El Pórtico Occidental de La Catedral de León
El Pórtico Occidental de La Catedral de León
El Pórtico Occidental de La Catedral de León
Portada de San
Francisco (I)
"Creemos que murió sin dolor y de Amor” (San Alberto Magno). "Murió en el
Amor, a causa del Amor y por Amor” (San Francisco de Sales).
Pero no hablamos de un amor profano; se trata del Amor Divino que, según
Bossuet, obispo de Meaux, trae consigo un despojamiento y una inmensa
soledad, que la naturaleza humana no es capaz de soportar; la propia
destrucción y un aniquilamiento tan profundo, que todos los sentidos son
suspendidos. El Mariólogo Garriguet, describe de esta bella manera la
Dormición:
"María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin
pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal. Su muerte fue
semejante al declinar de una hermosa tarde, como un sueño dulce y apacible;
era menos el fin de una vida que la aurora de una existencia mejor”.
trece: diez Apóstoles, San Pablo, el arcángel San Miguel y, en el centro, Cristo,
que se distingue por su nimbo cruciforme. Ligeramente inclinado sobre el
cuerpo de su Madre, la bendice mientras, con su brazo izquierdo, recoge el alma
de la Virgen representada como una niña. La Leyenda Dorada de Santiago
Vorágine, recoge este episodio: “Dicho esto, Cristo, con el alma de su Madre en
los brazos, emprendió su viaje hacia la gloria rodeado de infinidad de rosas
rojas, es decir, de multitud de mártires, y de una innumerable cantidad de
azucenas, porque azucenas parecían los ejércitos de los ángeles, de los
confesores y de las vírgenes que le daban escolta.”
El resto de los personajes de este registro son once figuras que representan a los
Apóstoles. Faltan Judas Iscariote y Tomás, no obstante, está entre ellos San
Pablo, el llamado Apóstol de los gentiles que, aunque no estuvo entre los
elegidos, su figura notable en la difusión de la fe es asimilada por la Iglesia como
uno más de los elegidos y hasta él mismo se considera uno de ellos.
Siguiendo los
Apócrifos, Juan es el tercer Apóstol que protagoniza un hecho puntual en la
narración de la Dormición: “Pedro entonces tomó la palma y dijo a Juan: -Tú
eres el virgen; tú eres, por tanto, el que debes ir cantando himnos delante del
féretro con la palma en las manos-.” La figura que se sitúa en el lugar señalado
con el 1, es identificado por varios autores como San Juan, por ser el primero de
la composición, mostrarse imberbe y faltarle el brazo derecho, suponiendo que
en ese brazo podría llevar la palma que citan los Apócrifos. Sin embargo, no
existen antecedentes en las portadas francesas, claras referencias escultóricas
de la Catedral de León, de Juan portando palma o similar. Por ello, creemos,
que San Juan es el Apóstol que ocupa el lugar 6, al ser una figura que se muestra
sin barba y ocupa un lugar protagonista en el cuadro. Su postura, con la mano
derecha en la barbilla en clara actitud de pesadumbre y tristeza ante el suceso
que observa, coincide con la apariencia mostrada en las representaciones de las
catedrales de Chartres, París y Estrasburgo.
En cuanto a los otros dos Apóstoles que aparecen sin barba, San Mateo ocuparía
el lugar 10, portando libro abierto, como Evangelista, mostrando de esta
Los tres que restan, Santiago, Judas y Bartolomé, los situamos en los lugares 2,
3 y 5, respectivamente, si bien, el que se halla en el lugar 5, pudiera tratarse del
Apóstol Santiago, situado de esta manera entre su hermano Juan y Pedro,
formando así, el grupo de los que son conocidos como los “preferidos” y más
cercanos a Cristo.
El Pórtico Occidental de la Catedral de León. Portada de San
Francisco (y II)
.
El resto de las representaciones de la Portada de San Francisco, no comentadas
hasta ahora, comprenden los dos últimos registros del tímpano, las tres
arquivoltas y las jambas que flanquean la Puerta.
Este hecho, habitual en otras fábricas, es sustituido en nuestra Catedral por el acto de la
Coronación, que queda plasmado en los dos registros superiores del tímpano. Resulta
significativo que la escena de la Coronación de María, disponga de este gran espacio
en la Portada y, sin embargo, apenas exista documentación en la que apoyar tan magna
representación.
Los Evangelios se muestran parcos en el tema. Tan solo San Juan Evangelista,
en su Libro Asuncionista, se refiere a una corona “de luz”, no material, señala lo
siguiente: “El Señor permaneció a su lado y continuó diciendo: -He aquí que
desde este momento tu cuerpo va a ser trasladado al paraíso, mientras que tu
santa alma va a estar en los cielos, entre los tesoros de mi Padre, [coronada]
de un extraordinario resplandor, donde [hay] paz y alegría [propia] de santos
ángeles y más aún-.” (San Juan el Teólogo, cap XXXIX).
Será Santiago de la Vorágine en la Leyenda Dorada, el que servirá de inspiración
a los artistas al citar en su obra las palabras de Dionisio, discípulo de San
Pablo: “Venid del Líbano, esposa mía, venid del Líbano y seréis coronada”.
A los lados, dos ángeles ceroferarios con rodilla en tierra miran hacia el
espectador; el que se encuentra a la izquierda de Cristo, viste túnica amplia,
recogida en la cintura, mientras el frontero, lleva alba y dalmática. Sin embargo,
los ángeles que se descubren en el tercer y último registro y sobrevuelan la
escena, llevan túnica ceñida y dirigen su vista al frente, sosteniendo la corona
sobre la cabeza de la Virgen. Es el preciso momento de la Coronación.
al Cielo el alma de su Madre. La Catedral de León es, de todas las fábricas del
gótico, teniendo en cuenta sus proporciones, el templo que más espacio dedica a las
representaciones angélicas. La concepción del ángel responde a la necesidad de colmar
de algún modo el vacío que media entre un Dios trascendente y todopoderoso y la
pequeñez del hombre, tan alejado de Aquél.
cada lado y otro más en la clave . Se aprecia que todos, a pesar del deterioro
que sufren, están leyendo, salvo el primero por la derecha que porta libro
cerrado. Son del mismo tamaño y apenas se aprecia diferencias entre ellos,
mostrando todos un semblante atractivo y juvenil. Son serafines y no de
querubines, como se afirma en algún texto, por llevar seis alas en vez de cuatro.
Los serafines, literalmente los ardientes, los que queman, están en la cima de la
jerarquía y rodean el trono de Dios, como en este caso; son de color rojo y su
atributo es el fuego. Tienen cada uno seis alas: dos para cubrirse la cara (por
temor a Dios), dos para cubrirse los pies (eufemismo que designa el sexo), y dos
para volar.
Las dos dovelas inferiores de la arquivolta exterior, están ocupadas por dos
santas. Ambas llevan túnica, manto y velo, además de nimbo, libro en la derecha
y una palma, apenas reconocible en la figura que se halla a la derecha. Es difícil
su identificación, aunque la palma, símbolo del martirio, y el libro, que podría
representar el libro de la Regla como fundadora de una Orden, nos hace pensar
que podría tratarse de alguna de las precursoras de una Orden que sufrió
martirio: Santa Cecilia, Santa Catalina de Alejandría, etc...
El resto de las dovelas están ocupadas por las Diez Vírgenes, sabias y necias,
tema muy apreciado y representado en el arte, que narra San Mateo en su
Evangelio (Mt. 25,1-13), con objeto de advertir sobre la conveniencia de estar
preparados para el retorno del Señor. La parábola cuenta la historia de diez
vírgenes que esperan la llegada del esposo con el fin de acompañarle a la fiesta
nupcial. Todas desean tener parte en esta gozosa ocasión y traen sus lámparas
con ellas; todas esperan con anticipación el retorno del novio y duermen
mientras él se demora. Pero a la llegada del prometido, cinco de las vírgenes no
estaban preparadas al traer menos aceite del necesario para sus lámparas. Salen
a comprar más y pierden su anticipada participación en las festividades
nupciales.
Juan de Tesalónica refiere que también Pedro se dirigió a las mujeres que se
encontraban en casa de María esperando el óbito de esta manera: “Semejante
es, dice, el reino de los cielos a unas vírgenes ... Y, cuando os sea enviada la
muerte, estaréis preparada s sin falta de cosa alguna” (Libro Apócrifo
Asuncionista de Juan de Tesalónica, cap. X).
Situada sobre un pedestal, más alto que el de sus acompañantes, viste túnica y
manto con el mismo tipo de complicados pliegues que se asemejan
atrevidamente a los que luce en su indumentaria la Virgen Blanca; pero también
se parece a ella en las facciones: labios, barbilla, ojos, frente, etc., y en la factura
de la corona que, sobre el velo, lleva sobre su cabeza. Destaca la expresión
sugestiva de sus brazos que, con toda probabilidad, sostenían una filacteria.
Como sutil pincelada de feminidad, luce un broche sobre el pecho que forma
suaves pliegues en su túnica.
Aquél día, día de ira, reducirá este mundo a cenizas, como profetizaron
David y la Sibila ...
Su presencia en la Catedral es la voz del viejo mundo, del mundo pagano al que
se le prometía un Salvador, de la misma manera que los profetas anunciaban a
los judíos un Mesías. La talla de la Portada es de pequeña estatura, pero
muestra una hermosa joven, casi niña, con una larga cabellera y tocado judío
que, como a Simeón, la asocia a la ley hebrea. Viste t única y manto que
sujeta con una cinta o trencilla, mientras sostiene entre sus manos una
filacteria, hoy casi desaparecida.
El Salvador. Obra tardía del maestro Jusquín, siglo XV, y de la misma factura
que San Juan Bautista. Encarna a El Salvador, representación de Cristo
como “salvatore mundi”, sosteniendo en su mano izquierda la bola del mundo,
mientras bendice con la mano derecha. Formó parte de otro plan iconográfico
ajeno a la Catedral.