SURALLÉS - HIERRO - Tierra Adentro
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TIERRA ADENTRO
Territorio indígena y
percepción del entorno
Alexandre Surrallés
Pedro García Hierro
Editores
IWGIA
Documento No. 39 – Copenhague 2004 3/308
TIERRA ADENTRO
ISBN: 87-90730-80-1
ISSN: 0108-9927
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Agradecimientos
Los editores de este libro queremos agradecer a los autores, que con su profe
sionalidad e interés han facilitado enormemente nuestra tarea. También que
remos dar las gracias a los traductores, Rosa Álvarez, Roberto Álvarez Orgaz,
Gemma Celigueta y Roger Sansi, por el trabajo de excelencia que han
realizado. Queremos agradecer asimismo a Gredna Landolt por poner un
poco de arte en estas páginas, a Pia Tamburini por la corrección de texto y a
Alejandro Parellada de IWGIA por el entusiasmo mostrado por nuestro pro
yecto.
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CONTENIDO
Introducción
Pedro García Hierro y Alexandre Surrallés…………………...…………….……9
Perspectivismo y multinaturalismo
en la América indígena
Laura Rival.……………………………………………………………….…….97
Alexandre Surrallés…………………….……………………………………...137 7
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Sendas de unión entre mundos. El espacio Tsachila
Montserrat Ventura i Oller….………………………………………………163
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INTRODUCCIÓN
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además, sobre el espacio territorial indígena existen hoy día muchos otros
espacios sobre los que se construyen identidades y vinculaciones simbólicas
alternativas, en los que se tejen relaciones sociales específicas y sobre los que
existen regulaciones e intereses muy diferentes a los de los pueblos indíge
nas. Muy especialmente están las circunscripciones administrativas del Esta
do, desde donde éste ejerce su poder político, con sus ámbitos de administra
ción descentralizada, sus reservas y áreas intangibles, su asignación de pro
piedades, concesiones y derechos a sus aliados, o con su peculiar distribución
de los servicios públicos sobre la base de criterios de costo-beneficio que, a su
vez, ejercen presión sobre las tendencias de la ocupación espacial y sobre la
configuración del propio territorio indígena. Pero también están los territo
rios de la empresa y el mercado (local, regional, nacional, global) que se or
ganizan de acuerdo a sus propias finalidades, reconstruyendo el espacio de
acuerdo al rol que asignan a los recursos locales.
En esta confusión los pueblos indígenas corren el peligro de perder el con
trol de sus decisiones espaciales y convertir sus territorios titulados en "espa
cios-objeto" listos para su aprovechamiento por el resto de los agentes con los
que interactúan. Y es en este punto donde se concentran muchas de las inter
rogantes que surgen después de la titulación y que complican la respuesta a
un dilema tan simple como el de "¿y ahora qué?" que, en ese contexto, cobra
un sentido nuevo. No es una interrogante planteada sobre la base de una
cómoda seguridad territorial sino un "ahora qué" planteado sobre una nueva
incertidumbre histórica, sobre la conciencia de la superposición de los dife
rentes espacios e intereses, de la conflictividad entre ellos y sobre la necesi
dad de optar entre diversas formas de entender y ejercer la territorialidad. Lo
cierto es que el resultado, para los pueblos indígenas, de abandonarse a lógi
cas externas en la planificación o gestión de sus territorios, es con frecuencia
la pobreza extrema (en términos reales, no en términos estadísticos), la acele
ración de los procesos de depredación de sus recursos, el despojo de su pa
trimonio colectivo y, en muchos casos, la disgregación o el desplazamiento
fuera de su espacio territorial. Así, con cierta asiduidad se viene produciendo
un tránsito inesperado, y a menudo acelerado, de la nueva condición de pro
pietarios agrarios a la de pobres rurales.
Esta primera pregunta, por consiguiente, encierra otras muchas preguntas
más: ¿las sociedades nacionales han alcanzado la madurez necesaria para
tolerar primero, compatibilizar después y respetar por último el ejercicio co
tidiano de las diferentes concepciones territoriales de cada pueblo que lo in
tegra?¿La interculturalidad es aplicable al ámbito de lo territorial?¿Es posible
para el Estado asumir una perspectiva alternativa a la visión oficial imperan
te que sitúa los recursos territoriales legitimados a favor de los pueblos indí
genas como bienes, por fin, en el mercado?
Para intentar responder a estas cuestiones es necesario tomar en cuenta
que la legitimación de las tierras indígenas se ha producido dentro de marcos 10
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jurídicos construidos sobre concepciones espaciales frecuentemente contra puestas a
aquellas que resultan de los procesos culturales de construcción del espacio étnico
de cada pueblo como sujeto singular. Si el marco jurídico da cuenta del estado
actual de la correlación de fuerzas que están en juego sobre una cuestión
determinada, en lo que respecta a los territorios indígenas las cosas han avanzado
lentas desde las primeras invasiones en tierras america
nas. El derecho es una fuerza de capacidad etnocida inusitada en cuanto se refiere a
este y otros muchos temas. Y si la tenacidad de los diferentes movi mientos
indígenas ha forzado logros insospechables hace cinco décadas, principalmente en
lo discursivo, la visión colonial de los ordenamientos na cionales se resiste a dar los
pasos necesarios para "descolonizar" la perspecti va jurídica y alcanzar consensos
interculturales que permitan desarrollar modelos alternativos de vinculación de los
diferentes pueblos con sus entor nos.
Hay que reconocer que los pueblos indígenas han realizado durante el proceso un
esfuerzo de conciliación jurídica mucho más generoso que el propiciado desde el
aparato normativo estatal. Los indígenas, para conseguir asegurarse un destino, han
ido integrando y adaptando a la legalidad sus instituciones utilizando,
intuitivamente y en la medida de lo posible, las ofer
tas que en cada coyuntura parecieron propicias a la defensa de sus intereses
territoriales. Algunas de estas opciones, obviamente, tan sólo han tenido por
finalidad ganar tiempo a la espera de coyunturas más propicias. En pocos casos se
ha buscado aceptar o tan siquiera comprender de parte de las orga
nizaciones indígenas la lógica subyacente a instituciones como, por poner un
ejemplo, la propiedad civil romana. Si se han interesado en esta institución,
siguiendo el ejemplo, no ha sido por otros atributos que por su "seguridad frente a
todos" (que ofrece una lógica que busca protegerse de la agresividad de los "dueños
de la legitimidad" más que aislar un espacio que, precisamen te se construye en base
a relaciones sociales con los "otros", sean vecinos, animales, vegetales u otros seres
del entorno). No obstante, en su necesidad de adaptarse a cada marco legal
coyuntural, muchas de las visiones e institu
ciones territoriales indígenas han ido desvirtuando su carácter, de manera que las
actuales tierras tituladas vienen a ser el resultado de toda una larga historia de
pequeños o grandes enfrentamientos, así como de arreglos, re nuncias, resignaciones
y adaptaciones hasta hacerla confusa incluso para los mismos pobladores.
Por otra parte, la necesidad de construir fuerzas alrededor de visiones co munes con
capacidad movilizadora ha generado un discurso territorial esen cialmente
homogéneo que define ante las sociedades no indígenas una pre tensión consistente
justificada en el plano de lo ecológico, apoyada en la pla taforma de los derechos
humanos con argumentos históricos y culturales. Al
concluir los procesos y tratar de aplicar ese discurso a la realidad y a la con cepción
territorial de cada pueblo, los líderes del moderno movimiento han 11
encontrado muchas veces dificultades para traducir esa visión común en ar 11/308
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miradas alternativas a la visión medio ambientalista predominante, fijada en el
manejo de los recursos, y de ser útiles para la gestión territorial de cada pueblo
específico en esta nueva etapa. No pretendemos obviamente sustituir una reflexión
que solo los pueblos indígenas pueden hacer. Simplemente proponemos algunos
métodos para objetivar elementos de estas percepcio
nes distintas del entorno para poder trabajar en el manejo del territorio sobre otras
bases. También se trata de demostrar que toda esta diversidad y com plejidad de las
relaciones de los pueblos indígenas con su territorio, más allá de una visión
utilitarista, implica que todo acoso territorial significa un agra vio a las personas que
forman estos pueblos. Es por esta razón, entre otras, que hemos titulado el libro
Tierra adentro. Tal y como lo define el Convenio 169 de la OIT, las restricciones,
violaciones y reducciones, jurídicas o de hecho, del derecho a la integridad
territorial de los pueblos indígenas atacan frontalmente los derechos fundamentales
de las personas que pertenecen a estos pueblos puesto que se les obliga a renunciar
a la visión que es funda mento de su dignidad, expresión y escenario de su identidad
y fuente de los recursos culturales y materiales que garantizan su reproducción. Es
por eso que el Convenio, cuando señala que "los gobiernos deberán respetar la importan
cia especial que para las culturas y valores espirituales de los pueblos interesados reviste su
relación con las tierras o territorios, y en particular, los aspectos colectivos de esa relación",
está ubicando el derecho al territorio de los pueblos indígenas por encima del
derecho a la propiedad, aún incluyéndola. Lo está ubicando en el centro de los
derechos constitucionales de carácter fundacional (la dig nidad y el bienestar de la
persona humana) y en el meollo de los derechos humanos fundamentales: la
identidad, la religión, la cultura, la vida, la salud, la libertad. Tanto respecto a cada
individuo como a los colectivos, de los que forma parte como integrante de un
determinado pueblo. Los textos que aquí presentamos son una muestra de esta
relación compleja de los indígenas con su territorio y por lo mismo una llamada de
atención para que los estados sean consecuentes con los compromisos que adoptan.
Para la elección de los textos publicados en Tierra adentro, hemos tomado decisiones
difíciles porque constituyen solo pequeñas muestras de la produc ción de cada autor,
muchos de los cuales tienen varios libros dedicados al tema tratado. Hemos
intentado sobre todo privilegiar una cierta diversidad de experiencias tanto de
tradiciones intelectuales y países donde los partici pantes ejercen su profesión, como
de pueblos indígenas y temas tratados. La presencia nutrida de trabajos sobre la
Amazonia no se debe solo al sesgo in troducido por los editores, interesados en esta
área. El territorio en esta re gión de Sudamérica reviste sin duda una dimensión más
dramática que la de otras regiones del continente, por el simple hecho que el
proceso de coloniza ción es más reciente.
El libro está compuesto de tres partes. Una primera, titulada Cosmos, natu raleza y
sociedad, donde se abordan algunos ejes centrales de la relación de los 14
pueblos indígenas con su entorno. Una segunda, Ámbitos, donde se presentan 14/308
las especies vegetales y categorizar los principios sociales, así como para ex
plicarse por qué su sociedad vive ciclos de paz y expansión seguidos de pe
riodos de guerra y grave crisis demográfica. La autora sostiene desde un
punto de vista etnográfico que las características sociales se derivan de la
experiencia de los procesos biológicos, de la que son resultado directo; tesis
opuesta, por consiguiente, a la teoría dualista de la relación entre naturaleza
y sociedad, para la que la "naturaleza" aporta representaciones simbólicas
que explican la vida social.
Estos dos artículos nos muestran concretamente para dos grupos distintos
que la sociabilidad es el marco de referencia de las relaciones con el entorno,
de manera que el territorio, más allá de una extensión para la subsistencia y
la reproducción social limitada al grupo local que ejerce el control de este
espacio, pertenecería al ámbito de lo social.
Esto tiene unas consecuencias considerables para la representación tanto
jurídica como de gestión ambiental. Ya no se trata de defender espacios sus
ceptibles de proveer recursos, sino de defender la integridad de una sociedad
que se extiende más allá de la humanidad para incluir a los otros seres del
entorno. Éstos, convertidos en personas por los efectos de esta sociabilidad
global, ya no serían para el derecho consuetudinario objetos de derecho sino
sujetos del mismo, al igual que los humanos. No estamos ya muy lejos de la
idea revolucionaria de la extensión de derechos humanos a los animales pro
puesta por los movimientos de protección de los animales, que los indígenas
ejercerían de hecho en sus territorios. Si, como promulga el convenio 169 de
la OIT, la ley consuetudinaria es ley nacional en los territorios indígenas y si
en estas áreas tanto los humanos como los no-humanos son personas, por lo
tanto todo los elementos del entorno son personas también desde un punto
de vista jurídico.
La concepción del espacio y del territorio es el tema de los tres textos que
siguen. El trabajo de Oscar Calavia Sáez nos pone ante la paradoja de cómo la
titulación de las tierras de los Yaminawa brasileños, considerada modélica,
no ha estado acompañada de la seguridad que las necesidades de este grupo
se encuentren garantizadas y mucho menos su futuro como tal. El autor ar
guye que de hecho, durante estos decenios de titulación, nunca se ha pensa
do en lo que podría ser la territorialidad yaminawa. Para los Yaminawa, po co
inclinados a una vida demasiado sedentaria, el territorio no es una exten sión
primera dentro de la cual hay que establecer las relaciones sino al con trario.
A partir de un análisis del sistema de nominación colectivo y de las
relaciones sociales que se establecen entre los diferentes segmentos sociales,
el autor considera que, sin embargo, la idea de espacio no está exenta de la
concepción yaminawa, siempre y cuando ésta se corresponda con el plano
espacial de la forma que toma la red de relaciones sociales: un cuerpo social
que se contorsiona según los avatares de la historia y que debe dar cuenta
hoy de la presencia indígena en la ciudad.
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De forma similar, Alexandre Surrallés pone de manifiesto la plasticidad
del territorio y del espacio para los Candoshi del norte de la Amazonia pe
ruana. Para ello intenta describir las bases sobre las que se fundamenta el
espacio candoshi, empezando por describir las motivaciones y la anatomía
interna del sujeto perceptivo frente a este espacio. De este ejercicio surge una
perspectiva que empieza en los espacios internos de la persona para abrirse
al mundo sin la discontinuidad objetivadora propia de la "epistemología
moderna". El resultado es un espacio vivido más que conceptualizado donde
lo importante no es cartografiar una extensión estática sino percibir un en
torno dinámico y poder interactuar con los elementos que lo componen, a su
vez dotados de subjetividad.
Por su parte, Montserrat Ventura i Oller analiza la espacialidad de los Tsa
chila de las tierras bajas occidentales ecuatorianas, interesándose por los ca
minos que surcan tanto el paisaje terrestre como las otras dimensiones de la
cosmología. Lo propio del espacio para los Tsachila sería la posibilidad de
establecer vínculos a través de pasos intercomunicadores. Esta voluntad de
trazar vías hacia la alteridad no se limita a una filosofía social abierta a otras
culturas como ya se ha descrito para otros pueblos amerindios. Se trata sobre
todo de un espacio concebido como un sistema de nexos que desde el territo
rio vivido se extiende por toda la geografía conocible para tender lazos con
otras culturas, por el conjunto del ecosistema para vincularse con los no
humanos y, finalmente, por todo el cosmos concebible para poder transitar
entre mundos. Estos tres artículos sobre las concepciones del espacio nos
muestran que el territorio no es una superficie de espacios clausurados por
sus límites: el territorio es un ámbito dinámico y versátil, reflejo de las tramas
multipolares de interacción social, que forma sistemas concéntricos a partir
de los puntos de intensidad generados por el sujeto que vive este espacio, por
su cuerpo perceptivo y la red social donde se encuentra.
La dimensión histórica del territorio es tratada por las dos últimas contri
buciones de esta parte. El trabajo de Joanne Rappaport es uno de los prime
ros en interesarse en este tema en América del Sur. En este estudio sobre los
Nasa de las tierras altas del sudeste de Colombia, también conocidos como
Paéz, la autora nos habla de cómo la historia de esta sociedad sin escritura se
registra en la geografía a través de una sacralización de ciertos lugares que
sirven de linderos para la defensa del territorio. Estos sitios sagrados permi
ten asimismo trazar la cronología de una historia que no es recordada por los
Nasa en términos de sucesión temporal de acontecimientos. Es en cambio
una cronología de un desplazamiento de oriente a occidente y de tierras más
bajas a más altas por la presión colonial que tiene su correspondiente inscrip
ción en el paisaje de lugares sagrados. En resumen, una historia espacializa
da que confiere al pasado inmediatez, tangibilidad y aplicabilidad en los con
flictos por el territorio actuales, como territoriales eran las dificultades del
pasado.
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De forma similar que los Nasa y al igual que otras sociedades sin escritura, los
Yanesha de la ceja de selva peruana conservan su memoria histórica por medio de
narraciones y representaciones de mitos, tradiciones, recuerdos, ritos y prácticas
corporales. Pero, según el trabajo de Fernando Santos
Granero, en la sociedad yanesha todos estos mecanismos confluyen en una práctica
mnemónica mayor: la de "escribir" la historia en el paisaje. Esta "es critura
topográfica" constituye para el autor un sistema de proto-escritura basado en
"topogramas", elementos aislados del paisaje imbuidos de signifi cado histórico a
través de mitos y ritos. Combinados de manera secuencial o no-secuencial, estos
elementos se convierten en "topografos", es decir, en unidades narrativas más
largas. Por medio de este mecanismo mnemónico el pueblo yanesha ha conservado
no sólo la memoria de la consagración de su territorio tradicional en tiempos
míticos, sino también la de su despojo y pro fanación en tiempos más recientes.
Estos dos artículos sobre la inscripción de la historia en el espacio nos de muestran
de una forma rotunda que el territorio es más que un espacio para la supervivencia.
El territorio indígena guarda la memoria del pueblo que lo ocupa y es la fuente de
su identidad. Estos sitios memoriales ilustran igual mente que el territorio no es una
superficie formada por puntos equivalentes, sino una extensión sinuosa formada de
prominencias y picos de intensidad que concentran valores especialmente
significativos para los pueblos que lo habitan.
La tercera parte del libro, El terreno de la acción, reúne tres reflexiones sobre la
relación entre territorialidad indígena y entorno político y administrativo, el Estado
en particular y sus agencias de gestión ambiental. Sin embargo, ca da una de estas
contribuciones se interesa por aspectos distintos y se concen tra en experiencias
distantes entre sí. Para Bruce Albert la presión de la "fron tera" desarrollista sobre las
sociedades amerindias de la Amazonia no solo afecta el sistema productivo de estas
últimas, también significa importantes mutaciones en las coordenadas sociales y
simbólicas de sus territorios. Las identidades colectivas que se asientan sobre estas
coordenadas se ven en consecuencia asaltadas por grandes dudas. De esta manera,
el enclavamiento territorial sumado a una identidad incierta precipita estos grupos a
una dinámica de "resistencia adaptativa" que se convierte poco a poco en una di
mensión crucial de su reproducción social y cultural. Se comprometen, por esta vía,
en procesos de reconstrucción que dependen tanto de los repertorios de
legitimación impuestos por los estados desarrollistas y las organizaciones de
solidaridad como de sus propios recursos políticos y simbólicos. Este artí culo
analiza esta dialéctica de recomposición identitaria y territorial a través del
movimiento indígena conformado en la Amazonia brasileña después de las
múltiples intervenciones por y contra el desarrollo que ha conocido la región desde
los años 1970. El autor llama la atención sobre los riesgos que conlleva el progresivo
desentendimiento del Estado de la cuestión territorial 19
indígena, dejando a las ONG y otras agencias de desarrollo la gestión priva 19/308
da de este asunto. En ese sentido, Albert señala que esta liberalización del manejo
del territorio puede debilitar fuertemente el control de sus recursos en el momento
en que los pueblos indígenas se encuentren sometidos a la presión del mercado sin
ninguna restricción ni protección de parte de la ad
ministración pública. Otro riesgo, no menos importante, es la necesidad pre ñada de
consecuencias nocivas que los pueblos indígenas puedan tener de dar muestras de
su identidad adaptándola a la imagen culturalista y ecolo gista que de ellos se
espera, para captar recursos en una situación de libre competencia entre pueblos
indígenas y otras colectividades.
Juan Álvaro Echeverri, a continuación, revisa la noción de territorio usada
habitualmente en los planes de ordenamiento territorial y el ejercicio de esta
blecimiento de áreas geográficas con significados asignados que los acompa ña, a
partir de una experiencia de gestión territorial en la Amazonia colom biana. Este
autor propone una definición de territorio alternativa llamada "no-areolar", donde lo
importante no son los atributos de cada zona, sino las relaciones que el espacio crea;
es decir, no se trataría de un territorio como un conjunto de áreas sino como la
extensión de un tejido relacional. El buen mantenimiento de los canales de relación
permite una gestión del territorio donde los diferentes agentes implicados pueden
resolver sus diferencias a través de un intercambio de intereses. Esta noción de
territorialidad, inspira da en la que los pueblos indígenas proponen, encuentra en la
corporalidad su lenguaje: pulsión vital de cuerpos (individuales y sociales) que
establecen canales a medida que se desarrollan, relacionándose con otros cuerpos
socia les y naturales; el territorio es este espacio donde los apetitos de unos y otros
se plasman. La gestión territorial es la buena gestión del conjunto de estas pulsiones
a través de la relación.
El trabajo de Pedro García Hierro, para terminar, nos hace un repaso de las
condiciones de desarrollo jurídico del concepto de territorialidad indíge na
establecidas por la relación de fuerzas existente, en la coyuntura actual, entre el
Estado nacional como único ente soberano y los pueblos indígenas, a partir de
diferentes experiencias pero sobre todo de la peruana. Mientras a los pueblos
indígenas no se les reconozca la libre determinación como pue
blos, el concepto de territorialidad se encuentra sometido a las pautas del derecho
civil de herencia colonial en América del Sur, donde la propiedad privada para el
uso exclusivo de un individuo -con fines mercantiles- consti tuye su fundamento
primero. Esta concepción está implícita en su aplicación, distorsionando
completamente el sentido del vínculo integral que los pue blos indígenas establecen
con su hábitat. A la espera de esta libre determina ción y de formas efectivas de
ejercer espacios de autonomía, lo primero que se debe combatir para mejorar las
distintas fórmulas legales en las que se ampara el territorio indígena legitimado en
los distintos países, es en la pre tensión del Estado de seguir poseyendo el uso
económico de los recursos existentes en estos espacios según su conveniencia y
contra los tratados in 20
ternacionales que en muchos casos ha asumido. El territorio indígena necesi 20/308
ta del derecho un tratamiento intercultural cuya figura política sea un trata miento
constitucional, con todo lo que esto conlleve para la definición de los fundamentos
de los estados americanos.
Estos tres últimos capítulos nos indican que la situación de la territoria lidad
indígena en el contexto político-administrativo actual, donde los gran des esfuerzos
para la titulación ya han terminado y de lo que se trata es de la gestión de estos
espacios, está sometida a una triple paradoja: después de asumir con las dificultades
que todos conocemos los compromisos inherentes a la titulación de tierras
indígenas, los estados se desentienden progresiva mente de su rol dentro del marco
neoliberal que rige la política actual de la mayoría de los países del continente.
Ahora bien, este desentendimiento no incluye el derecho que el Estado se reserva
sobre algunos recursos, en parti cular yacentes en el subsuelo, justamente aquellos
que presentan un mayor interés económico. Por último, en esta coyuntura sin
regulaciones, los pue blos indígenas deben de hacer frente a la gestión de lo más
frágil, vulnerable y poco rentable de sus territorios con la ayuda de agencias con las
que el diá logo está repleto de malentendidos y contradicciones, en un sistema de
libre competencia entre colectividades para captar recursos.
El conjunto de las contribuciones presentadas en Tierra adentro nos lleva, a manera
de conclusión, a unas consideraciones generales. Este volumen pre tende ampliar la
visión sobre la territorialidad indígena mostrando toda la complejidad de una
problemática donde se confrontan perspectivas cultura les distintas. En este sentido,
esta compilación nos muestra que una cierta antropología, acusada a veces de ser
demasiado abstracta y de estar al mar gen del compromiso político, puede
proporcionar las bases de una puesta en cuestión conceptual radical: la antropología
ejerce así su verdadera vocación humanista. Tomarse en serio el discurso indígena y
elevarlo al rango de una verdadera filosofía crítica, cuya explicitación requiera de
toda la potencia de un pensamiento abstracto, no es estar al margen de las
coyunturas políticas; sí es, por supuesto, un compromiso vital para con estos
pueblos que dan con fianza y hospitalidad a los que nos interesamos por ellos y que
esperan algo más de la antropología que la constatación de su aculturación si no de
su di solución (dado el interés que suscitan hoy temas como la emigración, la mo
vilidad o la adquisición de pautas de conducta "occidentales"). Otras ideas en
común aparecen del conjunto de estas contribuciones. El territorio según la
percepción indígena no es un medio ambiente susceptible de dotar de lo ne cesario
para la supervivencia, sino un espacio de relación social con cada uno de los
elementos del ecosistema. Relaciones, redes, canales, caminos... el terri torio no es un
área finita por los límites inherentes a su existencia, sino un tejido en proceso de
constitución y reconstitución constante. Un espacio sub jetivo más que objetivo y por
lo tanto un territorio más vivido que pensado. En efecto, no se trata tanto para los
indígenas de concebir el lugar donde vi ven como una representación de un espacio
en abstracto, sino de percibirlo 21
concretamente en el discurrir de la vida cotidiana. Es por esta razón que el 21/308
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E
P
COSMOS, NATURALEZA
Y SOCIEDAD
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LAS COSMOLOGÍAS INDÍGENAS DE LA AMAZONIA
Philippe Descola
Collège de France, Laboratoire d'anthropologie sociale, Paris
L
a cumbre de Río sobre el medio ambiente ha contribuido a reforzar la idea, que ya
existía, de un vínculo difuso entre las preocupaciones ecológicas contemporáneas y
las interrogantes respecto al destino de la Ama zonia. Para la opinión pública
occidental, lo mismo que para los medios de comunicación, la selva amazónica y sus
habitantes han cambiado radical mente de imagen. El infierno verde de los años 1960
ha pasado a ser el pulmón de nuestro planeta y su principal reserva de
biodiversidad. En cuan to a las tribus misteriosas e inquietantes a las que, hasta hace
poco tiempo, se responsabilizaba de la desaparición de exploradores tales como
Fawcett o Maufrais, se han convertido en sociedades de sagaces botánicos y de far
macólogos. Avatar más reciente de la figura filosófica del buen salvaje, la Amazonia
encarna actualmente, más que ninguna otra región de la Tierra, esta punzante
nostalgia que experimenta el mundo industrializado por un modo de vida en el que
el equilibrio entre el hombre y la naturaleza debería haberse conservado en perfecta
armonía.
Como en cualquier estereotipo, esta visión de la Amazonia no carece to talmente de
fundamento. Es cierto que, actualmente, la idea de que esta re gión sería la última y
la más vasta selva tropical virgen existente sobre la faz de la Tierra ha sido, en gran
medida, batida en brecha por los trabajos de eco logía histórica (Lavallée 1996). La
abundancia de los suelos antro-pogénicos y
su asociación con bosques de palmeras y de frutales silvestres sugieren que, en esta
región, la distribución de los tipos de selva y de vegetación es, en par te, la resultante
de varios milenios de ocupación por poblaciones cuya pre sencia recurrente en los
mismos lugares ha modificado el paisaje vegetal. Es tas concentraciones artificiales
de ciertos recursos vegetales habrían influido en la distribución y la demografía de
las especies animales que se alimentan de ellos, a pesar de que la naturaleza
amazónica es realmente muy poco na tural ya que puede considerarse como el
producto cultural de una manipula ción muy antigua de la fauna y de la flora.
Aunque invisibles para un obser vador no advertido, las consecuencias de esta
antropización están lejos de ser despreciables, especialmente en lo que se refiere al
índice de biodiversidad, más alto en los sectores de selva antropogénicos que en los
de selva no modi ficada por el hombre (Balée 1993).
Hecha esta reserva, hay que decir que es cierto que las poblaciones indíge nas de la
Amazonia y de las Guyanas han sabido aplicar unas estrategias de 25
uso de los recursos que, aun transformando de modo duradero el entorno, no 25/308
guaje hacen distintos de los humanos. Pero las formas de esta sociabilidad
difieren según se trate de plantas o de animales.
Dueñas de los huertos a los que dedican gran parte de su tiempo, las mu
jeres se dirigen a las plantas cultivadas como si lo hicieran a niños a los que
conviene llevar con mano firme hacia la madurez. Esta relación maternal to
ma como modelo explícito la tutela que ejerce Nunkui, espíritu de los huer
tos, sobre las plantas que una vez creó. Los hombres, en cambio, consideran a
las presas de caza como cuñados, una relación inestable y difícil que exige
respeto mutuo y circunspección. En efecto, los parientes por uniones consti
tuyen la base de las alianzas políticas, pero son también los adversarios más
inmediatos en las -muy frecuentes- guerras de vendetta. Así, pues, la oposi
ción entre consanguíneos y aliados, las dos categorías recíprocamente exclu
sivas que rigen la clasificación social de los Achuar y orientan sus relaciones
con terceros, se encuentra en los comportamientos prescritos hacia los no
humanos. Parientes consanguíneos para las mujeres, parientes por alianza
para los hombres, los seres de la naturaleza se convierten totalmente en com
pañeros sociales.
¿Queda algún lugar para la naturaleza en una cosmología que confiere a
los animales y a las plantas la mayor parte de los atributos de la humanidad?
Por otra parte, ¿puede mencionarse como espacio selvático esta selva apenas
rozada por los Achuar, a la que, sin embargo, éstos describen como un in
menso jardín cultivado cuidadosamente por un espíritu? Lo que nosotros
llamamos naturaleza es aquí objeto de una relación social. Al convertirlo en
una prolongación del mundo familiar, se convierte en algo verdaderamente
doméstico hasta en sus reductos más inaccesibles.
¿Significa esto que los Achuar no reconocerían ninguna entidad natural en
el medio que ocupan? No completamente. El gran continuum social en el que
se mezclan humanos y no humanos no incluye todos los elementos del en
torno, algunos de los cuales, carentes de alma propia, no se comunican con
nadie. Así, la mayor parte de los insectos y de los peces, las hierbas, los mus
gos y los helechos, los guijarros y los ríos permanecen en el exterior de la es
fera social y del juego de la intersubjetividad. En su existencia maquinal y
genérica corresponderían, quizás, a lo que nosotros llamamos "naturaleza".
Por consiguiente, ¿es legítimo continuar empleando este concepto para de
signar un segmento del mundo que, para los Achuar, es incomparablemente
más restringido que el nuestro? Por otra parte, en el pensamiento moderno,
la naturaleza solamente tiene sentido por oposición a las obras humanas, tan
to si a éstas las queremos llamar cultura como si las consideramos sociedad,
historia o espacio antropizado. Una cosmología en la que la mayor parte de
los animales y plantas están incluidos en una comunidad de personas con las
que comparten, total o parcialmente, facultades, comportamientos y códigos
morales ordinariamente atribuidos a los hombres no responde en modo al
guno a los criterios de tal oposición.
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Los Achuar no son un caso excepcional en el mundo amazónico. Algunos
centenares de kilómetros más al norte, por ejemplo, en la selva de la Colom bia
oriental, los Makuna presentan una versión todavía más radical de una teoría del
mundo decididamente no dualista (Århem 1996). Al igual que los Achuar, los
Makuna categorizan a humanos, plantas y animales como "gen tes" (masa) cuyos
principales atributos -la mortalidad, la vida social y cere monial, la intencionalidad,
el conocimiento- son absolutamente idénticos. En esta comunidad de seres vivos, las
distinciones internas se basan en los carac teres particulares que el origen mítico, los
regímenes alimentarios y los mo dos de reproducción confieren a cada clase de ser, y
no en la mayor o menor proximidad de tales clases al paradigma de realización que
ofrecerían los Makuna. La interacción entre los animales y los seres humanos se
concibe también en forma de una relación de alianza, aunque ligeramente diferente
del modelo achuar, puesto que el cazador trata su caza como un cónyuge potencial
y no como un cuñado. Las categorizaciones ontológicas son todavía más plásticas
que en los Achuar, debido a la facultad de metamorfosis que se reconoce a todos: los
humanos pueden convertirse en animales, los animales en humanos, y el animal de
una especie transformarse en animal de otra es pecie. Por tanto, la influencia
taxonómica sobre lo real es siempre relativa y contextual, y el trueque permanente
de las apariencias no permite atribuir identidades estables a los componentes vivos
del entorno.
En regiones forestales de las tierras bajas de América del Sur se han descri to muchas
cosmologías análogas. A pesar de sus diferencias, todas estas cosmologías tienen
una característica común: no establecen ninguna distin ción esencial y tajante entre
los humanos, por una parte, y un gran número de especies animales y vegetales, por
otra. La mayor parte de las entidades que pueblan el mundo están unidas unas a
otras en un vasto continuum ani mado por principios unitarios y gobernado por un
régimen idéntico de so ciabilidad. Por otro lado, las características atribuidas a estas
entidades de penden menos de una definición previa de su esencia que de las
posiciones relativas que ocupan unas respecto a otras en función de las exigencias
de su metabolismo y, especialmente, de su régimen alimentario. Lo que distingue a
una especie de otra es aquello de lo que se nutre y las especies que se la co men, la
comunidad cada vez diferente de aquellos con los que entabla com petencia en la
cadena trófica; en suma, una sociología de la predación mutua más que un catálogo
de rasgos intrínsecos. La identidad de los humanos, vi vos y muertos, de las plantas,
de los animales y de los espíritus es completa mente relacional y, por tanto, está
sujeta a mutaciones o a metamorfosis según los puntos de vista que se adopten, ya
que se considera que cada espe cie puede percibir a las otras según unos criterios y
necesidades propias. Este hiperrelativismo perceptivo da a las cosmologías
amazónicas un carácter de cididamente no antropocéntrico, en tanto que el punto de
vista de la huma nidad sobre el mundo no es el de una especie dominante que
subordina a 28
todas las demás a su propia reproducción, sino que es más bien el que podría 28/308
ción tajante entre naturaleza y sociedad, y que hacen prevalecer como princi
pio organizador la circulación de los flujos, de las identidades y de las sus
tancias entre entidades cuyas características dependen menos de una esencia
abstracta que de las posiciones relativas que ocupan unas respecto a otras.
Cuando se intenta calificar estos sistemas, es inevitable recordar una pala bra.
Una palabra sobre la que la antropología contemporánea ha corrido un velo
púdico quizá porque recuerda con demasiada crudeza los antiguos de bates
de esta disciplina sobre la cuestión del origen de las religiones y las su
puestas diferencias entre el pensamiento primitivo y el pensamiento científi
co. Esta palabra es animismo. Entre otras cosas, el animismo es la creencia de
que los seres "naturales" están dotados de un principio espiritual propio y
que, por tanto, es posible que los hombres establezcan con estas entidades
unas relaciones especiales: relaciones de protección, de seducción, de hostili
dad, de alianza o de intercambio de servicios.
Sobre el animismo así entendido, la antropología contemporánea ha mos
trado una enorme discreción, sin duda a causa del gran cambio de perspecti
va introducido por Claude Lévi-Strauss (1962b) en el análisis del totemismo.
Rehuyendo explicaciones psicologizantes, evolucionistas o utilitaristas que
intentaban dilucidar el nexo místico y participativo que, según se creía, exist
ía entre un grupo de filiación y la planta o el animal que le servía de epóni
mo, Lévi-Strauss demostró que el llamado totemismo no era más que una
lógica clasificatoria que utilizaba las discontinuidades empíricamente obser
vables entre las especies, con el fin de organizar un orden delimitador de las
unidades sociales.
Plantas y animales ofrecen un punto de apoyo al pensamiento clasificato
rio y, a causa de las cualidades sensibles contrastadas que su discontinuidad
morfológica y etológica exhibe espontáneamente, se convierten en signos
aptos para expresar metafóricamente las diferencias necesarias para la perpe
tuación de la organización clánica. Esta interpretación recobra la explicación
sociocéntrica que habían propuesto Durkheim y Mauss (1903) en su famoso
ensayo sobre las clasificaciones primitivas: no es la organización clánica la
que proporciona el modelo de la clasificación de los seres de cada medio, si no
que, por el contrario, serán las diferencias perceptibles entre éstos las que
servirán para conocer las diferencias entre los clanes.
Al resolver de una manera magistral la cuestión del totemismo, la demos tración
de Lévi-Strauss contribuyó a que se olvidara que la objetivación de los no
humanos por los humanos podía concebirse de otro modo que no fue ra
mediante un dispositivo clasificatorio. Ahora bien, el animismo es también una
forma de objetivación social de las entidades que nosotros denominamos
naturales, en tanto que confiere a tales entidades no solamente unas disposi
ciones antropocéntricas -es decir, la condición de persona, a menudo dotada de
palabra y poseedora de los afectos humanos-sino también unos atributos
sociales, la jerarquía de las posiciones, de los comportamientos basados en el 31
31/308
parentesco, el respeto hacia ciertas normas de conducta y la obediencia a códigos
éticos. Estos atributos sociales proceden del repertorio de cada cultu ra, que
caracterizará sus relaciones con los diversos segmentos del entorno en función de
los modos de sociabilidad localmente dominantes: los diferentes grados de
parentesco consanguíneo, el parentesco por alianza, la autoridad del jefe sobre un
grupo local o del hermano mayor sobre los menores, la amistad ritual, la hostilidad
codificada, etc.
En este sentido, el animismo puede ser visto no como un sistema de cate gorización
de las plantas y de los animales, sino como un sistema de catego rización de los tipos
de relaciones que los humanos mantienen con los no humanos. Los sistemas
anímicos tienen, pues, una simetría inversa a las cla sificaciones totémicas
entendidas en el sentido de Lévi-Strauss, en tanto que no utilizan las relaciones
diferenciales entre los no humanos para ordenar conceptualmente la sociedad, sino
que, por el contrario, se sirven de las cate gorías elementales que estructuran la vida
social para ordenar conceptual mente la relación de los hombres con las especies
vivas y, por derivación, las relaciones entre estas especies. En resumen, en los
sistemas totémicos, los no humanos son tratados como signos, y en los sistemas
anímicos, como el término de una relación.
Así entendidos, animismo y totemismo constituyen lo que a mí me gustar ía llamar
modos de identificación, es decir, maneras de definir las fronteras propias y ajenas.
Considerarlos como manifestaciones legítimas del intento de dar un sentido al
mundo suscitará, sin duda, dificultades de toda clase, especialmente a causa de
unos supuestos que derivan de nuestro propio mo do de identificación, es decir, del
naturalismo. El naturalismo es, simplemen te, la creencia de que la naturaleza existe.
Dicho de otro modo: ciertas enti dades deben su existencia y su desarrollo a un
principio extraño a los efectos de la voluntad humana. Típico de las cosmologías
occidentales desde Platón y Aristóteles, el naturalismo produce un campo
ontológico específico, un lu gar de orden y de necesidad en el que nada ocurre sin
una causa, tanto si esta causa se refiere a una instancia trascendente como si es
inmanente a la textu ra del mundo. En la medida en que el naturalismo es el
principio rector de nuestra propia cosmología y que impregna tanto nuestro sentido
común co mo nuestra práctica científica, se ha convertido para nosotros en un
supuesto en cierto modo "natural", que estructura nuestra epistemología y, especial
mente, nuestra percepción de los otros modos de identificación. Por con siguiente,
considerados desde un punto de vista naturalista, el totemismo y el animismo se
nos aparecen como representaciones intelectualmente intere santes, pero
fundamentalmente falsas, como si fueran simples ma nipulaciones simbólicas de este
campo específico de fenómenos que lla mamos "naturaleza". Sin embargo, si se
intenta hacer abstracción de este su puesto, constatamos que la existencia de la
naturaleza como un campo autó nomo ya no es un dato bruto de la experiencia,
como tampoco lo son los 32
animales que hablan o los vínculos de filiación entre los hombres y los gua 32/308
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35
35/308
36
36/308
PERSPECTIVISMO Y MULTINATURALISMO EN LA AMÉRICA INDÍGENA*1
modernas. Mientras que éstas se basan en la implicación mutua entre la uni cidad de
la naturaleza y la multiplicidad de las culturas -la primera garanti zada por la
universalidad objetiva de los cuerpos y de la sustancia, la segun da por la
particularidad subjetiva de los espíritus y del significado2-, la con cepción amerindia
supondría, por el contrario, una unidad del espíritu y una diversidad de los
cuerpos. La cultura o el sujeto serían aquí la forma de lo
universal; la naturaleza o el objeto, la forma de lo particular.
Esa inversión, quizá demasiado simétrica para ser algo más que una espe culación,
tiene que desarrollarse en una interpretación de las nociones cos mológicas
amerindias fenomenológicamente rica, capaz de determinar las condiciones de
constitución de los contextos que se podrían llamar "naturale za" y "cultura".
Recombinar, por tanto, para a continuación des sustancializar, pues las categorías de
Naturaleza y Cultura, en el pensamien to amerindio, no solo no tienen los mismos
contenidos, sino que tampoco
poseen el mismo estatuto de sus análogos occidentales; estas categorías no señalan
regiones del ser, sino configuraciones relacionales, perspectivas cambiantes, en
resumen, puntos de vista.
Como está claro, creo que la distinción naturaleza/cultura debe ser some tida a
crítica, pero no para concluir que tal cosa no existe (ya hay demasiadas cosas que no
existen). El "valor esencialmente metodológico" que Lévi Strauss (1962b:327) le
atribuyó será, aquí, entendido como un valor esencial mente comparativo. La
floreciente industria de la crítica al carácter occiden talizante de todo dualismo ha
propugnado el abandono de nuestra herencia
intelectual dicotómica; el problema es bien real, pero las contrapropuestas
motivadas etnológicamente se han reducido, hasta ahora, a aspiraciones
post-binarias más verbales que propiamente conceptuales. Prefiero, entretan to,
relativizar nuestras diferencias, comparándolas con las distinciones que
efectivamente operan en las cosmologías amerindias.
Perspectivismo
males de presa ven a los humanos como espíritus o como animales de predadores: "
El ser humano se ve a sí mismo como tal. La Luna, la serpiente, el jaguar y la madre
de la viruela lo ven, sin embargo, como un tapir o un pecarí, a los que ellos matan",
señala Baer (1994: 224) a propósito de los Ma chiguenga. Viéndonos como
no-humanos, es a sí mismos a quienes los ani males y los espíritus ven como
humanos. Ellos se aprehenden como antro pomorfos cuando están en sus propias
casas o aldeas y consideran sus pro pios hábitos y características como una especie
de cultura: ven su alimento como alimento humano (los jaguares ven la sangre como
cerveza de man dioca, los muertos ven a los grillos como peces, los urubús ven a los
gusanos de la carne podrida como pescado asado, etc.), sus atributos corporales
(pela je, plumas, garras, picos) como adornos o instrumentos culturales, su sistema
social como organizado idénticamente a las instituciones humanas (con jefes,
chamanes, ritos, reglas matrimoniales, etc.). Ese "ver como" se refiere literal mente a
los perceptos y no analógicamente a los conceptos, pese a que, en algunos casos, el
énfasis caiga más en el aspecto categorial del fenómeno que en el sensorial; de
cualquier modo, los chamanes, maestros del esquematis mo cósmico (Taussig
1987:462-63) dedicados a comunicar y regular las pers pectivas que solo ellos
atraviesan, están siempre ahí para transformar en sen sibles los conceptos o en
inteligibles las intuiciones.
En resumen, los animales son gente, o se ven como personas. Esta concep ción está
casi siempre asociada a la idea de que la forma material de cada especie es un
envoltorio (una "ropa") que esconde una forma interna huma na, normalmente
visible tan solo a los ojos de la propia especie o de ciertos seres transespecíficos,
como los chamanes3. Esa forma interna es el espíritu del animal: una intencionalidad
o subjetividad formalmente idéntica a la conciencia humana, materializable, por
decirlo así, en un esquema corporal humano, oculto bajo la máscara animal.
Tendríamos entonces, a primera vis ta, una distinción entre una esencia
antropomorfa de tipo espiritual, común a los seres animados, y una apariencia
corporal variable, propia de cada espe cie; esta apariencia no sería un atributo fijo,
sino una "ropa" intercambiable y desechable. En efecto, la noción de "ropa" es una
de las expresiones privile giadas de metamorfosis (espíritus, muertos y chamanes que
asumen formas animales, bestias que se transforman en otras bestias, humanos que
inadver tidamente son convertidos en animales), proceso omnipresente en el
"mundo altamente transformacional" (Rivière 1994) de las culturas amazónicas4.
Esas concepciones son consignadas en varias etnografías suramericanas, pero, en
general, han sido objeto de referencias breves y parecen estar muy desigualmente
elaboradas en las cosmologías estudiadas5. También se en cuentran, y con un valor
quizá todavía más definido, en las culturas de la zona septentrional de América del
Norte y Asia, y más raramente entre algu nos pueblos cazadores-recolectores
tropicales de otros continentes6. En Amé rica del Sur, las sociedades del noroeste
amazónico ofrecen un desarrollo más 39
completo (ver Århem 1993 y 1996, al que se debe en buena parte la caracteri 39/308
40/308
dio, es la de un estado originario de indiferenciación entre humanos y anima les,
descrito por la mitología:
Las narraciones míticas están pobladas de seres cuya forma, nombre y com
portamiento mezclan inextricablemente atributos humanos y no-humanos, en un
contexto común de intercomunicabilidad idéntico al que define el mundo
intra-humano actual. El perspectivismo amerindio tiene, pues, en el mito su lugar
geométrico, por así decir, donde la diferencia entre puntos de vista es al mismo
tiempo anulada y exacerbada. En ese discurso absoluto, cada especie de ser aparece
a los otros seres como se aparece a sí misma -
como humana- y al mismo tiempo se comporta manifestando ya su naturale za
distintiva y definitiva de animal, planta o espíritu. En cierto modo, todos los
personajes que pueblan la mitología son chamanes, lo cual, de hecho, es afirmado
por algunas culturas amazónicas (Guss 1989: 52). Discurso sin suje to, dijo
Lévi-Strauss del mito (1964:19); discurso "sólo sujeto" podríamos igualmente decir,
hablando no de la enunciación del discurso, sino de su enunciado. El mito, punto de
partida universal del perspectivismo, habla de un estado del ser en el que los
cuerpos y los nombres, las almas y las accio nes, el yo y el otro se interpenetran,
sumergidos en un mismo medio pre subjetivo y pre-objetivo. Medio cuyo fin,
justamente, la mitología se propone contar.
Este fin, también en el sentido de finalidad, es, como sabemos, la diferen ciación
entre cultura y naturaleza analizada en la monumental tetralogía de Lévi-Strauss
(1964, 1966, 1967, 1971). Sin embargo -y esto ha sido relativa mente poco destacado-,
este proceso no nos informa de una diferenciación de lo humano a partir de lo
animal, como es el caso en nuestra mitología evolu cionista moderna. La condición
original común a humanos y animales no es la animalidad, sino la humanidad. En la gran
división mítica, no es tanto la cultura la que se aparta de la naturaleza como ésta la
que se aleja de aquélla: los mi tos cuentan cómo los animales perdieron los atributos
heredados o manteni dos por los humanos (Lévi-Strauss 1985: 14,190; Brightman
1993: 40,160). Los humanos son los que continuaron iguales a sí mismos: los
animales son ex humanos, y no los humanos ex-animales10.
En algunas etnografías amazónicas se encuentra claramente formulada la idea de
que la humanidad es la materia del plenum primordial, o la forma original de
prácticamente todo, no sólo de los animales:
La mitología de los Campa es, en gran medida, la historia de cómo, uno a uno, los 41
Campa fueron irreversiblemente transformados en los primeros representantes de 41/308
Chamanismo
42/308
ras corporales y adoptar la perspectiva de subjetividades alo-especificas, con
miras a dirigir las relaciones entre éstas y los humanos. Viendo a los seres no
humanos como éstos se ven (como humanos), los chamanes son capaces de
asumir el papel de interlocutores activos en el diálogo transespecífico;
además, son capaces de volver para contar la historia, algo que los legos difí
cilmente pueden hacer. El encuentro o el intercambio de perspectivas es un
proceso peligroso y tiene mucho de arte política, es decir, de diplomacia. Si el
"multiculturalismo" occidental es el relativismo como política pública, el
perspectivismo chamánico amerindio es el multinaturalismo como política
cósmica.
El chamanismo es un modo de actuar que implica un modo de conocer, un
cierto ideal de conocimiento. Ese ideal se encuentra por varias razones en el
polo opuesto de la epistemología objetivista favorecida por la modernidad
occidental. En esta última, la categoría del objeto nos proporciona el telos:
conocer es objetivar; es poder distinguir en el objeto lo que le es intrínseco de
lo que pertenece al sujeto cognoscente, y que, como tal, fue indebida y/o ine
vitablemente proyectado en el objeto. Conocer, así, es des-subjetivizar, expli
citar la parte del sujeto presente en el objeto, de modo que se pueda reducir a
un mínimo ideal. Los sujetos, igual que los objetos, son vistos como resultan
tes de procesos de objetivación; el sujeto se constituye o reconoce a sí mismo
en los objetos que produce y se conoce objetivamente cuando consigue verse
"desde fuera", como un "eso". Nuestro juego epistemológico se llama objeti
vación; lo que no fue objetivado permanece irreal y abstracto. La forma del
Otro es la cosa.
El chamanismo amerindio parece guiado por el ideal inverso. Conocer es
personificar, tomar el punto de vista de aquellos que deben ser conocidos -de
aquello, o mejor, de aquél; pues el conocimiento chamánico se dirige a un
"algo" que es en verdad un "alguién", otro sujeto o agente. La forma del Otro
es la persona15.
Para usar un vocabulario en boga, diría que la personificación o subje
tivación chamánicas reflejan una propensión a universalizar la "actitud inten
cional" destacada por Dennett (1978) y otros filósofos modernos de la mente
(o filósofos de la mente moderna). Para ser más preciso -dado que los indíge
nas son perfectamente capaces de adoptar las actitudes "física" y "funcional"
(op. cit.) en su vida cotidiana- diría que estamos ante un ideal epistemológico
que, lejos de intentar reducir a cero la "intencionalidad ambiente" a fin de
llegar a una representación absolutamente objetiva del mundo, toma la deci
sión opuesta: el conocimiento verdadero tiene como meta la revelación de un
máximo de intencionalidad, a través de un proceso sistemático y deliberado
de "abducción de la agencia (agency)"(Gell 1998)* .
Antes dije que el chamanismo es un arte política. Ahora digo que es que es un arte
política16. Pues la buena interpretación chamánica es aquella que con sigue ver
que cada acontecimiento es, en realidad, una acción, una expresión 43
43/308
de estados o atributos intencionales de algún agente (ibíd.:16-18). El éxito
interpretativo es directamente proporcional al orden de intencionalidad que
se consigue atribuir al objeto o noema17. Un ente o un estado de cosas que no
se presta a la subjetivación, o sea, a la determinación de su relación social con
el sujeto cognoscente, es chamanísticamente insignificante, es un residuo
epistémico, un "factor impersonal", resistente al conocimiento preciso. Huel
ga decir que nuestra epistemología objetivista toma el camino opuesto: con
sidera la actitud intencional del sentido común como una mera ficción
cómoda, algo que adoptamos cuando el comportamiento del objeto de cono
cimiento es demasiado complicado para ser descompuesto en procesos físi
cos elementales. Una explicación científica exhaustiva del mundo debe poder
reducir toda acción a una cadena de eventos causales y estos, a interacciones
materialmente densas (nada de "acción" a distancia).
En definitiva, si en el mundo naturalista de la modernidad un sujeto es un
objeto insuficientemente analizado, la convención interpretativa amerindia
sigue el principio inverso: un objeto es un sujeto incompletamente interpre
tado. Para esta última, es preciso saber personificar, porque es preciso perso
nificar para saber. El objeto de la interpretación es la contra-interpretación del
objeto18. Pues éste debe o ser expandido hasta alcanzar su plena forma
intencional -de espíritu, de animal en su cara humana- o, como mínimo,
haber demostrado su relación con un sujeto, es decir, ser determinado como
algo que existe "en la proximidad" de un agente (Gell op. cit.). En lo que res
pecta a esta segunda opción, la idea de que los agentes no-humanos se perci
ben a sí mismos y su comportamiento bajo la forma de la cultura humana
desempeña un papel crucial. La traducción de la "cultura" para los mundos
de las subjetividades extra-humanas tiene como corolario la redefinición de
varios eventos y objetos "naturales" como indicios a partir de los cuales la
agencia social puede ser abducida. El caso más común es el de la transforma
ción de algo que, para los humanos, es un mero hecho sin más, en bruto, en
un invento artificial o comportamiento muy civilizado desde el punto de vis
ta de otra especie: lo que llamamos "sangre" es la "cerveza" del jaguar, lo que
tenemos por un barrizal es para los tapires una gran casa ceremonial, etc. Los
objetos artificiales poseen una ontología ambigua que no carece de interés:
son objetos, pero apuntan necesariamente a un sujeto, pues son como accio
nes congeladas, encarnaciones materiales de una intencionalidad no-material
(Gell 1998: 16-18, 67). Y así, lo que unos llaman "naturaleza" bien puede ser la
"cultura" de los otros. He aquí una lección que la antropología podría apro
vechar19.
Animismo
44/308
el modo de articulación de las series natural y social que sería simétrico e
inverso al totemismo. Afirmando que toda conceptualización de los no
humanos se refiere siempre al ámbito social, Descola distingue tres modos de
"objetivación de la naturaleza": el totemismo, donde las diferencias entre las
especies naturales sirven para organizar lógicamente el orden interno de la
sociedad, esto es, donde la relación entre naturaleza y cultura es de tipo me
tafórico y está marcada por la discontinuidad intra e interserial; el animismo,
donde las "categorías elementales de vida social" organizan las relaciones
entre los humanos y las especies naturales, definiendo así una continuidad de
tipo sociomórfico entre naturaleza y cultura basada en la atribución de "dis
posiciones humanas y características sociales a los seres naturales" (id.
1996:87-88); y el naturalismo, típico de las cosmologías occidentales, que su
pone una dualidad ontológica entre naturaleza -ámbito de la necesidad- y
cultura -ámbito de la espontaneidad-, regiones separadas por una disconti
nuidad metonímica. El "modo anímico" sería característico de las sociedades
en las que el animal es el "centro estratégico de la objetivación de la naturale
za y de su socialización" (id.1992:115), como en la América indígena, donde
reina soberano en las morfologías sociales desprovistas de segmentación in
terna elaborada. Pero este "modo anímico" se puede presentar en coexistencia
o combinación con el totemismo, donde sí existen esas segmentaciones, como
en el caso de los Bororo y su dualismo aroe/bope (Crocker 1985). La teoría de
Descola es un ejemplo más de la insatisfacción generalizada con el énfasis
unilateral en la metáfora, en el totemismo y en la lógica clasifi catoria que
marcaría la imagen lévi-straussiana del pensamiento salvaje. Esta
insatisfacción ha suscitado recientemente varias tentativas de exploración de
la cara oculta de la luna estructuralista que trataban de rescatar el sentido
radical de conceptos como "participación" y "animismo", apartados por el
intelectualismo de Lévi-Strauss20. No obstante, está claro que muchas de las
propuestas de Descola (como él sería el primero en admitir) ya estaban pre
sentes en la obra de aquel autor. Así, las "categorías elementales de estructu
ración de la vida social" que organizan las relaciones entre humanos y no
humanos son esencialmente, en los casos amazónicos discutidos por Descola,
las categorías del parentesco y, en particular, las categorías de la consangui
nidad y de la afinidad. Ahora bien, en El Pensamiento Salvaje podemos leer la
siguiente observación:
47/308
Entre las cuestiones que quedan por resolver está la de saber si el animis
mo puede describirse como un uso figurado de las categorías del ámbito
humano-social para conceptualizar el ámbito de los no-humanos y sus rela
ciones con el primero. Esto obliga a indagar hasta qué punto el perspectivis
mo, que podría considerarse como una especie de corolario del "animismo"
de Descola, expresa realmente un antropo-centrismo. ¿Qué significa, al fin y
al cabo, decir que los animales son personas?
Otra cuestión: si el animismo consiste en atribuir a los animales las mis mas
facultades sensibles de los hombres y una misma forma de subjetividad, es
decir, si los animales son "esencialmente" humanos, ¿cuál es entonces la
diferencia entre los humanos y los animales? Si los animales son gente, ¿por
qué no nos ven como gente? ¿Por qué, justamente, el perspectivismo? Cabe
también preguntar si la noción de formas corporales contingentes (la "ropa")
puede explicarse, de hecho, en términos de una oposición entre apariencia y
esencia (Descola 1986:120; Århem 1993:122; Rivière 1994; S. Hugh-Jones
1996).
Por último, si el animismo es un modo de objetivación de la naturaleza en
el que el dualismo naturaleza/cultura no está en vigor, ¿qué hacer con las
abundantes indicaciones de la centralidad de esta oposición en las cosmolog
ías suramericanas? ¿Se trataría sólo de otra "ilusión totémica", cuando no de
una proyección ingenua de nuestro dualismo occidental? ¿Es posible hacer
un uso de los conceptos de Naturaleza y Cultura que fuera algo más que
sinóptico, o estos serían solo "etiquetas genéricas" (Descola 1996:84) emplea
das en las Mitológicas para organizar los múltiples contrastes semánticos de
los mitos americanos, irreductibles a una dicotomía única y fundamental?
Etnocentrismo
48/308
Lévi-Strauss extrae de esta parábola una lección paradójica: "El bárbaro es, más que
nada, el hombre que cree en la existencia de la barbarie". Algunos años más tarde,
volvería a contar la anécdota de las Antillas, pero subra yando la asimetría de las
perspectivas: en sus investigaciones sobre la huma nidad del Otro, los blancos
recurrían a las ciencias sociales; los indígenas, a las ciencias naturales; y si los
primeros llegaban a la conclusión de que los indígenas eran animales, los segundos
se contentaban con desconfiar de que los blancos fuesen divinidades (id.l955a:
82-83). "À ignorance égale", concluía el autor, la última actitud era más digna de seres
humanos.
La anécdota revela algo más, como veremos. Por ahora, observemos que su "tema"
general es simple: los indígenas, igual que los invasores europeos, consideraban que
solo el grupo al que pertenecían encarnaba la humanidad; los extranjeros estaban al
otro lado de la frontera que separa a los humanos de los animales y espíritus, la
cultura de la naturaleza y la sobrenaturaleza. La oposición naturaleza /cultura,
origen y condición de la posibilidad de et nocentrismo, aparece como un universal
de la apercepción social. En resu
men, la respuesta a la pregunta de los investigadores españoles era afirmati va: los
salvajes, realmente, tienen alma26.
En el tiempo en que Lévi-Strauss escribía esas líneas, la estrategia para hacer valer la
plena humanidad de los salvajes, y así hacerlos indistinguibles de nosotros, era
mostrar que ellos hacían las mismas distinciones que noso tros: la prueba de que
ellos eran verdaderos humanos es que consideraban que sólo ellos eran humanos
verdaderos. Como nosotros, ellos distinguían la cultura de la naturaleza, y también
creían que los Naturvölker son los otros. La universalidad de la distinción cultural
entre naturaleza y cultura atesti
guaba la universalidad de la Cultura como Naturaleza de lo humano. Ahora, sin
embargo, todo ha cambiado. Los salvajes ya no son etnocén tricos, sino
cosmocéntricos; en lugar de tener que probar nosotros que ellos son humanos
porque se distinguen de los animales, ahora se trata de probar cuan poco humanos
somos nosotros que oponemos humanos a no-humanos de un modo que ellos nunca
hicieron: para ellos, naturaleza y cultura son parte de un mismo campo
socio-cósmico. Los amerindios no sólo pasarían de largo del Gran Divisor cartesiano
que separó la humanidad de la animalidad, sino que su concepción social del
cosmos (y cósmica de la sociedad) antici paría las lecciones fundamentales de la
ecología, que solo ahora estamos en condiciones de asimilar (Reicher-Dolmatoff
1976; Wagner 1977). Antes se ironizaba sobre el rechazo de los indígenas a conceder
los atributos de humanidad a otros hombres; ahora se subraya que ellos extienden
tales atri butos mucho más allá de las fronteras de la especie, en una demostración
de sabiduría "ecosófica" (Århem 1993) que debemos imitar en la medida en que lo
permitan los límites de nuestro objetivismo27. En otras épocas, era necesa rio rebatir
la asimilación del pensamiento salvaje al animismo narcisista, es tadio infantil del
naturalismo, mostrando que el totemismo afirmaba la dis 49
tinción cognitiva entre el hombre y la naturaleza. En la actualidad, el ani 49/308
mismo es de nuevo imputado a los salvajes, pero ahora es proclamado (no por
Descola, me apresuro a subrayar) como reconocimiento verdadero, o al menos
"válido", del mestizaje universal entre sujetos y objetos, humanos y no-humanos, al
cual nosotros, los hombres modernos, siempre estuvimos ciegos, por culpa de
nuestro estúpido, por no decir pecaminoso, hábito de pensar por medio de
dicotomías. De la hybris moderna, sálvennos, pues, los híbridos primitivos y
postmodernos.
Dos antinomias, por tanto, que son de hecho solo una: o los amerindios son
etnocéntricamente avaros en la extensión de su concepto de humanidad, y oponen
totémicamente naturaleza y cultura; o son cosmocéntricos y aními cos y no
reconocen tal distinción, siendo incluso modelos de tolerancia rela tivista al admitir
la multiplicidad de puntos de vista sobre el mundo. En re sumen: ¿encierro en sí o
"apertura al Otro" (Lévi-Strauss 1991:16)?
Creo que la solución a estas antinomias no está en escoger una opción sos teniendo,
por ejemplo, que la más reciente es la correcta y relegando la otra a las tinieblas
pre-pos-modernas. Se trata más bien de mostrar que tanto la te sis como la antítesis
son razonables (ambas corresponden a intuiciones et nográficas sólidas), pero
aprehenden los mismos fenómenos bajo aspectos distintos; y también de mostrar
que ambas son imprecisas, pues presuponen una concepción sustantivista de las
categorías de naturaleza y cultura (sea para afirmarlas o para negarlas) inaplicable a
las cosmologías amerindias.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que las palabras indígenas que se
traducen habitualmente por "ser humano" y que entran en la composición de tales
autodesignaciones etnocéntricas, no denotan la humanidad como especie natural,
sino la condición social de persona, y cuando son modifica
das por intensificadores del tipo "de verdad", "realmente", "genuinos", fun cionan,
pragmática cuando no sintácticamente, más aún como pronombres que como
sustantivos. Indican la posición de sujeto: son un marcador de la enunciación, no un
nombre. Lejos de ser el resultado de un proceso de res tricción semántica que
consistiría en tomar un nombre común como si fuera un nombre propio (o sea,
tomando "gente" como nombre de la tribu), esas palabras hacen lo opuesto, yendo
del sustantivo al pronombre (usando "gen te" como en la expresión pronominal la
gente)*. Por eso, las categorías indí genas de identidad colectiva muestran la gran
variabilidad de ámbito refe rencial característica de los pronombres, designando
desde los parientes próximos de un Ego hasta todos los humanos o todos los seres
dotados de conciencia; su condensación en un nombre etnónimo parece ser, en la
mayor ía de los casos, un equívoco producido en el contexto de la interacción con el
etnógrafo. Tampoco es casualidad que la mayoría de los etnónimos amerin dios que
han pasado a la literatura no sean autodesignaciones, sino nombres (frecuentemente
peyorativos) dados por otros pueblos: la objetivación et nonímica incide
primordialmente en los otros, no sobre quien está en la posi ción de sujeto (ver
Urban 1996:32-44). Los etnónimos son nombres de terce 50
ros, pertenecen a la categoría de "ellos", no a la categoría de "nosotros"28. Esto 50/308
51/308
dos metafóricamente, o sea, impropiamente, sobre los no-humanos. Esos
atributos son inmanentes al punto de vista y se mueven con él. El ser huma
no, naturalmente, goza de la misma prerrogativa, y por lo tanto, como dice la
engañosa tautología de Baer (ver supra), "se ve a sí mismo como tal".
Dejémoslo claro: los animales y otros entes dotados de alma no son sujetos
porque son humanos (disfrazados), sino al contrario: son humanos porque
son sujetos (potenciales). Esto equivale a decir que la Cultura es la naturaleza
del Sujeto; es la forma por la cual todo agente experimenta su propia natura
leza. El animismo no es una proyección figurada de las cualidades humanas
sustantivas sobre los no-humanos; lo que expresa es una equivalencia real
entre las relaciones que humanos y no-humanos mantienen consigo mismos:
los lobos ven a los lobos como los humanos ven a los humanos, es decir, co
mo humanos. Claro que el hombre puede ser un "lobo para el hombre"; pero
en otro sentido, el lobo es un hombre para el lobo. Puesto que si, como he
sugerido antes, la condición común a humanos y animales es la humanidad,
no la animalidad, es porque humanidad es el nombre de la forma general del
Sujeto.
A la atribución de conciencia e intencionalidad de tipo humano (para no
hablar de la forma corporal y de los hábitos culturales) a los seres no huma
nos se le suele llamar "antropocentrismo" o "antropomorfismo" indis
tintamente. Creo, sin embargo, que debe entenderse que estas dos etiquetas
designan actitudes cosmológicas antagónicas. El evolucionismo popular oc
cidental, por ejemplo, es ferozmente antropocéntrico, pero no me parece que
sea particularmente antropomórfico. Por otro lado, el animismo indígena se
puede calificar de antropomórfico, pero, desde luego, no de antropocéntrico.
Pues si una legión de seres diferentes a los humanos son "humanos", enton
ces nosotros, los humanos, no somos tan especiales. El viejo narcisismo pri
mitivo es una habladuría. Para encontrar un verdadero caso de narcisismo, es
necesario ir a los modernos. Al joven Marx, por ejemplo, que escribió so bre el
"hombre" (es decir, el Homo sapiens) lo siguiente:
Sea lo que fuere lo que Marx quisiese decir con esta proposición de que el
hombre "produce umversalmente", lo interpreto como si afirmase que el 52
52/308
hombre es un animal universal: una idea interesante. (Si el hombre es el ani
mal universal, entonces las demás especies animales ¿son, cada una, huma
nidades particulares?). Aunque eso parezca coincidir con la noción amerin dia
de que la humanidad es la forma universal de la acción [agency], el juicio
de Marx es, en realidad, su inversión absoluta. Él dice que los humanos pue
den ser cualquier animal, que tenemos más Ser que cualquier otra especie;
los indígenas, al contrario, dicen que cualquier animal puede ser humano,
que en un animal hay más Ser de lo que parece. El Hombre es un animal uni
versal en dos sentidos totalmente diferentes: la universalidad es antropocén
trica en el caso de Marx y antropomórfica en el caso indígena. He afirmado
antes que se debe entender que el animismo manifiesta la equivalencia lógica
de las relaciones reflexivas que cada especie, incluida la humana, tiene
consigo misma. Consideremos este párrafo de Marie Françoise Guédon sobre
la cosmología de los Tsimshian de la Costa No roeste:
De acuerdo con los mitos principales, el mundo, para el ser humano, tiene el as
pecto de una comunidad humana rodeada por un ámbito espiritual que incluye un
reino animal donde todos los seres viven de acuerdo con sus características e inter
fieren en la vida de los otros seres. Con todo, si nos transformásemos en un animal
-en un salmón, por ejemplo-, descubriríamos que la gente salmón es, para sí mis
ma, lo que los seres humanos son para nosotros y que, para los salmones, los
humanos aparecemos como naxnoq [espíritus], o tal vez como osos devoradores de
salmones. Ese proceso de traducción atraviesa varios niveles. Así, por ejemplo, las
hojas del algodonero que caen en el río Skeena son el salmón de la gente salmón.
No sé lo que los salmones serían para las hojas, pero sospecho que éstas los ven
como los salmones nos ven a nosotros (1984:141).
Por lo tanto, si los salmones parecen a los salmones lo que los humanos pare
cen a los humanos -y esto es el animismo-, los salmones no parecen humanos
a los humanos, ni los humanos a los salmones, y esto es el perspectivismo.
Pero entonces, quizá el animismo y el perspectivismo tengan una relación
más profunda con el totemismo que la prevista en el modelo de Descola. ¿Por
qué los animales (u otros seres no-humanos) se ven como humanos?
Precisamente, sugiero, porque los humanos los ven como animales, viéndose a sí
mismos como humanos. Los pecaríes no se pueden ver como pecaríes (ni,
quizás, especular que los humanos y otros seres son pecaríes bajo sus ropas
específicas) porque así es como los ven los humanos. Si los humanos se ven
como humanos y son vistos como no-humanos (como animales o espíritus) por
los no-humanos, entonces los animales tienen que verse necesariamente como
humanos. Esa torsión asimétrica del animismo perspectivista ofrece un contraste
interesante con la simetría que muestra el totemismo. En el primer caso, una
correlación de identidades reflexivas (un humano es para sí mismo 53
53/308
como un determinado animal para sí mismo) sirve de sustrato a la relación entre la
serie humana y la serie animal; en el segundo, una correlación de diferencias (un
humano difiere de otro humano como un animal de otro animal) articula estas dos
series. Una correlación de diferencias produce una estructura simétrica y reversible,
mientras que una correlación de identida
des produce la estructura asimétrica y pseudoproyectiva del animismo. Esto ocurre,
creo, porque lo que el animismo afirma, después de todo, no es tanto la idea de que
los animales son semejantes a los humanos, sino la de que ellos - como nosotros- son
diferentes de sí mismos: la diferencia es interna o intensiva, no externa o extensiva. Si
todos tienen alma, nadie es idéntico a sí mismo. Si todo puede ser humano, nada es
humano inequívocamente. La humanidad de fondo vuelve problemática la
humanidad de forma.
Multinaturalismo
La idea de un mundo en el que existe una multiplicidad de posiciones subje tivas nos
lleva a pensar en la noción de relativismo. Y de hecho, en las des cripciones de las
cosmologías amerindias son frecuentes las menciones direc tas o indirectas al
relativismo. Tomemos, por ejemplo, este juicio de Kaj
Århem, etnógrafo de los Makuna. Tras haber descrito minuciosamente el universo
perspectivista de este pueblo del Noroeste amazónico, Århem con cluye: la noción
de múltiples puntos de vista sobre la realidad implica que, en lo que respecta a los
Makuna, "cualquier perspectiva es igualmente válida y verdadera", y que "no existe una
representación verdadera y correcta del mun do"(1993:124; la cursiva es mía).
Århem tiene razón, por cierto; pero sólo en cierto sentido. Pues es muy probable
que, en lo que respecta a los humanos, los Makuna dirían, muy al contrario, que sólo
existe una representación del mundo verdadera y justa. Si empezáramos a ver, por
ejemplo, a los gusanos que infestan un cadáver co
mo peces asados, como les pasa a los urubús, sólo podríamos llegar a la con clusión
de que algo anda mal en nosotros. Pues eso significaría que nos está bamos
transformando en urubús, lo que no consta normalmente en los pla nes de nadie: es,
como mínimo, un síntoma de enfermedad. Las perspectivas
se tienen que mantener separadas. Sólo los chamanes, que son como andró ginos en
cuanto a la especie, pueden hacerlas comunicar, y eso en condicio nes especiales y
controladas33.
Pero aquí se plantea una cuestión mucho más importante. ¿La teoría pes pectivista
amerindia supone efectivamente una multiplicidad de repre sentaciones sobre el
mismo mundo, como afirma Århem? Basta considerar lo que dicen las etnografías
para ver que lo que ocurre es exactamente lo con trario: todos los seres ven
("representan") el mundo de la misma manera, lo que cambia es el mundo que ellos
ven. Los animales utilizan las mismas cate 54
gorías y valores que los humanos: sus mundos, como el nuestro, giran en 54/308
rindios reconocen una uniformidad básica de los cuerpos- sino a los afectos,
inclinaciones o capacidades que singularizan cada tipo de cuerpo; lo que éste
come, cómo se mueve, cómo se comunica, dónde vive, si es gregario o solita
rio... La morfología corporal es un signo poderoso de estas diferencias de
inclinaciones, aunque puede ser engañosa pues una figura de humano, por
ejemplo, puede estar ocultando un afecto-jaguar. Lo que estoy llamando
cuerpo, por lo tanto, no es sinónimo de fisiología distintiva o de anatomía
característica, sino un conjunto de maneras o modos de ser que constituyen
un habitus. Entre la subjetividad formal de las almas y la materialidad sustan
cial de los organismos, existe ese plano central que es el cuerpo como haz de
inclinaciones y capacidades, y que es el origen de las perspectivas. Lejos del
esencialismo espiritual del relativismo, el perspectivismo es un manierismo
corporal.
La diferencia de los cuerpos, entretanto, solo es aprehensible desde un
punto de vista exterior, para los otros, ya que para sí mismo cada tipo de ser
tiene la misma forma (la forma genérica de lo humano): los cuerpos son el
modo por el cual la alteridad es aprehendida como tal. En condiciones nor
males, no vemos a los animales como gente ni ellos a nosotros porque nues
tros cuerpos respectivos y relativos son diferentes. Así, si la Cultura es la
perspectiva reflexiva del agente objetivada en el concepto de alma, se puede
decir que la Naturaleza es el punto de vista del agente sobre los otros cuer
pos-inclinaciones; en otros términos, si la Cultura es la naturaleza del Sujeto,
la Naturaleza es la forma del Otro en tanto que cuerpo, es decir, en tanto que algo
para los otros. La cultura tiene la forma del pronombre sujeto "yo"; la natura
leza es la forma por excelencia de la "no-persona", o del objeto, indicada por
el pronombre "él" con valor impersonal (Benveniste 1966: 256). Si, para los
amerindios, lo que marca la diferencia es el cuerpo, se com prende, al fin, por
qué los métodos españoles y antillanos de averiguar la humanidad del otro,
en la anécdota que contaba Lévi-Strauss, mostraban tal asimetría. Para los
europeos, se trataba de decidir si los otros tenían alma; para los indígenas, de
saber qué tipo de cuerpo tenían los otros. Para los eu ropeos, el plano donde
radica la diferencia de perspectiva es el alma (¿los indígenas son hombres o
animales?); para los indígenas, es el cuerpo (¿los europeos son hombres o
espíritus?). Los europeos no dudaban de que los indígenas tuviesen cuerpo:
los animales también lo tienen; los indígenas no se cuestionaban que los
europeos tuviesen alma: los animales también la tie nen. Lo que los indígenas
querían saber era si el cuerpo de aquellas "almas" era capaz de las mismas
inclinaciones y maneras que los suyos: si era un cuerpo humano o un cuerpo
de espíritu, proteiforme, y no sujeto a la putre facción. En definitiva, el
etnocentrismo europeo consiste en negar que los otros cuerpos tengan la
misma alma: el amerindio, en dudar que las otras almas tengan el mismo
cuerpo.
56
56/308
El estatuto de lo humano en la tradición occidental es, como subrayó In
gold (1994,1996), esencialmente ambiguo: por un lado, la humanidad (haman
kind) es una especie animal entre otras, y la animalidad es un ámbito que in
cluye a los humanos; por otro, la Humanidad (humanity) es una condición
moral que excluye a los animales. Estos dos estatutos cohabitan en el concep
to problemático y disyuntivo de "naturaleza humana"35. Dicho de otra forma,
nuestra cosmología imagina una continuidad física y una discontinuidad
metafísica entre los humanos y los animales, la primera haciendo del hombre
objeto de las ciencias de la naturaleza; la segunda, de las ciencias de la cultu
ra. El espíritu es nuestro gran diferenciador: es lo que sitúa a los humanos
por encima de los animales y de la materia en general, lo que singulariza a
cada humano individual ante sus semejantes, lo que distingue a las culturas o
períodos históricos en cuanto "conciencias colectivas" o "espíritus de la
época". El cuerpo, al contrario, es el gran integrador, el vehículo de la "parti
cipación moderna": lo que nos conecta al resto de los seres vivos, unidos to
dos por un sustrato universal (el ADN, la química del carbono, etc.) que, a su
vez, remite a la naturaleza última de todos los "cuerpos" materiales36. Los
amerindios, en contrapartida, imaginan una continuidad metafísica y una
discontinuidad física entre los seres del cosmos; la primera da lugar al ani
mismo -la "participación primitiva"-; la segunda, al perspectivismo. El espíri
tu, que no es aquí sustancia inmaterial sino forma reflexiva, es lo que integra;
el cuerpo, que no es sustancia material sino inclinación activa, lo que diferen
cia.
El perspectivismo no es un relativismo, sino un relacionalismo. Veamos ahora
otra mención al supuesto relativismo amazónico: la de Renard-Casevitz
(1991) en su libro sobre la mitología machiguenga. Comentando un mito en
el que los protagonistas humanos visitan diversas aldeas habitadas por gen
tes extrañas que llaman "pez", "agutí", o "guacamayo" (comida humana) a las
serpientes, murciélagos o bolas de fuego de que se alimentan, la autora se da
cuenta de que el perspectivismo indígena no es exactamente un relativismo
cultural:
57/308
lugar ocupado explica cómo A puede ser al mismo tiempo pescado para X y ser piente para Y
(op. cit.: 29).
hay en los de "mi madre" o "tu hermano". El mundo real de las diferentes
especies depende de sus puntos de vista, porque el "mundo" está compuesto
de diferentes especies, es el espacio abstracto de divergencia entre ellas en
cuanto puntos de vista: no hay puntos de vista sobre las cosas, son las cosas y
los seres los que son puntos de vista (Deleuze 1988: 203). La cuestión aquí,
por lo tanto, no es saber "cómo ven el mundo los monos" (Cheney y Seyfarth
1990), sino qué mundo se expresa a través de los monos, de qué mundo son
ellos el punto de vista.
Imaginemos que todas las "sustancias" que pueblan los mundos ame
rindios sean de ese tipo. Supongamos que, así como dos individuos son her
manos porque tienen los mismos padres, fuesen coespecíficos porque tienen
el mismo pez, la misma serpiente, la misma canoa, etc. Entenderemos, enton
ces, por qué es tan frecuente en las cosmologías amazónicas relacionar por
afinidad a los animales con los humanos. La sangre de los humanos es la cer
veza de mandioca del jaguar exactamente igual que mi hermana es la esposa
de mi cuñado, y por las mismas razones. Los numerosos mitos amerindios
que ponen en escena casamientos interespecíficos, describiendo minuciosa
mente las difíciles relaciones entre los yernos o cuñados humanos y sus sue
gros o cuñados animales, no hacen otra cosa que combinar las dos analogías
en una sola. Vemos así cómo el perspectivismo tiene una relación estrecha
con el intercambio. No sólo puede ser tomado como una modalidad de inter
cambio (la "reciprocidad de perspectivas" de nuestro epígrafe) sino que el
intercambio mismo debe ser definido en estos términos, como intercambio de
perspectivas (Strathern 1988, 1992a, b).
Tendríamos, así, una ontología íntegramente relacional en la cual las sus
tancias individuales o las formas sustanciales no son la realidad última.
59/308
para los objetos culturales, al tiempo que el universalismo natural se aplicaría a los
objetos naturales.
Si por casualidad Searle se tropezase con mi exposición del perspectivismo
amerindio, diría probablemente que lo que estoy diciendo es que para los indígenas,
todos los hechos son de tipo mental o institucional, y que todos los objetos, incluso
los árboles y los peces, son como el dinero o las canoas, en el sentido de que su
única realidad (en cuanto dinero o canoas, no en cuanto pedazos de papel o de
madera) se debe a los significados y usos que los humanos les atribuyen. Eso no
sería sino un relativismo, una forma incluso extrema, absoluta de relativismo.
En efecto, una de las consecuencias de la ontología anímico-perspectiva amerindia
es que no existen hechos naturales autónomos, pues la "natura leza" de unos es la
"cultura" de otros (ver supra). Si la fórmula de una regla constitutiva o de un hecho
institucional es "X es como Y en el contexto C" (Searle 1969: 51-52), los hechos
indígenas que nos interesan aquí son, real mente, de este tipo: "Sangre es como
Cerveza de mandioca en el contexto Ja guar". Pero esos hechos institucionales (los
"Y" de la fórmula de Searle) son aquí universales, lo que escapa a la alternativa de
Searle, donde los hechos brutos son universales y los institucionales, particulares. Es
imposible reducir el perspectivismo a un tipo de relativismo construccionista (que
definiría to dos los hechos como de tipo institucional y concluiría que son
culturalmente variables). Lo que tenemos aquí es un caso de universalismo cultural
cuya con trapartida es un relativismo natural (tomo la expresión de Latour 1991:144).
A esta diferencia frente a nuestra asociación de la naturaleza con lo universal y de
la cultura con lo particular es a lo que yo llamo multinaturalismo.
Todos recordamos la frase de Wittgenstein: "Si un león pudiese hablar, no seríamos
capaces de entenderlo". Ésta es una declaración relativista. Según los indígenas,
diría yo, los leones -en este caso, los jaguares- no sólo pueden hablar, sino que
somos perfectamente capaces de entender lo que dicen; ahora bien, lo que ellos
quieran decir con lo que dicen, ya es otra historia. Las mis
mas representaciones, distintos objetos; sentido único, referencias múltiples. El
problema de los indígenas no es un problema fregeano.
El cuerpo salvaje
La idea de que, en las cosmologías amazónicas, el cuerpo aparece como el gran
diferenciador, es decir, como aquello que sólo une a seres del mismo tipo en la
medida en que los distingue de los demás, permite reconsiderar bajo una nueva luz
algunas cuestiones clásicas de la etnología regional. De este modo, el tema ya
antiguo de la importancia de la corporalidad en las sociedades amazónicas (Seeger,
Da Matta y Viveiros de Castro 1979) adquie re un fundamento cosmológico. Es
posible, por ejemplo, entender mejor por qué las categorías de identidad
-individuales, colectivas, étnicas o cosmológi
60
cas- se expresan tan frecuentemente por medio de idiomas corporales, en 60/308
62/308
La relativa escasez de ejemplos inequívocos y elaborados de posesión es
piritual en el sistema amerindio del chamanismo puede estar, por lo tanto,
asociada a la preeminencia del tema opuesto, la metamorfosis corporal. El
problema de la conversión religiosa de los indígenas podría también recibir
alguna luz de esta reflexión. La experiencia indígena de la "acul-turación"
parece centrarse más en la incorporación y encorporación de las prácticas
corporales occidentales -alimentación, vestuario, sexo interétnico, el lenguaje
como capacidad somática- que en la idea de una asimilación espiritual38. Las
teorías antropológicas sobre el cambio sociocultural tienden a rechazar, no
hace falta decir que con razón, las ideas etno-genéticas occidentales de que el
mestizaje y la asimilación racial conducen a la pérdida de distintividad étni
co-cultural. Por el contrario, los procesos de aculturación se definen en
términos de cambios ideológicos, esto es, como procesos esencialmente men
tales que afectan antes que nada a las "creencias" nativas; la aculturación se
piensa a imagen de la conversión religiosa, justo como la "cultura" se piensa a
imagen de la religión. Consecuentemente, y por más que conceptos como el
de habitus traten de matizar esa tendencia, los cambios corporales producidos
por la aculturación se interpretan como consecuencia de los cambios en el
plano de las "representaciones colectivas", antes que como su causa. Creo que
los indígenas piensan de forma diferente, incluso porque su "pensamiento"
está diferentemente asociado a su "cuerpo".
Advirtamos que la metamorfosis amerindia no es un proceso tranquilo, y mucho
menos una meta. Si el solipsismo es un fantasma que amenaza per manentemente
nuestra cosmología -reflejando el miedo de no reconocernos en nuestros
semejantes, puesto que estos en realidad no lo son, dada la sin gularidad
potencialmente absoluta de los espíritus- la posibilidad de la me tamorfosis
expresa el temor opuesto, el de no poder diferenciar ya lo humano de lo animal
y, sobre todo, el temor de ver el alma humana que persiste bajo el cuerpo animal
que se come (Goldman 1975:183; Brightman 1993; 206-ss; Erikson 1997: 223)39.
Esto se traduce en una de las recurren-cias etnográficas más importantes del
perspectivismo: la humanidad anterior de los animales se suma a su
espiritualidad actual oculta por la forma visible para producir un extendido
sistema de restricciones o precauciones alimentarias, que tan pronto declara
incomestibles ciertos animales míticamente consustanciales a los humanos, como
exige la des-subjetivación chamanística del animal antes de consumirlo,
neutralizando su espíritu, transustanciando su carne en vege tal o reduciéndolo
semánticamente a otros animales menos próximos de los humanos -todo eso bajo
pena de venganza en forma de enfermedad, conce bida como contrapredación
caníbal, llevada a efecto por el espíritu de la pre sa convertida en depredador, en
una inversión mortal de perspectivas que transforma lo humano en animal40. El
fantasma del canibalismo es el equiva lente amerindio del problema del
solipsismo: si este deriva de la inseguridad de que la semejanza entre dos
cuerpos garantice la comunidad real de los 63
63/308
espíritus, aquel sospecha que la semejanza de los espíritus pueda prevalecer
sobre la diferencia real de los cuerpos, y que todo animal que se come siga
siendo, pese a los esfuerzos chamanísticos para su des-subjetivación, huma
no. Lo que no impide, naturalmente, que tengamos entre nosotros solipsistas
más o menos radicales, ni que algunas sociedades amerindias sean, delibera
da y más o menos literalmente, caníbales.
En el canibalismo amazónico, lo que se busca es precisamente la incorpo
ración del aspecto subjetivo del enemigo, que es, por eso, hiper-subjetivado,
y no su des-subjetivación, como en el caso de los cuerpos animales (ver Vi
veiros de Castro, 1992a, 1996a, y Fausto 2001). Como ya he dicho, buena par
te del trabajo del chamán consiste en transformar a los animales muertos en
cuerpos puramente naturales, desespiritualizados y así susceptibles de ser
consumidos sin riesgos. En contraste, lo que define a los espíritus es, entre
otras cosas, el hecho de ser supremamente incomestibles; eso los transforma
en comedores por excelencia, o sea, en antropófagos. Por eso, es común que
los grandes animales depredadores sean las formas preferidas de los espíri
tus para manifestarse. Así se entiende, además, por qué los animales de presa
ven a los humanos como espíritus, por qué los depredadores nos ven como
animales de presa, y por qué los animales considerados incomestibles suelen
asimilarse a espíritus.
La noción de metamorfosis está íntimamente ligada a la doctrina de las ro pas
animales, a la que nos hemos referido aquí varias veces. ¿Cómo conciliar la
idea de que el cuerpo es el espacio de la perspectiva diferenciadora con el
tema de la apariencia y de la esencia, recordado siempre para interpretar el
animismo y el perspectivismo? Me parece que aquí hay un equívoco impor
tante, que es el de tomar la "apariencia" corporal como inerte y falsa, la "esen cia"
espiritual como activa y verdadera (ver las observaciones definitivas de Goldman
1975: 63, 124-25, 200). Nada más lejos, creo yo, de lo que los indíge nas tienen en
mente al hablar de los cuerpos como ropas. No se trata tanto de que el cuerpo sea una
especie de ropa, como de que una ropa sea un tipo de cuerpo. No olvidemos que en estas
sociedades se inscriben en la piel significados efi caces y se utilizan máscaras
animales (o por lo menos se conoce su principio) dotadas del poder de
transformar metafísicamente la identidad de sus porta dores si se usan en el
contexto ritual apropiado. Se viste una ropa-máscara más para activar los poderes
de otro cuerpo que para ocultar una esencia humana bajo una apariencia animal41.
Las ropas animales que los chamanes utilizan para desplazarse por el cosmos no
son disfraces, sino instrumentos: se parecen a los equipos de buceo o a los trajes
espaciales, no a las máscaras de carnaval. Lo que se pretende al ponerse una
escafandra es poder funcio nar como un pez, respirando bajo el agua, y no
esconderse bajo una aparien cia extraña. Del mismo modo, las ropas que, en los
animales, cubren una "esencia" interna de tipo humano no son meros disfraces,
sino su equipa miento distintivo, dotado de las inclinaciones y capacidades que
definen a 64
64/308
cada animal42. Es verdad que "las apariencias engañan" (Hallowell 1960; Ri vière
1994); pero mi impresión es que las narraciones amerindias que tratan sobre las
ropas animales muestran tanto o más interés en lo que estas ropas hacen que en lo
que esconden43. Además, entre un ser y su apariencia está su cuerpo, que es más que
ésta -y las mismas narraciones muestran cómo las apariencias son siempre
"desenmascaradas" por un comportamiento corporal incoherente con ellas44. En
resumen: no hay duda de que los cuerpos son de
sechables e intercambiables, y que tras" ellos están las subjetividades for malmente
idénticas a lo humano. Pero esta idea no equivale a nuestra oposi ción entre
apariencia y esencia, sino que sólo manifiesta que la permutabili dad objetiva de los
cuerpos está fundada en la equivalencia subjetiva de los
espíritus.
Otro tema clásico de la etnología suramericana que podría ser interpretado en este
marco es el de la discontinuidad sociológica entre los vivos y los muertos (Carneiro
da Cunha 1978). La distinción fundamental entre los vivos y los muertos pasa por el
cuerpo y no, precisamente, por el espíritu; la muer
te es una catástrofe corporal que prevalece como elemento diferenciadordor sobre la
común "animación" de los vivos y de los muertos. Las cosmologías amerindias
dedican igual o mayor interés a la caracterización del modo en que los muertos ven
el mundo que a la visión de los anímales y, como en el caso de éstos, se complacen
en subrayar las diferencias radicales con el mun do de los vivos. Los muertos, en
rigor, no son humanos por estar definitiva
mente separados de sus cuerpos. Un muerto, espíritu definido por su separa ción de
un cuerpo humano, es atraído lógicamente por los cuerpos animales; por eso morir
es transformarse en animal45, como lo es transformase en otras figuras de la
alteridad corporal, especialmente los afines y los enemigos. De esta manera, si el
animismo afirma una continuidad subjetiva y social entre humanos y animales, su
complemento somático, el perspectivismo, establece una discontinuidad objetiva,
igualmente social, entre humanos vivos y humanos muertos. (Las religiones basadas
en el culto a los ancestros parecen postular lo contrario: la identidad espiritual
atraviesa la barrera corporal de la muerte, los vivos y los muertos son semejantes en
la medida en que mani
fiestan el mismo espíritu: ancestralidad sobrehumana y posesión espiritual, por un
lado y anima-lización de los muertos y metamorfosis corporal, por el otro).
Después de haber examinado el elemento diferenciador del perspectivis mo
amerindio, sólo me falta atribuir una función cosmológica a la unidad
transespecífica del espíritu. Aquí es donde creo que se puede proponer una
definición relacional de la categoría de "Sobrenaturaleza", hoy ya en descré dito, pero
cuya utilidad me parece incuestionable46. Aparte de lo cómoda que resulta para
etiquetar ámbitos cosmográficos del tipo "hyper-uranios", o para definir una tercera
categoría de entidades intencionales -pues decididamente hay varios seres en las
cosmologías indígenas que no son ni humanos ni 65
animales (me refiero a los "espíritus")-, esa noción puede servir para designar 65/308
Es importante prestar atención al hecho de que los dos puntos de vista cos mológicos
aquí comparados -a los que he llamado "occidental" y "amerin dio"- no son
"composibles", desde nuestro punto de vista. Un compás debe tener una de sus
piernas firme, para que la otra pueda girar. Nosotros hemos escogido como soporte
la pierna correspondiente a la naturaleza, dejando la 66
otra describir el círculo de la diversidad cultural. Los indígenas parecen 66/308
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Notas
1 Las páginas que siguen tienen su origen en un diálogo con Tânia Stolze Lima. La primera versión del
principal de los artículos aquí refundidos (Viveiros de Castro 1996c) fue escrita y publicada al
mismo tiempo que el estudio de Lima sobre el perspectivismo juruna, al cual remito al lector (Lima
1996). El ensayo de Latour (1991) sobre la noción de modernidad fue una fuente de inspiración in
directa, pero decisiva, para esta primera versión. Meses después de haber publicado el artículo de
1996, leí un viejo texto de Fritz Krause (1931; citado en Boelscher 1989: 212 n.10) donde encontré
ideas curiosamente convergentes con algunas de las aquí expuestas y que comentaré en otra oca
sión. Pero la verdadera coincidencia del artículo de 1996 -ignorada entonces- se producía con la te
oría desarrollada por Roy Wagner en The invention of Culture, libro que leí quince años antes (en
1981, año de su segunda edición) pero que se borró completamente de mi memoria, seguramente
por estar por encima de mi capacidad de comprensión. Al releerlo en 1998, comprendí que algo
había asimilado, después de todo, puesto que había reinventado ciertos pasos cruciales del argu
mento de Wagner. Peter Gow, Aparecida Vilaça, Philippe Descola y Michael Houseman contribu
yeron, como siempre, con sugerencias y comentarios en diversas fases de la elaboración del texto.
Por fin, el desarrollo en curso de las tesis aquí expuestas (Viveiros de Castro 2002) deben a las luces
de Bruno Latour y Marilyn Strathern mucho más de lo que es posible consignar en este momento. 2
"Esa es la lógica de un discurso comúnmente conocido como 'occidental' cuyo fundamento ontoló gico
reside en una separación de los ámbitos subjetivo y objetivo, el primero concebido como mun do
interior de la mente y del significado, el segundo, como mundo exterior de la materia y de la sustancia"
(Ingold 1991: 356).
3 Cuando están reunidos en sus aldeas en la selva, p. ej., los animales se quitan la ropa y asumen su
figura humana. En otros casos, la ropa sería transparente a los ojos de la propia especie y de los
chamanes humanos.
4 La noción de "ropa" corporal ha sido documentada, entre otros, en los Makuna (Århem 1993), los
Yagua (Chaumeil 1983:125-127), los Piro (Gow com. pers.), los Trio (Rivière 1994) o los Alto
Xinguanos (Gregor 1977:322; Viveiros de Castro 1977: 182). Es probablemente una noción paname
ricana, con un gran rendimiento, p. ej., en la cosmología kwakiutl (Goldman 1975: 62-63,124-25,182-
86, 227-28).
5 Cf., para algunos ejemplos, Baer 1994:102, 119-224 (Machiguenga); Grenand 1980: 42 (Wayapi); Jara
1996: 68-73 (Akuriyó); Osborn 1990: 151 (U"wa); Viveiros de Castro 1992a: 68 (Araweté); Weiss
1969:158 (Campa).
6 Cf. p. ej., Saladin d' Anglure 1990, Fienup-Riordan 1994 (Esquimales); Nelson 1983, McDonell 1984
(Koyukon, Kaska); Tanner 1979, Scott 1989, Brightman 1993 (Cree); Hallowell 1960 (Ojibwa); Gold
man 1975 (Kwakiutl), Guédon 1984 (Tsimshian); Boelscher 1989 (Haida). Para Siberia, cf. Hamayon
1990. Cf. finalmente Howell 1984, 1996 y Karim 1981, para los Chewong y Ma"Betisék de Malasia.
El estudio de Howell de 1984 fue uno de los primeros en dedicar más atención al tema. Concepcio
nes semejantes también fueron documentadas en una cosmología melanesia, la de los Kaluli
(Schiefflin 1976: cap.5).
7 Cf. Viveiros de Castro 2002, caps. 2 y 4. Las nociones de perspectiva y punto de vista tienen un papel
decisivo en textos que escribí anteriormente, pero en ellos su foco de aplicación era princi
palmente la dinámica intra-humana, en particular el canibalismo tupi, y su significado casi siempre
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analítico y abstracto (Viveiros de Castro 1992a: 248-51, 256-59,1996a, 2002 cap.4). Los estudios de Vilaça y de
Lima me demostraron que era posible generalizar esas nociones.
8 Cf. Renard-Casevitz 1991:10-11; Vilaça 1992:49-51; Århem 1993:11-12; Howell 1996:133. 9 Overing 1985:249;
1986: 245-46; Viveiros de Castro 1992a: 73-74; Baer 1994:89.
10 La noción de que el sujeto -los hombres, los indígenas, mi grupo- que distingue es el término histó ricamente
estable de la distinción entre el "yo" y el "otro" -los animales, los blancos, los otros indí genas- aparece tanto en el
caso de la diferenciación interespecífica como en el de la separación in tra-específica, como se puede ver en los
diferentes mitos amerindios de origen de los Blancos (Cf.,
p. ej., DaMatta 1970,1973; S. Hugh-Jones 1988; Lévi-Strauss 1991; Viveiros de Castro 2000, 2002 cap. 3). Los otros
fueron lo que somos, y no, como creemos nosotros, ellos son lo que fuimos. Y así se comprende lo pertinente que
puede ser la noción de "sociedades frías": la historia existe, pero es al go que solo sucede a los otros, o por su
causa.
11 La distinción es análoga a las de Wagner (1981:133) o Ingold (1994), entre la humanidad como espe cie (o
humankind) y la humanidad como ideal moral (o humanity).
12 La relación entre chamanismo y caza es una cuestión clásica. Cf. Chaumeil 1983: 231-32 y Crocker 1985:17-25.
13 La importancia de la relación venatorio-chamanística con el mundo animal en sociedades cuya economía se
basa en la horticultura y en la pesca más que en la caza, suscita problemas interesantes para la historia cultural
de la Amazonia (Viveiros de Castro 1996b; 2002 cap. 6).
14 Cf. Erikson 1984:110-12; Descola 1986:317-30, Århem 1996. Téngase en cuenta además que, en las culturas de
la Amazonia occidental, en especial en las que consumen alucinógenos, la personifica ción de las plantas parece
ser al menos tan relevante como la de los animales y que, en áreas como el Alto Xingu, la espiritualización de los
instrumentos desempeña una función cosmológica de pri mer plano.
15 Observo que ese modo de explicar el contraste no solo es semejante a la célebre oposición entre "don" y
"mercancía", sino que entiendo que se trata del mismo contraste, formulado en términos no economícistas. "Si, en
una economía mercantil, las cosas y las personas asumen la forma social de la cosa, en la economía del don
asumen la forma social de la persona" (Strathem 1988:134; cf. Gregory 1982:41). * N. del T.: El autor emplea
"agencia" con el valor del término inglés "agency" (propiedad o cualidad de agente; el que hace) que en español,
fuera de los círculos de filosofía y ciencias socia les, es un término todavía poco común, y he creído conveniente
acompañarlo del inglés "agency" y "agent".
16 La definición teórico-antropológica de "arte" como proceso de abducción de la agencia fue magis tralmente
expuesta por Alfred Gell en Art and agency (1998).
17 Me refiero aquí al concepto de Dennett sobre la n-ordenalidad de los sistemas intencionales. Un sistema
intencional de segundo orden es aquel en el que el observador atribuye no solo creencias, deseos y otras
intenciones al objeto (primer orden), sino también creencias, etc., con respecto a otras creencias, etc. La tesis
cognitivista más aceptada sostiene que solo el Homo sapiens demuestra inten cionalidad en orden igual o superior
a dos. Obsérvese que mi principio chamanístico de "abducción de un máximo de agencia" se contrapone,
evidentemente, a los dogmas de la psicología fisicalista: "Los psicólogos han recurrido frecuentemente al
principio conocido con el nombre de 'canon de la parsimonia de Lloyd Morgan', que puede considerarse como
un caso particular de la navaja de Oc cam. Ese principio postula que se debe atribuir a un organismo el mínimo
de inteligencia, conscien
69
cia o racionalidad suficientes para dar cuenta de su comportamiento" (Dennet op. cit.: 274). En efec 69/308
to, la maraca del chamán es un instrumento de tipo enteramente diferente de la navaja de Occam;
esta puede servir para escribir artículos de lógica, pero no es muy buena, p. ej., para recuperar al
mas perdidas.
18 Como observa Marilyn Strathern a propósito de un régimen epistemológico parecido al amerindio:
"(Esta) convención requiere que los objetos de interpretación, humanos o no, sean entendidos como
otras personas; en efecto, el propio acto de interpretación presupone la "personeidad" (personhood)
del que está siendo interpretado. (...) Así pues, lo que se encuentra haciendo interpretaciones son
siempre contra-interpretaciones..." (1999: 239).
19 Wagner (1981) fue uno de los pocos que supo hacerlo.
20 Para quedarnos en el ámbito americanista, recordemos, entre otros: el rechazo de Overing (1985) del
privilegio de la metáfora a favor de un literalismo relativista que parece apoyarse en la noción de
creencia; la teoría de la sinécdoque dialéctica como anterior y superior a la analogía metafórica,
propuesta por Turner (1991b), autor que, como otros especialistas (Seeger 1981, Crocker 1985), ha
intentado refutar las interpretaciones del dualismo naturaleza/cultura de los Jê y los Bororo en
términos de una oposición estática, privativa y discreta; el concepto de "dualismo triádico dual" o
de "dualismo dinámico" de Peter Roe (1990), que el autor considera una característica distintiva del
arte y pensamiento amazónicos (lo que seguramente sería suscrito por Lévi-Strauss: cf. Viveiros de
Castro 2002, cap. 8); o mi propia reconsideración (Viveros de Castro 1992a) de la diferencia entre to
temismo y sacrificio a la luz del concepto deleuziano de devenir, que trata de explicar la centrali dad
de los procesos de predación 71 ontológica en las cosmologías tupi, así como el carácter direc
tamente social (y no solo clasificatorio) de la interacción de los órdenes humanos y extra-humanos.
21 Para una discusión conjunta de los pares totemismo/sacrifico y aroe/bope, cf. Viveiros de Castro 1991:
88, 91 n. 2.
22 Digo que esas estructuras son asimétricas porque, en el caso del naturalismo por ejemplo, la noción
de naturaleza no necesita de la noción de cultura para ser definida, pero no viceversa. En otras pa
labras, en nuestra ontología la interacción naturaleza/sociedad es natural porque la distinción mis
ma es vista como "cultural", es decir, construida, y por lo tanto, subordinada (cf. Searle 1995: 227: "No
podría haber una oposición entre cultura y biología porque, si la hubiese, la biología ganaría siem
pre"). En las ontologías amerindias, por el contrario, tal interacción es social porque la distinción es
considerada como natural, es decir, dada. Aquí es la categoría de naturaleza la que exige una defini
ción previa de la cultura. (Para la diferencia entre lo "dado" y lo "innato", cf. Wagner 1981 y su apli
cación en Viveiros de Castro 2002, cap. 8).
23 Cf. Strathern 1980 y Latour 1991, para esa inestabilidad; en Malik 2000 se encuentra una buena
exposición popular de la tensión entre monismo y dualismo en la conciencia moderna. 24 Cf.
Radcliffe-Brown 1929:130-31, donde, entre otros argumentos dignos de mención, se distinguen los procesos de
personificación de las especies y fenómenos naturales (que "permiten concebir la natu raleza como si fuese una
sociedad de personas, transformándola en un orden social o moral") como los que se encuentran entre los
Esquimales o Andamaneses, de los sistemas declasificación de las es pecies naturales, como los que se
encuentran en Australia y que configuran un "sistema de solida ridades sociales" entre hombre y naturaleza.
Esto recuerda mucho la distinción animis mo/totemismo de Descola, así como la diferencia manido /tótem
estudiado por Lévi-Strauss. 25 Pienso que el argumento de Ingold es elocuente, pero, en última instancia,
insatisfactorio, espe cialmente en su momento proposicional, que no discuto aquí. Dejo para otra oportunidad
la fun 70
damentación de este juicio.
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26 Nótese que la cuestión quinientista es la versión teológica del llamado "problema de las otras men
tes", que trae de cabeza a los filósofos desde los orígenes de la modernidad.
27 El mismo Lévi-Strauss ilustra esa transformación en un espléndido párrafo de su homenaje a Rous
seau: "Empezamos por separar al hombre de la naturaleza y situarlo en un reino soberano; creímos
haber borrado así su característica más incuestionable: que antes que nada, es un ser vivo. La ce
guera ante esa propiedad común abrió el camino para todos los abusos. Nunca como ahora, des
pués de los últimos cuatro siglos de su historia, puede el hombre occidental darse cuenta de cómo,
al arrogarse el derecho de separar radicalmente la humanidad de la animalidad, concediendo a la
primera todo aquello que negaba a la segunda, abría un ciclo maldito, y que la misma frontera,
constantemente retrasada, le servía para separar a unos hombres de otros y para revindicar, en be
neficio de minorías cada vez más reducidas, el privilegio de un humanismo que nació ya corrom
pido por haber ido a buscar en el amor propio su principio y su concepto" (1962c: 53). * N. del T.: en
portugués del Brasil, a gente (la gente) se usa como pronombre personal de primera persona del
plural, sustituyendo ai más tradicional (y más portugués) nós, es decir, equivale a "no sotros" en
español.
28 Una variante de ese rechazo de la auto-objetivación onomástica se encuentra en aquellos casos o
momentos en que, cuando el grupo en posición de sujeto se toma como parte de una pluralidad de
grupos análogos, el término auto-referencial significa "los otros", siendo usado primordialmente
para identificar a los grupos de los cuales el sujeto se excluye. La alternativa a la subjetivación pro
nominal es una auto-objetivación igualmente relacional, donde "yo" sólo puede significar "el otro
del otro": cf. el achuar de los Achuar, o el nawa de los Pano (Taylor 1985:168; Erikson 1990: 80-84). La
lógica de la auto-etnonimia nativa exigiría un estudio específico. Para otros casos ilustrativos, cf. Vi
laça 1992:49-51; Price 1987; Viveiros de Castro 1992a: 64-65. Para un análisis esclarecedor de un caso
norteamericano parecido a los amazónicos, cf. Mc Donnell 1984:41-43.
29 Dice Taylor sobre el concepto jíbaro de wakan, "alma": "Esencialmente, wakan es autoconciencia [...]
una representación de la reflexividad [...]. Con todo, wakan es común a muchas entidades y de nin
guna manera un atributo exclusivamente humano: hay tantos wakan como cosas a las que se pueda,
contextualmente, atribuir reflexividad" (1993b: 660).
30 "Este es el fundamento del perspectivismo. No expresa una dependencia con respecto a un sujeto
definido previamente; al contrario, será sujeto aquel que acceda al punto de vista..." (Deleuze 1988:
27). La fórmula de Saussure (de la más pura estirpe kantiana) está en el principio del Cours (1916:
23).
31 Cf. p. ej. Brown, sobre los conceptos aguaruna de wakan, alma humana, y aents, "persona" o alma de
entes no-humanos, que el autor estima fundamentalmente semejantes, definiendo ambos como
"una esencia oculta y permanente que, cuando se hace visible, tiene la forma y las características de
un ser humano"(1986: 54-55).
32 Traduzco el verbo inglés to embody y sus derivados, que hoy en día gozan de una extraordinaria
popularidad en la jerga antropológica (cf. Turner 1994), por el neologismo "encorporar", puesto que
ni "encarnar" ni "incorporar" son realmente adecuados.
33 En el mismo espíritu de Århem, Signe Howell afirma "los Chewong son relativistas; para ellos, cada
especie es diferente, pero igual" (1996: 133). Eso también es verdadero; pero, probablemente, sería más
verdadero si invirtiésemos el énfasis: cada especie es igual (en el sentido de que no existe un punto de vista
absoluto, independientemente de toda "especificidad"), pero diferente (pues tal 71
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igualdad no significa que un tipo de ser dado pueda asumir indiferentemente el punto de vista de
otras especies).
34 "El punto de vista está en el cuerpo, dice Leibniz—" (Deleuze 1988:16).
35 Para nosotros, la especie humana y la condición humana coinciden necesariamente en extensión,
pero la primera tiene primacía ontológica; por eso, negar la condición humana a los otros termina,
más tarde o más temprano, en una negación de su coespecificidad. En el caso indígena, es la condi
ción humana lo que tiene preeminencia sobre la especie humana y esta es atribuida a todo ser que
afirme participar de la primera.
36 La prueba a contrario de la función singularizadora del espíritu en nuestra cosmología está en que,
cuando se quiere unlversalizarlo, no hay otro recurso -la sobrenaturaleza está hoy fuera de juego
sino el de identificarlo con la estructura y el funcionamiento del cerebro. El espíritu solo puede ser
universal (natural) si es cuerpo.
37 Recordemos igualmente que las célebres máscaras dobles de la Costa Noroeste norteamericana,
cuando tienen una cara humana y otra animal, la primera es, invariablemente, la cara oculta inter
ior.
38 Ver el desarrollo reciente de esta sugerencia en Vilaça 1999.
39 "El mayor peligro de la vida radica en el hecho de que la comida del hombre consiste casi por ente ro
en almas" (Birken-Smith citando a un chamán esquimal, apud Bodenhorn 1988:1). 40 Cf. Viveiros de
Castro 1978, 2002 cap. 1; Crocker 1985; Overing 1985, 1986; Vilaça 1992; Århem 1993; S. Hugh-Jones
1996, entre otros muchos.
41 Peter Gow (com. pers.) afirma que los Piro conciben el acto de vestir una ropa como un animar la
ropa. Lo más importante no sería, como lo es entre nosotros, el hecho de cubrir el cuerpo, sino el
gesto de rellenar la ropa, activarla. En otras palabras, el hecho de vestir una ropa modifica más a la
ropa que al cuerpo que la viste. Goldman (op. cit.183) observa que las máscaras kwakiutl se "exci
tan" durante el gran Festival de Invierno; y Kensinger (1995:225) recuerda que, para los Cas
hinahua, las plumas de los pájaros (usadas como adorno corporal) pertenecen a la categoría de los
"remedios".
42 "'Ropa', en ese sentido, no significa meramente una cobertura del cuerpo, pues se refiere también a la
habilidad y capacidad de desempeñar ciertas tareas" (Rivière en Koelewijn 1987: 306). 43 Rivière (1994)
ofrece un mito interesante en el que queda claro que la ropa es menos forma que función. Un
suegro-jaguar ofrece a su yerno humano ropas de felino. Dice el mito: "El jaguar dis ponía de tamaños
diferentes de ropa. Ropa para cazar tapires, ropa para cazar pecaríes (...) ropa pa ra cazar agutíes. Todas
esas ropas eran más o menos diferentes y todas tenían garras". Ahora bien, los jaguares no cambian de
tamaño para cazar presas de tamaños diferentes, solo cambian su com portamiento. Esas ropas del mito
están adaptadas a sus funciones específicas, y de la forma-jaguar lo único que queda, pues es lo único
que importa, son las garras, el instrumento de su función. 44 Como observa Fienup-Riordan (1994: 50) a
propósito de los mitos esquimales de transformación animal: "Los visitantes invariablemente revelan
su identidad animal por algún rasgo peculiar de su comportamiento durante la visita..."
45 Ex. Schwartzman 1988: 268 (Panara); Vilaça 1992: 247-55 (Wari"); Turner 1995:152 (Kayapó); Pollock
1985: 95 (Kulina); Gray 1996:157-78 (Arakmbut); Alexiades 1999:134,178 (Ese Eja); Weiss 1972:169
(Campa).
72
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46 La noción está desacreditada desde, por lo menos, Durkheim. El argumento en su contra es más o
menos el siguiente: como los "primitivos" no tienen el concepto de necesidad natural, es decir, de la
Naturaleza como ámbito regulado por las leyes de la física, para ellos no tiene sentido hablar de So
brenaturaleza, pues no existe un ámbito supra-físico de causalidad. Puede ser. Pero muchos de los
que objetan este concepto continúan empleando la noción de naturaleza para designar un ámbito
de las cosmologías indígenas y no tienen grandes problemas con la oposición Naturaleza / Cultura,
ya sea como distinción supuestamente "émica", ya sea como divisoria ontológica "ética". Como ob
servé anteriormente, muchas de las funciones tradicionales de la Sobrenaturaleza teológica fueron
absorbidas por el moderno concepto de Cultura. Por último, si a la oposición Naturaleza/Cultura se
le puede atribuir un "valor esencialmente metodológico", ¿por qué la noción de Sobrenaturaleza no
tendría también derecho al mismo habeas corpus?
47 Los Achuar, estudiados por Taylor, recomiendan un método de protección al encontrarse un
iwianch, un fantasma o espíritu, en la selva. Al iwianch se le debe decir: "¡Yo también soy una per
sona!...". O sea, debe afirmarse el propio punto de vista; cuando el humano dice que él también es
una persona, lo que está diciendo es que él es el yo, no el otro: la verdadera persona aquí soy yo.
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