Historia de La Iglesia

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La Iglesia, en su búsqueda de una reforma radical, recibe un fuerte

impulso en Cluny, donde se da una reforma genuinamente monástica y


auténticamente religiosa, que llega a crear un nuevo ideal de Iglesia. El
movimiento de Cluny pasa del ámbito monacal al papado y al episcopado,
influyendo en la tendencia necesaria de buscar la liberación de la Iglesia de
manos de los señores feudales. Cluny se esfuerza por comprender y vivir de una
forma adecuada la perfección cristiana, buscando la esencia del mensaje
evangélico. Los cluniacenses vuelven a ser realmente monjes según la Regla de
San Benito. Su vida se centra en el opus Dei de la liturgia, el tiempo dedicado al
oficio divino, hasta hacer de él casi la única ocupación de los monjes. Los
cluniacenses hacen del oficio coral una especie de oración perenne. Con el rezo
en común del coro va anejo otro factor importante de formación religiosa: la
lectura espiritual en común. En los monasterios cluniacenses cada año se lee
toda la Sagrada Escritura. A ello se añade la lectura de los escritos de los
Santos Padres, vidas de santos y las passiones de los mártires. La lectura del
coro se prolonga en muchos casos en el refectorio. Pero lo fundamental es la
salmodia en el coro.

Cluny vive un período de gran florecimiento monástico, convirtiéndose


además en estímulo para toda la Iglesia, una invitación a buscar la libertad y la
independencia del poder temporal. Cluny es el alma de la reforma de la Iglesia,
el centro de la historia de la Iglesia de los siglos X y XI. Los Papas y numerosos
Obispos llaman a los cluniacenses para reformar los conventos a ellos
sometidos. Al difundir las mismas formas de vida por todo el Occidente, Cluny
promueve la unidad del Occidente cristiano, favoreciendo siempre la comunión
con el Papa. Cluny es “como una capa blanca que se extiende sobre la Iglesia”.

Desde finales del siglo XI y principios del XII la cristiandad experimenta


una gran renovación espiritual. El antiguo ideal de la vida apostólica se
presenta con aspectos nuevos, acabando por convertirse en el ideal del
seguimiento radical de Cristo en una vida según el Evangelio. Surge, así, el
deseo de tomar a la letra el Evangelio. Junto a los círculos monásticos, aparecen
también nuevas formas de vida contemplativa, que dan a la Iglesia un fuerte
impulso de reforma. Estas nuevas formas tienen en común el alejamiento del
mundo, la estima de la obediencia y la vida en común. San Romualdo funda los
Camaldulenses al comienzo del siglo XI. San Bruno funda los Cartujos al final
del mismo siglo. Para la renovación del clero dedicado a la cura pastoral nacen
los canónigos regulares: canónigos por estar incardinados a una diócesis y
regulares por vivir en común según una regla. Así surgen los Victorinos en
París. Y San Norberto funda los Premostratenses.

Dentro del marco del monacato tradicional, pero con un fuerte impulso de
renovación, surge el nuevo monasterio del desierto de Citeaux, que supera en
fecundidad a todas las otras fundaciones. Los Cistercienses se desarrollan
rápidamente. Su regla recibe el nombre de Charta Charitatis, que intenta
salvar el espíritu de pobreza y el equilibrio entre la oración y el trabajo. El
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prestigio de esta nueva orden se debe a la entrada en ella, casi al comienzo, de
San Bernardo de Claraval, que es una de las figuras claves de la Edad Media en
general y de la historia de la Iglesia en particular. En 1113 hace se profesión
solemne. En 1115 es enviado como abad, con doce monjes, a fundar Claraval,
que queda unido a su nombre. Enorme es su actividad como predicador y
también como escritor de importantes tratados teológicos. Profundamente
arraigado en la piedad y el pensamiento del tiempo anterior, es mérito
particular de Bernardo el haber plasmado y propagado una íntima y afectuosa
veneración a la humanidad del Señor dentro de la devoción general a Cristo:
“Es insípido todo manjar espiritual que no esté condimentado con este
bálsamo...Tanto si escribes como si hablas, no me gusta si no resuena el nombre
de Jesús”.

Al comienzo del siglo XIII, la sociedad europea se halla agitada; los


municipios reivindican su independencia, la burguesía adquiere mayor poder
político, el comercio se desarrolla proporcionando un mayor tenor de vida y el
desarrollo intelectual y artístico. Este flujo de riqueza genera un cierto
materialismo práctico y, como reacción, la aspiración a una pobreza más de
acuerdo con el Evangelio. Esto provoca el nacimiento de movimientos que se
oponen a la jerarquía y terminan en la herejía. Pero también, en este contexto
social y eclesial, surgen las órdenes mendicantes, por obra sobre todo de San
Francisco de Asís y de Santo Domingo de Guzmán.

Francisco reúne en seguida a unos cuantos discípulos y comienzan a vivir


en pobreza, dedicados a la predicación. En San Damián, oye al crucifijo que le
dice: “Francisco, ve y reconstruye mi casa que, como ves, se desmorona”. A esta
tarea dedica toda su vida. No desea sino “vivir el Evangelio sin glosa alguna”.
La resonancia del franciscanismo en la Iglesia es algo extraordinario. En los
mismos años, y con un espíritu similar a San Francisco, aunque también con
muchas diferencias, Santo Domingo (1170-1234) reúne en torno a sí una
comunidad de misioneros diocesanos. Aceptando la regla de San Agustín, la
adapta con la acentuación de la oración y la pobreza, naciendo así los
Dominicos, la Orden de los Hermanos Predicadores.

Características esenciales de las órdenes mendicantes, que diferencian al


fraile del monje, son la pobreza no sólo individual sino comunitaria: no sólo el
fraile no puede poseer nada, sino que tampoco puede poseer nada la comunidad
(aunque las dificultades prácticas hizo que esto desapareciera muy pronto, al
comienzo del siglo XIV); una segunda característica es la importancia dada a la
actividad pastoral y, por consiguiente, el abandono de la estabilidad en el
convento; los frailes son misioneros itinerantes; esto exige una mayor
centralización del gobierno; todas ellas cuentan con la institución de una tercera
orden, llamando a los laicos a colaborar en el apostolado y mostrándoles la
posibilidad de una vida cristiana perfecta en su propio estado.

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