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EL SER EN DEVENIR

Una Aproximación Filosófica

José Zaá

Introducción

El Ser explicado como lo que existe, lo que se percibe de modo directo, esto
es, sin la mediación del pensamiento, exclusivamente a través de los sentidos, es
una categoría que corresponde al mundo de las percepciones de lo sensible. Este
Ser está sometido al devenir que expresa la variabilidad sustancial de las cosas y
de los fenómenos, su ininterrumpida transformación en otras cosas.

El representante clásico de la concepción del devenir fue Heráclito, filósofo


griego que formuló su holovisión cosmogónica de la realidad mediante la
expresión “todo fluye”, de la cual se desprende que la categoría de “devenir” está
orgánicamente relacionada con la concepción dialéctica del mundo. En su base se
encuentra la idea de que cualquier fenómeno contiene unidades contrarias del ser
y no ser a la vez. Esto es incompatible con la concepción metafísica del origen y
desarrollo del mundo como un simple aumento o una simple disminución
cuantitativa.

Con respecto a esto Hegel desarrolló circunstanciadamente el contenido


dialéctico de la categoría del devenir en su filosofía. Dicha categoría se presenta
en calidad de “verdad primera” que constituye el “elemento” de todo el ulterior del
ser y de la nada, expresa la forma abstracta universal de la aparición, de la
generación de la existencia de todas las cosas y fenómenos: no existe nada “que
no constituya una situación intermedia entre el ser y la nada”

La filosofía existencial define al hombre como un ser en devenir, un ser en


proyecto. En una palabra, no está hecho, se hace. El hombre es un ser que es, he
ahí su riqueza creadora; pero aún no es plenamente, he ahí su estado precario. Es
un potencial de energía y capacidades, naturales y sobrenaturales, individuales y
comunitarias, que no puede dejársele inactivo y en la inercia, sino que es un
continuo proyecto de realización en permanente búsqueda de plenitud.

Así se explica por qué de su aspiración a conocer, a ser más instruido para
valer más y ser más. Cuando renuncia a esto, renuncia a la grandeza de la
existencia y a una condición de vida más digna y más noble. Cuando se frustra
ese deseo o se escamotea se pagará muy caro con una pasividad exasperada o
con una rebeldía incontenible. Porque se está jugando con el núcleo de la
personalidad humana. En tal sentido, el ensayo reflexiona acerca del ser en
devenir desde una aproximación filosófica, producto de la experiencia del autor,
para lo cual se estructura en tres partes: del explanadum al explanans; ser, existir
y devenir; así como algunos puntos para seguir reflexionando.

Del explanadum al explanans

Desde remotas épocas en que los hombres comenzaron a meditar e


interrogarse acerca de los enigmas del universo, el misterio del tiempo ha sido
motivo de permanente reflexión. Es posible que la concepción del transcurrir del
tiempo haya originado los primeros problemas que se plantearon en la mente
humana, lo que generó disputas filosóficas, como los casos de Parménides,
Heráclito y Nietzsche, donde se observa la lucha entre el Ser y el Ser en Devenir.

Según la filosofía de Parménides, a partir de una famosa sentencia que dice


“lo que es, es; y lo que no es, no es”, se llega a formular que el ser es uno,
indivisible, inmóvil, eterno e infinito, y con esto se elimina toda posibilidad de
“realidad” en los entes que constituyen nuestra cotidianidad y en nosotros mismos.
El filósofo expone su doctrina así: la afirmación del ser y el rechazo del devenir y
del cambio. El ser es uno, y la afirmación de la multiplicidad que implica el devenir,
y el devenir mismo, no pasan de ser meras ilusiones.
En un poema vuelca su doctrina a partir del reconocimiento de dos caminos
para acceder al conocimiento: la vía de la verdad y la vía de la opinión. Solo el
primero de ellos es un camino transitable, mientras que el segundo está lleno de
continuas contradicciones y conocimientos aparentes.

Ea, pues, que yo voy a contarte (y presta tu atención al relato que me


oigas), los únicos caminos de búsqueda que cabe concebir: el uno, el
de es y no es posible que no sea, es ruta de persuasión, pues
acompaña a la verdad; el otro, el de que no es y el de es preciso que no
sea, este te aseguro que es sendero totalmente inescrutable.

Según Parménides la vía de la opinión parte de la aceptación del no ser, lo


cual resulta inaceptable, pues, el no ser, no es. Y no se puede concebir cómo la
nada podría ser el punto de partida de ningún conocimiento. “Es necesario que
sea lo que cabe que se diga y se conciba, pues hay ser, pero nada, no la hay”. Por
lo demás, lo que no es, no puede ser pensado, ni siquiera nombrado. Ni el
conocimiento, ni el lenguaje permiten referirse al no ser, ya que no se puede
pensar, ni nombrar lo que no es. “Y es que nunca se violará tal cosa, de forma que
algo, sin ser sea”. Para alcanzar el conocimiento solo nos queda, pues, la vía de la
verdad. Esta vía está basada en la afirmación del ser. El ser es y en la
consecuente negación del no ser: el no ser, no es. “Y ya solo la mención de una
vía queda; la de que es. Y en ella hay señales en abundancia; que ello, como es
ingénito e imperecedero, entero, único, inmutable y completo”.

El ser es, lo uno es. La afirmación del ser se opone al cambio, al devenir y a
la multiplicidad. Frente al devenir, al cambio de la realidad que habían afirmado los
filósofos jonios y los pitagóricos, Parménides alza su voz que habla en nombre de
la razón: la afirmación de que algo cambia supone el reconocimiento de que ahora
“es” el que “no era”, lo que resultaría contradictorio y, por lo tanto, inaceptable. La
afirmación del cambio supone la aceptación de este paso del “ser” al “no ser” o
viceversa, pero este paso es imposible, dice Parménides, puesto que el “no ser”
no es.
El ser es ingénito, pues, dice Parménides ¿Qué origen le buscarías? Si dices
que procede del “ser” entonces no hay procedencia, puesto que ya es y si dices -
78 - que procede del “no ser” caerías en la contradicción de concebir el “no ser”
como “ser”, lo cual resulta inadmisible. Por la misma razón es imperecedero, ya
que si dejara de ser ¿En qué se convertiría? En “no ser” es imposible, porque el
“no ser” no es. “Así queda extinguido “nacimiento” y, como cosa nunca oída,
“destrucción”.

El ser es entero, es decir, no puede dividirse, lo que excluye la multiplicidad.


Para admitir la división del ser tendríamos que reconocer la existencia del vacío;
es decir, del no ser, lo cual es imposible. ¿Qué separaría esas “divisiones” del ser?
La nada es imposible pensarla, pues, no existe; y si fuera algún tipo de ser,
entonces no habría división. La continuidad del ser se impone necesariamente y
con ello su unidad. Igualmente, ha de ser limitado, es decir, mantenerse dentro de
unos límites que lo encierran por todos lados.

El ser es inmóvil, pues, de lo visto anteriormente queda claro que no puede


llegar a ser, ni parecer, ni cambiar de lugar, para lo que sería necesario afirmar la
existencia del no ser, del vacío, lo cual resulta contradictorio. Tampoco puede ser
mayor por una parte que por otra, ni haber más ser en una parte que en otra, por
lo que el filósofo termina representándolo como una esfera en la que el ser se
encuentra igualmente distribuido por doquier, permaneciendo idéntico a sí mismo.

Heráclito, por el contrario, veía en el devenir la realidad última. Nada es a la


manera de Parménides, todo deja de ser para comenzar a ser. Si el aforismo de
Parménides quitaba toda realidad a las cosas, el de Heráclito “nadie se baña dos
veces en las mismas aguas del mismo río”, le devolvía al mundo la posibilidad, en
el sentido más amplio del concepto. Puesto que, ¿Cómo hacer ciencia respecto a
entes que, apenas logramos definir y aprender, ya han cambiado otra vez, han
dejado de ser para, sencillamente, devenir?
Los filósofos debieron presentir esta implicancia, que representaba su
suicidio profesional, y se olvidaron de “El oscuro” (Heráclito) para declarar
vencedor al eleata (Parménides) y así, con atisbos de excepciones, una de las
cuáles podrían ser los sofistas, con Pitágoras a la cabeza, la historia de la filosofía
en occidente se convirtió en la historia de la investigación acerca del ser.

Otros filósofos críticos de Heráclito le acusan de negar el principio de


contradicción (una cosa no puede ser ella misma y su contrario, en el mismo
aspecto y en el mismo tiempo). Parece claro por los fragmentos conservados que
con esa expresión Heráclito quería significar no que eran “idénticos”, sino que
pertenecían a un único complejo, o que no estaban esencialmente separados.

Ser, existir y devenir

En Nietzsche se observa una doctrina aparentemente llena de incoherencias


y cuestiones problemáticas acerca del ser, existir y devenir. El escepticismo más
radical coexiste con hipótesis arbitrarias de la mayor generalidad, la negación de
la libertad con la exhortación a la responsabilización, la crítica del lenguaje con la
fascinación por el mito. Cualquier intento de esquematizar el pensamiento
filosófico de Nietzsche hace que perdamos su originalidad irrecusable.

Nietzsche no se compromete consigo mismo, no se identifica con ninguno de


los momentos de su evolución filosófica, no es fiel más que a una búsqueda
continua: filosofar itinerante y vagabundo, senda perdida de un pensar peregrino.
Pero aunque no encontramos en Nietzsche una voluntad de sistema no por ello
carece de unidad su obra filosófica: ésta viene dada, en primer término, por una
voluntad de estilo, por una primacía de la expresión. El aforismo es la forma en
que se plasma un pensar instantáneo, desconectado de su pasado, un pensar sin
memoria. Al encadenamiento discursivo riguroso, propio del tratado, sucede la
exposición discontinua y quebrada cuyo vínculo es el blanco del papel. Fruto del
goce de la inteligencia con su propio juego el aforismo multiplica las perspectivas
en lugar de empeñarse en reproducir lo inmutable

El estilo es, también, invitación al goce, creación de una forma bella, más
que transmisión de un contenido: obra de arte y no pieza didáctica. Al igual que
ocurrió en sus orígenes, la filosofía se hace poema, se apropia en el símbolo de
toda la - 80 - riqueza de lo sensible: hielo, montaña, sol, serpiente. El discurso del
filósofo no preserva de la contaminación por lo natural en nombre de la pureza de
la noción, sino que se pierde en el mundo.

Nietzsche es el primer filósofo después de instaurado el imperio del ser, en


revelarse contra toda tradición filosófica occidental, en plantear un retorno a la
forma de hacer filosofía de los presocráticos. Así mismo, habla del texto, lectura,
interpretación. El anarquismo ha podido considerar al filósofo como uno de sus
pensadores en razón de su afirmación del individuo soberano frente a la sociedad
y al Estado, mientras que el fascismo se ha reconocido en su gusto por el poder y
en su legitimación de la acción violenta. El filósofo vio en los presocráticos la
cumbre de la filosofía griega.

Es necesario aclarar, que para ciertos filósofos amparados en dos líneas


destructivas de sus escritos Nietzsche no se plantea la destrucción de esta
tradición por mero placer de destruir, por afán de notoriedad o por resentimiento,
como ha parecido a ciertos grupos. Se propone desmontar el imperio del
cristianismo que instaló en la vida religiosa y social la doctrina del ser o en
términos nietzscheanos, “platonismo para el pueblo”, para abrir nuevos cauces a
la vida.

Nietzsche exalta la vida misma, quería hacer una revaluación de todos los
valores para el despliegue vital de los fuertes, no fuera impedido por los débiles y
plantea la teoría del superhombre en la cual se perfecciona la idea del ser en el
continuo devenir de su existencia.
Para Hegel, el contenido racional del objeto del ser lo da la forma y el
pensamiento. Si no hay pensamiento, no hay contenido En toda cosa, en todo
objeto hay permanentemente ser y no ser, porque las cosas que están en el
tiempo no son las mismas en todo momento, sino que cambian. Por lo tanto, en
todo ser hay ser y no ser en permanente contradicción y cambio, en eso consiste
el devenir, lo que provoca cambios en un ser determinado.

Conclusiones

Las preguntas sobre el origen de la vida y la esencia del ser siguen sin una
respuesta definitiva, porque ninguna verdad puede ser eterna, el conocimiento
está en constante evolución y transformación, con base en paradigmas y sistemas
epistemológicos que se actualizan y presionan una revolución de ideas y de
estatutos científicos.

El siglo XX se caracterizó por grandes descubrimientos; el mundo entero fue


absorbido en una sola red de comunicaciones. Sin embargo, muchas interrogantes
acerca del devenir planteado por Hegel como unidad dialéctica del ser y de la
nada, han quedado en la reflexión y se mantienen en discusión durante estos
primeros años del siglo XXI.

De la oposición entre contrarios idénticos, como el ser indeterminado y el no


ser nada del pensamiento, surge su devenir. Esta dialéctica entre el ser y la nada
no acaba en la génesis del pensamiento lógico, sino que le acompaña
estructuralmente a lo largo de todo su desarrollo. Si bien es cierto que todo el
devenir no se encuentra predeterminado, ni existen reglas absolutas de
probabilidad, ni de causalidad que delimiten una vinculación causa-efecto, es
evidente que un mayor conocimiento del ser en sí mismo permite comprender su
finalidad y, en consecuencia, generará una mayor reflexión sobre sus relaciones
consigo mismo y con el universo. Es por ello que la fuente del devenir es el ser en
sí.
El relativismo en el sistema de ideas que vislumbra un enfoque particular en
la construcción del conocimiento puede orientarse sobre un punto de referencia,
que en definitiva permitirá la generación de respuestas a preguntas por parte del
investigador, quien a su vez debe armonizar la tendencia objeto-sujeto en la
búsqueda de la verdad para hoy, que mañana puede ser otra verdad sujeta a
escenarios diferentes, a un punto de referencia cambiante o a un acuerdo social
en transformación.

El devenir representa en este sentido, el primer pensamiento concreto;


constituye, en consecuencia, el primer concepto del ser en el entretejido de su
historia, al salir de la nada a la existencia, en el crecimiento a través de la
construcción del conocimiento. El devenir representa, entonces, la perfecta
armonía de la esencia y la existencia, que confluyen en un orden logrado tras el
caos, en una combinación de homeostasis y entropía en procura de un desarrollo
individual y social dentro de un inmenso universo, y como ser producto de una
naturaleza compleja envuelta en interrogantes que al ser respondidas plantean
nuevas inquietudes. El devenir representa, así, la contradicción y transformación
que existe en todo ser y continúa provocando cambios en una permanente
evolución.

Referencias

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