2 Borja Muxi&jorda Zaid
2 Borja Muxi&jorda Zaid
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INFRAESTRUCTURAS
Las infraestructuras son cada vez más competitivas y locales: ya no pretenden crear totalidades que
funcionen, sino hacer girar entidades funcionales. Ya no es una respuesta más o menos tardía a una más
o menos urgente necesidad, sino un arma de estrategia, una predicción: el puerto X no se agranda para
servir a un hinterland, sino para reducir las chances de que el puerto Y sobreviva al siglo XXI.
CULTURA
Sólo cuenta lo redundante. En cada huso horario hay, al menos, tres representaciones de Cats. La ciudad
era el gran coto de caza sexual. La ciudad genérica es como una agencia de citas: eficientemente
combina oferta y demanda. Hay progreso.
¿LA CIUDAD METROPOLITANA PUEDE SER CIUDAD? ¿SERÁN LAS REGIONES URBANAS LA NUEVA CIUDAD?
La evolución de muchas grandes ciudades parece condenar a reliquias del pasado la imagen de la ciudad
como espacio público. La segregación social y funcional, centros especializados, áreas fragmentadas, son
desafíos presentes en la ciudad a los que hay que agregar dos, cuya resolución es básica, como lo son el
territorio y la seguridad. Pero afrontar estos retos por vías directas y sectoriales, lleva a empeorar los
problemas más que a resolverlos.
Las zonas de baja densidad y pautas sociales de las clases medias, que priorizan al automóvil, acentúan
la segmentación urbana, promueven desarrollos urbanos guetizados, aumentan las distancias y
multiplican la congestión. Hoy, en las grandes ciudades, la ocupación del suelo crece más de lo que
crece la población en el mismo tiempo. El modelo al límite del absurdo es el de Sao Paulo en los 90. Más
autovías, equivalen a peor circulación y menos ciudad. Y a más policía en áreas residenciales y
comerciales, más inseguridad en espacios públicos y áreas suburbanas populares. Las ciudades europeas
son más resistentes debido a la consistencia de los tejidos urbanos heredados y a un tejido social menos
segregado. Las dinámicas de la ciudad emergente en las periferias, y de degradación o especialización de
los centros, expresan una crisis de la ciudad como espacio público.
La ciudad metropolitana no está condenada a negar la ciudad, sino que puede multiplicarla. Se debe
establecer una dialéctica positiva entre centralidades y movilidad y hacer del espacio público un
conector a través de los lugares productores de sentido.
El derecho a la centralidad accesible y simbólica, a sentir orgullo del lugar donde se vive y a ser
reconocido por otros, a la visibilidad y a la identidad, además de a disponer de equipamiento y espacio
público cercanos, es una condición de ciudadanía. También lo es el de la movilidad. Si los derechos de
centralidad y movilidad no son universales, la ciudad no es democrática.
De esta forma, hay que asumir y construír una ciudad de ciudades. Ciudades policéntricas y
plurimunicipales, en que el espacio público sea a la vez un articulador del tejido urbano regional o
metropolitano, y un elemento de cohesión física y simbólica de las áreas densas.
Es evidente que la deformación del urbanismo funcionalista que combina zonificación y privatización,
crea una ciudad emergente en que las piezas, productos, arquitectura de los objetos, sustituyen la
ciudad del intercambio y diversidad. La ciudad fragmentada tiende a ser una ciudad físicamente
despilfarradora, socialmente segregada, económicamente poco productiva, culturalmente miserable y
políticamente ingobernable. Es la negación de la ciudad.
Las ciudades, sobre todo americanas, crecen a la manera de Los Ángeles, con múltiples corazones
urbanos, que ya no tienen la apariencia de antiguos centros, sino que se toma más distancia entre
edificios. Estos nuevos centros urbanos se han denominado “Edge City”, porque contienen todas las
funciones de la ciudad tradicional, si bien pocas se reconocen como tales.
La ciudad es el producto cultural, la realización humana más copleja y significante de la historia, que
construimos y destruimos cada día entre todos, y lo es, fundamentalmente, por ser la maximización de
las posibilidades de intercambio. Ciudad, cultura y comercio son términos unidos. La ciudad es el lugar
de la ciudadanía, y la polis el lugar de la política como la participación en los asuntos de interés general.
Si la diversidad y el intercambio son dimensiones fundamentales, la “ciudad ciudad” es aquella que
optimiza las oportunidades de contacto, que apuesta por la diferenciación y mixtura funcional y social,
que multiplica los espacios de encuentro.
El urbanismo no puede pretender resolver todos los problemas de la sociedad. Roland Castro, decía que,
al menos, no debería de empeorarlos. Debemos considerar una dimensión decisiva de la ciudad: la
calidad de su espacio público, siendo este, el lugar de intercambio por excelencia y donde más se
manifiesta la crisis de la ciudad.
Muchos factores guían a la dispersión, pero otros, como el capital fijo polivalente, el tejido de pymes y
empresas de servicios a empresas, recursos humanos cualificados, la imagen de la ciudad, la oferta
cultural y lúdica, las oportunidades laborales, la diversidad de equipamientos y servicios y el ambiente
urbano, tiran hacia el otro lado. También es importante el hecho de que importante parte de los
colectivos sociales de la suburbanización, revaloren la ciudad a la hora de tomar decisiones de vida.
Además de estos factores económicos y sociales, hay otros culturales y políticos que explican la
revaloración: la ciudad es un patrimonio colectivo en que tramas, edificios y monumentos se combinan
con recuerdos, sentimientos y momentos comunitarios. Es, sobre todo, espacio público, y no parece que
quienes allí viven, puedan renunciar a ella sin empobrecerse.
Como daban a entender autores como Goethe, Shakespeare, Aristóteles y Louis Wirth, la ciudad se
caracteriza por la heterogeneidad de su gente, lo cual favorece lo imprevisible, introduce el desorden y
hace más posible la innovación. Para Habermas, la ciudad es, sobre todo, el espacio público donde se ve
el poder, donde se absorbe la sociedad y donde se materializa el simbolismo colectivo; un escenario, un
espacio público que cuanto más abierto esté a todos, más expresará la democratización política y social.
Entonces, tanto Habermas como Sennet, llaman la atención sobre dinámicas privatizadoras del espacio
urbano, como negación de la ciudad como ámbito de ciudadanía.
La diversidad posibilita el intercambio, y tiene como condición que haya un mínimo de pautas comunes
que posibiliten la convivencia. Ambos, el intercambio y el civismo, se expresan y necesitan el espacio
público, además de la transgresión, sin la cual no hay apertura al cambio.
La ciudad es, entonces, urbs, concentración de población y civitas, cultura, comunidad, cohesión. Pero
también es polis, lugar de poder, de la política como organización y representación de la sociedad,
donde todo y todos se expresa, hasta el conflicto, lo cual nos permite sentirnos ciudadanos. El espacio
público no es sólo la representación, sino también el escenario del cambio político.
LOS CENTROS
Las unidades territoriales son fuertes por la fortaleza de su sistema de ciudades. El espacio urbanizado
no es ciudad. El territorio articulado exige ciudades, lugares con capacidad de ser centralidades
integradoras y polivalentes, y constituidos por tejidos urbanos heterogéneos socialmente y
funcionalmente.
Reivindicar el valor de la ciudad es optar por un urbanismo de integración y no-exclusión que optimice
las libertades urbanas. Los desafíos urbanos para hacer ciudad sobre la ciudad y hacer efectivo el
derecho a ella, son los centros, tejidos urbanos, movilidad y como siempre, los espacios públicos.
En cuanto a los centros, en el caso de los centros antiguos, se puede optar por la dialéctica
conservación-transformación en lugar de la tradicional congestión-degradación. Los centros no pueden
ser ni monofuncionales ni deben servir para todo, sino que tienen que incluír sólo algunas funciones
predominantes, sin olvidar siempre la residencial, y han de ser fácilmente accesibles. Por otro lado, la
degradación se reduce por medio de estrategias que combinen la apertura de algunos ejes y espacios
públicos con acupuntura múltiple en los puntos críticos, combinando dichos espacios públicos con
actuaciones de renovación de viviendas, equipamientos culturales o educativos, promoción del
comercio, prevención de la inseguridad, etc. Para conservar un centro, hace falta la acción permanente
de transformación.
En la ciudad metropolitana, hay centros en la periferia. Estos no son solamente núcleos neurálgicos de la
vida urbana por su capacidad multifuncional y por producir un sentido integrador, sino que también son
el lugar de diferencia. Las ciudades se diferencian, sobre todo, por su centro, siendo mayor su
competitividad cuanto mayor sea su diferenciación del resto.
Los nuevos centros son necesarios para conservar los centros antiguos, para desarrollar nuevas
funciones y para estructurar la ciudad metropolitana. Es necesario inventarlos o potenciarlos en donde
la ciudad se encuentra con su periferia y en zonas obsoletas. Las pequeñas o medianas ciudades de las
regiones metropolitanas, ofrecen además, un potencial de centralidad, vieja y nueva, importante. En
ambos casos, se debe apostar por la accesibilidad, multifuncionalidad y monumentalidad. Las nuevas
centralidades se deben apoyar en una fuerte acción pública para contrarrestar sus efectos perversos, se
deben efectuar operaciones de cooperación pública y privada. El posterior desarrollo se deberá en gran
medida al mercado, pero lo esencial son los proyectos públicos que le impongan compromisos al mismo.
Para no favorecer la segregación y fragmentación social y espacial, los entes públicos deben tener claro
qué ciudad quieren construír y hacia dónde deben dirigir los esfuerzos, para incorporar en ellos a los
distintos actores sociales, económicos y productivos.
LA MOVILIDAD Y LA VISIBILIDAD
Una de las condiciones para que la ciudad sea democrática, es optimizar la movilidad y accesibilidad
para todos los ciudadanos. Además, el derecho a la movilidad, se debe complementar con el derecho a
la visibilidad. Como dice Pasqual Maragall, “Un gobierno democrático de la ciudad se debe
comprometer a encender algunas luces en todas las zonas oscuras”.
Una vez más, la heterogeneidad facilita el funcionamiento urbano y la integración sociocultural. Dicha
heterogeneidad se consigue tanto por medio de la residencia como a través del uso de los espacios
urbanos. Pero a menudo se hace lo contrario. Por eso, las políticas urbanas que favorezcan la mezcla
cultural, social y funcional, harán de la recuperación urbana una realidad y no un simulacro esteticista
de la ciudad.
La monumentalidad e identidad de cada tejido urbano es una exigencia social. Cuanto más problemática
sea una zona, más hay que invertir en ella. La estética es parte de la ética del urbanismo. Por otro lado,
la animación y seguridad urbana dan vida al ambiente urbano y son un factor importantísimo de
atracción y capacidad de integración. La seguridad urbana depende, sobre todo, de la presencia de
gente en la calle.
Urbanístico, porque el espacio público es el elemento ordenador del urbanismo, que puede organizar un
territorio capaz de soportar usos y funciones diversos, y de generar lugares. Debe ser un espacio de
continuidad y diferenciación, ordenador del barrio, articulador de la ciudad y estructurador de la región
urbana.
Político, porque el espacio público es el espacio de expresión colectiva, y todas las realizaciones que le
atañen, son susceptibles de un tratamiento urbanístico que genere espacios de transición, que
contribuyan a la creación de espacios de uso colectivo. Además, la ciudad exige grandes plazas y
avenidas, especialmente en las áreas centrales, en que puedan tener lugar grandes concentraciones
urbanas, sea cual sea su fin, sobre todo en las cercanías de edificios o monumentos que simbolicen
poder. De esta manera, se debe ampliar el espacio público hasta el interior de los edificios políticos y
administrativos que representan o ejercen poder sobre la gente; como mínimo hasta la planta baja.
Cultural, porque la monumentalidad del espacio público expresa y cumple diversas funciones: referente
urbanístico, manifestaciones de la historia y voluntad de poder, símbolo de identidad colectiva… Es uno
de los mejores indicadores de los valores urbanos predominantes. La gestión democrática de la ciudad
consiste justamente, en socializar la centralidad de calidad y monumentalizar las periferias
descalificadas. Pero la dimensión cultural del espacio público no se limita sólo a la monumentalidad y los
espacios no construídos, sino también al conjunto de edificios, equipamientos e infraestructuras de la
ciudad.
El espacio público es, antes que nada, una determinación político jurídica, pero también un producto del
uso social.
La producción de espacios públicos no solo debe formar parte de toda operación de desarrollo urbano,
sino que debe ser el elemento ordenador. Otras oportunidades para producir espacio público son:
* La consideración como espacios públicos de los espacios naturales o agrícolas en regiones urbanas.
* La utilización de áreas vacantes para entretejer la trama urbana periférica mediante parques
equipados y accesibles, nudos de comunicaciones, etc.
* La utilización de las nuevas infraestructuras de comunicaciones para generar espacios públicos y
suturar barrios en vez de fragmentarlos.
* La apertura de nuevos ejes en la ciudad, construídos para darle más monumentalidad a la vez de
desarrollar y articular sus centralidades y generar espacios públicos (lugares fuertes).
* La consideración como espacios públicos de calidad de infraestructuras y equipamientos
especializados, como estaciones, aeropuertos, etc.
Por todas estas cuestiones, es tan importante el debate ciudadano y la autonomía intelectual como ya
se ha repetido varias veces.