Un Ensayo Sociológico Sobre La Prostitución: A Sociological Essay About Prostitution
Un Ensayo Sociológico Sobre La Prostitución: A Sociological Essay About Prostitution
Un Ensayo Sociológico Sobre La Prostitución: A Sociological Essay About Prostitution
Recibido: 01-03-2015
Aceptado: 21-04-2016
Resumen
El objetivo de este trabajo es analizar algunas realidades sociales que envuelven el debate sobre la
prostitución. La idea fundamental que argumentaré es que la prostitución, hasta la aparición del capitalismo
neoliberal, ha tenido un carácter exclusivamente patriarcal. Sin embargo, cuando las políticas económicas
neoliberales comienzan a aplicarse globalmente, la prostitución deja de ser sólo una práctica patriarcal y
se convierte en un sector económico fundamental para la economía internacional y especialmente para la
economía criminal. Por eso, la prostitución debe analizarse en el marco de la economía política. Asimismo,
se explicará que la prostitución es un fenómeno social que se desarrolla en el marco de tres sistemas de
dominio: el patriarcal, el capitalista neoliberal y el racial/cultural.
Palabras clave: Sociología; prostitución; feminismo; capitalismo neoliberal; contrato sexual; hipersexualización.
Abstract
The aim of this work is to analyze some discourses and practices which surrounds the debate about the
prostitution. The fundamental idea which I argue is that prostitution, until the appearance of the neoliberal
capitalism, has had an exclusively patriarchal nature. However, when neoliberal economic policies begin
to be applied globally, prostitution stops to be only a patriarchal practice and becomes into a fundamental
economic sector for the international economy and especially for the criminal economy. Thereby
prostitution should be analyzed in the frame of the political economy. Likewise, I explain that prostitution
is a social phenomenon that develops within the frame of three systems of control: the patriarchal, the
neoliberal capitalist and the racial/cultural.
Key words: Sociology; prostitution; feminism; neoliberal capitalism; sexual contract; hypersexualization.
Referencia normalizada
Cobo Bedia, R. (2016): “Un ensayo sociológico sobre la prostitución”, Política y Sociedad, 53 (3), pp.
897-914.
Introducción
La prostitución es una antigua práctica social que ha experimentado cambios profundos
en las últimas décadas. La globalización neoliberal ha cambiado el rostro de la
prostitución, pues de ser una realidad social reducida se ha convertido en una gran
industria global que moviliza miles de millones de euros anuales. La idea fundamental
que quiero argumentar es que la prostitución, hasta la aparición de esta nueva fase del
capitalismo, ha tenido un carácter exclusivamente patriarcal. Sin embargo, cuando las
políticas económicas neoliberales se aplican globalmente, la prostitución deja de ser
solo una práctica patriarcal y se convierte también en un sector económico crucial para
la economía internacional y especialmente para la economía ilícita.
La prostitución del siglo XXI es el resultado de la convergencia entre los intereses
patriarcales y los neoliberales. Richard Poulin, uno de los mayores expertos mundiales
sobre prostitución, explica que esta industria revela las tendencias actuales en la agenda
de la globalización neoliberal, pues nos “permite entender mejor la mercantilización
de la vida y de los seres humanos, la discriminación étnica, la opresión sexual y la
sumisión de mujeres y niñas al síndrome del placer masculino” (Poulin, 2009). Por eso,
Poulin señala que la prostitución nos sitúa ante una elección de civilización. En efecto,
esta práctica no sólo es el resultado de la dimensión más perversa del libre mercado
sino también un test que revela la tensión y la lucha entre la esclavitud y la libertad,
el capitalismo neoliberal y los proyectos políticos emancipadores, las estructuras
patriarcales y las demandas feministas.
El creciente aumento de la industria del sexo se encuentra en el cruce de dos formas
de dominio: la patriarcal y la capitalista neoliberal. Sin embargo, una gran parte de la
prostitución no puede entenderse fuera de otro dominio: el racial/cultural. El hecho de
que la prostitución se explique en el marco de tres sistemas de poder hace que solo la
teoría crítica pueda desvelar los mecanismos opresivos que subyacen a esta práctica
social. En efecto, el análisis feminista desvela que es una práctica de subordinación
patriarcal, mientras que la economía crítica muestra la explotación económica a la que
están sometidas las mujeres prostituidas. La perspectiva crítica étnico-racial descubre
el racismo en el comportamiento de los varones demandantes, pero también en la
composición racial y cultural de las mujeres en la industria de la prostitución.
En primer lugar, el pensamiento feminista “analiza la prostitución como un soporte
del control patriarcal y de la sujeción sexual de las mujeres, con un efecto negativo
no solamente sobre las mujeres y las niñas que están en la prostitución, sino sobre
el conjunto de mujeres como grupo, ya que la prostitución confirma y consolida las
definiciones patriarcales de las mujeres, cuya función primera sería la de estar al
servicio sexual de los hombres” (Hofman, 1997).
En segundo lugar, el nuevo capitalismo, con sus políticas económicas neoliberales y
sus vínculos con la economía criminal, ha hecho de la prostitución uno de los sectores
económicos que más beneficios proporcionan a escala global. La globalización
neoliberal ha cambiado el rostro de la prostitución y ha puesto las bases de una nueva
forma de esclavitud económica.
Por último, y en relación al dominio racial/cultural, los varones demandantes de
los países occidentales buscan en la prostitución a mujeres racializadas en un claro
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1. Naturalización de la prostitución
Las sociedades producen relatos sobre sí mismas y sobre los hechos sociales que
componen su entramado social. Esos relatos tienen como función que los individuos
acepten el orden social. Y es por eso que no son estáticos, ni fijos, ni inmutables. Están
en permanente proceso de construcción y reconstrucción. Sin estas narraciones, los
hechos sociales no pueden tener un lugar estable en el imaginario colectivo.
Todo fenómeno social debe estar sometido a procesos permanentes de legitimación
con el objeto de que pueda reproducirse a lo largo de extensos periodos históricos. La
primera legitimación de cualquier fenómeno social se encuentra en su propia facticidad,
que, por otra parte, siempre tiene un carácter autolegitimador. El hecho de que una
realidad social haya existido durante largos periodos históricos es utilizada para sugerir
que forma parte de un ‘orden natural’ de las cosas imposible de alterar. Si, además de
existir, también ha sobrevivido a intentos de acabar con esa realidad, como, por ejemplo,
la legislación prohibicionista o la penalización moral de la prostitución, entonces parece
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que tiene una fuerza que va más allá de lo puramente social. Sin embargo, la facticidad
no puede ser la única fuente de legitimación, pues por sí misma sería insuficiente.
Se necesitan otras legitimaciones adicionales, cuya intensidad y grado de elaboración
debe ser proporcional al cuestionamiento de la realidad social que se quiere legitimar
(Berger, 1981: capítulo 2).
El debate que existe en torno a la legalización o abolición de la prostitución explica
la poderosa interpelación social a la que está sometida esta práctica y, al mismo tiempo,
pone de manifiesto los poderosos intereses que se juegan en torno a esta gran industria.
Por eso se han puesto sobre la mesa otras legitimaciones secundarias, desde la
reactualización de ideas pre-teóricas hasta argumentaciones desarrolladas en el marco
del pensamiento académico. La producción de prejuicios y estereotipos para que la
prostitución sea aceptada socialmente se suceden: desde señalar que es el oficio más
viejo del mundo hasta advertir sobre la urgencia sexual natural de los varones; desde
vincular esta práctica social con la libertad sexual hasta considerar que la prostitución
es una poderosa barrera que protege a las otras mujeres de las violaciones y agresiones
sexuales masculinas; desde la argumentación de que la postura sobre la abolición es
moralista hasta la idea de que quienes sostienen que hay que erradicar la prostitución
están en contra de las mujeres prostituidas. El conjunto de prejuicios y estereotipos
es muy amplio y se reelabora permanentemente para producir nuevas legitimaciones.
Por otra parte, desde instancias académicas se realizan investigaciones que intentan
fundamentar la legitimidad de la prostitución en el consentimiento de las mujeres
prostituidas, sin mostrar la prostitución como el resultado de la jerarquía patriarcal y sin
señalar suficientemente el vínculo entre prostitución y capitalismo neoliberal (Juliano,
2002; Osborne, 2004; Maqueda, 2009).
Pues bien, la prostitución es un fenómeno social que tiene su propio relato. Uno
de los argumentos estables de esta narración, fuertemente arraigada en el imaginario
colectivo, que, por otra parte, siempre es patriarcal, es que la prostitución surge
espontáneamente en cualquier comunidad humana. La idea que debe aceptar la
sociedad y, por ello, debe anclarse en las estructuras simbólicas, es que la prostitución
es un hecho natural. Uno de los subtextos del imaginario de la prostitución sugiere que
está profundamente anclada en algún oscuro lugar de la naturaleza humana. Y éste es,
desde luego, uno de los problemas que obstaculizan una posición crítica frente a la
prostitución, pues con esos argumentos se coloca a esta práctica social en el orden de
lo pre-político. En efecto, si el fundamento de esta práctica social está en la naturaleza,
entonces difícilmente podrá ser definida como una institución y, por tanto, interpelada
socialmente. La idea difusa que envuelve el fenómeno de la prostitución es que está
más allá de lo cultural. Aparece como una realidad que transita entre lo natural y lo
social. De ahí que se repita incansablemente que la prostitución ha existido siempre,
como si ese fuese un argumento irrefutable. Sin embargo, la prostitución no es el oficio
más antiguo del mundo sino la actividad que responde a la demanda más antigua del
mundo: la de un hombre que quiere acceder al cuerpo de una mujer y lo logra a cambio
de un precio (Fernández Oliver, 2007: 89).
Eso sí, para justificar que la prostitución es una realidad natural hay que afirmar que
se inscribe en el orden de la sexualidad humana. El subtexto, por tanto, alude a que la
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Utilizo el término teoría crítica en el sentido en que la describe Nancy Fraser: “queremos
una teoría del discurso que pueda aclarar cómo la hegemonía cultural de los grupos dominantes
en una sociedad se asegura y se enfrenta” y “la teoría debería iluminar las perspectivas de
cambio social emancipatorio y de práctica política” (Fraser, 1991: 14).
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fortalecen, la ideología de la misoginia. Por todo ello, es preciso reflexionar sobre los
elementos que cooperan activamente en la formación de ambas culturas.
Esta propuesta de normatividad femenina, sobrecargada de sexualidad, pone
de manifiesto el reactivo cambio cultural que se ha producido en las sociedades
occidentales tras el éxito del feminismo radical de los años setenta (Cobo: 2015). En
nuestro entorno cultural ha cobrado fuerza la idea de que las mujeres deben ser valoradas
fundamentalmente por su atractivo sexual. El proceso de creciente objetualización de los
cuerpos de las mujeres forma parte de este nuevo ideal de feminidad que proponen las
sociedades patriarcales a una parte de las mujeres. El atractivo sexual se ha convertido
en parte fundamental del nuevo modelo normativo que se exige a adolescentes y
mujeres adultas. Natasha Walter lo explica de esta forma: “Las imágenes sexualizadas
de las mujeres jóvenes amenazan con borrar de la cultura popular cualquier otro tipo de
representación femenina” (Walter, 2010: 91).
Sin embargo, este modelo, cada vez más hegemónico, coexiste con otro, desarrollado
por reducidos grupos de mujeres, que pueden elegir opciones laborales, profesionales y
sentimentales ajenas a esta cultura de la hipersexualización. En efecto, este modelo de
normatividad femenina, a pesar de que se dirige a todas las mujeres, pesa mucho más en
aquellas jóvenes que tienen pocas posibilidades de elegir. Richard Poulin explica que la
mercantilización de los cuerpos y los sexos afecta sobre todo a los más vulnerables de
la sociedad, pues tiene un carácter marcadamente clasista y/o étnico (Poulin, 2005). En
efecto, la sexualización es un rasgo que los sistemas de dominio asignan a los miembros
de los colectivos oprimidos. El subtexto de esta asignación es que quien está marcado
por el sexo está más próximo a la naturaleza que a la cultura, más al instinto que a la
racionalidad. Mientras que la razón ha sido un atributo masculino, los sentimientos y la
sexualidad se han prescrito como las características determinantes de las mujeres. En el
caso de la prostitución y la pornografía se observa la intensificación de este dispositivo,
pues se sobresexualiza a aquellas mujeres que el Occidente etnocéntrico ha designado
como pertenecientes a culturas inferiores. Dicho en otros términos, la pornografía y la
prostitución añaden un plus de sexualización a las mujeres de otras razas: las sobre-
racializa y las sobre-sexualiza.
La sexualización de las mujeres es un dispositivo central en la construcción de
la normatividad femenina. Tiene un carácter prescriptivo y por ello mismo, también
ontológico, pues debe ser presentado como un rasgo natural de las mujeres. Uno de
los subtextos de la sexualización de las mujeres es situarlas simbólicamente más cerca
de la naturaleza que de la cultura. Sin embargo, la ontología está precedida por la
política. Primero es la subordinación social y política y después, para legitimar esa
opresión, se fabrica una naturaleza inferior. Y así se puede dar la vuelta al argumento: la
posición de inferioridad social tiene su origen en los déficits ontológicos de los grupos
oprimidos. Este mecanismo de inferiorización se ha utilizado habitualmente con los
colectivos oprimidos y especialmente con las mujeres, a las que la cultura patriarcal ha
sobrecargado de sexualidad. A pesar de que las mujeres han soportado una sobrecarga
de sexualidad en las sociedades patriarcales, en estas últimas décadas, tras el éxito del
feminismo radical de los años setenta, sobrevino inesperadamente una resaca reactiva
y con ella una operación de re-sexualización de las mujeres. Y esta redefinición de las
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núcleo fuerte de esas nuevas servidumbres (Sassen, 2003: 80). El tráfico ilegal de mujeres
para la industria del sexo está aumentando como fuente de ingresos y las mujeres se
han configurado como el grupo de mayor importancia en los sectores de la prostitución
y la industria del sexo y se están convirtiendo en un grupo mayoritario en la migración
orientada a la búsqueda de empleo. Las mujeres prostituidas, mayoritariamente,
pertenecen a las clases más depauperadas y empobrecidas y, por tanto, con necesidades
económicas extremas. Muchas de estas mujeres pertenecen a regiones del mundo
con altos niveles de pobreza y con culturas marcadas por el desprecio a las mujeres.
Además, en los países con altos niveles de bienestar, la prostitución se plantea como
una de las pocas salidas económicas disponibles para mujeres inmigrantes en situación
irregular. También existen excepcionalmente algunas mujeres que, sin ser inmigrantes
ni extremadamente pobres, buscan una mejora de su situación a través de la obtención
del dinero rápido que la prostitución puede llegar a proporcionar.
La prostitución se está configurando como un elemento fundamental para el
desarrollo. Sassen explica que las mujeres entran en el macronivel de las estrategias del
desarrollo básicamente a través de la industria del sexo y del espectáculo y a través de
las remesas de dinero que envían a sus países de origen. La exportación de trabajadores
y trabajadoras y las remesas de dinero son herramientas de los gobiernos de países con
altos niveles de pobreza para amortiguar el desempleo y la deuda externa. Y ambas
estrategias tienen cierto grado de institucionalización de los que dependen cada vez
más los gobiernos.
El alto desempleo, la pobreza, el estrechamiento de los recursos del estado en cuanto
a necesidades sociales y la quiebra de un gran número de empresas hacen posible la
existencia de una serie de circuitos con un relativo grado de institucionalización por los
que transitan sobre todo las mujeres. Por esos circuitos, precisamente, circulan mujeres
para el trabajo doméstico y la prostitución. Y por esos circuitos se introducen también los
traficantes de personas y las mafias vinculadas al tráfico de mujeres. Al mismo tiempo,
esos circuitos adquieren cierto grado de institucionalización porque el Banco Mundial
y el Fondo Monetario Internacional exigen a los países endeudados que edifiquen una
industria del ocio y del espectáculo que haga posible el pago de la deuda (Jeffreys: 2011;
Sassen: 2013). Pues bien, la prostitución infantil y adulta es una parte fundamental de
este sector económico que, a su vez, se configura como una estrategia de desarrollo de los
países con altos niveles de pobreza. Y muy particularmente es una fuente de desarrollo
económico rural para las regiones pobres (Barry, 1991: 71). En otros términos, la
prostitución, como fenómeno social global, no puede ser comprendida si no mostramos
la relación entre desigualdad económica, inmigración y estructuras de poder patriarcales.
La existencia de esos circuitos semi-institucionalizados pone de manifiesto que
la prostitución no crece espontáneamente. Se ha creado un clima ideológico, social e
institucional que promueve el desarrollo de esta práctica social. De hecho, durante los
años sesenta, en Tailandia, el ministro del Interior defendió públicamente la expansión
de la industria del sexo para promover el turismo y facilitar el despegue económico
del país. El número de visitantes extranjeros –el turismo sexual- a Tailandia pasó de
2 millones en 1981 a 7 millones en 1996 (Bales, 2000: 83-84). El gobierno coreano
estimó que la prostitución en 2002 representó el 4,4% del PIB. Y la industria del sexo en
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Holanda, legalizada en 2001, representaba el 5% del PIB. En China se estima que esta
industria constituye un 8% de su economía. Y el aumento del 12% en las ganancias de
Chivas Regal en 2004 fue atribuido, en un informe, a su asociación con los prostíbulos
tailandeses (Jeffreys, 2011: 15-17).
Asimismo, la prostitución es el máximo exponente de la deslocalización neoliberal,
pues las mujeres son trasladadas de los países con altos niveles de pobreza a los países
con más bienestar social para que los varones demandantes con suficientes recursos
económicos accedan sexualmente a los cuerpos de esas mujeres. La prostitución es un
negocio global interconectado en el que las mafias de la economía criminal controlan
todo el proceso, desde la captación de adolescentes y mujeres en sus países de origen
hasta su inserción en los clubs de alterne de los países de destino. Si bien el cuerpo de
la mujer prostituida siempre ha sido una mercancía, en esta época de globalización
neoliberal, marcada por un feroz individualismo posesivo, el cuerpo de las mujeres
prostituidas se convierte en una mercancía muy codiciada por los traficantes y pronexetas
porque proporciona altos beneficios con bajos costes (Policía Judicial, 2005).
La globalización de la industria del sexo hace que los cuerpos de las mujeres, como
negocio, ya no permanezcan dentro de los límites del estado-nación: “El tráfico, el
turismo sexual y el negocio de las esposas que se compran por correo han asegurado
que la severa desigualdad de las mujeres pueda ser transferida más allá de las fronteras
nacionales de manera tal que las mujeres de los países pobres puedan ser compradas
con fines sexuales por hombres de los países ricos. El siglo XX vio el hecho de que los
países ricos prostituyen a las mujeres de los países pobres como una nueva forma de
colonialismo sexual” (Jeffreys, 2011: 17).
Por otra parte, la legalización de la prostitución en algunos países y la casi absoluta
libertad de mercado están ampliando los límites de la industria del sexo. Y este hecho
coloca a niñas, adolescentes y mujeres de regiones del mundo con elevadas tasas de
pobreza, con una cultura de desprecio a las mujeres y con el deseo de aumentar el
consumo familiar, en una situación de ‘entrega y venta’ a las redes de tráfico, tal y como
afirma Kevin Bales, refiriéndose a Tailandia (Bales, 2000: 39-87). La globalización
neoliberal y la ausencia de controles al mercado por parte de los estados ha hecho
posible el crecimiento de la industria del sexo y ha facilitado el desarrollo de la economía
criminal. La suma de estos factores hace que millones de niñas y mujeres se conviertan
en mercancías para esta industria y para el uso sexual de varones de todo el mundo.
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importante en las formas de relacionarse los varones con las mujeres sino que también
ha movilizado resistencias pacíficas y violentas por parte de aquellos que no aceptaban
un nuevo estatus de menor poder. En este cambio cultural y en las resistencias a ese
cambio puede hacerse legible en la conducta de algunos varones un desplazamiento
del dominio masculino del ámbito familiar y de pareja hacia la prostitución, pues esta
práctica confirma el antiguo rol de autoridad y dominación masculina en el que está
exenta la negociación. En la prostitución la sexualidad tradicionalmente hegemónica
masculina encuentra un espacio en el que puede desarrollarse. La lucha del feminismo
radical por democratizar la familia y distribuir paritariamente el poder entre los miembros
de la pareja parece ser compensado a través del ejercicio de la práctica prostitucional en
la que la negociación es sustituida por el dominio y el control masculino. Los varones
que no aceptan la igualdad encuentran en la prostitución su hábitat natural.
El crecimiento de la prostitución está relacionado con dos procesos sociales que
están transformando el mundo del siglo XXI y estrechamente vinculados a la crisis
del contrato sexual. Mujeres en distintas partes del mundo han conseguido derechos
y, además, los han ejercido, pues por primera vez en la historia, grupos reducidos,
pero significativos, de mujeres pueden decir, y dicen, ‘no’ a los varones. Esa primera
parte del contrato sexual por el que cada varón se convierte en dueño y señor de una
mujer, y cuya expresión social legítima es el matrimonio, ha entrado en crisis, pues ha
dejado de ser la única opción para muchas mujeres. Sin embargo, este hecho no debe
oscurecer que frente a esta mayor libertad para algunas mujeres, se encuentran otras
cuya situación ha empeorado visiblemente. Y con esta afirmación, me estoy refiriendo
a la segunda parte del contrato sexual, por la que un reducido grupo de mujeres es
asignado a todos los varones y cuya expresión es la prostitución. En otros términos,
a medida que algunas mujeres pueden desasirse del dominio masculino y conquistan
parcelas de individualidad, otras son más intensamente dominadas y explotadas por el
sistema patriarcal.
Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut (1979) ponen el acento en el hecho de que la
prostitución femenina es cómoda para los hombres porque acceden de modo inmediato
al sexo y ahorran tiempo, se saltan los pasos del cortejo, prescinden de la interacción
personal, el trabajo de seducción y el miedo al rechazo. Por eso, la prostitución se
convierte en una opción rápida y eficaz para aquellos que no desean hacer el esfuerzo
de entablar contacto con mujeres que al final de la noche quizá se negarán a mantener
relaciones sexuales. También señalan que otra ventaja es que pueden despreocuparse
por completo del placer de la otra persona y centrarse en el suyo, porque la prostituta no
protestará. Al contrario que los amantes, las prostitutas desean que el cliente llegue al
orgasmo cuanto antes: así podrán ofrecer más servicios en menos tiempo. Prostitución
y dominio masculino, como sugiere la argumentación de Bruckner y Finkielkraut, son
realidades inseparables.
Sin embargo, no es así en el caso de las mujeres que ejercen la prostitución. Estas
mujeres no sienten placer ni gratificación por la realización de esta práctica. Estos
autores explican que la prostituta no es un cuerpo que goza sino un cuerpo que trabaja.
La mujer prostituida representa un personaje concreto en una obra concreta escrita por
los clientes, a la que se exige que silencie sus caprichos y sus deseos, a no ser que se
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angular de ese edificio fue el consentimiento. La figura del individuo como sujeto
político, la configuración de una nueva clase hegemónica, la burguesía, y la propuesta
de un nuevo sistema político, la democracia, son los elementos centrales del nuevo
mundo que se gestó a partir del siglo XVIII en Occidente. Y es ahí, precisamente,
donde adquiere sentido la categoría de consentimiento. La Modernidad no aceptará
la instauración de sistemas políticos ni relaciones sociales que no estén basados en un
contrato basado en el libre consentimiento de sus miembros. No podríamos entender
la democracia ni el resto de las relaciones sociales, incluido el matrimonio, fuera del
contrato, no solo en Occidente sino también en otras regiones del mundo. Ese tipo de
relación contractual es históricamente nueva y surge como una conquista frente a las
relaciones sociales medievales, basadas en relaciones de adscripción.
A fin de comprender las relaciones sociales que se desarrollan entre el varón
demandante y la mujer prostituida es necesario hacer una reflexión sobre la naturaleza
del contrato y sobre la naturaleza del consentimiento. Locke mantenía que la libertad de
los individuos debe tener un carácter tan absoluto que un individuo puede decretar su
propia esclavitud hasta el extremo de firmar un contrato libremente con su esclavizador.
La clave de la legitimidad de este contrato para Locke está en la voluntad del individuo
que decide esclavizarse. Sobre este supuesto reposa el liberalismo: sobre la absoluta
libertad del individuo.
Algunos años después, Rousseau, uno de los teóricos más críticos de la desigualdad
económica y un referente ideológico para los movimientos sociales críticos, polemizaba
con Locke en el sentido de afirmar que si un individuo decreta su propia esclavitud
pierde su condición de humanidad. Es decir, la libertad es un atributo inherente de la
condición humana. La clave en este razonamiento, pues, es la libertad. Tal y como
señalaba Rousseau, un contrato firmado por dos partes en la que una está dominada por
la necesidad no es un contrato legítimo, puede ser legal, pero nunca será legítimo. Lo
que el filósofo ginebrino no decía explícitamente, pero se ha teorizado desde la teoría
crítica es que este tipo de contrato sanciona una relación social de dominación y de
subordinación (Cobo, 1995).
Kant también explica que no se puede ser al mismo tiempo cosa y persona,
propiedad y propietario (Posada, 2015: 95). Estos filósofos sugieren que esos contratos
podrán ser legales, pero nunca legítimos porque la capacidad de decisión de quien está
dominado por la necesidad vicia ese consentimiento. En esa misma línea, en el siglo
XIX, Marx lanzaba una mirada crítica a los contratos establecidos entre un burgués
y un obrero, entre un empresario y un trabajador, al poner en cuestión los contratos
económicos basados en la necesidad absoluta de una de las partes contratantes. Y de
esta argumentación se deriva una conclusión que ha estado en el fundamento de todas
las teorías críticas de la sociedad: no puede haber libertad de contrato absoluto en
sistemas sociales edificados sobre dominaciones. Ya en el siglo XX, Carole Pateman
analiza el contrato entre demandante y mujer prostituida como carente de legitimidad,
pues esa relación se origina en un contrato sexual sobre el que se edifican los sistemas
de poder patriarcales.
El argumento que quiero señalar es que la ilimitada libertad de contrato forma parte
del núcleo ideológico más duro del liberalismo y la crítica a esa libertad absoluta forma
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6. Reflexiones finales
El feminismo es un proyecto político de transformación social y cualquier proyecto
de cambio social abriga en su interior un impulso ético-normativo. Esa dimensión
crítico-normativa del feminismo es la que muestra la prostitución como una práctica
de poder patriarcal, capitalista y racial/cultural. La prostitución es un efecto directo
del contrato sexual, sobre el que se han edificado las estructuras patriarcales. Por ello
mismo, reproduce y fortalece la jerarquía de género. Además, no puede olvidarse que la
industria de la prostitución está en manos masculinas, mientras que los cuerpos de las
mujeres, la mercancía de la que se nutre la industria del sexo, es femenina. La posición
que he querido argumentar en este trabajo es que la prostitución no es una actividad
económica contractual entre mujer prostituida y varón demandante sino una relación
de poder y explotación sexual. Desde este punto de vista, la prostitución es una práctica
social que se inscribe en el dominio patriarcal.
En este sentido es necesario retomar las categorías de patriarcado y de contrato
sexual, pues sin estos conceptos no podríamos articular la posición ético-normativa
que hemos mantenido en este texto sobre la prostitución. Como hemos señalado, la
prostitución es una de las formas de distribución de las mujeres por parte del genérico
masculino. El matrimonio y la prostitución se configuran, tal y como explica Pateman
(1985), en las dos instituciones de regulación de la sexualidad y a través de ambas
pueden los varones acceder sexualmente al cuerpo de las mujeres. Solo se hace legible
la prostitución a la luz de esta doble estructura sistémica sobre la que se asienta la
hegemonía masculina.
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Rosa Cobo Bedia Un ensayo sociológico sobre la prostitución
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