Las Universidades Populares en América Latina 1910-1925 - Ricardo Melgar

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Las universidades populares en América Latina 1910-1925

Ricardo Melgar Bao


(fuente: http://www.pacarinadelsur.com/home/amautas-y-horizontes/149-las-universidades-
populares-en-america-latina-1910-1925)

Las lecturas sobre la Reforma Universitaria latinoamericana, han sobredimensionado el peso de sus
reales rupturas ideológicas e institucionales, subvaluando o negando ciertas líneas de continuidad,
por lo menos en lo que compete al campo de la "extensión universitaria", es decir, su moderna y
civilizadora búsqueda del pueblo. Por ello, iremos a contracorriente recuperando dos olvidadas
experiencias de las Universidades Populares, la mexicana tan ligada a las presencias simbólicas y
reales de Manuel Ugarte, Pedro Henríquez Ureña y Lombardo Toledano entre 1913 1920, y la
portorriqueña bajo el influjo de Julio R. Barcos en los primeros meses de 1918, pasaremos luego a
reseñar las opciones propiamente reformistas de la primera mitad de los veinte y su quiebre político,
para finalmente, destacar en el marco de las representaciones, las claves utópicas y de autoctonía
política que portaron las Universidades Populares, apelando al ejemplo guatemalteco, a través del
pensamiento de Miguel Angel Asturias.
Palabras clave: América Latina, reforma universitaria, educación, autonomía, renovación

A Pancho Aricó y sus filosas preguntas sobre las Universidades Populares y la APRA.
A Horacio Crespo, rememorando diálogos sobre muchos tiempos, desde nuestro real e imaginario
Ateneo de Estudios Latinoamericanos.

La "extensión universitaria": entre dos tiempos.


A partir de 1918 aunque el movimiento universitario de Córdoba proyectado sobre América Latina,
exhibió con razón y fuerte sensibilidad las banderas de la Reforma, en particular la de "la extensión
universitaria", no pueden obviarse sus antecedentes. Estos, en la medida en que se situaron en un
campo de transmisión intergeneracional, entre los jóvenes arielistas y los de la Reforma o del
Centenario según quiera llamárseles, nos permitirán redimensionar algunas líneas de continuidad
como las que significaron a las Universidades Populares.

Antes de la tempestad universitaria que conmovió a la América Latina entre 1918 y 1930, hubo un
ciclo menor pero significativo de luchas, movilizaciones y encuentros internacionales estudiantiles
cumplidos a partir de 1903 hasta vísperas de la Primera Guerra Mundial, en los que se vislumbraron
ya sus aproximaciones a los nuevos modos de la protesta popular y la reapropiación de los espacios
públicos.
A las movilizaciones y rebeldías universitarias bajo el sino arielista, realizadas entre 1903 y 1906 en
la Universidad de Buenos Aires, le sucedieron otras en Chile en 1906, en el Perú en 1909, en
Guatemala en 1911 y en México en 1910, 1912 y 1914. Las tempranas movilizaciones callejeras, el
derecho a la plaza pública y a la fiesta obrera, así como las episódicas y balbuceantes huelgas
estudiantiles, fueron indicios significativos del comienzo de un proceso de mimesis cultural de la
resistencia, que aproximaron gradualmente y sin confundirlos, los ideales, las acciones estudiantiles
y obreras. En este horizonte, las propuestas de la "extensión universitaria" y de la autoeducación
obrera, lograrían una cierta convergencia, configurando un proceso de recomposición y reinvención
de los campos educacionales y culturales contrahegemónicos. Sin embargo, fue en los años de la
Reforma Universitaria, particularmente entre 1918 y 1925, donde las Universidades Populares,
devinieron en capital simbólico en los imaginarios estudiantiles y obreros.
De fondo, asistimos a la emergencia de una nueva cultura política popular en buen número de las
ciudades latinoamericanas, en la cual las universidades populares y las escuelas obreras cumplieron
un rol más o menos significativo, atendiendo a sus reales circunstancias políticas y educativas. No
fue casual que las miradas de las elites sobre las Universidades Populares se endurecieran al
significarlas como espacios reproductores del caos social y la antipatria, pasando luego a
hostilizarlas, reprimirlas y prohibirlas en el curso de los años veinte. Fue en ellas, donde las nuevas
elites intelectuales y obreras, aprendieron un nuevo modo de eslabonar política y pueblo, según
Aricó, se cumplió otra manera de relacionar política y masas. Más recortada es la visión de
Portantiero, de ver en las Universidades Populares únicamente los elementos de pasaje de la lucha
estudiantil a la política.[1]
Pero revisemos antes el proceso que dio curso a la existencia y afirmación de las Universidades
Populares en nuestro continente. La crisis del modelo liberal de la educación superior, entrampada
entre su inconclusa orientación positivista y su anquilosado legado humanista, nos remite a una
crisis mayor que fue erosionando los pilares de la cultura oligárquica. Los nuevos flujos de bienes
culturales sobre las cambiantes ciudades latinoamericanas, se proyectaron sobre la configuración
de las emergentes capas medias y obreras, a partir de sus sectores más dinámicos e ilustrados. El
Partido Socialista Argentino fundó al parecer en 1904, una efímera Universidad Popular en Buenos
Aires que relevó sin línea de continuidad a otros experimentos de educación popular. En 1909 en la
misma ciudad, se constituyó una Universidad Obrera de breve existencia.[2] Un poco más referido
pero no estudiado, es el proyecto de la novísima Universidad Popular Mexicana, impulsado por el
Ateneo de la Juventud hacia 1912.
Para entender la real significación de la Universidad Popular, debemos aproximarnos al
conocimiento del panorama estudiantil de la época. Tres congresos internacionales de estudiantes se
habían cumplido ya en igual número de ciudades latinoamericanas: Montevideo (1908), Buenos
Aires (1910) y Lima (1912). Estos recreaban en clave latinoamericana los eventos que venía
promoviendo desde Europa la Federación Internacional de Estudiantes (Corda Fratres), desde su
fundación en Turín en 1898. Esta entidad, logró congregar hasta 15 delegaciones universitarias de
países latinoamericanos en uno de sus congresos internacionales celebrado en la ciudad de Milán,
ya entrada la primera década del siglo XX.[3]
Desde el primer evento estudiantil realizado en Montevideo (1908), el eslabonamiento entre el
ideal arielista y la vocación moderna de ir al pueblo, preanunció el perfil de la nueva generación
universitaria:
"El santo cumplidor de la bella profecía está, como Dios, en todas partes; podemos verlo en Méjico
y en el Perú, en Colombia y en Chile, en toda la América: es el pueblo americano, es la
muchedumbre, es el inmenso rebaño".[4]
Bajo esta clave un tanto neobolivariana y otro tanto populista que venía echando raíces en los
imaginarios de los jóvenes universitarios, el tópico de la extensión universitaria, apuntaba a cumplir
un rol de mediación político-cultural. Así lo refrenda el tenor de la intervención de un congresista,
al recuperar la experiencia de Valentín Letelier en la Universidad de Chile, y proyectarla como el
mejor camino a seguir por los proto-reformistas: "Vincular la obra de las Universidades al
Pueblo,[5] al trabajo nacional, llevando a las filas del pueblo la noción de que éste es respetable y
proficuo...".
Sin embargo, fue en el congreso de Buenos Aires, donde se enunció por vez primera el término de
Universidad Popular como sinónimo de extensión universitaria; luego vendrían sus muchas
traducciones: escuelas obreras, departamentos, universidades, ateneos, etc. Estos eventos corrieron
paralelos a la emergencia de organismos estudiantiles universitarios, las primeras protestas contra el
anquilosado régimen de enseñanza y gobierno universitario, y el reconocimiento de las primeras
representaciones estudiantiles en las facultades de las universidades uruguayas y mexicanas entre
1909 y 1910.[6]
Mirada en su conjunto la denominada "extensión universitaria", exhibía tanto como tejido de
representaciones en el imaginario universitario y popular latinoamericano, como en el despliegue de
sus diversas prácticas político-culturales, varias entradas. Traducía no sólo los particularismos
propios del movimiento de reforma universitaria en su deseo, voluntad y compromiso moral de
incidir en el nuevo curso de una modernidad excluyente, sino también los límites institucionales que
fijaban los gobiernos de turno y las propias autoridades educativas, incluyendo en estas últimas a las
universitarias. Por otro lado, la recepción popular-urbana de los proyectos de extensión
universitaria, no puede ser considerada pasiva. Los liderazgos obreros y de la propia intelectualidad
extra-académica, presionaron en diversas direcciones para recrear los alcances de las Universidades
Populares y las escuelas obreras. También contó en el éxito de estas, la calidad intelectual y la
sensibilidad social de sus profesorados, la actualidad y pertinencia de los cursos y actividades
programadas, y obviamente la colaboración o resistencia de sus públicos reales o potenciales.
Cierto es que las Universidades Populares, restringidas en número y capacidad de gestión y apoyo
por parte de las instancias del gobierno universitario, expresaron mayoritariamente el punto de
vista estudiantil. De cualesquier modo, marcaron un hito en el camino hacia la búsqueda de un
nuevo modelo de Universidad, menos elitista, tradicional y autoritaria. De estos congresos, emanó
también otra mirada sobre el papel de la juventud universitaria de cara a la construcción de un
nuevo proyecto de nación, hermanado a un proyecto mayor, donde las coordenadas arielistas y
aquellas otras, propias al clima celebratorio del centenario de la independencia de nuestras
repúblicas, hicieron lo suyo. El mensaje generacional y juvenil, abrevó no sólo de mentores como
Ortega y Gasset, Unamuno, Rolland, Barbusse, el príncipe Kropotkin o Lutnacharsky, sino que bajo
el paraguas simbólico de los “maestros de la juventud”, fue decantando sus preferencias, así sucedió
por ejemplo en el Perú con el presidente Leguía y en Guatemala con Estrada Cabrera. En su
defecto, contaban las preferencias juveniles por los intelectuales mayores como José Vasconcelos,
Alfredo Palacios, Pedro Henríquez Ureña, Víctor Andrés Belaúnde o José Ingenieros, quienes de
manera consentida o subrepticia escribían y hablaban sobre la nueva generación universitaria o en
su nombre.
En 1921, el tema de las Universidades Populares logró una centralidad sin precedentes en el
movimiento reformista latinoamericano gracias a una iniciativa vasconceliana. En dicho año, se
celebró el Primer Congreso Internacional de Estudiantes en México bajo los auspicios de José
Vasconcelos. Este evento consignó en sus resoluciones no sólo su compromiso estudiantil "por el
advenimiento de una nueva humanidad, fundada sobre los principios modernos de justicia en el
orden económico y político", sino también y más allá de su soñada reforma universitaria, definió la
trascendencia y el perfil ético-político de su programa de extensión universitaria, al decir que:

"... es una obligación de los estudiantes el establecimiento de universidades populares, que estén
libres de todo espíritu dogmático y partidarista y que intervengan en los conflictos obreros
inspirando su acción en los modernos postulados de justicia social".[7]
Dichas así las cosas cabe preguntarse: ¿Qué papel jugaron las Universidades Populares en el
horizonte político-cultural de nuestras repúblicas oligárquicas en el primer cuarto del siglo XX?
¿Cómo se insertaron en los medios estudiantiles y populares urbanos?
La cultura política latinoamericana en las primeras décadas del siglo XX, asistió a una serie de
cambios, de los que las Universidades Populares, fueron por un lado expresión de ellos, pero
también su vehículo dinamizador y recreador.
El primer rasgo, supone la proyección de las bases de una cultura letrada de nuevo tipo, donde el
periódico obrero o estudiantil abrió juego a una inédita percepción de la simultaneidad de los
eventos nacionales e internacionales, a través de la cual sus escogidos públicos vieron multiplicados
sus rostros. Pensemos únicamente en las imágenes fuertes de los grandes eventos, reiteradas
cotidianamente por la prensa: la Reforma Universitaria de Córdoba, la Revolución Mexicana, la
gesta de Sandino en Nicaragua, la propia Revolución Rusa. Gracias a ello, en el horizonte
celebratorio del centenario de nuestras repúblicas, se afirmó también, la propia reconstrucción de
las imágenes latinoamericanistas de Simón Bolívar y de José Martí, pero también la de los maestros
de la juventud (Rodó, Ugarte, Ingenieros, Palacios, Vasconcelos, Barbusse, Rolland), sin olvidar a
la de los guías obreros (Kropotkin, Malatesta, Lenin y Trotsky). El segundo rasgo, fue la
construcción de espacios y prácticas educativas, artísticas y culturales cruzadas con las de carácter
gremial o político. La Universidad Popular, implicó periódicas sesiones de clases o conferencias, la
formación de cuadros artísticos-literarios, pero también la realización de eventos político-sindicales,
así como el ejercicio militante de muchas acciones solidarias El tercer rasgo, registra la circulación
y consumo de una literatura de libros y folletos que borraron fronteras entre sus distintos campos
disciplinarios, tanto por la vía semiformal de las Universidades Populares y entidades afines como
por los caminos propios del autodidactismo. A la más frecuentes importaciones de libros y folletos
de las casas europeas Maucci, Sempere y Garnier, se sumaron las iniciativas editoriales estudiantiles
y obreras, conflictuadas las más de las veces con los filtros de la censura y la represión
gubernamental. Un cuarto rasgo, marca la construcción de un abanico ritual y sus respectivos
espacios simbólicos en los marcos de estas culturas subalternas o contrahegemónicas, los cuales
permitieron armar memorias y claves identitarias, así como demandas sociales y utopías. Por esos
años, las universidades populares, al igual que las federaciones estudiantiles, los sindicatos y los
balbuceantes partidos de izquierda, concurrieron a la construcción de sus respectivos martirologios
estudiantiles y obreros.

Las Universidades Populares en México y Puerto Rico


Una aproximación a dos casos concretos, como el de la Universidad Popular Mexicana y el de la
Universidad Popular de Puerto Rico, nos permitirán entender más allá de sus lógicas diferenciales,
las tendencias en curso en la América Latina previas a la Reforma Universitaria.

Veamos el caso mexicano. Bajo el primer gobierno revolucionario mexicano de Francisco Madero,
teósofo y liberal, el Ateneo de la Juventud, que aglutinaba a la nueva generación universitaria,
impulsó su proyecto de Universidad Popular, el cual puede ser considerado su más lograda
proyección sobre el ámbito cultural de la ciudad de México. Por otro lado, el experimento mexicano
por lo poco conocido y por presentarse como el primer antecedente de esta tradición educativa y
popular de la extensión universitaria, merece ser revisitado, ya que sobrevivió a los avatares y
signos políticos encontrados del maderismo, el huertismo y el carrancismo. Así los hechos,
Equívoca resultó la afirmación de Luis Alberto Sánchez, al negarle al México revolucionario la
posibilidad de constituir una Universidad Popular, acaso en favor de alimentar una de las
primordiales mitologías apristas.[8]
El 3 de diciembre de 1912, catorce jóvenes intelectuales procedentes de las filas ateneístas,
fundaron la Universidad Popular Mexicana, eligiendo rector a Alberto J. Pani, vicerrector a Alfonso
Pruneda y secretario a Martín Luis Guzmán. Las conferencias y visitas guiadas a museos y lugares
históricos fueron el centro de las actividades de la Universidad Popular y corrían por cuenta de los
ateneístas. Las temáticas de las conferencias eran libremente escogidas por los disertantes, bajo el
entendido de que los tópicos políticos quedarían excluidos. En cierto sentido, la Universidad
Popular Mexicana, fue una respuesta generacional al "conflicto entre el viejo y el nuevo proyecto de
educación cultural, entre el viejo y el nuevo concepto sobre la responsabilidad de los
intelectuales".[9]
La proyección hispanoamericana de la Universidad Popular Mexicana se debió a la mediación
entusiasta de dos influyentes intelectuales extranjeros: el dominicano Pedro Henriquez Ureña y el
hondureño Rafael Heliodoro Valle, quienes al lado de Alfonso Reyes, Antonio Caso y José
Vasconcelos entre otras figuras mexicanas habían constituido en 1909, el Ateneo de la Juventud,
desplegando una activa campaña antipositivista.[10] La vocación americanista de los ateneístas se
hizo pública en 1910, mientras Alfonso Caso reivindicaba el pensamiento de Eugenio María de
Hostos, Pedro Henríquez Ureña hacía lo propio con el de José Enrique Rodó, posturas que
marchaban a contracorriente de su ala más filohispanista. Gracias a Henríquez Ureña, se abrieron
vínculos con figuras destacadas y polémicas como la del socialista argentino Manuel Ugarte y la del
español Pedro González Blanco, este último traductor de Nietzsche al castellano. En 1910 se llevó a
cabo el Primer Congreso Nacional de Estudiantes en la ciudad de México, movilizándose los
estudiantes en defensa del poeta Rubén Darío impedido de viajar de Veracruz a la ciudad de
México, por orden del régimen porfirista. Las consignas y arengas estudiantiles tuvieron, además,
un carácter fuertemente antinorteamericano.[11] En enero de 1912, los estudiantes mexicanos con
motivo de la visita de Manuel Ugarte, lo hicieron portador de su mensaje fraternal hacia los
estudiantes sudamericanos, a contracorriente de la administración maderista que no veía con buenos
ojos la prédica antimperialista del intelectual argentino. Una multitudinaria manifestación
estudiantil de apoyo a Manuel Ugarte se extendió a la defensa de las agredidas soberanías de Cuba
y Nicaragua por los Estados Unidos, culminando en un repudio al Presidente Madero por
antipatriota. El Ateneo de la Juventud al ponerse al margen del evento filo-ugartista resintió la
renuncia pública de Nemesio García Naranjo, uno de sus socios fundadores. El 3 de febrero,
Manuel Ugarte ante un público estimado en tres mil personas, disertó una conferencia de título
inconfundible "Ellos y Nosotros".[12]
Bajo ese horizonte, la Universidad Popular buscó en la figura de Justo Sierra y en la del propio
Pedro Henríquez Ureña, a sus maestros guías. Al primero le brindaron un reconocimiento público
un 28 de septiembre de 1913 y al segundo, un 21 de enero de 1914. Ese mismo año, Henríquez
Ureña defendió su tesis sobre la Autonomía universitaria frente a los avatares de la política, para
recibirse de abogado.[13]
El proyecto de Universidad Popular Mexicana, estableció así un puente intergeneracional, o más
propiamente una cierta legitimidad simbólica al apoyarse en la figura de Justo Sierra, quien había
tomado la iniciativa de reinaugurar la Universidad de México bajo las banderas de la renovación
pedagógica y de la autonomía académica y administrativa.[14] El ideario de la Universidad Popular
Mexicana fue resumido en su primera presentación del año 1913, gracias a la pluma de Alfonso
Reyes:
"Si el pueblo no puede ir a la escuela, la escuela debe ir al pueblo. Esto es la Universidad Popular,
la escuela que ha abierto sus puertas y derramado por las calles a sus profesores para que vayan a
buscar al pueblo en sus talleres y en sus centros de agrupación".[15]
Después de la breve gestión de Pani, la Universidad Popular, fue conducida a lo largo de su
existencia hasta 1923, por el médico cirujano Alfonso Pruneda (1879-1957), quien había transitado
por diversos cargos públicos en materia educativa, entre el porfiriato y los primeros gobiernos
revolucionarios.[16] La UP centró sus actividades en sucesivos ciclos de conferencias presentadas
en teatros de la ciudad de México y en plazas públicas. La conferencia como práctica docente y
cultural dominante, ataba a la UP, a un gastado autoritarismo educativo, no obstante las iniciativas
renovadoras de los ateneístas en otros campos de la vida cultural. Aparte de ello, publicó tanto un
boletín como algunos ensayos de sus profesores, como por ejemplo las Tablas cronológicas de la
literatura española (1913) de Pedro Henríquez Ureña.
Una reseña del programa de conferencias de la UP para ser cumplidos en el curso de la tercera
semana de enero de 1915, impartidas en horario nocturno de lunes a sábado, nos da una idea
aproximada de sus profesores, temáticas y orientaciones: Lic.Carlos Vargas Galeana "Astronomía",
Dr.Jesús Díaz de León, "La vida en los animales superiores", Ing. Francisco M.Ortíz "pequeñas
industrias", Prof.Luz Vera "Moral", Prof. Miguel Salinas, "Lengua y literatura castellanas", Sr.
Rafael Sierra Domínguez "El problema obrero X. Las horas de trabajo". Las conferencias quedaban
enmarcadas en series temáticas, así ésta última se ubicaba en la denominada "El problema obrero".
Sierra Domínguez, fungía como director del Departamento del Trabajo.[17]
La periodista Luz Vera, elogió a la Universidad Popular Mexicana, por la labor educativa inserta en
el horizonte del emergente nacionalismo cultural bajo el carrancismo:
"Es plausible la tarea que se ha impuesto este centro de propaganda; en él se dan conferencias de
Sociología, Moral, Geografía, Lengua Nacional, etc., etc., ligando directamente las leyes de estas
ciencias o artes con los fenómenos sociales de nuestra patria. De esta manera no estará lejano el día
de "conocernos a nosotros mismos", pues con frecuencia tenemos entre nosotros, por ejemplo,
grandes sociólogos "europeos", que son mexicanos, es decir, conocen la sociología extranjera, sin
preocuparse de nuestro pueblo ni aplicar sus leyes para estudiarlo y satisfacer sus necesidades más
superiores".[18]
El 1º de septiembre de 1917, Pruneda y Alberto Pani, promovieron al dirigente estudiantil Vicente
Lombardo Toledano, a la secretaría general de la Universidad Popular, en circunstancias que el
Congreso discutía el futuro de la Universidad como anexo de la Secretaría de Educación Pública o
de la Secretaría de Gobernación. Lombardo, desde su reforzado liderazgo, convocó a la comunidad
estudiantil a una movilización callejera en demanda de la autonomía universitaria, la cual se
cumplió exitosamente el 29 de septiembre. El 4 de octubre, Lombardo y Gómez Marín entre otros,
remitieron un memorial al Congreso en defensa de la autonomía universitaria a nombre de los
profesores y alumnos. Pero, el Congreso decidió votar en contra de la autonomía universitaria.[19]
Los estudiantes disconformes, se volcaron a reforzar las bases sociales de la Universidad Popular
extendiéndola a otros lugares del país bajo el lema mesiánico de "Laboremos como si no fuésemos
a morir nunca". Por esas fechas, el presidente Venustiano Carranza, a petición de la Federación de
Estudiantes, aceptó abrir en las embajadas mexicanas las agregadurías estudiantiles para impulsar
una red de solidaridad continental hacia México, pero que de manera paralela, fueron tejiendo más
horizontalmente hermandades bolivarianas estudiantiles. Fue así como la Federación de Estudiantes
envió a: Carlos Pellicer a Venezuela y Colombia; Luis Padilla Nervo a la Argentina, Pablo Campos
Ortíz al Uruguay, Esteban Manzanera al Brasil y Luis Norma a Chile.[20]
A partir de entonces, la aproximación de Lombardo Toledano a los sectores obreros fue creciente y
decisiva en su futuro político nacional y continental. Los ecos de la Reforma Universitaria en la
Argentina y otros países sudamericanos, acicatearon otras demandas, pero fueron incapaces de
reanimar a la vieja Universidad Popular Mexicana, quedando agotada al filo del Primer Congreso
Internacional de Estudiantes (1921).
Es posible que la búsqueda itinerante e intermitente de públicos obreros y populares en la ciudad de
México, haya contribuido a lograr esas escasas concurrencias señaladas por el historiador Javier
Garciadiego, síntoma crónico de una fallida alternativa para "lograr el enriquecimiento cultural de
las masas urbanas capitalinas". Coadyuvó también a esta precoz obsolescencia de la Universidad
Popular, la disgregación política e ideológica de los ateneístas hacia 1914, así como el retiro de los
apoyos materiales que otrora le brindaba la Dirección de Bellas Artes. Pero fue la proficua gestión
cultural de José Vasconcelos, emprendida a través de la Secretaría de Educación Pública y de la
Universidad Nacional, que terminaron de convertir en superflua la existencia de la Universidad
Popular Mexicana.[21]
En lo que respecta a la experiencia puertorriqueña de la UP, debemos decir que aparece más ligada
al movimiento intelectual argentino, aunque se gesta dos meses antes de la huelga general de los
universitarios cordobeses y de su manifiesto liminar. Revisemos los hechos. Hacia 1917, Julio R.
Barcos, joven profesor argentino viajó a los Estados Unidos en compañía de su esposa para
perfeccionar sus estudios pedagógicos a instancias de las autoridades educativas de su país. Nuestro
personaje remitió informes pedagógicos de cada ciudad norteamericana que visitó sin recibir la
ayuda ofrecida. En abril de 1918, convencido de haber sido engañado y abandonado a su suerte,
emprendió el retorno por vía marítima a su país, haciendo escala en Puerto Rico. Barcos se
aproximó con éxito a los círculos sociales boricuas de Ponce y San Juan, proponiéndoles su
proyecto de montar una Universidad Popular, en donde al mismo tiempo que se brindase instrucción
a los obreros y artesanos, se hiciera prédica hispanoamericana y por ende, antinorteamericana,
orientación que no parecía tener mayor recepción después de los sentidos decesos de Hostos y
Betances. A fines de abril, desde el local de la Biblioteca Carnegie, dirigida por Manuel Fernández
Juncos, éste a propuesta de Barcos, convocó a un grupo de 18 intelectuales, varios de ellos
socialistas, para fundar la Universidad Popular, siendo elegido como presidente de la misma. El 16
de mayo de 1918, se inauguró el primer ciclo de trabajo docente de la Universidad Popular, en el
local de la Biblioteca Carnegie.[22]
El socialismo radical de Barcos, tenía escasos márgenes de recepción dados los consolidados y
hegemónicos filtros fabianos del núcleo de maestros portorriqueños. La Universidad Popular en la
ciudad de San Juan, resintió así desde sus orígenes el voluntarismo revolucionario de Barcos,
enfrentado al perfil más reformista de sus reales anfitriones. Una reseña del programa de la UP, en
las palabras inaugurales de Fernández Juncos, expresaba una orientación contraria a la de Barcos, al
decir que ésta intentaba:
"...difundir en el gran público ideas de orden social, de régimen higiénico para conservar la salud,
de economía y de ahorro, de ética o filosofía de las buenas costumbres, de armonía entre el capital y
el trabajo, de conocimientos geográficos, históricos y estadísticos del país, de historia de los
Estados Unidos, de Derecho, en sus ramas de mayor actividad para la educación cívica del pueblo,
de propaganda escolar y las artes liberales y a la poesía, de filosofía social y de otras materias de
verdadera utilidad para la vida y el bienestar de la sociedad".[23]

Julio R. Barcos acompañado del socialista boricua, Nemesio R. Canales, se trasladó a Ponce,
buscando imprimirle otra orientación a su pedagogía popular. Sin embargo, Canales distaba de
compartir plenamente el ideario radical de Barcos. Desde el teatro "La Perla" lograron convocar a
un nutrido público de obreros y artesanos. La serie de conferencias dadas por Julio R. Barcos,
asumieron un tono beligerante, socialista, hispanoamericanista, antimperialista contrario al
prevaleciente en la Federación Obrera liderada por Santiago Iglesias. Barcos a solicitud de las
damas asistentes, programó una nueva conferencia sobre el feminismo en la Argentina. No obstante
este éxito efímero en Ponce, el proyecto de Barcos no sólo no ganó eco entre los intelectuales, sino
que fue arrinconado. El único adherente intelectual fue Canales, sin olvidar sus diferendos y
reservas ideológicas.[24]
El último intento de Barcos en favor de su proyecto se situó en el campo ideológico, abriendo fuego
contra sus oponentes. En su artículo "Lo que creo debe ser la Universidad Popular", reivindicó para
tal entidad, la hegemonía de una concepción político-educativa revolucionaria, próxima al legado de
la escuela racionalista de Ferrer Guardia. Veamos en las propias palabras de Barcos la disyuntiva
por la que atravesaba este organismo a principios de junio de 1918:
"En términos más claros, si en vez de personas de mente abierta a las corrientes filosóficas del
pensamiento moderno, son hombres retardatarios, aferrados al panteón de las tradiciones y al polvo
de las ideas pretéritas, los que pretenden paralizar en nombre de las ideas viejas a las inteligencias
nuevas, entonces la Universidad Popular será un sarcófago de momias del que no tardará de alejarse
el pueblo guiado de su fino instinto crítico”.[25]
Dos meses más tarde, el experimento de la Universidad Popular estaba virtualmente cancelado por
ambas partes, tres meses de intensa actividad educativa y beligerante confrontación ideológica
resultaron agotadores. En lo general, la atmósfera ideológica para impulsar un proyecto
revolucionario como el de Barcos, iba a contracorriente de las expectativas del sindicalismo
portorriqueño y del propio Partido Socialista, interesados en las posibles extensiones de los
derechos laborales de sus pares norteamericanos. Días después, tanto Barcos como Canales se
fueron de Puerto Rico, el primero siguiendo la ruta del retorno y el segundo, la del exilio.[26]
En lo general, estas dos experiencias educativas, se distanciaron de aquellas otras promovidas por
la intelectualidad universitaria en los diversos países de la región, adoptando lo que un autor ha
denominado "la primaria forma de la extensión cultural".[27] Los proyectos de la Universidad
Popular en México y Puerto Rico, emergieron de entidades ajenas a las instituciones universitarias,
aunque sus promotores intelectuales, particularmente en el caso de la primera, lograron captar
algunos apoyos circunstanciados de sus instituciones académicas de origen. Los intelectuales al
asumir su misión civilizadora de ir al pueblo, en el recorrido de un sinuoso camino, pusieron en
evidencia un cúmulo de variantes ideológicas y resultados heterogéneos no siempre exitosos como
los que hemos reseñado. A pesar de todo ello, nuestros jóvenes intelectuales persistieron en los años
veinte en seguir tejiendo el mismo sueño con nuevos ribetes.

Las ideologías en juego


Las Universidades Populares si bien tradujeron los proyectos reformistas y el ideario
latinoamericano de los estudiantes universitarios, sirvieron al mismo tiempo de vehículo de algunos
nacionalismos culturales alternativos. Veamos primero la dimensión más continental de las
Universidades Populares, y luego las tensiones ideológico-políticas que fue suscitando en algunos
países.
El Primer Congreso Internacional de Estudiantes (septiembre de 1921), realizado en México bajo el
paraguas protector de José Vasconcelos, en sus conclusiones segunda y tercera, sostenía por un lado
que "la extensión universitaria" fuese obligación propia a toda asociación estudiantil, mientras que
por el otro reivindicaba como compromiso moral de todo estudiante hacia la sociedad, el de
"difundir la cultura que de ella ha recibido entre quienes la han de menester". Y en que lo respecta
puntualmente a las Universidades Populares el acuerdo rezaba:
"Que es una obligación de los estudiantes el establecimiento de Universidades Populares, que estén
libres de todo espíritu dogmático y partidarista y que intervengan en los conflictos obreros
inspirando su acción en los modernos postulados de la justicia social".[28]
Jóvenes peruanos desterrados en Buenos Aires, hacia 1925. De izquierda a derecha: G. Cornejo
Koster, Eudocio Rabines, Manuel Seoane, Luis E. Heysen, Gabriel del Mazo (argentino), Arcelles y
Oscar Herrera.Las Universidades Populares en el continente, aún cuando aparentemente ganaron en
legitimación a raíz del Congreso Internacional de 1921, construyeron algunos campos de tensión
ideológico-cultural que afectaron su proyección futura dentro de los marcos legales como: el ideario
latinoamericano versus los patrioterismos y nacionalismos culturales, la lucha por la hegemonía
política y educativa de los líderes estudiantiles sobre su pretendida clientela obrera versus un
proyecto cogestivo estudiantil-obrero, la definición de un tradicional programa escolarizado
nocturno basado en clases y conferencias versus un programa de actividades político-culturales
beligerante en lo social y político y renovador y semi-formal en lo educativo. De todos ellos,
seleccionemos el primero, es decir, el que reivindica el legado bolivariano y martiano de la unidad e
independencia de América. Algunos ejemplos como el argentino, el chileno y el mexicano ilustran
la tensión nacional de la proyección ideológica de las Universidades Populares. En el Cono Sur,
más allá de las críticas chauvinistas de la Liga Patriótica a la Universidad Popular "Alejandro Korn"
en la Argentina por la retórica internacionalista de sus manifiestos, pesó la dura represión patriotera
ejercida contra la Universidad Popular "Victorino Lastarria" y la Federación de Estudiantes en Chile
el año de 1921.
La Universidad Popular "Lastarria", había sido fundada en 1918 por Pedro León Loyola, bajo los
ecos de la Reforma Universitaria y bajos los auspicios de la Federación de Estudiantes.[29] Además
de los conferencistas itinerantes de los países vecinos que renovaban la hermandad latinoamericana,
la Universidad Popular, incorporó a su planta profesoral a algunos residentes como el ecuatoriano
Emilio Uzcátegui García.[30] Hacia 1920 esta entidad había entrado en una fase de redefinición
obrerista que llegó a su punto más álgido, con la campaña de hermandad obrero-estudiantil chileno-
peruana, en demanda la devolución de Tacna y Arica, territorios cautivos con motivo del triunfo
chileno en la Guerra del Pacífico (1879). Por tal motivo, los profesores y alumnos de la Universidad
Popular "Victorino Lastarria" al igual que los líderes de la Federación de Estudiantes, fueron
presentados por el diario La Nación de Santiago, como voceros mercenarizados por el gobierno
peruano. Esta fue una de las coartadas legitimadoras esgrimidas por el gobierno chileno para inducir
a una turbamulta a atacar duramente al movimiento reformista de ese país y saquear sus locales.
Resulta claro que la Universidad Popular, al fungir como bisagra de una sostenida aproximación
entre la vanguardia estudiantil y la obrera, resultaba ya preocupante por la presencia en su seno de
dos corrientes de izquierda, la IWW y el Partido Comunista liderado por Recabarren, pero su
movilización pacifista y su herética visión del más candente tema fronterizo bajo arbitrio
internacional, resultó inaceptable. Cuando Roberto Meza Fuentes, escribió en 1921, que la
Universidad Popular "era la obra más bella de la federación de estudiantes", no hacía más que
ratificar su condición de capital simbólico aunque olvidase su tenor explosivo.[31] En noviembre de
1921, Claridad, el vocero de la Federación de Estudiantes, acusa los primeros síntomas del
hostigamiento gubernamental, suspendiendo su distribución en el Perú con una reblandecida
disculpa.[32] A fines de mayo de 1922, Víctor Raúl Haya de la Torre, el líder estudiantil peruano
visitó Santiago de Chile, reactivó y renovó los lazos de cooperación con los dirigentes de la
Federación de Estudiantes y de la Universidad Popular "Lastarria", pero también con los dirigentes
obreros de la IWW.[33] Los encuentros y hermandades estudiantiles entre estos dos países se
diluyeron por los efectos de la deportación y encarcelamiento de los principales líderes estudiantiles
y obreros peruanos entre 1923 y 1924. Una nueva oleada represiva que se proyecta entre 1924 y
1925, afectaría duramente a la Universidad Popular "Lastarria".
Los ciclos represivos acicatearon las experiencias de los líderes estudiantiles más allá de sus países
de origen, fuese por razones de exilio o de visita fraterna, alimentando una doble veta, la primera
más conocida por su latinoamericanismo militante, mientras que la otra menos visible fue deudora
de un nacionalismo cultural contrahegemónico. Al respecto de esta última, en noviembre de 1923,
Haya de la Torre, desterrado en México, en su primer mensaje a los universitarios peruanos, les
dice:
"Puedo afirmar que las Universidades Populares del Perú, constituyen quizá la más eficaz, la más
hermosa y la más original de las organizaciones estudiantiles y obreras de Sud América, de Centro
América, las Antillas y México. No tiene paralelo... Es lo mejor que tiene el Perú como algo
moderno”.[34]
Lo que no tenía claro Haya de la Torre, es que mientras él escribía este mensaje, José Carlos
Mariátegui, el nuevo director de la Universidad Popular "González Prada" reorientaba su curso en
otra dirección, cuyas señas son más conocidas por nuestros latinoamericanistas. Haya y Mariátegui,
retomaban a su manera el legado del Clarté parisino y el puntual mensaje americanista de Barbusse.
Las sucesivas represiones de los años 1923 y 1924 en el Perú, mandaron a la clandestinidad a las
Universidades Populares.
Revisitemos ahora el nuevo escenario mexicano. Más allá de las previsiones de Vasconcelos, la
resolución principista del Primer Congreso Internacional de Estudiantes operó como un detonante
ideológico en el medio estudiantil. Este estaba marcado por una explícita proclama izquierdista
radical que implicaba la adhesión a: la abolición del estado dominador y su ideología del poder
público, la destrucción de la explotación del hombre por el hombre y el régimen de propiedad que le
corresponde, la oposición al "principio patriótico del nacionalismo" que atenta contra la integración
universal de los pueblos y la hermandad latinoamericana. Estas fueron puestas en cuestión por el
nuevo líder de la Federación de Estudiantes de México, Benito Flores. El dirigente estudiantil,
argumentó la incompatibilidad estatutaria entre su organismo y los acuerdos del Congreso, es decir,
entre el programa político revolucionario de éste y el programa cultural de aquella, entre el
americanismo militante filo obrerista y el nacionalismo cultural mexicano, entre el ataque al estado
y la defensa del mismo. En este contexto, aunque desde posturas más moderadas, la ruptura entre
Lombardo Toledano y Vasconcelos fue inminente, y terminó envolviendo a Pedro Henríquez Ureña
y Antonio Caso. La propia Federación de Estudiantes, apostó entre 1922 y 1923, a una revisión de
la Universidad Popular al fundar la Universidad Obrera como su proyecto de extensión
universitaria, despolitizando sus espacios y quehaceres.[35] En 1922, Lombardo acompañado de
otros intelectuales, entre los que se encontraban, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Caso, Daniel
Cosío Villegas, Diego Rivera, Salomón de la Selva, Carlos Pellicer, optaron por constituir el Grupo
Solidario del Movimiento Obrero, de inspiración socialista fabiana, renovaban sus últimas
experiencias en la agotada Universidad Popular Mexicana, en una controvertida cruzada obrerista
desde las filas de la CROM.[36] Hacia 1924, la Universidad Obrera había muerto por inanición
ideológica y política.
En el marco de una primavera de los nacionalismos culturales asociada a la celebración del
centenario de varias de nuestras repúblicas independientes, la ideología latinoamericanista del
movimiento de reforma universitaria, a través de la Universidad Popular, fue perdiendo espacios
frente a la construcción de claves de autoctonía política de alta gravitación simbólica. El primer
referente lo fue el darles el nombre de sus mentores predilectos: Korn, Lastarria, González Prada,
Martí. El segundo, la manera en que la representación de las universidades populares, nutrió una
dimensión utópica eslabonada a su clave de autoctonía política. Veamos con algún detalle el caso de
Guatemala.
En Guatemala, la Universidad Popular, al decir de Miguel Angel Asturias, representó por un lado
un proyecto de renovación popular-nacional y por el otro, una clave de autoctonía política. La
entusiasta mirada de Asturias sobre la Universidad Popular de su país, anudada desde su fundación
en 1922 marcó un fuerte compromiso hacia ella; lo refrendan tres de sus artículos escritos a manera
de balance de las jornadas cumplidas entre los años 1924 y 1926, no obstante encontrarse residiendo
en París. Pero empecemos por resituar la propuesta de Asturias en su tiempo y contexto.

La agitación estudiantil contra el régimen de Estrada Cabrera, a partir de 1920, perfiló en


Guatemala al grupo de estudiantes reformistas al que perteneció Asturias. Por otro lado, el proyecto
unionista de los países de América Central, marchaba a contracorriente de los nacionalismos
culturales en curso y la corrosiva política norteamericana. Mientras tanto, la idea vasconceliana de
extender la propuesta de la Universidad Popular a través del Congreso Internacional de Estudiantes
en 1921, al que asistió Asturias, echó raíces en la Asociación General de Estudiantes Universitarios
de Guatemala y más tarde en el cuerpo directivo de la Universidad de San Carlos. Tal iniciativa en
favor de la creación de la Universidad Popular fue formulada por el poeta colombiano Miguel
Angel Osorio (Ricardo Arenales, Porfirio Barba Jacob) en 1922 y recogida por tres estudiantes
guatemaltecos: Clemente Marroquín Rojas, David Vela y Alfonso Orantes. Tal proyecto estaba
signado por tres ideas: desanalfabetización de las masas, divulgación científica y formación del
"alma nacional" según rezaba una editorial de la revista Cultura del mes de marzo de 1922.
Exactamente un año más tarde, bajo la influencia vasconceliana del embajador mexicano, Juan de
Dios Bojórquez y el auspicio del Dr. Carlos Federico Mora, a la sazón rector de la Universidad de
San Carlos, fue fundada la Universidad Popular.[37]
Asturias, para ese entonces miembro de la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos
(AGELA) con sede en París, consideraba a la Universidad Popular portadora de lo que él llamó el
"nuevo Evangelio". Nuestro joven escritor, en su primer mensaje a sus alumnos, les tradujo la
trilogía de sentidos fuertes que portaba su breve himno, cantado a la clausura de las actividades
escolares de 1924. Resumiendo, Asturias postuló: el amor como eje de unidad popular
(profesionales, campesinos, obreros) frente a los pequeños y corrosivos odios; la dignificación y
politización del trabajo como base de la renovación nacional frente a la esterilizante pereza de la
inercia y la fatiga, y por último, el pensar colectivo y creador, aquél que refundará la nueva
Guatemala. Digámoslo con sus palabras: "¡ Sólo cuando todos nos amemos, cuando trabajemos
todos y pensemos todos, Guatemala será mejor, será un gran pueblo!".[38]
La lectura de Asturias sobre la Universidad Popular, revela más una representación utópica referida
por su clave de autoctonía política, que la apuesta a un proyecto político-cultural. En la perspectiva
de nuestro autor, se manifiesta una fuerte carga moral, y a veces, una esperanza de corte milenarista
en las posibilidades de cambio que porta la Universidad Popular. Esta fue considerada el escenario
primordial sobre el que se fundaba la posibilidad de generar la nueva Guatemala, gracias al
apostolado ejemplar de sus sostenedores. A fines de 1925 esta representación quedó dibujada con
mayor claridad:
"Crear esos hombres, renovar esas ideas, sacudir constantemente la realidad que cambia en todos
los momentos, y, ante todo, generar una gran esperanza en nuestro porvenir como nación y como
raza, es el papel de la Universidad Popular. La revolución de las ideas no puede hacerse entre
nosotros sino a base de pequeños sacrificios, de perseverancia, de mutua ayuda (...) No concluyo sin
formular mi esperanza muy cierta de que la actual juventud, ayudando a la Universidad del Pueblo,
renovará las energías y con ella los ideales que le dieron vida".[39]
La Universidad Popular como proyecto utópico nacional en el imaginario de Asturias y de algunos
de su coetáneos, tuvo un marcado acento fabiano. La revolución que auspició esta entidad, abarcó el
campo de las sensibilidades afirmando el amor y el optimismo, la nueva moral y sus valores, las
ideas de cambio temperado y disciplinado. Con motivo de una reseña de la tercera memoria editada
por la UP, Asturias reafirmó estos planteamientos, pero, además, terminó definiendo su llamado a
los grupos de poder, en favor de la unidad nacional y la idea de una gran Guatemala, así dijo:
"Para concluir, debemos quejarnos con nuestros hombres pudientes de su indiferencia criminal. Las
revoluciones sociales que ahora conmueven el mundo, se justifican en presencia de hechos como el
que señalamos. Guatemala, y óiganlo bien, señores propietarios y adinerados, carece de problemas
sociales que deben resolverse a sangre y fuego, nuestro indio no está preparado para eso, pero no
por tal deben ustedes aislarse en sus torres de oro y olvidarse del pueblo que gime bajo el peso del
vicio y de la miseria. Salgan de sus estériles egoísmos, siéntase guatemaltecos y ayuden a las
instituciones que una y otra forma cooperan al mejoramiento de sus ciudadanos".[40]
En general, y a manera de breve conclusión, diremos que las Universidades Populares en América
Latina, constituyen todavía un campo por explorar y discutir en sus ámbitos educativos, políticos y
culturales. Hasta aquí sólo hemos reseñado algunas entradas, pero que demuestran por un lado que
las Universidades Populares constituyeron para las juventudes universitarias del primer cuarto del
siglo XX, un vehículo privilegiado de expresión y búsqueda de renovación nacional, moderna y
popular, y por el otro, que la denominada extensión universitaria, marcó una sostenida línea de
continuidad entre dos tiempos y sus respectivas claves generacionales e ideológicas arielistas y
barbussianas, más allá de sus reales rupturas. Hacia 1925, las universidades populares en el
continente, más por razones de represión gubernamental que de disensos y tropiezos endógenos,
concluyó su ciclo primaveral.

Notas:
[1] Portantiero, 1978:80.
[2] González, 1935:15; Portocarrero, 1994:9.
[3] Biagini, 1997: 84
[4] citado por Biagini, 1997:84
[5] Citado por Biagini, 1997:86
[6] Portantiero, 1978:36; Portocarrero, 1994:9
[7] Del Mazo, 1968: II, p.82
[8] Sánchez, 1974:46
[9] Garciadiego, 1996: 187
[10] Machuca, 1996:63
[11] Garciadiego, 1996:48
[12] Yankelevich, 1996: 199-200; Machuca, 1996:63-68
[13] Roggiano, 1989:178 y 181; Krause, 1982:50
[14] Machuca, 1996: 59
[15] citado por Krauze, 1982:49
[16] Enciclopedia de México 11, 1988: 6620
[17] El Radical, 18/1/1915, p.4
[18] El Radical, 15/1/1915,p.2
[19] Fell, 1989: 322; Krause, 1982: 79-81
[20] Krause, 1982.101
[21] Garciadiego, 1996:188 y 337
[22] Natal, 1978
[23] citado por Natal, 1978
[24] Natal, 1978
[25] La Democracia, 4/6/1918
[26] Natal, 1978
[27] Sánchez, 1974:46
[28] Claridad, núm.1, 1ra Qna./5/1923:9
[29] Sweitzer, 1922:1
[30] Claridad, 11/12/1920:9
[31] Meza, 1968, II: 57
[32] Claridad, 5/11/1921:5
[33] Claridad, 27/5/1922:4; Verba Roja, 1ªQna/6/1922:4
[34] Haya de la Torre, 1973:13
[35] Fell, 1989:350
[36] Krause, 1982:157
[37] Taracena, 1989: 684
[38] Asturias, 1925 a: 20
[39] Asturias, 1925 b: 76
[40] Asturias, 1926:137

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