Kathryn Caskie - Hermanas Royle 02 - Cómo Atrapar A Un Conde
Kathryn Caskie - Hermanas Royle 02 - Cómo Atrapar A Un Conde
Kathryn Caskie - Hermanas Royle 02 - Cómo Atrapar A Un Conde
Hermanas Royle 02
ÍNDICE
Agradecimientos ...................................................... 3
Capítulo 1 .................................................................. 4
Capítulo 2 ................................................................ 17
Capítulo 3 ................................................................ 23
Capítulo 4 ................................................................ 33
Capítulo 5 ................................................................ 38
Capítulo 6 ................................................................ 49
Capítulo 7 ................................................................ 56
Capítulo 8 ................................................................ 63
Capítulo 9 ................................................................ 71
Capítulo 10 .............................................................. 78
Capítulo 11 .............................................................. 84
Capítulo 12 .............................................................. 94
Capítulo 13 .............................................................. 96
Capítulo 14 ............................................................ 102
Capítulo 15 ............................................................ 108
Capítulo 16 ............................................................ 112
Capítulo 17 ............................................................ 116
Capítulo 18 ............................................................ 123
Capítulo 19 ............................................................ 131
Capítulo 20 ............................................................ 136
Capítulo 21 ............................................................ 147
Epílogo .................................................................. 150
Nota de la autora.................................................. 152
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA .................................................. 153
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Agradecimientos
Deseo hacer llegar mis agradecimientos a todas las personas que contribuyeron
a llevar a compleción esta novela y cuyas aportaciones al libro, mi profesión y mi
vida de escritora hacen tan gratificante este proceso.
Lucia Macro, mi maravillosa editora, y Esi Sogah, que despejaron sus escritorios
para encargarse de que este libro entrara en producción antes de que limpiaran Time
Square de los confeti.
Jenny Bent, mi fabulosa agente en Trident Media Group, por estar siempre
presente para mí. Eres la mejor agente que podría tener. También a su ayudante
Victoria Horn, por cuidar de mí siempre.
Franzeca Drouin, mi muy paciente investigadora, que siempre sabe dónde
encontrar fuentes de información incluso para los más remotos y raros detalles
históricos.
Nancy Mayer, extraordinaria experta en el periodo de la Regencia, que hizo la
milla extra revisando las páginas que componen el periodo para ayudarme a
determinar los requisitos para que un par del reino ocupara el escaño de su familia
en la Cámara de los Lores. Tu conocimiento de este periodo no tiene precio para mí.
Mi querida lectora Peg, que recorrió Cockspur Street y la iglesia Saint George en
Londres para reunir material de investigación para mí.
Sophia Nash, amiga y dotada escritora, por sus constantes palabras de aliento y
por empujarme hacia el «fin» con el señuelo de salir de compras.
Y por último, mi gratitud eterna va a los productores de Red Bull (sin azúcar) y
a los camareros de Starbucks por mantenerme lo bastante cafeinada durante el
proceso de escribir esta historia.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 1
Cómo hacerse invisible
Una noche de vuelta en la sociedad. Sólo había bastado eso. Una noche y ya
estaba volviendo a caer en su forma de ser inescrupulosa. Agitó la cabeza. Maldición.
Pero al menos la suerte estaba de su lado. Después de todo, lady Buenjuego, o
cual fuera su apellido, le había puesto muy fácil la marcha atrás.
Exhalando un suspiro, cogió la vela y la levantó hasta el espejo que colgaba
sobre la mesa adosada a la pared, para iluminarse la cara.
Vaya, mírame, un maldito desastre arrugado.
De pronto, algo en su parpadeante imagen le pellizcó y le obligó a acercarse
más. Sus ojos azul cobalto se veían fríos y negros a la tenue luz, y al instante entraron
de un salto en su mente amedrentadores recuerdos de su difunto padre. Cerró los
ojos, hizo una respiración profunda y se sacudió, para sacarse de la mente la imagen
y los recuerdos que lo perseguían.
Cuando abrió los ojos, se pasó los dedos por el pelo negro ondulado,
alisándoselo y peinándoselo lo mejor que pudo. Se giró, dejó la palmatoria en la
mesita de cerezo y comenzó a arreglarse el nudo de la corbata ya arrugada.
—Tienes toda una maldita casa, MacLaren —dijo una voz masculina desde el
corredor.
Giró la cabeza y entrecerró los ojos. Recortada a la luz proveniente de la puerta
del salón, vio la conocida silueta de un caballero larguirucho.
—Y sin embargo esta noche prefieres el jardín —continuó el hombre.
Laird se giró del todo, aunque con las piernas inestables, a mirar a su viejo
amigo.
—Apsley. Que me cuelguen, mierda. ¿Dónde has estado toda la noche? Pensaba
que habías decidido no venir y preferido darte un revolcón con esa descarada
bailarina de ópera tuya.
—Ah, pues no, nada de eso. Planté a esa zorrita el martes.
Diciendo eso Apsley se acercó a mirarse admirativamente en el espejo y se
metió detrás de la oreja un rizo rubio extraviado.
Laird agitó la cabeza.
—Sin duda por otro trocito de muselina el doble de… dotada.
—Bueno, sí, si has de saberlo.
Arthur Fallon, vizconde Apsley, se revolvió los rizos rubios, todo engreído se
levantó las puntas del cuello de la camisa y se giró a mirarlo.
—Pero tendrías que haber sabido que vendría. No lo he olvidado. Si no
hubiera…, bueno, maldita sea, hoy estaríamos brindando por el veinticinco
cumpleaños de tu hermanito, no por su recuerdo.
Laird bajó la vista al anillo de oro de sello, lo único que le había entregado hace
un año el lloroso ordenanza de Graham, después de la batalla que le costó la vida.
—Lo echo de menos.
—Lo sé. Pero tienes que saber, creyera lo que creyera tu padre, que no fue culpa
tuya. Tienes que entender eso.
—Pero lo fue. Si hubiera hecho lo que deseaba mi padre, tal vez Graham no
habría muerto.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Echó atrás la cabeza, tratando de contener las lágrimas que le hacían escocer los
ojos.
Apsley le puso una mano en el hombro y se lo apretó.
—Basta de lamentos, basta de cavilar sobre lo que pudo o no pudo haber sido.
—Como un perro cazador que acaba de captar un rastro, olisqueó el aire—. Con que
esta noche has elegido coñac, ¿eh? ¿Es bueno? Espero que lo sea porque me parece
que esta noche me llevas una ligera ventaja. No podemos permitir eso, ¿a que no?
—Más que ventaja. Mi caballo va muy adelantado, buen hombre. —Cuando
volvió a mirar sintió los ojos llenos de lágrimas. Se pasó el dorso de la mano por la
cara, para conservar su dignidad, pero el movimiento de la cabeza, muy leve, le hizo
tambalearse unos pasos hacia la izquierda.
Apsley le cogió el brazo y lo afirmó.
—Ya veo. Pero no beberás solo por el recuerdo de Graham ni un instante más.
Dime dónde está el decantador y la copa de cristal más honda y te juro que mi
caballo adelantará al tuyo en menos de una hora.
Laird sonrió, sabiendo que Apsley lo decía muy en serio y era muy capaz de
hacerlo. Antes de que pudiera pensar en complacerlo, notó que ya no estaban solos.
—Laird, hijo, ¿eres tú el que está ahí, no? —llegaron las resonantes palabras de
la condesa MacLaren del otro extremo del largo corredor—. ¿Y ha sido la voz de
Apsley la que he oído también? ¿Está contigo?
Laird hizo una mueca.
Ay, buen Dios.
—Sí, Apsley está aquí, madre. —Avanzó un paso, afirmando la mano en el
brazo de su amigo y se le acercó a decirle en voz baja al oído—: Perdona, pero debo
advertirte. Mi madre ha estado preguntando por ti desde hace horas.
—¿Sí? —susurró Apsley—. Ah, mierda, ¿por qué?
La condesa dio unas palmadas, y los dos volvieron a mirar hacia ella.
—Tenemos invitados que acaban de llegar —siseó la condesa—. Vuelve
inmediatamente, por favor, a saludarlos. Tú eres el cabeza de familia ahora. Esperan
verte.
Dicho eso se dio media vuelta y entró a toda prisa en el salón.
Apsley arqueó las cejas hasta que casi le rozaron el rizo dorado que le caía sobre
la frente.
—Está algo nerviosa, ¿no? Así pues, dime, Mac, ¿qué necesita de mí la condesa
esta vez?
Laird miró hacia la luz y se apresuró en dar su advertencia, porque no le cabía
duda de que la condesa no tardaría en reaparecer en el corredor.
—La respuesta es muy divertida.
—Entonces dímela. No me iría mal hacer alguna locura en estos momentos.
—Aunque te parezca mentira, se le ha metido en la cabeza que tienes bastante
influencia como para avanzar mi camino hacia el escaño de la familia en la Cámara
de los Lores.
Apsley se rió.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Laird hizo una honda inspiración y expulsó el aire por entre los dientes,
apoyando la espalda en la pared, muy cerca de la puerta. El salón estaba más
atiborrado de invitados que una hora antes.
Damas ataviadas con vaporosos vestidos de seda estaban codo con codo con
caballeros de chaquetas oscuras. Por entre los grupos sólo discurrían estrechos
senderos de espacio desocupado, senderos que sólo existían para permitir a los
lacayos su servicio de libaciones.
Por la puerta abierta miró hacia el reloj del vestíbulo y exhaló un suspiro.
Condenación, todavía no eran las once y media; era temprano, según los criterios de
la sociedad. De todos modos, hacía rato que se habría marchado si la fiesta no se
celebrara en su maldita casa de la ciudad.
No debería haber permitido que su madre, que acababa de quitarse el luto por
su padre y su hermano, organizara esa fiesta tan grandiosa en Cockspur Street.
Se había vuelto loco, estaba claro.
¿Por qué no la había convencido de esperar hasta el otoño y entonces ofrecer
una fiesta en la casa de campo MacLaren Hall? Pero sabía que ese era un deseo inútil,
porque ella era la condesa MacLaren y se había ganado la fama de no hacer nada a
medias.
Su fiesta, que marcaba el regreso de los MacLaren a la sociedad, después de su
periodo de luto, había sido la comidilla entre los aristócratas durante más de ocho
semanas. Vamos, los diarios de Londres habían dedicado casi tanto espacio a la
inminente fiesta como a las noticias sobre los tejemanejes del Parlamento.
Lamentablemente, al parecer él era el único que había temido ese tan pregonado
acontecimiento.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
pasó casi de cabeza por en medio de un grupo de señoras mayores que venían
conversando.
Y en ese instante desapareció.
Se le curvaron las comisuras de los resecos labios mirando hacia el lugar donde
había desaparecido. Distraídamente levantó la mano para beber de su copa. Y sólo
entonces cayó en la cuenta de que no la tenía en la mano.
La picaruela de ojos dorados se las había arreglado para quitársela después de
todo. Se rió sobre el puño cerrado, hasta que comprendió su grave error.
Condenación. Esa chica tenía fuego dentro. Esa noche podría ser la única mujer
que le había inspirado un cierto interés, y ni siquiera se le había ocurrido preguntarle
su nombre.
Eran casi las dos de la mañana y la fiesta continuaba muy animada, no se veían
indicios de que fuera a terminar.
Pero en realidad eso no importaba, concluyó Anne. Dentro de una hora estaría
en casa, en la cama, o encadenada en prisión. Le latieron fuertemente las venas de las
sienes ante la idea.
Elizabeth, que estaba en su puesto de centinela junto al frío hogar, se giró hacia
ella.
—Anne, Lilywhite ha dado la señal. El vestíbulo está despejado. —La miró
fijamente—. Ve. Ve ahora.
A Anne se le erizó el finísimo vello de la nuca.
—Esto es una locura, Elizabeth. No puedo, sencillamente no puedo.
—Sí que puedes. Sabes que debes. No hay otra manera. Esta es nuestra única
oportunidad.
—Pero todavía hay por lo menos sesenta invitados en la casa. ¿Y si me ven? ¿Y
si me pillan, otra vez?
—Vamos, Anne, deja de inquietarte. Ese caballero no tiene ninguna
importancia, ninguna en absoluto. Señor, estabas jugando, y ¿quién de nosotras no
ha hecho eso alguna vez en una fiesta?
—No era un juego, Elizabeth. Quería ejercitar mi habilidad, hacer acopio de
valor. Pero resulta que él me ha visto, cuando nadie más me había visto. —Miró
preocupada hacia el vestíbulo que llevaba a la escalera—. ¿No lo entiendes? No estoy
preparada para hacer esto. Él me ha visto.
—¿Qué importa que se haya fijado en ti? Estaba borracho como una cuba. No
creo que en ese estado pueda recordarte. —Le cogió la muñeca—. Además, los Viejos
Libertinos están alerta por si acaso algo fuera mal. Mira ahí. —Movió la cabeza hacia
un anciano caballero en forma de manzana que estaba justo ante las puertas del salón
rascándose la ancha tripa—. ¿Lo ves? Lilywhite está ahí.
Anne paseó la mirada por el gentío.
—¿Está el conde en el salón? Porque si no está, podría haberse retirado a su
dormitorio a acostarse. ¿Alguien ha tomado en cuenta eso?
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 2
Cómo comprometerse en matrimonio
en dos minutos o menos
Anne cerró fuertemente los ojos y los mantuvo así, aunque todos sus instintos le
gritaban que los abriera.
Esto no puede estar ocurriendo.
Pero lo estaba.
Sintió que la llevaban en brazos y la depositaban encima de algo blando, una
alfombra, no, no, una cama.
Sí. La cama de él.
Pero entonces sintió algo más.
No abras los ojos. Piensa, sólo piensa, ¡piensa!
Buen Dios, ¿qué estaba haciendo él?
Entonces lo comprendió. Unas manos grandes, cálidas, pasaron por encima de
sus pechos con la mayor familiaridad. Le tironeó la cinta que le cerraba el escote del
vestido, soltó el lazo y el corpiño se abrió.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Laird se inclinó sobre ella y movió la cara junto a sus labios, con la esperanza de
sentir un soplo de su dulce aliento. Respira, muchacha, por favor, respira.
Le colocó el pulgar sobre el mentón y presionó, abriéndole más los labios.
Respira.
De pronto ella abrió los ojos y lanzó un agudo grito que le perforó los tímpanos,
haciéndoselos vibrar y doler.
—¡Condenación!
Tapándose los oídos con las palmas, se echó hacia atrás y retrocedió por la cama
hasta llegar a la cabecera.
—¡Deja de gritar, muchacha! Te has desmayado, y sólo intentaba ayudarte a
llenar los pulmones.
Ella cerró la boca, poniendo afortunadamente fin al infernal grito.
Incorporándose, se puso de rodillas y comenzó a arreglarse enérgicamente el vestido.
—¿Quería ayudarme arrancándome la ropa? —le dijo, mirándolo con los ojos
brillantes de furia—. Un caballero no se aprovecha de una mujer inconsciente. Puede
que no haya estado mucho tiempo en Londres, pero reconozco una bestia cuando
estoy en presencia de una.
—No, muchacha, lo has interpretado mal. No estabas «respirando».
A ella le temblaban las manos.
—Vuélvase, por favor, mientras me arreglo la ropa —farfulló, haciendo girar un
dedo ante la nariz de él—. O por lo menos téngame un mínimo de consideración
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
cerrando los ojos, para que yo pueda conservar la poca dignidad de la que aún no me
ha despojado.
Él cerró los ojos. El diablo me lleve.
Qué fácil le resultaba a ella creer lo peor de él. A nadie le costaba el menor
esfuerzo pensar mal de él.
Aunque, dicha fuera la verdad, en el pasado normalmente estaban justificados
al pensar mal.
Esta vez no.
Esta vez se había portado…, bueno, caballeroso. Sacó pecho; heroico.
—Escuche, señorita, le he soltado el corsé para que pudiera respirar, nada más.
—Se frotó las doloridas sienes con las yemas de los índices—. ¿Ya ha terminado de
arreglarse la ropa?
—Casi.
Sintió moverse las sábanas cuando ella se deslizó hasta el borde de la cama y
dos plops cuando sus zapatos golpearon el suelo.
Abrió los ojos. A la luz de la luna la vio retorciendo los brazos como una
contorsionista, al tratar de llegar a los lazos del corsé que le colgaban por el centro de
la espalda.
—¿Quieres que te ayude, muchacha?
Ella se giró a mirarlo acusadora. Ahí estaba; ese fuego otra vez.
¡Cristo Todopoderoso! De verdad que sólo deseaba ayudarla, después de
haberla asustado tanto, pero aun con esa tenue luz veía que ella creía lo contrario.
—No te haré ningún daño, ni te tocaré aparte de ayudarte a cerrar el corsé. —
Alargó la mano hacia ella—. Te lo juro.
Al instante ella agrandó los ojos.
—No se me acerque.
Se giró y echó a correr hacia la puerta.
—Vamos, querida mía, yo en tu lugar no abriría esa puerta.
Ella se detuvo y se giró a mirarlo, con el mentón alzado en gesto impertinente.
—¿Por qué no?
—No puedes volver a la reunión en ese estado de semidesnudez. Abajo está
toda la alta sociedad de Londres. Te arriesgas a quedar totalmente deshonrada en el
instante en que salgas de esta habitación.
Ella se giró a mirar la puerta, acercó la mano a la manilla y la mantuvo varios
segundos ahí, sin tocarla. Después se giró hacia él y lo miró con los ojos
entrecerrados, como si quisiera evaluar su veracidad.
—Puede que no tenga la mejor de las reputaciones entre las damas, pero puedes
fiarte de mi palabra. Hay quienes podrían decir que soy bastante experto tratándose
del tema de la deshonra.
Ella estuvo varios segundos mirando de un lado a otro, nerviosa, hasta que al
fin, habiendo llegado, obviamente, a una decisión, avanzó un pie, dio un paso, y
luego avanzó el otro.
Él bajó las largas piernas por el borde de la cama y le hizo un gesto, llamándola.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
hacerle un disimulado guiño a Laird, cogió a la joven de la mano, con un suave tirón
la puso en marcha y la llevó directamente ante la condesa.
—Apsley… —logró decir Laird, pero ya era demasiado tarde.
—Permítame que le presente —hizo una honda inspiración y miró hacia Laird,
sonriendo de oreja a oreja—, a la prometida de su hijo.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 3
Cómo una mentira se convierte en verdad
Laird se sintió mareado; le giraba la cabeza como una guinea arrojada sobre la
mesa de juego. ¡Maldito seas, Apsley!
El color abandonó la cara de la condesa, junto con todo asomo de expresión, la
que fuera.
—Pe-perdona, Apsley. ¿Has dicho la prometida de mi hijo? ¿De Laird?
—Sí. —Una satisfecha sonrisa le ensanchó la boca y le hizo un gesto a Laird con
la nariz que este tenía toda la intención de romper—. Díselo. Vamos —lo instó.
La condesa movió lentamente la cabeza hacia un lado y el otro, sin lograr
decidir que fuera verdad la tonta afirmación de Apsley.
—No, no, no. Esto es una absoluta tontería, estoy segura —dijo al fin, aunque
no en tono muy convincente. Levantó sus impertinentes y examinó a la pálida joven
que tenía delante. Pasados unos cuantos segundos de contemplación en silencio,
añadió—: He de decir que esto es bastante difícil de creer. Sobre todo después de…
Consciente de la muchedumbre congregada en la habitación y el corredor, se
tragó el comentario, pequeña cortesía que Laird agradeció de verdad.
—Esto no puede ser cierto —musitó la condesa, aunque ya no se podía negar
que la duda impregnaba sus palabras. Entonces posó la mirada en Laird, y se le
curvaron las comisuras de los labios en una sonrisa traviesa—. Pero hijo, has
cambiado tanto durante este año… ¿podría ser cierto? ¿Puede serlo? Sé que siempre
has sido bueno para los juegos, pero, por favor, Laird, debo saberlo.
Él no pudo sostenerle la mirada a su madre. Condenación. No podía mientras la
señorita lo miraba por encima del hombro, pidiéndole ayuda con sus ojos dorados.
Mierda. ¿Qué debía hacer? ¿Mentirle a su madre? ¿Reírse de la inoportuna
broma pesada de Apsley y arruinar la reputación de la señorita para siempre?
Diablos, tenía la cabeza tan en blanco como el pizarrón para las apuestas de
juego del White el lunes por la mañana.
Pestañeó y abrió la boca, pero al instante volvió a cerrarla. Tenía la mente hecha
un lío con la bebida. No le venían las palabras. No había ninguna respuesta correcta.
La formidable condesa lo liberó de su mirada evaluadora y la volvió hacia la
temblorosa joven, dando un amenazador paso hacia ella.
—Bueno, entonces, ¿qué dice usted, señorita?
Curiosamente, la señorita se mantuvo firme. Y aunque él no podía saberlo
debido a su nada ventajosa posición detrás de ella, a juzgar por la sorprendida
expresión de su madre, la señorita debió haber levantado sus impresionantes ojos
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
La hora siguiente fue un absoluto y borroso enredo para Anne. Aunque sin
duda que fue para bien.
Si hubiera tenido el tiempo para considerar las consecuencias de afirmar que
era la prometida del conde de MacLaren, acto digno de que la llevaran directamente
al manicomio, podría haber abierto la ventana y saltado por ella, con los pies por
delante.
Sí, si lo hubiera pensado, pensado de verdad, habría preferido infinitamente
quebrarse unos cuantos huesos antes que someterse a las sonrisas falsas y las
miradas críticas y burlonas con que la obsequiaría la alta sociedad cuando se
enteraran de la verdad.
Pero no tenía otra opción, ninguna en absoluto.
Menos mal que tenía a alguien de su parte, por el momento, en todo caso.
No era el conde, su libertino, borracho e involuntario socio en el delito
horriblemente chapucero que había cometido esa noche.
No, por increíble que fuera, su ferviente partidaria era nada menos que la
estimada lady MacLaren.
Porque sólo un instante después de que ella soltara su gran mentira la condesa
se volvió hacia los congregados.
«Por favor», exclamó, reduciendo la entusiasmada algarabía a sólo unos pocos
susurros, «bajemos todos al salón, ¡a celebrarlo!», canturreó, feliz.
Un poquitín demasiado feliz.
La condesa clavó su mirada de halcón en cada una de las personas congregadas
ahí, casi como si quisiera tomar nota mental de los afortunados que se las habían
arreglado para entrar en el dormitorio a presenciar aquella escena espectacularmente
escandalosa.
—Vamos, creo que está indicado un brindis —gorjeó, agitando con brío las
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
tiempo el trayecto podría no durar más de dos o tres horas. —Entrelazó los dedos—.
Sí, debe venir conmigo y pasar un tiempo allí. Mi marido se enorgullecía muchísimo
de su propiedad, y comprenderá por qué. Siempre encontré que era una lástima que
sus deberes lo retuvieran en Londres durante meses seguidos; disfrutaba mucho de
la vida en el campo. Laird, bueno, parece que el chico le ha tomado afición a la
ciudad. Pero ahora que se va a casar, tal vez cambie.
Guardó silencio y Anne cayó en la cuenta de que debía decir algo. Debía dejar a
un lado la timidez y convertirse en la mujer osada que había simulado ser cuando se
había enfrentado a los miembros de la sociedad en el dormitorio, y había dicho la
mentira más enorme de toda su vida.
—Usted es muy conocida en las altas esferas de la sociedad, lady MacLaren —
dijo—, seguro que debía venir a Londres con regularidad.
Bueno, no era el más brillante de los comentarios, pero pasable, pensó.
—Ay de mí, no con la frecuencia que habría preferido. Mi marido siempre me
recordaba que la presencia de nuestra familia lo distraería de sus deberes para con la
Corona. Así que por el bien del reino… —Se interrumpió, como si el pensamiento se
le hubiera ido a la nada—. Bueno, así eran las cosas.
Anne acompañó a la condesa en su triste sonrisa, sonriendo también.
—Además, no es el número de días que pasa en la ciudad lo que hace
memorable a una dama —continuó la condesa, con el ánimo visiblemente más
elevado—. ¡Es la magnificencia de sus fiestas! No tema, señorita Royle de las remotas
tierras agrestes de Cornualles. La instruiré en el arte de recibir en casa. —Sin dejar de
sonreír le alisó la falda color blanco marfil y luego se echó una rápida mirada en el
espejo—. ¿Está preparada para enfrentarse a su público ahora?
Anne se miró en el espejo y vio su expresión sobresaltada. Esa noche se había
hecho realidad su peor pesadilla.
Jamás estaré preparada para esto. Jamás.
De todos modos, sabía que era imposible prevenir lo inevitable, así que contestó
curvando mansamente las comisuras de los labios.
—Estupendo. Venga conmigo, señorita Royle. Nos esperan nuestros invitados.
—Diciendo eso la cogió firmemente por el brazo y juntas salieron de la habitación y
bajaron la escalera—. Le presentaré a todos los estimados invitados que han tenido la
educación y el buen juicio de continuar en el salón a pesar de lo tarde que es. No se
inquiete por nada. Déjeme hablar a mí y todo irá bien. Ya verá.
Cuando entraron en el elegante salón se hizo un repentino silencio en el grupo
de damas y caballeros, al que siguió un fuerte aplauso que pareció rodar como un
rugido hacia ellas.
Anne sintió acaloradas las mejillas. Jamás en su vida había recibido tanta
atención y, buen Dios, no tenía ni idea de cómo arreglárselas.
Pasado un momento se le ocurrió que si de verdad estuviera comprometida
buscaría a su futuro marido para reunirse con él. Tenía que hacer creíble esa farsa del
compromiso de esa noche, ¿no?
Se puso de puntillas y paseó la mirada por el salón en busca de su «prometido».
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 4
Cómo cavar la propia tumba
—Milord, sabe muy bien que no he sido yo la que ha inventado esa ridícula
fantasía de que soy su prometida —dijo Anne a borbotones—, ha sido su… su… ese
depravado individuo, Apsley.
El conde no contestó, con lo que sintió unos revoloteos en el estómago, como si
tuviera dentro un pajarito asustado.
—Usted «sabe» que no tenía más remedio que seguirle el juego y asegurar que
soy su prometida. ¡Estaba ante mi deshonra!
—Podría estarlo todavía —dijo él, avanzando otro paso hacia ella, y, buen Dios,
empezaba a ponérsele muy roja la cara—. Aunque Apsley lo niega, debo preguntarle
si los dos se habían confabulado para tramar este ardid.
—Milord, le aseguro que no estoy ni he estado nunca confabulada con su
diabólico amigo.
Echó hacia atrás el pie izquierdo, apoyó su peso en esa pierna y retrocedió
medio paso con la otra, lo que no fue mucho, pero por lo menos quedó fuera de su
alcance, por si decidía estrangularla, posibilidad que seguro consideraría ella si
estuviera en el lugar de él.
Él arqueó nuevamente esa ceja.
—¿Está dispuesta a jurarlo?
Anne se plantó las manos en las caderas.
—Milord, simplemente soy una víctima de las circunstancias, de una situación
horrorosa, inimaginable, que me ha obligado a actuar de inmediato para proteger mi
reputación.
—¿Y era su «reputación» la que ocupaba el primer lugar en sus pensamientos
cuando ha entrado a hurtadillas en mi dormitorio, señorita Royle?
Diciendo eso se pasó los dedos por el negrísimo pelo ondulado y ella
comprendió al instante que no estaba tan impasible como quería hacerle creer.
Lo miró a los ojos, de un vivo color azul, y los vio cansados, y luego notó el
asomo de barba que le ensombrecía la fuerte mandíbula. Estaba claro que esa noche
no había sido todo alegría y buen humor para él; y algo en la adusta expresión de su
cara tan perversamente guapa le dijo que su actitud tenía muy poco que ver con la
mentira de ella. Al mirarle nuevamente los entristecidos ojos, se le ablandó el
corazón y sintió pena por él.
De pronto se le disolvió el miedo ante su ira.
El deseo de abrir los brazos y consolarlo la impulsó hacia él sin previo aviso;
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
levantó los brazos que tenía a los costados y los extendió hacia él sin darse cuenta de
lo que iba a hacer.
¡Fatalidad!
Se detuvo en seco y bajó bruscamente los brazos a los costados, como un
soldado, y se apresuró a bajar los ojos, mirando el suelo.
¿Qué era lo que él le había preguntado? Ah, sí.
Exhaló un suave suspiro, sólo para impresionar, y darse tiempo para escarbar
en su cerebro en busca de un motivo creíble que explicara por qué había entrado en
su dormitorio. Y entonces simplemente se le trabó la lengua sin dejar salir la
explicación.
—¿Y bien? —dijo él, acercándose.
Aunque aún no estaba delante de ella, era como si lo estuviera, porque era tan
alto, sus hombros tan anchos (vamos, por lo menos el doble de anchos que los suyos),
que su presencia parecía cernirse sobre ella como un muro de negros nubarrones de
tormenta.
—¿Señorita Royle?
Ella alzó el mentón y lo miró fijamente con su expresión más ofendida.
—Si está tan decidido a arrancarme mi motivo para entrar en su dormitorio, lo
tendrá. Aunque había esperado que sus modales fueran más refinados y no me
obligara a confesar.
—Le pido disculpas por mi lamentable comportamiento. Pero continúe.
Como para instarla a continuar, avanzó otro paso, y entonces sí que quedó
gigantesco ante ella.
Anne se tragó la segunda mentira de esa noche que estaba a punto de soltar.
Pero al ver el ceño que afeaba esa cara, por lo demás guapa, dudó de que tuviera
efecto otra apelación a su caballerosidad, así que continuó:
—Me resulta muy vergonzoso explicarle los motivos para entrar a escondidas
en su habitación. Debe comprender que sólo soy una señorita común y corriente de
Cornualles.
—Cariño, eres cualquier cosa menos común y corriente, pero de todos modos
quiero la explicación, puesto que es el ímpetu que ha llevado a nuestras próximas
nupcias.
Su voz sonó profunda y resonante, y como estaba tan cerca, sus palabras le
retumbaron en todo el cuerpo como truenos.
—Ha sido el vino, milord.
—¿El vino? ¿No era de su gusto, señorita Royle de Cornualles?
Anne sabía muy bien que de ninguna manera podía desenmascararse para
defenderse.
—Ah, desde luego que me ha gustado, señor. Lo he encontrado extraordinario,
pero mi constitución no ha sido capaz de soportarlo. Me ha venido una terrible
necesidad de… de encontrar un… un orinal, y un lugar donde pudiera estar a solas.
—¿Y ha encontrado uno?
—¡¿Qu-qué?! —tartamudeó ella. Eso era de locos; ¿por qué no lograba
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
concentrarse?
—Bueno, el orinal. Eso era lo que andaba buscando, ¿no?
Anne no tuvo que retener el aliento para que le subiera el calor a las mejillas.
—Es usted abominable.
El conde levantó la cara hacia el cielo raso, emitió una risa dura y forzada y
volvió a mirarla.
—¿De verdad espera que me crea esa historia? ¿Eso, de una mujer que sólo una
hora antes andaba pavoneándose por el salón robándoles las copas a invitados
desprevenidos?
—Ah, sí. Bueno, de eso también ha tenido la culpa el vino. —Se encogió de
hombros; la historia le estaba resultando a la perfección, ¿no?—. Simplemente me ha
revuelto la mente antes que el vientre. Y lamento mucho el problema que le he
causado. De verdad, lo siento.
Desapareció la risa que iluminaba los ojos del conde.
Anne se introdujo los dos labios en la boca y se los mordió, para impedir que se
le formara una sonrisa. Él le creía. ¡Ja! Se le notaba claramente.
—Muy bien, ya hemos tenido nuestra importante conversación, ¿no? —Se
recogió las faldas para levantarlas del suelo—. Entonces ahora, milord, si me permite
pasar, me marcharé de su casa y le dejaré a usted la explicación de todo este error a
lady MacLaren.
Echó a andar, pero él le cogió el brazo y la atrajo hacia sí.
—Ah, no, cariño —le dijo, con la boca justo encima de la oreja—. Ahora no se va
a lavar las manos así como así y salir por esa puerta. Estamos unidos en este enredo,
señorita Royle, y mientras no se nos ocurra una explicación que no nos marque a los
dos como unos mentirosos de primera clase, continuará siendo mi prometida.
Anne negó enérgicamente con la cabeza.
—No, no, no, no. Sé que lady MacLaren lo desea y lo espera, pero seguro que
usted no. Usted es tan víctima como yo en todo esto, más aún. Sé que juntos
podemos idear un plan adecuado para acabar con este insensato compromiso.
—Sí, estoy de acuerdo, pero mientras no surja ese plan, es usted mi novia.
—No puede esperar que yo me haga pasar por su novia después de esta noche.
—Eso es exactamente lo que quiero decir. —Le cogió la mano y se la levantó
como para besársela, y aunque ella tironeó, no se la soltó—. En mi dormitorio me
pareció totalmente entusiasta.
En su aliento flotaba el suave aroma a coñac, induciéndole a mirarle la boca,
obligándole a recordar cómo la había cogido en su dormitorio y la había besado;
cómo ese beso le había quitado el aliento.
—Pero, milord, hay una solución, una muy sencilla. Cuando vuelva al salón
reconoceré que he aceptado casarme con usted con mucha precipitación. Le echaré la
culpa al vino. Y entonces romperé el compromiso. Eso no dañará a nadie, y los dos
quedaremos libres de los grilletes de este engaño.
El conde negó con la cabeza.
—No, muchacha.
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dedo. Empujó con más fuerza, y más y más, hasta que el anillo pasó por el nudillo y
llegó a la base del dedo.
Entonces le soltó la mano y le sonrió. Fue una sonrisa cálida, maravillosa, ni la
mitad de lo diabólica que ella habría esperado de él. Debería sonreír con más
frecuencia. Y le diría eso si no lo detestara tanto en ese momento.
—Un anillo de compromiso —explicó él entonces—. Perteneció a mi abuela. La
condesa espera que lo lleve puesto cuando salgamos de la biblioteca.
—Lord MacLaren, no lo usaré. Esto sólo agrava la mentira. —Haciendo una
breve y sonora inspiración, tironeó y giró la reliquia de familia, cuyo zafiro brillaba
como un cielo nocturno—. ¡Porras! No pasa del nudillo.
—Estupendo —dijo él, sonriendo satisfecho.
Habiéndose portado como una verdadera dama todo ese rato, Anne abrió la
boca para atacarlo con una réplica hiriente, y justo en ese instante él le cubrió la boca
con la suya, y ahogó una exclamación al sentir entrar la lengua en la boca y cómo
comenzó a mover los labios como si estuviera devorándola.
Durante un brevísimo momento no pudo respirar. Sintió dulce el débil sabor a
coñac en la lengua de él, y le calentó la boca, sólo un instante, porque entonces él se
apartó.
Anne se sintió aturdida, mareada, desconcertada. Lo miró, con los labios
todavía vibrando, sensibles por ese abrasador beso.
Él curvó la comisura izquierda de los labios en una sonrisa engreída.
—Mmm. No ha estado nada mal. —Se rió y juntó los mojados labios.
Al instante Anne recuperó el juicio, con fuerza. Bruscamente se llevó la mano a
la boca, pero había olvidado el anillo, y en lugar de demostrar su absoluto disgusto
limpiándose los labios del beso, se golpeó sonoramente el diente con el zafiro.
Sintió arder las mejillas.
—No es usted otra cosa que un hombre malo. —Lo miró con los ojos
entrecerrados—. Y pensar que le he tenido lástima esta noche.
—Ah, debe sentir compasión por mí. Los dos somos víctimas.
—Sí. Y aunque todas las personas que están en esta casa se creen que estamos
comprometidos, no lo estamos. Así que, por favor, deje de tomarse libertades.
—El beso ha sido delicioso. Reconózcalo.
—Ah, pues, no. Y no es que no me haya besado ya esta noche. Así que no me
diga que ha sido una experiencia nueva para usted.
El conde se rió.
—Ah, pero, cariño, sí que lo ha sido. Estoy muy seguro de que esta es la
primera vez que beso a mi «prometida».
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Capítulo 5
Cómo usar un cuchillo de cocina
con esa notoria mala reputación de MacLaren —terció lord Gallantine, cuya peluca
de color castaño rojizo estaba algo ladeada, poniéndole la mano en el hombro a
Lotharian—. Hay una provisión limitada de condes en Londres, ¿sabes? De todos
modos, estoy de acuerdo con mi compañero en eso. Vamos, el conde podría haber
negado muy fácilmente el compromiso y haberte señalado, Anne, nada menos que
como a una ladrona nocturna.
—Sí que podría haberlo hecho, pero no dijo nada cuando Apsley lanzó al aire
su explicación. Ni una sola palabra. Y en ese momento comprendí, «supe», que
asegurar que era su prometida era mi única esperanza de evitar la deshonra, o que
me arrestaran.
Lotharian se echó a reír al oír eso.
—Tiene buen ojo para calar la naturaleza humana esta niña. ¿Le enseño a jugar
al piqué?
—No harás nada de esa suerte, Lotharian. —Lady Upperton desvió la mirada
del caballero y la fijó firmemente en Anne—. ¿Y has encontrado las cartas por lo
menos, hija?
—No. El bribón del conde me sorprendió en el momento en que abrí las
cortinas para que entrara algo de luz de la luna.
La anciana frunció los labios y arqueó una blanca ceja, interrogante.
—¿Cómo has explicado entonces tu presencia en su dormitorio? Lo que fuera
que hayas dicho ha tenido que ser bastante creíble. Después de todo estás aquí y no
encadenada en prisión.
—No logré decirle nada antes que… —Agrandando los ojos hizo una rápida
inspiración para fortalecerse.
Elizabeth corrió a arrodillarse delante de ella y le puso suavemente una mano
sobre la rodilla.
—¿Antes de qué, hermana? No pasa nada, puedes decírnoslo. Hiciera él lo que
hiciese…, bueno, estamos aquí por ti. Siempre estaremos por ti.
—¿Qué? —exclamó Anne—. ¡Uy, santo cielo! No. —Le apartó la mano—.
Cuando se acercó a cogerme, pisó el borde del tablón. Ese era «el» tablón, y comenzó
a levantarse.
Lady Upperton ahogó una exclamación y se cubrió los labios con sus regordetes
dedos.
—No vio…
Anne ya estaba negando con la cabeza.
—No. Pisé el tablón para cerrarlo y me desplomé sobre él, simulando un
desmayo.
—Rápida para pensar —comentó Lilywhite, sonriendo de oreja a oreja—. Sí que
tiene un don para esto, tal como has dicho, Lotharian. Señorita Anne, tu padre se
habría sentido muy orgulloso de ti.
—¿Y las cartas? —preguntó Elizabeth, ceñuda—. ¿Las has visto? ¿Siguen debajo
del tablón que está debajo de la ventana?
Anne hizo un gesto de pena.
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Berkeley Square
Las damas estaban en la sala de estar esperando la llegada de lord MacLaren.
Él no se había molestado en enviar una tarjeta a Anne informándole de la hora
en que podían esperarlo. Eso habría indicado que tenía modales, pero claro, no los
tenía en absoluto. Por lo tanto, estaban esperando. Ya llevaban dos horas. Dos tontas
horas en las que Anne no había podido dejar de inquietarse imaginando todos los
posibles peores finales para esa noche.
Como era su costumbre, la tía Prudence dormía en su sillón junto al hogar,
chupándose los marchitos labios en los que quedaban restos de cordial.
Cherie, la bajita, menuda y silenciosa criada para todo servicio, retiró
suavemente la copa de cristal medio vacía de las temblorosas manos de la anciana y
la colocó en la bandeja de plata que extendió hacia ella MacTavish, el canoso
mayordomo de la familia, y salió de la sala junto con él.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Lady Upperton metió las manos entre las cortinas de la ventana, las separó y
miró hacia la calle.
—Lotharian ya debería habernos enviado recado —comentó. Anne, que estaba
con los codos apoyados en la repisa del hogar, levantó la vista al captar movimiento
en el espejo que colgaba encima. Se giró y vio entrar a Elizabeth acompañada de la
señora Polkshank, ex camarera de taberna y en esos momentos la cocinera de la casa.
—¿Está segura, señora Polkshank? —le estaba preguntando Elizabeth.
—Ah, pues sí —contestó la cocinera asintiendo enérgicamente, con lo que se le
agitó la papada y le bambolearon los pechos colgantes—. Lady MacLaren le dio la
noche libre a su personal, y el día también. Y no sólo a los sirvientes, a todos. Desde
el mayordomo hasta la mona vestida de seda que tiene de doncella.
Lady Upperton sacó la nariz de entre las cortinas y miró a la cocinera.
—¿Y lord Lotharian lo sabe?, ¿estás segura?
—Ah, tan segura como puede estarlo una muchacha como yo. Le llevé la
información yo misma.
—¿Usted? —exclamó Anne.
Nunca le había caído bien esa grosera cocinera, y sabía que el sentimiento era
más que recíproco.
La señora Polkshank siempre había preferido a la frugal Mary, la mayor de las
trillizas Royle. Mary era quien la había contratado, y sin recomendaciones, claro está.
Y le pagaba muy bien la capacidad de conseguir las listas de invitados a las fiestas de
la sociedad, robadas por lacayos cachondos cuyos cerebros sin duda residían dentro
de sus calzas.
Y claro, ahora la descocada cocinera esperaba cobrar por cada secreto que
obtenía para las Royle, lo que no sería tan preocupante si no pidiera que le pagaran el
doble cada vez que se la requería para que realizara algún servicio… especial.
La señora Polkshank le obsequió con una descarada sonrisa.
—Yo, sí. Y él, siendo el fino caballero que es, me invitó a acompañarlo a tomar
el té en la biblioteca. No le importó un bledo que yo sólo fuera una cocinera.
Reconoce a una verdadera mujer cuando la ve. Vamos, que charlamos una hora por
lo menos como si yo fuera una aristócrata.
Lady Upperton se llevó la mano a los rojos labios pintados, para ocultar una
tenue sonrisa, y volvió bruscamente a su puesto junto a la ventana.
—¡Ah, caramba! —Al instante se echó hacia atrás y giró sobre los muy altos
tacones de sus zapatos de satén—. No he oído las ruedas del coche. Santo cielo, ya
está aquí el conde, y ha traído con él a lord Apsley.
El sonido de la aldaba de bronce al golpear la base resonó por toda la casa como
un disparo de pistola.
Elizabeth atravesó volando la sala, cogió a Anne del brazo y la llevó corriendo
hasta el sofá, la sentó y se acomodó a su lado.
—Señora Polkshank, el té.
—No, no. Ponche de arak —dijo lady Upperton.
Y diciendo esto, y con los ojos azul claro tormentosos, fue a sentarse de un salto
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
La señorita Anne sonrió, con una verdadera sonrisa, y luego exhaló un suspiro
de inmenso alivio.
—Ah, menos mal, que ha visto que llevo la razón en eso.
—¿La razón en qué?
—En que yo rompa el compromiso, desde luego.
—Ah, eso. Sí, estoy de acuerdo.
La señorita Royle relajó sus delicados hombros.
—Me siento muy aliviada. No se lo puede imaginar.
Laird le puso un dedo atravesado sobre los labios, silenciándola.
—Sólo que no puede romperlo todavía.
Ella le cogió la mano y le apartó el dedo.
—Ah. ¿Cuándo, entonces? ¿El viernes? El Times sale los sábados. No me cabe
duda de que al columnista de cotilleos le encantaría contar la historia de nuestro
efímero plan de casarnos.
—Puede romper el compromiso al final de la temporada. Creo que eso daría
tiempo suficiente.
Dos manchitas rosa iguales aparecieron en su cara repentinamente furiosa.
—¿Al final de la temporada? Eso es imposible, milord. ¿Cuántas temporadas
cree que me quedan antes que se me considere marchita y demasiado vieja para
casarme?
Él se encogió de hombros, seguro de que cualquier número que dijera,
cualquier palabra que pronunciara, sólo la enfurecería más.
—Bueno, yo se lo diré, milord. No me queda ni una. Ni una sola, si deseo
casarme en esta vida.
Metió la mano en el bolsillo de la falda, sacó el anillo de compromiso que había
guardado ahí, y se lo puso bruscamente en la palma.
Él le cogió la mano y volvió a ponerle el anillo en el dedo.
—Lamento que esto estorbe su empresa de cazar marido en esta temporada,
pero de verdad creo que no tiene otra opción, señorita Royle.
—Vamos, es usted un arrogante. Pues claro que tengo otra opción. Y no
aceptaré.
Lo miró desafiante alzando el mentón.
—Aceptará. —Rodeándole la delgada cintura con una mano, por la espalda, la
llevó en dirección a la puerta de la calle—. Vamos, querida mía. Fuera tengo algo que
deseo enseñarle. Creo que eso podría convencerla.
Aunque ella caminó a su lado sin poner dificultades, intentó desprenderse de
su mano en la cintura.
Él abrió la puerta y con un gesto señaló su reluciente coche de ciudad que
esperaba en la calzada.
—Véalo con sus propios ojos, muchacha.
Moviendo un dedo, Laird le indicó al lacayo que abriera la portezuela del
coche.
—Juro que no existe nada en el mundo que me pueda inducir a cambiar de
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opinión, sobre todo ahora, ¡bruto! —ladró ella, y se giró a mirar hacia la calle.
En el instante en que se abrió la puerta del coche y la linterna del lacayo
iluminó el interior, la señorita Royle dejó de moverse para zafarse de la mano de él y
se quedó absolutamente inmóvil.
Instantáneamente desapareció el color que le había subido a las mejillas y se
quedó totalmente pálida.
—A excepción de «eso» —concedió.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 6
Cómo atrapar arañas
Anne contempló incrédula el interior del coche del conde; en él estaban los tres
Viejos Libertinos de Marylebone sentados frente a un corpulento agente de Bow
Street que blandía una porra. Los tres ancianos vestían totalmente de negro, y en ese
momento estaban atados como gallinas a punto de ser puestas a asar sobre un fogón.
El conde retiró la mano de su cintura.
—Entonces estamos de acuerdo, ¿señorita Royle? ¿Me va a ayudar hasta el final
de la temporada? Supongo que mis necesidades no se extenderán hasta después.
Anne apartó la mirada de los Viejos Libertinos y miró furiosa al conde, que
estaba a su lado.
—No sé cómo ha podido hacer esto, pero está claro que cree que me tiene
atrapada y que no tengo otra alternativa que acatar sus dictámenes.
—Lo ha entendido correctamente —dijo él, y se aclaró la garganta—. Aunque sí
tiene dos opciones.
Anne se cruzó de brazos.
—¿Tantas?, ¿dos?
—Podemos continuar aquí mientras le explico por qué los tutores suyo y de su
hermana van de camino hacia Bow Street para que los interroguen esta noche. Pero
detallarle los acontecimientos podría llevar cierto tiempo, y quién sabe quién podría
andar por aquí.
Miró teatralmente de un lado a otro, como si estuviera examinando la plaza en
busca de intrusos.
—¿Cuál es mi segunda opción? —bufó ella.
—Puede simplemente aceptar hacerse pasar por mi prometida hasta que
termine la temporada, y los Viejos Libertinos quedarán libres. Elija esta opción y
pasaremos inmediatamente a hablar de lo que requiero de usted.
—Ay, buen Dios —suspiró Anne, y le gritó al agente de Bow Street—: ¡Deje a
un lado esa cachiporra y suéltelos, por favor! —Volvió la mirada al conde—. ¿Ahora
podemos entrar todos en la casa?
Él se puso la mano detrás de la oreja.
—Con su perdón, no la he oído decir…
—De acuerdo, estoy de acuerdo. Haré lo que sea que me pida. —Miró a uno y
otro lado de la plaza para asegurarse de que nadie de importancia hubiera oído la
conversación—. Por favor, milord, entremos todos.
—Faltaría más, cariño mío. —Sonriendo de oreja a oreja, el conde le hizo un
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movilidad vertical.
—Para el allanamiento de morada. Está claro que los cuatro, porque parece que
debo incluirla a usted también, lady Upperton, han dedicado bastante tiempo a
planear este allanamiento. Se podría pensar que el premio sería muy importante.
Lotharian y los otros dos libertinos se miraron disimuladamente.
Laird se levantó, se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una
especie de abrecartas de marfil.
—Sin embargo, lo único que se sacó de mi casa es este pequeño abrecartas, o tal
vez plegadera pequeña para separar páginas, que al parecer estaba debajo de un
tablón suelto de mi dormitorio.
Comprendió que las hermanas Royle no habían visto el abrecartas; estaban
mirando el objeto con curiosidad y cambiando de posición para verlo mejor.
Hizo girar el abrecartas en la palma una y otra vez, consciente de que todos
tenían los ojos fijos en él.
—Eso me ha llevado a creer que el abrecartas, o la plegadera, tiene más
importancia que su utilidad para abrir cartas o separar las páginas de un libro.
Lotharian se acercó a Laird con la mano extendida hacia el abrecartas de marfil.
—¿Me permites…?
Laird arqueó una ceja.
—¿Me equivoco? Me dijeron que este objeto se lo encontraron a usted, lord
Lotharian. Seguro que lo ha visto.
—Bueno, claro que lo he visto. Es mío.
Diciendo eso alargó la mano para cogerlo, pero Laird lo puso fuera de su
alcance y luego se lo metió en el bolsillo.
—¿Ah, sí? Entonces, por favor, milord, dígame qué es lo que hay grabado en el
marfil.
Lotharian se llevó el dorso de la mano enrojecida a la frente y exhaló un triste
suspiro.
—Ay de mí, no lo recuerdo. Soy un hombre viejo. Me falla la memoria.
Anne se interpuso entre Laird y Lotharian.
—Basta de jugar al gato y al ratón. Le dije que haría lo que fuera que me
pidiera, milord. Devuélvaselo, por favor, si no es suyo.
—No he dicho que sea mío —contestó él. Observándole la cara, cogió el mango
del abrecartas y se lo sacó del bolsillo—. Pero podría ser suyo, señorita Royle.
—¿Mío?
Laird le cogió la mano, se la giró, le abrió la palma y le colocó encima el
abrecartas.
—¿Lo ve? Ah, hay otras letras y números también, pero mire ahí, cerca del
borde del mango.
Ella agrandó sus ojos dorados. Girándose, corrió hasta el hogar y puso el
abrecartas a la parpadeante luz de las velas del candelabro.
—Royle. —Miró hacia su hermana—. Elizabeth, ven a ver esto.
Elizabeth corrió a ponerse a su lado. Cogió el abrecartas, lo miró a la luz y se
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 7
Cómo limpiar manchas
Ah, no, masculló Anne para su coleto. No más largas. Ya no soportaba más la
espera a que la obsequiaran con los detalles de su destino como mujer
comprometida.
Se apresuró a interceptar a MacTavish antes de que este lograra entregarle el
decantador al conde. Entonces cogió firmemente, entre el índice y el pulgar, el cuello
de la botella de cristal tallado y la dejó sobre la mesita.
—Lord MacLaren, no querría negarle una libación a una visita, pero aún
tenemos mucho que hablar. Supongo que las historias que ha oído esta noche acerca
de su padre le eran en gran parte desconocidas, pero usted, milord, posee
información que todavía es desconocida para mí. Me agradaría muchísimo que me la
comunicara.
—Perdón, no le he entendido, señorita Anne.
El conde parecía confuso, pero vamos, a ella no la engañaba; sabía muy bien a
qué se refería.
—Ah, porras —exclamó Elizabeth, juntando las manos sobre el pecho—. Desea
saber los odiosos detalles del compromiso.
—Ah, sí, eso.
—Lord MacLaren, no deseo retrasar ni un día más nuestra conversación. Ya ha
sido bastante fastidioso esperar todo el día y varias horas de la noche. —Se cogió la
falda a los costados y apretó las manos, arrugando la tela—. Por lo tanto, puesto que
sé lo importante que es que conserve la cabeza despejada hasta después de que
hayamos hablado de esas cosas, ¿tal vez aceptaría una taza de té Bohea en lugar de
coñac?
El conde estuvo un momento con la frente apoyada en la mano, y ella habría
jurado que lo oyó gemir suavemente.
—Reconozco que mi mente se ha distraído totalmente al oír la historia de los
actos de mi padre en el pasado.
Desvió sus ojos azul cobalto de Anne y miró a Lotharian.
El conde tenía los labios apretados formando una fina línea, y por primera vez
Anne dudó de la prudencia de haberle revelado la participación de su padre en el
misterio acerca de su linaje.
—Si bien son perturbadores los detalles de la implacable ambición de mi padre
de triunfar en el Parlamento —logró decir lord MacLaren casi sin mover los labios—,
no pongo en duda su relato, señor, en lo más mínimo. Mi familia ha sufrido mucho
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para invitarlo a sentarse en un sillón—. Permítame comenzar por pedirle que evite
pasar momentos a solas con mi madre.
—¿Con su madre? No entiendo.
—No podemos permitir que se entere de su verdadero motivo para entrar en mi
dormitorio. Aunque yo tenía mis diferencias con mi padre, deseo que ella conserve la
amorosa imagen que tiene de su marido. Enterarse de sus estratagemas políticas le
estropearía sus recuerdos de él. —Levantó la mano para impedir el montón de
preguntas que suponía que le haría ella—. Le aseguro que no será tarea fácil evadir la
compañía de lady MacLaren. Ya siente muchísima curiosidad por usted, y es
francamente formidable. Va a desear conocerla mucho mejor y con toda seguridad se
va a imponer la tarea de enseñarle y guiarla de la manera más eficaz posible para
establecer su lugar en la alta sociedad.
Anne le hizo un gesto hacia un sillón cerca del hogar, pero él no hizo ni caso del
amable ofrecimiento. Con el ceño fruncido comenzó a pasearse nervioso a todo lo
largo de la alfombra turca, dándole otro atisbo de sus anchos hombros.
Buen Dios, ¿qué tendría que confesar para estar tan agitado? Recelosa, fue a
sentarse en el otro sillón cerca del hogar, y lo siguió con la mirada.
Bueeeno. Su sastre era excelente, concluyó, porque la chaqueta se adaptaba a la
perfección a su musculoso cuerpo; también las calzas; una confección espléndida.
Vamos, no sabría decir si la definición de sus muslos era real o un ingenioso truco de
cortesía de su sastre. Aunque claro, había sido bendecido con un cuerpo hermoso, de
eso no cabía duda. Estaba bien hecho, bien hecho, en efecto.
—¿Señorita Anne?
Levantó la vista. Él había dejado de pasearse y estaba detenido ahí, mirándola.
—¿Sí, milord?
—¿Ocurre algo?
Y tras decir eso se miró, como para comprobar si tenía bien abotonada la
bragueta de las calzas.
—Ah, no, no, milord.
Bajó la mirada a sus manos y estuvo así un momento, con la esperanza, bastante
ridícula tal vez, de que él no hubiera notado su… esto, su apreciación de la habilidad
de su sastre.
Cuando volvió a mirarlo vio que estaba muy ceñudo, como si sus oscuras cejas
estuvieran resueltas a juntarse sobre el puente de la nariz.
Caracoles. Se encogió de hombros.
—Me ha cogido; estaba sumida en mis inquietos pensamientos. Le ruego me
disculpe, lord MacLaren.
—Laird, por favor —dijo él y exhaló un suspiro—. Cuando murió mi padre
estábamos distanciados. Cada vez que me llaman «lord MacLaren» lo siento como
una palmada en la mejilla. Así que, por favor, al menos cuando estemos solos,
llámeme Laird.
Laird. Fuerte. Un líder. Duro, áspero.
Ah, pues, el nombre le sentaba tan bien como su ropa. Lo definía muy bien.
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Pero, bueno, encontraba casi descocado llamarlo por su nombre de pila, tutearlo. A
no ser que… el trato fuera recíproco.
Lo miró por entre las pestañas entornadas, sintiéndose extrañamente coqueta.
—Tal vez si usted me tutea y me llama Anne. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —repuso él. Entonces una sonrisa sesgada le curvó los labios—.
Aunque después de que oigas las condiciones del compromiso comprenderé muy
bien que me llames con cualquier cantidad de palabras subidas de tono.
Anne se estremeció por dentro, recordando que era un libertino, y que en los
libertinos no se puede confiar jamás.
—Milord.
—No, muchacha —dijo él con un afectado tono cantarín escocés—. Introduce
un poco más de escocés en tu pronunciación. Laird, no lord. —Le hizo un gesto con
la mano como si quisiera que ella se levantara o algo así—. Inténtalo ahora. Adelante,
«milaird».
Anne sintió subir el calor a la cara. Tragó saliva y se obligó a no hacer caso de
ese travieso juego y continuar con lo que tenía pensado decir:
—Laird, no tengo el don para el teatro. Detesto que me presten atención; me
asusta. Y lo que me pide, pides…, bueno, no sé si puedo hacerlo.
—Y, sin embargo, ya has hechizado a tu público. —Echó a caminar, atravesó la
biblioteca y fue a arrodillarse ante ella.
—Anne.
Santo cielo. Sintió pasar un estremecimiento por los brazos y las piernas. No le
iría a pedir la mano en matrimonio, ¿eh? Y todo para evitarle una vergüenza a su
madre.
No, eso era demasiado. Se le contrajeron los músculos de las piernas, y cambió
de posición en el sillón, calculando si podría levantarse y pasar junto a él.
Él captó su intención al instante y se apresuró a poner una mano en cada brazo
del sillón, impidiéndole cualquier intento de escapar.
—¿Para qué el engaño? —gimió—. Comprendo tu deseo de proteger a tu madre
de la vergüenza de enterarse de la falsedad de nuestro compromiso…
Él estaba negando con la cabeza y, sin saber cómo, ella se encontró con la
atención centrada en el hoyuelo de su mentón.
—Sí que deseo protegerla —dijo él—, ya ha soportado bastante. Pero es «por
mí» que te pido que te hagas pasar por mi prometida. No por nadie más.
A la luz dorada de las velas las motas de polvo volaban por el aire semejantes a
luciérnagas en la noche.
Incluso los ojos de Anne brillaban como un marco dorado alrededor de un
espejo, reflejando solamente la oscuridad de su chaqueta. Su pecho subía y bajaba
con la respiración y Laird tuvo que hacer acopio de toda su presencia de ánimo para
mirarla solamente a los ojos y no a su cuerpo.
Sólo un momento antes, cuando había puesto las manos sobre los brazos del
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—Me desconciertas contándome todas esas cosas. Por favor, simplemente dime
qué esperas de mí.
Joder, ojalá dejara de mirarlo así, toda inocencia y delicadeza, cuando él sabía,
por su disposición a entrar en su dormitorio a robar esas cartas, que no era tan
inocente como simulaba ser.
—Estoy llegando a eso. Mi mala reputación era bien merecida; lo reconozco
francamente.
Ella exhaló un suspiro por lo que, estaba claro, consideraba otro retraso más en
la revelación de las condiciones del compromiso.
—Nada de eso es un secreto, Laird. Todo Londres lo sabe.
—Exactamente. Pasado un tiempo mis diabluras ya no irritaban a mi padre. Y,
dicha sea la verdad, su aprobación o desaprobación ya no me importaba. Ya era un
hombre, no un niño que necesitara una palmadita en la cabeza. Así que juré que
dejaría atrás mi mal comportamiento, que me casaría y viviría el resto de mi vida
como un hombre bueno y respetable, como mi hermano Graham.
Condenación. Todo eso era condenadamente difícil. Miró hacia uno y otro lado.
—¿Hay coñac por aquí?
Ella se cruzó de brazos.
—No necesitas beber. Necesitas terminar de confesar lo que sea que debes
confesar y luego decirme qué exiges de mí.
—Ya me voy acercando —suspiró él.
—Pero no lo bastante rápido. Por favor.
Ella tenía razón en cuanto a lo de la confesión. Necesitaba decirle todo eso a
alguien. Simplemente no sabía por qué, después de todos esos años de guardárselo
todo, necesitaba que Anne fuera su confesora.
—Como has dicho, Anne, mi mala reputación era muy conocida por todas las
damas decentes de la aristocracia. Pero resultó que cuando estaba en Saint Albans
conocí a una joven viuda, Constance, lady Henceford.
—Entonces le propusiste matrimonio y ella aceptó, pero después rompió el
compromiso cuando por alguna fuente se enteró de tu pasado. —Se le iluminaron los
ojos y avanzó un paso hacia él—. ¿Fue así?
—Sí, ella es la mujer que me dejó plantado delante del altar, solo. —Cruzó el
espacio que los separaba y sin intención le bajó los hombros de las mangas por los
brazos, aunque muy poquito. La oyó ahogar una exclamación—. No era mi
intención…
¿O había sido su intención? Les había hecho eso mismo a tantas mujeres que
sinceramente no sabía si había sido realmente una casualidad o si el sinvergüenza
que llevaba dentro deseaba hacerlo.
Anne levantó las manos, le retiró las palmas y se subió las mangas cubriéndose
los hombros lo mejor que pudo.
—No te preocupes. Las mangas de este vestido se me han estado cayendo toda
la tarde.
Entonces, como para restablecer la distancia entre ellos, se giró y echó a caminar
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
hacia la puerta.
—Espera. —Alargó la mano para detenerla pero al cerrarla sólo cogió aire—.
Aún no te he dicho lo que necesito de ti.
Anne se detuvo y lo miró por encima de su blanco hombro.
—Pues, sí, me lo has dicho. —Giró el cuerpo hasta dejarlo en el mismo ángulo
de su cabeza—. Deseas que yo te redima, que restablezca tu respetabilidad.
A él se le tensaron los nervios, estremeciéndole el cuerpo.
—No eran esas las palabras que esperaba oír.
—Pero he dicho la verdad, ¿no?
Arqueando sus cejas doradas esperó la respuesta.
Laird exhaló un suspiro.
—Sí.
—Y una vez que la sociedad te considere respetable, un hombre de honor,
quedaré libre para romper el compromiso. ¿Tengo razón?
—La sociedad debe convencerse de que soy un caballero transformado, que soy
digno de ocupar el escaño de mi padre en la Cámara de los Lores, sin duda. Pero no
hago esto para demostrar mi valía ante la alta sociedad.
—Entonces, ¿por quién lo haces? ¿Por tu madre? Sé que para ella es importante
eliminar la mancha de tu mala reputación.
Arqueó las cejas y lo miró expectante, esperando su respuesta.
—Lo hago por lady Henceford, pues una vez que ella crea que soy honorable y
bueno, voy a necesitar ese anillo que llevas en el dedo.
—O sea, que lo único que tengo que hacer es ayudarte a demostrarle al mundo
que has cambiado, que te has transformado en un hombre digno, de buena fe.
Entonces podré asegurar que aunque eres un hombre bueno, un hombre digno, no
puedo casarme contigo porque no te amo.
—O con alguna otra manera de romper el compromiso que no haga recaer la
culpa en ninguno de los dos, sí.
La miró sin pestañear, esperando que manifestara su acuerdo con el plan.
Anne se cruzó de brazos y exhaló un largo suspiro.
—¿Deseas que yo haga esto para que lady Henceford te vea bajo una luz más
halagüeña y acepte tu anillo de compromiso?
—Sí.
Miró al suelo un momento, esperando ansioso su respuesta.
—Bueno, si eso es todo, tendré preparado el cuchillo de cocina —dijo ella y,
sonriéndole traviesa, se giró y salió al corredor.
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Capítulo 8
Cómo conseguir una invitación
Cockspur Street
Laird había heredado de su difunto padre un buen número de cosas valiosas.
Entre ellas, su elegante casa de ciudad en Cockspur Street; dos magníficos retratos
pintados por George Romney, los dos de unas mujeres extraordinariamente bellas
(las cuales, no era de extrañar, habían sido en algún momento amantes del príncipe
de Gales); una propiedad con su clan en las Highlands de Escocia; una propiedad
con su casa de campo algo ruinosa en Saint Albans, y una colección de mapas
antiguos de las Cruzadas.
Pero ninguna de esas cosas las valoraba más que a Rupert Festidius, el
mayordomo, que, por lo visto, había heredado junto con la casa en Cockspur después
de la muerte del viejo conde de MacLaren.
La residencia en Cockspur Street era perfecta para un solterón. Estaba muy bien
situada al final de Pall Mall, a sólo un minuto a pie de las hermosas bailarinas del
Teatro de la Ópera, y a cuatro minutos de la bebida y el juego en el White.
Por las cosas de que se había enterado la noche pasada podía suponer que su
padre valoraba muchísimo que la residencia de Prinny, Carlton House, estuviera
situada muy cerca también. Por lo menos podría haber valorado eso antes que el
príncipe se convirtiera en el regente. En algún momento, después de ese
importantísimo día, seguro que su padre debió lamentar esa proximidad por
encontrarla incómoda.
Probablemente el ya anciano mayordomo Festidius no tenía ni idea de los
beneficios que aportaba la excelente ubicación de la casa. Rara vez salía, debido,
suponía Laird, a que temía que los criados de la casa se desmandaran y no
abrillantaran bien la plata o dejaran arrugas en las sábanas de las camas. Pero a él le
gustaba bastante que se comportara así.
En su opinión, el elevado criterio de Festidius en cuanto al servicio era
insuperable, y el buen gobierno del personal de la casa de Cockspur era un orgullo
para él.
En la casa nunca faltaba una buena provisión de coñac, vino y té. Las comidas
que programaba con la cocinera eran deliciosas y únicas, sin ser excesivamente
onerosas para el bolsillo. El personal admiraba al mayordomo y al parecer trabajaba
arduamente para ganarse su aprobación.
No lograba imaginar cómo su padre, siendo un hombre tan frío y egoísta,
consiguió ganarse la lealtad del mayordomo. Pero era evidente que se la había
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
«Por ella.»
Miró por la ventana y vio la luz crepuscular. Sólo comenzaba a oscurecer, no
era muy tarde. Y cuanto más consideraba la importancia de sus palabras más se
convencía de que no era prudente poner por escrito el resultado de la búsqueda.
Podría coger su coche e ir a Berkeley Square a decírselo a Anne en persona. Al
ocurrírsele esa idea asintió distraídamente con la cabeza. Sí, decírselo personalmente
era la vía más caballerosa, por cierto.
Pasó al salón, lo atravesó, y acababa de asomar la cabeza al vestíbulo para
ordenar que le trajeran el coche cuando apareció Festidius como salido de ninguna
parte.
—Maldita sea, hombre. Me has quitado por lo menos un año de vida con el
susto.
El mayordomo medio calvo se limitó a mirar al frente, no a sus sobresaltados
ojos.
—Le ruego me perdone, milord —se disculpó.
—¿Me haces el favor de ordenar que traigan mi coche? Debo ir a Berkeley
Square.
—Lo siento, milord, pero su madre ha cogido el coche. Enviaré inmediatamente
a un lacayo a buscarle uno de alquiler.
Laird miró fijamente al rígido mayordomo. Puñetas, ¿es que no pestañeaba
jamás?
—¿Lady MacLaren ha cogido el coche sin comunicármelo? ¿Adónde ha ido?
—Le ruego me perdone, milord, no sabía que desearía ir a Berkeley Square
también. Debería haberle consultado sus planes. Nuevamente le pido disculpas.
Laird lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Quieres decir que mi madre está en Berkeley Square?
—Sí, milord, se marchó poco después de recibir la visita de sir Lumley
Lilywhite a primera hora de la tarde.
¿El tutor de Anne? Eso no presagiaba nada bueno.
—¿Lilywhite?
—Sí, milord. Berkeley Square era el destino de lady MacLaren. Es decir, eso es
lo que ella «dijo».
—¿Qué quieres decir con eso, Festidius? ¿Hay algún motivo para que dudes de
ella?
—No, no, milord, de ninguna manera. Lo que pasa es que encontré bastante
curioso que hiciera cargar una maleta en el coche y se llevara con ella a su doncella, a
Berkeley Square.
Infierno y condenación. ¿Qué podía significar eso? Era algo extrañísimo, incluso
en su madre.
—Por una casualidad, Festidius, ¿sabes si tenía la intención de visitar a la
señorita Royle?
El mayordomo continuó mirando al frente, por encima de su cabeza, como si
fuera ciego o estuviera dirigiéndose al mismísimo príncipe regente.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
—Creo que mencionó a la señorita Royle, sí, milord. ¿Ordeno que le busquen
un coche de alquiler, entonces, milord?
—¡Por las bolas del diablo! —exclamó Laird, pasándose las manos por el pelo—.
No hay tiempo. Ordena que traigan mi caballo. ¡Deprisa!
De ninguna manera podía permitir que su madre estuviera a solas con Anne.
Podrían escaparse muchísimos secretos irrefutables, secretos de los que él no
había tenido ni idea el día anterior.
Berkeley Square
Cuando el mayordomo MacTavish lo condujo a la sala de estar y lo anunció,
Laird vio que las cosas eran tal como había temido; no estaban presentes ni Anne ni
su madre.
La señorita Elizabeth y la señora Winks, la tía siempre durmiente de las
hermanas Royle, estaban acompañadas por lady Upperton y los tres Viejos
Libertinos.
—Ya se han marchado, querido muchacho —dijo Lotharian en tono monótono,
aunque en sus labios se insinuaba el asomo de una sonrisa—. Se han ido hace una
hora. Hace buen tiempo, los caminos están secos. Seguro que ya se encuentran a
medio camino de Saint Albans. Ya no les darás alcance.
—No lo entiendo —dijo Laird, haciendo girar el ala de su reluciente sombrero
de copa—. Ustedes saben que nuestro compromiso no es otra cosa que simulado, una
farsa. Si Anne pasa un tiempo a solas con mi fisgona madre no tardará en revelar su
verdadero motivo para entrar en mi dormitorio, y eso irá en perjuicio de todos. Igual
ya podría ser demasiado tarde. —Comenzó a pasearse por delante de la puerta—.
¿Por qué se le ha permitido irse con mi madre?
—Nadie se lo «ha permitido», milord —explicó Lilywhite—. Ha ido porque
sabía que debía ir, porque las cartas no están en Cockspur. El siguiente lugar lógico
para buscarlas sería la propiedad de la familia, MacLaren Hall. Supongo que te das
cuenta de eso, MacLaren.
Laird dejó de pasearse y se giró a mirar a sir Lumley.
—Pero si yo aún no le había dicho…
—¿Lo de las cartas? —interrumpió Elizabeth—. Sí, ya sabemos lo de la
infructuosa búsqueda. —Se levantó, fue hasta la puerta, lo cogió por el codo y lo
llevó a sentarse en el puesto dejado por ella en el sofá, al lado de lady Upperton—.
Me imagino que lo supimos antes de que se lo dijeran a usted.
—Pero ¿cómo?
Supuso que Elizabeth tomaría otro asiento, pero ella continuó de pie delante de
él.
—Lo supimos por la señora Polkshank, nuestra cocinera. A petición de nosotros
hizo… esto, una nueva amistad en Cockspur.
—Ah, vamos, anda, díselo, Elizabeth —protestó Lotharian—. Yo le pagué a la
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
señora Polkshank para que se encargara de enviar recado a los Viejos Libertinos de
Marylebone si se realizaba una búsqueda de las cartas, o si las encontrabas tú o un
miembro de tu personal.
—Pero no se han encontrado.
—No, la búsqueda que organizaste ha sido infructuosa. Pero nos ha sido muy
útil, desde luego. —Giró la cabeza para mirarlo—. Y eso te lo agradecemos, milord.
Lady Upperton le dio una palmadita en el antebrazo, de esa manera
apaciguadora que emplean las ancianas.
—Puesto que las cartas no estaban en tu residencia de Cockspur Street, hemos
llegado a la conclusión de que tu padre podría haberlas escondido en algún lugar de
MacLaren Hall.
Lilywhite se dio unos tirones en la solapa y curvó la boca en una orgullosa
sonrisa.
—Juro que debo ser más encantador de lo que creía. No me costó nada
convencer a tu madre de que llevara a Anne con ella a MacLaren Hall
inmediatamente.
—¿Así que instar a mi madre a llevar a Anne a Saint Albans fue su motivo para
visitarla? —preguntó Laird.
Al instante negó con la cabeza; no necesitaba oír la respuesta. Estaba claro que
ese había sido el motivo.
—Bueno, durante nuestra deliciosa conversación sobre las próximas nupcias
puede que dejara escapar que en cierto modo Anne desconoce los usos de la buena
sociedad. Y que le estaría eternamente agradecido si ella pudiera darle orientación a
nuestra niña. Al final, creo que lady MacLaren pensó que la idea había sido suya.
—Sir Lumley, aunque no dudo de su «encanto» con las damas, estoy
absolutamente seguro de que mi madre ha invitado a Anne a MacLaren Hall porque
ese era el plan que ya tenía desde el comienzo. Reconoció que estaba horrorizada por
la forma tan a tontas y a locas como se anunció nuestro compromiso. No tolerará otra
vergüenza social. —Suspirando, cerró los ojos. Ya lo tenía todo claro—. ¿Qué mejor
manera de encargarse de eso que llevarse a Anne al campo para instruirla en todo lo
que se espera de ella como mi prometida?
—En realidad no importa. Anne es una chica muy inteligente. Hará lo que sea
que desee tu madre. Pero no te equivoques, MacLaren, ha ido allí por un solo motivo:
para buscar las cartas. Y eso, jovencito, es exactamente lo que va a hacer.
Laird se puso de pie.
—Me cuesta creer que Anne haya accedido a hacer esto. Me aseguró que
hacerse pasar por mi prometida es algo que escapa a sus capacidades.
Elizabeth movió la cabeza de un lado a otro y dijo:
—Milord, hasta hace un año, las tres creíamos que un alma desventurada nos
había dejado en la puerta de la casa de un médico rural. Anne nunca ha conocido a
su familia, no sabe su historia.
—No entiendo qué quiere decir con eso.
—Cuando era niña los niños del pueblo le gastaban bromas y la ridiculizaban
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
por ser tan tímida y vergonzosa. Para evitar eso aprendió a marginarse y no hacer
nada que atrajera la atención sobre ella.
—Y sin embargo se ha marchado con mi madre.
—Sólo porque su deseo de saber por fin quién es supera a su miedo a la
atención —explicó Elizabeth. Le cogió las dos manos y se las apretó—. A menos que
sepa cómo es crecer sin raíces, sin respetabilidad, lord MacLaren, no la juzgue por
algo que no comprenderá nunca.
Laird estuvo un buen rato en silencio y finalmente se despidió y salió para
emprender el viaje a Saint Albans.
Elizabeth tenía razón en un punto, él no sabía cómo era vivir sin raíces. Sólo
tenía que mirar las paredes de la galería de retratos en MacLaren Hall para ver todo
el linaje Allan.
Pero si había algo que sí sabía era lo de vivir sin respetabilidad; y,
lamentablemente, también conocía la dolorosa desesperación que produce eso.
Montó en su caballo y hundió los talones. Tenía que dar alcance a Anne antes
que hiciera algo que lamentaría después.
Cavendish Square
Esa noche, más tarde
Lotharian se estaba paseando por la biblioteca y se detuvo ante una librería.
Distraído pasó las yemas de los dedos por los brillantes lomos de piel, echándoles
una ojeada, sin tener pensado ningún título en particular.
—Os digo a las dos que las cartas que buscamos «estaban» en la casa, y es
probable que todavía lo estén.
—¿Qué le hace pensar eso, milord? —preguntó Elizabeth.
Estaba toqueteando los mecanismos del servidor de té mecánico de lady
Upperton, mientras esta colocaba las tazas para que recibieran el chorro de té
caliente.
Antes de que Lotharian pudiera contestar, pasó una ráfaga de aire fresco por la
sala, crujió el mecanismo que abría la librería que hacía de puerta secreta y esta se
movió.
Lotharian se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se quitó la delgada
película de aceite de las yemas de los dedos. Se giró a mirar, junto con lady Upperton
y Elizabeth, y esperó a que entraran Lilywhite y Gallantine y fueran a tomar asiento.
—Le estaba diciendo a Elizabeth que las cartas aún estaban en la casa MacLaren
de Cockspur Street hace poco. Así, que en la búsqueda que hicieron seguro que
tuvieron que haber encontrado algo.
Lady Upperton movió la palanca y el servidor mecánico hizo un clic y comenzó
a avanzar hacia las tazas. Con los ojos agrandados Elizabeth se inclinó hasta dejar la
nariz a nivel de la mesita para ver el movimiento del servidor al inclinarse y
comenzar a llenar la primera taza.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
servidor mecánico.
El Viejo Libertino descartó con un gesto esa tonta idea, y esbozó una
encantadora sonrisa dedicada especialmente a ella.
—No, querida mía. Pero todavía tengo algo rígidos los huesos después de
haberme descolgado por esa cuerda. Un poco de coñac podría ser justo lo que
necesito.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 9
Cómo viajar con elegancia
Los primeros rayos del sol pasaron por fin a través de la pared de árboles que
bordeaban el parterre de césped del lado este de la casa y entraron en la biblioteca,
facilitándole la búsqueda a Anne.
Lady MacLaren le había contado que su amadísimo marido pasaba gran parte
de su tiempo en esa sala cuando estaba en la casa de campo, lo que no hacía con la
frecuencia que a ella le habría gustado. Por lo tanto, esa mañana, mientras se ponía
las horquillas en el pelo, decidió que la biblioteca era el primer lugar que debía
registrar en busca de las cartas ocultas.
Antes de que entrara el sol se había paseado por toda la sala, levantando la
alfombra carmesí con dorados y examinando y empujando con las puntas de los pies
todos los trozos de parqué que podrían estar sueltos o dañados de alguna manera.
Después, arrodillada, había ido presionando el zócalo por si encontraba algún
compartimiento oculto, y había pasado las yemas de los dedos por entre las partes
bajas de las librerías, buscando alguna puerta oculta semejante a la de la biblioteca de
lady Upperton que daba a un pasillo secreto.
Ya con la luz del sol que entraba en la ornamentada sala se le hizo más fácil la
búsqueda, aunque tenía plena conciencia de que se le estaba acabando el tiempo.
Había tomado la precaución de cerrar la puerta para que no entrara ninguna
criada o algún lacayo a fisgonear, pero muy pronto a lady MacLaren le gruñiría el
estómago y eso la obligaría a bajar a tomar su desayuno.
Centró la atención en el magnífico escritorio de caoba que tenía delante, con sus
enormes puertas cristaleras. Intentó mover los tiradores de bronce, pero todos los
cajones estaban cerrados con llave.
Entonces lo rodeó, se sentó en el suelo y se echó de espaldas debajo del inmenso
espacio para meter las piernas. Si había una llave oculta, razonó, tendría que estar
cerca, por comodidad, pero oculta de la vista.
Pasó los dedos por la parte de abajo de la base del cajón del centro del
escritorio, palpando los huecos astillosos de la base de las correderas y pasándolos
por los cuatro resquicios de la ensambladura, que había cedido con los años.
De repente vio pasar una sombra entre ella y las puertas cristaleras. Doblando
el cuello levantó un poco la cabeza para mirar, con la esperanza de que sólo fuera
una nube que había tapado el sol. Pero en su interior ya sabía que no se trataba de
eso.
Se le formó un nudo en el estómago y entrecerró los ojos para menguar el
resplandor de la luz.
Vamos, porras.
La habían descubierto.
De pronto unas manos grandes le cogieron firmemente los tobillos y de un tirón
la deslizaron por el suelo hacia fuera. Bruscamente intentó sentarse y se golpeó la
frente contra el borde de la moldura del cajón.
—¡Porras! —exclamó antes de mirar. Tuvo que entrecerrar los ojos ante la
enorme silueta recortada contra la luz del sol.
—Cuidado con el cajón —dijo Laird al mismo tiempo, divertido—. Ay, Dios,
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
demasiado tarde.
Anne bajó la cabeza hasta que la pasó fuera del cajón y se sentó. Se frotó la
frente dolorida y luego se hizo visera con la mano para no deslumbrarse.
—¿Qué… qué haces aquí?
—Yo te iba a hacer la misma pregunta.
Estaba sonriéndole en lugar de asustarla con esos gestos de los ojos y las cejas.
Eso era buena señal.
Levantó la mano, él se la cogió y de un tirón la puso de pie.
—Vamos, estaba buscando… algo para leer —contestó entonces, con la mayor
seguridad que pudo.
—¿Debajo del escritorio?
—Es que… se me ha caído el anillo de tu abuela. —Rápidamente se cubrió la
mano izquierda con la derecha y simuló que hacía girar el anillo para ponérselo.
Entonces levantó la mano izquierda y se la enseñó orgullosa—. Pero lo he
encontrado, ¿lo ves?
—Mmm. Perdona un momento. —Se inclinó por un lado de ella y sacó algo de
debajo del estuche de madera para las plumas. Se enderezó y volvió a mirarla
sonriendo de oreja a oreja—. Me ha parecido que podrías andar buscando «esto».
Abrió la mano ante sus narices y le enseñó una llave de brillante latón.
Anne lo miró enfurruñada.
—Si ya sabías lo que estaba haciendo, ¿por qué simplemente no lo has dicho?
—Ah, pero no habría sido ni la mitad de divertido, ¿verdad?
Ella se cruzó de brazos y movió la cabeza en gesto altivo.
—Entonces sabes por qué he venido.
—Sí.
—Hiciste registrar tu casa de Londres en busca de las cartas, lo cual, he de decir,
fue muy amable por tu parte. —Bueno, él seguía sonriéndole—. Entonces, tal vez te
dignes ayudarme a buscar aquí.
—No, no veo la necesidad.
Encogiéndose de hombros, en gesto casi burlón, en opinión de Anne, rodeó el
escritorio y fue a apoyarse en el respaldo de un enorme sillón de orejas.
—¿No ves la necesidad? —dijo ella, abriendo los brazos, aunque cuidando de
hablar en susurros—. ¿No la ves? Para mí tiene perfecta lógica. Si es verdad que tu
padre tenía las cartas en su poder y no están en tu casa de Cockspur Street, es lógico
suponer que podría haberlas escondido aquí.
—Tienes toda la razón. «Si» tenía las cartas, y no estamos totalmente seguros de
eso, esta biblioteca podría ser lo primero que habría que registrar. A no ser…
—¿A no ser qué?
—A no ser que yo ya la haya registrado.
—¿Registrado? —¿Qué se proponía Laird con esa ridiculez?—. Imposible. —Lo
miró desconfiada—. ¿Cuándo?
—Anoche —contestó él, engreído—, mientras tú dormías.
En ese instante se abrió la puerta. Anne miró y vio a lady MacLaren en el
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
umbral.
—Ah, buenos días, lady MacLaren. —Corrió hasta ella, le cogió la mano y la
llevó hacia Laird—. Mire quién ha llegado. ¿No es una sorpresa maravillosa?
Laird rodeó el sillón y se inclinó a besar a la condesa en la mejilla.
—Ah, no es tan sorprendente, ¿verdad, madre?
Lady MacLaren se echó a reír como una niña.
—No, supongo que no. Tenía la idea de que podrías venir cuando te enteraras
de que había traído a Anne a MacLaren Hall.
—En «mi» coche —añadió Laird.
—Ah, sí —contestó lady MacLaren, mirándose los pies—. ¿Cómo viajaste,
cariño? ¿En tu castrado?
—Nada de eso —dijo una alegre voz desde la puerta—. Llegó en «mi» coche. —
Lord Apsley se inclinó en una muy caballerosa venia y luego en tres largos pasos
estuvo junto a ellos—. No podía permitir que nuestro muchacho quedara todo
cubierto de polvo cuando iba a encontrarse con su madre y su novia, ¿verdad?
Anne miró a Laird. Vio que tenía la ceja izquierda arqueada en gesto de furia y
entrecerrados sus centelleantes ojos azules mirando a Apsley.
—Bueno, entonces tenemos los ingredientes para una reunión en casa. ¿Vamos
a tomar juntos el desayuno?
Diciendo eso lady MacLaren agitó los brazos como para incitarlos a caminar
hacia la puerta.
—Sí, ¿vamos, Anne? —dijo Laird, ofreciéndole el brazo, del que ella se cogió a
regañadientes.
Sin duda lady MacLaren vio su gesto de incomodidad, porque al instante les
preguntó:
—¿Por qué estabais los dos en la biblioteca a esta hora tan temprana?
Anne se rió en voz baja.
—Dio la casualidad que los dos nos despertamos un poco antes del alba y nos
topamos aquí en la biblioteca.
—Los dos vinimos a buscar algo interesante para leer —añadió Laird
amablemente.
Lady MacLaren arqueó sus delgadas cejas.
—¿Y lo encontrasteis?
—Todavía no, lady MacLaren, pero claro, creo que no hemos terminado la
búsqueda. —Sonrió con su más encantadora sonrisa—. ¿Verdad, lord MacLaren?
—No, Anne —dijo él mirándola fijamente a los ojos—. No hemos terminado…
todavía.
Era la primera vez que la veía así, tan alegre como antes, antes de que les
llegara la noticia de la muerte de Graham en el campo de batalla. Le complacía verla
feliz otra vez. Su pequeña familia había sufrido demasiado durante ese año y medio.
—Lady MacLaren —dijo en ese momento Anne—, debo darle las gracias por
haberme puesto en un dormitorio tan agradable y cómodo. —Desvió brevemente la
mirada hacia Laird—. Pero me he enterado de que ese determinado dormitorio es de
la familia, y no deseo ser una molestia. —Volvió a mirar a Laird y luego a lady
MacLaren para oír su respuesta.
—Mi querida niña, no eres molestia en absoluto. Y eres de la familia, o pronto lo
serás. —Le dio una palmadita en el hombro—. Además, yo misma elegí la habitación
de Graham para ti.
—¿Tú? —exclamó Laird, mirándola incrédulo.
Durante todo el año de luto por su hijo, había hecho limpiar el dormitorio como
si Graham fuera a llegar a casa cualquier día.
Aunque la condesa nunca lo había reconocido, él tenía la idea de que nunca se
había creído de verdad la noticia de su muerte en el campo de batalla. Incluso
después de que se presentara el ordenanza de Graham a devolver el anillo de sello
que su hermano no se había quitado nunca del dedo, lady MacLaren continuaba
haciendo cambiar las sábanas y las toallas y ordenando que dejaran un jarro con agua
caliente en su lavabo.
Hasta esa noche, al parecer.
Se desvaneció la sonrisa de lady MacLaren.
—Sí, yo. Ya no podía soportar ver su dormitorio vacío. —Miró a Anne y volvió
a curvar los labios—. Pero ahora Anne está con nosotros en MacLaren Hall. Y pronto
volveremos a ser una verdadera familia, no solamente un fragmento de la familia
que antes fue feliz aquí.
Se le llenaron los ojos de lágrimas y él vio que no eran de tristeza sino de
felicidad.
Oyó sorber por la nariz, se giró a mirar a Anne y la vio limpiándose los ojos.
—Gracias, lady MacLaren —dijo ella, con la voz trémula y lágrimas en las
mejillas. Se levantó de un salto y se inclinó a abrazar a la condesa—. No sabe lo
mucho que significa para mí oírle decir eso.
Laird sintió escozor en la parte de atrás de los ojos. En realidad, si se casaba con
Anne le daría las raíces que ella siempre había deseado, y le devolvería a su madre la
sensación de familia que había perdido con la muerte de Graham y de su marido.
Pero él deseaba el afecto de otra, de lady Henceford, y, como parecía ser su
costumbre, decepcionaría a todo el mundo. Otra vez.
De repente lady MacLaren dio unas palmadas, con los ojos todavía mojados por
las lágrimas.
—He decidido llevar a Anne conmigo a Saint Albans hoy. ¿Quién quiere
acompañarnos? Será un día memorable.
Apsley ahogó un bostezo y cerró un momento sus adormilados y enrojecidos
ojos.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
—Le ruego me perdone, lady MacLaren, pero aún tengo que recuperarme del
viaje y podría aprovechar para descansar unos cuantos minutos más, si no le
importa.
Laird sonrió de oreja a oreja. Más bien para seguir durmiendo la mona por el
exceso de coñac.
—Y tú, Laird, ¿qué dices? —le preguntó la condesa, sonriéndole expectante.
Él echó atrás la silla y se levantó.
—En realidad, tenía pensado continuar mi búsqueda de algo interesante para
leer y después hacer una caminata por la orilla del lago. —Se le acercó a darle un
beso en la mejilla—. Además, no me cabe duda de que vosotras, señoras, os
dedicaréis a comprar cintas y otros artículos de mercería, y yo no tengo talento para
elegir esas cosas. Por lo tanto, os dejaré en paz para disfrutar de la mutua compañía.
Sin duda tenéis muchísimo de qué hablar. —Rodeó la mesa, en dirección a Anne, y se
inclinó a susurrarle al oído —: Simplemente no hables «demasiado», ¿de acuerdo?
Ella asintió y entonces, para el efecto en los demás, se cubrió la boca y emitió
una risita:
—Uy, Laird, compórtate.
Él arqueó una ceja y le hizo un guiño:
—Siempre, querida mía.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 10
Cómo tener paciencia
—Llámeme Anne, por favor, tutéeme. ¿Por qué no iba a atenderla? Yo le he roto
la nariz, lady Henceford.
—Podría llamarme Constance —dijo lady Henceford, y bajó los llorosos ojos
castaños—. Por lo que le hice a Laird. Aunque con toda sinceridad he de decir que
tuve que romper el compromiso. Tuve que romperlo. Cuando me enteré del tipo de
hombre que es, un libertino, un sinvergüenza, comprendí que no podría pasar mi
vida con él.
—No hace falta que se explique —dijo Anne, dejando el vaso en la mesilla y
dándole una palmadita en la mano—. Yo no la juzgo, querida señora.
—Eres buena, Anne. —Las palabras le salieron casi como si le sorprendiera
haber llegado a esa conclusión—. ¿Cómo es que aceptaste casarte con él? ¿Por su
fortuna? No logro imaginar ningún otro motivo para que una mujer como tú se ate a
un hombre que le ocasionará deshonra tan pronto como se le presente la
oportunidad.
En sus labios apareció una sonrisa sosa, extrañamente satisfecha.
—¡Querida señora! —exclamó Anne, asombrada.
Sorprendida, sintió pasar por ella una oleada de rabia.
—Perdona que haya sido tan franca, pero no podría soportarlo si no te lo dijera.
—Le cogió una mano y se la rodeó con la otra también—. Tal vez no sabías lo de su
negra reputación.
Anne intentó normalizar la respiración. Guárdate de reacciones emocionales,
diga lo que diga lady Henceford, se dijo.
Al fin y al cabo, era la primera oportunidad que se le presentaba para cumplir
con su promesa a Laird, y tenía que aprovecharla.
—Constance, vivo en Londres y conozco muy bien las historias sobre el
libertinaje de Laird. Pero te aseguro que ya no es ese hombre horrendo.
Lady Henceford emitió un bufido.
—Un tigre no se puede cambiar las rayas.
—Sin embargo, después de la muerte de su padre y de su hermano, cambió, de
verdad. Se reformó. Es un hombre bueno y cabal.
—¿Tanto cambio en tan poco tiempo? Me cuesta tragar eso.
Anne liberó la mano y cogió el vaso que había dejado en la mesilla de noche.
—Tal vez otro poco de agua te servirá.
Arqueó las cejas en gesto travieso, con la esperanza de alegrarle la disposición.
Lady Henceford sonrió y se hundió en las almohadas que Anne le había
arreglado a la espalda.
—¿Cómo os conocisteis? Él acaba de terminar su periodo de luto por su padre y
su hermano.
Porras. ¿Por qué no había acordado algo con Laird para explicar su primer
encuentro? Era absolutamente increíble que nadie le hubiera hecho esa pregunta
antes. De hecho, en lo único que estaban interesados era en el compromiso en sí.
—Bueno, es bastante increíble, en realidad —dijo, y bebió un trago de agua,
para ganar tiempo. De ninguna manera podía decirle la verdad; eso estaba claro—.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 11
Cómo narrar un cuento fantástico
MacLaren Hall
Una semana después
El círculo de distinguidos invitados que rodeaban la pista de baile se movía y
contraía a medida que entraban más damas y caballeros, muchos venidos de
Londres.
Cuidando de no arrugarse el chaleco color marfil con bordados en oro, Laird
flexionó las rodillas para que su madre pudiera oírle en medio del bullicio de la
muchedumbre.
—Madre, ¿has invitado a nuestro baile de compromiso a tooodas las personas
que alguna vez han oído hablar de nuestra familia?
—Eso parecería, ¿no? —contestó lady MacLaren riendo alegremente—. Ah, no
te enfades conmigo. Quería que todas las personas de importancia se enteraran del
heroico acto de mi hijo recién comprometido, y conocieran a su hermosa prometida
Anne.
—Pero, madre, ese acto heroico nunca…
—Ah, mira, ahí viene —dijo la condesa, enterrándole el codo en el costado—.
¿No está preciosa esta noche? Sir Lumley le hizo enviar el vestido desde Londres
especialmente para la ocasión. Es un caballero generoso ese. —Sonrió radiante
cuando Anne se les reunió en el perímetro de la pista—. Ah, tu vestido es perfecto,
querida.
Anne sonrió mansamente y se inclinó en una reverencia ante la condesa.
A Laird se le quedó atrapado el aire en la garganta cuando ella fue a situarse a
su lado y le puso la mano en el brazo, que le ofreció tardíamente.
Su vestido de satén dorado reflejaba la luz de las velas de las arañas de cristal,
haciéndola brillar y resplandecer como el sol.
—Estás muy hermosa esta noche, Anne —le dijo sin vacilar.
Ella lo miró por entre sus tupidas pestañas y sostuvo su apreciativa mirada con
esos ojos asombrosamente dorados.
—Gracias, lord MacLaren. Tú te ves bastante «heroico».
Laird le hizo una amable venia. Se había convencido de que llevaba el chaqué
azul medianoche y el chaleco color marfil para estar en su mejor aspecto en el caso de
que asistiera lady Henceford a pesar de su lesión. Pero al oír el generoso comentario
de Anne acerca de su apariencia cayó en la cuenta de que se había estado engañando.
En realidad deseaba estar en su mejor aspecto para Anne.
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Anne sintió la suave presión del brazo de Laird acercándola más hacia su
costado.
—Mis queridas señoras —les dijo entonces él a la condesa y a las dos «cotorras
cotillas»—, ¿nos disculpáis? Le prometí a Anne presentarles a nuestros vecinos, los
Middleton, y acabo de verlos entrar.
Las tres mujeres asintieron mientras él se llevaba a Anne en dirección a los
invitados que se agrupaban a la orilla del salón.
—¿Los Middleton? —preguntó Anne, girando la cabeza para mirarlo
extrañada—. Pero si tu madre ya me los ha presentado. Tú estabas ahí.
—¿Sí? Debo de haberlo olvidado. —La miró y sonrió—. Bueno, tanto mejor. No
tendré que seguir a ese par en este enredo de satén y encaje. Tal vez deberíamos
concentrarnos en localizar la mesa de refrescos. ¿Qué dices, «cariño»?
—Muy bien. He de reconocer que contar una y otra vez tu acto heroico ya me
ha dejado los labios resecos.
Se le animó el paso cuando él la rodeó con un brazo como un chal, apretándola
contra su cuerpo, siguiendo un sendero hacia la puerta.
—Sin duda —dijo él, arqueando una oscura ceja en el momento en que entraban
en el vestíbulo, acercándose a la sala con largas mesas cubiertas con bandejas llenas
de bocados azucarados y otras exquisiteces.
Dos lacayos estaban sirviendo ponche de arak en las copas de los invitados que
esperaban, mientras otros llenaban copas con limonada.
Laird cogió dos copas de la bandeja de un lacayo que iba saliendo en dirección
al salón y le pasó una a Anne.
—Y podría decir que encontré… inspirado ese detallito de lo tan noble que soy
que no quería agradecimientos ni recompensa por mi heroísmo.
—Vamos, gracias lord MacLaren.
Aun no había terminado de hablar cuando él se giró, sacó un fresón de un plato
y se lo deslizó rodando por el labio inferior.
—¿Te apetece algo dulce?
Sosteniendo su mirada ella asintió lentamente. Abrió la boca y permitió que él
le introdujera la punta del fresón. Enterró los dientes, esperó a que el dulce jugo se le
extendiera por la lengua y entonces cerró la boca sobre el bocado.
Laird levantó la mitad del fresón que quedó, se la llevó a los labios y se la
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introdujo en la boca. Después se pasó la lengua por las yemas de los dedos.
—Dulce. Pero ni la mitad de delicioso que tú, Anne.
Ella comprendió lo que hacía. Estaba jugando un juego de amantes,
transformando el gesto más sencillo en seducción. Pero cuando ella jugaba a ese
juego, lo hacía en serio.
Lo miró a los ojos, tratando de verle hasta el fondo del alma, pensando si él
sentiría algo por ella, o si sólo se complacía en una diversión de libertino. No dejó de
mirarlo. Tenía que saberlo, y si lo miraba fijamente el tiempo suficiente, vería su
corazón revelado en su cara.
De pronto él se encogió y se le movió un músculo de la mandíbula, como si lo
desconcertara la intensidad de su penetrante mirada.
Entonces desvió la vista y bajó los ojos hacia el ponche que brillaba dentro de su
copa. Estaba a punto de beber cuando del vestíbulo llegó una sonora voz, elevándose
por encima de la cháchara, atrayendo la atención de casi todos los que estaban
tomando un refresco.
—¡Está a punto de comenzar la segunda contradanza!
Anne se giró a mirar y vio a una mujer haciéndole gestos al caballero que estaba
al lado de Laird. El corpulento hombre echó atrás la cabeza y apuró su copa.
«Diablos, detesto bailar», gruñó, pero salió obedientemente al vestíbulo en dirección
al salón. La mujer le cogió el brazo y lo llevó implacable hacia la pista de baile.
—El segundo baile —dijo Laird, haciéndole un gesto para que bebiera. Después
le cogió la copa y la dejó con la de él en la mesa—. ¿Bailamos, Anne?
Entusiasmada ella se cogió de su brazo.
En su interior abrió sus pétalos una flor de esperanza, estimulada por su cálida
sonrisa. ¿Podría ser que Laird sintiera lo que sentía ella, al menos una pequeña parte?
¿Podría ser que su relación fuera algo más que una farsa, que se estuviera
convirtiendo en algo más profundo, en algo «real»?
Laird la condujo directamente al centro de la pista, instando a los demás
bailarines a moverse para dejarles lugar en el medio de la fila.
Las mujeres de la fila de ella inclinaron y giraron las cabezas para mirarla.
Mientras esperaban que comenzara la música, oyó fragmentos de lo que comentaban
en susurros acerca de ella. Al parecer todas deseaban conocerla, conocer a Anne
Royle, la mujer que había domado al sinvergüenza de lord MacLaren. La chica de
Cornualles que se había apoderado de su corazón.
Sintió subir un hormigueante calor por debajo del corpiño, que le coloreó el
escote, el cuello y las mejillas. Esa atención era casi abrumadora para sus sentidos,
pero mantuvo la cabeza erguida. Alzó la vista para mirar a Laird y se encontró con
que él la estaba mirando. Tenía la espalda recta, los hombros anchos y elegantes. Él
miraba hacia cada lado, como saludando en silencio a los otros bailarines, y haciendo
un gesto con la cabeza hacia ella entre saludo y saludo.
Le entró la timidez y bajó la mirada a sus finos zapatos. Era como si Laird les
indicara orgullosamente a los demás caballeros que ella le pertenecía.
Levantó la vista y se encontró nuevamente con la mirada de él, justo en el
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le atraía Anne. Jamás había habido una mujer que le hiciera anhelar estar con ella,
todos los momentos de todos los días, y las noches, claro. Eso le hacía caer en la
cuenta de que, hasta el momento en que ella se había colado en su vida él no había
vivido realmente, simplemente existía. Pasaba por los días, las semanas y los años.
¿Qué tenía, pues, que la hacía tan irresistible para él?
Sintió hincharse algo dentro del pecho al comprender lo que hasta el momento
había negado. Estaba comenzando a sentir por ella cosas que jamás se había
permitido sentir por nadie.
Ella le estaba rompiendo trocito a trocito la piedra que se había endurecido
alrededor de su corazón.
Le hacía «sentir».
Se sentía feliz cuando estaba con Anne, esa jovencita hermosa, única, de la
remota región de Cornualles.
Se rió en silencio, para sus adentros. Puñetas. ¿Quién se lo habría imaginado?
Tal vez por primera vez en su vida, se sentía verdaderamente feliz.
Y el motivo era la señorita Anne Royle.
Tenía que decírselo. No tenía idea de qué le diría ni cómo reaccionaría ella. Lo
único que sabía era que en cierto modo ella le había cambiado la vida y necesitaba
que lo supiera. Tenía que decirle lo que le hacía sentir.
Esa noche.
firmemente. Deseó decirle que no era el sinvergüenza el que lo impulsaba hacia ella
en ese momento, sino la necesidad de su cuerpo. Pero no encontró las palabras.
Al sentir su contacto Anne se puso rígida y en su cara apareció una expresión
seria, circunspecta.
Ardía por esa mujer, y no le cabía duda de que ella sentía el bulto duro de su
miembro apretado a su cuerpo. Se preparó para el dolor de cuando le abofeteara en
la cara.
Pero la bofetada no llegó.
En lugar de eso, a ella se le agitó la respiración y no se apartó de él. Su mirada,
que reflejaba recelosa excitación y alarma, se posó en su boca.
—Estamos comprometidos —dijo—. No creo que nadie le dé importancia si
simplemente nos besamos.
Sin darle un momento para reconsiderarlo, él ladeó la cabeza para besarla. Posó
los labios sobre los de ella y los mantuvo así, succionando suavemente y lamiéndole
el labio inferior.
succionárselo.
A Anne se le escapó un gemido. Eso estaba muy mal, pero nada le había
parecido nunca tan correcto. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo,
haciéndole temblar el pecho.
Él metió suavemente la mano por debajo de la enagua, le liberó el otro pecho y
comenzó a acariciarle los dos, moviéndole los pezones con el pulgar.
Estremecida, Anne levantó una mano, la ahuecó en su cuello y le bajó la cabeza
hasta los pechos, instándolo a hacerle su magia, introduciéndose en el calor de su
boca uno y otro pezón.
Comenzó a acumulársele tensión en el centro femenino mientras él le
succionaba los pechos y, por instinto, levantó las piernas y le rodeó con ellas los
musculosos muslos, apretándose a él.
Laird gimió y el gemido le produjo vibraciones insoportablemente maravillosas
en el pezón. Entonces él levantó la cabeza y la besó, introduciéndole la lengua en la
boca y moviéndola y deslizándola por la de ella.
Ella levantó la otra mano que tenía apoyada en el escritorio, le cogió el hombro
y se echó de espaldas, atrayéndolo hasta que quedó encima de ella.
Lo sintió sacar la mano que tenía a su espalda y luego sintió esa mano subiendo
por su pierna, por debajo de la enagua y la falda, hasta llegar a la cinta con que se
ataba la media. Y entonces sintió el deslizamiento de sus dedos por la sensible piel de
la parte interior del muslo. Y la tocó.
Ahí.
Entonces él le deslizó los dedos por entre los pliegues de la vulva, haciendo
salir el pegajoso líquido de la cavidad.
—Laird —resolló.
Él detuvo el movimiento.
No, no pares.
Él se enderezó y se quedó mirando sus muslos abiertos a él.
Le miró la cara.
Entonces retrocedió y le bajó la enagua y la falda, cubriéndola.
—Perdona, Anne, lo… lo siento. Condenación, no he cambiado. —Era evidente
el disgusto en su voz—. No he cambiado.
Sin dejar de mirarla rodeó el escritorio y salió de la biblioteca dejando vibrando
el aire con una sarta de juramentos.
Anne se bajó del escritorio y se acurrucó en el suelo.
—Santo Dios, qué idiota soy.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 12
Cómo encontrar el camino en la oscuridad
La luz de la palmatoria que llevaba Anne formaba un círculo perfecto sobre sus
pies cuando sus piernas, que sentía pesadas como plomo, iban subiendo la escalera
principal y luego tomaba por el largo corredor en dirección a su dormitorio.
Había hecho ese trayecto un montón de veces, de día y de noche, pero nunca
antes se había sentido tan extraviada y necesitada de una luz orientadora.
Al entrar en su habitación vio que en el hogar ardía un fuego de carbón y el
aguamanil estaba lleno de agua caliente, puesto sobre un pequeño brasero junto al
hogar para que conservara el calor.
Vertió agua en la jofaina del lavabo, se quitó toda la ropa, mojó un paño y se
restregó la piel con fuerza. Bah, como si fuera posible lavarse la humillación para
poder recuperar su dignidad.
Él no tenía la culpa, de verdad que no. Ella se había dejado llevar por la fantasía
que habían creado juntos.
Se había permitido creer que la farsa se estaba convirtiendo en realidad.
Se había entregado a las ardientes y apasionadas ansias que bullían dentro de
ella por él.
Menos mal que no se había enamorado; eso por lo menos.
Era una idiota. Laird había reaccionado exactamente tal como ella debería haber
esperado. Según le había dicho, de corazón era un libertino, y una parte de él
siempre lo sería. Había respondido a su juego sensual, igualando su lujuria. Pero
justo cuando el libertino que decía haber sido podría haber satisfecho su necesidad
con ella, había dado marcha atrás.
La había librado de la deshonra.
Por segunda vez.
Buen Dios, sí que había cambiado.
A juzgar por la horrorizada expresión de su cara cuando había salido corriendo
de la biblioteca, seguro que se creía un malvado irreformable.
Su confusión y cansancio eran efecto de la cantidad de vino que había bebido.
Por lo tanto se secó rápidamente, se puso la bata sobre los hombros y comenzó a
quitarse las horquillas del pelo.
Pero el peine no estaba por ninguna parte. Una criada lo había guardado,
seguro. Abrió el primer cajón de la cómoda baja que hacía de mesilla de noche, pero
la parpadeante luz de la lámpara no iluminaba hasta el fondo del cajón. Palpando a
ciegas para buscarlo, de repente tocó una hoja de papel vitela doblada; al parecer
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 13
Cómo convertirse en héroe
¡Rayos y truenos!
Sentándose en la cama Anne miró enfurruñada al gorrión posado fuera de su
ventana que había tenido la osadía de despertarla con sus alegres trinos.
Se puso boca abajo y se cubrió la cabeza con una almohada para apagar el
sonido de la feliz canción del pájaro. No le sirvió de nada; seguía oyéndolo.
Le venía bien, concluyó finalmente. Volvió a ponerse de espaldas y se sentó de
mala gana. Al fin y al cabo tenía que vestirse y salir de la casa lo más pronto posible
si no quería encontrarse con Laird en la sala de desayuno.
Dios de los cielos, de ninguna manera podía encontrarse con él ese día, después
de lo ocurrido la noche anterior.
Pero no estaría mucho más tiempo en su vida, no, si podía evitarlo. No se
enfadaría con él, porque él era así. Ella había sido la tonta esa noche al convencerse
de que había cambiado de verdad.
Pero le había prometido hacer ver a lady Henceford al caballero que había en él,
y ganarse así la libertad para romper el compromiso. Y eso era lo que haría, en serio,
y comenzaría esa misma mañana.
No desayunó, ni siquiera se asomó a la sala de desayuno. Dada su mala suerte,
seguro que Laird y Apsley aún no se habían ido a acostar y estarían sentados a la
mesa comiendo tostadas con mantequilla y bebiendo tazas y tazas de té caliente.
Al pensar en un bocadito le gruñó el estómago, pero decidiendo no arriesgarse
a asomarse a la sala, simplemente cogió su chal y su pamela de paja con cinta de
satén y salió.
El gorrión tenía razón al cantar. Hacía una mañana preciosa; un simpático
cambio después de esa antipática noche. Era justo el día para endulzar su humor
agrio.
Pero mientras iba por el camino de entrada tropezó con la botella vacía de
Apsley. La cogió con rabia y la arrojó lo más lejos que pudo. Cuando oyó el ruido
que hizo al quebrarse, sonrió y reanudó la marcha.
La brisa era suave y ya comenzaba a calentarse con el sol. El cielo estaba
despejado, de un azul tan vivo e intenso como los ojos de Laird.
Buen Dios, ¿de dónde le había venido ese pensamiento?
Sus libertinos ojos azules, se dijo. No lo olvides.
Aceleró el paso, esforzándose en pensar cosas felices; al fin y al cabo pronto se
libraría de Laird para siempre. Eso era un buen motivo para alegrarse, ¿no?
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Se obligó a sonreír. Sí, tomado todo en cuenta, era el día perfecto para atravesar
los campos hasta llegar a Chasten Cottage2, la encantadora casa de piedra de lady
Henceford. Bueno, en realidad, para hablar claro, era una casa señorial, nada menos.
No entendía por qué la llamaban casita de campo, porque no lo era. Era
bastante grande, según cualquier criterio. Después de todo, ¿qué casita de campo
tiene salón de baile, aunque sea uno humilde? ¿O un inmenso comedor, adecuado
para que lo visite la reina Charlotte?
No, lo único humilde que tenía esa casa, concluyó, era su nombre ridículamente
inapropiado.
Se fue levantando más y más la falda para caminar por la hierba fresca y alta. El
sol aún no había secado el rocío de las puntas de las hojas de la hierba y no tardó en
tener las medias empapadas.
Porras. Fatalidad.
Pero continuó, curvando nuevamente los labios en una falsa sonrisa.
Había prometido convencer a lady Henceford de que lord MacLaren había
cambiado, que ahora era un caballero. Y eso haría, lo más pronto posible, tal vez esa
misma mañana.
Sí, ese sería el día en que cumpliría el trato hecho con ese diablo de ojos azules
para poder volver a Londres, y sacarse de la cabeza para siempre ese escritorio de la
biblioteca. Nunca ocurría nada bueno cuando estaba cerca de él.
Ya había registrado la mayoría de las habitaciones de MacLaren Hall, sin
encontrar las cartas. ¿Y si nunca hubiera habido ninguna carta? Apretó el paso,
pensando en esa posibilidad.
Los Viejos Libertinos habían manipulado y engañado a su hermana con el fin
de que se casara con el duque de Blackstone; ¿y si los viejos casamenteros tenían la
misma intención para ella y lord MacLaren? Él era conde, y un libertino, lo que lo
convertía justo en el tipo de hombre que elegirían ellos.
No, ridículo. No, no, no. Ni siquiera ellos llegarían a esos extremos para
orquestar un matrimonio así.
—¡Anne!
Giró la cabeza.
Se acercaba un jinete, procedente de MacLaren Hall.
Porras, porras. Laird.
Chasten Cottage no estaba muy lejos. No podía estarlo. Entrecerró los ojos y
miró hacia la loma que se elevaba más adelante. La casa no era visible aún, pero
según le había dicho lady MacLaren, la propiedad de lady Henceford lindaba con el
campo norte de MacLaren Hall, así que tenía que estar cerca. Por lo tanto, echó a
correr.
—¡Anne, para!
El ruido de los cascos del caballo sonaba más fuerte detrás, pero no se atrevió a
girarse a mirarlo.
Le pareció que al otro lado de la loma que iba subiendo el terreno bajaba, y más
allá vio un riachuelo atravesado por unas cuantas piedras planas que servían a modo
de puente. Hacia allá se dirigió.
Laird ya tenía que estar a unas pocas yardas detrás. La llamaba con insistencia,
pero ella no se iba a detener por él.
—¡Anne, tienes que parar! Delante de ti…
Al avanzar un pie sólo pisó aire, más allá del borde de la pared rocosa de un
barranco. Trató de parar, pero con el impulso que llevaba se le fue el cuerpo, y lanzó
un grito al caer.
—Te he dicho que puedo caminar —protestó Anne—. Vamos, podría bailar si
quisiera. ¡Bájame, Laird, inmediatamente! Ve a ocuparte de tu caballo o a hacer
cualquier otra cosa.
Sin hacerle caso, él entró en la casa con ella en brazos, se dirigió al salón y allí la
tendió en un sofá de damasco color clarete.
—Iré a buscar al médico personal de lady MacLaren para asegurarme de que
estás bien.
Anne levantó la cabeza y la apoyó en las manos.
—No al doctor Willet, por favor. Después de haberle escayolado la nariz a lady
Henceford, seguro que ya me considera una amenaza para todo Saint Albans.
—Enviaré a mi madre para que te acompañe. No te muevas —dijo él.
Acto seguido salió casi corriendo del salón.
Vaya, ¿para qué armar tanto alboroto? Frustrada, volvió a apoyar la cabeza en
el sofá. Tal vez él simplemente se sentía culpable por lo de la noche pasada. Por
haberla humillado y por esa salida nocturna posterior con Apsley y sus risueñas
camareras de taberna.
Seguro que por eso armaba tanto escándalo por su pierna. Ella ya le había dicho
que estaba bien. Se miró la rodilla e hizo un mal gesto. Estaba muy bien. Bueno,
bastante bien.
Lady MacLaren entró a toda prisa en el salón. Al instante su mirada se dirigió a
su rodilla ensangrentada y desnuda.
—Dios mío, ¿ahora qué?
A gritos llamó a una criada y le ordenó que le trajera agua y un paño. En cuanto
lo tuvo todo, se aplicó a limpiarle la sangre de la rodilla.
—Por favor, lady MacLaren, no tiene por qué molestarse. Sólo es un rasguño.
Fuera crujió la gravilla y saltaron piedrecitas. Anne miró hacia la ventana por
encima del respaldo del sofá. Alcanzó a ver la parte de atrás de un landó que pasaba
junto a la casa.
Sonó un golpe en la puerta principal y no tardaron en hacer pasar al salón a
lady Henceford, acompañada por una chica pecosa que tendría unos catorce veranos
y dos señoras mayores.
Lady MacLaren se puso de pie y Anne se sentó bien en el sofá. Le dolió la
rodilla al cubrírsela otra vez con la enagua y el vestido de paseo de piqué estampado.
Se obligó a sonreír mientras lady Henceford le presentaba a sus tías, las señoras
Forthwit y Bean, y a la niña, que era su prima Hortense.
—Hemos venido a ver cómo está, señorita Royle —dijo lady Henceford.
Sus palabras parecían indicar verdadera preocupación, pero la expresión casi
divertida de sus ojos le dijo a Anne otra cosa.
—Y a conocer al héroe —soltó la señorita Hortense antes que la hicieran callar.
—Bueno, el héroe no está en casa, pero yo estoy muy bien.
Sonrió muy amablemente, aun cuando ya comenzaba a dolerle de verdad la
rodilla.
—Sí, sólo es un rasguño —bromeó lady MacLaren—. No hace falta que nadie se
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que hablara mal de él, o hiriera a lady MacLaren más de lo que ya la había herido.
Siendo la dama que era, lady MacLaren no contestó nada, pero le temblaron las
manos al servir el té para ellas y las visitas.
Lady Henceford no fue tan refinada.
—¿Cómo podía honrar mi promesa cuando él…?
—Salvó a una mujer y a sus tres… gatos, de un incendio en una panadería de
Cheapside justo el mismo día que volvió a Londres —interrumpió Anne—. Supongo
que habrán leído lo del incendio en los diarios de Londres.
Cáspita, ¿de dónde le había salido esa mentira? Era como si simplemente, sin
ser invitada, hubiera saltado de su boca al salón.
—¿Ah, sí? —rió lady Henceford—. ¿Rescató a una mujer y a sus gatos? No sé,
encuentro bastante increíble esa historia suya, señorita Anne.
Anne rogó que no le subiera el rubor a las mejillas por la mentira. Los gatos,
bueno, eso podría haber sido demasiado. Pero Laird sí le había salvado la vida a ella
ese día. Tenía que defender su buen nombre.
—Caramba, sí que recuerdo haber leído lo de ese incendio —dijo la señora
Forthwit—. Murieron por lo menos doce personas. No sabía que fue lord MacLaren
el que salvó a la mujer del panadero, ¿y a unos gatos también ha dicho?
—Mi hijo es muy valiente —terció lady MacLaren.
Miró a Anne e hizo un firme gesto de asentimiento, como si con ese comentario
reforzara su estrafalaria historia sobre el heroísmo de Laird.
—Mamá, ¿a qué hora va a volver lord MacLaren? —preguntó Hortense en voz
baja, mirando a la señora Bean—. Quiero conocer al héroe «hoy».
—Bueno, pueden comprender muy bien por qué accedí a nuestro compromiso
—dijo Anne con la mayor naturalidad—. Sólo lo conocí cuando volvió a Londres
después de su periodo de luto. Pero nunca en mi vida había conocido a un hombre
mejor. Es el caballero más valiente, más amable, más generoso que he tenido el honor
de conocer. ¿Sabían que donó una considerable suma al Real Hospital Militar de
Chelsea?
Ay, no. Otra vez. Lo había convertido en héroe tres veces y ahora lo convertía
en filántropo.
Un coro de apreciativos suspiros llenó el aire.
Vacilante miró hacia lady MacLaren, pensando que detectaría al instante sus
mentiras. Pero no, lady MacLaren estaba sonriendo, sus ojos a rebosar de orgullo,
mirándola a ella.
Tragó saliva, con la esperanza de tragarse cualquier otra mentira que se
estuviera preparando para salir de sus labios.
Detestaba mentir. Era fatal en eso de decir mentiras, incluso mentirijillas
piadosas para evitarle sufrimiento a alguien. Siempre había sido así.
¿Por qué, entonces, daba la impresión de que no pudiera parar de mentir?
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 14
Cómo salvar a un gato
—Dentro de una semana estará tan bien como una lluvia de marzo —dijo el
doctor Willet terminando de enrollarle la venda en la rodilla y haciendo el nudo.
Laird vio la mirada exasperada que le dirigió el médico a Anne cuando ella bajó
los ojos para cubrirse la pierna con las faldas.
Entonces el doctor Willet se giró a mirar a lady MacLaren.
—Aunque usted podría intentar convencerla de que no salga de la casa otros
quince días, por su propio bien.
—Muchísimas gracias por atender a nuestra Anne, doctor Willet —dijo ella, y
salió con él al vestíbulo quejándose de la rigidez que siempre sentía en los hombros
después de una lluvia torrencial.
Laird fue a cerrar la puerta hasta dejarla apenas un dedo entreabierta.
—Anne, sólo tenemos un momento para hablar antes de que vuelva mi madre,
así que, por favor, escúchame. Perdona lo de anoche.
Ella intentó alejarlo con un gesto de la mano, pero él se acercó más.
Comenzaron a brillarle los ojos dorados.
—¿Qué es lo que encuentras tan repugnante en mí? —le preguntó ella.
—¿Qué?
Movió la cabeza confundido y se arrodilló junto al sofá.
—¿Qué es exactamente? Necesito saberlo.
—Anne, adoro todo de ti, todo. Eres entretenida, amena, hermosa, valiente y
amable.
Alargó la mano hacia ella, pero ella se echó hacia atrás, dejando muy claro su
deseo de evitar su contacto.
—Tiene que haber algo en mí que detestas —dijo ella, rodeándose fuertemente
con los brazos.
Él expulsó el aire en un soplido.
—¿Por qué estás tan convencida de eso? ¿Porque no te hice el amor?
—¡Sí! Primero pensé que se debió a que habías cambiado y deseabas evitarme la
deshonra. Porque eras un caballero. —Le tembló de emoción la voz—. Habías
cambiado.
—¿No lo entiendes, Anne? No he cambiado. Lo he intentado, maldita sea, pero
no ha servido de nada. Soy irreformable, un sinvergüenza hasta la médula. Mi padre
tenía razón en lo que decía de mí.
—Vi el horror en tu cara cuando te apartaste de mí. Comprendí entonces que ya
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
no creías en tu transformación. Dudabas de ti. Tenía que hablar contigo, tenía que
hacerte ver que estabas equivocado. Laird, anoche intenté quedarme levantada para
hablar contigo, pero el vino… Me quedé dormida…
—Anne.
Entonces cambió la expresión de ella, se endureció.
—… y me despertó el ruido que hicisteis tú y Apsley con vuestras amigas al
llegar a casa.
—Anne, tienes que creerme, eran amigas de Apsley, no mías. Te aseguro que no
ocurrió nada.
—Pero yo vi…
—¿Qué, Anne?
A ella se le agitaron las ventanillas de la nariz y sorbió, para contener las
lágrimas.
—N-nada.
Se levantó y pasando junto a él se dirigió a la puerta cojeando.
—Discúlpame, por favor.
—¡Anne! —Levantándose le tendió la mano, pero ella ya había desaparecido en
el vestíbulo, dejando la puerta abierta—. En la biblioteca, no lo hice porque…
porque… —Cerró la boca y bajó la mano al costado—. Porque te amo.
Sus palabras quedaron vibrando en el salón vacío hasta que se las tragó el
silencio.
Entró lady MacLaren y estuvo un momento haciéndole bromas con el tema que
Anne había hecho resurgir.
—Laird, ¿por qué no me contaste lo del incendio? Eres un verdadero héroe.
Laird enderezó la espalda y se ordenó borrar cualquier resto de emoción que le
quedara en la expresión.
—Nuestra querida Anne se siente muy orgullosa, parece que no puede evitar
contárselo a todo el mundo.
—¿El incendio?
A su madre le brillaron de regocijo los ojos y frunció los labios para reprimir la
risa.
—Ah, sí, un incendio terrible, con gatos.
Laird se pasó una mano por el pelo.
—Santo Dios, ¿en serio ha dicho… gatos?
Lady MacLaren no pudo continuar reprimiéndose y se echó a reír.
—Ah, sí, gatos. Y tú, cariño, eres el héroe de los gatos.
Anne se arrojó sobre la cama y se cubrió los ojos llenos de lágrimas y las
mejillas mojadas.
—¿Por qué no puedo refrenar mi corazón cuando él está cerca?
Cerrando el puño golpeó la cama.
Dios sabía cuánto había intentado mantenerse calmada y serena en presencia de
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Laird, pero en el instante en que él había cerrado la puerta del salón y la había
mirado con esa expresión pesarosa, había comprendido que debía salir de allí
aunque fuera cojeando. Pero no lo había hecho, y había parecido abrírsele una
dolorosa herida en el pecho dejando salir palabras de pena y llorosas acusaciones.
Patética, eso es lo que era.
No debería haber venido a Saint Albans. Representar el papel de novia de un
pícaro de primera clase era muchísimo más difícil de lo que se había imaginado
jamás. Ni siquiera tenía experiencia en el trato con caballeros corrientes. ¿Qué le
había hecho creer que podría habérselas con un hombre tan extraordinario como
Laird? Un hombre tan encantador, tan inteligente, tan guapo, tan hábil. Se ruborizó
hasta la raíz del pelo al recordar su deliciosa boca, sus manos… vagando por su
cuerpo.
—¡No, no, no! —exclamó, frotándose la cara con las dos manos. No debía ni
pensar en esas cosas.
Se incorporó y se sentó en el borde de la cama. Lo único que tenía que hacer era
dejar de engañarse pensando que Laird estaba interesado en ella como algo más que
un medio para parecer respetable, y concentrarse en la compleción de dos tareas:
buscar las cartas y hacer todo lo posible para que lady Henceford viera lo bueno que
había en él. Y ya está.
Ahora que sabía cuáles eran sus momentos de debilidad cuando estaba en su
presencia, podría arreglárselas. Sería bastante sencillo. Simplemente se mantendría
estoica y flemática siempre que se encontrara en la desafortunada situación de estar a
solas con él.
Sencillo.
Una hora después Laird divisó a Anne cortando flores en el jardín. En la cara ya
no tenía señales de haber llorado, no tenía los ojos enrojecidos y su rostro se veía
bastante sereno. Sí, ese era el momento para intentar otra disculpa.
Haciendo el menor ruido posible abrió la puerta cristalera y salió al sendero del
jardín.
—Anne.
Ella se sobresaltó al oír su voz y empezó a alejarse a toda prisa, pero de repente
se detuvo. Se giró lentamente a mirarlo y alzó el mentón.
—Justo estaba pensando que podría servirme tener a un libertino en el jardín.
Se lo merecía, pensó él.
—Anne, lo siento.
—No tienes por qué disculparte. Ya estoy bastante recuperada.
Como una libélula alrededor de un charco en el sendero del jardín, su mirada
revoloteó por todo él.
Ah, abordándola con franqueza no llegaría a ella. Tal vez de otra manera.
Levantó las manos con las palmas abiertas y la obsequió con una leve sonrisa.
—¿Gatos?
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Habría jurado que una sonrisa pugnó por asomar a sus labios.
—Bueno, no sabía si la mujer sobre la que leí en el Times tenía hijos. —Se le
contrajeron los músculos de la garganta al tragar saliva—. Gatos. La palabra
simplemente se me deslizó por la lengua. No sé cómo explicarlo, así que no lo
explicaré.
—Muy bien, entonces, permíteme comprobar, por favor, si llevo bien la cuenta
de todos mis actos heroicos antes que vuelva a hablar con mi madre o con alguna
persona de Saint Albans.
Ella asintió.
—Te salvé de ahogarte. Saqué a una mujer, y… a sus gatos, de una casa que se
estaba incendiando, y es mi mayor deseo en el mundo contribuir al bienestar de la
humanidad mediante la caridad. Ah, y te salvé de una muerte segura cuando te
caíste por un barranco. ¿Está todo correcto, Anne?
Anne tenía agrandados los ojos como platos cuando volvió a asentir.
—¿No he olvidado nada?
—Todavía no.
Laird la miró incrédulo.
—¿Todavía?
—Desde que llegamos no he logrado localizar ningún diario de Londres. —Se
encogió—. Leo las noticias y, bueno, no sé por qué, pero últimamente me salen esas
cosas que he leído transformadas en historias heroicas acerca de ti.
—Maldita sea, Anne, esos cuentos se tienen que acabar.
A ella le relampaguearon los ojos.
—¿Crees que no lo sé? Pero lady Henceford sabe ser tan educadamente…
horrenda. Si hubiera dicho alguna palabra más, tu madre se habría echado a llorar.
Era o taponarle la boca con un pañuelo, lo que habría sido difícil con la rodilla
sangrando, o decir algo que tuviera el mismo efecto. Opté por lo segundo.
¿Podía ser que Anne se refiriera a «su» lady Henceford? ¿A Constance, la viuda
elegante y de voz suave que no deseaba otra cosa en el mundo que leer en su jardín,
cantar cuando se presentaba la ocasión y tocar el piano? Seguro que no.
Entonces lo entendió. Eso no iba de lady Henceford en absoluto. Iba de esa
noche.
—¿Qué le dijo a mi madre que le afectó tanto?
Anne agitó una mano.
—Ah, no lo recuerdo… exactamente. Estaba a punto de atacarte a ti. Así que se
lo impedí.
—¿Convirtiéndome en un personaje heroico fuera de serie?
—Sí. —Cojeó hacia un rosal con rosas rojas—. ¿No hemos hablado bastante ya?
Por hoy no diré nada más. Además, todo esto fue idea tuya.
—¿Idea mía?
—Sí, totalmente tuya. Yo no quería perpetuar la mentira de nuestro
compromiso. Tú me obligaste a continuar esta estrambótica farsa. Tú me obligaste a
aceptar ayudarte a redimirte a los ojos de lady Henceford.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 15
Cómo tomar el té
Tomar el té con lady Henceford después de haber visto a Laird salir de su casa
la puso en una situación muy violenta, lo que no le mejoró en absoluto el humor.
—Querida Anne, cuánto me alegra que tu caída por el acantilado no te causara
ninguna lesión irreparable —dijo lady Henceford, obsequiándola con una
empalagosa sonrisa.
—Sólo fue un rasguño. Tuve mucha, mucha suerte de que llegara Laird en el
momento en que lo hizo.
Correspondió la insulsa sonrisa de lady Henceford con una igual de
empalagosa.
Pensó si debería decir que en el camino lo había visto pasar en su coche, o
simular que estaba dichosamente ignorante de que su futuro marido le había hecho
una visita a la viuda.
Lady Henceford sirvió el té llenando hasta el borde la taza destinada a ella y se
la pasó con sumo cuidado.
—Lady MacLaren parece estar muy entusiasmada por la perspectiva de la boda
de su hijo —comentó.
—Sí, en efecto.
Cogió el platillo sin ningún cuidado, como si estuviera distraída, y lo colocó
delante de ella, sin importarle un pepino si se derramaba y salpicaba la pulida
superficie de la mesita.
Pensándolo bien, reflexionó, dado que lady Henceford había enviado su coche a
recogerla y probablemente sabía que los dos coches se cruzarían en el camino, otra
opción sería no decir que lo había visto y esperar para ver en qué momento y en qué
contexto la viuda le daba la información.
Se decidió por esa opción, después de ver lo de la taza demasiado llena.
Tranquilamente se las arregló para beberse el té y masticar la galleta de limón
mojada, esperando que el informe sobre la visita de Laird saliera finalmente de la
engreída boca de su anfitriona.
—¿Cuándo se van a fijar las proclamas? —preguntó lady Henceford, con aire
inocente.
—Pronto, supongo. Aún no hemos hecho planes para la boda. Mi hermana
Mary está en los últimos meses de embarazo y le resultaría muy difícil viajar.
Esbozó una simpática sonrisa. Era mejor que lady Henceford creyera que tenía
tiempo de sobra para recuperar a Laird si era eso lo que pretendía.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Buen Dios, ¿no sería eso precisamente lo que se proponía la viuda? Sabía que
debería sentirse feliz ante esa muy creíble posibilidad; pero no era así.
—Recuerdo cuando Laird…, oh, no te molesta si lo llamo por su nombre de
pila, ¿verdad? —Lady Henceford estaba casi sonriendo—. Así fue como me pidió que
lo llamara y por lo tanto así es como pienso en él.
—Ah, no cambies esa forma de pensar en él por temor a ofenderme —contestó
Anne, tomando otro bocado de su galleta.
Lady Henceford se inclinó sobre la mesita que las separaba.
—¿Así que estás muy enamorada?
Por lo que fuera, esa pregunta la golpeó con fuerza, desequilibrándola. Sintió
una opresión en el pecho, similar a cuando se lleva un corsé muy ceñido.
—¿O no lo sabes, Anne? —continuó lady Henceford, y curvó la comisura
izquierda de la boca, como si estuviera expectante por oír la respuesta—. ¿Has estado
enamorada antes?
—Nunca me había sentido como me siento ahora. Jamás en mi vida. Cuando lo
veo, me recorre toda entera una estremecedora emoción. Me hace reír. Me hace
sentirme como si yo tuviera mi mejor aspecto siempre que estamos juntos, como si no
hubiera nada que no pudiera alcanzar.
Se llevó la taza a los labios, sorprendida ella misma por sus palabras.
Lady Henceford pestañeó, al parecer absolutamente estupefacta.
Por lo tanto, Anne continuó:
—Cuando estamos separados, me siento como si me faltara una parte de mí, y
sólo vuelvo a sentirme completa cuando de nuevo estamos juntos. Hasta que conocí
a Laird, no sabía que estaba incompleta.
—Ooh —musitó la viuda, mirándola.
Era evidente que no esperaba oír lo que acababa de decirle, coligió Anne. Y,
bueno, la verdad era que ella tampoco había esperado esas palabras antes de decirlas.
Se quedó muy quieta.
Porque cada palabra era cierta.
Sintió subir calor desde el centro de los pechos hasta el cuello y la cara, pues le
azoraba bastante haber desnudado su corazón de esa manera, porque eso era lo que
había hecho, y ante lady Henceford, nada menos.
—¿Y usted, lady Henceford, perdón, y tú, Constance? Estuviste casada, pero
conozco lo bastante el mundo para saber que en Inglaterra la mayoría de los
matrimonios no son uniones por amor.
Lady Henceford bajó la vista a su taza, la hizo girar y contempló su contenido,
pensando la respuesta.
—Estuve enamorada una vez. Pero era un amor imposible —añadió, emitiendo
una risa seca. Levantó la cabeza y la miró—. Nunca se lo he dicho a nadie.
—Disculpa, por favor —dijo Anne, mirándola por encima del borde de su
taza—. No debería haber preguntado.
—Estuve enamorada. Conocí todos los sentimientos que has expresado y más.
—Suspiró tristemente—. Pero mis padres me habían arreglado un matrimonio. Lord
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Henceford era mucho mayor que yo. Más cercano a la edad de mi abuelo que a la
mía.
Anne hizo un gesto de pena.
—¿Tú no tuviste ni voz ni voto en el asunto?
—No. Así que tuve que despedirme amablemente de mi amor.
Anne suspiró también. De repente, encontró conmovedora la historia.
—¿Y has vuelto a verlo alguna vez?
Lady Henceford negó con la cabeza.
—No, poco después Graham compró una comisión en el regimiento catorce de
los Light Dragoons.
—¿Graham? —exclamó Anne, enderezando la espalda—. ¿Graham Allan? ¿El
hermano de Laird?
Lady Henceford agrandó los ojos.
—No, sólo he dicho que «él» compró una comisión. Has oído mal, Anne.
—No, no creo que haya oído mal. Has dicho «Graham».
Brotaron lágrimas de los ojos castaños de lady Henceford.
—No, estoy segura de que has oído mal. —Como si tuviera miedo, se llevó las
manos al estómago y se lo apretó—. Perdóname, Anne, por favor, de repente no me
siento bien. Ordenaré que traigan mi coche para que te lleve. Si no te importa,
terminaremos el té en otra ocasión.
Anne estaba pasmada.
—No, por supuesto que no me importa, Constance. ¿Puedo hacer algo para
aliviarte el malestar?
Lady Henceford negó con la cabeza.
—No. Que pases un buen día, Anne.
Capítulo 16
Cómo hacer rebotar una piedra
Anne encontró a Laird sentado en una ladera cubierta de hierba a la orilla del
lago, con la espalda apoyada en el tronco de un roble.
Tenía los ojos hinchados y la cara pálida, ojerosa, pero al sentir sus pasos sobre
la hierba húmeda se giró a mirarla y curvó los labios en una sonrisa.
Aunque intentó endurecerse ante él, se le ablandó el corazón, y el deseo de
tocarlo y consolarlo le tironeó los brazos.
—No debería haberte entregado esa carta. —Se arrodilló a su lado y le pasó una
mano por el pelo, como para consolarlo—. Lo que sea que te escribió tu hermano te
ha afligido terriblemente.
—No, Anne, has hecho lo correcto al entregarme esta carta. Sólo lamento que no
la haya encontrado alguien antes. —Expulsó el aliento en una larga espiración—.
Debo agradecerle a mi madre que te haya puesto en el dormitorio de Graham. Si no
hubieras encontrado esta carta, tal vez no lo habría sabido jamás.
Anne se giró y se sentó en la mullida hierba a su lado y los dos se quedaron
contemplando el lago, que brillaba como un espejo con el reflejo de la luz del sol.
Pasado un momento ella giró la cabeza y lo miró.
—Hay más dormitorios desocupados en la casa. Entonces, ¿por qué me asignó a
mí el de Graham?
—Yo creo que por el motivo que explicó. Para ella ahora eres de la familia. —Se
rodeó las rodillas flexionadas con los brazos—. Me alegra que te haya dado ese
dormitorio y que hayas encontrado la carta.
Anne arrancó una hoja de la verde hierba.
—¿Me vas a decir qué dice esa carta que te ha conmovido tanto?
Laird exhaló un suspiro. Se levantó y se apoyó en el ancho tronco del roble.
—Mi padre siempre deseó que yo, su heredero, siguiera su camino en la vida.
Durante un tiempo lo hice. Pero cuando salí de Oxford, me compró una buena
comisión en la caballería. Sus años en los militares le habían enseñado disciplina,
algo que él encontraba que me faltaba terriblemente.
Anne ladeó la cabeza y lo contempló.
—Tú en el ejército. Obedeciendo órdenes. Todo ordenadito y limpio formado en
filas muy rectas. —Volvió a mirar hacia el brillante lago—. Creo que no logro
hacerme a la idea.
—Yo tampoco —dijo él riendo—. Así que cuando se me presentó la primera
oportunidad, la vendí.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
marcharse de Saint Albans. La mujer a la que amaba se iba a casar con un hombre
mucho mayor y más rico, y eso lo apenaba tanto que no podía continuar aquí. —Se le
curvó la boca en una ancha sonrisa—. ¿No lo ves, Anne? Graham no firmó su
sentencia de muerte porque yo no cumplí las expectativas de mi padre. Se marchó
porque estaba enamorado.
Un velo oscuro pareció ensombrecer la radiante expresión de Anne, y se quedó
callada.
—¿Anne? ¿Pasa algo?
—Nada de lo que tengas que preocuparte —contestó ella y echó a andar a toda
prisa hacia la casa.
Laird corrió tras ella.
—¡Anne! —Cogiéndole la mano, la hizo girar y la retuvo entre sus brazos, de
cara a él—. ¿Qué te preocupa? ¿Qué te pasa?
Tenía la boca a la distancia de una mano de la suya, y sabía que eso era pisar
terreno peligroso.
—Esto… no es nada.
Se le colorearon las mejillas y trató de apartarse.
—Anne, mientes fatal. Y Dios es testigo de que no es por falta de práctica. Por
favor, dímelo. —Intentó convencerla con una alegre sonrisa—. Nada puede
estropearme el día ahora. Ha salido de mis hombros la culpa de la muerte de mi
hermano, por Júpiter.
—Hoy lady Henceford me ha dicho una cosa, algo que no creo que tuviera la
intención de decir. —Se mordió el labio inferior y frunció tremendamente el ceño—.
Lo que dijo me hace creer, casi con certeza, que la mujer de que habla tu hermano en
su carta es… ella.
Laird se quedó muy quieto y le escrutó los ojos.
—¿Constance?
Ella asintió, solemnemente.
—Eso creo.
—¿Qué-qué dijo?
—Laird, podría estar equivocada.
—Dímelo, por favor.
—Muy bien. Dijo que había estado enamorada de un joven, pero que sus padres
aceptaron en nombre de ella la proposición de un hombre muy mayor, lord
Henceford. Y que cuando el joven se enteró de que iba a casarse con él compró una
comisión.
—Yo no sabía ni una palabra de eso.
Lentamente bajó las manos a los costados. Estaba totalmente aturdido, como si
le hubieran golpeado la nuca con la culata de un rifle.
—Lo siento. Tal vez no debería haberte dicho nada. Sólo vi una conexión
donde, lo reconozco, podría no haber ninguna. —Alargó la mano hacia la de él para
consolarlo, pero él retrocedió un paso y ella cerró la mano en el vacío—. Laird,
perdóname, por favor. Si quieres, por la mañana iré a Chasten Cottage a hablar con
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
lady Henceford para aclarar este malentendido. Estoy segura de que eso es lo que ha
sido.
Se ruborizó y evitó mirarlo.
Laird negó lentamente con la cabeza.
—No. Los dos sabemos que no has entendido mal sus palabras.
Estaba claro que Anne no comprendía la importancia de un matrimonio por
amor entre lady Henceford y su hermano en el pasado, pensó. Qué diferente podría
haber sido su vida si lo hubiera sabido. La posibilidad de una relación entre los dos
pedía algunas respuestas difíciles, sin duda.
—Te agradezco el ofrecimiento de ahorrarme esto, Anne, pero debo ser yo
quien hable con Constance. Si ella y mi hermano estaban enamorados, debo poner en
duda todo lo que creo que existió entre nosotros. Discúlpame, Anne, por favor. Debo
ir a Chasten Cottage. Tengo que hacer una pregunta que sólo Constance puede
contestar.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 17
Cómo establecerse
puerta. Deslizó el pie sólo cubierto con la media más o menos un palmo en esa
dirección.
—De verdad que no me importa —contestó.
Lady MacLaren se levantó y comenzó a pasearse por el salón con una expresión
severa y resuelta en su redonda cara.
—Bueno, a mí sí me importa, y a ti debería importarte —dijo.
Anne deslizó el pie otro palmo. Con un poquito más podría alargar la mano y
coger el paquete. Puso la punta del pie en esa dirección y este comenzó a resbalarse
por el brillante suelo.
Santo cielo. Trató de parar pero el pie continuó, como disparado; desesperada
movió en círculos las botas que llevaba en la mano por si así recuperaba el equilibrio;
con la otra intentó cogerse del marco de la puerta. Ni una ni otra cosa le dio
resultado; se le fue el cuerpo y se cayó al suelo sentada.
—¿Sabes, querida? Aun tengo que organizar un baile de compromiso como es
debido, en la «Ciudad» —estaba diciendo lady MacLaren; se golpeteó el labio
inferior con la yema de un dedo—. ¿Qué te parece si… volvemos a Londres mañana?
Se giró a mirarla justo cuando Anne acababa de levantarse del suelo.
¿Londres? Sintió arder la parte de atrás de los ojos, aunque no sabía por qué.
Debería entusiasmarle volver a Londres. Después de todo, las cartas no estaban
en esa casa. Y desde el principio lady Henceford no le había ocasionado otra cosa que
dificultades. Debería sentirse feliz. Volver a Londres era, sin duda, lo mejor para ella
dado el lamentable estado de sus asuntos.
—¿Qué me dices, entonces?
Lady MacLaren asentía moviendo la cabeza como un pollo, y Anne comprendió
tardíamente que deseaba que ella hiciera lo mismo.
Así pues, movió la cabeza igual que ella.
—Encuentro espléndida la idea.
—Y el momento es fabulosamente oportuno, ¿no te parece? Tendremos dos
maravillosos acontecimientos que celebrar: el compromiso entre vosotros, y que mi
hijo ocupe por fin su legítimo lugar en la Cámara de los Lores —añadió
alegremente—. Ah, pero vamos, ¿qué hago aquí parloteando? Tendría que ir a
ocuparme de mi equipaje inmediatamente. —Se dirigió a la puerta gritando—.
¡Solange! ¡Solange, ven aquí enseguida!
Antes de que lady MacLaren saliera al vestíbulo, Anne cogió el paquete que le
había enviado Mary, dobló los dedos de los pies y tocando el suelo con las uñas, no
fuera a resbalarse otra vez, salió al vestíbulo en dirección a la escalera para subir a su
habitación.
Buen Dios, no podía seguir fingiendo, aunque ojalá pudiera. Una vez que
volviera a Londres no volvería a Saint Albans nunca más.
Su vida no volvería a ser igual.
Sintió un doloroso vacío en el interior, como si fuera a dejar para siempre su
hogar y a su familia. Qué curioso que sintiera eso después de tan poco tiempo. Pero
no podía negar la intensidad de su sensación de pérdida.
Unos crujidos en el suelo de gravilla captaron su atención; miró por encima del
hombro hacia el sendero. Era Laird. Lo supo, sintió su presencia incluso antes que él
rodeara el espinoso seto de acebo y apareciera ante su vista.
—Había supuesto que no habría nadie en el jardín a estas horas —dijo él.
Ella no se dejó engañar ni por un instante. Él había salido al jardín en busca de
ella.
—Hay muchísima actividad en la casa —continuó él—. Parece que volvemos a
Londres.
Entonces ella se giró a mirarlo.
—¿Tú también regresas? ¿Mañana?
Se ruborizó al detectar el entusiasmo con que lo dijo.
—Pues, claro —le contestó.
Aunque la luz de la luna era tenue, ella vio que estaba sonriendo.
No llevaba chaqueta y ni siquiera chaleco. Iba con el cuello de la camisa de
linón abierto, y las calzas de ante metidas en las botas. Daba la impresión de que
acababa de volver de una muy larga y agotadora cabalgada, aun cuando Chasten
Cottage estaba a sólo unos minutos de MacLaren Hall.
Desvió la mirada, agradeciendo que sus pensamientos no se hubieran
verbalizado en palabras hirientes.
Arrancó una de las flores blancas, se la llevó a la nariz e hizo una honda
inspiración, aspirando su perfume.
—Tu madre quiere organizar un baile de compromiso.
—Lo sé. Pero mi prisa por volver a Londres no tiene que ver con las
inclinaciones sociales de mi madre.
Ella lo miró a los ojos.
—¿Qué quieres decir con eso?
—He recibido una Convocatoria. Se me ordena asistir a las sesiones del
Parlamento y ocupar el escaño de mi padre.
—Te lo mereces, Laird —dijo ella, sonriéndole—. Eres digno de esa
responsabilidad.
—Mi padre no habría estado de acuerdo.
Ella caminó hasta él.
—Pero tu padre ya no se encuentra entre nosotros, y estaba equivocado en su
opinión acerca de ti.
Él desvió la cara.
—¿Tan segura estás?
Ella le puso una mano en la mandíbula y le giró la cara hacia ella. Era necesario
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
—Anne. —A la luz de la luna sus ojos brillaban como el centro azul cobalto de
una llama—. ¿Qué es lo que deseas «tú»?
Ella desvió la cara mirando hacia una enredadera en la lejanía, tratando de que
la emoción no la atragantara impidiéndole hablar con voz serena.
—Qué pregunta más ridícula, milord. Sabes muy bien que mi único deseo es
quedar libre de estas mentiras.
Laird le soltó un hombro, ahuecó la mano en su mentón y le giró la cara hacia
él. La miró fijamente a los ojos, escrutándoselos.
Pero lo que ella había dicho era la verdad. Sintió escozor en la parte de atrás de
los ojos, así que los cerró.
No podía continuar simulando que era su prometida. Se sentía muy…
—Estoy muy cansada de simular.
—Pues, entonces no simules.
Ella abrió los ojos. No había querido decir eso. Laird retiró las manos,
permitiéndole retroceder o echar a correr huyendo si era eso lo que deseaba.
Ella no se movió, continuó delante de él. Echó atrás la cabeza para mirarle los
ojos oscuros. Sólo una vez le había visto mirarla de esa manera interrogante, aquella
vez en la biblioteca.
Y pasado un momento le quedó claro lo que él estaba haciendo en ese
momento. Le pedía que le dijera lo que realmente deseaba. Le preguntaba si lo
deseaba a él.
Bajó el mentón, pensando, e hizo una honda inspiración para llenar los
pulmones, para fortalecerse. Entonces, tomada la decisión, avanzó.
Él la rodeó con los brazos y la estrechó fuertemente. Ella se apretó a él y sintió
su boca en el cuello.
De repente él la levantó, dio una vuelta llevándola en volandas y la depositó
suavemente sobre un parterre de flores blancas, a modo de cama.
Anne se preparó para sentir su peso encima, pero él apoyó las manos a los lados
de su cabeza y descendió lentamente, acercando la boca a la de ella.
Pasó la mojada lengua por sus labios y ella le complació abriéndolos,
invitándolo. Suponía que sentiría el dulce sabor del coñac, pero no, simplemente se
deleitó en el calor de su boca y sólo sintió el humoso aroma a masculinidad.
Entonces él cambió de posición tendiéndose a su lado.
—No más simulación, ninguno de los dos.
Asintiendo, ella le cogió el hombro y lo acercó más.
—Nunca en mi vida he deseado nada tanto como te deseo a ti en este momento,
Anne —musitó Laird.
Deslizando la mano por la falda del vestido de tafetán verde, cerró el puño
cerca de la orilla y se la subió hasta las caderas.
Ella se estremeció y nuevamente sintió su mano moviéndose por ella, casi
acariciándola, sí, acariciándola. Lentamente, muy suave.
Se le levantaron solas las caderas al sentirle deslizar la mano por el vello púbico
hasta encontrar su centro de placer. Él colocó ahí el pulgar y se lo acarició en lentos
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 18
Cómo ser absolutamente convincente
El vacío que sintiera Anne cuando entró en el jardín esa noche pasada ya era
sólo un recuerdo que estaba mejor olvidado. Todo era diferente. Ella había cambiado
porque de repente su futuro estaba tan claro y brillante como el sol de la mañana que
entraba por la ventana del dormitorio.
Era un nuevo día y su futuro estaba con Laird.
Ah, no lo habían hablado, pero lo sabía. Lo sentía.
No habría más simulación, no más fingir, no más mentiras. Era la mañana de un
nuevo comienzo para los dos.
Solange le puso la última horquilla, y acababa de girarse a cerrar la maleta
cuando su mirada se posó en el libro que le había enviado Mary, todavía rodeado
por el envoltorio.
—Ah, no debo olvidar el Libro de Enfermedades y Remedios de mi padre —
exclamó.
Fue a cogerlo y lo puso en la maleta.
—¿No desea llevarlo con usted en el coche? —le preguntó Solange—. El
trayecto a Londres es largo, podría desear tener algo para leer.
Anne se echó a reír.
—Podría, sí, pero créeme, este es un libro que no tengo la intención de leer
jamás.
Se dio una vuelta completa, más feliz y contenta de lo que se había sentido
nunca en su vida, que pudiera recordar.
Berkeley Square
Ese atardecer
Conversando con su hermana Elizabeth, Anne se arrojó en la cama de espaldas
y contempló el cielo raso.
—No ha sido en absoluto tan difícil como me había imaginado. En realidad,
creo que soy bastante buena para hacer el papel de futura condesa.
—Sí, no me cabe duda de que te lo has pasado en grande pavoneándote por
MacLaren Hall, pero, Anne, no era para eso para lo que habías ido allí. ¿Te tomaste la
molestia de buscar las cartas mientras jugabas a ser condesa?
Anne se puso de costado, apoyada en un codo.
—Futura condesa. Aun no hemos hecho nuestras promesas lord MacLaren y yo,
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Elizabeth.
—Ah, de acuerdo, lo había olvidado totalmente —repuso su hermana,
sarcástica—. ¿Y cuándo será el dichoso día?
—Bueno, aún no hemos fijado la fecha, pero supongo que nos encargaremos de
eso después del baile de compromiso.
Anne era consciente de que estaba parloteando, pero habían ocurrido tantas
cosas desde que se había marchado de Londres, y, bueno, en Saint Albans no había
podido hablar francamente con nadie de todo eso.
Elizabeth fue a sentarse en la cama y la miró por encima del hombro.
—Es broma eso del baile de compromiso, ¿verdad?
Anne se sentó.
—No, no. Lady MacLaren no habló de otra cosa en todo el trayecto de Saint
Albans a Mayfair. Asegura que este baile será el que le dé la inmortalidad en la
sociedad. La alta sociedad no habrá visto nada semejante, al menos fuera del palacio
de Saint James, y ni siquiera de eso está totalmente segura. Están empezando a hacer
los preparativos, ¿sabes?
—¿Cómo lo harás, entonces? Tienes que haber tenido tiempo de sobra para
ensayar.
—¿Cómo haré qué?
—¡Romper el compromiso, boba! ¿Lo harás después o antes del baile? Di que
después, por favor, Anne.
—Pero qué tonterías dices. Si lo rompiera antes no habría ningún motivo para
un baile de compromiso, ¿no?
Elizabeth se rió.
—Vamos, eres tan práctica que creo que podría confundirte con nuestra
hermana Mary.
—Además, no lo voy a romper.
Y diciendo eso abrió la maleta, sacó el libro que le enviara Mary, y lo dejó caer
en la cama.
Elizabeth no hizo el menor caso del pesado libro que cayó a su lado.
—¿Qué has dicho, Anne, que no vas a dar marcha atrás en el compromiso?
—Exactamente. He decidido que me gusta bastante la idea de ser la esposa de
Laird. Y una vez que te acostumbras a ser el centro de atención, no es tan difícil
soportarlo. A veces incluso me ha gustado.
—Pero yo pensaba que lady Henceford y todos los que asistieron al baile en
MacLaren Hall, que debió ser la mitad de la sociedad de Londres, creen que lord
MacLaren se ha reformado y ahora es un perfecto caballero.
—Sí. Ha costado un poco, pero entre los dos, es decir, entre Laird y yo,
conseguimos convencerlos de que se ha transformado. —Arqueó una ceja—. Incluso
recibió la Convocatoria para que se presente en el Parlamento y ocupe su escaño.
—No lo entiendo. ¿Por qué no quieres romper el compromiso? No le encuentro
ninguna lógica.
—Bueno, para mí tiene perfecta lógica. No romperé el compromiso porque le
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
amo.
—¿Amas a lord MacLaren? —La miró fijamente un momento y luego se echó a
reír—. Vamos, Anne, casi has conseguido que te crea.
—No es una broma, Elizabeth. —La miró a los ojos con la expresión muy
seria—. Le amo.
Elizabeth se deslizó hasta el borde de la cama y se puso de pie.
—Cáspita, lo dices en serio. De verdad le amas.
A Anne se le formó una dulce sonrisa.
—Sí. De verdad. Es un hombre bueno, de buen corazón. Se esforzaba tanto en
demostrar que no necesitaba a nadie, que no necesitaba amor, que yo no me daba
cuenta de su verdadero carácter y corazón. Pero ahora que lo conozco, deseo pasar
mi vida con él.
—¿Él sabe lo que sientes? —preguntó Elizabeth, con la preocupación visible en
los ojos.
Anne sonrió al recordar esa última noche en el jardín sur.
—Sí. Lo sabe.
Cockspur Street
En la biblioteca
Apsley negó con la cabeza tan enérgicamente que derramó coñac de la copa que
tenía en la mano.
—No, no te creo, MacLaren. Esto es una ingeniosa manera de renegar de
nuestra apuesta, ¿verdad?
—No hicimos una verdadera apuesta. Si mal no recuerdo, y reconozco que esa
noche fue bastante borrosa para mí, mi madre nos interrumpió antes de que la
hiciéramos. —Se rió y se sentó en el sillón frente a Apsley—. Pero para demostrarte
que esto no es broma, haz tu apuesta ahora y el día que convierta a Anne en mi
esposa te la pagaré.
Apsley hizo girar el coñac en la copa.
—No me convence. Hay una pega en tu oferta. Simplemente aún no he
determinado cuál es tu estrategia.
—No hay ninguna estrategia, te lo juro. Me he enamorado de ella y creo que
ella también me ama. Por lo tanto, si quiere, nos casaremos en Saint George el primer
día que nos vaya bien.
—Entonces no le has pedido que se case contigo.
Laird sonrió de oreja a oreja.
—¿Qué, quieres decir que debo pedirle que se case conmigo? ¿No puedo
simplemente declararnos comprometidos?
—De acuerdo, es bastante justo. —Se rió un momento y luego lo miró con
expresión seria—. ¿De verdad la amas?
—Sí.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
—Exactamente.
Apsley resopló, se levantó y se dirigió al decantador de coñac.
—¿No vas a beber nada esta noche? —preguntó, arqueando las cejas y
moviendo la botella.
—Esta noche no —repuso Laird.
Tenía muchas cosas en qué pensar en esos momentos.
Berkeley Square
Aún no despuntaba el alba cuando Elizabeth se dio un fuerte impulso en la
cama y se sentó con la espalda muy recta. Una gota de sudor frío le bajó por el cuello
hasta la clavícula y de ahí continuó hasta el valle entre sus pechos.
Cerró los ojos e intentó normalizar la respiración. Había tenido otro sueño, el
tipo de sueño que se hacía realidad, al menos la mitad de las veces.
Se bajó de la cama, fue hasta el lavabo y, con la cabeza inclinada sobre la jofaina,
se echó un poco de agua en la cara, pestañeó para quitársela de los ojos y esperó a
que le bajara hasta el mentón y de ahí cayera dentro de la jofaina.
En el sueño veía a Anne con una hoja grande de papel vitela en las manos. Ella
no lograba ver qué era, pero, como fuera, sabía que su hermana acababa de encontrar
algo de suma importancia en su búsqueda para aclarar lo del linaje de las tres. Era
algo «muy» importante. Y entonces, de repente, el sueño cambió. La vio riendo, más
feliz de lo que jamás la había visto antes. Estaba bailando en los brazos de lord
MacLaren, y la condesa y otras personas los miraban con expresiones aprobadoras.
Retuvo el aliento, por sí así conseguía calmar los latidos del corazón que le
golpeaba el pecho. Cómo deseaba que el sueño hubiera terminado ahí, pero no.
Porque de repente aparecieron imágenes más inquietantes.
Apsley estaba pasando por delante de una mansión que le pareció que era
Carlton House en Pall Mall, justo cuando en la distancia sonó una campana dando
las doce del mediodía. A sus oídos llegó el clop clop de cascos de caballos en la
calzada. Vio que Apsley se giraba y de repente ella lanzaba un grito, un grito
horrible, como para helar la sangre. Entonces volvió a cambiar la imagen, a otra
noche. Anne estaba en el centro de un salón de baile; las lágrimas le corrían por las
mejillas y, por mucho que lo intentara, ella no lograba llegar hasta ella. Y entonces
todo se quedó a oscuras; sólo se veían las llamas color naranja del hogar y de pronto
una mano delgada acercó un papel a las llamas.
Se sentó en la banqueta de madera del lado del lavabo. Tenía el camisón mojado
y se le pegaba. Cogiéndoselo entre los índices y los pulgares, se lo separó del cuerpo,
reflexionando sobre el significado del sueño.
Pero por mucho que intentara analizarlo todo, no lograba descifrar lo que había
visto. No había ningún orden lógico. Le faltaban muchas piezas de ese
rompecabezas, o bien estaban distorsionadas.
Lo único que sabía era que a Anne le iba a ocurrir algo desastroso y que ella no
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Acababa de abrir la boca para decir algo cuando sobre ella apareció la cara
conocida de una mujer.
—¿Está herida? —le preguntó esta.
Vamos, porras, eso no podía ser.
Tragó saliva mirando el par de grandes ojos azules mirándola preocupados. La
mujer tenía el pelo dorado, no castaño, sino de color del lino, como el de ella. Tal vez
se debía a que estaba tan cerca, pero le pareció que tenía la nariz algo larga, aunque
delicada, eso sí, y decididamente aristocrática. No, no cabía ninguna duda acerca de
la identidad de la joven: era la princesa Charlotte.
Apsley le ofreció la mano y le ayudó a sentarse, pero ella no desvió en ningún
momento la vista de la joven.
—¿Está herida? —le preguntó la mujer.
Anne negó con la cabeza.
—No, Su Alteza Real.
Apsley le ayudó a ponerse de pie y se agachó a coger su papalina de paja.
Le dolían tremendamente las costillas, y aún no se le normalizaba la
respiración, aunque no por el osado rescate de Apsley antes que fuera aplastada por
los cascos de los caballos y las ruedas del coche. Con los ojos agrandados miraba a la
princesa buscando en ella algún rasgo similar. Porque, claro, la princesa Charlotte
podría muy bien ser… su hermanastra. Sin duda eso era posible, e incluso probable.
Se cubrió la boca con una mano para ahogar la risa nerviosa que estuvo a punto
de salir.
—Me alegra que no se haya hecho daño —dijo la princesa Charlotte,
poniéndole suavemente una mano en el brazo y mirándola fijamente—. ¿Nos
conocemos, señorita…?
—Señorita Elizabeth Royle, Su Alteza Real.
Tardíamente, flexionó las rodillas y se inclinó en una reverencia, para honrarla.
La princesa Charlotte miró interrogante a la mujer mayor que estaba a su lado.
—¿Ella es…?
La mujer asintió.
En los rosados labios de la princesa se dibujó una sonrisa divertida.
—Aún no me era conocida, señorita Royle, pero hoy eso ha cambiado. Me
alegra muchísimo conocerla por fin.
¿Por fin? Elizabeth estaba tan pasmada que no se le ocurrió qué contestar, así
que simplemente se inclinó en otra reverencia, bastante pasable.
—Buen día, señorita Royle —dijo Su Alteza Real y, girando sobre los tacones de
sus zapatos de seda azul, subió al coche ayudada por uno de sus lacayos.
Restalló un látigo y el equipo de brillantes caballos negros como el ébano
emprendió la marcha y pasado un momento el coche ya había abandonado Pall Mall
entrando en Cockspur Street.
Elizabeth continuó mirando hasta que desapareció el polvo levantado por las
ruedas del coche, y sólo entonces se giró a mirar a Apsley.
—Gracias, estimado señor, por apartarme del camino de ese coche.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 19
Cómo leer entre líneas
Berkeley Square
Esa tarde
—Elizabeth, querida —suspiró lady Upperton—, sé que te ha emocionado
conocer a la princesa Charlotte, pero, por favor, deja hablar a Anne. Todavía nos falta
oír lo que encontró en MacLaren Hall.
—Pero es que no lo entiende —bufó Elizabeth—. Al principio no lo vi porque
estaba pasmada por el encuentro, pero ahora me doy cuenta de que la princesa
Charlotte no se parece en nada a mí. No se parece a ninguna de nosotras. Comienzo a
dudar de que realmente sea mi hermanastra.
—Bueno, niña, tampoco te pareces a Prinny, y eso debes agradecerlo —bromeó
Gallantine.
Elizabeth lo miró enfurruñada.
—Podría ser nuestro padre, así que tenga en cuenta nuestros sentimientos,
milord.
—Elizabeth, la princesa Charlotte se parece mucho más a su madre Caroline
que al príncipe de Gales —explicó Anne—. Pero que haya o no haya similitud en
nuestros rasgos no tiene la menor importancia. Aun en el caso de que fueras el reflejo
ambulante de la imagen de la princesa, queda la realidad de que no tenemos ninguna
prueba de nuestro linaje.
—Tienes razón, Anne. Todavía no tenemos ninguna prueba. —Cogiendo el
libro que estaba en la mesa Sheraton, Elizabeth fue a sentarse en el sillón de la
ventana—. No deberías haberte molestado en viajar a Saint Albans.
—Elizabeth, no habría aceptado ir a MacLaren Hall con la condesa si no hubiera
creído que las cartas estaban escondidas allí. —Miró hacia los tres Viejos Libertinos
sentados hombro con hombro en el pequeño sofá—. Pero no estaban.
—¿Y buscaste especialmente bien en la biblioteca? —preguntó lady Upperton.
—La biblioteca, ah, sí. —Sintió subir el rubor a las mejillas—. Revisé libro por
libro, hurgué en todos los rincones, huecos y hendeduras.
Lady Upperton levantó sus impertinentes y la miró atentamente a través de
ellos.
—Supongo que habría un escritorio. ¿Lo revisaste?
—¡Sí, sí! —exclamó Anne—. En especial el escritorio. —Levantó las manos en
gesto de derrota—. De hecho, nos vieron tantas veces en la biblioteca supuestamente
buscando algo para leer, que se convirtió en una broma entre nosotros. Incluso le
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
escribí a Mary, pidiéndole que por favor me enviara algo para leer porque no
encontraba lo que buscaba en la biblioteca.
Elizabeth levantó la vista del libro que estaba leyendo a la tenue luz que entraba
por la ventana.
—Debió de haberse reído como una loca cuando le envió a Anne el aburrido
Libro de Enfermedades y Remedios de mi padre. —Lo levantó para que todos lo vieran—.
Es tan aburrido que ni siquiera mi padre lo leyó entero.
—¿Cómo sabes eso, cariño? —preguntó lady Upperton, más por cortesía que
por interés, le pareció a Anne.
—Porque hay varias páginas que no están separadas. ¿Lo ve? —Pasó las
páginas en abanico y, tal como decía, hacia el final había varios pares de páginas de
las que aún no habían separado los bordes cortando con la plegadera—. Es aburrido.
Algo del libro le llamó la atención a lord Lotharian, y se levantó de un salto, lo
que era bastante impresionante en un hombre de su edad, en opinión de Anne.
—Déjame ver el libro, por favor. —Se encontró con Elizabeth a mitad de camino
por la sala, cogió el libro, y pasó los dedos por los bordes de las páginas—. No, se
han separado todas las páginas, pero por algún motivo se volvieron a pegar algunas.
Rarísimo, ¿no? —Volvió al sofá y abrió el libro para que todos lo vieran—. Mirad
aquí. Uno de los pares de páginas pegadas es más grueso que los demás, tres
cuarenta y uno y tres cuarenta y cuatro.
Anne se tensó.
—¿Cómo ha dicho?
—Sólo los números de las páginas, Anne —contestó Lilywhite—. Tres cuarenta
y uno y tres cuarenta y cuatro.
Anne se giró bruscamente y miró a los sorprendidos ojos de Elizabeth.
—Ve a buscar el abrecartas.
Elizabeth salió corriendo de la sala y pasado un momento volvió con el
abrecartas, o la plegadera, de marfil que encontró Lotharian en el escondite debajo
del tablón del dormitorio de Laird. Se lo pasó a Anne.
Esta miró las letras grabadas en la hoja hasta que encontró las que buscaba:
LDEYR342.
—Aquí está. Ele, de, e, y griega, erre, tres, cuatro, dos, Libro de Enfermedades y
Remedios, página tres cuarenta y dos.
Lady Upperton juntó las manos sobre el corazón.
—¿Podría ser que hubiéramos tenido las cartas todo este tiempo sin saberlo?
Date prisa, Lotharian, separa esas páginas, ¡corta!
Anne le pasó el abrecartas a Lotharian y se cubrió la boca con una mano, no
fuera que chillara de nerviosismo.
—Despejad el sofá —dijo este, moviendo las manos hacia los lados como haría
un maestro—. Dejadme espacio, por el amor de Dios.
Se levantó los faldones de la chaqueta y se sentó.
Con el aliento retenido Anne le observó introducir con sumo cuidado la punta
del abrecartas en un pequeño hueco entre las páginas, en la parte inferior del libro,
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
demostrar vuestro linaje. En cualquier caso, debéis guardar silencio respecto a lo que
acabamos de descubrir, Anne.
Lady Upperton le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí.
—Si lo quieres, y me parece que lo quieres, no pongas fin a sus días en la
Cámara de los Lores antes de que comiencen. No debes decírselo.
Anne asintió sin el menor entusiasmo. No podía negarlo, aunque con todo su
corazón deseaba poder hacerlo. Lady Upperton tenía razón. Por mucho que detestara
creerlo, sentía la verdad de su advertencia en todas las fibras de su cuerpo.
Después de todo lo que habían superado Laird y ella para llegar a conocerse,
para encontrar el camino del amor, para intimar, a él le había dado alcance la ira de
su padre.
A través de ella.
Por fin Laird se había redimido a sí mismo en su corazón; después de años de
oír que no valía nada, finalmente creía en su valía.
Y ahora ese desastre.
Una escalofriante comprensión se abrió paso por su cerebro. Se le debilitaron
las piernas, perdiendo la capacidad para sostenerla, y se dejó caer en el sofá, en el
instante en que se sentaba junto a ella lady Upperton.
—Querida niña, ven aquí —la arrulló la anciana.
A Anne le brotaron las lágrimas y hundió la cara en los acogedores brazos de
lady Upperton.
Ya había involucrado demasiado a Laird.
No tenía otra opción.
Si de verdad lo amaba, sabía lo que debía hacer, por mucho que la destrozara
hacerlo. Estaba claro su camino.
Tenía que romper el compromiso.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 20
Cómo bailar como si no hubiera un mañana
Cuando la luz de la luna corone el puente que cruza el Serpentine, estaré esperando,
MacLaren. Ningún favor que pidas de Ella será demasiado grande. Tu secreto en este asunto
es requisito.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Se acercó el libro a los ojos. No, no puede ser. Pero la misiva estaba oculta junto
con el certificado. ¿Lady Jersey?
Cogió el certificado de matrimonio en papel vitela que había dejado en la mesa,
miró la misiva y volvió a mirar el certificado. Eso era lo que deseaba lady Jersey.
Pasó un escalofrío por toda su piel. Aparte de ese conocimiento no necesitaba
ninguna otra prueba de la validez de las afirmaciones acerca de su linaje.
Oyó un triste sollozo y ruido de pasos en la escalera. Dejó el libro y el
certificado en la mesita y echó a andar hacia la puerta, con la intención de contarle a
Anne lo que acababa de descubrir. Pero al oír llorar a su hermana, se paró en seco.
Acababa de girarse para volver a guardar el libro cuando vio a la tía Prudence
moviéndose inestable delante del fuego del hogar, con el certificado en la mano.
Le dio un vuelco el corazón en el pecho. La tía Prudence la miró, al parecer
confundida.
Ella asintió.
—Sí, hazlo —susurró—. Ya.
—No, no, ya te he dicho que no estoy seguro de que fuera ella. ¿Y a qué iba a
venir aquí, en todo caso? Sinceramente, dudo que tu madre haya incluido a lady
Henceford en su lista de invitados.
—Perdona. Lo que pasa es que justo antes de que me viniera de Saint Albans
Anne encontró una vieja carta que no recibí nunca.
—¿Era una vieja carta de amor de lady Henceford?
—No, era de Graham. No sé por qué no me la envió. —Lo cogió del brazo y lo
llevó hasta un esconce en la pared donde podían hablar más en privado—. La carta
explicaba su motivo para alistarse en el ejército cuando la guerra estaba en su
apogeo.
—Siempre pensé que fue por heroísmo, el hijo obediente, ese tipo de cosas.
—Yo también, así que cuando mi padre me comunicó que Graham se había
marchado para luchar por Inglaterra, cosa que, aseguró, yo era tan cobarde que no
hice, me lo creí. Y entonces, cuando mataron a mi hermano…
—Creíste que tú tenías la culpa.
Laird asintió.
—Y el coñac se convirtió en mi mejor compañero, sin ánimo de ofender, Apsley.
Apsley sonrió cordialmente.
—No me ofendo. También es un buen amigo mío. ¿Y qué decía la carta?
—En absoluto lo que yo habría esperado. Parece que Graham y Constance, lady
Henceford, estaban muy enamorados. Pero cuando él le pidió la mano, hace casi tres
años, sus padres lo rechazaron. No era el heredero, sólo el de recambio, y ellos ya
tenían una proposición más ventajosa de lord Henceford.
—Eso es algo que siempre he querido preguntarte. ¿Lo apuntalaron para la
boda o seguía vivo? —Sonrió pero se le desvaneció la sonrisa al ver que Laird no le
seguía la broma—. Lo que quiero decir es que aquel hombre debía de tener ochenta
años, si no más.
—Sí, era viejo. Pero se iba a casar con Constance. Por lo que dice en la carta,
colijo que eso hizo sufrir tanto a Graham que compró una comisión para poner la
mayor distancia posible entre la nueva lady Henceford y él.
Apsley le dio una palmada en la espalda.
—La muerte de Graham no fue culpa tuya. Ahora eso lo sabes de cierto,
¿verdad?
Laird se mordió el labio inferior y asintió.
—Sí. Cáspita, te puedes imaginar mi alivio. El sentimiento de culpa era enorme,
insoportable. Graham no sólo era mi hermano. Era mi amigo.
—El viejo Henceford murió justo después de la boda, ¿verdad? —dijo Apsley,
paseando la mirada por el salón en busca de un lacayo que llevara una bandeja con
vino.
—Sí, y después de hacer luto por él, Constance se apoyó en mi hombro. Yo me
apoyé en ella también… Graham faltaba desde hacía dos meses, pero yo me aferraba
a una débil esperanza de que estuviera vivo. Y, joder, ella era vulnerable y
hermosa…
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Anne y Elizabeth estaban con lady Upperton y los Viejos Libertinos cerca de la
tarima de la orquesta.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —le preguntó Elizabeth.
—Estoy segura de que no deseo hacerlo. Le amo y no hay nada que desee más
que pasar el resto de mi vida con él, pero no quiero involucrarlo en un posible delito
de traición. —Sintió escozor en los ojos—. Ah, maldita sea, voy a llorar otra vez.
—Pero, Anne, debo decirte una cosa…
—Querida, no tienes por qué romper el compromiso para protegerlo —
interrumpió lady Upperton. Sacó su pañuelo de encaje de la manga y le limpió las
lágrimas—. Sólo tienes que guardar el secreto en tu corazón para siempre.
—¿Qué secreto es ese, señorita Royle? —preguntó una dulce voz femenina
detrás de Anne.
Anne se giró a mirar y vio a lady Henceford, con un trocito de encaje adherido a
la escayola de su delgada nariz.
—¿Cómo es que…?, es decir, no esperaba verla aquí esta noche, lady
Henceford.
—¿No? —repuso esta sonriendo muy fresca—. Deseaba verlo con mis ojos.
—¿Ver qué, el primer baile de Anne con lord MacLaren? —espetó Elizabeth.
Miró a su hermana—. Anne, ven conmigo, por favor. Debo decirte una cosa
importante.
Lady Henceford se situó entre ellas.
—Ah, no. Eso no será tan divertido como el momento en que Anne rompa el
compromiso y deje a lord MacLaren solo… otra vez. —Arqueó una oscura ceja—. A
Apsley se le escapó una noche en que había bebido muchas copas de coñac. Este
compromiso es una farsa, una apuesta, y nada más.
—¿Tan segura estás de eso, Constance? —preguntó Laird, apareciendo
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Elizabeth sonrió.
—El certificado ya no existe. Desapareció. Lo quemé.
—¿Lo quemaste? Pero, Elizabeth, ese certificado es lo único que tenemos para
demostrar…
—Ninguna prueba, signifique lo que signifique para nosotras o para la Corona,
vale el precio de ver roto el corazón de mi hermana.
—Pero, Elizabeth, lo que has hecho…
—Es algo de lo que no volveremos a hablar. —La besó en la mejilla y le sonrió—
. Ahora ve. Tu «marido» te está esperando.
Anne se giró lentamente y miró a la guapa y mentirosa cara de Laird. Buen
Dios, cuánto lo amaba.
Él le tendió la mano, y cuando ella se la cogió, la acercó lo suficiente para
hacerle un guiño secreto.
—¿Bailamos, cariño? Al fin y al cabo —añadió, en voz lo bastante alta para que
lo oyeran todos los que estaban cerca—, será nuestro primer baile como marido y
mujer.
Berkeley Square
La noche siguiente
—¡Un brindis, un brindis! —animó Elizabeth.
Todos levantaron sus copas, brindando por los no tan recién comprometidos
Anne y Laird, el conde de MacLaren. Todos a excepción de la tía Prudence, que
estaba durmiendo y roncando suavemente en el sillón junto al hogar.
Y Lilywhite.
Sir Lumley no lograba decidirse a brindar por la dichosa pareja. No podía
mientras no hubiera confesado el secreto que había mantenido muy guardado todos
esos largos años. Y esa confesión no iba a ser fácil.
—¿Qué le pasa, sir Lumley? —le preguntó Laird—. ¿No está contento de que su
pupila y yo estemos comprometidos?
Lo miró arqueando una ceja, aunque la sonrisa seguía curvándole los labios.
Lilywhite deseó que el buen ánimo de MacLaren también continuara después
que él hiciera su confesión.
—Esto… —Sentía ardientes sus mofletudas mejillas, debía de tenerlas rojas
como el sol poniente—. MacLaren, debo confesarte una cosa. Y a vosotras también,
Anne y Elizabeth. No puedo permitir, MacLaren, que continúes creyendo que tu
padre era totalmente egoísta, porque en realidad no lo era. Fue mi querido amigo
durante muchos años, hasta una noche en que yo estaba tan borracho que no supe
poner freno a mis palabras.
Laird miró a Anne, como si esperara que ella le explicara lo que quería decir
Lilywhite, pero ella estaba tan en la oscuridad como él en ese asunto.
—Continúa, Lilywhite —dijo Lotharian, haciéndole un gesto con la mano—.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Díselo. Esto deberías haberlo dicho hace tiempo, si quieres saber mi opinión.
Lilywhite bajó los ojos y asintió, tocándose el pecho con el mentón.
—No lo niego. —Alzó la vista, miró a Anne y a Elizabeth, y luego fijó la mirada
en Laird—. Todos, whigs y tories, creían que o bien Charles Fox o bien MacLaren, tu
padre, se las había arreglado para echar mano de la hoja de registro de matrimonio
firmada por el príncipe de Gales y Maria Fitzherbert.
—Sí, sí, eso lo sabemos —soltó Elizabeth, retorciéndose las manos con
impaciencia.
—Pero unos cuantos del círculo más íntimo del príncipe nos enteramos también
de que lady Jersey le había pedido a MacLaren que le entregara el certificado a ella,
en nombre de la reina. —Paseó la mirada por los presentes; todos estaban pendientes
de sus palabras—. Bueno, MacLaren opinaba que eso tenía lógica. El rey estaba
enfermo y era necesario asegurar el linaje real. Si la reina conseguía convencer a
Prinny de olvidar la idea de hacer público su matrimonio ilegal con Maria
Fitzherbert, había muchas más posibilidades de que se aprobara la ley que lo
nombraba regente. Y si pensaba que tener en su poder el certificado de boda, que era
la única prueba de ese matrimonio, haría regente a su hijo, él debería entregárselo.
—Pareces confundida, Elizabeth —dijo Gallantine—. Permíteme que intente
explicártelo. El único motivo de MacLaren para esconder el certificado fue impedir
que William Pitt lo presentara como prueba de un matrimonio ilegal con una católica
con el fin de desacreditar al príncipe. El certificado tenía que continuar oculto para
impedir que la opinión pública se volviera en contra de él antes de que lo nombraran
regente. MacLaren sabía que se podía fiar de que la reina confiscaría el certificado, y
también que estaría eternamente en deuda con él por hacérselo llegar a sus manos.
Anne movió la cabeza, desconcertada.
—Entonces, ¿se lo dio a ella? ¿Cómo obtuvo el certificado mi padre, entonces?
—Por mí —suspiró Lilywhite—, y al hacerlo puse en riesgo vuestras vidas.
Anne y Elizabeth se miraron preocupadas.
—Como dije al comienzo, una noche me emborraché. Había oído rumores de
que MacLaren estaba pensando en la posibilidad de entregarle el certificado a lady
Jersey. Pero yo sabía que él no debía fiarse de ella. Era astuta; era la amante del
príncipe del momento. Y, según Royle, ella y la reina habían procurado que las
trillizas de Maria Fitzherbert murieran. Se lo expliqué todo a MacLaren.
—¿Y qué hizo? —preguntó Laird, levantándose lentamente.
—Aparentemente no hizo nada —repuso Lilywhite—. Dejamos de oír rumores
acerca del certificado. Fue como si simplemente hubiera desaparecido. —Levantó las
manos hacia Laird—. Royle y MacLaren habían sido amigos. Todos lo habíamos sido.
Está muy claro lo que le ocurrió al certificado. ¿No lo veis?
—No —dijo Anne—. Yo no lo veo.
Lilywhite exhaló un suspiro de frustración, que le salió de su enorme tripa.
—Royle tenía el certificado. MacLaren tenía el abrecartas con la localización del
certificado grabado en él.
—MacLaren le dio el certificado a nuestro padre para que con él pudiera
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
demostrar quiénes somos —dijo Elizabeth, con los ojos como platos—. Lord
MacLaren, su padre podría haber usado ese certificado para conseguir el favor de la
Corona, para mejorar su posición en la Cámara de los Lores, pero no lo hizo.
Lotharian echó una mirada rápida y decididamente burlona a sir Lumley.
—Si alguna otra persona hubiera oído la conversación entre Lilywhite borracho
y MacLaren en el Boodle esa noche —suspiró y puso su huesuda mano en el hombro
de Laird—, y se hubiera descubierto que Royle, el médico del príncipe, había salvado
a las trillizas de Maria Fitzherbert, la vida de las niñas podría haber estado en
inminente peligro.
Lady Upperton levantó un dedo y tomó la palabra como era su costumbre:
—Sí, en grave peligro, si no existía ninguna prueba que apoyara la afirmación
de que las niñas eran de sangre real. Ah, puede que el certificado de matrimonio no
haya sido gran cosa como prueba, pero podría haber sido justo lo suficiente para
salvarles la vida. Tal vez eso no lo lleguemos a saber jamás, creo yo.
Laird se giró hacia Anne y le cogió las manos.
—Mi padre…
Ella lo miró incrédula y terminó su pensamiento:
—Podría haberme salvado la vida.
A Laird se le quedó atrapado el aire en la garganta al comprender el significado
subyacente de las palabras de ella. La miró pensativo varios segundos y de pronto se
le formaron arruguitas alrededor de las comisuras de los ojos. Sonrió y ella
comprendió que acababa de ver otro lado de su padre, el hombre al que su madre
había amado tanto.
—No haber utilizado en su favor ese certificado podría haberme salvado la vida
a mí también —dijo Elizabeth a borbotones. De repente se giró a mirar con los ojos
entrecerrados las brillantes brasas del hogar—. Puñetas, espero que no lo
necesitemos nunca.
Todos celebraron riendo amablemente el comentario levemente importuno de
Elizabeth, a excepción de Lotharian, se fijó Anne, que se llevó la copa a los labios y
bebió un trago de coñac mirando pensativo a Elizabeth por encima del borde.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Capítulo 21
Cómo atrapar a un conde
Al atardecer de ese mismo día, Apsley se llevó a su casa uno de los óleos con
beldades de George Romney que colgaban en la casa de ciudad de Laird, aun cuando
estuvo de acuerdo que no se lo merecía, debido a que la apuesta no había sido
debidamente anotada en el libro de apuestas del White.
Pero en realidad eso no importaba.
Lo que sí importaba era que Lotharian, como siempre, había ganado «su»
apuesta. La señorita Anne Royle se había casado con el conde de MacLaren, el
hombre que él le había elegido. Ah, manipular a esta chica para llevarla al altar había
sido ligeramente más difícil que hacer pasar a su hermana Mary por el pasillo de la
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
—Ah, muchacha. La luna está llena y brillante esta noche. Creo que sabrás
dónde encontrarme.
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Epílogo
La luz de la luna creciente era tan tenue que no iluminaba bien el camino de
Festidius hacia Hyde Park. La caminata no era muy larga, pero el mayordomo
temblaba de todos modos, pues no estaba habituado a salir por la noche hasta más
allá de Pall Mall, siempre bien iluminada por las luces de gas.
No se le había ocurrido ponerse las botas y temía que la tierra mojada de Rotten
Row que sentía hundirse bajo los pies con cada paso le arruinara los zapatos
dejándoselos inservibles. De todos modos continuó caminando hasta llegar al sitio
designado por la dama, el puente del Serpentine.
No vio a la figura toda envuelta en negro ébano situada en el centro del puente
hasta que ya estuvo muy cerca de ella.
Sintió un revoloteo en el vientre. Todo ese asunto lo superaba; no se habría
creído capaz de semejante osadía. Pero por encima de todo, era leal, y sabía muy bien
cuál era su deber.
—¿Las tienes? —preguntó la dama en voz baja.
—Sí, milady —repuso Festidius.
Le tembló la mano al entregarle la pequeña cartera de piel que contenía el legajo
de cartas robadas.
Ella se levantó la orilla del velo de encajes que le cubría la cara y lo miró con
esos penetrantes ojos.
—¿No le has dicho a nadie que habías localizado las cartas?
—A nadie, milady, lo juro. Estaba solo cuando las encontré. Estaban
exactamente donde usted dijo que estarían.
—Estupendo. —Se bajó el velo, hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza,
y ya comenzaba a girarse para alejarse cuando se detuvo—. ¿Me harías el favor de
acompañarme a mi coche?
Sonriendo de orgullo, Festidius le ofreció el brazo.
—Faltaría más, milady. Lo que sea que se le ofrezca.
Esa misma noche ella leyó todas las cartas. Una tras otra las fue leyendo y al
terminar las fue arrojando al fuego del hogar, observándolas enroscarse y
ennegrecerse hasta quedar convertidas en cenizas sin ningún valor.
Las quemó todas a excepción de una, la única carta que realmente importaba.
Sosteniendo la carta ante la luz de una sola vela, leyó su contenido de principio
a fin una vez más.
Sonrió para sus adentros, extraordinariamente complacida por su ingenio, la
KATRHYN CASKIE Cómo atrapar a un conde
Nota de la autora
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
Kathryn Caskie
***
Título original: How to Engage an Earl
Editor original: Avon Books,
An Imprint of HarperCollinsPublishers,
Nueva York
Traducción: Claudia Viñas Donoso
1ª edición Julio 2010
Copyright © 2007 by Kathryn Caskie
© 2010 by Ediciones Urano, S.A.
www.titania.org
ISBN: 978-84-96711-89-1
Depósito legal: B-26.060-2010