El Pórtico Occidental de La Catedral de León

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El Pórtico Occidental de la Catedral de León.

Portada de San
Francisco (I)

Las distintas invasiones bárbaras, la práctica inexistencia de artistas


cualificados y las conclusiones del Concilio de Elvira (Granada), celebrado a
principios del s. IV, impidieron el desarrollo de la imaginería durante el primer
milenio en territorio peninsular. Es a partir del segundo, cuando se inicia una
profunda renovación y se produce un fuerte desarrollo de la iconografía.

La Catedral de León es considerada actualmente la mejor muestra en estatuaria


del s. XIII de la Península, debido, principalmente a la obra escultórica presente
en sus siete puertas. La fachada occidental u oeste, la más conocida, posee tres
puertas bajo pórtico sustentando con pilares en los que se encuentran adosadas
tallas. La Puerta de San Juan (Bautista) ocupa el vano izquierdo de la portada,
en el centro la Puerta del Juicio Final y a la derecha la Puerta de San Francisco
(de Paula).

Como hemos señalado, a la derecha de la Puerta del Juicio Final, en el lado de la


Epístola, se encuentra la Portada de San Francisco, en la que se muestra, como
tema principal, la Muerte, Exequias y el Triunfo o Coronación de la Virgen,
argumento que, junto con la representación del Juicio Final, ocupa una parte
importante de las representaciones escultóricas en la decoración de las fábricas
góticas en el s. XIII.

La denominación de la Puerta tiene su origen en la primitiva advocación a San


Francisco de Paula, titular que fue de la capilla existente bajo la torre sur o del
reloj, ahora ofici almente dedicada a Santa
Inés, si bien, en la actualidad, está ocupada por un servicio de información que
atiende a los visitantes del templo. En la primitiva capilla se situaba la talla del
santo, conocido en nuestra Catedral como el “santo negro” debido al hábito de
su Orden confeccionado totalmente de ese color, figura que hoy se puede
contemplar en el Museo Catedralicio.

San Francisco de Paula (1.416-1.507), influye poderosamente en la historia


religiosa del Renacimiento, iniciado sus pasos en el convento franciscano de San
Marcos Argentato, en Cosenza, y siguiendo e imitando a San Francisco de Asís
en la libertad de espíritu y en su modo filial de vivir en manos de Dios. Con
posterioridad, funda la Orden denominada de los Mínimos, con el fin de
diferenciarla de los “hermanos menores” de Francisco de Asís, buscando en la
práctica de la nueva Regla una aún mayor pobreza y austeridad, de ahí el
nombre de Mínimos.

En lo referente a nuestra Catedral, no se debe obviar que la Orden


Franciscana es una de las que muestran mayor interés

en la culminación de la fábrica leonesa.


Francisco de Asís, que gozó de gran popularidad en la época, en su
peregrinación a Santiago de Compostela, allá por los años 1.213-1.215, visitó la
ciudad de León y, presumiblemente, fundó en aquellos momentos el convento
que aún hoy lleva su nombre, a extramuros de la ciudad, hacia el sur.

En la Portada de San Francisco, el conjunto de las imágenes del tímpano,


arquivoltas y jambas no guardan una clara relación entre sí, como ocurre en el
conjunto de la Puerta del Juicio Final. En el tímpano/dintel se observan cuatro
registros o cuerpos, agrupados en dos conjuntos diferenciados; un registro en el
dintel y tres en el tímpano, de abajo arriba: Muerte, Exequias y Coronación, esta
última en dos partes. Las tres arquivoltas, bellamente separadas por motivos
vegetales, son ocupadas por ángeles, dos tallas de santas en la parte baja de la
arquivolta exterior, y la representación en piedra de la parábola de las diez
vírgenes, prudentes y necias. En las jambas, seis tallas sin conexión temática.

DINTEL/TÍMPANO. Muerte y Exequias. Este episodio ocupa el dintel y el


cuerpo inferior del tímpano. En el primero, se muestra el sarcófago decorado
con motivos geométrico-florales, idénticos a los del parteluz de la puerta central,
y flanqueado por dos ángeles ceroferarios que, con rodilla en tierra, adaptan su
tamaño a la altura del sepulcro. Asimismo, y en los extremos, también
adecuados al espacio existente, se encuentran otros dos ángeles de mayor
tamaño y en aptitud de vuelo.
En el registro inferior del tímpano, sobre el dintel, se representa las Exequias y
Entierro de la Virgen, plasmándose el momento en que es introducida en el
sarcófago. Extendida sobre un sudario que sostienen dos de los Apóstoles,
María, con las manos cruzadas sobre la cintura, vestida con túnica y velo que le
cubre la cabeza, es mostrada por el artista joven y bella.

En la “Leyenda Dorada” se citan las palabras de San Epifanio, quien pone de


manifiesto que María: “tenía catorce años cuando concibió en sus entrañas a
su Hijo, y quince cuando lo alumbró; vivió con Él
treinta y tres y sin Él otros veinticuatro más a partir de su Pasión y
Muerte”. De acuerdo con este testimonio, la Virgen tendría 72 años en el
momento de su muerte. Sin embargo, en la misma obra, se hace mención a otras
opiniones más verosímiles que señalan que María sobrevivió a su Hijo
solamente doce años, por lo que contaría alrededor de 60 años cuando: “la
Señora fue llevada al Cielo”.

Asunto controvertido a lo largo de los siglos, ha sido la discusión sobre si


realmente murió la Virgen María. Desde el siglo II, la tradición viene
designando la muerte de María como el Tránsito, Sueño o Dormición, lo cual
indica que su fallecimiento no fue como el de todos los hombres, sino que habría
tenido algo de particular. Pío XII apuntó que María subió a los Cielos: “gloriosa
en cuerpo y alma”, soslayando el problema de si fue asunta al Cielo después
de morir y resucitar o, por el contrario, fue trasladada en cuerpo y alma sin
pasar por el trance de la muerte como todos los demás mortales, inclusive, como
su propio Hijo.

Tema también discutido y tratado ampliamente, es la causa de la Muerte, del


Sueño. Para dar una posible respuesta, hay que tener en cuenta los testimonios
de los Santos Padres y Mariólogos que dejaron traslucir con frecuencia su
pensamiento sobre este tema, coincidiendo que el causante de la Dormición fue
el Amor:

"Creemos que murió sin dolor y de Amor” (San Alberto Magno). "Murió en el
Amor, a causa del Amor y por Amor” (San Francisco de Sales).
Pero no hablamos de un amor profano; se trata del Amor Divino que, según
Bossuet, obispo de Meaux, trae consigo un despojamiento y una inmensa
soledad, que la naturaleza humana no es capaz de soportar; la propia
destrucción y un aniquilamiento tan profundo, que todos los sentidos son
suspendidos. El Mariólogo Garriguet, describe de esta bella manera la
Dormición:

"María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin
pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal. Su muerte fue
semejante al declinar de una hermosa tarde, como un sueño dulce y apacible;
era menos el fin de una vida que la aurora de una existencia mejor”.

En la Portada de San Francisco, la figura yacente de María está rodeada por


trece figuras de menor tamaño.
Domina la isocefalia, y se recurre a
un recurso artístico muy sencillo para disponer las figuras en la composición:
mientras el cuerpo de la Virgen, exageradamente más grande, ocupa el primer
plano y las figuras laterales son representadas en bulto redondo, las demás,
dispuestas detrás del cuerpo yacente, sólo tienen en bulto redondo la cabeza,
mostrándose el resto del cuerpo en relieve de tres cuartos.

trece: diez Apóstoles, San Pablo, el arcángel San Miguel y, en el centro, Cristo,
que se distingue por su nimbo cruciforme. Ligeramente inclinado sobre el
cuerpo de su Madre, la bendice mientras, con su brazo izquierdo, recoge el alma
de la Virgen representada como una niña. La Leyenda Dorada de Santiago
Vorágine, recoge este episodio: “Dicho esto, Cristo, con el alma de su Madre en
los brazos, emprendió su viaje hacia la gloria rodeado de infinidad de rosas
rojas, es decir, de multitud de mártires, y de una innumerable cantidad de
azucenas, porque azucenas parecían los ejércitos de los ángeles, de los
confesores y de las vírgenes que le daban escolta.”

Juan, Obispo de Tesalónica, en su texto Apócrifo narra también el suceso: “Y he


aquí que de repente se presenta el Señor sobre las nubes con una multitud de
ángeles. Y Jesús en persona, acompañado de Miguel, entró en la cámara
donde estaba María, mientras que los ángeles y los que por fuera rodeaban la
estancia cantaban himnos. Y al entrar, encontró el Salvador a los Apóstoles en
torno a María y saludó a todos. Después saludó a su Madre. María entonces
abrió su boca y dio gracias con estas palabras: -Te bendigo porque no me has
desairado en lo que se refiere a tu promesa. Pues diste palabra reiteradamente
de no encargar a los ángeles que vinieran por mi alma, sino venir Tú (en
persona) por ella- ... Y, al decir estas palabras, llenó su cometido, mientras su
cuerpo sonreía al Señor. Mas Él tomó su alma y la puso en manos de Miguel”.

A la izquierda de Cristo, en el centro de


la escena y mirando al espectador, hallamos al arcángel San Miguel como
turiferario, pero también como psicopompo, ya que le será entregada el alma de
María para su traslado al Cielo: “Mas Él tomó su alma y la puso en manos de
Miguel, no sin antes haberla envuelto en unos como velos, cuyo resplandor es
imposible describir”.

El resto de los personajes de este registro son once figuras que representan a los
Apóstoles. Faltan Judas Iscariote y Tomás, no obstante, está entre ellos San
Pablo, el llamado Apóstol de los gentiles que, aunque no estuvo entre los
elegidos, su figura notable en la difusión de la fe es asimilada por la Iglesia como
uno más de los elegidos y hasta él mismo se considera uno de ellos.

Se diferencian claramente tres grupos: los Apóstoles que se encuentran tras el


cuerpo de María, representados en tres cuartos, y los que se hallan a uno y otro
extremo del cadáver en bulto redondo. Estos ocho últimos, cuatro a cada lado,
se distribuyen en cuatro parejas; las parejas de los extremos (1-2 y 10-11),
alternan un personaje con barba y otro imberbe. Referente a las otras dos, en la
pareja de la izquierda (3 y 4), uno de los Apóstoles (3) se inclina
exageradamente sobre el libro que tiene abierto entre las manos; su
frontero (9), en cambio, lo sostiene cerrado. Sus respectivas parejas (4 y 8),
que sujetan el sudario, están más inclinadas, sobre todo la figura de la
izquierda (4), recurso arcaico que emplea el artista para reflejar o mostrar el
peso de María en el momento de ser introducida en el sarcófago.
La identificación resulta compleja al no haber elementos diferenciadores entre
ellos, y el deterioro evidente debido al paso del tiempo. San Pedro (4) y San
Pablo (8), son los únicos reconocibles ya que, según los Apócrifos, fueron los
responsables de introducir el cuerpo en el sarcófago; San Pablo, debido a su
físico característico muy difundido, barba y calvicie pronunciada, resulta
fácilmente identificado (8).

Siguiendo los
Apócrifos, Juan es el tercer Apóstol que protagoniza un hecho puntual en la
narración de la Dormición: “Pedro entonces tomó la palma y dijo a Juan: -Tú
eres el virgen; tú eres, por tanto, el que debes ir cantando himnos delante del
féretro con la palma en las manos-.” La figura que se sitúa en el lugar señalado
con el 1, es identificado por varios autores como San Juan, por ser el primero de
la composición, mostrarse imberbe y faltarle el brazo derecho, suponiendo que
en ese brazo podría llevar la palma que citan los Apócrifos. Sin embargo, no
existen antecedentes en las portadas francesas, claras referencias escultóricas
de la Catedral de León, de Juan portando palma o similar. Por ello, creemos,
que San Juan es el Apóstol que ocupa el lugar 6, al ser una figura que se muestra
sin barba y ocupa un lugar protagonista en el cuadro. Su postura, con la mano
derecha en la barbilla en clara actitud de pesadumbre y tristeza ante el suceso
que observa, coincide con la apariencia mostrada en las representaciones de las
catedrales de Chartres, París y Estrasburgo.

En cuanto a los otros dos Apóstoles que aparecen sin barba, San Mateo ocuparía
el lugar 10, portando libro abierto, como Evangelista, mostrando de esta

manera la “palabra”, la sabi duría al exterior; el lugar 1, con


su libro cerrado, se situaría San Felipe.

Las restantes individualizaciones son meras conjeturas. El espacio 9, por su


parecido con Cristo, podría tratarse de Santiago el Menor; San Andrés, siempre
personificado como hombre entrado en años, pudiera ser el que se encuentra en
el lugar 7; Simón, ocuparía el último lugar de la derecha, el 11, no lleva nada en
las manos y es el último de los elegidos, no conociéndosele hechos posteriores a
la muerte de Cristo.

Los tres que restan, Santiago, Judas y Bartolomé, los situamos en los lugares 2,
3 y 5, respectivamente, si bien, el que se halla en el lugar 5, pudiera tratarse del
Apóstol Santiago, situado de esta manera entre su hermano Juan y Pedro,
formando así, el grupo de los que son conocidos como los “preferidos” y más
cercanos a Cristo.
El Pórtico Occidental de la Catedral de León. Portada de San
Francisco (y II)

.
El resto de las representaciones de la Portada de San Francisco, no comentadas
hasta ahora, comprenden los dos últimos registros del tímpano, las tres
arquivoltas y las jambas que flanquean la Puerta.

Coronación. En la Portada de San Francisco no se encuentra tratado el episodio de la


Asunción, acto en el que el cuerpo y alma de María suben al Cielo. La Asunción de la
Virgen debe diferenciarse de la Ascensión de Cristo. Aunque ambos términos se utilizan
para denominar “la subida al Cielo”, Jesucristo no fue asumido sino que “se subió” a sí
mismo; en cambio María fue asumida por Dios, lo que implica que en el caso de
Jesucristo se llame Ascensión, acción activa, para diferenciarla de la Asunción de la
Virgen, que es acto pasivo.

Este hecho, habitual en otras fábricas, es sustituido en nuestra Catedral por el acto de la
Coronación, que queda plasmado en los dos registros superiores del tímpano. Resulta
significativo que la escena de la Coronación de María, disponga de este gran espacio
en la Portada y, sin embargo, apenas exista documentación en la que apoyar tan magna
representación.

Los Evangelios se muestran parcos en el tema. Tan solo San Juan Evangelista,
en su Libro Asuncionista, se refiere a una corona “de luz”, no material, señala lo
siguiente: “El Señor permaneció a su lado y continuó diciendo: -He aquí que
desde este momento tu cuerpo va a ser trasladado al paraíso, mientras que tu
santa alma va a estar en los cielos, entre los tesoros de mi Padre, [coronada]
de un extraordinario resplandor, donde [hay] paz y alegría [propia] de santos
ángeles y más aún-.” (San Juan el Teólogo, cap XXXIX).
Será Santiago de la Vorágine en la Leyenda Dorada, el que servirá de inspiración
a los artistas al citar en su obra las palabras de Dionisio, discípulo de San
Pablo: “Venid del Líbano, esposa mía, venid del Líbano y seréis coronada”.

En el segundo registro, el más amplio de los dos, la Virgen, situada a la derecha


de su Hijo, se muestra con aspecto joven, las manos juntas, nimbo tras la cabeza
y el cuerpo vuelto hacia Él, en una postura lejana al envaramiento que consigue
naturalidad y gracia. Lleva manto con mangas muy anchas y velo sobre la
cabeza, bajo el que se aprecian algunos rizos del cabello; destacar el tamaño
desproporcionado del pie derecho, que aparece descalzo bajo el manto. Madre e
Hijo están sentados sobre amplios tronos, más elevado el de Cristo, que porta
corona y el Libro Evangélico en la mano izquierda, mientras con la derecha
bendice a su Madre con dos dedos en alto, indicando su doble naturaleza, divina
y humana. Muestra nimbo crucífero, ornado de pedrería, y se viste con túnica de
mangas ajustadas.

A los lados, dos ángeles ceroferarios con rodilla en tierra miran hacia el
espectador; el que se encuentra a la izquierda de Cristo, viste túnica amplia,
recogida en la cintura, mientras el frontero, lleva alba y dalmática. Sin embargo,
los ángeles que se descubren en el tercer y último registro y sobrevuelan la
escena, llevan túnica ceñida y dirigen su vista al frente, sosteniendo la corona
sobre la cabeza de la Virgen. Es el preciso momento de la Coronación.

ARQUIVOLTAS. Como se ha comentado en la anterior entrada, las tres arquivoltas


de la Portada se hallan bellamente separadas por motivos vegetales. La primera y la
segunda, están ocupadas en su totalidad por ángeles, que vienen a representar aquí el
cortejo que acompañan a Jesucristo en su venida a la Tierra para recoger y trasportar

al Cielo el alma de su Madre. La Catedral de León es, de todas las fábricas del
gótico, teniendo en cuenta sus proporciones, el templo que más espacio dedica a las
representaciones angélicas. La concepción del ángel responde a la necesidad de colmar
de algún modo el vacío que media entre un Dios trascendente y todopoderoso y la
pequeñez del hombre, tan alejado de Aquél.

Dionisio Areopagita, se ocupó de esquematizar el mundo angélico en su obra “Jerarquías


celestiales”, que influyó poderosamente en la tradición cristiana posterior, dividiendo los
ángeles en tres grupos. El primero compuesto por serafines, querubines y tronos, el
segundo por potestades, virtudes y poderes, y el tercero por principados, arcángeles y
ángeles.

En la primera de las arquivoltas figuran ocho serafines en las dovelas, cuatro a

cada lado y otro más en la clave . Se aprecia que todos, a pesar del deterioro
que sufren, están leyendo, salvo el primero por la derecha que porta libro
cerrado. Son del mismo tamaño y apenas se aprecia diferencias entre ellos,
mostrando todos un semblante atractivo y juvenil. Son serafines y no de
querubines, como se afirma en algún texto, por llevar seis alas en vez de cuatro.
Los serafines, literalmente los ardientes, los que queman, están en la cima de la
jerarquía y rodean el trono de Dios, como en este caso; son de color rojo y su
atributo es el fuego. Tienen cada uno seis alas: dos para cubrirse la cara (por
temor a Dios), dos para cubrirse los pies (eufemismo que designa el sexo), y dos
para volar.

En la segunda arquivolta se disponen otros once ángeles, cinco a cada lado y


otro más en la clave. Seis son ceroferarios, cuatro turiferarios y el de la clave
porta cuenco o naveta, mostrándose todos como verdaderos acólitos de la
Liturgia. Para distinguirlos y romper la monotonía de la representación, los que
ocupan el primer, tercer y cuarto lugar de cada lado, llevan cirio, mientras los
que se sitúan en el segundo y quinto sostiene un incensario, si bien, el quinto de
la izquierda y el segundo de la derecha, también portan naveta. La indumentaria
es alternativa, los hay con túnica suelta, ceñida, y alguno con túnica y manto.
Todos muestran dos alas.

Las dos dovelas inferiores de la arquivolta exterior, están ocupadas por dos
santas. Ambas llevan túnica, manto y velo, además de nimbo, libro en la derecha
y una palma, apenas reconocible en la figura que se halla a la derecha. Es difícil
su identificación, aunque la palma, símbolo del martirio, y el libro, que podría
representar el libro de la Regla como fundadora de una Orden, nos hace pensar
que podría tratarse de alguna de las precursoras de una Orden que sufrió
martirio: Santa Cecilia, Santa Catalina de Alejandría, etc...

El resto de las dovelas están ocupadas por las Diez Vírgenes, sabias y necias,
tema muy apreciado y representado en el arte, que narra San Mateo en su
Evangelio (Mt. 25,1-13), con objeto de advertir sobre la conveniencia de estar
preparados para el retorno del Señor. La parábola cuenta la historia de diez
vírgenes que esperan la llegada del esposo con el fin de acompañarle a la fiesta
nupcial. Todas desean tener parte en esta gozosa ocasión y traen sus lámparas
con ellas; todas esperan con anticipación el retorno del novio y duermen
mientras él se demora. Pero a la llegada del prometido, cinco de las vírgenes no
estaban preparadas al traer menos aceite del necesario para sus lámparas. Salen
a comprar más y pierden su anticipada participación en las festividades
nupciales.

Juan de Tesalónica refiere que también Pedro se dirigió a las mujeres que se
encontraban en casa de María esperando el óbito de esta manera: “Semejante
es, dice, el reino de los cielos a unas vírgenes ... Y, cuando os sea enviada la
muerte, estaréis preparada s sin falta de cosa alguna” (Libro Apócrifo
Asuncionista de Juan de Tesalónica, cap. X).

Sentadas todas sobre el inconfundible solio gótico, la representación de las


necias se sitúa en la parte baja, dos en la izquierda y tres a la derecha, al mismo
tiempo que las vírgenes prudentes o sabias, se asientan sobre ellas, dos en la
derecha y tres en la izquierda.

Claramente se distingue a las vírgenes necias porque no llevan nimbo y portan


las lámparas boca abajo, dando a entender que se han quedado sin aceite. Las
dos de la izquierda, muy deterioradas, visten importantes galas y en una de ellas
se aprecia una corona. En las dovelas de la derecha, la primera se mira en un
espejo, la siguiente, que luce un importante tocado, se preocupa de sus vestidos;
la tercera se detiene ante la flor que sostiene en su mano derecha. Todas
muestran las veleidades terrenas.

JAMBAS. De los doce espacios posibles, siete a la derecha y cinco a la


izquierda, solo existen seis figuras en las jambas de esta Puerta; de izquierda a
derecha: Isaías, San Juan Bautista, Reina de Saba, Simeón, la sibila Eritrea y
Cristo como Salvador.

Isaías. En las representaciones escultóricas de la Edad Media, se suelen incluir


profetas, en cuanto afectan directa y concretamente a una acción profética de
importancia. Aunque aquí no se aprecia ningún texto en la filacteria que
muestra Isaías, es relevante señalar que, en el pórtico norte de la Catedral de
Chartres, existe una talla de este mismo profeta que porta pergamino en el que
se puede leer: “Un brote saldrá del tronco de Jesé”. De esta manera, se anuncia
el nacimiento de Jesús, situación que, en nuestra Catedral, no resulta
descabellada, como luego veremos en la posible situación iconográfica del
programa previsto para las jambas de esta Portada.
Como hemos señalado, la figura del profeta Isaías porta filacteria que señala con
su mano derecha y gorro con cuerpo central semiesférico. Sus pies reposan
sobre llamas y, aunque sabemos que fue torturado con una sierra (cortado en
dos durate el reinado de Manases), no hay que olvidar una de sus profecías en la
que narra como quedó purificado por el fuego: “... vi al Señor sentado en su
trono elevado ... Estaban de pie serafines por encima de Él, cada uno con seis
alas: con dos cubrían el rostro, con dos, los pies, y con las otras dos volaban ...
Yo exclame: ¡Ay de mí estoy perdido, pues soy hombre de labios impuros; ...
Entonces voló hacia mí uno de los serafines llevando un carbón encendido que
había tomado del altar con unas tenazas. Tocó con él mi boca y dijo: Mira,
esto ha tocado tus labios; tu maldad queda borrada, tu pecado está perdonado
...” ( Is. 6, 1).

San Juan Bautista. A partir del s. XIV, se le representa de la manera que se


encuentra en la Catedral: túnica corta de piel de camello, ceñida por delante con
grueso cordón, a veces, como en este caso, con manto superpuesto. El atributo
por excelencia de El Bautista es el “Agnus Dei” o Cordero Divino, que la mayoría
de las veces, como en este caso, lo sostiene sobre un libro. Esta talla formó
parte, junto con la figura del El Salvador, de otro programa escultórico ajeno
a la Catedral.

Reina de Saba. Tanto el rey Salomón, en la Portada de San Juan, como la


reina de Saba en esta Puerta, son prefiguras de Cristo en el Antiguo Testamento,
y consideradas estampas o figuras de la Adoración de los Magos, debido a la
visita que realiza esta reina africana al monarca judío. Salomón, sentado en su
trono, se equipara a la eterna sabiduría de Cristo sobre las rodillas de la Virgen
María, mientras recibe a los Reyes venidos de Oriente, en este caso a la reina de
Saba.

Situada sobre un pedestal, más alto que el de sus acompañantes, viste túnica y
manto con el mismo tipo de complicados pliegues que se asemejan
atrevidamente a los que luce en su indumentaria la Virgen Blanca; pero también
se parece a ella en las facciones: labios, barbilla, ojos, frente, etc., y en la factura
de la corona que, sobre el velo, lleva sobre su cabeza. Destaca la expresión
sugestiva de sus brazos que, con toda probabilidad, sostenían una filacteria.
Como sutil pincelada de feminidad, luce un broche sobre el pecho que forma
suaves pliegues en su túnica.

Simeón. A la derecha de la Puerta, en la primera jamba, se muestra el anciano


Simeón, hombre justo y piadoso de Jerusalén, del que se decía que el Espíritu
Santo habitaba en él y al que se le había anunciado y prometido que no moriría
sin ver al Mesías del Señor. Viste túnica y manto recogido sobre el brazo
izquierdo, gorro de origen judío, que le asocia directamente con la ley hebrea, y
barba y melena de factura excepcional. La falta de ambos brazos no deja claro su
actitud, si bien, suponemos que, como en las representaciones de las catedrales
francesas, se prepara para tomar al Niño en sus brazos. Sin embargo, hay que
tener en cuenta que, en las imágenes que se conocen, Simeón suele tener los dos
brazos a la misma altura y aquí su brazo izquierdo sí parece dispuesto para
recoger, pero no así el derecho, que probablemente se mostraba en alto y en
actitud de bendecir. De esta manera encontraríamos el párrafo del Evangelio
hecho piedra: “... lo recibió en sus brazos y bendijo a Dios ...” (Lc. 2.28).

La Sibila Eritrea. En la antigua Grecia recibían el nombre de “sibilas”,


una serie de personajes femeninos, siempre vírgenes, que se creía estaban
inspiradas por los Dioses y cuya principal ocupación era la de adivinar el
porvenir a partir de los fenómenos de la naturaleza. Aunque la primera en
aparecer fue de Eritrea, su número se multiplicó con rapidez: Pérsica, Líbica,
Délfica, Cimeria, Samia, Cumana, Helespóntica, Frigia, y Tiburtina, siempre con
nombres alusivos a lugares geográficos.

Según San Agustín, la Sibila Eritrea es la autora de unos versos referentes al


Juicio Final y en los que se inspira el famoso poema-canto medieval, “Dies ire,
dies illa”:

Aquél día, día de ira, reducirá este mundo a cenizas, como profetizaron
David y la Sibila ...

Su presencia en la Catedral es la voz del viejo mundo, del mundo pagano al que
se le prometía un Salvador, de la misma manera que los profetas anunciaban a
los judíos un Mesías. La talla de la Portada es de pequeña estatura, pero
muestra una hermosa joven, casi niña, con una larga cabellera y tocado judío

que, como a Simeón, la asocia a la ley hebrea. Viste t única y manto que
sujeta con una cinta o trencilla, mientras sostiene entre sus manos una
filacteria, hoy casi desaparecida.

El Salvador. Obra tardía del maestro Jusquín, siglo XV, y de la misma factura
que San Juan Bautista. Encarna a El Salvador, representación de Cristo
como “salvatore mundi”, sosteniendo en su mano izquierda la bola del mundo,
mientras bendice con la mano derecha. Formó parte de otro plan iconográfico
ajeno a la Catedral.

DISTRIBUCIÓN ICONOGRÁFICA. La Portada de San Francisco, tuvo,


probablemente, un programa iconográfico compuesto por doce tallas,
actualmente hay la mitad, formando una unidad respecto a su dedicación a la
Virgen y a su relación con el Antiguo y Nuevo Testamento: Anunciación,
Visitación, Adoración y Presentación, motivos representados también en las
catedrales de Reims y Amiens, claros antecedentes de la fábrica leonesa.
Las jambas de la derecha de esta Portada deberían estar ocupadas, de derecha a
izquierda, por el Rey Baltasar, Rey Gaspar, Rey Melchor (actualmente los tres
en la Portada Sur) y el anciano Simeón, estos cuatro personajes mirando hacia
su derecha donde debería encontrarse la Virgen con el Niño, que actualmente
también se ubica en la Portada Sur; estos cinco personajes constituirían la
representación de la Adoración y Presentación. Los otros dos espacios de la
derecha que restan, compondrían el conjunto de la Visitación, formado por
María y su prima Santa Isabel que, al parecer, no llegaron a realizarse.

En la parte izquierda y siguiendo el mismo orden de derecha a izquierda, se


situaría el conjunto de la Anunciación: María y el Ángel (hoy en el Museo).
Seguiría el rey Salomón (en la Portada de San Juan), la Reina de Saba y la Sibila
Eritrea.
De esta manera, el conjunto de las jambas de la Portada, tendría la siguiente
lectura de izquierda a derecha: la promesa de Salvador (Sibila), las prefiguras de
Cristo (Reina de Saba y Salomón), la Anunciación, Visitación, Presentación y
Adoración.

La incoherencia en la colocación de las imágenes de las jambas de la Portada de


San Francisco es patente. En un principio, debió existir un proyecto
iconográfico completo para todas las Portadas, siempre imitando a las
francesas, muy anteriores a la leonesa. El problema económico debió ser la
principal causa del actual caos de ubicación de las tallas; sólo en la Portada
Central del Juicio Final, observamos que se pudo cumplir el conjunto
escultórico de los Apóstoles, aunque falta uno, situados en las jambas, el resto
de encargos debió de sufrir múltiples avatares con el paso del tiempo, dando
lugar a cambios importantes de artistas, considerable demora entre el encargo y
la creación, ubicación inadecuada respecto al plan inicial pero, sobre todo, la no
culminación del proyecto originario, dejando de realizar varias de las figuras
programadas y dando lugar a espacios que se colmataron en parte con obras
tardías, o a inconvenientes cambios de lugar, con el objeto de tratar de salvar
parcialmente la estética de las Portadas. A pesar de ello, varias jambas, aún hoy,
se pueden apreciar vacías de obra.

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