Cap IV Imperialismo, Guerra y Género. PyR. DAtri

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IV

Imperialismo, guerra y género

“Mientras dure la guerra, las mujeres del enemigo


también serán el enemigo”

Jane Misme
guerraAndrea D’Atri

perialis
y
66

género
Imperialismo, guerra y género

Mujeres y naciones

Habíamos señalado que, en el Partido Socialdemócrata Alemán –el


más importante de la IIº Internacional–, Clara Zetkin fue quien encabezó
la organización de las mujeres y también fue una de los miembros que se
enfrentó a la dirección del partido en ocasión de la Primera Guerra Mundial.
Junto a Clara Zetkin cabe destacar la presencia de una gran revolucionaria
como Rosa Luxemburgo. Ella consideraba, también, que la situación de
opresión en que viven las mujeres podría transformarse con la revolución
proletaria. Participa con Clara, su camarada y amiga, en la Internacional de
las Mujeres Socialistas y colabora en el periódico femenino La Igualdad,
mientras escribe también sus renombrados artículos sobre economía.1

Con una posición frente a la guerra imperialista, opuesta por el vértice


a la de Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, nos encontramos con las feministas
de la familia Pankhurst. Emmeline Pankhurst y sus hijas Sylvia y Christabel
fueron, en los primeros años del siglo XX, las principales abanderadas de la
lucha por el voto en Inglaterra y también pelearon por elevar el nivel de la edu- 67
cación de los trabajadores. En 1904 obtuvieron el apoyo del Partido Laborista
que presentó un proyecto de ley a favor del voto femenino en el Parlamento,
pero fue derrotado. El 21 de junio de 1908 encabezaron una movilización de
400.000 sufragistas por las calles de Londres e iniciaron acciones directas.
Destruyeron buzones de correo, vitrinas, incendiaron iglesias y comercios y
fueron encarceladas. Una de sus seguidoras murió aplastada por un caballo
cuando, en las célebres carreras del Derby, se plantó delante del Príncipe de

1
Rosa Luxemburgo (1870-1919) adhiere en Varsovia al Partido Socialista Revolucio-
nario en 1887. Buscada por la policía, huye a Zurich, donde queda indisolublemente
ligada al movimiento revolucionario. En 1904 la encarcelan. Fue a prisión en numerosas
ocasiones en Berlín, Varsovia, Breslau. En 1914 se opone a la guerra e intenta que los
socialistas alemanes se subleven frente a la política traidora de sus dirigentes. Funda el
grupo Spartacus, rompiendo con el Partido Socialdemócrata Alemán, organización a
la que pertenecía hasta ese momento. Cuando estalla la Revolución Rusa de 1917 sigue
atentamente este proceso, desde la cárcel, profesando admiración y respeto por Lenin y
Trotsky, a pesar de mantener algunas diferencias políticas, esencialmente, alrededor de la
idea de partido. El grupo Spartacus se transforma en el Partido Comunista Alemán con
la adhesión de Rosa a la nueva Internacional Comunista. Después de las sublevaciones
del proletariado alemán, sangrientamente aplastadas, Rosa se niega a huir y es asesinada
junto con el revolucionario Karl Liebneckt a la edad de 49 años.
Andrea D’Atri

Gales reclamando el derecho al voto.

Emmeline Pankhurst había nacido en Manchester en 1858, en una fa-


milia de industriales reformistas y luego recibió educación en París. Casada
con un abogado miembro de una sociedad sufragista fundada por Stuart Mill,
se convirtió en feminista sufragista. En 1903, junto a sus hijas Christabel y
Sylvia, fundó la Unión Social y Política de las Mujeres y desde 1905 decidió
emplear métodos ilegales y violentos para atraer la atención del público y el
poder político. Detenida en varias oportunidades, Emmeline inició huelgas
de hambre, de sed y de sueño en señal de protesta, y se defendió sola frente
a los tribunales.

El derecho al voto era una lucha en la que también se involucraban


algunos sectores de trabajadoras. Ya en 1901, las obreras de una planta de
algodón en Lancashire habían levantado el derecho al voto relacionándolo
con el fin de la discriminación y la explotación, presentando un petitorio con
29.000 firmas al Parlamento. Los dueños de la planta de algodón declaraban,
68 mientras tanto, que no pagaban sueldos adecuados a las mujeres porque no
querían tentarlas “a que salgan del lugar que les correspondía, en casa
cuidando a los hijos”. La lucha de las Pankhurst estuvo, en un comienzo,
ligada en cierto modo a los reclamos de las trabajadoras. Pero la guerra
mundial desatada en 1914 transformó la lucha de Emmeline Pankhurst, ya
que se puso al servicio del gobierno británico. Frente a ese giro político, su
hija Sylvia se aparta de ella uniéndose al socialismo obrero.

La joven Sylvia, a los veinticuatro años, ya había renunciado a sus


estudios universitarios en el Royal College y cumplía su primer arresto.
En 1911, con tan sólo veintinueve años, publica su primer libro Historia
del movimiento de mujeres sufragistas. Ya comenzaba a diferenciarse de la
Unión fundada por su madre, a la que consideraba que se estaba alejando
de sus principios socialistas. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial,
se ahondaron las divergencias: Sylvia era pacifista y no estuvo de acuerdo
con el fuerte apoyo que la Unión dio al gobierno británico en la guerra. Ella
misma señala: “Cuando leí el periódico que la señora Pankhurst y Christabel
llevaban a Inglaterra para una campaña de reclutamiento, me puse a llorar.
Para mí, eso era una traición trágica al movimiento. (...). Organizamos
una Liga por los derechos de las esposas de los soldados y marineros para
lograr mejores pensiones. También hicimos campaña por igual salario (...).
Imperialismo, guerra y género

Trabajamos continuamente por la paz, enfrentadas a una dura oposición de


viejos enemigos, y lamentablemente a veces de viejos amigos”.

Su sentimiento era justificado: la Unión Social y Política de las Mu-


jeres, que publicaba el periódico La Sufragette, le cambia el nombre a su
órgano de prensa por el de La Brittannia, cuyo lema comenzó a ser “Por el
Rey, por el País, por la Libertad”. Sylvia, junto a su amiga Charlotte Despard,
fundó entonces el Women’s Peace Army (Ejército de Mujeres por la Paz)
y se volcó de lleno a la militancia en las filas del Partido Laborista, donde
publicó un periódico para mujeres trabajadoras.

Las actividades de Sylvia se centraron en recorrer los barrios obreros,


organizar a las mujeres trabajadoras y luchar por sus demandas, todo lo cual
la condujo a cuestionar profundamente la línea que sostenía la Unión Política
y Social de las Mujeres, encabezada por su madre y su hermana Christabel.
Esta última aspiraba a una total independencia de los partidos políticos
integrados por varones y fue una de las que más presionó para que el sector
encabezado por su hermana Sylvia se alejara definitivamente de la Unión, 69
molesta por su permanente militancia junto a las mujeres obreras.

Evidentemente, esta ruptura estaba signada por la polarización social


que recorría el país. Entre 1911 y 1914 todos los sectores claves del proleta-
riado británico estaban en huelga, mientras la burguesía se disponía a iniciar
la guerra imperialista. En medio de esta situación, el grupo de Sylvia siguió
levantando la campaña por el voto femenino, peleaba por salario igualitario
y mantenía una posición pacifista, como gran parte de las organizaciones
obreras. Posiciones absolutamente enfrentadas a las de la Unión que planteó
que había suspender los reclamos sectoriales de las mujeres para apoyar al
gobierno embarcado en la guerra.

Sylvia también apoyó fervientemente la Revolución Rusa de 1917 y


luego visitó la Unión Soviética, donde conoció a Lenin, viaje que le costó
un arresto de cinco meses a su regreso a Inglaterra acusada de sedición por
sus artículos “pro-comunistas”. La influencia que tuvo en ella la Revolución
Rusa puede observarse en el nombre del periódico que dirigía el que, a partir
de julio de 1917, comenzó a llamarse El acorazado de las mujeres. Sylvia,
incluso, se ganó el apodo de “Pequeña señorita Rusia”. En 1918, cuando
Andrea D’Atri

se extendió el derecho al voto a algunas mujeres mayores de treinta años,


Sylvia denunció que ese derecho, sin embargo, era limitado para mujeres
propietarias, universitarias, etc. Y aunque fue fundadora del Partido Comu-
nista inglés, Sylvia abandonó la militancia más adelante, horrorizada con las
purgas que realizó, más tarde, el régimen stalinista contra toda oposición.
En la década del ’30 apoyó la revolución española, luego ayudó a los judíos
perseguidos por el régimen nazi en Alemania. Murió, finalmente, en 1960,
sin llegar a ver el resurgimiento del movimiento feminista en el mundo en
lo que ha dado en llamarse la segunda ola.

Guardamos de Sylvia las siguientes palabras: “Quisiera despertar a


esas mujeres sumergidas en las masas para que sean, no meramente personas
más afortunadas, sino combatientes por su propia cuenta... que se rebelen
contra las horrorosas condiciones, y exijan para sí y para sus familias su
parte de los beneficios de la civilización y el progreso”.

Pero estamos a comienzos del siglo XX, cuando con estrepitosas


70 roturas de vidrieras y bombas incendiarias se muestran al mundo las radica-
lizadas movilizaciones femeninas que pugnaban por el derecho al sufragio.
El 5 de julio de 1914 una gran movilización sufragista se realiza en París en
honor al Marqués de Condorcet, quien, como ya señalamos anteriormente,
planteó la incorporación de las mujeres al derecho ciudadano en 1790. Esta
movilización se transformó en una poderosa demostración del reclamo por
los derechos políticos de las mujeres. También en este año, en Londres,
marchan 53.000 mujeres por el derecho al voto.

Este movimiento, sin embargo, es parcialmente derrotado con la


declaración de la Guerra Mundial. La guerra bloquea el movimiento de-
mocrático emancipatorio que se perfilaba en algunos países centrales de
Europa, amenazando con convertirse en un gran movimiento feminista
igualitarista. Es que además de verse limitado por la represión y la censura
de los gobiernos embarcados en la guerra, la mayoría de las organizaciones
feministas decidieron participar voluntariamente en el servicio a su patria
y suspendieron sus demandas para cumplir con los deberes que les exigía
el patriotismo y dar pruebas de respetabilidad a sus respectivos gobiernos
nacionales. Las que persistieron en su pacifismo no pudieron dar una salida
organizada al movimiento por el boicot de los nacionalistas guerreristas de
Imperialismo, guerra y género

ambos sexos. En 1915 se reunió el Congreso Internacional por la Paz Futura


en La Haya, donde participaron feministas pacifistas de distintos países.
Crearon un Comité Internacional de Mujeres por la Paz Permanente que
envía delegadas a todo el mundo. Pero en Francia, la representante elegida
es expulsada del Consejo Nacional de Mujeres Francesas bajo la acusación
de “feminista al servicio de Guillermo” (en alusión al gobierno de Alemania).
Mientras tanto, la mayoría del movimiento feminista mundial se dedicaba
a suscribir empréstitos nacionales, a denunciar a los desertores y a ayudar
en la campaña por conseguir fondos para la guerra.2

Emmeline y su hija Christabel Pankhurst, por ejemplo, se dedicaron


al reclutamiento de voluntarias. “La situación es grave. Las mujeres deben
contribuir a resolverla”, decían las pancartas de la impresionante marcha
del 17 de julio de 1915, convocada bajo el lema “Derechos para servir”.
La antigua reivindicación del voto femenino se transformó en un arma al
servicio de la guerra: “Voto para las heroínas, al igual que para los héroes”,
fue la nueva forma de reclamar ese derecho.
71
Esta movilización, organizada por las Pankhurst, con ayuda del recien-
temente creado Ministerio de Armamento, es un símbolo de la división más
aguda que alcanzó el movimiento feminista: ya no se trataba de burguesas
enfrentadas a proletarias; eran las mujeres burguesas de un país enfrenta-
das a las mujeres burguesas de otro país, que rompían de ese modo con la
corta pero progresiva tradición internacional del movimiento. Recordemos
que, hasta 1914, el feminismo aparecía aún como un movimiento interna-
cional que luchaba por la reivindicación común del sufragio. El pacifismo
proclamado por las distintas organizaciones de la internacional feminista
desaparece justamente en el momento en que estalla la guerra mundial, la
que se transforma en una prueba de fuego para el movimiento. Momento en
que, además de suspender sus reivindicaciones, las feministas de los países
beligerantes rompen sus alianzas internacionales a favor de un nacional-
feminismo que exhorta a las mujeres a servir a la patria, disciplinándose de
ese modo a los intereses de las burguesías nacionales.

2
Un cartel de propaganda británico rezaba: “Juana de Arco salvó a Francia. Mujeres de
Gran Bretaña, salvad vuestro país. Suscribíos al empréstito de guerra.”
3
Los que sigue es una reelaboración de la conferencia dictada en el Centro Cultural Rosa
Andrea D’Atri

Mujeres internacionalistas3

En 1891, cuando en los países más adelantados las mujeres comenzaban


a salir a las calles reclamando el derecho al voto, el Partido Socialdemócrata
Alemán, uno de los más importantes de la IIº Internacional, inscribía en su
programa la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Como vimos,
Clara Zetkin fue la organizadora de la sección femenina de este partido, que
reunió a más de 175.000 mujeres en sus filas. Ella cumplió un gran papel en
el momento crucial de la Primera Guerra Mundial, cuando la mayoría del
Partido Socialdemócrata Alemán, yendo en contra de todos los principios
proletarios revolucionarios, aprobó la participación en la guerra en la que
miles de obreros se enfrentaron en las trincheras a otros miles de obreros,
rompiendo la unidad internacional de la clase en una guerra donde las bur-
guesías nacionales se enfrentaban unas a otras por sus propios intereses.

En este período, las mujeres se incorporaron a la producción en todos los


72 países que participaron de la guerra. En toda Europa las mujeres ingresaron
masivamente a las fábricas, las empresas y las oficinas del Estado. Y esto no
es un dato menor para poder entender, también, el papel de las mujeres en
la Revolución Rusa, como veremos más adelante. Pero, aunque accedieron
como nunca antes al mundo de la producción, la situación de las mujeres
durante la guerra fue verdaderamente insoportable. Las extenuantes jornadas
de trabajo –incluso en la industria pesada– que se prolongaban en los hogares
agravaron la salud de las mujeres y aumentaron los índices de mortalidad. Las
condiciones de vida empeoraron por la inflación, la escasez y la miseria. La
neurosis y las enfermedades mentales se propagaron como consecuencia de
estas privaciones, del agotamiento y la angustia por esposos, hijos y hermanos
que se encontraban en el frente de batalla.

El resultado fue que, en la mayor parte de los países intervinientes,

Luxemburgo, de Buenos Aires, en el mes de octubre de 2003, en ocasión del aniversario


de la Revolución Rusa. La desgrabación de dicha conferencia fue publicada íntegramente
en el periódico electrónico Rebelión <www.rebelion.org>, con el título “Un análisis del
rol destacado de las mujeres socialistas en la lucha contra la opresión y de las mujeres
obreras en el inicio de la Revolución Rusa”.
4
Esta conferencia de mujeres socialistas contra la guerra se realizó seis meses antes
que la más conocida Conferencia de Zimmerwald donde el ala revolucionaria de la IIº
Imperialismo, guerra y género

estallaron violentos motines de mujeres contra la guerra y la inflación. En


1915, las trabajadoras de Berlín organizaron una manifestación masiva en
dirección al parlamento, contra la guerra. En París, en 1916, las mujeres
atacaron los almacenes y desvalijaron los depósitos de carbón. En junio de
1916, en Austria hubo una insurrección de tres días cuando las mujeres em-
pezaron a manifestarse también contra la guerra y la inflación. Después de la
declaración de guerra y durante la movilización de las tropas, las mujeres se
tendían en las vías de ferrocarril para retrasar la salida de los soldados. En
Rusia, en 1915, las mujeres fueron las instigadoras de los disturbios que se
propagaron a partir de San Petersburgo y Moscú hacia todo el país.

Intentando explicar este levantamiento de las trabajadoras contra la


guerra en los principales países y buscando sacar conclusiones de estas lu-
chas para enfrentar la guerra mundial, Clara Zetkin lanza un llamamiento a
las mujeres socialistas y convoca a una conferencia internacional que, del
26 al 28 de marzo de 19154, se reúne en Berna. Participaron 70 delegadas
alemanas, francesas, inglesas, holandesas, rusas, italianas y suizas que
discutieron la traición de su propio partido que había decidido participar de 73
la guerra. La resolución adoptada por esta conferencia condenó la guerra
capitalista, bajo la consigna de “guerra a la guerra”.
Luego, encarcelada y enferma del corazón, Clara Zetkin ya no pudo
intervenir activamente en esta lucha. Tras prohibírsele el uso de la palabra
en público en 1916, se la excluye del Partido Socialdemócrata Alemán y
junto con otros 20.000 militantes formó un grupo que se opuso a la línea
mayoritaria de la socialdemocracia alemana.

Internacional se pronunció contra la guerra imperialista, ante la traición de su partido


integrante más importante, el Partido Socialdemócrata Alemán. Del 5 al 8 de setiembre
de 1915 tuvo lugar en Zimmerwald (Suiza) esta conferencia socialista internacional,
considerada por muchos como la primera reunión general de los socialistas internacio-
nalistas después del comienzo de la guerra. La posición de los bolcheviques (el partido
ruso de la IIº Internacional) fue la de la inmediata creación de una nueva internacional.
Lenin planteaba que los socialistas debían romper la colaboración con los gobiernos
burgueses, que era necesaria la movilización de las masas contra el socialchauvinismo y
la transformación de la guerra en guerra revolucionaria. Pero su posición fue rechazada
por 19 votos contra 12. No pudieron participar Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin que se
encontraban encarceladas en Alemania por su oposición a la guerra y fueron saludadas
Andrea D’Atri

Esta conferencia de Berna es la tercera que había sido organizada por


mujeres socialistas. Las anteriores, de Stuttgart en 1907 y de Copenhague
en 1910, se habían pronunciado por el sufragio femenino, la lucha por el
mantenimiento de la paz, contra el acaparamiento y la carestía de vida, el
problema de Finlandia sometida a la represión del zarismo y los seguros
sociales para la mujer y el niño. Una de las resoluciones de Copenhague
señalaba que veían las causas de la guerra “en las contradicciones sociales
creadas por el sistema de producción capitalista” y que no se esperaba el
mantenimiento de la paz “más que por la acción enérgica y consciente del
proletariado, así como por el triunfo del socialismo. El deber de las muje-
res socialistas es el de colaborar a esta obra de mantenimiento de la paz
de acuerdo con el espíritu de los congresos internacionales socialistas.”
También en este último congreso de 1910, a propuesta de Clara Zetkin, se
instituyó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Pero el tercer
congreso, el de Berna, se transformó en la primera conferencia socialista
internacional cuyo eje central fue la oposición a la guerra en curso.
74 Como vimos, la tradición de amistad internacional que regía entre los
distintos grupos del movimiento de mujeres hizo agua frente a la prueba de
la guerra mundial. El internacionalismo y la lucha contra la guerra quedó,
exclusivamente, en manos de los socialistas revolucionarios. Y quienes se
adelantaron en esta lucha contra la guerra fueron las mujeres revolucionarias
como Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Inés Armand, Nadezna Krupskaia
y otras.

La causa de las mujeres se demuestra, nuevamente, durante la guerra,

por la conferencia. Luego, del 24 al 29 de abril de 1916, en Kienthal, cerca de Berna, los
internacionalistas volvieron a reunirse como en Zimmerwald. Lenin proclamó nuevamente
la decadencia de la IIº Internacional y su irremediable hundimiento. Finalmente, los que
mantuvieron los principios revolucionarios del internacionalismo proletario fundaron los
partidos comunistas y la IIIº Internacional. En ambas reuniones participó Inés Armand
(1875 -1920). Hija de padre inglés y madre francesa, Inés contrae matrimonio con un ruso
en 1893. Bolchevique desde 1904, emigra en 1909 y se convierte en amiga personal de
Lenin en el exilio. Representa a los bolcheviques en Bruselas en 1914, en Zimmerwald
y Kienthal. A su vuelta a Rusia, en 1917, trabaja en la Internacional Comunista y muere
en 1920 víctima del cólera.
5
Trotsky, León: A dónde va Inglaterra, Bs. As., El Yunque, 1974.
6
El POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, era una corriente cercana al trots-
kismo, liderada por Andreu Nin, que había surgido de la fusión de la antigua oposición
Imperialismo, guerra y género

indisolublemente ligada a la de la clase obrera. Rosa Luxemburgo, frente a


la guerra y la posición traidora de la socialdemocracia señaló: “Esta guerra
mundial significa un retroceso hacia la barbarie. El triunfo del imperialismo
conduce a la destrucción de la civilización, esporádicamente durante una
guerra moderna y hasta el final si el período de guerras mundiales que ha
comenzado ahora es llevado hasta sus últimas consecuencias. Nos vemos
enfrentados hoy con la elección, tal como predijera Engels cuarenta años
atrás: o bien el triunfo del imperialismo y con él la degeneración, dismi-
nución de la población, un vasto cementerio; o la victoria del socialismo,
resultado de la lucha consciente de la clase obrera internacional trabajando
contra el imperialismo y su método, la guerra.”

La bancarrota de la IIº Internacional, a la que estaban afiliados los


partidos socialdemócratas, estaba a la luz. Su colaboración con la burgue-
sía nacional de los estados beligerantes condujo a la masacre de millones
de obreros, enfrentados en las trincheras por la defensa de los intereses de
sus patrones y atrajo enormes miserias para las mujeres. Clara Zetkin dijo,
luego, en 1919: “La vieja Internacional ha muerto en la vergüenza: jamás 75
podrá ser resucitada.” Ella fue, finalmente, una de las delegadas de la IIIº
Internacional fundada por Lenin con las distintas organizaciones interna-
cionalistas existentes.

¿Libertad en la guerra, opresión en la paz?

En el transcurso de la guerra y, aún después de finalizada, se extendió


la idea de que las mujeres habían logrado grandes conquistas en su emanci-
pación ya que el conflicto trastocaba las relaciones entre los sexos. Es que
mientras duró la guerra, mujeres campesinas y pequeñas comerciantes se
hicieron cargo de las tareas que debieron ser abandonadas, compulsivamente,
por los varones. Por otra parte, las nuevas industrias de guerra, donde se
fabricaban las municiones y las armas modernas, multiplicaban la oferta de
puestos de trabajo debido a la enorme producción que estaba en marcha. Por
la fuerza de la necesidad, la guerra eliminó momentáneamente las barreras
que separaban trabajos masculinos y femeninos.

Sin embargo, los “logros” del género femenino fueron efímeros. El


orden patriarcal del capitalismo sólo se vio alterado circunstancialmente
Andrea D’Atri

por la necesidad de fuerza de trabajo, utilizando a las mujeres para hacer


mover las máquinas que sostenían las ganancias capitalistas en tiempos de
“escasez de varones”. Cuando los soldados regresaron del frente tuvieron
prioridad en los puestos de trabajo y, las proclamas libertarias teñidas de
liberación femenina se trocaron en sones de clarines que llamaban a las
mujeres de regreso al hogar. En Inglaterra, por ejemplo, mientras duró el
enfrentamiento bélico, fueron habituales los acuerdos negociados entre los
sindicatos y las empresas. A través de la concertación y la reforma social
se aceptó el trabajo de las mujeres en las fábricas bajo el régimen conoci-
do como substitution, según el cual las mujeres podían ingresar en puestos
“masculinos”, pero comprometiéndose a retirarse después de la guerra.

Claro que, mientras estuvieron ocupando los puestos vacantes en las


fábricas y empresas, fueron estas nuevas mujeres trabajadoras las prime-
ras en criticar la guerra, mientras las mujeres de la burguesía entregaban
el movimiento feminista de pies y manos a la defensa de la nación. Las
primeras, a través del robo de alimentos en las tiendas o en el campo, el
76 aprovisionamiento ilegal en el mercado negro y otras medidas de sabotaje,
provocaron enormes disturbios. En algunos casos, llegaron a ser instigadoras
de motines por hambre, transformando a las ciudades en los escenarios de
una verdadera guerra civil. En Francia, en 1917, costureras y municioneras
fueron mayoría entre los huelguistas.

Cuando finaliza la guerra, la desmovilización de las mujeres del frente


y de la fábrica va acompañada de una fuerte campaña de propaganda contra
la mujer liberada y el feminismo, reforzándose desde los discursos oficiales
los elogios a las madres y las amas de casa. No por casualidad es el momento
en que se instaura la celebración del Día de la Madre, que aún hoy se sigue
conmemorando en todo el mundo.
Por otra parte, el sufragio femenino apareció en Europa en este mo-
mento, a la salida de la guerra, como una de las concesiones con que los
gobiernos liberales y reformistas intentaron impedir la revolución proletaria
en ciernes, estableciendo firmes regímenes de democracia burguesa tras
la contienda. Así lo señala León Trotsky: “La derrota de la revolución de
1848 había debilitado a los obreros ingleses; por el contrario, la revolución
rusa de 1905 los fortificó de un solo golpe. Después de las elecciones gene-
rales de 1906, el Labour Party formó, por primera vez en el Parlamento,
Imperialismo, guerra y género

una importante fracción de cuarenta y dos miembros. Así se manifestaba


de modo innegable la influencia de la revolución rusa de 1905. En 1918,
desde antes de terminar la guerra, una nueva reforma electoral ampliaba
considerablemente el cuadro de electores obreros y concedía por primera
vez el derecho de voto a las mujeres. Mr. Baldwin mismo [Stanley, político
inglés conservador, tres veces primer ministro. N de la A] no negará pro-
bablemente que la revolución rusa de 1917 haya dado el principal impulso
a esta reforma. La burguesía inglesa creía posible evitar por este medio
una revolución.”5

Entre las dos guerras mundiales la clase obrera ha vivido innumerables


experiencias históricas. Durante todo este período pasó por el auge econó-
mico de los dorados años ’20, con el desarrollo de la producción en gran
escala, el afianzamiento de la Unión Soviética como estado obrero surgido
de la revolución proletaria de 1917, el crack económico de 1929 con la caída
de la Bolsa de Nueva York y la gran depresión, la desocupación, el fascismo,
los frentes populares, la heroica revolución española, el surgimiento del
sindicalismo de masas en EE.UU., etc. La situación de las mujeres no ha 77
sido ajena a estos acontecimientos de la lucha de clases.

La experiencia revolucionaria de España, en la década del ’30, demos-


tró una vez más que las grandes conquistas de derechos democráticos en
beneficio de las mujeres, sólo se obtienen como cosecuencia del alzamiento
revolucionario contra todo el orden existente. En 1931, con el comienzo
del proceso revolucionario en España, las mujeres obtuvieron el derecho al
sufragio en ese país. Pero recién en 1936, con la reanimación de la agitación
revolucionaria entre las masas, la victoria electoral del Frente Popular y la
extensión de una amplísima oleada de huelgas en toda España acompañada
de tomas de tierras, se legaliza el derecho al aborto, en medio de una situa-
ción donde el poder había quedado, de hecho, en manos de los comités y
las milicias obreras. Cuando en 1934 se produce la heroica insurrección de
los obreros de Asturias que se adueñan del territorio pero quedan aislados y
son derrotados por las tropas franquistas tras varios de combates, las esposas
e hijas de los mineros y obreros participaron en la lucha integrándose a los

de izquierda española al Partido Comunista y el Bloque Obrero Campesino de Cataluña,


dirigido por Maurín. El POUM rompe definitivamente su relación con el trotskismo
Andrea D’Atri

comités y empuñando las armas.

En este período florecen los periódicos femeninos comunistas y anar-


quistas. Con la creación de las milicias populares se favorece la inclusión
de las mujeres en los frentes de batalla, pero a partir de setiembre de 1936,
con la prohibición de las milicias y la persecución de los revolucionarios,
el gobierno republicano del Frente Popular se esfuerza por organizar un
ejército regular con el objetivo de frenar el armamento y la organización
autónomas de obreros y campesinos. Esto traerá como consecuencia el
aplastamiento de anarquistas y simpatizantes del trotskismo, además del
envío de las mujeres a la retaguardia.

Un vivo retrato de estas jornadas, de la valerosa acción de las mu-


jeres obreras, de las diferentes actitudes tomadas por las organizaciones
políticas con relación a las mujeres y del pérfido rol jugado por el stalinis-
mo en este heroico pasaje de la historia obrera mundial, puede encontrarse
en las memorias de la jefa de columna de un batallón del Partido Obrero
78 de Unificación Marxista (POUM),6 Mika Etchebéhère. En Mi guerra de
España, la argentina Mika relata en páginas llenas de heroísmo, emoción,
reflexiones y sentimientos profundos, cómo ingresa desde Francia, con su
esposo, para participar de las jornadas revolucionarias españolas, incorpo-
rándose a una columna del POUM. A poco tiempo de llegar, su esposo muere
en batalla y ella se pone al mando de la columna, venciendo los prejuicios
de los milicianos y ganándose su respeto en la lucha misma.

Otra de las mujeres que puede destacarse en la revolución española


es Carlota Durany Vives, que fue secretaria de Andreu Nin, dirigente del
POUM. Carlota integró la Comisión Directiva del Sindicato Mercantil
desplegando una intensa labor en las huelgas del gremio. Quienes la cono-
cieron cuentan que, por su gran actividad revolucionaria y su personalidad,
los anarquistas del sindicato hicieron lo imposible para atraerla a sus filas.
En su casa se celebró la conferencia clandestina de fundación del POUM

cuando ingresa al Frente Popular, durante la revolución española.


7
Durany Vives, Carlota: “El doble papel de la mujer”, Emancipación, 29 de mayo de
1937.
8
Bock, G.: “Políticas sexuales nacionalsocialistas e historia de las mujeres” en Historia
de las mujeres de Occidente, op. cit.
9
Un cartel norteamericano muestra una madre con un niño y un bebé en brazos. La leyenda
Imperialismo, guerra y género

el 29 de setiembre de 1935, por lo que se convirtió en el principal punto


de mira de la policía secreta stalinista en Barcelona. En plena guerra civil,
Carlota comenzó a escribir breves artículos para el periódico Emancipa-
ción, órgano de prensa del Secretariado Femenino del POUM, de donde
extraemos estos párrafos: “El 19 de julio las mujeres se lanzaron a la calle
con un entusiasmo insuperable para luchar juntas con sus compañeros,
para atender a los heridos, para donar su sangre. Pero no se puede vivir
meses y meses con esa tensión. Poco a poco nos acostumbramos a lo que
antes enardecía nuestro entusiasmo y la vida diaria, con sus necesidades y
preocupaciones, mina nuestro ardor revolucionario... ¡Esta es precisamente
la tarea de la mujer! Crear constantemente el nuevo, el espíritu revolucio-
nario. La atmósfera espiritual la produce la mujer... Y la mujer tiene otra
tarea de suma importancia: edificar la base revolucionaria en la generación
futura... Desde muy pequeño el niño tiene que aprender que los demás no
viven exclusivamente para él. De este sentimiento comunitario resulta más
tarde la conciencia de clase.”7

La represión desatada por los stalinistas ponía particular empeño en 79


la aniquilación de los militantes del POUM. Detuvieron a Carlota, que ya
anteriormente había estado varias semanas arrestada, cinco días antes que las
tropas fascistas al mando del general Franco entraran en Barcelona. Cuando
la detuvieron, dejaron a su hijo de tres años abandonado en la casa quien
luego, fue recogido por unos vecinos. La subieron a un auto y la condujeron
hacia una carretera, mientras la interrogaban y la insultaban para que les
dijera dónde se encontraba su compañero. Se limitó a contestar, una y otra
vez, que sólo sabía que estaba en el frente, lo que enfureció más aún a sus
captores que iniciaron un simulacro de fusilamiento. Carlota fue finalmente
trasladada a una dependencia de la policía secreta stalinista junto a otras
mujeres del POUM, de donde pudo escapar antes de que ese lugar cayera
en manos de los fascistas. Contó con el tiempo justo como para reencon-
trarse con su hijo y partir para tomar un camión preparado por el Comité de
Evacuación del partido, que la transportó hasta la frontera con Francia. Sólo
después de treinta y cinco años sus cenizas regresaron a su país y fueran

reza: “Yo he dado un hombre ¡Dad vosotros el 10% de vuestra paga para la guerra!”
Otro señala: “Mujeres: hay trabajo que hacer y una guerra que ganar”.
Andrea D’Atri

lanzadas al mar en la Costa Brava.

Pero el fascismo no sólo fue un fenómeno político español. Era la expre-


sión política del gran capital monopólico que sustituye el régimen democrático
burgués por formas dictatoriales. En relación con las mujeres, el fascismo
consideraba que su emancipación era una perversa ideología anti-régimen y
apátrida. Para los nazis en Alemania, por ejemplo, ser madre era el objetivo
central que debían tener las mujeres para sus vidas, pero no era deseable para
todas. Sostenían que el 20% de la población germana era indeseable para asumir
la paternidad o la maternidad ya que no pertenecían a la “raza pura”. Se intro-
dujo la esterilización forzosa que se aplicó tanto a varones como mujeres por
causas tales como debilidad mental, epilepsia, esquizofrenia, síndrome maníaco-
depresivo, ser negro, judío, gitano, etc. Esta política demográfica llevó a lo que
se denominó “embarazos de protesta”, los que eran buscados por las mujeres
jóvenes antes de ser sometidas a la operación de esterilización. Los datos del
empleo femenino en la Alemania fascista demuestran otra cara de la crueldad
del régimen nazi: “Durante la segunda Guerra Mundial se incorporaron
80 alrededor de 2,5 millones de mujeres extranjeras al trabajo en la industria
y la agricultura alemanas, junto con un número mucho mayor de hombres;
la mayoría de ellos procedían de los países del este de Europa y se los hacía
trabajar por la fuerza. Cuanto más bajo era su ‘valor racial’, mayor era la
proporción de mujeres trabajadoras del grupo nacional correspondiente y,
particularmente en la industria pesada de municiones.”8
La resistencia al fascismo también fue testigo del enrolamiento de las
mujeres. En la Unión Soviética las mujeres participaron activamente defen-
diendo su territorio contra la invasión del ejército nazi. Poco después del inicio
de la Segunda Guerra Mundial, fue creado el Comité Antifascista de Mujeres
Soviéticas que recibió la solidaridad de las mujeres de Inglaterra, EE.UU.,
India, Austria, etc. En Yugoslavia, más de 100.000 mujeres se enrolaron
entre los partisanos y el ejército de Tito. En Francia, las mujeres fueron parte
de la resistencia maquí, creando redes en las empresas donde trabajaban,
actuando como correos y agentes de información, organizando la lucha en
los campos de concentración y combatiendo. En Italia hubo cerca de 35.000
mujeres en la resistencia armada y más de 70.000 formaron parte de los
Imperialismo, guerra y género

grupos de defensa femeninos voluntarios, sufriendo la tortura, los arrestos,


las deportaciones, los fusilamientos o la muerte en combate.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los estereotipos femeninos que


habían surgido durante el período de la guerra del ‘14, se repiten: la mujer
trabaja en las fábricas de armamento y municiones al servicio de la patria
o es la madre protectora que cuida el hogar ante la ausencia del soldado.
En Inglaterra, se prohibió a las empresas privadas que tomaran mujeres de
entre veinte y treinta años, las que quedaban bajo el control del Estado para
ingresar a las fábricas de armamento en caso necesario. Con este propósito se
limitó el ingreso de las mujeres a las universidades, para disponer de mayor
cantidad de mano de obra. En 1944, en la industria y los servicios auxiliares
de la defensa civil hubo dos millones de trabajadoras más que antes de la
guerra. En EE.UU., se recurrió a las mujeres por medio de campañas de
prensa y de radio y los 10 millones de norteamericanas que trabajaban en
1941, pasaron a ser 18 millones en 1944.9

Pero finalizada la guerra, las mujeres debieron regresar a los hogares 81


nuevamente. En Inglaterra y EE.UU., por ejemplo, desaparecieron las guar-
derías que se habían creado para facilitar el trabajo de las mujeres. Esta vez
las mujeres volvieron a repetir la experiencia que habían hecho a la salida
de la Primera Guerra Mundial, pero con mayor resistencia por parte de
las obreras y empleadas que se negaban a dejar sus lugares de trabajo. Un
“malestar” se instaló en aquellas que no querían ver reducido nuevamente
su papel al de madres, esposas y consumidoras, lo que encontrará expresión
en los movimientos feministas de masas que surgieron años más tarde,
especialmente en estos países.
Andrea D’Atri

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