Domingo Faustino Sarmiento - Estados Unidos
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Texto núm. 7419
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Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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Estados Unidos
Señor don Valentín Alsina.
Noviembre 12 de 1847.
Educados Vd. y yo, mi buen amigo, bajo la vara de hierro del más sublime
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de los tiranos, combatiéndolo sin cesar en nombre del derecho, de la
justicia, en nombre de la república, en fin, como realización de las
conclusiones a que la conciencia y la inteligencia humana han llegado, Vd.
y yo, como tantos otros nos hemos envanecido y alentado al divisar en
medio de la noche de plomo que pesa sobre la América del Sur, la aureola
de luz con que se alumbra el Norte. Por fin, nos hemos dicho para
endurecernos contra los males presentes: la república existe, fuerte,
invencible; la luz se irradiará hasta nosotros cuando el Sud refleje al Norte.
¡Y cierto, la república es! Solo que al contemplarla de cerca, se halla que
bajo muchos respectos no corresponde a la idea abstracta que de ella
teníamos. Al mismo tiempo que en Norte América han desaparecido las
más feas úlceras de la especie humana, se presentan algunas cicatrizadas
ya aún entre los pueblos europeos, y que aquí se convierten en cáncer, al
paso que se originan dolencias nuevas para las que aún no se busca ni
conoce remedio. Así, pues, nuestra república, libertad y fuerza, inteligencia
y belleza; aquella república de nuestros sueños para cuando el mal
aconsejado tirano cayera, y sobre cuya organización discutíamos
candorosamente entre nosotros en el destierro, y bajo el duro aguijón de
las necesidades del momento; aquella república, mi querido amigo, es un
desiderátum todavía, posible en la tierra, si hay Dios que para bien dirige
los lentos destinos humanos, si la justicia es un sentimiento inherente a
nuestra naturaleza, su ley orgánica y el fin de su larga preparación.
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noble de la especie humana, para que una nación sea eminentemente
poderosa o susceptible de serlo, se requieren condiciones territoriales que
nada puede suplir permanentemente. Si Dios me encargara de formar una
gran república, nuestra república à nous, por ejemplo, no admitiría tan
serio encargo, sino a condición de que me diese estas bases por lo
menos: espacio sin límites conocidos para que se huelguen un día en él
doscientos millones de habitantes; ancha exposición a los mares, costas
acribilladas de golfos y bahías; superficie variada sin que oponga
dificultades a los caminos de hierro y canales que habrán de cruzar el
estado en todas direcciones; y como no consentiré jamás en suprimir lo de
los ferrocarriles, ha de haber tanto carbón de piedra y tanto hierro, que el
año de gracia cuatro mil setecientos cincuenta y uno, se estén aún
explotando las minas como el primer día. La extrema abundancia de
madera de construcción sería el único obstáculo que soportaría para el
fácil descuajo de la tierra; encargándome yo, personalmente, de dar
dirección oportuna a los ríos navegables que habrían de atravesar el país
en todas direcciones, convertirse en lagos donde la perspectiva lo
requiriese, desembocar en todos los mares, ligar entre sí todos los climas,
a fin de que las producciones de los polos viniesen en vía recta a los
países tropicales y vice versa. Luego para mis miras futuras pediría
abundancia por doquier de mármoles, granitos, pórfidos y otras piedras de
cantería, sin las cuales las naciones no pueden imprimir a la tierra
olvidadiza el rastro eterno de sus plantas.
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amigo, Dios es la más fácil solución de todas estas dificultades.
Olvidé pedir para mi república, y lo hago aquí para que conste, que se me
dé por vecinos pueblos de la estirpe española, México por ejemplo, y allá
en el horizonte, Cuba, un istmo, etc.
Como el cuadrado que nos hemos trazado es poco menos grande que la
Europa, necesitaba en teoría una arteria interior, por donde hubiese de
circular y penetrar la vida. Para llenar este requisito, desde las
inmediaciones del lago Erie, se desprende hacia el Sur el Mississipi, el
más caudaloso río de la tierra, y corriendo en seguida navegable por mil
quinientas millas, incorpora en su caudal las aguas del Ohio, el Arkansas,
el Illinois, el Missouri, el Tenessee, el Awash y muchos otros que de
oriente y occidente, vienen alternativamente arrastrando sobre sus turbias
ondas los productos de las plantaciones más remotas, hasta el Golfo de
México. Porque hay esto de notable en la distribución de las aguas de
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Norte América, que las unas se reunen en un inmenso receptáculo y
marchan al oriente reunidas en el San Lorenzo: las otras se dirigen hacia
el Sur, y se aglomeran en el Mississipi, no quedando independientes de
aquellos dos grandes sistemas de desagüe, sino el Hudson, el Potomack y
el Susquehanna.
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En la confluencia de estos ríos está situada Pittsburg, que por canales
artificiales y ferrocarriles comunica con Baltimore en la bahía de
Chesapeake, Filadelfia, New York, Boston al Norte. Removiendo un poco
la superficie de la tierra sobre que está fundada Pittsburg, se encuentra un
manto de carbón de piedra, el cual se extiende unas catorce mil millas
cuadradas, esto es, un espacio un poco menor que la Inglaterra entera.
Por todo el país circunvecino y a orillas de los ríos, los propietarios pueden
bajo el hogar doméstico, abrir una boca de mina, para extraer esta
substancia, alimenticia de fábricas; y en Marieta hemos descendido del
vapor y atravesado dos calles de la ciudad, entrándonos sin más rodeos
en una mina de carbón bituminoso, que del interior de una colina sacaban
en carretillas de mano, para hacerlo derramarse en seguida, hasta sobre la
cubierta del buque que atracan a la orilla del río a recibirlo. De alli en
caravanas de angadas informes, que sin velas, ni remos, se abandonan a
merced de la corriente de los ríos, va el carbón hasta Nueva Orleans, a
hacer concurrencia ventajosa a la leña que se corta en los inmediatos
bosques y cuyo precio se regula por el salario diario del leñador. Esto por
lo que hace al carbón, que en cuanto al hierro se le encuentra en igual
abundancia por todas partes, y gracias a estas envidiables ventajas de
posición, Pittsburg se alza hoy en medio de las selvas americanas,
envuelta en su denso manto de humo hediondo y espeso, que la hace
llamar ya el Birmingham yankee, y será el Londres futuro, por la multitud
de sus fábricas, sus algodones, que remontan desde Nueva Orleans, para
ser allí pintados o tejidos por mecanismos que avanzan en perfección casi
siempre a los inventos europeos. Como una muestra de lo que puede ser
Pittsburg, recordaré que a fines del siglo pasado, el territorio adyacente
estaba aún en poder de los salvajes; en 1800, contenía ya, 45.000
habitantes, y en 1845, montaba la población a dos millones.
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remoto, puede atraerle, unirle políticamente o anexarle, como ellos llaman,
el Canadá, México, etc. Entonces, la unión de hombres libres principiará
en el Polo Norte, para venir a terminar por falta de tierra en el istmo de
Panamá.
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grandes males a la humanidad, e impreso a los movimientos del hombre
rapideces planetarias, con la aplicación del vapor hecha por Fulton y con la
telegrafía eléctrica por Morse? En Francia dejé líneas de telégrafos de este
género en vía de ensayo, de Ruan a París, de París a Lille, y esto para el
servicio del gobierno. En los Estados Unidos había en el momento de mi
salida: de Nueva York un círculo que liga con Wáshington, Baltimore,
Filadelfia, y vuelve a Nueva York, 455 millas; otro anillo que liga a Nueva
York, New Haven, Hartford, Springfield, Boston, y vuelve a Nueva York,
452 millas. Una línea a Albany que parte desde el mismo centro, 150, y de
allí extiende un brazo a Buffalo, 250 millas. Otra a Rochester, 252; otra a
Montreal, 205. La diligencia que lleva diariamente la correspondencia por
toda la Unión recorre 142.295 millas, y 853 millas describen los canales
artificiales. Rodean los estados 3.600 millas de mar y 1.200 de lagos.
Nueva York sirve de puerto de navegación interna de ríos, canales y lagos
de 3.000 millas; Nueva Orleans a otra de 20.000, subdividida en ríos
navegables, y que uniéndose por el Mississippi, con los lagos y el San
Lorenzo, puede producir la más pasmosa línea de circunnavegación
interior y fluvial.
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bajaron de un cuarto los costos de transporte. Los canales han abolido
casi el flete, pues apenas es sensible; y, sin embargo, tal es la afluencia de
productos, que, estas obras, producen al Estado millones de renta anual.
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todas las aldeas, bastarían a dar movimiento y ocupación a las fábricas de
Londres; y el avalúo de las casas que habitan los norteamericanos en las
aldeas, no diré más pobres, porque el término es impropio, equivaldría a la
riqueza territorial e inmueble de cualquiera de nuestros estados.
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El norteamericano es un literato clásico en materia de anuncios, y una letra
chueca o gorda, o un error ortográfico expondría al locatario a ver desierto
su mostrador. Dos hoteles ha de haber por lo menos en la aldea para
alojamiento de los pasajeros; una imprenta para un diario diminuto, un
banco y una capilla. La oficina de la posta recibe diariamente los
periódicos de la vecindad o las grandes ciudades, a que están subscriptos
los aldeanos; y cartas, paquetes y transeuntes han de llegar y salir de ella
diariamente; pues el transporte de la mala, aún a los puntos más distantes,
se hace en vehículos de cuatro ruedas y con comodidades para pasajeros.
Las calles, que se van delineando a medida que la población crece, tienen
como las grandes ciudades, treinta varas de ancho, inclusas las aceras de
seis varas que deben quedar de cada costado, sombreadas por líneas de
árboles que desde luego plantan. El centro de la calle es, mientras no hay
medios de empedrarlo, un ciénago en que hozan todos los cerdos de la
aldea, los cuales ocupan tan encumbrado lugar en la economía doméstica,
que sus productos en toda la Unión corren parejas con los cultivos de trigo.
Y como es regla que según el nido ha de ser el pájaro, diré una palabra
sobre el villano. Si es bodegonero, almacenero o de otra profesión
secundaria, su traje diario se compone de las piezas siguientes: botas
charoladas, pantalón y frac de paño negro, chaleco de raso ídem, corbata
de gró, un pequeño casquete o gorrita de paño; y pendiente de un cordón
negro, un chisme de oro que representa un lápiz o una llave. En la punta
de este cordón y muy sumido en el bolsillo está la pieza más curiosa del
traje del yankee. Si Vd. quiere estudiar las transformaciones que el reloj ha
experimentado desde su invención hasta nuestros días, pida Vd. la hora a
cuanto yankee encuentre. Verá Vd. relojes fósiles, relojes mastodontes,
relojes fantasmas, relojes guarida de sabandijas, relojes de tres pisos,
inflados, con puente levadizo y escalera secreta, para descender con
linterna a darles cuerda. El padrón del reloj de Dulcamara, en el Elixir de
Amor, emigró con los primeros puritanos, y sus descendientes gozan del
derecho de ciudadanía, y están alistados en el partido temible de los
nativistas, que profesan las doctrinas del americanismo más exaltado.
Cada buque que llega de Europa trae centenares de estos emigrantes, los
cuales, vendidos a la mejor postura en Nueva York, Boston, Nueva
Orleans, Baltimore, desde el precio de doce reales para arriba, proveen a
esta demanda nacional y popular de relojes. Tiene el yankee una cartera
en el bolsillo, y al acostarse en la cama traza a la ligera jeroglíficos que
indican el camino que tiene trazado a sus acciones del día siguiente. No se
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crea que hay exageración en esta común distribución de los medios
civilizados a las aldeas como a las ciudades, y a los hombres de todas
clases. Tomo a la ventura las villitas más pequeñas, cuya descripción me
cae a la mano. Bennington contiene un consistorio, una iglesia, dos
academias (colegios), un banco y cerca de 300 habitantes.
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Pero aún no es esta la parte más característica de aquel pueblo: es su
aptitud para apropiarse, generalizar, vulgarizar, conservar y perfeccionar
todos los usos, instrumentos, procederes y auxilios que la más adelantada
civilización ha puesto en manos de los hombres. En esto los Estados
Unidos son únicos en la tierra. No hay rutina invencible que demore por
siglos la adopción de una mejora conocida; hay por el contrario una
predisposición a adoptar todo. El anuncio hecho por un diario de una
modificación en el arado, por ejemplo, lo transcriben en un día todos los
periódicos de la Unión. Al día siguiente se habla de ello en todas las
plantaciones, y los herreros y fabricantes han ensayado en doscientos
puntos de la Unión esta práctica. Id a hacer o a esperar cosa semejante en
un siglo en España, Francia o nuestra América.
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ello; el yankee sale de su casa a respirar un poco de aire, a tomar un
paseo, y hace de ida y vuelta cincuenta leguas en un vapor o un convoy, y
vuelve a continuar sus ocupaciones. Cuando el ojo certero de la industria
descubre un trayecto de ferrocarril, una asociación lo abre lo suficiente
para indicar la vía; de los árboles volteados se hacen las líneas del futuro
ferrocarril, poniéndoles sobrepuestas planchuelas delgadas de hierro. El
convoy se lanza con tiento al principio, equilibrándose, aquí caigo, allí
levanto sobre esta peligrosa vía; los pasajeros llueven de todas partes y
con los productos que dejan, se construye entonces el verdadero camino,
nunca seguro, por no hacerlo costoso, lo que no aumenta en mucho el
número de desgracias. El convoy es siempre cómodo, espacioso, y si los
cojines no son tan muelles como los de la primera clase en Francia, no son
tampoco tan estúpidamente duros como los de segunda en Inglaterra;
pues en los Estados Unidos, no habiendo sino una clase en la sociedad, la
cual la forma el hombre, no hay tres y aún cuatro clases de vagones, como
sucede en Europa. Pero, donde el lujo y la grandeza norteamericanas se
ostentan sin rival en la tierra, es en los vapores de los ríos del norte.
Cloacas o cáscaras de nuez parecerían a su lado los que navegan en el
Mediterráneo. Son palacios flotantes de tres pisos, con galerías y azoteas
para pasearse. Brilla el oro en los capiteles y arquitrabes de las mil
columnas que, como en el Isaac Newton, flanquean cámaras monstruos,
capaces de contener en su seno al senado y cámara de diputados.
Colgaduras de damasco artísticamente prendidas disimulan los camarotes
para quinientos pasajeros, comedores colosos con mesa sin fin de caoba
bruñida y servicio de porcelana y plata para mil comensales. Puede este
buque recibir dos mil pasajeros; tiene 750 lechos, 200 camarotes
independientes; mide 341 pies de largo, 85 de ancho, y carga además
1.450 toneladas.
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locomoción, si realmente la Europa está a la cabeza de la civilización del
mundo. Marinos franceses, ingleses y sardos, he visto expresar sin
disimulo su asombro de encontrarse tan pequeños, tan atrás de este
pueblo gigantesco.
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de veinte y cinco años sin tener ya una familia numerosa; y yo no me
explico de otro modo la asombrosa propagación de la especie en aquel
suelo afortunado. En 1790 la población constaba de cerca de cuatro
millones; 1800, cinco millones; 1810, siete millones; 1820, nueve millones;
1830, doce millones; 1840, diez y siete millones; 1850, contará veinte y
tres millones. La inmigración influye en estas cifras; pero en proporciones
limitadas. El inmigrante no es un animal prolífico, hasta que ha recibido el
baño yankee.
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faltriquera, desdoblar el mapa topográfico de los alrededores y señalar con
el dedo el punto de la cuestión. Una sola casa de Nueva York ha vendido
en diez años millón y medio de atlas y mapas para el uso popular. Es
seguro que en París no hay ninguna que haya hecho emisión igual para
proveer al mundo entero. Cada estado tiene su carta geológica, que
muestra la composición del suelo y los elementos explotables que
contiene; cada condado su carta topográfica en diez ediciones diversas de
todos los tamaños y de todos los precios. Apenas se tiró el primer
cañonazo en la frontera mejicana, la Unión fué inundada por millones de
mapas de Méjico, en los cuales el yankee traza los movimientos del
ejército, da batallas, avanza, toma a la capital y se estaciona allí, hasta
que las nuevas noticias venidas por el telégrafo, lo orientan sobre la
verdadera posición de los ejércitos, para hacerlos marchar de nuevo, con
el dedo puesto en el mapa y a fuerza de conjeturas y cálculos, lo pone a la
hora de ésta dentro de la ciudad de Méjico. Los mejicanos pueden ir a
recibir lecciones de los leñadores yankees sobre la topografía,
producciones y ventajas del país que sin conocer habitan.
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desluciendo el cuadro, a veces, la aparición de un campesino con vestidos
desordenados, levita descolorida y sucia, o frac hecho harapos, lo que trae
a la memoria del viajero el recuerdo de los mendigos españoles o
sudamericanos, de tan ingrata apariencia. No hermosean el paisaje, por
ejemplo, aquellos trajes romanescos de la campiña de Nápoles; el
sombrero con pluma empinada de las aguadoras de Venecia; la mantilla
de las manolas sevillanas; ni las vestiduras recamadas de oro de las judías
de Argel u Orán. ¡La Francia misma, que manda a todos los pueblos el
despótico decreto de sus modas, entretiene al viajero con las cofias de las
mujeres de campaña, invariables y características en cada provincia,
llegando en las inmediaciones de Burdeos a asumir la aterrante altura de
dos tercios de vara sobre la cabeza, como aquellas peinetas formadas de
la concha de un galápago entero, que llenas de orgullo llevaron en un
tiempo las damas de Buenos Aires; analogía que unida a los pabellones y
espuelas chilenos, me ha hecho sospechar que el espíritu de provincia, de
aldea, es por todas partes fecundo en cosas abultadas!
En este viaje que con usted, mi buen amigo, ando haciendo por todas
partes en los Estados Unidos, ya sea que nos paseemos en las galerías o
sobre la cubierta de los vapores, ya sea que prefiramos el más sedentario
vehículo de los ferrocarriles, al fin hemos de llegar, no diré a las puertas de
una ciudad, frase europea y que está indicando las prisiones de que están
circundadas, sino al desembarcadero, desde donde, con trescientos
pasajeros más, iremos a acuartelarnos en uno de los magníficos hoteles
cuyas carrozas con cuatro caballos y domésticos elegantes, si no
queremos seguir a pie la procesión con nuestro saco de viaje bajo el
brazo, nos aguardan a la puerta. Al acercarse el vapor en que descendía
el Mississipí, volviendo una de las semicirculares curvas que describe
aquella inmensa cuanto quieta mole de agua, nos señalaron en el
horizonte, dominando masas escalonadas de bosques matizados por el
otoño y a cuya base se extienden en líneas de esmeralda las dilatadas
plantaciones de azúcar, la cúpula de San Carlos, consoladora muestra,
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después de 700 leguas de agua y bosque, de la proximidad de Nueva
Orleáns; y aunque el aspecto del paisaje circunvecino no favorece la
comparación, la vista de aquella lejana cúpula me trajo a la memoria la de
San Pedro en Roma, que se divisa desde todos los puntos del horizonte
como si ella sola existiese allí; mostrándose tan colosal a veinte leguas,
como no se la cree cuando es considerada de cerca. Por fin, iba a ver en
los Estados Unidos una basílica de arquitectura clásica y de dimensiones
dignas del culto. Alguien nos preguntó si teníamos hotel para nuestro
alojamiento, indicándonos el de San Carlos, como el más bien servido.
Desde la cúpula, añadió, podrán ustedes tener al salir el sol el panorama
más vasto de la ciudad, el río, el lago y las vecinas campiñas. El San
Carlos que alzaba su erguida cabeza sobre las colinas y bosques de los
alrededores, el San Carlos que me había traído la reminiscencia de San
Pedro en Roma, ¡no era más que una fonda!
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soberbias se enroscan en el aire sobre sí mismas cual serpientes de
bronce, para dar ascenso en todas direcciones a las habitaciones
superiores, hasta la misma cúpula, rodeada de una galería de columnas
corintias, en que termina el monumento. Profusa y ordenada turba de
sirvientes están prontos a obedecer la menor indicación del viajero; y una
chimenea que puede contener una tonelada de carbón de piedra, le
entretiene y conforta en el invierno, mientras se registra su nombre en el
gran libro, siempre abierto para este fin, y se le señalan habitaciones a
donde transportar su equipaje. Una iluminación de gas poderosa distribuye
por mil picos esparcidos en todo el ámbito del edificio torrentes de luz
solar. A la izquierda se extiende hacia el fondo de la construcción el
comedor, rodeado de columnas, alumbrado por arañas colosales de
bronce, y suficientemente ancho para contener tres mesas de caoba que
corren paralelas a lo largo del salón una distancia de algo menos de media
cuadra. Setecientos comensales se reunen en torno de estas mesas en el
invierno, época de mayor actividad y concurrencia en Nueva Orleans. El
interior del edificio corresponde en lujo a estas colosales exterioridades. Mi
compañero de viaje, dominado por ideas sociales de un orden superior, se
había en conversaciones anteriores, mostrado punto menos que
indiferente sobre las ventajas de este o el otro sistema de gobierno. Pero,
al recorrer las calles internas que dan comunicación a centenares de
habitaciones, decoradas éstas con todas las gradaciones de lujo que
pueden exigir la condición diversa de los huéspedes, y que según él, se
extendían a distancias fabulosas, estoy convertido, me decía, por la
intercesión de San Carlos; ahora creo en la república, creo en la
democracia, creo en todo; perdono a los puritanos, aun aquel que comía
salsa de tomate crudo con la punta del cuchillo y antes de la sopa. ¡Todo
debe perdonársele, sin embargo, al pueblo que levanta monumentos a la
sala de comer, y corona con una cúpula como ésta la cocina!
El San Carlos, no obstante ser el San Pedro de los hoteles, no es por eso
ni el más espacioso ni el más sólido de los palacios populares, si bien ha
costado 700.000 duros su construcción. Cada gran ciudad de los Estados
Unidos se envanece de poseer dos o tres hoteles monstruos, que luchan
entre sí en lujo y comfort, menudeando al pueblo a precios ínfimos. El
Astor-Hotel en Nueva York es una soberbia construcción en granito que
ocupa con su mole un costado de la plaza de Wáshington; y en ninguno de
los templos que abundan en aquella ciudad se han invertido mayores
sumas. Después que he visitado los Estados Unidos, y visto los resultados
obtenidos allí espontáneamente, me he formado una rara preocupación, y
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es que para saber si una máquina, un invento, o una doctrina social es útil
y de aplicación o desenvolvimiento futuro, se ha de poner a prueba en la
piedra de toque de la espontánea aplicación de los yankees. Los hoteles
hacen hoy un papel primordial en la vida doméstica de las naciones. Los
pueblos estacionarios, como la España y sus derivados, no necesitan
hotel, bástales el hogar doméstico; en los pueblos activos, con vida actual,
con porvenir, el hotel estará más arriba que toda otra construcción pública.
Hace cien años el hotel se conocía apenas en París, y no lo era en todo el
resto de la Europa. Hace 40 años que Fourier basaba su teoría social en
cuanto a habitaciones, en el falansterio, o el hotel, capaz de contener dos
mil personas, proporcionándoles comodidades que no puede obtener la
familia aislada en el hogar doméstico. La prueba de que Fourier no andaba
errado, es el hotel norteamericano, que siguiendo la simple impulsión de
conveniencia, ha tomado ya la forma monumental y dimensiones punto
menos que falansterianas. Las iglesias cristianas subdivididas en sectas
en los Estados Unidos, de catedrales que eran antes, han descendido a
capillas. Las flechas del templo bajan a medida que las creencias se
subdividen, mientras que el hotel hereda la cúpula del tabernáculo antiguo,
y toma las formas de las termas de los emperadores, donde la importancia
del individuo ha llegado a la altura de la democracia norteamericana. La
arquitectura religiosa continúa secándose y marchitándose, al paso que la
arquitectura popular improvisa en todos los Estados Unidos, formas,
dimensiones y ordenanzas que acabarán por serle peculiares. El banco
americano es una construcción sólida como la caja de hierro, con frontis
jónico, y si no es jónica la construcción, es egipcia. ¿Por qué caen los
yankees en estos órdenes tan macizos, para encerrar la caja de hierro?
Sobre todos los monumentos americanos se alza un pararrayos; y domina
ya el uso arquitectónico de poner en la cúspide de las cúpulas, a guisa de
pináculo, la estatua de Franklin, sosteniendo el pararrayos. ¡Ya tenemos,
pues, un Mercurio, encargado de guardar el asilo doméstico, o una Santa
Bárbara abogada contra rayos! Si los americanos no han creado, pues, un
orden de arquitectura, tendrán, por lo menos, aplicaciones nacionales,
carácter y forma sugeridos por las instituciones políticas y sociales, como
ha sucedido con todas las arquitecturas que nos ha legado la antigüedad.
Una rara confusión reina hoy en Europa sobre la aplicación de las bellas
artes. El restablecimiento y reparación de las catedrales góticas, ha
seguido al movimiento de la literatura llamada romántica. El panteón
creado por la República francesa ha quedado acéfalo, como si esperara
aún tiempos mejores para llenar su objeto. El templo de la gloria edificado
por Napoleón, la construcción más griega, más olímpica que vieron nunca
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romanos o franceses, es hoy el templo de la Magdalena, cuya arquitectura
risueña y plácida parece burlarse de las lágrimas de la arrepentida Loreta
de Jerusalén; y las imágenes de la virgen y de los santos han ido a
confundirse en los museos, y tenerse hombro con hombro con las estatuas
de los dioses paganos, o las desnudeces de la pintura profana, en Roma,
Londres, Dresde, o Florencia. En los Estados Unidos las formas exteriores
se apropian a los objetos del culto, perdóneme la expresión. El Banco en
jónico; el hotel en corintio a veces, y monumental siempre, y el inventor del
pararrayos tiene ya su puesto elevado y su función arquitectónica, y hasta
el piñón de la arquitectura romana ha sido prolongado, para hacer de él la
imagen de la mazorca de maíz, símbolo de la agricultura americana.
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“Art. 1.º Nadie podrá sentarse a la mesa común, hasta que las damas, con
sus consortes, o deudos, hayan ocupado la cabecera y costados contiguos
de la mesa.
Almuerzo, lunch a las once, comida, y el té, son las cuatro colaciones de
ordenanza de aquellas comunidades que se renuevan todos los días, sin
que la regla estorbe el que se administre el almuerzo a las cinco de la
mañana para los que han de partir en un vapor o convoy matinal, ni falte
nunca una refacción servida para todos los que llegan, no importa la hora
del día o de la noche. Y luego, ¡qué incongruencias! ¡qué incestos! ¡y qué
promiscuaciones en los manjares! El yankee pur sang, se sirve en un
mismo plato, conjunta o sucesivamente, todas las viandas, postres y
frutas. ¡Hemos visto a uno del Far-West, país de dudosa situación, como el
Ophir de los fenicios, principiar la comida por salsa de tomates frescos,
tomada en cantidad enorme, sola y con la punta del cuchillo! ¡Patatas
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dulces con vinagre! Estábamos helados de horror, y mi compañero de
viaje lleno de gastronómica indignación al ver estas abominaciones: y no
llueve fuego del cielo, exclamaba: los pecados de Sodoma y Gomorra
debieron ser menores que los que cometen a cada paso estos puritanos!
Todas estas libertades, bien entendido, puede usted tomárselas con los
otros a su vez, sin que nadie reclame de ello ni dé el menor síntoma de
serle desagradable. Pero, donde el genio y los instintos nacionales brillan
en su verdadera luz, es en las actitudes yankees en sociedad. Esto
merece algunas explicaciones. En un pueblo que como éste avanza cien
leguas de frontera por año, se improvisa un estado en seis meses, se
transporta de un extremo a otro de la Unión en algunas horas, y emigra al
Oregon, deben gozar de tan alta estima los pies, como la cabeza entre los
que piensan, o el pecho entre los que cantan. En Norte América verá usted
muestras a cada paso del culto religioso que la nación tributa a sus nobles
y dignos instrumentos de riqueza: los pies. Conversando con usted el
yankee de educación esmerada, levantará él un pie a la altura de la rodilla,
sacarále el zapato para acariciarlo, y oir las quejas que contra el excesivo
servicio puedan poner los dedos. Cuatro individuos sentados en torno de
una mesa de mármol pondrán infaliblemente sus ocho pies sobre ella, a no
ser que puedan procurarse un asiento forrado en terciopelo, que en cuanto
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a blandura prefieren los yankees el mármol. En el Fremonthotel, de
Boston, he visto siete dandies yankees en discusión amigable, sentados
como sigue: dos con los pies sobre la mesa; uno con los dichos sobre el
cojín de una silla adyacente; otro con una pierna pasada sobre el brazo de
la silla propia; otro con ambos talones apoyados en el borde del cojín de
su propia silla, de manera de apoyar la barba entre las dos rodillas; otro
abrazando o empiernando el espaldar de la silla, de la misma manera que
nosotros solemos apoyar el brazo. Esta postura imposible para los otros
pueblos del mundo, la he ensayado sin éxito, y se la recomiendo a usted
para administrarse unos calambres en castigo de alguna indiscreción; otro,
en fin, si no están ya los siete, en alguna otra posición absurda. No
recuerdo si he visto norteamericanos sentados en la espalda de silla con
los pies en el cojín: de lo que estoy seguro es que nunca vi uno que se
preciase de cortés en la postura natural. El estar acostados es el fuerte de
la elegancia, y los entendidos reservan este rasgo de buen gusto para
cuando hay damas, o cuando un locófoco oye un speech whig. El
secretario de la legación chilena, al llegar a Wáshington, tuvo necesidad
de hablar a un diputado. Acude al Capitolio, se informa de su asiento
durante la sesión, llega, al fin, hasta el punto donde Mr. N. roncaba
profundamente acostado en su asiento con las piernas extendidas sobre el
asiento de su vecino. Hubo de despertarlo, y una vez entendido sobre el
asunto que lo traía, se acomodó del otro lado, esperando, sin duda, que
concluyese el interminable discurso de algún orador de opinión contraria.
Los americanos, en política y religión, profesan el admirable y conciliante
principio de que no debe discutirse sino con los que son de su propia secta
u opinión. Este sistema se funda en el pleno conocimiento de la naturaleza
humana. El orador yankee se esfuerza en confirmar a los suyos en sus
creencias, más bien que en persuadir a los contrarios, que duermen en el
entre tanto, o piensan en sus negocios. La conclusión de todo esto es que
los yankees son los animalitos más inciviles que llevan fraque o paletó
debajo del sol. Así lo han declarado jueces tan competentes, como el
capitán Marryat, Miss Trolop y otros viajeros; bien es verdad que si en
Francia, y en Inglaterra, los carboneros, leñadores y fogoneros se
sentasen a la misma mesa, con los artistas, diputados, banqueros y
propietarios, como sucede en los Estados Unidos, otra opinión formarían
los europeos de su propia cultura. En los países cultos, los buenos
modales tienen su límite natural. El lord inglés es incivil por orgullo y por
desprecio a sus inferiores, mientras que la gran mayoría lo es por
brutalidad e ignorancia. En los Estados Unidos la civilización se ejerce
sobre una masa tan grande, que la depuración se hace lentamente,
27
reaccionando la influencia de la masa grosera sobre el individuo, y
forzándole a adoptar los hábitos de la mayoría, y creando, al fin, una
especie de gusto nacional que se convierte en orgullo y en preocupación.
Los europeos se burlan de estos hábitos de rudeza, más aparente que
real, y los yankees, por espíritu de contradicción, se obstinan en ellos, y
pretenden ponerlos bajo la égida de la libertad y del espíritu americano.
Sin favorecer estos hábitos, ni empeñarme en disculparlos, después de
haber recorrido las primeras naciones del mundo cristiano, estoy
convencido de que los norteamericanos son el único pueblo culto que
existe en la tierra, el último resultado obtenido de la civilización moderna.
El único pueblo del mundo que lee en masa, que usa de la escritura para
todas sus necesidades, donde 2000 periódicos satisfacen la curiosidad
pública, son los Estados Unidos, y donde la educación como el bienestar
están por todas partes difundidos y al alcance de los que quieran
obtenerlo. ¿Están uno y otro en igual caso en punto alguno de la tierra? La
Francia tiene 270.000 electores, esto es, entre treinta y seis millones de
individuos de la nación más antiguamente civilizada del mundo, los únicos
que por la ley no están declarados bestias: puesto que no les reconoce
raza para gobernarse.
28
fortificaciones de París que han costado dos mil millones de francos, y un
pueblo que se muere de hambre. Los norteamericanos viven sin gobierno,
y su ejército permanente monta sólo a nueve mil hombres, siendo
necesario hacer un viaje a puntos determinados para ver el equipo y
apariencia de los soldados norteamericanos; pues que hay familias y
aldeas de la Unión que jamás han visto un soldado. Muchos vicios de
carácter tachan los europeos y aun los sudamericanos a los yankees. Por
lo que a mí respecta, miro con veneración esos mismos defectos,
atribuyéndoselos a la especie humana, al siglo, a las preocupaciones
hereditarias y a la imperfección de la inteligencia. Un pueblo compuesto de
todos los pueblos del mundo, libre como la conciencia, como el aire, sin
tutores, sin ejército, y sin bastillas, es la resultante de todos los
antecedentes humanos, europeos y cristianos. Sus defectos deben, pues,
ser los de la raza humana en un período dado de desenvolvimiento. Pero
como nación, los Estados Unidos son el último resultado de la lógica
humana. No tiene reyes, ni nobles, ni clases privilegiadas, ni hombres
nacidos para mandar, ni máquinas humanas nacidas para obedecer. ¿No
es este resultado conforme a las ideas de justicia y de igualdad que la
cristiandad acepta en teoría? El bienestar está distribuído con más
generalidad que en pueblo alguno; la población se aumenta según leyes
desconocidas hasta hoy entre las otras naciones; la producción sigue una
progresión asombrosa. ¿No entrará, como pretenden los europeos, por
nada de esto la libertad de acción, y la falta de gobierno? Dícese que la
facilidad de ocupar nuevos terrenos, es la causa de tanta prosperidad.
Pero, ¿por qué en la América del Sud, donde es igualmente fácil y aun
más ocupar nuevas tierras, ni la población ni la riqueza aumentan, y hay
ciudades y aun capitales tan estacionarias, que no han edificado cien
casas nuevas en diez años? Aún no se ha hecho en nación alguna el
censo de la capacidad inteligente de sus moradores. Cuéntase la
población por el número de habitantes, y de las cifras acumuladas deduce
su fuerza y valimento. Acaso para la guerra, mirado el hombre como
máquina de destrucción, puede ser significativo este dato estadístico; mas
una peculiaridad de los Estados Unidos hace que aun en este caso falle el
cálculo. Un yankee para matar hombres equivale a muchos de otras
naciones, de manera que la fuerza destructora de la nación puede
contarse en doscientos millones de habitantes. El rifle es el arma nacional,
el tiro al blanco la diversión de los niños en los estados que tienen
bosques, y cazar ardillas a bala en los árboles, tostándoles las patas para
no lastimar la piel, la destreza asombrosa que adquieren todos.
29
La estadística de los Estados Unidos muestra el número de hombres
adultos que corresponden a veinte millones de habitantes, todos
educados, leyendo, escribiendo, y gozando de derechos políticos con
excepciones que no alcanzan a desnaturalizar el rigor de las deducciones:
el hombre con hogar, o con la certidumbre de tenerlo; el hombre fuera del
alcance de la garra del hambre y de la desesperación; el hombre con
esperanza de un porvenir tal como la imaginación puede inventarlo; el
hombre con sentimientos y necesidades políticas; el hombre, en fin, dueño
de sí mismo, y elevado su espíritu por la educación y el sentimiento de su
dignidad. Dícese que el hombre es un ser racional, por cuanto es
susceptible de llegar a la adquisición y al ejercicio de la razón; y en este
sentido país ninguno de la tierra cuenta con mayor número de seres
racionales, aunque le exceda diez veces en el de habitantes.
No es cosa fácil mostrar cómo obra la libertad para producir los prodigios
de prosperidad que los Estados Unidos ostentan. ¿La libertad de cultos
puede producir riquezas? ¿Cómo obra la facultad de ir a esta u otra
capilla, de creer en este o en el otro dogma para desenvolver fuerzas
productoras? Para cada secta religiosa las otras son como si no existieran,
y por tanto, la libertad es nula en sus efectos para cada una
separadamente. Los europeos lo atribuyen a las facilidades que ofrece un
país nuevo, con terrenos vírgenes y de fácil adquisición, lo cual fuera
explicación satisfactoria, si la América del Sud, cuan grande es, no tuviera
mayor extensión de terrenos vírgenes, igual facilidad para obtenerlos, y sin
embargo, atraso, pobreza e ignorancia mayor, si cabe, que la que
muestran las masas europeas. Luego, no basta la circunstancia de ser
países nuevos en cuya extensión pueda dilatarse la esfera de acción.
30
general son civiles y afables, sin embargo un inglés, extranjero en medio
de ellos, es importunado y disgustado por sus jactancias de proezas en la
última guerra, y su superioridad sobre todas las otras naciones, asentando
como un hecho incuestionable que los americanos sobrepasan a todas las
otras naciones en virtud, saber, valor, libertad, gobierno y toda otra
excelencia. No obstante, por más que merezcan el ridículo por este flaco,
yo no puedo menos de admirar la energía y espíritu de empresa que
muestran en todo, y deploro la apatía del gobierno inglés con respecto a la
mejora de estas provincias. Una sola mirada echada sobre las riberas del
Niágara basta para mostrar de qué lado está el gobierno más efectivo. Del
lado de los Estados Unidos se levantan grandes ciudades, numerosos
puertos con muelles para protegerlos en las radas, o diligencias corriendo
a lo largo de los caminos; y la actividad del comercio mostrándose en
todas direcciones. En el lado del Canadá, aunque dividido por el cauce de
un río, en un antiguo establecimiento, y al parecer con mejor tierra, hay
sólo dos o tres almacenes, una taberna o dos, un puerto tal como Dios lo
hizo y sin obras que lo defiendan; uno o dos buquecitos anclados, y algún
desembarcadero accidental.”
31
después que una falange de vigilantes se ha cerciorado de que todos los
transeuntes ocupan sus lugares, las puertas están cerradas, y el camino
expedito, y nadie cerca ni a una vara de distancia del paso del tren. Todo
ha sido previsto, calculado, examinado, de manera de dormir tranquilo en
aquella cárcel herméticamente cerrada. Veamos, ahora, lo que pasa en los
Estados Unidos. El ferrocarril atraviesa leguas de bosques, primitivos,
donde aún no se ha establecido morada humana. Como la empresa
carece de fondos, los rieles son de madera, con una planchuela de fierro,
que se desclava con frecuencia, y el ojo del maquinista escudriña
incesantemente por temor de un desastre. Una sola línea basta para la ida
y venida de los trenes, habiendo ojos de buey de distancia en distancia
donde un tren de ida aguarda que pase por el costado opuesto el otro de
vuelta. Un alma no hay que instruya de las accidentes ocurridos. El camino
atraviesa las villas y los niños están en las puertas de sus casas o en
medio del camino mismo atisbando el pasaje del tren para divertirse; el
camino de hierro a más de calle es camino vecinal, y el viajero puede ver
las gentes que se apartan lo bastante para dejarlo pasar, y continuar en
seguida su marcha. En lugar de puertas en los caminos vecinales que
atraviesa el ferrocarril, hay simplemente una tabla escrita que dice
tengan cuidado con la campana cuando se acerque; jeroglífico que
previene al carretero que lo abrirá en dos si se ha metido inprudentemente
de por medio en el momento del pasaje del tren, que parte lentamente del
embarcadero, y mientras va marchando saltan a bordo los pasajeros,
descienden los vendedores de frutas y periódicos, y se pasean de un
vagón a otro todos, por distraerse, por sentirse libres, aun en el rápido
vuelo del vapor. Las vacas gustan de reposarse en el explayado del
camino, y la locomotora norteamericana va precedida de una trompa
triangular que tiene por caritativa misión arrojar a los costados a estas
indiscretas criaturas que pueden ser molidas por las ruedas, y no es raro el
caso de que algún muchacho dormido sea arrojado a cuatro varas por un
trompazo de aquellos que salvándole la vida le rompen o dislocan un
miembro. Los resultados físicos y morales de ambos sistemas son
demasiado perceptibles. La Europa, con su antigua ciencia y sus riquezas
acumuladas de siglos, no ha podido abrir la mitad de los caminos de hierro
que facilitan el movimiento en Norteamérica. El europeo es un menor que
está bajo la tutela protectora del estado; su instinto de conservación no es
reputado suficiente preservativo; verjas, puertas, vigilantes, señales
preventivas, inspección, seguros, todo se ha puesto en ejercicio para
conservarle la vida; todo menos su razón, su discernimiento, su arrojo, su
libertad; todo, menos su derecho de cuidarse a sí mismo, su intención y su
32
voluntad. El yankee se guarda a sí mismo, y, si quiere matarse, nadie se lo
estorbará; si se viene siguiendo el tren, por alcanzarlo, y si se atreve a dar
un salto y cogerse de una barra, salvando las ruedas, dueño es de
hacerlo; si el pilluelo vendedor de diarios, llevado por el deseo de
expender un número más, ha dejado que el tren tome toda su carrera y
salta en tierra, todos le aplaudirán la destreza con que cae parado, y sigue
a pie su camino. He aquí como se forma el carácter de las naciones y
como se usa de la libertad. Acaso hay un poco más de víctimas y de
accidentes, pero hay en cambio hombres libres y no presos disciplinados,
a quienes se les administra la vida. La palabra pasaporte es desconocida
en los Estados, y el yankee que logra ver uno de estos protocolos
europeos en que consta cada movimiento que ha hecho el viajero, lo
muestra a los otros con señales de horror y de asco. El niño que quiere
tomar el ferrocarril, el vapor o la barca del canal, la niña soltera que va a
hacer una visita a doscientas leguas de distancia, no encontrarán jamás
quién les pregunte con qué objeto, con qué permiso se alejan del hogar
paterno. Usan de su libertad y de su derecho de moverse. De ahí nace que
el niño yankee espanta al europeo por su desenvoltura, su prudencia
cautelosa, su conocimiento de la vida a los diez años. ¿Cómo le va a usted
en su negocio? , le preguntaba Arcos, mi compañero de viaje, a un listo
muchachuelo que nos hacía el inventario comentado de los libros,
periódicos y panfletos que se empeñaba en hacernos comprar. Va bien;
hace tres años que gano mi vida en él y tengo ya 300 pesos guardados.
Este año reuniré los quinientos que necesito para hacer compañía con
Williams y poner una librería, y explotar todo el Estado. Este comerciante
tenía de nueve a diez años. ¿Es usted propietario, preguntábamos a un
mocetón que viajaba al Far-West? Sí; voy a comprar tierras; ¡tengo 600
pesos!
Al lado del trayecto del camino de hierro va el telégrafo eléctrico, que por
ahorrar camino a veces, se separa de la vía ordinaria, se hunde en la
espesura de los bosques y lleva a doscientas leguas las noticias más
interesantes. Cuando en 1847 se hacían en Francia entre Ruan y París los
primeros ensayos, la prensa anunciaba la existencia de 1.635 millas de
telégrafos en los Estados Unidos; cuando yo llegué había 3.000 millas; y
mientras atravesé el país que media entre Nueva York y Nueva Orleáns,
se formó una asociación y se puso en actividad una línea entre la primera
de aquellas ciudades y Montreal en el bajo Canadá, a donde había estado
yo quince días antes. Hoy habrá 10.000 millas, y dentro de poquísimos
años, medirán los telégrafos las mismas ochenta mil millas que recorre la
33
posta. En Francia el telégrafo es para el uso del gobierno, es asunto de
estado; en los Estados Unidos, es simple negocio de movimiento y
actividad, y se le aceptarían correspondencias a la administración tan sólo
porque paga el porte. ¿Puede llegar a más alto punto el extravío de las
ideas, que hace que los liberales, los republicanos, consientan en Francia
en este monopolio, y en carecer de los medios de comunicación más
expeditos? En Harrisburg, población de 4.500 almas, el telégrafo eléctrico
tenía empleo diario para traer apurado al encargado de servicio, mientras
que en Francia, aún no había podido hacerse un miserable ensayo. Hago
estas comparaciones para mostrar la diversa atmósfera en que se educa
el pueblo y la energía moral y física que desenvuelve. En Francia hay tres
categorías de vagones, en Inglaterra cuatro; la nobleza se mide por el
dinero que puede pagar cada uno, y los empresarios para envilecer al
hombre que paga poco, han acumulado comodidades y lujo en la 1.ª clase,
y dejado tablas rasas, estrechas y duras para los de 3.ª. No sé por qué no
han puesto púas en los asientos para mortificar al pobre. En los Estados
Unidos el vagón es una sala de veinte varas de largo y espaciosa de
ancho, con asientos de espalda movible, de manera de formar corrillo
cuatro asientos, volviéndose dos a opuesto lado, con una callejuela de por
medio para facilitar el movimiento, y abiertos los vagones por ambos lados,
de manera que el curioso pueda trasladarse del primero al último, durante
la marcha, y el aire penetre libremente por todas partes. Las comodidades
y los cojines son excelentes e iguales, y por tanto el precio del pasaje es el
mismo para todos. Me han mostrado a mi lado el gobernador de un
Estado, y las callosidades de las manos de mi otro vecino me revelaban en
él un rudo leñador. Así se educa el sentimiento de la igualdad, por el
respeto al hombre. La aristocracia veneciana estableció la igualdad en la
adusta pobreza de las góndolas por no herir la envidia de los nobles
pobres; la democracia de Norte América ha distribuído el comfort y el lujo
igualmente en todos los vagones para alentar y honrar la pobreza. Estos
solos hechos bastan para medir la libertad y el espíritu de ambas
naciones. El Times decía una vez que si la Francia hubiese abolido el
pasaporte, habría hecho más progresos en la libertad que no los ha hecho
con medio siglo de revoluciones y sus avanzadas teorías sociales, y en los
Estados Unidos pueden estudiarse los efectos.
34
quien quiere, viaja y se sepulta en el nuevo hogar a preparar la familia; el
niño acude desde temprano a las escuelas, se familiariza con los libros y
las ideas de los hombres; es el mismo hombre hecho a los quince años, y
desde entonces toda tutela desaparece a su vista. No ha visto soldados,
no conoce gendarmes; el motín de las calles lo divierte, lo exalta y lo
educa; sus pasiones se desenvuelven en toda su lozanía y vigor; tiene una
profesión y se casa a los veinte años, seguro de sí mismo y de su porvenir.
El progreso general de la Unión lo arrastrará en despecho suyo y avanzará
sus negocios propios. Y entonces, ¡cuántos sueños grandiosos agitan para
llegar a la fortuna! ¿Es artesano? Una grande asociación, una fábrica para
cubrir los estados con los productos de su arte, o bien un invento europeo
aún no introducido en el país, o una mejora sobre los aparatos conocidos o
una invención nueva, porque nada arredra hoy al yankee. Largo tiempo he
creído que el patrimonio norteamericano era y sería por muchos años
apropiarse, apoderarse de los progresos de la inteligencia humana. La
ciencia europea inventa, y la práctica americana populariza la cocina
económica, el arado Durand, la locomotora, el telégrafo. Nada más natural,
y sin embargo, nada hay menos exacto. Los datos estadísticos colectados
en estos últimos años, muestran que diez partes de los inventos y mejoras
adoptados en Inglaterra son de origen norteamericano. Han modificado la
máquina de vapor; mejorado la quilla del buque; perfeccionado el vagón, a
punto de exportarse estos artículos para la Europa misma, y preferirse en
Rusia y otros puntos los empresarios y artífices americanos para todo lo
que constituye la viabilidad. El puente yankee de madera, que a veces
atraviesa doce cuadras en un río y soporta los trenes cargados de
productos agrícolas, sobre pedestales y armazón al parecer deleznable,
es, sin embargo, el fruto del más profundo estudio de las leyes de la
gravitación, de la repercusión, elasticidad y equilibrio de las fuerzas
combinadas. El artífice yankee posee ya el puente reducido a arte
mecánica, y lo alza donde quiera a prueba de torrentes, huracanes y
pesos enormes. La mitad de los aparatos de labranza son invención de su
ingenio, y el molino de vapor, como la barrica en que envasija las harinas,
son la obra de sus fábricas y de sus combinaciones para producir
inmensos resultados con limitadísimos medios.
35
sociedades que se dilatan, agregando a la villa naciente una casa nueva, a
la heredad labrada nuevos campos rosados.
36
creación después de la conquista han sido decretadas por los presidentes,
contándose cien por lo menos en Chile de este origen oficial y ficticio. Ved
cómo procede el norteamericano, recién llamado en el siglo XIX a
conquistar su pedazo de mundo para vivir, porque el gobierno ha cuidado
de dejar a todas las generaciones sucesivas su parte de tierra. La
conscripción de jóvenes aspirantes a la propiedad se apiña todos los años
en torno del martillo en que se venden las tierras públicas, y con su lote
numerado parte a tomar posesión de su propiedad, esperando que los
títulos en forma le vengan más tarde de las oficinas de Wáshington. Los
más enérgicos yankees, los misántropos, los selváticos, los squatters, en
fin, obran de una manera más romanesca, más poética o más primitiva.
Armados de su rifle se enmarañan en las soledades vírgenes, matan por
pasatiempo ardillas que triscan con su movilidad incansable entre las
ramas de los árboles; una bala certera vuela al firmamento a precipitar un
águila que cernía sus alas majestuosamente sobre la verdinegra superficie
que forman las copas de los árboles; el hacha, su compañera fiel, cuando
no fuere más que por ejercitar las fuerzas, ha de echar cedros o robles al
suelo. En estas correrías vagabundas, el plantador indisciplinado busca un
terreno fértil, un punto de vista pintoresco, la margen de un río navegable,
y cuando se ha decidido en su elección, como en las épocas primitivas del
globo, dice esto es mío, y sin otra diligencia toma posesión de la tierra en
nombre del rey del mundo, que es el trabajo y la voluntad. Si algún día
llega hasta el límite que él ha trazado a su propiedad la mensura de las
tierras del Estado, la venta en almoneda sólo servirá para decirle lo qué
debe por lo que ha cultivado, según el precio a que se vendan los
adyacentes campos incultos; y no es raro que este carácter indómito,
insocial, alcanzado por las poblaciones que vienen avanzando sobre el
desierto, venda su quinta y se aleje con su familia, sus bueyes y caballos,
buscando la apetecida soledad de los bosques. El yankee ha nacido
irrevocablemente propietario; si nada posee ni poseyó jamás, no dice que
es pobre, sino que está pobre; los negocios van mal; el país va en
decadencia; y entonces los bosques primitivos se presentan a su
imaginación, obscuros, solitarios, apartados, y en el centro de ellos, a la
orilla de algún río desconocido, ve su futura mansión, el humo de las
chimeneas, los bueyes que vuelven con tardo paso al caer de la tarde al
redil, la dicha, en fin la propiedad que le pertenece. Desde entonces no
habla ya de otra cosa que de ir a poblar, a ocupar tierras nuevas. Sus
vigilias las pasa sobre la carta geográfica, computando las jornadas,
trazándose un camino para la carreta; y en el diario no busca sino el
anuncio de venta de terrenos del Estado, o la ciudad nueva que se está
37
construyendo en las orillas del lago Superior.
38
efecto a extender sus relaciones, y a hacer sentir la urgencia de ligarse por
caminos de hierro o canales a los otros grandes centros de actividad. Cien
ciudades en los lagos, en el Misisipí y en otros puntos remotos, tienen este
sabio y calculado origen, y casi todos justifican por sus progresos
asombrosos, la certeza y la profundidad de los estudios económicos y
sociales que les sirvieron de origen.
39
Sud América. Sabe usted cuánta irritación hubo, y cuánta necedad dijeron
de una y otra parte en la cuestión de límites del Oregón. Todo quedó en
paz después que americanos e ingleses se hubieron racionalmente
entendido, menos el espíritu yankee, que, como el cóndor la sangre, había
husmeado, en la discusión, tierras laborables, ríos, bosques, puertos. La
discusión comienza de nuevo en los diarios sobre la posibilidad de
sorberse el comercio de la China por el Oregón; sobre la facilidad de abrir
un camino de hierro de ocho días de marcha, desde el Pacífico al
Atlántico, y la ventaja de tomar el pan caliente aún salido de Cincinnati, vía
Oregón, y otros mil tópicos, inverosímiles y absurdos para otro que no sea
el yankee, habituado a no creer imposible nada, desde que se puede
concebir, él, que desde luego tiene adiestrada su mente a concebir
proyectos. Cuando la opinión está formada y designados los rumbos que
deben seguirse para ir a aquel Eldorado remoto, se indica la estación
oportuna para emigrar, y el punto de partida, y el día designado por
algunos emigrantes que invitan a todos los aventureros de la Unión para
acompañarlos en la gloriosa jornada. El día del rendez vous, vense de
todos los puntos del horizonte llegar hileras de carros, cargados de
mujeres, niños, gallinas, ollas, arados, hachas, sillas, y toda clase de
objetos de menaje; acompáñanles arreas escasas de bueyes apestados y
mulas y caballos rengos y mancos que forman parte muy trabajada de la
expedición, y sobre todo este conjunto, dominando las caras bronceadas,
acentuadas y serias de los yankees vestidos de paletó, levita o fraque
raído, con un rifle que le sirve de bastón, y la mirada tranquila del puritano
y del chacarero.
40
oficiales y empleados públicos hasta entonces en ejercicio, debían
terminar sus funciones en Big-Soldier. Los dos empleados que deben en
primer lugar nombrarse son el piloto (baqueano) y el capitán. Todo el
camino se ha venido tratando en las conversaciones de los carros y a la
orilla del fuego en los alojamientos, de esta suprema cuestión, y las
candidaturas rivales formando sus partidos. El 13 de mayo, cada carro
lanza a la arena dos hombres, por lo menos, a reunirse en asamblea
electiva. Dos candidatos para piloto se presentan; es el uno un tal Mr.
Adams, que había entrado tierra adentro hasta el fuerte Laramie, poseía el
derrotero (maning) de Gilpin, y tenía consigo un español que conocía el
país; Mr. Adams, además, ha sido uno de los que más han contribuido a
excitar la fiebre del Oregón, esto es, el deseo de emigrar. Mr. Adams pide
500 pesos por servir de piloto si la honorable asamblea se digna elegirlo.
41
principia el 14 de mayo. Cinco millas el 16. El 17 se separan 16 carros, y
se reunen al cuerpo principal. El 18 alcanza a un wigwam de los indios
Caw, rateros insignes que se conducen honorablemente con la sociedad y
la proveen de víveres en cambio de productos de la Unión. El 19 la minoría
vencida en las elecciones protesta contra la voluntad de la mayoría. Para
satisfacer las ambiciones burladas se conviene en dividir la masa en 3
cuerpos, cada uno de los cuales elegirá sus propios jefes y oficiales, no
reconociéndose otra autoridad general que la del piloto y la de Mr. Welch.
Antes de separarse se convino pagar el piloto, y para ello, se nombra un
tesorero, quien después de dar las fianzas correspondientes, procede a
colectar los fondos; algunos se niegan redondamente a pagar, y otros ex
ciudadanos no tienen blanca. Después de haber arreglado
satisfactoriamente éstos y otros puntos, se procede al nombramiento de
oficiales para cada uno de los tres grupos, haciéndose en cada uno
reglamentos respecto al buen gobierno de la compañía, y la marcha
continúa el 20. El 23 el piloto avisa que el punto donde se hallan es el
último donde pueden procurarse repuestos para ejes y pértigos para las
carretas. El camino se va midiendo con una cadena diariamente, y se lleva
un diario de todo lo ocurrido, aspecto del país, accidentes, pasto, leña,
agua, maderas, ríos, pasajes, búfalos, etc., torcaces, conejos, etc. etc.
Junio 2: una compañía propone desligarse del compromiso en que están
de aguardarse en las marchas. La moción es rechazada. 15. Alto. Una
manada de búfalos cae a tiro de rifle, matan algunos y hacen charque. La
escena que el campo presenta en este momento está así descripta en el
diario de viaje: “Los cazadores, volviendo con las reses, algunos erigiendo
palizadas, otros secando carne. Las mujeres unas estaban lavando,
planchando otras, muchas cosiendo. De dos tiendas, flautas hacían oir sus
desusadas melodías en aquellas soledades; otras se oía cantar; tal lee su
biblia, tal otro recorre una novela. Un predicador campbellista entona, por
fin, un himno preparatorio para el oficio religioso”. Junio 24: llegan al fuerte
Laramie, 630 millas distante de Independence.
42
rojo piden alimento, y no hay alimento que darles. Era costumbre cuando
los blancos pasaban, hacer presentes de pólvora y plomo a sus amigos los
indios. Su tribu es numerosa, pero la mayor parte de la gente ha ido a las
montañas a cazar. Antes que los blancos viniesen, la caza era mansa y
fácil de coger; pero ahora los blancos la han espantado; y el hombre rojo
necesita trepar a las montañas en su busca; el hombre rojo necesita largas
carabinas ahora.” Un yankee que para el caso hace de jefe blanco, se
expresa en estos términos. “Nosotros vamos viajando a las grandes aguas
del Oeste. Nuestro gran Padre poseía un extenso país allí, y vamos yendo
a establecernos en él. Con este fin traemos nuestras mujeres y nuestros
hijos. Nos vemos forzados a atravesar por las tierras de los hombres rojos,
pero lo hacemos como amigos y no como enemigos. Como amigos les
damos una fiesta, les apretamos la mano y fumamos con ellos la pipa de
paz. Ellos saben que venimos como amigos trayendo con nosotros
nuestras mujeres e hijos. El hombre rojo no lleva sus squaws al combate;
ni las caras blancas tampoco. Pero amigos como somos, estamos prontos
para volvernos enemigos; y si se nos molesta castigaremos a los
agresores. Algunos de nosotros piensan volverse. Nuestros padres,
hermanos e hijos, vienen en pos de nosotros, y esperamos que los
hombres rojos los traten con bondad. Nosotros nos conducimos
pacíficamente; dejadnos partir. No somos traficantes y no tenemos ni
pólvora ni plomo que dar. ¡Vamos a arar y plantar la tierra!”
43
concluyendo rápidamente, el ganado estaba exhausto, y muchos de los
que formaban la caravana padecían enfermedades graves. Al fin, Meek les
informó que estaban a dos días de distancia solamente de Dalles. Dos
hombres salieron a caballo en busca de la estación de los Metodistas con
provisiones para dos días.”
***
44
distante, a ser un punto importante en la historia comercial de la Unión
como centro del comercio de la China y de la India. Atravesando el bosque
que se extiende al Este de la ciudad, vimos la ciudad de Oregon y las
caídas de Villa-Mate, al mismo tiempo. Tan llenos de gratitud nos
sentíamos de haber llegado a los establecimientos de los blancos, y de
admiración a la vista del volumen de las aguas de las cataratas, que la
caravana hizo alto, y en este momento de felicidad repasamos con el
pensamiento todos nuestros trabajos, con más rapidez que lo que la
lengua o la escritura pueden hacer. Desde Independence hasta el Fuerte
Laramie, 692 millas; de allí al Fuerte Hall, 585; al Fuerte Rois, 281; a los
Dalles, 305; de Dalles a la ciudad de Oregon, 160 millas, haciendo la total
distancia de despoblado 1960 millas.”
***
Cuando uno lee la narración de aventuras como estas, se siente sin duda
orgulloso de pertenecer a la raza humana. Ninguna de las grandes
pasiones que han obrado los prodigios de la historia, está aquí en juego
para fanatizar el espíritu: ni la desesperación de los restos del grande
ejército, ni el amor a la patria de los 10.000 espartanos echados entre los
bárbaros, ni la sed de oro, de gloria y de sangre de los conquistadores
españoles. Hombres de aquel temple tenían en los Estados tierras de
propiedad pública para afincarse; familias que los ayudasen; ganados para
auxiliarse en las rudas labores de la tierra. Atraviesan 600 leguas de
desiertos para realizar una grande idea, ellos, el desecho del pueblo
norteamericano, quieren que la Unión ostente sus estrellas en el
firmamento del Pacífico, que se realice el sueño dorado de acercar la India
y la China, y arrebatar estos mercados a la Inglaterra. Se sacrifican, pues,
a una idea de porvenir nacional, porque el yankee no ignora que la primera
45
generación de las nuevas plantaciones, abona solo la tierra con su sudor
para que gocen las venideras; y cuando en el Oregón se han reunido
algunos centenares de familias, los jefes, dejando a un lado el hacha con
que destruyen lentamente los bosques para labrarse un campo, y crear su
propiedad, se reunen en asamblea deliberante, “con el objeto de fijar los
principios de libertad civil y religiosa, como la base de todas las leyes y
constituciones que puedan en adelante adoptarse”, y estatuyen:
“Art. 5.º Ninguna persona será privada de llevar armas para su propia
defensa; no se autoriza pesquisas ni registros sin motivo fundado; la
libertad de la prensa no será restringida; ni el pueblo será privado del
derecho de reunirse pacíficamente a discutir los asuntos que halle por
conveniente.
“Art. 6.º Los poderes del gobierno serán divididos en tres distintos
departamentos: el legislativo, el ejecutivo y el judicial, etc., etc.”
46
la sanción de esta ley, para hacer la descripción del lote de tierras en el
libro de los registros; proveyéndose, además, que el dicho poseedor
declarará el tamaño, forma y ubicación del terreno.
“5.ª Las líneas de los límites de todos los lotes se conformarán tan
aproximadamente cuanto sea posible con los puntos cardinales.”
47
Hay un fenómeno que se realiza en los Estados Unidos, y que no obstante
de referirse a principios fundamentales inherentes a la especie humana, no
ha sido hasta hoy de una manera precisa establecido. Hasta de palabra
adecuada carecen para indicarlo los idiomas. Pretender señalarlo en dos
páginas sería el índice o el plan de un gran libro. ¿Qué es la moral? El
código de preceptos que ha dado en seis mil años el contacto de un
hombre con otro, a fin de que vivan en paz sin hacerse mal, amándose,
procurándose el bien. La moral que nos liga a Dios por nuestros padres,
está después de Confucio, de Sócrates y Franklin, adivinada, encontrada.
Si algo le falta para ser perfecta por el estudio humano y los sentimientos
del corazón, la revelación la completa en cuanto a la parte de los hombres
más desligada de nosotros mismos, que es el prójimo, el extranjero, el
enemigo, clasificaciones que distinguen tres grados de separación; por las
leyes el prójimo es indiferente; el extranjero, la tela de que se hizo siempre
el esclavo; para el enemigo, cesan todos los vínculos de la familia
humana, la muerte está pronta para él, sin remordimiento, con gloria.
Cuando el hombre se llame el enemigo, entonces deja de formar parte de
nuestra especie; ni las leyes, ni religión alguna han podido hasta hoy nada
contra los efectos morales de esta clasificación.
48
asociación, la moral en grande, obrando sobre millones de hombres, entre
familias, ciudades, estados y naciones, completada más tarde por las
leyes de la humanidad entera. La ciudad de Atenas parece que había
adquirido este sentimiento; más tarde lo tuvieron los patricios romanos;
pero aquéllo lo destruyeron éstos, hiriéndolo por la abertura que deja hasta
hoy la moral, a saber, por la clasificación del enemigo; y a los últimos los
destruyó y dispersó la plebe, que adquiría a la sombra del patriciado el
mismo sentimiento, y por los extranjeros, que de enemigos conquistados,
pasaron a sentir la gana de formar parte del senado romano.
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hacha al pie de los árboles para construirse una morada, se reunen para
arreglar las bases de la asociación; un día llegará en que no se escriba
este pacto, porque estará sobre-entendido siempre: y este pacto es, como
ha visto usted en la ley orgánica del Oregon, una serie de dogmas, un
decálogo. Cada uno creerá lo que cree; cada uno nombrará quien haya de
gobernarlo; cada uno dirá de palabra y por escrito su pensamiento; será
juzgado por un jurado, y se le admitirá fianza de cárcel segura por todo
delito que no merezca pena capital.
Pero esta parte es solo la que puede formularse, que hay otra que está en
las ideas y en las adquisiciones hechas; y es la más digna de estudiarse.
Por ejemplo: un hombre no llega a la plenitud de su desenvolvimiento
moral e inteligente sino por la educación; luego la sociedad debe
completar al padre en la crianza de su hijo. Las escuelas gratuítas son
coetáneas y a veces anteriores a la fundación de una villa. La sociedad
necesita tener una voz suya, como cada individuo tiene la que le sirve para
expresar sus sentimientos, opiniones y deseos; luego habrá meetings y
cámara de representantes que enacte todos los quereres, y prensa diaria
que se ocupe de los intereses, pasiones e ideas de grandes masas. Como
la sociedad, aunque naciendo en el seno de los bosques, es hija y
heredera de todas las adquisiciones de la civilización del mundo, aspirará
a tener desde luego, o lo más pronto, posta diaria, caminos, puertos,
ferrocarriles, telégrafos, etc., y de pieza en pieza llega usted hasta el
arado, el vestido, los utensilios de cocina perfeccionados, de patente, el
último resultado de la ciencia humana para todos, para cada uno.
50
sentados en cojines muelles, que llevan cartera y mapa geográfico en su
bolsillo, que vuelan por los aires en alas del vapor, que están diariamente
al corriente de todo lo que pasa en el mundo, que discuten sin cesar sobre
intereses públicos que los agitan vivamente, que se sienten legisladores y
artífices de la prosperidad nacional; imagínese usted este cúmulo de
actividad, de goces, de fuerzas, de progresos, obrando a un tiempo sobre
los veinte millones, con rarísimas excepciones, y sentirá usted lo que he
sentido yo, al ver esta sociedad sobre cuyos edificios y plazas parece que
brilla con más vivacidad el sol, y cuyos miembros muestran en sus
proyectos, empresas y trabajos una virilidad que deja muy atrás a la
especie humana en general. Los norteamericanos sólo pueden ser
comparados hoy a los romanos antiguos, sin otra diferencia que los
primeros conquistan sobre la naturaleza ruda por el trabajo propio,
mientras los otros se apoderaban por la guerra del fruto creado por el
trabajo ajeno. La misma superioridad viril, la misma pertinencia, la misma
estrategia, la misma preocupación de un porvenir de poder y de grandeza.
51
las aguas, encontraréis una tripulación escasa, que no bebe licores,
porque pertenece a la sociedad de templanza, hombres endurecidos en
las fatigas, que arrancan a los peligros de la muerte un peculio para
establecerse en los Estados cuando vuelvan, para tomar un lote de tierra y
labrarse una propiedad y levantar una casa, y contar a sus hijos alrededor
de la estufa de hierro colado sus aventuras de mar. El año pasado la reina
Victoria se paseaba en su suntuoso yacht, acompañada del príncipe
Alberto, por la bahía de Falmouth. Los buques todos estaban
empavesados para honrar a las regias visitas. Sobre el tope del palo
mayor de una fragata norteamericana veíase un marinero yankee parado
en un pie, balanceándose con el buque que se mecía sobre sus anclas y
tendiendo al aire su sombrero en una mano en señal de saludo. He aquí la
expresión jeroglífica de la marina yankee. La reina se enfermó a la vista de
aquel espectáculo. Un marinero inglés hubo, picado de amor nacional, de
repetir la prueba. La reina lo prohibió con sus señales de espanto. ¿Lo
habría hecho? No lo hizo, y eso basta. Era una imitación de la audacia
ajena; el hombre es capaz de eso y mucho más; pero sólo el genio de un
pueblo inspira la idea y el coraje de ejecutarlo.
52
naves americanas que os bloquearían en todos los mares, en todos los
puertos! Dios ha querido, al fin, que se hallen reunidos en un solo hecho,
en una sola nación, la tierra virgen que permite a la sociedad dilatarse
hasta el infinito, sin temor de la miseria; el hierro que completa las fuerzas
humanas; el carbón de piedra que agita las máquinas; los bosques que
proveen de materiales a la arquitectura naval; la educación popular, que
desenvuelve por la instrucción general la fuerza de producción en todos
los individuos de una nación; la libertad religiosa que atrae a los pueblos
en masa a incorporarse en la población; la libertad política que mira con
horror el despotismo y las familias privilegiadas; la República, en fin,
fuerte, ascendente como un astro nuevo en el cielo; y todos estos hechos
se eslabonan entre sí, la libertad y la tierra abundante; el hierro y el genio
industrial; la democracia y la superioridad de los buques. Empeñaos en
desunirlos por las teorías y la especulación; decid que la libertad, la
educación popular, no entran por nada en esta prosperidad inaudita, que
conduce fatalmente a una supremacía indisputable; el hecho será siempre
el mismo, que en las monarquías europeas se han reunido la decrepitud,
las revoluciones, la pobreza, la ignorancia, la barbarie y la degradación del
mayor número. Escupid al cielo, y ponderadnos las ventajas de la
monarquía. La tierra se os vuelve estéril bajo las plantas, y la República os
lleva sus cereales para alimentaros; la ignorancia de la muchedumbre
sirve de base a vuestros tronos, y la corona que orna vuestras sienes brilla
cual flor sobre ruinas; medio millón de soldados guardan el equilibrio de los
celos y de la envidia de unos soberanos con otros, mientras la República,
colocada por la Providencia en terreno propicio, como colmena de abejas,
ahorra esas sumas inmensas para convertirlas en medios de prosperidad
que da su rédito en acrecentamiento de poder y de fuerza. Vuestra ciencia
y vuestras vigilias sirven sólo para aumentar el esplendor de aquélla. Sic
vos non vobis inventáis telégrafos eléctricos para que la unión active sus
comunicaciones; sic vos non vobis creasteis los rieles para que rodasen
las producciones y el comercio norteamericano. Franklin tuvo la audacia
de presentarse en la corte más fastuosa del mundo con sus zapatos
herrados de labriego y sus vestidos de paño burdo; vosotros tendréis un
día que esconder vuestros cetros, coronas y zarandajas doradas para
presentaros ante la República, por temor de que no os ponga a la puerta,
como a cómicos o truhanes de carnestolendas.
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¡Oh! me exalta, mi querido amigo, la idea de presentir el momento en que
los sufrimientos de tantos siglos, de tantos millones de hombres, la
violación de tantos principios santos, por la fuerza material de los hechos
elevados a teoría, a ciencia, encontrarán también el hecho que los aplaste,
los domine y desmoralice. ¡El día del grande escándalo de la República
fuerte, rica de centenares de millones, no está lejos! El progreso de la
población norteamericana lo está indicando; ella aumenta como ciento, y
las otras naciones sólo como uno; las cifras van a equilibrarse y a cambiar
en seguida las proporciones; y ¿estas cifras numéricas no expresarán lo
que encierra en sí de fuerzas productoras y de energía física y moral del
pueblo avezado a las prácticas de la libertad, del trabajo y de la
asociación?
54
Avaricia y mala fe
Tan fatigado lo considero de seguirme en estas excursiones que al rápido
andar de las ideas hago por los extremos aportados de la Unión, tras de
alguna manifestación de la vida de este pueblo, que para su solaz quiero
en adelante, en vías de puntos de descanso, poner epígrafes a las
materias que iré tratando. Usted ha comprendido, sin duda, que el que
precede anuncia que voy a hablar del carácter moral de esta nación. En
aquellas dos palabras se reasume, en efecto, el reproche que hacen, más
bien diré, el tizne que afea el carácter moral yankee, y el entusiasmo por
las instituciones democráticas se resfría al ver las brechas que a la moral
individual hacen, y no hay pueblo medio civilizado que no se sienta
superior a los yankees por este lado al menos, al revés de las grandes
naciones antiguas y modernas, de Roma y la Inglaterra, en que el Estado
era un bandido famoso, mientras los individuos que lo componían
practicaban las virtudes más austeras.
No se espante si muestro que a esta última causa más que a otra ninguna
atribuyo el mal moral que aqueja a aquellos pueblos. La avaricia es hija
legítima de la igualdad, como el fraude viene ¡¡cosa extraña al parecer!! de
la libertad misma. Es la especie humana que se muestra allí, sin disfraz
alguno, tal como ella es, en el período de civilización que ha alcanzado, y
tal como se mostrará todavía durante algunos siglos más, mientras no se
termine la profunda revolución que se está obrando en los destinos
humanos, cuya delantera llevan los Estados Unidos.
55
demás pueblos en añadir un principio a la moral humana en relación con la
democracia. ¡Franklin! Todos los moralistas antiguos y modernos han
seguido las huellas de una moral que, dando por sentada, por fatal y
necesaria la existencia de una gran masa de sufrimientos, de pobreza y de
abyecciones, localizaba el sentimiento moral, dando por atenuaciones la
limosna del rico y la resignación del pobre. Desde las castas inmóviles de
indios y egipcios, hasta la esclavitud y el proletariado normal de la Europa,
todos los sistemas de moral han flaqueado por ahí. Franklin ha sido el
primero que ha dicho: bienestar y virtud; sed virtuosos para que podáis
adquirir; adquirid para poder ser virtuosos. Mucho se aproximaba Moisés
en sus doctrinas morales a estos principios, cuando decía: honrad a
vuestros padres para que así viváis largo tiempo sobre la tierra prometida.
Todas las leyes modernas están basadas en este principio nuevo de
moral. Abrir a la sociedad en masa, de par en par, las puertas al bienestar
y a la riqueza.
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os habrá engañado. Un chileno cree honrada a la masa de su nación por
serlo él y por desprecio al miserable roto, que, sin embargo, forma la gran
mayoría. Tal es la explicación del fenómeno que llama la atención en los
Estados Unidos. Toda la energía del carácter de la nación en masa está
aplicada a esta grande empresa de las generaciones actuales, acumular
capital, apropiarse el mayor número de bienes para establecerse en la
vida. La revolución francesa vió por otro camino, aunque conduciendo al
mismo fin, desenvolverse la energía moral de la nación; la gloria militar
puesta al alcance de quién supiera conquistarla, el bastón de mariscal en
la boca de los cañones del enemigo, y sabe usted los prodigios obrados
por aquella nación.
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Nueva York al banquero indicado, pidiendo la solvibilidad del individuo, y
con la respuesta: posee 4000 pesos, crédito bueno, el contrato queda
concluído a cuatro meses de plazo, a pagar en Londres, donde se venderá
la harina al banquero del vendedor. Llegado el término del contrato el
vendedor ve el precio corriente de las harinas en Londres, en la época en
que ha debido efectuarse la venta y ya sabe a qué atenerse en cuanto a la
solvibilidad de su deudor. ¡Cuántos tropezones ha dado un yankee para
llegar a tener fortuna! Aquí llamamos quiebras; allá negocios frustrados
solamente, que irritan la actividad en lugar de paralizarla.
58
cuestión; copia como por incidente algún artículo censorio. Desde luego
reconoce que dadas las circunstancias en que el Estado se halló, y la
insolencia de los ingleses, hizo perfectamente bien, y les ha dado una
lección severa, para que en adelante respeten mejor la dignidad de un
Estado soberano (tramposo). Pero las circunstancias empiezan a cambiar
felizmente la propiedad se desarrolla rápidamente. ¿No convendría, to
repeal la repudiación? ¿Al menos reconsiderar el asunto, arbitrar medios,
etc.?
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Geografía moral
Había pintado el plan iconográfico de la viabilidad de los Estados Unidos,
que si no es la base de la prosperidad de aquel país, es su instrumento,
como los dedos del hombre son los fieles ejecutores de su pensamiento.
Hay, también, una geografía moral en aquel país, cuyas facciones
principales necesito señalar. Conocido el suelo, verá usted las corrientes
civilizadoras que llevan a todos los extremos de la Unión la mejora, la luz y
el progreso moral.
60
provincias que aún quedan llevando el nombre argentino, se despueblan
de día en día, extinguiéndose sus antiguos planteles de ciudades como
luces que se apagan. Maine tenía, por ejemplo, en 1790, 96.000
habitantes; 151.000 en 1800; 228.705 en 1810; 400.000 en 1830; 501.793
en 1840. Nueva York tenía 340.120 en 1790; 586.766 en 1800; 959.949 en
1810; 1.372.812 en 1820; 1.918.608 en 1830; 2.428.921 en 1840.
61
ocupaciones campestres, al sur por la presencia de los esclavos, y por las
tradiciones españolas o francesas. Medio siglo bastaría para que la
barbarie incurable de nuestras campañas argentinas se mostrase en las
extremidades de la Unión, si los elementos vivos de regeneración que
encierra aquel país no constituyesen un flujo y reflujo que tiene en
actividad toda la masa, y evita que las partes lejanas o aisladas se
estagnen y degeneren.
62
que trae la diseminación de la población de las campañas, la organización
social de aquel país tiene medios eficacísimos y que ya hubieran
producido sus resultados, si no fuese una obra interminable mientras
continúen llegando i barbari de Europa por centenas de miles, y hayan
acres de bosques por descuajar por millares de millones. Estas fuerzas de
atracción, depuración y pulimento, son tan importantes que me permitirá
usted irlas enumerando.
El juicio por jurados llama a los hombres de las campañas a cada instante
a reunirse, para juzgar causas criminales, y el payo juez oye la acusación
y la defensa, pesa las razones, compulsa leyes, se habitúa a su
mecanismo y juzga con toda seguridad de conciencia. El hábito del jurado
ha creado el crimen civil, impune, horrible, que se llama la Ley de Lynch.
Como Jesús decía: “Donde quiera que estaréis reunidos tres en mi
nombre, yo estaré con vosotros”, la Lynch’s law ha dicho al yankee de los
bosques: “Donde quiera que os reunáis siete en nombre de la voluntad del
pueblo, la justicia será con vosotros”. Guárdese usted en el Far-West o en
los Estados de esclavos de encontrarse con siete hombres reunidos y
provocar sus pasiones. Será usted colgado por aquellos jueces, más
terribles y más arbitrarios que los jueces invisibles de los tribunales
secretos de la Alemania antigua. La ley lo permite, y aquellas conciencias
torvas quedan exentas de todo remordimiento, ni más ni menos que el
inquisidor español que veía arder la víctima que con sus ardides había
llevado a la hoguera; así la religión y la democracia caen en el crimen
cuando se exageran sus principios y sus objetos.
63
que requiere la renovación de las cámaras, e incuba un año entero su
ojeriza contra un candidato para la presidencia y su amor por otro.
Entonces la Unión se agita por sus cimientos; los squatters salen de los
bosques como sombras evocadas por un conjuro. La suerte de cada uno
de aquellos galápagos, está comprometida en el éxito; amenaza no
sobrevivir al triunfo del candidato whig, cual si dijéramos retrógrado; y si el
escrutinio deja burladas sus esperanzas, aprieta los puños se alejan en
dirección a su morada, jurando desquitarse en la elección de pastor de su
doctrina.
64
a la mente del lector; y la plática del pastor se refiere cual comentario a
aquellos puntos que el oyente conoce y sobre cuya significación su ruda
mente pedía esclarecimientos. La lluvia de la palabra cae entonces sobre
terreno abierto y sediente, y no como la de nuestros predicadores
ordinarios, que la arrojan al viento en las plazas públicas,
condimentándolas no pocas veces con groserías para que sirvan éstas de
mordiente al caer sobre las naturalezas brutas del pueblo. La polémica de
las sectas da más animación y actualidad a estas lecturas, y la vida entera
de un hombre no basta para penetrar en los misterios que encierra en
inmenso catálogo su libro sagrado. Sesenta y siete colegios de teología
difunden por toda la Unión la ciencia religiosa, mientras que alcanzan
apenas a diez los consagrados a las leyes, produciendo, sin embargo, un
número de más de veinte mil abogados. El número de obras originales
sobre aquel punto es tres veces mayor en los Estados Unidos que el de
otras consagradas a investigaciones de la ciencia. Esta peculiaridad
nacional hará de aquel pueblo una entidad aparte en el mundo moderno.
65
campañas, atribuyen aquellos efectos singulares de la palabra a la
excitación que producen sobre el cerebro las ideas elevadas, en personas
que por la monotonía de la vida aislada que llevan, pasan meses enteros
sin experimentar emoción alguna de placer ni de dolor. Es aquel un drama
entre Dios y la criatura, cuyas peripecias tienen despierto al auditorio que
es la parte más activa de la representación. Acaso el cerebro tiene
movimientos y revoluciones como otros órganos del cuerpo humano
también. Pero en todo caso el habitante del Far West en nada se parece al
bárbaro pastor o al labrador de nuestras campañas, pues que está
abundantemente preparado para oir la palabra divina por la lectura de la
Biblia y por los comentarios teológicos de los divinistas. Pero lo que de
todo esto importa para mi objeto, es que mediante los ejercicios religiosos,
las disidencias teológicas y los pastores ambulantes, aquella grande masa
humana vive toda en fermentación, y la inteligencia de los más apartados
habitantes de los centros se conserva despierta, activa, y con sus poros
abiertos para recibir toda clase de cultura. A semejanza de una cuba, que
no importa la calidad del líquido que encierre, se mantiene ajustada y apta
para servir; mientras que si se le deja vacía, las duelas se tuercen, los
arcos se aflojan y queda con la acción del tiempo y las fluctuaciones de la
intemperie, inutilizada para siempre.
Pero abra Vd. paso, todavía para un elemento civilizador, el más activo
que mantiene la vida en aquellos pueblos, religioso, político, industrial,
lleno del espíritu antiguo de las colonias, como, asimismo, accesible a
todos los progresos de la inteligencia moderna, el descendiente de los
viejos peregrinos, el heredero de sus tradiciones de resignación y de
endurecimiento al trabajo manual, el elaborador de las grandes ideas
sociales y morales que constituyen la nacionalidad norteamericana, el
habitante, en fin, de los Estados de la Nueva Inglaterra, Maine, New
Hampshire, Massachusetts, etc. He aquí la raza bramínica de los Estados
Unidos. Como los bramanes descendiendo de las montañas del Himalaya,
los habitantes de aquellos antiguos Estados, se diseminan hacia el Oeste
de la Unión, educando con su ejemplo y sus prácticas a los pueblos
nuevos que surgen sin pericia y sin ciencia sobre la faz de la tierra apenas
desmontada. Recuerda Vd. que los peregrinos eran ciento cincuenta
sabios, pensadores, fanáticos, entusiastas, políticos, emigrados y
probados por todas las calamidades que pueden caer sobre los hombres;
recuerda Vd., sin duda, que no quisieron que con ellos se embarcase un
sirviente al alejarse de las costas de la Europa, resueltos como estaban a
labrar la tierra con sus propias manos y no reconocer desigualdades
66
sociales en la nueva patria que iban a buscar en la América: recuerda Vd.,
que se sentaron todos debajo de una encina de donde hoy está Boston, y
después de dar gracias al Dios de Israel por su feliz arribo, discutieron las
leyes que se darían para gloria de Jehová y su libertad personal; recuerda
Vd., por fin, que esos hombres en aquella época establecieron escuelas
públicas, obligando a cada padre, tutor o patrón de niños, a darles
educación elemental para el espíritu y un oficio manual para el sustento
del cuerpo. Pues bien, los hijos de aquella escogida porción de la especie
humana, son aun hoy los mentores y los directores de las nuevas
generaciones. Créese que más de un millón de familias descienden, en
toda la Unión de aquella noble estirpe. Ellos han impreso en la fisonomía
del yankee aquella plácida bondad que se nota en la clase más educada.
Ellos llevan a toda la Unión la aptitud manual que hace de un
norteamericano una maestranza ambulante; la energía férrea para luchar
con las dificultades y vencerlas; y la aptitud moral e intelectual que lo pone
al nivel, si no en la línea superior, a lo mejor de la especie humana. Estos
emigrantes del Norte disciplinan las poblaciones nuevas, les inyectan su
espíritu en los mítines que presiden y provocan; en las escuelas, en los
libros, en las elecciones y en la práctica de todas las instituciones
norteamericanas. Las grandes empresas de colonización y ferrocarriles,
los bancos y las sociedades, ellos las inician y llevan a cabo. Así es que la
barbarie producida por el aislamiento de los bosques, y la relajación de las
prácticas republicanas, introducidas por los emigrantes, encuentran en los
descendientes de los puritanos y peregrinos un dique y un astringente.
Hay, pues, flujo y reflujo, entre estas dos fuerzas contrarias; y por más que
fuera rápida la dilatación de la Unión y la mezcla y yuxtaposición de los
pueblos, ellos acabarían, al fin, por dar homogeneidad al todo y
conservarle el tipo original y nuevo, tradicional y progresivo que distingue a
aquel pueblo. ¿Sucede cosa igual en el resto del mundo en formas tan
perceptibles y constantes?
67
inteligencia popular, descienden a una especie que llamaría fetichismo si
tuviese por símbolos ídolos o manitúes; y se eleva hasta la filosofía pura,
el deísmo, sin perder su carácter profundamente religioso, y aun sin salir
de las grandes fórmulas morales del cristianismo. Como en todos los
pueblos eminentemente religiosos, hay hoy en este momento en los
Estados Unidos, santos, profetas, enviados de Dios, descensión y
ascensión visible del Espíritu Santo, y comunión entre el cielo y la tierra.
Hay religiones nuevas, que están naciendo y prometiendo absorber toda la
tierra; los mormones, son de ayer, y sus inspirados y pontífices hacen
milagros; testigo de ello que durante mi residencia en los Estados Unidos,
un profano descubrió que la luz pálida que arrojaba el semblante del santo
varón, procedía de una fricción que se había dado con fósforo. El
venerable pontífice no se dió por vencido, diciendo que todos los milagros
habían sido preparados así, ni sufrió en lo menor la fe y fervor de los
creyentes, que hoy ascienden a más de ciento cincuenta mil.
68
ciudades y en los campos. El médico, el escribano, el proveedor de carne,
el boticario de la casa, y aun el botero, han de ser de la misma creencia de
quien lo ocupa. Hay guerra sorda, proselitismo, en este sentido. Pero la
tolerancia se muestra en la impasibilidad con que un metodista oiría
contradecir sus dogmas por un católico y viceversa; porque en los Estados
Unidos los católicos que profesan por dogma la intolerancia religiosa, son
como aquellos tigres sin uñas ni dientes que solemos criar en las casas.
No se ha oído hasta ahora que un católico haya mordido a nadie en
Estados Unidos, donde hallan muy buena la libertad religiosa de que
disfrutan a sus anchas, no sin salvar almas todos los años de los engaños
falaces del tentador.
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Si recuerda el espíritu religioso que campea en los escritos de Franklin,
notará que estas manifestaciones tienen antecedentes en la filosofía de
buen sentido que inició aquel grande hombre práctico.
Concluyo de todo esto, mi buen amigo, en una cosa que hará pararse los
pelos de horror a los buenos yanquis, y es que marchan derecho a la
unidad de creencias y que un día no muy remoto la Unión presentará al
mundo el espectáculo de un pueblo católico devoto, sin forma religiosa
aparente, filósofo sin abjurar el cristianismo, exactamente como los chinos
han concluído por tener una religión sin culto, cuyo grande apóstol es
Confucio, el moralista que con el auxilio de su razón dió con el axioma: No
hagas lo que no quieras que te hagan a ti mismo, añadiéndole este
sublime corolario: y “sacrifícate por la masa”.
Si tal sucediera, y debe suceder, cuán grande y fecundo habrá de ser para
la humanidad el experimento hecho en aquella porción que dará por
resultado la dignificación del hombre por la igualdad de derechos, la
elevación moral por la desaparición de las sectas religiosas que ahora lo
subdividen, enérgico por las facultades físicas, y eminentemente civilizado
por la apropiación a su existencia y bienestar de todos los progresos de la
inteligencia humana. Norteamericano es el principio de la tolerancia
religiosa que está inscripto en todas las constituciones y pasado ya a
axioma vulgar; en Norte América fué por primera vez pronunciada esta
palabra que debía restañar la sangre que la humanidad ha derramado a
torrentes, y venido destilando hasta nosotros desde los primeros tiempos
del mundo. Católicos, cuáqueros, calvinistas, todas estas variantes de una
misma fe, venían a las colonias norteamericanas, a yuxtaponerse, sin
mezclarse, prevaleciendo los odios que había engendrado la lucha en la
Europa. Los padres peregrinos eran los más celosos exclusivistas, porque
habían atravesado el mundo, dice Bancroft, para gozar el privilegio de vivir
por sí mismos. La guerra religiosa, la persecución había ya estallado entre
aquellos miserables restos de un naufragio común, despedazándose entre
sí, en lugar de prestarse mutuo auxilio y amparo para resistir a la
desgracia. Perseguían en Europa los anglicanos a los disidentes; los
católicos a los herejes; quemaban a porfía la Inquisición y Calvino, papas y
reyes, mahometanos y cristianos, de manera que usted no sabía adónde
darse vuelta sin riesgo de que lo hiciesen biftec. En Febrero de 1631, llegó
a América un joven maestro lleno del espíritu de Dios, y dotado de
preciosos dones. Llamábase Rogerio Williams. Tenía entonces poco más
de treinta años; pero su alma había madurado ya una doctrina que le
70
aseguró la inmortalidad, al mismo tiempo que su aplicación ha dado paz
religiosa al mundo americano. Era puritano y venía huyendo de la
persecución de la Inglaterra; pero sus agravios personales no habían sido
parte a obscurecer su clara inteligencia. La profundidad de su espíritu le
había descubierto la naturaleza de la intolerancia, y él, sólo él, llegó al
principio que es su único remedio efectivo. Anunció su principio bajo la
simple proposición de santidad de conciencia. El magistrado civil podía
reprimir el crimen, pero jamás dar reglas a la opinión; castigar los delitos,
pero nunca violar la libertad del alma. Esta nueva contenía en sí misma
una reforma completa de la jurisprudencia teológica, borrando del código
de las leyes el delito de felonía por no conformidad; extinguiendo las
hogueras que por tanto tiempo había tenido encendidas la persecución;
derogando toda ley que hiciese obligatoria la observancia religiosa;
aboliendo los diezmos y toda contribución forzosa para el sostén de la
iglesia; dando igual protección a toda forma de fe religiosa, sin permitir que
la autoridad del gobierno civil se alistase contra la mezquita del musulmán,
contra el altar del adorador del fuego, la sinagoga judía, o la catedral
romana.
71
conciencia preserven la libertad y la paz comunes”.
¡Y la luz fué! Desde Williams acá unos más pronto, otros más de mala
gana y refunfuñando, han tenido que apagar sus tizoncitos y dejarse de
esa bufonada de mal género que consiste en quemar hombres para mayor
honra y gloria de Dios.
72
civilización de los bárbaros. Así distribuída la inversión del fruto del trabajo,
se permite la libertad de mostrarse egoísta, duro e interesado.
73
Elecciones
Dos cosas me habían hecho desear inspeccionar personalmente los
Estados Unidos. La colonización y la práctica del sistema electoral; el
modo de poblar el desierto, y la manera de proveer al gobierno de la
sociedad. Sobre lo primero mis deseos quedaron satisfechos, y pude ver
claro, y darme cuenta de todo el mecanismo. Un hecho al parecer tan
espontáneo, tan irregular, encierra, sin embargo, una teoría, una ciencia y
un arte. Hay un sistema de principios, de leyes y de reglas para colonizar
prósperamente, de cuya infracción u olvido han resultado todas las
poblaciones raquíticas de nuestros países. Río de Janeiro, Montevideo,
Buenos Aires, Valparaíso, son ciudades posteriores a la formación de las
colonias españolas. Toda la ocupación de la América del Sur está
montada en los errores más garrafales en el arte de poblar; y la mitad de
los desastres de nuestras repúblicas estaban ya preparados por el sistema
de colonización española. Era esta una mina que debió reventar con el
fuego de la independencia. Mis aserciones las justificaré en un trabajo
especial sobre los sistemas y medios de población y ocupación del
territorio. Creo con esto haber llenado un vacío en nuestros conocimientos
americanos.
74
de confiar a un individuo, diputado, presidente o corregidor, el encargo de
producir el mayor bien posible para toda una sociedad, y, acaso, para
generaciones y para la humanidad entera? El sistema electoral es,
todavía, un caos por desembrollar; un germen apenas fecundado, y sólo
en los Estados Unidos se ha desenvuelto lo bastante por una práctica
comparativamente larga.
75
divididos en distritos de convenientes dimensiones, en cada uno de los
cuales se establece una mesa y se anuncia públicamente. Los electores
acuden a estas estaciones el día de las elecciones; cada uno anuncia su
nombre al empleado encargado del registro; y si está, en efecto,
registrado, el votante pasa a la urna y deposita en ella su lista impresa y se
retira. Numerosos partidarios de cada bando asisten para impedir las
tentativas de votar bajo un nombre falso. Ningún hombre puede votar dos
veces, porque es borrado en el registro desde que aparece la primera vez.
El voto no está firmado por el votante, porque esto traicionaría el secreto
de su voto; pero le miran prolijamente la mano, para que no introduzca dos
o más tickets en la urna. Al fin de la elección los tickets son examinados, y
después de una comprobación de los votos, hecha por empleados
nombrados al efecto, quedan electos los candidatos que tienen mayoría
absoluta sobre el número total de votantes. Si un individuo no está
satisfecho con el ticket de su partido, puede borrar algunos nombres y
substituirlos con otros de su elección. Como, por lo general, no hay
concierto entre los que tales alteraciones hacen, rara vez ven electos a sus
candidatos, no consiguiendo otra cosa que debilitar a su propio partido.
Estos votos son mirados como separados, y técnicamente se les llama
extraviados. Alguna vez acontece que haya dos o más tickets, conteniendo
cada uno de ellos listas de diferentes candidatos, y si cada una de estas
listas se presenta en número igual, el resultado es que no hay elección.
Cada lista puede ser sostenida por un tercio o menos de votantes; y como
por la ley es esencial para que haya elección una mayoría sobre todos los
votantes, ningún candidato es electo. Entonces se señala día para
proceder a nueva elección. Me he asegurado de que la intimidación en el
sentido inglés de la palabra, es desconocida. Si se intentase causaría
mucha alarma y sería resistida con buen éxito. El voto de cada hombre es
conocido de su partido, y aunque cada individuo tiene en su poder medio
de ocultarlo, pocos o nadie lo hacen. No hay conmoción ni excitación hostil
en las elecciones.
76
votantes son la mitad o los dos tercios de todos los que tienen derecho de
votar, a no ser en ciertas ocasiones de grande excitación, en que casi
todos toman parte. Los abogados toman una gran parte en las elecciones;
pero el clero y los médicos casi no se ocupan de esto. Pueden algunos
individuos de entre aquellas profesiones hacerlo, pero éstas son
excepciones de la regla general. Los que conocen los movimientos del
mecanismo político en Inglaterra, reconocerán a este respecto la
semejanza entre uno y otro país. Me han asegurado que en los Estados
Unidos la urna no ofrece protección ninguna al votante. Sábese
perfectamente por quién vota cada individuo; y no hay intimidación, porque
el hombre que amenazase a otro con las consecuencias de votar en tal
sentido, sería deshonrado públicamente. Los políticos consideran que
nosotros, los ingleses, damos mucha importancia a la urna en Inglaterra, y
me aseguran que ella no protege al votante como esperamos. Pero no
conocen la condición de abyecta dependencia de muchos de los votantes
ingleses, ni la violencia que se practica sobre sus conciencias; no
comprendiendo la indulgencia con que son mirados en Inglaterra los
intimidadores”.
77
conversando y calculando las probabilidades.
78
miembros de la legislatura quedaron en libertad de arreglar a su modo sus
propias diferencias.
Miembros democráticos
44
Mientras hay ocho asientos
del condado
de Filadelfia disputados
y pretendidos
por ambos
--------------------------------------------
100
“El condado (sin la ciudad) está dividido en diez y siete distritos, y cada
distrito nombra una persona, en todo diez y siete individuos, cuyo deber es
hacer el escrutinio de los votos. Los diez y siete jueces reunidos
examinaron los votos, recibieron pruebas, oyeron consejos de ambas
partes, y por una mayoría de diez votos contra siete desecharon los votos
de los liberales del Norte, y prefirieron los ocho candidatos democráticos.
Pasaron al secretario de Estado estos miembros, como debidamente
electos. Según ellos, la forma legal de pasar el informe estaba llenada; a
saber, dieron certificado de que las personas nombradas tenían el mayor
número de votos para sus respectivos oficios, y que ellos, los jueces, los
declaraban estar debidamente electos. La minoría, sin embargo, era de
79
opinión que conforme a la ley, la mayoría de los diez y siete jueces había
excedido sus poderes constitucionales, declarando quiénes eran los
electos. Según su interpretación de la ley, los diez y siete eran meros
oficiales ministeriales, cuyos deberes eran sólo de escribanos, y consistían
en sumar el total de votos sufragados por cada candidato en su distrito, e
informar de ello a los oficiales correspondientes. La ley no les da poder
para desechar el voto de un distrito o de parte de un distrito. La minoría
whig, por tanto, dió un certificado a los siete candidatos suyos, de
conformidad a su manera de ver la ley, y lo despacharon inmediatamente
al secretario de Estado, que era también whig. Este certificado llegó antes
del de los demócratas, y cuando el último llegó, se negó aquél a recibirlo
alegando que ya había recibido un informe, que era su deber presentar a
la Sala, dejándole a ésta la incumbencia de obrar según lo creyese
conveniente. Según la ley, los individuos que traen certificado de los
oficiales que extienden el informe, toman sus asientos y votan hasta que
sean desposeídos por un voto de la Sala, a petición de sus oponentes. Si
estos siete whig hubiesen entrado en la Sala de representantes y votado,
habrían dado a su propio partido una mayoría temporal por lo menos, y
bajo su ascendiente nombrado un speaker (presidente), un secretario, y
acaso un tesorero de Estado y un auditor, además de un senador del
Estado de Pensilvania al Congreso de los Estados Unidos.
80
legislatura, si hubiese tenido efecto, habría sido el precursor de una
revolución; pero aquí es un suceso de importancia muy subalterna. En los
Estados Unidos una revolución no puede conducir a otra cosa que a la
pérdida de la libertad. El sufragio es punto menos que universal, y el
pueblo elige, directa o indirectamente, no solamente la legislatura, sino
todos los empleados del Estado. Las imaginaciones más desarregladas no
pueden idear una forma más democrática de gobierno; y como no hay
clase aristocrática que tenga intereses separados ni sentimientos diversos
de los del pueblo que pudiese usurpar el poder, una revolución conduciría
al despotismo. Los Estados están muy lejos de aquellas condiciones en
que el despotismo se hace posible. No hay una multitud pobre, ignorante y
sufriente, que un ambicioso pueda arrastrar a prestarle su fuerza física
para echar por tierra las libertades de su país. Una gran porción de
electores son dueños de fincas, mientras que la más humilde clase posee
propiedad y algún grado de inteligencia. Todos han sido educados en el
amor, no sólo de la libertad, sino también del poder. No hay desórdenes
sociales dignos de mención, y los que existen no son de naturaleza de
inducir a los ricos a desprenderse de su libertad, a trueque de asegurar la
salvación de sus vidas y propiedades. Generalmente hablando, la justicia
de hombre a hombre es hecha bien y ejecutada vigorosamente. Solamente
cuando el gobierno obra contra el pueblo, o el pueblo está poseído del
frenesí de hacer mal por medio de los tumultos, se sienten débiles los
poderes ejecutivo y judicial. Estas ocurrencias son raras y nacen de
causas temporales y específicas. No hay descontento general,
reforzándose secretamente hasta que se halla en actitud de estallar por
entre de las junturas que la ley deja, buscando desagravio en la anarquía y
en el derramamiento de sangre. Toda injusticia es sentida, y proclamada
por mil lenguas a guisa de trompetas, pintándola con las formas más
exageradas; y como el pueblo domina absolutamente en la legislatura y en
el ejecutivo, no puede durar hasta hacerse verdaderamente formidable.
Mirados a la distancia los gobiernos de los Estados particulares, pueden
aparecer tan débiles que se crea a la sociedad constantemente expuesta a
la anarquía; pero cuando se examina de cerca la condición del pueblo, se
ve que faltan los elementos de anarquía. Estos gobiernos apoyados en los
intereses populares, en la inteligencia popular y la voluntad popular, tienen
una base tan ancha, que en las presentes circunstancias de la nación es
imposible trastornarlos, y como el poder de reconstrucción está
constantemente presente, aunque fuesen dislocados en algunas de sus
partes, se reunen con una rapidez, y reaccionan con una actividad que
muestra los más fuertes indicios de salud y de vigor.
81
“Una democracia es un rudo instrumento de regla en el estado presente de
las costumbres y de la educación en los Estados Unidos, y no he
encontrado aún un radical inglés que haya tenido el beneficio de cinco
años de experiencia, que no haya renunciado a su creencia, y cesado de
admirar el sufragio universal. Pero la grosería de la máquina y su eficacia
son cosas diferentes. Es grosera porque la masa del pueblo, aunque
inteligente en comparación con las masas europeas, está aún muy
imperfectamente instruída, cuando sus conocimientos y su cultura se
miden con los poderes que tiene que manejar. Es eficaz, sin embargo, es
sólida en su estructura, y sus bases son fuertes.
82
empleados que deben ser elegidos por el pueblo dará a las elecciones
más interés, y a cada voto individual mayor valor presente y local que el
que antes tenía, y sujetará, en consecuencia, el poder del votante
individual, que se ha hecho hasta hoy el poder directo, a mayor peligro de
fraude y de malas prácticas que antes, cuando su influencia era más
remota”.
“No sólo es así, sino que también destruye la confianza de los hombres
honrados en la naturaleza humana misma. Cuando la masa del pueblo a
quien se le ha confiado el poder soberano, puede permitir a uno de sus
propios miembros convertir el sagrado encargo de elegir gobernadores,
magistrados y legisladores en materia de juego, se muestra indigna de la
libertad. La existencia de una práctica semejante en tal extensión que
requiera la interposición legislativa, representa una pintura humillante del
ascendiente del espíritu de avaricia y especulación, sobre la moralidad y la
razón, en una porción al menos del pueblo de este Estado. El más violento
calumniador no podría inventar cargo que afectase más profundamente el
carácter moral, y que más poder tuviese para destruir la confianza de los
extranjeros en las instituciones de Pensilvania, como esta reconocida
bajeza. Un pueblo se está preparando para el despotismo cuando
convierte las franquicias electorales en un mero asunto de especulación
pecuniaria. Pero el sentimiento público se sublevó en virtuosa indignación
contra práctica tan deshonrosa, y, como tendré en adelante ocasión de
observarlo, la suprimió bajo las penas más severas”.
“Es esta una revolución en la opinión, que ha dejado a todo el mundo lleno
de admiración.
83
triunfantes por todas partes, sonriendo con todas sus infernales bocas. Al
concluir la elección del martes pasado, viendo el diablo que él había
metido en ello la cola, empezó a alegrarse también, y atrajo una de esas
tormentas nordeste que causan centenares de enfermedades de
consunción, y traen por millares el fastidio y los diablos azules. ¿Pero qué
cuidado se les da a los loco-focos de la lluvia, ni de mojarse? Cuando ellos
ganen en otra región futura la caliente mansión que les aguarda, tendrán
sobrado tiempo de secar sus andrajosos trapos, ante el fuego que jamás
se extingue. Nunca se vió Tammany-Hall y sus alrededores en tales
éxtasis de contento. Las miriadas de los loco-focos, tan numerosas como
las langostas de Egipto, estaban ayer en completo éxtasis en toda la
ciudad. Lluvia, golpes, harapos, ¿quién cuida de eso? decían. Hemos
aporreado a los condenados whigs, y esto basta”.
84
Verdad es que esta es la única forma en que un americano pueda cometer
aquel crimen.
“En el Estado de Nueva York, los whigs han elegido el gobernador y los
electores de ambas cámaras de la legislatura; de modo que los
demócratas sólo tienen ascendiente en la ciudad”.
85
“Elección de Boston.—Hoy es el día de hacer elección en Boston para
gobernador y otros empleados del Estado, y para miembros de la
legislatura; y yo fuí a una mesa a observar los procedimientos. Había
orden y buen humor; pero la opinión está profundamente dividida sobre la
ley que prohibe la venta de licores al menudeo, y estas diferencias van a
obrar sobre la legislatura por medio de la urna electoral. Ya he
mencionado que por sólo la agitación moral, la causa de la temperancia
había hecho tan grandes progresos en Massachusetts, que en 1838 la
legislatura sancionó una ley a la cual concurrieron whigs y demócratas,
prohibiendo la venta de todo licor que contuviese alcohol, en menor
cantidad que quince galones, excepto con licencia especial; que muchos
amigos de la temperancia se opusieron a ella desde el principio, porque
llevaban las cosas demasiado adelante, y por ser errónea en principio. En
la mesa de las votaciones encontré un ticket regular whig, conteniendo una
lista de puros whigs; un ticket demócrata, con una lista de puros
demócratas, ambos sin referencia a la cuestión de temperancia; un ticket
unión liberal, conteniendo puros candidatos whigs, pero una mitad
partidarios y otra adversarios de la temperancia, o como decía, con mucha
gracia, un amigo “un ticket compuesto de un vaso de ron y otro de agua
alternativamente”. Había un ticket whig temperante, cuyos candidatos eran
todos whigs y abogados de la temperancia; un ticket democrático
temperante, en el cual todos eran demócratas partidarios de la
temperancia. A más de estos había un ticket liberal whig, uno
independiente democrático, otro unión temperancia, y otro abolición, no
siéndome posible saber el significado preciso de muchos de ellos. El
resultado de esta elección en todo el Estado fué que el gobernador whig
Eduardo Everett fué removido, y Mr. Marcus Morton, un juez demócrata,
fué nombrado gobernador por una mayoría de uno; los whigs conservaron
su ascendiente en el senado y en la sala de representantes sólo por una
diminuta mayoría; y, cuando se reunió la sala, su primer acto fué abolir la
ley sobre el menudeo de licores espirituosos casi a la unanimidad”.
86
dejaron a un lado a Mr. Clay y nombraron al general Harrison, residente en
North-Rend en el Estado de Ohío como su candidato, y a Juan Tyler de
Virginia para la vicepresidencia. Mr. Clay ha escrito una hermosa carta
renunciando a sus pretensiones y aconsejando unanimidad en las filas
whigs en favor de Harrison y Tyler. Los delegados, al regresar a sus
estados respectivos, convocan a los miembros de su partido a un meeting,
para explicarles las razones que han guiado a la Convención en la
elección hecha. Reúnense, entonces, meetings de ciudad y de condados,
a los cuales se comunican estas explicaciones. Por medio de este
mecanismo los whigs de todo este vasto país son invitados a comenzar las
operaciones bajo este mismo espíritu para asegurar el éxito del objeto de
esta elección. Los demócratas siguen una marcha semejante; pero, como
están en el poder, su conducta es más bien defensiva que agresiva”.
87
adherirse con ardor a la causa o al partido que sabe gozar de más alto
favor”.
“El mejor remedio que puede proponerse para los males descriptos, me
parece que consiste en una educación más alta, y en dar mayor
preparación a los electores; si ellos hubiesen sido más completamente
instruídos en su juventud con respecto a las leyes que reglan la
prosperidad de las naciones como también en las cualidades del espíritu
humano, y en la indispensable necesidad de que los empleados públicos
tengan integridad y juicio para el recto manejo de los negocios, entonces
exigirían de sus hombres públicos más capacidad para captarse el favor
popular, y de este modo se conservarían en posesión de los empleos
hombres útiles y fieles”.
88
representa una sección del país. Sólo el presidente deriva del poder del
pueblo de toda la Unión”.
“En la elección que tuvo lugar en noviembre de 1839, se trajo a las mesas
del escrutinio en Nueva York la cuestión de la moneda corriente. Las
divisas de los partidos eran por una parte bancos y papel-moneda, y por la
otra metálico, y una ley que proveyese de tesoreros en cada Estado. Estas
son cuestiones sobre las cuales Adam Smith, Ricardo, Mac Culloch, y los
más profundos economistas han diferido en opinión. ¿Vuestra educación
os habilita para entenderlas y decidirlas? ¡No! Y sin embargo vuestro
pueblo obra, entienda o no entienda. Vota en favor de los sostenedores del
papel, y el papel florece. Si sucede lo contrario, llevan al poder a los
partidarios del metálico, y el papel y el crédito desaparecen. Hace el
pueblo experimentos. Pero ¡qué experimentos! ¡Cuántos millares de
individuos y de familias son arruinados por la violencia de cada cambio!”
89
Incidentes de viaje
90
Nueva York
Mis aventuras de viaje en los Estados Unidos no merecen intercalarse
entre las reflexiones que el espectáculo de aquel país me ha sugerido, por
lo que sólo referiré a usted algunas que creo pueden interesarle. Tomando
balance a mi bolsa en París, hallé los últimos días de julio que me
quedaban escasos cosa de 600 duros. El viaje a través del istmo sólo
cuesta 700, y aún me quedaba por visitar la Inglaterra. Esta quiebra, que
defraudaba parte de mis esperanzas, aguzaba como sucede siempre los
deseos. ¡No ver la Inglaterra, ni el Támesis, ni aquellas fábricas de
Birmingham ni Mánchester! ¡No entrar en aquel océano de casas de
Londres, ni ver los bosques de mástiles de los docks de Liverpool!...
¡Maestro de escuela en viaje de exploración por el mundo para examinar
el estado de la enseñanza primaria, y regresar a América, sin haber
inspeccionado las escuelas de Massachusetts, las más adelantadas del
mundo! A caza de datos sobre la emigración, que había querido estudiar
en Africa: ¿podría darme cuenta de ella, sin visitar los Estados Unidos, el
país a donde se dirigen todos los años doscientos mil emigrantes?
Republicano en perspectiva y con la presencia de la resurrección de la
república en Francia: ¿volvería sin haber visto la república única, grande y
poderosa que existe hoy en la tierra?
91
Por otra parte, volver por el Cabo Hornos a Chile era tan prosaico y tan
desairado efecto hacía en la carta náutica que tenía abierta por delante,
que cogiendo a dos manos mi valor de calavera por reflexión, y bien
pesado el pro y el contra, resolví no sólo visitar la Inglaterra, los Estados
Unidos, el Canadá, y México, y más si en ello me venía la fantasía, a fin de
completar la idea que de largo tiempo halagaba mi codicia, de hacer un
viaje en derredor del mundo civilizado. ¿Qué podría objetarse a este plan?
Marcharía con el reloj en una mano y la bolsa en la otra, y donde esta
antorcha se me apagare... me quedaría a obscuras, y a tientas y con maña
buscaría mi camino hasta Chile.
92
público con trazas de turba de casas de corrección. Habíales entrado la
gana de morirse y seis u ocho cadáveres se arrojaban al mar algunos días,
sin que el baile de la tarde estuviese por eso menos concurrido.
93
La prima donna cantó por añadidura, el jaleo, dirigiendo a nuestro grupo
desde las tablas palabras en español que le fueron contestadas con una
cuchufleta de manolo, de manera que estaba, por decirlo así, en país de
lengua castellana y de relaciones antiguas, pues que al joven Osma lo
había conocido en España, y vuéltolo a encontrar en Londres, si no me
engaño. Hasta las antiguas glorias de la patria y sus actuales miserias
encontraba allí representadas en el general Alvear, con quien, allanadas
ciertas dificultades de etiqueta, y merced a reticencias convencionales,
pasé tres días oyéndolo hablarme de los pasados tiempos. El general
Flores, del Ecuador, había también recalado por allí, asaz mohino y
cariacontecido, de lo que nos divertíamos Osma y yo por los malos ratos
que le habíamos dado en Madrid.
94
de largo con 14 pilares, ocho de los cuales sostienen arcos de ochenta
pies de abertura, y otros de cincuenta, con superposiciones de 114 pies
sobre el nivel del agua. El canal pasa aquí en tubos de hierro colado que
dos hombres alcanzarán apenas a abrazar. El receptáculo que recibe las
aguas en la calle 86, a 58 millas del de Croton, cubre 35 acres, y contiene
150 millones de galones. El depósito de distribución sobre el monte
Murray, calle 40, cubre cuatro acres, es de piedra y cemento y a cuarenta
y cinco pies sobre el nivel de la calle, y contiene veinte millones de
galones. Desde allí se distribuye el agua por toda la ciudad en tubos de
hierro, colocados en la tierra a suficiente profundidad para que el agua no
se hiele en el invierno. Los tubos de 6 a 36 pulgadas de diámetro miden
170 millas; el agua sube a los pisos de las casas, y hay otros tubos para
volver a la tierra las aguas sucias. El derecho que la Municipalidad cobra
sobre el agua basta para pagar el interés de 13 millones de capital
invertido, los salarios de los empleados y dejar una utilidad anual de más
de medio millón, ahorrando a los vecinos los millones que gastaban antes
en proveerse de agua de calidad menos exquisita que la de Croton.
Hacían más gratas las emociones que el examen de la grande obra del
acueducto me causaba, los inteligentes comentarios, y las explicaciones
de incidentes prolijos que a medida que recorríamos los hermosos
alrededores de Nueva York, me iba haciendo don Manuel Carvallo,
enviado extraordinario de Chile en Wáshington. La solicitud de este amigo,
pues desde entonces nos hemos dado este nombre, me sacaba de aquella
especie de desamparo en que creía encontrarme entre los pueblos del
Norte de América, de lo que había sufrido moralmente y mucho en el norte
de Europa. Con él visité el Saint-James-College de los Jesuítas, donde
estudiaban varios jóvenes chilenos, las fábricas de caotchouc, donde se
confeccionaban puentes militares impermeables y equipos completos de
campaña, como asimismo todo aquello que en monumentos,
construcciones y establecimientos merecía ser conocido del viajero.
95
aspecto que cambia a medida que se penetra en su solitario recinto.
Bosques seculares sombrean los terrenos bajos y aún las aguas de las
lluvias se depositan en lagunatos y zanjas. Un camino espacioso para
carruajes serpentea sin sujeción a merced de los accidentes del suelo; las
yerbas del campo crecen a sus anchas en matorrales y arbustos, y en lo
alto de las pequeñas colinas descuellan, ya aislados, ya en grupos,
arbolillos graciosos de los que forman la variada flora norteamericana. Allí,
en el seno de la Naturaleza, reposan, en sepulcros desparramados a
discreción por la vasta superficie, las cenizas de los que quisieron dejar
algún rastro sobre la tierra de su efímero pasaje. A la sombra de una
encina secular se abriga una tumba de estilo gótico; una linterna de
Diógenes corona un montículo, y en el fondo de un vallecito, entre
arbolillos vistosos, se muestra un templete griego, depositario de un
sarcófago. ¿No es cierto que este sistema de cementerios a la rústica,
verdadero campo de los muertos, infunde sentimientos de plácida
melancolía, aligerada por la contemplación de la Naturaleza, volviéndole a
ella los restos orgánicos de ella recibidos, para que disponga sin sujeción y
a su arbitrio nuevas combinaciones y nuevas existencias? Al menos esta
impresión me causaba la vista, desde alguna parte elevada del
cementerio, apoyado en un sepulcro, de Nueva York coronada de humo, y
Brooklyn su vecina, la Bahía hermosa con sus grupos de buques cual
bosque de invierno, y los estrechos agitados por la marea que levantan los
poderosos vapores, terminando la perspectiva el océano, límite natural de
cosas terrenas, frontera de lo infinito e imagen imperfecta de la inmensidad.
96
vida de los Estados Unidos. Camino de Boston, de Montreal, de Quebec,
de Búfalo, del Niágara y de los lagos; arteria principal por donde fluyen los
productos del Canadá, Vermont, Massachusetts, Jersey y el estado de
Nueva York; sus aguas están de continuo literalmente cubiertas de naves,
a punto de hacerse obstrucciones de la vía, como en las calles de las
grandes ciudades. Los vapores se cruzan como exhalaciones meteóricas,
y los remolques traen consigo una feria de buques amarrados a sus
costados que levantan con sus quillas una verdadera marea a su frente.
Catorce naves cargadas preceden y siguen al motor, ocupando una ancha
superficie del río. Los vapores de transporte asumen en los ríos
norteamericanos la forma y la elevación de casas flotantes de dos pisos,
con azotea y corredores.
97
su cumbre, pintoresco término avanzado a la entrada de las Palizadas,
que son una muralla perpendicular de rocas acantiladas, que se alzan
cuatrocientos y quinientos pies sobre la superficie de las aguas, y costea el
río por espacio de veinte millas. Este accidente de la naturaleza da al
paisaje una grandiosidad indescriptible, mientras, por el otro lado, la ribera
ostenta villas, ciudades, arboledas, colinas y bosques que mantienen la
animación y despiertan la curiosidad. Alguna ruina también corona alguna
altura, y los nombres de Hamilton y Wáshington son recordados por
algunas piedras subsistentes de fuertes tomados y destruídos durante la
guerra de la independencia. Monumentos vivos son, empero, Westpoint, la
academia militar en cuyo recinto 230 cadetes guardan permanentemente
el fuego sagrado de las tradiciones y la ciencia de la guerra. El asilo de los
huérfanos, el hospital de locos y otros edificios públicos prestan, desde las
alturas, sus formas griegas a la decoración del río que se las disputa al
Rhin en belleza, y que no tiene rival sino en la China en actividad y
movimiento.
Búfalo, término del viaje, está en el extremo este del lago Erie, que lo es, a
su vez, de la navegación del Hurón, el Michigan y el Superior. La
emigración alemana, sobre todo, ataca esta línea de navegación por
Chicago, que está al extremo oeste del Michigan y en contacto con las
cabeceras del Mississipi; y por Búfalo, que sirve de centro a la navegación
del Ohio por el canal de Cleveland y del Hudson por el canal del Erie. La
vista de esta ciudad, estrecha para el número de habitantes que contiene,
me hizo un efecto singular. Una turba de buques de vapor dejaba escapar
de sus chimeneas la gruesa mole de humo del fuego que aún se está
encendiendo. La descarga de pieles de búfalo, y otras producciones del
comercio con los salvajes, contrariaba el movimiento de la procesión de
pasajeros que se dirigen al puerto, mientras que volviendo la vista a la
ciudad, descubríanse sobre lo alto de los edificios centenares de hombres
98
ocupados afanosamente en construir edificios nuevos, agrandándose la
ciudad de improviso para satisfacer a las necesidades de una población
que cada año aumenta de veinte mil almas. Búfalo tiene a su alcance,
como todos los centros predestinados de comercio futuro en la Unión, un
depósito de carbón en la península que forma el Michigan y el contiguo
Huron.
99
Describir escena tan estupenda sería empeño vano. Lo colosal de las
dimensiones atenúa la impresión de pavor, como la distancia de las
estrellas nos las hace aparecer pequeñas. Cítanse con elogio los versos
que el espectáculo inspiró a una señorita.
100
de esos golpes de vista risueños, virginales, tan comunes en los Estados
Unidos. La cascada inglesa tiene la forma de una herradura y cuatro
cuadras de desenvolvimiento, sin accidente ni interrupción alguna. La
cascada del lado americano tiene doscientas yardas de ancho y esto la
hace llamar la chica. En ambas cae el agua desde 165 pies y el canal
excavado en la roca que la recibe, tiene cien varas de profundidad y ciento
treinta de ancho. Al ver escritas estas cifras averiguadas por mensura,
nótase la incompetencia del ojo humano para abrazar las grandes
superficies. San Pedro, en Roma, aparece una estructura de dimensiones
naturales, y la cascada del Niágara se achica a la simple vista para
ponerse al nivel de nuestra pequeñez.
101
Del lado inglés hay un magnífico hotel y un museo, donde se muestran
búfalos vivos y se venden esponjas de mar y coral petrificados, que se
desprenden del suelo en que está la cascada. Aquello fué fondo de mar en
otro tiempo.
Distínguese esta caída de las otras del mundo en que está situada en el
centro de una llanura, sin que a primera vista se descubra la causa de su
existencia. Descendiendo, empero, hacia Ontario, el fenómeno se explica
fácilmente. El lago Erie está en el centro de una plataforma espaciosísima
sin accidente alguno. Este llano es la superficie superior de una meseta,
cuyo borde está cerca del Ontario, el cual está situado sobre otra meseta
inferior. La diferencia de nivel que hay entre uno y otro lago es de 300
pies; y la caída del río Niágara que los une entre sí, debe hacerse
necesariamente en el borde del banco o meseta superior, que está no
lejos de las márgenes del Ontario. Pero la caída se encuentra siete millas
más arriba, y la roca está excavada en un profundo zanjón de la altura de
la caída. La catarata ha ido, pues, cambiando de lugar, o más propiamente
hablando, va lentamente en marcha hacia el Erie, adonde llegará un día.
Bastaría fijar, por medio de la observación, la distancia que avanza al año
la catarata, derrumbando o carcomiendo la roca que le sirve de lecho, para
sacar una parte de la cronología del globo. Según el geólogo Lyell,
admitiendo que solo un pie retroceda por año, ha necesitado 39.000 años
para llegar desde el borde de la escarpa que está cerca de la ciudad de
Queenston. Pero modifican este cálculo las diferencias de la altura de la
caída en cada uno de los lugares de su estación, y la diversa resistencia
que han debido oponerle la mayor o menor adherencia de las rocas que va
encontrando. La primera vez que un europeo ha descripto la cascada, ha
sido en 1678, que lo fué por unos misioneros franceses que levantaron de
ella un diseño. Otra descripción hay de 1751; pero las observaciones
geológicas no comienzan sino de una época muy reciente. Desde 1815
adelante las dos caídas han ido alterando su forma por el derrumbe de
enormes trozos de rocas, y desde 1840 la isla de la Cabra ha perdido
algunos acres de terreno.
Mr. Lyell descubrió hasta cuatro millas más abajo del lugar de la caída, el
lecho antiquísimo del río sobre la superficie de la tierra y aun a mayor
altura de la que hoy tiene el Niágara. Las conchillas fluviátiles que se
102
encuentran en bancos de residuos en la isla de la Cabra, se hallan
perteneciendo a las mismas especies y épocas, en una línea hacia el
Ontario que señala la dirección que llevaba el río. Tenemos, dice este
geólogo, en el costado de los barrancos que va dejando el Niágara, un
cronómetro que mide ruda, pero significativamente, la inmensa magnitud
del intervalo de años que separa el tiempo presente de la época en que el
Niágara corría por muchas millas más al Norte sobre la superficie de la
plataforma. Este cronómetro nos muestra cómo los dos sucesos que
creemos coetáneos, la desaparición de los mastodontes y la época de la
primera población de la tierra por el hombre, pueden estar a distancias
infinitamente remotas una de otra. El geólogo, añade, puede cavilar sobre
estos acontecimientos hasta que lleno de espanto y de admiración, olvida
la presencia de la catarata misma, y deja de percibir el movimiento de sus
aguas, ni oye su estampido al caer en el profundo abismo. Pero, así que
sus pensamientos vuelven al momento presente el estado de su espíritu,
las sensaciones despertadas en su corazón se hallarán en perfecta
armonía con la grandiosidad y belleza de la gloriosa escena que lo rodea.
103
Canadá
El ferrocarril que corre al costado del zanjón formado por la cascada hasta
Queenston, cerca del Ontario, lleva los pasajeros que se dirigen hacia
Quebec o el lago de Champlain. Después de haber saboreado aquel
magnífico espectáculo, iba yo en mi banco rumiando las emociones
pasadas, y dejando escapar, de vez en cuando, alguna exclamación de la
admiración que había experimentado. Un yankee, que me escuchaba con
la plácida frialdad que distingue a este tipo de hombre, me mostró la
cascada bajo un punto de vista nuevo. Beautiful! Beautiful! decía, y para
explicarme su manera de sentir la belleza, añadía: esta cascada vale
millones. Ya se han puesto algunas máquinas a lo largo de los rápidos, de
donde por canales poco costosos se sacan caídas de agua para darles
movimiento. Cuando la población de los Estados se aglomere hacia este
lado, el inmenso caudal de agua de la cascada americana puede ser
subdividido, y desviándolo, por canales que corran sobre el terreno
superior, traerlos a descargarlo al cauce inferior del Niágara, a los puntos
donde se hallen establecidas máquinas de tejidos y de otras industrias.
¿Se imagina usted—me decía—que pueden usarse motores de agua de la
fuerza de cuarenta mil caballos si se necesita? Entonces el Niágara será
una calle flanqueada por ambos lados de siete millas de usinas, cada una
con su caída de agua del tamaño que la necesite el motor. Los buques
vendrán a atracar a la puerta y llevar por el San Lorenzo, el Champlain, o
el canal de Oswego, las mercaderías a Europa o a Nueva York. Beautiful!
Beautiful! añadía, extasiado en la aplicación útil de aquella mole enorme
de agua, que hoy sólo sirve para mostrar el poder de la Naturaleza. Yo
creo que los yankees están celosos de la cascada y que la han de ocupar,
como ocupan y pueblan los bosques.
104
Van Buren, el expresidente, promoviendo la abertura de este canal
auxiliar, dió valor a unos terrenos que poseía en las inmediaciones, sin que
nadie haya criticado su procedimiento de egoísta; pues el canal
completaba, realmente, el estupendo sistema de comunicaciones
acuáticas de que he hablado en otro lugar.
El país está aún despoblado por esta parte; el vapor del Ontario se acerca
a los barrancos, adonde salen los paisanotes de fraque y las mozas
envueltas en cachemiras a tomar pasaje. Divísanse a lo lejos aisladas en
el bosque aquellas cabañas de troncos de árboles superpuestos, o de
tablas descoloridas, que sirven de morada por los primeros años al
plantador que recién está descuajando el bosque. El paisaje conserva toda
la frescura virginal que Cooper ha pintado en aquellos inimitables cuadros
del Ultimo Mohicano. Ya he dicho a Vd. que desde Búfalo hacia esta parte
está el pedazo más bello de la tierra. Sin la petulante lozanía de los
trópicos y sin la fría severidad de los bosques del Norte de la Europa,
mézclanse en la escena ríos como lagos, lagos como mares, rodeados de
una vegetación primorosa, artística en sus combinaciones y grandiosa en
su conjunto. Traíame arrobado de dos días atrás la contemplación de la
Naturaleza, y, a veces, sorprendía en el fondo de mi corazón un
sentimiento extraño, que no había experimentado ni en París. Era el deseo
secreto de quedarme por ahí a vivir para siempre, hacerme yankee, y ver
si podría arrimar a la cascada alguna pobre fábrica para vivir. ¿Fábrica de
qué?... Y aquí el deleite de tan bella vida se me tornaba en vergüenza,
acordándome de aquellos ostentosos letreros chuecos que había visto en
algunas aldeas de España, Fábrica de fósforos. ¡Y qué fósforos! ¿Enseñar
o escribir qué con este idioma que nadie necesita saber? Para curarme de
estas ilusiones y recuperar mi alegría, no necesitaba más que tomarle el
peso a mi descarnada bolsa, y echar una ojeada sobre mi contaduría en
general para no volver a pensar más en ello.
105
la estatua de Gutenberg, y la catedral de Colonia. Fluye el río silencioso
por entre quebradas sañudas y obscuras, sale a explayadas que espacian
la vista y enseñan las agujas de las iglesias de las aldeas, y los viñedos
que se esparcen enanos y casi rastreros por los faldeos de las
circunvecinas montañas. Más allá, y aproximándose a la Holanda, el
terreno baja, el río se ensancha, los molinos de viento se suceden a los
castillejos, y los ciénagos holandeses requieren los canales que surcan el
país en todas direcciones y los pasmosos diques que oponen su hombro al
porfiado y poderoso embate del océano, superior en el nivel.
106
como los grandes hoteles norteamericanos, acoge al pasajero derrengado
y mal traído, a merced de vagones, stages complementarios y vapores. El
hong-hong no falta para triturarle al infeliz los nervios, si se obstina en
dormir una hora más.
Sábese que el Alto y Bajo Canadá fué cedido a la Inglaterra por Luis XIV,
al fin de las desastrosas guerras que amargaron el ocaso de sus días e
hicieron pagar caro a la Francia el orgullo de sus reyes y la arrogancia de
sus ejércitos; triste y merecido fin que tienen esos triunfos con que la
fortuna engalana los primeros pasos de la vida de los tiranos. La vejez trae
sus arrugas, la conciencia sus remordimientos, y el cansancio y la
extenuación de los pueblos la debilidad que da reparación a los ofendidos.
Con Napoleón repitióse el mismo cuento y con nuestro imbécil se
reproducirá el mismo hecho, muy a expensas nuestras.
107
Los libros franceses dejaron de penetrar en la colonia inglesa, y todo
progreso en las ideas, toda novedad literaria o filosófica dejó para los
infelices de ser continuación y consecuencia de aquel movimiento de ideas
que comenzó en el reinado de Luis XIV y continuó con Rousseau, Voltaire
y el siglo XVIII. Para los franceses de Montreal, pues, la Francia, la única
Francia posible, es la Francia del gran rey con su corte de Versalles, su
etiqueta y su lujo asiático; los únicos poetas, Corneille y Racine; las únicas
glorias militares, las del gran Condé, Catinant, Villars y Turena. El
canadiense es ceremonioso como un cortesano antiguo, y tan quisquilloso
en punto a hidalguía, que la genealogía de las familias es allí espejo que
no ha de empañar ni por el contacto mácula alguna. Viviendo bajo la
dominación inglesa de un siglo a esta parte, las madres no enseñan a sus
hijas el inglés, para ponerlas en la imposibilidad de oír a los odiosos
opresores de su raza; cuando en las calles se pregunta a los paseantes
algo en inglés, puede desfilar toda la población por delante, sin que haya
una persona de origen francés que se dé por entendida de lo que se le
pregunta. Hablad en francés y entonces las miradas se vuelven de todas
partes, los semblantes sonríen y la buena voluntad y el deseo d’être
agréable vese pintado en la blanda ondulación de cada músculo. “¡Ah!
¡señor, me decía un joven, con voz conmovida, viene usted de Francia;
qué feliz es Vd.! ¡Oh, la Francia, nuestra patria! ¡Si supiera ella lo que ha
hecho, entregándonos a los ingleses! Ya se ha arrepentido, ¿no es así?
Porque ni aun en sus reproches querrían ofender a este tipo de la
nacionalidad de su raza.
108
del Judío. Y bien.—Del alma en pena, le revenant. Un judío (si esta
apelación no es, como lo sospecho, todavía una muestra del viejo
catolicismo) un judío era el dueño de esa casa. Una noche, tarde de la
noche, oyóse un tiro. Al día siguiente los vecinos lo encontraron muerto,
suicidado. Sus compatriotas quisieron ocupar la casa; pero el alma del
condenado volvía a su habitación todas las noches, revolvía papeles,
oíanse gemidos y ruidos de cadenas. En vano han querido después
habitar la casa; esto hace ya veinte años, algunos vecinos pobres han
intentado ocuparla. El alma del condenado vuelve; las luces se apagan
solas, y comienzan los gemidos y el ruido de cadenas. La autoridad ha
mandado al fin amurallar las puertas, por miedo que la casa se convierta
en guarida de ladrones”.
109
sencilla, servida por setenta y dos acólitos, monacillos y oficiantes que
pude contar por los bonetes en forma de conos truncados y altos de una
tercia que llevaban los oficiantes. No ofreciendo suficiente espacio el
pavimento de la catedral para tanto concurso, se han adaptado a las naves
exteriores dos anchas galerías salientes que hacen dos corridas de palcos
por ambos lados de la iglesia; y las cuatro y el piso estaban llenos.
Predicaba a la sazón el cura la plática doctrinal; un profundo silencio
reinaba en aquella inmensa congregación, y una señora que me veía de
pie, con los ojos y con la mano me invitaba cortésmente a tomar asiento a
su lado, en las lunetas de madera que cubren toda la superficie del vasto
edificio, más ancho que la catedral de Santiago. Esto que veía entonces,
sucedía siempre y las acomodaciones de la iglesia me lo decían
demasiado.
Al día siguiente encontré en las calles larga procesión de niños en dos filas
y precedido por una cruz con paño llevada por un clérigo, que se dirigían a
la iglesia cantando en coro las alabanzas, seguidos del cura y sotacuras, a
oír la misa diaria, antes de entrar a las clases. El cura, como fué práctica
en los antiguos tiempos, es el maestro de escuela de la parroquia, y los
sotacuras son sus ayudantes si es numerosa. Adoctrínalos con amor en
todas las creencias; fortifícalos contra toda innovación peligrosa y contra
toda tibieza que pueda dar entrada en sus almas al odiado protestantismo
de sus amos. Así el catolicismo se ha endurecido y reconcentrado para
hacer frente a la destitución de la raza y del idioma, y se apega a las
añejas prácticas y aun a las supersticiones más frívolas por no dar su
brazo a torcer. Todo esto es santo, bello, tierno, patriótico y ortodoxo, sin
duda. Pero, ¡ah, que está de Dios que no ha de haber cosa cumplida en
este mundo! Los católicos de Montreal poseen y cultivan una ignorancia
desesperante. Alejados de la administración, porque temen contaminarse
si aceptan empleos, viven ajenos de todo movimiento de la vida pública. Al
lado de los yankees, gobernados por la Inglaterra, no poseen ninguna
industria, cultivan mal la tierra, y la pobreza, la obscuridad, la nulidad y la
miseria los viene cercenando y estrechando de todas partes. Hoy vende
una familia patricia su casa que compra un comerciante inglés, y mañana
sus hijos están en la indigencia, y como no tienen ni instrucción ni
habilidad manual, concluyen sus nietos por ser mozos de cordel o
domésticos. Calcúlase que en un siglo más habrá desaparecido este
pueblo, incapaz de vivir en la sociedad actual y obstinado por patriotismo
en perpetuar un modo de ser que lo aniquila lentamente.
110
Los ingleses, en tanto, se desenvuelven por el comercio, por el ejercicio
del poder, por la inmigración y por la vida británica, tan llena de expansión
y actividad. Agitan los ingleses la separación de la metrópoli y maldicen el
día que vencieron a Montgomery, que les traía la independencia.
111
Boston
La ciudad puritana, la Menfis de la civilización yankee, tenía 18.000
habitantes en 1790, 33.000 en 1810 y 114.360 en 1845. La ciudad está
fundada sobre una península, cuyo istmo de una milla sirve de principal
comunicación con el continente, si bien muchos puentes echados sobre la
bahía interior establecen nuevas líneas de contacto. Suaves colinas
accidentan el suelo y dan a la perspectiva puntos de vista agradables. Vive
aún la encina a cuya sombra se reunieron los Peregrinos para darse las
leyes fundamentales. En Boston se dictó aquella famosa ley de educación
pública general y obligatoria de 1676, que ha preludiado a la habilitación
del género humano. En Boston se reunieron en meetings los colonos y
resolvieron no pagar el derecho del té, abstenerse del uso de esta infusión
y arrojar al mar las cajas de té del estanco. En Boston se disparó el primer
fusilazo en la guerra de la Independencia. En Boston están las escuelas
públicas convertidas en templos por la magnificencia de su arquitectura, y
cada viviente paga un peso anual por educar a los hijos de sus
semejantes, y cada niño pobre consume al año siete pesos de renta
pública para educarse. En Boston está la sede y el centro del unitarismo
religioso, que propende a reunir en un centro común todas las
subdivisiones de secta y elevar la creencia al rango de filosofía religiosa y
moral. De Boston, en fin, salen esos enjambres de colonizadores que
llevan al Far West las instituciones, la ciencia y la práctica del gobierno, el
espíritu yankee y las artes manuales que presiden a la toma de posesión
de la tierra. Cuatro líneas de vapores lo ligan con la Europa. Un ferrocarril
corre la costa hasta Portland en el Maine; otro hasta Concordia lo pone en
comunicación con el Estado de Nueva Hampshire; otro con Troya y sus
líneas y canales afluentes; tres con Nueva York, completándose con líneas
de navegación por mar o por la sonda de Long Island. Sus hoteles son el
primor de los Estados Unidos y el Fremont Hotel pasa por superior a todos
en elegancia y comfort.
112
la noche; alma nacida podía saber que ya me hallaba en Boston, y sin
embargo, el burlón repetía muriéndose de risa: Abra, Sarmiento, soy
yo.—¿Quién es yo?—Y creía hacerme desesperar.—Yo, Casaffoust.
El principal objeto de mi viaje era ver a Mr. Horace Mann, el secretario del
Board de Educación, el gran reformador de la educación primaria, viajero
como yo en busca de métodos y sistemas por Europa y hombre que al
fondo inagotable de bondad y de filantropía reunía en sus actos y sus
escritos una rara prudencia y un profundo saber. Vivía fuera de Boston, y
hube de tomar el ferrocarril para dirigirme a Newton East, pequeña aldea
113
de su residencia. Pasamos largas horas de conferencias en dos días
consecutivos. Contóme sus tribulaciones y las dificultades con que su
grande obra había tenido que luchar, por las preocupaciones populares
sobre educación, y los celos locales y de secta, y la mezquindad
democrática que deslucía las mejores instituciones. La legislatura misma
del Estado había estado a punto de destruirle su trabajo, destituirlo y
disolver la comisión de educación, cediendo a los móviles más indignos, la
envidia y la rutina. Su trabajo era inmenso y la retribución escasa,
enterándola él en su ánimo con los frutos ya cosechados y el porvenir que
abría a su país. Creaba allí, a su lado, un plantel de maestras de escuela
que visité con su señora, y donde, no sin asombro, vi mujeres que
pagaban una pensión para estudiar matemáticas, química, botánica y
anatomía, como ramos complementarios de su educación. Eran niñas
pobres que tomaban dinero anticipado para costear su educación,
debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras; y
como los salarios que se pagan son subidos, el negocio era seguro y
lucrativo para los prestamistas. Gracias a sus desvelos, el Estado de
Massachusetts, de que es Boston la capital, contenía en 1846, en las
trescientas nueve ciudades y villas que lo forman, 3475 escuelas públicas,
con 2589 maestros hombres y 5000 maestras, asistidas por 174.084 niños.
Observe Vd. que el número de maestros de escuelas es mayor en este
Estado que el monto total del ejército permanente de Chile, y el tercio del
de todos los Estados Unidos.
Para más ilustración de mi asunto, añadiré a Vd. que este Estado sólo
tiene siete mil quinientas millas cuadradas o treinta leguas de ancho sobre
114
sesenta y tres de largo. En este reducido espacio hay, como he dicho, más
de setecientos mil habitantes, dueños de trescientos millones de pesos.
Usted ve, mi querido amigo, que estos yankees tienen el derecho de ser
impertinentes. Cien habitantes por milla, cuatrocientos pesos de capital por
persona, una escuela o colegio para cada doscientos habitantes, cinco
pesos de renta anual para cada niño, y además los colegios; esto para
preparar el espíritu. Para la materia o la producción tiene Boston una red
de caminos de hierro, otra de canales, otra de ríos, y una línea de costas;
para el pensamiento tiene la cátedra del evangelio y cuarenta y cinco
diarios, periódicos y revistas; y para el buen orden de todo, la educación
de todos sus funcionarios, los meetings frecuentes por objeto de utilidad y
conveniencia pública y las sociedades religiosas, filantrópicas y otras que
dan dirección e impulso a todo. ¿Puede concebirse cosa más bella que la
obligación en que está Mr. Mann, secretario del Board de Educación, de
viajar una parte del año, convocar a una reunión educacional a la
población de cada aldea y ciudad adonde llega, subir a la tribuna y
predicar un sermón sobre educación primaria, demostrar las ventajas
prácticas que de su difusión resultan, estimular a los pobres, vencer el
egoísmo, allanar dificultades, aconsejar a los maestros y hacer las
indicaciones, proponer las mejoras en las escuelas que su ciencia, su
bondad y su experiencia le sugieren?
115
Las hilanderas y trabajadoras son niñas educadas, sensibles a los
estímulos del deber y de la emulación. Vienen de ochenta leguas a la
redonda a buscar por sí medios de reunir un pequeño peculio; hijas de
labradores, más o menos acomodados, sus costumbres decorosas las
ponen a cubierto de la disolución. Buscan plata para establecerse, y en los
hombres que las rodean no ven sino un candidato a marido. Visten con
decencia, llevan media de seda los domingos, sombrilla y manteleta en la
calle; ahorran ciento cincuenta o doscientos pesos en algunos años y se
vuelven al seno de su familia, en aptitud de sufragar los gastos de
establecimiento de una nueva familia. Para obtener estos resultados hay
en Lowell hoteles cómodos y espaciosos que dan de comer y alojamientos
económicos a los obreros, disponiendo de bibliotecas, diarios y aun pianos
para las niñas que saben su poco de música. De todo el mal que de los
Estados Unidos han dicho los europeos, de todas las ventajas de que los
americanos se jactan y aquéllos les disputan o afean con defectos que las
contrabalancean, Lowell ha escapado a toda crítica y ha quedado como un
modelo y un ejemplo de lo que en la industria puede dar el capital
combinado con la elevación moral del obrero. Salarios respectivamente
subidos producen allí mejor obra y al mismo precio que las fábricas de
Londres, que asesinan a las generaciones.
116
la inmigración anual. Veinte años de inmigración nos darán colocación
para ciento veinte millones de yardas de tejidos de algodón.
117
118
Baltimore, Filadelfia
Lleno aún de las emociones de este viaje, el más impresivo que puede
hacerse en quince días, viendo aún en mi imaginación la cascada de
Niágara, asistí a una representación del genial Tom Puce, el enano de 25
pulgadas de alto.
119
para gastos de la excursión. Este pequeño incidente es, sin embargo, el
origen del más espantable drama de que he sido víctima en mis viajes.
120
cierta distancia la perspectiva, y por sobre sus copas las cúpulas de los
bancos o de los hoteles, las agujas de los templos y los frontispicios de los
edificios del Estado. Nada hay más holgado, aireado ni silvestre que estas
calles de árboles y de casas, en que el movimiento de los otros es una
cosa que no nos atañe ni interesa.
121
pública, hecho el objeto del ridículo de aquella turbamulta.
122
Washington
Sobre una eminencia que domina el panorama adyacente se alza el
Capitolio Americano, cuya primera piedra colocó Wáshington en 1793.
Este monumento es la capital de los Estados Unidos, que no reconocen
otra institución madre que el congreso. Reunirse para deliberar sobre
todas las cuestiones que afectan al interés de más de uno, es el instinto
nacional del pueblo norteamericano. La naciente colonia de Virginia,
fundada por una compañía de Londres, a quien el rey había hecho una
gran concesión de tierras, había, después de muchas vicisitudes, caído
bajo el gobierno provisorio de un tal Argall, hombre violento y rapaz, que
para hacerse obedecer de los colonos proclamó la ley marcial. El trabajo
de los colonos era confiscado en favor del gobernador, y en castigo de
ligeras faltas imponía meses de trabajo forzado en sus haciendas. Las
violencias del gobierno, la trasplantación de la tiranía a América contenían
la emigración europea, mientras que los colonos, desalentados por los
sufrimientos morales de la opresión, empezaban a desmayar en su ruda
tarea de descuajar la tierra. Entonces los colonos elevaron su voz para
pedir a la compañía de Londres desagravio; y acusaron a Argall de
defraudar a la compañía misma, mientras daba rienda suelta a sus
pasiones sobre los colonos. Después de acaloradas luchas sus quejas
fueron oídas, Argall depuesto y desaprobado, y en su lugar enviado
Yeardley, un Wáshington que tomó a su cargo echar los cimientos de la
futura organización de los Estados Unidos.
123
en 1618 en Virginia, y que concluyó en 1774, con la última batalla de la
guerra de la independencia.
¡Esto sucedía en 1618, a principios del siglo XVII, cuando la Europa, sin
exceptuar a la Inglaterra, yacía entregada al desenfreno de la regia
autoridad, y la hoguera y el hacha del verdugo, la confiscación y el saqueo,
eran el castigo, más que del crimen de la debilidad de las víctimas! Puso
Yeardley orden en todas las cosas, libertando al diminuto plantel de
colonos de todas las cargas hasta entonces impuestas, y que no fuesen
estrictamente necesarias para la conservación y adelanto de la colonia. La
autoridad del gobernador fué limitada por un consejo, que tenía el derecho
de revocar aquellas disposiciones que juzgase injustas o perjudiciales, y
los colonos mismos fueron admitidos a participar en la legislación. En el
mes de junio de 1619, fué convocado en Jamestown el primer congreso
americano, la primera representación popular, compuesta del gobernador
y su consejo, y de los diputados por cada uno de los once miserables
villorrios que componían entonces la colonia de Virginia, para discutir en él
cuanta materia pudiese ofrecer medios de mejora y progreso para la
naciente colonia. La compañía de Londres, y no el rey, debía ratificar las
leyes así sancionadas. Aquella nación con congreso y consejo de estado
componíase tan sólo de seiscientas personas entre niños, mujeres y
hombres, en 1619; y en 1851, en otra parte del suelo americano, las hay
de millones de hombres que no habían tenido fuerza ni dignidad suficiente
para poner límites racionales al poder inquisitorial y destructor que los
domina. Aquella fué, pues, la aurora de la libertad norteamericana; los
colonos llenos de entusiasmo y con el ánimo abierto a todas las
esperanzas “empiezan a edificar casas, y sembrar trigo”, seguros ya de
tener una patria que no había por qué temer abandonarían jamás.
124
congreso emigraba de un punto a otro, y los soldados amotinados,
cobrando sus salarios, era al congreso a quien dirigían sus quejas y sus
amenazas. Todavía después de asegurada la independencia, el congreso
fué asaltado en Annápoles, que le servía de asiento, y entonces
Wáshington, dícese que sin otra idea política que la necesidad de fijar el
lugar de su residencia, indicó a Wáshington para que reposase aquel
tabernáculo de la alianza, como Salomón construyó un templo en
Jerusalén para el arca que contenía los libros de la ley del pueblo hebreo.
125
El edificio pertenece al orden corintio y está construido con la hermosa
piedra blanca norteamericana que llaman freestone. Está situado sobre
una eminencia y elevado 78 pies sobre la altura de la marea, y se
compone de un edificio central, dos alas y una proyección en el costado
oeste, presentando un frente de 352 pies, incluyendo las alas. Al este el
frontón tiene 65 pies de ancho, sobre el cual se avanza un pórtico de
veintidós columnas de 38 pies de alto. La gran cúpula central tiene 120
pies de alto, y la rotonda que forma en el interior 90 de diámetro, adornada
con esculturas, y altos relieves. En el ala del sud está la cámara en que se
reune la Sala de Representantes, de forma circular de 96 pies de diámetro
y 60 de alto, cubierta por una cúpula que sostiene veinticuatro columnas
de jaspe americano con capiteles de mármol blanco de Italia. Al lado
opuesto, en una rotonda algo semejante, pero de más pequeñas
dimensiones, se congrega el Senado; y en un piso inferior y menos
ornamentado, tiene sus audiencias la Suprema Corte de los Estados
Unidos. Hay, además, sesenta departamentos para reunión de las
comisiones, y residencia de empleados del congreso. Una muralla de
piedra rodea el edificio; un depósito de gas provee a la iluminación
especial de todo el espacioso monumento, pudiendo alimentar seis mil
picos que se encienden para las iluminaciones; y en aquellos momentos
estaba para terminarse el aparato para colocar sobre la cúpula central, en
un mástil de diez y seis varas de alto, una luz eléctrica que debía iluminar
la ciudad y acaso el distrito de Columbia entero. ¡Bello símbolo por cierto,
de la misión de aquella casa, desde cuyo recinto sale la luz de la
inteligencia, iluminando toda la nación! Acordábamonos con Astaburuaga,
quien me servía de cicerone en el examen del edificio, de aquella camarilla
de diputados que habíamos dejado en Chile, en la que los representantes
están ensacados en una especie de vainas laterales, o si pudiese llevarse
la comparación a terreno irrespetuoso, cual bostitas de cordero en una
tripa, repitiéndonos al oído el viejo adagio: ruín es el que por ruín se tiene.
Los locos en Londres, en Génova y otros puntos de Europa, moran en
palacios más nobles que el que cubre a nuestros congresos en América.
126
sobre una elevación de cuarenta y cuatro pies sobre el río. El frontis que
sirve de entrada por la plaza de Lafayette hacia el norte, y el que da al sur
sobre el jardín, domina el hermoso panorama de la ciudad, el río
Potomack, las costas de Maryland y de Virginia. En el frente del norte hay
un hermoso pórtico que reposa sobre cuatro columnas jónicas. Una
intercolumnación exterior sirve para poner a cubierto los carruajes de los
visitantes. El espacio intermediario está destinado para el tránsito a pie, y
una elevada plataforma conduce de ambos lados a la puerta de entrada. El
interior del palacio está pasablemente ornamentado, aunque no tanto
cuanto correspondiera al presidente de los Estados Unidos. El servicio de
palacio es modesto, y aun mezquino en las exterioridades. Vese al
presidente paseándose solo por las hermosas avenidas del jardín
adyacente; uno o dos porteros en librea, únicos servidores que el Estado
pone a su servicio, no siendo permitido al presidente tener guardias en
torno de su persona. El presidente recibe sin ceremonia a los que desean
verlo, y hay un día de la semana, y dos o tres días del año, en que todo
estante o habitante tiene derecho de entrarse hasta la habitación del
presidente. El 4 de julio la plaza de Lafayette se llena de carruajes de los
visitantes en aquel día de felicitaciones; descienden éstos del carruaje, y
tras ellos el cochero, que encomienda los caballos a algún muchacho
mediante algunos centavos. El presidente está en aquellos días en
verdadera exhibición; los cocheros se abren paso por entre la multitud
haciendo resonar sobre el pavimento de mármol sus botas herradas,
llegan ante el presidente y le tienden una mano callosa que aprieta la suya
fuertemente y la sacude mirándole la cara y riéndosele con fisonomía
bonaza, provocativa, y satisfecha; tornan a sus caballos, volviendo de vez
en cuando la cara para mirar al presidente, a obtener un último piping, de
gusto y de felitación. ¡Pobre presidente de la democracia!
Hacia el lado oriente del White House hay extensos edificios, y otros dos
hacia el occidente, los cuales están destinados para las oficinas de los
ministros de hacienda, guerra y marina. La Posta general es un palacio del
orden corintio; y la tesorería ostenta una columnata de 457 pies de largo.
La oficina de patentes, depósito de modelos de inventos, con un pórtico
imitado en la forma y en la extensión del Partenón de Atenas, tendrá,
cuando se terminen las alas, cuatrocientos pies de largo, encerrando en la
parte concluída un salón de 275 pies de largo y 65 de ancho.
127
huérfanos, un consistorio municipal, un hospital, una penitenciaria, un
teatro y algunos edificios particulares, que dan cierta apariencia a aquel
plantel de la ciudad.
128
¡Oh! ¡los yankees!
129
sanguinario y desconfiado. Cuando está de todos aceptado, entra en una
época de indulgencia y de tolerancia que hace nacer el bienestar, y da
lugar al desarrollo de todas las facultades físicas y morales de los
hombres. Con la civilización y la seguridad, la libertad se desenvuelve, el
pueblo conquista uno a uno sus derechos, discute en seguida el principio
de la autoridad que lo gobierna, y de la extrema libertad pasa a la licencia,
y de ahí a la anarquía, volviendo a recorrer aquel ciclo fatal en que está
encerrada eternamente la vida de las naciones.
La historia es, pues, la geología moral. Veamos si sus capas diversas han
experimentado mejora y progreso. Supongamos un día antiguo en que la
tierra se nos presenta poblada. ¿Qué es lo que vemos? Casi todo el globo
sumido en la barbarie; imperios poderosos cuyas facciones, si no es la
conquista y la violencia, no alcanzamos a discernir bien. Al fin, la Grecia,
una mínima porción de la tierra, brilla por la libertad, la democracia, las
bellas artes y la ciencia. No entremos en detalles. Roma se asimila a la
Grecia, destruye a Cartago y somete al mundo. Pero Roma desenvuelve la
noción del derecho y extiende su práctica por toda la tierra culta, que es,
sin embargo, una pequeña fracción del globo. Como los romanos a los
griegos y al Egipto, los bárbaros de todos los extremos del imperio romano
se los absorben a ellos; esto es, se asimilan a él, se agregan a la masa
130
civilizada. La edad media es la obra de fusión. A fines del siglo XV la
Europa entera está en posesión de las conquistas hechas por el
pensamiento humano durante cuatro o seis mil años. Con el renacimiento
concurren Lutero, Galileo, Colón, Bacón y otros. La América se agrega a la
masa de pueblos civilizados, y en esta parte se pone en práctica la noción
del derecho que está en todos los espíritus y cuyo desarrollo embarazan
aún en Europa las escorias que ha dejado la edad media. Lleguemos de
un golpe al siglo XIX, y abramos el mapamundi. ¿Dónde están los
bárbaros? Guarecidos en las islas, trabajados por la Rusia en las estepas
de la alta Asia o sepultados en el interior inaccesible del Africa. La parte
civilizada y en posesión más o menos de la libertad, o en vía de
completarla, es la mayoría de la humanidad, mayoría numérica, mayoría
moral, de fuerza, de inteligencia y de goces. Tiene hoy en su poder la
parte más rica, más templada, más productiva del globo; tiene el cañón, el
vapor y la imprenta para someter el resto salvaje del mundo, asimilárselo o
aniquilarlo. En vista de este espectáculo, ¿cómo se quiere someter a un
ciclo el movimiento social de las naciones, comparándolas con los
ejemplos truncos, aislados, que nos han dejado las naciones antiguas? Si
hubiera un ciclo tal, es preciso convenir en que, así como se ha agrandado
inmensamente la esfera de las naciones que tienen que recorrerlo a un
tiempo, así deben ser largas las épocas en que se han de suceder las
diversas fases; y yo me río de la general tiranía que ha de pesar sobre el
mundo desde la India y los confines de la Rusia hasta los Montes
Rocallosos en América dentro de mil millares de años.
131
Unidos, desde el seno de esta comarca que usted maldice como el
prototipo del desorden moral y político. No hay guerra, no hay señores ni
aristocracia; no hay pueblo en el sentido romano; hay la nación, con
igualdad de derechos, con industria personal para vivir, con máquinas
auxiliares del trabajo, ferrocarriles, telégrafos, prensas, escuelas primarias,
colegios, asilos, hospitales, penitenciarías, etc., etc. Observe la
organización íntima de esta parte de la humanidad, de esta Atica moderna
que ocupa, sin embargo, medio continente; y cuán atrás supongamos al
resto de las naciones, no se necesita mayor esfuerzo de ánimo para
suponer que han de llegar a ese grado de habilitación de todos los
individuos de la sociedad, porque todas están labradas por las mismas
ideas y las mismas instituciones. Desde que haya una escuela en una villa,
una prensa en una ciudad, un buque en el mar y un hospicio para
enfermos, la democracia y la igualdad comenzarán a existir. El resultado
de todo esto es que la masa en elaboración es inmensa, que no hay
naciones o pueblos propiamente dichos y que la libertad individual está en
cada punto del globo apoyada por la humanidad civilizada entera; y
cuando hubiese un pueblo que se inclinase a entrar en el ciclo fatal del
despotismo que se les asigna, el espectáculo, la influencia de cien otros
que entran en el período de libertad lo retendrían en la fatal pendiente. El
primer período del ciclo fué la antropofagia. ¿Qué pueblo ha vuelto a
recorrerlo una vez salido de él? El último es la democracia. ¿Qué pueblo
ha sido demócrata en el sentido moderno y con los medios organizados
hoy de hacerlo efectivo la prensa y la industria y un mundo civilizado en el
exterior que le sirva de atmósfera favorable y que haya salido de ese
terreno para fundar monarquías aristocráticas? ¿Las repúblicas italianas?
Sobre este tópico nos batíamos sin cesar Mr. Johnson y yo. A veces me
decía: “Nada fueran las masas americanas, si no viniesen todos los años
trescientos mil salvajes de Europa que echan a perder la fusión y hacen de
la mejora de la opinión una cántara de las Danaides”.
—¡Ah, si tuvieran ustedes, como nosotros en Sud América, que luchar con
una masa en la cual el europeo, tan atrasado como lo encuentran ustedes,
es un elemento precioso y escaso de civilización y de libertad!...
132
El arte americano
A quince millas de distancia de Wáshington está Mount-Vernon, la morada
y la tumba de aquel grande hombre que la humanidad entera ha aceptado
como un santo, grande por la virtud y el más grande de los hombres por
haber puesto la piedra angular al edificio de la nación única del mundo que
ve claro su porvenir y cuyo porvenir es el bello ideal de la grandeza de las
naciones modernas. Tomo una descripción que encuentro a mano del
santuario yankee, de aquella Santa Caaba, de plácido recuerdo: “Después
de haber cabalgado un corto espacio por medio de bosques, que de vez
en cuando se abren en oasis de culturas aisladas, mi amigo me señaló
una piedra hundida en el terreno al lado del camino, que, según me dijo,
marcaba el principio de la quinta de Mount-Vernon. Todavía marchamos
dos millas antes de ver la puerta y la morada del portero. Después de
haber entrado, recorrimos una distancia de cerca de media milla; y el
camino de carruajes seguía atravesando un terreno muy variado y
sombreado por árboles grandes en toda la lozanía de los bosques.
Cruzamos un torrente, pasamos un arroyo, sintiéndonos tan en medio de
la naturaleza primitiva que la vista de la casa y el huerto que la rodea casi
hizo sobre mi ánimo el efecto de un encuentro inesperado. La
aproximación a la casa se hace por el frente del oeste. La puerta del gran
patio da a una extensa habitación en la cual entramos. No fué el hábito,
sino un sentimiento más y más profundo, el que me hizo quitar el sombrero
de la cabeza y marchar con precaución como si pisara una tierra
sagrada... Las piezas de la casa son espaciosas y campea cierta
elegancia en su acomodo; pero el conjunto es notable por su extrema
simplicidad. Todo cuanto la mirada abraza parece respirar la santidad de
aquellas reliquias públicas, y todas las cosas se conservan casi en el
mismo estado en que Wáshington las dejó. Todo americano, y
principalmente, los jóvenes que visitan este lugar, experimentan una fuerte
impresión que durará toda su vida... A cierta distancia de la casa, en un
lugar retirado, está la tumba nueva de la familia, compuesta de una simple
estructura de ladrillo con una puerta de hierro, por entre cuyas rejas se
divisan dos sarcófagos de mármol blanco, el uno al costado del otro, los
cuales contienen los restos de Wáshington y de su mujer. La antigua
tumba de familia en que estaba colocado al principio, estuvo en una
133
situación más pintoresca, sobre una colina dominando el panorama de
Potomack; pero la presente está más retirada, lo que fué una razón para
determinar los deseos del hombre modesto”.
134
lo muestran los demás animales, es, sin embargo, la preocupación más
constante desde la vida salvaje hasta el pináculo de la civilización. Tengo
para mí que Roma ha muerto sofocada por los monumentos, que éste es
el fin de las grandes ciudades de la historia y que París ha de acabar por
fin por cuajar su suelo de monumentos públicos, de manera que al final de
los siglos la población se acoja a las catacumbas, que minan el suelo, por
no haber espacio para ella sobre la superficie de la tierra. Cuando se dice
que los primeros cristianos se ocultaban en las catacumbas de Roma,
huyendo de la persecución, me parece que se toma un hecho por otro. La
exploración de aquellas inmensas cavernas y perforaciones muestra hoy al
arqueólogo los restos de tres siglos de arte cristiano primitivo, lo que
prueba que durante tres siglos y hasta la destrucción de la ciudad
monumental por Atila, la plebe romana vivió alojada en las catacumbas,
donde tenía sus templos, plazas subterráneas, mercados y cementerios.
Es ridículo pensar que en una ciudad vivan escondidos durante tres siglos
cientos de miles de habitantes, que a cada momento necesitan ponerse en
contacto con el exterior, para proveer a sus necesidades.
135
que en toda la Unión asumen formas monumentales; mucho menos de las
columnas, obeliscos de cierta grandeza y elevación que en honor de
Wáshington y de Franklin se alzan en Boston, Filadelfia y Nueva York.
Todas estas son muestras, o más bien, productos artísticos, pero que no
revelan el sentimiento norteamericano del arte. Los europeos emigrados
ahora dos siglos, o emigrando actualmente, comunican por fuerza y como
necesidad de existencia los medios artísticos que poseen. Pero no es este
el arte americano, pues que no doy este nombre sino a la manifestación de
aquella constante y seguida aspiración de un pueblo en prosecución de
una idea nacional, que existe y se revela en cada hombre, por
generaciones sucesivas. Llamóle arte, no a los grados de civilización de
los diversos pueblos, sino al genio, al carácter nacional en cuanto reviste
formas tangibles y afecta su historia. ¿Cuál era el arte romano? Sin duda
que no se dará este nombre a los diversos órdenes de arquitectura, a la
estatuaria y demás decoraciones, cuyas formas habían adoptado de los
griegos, imitándolas, entremezclándolas, y adaptándolas a sus trabajos.
Llamo arte romano a aquel sentimiento grandioso que hacía concebir las
Termas, el Coliseo, la tumba de Adriano, los acueductos de Segovia y el
anfiteatro de Nimes; al espíritu monumental y dominador de la tierra y de
los obstáculos que ella oponía a la continuidad y facilidad de dilatación y
permanencia de la grande y perseverante idea artística romana, la
incorporación de la tierra conocida bajo el dominio de sus leyes, y la
adopción de los cultos, de las civilizaciones y de las costumbres de todos
los pueblos. Una revolución interna, la elevación de la plebe, y otra
externa, la incorporación de los bárbaros, destruyeron la obra romana,
como una plétora a que no pudo resistir aquel cuerpo que tenía que digerir
un mundo de un golpe.
136
barnizar, mostráronnos a mí y a mi amigo Astaburuaga, quien me
conducía a aquel retrete, un modelo de un monumento que debía erigirse
a la memoria del héroe norteamericano. La construcción se compone de
un gran edificio de formas jónicas de cuyo centro se eleva una aguja.
Según la escala que tiene al pie el diseño, mide en alto todo él, dos metros
más que la pirámide de Cheops en Egipto. La arquitectura es una
combinación, más o menos feliz, de formas y géneros conocidos, herencia
de todos los pueblos civilizados. Lo que en aquel monumento hay del
genio yankee es la altura, es decir, el sentimiento nacional de sobrepasar
en osadía a la especie humana entera, a todas las civilizaciones y a todos
los siglos. Dos metros más alto que el monumento más alto construído por
los hombres, he aquí el sentimiento de lo grande, de lo sin rival que
caracteriza a aquel pueblo; sentimiento que ha preludiado o seguido a las
más grandes épocas que ha alcanzado alguna porción del género
humano. A este mismo sentimiento obedeció el pueblo que construyó las
pirámides; ese mismo sentimiento aconsejó hacer del monte Athos una
estatua de Alejandro, cuya mano tendría las fuentes naturales del río; ese
sentimiento, en fin, inspiró la idea del coliseo de Nerón, el coliseo su
vecino, y ese sentimiento dirigió la construcción de San Pedro en Roma, el
camino del Simplón, etc., etc.
137
carácter nacional les han añadido a los conocidos, como la estatua de
Franklin sosteniendo el pararrayos en el pináculo de las cúpulas, como ya
lo he indicado antes, y la mazorca de maiz como coronación y remate, en
lugar del piñón antiguo. El embarcadero de los caminos de hierro, el
viaducto, el puente, el hotel y otras construcciones, que reclaman las
necesidades de nuestra época, pueden dar en los Estados Unidos formas
arquitectónicas desconocidas en los siglos pasados y que estereotipen un
carácter peculiar a cada clase de monumento.
138
las corporaciones, y sociedades científicas, filantrópicas, y aun
industriales. Aquel sistema de contribución popular y espontánea para la
realización de un pensamiento nacional, constituye, a mi juicio, la muestra
más clara de la existencia de un sentimiento artístico nacional. No sé si
hay en Europa pueblos que en masa se apasionen por la realización de
una idea, si no son los franceses de cierta clase, y lo que ha hecho en la
edad media el catolicismo, por medio de las corporaciones de artesanos.
Pero en los Estados Unidos, si este sentimiento no está del todo
desenvuelto en la masa de la nación, lejos de morir como el bello espíritu
cristiano de la edad media, está en germen apenas, y toma cada día
formas más aparentes. No hay ciudad de alguna importancia que no tenga
en los Estados Unidos su rudimento de museo, en que están
bárbaramente mezcladas obras de arte, curiosidades traídas por los
navegantes, objetos de historia natural, y aun representaciones grotescas
de escenas ocurridas en los mares u otros puntos y que han preocupado
al público. Esas colecciones se enseñan al curioso por una retribución, y
aquella retribución forma un capital que se emplea incesantemente en
enriquecer, embellecer y completar las colecciones para excitar más y más
la curiosidad. Durante mi permanencia en Nueva York, estaba en
exhibición una bellísima estatua en mármol de Carrara, ejecutada en
Roma por Poper, joven artista norteamericano de rara habilidad. La
estatua representaba una cautiva georgiana, no siendo más que una
Venus con cadenas. Era, acaso, la vez primera que los puritanos veían
expuesta una de esas bellas desnudeces femeniles con que tanto se
familiariza uno, ennobleciéndose el pudor, en los museos de Italia y de
Francia. Los primeros días hubo grande escándalo; pero concluyeron al fin
las gazmoñas por levantar los ojos y habituarse a contemplar la beldad
artística en aquel espejo de mármol. El resultado fué que la exposición de
la estatua tomó el camino de hierro, y fué de ciudad en ciudad
exhibiéndose a los ojos rudos del pueblo, y reuniendo, en cambio de
sorpresas, cuchicheos y admiraciones de los espectadores, sendos pesos
fuertes; por manera que el artista obtuvo en recompensa de su talento,
más de lo que Canova u Horace Vernet obtuvieron nunca por sus más
afamados capi d’opera. Estas costumbres y esta ovación popular
prometen al arte americano estímulos más poderosos, gloria más
retumbante que la que los reyes de la tierra han podido conceder jamás,
gastando en fomentar las bellas artes rentas que no son suyas, y que
arrancan para sus placeres el sudor de los pueblos. No es esta una
paradoja; hase comprobado ya que los gastos que hacen por
suscripciones gratuitas en Norte América los ciudadanos y aun las señoras
139
para costear los trabajos de los astrónomos de Cincinnati, exceden en
mucho a las rentas acordadas por el gobierno inglés para los mismos
fines. No está, pues, lejos el día en que los grandes artistas europeos
vengan tras del lucro a pasear por los Estados Unidos sus obras maestras,
recogiendo pesos a millares mientras el gusto nacional se educa, y más
tarde codiciando la ovación que al talento haga un pueblo, juez
competente ya en materia de arte. Las cantatrices y bailarinas célebres
empiezan a mostrar el camino que más tarde seguirán los pintores y los
estatuarios. Tan genial es aquella ambulancia del arte en Norte América,
que no hace muchos años hubo un teatro magnífico, construído sobre un
buque que iba dando funciones a ambas márgenes de un río, a medida
que llegaba a una villa o ciudad de consideración.
140
Educación de Massachusetts, que ha logrado al fin sobreponerse a las
resistencias y espontaneidad local en materia de enseñanza, imprimiendo
una impulsión científica y sistemada a la educación general del Estado.
¿Podría extender esta influencia sobre toda la Unión, partiendo de un
centro único y oficial? Si tal sucediera, lo que es obra del tiempo, diríase
que se obraba una revolución radical en la vida de aquel pueblo. El
movimiento de mejora y sistema en la educación primaria principió en
Boston, Nueva York, Maine y los demás Estados, hasta los del Oeste,
pusiéronse luego en movimiento; pero, cada uno de por sí, adoptando
variantes y aplicaciones, según lo aconsejaba la dirección impresa a la
opinión. Es posible que aquellos Estados lleguen a tener al fin una
legislación idéntica, sin ser por eso común, ni ligada a un centro general.
La civilización y el poder de los individuos es igual a la suma de los
individuos que la componen; pero no es esa suma, representada por el
Estado, como nos lo dictan nuestras ideas latinas en materia de gobierno.
La estadística, los monumentos, todo se hace por agregaciones parciales;
y tal es la idea de la negación de la personalidad del Estado, que después
de una guerra se venden en pública subasta los buques, los fusiles y los
cañones que sirvieron para hacer efectiva la fuerza nacional.
141
aquella aldea buena para nada y rebelde al tiempo y al progreso, que
agranda y embellece a vista de ojo todas las ciudades americanas; pues
Washington, no siendo centro comercial ni naciendo el movimiento político
de su seno, adonde viene, por el contrario, desde afuera, está condenada
a no ser nunca gran cosa, si no se apodera del único principio orgánico
que ella puede centralizar, que es la impulsión artística y la concentración
monumental que trae a la nación a un centro común de vanidad, de gloria
y de veneración.
142
heredadas, porque, no sólo en las artes útiles, sino en los trabajos de la
inteligencia, los norteamericanos empiezan a tomar una posición propia.
Conoce usted a Cooper, a Washington Irving, a Prescott, a Bancroff y
Sparks, como historiadores de primer orden de las cosas americanas,
osando algunos de ellos emprender la aclaración de algunos episodios de
la historia europea; pero aun es más grande el número de escritores de
renombre que han tratado las cuestiones especulativas de filosofía,
economía, política y teología. Baste decir que en doce años hasta 1842, se
han publicado ciento seis obras originales sobre biografía; ciento dieciocho
sobre geografía e historia americana; noventa y una sobre lo mismo con
respecto a otros países; diez y nueve de filosofía; ciento tres de poesías; y
ciento quince novelas, mientras que casi en el mismo tiempo trescientas
ochenta y dos obras originales americanas habían sido reimpresas en
Inglaterra, y aceptadas por aquel público mismo que veinte años antes
preguntaba por boca de una revista: ¿quién lee libros americanos?
Oradores y estadistas como Everett, Webster, Calloum, Clay, los poseen
iguales solo en la Francia y la Inglaterra, siendo de notar que el brillo en
los trabajos históricos y en la elocuencia empieza a ser como en Francia,
escalón que conduce al poder y la influencia sobre la opinión pública. Los
viajeros, los naturalistas, arqueólogos de cosas americanas, geólogos y
astrónomos que emprenden enriquecer, y aun rehacer la ciencia, abundan
comparativamente, mostrando por los resultados que obtienen en sus
trabajos, que están mucho más adelantados que lo que la Europa hubiera
creido, a no tener a cada momento que aceptarlos.
Diráme usted que toda esta reseña de los progresos intelectuales de los
americanos no tiene nada de común con Washington, la desierta capital;
pero, ¿dónde colocar estas reminiscencias y cómo darles cuerpo y unidad
si no se inventa un centro a que referirlas?
143
que suponía debía haber en Harrisburg. Con trabajo pude indagar el
paradero de Arcos, que había dejado escrito en el libro del hotel de la
posta, estas lacónicas palabras, dirigidas a mí: “Le aguardo en
Chamberburg.” Asaz mohino y cariacontecido por este contratiempo me
dirigí a Chamberburg, donde, después de recorrer las posadas con
inquietud creciente, nadie supo darme noticia de la persona por quien
preguntaba, tanto más cuanto que hablando Arcos el inglés con una rara
perfección, y gangoseándolo por travesura cuando se dirigía a
norteamericanos, nadie, ni los mismos que habían hablado con él, me
daba noticia del joven español por quien yo preguntaba en un inglés que
hacía estremecer las fibras a los pobres yankees. Entreteníame aún la
esperanza de que estuviese en los alrededores cazando, pues en nuestro
programa de viaje entraba una expedición campestre en los Montes
Alleghanies. Al fin supe que había dejado en la posta una esquela, en que
me repetía lo de Harrisburg: “Lo aguardo en Pittsburg”. ¡Malheureux!
exclamé yo acongojado. ¡Cincuenta leguas de Chamberburg a Pittsburg,
los Alleghanies de por medio, diez pesos de pasaje en la diligencia, y no
cuento sino con tres o cuatro en el bolsillo, suficientes apenas para pagar
el hotel en que estoy alojado! Supe, pidiendo detalles circunstanciados
sobre la indiscreta partida de mi intangible precursor, que no habiendo en
el saco de heno que lleva encima para proveer a los caballos, y que allí
debía viajar dos días y dos noches, impulsado a tanto sacrificio por la
inquietud juvenil de una sabandija incapaz de aguardar en un lugar ocho
horas, que era la diferencia de tren a tren que nos llevábamos en el
camino de hierro. Heme aquí, pues, en el corazón de los Estados Unidos,
como quien dice tierra adentro, sin un medio, haciéndome entender a
duras penas y rodeado de aquellas caras impasibles y heladas de los
americanos. ¡Qué susto y qué aflicciones pasé en Chamberburg! A cada
momento llamaba al dueño del hotel y de palabra y por escrito le exponía
mi situación.—Un joven que va adelante lleva mi dinero, sin saber que no
traigo el necesario para los gastos de camino. Me piden diez pesos de
pasaje en la posta y no tengo sino cuatro para pagar el hotel. Pero tengo
algunos objetos de valor intrínseco en mi maleta y quiero que la posta los
retenga hasta que haya cubierto mi pasaje en Pittsburg.—El posadero, al
oir esta lamentable historia, se encogía de hombros por toda respuesta.
Contaba mis cuitas al maestre de posta y se quedaba mirándome como si
no le hubiese dicho nada. Dos días de continuo suplicio y de
desesperación habían pasado ya, y lo peor era que no había asiento en la
diligencia, por venir todos contratados desde Filadelfia, como
complemento del camino de hierro que termina allí. Al fin me sugirieron
144
escribir a Arcos por el telégrafo eléctrico, lo que hice en cuarenta palabras
por valor de cuatro reales, y en los términos más sentidos. No obstante
aquel laconismo telegráfico, “no sea usted animal”... era la introducción de
mi misiva, y le contaba lo que por su indiscreción me sucedía.—¿Dónde
está el sujeto a quien se dirige?—En el United-States-Hotel, contesté yo,
dudando ahora si en Pittsburg habría un hotel de aquel nombre; y para no
darme un nuevo chasco, indiqué que se le buscase en todos los hoteles
más aparentes de la ciudad.
145
rabia. Los yankees están poco habituados a las manifestaciones de las
pasiones meridionales, y el huésped, oyéndome maldecir con excitación
profunda en idioma extraño, me miró espantado; y haciéndome seña con
la mano, como para que me detuviera un momento antes de morderlos a
todos o suicidarme, salió corriendo a la calle, en busca sin duda de algún
alguacil para que me aprehendiese. ¡Esto sólo me faltaba ya! y aquella
idea me volvió repentinamente la compostura que en mi aflicción había
perdido por un momento. Minutos después volvió a entrar acompañado de
un sujeto que traía la pluma a la oreja y que con frialdad me preguntó en
inglés primero, en francés en seguida, y luego alguna palabra en español,
la causa de mi turbación, de que lo había instruído el posadero. Contéle en
breves palabras lo que me pasaba, indiquéle mi procedencia y destino,
suplicándole intercediese en la posta para que se tomase mi reloj y otros
objetos en rehenes hasta haber satisfecho en Pittsburg el pasaje. El
individuo aquel me escuchó sin que un músculo de su fisonomía impasible
se moviese, y cuando hube acabado de hablar, me dijo en
francés:—Señor, lo único que puedo hacer... (¡Qué introducción! me dije
yo para mi coleto y tragando saliva...) lo único que puedo hacer es pagar el
hotel y el pasaje de usted hasta Pittsburg, a condición de que llegado
usted a aquella ciudad, haga abonar en el Merchants-Manufactory-bank,
en cuenta de Lesley y Cía. de Chamberburg, la cantidad que usted crea
necesario anticiparle aquí.—Tuve necesidad de tomar una larga aspiración
de aire para responderle: pero, señor, gracias; pero usted no me conoce, y
si puedo darle alguna garantía...—No vale la pena; personas en la
situación de usted, señor, no engañan nunca; y diciendo estas palabras se
despidió de mí hasta más tarde. Comíme en seguida un real de manzanas,
pues que hambre era lo que había despertado la serie de emociones por
que había pasado durante tres días. Aproveché la tarde en recorrer la
ciudad y alrededores; necesitaba caminar, agitar mis miembros para
creerme y sentirme dueño de mí mismo. En la primera noche se me
apareció mi ángel custodio, cargado de libros; traíame un tomo de
Quevedo, otro del Tasso en italiano y uno o dos mamotretos en francés
para que me distrajese. Consagróme algunos momentos hablando
alternativamente en español y en francés; díjome que conocía el latín y el
griego, inquirióse sobre algunos detalles de mi viaje y me deseó buena
noche al retirarse.
146
pero se me ha quedado otro billete en el bolsillo que ruego a usted
agregue a los anteriores. Este hombre había excedido más de la suma que
yo había indicado, porque en resumidas cuentas yo solo necesitaba diez
pesos. Comprendí el sentimiento delicado que lo impulsaba e hice una
débil resistencia a recibirlo, aceptándolo con cordialidad. La diligencia
partió al fin, y yo volví a mi estado de quietud de ánimo ordinario,
complaciéndome de haber tenido ocasión, aunque tan penosa para mí, de
dar lugar a manifestación tan noble y simpática como aquella del caballero
Lesley. La noche sobrevino, apareció la luna plácida en el horizonte, y la
diligencia empezó a remontar, pausadamente, los montes Alleghanies.
Cuando habíamos llegado a la parte más elevada, bajaron algunos
pasajeros, y una voz de mujer dijo en francés dentro de la diligencia: bajen
a ver el paisaje que es bellísimo. Aprovécheme de la indicación, descendí
tras los otros, y pude gozar en efecto de uno de los espectáculos más
bellos y apacibles de la naturaleza. Los montes Alleghanies están
cubiertos hasta la cima de una frondosa y espesa vegetación; las copas de
los árboles de las lomadas inferiores, iluminadas de lo alto por los rayos de
la luna, presentaban el aspecto de un mar nebuloso y azulado, que por el
cambio continuo del espectador iba desarrollando sus olas silenciosas y
obscuras, sintiéndose, sin embargo, aquella excitación que causa en el
ánimo la vista de objetos que se conocen y comprenden, pero que no
pueden discernirse bien, porque el órgano no alcanza o la luz es incierta y
vagorosa.
147
ello, y tiemblo de sospechar que tal cosa sea posible. Me volvería a Nueva
York o a Wáshington donde tengo conocidos.—¿Y por qué no continuaría
su viaje adelante?—¿Cómo he de engolfarme en un país desconocido,
señora, sin fondos?—Le decía a usted esto, porque mi casa está cinco
leguas más acá de Nueva Orleans, y deseaba ofrecérsela a usted. Desde
allí puede usted tomar noticia de su amigo; y si no lo encontrase, escribir a
su país y aguardar a que le manden lo que necesita.—La noble acción de
Mr. Lesley había, según lo visto, sido contagiosa. Aquella señora lo había
oído todo, y quería a su vez completar la obra. Esta reflexión me vino
antes, tocado como estaba por el buen proceder, de otra a que, su sexo
podría haber dado pretexto; la señora me dijo en seguida, acaso para
responder a la posibilidad de una sospecha, que hacía seis semanas que
acababa de perder a su marido, y que iba a poner orden en los negocios
de su casa de Orleans. Acompañábala una hijita de nueve años y ambas
vestían de luto completo. Era la madre, pues, y no la mujer, la que ofrecía
el asilo doméstico a un desconocido que debía también tener madre; y
obedeciendo a esta idea que santificaba la oferta y la aceptación, traté en
adelante a la señora con menos reserva, seguro, sin embargo, de que no
llegaría el caso por ella previsto.
148
bolsillo de oro. Presentéle sin aceptarlo la buena pieza que me
acompañaba y que había ocasionado todas aquellas tragedias, y ambos la
dimos un millón de gracias por su solicitud; y como si la ingratitud fuera la
recompensa de tan desinteresado proceder, he olvidado su nombre,
habiéndonos separado en Cincinnati para no volvernos a ver más.
149
Cincinnati
De Pittsburg, que no tuve tiempo de examinar, el vapor por 5 pesos lleva al
viajero a Cincinnati cuatrocientas cincuenta y cinco millas Ohio abajo. El
magnífico río da nombre al Estado, si bien principia a ser navegado desde
la Pensilvania. Otra vez he hablado de la riqueza de aquel suelo
privilegiado, dónde sobre lechos inconmensurables de carbón bituminoso,
se extienden llanuras de bosques y de cultivo, accidentadas por montes
que esconden el hierro en sus flancos, y de cuyas faldas fluyen canales
como el Ohio que se liga al Mississipi y sus afluentes, y somete un mundo
al alcance de sus manufacturas.
Para darle noticia del progreso asombroso del estado del Ohio, debo
principiar por el sicut erat in principio, es decir, el aspecto del país ayer no
más. Este estado se extiende unas 40.000 millas cuadradas desde la
margen del Ohio hasta el lago Erie, al norte. La parte sur y este del terreno
del Ohio es llano y fertilísimo; el resto, accidentado de montículos, encierra
valles hermosos, sabanas, pantanos, y terreno quebrado. La cantidad de
tierras arables se reputa en 35.000 millas, el resto es la parte cenagosa,
quebrada o estéril. Hasta 1840 la parte labrada no pasaba de 12.000
millas. El primer establecimiento se hizo en 1788 en Marieta. La población
cristiana se presentó en el Estado en 1802, en número de 50.000
habitantes. En 1810 había aumentado a 230.760; en 1820, a 937.679; y en
1840, a más de un millón y medio. Hoy tiene más de dos millones. No soy
yo ahora quien hace esta comparación. Copio de un librejo. “Dícese que el
territorio de los Estados Unidos es un noveno o cuando más un octavo de
la parte del continente colonizado por los españoles. Sin embargo, en
todas aquellas vastas regiones conquistadas por Cortés y Pizarro no
pasan de dos millones de habitantes de sangre pura española, de manera
que no sobrepasan en mucho en número a la población del Ohio en medio
siglo, y quedan muy atrás en riqueza y civilización”. Si la observación no
es del todo exacta el aumento de población de la América española desde
aquella época es sin duda infinitamente inferior. Méjico y la República
Argentina han disminuído el número de sus habitantes; bien es verdad que
es artículo orgánico de la constitución política de los nuevos estados
sudamericanos ignorar siempre cuántos bípedos habitan el país. Nuestros
150
gobiernos sabrán un día oficialmente cuántas estrellas hay en el cielo,
como los niños traviesos suelen deshojar una rosa para saber cuántos
pétalos tiene; pero saber cuál es el número de habitantes de su país, ¡fi
donc! ¡Un gobierno descender a tan mezquinos detalles! Toda la
organización norteamericana reposa en el censo decenal y en el catastro
de la propiedad; y hay reglas para calcular cada día el aumento de
población, y sus resultados tienen certeza administrativa. El censo de 1850
está calculado en veinte y dos millones; el de 1860 en veintinueve; el de
70 en treinta y ocho millones; el de 80 en cincuenta millones; el de 1890 en
sesenta y tres millones, y el de 1900 en ochenta millones. Habrá error
quizá en un pico de diez o veinte millones de más.
151
que cuanto más ignorante y menos dispuesto a promover las mejoras
útiles, es un pueblo, más aspira a cambios políticos, como aquellos
animales despeados que dejan el camino trillado por mejorar, y se meten
en la pedrazón y en los derrumbaderos.
Este odio popular contra las universidades no quita que haya, y muy bien
dotada, una universidad en Atenas, otra en Oxford, otra en Willoughly;
siete colegios en varias otras ciudades; varios institutos teológicos; setenta
y cinco academias, y cinco mil doscientas escuelas.
152
cubierta de losas hasta la parte más baja del río, y hay muelles cuya
superficie sube y baja con la marea. Las calles están sombreadas de
árboles y muy bien pobladas de edificios. Sus comunicaciones con el
interior las facilitan canales que la ligan con el lago Erie y el canal
Wabasch. Hay además, ferrocarriles, caminos macadamizados y
vecinales. El canal Whitewater se extiende 70 millas al interior. Como es
bueno saber lo que puede hacerse en treinta años, recordaré a usted que
esta ciudad fué reconocida tal en 1819 y fundada aldea en 1789. De su
puerto parte un vapor diario para Pittsburg, y otros para San Luis, Nueva
Orleans río abajo, también diariamente. Diligencias hacen la travesía entre
las vecinas ciudades en todas direcciones. Hay cuarenta iglesias, un
teatro, un museo, una oficina de venta de tierras del Estado, cuatro
mercados, y un consistorio. La ciudad se suple de agua del río, levantada
por poderosas máquinas de vapor.
153
maestros fué establecida en 1821.
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holgarnos en el far niente del turista. En Cincinnati fué donde Arcos,
viendo a un pacífico yankee que leía su Biblia, sentado a la puerta de su
tendejón, se paró delante de él, le sacó de la boca el cigarro que fumaba,
prendió el suyo, volvió a metérselo, y siguió su camino sin que el buen
hombre hubiese levantado la vista, ni hecho otro movimiento que abrir la
boca para que le ensartaran el cigarro. Paciencia, hermano, en cambio de
alguna impertinencia vuestra.
El viaje del Misisipí es uno de los más bellos y que más duraderos y más
plácidos recuerdos me haya dejado. El majestuoso río desciende
ondulando blandamente por el seno del valle más grande que existe en la
tierra. La escena cambia a cada ondulación, y un ancho moderado del más
grande de los ríos permite que la vista alcance en esta y la otra ribera, a
calar por entre la sombría enramada de los bosques, y esparcirse en las
sabanas y aberturas que hace la vegetación mayor de vez en cuando. El
encuentro de un vapor es un incidente deseado, por la proximidad y
rapidez del pasaje, mientras que la vista cae desde lo alto de las galerías
del palacio flotante, sobre una escuadra de angadas que descienden a
merced de la corriente cargadas de carbón de piedra; se ve más allá un
falte o mercachifle que va en su buquecillo de vela, vendiendo al detalle
por las vecinas aldeas sus chismes y baratijas. Descender a las ciudades y
aldeas adonde el vapor toca, correr por las calles, meternos en una mina,
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curiosearlo todo, comprar manzanas y bizcochos, con el oído atento a la
campana que anuncia la próxima partida, era regalo y codiciada variante
que no dejábamos de añadir a nuestras emociones, como nunca
dejábamos de saltar sobre un barranco, ganar el bosque y correr un rato,
mientras el vapor estaba cargando leña para quemar en sus hogueras.
Servíase a bordo la mesa tres veces para dar abasto a tan crecido número
de comensales, y como todos se atropellasen para tomar asiento en la
primera, nos quedamos el segundo día para la segunda, la que dejamos el
tercero para estar a nuestras anchas, hasta que al fin nos arreglamos a
comer en la cuarta con los criados, en la que nos iba perfectamente,
prolongando la sobremesa los dos solos por horas como lo habríamos
hecho en el Astor-Hotel. Gustáronnos las melazas que los primeros días
sirviéronnos de postre, y como faltasen al quinto, reclamamos pidiendo la
presencia de las melazas; razón por la que un mozo descendía corriendo
en los desembarcaderos a comprarla en los bodegones vecinos, “para los
señores españoles que se enferman—decía—si no comen melazas”.
Hablábamos recio en español en la mesa, y reíamos con tal desenfado
que atraíamos en torno nuestro un círculo de huasos ya hartos, a vernos
comer, gozándose en nuestro inextinguible buen humor. Una mañana
Arcos la emprendió con un bonazo de ministro protestante.—Señor, le
decía, ¿de qué profesión es usted?—Presbiteriano, señor.—Dígame,
¿cuáles son los dogmas especiales de esta creencia? Y el padre procedía
bondadosamente a satisfacerlo.—Pero Vd., señor, decía Arcos con aire
convencido, y como si ambos estuvieran de inteligencia, usted no cree
nada de eso por supuesto. Es Vd. demasiado sensato para poner fe en
esas bromas.—Las facciones del infeliz sometido a tortura semejante, se
contraían como cuando nos pisan un callo. El buen clérigo se ponía de
todos colores, y medio indignado, medio suplicante, hacía profesión de fe
solemne de su creencia. Pero el implacable y serio burlón le replicaba con
un aplomo imperturbable:—¡Comprendo, comprendo! Vd. predica y
sostiene ante el público esas doctrinas; vive Vd. de ello y la dignidad de su
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carácter así lo exige; pero aquí entre nosotros, vamos, yo sé lo que hay en
plata.
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construcción. La tierra está dividida en lotes más grandes; la población
rural aislada desaparece; y las raras habitaciones que de cuando en
cuando se presentan, asumen formas y extensión que acusan la presencia
de una aristocracia campestre.
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y amenaza desgajar el árbol entero.
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desparramarse como puñados de granos en la inmensidad del océano,
porque el Mississipí es la única salida que ofrece un mundo entero.
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Domingo Faustino Sarmiento
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contribución al progreso científico y cultural de su país.
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