción a partir de una forma genérica relacionada con
las partes que componen la división política de la ciudad que, en el caso mexicano, son las colonias,
los pueblos y los barrios originarios, y las unidades habitacionales, aunque, como se explica en la
introducción, rebasa dicha configuración espacial. El punto de partida propuesto es el de la
perspectiva de la gente y de las comunidades en donde se realice un análisis o intervención. En la
representación de quienes lo habitan, el barrio puede tomar formas y dimensiones diversas, pero
que siempre incluyen una faceta espacial que implica tanto el espacio físico como las relaciones
sociales y, una cultural referida a significados y valores compartidos en ese espacio físico y social. La

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social de dimensiones variables en función a las circunstancias de su valoración,
pero siempre circundantes a la vivienda o al sitio habitado.3
Cada barrio tiene una historia particular a través de la cual se va desarrollando en
el contexto de la urbanización de la sociedad.4 Los espacios comunes son sus arterias
conectoras y las principales posibilitadores de la vida comunalizada. La experiencia
de barrio, al igual que la experiencia de ciudad, está constituida por “vivencias
concretas y envueltas en relaciones de poder” (Pérez y Gregorio, 2020: 7) que
pueden tener múltiples manifestaciones como el conflicto. Este, representa una
relación antagónica entre actores que buscan controlar un mismo bien o recurso que
puede ser poder político, económico o cultural; en esa búsqueda suelen dañar los
intereses del resto de los actores (Della Porta y Diani, 2011).
Los actores de la vida barrial constituyen, por lo menos, dos grupos: 1) quienes lo
habitan: vecinas y vecinos o personas que trabajan o interactúan cotidianamente en
él. 2) Quienes, aunque no lo habitan, tienen cierto poder de decisión sobre él.
Principalmente, funcionarios del Estado cuya labor implica regular y administrar los
recursos y espacios públicos, así como también, empresarios, sobre todo, del sector
inmobiliario. Ambos grupos no son homogéneos: en su interior las experiencias son
diversas y el acceso al poder está, en cierta medida, determinado por la clase social,
el género y la orientación sexual, la edad, la diversidad étnica, cultural y religiosa, la
diversidad funcional y el estado de salud, y la identidad nacional o el nomadismo,
entre otros ejes de desigualdad (Rodó-Zárate, 2021).
Los intereses de los distintos actores pueden oponerse entre sí y derivar en
conflictos en el contexto del barrio.5 El conflicto implica el mutuo reconocimiento
entre las partes involucradas, además del “reconocimiento común de que el otro no
tiene derecho a estar ahí” (Germain y Radice 2006: 122 en Perry, 2017: 171). Ese
otro, normalmente está racializado, generizado y percibido como de menor valor en
ese sistema jerarquizador de las corposubjetividades que llamamos patriarcado.
Se identifican, al menos, tres escalas del conflicto barrial vinculadas con sus actores,
aunque no siempre su delimitación es clara: 1) La escala intrabarrial. Se manifiesta
y gestiona entre vecinos o vecinas que comparten un espacio físico próximo (la
cuadra, la manzana, la colonia o la unidad habitacional, etc.). Los actores
involucrados son internos, es decir, cohabitan el barrio. 2) La escala extrabarrial.
Implica un conflicto vivido entre habitantes y actores ajenos al barrio, es decir,

dimensión histórica es importante, pues quienes conocen los cambios cronológicos por los que ha
atravesado el barrio pueden tener una percepción distinta de la de aquellos que no los perciben.
3 Por habitar entendemos tanto el hecho de vivir en tal espacio y de trabajar en él, como el de estar o

transitar por él de forma cotidiana y vinculándose afectivamente, en alguna medida, con los otros
cohabitantes.
4 La urbanización de la sociedad es una noción propuesta por Henry Lefebvre que implica la

globalización de la forma de producir ciudad o transformar el territorio desde lógicas del mercado y
del Estado.
5 El conflicto barrial se concibe aquí desde una perspectiva no esencialista. No es un enfrentamiento

inherente a los barrios, sino que implica la manifestación y expresión en su seno, de formas de
violencias de distinta escala, orden y origen, muchas veces, afectadas entre sí. Éstas son percibidas
por sus habitantes y producen la experiencia de malestar psicosocial y/o de organización y acción
colectiva.

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funcionarios públicos, desarrolladores inmobiliarios, comerciantes y otros actores.
3) La escala interbarrial que se manifiesta cuando hay límites, en alguna medida,
consensuados entre los barrios con historia y las identidades distintas y, en donde
esa diferencia identitaria, juega un papel en el conflicto.
El conflicto barrial puede presentar distintas fases o manifestaciones asociadas al
nivel de tolerancia o resistencia frente a este, así como a las condiciones de
oportunidad para la acción. Se identifican, por lo menos, dos fases que pueden estar
presentes de forma simultánea o precediendo la una a la otra: 1) el conflicto vivido
como malestar individual o comunitario, temporal o permanente y 2) el conflicto
experimentado como situación intolerable que motiva la acción organizada. En el
último caso, puede dar pie a procesos de autonomía y liberación cuando es
gestionado y resuelto. Cuando no, puede representar impedimentos al desarrollo y
al bienestar individual o comunitario.
En tanto malestar individual, el conflicto barrial puede involucrar la aparición de
prácticas de riesgo o de problemas de salud mental, observando ésta desde una
perspectiva crítica. Los orígenes del malestar psicológico o de las enfermedades
mentales del individuo y de sus procesos internos se relacionan de forma muy
estrecha con el contexto macrosocial, sus sistemas de diferenciación y desigualdad
y con relaciones de opresión y ejercicio del poder (De Vos, 2012 en Gough,
McFadden y McDonald, 2013). Recientemente, se ha estudiado el vínculo entre los
desahucios, en contextos como el español, y el aumento de la depresión o el suicidio
(Daponte, Mateo y Vásquez-Vera, 2016; Equipo de Investigación en Desahucios y
Salud, 2014; Observatorio DESC y PAH, 2014). Desde la psicología feminista se ha
evidenciado el carácter social y sistémico del malestar psicológico, particularmente,
de aquellas identidades corpo subjetivizadas en femenino o racializadas. En lo
respectivo a la enfermedad mental, se ha puesto el énfasis en su raíz estructural y
de opresión social de género (Gough, McFadden y McDonald, 2013).
Cuando el malestar experimentado por el conflicto barrial se comparte
colectivamente o con algún sector de la comunidad, y se percibe la posibilidad de
gestionarlo y trascenderlo, se pueden presentar procesos de desarrollo comunitario.
Visualizar y gestionar el conflicto barrial desde las propias comunidades puede
simbolizar un espacio de liberación cognitiva, de conciencia de la opresión o de
disposición a la acción por el bienestar común. Puede representar un locus de la
agencia social (Gravano, 2005). El conflicto puede inducir a la cooperación y a la
formación de coaliciones en los barrios al experimentar un nosotros, aunque sea
temporal (Perry, 2017). Las transformaciones sociales que contribuyen a formas de
vida más justas o igualitarias, o, al menos, más plurales, devienen, en muchas
ocasiones, de la superación de conflictos: “sin antagonismo social no habría
transformaciones sociales o éstas ocurrirían en forma excesivamente lenta, lo que
haría a la sociedad algo demasiado estático” (Dahrendorf, 1992; Coser, 2008: 29).
La vivencia social del barrio implica una experiencia de relaciones desiguales y
jerárquicas: de clase, de género, generacionales, capacitistas, de origen étnico o
raciales. Estos vínculos están conectados con un sistema social complejo, desigual y
jerárquico; recordemos que la experiencia de barrio es un acotamiento de la
experiencia de ciudad y que esta última constituye la experiencia de las relaciones
sociales estructuradas en base al poder desigual. El conflicto barrial puede tener

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distintas capas susceptibles de ser analizadas. Cuando nos preguntamos por cada
uno de los sectores o comunidades que encarnan los ejes de desigualdad y opresión,
podemos encontrar relatos distintos en torno a un problema complejo que
requieren de una explicación y un análisis tan plural como la pluralidad de esas
experiencias. No obstante, una experiencia transversal en las dinámicas relacionales
humanas, planteada desde el feminismo socialista, es la opresión de género.
La división sexual del trabajo en trabajo productivo masculinizado (para producir
mercancías) y trabajo reproductivo feminizado (para producir seres humanos aptos
para el trabajo productivo) se manifiesta en los distintos sistemas relacionales,
desde la familia hasta la ciudadanía, pasando por la vecindad. La tarea de gobernar
ha sido históricamente un trabajo atribuido a los sujetos masculinos, mientras que
la labor de cuidar de los demás, ha sido un mandato de feminidad. La reproducción
del barrio como espacio físico y social ha implicado una gran cantidad de trabajo que
ha sido invisibilizado, llevado a cabo, sobre todo, por parte de los cuerpos
feminizados. Son los cuerpos feminizados o devaluados en el sistema patriarcal los
que realizan el trabajo barrial no pago ni reconocido: la producción y reproducción
de la familia, la producción y reproducción de los lazos comunitarios, la limpieza de
las viviendas y de las calles, la gestión de los servicios frente a una administración
racista y sexista imperante, y muchos otros quehaceres relacionados con el cuidado
de la vida y de las personas.
La disputa por el barrio, en cambio, ya sea en términos de poseerlo, de dirigir su
destino o de posibilitar o no en él modos de estar o de usar, es una disputa patriarcal.
Ha sido ejercida no por ese grupo que ha trabajado en su reproducción, sino por
otras corpo subjetividades asociadas a formas de poder generizado y racializado. El
espacio barrial como el espacio urbano es expresión y posibilitador de dichas
dinámicas. El col.lectiu punt6 (2019) pone de manifiesto cómo desde el ámbito del
diseño urbano se refuerza una división sexista del espacio que implica la
reproducción de esos esquemas sociales sexistas por parte de los urbanistas y, a su
vez, dificulta romper espacialmente con las dinámicas derivadas de esa lógica. Los
procesos de urbanización, tanto en su modalidad popular como institucionalizada,
surgen de esa división sexual del trabajo en la que los sujetos masculinos gobiernan
y deciden sobre lo público, produciendo ciudad y reproduciendo, en ella, su visión
del mundo social.
Si bien estas lógicas sexistas nos permiten visualizar formas diferenciadas de existir,
el conflicto barrial representa un problema comunitario, en el que las dinámicas
relacionales tienen múltiples expresiones, por ello resulta relevante: 1) entender a
la comunidad barrial desde una mirada crítica, como un sistema de relaciones de
ejercicio de poder desigual, injusto y opresor (Coimbra et. al., 2012), y 2) hacer un
análisis crítico de la comunidad barrial estudiada considerando su contexto
material, social, socio-económico, cultural, ideológico y discursivo, la forma en la que
se ejerce el poder y los tipos de subordinación que provoca (Coimbra, et.al., 2012).

2.1 El conflicto clasista expresado en el barrio: el conflicto por amenaza de desposesión,


expulsión o negación del barrio

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El conflicto en el barrio ha sido estudiado como una expresión situada del conflicto
social en su sentido amplio y universalista, como un enfrentamiento clasista. La
perspectiva marxista del conflicto lo concibe como imperativo estructural con
orígenes de tipo social o socioeconómico derivado del antagonismo entre clases
sometidas que aspiran a dejar de serlo y clases dirigentes caracterizadas por su
conservadurismo y hostilidad a la innovación (Lorenzo, 1995). La clase, aquí, se
concibe como una construcción sociocultural que implica la disposición de sus
integrantes a comportarse como tal, con conciencia de ello y adoptando intereses,
experiencias, valores y tradiciones, siendo definible en términos de su relación con
otras clases y con expresiones institucionales (Modonesi, 2010).
Existe cierta homogeneidad de clase en los barrios; la morfología de las ciudades se
va configurando a partir de proyectos de clase. A lo largo de su desarrollo van
enfrentando procesos que, muchas veces, implican disputas por el territorio, por el
acceso a los servicios públicos o por la amenaza de expulsión de miembros de una
clase para ser sustituida por los de otra. La imposición de formas específicas de
consumo en el barrio, que atentan contra la sustentabilidad en todas sus
dimensiones, puede representar otra manifestación del conflicto clasista. Para
Lefebvre (2017) era evidente que se extendía a nivel global la miseria del hábitat
relacionada con esas formas de consumo dirigido y burocratizado.
Harvey (2019) pone de relevancia el carácter clasista y conflictivo de la producción
de ciudad y, por tanto, de los barrios que la configuran. Visibiliza un patrón común
que se observa como precedente de las grandes crisis económicas: procesos de
urbanización cuya finalidad es la absorción del excedente costeados por la deuda
pública y la ciudadanía. La deuda es potenciada, mediante mecanismos financieros
cada vez más sofisticados y globalizados, a niveles que, inevitablemente, derivan en
una imposibilidad masiva de pago, afectando de forma sistemática y, sobre todo, a
los sectores más vulnerados. En las últimas dos décadas, en las grandes ciudades del
mundo se produjo un boom inmobiliario que devino en una crisis en el año 2008 y
cuyas réplicas se manifiestan, inclusive, en la actualidad: generando
desplazamientos hacia las periferias y desahucios y afectando, de manera acuciante,
a afroamericanos y a mujeres pobres (Harvey, 2019).
A nivel global se está viviendo una forma de conflicto que implica el enfrentamiento
entre habitantes y fuerzas externas del sector privado, muchas veces, vinculado con
el sector público. Este conflicto, expresado en el barrio, deriva de una lógica global
de reproducción del capital que, en última instancia, amenaza con expulsar o negar
el acceso al barrio a los cuerpos feminizados, racializados, empobrecidos y
estigmatizados de múltiples maneras.
En el caso de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) se han
presentado, de forma intensiva, procesos de gentrificación, expulsión de las clases
populares hacia las periferias, tensiones derivadas de procesos de urbanización
popular y, recientemente, una crisis de desalojos que ha afectado a habitantes de
diversos barrios. Las principales damnificadas son las mujeres, las comunidades
indígenas, y las poblaciones en situación de pobreza.
Para Segato, estamos viviendo una época en la que hablar de desigualdad es
insuficiente y resulta más relevante hablar de dueñidad o señorío. En ese sentido,

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plantea la existencia de un grupo muy reducido de propietarios dueños de la vida y
la muerte en el planeta:
Son sujetos discrecionales y arbitrarios de un poder de magnitud nunca antes
conocida, que vuelve ficcional todos los ideales de la democracia y de la república.
El significado real de este señorío es que los dueños de la riqueza, por su poder de
compra y la libertad de circulación offshore de sus ganancias, son inmunes a
cualquier tentativa de control institucional de sus maniobras corporativas, que se
revelan hoy desreguladas por completo […] en Latinoamérica se manifiesta bajo
la forma de una administración mafializada y gangsteril de los negocios, la
política y la justicia, pero esto de ninguna forma debe considerarse desvinculado
de un orden global y geopolítico sobreimpuesto a nuestros asuntos internos. El
crimen y la acumulación de capital por medios ilegales dejó de ser excepcional
para transformarse en estructural y estructurante de la política y de la economía.
(Segato, 2016: 98-99)
La dueñidad en el barrio, representaría un privilegio autoadjudicado de unos pocos
habitantes o no, que constituye una amenaza diferenciada para la mayoría en
función de las construcciones sociales vulneradoras de sus cuerpos y subjetividades.
Desde la lógica de la dueñidad, nos explica Segato (2016), se nos presenta la práctica
del barrido de los pueblos ancestrales de sus territorios a través de los cuales se
detonan los procesos de gentrificación, blanqueamiento o expulsión de las
comunidades arraigándose en los territorios de distinto grado y forma de
urbanización. Estos autodenominados dueños ostentan poder político, económico,
simbólico y son los reproductores y defensores más asiduos del sistema patriarcal.
Desde el feminismo socialista, de manera consonante, se ha teorizado que en la base
del conflicto clasista existe un conflicto basado en la explotación de género en la que
otras categorías se imbrican. Las mujeres representan una clase que se encuentra
en una situación de subordinación respecto a la representada por los hombres. La
opresión ejercida por ellos sobre las primeras implica su apropiación del trabajo no
asalariado que involucra el trabajo de reproducción de seres humanos (que, además
de implicar todas las labores de cuidados, incluye las de socialización, en la niñez, de
valores acordes al sistema productivo del cual formarán parte en el futuro),
representando, ello, una forma de explotación primaria (Federici, 2013, 2018a,
2018b). Arruzza, Bhattacharya y Fraser (2019) explican que las sociedades
capitalistas encarnan importantes fuentes de opresión de género, las cuales
estructuran las otras formas de opresión. El sexismo forma parte de sus mismas
estructuras; un aspecto clave de las sociedades capitalistas fue el de separar la
producción de seres humanos de la producción de beneficios, asignando la primera
labor a la mujer y subordinándola a la segunda.
En los barrios de las distintas clases sociales hay una opresión interseccional que se
vive como una tensión, producto del trabajo expropiado de los cuerpos feminizados
y racializados para reproducir la vida en todos los ámbitos: familiar, vecinal
comunitario, social. Los cuerpos feminizados son explotados en su cotidianidad por
los cuerpos masculinos, pero, en estos, hay diferencias, pues un cuerpo masculino
con poder económico o político puede ser el opresor de un cuerpo masculino
empobrecido. Un cuerpo feminizado con privilegios asociados a la clase, la raza u
otras categorías puede ser opresor de un cuerpo feminizado racializado y

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empobrecido. La mirada interseccional implica una sensibilidad analítica para
observar la compleja interacción de los distintos ejes de desigualdad (Rodó-Zárate,
2021).
La explotación patriarcal en el barrio se puede tornar conflicto en la medida que se
toma conciencia de este fenómeno. Los barrios representan espacios de
esparcimiento y de apoyo a la crianza y desarrollo de la niñez, espacios de consumo
de materias primas y de conectividad con los sitios de trabajo, educación, comercio
y salud. Constituyen, además, espacios que mantener y gestionar a través del tiempo.
Gran parte del trabajo requerido para la reproducción del barrio, si no es que todo,
lo realizan los cuerpos feminizados y racializados en un esquema de explotación
mandatado por el sistema patriarcal y disputado por quienes ostentan la dueñidad.
Pérez y Gregorio (2020) evidencian que Lefebvre y muchos otros teóricos, al hacer
caso omiso de la cuestión de género, formularon teorías sesgadas que merecen la
pena ser revisadas bajo una perspectiva de género. En el caso de Lefebvre con su
obra “El derecho a la ciudad” (2017), si bien despliega un profundo análisis sobre la
ciudad y lo urbano, muestra una visión de las mujeres característica de la
perspectiva patriarcal (Bofill, 2013). Al revisar dicha obra se puede observar que las
mujeres son invisibles en su explicación de la cuestión urbana o aparecen descritas,
en pocas ocasiones, como individuos soñolientos esperando a sus maridos (p.119),
como consumidoras sumisas al sistema (p.48) o confirmando su exclusión del ágora
en las ciudades antiguas (p.64). Se niega, con ello, toda capacidad de agencia de las
mujeres y de sus cuerpos feminizados y racializados, y se las invisibiliza de las
históricas luchas por el territorio y por los recursos naturales de las cuales han sido
protagonistas.
El conflicto estructural y subjetivado, con su correlato patriarcal, se expresa en las
ciudades mediante una consistente e histórica fragmentación y segregación
socioespacial de sus territorios que, a su vez, están claramente discriminados de
forma sexista y racista. El conflicto clasista expresado en el barrio implica la
amenaza de expulsión de las clases subordinadas por parte de las clases
poseedoras.6
La amenaza de desposesión o la negación del derecho a la ciudad o al territorio,
muchas veces, es enfrentada mediante la organización colectiva en múltiples
escalas. Gravano (2005) explicita que, desde los 80, en Latinoamérica, se han ido
desplegando importantes procesos de militancia política a nivel barrial,
relacionados con el acceso a la vivienda. En el caso mexicano, se ha registrado una
importante producción de ciudad mediante la organización social, lo que ha
implicado una intensa actividad organizativa a nivel barrial traducida en acción
colectiva de demanda del acceso a la vivienda y a los servicios públicos. También, se
ha advertido una fuerza notoria frente a la amenaza por desposesión que significan
los procesos de gentrificación o los desalojos forzosos extrajudiciales.
En el caso mexicano, se destaca el Movimiento Urbano Popular (MUP) que
constituye una red de organizaciones a nivel nacional que, desde la década de los 60,
ha manifestado una fuerza popular frente a un sistema injusto y desigual perpetrado

6 De acuerdo con el Col.lectiu punt6, en 2004 las mujeres solamente poseíamos el 1% de las
propiedades del mundo.

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por un poder político histórico ligado a la derecha (Bautista, 2015). Representa un
caso paradigmático de organización frente a la negación del acceso a la vivienda, al
barrio y a la vida comunitaria, como así también, frente a la amenaza por
desposesión. El MUP contrarrestó importantes procesos de demanda y gestión de
los servicios básicos en los barrios que estuvieron atravesados por tensiones y
conflictos con las autoridades administrativas, figuras y organizaciones con
prácticas de abuso. En años recientes la Organización ha enfrentado procesos de
desalojo y de amenaza de expulsión en barrios de la ZMCM. Las mujeres han ejercido
un papel protagónico, aunque poco reconocido. Espinosa (2000) observa la
reproducción de roles, estereotipos y dinámicas sexistas de las relaciones de género.
Massolo (1992) recalca cómo en las últimas dos décadas del siglo XX las mujeres se
volvieron importantes gestoras sociales en sus barrios, a veces, vinculadas a
movimientos sociales como el MUP. No obstante, la fortaleza ganada por ellas,
predominaba una cultura del miedo ligada a lógicas patriarcales que, tanto en
barrios periféricos como en centrales, incluían: el miedo a los liderazgos locales
violentos, la extorsión policial, los posibles desplazamientos forzados, la
intervención de instituciones y dependencias de gobierno, los derrumbes en predios
muy afectados por los sismos y los planes de renovación urbana.
Las mujeres han representado un grupo importante de resistencia, una fuerza de
movilización y acción notoria en las luchas barriales frente a la desposesión o
negación, pero siguen sufriendo formas de invisibilización y explotación de género
dentro de los mismos movimientos.

2.2 La identidad como locus del conflicto barrial


Perry (2017) explica que el conflicto en los barrios evidencia la expresión de
prejuicios, estereotipos y normas culturales, en alguna medida, compartidas. En el
contexto de la piscología social, la Teoría de la identidad Social (TIS) explica el
conflicto desde una lógica de identidad grupal y sesgo endogrupal que implica tales
cuestiones. Según la TIS estructuramos nuestro conocimiento del mundo a partir de
categorías sociales, cada una de las cuales incluye una serie de cualidades
compartidas en un grupo que configura la dimensión social de la identidad, en tanto
nos asumimos o concebimos a los otros como pertenecientes a ciertos grupos. Las
categorías sociales están relacionadas con la clase, la raza, el género, la etnicidad, la
afinidad política, religiosa o sexual, la adscripción a ciertos colectivos o grupos
defensores de alguna causa, etc. Dado que tendemos a la consecución de una
identidad positiva ligada a la autoestima, mostramos un patrón evaluativo en el que
favorecemos a los grupos a los que pertenecemos y desfavorecemos a los grupos a
los que no. Hay un sesgo endogrupal que nos impide ser autocríticos con los grupos
y comunidades con los cuales nos identificamos. Hay un sesgo exogrupal que
potencia el prejuicio hacia aquellos grupos o individuos miembros de grupos que
consideramos distintos o antagónicos al compararlos con el propio (Scandroglio et
al., 2008; Morales et al., 2007). Dichos sesgos implican procesos cognitivos ligados a
la autoestima, en los que, reconocer el propio papel como opresor o como oprimido
resulta doloroso y se recurre a elaboraciones justificatorias.

Espacio Abierto. El conflicto barrial por desposesión… 10


Femenías afirma que: “La identidad es producto de la pertenencia a una comunidad
en buena medida imaginaria. Es un tipo de vínculo que, en principio, se adquiere
acríticamente y se conecta con patrones de conducta” (2020: 190), siendo esta la
reproducción de un modelo impuesto socialmente y estructurado cognitivamente.
Esta noción de identidad es coincidente con la de clase social planteada por
Modonesi (2010) y, definitivamente, puede servir de herramienta explicativa en un
sistema patriarcal dominado por una clase o identidad de patriarcas o dueños que
subordinan, explotan y expropian a una gran diversidad de corposubjetividades,
sobre todo, feminizadas. Pero la relación no es tan lineal, sino que existe toda una
complejidad relacional entre las y los involucrados.
El barrio representa un campo relacional de identidades diversas que se manifiestan
de forma constante y cambiante a la vez. Las relaciones sociales se coproducen
mutuamente (Viveros, 2016) y, en tanto expresiones identitarias, dejan su impronta
sobre las otras y se construyen de manera recíproca (Dorlin, 2009 en Viveros, 2016).
La pluralidad de expresiones identitarias en los barrios representa un aspecto
saludable y democratizador de la vida en ellos. No obstante, se observa que, en cierta
medida, los conflictos en el barrio están vinculados con la intolerancia a la
diferencia, a la presencia de lo otro, lo diferente a lo propio o a lo aprendido en el
propio barrio.
Mayol (1999) pone de relieve a la vida cotidiana con sus distintas manifestaciones
en tanto prácticas culturales. La vida en el barrio mereció su análisis en el que
identificó dinámicas más o menos estables, claramente estereotipadas y
diferenciadas en función al sexo e instaladas en su orden social implícito. Plantea la
noción de la práctica cultural del barrio, que implica la adhesión de sus habitantes a
un orden colectivo tácito, a una serie de signos sociales y códigos del lenguaje y al
comportamiento, los que, al ser transgredidos, devienen en tensiones y conflictos.
Otra noción que nos es de utilidad es la de conveniencia, actitud que implica la propia
gestión del comportamiento con la finalidad de pasar desapercibidos, de encajar en
el estereotipo vigente y de coexistir en este sistema en el que no es posible el
anonimato, pero tampoco, la obligación a la intimidad en las relaciones (Mayol,
1999).
La vida de barrio puede conllevar tensiones constantes en la medida en que es más
sólido y estereotipado su orden. Resulta relevante, además, observar los modos de
lealtad a los líderes, la manifestación del respeto a la autoridad, la desconfianza
hacia los extraños y los matices de tales comportamientos según las características
de las y los implicados.
El conflicto identitario en el barrio implica una otredad intolerable, una identidad
alterna negada, una tendencia a la homogeneidad y una imposibilidad de la
coexistencia de la pluralidad desde el común acuerdo. Se suele vivir mediante
experiencias individuales o grupales de discriminación o violencias diversas en la
cotidianidad barrial, relacionadas con el encarnar categorías sociales o la
manifestación de expresiones de identidades diferentes o antagónicas a ese acuerdo
implícito, más o menos, consensuado o impuesto en el propio barrio por quienes
encarnan alguna forma de poder. La práctica cultural del barrio representa una
práctica patriarcal en la que la otredad es representada por las identidades
disidentes. Cuando se acumulan o encarnan varias categorías ligadas a la disidencia

Ante Lezama. Quid 16 Nº 19, Jun. - Nov. 2023 11


o a la pluralidad, la vulneración se potencia y podemos hablar de un conflicto con
características interseccionales.
Pérez y Gregorio (2020) revisan distintos trabajos etnográficos que exploran el
miedo y la experiencia emocional del barrio y la ciudad desde una perspectiva de
género, apuntando hacia una generalidad contundente: los barrios representan
espacios hostiles para los cuerpos sexuados como mujeres o disidencias
sexogenéricas. El barrio representa para las mujeres y las disidencias un territorio
más de disputa, en el que lo que se disputa es la propia vida. Es en el propio barrio
en donde ocurren feminicidios, violaciones y muchas otras formas de violencia
patriarcal. Es el barrio, ese contexto inmediato de lo público, en donde se
experiencia una complicidad silenciosa en el abuso y la violencia.
El orden implícito en el barrio tiene cierto grado de permeabilidad. Algunos barrios
están en constante transformación o, incluso, pueden coexistir en un mismo espacio,
distintos órdenes. Ese orden puede concebirse como la tradición que está en
constante negociación. En la medida de su dinamismo, los distintos discursos
pueden tener cabida para mantener o transformar los modos de interpretación
hegemónicos y la identidad social (Fraser en Del Castillo, 2020).
En el barrio patriarcal también son posibles las resistencias que pueden estar
enmarcadas en la vida cotidiana como formas de contestación a las desigualdades y
violencias urbanas (Pérez y Gregorio, 2020). Algunas tienen que ver con ciertas
prácticas y usos del espacio entre mujeres o grupos juveniles que desafían la cultura
del barrio. Los barrios populares, muchas veces, representan espacios de
resistencia, de creatividad, de constitución de identidades, de mediación entre lo
privado y lo público y de socialidades más plurales (Martín-Barbero, 1991 en
Gravano, 2005).
La resistencia en términos de identidades hegemónicas y subalternas puede ser
concebida como una contraidentidad. Para Femenías (2020) la identidad y la
contraidentidad se simbiotizan y, a veces, son difíciles de separar. Si los discursos
hegemónicos son de antagonismo, la resistencia se potencia; si los discursos
hegemónicos son integracionistas, las identidades se fusionan. Para Della Porta y
Diani: “la habilidad para imponer definiciones negativas y estigmatizadas de la
identidad de otros grupos constituye, de hecho, un mecanismo fundamental de
dominación social” (2011: 144). El barrio, concebido desde esas coordenadas, es
también el campo de batalla entre identidades posibles, probables y negadas.

2.3 El conflicto por los comunes: el espacio compartido y el trabajo barrial de cuidados
Los comunes no son cosas, activos particulares ni procesos sociales, sino: “una
relación social inestable y maleable entre cierto grupo social autodefinido y los
aspectos de su entorno social y/o físico existente o, por ser creado, considerada
sustancial para la vida y pervivencia”. (Harvey, 2019: 116)
Para Gutiérrez (2021), es necesario concebir los comunes como la dinámica de las
relaciones y la transformación cultural de nuestra relación con la naturaleza que
implican un universo de actividades para el sostenimiento cotidiano, material,

Espacio Abierto. El conflicto barrial por desposesión… 12


afectivo y simbólico de la vida colectiva y que tienen un carácter político. Para la
autora, los comunes son la clave para organizar nuestra vida en sociedad, más allá,
del mercado y del Estado; representan una labor lejos de la lógica del trabajo
asalariado, una producción colectiva que toma distintas formas dependiendo de la
comunidad que se observe. Constituyen una relación social que enlaza a las personas
entre sí, a las personas con las cosas y, finalmente, a las personas a través de las
cosas. Los comunes en el barrio incluyen los bienes materiales e inmateriales, pero
también, todas las relaciones humanas en torno a esos bienes materiales.
Representan, además, la capacidad de trabajo para el mantenimiento de la vida
comunitaria, “el hacer concreto y cooperativo que se va tejiendo en
interdependencia con otros como condición de posibilidad de reproducción de la
vida en las ciudades”. (Navarro, 2016: 24)
El barrio, como espacio social y material, requiere de trabajo de cuidados y de
mantenimiento que recae en el Estado, en el mercado y en la comunidad barrial. El
trabajo en el barrio por los comunes tiene un carácter político (Gutiérrez, 2017,
2021). Lo común puede ser visto como estrategia y horizonte político de autonomía
y emancipación en contextos urbanos precarizados y profundamente desiguales
(Navarro, 2016). El hacer común en el barrio implica el responsabilizarnos de
nuestro propio futuro como comunidad anclada a un territorio y amenazada
constantemente por una lógica privatizadora, extractivista y precarizadora de la
vida cotidiana. El hacer común en el barrio incluye, también, hacer frente al
abandono institucional o a la insuficiencia de los servicios públicos; cuando tiene
lugar la organización vecinal para suplir un servicio público, esta significa una acción
política que no es activada por el gobierno, pero que promueve el asunto de
gobernar (Crenson, 1983 en Gravano, 2005).
El conflicto por los comunes en el barrio implica un ejercicio y poder desigual,
percibido como tal desde el punto de vista de los distintos individuos y grupos
involucrados (habitantes, Estado y mercado). Se manifiesta mediante formas de
imposición de proyectos o megaproyectos por parte de quienes ostentan la
dueñidad, que afectan a las y los habitantes del barrio; mediante imposiciones de
liderazgos locales en cuanto a la gestión común (sujetos generizados en masculino);
mediante cargas desiguales en el trabajo colectivo por el desarrollo del barrio que
tienen que ver tanto con violencias relacionales como con la exclusión de ciertos
grupos. El conflicto barrial por los comunes se manifiesta tanto de manera
intrabarrial como extrabarrial. Desde la óptica patriarcal y de la dueñidad, los
dueños lo son no solo de las personas, sino también, de la naturaleza y del espacio
común (Segato, 2016).
En el Foro Mundial de las Mujeres de 2004, se discutió la desigualdad de género
existente en el trabajo no remunerado y voluntario en las comunidades: “en
particular en los sectores más pobres y empobrecidos de nuestras ciudades es
realizado por mujeres, producto de la privatización y/o reducción de los servicios
públicos, y naturalizado como extensión del trabajo doméstico-privado asignado
históricamente a las mujeres” (Foro Mundial de las Mujeres, 2004: 199). Desde la
lógica patriarcal, tanto en el espacio público como en el privado, el trabajo de
reproducción de la vida y la comunidad es invisibilizado o desvalorizado como
trabajo y representa una esencia femenina.

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La mujer en tanto clase social, ha representado la figura administradora y
estructuradora del espacio privado, concretamente, la vivienda, pero se observa
también, que el barrio representa un espacio extendido del trabajo de reproducción
y de cuidados no remunerado y no reconocido, en el que se manifiestan lógicas de
explotación de género diferenciadas también en función a la clase y la raza o
etnicidad. El trabajo de los cuerpos feminizados por la gestión de los comunes ha
sido notorio y reproductor de dinámicas relacionales patriarcales. Hay una
explotación clasista, racista y generizada en la reproducción de la vida en el barrio.
Los comunes barriales pueden ser gestionados desde lógicas alternativas que
deberían ser suscritas por todas las personas transgrediendo sus barreras
genéricas, desde una política de los comunes, que Federici entiende como “las
diversas prácticas y perspectivas adoptadas por los movimientos sociales […] que
buscan mejorar la cooperación social, debilitar el control del mercado y el estado
sobre nuestras vidas, alcanzar un mejor reparto de la riqueza […] poner límites a la
acumulación capitalista” (2018b: 84). O como lo que Gutiérrez (2017) concibe como
la política en femenino, que implica una política que no busca la acumulación de
capital, sino su limitación; que no se propone la confrontación con el Estado ni su
ocupación o toma, sino que se afianza en la defensa de lo común; que plantea la
dislocación de la capacidad de mando e imposición del capital y del estado, buscando
dispersar el poder; que pluraliza y amplifica las múltiples capacidades sociales de
intervención y decisión sobre los asuntos públicos o que nos afectan a todos.
Gutiérrez (2021) invita a observar formas no estatales (tampoco necesariamente,
antiestatales) ya existentes en la diversidad de comunidades latinoamericanas, en
algunas comunidades indígenas, en los sectores populares y entre las mujeres
racializadas que ejercen formas de economía más sustentables. Para la autora, esas
formas han implicado la actualización de saberes antiguos y la adecuación de
saberes modernos, que producen modos creativos de gestión de lo común.
Navarro (2016) analizó una serie de experiencias de hacer común en las ciudades de
México y Puebla, que incluyen la organización por la defensa del agua, la creación de
una radio comunitaria, proyectos de arte político, un huerto urbano colectivo, etc.
Algunas de estas experiencias están situadas en un barrio en particular mientras que
otras, implican espacios más extensos. Muchas de las acciones de resistencia frente
a una lógica social que limita el hacer comunidad en el barrio y trabajar
colectivamente por los comunes, parecen tener un impacto muy pequeño, pero son
fundamentales y, en suma, pueden ser la estrategia más efectiva para hacer frente a
la crisis de los comunes.
El hacer común puede representar una apuesta antipatriarcal, anticapitalista,
antirracista, antiespecista y antidueñidad. El reconocimiento vecinal, el ejercicio de
la memoria del propio barrio y de sus habitantes, el desarrollo de capacidades
comunitarias para el análisis, el diagnóstico y el diseño de estrategias para la
solución de conflictos o para el desarrollo comunitario, representan prácticas
poderosas de hacer común; representan rutas posibles encaminadas a formas de
vida más libres, emancipadoras y con mayor igualdad. El barrio encarna un sistema
relacional conflictivo en cuanto a la gestión y disfrute de los comunes, pero muy

Espacio Abierto. El conflicto barrial por desposesión… 14


viable en cuanto a la acción colectiva y a la negociación por formas de gestión de lo
común más justas e igualitarias.

3. Modelo tipológico del conflicto barrial: conflicto por desposesión, por


identidad y por los comunes
Se propone un modelo tipológico del conflicto barrial en el que se plantean tres tipos
de conflicto imbricados en alguna medida: el conflicto por desposesión, el conflicto
por identidad y el conflicto por los comunes (ver Figura 1). Se explica cada uno de
forma esquemática. Se incluye una descripción general; se identifica su naturaleza,
es decir el contexto sociológico o psicosocial en el que se enmarca; la escala, o
alcance intra o extra barrial que implique el conflicto; algunos de los principales
actores involucrados, ello es, sectores sociales o con estatus de habitantes o no
habitantes del barrio; algunas de sus manifestaciones (tanto comportamientos
grupales como fenómenos abordados en los estudios urbanos) y ciertas reacciones
que pueden surgir a partir de su manifestación. Para hacer uso de este modelo con
fines analíticos, se sugiere observar cada uno de los elementos descritos
anteriormente, en el contexto del barrio estudiado.

Figura 1: Modelo tipológico del conflicto barrial.

Fuente: Elaboración propia.

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De manera transversal a los tres tipos de conflicto, el sistema patriarcal juega un
papel importante en tanto base primaria de la opresión y las desigualdades. Para
ello, se propone incorporar en el análisis la perspectiva de género haciéndonos la
siguiente pregunta: ¿qué hay de las mujeres en el contexto barrial que estamos
estudiando? De igual manera, se sugiere adoptar la sensibilidad analítica que implica
la perspectiva interseccional, ampliando la pregunta anterior a otras que permitan
observar las experiencias y la participación de las distintas corposubjetividades que
implican los ejes de desigualdad. El modelo propuesto se plantea como un prototipo
general que podrá usarse como punto de partida para estudios en distintas latitudes,
pero que requiere, para ello, de las adecuaciones pertinentes a cada contexto.

4. Conclusiones y discusión
La explotación productiva que implica el sistema capitalista, tiene como base una
explotación reproductiva mandatada por el sistema patriarcal; la imbricación entre
ambos sistemas se puede observar en la producción de lo urbano. El barrio como
acotación de lo urbano, reproduce tales sistemas. Las relaciones vecino-barriales
son relaciones patriarcales clasistas y racistas con una complejidad de actores
internos y externos diferenciados en las categorías que encarnan. Algunos de estos
actores representan lo que Segato (2016) plantea como la dueñidad, que amenaza
con desposeer y privar del derecho al barrio y la vida comunitaria a aquellos cuerpos
feminizados y desvalorizados por ese sistema sexo-genérico. La dueñidad se impone
frente a las personas, pero también frente a la naturaleza y frente a los comunes.
En el contexto del patriarcado capitalista y racista, algunas identidades valen y otras
no, algunas son despreciadas por las identidades que ostentan el poder a partir de
esquemas prejuiciosos y reduccionistas de la vida. En el barrio se generan lógicas y
dinámicas que constituyen una práctica cultural enraizada en las estructuras de
poder y desigualdad, construidas históricamente y esparcidas mediante un proyecto
colonizador y modernizador patriarcal. Las identidades feminizadas, racializadas o
que no se muestran silentes frente a una cotidianidad patriarcal barrial, representan
una amenaza a esa práctica cultural del barrio. En el barrio se pueden expresar
distintos niveles de conflicto ligados a la pluralidad de identidades posibles o
negadas. Resulta relevante preguntarnos qué experiencia barrial tendrán las
distintas corposubjetividades relacionadas con los múltiples ejes de desigualdad
planteados por la interseccionalidad en tanto sensibilidad analítica (Rodó-Zárate,
2021).
El trabajo para la reproducción del barrio, el cuidado y mantenimiento de lo común
y la capacidad de trabajar de forma colectiva por la colectividad ha sido parte de la
división sexual del trabajo que se percibe en las distintas estructuras sociales. El
trabajo de reproducción de la vida, sea en los hogares, en los barrios o en la ciudad,
ha sido realizado de forma predominante por cuerpos feminizados y racializados en
un esquema de explotación y expropiación. El trabajo de cuidados en el barrio
representa una expresión más del sistema patriarcal, el sistema de jerarquización
de las personas y de asignación de valores distintos, el sistema de la dueñidad que
despoja y niega el derecho a la vida para las mayorías.

Espacio Abierto. El conflicto barrial por desposesión… 16


El conflicto barrial en sus distintas manifestaciones tiene una dimensión de género
producto de la reproducción de las relaciones patriarcales en los distintos ámbitos
de interacción humana. Dicha dimensión ha sido escasamente analizada. Este
artículo contribuye a tal tarea de forma parsimoniosa. Sin embargo, resulta
fundamental complejizar el análisis y ponerlo a dialogar con estudios empíricos,
etnográficos y de caso, que permitan dilucidar esa dimensión con mayor claridad.

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