Francisco Pacheco, Sus Obras Artísticas y Literarias; Introduccion é Historia Del Libro de Descripcion de Verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables Varones Que Dejó Inédito (IA Franciscopacheco00asen)

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PACHECO Y SUS OBRAS
*
JOSÉ MARIA ASENSIO

FRANCISCO PACHECO
sus OBRAS ARTÍSTICAS Y LITERARIAS

INTRODUCCION
É HISTORIA DEL LIBRO

DE DESCRIPCION DE VERDADEROS RETRATOS


DE ILUSTRES Y MEMORABLES VARONES

QUE DKJÓ INÉDITO

SEVILLA
Imp. de E. RASCO, Ikistos Tavera i.'

1886
DOS PALABRAS

No se lian esíudiado todavía con la detención necesaria, y bajo nn pitnto


de vista histbr ico-filosófico, los orígenes de la aiitigua Escuela sevillana de Pin-

tura y Escultura. No se han investigado los clevic?itos que cntraroji en s7í com-

posición, las causas de sil rápido engrandecimiento y de su inmediata decaden-


cia; ni se ha fijado convenientemente su, influencia en el Arte español, su sig-

nijlcacion estética en la historia del Arte en general


¡sCjcál lutbiera sido la evolución natural y progresiva del Arte C7^istiano

si no se luLbiera efectuado la reacción al estudio del antiguo que despertó el

Renacimiento? ^- Trajo éste nn verdadero adelanto para el Arte, ó desnaturali-

zó su tendencia, haciéndole perder en ideal, y en carácter, en expresión y en


sentimiento lo queganaba en formas y en composición? Si nos contraemos á
mtestra España, si observamos la tendencia del Arte oi los fines del siglo XIV

y principios del XV, es posible que encontremos más apropiado al modo de


desenvolverse de aqitella sociedad el Arte cristiano con su seqiicdad de fo7'mas

pero con su exuberancia de sentimiento, síi misticismo, S7i ter7i7ira e7i la ex-

presión de afectos, q7te la riq7ieza estética exterior, riq7iísÍ77ta, bella, pero semi-
pagaiia que vÍ7io á infiltrar e7i ella el Renacimiento. La her77zos7Lra plástica

del Arte a7ttig7co no resp07idia bie7i al sentimie7ito qzie idealizaba las co7icepcio-

nes artísticas de la Edad Media, y tal vez todavía 710 ha pro7i7mciado la itlti-

7/ia palabra para j7tzgar coi77pe7isá7idolos las ve7itajas y los Í7ico7ive7iie7ites q7ie

prodzijera el Re7iacÍ7nie7ito hacie7ido q7ie los artistas del siglo XV, aba7ido7ia7i-

do S7CS p7^opios ideales, volviera7i la vista á los estzidios de la a7itigüedad clásica.


Porque no es posible in7agÍ7iar hoy C7iál hubiera sido el adela7ito del Arte
6 Dos Palabras

entregado d sus propias ftierzas en los albores de la Edad Moderna, annqne


bien podemos s7Lponcr que hubiera conservado carácter, expresión y vida pro-
pia, y que no htibiera permanecido estacionario, cuando ya habia proditcido
artistas co77io Antonio del Ri?icon, Juan Sánchez de Castro, Fernan-Ruiz y
Alejo Fernandez.
Este estudio, más delicado y profundo de lo que á primera vista parece,
como que está ligado con la apreciación general
y cientijica de la civilización
espaiwla durante los siglos XV, XVI y XVII, y con el injitijo que nuestras
Letras y nuestras Artes recibieran y conmnicaran á las demás Artes y Le-
tras de Europa, no se ha hecho todavía. Boscan, Garcilaso, Luis de Vargas y
otros hombres eminentes recibieron el impulso; Lope y Calderón, Velazquez y
Murillo lo devolvieron, haciéndose admirar en todas las naciones, aturdidas

entonces con el esti'uendo de nuestras armas victoriosas.

Ultimo resultado de tales apreciaciones, vendría á ponerse en claro cómo


esta Escuela sevillana, qtie se ha conocido, se ha admirado, pero no se ha esttc-

diado, fué en sti principio esencialmente italiana; influida después por los fla-

mencos, y elevada por el gejiio de los artistas andahues á igualar y competir

con las más famosas.


Al exponer su desenvolvimiento histórico y estético, veríamos bien delinea-
das, y colocadas en el lugar que á cada una corresponde, las figuras de Ville-

gas Marmolejo, de Luis de Vargas y de Francisco Pacheco, y también á

Torrijiano, á Pedro Frtitet, á Mateo Pérez dAlesio y al eminente Pedro Cam-


paña, y veríamos la evolución sucesiva del Arte, hasta su apogeo en los pince-

les de Velazqtiez y de Murillo, en las escjilturas de Roldán y de Juan Martínez


Montañés. Así acabaría de comprenderse toda la gra?tdeza y la importancia

de esta Escuela, que hoy hacen alarde y moda de despreciarla muchos de los

qne^^a^e llaman artistas; al paso que la admiran y la estudian, y hasta la

imitan, los extraños.

En el grupo principal de ese extenso cuadro, habrá de ocupar im lugar

preferente Francisco Pacheco. Hombre de doctrina y de ejecución, enseñaba

con sus lecciones y con su ejemplo. Sabio y respetado; unido en estrecha amis-

tad con teólogos y literatos, siendo él también artista, literato y poeta; maestro

de Alonso Cano y de Diego Velazquez, tuvo grandísima influencia en el Arte,

y escribió libros tan estimados hoy como sus lienzos.

El único objeto de esta Introducción es que pueda apreciarse debida-

mente al autor, y comprender la importancia del LIBRO DE RETRATOS.


PARTE PRIMERA

APUNTES BIOGRÁFICOS

PARTE SEGUNDA

EL LIBRO DE RETRATOS
FRANCISCO PACHECO
Y SUS OBRAS

PAR TE PRIMERA
APUNTES BIOGRÁFICOS

La casa del Ldo. Francisco Pacheco, docto Canónigo de la Santa Iglesia


de Sevilla, y Capellán Mayor de la de los Reyes, era el centro donde se reunían
en las largas veladas del invierno las personas más graves, más importantes )•
más instruidas de la ciudad, con el fin de pasar algunas horas en aprovechadas
tareas, y conversaciones de apacible entretenimiento.
^
Era por el mes de Diciembre del año 1583. A tarde breve y desapa-
la

cible sucedía una noche fi-ia, lluviosa. Sin embargo, desafiando los rigores de

la estación, muchas personas de avanzada edad y de respetable continente iban


llegando unas en pos de otras á la morada del ilustre Prelado. De vez en

cuando alguna pesada carroza se detenia ante la puerta, y las señales de res-
peto y atención de los sirvientes atestiguaban la dignidad del recien llegado,
que pausadamente abandonaba el coche, y penetraba en la casa seguido por
escuderos y lacayos. Mezclados con tan graves sugetos, concurrían también
apuestos y gallardos mancebos, que en són de alegres camaradas llegaban
conversando, riendo, alborotando, y que abandonaban sus bulliciosas demos-
traciones al tocar los umbrales del señor Canónigo, para entrar desde luégo
con más soseQ-ado continente.
El motivo que en aquella noche los congregaba, haciendo que menos-
preciasen la crudeza de la temperatura, era en verdad de cierta magnitud é
importancia. Hacía ya algún tiempo habia fijado su residencia en las orillas del
lO Pacheco y sus Obras

Guadalquivir un famoso pintor venido de Italia; sus obras habían sido muy
celebradas por los inteligentes; habia tenido la fortuna de ejecutar con rara
perfección los retratos de muchos caballeros y damas de la primera nobleza,
y el Cabildo Catedral le habia encargado que pintase al fresco, en uno de los
inmensos tableros cercanos á la puerta lateral que de la Iglesia dá salida á la

casa Lonja, la imagen de San Cristóval de tamaño colosal.


El artista aceptó el encargo con satisfacción, nó tan sólo por mostrar la

manera hermosa é inalterable de pintar al temple que en Italia usaban los


buenos pintores, tomada de los antiguos, cuyas obras se conservan á través
de ios siglos, como las que se ven en Sevilla la Vieja ó Itálica, cuyos colores
están fresquísimos (i), sino también por el noble deseo de que en la suntuosa
Basílica de Sevilla quedara una obra de su mano que recordase su nombre á
las generaciones; y en aquella noche debia presentar á la reunión los grandes
cartones que habia dibujado, para hacer por ellos más tarde el trazado de
la fiofura.

Era ésta la mayor de que en obra de pintura se tiene noticia en España,


puesto que mide treinta piés, ó sean diez varas castellanas, desde la parte
superior de la cabeza del Santo hasta el pié que coloca fuera del agua, no
siendo posible extender por completo el cartón en la sala donde se reunia la

tertulia del canónigo Pacheco, ni que hubiera luz á propósito que lo iluminara
por igual, ni punto de vista conveniente; y por estas razones el artista habia
llevado en su cartera algunos dibujos pequeños, tan bien acabados, oscure-
cidos y plumeados ccn la misma destreza que el grande, para que en todos
sus detalles pudiera ser apreciado el trabajo.
El Canónigo, como designado por el Cabildo para vigilar y presidir la

ejecución de la obra, dió interesantes noticias sobre ella á sus ilustrados ami-
gos, deteniéndose muy de intento sobre las singulares prendas del pintor, el
señor Mateo Pérez de Alesio, que de este modo fué presentado á todos de la
manera más natural }' más honrosa. Los dibujos comenzaron á circular al

mismo tiempo de mano en mano, no escaseando los elogios, ni faltando pláce-

mes al artista, cjue los recibía modestamente, y los aplausos al Cabildo por su
feliz pensamiento.
En tanto que todos hablaban, formando corrillos entre sí los más ínti-

mos, y de los cartones de Mateo Pérez de Alesio pasaban unos á discutir la

historia del Santo con los padres maestros Fr. Juan Farfan, de San Agustín, y
Fr. Juan de Espinosa, de San Pablo, y otros con el maestro Francisco de

Medina, con Diego Jirón y con Francisco Pacheco discutían sí debia escri-
birse Cristóval ó Cristóbal, un mozo como de quince años, poco más ó ménos,

(i) Se encuentra esta curiosa noticia á la pág. 32, lib. I, cap. IV, del Arte de la Pintura, escrito por

Francisco Pacheco. Téngase presente que todas las veces que en estos estudios se cita esta obra nos referimos

á la edición pn'nciiic hecha en Sevilla por Simón Faxardo en 1649.


y

Pacheco y sus Obras

se había apoderado de uno de los cartones, y colocándose á muy buena luz


debajo de una cornucopia alumbrada por tres grandes bujías, se quedó absorto
en la contemplación del dibujo.
Largo rato permaneció en aquel mismo sitio sin variar siquiera de pos-
tura, y tan abstraído en su estudio, que llegó á despertar la curiosidad. Algu-

nos de los concurrentes que en él fijaron las miradas advirtieron á otros, y con
semblantes tan risueños como afectuosos formaron todos un apretado semi-
círculo al rededor del joven, que ni áun sospechaba la atención de que era
objeto.
El canónigo Pacheco fué quien rompió el silencio, diciendo en alta voz al
P. Pineda, de la Compañía de Jesús:
— No juzgo que parecen mal á mi sobrino los perfiles del señor Mateo;
cualquiera diria que quiere devorarlos con la vista, ó tal vez aprendérselos de
memoria.
Levantó el mozo la cabeza, cubrió el rubor sus mejillas al verse blanco de
tantas miradas, paseó la suya por la respetable concurrencia y, un tanto re-
puesto de su sorpresa, contestó:
— Mucho me ha llamado la atención efectivamente este dibujo de San Cris-
tóval, y procuraba conocer todos sus primores, en la esperanza de poder
igualarlos alguna vez.
— Muy bien respondido, hijo mió, — dijo otro de los concurrentes; —
bien enseña tu deseo lo mucho que de tu aplicación puede prometerse tu exce-

lente maestro Luis Fernandez.


— No es que promete Francisco, señor Luis de Vargas, sino que ya eje-
cuta muy notables dibujos, que holgaré mucho vea vuesa merced, que tan
severo es en este ramo del arte, y tanto bueno acaba de ver en Italia.

— Pues si tanto me complacen, como lo espero, los adelantos del sobrino


de nuestro señor Canónigo, estimularé su afición ofreciéndole para que la con-

serve una verdadera joya, un dibujo de la propia mano de Rafael de Urbino,


que me
regaló Ferino del Vaga, y que }'o regalaré á mi vez á Francisco Pa-
checo, con la vénia de su señor tio.
Saltaron de gozo los vivos ojos del mancebo al escuchar tan lisonjera
oferta, y el Canónigo se apresuró á dar las gracias á Luis de Vargas, aña-
diendo:
— Y permitiré que Francisco acepte el dibujo que se le ofrece, si leyere á
satisfacción de los doctos maestros que presentes están, una inscripción latina
que para poner al pié del San Cristóval, que ha de pintar el señor Mateo
de Alesio, he concluido hoy mismo; pues bien saben todos mis amigos que yo
le dedico al estudio de las letras humanas, miéntras él por vocación busca
natural esparcimiento en el cultivo de las artes.
— Bien se perfecciona y completa el estudio con el arte, así como éste
Pacheco y sus Obras

presta á aquél mayores encantos. Por lo cual debemos estimular los buenos
deseos de nuestro Francisco; que bien será nos lea los dísticos de su señor
tio, para dar así feliz remate al conocimiento de la pintura de San Cristóval
dijo Vargas.
—Pues sea luégo, — repuso el Canónigo; —y ya que por las malas condi-
ciones de esta casa morada no hemos podido contemplar á una sola vista toda
la figura en su gran tamaño, sepan hemos convenido con el señor Teniente
Asistente del Real Alcázar que el cartón grande quede expuesto por algunos
dias en uno délos salones bajos, para que sea posible examinarlo (i). Oigan
vuestras mercedes la inscripción, y háganme la de indicar sin reparo cual-
quier palabra que disuene.
Tomó Francisco Pacheco un papel de manos de su tio, y leyó:

DEO SACRUM.
CHRISTIFER EST, FORTISQUE GIGAS, CUI LUCET CUNCTI
IN TENEBRIS OPEROSA FIDES, LARVASQUE MINACES
NON TIMET, ATQUE ULLIS RERUM IMMERSABILIS UNDIS:
NITITUR USQUE DEO: TALEM TE MAXIME DIVUM
CREDIMUS, EXEMPLUMQUE PUS AD LIMINA TEMPLI
PONIMUS, ET MERITIS ARIS ADOLEMUS HONORES
A. CID. 10. xxc. mí.

Muy elegante y expresiva inscripción; y habiendo mani-


celebrada fué la

festado alguno de los que presentes se hallaban el deseo de que por honra de
nuestra lengua, y para que de todos fuese comprendido y apreciado el mérito,
se pusiera en versos castellanos, encargóse de hacerlo el jóven D. Francisco
de Rioja, casi de la misma edad que el lector (2), quien al cabo de breve espa-
cio leyó á los concurrentes la siguiente traducción:

Cristóval, i fortissimo Gigante


es, á quien caminando en las tinieblas
la Fé, de maravillas obradora,
amanece: no teme de las sombras

(1) «I para el San Christóval que tiene pintado en esta Santa Iglesia, i acabó el año de 15S4, hizo

>muchos debuxos pequeños (i yo tengo uno) i el cartón del mesmo tamaño, nó sólo los perfiles, pero mui bien

>! acabado, oscurecido i plumeado, con gran destreza. I lo tuvo puesto en una gran sala del Alcágar Real desta

» ciudad (donde yo lo vi siendo mo(o), i es la mayor figura de pintura de que se tiene noticia en España, pues

«tiene 30 piés de alto.»

Arte de la Pintura, pág. 336, lib. III, cap. I.

(2) Aunque el docto bibliógrafo D. Cayetano A. de la Barrera, en su precioso libro, Poesías de Don
Franciseo de i?/fy«,— publicado por la Sociedad de Bibliófilos Españoles (Madrid: M. Rivadeneyra, 1867) indica

el nacimiento de Rioja en los años 1579 ó 1580, nosotros creemos que debió nacer muchos antes, pues alcanzó

muy larga vida, y su amistad con el pintor Paclieco empezó en los años de su infancia,
— —

Pacheco y sus Obras 13

las vanas amenazas, ni anegarse


en las ondas inmensas de las cosas:

estriba siempre en Dios. Tal te creemos,


ó grande entre los Santos, i del Templo
te ponemos, exemplo á los piadosos,

en los sacros umbrales, i á tus aras


ofrecemos onores merecidos.
Año 1584.

Tal fué el agradable final de la reunión de aquella noche.

II
El joven Francisco Pacheco, sobrino del canónigo del mismo nombre,
recibía educación al lado de este hombre eminente, que tanto cuidaba de cul-
tivar su inteligencia, como de proporcionar el más entero desarrollo á sus natu-
rales facultades.
Su historia es la que vamos á trazar con cuanta exactitud y claridad sea
posible, teniendo en consideración la falta de documentos y la confusión de
algunos datos de los que hemos de aprovecharnos por necesidad
Se cree que Francisco Pacheco nació en Sevilla, aunque no hay funda-
mento sólido en que apoyar la afirmativa, en el año 1568, ó tal vez uno ó dos
ántes (i). No consta el nombre de su padre, ni el de su madre, sabiéndose

(i) Una ligera reseña cronológica, con indicación de las fuentes, servirá de clara comprobación á las

afirmaciones que en el texto se consignan.

Pacheco nació en 1568, ó más bien con alguna anterioridad.

1500. — Tenía ya por padre espiritual al jesuita P. Gaspar Zamora, que murió en 1621, después de ha-

berle confesado cuarenta años. Lo dice el mismo Pacheco en el Arte de la Pintura.... Sevilla; Simón Faxardo,
1649. — Lib. II, cap. IV, pág. 216.

1583. — Entró en la Hermandad de Nazarenos de la Santa Crui en Jerusalen. — También lo dejó consig-

nado Pacheco en la Dedicatoria de la Conversación entre un Tomista y un Congregado.


1587. — Muerte del P. Rodrigo Alvarez, y entierro.... «donde me hallé,» y á su retrato hizo versos. — En el

Libro de Retratos.

1593- — Consultó al maestro Fr. Juan de Espinosa sobre la Degollación de San Pablo.... «que o¡ tengo
ídebuxado en vitela, i es el debuxo mió de mayor reputación. « Arte de la Pintura.... Lib. II, cap. I, pág. 176.
1594- — Piutó uno después de otro cinco estandartes para las flotas de Nueva España, en tiempo de don
Francisco Duarte. Arte de la Pintura.... lÁh. III, pág. 400.
No es necesario continuar. Todos estos recuerdos se combinan perfectamente con lo que dice el autor en
el mismo Arte de la Pintura..,, lib. III, cap. XI, pág. 470: «servirán mis avisos de saludables consejos en 70

¿años de edad.;-— El Arte de la Pintura estaba terminado por Pacheco ántes del año 1638, según noticia de don
14 Pacheco y sus Obras

únicamente que aquél era hermano del Canónigo, que probablemente fué su
padrino en la fuente bautismal, y le dió su nombre.
Es conjetura muy verosímil que el joven Pacheco perdió á sus padres
siendo todavía niño, y desde aquellos primeros años vivió al lado de su tio.

Atendiendo á sus naturales disposiciones, y al mismo tiempo que recibía ins-


trucción literaria, le puso el docto Canónigo al lado del pintor Luis Fernandez,
para que adelantara en los principios del arte aprendiendo el dibujo y amaes-
trándose en el colorido.

Nada hay que no sea rigorosamente histórico en el cuadro que hemos


trazado al principiar. Pacheco habla en el Arte de la Pinhira de haber visto
expuesto en un salón del Alcázar el cartón de gran tamaño que hizo Mateo
Pérez de Alesio para estudio del San Cristóval, en 1584: y asegura que con-
servaba uno de los pequeños dibujos del mismo.
En el taller de Luis Fernandez aprendió las primeras lecciones del
arte cuyas reglas estaba llamado á escribir, y á cuyo decoro y propiedad debia
consagrar mucha parte de sus estudios. Probablemente en el taller mismo de
su maestro recibió encargo para pintar uno después de otro, desde el año 1 594,
cinco estandartes reales para las flotas, en tiempo de D. Francisco Duarte; los
cuatro para las de Nueva España, de á treinta varas, y el postrero para Tierra
Firme, de cincuenta, todos de damasco carmesí.
Su descripción es curiosa por más de un concepto y digna de ser con-
servada (i).

«Pintábale cerca del asta un bizarro escudo de armas Reales, con toda la
» grandeza y magestad posible, enriquecido, á oro y plata, y de muy finos cole-
ares, todo á óleo. En el espacio restante, hácia el medio círculo en que rema-

»taba la seda, le pintaba el Apóstol Santiago, Patrón de España, como el

» natural, ó mayor, armado á lo antiguo, la espada en la mano derecha levan-

»tada, y en la izquierda una cruz, sobre un caballo blanco corriendo; y en el

» suelo cabezas y brazos de'moros. Demás de esto se hacía una azenefa, por
«guarnición en todo el estandarte, de más de cuarta de ancho en proporción,
fcon un romano de oro y plata perfilado con negro y sombreado donde con-
í venia; la espada
y morrión, de plata; la empuñadura, riendas, tahalí, estribos

Juan A. Cean Bermudez, y retrocediendo desde éste los setenta que señala, encontramos el de 1568 como fecha

probable de su nacimiento.

Tomándola como punto de partida, tendria el autor doce años cuando empezó á confesarse con el P. Za-

mora; quince cuando se asentó por hermano en la de la Santa Cruz en Jerusalen, y vió siendo inozo los cartones

para el San Cristóval de Mateo Pérez de Alesio en los salones del Keal Alcázar; diez y nueve cuando hizo los ver.

sos jiívcniks al P. Rodrigo Álvarez; veinticinco cuando ya tenía importancia y juicio para consultar con padres

tan graves como Fr. Juan Espinosa sobre asuntos de propiedad en las pinturas, y hacer sus mejores dibujos.... y

r.sí en los demás. En todos estos casos, si bien se medita, más se nota falta de edad que no sobra, y nos sentimos

inclinados á afirmar que quizá nació ántes el artista.

( I ) Arte de la Pintura, pág. 400.


»

Pacheco y sus Obras 15

j>y otras guarniciones y diadema del Santo, de oro; y lo demás pintado á óleo,
»con mucho arte y buen colorido.... Apreciábase la pintura en más de dos-
» cientos ducados, según la calidad y coste que tenía.
Ya año 1598 fué elegido para pintar con otros maestros el sun»
en el

tuoso túmulo que en la Catedral de Sevi'la se levantó para celebrar las honras
del rey D. Felipe II; gran fábrica, que inmortalizó Cervantes con un soneto
tan cáustico é intencionado como lo pedian los graves disgustos que entre
altas potestades, y por leve causa, se promovieron durante la ceremonia.
Las historias que en el túmulo le cupieron, y entre ellas la de la reina doña
Ana, mujer de D. Felipe II, y la de la reina Catalina, mujer de Enrique VIII
de Inglaterra, «sobre un color de ocre las iva debuxando con carbones de
» mimbre, i perfilando con una aguada suave, i oscureciendo y manchando á
limitación del bronze, y realzando con jalde y yeso las últimas luces.»
Ya en este tiempo, llegado á los treinta años de su edad, y con la pro-
tección de su tio, habia logrado el artista gozar de gran concepto y reputación
en la ciudad. Contribuía también á ello, sin duda alguna, la bondad de su ca-
rácter, la formalidad de su trato, la piedad de sus sentimientos, además de su
ilustración y buen juicio.

Desde el año 1583 era hermano de la de la Santa Cruz en Jerusalen, si-

tuada en San Antonio Abad, como el mismo autor lo dice, dedicando á la

Hermandad uno de sus trabajos literarios.


Murió cuatro años después uno de los varones más estimados en la Com-
pañía de Jesús, y de más alto concepto en la ciudad de Sevilla. Acudió á su en-
tierro «donde me hallé, dice el mismo Pacheco (i), innumerable gente....» y
luégo concluye: «á cu)'o retrato.... hize ejitónces estos versos juveniles, aten-
»diendo más á la devoción que á la elegancia.» El entierro del P. Rodrigo Al-
varez tuvo lugar el dia 1 4 de Abril de 1587.
De la profundidad de los estudios de Francisco Pacheco tenemos muchas
pruebas; siendo notable rasgo el que él mismo refiere en su Arte de la Pintu-
ra (2) sobre el cuadro de la Degollación de San Pablo: «queriendo hazer un
»debuxo de invención, para pintar en cierta competencia la Degollación del
» Apóstol San Pablo (que oi tengo debuxado en vitela, i es el debuxo mió de
» mayor reputación), i buscando cosas que fuesen conformes á la verdad, co-
»muniqué en San Pablo de Sevilla al doctísimo Maestro frai Juan de Espinosa,
»de la órden de Santo Domingo.... Passó así, dice Pacheco, el año 1573.»
En el de 1599 tuvo encargo de pintar dos santos de cuerpo entero, San
Francisco y San Antonio, para dos altares laterales en la iglesia de un convento
de Lora del Rio. Uno de ellos, el San Antonio, firmado — FRAN. PACIECVS.
1599. — enriquece desde el año 1861 la colección del autor de estos Apuntes.

( 1) Véase en el Libro de Retratos el Elogio del P. Rodrigo Alvarez.

(2) Pag. 176.


i6 Pacheco y sus Obras

En este mismo año falleció, ya en edad muy avanzada, el canónigo Fraji-


cisco Pacheco, á quien el artista habia tenido por segundo padre, que fué su
guia y protector en su carrera, y á quien ciertamente debió la vastísima instruc-
ción en ciencias sagradas que tanto se revela en todas sus obras (i).

(i) No fué el Licenciado Pacheco natural de Sevilla, aunque equivocadamente lo afirmaron don Nicolás
Antonio en su Biblioieca y Arana de Varflora en sus Hijos ilustres de esta Ciudad. Nació en la de Jerez de la Fron-

tera en el año 1535, donde habia casado su padre Hernando de Aguilar Pacheco, procedente del lugar de Villase-

vil en el Valle de Toranro, con Elvira de Miranda, de familia antigua jerezana. Educóse en Sevilla, de cuya Patriar-

cal Iglesia fué Canónigo y Capellán mayor de la de los Reyes, y Administrador del Hospital de San Hermenegil-

do, fundación del Cardenal Cervantes (vulgo de los heridos). Estimáronlo mucho sus conciudadanos, no sólo por

sus letras y erudición, sino por su acendrada piedad. Arregló el Rezado propio de los Santos de Sevilla, y proyectó

escribir su Historia eclesiástica, á cuyo efecto reunía copiosos materiales, cuando le sorprendió la muerte, dejando

sólo como parte de ella terminado el Catálogo de los Arzobispos de Sevilla, que conserva el Cabildo en su Biblio-

teca. Otra de sus obras, también MS. porque ninguna logró la imprenta, existia original en la Biblioteca del Semi-

nario Real de San Isidro de Madrid.

Como escritor latino, así en prosa ó en verso, dejó el Canónigo Pacheco muestras tales, que hacen impere-

cedera su fama. Además de la inscripción de la Giralda que hemos copiado y de la del San Crisióbal que vamos á
hacerlo, entre otras recordaremos las elegantísimas en dísticos de la Sala ante Cabildo de la Catedral, y muchas
de las del famoso Túmulo que levantó Sevilla para las Exequias de Felipe H, que no há mucho tiempo con la

Descripción publicamos.

Brilla entre las de este libro el Epigrama en seis dísticos que Pacheco puso en uno de los frentes de la cuna

sepulcral, que contienen compendioso y completo elogio del gran Monarca español. Tradüjola también con elegan-
cia incomparable en verso libre Francisco de Rioja y copióla el erudito pintor FRANCISCO PACHECO, educado por
su tio, en su famoso Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, que original

]iosee nuestro queridísimo amigo, compañero y auxiliar desde hace muchos años en nuestras aficiones literarias,

dun José María Asensio y Toledo.

Murió Francisco Pacheco de sesenta y cuatro años, el diez de octubre de 1599. Fué sepultado frontero á

la Capilla de la Antigua, y se le puso losa con digno epitafio latino, que se quitó al hacer allí grande obra en

tiempo del Arzobispo Salcedo. Copióla, sin embargo, el Canónigo Loaysa entre sus Lnscripciones sepulcrales del

suntuoso templo, y también la trae Ziíñiga en sus Anales. El epitafio terminaba con estos dísticos:

SIT PAX AETERNA SEPULTO.


PACCIECUS YACET HIC, ROMANAE GLORIA LINGUAE.
ELOQUIO INSIGNIS, CARMINE CLARUS ERAT.
HOC UNO MERUIT FOELIX HISPANIA LAUDIS.
APRINUM QUIDQUID, MANTUAE QUIDQUID HABET.
Eterno sea el descanso á el aquí sepultado.

Yace aquí Pacheco, gloria de la lengua latina

insigne en la elocuencia, claro en la poesía.

Por él mereció España cuanta alabanza se

da á Arpiñas y Mántua.

Esta fioiicia del canónigo Pacheco fué publicada por el docto catedrático B. Francisco de B. Palomo, en

su obra titulada Historia crítica de las riadas ó grandes avenidas del Guadalquivir en Sevilla, qtie por desgracia

quedó sin concluir al fallecimiento del autor. Al insertarla pagamos tributo á su gran erudición yá la inalterable

amistad que nos unió por más de treinta aíios.


Pacheco y sus Obras 17

Por este tiempo, en los últimos años del siglo XVI, contrajo matrimonio
Pacheco con D.^ María del Páramo Miranda, cuyo retrato consta que hizo en
una tabla redonda, y el mismo artista lo calificaba por el mejor de cuantos ha-
bla hecho. No se sabe tuviera más sucesión que una hija llamada Juana, que
en el año 1618 contrajo matrimonio con el famoso Diego Velazquez.
En el último año del siglo XVI fijé elegido por el santo varón Fray Juan
Bernal para pintar los cuadros del claustro del convento de la Merced, en unión
con Alonso Vázquez. El mismo autor lo expresa así en el Libro de Retratos,
y en el Arte de la Pintura, pág. 384. En estos cuadros dejó Pacheco los re-

tratos de várias personas notables que le sirvieron de modelos, y entre ellos los

de Fray Juan Bernal y Miguel de Cervantes (i).


Su excelente amigo y protector, D. Fadrique Enriquez de Ribera, tercer
Duque de Alcalá, le encargó en el año 1603 pintara para un camarín de su pa-
lacio varios pasajes de la fábula de Icaro, al temple sobre lienzo; y para el ora-

torio otras obras de historia sagrada, que aún se conservan.


Al empezar el siglo XVII estaba ya muy extendida la fama de Francisco
Pacheco. La nombradía de sus cuadros no eclipsaba la de su doctrina; el pin-

tor no hacía olvidar al literato, ni éste al poeta. El talento, el buen juicio, la

erudición de Pacheco corrían parejas con su habilidad; y así contribuía con un


gran elogio en verso, ensalzando á Juan de la Cueva, para que se insertara al

frente del poema Conquista de la Bética, como defendía el compatronato de


Santa Teresa contra D. Francisco de Quevedo, y las prerogativas de los pin-
tores contra el célebre escultor Juan Martínez Montañés; ó tomaba los pinceles
para ejecutar la magnífica efigie de San Miguel, que aún se conservaba en la igle-

sia del colegio de San Alberto, y era una de sus más valientes creaciones (2).
Al mediar el año 16 16 fué nombrado Francisco Pacheco alcalde vee-
dor del oficio de pintores, en unión con Jua7i de Uceda (3); cuyo cargo jura-
ron ámbos en el cabildo de 1 6 de Julio de aquel año, después de una ligera
contradicción por haberse verificado el acto de la elección ante un escribano
que no era de los del Cabildo (4).

(1) Nuevos documentos para ilustrar la vida de Miguel de Cervantes Saavedra. — Sevilla; Geofrin, 1864.
(2) Después de la revolución de 18 de Setieinlsre de 1868, este precioso lienzo fué quitado de su lugar

y conducido á Lóndres para ser puesto en venta por los que ostentaban el derecho de patronos de la capilla. El

cuadro no se vendió entónces; hoy no sabemos su paradero.

(3) Probablemente sería Juan de Uceda Castroverde, discípulo de Roelas, y autor de la Sacra Familia
que estaba en la iglesia de la Merced, y hoy en el Museo Provincial, señalada con el nüm. 205, que está firmada

en 1623.— Hubo otro Juan de Uceda que pintó el momtmento de Semana Santa en 1594, según noticia que comu-
nicaron del Archivo Eclesiástico de Sevilla á D.Juan A. Cean Bermudez.

(4) Archivo Municipal de Sevilla.— Escribania 2.^ de cabildo á cargo de Franco. Torres Correa,

Escribano.

Cabildo del viernes primero de Julio de 1616.

Veedores del oficio de pintores.— Leí dos títulos de los Sres alcaldes del crimen de la rreal au-

3
Pacheco y sus Obras

III

Antes de llegar á esta altura en su carrera artística, comprendiendo Pa-


checo la necesidad de ampliar sus conocimientos, de completar sus estudios en
el arte con la de los más renombrados maestros y el
comparación de los estilos

progreso de otras escuelas, emprendió un viaje á Madrid, y allí se estableció


durante el largo espacio de dos años (i). Entregado por completo á su voca-
ción,y con ancho campo á sus aficiones, pasó la vida entre pintores y poetas,
consagrando sus desvelos al estudio del arte en las obras maestras que ántes
le eran desconocidas.
Era el año de 1 6 1 1

diencia de esta ciudad por los quales nombran por alcaldes veedores de los pintores á Francisco Pacheco y ynan
de Usseda vecinos desta ciudad refrendados de xpoval alfonsi secretario del Crimen soff* á vte y siete de Julio
deste año en questamos.

acordóse de conformidad quel Sr. D. gaspar de alcocer Veyuticuatro y pror. mor. sepa y se informe como

se an despachado estos dos títulos y hecho la elección ante Juan zamora y en nombre de la ciudad haga las

diligencias que convengan para que se traiga á ella y aviendolo visto provea lo que mas conbenga.

ñliercolcs veinte dias del mes de Julio.


1616.

Alcaldes \ eedores de los pintores. — Leí los títulos que de los alcaldes de la Real audiencia desta

ciudad tienen de alcaldes veedores del oficio de los pintores Juan de Usseda y Franco, pacheco Pintores y el

acuerdo de la ciudad de viernes primero dia deste preste raes y el parecer que en su virtud del da el Sr. D. gaspar

de alcocer veynticuatro y pror. mor. con parecer del ledo. Enrrique duarte y dió fee hemando de.bocanegra que
llamó á Cabildo y son las nueve.

acordóse de conformidad que se reciban y entren en este cabildo y juren y se les notifique á los pintores

que de aqui adelante hagan esta elección ante uno de los escribanos del cabildo con pena y apercibimiento que

la ciudad no los recivira si no viniesen desta forma y la pena sea de diez ducados aplicados para los pobres de la

cárcel los cuales se entreguen á los caballeros diputados y administrador de la cárcel para que los repartan en la

forma que les pareciere.

Y en cumplimiento del acuerdo de la ciudad entraron en este cabildo francisco pacheco y Juan de Usseda

alcaldes de los pintores y juraron por Dios ntro. Sor y por la señal de la cruz de usar sus oficios guardando el

servicio de Dios ntro. Sor y de su magd y ordenanz.as de sus oficios y en todo lo que deben y son obligados y

dijeron si juro y amen y quedaron recividos y les notifique á los susodichos el acuerdo de la ciudad en que

mando no tiagan otra vez esta elección si no fuere ante uno de los escribanos del cabildo con la pena y aperci-

l'.imiento que se contiene en el dicho acuerdo y fueron testigos gerónimo mendez de acosta escrivano, y her-

nnndo de bocanegra portero.


(i) «Esto hacen los de Castilla, i yo lo he visto en Madrid (aquellos dos años que allí viví). Arte de la

'
rinlura, pág. 361.
Pacheco y sus Obras 19

Opinan muchos que Pacheco viajó por Italia; que allí vió y estudió las

obras de los grandes artistas del siglo XVI; y esto lo confirman con el estilo y
sabor que notan en sus cuadros, y con las palabras que dejó consignadas en su
Arte de la Pintura (
i
):

«Pero yo (aunque no es de mi intento), dice el pintor, hurtaré estos ver-


»sos de una epístola que envié á Donjuán de Xáuregui estando en Roma, i

» pasen por variedad i jDor pintura:

sCuán frájil eres, hermosura umana!


» tu gloria en esplendor, es cuanto dura
«breve sueño, vil humo, sombra vana.
»Eres umana i frájil hermosura,
ȇ la mezclada rosa semejante,
sque alegre se levanta en la luz pura.

»Pero, buelta la vista, en un instante


» cuanto cambia el azul el puro cielo,

»las hojas trueca en pálido semblante.

j>Yaze sin onra en el umilde suelo,


» jquién no ve en esta flor el desengaño?
»que abre, cae, seca el sol, el viento, el hielo.»

Supónese al leer esto que Pacheco estaba en Roma cuando envió la epís-

tola á D. Juan de Jáuregui; pero el párrafo transcrito, aunque de sentido un


tanto anfibológico, dice precisamente lo contrario. Pacheco, estando en Sevi-
lla, envió esa epístola á su amigo, que se hallaba en aquella sazón en Roma,
donde publicó la traducción del Aminta en el año 16 10.
No se encuentra, ni creemos que pueda haberla, prueba justificativa de
que Francisco Pacheco saliera de España para perfeccionar su educación, ni

sus libros ni el estilo de sus pinturas ofrecen indicios de ello. Si hubiera estado
en Italia, si hubiera podido admirar en sus originales las hermosas creaciones
de Miguel Ángel y de Rafael, ciertamente no hubiera dejado de decirlo una y
mil veces, y con entusiasmo, en su Arte, estimulando á todos los pintores á
seguir su ejemplo.
Del único modelo original de Rafael que logró ver en sus primeros años
dejó noticia en el Arte de la Pintura (2).

« Así que en el debuxo del desnudo ciertamente yo seguirla á Micael Án-


»jel, como á más principal, i en lo restante del historiado, gracia i composi-
»cion de las figuras, bizarría de trajes, decoro i propiedad á Rafael de Urbino.

(1) Pág. 265.

(2) Pág. 243..


20 Pacheco y sus Obras

»A quien (por oculta fuerza de naturaleza) desde muí tiernos años he procu-
2>rado siempre imitar, movido de las bellísimas invenciones suyas. Y de un
«papel orijinal de la escuela de su mano de aguada (que vino á mis manos i he
» conservado conmigo muchos años á), debujado con maravillosa destreza i

» hermosura.
Por este rasgo puede comprenderse cuántas veces hubiera citado los
cuadros originales de Rafael, si los hubiera visto.
Los dos años que consagró á su viaje artístico se estableció en Madrid,

y de todos sus pasos, de todas sus amistades, de cuantos objetos llamaron su


atención, dejó repetidas noticias en su libro.
Por de contado estrechó desde luégo sus relaciones con todos los hom-
bres de letras que en la corte vivian, alguno de los cuales habia conocido y
tratado ya en Sevilla, contándose entre éstos al gran Lope de Vega.
Una prueba de este trato íntimo con los literatos y poetas la -Hr^h'-emos
en el curioso libro titulado Cristales de Helicona. Rimas de D. Garda de Sal-
cedo Coronel. Al fól. 17 vuelto encontramos la siguiente curiosísima mención
de nuestro artista:

REFIERE EN ESTILO DRAMÁTICO UNA CENA QUE DI Ó DON PEDRO DE


BAEZA, CABALLERO DEL HÁBITO DE CALA TRA VA, Y REJIDOR
DE LA CIUDAD DE CÁDIZ, AL AUTOR, Y OTROS AMIGOS, EN
CASA DE D. BARTOLOMÉ VILLAVICENCIO, CABALLERO
DEL HÁBITO DE ALCÁNTARA.

« Señores, á vagar, no estén en tropa,


»Que para todos hay, si yo reparto;
» Retiren el brasero: pon, Lagarto,
«Este bufete bien, mira en qué topa.

» Coman de dos en dos. Buena es la sopa.


»A1 Alcalde y UUoa. — Echenos harto.
» ¿Dónde está Coronel? — Yo no me aparto
»De Angulo, que no corre, aunque galopa.

y ¿Don Pedro de Baeza? — No me siento,

»Que en pié cómo mejor. — ¿Dónde se ha ido


s Pacheco? — Allí le veo agazapado.

»¿No tiene don Cristóbal un sustento:


»Cómo no beben? — Porque ya han bebido
» Tanto, que les parece que han cenado.»

No fué éste el único esparcimiento con que se obsequió á los andaluces.


Y

Pacheco y sus Obras

El soneto siguiente refiere otra cena que dio el autor á los mismos; y el que
va después es á otra cetia que dió á los misinos D. Diego de Velasco, caballero
de la Orden de Santiago.
Conoció y trato con intimidad á Vicente Carducho, pintor excelente y
erudito; y de esta amistad hay curiosos datos en las obras de ámbos artistas.
— Pacheco dice (i): ^ Ultimamente vimos á miestro Í7itimo amigo Vicente
» Cardíicho, gentil ombre Florentin, ermano de Bartolomé Carducho, eredero
»de su opinión y onroso título.... etc.» —
Y Carducho, en sus Diálogos (2):
«Con un amigo que lo era de Bartolomé Carducho, tanto, que siempre que
íme ve poca suerte que tuvo; y díxome de unos versos que hizo á
refiere la

»su retrato Francisco Pacheco, sujeto muy conocido por injenioso y erudito
» pintor, á quien los profesores destas artes deben mostrarse agradecidos,
»pues ha procurado con retratos y elogios eternizar stis nombres, que siempre
»la poésía y la pintura se prestaron los conceptos.»
Pasó también Pacheco á Toledo, donde se encontraba Dominico Theo-
tocópuli, apellidado El
Greco, con deseo, sin duda, de conocer su estilo, y
luégo se dirigió al Escorial para estudiar las riquezas artísticas allí reunidas.
En el Arte de la PÍ7itnra dijo (3): preguntando yo á Dominico Greco
i....

>^ el año de 161 1 cuál era más difícil, el debuxo ó el colorido? me respondiesse
»que el colorido.» —Y márgen anota: (Opinión singular del Griego.)
al —
más adelante (4): «Dominico Greco me mostró el año 161 1 una alhacena de
» modelos de barro de su mano, para valerse dellos en sus obras.»
Otros muchos detalles de sus excursiones artísticas se encuentran en el

libro que á la sazón empezaba á escribir.

A su regreso á Sevilla modificó Pacheco esencialmente su estilo, com-


prendiéndose desde luégo de los modelos que habia conocido, y
la influencia

la madurez de su talento, así como el gran adelanto que realizó en la parte


Conservando siempre igual severidad y conciencia en el dibu-
técnica del arte.
jo, estudiando continuamente
el natural, hasta para los menores accidentes, dió

mayor importancia que ántes al colorido, se permitió otra variedad y riqueza


en las tintas, y aprovechó en cuanto pudo en la composición, en el tono gene-

ral de los cuadros, en la expresión, las lecciones de los maestros cuyas obras
habia estudiado.
A este tiempo se refieren sus mejores lienzos. Entonces pintó la hermosí-
sima Concepción y otros cuadros para la iglesia parroquial de San Lorenzo;
emprendió la composición de su gran lienzo del juicio final, obra magnífica,

muy celebrada en su tienipo, y que aún sostiene á gran altura en París, donde

(1) Arte de la Pintura, pág. 95.

(2) Diálogos de la Pi/ttitra. — Madrid; Francisco Martínez, 1633, en 4.»— Diálogo V, tól. 65 vuelto.

(3) Pág- 242.

(4) Tág. 337.


22 Pacheco y sus Obras

se encuentra, el nombre del artista que la ejecutó (i), como el San Miguel que
existia en la iglesia de San Alberto ha hecho también crecer su fama al ser
llevado para su venta á Londres, como decimos en otro lugar.
La doctrina, el juicio de Francisco Pacheco y la sólida piedad que á tales
dotes unía, fueron parte á que el celoso Tribunal de la hiquisicion, queriendo
ejercer alguna vigilancia sobre los abusos que artistas adocenados se permi-
tian al pintar las imágenes de los Santos, le diera comisión en 7 de Marzo del
año 1 6 1 8 para que mirase y visitase los cuadros de asuntos sagrados que se
exponían en lugares públicos.
Pacheco transcribe en el Arte de la Pinhira (2) parte de esa cédula de
comisión, y creemos un dato curioso el conservarla.
'íPor tanto, por la satisfacción que tenemos de la persona de Francisco
» Pacheco, vecino desta ciudad, pintor excelente i Ermano de yican Pérez Pa-
checo, familiar deste Santo Oficio: i teniendo atención á su, cordura y pruden-
y>cia, le cometemos i encargamos que de aqzii adelajite tenga particular candado
» de mirar i visitar las pintíiras de cosas sagradas que estjivieren en sitios pú-
» blicos. » Y en suma, advierte que, hallando qué reparar en ellas, las lleve ante
los señores Liquisidores, para que vistas se provea lo que convenga. Y añade:
« Ypara ello le damos comisión cual se req7ciere de derecho.

Pocas veces anduvo el Santo Tribunal tan acertado como en el caso pre-
sente; los apasionados al noble arte de la pintura desearían que aún hubiese
hoy otra comisión semejante, más necesaria, tal vez, que en el tiempo de Pa-
checo, para que se guarde el decoro que á la Religión es debido.

(1) Este magnífico cuadro fué arrancado de su lugar, que era en el altar de la iglesia del convento de

Santa Isabel, durante la permanencia del mariscal Soult en Sevilla. Informes de un testigo presencial permiten

asegurar que el individuo encargado de recogerlo entró en la iglesia llevando en la mano un tomo del Diccio-

nario histórico de los más ilustres Profesores de Bellas Artes, de Cean Bermudez, y después de examinar el cuadro

leyendo al par la descripción, subió sobre el altar y cortó el lienzo con una navajilla. — Perdido estuvo el cuadro

y sin saberse su paradero durante largos años; pero en el de 1S62 se distribuyó en París un folleto en que se

anunciaba su próxima venta. El título era éste:

Notice
sur le grand tablean
dit

yugement tiniversel

chef-d' a'uvre de Frangois Pacheco


pelittre spagiiol, de l ' ecole de Seville,

Par M. IJ Ahbé C. Martin.

En él se recopilaban la biografía del artista, las noticias y descripción del cuadro, y sus particularidades y
Apologías. Apesar de todo no llegó á venderse entonces, y en el año de 186S el autor de estos Apuntes estuvo en

tratos para su adquisición; pero no habiendo sido posible obtenerla, se limitó á hacer que se sacase un calco del
retrato de Pacheco que en el mismo figura, cuyo dibujo, hecho por Mr. A. Bocourt, sirvió para el grabado que se

])ulilicó en el tomo VII de El Arte en España.

(2) Pág. 471.


Pacheco y sus Obras 23

Récia contienda se movia entonces, y se sostenían empeñados debates


acerca de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Los que seguían la
doctrina de Santo Tomás impugnaban esa opinión, entonces cuestionable, hoy
artículo de fé; al lado contrarío militaban, con las demás órdenes religiosas, el

pueblo con sus poetas, y los hombres piadosos, dados ántes al sentimiento que
á la discusión.

Si Miguel Cid, poeta sin letras humanas, qite al coro de /as Musas pone
espanto, según la expresión entre agradable y zumbona de Miguel de Cervan-
tes, se hacía popular con sus sentidas y fáciles redondillas, la pluma de Fran-
cisco Pacheco tampoco podia permanecer muda; y en terreno más elevado
que el de Miguel Cid terciaba también de pintor en tan acalorada contienda.
Su Conversación entre un Tomista y nn Congregado, acerca del Jlíisterio
de la Pnrisima Concepción, impresa en Sevilla por Francisco Lira en 1620,
se ha hecho tan rara, que no hemos logrado ver de ella más que un ejemplar.
Lleva dedicatoria A la venerable Hermandad de la Santa Crnró en Jeriisalcn,
en S. Antonio Abad, fecha i.° de Enero de 1620, y aprobación del P. Pascual

Ruiz, de la Compañía de Jesús, del i 7 de Marzo. En la dedicatoria consta que


el artista era hermano de aquella Cofradía.
Obligado se vió nuestro Pacheco, en el año 1622, á salir á la liza en com-
bate bien diferente.
Tratábase de un litigio con el famoso escultor Juan Martínez Montañés,
que habiendo cobrado una crecida suma por ciertas esculturas, dió escasa re-
muneración al pintor que se las estucó y pintó. Parece que sobre esto hubo
acaloradas cuestiones, y Pacheco escribió un erudito papel encareciendo y de-
mostrando la superioridad de la pintura sobre la escultura. Dedicóle á los profe-
sores de su arte, y aunque se publicó en 1622 se ha hecho sumamente raro. De
uno de estos ejemplares, corregido y firmado por el autor, se ha sacado la
firma que acompaña al pié de su retrato.
Otra cuestión, también de cierta gravedad, aunque de índole muy diferen-
te, movió á Pacheco á tomar la pluma, nada ménos que contra el docto don
Francisco de Ouevedo y Villegas.
Desde tiempos muy antiguos, remontándose hasta la primera predicación
de palabra en España, y después á la sobrenatural aparición en Com-
la divina

postela (ó Campns apostoli)^ era tenido Santiago por especial patrono y defen-
sor de las Españas. Nuestros piadosos abuelos debieron á su ayuda y protección
señaladas victorias, y la inolvidable de Clavijo. El nombre del santo Apóstol
era el grito de guerra de nuestros ejércitos.
Canonizada la reformadora de la órden del Cármen, D.^ Teresa de Cepe-
da y Ahumada, y puesta en los altares con la advocación dulcísima de Teresa
de Jesús, se la dió el compatronato; motivo entónces y mucho tiempo después
de graves altercados.
24 Pacheco y sus Obras

Quevedo, valiente y arrogante, lleno del espíritu de los antiguos españo-


les, escribió primeramente un docto Memorial, y ofreció luégo su espada por
Santiago. Pacheco, piadoso y entusiasta, le contestó moderada y ligeramente
en un papel, que nunca se habia impreso, y ahora disfrutarán los curiosos,
pudiendo apreciarse en él nuevamente las dotes que como escritor adornaban
al artista.

IV
El estudio de Francisco Pacheco era un salón extensísimo, que tanto
tenía de museo como de taller. A un extremo, delante de alta ventana cuyas
luces bajas estaban veladas por lienzos encerados de color oscuro, se veia el
caballete del maestro, junto al cual lucia, vestido con extrañas ropas, un per-
fecto maniquí, sentado en una silla romana. Las paredes, cubiertas de antiguos
lienzosy de cuadros sin concluir, lucían á trechos brillantes piezas de arnés,
espadas de diferentes épocas, esculturas hermosas y otros muchos objetos
de curiosidad.
En el otro extremo varios caballetes puestos en semicírculo para reco-
ger bien las luces, aunque colocados con cierto desorden, eran el sitio de
los discípulos, que se ocupaban en copiar algunas obras del maestro, ó en
preparar bocetos, ó en manchando obras de encargo, cada cual según
ir

sus facultades. El centro entre ámbos puntos de estudio ó de trabajo lo


llenaban algunos cómodos sillones de baqueta, y unos estantes de nogal ta-
llados de gran relieve, en cuyas tablas se veian curiosos y raros libros de arte,

de historia y de poesía, de los cuales algunos estaban abiertos en la mesa


de caoba negra que ocupaba el centro de tan extensa habitación, y sobre la
cual brillaba y atraia la atención un precioso Crucifijo de marfil de escultura
italiana, obra de valiente artífice.

Quien hubiera podido entrar en aquel estudio de pintor en uno de los

primeros dias del mes de Enero del año 1618, ciertamente se hubiera sor-
prendido del aspecto que presentaba, tan diferente de lo que de ordinario
en él acontecía. Ni uno solo de los caballetes estaba ocupado; nadie traba-

jaba en el taller. Francisco Pacheco recibia en el estrado la visita de una


grave dama, vestida de negro, que llegó acompañada de varios caballeros y
dos Padres jesuítas; y los discípulos, aprovechando la distracción del maes-
tro, se habían acercado á las puertas que comunicaban con las habitaciones
interiores, y conversaban con gran animación con las personas de la fami-
y

Pacheco y sus Obras 25

lia, que coa muestras de curiosidad procuraban ver á las que en el estrado
se hallaban y enterarse de lo que decian.
Motivo habia para tanto movimiento, y causa sobrada para tamaña curio-
sidad. Tratábase de grave al par que alegre suceso, de interés verdadero para

la familia del artista. La anciana señora D.^ Gerónima Velazquez, viuda de Juan

Rodriguez de Silva, estaba en aquel instante pidiendo á Pacheco su hija Juana


en matrimonio para Diego Rodriguez de Silva y Velazquez, su hijo; y aquellos
sus deudos laacompañaban para dar mayor solemnidad al acto. Ya se com-
prenderá el movimiento de curiosidad de los unos, la algazara de los otros, la

alegría de todos.
Al terminarse la conferencia decia Pacheco en voz bastante récia para
que pudiera ser oida de todos:
— Movido de su virtud, de su limpieza y buenas partes, y de las esperan-

zas de su natural y grande ingenio, veré con grandísima alegría entre mis hijos
á Diego, señora mia, que mucho há le profeso singular aprecio y estimación.
— Pues sea por dilatados años, — añadió uno de los Padres jesuítas, —
dejemos señalada para el próximo mes de Abril la celebración de los des-
posorios.

Una de las maj^ores glorias de Pacheco es la de haber guiado la educa-


ción artística de Alonso Cano y de Diego Velazquez. Como éste formó parte
de la familia de su maestro desde la fecha que se indica en la escena anterior,
justo será que dediquemos algunas páginas á consignar los principales hechos
de la existencia de tan famoso artista, que es al mismo tiempo una de las ma-
yores glorias de España, y uno de los dos astros que iluminan y engrandecen
la escuela pictórica de Sevilla.

Nació Velazquez en la ciudad de Sevilla, y fué bautizado en la parroquia


de San Pedro el dia 6 de Junio de 1599. Repetiremos la partida sacramental,
que es muy poco conocida.

«El Domingo, seis dias del mes de Junio de mil y quinien-


»tos y noventa y nueve años, baptizé yo el Licenciado Grego-
»rio de Salazar, cura de la Iglesia de S. Pedro de la ciudad de
» Diego, hijo de Juan Rodriguez de Silva y de Doña
Sevilla, á

» Gerónima Velazquez su mujer. Fué su padrino Pablo de Oje-


ada, vecino de la collación de la Magdalena; advirtiósele la
«cognación espiritual, /I'//, ut supra. — El Licdo. Gregorio de
» Salazar. »

Muy luégo dedicaron sus padres á D. Diego á que aprendiese á dibu-


4
26 Pacheco y sus Obras

y parece le pusieron bajo la dirección de Francisco Herrera, el Viejo, que


jar,

gozaba ya de gran reputación; pero disgustado el discípulo de la áspera con-


dición y duro trato del maestro, pasó desde el año 1613, cuando aún no con-
taba catorce de edad, al estudio de Francisco Pacheco, que, por sus condi-
ciones de carácter y su deseo de enseñar, era enteramente lo contrario de He-
rrera; y que desde luégo se prendó de su virtud y felices disposiciones, y por
último, después de cinco años de enseñanza, le casó con su hija.
Verificóse la unión el dia 23 de Abril de 161 8, figurando entre los testi-
gos de ella el célebre Francisco de Rioj'a, amigo íntimo de Pacheco, según lo

comprueba la siguiente partida, que no fué conocida hasta que la publicamos


al trazar por primera vez un lijero estudio biográfico del pintor.

Desposorio y Velacicn. — «En Lúnes, veintitrés dias del mes de Abril del año
»de mil y seiscientos y diez y ocho años, yo el Br. Andrés
» Miguel, cura de la Iglesia de el Sr. San Miguel de esta ciudad

»de Sevilla, habiendo precedido las tres amonestaciones con-


iforme á dro. en virtud de un mandamiento de el Sr. D. Anto-
Dugo Veiazqncz.
j^^Jq (-jg Covarrubías, Juez de la Sta. Iglesia de esta dicha ciu-
D.^ Juana de »dad, fimiado de su nombre y de Francisco López, Notario, su
Miranda. » fecha CU 5 dias del mes de Abril de dicho año, desposé por
«palabras de presente que hicieron verdadero matrimonio, á
» Diego Velazquez, Joan Rodríguez y de Doña Geró-
hijo de

»nima Velazquez, natural de esta ciudad, juntamente con Doña


»Joana de Miranda, hija de Francisco Pacheco y de Doña
» María del Páramo; fuéron testigos el Dr. Acosta, Pro. y el

y> Licenciado Rioja, y elPadre Pavón, Presbíteros, y otras mu-


»chas personas. Y luego en el mesmo dia, mes y año, velé y di
»las bendiciones nupciales á los sobredichos: fuéron padrinos
»Joan Pérez Pacheco y Doña María de los Angeles, .su mujer,
«vecinos de la Iglesia Mayor, y fuéron testigos los sobredichos

»y otras muchas personas, y por verdad lo firmé de mi nombre,


»que es fJia. 7if supra (i). El Br. Andrés Miguel.^

Es de creer que por entónces Velazquez y su esposa continuaron viviendo


reunidos con Pacheco en la casa de éste, situada, según una noticia que no
hemos podido comprobar, en la calle que hoy se llama de Trajano; y nos
inclina á creerlo así el ver que las dos hijas que nacieron de aquel matrimonio
fueron bautizadas en la iglesia parroquial de San Miguel, á la que corresponde
aquella calle.

(i) .Se encuentra al fólio i8 del libro 4." de casamientos de la iglesia de San Miguel, que comprende los

años desde 1614 á 1632.


Pacheco y sus Obras 27

A poco más del año del casamiento, en 18 de Mayo de 16 19, recibió las
aguas del bautismo una niña, fruto de aquella unión, á la que se dió el nombre
de Francisca. Esta casó en el año 1634 con el pintor Juan B. del Mazo.
En 29 de Enero de 162 1, se hicieron exorcismos y se puso el sagrado
crisma á una segunda hija de Diego Velazquez y de D.^ Juana Pacheco, que
recibió el nombre de Ignacia. El parto debió ser laborioso; la hija corrió peli-
gro de muerte, y quizá también la madre, por lo cual aquélla fué bautizada en
el acto y bajo condición.

Véanse las partidas, que existen á los fóls. 1 70 vuelto y 182, en el lib. 5.°

de bautismos de la io^lesia de San Miguel de la ciudad de Sevilla.

«Kn Domingo deziocho de Mayo dia de Páscua de Espí-


»ritu Santo: yo el M.° Sancho de la Torre, cura de esta Iglesia
Francisca. 5 Miguel,
» 3j-_ bautizé á Francisca, hija de Diego Velaz-
j>quez y de Doña Joana de Miranda, su legítima mujer: fué su

» padrino Estéban Delgado, vecino de la collación de S. Lo-


srenzo, al que amonesté lo dispuesto por el sacro Concilio, de
»que doy (é./eh. íit sicpi^a. — M." Sancho de la Torre. >^

«En Sevilla, viernes á 29 de Enero de mil y seiscientos y


«veintiún años, yo el doctor Alonso Baena Rendon, beneficiado
Ignacia. qx)X2l proprio de esta Iglesia de Sr. S. Miguel, hice los exor-
»cismos y puse la crisma á Ignacia, que estaba baptizada en su
»casa, hija de Diego Velazquez y de Doña Juana Pacheco, su
» legítima mujer; fué su padrino Juan Velazquez de Silva, vecino
^de la collación de S. Vicente, y le fué avisado el impedimento
»conforme á dro. y lo firmé feh. 7ii siipra. — Dr. Alonso Bae-
i>na Rendon. »

Ansioso de y deseando estudiar las obras de otros maestros, salió


gloria,

Velazquez de Sevilla y llegó á la córte en el mes de Abril de 1622, con expre-


sivas recomendaciones de su suegro y maestro; pero no logrando por entónces

sus intentos, volvió á Sevilla para regresar á Madrid en el verano del año si-
guiente. Francisco Pacheco acompañó á Velazquez en este segundo viaje pa-
ra cuidar de sus adelantos.
A 30 de Octubre de 1Ó23 se le despachó título de pintor de cámara, man-
dándole llevar su casa á Madrid, con veinte ducados de salario al mes, casa,
médico, y botica, y pagadas las obras que ejecutase. Desde entónces no volvió
Diego Velazquez á Sevilla, ó á lo ménos no consta estuviese en ella.
Pacheco regresó á su casa solo, dejando instalado en Madrid á su yerno.
Y puede asegurarse que si con sus consejos y lecciones, y con su severidad en
28 Pacheco y sus Obras

el dibujo, allanó á Velazquez el camino para que ocupara tan señalado y preemi-
nente lugar en el arte, con sus relaciones é influencia contribuyó también al rá-
pido engrandecimiento que aquél obtuvo.
Una verdadera revolución causó en la existencia de Velazquez la llegada á
Madrid del célebre Pedro Pablo Rubens, con quien ya anteriormente habia sos-
tenido comunicación epistolar, y que entró en la córte en 9 de Agosto de 1628.
Pronto se unieron en estrecha amistad los dos inspirados artistas, y juntos
se dedicaron á conocer cuanto de notable y antiguo se conservaba en la villa,
haciendo agradables excursiones al Escorial y á Toledo con igual objeto.
Cerca de un año permaneció Rubens en Madrid, y á su partida quedó
encendido en el pecho de su amigo el deseo de visitar los países que aquél le
describiera, haciendo un viaje de instrucción por Flándes y por Italia. Procuró
al efecto terminar las muchas obras que tanto el rey D. Felipe como algunos
individuos de la nobleza le tenian encomendadas, y en el mes de Junio de 1629
obtuvo la Real licencia para salir al extranjero, llevando, además de sus suel-
dos, cuatrocientos ducados que Felipe IV le concedió para gastos, y otros
doscientos que le señaló el Conde-Duque de Olivares.
Atacado en Roma de la mal-aria, tuvo que trasladarse á Nápoles, donde
entabló relaciones con el nó ménos célebre José Ribera; pero ántes de salir

de la Ciudad Eterna habia hecho copias esmeradísimas del Jtiicio final de

Miguel Angel y de los más hermosos frescos de Rafael. Hizo también en Roma
su retrato, que envió como regalo á su suegro Francisco Pacheco.
No es posible seguir paso á paso la gloriosa vida de Velazquez desde
que regresó á España, pintar el creciente favor que mereció en la córte, ni el
entusiasmo que sus lienzos producían en todas partes. De las brillantes pági-

nas de su carrera artística solamente hace á nuestro propósito dejar consig-


nado que en el Real Museo de Madrid se conserva, entre muchos, un retrato
de su mano, superiormente ejecutado. Representa á una mujer muy bella, y se
asegura por constante tradición que es el de la esposa del artista, D.* Juana
Pacheco.
Concurre á dar fuerza á esa tradición el indudable parecido que se nota
entre este retrato y el que existe en el cuadro llamado de familia conservado
en el Museo de Viena (Belvedere, salón Vil, núm. 14). Recuerda este cuadro
en su composición el llamado de Las Meninas; pero en lugar de las Infantas

de España, sus ayas y enanos, está allí representada la familia de Velazquez,


y D.'^ Juana de Miranda es, á no dudar, la misma del retrato que se guarda en
el Museo del Prado, estando además las dos hijas de Velazquez, su yerno Juan
B. del Mazo, y los hijos deque son varios y de diferentes edades,
éste, lo cual

proporciona el mayor encanto de la composición.


Sir William Stirling, en el tomo de talbotypos, que acompañó sólo á vein-
ticinco ejemplares de su importantísima obra Alíales de los Artistas de España,
Pacheco y sus Obras 29

dió una reproducción del ciiadro de fainilia (i), y una extensa descripción del
mismo ha escrito Mr. Charles B. Curtis en su precioso Catálogo de las obras
de Velazquez y Murillo (2) recientemente publicado en Nueva- York.
También se comprueba la verdad del retrato de D.^ Juana examinando la

Anunciación del Angel que en dos cobres pequeños, firmados en 1623, se


conserva en el despacho del Rector en la Universidad Literaria de Sevilla.
Uno de ellos representa la Santísima Virgen, y otro el arcángel Gabriel; siendo
este nuevo retrato de la hija de Pacheco, muy joven, y en igual posición que
tiene el otro hecho por Velazquez, circunstancia que permite apreciar mejor
la semejanza.
En dos distintas ocasiones acompañó al Rey en sus viajes á Aragón
(1642- 1644), y en 1660 fué encargado de preparar en la isla de los Faisanes
el pabellón para el casamiento de la infanta María Teresa con el rey Luis XIV.

Al regresar á Madrid en el mes de cayó enfermo, y falleció el dia 6 de


Julio

Agosto, siendo sepultado en la bóveda de la iglesia parroquial de San Juan


Bautista. Por extraña coincidencia, su esposa D.^ Juana, la hija única de Fran-
cisco Pacheco, no sobrevivió á su esposo, muriendo ocho dias después, el 14
de Agosto, y siendo sepultada en la misma bóveda. Así consta de una ma-
nera indudable de los siguientes documentos:

Partida. — «En siete de Agosto de mil y seis cientos sesenta murió en esta pa-
»rroquia de San Juan Bautista de Madrid D. Diego Velazquez,
» caballero de la órden de Santiago y aposentador de S. M.
» Recibió los Santos Sacramentos,
y dejó poder para testar á
»doña Juana Pacheco, su mujer, y á D. Gaspar de Fuensalida,
»y á cada uno in solidiini, ante Escribano de
»S. M. que asiste Enterróse en la bóveda de di-

»cha Iglesia, y dieron de sepultura, paño y tumba 3.200. >

Partida.— «'En catorce de Agosto de mil y seiscientos sesenta murió en esta


«parroquia de San Juan Bautista de Madrid (habiendo recibido
»los Santos Sacramentos) doña Juana Pacheco, mujer que fué
!>de D. Diego de Silva Velazquez, caballero del hábito de San-
»tiago y aposentador de S. M., que vivia en casa del Tesoro:
» Otorgó poder para testar ante Escribano. . . .

( i) Annah of the Artists of S/ai/i. — By William Stirling. M. A. — London: John Ollivier, 59, Pall Malí
— MDCCCXLVIII. — Tres volúmenes en 4.° y uno de talbotypos, que sólo se hizo para veinticinco ejemplares.

{2) Ve/azí/uíz and AJia-i/Io. A desci iplivc and Jiistorlcal catalogue of the works of Don Diego de Silva
Velazquez and Bartolomé Esteban Murillo, coinprising a clasifed list of their paintings, ivith descriptions: tlieir

history, etc. By Charles B. Curtis. M. A. — London, SampsonLow, Marston, Searle, and Rivington. — New-York,
J. W. Bouton, MDCCCLXXXIII.
30 Pacheco y sus Obras

» , .. . nombrando por sus Albaceas y testamentarios á clon


«Gaspar de Fuensalida, Furriel de S. M., que vive en la calle de
» Alcalá, más abajo de la Concepción de Calatrava, y á su yer-
»no Juan Bautista de Imazo, del Mazo, que vive en la dicha casa
»del Tesoro. Enterróse en la bóveda de dicha Iglesia; pagaron
»de sepultura 200 rs., de paño y tumba nueve.

» Concuerdan ambas con sus originales, á que me remito.


» Santiago y San Juan Bautista de Madrid, doce de Junio de
» 1 866 .
— Man u el Uride »

Si estas partidas estuvieran completas


y hubieran podido obtenerse los
nombres de los escribanos, que en ámbas faltan, ciertamente hubiéramos enri-
quecido mucho la biografía de Francisco Pacheco con las noticias que deben
contener los testamentos de su hija y de su yerno.

V
Al volver á su estudio de Sevilla, ya al finalizar el año 1625, empezó
para Francisco Pacheco larga época de trabajos artísticos, y también de es-
parcimientos literarios. Tenía amistad íntima con los personajes más distin-
guidos de y su casa era el centro de reunión de todos los más ilus-
la ciudad,

trados miembros de las órdenes religiosas, de la nobleza y de las artes libera-


les. Así es que los encargos hechos á su pincel eran muy numerosos, nó sola-
mente por razones de afecto al maestro, sino también porque las personas
piadosas lo preferían á otros por el gran cuidado con que atendía al decoro y
propiedad de las sagradas representaciones, objeto preferente entre sus es-
tudios.

Á esta época última, en que su edad y su talento llegaban al período de


madurez, en que la meditación y la práctica hablan producido todos sus frutos,
pertenecen las hermosas tablas del altar mayor de las monjas de Pasión, hoy
en Museo Provincial, los cuadros del
el colegio de San Francisco de Paula, y
otrosmuchos de los mejores del artista, incluyendo entre ellos los de la iglesia
de San Alberto. Como el pintor seguia casi invariablemente la costumbre de
firmar y poner fecha á sus cuadros, no es difícil hacer la clasificación por épo-
cas del mayor número de ellos (i).

(i) Véase el Catálogo de la obra artística de Pacluco, que ponemos á continuación.


Pacheco y sus Obras 31

De dos maneras acostumbraba á firmar sus lienzos. La una en latín, co-

mo ya dejamos indicado en la pág. 15, en esta forma:

FRAN. PACIECVS.-1599.
la otra por medio de un monograma, que componía con las dos primeras
letrasde su nombre y apellido, encerradas dentro de una O, última letra de
ámbos:

(?) '623
así están firmados los cobres de la Aminciacion de la Universidad, y otros mu-
chos cuadros del autor.
En medio de sus continuas ocupaciones artísticas, tampoco descuidaba
Pacheco los trabajos literarios. Ya enviaba al célebre Pedro Espinosa, retira-
do tal vez en las ermitas de Córdoba, unas estancias á la Santísima Virgen,
que le servían de jaculatoria; ya contribuía con sus versos para las Lágrimas
panegiricas á lamuerte del doctor Montalvan, en 1639.
Pero la obra que había de poner el sello á su reputación fiié el ^ h-ic de

la PÍ7ihira, síi antigüedad y grandezas, que se publicó en Sevilla por Simón


Fajardo, año de 1649 (i); que entónces obtuvo grandísimo éxito, y todavía
conserva suma importancia entre literatos y artistas.
Por una de aquellas rarezas que ahora no podemos explicarnos, este libro
tan erudito, cuyo manuscrito estaba terminado desde año 1638, según no-
el

ticia de D.Juan A. Cean Bermudez, no salió á luz hasta 1649, y áun entónces
se publicó sin el prólogo, que
autor tenía compuesto, y que no fiié conocido
el

hasta el año de 1800, que lo insertó el dicho Cean Bermudez en su Dicciona-


rio histórico de los más ilustres profesores de Bellas Artes (2).

Otra noticia peregrina podemos dar también á los curiosos acerca de


este libro. Ya en el papel contra Juan Martínez Montañés, impreso, como he-
mos dicho, en 1622, había hecho Pacheco una referencia terminante á su Arte
de la Pint7íra, diciendo: «Hállome obligado por lo que debo á esta noble
» facultad (aunque el menor de sus hijos) á dar alguna luz de la diferencia que
»se halla entre ella y la Escultura, lo cual yo exctisara si hubiera publicado
D mi libro,-» etc.

Posteriormente, y sin que podamos fijar el año, aunque suponemos fuese


después del de 1633, porque en éste salieron á luz en Madrid los Diálogos de
la Pintíira de Vicente Carducho, quiso Pacheco consultar la opinión de los
doctos acerca del mérito de su trabajo, y para ello hizo imprimir en cuatro

(1) Habiéndose hecho extremadamente rara la edición primera de esta importantísima obra, la reimpri-

mió en la Biblioteca de El Arte en España el Sr. D. Gregorio Cruzada Villaamil. Forma dos volúmenes en 4."

(2) Véase entre los Opttsculos en prosa, á la pág. XL.


32 Pacheco y sus Obras

hojas en 4° español, pero sin lugar ni año, el capítulo XII, último del ¿267^0

segundo del yír/^, que trata: « Por qué aciertan sin cuidado muchos pintores
>•>
i poniéndolo no consignen S7t intento.-»

Y termina con la sitva de Francisco de Rioja, que comienza:

«Mancho el pincel con el color en vano


»para imitar, o Febo, tu figura....»

A su cabeza, y ántes del epígrafe del capítulo, se imprimió una nota del
tenor siguiente:

«Francisco Pacheco. Al lector.


» Determiné comunicar á algunos curiosos de la arte de la Pintura este
> capítulo de mi libro, ántes de sacarlo á luz, porque el intento que trata no
«depende de otro, y por calificar por esta pequeña muestra todo lo restante
»que escribo de esta profesión.»

Este curiosísimo capítulo nos lo facilitó algunos años ántes de su muerte


la Sra. D.^ Cecilia Bolh de Fáber, que lo encontró encuadernado con otros

folletos en un volumen que, según parece, perteneció al Sr. D. Juan Nicolás


Bolh de Fáber, benemérito de las Letras españolas, que ilustró con la Floresta
de Rimas antiguas
castellanas y con el Teatro anterior á Lope de Vega.
«Los pintores de Andalucía consideraron el Arte de la Pintura como in-
»dispensable para su instrucción y adelantamientos, dice el docto D. Juan
»Agustín Cean Bermudez; y los demás de España siempre la respetaron como
»la mejor obra de pintura en nuestro idioma.»

Comprende, en efecto, este libro los más claros preceptos, y muchas no-
ticias históricas de gran curiosidad é interés para las Bellas Artes, dispuestos
con excelente método, y amenizados con bellísimos trozos del poema inédito
de Pablo de Céspedes, y otras poesías de diferentes escritores andaluces. Los
profundos estudios y la dilatada práctica del artista se revelan por todas sus
páginas.
Muy de años y de achaques se encontraba Pacheco cuando tuvo la
lleno
satisfacción de ver su libro multiplicado por la imprenta y corriendo en manos
de todos con especial y grande aceptación. Su salud habia decaído grande-
mente, y ni podía pintar, ni dedicarse á trabajos de cierta importancia; mo-
viéndonos á consignarlo así, la observación de que ninguno de sus cuadros
aparece fechado después del año 1642.
Hasta el de 1654 dicen los biógrafos que se prolongó la existencia del

célebre maestro. No hemos podido comprobar la exactitud de tal afirmación,


ni encontrar rastro alguno en documento oficial ó auténtico, del lugar ni el año
Pacheco y sus Obras 33

de su fallecimiento, tampoco de la iglesia en que fué sepultado. Sospecha-


ni

mos que, como hermano antiguo y fervoroso de la de Jesús Nazareno y Santa


Cruz en Jerusalen, hubo de ser conducido á la bóveda de la Hermandad, si-
tuada en la iglesia de San Antonio Abad. En la capilla perteneciente á aquella
Cofradía hay una lápida que dice así:

Esta bobeda es de her w


ma # nos de la ynsi # gne
cofradia b los nazarenos
mando poner esta losa
asvc0taels martin nvñe
siendo alcalde año 1635

No pudiendo ofrecer á nuestros lectores el epitafio con que sus deudos


señalaran el lugar donde descansaba el renombrado artista, terminaremos con
el que le dedicó D. Antonio Riquelme y Quirós en su obra M. S. Cenoíaphio-
logmm Hispaiuím, clase 8.^, §. 23:

FRANCISCOS PACHECO
HISPALENSIS.
CALAMO, ET PENICILLO PICTÜR^ EXORNATOR
ILLUSTRIUM SUI TEMPORIS VIRORUM
lISDEM ENCOMIASTES.
FRANCISCI PACHECO ASTENSIS
ALM/E HISPALENSIS ECCLESI.E CANONICI
MIRA ERUDITIONE SPECTATI, EX FRATRE NEPOS
OBIIT HISPALI NATALI SOLO
FUGIT ANNUS.
VIVEBAT ANNO 1649.
S
34 Pacheco y sus Obras

Te bi^evis urna tegit: stttpeat, Fi^ancisce, viaior,

Altera jure tibi debitit 7irna dari.

Et cálamo, et pictis, PicturcB síBcla dedisti


Aíqua inanet sceclis dcxtera dextra niiuis.
Vivida, nil miruni lazidet te Fama decorum
Visus es ingeiiio, visíis es arte potens.
Pacheco y sus Obras 35

PAR TE SEG UNDA

NOTICIAS DEL LIBRO DE RETRATOS

I
su EXISTENCIA Y OBJETO

Era la casa de Pacheco cárcel dorada del Arte, academia y escuela de


los mayores ingenios de Sevilla, al decir de D. Antonio Palomino. Reuníase

en ella una tertulia artística y literaria á un tiempo, á la que concurrian con


frecuencia los más insignes oradores sagrados de aquellos dias, y los poetas
de maj^or estro y más alegre inspiración. Alguna vez aparecieron en ella Lo-
pe de Vega ó Cervantes, Pablo de Céspedes y Vicente Espinel; pero por lo

común formaban la reunión los hijos más ¡lustres de Sevilla.


Allí se debatian en amigable controversia los más delicados puntos del
Arte; allí se consultaban las obras preparadas para salir al público.
Tal vez, en pos de algún párrafo de la severa prosa del P. Valderrama, se
escuchó en aquella artística sociedad la primera lectura de Riiiconde y Corta-
dillo, ó de alguno de los Descansos del escudero Márcos de Obregon; tras de
una Oda de Fernando de Herrera, se leerian allí algunos picarescos refranes
glosados por maestro Mal-lara, y alguna zumbona letrilla de Baltasar del Al-
el

cázar ó de D. Juan de Salinas y Castro.


Francisco Pacheco, al ver llegar á su reunión tantos varones notables,
tuvo la feliz idea de irlos retratando unos después de otros, y la delicada aten-^
cion de añadir á cada imágen un resumen ó Elogio, en el cual daba noticias
de la vida y de las obras del personaje.
De este pensamiento, que comenzó á poner en ejecución siendo todavía
muy jó ven, en año 1599, y que prosiguió constantemente por más de cin-
el

cuenta años, dejó noticia bastante clara y circunstanciada en su citado libro del
36 Pacheco y sus Obras

Arte de la Pintura. Habla en él doctamente de las cualidades de los retratos;


cita célebres artistasy valientes cuadros, y añade (pág. 437): «Haré memoria
»de los mios, de lápiz negro rojo (si es permitido), tomando por principal in-
i

» tentó entresacar de todos hasta ciento, eminentes en todas facultades; hur-


» tando para esto el tiempo que otros dan á recreaciones: peleando por vencer
»las dificultades de luces i perfiles, como entretenimiento libre de obligación;
» bien pasarán de ciento i setenta los de hasta aquí, atreviéndome á hazer algu-
»nos de mujeres. De su calidad podrán hablar otros cuando desaparezcan
s> estas vanas sombras.»
Por comentario á estas palabras del autor, debemos hacer algunas lige-

ras indicaciones.
Era el Libro de descripción de verdaderos Retratos la obra predilecta del
docto y concienzudo Pacheco: á él destinaba los retratos más sobresalientes,
los de personajes más notables. Peleaba el autor por vencer en sus dibujos á
dos lápices las graves dificultades de sombras; y convencido y sa-
la luz y las

tisfecho, así del mérito artístico de su trabajo, como de la gran importancia

que alcanzaria andando los tiempos, se sometia al fallo imparcial é inapelable

de la posteridad.

¡Con cuánta modestia y sencillez se queja el eminente artista de las injus-


tas censuras con que le abrumaban sus contemporáneos! Tal decia que mal
podria Pacheco haber enseñado á Velazquez, valiendo tanto el discípulo y tan
poco el maestro: tal otro le criticaba su excesiva severidad en el dibujo y la
poca riqueza de colorido, escribiendo á los piés de un Crucifijo pintado de su
mano aquella conocida redondilla:

« ¿Quién os puso así, Señor,


Tan descarnado y tan seco?
Vos me diréis que el amor,
Y yo digo que Pacheco. »

«De su calidad podrán hablar otros cuando desaparezcan estas vanas


» sombras.» Hé aquí la única respuesta del sabio injustamente ultrajado. «Con
»mi muerte callará la envidia y se hará justicia á mis trabajos.»
Pongamos fin á esta digresión y continuemos en nuestro propósito.
La existencia del Libro de Retratos consta de las palabras mismas del
autor.
De su principio debió ser causa, además de lo notable y numeroso de su
tertulia, como ántes indicamos, el fallecimiento del rey D. Felipe II, que años
ántes habia visitado la ciudad de Sevilla.
Pacheco, que ya tenía concebido su plan, se determinó á darle principio ,

con tan egregio retrato, que tomarla al vuelo en las diversas ocasiones en que
»

Pacheco y sus Obras 37

pudo ver Rey, y pensó colocarlo á la cabeza de la obra (aunque hoy no


al

ocupa ese distinguido lugar), según lo dicen claramente las palabras con que
comienza el elogio. Dicen así:

«Aviendo de dar principio á esta obra, fué necesario para la calificación,

j autoridad i conservación della (pues avia de ser una general descripción de


» memorables varones), que empezase por el gran Monarca D. Filipo de Aus-
» tria, segundo deste nombre, felicísimo Rey de España, Señor nuestro, que á i

»la sazón reinava.


Animado con esta idea, trazó la portada de su obra al año siguiente de
la muerte del Monarca, y la dió título.

Fiofura un elegíante medallón, sobre el cual tiende sus alas la Fama: á los

lados Hércules y César, reputados fundadores de Sevilla: en la parte inferior


un anciano apoyado sobre la urna, y al otro lado una matrona hermosa corona-
da de torres, con un perro (signo de fidelidad) echado á sus piés, y algunos ni-

ños. El anciano simboliza el Padre Bétis; la matrona á Sevilla; los niños á sus
hijos ilustres. En el centro del medallón se lee:

LIBRO
DE DESCRIPCIO.V
DE VERDADEROS RETRATOS, DE
ILUSTRES Y MEMORABLES
VARONES
por
FRANCISCO PACHECO.

EN SEVILLA
IJ99-

Formaba el autor los dibujos en un papel muy fino de ocho pulgadas es-

pañolas de alto por seis de ancho, sin duda con el intento de poderlos corre-
gir y variar repetidas veces; y los que merecían su aprobación eran pegados
luégo en la hoja correspondiente del Libro, y adornados con una preciosa orla,
el nombre del personaje y después su elogio.
á cuyo pié se escribía
Aumentándose cada dia, crecia en importancia el manuscrito, que Pache-
co guardaba como preciosa joya
y del cual se valia en ocasiones para ilus-
(i),

trar las obras de sus más apreciados amigos. Por ellos hizo el sacrificio de pu-
blicar alguno que otro retrato. Véanse las noticias que sobre esto ha podido
allegar el colector.

(i) Para conocer todo el aprecio que tenía Pacheco á su Libro de Retratos, todo el interés que le consa-

graba, basta la lectura de la nota que puso al fin del elogio del maestro fray Fernando Suarez, que dice así:

< Advierto que este Elogio con estos versos se ha copiado dos vezes á instancia de algunos padres graves

»de su Religión, i se ha llevado á Madrid, porque si se viere impreso ántes en nombre de otro autor, se tenga

»éste por el primer original.»


38 Pacheco y sus Obras

Concurrente á la tertulia artística y literaria que se formaba en el taller de


Francisco Pacheco era el célebre predicador agustiniano fray Pedro de Val-
derrama, que, entre otras obras, escribió unos Ejercicios espirituales para to-

dos los dias de la Cuaresma, que se publicaron por primera vez en Sevilla, en
1602. Multiplicáronse las ediciones de esta obra, acogida con extraordinaria
aceptación, repitiéndose en Barcelona, Zaragoza y Lisboa; y ya en el año
1 6 1 1 se preparó por Juan García, mercader de libros de Salamanca, una
,

buena edición en folio, que se estampó en las prensas de Francisco de Cea


Tessa. A esta edición acompañó por primera vez (y única que sepamos) el re-

trato del eminente orador, dibujado por Francisco Pacheco y grabado por
Francisco Heylan, copiado exactamente del que aquél habia hecho para su
Libro.
D. Juan A. Cean Bermudez vió este grabado fuera de su lugar, y habló de

él en su Diccionario de los Profesores de Bellas Artes, en la vida de Heylan,


como retrato de un religioso agustino sin nombre, porque en efecto no lo

tiene en la lámina.
Amigo y admirador de Fernando de Herrera, verdadero maestro de la Es-
cuela sevillana de poesía, y astro brillante, cuya luz se difundía por toda Es-
paña, quiso Pacheco honrar su memoria reuniendo en un cuerpo sus mejores
composiciones; que no le satisfacia por lo diminuto el volumen que en vida de
Herrera (i 582) se publicó, y en el que tal vez por buenos respetos ó por escrú-
pulos del autor se habian omitido muchas poesías, que estaban á punto de per-
derse, corriendo en pésimas copias entre los aficionados.
Publicó Pacheco su edición en Sevilla, impresa por Gabriel Ramos Veja-
rano, en el año 16 19, y la ilustró con un ligero prólogo y un precioso soneto,
y con el retrato del celebrado vate andaluz.
Hoy que, por fortuna, podrán conocer los eruditos una gran parte del
Libro de Retratos, entre los que se conservan el de fray Pedro de Valderrama
y el de Fernando de Herrera, se puede asegurar que Pacheco tomó de aquel
libro ámbos retratos, reduciéndolos á la escala que necesitaban las ediciones á
que habian de acompañar.
Vehementes sospechas tengo de que también se publicase en vida de

Pacheco el retrato del P. Luis del Alcázar, docto jesuíta, tío del festivo poeta
Baltasar; y me induce á creerlo así la observación de que los retratos que de
él he visto, tanto en la Biblioteca Colombina como en otros lugares, tienen

indudable parecido con el que se conserva en el Libro, siendo iguales la posi-

ción del cuerpo y la de la cabeza. Pero es sospecha que no he podido conver-


tir en certeza.
»

Pacheco y sus Obras 39

II
EL LIBRO DESPUES DE LA MUERTE DE SU AUTOR

La tertulia de Pacheco se deshizo á la muerte del reputado artista. Pero


quedó imperecedero recuerdo de aquella reunión en aquel Libro de descrip-
ción de verdaderos Retratos de ilustres y memorables Varones.
El Libro, embargo, no estaba concluido. Pacheco se habia ocupado
sin

de él con singular afecto hasta sus últimos dias; pero no habia podido darle fin.
Abundan las razones para demostrarlo.
En primer lugar, porque hay varios retratos, unos sin nombre, otros sin

orla, y otros con nombre y orla, y sin Elogio, aunque conservan á continuación
la hoja en blanco destinada á contenerlo. Hasta puede señalarse el Elogio en
que se ocupó Pacheco poco tiempo ántes de morir, que es el de D. Jllan^iel
Sarmiento de Mendoza, el cual está sin concluir, quedando suspendido el pe-
ríodo y sin terminar ni áun la frase.
Pero ¿cuál fué la suerte de aquel precioso manuscrito, tan estimado por
su autor, después del fallecimiento de éste?
Para indagarla, se lanzaron los eruditos á registrar los más célebres his-

toriadores de la ciudad de Sevilla. ¡Pero con qué criterio!


Rodrigo Caro, el docto anticuario, dejó manuscrito y sin concluir un li-

bro que habia intitulado: « Claros Varones en Letras, naturales de la ciudad de


y> Sevilla, » en el cual hizo propósito de reunir, como lo dice en el prólogo, «una
» breve sinopsis ó catálogo de aquellos cuyos ingenios fabricaron para sí con
filustres obras monumentos más firmes y durables que la dureza del bronce.»
A este libro inédito acudieron los investigadores, despreciando otros que
andaban impresos, y de él sacaron esta noticia:

« Pintó (Pacheco) las imágenes de los varones ilustres que él habia cono-
5>cido, lo cual alcanzó con su larga edad, poniendo á cada uno un Elogio; las
» cuales, pintadas y encuadernadas en un volumen, remitió al Conde-Duque de
«Olivares, D. Gaspar de Guzman, que lo puso en su librería.
Ya está manifiesta la suerte del Libro que refirió Pacheco en su Arte de
la Pintura iba formando con los retratos, dijeron los eruditos,
y la noticia del
regalo al Conde-Duque, como dada por un autor contemporáneo y tan amigo
de Pacheco cual lo era Rodrigo Caro, voló sin contradicción.
Y es en verdad extraño, que ninguno de los doctos que citan el pasaje de
Caro haya conocido que Jii es, ni puede ser suyo, y por lo tanto no merece el

crédito que ha querido dársele.


40 Pacheco y sus Obras

Por el contexto se conoce desde luégo que ese párrafo está escrito des-
pués de la muerte de Pacheco, y por eso se dice, usando los verbos en tiempo
pasado, pintó las imágenes de los varones ilustres que él había conocido, de-
clarando con claridad que ya entonces no existia; y corroborándolo después al

añadir: lo cual alcanzó con su larga edad.


Ahora bien, Rodrigo Caro en lo de Agosto de 1647, y Pacheco
falleció

en 1654; luego el párrafo que se escribió después de la muerte del segundo, no


puede ser obra del primero.
Y para que de esto no quede duda alguna, hay otras dos pruebas.
Es la primera: que ántes de ese párrafo, que por desgracia ha logrado
tanto crédito entre nuestros eruditos, está otro, en el que se dice:

«Escribió:
¡>Arte de la Pintura, su antigüedad y grandezas. Imprimióse en Sevilla,

»año de 1649, en 4.°, por Simón Faxardo.»

Mal podria escribir esto Rodrigo Caro, muerto en 1647.


La segunda prueba no es ménos decisiva. Por el pasaje que ántes copia-
mos, tomándolo del Arte de la Pintura, vemos que Pacheco en aquella épo-
ca todavía iba haciendo sus retratos, tomando por principal intento entresacar
de todos hasta cie?itOj es decir, que en
649 todavía estaba en intento aquella
1

obra, que no se habia concluido, y que se ocupaba el autor en llevarla á


término.
El Conde-Duque cayó de su valimiento en 23 de Enero de 1643, Y falle-
ció en 22 de Julio de 1645; luego no pudo Pacheco hacerle obsequio con su

libro.

Si hubo, pues, un autor que escribió la noticia de que Pacheco habia


reunido sus retratos y elogios, y los habia regalado á D. Gaspar de Guzman,
conste que no fué Rodrigo Caro quien lo dijo, ni autor contemporáneo del
suceso quien tal aseguró.
Ese soñado regalo, debió ser la primera conjetura que formaron los cu-
riosos acerca del paradero de ese Libro de Retratos, que desapareció desde el
punto en que la muerte arrebató á Pacheco. D. Nicolás Antonio prohijó la no-
ticia y le dió cabida en su Biblioteca Hispana, haciéndola así más general y ad-
mitida; pero en verdad, se puede asegurar que nunca el Libro de Retratos
lleg^ó á salir de las manos de Pacheco.
La verdadera suerte de ese precioso manuscrito fué, sin duda, la que indi-
có el diligente D. Diego Ortiz de Zúñiga en su excelente obra Anales Ecle-
siásticos y Sec2ilares de la muy noble ciudad de Sevilla (Madrid: Imprenta
Real, por Juan García Infanzón, año de 1677).
«Francisco Pacheco, dice (año 1598, pág. 588), sobrino del canónigo,
» pintor excelente en el dibujo y docto en buenas Letras, escribió para los de su

»arte el de la Pintura, y iba formando un libro de retratos y elogios de perso-


»

Pacheco y sus Obras 41

» ñas notables de Sevilla, con elogios y breves compendios de sus vidas, de que
y he visto y tenido algunos. Perdióse en su muerte, dividiéndose en varios afi-

» clonados.»
k. esta noticia de un testigo de vista se le dió ménos crédito que á la
otra atribuida á Rodrigo Caro. Sin embargo, Zúñiga es quien nos dice la

verdad.
Pero se preguntará al llegar á este punto: si el Libro de Retratos se
ocultó á la muerte de Pacheco, ¿quiénes fueron los que lo arrebataron? ;Dónde
se ha conservado intacto ese considerable fragmento que hoy sale á luz?

Á semejante interrogación sólo puede contestarse con una conjetura que


tiene algunas presunciones á su favor.

Los contertuhos de Pacheco fueron los que se apoderaron del Libro de


Retratos; el fragmento que hoy se publica fué á parar á las manos de algún
religioso, que lo colocó en la biblioteca de su convento. El estado de conserva-
ción en que se encuentran los retratos dá cierta fuerza á esta hipótesis. Pero
hay alguna prueba más.
Nueve años después de la muerte de Pacheco, cuando ya los retratos

eran cosa perdida, salió á luz en Málaga un libro intitulado:

VIDA, VIRTUDES Y DONES SOBERANOS


DEL VENERABLE Y

APOSTÓLICO PADRE HERNANDO de MATA,


con elogios de sus principales discípulos.

POR FRAY PEDRO DE JESUS MARÍA,


Monge de la Congregación reformada del Orden de San
Basilio Magno, del Yermo del Tardan.

Dedicado al Misterio de la Inmaculada Concepción


DE María Santísima Ntra. Señora.

Con licencia: en Málaga, por Mateo López Hidalgo.


Este año de i66j.

Es un tomo en impreso á dos columnas, y lleva al frente el


4.° español,

retrato del venerable Padre, copiado del último que existe en el Libro de des-
cripción de verdaderos Retratos. Es un grabado harto infeliz, á cuyo pié se lee:

— D. Obregon escud. — En Madrid, año 1658.


Pero hay más todavía. Al cap. 4.°, fól. 6 de esa obra, se habla del P. Ro-
drigo Álvarez, de la Compañía de Jesús, y se inserta, copiado á la letra, el Elo-
gio escrito por Francisco Pacheco, diciendo:
«Trasladaré por más breve el Elogio en que epilogó su vida y virtudes,
»en su Libro de Varones insignes, Francisco Pacheco, Apéles de nuestro si-

»glo, tan conocido por su pincel como por su piedad, que por largo tiempo
» trató al Padre.

- 6
42 Pacheco y sus Obra?

Al finalizar el Elogio dice:


«Hasta aquí este varón pío, y buen poeta, y excelentísimo pintor.»
Más adelante, al fól. 104, cap. 16, último del libro tercero de los cuatro
en que se divide la obra, principia así:

«Elogio en que Francisco Pacheco, pintor insigne, epilogó la vida, vir-

studes y dones del Venerable y Apostólico varón Hernando de Mata.


el P.

»Tan conocido en toda España fué Francisco Pacheco por su raro pin-
»cel, como en su patria, Sevilla, por su aventajado ingenio y virtud. Remató
» este excelente pintor los años de su vida sacando á luz un insigne libro de la

í pintura y otro de varones insignes de aquella gran ciudad, en que, con el di-

sbujo de su imágen ó retrato, da una breve noticia de su dueño, formando en


» cifra un Elogio de sus alabanzas. El que compuso del Venerable P. Hernando
»de Mata (inmediato al de su maestro el P. Rodrigo Álvarez) es el siguiente:

Y se copia también textualmente. Mas ni en el uno ni en el otro se habla


del poseedor del original que se copiaba, ni se dice dónde existia éste á la

sazón.
Por estas circunstancias, no creemos que sería aventurado el asegurar

que este fragmento de cincuenta y seis retratos, entre los que se encuentran
los del P. Rodrigo Álvarez y el venerable Hernando de Mata, paró en una
casa de religiosos.

Grande laguna se encuentra desde la publicación de la vida del P. Her-

nando de la Mata en 1663, pues no tenemos noticia alguna del paradero del

Libro de Retratos, ni de sus fragmentos, hasta el año de 1827.


En ese largo período habia publicado su obra intitulada Museo pictórico
y Escala óptica D. Antonio Palomino y Velasco (Madrid: por la viuda de Juan
García hifanzon, 1724); y aunque consagró un volumen entero á las vidas de
eminentes pintores españoles, investigando con prolijo esmero muchas y m.uy
curiosas noticias, nada dijo en la vida de Francisco Pacheco de la existencia
del Libro de Retratos, que muy oculto debia de andar cuando no lo descubrió
su diligencia.
Igual observación es aplicable á la preciosa obra de D. Juan A. Cean Ber-
mudez, Diccionario histórico de los más ilustres Profesores de las Bellas Artes
en España (Madrid: por la viuda de D. Joaquin Ibarra, año de 1800); pues
aunque en el artículo pasaron de ciento y se-
consagrado á Pacheco dice que <

>tenta los (retratos) que ejecutó de lápiz negro y rojo, de sujetos de mérito y
»fama,» lo exiguo de la noticia, y el no hacer mención de los Elogios, basta
para que se comprenda que no habia llegado á ver aquellos retratos.
Desde el año 1654, fecha de la muerte de Francisco Pacheco, hasta prin-

cipios de nuestro siglo, nadie habia logrado ver el Libro de descripción de


verdaderos Retratos de ilustres y memorables Varojies. /
Pacheco y sus Obras 43

III
NOTICIAS Y DUDAS

Poco tiempo había pasado después de la publicación del Diccionario de


Cean Bermudez, cuando principió á hablarse, aunque vagamente, de la obra
inédita de Pacheco.
¿Fué tal vez porque algún curioso alcanzó á ver en la biblioteca donde se
encontraban los retratos que luégo han parecido? ¿O fué quizá porque habian
salido de su encierro y pasado á manos que los estimaban en su justo valor?
No es fácil que se pudiera dar hoy satisfactoria respuesta á estas pregun-
tas. Lo que hay de indudable es, que durante ese dilatado período de tiempo
en que los retratos estuvieron ocultos, hubo quien trató de conservarlos encua-
dernándolos en un volumen en pasta, y salvando así de pérdida ó extravío
aquellos inestimables cuadernos.
Sin embargo, repetimos que, sea por una ó por otra causa, se principia-
ba á hablar en los círculos literarios de España del Libro de Francisco Pa-
checo.
Pero lo que por primera vez se publicó, dando ya idea de que el libro era
conocido, aunque sin nombrarlo, es necesario buscarlo en el año 1829. Salió
entónces á luz la obra titulada:

noticias de eos arquitectos


Y DE LA ARQULTECTURA EN ESPAÑA
DESDE SU RESTAURACION,
por el Exento.

Señor Don Eugenio Llagnno de Aniiro/a,


ilustradas y aumentadas con notas, adicciones
y documentos

POR DON JUAN A. CEAN BERMUDEZ,


Censor de la Real Academia de la Historia,
Consiliario de la de San Fernando y Individuo de otras
de las Bellas Artes.

DE ORDEN DE S. M.
Madrid: en la Imprenta Real,
Año de 1S29.

En el tomo III, á la pág. 164, se contienen algunas noticias sobre Juan de


Oviedo, Maestro mayor y Jurado de la ciudad de Sevilla. En los documentos
44 Pacheco y sus Obras

del mismo tomo, pág. 368, núm. 31, se inserta la vida del mismo, escrita, se

dice, por erudito pintor Francisco Pacheco; y en efecto, es copia exacta


el

del Elogio que éste puso á continuación del retrato del ilustre arquitecto.
Ya vimos que D. Juan A. Cean Bermudez, en su Diccionario, apénas ha-
bló de los retratos dibujados por Pacheco, y nada dijo del Libro de Retratos

y Biografías. ¿Dónde adquirió después el Elogio de Juan de Oviedo? ¿Quién po-


seia aquel libro en el año de 1829? Ni una palabra se dice sobre esto en toda
la obra de Llaguno y Amirola.
Á pesar de ese silencio, tenemos un dato seguro para afirmar que en el

año de 1829 habia ya dos, por lo ménos, que el Libro de Retratos se encon-
traba en poder de D. Vicente Avilés, hombre muy aficionado á curiosidades, y
médico que habia fijado su residencia en la villa de Fuentes de Andalucía.
El dato á que aludimos es, que el dicho D. Vicente habia presentado á la

Real Academia Sevillana de Buenas Letras una Memoria biográfica del poeta
Baltasar del Alcázar, copiando casi en su totalidad el Elogio que escribió
Francisco Pacheco.
¿Dónde habia adquirido el D. Vicente Avilés el Libro de descripción de
verdaderos Retratos de ilustres y memorables Varones.^ ¿Habia mucho tiempo
que lo poseia cuando presentó su Memoria á la Academia de Buenas Letras?
No podremos decirlo con exactitud. El D. Vicente, cuando presentó en la
Academia su biograñ'a de Alcázar, que tiene fecha de 4 de Diciembre de 1827,
nada dijo del manuscrito de donde habia copiado sus noticias, y solamente ha-
bló de él, pero siempre de un modo indeciso y oscuro, después de ver censu-
rado su trabajo por el docto D. Justino Matute y Gaviria (i). Una noticia va-
ga, aunque comunicada por persona que trató mucho á Avilés, nos indica que
habia recogido el libro en el año de 1820 de otro amigo suyo que lo poseia
desde que los franceses hablan estado en Sevilla, el año de 1808.
La Real Academia de la Historia tuvo poco tiempo después de la publi-

cación de la obra de Llaguno y Amirola una prueba indudable de la existencia


del libro de Pacheco.
4 de Junio de 1830 fué nombrado socio correspondiente de aquella
En
Corporación el médico de Fuentes de Andalucía, D. Vicente Avilés. Agrade-
cido éste, sin duda, á tan honrosa distinción, cortó del Libro de Retratos el de
Benito Arias Montano, y lo envió á Madrid para que con él se ilustrase el Elo-
gio histórico que habia escrito D. Tomás
José González Carvajal, y que está
inserto en el tomo VII de las Memorias de la Academia (2).
El retrato original estuvo en Madrid; fué litografiado por C. Rodríguez, y
estampado en el Real Establecimiento tipográfico. Después volvió á poder de

(1) Véase el Apéndice I.

(2) Así consta de Nota escrita de puño y letra de Aviles, que se encuentra todavía dentro del Libro

de Retratos.
Pacheco y sus Obras 45

su dueño, y cortado estaba cuando adquirió el Libro el autor de estos Apiinles.


Y es digno de llamar la atención el concepto que la ilustre Corporación
estampó en el Resumen de las Actas desde el afio de 1821 hasta concluido el

de i8ji, que se inserta al principio del mencionado tomo VII de las I\/e-

moi'ias.

«Por otro conducto muy diverso, se dice, ha adquirido la Academia


»la noticia de que el maestro León (Ll-ay L21ÍS) cultivó también el arte de
»la Pintura. Así lo expresó el famoso pintor sevillano Francisco Pacheco,
íen el Elogio que puso de su retrato, entre otros que dibujó y existen
al pié

sen la colección que presentó al Conde-Duque de Olivares, y conserva origi-


» nal nuestro individuo correspondiente D. Vicente Avilés, médico de la villa

»de Fuentes en la provincia de Sevilla.»


Cuando tan explícita se muestra la Academia al dar la noticia de que
fray Luis de León habia sido aficionado al arte divino de Apéles y de Murillo,
se hace más extraño que se guarda acerca del origen y procedencia
el silencio

del retrato de Arias Montano, que va incluido en el mismo tomo.

Por este mismo tiempo, y áun algunos años ántes, anduvo también por
Madrid, si hemos de dar crédito á las noticias que acerca de esto se conservan,
otro cuaderno de los varios en que al decir de D. Diego Ortiz de Zúñiga se
dividió la obra de Pacheco.
EnSemanario Pintoresco Español, número correspondiente al 1 6 de
el

Marzo de 1845, se publicó una biografía del poeta Francisco López de Zá-
rate (á quien Cervantes mostró tanta estimación al fin de Los Trabajos de
Persiles y Sijisniiuida), escrita por D. Eustaquio Fernandez de Navarrete, é
ilustrada con un retrato desconocido hasta entónces. Al finalizar la biotjrafía

decia Navarrete:
«El retrato de Zárate, hízolo trasladar á Go}'a en lápiz D. Martin Fer-
nandez Navarrete, de nno de los cuadernos del libro de Pacheco, en que re-

» hombres célebres de su tiempo: no sabiéndose ya dónde


trató á todos los
Tpára aquel cuaderno, no será extraño que hoy dia fuese el hecho por Go) a
»el único retrato que se conservase de Zárate. Foreste motivo, temiendo que

»el lápiz se borrase, lo hicimos trasladar en tinta de china por el profesor de


» la Academia de San Fernando D. Benito Saez, quien lo hizo con toda exacti-
»tud, y su trabajo ha servido de original al que va al frente de esta biografía.»
El asendereado retrato, que por tantas manos pasó, tuvo por última des-
gracia la de aparecer en el Semanario en un malísimo grabado. Su publica-
ción proporcionó, á pesar de todo, la noticia de ese otro cuaderno del Libro
de Pacheco, que tuvo en su poder D. Martin Fernandez de Navarrete.
Quizá también de ese mismo cuaderno, hoy extraviado ó perdido, proce-
derá el retrato del doctor Bernardo de Valbuena que acompañó á la edición
46 Pacheco y sus Obras

del Siglo de Oro y la Grandeza Mejicana publicada por la Academia Española


en el año de 1 821. El retrato tiene todo el carácter de los dibujados por Pa-
checo. Está representado el poeta joven y en traje seglar; y Valbuena tocó en
Sevilla á la vuelta de su primer viaje á América por los años de 1 590 ó 1 59 1

y pudo ser entonces retratado.


De este cuaderno ninguna noticia hemos podido adquirir. Tal vez proce-
da de él un retrato que poseia el Sr. D. Valentín Carderera, del cual hablare-
mos después.
Mucho se hablaba del Libro de Retratos en esta época, miéntras lo pose-

yó D. Vicente Avilés. Las noticias corrían en España, y más aún por el extran-
jero. Pero muchas personas no creian que fuera el original, sino una copia;
otros dudaban, y solamente los que alcanzaron á verlo (bien es verdad que fue-
ron muy pocos, porque Avilés no lo mostraba fácilmente), pudieron conven-
cerse de que se habia salvado este inapreciable monumento literario.

Avilés facilitó copia de varios Elogios á D. Martin Fernandez de Nava-


rrete, los cuales fueron publicados después de la muerte de éste por D. Luis
Villanueva, en los años de 1844 y 1845, en el Semanario Pintoresco, bajo el

título de El Albtíni de Francisco Pacheco.


Los Elogios publicados por Villanueva fueron:
Fray Luis de León (Noviembre de 1 844).
Pedro Mejia (Diciembre de idem).
Jnan de Mal-lar a (Febrero de 1845).
Juan de Oviedo (Julio de idem).
Y en Setiembre del mismo año de 1845 publicó un fragmento del Elogio
de Fernando de Herrera, diciendo: «Este es el último fragmento que podé-
is mos ofrecer á nuestros lectores de la interesante obra de Francisco Pache-
»co; porque si bien es verdad que aún poseemos el Elogio de Arias Montano,
«como ya nos hemos ocupado de su biografía, lo creemos de todo punto
» inútil.»

También dió D. Vicente Avilés el Elogio de Pablo de Céspedes, el de


Pedro Mejía, la Memoria biográfica de Alcázar, y otra escrita por él, del jura-

do Juan de Oviedo, en la Floresta Andaluza, periódico literario que empezó á


publicarse en Sevilla el i
.° de Abril de 1843 (i).

De
Elogios fué pródigo Avilés, y permitió la publicación de muchos, se-
gún hemos visto; de retratos no sabemos que diera copia más que del de
Benito Arias Montano. En cuanto á mostrar el original de Pacheco á los afi-

cionados, nos dicen que fué muy circunspecto. Unicamente sabemos de D. Se-
rafín Estévanez Calderón, que viniendo de Jefe político á Sevilla, se detuvo en
Fuentes, y de D. Francisco Iribarren, distinguido jurisconsulto de esta ciudad

(l) Entre los preliminares del tomo XXI de la Biblioteca tic Autores Españoles, primero de Historiado-

res de Sucesos particulares, incluyó el Sr. D. Cayetano Rosell el Elogio de Pedro Mejía.
Pacheco y sus Obras 47

y natural de aquel pueblo, que pudieran dar noticia de haber visto el Libro de
Retratos miéntras lo' poseyó el D. Vicente.
En el año de 1839, y sin que se sepa con qué objeto, aunque se sospe-
cha, hizo Avilés que el profesor de instrucción primaria de Fuentes de i\nda-
una copia exacta de los Elogios escritos por Pacheco; y poco
lucía le sacase

tiempo después desapareció el original, y se perdió su huella tan completa-


mente, que muchas personas dudaban de que hubiera existido.

IV
HALLAZGO Y COMPRA EN 1864

Al fallecimiento de D. Vicente Avilés, dos aficionados de Sevilla, D. Juan


José Bueno y D. Francisco de B. Palomo, emprendieron un viaje á Fuentes
con el único objeto de adquirir el Libro de Retratos. Inútiles fueron sus pes-
quisas, y hubieron de contentarse con que de la copia hecha por el maestro de
instrucción se Ies permitiera sacar otra.
Esta copia de la copia es la que tuvo en su poder el D. Juan J.
Bueno,
durante algunos años, y últimamente donó á la Real Academia de la Historia.

Curiosa ha parecido á los aficionados la historia de la desaparición y


hallazgo del preciado libro, y tanto, que el Sr. D. Antonio de Latour, tan co-
nocido y respetado en la república de las Letras españolas, la juzgó digna de
ocupar un lugar en las columnas de la Revista Británica, y la narró con su ex-
presiva naturalidad en el número correspondiente al mes de Agosto de 1866.
Digno, por más de un concepto, el artículo del Sr. Latour de figurar en
este trabajo, lo trasladaremos íntegro, áun á riesgo de repetir algo de lo que
llevamos dicho, aprovechando la fácil y exacta traducción hecha por el reputa-
do novelista D. Joaquín E. Guichot, Cronista de la ciudad y de la provincia,
que apareció en El Porvenir de Sevilla del 23 y 24 de Octubre del mismo
año, y fué reproducida por otros periódicos.

BIBLIOGRAFIA
EL LIBRO DE PACHECO

«Tenemos una verdadera satisfacción en traducir, de la Revista Britá-


nica, excelente )• acreditado periódico que se publica una vez al mes en París,
48 Pacheco y sus Obras

una parte del notable artículo que el Sr. D. Antonio de Latour dá á luz en
el número correspondiente al mes de Agosto próximo pasado.
»En este artículo, el Sr. de Latour trata con su recto criterio y profundo
talento investigador, entre otras cosas relativas á la fisonomía literaria, artísti-
ca, política y moral de la España de nuestros dias, de ese inapreciable manus-
crito conocido por El libro de Pacheco, que nuestro querido é ¡lustrado amigo
el Sr. D. José María Asensio tuvo la fortuna de encontrar después de largas y
perseverantes investigaciones.
>Dos cosas nos mueven á hacer la traducción de la parte más importante,
á nuestro juicio, del mencionado artículo: la primera renovar en el corazón de
los amantes de nuestras glorias literarias y artísticas la indecible alegría con
que recibieron la noticia del hallazgo de esa maravilla de los buenos tiempos
de la Escuela Sevillana; y la segunda pagar un tributo de agradecimiento á uno
de los pocos sabios extranjeros que, al escribir de las cosas de España, lo ha-
cen con rectitud é imparcialidad, y saben colocarse en situación desembarazada

y ponerse muy alto por encima de preocupaciones vulgares que tienden á reba-
jar las verdaderas y sólidas grandezas de esta nación. El señor de Latour, en
una palabra, escribe de España en España; basta esto para que con su buen
juicio sepa decir la verdad.
Dice así:

«¿Recordáis ese libro inapreciable que se creia perdido para siempre, y


que, sin embargo, fué encontrado, en buen hora, por el Sr. D. José María
Asensio, quien poco tiempo ántes nos habia sorprendido con el feliz hallazgo
del verdadero retrato de Cervantes? Pues bien; quiero hablaros de esta precio-
sa colección de retratos y noticias históricas pertenecientes á personajes ilus-

tres del siglo XVI, dibujados aquéllos y escritas éstas por el pintor Pacheco,
el primer maestro que tuvo Velazquez, y que más tarde fué su suegro. Yo he
visto este precioso manuscrito; lo he tenido entre las manos, y puedo hablaros
de él con entero conocimiento de causa. Sabíase, á principios de este siglo, que
existia, si no todo, alménos una parte; pero no se sabía dónde se encontraba,
ni se conocía de él más que una copia incompleta del texto. Supe que estaba
en poder de D. José María Asensio, y llegué á Sevilla aguijoneado por
al fin el

deseo de ver esa maravilla.


f Asensio no es ciertamente uno de esos hombres de los cuales se dice en
España: sí fuera sol no calentaría á nadie ; así que, la misma satisfacción que
yo he tenido habréis de tenerla vos, puesto que el libro será publicado por su
actual dueño, quien se ha comprometido consigo mismo y con la memoria de
Pacheco á darlo á la estampa. Pero ;se servirá del grabado, ó de la fotografía!^

Esto es lo que Asensio no ha resuelto todavía.


»E1 libro tiene el tamaño de fólio español, y está modestamente encua-
dernado. Contiénensc en él unos cincuenta y seis retratos y cuarenta y cuatro
Pacheco y sus Obras 49

noticias biográficas, escritas del puño y letra de Pacheco, con una perfección
tal,que nos recuerda los grandes calígrafos del siglo XVII. Puede decirse que
es una obra admirablemente pmtada, ya se considere bajo el punto de vista li-
terario, ya bajo el punto de vista artístico. La colección debió ser más numero-

sa,y es presumible que una parte se ha perdido, si no en vida del autor y por
su voluntad, acaso poco después de su muerte. Es notorio que Pacheco se
habia propuesto elegir en su colección de retratos y biografías los personajes
de mayor celebridad para darles cabida en el libro; y, sin embargo, faltan unas
veces el retrato, otras la noticia histórica. Contentémonos con lo que ha
quedado, que ya es mucho.
»Son los retratos bustos de unas ocho pulgadas de altura, de las que co-
rresponden dos á la cabeza; cada uno está encerrado en un cuadro delineado y
enriquecido con adornos dibujados á la pluma, habiendo cuidado Pacheco de
que estos adornos fueran alegóricos al talento ó al carácter del personaje
retratado. Los de los poetas, en particular, ostentan una corona de laurel. En-
cima de cada retrato se lee un versículo de la Escritura, que viene á ser un re-

sumen de la vida del modelo, y frecuentemente un juicio acerca del mismo. Las
figuras están dibujadas á dos lápices, rojoy negro, con una delicadeza que se
acerca á la miniatura, y con una vivacidad tal de expresión, que, á pesar del
tiempo trascurrido, conservan todas ellas los rasgos del genio que los animó.
Aquellos ojos hablan todavía, á pesar de los tres siglos que han trascurrido;
} de los labios de Ouevedo, por ejemplo, se espera ver salir sus agudos epi-
gramas ó una sátira mordaz. Diríase que fray Luis de Granada va á leernos una
página de sus obras inmortales, y que la profunda mirada de fray Luis de León
se anima inspirada con los primeros versos de su magnífica oda:

« Qué descansada vida


La del que huye el mundanal rüido.»

* Porque los retratos de estos tres célebres ingenios se encuentran en la

colección, y en ellos se ven los verdaderos rasgos de aquellas fisonomías, que


sólo conociamos por las defectuosas copias que han llegado hasta nosotros,
por más que en su origen fuesen, quizás, tomadas en el libro de Pacheco.
» Cuando aconteció la muerte de Pacheco, el libro debia estar tocando á
su fin, puesto que el título y la portada están concluidos. No obstante, áun en
lo que queda de él se advierten vacíos que no pueden ser obra del tiempo;
vénse biografías á medio acabar, páginas en blanco que parecen estar espe-
rando la pluma del autor. Hay más: hay retratos sin nombre; pero no debemos
lamentarnos mucho de estas omisiones, pues Asensio es hombre muy abonado
para suplirlas, y tanto que, si no me engaño, ha descifrado ya algunos de los
enigmas contenidos en aquellas amarillentas fojas.

7
50 Pacheco y sus Obras

»Me parece haber dicho lo muy bastante para excitar la curiosidad de


todos los aficionados á estos raros y elocuentes testimonios que dan de sí mis-
mos un gran pueblo y una gran época. Pero debiendo satisfacer también la
de aquellos literatos que desean saberlo todo, voy á contaros ahora la manera
cómo ha sido hallado este precioso manuscrito. Este será un cuadro de las cos-
tumbres españolas.
» Sabíase que un D. Vicente de Avilés poseia de Pacheco, y que
el libro

este D. Vicente habitaba en un pueblecillo de Andalucía, situado al pié de Sie-


rra-Morena, lugar de cuyo no^nh'e, al ménos por ahora, no quiero acordarme,
ya sea para interesar mi relación con un poquito de misterio, ó más bien para
que humana no venga en tentación de levantar una punta del velo
la malicia

que la caridad nos manda echar sobre la memoria de los muertos. ¿De qué
manera habia llegado este tesoro á manos de D. Vicente de Avilés? Se ignora;
pero es lo más probable que lo adquiriera por herencia. D. Vicente conocia el
valor de la alhaja que poseia, y en diferentes ocasiones habia estado en tratos
con extranjeros para enajenarla. Pocos instantes ántes de su muerte, que fué
casi repentina, hubo de decir á sus herederos (sólo tenía sobrinos) que habia
ocultado en lugar seguro la porción más preciada é importante de sus bienes;
es decir, el libro de Pacheco y várias alhajas. Muerto Avilés, sus herederos
registraron cuidadosamente toda la casa, sin dar con el codiciado tesoro, y tu-
vieron que contentarse con una copia del texto, que su tio sacara por lo que pu-
diera suceder.
»Á la sazón llegaron al pueblo dos aficionados procedentes de Sevilla,

que, ignorantes de las precauciones que tomara Avilés, se congratulaban con

la esperanza de que sus herederos cederian gustosos una propiedad que valia
ménos á sus ojos que un ardite de moneda antigua catalana. Mohinos y caria-

contecidos quedaron al saber lo que habia sucedido con respecto al libro; em-
pero no descorazonaron del todo, y pidieron y obtuvieron permiso para pro-
ceder á nueva búsqueda. Buscad, buscad, les dijeron, y si tenéis la fortuna de
encontrar, las alhajas serán para nosotros y el libro para vosotros. Aquellas
buenas gentes ignoraban que la parte más valiosa del tesoro oculto era, sin

disputa, el libro.
sComo los buscadores de oro en la California, así nuestros dos aficiona-
dos sudaron agua y sangre para descubrir el codiciado placer. Reconocieron
las paredes de la casa, levantaron las solerías, pusieron en desórden los teja-

dos, desarmaron las cómodas, mesas y alacenas; hubieran, en fin, de buen gra-
do vaciado las botas de vino y las tinajas de aceite, á no haberles ido á la ma-
no. Rinconete y Cortadillo entrados durante la noche en una casa, en ausencia
de todos sus moradores, no la hubieran puesto á saco con más gentil desemba-
razo. Trabajo y todo cuanto obtuvieron de él los aficionados sevillanos,
inútil;

fué el permiso para sacar una copia de la copia del libro hecha por D. Vi-
Pacheco y sus Obras 51

cente Avilés. De esta copia, que el Sr. Bueno me dió á leer en 1849, es de la

que he hablado en mis primeros Estudios sobre España.


5>E1 Sr. D.José María Asensio tuvo la franqueza de decirme que la lectu-

ra de lo que yo habia escrito acerca de esta copia despertó en él el deseo de


probar fortuna, intentando empresa en que D. Juan José Bueno y su amigo
la

habian naufragado. Os ruego no olvidéis este detalle, que me proporciona la


íntima satisfacción de haber tenido una pequeña parte en el mérito del descu-
brimiento. No es grande, si queréis, el motivo que tengo para envanecerme;
empero modesto y todo como es mi papel, me doy por satisfecho.
» Asensio tuvo una idea feliz; esto es, que el manuscrito no habia sido ha-
llado en la casa, por la sencilla razón de que nunca estuvo oculto en ella: en tal

virtud, supuso fundadamente que fué depositado en manos de algún amigo de


D. Vicente Avilés. Pero ¿dónde encontrar ese depositario que, habiendo tenido
tiempo sobrado para hablar, permanecía, sin embargo, silencioso? Acontece,
con frecuencia, que un secreto confiado á un hombre desleal permanece ence-
rrado en su corazón cual si estuviera sepultado en los abismos del mar. No obs-
tante, persuadido Asensio de que se encontraba en buen camino, decidió no
separarse de él. Ajuicio suyo, las investigaciones debian practicarse en el mis-
mo pueblo; mas ¿érale dado hacerlas en persona? ¿Cómo abandonar su bufete,
sus clientes, sus negocios diarios? ¿Cómo establecerse, aunque fuera accidental-
mente, en un pueblecito donde su presencia hubiera despertado la curiosidad
del vecindario, sido origen de infinitos comentarios, y, lo que era más de te-

mer, despertado la desconfianza del infiel depositario, quien, en tal virtud, se


hubiera puesto sobre un pié como grulla? Era, pues, necesario enviar allá un
emisario discreto é inteligente; mas ¿quién? Este era el hito de la dificultad.
» Existen en Andalucía ciertos hombres que parecen haber nacido expre-
samente para desempeñar misiones diplomáticas al menudeo. Hombres que no
han podido terminar ninguna carrera, empero que las han empezado todas, y
creádose de esta manera un caudal de conocimientos, una especie de gramáti-
ca parda que los hace aptos para todo, y que les abre todas las puertas; y como
la naturaleza los ha dotado, además, de muy buenos vientos, son los mejores

perros para levantar todo género de caza. Se podria escribir un artículo de


costumbres acerca de estos agentes ó corredores de negocios al por menor, de
los cuales Fígaro es el padre legítimo, especie de trota-conventos que andan
siempre á caza de gangas, con una mano por el suelo y otra por el cielo, oliendo
dónde guisan, comprando y vendiéndolo todo, y que tienen la gracia particular
de apuntar á la izquierda cuando quieren tirar sobre la derecha. Su vida es nó-
mada, aparecen y desaparecen allí mismo donde ménos se les espera. Viajeros
incansables, recorren los pueblos y lugares, inspeccionándolo todo, trabando
conversación con todo elmundo, y siempre fija la mirada en la alhaja que lleva
encima su interlocutor. Tienen un dón particular para adquirir de la viuda los
52 Pacheco y sus Obras

objetos que conserva como preciado recuerdo; y si ésta se resiste demasiado,


se arreglarán demanera que dejan sumergido el anzuelo, en términos de hacer
desear su regreso. Siembran á hurtadillas, pero se presentan resueltamente
cuando la miés está madura. ¡Cuántas veces, el mismo que los rechazó con in-
dignación, los recibe más tarde con alegría, imaginándose que llegan para ha-
cerle un beneficio! Ciertamente que se encuentran en todos los países esta cla-
se de hombres; pero los de Andalucía tienen una gracia particular que los hace
verdaderos personajes de comedia: son hombres de negocios y buhoneros por
mitad, teniendo de los primeros esa práctica sutil de las leyes y de los asuntos
que embaraza al cliente, y de los segundos el arte de sorprender y enlazar la víc-
tima para despojarla á sus anchas. Os prevengo que no
es un retrato el que
acabo de hacer, sino que he intentado poner en evidencia un tipo señalando sus
principales caractéres.
» Ignoro de quién se valió Asensio en esta ocasión; mas fuera quien fi.iere,

es lo cierto que debió ser un hombre dotado de todo cuanto era indispensable
para llevarla aventura á feliz término. Ofrecióle una buena recompensa, y el emi-
sario fué á establecerse sin ruido y con un pretexto cualquiera en la posada úni-
ca del pueblecillo que indiqué anteriormente. En él, y en tanto que aparentaba
ocuparse con asiduidad de sus particulares negocios, trababa conversación con
todo el mundo. Sin embargo, dejó trascurrir algunos dias ántes de fijarla sobre
el difunto D. Vicente Avilés. Ya puesto en este camino, un dia hablaba de este
señor, y otro de sus sobrinos, cuidando de hacer hablar á sus interlocutores,
y provocando digresiones que eran muy de su agrado, sobre todo cuando con
tal motivo alguno de los contemporáneos de Avilés hablaba de las relaciones

que éste habia tenido en la última época de su vida. En estas ocasiones el en-
cargado de negocios de Asensio se hacía todo oidos; y en una de ellas supo
que aquel de los más íntimos amigos que sobrevivió á D. Vicente le habia se-
guido de cerca al sepulcro. Esta noticia lo dejó casi completamente desconcer-
tado; sin embargo^ no quiso renunciar del todo á sus investigaciones ántes de
hacer una nueva tentativa cerca de los herederos de D. Vicente, para inquirir
noticias del extraviado manuscrito. Estos le dieron cuenta detallada de todas
las diligencias que se hablan hecho en la casa para descubrirlo: y deduciendo

de tantas idas y venidas que el perdido tesoro debia ser de gran valía, los
sobrinos de Avilés le ofrecieron en venta la copia del manuscrito por el precio
de seis mil reales vellón. El comisionado rióseles en las barbas, y regresó á su
posada. Ya en ella, y después de maduras reflexiones, de las cuales dedujo que
debia perderse toda esperanza, escribió á Asensio, anunciando su próximo
regreso á Sevilla.
» Púsose con negro humor á hacer sus baúles, y el posadero, que lo ad-
virtió, le preguntó el motivo. El fiel diplomático, que no estimaba ya necesaria

la reserva que se impusiera, respondió que habia venido á un negocio que se


Pacheco y sus Obras 53

había vuelto agua de cerrajas. — ¿Qué negocio es ese? — insistió el posadero.


Notad que el posadero en España, y sobre todo en los pueblos pequeños, es
hoy en dia el mismo que era en los tiempos de D. Quijote. Tiene su tanto de
importancia en y se entromete con buena voluntad en los asuntos
la localidad,

de los viajeros que aloja Sentado á la caida de la tarde en la puerta de su


posada, donde se detiene un momento todo el que pasa por la calle, pres-

ta oido atento á muchas cosas, que guarda en su memoria, las cuales enlaza

entre y de las que se acuerda en tiempo y lugar oportuno.


sí,

»E1 comisionado contestó á la pregunta de su huésped: — ¡Busco un rene-

grido libro....! — ¿Un manuscrito.^ — Eso es; sí, señor, un manuscrito de Pache-
co; — y pronunció este nombre con voz apénas inteligible. ¿Sabía acaso el posa-
dero si había existido un Pacheco en el mundo.? Sí que lo sabía; y tanto, que
contestó: — ¿Por qué no ha hablado usted desde luégo con franqueza? Yo le hu-
biera dicho dónde se encuentra.... Quien lo tiene es el señor Arcipreste. —-Y en
el acto relató la siguiente historia:
»D. Vicente de Avilés vendió el libro en una suma considerable á un in-

glés que, de paso por el pueblo, se dirigía á Málaga, de donde debía regresar
para recogerlo. No se sabe si cansado de esperarlo, ó por otro cualquier moti-
vo, Avilés depositó en manos de uno de sus amigos el manuscrito y unas cuan-
tas alhajas de bastante valor. Al á'.a. siguiente de haber hecho el depósito, Avi-
lésmurió de repente, y el amigo tuvo tentaciones de guardarse los objetos.
Para tranquilizar su conciencia, se dijo que el difunto no tenía hijos, y esta
mala retlexion le decidió á cumplir su mal propósito. De tiempo en tiempo
hacía un viaje á Sevilla, donde vendió una por una todas las alhajas hasta que-
darse con sólo el manuscrito, que renunció á vender, por no llamar la atención.

La idea de quemar el libro cruzó por su mente como el mejor medio de resol-
ver el conflicto en que se encontraba. De todos cuantos peligros amenazaron
la existencia de este precioso manuscrito, el más grave, sin duda, fué el pensa-

miento que se le ocurrió al poco escrupuloso depositario. La muerte resolvió


todas sus dudas. Pero tenía una mujer que, al verse sola cargada con tan pesada
responsabilidad, tuvo miedo y quiso aliviar su conciencia, entregando el libro
á su confesor con encargo de restituirlo. Las restituciones por medio del con-
fesonario son muy frecuentes en España. El sacerdote se encontró bastante
embarazado y perplejo, temiendo que los herederos de Avilés, al recibir de sus
manos el manuscrito, le pidieran cuenta de las alhajas depositadas con él, y
dudó mucho tiempo acerca del destino que le convenia dar al libro. Nuevos
riesgos amenazaron al asendereado manuscrito; riesgo que no debió correr en
esta ocasión, puesto que el sacerdote debió comprender que el deber le man-
daba arrostrar una sospecha, que no hubiera subsistido mucho tiempo, vista la
autoridad moral y el carácter respetable del nuevo depositario. La obra maes-
tra de Pacheco estuvo, pues, otra vez á punto de desaparecer para siempre.
54 Pacheco y sus Obras

s Así las cosas, llegó al pueblo el emisario secreto de D. José María Asen-
sio, cuando todavía no estaban resueltos los escrúpulos y las vacilaciones del

eclesiástico. Compréndese desde luégo, que al saber estos pormenores renun-


ció á volver á Sevilla. En la mañana siguiente se presentó en casa del Arcipres-

te, quieii, interrogado, negó el depósito. El comisionado, seguro del hecho, no


sólo no se desanimó, sino que hizo firme propósito de volver á la carga. Faltóle
el tiempo, puesto que el sacerdote murió en aquellos dias: no parece sino que
este manuscrito era fatal para todos aquellos que lo poseían. Sin duda que al
morir el Arcipreste dispuso que el libro fuese devuelto á los herederos de don
Vicente de Avilés, puesto que el comisionado supo al mismo tiempo su rea-
parición y la muerte del último depositario. Dióse prisa á hacer una visita á
los herederos, quienes esta vez le recibieron con visibles muestras de alegría.
La suma que pidieron por el libro (12.000 rs. vn.) no era ciertamente exorbi-
tante, ni capaz de arruinar á un aficionado. Consultado D. José María Asensio
por el telégrafo, dió su consentimiento, y la compra se verificó en el acto. Cuan-
do Asensio se consideró tranquilo y seguro poseedor del precioso manuscrito,
su alegría y su satisfacción fueron mayores que si hubiese ganado un gran plei-
to en interés de la casa del Duque de Medinaceli, y de seguro que no se hubie-
se tenido por más dichoso.
»Esta luna de miel dura todavía, y todo cuanto han intentado académi-
cos, aficionados y editores para sacar tan inapreciable joya de la biblioteca del
señor Asensio ha sido completamente infructuoso, y sólo ha servido para aumen-
tar su inmensa satisfacción. La maravilla de Pacheco no saldrá de sus manos
sino para difundirse por todo el mundo. Ha tomado á pecho esta empresa, y
dice, que ya que no sea el padre de la obra, quiere ser su padrino.
»0s prometo una esquela de convite.
Antonio de Latour. »

Hasta aquí el artículo de la Revista Bj'itánica.


A sus noticias, una tan sólo podremos adicionar. Cuando primeramente
Mr. Stirling de Keir, y después el barón Taylor, en sus excursiones artísticas
por España, llegaron á la Andalucía, parece ser que traian noticia exacta del
libro inédito de Francisco Pacheco, y firme propósito de adquirirlo, sin duda
para que pasara á enriquecer, como preciosa joya, algún museo ó biblioteca
de sus respectivos países.
en diversas ocasiones y por largas temporadas á Fuentes, se-
Stirling fué

gún parece; pero nos aseguran que ni uno ni otro viajero lograron ver siquiera
el libro objeto de su artística codicia.
»

Pacheco y sus Obras 55

V
LO QUE HA PERECIDO Y LO QUE SE CONSERVA

Más de ciento y setenta retratos llevaba dibujados Francisco Pacheco


en el año de 1649 á la publicación de El Arte de la Pinticra, según dejamos
dicho ántes. Era su intento entresacar de ellos hasta ciento, de personajes emi-
nentes, para formar un libro; y suponiendo, aunque es hipótesis infundada, que
lo hubiera hecho según se lo proponía, siempre podremos congratularnos de
que se haya salvado la parte más considerable, el mejor fragmento de la obra,

pues comienza en laportada y contiene cincuenta y seis retratos de los mejo-


res, de los que el autor juzgó dignos de tan señalado lugar.
¡Lástima grande y pérdida grandísima es la de lo que falta! ¿Quién dudará
de que en lo perdido no estuvieran los retratos y elogios de un Cervantes, una
Teresa de Jesús, de Vicente Espinel y D. Juan de Jáuregui, con otros no mé-
nos importantes para las Letras españolas?
Con no poco trabajo hemos podido allegar algunas noticias acerca de la
parte perdida del precioso manuscrito. Escasas son é incompletas, pero no
hemos podido hacer más.
Entre los Opúsculos en prosa coleccionados á continuación verá el lector
el Elogio biográfico de Lope de Vega, que no se encuentra en el fragmento
conservado del Libro de Retratos {i).

Publicóle en 1609, al frente de la edición primera de la yertisalen conquis-


tada de Lope de Vega, Baltasar Elisio de Medinilla, diciendo á los aficionados
á los escritos de su maestro:
« Aviendo llegado á mis manos este Elogio, sacado del Libro de Retratos
»que haze Francisco Pacheco en Sevilla, de los hombres en nuestra edad in-

í signes, quise comunicarle á los aficionados á los escritos de Lope, sin vo-
»luntad y consentimiento suyo, aviendo quedado á corregir la impression de su
» yeríisalen en ausencia suya.
Adviértese después á los lectores que el diminuto retrato, que acompañó
al poema, no es el dibujado por Pacheco; y en verdad, que no está de sobra
tal advertencia, porque el retrato es harto infeliz (2).

( 1) Ocupa entre los Opúsculos en prosa el núm. I.

(2) En el año 1841, según noticia comunicada por el Sr. D. Cayetano A. de la Barrera, circuló el

Fi-ospecto de una nueva edición de La Jenisalen conquistada de Lope de Vega, que, según aquel anuncio, debia
56 Pacheco y sus Obras

Lope de Vega residió algún tiempo en Sevilla, al principiar el siglo XVII;


en esta ciudad publicó El Peregrino en stc patria (que se imprimió en 1603,
aunque no salió á luz hasta el año siguiente). Es natural que concurriera al
taller de Pacheco, y allí fuera retratado por éste, siendo su imágen de las pri-
meras que se destinaran al Libro, por la fama que acompañaba ya al Fénix de
ios Ingenios.

De cinco Elogios únicamente hizo expresión nominal y señalada el mismo


Francisco Pacheco en su Arle de la Pinttira. Y no sabemos que nadie ha}'a

reparado en ellos.

Son los que siguen:


Á la pág. 92 cita á Pedro Campaña, y se remite á su Elogio; y en la pági-

na 118 hace una referencia igual, al Elogio de Luis de Vargas. Estos dos están
contenidos en fragmento que hoy se conserva, y van en su lugar respectivo,
el

con el retrato á que corresponden.


Habla de los famosos retratistas, y dice á la pág. loi:
«Diego de Silva Velazquez (i), mi yerno, ocupa (con razón) el tercer
» lugar, á quien después de cinco años de educación i enseñanza, casé con mi
»hija, movido de su virtud, limpieza i buenas partes: i de las esperanzas de su
» grande i natural ingenio. I porque es mayor la onra de maestro que la de
» suegro, ha sido justo estorbar el atrevimiento de alguno (2) que se quiere
» atribuir esta gloria, quitándome la corona de mis postreros años. No tengo
»por mengua aventajarse el discípulo al maestro (aviendo dicho la verdad
«que no es mayor), ni perdió Leonardo de Vinci en tener á Rafael por discí-

»pulo, ni Jorge de Castel-franco á Tiziano, ni Platón á Aristóteles; pues no le


* quitó el nombre de Divino t>...

«Esto se escribe, nó tanto por alabar el sugeto presente (que tendrá otro
» lugar), cuanto por la grandeza del arte de la Pintura. » (Al márgen dice: En su
Elogio.)
A
la pág. 164 se expresa así:

«Gerónimo Fernandez, maestro arquitecto y escultor famoso, vimos que


»en todas las dificultades de artífices que se le ofrecian, así de Arquitectura
»como de Escultura }' Pintura, con un lápiz (de que siempre andaba prevenido)
» hacía facilísima demostración de la verdad de lo que trataba, allanando i di-

sfiniendo las dudas i dificultades con gran prontitud, que es una singular ven-
»taja». (Al márgen dice: En sn Elogio.)

llevar entre otras notables mejoras la siguiente; — 'Se dará, decía, el retrato de I.ope de Vega, copiado esacta-

mente del que hizo Francisco Pacheco con vista del orijinal....»

La anunciada edición no pasó de proyecto.

(1) Obsérvese que Pacheco conserva en su órden natural los apellidos de Velazquez.

(2) ¿Quién sería? Tal vez Pacheco se defiende aquí de especies vertidas por sus émulos. ¿Por Herrera?
»

Pacheco y sus Obras 57

Por último, en la pág. 302 dice lo siguiente:


«Y áun también podemos poner en este número á Dominico Greco; por-
»que aunque escribimos en algunas partes contra algunas opiniones i para-
»doxas suyas, no le podemos excluir del número de los grandes pintores, vien-
»do algunas cosas de su mano tan reveladas y tan vivas (en aquella su ma-
guera), que igualan á las de los mayores hombres (como se dice en otro lugar).
(Al márgen dice: En sn Elogio.)
De estos tres Elogios, que cita su mismo autor, y de los retratos á
que iban unidos, no se conserva otra noticia que la que hallamos trascrita.

Tampoco se conserva el retrato de Gerónimo Carranza, el célebre maes-


tro de armas y autor del libro titulado « Libro de Hierónimo de Carraiifa, na-
tural de Sevilla, qne trata de la philosophia de las Armas y de sv destreza, y
de la aggressioii y defensa.... — Impreso en Sanlúcar de Barrameda, en casa del
autor, año 1582.»
Consta sin embargo su y hasta podemos ofrecer á los curiosos
existencia,

el soneto que probablemente cerraria el Elogio de aquel célebre diestro, según


la costumbre que Pacheco seguia. Es obra de Cristóval de Mesa, y se encuen-
tra á la pág. 112 de su libro Valle de Lágrimas, impreso en Madrid por Juan

de la Cuesta el año de 1607. Dice así:


(

AL RETRATO DE GERÓNIMO DE CARRANZA,


CABALLERO DEL HÁBITO DE CHRISTO.

Tú, gran Carranza, que Andaluz Atlante,


Con el cetro Español tu fama mides,
A tu nación renombre inmortal pides,
Desde el Poniente al último Levante.

Tu espada y pluma
se celebre y cante.
Pues con dos mundos ya tu honor divides,
Dexas atrás los límites de Alcides,
Passas de sus colunas adelante.

Palma á Febo, honra á Pálas, gloria á Márte


Dás, y blasón al hábito de Christo,
Y al católico Imperio y sus fieles
Reduziendo las armas á nuevo arte;
Y Pacheco te dá, moderno Apéles,
Nueva vida, alto sér, lustre no visto.

Un retrato posee el Sr. D. Valentín Carderera, cuya colección es bien co-

8
58 Pacheco y sus Obras

nocida y apreciada, tanto en España como en el extranjero, que también pare-


ce de mano de Francisco Pacheco, y destinado, como lo indica su tamaño, al
Libro, cii}'o fragmento más considerable se publica hoy. Representa á un hom-
bre de edad madura, poeta, porque está coronado de laurel, como todos los
que se consen an en el Libro de Retratos^ pero no existe indicio alguno para
conjeturar su nombre. Y merece la pena de hacer investigaciones: ¿quién sabe
si inopinadamente podríamos descubrir que es un retrato de D. Francisco de
Rojas y Zorrilla, de Moreto ó algún otro de los insignes dramáticos de quienes
no se conserva imágen conocida? Los rasgos de Pacheco son de muy subido
precio, porque se sabe que retrataba á los hombres que sobresalían por algún
concepto. ¿Quién será el poeta desconocido?
Ha publicado la Sociedad de Bibliófilos Espafwles las poesías del célebre
poeta sevillano Francisco de Rioja, esmeradamente reunidas, cotejadas y es-
purgadas de grandes errores, y eruditísimamente ilustradas con la vida del au-
tor por D. Cayetano A. de la Barrera y Leirado. Á acompaña un
esta obra
nuevo retrato de Rioja, diferente del que incluyó D. José López Sedaño en el
tomo VIII del Parnaso Espafiol.
El dibujo ha sido facilitado por el mismo Sr. D. Valentín Carderera, que
nos comunicó y fué hecho á fines del siglo pasado por nuestro in-
el anterior,

signe grabador Carmona, suponiendo los entendidos que procede de un origi-


nal do Fr;-xcisco Pacheco.
No extrañaríamos que tanto este nuevo retrato de Rioja, como el del an-

ciano poeta que ántes nos ocupaba, procedan, con el de Valbuena y el de López
de Zárate, de aquel cuaderno del Libro de Retratos que habia tenido en su po-
der D. Martin Fernandez de Navarrete, y que no se sabía ya dónde habia ido á
parar por los años de 1 845.
El retrato del poeta desconocido pudo formar parte de aquel extraviado
cuaderno; y los otros pueden proceder de sus originales, copiado el de Zárate
por D. P^rancisco Goya, el de Valbuena por Ribelles, y el de Francisco de Rioja
por Carmona.
D. Nicolás Diaz de Benjumea, el docto comentador, el demasiadamente
ingenioso comentador del Quijote (según la feliz expresión del Sr. D. Antonio
de Latour), fué el primero que nos hizo la indicación de haber visto en Lón-
dres, en poder de D. Juan Wctherell, hijo de un caballero que vivió muchos
años en Sevilla, tres retratos exactamente iguales en tamaño, en papel, en di-

bujo, etc., á los que veia en el Libro de Pacheco. Según sus recuerdos, era el

uno maestro de armas, otro poeta y eclesiástico, no recordando lo que repre-


sentaba el tercero.

Con el deseo natural de depurar la verdad de tan interesante noticia, hici-

mos entónces cuantos esfuerzos estaban á nuestro alcance para conocer su


exactitud; y valiéndonos de la buena voluntad y artístico entusiasmo de algu-
Pacheco v sus Obras 59

nos amigos, supimos con seguridad que, en efecto, en poder de los señores
Mrs. Nathan y Horatio Wetherell existian, nó tres, sino siete retratos que en
muchas maneras se asemejaban á los del Libro de Francisco Pacheco.
Por mediación de nuestro antiguo y excelente amigo el Sr. D. Pascual de
Gayangos obtuvimos la lista exacta de los personajes retratados, y las copias
de sus Elogios. Eran éstos:

JiianMárquez de Aroche (maestro de armas).


Pedro de Mesa (id.).
Sancho Herjiandez (joyero).
Pedro de Madrid (músico).
Florentino de Pancorvo (médico).
Mamiel Rodrignez (músico).
Antonio de Vera Bustos (músico y poeta).

No pudimos lograr entonces la adquisición de aquellos dibujos de Pache-


co, que deseábamos reunir con sus compañeros para aumentar la colección;

pero siguiendo con interés cuanto relativo á obras del autor se publicaba en
las revistas más acreditadas, leimos en el periódico de Londres titulado The
Athenceum, en el número correspondiente al 25 de Julio de 1874, la siguiente

noticia, publicada por el nuevo poseedor de los siete retratos:

RETRATOS DIBUJADOS POR PACHECO

2'¡, Queen s Cate, Julio i^, 18 '¡4.

«He tenido la buena fortuna de adquirir un curioso é interesante volumen


de dibujos originales de artistas españoles é italianos. Ese volúmen era propie-
dad de Mr. Williams, Vice-Cónsul de Inglaterra en Sevilla, en el tiempo en que
Ricardo Ford residió allí; y el dicho Williams gozaba crédito de gran colector
é inteligente en artes españolas. K su fallecimiento el libro pasó á manos de
otro inglés que vivia en Sevilla. Su curiosidad y su valor consisten en que con-
tiene siete de los retratos que formaron parte del famoso manuscrito de Fran-
cisco Pacheco, con quien Velazquez aprendió su arte en Sevilla, y de quien
luégo fué yerno, como se lee en su vida. El Sr. D. José María Asensio, de Se-
villa, es poseedor afortunado de una gran parte de aquel manuscrito, que con-
tiene, según creo, cerca de sesenta retratos de los ciento que componían el vo-

lúmen original. Entre éstos debia estar el de Cervantes. Desgraciadamente no


es ninguno de los siete que hoy poseo. Hablando de esta colección de Pacheco,
Cean Bermudez, en su Diccionario histórico de ¿os más ilustres Profesores de
6o Pacheco y sus Obras

las Bellas Artes en España (Madrid, 1800: tom. IV, pág. 13, en la nota), dice:
«Y pasaron de ciento y setenta los que ejecutó de lápiz negro y rojo de suge-
»tos de mérito y fama en todas facultades.»
j Estos retratos están todos perfectamente dibujados; se distinguen espe-
cialmente por la animación, por y su principal mérito consiste en la in-
la vida,

dividualidad, en el parecido que deben tener con el sugeto á quien representan;


pero en cierto punto tenemos que corregir á Cean Bermudez, pues ninguno de
los siete se cuenta entre los españoles ilustres cuyos hechos divulga la fama.
— El primero, Juan Márquez de Aroche, es maestro de armas, y se le apos-
trofa en el soneto que acompaña á su Elogio de fuerte batallador; el segundo,

Pedro de Mesa, era ftierte en el arte de la danza; el tercero, Sancho Hernán-


dez, trabajabaen oro y plata. Sigue luégo la delicada y fina cabeza de Pedro
de Madrid, gran músico de guitarra; después el licenciado Florentino de Pan-
corvo, y otro Doctor. El último retrato, el de Antonio de Vera Bustos, está
dibujado á dos lápices, negro y rojo, con valiente ejecución. En el reverso tie-
ne escrito lo siguiente: ^Este retrato, hecho en casa de Pacheco, se cree que
fué ejecutado por Velazquez, y por ser de la colección se pone e?i este lugar. »
»

»Como creo que á algunos de nuestros lectores aficionados al arte espa-


ñol pueden interesar estas noticias, me he decidido á comunicarlas en este
lugar.
F. W. COSENS.»

VI
DONATIVO DE S. M. EL REY D. ALFONSO XII

Muy estábamos de sospechar, al leer la anterior noticia en el acre-


léjos

ditado periódico londinense, el conducto por donde hablan de venir á aumentar


el interés de la publicación del Libro de Retratos aquellos que se hablan ven-

dido en Inorlaterra.
En los últimos meses del año 1877, si no nos es infiel la memoria, vino la

Corte á la ciudad de Sevilla.


La inteligencia del Excmo. Sr. Conde de Morphy y su afición á las Bellas
Artes son proverbiales. Vió la obra inédita de Pacheco, se apasionó de su
mérito é importancia, y deseó que la admirara el rey D. Alfonso.
Al contemplar nuestro ilustrado Monarca los hermosos retratos de tantos
españoles ilustres, trazados por mano maestra con tanta verdad, con tanta
vida, con tan pasmoso carácter, tuvo una de aquellas frases que le hacian ad-

mirar de cuantos tenian el placer de escucharle:


Pacheco y sus Obras 6i

— La publicación de este libro dará más gloria á mi reinado que ganar


algunas batallas.
De esta original frase del Rey nació el pensamiento de que bajo sus aus-
picios, con su valiosa protección, saliese á luz la preciosa obra inédita del sue-
gro de Velazquez, gloria á la vez artística y literaria de España. Las ideas de
nuestro llorado Monarca eran siempre nobles, elevadas y dignas de su gran
talento. Proyectó desde luégo hacer lujosísima edición á su costa, y que los
ejemplares no se pusieran á la venta; y cuando después de muchas conferen-
cias, sostenidas con exquisita delicadeza y tacto por todas las personas que
intervinieron, se comprendió que el medio más exacto y artístico para hacer
las reproducciones era la foto-typia, y que por especialísimas razones debia
hacerse en Sevilla, S. M. á la primera indicación ofreció para enriquecer el

Libro de Pacheco dos preciosos donativos. — Firmó de su augusta mano en el

primer lugar el álbum de suscriciones, para que su nombre figurase como pro-
tector al frente de la obra. — Mandó entregar al poseedor de ésta los siete

retratos que se conservaron en Lóndres, y que su último poseedor, el ilus-


trado hispanófilo Fréderic William Cosens, habia tenido la delicada atención
de ofrecer como regalo Rey, y la honra de que éste lo aceptara (i).
al

Por este inesperado camino vinieron los retratos de Lóndres á figurar


unidos con los cincuenta y seis que se habian salvado milagrosamente de
tantas vicisitudes como llevamos referidas. Su publicación se debe, después
de la generosa oferta de D. Alfonso XII, al entusiasmo por la obra de Pa-
checo, y á la amistad que profesan á su actual poseedor los excelentísimos
señores D. Antonio Cánovas del Castillo, el Marqués de San Román y el
Conde de Morphy, cuyos nombres van unidos á tantas glorias de nuestra
patria.

Al examinar y confrontarlos con los que existían en el


los siete retratos
fragmento de la obra que se iba á publicar se notaron grandes diferencias. No
hay relación completa, como pueden verlo hoy los lectores, entre los unos y
los otros. Son algo mayores de tamaño las figuras de los sueltos; carecen de
las preciosas que avaloran y embellecen los del libro; las noti-
orlas alusivas
cias son diminutas, y no constituyen lo que luégo llamó Pacheco Elogios-, y en
vista de tales diferencias, y después de un detenido estudio, casi podemos
afi rmar, teniendo en cuenta las frases estampadas en el Aj-te de la Pintura (2),
que los siete retratos de que nos ocupamos fueron pruebas, ó intentos de los
muchos que dibujaba Pacheco para entresacar un ciento con que poder formar
su libro, y que no merecieron ser colocados en él.

(1) Después de haber hecho las pruebas fotográficas necesarias, fueron devueltos los originales á la
biblioteca particular de S. M., donde se conservan.

(2) Pág. 437. — Véanse á la pág. 36.


62 Pacheco y sus Obras

Quizá contribuyó también para que se les dejara separados, la circunstan-

cia de que ninguno de los individuos representados en ellos era una verdadera
celebridad, como atinadamente observó el Sr. W. Cosens.
Su importancia á pesar de esto, misma razón, es grandí-
y quizá por esta
sima para conocer todos los pensamientos de Pacheco y la manera de llevar-
los á ejecución.

VII
ALGUNOS DATOS PARA LLENAR LAS LAGUNAS
QUE OFRECE EL LIBRO

No vamos á intentar, que sería loco empeño, construir la parte que el ar-

tista no terminó por falta de tiempo. Breves noticias sobre algunos de los per-
sonajes cuyas imágenes se pusieron en su lugar, pero quedaron sin Elogio, con
alguna conjetura sobre los pocos retratos que carecen de nombre, y que por
pasatiempo y curiosidad habíamos anotado, son la materia de este capítulo.

EL SECRETARIO BALTASAR DE ESCOBAR

Este es el primer retrato que se encuentra sin Elogio en el M. S. original

de Francisco Pacheco. Atribuimos esta falta, y otras análogas, á la ausencia

del suelo andaluz de los personajes, que aumentaba la dificultad para obtener
noticias biográficas.
Supliendo en lo posible esta laguna, y careciendo casi por completo de
noticias de la vida de Escobar, regalaremos el gusto de los aficionados con
todos los sonetos suyos que hemos logrado; y que son de tal mérito, que
no se desdeñarían entre los buenos de Fernando de Herrera ó de D. Juan de
Arguijo.
Debió nacer Escobar á mediados del siglo XVI, en la mejor época de las

Letras castellanas. Jóven era aún, y se encontraba ya ausente de Sevilla y de


España en el año 1585, cuando el inmortal Miguel de Cervantes publicó La
Calatea, y elogiando sus talentos en el Ca?iío de Caliope, dice así:

Baltasar de Escobar, que agora adorna


Del Tíber las riberas tan famosas,
Pacheco y sus Obras 63

Y con su larga ausencia desadorna


Las del sagrado Bétis espaciosas,
Fértil ingenio, si por dicha torna
Al patrio amado suelo, á sus honrosas

Y juveniles sienes les ofrezco

El lauro y el honor que yo merezco.

Deja consignados Cervantes la patria, la edad, la ausencia y los mereci-


mientos del poeta.
Probablemente salió de Sevilla después del año 1 580, porque en éste con-
currió con Fernando de Herrera á celebrar el libro titulado De la Naturaleza
del Cavallo, compuesto por Pedro Fernandez de Andrada, que salió á luz en
aquel año, impreso por Fernando Diaz; y es la poesía suya más antigua que
conocemos.

Á PEDRO FERNANDEZ DE ANDRADA


(^NaturaUza del Cavallo (de la). — Sevilla: por Fernando Diar, 15S0. — 4 — XIX-152 hojas.)
">

El suelto brío del cavallo fiero,

Que á Bucefalia dio nombre famoso.


El macedonio admira, i temeroso
Tiene suspenso todo un pueblo entero.

Mas el gallardo joven, eredero


Del gran Filipo, entónces más brioso
Ase la rienda, y, con desden mañoso
Vuélvelo al sol, i sube en él ligero.

Otro nuevo Alexandro en vos conoce


El cavallo andaluz, que á vuestra mano
La boca rinde, i toma el duro freno:

I aqueste nombre España reconoce


En el de Andrada, ilustre sevillano.

Por darle un libro en todo estremo bueno.

Quizá estuvo en Sevilla, aunque fuera por poco tiempo, en el año 1586.
Salió al público en éste nueva edición de la obra titulada ChronograpJiia ó Re-
pertorio de los Tiempos, y á su frente, un soneto de Baltasar de Escobar A la
muerte de Hierbnimo de Chaves.
64 Pacheco y sus Obras

SONETO DE BALTASAR DE ESCOBAR


Á LA MUERTE DE HIERÓNIMO DE CHAVES

(Chronografhía ó Repertorio de los Tiempos. — Sevilla, 1586. — 4.°)


Chaves, cuyo divino ingenio tanto
se levantaba del terrestre asiento,
que el mejor desdobló del Firmamento
con viva luz el estrellado manto.

Habiendo visto i penetrado quanto


se mueve sobre el cálido elemento,
por la senda de luno ya contento
á descansar se sube al Reino santo.

I en testimonio de lo que viviendo


pudo alcanzar por tan dichosa suerte
este libro descubre su alabanza.

Pero después en el Señor muriendo


testimonio mayor nos dá su muerte
de lo que agora en el Impíreo alcanza.

Pacheco inserta en su Libro otro soneto de Escobar á la muerte del cé-

lebre escritor fray Luis de Granada, que sucedió en el año 1588.

EN LA MUER TE DEL P. FRAI L UIS DE GRANADA


Al justo, que de vida un siglo largo
passó, la brevedad d' ella midiendo,
murió siempre al vivir, vivió muriendo,
por ensayarse para el passo amargo.

I d' el Justo Juez tomando el cargo


él mismo, ante sí mismo pareciendo
contra su gran miseria procediendo
se fulminó el proceso é hizo el cargo.

I en la mental contemplación de pena


su culpa condenó, baxó al infierno,
provó el orror de aquel oscuro suelo;

Libre de la mortal prisión terrena,


le dió en su tribunal el Rei eterno
la merecida possesion d' el cielo.
Pacheco y sus Obras 65

De vuelta se encontraba en Italia en 1589, pues en Roma, á i 2 de Marzo


de aquel año, firmó la elegante epístola sobre el Monserrate del capitán Cristó-
que se insertó en la edición de Madrid de 1601, y recogió don
val de Virués,
Gregorio Mayans como preciada joya en su colección de Cartas.
En 1605 el poeta antequerano Pedro de Espinosa publicó en Valladolid
su famosa, cuanto rara, colección Flores de Poetas ilustres, y en ella inclu)-ó
tres sonetos de Baltasar de Escobar.
El primero de ellos, dedicado á la muerte de Fernando de Herrera, proba-
blemente maestro y amigo de Escobar, es hermosísimo, digno del alto poeta
cuya pérdida cantaba, y puede ponerse en competencia con los mejores.

EN LA MUERTE DE FERNAND O DE HERRERA


Así cantaba en dulce són Herrera,
Gloria del Bétis espacioso, cuando
Iba las quejas amorosas dando
De su mansa corriente en la ribera.

Y las Ninfas del bosque en la frontéra


Selva de Alcides, todas escuchando
En corteza de olivos entallando
Sus versos, cual si Apolo los dijera.

Y porque. Tiempo, tú no los consumas,


En estas hojas trasladados fueron
Por sacras manos del Castalio coro.

Dieron los cisnes de sus blancas plumas,


Y las Ninfas del Bétis esparcieron.
Para enjugarlos, sus arenas de oro.

Dignos son también de estudio y de aplauso los otros dos que inserta
Espinosa á losfolios 47 y 132 de su libro, y que reproducimos con el epígrafe

manuscrito que llevan en el ejemplar que poseemos.

ALABANZAS DE UN AMIGO Q UE RESIDIA EN EL PER Ú

Pues del Ocidental reino apartado,


Do el Invierno se juntan y el Estío,
Las bellas ninfas que del Jauja frío

Llevan al Marañon censo sagrado,


9
66 Pacheco y sus Obras

Han, ilustre Don Pedro, celebrado


Tan poco vuestro nombre, yo confio
Que si me ayudan las del Bétis mió,
Gozaré la ocasión que me han dejado.

Y al Potosí magnífico, eminente.


Que encender quiere al cielo con centellas,
Y al mundo con tesoros enriquece,

Nó por sus venas, nó, por la excelente


De vuestro ingenio sí, más rica que ellas,

Celebraré con lo que aquesta ofrece.

ESPAÑA CORTÉS É INVICTA


Entrada á fuerza de armas Cartagena,
Y rendida al ejército romano,
Dieron al saco la violenta mano,
Que hace propia la riqueza ajena.

Reservan de la presa la más buena


Joya, para Scipion, guardada en vano,
Pues al común desorden el humano
Querer el joven capitán refrena.

La esposa de Luceyo al afligido

Amado esposo ¡liberal hazaña!


Sin violar su honestidad envía.

Luceyo, á tal valor reconocido,


La tierra le rindió, y así la España
Vencida fué, mas fué de cortesía.

En el libro titulado Val¿e de lágrimas y diversas Rimas, de Christóval


de Mesa, — Madrid: Juan de la Cuesta, 1607, — se encuentra un soneto de Bal-
tasar de Escobar, titulado DesdeRoma á Nápoles. Por la respuesta de Mesa,
sabemos que Escobar habia compuesto un poema de San Hermenegildo, del
que ninguna otra noticia hemos podido adquirir, ni lo hemos visto citado en li-
bro alguno de cuantos se ocupan de las obras de ingenios andaluces. Y en
verdad, es de lamentar esta pérdida, tanto por el mérito poético de Escobar,
como por el asunto del poema.

Pacheco y sus Obras 67

DE BAL TASAR DE ESCOBAR


DESDE ROMA Á ÑAPOLES

SONETO
De la ciudad que guarda el Mausoleo
De Marón sacro Fénix de Parnaso,
Do en sus cenizas, del funesto vaso,
Único Mesa levantar os veo.

Volved los ojos donde del Tarpeo


Miró alegre Nerón el crudo caso,
Á los que siguen al Torcuato Tasso,
Que están de vuestra vuelta con desseo.

Y aunque las bellas Ninfas del Sebeto


Aspiren, no seays tan hinumano.
Que nos priveys de vuestro heróyco canto.

Pues de las Navas el sin par sujeto


Os dá no menor gloria que al Manü'.ano,
La grande Eneida celebrada tanto.

De quién fuera secretario Escobar no hemos podido averiguarlo todavía.


Por muchos años que habitó en Italia, nos inclinamos á juzgar lo fuera de
los
alguno de los magnates sevillanos que allí residieron á fines del siglo XVI.
Estas y otras noticias nos hubiera podido facilitar el Elogio que falta en su re-

trato.

EL MAESTRO FRAI FRANCISCO DE RIBERA, GENERAL

«D. Frai Francisco de Rivera, de nación español, natural de Alcalá de He-


nares, villa insigne del Arzobispado de Toledo, hijo del Convento de Madrid,
gravísimo teólogo y sugeto de gran juicio.
Fué Vicario General de las Provincias de Nueva España, en las Indias Oc-
cidentales, dende el año 1603 hasta el de 1609. Volvió á España pobre de di-

nero, y rico de crédito y opinión por lo bien que se habia portado en aquel
cargo. Eligiéronlo por Comendador de Madrid el año de 161 2, y ese mismo
año, habiendo fallecido el Maestro Frai Joseph de Aguayo, Provincial de Cas-
tilla, quedó por Vicario Provincial hasta el capítulo celebrado el año de 161 5,
en el que le eligieron por Provincial de la misma Provincia. Dentro de tres me-
ses se celebró capítulo general en Calatayud, á 5 del mes de Junio, y en él lo
68 Pacheco y sus Obras

eligieron por 37 General de la Orden, en cuyo gobierno se portó con mucha


prudencia y entereza, aunque le duró poco, porque á los dos años, en el de
1 6
1 7,
por el mismo mes de Junio, lo presentó el rey D. Felipe III para el Obis-
pado de Guadalajara en Nueva España, en la provincia que llaman Nueva
la

Galicia. Presidió en esta Iglesia poco más ó ménos de once años, hasta el de
1628, que fué promovido á la de Mechoacan (que es de las más ricas de aquel
Reyno) por muerte del obispo D. Frai Alonso Enriquez de Toledo, de quien
traté en el núm. I de este Catálogo. Estuvo propuesto diversas veces por el
Consejo de Indias para el Virreynato de Nueva España, y se le dejó de dar
por ser religioso, embargo de que se tuvo entera satisfacción de su pru-
sin

dencia y gran capacidad. También estuvo consultado para el Arzobispado de


México y para el Obispado de la Puebla de los Ángeles, y por no hazer de su
parte alguna diligencia no salió con ellos. Fundó en la ciudad de Guadalaxara
un convento de su Orden decentemente dotado. Dexó en ámbas Diócesis ilus-
tres memorias de sí, con que su nombre y fama quedó en ella eternizado. Fa-

lleció por Setiembre del año de 1649, con veintidós de consagración y setenta
y seis de edad.»
El retrato de Pacheco le representa jó ven, y por el rótulo vemos que de-
bió ser hecho en los años de 161 5 á 161 7, en que fué General de la Orden de
la Merced, teniendo de cuarenta y dos á cuarenta y cuatro años.

EL LICENCIADO JUAN SAEZ ZUMETA

Fué natural de Sevilla, aunque se ignora el año de su nacimiento: pe-


ro ya era conocido como poeta ántes del año 1580. En las Anotaciones á
Garcilaso publicadas por Fernando de Herrera en ese año se encuentra cita-

do con repetición y encomio, insertando como ejemplos muchos trozos de sus


poesías.
Sólo se puso un soneto íntegro, traducción de un epigrama de Sabeo,
que empieza Siccabat Veneris, que copiamos para muestra de su estilo:

Vénus al muerto Adónis lamentaba:


Las lágrimas Amor, también llorando.
Tierno con blanda mano, no cesando
A la llorosa madre le enjugaba;
Y la muerte, aunque niño, consolaba
Con tanta discreción, que regalando
El lastimado pecho, suspirando
Pudo Vénus mostrar lo que pasaba.
Pacheco y sus Obras 69

Quita, dice, esa mano allá inhumana,


Que esta llaga mortal, mi llanto eterno,

La causa desta triste amarga muerte;


Muéstrate agora, blando, humano y tierno:
Esa lo ha hecho todo: esa tirana.
Que contra mí la vuelves dura y fuerte.

Otro elogio en versos latinos se encuentra al frente de la Orphénica


Lyra del ciego Miguel de Fuenllana, impresa en Sevilla año de 1 554.
En el de 1584 se publicó La Calatea, y en el Canto de Caliope mereció
á Cervantes el Elogio siguiente:

¡Qué título, qué honor, qué palma ó lauro


Se le debe á jíiian Satis, que de Ztimeta
Se nombra, si del Indo al rojo Mauro
Cual su musa no hay otra tan perfeta!
Su fama aquí de nuevo le restauro
Con deciros, pastores, cuán aceta
Será de Apolo cualquier honra y lustre
Que á Zmneta hagáis que más le ilustre.

Posteriormente debió de tratar Cervantes á Zumeta en Sevilla. Cuando


en el verano de 1597 la escuadra inglesa saqueó á Cádiz, Cervantes se burló
del tardío socorro que llevó á la plaza el Duque de Medina, en su conocido
soneto:
Vimos en Julio otra semana santa.

Juan Saenz Zumeta hizo al mismo propósito otro soneto, que publicó Pe-
llicer en la Vida de Cervantes, y dice así:

¿De qué sirve la gala y jentileza.


Las bandas, los penachos matizados.
Los forros rojos, verdes y leonados
Si pide armas el tiempo con presteza?

Cuando lleva robada la riqueza


De Cádiz el Britano, y profanados
Deja templos y altares consagrados:
¡Eterna infamia, ó España, á tu grandeza!

Cuando el amigo llora del amigo


Los daños, y lloramos las deshonras
De nuestra lealtad amargamente:
70 Pacheco y sus Obras

Cuando en desprecio nuestro el enemigo


Con palabras ensalza nuestras honras:
¡Y el Dios de los atunes (i) lo consiente!

Hemos visto también otros versos suyos al frente de la Psyché, poema en


doce Maestro Juan de Mal-lara. (Biblioteca Nacional. M. i66.)
libros, del —
En qué fuera Licenciado Zumeta no se sabe hasta ahora, pues no consta
en el rótulo que Pacheco pone á su retrato. Vagamente recordamos haber leí-

do la especie, que no hemos podido comprobar, de que el Ldo. Zumeta fué Co-
rrejidor de Ecija.

RETRATO CON ORLA, PERO SIN NOMBRE NI ELOGIO, QUE SE ENCUENTRA DESPUES
DE EL DEL DOCTOR ÁLVARO PIZAÑO DE PALACIOS

¿ALONSO CANO?
Meras conjeturas, basadas en levísimo fundamento, son lo único que po-
demos ofrecer á la curiosidad de los aficionados acerca de este retrato.
Para juzgar que es pintor, tenemos el dato de la parte superior de la orla,

muy semejante áde los retratos de Pablo de Céspedes, Luis de Vargas y Pe-
la

dro Campaña, artistas de gran nombre, que van en sus lugares respectivos, y
que nos autorizan á decir que este personaje sin nombre era también artista.

Pero los dos ángeles ó genios que adornan el casetón superior no tienen sola-
mente pinceles en las manos. El uno de ellos empuña un compás, que cierta-

mente demuestra que el artista era pintor y escultor ó arquitecto.


Esta circunstancia, la de estar el retrato vigorosamente acentuado y es-
merada cuanto perfectamente concluido, que demuestra siempre el trato ínti-
mo y frecuente entre el modelo y el retratista, nos ha hecho pensar en Alonso
Cajio, discípulo de Pacheco, y con cuyos retratos tiene mucho parecido este

que analizamos; por más que aquí se representa al célebre artista en la pleni-
tud de la edad viril, y nó en la vejez, como nos lo han conservado en otras
pinturas.

RETRATO SIN ORLA, ELOGIO, NI NOMBRE, QUE SIGUE AL ANTERIOR EN EL M. S.

¿RODRIGO CARO.?

Ménos datos, fundamentos más débiles todavía que los expuestos para

(i) El Duque de Medina. (Nota del Autor.)


Pacheco y sus Obras 71

justificar la conjetura expuesta sobre el anterior retrato, son los que con respec-
to al presente podemos consignar.
personaje retratado era eclesiástico, poeta y amigo de Pacheco.
Que el

Las dos primeras circunstancias nos las dicen su traje y la corona que honra
su cabeza; la tercera nos la patentiza la perfección del dibujo, como decíamos
en el que precede. Por las cartas del pintor conocemos su amistad con el doc-
to anticuario; y por más que pueda parecer y leve sospecha, encontra-
pueril

mos en la fisonomía de este eclesiástico algo de característico de los hijos de


las poblaciones rurales de Andalucía, mucho de los naturales de esa gran villa

de Utrera, donde vió la luz primera Rodrigo Caro.


Más todavía, y para concluir; nos figuramos ver en el rostro de ese inno-
minado personaje más de la viveza, de la perspicacia del anticuario, que de la

ternura é imaginación del poeta.


No queremos, sin embargo, inducir en error á los lectores. En Sevilla
moraban muchos eclesiásticos poetas, cuyos retratos no se conservan, y que
pudieran ser originales de este presente.
Rodrigo Caro, nacido en 1573 y muerto en 1647, podríamos
Si fiiera
suponer hecho el retrato en 1626 aproximadamente, cuando eran más íntimas
sus relaciones con Pacheco, y contaba aquél más de c'ncuenta años.

¿DON FRANCISCO DE QUEVEDO?

Á pesar del signo dubitativo con que señalamos al personaje cuyo retra-
to sin nombre, Elogio ni orla se encuentra después de el del Maestro Francisco
Guerrero, entendemos que no ha de haber un solo lector que no vea en él sin

vacilación alguna la imágen del gran satírico, del filósofo moralista, del profun-
do escritor y festivo poeta cuyo nombre goza la mayor popularidad en España.
¡Y qué hermoso retrato nos ofrece Pacheco! ¡Cuánta verdad, cuánta vida,
cuánto carácter se encuentran en los rasgos de esa animada fisonomía! ¡Con
cuánta inteligencia, con qué delicadeza y atención están dibujados los ojos,
que en la vaguedad de su mirada revelan la incertidumbre del miope; y con
cuánta valentía se destacan bajo el espeso bigote esa boca acentuada, esos
labios que revelan firmeza de carácter, valor inquebrantable, y dejan ver al pro-
pio tiempo la sonrisa irónica del observador malicioso! La corona, artística-

mente colocada entre la abundante cabellera, completa esa hermosa obra de


arte; y debemos al Libro de Francisco Pacheco el mejor retrato del inimita-

ble autor de los Sueños, de las letrillas y jácaras, y de la Política de Dios y


la Vida de Sa7i Pablo.
72 Pacheco y sus Obras

Creemos qiíe Pacheco hizo este retrato á la vista del original, teniendo
muy estudiado y presente al modelo, porque así lo indican los muchos detalles

y accidentes del natural que en el dibujo se notan.


Debió hacerlo durante su segundo viaje á Madrid, cuando Velazquez se es-

tableció definitivamente en el Palacio Real por los años 1624 ó 1625, siendo el

poeta de edad de cuarenta y cuatro años.


En opinión de muchos aficionados, este retrato, por su ejecución perfec-
tísimay por conservar á la posteridad la viva imágen de Quevedo, es de los
más notables, de los que mayor interés prestan á la importante obra de Pa-
checo.

EL CARDENAL D. RODRIGO DE CASTRO

D. Rodrigo de Castro nació en Valladolid de Marzo de 1523.


el 5

Fueron sus padres D. Alvaro de Osorio y D.* Beatriz de Castro. Cursó


sus estudios en la Universidad de Salamanca con gran aprovechamiento.
En 1573 filé promovido á
de Zamora, y trasladado de ésta á la de
la Silla

Cuenca, donde se encontraba cuando fijé presentado para el Arzobispado de


Sevilla, en 1581, vacante por fallecimiento de D. Cristóval de Rojas, tio del

Duque de Lerma.
Recibió el capelo con el título de Cardenal de los Doce Apóstoles en el

año 1583, aunque Gil González Dávila y otros lo señalan en 1578; pero es lo
cierto, según documentos que examinó nuestro analista D. Diego Ortiz de Zú-

ñiga, que cuando vino á Sevilla aún no era Cardenal; que fiié creado en Noviem-
bre de 1 583, y por su elección se hicieron grandes demostraciones de júbilo en
Sevilla.

En su tiempo se introdujeron grandes refirmas en la administración dio-


cesana, y se llevó á efecto la reducción de hospitales, proyectada muchos años
ántes y que ofreció graves dificultades.
Fué D. Rodrigo de Castro un prelado de superior entendimiento y gran
ilustración. Trató y protegió al maestro Francisco de Medina, á Fernando de

Herrera, y á todos los artistas y literatos de aquella edad.


Falleció el dia 20 de Setiembre del año 1600, y fué sepultado en la

capilla de la Antigua de la Iglesia Catedral.


En su tiempo, dice el Abad Gordillo, llegó la majestad arzobispal de
Sevilla á toda su exaltación.
Pacheco y sus Obras 73

EL DOCTOR JERÓNIMO DE HERRERA

Cuanto pudiéramos decir de tan famoso orador sagrado lo recapitula el


poeta Pedro de Mesa en el soneto que hizo á su retrato, con el cual hubiera ce-

rrado, á no dudar, nuestro autor su Elogio, si hubiera llegado la ocasión de


escribirlo.

Fué elocuente defensor del Misterio de la Inmaculada, mereciendo que


como á gran devoto lo retratase Pacheco al pié de una imágen de la Concep-
ción que firmó en el año 162 i (i).

AL RETRATO DEL DOCTOR HERRERA


PREDICADOR FAMOSO.

(^Vallc de Lágrimas y diversas Rimas de Chriftóval de Mesa. — En Madrid, año 1607.)

SONETO
Si bien ya con la voz viva no suenas,
Suena tu fama, que á su cargo toma
Darte elnombre inmortal que á Tulio Roma,
O el que dió al gran Demóstenes Aténas.

Tu sal, tu luz, tu acción, fueron cadenas


De nuevo Hércules Gállico, que doma
Ánimos en vulgar, ó noble idioma,
Con las sentencias de Doctrina llenas.
De tí, sacro retórico fecundo,
Orador sabio, entre oradores sabios.
La célebre memoria reverencio.

Porque, aunque muerto, te dá vida el mundo.


Pendiente dessos ya eloquentes labios,
Y eternize tu gloria alto silencio.

DOS PERSONAJES DESCONOCIDOS

Para que el Libro sin igual de Francisco Pacheco llegue hasta la poste-
ridad con toda clase de interés y atractivo, se encuentran en él, después del re-

(i) Véase en el Catálogo de la Obra Artística, Galería del Sr. D. Juan Olivar.

10
74 Pacheco y sus Obras

trato, por mil títulos importante, de FRANCISCO BALLESTEROS, FUN-


DIDOR, otros dos, acerca de los cuales no hay ni siquiera indicios para sos-
pechar quiénes pudieran ser sus originales.
En que ántes hemos examinado, y que atribuimos con escaso fun-
los
damento á RODRIGO CARO y ALONSO CANO, nos guiaron, en éste,
los atributos de la orla, y el parecido con otros retratos del artista; y en

aquél sus cualidades de eclesiástico y poeta. Los dos últimos innominados que
nos presenta la colección, están colocados dentro de orlas completamente
iguales, pero tan sencillas, que no se descubre en ellas signo alguno para fun-
dar conjetura.
No debe perderse de vista, sin embargo, que para ponerlos en su Libro
de Retratos, Pacheco llevaba por principal intento entresacar los de sugetos
más distinguidos; y como no se encuentran entre los otros que en el volumen
se contienen, ni Luis Belmonte Bermudez, el celebrado autor dramático á
quien con fundadas razones se atribuye la famosa comedia E¿ Diablo predica-
dor,y cuyo poema titulado La Hispálica se conserva inédito en la Biblioteca
Colombina, ni tampoco el renombrado D. Juan de Jáuregui, poeta y pintor
como Pacheco; nos sentimos inclinados á sospechar si serán estos los ori-

ginales de esos retratos, fijándonos especialmente en el traje del segundo, por


recordar que Jáuregui fué caballerizo de la reina D.^ Isabel de Borbon.
De verdadero interés para nuestra historia literaria sería el descifrar con
seguridad estos enigmas, teniendo en cuenta que Pacheco no colocaba en su
Libro sugetos vulgares, y tal vez tengamos ante la vista algún artista ó poeta
cuya imágen sea una verdadera adquisición.

VIII
OTROS RETRATOS PINTADOS POR PACHECO

Para completar en lo posible esta noticia, vamos á ocuparnos de los retra-

tos que el artista hizo al óleo sobre lienzo ó sobre tabla.


Más de ciento y cincuenta hizo de colores (Arte de la Pintura, pág. 343),
diez de ellos enteros, y más de la mitad chicos; diez de marquesas, tres de con-
des, estando entre estos últimos el de Jelves, D. Alvaro, que celebra en este
valiente soneto el poeta Juan de la Cueva;
»

Pacheco y sus Obras 75

Á UN RETRATO QUE HIZO FRANCISCO PACHECO


DEL CONDE DE GEL VES D. ÁL VARO DE POR TUGAL
(Biblioteca Colombina. —
Obras MSS. de Juan de la Cueva. — Tres tomos en 4.°
Z. — —
133.— 49.— Tom. I, pág. 222.)

Aunque tu dota mano, Apéles nuestro,


con ecelente fin aya emprendido
volver al Mundo á los que ya el Olvido
tuvo, i el Tiempo al claro onor siniestro;

Advierte aora como sabio, diestro, i

essa efigie del Conde esclarecido


en que tu ingenio soberano a sido
del arte propia único maestro.

Dezir podemos que á segunda vida,


cual Esculapio al hijo de Tesseo,
(Pacheco) á vuelto al Conde tu pintura.

Vivo le vemos, i en la edad florida,

cuando ilustró su número Febeo


el siglo, y honró á Marte en guerra dura

Y para proceder con órden, aunque en los demás seguiremos el cronoló-


gico, vamos á dar la preferencia al retrato del autor, que por primera vez se pu-
blicó para acompañar á estos Apitntes, tomado directamente del que el mismo
Pacheco puso en su célebre cuadro del Juicio final.
Hablando en El Arte de la Pinltíra de este lienzo, dice el autor: «El mon-
»ton que está más cerca de nuestra vista desta parte derecha, contiene nueve
)»figuras grandes con variedad de edades, de carnes, de rostros. La principal i

» entera está de espaldas; es un mancebo hermosísimo junto á una hermosa mu-

!>ger, i entre estos dos puse mi retrato firontero, hasta el cuello (pues es cierto
» hallarme presente este dia), i también siguiendo el ejemplo de algunos valien-
»tes pintores que en ocasiones públicas entre otras figuras pusieron la suya, i

^de sus amigos i deudos. Y principalmente Tiziano, que se retrató en la Gloria


»que pintó para el Rei Filipo II, que yo é visto en el Escorial.
Con esta indicación terminante no podia abrigarse duda acerca de la

existencia del retrato de Pacheco, y á vista del cuadro hasta podia señalarse
sin vacilación el lugar preciso en que se encontraba.
Pero cuadro del "Juicio final habia desaparecido de la iglesia del con-
el

vento de religiosas de Santa Isabel de la ciudad de Sevilla durante los dias de


la invasión fi-ancesa, y no era fácil descubrir su paradero, hasta que habiendo
llegado á saber que se encontraba en París en poder de un particular, empren-
76 Pacheco y sus Obras

dimos la tarea de rescatarlo y devolverlo á España, á Sevilla, en cuyo Museo


debe figurar como la obra más perfecta y de mayor composición del maestro

de Diego Velazquez; y cuando esto no fuera posible, lograr que al ménos se


nos permitiera sacar una copia exacta de aquel retrato, enteramente desconoci-
do en nuestra España.
Deudores somos de muchos favores, por los pasos que dieron para con-
seguir aquellos objetos, á los Sres. D. Antonio de Latour, D. Jacobo López
Cepero, D. Manuel Freine Reinoso y Mr. E. Bocourt, siendo obra de este úl-
timoel calco que se tomó sobre el mismo original y sirvió para hacer el graba-

do que publicó El Arte en España con un buen artículo de nuestro amigo don
Gregorio Cruzada Villaamil (i), y el que ahora adorna este libro. La adquisi-
ción del cuadro no hemos podido conseguirla todavía.
A ese retrato de Francisco Pacheco hemos unido su firma escrita, toma-
da de otra original del autor que está al fin de un ejemplar impreso del papel
que dirigió A los Profesores del Arte de la Pintura, que existe en la biblioteca

del Excmo. Sr. D. José Salamanca, cuyo facsímile nos remitió el Sr. D. Manuel
Remon Zarco del Valle.
Entre los retratos enteros merece especial mención el de San Ignacio de
Loyola, que hizo Pacheco para el colegio de San Hermenegildo, y que recuerda

y recomienda en su Arte de la Pintnra, pág. 589.


Representaba al Santo de pié, y el rostro se tomó por un modelo de yeso
sacado de la mascarilla que se vació en Roma á su muerte en 1556. Este retra-
to se colocó en la escalera principal del colegio en 16 13.
En el año de 161 7 murió el celebrado poeta Miguel Cid, gran devoto de
la Madre de Dios en el Misterio de su Concepción Inmaculada, y autor de poe-
sías muy
populares entónces y áun después, y se le dió sepultura en el panteón
propio de un tío suyo, frente á la capilla de la Granada, fuera de la puerta lla-
mada de las Virtudes (vulgo del Lagarto, por el que allí simboliza la Templan-
za), en la Santa Iglesia Catedral. Fué hombre
piadoso, y aunque simple muy
mantero, gozó gran celebridad entre sus paisanos, que aseguraban habia pre-
dicho el dia de su muerte. Dispuso el Cabildo que sobre su sepultura se colo-
case un cuadro de la Purísima Concepción, y al pié un retrato del poeta, con

sus célebres coplas en la mano. Pintó cuadro Francisco Pacheco, y hoy


el

se encuentra en la sacristía de la capilla de Nuestra Señora de la Antigua (2).

Por escritura de 30 de Agosto de 1624, D. Francisco Gutiérrez de Mo-


lina y D.^ Gerónima Zamudio fundaron una capellanía en la capilla del respal-
do lateral del coro, en la nave de la Epístola, que ántes era de San Juan Bau-
tista, y la dedicaron á la Purísima Concepción. La escultura, obra de Juan Mar-

(1) Véase el Apítidicc núm. II.

(2) Después ha sido trasladado á la sacristía llamada de los Cálices, donde puede verse á mejor luz que

eu el lugar que dates ocupaba.


Pacheco y sus Obras 77

tinez Montañés (y una de las mejores que su mano y su piedad produjeron), se


colocó en el altar el dia y á los lados se pusieron los
8 de Diciembre de
1 64 1 ,

retratos de los fundadores, hechos por Francisco Pacheco.


En 1630 pasó por Sevilla la célebre Monja Alférez, D.'"^ Catalina de
Araujo ó de Erauso, heroína de dramas y novelas, cuya vida aventurera llama-
ba la atención en todas partes. Pacheco aprovechó su permanencia en Sevilla
para hacer un retrato, cuyo original, vendido, según parece, por un Comisario
de guerra sevillano al coronel Barón Shepeler, Encargado de negocios de
Prusia en Madrid, vino á parar en poder de D. Joaquín María Ferrer, quien lo
publicó en la historia de aquella mujer extraordinaria, en la edición que hizo
de su vida, en París, por Didot, 1829.
En el Museo Provincial de Sevilla se conservan dos tablas con cuatro re-
tratos de personas desconocidas. Proceden de un retablo de la capilla de San
Onofre, que estaba en el atrio de convento de San Francisco, y
la iglesia del

al derribarla fueron trasladadas al Museo. Contiene cada cuadro un caballero y


una señora, perfectamente pintados, siendo en extremo curiosos los tocados
de las damas.
Otras dos tablas se conservan en la numerosa y escogida colección que
reunió el Excmo. Sr. D. Manuel López Cepero, Dean de la Santa Iglesia
Catedral de Sevilla. Tiene la una dos hombres, y la otra dos mujeres, al

parecer padres é hijos, y está firmada la una, la de los hombres.


Muchos fueron los poetas que escribieron en elogio de los retratos que
Pacheco pintaba; en su Libi'o van incluidas várias de estas poesías. D. Juan
Antonio de Vera y Zúñiga le anima en una silva inédita (M. 82,6. N.), al re-
trato de Amarilis; y otro poeta celebra también un retrato en dibujo de mano
de Pacheco, en otra composición contenida en ese mismo códice de la Biblio-
teca Nacional. El mismo Pacheco inserta en su Arte de la Pintura un elogio
al retrato de Cintia.
Por último, y como noticia importantísima que no puede pasarse en silen-
cio, recordaremos los varios retratos que puso Pacheco en los cuadros de
la vida de San Pedro Nolasco que pintó para el claustro del convento de la
Merced, y entre los cuales se encuentra el de Miguel de Cervantes Saavedra;
de cuyo descubrimiento dió cuenta el autor de estos Apjtntes en el año 1864,
ofreciendo una exacta reproducción del mismo, que ha sido luégo muy repetida
en España y en el extranjero.
*
EPISTOLARIO
1

CARTA DE FRANCISCO PACHECO


A DON ANTONIO MORENO VILCHES
COSMÓGRAFO DE S. M.

Recibí carta del Sr. Licenciado Rodrigo Caro, á quien estimo en mucho,
y me huelgo infinito de su buena memoria y correspondencia; asi fueran todos
los amigos. Yo habia dado, como le escribí á Vm., el memorial suyo á
Francisco de Rioja, y después le hablé de nuevo un dia antes que se partiese
al Escorial: hoy dia de la fecha por la mañana le visité en orden á esto, y le
acompañé hasta D.* María de Aragón, y oí misa con él, encomendándole el

cuidado de dar noticia al Arzobispo del Sr. licenciado; y él con muy buena
gracia me prometió que lo haria: Ojalá estuviera en mi mano; hago lo que
[xiedo, y no hago nada al cabo.
Sobre todo lo que Vm. me avisa de D. Thomás Tamayo, aunque di-

ciendo verdad le he sentido no de mucha sustancia, si bien docto y leido y al

uso de la corte: yo suelo adivinar algo de lo que viene á ser: en fin, de los
hombres hemos de tomar lo que nos quisieren dar.
Madrid, Octubre 1625.

CARTA DE FRANCISCO PACHECO


A PEDRO DE ESPINOSA, HERMITAÑO
(Original en el libro Tratado di Erudición de varios Autores, existente hoy en la B. N.)

Si un tiempo con su ingenio, amistad i buena correspondencia, me obli-

gó vmd. tanto que siempre me reconozco por deudor, ahora con la mudanza
de estado vida que vmd. ha hecho, con mucha mas razón le debo estimar,
i i

ofrecerme de nuevo á servirle, porque de ello se me puede seguir mucho mas


1
82 Epistolario

provechoso interés (i): bien es verdad que llevado del común sentimiento de
algunos de los amigos de vmd. me pareció que la elección que vmd. habia he-
cho pudiera ser mejor, no respecto del fin, porque este es admirable, pero del
medio.
Daban, entre dos razones, y á mi parecer, no apartadas de razón:
otras,

la una que la acción y talento que sin mucho trabajo habia vmd. recibido de

Dios, entrando en una religión santa aprobada pudiera vmd. acrecentarlo con i

el estudio en provecho de sus prójimos y utilidad de la Iglesia: la otra razón


por la seguridad con que un hombre sirve á Dios en la religión, donde lo guar-

dan la clausura, la obediencia, la compañía, hasta las mismas paredes: el egem-


plo de tantos buenos que le pueden dar la mano i ser maestros en sus tentacio-

nes é ignorancias, cjue como nuevo en este camino es fuerza que se le han de
ofrecer, i por la dificultad con que pone en ejecución qualquiera cosa contraria
ti la virtud.

Pero á todo esto se puede responder, que si la vocación es verdadera, i el

Espíritu Santo (como padrino) es el que saca al hombre al Desierto, como sacó
á muchos santos i á la misma unidad de Cristo, el solo basta para allanar todas

estas dificultades, ¿i quien duda que el mismo divino Espíritu, como padre fiel

haya dado á vmd. guia que le encamine, que es padre espiritual, á quien vea
i oiga corporalmente, i le administre el Sacramento de la Penitencia i del Cuer-

po de Ntro. Sr. Jesucristo, por lo menos dos vezes en el mes, como remedio el
mas eficaz para conservarse en la vida espiritual, donde trocados los estudios
de la especulación terrena en los de la sabiduria celestial, los libros humanos
en Divinos, la poesía en alabanzas de Dios (2) donde no menos se requiere de-
licadeza de injenio, se aprovecha con mayor fruto el precioso tiempo? Yo que-

(1) Se ha creido por el Sr. D. Cayetano A. de la Barrera que este Pedro Espinosa, á quien se dirige

Paclieco, sea el poeta antequerano, colector de las Flores de Poetas ¡lustres. Para nosotros es este punto casi fuera

de duda. En la carta misma hay muchas razones que lo comprueban.

Todo ese párrafo primero parece dirigirse á recordar las primitivas relaciones literarias entre Paclieco y

Espinosa, cuando éste insertó en las Flores algunas poesías de aquél.

Pedro de Espinosa residió muchos años en Sanlücar de Barrameda como Capellán del Duque de Medina-
Sidonia, destino que desempeñaba ya ántes del año 1623. En éste fué nombrado Rector del Colegio de San Il-

defonso, fundación de los mismos Duques.

En la misma ciudad de Sanlücar publicó:

1625. — Psalmo de Penitencia.

1626. — Panegírico á la ciudad de Anteqiiera.

1644. — Tesoro escondido.

Como se ve por los títulos de sus obras, especialmente por la última, Arte de bien morir, Madrid; 1651,

el .ánimo de Espinosa se inclinaba á la meditación y al ascetismo.

Pero ¿cuáles fueron las causas que le condujeron primeramente á ordenarse de sacerdote y después á reti-

rarse al Desierto? Se ignoran como otras circunstancias de su vida.

(2) Véase la comprobación de que este Pedro de Espinosa era poeta y habia escrito versos profanos. I')e

este género son los suyos que Espinosa incluyó en las Flores de Poetas ilustres.
Epistolario 83

riendo pagar algún tributo á Dios de lo mucho que he perdido en esta vida,
ofrecí el de estas estancias á la Virgen Ntra. Sra. (i) á quien soy eterno deu-
dor, después de Dios, que me sirven de jaculatoria; lo que en ellas hablo y en
esta carta, aunque parece estraño de mi profesión, no lo es de mi obligación, i

no es maravilla, que el habjar bien no cuesta mucho trabajo.


Solo suplico á vmd. no me tenga por esto por mejor de lo que soy, que
)'o sé que soy harto menos de lo que muestran las palabras; Quise viese el
Sr. Racionero (2) estos versos, y que por su mano fuesen encaminados á
Vmd. con esta carta.
Pido á vmd. se acuerde en sus oraciones de mi, y me haga saber si reci-

bió esta; y perdonando mi atrevimiento si en algo me desvío del beneplácito de


\'md. á quien guarde Ntro. Sr.

Sin fecha. Francisco Pacheco.

CARTA DE DON FRANCISCO DE RIOJA


A FRANCISCO PACHECO
(Biblioteca Colombina. — Tom. LyXI de Varios, en 4.°)

2^ de Jimio de i6ig.~
Por referir con puntualidad el caso que passó en su posada de Vm. escribí

en esta carta que envió al Dr. Sebastian de Acosta, que era tradición que Cris-
to ntro. Sr. habia consagrado con las palabras que dejó á su Ig^.: lo cierto es y
consta de la scriptura que consagró; pero que fuese con estas palabras, es opi-
nión: assi lo digo en la última parte de mi Discurso, que como me notaron en-
tonces de hereje por defender que la tradición tenia tanta autoridad como la

scriptura no me atreví á dezir que era opinión lo otro, porque aun diziendo
que era tradición lo condenaban por herejía, injuria que dizen algunos frecuen-
temente, y á que yo no hayo respuesta en la modestia cristiana. Vm. lea ese
papel y vea quien se llegó mas á la verdad en la porfía que tuvimos. G.^ Dios
á Vm. como deseo.
Fran.'^o de Rioja.

(1) Por desgracia no se conservan en el códice colombino estas estancias que servian de jaculatorias al

piadoso artista.

(2) Probablemente, su íntimo amigo Pablo de Céspedes, gran poeta, excelente pintor y Racionero de la

Catedral de Córdoba. La circunstancia de ir la carta á las manos de Espinosa por la de Céspedes, nos induce á

creer que aquél se retiró al pintoresco desierto de las ermitas cuando abandonó el servicio de la casa de Medina-
Sidonia.
84 Epistolario

CARTA DE DON FRANCISCO MEDRANO


A FRANCISCO PACHECO
(Original en los Tratados de Erudición de varios Autores.'^

No he podido verme con vmd. por mil ocupaciones que me han ocurri-

do, en lo que toca á la nota del Sr. Ldo. Rioja esta bien advertido y assi man-
de vmd. escribir aquella palabra assi encomijs.

La oda que quedó á mi cargo trasladar va con esta; pase vmd. los ojos

por ella y quite y ponga á su gusto lo que pareciere que estará mejor, que eso
me parecerá á mi.
Con este van las poesías de baltasar del alcázar, las de vmd. no, que se
yo y á fée que estoy enamorado y envidioso de aquellas rimas de
las llevaré la

virgen que no me harto de leellas.


El papel de sus advertencias de vmd. he mirado de espacio, y aunque por
los años que leí philosophia y theologia en las universidades de Salamanca y

Valladolid pudiera atreverme á censuralle con el p.^ Valderrama, no presumo


de mi que soy valiente theologo. aparte en esas noches que he vacado, digo, á
lasonce y doce de la noche, he revuelto papeles mios y escrito de prisa el
que va con el que creo le será á vmd. de gusto y lo más breve que pudiere
seré con vmd. á quien n. s. etc.^ de casa oy viernes
D. Fran.co
MEDRANO

CARTA DE D. FRANCISCO DE MEDRANO


EN RESPUESTA
AL PINTOR FRANCISCO PACHECO

No se puede hacer juicio entero de una persona por una breve muestra,
bien grande la da vmd. de ser el que Dios n. a. le dio muy aventajado, pues aun
en cosas fuera de su facultad assi se ajusta con la verdad que después de mu-
chos discursos y sudor hallan los grandes Teólogos, si los valientes escritores

fueran tan cuidadosos de la verdad, todos como vmd. menos ocasión hubieran
dado á nuestros enemigos de mofar de cosas admitidas en pintura entre los
fieles, si bien son los herejes tan sin vergüenza que de lo muy fundado burlan

por su ignorancia como quiera que por ventura no se hallara alguna pintura
que sea muy común y recibida en la iglesia católica la cual no tenga suficiente

fundamento.
Y en cuanto toca al lugar en que fué circuncidado el Sor. cierto es que
Epistolario 85

no fué el templo, porque demás de las conveniencias que vmd. trae, S. Epi-
fanio á quien siguen en esto muchos padres, afirma en lib.° 1° contra las here-

gias en el tomo i.° cap.° último, antes de impugnar la eregia veinte, que la
circuncisión fué en el lugar del nacimiento, y por no ventilar si fué en la cueva

donde nació ó en alguna casa del pueblo, lo sin duda es que fué en Belén por-

que allí virgen ss.™^ con su hijo y esposo, hasta después de la venida
estuvo la

de los magos, los cuales parece la hallaron en alguna casa, á que pudieron ha-
berse pasado desde la cueva, porque dice el evangelio.
Intrantes domuni puermn, eic^,

y en esta misma casa pudo ser la circuncisión pues asi lo dice niceforo en el

lib.° i.° de su historia en el cap.° i 2 Esto de el lugar —


Del ministro no podemos asentar cosa cierta, porque la ley que mandaba
circuncidar no lo señala, así el hazer aquel ministerio era común á hombres }-

mugeres, como lo notó el Tostado en la question 44 sobre el cap.° V. de

Josué. Porque Abrahan circuncidó á todos los de su casa (Génesis 17) Se-
phora muger de moyses circuncidó á su hijo (Exodi 4.°) y otras mugeres á
los suyos (i.° Machabeos, cap. i.°) y aun algunos á si mismos como Abrahan
en el lugar citado, y Achior (Jiídith 4.°) Decis que n. ^.^^ La virgen maria cir-

cuncidó á su hijo ss.™°: ni lo apruevo ni lo repruevo. Solo osaré afirmar que


ni S. Jerónimo ni otro padre de la iglesia conocido tal diga; dizelo un autor in-

cierto, cu}'o libro intitulado de la verdadera circimcision, le ahijó algún impre-


sor al santo, y anda en el tomo IX de sus obras conocido de todos por parto
supuesto, y dizelo otro semejante en un tratadillo del planto de n. s/" ahijado
á S. Bernardo, y tenido de todos por no suyo
assi que está muy cuerdamente considerada la resolución que vmd. toma
de hazer ministro de aquel sacramento al santo Josef con las circunstancias que
vmd. pone. En el 2.° punto del baptismo no hay que decir, pues interviene tan
expresamente la letra del evangelio que lo dice con palabras distinctas-como
también lo del animo y valor de la virgen s."'-'' nra. en medio de los acerbissi-
mos dolores de la pasión pues dize S. Juan en el cap. 19 — Stabant ante cuneta
crucem Jesu, maria mater eis etc.^ — y aquella palabra stabant es lo mismo que
assistir en pié, sin rendimiento del cuerpo, menos del animo, al dolor.

Mas por que dije arriba que por ventura no auia cosa alguna recibida co-
munmente en pintura de los fieles que no ouiese suficiente fundamento, y por-
que sepa vmd. en que grado de certidumbre ha de tener las cosas que arriba
quedan asentadas, quiero desempeñar mi palabra y advertir lo que hay en
cada punto de ellos.
Acerca del lugar donde fué ntro. bien circuncidado, S. Hylario, gravissi-
mo dotor de la iglesia, de quien Hyeronimo escribe á una santa virgen llama-
da Lesa que sin miedo ni tropiezo puede leer sus obras, escribiendo sobre el
psalmo 1 18 dize, que fué circuncidado en el templo, y contra esto ni ay auto-
86 Epistolario

ridad infalible, ni razón perentoria: sino las conjecturas pueden ser que vmd.
trae, las quales hazen mas creyble que el mysterio de la circuncisión no se ce-

lebró en el templo sino en la cueva ó en alguna posada de belén.


En el punto del baptismo, el cardenal Thomas de rio, obispo cavetano
insigne comentador de S. Thomas, y otros muchos con el, afirman que la fi-

gura de paloma apareció sobre cristo n. s. desde antes que lo baptizase S. Juan:

assi lo dize el dicho autor sobre el cap." 3. de S. matheo y trae sus razones
)• argumentos fi.indados en lugares de la escritura, y aunque la autoridad y

razones de los autores basta para librar de error manifiesto, esta sentencia no
deja de ser demasiado de atrevida, y assi la califica el cardenal Francisco de
Toledo escribiendo sobre S. H.° c. 1° annotacion 72: y assi quien pintase la

paloma sobre Xro n. sr. antes que saliese del jordan baptizado, ó seria pintor
ignorante ó atrevido á mas de lo que debe.
Otro punto es y bien grave el del pasmo y desmayo de n. sra.: y siendo
assi como verdaderamente lo es que en aquella persona riquissima de todos
los dones gracias y virtudes naturales y sobrenaturales se debió hallar, como
se halló, la fortaleza en acabado y perfectissimo grado, ay santos doctores y
padres de la iglesia que afirmen haber caydo en ella desmayo y amorteci-
miento, que están muy escusados los pintores que caen en el tal desacierto.
S. Buenaventura dize que se amorteció n. s.^ quando vió á su hijo arrodillar en

la y y quando le vió clavar en ella, en el libro de sus meditaciones 77 y 79.c.

S. Anselmo en el diálogo de la pasión de n. s. dice lo mismo, y de esta opi-


nión es el autor del libro (que se atribuye á S. Bernardo) del planto de la vir-

gen, y S. buenavent.^ dize, c. 80, que quando abrieron el costado al S."" cayó
amortecida la virgen entre los brazos de la madalena. de esta opinión es
S. laurencio lustoniano libro de la batalla triunfal de Xto al fin del. Lodulfo,
de vita Xti. p. 64 y 70. Dionisio cartujano sobre el cap." 18 de S. Juan:
2 cap.°
Sixto senense lib.° 126, y otros muchos: y á las palabras de
6 annotacion
Juan responden que no afirma haber estado n. s.*''^ siempre en pié y firme, sino
que estuvo assi un tiempo con lo cual se compadece haver estado otro rato
desmayada y amortecida.
Pero nótese que de los santos y padres antiguos y primitivos ninguno es
de este parecer, antes si tocan en esto son del contrario, como se ve S. Am-
brosio en la epístola 82 y en el libro de la institución de la virgen cap.° 7
y aun llega á tanta exageración el santo que en el sermón que hizo en la

muerte del emp.°'' valentiniano osa afirmar que no lloró la virgen ss.™'^ en la

pasión de su hijo Dios n. s. y lo confirma con estas palabras: staníe lego, fiedem

non lego, como si dijera en el evangelio la hallo valerosa, no la hallo llorosa.

Y assi conforme á esto siento que lo que vmd. en su papel escribe no solo
no contradize á la verdad sino es lo mas conforme á
y lo que sienten los ella

santos y doctores que mas acertadamente han examinado y determinado las


Epistolario 87

circunstancias de aquellos mysterios que están en los santos evangelistas, ni en


otros libros de los sagrados y canónicos; y porque debe ser seguido y imitado
de los que quisieren pintar con más acierto y mayor semejanza de verdad, y
como tal lo firmo de mi nombre.
D. Fran.c" de
MEDRANO

CARTA DE ANTONIO MORENO VILCHES


COSMÓGRAFO DE S. M.

A RODRIGO CARO

Sr. Licenciado Rodrigo Caro: habiendo Madrid y remitido el


escrito á

pliego de Vuestra merced para el Doctor D. Thomás Tamayo, á un amigo


para que lo diesse á D. Juan de Caldierna, un caballero de mi tierra, gran amigo
de D. Thomás, para que se y nos introdujese en su amistad; y no
lo diesse

habiéndolo hecho por no estar en Madrid, quando volvió halló que era muerto
el dicho D. Juan de Caldierna; y habiéndolo yo entendido, escribí á Francisco
Pacheco, nuestro amigo, se juntase con la persona á quien yo remití el pliego,
para que ámbos juntos hablasen á D. Thomás: se descuidó de hacerlo el ordi-

nario, que le remití la carta, por lo qual mi amigo me volvió á enviar el pliego.

Con esto yo escribí á Francisco Pacheco para que el hiciese la diligencia. Vido
á D. Thomás, que es su amigo, antes que recibiese el pliego de vuestra mer-
ced, que yo he vuelto á remitirle á él: y con solo la relación que Francisco Pa-
checo le hizó á él de Vm. y de mí, y entendiendo el afecto que tenemos á su
persona y letras, se anticipó á escribirnos; y valiéndome de la licencia que Vm.
me dió para que abriese sus cartas, la he visto y remito á Vm. con la que me
escribió á mí, y también la de Francisco Pacheco, para que vuestra merced
las vea,y haga ¿o qtie pide Francisco Pacheco en honra de Fcrnajido de Ple-
rrera, pues es justo que las personas de la autoridad y letras de Vm. honrren
á sus compatriotas, y más á la persona de Fernando de Herrera, tan digno de
alabanza: y sea Vm. servido de responder á esas cartas, que yo no lo hice es-
te ordinario á la de D. Thomás, porque fuése la mia favorecida á la sombra de
Vm. Ya D. Thomás habrá recibido el pliego de Vm. con que quedará asen-
tada la amistad y correspondencia entre Vm
Cuando estuvo aqui Francisco de Rioja esta primavera, me dijo como se
había desistido del oficio de cronista: yo le pedí hiciese diligencia para que se
diese á D. Tomás: él abrazó este parecer por haber conocido en el partes
y aliento: para el oficio: ahora escribe Pacheco como Vm. verá, que tiene muy
88 Epistolario

adelante esta pretensión: holgaríame saliese con ella, porque lo veo trabajador,
} celoso de la honrra de España.

FRAGMENTO DE UNA CARTA


DE DON TOMÁS TAMAYO DE VARGAS
Á RODRIGO CARO

Sr. Rodrigo Caro.


..El Sr. Francisco Pacheco ha querido no solo dignarse de honrarme con
su enseñanza, que asi puedo llamar á su comunicación, pues personas tales
siempre que hablan enseñan, sino aumentar el favor con decirme la merced
que Vmd. me hace, y casi he holgado que sus cartas de Vm. (aunque lo

siento mucho por ser suyas) no han llegado á mis manos antes que esta mia
se las bese en mi nombre, y le asegure que me hallará muy para su servicio
siempre.
Madrid 4 de Agosto de 1625.
Tomás Tamayo de Vargas.
CATÁLOGO
DE LA OBRA ARTÍSTICA DE PACHECO

12
INTRODUCCION

No está bien colocado Francisco Pacheco en el lugar en que hasta

ahora se ha clasificado entre los artistas españoles.


Merece de justicia puesto más preferente: que si alguna condición le falta

para ser reputado pintor de primer orden, muchas le sobran para que se le

pueda colocar con exactitud al frente de los de segundo.


La doctrina del artista es bien conocida: quedó consignada en un libro
que áun hoy tiene altísima estimación entre los entendidos.

Su injluencia en el arte español tampoco puede ser negada ni oscure-


cida. Con sus lecciones se formó Diego Velazquez, y este nombre creemos
que excusa toda demostración.
Resta la práctica. Para la calificación del artista necesita la posteridad
analizar su facultad creadora, su talento, su estilo y hasta lo que hoy llamamos
su manera. Es necesario estudiar las facultades del pintor en el lienzo, en la

tabla, en la pared que nos conservan sus inspiraciones.


Grandes son en este punto las exigencias de la crítica moderna. Se bus-
ca y analiza en primer término el pensamiento, la inteligencia, la imaginación,
la facultad creadora del artista. Se estudia luégo y se pide la belleza en abso-
luto en composición y en todas sus partes; el clasicismo en la forma, la uni-
la

dad y variedad en la agrupación, regularidad en el conjunto y riqueza en los


detalles; y al propio tiempo se quiere ver rigorosa exactitud histórica, entera

verdad en los paños y accesorios; y colorido propio, y manera


tipos, trajes,

franca, y pincel delicado, y.... no sabemos cuántas cosas más; porque cada es-
tético, y, lo que es peor, cada crítico lleva su nueva exigencia á este cúmulo

de requisitos.
92 Catálogo de la Obra Artística

Nosotros hemos creído siempre, y continuamos aferrados en nuestra idea,


que con tantas exigencias se mata la inspiración queriendo sujetarla, y se que-
branta la fé del artista con la perspectiva del trabajo que se le presenta: pero
también creemos que el verdadero genio vuela y volará á despecho de esas
trabas de escuela, de esas cadenas de la crítica; y que el artista de talento y
de inspiración triunfa siempre cuando acierta con la verdadera expresión,
cuando dá á su pensamiento la forma que le conviene.... Pero esta cuestión de
Arte nos Uevaria muy lejos de nuestro intento.
Ni á las exigencias de la crítica moderna tiene que temer como artista

Francisco Pacheco.
Ya D. Juan Agustin Cean Bermudez, que tuvo ocasión de examinar mu-
chos de sus mejores comenzó á ponerse de su parte, combatiendo la
lienzos,

opinión de los que sostenían que sólo era un buen teórico, un pintor erudito,
pero más especulativo que otra cosa; defensa tan justa y acertada, que tal vez
peca únicamente de diminuta.
Dos estilos puede decirse que tuvo Pacheco durante su vida artística.

Compréndense en el primero los cuadros pintados desde el año 1599, ó ántes,


hasta 1 y en el segundo, desde este año al de su fallecimiento.
6 1 1 ;

Su primer estilo se lo formó el artista abandonado á los propios recur-


sos, á fuerza de estudio y de trabajo. Inspirábase en dibujos de la Escuela ita-

liana, que apreciaba concienzudamente, y procuraba imitar, pugnando por ven-

cer las dificultades que el Arte ofrece. Verdad es que en los trabajos todos que
ejecutó en su primer tiempo hay dureza en el color, poca riqueza en las tintas

y algún amaneramiento en la ejecución; pero estos defectos desaparecen luégo


que el artista dá mayor ensanche al círculo de sus observaciones, y completa
su educación contemplando los modelos clásicos: y vienen desde el principio
compensados con la exactitud del dibujo, el severo estudio de las composicio-
nes, la dignidad de las formas plásticas y otras excelentes cualidades. La co-
rrección del dibujo, el estudio del natural, y la buena imitación del antiguo, que
desde el principio se descubren en Pacheco, no son comunes, por desgracia,
en las Escuelas españolas; y el estudioso las busca más tarde, pero en vano,
en las obras de autores muy reputados.
Y es fenómeno digno de estudiarse el que con relación á la Escuela sevi-
llana de pintura se nos presenta. Acúsase á sus profesores, sin excluir ni áun
al mismo Mnrillo, de dar demasiada importancia al colorido, de procurar el
efecto, el embeleso del espectador, más bien que la satisfacción del inteligen-
te; se combate á nuestra Escuela por ser más colorista que dibujante (según

se dice), y á Pacheco, que dibujaba correctísimamente, se le censura porque


descuida el color, y por este defecto se menosprecian todas sus buenas cuali-

dades.
En el año 161 1 hizo Pacheco un viaje artístico con objeto de conocer
Catálogo de la Obra Artística 93

los adelantos á Madrid, Toledo y el Escorial; y


de otros profesores: visitó

bien puede comprenderse cuánto aprovecharía en este estudio con los profun-
dos conocimientos de Arte que poseia.
Muestras palpables de sus adelantos son los lienzos que emprendió á su
regreso á Sevilla. El gran cuadro del Juicio final {i6i¿^), la Concepción de la

iglesia parroquial de San Lorenzo (1620), la gran Anunciación del altar ma-
yor, y la otra en dos pequeños cobres, en la iglesia de la Casa profesa de Jesuí-
tas, hoy de la Universidad (1623), el magnífico Sa7i Miguel del colegio de
San Alberto (1637), nos muestran ya al artista en el lleno de sus facultades,
en toda la altura de su talento, pensando y ejecutando con singular maestría,
y libre de los defectos que ántes empañaban el brillo de sus obras.
¡Lástima grande y grandísima desgracia para la reputación de Pacheco
ha sido que los cuadros todos que corren bajo su nombre en museos y gale-
rías, ó se le atribuyen sin fundamento, ó pertenecen á su primer estilo! De
sus grandes obras solamente una salió, que sepamos, de los sagrados recin-
tos; y esa, trasportada á país extranjero y guardada en poder de un particu-
lar (i), apénas ha sido conocida por los artistas y escritores de Bellas Artes.

Se ha juzgado mal á Francisco Pacheco, porque no se conocen sus


cuadros.
Descubierto un considerable fragmento del LÍ67-0 de descripción de ver-
daderos Retratos, se han visto en él cincuenta y seis dibujos perfectísimos
de su mano, tan perfectos que todavía ningún artista español ni extranjero,

de los muchos que los han examinado, se ha atrevido á decir cuál es el mejor
entre ellos. A su vista se ha empezado á obrar una reacción favorable. Aque-
llos dibujos son superiores á cuanto se conoce de todos nuestros artistas....
de todos, sin exceptuar á ninguno. Examinándolos ha dicho un profesor de
gran talento: «al ver esto se comprende á Velazquez: de esta Escuela hablan
»de salir grandes artistas.»

De los retratos se ha pasado á los cuadros,


y aquella reacción favorable
al pintor sevillano continúa creciendo rápidamente. Se buscan los cuadros de
su buen tiempo, se estiman y se pagan en Sevilla á precios exorbitantes.
Si la índole de nuestro trabajo lo permitiera, habríamos de analizar es-

crupulosamente alguno de los buenos cuadros de Pacheco, para demostrar


todavíamás claramente cuánto es injusto el desden con que hasta hoy se ha
mirado á uno de los más profundos pintores españoles, al que tiene quizá ma-
yor influencia que todos en la historia del Arte por su doctrina, por sus leccio-
nes y por su ejemplo.
Reducidos ahora á dar una idea de la obra artística del autor, para que

(l) Nos referimos al cuadro del Juicio final, que, cortado del altar de la iglesia del convento de Santa

Isabel, se encuentra en París en poder de un aficionado. Posteriormente ha sido también llevado á I^óndres para

su venta el San Miguel, según queda consignado en nota á la pág. 1 7.


94 Catálogo de la Obra Artística

sirva de complemento á los Apuntes de su vida, seguiremos el orden en que

hoy se encuentran en las colecciones, para no tener necesidad de repetir dos


y tres veces la cita de una iglesia ó de una galería; aunque á veces indiquemos
la procedencia, cuando pueda hacerse con seguridad.
Hubiéramos deseado, y así llevábamos muy adelantada la formación del
catálogo, dividir los cuadros en tres secciones, colocando en la primera los del
primer estilo de Pacheco hasta los años 1 6 1 1 ó 1612; luégo los de su mejor
época, y en la última, formando rama separada, los retratos, como especialidad
tan propia del artista. Pero en evitación de repeticiones, y para mayor facili-
dad, hemos preferido el primer sistema, designando separadamente los cuadros
cuya existencia es indudable en los lugares que se indican, y aquellos otros de
que sólo hay noticias en diferentes catálogos.
Catálogo de la Obra Artística 95

CATÁLOGO
DE LA OBRA ARTISTICA

SEVILLA
IGLESIA CATEDRAL

San Fernando, recibiendo las llaves de Sevilla, que le entrega el Rey moro
(tabla). — Altar del trascoro (zócalo). — Firmado en 1633.
Alto, 50 centímetros: ancho, 40.

San Fernando, de cuerpo entero (cobre). — Sala Capitular (sobre la silla del
Presidente).
Alto, 50 centímetros: ancho, 30.

Retratos de D. Francisco Gutiérrez de Molina y D.^ Jerónima Zamudio. Ca- —


pilla de la Concepción chica ó de Molina (lateral del coro). Pintados —
en 1624 ó 25.
Alto, 60 centímetros: ancho, 40.

La Concepcioíi, con ángeles y atributos: ráfaga dorada. — Capilla de San An-


tonio ó del Bautisterio.
Alto, i'50 metros: ancho, i'io.

La Concepción: á sus piés el retrato del poeta Miguel Cid, con sus coplas en
la mano. — Sacristía de la capilla de los Cálices. — Pintada en 162 1.

Alto, i'5o metros: ancho, i'io.


96 Catálogo de la Obra Artística

UNIVERSIDAD LITERARIA

La Anunciación de la Virgen. — Iglesia (en el ático superior del altar mayor).

Alto, i'50 metros: ancho, i'25.

Ocho tablitas que representan varios Santos y Santas. — Iglesia (altar llamado
de las Reliquias).

Altura de cada una, 24 centímetros: ancho, 16.

Dos retratos en óvalo, de San Ignacio de Layóla y San Francisco Javier. —


Cámara Rectoral (en el testero). — Sirvieron de originales á Juan Mar-
tínez Montañés para las esculturas que hizo de los mismos Santos.

La Anunciación (en dos cobres). — Despacho del Sr. Rector. — El uno contiene
la Virgen; el otro el Angel, siendo éste retrato de la hija de Pacheco
que casó en 161 8 con Diego Velazquez. — Firmados en 1623.
Altura de cada uno, 42 centímetros: ancho, 32.

MUSEO PROVINCIAL

San Francisco de Asís. — Alto, i'i3 metros: ancho, 38 centímetros.


Sanio Domingo de Guzmán. — Alto, i'i3 metros: ancho, 38 centímetros.

Sa7i Cristbval. — Alto, i'i3 metros: ancho, 55 centímetros.

San — Alto, i'i3 metros: ancho, 55 centímetros.


Blas.

San yerÓ7iimo. — Alto, 56 centímetros: ancho, 31.

Santa —Alto, 56 centímetros: ancho, 31.


Isabel.

San Benito. — Alto, 56 centímetros: ancho, 31.

San Ltcis, Rey de Francia. —Alto, 56 centímetros: ancho, 31.

El Apóstol San Pedro. — Alto, 56 centímetros: ancho, 31.


———

Catálogo de la Obra Artística 97

San Francisco —Alto, 56 centímetros: ancho,


de Asis. 31.

Santa Teresa y Santa Catalina. — Alto, 30 centímetros: ancho, 60.

Santa Luciay Santa Rosa de — Alto, 30 centímetros: ancho, 60.


Viterbo.

Sa7i Juan y San Mateo. —Alto, 50 centímetros: ancho, 30.


San Lúeas y San Marcos. — Alto, 50 centímetros: ancho, 30.
Estas tablas no fio^uran en los Catálooros antio^uos del Museo;
fueron recogidas al venderse los conventos de las monjas de Pasión
y de San Francisco de Paula, en cuyos altares estaban, con otras de
grandes dimensiones que, por no haberse restaurado, están todavía
en los almacenes. En el Catálogo impreso en el año 1884 ya se en-
cuentran estas veinte tablas de Pacheco, y además las siguientes:

Números 13 y 117 del Catálogo. — Dos tablas, con el retrato de un caballero

y una señora en cada una de ellas.


,
Proceden de la capilla de San Onofre y Ánimas.

Núm. 16. San Pedro Nolasco en uno de los pasos de su vida.


En este lienzo puso Pacheco varios retratos, entre ellos el no-
table de Miguel de Cervantes.

Núm. 1 14. San Ramón Nonnato, á quien se aparece la Virgen.

Núm. 103. Sa7i Pedro Nolasco, con un moro y varios cautivos.


También en este cuadro hay retratos.
Estos son tres cuadros de los seis que por encargo del P. frai

Juan Bernal pintó el autor para el claustro del convento de la Merced.

Núm. 105. La Inmaculada Concepción.

Núm. 35. La Concepción, rodeada de ángeles.


Este cuadro es propiedad de la Academia de Bellas Artes.

PARROQUIA DE SAN LORENZO


El Padre Eterno.

Cuatro Santos (tablas). — En el altar lateral del Evangelio, junto á la sacristía,

13
98 Catálogo de la Obra Artística

La Concepción. —Altar de la capilla del lado de la Epístola, en la capilla Ma-


yor. — Firmada en 1620.
Alto, 2 metros: ancho, i'20.

CONVENTO DE MONJAS DE SAN CLEMENTE

Jesiis en el Desiertoy servido por los ángeles. —En el refectorio.

Los cuatro Evangelistas (tablas). —Altar de San Juan Bautista.

Cuatro Apóstoles (tablas). — En el mismo altar.

IGLESIA DE SAN ALBERTO

La Coronación de la Virgen.

San Gregorio diciendo Misa.

Los cuatro Evangelistas.

Seis tab litas en el altar de la capilla de la Órden Tercera, junto al Comul-


gatorio.

San Miguel. — Alto, 2' 10 metros: ancho, i'75.


Este cuadro no se encuentra hoy en su lugar, según se ha ex-
puesto á la pág. 17.

GALERIAS PARTICULARES

SEVILLA
DE D. JUAN OLIVAR
(En el Palacio del Duque de Alba,)

San Juan Bautista (del primer tiempo del autor). — Firmado Fran Paciecvs-
1602.
Alto, í'i2 metros: ancho, 95 centímetros.
— .

Catálogo de la Obra Artística 99

La Purísima Concepción. Tiene al pié el retrato del Dr. Jerónimo de Herrera.


— Firmada con las iniciales FyP dentro de un óvalo en 1 62 1

Alto, 2 metros: ancho, i'50.

DE D. IGNACIO GALINDO

La Concepción. — Firmada como la anterior en 1639.


Alto, i'50 metros: ancho, 95 centímetros.

DE D. JOSÉ MARÍA ASENSIO

San Antonio, con el Niño Dios sobre el libro. — Firmado Fran.Paciecvs-i 599.
Alto, 2 metros: ancho, i'io.

DE D. M. L. CERERO
(Extracto del Catálogo publicado en 1860.)

135. —Un altar con la Concepción y dos retratos (cobre), reputado por de
Pacheco.
Alto, 6 pulgadas: ancho, 6.

285. Retrato áe. un caballero de Calatrava, reputado por de Pacheco.


Alto, 7 piés y 6 pulgadas: ancho, 3 piés y 9 pulgadas.

543. — Trdfisito de San Alberto, y en la parte inferior del cuadro cuatro re-
tratos (tabla). — Firmado por Francisco Pacheco.
Alto, 4 piés y 1 1 pulgadas: ancho, 2 piés y 1 1 pulgadas.

564. — Retrato de un caballero, de medio cuerpo, de Pacheco.


Alto, un pié: ancho, 1 1 pulgadas.

565. —Retrato de una señora, compañero del anterior.

625. — Un Crucifijo, de Pacheco.


Alto, un pié y 1 1 pulgadas: ancho, un pié y 4 pulgadas.

654. Retrato de un caballero, de medio cuerpo, de Pacheco.


Alto, un pié y 5 pulgadas: ancho, un pié y 5 pulgadas.
lOO Catálogo de la Obra Artística

655. San Juan Evangelista, de cuerpo entero, del mismo autor.


Alto, un pié y 1 1 pulgadas: ancho, un pié y una pulgada.

865. Calle de la Amargura (tabla), firmado por Francisco Pacheco.


Alto, 2 piés y 6 pulgadas: ancho, un pié y 1 1 pulgadas.
La firma dice: Francisco Pacheco, fecit, año 1589.
Al respaldo, que está pintado de un color oscuro, tiene escri-
tos dos renglones con letras de color más claro, cuya forma parece
ser del siglo XVII, que dicen así: Esta pinhira es enteramente igual
á otra de Ltiis de Vargas qtie se ve en las gradas de la Catedral.

DE D. JOSÉ CAÑAVERAL

La Concepción. — Alto, i '30 metros: ancho, un metro.

Otra id. — Alto, 50 centímetros: ancho, 35.

Dos retratos,un caballero y una señora, de medio cuerpo.


Alto, un pié: ancho 1 1, pulgadas.
Pertenecieron á la Galería del Sr. Cepero, y ocupaban en su
Catálogo los núms. 564 y 565.

DE D. JOSÉ GUTIERREZ
(Estuvo expuesta en un salón bajo del Cafó de Iberia, en Sevilla.)

San Pedro Nolasco recibiendo del Pontífice la Bula de fundación. — Muy mal-
tratado.

Nuestro Señor Jesucristo aparece rodeado de ángeles á San Pedro Nolasco,


para administrarle la Eucaristía en su última enfermedad. — Firmado
Franciscvs Paciecvs- 6 II

MADRID
MUSEO DEL PRADO
San Juan Evangelista (tabla). — Núm. 237 del Catálogo.
Alto, un metro: ancho, 40 centímetros.
Catálogo de la Obra Artística lOI

San Juan Bautista (tabla). Núm. 238. —


Compañero del anterior y de iguales dimensiones.

Sajtta Catalina (tabla). — Núm. 333.


De las mismas dimensiones.

Santa Inés, con el cordero (tabla). — Núm. 388.


Iguales dimensiones.

CUADROS DE FRANCISCO PACHECO


QUE SE ENCUENTRAN CITADOS EN DIFERENTES OBRAS
PERO CUYA EXISTENCIA
NO CONSTA HOY DE UNA MANERA INDUDABLE
'
!VQ>^

SEVILLA
LOS TORIBIOS
Pintura que representa el Batdis^no de Nuestro Señor jíesncristo, ejecutada
en mármol, aprovechando las manchas naturales de la piedra. — Fir-

mada en 1620.

LA TRINIDAD

Las pinturas del altar colateral del lado del Evangelio.

CARTUJA DE LAS CUEVAS

San Juan Bautista. — En el refectorio de los legos.

SAN FRANCISCO

Cuadro con imágenes del Salvador y los dos San Juanes, figuras casi del
las

tamaño natural. —
Estaba en una pieza interior de la capilla de la
Vera- Cruz.
I02 Catálogo de la Obra Artística

SAN FRANCiSCO DE PAULA


Várias pinturas en una capilla de la iglesia, al lado de la Epístola. — Firmadas
el año 1635.
Son las que van anotadas en el Museo Provincial de Sevilla.

MONJAS DE PASION
Las tablas del altar mayor, representando Oración del Huerto, y otros dos
la

pasajes de la Pasión, y cuatro tablitas en el altar de San Juan, al lado


del Evangelio.
Van también anotadas entre los cuadros del Museo.

SANTO DOMINGO DE PORTACCELI


Varios Sanios, de medio cuerpo, en el zócalo del retablo del altar mayor.

MONJAS DE SANTA ISABEL


El gran cuadro del Juicio Universal, que tiene en primer término en una lápi-

da la inscripción siguiente, compuesta por el M. Francisco de Medina:


Fíitnriim ad finem soeculorum judicium,
Franciscus Paciecus Romulensis depingebat
Scectili á judicis natali XVII. — Anno XI.
Este hermoso lienzo, uno de los más famosos de Pacheco, fué
cortado en el año 1808, y llevado á París, según se deja consignado
á las págs. 21 y 93.

BRENES
IGLESIA PARROQUIAL
Los lienzos del retablo principal, que representan el Nacimietito y la Circunci-
sión del Sefwr, diferentes Santos y Santas, y en el remate la Santísima
Trinidad.

ALCALÁ DE G U ADAIRA
HOSPITAL
El cuadro de San Sebastian, en el altar.
Catálogo de la Obra Artística 103

CAR MONA
PARROQUIA DE SANTA MARÍA
Los cuadros del retablo de San Bartolomé, cerca del presbiterio.

Estas obras están catalogadas por D. Juan A. Cean Bermudez


en su Diccionario Histórico de los más ihistres Profesores de las

Bellas Artes en España.

PARÍS
GALERÍA ESPAÑOLA DEL REAL MUSEO DEL LOUVRE
(Catálogo de 1838.)

Sacra Familia. — Núm. 196.


Alto, i'85 metros: ancho, i'20.

La Santísima Virgen con el Niño Jesús. — Núm. 197.


Alto, un metro: ancho, 80 centímetros.

MURCIA
COLECCiON DE D. JOSÉ MARÍA ESTOR
(Catálogo de 1849.)

Busto de un Filósofo. — Núm. 169.


Alto, un pié y 10 pulgadas: ancho, un pié y 5 pulgadas.

MADRID
REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO
El sueño de San José con un ángel.

COLECCION DEL EXCMO. SR. D. JOSÉ SALAMANCA


(Catálogo de 1847.)

La Magdalena. — Núm. 256.


Alto, 2 piés y 8 pulgadas: ancho, un pié y 5 pulgadas.
Noticias del Sr. D. Cayetano A. de la Barrera, en sus artículos
I04 Catálogo de la Obra Artística

sobre Francisco Pacheco, publicados en la Revista de Ciencias, Li-


teratura y Artes de Sevilla, tomo VI, 1856.

SEVILLA
COLECCION DE D. ANICETO BRAVO

La Purísima Concepción.

Bautismo del Salvador.

Santa Catalina, coronada de espinas.

Cuatro cuadros (tablas) compañeros, del mejor tiempo de Pacheco. Represen-


tan á SajiBruton y San Angelo.^ religiosos de la orden de Carmelitas
Descalzos; San Jerónimo vestido áe Cardenal, y San Miguel Arcángel.

Otros siete, también compañeros. Representan: El Padre Eterno, San Roque,


San Antonio de Padua, San Gregorio Papa, San yuan Bautista, San
Francisco de Paula.

COLECCION DE D. PEDRO GARCÍA

Un Santo Cristo de pequeño tamaño.

Una Virgen con el Niño Dios en los brazos.

COLECCION DE D. JULIAN WILLIAMS

Los Desposorios de Santa Catalina.


Noticias de D. José Amador de los Rios, en su obra titulada
Sevilla Pintoresca.
OBRAS LITERARIAS
DE

FRANCISCO PACHECO
POESÍAS
OCTAVAS
EN EL TÚMULO QUE SE LEVANTÓ EN LA CATEDRAL DE SEVILLA
PARA LAS HONRAS DE LA ReINA D.^ MARGARITA DE AUSTRIA

(De la Historia de la ciudad de Sevilla, por el Licdo. Francisco Gerónimo Collado.


— Biblioteca Colombina. — —
B. B. B. B. —
446. 11.)

AL PIÉ DE LA ESTATUA
DE LA REINA DOÑA ANA, MUJER DE FELIPE II

Cuando teme perder el grave esposo


La gran Reina de España ofrece al cielo
Su dulce vida, en trueco generoso;
Cae la flor, goza el rico fruto el suelo.
Acto suyo imitado, acto glorioso
(O
Se ofrece á otra gran Reina Margarita,
Que asaz en fruto y en amor la imita.

II

AL PIÉ DE LA ESTATUA
DE LA REINA CATALINA, MUJER DE ENRIQUE VIII DE INGLATERRA

De cathólicos Reyes engendrada.


Por cathólica solo perseguida,
En heroica virtud aventajada,
Y entre ilustres matronas escogida,
En el fingido bronce retratada
La consorte de Enrico esclarecida
Se muestra, que en su túmulo acompaña
A otra Reina cathólica de España.
( I ) Falta un verso en el original de Collado.
VI Poesías

SONETOS
I
(En las Flores de Poetas ilustres, por Pedro de Espinosa. — Valladolid, por Luis Sauchez: 1605.)

En medio del silencio i sombra oscura


Manto de horribles formas espantosas,
Veo la bella imájen de tres Diosas
Compuesta de oro, grana nieve pura. i

Su ornato, resplandor hermosura i

Son partes para mí tan poderosas,


Ou' aunque enlazado estoi en varias cosas
Me arrebata, entretiene i asegura.

¡O vos, luzes del cielo las mayores!


Digo con vuestra paz, que sois vencidas
De dos soles qu' en gloria juzgo iguales;

I que precio sus claros resplandores


Tanto, qu' en estas sombras estendidas
No invidio vuestros rayos celestiales.

II

A LA MUERTE DE MIGUEL ANGEL


TRADUCCION DEL ITALIANO
(En el Arte de la Pintura, su. antigüedad y grandezas. — Sevilla, por Simón Faxardo: 1649. — Pág. 91.)
Razón és ya, qu el marmol duro elado,
qu' espíritu de ti recibió ardiente,
vierta lagrimas tristes, pura fuente
buelto; de vida i onra despojado.

Razón és, qu' el color vil ó preciado


que á tanta forma ministró valiente,

persuadiendo verdad en lo aparente,


sin valor muera en su primer estado.
Razón és ya, qu' el alto ilustre Templo
que adornaste con sacro i real decoro
oscuro quede del dolor vezino,

I que lloroso de Aganipe el coro


viva, pues no de oi mas (cual raro exemplo)
versos te oirá cantar: Angel divino.
Poesías vir

III

A DIEGO DE SILVA VELAZQUEZ


(En la misma obra. — Pág. lio.)

Buela ó joven valiente, en la ventura


de tu raro principio, la privanza

onre la possesion, no la esperanza


d' el lugar que alcanzaste en la Pintura.

Animete 1'
Augusta alta figura

d' el Monarca mayor qu el Orbe alcanga

en cuyo aspecto teme la mudanga


aquel que tanta luz mirar procura.

Al calor d' este Sol tiempla tu buelo,


i veras cuanto estiende tu memoria
la Fama, por tu ingenio i tus pinzeles;

Qu el planeta benigno á tanto Cielo,


tunombre ilustrará con nueva gloria,
pues és mas que Alexandro, tú su Apeles. i

IV
ANDRÓMEDA Y PERSEO
(En la misma obra. — Pág. 175.)

La virgen del color patrio teñida,


en duro lazo, aguarda en alta roca

por la voraz armada, orrible boca,


el triste fin de su fatal partida.

Por Azabache, i perlas conocida,


pluvia, i cabello, que la cubre, i toca,

fi.ié del joven rendido; á quien provoca


por no morir, á darle dulce vida.

I mi parte inmortal, por culpa oscura,


del Dragón casi ya en la boca fiera,

aun á su libertad niega el desseo.

I aunque fijerza d' el cielo 1'


assegura
ni el daño teme, ni el remedio espera,
tanto és ingrata al celestial Perseo.
VIII Poesías

V
A CRISTO
(En la misma obra. — Pág. 193.)

Pudieron numerarse las señales

qu' en vuestra carne delicada i pura,


o imagen de la eterna hermosura,
el reparo imprimió de nuestros males.

Aunque fueron en sí tantas, i tales

que al injenio, no solo á la pintura

vencen; i tu, o Sagrada vestidura!


á trasladar en tí su gloria vales.

Mas el amor que cela el roxo velo


quien lo podrá contar? Si aun el efeto
r arte noble á formarlo no es bastante.

Fué sin principio, eterno será; ó cielo!

como á tan grande amor no me sugeto?


que hago, ó piedra! en deuda semejante?

VI
A D. FERNANDO ENRIOUEZ DE RIBERA
TERCERO DUQUE DE ALCALÁ

(En la misma obra. — Pág. 346.)


Osé dar nueva vida al nuevo buelo
d' el que cayendo al Piélago dió fama,
principe excelso; viendo que me llama
el onor de bolar por vuestro cielo.

Temo á mis alas, mi subir recelo,


ó gran Febo! á la luz de vuestra llama,
que tal vez en mi espíritu derrama
esta imaginación un mortal yelo.

Mas promete al temor la confianga


no del joven la muerte, antes la vida
que se deve á una empressa gloriosa;
I esta por acercarse á vos se alcanza;
que no és tan temeraria mi subida,
puesto que és vuestra luz mas poderosa.
Poesías IX

VII
A D. HERNANDO ENRIQUEZ AFAN DE RIBERA
(Al frente del retrato de Fray Pablo de Santa María. —
En el rarísimo libro La vida y muerte y cosas milagrosas
que el Sr. á hecho por el Bendito F. Pablo de Santa Maria, etc. Impresso en el convento de San Pablo
de Sevilla por Francisco Pérez, ynprensor de libros. A." 1607.)

Esta es, Principe ecelso, la figura

Del vmilde fray Pablo, levantado


Á tanta alteza, á quien mi ingenio osado
En ambas Artes celebrar procura.

Puesto á la entrada el passo os asegura


A su heroyca virtud determinado,
La grandeza del uno i otro estado.
El premio en la región eterna i pura.

Entrad seguro á visitar el templo


De sus trofeos, pues que ya os combida
Mientras venera el mundo su memoria;

Que yo cuydé animar, su faz i exemplo,


I muerto lo formé, que darle vida
Solo pudo el autor de aquesta istoria.

VIII
A SAN IGNACIO DE LOYOLA
{^Relación de la fiesta qtie se hizo en Sevilla á la beatificación del glorioso San Ignacio ftindador
,

de la compañía de Jesus. — Sevilla, por Luis Estupiñan; 1610.)

En las frígidas aguas arrojado.


De crudo impuro amor el lazo estrecho.
Con valeroso encendido pecho
i

Romper procura IGNACIO ardiendo elado.

Culpa, amenaza, reprehende osado


D' el ciego amante el obstinado hecho,
I auiendo al justo zelo satisfecho
El luengo error se rinde desmayado.

Venció el fuego diuino al fuego umano;


Juntó por nuevo medio dos estremos.
Ya de amorosas obras, ya de esquivas;

No pudo el acto heróico ser en vano


De tan gran caridad, pues della vemos
Ardiendo en aguas ?nuerías, ¿/amas vivas.
II
X Poesías

IX
Á D. JUAN DE lÁUREGUI
DE FRANCISCO PACHECO, PINTOR
{Rimas de D. luán de lauregui. — Sevilla, por Francisco de Lyra Varreto: año i6i8.)
La muda Poesía, i la eloquente
Pintura, a quien tal vez Naturaleza
Cede en la copia, admira en la belleza;

Por vos (Don luán) florecen altamente.

Aquí la docta lira, allí el valiente


Pinzel, de vuestro ingenio la grandeza
Muestran; que con ufana ligereza
La Fama estiende en una i otra gente.

Alze la ornada frente el Betis sacro,


Su tesoro llevando al mar profundo,
I de lauregui el nombre, i la memoria:

En tanto que su ilustre Simulacro


Venera España, reconoce el mundo
Como de nuestra Edad insigne gloria.

X
A FERNANDO DE HERRERA
( Versos de Fernando de Herrera, enmendados i divididos por él en tres libros. — .-Vño 1619.
— Impreso en Sevilla, por Gabriel Ramos Vejarano.)

Goza, o Nación osada, el don fecundo


Que t' ofresco, en la forma verdadera
Ou imaginé, d' el culto i gran Herrera;
I el fruto de su ingenio, alto i profundo.

Ya qu amaste '1 primero, ama el segundo;


Pues pudo el uno i otro, en su manera.
Aquel, onrar d' el Tajo la ribera;

Este d' el Betis; y los dos el mundo.

El dulce i grande canto el espumoso


Océano a naciones diferentes
Lleve; i dilate ufano tu pureza.

Porque tu nombre ilustre i generoso


No invidie ya otras liras mas valientes;

Ni d' el Latino, ó Griego la grandeza.


Poesías XI

XI
Á JUAN DE LA CUEVA
(M. S. autógrafo, al frente de un tomo de las obras de este poeta. — Biblioteca Colombina; Z. — 133. — 50-)

En tanto qu' al océano espumoso


Lleva, Cueva divino, en su pureza

De tu copioso ingenio la riqueza,

El grande Rio, ufano i glorioso:

I en la Selva de Alcides el hermoso


Coro, entalla i escrive en la corteza
Del' abundosa oliva, por grandeza
Tu nonbre ilustre i verso numeroso;

Yo, combatido de elementos varios


Aquí, codiciaré tu gran tesoro,
Gloria del siglo, i la nación temida.

Triumfará tu virtud de sus contrarios,


Yo callaré para mayor decoro,
Pues hablando tus obras, te dan vida.

XII
A PABLO DE CÉSPEDES
(En el Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones.
— —
En Sevilla: 1599. M. S. inédito.)

Céspedes peregrino, mi atrevida


Mano, intentó imitar vuestra figura:
Justa empressa, gran bien, alta ventura.
Si alcanzara la gloria pretendida;

Al qu os iguale, solo concedida;

Si puede aberlo, en verso, ó en pintura,


ó en raras partes: qu en la edad futura
Darán á vuestro nombre eterna vida.

Vos ilustráis del Betis la corriente,

I a mi dexais en mi ardimiento ufano,


Manifestando lo que el mundo admira:

Mientras la fama va de gente en gente;


Con vuestra imagen de mi ruda mano
Por cuanto el claro eterno Olimpo mira.
XII Poesías

XIII

A FRAI PEDRO DE VALDERRAMA


(Del mismo libro.)

No és maravilla, ó docto Valderrama,


Que onre mi mano, en el Retrato vuestro;
Siendo sugeto ilustre, del mas diestro
Pinzel, que celebró 1'
antigua fama.

Vuestra eccelsa dotrina el Orbe inflama,


En onra de la Patria, Siglo nuestro: i

I como en alta ciencia gran Maestro

Gran premio, gran onor, gran gloria os llama.

Por esto fué dichosa la osadia


Que tuve, en intentar con rustiqueza
Lo que no se concede á ingenio umano:

Pues ya la invidia i tiempo en su porfía


Á su pesar, veneran la grandeza
De vuestro nombre; por mi ruda mano.

XIV
AL MAESTRO FRAI JUAN PARPAN
(En el mismo libro.)

Aunque á tu gran valor Noble Pintura


La voz (por ser efeto soberano)
No se concede; aquí mi osada mano
Hizo hablar sin ella esta figura.

Este Semblante, i grave compostura,


I señales de ingenio mas que umano,
Muestran que mi ardimiento no fué en vano;
Ó proceda de 1'
Arte, ó la ventura.

Ya de Farfan el nombre reflorece


En esta imagen, premio á mi fatiga.
Si bien no dinamente celebrado.

Mas tal forma de gloria no carece.


Pues si le falta voz, basta que diga
Quien és; de cuya mano és debuxado.
Poesías Xlll

DÉCIMAS
I

A FRAY AGUSTIN NUÑEZ DELGADILLO


(En el Libro de Descripción de verdaderos retratos?)

Un cortesano Esaias
Yace en este umilde espacio,
Que ardiente ostentó en Palacio
El zelo i virtud de Elias;
Quien sacó de piedras frias

Dulce i saludable umor;


I al mayor Predicador
Pablo, hurtó la doctrina,

Guesped, la rudilla inclina

I prosigue con temor.

II

A BALTASAR DEL ALCÁZAR


(En el mismo libro.)

Si de imitaros la gloria
Procuré, Alcágar, en vano.
Basta, que pudo mi mano
Estender vuestra memoria:
I no és pequeña vitoria
Aver con Arte podido 1'

Vencer del tiempo el olvido:


El ingenio agudo solo i

Celebre cantando Apolo


Vuestro nombre esclarecido.

Cante de Marte el rigor


Con que en ancho mar i tierra

Vencistes en justa guerra


Estraño i propio valor:
Cante el Divino furor,
Estilo, gracia, y el buelo,
XIV Poesías

Que perdió de vista el suelo,


En la castellana Lira:
Que el mismo ensalza y admira
I prefiere á la del cielo.

III

AL DOCTOR lUAN PEREZ DE MONTALVAN


(En las Lágrimas panegíricas á la teynprana muerte, etc., recojidas y publicadas por Don Pedro Grande Tena.
— Madrid, en la imprenta del Reino: año mdcxxxix. — Al fólio 86.)

Aviendo Ueuado el cielo

El primer Lope del mundo,


¿Que mucho lleve el segundo
Si no los merece el suelo?

Mas dexanos vn consuelo


Con pérdida tan estraña,
Que quanto Sol, y mar baña
Celebrará la memoria
De los dos, que fueron gloria
La mayor que tuuo España.

REDONDILLAS
I

A MAESE PEDRO CAMPAÑA


(Del libro de Descripción de verdaderos retratos.)

Parece en Varón tan digno


Mi corta alabanza en vano,
Si á sugeto mas que umano
Se deve ingenio diuino.

Mas por ser justo alabar


La virtud, en quien la alcanza,
Á su gloria i alabanza.
Se le deve este lugar.
Poesías XV

I aunque eccedan nuestro buelo


No se han d' estimar por vanas
Las alabanzas umanas
Que suele estimar el cielo.

Pues quien tuvo tanta parte


De soberano caudal
Vencer pudo el natural,

Con la eccelencia de 1'


Arte.

Quien llegó con la pintura


Al divino Rafael,
I del Angel Micael
Osó alcanzar la Escultura

A mi no me espantarla
Eccediese á los mortales,
Pues que dos Angeles tales

Lleva delante por guia.

Assi en Mase Pedro veo


Ser mas seguro invidiar
Que pretender imitar
Lo que no alcanza el desseo.

Por tanto si memoria


á la

De su ilustre nombre falto,


Juzgo que á varón tan alto
Mi silencio es de mas gloría.

II

AL PADRE RODRIGO ALVAREZ


(En el mismo libro.)

Ya el gran varón que solía


Darnos con su vida exemplo,
Lo sube Cristo á su Templo;
Por qu és de su Compañía.

I como Soldado fué


De su evangélica lista,
XVI Poesías

Le paga con clara vista


El gran caudal de su fé.

I el da por bien empleado


De la güera los enojos
Por gozar de los despojos
Que ganó como Soldado.

La piedra los otros males, i

Tormento de su persona,
Se le an buelto en la corona
Piedra i perlas orientales.

Mejor, Padre, aveis triumfado


Que David; i en testimonio
Muchas vezes al Demonio
Con piedra aveis derribado:

Por do el traidor declaró


El no poderos sufrir.

Que aunque está hecho á mentir


Vuestra virtud confessó.

Mil vezes de lo profundo


Decis al grave dolor;
Estimo en mas tu valor
Que ser Monarca del Mundo.

Como estáis lleno de luz

(Varón santo) queréis vos


Ganar por la cruz á Dios,
Como os ganó por la cruz.

Al fin priváis con el Rei


En trabajos, i Paciencia,
I os haze por ecelencia
Estimador de su Lei.

Padre venerable, el llanto

No conviene á vuestra Muerte,


Que és preciosa vuestra suerte
Ante Dios, como de Santo.
Poesías XVII

Bien se vé la onra crecida


Que á mi libro le aveis dado,
Pues Dios os á Retratado
En su libro de la vida.

A donde és fuerza dezir

Que no os aveis de borrar,


Antes aveis de durar
Cuanto Dios á de vivir.

III

EN HONRA DEL AUTOR


ELOGIO DE FRANCISCO PACHECO
(Entre los preliminares de la Historia de Nuestra Señora de Aguas-Saftias, poema, por Alonso Diaz,
natural y vecino de la ciudad de Sevilla.—Sevilla, por Matías Clavijo: i6i i.)

Alonso Diaz, no llega


Mi ingenio á la ecelsa gloria

Que merece vuestra Istoria


Porque en sus aguas se anega.

Que como el Cielo os concede


Levantar tan alto buelo,
No puede ingenio del suelo
Lo que solo el Cielo puede.

No de una sola Corona


Se corona vuestra frente,

(Merecida por la fuente

Que pareció en Elicona.)

Que otra os aguarda mas dina


Por esta em.presa sagrada,
Que os dá la fuente sellada

Dó nació 1'
agua divina.

lustamente merecida
Pues tan liberal andays
Que las almas recreays
En la fuente de la vida.
ni
XVIII Poesías

Do por siglos infinitos

Vivirán vuestros concetos


Ino á mudanza sujetos
Aunque sobre agua escritos.
1'

Agua es, pero Agua Santa


Con un retrato divino,
I de vos sujeto diño
Pues hasta el cielo os levanta.

Milagro que reuerencio,


Imagen santa que adoro,
En tanto que por decoro
Os alaba mi silencio.

III

RESPUESTA A LA POESÍA TITULADA <EL TRUECO


QUE LE DEDICÓ BALTASAR DE ALCÁZAR

Prudente acuerdo es dejar


el mundo, quando podéis;
que podrá ser, si queréis

otra vez, no lo alcanzar.

Con esto obligáis á Dios,


que no forme de vos queja,
diciendo qu' el mundo os dexa,
i que no le dexais vos.

luntamente es mi consejo
hagáis lo que aveis escrito:
que yo también me remito
á tenerlo por espejo,

I á guardar por esperanza


en premio desta victoria
para conseguir la gloria

el medio por do se alcanza.


Poesías XIX

ENIGMA
AL PINZEL
{Al te de la Pmtura. — Pág. 311.)

De un umilde Animal vengo,


Soi blando de condición,
I sin lengua doi razón
De todo, aunque no la tengo;

Y aun aparece mas que umano,


De mi poder la grandeza.
Por que otra naturaleza
Hago al que me da la mano.

Lo que estimo sobre todo,


Que no solo Artificiales
Pero sobrenaturales
Cosas hago en alto modo.

Todo cuanto quiero hago,


I lo buelvo á deshazer;
Sin termino en mi poder,
I sin termino mi estrago.

Es mi poder en el suelo
Tan semejante al Eterno
Que puedo echar al Infierno

I puedo llevar al Cielo.

Y aquí para entre los dos,


Llega mi poder á tanto
Que no solo haré un Santo
Pero haré al mesmo Dios.
XX Poesías

EPIGRAMAS
I

{Arte de la Pintura. — Pág. 457.)

Sacó un Conejo pintado


Un pintor mal entendido.
Como no fué conocido
Estava desesperado.

Mas halló un nuevo consejo


(Para consolarse) i fue,

Poner, de su mano al pie,

(De letra grande) CONEJO.

II

Flores de poetas ilustres, por Pedro de Espinosa. —


Valladolid, Luis Sánchez; 1605.
— Arte de la Pintura, pág. 457.)

Pintó un Gallo, un mal pintor,


I entró un vivo de repente,
En todo tan diferente
Cuanto ignorante su autor.

Su falta de abilidad
Satisfizo con matallo;
De suerte que murió el Gallo
Por sustentar la verdad.

Poesías XXI

CANCION DE PACHECO, POETA BÉTICO


Á BARTOLOMÉ DE GAYRASCO
QUE FUÉ CANÓNIGO EN LAS ISLAS DE CANARIA

(Biblioteca del Museo Británico. Additional. — Niím. 20.792. — In 4.» — Bellas Letras. — Núm. 13. — Pág. 74.)

En tanto que los Araves


dilatan el estrepito
de su venida con furor armígero,
y los libres Alaraves
Con animo decrepito
quieren probar el nuestro tan belígero,
buelve el caballo alio^ero
a la Fuente castalida,

donde por vuestros méritos


presentes, y pretéritos,
quedando atrás de vuestra fuerza valida
Con árbol odorífero

(I) RESPUESTA DEL CANÓNIGO B.J OME DE C.WRASCO

Ha sido vuestra física, Con maña fuerza publica


Poeta celebérrimo, pretende acqueste indómito
entre las Musas de este mar Athlantico tiranizar esta región maritima,

• tan alta, que la física y en la interior república


del amador misérrimo bolviendo siempre al vomito
ha bueltosu lamento en dulce cántico, á la hermana vastarda ya legitima.
y de aquel Negromantico
de tantos necios ídolo, Mas y con vuestra pítima
que con zelo calido insultarlos, y vándalos
buelve su rostro pálido, se han hecho tan magníficos,
y condena su rostro por tan frivolo, que por vivir pacíficos

que quanto es mas mortifero deslíerran de su reyuo estos escándalos,


vuestro remedio ha sido salutífero. que si le muestran animo
en un cobarde amor y un pusilanimo.
Ni en la Aravia frutifera,

ni en la media riquísima, Con animo diabólico


ni en escuela poética e histórica pretende este frenético
nació yerba odorífera, establecer sus leyes, y premalicas,
se vió piedra finísima y el animo católico
se oyó palabra alguna de teórica le buelve casi herético,
que iguale á la retorica, y las estrellas fixas hace erráticas.

y a la virtud poética
de verso tan frutifero Cúbrese con sus platicas
contra amor pestífero,
el qual con oro la pildora
pues tomando la purga el alma etica descúbrese la cascara,
de vuestras flores útiles, y aquella vana mascara,
yervas, piedras, palabras son inútiles. y allí veresi, que no hay serpiente, o vivara
XXII Poesías

os corono el planeta mas lucífero

Por términos políticos,


que fueren algo praticos,
tratar quisiera en esta breve platica

de aquellos paralíticos
tan pobres quan lunáticos,
que tiene el ciego amor en su probatica,

y pues en qualquier pratíca,

y en toda la teórica
vuestra sentencia es única,
si el habito, y la túnica
nos desdeña, y la vuestra á mi retorica,
dad lumbre á mi proposito
pues que della y de mi se os dió el pósito.

No es fábula ridicula
la vida de estos Zangaños
enamorados, miseros, ivalidos,

que ardiendo la canicula

entre yerva odorífera las mañas del que dió su nombre al miércoles.
que derrame ponzoña mas pestífera.

Alguna gente incrédula Son de su bien satíricos,

en la fe de este articulo y de su mal estériles


diciendo, que el no amar es casi ilícito, y dan materia al cómico, y al trágico,

se cambian vuestra cédula, son barbaros, hilirícos,

y tienen por ridiculo inútiles y débiles,


el estilo que os hizo tan solicito: y al fin vienen á usar termino mágico,
dicen, que amar es licito, son de animo salvagico,
y de lascivo termino
Amor secreto, y tácito, los que a vuestros propósitos
y pues á los inhavites quieren mostrarse opósitos,
amor hace tan havites, y vienen ya las cosas a tal termino,
que siga cada qual su beneplácito, que ya qualquiera picaro
que amor nace de anima, quiere bolar, y buela como un Hícaro.
que la hace magnifica, magnánima.
Si en las Aulas Poéticas
Allegan al bucólico, y deíficos Oráculos,
que hizo á su amarilida de essa ciudad confusa Babilonia,
la selva resonar con dulce cálamo, y en las riveras héticas
y al otro melancólico, do no faltan obstáculos

que amava tanto á Filida, dixeren que esta lira no es harmónica,


que se sentó á llorar al pié de un álamo, y si con fuente histórica,

y al que en dorado tálamo y con pecho maléfico


se va por el Zodiaco, se le llegaren tábanos,

y al que su fuerza valida e querría mas dos rábanos,


perdió, — sirviendo á Dalila, que siendo vos el mismo apolo deifico,

y al que fue causa del estrago iliaco, con intento benévolos,


y con las fuerzas de Hercules defenderéis mi canto de malévolos.
Poesías XX 111

sienten ellos carámbanos,

y quando yela el mundo están mas calidos,


hoy roxos, ayer pálidos,
vista agradable, y hórrida,
sus pies son de pentámetro,

y en un mismo diámetro
están debaxo el norte, y zona tórrida,
y tienen ya por máxima
ser en virtud corchea, en vicio máxima.

Con un lacivo titulo,


con un necio preámbulo,
mostrándose Filosofo, y Astrólogo,
escriven su capitulo,
y senado en triangulo,
hacen al alcahuete un largo prologo,

y aunque riña el Teólogo


se lo entrega a la Etiope
mas negra, que seminima
quanto ha escrito de Apolo, y de Caliope,
la Ninfa riéndose,

y queda el pobre sátiro muriendose.

Entre unos verdes arboles


dicen que amor falcifico,

baxando de Testore a Santa Brígida,


fundó de blancos marmoles
reboltoso, y pacifico
una fuente tan calida, y tan frigida,

que no hay alma tan rigida


que no quede en gustándola
con un amor ilicito

ó tácito, ó explícito,
y esta fuente que tanto van buscándola
es di bibere, et edere
quia Veims friget sineBaco d Cerere.

De alli la vena exdruxula


nace del pecho hidrópica
sediento del favor que es inmérito,

y aquel mirar, por brúxula


XXIV Poesías

como Piloto Altropico,


no viendo aunque esta claro su demerito,
encareciendo el mérito
de su fe no evangélica,
á su Betisa odorida,
que en la rivera florida

la vió cantando con beldad angélica,


y tiene una carátula
qual si la huvieren hecho con espátula.

A la mentira crédulos,
á los peligros fáciles,
á tu bien y su honor flacos, y débiles,
á la verdad incrédulos,
á la firmeza frágiles,

y quanto sea virtud secos, y estériles,

al regocijo flébiles,

á su opinión temáticos,
al canto melancólicos,
á Dios no mui católicos,
coléricos, al mal, al bien flemáticos,
son aquestos misérrimos
amantes, y badajos celebérrimos.

Pues las Damas fantásticas


mas que la caña móviles,
presas de amor en esta red amplifica,
seglares y monásticas,
de baxa casta innobiles,
de mui obscura suerte, ó mui magnifica,
que lengua tan grandifica
dixa sus hechos frivolos,
vanidades gentílicas,
pues Templos y Basílicas,
pretenden como Diosus estos iddos
Lucrecias, y Cleopatras,
que hacen á mil necios ser idolatras.

Del sumo Padre ingénito,


que desde el trono altísimo
govierna el mundo por su beneplácito.
Poesías XXV

y d' el Hijo unigénito


procede amorosisimo
el verdadero amor, que es el Paráclito:

venga el llanto, d' Eraclito,

y ia risa democrita,
celebren en dialogo
el misero catalogo
de aquesta gente pérfida e hipócrita,
pues siguen al malévolo,
y dexan al divino amor benévolo.

AL MAESTRO FRAI JUAN DE ESPINOSA


(En el Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones .—^ít^WW, 1599. M. S. inédito.)

Dice el Autor: ({.Comenzó felicemente don Juan de Espinosa estos versos, al Retrato del Maestro
Frai luán de Espinosa szi tio: que aunque parece atrevimiento, fuéjusto acabarlos .>i

A quien, á la memoria ó á la Fama,


Das, insigne Pacheco, esta figura?
Que esperanza segura
Ó que ambición te llama?
Nada la edad reserva
También los simulacros son mortales;
Marmoles i metales
Con desprecio los cubre arena y yerba:
Será, pues, tu pintura reservada
Á tan débil materia encomendada?
Mas ó grave semblante
De Espinosa, orador sacro elegante.

II

RESPONDE FRANCISCO PACHECO

A la Fama i memoria
Doi, ó claro Don Juan! el eminente
Varón, que onró el presente
Siglo: i dió á r alta ciencia lustre y gloria:
IV
XX vi Poesías

Con tan cierta esperanza


Cual la virtud (no la ambición) alcanza.
I aunque el tiempo consuma
De piedras y metales la dureza,
No puede su aspereza
Acabar el injenio ni la pluma:
Por que en eternas cartas se asegura
Vivo en la istoria, vivo en la pintura.

MADRIGAL
A UNA IMÁGEN DE LA VÍRGEN CON CRISTO MUERTO EN SU REGAZO
OBRA DE MIGUEL ÁNGEL
TRADUCCION DE MARINI

(^A) te de la Pintura, su aniigücdad y grandezas — Pág. 68.)

No és piedra esta Señora


Que sostiene piadosa, reclinado
En sus bragos, al muerto hijo elado:
Mas piedra eres aora
Tu, cuya vista á su piedad no llora:

Antes eres mas duro,


Que á muerte tal, las piedras con espanto
Se rompieron; i aun suelen hazer llanto.

Á LA ESTATUA DE LA NOCHE
TRADUCCION DE UNOS VERSOS ITALIANOS DE AUTOR DESCONOCIDO
(En la misma obra. — Pág. 71.)

La Noche, qu' en acción dulce, al reposo


Rendida ves, de un Angel fué esculpida
En esta piedra; i dale el sueño vida:
Llámala i hablará, si estas dudoso.
Poesías XXVII

RESPONDIÓ MIGUEL ANGEL EN PERSONA DE LA NOCHE

Dormir, i aun ser de piedra és mejor suerte


Mientras la invidia i la vergüenza dura
I no ver ni sentir m' és gran ventura;
Pues calla, ó habla baxo; no despierte.

(TRADUCCION DE HORACIO)
{Arte de la Pintura, etc. — Pág. 144.)

Segnhis irritant aniyinim demissa per aures,


Quan qiicB stint oculis subiecta fidelibus.
(Epist. ad Pisones.)

Las cosas percebidas


De los oidos, mueven lentamente:
Pero siendo ofrecidas
Á los fieles ojos, luego siente
Mas poderoso efeto
Para moverse, el animo quieto.

A LA MEMORIA DE LUIS DE VARGAS


ESTANZAS
Cuanto con docta mano en la Pintura
Hizieron muchos, tu, ó Vargas divino!
Solo alcanzaste, i gracia i hermosura
Mas alta, con ingenio peregrino.
Diste ser, vida, afecto á la figura;

Abriste con tu voz nuevo camino;


I si bien dá la voz Naturaleza
No como r arte tuya la belleza.

Si á tan alto lugar llegó tu mano


A mayor nombre i gloria alzaste el buelo,
Renovando, por modo soberano,
En tí la imagen del Pintor del cielo.
Ya tu pincel se dexa atrás lo umano,
Venciendo á cuantos pintan en el suelo.

Callo al fin lo que á fuerza umana eccede,


Por no impedir al cielo lo que puede.
XXVIII Poesías

TERCETOS
A SAN IGNACIO DE LOYOLA
DEL SUCESO DEL CASTILLO DE PAMPLONA
(En la Relación de la fiesta que se hizo en Sevilla á la Beatificación del glorioso San Ignacio, fundador
de la compañía de yesus. — Sevilla, impresa por Luis Estupiñan; 1610.)

Las armas, y el varen ilustre canto,

Capitán de la insigne C O M PAÑ í

Del apellido mas temido y sancto;

La muestra de su esfuergo, y osadía,


En las primicias de la edad logana;
Que tal gloria á la nuestra prometia.
Engrandeced, ó Musa soberana.
Mi humilde canto, en tan dichosa guerra:
Huya de mi la multitud profana.
Cuando la mayor parte de la tierra

Era regida del común Tyrano,


Que invidioso la dulce paz destierra;

Y victorioso el bárbaro Otomano


(En mengua nuestra) vfano dilatava
La secta impura del Profeta vano;

Y cuando el velo de su faz quitava


Contra la Iglesia, el pérfido Lutero,
Y sin color, la guerra publicava;

A nuestro IGNACIO, noble cavallero,


Mirava el gran Rector del alto asiento
Vestido de valor, y limpio azero.

Ya elegido por firme fundamento


De vn esquadron felice, y poderoso,
A resistir aquel furor violento.

En medio el duro trance riguroso,


Assaltado el Castillo de Pamplona
Del Francés atrevido, y orgulloso.

A trabajo, ni industria no perdona


IGNACIO ilustre, en la ocasión presente;
Antes aspira á la inmortal corona.
Poesías XXIX

Anima, esfuerza á la Española gente,


Caudillos principales de su vando.
Con fuerte pecho, y ánimo valiente:

Por el gran Carlos, iva ponderando


La justa obligación á dar la vida;
El vil temor de todos desterrando.

Tenian la esperanza ya perdida


De socorro, y assi la mejor parte
Casi estava á entregarse reduzida.

Tanto pudo su ardor, su industria y arte


Que á resistir de nuevo, la famosa
Gente se arroja entre el furor de Marte.

La dura empresa, horrenda, y sanguinosa.


De ambas partes los ánimos enciende;
Haziendo la victoria mas dudosa.

Quien parte, desbarata, rompe, hiende,


Entre el tropel, las caxas, trompas, truenos,
Y su nombre inmortal hazer pretende.

Aqui, y allí, de furia, y sangre llenos,


Ó por las armas, ó el metal horrendo
Caen muchos de vigor, y vida ágenos.

A la parte, do estava resistiendo


IGNACIO, con valor el duro estrecho,
El peso de la guerra sosteniendo;

De aquel fiero ruydo contrahecho,


Ó del cielo una bala despedida.
La diestra pierna casi le á deshecho.

De otra piedra con furia resurtida.


Fué en la siniestra Ignacio lastimado;
Y cae su fortaleza no vencida.

Honrosamente yaze derribado;


Y viendo su esperanza por el suelo
El Español, se rinde desmayado.

¿Quien vió del joven Saulo el duro zelo.

Que ageno de su patria y peregrino.


Cercado en torno de la luz del cLelo,
XXX Poesías

La poderosa voz, rayo divino


Lo derribó, y privó de fortaleza,
Cortando el vano intento á su camino?

Pero por este medio á tanta alteza


Subió, que al claro Olimpo arrebatado
Vió de ocultos mysterios la grandeza.

Después á los trabajos entregado,

Para llevar el nombre fué elegido

De infierno, tierra y cielo venerado.

Y como en vaso puro, y escogido,


Con él permaneció hasta la muerte.
Aun estando su cuerpo dividido;

A Ignacio, joven animoso, y fuerte •

Derribado en su orgullo venturoso,


Assi le avino aqui la diestra suerte.

Fue llevado al contrario victorioso.


Por medio de la industria y fuerga agena,
A su luengo martyrio trabajoso.
Alli por nuevo modo el cielo ordena,
De disponer con luz divina, y pura,
La alma de otros intentos varios llena.

El Amor de la eterna hermosura


Obró en su pecho cosas tan estrañas,
Que todo humano afecto del apura.
Hecho vaso escogido, en sus entrañas
El dulce nombre de lESVS vivía.
Con nuevas maravillas y hazañas;
Hasta que se llegó el felice dia,

Dó el Señor con favor vnico, y raro


Llenó la alma á su siervo de alegría;

Y el nombre, que á su dueño fué tan caro.


Puso á su COMPAÑIA, y nueva, vnica,

Fiado en la promesa, y dulce amparo,


Que en gloria suya por el orbe lleva.
Poesías XXXI

ELOGIO DE FRANCISCO PACHECO

AL POEMA DE LA CONQUISTA BÉTICA, DE JUAN DE LA CUEVA

(Sevilla, en casa de Francisco Pérez: 1603.)

De varios pensamientos fatigado


Quel grave yugo del Amor estrecho
Dá, al corazón umano cada dia.

Saliendo a rrespirar con tierno pecho


Entre los frescos Álamos sentado
Quel Betis riega con su orilla fria.

Oyendo el armonía
De las aves, quel ayre con su canto
Alegran, i entre tanto
El sitio ameno, el agua i su ruido
Al sueño m' an rendido,
Propio d' ánimo triste i congoxoso,
I centro natural de su reposo.

En medio el dulce olvido, de repente


Oi rumor en el profundo asiento
I un ruido en las aguas espantable.
Que bastara dexarme sin aliento,
Sino viera delante claramente
Al sacro Bétis, viejo venerable

Con aspecto agradable


Sobre su ebúrneo vaso recostado,
I en torno rodeado
De bellas Nymphas, con cabellos de oro,
De su alcázar tesoro.
Que atentas aguardavan sus razones
Por entender tan altas pretensiones.

I alzando V alta frente coronada


De verdes ovas, dixo en voz sonora,
Prestándole atención las compañeras.
O feliz tiempo, ó venturosa ora
En que veo cumplida acabada i

Mi profecía, con gloriosas veras.


XXXII Poesías

Dichosas mis riberas


Que oyen la clara trompa, i la boz nueva
Del onor de la Cueva,
Cisne, que al fin con canto mas que umano
Ilustra el suelo Yspano,
Do Reyna la virtud, i la nobleza,
Arte, ingenio, valor, i fortaleza.

Este nuevo Marón, Vándalo Omero,


Va los heroycos hechos celebrando
Del Ínclito varón, divino Marte,
Onor del Mundo (santo Rey Fernando)
El cual fue sin segundo, i el primero
Que al Agareno con industria i arte
I al vando de su parte
Movido por el Cielo hizo guerra.
I derribó por tierra
Sus vanderas, plantando justas leyes
Oficio de los Reyes
I á la famosa Betica oprimida
Dió nueva luz, eterno nombre i vida.

Ved si es justo, qu empresa tan divina


Cual su felice Musa nos pregona.
Listamente guardada para el solo.

Que en la dificil cumbre de Elicona


De Lauro eterno la corona digna
Le dé con las ermanas junto Apolo.
I de uno al otro Polo
Gozen de su cultura el dulce fruto,
Que me dá por tributo.

Sacando de la sombra del Olvido


El tesoro escondido
De los Héroes famosos cuyo buelo
Lo haze eterno, i claro en tierra, i Cielo.

Ganges, Danubio, Nilo, i Tajo amado


No invidiaré de oy mas vuestros loores,
Con el Cisne que canta en mi ribera.
Calló, porque con nuevos resplandores
Avia sus corrientes retocado
Poesías

Diana, por oyrle plazentera,


Que nunca ella viniera

Porque no me privara el Hado injusto

Del agradable gusto.


Despierto, i triste me hallé en el llano.

Mas no fue el sueño vano,


I asi no tuve el crédito perdido
Hasta que vi lo que soñé cumplido.
Canción, calle tu justo atrevimiento,
Con que el buelo subiste que oscurece
Lo que a Hesperia enriquece.
I los hechos divinos
De tal ingenio dignos.
No sigas con furor ageno oficio

Pues me llama la suerte á otro exercicio.


*
OPÚSCULOS EN PROSA
ELOGIO BIOGRÁFICO
DE LOPE DE VEGA CARPIO

Esta es la efigie de Lope de Vega Carpió, á quien justísimamen te se con-


cede lugar entre los eminentes y famosos de nuestros y quando por este
dias:

sugeto solo huviera dado principio á mi obra, pienso que no sería trabajo mal
recibido, ni sin premio de agradecimiento, que en los tiempos venideros me
concederán por el los que no haviendo podido gozar del original, gozaren del
fiel traslado, de este varón que tan conocido ha sido y será en la más
es,

dilatada parte de la tierra, donde se tuviere noticia de buenas letras, porque


las obras suyas (famosas entre las que se leen de su género) ninguna remota
parte las ignora, antes con devida admiración las procura, porque en ellas se
juntan las partes, que raras veces en una concurren, porque nunca la natura-
leza es tan pródiga, que al que concede alto natural, le conceda alto entendi-
miento con que procura el arte, y á quien concedió alcanzar el arte, le conce-
dió tan poco natural, que no le sirve. Y la vez que arte y natural se juntan

(grande desperdicio de naturaleza) se desaviene y aparta tanto dellos la imagi-


nativa, que esta falta se conoce en sus obras: mas en las de Lope de Vega,
vemos en la facilidad de su vena el natural grande, en la abundancia de sus
escritos la mucha imaginativa, en y disciplina de sus versos el
los nervios
entendimiento y arte tan juntos, tan perfetos, que tendría por osado á quien
juzgase sin temor grande, quál parte destas es más excelente en él. Del Abu-
lenseTostado se advierte por justa grandeza, que repartida la cantidad de sus
obras con las de sus años, sale cada dia á tres pliegos de escritura, y ha
havido curioso que en buena Arismética ha reduzido á pliegos las obras de
Lope de Vega, y contando hasta el dia de oy todos los de su vida respetiva-
XXXVIII Opúsculos en prosa

mente, no es inferior su trabajo y estudio. El ha sido cierto en España (salva


emulación que siempre sigue á la virtud) el poeta solo que ha puesto en ver-
dadera perfección la Poesía: porque aunque á Garzilaso de la Vega se le deve
la gloria de los primeros versos endecasílavos que huvo en España buenos, fué
aquello tan poquito que no pudo servir de mas que de dar noticia, que se po-
dria aquistar aquel tesoro. Pero el que verdaderamente lo ganó, y lo posee es
Lope de Vega, y alguno (cuyo ingenio y escritos no ofende esta alabanza) no
si

la admite, ántes que la reprueve me diga: ¿qué Poeta Lyrico ha tenido Italia
(madre desta ciencia) que se aventaje á Lope de Vega? Los mejores que de
Italia han impreso he leido (aunque con mal conocimiento) pero en sus bellísi-

mos escritos no se leen mas apretados sentimientos, mas dulces quejas, mas
puros concetos, mas nuevos pensamientos, mas tiernos afectos que en las obras
de Lope de Vega. El ha reducido en España á método, orden y policía las
comedias, y puedo asegurar que en dos dias acabava algunas vezes las que
admiravan después al mundo, y enriquezian los autores, y no solo la Poesía ha
perficionado, pero la Música le debe igual agradecimiento, pues la variedad de
sus versos, y la blandura de sus pensamientos le ha dado materia en que con
felicissimo efecto y abundancia se sustente, y ocasión justísima á los artífices

de los tonos para ossar ygualar el artificio y dulzura dellos á la dulzura y artifi-

cio de sus letras. Las cosas dignas de ponderación hazen parecer apassionados
dellas á los que las escriven, y si )'o lo pareciere de Lope de Vega, de manera
que se me pueda poner por obiecion, remítome á las obras que se conocen su-
yas: remítome al Poema heroyco de su Jeriisalen, que pienso que tres, ó cua-

troque hay en España deste género, no se ofenderán de que se le conceda el


primer lugar. Remítome á su Ai'-cadia, donde consiguió con felicidad lo que pre-
tendió, que fué escribir aquellas verdaderas fábulas á gusto de las partes. Sea
buen testigo la Dragontea (el mas ignorado de sus libros, que como hazienda
de grande rico, lo olvidado y acesorio fuera principal riqueza en otros). El
Pej-egrino en su patria, es el quinto libro. Otro intitulado Rimas, mina riquí-

sima de diamantes y no en bruto, no, sino labradas, y engastadas


ricas piedras,

con maravillosa disposición y artificio. El poema de la Hermosura de Angé-


lica enseña bien la del ingenio de su autor, que alcanzó mas diferentes ideas de

hermosura que la misma naturaleza. Y por último (aunque segundo de los que
escrivió) dejó el poema castellano Isidro, que como refiere en él lo llamó assí,

por serlo los versos, y el sugeto, á cuyo alto conecto, deve nuestra nación
perpétuo agradecimiento y loores, pues no sin mucho acuerdo, y amor de su
patria eligió para tratar la vida beata de aquel santo, las coplas castellanas, y
propias por que las naciones estrangeras notassen que la curiosidad ha traydo
á España sus versos, y cadencias, y no la necesidad que dellos huviesse: pues
arribando este libro gloriosamente á la mas alta cumbre de alabanza, nos en-
seña que son los versos castellanos, de que se contiene, capazes de tratar toda
Opúsculos en prosa XXXIX

heroyca materia. Las comedias que ha escrito, ya vemos por los títulos de ellas
impressos en el libro del Peregrino que son tantas que es menester para

creello, que cada qual sea, como es, testigo de la mayor parte dellas, sin mas
de otras tantas que después de aquella impression ha escrito con que llegarán
á quinientas. De los versos sueltos y derramados que ha hecho á diferentes
sugetos y efectos osso assegurar dos cosas, la una, que es de lo mejor que ha

escrito: la otra que es mas que de lo que está hecho mención. El en fin (quando
con mas modestia le queramos loar) es ygual al que con mas gentil espíritu ha
alcanzado en esta facultad nombre ilustre en España en cada cosa que le que-
ramos comparar, y superior á todos en tres cosas, que en ningún ingenio se
han juntado mas felizmente que en el suyo; facilidad, abundancia, y bondad. Y
assino dudo que la antigüedad le llamara oy hijo de las Musas, mejor que al
Poeta de Venusia, por quien las ciudades de España pudieran competir con
Madrid (dichosa patria suya) como los Argivos, Rodios, Atenienses, Sala-
minos, y Smimeos, por aquistar el título de la de Homero. Sirvió Lope de
Vega en los primeros años de su juventud al Ilustrísimo Inquisidor General, y
Óbispo de Ávila, don Gerónimo Manrique, á quien él confiessa en sus obras,
que deve el ser que tiene. Después al Excelentíssimo Duque de Alva, de Gentil-
hombre, y en oficio de Secretario, y años después lo fué del Excelentíssimo
Marqués de Sarria, oy Conde de Lemos, de los quales fué amado y estimado
justamente su injenio y partes, por las quales fué codiciado con aventajados
gajes y mercedes de muchos Grandes de España para la misma ocupación, á
que tenia su ingenio una correspondencia admirable. Y porque como he dicho,
sus obras son el verdadero elogio de su vida, yo devo dar fin á este con esta
estancia, que á su retrato escrivió don loan Antonio de Vera y Zúñiga.

Los que el original no avej's gozado


Gozad del fiel traslado los despojos,
Dad gracias por tal bien á vuestros ojoe,
Yá Pacheco las dad por tal traslado:

Será el uno y el otro celebrado


Del Negro adusto á los Flamencos rojos,
Causando ambas noticias ygual gusto,
Desde el rojo Flamenco al Negro adusto.
XL Opúsculos en prosa

II

PRÓLOGO
DEL ARTE DE LA PINTURA

Muchos recibidos por doctos y sabios varones en todas las facultades y


ciencias por haber manifestado el maravilloso caudal suyo y fruto de sus vigi-
lias por escrito, han quedado sujetos á la temeraria libertad del vulgo que á
ninguno perdona. Cosa que muchas veces me quitó la pluma de la mano para
no poner este mi deseo en execucion. Mas considerando, que esto que pudo
detener á muchos, á otros alentó, puse la mira en el bien común y premio tem-
poral y eterno, y que el hombre no debe ocultar su talento ni la luz que le fué
comunicada por tan humildes respetos. Por estas y otras causas es justo no
temer á los viciosos y desocupados que quieren adquirir opinión de jueces
severos y prudentes á costa de la honra agena. A los quales si rezelase alguno
dexará pocas prendas de sus estudios, ántes morirá (dice Hernando de Herrera)
en silencio y oscuridad sin ser conocido, como Ipasso de Mesaponto, que
siendo el mas docto de todos los pitagóricos, temió tanto las calumnias de los
maldicientes, que rehusó dexar algunos escritos. Así venciendo estas dificul-
tades me determiné á manifestar alguna parte de lo mucho que la pintura

encierra en sí, conforme á la humildad de mi ingenio, reprimiendo en parte la

osadía de los que con ménos que mediano caudal ó sin haber trabajado en esta
profesión, teniéndola por limitada materia, pensáron recoger en un solo dis-
curso la grandeza suya con solo trasladar de otros. Seame lícito tan justa em-
presa, pues no aventuro el trabajo en facultad agena, ni con tan moderada
experiencia que no se acerque mucho á lo que dixere. Porque ¿á quien no hace
lástima ver una arte tan noble y tan digna de ser estimada y entendida sepul-
tada en olvido en España." Que en otras naciones tanto se preciáron y precian
Opúsculos en prosa XLI

ilustres varones de honrarla y celebrarla y particularmente en Italia hasta es-


cribir las vidas de los que las exercitáron. Y que sola nuestra nación carezca de

este loable empleo culpa es de la mayor parte de los que tratan de ella, que
la tienen reducida solo á la mayor ganancia sin aspirar al glorioso fin que ella

promete. Antes estos se entretienen en su ociosidad, burlando de los estudios


de los que le son verdaderamente enamorados, teniéndolos por hombres im-
pertinentes y por gente que vive en miserable melancolía. en la verdad se Y
engañan, porque si el cielo no pusiera gusto en las ciencias encaminadas al fin
virtuoso, no fueran de tanta utilidad al cuerpo y alma, ni hubiera habido
tantos que en ellas fijéron tan excelentes y celebrados, que ilustran sus patrias
y naciones con inmortal renombre.
Bien es verdad que Juan de Arfe, insigne platero osó en nuestra lengua
dar principio á alguna parte de este intento con el libro que escribió de Con-
mensuración, imitando algo de lo que el príncipe de la pintura Alberto Du-
rero escribió de la simetría del cuerpo humano, tan doctamente y con tanta
variedad y abundancia, pues trató de huesos, anatomía y músculos y de otras
proporciones de animales. Pero parece que abraza á escultura y pintura, y no
fué su intento tratar mas que lo perteneciente á su profesión. También el li-

cenciado Gaspar Gutiérrez de los Rios, natural de Salamanca, el año de 1600


sacó un libro que intitula, Noticia general de las artes, donde entendidamente
prueba ser la pintura arte liberal, y la prefiere á las demás ciencias y artes; y
aunque no fué su intento principal tratar de sola la pintura, sino de las demás
artes que se valen del debuxo, con todo descubrió muchas grandezas y exce-
lencias de la pintura bien doctamente, que podrán ver en nuestra lengua los
aficionados; pero de intento ninguno hasta ahora ha entrado en este profundo
piélago con ánimo de enseñar. Y quando este mi trabajo no sirva de mas que
quitar el temor á muchos de los nuestros que sobre este humilde principio,
con mejor ingenio y mas aventajado caudal puedan descubrir y dar mayores
rayos dela mucha luz que han alcanzado, no habrá sido en vano. Ademas de

que podrá aprovechar á algunos mucho lo que aquí se escribe para la exe-
cucion de la pintura y á otros que en la teórica de ella se les ofrece hablar;
pues en el ordinario trato munchas veces ocurre ver y tratar y poner exemplos
de pintura.
Por esto quiere el conde Baltasar Castellón en el primer libro, que su
Cortesano sepa debuxar y tenga noticia muy grande del arte de la pintura, y
Alexandro Picolominí, caballero senés, en su Instrucción del ho^nbre noble,
en el capítulo 12 del libro 3, y ámbos lo tomaron de Aristóteles en su Poli-
tica y economía, que entre las honrosas disciplinas y enseñanzas que pone
delante á los niños mezcla á la pintura, llamándola la arte disegnativa ó figu-
rativa. A la qual no solo alaba para que hombre no pueda ser engañado en
el

la elección de tanta variedad de cosas como se ofrecen en el uso común, mas


VI
XLII Opúsculos en prosa

para que sepa conocer y considerar la verdadera belleza de las cosas criadas,
siendo el tal conocimiento no solo deleytable al sentido, pero mucho mas al
entendimiento. Y vemos que por carecer de él algunas veces varones muy
doctos en otras ciencias, hablan en esta con mucha impropiedad. Lo qual
no sucederá en Italia por estar tan ricos de escritores quan faltos de invidia
y emulación. Y así en su lengua se halla escrito todo lo que así á esta como á
otras artes pertenece que los libra de esta común ignorancia, porque hallan
libros que se lo digan en su misma lengua. Y porque lo que en este se dixere
sea recibido con mayor gusto y admitida su doctrina, no hablaré tanto de mi
autoridad, quanto de la de varones excelentes antiguos y modernos, celebra-
dos en otras naciones, citándolos en sus lugares y algunos de la nuestra, pues
no carece en todas las facultades, ni ha carecido jamas de hombres dignos de
ser estimados, remitiendo á otro lugar la mayor noticia de ellos, donde los

entiendo celebrar, aunque sea corta qualquiera alabanza humana.


Pudiera haber colmado nuestro deseo la obra de pintura en verso heroyco
que Pablo de Céspedes, racionero de la santa iglesia de Córdoba, escribia doc-
tísimamente á imitación de las Geórgicas de Virgilio en honra de nuestra na-
ción y de aquella famosa ciudad, patria suya, siguiendo los heroycos inge-
niosos hijos de ella que en la poesía han florecido en todas las edades. Pero
con su muerte perdió España la felicidad de tan lucidos trabajos y él la dila-

tación y fama de su nombre, como dixe yo en una epístola, que por ser en
honra de tal sugeto será justo poner aquí parte de ella.

Mas ¡ó quan desviado del camino


Que intenté proseguir tomé la vía.
Honor de España, Céspedes divino!

Vos podéis la ignorancia y noche mia


Mas que Apéles y Apolo ilustremente
Volver en agradable y claro dia.

Que en vano esperará la edad presente


En la muda poesía igual sujeto.

Ni en la ornada pintura y eloqüente.

Antes á la futura edad prometo


Que el nombre vuestro vivirá seguro
Sin la industria del Sóstrato arquiteto.

El faro, excelsa torre, el grande muro,


Mauseolo, pirámides y templo,
Simulacro coloso en bronce duro,
Opúsculos en prosa XLIII

Vuelto todo en cenizas lo contemplo,


Que el tiempo á dura muerte condenadas
Tiene las obras nuestras para exemplo,

en eternas cartas y sagradas


P'-Ias si

Por vos se extiende heroyca la pintura


A naciones remotas y apartadas,

Cercado de una luz excelsa y pura


En el sagrado templo la alta Fama,
En oro esculpirá vuestra figura.

Ahora yo á la luz de vuestra llama


Sigo el intento y fin de mi deseo,
Encendido del zelo que me inflama.

Algunas de aquellas sus famosas estanzas viníéron á mis manos después


que pasó á mejor vida, que esparcirémos en esta obra para ilustrarla y para
que no perezcan en obscuridad del olvido; y juntamente otros lugares que
la

en una doctísima carta de pintura me escribió el año de 1608, en el qual


murió á 26 de julio.

Y pasando adelante, porque nuestro intento se entienda mejor, dividiré

esta obra en tres libros. En el primero se trata de la noticia, antigüedad y


grandeza de la pintura: en el segundo la división y diferencia de todas sus
partes y lo tocante á la teórica; y en el tercero los varios modos de executarla
con todo lo que pertenece á la práctica y exercicio de ella. Y aunque no le

conviene á ninguno prometer nada de sí, confiando de la naturaleza de las

mismas cosas, oso esperar que si acertáre á decir con palabras sencillas, no
solo con la autoridad referida, pero también con la razón, probare mucho de
lo que dixere, pues es la que tiene mas lugar en los que viven por ella, á quien
ofrezco mi humilde trabajo para que lo amparen y defiendan en premio de la

voluntad con que se ofrece.


XLIV Opúsculos en prosa

III

SOBRE LÁ ANTIGÜEDAD Y HONORES

DEL ARTE DE LA PINTURA


V su COMPARACION CON LA ESCULTURA

CONTRA JUAN MARTINEZ MONTAÑÉS

A LOS PROFESORES DEL ARTE DE LA PINTURA


Hálleme obligado por lo que debo á esta noble facultad (aunque el menor
de sus hijos) á dar alguna luz de la diferencia que se halla entre ella y la Es-
cultura; lo cual yo excusara si hubiera publicado mi libro. Pero con la mayor
modestia que pudiere hablaré en este papel, atendiendo á la necesidad pre-
sente, para que pueda servir parte dél de Memorial á los señores jueces, si se
dignasen de hacerle tanta honra como es pasar por él los ojos.

ANTIGÜEDAD
Y digo en primer lugar, que en los escritores antiguos se halla expresada
la antigüedad de la Pintura, particularmente en Plinio, que dedica un libro en-
tero, y es el XXXV de su Historia natural, á las alabanzas desta Arte. La
cual lección es recurso de todos los hombres doctos, que lo podrán ver en el

cap. 3 de dicho libro. Y es cosa asentada y llana ser todas las artes donde
interviene dibujo derivadas de la Pintura y estar en tercer lugar la Escultura.

Bastarán dos ó tres lugares que lo digan, por no alargarme: póngolos en ro-
mance porque se puedan fácilmente conferir. El mayor Filostrato en el libro de
\as, Imágenes hablando de
, la Pintura, dice: «Si alguno inquiere el nacimiento
5>de esta arte, la imitación es invención antiquísima, y casi de igual tiempo á
»

Opúsculos en prosa XLV

» la naturaleza. » Y Atenágoras más particularmente en la alegación por los


cristianos dice así; « La adumbración inventó Saurias Sancio, cubriendo ó man-
chando la sombra de un caballo mirado á la luz del sol.» La Pintura, esto es,
los perfiles, inventó Craton, delineando en una tabla blanca la sombra de un
hombre y de una mujer, con diferencia y distinción. Y la Coroplástica (que es
el artede vaciar) inventó Cora, y su padre Dibutades Sicyonio; esta, amando
á un mancebo, y habiendo de ausentarse della, la noche antes dibujó la som-
bra que causaba dél la luz del candil en la pared, y su padre labrando en fondo
dentro de aquellas líneas hinchó el espacio de barro y salió una figura que des-
pués coció: y luego poniendo la Escultura dice: «Dédalo y Teodoro sucedieron
á estos, é inventaron la Escultura.
Ya se ve aquí en tercer lugar, como en otros de la antigüedad, la Escul-
tura hecha nieta de la Pintura; el cap. i 2 de Plinio en el libro referido lo dice
claramente así. Praxiteles, excelente escultor, llamaba á la Escultura hija de la
Plástica, la cual es hija de la Pintura. — No diré más de su antigüedad; vea el
docto á S. Epifanio en el lib. I del Panario y en el Anacefaleofio ó suma de
todas sus obras, tratando del principio de la Idolatría, que también la pone en
tercer lugar: porque tengo por desacuerdo tomar la antigüedad de la Escul-
tura desde que Dios formó á Adán de barro. A lo cual tengo respondido en
mi libro asaz. Y digo ahora brevemente, que también los sastres hacen á Dios
inventor de su oficio, por las túnicas de que vistió á nuestros primeros padres
(ya se ve con cuánta razón) pero antes de formar á Adán, cosa ya sabida es
que en aquellos cinco dias Dios Nuestro Señor tantas y tan varias cosas,
crió

y entre ellas la luz y la sombra, que se podian atribuir mejor á la Pintura, y


aun el mesmo hombre de barro no tuvo vida hasta que el Señor con su soplo
divino lo pintó de colores, y abrió sus ojos; pero todo esto es obra del Criador
y no de pintor. Y es cierto que la invención de las artes se cuenta desde que
hombres las ejercitaron, y usaron de instrumentos acomodados á obrar en
ellas. Y esto basta á la antigüedad.

NOBLEZA
Su nobleza entre muchos lugares, dirán estos dos, Plinio en el cap. 10 de
dicho libro, hablando de Pámphilo, pintor, dice: «Que en Cicyon, y después en
Grecia, la arte de la Pintura vino á recibirse en el primer grado de las artes

y siempre tuvo esta honra, que los nobles la ejercitasen, prohibién-


liberales,

dose por edicto público y perpétuo que no se enseñase á esclavos. » De ma-


nera que se estableció por ley entre la gente más docta que ha habido en el
mundo; por tal arte liberal la tiene Platón en el lib. V
de su República y y X
Aristóteles en el cap. i.° de su Política: mas este edito, y expresada nobleza
XLVI Opúsculos en prosa

que refiere Plinio, bien sé que no se hallará de la Escultura en ningún lugar


de la antigüedad; ni menos el lugar que se sigue fundado en el primero, como
cosa asentada en las leyes, en el lib. XIII del Código Teodosiano, tít. 4.° de
las escusaciones de los artífices dice; «Los Emperadores augustos Valenti-
niano, Valente y Graciano, á Chilon lugarteniente de Afirica. Los profesores
de la Pintura, siendo libres é hijos de libres, habernos constituido que no sean
empadronados por su cabeza, que en nombre de sus mujeres y hijos estén
ni

sujetos á los tributos y pechos: que no sean obligados á registrar sus escla-
vos bárbaros en el registro censual. Que así mismo no sean llamados para la
colación y contribución de los tratantes y negociadores, con tal que traten en
aquellas cosas que son de su arte. Que puedan tener en lugares públicos sus
tiendas y oficinas sin pagar con que ejerciten y usen en ellas su pro-
alquiler
pria arte.Habemos mandado también que contra su voluntad no reciban
huéspedes. Que no estén sujetos á jueces pedáneos (esto es de poyo) (sicj.

Que puedan estar en la ciudad que escogieron. Que no sean llamados para
acompañar ó llevar caballos, ni para trabajar ó dar jornaleros. Ni los jueces
los puedan forzar á que pinten los rostros de los emperadores, ni á refrescar
las obras públicas sin pagárselo. Todo esto les concedemos, de manera que
si alguno viniere contra lo que en su favor se ha establecido, sea castigado y
sujeto á la pena que los sacrilegos. Dada á 18 de Junio, siendo cónsules Gra-
ciano, augusto tres veces, y Equicio. »

De manera que por esta insigne constitución se ve claro estar recibida


la Pintura en el número de las artes liberales, pues se conocia de las causas
de sus profesores como de las más nobles artes. Demás desto, la calidad de
muchos de los profesores de la Pintura, descubre la ventaja que hace á la
Escultura, fundada en la mesma autoridad de los escritores antiguos (véase
Plinio en el libro citado, cap. 4.°) en tantos varones nobles, filósofos, reyes
y
emperadores que ejercitaron y no hallarse alguno que se hubiese
el pintar,
aplicado al ejercicio de la Escultura. Esto no es por su dificultad y grandeza,
porque se aplicaban á otras artes liberales, no menos nobles y dificultosas;
antes no la debian de apetecer por lo que tiene de trabajo corporal. Y baste
el ejemplo, entre tantos, que cuenta Segisberto en su Crónica de Constantino
Octavo, que despojado de su imperio en el año de 918, se sustentó con el

ejercicio noble de la Pintura.

Vemos así mesmo que en las sentencias que se traen en favor de las
imágenes sagradas, así de santos antiguos como de concil'os, se ve más de-
clarada y favorecida la Pintura, por ser más viva su representación por la vir-

tud y fuerza de los colores, como lo muestran muchos lugares que yo traigo
en el 10." capítulo de la Pintura: pondré sólo dos del gran S. Basilio, el pri-

mero de la Homilía de los cuarenta mártires que dice: «Las flores de la Pin-

tura en la Iglesia me atraen á mirar, contemplo la fortaleza del mártir, consi-


Opúsculos en trosa XLVII

dero los premios de las coronas, y como en fuego me abraso con deseo de la

imitación, y postrado y humilde adoro á Dios por su mártir, y recibo salud. »


Y en la Homilía de S. Barlaano, mártir, dice así: «Levantaos ahora, oh ilus-
tres pintores de los famosos hechos de guerreros fuertes, engrandeced con los
primores de vuestro arte la arruinada imágen del emperador, que con la rudeza
de mi ingenio yo he pintado; yo me doy por vencido de vosotros en la pintura
de los valerosos hechos del mártir: huélgome hoy haberlo sido de vuestro
valor con tal victoria: veo las manos en el fuego y la batalla pintada con más
perfección y propiedad; veo al luchador y soldado fuerte pintado más ilustre-

mente en vuestra imágen.» Bien se ve que nada desto se puede decir de la

Escultura, á solas, en la madera ó el mármol, si no está ayudada de la Pintura.

DIFERENCIA

Mas vengamos á la diferencia de estas dos artes, que es lo principal que


se pretende. Algunos han querido hacerlas una sola, por razón de ser uno el

fin en la imitación de las cosas, así artificiales como naturales é imaginadas;


pero que tienen diferentes definiciones, y la de la Pintura, que yo
lo cierto es

estoy obligado á saber, dice de esta manera: « La Pintura es arte que enseña á
imitar con líneas y colores, como explico en el primer capítulo de mi libro
largamente: cuanto más vivamente imite la pintura sin estar pendiente de otra
arte, diga un ejemplo: El retrato del emperador Cárlos V de gloriosa memoria
será con más facilidad conocido de todos valientemente pintado de colores de
la mano de Ticiano, que hecho de madera ó de mármol de otro gran artífice
escultor. Y así mesmo todas las demás imágenes, de que se podrían traer
muchos ejemplos, porque los colores demuestran las pasiones y afectos del
ánimo con mayor viveza, como se ha dicho, y la figura de mármol y madera
está necesitada de la mano del pintor para tener vida, y la Pintura no ha me-
nester ayuda de nadie para hacer esto (como se ha visto en muchas ocasiones)
y escribe Plinio notables casos de los engaños que hicieron famosos hombres
deste arte en la antigüedad. Y para que se vea cuán antiguo es valerse los
grandes escultores de grandes pintores para dar vida á su escultura, dice
Plinio, capítulo i.° del libro que habernos dicho, que preguntando á Praxiteles
qué obras suyas de mármol aprobaba, respondió que aquella en quien Nielas,
famoso pintor, habla puesto la mano: de suerte que Nielas retocaba la escul-

tura de Praxiteles. El pintor obra poniendo, el escultor quitando; las obliga-


ciones del pintor son mucho mayores imitando todas las cosas que Dios hizo,
los cielos, las aguas, los árboles, los animales y peces, las tempestades, los
incendios, etc., con sus diferencias de colores y las que imita el escultor son
XLVIII Opúsculos en prosa

limitadas. Es la Pintura más universal, más deleitosa, más espiritual, más útil

á todas las artes, pues casi todas se valen della, y sus profesores han sido
aventajadamente honrados más que otros de ninguna profesión, como se ve
en todas las edades, con favores, con encomiendas, con hábitos; y aunque lo
han sido los escultores, es como uno entre ciento. Seria nunca acabar hablar
en esta materia.

ORDENANZAS
Resta para acercarnos á nuestro intento principal y acabar este discurso,
advertir algo en las Ordenanzas de los pintores hechas en tiempo de los Reyes
Católicos D. Fernando y D.^ Isabel tan justas y santas. La primera divide la
pintura en cuatro partes y oficios, y dice que en el que fuere examinado cada
uno aquel use y no más.
La tercera á los que solamente son doradores no les permite que encar-
nen los rostros de las figuras de bulto sin estar examinados dello. En la octava
dice: «El oficial que fuere examinado de uno de los cuatro oficios no pueda
valerse de otro examinado de aquella parte de que él no lo está, sino sólo
usar de la que está examinado.» En la i6 dice: «El que es solamente dorador
no pueda tomar aun el dorado donde hubiere pintura ó imágen de bulto.»
Todo esto se entiende con los mesmos del arte de la Pintura, y si á estos
estrecha desta manera para que no usen más que la parte en que están exa-
minados, cuánto más razón será prohibirlo á los escultores, entalladores y
carpinteros? Y así lo hizo en la i8, que es la última, diciendo: «Otro sí, que
ningún maestro entallador, ni carpintero, ni de otra calidad, no pueda tomar
ninguna obra de pintura, salvo los mismos maestros examinados del oficio, so
la dicha pena, que es la primera 600 maravedís, la segunda 1.200, la tercera

los mismos 1.200 maravedís y nueve dias de cárcel.» Conforme á estas leyes,
el refugio que al parecer queda á Juan Martinez Montañés y á los demás es
le

el exámen, pues haciéndolo y dándolos por suficientes, podrán usar la pintura


y encargarse della.

RAZONES
Discurramos brevemente sobre las razones que alega en su favor, prueba
que busca maestros examinados á quien dar las obras,y se las paga mejor
que sus dueños, llano es que si busca quien las haga que no las sabe hacer,
dirá que las sabe amaestrar. Fuerte cosa parece que no habiendo aprendido
la pintura ni habiendo estudiado en ella, y no pudiendo obrar lo menos que
Opúsculos en prosa XLIX

ella enseña, sepa más que los que gastaron toda la vida en saber la teoría y
práctica della.
Pero concedamos, por cortesía, que sabe amaestrar esta parte, lo cual

no es así: si las Ordenanzas, como he apuntado, lo prohiben á los mismos


pintores que no están examinados, ¿por qué lo han de permitir á los que
aprendieron otras artes ignorando esta? Y si á estos, con ser pintores, penan

y castigan en virtud dellas, ¿cuánto mayor razón (como se ha dicho) es proceder


contra los de otras facultades y oficios que no tienen noticia de la pintura? ¿Y
con cuán justa indignación podian ellos proceder contra los mismos pintores si
se hiciesen cargo de las obras de escultura y carpintería? Mas quiero permitir
que por comisión de y encomiendas de fuera (como cualquier otro
las Lidias,

de la República) las pueda concertar con pintores examinados y distribuir la


cantidad que se le remite, aprovechándose de lo que pudiere. ¿Esto por ventu-
ra podrá ser ley? ¿Podrá ser estanco para encargarse de las obras principales
de Sevilla y de su tierra? ¿Dónde pueden los dueños elegir lo mejor y más aco-
modado á su honra y provecho? ¿No se ve que es tiranía echarse (después que
hay pleito) sobre seis mil ducados de obra del retablo del convento de Santa
Clara desta ciudad, tomando cuatro mil y quinientos para y dejando al po-
sí,

bre pintor lo demás, mereciendo otro tanto la pintura como él lleva, que es lo
que se ha hecho siempre? Dicen que le buscan los dueños, que le solicitan y
ruegan que se encargue de todo, porque quieren tratar con él solamente, fián-

dose de su conciencia y parecer porque no los engañen los pintores. ¡Sabe


Dios quién los inclina á esto, y si son por él persuadidos y reducidos á seme-
jante elección! Pues vemos que fiándose dél tenia obligación á buscar los me-
jores maestros, y esto no lo hace, sino los que le acomodan en el precio, de-
jándose los más suficientes las más veces: todo esto manifiesta la poca lisura de
los conciertos y escrituras, paliados y ascondidos debajo de utilidad común,
siendo sólo particular suya, como es muy notorio.
Y si como publica es tan eminente que puede enseñar el arte que no
aprendió (ni consta que lo sepa por ciencia infusa) y amaestrar á los pintores,

pr&gunto: ¿podránlo hacer los demás escultores, entalladores y carpinteros de


Sevilla, ó los que han de suceder después? ¿Es justo que se quebranten por él
las leyes, ó que se hagan leyes nuevas contra el bien común y contra las hechas
tan justificadas y santas; que es útil y provechoso (si lo fuera) que los esculto-
res y entalladores se encargaran de más quesu madera? Cosa cierta es que des-
de que se hicieron retablos en los templos y obras de grande importancia
y
costa de los prelados en beneficio de las fábricas y conventos no se hubieran
encargado distintamente á cada arte lo que pertenece, concertando cada cosa
de por con los maestros examinados, escultores y pintores. Pues si sucede

alguna ruina ó reparo, es fuerza llamar á cada uno de por sí para encargarle lo
que le pertenece solamente. Y si esto se ha mudado ó alterado alguna vez, en-
VII
L Opúsculos en prosa

cargando á uno solo, escultor ó pintor, la obra ha sido por ser maestro exami-
nado en ambas artes de escultura y pintura, y haber hecho demostración
públicamente.
Y
aunque algunos pintores interesados ó ignorantes condescienden per-
suadidos con que les enseña, no tienen razón ni justicia en darle título de su
maestro, aunque les advierta de algunas cosas, porque no sólo pueden advertir
á medianos pintores, personas de buen juicio (aunque profesen otras artes);
pero á los muy grandes artífices, humildes oficiales, como el zapatero advirtió
á Apeles, insigne pintor de la antigüedad, en el calzado de una figura, y no por
esto fué su maestro, antes habiendo tomado atrevimiento para corregir necia-
mente otras cosas, fué reprendido con severidad de Apeles con las sentenciosas
palabras que refiere Plinio en el cap. lo del libro referido Ne siitor ultra cre-

pidam. El zapatero no debe juzgar más que del calzado.


Yo oí á dos hombres cuerdos que en mi propria casa advirtieron á cierto
escultor (de igual opinión á Juan Martínez Montañés) el descuido que habia he-
cho en la túnica de un San Gerónimo en la penitencia, diciéndole que el cuello

parecía pretina de calzones, y que los botones dél estaban puestos al revés, y
trajo los hierrosen mi presencia y de los de mi casa, y los trocó, y recogió la
abertura del cuello, porque confesó que los que le corrigieron hablan tenido ra-
zón; mas preguntémosle ¿si será justo por este hecho que llamemos á estos
maestros de semejante artífice?

A que no es ni se ha de llamar pintura estofar ropas y encarnar los


las

rostros, ni ayudar las historias de bulto, no respondo, porque ya he dicho que

lo es, y porque lo dicen expresamente nuestras Ordenanzas. Y seria mayor dis-

parate mió refutar con seso semejante despropósito. Porque es muy diferente
cosa decir que no es esto pintura, que ser más fácil que dibujar y pintar un
cuadro de una historia como él también dice.

Tampoco me meto en juzgar los defectos de sus obras, aunque los bien
entendidos de Sevilla los hallan en las que ha puesto más cuidado; porque es-

toy persuadido que es hombre como


demás, y no es maravilla que yerre co-
los

mo todos, y por eso aconsejarla á mis amigos que suspendiesen el alabar ó vi-
tuperar sus obras, porque lo primero lo hace él mejor que todos, y lo segundo
no falta quien lo haga como hemos dicho.
Y porque no me obligué á responder á todas las imaginaciones ó sueños
de Juan Martínez Montañés, esto basta, que es lo que se me ofrece en la oca-
sión presente, donde ha sido forzoso tratar verdad respondiendo por mi arte.
Debajo de la corrección de los doctos á quien pido perdón de haberme alarga-
do. A i6 de Julio de 1622 años.
Opúsculos en prosa li

IV
APUNTAMIENTOS
DE FRANCISCO PACHECO, PINTOR
EN FAVOR DE SANTA TERESA DE JESUS

(Contra el Memorial de D. Francisco de Quevedo.)

Memorial que D. Francisco de Quevedo estampó en defensa de


Vi el

Santiago, y me parece que no merecen mucha culpa los que lo censuran, pues
con serle tan aficionado, me dió ocasión á estos breves Apuntamientos.

1. — I lo primero, pregunto; en el catálogo que haze de los santos de


España para Patronos della, si seria agravio de Santiago hazer Patrón á Santo
Domingo ó á San Ignacio: i si no lo es ¿por qué lo ha de ser serlo Santa
Teresa?
2. — Dize que es forzoso admitir á todos los santos de España por Pa-
tronos, porque militan las propias causas que en Santa Teresa; luego en su
opinión no fué acto libre haberla admitido, sino forzoso, afirmando todos que
sí; i á esto llama novedad primera.
3. — Novedad segunda le pareze encomendar á muger el Patronazgo é

invocalla en las batallas: Si no hay diferencia en las almas ¿por qué no se po-
drá invocar á Santa Clara, con cuya oración hu)'eron los enemigos que tenian
cercado su convento, i á la Virgen Ntra. Sra. que tantas victorias ha dado á
los christianos, apareciendo visiblemente.'^

4. — Dize que no se dió el ser Patrón á Santiago ni por parentesco, ni por


santidad, sino por que peleó á vista de todos: ¿luego los demás que no pelea-
ron no pueden ser Patronos ni se pueden invocar'
5. — Es verdad que Dios eligió á Santiago para convertir á España, i es
LII Opúsculos en prosa

notorio á todos; pero no vá España contra esta elección en elegir á Santa Te-
resa después dél, si puede elegir otros santos de España de los que señala el

Memorial.
6.-— Por el lugar que trae de S. Crisóstomo, que el que planta i el que riega
es una misma cosa; ¿si ambas cosas son necesarias, por qué excluye á Santa
Teresa, pues puede con el riego de su oración fertilizar la Iglesia, i no se
mezcla ni confunde lo uno con lo otro?

7. — Santiago no ha menester para ahuyentar los moros bañar en sangre


su espada, (cosa que pondera mucho el Memorial en las heridas dellos) ni el

Angel que mató los Primogénitos tampoco, bien que aparece á caballo ar- i

mado. Vemos que Dios pone á San Francisco el Montante de San Pablo para
degollar un Obispo enemigo de su religión; es el poder de Dios su voluntad i i

el que pelea venze las batallas, el que dá este valor á sus amigos, que este-
i i

riormente pareze, como se vé por mil ejemplos de la historia i de la Escritura


Sasfrada.
8. — Dize que tiene ejecutoriada por Cristo el Apóstol Santiago esta
tutela; i que no tuvieron los Procuradores poderes de las ciudades para elegir
otro Patrón: tenga el mundo el ser Patrón de
Apóstol i goze mientras dura el

España (pues nadie vá contra su Egecutoria) que el Rey ni sus Procuradores no


han menester poderes para elegir otro santo ó santa por Patrón, como afir-
man los doctos.
9. — En vano se cansa en traer testimonios de Reyes pasados, si todos se
los confesamos, i concedemos, i queremos á Santiago por Patrón nuestro,
¿quién se persuade no tener perjuicio á Santiago por invocar también á Santa
Teresa i tenella por Patrona? ¿Quién se atreve á dezir lo que afirma, que se
desasosiegan por esto las cosas divinas?
10. — Dize que se infiere del Decreto que Santa Teresa es Patrón dudoso,
como si el Pontífice dudase de dar el decreto, aviéndolo dado con tanto acuer-
do i autoridad.
1 1 . — ¿Quién depone á Santiago? ¡O porfia cruel! Agravio i pecado llama
elegir á Santa Teresa por Patrona, siendo obra piadosa i meritoria, i digna de
toda alabanza!
12. — Dize que si no se le quita nada al Santo, no se le añade nada á la

Santa; digo, que en lo esencial es assí, i lo que se añade es culto i veneración


de Dios, i grande gloria suia: i si la mayor gloria de Dios es lo que los Santos
dessean, se les añade mucho de gloria acidental.
13. — Harto umanamente discurre en esta parte, que es perjuicio lo que
uno posee con justo título partirlo con otro: esto será en leyes umanas, pero
¿qué tiene que ver en las leyes de la caridad, i de la gloria i bienaventuranza de
los Santos?

14. — Pareze que introduce á S. Francisco con los dos fundadores de reli-
Opúsculos en prosa LUI

giones tan ilustres como la Compañía y los Predicadores, para que sus hijos
le ayuden á y á clamar este agravio.
sentir

15. — Trae las palabras del Santo Rey Don Fernando en un privilegio
en que dá por cierto i especial Patrón de Santiago, i haze esta exclamación:
^Quién será tan teuia'ario que 710 se desdiga de sil porfía? pues rebolbiendo
las cosas umanas se desasosiegan las divinas: ¡umilde modo de hablar! San-
tiago se queda especial Patrón i no es temeridad elegir á Santa Teresa; mas
temeridad parece que sea parte rebolberse el mundo para desasosegar, ó in-

quietar á los Santos i bienaventurados.


16. —-Otra temeridad es dezir que siendo el Rey alférez de Santiago se
vuelve contra su capitán. Eso pretendiendo S. M. otras cosas que su invoca-
ción i estima, como lo assegura en su carta al conde de Oñate, para que pida
segundo Buleto a Su Santidad.
17. — Que no se podia pedir á Venécia que admitiera con San Marcos á
Santiago: respondo, ¿que por qué? si San Márcos se quedaua por primer Patrón
¿qué daño recibía la República en invocar á Santiago i á San Márcos?
18. — I mas abajo, que es mas seguro no dar á Santa Teresa lo que
nunca tuvo. Siempre será seguro invocar á Santa Teresa i tenerla por Patrona
iabogada quien hasta aora no la ha tenido por tal, pues á Santiago no se le
quita lo que posee, el exemplo que trae de San Francisco con parrillas
i San i

Lorenzo con llagas es fuera de este propósito.


19. — A que no se le quita nada á Santiago, ni se añade á Santa Teresa,
ya se ha dicho en el Apimtainiento doce que al uno i al otro se le añade la

onra i gloria que se dá al Señor de todos, que es glorificado en la invocación


de los Santos.
20. — Dize que Santiago sabe sentir i entristecerse, i trae para esto la
revelación de Santa Brígida: ¿Qué tiene que ver sentir los pocos que se avian
convertido en España á la fé, con sentir que los convertidos i cathólicos hoy lo

invoquen á él i á Santa Teresa en su favor?


21. — Cita un lugar de Santiago, toda dádiva buena viene del padre de
las lumbres. Santa Teresa es dádiva buena para España, i así vendrá de Dios
también la inspiración de invocarla con Santiago.
22. — Todo lo que añade de exemplos de cruzes, de capillas, de sepultu-
ras, y de otras cosas, no son á propósito, por que se fundan en leyes humanas
en que se puede perder, y en esta se gana mucho, pues se queda el Apóstol

Santiago en su misma posesión i estima.


23. — I porque hay tantos que responden á este ñlcinorial, passo al duro
exemplo que trae diziendo que el ruego que se hizo á Herodes quitó á San
Juan la cabeza, i este del Patronato de Santa Teresa hecho á nuestro Cathó-
lico Rei nos quiere quitar la nuestra que es el Apóstol Santiago: pero confe-
sando que aquel ordenó la malicia, i éste la piedad, ya se vé la diferencia que
LIV Opúsculos en prosa

haze lo uno á lo otro. Porque ¿cómo se compadecerá con la piedad querer qui-
tarnos nuestro primer Patrón y padre á quien tanto debemos? ¿ó qué interés se
les sigue á los Religiosos descalzos, quando lo pidiesen, corriéndoles essa
obligación pues solo atienden á la mayor gloria de Dios?
24. — Vltimamente dize; que la Santa tomó por Patrón á S. José por los
muchos beneficios que de él confiesa haber recibido: luego no haze mal el Reí
iel Reyno á su exemplo en recibirla por Patrona, por lo mismo, pues son tan
manifiestos sus favores, i en particular haber alcanzado salud á S. M., que tanto
bien ha traido á la christiandad.
I pues no hay (como dizen todos los doctos) nulidad en nada de lo que se
ha pretendido hasta aora, como dió el primer Buleto el Pontífice podrá dar el

segundo, con que cesaran tantas quejas de quien no es interesado en ello, i se


allanaran tantas dificultades imaginadas.
Acabo, (y perdónesele á Don Francisco por esto todo lo que ha dicho
hasta aquí) con que condenando el haber traido en defensa del Patronato el

lugar del Génesis: 71071 est bo7i7i7}i Ji077tiim7i esse sohmt: diziendo que es muy
desemejante, prosigue: pues si fuera solo dársela por compañera á no obstar
en el Patronato de España todas las razones referidas; ¿qué causa es menester
buscar sino ser Santa Teresa tan gran Santa que Cristo la escogió para su
esposa? por lo cual sobra para compañera de Santiago.
Si escribe esto, i ha hecho versos aprobando ser Patrona Santa Teresa
¿para qué lo contradize aora en verso i prosa? Mejor pareziera conformarse
con su Rei en cosa tan justa, pues no hay esperanza de ver lo contrario: i si

se preguntare ¿por qué fué Patrona Santa Teresa? se podrá responder, porque
Dios quiso, pues su voluntad es la primera causa eficiente.

I aunque es verdad que en defensa del Patronato de Santiago han escrito


con piadoso celo muchos doctores y varones doctos, paresze que han apren-
dido demasiadamente el agravio de Santiago, cosa que otros de no menos
partes tienen por exceso, pues el Apóstol no necesita de su defensa; pero, sa-

cando á los que por sus ingenios y letras no pueden recibir injuria, á muchos
de los idiotas vulgares apasionados contra Santa Teresa se les puede aplicar
esta Epigrama:

Era en la sazón dichosa,


quando agena de alegría
á su Esposo i Rey hazia
onrras la sagrada Esposa.

Y andando en su movimiento
un loco encontró un lanzon,
i al punto le dió afición
de guardar el Monumento.
»

Opúsculos en prosa LV

Puesto en su ejerzicio pío,


vido acercarse á rezar
un onrrado del lugar,
pero en fama de judio.

Con la aprehensión ó el celo,

enarboló la cruel

asta, con que dió con él

mas que aturdido en el suelo.

Y al pueblo que los cercó


para vengar esta injuria,

daua vozes con gran furia:

« ¿hemos de guardar, ó nó?

Fabio amigo, la razón


siga un camino quieto,
que nunca el celo indiscreto
alcanza reformación.

V
APACIBLE CONVERSACION
ENTRE

UN TOMISTA Y UN CONGREGADO
ACERCA DEL MISTERIO

DE LA PURÍSIMA CONCEPCION NUESTRA SEÑORA


-'r==ííS^,r5:2í====r~-

APROBACION
Este Diálogo no contiene cosa contra nuestra Santa fé ó buenas

costumbres, antes con apacible discurso muestra cuan conforme sea á

toda razón y piedad la verdad de la inmaculada concepción de Nues-

tra Sra. — De este Colegio de la Compañía de Jesús, de S. Hermene-

jildo, Marzo ly de 1620.

Pascual Ruiz.

Guárdese en todo la ortografía y puntuación de este papel, sin esceder un punto, y si es posible vea yo

las pruebas; y sea de muy buena letra, Nota del autor.

VIII
LVIIl Opúsculos en prosa

A LA VENERABLE HERMANDAD
DE LA

SANTA CRUZ EN JERUSALEN,


EN SAN ANTONIO ABAD.

Por muchas razones, que reduzco a tres solamente, dedico a vuesas mer-
cedes este papel (que halló lugar entre mis ocupaciones.) La primera por ser
hermano de esta Santa cofradía, no menos que desde el año 1583: la otra, por
la demostración tan grande, como es notorio que ha hecho en honra del Mis-
terio de la Purísima Concepción de Ntra. Sra., a que desde los primeros años
he sido aficionado: y la última por haber hecho voto de tenerlo y venerarlo en
compañía de esta Noble congregación.
Holgara ser mas capaz para manifestar mi afecto y las obligaciones que
tengo a la Sant.^ virgen, a quien supliquemos todos nos alcance gracia de
Ntro. Sr. y perseverancia en su santo servicio. Primero de Enero de 1620.

Francisco Pacheco.

SO NE TO.
Et quasi plantatio rosre injerico. Eclesiast'ui, 24.

Cual linda rosa en Jericó plantada.


Que después que bebió en la luz dudosa
El celestial humor, mas gloriosa
Al furor de Titán se opone osada;

Y en verde astil al cielo levantada


Ostenta el oro y púrpura hermosa.
Leda espira fragancia poderosa
Como entre flores reina aventajada:

Tal, pura virgen, sois: habéis triunfado


Del general ardor, porque el roció
De la gracia os previno en vuestra aurora;

Que en la alta dignidad que se os ha dado


No quiso el grande Dios dexar vacío
Honor debido á universal señora.

Francisco Pacheco.
Opúsculos en prosa LIX

APACIBLE CONVERSACION
ENTRE

UN TOMISTA Y UN CONGREGADO
ACERCA DEL MISTERIO

DE LA PURÍSIMA CONCEPCION NUESTRA SEÑORA


^r==^ » C>— ' >

C. — Cierto que me alegro de haber encontrado á vuesa merced en tan agra-


dable sitio, pues nos podremos sentar á y hablar en
la orilla de este rio,

algo de gusto, y sacarme vuesa merced de una duda, y es que me han


certificado que es vmd. Tomista.
T. — Yo beso á vmd. las manos por la merced que me hace, aunque no sé la
intención con que vmd. me pone este nombre; mas con todo eso me huel-
go de tenerlo, y que me lo diga un Congregado.
C. — Tiene vmd. mil razones, porque á la manera que esta voz hombre, con
solo el modo de explicarse se puede tomar en buena ó mala parte, asi

sucede en los demás nombres que si queremos decir significando miseria


y flaqueza todo hombre es mentiroso, también en buena parte diremos
hombre al fuerte y valeroso en la virtud, y de lo uno y de lo otro hallare-
mos mucho que alegar.
T. — Asi es, y en este segundo sentido soy Tomista, esto es, devoto de Santo

Tomás, aficionado á su relijion, defensor de su doctrina, (como es permi-


tido á un seglar) porque veo que el Cardenal Cayetano de la orden de
Sto. Domingo, que doctamente escribió en favor de la doctrina de Santo
Tomás, llama a los de su escuela en este nombre tan honroso.
C. — Vmd. ha apuntado bien y discretamente, y es esto tanta verdad (como he
oido a hombres cuerdos, que no solo esa Sagrada religión, pero to-
das las demás se precian de Tomistas, y toda la Iglesia se señala en
seguir la doctrina de Sto. Tomás, como de Sol clarísimo que la ilustró; y
de esta manera (porque no se puede dar otro nombre mejor) ha de en-
tender vmd. que le llamé Tomista, y por diferenciarlo en la opinión; pero
LX Opúsculos en prosa

de llamarme vmd. Congregado podría sospechar mal, porque también


se dice por ultraje.
T. — Yo no lo digo por tal, ni me pasa por pensamiento, ni entre católicos es

justo desacreditar la virtud porque algunos particulares usen mal de ella.

C. — Está bien, porque las congregaciones, como vmd. sabe, son encaminadas
á y á que cada uno cumpla mejor con las obligaciones de su estado,
ella

y por eso las apadrinan las relij iones y las favorecen los Pontífices con in-
dulgencias, y los que entran en ellas están obligados á mayor recojimiento

y cuidado de su conciencia y á dar buen ejemplo; y me acuerdo que Da-


vid parece que se confiesa por congregado cuando dice que alaba a Dios
con el concilio y congregación de los jtcstos.

T. — Según eso bien pueden Tomistas congregados.


ser los
C. — ¿Quien Y congregados Tomistas y devotos de
lo duda.'* los Sto. Tomás,
y de su doctrina porque el Santo D."^ también favorece nuestra opinión
como se prueba de los lugares en que habla de ella que trae en su tra-
tado el D."" Lucero, del opúsculo 8 sobre el Ave María, y del colibeto 2

y sentenciarios, en los cuales lugares dice qtie la virgeíi fue preservada


no solo del pecado actual, pero también del orijinal, aunque lo mudó en
la 3.^ parte en la cuestión 27.
T. — Pues de esa suerte estando en sus obras las dos opiniones, los religiosos
de Sto. Domingo como jente docta podran seguir la opinión que quisie-
ren, y que en ellos es mas antigua por las obligaciones de su relij ion.

C. — Es así, pero no me maravillo yo de ellos, ni se me hace nueva su opinión,


pero los seglares y Vmd. que no son teólogos, no tocándoles estas obli-
gaciones es fuerte cosa que no se inclinen mas a la nuestra, y se alegren
con el pueblo en estas festividades y octavas de la Concepción de la

virjen.

T.^—-¿Como puede vmd. juzgar eso.?

C. —A lo menos en las muestras esteriores lo parece, que yo en lo interior no


puedo saber, aunque estoy persuadido por otra parte que en los corazo-

nes tienen todos escrito este misterio, y los relijiosos mejor, como jente a
quien tiene la virgen mas obligada.
T.— Ahora, yo sé que me alegro mucho de todo lo que es honra de
señor,
Dios y servicio de la virgen, pero conservo mi opinión, pues es lícita y
me la permite el Pontífice y la vmd. no es de fé.
C. — -Así lo confieso y que á vmd. ni á mi nos es permitido disputar de ella, por
ser seglares, que esto se guarda para y para las escuelas y
los teólogos,

Cátedras, pero con la sencillez cristiana bien podríamos hablar, refiriendo


algo de lo mucho y bueno que estos dias habemos oido y leído en alabanza

de la virgen ntra. Sra.; y si vmd. tuviere paciencia para responderme, ó

yo reduciría á vmd. á mi parecer ó vmd. me inclinaría al suyo.


Opúsculos en prosa LXI

T. — Como sea desapasionadamente y de las tejas abajo, bien creo que satisfa-
ré á vmd. en lo que me preguntare.
C. — Pregunto, pues; ¿en este misterio que es su opinión de vmd?
T. — Señor mió, mi opinión es que Sma. virgen fué santificada en
la el segundo
instante de su concepción, y le fué quitada luego mancha del pecado
la

orijinal en que como hija de Adán incurrió: digame vmd. la suya.


C. — La mia es que la Virgen fue preservada del pecado orijinal en el primer
instante,y que no le tocó la mancha por privilejio particular, y á esto
llamo inmaculada Concepción, sin mancha de pecado orijinal; pero deseo
saber si la opinión de vmd. y la mia son una misma cosa.
T. — Señor no; porque si asi fuera no habia que litigar, ni
que poner en paz, y
fuera una sola y no dos, donde tantos hombres doctos se esfuerzan y adel-
gazan los injenios en defenderla.
C. — Pues señor, habiendo vmd. concedido que son diferentes las opiniones,

viene bien ahora preguntar ¿á cual de las dos hace la Iglesia fiesta univer-
sal, y tantos años há, desde el tiempo de Sixto YV}
ciento veinte
T. —A mi me parece que á una y á otra, pues ambas son probables y se
permiten.
C. — Concedo que ámbas se permitan, pero siendo encontradas ¿cómo se ha de
celebrar fiesta á ámbas? Si como vmd. dice se llama la de vmd. con nom-
bre de santificación ¿qué presupone mancha? ¿y la otra es sin ella? y decir
que celebra fiesta de santificación (como prueba el Dr. Lucero) es contra
la institución de la fiesta, porque le llama la Iglesia fiesta de Concepción,
y no es ménos la diferencia que la que hay de la gracia al pecado: que
celebre fiesta a mi opinión es evidente en las Bulas Apostólicas, como
refiere doctamente el maestro D. Alonso de la Serna en su memorial
declarando un lugar de la estravagante grave nñnis: habiendo, dice el

Santo Pontífice Sixto IV, ¡a Sania Iglesia Romana ittstituido y celebrado


fiesta solemne de la Concepción de la no ofendida y siempre Virjen Ala-
ría, y héchole particnlar y propio oficio, hay quien se atreva d decir etc.j

y mas abajo le llama al rezado el oficio de la dicha Concepción sin man-


cha: y en otra Bula que pone el mismo Pontífice, dada dos años antes,
hay una terrible excomunión para los que dijeren que es sola la espiritual

Concepción, ó santificación la que la Iglesia Romana celebra; y es tan


grande esta autoridad y tan fuerte este argumento, que recibe grave daño
la silla Apostólica (dice el Padre Fray Lorenzo Gutiérrez de la órden de

Santo Domingo, en su sermón al Rey del año de 1618) en decir que


tantos Pontífices se han engañado en celebrar la fiesta de la Inmaculada

Concepción, aprobando su oficio y concediendo indulgencias á muchas


oraciones en que se protesta la inmunidad de la Virjen, y confirmando
una sagrada relijion en que de instituto se profesa este misterio; y per-
Lxii Opúsculos en prosa

mita vmd. pues es aficionado á versos, una coplita de las que compuso
Fray Damián de Vegas, del hábito de S. Juan, en su libro que se impri-
mió en Toledo año de 1590, hablando de la institución de la fiesta por
la Iglesia.

Mas pues con cuidado tanto


Por ella fi.ié instituida,

Siendo, (como lo es) regida


Por el Espíritu Santo;
Es claro indicio y señal
Que fijé inmaculada y santa,
Pues que la Iglesia la canta
Y venera como tal.

T.— A fé que ha andado vmd. y que tiene mucha fuerza esto de la


valiente,
festividad, á que yo no hallo respuesta, aunque bien creo que la hallará
alguno de mis Padres; mucho vale la buena memoria en estas ocasiones,
}' certifico á vmd. que mucho de lo que me parece que tenia que res-
ponder .se me ha olvidado.
C. — Pues á e.se propósito contaré á vmd. una cosa notable que me refirió un
relijioso muy grave. El padre maestro Cabrera, insigne predicador de
la órden de Santo Domingo (de quien yo he leido tres sermones impresos
de la limpia Concepción) estudiando uno de esta festividad, y queriendo
predicar de santificación, se le olvidó totalmente cuanto habia estudiado

sin poder en ninguna manera ordenar discurso alguno; y sintiendo esta


novedad en sí, se puso de rodillas delante de una imájen de la Virgen
ntra. Sra.,y propuso de predicar de su purísima Concepción, y luego al
punto se le ofrecieron tantos y tan soberanos conceptos que fué cosa
maravillosa, y predicó el sermón admirablemente, y contaba después el
caso á muchos hombres graves: mire vmd. cuanto se agrada Dios de que
publiquen este privilejio de su madre Sma.
T. —A lo menos no se llamará vmd. y los de su opinión malogrados que bien
lo han publicado estos dias en las procesiones que han salido, con la can-

ción de Miguel Cid.


C. — Señal es que vmd. nos miraba y no iba con nosotros.
T. — ¿No basta que bocas con
les viese abrir las tanta gracia que me provoca-
ban á risa?

C. — ¿Luego vmd. no cantará coplas porlas las calles?

T. — No por baste que


cierto, señor; canten las los niños, que no es esto nece-
sario para salvarse, teniendo en su corazón la estima que se debe tener á
los misterios de Dios y de su madre y á lo que enseña la fé y pudiendo

cantar en su corazón y alabar á Dios: y donde es esto y poner rótulos á


Opúsculos en prosa Lxm

la puerta de mi casa, no estoy de parecer de hacerlo, porque no es mc-


nestér.

C. — ¿En verdad? pues yo las cantaré por vmd. toda mi vida, en la calle y en
casa, y las haré cantar á mis hijos y criados, y pondré todos los rótulos
que pudiere, á imitación de nuestro devoto prelado D. Pedro de Castro y
Quiñones que puso con tanta magestad y grandeza en la puerta de la
lo

Iglesia mayor de esta ciudad; y asi como lo siento en el corazón, lo publi-


caré con la boca y entenderé que por el afecto con que dijere las coplas
en alabanza de la Virgen, tengo de tener premio en y en favor
el cielo,

de esto entiendo aquella sentencia que dijo ntro. Redentor, el que me


confesare delante de los hombres yo lo honraré dehuite de mipadre.
T. — Eso se dice por la obligación que hay de confesar un cristiano que lo es

y la doctrina que profesa delante de los infieles y no callarla ni encubrirla

por miedo.
C. — ¡Que amigos son vmds. de llevarlo todo por rigor! Verdad es lo que vmd.
dice,pero yo añado á eso que es de mi obligación y precepto lo que es
devoción y demostración de alegría en este soberano misterio, y como
dije á vmd. poco há, pues qtie la Iglesia lo cajita ¿que mucho que yo que
me precio de su hijo lo cante?
T. — No, si no sea todo, daca el pecado original, toma el pecado original; y yo
aseguro que á muchos de los Congregados que nos matan con las coplas,

si les preguntasen que es pecado original, que digan mil disparates.


C. — Pues yo entiendo que cuando lo ignoren como sepan las cosas que están
obligados por los artículos de la fé, ó el credo y mandamientos de Dios, y
demás que nos enseña la doctrina cristiana, que no dejarán de ir al cielo,
porque esas cosas pertenecen á los doctos, pero pocos ignoran los efectos
pues los experimentan en sí;
y ya el dia de hoy con la oposición ha cre-
cido la curiosidad en la inteligencia de esto.
T. — Ahora, pues, dígamelo vmd. por ellos, que tanto presume de docto.
C. — No y por eso será necedad presumirlo, pero remitíreme á lo que
lo soy;

he leido en romance, y á la llaneza y sinceridad que pretendo; }' no quiero


cansar á vmd. con lo mucho y bueno que escribió el Cicerón cristiano
Fr. Luis de Granada, en nuestra lengua, en la 3.''^ parte del Símbolo de
la fé, antes del misterio de la redención, cap. 2, sino brevemente respon-
derle con la doctrina del doctísimo Belarmino, que dice así: el pecado ori-
jinal es aquel con que nosotros nacemos, que nos viene por sucesión de
nuestro primer padre Adán.
T. — Basta, señor; bien dicho está eso ¿quiere vmd. que le diga yo que tal está
el que lo tiene, antes del bautismo, que es el remedio de él?

C. — Ya yo señor, por
lo sé, misma doctrina la que repiten cristiana, los niños.
T. — Tampoco yo ignoro, que es
lo de maldición, esclavo del Demonio y
hijo
LXIV Opúsculos en prosa

desheredado del cielo: que sobraba, sin otras mil desdichas que siguen, á
este hombre concebido en pecado, que oimos que lamentaba Job y otros
santos.
C.— Pues de ahí saco yo piedad de mi opinión.
la

T. — La opinión piadosa, quiere vmd. decir.


C. — Así es.

T. — Sepamos como; y deje vmd. á parte cual es mas verdadera, que no sé si

lo podrá probar tan fácilmente.


C. — Vamos poco á poco, que no me despido de probarlo también, y dígame
vmd. ahora, ;qué quiere piedad? decir
T. — Por no parecer mas docto qne vmd. responderé con mismo Luis de el Fr.
Granada, diciendo primero que hay piedad de parte de Dios y piedad de
parte del hombre, y que ambas las declara el dho. autor con dos lugares
de San Pablo.
C. — ¡Oh! cuanto huelgo de á vmd. y mas citando que de
oir al fué nuestra
opinión!
T. — De primera
la verdaderamente es grande
dice: sacramento de el la piedad
que se descubrió en carne y fué aprobado por el Espíritu Santo, apareció
á los ánjeles y fué predicado á las jentes: de la segunda dice: la piedad
para todas las cosas aprovecha, porque para ella son todas las promesas
de la vida presente y advenidera.
C. — ¿Y no discanta el buen Fr. Luis sobre eso?
T. — señor; y muy
Si bien: porque dice de la segunda, hablando con el hom-
bre; veis, pues, cuan abiertamente le promete aquí el Apóstol á la piedad,

que es y veneración de Dios, no solo los bienes de la otra vida,


el culto

sino también los de esta, en cuanto nos sirven y ayudan para alcanzar
aquellos.
C. — Ahora sabrá vmd. como infiero yo mi opinión. Si queda el hombre por el

pecado original (como vmd. ha dicho) hijo de maldición, esclavo del De-
monio y desheredado del cielo, aquella Sra. á quien Sta. Isabel llena de
Espíritu Santo y movida su lengua por él, dijo bendita tú entre las muje-
res, y bendito el fruto de tu. vientre, y de una misma manera habló del

hijo y de la madre, ¿quién se puede persuadir que le alcanzase algún tiem-


po esta maldición? y que la que dijo antes el Señor que habia de quebrar
la cabeza á la serpiente, que esdemonio, y triunfar de él, fuese su es-
el

clava? ¿Y que la predestinada ab eterno para madre de Dios, fuese por


aquel punto desheredada del cielo? Luego bien dije poco ha, que del esta-

do del pecado original sacaba yo la opinión piadosa; pues á la piedad de


parte de Dios no habia de faltar voluntad, pues no le faltaba poder, para
no permitir en la que habia de ser su madre tan miserable estado; y si la

piedad de Dios, (como vmd. ha dicho) se manifestó en hacerse hombre


Opúsculos en prosa LXV

por obra del espíritu Santo en las entrañas de la Virgen, y morir por dar-
le vida, y la carne del hijo es la madre ¿quién pensará que habia de ser al-

gún tiempo manchada? Y si la piedad de parte de los hombres es el culto


y veneración de Dios, bien se llama la opinión piadosa, y con el nombre
que la Iglesia llama á la mesma Virgen, pues se cumple en sentir tan alta-
mente de la bondad de Dios que igualándola con su omnipotencia, diga-
mos que pudo y quiso preservar á la que habia de levantar á la mayor
dignidad sobre ánjeles y hombres, como lo dijo en otra coplita el Comen-
dador de S. Juan.

Desáteme el más agudo


Este argumento preciso:
¿O pudo Dios y no quiso?
¿O quiso Dios y no pudo?
Si lo primero decís
A su bondad agraviáis;
Si lo seo^undo nesgáis
Contra su potencia is.

T. — Piadosamente ha discurrido vmd., y está bien bautizada su opinión con el

nombre: la mia tiene mas de justicia y de mejor, fundada no menos que en


lugar de S. Pablo, que no esceptuó á nadie.
C. — Ya los doctos han dado grandes esplicaciones á ese lugar con otros mu-
chos de la Escra. que hablan jeneralmente y tienen escepcion; y también
dice en otro el Apóstol que todos nacen hijos de ñ-a- y es de fé que fuera
de la Sma. Virgen, Hieremias y S. Juan Bautista nacieron santos, y S. Pa-
blo habló en ese lugar como dicen los mas doctos, de la naturaleza y no
de los privilejios de la gracia, y por esto los padres del Concilio Tridentino
declarándolo dijeron; que jw tenían tntertdon de comprender en el Decreto
del pecado orijinal á la Sma. vírjen; menos será justo que la tengamos
nosotros siendo ignorantes.
T. — Ahora le queda á vmd. lo que prometió averiguar que su opinión era me-
jor y mas verdadera.
C. — Bien se prueba de todo lo que he dicho; mas pues vmd. gusta de ello, diré

mas. Los Reynos enteros, las ciudades, las religiones, los colegios, y uni-

versidades, las cofradías y congregaciones, y el mundo todo que la sigue


y hace voto de tenerla, dicen cuan aventajada es á la de vmd.: dícenlo los
Sumos Pontífices, que de palabra ni por escrito quieren que se hable con-
tra ella, y contra la de vmd. no estorban el predicar y escribir: dícenlo los
milagros, bs indulgencias las revelaciones autorizadas, la celebridad de
IX
LXVI Opúsculos en prosa

la Iglesia universal con precepto, desde Sixto V, que no puede celebrar


fiesta sino á cosa santa y verdadera; y pues bastó esto al Anjélico Doctor
para confesar que la Natividad de Ntra. Sra. fué santa, baste hoy á sus

devotos ver celebrar su concepción con tanto regocijo: y si de su doctrina


consta que no pudo Dios hacer mejor madre, y era mejor sin pecado ori-
jinal que con luego confiesa que no lo tuvo: ¿quiere vmd. mas? ¿y si á
él,

Adán y Eva con saber Dios que hablan de pecar los crió en gracia, y á
los ánjeles de la misma suerte, no solo á los buenos sino á los malos, á la
Sra. de todos que no habia de pecar ni venialmente, quien se persuade
que en su principio careció de este privilejio? como dice esta copla del
Comendador.

Mas lo que mucho más es.

Si en gracia también se crian


Los ánjeles que debian
De ser demonios después:

¿En qué entendimiento humano


Cabe no lo conceder.
En la que habia de ser
Madre de Dios soberano?

T. —-No se puede negar lo que vmd. ha dicho; pero quisiera tener aquí uno de
mis frailes que arguyera como docto á vmd.
C. — Entonces no respondiera yo sino el manual de los Predicadores que se
imprimió en Sevilla en convento de S. Pablo año de 1524 que llama á
el

su opinión de ninguna utilidad y de mucho escándalo, difinicion que prue-


ba bastantemente la desigualdad que tiene comparada con la piadosa.
T. — Ahora, señor, muchos varones doctos la siguen, y es permitida por la

Iglesia.

C. — Por lo menos, si es buena para permitida no lo es para cantada, pues por


lo que tiene de oscuridad se quisieron valer de la que trae la noche ciertos
devotos suyos para celebrarla al son de una gaita zamorana, y recibiólos
la gente por donde pasaban con tanto gusto que en vez de esparcir rosas

y flores, Uovian macetas y tiestos de las azoteas de tal manera que fué mi-

lagro no sucederles alguna gran desgracia, y creo que la impidió la Sma.

Virgen, que á imitación de su hijo rogaba por ellos como por jente que
ignoraba lo que hacia; esto si me diga vmd. que era cantar mal y por-
fiar, como dijo Fr. Vicente Justiniano en sus adiciones á la vida del santo

S. Luis Beltran.

T.— ¿Quién pondrá puertas al campo? eso hace el vulgo con pasión, como ha
Opúsulos en prosa LXVII

hecho otras demasías contra los religiosos de una orden tan grave como
lade Sto. Domingo, y que tanto provecho ha traido á la Iglesia.
C. — Confieso que me ha pesado mucho de semejante imprudencia, porque eso
es muy ajeno de la devoción de la Virgen, del intento de nuestra madre
la Iglesia y del espíritu de Cristo ntro. Sr. el cual pretende la unión y paz
de los fieles: ocasión les han dado azaz para mayores cosas; pero lo que
nos puede aguar nuestra plática dejémoslo por ahora y prosigamos en
buena amistad.
T.— Paréceme señor, que aunque no me determinase del todo por ahora á
seguir su parecer de vmd., con esta conversación estimando ambas opi-
niones, podría quedarme neutral, no inclinándome mas á una que á otra,

hasta que la Iglesia me lo dé por fé, pues ambas opiniones salen proba-
bles de la escra. y de los santos.
C. — No sé si diga que estaba vmd. mas cerca de seguir mi opinión, aunque
podría también esta perplejidad darme buenas esperanzas de reducir á
vmd. del todo; en este mismo estado juzgo que estaba el que hizo este
soneto que ha salido estos dias.

Madre de Dios, yo soy un hombre rudo


Temeroso de Dios y de las gentes.
Que en otras opiniones diferentes
De fé me visto, de pasión desnudo.

Creo en Dios, sin meterme en lo que pudo,


Que ambas partes piadosas y prudentes
Las defienden santazos eminentes
En cuya variación suspenso dudo.

El pueblo es voz de Dios; su afición pia


Ni repruebo, ni canto, ni corrijo;

Bravo es S. Pablo, no hay quien lo resista;

Dios es Dios, y de Dios madre María;


Allá se lo hayan entre madre é hijo.
Que ni soy Congregado, ni Tomista.

T. — Bueno por cierto, injenio muestra


el autor y parece que favoreciendo

ambas opiniones no quiso parecer apasionado por ninguna de las partes,


y anduvo prudente.
C — Con todo no se fué alabando, ni quedó su auto consentido, que yo aunque
no profeso ser poeta, le respondí, sino por los mismos consonantes por
los mismos conceptos en otro soneto que si bien me acuerdo dice así;
LXVIII Opúsculos en prosa

O tu, que hombre te llamas ignorante

Y temeroso suspendido el brio,

Parado en la corriente de un gran río

Ni te mueves, ni pasas adelante:

Riesgo corres en caso semejante,


Porque ni eres caliente, ni eres frío;

Pero si el parecer sigues mas pió


No temas del Apóstol el montante.

El pueblo es voz de Dios, yo lo confieso,

Y que la virgen de su hijo es madre.


Que ab eterno fué así determinado:

¿Pues dime, amigo Libio, será esceso


Entender que quien tuvo á Dios por padre
Tuvo madre en quien nunca hubo pecado?

T. — Cuerda es por cierto y devota la respuesta, siempre me depare Dios


quien así me entretenga como vmd.: paréceme que nuestra plática y el

dia se han acabado á un tiempo, y será bien recojernos por esta puerta
de S. Juan para que podamos partir el camino.
C. — Vamos muy
enhorabuena, y rematemos con esta ponderación (dejando
aparte los hombres doctos que tratan estas cuestiones para apurar la
verdad) cuando considero que la Sma. Virgen tiene por hijo á Dios todo-
poderoso, que es misma bondad, y aborrece de manera el pecado que
la

dió su vida por librarnos de él, y que siendo nosotros los mas obligados
á corresponder con agradecimiento á tantos beneficios, estudiamos razo-
nes y formamos discursos sin ser letrados, para igualar á esta Sra. en la
mancha del pecado orijinal con los miserables hombres, no me maravi-
llaré de cosa alguna que vea en este mundo por estraña que sea.
APÉNDICES
SOBRE LA BIOGRAFÍA

DE BALTASAR DEL ALCÁZAR

CENSURA DE LA BIOGRAFÍA DE BALTASAR DEL ALCÁZAR,


FIRMADA POR D. VICENTE AviLÉS, EN FUENTES DE ANDALUCÍA,
Á 4 DE Diciembre 1827.

El haberme encargado V. S. la censura del artículo biográfico acerca de


Baltasar del Alcázar que le ha presentado nuestro compañero el Sr. D. Vicente
Avilés, á la par que ha despertado mi cansada memoria con algunas noticias
que yo tenía recogidas de este docto poeta sevillano, me ha llenado de com-
placencia al advertir que la diligencia del Sr. Avilés haya adquirido otras que
ciertamente se habian escapado de mi conocimiento. Por eso, lo que yo diga
hoy, más será para estimularle á que continúe sus doctas investigaciones que
no para censurar su laboriosidad.
En primer lugar, yo quisiera ver los fundamentos sobre que se apoya la

conjetura de fijar el nacimiento de Alcázar en los años de 1 530 ó 531; porque


la corta diferencia de sólo un año indica que el cálculo, si no ha podido ser muy
exacto, por lo ménos será muy aproximado.
Acerca del nombre y condición de sus padres, no se me ofrece duda. Ortiz
de Zúñiga en el Discurso de los Ortizcs de Sevilla, y en los Anales de esta ciu-
dad, dice que fué hijo de Luis de Alcázar, Veinticuatro de Sevilla y después Ju-
rado por la Collación del Salvador, y de doña Leonor de León Garabito.
Aunque el colector del Parnaso Espafiol en las noticias biográficas del to-

mo VII nada pudo decir de su patria, de su familia ni de sus estudios, en el su-

plemento que incluyó en el tomo IX ya dijo que nació en Sevilla de familia ilus-

tre,y que parece siguió las armas; pero no especifica sus empresas, y yo de-
searla ver los documentos justificativos en que el señor disertante apoya las
LXXII Apéndices

que atribuye á nuestro poeta, y demás destinos de su vida civil y literaria. El


Sr. Avilés sabe muy bien que en materias históricas no es permitido hablar sin

pruebas.
El citado colector añade que estuvo casado con doña Luisa Faxardo, hija
de Francisco Hernández Marmolejo, Veinticuatro de Sevilla, y de doña Luisa

Faxardo, de quien la hija tomó el nombre; y no es extraño que yo dude de


esta noticia, supuesto que no la justifica: y por lo mismo, así la Academia,

como yo, desearíamos tener algún documento que probara haberse casado en
su pátria con su prima hermana doña María de Aguilera, hija del Mariscal de
León, &c.
De sus obras poéticas no podré decir más, sino que en el Correo Litera-
rio de Sevilla hice imprimir muchas, que ni constaban en las Flores de poetas
ilíístres de Pedro de Espinosa, en el Parnaso espafiol, ni en la colección de
poetas, que á nombre de D. Ramón Fernandez (esto es, D. Pedro Estala) se
publicaron en Madrid. Poseo un tomo en folio de todas ellas, con el cual he
cotejado las pocas que el señor Avilés remite, de cuyo exámen resultan las
variantes que he anotado, y desearla que se remitieran á dicho señor, pues no
le disgustará saber que se conserva este códice.
También permanece en Sevilla el nombre de esta esclarecida familia en
la calle que dicen de los Alcázares, collación de San Pedro, en la que tenia
sus casas principales.
Y en la Iglesia del colegio de Monte-Sion, del órden de Santo Domingo,
un epitafio que á ella pertenece, como en él consta, y dice así:

«Esta sepultura es de D. García Cerezo Marmolejo, 24 de


Sevilla,y de doña Juana del Alcázar, su mujer, hija que fué de
Baltasar del Alcázar, señor de Puñana y de doña Luisa Fa-
xardo, su mujer, que la compró para su entierro y de sus pa-
rientes y de los hijos del dicho su marido y sus descendientes.
Año 1608.»

De este epitafio no sólo se saca el Señorío de Puñana que obtuvo Alcá-


zar, sino que alguno podrá buscar por este título su descendencia. Yá se sabia
que Baltasar del Alcázar habia dejado un hijo llamado Francisco, de quien no
se ha podido hallar otra noticia: ahora deberá añadirse la de su hija, compro-
bada con la antecedente inscripción sepulcral.
También he notado la falta de cita en el juicio que hace Jaúregui del
mérito de Alcázar: esta seria muy conveniente, pues aunque yo no dude de su
veracidad, encuentro que este aspecto lo podrá fácilmente satisfacer el señor
disertante.
Igualmente lo será la comprobación de la muerte de Alcázar; y al ver la
Apéndices Lxxm

exactitud con que se fija el i6 de Enero de 1606, me hace creer que el señor
Avilés tenga documentos, que deseamos conocer para ilustrar y enriquecer las
memorias de nuestro poeta. Nada más por ahora, sino suplicar á la Acade-
mia le devuelva el citado manuscrito, esperando que dicho señor se servirá
anotarlo ó rehacerlo, si es que juzga á propósito estas advertencias.
Sevilla 17 de Enero de 1828.
Justino Matute y Gaviria.

RESPUESTA DEL AUTOR


El deseo de ilustrar y enriquecer las memorias del docto poeta sevillano
Baltasar del Alcázar, me animó á presentar á V. S. el artículo biográfico de
este autor, para cuya redacción tuve presente lo que el analista Zúñiga, el
parnasista español y el célebre pintor Pacheco dicen de Alcázar. Zúñiga apé-
nas habla de sus padres; parnasista ignoraba la vida de nuestro poeta, y
el

sólo Pacheco, autor fidedigno, amigo íntimo y contemporáneo de nuestro


autor, podia guiarnos en nuestras investigaciones. Siguiendo, pues, la autori-
dad de este célebre pintor y humanista, procuraremos disipar las dudas que
han ocurrido á nuestro compañero el Sr. D. Justino Matute y Gaviria.
Empezando, pues, por el nombre y condición de los padres de Alcázar,
conviene el señor censor en que fueron el Veinticuatro Luis del Alcázar y doña
Leonor de León Garabito, y no se le ofrece ningún reparo sobre este par-
ticular.

No sucede lo mismo con las noticias que se dan de los destinos de la

vida y literaria de Alcázar; mas el


civil disertante no ha sentado un hecho que
no esté comprobado con el testimonio de Pacheco, tomado de un códice autó-
grafo que posee de este autor, relativo á noticias históricas de varios perso-
najes y literatos célebres del siglo XVL
Los reparos que todavía se presentan al señor Matute sobre el casa-
miento de Alcázar con D.'^ María de Aguilera, etc., se desvanecen del todo te-

niendo presente que Melchor de Alcázar, hermano mayor de nuestro poeta,


heredó de sus antepasados los señoríos de Palma, Gelo, Cullera y Puñana, de
los que fundó cuatro mayorazgos para otros tantos hijos de los siete que tuvo,
de los cuales el mayor fué el docto jesuíta Luis del Alcázar, bien conocido en
la república literaria; el segundo Juan Antonio del Alcázar, excelente poeta, y
uno de los restantes, llamado Baltasar como su tio, fué el Señor de Puñana,
marido de D.'^ Luisa Faxardo, y de quien habla la inscripción sepulcral del cole-
gio de Monte-Sion.
X
LXXIV Apéndices

No
consta que nuestro Alcázar tuviese sucesión, y parece regular que Pa-
checo hubiera hecho mención de sus descendientes inmediatos, como la hace
de los de su hermano Melchor. La D.^ Juana del Alcázar de que habla la cita-

da inscripción sepulcral, es hija sin duda alguna de su sobrino Baltasar, Señor


de Puñana.
De sus obras poéticas dice así Pacheco: «las cosas que hizo este ilustre
5varón viven por mi solicitud y diligencia: porque siempre que le visitaba es-
»cribia algo de lo que tenía guardado en el tesoro de su felice memoria. Pero

» entre tantos sonetos, epístolas, epigramas y cosas de donaire, la Cena jocosa


»es una de las más que compuso, y el Eco de lo más trabajado y
lucidas cosas
» artificioso que hay en nuestra lengua.» Esta consideración me movió á ofi'e-
ccr á la Academia las pocas poesías de Alcázar que se encuentran en el ma-
nuscrito de Pacheco; y si la colección original que hizo éste es la que conserva
el señor Matute, es indudable que será apreciabilísima por todos títulos, y
digna de la luz pública.

Pacheco cita literalmente el juicio que Jáuregui formó del mérito de Alcá-
zar, y cierto que no hay motivo justo para presumir inexactitud en la cita.

Ya se habia sospechado que el fallecimiento de Alcázar habia sido á prin-


cipios del siglo XVII. Mas Pacheco, que como se ha visto, era su amigo y lo vi-

sitaba con frecuencia, dice que «entrando en los 70 años ni á pié ni á caballo
»podia andar. Y llegando á los 76, á 16 de Enero de 1606, dejó esta vida por
»la eterna.» Si no hay equivocación en estas fechas, se deduce que Alcázar
nació por los años de 1530 ó 531. Documentos de otra naturaleza podrán
algún dia dar mayor ilustración á la vida de este esclarecido poeta, y este bos-
quejo será fundamento de nuevas y ulteriores indagaciones. Fuentes de
el —
Andalucía 31 de Mayo de 1828.
Vicente Avilé s.
Apéndices LXXV

II

RETRATO DE PACHECO
(Artículo publicado por el Sr. D. Gregorio Cruzada Villaamil
en el tom. VII de El Arte en España, pág. 93.)

Tanto valdría como negar la luz del sol, desconocer la nueva vida, el
notable desarrollo que, á pesar de las calamidades que desgraciadamente llue-

ven sobre nuestra España desde hace más que mucho tiempo, está adqui-
riendo cada dia el tranquilo y sosegado estudio de la Historia y la práctica de

las Bellas Artes entre nosotros. Aquí, donde es raro que el esfuerzo y la volun-
tad de un solo individuo, y mucho ménos la de algunos, pocos ó muchos, reu-
nidos en sociedad, logre llevar á cabo alguna idea que tenga por objeto realizar
un hecho pura y exclusivamente literario ó artístico, y por el cual no ha)'a me-
dio, ni se quiera que lo haya, de lucro ó expeculacion, ha sido preciso que la

mano protectora del Gobierno diese el ejemplo primero. Por fortuna, este im-
pulso ha sido benéfico, y merced á él hace doce años que el público ha tenido
ocasión de saborear el placer que proporciona la contemplación de las Bellas
Artes, de conocer cuán digno de admiración y de respeto es su cultivo, lo mu-
cho que honran y distinguen á una nación sus glorias artísticas, y el alto grado,
en fin, de civilización y cultura que supone la práctica, estudio y crítica de las
nobles Artes. Los beneficios de aquella protección hoy los estamos tocando;
hoy estamos ya recogiendo los frutos que produce aquella semilla comenzada
á sembrar hace una docena de años. Si nuestros museos se hallan cuajados de
gentes los dias de pública entrada; si con frecuencia se llama á oposiciones, } a
oficiales, ya particulares, para ejecutar obras de Arte; si en las academias, en
los colegios, en los ateneos hay cátedras públicas de la teoría, de la historia ó
de la filosofía de las Bellas Artes; si se publican revistas como la que estas lí-

neas contiene, y como otras muy apreciables, aunque de distinta índole edito-

rial; si la prensa toda dedica costantemente parte de sus columnas á la crónica


LXXVI Apéndices

del Arte; si nacen mil controversias sobre el juicio distinto que se forma por
unos ó por otros de este ó aquel cuadro, estatua, templo ó monumento artísti-

co; si los libros de Historia ó de Literatura se publican llenos de facsímiles, re-


tratos ó estampas; si los admiradores ó aficionados, y así como los artistas los
críticos de Bellas Artes nos hallamos divididos en distintos grupos, por razón
de pertenecer á distintas Escuelas, sosteniendo por ende con el propio ardor
meridional controversias animadas, dentro de la dignidad que el terreno del
estudio exige; si ha sonado ya la hora de inaugurar el museo de Arqueología
y de tener un gabinete de estampas, todos estos efectos tienen su verdadera
causa en el desarrollo que ha adquirido, y adquiriendo sigue, en el público
español el gusto, la afición, el amor á las Bellas Artes. La masa general ha
comenzado á gustar de un manjar que no se habia acordado que existiese,
hasta que una y otra vez ha visto que se le ofrecía con insistencia. Lo ha
hallado grato, sabroso, ha gozado con él y aficionándose va paulatina pero
seguramente á sus goces. Y de esta afición, por pequeña que hoy sea, nace ó
toma grandísimo crecimiento el amor y deseo con que nosotros, los que em-
puñamos la pluma para escribir sobre las Artes, perseveramos en nuestra
grata tarea. El número de los libros, folletos ó artículos sueltos escritos y
publicados en Madrid desde el año 1856 sobre Bellas Artes, áun cuando es
insignificante comparado con los que en las capitales de otros países se han
dado á luz en iguales tiempos, es infinitamente mayor que cuanto se ha es-

crito en España sobre la materia hasta aquella fecha. Si esto acontece en la

corte por efecto de estar reconcentrada en ella lo principal de la vida artís-


tica y literaria del país, también á las provincias ha llegado la benéfica influen-
cia; y así vemos exposiciones retrospectivas, libros sobre Bellas Artes y Ar-
queología, concursos para pintar cuadros, para aclarar dudosos puntos de la

historia del Arte, y hechos, en fin, que lo atestiguan. El esfuerzo individual

crece y se arraiga áun en los más indiferentes, miéntras que en los de ánimo
más esforzado llega á producir importantes efectos. Amantes de su patria, y
deseosos de que las glorias de las Escuelas de pintura y los hombres emi-
nentes de ellas sean conocidos y apreciados en su justo valor, dedícanse algu-
nos escritores á dar á conocer la vida y las obras de aquellos artistas; y entre
los que á tales trabajos consagran parte de su tiempo, merece mención y es
digno de alabanza el Sr. D. José María Asensio, de Sevilla.

Cosa conocida es de los lectores de El Arte en España la adquisición

que este señor hizo de gran parte del libro de retratos dibujados por Pacheco,
y en estos momentos publicándose está en la Biblioteca de El Arte en España,
bajo el título de Pacheco y sits obras, un libro en que el señor Asensio ha de
dar á conocer bajo su doble aspecto literario y artístico, á su pai-
al público,

sano y pintor favorito. Con este libro, pues, y con el otro original del mismo
Pacheco que }'a hemos dado á la estampa, nada ha de quedar por saber de
Apéndices LXXVII

cuanto hoy se conoce que atañe al pintor sevillano. Eruditos literatos por una
parte, y el señor Asensio por otra, en el mismo concepto como }' crítico

de Bellas Artes, retratada dejan el alma y las obras de Pacheco. Nada faltará

ya que desear; nada más que conocer el rostro de Pacheco, que publicar su
retrato. Todos sabíamos que el retrato existia, porque el mismo Pacheco nos
lo dice. En nuestra edición de El Arte de la Pintura, tom. I, pág. 256, nos
hace saber que acabó de pintar, por el año de 161^, un lienzo grande de la

historia del Juicio universal, en precio de joo ducados, para el convento de

Santa Isabel de esta citidad de Sevilla; mismo tomo, pág. 263, descri-
y en el

biendo parte del cuadro, añade: el montón que está más cerca de nuestra vista
de esta parte derecha, contie?ie muve figuras grandes, con variedad de edades,
de carnes y de rostros. La principal y entera está de espaldas; es un mancebo
hermosísimo, jíiJito á ujia hermosa mujer, y entre estos dos puse mi retrato
FRONTERO HASTA EL CUELLO (pucs cs cicrto hallarme presente este diaj, y tam-
bién siguiendo el ejeuplo de algunos valientes pÍ7itores que en ocasiones públicas
entre otras figuras pusieron la suya y de sus amigos y deudos.
Pero ;dónde estará este cuadro del Juicio final, que no se halla desde
hace algunos años en la iglesia de Santa Isabel.^ ¿Dónde encontrar esta obra
de Arte tan curiosa é importante, así por contener el retrato de su autor, como
por ser almismo tiempo quizá la obra maestra que salió de sus manos, ó
al ménos aquella á que él mismo dió más importancia, ya por su forma y com-

posición, ya por la erudición que en su desempeño desplegó? Era para el señor


Asensio una cuestión de honra literaria hallar el cuadro del Juicio final. Posee-
dor de gran parte de la mejor obra de Pacheco; ocupado en la grata tarea de
estudiar al artista y al literato, catalogando sus obras todas, así pintadas
como escritas; tratando, en fin, de aquilatar la importancia real é histórica del
ilustre andaluz, hacía falta que su libro llevara á la cabeza el retrato de Pa-
checo. Asensio, pues, como no podia ménos de suceder, dió con el paradero
poder de un señor sacerdote, y logró que este
del cuadro; lo halló en París en
señor permitiera que se calcara cuidadosa y esmeradamente el retrato de Pa-
checo. En el mismo momento que el calco llegó á manos de Asensio, salia de
Sevilla por el correo en carta certificada para nosotros. Este calco, grabado
al agua fuerte en facsimil por el Sr. Jimeno, es el que hoy reproducimos en
El Arte en España. No nos es lícito extendernos en consideraciones de
ningún género sobre este retrato, porque habiendo de acompañar al libro
de Asensio, y debiendo ocuparse allí de él con la detención que exige, adelan-
taríamos especies que mucho mejor que nosotros sabrá sentir y apreciar el
señor Asensio. Bajo el retratohemos hecho grabar una firma de Pacheco, que
de Sevilla nos ha enviado nuestro amigo, y de la cual dará detalles en su libro.
Tenemos, pues, que agradecer este nuevo servicio prestado á la historia del
Arte por el señor Asensio. Y si después de esto vemos en breve plazo pu-
LXXVIII Apéndices

blicado el libro de retratos, el nombre de Asensio será inseparable del de


Pacheco, y la nueva gloria que éste adquiera por la publicidad que á sus obras
sábia y convenientemente comentadas dé Asensio, habrá también de alcanzar
al estudioso crítico.
Y ya que por primera vez á luz sale el retrato de Pacheco, parece bien
que le acompañen las redondillas que al mismo hizo el festivo Baltasar de
Alcázar (las cuales tomamos del tom. I, col. 8o del Ensayo de tina Biblioteca
Española de libidos raros y curiosos), que dicen así:

BALTASAR DE ALCÁZAR
AL RETRATO DE FRANCISCO PACHECO

Pacheco es este que debe


llamarse Fénix por sólo
favorecido de Apolo
y de las hermanas nueve.
Dejóle el cielo encargada
la perficion y hechura
de la divina figura

por Apéles principiada.


Con artificiosa pluma
saca del sepulcro al hombre,
dándole vida y renombre
que el tiempo no lo consuma.
Y así, sin igual alguno,

usa el oficio de Dios,


por estar entre los dos
partido el poder del uno.
Su pincel levanta el vuelo
hasta el ángel Micael
y de allí sube el pincel
hasta parar en el cielo.

Donde pinta en aquel puesto,


seguro de no tener
quien se le puede oponer,
no siendo Dios el opuesto.
Apéndices LXXIX

Allí sujetó la idaa

de su arte no vencida,
deseada, mas no habida
jamás de quien la desea.
Y él, glorioso de tenella
con ingenio soberano,
va sacando de su mano
divinos traslados della.
Y así no es de humano intento
lo que Pacheco nos pinta;
de otra materia es distinta

de celestial fundamento.
Pues con destreza invencible
lo que es espiritual,

dándole retrato igual,

le forma cuerpo visible.

Su vida en suma nos dice,

que le debe el Bétis sacro


levantar un simulacro
que su memoria eternice.
Porque saque por la hebra
después la posteridad,

que no menos que á deidad


la Vandalia le celebra.
"
G. C. V.

Indice

Páginas.

Dos Palabras 5

PARTE PRIMERA
Apuntes Biográficos 9

PARTE SEGUNDA
Noticias del Libro de Retratos.
I — existencia y
Sti objeto 35
II —EL después de
libro la muerte de su autor 39
III.... — Noticias y dudas 43
IV.... Hallazgo y compra en 1864 47
V — Lo qíie se ha perdido y lo que se conserva
W....— Donativo de S. M. el Rey D. Alfonso Xn. .... 55
60
VIL. Algunos datos para llenar las lagmias que ofrece el libro. . 62
VIII. Otros retratos pintados por Pacheco 74

EPISTOLARIO
Carta de Francisco PacJieco á D. Antonio Moreno Vilches, Cosfnó-
grafo de S. M. 81
Carta de Fra^icisco Pacheco á Pedro de Espinosa, ermitafio. . 81
Carta de D. Francisco de Rioja á Francisco Pacheco. 83
Carta de D. Francisco Medrano d Francisco Pacheco. 84
Páginas.

Cajeta de D. Francisco de Medrano en respitesía alpintor Francis-


co Pacheco 84
Carta de Antonio Moreno Vilches, Cosmógrafo de S. M., d Rodri-
go Caro 87
Fragmento de una carta de D. Tomás Tamayo de Vargas á Ro-
drigo Caro 88

Catálogo de la obra artística de Pacheco 89

OBRAS LITERARIAS DE FRANCISCO PACHECO

POESÍAS
octavas.
En el túmtdo de la Reina D.^ Margarita v

sonetos.

I

II

III. ..
—A
A
la muerte de Miguel Angel.
Velazquez
....... VI
vi
vii

IV. ... Andrómeda y Perseo vii

V —A Cristo viii

VI. ... Al Díigue de Alcalá viii

VIL. Al retrato de Frai Pablo de Santa Maria ix


VIII. — A San Ignacio ix
IX. .. A D. yuan de Jáuregui. x
X —A Fernando de Herrera x
XI. A
.. Juan de la Cueva xi
XII. A Pablo de Céspedes
. xi
XIII. — A Frai Pedro de Valderrama. xii

XIV. —Al Maestro Frai Juan Farfan xii

DÉCIMAS.
I. — A Frai Agtistin Nuñez Delgadillo. xiii

II —A Baltasar del Alcázar xiii

III. .. Al Doctor yuan Pérez de Montalvan xiv

redondillas.
I — A Maese Pedro Campaña xiv
II —Al Padre Rodrigo Alvar ez xv
III. .. —A Alonso Diaz xvii

Páginas.

IV. ... A Baltasar del Alcázar. . xviii

V — El pincel. (Enigma.) xix

EPIGRAMAS.
I — XX
II — XX

CANCION.
A Bartolomé Cayrasco. . . .
^ xxi

Al Maestro Frai Jtian de Espinosa xxv


Madrigal. xxvi
A la Estática de la Noche xxvi
Resptiesta de Miguel Angel. xxvii
Traducción de Horacio xxvii
Estarnas. —A la memoria de Luis de Vargas xxvii

TERCETOS.
A Sa7i Ignacio xxviii
Elogio al poema Conquista de la Bética xxxi

OPÚSCULOS EN PROSA
I — Elogio biográfico de Lope de Vega xxxvii
II — Prólogo del Arte de Pinturala xl
III. .. Sobre la antigüedad y honores del arte de la Pijitura y su
comparación con la Escultura xliv
IV. ... Apuntamientos en favor de Santa Teresa li
V — Co7iversacion entre tm Tomista y un Congregado acerca del
Misterio de la Píirisima Concepción lvii

APÉNDICES
I — Sobre biografía de Baltasar del Alcázar"
la lxxi
II —Retrato de Pac Jieco lxxv
SENORES^USCRITORES

S.M. EL REY DON ALFONSO XII


PROTECTOR
^=,j^^«=,^

S. A. R. EL SERENÍSIMO SEÑOR DUQUE DE MONTPENSIER


(Por j ejemplares.)

Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Excmo. Sr. Marqués de Sierra-Bullones.


Castillo. Sr. D. E. Bahüer.
Excmo. Sr. Marqués de San Román. Real Academia Española.
» » Marqués de la Fuensanta Excmo. Sr. Conde de Peñalver.
del Valle. » » Marqués de Urquijo.
Excmo. Sr. Conde de Morphy. j> » Conde de Tejada de Val-
» » D. Antonio M.^ Fabié. dosera.
» s D. Antonio Guerola. Excmo. Sr. Marqués de Asprillas.
Sr. D. Manuel R. Zarco del Valle. Biblioteca del Ministerio de Fomento.
» Dies^o Suarez. (10 ejemplares.)

Biblioteca del Palacio Real. Sr.D. José de Fontagut GargoUo.


(2 ejemplares.) Excmo. Sr. Marqués de Molins.
Excmo. Sr. D. Manuel María Santana. » y> Duque de Villahermosa.
Biblioteca del Ministerio de Marina. Ministerio de la Guerra.
Biblioteca del Congreso de Diputados. Excmo. Sr. Marqués de Viluma.
Excmo. Sr. Marqués de Campos. 3> » Marqués de Benalúa.
» í Duque de Sexto. Sr. D. Fernando Aparicio.
Real Academia de Bellas Artes de San » Francisco Recur.
Fernando. Biblioteca Universitaria de Madrid.
Biblioteca del Senado. Excmo. Sr. D. Antonio de Latour.
Excmo. Sr. Conde de Peñaranda de Mr. Joseph Baer.
Bracamonte. Sr. D. Adrián Hernández.
Excmo. Sr. Conde de Muguiro. j> Alberto González Francés.
» » Marqués de Cayo del Rey. Excmo. Sr. Marqués de Viana.
» » D. Adolfo Calzado. D » Conde de Casa-Galindo.
» » Duque de Veragua. s 2> Conde de Casa-Segovia.
Sr. D. Luis Vidart. Sr. D. Basilio de Jesús García.
Excmo. Sr. D. José Lamarque de Novoa » José de la Portilla.

Excma. Sra. D.^ Antonia Diaz de La- » Eduardo Gutiérrez, Pro.


marque. s Antonio Filpo, Pro.
Sr. D. José Buiza y Mensaque. » Vicente Santolino.
» Antonio Machado. » Francisco Ruiz Bustillo.
» Juan Puig. » José Sobrino Ibañez.
» Rafael Laffitte y Castro. j> Miguel del Rey.
s>
Jacobo López Cepero. 5> Rafael Artaloitia.
» Ildefonso Ester y Riarola. » Tomás Merino.
»Manuel de Bedmar. » José de la Fuente.
limo. Sr. D. Francisco Collantes. f Manuel G. Zarzuela.
Excmo. Sr. D. Manuel María Santana. Excmo. Sr. Conde de Bagaes.
Sr. D. Joaquín Sosbilla. Sr. D. Juan Campelo.
Excmo. Sr. D. José de Hoyos y Hurtado » Antonio del Canto y Torralvo.
» » D. Nicolás Gómez. » Cayetano del Portillo.
» » Marqués de Gaviria. » Isidoro de la Calle.
Sr. D. Miguel Velarde. s Sebastian García Ramírez.
Instituto Provincial de Sevilla. Excmo. Sr. D. Federico García de Lea-
Sr. D. Tomás Ibarra. niz.

» Benito Guerrero. Excmo. é limo. Sr. Barón de Sabasona.


Excmo. Sr. D.Manuel Laraña Fernandez Sr. D. Anselmo R. de Rivas.

» 5> D. Cárlos García Tassara. » José Moreno Fernandez.


» » D. Javier Caro y Cárdenas. » Faustino Posadas.
» 5> D. Leonardo García de Lea- » José Piñar.
niz. » Federico Amores.
Biblioteca de la Facultad de Jurispru- » Isidro Ortiz Urruela.
dencia de Sevilla. j>
José Gil y Pérez.
Sr. D. Manuel Norieo¡-a. Excmo. Sr. Marqués de Paniega.
» José Villa del Villar. Sr. D. Eduardo Vasallo Olawlor.
» Ramón Diaz de Bustamante. s Aurelio Álvarez.
» Francisco González Álvarez. » Joaquín Fernandez.
» Luis Fernandez Pasalagua. s> Francisco Pacheco.
» Augusto Plasencia. » Manuel Tovía Valera.
» Ramón Ibarra González. » José Sierra Zapatin.
» Simón de la Rosa. limo. Sr. D. Marcelo Spinola, Obispo de
Excmo. Sr. Conde de Ibarra. Coria.
Círculo de Labradores de Sevilla. Excmo. D. Fernando de Gabriel y
Sr.
Excmo. Sr. Conde del Álamo. Ruiz de Apodaca.
Biblioteca del Excmo. Ayuntamiento de Excmo. Sr. D. Luís Justiniano.
Sevilla. Sr. D. José Sánchez Arjona.
Sr. D. Trinidad Jurado. » Bernardo Gil y Blanco.
.

Excmo. Sr. D. Andrés Parladé. Biblioteca del Seminario Conciliar de


Sr. D. Felipe Ruiz de Mier. Málaga.
» José Domínguez. Ayuntamiento Constitucional de Barce-
» José D. I. Goyena. lona.
» Pedro Fuertes Academia de Bellas Artes de Barcelona.
» Ramón Estevez. Excmo. Sr. Marqués de Marianao.
» Francisco Revuelta. Sr. D. José Sabadell.
Biblioteca Municipal de Jerez déla » Antonio Dodero.
Frontera. Excmo. Sr. Duque de Solferino.
Casino Jerezano. Sr. D. Manuel Ferran.
Sr. D. José Ivizon. » Rosendo Novas.
» Guillermo Garvey. Ateneo de Barcelona.
Excmo. Sr. D. Antonio A. de Carvalho Sr. D. José Enrique Serrano.
Monteiro. » Gonzalo Salvá.
Excmo. Sr. D. Luis Bretón y Vedra. » Francisco Caballero Infante.
» » D. Fernando Pereira Palha. Excmo. Sr. Vizconde de Bétera.
Biblioteca de la Imprenta Nacional de Biblioteca déla Universidad de Valencia.
Lisboa. Sr. D. José Vives y Ciscar.
Sr. D. Jorge Loring. s> Manuel Cerdá.
» Eduardo Huelin. » José Gascón y Moroder.
» Cárlos Larios. » Federico Linares.
j> Fernando Ugarte. » Federico Jordán.
» Leopoldo Rius y Llosella. 2 Urbano Lolumo Barrio.
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